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Cuentos californianos Bret Harte Traducción de Rebeca Bouvier Prólogo de Jorge Ordaz "Bret Harte captó California y a los californianos por absorción inconsciente y les dio vida en sus cuentos" Mark Twain

Harte - Cuentos Californianos

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Harte, Bret. Cuentos californianos. Barcelona: Navona. 2009.

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Cuentos californianosBret Harte

Traducción de Rebeca BouvierPrólogo de Jorge Ordaz

"Bret Harte captó California y a loscalifornianos por absorción inconsciente y les

dio vida en sus cuentos" Mark Twain

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Bret Harte es el seudónimo de Francis Brett Hart (Albany,Nueva York, 1836 - Camberley, Surrey, 1902), escritor ypoeta estadounidense. En su adolescencia, asimiló confacilidad el griego y leyó precozmente las obras deShakespeare, Dickens, Irving, Cervantes, Fielding y otros,pero por necesidades económicas dejó la escuela y trabajóen diversos oficios. Desde 1854 a 1872 se estableció enCalifornia, donde produjo sus mejores obras, entre ellaslos cuentos reunidos en este libro.Se le ha comparado con Charles Dickens por su humoramargo y se le considera el precursor de O. Henry y MarkTwain, con el cual colaboró en una obra de teatro. Despuésde su etapa californiana se trasladó al Este yposteriormente vivió en Alemania, ejerciendo un cargodiplomático, y en Gran Bretaña, donde murió.

Rebeca Bouvier (Barcelona, 1968). Fue alumna de laEscuela Suiza de Barcelona, en la que el currículo seimpartía en alemán y castellano y se profundizaba eninglés y francés. En 1996, tras varios años trabajando enel sector publicitario, se fue a vivir a Nueva York. Allí seempapó de cultura anglosajona. En 2001 volvió aBarcelona, donde ha traducido para festivales de cine ymúsica y para diversas editoriales.

llustración de la cubierta: Bettman/CORBIS

BRETHARTE

CUENTOS CALIFORNIANOS

Traducción y notas de Rebeca Bouvier

Prólogo de Jorge Ordaz

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BrevesReencuentrosNAVONA

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Primera edición: junio de 2009

Publicado por NAVONA© de esta edición: Terapias Verdes,S. L.Aragón, 259, 08007 [email protected]© de la traducción: Rebeca Bouvier© del prólogo: Jorge Ordaz

Espíritu defrontera,prólogo de Jorge Ordaz 7

Títulos originalesThe Luck of Roaring Camp (1868)The Outcasts of Poker Flat (1869)Miggles (1869)Tennessee's Partner (1869)The ldyl of Red Gulch (1869)

Índice

Diseño de la cubierta: Eduard Serra

La suerte de Roaring CampLos marginados de Poker FlatMigglesEl socio de TennesseeEl idilio de Red Gulch

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Fotocomposición: Víctor Igual, S. L.Mallorca, 374, 08013 BarcelonaImpresión: Gráficas 94, S. L.Polígono Can Casablancas,calle Garrotxa, nave 5,08192 Sant Quirze del Valles

Depósito legal: B-18.677-2009ISBN: 978-84-92716-17-3

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita delos titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por lasleyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquiermedio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el trata­miento informático, y la distribución de ejemplares de ella me­diante alquiler o préstamo públicos.

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ESPÍRITU DE FRONTERA

En un ya clásico ensayo, el crítico Philip Rahv dividióa los escritores norteamericanos en dos grandes gru­pos: pieles rojas y rostros pálidos. Los primeros repre­sentarían la literatura al aire libre, de las clases humil­des, de las ciudades fronterizas o suburbios urbanos;los segundos, la literatura de interior, aristocrática yculta de Nueva Inglaterra. Desde el punto de vista so­ciológico unos serían plebeyos, otros patricios; estéti­camente las diferencias oscilarían entre el simbolismoy el naturalismo. A título de ejemplo, Hawthorne yHenry James serían rostros pálidos, mientras queMark Twain y Jack London serían pieles rojas.

Es claro que, en esta singular clasificación, FrancisBrett Hart (1836-1902), conocido en el mundo de lasletras por Bret Harte, pertenece, por derecho propio yde escritura, a la categoría de piel roja. Aunque nacidoen Albany, Nueva York, a los diecisiete años se trasla­dó a vivir, con su madre viuda, a California. Allí traba­jó en diversas ocupaciones, incluyendo una breve

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Prólogo

temporada como minero en Mother Lode. Luego seestableció en San Francisco, donde ejerció de tipógra­fo y periodista, publicando piezas en prosa, poemas ybocetos folklóricos con los que se dio a conocer. Enta­bló amistad con Mark Twain; y en 1867 dio a la luzCondensed Novels, una serie de parodias satíricas ypastiches de eminentes autores. Al año siguiente seconvirtió en editor principal de la recién fundadaOverland Monthly, revista en la que Harte publicaríasus más célebres relatos, tales como «La suerte deRoaring Camp-, «Los marginados de Poker Flat-,«Miggles»,«El socio de 'Iennessee- y «El idilio de RedCulch-, incluidos en el presente volumen y que figu­ran entre los mejores que escribió.

