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La obra de Indalecio Liévano Aguirre estuvo atravesada por un afán de revisión ideológica dentro del liberalismo. Su carrera de historiador empezó desde las biografías, y éstas lo llevaron a su principal trabajo: Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia (ver Credencial Historia Nº 46, octubre 1993). Escritos un poco antes de 1959, el autor accedió a publicar su contenido por entregas primero en Semana y después en La Nueva Prensa, revista ésta que propugnaba por una revisión de las interpretaciones oficiales sobre la historia de Colombia y por una proyección de problemas y actores sociales nuevos. El hecho de ir apareciendo los avances de su investigación cada ocho días en una revista de alternativa política le garantizó un público inmediato. Antes que estar dirigidos a los medios académicos, su destinatario cubría un espectro amplio de colombianos en busca de orientaciones ideológicas. Uno de sus aciertos consistió en mostrar que la historia y los historiadores podían responder rápidamente a las preocupaciones del presente y que podían proponer soluciones a las crisis sin la necesidad de esperar los ciclos lentos de duración de una investigación histórica. Aportando nuevas formas de abordar la historia, Liévano conservó la vieja escuela de narración literaria y el interés por los orígenes de los fenómenos históricos. Su compromiso con el país lo llevó a buscar en el pasado las explicaciones a su presente. Se distanciaba de los viejos historiadores en el tratamiento de la explicación histórica. Aquí, la sociedad es abordada desde procesos históricos-sociales y en ellos los conflictos ocupan lugar destacado. Aunque el criterio de la periodización continúa siendo político, se contextualiza a través de los conflictos que identificaron los periodos que aborda: la Corona y la Iglesia luchando a favor de los oprimidos; los indígenas contra los desaforados apetitos de conquistadores y encomenderos. Liévano confiere particular importancia a la explicación del advenimiento del período borbónico cuando el Estado abandona la protección de los desposeídos y los humildes y facilita la formación y desarrollo de una oligarquía criolla cuya ascendencia, según él, data de los hombres de la conquista y configura el modelo colonial español propiamente dicho. Así, el libro pasó a ser material de lectura de amplios círculos intelectuales e incluso se convirtió en el manual que reemplazó en la escuela secundaria y en la universidad, los textos oficiales de la historia patria. Los primeros profesionales en ciencias sociales, ramas del saber recién creadas en el país, se iniciaron en la obra de Liévano. Sabemos de la influencia de su trabajo en la circulación de las ideas políticas de comienzos de los sesenta, pero es difícil sopesar su incidencia en el sistema político nacional. En donde influyó mayormente fue en el mundo universitario. La recepción del libro hizo que la polémica historiográfica tuviera altura. Sirvió de confrontación teórica para quienes estaban configurando en Colombia las corrientes de la nueva historia y la historia marxista. De no haberse contado con la producción

Historia Del Conflictooo

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Historia del conlicto social en el peru

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La obra de Indalecio Liévano Aguirre estuvo atravesada por un afán de revisión ideológica dentro del liberalismo. Su carrera de historiador empezó desde las biografías, y éstas lo llevaron a su principal trabajo: Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia (ver Credencial Historia Nº 46, octubre 1993). Escritos un poco antes de 1959, el autor accedió a publicar su contenido por entregas primero en Semana y después en La Nueva Prensa, revista ésta que propugnaba por una revisión de las interpretaciones oficiales sobre la historia de Colombia y por una proyección de problemas y actores sociales nuevos. El hecho de ir apareciendo los avances de su investigación cada ocho días en una revista de alternativa política le garantizó un público inmediato. Antes que estar dirigidos a los medios académicos, su destinatario cubría un espectro amplio de colombianos en busca de orientaciones ideológicas. Uno de sus aciertos consistió en mostrar que la historia y los historiadores podían responder rápidamente a las preocupaciones del presente y que podían proponer soluciones a las crisis sin la necesidad de esperar los ciclos lentos de duración de una investigación histórica.

Aportando nuevas formas de abordar la historia, Liévano conservó la vieja escuela de narración literaria y el interés por los orígenes de los fenómenos históricos. Su compromiso con el país lo llevó a buscar en el pasado las explicaciones a su presente. Se distanciaba de los viejos historiadores en el tratamiento de la explicación histórica. Aquí, la sociedad es abordada desde procesos históricos-sociales y en ellos los conflictos ocupan lugar destacado. Aunque el criterio de la periodización continúa siendo político, se contextualiza a través de los conflictos que identificaron los periodos que aborda: la Corona y la Iglesia luchando a favor de los oprimidos; los indígenas contra los desaforados apetitos de conquistadores y encomenderos. Liévano confiere particular importancia a la explicación del advenimiento del período borbónico cuando el Estado abandona la protección de los desposeídos y los humildes y facilita la formación y desarrollo de una oligarquía criolla cuya ascendencia, según él, data de los hombres de la conquista y configura el modelo colonial español propiamente dicho.

