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15/09/13 19:34 Heraldos Del Evangelio - San Agustín Página 1 de 5 http://es.arautos.org/view/showEspecial/18960-san-agustin Versión 0.8 Beta. Ingresar | Registrese InicioQuiénes somosNuestras ActividadesNoticiasBlogsServiciosTV ArautosItalianoPortugués Oratorio Proyecto Misericordia Revista Primeros Sábados Iglesias ¿Quién no conoce a San Agustín? ¿Quién no conoce las Confesiones, donde deplora los caprichos de la juventud? ¿Quién no conoce a su madre Santa Mónica, llorando día y noche por aquel niño, siguiéndolo por todas partes, pidiendo sin cesar al Cielo en su favor? Nació el 13 de noviembre del 354, en la pequeña ciudad de Tagaste, cerca de Madaura y de Hipona, en Numidia, actualmente Argelia. Sus padres eran de condición honesta; el padre, miembro del cuerpo municipal, se llamaba Patricio y su madre Mónica. Tuvieron un gran cuidado en instruirlo en letras humanas y todos notaban en él un espíritu excelente y una disposición maravillosa para las ciencias. Después de haber caído enfermo en la infancia y en peligro de muerte, pidió el bautismo, siendo prontamente un catecúmeno, por la señal de la cruz y por la sal. Su madre, piadosa y fervorosa cristiana, dispuso todo para la ceremonia. Pero de repente mejoró y el bautismo fue aplazado. Estudió primero en Madaura, gramática y retórica, hasta la edad de dieciséis años, cuando el padre lo hizo volver a Tagaste y allí se quedó un año, mientras se preparaban las cosas necesarias para que fuese a terminar sus estudios en Cartago; la pasión de mandar este hijo a estudiar obligaba al padre a grandes esfuerzos, pues su fortuna era mediocre. Durante su estadio en Tagaste, el joven Agustín, ignorando los sabios consejos de su madre, empezó a dejarse llevar por los amores deshonestos, invitado por la pereza y por la complacencia de su padre, que todavía no era cristiano. Pero lo fue antes de la muerte, que ocurrió poco tiempo después. Agustín llegó a Cartago y se hundió cada vez más en el amor a las mujeres, que fomentó con espectáculos de teatros. No dejaba de pedir a Dios la castidad, pero, agrega, que no sea ahora. Entretanto caminaba con gran éxito en los estudios, que tenían por objeto llevarlo a cargos y al poder judicial, pues la elocuencia era entonces su camino.

Heraldos Del Evangelio - San Agustín

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Oratorio Proyecto Misericordia Revista Primeros Sábados Iglesias

¿Quién no conoce a San Agustín? ¿Quién no conoce las Confesiones, donde deplora los

caprichos de la juventud? ¿Quién no conoce a su madre Santa Mónica, llorando día y noche

por aquel niño, siguiéndolo por todas partes, pidiendo sin cesar al Cielo en su favor?

Nació el 13 de noviembre del 354, en la pequeña ciudad de Tagaste, cerca de Madaura y de Hipona, en Numidia,actualmente Argelia. Sus padres eran de condición honesta; el padre, miembro del cuerpo municipal, se llamaba Patricio y sumadre Mónica.

Tuvieron un gran cuidado en instruirlo en letras humanas y todos notaban en él un espíritu excelente y una disposiciónmaravillosa para las ciencias. Después de haber caído enfermo en la infancia y en peligro de muerte, pidió el bautismo, siendoprontamente un catecúmeno, por la señal de la cruz y por la sal. Su madre, piadosa y fervorosa cristiana, dispuso todo para laceremonia. Pero de repente mejoró y el bautismo fue aplazado.

Estudió primero en Madaura, gramática y retórica, hasta la edad dedieciséis años, cuando el padre lo hizo volver a Tagaste y allí se quedó un año,mientras se preparaban las cosas necesarias para que fuese a terminar susestudios en Cartago; la pasión de mandar este hijo a estudiar obligaba alpadre a grandes esfuerzos, pues su fortuna era mediocre.

