Historias de Un Viejo Olmo

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Libro de cuentos para pasar el momento.y

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    Jess Santos Hernndez. Fundacin Dharma - Dharma College & University Foundation. Grupo Universidad Internacional Euroamericana. Laxman Publicity & Publishers

    ISBN : 978-0-9822623-1-3

    Depsito Legal: A-1417-1998 A

    Ilustraciones y diseo de portada: Sri Devi Dasi.

    No est permitida la reproduccin total o parcial de este libro, ni su tratamiento informtico, ni la transmisin de ninguna parte del mismo a travs de cualquier medio, ya sea electrnico, mecnico, por fotocopia, por registro u otros mtodos, sin el permiso de los titulares del Copyright.

  • A mi esposa Ana, quien reside silenciosa en cada rincn de mis obras... y a mis tres hijos Lorena, Soraya y el pequeo Nimai, ya que

    vivir con ellos si que es un verdadero cuento.

  • 5EL EGO

    Hola!, Qu tal?. S, soy yo quien les habla, no pongan esas caras hombre. Yo siempre estuve aqu junto a Uds. Soy el olmo de la plaza. Durante siglos he formado parte del pueblo, en silencio. A decir verdad soy el habi-tante ms viejo, de este lugar. Ya imagino que no debe resultar fcil aceptar que un rbol hable pero aqu en esta repblica de la fantasa todo es posible. Si no fuera por el reino de las nubes yo jams hubiera podido asomarme a sus hogares. Pero ya ven, este es un extrao mundo donde las ms inverosmiles cosas se hacen posibles. Se pregun-taran bueno y qu puede contarnos un rbol que nosotros no sepamos ya?. Quiz tengan razn, no lo s; lo mejor ser que me escuchen y que juzguen al nal.

    Recuerdo que una vez hace muchos aos, apenas si levantaba del suelo un metro y medio, por aquel en-tonces algunos de Uds. me parecan verdaderos gigan-tes, tiene gracia no?. Bueno como les iba diciendo, en aquel tiempo su pueblo no exista, apenas unas chozas de madera que servan de refugio a los pastores cuando venan por aqu con sus ovejas en busca de pastos durante el invierno. Esas cochinas ovejas se comieron a mis dos hermanos antes de que pudieran crecer lo suciente. En

    n por donde iba? Ah s! Una tarde de otoo cuando el

    sol tea de prpura y oro el valle, sent el sonido incon-fundible de la hojarasca, agitndose bajo el peso de los pies humanos. Ningn otro animal produce ese sonido al caminar, se ve que el cerebro humano guarda relacin con

  • 6el escndalo que producen sus pies. Eran dos hombres, to-dava no poda verlos porque se encontraban al otro lado de la pequea loma que daba cobijo al manantial y a m del fro aire del norte. Uno pareca ser joven y fuerte y el otro ms viejo, el sonido de sus pisadas los delataban, el primero aplastaba con rmeza las hojas a su paso, el otro

    arrastraba con cansancio sus piernas, y se apoyaba en un bastn. Pronto descendieron por la loma y pude verlos: eran dos peregrinos. El ms joven al ver el agua cerca aceler su paso y como un oso introdujo su cabeza en la pila de piedra que remansaba el agua antes de que esta corriera valle abajo. Amn! Grit con voz ronca y pode-rosa, al tiempo que sacaba la cabeza del piln agitndola de un lado a otro para sacudirse el agua. -Por Dios y por Santiago! Estaba sediento. Ah! Vea su caridad como el Seor dispuso esta agua para nuestro alivio tras el viaje -. El anciano se aproxim a la pila y tomando su concha la introdujo en el agua con sumo cuidado, luego la elev al cielo con ambas manos y bebi con parsimonia hasta agotar su contenido. Volvi a repetir el mismo gesto para beber una segunda vez cuando el joven peregrino con una fuerte carcajada exclam -Por qu tomis el agua con ese cuidado viejo?, Pensis acaso que pueda romperse la supercie como si fuera un espejo? Ja, ja, ja,-. - No mi joven amigo- respondi - Es que su caridad no repar que en amn de vos el Seor tambin pens en el susten-to de estos pececillos que nadaban tranquilos hasta que introdujisteis vuestra cabeza. Yo tomo lo que al Seor le place y respeto lo que el Seor bendice, y este manantial que para nosotros es alivio temporal es para estos pe-ces su hogar -. A continuacin lav su cara y refresc su

  • 7cabeza del calor del camino, con sumo cuidado para no espantar a los peces, y el agua que se precipitaba en gotas, perlas de luz que el sol tea al caer entre sus dedos, pro-ducan un extrao chapoteo como si cada gota fuera una nota musical. Despus recost su cansada espalda sobre el muro de piedra sentndose en el suelo. - Pamplinas de viejo! Yo tomo lo que tomo, porque este hbito me cone-re ese derecho -. Termin por decir el joven y comenz a amontonar hojas para hacerse un lecho, como siempre con gran estruendo. Abra los brazos y amontonaba la ho-jarasca, amontonaba ms de la que abarcaban sus brazos y cuando quera ponerse en pie para trasladarla al sitio que haba elegido para su descanso, esta se precipitaba al suelo. El viejo entre tanto hacia ya un rato que dorma. Tendi su manta en el suelo al pie justo de mi tronco, donde la hierba era blanda y fresca, puso en la capucha de su hbito algunas hojas secas y la coloc del revs a modo de almohada. Yo le miraba desde mi prematura copa con extraeza. Nunca haba conocido a un humano como aquel. Claro que a decir verdad en aquel entonces yo apenas si contaba con algunas ramas y dada mi corta edad no era mucha mi experiencia.

    Durante un par de horas durmieron la fatiga del viaje. El cielo, lienzo oscuro, fue salpicado nuevamente por el mgico pincel de estrellas de la naturaleza. En ese instante el viejo despert. Se arrop con la manta y estu-vo sentado durante largo tiempo en silencio, observando las estrellas. Sus cabellos blancos reejaban con largura

    la luz de incipiente luna, que baaba los pastos. Un par de budos acompaados de un horrible carraspeo, eran el

  • 8preludio inequvoco de que el peregrino ms joven estaba despertando, o en caso contrario, que alguna bestia estu-viera acechando. - Su caridad ha debido volverse loco sin duda!- Denitivamente no era una bestia, era l.

    -Digo yo que en vez de perder el tiempo mirando las estrellas, bien podra haber amontonado algo de lea para encender un fuego!. Aqu las noches parecen ser ms hmedas y frescas. Todo he de hacerlo yo!. Fijos dnde habis descansado, al pie de un rbol que se di-ra arbusto por su tamao!- Al escuchar aquello trat de estirar mi copa todo lo ms que pude, y creo que conse-gu alargarme al menos un centmetro, claro que mi gesto pas desapercibido para aquel mastodonte. - En cambio yo, mirad, mirad- Dijo sealando orgulloso un montn de hojas secas cercadas por un rectngulo de piedra. En ese instante el anciano sonri - Mi querido acompaante, ya veo la opulencia de vuestra cama, pero a decir verdad yo no pienso pasar la noche al raso, solo me recost lo su-ciente para apagar mi fatiga un rato. Yo pasar la noche rezando en aquella cabaa de pastores que se esconde al otro lado del manantial, y que hubierais visto de no cega-ros con el agua de la fuente. En cuanto a la lea, dejad ya de arrancar ramas porque estn todas verdes, en la caba-a encontrareis lea seca, que los pastores guardan para quien llegue, con la sola condicin de reponer la que se gaste para que nunca falte a nadie. As pues de maana, antes de partir, recogeremos del bosque la misma canti-dad que gastemos y la pondremos a secar en la leera.- Visiblemente molesto el joven peregrino se encamin con el anciano a la cabaa. Al ir a entrar en la misma se dio

  • 9cuenta de que en la parte trasera de esta se encontraba otra de menor tamao. -Qu hay en esa otra cabaa anciano?-Slo el ego!.-Tan importante es el yo que necesita para el solo de una cabaa? - El tuyo mi querido joven necesitara de una catedral mayor que la de Santiago, la cual nos disponemos a visi-tar si antes no te pierdes por el camino.Perderme yo que soy manchego!.

    A partir de ah todo se convirti en una intermina-ble letana sobre los manchegos y sus virtudes. Mientras el viejo realizaba sus oraciones el joven no dejaba de alar-dear de su origen, que si los manchegos esto, que si los manchegos lo otro, que si los monjes en general eran me-jores que el resto de los hombres, pero los manchegos en particular eran los mejores monjes etc. Al cabo de dos ho-ras de disertacin sobre si mismo y viendo que el anciano segua absorto en sus oraciones comenz a enfadarse. - Veo que mi conversacin os aburre.

    -Oh no! Muchacho, es que encuentro ms interesante la conversacin con Dios.

    -Con Dios decs! Viejo orgulloso y arrogante. Nadie puede hablar con Dios!, Ni tan siquiera un monje man-chego. En n a mi no me importan vuestras impertinen-cias porque mi autoestima es mayor que todo este bosque.

  • 10

    Sabis lo que os digo que me marcho a dormir a la otra cabaa con el ego. Yo no le temo al ego, solo los viejos como vos le temen al yo.

    El joven peregrino sali de la cabaa para ir a dor-mir con el ego. Abri la puerta con cuidado, aguard cau-teloso a que la luz de la luna iluminara su interior y tras comprobar que no haba nada a lo que temer, ya que apa-rentemente se encontraba vaca, penetr en su interior, se acomod en un lecho de paja y comenz a dormir. Antes de cerrar los ojos penso - El ego, vaya tontera!. Elego era el nombre de un oso, a quien bautiz as un juglar que por all sola pasar de camino a la corte, porque fue a en-contrrselo mientras compona una elega por la muerte del rey; y que por las noches descenda de la montaa para dormir en esa cabaa, sobre aquel lecho de paja.

    As pues toma el consejo de un viejo olmo y procu-ra que el ego no te convierta en elego, esto es: persona que compone un poema en el que se lamenta de la muerte o de cualquier acontecimiento que merece ser llorado...

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    LAS OVEJAS

    Yo soy un olmo, tengo quinientos aos. Por eso al hablar no lo hago con la arrogancia del ego sino con la madurez del tiempo. Nunca a los ojos de los hombres fui otra cosa mas que un rbol. Mis hojas no siguen modas ni obedecen a ms dictado que el de la primavera. En apa-riencia yo no cambio...

