Héctor G. Oesterheld - El Eternauta y otros cuentos

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    Direccin de coleccin: Juan Sasturain Diseo de coleccin: Juan Manuel Lima

    Dibujo de tapa y vietas interiores: Francisco Solano Lpez

    Ediciones Colihue S.R.L.

    Av. Daz Vlez 5125 (1405) Buenos Aires-Argentina

    I.S.B.N. 950-581-913-7

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    Hecho el depsito que marca la ley 11.723

    IMPRESO EN LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA

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    NDICE

    El EternautaSondas

    Una muerte

    El rbol de la buena muerte

    Un hombre comnRetorno

    Un extrao planeta... planeta... planeta...

    Paria espacial

    El Eternauta: tres veces Salvo

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    EL ETERNAUTA

    Un crujido en la silla del otro lado del escritorio. Alc los ojos y ah estaba, otravez.

    El Eternauta, mirndome con esos ojos que haban visto tanto.Durante un largo rato se qued ah, mirando sin ver el tintero, los libros, los

    papeles desordenados sobre el escritorio.Te cont de Hiroshima... dijo y apoy la cabeza ya blanca sobre la mano.

    Te cont de Pompeya...Hizo una pausa, me mir sin verme; de pronto sonri.Ni yo mismo s por qu te hablo de todo eso... y la voz le vena de quin

    sabe qu eternidad de espanto, de quin sabe qu inmensidad de dolor y angustia.Quiz te hablo de todo esto para borrar con otro horror el horror que trato de olvidar.Mientras cuento vuelvo a vivir lo que cuento... Y si hablo de Hiroshima, si hablo dePompeya, olvido el horror mximo que me toc vivir. Qu fue Pompeya, qu fueHiroshima al lado de Buenos Aires arrasado por la nevada?

    Volvi a callar. En el cuarto vecino, alguna de mis hijitas se revolvi en la cama.Me estremec. Qu desnudos estamos en el mundo, qu blanco fcil somos!

    Ya te cont... el Eternauta vacilaba en reanudar su relato cmo me separde Elena y de Martita. Ya te cont cmo, buscndolas, qued perdido en el espacio yen el tiempo... Lo que no te cont todava es cmo sigui la invasin de los Ellos.

    Cmo? lo interrump. Sabes acaso cmo termin la invasin?Por supuesto que lo s...Los ojos se le redondearon de espanto y por un momento cre que iba a gritar.Por supuesto que lo s... repiti. Yo volv a la Tierra poco despus de que

    tratara de escapar metindome con Elena y Martita en la cosmonave de los Ellos... Yose lo ped, y el Mano me ayud a volver. Fue l quien me llev a una extraa gruta

    abierta en la roca, una gruta con paredes de cristal con luces extraas que saltabande una pared a la otra. Era como estar en el centro de un endiablado fuego cruzado

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    de ametralladoras luminosas que no hacan dao, que no hacan ms que encandilar,aturdir con tanto destello multicolor. All creo que me desvanec. Recuerdo slo elrostro del Mano, iluminado por los destellos que le irisaban los cabellos, mirndomecon ojos que sonrean tristes. S, deb desvanecerme. Y la gruta de los cristales debiser otra mquina del tiempo.

    Cuando volv en m, cuando volv a ser dueo de mis sentidos, me encontr en ellugar menos esperado: estaba en el agua, nadando. Un agua bastante fra, colormarrn. Un ro ancho aunque no demasiado, pero muy caudaloso. Sauces en lasorillas, un rbol de flores rojas: seguro que un ceibo.

    Orillas familiares, muy familiares... Comprend en seguida que eso era el Tigre. Ycuando reconoc un chalet supe que estaba en el ro Capitn, no lejos del recreo"Tres Bocas".

    La corriente era fuerte. Yo haba dejado de luchar contra ella y me dejaba llevar,

    nadaba oblicuamente hacia la orilla con los sauces verdes y los ceibos de floresrojas... Una "golondrina de agua" me pas por delante, con chirrido leve, y se alejrozando el agua. Segu nadando. El corazn me lati con renovado mpetu. Y no erapor el fro del agua. Era la golondrina lo que me reanimaba...

    La golondrina, las rojas flores del ceibo, significaban que todo viva en aquellugar, que estaba en una zona donde no haba cado la nevada mortal. Un lugardonde no hacan falla los trajes espaciales, donde se poda mirar el cielo azul y hastahaba olor a madreselvas en el aire...

    Un dedo del pie se me endureci; comprend que empezaba a acalambrarme.Me di cuenta de que me estaba extenuando y no podra seguir en el agua mucho

    ms. Lo mejor sera nadar cuanto antes hacia la orilla.Redobl el vigor de las brazadas. Me fui quedando sin aliento pero avancapreciablemente; dej la parte donde la corriente era ms fuerte y me encontr por fincerca de la orilla. Me dej llevar hasta un muelle que penetraba varios metros en elro, me tom de uno de los troncos que lo sostenan y, aliviado, trat de normalizar elritmo de la respiracin.

    Dej el tronco, pas a otro y casi me enred en el hilo de un espinel. Fueabsurdo, pero se me antoj un disparate que alguien hubiera tendido un espinel... Sinembargo, nada era ms natural que aquellas pequeas boyas de corcho pintadas deblanco y de rojo que suban y bajaban por el oleaje.

    Por fin pude asirme a la escalera. Tante con los pies buscando el primerescaln. Estaba roto. Trat de encaramarme, y recin entonces me di cuenta hastaqu punto estaba fatigado."Tranquilo, J uan... Qu apuro tienes?", trat deserenarme. "Descansa un poco, ya te vendrn las fuerzas para subir".

    Para distraerme del cansancio mir el ro. Un paisaje familiar, que me recordabatantos domingos de remo, tantas madrugadas de pesca recorriendo algn espineltendido durante la noche entre los juncos...

    All enfrente haba otro muelle con un letrero, uno de esos pequeos carteles decasi pattico optimismo: "Los tres amigos"...

    Un ruido fuerte, casi sobre mi cabeza. Y otro ms, en seguida.

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    Mir, y all arriba, sobre el muelle, lo vi: un hombre vestido con campera, sinafeitar, de edad indefinible, corpulento. Me miraba con ojos serios, como pensando siconvena salvarme o si era preferible dejarme llevar por la corriente.

    De pronto se decidi: baj los escalones, haciendo mover el maderamen, y metendi la mano.

    Me dej ayudar. No estaba tan cansado despus de todo y pude subir bastantebien. Pero fue bueno sentir aquel brazo que se estiraba en mi ayuda...

    Ya los dos arriba del muelle, el hombre se present:Soy Pedro Bartomelli...J uan Salvo repliqu, estrechndole la mano ancha y inerte, algo callosa.

    Suerte que me ayud a subir, amigo empec a tiritar por el fro, trat de movermepara hacer escurrir el agua. Me cans nadando contra la corriente, casi me habaquedado sin fuerzas para subir.

    La verdad que tuvo suerte. Lo vi de casualidad; por un momento me pareci

    que era un tronco... Me acerqu pensando que estara estorbando el espinel. Fue poreso que lo vi.

    Usted sabe algo de lo que pasa? dije no bien me recobr. Es que repronto volva a recordarlo tocio: la nevada de la muerte, la invasin de los Ellos, laenorme desolacin tendida como un invisible pero abominable sudario sobre todoBuenos Aires, los combates contra los Gurbos, mi desesperado reencuentro conMartita y con Elena, la carrera hacia el interior, los hombres-robots persiguindonos...Record a Favalli, a los dems amigos, todos ya convertidos en hombres robot... Escurioso, pero en aquel momento no record para nada mi entrada a la cosmonave delos Ellos ni el encuentro con el Mano, all en su planeta... Sin embargo, me pareca lo

    ms natural haber aparecido de pronto all, nadando en medio de un brazo delParan...La verdad es que no s lo que pasa... dijo el hombre perplejo, meneando la

    cabeza. No termino de entender nada... Fui en bote hasta el Tigre, pero no llegu alLujan: al entrar al arroyo del Gambado lo encontr totalmente bloqueado por botesatravesados, algunos medio volcados: todos con los ocupantes muertos, cubiertos poruna sustancia blanquecina... La misma sustancia estaba en las plantas, en todaspartes. Todo pareca muerto, como quemado por una gran helada...

    Ya saba lo que era aquello: quera decir que la nevada de la muerte haballegado hasta poco ms al sur del Tigre. Era posible que el resto del Delta se hubiera

    salvado.Y usted? sobresaltado, descubr que el hombre me miraba con ojos

    entrecerrados, cargados de recelo. Tiene armas usted?No... y entreabr los brazos como invitndolo a registrarme.De todos modos, aunque hubiera tenido algn arma de muy poco me hubiera

    podido servir, empapado como estaba.De dnde viene? Pedro Bartomelli siguimirndome con mirada llena de sospecha.

    Cmo contestarle? Ni yo mismo lo saba. Hice un gesto vago hacia BuenosAires. Trat de inventar una excusa:

    Estaba en una canoa... Me distraje, se me volc...Venga, no se preocupe ms... dijo finalmente.

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    Despus el hombre ri, me palme con fuerza y empezamos a caminar hacia lacasa pintada de rojo, con techo de cinc a dos aguas, construida sobre pilotes demadera.

    Era un chalet parecido a muchos otros... La isla misma era igual a tantas otrasque yo conociera... Tan parecida a la "Alicia", la isla donde pas algunos de los dasms dichosos de mi vida... Por un momento me pareci estar viendo a los amigos,trabajando con palas junto a un gran fuego demasiado grande, como siempreparael asado que debamos preparar...

    Pero el fro, los msculos acalambrados y el cuerpo que tiritaba me recordaronpor qu estaba all. Duele, a veces, volver al presente.

    Ya estbamos muy cerca de la casa cuando se abri una puerta. All, en unaespecie de balcn, apareci una mujer. J oven no tendra ms de veinticinco aos, de pulver y vaqueros, con un rostro que en otro tiempo habra sido quiz dulce y

    alegre pero ahora estaba transido. No haba lgrimas en l, pero cuando se ha lloradomucho, ah quedan las marcas. AJ lado, medio escondido, se le apretaba un chicocon el pelo rubio que le caa hasta los ojos.

    Adentro! Ya te dije que adentro!Pedro Bartomelli pareci ladrar la orden. Fue un grito tan sbito que me hizo

    sobresaltar. Deb mirarlo sorprendido, porque me sonri:Venga, amigo Salvo. Buscaremos un poco de vino bajo la casa. Ah lo guardo,

    para que est ms fresco. Celebraremos el encuentro...Me agach para pasar entre los pilares: haba all las consabidas caas de

    pescar, algunos cajones vacos, canastos de mimbre desvencijados, latas, botellas

    vacas...Dnde est el vino? pregunt, por decir algo; la verdad es que no tena

    ningn deseo de beber. Era algo caliente lo que yo necesitaba.Debajo de esa pila de cajones vacos me explic el otro, sealando a un

    lado. Lo guardo all, as nadie me lo encuentra.Me inclin, trat de apartar el cajn vaco de ms abajo. Hice un esfuerzo, la pila

    era mucho ms pesada de lo que pareca, apenas lo mov.Fue entonces cuando vi una sombra que se mova detrs de m. No s por qu,

    pero me encog.

