60

Historias que la memoria rescata del olvido

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Leyendas salvadoreñas

Citation preview

Page 1: Historias que la memoria rescata del olvido
Page 2: Historias que la memoria rescata del olvido
Page 3: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido

Page 4: Historias que la memoria rescata del olvido

Créditos

Page 5: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido

Gustavo Vega Morán

Page 6: Historias que la memoria rescata del olvido
Page 7: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 7

“A mi patria chica le dejo una infancia apacibley un deseo idiota de volver de nuevo a lo que fui”(Testamento)

Page 8: Historias que la memoria rescata del olvido

8 Gustavo Vega

Page 9: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 9

Índice

LA CASA DE LA MUJER DE BLANCO ....................15La Tacuash .......................................................................18EL SARAMPIÓN Y LA VIRUELA ..............................20Trinche .............................................................................23LA POZA DE BULULÚ ................................................25Fantasma en La Ciudad .................................................29LAS CADENAS DE LA CONCHA DE REGALADO 30Es lo mismo .....................................................................33LA MUJER DE LA NOCHE .........................................35Inventario de nostalgias .................................................38EL PADRE SIN CABEZA ..............................................40Melancolía del Atardecer ...............................................43EL OTRO CIPITÍO ........................................................45Dos Palabras a la Memoria de mi Hermano ...............47LOS SECUESTRADORES DE LOS RIOS ..................50No volveré ........................................................................53

Page 10: Historias que la memoria rescata del olvido

10 Gustavo Vega

Page 11: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 11

Yo, que crecí con el Sensunapán rompiendo en dos mi pecho y como un río sin bridas he transcurrido, he vivido llevando mi ciudad conmigo. He germinado en esta tierra y de esta tierra partí, no una sino muchas veces. Siempre he regresado. Como regresa el amante abandonado a los parajes donde fue feliz. Como regresa el cuerpo a la tierra, y el polvo al polvo. La ciudad quizá ya no es la mía, pero yo tampoco soy el de ella. Las pala-bras la rescatan de mi memoria y acaso del olvido.

Page 12: Historias que la memoria rescata del olvido

12 Gustavo Vega

Page 13: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 13

La Memoria

Tengo una madre a quien amo, Tuy la llamamos ca-riñosamente, de quien creo haber heredado la fantasía y los entreveros de mis emociones; tuve –tengo– un padre amante ciego de la vida a quien la muerte le im-portaba un pito y con quien quisiera volver a recorrer las calles polvorosas y sedientas de los pueblos aledaños a la ciudad de Sonsonate, Dago es de quien heredé la imaginación y –si acaso la tengo– la razón. De ambos heredé unos o/os pequeños y tristes, tomé el silencio de ambos y la costumbre de nadar en mis aguas interiores. De allí que de pronto, inconsciente y obcecado, me en-cuentro escarbando en la memoria, intentando rescatar del olvido mi pasado, mi historia personal. La memoria es traidora, lo sé, pero la mía es además artera y fugaz, la busco y no la encuentro. Pero algunas veces doy en el clavo, o es quizá la memoria quien acierta conmigo y me trae trozos de paisajes, fragmentos de conversa-ciones, briznas de recuerdos, tan ligeros que a punto de comprenderlos desaparecen de nuevo, agazapados y burlones. La memoria. Buñuel sabía de ésta, es como un continuo de suspiros: no siempre nos da lo que busca-mos, casi nunca, pero en ocasiones nos da sin buscar.

Las Historias

Surgen entonces las historias. Las escenas y los actos de la vida. Las pequeñas historias compartidas por los contemporáneos las cotidianas. Personas y situaciones;

Page 14: Historias que la memoria rescata del olvido

14 Gustavo Vega

luces y sombras de la historia personal y, a la vez, de la historia colectiva. SOM BRAS: Memín, Manuel Rivera desaparecido con Lil Milagros en 1976, que fuera des-tripado como un pajarito y hundido para siempre en la oscuridad húmeda y pestífera de un cuartel. LUCES: Los dos Julios, los más grandes futbolistas del barrio El Pilar, tal como lo pueden testimoniar los sonsonatecos que han escuchado sus conversaciones, allá en la esqui-na del Ave María o a la salida para Nahuizalco, en tardes de domingos provincianos. Se jactan, Achan y Mistral, de los goles convertidos por sus izquierdas sabias, de los milimétricos pases de gol y de sus fintas inconteni-bles… en un partido que perdieron siete a cero. SOM-BRAS: Jorge Marchanta, Cuper para sus condiscípulos universitarios, en tardes soporíferas invitando a sorbete a los jóvenes, casi niños, que intentábamos organizar los sueños. Su muerte y su recuerdo. Su muerte com-partida por otros que decidieron correr al encuentro de un destino luminoso, pero compartida sobre todo por su compañera Carmen.

Son los trozos de historia que la memoria rescata del olvido. El parque central con su kiosco antiguo –no el de hoy, sino aquel con sus pilares de árbol simulado– en donde a la noche acudían los amantes de la música clásica, señores inmersos en sí mismos, mi pudre entre ellos con un gesto lejano e imborrable, y también jóve-nes y niños que por imitación o diversión, sin saberlo sorbíamos notas premonitorias de un encuentro futuro con el arte.

El campo Cantarrana y sus mascones de fútbol entre

Page 15: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 15

inmensos breñales, donde ahora se encuentra la colonia Atonal. Un par de profesores y profesoras que permane-cen después de todo, un señor muy viejito, carpintero de la escuela “Rafael Campo, tenía en su casa la colección completa de suplementos “a colores” de los periódicos publicados durante todos los domingos de su vida.

Hay otras historias que la memoria rescata del olvi-do. Historias que se trocan en leyendas. Historias que son recuerdos de recuerdos y que, por magia de la pala-bra oral, supimos cada quien a su manera.

Son las pequeñas historias compartidas, cuyo re-cuerdo quizá se pierda para siempre en la memoria per-sonal.