    Hace algunos aos, ms, muchos ms de los que podis imaginar, lleg para pasar el invierno, junto a m, un grupo de pastores con sus rebaos. Una maana las nubes del cielo, algodn escarchado, se precipitaban sobre la tierra en polvos de talco. Eran las primeras nieves, sig-no inequvoco de que el invierno haba llegado. Ese ao la naturaleza se haba adelantado. Bueno y quin pude to-mar en consideracin la puntualidad de una doncella. Yo estaba fascinado, por lo general nunca nevaba tan abajo. Yo saba de las grandes cimas nevadas por lo que el ma-nantial me contaba, era una informacin muy fresca ya que sus aguas provenan directamente de las montaas. Era divertido mirar a mis pies y ver que en vez de verdes eran blancos. Tambin las guilas al posarse en mis ramas me contaban cosas de aquellas moles coronadas de pie-dra blanca que sola ver a lo lejos. Yo maldeca entonces mis races que me jaban al suelo y a mis ramas por

    no ser alas y a mis hojas por no ser plumas para poder volar. Aquella maana volv a escuchar a lo lejos el tinti-neo de campanillas entremezclado con los ladridos de los perros y voces humanas. Extraa msica dnde durante

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    todo el ao no se oa ms que el aire silbando entre mis ramas y el trinar de los pjaros. Bueno el caso es que al poco tiempo todo se llen de aquellos curiosos animales de piel de bufanda. Ayudados por los perros los pastores que guiaban el ganado consiguieron guardar las ovejas en el cercado prximo a las cabaas que les serviran de refugio durante el resto del invierno. No me gustan los perros, a decir verdad nunca me gustaron, tienen la fea costumbre de orinarnos. Uno de aquellos mastines sinti el agobio de su vejiga tras el trabajo y vino a aliviarse, como siempre hacan, bajo este rbol. Esta vez aprove-chando la nieve que sostenan mis ramas, consegu man-tenerlo apartado, porque cada vez que intentaba acercarse yo agitaba uno de mis brazos descargando un montn de nieve sobre el perplejo animal, que al n apurado por la

    naturaleza, fue a levantar su pata trasera sobre el cerca-do. Por una vez haba triunfado. Al ponerse el sol el aje-treado ir y venir de hombres y animales haba terminado. Una densa y perezosa columna de humo blanco ascenda desde la chimenea. Sbitamente la puerta de la cabaa se abri y un joven sali de la misma cerrando tras de si con un portazo. La vibracin hizo desprenderse parte de la nieve que se depositaba en el alero del tejado y cay sobre sus hombros. El joven, con grandes aspavientos, sacudi aquella fra e inesperada carga. Por un momento me pareci uno de aquellos mastines a los que yo mis-mo arroj nieve. A continuacin visiblemente enfadado se dirigi al corral de ovejas, y tomando un cubo comen-z a ordear algunas de ellas hasta que consider que ya tena suciente. Luego algo ms tranquilo tom el cubo

    humeante por el calor de la leche y en vez de dirigirse al

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    interior de la cabaa vino a sentarse en una piedra apo-yndose contra mi tronco. Entonces pude ver como una lgrima resbalaba por su mejilla, y hablando en voz alta deca: Ya estoy harto! Todo he de hacerlo yo! Jeremas ordea las cabras! Jeremas recoge la lea! Jeremas que te duermes! Jeremas!, Jeremas!, Jeremas!... No me comprenden, Dios mo! No hay nadie que me pueda comprender? Yo soy distinto a los dems, me gustara ha-cer algo diferente. En ese instante el viejo bho que por aquel entonces viva en mi tronco, viendo llorar con tan amargo desconsuelo al joven muchacho vol a una rama cercana y le dijo:

    -Por qu piensas t que eres distinto del resto de los humanos?

    -Demonios! Quin eres?. Cmo es posible que ha-ble un pjaro?. Sin duda debe tratarse de algn encanta-miento.

    -No seas tarado! Slo soy un viejo bho al que tus lamentos han despertado. En cuanto a lo del encanta-miento tranquilzate. Mi nombre es Arn, y en otra vida fui bibliotecario. Estaba tan pagado de mi ciencia y tan seguro en mis razonamientos, que me volv orgulloso y arrogante. Pasaba noches enteras enfrascado en escudri-ar los ms de diez mil volmenes de mi biblioteca. Sin duda que llegu a sentirme un hombre diferente del resto de los mortales. En los consejos del reino todos admira-ban mi lenguaje y tomaban en cuenta mis palabras. Crea sin duda ser superior al resto de los mortales. Hasta que

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    un da lleg a la corte un joven pastor, casi de tu misma edad. Era un ser especial, aunque en apariencia no era ms que un simple pastor. Nunca hablaba, cuando se le preguntaba algo l responda con una sonrisa, cuando le insultaban tambin y lo mismo cuando le alababan. Slo tena una auta la cual haca sonar con tanta dulzura que las ores del camino se inclinaban a su paso, y los pjaros y las bestias y an la ciudad entera cesaban sus trinos, rugidos y charlatanera, para orle tocar. Nadie saba quin era, ni de dnde vena. Desgraciadamente los celos hicieron pronto mella en m. Cmo era posible que un vulgar autista, me arrebatara la admiracin del pueblo y de la corte?. El slo emita msica con su auta y eclipsaba mis palabras. Al n una noche en que consul-taba mis libros tratando de encontrar una respuesta, algo con lo que enfrentarme a aquel pastor, cansado me aso-m a la ventana. Entonces le vi cruzar el puente sobre el ro, iluminado por la luz de la luna. La ira y los celos me empujaron escalera abajo para seguirle. Cruce el puente raudo y an jadeante pude ver su sombra perderse entre los rboles. Al n pude darle alcance en un claro del bos-que hasta donde me gui el sonido de su auta. l tocaba muy dulcemente recostado sobre un olmo como este, y su rostro brillaba con la luna, o quizs fuera la luna la que brillara con la luz de su rostro, no lo se... El momento era el idneo, nadie me vera, estbamos solos en aquel claro del bosque y mi orgullo me llev a tomar mi daga y acer-carme por su espalda, como una alimaa acechante. l gir sus ojos mirndome de reojo justo cuando le clavaba mi pual en el costado. No gimi, no grit, solo sonri y sigui tocando la auta, mi golpe no le haba afectado.

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    Entonces una voz interior me dijo: necio, acaso pueden los libros de ciencia guardar afectos?. Puede acaso el ndice de tus obras sealarte el camino hacia lo eterno?. O servir de prlogo a los sentimientos?. Aqu mismo de-jars tu cuerpo, tu vida y tus conocimientos. Tus diplo-mamos sern mortaja en tu entierro. Y nacers de nuevo como lechuza, por acechar en la noche sers mochuelo, y por perder tus noches lejos del amor de los hombres y de los dioses, sers bho hasta que aprendas esa leccin que no ensean los libros de texto.. - Dime pues hermosos bho - pregunt el pastor- qu es lo que aprendiste en todo este tiempo?.

    - Lo que aprend, es que no hay conocimiento supe-rior al amor. No importa cuanto quieras diferenciarte del resto del mundo, no eres sino uno ms, ahondando en la mediocridad mundana de lo material. Salvo que puedas interpretar como el autista la meloda innita del alma, nada te hace superior ni inferior a nadie. Ves aquellas ovejas negras, bien podran ser las ovejas disidentes.

    As pues haz caso de lo que un rbol te dice, porque vio en el principio de los tiempos reunirse a todos los lo-bos del mundo en singular reunin. Estaban preocupados. Qu hacer con las ovejas disidentes? Cmo callar la disconformidad de aquellas que no se resignaban con su suerte?. Entonces en medio de la manada se alz la voz del ms viejo entre los lobos y dijo: Dejadles ser ovejas negras, s habis odo bien, que a partir de maana las ovejas disidentes sean negras. Luego los lobos con dis-

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    fraz de oveja que viven en los rebaos se apresuraron a cumplir sus rdenes y as nacieron las ovejas negras y as se cumpli el deseo del gran lobo: Oveja blanca u oveja negra, que ms da con tal que sean ovejas.

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    EL BARQUERO

    Los olmos vivimos enraizados en el suelo. El hom-bre vive enraizado a sus costumbres y malos hbitos. Los olmos a pesar de nuestra falta de movilidad presta-mos servicios desinteresados para benecio de la Tierra.

    Damos sombra en el verano, cobijo a los pjaros y dems animales y an el ingrato humano encuentra en nosotros, los rboles, sustento en los frutos, calor en la lea, y la mesa donde come nosotros la fabricamos. El hombre vive enraizado en sus malos hbitos.

    Hace mucho tiempo, cuando los bosques ramos habituales residentes de esta tierra, y no excepcionales puntos verdes en un mapa agrario, corra junto a estas tie-rras un caudaloso y joven ro. Presa de su alocada juven-tud el ro se precipitaba montaa abajo como queriendo tragarse la tierra a su paso. Saltaba sin temor desde gran-des alturas y el sol al jugar con la espuma de sus aguas formaba hermosos arco iris al nal de las cascadas y re-mansos. El ro corre tan rpido que muere sin conocer las piedras que desgast a su paso.

    Por aquel entonces, un leador construy una balsa con sus manos. Por all sola pasar el ganado en busca de pastos mejores durante la primavera, y los peregrinos y viajeros caminaban ro abajo en busca de aguas ms tranquilas y menos profundas para poder cruzar al otro lado. El leador pens: - Si construyo una balsa para lle-var hombres y bestias al otro lado, se ahorraran casi

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    tres jornadas de viaje ro abajo, y cobrando un precio justo por el viaje podra ganar lo suciente para vivir. Dicho esto el leador se aprest al trabajo, y cortando algunos rboles los uni con bra vegetal y consigui al

    cabo de una semana tener lista la balsa. En aquel punto el ro perda fuerza como consecuencia de varios meandros que frenaban su carrera, permitiendo que con muy poco esfuerzo se pudiera llevar una balsa de una a otra orilla sin cuidado. Al n discurri que en vez de remar sera

    mejor tender una cuerda de uno a otro lado y enhebrar la balsa para que tirando de la cuerda se pudiera cruzar ms rpido. Aquello incrementara el nmero de viajes dia-rio y en consecuencia los benecios seran mayores. Muy

    pronto el barquero tena una gran clientela, ya que todo el mundo prefera pagar por pasar a la otra orilla y acortar en tres das su viaje. En la ribera construy su casa, muy modesta, pero al n y al cabo su casa. Viva feliz con lo

    que obtena por su trabajo, el precio que cobraba era lo justo para que todo el que llegara a la orilla pudiera pa-garlo. Y an si algn peregrino no tena dinero l de igual forma le cruzaba.

    Un da muy temprano en la maana, tan temprano que el sol an no haba descendido para baar su ree-jo en el agua, lleg hasta el barquero un grupo de ricos comerciantes, acompaados por hombres armados que custodiaban una gran caravana de mulos cargados con cofres y varios carros. Durante la noche un viejo ermitao tambin haba llegado con la esperanza de ser transporta-do al otro lado. Los soldados llamaron con impaciencia a la puerta del barquero quien aturdido por el sueo abri la

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    puerta refunfuando.

    -Pero quin llama tan temprano a mi puerta? Es que ya ni el descanso de un hombre se respeta?.

    - Levanta barquero, que la fortuna llama a tu puerta. Ves aquella caravana, has de transportarla a la otra ori-lla en la maana.

    - Pero seor si son ms de cien carros!

    - As es barquero y tenemos prisa, los bandidos nos persiguen desde que salimos y ya hemos tenido varios en-frentamientos con ellos. Tu barca nos ahorrar tres das de peligros y la indefensin de ser agredidos en mitad del agua si cruzramos ro abajo.

    No terminaba de pronunciar estas palabras cuando se acerc a galope un jinete vestido con ricas ropas, quien visiblemente molesto le increp:

    -Escucha barquero! No puedo perder ms tiempo!. Debes de cruzarnos ahora mismo o te clavo este pual en el pecho.

    El barquero era un hombre astuto y enseguida se dio cuen-ta de la situacin as pues con gran frialdad le respondi:

    - No estis en condiciones de exigir nada a nadie mi Seor. Si me matis entonces quin os llevar al otro lado? Acaso alguno de vosotros sabra manejar la bar-

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    ca cargada y conducirla a la otra orilla sin que vuestros tesoros se hundieran?. Si me matis con toda seguridad los bandidos que os persiguen os daran alcance ro aba-jo, y decidme cunto llegarais a perder de vuestra pre-ciada carga?. No, no pensis ni por un momento que soy un estpido.- De acuerdo barquero t ganas!. Te dar esta bolsa lle-na de monedas de oro si nos cruzas al otro lado antes de media maana.

