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Hagan el favor de hacer silencio

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Primeras páginas de la novela "Hagan el favor de hacer silencio" de Esteban Carlos Mejía

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Hagan el favor de hacer silencio

Esteban Carlos Mejía

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ISBN: 978-958-8794-05-1

Hagan el favor de hacer silencio

© Esteban Carlos Mejía© Sílaba Editores

Primera Edición: Medellín, Colombia, abril 2013Editoras: Alejandra Toro y Lucía DonadíoDiseño carátula y diagramación: Corporación Paso Bueno

Distribución y ventas: Sílaba Editores. Cel. 313 649 0459Carrera 25A No 38D sur-04. Medellínwww.silaba.com.co / [email protected].

Printed and made in Colombia / Impreso y hecho en Colombia por: Artes y Letras S.A.S.

Reservados todos los derechos. Prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento.

Mejía, Esteban Carlos, 1953- Hagan el favor de hacer silencio / Esteban Carlos Mejía. --Medellín : Sílaba Editores , 2013. 312 p. ; 22 cm. -- (Trazos y sílabas; 8) ISBN 978-958-8794-05-1 1. Novela colombiana I. Tít. II. Serie. Co863.6 cd 21 ed.A1389231

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

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Para Pilar, por la paciencia

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Muchas cosas se las inventaba, sin tener verdadera conciencia de sus mentiras grandes o pequeñas, y se alegraba tanto de su propio humor

como de la atención con que se le escuchaba.El regreso de Casanova

Arthur Schnitzler

Escribir de política en una obra literaria produce el mismo efecto que un pistoletazo en medio de un sublime concierto. Resulta algo así

como una grosería que, como tal, siempre llama la atención.La cartuja de Parma

Stendhal

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Nuestra pálida luz no se consume

Tengo veinticinco años y voy en ascensor.Subo, no bajo.Al piso 19.Conmigo viene el Tuerto Ortiz Tirado, más yuppie no puede

ser: bléiser espina de pescado, camisa azul orfandad, corbata amarilla de incendio forestal. No es tuerto sino bizco.

Nuestra misión es clave: sonsacarle billete a don Libardo Alarcón Vélez, alias Gorgojo, jefe de comunicaciones integradas de marketing del Ateneo Colombiano, uno de los grupos eco-nómicos más poderosos de este país de menesterosos.

La plata, natural, no es para nosotros. Es para la Fraternidá.La que todo lo ve.Todo lo oye.Todo lo entiende.Todo lo hace.Todo lo es.La Fraternidad Ecléctica.Nombre extravagante, lunático acaso, pero asaz pertinente.1

El Tuerto no me desampara. Parece lo que es: un hijo de papi, niño rico y merecido que se graduó en Ciencias Políticas

1. “Los partidos pasan, los nombres permanecen.” Friedrich Engels. (N. de Juan Leónidas Posada)

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en la Universidad de los Andes y se encochinó en el légamo de la politiquería. Anda con los zapatos sin embetunar para desairar a los burgachos.

–¿Trajiste los documentos? ¿Vos sí los empacaste? No vamos a cagarla ahora, pues.

El maletín hace juego con mi vestido gris humo, one hundred per cent pure wool, hecho a mano en Colombia bajo licencia de un costoso modisto francés. Y también con mi camisa blanca one hundred per cent cotton y con mi corbata a rombos azules one hundred per cent silk y con mis zapatos repujados one hundred per cent leather, comprado todo en un sanandresito one hundred per cent against the law, of course. Antes de llegar al piso 19, el ascensor empieza a corcovear, como si se le hubiera zafado un tornillo. O una tuerca. La puerta se abre a trompicones. Aprovecho y me pongo a brincar como un gamín.

–Con razón estamos como estamos –refunfuña el Tuerto.No digo nada. Lo mío es la ataraxia, el descomplique, el me

importa un culo, papá.–¿Qué tal que te vean los del Ateneo?–Se obtiene lo que se desea –le digo y brinco casi hasta el

techo.El ascensor termina de abrirse y ante nosotros aparece Alar-

cón, cara de gorgojo, quién si no. Al instante el Tuerto abre los brazos y le sonríe, simpatía y cinismo. Sin inmutarse, Alarcón nos señala un sofá.