Page 16: Historias que la memoria rescata del olvido

16 Gustavo Vega

Page 17: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 17

LA CASA DE LA MUJER DE BLANCO

A mediados de la década de los setenta, mi familia habitaba una casa, de la cual no daré la dirección por razones comprensibles, que tenía fama de estar embru-jada, sólo diré que tal casa aún está en pie y habitada. En aquella casa había funcionado un prostíbulo durante muchos años; un día –de esto tengo memoria– una de las “muchachas” se lanzó a las aguas del río Sensunapán, el rión que corta en dos la ciudad de Sonsonate, se lanzó del puente de hierro (el mismo que aparece en la viñeta del aguardiente “Tres puentes”) a una altura aproxima-da de treinta metros. La joven murió, por el abandono de un amor furtivo fue el dictamen popular. Si fue por eso, nunca se supo a cabalidad. El caso es que a raíz de aquel aconte-cimiento fue clausura-do el lupanar y la casa puesta a disposición de los arrendadores intere-sados. Fue alquilada por una familia integrada por el padre, la madre y una niña de cinco años; familia sana y normal valga decir! o, que vivió

Page 18: Historias que la memoria rescata del olvido

18 Gustavo Vega

en aquel lugar durante poco más de un año, después del cual se mudaron con rumbo des conocido, llevando sus pertenencias menguadas debido los gastos en que incurrieron por el tratamiento médico de la niña, que durante la permanencia en la casa aquella, sufrió ata-ques de alucinación y terminó presentando un cuadro clínico de locura precoz.

La familia se fue con el secreto de su drama. Mas la gente sabía lo ocurrido: A pocas semanas de habitar la casa, la familia empezó a ser testigo de sucesos inex-plicables e inauditos producidos por fuerzas demonía-cas de las que es mejor no hablar: trastos dejados por la noche en el lavadero del patio amanecían lavados, los muebles cambiaban de posición sin que nadie fuera capaz de advertir en qué momento sucedía, rumor de canciones viejas, ecos de besos y gemidos, tintinear de vasos. Nada, en verdad, que pudiera trascender a los te-rrenos del terror.

Sin embargo, una madrugada plateada aún por la luna, una mujer joven y bonita, con un largo vestido blanco cuya cola despertaba en los ladrillos un pequeño ge mido, atravesó el patio; como surgida del muro alza-do al fondo del terreno de la casa, se encaminó sin prisa, apenas besando el suelo con sus pies desnudos, hacia el cuarto de la niña. Entró en él, se acercó a la cama y se sentó en la orilla contemplando el rostro de la pequeña que dormía ajena al misterio; poco antes del amanecer completo, la mujer desanduvo el camino. Desde enton-ces visitó todos los días a la niña y no bastándole con ello, la arrullaba con un canto profundamente melancó-

Page 19: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 19

lico y sin palabras, un canto como un gemido materno de madre sin hijos, un canto sin sonidos que llegaba a los oídos de la niña dormida, arrullándola y metiéndole en el alma la paz de aquel arrullo.

La niña empezó a ver a la mujer cuando ya su me-moria se extraviaba entre el cariño de la realidad y el del espanto, entre el amor de la madre y el amor de aquella otra madre que la abrigaba enternecida en las madruga-das puras. Se volvió feroz, sobre todo contra su madre volcó violencia y veneno sin misericordia. Por la casa empezaron a resonar insultos brutales y prostibularios, gritos que se volvieron tan violentos que se escuchaban por todos los rumbos de la colonia San Antonio. Eran los insultos que la mujer de blanco susurraba al oído de la niña, extraviada para siempre en el mundo de sus alucinaciones, jugada por el espanto y la melodía silen-ciosa de la joven muerta años hay cuyo cuerpo fuera rescatado de las aguas del Sensunapán.

***A la familia de la historia no le quedó otro recurso

que marcharse. Pocos meses después, mi familia habitó la Casa y dio inicio a otra serie de apariciones y espantos que por ratos la memoria rescata del olvido. En aquella Casa, también, mi abuela Elvira, cuando el corazón no le había afectado la memoria, me relató otras verdades, recuerdos de recuerdos que hoy intento narrar a mi modo...

Page 20: Historias que la memoria rescata del olvido

20 Gustavo Vega

La Tacuash

Al fondo en ruinas de un mesónvivía la Tacuash con sus perros.Entre cartones, desperdicios, suciedadla Tacuash vive con sus perros,sus muchos perros, incontables e infinitos.En su peregrinar por el sustentola Tacuash lleva sus perrosy su suciedad con ella. No tiene rostro:Es un muestrario de suciedad,el retrato antropomorfo de un basurero.Cuando anda de buenas,la Tacuash agradece la limosna,con una sonrisa de lodoecha los centavos en su buchito mugroso.Me parece haberla oído cantar alguna vez,a grito destemplado... Alguna vez,pues casi siempre anda iracunda,lanzando insultos al aire como donesde la inmundicia que vive; respondea las burlas con las más fieras palabrasazuzando a sus perrosdispuestos siempre a cobrarla ración de alimento que les ha sido negada.La Tacuash es asquerosa,mugrienta, chiflada, shuca... pero amaa sus perros esqueléticos, jiotosos,

Page 21: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 21

y en su demencia encuentra el caminoa las lágrimas para lloraral que le mataron hace once años yay que se llamaba fiero.

Otra loca

Una dama bien ella —de una casadel barrio El Centro que no deborecordar—, era tal la Tacuash.Pero su suciedad era de afeites,y a sus perros, pequineses,los paseaba en carro al atardecer.

Page 22: Historias que la memoria rescata del olvido

22 Gustavo Vega

EL SARAMPIÓN Y LA VIRUELA

“Ese día llegué a casa más rendida que nunca, el tra-jín de la costura y el andar todo el día de aquí para allá a fin de ganar la comida, había sido bien duro. Así que llegué a casa, pues, preparé la cena y les di de comer a los cipotes. En ese tiempo las más pequeñas eran la Crucita y la Julia.

El asunto es que las dormí temprano para que dar-me arreglando unas cosas; eché agua a los leños que aún estaban encendidos en el poyetón y lavé un poco de ropa. A eso de las once de la noche me acosté; en el cuarto dormían conmigo la Cruz y la Julita.