    La bolsa contena ms de cien piezas de oro y el barquero al contemplar el brillo dorado de su contenido se dirigi a la orilla para preparar la balsa. Bajaba depri-sa ante las carcajadas de los comerciantes que nalmente

    disfrutaban viendo como un necio brincaba por unas mo-nedas. En su precipitada carrera tropez con un bulto que estaba justo antes de la orilla. Era el ermitao que dorma aguardando su turno para poder ser cruzado.

    -Por Dios! Es que no podis buscar otro sitio don-de dormir pedazo de vago?, Llego tarde a mi trabajo!. - Perdona mi torpeza Seor, soy un ermitao que espera de vuestra caridad poder cruzar al otro lado, ya que como veis no tengo ms que este hbito de saco y no poseo dinero para pagaros.

    -Ahora no por Dios!, esperad a que termine de cru-zar a los comerciantes y luego ver de cruzaros.

    Sin dejar que el ermitao pudiera replicar nada ms

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    el barquero se dirigi a su balsa y apresuradamente rea-liz los preparativos para embarcar el primer grupo de carros. Durante toda la maana cruz de uno a otro lado. En ambas orillas comenzaron a agolparse viajeros en es-pera de ser transportados, ya que para no perder tiempo el viaje de vuelta lo haca vaco ante las protestas de los dems pasajeros. Los comerciantes le haban ofrecido ms dinero si no cargaba en la otra orilla para acelerar su vadeo. En uno de los trayectos un comerciante de aspecto rechoncho y ojos pequeos le dijo:

    - En verdad que podras tener aqu un gran negocio. Fijaos que sois el nico medio de transporte para estas personas. Pagaran cualquier precio por embarcar. Si sa-bes aprovechar el ujo de gente y los retienes en ambas orillas jando un horario para el transporte tambin ob-tendras sustanciosos benecios ofreciendo alojamiento y comida mientras dura la espera. As veras crecer de manera eciente tu bolsa. Y nada de viajes gratis, la bar-ca es tuya y de nadie ms el que quiera cruzar gratis que nade. Si quieres te podemos vender provisiones para que hoy mismo empieces.

    El barquero fue presa fcil de la codicia que en l despert la ganancia fcil. Cada vez que llegaba a la orilla para cargar el ermitao se le acercaba y le deca: Seor puedo embarcar ahora?. A lo que el barquero responda: Ahora no es posible. Primero los carros y los mulos de los comerciantes, cuando acabe ya ver de cruzarte. Cuando el sol estaba en lo alto terminaba de cruzar el ltimo carro. El barquero satisfecho recibi dos

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    bolsas de oro por los viajes. Entonces se dirigi a las per-sonas que se encontraban en la orilla y les dijo:

    - Por esta maana se acabaron los viajes. El horario de embarque comenzar de nuevo a las cuatro de la tar-de. -Barquero eso no es posible!, replicaron algunos de los viajeros, si no cruzamos ahora no llegaremos a tiem-po a nuestros hogares y con todos los que aguardamos en ambas orillas tendramos que pasar la noche aqu sin alimentos ni abrigo.

    - Eso no es problema siempre que tengis dinero para pagar. Puedo facilitar comida y techo a quien lo desee. Slo por una pieza de plata o algo que tenga un valor semejante. Por cierto que el precio del billete es de dos piezas de plata.

    Aquello era diez veces ms que el precio habitual, y tendran que pagarlo todos, incluidos los nios de pe-cho. La gente prori gritos contra el barquero quien im-pasible se dirigi a su barca. Al n los que tenan dine-ro no tuvieron ms remedio que aceptar el chantaje. As el barquero vio incrementar su fortuna, contrat criados para las posadas y obtuvo un prspero y oreciente nego-cio. A todo esto el ermitao no abandon su orilla, y da tras da cuando vea al barquero le preguntaba si ese da le cruzara a la otra orilla a lo que el barquero siempre responda con alguna excusa. Durante un ao aguard el ermitao pacientemente ante el asombro de las gentes.

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    Unos le tomaban por un loco y otros compadecindose le daban algo de comida para que no muriera de hambre. Una tarde lleg a la orilla opuesta una mujer con un an-ciano y un nio enfermo en un carro. Necesitaban cruzar a la otra orilla la ebre devoraba la frente de la criatura, y

    buscaban desesperadamente el remedio de un sanador que viva a dos jornadas de all. No tenan dinero para pagar el peaje y los criados del barquero le impidieron el acceso a la barca. Viendo la desesperacin de la madre uno de los criados fue a pedir permiso a su amo para que la dejara embarcar a lo que este respondi que si no tenan dine-ro siempre podran pagar con el carro. Que entregaran el carro y siguieran a pie su camino. El abuelo acept las condiciones y cruzaron a la otra orilla, pero cuando iba a entregar el carro la mujer se arroj a los pies del barquero suplicndole que les permitiera pagar al regreso ya que sin la ayuda del carro no llegaran a tiempo de visitar al curandero antes de que el nio muriera por la ebre. El

    barquero impasible a las splicas mand que condujeran el carro a sus cuadras y arrojaran las pertenencias que se guardaban en su interior al suelo. Entonces el ermitao que haba presenciado toda la escena se acerc a la mujer y le dijo:

    -Cul es tu problema mujer?

    -Venerable anciano; llevo a mi hijo enfermo a un cu-randero que habita segn me dijeron a dos das de aqu ya que no tengo dinero para pagar mdicos. Dicen que es un hombre humilde y sencillo que ayuda a los necesi-tados. pero sin el carro nunca conseguir llegar a tiempo

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    de encontrarle.

    - Mujer no llores tu viaje ha terminado. Yo soy el an-ciano que buscas.

    En ese instante al or las palabras del ermitao el barquero irrumpi en carcajadas.

    -Habis odo bien lo que dice este estpido ermitao! Dice que l es el curandero del que nadie ha sabido nada desde hace un ao. Acaso no lo sabias mujer?, Nadie sabe nada de ese curandero desde hace un ao. Tu viaje es estril.

    -Cmo iba a saber nadie sobre m!, replic con voz de trueno el ermitao, llevo aqu sentado todo ese tiem-po esperando a que t, miserable barquero, me cruces al otro lado.

    Y habiendo dicho esto coloc su mano derecha so-bre la frente del nio quin al instante abri los ojos y sonri al ermitao. La gente que fue testigo de lo ocurrido comenz a gritar Milagro!, Milagro!. Entonces el ermi-tao dirigindose al barquero le grit en mitad de aquellas gentes:

    - Durante ms de un ao aguard paciente de tu co-razn una seal de arrepentimiento, pero todo ha sido estril. Tu codicia es tal que te ha convertido el corazn en piedra. Y la piedra terminar tu tirana.

  • 29

    El ermitao se encamin a la orilla del ro seguido por todos los all presentes, y ante su atnita mirada, tom una roca la bendijo y la arroj en mitad de la corriente. Al instante un fabuloso puente de piedra se alz uniendo las dos orillas para siempre.

    Seguramente os preguntaris que fue del barque-ro; pues bien, no habiendo tenido escarmiento suciente

    tom a varios de sus criados, tambin como l codiciosos, y se embarcaron en la mejor balsa para encontrar ro abajo otro lugar donde continuar con el negocio. Embarc todas sus posesiones, guard su oro en un cofre, y se lanz a la corriente. Desgraciadamente para l, desconocedor de los peligros del resto de aquel ro, ms all de los meandros el sol jugaba a crear arco iris multicolores con la espuma de una gigantesca catarata.

    As pues haced caso de lo que un viejo olmo os dice, y no is como el barquero toda vuestra suerte en el

    dinero. En la adversidad sed decididos y vended el carro del orgullo porque seguro que ro abajo al igual que el nio que cur el ermitao, os llega hasta la orilla un cofre de oro otando

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    LA BAILARINA.

    Aquel ao el invierno, hombre al n y al cabo, no

    pudo resistir la tentacin de mostrarse gentil y atento con una incipiente doncella primavera, que por una vez acu-di a su cita con exceso de puntualidad. As pues y antes de lo esperado, mis ramas volvieron a cubrirse de hojas. Aquel ao la primavera se tom muy en serio su trabajo y nunca el valle haba lucido tan hermoso. Qu mujer puede igualar con sus cosmticos el pincel mgico de la naturaleza?

    El sonido montono y acompasado de un viejo ca-rro lleg a mis odos. Una inesperada piedra en el camino hizo que la rueda derecha saltara y durante unos instantes un ruido de pucheros de cobre chocando unos contra otros, sirvi de acompaamiento a los chirriantes ejes de la ca-rreta. Al poco, bajo mi copa, se reunieron veinte carros. Fueron llegando uno tras otro, con perezosa parsimonia, tambalendose de uno al otro lado, merced a las irregula-ridades del terreno. Eran cmicos. Todas las primaveras llegaban con su eterno ritual de tristes gracias. Entre todos los carros, uno en especial me llam la atencin. Su as-pecto era mucho ms pulcro y aseado que los dems. Con cierta gracia se disponan unas pequeas macetas sobre el alfizar de las ventanitas de aquella casa con ruedas. Era la primera vez que lo vea. Seguramente deba de tratarse de algn nuevo artista incorporado a la compaa durante el invierno. Al poco tiempo los cmicos se organizaron en un incesante ir y venir de mujeres lavando la ropa en

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    el ro, preparando la comida en aquellos pucheros de co-bre, mientras los hombres cortaban lea, reparaban los ejes maltratados por los caminos, casi tanto como ellos mismos y an alguno canturreaba. Nadie se baj de aquel carro, salvo el arriero que lo manejaba con singular cui-dado. Por n cuando el sol comenzaba a deslizarse al otro

    lado del medio da, las voces de las mujeres, reunieron a todos para comer. Entonces alguien se dirigi al carro y golpeando su puerta exclam: Lucida la comida est servida!. La puerta del carro se abri y de la penumbra de su interior asom, primero una y luego otra, dos zapatillas de baile, que a su vez servan de aposento a dos pequeos pies que se movan con una elegancia de la que slo son dueas las hadas y mariposas del bosque. Descendieron, como si otaran, por los tres escalones de madera de la

    parte trasera del carro, como si las piernas que sostenan sus tobillos fueran de cristal. Era en resumen una baila-rina de no ms de diecisiete aos, y de incomparable be-lleza. Como una suave brisa se dirigi junto a los otros feriantes, acariciando la hierba al caminar.

    Con los feriantes viajaba un malabarista, que siem-pre ocultaba su rostro. Nadie haba conseguido verle nun-ca la cara. Dicen que un incendio en uno de los carromatos mat a sus padres y desgur su rostro mientras dorma

    en la cuna. An decan que fue sanado por una vieja he-chicera que supo con sus msticas artes, sanar sus heri-das, sin embargo, nada pudo hacer por restaurar su rostro, quedando as marcado para toda la vida. Tambin se con-taba que sus padres haban sido feriantes, y que se encon-traban solos cuando sucedi el incendio, ya que la madre

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    se repona de unas ebres despus del parto, y decidieron

    no viajar con el resto de la compaa, para no someter al nio ni a ella a las fatigas del camino. Jams conoci el mundo malabarista ms gil que l. Poda mantener como si otaran en el aire doce objetos distintos. Aseguraban

    que aprendi sus habilidades de las bestias del bosque con las que convivi, y que la hechicera mediante un en-cantamiento le otorg el don de nunca caer a tierra desde el alambre. As, haba maravillado a todas las ciudades y aldeas por donde haba actuado. Pero nunca nadie, haba visto su rostro, celosamente guardado tras una mascara de payaso, con una perpetua risa en los labios.

