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Homilías del Ciclo B 1

Homilías del Ciclo B€¦ · «Dios Todopoderoso, al comenzar el Adviento, aviva en tus feles el deseo de salir al encuentro de Cristo» (Oración de la Misa). 1— Inicio del año

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Page 1: Homilías del Ciclo B€¦ · «Dios Todopoderoso, al comenzar el Adviento, aviva en tus feles el deseo de salir al encuentro de Cristo» (Oración de la Misa). 1— Inicio del año

Homilías del Ciclo B

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Domingo 1 Adviento (B) Mc XIII, 33-37.

«Dios Todopoderoso, al comenzar el Adviento, aviva en tus feles el deseo de salir al encuentro de Cristo» (Oración de la Misa).

1— Inicio del año litúrgico en el que la Iglesia quiere empaparnos de la riqueza divina de la Historia de la Salvación, en la que Dios sale siempre al encuentro del hombre para salvarlo.

Así hoy las Lecturas nos presentan la situación dolorosa en la que se hallaba el pueblo de Israel:

- situación de esclavitud, deportado en Babilonia y sometido a las costumbres paganas.

- caían en los pecados propios de aquel pueblo, que degradaban al hombre, precisamente porque el pecado, al apartar de Dios fuente de todo bien, daña al propio hombre.

Conscientes de esta situación tan penosa y amarga, ¿qué hace?: eleva el corazón a Dios pidiendo cle -mencia: «Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad» (1ª Lectura). «Señor Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve» (Salmo Responsorial). Pone la esperanza sólo en Dios.

2— Hoy quiere también la Iglesia, nuestra Madre, que cada uno de nosotros tomemos conciencia de lo que estamos llamados a ser por ese don divino de la vocación, y de lo que realmente nos pasa en esta so -ciedad, en la que vivimos: sometidos a la presión de tantas fuerzas que impiden escuchar la voz de Dios Sal -vador, y nos hacen perder el sentido de orientación de la propia vida, ya que la quieren desarraigar del Se-ñor, y centrarla en el mismo hombre como si él fuera el absoluto.

El resultado es la oscuridad en la mente, la tristeza en el corazón, y el «sin sentido», no sólo de las co -sas, sino de la propia vida.

Ante todo esto la Iglesia nos pide que miremos de nuevo a Dios, y que clamemos: « Dios Todopodero-so, al comenzar el Adviento, aviva en tus feles el deseo de salir al encuentro de Cristo» «Ven, Señor, sálva-nos»

Dios nos responde en el Evangelio: «Velad», porque la vida se acaba y empieza la eternidad. Esta de -pende de mi vida aquí en la tierra. Velar signifca: trabajar más y mejor, aprovechar el tiempo, agradar a Dios en todo. Así las cosas me llevan a Él. Dios no está lejos; va a venir; mejor, ya está con nosotros. Pídele perdón, rectifca y vuelve a empezar a seguirle. Así oirás: «serve bone et fdelis...»

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Domingo 2 de Adviento. (B) Mc 1, 1-8.

1— «Mira al Señor que viene a salvar a los pueblos» (Antífona de entrada).

Hace veinte siglos Juan el Bautista lanzó este mensaje al mundo: «Preparad el camino del Señor, alla-nad sus senderos».

Viene Jesucristo, el Salvador, a hacer cosas grandes en el interior del hombre, si este se deja coope-rando libremente a las luces, toques y llamadas de Cristo que, como Camino, Verdad y Vida, sale a nuestro encuentro. «El que te ha creado a ti sin ti, no te salvará sin ti» (san Agustín); quiere siempre mi cooperación:

- Cuando llega el momento de la Encarnación, le pide a la Virgen si quiere ser su Madre. Y sólo cuan -do María dice el «Sí» se encarna el Hijo de Dios. Quiso la cooperación de su Madre.

- Va a nacer en Belén, como dijo el profeta, y no pudo hacerle en la posada porque «no había lugar para ellos» en aquella posada. Los hombres no le dejaron una casa para nacer.

- Quiere salvarte a ti y a mí, pero he de querer yo de verdad.

2— Aquel eco del mensaje del Bautista: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos» llega hoy hasta nosotros y espera mi respuesta sin dilación. ¿Estoy dispuesto a darle una respuesta afrmativa como se la dio María? Y ¿qué nos pide?:

- Pequeñas y continuas conversiones luchando por vivir día a día los propósitos que he hecho al con-fesarme; los consejos que me dan en la dirección espiritual, luchar con todas las fuerzas del alma para amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo mi ser. ¿En qué voy a luchar este día para mejorar en mi vida cristiana?

- Austeridad, que en Juan el Bautista se manifestaba en su modo de comer y de vestir. Ciertamente, necesitamos las cosas de este mundo para vivir y convivir; pero hemos de estar alerta para no dejarnos atrapar por la sociedad de consumo y de bienestar creándonos necesidades que no son tales. Pensemos en nuestras cosas: ¿tengo algunas que no necesito, ni uso? ¿A cual de ellas estoy más apegado? ¿Me decido a desprenderme de algo en este Adviento para preparar en mí los caminos del Señor?

Hemos de pedirle al Señor la gracia de saber «señores» de todas las cosas. Es un modo de preparar-me para recibir al Salvador.

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Inmaculada Concepción.

1— «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas» (Salmo Responsorial). Estamos viviendo de lleno el Adviento, preparándonos con la Virgen para recibir con las mejores disposiciones al Hijo de Dios, que se hace hombre en el seno inmaculado de María, por obra y gracia del Espíritu Santo. El Hijo de Dios viene al mundo para morar en el corazón de cada hombre, dándole así la posibilidad de ser transfor-mado en hijo adoptivo de Dios y heredero del Cielo.

En medio de este tiempo de esperanza que es el Adviento, aparece la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen; esta festa nos recuerda que Ella fue concebida, por especial privilegio de Dios, sin que el pecado original la marcase con sus huellas, y el Señor quiso que el demonio jamás la to -case, ni siquiera con falta alguna. Por eso la Iglesia, al contemplarla tan bella y tan hermosa, nos invita a cantar: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas»; y las ha hecho precisamente en Aquella que es su Madre y Madre nuestra.

Es una imagen de cómo quiere Dios que nos preparemos en este Adviento para recibir al mismo Se-ñor que se encarnó en el seno de la Virgen, y que viene a nosotros en esta Navidad; cada vez que celebra -mos la Santa Misa viene el Señor, y siempre que comulgamos recibimos a Jesucristo vivo, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Él nos pide que estemos limpios de pecado.

2— Asidos de las manos de la Virgen y guiados por Ella, miremos nuestra alma con un sincero exa-men para descubrir cuales son mis pecados, es decir, aquello que hay en mí que no agrada a Dios. Descubrir no sólo los pecados mortales, sino también nuestro afecto al pecado venial, a las ocasiones de pecado que me ofrecen las costumbres paganas de una sociedad de consumo y de bienestar, en la que Dios y su Ley es -torban.

Y en esta preparación para la Navidad, he de ir arrancando esos afectos desordenados que, de algún modo, me esclavizan impidiéndome ser dueño de mi propio comportamiento. De este modo me dispondré para que Jesús se encuentre a gusto en mí, como se encontraba en medio de los pastores y Magos que tan-to le querían.

« ¡ Madre, no te merezco; pero te necesito!» Ayúdame. Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vien-tre. «A Ti, celestial princesa, Virgen sagrada, María, te ofrezco en este día, alma, vida y corazón. Mírame con compasión. No me dejes, Madre mía»

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Domingo 3º de Adviento. (B) Jn 1, 6-8, 19-21.

1— «Señor, enséñame tus caminos, y haz que camine con lealtad» (Salmo Responsorial).

El Adviento es como el hilo conductor que nos lleva al encuentro con el Salvador. Él es la buena noti-cia para los que sufren, no porque elimine el sufrimiento, sino porque explica su sentido corredentor. Viene a vendar los corazones desgarrados, ofreciéndoles la paz verdadera, que sólo Él puede dar, porque es Él la Paz.

Juan el Bautista, empapado de esta verdad, la da a conocer a cuantos se acercan a escucharle: « en-derezad el camino del Señor», arrepentíos de vuestros pecados. El Salvador que tanto anheláis, está ya en-tre vosotros, pero todavía no le conocéis como vuestro Dios y vuestro Salvador. Él viene y salvará a cuantos le acojan en su corazón. Él está en el sagrario; está ofreciéndose en esta Misa por la salvación de todos los hombres.

Esta manifestación del Amor de Dios nos hace desbordar de gozo; y yo me alegro con Dios que sale a mi encuentro para lavarme y hacerme partícipe de su felicidad. «Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador», «Alegraos siempre en el Señor, porque ya está cerca».

2— Disponerme para recibirle y dejarme transformar por Él: «A los que le reciben les da el ser hijos de Dios». Y ¿qué debo hacer? Nos lo recuerda la 2ª Lectura:

- «Guardaos de toda forma de maldad» El único mal que hemos de temer es aquel que nos aparta de Dios, que es la fuente de la felicidad; el pecado, es decir a Dios: ¡No quiero obedecerte! Ciertamente he pe -cado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión; por eso necesito convertirme y volver a buscar el perdón en el Corazón misericordioso de Cristo.

- ser constantes en la oración... «Sin mí, no podéis hacer nada». Buscar, llamar a Dios como un hijo necesitado acude a su padre. «Clama, no ceses». «Me invocaréis y yo os escucharé», dice el Señor.

La Virgen nos invita a prepararnos con Ella para recibir a su Hijo en el silencio de nuestra conversión, del arrepentimiento y de la oración.

Madre, ayúdame, Tú eres el camino para ir y para volver a Jesús.

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Domingo 4º Adviento. (B) Lc 1, 26-38.

1— «Cantaré eternamente las Misericordias del Señor». Así exulta la Iglesia en la liturgia de hoy, pr-óxima ya la Navidad, que es el gran «Don» de Dios a los hombres. Un «Don» por cierto, que nos viene por María.

Toda la celebración de hoy está centrada en la Santísima Virgen, que espera a su Hijo con i-nefable amor de Madre:

- en el mismo instante en que la Virgen dijo que «Sí» al Arcángel Gabriel, el Verbo se encarnó en el seno virginal de María, por obra y gracia del Espíritu Santo, formando de la purísima sangre de la Virgen un cuerpo perfectísimo, crea un alma nobilísima de la nada. A este cuerpo y a esta alma se unió el Hijo de Dios; y de esta suerte, el que antes era sólo Hijo de Dios, es ahora Dios y Hombre verdadero. Esta obra maravillo -sa de la Encarnación la realiza por nosotros los hombres y por nuestra salvación.

- la Virgen llevó a su Hijo en el seno nueve meses, como todas las madres. Durante este pe-ríodo de tiempo vivió una intimidad única con su Hijo.

La Iglesia nos invita a sus hijos a contemplar con fe a la Santísima Virgen en estos últimos días de Ad-viento, para aprender a acoger la plenitud del Amor de Dios que se nos da en Cristo en la Navidad.

El que viene es el mismo Hijo de Dios, el Salvador, que se encarnó en el seno de María; Él es la Vida que se ofrece a cada hombre. Él es el camino seguro que conduce a la felicidad que tanto anhelamos los hu-manos.

2— Y ¿qué nos enseña la Virgen en esta preparación personal de la Navidad?:

- Dios necesita nuestro «sí» para realizar su plan de salvación en cada uno; que nos pongamos en sus manos y nos dejemos conducir dócilmente por Él.

- Gracias al «Sí» de la Virgen María vino Jesús al mundo y pudo hacer la obra de la Redención. «De que tú y yo seamos como Dios quiere, no lo olvides, dependen cosas grandes»; porque «para Dios nada hay imposible».

Necesitamos mantener una gran intimidad con Jesús que manifesta su omnipotencia presentándose como un Niño, envuelto en pañales. Acércate con fe: es un Niño que necesita la ayuda de José y de María; pero Él lo puede todo, es nuestro Dios.

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Vigilia de Navidad.

1. Durante este tiempo de Adviento que acabamos de vivir, todos hemos clamado con fe y esperanza: «Cielos, abríos, y que las nubes derramen al justo, al Salvador» prometido por nuestro Dios para la salva-ción del mundo.

Ha llegado ya la hora en la que el Hijo de Dios, hecho hombre, entra en el mundo en medio de un gran silencio que lo invade todo. Viene para ser la Luz que iluminará a todos, la Vida y la Salvación tuya y mía, ¡de todos y cada uno de los humanos!

Y este Salvador, Jesús, se nos da por medio de María:

«Mirad, la Virgen concebirá y dará a luz un hijo

y le pondrá por nombre Emmanuel

que signifca “Dios con nosotros”.

2. Los hombres necesitamos prepararnos muy bien para recibir al Niño Jesús, que nos trae un regalo, un DON tan grande, que los pobres mortales ni siquiera somos capaces de sospechar. Viene a hacernos par-tícipes de su misma vida divina. Quiere que seamos de verdad hijos de Dios.

Creo que el modo de disponernos interiormente en esta Noche Santa, para que Jesús derrame sus dones divinos en nuestras almas, es acercarnos a José y a María y, junto a ellos, contemplar con los ojos de la fe y del agradecimiento, al Niño Jesús, Rey y Señor del universo, sin casa, olvidado de los hombres, en-vuelto en unos pañales y puesto en las manos de la Virgen Madre que, junto con san José, daban calor hu-mano y divino a Nuestro Señor, recién nacido.

Nosotros, Señor, recogidos en silencio, nos unimos hoy a san José y a nuestra Madre, y ponemos en sus manos los “pañales” de nuestra fe, cariño y agradecimiento, para que envuelva con ellos a Jesús Niño, y le acompañen en esta Nochebuena y ¡siempre!

Os deseo que las riquezas divinas de esta Navidad os acompañen siempre y os llenen de la paz de Dios.

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Navidad

1. «En Belén ha aparecido la gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres», nos re-cuerda el Apóstol.

La Navidad es el acontecimiento transformador de la vida del hombre y de la historia, porque a través de él Dios ha entrado, en cierto modo, en la vida de cada hombre.

Por eso, la Iglesia nos ofrece el tiempo de Adviento para que nos preparemos a recibir al Salvador. Durante estas semanas hemos contemplado con fe y con gran esperanza al Señor que viene para elevarnos a la condición de hijos de Dios, y hacernos herederos de la vida eterna.

Pero el Amor de Dios no siempre es correspondido por el hombre. Ahí está la conducta de los vecinos de Belén que le negaron un lugar en sus casas para que el Hijo de Dios pudiera nacer con cierta dignidad. «Fue a los suyos y los suyos no le recibieron».

Cuando explicaba este acontecimiento a las niñas del Colegio les produjo tal impacto que una de ellas no pudo menos de decir:

— ¡«Si yo hubiera estado allí!...». Tú no estabas allí; pero Jesús, que nació en soledad y abandono, está ahora aquí. Hoy viene a nosotros como verdad que nos enseña el sentido de la vida y su dignidad; y como moral que enseña lo que está bien, o lo que está mal. ¿Qué hacemos?

Ciertamente las palabras y los hechos de Cristo desconciertan al hombre que los quiere entender hu -manamente...

2. El misterio de la noche de Belén llena la historia del mundo, y se detiene en el umbral del corazón humano. Aquella noche, los de Belén dijeron a José y a María: “no puedo acogeros”. Y hoy, cada vez que re -chazo su moral, su Ley, le digo: no te acojo; me cuesta; eso nadie lo hace.

¿Por qué, Señor, el día de tu Nacimiento, de tu Don, es el día de la “no acogida? ¡Cuánto perdieron los de Belén al cerrarte las puertas! Y ¡cuánto pierdo yo al no acogerte en mi corazón! Pero «a cuantos le re-cibieron les dio el poder ser hijos de Dios». ¡Si hoy me diera cuenta, todo cambiaría!

En esta contemplación del misterio de la Navidad, le pedimos a María que nos ayude a abrir las puer -tas del corazón a Dios que viene a salvarnos.

En su nombre os deseo ¡Una Feliz Navidad a todos!

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Maternidad divina de María.

1— «Los pastores encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre» (Evangelio de hoy).

El Papa nos ha invitado, de un modo especial en este «Año del Rosario», a contemplar los misterios de Cristo para empaparnos de su Amor.

Ahora estamos contemplando el misterio insondable de la Navidad, la entrada de Dios en la vida del hombre y en la historia, para iluminar con el esplendor de su Verdad y de su ejemplo el modo cómo debe -mos vivir los hombres para alcanzar la Salvación.

Hoy, con Jesús Niño, contemplamos a la Virgen Madre, porque el nacimiento del Hijo de Dios pone de relieve la Maternidad de María. Ella es la Madre del Hijo de Dios encarnado, del Salvador de los hombres. Y, por serlo, María es también Madre nuestra, a la que contemplamos con Jesús, puesto en la cuna de Belén, con un cariño especial. A Ella le decimos: Madre, ruega por nosotros tus hijos y enséñanos a vivir de tal modo que busquemos solamente amar a tu Hijo con todo nuestro ser.

2— Reconocer a la Virgen como mi Madre es descubrir que Ella me ama a lo largo de cada instante de la jornada; aunque yo, Madre, no pocas veces lo olvide. Por eso le dirigimos con frecuencia esta súplica: «Mas si mi amor te olvidare, Tú no te olvides de mí». Ella me cuida y me anima a seguir a Jesús, a ser santo, a pesar de todas mis defciencias. Conscientes de nuestra debilidad, le decimos: «Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre».

Yo quiero responder a tus desvelos de Madre, como un buen hijo:

- cuidaré con esmero, durante este Año dedicado especialmente a Ti, el rezo del santo Rosario; la contemplación de sus misterios para conocer y amar más a tu Hijo.

- la tendré presente durante el día con miradas llenas de cariño, con jaculatorias, y ofreciéndole las pequeñas contrariedades de la jornada.

Y, con Ella, adoraré a Jesús en el sagrario, y le encomendaré la paz entre todos los hombres del mun-do; consciente de que para ello necesito acercarme más y más a Jesús, que es la única fuente de la Paz ver -dadera, y sabiendo que Él es el Cordero de Dios que, al quitar el pecado del mundo, nos da la Paz. Está ínti -mamente relacionada la Paz con la amistad con Dios. Valoraré la Confesión y acercaré a muchos a ella.

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Domingo 2 de Navidad (B) Jn 1. 1-18

1— «A cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios» (Evangelio de hoy).

«Después de 20 siglos, la Iglesia se presenta en el umbral del tercer milenio con este mismo anuncio, que constituye su único tesoro: Jesucristo es el Señor; en Él y en ningún otro está la salvación. Él es el mis -mo ayer, hoy y siempre» (JP II, Hom. 2º Sínodo Obispos de Europa).

Lo contemplamos en la cuna de Belén, ya que ha querido hacerse hombre y venir al mundo como to -dos: nace indefenso, lo necesita todo... En todo igual a nosotros menos en el pecado.

Dios nos ama tanto que «nos ha elegido desde antes de la creación del mundo para ser santos». De entre todos los seres posibles, me ha elegido a mí, me ama con amor eterno, haciéndome partícipe de su misma vida. Yo debo tener confanza plena en Dios que tanto me ama. La cuna de Belén es una manifesta-ción de este Amor que se me comunica de modo que participo de la misma vida de Dios, y soy heredero del Cielo.

2— Amor con amor se paga. ¿Qué daré yo a Dios por todo el que Él me da? Dios no quiere mis cosas, me quiere a mí; quiere mi amor manifestado en obras. Y ¿qué debo hacer?: Creer y aceptar. Creo que ese Niño es el Hijo de Dios que viene a salvarnos.

Nos lo dice el Evangelio: «Vino a los suyos..., pero a cuantos le recibieron...» Aceptar a Cristo con to-das las consecuencias, sin condiciones; Él es mi único Salvador, que viene con la sencillez de un Niño... al que se le da todo. Le vamos a pedir que Él y sólo Él robe nuestro corazón. Con José y con María le entrega -mos todo nuestro ser.

Aceptar a Cristo no es una palabra, es una entrega sin condiciones, para corresponder del todo a Aquel que me lo da todo. Es quitar lo que hay en mí, que no le agrada.