    Y eso me salv: el tremendo golpe dado con la barreta de hierro no me dio delleno en el crneo porque el hombro amortigu parte del impacto que pudo ser fatal.Aturdido, con la cabeza que me quemaba, me di vuelta, medio cayendo contra

    los cajones. Pero ya Pedro Bartomelli levantaba el brazo para repetir el golpe, memiraba enloquecido de rabia.

    No s qu hice, pero el hierro me silb junto al odo, se estrell contra uno de loscajones. Hubo ruido de maderas rotas. Trat de asirle el brazo, forceje, trat dedarle un rodillazo pero la cabeza se me iba: estaba completamente "groggy". Elhombre me sacudi, me empuj a un lado, y no pude seguir sujetndolo.

    Como en una pesadilla, lo vi que volva a alzar la barreta. Ahora no tena

    escapatoria: me tena prcticamente "clavado" contra los cajones.Alc la mano, en intil ademn de defensa...

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    La detonacin pareci estallarme dentro del crneo.Por un instante cre que era el hierro que me haba golpeado pero no: haba sido

    un balazo disparado a un par de metros.Pedro Bartomelli, enderezndose, trataba de volverse. Finalmente el brazo

    armado con la barreta se abati y el hierro cay con ruido sordo sobre el piso detierra. Despus las rodillas de Pedro Bartomelli se aflojaron y se derrumb hecho unovillo.

    All qued, con una mano movindose espasmdicamente, en saludo absurdo...Entonces la vi: all estaba la mujer, con la pistola humeante en la mano. Me

    apuntaba a m...Pero... dije cuando cre que ya me disparaba.No se preocupe... baj el arma, se pas la mano cansada por el rostro.

    Entre l y yo no haba nada... Llegu hace menos de una hora en un bote y prometiayudarme; a m y a Bocha... Pero era un monstruo!

    Con un estremecimiento, la mujer mir a un lado, hacia el cuerpo cado, yretrocedi como si el muerto pudiera hacerle algo todava.

    All... y seal hacia una espesura de plantas de hojas anchas. All, enesa zanja, hay por lo menos cinco personas muertas... A todos los mat l: l mismome lo dijo, como vanaglorindose... Parece que era la familia de los dueos delchalet. Dijo que si no le obedeca, me matara como a ellos: fue por eso que me losmostr. Suerte que lleg usted...

    Pero... por qu los mat?Dijo que era la ley de la jungla... Que todava tendra que matar a muchos

    ms, hasta sentirse bien seguro. A usted lo recibi y le convers hasta que averigusi poda serle til o no...Mir al cado, de bruces, con el brazo estirado: ya no saludaba ms...No era culpable de lo ocurrido, cmo culparlo por haber reaccionado con tanta

    violencia ante una situacin tan inesperada como la de la nevada mortal? Era unhombre de accin, y haba reaccionado ante la emergencia de la nica forma a la queestaba acostumbrado.

    Atencin... Atencin... una voz metlica, all arriba, dentro del chalet, mesacudi como un latigazo. Pedro tendra compaeros, ocultos dentro de la casa?

    Pero no, aquello sera absurdo...Es la radio la mujer sonri dbilmente, al advertir mi sobresalto. Una radio

    a pilas secas... Debe haberla encendido el Bocha. Lo encerr con llave cuando baj:debe estar asustadsimo. Voy con l.

    La segu, totalmente aturdido, ms por el brusco cambio de la situacin que porel golpazo que recibiera en la nuca.

    Atencin... Atencin... la radio segua.El "speaker" deba ser mejicano o centroamericano por la forma de pronunciar.Entramos a la habitacin. El chico se incrust literalmente en la madre, llorando.

    O el tiro... fue todo lo que atin a decir. La mujer lo abraz, trat decalmarlo.

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    Yo, lo confieso, me preocup poco por ellos; todo lo que me interesaba era laradio. Hasta entonces no haba odo ningn mensaje del mundo exterior... Ni siquierasaba con certeza si haba algn mundo exterior al rea de la invasin. Los nicosmensajes que haba captado antes, con Favalli y los otros, haban resultado trampastendidas por los mismos Ellos.

    Volvemos a transmitir ahora para Amrica del Sur... Queda confirmado que lainvasin, aunque muy extendida en el continente, abarca slo reas reducidas. Esmuy grande la superficie que no ha sido afectada por la invasin, y es mucho msnumerosa de lo que se crea en un primer momento la cantidad de sobrevivientes...Se aconseja a lodos la mayor calina y tambin la mayor prudencia: por el momento esintil pensar en ataques aislados contra el invasor: sus armas son demasiadopoderosas. Y volvemos a destacar el enorme peligro de los hombres robots: es poreso que conviene mantenerse alejado de los invasores, para no ser apresados yconvertirse en instrumentos del enemigo. Cada persona, cada familia debe quedarseen su casa ocultndose lo mejor que pueda. Deben tener completa fe de que muy

    pronto llegar el contraataque que, tal vez en cuestin de horas, aniquilar lainvasin. Como informramos anteriormente, los gobiernos dlos Estados Unidos, deRusia, Inglaterra y Francia, ya estn completamente de acuerdo para una accinconjunta contra el invasor: se ha designado comandante supremo... un zumbido, unruido spero, la pequea radio de fabricacin japonesa no fue de pronto otra cosa queuna pequea cajita de material plstico llena de zumbidos...

    Han interferido la transmisin... Siempre ocurre lo mismo... la mujer recorritodo el largo del dial, pero fue intil. Por suerte alcanzamos a escuchar algo. Hayesperanzas, todava!

    No... No se haga ilusiones para qu dejarla soar; de todos modos pronto se

    enterara de la realidad. Ya escuch antes esas transmisiones. Son todas trampas.Terminan dando instrucciones para que todos se renan en ciertos lugares... Lossobrevivientes obedecen y, cuando quieren acordarse, ya se encuentran rodeados dehombres robots... Es intil luchar: pronto estn ellos mismos, todos convertidos enhombres robots... Yo lo he visto, y no hace mucho... Me salv apenas.

    La mujer me mir desconcertada, creo que con rabia porque le quitaba aquellaltima luz de esperanza. El chico segua apretndose contra ella desesperadamente.

    Hombres robots? No entiendo lo que son... dijo la mujer. Varias veces ohablar de ellos en la radio.

    Los Ellos, los jefes de la invasin a los que nadie, que yo sepa, ha podido vertodava, tienen bajo sus rdenes a unos seres inteligentsimos, con manos de dedosmltiples... Son las manos. Estos, a su vez, manejan a los hombres robots: sonhombres capturados a los que les insertan en la base del crneo, en la nuca, unaparato especial provisto de muchas lengetas que se clavan en el sistemanervioso... Por medio de ese aparato convierten al cautivo en un verdadero autmata,capaz de recibir rdenes transmitidas desde muy lejos y de obedecerlas sin chistar,aun a costa de la propia vida...

    No segu explicndole porque ocult el rostro entre las manos, junt la cabezacontra la del chico y all qued, sacudida por enormes o incontrolables sollozos.

    Mir por la ventana. Haba sol, el ro segua corriendo igual que siempre, elverde de las plantas luca lujoso. Estbamos en invierno pero era un da hermoso: un

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    da como tantos domingos del recuerdo, con el ro lleno de botes, de lanchascolectivas, de cruceros suntuosos y envidiables... Pero era intil dejar de pensar en eldrama que nos rodeaba:

    La transmisin de la radio era una trampa... reiter.

    Aunque, si era una trampa, quin la haba interferido? Era algo para pensarlo:quiz despus de todo la transmisin era autntica... Las transmisiones trampas queyo oyera antes no haban sido interferidas nunca... Claro que tambin poda ser sloun defecto de la transmisin... Para qu ilusionarse?

    Sacud la cabeza y trat de concentrarme en la situacin en que me encontraba:de pronto, como una gran ola, me llen toda la angustia de la separacin, todo lo queme haba ocurrido haca tan poco tiempo...

    Martita... Elena...Volvera a verlas alguna vez?

    Mire otra vez el ro. Ya no me pareci hermoso ni nostlgico: de pronto volvi a

    serlo que era, una va de comunicacin, un camino para la fuga o para el reencuentro:"El hombre dijo que la nevada haba llegado hasta el Gambado... Tendra que tomarun bote, salir al Paran y probar de desembarcar a la altura de Campana o deZarate... As podra volver al lugar adonde dej a Martita y a Elena...".

    Un rugido inconfundible, totalmente inesperado aunque nada poda ser mslgico que orlo all, me lleg de pronto.

    Una lancha!Tambin la mujer lo haba odo y se precipit a la ventana, a mi lado. Por el ruido, debe ser una lancha colectiva.

    Era incongruente, costaba creer que todava poda correr una lancha. Sinembargo era imposible dudar: s, del lado del Tigre vena una lancha a toda velocidad.Antes de que pudiera contenerlos, la mujer y el chico se lanzaron afuera, bajaron

    la pequea escalera, corriendo hacia el muelle. Tuve que seguirlos, a pesar(le queera una imprudencia enorme: y si eran hombres robots?

    Al l, en el codo, abrindose bastante porque el ro estaba en bajante, apareci lalancha. S, era una colectiva.

    No deben vernos! No les haga seas! grit.Llegu por fin junto a la mujer, trat de tomarla por el brazo. Pero era tarde: ya

    haba hecho seas. Y ya la lancha torca el rumbo, enderezaba hacia nosotros.

    Por qu no hemos de avisarles? la mujer me mir sorprendida. Es laprimera lancha que veo en das!

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    Pueden ser hombres robots expliqu con rudeza, tomndolos a los dos porel brazo y tratando de alejarlos del muelle.

    Pero me contuve: ya la lancha esta muy cerca, poda ver con toda claridad a losocupantes, al hombre que, a popa y con un cabo en la mano, se aprestaba a lamaniobra del atraque. Ninguno de ellos tena el fatdico instrumento en lanuca__Desist de escapar.

    La popa de la lancha dio contra el muelle. El hombre del cabo se asi a un poste,ayud a la mujer y al chico a subir. En seguida salt yo.

    Adonde vamos, seor? pregunt.Al Paran. A La Cruz el hombre era un isleo de rostro requemado por el

    sol.A La Cruz? nunca haba odo ese nombre.S... All se est reuniendo toda la gente de la zona... Ya hay dos mil, por lo

    menos...

    Quin los manda?El capitn Roca... Un capitn retirado. Un hombre muy ducho en manejar

    gente, se ve a la legua. Desde hace tres das estamos fortificando una isla.Contra quin?Contra los hombres robots, pues. Contra quin haba de ser?Me gust la manera de mirar del isleo. Seguro que se senta un poco padre

    de todos los que haba recolectado con la lancha.Me sent junto a la mujer y el chico. Mir al resto del pasaje, una veintena de

    personas. Podran ser los pasajeros de un domingo cualquiera si no fuera por los

    rostros sin afeitar con las facciones hundidas, como comidas por el espanto. Quinsabe qu experiencias haba vivido cada uno!...