En sus relatos Harte despliega una galería de ge­nuinos personajes de la frontera: buscadores de oro,aventureros, tahures, prostitutas, chicas de saloon,pistoleros... Gentes de las sierras más bien toscas ypoco educadas, pero que detrás de su rudeza suelenesconder por lo general un gran corazón y son capa­ces, llegado el momento, de mostrar gestos de solida­ridad y de compañerismo de una gran dignidad. In­cluso los villanos no son tan malos como parecen.Gentes que lo esperan todo de la vida y a la vez nada,porque como dice el jugador John Oakhurst, «la suer­te es una cosa muy curiosa. Lo único que sabes con

1·Nteza es que cambiará. Y lo que te hace buen juga­dor es saber cuándo va a cambiar»

Los escenarios en los que se mueven estos perso­najes -Poker Flat, Sandy Bar, Roaring Camp- suelenser campamentos mineros, poblados de aluvión, don­de la ley, si existe, es muy tenue, y todo el mundotrata de sobrevivir como buenamente puede. Ingre­dientes característicos de dichos relatos son el sentidodel humor y un cierto sentimentalismo, deudores am­bos de su admiración por la narrativa dickensiana.Todo ello aderezado con detalles realistas, toques dia­lectales y un acentuado color local. Una combinaciónque convierte a su autor en un pionero del relato cor­to, típicamente americano.

La recopilación The Luck of Roaring Camp andOther Sketches (1870) fue un fenomenal éxito de ven­tas. Los cuentos californianos hicieron a Bret Hartefamoso de la noche a la mañana, no sólo en EstadosUnidos, sino en el mundo entero; y contribuyeron aforjar el universo del western que, en opinión de Bor­ges, es la gran forma moderna del género épico.

El público reclamaba sus relatos fronterizos delLejano Oeste y los editores se los disputaban. Empuja­do por la enorme popularidad, en 1871 Harte se fue aNueva York. Ocurrió entonces que, al tiempo que sucotización crematística subía a unas cimas nunca antes

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alcanzadas por ningún escritor (en 1871 logró que lareputada revista TheAtlantic Monthly le pagara 10.000dólares por doce relatos), su escritura empezó a decli­nar, hasta el punto de que ninguno de sus relatos pos­teriores alcanzó la calidad y la fuerza de los primeros.El listón se lo había puesto él mismo muy alto.

En esta tesitura Bret Harte optó por dar un cam­bio radical a su vida y se mudó a Europa, donde fuecónsul en Crefeld, Alemania (1878), y en Glasgow(1880). A partir de 1885, y hasta su muerte en 1902,se estableció en Londres, donde se sintió reconfortadotanto por la aceptación de los círculos literarios comopor los editores ingleses que, sabedores del aprecio desus lectores por los temas exóticos, aceptaron sus his­torias con más facilidad que en su país. Estos relatoscrepusculares, sin embargo, desprenden un inevitableaire de repetición, cuando no de autoplagio. Harte,que había empezado publicando una colección de pa­rodias de grandes autores terminó por imitarse a símismo. Se lo podía permitir, porque su obra estaba yaconsolidada y él mismo se había convertido en ungran autor. Y así fue cómo, rodeado de rostros pálidos,acabó sus días el que un día fuera gran jefe de lospieles rojas.

Jorge OrdazJunio de 2009

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LA SUERTE DE ROARING CAMP

Algo los había conmocionado a todos en RoaringCamp. No podía tratarse de una pelea, porque en 1850eso no era lo bastante novedoso como para reunir atodo el asentamiento. Las zanjas y las concesiones nosólo estaban desiertas sino que el «almacén de Tuttle­había contribuido con sus jugadores quienes, comobien se sabe, prosiguieron con calma su partida el díaen que French Pete y Kanaka Joe se mataron a tiros enla barra que había en la sala principal. El campamen­to entero estaba reunido delante de una cabaña rudi­mentaria situada en la linde del claro. Las conversa­ciones se llevaban a cabo en voz baja, pero con fre­cuencia se repetía el nombre de una mujer. Era unnombre suficientemente conocido en el campamento:Cherokee Sal.