Y ciertamente, aceptar así a Cristo es toparse con la cruz, como les sucedió a José y a la Virgen. Es «ir contra corriente», estar arrinconado muchas veces en la sociedad, pero como levadura en medio de la masa; es dejarse conducir por normas divinas, rechazadas por el comportamiento de los hombres.

Así nos conduce el Señor a la realización de su plan: «nos ha elegido desde antes de la creación del mundo para ser santos»

Señor, ayúdame... Con tu ayuda y mi correspondencia...

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Epifanía del Señor.

1— «Señor, se postrarán ante Ti todos los pueblos de la tierra» (Salmo Responsorial).

La festa de hoy, tan entrañable para las familias, tiene un sentido inmensamente consolador para toda la humanidad: en el corazón de Dios cabemos todos los hombres, de cualquier raza, lengua o condi -ción. Todo ser humano puede decir: «Dios a mí me ama». ¿Cómo lo sé?:

- El amor une... Y Dios me ha creado «a su imagen y semejanza». Somos fruto del amor creador de Dios.

- El amor une... Y el Hijo de Dios, por amor al hombre, asume la naturaleza humana para nuestra sal -vación. Y Dios hecho hombre busca a todos, llama a todos, da la vida por todos para que, con la destrucción del pecado y la elevación al orden sobrenatural, podamos ser hijos de Dios y herederos del Cielo.

Todo esto nos lo enseña la festa de los Reyes, que son expresión de la gentilidad, de aquellos que no pertenecían al pueblo de Dios, y a los que Dios también llama a la salvación. « Señor, se postrarán ante Ti to-dos los pueblos de la tierra».

2— ¿Qué debo hacer yo al saberme llamado, buscado y amado de Dios?

El Papa nos dice que la única respuesta válida por parte del hombre a Dios que le llama, es la entrega total. Y es que no puede ser de otro modo, porque si yo soy todo de Dios por la Creación..., todo de Dios por la Redención, y todo suyo porque «mi vivir es Cristo», lógicamente no cabe otra respuesta del hombre a Dios que su entrega total: «Soy tuyo, ¿qué quieres de mí?»

Y así, con esta respuesta, todos «somos coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio» (2ª Lectura). Y esto signifca que, cualquiera que sea la vocación del hombre, ha de vivir para agradar a Dios en todo: en la salud y en la enfermedad, pobreza o riqueza, en la diversión y en el descanso. En todo y siempre hemos de vivir para ofrecer la vida entera, como un regalo que hacemos a nuestro Dios.

Los Magos le ofrecieron sus tesoros... El gran tesoro que Jesús espera de mí es gastar la vida por Él, minuto a minuto.

Así se lo pedimos a san José y a la Virgen.

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Epifanía del Señor (bis).

1. « ¿Dónde está el nacido Rey de los judíos? Hemos visto su estrella y venimos a adorarle». En este día se nos manifesta que Jesús no es sólo el Salvador de los judíos, sino que viene a salvar también al mun-do pagano. Todos cabemos en el corazón de Dios.

Los Magos habían perdido la estrella y, a pesar de las difcultades, buscan preguntando a quien les puede responder. Las Escrituras santas serán el libro que les dará la luz que buscan: «En Belén de Judá», les dicen, porque así lo ha dicho el profeta. Efectivamente, allí encuentran al Me-sías, al Salvador de los hom-bres, junto a María y a san José; le adoran ofreciéndole oro, incienso y mirra.

2. Hoy cada uno de nosotros necesitamos también buscar y preguntar: ¿dónde está, y quién es el Se-ñor de mi vida? ¿Dónde está aquel que es la Verdad, la paz, el perdón, la salvación...?

El Señor de mi vida y de cuanto existe es solamente el Creador de todo. Aquel de quien recibo conti -nuamente todo lo que soy y tengo. Dios Creador es mi único Señor. Es mi Amo. Y yo soy enteramente suyo en cuerpo y alma, a él debo amar y servir siempre.

Reconocer y vivir esta verdad enseña a dar un sentido de serenidad, de alegría y de gozo a nuestro modo de vivir.

Y ¿dónde está ahora, dónde le encontraremos? Y nuestra Madre, la Iglesia, nos responde:

El Señor está realmente presente en la Eucaristía para ser el alimento que nos fortalece en nuestro peregrinar. El Amigo que nos espera siempre con los brazos abiertos para ser aliento de nuestra pequeñez, y consolarnos en los momentos que se nos hacen duros y difciles. Nos espera para que le acompañemos y le adoremos como a nuestro Dios. Adorar es reconocer que Él es el Señor y yo su criatura; que yo soy todo en-tero de Dios, y debo entregarme a Él: ¿soy tuyo, ¿qué quieres de mí?

Lo encontrarás también en el Evangelio, en el estudio del Catecismo de la Iglesia que, con tanto cari-ño, nos ofrece el Papa para conocer, servir y amar a Dios en esta vida y después vivir con Él en el cielo para siempre. Estudia el resumen del catecismo, lee cada día el Evangelio, medítalo. Así te enamorarás de Jesús, y no le dejarás.

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Bautismo del Señor (B) Mc 1, 6-11.

1— «Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido a quien prefero» (1ª Lectura).

Durante estos días estamos contemplando el misterio del Nacimiento del Hijo de Dios, hecho hom-bre, del verdadero siervo de Yavéh; para introducir a cuantos le reciben en la participación de la naturaleza divina, y así llegan a ser, con toda realidad, hijos de Dios.

Ciertamente estamos ante un misterio: Dios, hecho hombre; más aún, hecho Niño, indefenso, necesi-tado de todo... Y Él es el Señor, la Omnipotencia... El misterio es una realidad que no cabe en la inteligencia humana.

Pero si seguimos contemplando lo que Dios quiere hacer en el hombre: introducirnos en la vida divi -na y hacernos hijos suyos, estamos ante otro misterio que llena de asombro y de gratitud el corazón de un hombre creyente. «Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también la verdad sobre el hombre (...) Siguiendo el camino de Cristo (...) el creyente se sitúa ante la imagen del verdadero hombre» (RVM, 25). De este modo nos recuerda el Papa que contemplando la vida de Jesucristo aprendere-mos a ser mejores, porque Él es quien nos descubre la verdad sobre el hombre.

2— Nuestra vida debe ser siempre una referencia, una mirada llena de fe a Cristo para entender así la verdad del hombre y de su actuación.

El Bautismo ha hecho realidad en mí el ser hijo de Dios; nos ha incorporado a Cristo; y, como Él es por naturaleza el Hijo de Dios, nosotros lo somos por la gracia.

Todo ser obra conforme a su naturaleza. El fuego quema, la luz ilumina, etc. El cristiano es otro Cristo, debo imitarle en mi conducta. ¿Qué hace Jesús?:

- «He venido a hacer la voluntad de mi Padre». Para eso estoy yo en el mundo, hacer lo que Él quiere y como Él quiere.

- «No he venido a ser servido, sino a servir»; a dar mi vida en rescate por todos. El servicio para Jesús es un tesoro; a servir dedica su vida entera. El Papa se llama: «siervo de los siervos de Dios».

«Este es mi Hijo...» Ojalá que Dios, al contemplarme, me vea revestido de su gracia; y así pueda decir también: «Este es mi hijo»

Así se lo pedimos a la Virgen en este último día de Navidad.

Tiempo ordinario

del año litúrgico

Empieza después del Bautismo del Señor.

«La belleza de este tiempo está en el hecho

de que nos invita a vivir nuestra vida ordinaria

como un itinerario de santidad,

es decir, de fe y de amistad con Jesús,

continuamente descubierto y redescubierto

como Maestro y Señor,

camino, verdad y vida del hombre»

(Benedicto XVI, Angelus, 15 de enero de 2006)

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Domingo 2. Tiempo ordinario (B) Jn 1, 35-42.

1— «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad» (Salmo Responsorial).

Hemos acogido a Cristo en la Navidad. ¿Qué quieres? Aquí estoy para hacer tu voluntad. Jesús, naci -do en Belén, vino para salvar a los hombres y hacernos partícipes de la vida divina.

Ahora empieza su vida pública; en ella da a conocer su voluntad salvífca universal. Pero quiere contar con el hombre, lo asocia a su Misión. Cierto que lo podía hacer Él sólo, antes y mejor que con nosotros, pero... Y Dios que respeta mi libertad, espera mi «sí». «Heme aquí, Señor, para hacer tu voluntad». Samuel así respondió a Dios cuando le llamó. Yo mismo soy todo entero un don de Dios; por eso debo y quiero po -nerme a su disposición: «Aquí estoy...»

La obra de la redención se sigue haciendo ahora en cada persona: Cristo pasa y llama por su nombre a cada uno. El quiere enseñar su Doctrina; quiere perdonar, santifcar, salvar a todos. Pero espera la res-puesta, el «sí» con el que nos dispongamos a seguirle y a identifcarnos con Él. «De que tú y yo nos porte -mos como Dios quiere, no lo olvides, dependen cosas muy grandes».

2— Jesús empezó su trabajo dándose a conocer a través del Bautista. «Este es el Cordero de Dios...» Unos le siguieron; « ¿a quién buscáis? Maestro, ¿dónde vives? Venid y veréis».

Dice el Papa en relación con los que hablan tanto de él: «tratan de comprenderme desde fuera; pero sólo me pueden entender desde el interior». Es que la verdadera riqueza del hombre está en su intimidad. Por eso dice Jesús: «Venid y veréis»; quiere que estemos con Él, que le tratemos. Sólo así le conoceremos.

Jesús cuando llama, no quiere sólo un «voluntariado» con la dedicación de unas horas, quiere que le demos la vida entera de modo que el descanso, el trabajo, la vida de familia; quiere que todo mi vivir sea para Dios. Son muchas las actividades que hacemos; sin embargo todas deben tener el mismo común deno-minador: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad»

Pero yo soy muy poca cosa, no puedo nada..., pero mi nada entregada a Ti con fe y amor se convierte en inconmensurable, porque para Dios nada hay imposible. Pedimos a la Virgen que nos enseñe a vivir el «Sí» a Jesús: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad».

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Domingo 2 (Tiempo ordinario) (B) (bis). Jn 1, 35-42

1. «Este es el Cordero de Dios». El Señor va a empezar su vida pública para enseñar, con palabras y con abundantes milagros, que Él es el Mesías, el Salvador del mundo.

Y lo primero que hace es buscar unos hombres para que le acompañen, le conozcan, le sigan y entre-guen su vida por la causa de la salvación.

Juan el Bautista le ha preparado el camino formando a unos amigos suyos. Un día, mientras les iba adoctrinando, pasaba Jesús junto a ellos. Juan les dijo:

— «Este es el Cordero de Dios».

Aquellos amigos del Bautista se fueron con Jesús, el cual, viendo que le seguían, les dice: « ¿A quién buscáis? » Le dijeron: « ¿Dónde moras, Maestro? » A lo que Jesús les contestó: «Venid y lo veréis».

Aquel día se fueron con Él, y lo pasaron tan bien que Andrés llevó a su hermano Simón a Jesús para que conociese al Mesías.

2. Este es el camino que también hoy hemos de seguir los cristianos. La familia —como hizo el Bautis-ta con sus discípulos— es el ámbito primero y fundamental de formación cristiana. “Todas las tareas de la familia se resumen en una fundamental: salvaguardar al hombre” (JP II).

En ella hemos de acercar los niños a Jesús. ¿Cómo?: presentarlos aquí, en esta Iglesia, para que se formen en la Catequesis de Comunión y poscomunión; para formar parte de la escuela de monaguillos, que aprendan a ser “los ángeles del altar”.

Presentar también a quienes desean prepararse rectamente para recibir el sacramento de la Confr-mación.

Decidlo también a los novios que desean recibir una preparación adecuada para constituir una familia verdaderamente cristiana.

Del mismo modo que Andrés llevó a su hermano Simón a Jesús, que nosotros — con la oración, la pa -labra y el testimonio cristiano— acerquemos a los nuestros y a los amigos a esta escuela de Jesús, que es la catequesis.

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Domingo 3. Tiempo ordinario (B) Mc 1, 14-20.

1— «Está cerca el reino de Dios: convertíos y creed la Buena Noticia» (Evangelio de hoy).

Recordábamos el domingo pasado cómo Jesús empieza su vida pública contando con el hombre. En el Evangelio llama a los Apóstoles y, con ellos, llama a todos los hombres a la salvación.

Hoy nos enseña el camino seguro para acercarnos a Él: la conversión: abandonar los malos pasos, las equivocaciones reconocidas, el pecado, mediante una decisión de la voluntad, ayudada por la gracia, de mi -rar a Dios, rico en Misericordia, pedirle perdón y abandonarnos en Él.

«Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión, perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe, iniciando así el ministerio de Misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fn del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confado a la Iglesia» (RVM, 21). “La conversión es una obra de arte común del Espíritu Santo y de nuestra libertad” (JP II, Discurso a los artistas, 18-II-2000).

2— La verdadera conversión no es sólo una mirada hacia atrás, aborreciendo el mal que hemos he-cho; es también una mirada hacia adelante, hacia Cristo que nos llama para estar con Él y llegar a ser pesca -dores de hombres. Los Apóstoles lo dejaron todo y le siguieron.

Cuando Dios llama, la única respuesta por parte del hombre es la entrega total: soy tuyo; por eso aquí me tienes para hacer tu voluntad. Dios me quiere necesitar para ser luz en el trabajo, en las conversaciones, en la familia, en todo; tratando de dar buen ejemplo y animar a otros a acercarse al Señor a través de la conversión, manifestada en un amor verdadero al sacramento de la Penitencia, y así recibir el abrazo entra-ñable de Dios Padre, que un día recibió el hijo pródigo.

Y quedarnos con Cristo como los primeros doce, saboreando su amistad, su compañía y su herencia eterna. ¡Qué bien se está con Él! Es el Amigo fel que nunca abandona, siempre me espera con los brazos abiertos. «Señor, ¿dónde moras? Ven y verás» Acércate al Sagrario, trátale, así le querrás, te enamorarás y ¡no lo dejarás nunca!

Le pedimos a la Virgen que sea siempre para nosotros el camino para ir y para volver a Jesús.

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Domingo 4. Tiempo ordinario. (B) Mc 1, 21-28

1. Jesús enseña... “Ojalá escuchéis hoy su voz...”, ya que todos tenemos una sed ardiente de felicidad.

Pero, ¿cuál es el camino que conduce a la verdadera felicidad? “No el que dice Señor, Señor...” El úni -co camino es hacer la voluntad de Dios, es decir, adherir mi voluntad a la de Dios, querer lo mismo que quiere Él.

Por eso, Cristo nos dice: “Yo soy el camino...”, y “Yo he venido, no a hacer mi voluntad, sino...”

Esa voluntad se nos manifesta en los Mandamientos que hemos de grabar en el corazón para que nunca los olvidemos, y siempre los cumplamos, cualquiera que sea el estado, la profesión o el ambiente en que nos movamos. A través de todo, aún de lo más mínimo, podemos amar a Dios con todo nuestro ser.

2. Sin embargo, hemos de saber que existe un enemigo que busca apartarnos del buen camino. Nos lo recuerda el Evangelio de hoy: «Había allí un hombre que poseía un espíritu inmundo»...

Desde el momento que una persona quiere ser buena, el demonio se pone “hecho una fera”, y no cesa de trabajar hasta arrancar del alma ese deseo.

En esa lucha, el hombre solo no puede vencer. Para ayudarle viene Cristo; con Él podemos dominarlo y rechazarlo.

La presencia de la actuación diabólica se nota con la realidad del pecado en el hombre y, a través del hombre, el pecado se hace presente en la prensa, TV, ambientes sociales, etc... Todos tenemos experiencia del pecado: odios..., mentiras..., divorcios..., uniones ilegítimas, que hieren y dañan gravemente a las mis-mas personas que las realizan, a la familia y a la misma sociedad.

Examen: ¿en que materias me tienta a mí el demonio?... ¿Cuáles son mis pecados habituales?... ¿Lu-cho para vivir agradando a Dios? ¿Me apoyo en Él? ¿Acudo a la Misericordia de Dios que me espera en el sacramento de la Confesión?

El mismo Jesús que libró a aquel poseso de un espíritu inmundo está aquí con nosotros. Con su ayuda ¡puedo!

Buscarle en el Sagrario y en el sacramento del perdón: « ¡Cállate y sal de él, y dando un grito muy fuerte salió!»

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Domingo 4. Presentación del Señor. Lc 2, 22-40.

1— «Mirad, yo envío a mi mensajero para que prepare el camino ante mí» (Primera Lectura).

Hace 40 días celebramos, llenos de gozo, el Nacimiento del Señor. Hoy es el día en que Jesús fue pre -sentado en el templo para cumplir la ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente, como un día se encontró con el anciano Simeón. Vayamos gozosos con todo el pueblo cristiano a la casa de Dios, al encuentro con Cristo, fuente y origen de toda luz.

Nos hemos de preparar para que este encuentro nuestro con Jesús, que vivimos ahora en esta cele-bración litúrgica, sea ciertamente, para ti y para mí, una llamada a la esperanza de sabernos queridos y lla -mados por Cristo a una regeneración personal, mediante el sacramento de su Misericordia. Él viene a purif-carnos de los pecados por medio del perdón y de la Misericordia que ofrece generosamente a todos.

Si nos dejamos limpiar y purifcar, seremos por la gracia «otros Cristos» en los que Dios se complace, y así podremos presentarle la ofrenda de nuestro trabajo y de nuestra vida, seguros de que será muy agra -dable nuestro Padre del Cielo.

2— Somos cristianos y pecadores, «capaces de todos los errores y de todos los horrores». Y, a pesar de todo, Dios nos llama a vivir la plenitud de la vida cristiana. Pero a esa meta, «a la santidad (...) sólo se puede llegar concretamente con el recurso habitual, humilde y confado al sacramento de la penitencia» (Mensaje de JP II a Monseñor Luigi De Magistris, pro-penitenciario mayor, 15-III-2002). Dios nos ama con amor eterno: «Los hijos, si acaso están enfermos, tienen un título más para ser amados por la madre. Y también nosotros, si acaso estamos enfermos por malicia, por andar fuera del camino, tenemos un título más para ser amados del Señor», y es que lo necesitamos más. (JP II. Ángelus 10-XI-1978).

“Dios al fjarse en nosotros, al concedernos su gracia para que luchemos por alcanzar la santidad, nos impone también la obligación del apostolado” (P); porque “quién ha encontrado a Cristo, debe anunciarlo” (JP II). Pregunta el Papa: “¿Qué signifca ser cristiano hoy, aquí, ahora? Y contesta: ser cristiano jamás ha sido fácil y tampoco lo es hoy. Seguir a Cristo exige valentía para hacer opciones radicales, a menudo yendo contra corriente..., ni siquiera hay que dudar de dar la vida por Cristo” (JP II, Jubileo laicos 26-XI-00)”. ¡Ma -dre, Madre mía! ¡Ayúdame y ayúdanos!

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Domingo 5. Tiempo ordinario (B) Mc 1, 29-39.

1— «El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio» (Primera Lectura). Historia de Job...; es una vida acompañada de incomprensiones, ingratitudes, desprecios y numerosas tribulaciones; por otra parte, es una vida gratísima a Dios. La Iglesia la pone a nuestra consideración para aprender a valorar los aconteci -mientos de cada día «de tejas para arriba».

La historia de cada persona es una suma de realidades múltiples y distintas: salud, enfermedad, pe-nas, alegrías etc. « ¿Queréis que os diga qué es la vida? Una película en la que Dios sale al encuentro del hombre para salvarlo» (P), es decir, es un encuentro con Dios que, a través de los sucesos, pregunta por mí. ¿Qué quieres, Señor, decirme con estos golpes que me das?:

- que estás aquí de paso; no debemos anclarnos en las cosas de este mundo, que es morada de dolor. Y si todo nos saliese a pedir de boca, perderíamos el sentido trascendente de la vida; olvidaría que Dios es el Señor y que yo debo vivir de Él y para Él. El buen ladrón sólo encontró a Dios y el cielo en la Cruz.