–Voy a Presidencia y ya vuelvo… –dice, y se mete al ascensor.Nos sentamos a esperarlo. Las secretarias tienen el aire acondi-

cionado a full. Nos ofrecen tinto. Decimos que sí y nos ponemos a hojear periódicos y revistas. En El Tiempo está la encuesta de la semana. Pérez Gil, candidato del unanimismo, arrasa con 59.2%. Granados Roca, nuestro príncipe, a duras penas llega a 33.7%. El resto, 7.1%, no sabe / no responde / no le importa / no me joda. De la abstención, real o potencial, ni una palabra, ni un dígito, ni un mísero decimal, como si no existiera.

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–¡Perfidia! –gruñe el Tuerto–. La bastardía nos quiere cruci-ficar, cucarrón. ¡Nos van a crucificar estos hijos de puta!

Mira capcioso y se queda callado, masticando el berrinche. Cruza los brazos, obstrucción imperfecta quiere decir ese gesto, lo leí en un manual de lenguaje corporal, obstrucción por miedo o inseguridad o rabia o desconfianza. Sigo en la ataraxia: yo puedo, es fácil, se obtiene lo que se desea. Quince o veinte minutos más tarde, Alarcón regresa y, sin voltear a vernos, dice que pasemos.

Pasamos.La oficina es una cancha de fútbol, media cancha, un octa-

vo de cancha, el área chica o el área grande, un polígono que va desde el punto de tiro pénal hasta el centro de la portería y desde ahí hasta un punto de tiro de esquina y luego de vuelta al tiro pénal, y eso que él no es ni será el mandacallar del Ateneo. Encima del escritorio sobrenadan libros, informes, balances de gestión, carpetas, revistas, papeles. Hay también una mesa para diez puestos. En un rincón, veo y no lo creo, un diván, cubierto con un sarape mexicano. Parecemos dentro de un sauna. Alarcón no prende el aire por nada del mundo. Es cascarrabias, hipocon-dríaco para acabar de ajustar. Cuando estaba en la universidad, a principios de los 70s, dizque le pegaron una neumonía en un putiadero de Lovaina, junto al Cementerio de San Pedro. Desde entonces le cogió fobia a las corrientes, al aire acondicionado, a los ventiladores, a las chinas de los fogones de leña, a los chiflo-nes de los balcones. Toca achicharrase, entonces. Por descremar a esta pandilla alevosa e incompetente, toca hacer lo que sea. También hay un retrato al óleo del doctor Abdón del Hierro-Rovira, dueño del Ateneo Colombiano, entronizado detrás de la silla de Alarcón. Ojos ajuanetados, labios escuálidos, mal sonríe sin disimulo. Es tolimense o santandereano, ecléctico en cues-tiones de dinero: no le gusta que le digan “doctor del Hierro” sino “doctor del Oro”. El Tuerto se levanta, de puro metiche, y endereza el cuadro, esquinado a la derecha o a la izquierda, nada es lo que parece en este conglomerado de ilusiones.

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–Ojalá este man no se nos vaya a torcer a última hora –dice sin ingenuidad.

En un costado de la oficina hay una ventana, una gran rendija de vidrio y acero. Voy y me asomo. La vista es espeluznante. Todo es frágil y efímero. Los carros, por las autopistas junto al río Medellín, se mueven chirriquiticos, escarabajillos ambulantes. Las personas, ni se diga, hormigas somos, o borregos tal vez, mínúsculos en la tosquedad de este paisaje, en la que cada cual cuenta menos que uno. Hasta un avioncito, que olfatea la pista del aeropuerto Olaya Herrera, vuela como una libélula. El Teatro Metropolitano, corpulento en su estructura, parece una maqueta de cartón paja, acaramelada por el sol del atardecer. La Macarena es una pequeña torta, con techo de color aluminio y alamares de fiesta brava. Los centros de exposiciones y convenciones, tan ponderados por los raulas del mercaderismo, son apenas un par de bicocas. Al fondo, casi difuminadas en el resplandor del poniente, las lomas de El Poblado se carcajean con sus toneladas de edificios, abigarrados como moscas debajo de un matamoscas.

Me viene, entonces, la imagen del panóptico de Bentham, Jeremy Bentham, excarcelario, exe-cléctico a lo mejor. Y me estremezco. Desde la ventana de este gorgojo, a través de sus invisibles apéndices, el Capital nos vigila sin ser visto, nos atisba a distancia, sin afán y sin rubor, con la indolencia de su plusvalía y el desprecio por la esclavitud asalariada. El panóptico me aterroriza: el alma

se me encoge y me persuado: somos microbios venidos a más. Me aparto del mirador, no quiero marearme.