Cuando empezaba a dormirme, unas risas me des-pertaron. Encendí la luz y vi en el piso a dos niños ju-gando, eran dos cipotes que nunca había visto; uno de ellos como de dos años y el otro de meses, apenas gatea-ba. Los dos jugaban chibolas y se reían entre ellos.

Cuando me les quedé viendo, me-dio tembeleca, ellos dejaron de jugar y se pusieron a reír conmigo. ¡Púchica!, los pelos se me pu-sieron tiesos y me dio un gran escalo-frío porque la risa

Page 23: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 23

de aquellos cipotes era bien fea, con los dientes todos pelados parecía que me estaban chungueando. Yo sólo atiné a persignarme y como pude apagué la luz y ce-rré los ojos. Estuve así un buen tiempo, hasta que ya no escuché nada. Al rato, siempre con miedo, encendí de nuevo la luz, y cuando vi sólo quedaba uno de los cipo-tes, el mas chiquito, que se rió de nuevo como que era el diablo; entonces, ya no tuve valor de apagar la luz; sólo me cubrí con la sábana y me estuve así, toda entelerida de miedo, hasta que agarré valor otra vez y vi, con cui-dadito, por un hoyito de la sábana.

El cipote ya no estaba. Todo estaba silencio, silencio. Mis niñas dormían bien tranquilas. Yo me fui cal man-do poco a poco hasta que me quedé dormida.

Al día siguiente, bien de madrugada, me fui al mer-cado a comprar lo del día. Cuando llegué las vendedo-ras empezaban a abrir sus puestos. Como yo soy bien conocida, casi todas ellas me saludaron. Me fui donde la Juana a comprarle unas verduras.

La Juana, como era bien amable conmigo, la pobreci-ta, me regaló unos pipianes bien tiernitos y no pusimos a platicar. Entonces le conté lo que me había pasado.

– Elvira –me dijo–. Esos cipotes son el sarampión y la viruela. Cuando se aparecen es porque alguien se va a enfermar. Fijate, ayer también los vio la Carmen, en la noche cuando iba pasando por el parque, y los vio tam-bién la Rosa, dice que cuando entró al mesón estaban jugando detrás del zaguán.

Y así era. Más tarde, cuando el mercado se empezó a llenar, andaban un montón de mujeres diciendo que

Page 24: Historias que la memoria rescata del olvido

24 Gustavo Vega

habían visto a los dos cipotes. Aquí y allá había grupos que hablaban de haberlos visto en diferentes barrios, subiendo la cuesta de San Antonio, por la salida a Na-huizalco, por la Cueva del Zope, por la Iglesia del Pilar, por todos lados.

Pues a mi me volvió a entrar miedo; era media ma-ñana y me fui para la casa. Cuando llegué, encontré a la Crucita y a la Julia enfermas, con un gran calenturón, chapudas chapudas y hasta delirando. Por la tarde, les había empezado a brotar el sarampión.

Y, fijate como son las cosas, hubo brote de saram-pión en toda la ciudad. No me acuerdo bien qué año fue, pero de eso hace ya más de cuarenta años.”

Page 25: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 25

Trinche

¿Dónde quedaron perdidostus dedos, viejo loco?¿Qué quimera, qué mundo ajenotocaste en tus ensueñospara que tus manos fueran mutiladas?

(Trinche deambula por la ciudad,camina sin oír, mira sin verlo que nosotros vemos; mira quizáuna madre que llora calcinandocon sus lágrimas las manos deformesde su hijo. Pero Trinche no, él no llora). ¿Dónde se te perdieron las lágrimas,viejo loco? ¿Qué llanto postergastetanto que se te olvidóel camino de regreso?

(Trinche compra dulces en la Tecleña;mientras espera,se entretiene en hacer bolitas de suciedaden sus brazos, moldeándolascon sus tres dedos mugrientos).Viejo loco ¿qué esculturaestaba destinada a tus dedos? ¿Qué lucidez,qué destino ocultaste en tu locura?

Page 26: Historias que la memoria rescata del olvido

26 Gustavo Vega

(La locura de trinche es muy cuerda.Conversa, ríe de vez en cuando;tiene atisbos de memoria y no temea los niños. Estos, sin embargo—ah edad cruel, dulce y puray otra vez cruel— le gritan “trinche,trinche...” y regocijados correnmientras el viejo loco los persiguey amenaza con sus manos de tridente).¿Y tu nombre, viejo loco,donde se perdió? ¿En que palmeradel pueblo suenaese susurro que tú oyes sólo?

Page 27: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 27

LA POZA DE BULULÚ

Después que la Julia, a regañadientes, liberó a su pe-núltimo esclavo, el Muñeco, este, Cara de Pito y yo, acos-tumbramos ir de tarde en tarde a diferentes balnearios, ríos y en los ríos pozas, anchas y frescas a cuyas aguas llegábamos al cabo de caminatas festivas, duran te las cuales el tiempo invertido se perdía en los disparatados caminos de la conversación y los juegos. Nahuilingo era uno de aquellos lugares visitados, al abrigo de los añe-jos árboles que cuelgan y entrelazan sus ramas sobre la piscina construida en el cauce natural del río, bebimos primerizos tragos, y en su chorrerón, tan grande en mi memoria que no cabe en la realidad, refrescamos nues-tros cuerpos y, al-guna vez, cubiertos por la cortina de agua besamos una muchacha, novia casual que nunca más habíamos de encontrar.

Otras tardes, caminando por la vía del tren, ape-dreando los man-

Page 28: Historias que la memoria rescata del olvido

28 Gustavo Vega

gos del camino y deteniéndonos en algún riachuelo de aguas mansas y suspirantes, caminábamos rumbo a la Pescadita de Oro aquel ojo de agua limpio, casi edénico, era abrigo y reposo, meditación y plática de tres joven-zuelos que sin bridas oteaban los vientos de la libertad, los aullidos de la loba, los encantos del divino tesoro.