    La bailarina, Lucida, coma en un plato de oro y be-ba en un dedal de plata y gustaba de caprichos extraos, y extravagantes. No haba un solo hombre en la compa-a, que no estuviera enamorado de ella. An los casados la miraban con deseo ante la indignacin de las mujeres que por lo dems, no podan soportarla como era lgico. Ella disfrutaba feliz, viendo como todo el mundo y an el universo entero, giraba a su alrededor. Slo el malaba-rista permaneca fuera de su hechizo. El no coma ni tan siquiera con los dems. Sola retirarse al interior del bos-que y gustar de las bayas y jugosos frutos que por aquel entonces copaban las ramas hasta inclinarlas por el peso. Como un felino trepaba a las copas y buscaba los frutos ms soleados y dulces. Beba en los arroyos cristalinos, y aseaba su cuerpo en la madrugada con manojos de hierbas aromticas empapados en roco. Lucida ni siquiera saba su nombre, y pronto comenz a jarse en l, ya que era el

    nico que pareca resistirse a sus encantos. Por lo dems

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    nadie le daba mucha informacin sobre su persona. No tena amigos, los comediantes pensaban que estaba loco, o lo que es peor: endiablado. Pero los copiosos ingresos que generaban sus actuaciones eran un atractivo sucien-te para llevarle con ellos. Cuando trepaba a lo alto del alambre pareca un dios majestuoso. Cada vez le fueron colocando ms y ms arriba para dar mayor emocin a su nmero. l pareca desenvolverse mejor cuanto ms alto estaba. De esta forma junto a la bailarina se convirtieron en los dos mejores nmeros.

    Despus de comer Lucida, convertida en diosa por aquellos mentecatos, se retir a su carro a descansar, ante el desconsuelo de los mortales. Estaba sentada frente al espejo cepillando su largo y lacio pelo rubio cuando vio en su reejo al malabarista que se perda en el interior de

    la maleza. Sin saber porqu, la curiosidad, le hizo seguir-le. Sus leves pasos apenas si producan sonido alguno al caminar, por lo que pudo acercarse al lugar donde se en-contraba el malabarista sin ser oda. En el remanso de una catarata justo en la orilla, vio la mscara y su ropa. Pero dnde se encontraba l?. En ese instante alz la vista y vio su silueta recortarse con el sol, en la parte ms alta de la catarata. Estaba demasiado alto para poder ver su ros-tro. El equilibrista se aproxim al pronunciado saliente de roca que haba a la derecha del torrente, extendi sus bra-zos y salt ante el asombro de Lucida, quien dej escapar un grito. Realiz un par de volteretas en el aire y entr en el agua con tal precisin que la supercie de esta apenas

    si se agit al recibirle. Despus como un cisne nad ha-ciendo crculos alrededor de la cascada. Cuando comenz

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    a nadar en direccin a la orilla, Lucida, se retir apresura-damente. No haba conseguido ver su rostro. Temerosa de ser descubierta retrocedi sobre sus pasos, pero la curio-sidad le hizo dar la vuelta para tratar de observarle. Justo al apartar unas ramas para abrirse paso se top con un oso en la espesura, Lucida crey al ver el rostro de la bestia en la penumbra del bosque que se trataba del malabarista, lanz un grito y se desmay. El oso asustado por el grito huy lo ms aprisa que sus patas le permitan.

    Lucida abri los ojos y entorno suya vio los rostros de dos mujeres de la compaa. Estaba en su carro de nue-vo.

    -Qu me ha ocurrido?

    - No lo sabemos. El equilibrista te encontr des-mayada y te recogi.

    - El malabarista, ahora lo recuerdo, es un mons-truo, tiene un rostro horrible!.

    - Supongo que eso hiere la sensibilidad de nues-tra estrella. Dijo en tono irnico una de las mujeres a la par que invitaba a la otra a salir del carro. Con un gesto de desprecio ambas abandonaron el carromato en cuya puerta aguardaban ansiosos todos los hombres. Entre to-dos el ms ansioso sin duda era el dueo de la compaa que tema por su inversin. Entr a ver a Lucida y esta le exigi que de inmediato despidiera al monstruo, ella no poda salir al escenario despus de aquel adefesio con

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    careta. El dueo consigui convencerla tras varias horas de alabar su belleza de que el malabarista, si bien era algo extravagante, era incapaz de hacer dao a nadie, prueba de ello era que la haba trado de vuelta sana y salva. As logr, no sin antes ofrecerle un substancioso aumento en sus ingresos, convencerla.

    As fueron pasando los das y las funciones. Continu tratando con desprecio a hombres y mujeres, burlndose del amor de los unos y de la belleza de las otras. Ms, sin saber porqu, no dejaba de pensar en el equilibrista de quien siquiera saba su nombre verdadero; todos le llamaban caro el grande. Un da durante una representacin alguien lleg corriendo pidiendo auxilio, un terrible incendio haba dejado atrapado en el interior del campanario de la iglesia al hijo del gobernador. Todos los hombres de la ciudad se encontraban en las afueras viendo el espectculo por lo que nadie haba sentido el fuego sino hasta que fue demasiado tarde. Todos acu-dieron corriendo al lugar, las llamas devoraban la vieja iglesia de madera y la casa aledaa. Por suerte la rpida intervencin de los hombres recin llegados impidi que el fuego se extendiera a otros edicios, pero la iglesia era

    devora con brutalidad por las llamas, el campanario de quince metros de altura permaneca an en pie, y desde su interior un muchacho profera alaridos sin cesar. caro en-tonces tom una larga cuerda, la pas por su cabeza y tre-p como un gato a lo alto del edicio que estaba enfrente.

    Una vez all lanzo un extremo de la cuerda al campanario, y gritando con todas sus fuerzas le pidi al muchacho que atara rmemente la cuerda al campanario. El muchacho

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    pareci entenderle y as lo hizo. Entonces l at el otro extremo a un saliente del tejado, y tens cuanto pudo. Sin pensarlo dos veces se encaram a la cuerda y comenz a caminar sobre ella ante el asombro de todo el mundo. Lucida incomprensiblemente senta que el corazn se le sala por la boca. Tras un minuto de equilibrios, caro al-canz el campanario, carg al muchacho sobre su espalda atndole jamente a su cuerpo y se desliz por la cuer-da. Colgando sobre sus fuertes brazos atraves la calle a quince metros de altura con la sola ayuda de sus manos, poniendo a salvo a muchacho. Lucida respir aliviada al ver como se posaba de nuevo sobre el otro tejado.

    caro era un hroe. Toda la ciudad hablaba de su gesta, muy pronto toda la comarca y el pas supieron sobre l. El Gobernador invit a toda la compaa a vivir en su palacio hasta que terminaran la temporada. Ahora la gente llenaba los asientos en cada representacin, pera ver a caro. Lucida segua despertando admiracin pero ya no era la estrella rutilante del circo, ahora caro brilla-ba con luz propia. Sin embargo, ajeno a las alabanzas, se-gua gustando de retirarse al bosque a nadar y a comer sus frutos. No cambi sus vestidos por otros mejores, y lo que ahora ganaba lo reparta sin ms entre los pobres, lo cual contribua a aumentar an ms su fama. Lucida le haba seguido a escondidas algunas veces y le haba visto saltar desde la catarata, alejndose antes de que saliera del agua. Un extrao sentimiento se adueaba de su interior. Se dio cuenta de que le amaba, un sentimiento extrao y nue-vo en quien nunca haba amado a nadie salvo as mismo. Pero aquello no era posible, era un insulto, un ultraje a su

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    belleza. Ella cuyo rostro envidiaba el sol, enamorada de un monstruo. Entonces para luchar contra ese sentimiento decidi odiar a caro con todas sus fuerzas. Por encima de todo no compartira el tesoro de su belleza con un mons-truo.

    La fama de caro no conoca lmite, ni la envidia de Lucida fronteras. No pudiendo herirle se dedic a ven-garse en los dems hombres, jug con ellos como una mantis religiosa. Cinco perdieron la vida en duelos por su causa, pero caro volaba demasiado alto para ella, siendo tan feo Finalmente un da no sabiendo como causarle dao decidi tratar de seducirle en un lugar apartado, para luego volverle loco de celos como era su costumbre. Le esper al pie de la cascada donde l sola baarse y tendi su tela de araa.

    -Dime caro, no me encuentras hermosa?. Acaso en tus noches debajo de esa careta no me deseas. Todos lo hacen, pero yo te he elegido a ti por esta noche. No te sientes afortunado.

    - Seora lo que t me ofreces no es belleza sino la llama dnde acude seducida la polilla para ser abrasa-da. No hay belleza que habite en ti sino en el tiempo que la sustenta. Eres un producto del tiempo y l como nico dueo te reclamar tus dones en su momento y sers des-pojada. La belleza verdadera no se ve en los espejos de los hombres sino en el reejo claro de la conciencia. A mis ojos querida Lucida no eres ms hermosa que estas piedras.

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    Habiendo hablado as, caro el grande se despoj de su ropa, conservando puesta la careta, y se introdujo en el agua como era su costumbre. Ella al verse despre-ciada jur vengarse ese mismo da. Aquella noche caro morira. Haba un capitn de palacio que suspiraba por sus favores, se fue a verle gimiendo y acuso a caro de haberla forzado, por lo que para vengar su afrenta sin que nadie supiera de su deshonra, debera matarle si es que la amaba. Pero para no correr riesgos cara a cara en un due-lo, donde la habilidad de caro se impondra, le insinu que cortara la cuerda de caro mientras este realizaba su nmero aquella noche. El capitn cuya frente estaba aso-lada por la ebre del deseo acept. Aquella noche toda la

    ciudad se dara cita para ver a caro en el aniversario del incendio. El empresario haba convencido a caro para que caminara aquella noche por un alambre mucho ms alto, a quince metros del suelo. El gobernador estara all con su hijo. caro acept, en el fondo su nico defecto fue que a l tambin le gustaba subir cada vez ms alto. Por n lleg la gran noche, todo estaba listo para el n-mero de caro, Lucida acababa de terminar su actuacin y l se dispuso a trepar al palo por ltima vez. El capitn haba hecho ya su trabajo, asentando un tajo a la cuerda sin que esta llegara a romperse del todo. caro ascendi a lo alto entre los gritos enfebrecidos del pblico. Desde abajo Lucida le contemplaba sintiendo un fuego abrasa-dor que ascenda desde su estomago. l estuvo esa noche sensacional. Nunca nadie realiz tantos prodigios sobre la cuerda, saltaba atrs y adelante, se sostena con una sola pierna, realizaba complicados juegos malabares a la

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    vez que caminaba. La cuerda todava aguantaba, cuando Lucida sinti que el fuego de su interior se apagaba vien-do el rostro feliz de los nios y el aplauso entusiasmado de las gentes. Mir hacia arriba y all estaba l como un dios. Igual que la primera vez que le contempl en lo alto de la catarata. Entonces se dio cuenta de que le amaba y una profunda angustia se apoder de su alma. No pudo pensar nada ms, en ese momento cedi la cuerda, justo cuando iba a terminar su actuacin. Durante unos instan-tes le dio la impresin que su cuerpo quedaba suspendido en el aire, ingrvido; era como si la misma tierra no qui-siera llamarlo junto a ella. Despus le vio caer en sus ojos lentamente dando giros como una pluma arrastrada por el viento, hasta que un grit del pblico la hizo volver a la realidad viendo el cuerpo de caro roto como una ma-rioneta en el suelo. Estaba tendido de costado, su careta se haba desprendido y yaca a su lado. Nadie se mova todos guardaban silencio. Lucida se arroj sobre l y al girarlo vio su rostro por primera vez. Nunca antes haba contemplado un rostro ms hermoso y sereno que el de aquel hombre de pelo castao y ojos claros.