Así, el libro pasó a ser material de lectura de amplios círculos intelectuales e incluso se convirtió en el manual que reemplazó en la escuela secundaria y en la universidad, los textos oficiales de la historia patria. Los primeros profesionales en ciencias sociales, ramas del saber recién creadas en el país, se iniciaron en la obra de Liévano. Sabemos de la influencia de su trabajo en la circulación de las ideas políticas de comienzos de los sesenta, pero es difícil sopesar su incidencia en el sistema político nacional. En donde influyó mayormente fue en el mundo universitario. La recepción del libro hizo que la polémica historiográfica tuviera altura. Sirvió de confrontación teórica para quienes estaban configurando en Colombia las corrientes de la nueva historia y la historia marxista. De no haberse contado con la producción de Liévano Aguirre, la discusión hubiese tenido menos vuelo. Fue en contraposición con las revisiones de Liévano, o bajo su estímulo, que se erigieron los nuevos discursos historiográficos modernos en Colombia. Por el espacio que abrió se colaron y se posicionaron en el mundo académico Mario Arrubla, Orlando Fals Borda, Salomón Kalmanovitz y, por último, el grupo conocido con el nombre de Nueva historia, entre quienes se han descollado Germán Colmenares, Jorge Orlando Melo y Alvaro Tirado Mejía, entre otros. Se asistía a una complejización y sofisticación de la disciplina de la historia. Con todo, la comunidad académica colombiana le debe a Indalecio Liévano Aguirre una evaluación de su obra. Una investigación que profundice en ella está por hacerse.

Podríamos afirmar que a lo largo de toda la historia los conflictos se han resuelto típicamente en dos formas: violenta y pacífica o amigable. Entre estos dos extremos se dan matices intermedios que conjugan ambas formas. 

A manera de ejemplo citamos el conflicto que enfrentaron Adán y Eva en el Paraíso Terrenal, cuando Adán percibe que es tentado por su compañera y no desea comer el fruto del árbol de

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la Ciencia del Bien y del Mal. Sin embargo, Eva deseaba que Adán comiera el fruto que estaba prohibido.

Definitivamente, sus intereses eran opuestos, lo cual pudo generar cierto nivel de desavenencia. Esta situación conflictiva, implicó cuatro elementos: 

a. Más de un participante b. Intereses opuestos c. Sentir o percibir la oposición d. Un objeto materia de la discordia.   En este caso, por lo conocido a través de los textos bíblicos, la solución natural que utilizaron las partes fue la pacífica o amigable, que se logró gracias a que Adán fue convencido de que al comer el fruto prohibido estaba satisfaciendo su más caro anhelo: su inmortalidad. Esta comunidad de intereses entre Adán y Eva fue lo que permitió encontrar una vía pacífica o amigable de solución: que Adán comiera la fruta prohibida.

Parecería ser que el primer conflicto, fue entre un hombre y una mujer. Sin embargo, no siempre es así, y tampoco se logra siempre una solución pacífica, lo cual en la mayor parte de los casos significa resultados funestos para las partes. 

Cuando en las eras primitivas los hombres se organizan en familias y posteriormente en clanes - como una necesidad de supervivencia -, demarcan sus territorios, en donde sólo ellos podían cazar, pescar y recolectar. Cualquier intruso pagaba con su vida el intento de invasión y posesión. Así en forma violenta se resolvía el conflicto, cuyo objeto de discordia era una zona territorial anhelada en épocas de escasez. 

Esta circunstancia hacía que los enfrentamientos fueran principalmente entre clanes, los cuales medían su poder en base al número, a la fortaleza de sus miembros y a los elementos de defensa que poseían, triunfando el más fuerte. 

En este último ejemplo podemos ver que, además de los cuatro elementos señalados anteriormente, existe un quinto, que aclara la naturaleza del objeto de discordia: éste último debe ser escaso, por lo cual dos o más partes compiten por él. 

Lo anterior, en lo referente a los elementos señalados, es válido para todos los tiempos y para todos los conflictos, desde los más sutiles hasta los de mayor gravedad. Esto es importante tener en cuenta para estudiar y analizar el conflicto.