Durante su estadio en Tagaste, el joven Agustín, ignorando los sabiosconsejos de su madre, empezó a dejarse llevar por los amores deshonestos,invitado por la pereza y por la complacencia de su padre, que todavía no eracristiano. Pero lo fue antes de la muerte, que ocurrió poco tiempo después.Agustín llegó a Cartago y se hundió cada vez más en el amor a las mujeres,que fomentó con espectáculos de teatros. No dejaba de pedir a Dios lacastidad, pero, agrega, que no sea ahora. Entretanto caminaba con gran éxitoen los estudios, que tenían por objeto llevarlo a cargos y al poder judicial,pues la elocuencia era entonces su camino.

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Entre las obras de Cicerón, que él estudiaba, leyó el Hortensius, queera una exhortación a la filosofía. Él quedó encantado y comenzó, a la edadde diecinueve años, a despreciar las vanas esperanzas del mundo y a desear lasabiduría y los bienes inmortales. Fue el primer movimiento de su conversión.

La única cosa que le disgustaba de los filósofos es que en ellos noencontraba el nombre de Jesucristo, que había recibido con la leche de sumadre y había causado una profunda impresión en su corazón. Quiso entoncesleer las Sagradas Escrituras, pero la simplicidad del estilo le desagradó, puesestaba habituado a la elegancia de Cicerón. . Después cayó en manos de losmaniqueos, que hablando solamente de Jesucristo, del Espíritu Santo y de laverdad, lo seducían con sus discursos pomposos y le dieron aversión por elNuevo Testamento.

Mientras tanto, su madre, más afligida que si lo hubiese visto muerto,no quería comer con él; vino a ser consolada en un sueño: Ella estaba en unbosque y un joven resplandeciente venía a ella, sonriendo le preguntó la causade sus penas; ella le respondió diciendo que lloraba la pérdida de su hijo.Mirad, dijo él, ¡está con usted! De hecho, lo vio a su lado, en el mismo lugar.Más tarde le contó a Agustín el sueño, quien le dijo: Vos veréis lo que yo soy.Pero ella respondió sin dudar: ¡No! Porque me dijeron: Tu estarás donde élestá, pero él estará donde tú estás. Desde aquel momento, vivió y comió conél, como antes.

Se dirigió a un santo obispo y le rogó que hablase con su hijo. El Obispo le respondió: todavía es muy inquieto y está muylleno de aquella herejía, que le es nueva. Dejadlo y contentaos con orad, él verá leyendo, cuál es su error. Yo que os hablo, enmi infancia, fui entregado a los maniqueos por mi madre, a quien habían seducido; no solamente leí, también transcribí casitodos sus libros y yo mismo me engañé. La madre no se contentó con esas palabras del santo obispo; llorando abundantemente,continuó insistiendo para que hablase con su hijo; el obispo respondió con cierto humor: Id, ¡es imposible que el hijo de tantaslágrimas se pierda! Lo que ella escuchó como un oráculo del cielo. Su hijo, todavía fue maniqueo por nueve años, desde losdiecinueve hasta los veinte ocho.

Habiendo terminado los estudios, enseñó en su ciudad Tagaste, gramática y después retórica. Un arúspice se ofreció parahacerlo ganar el premio en una disputa de poesía, por medio de algunos sacrificios de animales; pero él rechazó con horror no

queriendo tener alguna relación con los demonios. Sin embargo, no teníaninguna dificultad en consultar astrólogos y leer sus libros. Pero fue disuadidopor un sabio anciano llamado Vindiciano, médico famoso, que habíareconocido por experiencia la vanidad de ese estudio. Agustín tenía un amigocercano, que también se había hecho maniqueo, pues procuraba seducir aotros. El amigo cayó enfermo y estuvo mucho tiempo inconsciente: como seperdió la esperanza de salvarlo, le dieron el bautismo. Cuando volvió en sí,Agustín quería burlarse del bautismo que había recibido en aquel estado: peroel enfermo rechazó las palabras con horror y le dijo con inesperada libertad,que si quería ser su amigo, no debía nunca más hablar de aquel modo. Muriópocos días después, fiel a la gracia. Agustín, que lo quería como a sí mismo,quedó inconsolable con su muerte. Tenía más o menos veintiséis años, cuandoescribió dos o tres libros: - La belleza y la Decencia – que no llegaron hastanuestros días.