Íbamos al Sensunapán, el río grande en cuyas cue-vas ribereñas los lagartos, y ciertos animales vistos úni-camente por quienes fueron devorados, aún no habían huido espantados por la contaminación y la tala. Sobre todo, íbamos a la poza de Bululú, en las afueras de la ciudad de entonces. En aquella poza un espanto enredó las canillas de la Chica Chaparro, tirándola de espaldas entre las piedras y provocando la fractura del brazo de mi hermano Cherna, mi hermano que se me muriera ocho años antes de su muerte y que está tan vivo que aún converso con él de las cosas que nunca platicamos.

Y es que, la poza de Bululú es en verdad tan miste-riosa como su belleza minúscula y primitiva,

A la entrada de la ciudad de Sonsonate, en unas alturas pedregosas y lisas por el musgo y la lama, se concentra el río Sensunapán y se deja caer poderoso convertido en un chorro de agua que quiebra el aire en millones de líquidas aristas multicolores. Alrededor de la poza que así se forma, y a la fuerza del mismo empuje, la arena se extiende en playas negras, no muy limpias quizá, pero llenas de sombras frescas, de trinos, de caer de hojas secas, de rumor entre chiribiscales y de gritos y risas lejanos acompañados por el batán–batán de la ropa golpeada en las piedras para separarle el sudor y

Page 29: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 29

la mugre. Pero el sonido que reina aquel paraje es el de la lejanía y el silencio. Está Bululú en una fosa; rodea-da de peñascales, el aislamiento es casi absoluto… y el misterio.

Bululú es una poza sin fondo; en el sitio exacto don-de el salto de agua cae, lo líquido es interminable, todo es profundidad, descenso, aguas sin límites y en lo pro-fundo, si es posible llamar profundidad a lo intermina-ble, en aquella inmensidad hay un reino. Un reino que duplica al nuestro, sin sus males. En aquel reino esta-mos todos el Muñeco, Cara de Pito, yo, todos los ros-tros, todos los hombres y todos los niños, todos los an-cianos y todas las mujeres, todos los hogares y todas las plantas, aquel es un reino que habitan los mismos que habitamos este otro, sólo que en aquel, el oro es prenda cotidiana y comunal y el odio, un equívoco, una mala pronunciación.

¿Cómo se sabe de la existencia de aquel reino. Fre-cuentemente, en especial al empezar la tarde su rito de ninfa para trocarse en mariposa de sombras y el silencio calla hasta a los grillos, no es raro que algo, una ramita, un helecho o un chimbolito de extraños destellos, surja del centro de la poza para de inmediato volver a hun-dirse en ella de retomo a su propio espacio, al otro lado del espejo que es nuestro mundo. Sólo se muestran y se van, no dejan rastros ni se llevan nada. Empero, hay ocasiones en las que el misterio linda con el horror.

Despacio, muy despacito, del centro de la poza de Bululú emerge un huacalito de oro en cuyo interior re-lumbran un jabón y un pashte, ambos también de oro.

Page 30: Historias que la memoria rescata del olvido

30 Gustavo Vega

Al compás de los círculos silenciosos de la noche que cae, el huacal danza, lento, trazando círculos concén-tricos alrededor del chorrerón cuya fuerza lo ha des-prendido de su reino. Quien los mira, no puede apartar su vista de aquella visión; nunca más podrá descansar en paz, sus sueños estarán anegados de oro y agua y, cuando muera, sus poros exhumarán un cáliz espeso de metal líquido y de aromas amarillos. Es el precio a pagar por asomarse a la realidad de un mundo ajeno.

Los otros, que los hay, audaces o imprudentes, a quienes no les basta una mirada, esos se exponen a des-aparecer. Porque si ante la visión dorada que sonríe en las aguas de Bululú, un joven, un niño, una mujer, un anciano, se lanza a la poza, es irremediablemente atraí-do por los objetos preciosos. Son estos quienes buscan la mano del bañista encantado y al encontrarla, sin que medie la voluntad del nadador, hace que sus dedos se crispen sobre el guacal y, así, firmemente asidos a él, lo arrastra sin retomo, completo y vivo, a las playas igno-tas de otros ríos y al abrigo de un cielo con las mismas nubes del cielo que nos cubre, donde queda extraviado, perdido inexorablemente para su familia y para todo lo que en este mundo deja.

Page 31: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 31

Fantasma en La Ciudad

Ahora, las noches de mi ciudadme desconocen; sus sombras olvidaron mi silueta,sus paredes no recuerdan nuestro amor y nuestra gue-rra.He caminado por sus calles, y las ventanas,abiertos ojos que hurgan los secretos de la tarde,no han mostrado asombro por mi regreso.Será que no tienen memoria... ¿Será que nunca fuien esta ciudad si no un fantasma soñado en el destie-rro?

Page 32: Historias que la memoria rescata del olvido

32 Gustavo Vega

LAS CADENAS DE LA CONCHA DE REGALADO

Según cuentan, a principios de siglo una encopetada dama mandó a construir unos calabozos de altos y grue-sos muros por donde la luz no encontraba un resquicio y, sobretodo, con un piso de sal apisonada fuertemente y apenas cubierto por una delgada capa de tierra.

Las virtudes de una cárcel así construida, necesaria-mente había de ser un ejemplar castigo para quienes, delincuentes comunes o reos políticos, tenían la d gra-cia de ser lanzados a ella. Durante el día, la humedad sa-lina convertía el calabozo en un pantano inmisericorde, mientras que por las noches, a pesar del calor natural de la ciudad, por la misma humedad quedaba convertido en un frigorífico cruel. Las paredes de tal calabozo es-taban cubiertos de una gruesa capa de musgo de la cual chorreaban continuamente hilillos salobres que al caer en las heridas de los presos producen un dolor infinito. Fueron muchos los que dejaron su hálito en aquellas er-gástulas; hombres humildes que no tuvieron para pagar un abogado, políticos que no cedieron a las amenazas o las recompensas, enemigos personales de la señora del señor presidente (que esta era la gracia de aquella dama), pobres ladrones de gallinas o invasores terrenos prohibidos para cortar un mango, fueron víctimas de aquellas agujas de hielo.