Cuanto menos se diga de ella mejor. Era una mu­jer ordinaria y me temo que muy pecadora. Pero enesa época era la única mujer en Roaring Camp y sehallaba aquel día postrada por un dolor extremo, justo

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cuando más necesitaba de las atenciones de una per­sona de su propio sexo. Disoluta, abandonada y sinnadie que quisiera cuidar de ella, Sal estaba sufriendoun martirio suficientemente duro incluso si se sopor­taba en compañía de mujeres que la compadecieran.Pero ahora sufría los terribles dolores en soledad. Lamaldición primera le había llegado en el aislamientooriginal que debió hacer atroz el castigo a la primeratransgresión. Quizás era parte de la expiación de supecado, ya que en el momento en que más necesitabadel cuidado y ternura de las de su sexo, se encontrócon las caras medio despectivas de sus socios mascu­linos. Sin embargo, creo que a algunos de los especta­dores les afectó su sufrimiento. Sandy Tipton pensóque «Sal lo estaba pasando mal» y por un breve instan­te, al contemplar su estado, pasó por alto el hecho deque tenía en la manga un as y dos figuras.

Hay que decir que la situación resultaba novedosa.Las muertes no eran en ningún caso escasas enRoaring Camp, pero un nacimiento era algo nuevo. Lagente era despedida del campamento de manera efi­caz y final, y sin posibilidad de retorno. Pero esta erala primera vez que alguien era introducido en él desdeel principio. De ahí toda la agitación.

-Entra, Stumpy -dijo un ciudadano destacado,conocido como -Kentuck-, dirigiéndose a uno de los

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La suerte de Roaring Camp

observadores-. Entra y mira qué puedes hacer. Tú hastenido experiencia en estas cosas.

La elección era quizás apropiada. Stumpy habíasido, en otros climas, el supuesto cabeza de dos fami­lias. De hecho, Roaring Camp -ciudad de refugio- de­bía su compañía a cierta informalidad legal en dichosmatrimonios. La multitud aprobó la elección y Stum­PY fue lo suficientemente inteligente como para some­terse a la mayoría. La puerta se cerró tras el improvi­sado cirujano y partera, mientras todo Roaring Campse quedó fuera fumando sus pipas mientras esperaba.

Debía de haber unos cien hombres reunidos. Unoo dos eran en realidad fugitivos de la justicia, algunoseran delincuentes, y todos temerarios. Físicamente nomostraban señal alguna que delatara sus vidas y repu­taciones pasadas. El mayor granuja poseía una carasacada de una pintura de Rafael, con una gran mata depelo rubio; Oakhurst, jugador, tenía el aire melancóli­co y la abstracción intelectual de un Hamlet; el hom­bre más sereno y valeroso apenas medía cinco pies dealtura, tenía una voz dulce y una actitud vergonzosa ytímida. El término «toscos» que les era aplicado cons­tituía más una distinción que una definición. El cam­pamento era quizás deficitario en cuanto a dedos demanos, de pies y orejas ... pero estas ausencias no des­merecían la fuerza conjunta. El hombre más fuerte

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sólo tenía tres dedos en su mano derecha. El mejortirador sólo tenía un ojo.

Tal era el aspecto físico de los hombres dispersosalrededor de la cabaña. El campamento estaba situa­do en un valle triangular, entre dos colinas y un río. Laúnica salida era un sendero de pendiente muy pronun­ciada que llevaba a la cima de la colina situada frentea la cabaña y que ahora estaba iluminada por la luna.La mujer que sufría quizás la viera desde la burda literadonde yacía; quizás la viera devanándose como un hiloplateado hasta perderse entre las estrellas.

Una hoguera de ramas de pino añadió sociabilidada la reunión. La natural frivolidad de Roaring Campretornó gradualmente. Se hicieron y aceptaron apues­tas sobre el resultado. Tres contra cinco a que Sal so­breviviría; empate a que el niño sobreviviría. Ademásse hicieron apuestas de proposición sobre el sexo y elcolor de la piel del que había de llegar. En medio de laanimada discusión se oyó una exclamación proceden­te de aquellos más cercanos a la puerta. Todo el cam­pamento se detuvo a escuchar. Por encima del balan­ceo de los árboles y del gemido del viento entre los pi­nos, del rumor veloz del río y del chisporroteo del fue­go se alzó un grito agudo, quejoso, un grito distinto acuantos se hubieran oído en el campamento. El vientodejó de gemir entre los pinos, el río cesó su rumor y el

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fuego dejó de chisporrotear. Parecía como si la natura­leza también se hubiera detenido para escuchar.

iEl campamento entero se puso en pie al unísono!Se propuso hacer estallar un barril de pólvora, pero enconsideración al estado de la madre se impusieron me­jores consejos y tan sólo se dispararon algunos revólve­res, porque, ya fuera por la rudimentaria cirugía delcampamento, ya fuera por cualquier otra razón, el es­tado de Cherokee Sal se estaba deteriorando muy rápi­damente. En el plazo de una hora ya había ascendido,por así decir, ese escarpado sendero que lleva a las es­trellas, y de este modo abandonó para siempre RoaringCamp, su pecado y su vergüenza. No creo que el anun­cio inquietara demasiado a los hombres, excepto enrelación a la especulación sobre la suerte del niño.