    Si alguna vez visitas un bosque donde haya una cascada, permanece atento, porque cuentan que cuando la Luna baa sus aguas una hermosa bailarina danza lla-mando a su amado sobre la supercie del lago, como en

    esas cajas de msica que se regalan los enamorados.

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    EL RELOJERO

    Una vez dos nios jugaban bajo mis ramas, en la fresca sombra que serva de cobijo a la calurosa tarde es-tival. l, inquieto como el viento, la miraba desde aden-tro. Ella, sosegada como el remanso de un ro jugaba con su rubor. - Te querr siempre - escribi el muchacho con una navaja sobre mi corteza debajo de un corazn con sus iniciales. Vaya!, era mi primera inscripcin!.

    Todos los aos al principio del verano, se encon-traban aqu, los padres de ella eran mercaderes y llegaban del norte cargados con mercancas para vender en la feria de Agosto. La familia de l la componan sus abuelos y un to materno de quin se deca que estaba loco. Sus padres no pasaron el ao aquel de las viruelas, o fue aca-so el de la guerra? Bueno eso no importa ahora, slo hay un tipo de miseria bajo muchas formas. Su abuelo fabricaba relojes en la ciudad. La gente cariosamente le llamaba abuelo tiempo. Sus relojes eran conocidos en todo el reino. Su fama como artesano era notoria y du-rante la feria venda casi todo lo que fabricaba durante el ao. As pues, verano tras verano, el inquieto Manuel, y Alma se encontraban. Jugaron durante seis aos, pero al sptimo algo extrao vino a sucederles, ya que en el es-perado encuentro, por uno de esos caprichos de la natura-leza, se hallaron diferentes. l quiso jugar con ella como antes, y correr de la mano por el bosque, pero su tacto era distinto, y cuando pretendan alcanzar el horizonte en la pradera, sus pies dejaban de correr y sus manos se asan

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    con fuerza. Ella estaba muy rara, ya no le gustaba cazar bichos, ni trepar rboles, ahora Alma cortaba ores para

    ponrselas en el pelo y cuando Manuel la contemplaba peinada de amapolas, un extrao hormigueo en el esto-mago le causaba gran desasosiego. l crey al principio que se trataba de hambre, hasta que repar en que tambin lo senta cuando se encontraban despus de comer. Una noche en su buhardilla mirando las estrellas comprendi lo que le estaba pasando; y una lgrima tmida como su rubor, sirvi de espejo a la luna. Se haca hombre, irre-mediable, inexorable, fatalmente hombre. Tuvo miedo, y pens, que el tiempo le robara todo al n, que su amor y

    su vida dejaran de existir al mismo tiempo. Conjur a los dioses y la luna para que le protegieran. Baj al taller del abuelo y al entrar en el, percibi el tictac implacable de los relojes, como nunca antes los haba percibido. Senta deseos de estrangular al pjaro del reloj de cuco y adonde quiera que mirara, dos tiranos, uno ms bajo que otro, le marcaban las horas.

    Al da siguiente decidi sincerarse con su Alma, y se fue a verla, como tena por costumbre, junto al reman-so del ro donde le aguardaba. Alma! - le dijo - habr de perderte maana y eso me asusta. No podr mirar el cielo nunca ms si tus ojos me faltan.- Ella pos su peinado de amapolas sobre sus hombros y no dijo nada. Sentan la dicha en su interior, pero al contemplar el ro que a sus pies pasaba, el temor encoga sus corazones, y sus manos se apretaban. Entonces Manuel quiso dejar un testimonio adolescente, sobre la piel de este viejo olmo, seguro de que yo vivira ms que ellos para mostrar la huella de su

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    amor. Cuanta dulzura en cada encuentro!, cuanto anhelo en la distancia!. Lleg el nal de la feria de agosto y tu-vieron que separarse de nuevo. Al ao siguiente Alma no regres, ni al otro, ni an despus de este; y Manuel es-per. Esper el nio hecho adolescente, y espero el ado-lescente que se hizo hombre y el hombre al hacerse viejo. Manuel ahora fabricaba los relojes, como antes lo hizo su abuelo. Las gentes del lugar le conocan por su bondad y los nios le llamaban abuelo tiempo. Sus relojes fueron la admiracin de todo el mundo, nunca nadie los fabric con tanto esmero, incluso el Rey en persona le encarg uno para palacio. Manuel sonrea mientras hablaba con l - Majestad, yo pongo un reloj en tu morada, otro que no soy yo, puso tiempo a tu reinado - El monarca que no entenda nada le pregunt - Es cierto que t nunca usas reloj?; extraa propaganda para tu negocio!. -Oh no es cierto mi seor!-, respondi Manuel mientras sacaba de su bolsillo un hermoso reloj en cuya tapa interior se vea un retrato de una joven muy hermosa, - Este es el que yo uso. Este que veis aqu es el retrato de mi Alma - - Relojero me tomis por estpido!, ese reloj no tiene manecillas, no sirve para marcar el tiempo!. - En eso te-nis razn mi seor, no sirve para marcar el tiempo, solo sirve para recordar lo eterno. Hace muchos aos un to materno a quien todos consideraban un loco, lo fabric para mi. Fue el nico reloj que realiz en toda su vida, me lo regal aquel verano en que no regres mi amada y me dijo: Manuel, no existe el tiempo para el alma. Guarda tu amor, que es eterno, dentro de la tapa.

    Al n, una noche en que Manuel, abuelo tiempo,

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    miraba las estrellas en aquel remanso del ro, comprendi lo que le estaba sucediendo y una lgrima tmida como su rubor sirvi de fugaz espejo a la luna, tom el reloj entre sus temblorosas manos y al abrirlo observ que todos los nmeros indicaban que por n era la hora del alma

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    LUCES Y SOMBRAS

    -Abuelo, tengo miedo!. La noche es oscura y en las sombras del bosque presiento que el mal acecha mi alma. Abuelo estoy cansado del viaje, mis pies estn hin-chados, tengo hambre abuelo, tengo fro.

    -Hijo mo!. Mi muy querido pequeo. A qu te-mes?. Este viejo olmo nos sirve de cobijo. Las sombras del bosque no son ms que sombras, espejismos fatales que el temor del hombre transforma segn sus fobias. Segn es la luz, as es la sombra. Ves, fjate! Ahora sale la luna y segn se opongan los objetos a su luz, as ser su sombra. A nosotros no se nos ve, la sombra del rbol nos tapa. Ahora ponte en pie y sal de las ramas, colcate de espaldas a la luna y dime qu ves.

    - Veo mi silueta sobre la tierra. Cuando muevo mis brazos mi silueta hace lo propio en la tierra. - Bien, respndeme, mi muy querido pequeo, quin eres t en verdad? El que est de pie o el que se agita en la sombra?.

    - Sin duda abuelo que yo estoy de pie. Estoy frente a la luz y lo del suelo es mi sombra.

    - No hijo mo, no ests frente a la Luz, sino enfren-tado a ella. Por eso tienes sombras. Si t y la luz fuerais uno ya no veras tu sombra. As crecemos los hombres

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    levantando nuestro orgullo frente a la luz, para que nos proyecte su sombra y pensemos que ese que se arrastra por el suelo soy yo. Es la sombra la que tiene hambre y miedo, es la sombra a quien le duelen los pies del viaje, es la sombra la que nace y muere y teme a las catstrofes. Todo el universo es una gran oposicin; una ruptura de la simetra de Dios creada por el deseo de innitas men-tes. No ser uno signica ser otro; y otro signica estar en otro lugar, y ese otro lugar no est en todas partes sino en un sitio en concreto, y al estar all produce una asimetra en el todo bondadoso del Seor. As de ese caos, surge este orden aparente y cticio de las cosas, porque el caos sigue su propio orden. Y an mis palabras que intentan explicar, entran en contradiccin con mis silencios.

    - Abuelo, Dnde encontrar la luz si siempre he vivido en la sombra?. En que direccin debo buscarla?

    - En todas, hijo mo, y en ninguna, porque t mismo eres la luz. Dnde t camines va contigo, donde quiera que detengas tu marcha esperar contigo. Qu da sen-tido a una casa sino el espacio interior que la compone?, las paredes solo contienen, no es el aspecto aparente de las cosas lo importante sino el contenido. Cuando mires por la ventana del corazn desde tu casa, comprenders que solo las paredes te separan de Dios. Si derribas los muros el espacio interior se une al que lo rodea, y aunque pudiera parecer que desapareces, no es cierto, porque la Luz guarda para si otra clase de juegos.

    As habl el abuelo aquella lejana noche perdida

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    en mis recuerdos. Ya no volv a verles nunca ms. Una fra tarde de otoo aquel otoal ser, me enseo el camino de la libertad. Desde entonces mis races ya no me ligan a la tierra ni mis ramas al viento. Soy un viejo olmo que da sombra al caminante y ahora entiendo mi importan-cia. Cuando te recuestes bajo mi tronco buscando refugio para dormir, piensa que desde dentro de m, es Dios mis-mo quien se vela en sus sueos.

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    LA NAVIDAD.

    Los rboles vivimos ms que los hombres. El pasa-do dibuja el futuro con la misma precisin que un escultor talla la madera. Espero que el cronista de esta historia nunca llegue a ser necesario para el hombre y que este cuento solo sea eso, un cuento...