Page 33: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 33

Si lo anterior fuera poco, Concha de Regalado man-dó a construir también, unas inmensas cadenas, gruesas como para atar elefantes, con el fin de que los prisione-ros no tuvieran ni siquiera el consuelo de la levedad en aquellas marismas. Cadenas y sal, fueron el símbolo de la dama. Odio y más odio. Pero la maldad tiene su com-pensación, aseguran los viejos y quizá es cierto...

A la muerte de doña Concha, con todos los hono-res que se merecía por su abolengo, un nuevo habitante pasó a formar parte de los noctámbulos.

Las noches de Sonsonate son calorosas, y quietas en aquel entonces. Por sus calles aún no violadas por la delincuencia y el peligro, deambulan hasta altas horas individuos trasnochadores, ya sean los que acostum-bran vivir por las noches en busca del placer o el vicio, o los insomnes irredentos que salen a paseos nocturnos mientras acude el sueño. Lo cierto es que la tranquilidad apenas es rota, de cuando en vez, por algún grito ebrio y feliz o por el jolgorio violento de una riña callejera.

La paz nocturna, sin embargo, encierra su punto de misterio; pues entre las sombras también deambu-lan fantasmas y aparecidos, almas en pena que después de muertos sus cuerpos han sido condenadas a pagar sus pecados en una peregrinación diaria, sin rumbo y sempiterna. Una de aquellas almas, es la de Concha de Regalado, esposa en vida de un Presidente del país.

Por diversos rumbos de la ciudad, un estremece-dor grito rompe la quietud, y un estruendo de cadenas arrastradas pone los pelos de punta de quienes escu-chan o miran la aparición. Es doña Concha de Regala

Page 34: Historias que la memoria rescata del olvido

34 Gustavo Vega

do, la esposa del Presidente, que no ha encontrado la paz y con aquellos instrumentos de tortura que manda-ra a construir se pasea por las más oscuras y siniestras calles de la ciudad. Su elegante vestido, su rostro de bur-guesa mantenido a fuerza de afeites, su peinado pulcro, hacen contraste con el peso que le corresponde cargar hasta el final de los tiempos y, aunque no es considerada un peligro, su sola aparición mete el frío y el temblor hasta en los huesos de quienes la miran. El pueblo, dado a la compasión, siente por aquella alma en pena, más que el odio al que se hiciera acreedora, una lástima sin límites.

–Pobrecita, doña Concha –suelen decir algunos sonsonatecos, cuando el estruendo de las cadenas y el grito patibulario de la mujer, se eleva rompiendo el cris-tal silencioso de la noche.

Page 35: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 35

Es lo mismo

Heráclito me enseñó a querer lo efímero.Machado a querer lo justo, ese otro río.

Cristo es como una heridaque me recuerda un formón,una garlopa, un padre carpintero.

Con Nelson libé la libertad.Con Hesse el sueño sin amo.

Vallejo es como un espejoque me refleja un rostro,una calle, una madre sensitiva.

Baldor me enseñó a querer la cifra.Sófocles a buscar la respuesta.

Roque es como un silencioque me grita una historia,un inicio, un poema traicionado.

En Neruda amé el amor.En Apollinaire el vicio.

Chemita es como un anticipoque hace eco a mi muerte,

Page 36: Historias que la memoria rescata del olvido

36 Gustavo Vega

unas ganas de amar, unas de vivir.

Van Gogh me enseñó el infierno.El Aduanero el paraíso de aquel infierno.

Mi padre es como una barcaque me guía entre ambos puertos,un faro, un muerto que nunca muere.

Quevedo me enseñó a querer la risa.Piaff, lo imposible —es lo mismo.

Mi madre es como un cuentoque todas las noches me cuentan;un reposo, un nido de ilusiones.

Mi padre me enseñó a comprender la vida.Mi madre me enseñó a quererla —es lo mismo.

Page 37: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 37

LA MUJER DE LA NOCHE

Una madrugada cualquiera, el rumor se propagó por todos los rumbos de Sonsonate. Es que don Chi-cho amaneció jugado; lo encontraron por el rumbo de la Avenida, una de las calles sin ley de la ciudad, tirado en la acera, convulsionado, diciendo disparates y sin co-nocer a nadie. En el mejor de los casos, si se salva del espanto quedará inútil para toda su vida... Los rumores coinciden, a don Chicho lo jugó la Yegua.

El suceso ocurrió la noche anterior cuando la vícti-ma, como solía hacerlo durante todas las noches de sus fines de semana, caminaba solitario, ebrio y sin rum-bo sobre la Avenida Masferrer, a la altura de los leones de piedra que custodian lo que un día fue la entrada al pueblo, una mujer se le apareció. Era una aparición en el doble sentido, pues además de aparecer de improviso ante los ojos de don Chicho, que ni siquiera advirtió su presencia si no hasta que la tuvo delante, parecía, de espaldas tal como se le presentó, una imagen extraordi-naria, hermosa, esbelta y de andar lascivo. Su cuerpo, cubierto de una luz no terrenal, exhalaba un vaho de goces secretos que se encabritaban aún más mientras se contoneaba al caminar.

Como era de esperar, don Chicho se prendó de inmediato de aquella mujer y los requiebros brotaron infatigables de su boca. La mujer, sin dar el rostro, res-pondía acentuando su andar con movimientos insinua-

Page 38: Historias que la memoria rescata del olvido

38 Gustavo Vega

dores. Sin embargo, nada decía a su enamorado casual; pero su silencio era más fuerte que cualquier palabra de aliento y don Chicho, irremediablemente se fue tras de ella. Hasta se alegró cuando advirtió que la mujer en-rumbaba por las calles más oscuras, adivinando quizá los placeres que le esperaban.