    Otro muelle, con un hombre haciendo seas.Medio viejo, rubio, con grandes bigotes manchados de tabaco. Un italiano del

    norte, seguro, rodeado por media docena de perros pomerania.Subi a la lancha, se sent a mi lado.Menos mal que vinieron me sonri con la boca y los ojos azules. Ya crea

    que tendra que quedarme para siempre. El patrn tuvo que irse con el "fuera de

    borda" sigui contando ms para l que para m. La lancha no le arrancaba.Demasiado cargado el bote, con la mujer y los chicos.Y a vos no te llev, claro... Te dej para que te pudrieras... el isleo de

    rostro requemado escupi a un lado.Eso s que no! El patrn y la seora quisieron llevarme, hicieron de todo. Pero

    yo no les hice caso, saba que iban demasiado cargados. Me escond en el monte ytuvieron que irse sin m. Habrn credo que estaba loco... Pero no, no lo estaba. Megust or al chico del patrn, llamndome cuando ya el bote estaba lejos... Los mirpor entre los juncos hasta que dieron la vuelta al codo.

    Call el hombre, y slo se oy el rugir del motor.

    Martita... Elena... La mujer y el chico... El italiano de los bigotes que habaquerido contarla salvacin de sus patrones, que lo eran todo para l.

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    Era para abrumar, para desesperar. Pero el espritu tiene una capacidadinsospechada para soportar la congoja. Podra haber enloquecido, pero el cerebro mesigui funcionando, ocupndose de cosas mnimas. Por ejemplo, todava no saba elnombre de la mujer que tena al lado.

    Todava no s cmo se llama la mir, y supe que el rostro ya no estabaacostumbrado a la sonrisa.

    Amelia... Amelia de Herrera. Este es el Bocha.Ya lo saba, pero acarici la cabeza del chico. Sonre, adivin que ramos

    amigos.Ya estbamos en pleno Paran, bastante picado. Haba viento fresco. Iba a

    preguntar si faltaba mucho cuando el hombre de la popa anunci:La Cruz. Ya llegamos.

    Era una isla como tantas, con una buena casa al fondo y un muelle nuevo,slido, recin pintado. Haban levantado una gran cruz de troncos, desproporcionada.Deba de haberles costado mucho plantarla all.

    Estaban en pleno trabajo de fortificacin: centenares de hombres, ayudados pormujeres y por chicos, cavaban una gran zanja y echaban la tierra que sacaban sobreun gran terrapln que ya circundaba la isla hasta donde se poda ver.

    Otros hombres plantaban estacas, para darle mayor solidez. Record algunas delas fortificaciones de la Edad Media que viera en la Historia de Malet. Y pens en lasdefensas de barro de la primera ciudad de Buenos Aires...

    Bajamos, cruzamos la zanja por dos tablones, hombres armados nos dieron

    paso.Ms reclutas, mi capitn el isleo nos present, orgulloso de su trabajo.El capitn, un hombre de uniforme indefinible, tena pantalones color caqui,

    chaqueta de la gendarmera, botas altas; la gorra dorada le quedaba rara sobre aquelconjunto que era y no era marcial.

    Al terrapln nos orden casi sin separar los labios. Hay palas de sobraall: a trabajar!

    Ya lo oyeron el sargento nos hizo una sea con la cabeza, march connosotros hasta que llegamos al terrapln.

    Aqu tienen palas de sobra.S, haba una increble cantidad de palas y de picos."Asaltaran un almacn de ramos generales" pens.

    Nos pusimos a cavar. Los hombres dndole a la pala, las mujeres cargando latierra en cestas de mimbre, de las que se usaban para la fruta.

    Trabajen... No hay tiempo que perder...Cada tanto el capitn haca una gira de inspeccin. Se golpeaba las botas con

    un junco; su presencia era un estmulo indudable, pues todos aceleraban las paladasapenas lo vean.

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    Trabajen... Cuando est listo el terrapln empezaremos la instruccin militarcon ustedes tambin... Cada hombre debe poder luchar como un veterano...Trabajen... No se paren... Trabajen...

    Por fin tuve que descansar: los brazos, la espalda no me daban ms. Aprovechque el sargento se enfrascaba en conferencia con el teniente y me dej caer contra elterrapln.

    "Qu estamos haciendo aqu? Tiene algn sentido lodo esto? Las defensasque preparamos son nada contra las armas de los Ellos..."

    Un matecito? el italiano de los bigotes haba encontrado tiempo paraencender un fuego. Vaya uno a saber de dnde haba sacado la pava, el mate y layerba.

    Se lo acept, me hizo mucho bien el trago estimulante. Comenc a ver todo loque me rodeaba con un poco ms de tranquilidad.

    Hasta ese momento haba estado verdaderamente idiota, me haba dejado

    manejar como una criatura. Tena que explicarle al capitn lo que en realidad eran losEllos. Era muy posible que ninguno en toda la isla tuviera la menor idea del poderode invasin. Pretender defendernos con los pocos rifles, winchesters y escopetas quetenamos era como pelear con arcos y flechas contra la bomba atmica.

    Me separ de los que trabajaban en el terrapln y camin hacia la casa.Pas entre dos escuadras de hombres que hacan ejercicios militares a las

    rdenes de otro "sargento", un absurdo suboficial con pulver, "breeches" y botas.Dnde est el capitn? pregunt a un viejo que, olvidado de todos, estaba

    sentado en la escalera de madera que suba a la casa.No me contest. Se limit a sealarme con el pulgar a un lado, debajo de la

    casa.All encontr al capitn: sentado ante una mesa con una botella de whisky al

    lado, miraba un tosco plano de la isla con las dos fortificaciones que se estabanconstruyendo.

    Con su permiso... empec.Pero no me dej seguir:Aqu tiene me tendi una bandeja; llvele la comida al perro.Perplejo, mir lo que contena: un plato con carne fra, papas, una botella de

    cerveza y un atado de cigarrillos.

    Pero...Haga lo que le digo!Tom la bandeja y busqu la casilla. Mejor obedecer que llevarle la contra. Era

    capaz de hacerme castigar.All! el dedo imperioso del capitn seal al otro lado de la casa.En ese lugar, el espacio entre los pilotes de cemento que sostenan la

    construccin estaba cerrado con chapas: slidas maderas las sostenan en su lugar.Llegu con la bandeja, busqu la entrada. La encontr: una pequea puerta.

    Haban cortado la chapa, abajo, para dejar pasar la comida.

    Desde adentro alguien debi orme llegar, porque sent golpes fuertes contra laschapas.

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    Mir al capitn y lo vi concentrado nuevamente en su mapa. Mir a los hombresque, ms all, trabajaban febrilmente en el terrapln. Mir la bandeja con la absurdacomida para el "perro".

    Me decid: dej la bandeja en el suelo y corr el improvisado cerrojo quemantena en su lugar la chapa que haca de puerta.

    Adentro haba un hombre. Maniatado, amordazado.Lo desat de prisa; el capitn no deba darse cuenta.Por fin... el prisionero se frot las muecas. Era un hombre maduro, de

    rostro fresco, casi rosado, ojos miopes a los que le hacan falta los anteojos...No entiendo... Por qu lo ataron? me acord de preguntar mientras le

    desataba los pies.Quiz estaba haciendo mal en soltarlo. Pero no: aquel hombre no poda haber

    hecho nada malo, no tena aspecto de malhechor.Tenemos que escaparnos, amigo... No lo conozco a usted, pero veo que se dio

    cuenta. El capitn Roca est loco... Ni siquiera es capitn, es un abogado... Yo soy sumdico, lo estaba por traer de Rosario por barco, para internarlo en un sanatorio deBuenos Aires, cuando ocurri la nevada...

    Tambin nev en Rosario?Tambin...Una gritera all afuera: el "capitn" haba descubierto la puerta abierta de la

    "casilla".Vmonos!Corr detrs del mdico, que tropez, entumecido an por el largo tiempo que

    haba permanecido atado.Subimos con trabajo el terrapln.Atrpenlos! tron a nuestras espaldas la voz del "capitn". Trenles!Rajamos al otro lado del terrapln. Vi a Amelia y al Bocha acarreando tierra con

    las cestas.Vengan! les grit.Sin ms explicaciones los llev conmigo. Corrimos, nos metimos entre las

    cortaderas.Nos detuvimos a cosa de un par de cuadras, sin aliento: el mdico jadeaba, cre

    que se descompona.No nos persiguen... dijo. Y no sigui porque apenas si poda respirar.Fue entonces cuando son la descarga, del lado del ro.Me di cuenta que desde haca unos momentos habamos estado oyendo el motor

    de una lancha.Otra descarga, gritos...Empezaba el ataque de los hombres robots.

    Me asom por sobre las cortaderas, mir hacia el terrapln: haba humo azulado,

    chisporroteaban los fusiles, ruga el motor de la lancha que maniobraba para ponerseparalela a la costa.

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    Reserven las municiones! El asedio puede ser largo! o gritar al "capitn".Disparos.El motor ruga ms fuerte: la lancha daba ya de flanco contra el terrapln, los

    hombres robots saltaban a tierra.

    El fuego de los defensores se hizo intenssimo.Cayeron varios hombres robots. Pero siguieron saliendo de la lancha; algunosllegaban a tierra al saltar, otros vadearon hasta recostarse contra el terrapln y desdeall disparaban sus armas hacia arriba...

    Por un instante me sorprend tratando de identificar los rostros de los hombresrobots: estaran entre ellos Favalli y algunos de los otros? Pero no, no reconoc aninguno...Qu hacemos? murmur el mdico a mi lado, despavorido.

    Mejor irnos dije, obligando a agacharse al Bocha, que se empeaba enasomarse por sobre las cortaderas para ver mejor. Los hombres robots vencern detodas maneras... Aunque stos sean rechazados, vendrn muchos ms...

    No...El mdico mene la cabeza. Su rostro era de facciones pequeas y haba ahora

    una rara nobleza en l. Record, no s por qu, a un profesor de anatoma que habatenido hace mucho tiempo, en el Nacional.

    No puedo irme... el mdico se incorpor. Hago falta all.Y seal el terrapln donde ya los hombres robots se encaramaban, baleando a

    quienes lo defendan mientras comenzaban a huir.Es intil! Los defensores ya estn siendo vencidos! lo tom por el brazo y

    luch por soltarse.

    Hago falta all! Djeme!Olvdese de ese loco, doctor... Ya hizo demasiado por l...Se me escap con un violento arrancn y corri por las cortaderas hacia el

    terrapln.No pienso en el "capitn" alcanz a gritar. Pienso en los heridos!Me agach, avergonzado.Pero ya los hombres robots se atrincheraban en el terrapln, del lado del ro, y lo

    usaban como parapeto para diezmar a balazos a los defensores.El mdico no dio siquiera veinte pasos.

    Tres hombres robots lo vieron venir, dispararon: el doctor cay como si lehubieran hecho un "tackle" bajo.

    Volv a agacharme. Amelia temblaba a mi lado; el Bocha tena lgrimas en losojos pero, a la vez, apretaba con fuerza los puos. La sangre le herva, querapelear... "Cmo sera el padre?", me sorprend pensando.

    Gritos, balazos, all en el campamento. Los hombres robots ya dominaban lasituacin, perseguan a los defensores. Muchos de stos se rendan, tiraban lasarmas y alzaban los brazos.

    Vmonos! orden.

    Y nos alejamos agazapados por entre las cortaderas.

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    Avanzamos as durante varios minutos. Cruzamos zanjas, algn arroyo. Dolapasar los pequeos puentes pintados por los dueos de las casitas, pintados paraotros das, para otras vidas de un tiempo muy diferente... Tiempo sin "nevadas",tiempo sin Ellos, tiempo con vida en todas partes...

    Los tiros se fueron apagando a lo lejos.