Encontró en ese tiempo, que bajo la máscara de piedad de losmaniqueos, que se llamaban sanos y elegidos, se ocultaban las costumbres másdepravadas. Cita varios escándalos públicos. Al mismo tiempo se comenzaba adisgustar con las leyendas que contaban, principalmente sobre el sistema delmundo, la naturaleza de los cuerpos y de los elementos. Tales conocimientos,decía, no son necesarios a la religión: es necesario no mentir y no jactarse desaber lo que no se sabe, especialmente cuando se quiere pasar como Manés,por ser guiado por el Espíritu Santo. Le gustaba mucho dar más razones que lasque los matemáticos y filósofos daban de los eclipses, de los solsticios y delcurso de los astros.

En aquel tiempo lo persuadieron para enseñar en Roma, donde losalumnos eran más razonables que en Cartago. Se embarcó en contra de lavoluntad de su madre y la engañó bajo el pretexto de acompañar un amigo al

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voluntad de su madre y la engañó bajo el pretexto de acompañar un amigo alpuerto. Llegando a Roma, cayó enfermo de fiebre que lo llevó casi a lamuerte, pero no pidió el bautismo. Vivía en casa de un maniqueo y continuabafrecuentándolos, preso por los lazos de amistad; ya no esperaba encontrar laverdad entre ellos y no se decidía a buscarla en la iglesia católica, pues teníaprevenciones contra tal doctrina. Comenzó entonces, a pensar que losfilósofos académicos, que dudaban de todo, podrían ser los más sabios yreprendía al anfitrión de casa por su excesiva fe en las fábulas de losmaniqueos. Entre tanto la ciudad de Milán pidió a Símaco, prefecto de Roma,

un profesor de retórica y por el prestigio de los maniqueos, Agustín obtuvo el lugar, después de haber realizado la prueba de sucapacidad con un discurso. Así vino a Milán, en el año 384, cuando tenía treinta años de edad.

San Ambrosio lo recibió con tanta bondad paternal, que comenzó a ganarle el corazón. Agustín escuchaba asiduamente lossermones, solamente por la belleza del estilo y para ver si su elocuencia correspondía a la fama que tenía. Estaba encantado conla suavidad del lenguaje, conocía la de Fausto, pero tenía menos gracia en la recitación. Al principio no prestaba atención a lascosas que decía San Ambrosio; pero cruelmente y sin cuidado, las cosas le entraban en su espíritu con las palabras y vio que ladoctrina católica era al menos sustentable. Decidió entonces, de repente, dejar a los maniqueos y quedar en calidad de

catecúmeno, en la Iglesia que sus padres le habían recomendado, a saber, en la Iglesia Católica, hasta que la verdad fuera vistamás claramente.

Santa Mónica había llegado a él con tal fe, que pasando el mar consolaba a los marineros, incluso en los mayores peligros,por la seguridad que Dios le había dado que en breve estaría junto a su hijo. Cuando él le dijo que ya no era maniqueo, pero quetodavía no era católico, ella no quedó admirada; le respondió tranquilamente que tenía la seguridad de verlo fiel católico antesde salir de esta vida. Sin embargo, continuaba con sus oraciones y escuchaba los sermones de San Ambrosio que ella amaba comoa un ángel de Dios, sabiendo que había llevado a su hijo a aquel estado de duda, que debía ser la crisis del mal.

San Ambrosio amaba a su vez a Santa Mónica por la piedad y las buenas obras y muchas veces felicitaba a Agustín por teneraquella madre, pues toda su vida había sido virtuosa. Ella había nacido en una familia cristiana, donde tuvo buena educación.Había sido perfectamente dócil a su marido, inclusosufriendo malas conductas y malos tratos, con pacienciaservía de ejemplo a otras mujeres y ella lo ganó para Dios,en el fin de su vida. Tenía un talento particular en reunirpersonas divididas. Después que enviudó, se entregó a lasobras de caridad; daba grandes limosnas, servía a lospobres, nunca dejaba de llevar su oferta al altar, ni de irdos veces a la iglesia, por la mañana y por la noche, paraescuchar la palabra de Dios y hacer sus oraciones, queeran todo en su vida. Dios se comunicaba con ella pormedio de visiones; sabía distinguir sueños y pensamientosnaturales. Así eran Santa Mónica, con relación a SanAgustín. (...)

San Agustín fue bautizado por San Ambrosio con suamigo Alipio y su hijo Adeodato, que tenía alrededor dequince años. Fueron bautizados en la Vigilia de la Pascuaque en aquel año, 387, fue el día 25 de abril, como habíasido determinado por el santo Obispo, siendo consultadopor los obispos de la Provincia de Emilia. Se cree que enesta ocasión, San Ambrosio les dio a los recién bautizadosla instrucción que compone su libro – De los misterios, - ode aquellos que fueron iniciados.