- que, en este mundo, todo -menos el pecado- es camino de cielo. En efecto, al fnal de una vida vivi -da cara a Dios, todo es gracia, todo caricias de Dios.

2— Para valorar con una visión cristiana los acontecimientos costosos de cada jornada, necesito apo-yarme plenamente en Cristo: « Sin Mí, nada podéis hacer», nos enseña la necesidad de la oración: «se le-vantó de madrugada, se marchó al descampado, y se puso a orar» (Evangelio de hoy).

Orar es contar siempre y en todo con Dios, que es mi Padre, y para Él nada hay imposible. Ser cons-cientes de nuestra pequeñez e impotencia, y, al mismo tiempo, del poder de Dios. «Pedid y recibiréis». Orar con fe..., humildad..., confanza... y perseverancia.

Es necesario sabernos enfermos e incapaces de valorar, como un encuentro con Dios que me ama, todo lo que tanto nos cuesta. Somos conscientes que nos domina el bienestar, el afán de tener y que, fácil -mente, perdemos la visión trascendente de la vida.

Necesitamos pedir al Señor aumento de fe para ver las cosas como Dios las ve y quererlas como Él las quiere. Con esa luz divina he de ver todo: el trabajo, la familia, el dolor, etc. aprendiendo a servir a los de -más y a amar a Dios a través de todos los acontecimientos de mi vida.

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Domingo 6. Tiempo ordinario (B) Mc 1, 40-45.

1— «Confesaré al Señor mi culpa. Y Tú perdonaste mi pecado» (Salmo Responsorial).

La ley de Moisés señalaba una serie de prohibiciones a los leprosos: entrar en el templo, asistir a fes-tas, vivir en el seno de una comunidad, y les obligaba a una vida solitaria, en despoblado. Y esto, ¿por qué? Sencillamente, porque defendía la salud del pueblo, que era amenazada por el contagio de la lepra que por -taban aquellos enfermos. La lepra en la Sagrada Escritura es signo del pecado, que corrompe en toda su ra-dicalidad la vida del hombre, y le lleva al camino que conduce al inferno.

El pecado es lo más absurdo que puede hacer la persona humana: es la rebeldía de la criatura contra el Creador del que recibe todo cuanto es y tiene; el rechazo del Padre por parte del hijo; es querer planifcar la propia vida de espaldas a Dios, que es la Vida; es el desprecio al Amor por parte de aquel que ha sido creado para amar.

Qué bien nos vendría que, en esta sociedad en la que se hace de tantos modos la apología del peca -do: permisivismo moral, negación práctica del derecho a la vida, que es un don sagrado, degradación de la dignidad de la persona humana hasta reducirla a simple objeto; ¡qué bien nos vendría que hubiera una le -gislación que defendiera al hombre de tanta lepra moral que corroe la dignidad humana!

2— Pero ya que falta esta ley humana, miremos a Cristo como los leprosos del Evangelio. Él, con una palabra, los limpió de aquella inmundicia.

Cristo nos revela la salvación. Puede curar cualquiera de nuestras dolencias, porque sólo Él es la Vida. Es tal su poder que, ante el leproso que le suplica: «si quieres...» « ¡Quiero!» Y Cristo vive; con su Palabra perdona al pecador arrepentido, que confesa sinceramente sus pecados: «Yo te absuelvo...» Te limpia y te transforma. Eres ya, con tu alma en gracia, otro Cristo.

Y de este modo nos prepara para dar a la vida ordinaria un sentido de eternidad: «ora co-máis...» Todo es camino de cielo. Quiere que mi vida sea testimonio para los demás: «No deis motivo de escándalo a los judíos», sino ayudad a la salvación de todos. Contemplemos la ley de Dios, a Cristo, que es nuestro Ca -mino. Y, con la protección de la Virgen, nos acerquemos a Él, y acerquemos a los demás al que es el verda-dero médico de las almas.

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Domingo 7. Tiempo ordinario (B) Mc 2, 1-12

1— «Sáname, Señor, porque he pecado» (Salmo Responsorial).

Diálogo de Dios con el hombre: «Abriré un camino por el desierto..., ríos para apagar tu sed...; pero tú me cansabas con tus culpas... Yo, por mi cuenta, borraba tus crímenes» (1ª Lectura). Y el hombre le dice: «Sáname, Señor, porque he pecado».

Este diálogo lo podemos enmarcar en la contemplación del bimilenario acontecimiento de la Encar-nación del Hijo de Dios y de la Redención de todos los hombres, realizada por Él. Mirad si es grande el amor de Dios que envía a su Hijo al mundo para hacernos partícipes de la Vida divina. Ciertamente, Señor, Tú «abres un camino por el desierto..., ríos para apagar mi sed...; pero yo te cansaba con mis culpas... Y Tú, Dios mí, por tu cuenta, borrabas mis crímenes».

Ante esta situación, Dios responde no despreciando al hombre pecador, que de tantos modos le ofen-de, sino que está siempre dispuesto al perdón si el pecador se arrepiente. «Yo no quiero la muerte del peca-dor, sino que se convierta y viva», nos repite el Señor. «Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobia-dos, que Yo os aliviaré».

2—El Evangelio que hemos escuchado es una manifestación espléndida de cómo Jesús acoge siempre al pecador.

Tenemos un joven paralítico, llevado en una camilla por cuatro amigos; su cuerpo está enfermo y su alma muerta a la vida de Dios por el pecado.

Después de no pocas difcultades, lo llevan a Jesús para pedirle la curación de su parálisis. Lo ponen delante de Él. Y Jesús, que es verdadero Dios, ve la situación de su alma; fjándose en él dijo: « Hijo, tus pe-cados quedan perdonados»; y así, sano tu alma y te devuelvo la amistad con Dios.

Y además voy a hacer otro prodigio visible para que creáis: « ¿qué es más fácil....? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, dijo al paralítico; « Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa». Todos se quedaron atónitos y daban gloria a Dios.

Jesús vive. Él es la respuesta radical a las necesidades más profundas del hombre. Acércate y dile con humildad: «Sáname, Señor, porque he pecado». Así serás feliz.

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Domingo 8. Tiempo ordinario (B) Mc 2, 18-22.

1— «El Señor es compasivo y misericordioso... No nos trata como merecen nuestros pecados » (Sal-mo Responsorial).

«Me casaré contigo en matrimonio perpetuo» (1ª Lectura). Nos da mucha alegría escuchar que Dios, porque ama infnitamente al hombre, está empeñado en mantener con él unas relaciones tan grandes, que las compara con el amor de los esposos, que hace que sean dos en una sola carne. Es una imagen del amor que Dios nos tiene. Así nos lo recuerda: «Te amo con amor eterno»... «Tanto ama Dios al mundo que le en-trega a su Hijo unigénito» y «nadie ama tanto como el que da la vida por el amado». Dios me eleva a partici-par de su vida divina..., inhabita en el alma que está en gracia. Nos da en herencia el cielo. Cantaré al Señor por el bien que me ha hecho. Deberíamos permanecer en una continua acción de gracias.

Pero sorprende cómo los hombres olvidamos fácilmente a Quién tanto nos ama, cayendo en la inf-delidad y en el rechazo. Sólo hay infdelidad cuando existe un amor que puede ser traicionado. Y el hombre, que es un pecador, traiciona el amor de Dios, siempre que no le corresponde con amor.

2— Y entonces, ¿qué hace Nuestro Señor Jesucristo ante tanto desprecio y pecados de los hombres? Su respuesta no es como la de los humanos, que estamos habituados a la ley del talión, a la venganza y a las «caras largas». Dios nos ama a pesar de nuestras infdelidades; siempre está dispuesto al perdón y a la Mi-sericordia, con tal que el pecador pida perdón y se arrepienta. «Venid a Mí todos... y Yo os aliviaré»

Así nos lo enseña el Evangelio de hoy. Jesús sale en defensa de sus discípulos cuando los fariseos se pusieron a criticarlo porque ellos no ayunaban: « ¿pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?». Da a entender que su presencia en el mundo es la presencia de un Dios enamorado del hombre que le viene a traer la salvación. Salvar es acoger, es perdonar, es amar al que está hundido en la miseria.

Esta es la novedad que nos trae Cristo, «novedad» nacida de su sacrifcio, y que ha entregado a su Iglesia para que alimente la vida de sus hijos en un banquete nupcial que se inicia aquí en la tierra, pero que se cumplirá sólo en el cielo.

Con el perdón de Dios y nuestro dolor, hacia allí nos encaminamos.

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Domingo 1 de Cuaresma. (B) Mc 1, 12-15.

1— «Señor, enséñame tus caminos, porque Tú eres mi Dios y mi Salvador» (Salmo Responsorial).

El libro de Job nos dice que el hombre está en la tierra cumpliendo un servicio (cf. Job 7, 1)

Jesús también ha venido a realizar el plan de Dios: redimir a la humanidad, con el sacrifcio de su vida entera. «Aquí estoy, Señor, para cumplir tu voluntad».

Siempre que una persona quiere ser buena, ya se puede preparar, porque el demonio se «pone a cien», y empieza a trabajar para impedirlo. «La acción de Satanás consiste ante todo en tentar a los hom-bres para el mal... Pone a prueba incluso a Jesús» (JP II, 13-VIII-1986).

La tentación es una sugerencia para no servir a Dios, sino a nosotros. El demonio tienta siempre enga-ñando; es el padre de la mentira. No se toma vacaciones, está muy activo. Y tienta sólo a los que quieren ser buenos; a quienes pasan de todo, los deja en paz, porque esos ya son suyos.

2— Tentaciones con que nos prueba hoy el demonio. (El común denominador de todas es el engaño):

- la felicidad está en «el tener», en probar todo lo que ofrece el mundo, aunque no se necesite. Quie-re que el hombre sea atrapado por las cosas, creyendo que así será feliz. Sin embargo la felicidad está den-tro de mí: dar y darse...

- cambia el contenido del amor por el egoísmo. Dios nos ha hecho para amar y ser amados. Necesita-mos amar; pero el demonio quiere que lo busquemos sólo en lo que produce placer, y despreciemos lo que cuesta... Esa es la conducta propia de los animales.

- la verdad es lo que dicen o hacen la mayoría. De ahí se pasa a decir que la verdad es lo que digo yo = subjetivismo...Es la repetición del «seréis como dioses».

Para vencer apoyarme en Cristo. Solos no podemos vencer al demonio, es un ángel y puede más que el hombre. Acudamos a la Virgen que le aplastó la cabeza...

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Domingo 2 Cuaresma (B) Mc 9, 1-9.

1— «Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro» (Antífona de entrada); porque Tú y sólo Tú eres la fuente de la vida y de la felicidad.

Guiados por el esplendor de esta verdad, hemos de recorrer diariamente el camino de nuestra vida, bien cogidos de las manos del Señor, a pesar de las pruebas y de los momentos cruciales por los que pode-mos pasar. Así lo hizo Abraham, así lo hicieron los Apóstoles, y lo siguen haciendo los seguidores de Cristo en todas las partes del mundo.

Dios puso a prueba a Abraham..., le pide el sacrifcio mayor que se puede pedir a un padre: «Toma a tu hijo y ofrécemelo en sacrifcio»... ¡Misterios de los caminos de Dios! y paradojas divinas que desconcier-tan a los hombres.

Abraham, siendo fel al querer de Dios, que es el Señor de la historia y el Señor del hombre, halló la dicha de salvar al hijo, por la intervención de un ángel: «Por haberme sido fel te bendeciré, multiplicaré tu descendencia como ...»

Dios tiene sus proyectos sobre cada persona: nos quiere hijos suyos, partícipes de su misma vida y herederos del cielo. Y nos dice y manda lo que hemos de hacer: «si quieres entrar en el cielo, guarda los Mandamientos», es decir, vive siempre en gracia de Dios; si pecas, confésate y ¡adelante!

2— Los tres Apóstoles saborean esta realidad en el Tabor... « ¡Qué bien se esta aquí...!» Ya se querían quedar para siempre con Jesús en aquel lugar. Pero Cristo les enseña que, para hacer realidad este deseo, Él ha de pasar antes por la Cruz...; porque ese es el plan de Dios.

Eso es también lo que nos corresponde a cada uno para entrar en el Tabor del Cielo. Para ser fel a lo que Dios me pide y quiere de mí, he de aprender a estar siempre con Cristo, vivir en amistad con Él y hacer la experiencia de lo bien que se está con Cristo.

Deja entrar más a Dios en tu vida, en tus afanes, en tu lucha y en tus dolencias. Con Él te será asequi -ble recorrer el camino de la vida, aunque esté lleno de contrastes que, a veces, desconciertan.

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Domingo 3 Cuaresma (B) Jn 2, 13-25.

1. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Todo el que cree en Él tiene vida eterna (Jn 3, 16).

El gran interés de Cristo es el hombre: vino al mundo, enseñó la Buena Noticia y se entregó «por no-sotros los hombres y por nuestra salvación».

Ciertamente la salvación de los hombres es obra de Dios: suya es la iniciativa y suya la gracia que sal -va. Lo uno y lo otro lo ofrece generosamente a cada hombre. Pero, por ser éste un ser libre, dueño de sus decisiones y de sus actos, lógicamente le corresponde en esta obra salvífca realizar una tarea muy personal e irrenunciable, cual es ¡querer!, abrirse a los dones de Dios y cooperar con Él dejándose conducir por el sendero de los Mandamientos, que es el que lleva a la Vida. Así nos lo enseña la primera Lectura.

Los Mandamientos no son imposiciones de Dios con las que quiera mantener a raya a los hombres; son llamadas amorosas de un Padre que indican al hijo la senda única que lleva a la felicidad si la sigue libre-mente. Al mismo tiempo son una manifestación del respeto profundo que tiene Dios por la libertad huma-na.

2— Cuando un cristiano cumple los Mandamientos, se convierte en un defensor de la justicia social, ya que rechaza en sí y en los demás la corrupción..., el permisivismo moral con el que se abre la puerta a to -dos los desmanes; ama la familia tal como Dios la ha instituido, educa a los hijos en el respeto a los demás, etc. Quienes recorren el camino de los Mandamientos son verdaderos sembradores de paz y de alegría.

Ahora bien, inmediatamente surgen la crítica, el rechazo y hasta el arrinconamiento para quienes pre-tenden llevar una vida coherente con la fe. Cristo sigue siendo escándalo para unos y locura para otros; sin embargo es Salvación para quienes le aceptan.

Aceptar a Cristo es abrazarse a sus enseñanzas y vivirlas: «He venido a hacer la voluntad de mi Padre»...Esa es también mi tarea.

Examinarme y ver si yo quiero ser bueno y fel de verdad. Dar gracias por lo bueno, pedir perdón por los errores, y suplicar la ayuda continua de Jesús, que nos viene por María.

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San José

1. «Toda la vida, tanto “privada” como “escondida” de Jesús ha sido confada a la custodia de José» (JP II, Redemptoris custos, 8)

Poner los ojos de nuestra alma, contemplar, mirar con amor, a san José en Belén..., en Nazaret... y lo veremos siempre al servicio de Jesús y de María: los dos amores más grandes que Dios tiene en la tierra.

Su vida la llenó Dios de gracias y dones especiales para que cumpliese esa misión que le confó, ínti-mamente ligada a los planes de la salvación de los hombres.

Por eso vivió, junto a Jesús y a María, gozos indecibles, que eran como la antesala del cielo. Pero su alma pasó también grandes incertidumbres y sufrimientos: como la perplejidad ante el misterio de la Encar-nación obrado en su esposa María, la pobreza de Belén, la soledad en Egipto...etc.

Ciertamente san José es, para cada uno de nosotros, modelo para vivir la vocación cristiana, que es una llamada de Dios a vivir la santidad a través de la sencillez de la vida ordinaria. Porque en ella, «hay un algo santo, divino, escondido, que nos toca a cada uno de nosotros descubrir». San José debe ser para noso-tros un modelo que hemos de contemplar incesantemente para aprender a querer más a Jesús y a María.

2. José, al ser custodio de Jesús, Sumo y eterno Sacerdote, de cuyo sacerdocio participamos los de-más sacerdotes, es el gran intercesor ante Cristo para alcanzar en favor de su Iglesia muchos y santos sacer -dotes. Esta es una de las mayores necesidades que tiene la Iglesia en estos momentos. A él acudimos con fe pidiéndole esta gracia: «Danos muchos y santos sacerdotes».

«El sacerdote es el hombre de Dios, aquel que pertenece a Dios y hace pensar en Dios» (JP II, Ángelus 11-III-1990). El sacerdote ha de estar como Jesús entre los hombres y servirles aquello que únicamente el sacerdote puede darles: la Palabra de Dios..., la Eucaristía... y el Perdón de los pecados... Este es el servicio que Dios espera de los sacerdotes, y el que los hombres necesitamos de ellos. «Rogad al Señor de la mies que envíe sacerdotes a su mies». Esto lo pedimos por intercesión de san José a quien Jesús no le puede ne-gar nada.

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San José (Ideas del Papa JP II)

1. La liturgia del día de su festa «nos lo presenta como el padre de Jesús, dispuesto a realizar los pla -nes divinos, incluso cuando el hombre es incapaz de comprenderlos. A él, Dios Padre encomendó la custo-dia del Verbo eterno hecho hombre, por obra del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María. San José, al que el Evangelio defne «como hombre justo» es para todos los creyentes un modelo de vida en la fe.

2. La palabra «justo» evoca su rectitud moral, su sincera adhesión al cumplimiento de la ley y su acti-tud de total apertura a la voluntad del Padre celestial (...) Nunca se arrogó el derecho de poner en tela de juicio el proyecto de Dios.

Espera la llamada de lo alto y en silencio respeta el misterio, dejándose guiar por el Señor. Una vez re-cibida la misión, la cumple con dócil responsabilidad: escucha solícitamente al ángel cuando se trata de to-mar como esposa a la Virgen de Nazaret, en la huida a Egipto y al volver a Israel.

Con pocos rasgos, pero signifcativos, lo describen los evangelistas como solícito custodio de Jesús, esposo atento y fel, que ejerce la autoridad familiar con una constante actitud de servicio.

La Sagrada Escritura no nos dice nada más de él, pero este silencio refeja el estilo mismo de su mi -sión: una existencia vivida en la sencillez de la vida ordinaria, pero con una fe cierta en la Providencia (JP II, Audiencia general, 19-III-2003).

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Domingo 4 Cuaresma (B) Jn 3, 14-21.

1. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único» (Jn 3, 16). La historia de la salvación es sencillamente eso: la hª incesante del amor de Dios al hombre, y la hª de las infdelidades de éste con su Dios.

La primera lectura dice cómo el pueblo y los príncipes de los sacerdotes prevaricaron contra el Señor despreciando sus mensajeros y el perdón que les ofrecía... El castigo fue el destierro a Babilonia... Desde allí recordaban a Jerusalén y los cuidados que recibían de Dios, a través de los profetas.

Es frecuente que el hombre, seducido por causas diversas, abandone el camino del bien. Ahí está, si no, la historia de cada uno; y también sucede que Dios permita contrariedades en el hombre, que le inter-pelan para que se acuerde de Él y abandone sus errores.

Ojalá que en esta Cuaresma me examine cómo respondo a Dios, que me ama sin medida, y espera de mí una sincera conversión: «Dios rico en Misericordia, por el gran amor con que nos amó» nos quiere aco -ger a todos y hacernos partícipes de su propia felicidad.

2. Tiempo de Cuaresma, tiempo de Misericordia y de perdón ofrecido a todos hasta setenta veces sie-te. Dios sale a mi encuentro para invitarme a volver a su amistad, a entrar en su casa como entró un día el hijo pródigo, y vivir así como un hijo suyo.

Y yo ¿qué debo hacer? Un buen examen de conciencia. Entrar con valentía en mi mundo interior: ver mis pensamientos, planes, afanes por los que gasto mi vida, etc. Y considerar, a la luz de la Verdad, si real -mente vale la pena presentarme así ante el tribunal de Dios.