    Un bote! y el Bocha me seal un chinchorro islero, atado a la escalera deun muelle.Haba visto otras embarcaciones antes y no me haba atrevido a detenerme

    porque quiz algn hombre robot nos segua. Pero ya estbamos lejos. Nadie habanotado nuestra fuga.

    Subimos al chinchorro.Tom los remos, empec a darle; la corriente era a favor. Trat de mantenernos

    junto a la orilla; los sauces nos ocultaran .Orill un rbol cado a un costado del ro.Apur la remada. All lejos vi la lancha de los hombres robots que se apartaba de lacosta.

    Nos haban visto!No tuve tiempo de dudar: la lancha vir, aceler, se vino a gran velocidad.

    Aceler la remada y ocult el bote al otro lado del rbol cado. Nos quedamos ah.Por qu deja de remar? Amelia, asustada, haba visto tambin la lancha.Es intil continuar, nos alcanzaran en seguida... Quiero ver si nos

    descubrieron o no...No, no venan por nosotros. La lancha iba ahora a lo largo del juncal de la otra

    orilla. Varios hombres robots saltaron de pronto al agua, se hundieron hasta el pechoy vadearon con los fusiles en alto. Subieron a la orilla y pronto omos tiros, tierra

    adentro.Estn cazando fugitivos...Sigamos... suplic Amelia.No le pude contestar porque la maleza, a mi lado, pareci explotar.Dos hombres, con las ropas destrozadas y los rostros desencajados surgieron

    como fieras perseguidas, manotearon el chinchorro, casi lo tumban...No podemos llevarlos! No hay lugar! grit.No me hicieron caso, Uno pas la pierna, el bote se inclin an ms y

    empezamos a hacer agua.

    Levant un pie y empuj. Le di en el pecho, cay hacia atrs.

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    El otro trat tambin de subir, pero ya Amelia, con fuerte envin, apartaba elchinchorro del borde. El hombre midi mal la distancia y cay al agua.

    Bufaron los dos, bracearon desesperados hacia el bote.Si trataban de subir, nos hundiramos todos. Y all lejos, volva a tronar el motor

    de la lancha de los hombres robots, acercndose...Una mano muy blanca, con mucho vello, se aferr a la borda.Saqu un remo y golpe, de punta, directamente a la cabeza. Le di de lleno, vi

    sangre en la sien del hombre antes de que se soltara y medio desapareciera bajo elagua. El otro ya se aferraba a la proa, pero no le di tiempo para ms: alc el remo ygolpe de nuevo, apoyando el golpe con todo el peso del cuerpo.

    Se solt; la corriente lo llev.Vmonos! Amelia estaba aterrada.Pero no le hice caso. Por entre las ramas del rbol cado vi acercarse la lancha.

    Seguro que los hombres robots haban visto nuestra lucha y se venan a toda marcha.Abajo del bote! orden. Tenemos que volver a escapar!Otra vez en tierra, metindonos ntrelas cortaderas. Con el motor de la lancha

    cada vez ms fuerte en los odos.Prense! grit, tomando al Bocha por el brazo. Nos esconderemos aqu,

    en esa zanja.Ya la lancha deba de estar frente a nosotros.Con el agua al pecho nos agazapamos en la zanja, medio nos incrustamos

    debajo de una espesura de hortensias y madreselvas.La lancha se detuvo.

    Dejamos de respirar. Era posible que nos hubieran visto?Voces, gritos, disparos...Comprend: haban visto a los dos hombres que se llevaba la corriente y

    pensaran que trataban de escapar a nado.Terminaron los disparos, volvi a rugir el motor.Me asom con cuidado y respir: la lancha se alejaba.Seguimos escondidos un poco ms hasta que el motor se oy apenas.Sigamos tierra adentro orden. Demasiado peligroso seguir por el ro.

    Bordeamos la zanja, cruzamos con gran trabajo una enorme espesura demadreselvas y zarzamora, salimos a los fondos de otro lote. Un naranjal, pomelos, unchalet ms atrs. Pero no pudimos acercarnos. Algo me zumb junto a la cabeza yuna ramita cay: la detonacin de un rifle.

    Quietos! una voz fuerte hizo eco al estampido.Por fin lo vimos.Un hombre grande, de rostro gordo, blando, sin afeitar. Vesta vaqueros;

    demasiado maduro para vestir as.A la casa orden, apoyando las palabras con un movimiento enrgico del

    rifle, un Halcn calibre 22.

    Y si no vamos?

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    No s por qu pero algo se me revelaba all adentro. Estaba harto de que memanejaran...

    Te quemo, si no vienen... Vamos, movindose! insisti, ampliando an msel movimiento con el rifle.

    Eso lo perdi.Apenas vi el rifle de costado me le abalanc. Consegu aferrar el cao; lanc lacabeza hacia adelante y deb darle en el mentn, porque me doli atrozmente.

    Me enderec, sin soltar el rifle. Tampoco l lo solt. Sent el puo golpendomeen las costillas, otro golpe a la cabeza.

    No s bien lo que hice: deb soltar el rifle, porque estoy seguro de que le pegucon la derecha, un golpe corto, furioso, que lo calz bajo el odo. Vacil, se meprendi, quiso abrazarse; le sacud al estmago, err un par de golpes en el afn determinarlo. Cay a un lado, me arrastr consigo, rompimos algo que debi ser unrosal porque pinchaba, me hund.

    Luchbamos en el borde de una zanja.No s dnde estaba el rifle; l se agach, buscando algo, y se enderez de

    pronto armado con una navaja.El acero termin de enceguecerme: lo tom por la mueca, golpe y golpe.

    Pero sigui forcejeando, no poda acertarle ningn golpe de "knock out" y me estabacansando: cada vez me era ms difcil sujetarle la mano armada. Le hice unazancadilla mientras le sujetaba el cuello y terminamos de caer los dos en la zanja, yoencima.

    No me levant, segu apretando, no le dej sacar la cabeza del agua...

    Forceje, convulso, manote ya sin la navaja, pero no lo solt.Hasta que dej de moverse.Me enderec. Qued flotando con la camisa a rayas rota a lo largo de la espalda."Otra muerte ms", pens "Qu me est pasando? Me estoy convirtiendo en

    una fiera.."Pero no era tiempo para reflexiones absurdas.Sin embargo Amelia y el Bocha me miraban con ojos agrandados. Tambin ellos,

    seguro, estaban pensando lo mismo que yo: con qu fiera andaban?Record que en realidad tambin ella tena una muerte. Aunque aquello haba

    sido diferente: no haba matado como yo, tan de a poco. Es distinto matar de unbalazo que matar con las propias manos...Sacud la cabeza.Vmonos a la casa orden. Pueden vernos los hombres robots desde el

    ro.Me siguieron.

    Una casita blanca moderna, una galera con enrejado de madera verde, un cartelmuy pintado: "Las Hortensias".

    Tengo hambre dijo el Bocha apenas entramos en el comedor, un cuartogrande y casi vaco de muebles.

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    Tambin yo y trat de sonrer.Pero no haba nada en el aparador. Ni platos, ni vasos: nada.Mejor se quedan aqu, ustedes dos dije. Tratar de buscarles algo para

    comer. Seguro que algo encontrar. Descansen, que les hace falta, y traten de no

    asomarse.No me contestaron, pero obedecieron y se sentaron.Lo esperaremos dijoAmelia.

    Pero seguro que se estaba acordando del otro hombre, el que "coleccionabamuertos en la zanja". Y yo ya tena uno en mi haber... Le resultara como el otro?

    Quise preguntarle qu pensaba, pero me contuve. Total, para qu?Sal, busqu el rifle Halcn y tom por un sendero que supuse llevara a lo largo

    de los lotes. Tuve que pasar junto a la zanja. All segua la espalda con la camisa arayas, rota.

    Segu de largo.Una plantacin de lamos, talados hacia poco; una cerca de ligustros mal

    cortados, un montn de cajones rotos, casi negros de tan podridos. Viejos letrerosrotos de Coca Cola y La Superiora. Y botellas. Una enorme cantidad de botellas...

    "La espalda de un almacn", pens.S, era un almacn; all se alzaba la vieja construccin de barro blanqueado y

    techo de paja. Uno de los pilotes estaba torcido y toda la casa se ladeaba un poco."Puede haber gente. Debo andar con cuidado".Me acerqu por atrs, procurando no hacer ruido. Un barril. Me sub y llegu a la

    ventana. Empuj: estaba abierta.

    "Tengo suerte", sonre. Era, s, un almacn islero con las estanteras llenas decosas. Busqu una bolsa en la penumbra. "A ver qu llevo. No debo cargarme concosas intiles. Para empezar..."

    La puerta se abri de un golpe.Dos hombres armados, de rostros torvos, me apuntaban.Podan ser isleros. O podan ser los dueos del almacn o...Hubo dos fogonazos. Algo me golpe en la camisa. Me agach y me hice a un

    lado, tratando de evitar los disparos; ca entre un montn de latas de conserva, a unlado del mostrador.

    Le errdijo uno, dando un salto hacia adelante.Alcanz a tirar otra vez pero con demasiado apuro: el fogonazo me encegueci.

    Sin embargo yo tambin pude disparar. Mi fogonazo lo ilumin y vi, neto, el agujerode la bala en la campera negra, en medio del pecho.

    Se encogi, cay hacia adelante.El otro quiz choc contra l. O quiso flanquearme o no supo dnde haba cado

    yo. No lo s: de pronto lo vi tropezar y sent que un par de sacos de yerba sedeslizaban sobre m.

    Semicado, quise incorporarme. Vi un tobillo, ms all de los sacos; manote, ylo hice caer a la vez que apretaba el gatillo del rifle.

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    Pero le err y medio se me cay encima. Nos dimos un cabezazo. Me encontrtratando de que no me apretara el cuello.

    Vio que no me podra estrangular porque me haba agarrado mal y quisopegarme. Aprovech para torcer el cuello, zafndome.

    Entonces se tir al otro lado. Me sorprendi el movimiento pero lo comprend enseguida: estaba manoteando el cuchillo que el otro tena en la cintura.Me tir sobre l antes de que terminara de aferrarlo, se lo hice caer, y volvimos a

    forcejear, sin golpes netos, los dos jadeando como desesperados, tratando de llegarhasta el arma.

    Otra vez la astucia de animal salvaje. No s cmo se me ocurri pero apenastuve la idea la ejecut: lo dej estirar la mano hasta el cuchillo y entonces le tom elbrazo estirado; hice fuerza con mi otra mano debajo de su codo y le retorc el brazo ala espalda. Segu haciendo fuerza hasta que grit de dolor. Otro esfuerzo ms, contodo el cuerpo como resorte, y sent que le zafaba la articulacin del hombro. Dio un

    grito.Lo vi vencido y lo solt, agotado por el tremendo esfuerzo. Pero, con el hombrodislocado y todo, volvi a manotear el cuchillo.

    Entonces me abalanc sobre l, le pegu tras la oreja y de pronto me sorprendya con el cuchillo en la mano, ya clavndoselo hasta el mango en la espalda.

    Me levant, aterrado.Lo haba muerto.Igual que al otro.Igual que al anterior, al que ahogara en la zanja.

    Tres muertos, en cuestin de minutos.La mujer y el Bocha.Suerte que los tena a ellos para pensar. No s dnde encontr la bolsa, pero la

    cargu con cuanta cosa pude, hasta que ya no caba ms.Me ech la bolsa al hombro, sal de la casa.Un puente sobre el arroyo, una lancha mal cubierta con lona.Mir: era una "cris-craft" moderna. El motor reluca, haba estopa sucia de aceite,

    herramientas; comprend que los dos hombres la haban estado acondicionandocuando yo llegu.