    Recuerdo que aquel da nevaba. Hacia mas de treinta aos que no vea nevar desde el gran cambio cli-mtico no haba vuelto a nevar en la tierra. Al principio la nieve era sucia desde el cielo gris se precipitaban al suelo copos del mismo color. Era como si el rmamento

    convertido en un inmenso rompecabezas se precipitara sobre la tierra. Las autoridades trataron de clamar a la poblacin diciendo que aquello no tena nada que ver con las catstrofes acaecidas tiempo atrs, que todo era un fe-nmeno natural consecuencia de la regeneracin del cli-ma merced a las urgentes medidas que haban adoptado. Incluso llegaron a mostrar las imgenes de algunos p-jaros construyendo sus nidos en los rboles. Los pjaros murieron al poco tiempo de que los lmaran, haban sido

    desarrollados en los laboratorios de manipulacin gen-tica, para ser mostrados en caso de necesidad. Lo s muy bien, porque yo era el encargado de lmarlos en mi estu-dio. El caso es que nadie se explicaba aquel fenmeno, la nieve gris segua cayendo cubriendo calles y aceras, obligando a paralizar toda actividad. Un domingo por la noche el temporal arreci con tanta fuerza que nos que-damos aislados en mi estudio en las afueras tratando de

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    digitalizar escenas con aquellos pobres animales de sn-tesis gentica. Era intil, tan pronto como los pobres res-piraban aquel aire enrarecido moran en pocos minutos, sin darme apenas tiempo para lmarlos. Aquella noche

    ningn planeador magntico podra volar con ese tiempo, as pues, resignados, nos dispusimos a pasar la noche de la mejor manera posible. Todos nos resignamos, bueno todos a excepcin del delegado Gubernamental, que exi-ga ser sacado de all de inmediato. l era una persona im-portante, demasiado importante para ser detenido por un fenmeno atmosfrico. En verdad lo que deseaba aquel desgraciado era ir lo ms aprisa posible hasta el refugio nuclear del que disponan todos los miembros del gabine-te; all estara a salvo si aquella extraa nieve gris segua aumentando. Bueno de momento en la cafetera tena co-mida suciente y los generadores auxiliares del estudio

    funcionaban correctamente, as que lo mejor sera tratar de pasar aquella noche con paciencia. Todos lo habamos aceptado, todos menos el delegado gubernamental, que visiblemente nervioso, me orden que le hiciera entrega de la llave de la cafetera, ya que pona bajo su adminis-tracin los vveres de la cocina. Mand colocar a dos de sus escoltas en la puerta y tras cenar ellos primero, nos permitieron comer algunos bocadillos. Luego con aire de superioridad, la que le coneren a un cretino dos pistolas,

    me orden a m, como propietario del estudio, que le asig-nara el mejor despacho y el ms clido, eso s: siempre en aras de una administracin de emergencia ms ecaz

    para todos. Ya se sabe que el inters pblico tiene es-tas cosas. Las horas fueron pasando con monotona; cada uno de nosotros trataba de distraerse como poda. Yo po-

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    niendo a punto mis equipos de lmacin, el delegado del

    gobierno dictando cartas y rmando papeles sin cesar, los

    soldados limpiando sus armas y los dems en su mayora dorman. Sbitamente uno de los generadores comenz a fallar dejando a oscuras la sala donde nos encontrbamos. El delegado gubernamental sac su arma y grit -Que nadie se mueva!- sudaba y temblaba como no haba visto en toda mi vida. - Guardias a m, quieren matarme, arre-batarme mi riqueza, soy el delegado del gobierno, soy la autoridad a m!. Resulta que el gran hombre tena miedo a la oscuridad. Acompaado por dos de sus gorilas se di-rigi conmigo a la sala de mquinas, en pocos segundos la avera estaba subsanada y la luz volvi de nuevo. El de-legado respir aliviado pero me orden que le entregara la llave del cuarto de mquinas, ya se sabe en aras de una administracin de emergencia ms ecaz.

    El timbre de la puerta son con fuerza, casi con urgencia. Por el monitor pude ver la silueta de dos perso-nas cubiertas por aquella nieve gris junto a la entrada. Sin duda debieron quedar atrapadas en mitad de aquel extrao temporal; permanecer mucho tiempo ah fuera equivala a una muerte segura. Me dispona a abrir la puerta cuando el delegado del gobierno vino a interrumpirme. -No, no es posible!, no se pueden quedar, aqu no hay espacio ni comida suciente. A veces en el inters general se deben sacricar individualidades, y este sin lugar a dudas es uno de esos casos- Los dems seguan indiferentes la es-cena. Bueno tampoco puedo reprochrselo, ya que ese era el tipo de mentalidad reinante en el ao 2.500. Sin embar-go a m me brot un extrao calor desde el fondo del est-

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    mago y sin medir mis palabras le dije -Aprtese maldito hijo de pu...! o la prxima vez que se detengan los genera-dores le dejo a oscuras.- El funcionario sin pensarlo dos veces sac de nuevo su arma apuntndome directamente a la cabeza, yo segu avanzando en direccin a la puerta, en ese instante sent como retiraba el seguro del arma, por suerte para m las luces hicieron otro amago de apa-garse y volvieron a lucir, entonces el delegado exclam -Est bien, est bien! Pueden quedarse pero que conste que no habr comida para ellos -. Me cost mucho em-pujar la puerta hacia fuera ya que la nieve se amontonaba al otro lado dicultando su apertura. En el estudio nadie

    mova un solo dedo. Con dicultad consegu abrir una

    pequea ranura por la que dos enormes manos asieron con fuerza el canto de la puerta tirando conmigo hacia fuera. Conseguimos abrir lo sucientes para que pudieran

    entrar de costado dos hombres al interior. El ms alto me ayudo a cerrar de inmediato diciendo - Gracias herma-no!- Extraa expresin, pens. A un gesto del delegado los guardias se abalanzaron sobre ellos colocndolos de forma violenta contra la pared para cachearlos. De pronto el que cacheaba al ms bajo, crey tocar algo sospechoso y exclam: -Atrs todo el mundo!. Lleva una bomba escondida!- El otro hombre se zaf de su guardia y se co-loc entre el arma del vigilante y su compaero - No, no, es mi esposa y no lleva ninguna bomba es que su vientre esta hinchado porque est embarazada- Del fondo de aquel abrigo sucio surgi una mujer de estatura media y pelo negro; sus ojos como dos centellas vinieron a encon-trarse con los mos. Su vientre estaba maravillosamente hinchado. El escolta boquiabierto dej caer su arma al

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    suelo. Haca ms de doscientos aos que las mujeres no paran a sus hijos. Ahora disponamos de modernas pla-centas de sntesis biogentica donde el hombre y la mujer depositaban su vulo previamente fecundado y seleccio-nado. El hombre entonces la rode con sus fuertes brazos y volvi a repetir, esta vez con cierto orgullo - Es mi es-posa y est embarazada, eso es todo. Nos dirigamos a la ciudad cuando nos sorprendi la tormenta. El planeador se detuvo a unos dos kilmetros de aqu gracias a Dios que les encontramos a Uds. Sino no s que hubiera sido de nosotros les estoy muy agradecido- El delegado del gobierno, detrs de m, como temiendo que le fueran a contagiar algo me dijo -Qu es eso de Dios que ha di-cho?- - No s- respond - deben ser extranjeros de una de nuestras colonias exteriores he odo decir que algu-nos habitantes de esos planetas que ahora dominamos conservan eso que se llama o que llamaban los antiguos religin. Es algo as como una costumbre trivial y supers-ticiosa que consiste en creer en un ser superior que ni se ve ni se oye pero que segn ellos se siente y de cual todos venimos -. -Imposible!- exclam el delegados padres se gastaron una fortuna eligiendo la placenta biogentica, as que si sabr yo de donde vengo. Yo tena razn era mejor haberlos dejado afuera- concluy susurrndome al odo mientras me sostena el brazo. - No sea cretino- le dije, a la par que acercndome a ella recog el abrigo del suelo ofrecindoselo de nuevo. Al hacerlo not que estaba completamente empapado. Sin dudarlo me dirig a mi despacho y tom una manta que siempre guardaba para aquellas noches en que trabajando hasta muy tarde decida dormir en el estudio. - Ser mejor que se tap con

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    esto no vaya a enfriarse, o mejor por qu no pasa a mi despacho y se seca- Ella tom la manta y por unos instan-tes nuestras manos se rozaron. Yo sent una extraa sen-sacin recorrer todo mi brazo hasta erizar los pelos de mi nuca. Estaba como aturdido. Ella al ver mi cara de pasmo sonri divertida y me dijo - Me la presta?- -El qu?- respond aturdido, - La manta hombre, la manta- -Ah s, la manta... claro disclpeme!. -Es Ud. un imbcil!- me dijo el delegado del gobierno - le ha dado mi manta-

    Pasados unos minutos volvieron a salir de mi des-pacho. Era la primera vez que todos sentamos inters por algo en mucho tiempo; incluido el delegado del gobierno aunque tratase de disimularlo. Desaando sus ordenes me

    encamin a la cafetera para prepararles algo de cenar, el delegado que vena conmigo no cesaba de amenazarme con la crcel, la perdida de mi carnet profesional, el des-tierro y cuantas cosas se le venan a la cabeza. Entonces a nuestra espalda escuchamos -Algn problema herma-no?- La voz de aquel extranjero de casi dos metros de alto son como un trueno aunque apenas si levantaba la voz. El delegado sonriendo hipcritamente, le respondi -Problema!, Ningn problema. Precisamente le comen-taba a nuestro buen amigo o... Hermano, eso es, herma-no, que pusiera un poco ms de comida en el plato de su esposa; la pobre tiene que estar muy fatigada cargando todo el da con ese pedazo de bulto de aqu para all, sirva!, sirva!, Yo les tengo que dejar ahora eh!, ya sa-ben las responsabilidades de la administracin...- Y sali corriendo en busca de la proteccin de sus escoltas. - Le agradezco mucho lo que est haciendo esta noche por no-sotros. Es la primera vez que se nos trata con humanidad

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    desde que hemos llegado a este planeta. Por lo general la gente nos considera salvajes sin civilizar. Al principio era ms fcil cuando no se notaba el embarazo pero ahora ja, ja, ja, no hay forma de ocultarlo -. Algo ms relajado quise hacerle algunas preguntas -Cul es el propsito de su viaje?. Estoy seguro que por muy incivilizado y sal-vaje que sea su planeta siempre ser mejor que este en donde vivimos- - Bueno si quiere que le diga la verdad mi mujer y yo estamos aqu para salvar a este mundo de su locura- -Bueno amigo no es por desanimarle pero no creo que su mujer en su estado pueda serle de mucha ayuda- - No, al contrario, ese nio es precisamente la clave de todo- -Venga hombre!, No tratar de hacerme creer que van a cambiar el mundo con un nio parido a la antigua usanza!. En n ser mejor que le llevemos esto a su esposa antes de que se enfre.- Debo confesar que en aquel instante pens que se trataba de un par de aborgenes supersticiosos, pero sin saber porqu, desper-taban en mi una extraa corriente de afecto y simpata. De regreso con los dems pude ver como mi compaera colocaba su odo en el vientre de la mujer y rea nerviosa al sentir moverse al nio. La mujer extranjera se mostraba muy complacida. El delegado del gobierno aprovech el descuido para hacerse con la manta y retirarse a mi des-pacho, donde dio rdenes de no ser molestado. Ambos comieron con apetito y sobre las cuatro de la madrugada nos dispusimos a dormir. Yo acomod lo mejor que pude a la pareja en el plat principal de mi estudio, precisa-mente el que usbamos para el rodaje de aquellas escenas con los sucedneos de jilgueros Haba suciente paja en

    el suelo como poder acostarse sin notar la dureza. El ex-

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    tranjero prepar una improvisada cama recostando a su esposa sobre ella. La verdad, viendo la ternura con la que aquel hombre cuidaba de su compaera, sent ganas de ser capaz yo tambin de experimentar lo mismo con mi compaera. Aquel vientre hinchado me pareca algo in-creblemente maravilloso; desde luego mucho mejor que aquellas cubas de metal reluciente denominadas sacos embrionarios de sntesis gentica. No poda dormir y me asom a la ventana; haba dejado de nevar y por primera vez pude contemplar el cielo como nunca antes lo haba visto, transparente y cubierto de un inmenso manto de estrellas. Haba dejado de nevar y toda la tierra se vea ahora blanca, pura... Durante las ltimas horas la nieve que caa haba cambiado de color volvindose cada vez ms y ms blanca, como si el cielo hubiera terminado de limpiar toda su suciedad. Sub corriendo a la azotea del estudio, y al asomarme jadeante al exterior, sent algo ini-gualablemente dulce: Aire puro!. Por n, aire puro lle-nando mis pulmones. Entonces not como de mis ojos brot una lgrima. Era la primera lgrima que derramaba en toda mi vida. Los nios nacidos en sacos embrionarios no tenamos emociones, simplemente se nos program genticamente para no sufrir con los sentimientos, y si para disfrutar con los sentidos. Cuando baj las escaleras para contar lo que estaba pasando en la atmsfera, sent el trino de unos pjaros, entr en el almacn y vi que todos los pjaros haban vuelto a la vida en sus jaulas. Al llegar a la puerta del plat una luz desbordaba la cerraduras y juntas destellando. Abr tembloroso la puerta y vi a todo el mundo de rodillas, incluso el delegado del gobierno y su escolta, alrededor de la mujer extranjera que feliz

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    sostena a un nio en sus brazos, resplandeciente como el sol. En ese instante la voz del extranjero a mi espalda me dijo: -Acrcate t tambin!, porque ha venido para devolver la esperanza al mundo- Mientras pona su brazo sobre mi hombro empujndome hacia delante. Despus sub a la cabina de realizacin y desvi toda la energa disponible a los equipos de retransmisin, y conect el estudio con el mundo entero a travs del satlite. Al mirar la fecha en el ordenador pude ver 25 de diciembre del ao 2.500. Conectando a travs del satlite , para toda la humanidad Feliz Navidad a todo el mundo!.

