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1 45 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO II DE CUARESMA 1. El pasaje más que querer trasmitirnos datos de una relevancia histórica, pretende que ya en la vida de Jesús podamos arrojar sobre ella LA MISMA MIRADA TEOLÓGICA que los discípulos sólo fueron capaces de tener después de la Pascua. Los encuentros con Cristo resucitado que nos trasmiten los evangelistas insisten una y otra vez en comunicarnos que quien ahora aparece vivo ES EL MISMO a quien acompañaron en la tierra. Ahí está su compartir el pan como en los buenos tiempos de la comida con los pecadores, sus llagas producidas en la cruz, sus palabras. En el Cristo resucitado, había que saber ver a Jesús, el incansable predicador del Reino. Pues bien, una mirada teológica -la escena de la transfiguración- intercalada en el proceso histórico de la vida de Jesús intenta que nos acostumbremos a LO CONTRARIO: EN AQUEL JESÚS TERRENO, en sus palabra y gestos, en sus pruebas y fracasos, en su soledad y abandono, HAY QUE SABER VER A DIOS, ES EL HIJO. -Tentación de Jesús y tentación de los discípulos. Este mensaje hay que entenderlo en relación con el del domingo pasado: las tentaciones de Jesús. En el bautismo Jesús ya había recibido la confirmación de arriba: "Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco" (Mc 1. 11). Y, sin embargo, en las tentaciones rechazó la posibilidad de vivir esa RELACIÓN PRIVILEGIADA con el Padre como FORMA PRIVILEGIADA de ser hombre. Viviría su misión identificándose hasta el fondo con la condición humana, apurando su cáliz hasta el final incluso en sus dimensiones más dramáticas y absurdas, su relación con los hombres elegiría el camino del servicio y no del poder, la humillación sería su estilo de ser Hijo, su manera de trasparentar a Dios. A Jesús probablemente le costaría aceptarlo, y huellas de esto nos quedan en el relato de las tentaciones. Pues bien, ahora les toca a los DISCÍPULOS. Se les exige descubrir al SEÑOR en su imagen HUMILDE, deben escucharle (como pide la voz del cielo) en su desconcertante camino de siervo. Al que va a seguir a Jesús se le dice ahora que no encontrará a Dios en toda su grandeza FUERA de aquel Jesús, que acaba de anunciar su pasión y con el que se van a quedar al terminar la escena. La tentación que superó Jesús al comienzo de su misión, van a tener que superarla continuamente sus discípulos. Si Jesús, Hijo de Dios, actúa como hombre hasta el final, los discípulos deben ver ya en ese estilo de Jesús que ni siquiera acepta el reto de bajar de la cruz, la única revelación del Hijo de Dios. -En nuestra prueba Dios está con nosotros Si la primera mirada teológica que ilumina la vida histórica del HOMBRE JESÚS revela cómo Dios está en él, una segunda mirada puede ser iluminadora para toda existencia humana, que siempre es prueba, pero que en algunas ocasiones lo es de manera dramática y que puede parecer absurda. La primera y segunda lecturas de la liturgia de hoy nos orientan en este sentido. La fe ejemplar de Abraham en el momento de la prueba -ni se reserva a su hijo único- le hace posible encontrar a un Dios inmensamente generoso en su promesa: "Te bendeciré, multiplicaré tus descendientes como las estrellas del cielo y las orillas del mar... porque me has obedecido". Y la perorata de Pablo en su carta a los Romanos no deja lugar a dudas. "Si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros?" Si estaba con su Hijo amado y no se echó atrás ni siquiera cuando su entrega le conducía a la muerte, si en la mayor parte de las pruebas, el Padre estaba allá ¿cómo no va a