    "Nos vendra bien para seguir huyendo", pens.Con la bolsa al hombro volv de prisa a la casa donde haban quedado Amelia yel Bocha.

    Sub la escalera.Pero no abr en seguida la puerta."No les contar lo que pas en el almacn... No entenderan... Pensaran

    demasiado mal de m".Abr, entr.Qued clavado en el umbral.

    El cuarto estaba vaco. Vacos tambin los dos dormitorios.Amelia y el Bocha haban desaparecido.

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    "Quiz creyeron que no volvera... Se cansaron de esperar... Quiz se los llevalgn otro... Quiz vinieron los hombres robots en mi ausencia..."

    Pens esperarlos, pero, no s por qu, yo saba que la separacin era definitiva:haban aparecido de pronto en mi camino, y ahora, de pronto tambin,desaparecan...

    Y yo sin saber siquiera quines eran... Sal de la casa, me hund en un pajonal.Abr una lata de sardinas. La devor... "Como un animal, ocultndome en laespesura". Me estremeci lo exacto de la comparacin: s, me estaba convirtiendo enun animal...

    Com, devor las conservas, y despus, agazapado, mirando con recelo a cadapaso, trot de vuelta hacia la casa donde haba matado a los dos hombres.

    No me acerqu al destartalado almacn. Fui directamente hasta el zanjn dondepoco antes viera la lancha.

    Ella s estaba all todava, tapada a medias por una lona.

    Hice un rpido inventario: nafta, agua, aceite... Haba cantidad de todo. Los doshombres la haban estado equipando para un largo viaje. Latas de conserva para porlo menos quince das; dos rifles, uno de calibre 44... Sumados al winchester que yatena era un armamento ms que formidable para un hombre solo. Haba cajas deproyectiles como para sostener todo un combate.

    Puse en marcha el motor. Me cost: era un "krisler" ltimo modelo, algo raro param. Por suerte el agua estaba alta y lentamente fui movindome por el zanjn.

    Y sal al ro.Aceler, tom hacia el norte.

    "Rosario fue arrasada por la nevada" me haban dicho poco antes. "Pero ms alnorte alguna ciudad tiene que haberse salvado: Paran, quiz, o Santa Fe" pens."No es posible que todos los lugares estn dominados por los Ellos. En algn sitiohabr una radio que funcione, podr saber lo que pasa en el mundo..."

    Navegar hacia el norte era alejarse definitivamente de Elena, de Martita. Pero yasaba yo hasta qu punto era un suicidio intentar hacer algo solo, por mi cuenta. Minica oportunidad de volver a verlas alguna vez era unirme a quienes combatancontra los Ellos; si al final la Tierra triunfaba, era posible que nos reuniramos denuevo. Si la Tierra era derrotada, qu importaba ya nada entonces? Yo estaramuerto o, lo que era lo mismo, convertido en un hombre robot como Favalli, comoFranco, como Mosca...

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    Pero no tuve mucho tiempo para pensar en planes: no llevaba ms de cinco odiez minutos de navegar a unos cincuenta kilmetros por hora cuando, al doblar uncodo del ro, vi una lancha colectiva detenida junto a un muelle. Hombres armados seestaban embarcando en la lancha. Me bast un vistazo para saber quines eran:hombres robots.

    La lancha pareci saltar; se despeg del muelle y vir hacia m.Pero yo no la esper y aceler a fondo; no me alarm demasiado porque la ma

    era mucho ms veloz que una lancha colectiva.Pero hubo chisporroteo de fogonazos en el flanco de la lancha, algo como

    insectos furiosos silb en el aire y sent dos o tres chicotazos contra el casco: meestaban baleando.

    Un golpe de volante a la derecha, otro a la izquierda, hice un rpido zigzag yaceler an ms. En el siguiente recodo los haba perdido de vista.

    Segu a velocidad mxima. Otro recodo. Me met por el primer brazo lateral que

    encontr y por fin reduje un poco la velocidad: tena combustible de sobra pero mejorno derrocharlo, no poda adivinar cuntas carreras como aqulla me esperabantodava...

    Continu navegando, bien alerta, mirando constantemente a los lados y haciaatrs.

    Y de pronto lo vi.Apareci sobre los lamos de una isla, como si los saltara por encima con

    tremendo impulso.

    Un avin Corsair, de los usados por la marina.Se vino en lnea recta hacia m, volando cada vez ms bajo.El instinto me hizo virar, apartndome. Por suerte all el ro era muy ancho.Dos destellos en las alas del aparato y dos cohetes que pasaron junto a la

    lancha: uno estall en el agua, el otro rebot y se perdi no s dnde.Como un trueno, el avin me pas por encima, hizo un viraje cerrado y en

    seguida lo tuve otra vez atacndome, ahora por la proa...Nuevos destellos en las alas,pero ahora era el inconfundible chisporrotear de las ametralladoras. Hice otro zigzag atiempo. Hubo latigazos furiosos en un costado de la lancha, vi hervir el agua...

    Otra vez el trueno indescriptible pasndome por encima: cre que me abrasarael chorro de fuego...

    "Si no pierdo la cabeza puedo torearlo..", pens. "Todo consiste en maniobrar lalancha en el ltimo instante, cuando empieza a disparar... Suerte que la lancha esagilsima..."

    Pero no me dio nueva oportunidad de seguir probando mis habilidades: con lamisma presteza con que apareciera se perdi all en el fondo, tras un monte decasuarinas.

    No lo vi ms. El ro y la tarde siguieron calmos, llenos de sol, como si nunca lamuerte hubiera bajado del cielo buscndome...

    Pero estuve lejos de sentirme aliviado: el ataque del Corsair demostraba que loshombres robots o mejor dicho los Ellos que los dirigan, estaban estrechamente

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    ligados entre s por comunicaciones radiales. La lancha colectiva haba avisado mifuga y en seguida haban lanzado un avin en mi persecucin...

    Viendo la inutilidad del ataque areo, con qu se vendran ahora?"O mucho me equivoco, o aqu termina mi investigacin... Si me atacan con

    aviones, no podr eludirlos indefinidamente... Lo mejor ser dejar la lancha en lacosta y seguir escapando por tierra..."S, quiz era eso lo que tendra que hacer. Aunque seguir por tierra significara

    tardar semanas, afrontando quien sabe qu penurias y peligros para recorrer lo que,con la lancha, me insumira no ms de dos o tres das...

    Antes de que lo hubiera resuelto, ellos mismos dieron un corte al problema,cuando otra vez apareci algo por encima dlos rboles... Algo que volaba muy bajo,que casi toc con las ruedas los sauces de la orilla, que se me vino con las palasgirando lentamente: un helicptero.

    "Claro", pens mientras volva a acelerar a fondo. "Se dieron cuenta de que unCorsair es demasiado rpido... Con un aparato lento como el helicptero podrncazarme sin mayor problema..."

    Mi lancha era velocsima: el helicptero aceler tambin pero le cost mucho irdescontando la ventaja que le llevaba.

    Pero no me hice ilusiones porque poco a poco los tena cada vez ms cerca. Yen la "ampolla" entrev la silueta de tres hombres. Uno de ellos tena un arma grande,un fusil ametralladora por lo menos...

    "Siguen acercndose. Es intil, no tengo ms velocidad. Por ms que maniobre,por ms que zigzaguee, por ms que trat de eludirlos, les ser muy sencilloacribillarme... No hay caso: ahora s que tengo que embicar la lancha... Y pronto!"

    La lancha, lanzada a toda velocidad, planeaba casi enteramente sobre el agua.Los rboles de las orillas huan, eran una sola franja verde, y de pronto daba lo mismotorcer a la derecha o a la izquierda.

    Como un absurdo halcn que se precipita ya sobre su presa, el helicptero seme vena encima; pronto empezaran a buscarme las rfagas del fusil ametrallador.

    "A la izquierda".Tom la decisin pero no alcanc a virar.Con un arrancn violento, torciendo de pronto el rumbo, el helicptero pareci

    saltar hacia adelante y a un lado: muy inclinado por un momento, pareci zambullirseentre los rboles. Antes de que me diera cuenta de nada ya no lo vea ms...

    Aturdido, sin saber an bien lo que pasaba, mantuve el rumbo por un tiempo;poco a poco fui reduciendo la velocidad cuando se me hizo certeza que el helicptero,vaya uno a saber por qu, haba abandonado de pronto la persecucin.

    "Quiz se le acab el combustible... Quiz recibi orden de atacar algn blancoms importante..."

    Pero tampoco entonces pude reflexionar mucho: el ro se ensanch de pronto ycuando quise acordarme me encontr en la inmensa llanura lquida del ro Paran.Haba algo de neblina y apenas si se alcanzaba a ver la orilla opuesta.

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    "Ahora s que puedo escapar! Cruzar lo ms rpido que pueda y tomar rumboal norte pegado a la orilla opuesta... Ellos no podrn saber para dnde fui, si para elnorte o para el sur... Pero..."

    Haba hecho mal en entregarme al optimismo. Ahora las vea: como si hubierenestado esperndome a los lados del ro, dos lanchas colectivas me cerraban el paso,y un crucero blanco, de lneas aerodinmicas, se apartaba ya de una orilla ymaniobraba como para impedirme escapar por aquel lado... En los tres barcos vihombres robots, todos armados... A un lado del crucero blanco dos de ellos meapuntaban con una ametralladora liviana.

    No vacil un instante: imprim al volante un giro rapidsimo. Creo que jamslancha alguna vir con tanta presteza. Acelerando a fondo, volv a meterme en el rode donde viniera.

    Pero no haba terminado de enderezar la lancha cuando el pulso se me detuvo: a

    velocidad fantstica, desde el fondo del ro, se me vena algo que por un instante creque era un gran cohete.Era un Sabr, un jet de modelo desconocido para m, de alas pequeas, que de

    pronto estaba en mi camino y ya tronaba a mis espaldas... Ni tiempo me dio casi deasustarme, de esperar el disparo de los cohetes...

    Me volv y una detonacin violentsima me sacudi, cre por un momento que mehaba lanzado una bomba.

    "Tranquilo, J uan, tranquilo... No es ms que el estampido causado al romper labarrera del sonido... "

    S, no haba disparado bomba alguna, yo segua entero, el motor de la lancha

    funcionaba normalmente. Pero, entonces: qu haca ahora el jet?All lo vi, sobre el Paran, cmo daba un viraje cerrado, bajaba a ras del agua y

    se pona en posicin para buscarme... Un potente, ultramoderno, agilsimo caza achorro...

    Pero no pude pensar siquiera si podra escaparle o no. En el momento siguienteel jet pona proa hacia el crucero blanco, algo fulguraba en sus alas y una explosindesintegraba literalmente al barco. Otra rapidsima evolucin, algo as como un saltode costado, y el jet apuntaba ahora hacia una de las lanchas colectivas. Nuevosdestellos. Otra explosin parti en dos a la lancha.

    No pude asistir al destino de la otra, pero no me qued duda alguna al or unanueva explosin y ver la llamarada ms all de los rboles.

    Qued perplejo, mucho ms que cuando viera aparecer el Sabr Era posibleque los hombres robots se pelearan entre s?Era posible que, de pronto el piloto deljet hubiera decidido ayudarme?