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    EL PROFETA DEL MAR.

    Soy rbol, ms no el nico. Tengo hojas donde lo pjaros anidan; pero hay ms aves en los cielos de las que podran albergar mis ramas. Soy un olmo, ms no soy el nico que da sombra.

    El mar besaba de espuma los acantilados, y el Sol, ma-jestuoso y sereno, se embriagaba de rojos y prpuras en el ocaso. En lo alto de la colina, Zend, el sabio, instrua a su discpulo Avesta sobre los secretos del universo. El muchacho, vido de saber, se adentraba una y otra vez en el intrincado bosque del conocimiento, como el joven ciervo que penetra la frescura con entusiasmo en busca de su hembra. Sin duda su labor estaba dando sus frutos, ms el maestro deseo probable.

    - Dime Avesta, crees que ests preparado?

    -Oh s! Maestro. Por tu misericordia en estos aos he aprendido tanto que aveces siento deseos de gritar al mundo esta verdad que me has enseado.

    - Entonces, Avesta, respndeme: Hay algo supe-rior a este conocimiento condencial que te he ido reve-lando?.

    - Sin duda que NO. Nadie hay en el mundo que tenga el conocimiento que t tienes de las cosas de Dios y de los hombres. T sin duda eres el nico, el verdadero

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    profeta, y quien no se someta a tus enseanzas no encon-trar la luz quien no est contigo est contra ti, tal es la ley. -De qu ley me hablas Avesta?. El Seor est atado por sus leyes en la misma medida que no lo est. Todos los prisioneros de una crcel, incluido el Alcaide, estn sometidos a la ley. Slo el rey no est afecto por sus propias leyes. Mas l las cumple por el bien temporal de cada sbdito. Nadie est enfrentado a Dios sino as mis-mo.

    - Pero este conocimiento es exclusivo, todos los hombres debieran de aceptarlo por su propio bien.

    -Crees Avesta que ese Sol que se pone en nuestras costas nos pertenece?. Simplemente lo vemos salir por nuestro horizonte y esconderse en su momento. Pero hay otros horizontes, Quin sabe si an ms bellos que este?. Nunca sers un verdadero profeta si caes en el orgullo de la exclusividad. Slo Dios se conoce a si mismo, por lo tanto nadie, escchame bien, nadie puede decir que lo sabe todo sobre el Seor, quin tal dice miente. Disfraza el orgullo de humildad y arrastra a los hombres. Me temo querido Avesta que todava no es llegado tu da.

    Despus de or a su maestro el discpulo qued en silencio avergonzado. En ese instante unos delnes salta-ron sobre las aguas jugando. El viejo Zend j su mirada

    en ellos y tomando amorosamente a su alumno por los hombros le invit a sentarse sobre las rocas del acantila-do.

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    - Hace cientos de aos un antepasado de esos del-nes que ves ah abajo, descubri que poda navegar en las corrientes. Hasta entonces los peces navegaban con el uso exclusivo de su fuerza, moviendo sin parar las aletas hasta agotarse. Aquel delfn descubri que poda sumergirse hasta dnde nadie nunca lo haba hecho, y nadar ms y ms lejos sin tanto esfuerzo. Encontr algo que el ocano guardaba escondido. Fruto de sus viajes aprendi mucho sobre el ocano en el que habitaba y muy pronto se convirti en el profeta del mar. Recorra los corales informando a todos los peces acerca de la for-ma correcta de navegar. Lleg a ser muy famoso por su sabidura, y el espritu de las olas se manifestaba a travs de l. Un da viendo que casi todo el mundo ya conoca la forma correcta de vivir en el ocano decidi adentrarse an ms en el vasto mar, llegar a aguas nuevas donde de seguro recibiran su mensaje. Dej detrs de s a sus alumnos ms aventajados como instructores y sali en busca de nuevos devotos ocenicos. Durante el trayecto se senta satisfecho, el espritu de las olas le condujo a una corriente veloz, que le permita avanzar sin mucho esfuerzo. Peridicamente saltaba jubiloso sobre la espu-ma para tomar aire y volva a sumergirse en la corriente. Al n lleg a un lugar donde vio a los seres ms increbles que jams hubiera podido imaginar. Eran ballenas. Por primera vez el profeta del mar vio una ballena. Qued fascinado por ellas, por su norme volumen, pero ensegui-da pens: Sin duda que arrastrando tan enorme peso, sabrn agradecer mi mensaje. Cuando el delfn arri-b junto a los cetceos, estos se encontraban reunidos

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    comiendo. Sin preguntar nada acerca de sus costumbres comenz a criticar los peligros que encerraba su forma de nadar, tan lenta y torpe. Desde al jefe de la manada, que intent explicarle acerca de su forma de vida, por ignorante. Durante dos meses las ballenas soportaron pacientes los discursos del delfn. Este, entre tanto, haba obtenido muchos seguidores entre los tiburones, que gra-cias a sus enseanzas podan cazar mucho ms rpido a sus presas buscando las corrientes. Vindose ignorado por las ballenas que seguan nadando plcidamente por la supercie, comenz a enfrentar a los tiburones con las ballenas diciendo: Si no estn con el Gran Espritu de las Olas, estn contra nosotros. A las ballenas aquello no pareci importarles. Eran demasiado grandes y esta-ban demasiado unidas para que nada ni nadie pudiera vencerlas. Al n un da, el delfn fue avisado que las ba-llenas se movan. Haban terminado su poca de crianza y se disponan a seguir su viaje. Todos en aquel mar esta-ban expectantes. Aquellos sacrlegos venidos hace meses, antes de la llegada del profeta, se marchaban. El viejo cachalote que diriga la manada quiso despedirse del del-fn, pero este, con gesto altivo, no quiso escucharle. En ese instante y para su asombro, las ballenas arquearon sus cuerpos y se sumergieron cada vez ms y ms pro-fundo. Pronto encontraron una corriente que sin apenas esfuerzo las alej de aquellas costas. El profeta asom-brado quiso seguirlas pensando que aquello era obra del diablo. El cachalote trat de impedrselo advirtindole de que corra un grave peligro si lo haca. El delfn no es-cuch a la ballena y al penetrar en su corriente descubri con horror, que era muy pequeo para su fuerza; no tena

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    la envergadura suciente, ni el peso para nadar en ella. Las ballenas trataron de ayudarle pero ya era demasiado tarde, se sumergi hasta que sus pulmones reventaron y su cuerpo sin vida fue lanzado por la corriente contra las rocas.

    Las ballenas mi querido Avesta, utilizaban las co-rrientes mucho antes de que los delnes las descubrieran. Ellas llevaban siglos usando las corrientes ms profun-das, aquellas que les eran propicias conforme a su enver-gadura. El Gran Espritu de las Olas pens que lo acae-cido al delfn servira de ejemplo a los humanos y desde entonces los delnes saltan junto a nuestros barcos y con sus voces nos recuerdan que la arrogancia puede llevar nuestro barco a los acantilados.

    Avesta comprendi aquella ltima leccin del viejo Zend, quien le dej encargado tras su marcha de instruir a su pueblo. Hay quien dice que en los atardeceres, an hoy, se puede encontrar a un misteriosos muchacho que feliz juega con los delnes. Si por casualidad lo veis en

    vuestras costas seguidle vosotros que tenis piernas para ello. Yo slo soy un olmo y mis races me hacen caminar de otro modo.

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    EL GRANJERO ENEMIGO

    Una vez un soldado que volva del frente escribi bajo mi sombra una carta para su esposa. S que no se debe espiar el correo, pero permitidme esta ligereza en funcin del contenido de esta singular misiva.

    Querida Silvia: Hoy se cumple un mes desde que llegamos aqu. Dicen que la guerra durar poco, que nosotros somos superiores y nuestra causa es justa. Yo la verdad no entiendo nada de lo que me dicen, supon-go que tendrn razn; yo no soy muy ledo, a decir ver-dad no entiendo de nada. Hace unos das era granjero y vea crecer con gozo el heno en nuestros campos, hoy sin saber como, tengo un fusil en las manos. Quiz t si lo entiendas, fuiste algn tiempo ms que yo a la escue-la. Ayer cruzamos la frontera por sorpresa y expulsamos al enemigo de sus posiciones, el capitn estaba eufrico. Yo sent lstima porque en nuestro avance destruimos un campo de heno fresco. Su heno es como el nuestro, y su tierra tambin, lo s porque estuve algn tiempo tumbado en el suelo oliendo la tierra, recordando el aroma del pan caliente amasado por tus manos ms blancas que la hari-na; lo que dara ahora por un pedazo de tu pan y por una caricia de tus suaves manos. Sabes, no me pareci estar en ningn lugar extranjero viendo sus cultivos. Llevo la camiseta que me enviaste debajo del uniforme tal y como me pedas, ahora no siento tanto fro, gracias Supongo que estaris bien. Dile a los nios que volver pronto, y que construiremos el columpio en aquel viejo olmo que

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    esta en la parte trasera de la casa. Ahora podrn estar orgullosos de mi, el capitn dice que soy un hroe, s un hroeDurante el avance acorralamos a un grupo de soldados enemigos en el campo de heno. De pronto a nuestra espalda apareci uno de ellos, iba a disparar sobre el capitn y yo al verle levant mi arma, cerr los ojos y dispar. El capitn haba salvado su vida. Yo nun-ca haba visto a un enemigo tan de cerca, a lo sumo eran pequeos bultos de color verde oliva que vea moverse en la distancia. Pero este era distinto, visto de cerca un enemigo es muy distinto. Despus de la batalla volv al lugar donde cay mi enemigo, je, je, je, ahora soy un hroe, je, je, je, yo no quiero tener enemigos nunca ms Silvia, nunca ms. An estaba vivo, me sent junto a l y puse su cabeza en mis rodillas, tena una herida muy fea en la barriga por dnde le brotaba la sangre, sent ganas de vomitar. Le di un poco de agua de mi cantimplora y hablamos durante su agona, que escena tan ridcula, el verdugo y la vctima. Era granjero como yo, en el pueblo cercano. Aquel campo de heno era suyo. De su ensan-grentada camisa sac una fotografa de una casa como la nuestra y dos nios a la puerta, como los nuestros. Pero quin es el hijo de puque dijo que ese hombre era mi enemigo. A l solo le bastaba para ser feliz un pedazo de su tierra oliendo a vida tras la lluvia en primavera, me pregunt por mi cosecha del ao pasado, la suya haba sido buena., lstima me dijo, la de este ao no llegar a verla. Yo le promet que cuando acabase la guerra vol-vera a su aldea y cultivara por el su tierra, y dar a sus campos de heno la vida que a l le he robado.Querida Silvia vuelvo a casa, la guerra ha terminado. Dicen que

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    la ganamos nosotros, yo creo que la perdimos todos. La frontera sigue estando en el mismo sitio, aunque yo la cruc dos veces no he conseguido verla. Solo vi el mismo cielo azul acompandome en mi viaje. Ahora hablan en las altas esferas del honor y de la patria, y del dinero que se repartirn en contratas para reconstruir carrete-ras y aldeas. El capitn es coronel y a m me dieron una medalla, un pedazo de bronce en el pecho que llevo a despecho del miedo que me da desobedecer las rdenes. Querida Silvia esprame junto al ro porque necesito la-var mi alma antes de entrar de nuevo en casa. Los hijos de mi granjero enemigo vuelven conmigo, para que crez-can y jueguen con los nuestros. Yo no entiendo de letras ni leyes, bien sabes que no soy ledo, pero espero como granjero sembrar en ellos el olvido

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    MAESE JARDINERO

    Dicen que los rboles no sentimos el tiempo de la misma forma que los humanos. Yo digo que los huma-nos no sienten la vida de la misma forma que los rboles. Nosotros nos ocupamos de nuestros frutos, vosotros de los frutos ajenos para al n acabar secos e improducti-vos.