De esa manera, pasaron por la calle aún habitada por los noctámbulos, aunque estos, al día siguiente recorda-ban haber visto sólo a don Chicho, tropezando con las piedras que se interponían en su camino. Llegaron ala salida para Nahuilingo y la mujer, con un movimiento aún más insinuador. tomó con rumbo a una calleja ale-daña, totalmente oscura; un frío inexplicable empezó a desgranarse, mas don Chicho consideró que era por la emoción del encuentro y sintió que el aroma de aquella mujer se le metía para nunca jamás en la piel, en los hue-sos, en las tripas y la memoria. Entonces, ya sin orien-tación, en una especie de delirio sin tregua ni origen, se abalanzó sobre la mujer que se había detenido, siempre de espaldas, a pocos pasos de él... Sus manos ya tocaban aquella piel, aquella estatua viva de carne inmarcesible, cuando, de pronto, la imagen iluminada se convirtió en otra, terrible y obscena.

El trasero de una enorme yegua despedía vahos infestos en el rostro de don Chicho, en el espacio que la mujer apenas unos segundos antes ocupaba. estaba aquel enorme animal y hasta entonces se dio vuelta para que el trasnochador irredento viera su rostro. En lugar de ojos, dos brazas enormes; en lugar de rostro, un ho-cico horrible y deforme; de su boca, si es dado llamar

Page 39: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 39

boca a una grieta roja y pestífera, se desprendía un ar-diente vaho que parecía quemar todo a su alrededor y de sus profundidades surgió una carcajada bestial que hizo trizas la razón del viejo enamoradisco, y le dejó una mueca de espanto permanente... La misma mueca que, al día siguiente, los madrugadores que lo encontra-ron le vieron y que sería la única, desde entonces, que tendría jamás.

Page 40: Historias que la memoria rescata del olvido

40 Gustavo Vega

Inventario de nostalgias

Un río que corta en dos la ciudad.La estación de un tren prehistórico.Una novia muerta.Una novia viva que apenas me recuerda.Un señor viejitocarpintero de la escuela Rafael Campos.Una mano blanca anunciando muerteen la puerta de la casa de mi infancia.La lectura de un paquínen las gradas del cine Arce.Un loco buenote que mendigapara gozar el milagro de dara otros lo que él ha cosechado(¡Ah, el buen Yacho!).Un tazón de leche poleadaconstelado de estrellas negrasnacidas de las uvas y de la ternurade abuela en mi cumpleaños.Las tardes felices de los sábadosesperando a mi padre en el parquemientras juego con mis hermanasy buscamos coquitos bajo las palmeras.Un fantasma que ronda la nochearrastrando sus cadenas.Un partido de fútbol en el Cantarrana.Una condiscípula que jamás podré olvidar.

Page 41: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 41

Un sueño aún pendiente.Un retorno aún no empezado.Una inmensa angustia por lo perdidoy una inmensa dicha por lo encontrado.

Page 42: Historias que la memoria rescata del olvido

42 Gustavo Vega

EL PADRE SIN CABEZA

Durante el día y en los recreos, el patio de ladrillos de barro de la escuela “Rafael Campo”, es obviamente un correr de niños y jóvenes, algarabía de juegos; jóve-nes sin camisa huyendo de los policías, los más peque-ños jugando “lleva”, otros, al fondo, bajo el ardiente sol, de plantón por no haber llevado la “plana”. Hay quienes juegan chibolas y los que juegan a ver jugar. Pero el pun-to de atracción favorito de aquellos estudiantes, era el campanario de la iglesia El Pilar, cuyo patio es compar-tido con la escuela.

En aquel campanario, las golondrinas han hecho sus nidos. Inquietas, durante los recreos vuelan en des-

orden, agobiadas por la gritería infantil, se sienten quizá ame-nazadas cuando más de algún adolescen-te, haciendo gala de su valentía, se acerca a sus nidos y las al-borota, enojándolas. Entonces es el mo-mento esperado: dos o tres golondrinas, como pequeños avio-

Page 43: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 43

nes de guerra suicidas, se lanzan en picada sobre los ata-cantes. Si estos son ágiles, esquivarán a las aves, si no un pico agudo, frágil pero firme, penetrará en sus cabezas y un chorrito de sangre mostrará el trofeo conquistado en la batalla sin sentido.

Las golondrinas no son, empero, la atracción única de aquel campanario, ni siquiera la principal. En aquel lugar, oscuro, estrecho, húmedo, con olor a abandono y sotana enmohecida, habita un personaje capaz de es-tremecer al más valiente; ha si do visto en noches de truenos y en noches apacibles, incluso en el día aunque raramente, se le ha visto recorrer los ladrillos de barro con su andar cansino, leve, penoso y triste.

La sotana negra, despierta en los ladrillos un rumor de ultratumba. Todo de negro, sólo el cuello blanco de la camisa da forma a aquella oscuridad, pero, arriba del mismo, donde tendría que encontrarse la cabeza de aquel sacerdote, no existe nada. El padre termina en el cuello. Su cabeza limpia, y triste también, desprendida de su cuerpo mueve los ojos en sus órbitas, viendo al mundo desde su punto de observación, sostenida por la mano derecha de su cuerpo a la altura de la cadera.

El Padre sin Cabeza es un extraño guardián de aque-lla iglesia. Pocos lo han visto –hay quienes hasta asegu-ran que es un invento del padre Canjura–, pero quienes lo han hecho afirman que no ataca a quienes lo miran, es sólo con su presencia que espanta a los intrusos que osan invadir aquellos terrenos, su presencia nimbada con un halo que, si pudiera decirse así, es de sombras, impone el terror y paraliza a los curiosos, que nunca

Page 44: Historias que la memoria rescata del olvido

44 Gustavo Vega

más, se atreverán a pasar por aquel lugar. Mucho me-nos en horas nocturnas o a las doce del día; durante las cuales el aparecido descabezado vigila.