    "No... se habr equivocado... Seguro que ahora me vuela a m tambin..."Sin embargo, no lo vi ms. Por un momento lo entrev volando a ras del agua

    sobre el Paran pero en seguida la costa del brazo donde yo estaba me impidiseguir vindolo.

    Qued solo, con la lancha en medio del ro y el motor ronroneando en punto

    muerto...

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    "Quiz haya sobrevivientes" pens por un momento. Pero, de qu me valdrabuscarlos? Sera exponerme a un riesgo que nadie podra apreciar... Adems, qudiferencia haba para un hombre robot entre la vida y la muerte?

    Hubo un movimiento raro, entre los rboles, all, a mi derecha. Movimientogiratorio, palas de helicptero...

    S! Volva el helicptero.Iba a acelerar cuando algo me paraliz el brazo: desde la "ampolla" del

    helicptero, una mano agitaba un trapo blanco...Qued aturdido, sin saber qu hacer. Se renda?Trataba de demostrarme

    amistad?Sera acaso el helicptero el que haba trado en mi ayuda al Sabr?Entre tanto, el helicptero segua acercndose, ya lo tena prcticamente

    encima.Y si era una trampa?Podan acribillarme cuando quisieran con el fusil ametralladora...El helicptero baj an ms y, de pronto, vi a uno de los hombres... Cmo no lo

    haba reconocido antes?Mir, volv a mirar y por un largo instante segu mirando, resistindome a creerlo.Era como si una pesadilla se repitiera, como si de pronto me volviera una imagen

    soada tiempo atrs.Pero intil resistirme: all estaba. S, all estaba, mirndome desde los anteojos

    gruesos, de armazn negro. El rostro ancho, cuadrado, el infaltable pulver, la barbarecia de varios das que ocultaba mal una semisonrisa.

    Era l, s, l!

    Favalli.El loco impulso de alegra al reconocerle se me congel al instante de nacer.

    Record:"Favalli, y con l todos los dems, fueron capturados por los Ellos... Los Ellos le

    insertaron en la nuca el dispositivo de telecomando... Favalli, junto con todos losotros, fue convertido en un hombre robot. Favalli ya no es ms Favalli, mi amigo desiempre... Favalli es un autmata que obedece rdenes impartidas desde ladistancia... Favalli es un soldado ms del enemigo!"

    Con ojos que presentan ya el horror, trat de ver las nucas de Favalli y de sus

    dos compaeros...Slo alcanc a ver la de uno de ellos, un hombre de expresin triste y mandbulamaciza, que por un momento se volvi para mirar hacia el fondo del ro.

    Contuve el aliento.No, aqul no era un hombre robot! No tena en la nuca el siniestro aparato que

    delataba a los hombres robots...

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    Todo esto que tardo tanto en contar transcurri en no ms de una fraccin desegundo. Favalli, que piloteaba el helicptero, dijo algo al otro compaero, un hombreviejo, de cabello y barba blanquecinos, con ojos grises de mirar terroso. Entonces elhombre me arroj una escala de cuerdas, sin dejarno s cmo se las arregl detener lista la metralleta por lo que pudiera suceder...

    Era evidente que ellos no se fiaban de m como se fiaba Favalli...

    Tom la escala, hice un esfuerzo, empec a trepar. Al principio me cost porquese mova mucho, pero en seguida le encontr la vuelta y sub sin dificultad. Ni se meocurri mirar la lancha, que segua a la deriva, ni se me ocurri pensar queabandonaba los rifles, que me entregaba inerme, sin ofrecer resistencia. Pero, porqu habra de pensar en la necesidad de alguna precaucin?Acaso no estaba allFavalli? Si sus compaeros no eran hombres robots, tampoco l poda serlo...

    Alcanc por fin el aparato y me ayudaron a subir. La aprehensin anterior meduraba todava. Lo primero que hice fue mirar las cabezas de Favalli y del otrohombre. Respir, aliviado: no, tampoco ellos tenan el telecomando.

    Me sent junto a Favalli que me palme en el hombro, pero en seguida volvi aocuparse del manejo del helicptero. Lo mir extraado: era tan inesperado aquelencuentro, era tanto lo que haba ocurrido desde la ltima vez que nos viramos,haban sido tan atroces las circunstancias en que nos habamos separado__

    Pero, cmo era posible tamaa indiferencia?Acaso__Pero no. Volv a cerciorarme. Favalli no tena aparato alguno en la nuca__"Debe de estar cansado, muy cansado... Y quin no lo est? Es tanto lo que ha

    pasado!... Qu puedo saber yo de sus experiencias como hombre robot?Qupuedo saber yo de lo que pas hasta poder liberarse del telecomando?"

    Y los otros, Fava? Qu fue de los otros? Tambin se liberaron? Favallime mir con ojos ausentes.Fue una mirada fugaz, cenicienta. Despus volvi a ocuparse de los controles de

    la mquina:Perdona si no te contest, J uan. Pero estamos en guerra... Ya lo sabes, el

    peligro acecha por todas partes... Estamos en guerra... No debo distraerme...Lo mir espantado. No, aqul no era Favalli, el amigo de siempre, el hombre

    calmo, seguro de s aun en medio de las ms difciles emergencias; aquel no era elhombre que tanto hiciera para que pudiramos superar aquellos primeros terriblesmomentos cuando empez la nevada mortal...

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    Fava... Fava... Como en otros tiempos, lo palme en la espalda, aprovechpara tomarlo por el cuello, para palparle la nuca... Pero no, slo encontr un pequeocrculo de cicatrices..."Ahora s que no me quedan dudas. Favalli no es un hombrerobot. S me parece otro hombre, s lo encuentro increblemente cambiado, tiene queser por la fatiga, por el desgaste do tanta tragedia... Quin sabe cmo me encuentra

    l a m! Quin sabe la impresin que le debo causar yo!... Cmo puedo imaginar lashuellas que han dejado sobre m mismo las muertes que tuve que hacer? Qu puedosaber yo cuntos terrores, cuntas agonas vivi Favalli desde la ltima vez que lo vijunto con los otros, marchando con los dems hombres robots, obedeciendo lasrdenes silenciosas pero ineludibles de algn Ello?"

    El helicptero, siempre a baja altura, volaba ahora a lo largo del ro: a los ladosvea las masas de verduras, por all espejaba el agua de algn otro brazo.

    Cmo hiciste para liberarte, Favalli? tuve necesidad de volver a hablar, deromper aquel cerco de mutismo que nos separaba. Nos habamos encontrado y, a lavez, seguamos sin encontrarnos...

    Hay cosas de las cuales es mejor no hablar, J uan... Favalli sigui mirandohacia adelante, prestando atencin excesiva a la maniobra del vuelo. Como paraquitarme las ganas de preguntar, agreg, sealando con el pulgar: Este que estatrs se llama Galndez. El otro se llama Volpi.

    Los mir de reojo. Apenas si el llamado Volpi, el hombre de la mandbulacuadrada, intent una dbil sonrisa. El y Galndez, el ms viejo, siguieron mirandohacia abajo, hacia el ro, lo mismo que Favalli, con desesperada atencin.

    No te distraigas, Fava...Volpi habl con voz gruesa. No te distraigas, ya

    sabes lo que pasa si lo haces...Qu es lo que pasa?Pero ninguno oy mi pregunta. Con maniobra violenta, Favalli hizo inclinar el

    helicptero, acelerando a la vez con inesperada agilidad. La pequea mquinacambi de rumbo: por un momento volamos sobre un largo y regular naranjal, enseguida estuvimos sobre otro ancho ro, casi igual al Capitn.

    All... Volpi seal a un lado, hacia abajo.Doblando un recodo, lanzado a toda velocidad, apareci un moderno crucero de

    paseo, de lneas aerodinmicas; alcanc a ver dos hombres a popa y deba haberms en la cabina. Era un crucero velocsimo, "planeaba" con estupenda facilidad.

    Otro viraje de Favalli, el helicptero fue hacia el crucero.Listos para tirarles la voz de Favalli son opaca , como si aquella fuera una

    orden dicha muchas veces antes...Me esforc por mirar: por qu los atacbamos?Son hombres robots?Ninguno me contest: abriendo paneles de la cobertura de plexigls, Volpi y

    Galndez apuntaban ya hacia abajo con las metralletas.No, no pude ver las nucas de los tripulantes del crucero: uno de ellos levantaba

    ya un winchester; el otro sacaba una Pam de debajo de una lona y tambin nos

    encaonaba.

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    Restall la metralleta de Volpi. Vi una hilera de puntos negros en el techo de lacabina del crucero. Como si fuera un animal al que le tocan un nervio vital, el barcopareci saltar a un lado, tan brusco fue el viraje. Sigui navegando en zigzag,tratando de eludir nuestros disparos. Estaban usando la misma tctica que emplearayo hacia muy poco tiempo.

    Volpi y Galndez siguieron disparando hacia abajo. La cabina se llen de humoacre. Favalli mantuvo firme el helicptero. Regul la velocidad para que siguiramosencima del crucero, que continuaba lanzado en desesperada carrera.

    Agujeros netos ahora en la cubierta de plexigls. Tambin era buena la punterade los tripulantes del crucero.

    Una rfaga breve en la metralleta de Volpi y en seguida una palabrota. Tena quecambiar el cargador. Galndez sigui disparando, pero par en seguida. Gru algo.Se apret el hombro.

    Te dieron? pregunt Volpi, cambiando el cargador de la metralleta con

    movimiento automtico, sin mirar al compaero.Ms le preocupaba el crucero que la posible herida de Galndez.No. Apenas un raspn. Cre que era ms grave Galndez se mir por un

    momento la manga quemada de la campera; en seguida cambi el cargador.Nuevas rfagas; nuevos agujeros en la cabina; astillas que saltaban a popa; un

    humo azulado, blanquecino, envolviendo a los dos tripulantes que seguan disparandohacia nosotros. Rpidos chicotazos pasaron a mi lado: alguna rfaga de la Pam queacertaba y atravesaba el piso del helicptero.

    Una explosin. Me pareci, por un instante, que la popa del crucero se parta endos. Un fogonazo; en seguida una gran humareda; otra explosin; ms humo; un

    ncleo rojo en el humo. El crucero desapareci por completo.Por fin! con voz cansada, indiferente, Volpi se enderez, mir hacia

    Favalli. Le estall la nafta.No era necesario el dato. El crucero se detena ya. No era ms que una gran

    columna de humo. Por un momento, no pudimos ver nada. Era que Favalli, paracerciorarse, viraba, y nos meta directamente en medio dla humareda. Salimos y alllo vimos, medio hundido, escorndose rpidamente, con fuego por todas partes.

    Un hombre intentaba romper con desesperacin el parabrisas delantero y tratabade salir. Las llamas parecieron buscarlo. Se agit por un momento, en espasmoelctrico. Qued tumbado hacia adelante. No pude verlo bien. El humo volvi aentorpecerme la visual, pero jurara que no tena en la nuca ningn aparato detelecomando.

    Otra maniobra de Favalli y desapareci el ro all abajo. Ahora haba una fila decasuarinas, en seguida un baado, zanjas, un parque cuidado en torno a un pequeochalet, otro brazo de ro...

    Adonde vamos ahora? pregunt.Ya veremos, J uan. Favalli habl con voz pareja, sosegada, como si nunca

    hubiera vivido el breve combate con el crucero. Lo que s, es que el helicpteroresult averiado. El motor de cola ratea algo. Habr que arreglarlo en seguida, si se

    puede...