Desde esa situación he de pedir la ayuda de dirigirme a mi Salvador que, con su Corazón misericor-dioso, me espera para ayudarme, como un día esperó la mirada suplicante del buen ladrón en la Cruz: «Acuérdate de mí, Señor, cuando llegues a tu Reino»... «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Acudimos a la Virgen y le suplicamos que nos lleve a Jesús, que le pidamos perdón con plena confan-za y que no permita que nos separemos jamás de Él.

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Domingo 5 Cuaresma (B) Jn 12, 20-33.

1. «Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados» (1ª Lectura). Dios no se cansa de llamar, de buscar al hombre, a pesar de sus continuas deserciones pretendiendo construir un proyecto de vida distinto al de Dios, que es el realmente bueno para el hombre, puesto que llena las ansias profundas de felicidad que desea su inquieto corazón.

Por eso, frente a tantos olvidos, rechazos y pecados de su pueblo, Dios le ofrece una nueva alianza: «meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones...». El hombre es un ser esencialmente religioso, necesita de Dios y lo busca...

Por eso se entiende que los gentiles, como dice el Evangelio de hoy, buscasen al Señor. «Quisiéramos ver a Jesús», le dicen a Felipe. Ellos, como tantos, desean ser curados, consolados...; y, como todos, necesi-tan ser perdonados y salvados por Jesucristo.

2. También hoy, existen multitudes que gritan de muchas maneras a los creyentes, pero con ese mis-mo deseo de ver y conocer al Salvador. Así gritan los insatisfechos..., los rebeldes..., los que buscan y no en -cuentran, etc. Todos piden a gritos la salvación, la paz diciendo con el Papa: « ¡No a la guerra! La guerra nunca es una simple fatalidad. Siempre es una derrota de la humanidad» (JP II, Discurso al Cuerpo Diplomá-tico acreditado ante la Santa Sede, 13-I-2003). Y ¿cuál es el camino?: Acercarnos a Cristo, escucharle y se-guirle. Él enseña que eso que buscas con tanto afán, no está al principio del camino, sino al fnal: «si el grano de trigo al caer en la tierra no muere...» Sólo siendo coherentes con la fe, cosecharemos al fnal.

«Y cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí»... Cristo ha querido recorrer ese ca-mino del grano de trigo enterrado en la tierra para salvarnos...

También ahora quiere ser elevado en la Cruz ahí donde tú y yo vivimos... Poner la Cruz en medio de los talleres, de las empresas, en el trabajo profesional, en las calles... Ahí, donde un cristiano gasta la vida honradamente debe poner, con su trabajo bien hecho y ofrecido a Dios, la Cruz de Cristo desde la que atraerá a todos hacia la salvación. Este es el camino que estamos llamados a recorrer para que todos nues-tros compañeros puedan ver a Cristo.

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Domingo 5 de Cuaresma (B) Jn 12, 20-33.

1. Conocer el plan de Dios con el hombre: «Dios, al crear al hombre a su propia imagen, inscribió en éste el deseo de verlo (...) En consecuencia, el hombre es, por naturaleza, un ser esencialmente religioso» (Compendio, n.2), es decir, que no se entiende sin Dios

“Dios ama al hombre con amor eterno”. Por eso busca incesantemente al hombre para salvarlo, tal como nos enseña la Historia de la salvación. Envía a su Hijo al mundo, se hace hombre para vivir nuestra vida. Así, nos enseña cómo debe vivir el hombre, y llegar donde está Él.

Pero ¡cuántas veces desoímos a Dios!: rechazamos a su Hijo cuando va a nacer en Belén, le cierran las puertas de sus casas, cuando Herodes lo quiere matar debe huir a Egipto. En la Vida pública pasa haciendo el bien y, sin embargo, los hombres le condenan como a un malhechor. Sin embargo, “Cristo muriendo des-truyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida”. Ciertamente, es como el grano de trigo que, al caer en tierra, muere y da mucho fruto... ¡Cristo es la Vida y la Salvación del mundo!

2. También hoy notamos que existe en nuestra sociedad un rechazo orquestado de Dios y de sus insti-tuciones: molesta la praxis religiosa, y se quiere recluir a la propia intimidad; molestan los Mandamientos de Dios y se quieren sustituir por los caprichos veleidosos de unos descreídos. Se tiene miedo a quienes sa -ben pensar, razonar y creer, y se buscan sustitutos que impiden conocer la verdad que hace libres a los hombres.

Sin embargo, como el hombre es capaz de Dios, el Evangelio de hoy nos recuerda que también los gentiles preguntan por el Señor: «quisiéramos ver a Jesús». Ellos, como tantos y tantos, necesitan ser cura-dos de la tristeza y de la desorientación; necesitan la luz de la Verdad que les oriente en su caminar hacia la Vida; anhelan el encuentro con la Misericordia divina para saberse perdonados y queridos por el Salvador de los hombres.

«Mirad el árbol de la Cruz del que pende la salvación del mundo». Ahí está Dios preguntando por mí...; ahí está perdonando a todos, también a los que le crucifcaron; ahí, desde la Cruz, nos mira a cada uno y nos recuerda que la Virgen es nuestra Madre.

¡Madre! muéstranos a Jesús, y haz que nunca nos apartemos de Él!

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Domingo de Ramos

1. Este día es como el pórtico de entrada a la Semana Santa en que celebramos, es decir, vivimos la entrega del Hijo de Dios «por nosotros los hombres y por nuestra salvación», hasta la locura de morir clava -do en la Cruz. Ciertamente podemos decir con el Apóstol: «me amó y se entregó a la muerte por mí».

Empezamos esta Semana Grande celebrando dos acontecimientos:

— Entrada de Jesús en Jerusalén:

- Jesús, montado en un borrico, entra en Jerusalén aclamado por las multitudes, que le cantaban lle-vando ramos de olivo y palmas en sus manos: «Bendito el que viene en nombre del Señor... Hosanna al Hijo de David».Y alfombraban las calles con sus mantos y con ramajes para aclamar al Mesías, diciendo: «¡Viva! Bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Viva el Al -tísimo!».

- Todo este modo de actuar del pueblo, aceptado plenamente por Jesucristo, nos enseña que Él sólo quiere nuestro cariño..., hasta poner la vida entera a su servicio.

2. El segundo acontecimiento es:

— La Pasión del Señor... Jesús es condenado injustamente...; traicionado y abandonado por los su-yos... Está muy solo... Y como un malhechor es juzgado y condenado a muerte de Cruz.

Jesús camina cargado con la Cruz hacia la cumbre del Calvario... Se cansa..., cae..., necesita la ayuda del Cirineo... ¡No puede más!; pero Él nunca dice ¡ya vale!; no se queda a mitad del camino... Llega hasta la cumbre en la que va a morir, según habían predicho los profetas.

Gran lección para los cristianos, para cada uno de nosotros que tantas veces experimentamos el cans-ancio..., la rutina..., la desilusión...; y corremos el peligro de hacer las cosas a medias,

Acabar bien lo que hacemos, hasta el último detalle y ofrecerlo a Dios. Así es glorifcado el Señor y nos santifcamos sus hijos.

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Domingo de Resurrección. (B) Jn 20, 1-9.

1. «Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Salmo Responsorial).

La luz es necesaria para caminar..., para conducir con seguridad un coche en la oscuridad de la noche. Sin luz todo se ve negro. Y cuando, frente a los problemas que aparecen en la vida como son el dolor, la cruz y la muerte, lo que falta es el esplendor de la verdad que ilumine todas esas realidades, entonces todo que-da sin sentido y se convierte en una fuente de amarguras.

Esto es lo que les sucedió a los Apóstoles que contemplaron tantas y tantas barbaridades como unos y otros proporcionaron a Cristo, que «pasó haciendo el bien» a todos: enseñó el Evangelio, curó enfermos, alimentó a multitudes, resucitó muertos... Y se lo pagaron con la Pasión y Muerte de Cruz.

Ante esta situación, quienes generosamente lo dejaron todo y siguieron a Cristo, ahora se ven como unos fracasados. Nada tiene sentido para ellos ante la muerte del Maestro. Ciertamente les faltaba la luz para entender el verdadero sentido de lo acaecido en los últimos días de la vida de Cristo. Esa luz era la Re -surrección. «Si el grano de trigo al caer en la tierra no muere queda infecundo; pero si muere...»

2. Este es el día que da sentido a todo..., porque Cristo Resucitado ha vencido a la muerte y ha des-truido el pecado; se han abierto las puertas del cielo donde nos ha preparado un lugar para sus seguidores. El camino que conduce a esa meta es todo cuanto nos acaece en los días de nuestra vida, menos el pecado. La salud y la enfermedad, la riqueza y la pobreza, la vida y la muerte, todo... vivido cara a Dios es camino del Cielo.

Cristo Resucitado vive para siempre glorifcado en el Cielo; y se ha quedado con nosotros en la Iglesia, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y en la Penitencia, donde su Corazón misericordioso es-pera a sus hijos pecadores, que somos todos.

Hacer de todos los instantes de la vida un «Sí» permanente a la voluntad de Dios que se nos manifes-ta de mil modos, ya que todo cuanto nos acaece son llamadas suyas con las que nos guía y nos ilumina por el sendero verdadero

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Domingo 2 de Pascua (B) Jn 20, 19-31.

1. Jesús resucitado inicia una intensa actividad catequética: quiere cerciorar a los Apóstoles que ha resucitado. Para ello, se les aparece repetidamente, habla con ellos, les consuela, come, les sale al encuen -tro cuando van camino de Emaús. Quiere, con todo ello, grabar a fuego vivo en sus almas la convicción de que VIVE.

Este fue, y seguirá siendo, el núcleo central de la predicación apostólica: «Distéis muerte al Autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos».

Y con la fuerza de esta predicación «crecía el número de los creyentes que se adherían al Señor»...

2. Pero al principio les costó a los Apóstoles dejarse empapar de esta verdad: los de Emaús iban tris -tes..., conscientes del fracaso de su Maestro... Hoy el Evangelio nos habla de la incredulidad de Tomás: «si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos, y no meto la mano en su costado, no creo»... Después cambió: « ¡Señor mío, y Dios mío!»

Jesús que nos conoce tan bien, y sabe nuestra condición de pecadores, ha querido darnos, como fru -to de su Resurrección, el don inestimable del sacramento de la Penitencia...: «A quienes perdonareis los pe-cados les quedan perdonados...». Jesús siempre dispuesto a perdonar, si el pecador se arrepiente de su mala vida.

Y con el perdón de Cristo, lo mismo que Tomás volvió a recuperar la intimidad con Cristo, así los peca -dores, que confesamos debidamente nuestros pecados, somos admitidos de nuevo a la amistad con Cristo: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su Misericordia».

Y una manera de agradecer es saber ponerme de rodillas ante Cristo reconocer mis pecados y decirle una y mil veces como Tomás: ¡Señor mío, y Dios mío!

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Domingo 3 de Pascua (B) Lc 24, 35-48.

1. «Señor Jesús: explícanos las Escrituras. Enciende nuestro corazón mientras nos hablas. Aleluya».

Hay un hecho incuestionable que cuesta a las autoridades del pueblo reconocer su sentido: la cura-ción de aquel tullido que pedía limosna a las puertas del templo. Antes no podía andar, y ahora camina. ¿Que ha sucedido? ¿Cómo ha sido este prodigio?

Pedro les dice: os lo voy a explicar. Mirad, «Dios ha glorifcado a su siervo Jesús, al que vosotros en-tregasteis a Pilatos... Rechazasteis al Santo y matasteis al Autor de la vida». Ese Jesús —verdadero Dios y verdadero hombre— , con su poder le ha devuelto el movimiento de sus pies.

Y, con este motivo, Él quiere daros un mensaje, porque sabe muy bien que lo hicisteis por ignorancia... Este es su mensaje: «Convertíos y arrepentíos para que se borren vuestros pecados».

El hecho de que, en medio del tiempo pascual, nos pida una sincera conversión, signifca que es tarea de todo el año y de toda la vida... Dejar entrar más a Dios en toda mi existencia, sin tener «cotos cerrados» en los que a nadie dejemos entrar. Y esto es posible «porque tenemos un Abogado que intercede por noso-tros ante el Padre». Es auténtica si nos acerca a recibir con buenas disposiciones el sacramento del Perdón.

2. «Señor Jesús: explícanos las Escrituras. Enciende nuestro corazón mientras nos hablas». De este modo, los Apóstoles te reconocieron resucitado...; Tomás creyó en Ti...; los de Emaús notaban que ardía su corazón mientras les hablabas en el camino. Y todos sentían la alegría de convivir con Aquel que estaba muerto y ahora vive, ha resucitado para no morir jamás.

Señor, estamos viviendo el inicio de este milenio en el que el Papa quiere que vivamos con gratitud el pasado, con generosidad el presente y con una frme esperanza en Dios el futuro. Ese futuro lleno de sor-presas, a través de las cuales la mano poderosa de Dios, si somos dóciles, nos encaminará hacia la meta que Cristo nos ha logrado con su gloriosa Resurrección. Así se lo pedimos a la Virgen en este Año del Rosario en el que sus hijos intentamos contemplar los misterios de Jesús con los ojos de María.

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Domingo 4 de Pascua (B) Jn 10, 11-18.

1. «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡ lo somos!».

Contemplamos, con la mirada de la Virgen, a Cristo conviviendo con sus Apóstoles, haciendo una in -tensa catequesis que les devuelva la convicción y la alegría de que vive; contemplamos a Aquel que, con su Resurrección destruye la muerte y restaura la vida.

El hombre, por ser limitado, y por tener una sed inmensa de felicidad, necesita un punto de apoyo en el que encuentre lo que constitutivamente necesita: ¡ser feliz! Y ¿en quién se debe apoyar?

No en las cosas creadas, ya que estas nunca le podrán llenar su inquieto corazón. «Sólo se nos ha dado un nombre bajo el cielo que puede salvarnos: Cristo», nos recuerda la 1ª Lectura. Por eso nos dice el Salmo Responsorial: «Mejor es refugiarse en el Señor que farse de los hombres». Y ¿qué nos da Cristo al apoyarnos en Él?:

- La fliación divina: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!»...., partícipes de la naturaleza divina. Este don se nos comunica al recibir el Bautismo, quedamos incorporados a Cristo como miembros de su Cuerpo místico, y así somos hijos en el Hijo.

- Por ser hijos somos herederos de su misma herencia: la felicidad del cielo. «Allí seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es» (2ª Lectura).

2. A los hijos de Dios, mientras estamos en este mundo, nos acompañan las pruebas... Y para que nada ni nadie nos aparte del recto camino, Jesucristo es el Buen Pastor que conoce muy bien a sus ovejas, nunca las deja y da la vida por ellas.

Él es la luz y la verdad que nos enseña el sentido trascendente de la vida: venimos de Dios, estamos en el mundo durante un tiempo, para realizar una tarea que se nos encomienda, y volveremos a Él para re-cibir la justa recompensa.

Nos cura con el sacramento de la Penitencia hasta setenta veces siete..., y nos alimenta con el don de la Eucaristía: «mi cuerpo es verdadera comida»... «El que come de este pan vivirá para siempre». Que nos dispongamos para recibir estos dones de Dios, nos otorgarán la verdadera felicidad.

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Domingo 4 de Pascua. Día de las vocaciones.

1. (El punto 1 puede ser el mismo que el de la homilía anterior, domingo 4 de Pascua)

2. Cristo es el buen Pastor que conoce y cuida amorosamente de la Iglesia y de cada uno... «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!».

Él es la Vida..., la Salvación de los hombres. Vida y salvación que comunica a través de otros hombres elegidos por Dios, para llevarla a cada uno de sus hijos.

Hoy, día dedicado a las vocaciones, nos dirigimos al buen Pastor, y le suplicamos:

— Jesús, danos muchos y santos sacerdotes. Sacerdotes a la medida de tu Corazón. Sacerdotes que nos den tu gracia, con la que nos haces partícipes de la naturaleza divina; el perdón de los pecados con el que recuperemos tu amistad. Sacerdotes que nos den tu luz para que, con su esplendor, dirijamos nuestros pasos hacia Ti.

—Danos muchos y santos religiosos, que sean testimonio ante el mundo de la realidad trascendente que nos espera a todos.

— Señor, ilumina y mueve el corazón de los jóvenes, de los profesionales, de los padres y de los hijos, para que descubran que, por el Bautismo, todos estamos llamados a vivir una entrega radical a Cristo.

Para animarnos a seguir a Cristo de este modo, el Papa daba a los jóvenes su propio testimonio: «Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evan-gelio y por los hermanos!» (Encuentro con los jóvenes en Madrid. Base aérea de los Cuatro Vientos, 3-V-2003).

Esta es la súplica que dirigimos a Cristo, nuestro salvador: Señor Jesús, dame la luz para ver lo que Tú quieres de mí, y la gracia abundante para seguir generosamente tu llamada. Amén.

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Domingo 5 de Pascua (B) Jn 15, 1-8.

1. Es emocionante contemplar hoy a la Iglesia diciendo en la Oración Colecta de la Misa: «Mira con bondad de Padre a estos hijos que tanto amas». Pedirle que nos empapemos de esta verdad: ¡Dios me ama a mí con amor de Padre!

Y realmente la vida y la obra de Jesucristo es el exponente inconfundible de la bondad con que Dios mira, busca y salva al hombre. Él ha dispuesto que sus Apóstoles y discípulos anuncien el Evangelio por todo el mundo, para que todos los hombres se salven.

En efecto, la primera Lectura habla de la labor de los Apóstoles y de los seguidores de Cristo en la pri-mera evangelización... Un día se les presentó Saulo; algunos dudaban de él. Entonces Saulo les enseñó sus credenciales: el conocimiento de Cristo a quien vio en el camino de Damasco, cómo le había hablado ha-ciendo de él «un vaso de elección»; estaba dispuesto a gastarse por el Señor, que era su gran locura: «todo lo tengo por basura en comparación del conocimiento de mi Señor Jesucristo».

Es tan grande su Amor que se hace fuente de vida para todo hombre: «Permaneced en Mí y Yo en vo-sotros; el que permanece en Mí y Yo en él produce mucho fruto».

2. Para hacer realidad esta promesa, nos habla de la alegoría de la vid y los sarmientos... « Como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid, tampoco vosotros si no estáis unidos a Mí ». ¿Cómo nos hemos de unir a Él?:

- No pide una unión fsica...Muchos estuvieron cerca de Él y de nada les sirvió: escribas y fariseos, Pi -latos, los que le crucifcaron, etc.

- Quiere una unión íntima y personal..., que podemos vivir en todas partes: de inteligencia y de volun-tad, es decir, de entrega total. Quiere que escuchemos su doctrina..., que la asimilemos y que la vivamos, amándonos unos a otros como Él nos amó.

Es hacer lo que Dios quiere de mí: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu Voluntad», guardar tus Manda-mientos; de este modo permaneceremos en Cristo y Él en nosotros y seremos, como Saulo, mensajeros de Nuestro Señor Jesucristo con las palabras y con las obras, promoviendo la nueva evangelización que espera el Papa de cada cristiano.

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Domingo 6 de Pascua (B) Jn 15, 9-17.

1. «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo». Es una llamada a la alegría porque en el cora-zón de Dios cabemos todos: «Dios es Amor», que se nos ha manifestado y entregado en Jesucristo: os amo con el mismo amor con que me ama mi Padre...

Toda su vida, desde la Encarnación hasta la Ascensión, ha sido una espléndida manifestación de cómo nos ama. Ciertamente, en el Corazón del Señor cabemos todos los hombres, cualquiera que sea su raza o condiciones de vida. Hemos sido comprados a gran precio. Cada persona vale la sangre de Cristo.

Por eso dijo Pedro a Cornelio, que era un pagano: «Está claro que Dios no hace distinción de perso-nas», Él es nuestro Padre del cielo, cuyo amor se extiende a todos sus hijos. Este amor lo manifestó, de modo especial, al otorgar el Espíritu Santo a los paganos: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5, 5).