Quique Mendoza y el Mapache, lo vieron en una ocasión. Habían querido asustar a Milton, y después de clases, luego de convencerlo para que se quedara, in ten-taron llevarlo al campanario. Ante el temor de éste, los dos jóvenes, conteniendo el miedo que empezaba a re-correrles la espalda, se atrevieron a penetrar en el cam-panario, en silencio y cuidadosos para no alborotar a las golondrinas. Estando adentro, escucharon un rumor de alas, un aleteo terrible, y cuando quisieron huir pensan-do que eran atacados por las aves, se dieron cuenta que un rabo de nube se formaba obstaculizándoles el cami-no; frente a sus miradas estupefactas el viento arremo-linado fue adquiriendo la forma de una negra sotana; erguido en toda su estatura colosal el Padre sin Cabeza se apareció frente a ellos y posó la mirada de su cabeza ausente en los jóvenes intrusos. Más que espanto, sin-tieron una infinita tristeza, sintieron ganas de llorar y Salieron como dormidos del campanario. Eran las doce del día. Media hora después pudieron hablar, mas no lo hicieron; sin mediar palabra entre ellos, tomó cada quien su camino y no regresaron a clases hasta tres días después del suceso. Sus cuerpos mostraban los picota-zos de muchas aves, pero ellos negaron siempre haber sido atacados por las golondrinas.

Page 45: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 45

a los pilareñosMelancolía del Atardecer

Empieza la tarde. La luz hirienteamaina sus rayos y un poco de frescorcae sobre los rojos tejados del barrio.Un poco, nada más.Estudiantes rezagados caminan distraídoscasi tan sonámbulos como el atardecer.Empieza la tarde y se va llenando la callede gritos, jolgorio, risotadas.Es la felicidad calma de la provincia,el atardecer del barrio a la salida para Nahuizalco.Frente al Colegio San Vicentejuegan Chanchavarancha los niños;ladrón librado los grandecitos,guerra con esqueleto los adolescentes.

En la esquina de la Carmelonalas Galicias venden su merienda sempiterna.Una cuadra abajo la familia de Maíaofrece panes con gallina y en el aireun pregón anuncia “tamaliiitos...tamalitos tamalitos tamaliiitos d’eelooote...”De pronto, un tufo impregna el aire:es un camión que pasa con pulpa de café,dulce pulpa de un acedo trabajo.Los autos pasan cortando carreras,inmovilizando juegos, y quizá

Page 46: Historias que la memoria rescata del olvido

46 Gustavo Vega

el grito de una madre llamando a tener cuidado.

Atardece en el barrio.La dulzaina imperecedera del Ticoserpentea una melodía melancólica.En algunas casas suenan bolerosllenos de amor y sangre.

En las sombras que empiezan a fenecerla tarde, un niño taciturno, sentadoen una grada del mesón Chotoobserva pasar el mundosin comprender aúnque es su infancia la que pasa.

Page 47: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 47

EL OTRO CIPITÍO

—¡Qué va’ser! —Estaba diciendo mi tío Achan, un día de conversación con los pilareños, sentado en el brocal de la pilona del campo, allá por la salida a Na-huizalco—. El Cipitío no es panzón ni tiene los pies al revés.

—Yo lo he visto —afirmaba—. Una vez veníamos en la madrugada, de tirar y pescar con la majada del barrio, nos habíamos ido la noche anterior, caminamos hasta la “guaca”, la pesca fue buena, sobre todo de cangrejos y camarones que agarramos lumpeados; la caza no tanto, sólo logramos agarrar un tacuazín que casi le vuela el dedo al Nolo. El asunto es que al regreso, a eso de las cuatro y media de la madrugada veníamos entrando al pueblo, por aquí mismo entramos, por esta misma calle. Éramos como siete, veníamos jodiendo, con sue-ño y agotando los últimos cartuchos de alegría moja-dos por el desvelo. Yo no sé si los demás lo vieron, pero cuando íbamos por donde la Juanita Chata, de repente un niño que no había advertido antes, nos sobrepasó. Nunca pude ver su rostro, pero tuve la seguridad que iba llorando o quizá riendo pues la verdad solo advertí un estremecimiento en su cuerpo y unos pujiditos que a saber por qué eran.

Era un niño normal, quizá un poco barrigón pero no tanto, apenas como lombrizoso, los pies eran nor-males... Más bien, lo que me extrañó fue que anduviera

Page 48: Historias que la memoria rescata del olvido

48 Gustavo Vega

sólo a aquellas horas. Entonces le dije a los otros que lo siguiéramos para ver qué le pasaba, pero sólo Raúl, Mi-quey y Virgilio me hicieron caso, los demás parecía que estuvieran jugados, ni siquiera chistaron y fue como que no me oyeran.

Nosotros cuatro, pues, corrimos para alcanzar al niño, ya él se nos había adelantado varios metros; iba llegando ala esquina de donde la Carmelona cuando le gritamos. Volvió a ver y en su cara, sucia eso sí, vi una mueca rara, que tampoco me sirvió para saber si llora-ba o quizá se burlaba de nosotros. Sentí un poquito de miedo, para qué lo voy a negar; pero con la compañía de aquellos agarré valor y juntos corrimos persiguiéndolo; cuando nos faltaban como cuatro metros para alcan-zarlo, el cipote dio vuelta en la esquina y escuchamos, entonces sí, como un llanto burlón y después una car-cajada que bien pudo despertar a todo el barrio, aunque después los otros anden diciendo que ellos no escucha-ron nada, y corrimos más aprisa y cuando llegamos ala esquina y vimos.., la calle estaba silenciosa y vacía; ni un alma, sólo una chenca de puro todavía encendida estaba tirada en la calle...

Cuando llegué a la casa, el friyito que empecé a sentir cuando escuché la carcajada de aquel cipote se me fue metiendo hasta los huesos; no pude levantarme ese día con el gran calenturón y el temblor de los dientes que me sonaban como maracas locas. Era el Cipitío, pues, yo lo vi pero no es panzón ni tiene los pies al revés.

Page 49: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 49

Dos Palabras a la Memoria de mi Hermano

1Está Dormido, Nada Más…Madre, Chemita duerme, míraloestá dormido. Está dormido,madre, como un pajarito, un soploquieto del dios que tanto amas.El duerme, padre, sólo duerme.Es viernes y espera tú retorno;ya sabe leer su nombrey no quiere ir al Kinder, padre.Hermanas, Chema sólo está dormido,nos quiere asustar, nada más,como aquella tarde —¿recuerdan?—allá por la Cueva del Zope.Hermano, Chemita duermecon los ojos agobiados de mamá,mira cómo su pecho subey baja al compás de su profundo sueño.