San Agustín, después de su bautismo, tras haberexaminado en qué lugar podría servir a Dios másútilmente, resolvió volver a África con su madre, el hijo,el hermano y un joven llamado Evodio. Este también erade Tagaste; siendo agente del emperador, se convirtió,recibió el bautismo antes de San Agustín y dejó su empleopara servir a Dios. Cuando llegaron a Ostia, descansarondel largo viaje que habían hecho desde Milán y seprepararon para embarcar.

Un día, San Agustín y su madre, apoyados en una

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Un día, San Agustín y su madre, apoyados en unaventana con extrema delicadeza, olvidando todo el pasadoy llevando sus pensamientos para el futuro, indagaron cualsería la vida eterna de los santos. Se elevaron encima de todos los placeres de los sentidos; recorrieron por grados todos loscuerpos, el cielo mismo y los astros. Llegaron hasta las almas y pasando por todas las criaturas, incluso espirituales, llegaron a lasabiduría eterna, por la cual existen y que existe por siempre, sin diferencia y tiempo. Alcanzaron por un momento el punto delespíritu y se sintieron obligados a volver por el sonido de las voces, donde la palabra comienza y termina. Entonces su madre ledijo: ¡Hijo Mío! En cuanto a lo que me concierne, no tengo ningún otro placer en la vida. No se todavía que hago ni por qué estoyaquí. La única cosa que me hacia desear quedarme era ver un hijo cristiano católico antes de morir. Dios me concedió más queeso, yo os veo consagrado a su servicio, despreciando la felicidad terrestre.

Unos cinco días más tarde, cayó enferma de fiebre. Durante su enfermedad un día se desmayó, cuando volvió en sí, miró aAgustín y a su hermano Navígio y les dijo: ¿Dónde estaba yo? Después, viéndolos sufrir de dolor, agregó: Dejaréis aquí a vuestramadre. Navígio deseaba que ella muriese en su tierra natal, pero ella lo miró severamente, como reprendiéndolo y le dijo aAgustín: ¡Ved lo que dice! Por último, dirigiéndose a ambos: Poned este cuerpo, dijo ella, donde puedan, no os preocupéis.Solamente os ruego que me recordéis en el altar del Señor, en cualquier parte donde estuvieras. Murió en el noveno día de suenfermedad, a la edad de cincuenta y seis años y a los treinta y tres de San Agustín, esto es, el mismo año de su bautismo: 387.

Una vez que pasó a la eternidad, Agustín le cerró sus ojos. El joven Adeodato lanzaba gritos de dolor, pero todos losasistentes lo hicieron callar, no encontrado motivos de lágrimas en aquella muerte y Agustín retuvo las suyas, haciendo bastanteesfuerzo. Evodio tomo el salterio y comenzó a cantar el salmo 100: Cantaré en vuestra alabanza ¡ Oh Señor! , la misericordia y lajusticia. Todos respondieron y pronto se reunió una gran cantidad de personas piadosas de ambos sexos. Llevaron el cuerpo, seofreció por la fallecida el sacrificio de nuestra Redención; se hicieron oraciones junto al sepulcro según era la costumbre, en lapresencia del cuerpo, antes de ser enterrado. San Agustín no lloró durante toda la ceremonia, pero por fin, en la noche, dejócorrer las lágrimas para aliviar su dolor. Rogó por su madre, como lo hacía mucho tiempo después, escribiendo todas lascircunstancias de aquella muerte en el libro de sus - Confesiones – él pide a los lectores recordar en el santo altar a su madre y supadre Patricio.

Después de la muerte de su madre, San Agustín volvió de Ostia para Roma, donde se quedó el resto del año 387 y todo elaño 388. Sus primeros trabajos, después del bautismo, fueron por la conversión de los maniqueos, cuyos errores acababa deabandonar. No podía tolerar la insolencia con la que aquellos impostores elogiaban las supuestas continencias y abstinenciassupersticiosas, para engañar a los ignorantes y calumniar a la Iglesia. Escribió entonces dos libros: - De la Moral y las Costumbresde la Iglesia Católica, y De la Moral y las Costumbres de los maniqueos. (...)