2. El amor pide correspondencia, sino desaparece: “obras son amores y nos buenas razones”. La parti-cipación de la vida divina que se nos otorga en el Bautismo, debe manifestarse en nuestra conducta: «Si guardáis mis Mandamientos, permaneceréis en mi amor». Estas son las obras que manifestan de verdad nuestro amor a Dios. Todo se reduce a vivir el Mandamiento Nuevo: «Amaos unos a otros, como yo os he amado». Amar es comprender a aquel que está junto a mí; es perdonar a la manera como Dios quiero que me perdone; es servir y darse sin condiciones.

Tú ¿me amas? «Señor, Tú lo sabes todo...» Pues has de saber que «todo el que me ama será amado de mi Padre y vendremos a él y haremos nuestra morada en él». Inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma en gracia; mis delicias son estar con los hijos de los hombres. Somos un sagrario vivo...

Vivir hacia dentro; enraizar nuestra vida y las obras en Cristo, Él es nuestra vida. Saborear esta pre-sencia de Dios en mí durante la jornada; me ayudará a portarme mejor.

Estamos viviendo la Santa Misa, la locura del amor de Cristo: «Nadie tiene amor más grande que el que la vida por sus amigos». Eso es la Misa. Piensa que en el Corazón de Cristo, abierto por la lanzada del soldado, cabemos todos. No te apartes de Él.

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Ascensión del Señor (B) Mc 16, 15-20.

1. «Dios asciende entre aclamaciones» (Salmo Responsorial). Hoy es un día maravilloso para contem-plar con fe viva la Ascensión de Cristo, Cabeza del Cuerpo místico del que nosotros somos miembros, puesto que la Ascensión es el punto culminante del misterio y de la obra del Redentor. Donde está la Cabeza estare-mos los miembros, si somos feles a nuestra vocación.

Y ahora ¿qué va a ser de nosotros?: de los Apóstoles..., de los sanados por el Señor..., de los pecado -res siempre acogidos por su Misericordia..., ¿qué va a ser de nosotros sin Ti?, ¿a quién acudiremos?

Jesús responde con el don de la Eucaristía. No tengáis miedo, porque «yo estaré con vosotros hasta el fn del mundo». Se va y se queda con nosotros para seguir siendo el Amigo, el Médico, el Maestro y el ali -mento de nuestras almas.

2. La Eucaristía es el centro, la raíz y el cúlmen de la vida cristiana. De Ella nos alimentamos, para Ella vivimos y con su fuerza peregrinamos hasta llegar a la meta, donde El nos acogerá a sus seguidores.

La Eucaristía es como un inmenso canal repleto de agua, que atraviesa el mundo. De este canal deri -van muchas acequias que llevan el agua de la Vida a la humanidad entera.

Las acequias son la Verdad revelada..., los Sacramentos..., la oración... y la mortifcación. Ahora co-rresponde a cada persona abrir la «tajadera» para que el agua viva dé fecundidad y abundancia de frutos que sacien la sed de nuestro Salvador.

Cada alma es el campo que necesita el agua de la salvación. Debemos acercarnos con las mejores dis -posiciones a recibir el agua viva del perdón, que se nos da en la Confesión; el alimento que nos fortalece en el caminar contra corriente, que es el andar normal de todo seguidor de Cristo. Junto a Él aprenderemos a ser almas de oración que mantendrán un coloquio continuo con la Santísima Trinidad que inhabita en nues-tras almas en gracia.

No estamos solos. El Señor está aquí. Él camina con nosotros y hace que el camino sea más llevadero. Que la Virgen nos guíe para experimentar su presencia y su amistad mientras peregrinamos hacia el Cielo, donde Jesucristo nos espera.

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Domingo de Pentecostés (B) Jn 20, 19-23.

1. «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus feles y enciende en ellos el fuego de tu amor» (Sal-mo Responsorial). Así clamamos en este día de Pentecostés al Espíritu Santo, que es el alma de la Iglesia, el principio de su Vida y el alma de nuestra alma.

El Espíritu Santo es el Amor con que el Padre ama al Hijo y el Hijo al Padre. Y Dios ama tanto al hom -bre, a cada hombre, que quiere infundirle su mismo Amor por el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Nos encontramos ante los momentos más apasionantes de la historia de la salvación: Jesucristo ha consumado la obra de la Redención. Desde entonces, todos estamos redimidos pero no estamos santifca-dos; para ello es necesario que las gracias de la Redención se aplique a cada alma. Y esta es la tarea que queda por hacer.

En estas circunstancias Cristo se va; y confa esta tarea a unos pobres hombres: ignorantes, cobardes, sin renombre, y con la amargura de haber abandonado al Maestro. Pero no les deja solos: les envía al Es -píritu Santo para que permanezca siempre con ellos y les recuerde todo lo que Jesús les había dicho.

Ellos se entregaron sin condiciones a evangelizar el mundo. Gracias a su entrega, muchos miles se convirtieron, y la Iglesia se fue abriendo camino por todos los países. Y gracias al trabajo de tantos, nosotros estamos aquí testimoniando nuestra fe.

2. Eso hicieron los que nos han precedido. Ahora nos toca a nosotros coger el «testigo» de Jesús y anunciar la salvación a esta sociedad tan necesitada de la única Verdad que salva. Y en tus manos Jesús ha puesto su Doctrina, su Perdón y su Vida para que llegue a todos y se salven.

Para que podamos realizar esta misión, nos otorga también el Espíritu Santo que “escribe en el cora-zón y en la vida de cada bautizado un proyecto de amor y de gracia... y abre el camino a respuestas valien-tes” (Juan Pablo II).

El camino seguido por Jesús, por los Apóstoles y por los seguidores de Cristo, no es un camino de ro-sas, sino de cruz... Sólo da fruto el grano de trigo que muere al caer en la tierra...

«Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus feles y enciende en ellos el fuego de tu amor»

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Devoción al Espíritu Santo

1. Dios Creador ha inscrito en la naturaleza de cada semilla una serie de posibilidades: nacer, crecer, forecer, fructifcar y sazonar sus frutos.

En la tierra, en la que brotan los vegetales, cada for tiene su colorido: uno es el color de la violeta, otro el de la amapola, el de la rosa, el del clavel, el de la azucena, etc.

Vemos también que cada árbol produce sus frutos.

Pero, para ello, es necesaria la lluvia...; gracias a ella hay una explosión de vida y de colores en la na -turaleza, que contemplamos durante la primavera.

La lluvia es la misma para todas las hierbas y plantas del campo, pero hace que cada una dé su for, su colorido y sus frutos.

2. También Dios ha puesto en cada hombre una serie de capacidades, tanto en el orden natural, como en el sobrenatural. Y así,

— en el orden natural, es capaz de conocer la verdad, amar el bien, tomar decisiones libres.

— en el orden sobrenatural, está llamado a ser hijo de Dios, a vivir una vocación, las virtudes...; en una palabra, a ser santo.

El Espíritu Santo actúa en las almas, a la manera como actúa la lluvia en las plantas del campo... Con su acción santifcadora, hace que el hombre pueda actualizar todas las posibilidades con que Dios ha ador -nado su alma, al otorgarle los dones sobrenaturales.

3. Devoción..., trato con el «Gran Desconocido», y fdelidad a su acción santifcadora que desea reali-zar en cada alma.

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Domingo de la Santísima Trinidad. (B) Mt 28, 16-20.

1. «Bendito sea Dios Padre, y su único Hijo y el Espíritu Santo, porque ha tenido Misericordia de no -sotros».

Así quiere la Iglesia que contemplemos a la Santísima Trinidad; a Dios que es Uno en esencia y Trino en personas, que se ha volcado con el hombre en la creación, en la Redención y en la santifcación... Todo es una manifestación espléndida del amor misericordioso de Dios con el hombre.

Él quiere que tomemos conciencia de este derroche gratuito de su misericordia. ¿Cómo?:

- Contemplando el universo creado. Todo él proclama la obra de tus manos: la grandeza, la sabiduría, la omnipotencia divinas... Abre los ojos del alma y mira el sol..., los espacios inmensos del frmamento, en el que se mueven con orden maravilloso y continuo el universo de estrellas que lo pueblan. Contempla los ma-res, las moles grandiosas de las montañas, o sencillamente un insecto, una pequeña for... Toda esa contem -plación hacía exclamar a san Agustín: «Dios es grande en las cosas grandes, y máximo en las pequeñas».

- Y para conocerlo mejor, Él se nos ha revelado. Es el Creador y Señor de todo, el principio y fn. Es un sólo y único Dios, y tres Personas distintas. Y ante la revelación de este misterio, nosotros solamente pode -mos decir: ¡Creo, Señor! “Gloria al Padre...”

2. La máxima manifestación de su misericordia es la elevación del hombre al orden sobrenatural: «Habéis recibido el Espíritu de adopción de hijos, que clama Abba, Padre». «El mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios».

- Participamos de la naturaleza divina. Dios nos quiere como hijos suyos, y cuida de cada uno para que siempre participemos de su intimidad. Habita en nuestras almas por la gracia, y somos verdaderos tem-plos suyos. “El Espíritu Santo inhabita en la Iglesia y en el corazón de los feles como en su templo, y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos” (Dominum et vivifcantem, 25). Somos portadores de teso-ros divinos en vasos de barro (cf. 2 Cor 4, 7).

- Nos capacita para obrar como hijos de Dios por las virtudes infusas. Terminamos dando gracias: «Bendito sea Dios Padre, y su Hijo único y el E.S. porque ha tenido Misericordia de nosotros»

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Corpus Christi (B) Mc 14, 12-16.

1. El Papa Urbano IV instituyó esta festa el año 1264 en la Iglesia universal, para dar culto y manifes -tar nuestro amor a Cristo, realmente presente en la santísima Eucaristía.

Se ha quedado hasta el fn de los tiempos, movido únicamente por el amor infnito que Jesucristo tie -ne a los hombres. Y se ha quedado, a pesar de saber de antemano, cómo le íbamos a tratar, lo solo que iba a estar días y noches enteras, la frialdad de tantos sagrarios. Se queda sólo porque me ama y quiere ser ali -mento de las almas.

“Cantemos al Amor de los amores. Dios está aquí. ¡Venid adoradores, adoremos!”. Hacemos un acto de fe en la presencia real, verdadera y sustancial de Cristo en la Eucaristía. “Te adoro con devoción, Divini -dad escondida en las especies sacramentales”.

Hoy es un día de especial agradecimiento al Señor que se ha quedado por nosotros en la Eucaristía, como manifestación suprema de su Amor: “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”.

“Es Cristo resucitado quien camina por los senderos de la humanidad y sigue dando su “carne” a los hombres como auténtico “pan de vida”. Hoy, como hace dos mil años, “este lenguaje es duro” para la inteli-gencia humana, que queda desbordada por el misterio” (JP II, Ángelus en la solemnidad del Corpus Christi, 2-VI-2002).

2. Hoy el pueblo cristiano, movido por su fe y la gratitud a Jesús en la Eucaristía, agradece..., adora..., canta y ama de un modo especial al “Amor de los amores”. Y lo hace con una manifestación especial de fe: la Procesión del Corpus por las calles de nuestros pueblos. Adornan los balcones con sus mejores colchas; alfombran las calles con hierbas y fores. El pueblo entero acompaña el paso de Jesús sacramentado, implo -rando su bendición, agradeciendo sus abundantes dones y adorando a su Dios.

Todos cantan agradecidos al Divino prisionero, oculto en la Eucaristía. Todos adoran al Señor presen-te: «Dios está aquí; venid adoradores, adoremos». Dan gracias diciendo « Cielos y tierra, bendecid al Señor». Y todos pedimos: «Señor, que vea», «no soy digno, pero di una sola palabra...» Señor, auméntame la fe, para que mi vida entera se deje apresar por tu Amor y jamás me separe de Ti.

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Día del Corpus Christi.

1. «Cantemos al Amor de los amores, cantemos al Señor; Dios está aquí, venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor...»

Hoy es una festa en honor de la Santísima Eucaristía...; que es el mismo Jesucristo, con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad. Aquel Jesús que nació de la Santísima Virgen, aquel Jesús que recorría los poblados y caminos de Palestina, que predicó la Buena Nueva, que hizo milagros, que pasó haciendo el bien... Y los hombres se lo pagamos con la muerte de Cruz. Y Él al tercer día resucitó... ¡Ese mis -mo Jesús esta ahí presente en la Hostia Santa!

¡Creo, Señor, que estás aquí!; que me ves y me miras; que conoces mis faltas, y también los grandes deseos, que Tú pones en mi alma, de ser tuyo.

Señor, aumenta mi fe; y que, al contemplarte en la Hostia Santa, me sienta querido por Ti como los apóstoles, como aquellos ciegos a los que Tú devolviste la vista, y tantos enfermos que sanaste; como los pecadores a los que siempre acogiste y perdonaste. Tú, Señor, te has quedado en la Eucaristía, y sales en este día recorriendo las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades para sanar y salvar a quienes se aco -gen a ti con fe. Señor, yo, sacerdote, yo, padre o madre de familia; yo, que estoy enfermo, que me veo arrin -conado y despreciado; yo, pecador —que eso somos todos— pongo en tus manos divinas la historia de mi vida, con todo lo bueno que, ayudado de tu gracia he hecho, y todos los pecados que he cometido

¡Gracias, Jesús, por las cosas buenas que he realizado con tu ayuda. Perdón por todo lo que hay en mí, que te desagrada a Ti. Ayúdame más para ser siempre tuyo!

2. “Quédate con nosotros...”, le decían los discípulos de Emaús; porque junto a Ti recobra sentido todo, también lo que estos días de tu Pasión nos escandalizó, y nos apartó de tu compañía.

«Quédate con nosotros, Señor, que atardece», que hay mucha oscuridad en el mundo..., que hay amenazas muy fuertes contra el matrimonio y la familia..., que quieren arrancar de las escuelas y de la so -ciedad los signos religiosos... Quédate con nosotros, porque te necesitamos para ser luz del mundo y sal de la tierra, para ser una brasa encendida en tu amor que eleve la temperatura de la vida cristiana en medio de un ambiente gélido

«Con vosotros me quedo» “Venid a Mí...” No me dejéis solo. Quiero contar con vosotros para rege-nerar la familia, el matrimonio y la sociedad entera.

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Solemnidad de san Pedro y san Pablo. Mt 16, 13-19.

1. «Tú eres el Hijo de Dios vivo... Y tú eres Pedro, sobre esta piedra edifcaré mi Iglesia...». Pedro, ilu-minado por el Padre celestial, confesa la divinidad de Cristo. Y Cristo, Señor de la historia y de la Iglesia, constituye a Pedro fundamento visible de su Iglesia.

Por la culminación del sacrifcio de Cristo en la Cruz, todos los hombres estamos redimidos, pero no todos estamos salvados. Cristo nos ha redimido, es decir, ha ganado en favor de la humanidad las gracias que necesitamos para ir al Cielo; pero esas gracias para que realmente nos salven, se deben aplicar a cada persona. Sólo entonces, el hombre está realmente salvado y santifcado.

Y como, mientras dura su peregrinación en la tierra, es capaz de perder la amistad con Dios una y mil veces, Cristo nos ofrece la posibilidad de recuperarla por medio de los sacramentos.

Y esta tarea de aplicar las gracias de la Redención a cada persona, lo mismo que la de recuperar la amistad con Dios, perdida por el pecado mortal, es la misión que Cristo ha encargado a su Iglesia.

“La Iglesia —dice Juan Pablo II— es el misterio de Cristo que vive y actúa entre nosotros (...) Es la transparencia de Cristo entre los hombres, oscurecida a veces por la conducta de los cristianos, pecadores como los demás hombres”.

2. Amor al Papa y a la Iglesia... «La Iglesia es el misterio de Cristo que vive y actúa entre nosotros», dice el Papa. Lo que ayer hacía Jesús con aquel cuerpo que le dio la Virgen, eso mismo lo hace hoy por me -dio de la Iglesia.

Ella tiene una confguración externa, por eso se la llama «Pueblo de Dios». Al mismo tiempo es una realidad invisible, su vida íntima es como la savia de la vid; es comunión con Cristo y con los cristianos...

Hemos de agradecer a Jesucristo que nos da a la Iglesia por Madre...; aprendiendo su mensaje que se nos recuerda en la predicación; el Catecismo que nos enseña las verdades que hemos de creer y lo que he-mos de hacer para alcanzar el cielo.

Hablar siempre bien de la Iglesia, porque es nuestra Madre... Darla a conocer a través de una vida co-herente y apostólica.

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Domingo 14. Tiempo ordinario (B) Mc 6, 1-6.

1. «Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a Él» (Antífona de Comunión).

Nos llena de alegría saber que Dios quiere contar con el hombre para realizar su plan salvífco. Y ¿qué le pide a éste? Que le escuche y que sea dócil a cuanto Dios le pida; es decir, que sea buen instrumento en sus manos.

La Primera Lectura nos dice que Ezequiel es enviado a un pueblo rebelde, que ha ofendido mucho a Dios. Un pueblo testarudo y obstinado, que Dios quiere que escuche la voz del profeta.

En esta tarea, Ezequiel encuentra no pocas difcultades que le vienen de fuera: la obstinación de aquel pueblo que vuelve la espalda a su Dios.

La 2ª Lectura refere cómo san Pablo gasta su vida en la evangelización del mundo. Y las difcultades que encuentra le vienen de dentro: el aguijón de la carne, el emisario de Satanás que le apalea y le quiere detener en su trabajo.

Dios cuenta hoy contigo y conmigo: quiere que nos decidamos a vivir en plenitud la vocación cristia-na, la santidad y acercar a muchos a Dios para que se salven. También encontramos difcultades: unas exter-nas, no quieren escuchar... Otras interiores: soberbia, desaliento, etc. «Te es sufciente mi gracia».

2. «No puede ser el discípulo de mejor condición que el Maestro». El Evangelio de hoy nos dice que Jesús empieza a enseñar, a curar a los de su pueblo. «Y desconfaban de Él... Jesús se extrañó de su falta de fe».

Esto mismo nos dice a nosotros que, ante el pasotismo de tantos, la frialdad de muchos, nos desalen -tamos, refugiándonos en el falso parapeto “de que esto es imposible, no hay nada que hacer”.

Jesús nos mira y repite: «no pudo hacer allí ningún milagro (...) Y se extraña de nuestra falta de fe:

- en la oración... «Todo lo que pidiereis al Padre...»

- en la Misa: aquí están todas las gracias necesarias para salvarse. Y no nos lo acabamos de creer... Le hemos de pedir perdón y confar plenamente en Él, porque «para Dios nada hay imposible».

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Domingo 15. Tiempo ordinario (B) Mc 6, 7-13.

1. «Él nos ha destinado en la persona de Jesucristo —por pura iniciativa suya— a ser sus hijos » (2ª Lectura).

Estas palabras de san Pablo manifestan la experiencia viva que tiene de esta verdad: soy hijo de Dios. Pero el camino que le condujo a esta convicción es muy largo y, ciertamente, tenebroso. Fue gran persegui -dor de la Iglesia naciente y de los seguidores de Cristo. Su ilusión era acabar con ellos; para lo cual iba, bien documentado, a Damasco a fn de eliminar a cuantos seguían a Cristo.

Pero Dios, en el camino, le cambió los planes... Saulo se vio rodeado de una luz del cielo. Entró en ella como perseguidor, y salió como vaso de elección: «Señor, ¿qué quieres que haga? Todo cambió en él. Un perseguidor furibundo de Cristo convertido en uno de sus mejores amigos. Este hecho es el que le hace ex -clamar con inmenso agradecimiento: «Bendito sea Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido..., y nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos».

2. Y este plan que aprendió Saulo de los labios de Cristo, es el mismo que tiene para cada uno de los hombres, cualesquiera que hayan sido las experiencias negativas de su vida. Si para ese gran perseguidor de la Iglesia hubo remedio, y lo ha llevado a las cumbres de la santidad, también lo tiene Dios para nosotros, que ciertamente somos pecadores. “La salvación de la humanidad pasa a través del combate de cada uno por ser santo” (JP II al UNIV 1978).

Para eso envía a los suyos de dos en dos por todo el mundo. «Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban», dice el Evangelio de hoy. “Es con la santidad como se cambia el mundo” (UNIV 2001).