Él duerme. Mi hermano duerme.Por eso ando como de puntillas,como viviendo un sueño ajeno.

2No hay olvido…

Page 50: Historias que la memoria rescata del olvido

50 Gustavo Vega

En la tierra sin nombre, yacen los huesos del hermano muerto.En el polvo común, sin cruz ni flores, mi hermano duer-mecomo lo vi por última vez, diez años antes de la despe-didasin abrazo, del adiós sin palabras... Bajo la tierra, sus huesosse besan con los huesos amados y reina a la diestra de los padres.En la tierra tierra, en la amalgama de sangre y lluvia, barroy huesos, reposan mis tres muertes tutelares —las otras,las muertes vivenciales sangran igual pero son menos aciagas.

Ocho años tenía mi hermano cuando a los 18 lo mata-ron.Los otros diez, son la marca de Caín en mi frente... mi ausenciay un retorno plomizo, incompleto, cual si no hubiese regresado.

Pero no hay olvido, hermano, ni voz que no lleve tu acento,ni recuerdo muerto de tu infancia. Toda la vida es tuya,toda sonrisa de mis hermanas es tu risa, todo gestode padre en nuestro hermano es tu gesto...Espera un poco, nada más, a estos huesos

Page 51: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 51

hermanos de tus huesos.

Page 52: Historias que la memoria rescata del olvido

52 Gustavo Vega

LOS SECUESTRADORES DE LOS RIOS

Cargando un inmenso bulto de ropa lavada aún hú-meda, con su hijo tomado de la mano, danza un poco cómica, dona Adela.

-¡Vamonós, Carlos Alberto! ¡Vamonós, no te que-des! -Clama dona Adela.

Y es que, cuando una madre soltera va a un río, cual-quiera que sea, se enfrenta a la posibilidad de perder a su hijo menor, plagiado para siempre por los duendes de los ríos. En estos habitan diversas criaturas, seres que lanzan flores y piedrecillas a las jóvenes bañistas, otros que a hurtadillas entre los chiribiscales espían a los vi-sitante y suenan un sueno de sirena, con sus solo espí-ritus enteleridos de deseos carnales. Unos se muestran apenas, o dejan sentir su aliento entre los ramajes como un viento sin origen y quien los percibe sabe que están allí porque las piernas se le debilitan un instante y la piel se le eriza. O, si no, una extraña alegría se adueña de los bañistas y el jolgorio y la maravilla de estar al lado de un riachuelo, en un silencio saltarín y apacible, se vuelve una fiesta pura... son también los duendes, que de todo hay en la rivera de los ríos.

Los gritos de dona Adela, pues, eran dirigidos a los duendes. A los más terribles de los ríos, aquellos que inundados de tristeza y sueños, pierden la cordura y se dejan arrastrar por el deseo negado y buscan entre los

Page 53: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 53

vivos un sucedáneo de sus penas. Quizá son espíritus maternos; almas solitarias que encuentran en el rapto de los niños al hijo que nunca podrán tener. Cuando las madres se descuidan, con engaños de encantadores y políticos y plantas sin nombre engatusan a los niños y los ponen a dormir un sueño delirante mientras per-manecen despiertos, hasta trastrocarles los sentidos y perderles el rumbo. Es entonces que los niños así en-cantados, se alejan de sus madres y se quedan a habitar los recodos de los ríos.

Si esto sucede durante la visita al río, la pérdida es irremediable. Pero lo mas frecuente es que los niños en-cantados vuelvan con sus madres, continúan sus vidas cotidianas, parece que nada ha cambiado; sin embargo, pasado algún tiempo -que pueden ser días, semanas, meses o años-, el niño vuelve a escuchar las palabras melosas, a ver las imágenes engatusadoras, y obede-ciendo un llamado que no proviene de entre los seres vivientes, enrumba sus pasos por diversos caminos que lo llevan, siempre, a los parajes donde fue adoptado por los duendes de los ríos.

El suceso, pese a las fuerzas extraordinarias que lo hacen posible, no es fatal. Las mujeres, sobre todo las más ancianas, las de innumerables hijos, saben que cuando la pérdida del niño no se produce en el río, el día mismo del encantamiento, es posible conjurar el mal y deshacer los entuertos de los duendes. Y es senci-llo. Basta con que la madre, cuando ya se retira del río con sus hijos, grite llamando a su hijo menor, para que este vuelva del más allá y quede olvidada la demagogia

Page 54: Historias que la memoria rescata del olvido

54 Gustavo Vega

de los duendes.Era por eso que dona Adela, casi bailando, llamaba

a su hijo aquella tarde de marzo, mientras se detenía, ja-deante, cada cuatro o cinco metros subiendo las veredas que nos alejaban del río.

Page 55: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 55

“Existe un lugar que no tiene retorno, ese lugar puede alcanzarse”

F. Kafka

No volveré

Hace una vida, salí de una ciudada la que nunca volveré. Ni cuando vuelva,ni cuando mis pies de nuevorecorran sus calles hirvientes.Ya no estará. No será mi ciudad,ni morarán en ella los rostros de la memoria.Estará solitaria mi ciudad, como nunca,y aunque otros niños jueguen en sus callesy otros gritos alegren las tardes de los barrios,no estará mi hermano... Y no será la misma.

Habrá pasado demasiada sangre bajo los puentesde la ciudad a la que nunca volveré.Estará vacía de mí y de aquel que se quedópara encontrar en ella su exilio o su muerte.

Bajo su duro lecho morarán los huesos amadosy los insepultos que gritan desde la tierrapoblando los caminos de esperanza-

No volveré más a la ciudad que dejéen el tiempo de la angustia.No importa que vuelva... Es ella,es ella, mi ciudad, la que no tiene retorno.

ESA
Resaltado
Page 56: Historias que la memoria rescata del olvido

56 Gustavo Vega

Page 57: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 57

Page 58: Historias que la memoria rescata del olvido

58 Gustavo Vega

Page 59: Historias que la memoria rescata del olvido

Historias de la memoria y el olvido 59

Page 60: Historias que la memoria rescata del olvido

60 Gustavo Vega