estar en las nuestras? ¿cómo no nos dará todo quien nos ha dado a su Hijo? Seguir a Jesús NO ES, pues ahorrarse el sufrimiento y la prueba que lleva consigo la condición humana, ni tampoco aquella que corresponde a apostar por el Reino, una utopía, en medio de las realidades a veces tan inhumanas. Pero ES encontrar a Dios YA en esta situación, y sentirnos ya HIJOS, por quienes intercede el Hijo, que ¡buena experiencia tiene del camino que nosotros estamos siguiendo en nuestra débil condición humana! J. M. ALEMANY 2. En este segundo domingo de Cuaresma, leemos cada año la narración de la TRANSFIGURACIÓN. Este evangelio ocupa, por tanto un lugar característico en el camino cuaresmal; lo hemos de entender como una etapa en el camino hacia nuestra Pascua. Y en los tres evangelios sinópticos la Transfiguración está situada EN UN MOMENTO PRECISO DEL CAMINO DE JC Y DE LOS APÓSTOLES (cuando ya se produjo la división entre contrarios, indecisos o seguidores de JC; cuando ya se prevé que el camino de JC lleva hacia un final trágico. Es en esta situación no aislada sino como un momento dentro de un camino de PROGRESIÓN, donde podemos captar el sentido de este evangelio que merecía un peculiar aprecio en la primitiva Iglesia. No es un hecho

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45 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO II DE CUARESMA

1. El pasaje más que querer trasmitirnos datos de una relevancia histórica, pretende que ya en la vida de Jesús podamos arrojar sobre ella LA MISMA MIRADA TEOLÓGICA que los discípulos sólo fueron capaces de tener después de la Pascua. Los encuentros con Cristo resucitado que nos trasmiten los evangelistas insisten una y otra vez en comunicarnos que quien ahora aparece vivo ES EL MISMO a quien acompañaron en la tierra. Ahí está su compartir el pan como en los buenos tiempos de la comida con los pecadores, sus llagas producidas en la cruz, sus palabras. En el Cristo resucitado, había que saber ver a Jesús, el incansable predicador del Reino. Pues bien, una mirada teológica -la escena de la transfiguración- intercalada en el proceso histórico de la vida de Jesús intenta que nos acostumbremos a LO CONTRARIO: EN AQUEL JESÚS TERRENO, en sus palabra y gestos, en sus pruebas y fracasos, en su soledad y abandono, HAY QUE SABER VER A DIOS, ES EL HIJO. -Tentación de Jesús y tentación de los discípulos. Este mensaje hay que entenderlo en relación con el del domingo pasado: las tentaciones de Jesús. En el bautismo Jesús ya había recibido la confirmación de arriba: "Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco" (Mc 1. 11). Y, sin embargo, en las tentaciones rechazó la posibilidad de vivir esa RELACIÓN PRIVILEGIADA con el Padre como FORMA PRIVILEGIADA de ser hombre. Viviría su misión identificándose hasta el fondo con la condición humana, apurando su cáliz hasta el final incluso en sus dimensiones más dramáticas y absurdas, su relación con los hombres elegiría el camino del servicio y no del poder, la humillación sería su estilo de ser Hijo, su manera de trasparentar a Dios. A Jesús probablemente le costaría aceptarlo, y huellas de esto nos quedan en el relato de las tentaciones. Pues bien, ahora les toca a los DISCÍPULOS. Se les exige descubrir al SEÑOR en su imagen HUMILDE, deben escucharle (como pide la voz del cielo) en su desconcertante camino de siervo. Al que va a seguir a Jesús se le dice ahora que no encontrará a Dios en toda su grandeza FUERA de aquel Jesús, que acaba de anunciar su pasión y con el que se van a quedar al terminar la escena. La tentación que superó Jesús al comienzo de su misión, van a tener