-¿Podrá vivir? -preguntaron a Stumpy.La respuesta era dudosa. El único otro ser del mis­

mo sexo y condición maternal que Cherokee Sal en elasentamiento era un asno. Se hicieron algunas conje­turas acerca de la idoneidad, pero se probó el experi­mento. Hubo menos problemas que en el ancestralcuidado de Rómulo y Remo, y por lo visto se obtuvoel mismo éxito.

Una vez finalizados estos detalles, lo cual duró otrahora más, la puerta se abrió y la ansiosa multitud dehombres, los cuales habían formado una cola, entró

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en fila. Junto a la litera o repisa baja, donde la figurade la madre se perfilaba crudamente bajo las mantas,había una mesa de pino. Sobre esta había una caja develas y dentro de ella, envuelto en franela roja, yacía elúltimo llegado a Roaring Camp. Junto a la caja se co­locó un sombrero. Pronto se indicó su utilidad.

-Caballeros -dijo Stumpy con una singular mez­cla de autoridad y complacencia en virtud a su posi­ción-. Caballeros, sírvanse entrar por la puerta delan­tera, rodeen la mesa, y salgan por la puerta trasera.Los que deseen hacer una aportación al bienestar delhuérfano hallarán ese sombrero a mano.

El primer hombre entró con el sombrero puesto. Noobstante se descubrió mientras miraba a su alrededor yasí, inconscientemente, dio ejemplo a los que le seguían.En estas comunidades los buenos y malos hábitos sepegan. A medida que la procesión avanzaba se oyeronalgunos comentarios o censuras dirigidos quizás aStumpy por su papel de director del espectáculo: «lEsél?»; «Un espécimen bastante pequeño»; «No tiene el co­lor de su madre»; «Noes mayor que una Derringer-.' Lasaportaciones fueron características: una cajita de tabacode plata; un doblón; un revólver con montura de plata;una pepita de oro; un bellísimo pañuelo bordado perte-

l. Una pistola de cañón corto.

neciente a una dama (de parte de Oakhurst, el jugador);un broche de diamantes; un anillo de diamantes (dona­ción en respuesta al broche, ya que el comentario deldonante fue que «al ver el broche, subí a dos diamantesrnás-): una honda; una biblia (de donante desconoci­do); una espuela de oro; una cucharita de té de plata(cuyas iniciales, lamento decir, no eran las del donante);un par de tijeras de cirujano; una lanceta; un billete delBanco de Inglaterra de 5 libras; y unos 200 dólares enmonedas de plata y oro. Durante este trámite, Stumpymantuvo un silencio tan impasible como el de la muertaa su izquierda, una gravedad tan inescrutable como ladel recién nacido a su derecha. Tan sólo un incidenteinterrumpió la monotonía de la curiosa procesión. Alinclinarse Kentuck con cierta curiosidad por encima dela caja, el niño se giró y tras un gesto de dolor agarró eldedo con el que el hombre lo tocaba y lo sostuvo duran­te un instante. Kentuck se sintió ridículo y avergonzado.Algo parecido a rubor intentó imponerse en sus curti­das mejillas.

-iMaldito mocosillo! -dijo mientras soltaba el dedocon, quizás, más ternura y cuidado de los que habría creí­do ser capaz de demostrar. Al salir separó un poco esededo de sus compañeros y lo examinó con curiosidad. Elexamen hizo que repitiera la misma observación que hi­ciera respecto al niño. De hecho, parecía disfrutar repi-

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tiéndolo-. Ha jugueteado con mi dedo -Ie dijo a Tipton,sosteniendo el dedo en alto-, el maldito mocosillo.

Hasta las cuatro el campamento no se retiró a des­cansar. En la cabaña ardía una vela donde algunos vela­ban. Esa noche Stumpy no se fue a dormir. Ni tampocoKentuck. Bebió de buen grado y explicó con entu­siasmo su experiencia, cerrando siempre su relato consu característica declaración contra el recién llegado.Eso le eximía de cualquier injusta implicación relativa asentimientos y Kentuck poseía las debilidades del noblesexo. Cuando todos se hubieron ido a dormir, el hom­bre se fue caminando hasta el río silbando meditativa­mente. Luego trepó por el barranco que había más alláde la cabaña, aún silbando con efusiva despreocupa­ción. Se detuvo junto a una gran secuoya, volvió sobresus pasos y de nuevo pasó junto a la cabaña. Ya casi ha­bía llegado a la orilla del río cuando se volvió a detener.Luego regresó a la cabaña y llamó a la puerta. Stumpyla abrió.