Y Dios nos ha elegido desde siempre para ser santos de pies a cabeza. Ciertamente, esta empresa no es humana, sino divina; pero Dios quiere que nos dejemos conducir por Él, seguros de que —si somos dóci -les a la gracia— todo lo demás lo hará el Señor.

«Él nos ha destinado en la persona de Jesucristo —por pura iniciativa suya— a ser sus hijos». Como tales clamemos sin cesar a nuestro Padre del cielo, pidiéndole que nos lleve de su mano, que nos dejemos modelar por Él, y que seamos siempre su alegría.

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Domingo 16. Tiempo ordinario (B) Mc 6, 30-34.

1. «Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor» (Evange-lio de hoy). Esa es la fotografa que manifesta la realidad en la que nos encontramos, con frecuencia, los humanos.

Así estuvo Saulo de Tarso durante bastante tiempo, dedicado a perseguir a los cristianos. Estaba muy lejos del Señor. Pero Dios se compadeció de él y le hizo «vaso de elección», amigo y apóstol de Cristo. Él nos enseña que lo mismo que hizo Dios con él, lo va a hacer con cada uno de nosotros; porque nos ama infnita-mente. Y «ahora estáis cerca los que antes estabais lejos».

Por la obra redentora de Cristo todos somos llamados a la salvación, cualquiera que sea la raza, len-gua o condición; los de lejos y los de cerca. Y esta llamada tiene distintas manifestaciones: unas veces nos invita a recibir el perdón de nuestros pecados; otras invita a estar con Él en la oración, a ofrecerle el trabajo de cada día, a recibir el alimento de la Eucaristía. Dios quiere que la salvación llegue a todos los hombres.

Manifestarle nuestra gratitud, respondiendo a su llamada amorosa que nos invita a la conversión, y a ser sus mejores amigos.

2. El Evangelio de hoy nos dice que Jesús se retiró con sus Apóstoles a descansar en un sitio tranquilo. Eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. La gente le buscaba.

Al desembarcar, Jesús vio una multitud hambrienta de su doctrina y de su cariño, que le se-guían de todas las aldeas. Y le dio mucha pena, porque andaban como ovejas sin pastor.

También ahora, Jesús contempla a las multitudes que siguen y escuchan al Papa, y se llena de alegría. Pero, allí no están todos. Ve a muchas personas que se mueven por criterios de comodidad, del tener y con-siderarse mejores que los demás. Despreocupadas de los verdaderos valores que dignifcan al hombre. An -dan como ovejas sin pastor, desorientadas, dispersas, sin conocer el qué y el para qué de la vida.

Quiere que todos seamos buenas ovejas, que le escuchemos y le sigamos siempre. ¿Cómo?:

- con coherencia de vida en todas partes. Dar ejemplo en el trabajo, en la convivencia, en el modo de oír la Santa Misa los domingos...

- hablar más de Dios a los amigos. Darles a conocer la verdad del hombre: hijo de Dios y heredero del cielo.

Así ayudaremos a los que están lejos para que se acerquen a Jesús, le amen y se salven.

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Domingo 17. Tiempo ordinario (B) Jn 6, 1-15.

1. «Los ojos de todos te están aguardando, Señor» (Salmo Responsorial). Era mucha la gente que se-guía a Jesús, porque había visto los signos que hacía con los enfermos. Aquellas gentes necesitaban la luz de su doctrina para distinguir el bien del mal, y el aliento de su cariño que les fortalecía en la práctica del bien obrar.

Y le escuchaban de tal manera que, entusiasmados por lo que les decía y cómo lo decía, se olvidaban hasta de comer. Jesús se compadece, y quiere alimentarles para que no desfallezcan. Entonces, Jesús dice a Felipe: « ¿dónde compraremos panes para que comen estos? (...) Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces...». Comieron todos y sobró. Hay una desproporción manifesta entre lo que hace el hombre y lo que hace Dios.

Sin embargo el Señor quiere contar con el hombre para realizar su misión salvífca. Ayer necesitó de aquel gesto generoso de un joven que le entregó todo lo que tenía: cinco panes y dos peces. Sólo entonces hizo el milagro.

2. Hoy son multitudes de niños, jóvenes, familias y ancianos, repartidas entre los cinco continentes, necesitadas de la Verdad y de la Vida, las que contempla Dios con su mirada amorosa. También a ellas quie -re enseñar, perdonar, alimentar y salvar. Pero necesita nuestra cooperación generosa, portadora de su doc-trina y de su aliento. Y ¿que podemos hacer? Nos lo dice el Papa:

«Cualquier plan pastoral ha de tener como meta última e irrenunciable la santidad de cada cristiano, el cual no puede contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superfcial» (JP II, Discurso a los miembros de la Conferencia episcopal del Ecuador, 20-V-2002).

«Si sois lo que debéis ser, esto es, si vivís el cristianismo sin componendas, podéis incendiar el mun -do» (J.P. II, Jubileo de los laicos. Día de Cristo Rey, 2000).

»Os esperan tareas y metas que pueden parecer desproporcionadas a las fuerzas humanas. ¡No os desalentéis! Él que ha iniciado en vosotros una obra buena la llevará a feliz término (Fl 1, 6)» (id.).

Sólo hace falta que ponga lo que soy y tengo en las manos de Dios. Lo demás lo hará Él.

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Domingo 18. Tiempo ordinario (B) Jn 6, 24-35.

1. «La gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaum en busca de Jesús» (Evangelio de hoy). Era tan grande el atractivo de Cristo, que aquellas gentes no podían pa -sar sin Él. No paran de buscarlo hasta que le encuentran.

Pero Jesús tiene una queja que manifesta en ellos falsas razones por las que se movían a ir hasta Él: «me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros». Los motivos pura-mente terrenos, humanos, no son los que ha tenido el Hijo de Dios para venir al mundo.

Es cierto que multiplica los panes y los peces, que cura enfermos y resucita muertos. Pero, a través de estos signos, quiere que reconozcamos que el es Dios verdadero; que ha venido a manifestarnos su amor hasta el extremo de hacernos partícipes de su Vida y de su Felicidad. Conocido así Jesús, no podemos me-nos de exclamar:

Jesús es la esperanza de los pecadores arrepentidos. ¡Qué piadoso eres para los que te suplican! ¡Qué bueno para los que te buscan. Y ¿qué serás para los que te encuentran?...

2. “La venida de Cristo al mundo, dice JP II, es la fuerza transformadora de la sociedad”. Sólo Él puede cambiar el corazón del hombre. Valorarla... y agradecerla..., ya que Dios mira al hombre sólo para salvarle.

Por eso sigue siempre el consejo de los santos: «Que busques a Cristo. Que encuentres a Cristo. Que ames a Cristo». Vale la pena gastar la vida por Él y por amor a los hermanos.

“El Papa está aquí, con vosotros, para comunicaros la certeza que es Cristo, la verdad que es Cristo, el amor que es Cristo. La Iglesia os mira con gran atención, porque vislumbra en vosotros su futuro y en voso-tros pone su esperanza (JP II, Discurso en el encuentro con los jóvenes, Bulgaria 26-V-2002).

«Señor, danos siempre de ese pan. Les dijo: Yo soy el pan de vida. El que viene a Mí, no pasará ham -bre, y el que cree en Mí, no pasará nunca sed»

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Domingo 19. Tiempo ordinario (B) Jn 6, 41-52.

1. «Gustad y ved qué bueno es el Señor. Dichoso el que se acoge a Él» (Salmo Responsorial).

Nos recuerda el catecismo que el cristiano es el discípulo de Cristo. Y el discípulo de Cristo es aquel que, además de conocer su doctrina y de tratarle como al mejor Amigo, le sigue pisando sus huellas. Ca-mino largo, costoso y que ha de recorrer, no pocas veces, yendo contra corriente; porque los caminos de los hombres no son los caminos de Dios.

Pregunta el Papa: “¿Qué signifca ser cristiano hoy, aquí, ahora? Y contesta: ser cristiano jamás ha sido fácil y tampoco lo es hoy. Seguir a Cristo exige valentía para hacer opciones radicales, a menudo yendo contra corriente..., ni siquiera hay que dudar de dar la vida por Cristo” (JP II, Jubileo laicos 26-XI-00)”

Así tuvo que andar Elías hacia la cumbre del monte Horeb, nos enseña la primera Lectura... Agotado, se sentó bajo una retama, diciendo: yo ya no puedo más. Un ángel le tocó y dijo: levántate, come, que «el camino es superior a tus fuerzas». Comió y bebió, y con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches, hasta el monte de Dios. «Gustad y ved qué bueno es el Señor. Dichoso el que se acoge a Él»

2. Así como necesito alimentarme varias veces cada día para crecer y trabajar; yo, que tengo tantas debilidades, que se me hace costoso vivir en gracia de Dios, trabajar bien, ir contra corriente, etc.; yo nece -sito la comunión frecuente, diaria, porque me ayudará a seguir ese proceso de mejora hasta confgurarme con Cristo, por la acción continua del Espíritu Santo.

¿Qué remedio nos da el Señor a quienes queremos seguirle de verdad hasta llegar a la meta?:

“Te queda mucho camino que recorrer. Levántate y come...” Esa es también la historia de mi vida; para recorrer el camino de la santidad día a día; debo alimentarme del Pan de Vida. Comulgar con las debi -das disposiciones para identifcarme con Él. “La Eucaristía es una admirable fuente, a la que debéis acudir constantemente, tomando de ella la valentía y la fuerza necesarias para vivir como cristianos auténticos y testimoniar por doquier el amor universal de Dios a toda criatura (...) Caminad así hacia la santidad» (JP II, Discurso a varios grupos de peregrinos italianos, 25-IV-2002).

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Solemnidad de la Asunción de la Virgen. Lc 1, 39-56

1— La Virgen, una vez cumplido el curso de su vida terrestre, fue llevada por los ángeles al Cielo en cuerpo y alma. “Apareció una fgura portentosa en el cielo, una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas” (Ap 12, 1).

Hoy todos somos invitados a contemplar a nuestra Madre, glorifcada por Dios en cuerpo y alma, como la criatura más excelente y santa creada por Él. “Más que Tú, sólo Dios”. Y esta contemplación nos en -seña que Ella -después de Cristo- es la primera criatura que ha recorrido plenamente el camino querido por Dios para cada persona humana. No sólo quiere glorifcar nuestra alma, sino también nuestro cuerpo.

“El misterio del hombre sólo se puede esclarecer a la luz del misterio del Verbo encarnado” (GS, 22). Y ciertamente existen muchas cosas misteriosas en el ser humano: sentido de la vida, del dolor, de la muer -te, etc. que permanecen escondidas para la inteligencia del hombre. Sólo Cristo los esclarece en su propia vida.

Hoy es el día de la Luz, de la Verdad, que ilumina y da sentido a tantos interrogantes, necesitados de respuesta para serenar la inteligencia y aquietar el corazón. La Asunción de nuestra Madre en cuerpo y alma al cielo es la explicación de tantas cosas misteriosas del hombre que necesitan una respuesta.

2— La Virgen, dice Pío XII, una vez cumplido el curso de su vida terrestre, fue llevada por los ángeles al Cielo en cuerpo y alma; es decir, Dios realiza anticipadamente en María el plan que ha establecido para todos sus hijos buenos.

Dios da a cada hombre una tarea que hemos de realizar en el mundo. La conocemos por la vocación y por la profesión. Nos da también un tiempo para realizarla. Si la cumplimos, nos depara primero la glorif -cación del alma... Después, al fnal del mundo, el cuerpo lo resucitará, con su poder, y acompañará al alma en su destino eterno. “Creo en la resurrección de la carne”.

Si somos feles a Dios nos glorifcará en cuerpo y alma como a la Virgen; su camino es nuestro ca-mino; su Cielo es el nuestro; y su felicidad será también la nuestra ¡Madre!, enséñanos a ser feles; ayúda -nos a nosotros, pecadores, a seguir a Jesús y a ser suyos sin condiciones, como Tú. Así seremos glorifcados en cuerpo y alma, saboreando siempre contigo la misma felicidad de Dios.

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Domingo 20. Tiempo ordinario. (B) Jn 6, 51-58.

1. «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre» (Evange-lio de hoy)

¿Has oído alguna vez en tu vida algo tan grandioso como lo que acaba de decirnos Jesucristo? Nos hemos de disponer, por medio de la fe, para escuchar lo que nos entrega en estos momentos. No nos regala oro ni plata, ni si quiera el mundo entero. Todo eso es nada, y menos que nada, en comparación de lo que Él ofrece a los hombres; porque todas las cosas de este mundo pasan, mientras que Dios permanece. El pan vivo soy YO. Identidad entre la Eucaristía y Cristo. Al comulgar hemos de evitar, en la práctica, recibir exter -namente el pan y prescindir de Cristo. ¡Eso no sería comulgar!

Comulgar es comer el Pan eucarístico, que es Cristo; es dejarme transformar por Él, a la manera como quien come transforma los alimentos en su propia carne y sangre. El que no come desfallece y muere; del mismo modo, quien no se deja transformar por Cristo al comulgar, nunca puede ser buen cristiano.

2. Sólo con la fuerza de la comunión seremos capaces de seguir a Cristo hasta la cumbre de la santi-dad. “La Eucaristía es una admirable fuente, a la que debéis acudir constantemente, tomando de ella la va-lentía y la fuerza necesarias para vivir como cristianos auténticos y testimoniar por doquier el amor univer -sal de Dios a toda criatura (...) Caminad hacia la santidad meta de todos los bautizados” (JP II, Discurso a va-rios grupos de peregrinos italianos, 25-IV-2002).

Pero es necesario recordar que para comulgar, es decir para recibir dignamente a Jesús, hemos de es -tar bien dispuestos: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor”. Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Recon-ciliación antes de acercarse a comulgar.

Las cosas necesarias para comulgar bien son tres:

— estar en gracia de Dios. Nadie que tenga conciencia de pecado grave puede acercarse a comulgar, si antes no se confesa.

— guardar el ayuno eucarístico. El ayuno eucarístico consiste en abstenerse de tomar cualquier ali-mento o bebida, al menos una hora antes de comulgar, a excepción del agua y de las medicinas.

— y saber que recibimos al mismo Jesús.

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Domingo 21. Tiempo ordinario (B) Jn 6, 61-70.

1. «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Jesús enseña su mensaje a los hom-bres, no para halagar y buscar el aplauso de los oyentes, sino para salvarles, y hacerles partícipes de su feli -cidad eterna. Por eso dice las cosas como son, y no como gustaría que fueran.

Tres actitudes de quienes estaban presentes en el milagro de la multiplicación de los panes y su signi-fcado.

— La de los aprovechados, de los que habían comido hasta saciarse. Veían en Cristo un remedio para las necesidades materiales. Lo quieren hacer rey para que no se les escape la solución a sus problemas te -rrenos. Cristo huye porque no ha venido para eso.

— La de los que interpretan a Cristo a «lo humano», quieren comprender el misterio con su entendi-miento... Jesús les explica: « Un día comeréis mi carne...»... Se les hace tan duro que se rebelan contra este modo de hablar. Y lo abandonan.

— Quienes se fan de Cristo y aceptan su doctrina y las consecuencias en la vida de sus seguidores....« ¿También vosotros os queréis ir? Y Pedro le dice: ¿A quien iremos? ¡Sólo Tú tienes palabras de vida eterna»

Para ellos Cristo es la Vida y, al recibirlo en la comunión, se convierte en nuestra Vida. « Mi carne es verdadera comida y Mi sangre verdadera bebida»...

2. En verdad, Jesús es una amigo exigente, que indica metas elevadas y pide salir de sí mismos para ir a su encuentro: «Quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc, 8,35) (...) Pero os pregunto: ¿es mejor resignarse a una vida sin ideales, a una sociedad marcada por desigualdades, prepotencias y ego -ísmos, o, más bien, buscar generosamente la verdad, el bien y la justicia, trabajando por un mundo que re-feje la belleza de Dios, aunque sea preciso afrontar las pruebas que esto entraña? (...) No existen atajos ha-cia la felicidad y la luz (JP II, Discurso en el encuentro con los jóvenes, Bulgaria 26-V-2002).

Señor, aquí estamos dispuestos, con tu ayuda, a escucharte y a recibir el gran don de la Eucaristía para que nos transformes en Ti.

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Domingo 21. (bis) Tiempo ordinario (B) Jn 6, 61-70.

1. «Si no os parece bien servir al Señor, escoged a quién servir».

La elección de Dios y la fdelidad a Él son los temas que debemos meditar especialmente en este do -mingo. Cuando el pueblo de Dios está para entrar en la tierra prometida, Josué le hace este planteamiento: o tomar partido con los idólatras, o decidirse por Yavé.

Ellos responden: «Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros». Pero, lo cierto es que Israel siguió fuctuando entre la fdelidad a Dios y la idolatría.

Es que no basta elegir, decidirse, de una vez para siempre; necesitamos renovar con insistencia nues-tra decisión de ser feles hijos de Dios. Comenzar y recomenzar muchas veces al día.

2. Vivimos en una sociedad enferma, pero todos con hambre de ser felices. Y el Señor nos pregunta a cada uno: Tú, para ser feliz ¿por quién te decides? ¿Por la paz que tanto anhelamos, por la amistad verdade-ra, por el perdón y la comprensión, etc.; o quizá te decides por el egoísmo, que se quiere encumbrar olvi-dándose de los demás?

Mirad, la vida es un regalo de Dios que ha depositado en nuestras manos sólo para gastarla... Es como una vela encendida, que se gasta aunque no queramos. Yo, ¿por quién quiero gastarla?:

a) por el mundo: egoísmo..., tener..., sociedad de bienestar, aplausos, ser los primeros... etc. ¡Todo se acaba! No vale la pena gastar mi vida por lo que hoy es y mañana desaparece. ¡Qué fracaso!

b) para amar con toda el alma, con todas las fuerzas y con todo mi ser a Dios Creador del cosmos y enamorado del hombre..., Redentor, que manifesta su amor dando la vida por la salvación de todos; y se queda en la Eucaristía para ser el Pan de vida...

Así, amando a Dios con todo mi ser, es decir, haciendo que mi existir sea un Sí a su Voluntad, mi vida se fusionará con la de Dios; y como Dios es la Felicidad, la Vida, la Santidad, el Bien, yo -por la obediencia- viviré unido a Él y participaré de su misma felicidad.

Para vivir así necesitamos acudir al Señor que se queda en la Eucaristía, y decirle: «Señor, Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos» que Tú eres el Pan que das la vida al mundo.

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Domingo 22. Tiempo ordinario (B) Mc 7, 1-23.

1. «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Evangelio de hoy)

¿Quién es Dios? Dios es nuestro Padre, creador y Señor de todo... Sabemos que todo ser inteligente al hacer una cosa, la hace para algo, le imprime un fn.

Dios, al crear al hombre, también le señala un fn. Lo crea para conocer, servir, amar a Dios en esta vida y después verle y gozarle en la otra. El camino que debe seguir para lograrlo, es cumplir los Manda -mientos. «Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que Dios os va a dar»

Los Mandamientos nos enseñan el camino para hacernos semejantes a Él, fuente única de la felici -dad. Están ligados a una promesa: la promesa de la vida en toda su plenitud. De aquí se deriva que quienes caminan por la senda de los Mandamientos, están en la senda hacia Dios.

No son un atentado contra la libertad, sino una manifestación de que Dios la respeta: las leyes se dan sólo a los seres libres. La libertad humana consiste en elegir el bien; el único Bien es Dios; y su ley encamina al hombre hacia Dios, felicidad plena y eterna del hombre. Los Mandamientos, pues, están destinados a tu -telar el bien de la persona humana, y no son otra cosa que el despliegue de las exigencias fundamentales que manan de la dignidad de la persona humana.

2. Queremos amar la santa Ley de Dios, su voluntad amabilísima que nos da para llegar a la meta, que es el cielo. Se nos manifesta de dos modos: por los Mandamientos...; y por esa voluntad concreta para cada uno, que es la vocación personal. Y así, a unos llama al cielo por el camino del matrimonio, a otros por el del sacerdocio..., religiosos... y por la dedicación plena a Dios viviendo en medio del mundo, para poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades.