que superarla continuamente sus discípulos. Si Jesús, Hijo de Dios, actúa como hombre hasta el final, los discípulos deben ver ya en ese estilo de Jesús que ni siquiera acepta el reto de bajar de la cruz, la única revelación del Hijo de Dios. -En nuestra prueba Dios está con nosotros Si la primera mirada teológica que ilumina la vida histórica del HOMBRE JESÚS revela cómo Dios está en él, una segunda mirada puede ser iluminadora para toda existencia humana, que siempre es prueba, pero que en algunas ocasiones lo es de manera dramática y que puede parecer absurda. La primera y segunda lecturas de la liturgia de hoy nos orientan en este sentido. La fe ejemplar de Abraham en el momento de la prueba -ni se reserva a su hijo único- le hace posible encontrar a un Dios inmensamente generoso en su promesa: "Te bendeciré, multiplicaré tus descendientes como las estrellas del cielo y las orillas del mar... porque me has obedecido". Y la perorata de Pablo en su carta a los Romanos no deja lugar a dudas. "Si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros?" Si estaba con su Hijo amado y no se echó atrás ni siquiera cuando su entrega le conducía a la muerte, si en la mayor parte de las pruebas, el Padre estaba allá ¿cómo no va a estar en las nuestras? ¿cómo no nos dará todo quien nos ha dado a su Hijo? Seguir a Jesús NO ES, pues ahorrarse el sufrimiento y la prueba que lleva consigo la condición humana, ni tampoco aquella que corresponde a apostar por el Reino, una utopía, en medio de las realidades a veces tan inhumanas. Pero ES encontrar a Dios YA en esta situación, y sentirnos ya HIJOS, por quienes intercede el Hijo, que ¡buena experiencia tiene del camino que nosotros estamos siguiendo en nuestra débil condición humana!

J. M. ALEMANY 2. En este segundo domingo de Cuaresma, leemos cada año la narración de la TRANSFIGURACIÓN. Este evangelio ocupa, por tanto un lugar característico en el camino cuaresmal; lo hemos de entender como una etapa en el camino hacia nuestra Pascua. Y en los tres evangelios sinópticos la Transfiguración está situada EN UN MOMENTO PRECISO DEL CAMINO DE JC Y DE LOS APÓSTOLES (cuando ya se produjo la división entre contrarios, indecisos o seguidores de JC; cuando ya se prevé que el camino de JC lleva hacia un final trágico. Es en esta situación no aislada sino como un momento dentro de un camino de PROGRESIÓN, donde podemos captar el sentido de este evangelio que merecía un peculiar aprecio en la primitiva Iglesia. No es un hecho

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maravilloso, como una aparición legendaria. Por más que los evangelistas utilicen un lenguaje simbólico -el único válido para reflejar lo que quieren expresar- se trata de un HECHO DECISIVO PARA LA FE DE LOS APÓSTOLES. Veamos por qué. -Un camino difícil pero necesario. Los evangelios nos hablan MUY HUMANAMENTE DE JC. A veces nosotros hablamos de JC como si fuera UN DIOS DISFRAZADO DE HOMBRE. Pero los evangelios están muy lejos de esta concepción (que, además, es considerada como herética por la Iglesia). Los evangelios nos presentan el PROGRESIVO DESCUBRIMIENTO de unos hombres -los apóstoles, los discípulos- que en el hombre Jesús de Nazaret van descubriendo la actuación y la presencia de Dios. Pero este progresivo descubrimiento es DIFÍCIL, es un camino de fe oscura que exige ir siguiendo a JC, paso a paso. Este camino, este progresivo descubrimiento, NINGÚN CRISTIANO SE LO PUEDE AHORRAR. Aunque paradójicamente, todos tendemos a ahorrárnoslo. Todos tendemos a creer que ya conocemos a JC, que ya sabemos bien quién es. Pero lo que sucede a menudo es que nos contentamos