-¿Cómo va? -dijo Kentuck mirando por detrás deStumpy, hacia la caja de velas.

-Todo tranquilo -respondió Stumpy.-¿Algo nuevo?-Nada. Hubo una pausa embarazosa mientras

Stumpy seguía en la puerta. Entonces Kentuck recu­rrió a su dedo, el cual levantó delante de Stumpy.

-.Jugueteó con él, el maldito mocosillo -dijo y sen-tiró,

Al día siguiente Cherokee Sal recibió rudimentaria"('1rnltura, como era costumbre en Roaring Camp. Trasenterrar el cuerpo en la ladera de la colina, hubo unareunión formal para discutir lo que había de hacersecon el niño. La decisión de adoptarlo fue unánime yentusiasta. Pero enseguida surgió una discusión muyanimada sobre la manera de atender sus necesidades yla posibilidad de llevarlo a cabo. Era sorprendente verque en la discusión no participara ninguna de las per­sonalidades feroces que normalmente dirigen talesdiscusiones en Roaring Camp. Tipton propuso enviaral niño a Red Dog -a cuarenta millas de distancia­donde había mujeres que le podrían procurar atencio­nes. Pero esta desafortunada sugerencia se topó conuna oposición feroz y unánime. Era evidente que enningún caso se contemplaría un plan que exigiera se­pararse de la nueva adquisición.

-Además -dijo Tom Ryder-, esos tipos de Red Dognos lo cambiarían y tratarían de endilgarnos a otro.

En Roaring Camp, al igual que en otros lugares,predominaba una desconfianza en la honestidad delos otros asentamientos.

También hubo objeciones a la introducción deuna niñera en el campamento. Se alegó que ninguna

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mujer decente aceptaría Roaring Camp como su ho­gar y el orador expuso que «no querían a ninguna másde las de la otra clase». Esta poco amable referencia ala difunta madre, a pesar de parecer cruel, fue el pri­mer espasmo de decoro, el primer síntoma de la rege­neración del campamento. Stumpy no dijo nada. Qui­zás sentía que era algo delicado el interferir en la se­lección de un posible sucesor a su puesto. Pero cuandose le preguntó, afirmó rotundamente que él y Jinny-el mamífero al que he aludido previamente- se laspodían arreglar para criar al niño. Había algo original,independiente y heroico en este plan que satisfizo alcampamento. Se hicieron traer de Sacramento algu­nos artículos.

-iüjo! Trae lo mejor que haya: encaje, ya sabes, yfiligrana y volantes. iNo importa lo que cueste! -dijo eltesorero mientras le entregaba una bolsa de oro enpolvo al mensajero.

Por raro que parezca, el niño prosperó. Quizás elclima tonificante del campamento de montaña com­pensó la escasez material. La naturaleza acogió en suseno al expósito. En esa rara atmósfera de las estriba­ciones de la sierra -de aire de punzante olor balsámico,ese eterno cordial a la vez vigorizante y estimulante­puede que hallara comida y alimento, o que una sutilquímica convirtiera la leche del asno en cal y fósforo.

Stumpy se inclinaba a creer en esto último y en sus bue­nos cuidados.

-Yo y ese asno -decía- hemos sido su padre y ma­dre. iNo se te ocurra -añadía dirigiéndose al indefen­so fardo que tenía delante- darnos la espalda!

Cuando el niño cumplió un mes de edad se hizopatente la necesidad de darle un nombre. Se le cono­cía en general como «el niño», «el muchacho de Stum­PY"' «el coyote» (en alusión a su poderosa voz) e inclu­so como el «maldito mocosillo-, el simpático diminuti­vo de Kentuck. Pero la opinión era que estos nombreseran imprecisos y nada satisfactorios, aunque fueronfinalmente descartados por otras razones. Los jugado­res y aventureros son generalmente supersticiosos yOakhurst dijo un día que el niño había traído «suerte»a Roaring Camp. Lo cierto era que últimamente habíahabido mucha. El nombre acordado fue «Luck»,2 conel prefijo Tommy para mayor comodidad. No se hizoalusión a la madre y el padre era desconocido.

-Es mejor -dijo el filosófico Oakhurst- empezar decero. Llamémosle Luck y démosle un principio justo.

Se escogió un día para el bautizo. El lector podráimaginar lo que se entendía por tal ceremonia, tenien­do idea de la temeraria irreverencia de Roaring Carnp,

2. Luck, suerte en inglés.

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El maestro de ceremonias fue un tal -Boston-, un re­nombrado bromista, y la ocasión prometía ser la mayorburla. El ingenioso y satírico personaje se pasó dos díaspreparando una parodia de servicio religioso con mor­daces alusiones locales. El coro ensayó como era debi­do y Sandy Tipton iba a ejercer de padrino. Pero des­pués de que la procesión se dirigiera a la arboleda conmúsica y banderas, y el bebé fuera depositado en el jo­coso altar, Stumpy dio un paso adelante ante la muche­dumbre expectante.