Alarcón parece embalsamado. El poder le resbala. El poder y la gloria y el complejo de Edipo y el origen de las especies y el porvenir de una ilusión y el malestar de la cultura y el karma

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y el nirvana y el feng shui y la divina indiferencia de Jehová y sus testigos y las veinte varas de lienzo igual a una levita de Marx o de Engels. Una sola cosa le hace palpitar el corazón y menear el nalgatorio: escribir. No cualquier cosa: escribir telenovelas para el canal de televisión del Ateneo Colombiano, TeleAteneo, que las produce, emite y trafica por doquier, inclusive en Venezuela, nación hermana y lacrimógena como ninguna, al menos en esto de culebrones. Aquí donde lo ven, atrincherado entre los traga-luces de su desahogada aunque sofocante oficina, don Libardo Alarcón Vélez es el Félix B. Caignet colombiano. No le tiembla la mano para rescindir contratos publicitarios de diez u once dígitos. Saca su Montblanc, compacto, áureo, y ¡zuáquete!, sin pestañear, hinca una garra (vulg.), abajo a la derecha, una pequeña rúbrica que abre o cierra sésamos, el poder es para eso, para joder o no joder a los demás. En cambio, se ruboriza y carraspea y garga-jea cuando lee los flash reports con los ratings de sus telenovelas. Desfallece. Teme ahogarse en fama y fortuna, trago y mujeres, quincalla y sahumerio. Lo acobarda estancarse, ser para siempre la momia de Caignet. Quiere ir más allá. Quiere ser el facsímil de Corín Tellado, su clon macho, las telenovelas son la gallina de los huevos de oro del siglo que ya pasó y del milenio que viene.

¡Puerca sea esta vida! Su última creación es o va a ser un fiasco. Se llama Honrar padre y madre, mandamiento tan jarto como los bostezos que la cosa le arranca a los televidentes, a los pocos que todavía no se han cambiado de canal, la lealtad es una virtud precaria, mal pagada además en esta pútrida feria de vanidades. Honrar padre y madre es un ladrillo, un petardo ensordecedor, un fracaso que arriesga a dejarlo sin honra, desventura de la que se valen las revistas de farándula para estigmatizar su estilo a lo Agustín Lara o Chelo Velásquez, (casi) del todo chapado a la antigua, y para romperle a trastazos su anhelo de llegar a ser inmortal, legítima aspiración de cualquier novelista, sea de te-levisión o de las otras, las originales, las que no se ven sino que

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se leen, no sé para qué ni por qué ni mucho menos con qué, están tan caros los libros. Las pullas le ofenden, hágase constar la verdad. Son mofas de los chandosos pasquines que publica la Gran Liga de Antioquia, emporio igual de pudiente, competidor acérrimo del Ateneo Colombiano.

–¡Perfidia! –lo azuza el Tuerto, cualquiera se sabe el truco, divide y reinarás.

–Cagajón y perfidia –replica Alarcón, rojo de la putería–. Esos homosexuales de la comercializadora la defecaron. Me obligaron a alargar la trama y con eso la obra se gelatinizó. Pretermitieron los arcos dramáticos y eso no se hace jamás.

Se me chorrea la baba, gelatinizar, pretermitir, defecar, este Gorgojo no es Caignet sino Larousse.

–La lívida envidia es consubstancial a la comedia humana, impajaritable, hermano –fanfarronea el Tuerto, por algo estudió Dramaturgia, aparte de Ciencias Políticas, y en Verona, Italia.

Alarcón se muerde los labios para no callar. Aguarda un rato en silencio. Abro el maletín, saco mi portátil, lo prendo, espero a que carguen los programas, busco el archivo, “Amigazos”, se llama, y luego empiezo a predicar. Tengo el don de la profecía, promesa que el espíritu otorgó a los apóstoles al cumplirse el Pentecostés cuando del cielo sobrevino un ruido como de viento impetuoso y unas lenguas de fuego que se repartieron y asen-taron sobre ellos.2

Le paso a Alarcón una carpeta con datos y cuadros y flow charts y organigramas y mapas conceptuales y otras pendejadas. Se pone unas gafas gruesas y redondas. Estudia las cifras sin interés. El

2. Hablo y no hablo. Entro y no entro. Confaloniero del Espíritu. Alférez de la anticipación. Paladín de la buenaventura. Jenízaro del aspaviento. Espigas de fuego me entumecen la coronilla: lengüetas incandescentes y feroces se bambolean como diademas de fuego. La cocorota me arde y el artilugio no se apaga, al contrario, relampaguea y crepita como zarza ardiente que no se agosta. El sofoco se me derrama por detrás de las orejas, hasta llegar a la cumbamba. La sin hueso me cosquillea, bendita sea, me jala y me jala hasta que se suelta, deslenguada, y ya no hay quien la pare. (N. de Lalito Grafía)