Vivir mi vocación... Que nunca diga Cristo de nosotros: «Este pueblo me alaba con los labios, pero su corazón está lejos de Mí»

Buscar de verdad a Cristo en todo en el cumplimiento de su voluntad, seguirle imitando sus ejemplos.

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Domingo 23. Tiempo ordinario (B) Mc 7, 31-37.

1. «Decid a los cobardes de corazón, sed fuertes, no temáis... Mirad a vuestro Dios que viene y os sal-vará» (1ª Lectura).

El Señor quiere que contrastemos hoy dos experiencias personales, propias de un hombre de fe:

— La experiencia mía, vivida con mis propias fuerzas. ¿Cuál es? Son muchas las cosas que me pasan, ante las que yo me veo impotente: enfermedad...; rebeldía de los hijos en su adolescencia..., desenfreno de las pasiones..., ambiente opuesto a los valores morales, una sociedad inmersa en un neopaganismo...etc. Quiero cambiar estas situaciones y, después de muchos intentos vividos durante años, todo sigue igual o peor.

Y esta impotencia produce cobardía, desaliento y hasta cierta desesperanza. ¿La causa? Con-fo sólo en mis propias fuerzas.

— Está sin embargo, la experiencia de quien se apoya en Dios, acude con fe a la oración, tal como nos ha enseñado Cristo, implorando su ayuda, su Misericordia. Y acude a Él, a pesar de todas sus experiencias negativas; como los que presentaron a Jesús el sordomudo del que nos habla el Evangelio: «Le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos». Y Él lo curó. «Teresa solo, nada. Teresa y un maravedí, menos que nada. Teresa y Cristo lo puede todo».

2. «Decid a los cobardes de corazón, sed fuertes, no temáis... Mirad a vuestro Dios que viene y os sal-vará». Un sordomudo... ¡Cuántos intentos para curarlo! Todo inútil. A pesar de tantas experiencias negati-vas, acuden a Jesús, imploran la curación..., y lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.

Propósito: ante las difcultades que nos acompañan en nuestro caminar, ante las necesidades mate-riales..., y sobre todo ante las necesidades espirituales: conversión propia o de los demás, que descubran el camino de la fe, que seamos coherentes... etc., acudir siempre a Dios para quien nada hay imposible, a Cris-to por medio de María, ya que Ella es siempre el camino para ir y para volver a Jesús.

En la Misa se hace presente el sacrifcio de Cristo en la Cruz...; viene el Señor al altar. Pongamos nues-tras necesidades en Él, que viene a salvarnos.

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Exaltación de la Santa Cruz. Jn 3, 13-17.

1. «Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perez-ca, sino que tenga vida eterna»

Hoy la Iglesia nos invita a contemplar la Santa Cruz para empaparnos del Amor de Nuestro Señor Je-sucristo, que se entrega hasta la muerte y muerte de cruz. «He aquí el árbol de la cruz, del que pende la sal-vación del mundo. ¡Misterio de fe! El hombre no podía imaginar este misterio, esta realidad. El hombre no tiene la posibilidad de dar la vida después de la muerte. La Cruz es la muerte de la muerte. En el orden hu -mano, la muerte es la última palabra. La palabra que viene después, la palabra de la Resurrección, es una palabra exclusiva de Dios y por eso celebramos con gran fervor este Triduo sacro» (Palabras pronunciadas por JP II al fnal del Viacrucis en el Coliseo, 18-IV-2003).

Contemplar la Cruz es descubrir hasta que extremo me ama Dios, que entrega a su propio Hijo para que el hombre no perezca, sino que tenga vida eterna.

Desde la cátedra de la Cruz nos dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré», porque Yo soy vuestro Redentor y Salvador.

La Cruz es una manifestación del Amor de Dios al hombre; y también una manifestación del desprecio de Dios por parte del hombre... Gracias... Perdón... Ayúdame más...

2. Al contemplar, en este día de la exaltación de la Santa Cruz, la grandeza del Amor de Dios al hom -bre, y la maldad del pecado con que hemos clavado a Cristo en la Cruz, surge la petición de perdón por nuestros pecados, como hiciera el buen ladrón en aquel primer Viernes Santo de la historia. Nosotros hoy le decimos:

«Perdón, ¡oh Dios mío! Perdón e indulgencia. Perdón y clemencia. Perdón y piedad»

Sabemos también que vivir en el mundo es participar de la Cruz del Señor... Ahí está la enfermedad..., las limitaciones..., carencia..., el dolor y la muerte. Pero creemos que nuestra vida, unida a la de Cristo es un tesoro: es gloria, cielo, santidad y corredención.

Pedimos a la Virgen, que está al pié de la Cruz, que ese dolor suyo aumente en nosotros la aversión al pecado, y el amor a Cristo.

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Domingo 24. Tiempo ordinario (B) Mc 8, 27-35.

1. «¿Quién dice la gente que soy yo?... Y vosotros, ¿quién decís que soy?» (Evangelio de hoy)

El modo natural de conocer las cosas que tiene el hombre es a través de los sentidos; y el modo de valorarlas es según la recta razón y el gusto que producen a la naturaleza humana. Y así llamamos bueno a lo que nos gusta, a lo que produce bien estar, a las alabanzas. Y malo a lo que rechaza nuestra naturaleza. Del mismo modo llamamos verdadero a lo que vemos y palpamos, a lo que se puede constatar con méto -dos experimentales. Y ciertamente así nunca podremos conocer a Cristo ni valorar las cosas como Él las va-lora.

Necesitamos escuchar a Aquel que es la Verdad y farnos plenamente de Él. Hoy Jesús nos pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?... Unos Juan Bautista, otros Elías... Pues mirad, todo eso es falso, aunque lo afrmen la mayoría... Y vosotros, ¿quién decís que soy? Tú eres el Mesías» Bienaventurado eres...; eso te lo ha enseñado mi Padre. Esa es la verdad que hemos de creer y en la que hemos de confar, aunque nada tenga que ver con los datos humanos que veamos en Cristo. Señor ¡Creo que Tú eres el Hijo de Dios, el Sal -vador de los hombres!.

Sin embargo Jesús prohibe que lo digan a nadie... ¿Por qué, Señor?... Porque Pedro no tiene aún un conocimiento completo de Jesucristo, del Mesías. Le falta la dimensión del dolor, de la Cruz: «el Hijo del hombre tiene que padecer...» Él mismo que es el Hijo de Dios es el Redentor de los hombres; a los que sal -vará por medio de la Pasión y muerte de Cruz.

2. Tampoco se puede vivir la vida cristiana con la negación o el rechazo de la cruz, esto es, de tantas y tantas cosas como rechaza nuestra naturaleza y, sin embargo, pertenecen al seguimiento de Cristo, que es la esencia de la vida cristiana

Estar alerta, porque presentar un estilo de vida cristiana sin negación, sin esfuerzo, sin cruz, es falsif-car el conocimiento de Cristo. Amar la cruz es amar a Cristo, identifcarse con Él, ser otro Cristo, y por eso ser hijo de Dios. «El que quiera venirse conmigo niéguese a sí mismo...»

Pedir con fe y perseverancia la luz, la gracia y el valor para arriesgar la vida entera por Cristo, que es mi único Salvador que nos llama a estar donde está Él.

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Domingo 25. Tiempo ordinario (B) Mc 9, 30-37.

1. «Yo soy la salvación del pueblo. Cuando me llamen desde el peligro, yo les escucharé» (antífona de entrada).

Jesús quiere quedarse solo con los suyos, sin que nadie les pueda molestar, porque va a hacer una cosa muy importante con ellos: formarles. Les va a enseñar el verdadero sentido de la vida, del que carecen ellos, y muchos. Eso es lo que produce desorientación en el modo de vivir. Hay dos modos de vivir la vida:

- cara a sí mismo..., como enseña el mundo: ¿«quién será el primero?... Así todo es egoísmo, desor-den, división...

- cara a Dios... la vida es camino que he de recorrer hasta llegar a la meta, que es la salvación. Y en ese camino pasan muchas cosas..., también está presente la cruz. Pero el resultado de la suma total es la fe-licidad eterna. Así la ha vivido Cristo, que es nuestro Camino: «El Hijo del hombre va a ser entregado... y al tercer día resucitará» «El misterio del hombre sólo se puede esclarecer a la luz del misterio del Verbo encar-nado» (GS, 22).

En Lourdes; María recordó al mundo que el sentido de la vida en la tierra es su orientación hacia el Cielo. (...) La fe no admite que el hombre entienda el momento terreno como la fase defnitiva de la histo-ria; ha de vivir en función del verdadero punto de llegada, situado más allá del tiempo, en el ámbito de lo eterno” (JP II, Homilía para los enfermos 11-II-1987).

2. ¿Hay divisiones entre quienes conviven conmigo?... « ¿De dónde salen las luchas y los confictos entre vosotros?» ¿No es acaso de que cada uno va a lo suyo? Esto es una señal clara de que el sentido que doy a mi vida no es el de Cristo.

Quiero aprender, Señor, a mirar con respeto y amor a los demás, ayudarles y gastarme en la vida de familia, negarme caprichos para manifestar el cariño a los de casa. Y esto lo quiero hacer todo por Ti, Señor. «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos». Eso es lo que hace una madre: darse a todos.

Con este estilo de vida habrá unión, paz, a tu alrededor; se estará a gusto porque a través de ti pasa Cristo haciendo el bien a todos.

En la Misa celebramos la entrega de Cristo hasta la muerte... Y su Resurrección... A Él le pedimos, por la intercesión de María, que nos enseñe a hacer de nuestra vida un servicio de amor.

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Domingo 26. Tiempo ordinario (B) Mc 9, 37-44.

1. «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido... No se lo prohibáis» (Evangelio de hoy) No seáis egoístas..., ni exclusivistas. Cristo es el Salvador de todos.

No podemos empequeñecer el corazón si queremos seguir a Nuestro Señor Jesucristo. Debe sintoni-zar con el suyo: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad»... La Redención es universal y súperabundante. Dios llama a todos a ser hijos suyos, y a la santidad.

Y, para realizar este proyecto, cuenta con el hombre: «Os he elegido para que vayáis y deis fruto»... «Id por todo el mundo...»

Por eso, un cristiano, un seguidor de Cristo no debe extrañarse cuando el Espíritu Santo suscita en la Iglesia caminos distintos al suyo. No puede comportarse como Juan y los demás que prohibieron a uno echar demonios en nombre de Cristo porque no era de su grupo, es decir, le prohibían seguir su vocación. Cada caminante debe seguir su camino. De este modo, todos colaboraremos con Cristo en esa sementera de paz y de alegría en el corazón de cada persona. «Si sois lo que debéis ser, prenderéis fuego en el mundo».

2. También es cierto que nos podemos encontrar con amigos y, hasta con familiares, que se declaran agnósticos, que viven como si Dios no existiera; y hasta podemos sentir la tentación de la indiferencia y del rechazo.

Excluir a alguien —por muy alejado que lo veamos— de nuestro apostolado es hacer un daño moral grave, que puede dar a otros ocasión de escándalo...

Y esto es un mal tan grave que Jesús emplea expresiones gráfcas muy fuertes: «el que escandalice a uno de estos pequeñuelos...»; «Si tu mano te escandaliza, córtatela. Si tu pie...; si tu ojo...». Más vale eso que ir al abismo, a la condenación.

Día de examen... debo entrar dentro de mí y ver, si entre los conocidos, excluyo a alguien de mi cora -zón... hacer las paces y volver a la amistad. ¿Escandalizo con mis palabras, con mi conducta a alguien? Em-pezar a arrancar lo que haya que arrancar, cortar..., y entregar a Dios la vida entera en la fdelidad a mi voca -ción.

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Domingo 26. (bis)Tiempo ordinario (B) Mc 9, 37-44.

1. “Oh Dios, que manifestas especialmente tu poder con el perdón y la Misericordia”. Así dispone la Iglesia a sus hijos para admirar y agradecer su inmenso poder, hecho Misericordia. Un poder que hace que el hombre sea capaz de participar de la vida divina, y de la herencia del cielo.

El poder y el amor de Dios se manifesta ciertamente en la creación: con su Palabra lo hizo todo de la nada; y con su Amor entregó la creación al hombre. “Todo es vuestro”.

Pero su omnipotencia se manifesta de manera especial en el perdón y en la Misericordia, porque –al perdonar- Dios no nos da cosas, sino que se nos da Él mismo.

Dios llama a todos, no quiere la muerte del pecador; está siempre dispuesto al perdón; da la vida por la salvación de todos y de cada uno. Alegría y esperanza de poder recibir estos dones.

2. Para que esto sea una realidad en mí debo escuchar al Señor que me ofrece estos dones, abridme a Él y aceptar sus regalos. Ahora bien, en este “juego divino” de la salvación, aparece siempre el enemigo queriendo impedir, con modos de pensar y de actuar malos, que el hombre coopere con Dios.

Ante lo cual, el Señor es intransigente: “Si tu mano te hacer caer, córtatela: más te vale entrar man-co en la vida que ir con las dos manos al abismo. Y si tu pie te hace caer, córtatelo, más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo...”

Gracias, Señor, por todas las cosas que me preparas: por la vida, por las cosas creadas, por la partici-pación de la vida divina.

Pero, sobre todo, gracias, Señor, por tu perdón y Misericordia que tantas veces saboreo a lo largo de mi vida al recibir el sacramento de la Penitencia.

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Domingo 27. Tiempo ordinario (B) Mc 10, 2-16.

1. « ¿Le es lícito al hombre divorciarse de su mujer?» Los escribas y fariseos esperan de Jesús la res-puesta a su pregunta. Toda respuesta verdadera que se dé a cualquiera de los asuntos que preocupan al hombre, debe nacer siempre de la verdad. Por eso, es importante descubrir la verdad sobre el hombre; y desde ella, responder a esa pregunta, que tanto le afecta.

El hombre es una criatura, un administrador, no un señor”. Dios creó al hombre, no para la soledad, sino para vivir en familia; que es una realidad estable, fruto de la institución matrimonial, con la que Dios une para siempre al hombre y a la mujer, mediante el consentimiento que se prestan libremente los contra-yentes. “La familia es la única comunidad en la que todo hombre ‘es amado por sí mismo’, por lo que es y no por lo que tiene” (JP II, Homilía a las familias en Madrid, 2-XI-1982). Por eso, la familia sirve al bien del hombre, por encima de todos los cálculos e intereses; su fuerza es el amor que la confgura.

Tanto el matrimonio como la familia ha tenido y siguen teniendo sus enemigos: el desenfreno, las pa-siones descontroladas, la pornografa, los sistemas de justifcación personal que nos inventamos los hom-bres para tranquilizar la conciencia, son sus detractores. Estos sistemas inmorales son los que corrompen al hombre.

2. Reaccionar..., no con la fuerza fsica, ni con violencia, ni maltratando a nadie; sino con la fuerza de la verdad y la coherencia de vida.

El matrimonio es una donación total; por eso debe ser uno con una y para siempre. No sería dona -ción total, si estuviera limitada por el tiempo, o fuera compartida con otras personas. La dignidad del hom-bre y de la mujer es la misma, por eso nadie puede usar a otro como objeto.

«El futuro de la humanidad se fragua en la familia” (...) Pero ¿de qué familia se trata? Desde luego, no de la familia “inauténtica”, basada en los egoísmos individuales. La experiencia demuestra que esa “carica-tura” de familia no tiene futuro y no puede dar fruto a ninguna sociedad.

Apoyarnos en la gracia sacramental del matrimonio... Sólo así progresaremos, porque viviremos y co-municaremos lo que hemos conservado: la fe de siempre.

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Domingo 27 (bis) (B) Mc 10, 2-16.

1. Dios, Creador y Señor de todo, ha querido asociar al hombre tanto a su obra creadora como a su obra redentora para que libremente cooperase con Él, siguiendo unos cauces determinados.

Así Dios, que es la Vida, quiere contar con el hombre para traer la vida al mundo; y el cauce señalado por el mismo Dios es el matrimonio, instituido al crear el hombre.

Por lo mismo, el matrimonio es anterior a la sociedad y a los distintos modos de regirla: es anterior a las instituciones políticas, a los parlamentos y senados.

El matrimonio querido por Dios es la unión de un hombre y de una mujer, para siempre y abierto a la vida.

Es bueno recordar en estos momentos, que cuando los rectores de la sociedad ofrecen uniones dis-tintas a las establecidas por el Creador, esas ofertas –por rechazar a Dios- terminan siempre rechazando al hombre. Un ejemplo de ello es la violencia familiar, tantas veces repetida en nuestros días, en los que se han querido imponer uniones que nada tienen que ver con el matrimonio.

2. Hoy queremos agradecer a Dios que haya querido contar con el hombre para crear la familia, que es el sostén de la sociedad, el fundamento y el mayor bien para la convivencia entre los hombres. Quere -mos pedir, especialmente hoy, por la fdelidad de todos los esposos, sabiéndose siempre dos en una sola carne.

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Virgen del Pilar

1— “Bendita y alabada sea la hora en que María Santísima vino en carne mortal a Zaragoza”

Jesús, al subir al Cielo, envió a sus Apóstoles a predicar el Evangelio por todo el mundo...; pero, antes, mandó que se reuniesen en el Cenáculo con María para recibir el ES: “Él os recordará todo lo que Yo os he dicho”.

Ellos, fortalecidos por el Espíritu Santo y animados por la Virgen, anuncian la Buena Noticia a los hombres: Jesucristo es el Salvador del mundo,

Santiago vino a España..., a Zaragoza y empezó aquí su labor apostólica. Había un rechazo generaliza -do de su mensaje. Sólo le seguían unos poquitos. Sintió en su alma el desaliento y una sensación de fracaso.

La Virgen, que aún vivía en este mundo, cuenta una piadosa tradición, vino en carne mortal a Zarago -za el 2 de Enero del año 40. Animó al Apóstol, le entregó el Pilar, que había de ser para siempre “ fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor”. Le prometió que no se apagaría la fe en esta ciudad y en España; expresión de esta promesa son las multitudes que a lo largo del año acuden a visitarla y a implorar su ayuda.

2— La presencia de la Virgen del Pilar entre nosotros no debemos considerarla como un simple re-cuerdo de lo que hizo la Virgen con Santiago, ni como un monumento de esta ciudad; sino como la señal de la presencia permanente de María Santísima entre nosotros. Ella, como Madre de Dios y Madre nuestra, quiere enseñarnos a vivir la vida cristiana, a seguir a Cristo sin desanimarnos por muchas que sean las dif -cultades.

La Virgen del Pilar está con nosotros para fortalecernos en esa lucha por ser feles hijos de Dios, nos ayuda a vivir en gracia a lo largo de la jornada, a ir contra corriente y ser testigos de Aquel que es el único Salvador del mundo.

María está aquí para animarnos a ser levadura del amor de Dios capaz de regenerar la juventud..., la familia..., la enseñanza y todos los ámbitos en que se mueve el hombre. ¿Imposibles? Para nosotros sí. “ Tú no puedes, pero Yo sí que puedo”

A Ella nos encomendamos y de su mano vamos a caminar.

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Domingo 28. Tiempo ordinario (B) Mc 10, 17-30.

1. «Señor, enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato» (Salmo Res-ponsorial).

La vida humana es realmente breve; nuestros años se acaban como un suspiro. Sin embargo, qué im-portancia tiene aprovechar santamente los días que Dios nos da, tratando de hacer bien lo que debemos y ofrecerlo al Señor. De este modo imitaremos a Jesucristo, que ha venido a hacer la voluntad de su Padre, y tendremos parte con Él en el Cielo, porque «dónde estoy Yo, quiero que esté también mi servidor».

Esa y no otra es la vida que buscaba el joven del Evangelio, que acabamos de leer. Le pregunta a Je -sús: «Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» Y Él, con un amor infnito, le contesta: si quieres ser feliz, «cumple los Mandamientos». «Hay una conexión entre el bien moral y la felicidad», entre ésta y Dios; como la hay entre la luz y el sol, el calor y el fuego.