-No es mi estilo estropear la diversión, muchachos-dijo el pequeño hombre, categóricamente, mirandofijamente a las caras que lo rodeaban-, pero me pareceque esto no es precisamente apropiado. Me parece unabajeza hacerle esto a este bebé, mofarse de él sin quepueda entender nada. Y si ha de haber un padrino, megustaría saber quién tiene más derecho aquí que yo.

Tras el discurso de Stumpy, se hizo silencio. Dichosea en honor a todos los humoristas, el primer hom­bre que reconoció la justicia de la demanda fue el bro­mista, que interrumpió su diversión.

-Pero -dijo Stumpy rápidamente, aprovechandosu ventaja- estamos aquí por un bautizo y lo vamos atener. Yo te proclamo Thomas Luck, según las leyes delos Estados Unidos de América y del Estado de Cali­fornia; lo juro ante Dios.

Era la primera vez que se pronunciaba en el cam­pamento el nombre de Dios de manera no profana. Laforma de bautizar al niño fue quizás más absurda delo que en principio había concebido el bromista, peroaunque parezca extraño, nadie lo entendió así ni serió. Tommy fue bautizado con tanta seriedad como lohabría sido bajo un techo cristiano, y lloró y fue con­solado de la manera más ortodoxa.

Y así empezó la labor de regeneración en RoaringCamp. En el asentamiento se produjo un cambio casiimperceptible. La cabaña asignada a Tommy Luck +oLuck, como se le llamaba más frecuentemente- mostróseñales de mejora. Se mantenía escrupulosamente lim­pia y blanqueada. Se cubrió con tablones de madera,se pusieron cortinas y se empapelaron las paredes. Lacuna de palisandro -traída en mula desde una distan­cia de ochenta millas- había, dicho al estilo de Stumpy,«algo así como estropeado el resto de los muebles». Demodo que la rehabilitación de la cabaña fue una necesi­dad. Los hombres que adquirieron la costumbre de pa­sarse por casa de Stumpy para ver «qué hacía Luck- pa­recían apreciar el cambio y, en defensa propia, el esta­blecimiento rival, «el almacén de Tuttle-, no se quedóatrás e importó alfombras y espejos. Los reflejos de loshabitantes de Roaring Camp en estos últimos tendierona producir unos hábitos de higiene personal más estric-

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tos. De nuevo, Sturnpy impuso una especie de cuaren­tena a aquellos que aspiraran al honor y privilegio desostener en brazos a Lude Que Kentuck fuera excluidode este privilegio por ciertas razones prudentes fue unacruel vergüenza para este hombre, quien, ya fuera porla despreocupación que viene de ser un hombre de grantamaño, ya fuera por los hábitos de la vida en la fronte­ra, había empezado a considerar toda prenda corno unasegunda cutícula que, al igual que la de una serpiente,sólo mudaba debido al deterioro. Sin embargo, la sutilinfluencia de la novedad fue tal que al poco tiempo em­pezó a aparecer cada tarde con una camisa limpia y lacara reluciente por las abluciones. Tampoco se descui­daban las normas morales y sociales. Tornrny, quien te­nía que pasar su existencia en constante reposo, no de­bía ser molestado por el ruido. Los gritos y chillidos quehabían hecho que el campamento se ganara su desafor­tunado nornbre,3 no estaban permitidos cerca de la casade Sturnpy. Los hombres conversaban susurrando o fu­maban con la seriedad de los indios. En este recinto sa­grado las blasfemias se habían terminado y por todo elcampamento se abandonó una forma popular de im­properio, conocido corno «condenada suerte» o «malditasuerte», ya que había adquirido un nuevo significado.

3. Roaring, estruendoso en inglés.

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La música cantada no estaba prohibida ya que se supo­nía que poseía una cualidad relajante y tranquilizadora,y una canción cantada por «Man-o'-War Jack-, un mari­nero inglés de las colonias de Su Majestad en Australia,se hizo muy popular corno canción de cuna. Se tratabade la lúgubre enumeración de las hazañas del ArethusaSeventy-four4 en un tono amortiguado que se prolonga­ba al final de cada verso («Abooooordo del Arethusa»)hasta perderse. Era toda una visión contemplar a Jacksosteniendo a Luck, balanceándolo de lado a lado cornosi se tratara del movimiento de un barco, cantando sua­vemente su poema naval. Ya fuera por el peculiar ba­lanceo de Iack, ya fuera por lo largo de la canción -te­nía noventa estrofas y las cantaba con una parsimoniadeliberada hasta el final- esta lograba el efecto desea­do. En tales ocasiones los hombres se estiraban bajo losárboles en el suave crepúsculo estival, fumando sus pi­pas y bebiendo al ritmo de las melodiosas palabras. Entodo el campamento dominaba la clara idea de que enaquello consistía la felicidad pastoral.