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Tuerto no lo deja rumiar las estadísticas. Lo acomete con una cháchara perniciosa sobre la Fraternidá, retahíla que Alarcón domina al dedillo, lleva más de una década votando por nosotros, con sigilo, claro está, no sea que el doctor del Oro-Rovira, amo y señor del Ateneo, se dé cuenta y lo prive del placer de escribir las majaderías que escribe bajo cuerda, impudicias que toca hacer para poder ser lo que uno quiere y se merece ser, la reencarnación común y silvestre de Corín Tellado-Caignet, creadores eminentes, desdeñados por la abominable memoria de las gentes.

–No sé –se queja Alarcón y deja la carpeta sobre el escritorio–. Esta vaina no es que me mate del todo.

El Tuerto empieza a sudar, con visajes de bisojo. Tengo vein-ticinco años, el rencor envejece y la lívida envidia da cáncer. Pequeñas y formidables lenguas de fuego revolotean encima de mi cabeza. Me volteo hacia Alarcón y le hablo con llaneza.

–Es la economía, Libardo.Y me largo a hablar de plata, Ag., (Quím.), la misma que

necesitamos con urgencia para llegar a la noche del domingo de elecciones. Porque estamos en la inopia, hermanitos. Fregados con jota, más jodidos pa’ dónde. En los físicos huesos. En los rines. Anomalía, impericia o papanatismo, quién quita, en las arcas de esta querida Fraternidá no hay un peso. Parlo, pues, del vil metal. Saco unos concept boards y los despliego sobre el escritorio. Son unas cartulinas con gráficas y números, de once dígitos (sic).

–Todavía no son votos… –me doy el lujo de mamar gallo.Displicente, Alarcón aparta los concept boards y se rasca la

cabeza con una pata de las gafas.–No dejo de pensar en el rating de Honrar padre y madre –dice.–¿Rating?– un lamento se le zafa al Tuerto, los ojos le biz-

quean sin reato.–Ustedes me deberían ayudar, carajo –exclama Alarcón.–Si el rating no viene a Mahoma, Mahoma va al rating –digo,

sin mucho esfuerzo–. Todos los cofrades de la Fraternidá vamos a ponernos a ver Padre y madre...

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–Honrar padre y madre –me rectifica Alarcón–. ¿Ustedes viendo una telenovela? ¡Con lo mamertos que son!

El Tuerto encaja el bastonazo con acritud, lo de mamertos, quiero decir.

–Confunda pero no ofenda –se le agría la voz–. Primero muertos pero nunca mamertos.

–Perdón –se ríe Alarcón.–Nosotros somos una institución monolítica –reniega el

Tuerto–. Impajaritable.3

–Ver para creer –se burla Alarcón y tamborilea sobre el es-critorio, cedro ha de ser la madera.

El Tuerto saca una calculadora, teclea varias veces y cabecea satisfecho:

–Con el respaldo de la militancia de la Fraternidá el rating de tu telenovela subiría, por lo menos, catorce o quince puntos. A la competecia le quedaría muy berraco reaccionar…

–He ahí el problema: la competencia –Alarcón se mesa los cabellos–. ¿Acaso la Gran Liga de Antioquia se va a quedar de brazos cruzados? Esos como son.

–A bastardo, bastardo y medio –replico con sequedad.Alarcón se voltea curioso.–¿Y como en qué estás pensando?El pentecostés baila sardónico en mi cocorota.

3. Para entender qué es o qué puede ser la Fraternidad Ecléctica, el lector deberá (o debería) consultar dos opúsculos capitales, Uno en todo y La libertad sublime, ambos escritos por Humberto Escobar Jaramillo, fundador y líder del partido. Uno en todo, como su título lo indica, es una aproximación al paradigma esencial de la hipermodernidad. Con prosa clarividente, a veces enmarañada, se examinan las causas que han signado el retroceso del pensamiento en detrimento de la acción inane, la inanidad. En La libertad sublime, por su parte, se consignan las ilusiones de nuestro movimiento. Son textos para iniciados y de difícil alcance. El lector deberá (o debería) afanarse por escudriñar estas dos pequeñas joyas de la literatura política contemporánea. En principio, a lo mejor no las comprenda. Con cierto esfuerzo, logrará (o lograría) tal vez dilucidar el misterio de nuestro dogmatismo y el encanto de nuestra persistencia. (N. de Juan Leónidas Posada)

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–Pues que en Colombia en vez de tantos canales de televisión haya uno solo...