2. También nosotros vamos en busca de la felicidad. Por eso, nos afanamos en tener cosas, creyendo que en ellas está el secreto para ser felices; pero pronto las hemos de dejar o nos dejan ellas. A veces lo te -nemos casi todo..., pero ¡cuánto hastío!, miedo y tristeza, porque ellas no son la felicidad. “La puerta de la felicidad no se abre hacia dentro; la puerta de la felicidad se abre hacia fuera”: generosidad.

Nos hará un gran bien escuchar al Maestro: si quieres ser feliz, si quieres la paz familiar, si anhelas en -contrar solidaridad entre los hombres, ¡cumple los Mandamientos!:

- reconoce la grandeza infnita de Dios, su Señorío sobre la creación. Es el único Señor. A Él sólo he de servir y adorar.

- respeta la dignidad de toda persona humana. Defende la vida desde la concepción hasta la muerte natural; la familia, célula de la sociedad; el matrimonio que es la base de la familia; no cedas a nadie el de -recho-deber de educar a tus hijos.

- defende con uñas y dientes tu dignidad de hijo de Dios..., respeta tu cuerpo, que es templo de Dios. Apártate de todo lo que te aparta de Dios. Para vivir así, apóyate en la oración, en los sacramentos y en la mortifcación.

El resultado fnal de este comportamiento es la felicidad.

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Domingo 29. Tiempo ordinario (B) Mc 10, 35-45.

1. «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (Evangelio de hoy). Esta fue la atrevida petición que hicieron a Jesús los hijos del Zebedeo; lo cual produjo un revuelo entre los Apóstoles.; porque no buscaban entregarse al Señor, sino servirse egoístamente de Él... No habían entendi-do que el camino para realizar esos deseos tan grandes del corazón humano, es servir.

Los demás, lógicamente, se indignaron contra ellos. Y el Señor los corrigió duramente: «No sabéis lo que pedís; ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?».

A pesar de todo, nos llena de alegría este modo de proceder de Juan y Santiago, porque indica que todos somos de la “misma pasta”..., tenemos la naturaleza herida por el pecado original. Y así como ellos, tan egoístas, orgullosos, etc. han llegado a la cumbre de la santidad, rectifcando su modo de pensar y de vi -vir, también nosotros, pecadores, podemos cambiar, entregarnos a Cristo y llegar a reinar con Él.

2. ¿Qué he de hacer? Imitar a Jesús, que no ha venido a ser servido, sino a servir. « El que quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor». Os invito a contemplar el mundo, la Iglesia, la familia, el lugar de trabajo, “como un inmenso altar”. El altar es para dar culto a Dios. Y en ese altar, donde tú vives y traba -jas, hay muchos y variados candeleros: unos son de oro, otros de plata, de cobre, de hierro, de madera y hasta de barro. ¿Verdad que a todos nos gusta mucho ocupar un candelero de oro?... Eso hacían Santiago y Juan: buscar los primeros puestos.

Jesús corrige a ellos y a nosotros, enseñándonos que para dar culto a Dios, en ese altar de tu familia, de tu trabajo, de tu vida, lo importante no son los candeleros, sino las velas. Y ¡tú eres esa vela! que te has de gastar día a día, en un servicio generoso a Dios y a los hombres, vivido en el sitio que te corresponde, y haciendo lo que debes hacer.

Eso es servir, eso es amar, eso es lo que el Señor nos pide para que, de verdad, podamos ser felicísi -mos, estando con Cristo en el Cielo, para siempre, para siempre, para siempre.

La Virgen, que es la esclava, la servidora del Señor, nos enseña y nos ayuda a descubrir que la vida es un servicio, que el servicio es amar, y que el Amor es Dios.

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Domund.

1. «El Hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos». Esto no es una frase bonita, para quedar bien, sino que es la realidad, vivida por Cristo, desde la Encarnación hasta su Ascensión a los cielos.

Vamos a contemplar brevemente la vida de Jesús:

- el Hijo de Dios se encarna “por nosotros... y por nuestra salvación”. El que no cabe en el mundo se anonadó encerrándose en el seno de la Virgen.

- vive la mayor parte de su vida en Nazaret..., para enseñarnos la grandeza de la vida ordinaria: es ca -mino para amar a Dios, para ir al cielo y para ser santos.

- su vida pública es un darse a los demás sin condiciones. Es el Buen Pastor que busca a cada uno...; hasta entregarse a la muerte, para que todos tengamos vida abundante.

2. Por el sacrifcio de Cristo, todos estamos redimidos, pero no salvados, ni santifcados.

Jesucristo vive; ahora mismo está ofreciendo el tesoro de su Redención al mundo entero, a cada uno...

Pero quiere necesitar del hombre, de ti y de mí, para llevar la salvación a los hombres con los que convivimos: «os he elegido para que vayáis...». Son muchos los hombres y mujeres que han respondido a Jesús, anunciando el Evangelio y la salvación al mundo que no le conoce. Son los misioneros... (Catequesis, escuelas, hospitales, comedores, etc.) Y nosotros, ¿qué hemos de hacer? Además de ayudar con oración..., mortifcación y limosna generosa, Dios espera de nosotros algo más:

- cuidar con esmero de nuestra propia familia; en ella hemos nacido, vivimos... porque Dios la ha pre-parado para nosotros; en ella todos se comparte, porque todo es de todos.

Además de compartir los bienes materiales, hemos de comunicar la vida cristiana: la fe y la doctrina que nos enseña el Catecismo..., la asistencia Misa dominical y que sea realmente “el Día del Señor”. Vivir en gracia de Dios... Cuidar la oración y la frecuencia de sacramentos, especialmente la Confesión frecuente.

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Domingo 30. Tiempo ordinario (B) Mc 10, 46-52.

1. «Gritad de alegría, regocijaos, decid: el Señor ha salvado a su pueblo» (1ª Lectura).

Tenemos la dicha de creer y confesar que Jesucristo es el Señor del cosmos y de la historia. Y como tal interviene también en la historia del hombre, es decir, en todo lo que hacemos a lo largo del día; pero su in -tervención respeta siempre nuestra libertad, para que de este modo carguemos con la responsabilidad de nuestras propias decisiones.

Así sabemos y creemos que Dios interviene en nuestro trabajo, convivencia, situaciones por las que pasamos, etc. Todo es querido o permitido por Dios para bien de sus elegidos. Todos los sucesos de mi vida tienen, aunque no siempre lo entienda, un sentido salvífco... Es la mano de nuestro Padre Dios que condu-ce a su hijo —el hombre— hacia la identifcación con Cristo, a la salvación eterna. Por eso, « Gritad de aleg-ría, regocijaos, decid: el Señor ha salvado a su pueblo»

Y esta acción salvífca la sigue haciendo Cristo, Sumo y único Sacerdote, que intercede sin cesar por nosotros a la derecha de Dios; y sigue aplicando su gracia salvífca a los hombres, a través de quienes parti-cipan de su sacerdocio en este mundo.

2. El Evangelio de hoy nos habla de estas intervenciones de Cristo: ciego sentado en el camino... ¿qué murmullo es este?, ¿quién pasa?... «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí»... « ¡Señor, que vea!».

Esta curación pone de relieve el poder de Jesús y su compasión... Él busca, escucha y cura... Aquel ciego se llenó de alegría.

Cristo vive, está aquí con nosotros, busca a cada uno en su sitio. Y ve dolencias, divisiones, ignorancia, familias rotas, etc. Sale a nuestro encuentro ahora y nos quiere ayudar y sanar. Pero nunca quiere hacerlo Él solo. Has de querer tú también. Acércate a Cristo como aquel ciego. Ábrele el alma... y el Médico te curará y te enseñará a dar un sentido divino, salvífco a todo.

Jesús va a venir a este altar. Mírale con fe; y dile, Señor, me pasa esto... Y a continuación: «Señor, que vea» la necesidad que tengo de tu perdón y de seguirte siempre hasta llegar a vivir contigo en el Cielo.

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Domingo 31. Conmemoración de todos los feles difuntos. Mt 5, 1-12

1. «Señor, da el descanso eterno a todos los difuntos»

En una familia nos recordamos todos, tanto los presentes como los ausentes... Hoy el recuerdo espe-cial es para aquellos que han dejado este mundo y han entrado ya en la eternidad. Han sido llamados por Dios para darle cuenta de su propia vida, y recibir la oportuna recompensa.

Todos tenemos deseos de triunfar en la vida... Pero hemos de saber que el verdadero triunfo no está al principio del camino..., ni a mitad..., sino al fnal del camino: cuando el alma se presenta ante Dios y le dice: «muy bien siervo bueno y fel, entra...»

Debemos ayudarnos unos a otros, como hermanos que somos, a lograr este verdadero triunfo.

2. La Iglesia es también una familia, que una parte está en el Cielo, otra en el Purgatorio y otra en este mundo luchando para hacer la voluntad de Dios en orden a la salvación de los hombres.

La festa de «Todos los Santos», que celebramos ayer, es una llamada de Dios a cada uno de nosotros a la santidad; no es un camino para privilegiados y selectos, sino para todos.

Hay una verdadera unión entre todos los hijos de esta Familia: la «comunión de los santos».

La comunión de los santos es el cariño de Dios que nos une con Él y con los demás.

Desde este mundo los hijos de la Iglesia podemos y debemos ayudar a las almas del Purgatorio con los sufragios (sufragar = ayudar a pagar la deuda que tienen con Dios las benditas almas que se han de puri-fcar hasta que sean dignas de entrar en el cielo). Lo podemos hacer ofreciendo Misas, oraciones y mortif -cación por ellas.

Hoy es un día especial para vivir la comunión de los santos, ayudando con abundantes sufragios a las almas del Purgatorio en su afán de purifcación, para que muy pronto, limpias de toda falta y hermosas para estar en el Cielo, acompañen allí a nuestro Dios para siempre.

Ellas son también nuestras grandes intercesoras. Nos ayudan y les ayudamos.

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Dedicación de la Basílica del Salvador (Jn 2, 13-22).

1. «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre» (Evangelio de hoy).

Desde siempre Dios ha puesto en el corazón del hombre el deber y la necesidad de darle culto: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo servirás». Esta es la gran tarea del hombre sobre la tierra.

Para ello ha levantado templos en todas las partes de la geografa, dedicados exclusivamente a dar culto al Creador de todo. El templo es construido con los mejores materiales, para manifestar que Dios es el Señor, y que a Él se lo debemos todo.

El templo es la casa de Dios donde sus hijos mantenemos especiales relaciones con Él. De aquí que, en la casa de Dios, debe reinar siempre un respetuoso silencio, cargado de intimidad y delicadeza para con el Señor.

No nos debe extrañar que Jesús -al visitar el Templo- tratase con energía y cierta dureza a quienes ha -bían convertido su casa en un mercado: «hizo un azote, los arrojó a todos del templo con las ovejas y los bueyes, derramó el dinero de los cambistas y derribó las mesas». Ciertamente, el Señor desconcertó a quie-nes no tenían una idea recta de quien es Dios y de qué es el templo.

2. No cabe duda que hoy a los cristianos del siglo XXI nos conviene recordar y meditar esta escena:

- da la impresión que hemos perdido el sentido de lo sagrado, dando la impresión de que en el mun-do todo es profano. Por eso, la Iglesia nos urge a sus hijos que devolvamos a los templos su carácter sagra -do, ya que son la casa de Dios, y esta es para la oración y el culto. Así, en el recogimiento, recobramos la paz, la serenidad y el norte de nuestra vida hacia el que debemos mirar siempre.

- hemos de cuidar los detalles de piedad, que son verdaderas manifestaciones de fe y de cariño hacia Dios: genufexiones, modos de vestir...etc. Limpios por fuera y por dentro.

Si nos decidimos a observar en el templo una conducta de piedad, de fe y de adoración a Dios, no lo dudes, con ese ejemplo ayudarás a otros a vivir la piedad, a reencontrarse con Dios y salvarse.

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Domingo 32. Tiempo Ordinario (B) Mc 12, 38-44.

1. «Llegue hasta ti mi súplica; inclina tu oído a mi clamor, Señor» (Antífona de entrada).

Eso es la oración: levantar el corazón a Dios para pedirle toda clase de mercedes, seguro de que Él lo puede todo, lo sabe todo, y además me ama infnitamente. Por eso, con una confanza flial, ponemos en sus manos nuestros deseos y necesidades.

Pero la oración es también escuchar con atención y docilidad a Dios que nos habla, enseñándonos modos buenos de comportarnos en todos los instantes de la vida. Y ¿qué nos quiere enseñar en este do -mingo?:

- Jesús observaba a la gente que iba echando dinero en el cepillo, y daba limosna... Dios lo ve todo, está en todas partes, «en Él nos movemos, existimos y somos. He de intentar vivir siempre en su presencia. Dios cuida de nosotros, también en los momentos duros, como los de la viuda de la Primera Lectura... Elías, cuando todo parece decir que Dios se ha olvidado de ella, le proporciona el alimento... Si una madre no puede olvidar a su hijo, ¡qué no hará Dios!

2. Jesús, el Hijo de Dios lo sabe todo. Él es el único que sabe valorar los actos del hombre conforme a la verdad, porque no sólo conoce lo que hacemos sino también la intención con que lo hacemos...

El objeto de los actos humanos es el primer factor determinante de la moralidad; el segundo es la f-nalidad... Así por ejemplo, dar una limosna es el objeto de ese acto; darla para sostener un asilo es la inten-ción o fnalidad; y como tanto el objeto como la intención son buenos, ese acto decimos que es moralmente bueno.

Dios lo ve todo y lo tiene todo presente, hasta los más ocultos pensamientos. Y sólo Él es quien me ha de juzgar...

Ante esta verdad del juicio divino, yo quiero portarme siempre de modo que mis actos, mis intencio-nes y hasta los más ocultos pensamientos que abrigo en mi intimidad, sean siempre gratos a Dios, que siempre me ve, siempre me mira; por eso quiero portarme bien de noche y de día. Sólo así mereceré la ala -banza de Cristo, como aquella anciana: «os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie...» Y Dios que no se deja ganar en generosidad te dará el ciento por uno y la vida eterna.

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Domingo 33. Tiempo ordinario (B) Mc 13, 24-32.

1. «Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti» (Salmo Responsorial).

Acabamos el año litúrgico; y lo mismo que al fnalizar el año civil, la naturaleza nos habla de que “todo se acaba”: caen las hojas de los árboles; se acalla la fuerza de la vida, que brota con tanto empuje du -rante la primavera; y un manto de frío y de muerte cubre la tierra. Así la Palabra de Dios nos recuerda hoy que la historia del hombre es muy corta, pero — ¡no lo olvides!—, tu vida es muy importante. No está en tus manos alargarla más tiempo del que Dios ha establecido, pero sí el aprovecharla muy bien.

«El hombre, en su realidad singular, tiene una historia propia de su vida; y sobre todo tiene una histo-ria propia de su alma» (JP II) que, por ser inmortal, transciende las realidades de este mundo, y penetra en la eternidad. La historia más importante es tu propia historia, porque tiene resonancias eternas.

«Los que duermen en el polvo, despertarán: unos para la vida perpetua, otros para la ignominia eter-na» (1ª Lectura). Y ¿cual será mi suerte, Señor? La que tú elijas ahora, mientras dura tu vida. « Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti»..., en tu Sacrifcio Redentor, en tu Misericordia..., con la que me animas a una continua conversión.

2. Dios nos ofrece su ayuda a través de la Iglesia, de la que somos sus hijos. Amarla como Madre: «No puede tener a Dios por Padre, quien no tiene a la Iglesia por Madre» (san Cipriano). Ella nos transmite con fdelidad la doctrina y las gracias de Cristo Redentor.

Amar a la Iglesia se concreta amando a la Diócesis, que es una partecica del Pueblo de Dios; amando y sirviendo a nuestra Diócesis, servimos y amamos a la Iglesia extendida por el mundo. Hoy se acerca a no -sotros pidiéndonos ayuda material para la formación de los seminaristas, sostenimiento del clero, escuelas, catequesis, etc.... ¿Me quieres ayudar?...

Ahora nos toca a cada uno responder a la Iglesia que nos necesita...Oración incesante y ayuda gene-rosa... Esta es una buena manera de llenar nuestras manos para presentarnos un día ante Dios. Él dará el ciento por uno y la vida eterna.

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Solemnidad de Cristo Rey (B) Jn 18, 33-37.

1. «Jesucristo es el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra» (Segunda Lectura).

La Iglesia corona el año litúrgico con la festa de Cristo Rey del universo; «porque en Él fueron creadas todas las cosas; todo fue creado por Él y para Él» (cf Gal 1, 14-17).

La 2ª Lectura invita a contemplar con amor a N. S. Jesucristo:

- a Aquel que me amó... y nos ha liberado de nuestros pecados con el sacrifcio de su vida...

- a Aquel que nos ha convertido en un reino, y nos ha hecho sacerdotes de Dios para siempre, capa-ces de glorifcarle a través de los actos de nuestra vida. El fruto de esa contemplación ha de ser: correspon -der a la entrega total de Cristo, con mi entrega sin límites... Vivir para Él y ponerlo en la cumbre de todas las actividades. « ¡Queremos que Cristo reine!»

2. Esto es lo que quiere enseñarnos la festa de Cristo Rey. Y ¿cómo es su reino?:

- no es como el de los poderosos de este mundo: de fuerza..., de grandes y poderosos ejércitos para someter a la fuerza a los hombres... Quiere que le sigamos libremente.

- su reino «no es de este mundo». El mundo que habitamos es palestra donde hemos de conquistarlo para siempre, haciendo la voluntad de Dios. Es un «reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz», es decir, es un reino de valores morales. Por eso, «mi reino está dentro de voso-tros»:

- siendo mi alma siempre templo y sagrario vivo de la Santísima Trinidad; por la gracia soy otro Cristo.

- quiere reinar en mí invitándome a recibir con frecuencia y con las debidas disposiciones el sacra-mento del Perdón y así destruir el pecado y recuperar de nuevo su amistad. Mirad, si hay en mí algo de lo que no ha tomado posesión Cristo, estoy radicalmente vencido. Hoy es una ocasión propicia para renovar nuestra entrega total a Cristo.

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Domingo de Cristo Rey (bis)

1. «Cristo reina, Cristo vence, Cristo impera». Finalizamos el año litúrgico en el que hemos recorrido la historia de la salvación en sus dos grandes etapas: la Redención obrada por Cristo; y la corona de la mis -ma: Cristo Rey del universo y de la historia.

Jesús nos deja bien claro en esta festa que su reino no es como los de este mundo (ejércitos, poder etc.), ni es de este mundo... Cristo reina desde la Cruz, porque es la máxima manifestación de amor dar la vida por el amado. Quiere ser Rey de nuestros corazones. Y como la puerta del corazón sólo se puede abrir con las llaves del amor, Cristo da su vida en la Cruz para abrir el corazón humano y reinar en él.

Y ante tanto amor de Cristo al hombre, aún se sigue escuchando en la conducta de muchos aquel gri-to del Evangelio: «No queremos que éste reine sobre nosotros» (Lc 19, 14). Y ¿por qué?:

- nos da su Ley, camino seguro para la cv..., para fomentar la unión entre los hombres..., para alcanzar el cielo. Y, sin embargo, el hombre no quiere ninguna norma a la que someterse.

- nos da una tarea, unos talentos con la responsabilidad de trabajarlos..., y no queremos más que una libertad sin responsabilidad.

2. «¡Queremos que Cristo reine!» en la familia, en las instituciones, en la vida pública, en el corazón de cada ser humano… «para reconciliar consigo todas las cosas: las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de Cristo». Nos urge una gran tarea:

- poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades... Quiero vivir y trabajar para que en todas las empresas humanas honestas Cristo reine. Y ese reinado se manifesta con la obediencia a sus preceptos y viviendo el Mandamiento Nuevo de tal modo que, como en la antigüedad, puedan decir los paganos: mirad cómo se aman

- dejarle reinar en el centro de mi alma... Para ello he de conocer más a Cristo..., descubrir la locura de su amor y empaparme de ella. Saberme amado de Él y así le responderé con nuevos deseos de ser súbdi-to de su Amor.

Contemplarle en este día desde la Cruz y escuchar con agradecimiento su quinta palabra: «Tengo sed» de ti, dame tu corazón.