Su angustia se hizo aún mayor cuando vio sitiada la ciudad de Hipona. Sin embargo, tenía la consolación de ver consigovarios obispos, entre otros Possidio de Cálamo, uno de los más ilustres de sus discípulos, el mismo que dejó escrita su biografía.Se unían sus pesares, sus gemidos y sus lágrimas. San Agustín pedía a Dios, particularmente, que le permitiera liberar a Hipona delos enemigos que la cercaban, o que por lo menos, diese a los siervos fuerzas para soportar los males con los que estaban siendoamenazados, o en fin, ser retirados del mundo y que los llamara a Sí.. De hecho cayó enfermo de fiebre al tercer mes del cerco yvio de inmediato que Dios no había rechazado la oración de su siervo.

Durante su enfermedad mandó escribir y colocar junto a la pared, cerca de su lecho, los salmos de David sobre lapenitencia; él los leía derramando lágrimas. Diez días antes de su muerte, rogó a sus amigos más cercanos y a los obispos, quenadie entrase en su habitación, solamente cuando viniese el médico para verlo o cuando le trajeran alimento; empleaba todo sutiempo en la oración.

Finalmente llegó su último día; Possidio y los otros amigos vinieron a juntar sus oraciones a las suyas, que solamenteinterrumpió cuando adormeció en paz. Hasta entonces, había conservado el uso de todos los miembros y ni el oído ni la vista sehabían debilitado. Como había abrazado la pobreza voluntaria, no hizo testamento; nada tenía para dejar, pero recomendó queconservaran con cuidado la biblioteca de la iglesia y todos los libros que estaban en la casa para aquellos que viniesen después.Possidio cuenta que habiendo sido incendiada la ciudad de Hipona algún tiempo después, esa biblioteca fue conservada en medio

de los saqueos de los bárbaros. La muerte de San Agustín fue el 28 deagosto del 430. Vivió setenta y seis años y sirvió a la Iglesia cerca decuarenta en calidad de padre y obispo.

Con San Agustín murió de alguna manera aquella África cristianay civilizada. Después de este tiempo, hasta que expiró bajo los hierrosde los musulmanes, su existencia fue solamente una larga agonía. Hoyen día parece que la Providencia quiere resucitar y en la mismaprovincia que San Agustín ilustró por su vida y muerte, el país deArgelia y de Bone.

¿Quién no conoce a San Agustín? ¿Quién no conoce lasConfesiones, donde deplora los caprichos de la juventud? ¿Quién no

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Confesiones, donde deplora los caprichos de la juventud? ¿Quién noconoce a su madre Santa Mónica, llorando día y noche por aquél niño,siguiéndolo por todas partes pidiendo sin cesar al Cielo, en su favor?Fue solamente a la edad de treinta y dos años que ese hijo de tantaslágrimas se libró enteramente de la herejía maniquea y de la esclavitudde las pasiones corrompidas y recibió el bautismo de las manos de SanAmbrosio. ¡Pero quién no podría decir cuán perfecta fue su conversión!Con cuánta amarga tristeza lloró sus faltas pasadas, aunque habían sidoborradas enteramente por el bautismo; ¡con que ardor amó a Dios; conqué celo trabajó para su gloria! Hay de nosotros, si lo imitamos más omenos en sus desvaríos, ¿cuándo lo imitaremos en la santidad de vida?

Pero, ¿Qué nos impide llorar sobre nuestras faltas como él, amara Dios como él, ser humildes como él? Pues él también, este gran santo,fue religioso. Poco después de la conversión, renunció a todo lo queposeía y vivió en comunidad religiosa, con los amigos. Y cuando fuenombrado obispo de Hipona, hizo de su casa episcopal un monasterio,donde vivía en religión con sus padres y diáconos. Cómo el ejemplo deeste gran santo, después de tantos otros nos debe hacer estimar y amarla vocación religiosa. Deseamos saber del mismo San Agustín ¿cuál es laverdadera fuente de santidad? Escuchemos lo que dice: la primera cosapara llegar a la verdadera sabiduría es la humildad; la segunda es la

humildad; la tercera es la humildad y tantas veces que me hicieras esta pregunta, tantas veces os daría la misma respuesta. No,no hay reglas, pero si la humildad no precede, no acompaña y no nos sigue, el orgullo nos quitará de nuestras manos todo lo quehagamos bien.

(Vida de los Santos, Padre Rohbacher, Volúmen XV, p. 268 a 305)

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