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    Volpi y Galndez estaban ya sentados. Volvan a reponer los cargadores en lametralleta. Calmos profesionales , dira, como si su oficio de siempre hubiera sidocazar lanchas desde un helicptero...

    Pero no me horroric demasiado. Acaso yo mismo no tena ya varias muertesen mi cuenta? A todo se habita uno: es tan fcil matar cuando la propia vida estdependiendo a cada instante de una rfaga disparada desde una maleza, desde loscaones de un caza a chorro que aparece saltando por sobre los rboles; o delcuchillo de cualquier otro desesperado, a quien ya tampoco le importa nada unamuerte ms o menos...

    "Est visto que no quieren que les pregunte nada. O, quiz, Favalli estaresperando a que quedemos solos, para poder explicarme... La presencia de Volpi yde Galndez debe molestarle. Eso tiene que ser! Cmo no lo pens antes?"

    Me alivi pensar aquello. Record a los sobrevivientes de la isla, obedeciendolas rdenes de aquel extrao "capitn". Seguro de que Favalli haba tenido queingresar a un grupo anlogo. Quin sabe en qu terror se asentara el poder de sulder.

    "No todo estar perdido, mientras haya grupos que resistan. Por supuesto queen pleno territorio dominado por los Ellos, los grupos de resistencia tendrn que ser,por fuerza, tan disciplinados e implacables como bandas de pistoleros. No hay muchoque elegir: tambin yo, dentro de poco, ser uno de ellos"...

    Sauces llorones, all abajo; algn muelle, un astillero con cascos viejos, uncamino con un colectivo atravesado. Dejbamos ya las islas para volar sobre la costa.Quiz estbamos cerca ya de Campana, de Zarate. No reconoc el lugar ni pude verlo

    bien tampoco porque, con ms brusquedad de la debida, Favalli hizo tocar tierra alhelicptero.Llegamos favalli resopl. Llvenlo a J uan. Yo me quedar con el

    helicptero. Tengo que ver lo que le pasa al motor de cola.Pero... trat de oponerme.Aquello retrasaba la posibilidad de explicarme a solas con Favalli, pero mi amigo

    ni me mir siquiera. Con expresin cansada pero resuelta, sali a tierra y nos dio laespalda. Sin perder un instante empez a destornillar algo en la cola del helicptero.

    Vamos! Volpi me puso la mano en el hombro.Lo mir. El y Galndez, por un momento, me parecieron dos policas

    arrestndome:Vamos! repiti.La mano que se apoyaba en mi hombro, me empuj ahora. La otra mano

    acomod la metralleta. No me apunt, pero no era necesario: la energa del ademnme indic que era mejor obedecer. Y sin tardanza...

    Atrs qued Favalli, ocupado con sus herramientas. Siguiendo a Volpi y seguidopor Galndez, tuve que avanzar a travs del pastizal y los sauces.

    "Si salto a un lado, puedo escapar. Galndez est detrs mo; me soltar unarfaga, seguro, pero con un poco de suerte puedo eludir los tiros... Pero, qu

    sacara con huir? Est visto que solo no puedo ir a ninguna parte. Mejor hacerme

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    aceptar por el grupo. Ya habr ocasin de hablar con Fava; ya me explicar l lasituacin; ya resolveremos juntos lo que nos conviene hacer".

    El pastizal y los sauces dieron paso a un pajonal. Por un momento avanzamos atravs de una angosta picada abierta entre colas de zorro mucho ms altas quenosotros.

    Pero las colas de zorro terminaron pronto. Nos encontramos ante un granespacio abierto.

    Contuve el aliento.Nunca esper encontrar aquello.

    Una enorme estructura de acero, con algo de can, con ruedas en los lugaresms inesperados, con diales, con remaches, con una cantidad de instrumentos yantenas como no vi jams en ninguna revista de vulgarizacin tcnica...

    Haba hombres armados en torno. Del otro lado del gigantesco aparato habauna cabina improvisada con chapas de cinc: la absurda estructura pareca armada deprisa, con elementos reunidos de apuro, con lo primero que se pudo encontrar. Pero,a la vez, no s porqu, daba la impresin de una potencia desconocida e incontenible.Aunque ni idea tena yo de para qu serva, ni cmo funcionaba.

    Y eso? me volv hacia Galndez.No s si me contest, porque no tuvo tiempo de hacerlo: en alguna parte son un

    silbato agudsimo, Fue como una seal que electriz a todos, incluso a Volpi y aGalndez. Unos corrieron hacia el aparato; otros se subieron a l, ocupando diferentesposiciones; otros ms, con una rara sensacin de espanto y de calma a la vez,sealaron a lo alto, algo hacia el oeste. Muy arriba, mucho ms all de los pocoscirros que blanqueaban el cielo, vi una finsima pero muy ntida lnea luminosa, algoas como el trazo de una estrella errante pero claramente visible a pesar de queestbamos de da.

    De horizonte a horizonte. La lnea abarcaba el cielo todo. Qu podra ser?No haba alcanzado a formularme siquiera el interrogante cuando, hacia el sur,

    en la direccin de la capital, hubo un brevsimo destello, muy fugaz pero de granintensidad. Por un instante, los sauces, nosotros, el extrao aparato de acero y hastalos cirros all arriba, fueron iluminados por un esplendor espectral, azulado.

    Pero no pude mirar ms. El suelo retumb. Zumbidos. Ahogadas explosiones

    acompasadas hicieron vibrar la colosal armazn de acero. Los hombres se afanabanen torno a ella: movan diales, manivelas; los otros, los que haban ocupado suspuestos, tambin parecan entregados a una labor complicada y sincronizada. Loszumbidos crecieron en intensidad; ces la trepidacin del suelo; las explosiones sehicieron ms fuertes, ms regulares.

    "Qu puede ser? El grupo de Favalli est mucho ms preparado para laresistencia de lo que pens. Un aparato as no se construye en un instante. Esposible que..."

    No pude pensar ms. Volpi sealaba algo hacia arriba, hacia el norte: all, muyalto, ms all de los cirros, se encenda una mancha luminosa, cada vez ms intensa.

    Era como si all arriba se concentrasen los haces de varios reflectores.

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    Pero no, no eran reflectores: la mancha luminosa, all en el cielo, era producidapor el aparato que yo tena adelante. Ahora lo vea bien: en el centro tena algo quepoda ser una lente, enorme y de contorno irregular. Algo irradiaba hacia lo alto, hastaproducir en la estratosfera la sorprendente mancha luminosa.

    Y seguan los zumbidos; seguan las explosiones... Dispositivos y motoresdesconocidos para m generaban la energa necesaria para la irradiacin, seguro__

    Otra vez el zumbido agudsimo. Otra lnea muy fina y muy luminosa,dibujndose, velocsima, hacia el Norte.

    Pero esta vez no lleg de horizonte a horizonte: la lnea se interrumpi en lamancha luminosa y no pas de all. Una luz cegadora pareci quemrmelas pupilas.No vi ya nada: slo una noche roja. Me doli dentro de los ojos, como si me hubieranclavado dos puales. Se me aflojaron las rodillas. All qued, con la cara entre lasmanos, abatido por el dolor.

    Pero no dur mucho: pronto se me alivi y me atrev a abrir los prpados. Poco a

    poco fui recuperando la visin normal.No me atrev a mirar a lo largo, pero los zumbidos y las explosiones continuaban.Por dos veces ms vi relampaguear contra el pasto una luz crudsima. Y o truenos,muy vastos pero sofocados como por una enorme distancia.

    Me anim a mirar en torno: a mi lado, Volpi y Galndez estaban medioarrodillados esperando. Vi a los dems hombres armados en posiciones anlogas.Era como si todos los que no tuvieran nada que ver con la operacin del aparatodebieran quedarse en posicin de espera, aguardando nuevas rdenes.

    Un silbato inesperado, simple, vulgar. Pareci el silbato de una fbrica a las sietey cuarto de la maana, llamando a los obreros...

    Cesaron los zumbidos. No hubo ms explosiones. Comprend que haba pasadoun peligro, que el aparato no volvera funcionar por un tiempo.

    Y tambin con relampagueante claridad comprend tambin otra cosa:"S lo que son las lneas luminosas. Vinieron del norte. Proyectiles; quiz

    cohetes intercontinentales. Proyectiles disparados no por los Ellos, pues los Ellosestn en el sur, en Buenos Aires. Son proyectiles dispararlos contra los Ellos... Elaparato que tengo delante es parte de una barrera de intercepcin. El primer proyectilconsigui pasar: quiz hizo impacto o quiz fue interceptado por alguna otra barrera.Pero los siguientes fueron destruidos en pleno vuelo, interceptados por algunairradiacin que no conozco. Todo lo cual significa que Volpi, Galndez, todos estoshombres, desde los que miran hasta los que manejan el aparato, luchan a favor de losEllos... S, todos. Y tambin Favalli! No tienen ms los aparatos de telecomando.Quiz ya no los necesitan. Son ya hombres robots perfectos, que no precisan dedispositivo alguno para recibir las rdenes y obedecerlas".

    Todo se me aclaraba. Desde la reticencia y el extrao comportamiento deFavalli, hasta el monstruoso instrumento aquel, concebido quin sabe por qu cerebroextra terrestre.

    Y tambin se me aclar el tremendo peligro que estaba corriendo. Como una

    oveja, me haba dejado capturar. Me estaba dejando llevar, si no al matadero, al lugar

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    donde yo tambin pronto sera uno ms entre tantos, un hombre robot como Favalli,como Volpi, como Galndez...

    Otra vez sent una mano en el hombro. Volpi, de nuevo, me empujaba haciaadelante. Volva a ordenarme:

    Vamos!Ni lo pens: di un salto hacia atrs y doblado en dos me zambull de cabezaentre las colas de zorro. Sent que las hojas me tajeaban las manos, el rostro, perosegu corriendo.

    La descarga de una metralleta y despus ruido de malezas: Volpi y Galndez, yquiz alguno ms, me perseguan.

    Segu corriendo, cayendo a veces, enredado por las cortaderas, levantndomeen seguida, cambiando de rumbo como un conejo acosado por perros... Hasta que dicon el pie en un tronco y ca de bruces, golpendome con fuerza contra el suelo. Sinaliento, qued quieto un largo rato.

    No ms tiros. Pero s ruido de malezas acercndose. Prest atencin. El ruido noera tanto, despus de todo...

    "Son dos, no ms... Deben ser Volpi y Galndez. Si sigo corriendo terminarn porcazarme. Mejor los espero. Si pudiera quitarle a alguno la metralleta..."

    Me acurruqu contra el tronco. Esper.S, eran slo dos. Ahora poda distinguir bien los ruidos en el pastizal.Y ya uno estuvo cerca; y ya se abrieron las cortaderas; y ya vi aparecer el rostro

    ensangrentado de Galndez. Vena furioso, rechinando los dientes, como torturadopor atroz desesperacin. Quin sabe qu latigazos estaba recibiendo para que me

    capturara!Pero tambin yo estaba desesperado.Me le abalanc, lo choqu de costado, le di con la frente en un lado de la cabeza

    y lo tumb. Ca sobre l. Me repuse primero. Le manote la metralleta. Se la quit.Una rfaga.Qued quieto, como clavado contra el suelo...Salt a un lado. Esper. La metralleta lista...Se abri otra vez el pastizal. Apareci el rostro de Volpi, los ojos desorbitados.