    Al nalizar aquel invierno el viejo rey haba muer-to. Todo el pas estaba desconsolado. El venerable mo-narca rein con paz y justicia sobre sus tierras durante sesenta aos. Desde el alfizar de la ventana del torren principal el joven prncipe contemplaba orgulloso su rei-no. Ms all de las colinas, ms all de los campos de trigo, por encima de aquellas lejanas cumbres, hasta la orilla del mismo mar, todo le perteneca ahora. Hombres y voluntades a su servicio, y se sinti importante. En su odo an resonaban las ltimas palabras de su padre antes de morir: Hijo mo: mira que el da es llegado en que t tomars posesin del reino. A todos sus habitantes en-comiendo bajo tu proteccin, sbditos s, ms no siervos. Todos trabajan para ti, y, al trabajar t para todos, cada hombre ver retribuido su esfuerzo y el reino ser pros-pero como lo ha venido siendo desde hace aos. De entre todos los habitantes de palacio presta especial cuidado y atencin a Maese Jardinero. Lleva muchos aos a nues-tro servicio. No permitas que le falte nunca a l ni a su familia sustento y cobijo. Maese Jardinero tena muchos aos. Nadie conoca

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    en verdad su edad. Vino acompaando al abuelo del prn-cipe a su regreso de una gran contienda para liberar las tierras del norte del azote brbaro. El entonces rey estaba herido, y parece ser que Maese Jardinero salv su vida con extraas hierbas y ungentos mgicos. Desde ese da viva en el castillo ocupndose del jardn real y cuidando la salud del hijo y despus del nieto. Al joven rey no pa-recieron impresionarle mucho las palabras de su padre, y pronto comenz a dar signos de que l tena otra forma de entender el gobierno. Cada maana se asomaba antes del amanecer a la ventana del torren para ser el primero en ver sus posesiones. Una maana amaneci con niebla y el monarca, disgustado por no poder ver su reino, descen-di escaleras abajo bufando como un jabal enfurecido. Sali al jardn y en su precipitada carrera, no vio al viejo jardinero que de rodillas podaba un rosal. El rey tropez con el anciano y rod por el suelo. Inmediatamente se puso de pie contemplando su vestido bordado de lino y oro cubierto de barro. Maese Jardinero como consecuen-cia del impacto, haba quedado tendido en un charco. Sus frgiles piernas no le permitan levantarse, era mucho lo andado y escasa la fuerza que las sostena. El Rey enfu-recido al ver sus ropas en tan lamentable estado comenz a golpear al jardinero con su propio bculo. Se dispona a golpear nuevamente al anciano, cuando una mano asi su mueca por detrs alzndole del suelo. Era el hijo del jardinero quien presencindolo todo acudi en ayuda de su padre.

    - Pronto olvidasteis mi seor, los servicios que os prest mi padre. Ms de cien veces cur l vuestras he-

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    ridas; alivi vuestras ebres y os salv la vida cuando siendo nios jugbamos en el bosque y fuisteis mordidos por una vbora.

    -Dejadme de inmediato en el suelo!, Os lo orde-no!.

    -Djalo hijo mo! - Balbuci desde el suelo el vie-jo jardinero - es el rey a quin jur servir en lecho de muerte de su padre. El mismo que me trajo a estas tierras por vez primera, aqul a quien ayud a nacer y el que le dej a ste que sostienes el reino, y es el mismo que se lo arrebatar algn da. Sultalo te digo! Nosotros servi-mos al rey, no lo olvides. Y t mi seor, mirad bien antes de obrar contra mi hijo, porque vuestro padre os orden dar refugio a mi familia, y si vos contravens una orden real sentis un peligroso precedente ya que demostris que las rdenes reales pueden desobedecerse. Cuando la recibisteis an no erais rey y por lo tanto os obliga. No cumplid esa orden y muy pronto la gente empezar a desobedeceros a vos tambin. La palabra de un rey es sagrada, as pues cumplid la de vuestro padre o perderis la vuestra.

    El rey permiti a Maese Jardinero retirarse a junto a su hijo, pero en lo ms ntimo de su ser jur vengarse por la afrenta. El anciano muri al poco tiempo y fue en-terrado en el jardn, junto a los rosales que durante aos cuidara. Las ores, agradecidas por sus servicios, cubrie-ron por completo su tumba, de dnde brot un hermo-so rosal blanco que, misteriosamente, daba ores todo el

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    ao. Ahora el nuevo Maese Jardinero era el hijo, y para el rey lleg el tiempo de ejecutar su venganza.

    -Bien Maese Jardinero!, en una ocasin vuestro padre fue capaz de salvaros la vida con sus argumentos. Yo no olvido fcilmente, as pues dispongo lo siguiente: A partir de hoy dejars la casa donde vives, ya que la promesa hecha a mi padre me obliga a darte cobijo, pero en ningn caso me dijo en dnde. Por lo tanto saldrs de tu casa esta misma tarde e irs a vivir a la vieja cua-dra. En cuanto a tu sustento tampoco me inform sobre como proporcionrtelo por lo tanto comers slo de lo que plantes, ya que como sustento te ofrezco un pedazo de tierra para que la labres. Para vestir puedes usar los sacos usados de la cocina ya que he ordenado que nadie en el reino te facilite ropa ni tejido con el que hacerla. Tampoco percibirs dinero ni paga alguna, ya que no acordamos nada sobre pagarte; y si decides marcharte mandar ahorcarte por faltar a la promesa hecha al rey en su lecho de muerte. Tu mismo padre lo dijo recuer-das?, nadie puede desobedecer al rey. Si te alejas ms de trescientos metros del castillo mis hombres tiene orden de matarte, ya que es esa la distancia en la cual tu vida estar a salvo pues mi padre no me especic si deba guardar vuestras vidas en todo el reino o slo en parte. As estamos a mano mi querido sbdito.

    El nuevo Maese Jardinero nada dijo. Inclin la ca-beza humildemente y sali en direccin a su casa, recogi sus escasas pertenencias y se dirigi a la vieja cuadra. Esta era hmeda y maloliente. Por las vigas podridas del

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    tejado entraba el agua y las ratas y otros roedores haban hecho de ella su morada. As pas su primera noche. Al da siguiente se dirigi a su trabajo como todos los das. Arregl el jardn, limpi de hojas secas el suelo y arregl el cercado. Despus se encamin al pedazo de tierra que le haban asignado, el cual comprenda la tumba de su padre, ya que el rey decidi excluirla de su jardn, bur-lndose de l le dijo: Puedes labrar el pedazo de jardn que hay detrs del castillo, el que no se ve, as si tienes hambre siempre puedes pedirle de comer a tu padre, ya que est prohibido a todo miembro del palacio darte ali-mento.

    Maese Jardinero estaba desolado, pero ms all de cualquier consideracin cumplira por encima de todo con el deber que su padre le haba encomendado. Su padre ha-ba sido para l todo. Su maestro en lo material, su gua en lo espiritual, su amigo y su siervo, pero ahora que no estaba, su instruccin le pareca imposible. Con lgrimas en los ojos se sent junto a la tumba y exclam entre so-llozos: Padre, tengo hambre. Al n agotado por el tra-bajo qued dormido recostado junto a las rosas. Cuando abri los ojos vio con alegra que entre los espinos de las enredaderas del rosal, crecan zarzamoras. Tom uno de aquellos frutos y lo puso entre las palmas de las manos, lo elev a los cielos, como haba visto hacer tantas veces a su padre, y tras ofrecerlo comi. No importaba cuantas moras tomara, el rosal no dejaba de producir otras. As saci su hambre el primer da y pudo comenzar a labrar su tierra. Al atardecer antes de retirarse a su cuadra fue a recoger algunos sacos de las cocinas. A su regreso uno de

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    los gatos que por all merodeaban le sigui. Vete de mi lado gato!, Bscate un hombre rico que te alimente, yo apenas si tengo para comer. Fue intil, el gato le sigui hasta la cuadra, y una vez all empez a perseguir a todos los roedores quienes huyeron ante la presencia del gato, no volvindole a molestar nunca ms.

    Al amanecer, como era su costumbre, el rey se aso-m a su ventana para ver salir el sol en sus dominios. An alumbraban las estrellas el rmamento, cuando sinti el

    chirrido inconfundible del puente levadizo abrindose. Quin podr salir del castillo a estas horas? se pregunt. Iluminado por dos teas en la parte delantera, un carro va-co sala por el puente de forma veloz. Su conductor iba cubierto con un hbito viejo de saco y no pudo verle el rostro. Pens que sera algn mercader o un fraile de los que venan a pedir limosna y que siguiendo sus instruc-ciones se iba de vaco. Lo curioso es que al alzar la vista vio otro carro que sala de la cuadra de Maese Jardinero, y por lo lento de su paso, sin duda que deba ir muy carga-do. Al siguiente da, cuando ya haba olvidado el inciden-te de los carros, volvi a ser testigo de lo mismo. Un carro sala rpidamente de palacio, mientras que a lo lejos otro lentamente se alejaba de la cuadra del jardinero. Intrigado descendi al patio principal y pregunt a la guardia por el carro que acababa de salir. El alfrez un tanto asom-brado por la pregunta le respondi que nadie haba sa-lido ni entrado por la puerta, esta llevaba cerrada desde las ocho de la tarde como siempre, y no se haba bajado el puente para nadie. El rey enfurecido cruz la cara del aturdido ocial y de cuantos le respondieron lo mismo.

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    Por n subi a su habitacin de nuevo temblando como

    un conejo asustado. Qu le estaba sucediendo? Aquellos hombres no mentan, eran lo mejor de su escolta, profe-sionales bien pagados, lo haban demostrado en no pocas ocasiones desde que subi al trono. Las visones se siguie-ron sucediendo un da tras otro. Cada amanecer lo mismo. El rey empez a palidecer. Una noche descendi sin ser observado al patio principal y se escondi dentro de un barril. Ante sus aterrados ojos vio pasar un carro que sala del fondo mismo de la pared justo enfrente de la puerta. Los soldados seguan con su rutina, el alfrez jugaba a los dados con otros ociales. Al llegar a la puerta el carro