-Esto es gloria -dijo Cockney Sirnrnons, reclinán­dose meditabundo sobre el codo. Le hacía pensar enGreenwich.

4. Uno de los nueve barcos de la Marina inglesa con el nom­bre Arethusa.

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En los largos días de verano, llevaban a Luck nor­malmente al barranco de donde Roaring Camp tomabasus doradas provisiones. Ahí yacía, sobre una manta es­tirada bajo ramas de pino, mientras los hombres traba­jaban en las zanjas. Más tarde hubo un intento tosco dedecorar la enramada con flores y matas olorosas y gene­ralmente alguien le traía una madreselva, o azaleas, oflores de lila. Los hombres de repente se dieron cuentade que había belleza y significado en estas nimiedades,nimiedades que habían pisoteado sin el menor cuidadodurante mucho tiempo. Una escama de mica, un frag­mento de cuarzo abigarrado, un guijarro brillante delfondo del arroyo, de repente adquirieron belleza antesus ojos despejados y fortalecidos, y eran colocados a unlado para Luclc Era maravillosa la cantidad de tesorosque los bosques y laderas producían y que «serían para'Iommy-. Es de suponer que Tommy estaba contento,rodeado de juguetes que Úingún niño fuera del país delas hadas había poseído jamás. Parecía feliz, si bien escierto que demostraba una seriedad infantil y que ensus redondos ojos grises había una luz pensativa que aveces preocupaba a Stumpy. Siempre era tratable y si­lencioso, y está documentado que una vez, tras habergateado fuera de su corral -una valla de ramas de pinoteseladas que rodeaban su cama- cayó al talud de cabe­za sobre la tierra suave y se quedó durante al menos

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La suerte de Roaring Camp

«inco minutos con las sucias piernas al aire, sin cambiarele~ posición y con expresión inmutable. Fue recogido;;i11una queja. Dudo si explicar otros ejemplos desusa­gacidad que descansan, desafortunadamente, en las de­elaraciones de amigos predispuestos a su favor. En al­gunos había incluso algún matiz de superstición.

-Acabo de subir por el talud -dijo Kentuck un día,sin aliento y muy excitado-, y maldita sea mi piel si noestaba hablándole a un arrendajo que se había posadoen su regazo. Ahí estaban, tan libres y sociables comosi nada, hablando como dos ángeles.

Sea como fuere, ya fuera trepando por las ramas depino o bien estirado perezosamente mientras guiñaba alas hojas que tenía encima, los pájaros le cantaban, lasardillas cotorreaban y las flores se abrían. La naturale­za era su niñera y su compañera de juegos. Para él, elladejaba pasar a través de las hojas saetas doradas de luzque caían justo a su alcance; enviaba brisas que lo visi­taban con el perfume del laurel y las resinas. Las altassecuoyas asentían somnolientas, las abejas zumbaban ylas piedras graznaban un apacible acompañamiento.

Tal fue el verano dorado de Roaring Camp. Goza­ban de una época de abundancia ... y la suerte -Luck­estaba con ellos. Las concesiones rindieron enorme­mente. El campamento velaba celosamente sus privile­gios y miraba con recelo a los extraños. No se fomentaba

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la inmigración y para hacer el aislamiento aún más per­fecto se ocupó debidamente toda la pared montañosaque rodeaba el campamento. Esto, y la singular compe­tencia con el revólver, mantuvo inviolada la reserva deRoaring Camp. El mensajero -el único vínculo que po­seían con el mundo exterior- explicaba a veces histo­rias maravillosas sobre el asentamiento. Solía decir:

-Tienen una calle, allá en Roaring Camp, que su­pera a cualquier calle en Red Dog. Enredaderas y :flo­res decoran sus casas y se lavan dos veces al día. Peroson sumamente hoscos hacia los extraños y adoran aun bebé indio.

Con la prosperidad del campo también vino undeseo de mejorarlo. Se propuso construir un hotel laprimavera siguiente e invitar a una o dos familias de­centes a residir en él por Luck, quien quizás sacaríaprovecho de la compañía femenina. El sacrificio queesta concesión costaba a estos hombres, extremada­mente escépticos en cuanto a la virtud y utilidad gene­ral del mismo, sólo puede explicarse por su afecto porTommy. Algunos continuaron estando en contra. Peroel propósito no podría llevarse a cabo hasta dentro deal menos tres meses y la minoría cedió mansamentecon la esperanza de que algo ocurriera que impidierasu realización. Y así sucedió.