    Vio a Galndez. Trat de buscarme...

    Pero yo ya estaba apretando el disparador. La rfaga le dio en el cuerpo. Giralgo hacia atrs y se derrumb.En seguida estuve a su lado. Le quit la ametralladora; me la ech a la espalda;

    le saqu los cargadores del bolsillo y corr escapando por entre el pastizal y lossauces...

    No fui lejos. All, en el claro donde bajramos, estalla el helicptero, con Favalli,desconcertado, mirando en mi direccin. Lo haban alarmado, sin duda, los disparos.

    Debi verme, porque de pronto tir la herramienta que tena en la mano y, conagilidad que nunca le imagin, se meti en el helicptero. Y antes de que yo atinara anada, ya tena la hlice mayor en marcha. Ya empezaba a ganar altura.

    "Le tiro? No me sera difcil cazarlo. No puedo errarle desde aqu... Pero..."

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    Antes de que terminara de decidirme, ocurri lo impensado. Quiz por error demaniobra, quiz porque el motor de cola todava andaba mal, el helicptero notermin de rebasarlas copas de los rboles, se desplaz a un lado, toc unas ramas,se lade y volvi a tocar el suelo...

    No haba terminado an de asentarse cuando ya Favalli saltaba a tierra, ya seme vena a toda carrera como si hubiera recibido rdenes de capturarme de cualquiermodo, sin medir los riesgos.

    "Viene desarmado. Quiz pueda dominarlo sin tener que herirlo."Dej a un lado las metralletas. Me agach porque ya se me abalanzaba.Ms pesado que yo, con mucha ms fuerza, me castig al cuerpo con golpes

    abiertos, me empuj y me tir de un rodillazo.Me dej rodar, me incorpor y elud una nueva embestida. Lo golpe de

    izquierda, de derecha..."Pelea mal; demasiado desesperado... No se cuida, slo piensa en aplastarme...

    No es difcil derrotar a un adversario as, aunque sea mucho ms pesado..."Contragolpe al cuerpo, al rostro, al cuerpo, eludiendo sin dificultad sus

    tremendos manotazos y pude apuntar con comodidad un neto directo a la mandbula.El golpe lleg justo y se derrumb."Por fin!... Lo cargar y me lo llevar..." Busqu lasmetralletas, me las puse a la espalda, volv... Pero Favalli no estaba "knock-out": sepuso de pie de un salto en sorpresiva reaccin y ech a correr a toda velocidad haciael helicptero.

    Desconcertado, tard en reaccionar mientras ya estaba Favalli en el helicptero,ya lo volva a poner en marcha, ya remontaba vuelo otra vez...

    No volvi a chocar. Hizo una breve evolucin y hubo un centello en la cabina:chicotazos a mi alrededor. Comprend que me estaba ametrallando. Salt a un lado,me escabull entre los sauces, corr a todo lo que me daban las piernas.

    All estaba el ro. J uncos, ms sauces, pero ningn lugar bueno como paraprotegerme.

    El motor del helicptero aturdindome; casi no oa las rfagas de la metralleta,pero seguro que me disparaba... Por fin, un tronco algo ms grueso: me acurruqucontra l, sent los proyectiles golpeando rabiosos...

    "Imposible seguir... Me cazar de un modo u otro... Debo defenderme..."

    El helicptero me pas encima, vir, siempre a muy baja altura. Buscaba unaposicin ms favorable... Dej el tronco, en un par de saltos estuve en otro pastizaljunto a un sauce.

    Me encaram al horcn y afirm la metralleta contra una rama.Favalli me haba perdido de vista, todava me buscaba en torno al tronco anterior

    y pude apuntarle con calma. No dispar contra l sino contra el tanque decombustible...

    El helicptero vacil, algo hume en el costado, una explosin sorda, llamas...Una cada oblicua, un ruido violento, una llamarada, una gran humareda. Corr

    con el espanto atenazndome el pecho: no haba pensado lograr tamao efecto...Un pequeo bulbo, arriba de la oreja.

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    Apart el cabello, localic un pequeo objeto metlico, algo muy parecido al dialde una radio...

    Busqu en el otro lado de la cabeza. Encontr otro objeto igual."Han perfeccionado el dispositivo de telecomando: ya no necesitan los aparatos

    tan grandes y visibles, esos que injertaban al principio de la nuca de los prisioneroscapturados para convertirlos en hombres robots. O, quiz, Favalli es ya un hombrerobot de categora superior y puede ser manejado por un dispositivo ms simple, mspequeo..."

    Favalli resopl, movi la cabeza de un lado al otro, manote con el brazoizquierdo.

    "Est volviendo en s. Tendra que golpearlo otra vez..."Pens en la reciente lucha. Pegarle a Favalli haba sido lo mismo que pegarme a

    m mismo. Y ahora, si reaccionaba, volveramos a combatir. Y l no escatimaraesfuerzos para vencerme. Ms que para vencerme, para matarme... Porque sa era,

    no haba por qu dudarlo, la orden que le haban impartido: matarme apenas meencontrara."Le arrancar 'los botones' con que lo manejan... Pero... y si le hago un dao

    irreparable?Y si lo mato al arrancrselos? Pero, si no se los arranco, Favalli seguirsiendo un hombre robot. Es decir, prcticamente un muerto. O peor que un muerto,porque seguira sirviendo a los Ellos, seguira luchando contra su propia especie,seguira traicionando a los hombres. Seguira asesinando. Incluso a m..."

    Me decid.Tom los dos "botones" y tir con fuerza hacia los lados. No cedieron, pero el

    cuerpo todo de Favalli se sacudi, como si hubiese recibido un golpe elctrico. Abri

    los ojos; la sacudida lo haca reaccionar.Parpade, mir sin verme, pero pronto estara totalmente recuperado. Un

    momento ms y estaramos de nuevo trenzados en lucha.Volv a tirar de los "botones", ahora con toda la fuerza de que era capaz.Un quejido ronco y los "botones" se desprendieron. Un temblor espasmdico

    recorri el cuerpo de mi amigo.Pero al instante siguiente Favalli estaba exnime, los ojos se le cerraban y

    entreabra la boca.Lo mat! grit espantado.

    Pero no; en seguida la respiracin se le hizo regular, las facciones se ledistendieron, una curiosa paz, casi una sonrisa, le calm el rostro.

    "Duerme..."Respir aliviado. Lo haba hecho.

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    Favalli no era ya ms un hombre robot. Favalli volvera a ser el de siempre; conl a mi lado podra reanudar el viaje al norte, hacia la zona todava no dominada porlos Ellos.

    Con l a mi lado volvera a intentar alguna vez la bsqueda de Elena, deMartita...

    "Pero no podemos seguir as mucho tiempo ms. Quisiera dejarlo descansar,

    pero debo despertarlo..."Antes de que pudiera hacer nada, lleg el ruido.Ruido de helicptero, fuerte, casi encima de m.Me aplast junto a Favalli y mir por entre los juncos.S, otro helicptero con cuatro hombres robots, todos armados con metralletas y

    pistolas.El aparato descendi a un centenar de metros de donde estbamos.No se haba detenido an el motor cuando ya los hombres robots saltaban a

    tierra.

    "Van hacia el lugar donde yo estaba antes... Tendrn orden de reanudar lapersecucin desde el punto donde cayeron los hombres robots anteriores..."Uno delos cuatro era un viejo muy arrugado, de bombacha y alpargatas. Por unos instantesmir el suelo con ojos vivaces, luego seal hacia la espesura y ech a andar conpaso resuelto.

    "Debe de ser un rastreador. Por lo que veo, estn resueltos a todo con tal de queno me escape..."

    Un momento ms y los hombres robots, trotando detrs del viejo, desaparecanen la espesura.

    J unto al aparato qued uno como centinela. Un hombre de tricota, de cara

    colorada, rubio: un alemn, seguro."Si me demoro, seguro que el rastreador termina por encontrarme... No ser

    mucho lo que podr hacer yo solo contra todos ellos. Si no aprovecho ahora,estaremos perdidos".

    No vacil. Muy agazapado, dej a Favalli y casi a la rastra avanc hacia elcentinela.

    No hice ruido alguno: el peligro y la muerte me haban enseado a moverme. O,acaso, el peligro y la muerte haban sacado de adentro de m al hombre primitivo, alsalvaje que duerme en todo ser humano.

    Pero el centinela me oy cuando todava estaba a unos diez metros de distancia.

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    Quiz si no hubiera sido un hombre robot me habra podido balear concomodidad.

    Pero reaccion tarde, y aunque no quise dispararle para no atraer la atencin delos otros, me dio tiempo para alcanzarlo con un furioso culatazo en el mentn. Caycomo fulminado, qued inmvil.

    Mir al interior del helicptero; era grande. Y no haba ningn otro adentro."Si andamos rpido todava podremos escapar", pens mientras trotaba hacia

    donde dejara a Favalli.Llegu en seguida.Pero no lo encontr.El espanto me petrific.Apenas haba recuperado a Favalli, y ya lo perda...Mir alrededor; vi juncos

    doblados...

    "Seguro que fue por all."Me lanc a la carrera pero no anduve ni siquiera un par de metros.Un brazo grande, fuerte, me fren de pronto.Favalli!Casi al mismo tiempo algo me estall en la mandbula, vi luces, ca de espaldas.Aturdido, tard en reaccionar, hasta que sacud la cabeza y sent sus manos

    tantendome ansiosamente la nuca, los lados del crneo.Lo mir. Pude por fin enfocar los ojos; y a desapareca el efecto del puetazo.Me sonri, aliviado.

    No tienes ningn telecomando... habl como deslumbrado, como si leresultara un sueo comprobar que yo no era un hombre robot.Tampoco t lo tienes. Yo te lo saqu.Adivin que habas sido t los ojos se le nublaron; la experiencia pasada

    como hombre robot estaba demasiado fresca. Despert cuando te alejabas. Te viatacar al hombre robot junto al helicptero. Pens que t no podas ser un hombrerobot pero quise estar seguro.

    Sacud otra vez la cabeza; s, ya estaba del todo despejado.Pero el peligro en que estbamos me golpe como una ola.

    Pronto, Favalli... Al helicptero! No tenemos un segundo que perder... Encualquier momento los tendremos encima.Me levant y ech a correr hacia el helicptero.Favalli me sigui aunque el desconcierto se le pintaba claro en el rostro: l no

    conoca enteramente la situacin.El hombre robot noqueado por m no se haba movido. Le quit la metralleta, se

    la pas a Favalli, y sub a la "burbuja" del helicptero.Favalli se sent a mi lado.Pronto!Aparecern en cualquier momento! Qu esperas, Fava?Pero... me mir sorprendido Si yo nunca manej un cacharro de stos! Y

    t bien lo sabes!

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    Qued helado. Tampoco yo saba manejar helicpteros... Pero l, Favalli, habapiloteado el aparato que me persiguiera.

    Trata de acordarte... lo apur. Nunca manejaste "antes", pero cuando erashombre robot lo hiciste... Y muy bien!

    Cerr los ojos, se le arrug la frente, una expresin dolorosa le endureci laboca. Dola, sin duda, recordar.Una conmocin, all entre los juncos.Los hombres robots que llegaban al lugar donde habamos estado antes.Un grito.Nos haban visto.Una descarga de metralla.Vi los agujeros ntidos en el plexigls.Un