Veo que al Tuerto se le humedece el cuello de la camisa.Alarcón se pone caviloso:–¿Estás hablando de darle el monopolio de la televisión al

Ateneo o qué?–A buen entendedor, pocas palabras –asiento–. Ustedes se

lo merecen. TeleAteneo sería un canal único y exclusivo.–No es sino cantar y coser –dice el Tuerto, mientras trata de

secarse el sudor de la camisa.Alarcón se acomoda en la silla, se pasa la mano por la boca,

se tapa los labios, obstrucción no parcial, bloqueo tajante, no quiere oír ni saber de qué estoy hablando.

–Le pondríamos otro nombre para evitar suspicacias –digo, y paladeo con fruición el extraño acrónimo que el pentecostés acaba de inventar para mí–. Oigan esto, damas y caballeros: ¡Cunexacol!

Las cejas del Tuerto se acentúan hacia arriba, la nariz se le arruga, la nuez de Adán parece un tumor bajo la piel tensa y brillante por el sudor, creo que va a estornudar o a escupir, no le miro los ojos, si es que aún los tiene dentro de sus órbitas.

–¿Cune qué? –dice Alarcón, perplejo.–Cunexacol, Canal Único y Exclusivo del Ateneo Colombiano.–¿Cunexacol? –Alarcón junta las sílabas con precariedad–.

Suena a supositorio. Peor todavía, a purgante. Que vaina tan rebuscada.

Hago un mohín despectivo, abanico los fuegos del pentecos-tés y me pongo a dictar cátedra sobre seudo toponimia y seudo topología y seudo toposofía y seudo topogonía. Una marca, si breve, dos veces buena, pontifico. Alarcón menea la cabeza, aún estupefacto.

–Una buena marca debe ser eufónica, o sea, que debe sonar bien. Sin connotaciones obscenas o antisociales. En lo posible,

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debe tener un significado concreto, algo real, y, sobre todo, debe ser fácil de pronunciar y recordar.

El Tuerto respira por la boca, bizcorneto, y se pasa un dedo por el cuello mojado de la camisa.

–Nestlé, por ejemplo –prosigo con pedantería–. ¿Qué quiere decir Nestlé? A ver ustedes que saben tanto… ¿díganme qué quiere decir Nestlé?

Alarcón y el Tuerto se encogen de hombros.–Nestlé quiere decir nido de leche. ¿No han visto el logotipo,

los pajaritos entre las pajitas? ¿La mamá que los alimenta? ¿Qué les pasa, cofrades? ¿Son ciegos? ¿Tuertos o qué? Y perdón por vos, Tuertico, nada personal. Nest es nido en inglés. Leche en francés se escribe lait, pero se pronuncia lé. Entonces Nest lé, Nestlé, nido de leche. En frenglish.

La baba se le chorrea al Tuerto. Alarcón se acuerda que él también es inventor.

–¿Pero nestle no significa acurrucarse? –me pregunta–. En inglés, quiero decir. Acurrucarse o enclavarse. Por ejemplo, The village nestles at the foot of the hill quiere decir el pueblo está encla-vado al pie de la colina.

–Preciso –contesto sin inmutarme, a mí qué–. Acurrurcarse en el nido de leche.

–¡Impajaritable! –se le escapa al Tuerto, la carne se le ha vuelto de gallina.

–Veamos un ejemplo más casero. Cadena Radial Colombiana, Caracol.

El Tuerto se recupera, cierra la boca, dilata las fosas nasales, coge aire, sin gracia, no ha aprendido (ni aprenderá) a lidiar con la lívida envidia:

–Que ahora es española…–O Aerovías Nacionales de Colombia, Avianca…–De Brasil querrás decir –vuelve y la caga el Tuerto–. El

dueño de Avianca no es colombiano.

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Me lo sacudo con displicencia:–Canal Único y Exclusivo del Ateneo Colombiano, Cunexacol.–Pero esa vaina no cumple ninguna de las condiciones de

una buena marca –repara Alarcón, ya sin estupor–. No es breve, no suena bien, es berraquísimo de pronunciar y de memorizar, no quiere decir nada, es un acrónimo pendejo, muy tuyo, gran güevetas.

–En esta vida lo que cuenta es la repetición –le replico, enfá-tico–. Cunexacol. Cunexacol. Cunexacol. Cunexacol.