El invierno de 1851 será largamente recordado en

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La suerte de Roaring Camp

las estribaciones. La nieve cubrió las sierras y todos losarroyos se convirtieron en ríos, y los ríos en lagos. Cadagarganta y barranco se transformó en un tumultuosocurso de agua que descendía por laderas arrancandoárboles gigantes y esparciendo terreno y restos por todala planicie. Red Dog había sufrido dos inundaciones yRoaring Camp había recibido advertencias.

-El agua puso el oro en los barrancos -dijo Stum­py-. Estuvo aquí y volverá aquí.

Esa misma noche el North Fork se desbordó derepente y barrió el valle triangular de Roaring Camp.

En la confusión del agua desbordada, los árbolesaplastados, el crujir de los troncos y la oscuridad queparecía discurrir junto al agua y borrar del mapa el her­moso valle, poco se pudo hacer por recuperar el disper­so campamento. Cuando amaneció, la cabaña junto alrío donde vivía Stumpy había desaparecido. Algo másarriba del barranco encontraron el cuerpo del desafor­tunado dueño; pero el orgullo, la esperanza, la alegría,la suerte de Roaring Camp había desaparecido. Al re­gresar con los corazones compungidos oyeron un gritoque venía desde la orilla.

Era un barco de socorro de río abajo. Habían re­cogido, decían, a un hombre y a un niño, casi exhaus­tos, dos millas más abajo. ¿Los conocía alguien? ¿Per­tenecían a este campamento?

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Apenas necesitaron una mirada para reconocer aKentuck, que yacía cruelmente aplastado y magullado,pero sin soltar de sus brazos a Luck, la suerte de RoaringCamp. Cuando se inclinaron sobre la extraña parejavieron que el niño estaba frío y no tenía pulso.

-Está muerto -dijo alguien. Kentuck abrió los ojos.-¿Muerto? -repitió débilmente.-Sí, amigo, y tú también estás muriendo.Una sonrisa iluminó los ojos de Kentuck.-Muriendo ... -repitió-; me lleva con él. Decid a

los demás que ahora tengo la suerte de mi lado.Y el robusto hombre, aferrándose al frágil bebé

como un hombre que se ahoga se aferra a una briznade paja, se dejó llevar por el umbrío río que corre parasiempre hacia un mar desconocido.

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LOS MARGINADOS DE POKER FLAT

Cuando John Oakhurst, jugador, salió a la calle princi­pal de Poker Flat la mañana del veintitrés de noviem­bre de 1850, fue consciente del cambio en el clima mo­ral del lugar respecto a la noche anterior. Dos o treshombres que estaban hablando seriamente cesaron suconversación cuando se acercó a ellos e intercambia­ron miradas significativas. En el aire flotaba una calmasabática que, en un asentamiento nada acostumbrado ala influencia del sabbat, no presagiaba nada bueno.

La cara tranquila y apuesta de Oakhurst revelabapoca preocupación ante tales señales. Otro asunto erasi era consciente de cualquier causa predispuesta. «Su­pongo que van detrás de alguien -pensó-; probable­mente se trate de mí». Volvió a colocar en su bolsillo elpañuelo con el que se había limpiado el polvo rojo dePoker Flat de sus cuidadas botas y apartó discretamen­te de sus pensamientos cualquier otra conjetura.

El caso es que Poker Flat «iba detrás de alguien».El asentamiento había sufrido últimamente la pérdida

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Buscadores de oro, tahúres, prostitutas, aventureros ... estos son algunosde los personajes que llenan los relatos del escritor norteamericano BretHarte. Ambientados en las sierras de California, a mediados del siglo xix,estos cuentos nos traen las vidas y los avatares de aquellos pobladores, de rudaapariencia pero en general de buen corazón, cuyas vidas transcurren entredesgracias y golpes de fortuna. En Roaring Camp el nacimiento de un niño escapaz de convertir un bronco poblado minero en una apacible, casi bucólicaaldea. En Poker Flat un grupo de proscritos, atrapados en la nieve, se enfrentaa un destino cruel. Una enigmática mujer, Miggles, acompañada de un oso,vive una existencia de renuncia por causa de un hombre no menosenigmático. En Sandy Bar, Tennessee y el socio de Tenneseee, acabanfinalmente encontrándose, después de haber compartido la misma mujer.En Red Gulch una estirada maestra de escuela y el borrachín del puebloestablecen una extraña relación a partir de una confesión inesperada.

Los cuentos californianos de Bret Harte, con su color local de Ja frontera,realismo costumbrista y sentido del humor, hicieron famoso a su autor en todoel mundo. Los cinco cuentos seleccionados en el presente volumense encuentran entre los más conocidos y mejores que escribió.

Breves Reencuentros se propone devolver a la actualidad obrasde grandes autores perdidas en el tiempo o poco conocidas

ISBN978-84-92716-17-3

1 191178849211716173

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