–¿Cunexacol? –vuelve a vacilar Alarcón–. En gracia de discu-sión y pensando en voz alta, ¿no debería ser más bien Cunexa-colteve? Digo, por lo de canal de televisión. ¿No hacen falta la te y la uve al final, Cunexacolteve?

–CNN. CBS. ABC. NBC. Al Jazeerah. BBC. Ninguna tiene ni te ni uve.

–Televisión Española, TeleAntioquia, TeleMedellín, City TV, TeleCaribe, TelePacífico RCN Televisión, Caracol Televisión, TeleEtcétera –riposta Alarcón.

No le hago caso y me empecino en lo mío.–Menos es más. Cunexacol, Libardo, Cunexacol.Hago una pausa brevísima.–Bueno y si Cunexacol es mucho problema, pues lo dejamos

TeleAteneo, y sanseacabó.Las cejas del Tuerto se entiesan de incredulidad. Alarcón se

pellizca y se rasca con las gafas debajo de una oreja.–¿Y el tal Cunexacol ese sí sería legal? ¿Ustedes sí pueden

concedernos el monopolio de la televisión?–¿Somos o no somos un partido con voluntad de poder?

–protesto, no sin cierto resabio–. Estamos hablando de macro-política, no de mecánica de bicicletas, cofrade.4

4. Cofrade es un latinajo hermoso. Cumfrater. Cum, con, y frater, hermano. Mi diccionario dice que es un “hombre admitido en un pueblo, concejo o partido, o que es de él”. Y en este país de cafres (zafios o rústicos), no hay más partido que la Fraternidá. (N. de Juan Leónidas Posada)

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Alarcón parece recapacitar. Tamborilea sobre los concept boards.–¿Costaría mucho?–No te preocupés por plata, hombe Libardo, que plata no

hay –dice el Tuerto.–¿Cunexacol?–Cunexacol, Canal Único y Exclusivo del Ateneo Colombiano

o TeleAteneo –digo, como si fuera una jaculatoria al Sagrado Corazón de Jesús, y bajo la voz–. Ningún otro canal al aire, ningún rival para las telenovelas del Ateneo… tus telenovelas, Libardo.

Alarcón espabila, las gafas sobre el escritorio repleto de car-petas, papeles y revistas de farándula. Se despanzurra sobre la silla y piensa con morosidad, unos minutos para él, una eternidad para nosotros.

–No está mal –desata por fin, gerente que se respete es incapaz de decir las cosas como son–. No está mal.

–Un proyecto fascinante –irrumpe el Tuerto y se seca el sudor que le oscurece la camisa.

–¿Proyecto o promesa? –pregunta o susurra Alarcón.–Promesa es promesa –me comprometo con dignidad–. La

vaina se hace porque se hace. Y en esto hablo en nombre de… estoy autorizado a hablar en nombre de nuestro príncipe, el cofrade Jota Enrique Granados Roca.

–El hombre promete mientras mete –se me ríe Alarcón en la cara.

–Por esta cruz que redimió al mundo –me pongo no menos digno y juro en vano el santo nombre del redentor–. El Cunexacol se hace porque se hace.

Alarcón se contorsiona con el juramento.–¿Entonces qué? –dice el Tuerto con melindre–. ¿Hablamos

de economía?Untado un dedo, untada la mano. No flaqueo y le doy otra

vuelta a la tuerca.

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–Lo que necesitamos es… –camuflo la voz, insidioso, y soplo una cifra efervescente.

–Ah, no más que eso –se mofa Alarcón.Voltea el portátil, la pantalla es líquida, ilegible, demasiado new

economy pa’ este cucho. Saco otro concept board, una preciosidad de impresión. Alarcón se embejuca y desprecia la cartulina con las tablas de presupuestos.

–En estas maricadas es que ustedes se gastan la plata… concept boards… mucho embeleco.

Celebramos con estrépito, sepulcros blanqueados, las riso-tadas rebotan en los aparatos de aire acondicionado, mustios e inútiles. Señalo los 10 dígitos con la punta de mi Montblanc, tengo uno, no vayan a creer que no, y me vuelvo estatua: a la espera de sus comentarios me es grato saludarlo, seguro y atento servidor. Alarcón suspira, como me imagino que suspiran los gorgojos.

–¿Pero ustedes qué se están creyendo? ¿Que el Ateneo Co-lombiano es una fábrica de billetes?

–Impajaritable –corroboro, y sonrío con beatitud.