con una imagen parcial, desfigurada de JC. Este camino -el de los apóstoles y el nuestro- es difícil, es oscuro. Y es natural que sea así: es un CAMINO DE FE. La realidad de la vida de cada día, mezcla continua de bien y mal, de grandeza y mezquindad, no permite mucha claridad, mucha seguridad. Pero, en este camino, de vez en cuando, hemos de buscar unos MOMENTOS PRIVILEGIADOS que nos permitan TRANSFIGURAR esta realidad, no para evadirnos sino, por el contrario, para poder encontrarnos, cara a cara, con LO MAS HONDO Y VERDADERO DE ESTA REALIDAD. -Un camino de descubrimiento: se llega a la Vida pasando por la muerte Esto es lo que significa, en el camino de los apóstoles la EXPERIENCIA QUE SIMBÓLICAMENTE nos ha presentado la narración evangélica. Un momento en que los apóstoles perciben CON MAYOR CLARIDAD QUIEN ES JC. Un momento decisivo para su fe: CUANDO ya han dado el paso de reconocer a Jesús de Nazaret como Mesías. PERO al mismo tiempo CUANDO con MAYOR OSCURIDAD VEN SU CAMINO (ellos imaginaban un Mesías triunfador y el camino de JC parece dirigirse hacia el fracaso). Y en este momento INTUYEN ALGO FUNDAMENTAL para su fe. Lo intuyen sólo, porque no será hasta después de la Resurrección que lo aceptarán y lo creerán plenamente. ¿Cuál es este aspecto? Es el saber UNIR DOS REALIDADES aparentemente irreconciliables. UNA es su fe en DIOS QUE ESTA PRESENTE en JC, que habla y actúa en él. En el lenguaje de la Transfiguración esto viene significado por la nube, que simbolizaba entre los judíos la presencia de Dios, y por la voz que se oye desde el cielo. Y, además, esta fe incluye el creer que esta acción de Dios en JC CONDUCE A LOS HOMBRES HACIA LA PLENITUD de vida, hacia aquello que los teólogos llaman "los tiempos escatológicos", es decir, definitivos, de total realización humana por la comunicación del amor de Dios, (es lo que significan los símbolos de los vestidos blancos y deslumbradores). Pero esta afirmación básica de la fe cristiana, los apóstoles consiguen unirla con OTRA. Y es que ESTE CAMINO de JC hacia la plenitud de vida, PASA POR LA LUCHA, por el sufrimiento, por la persecución, por el aparente fracaso. En unas palabras: que JC llegará a la gloria de la RESURRECCIÓN PERO PASANDO POR LA LUCHA DE LA PASIÓN Y MUERTE. -Nuestro camino de cada día Esta experiencia de fe de los apóstoles, la Iglesia quisiera que LA VIVIÉRAMOS TAMBIÉN NOSOTROS especialmente en este tiempo de Cuaresma, caminando hacia la Pascua. Que no nos contentemos con una fe superficial, con una fe sin contenido, sin camino. Que también nosotros SEPAMOS UNIR la creencia en que Dios está activo en nosotros para llevarnos hacia la plenitud de vida, con la afirmación de la necesidad de la lucha, con el reconocimiento de la fuerza liberadora del esfuerzo cotidiano. Descubrir esta realidad más profunda de nuestra fe, de nuestra vida, es una gracia de Dios, una gracia de "TRANSFIGURACIÓN". No para evadirnos del camino de cada día sino, por el contrario, para vivirlo plenamente. Pidámoslo en la eucaristía de hoy.

J. GOMIS 3. La seguridad de la fe no está en el creyente, sino en aquel en quien hemos puesto nuestra confianza, en Dios. Por eso su palabra nos llega puntualmente, cada semana, para levantarnos el ánimo y sacarnos de la duda que nos acosa o del desánimo que nos agarrota. El evangelio que hemos escuchado, el episodio de la transfiguración del Señor es hoy para nosotros, como lo fue en aquel tiempo para los apóstoles, una llamada a la esperanza, a la confianza en el Señor. Los evangelistas sitúan el episodio de la transfiguración en el camino que hace Jesús, desde Galilea a Jerusalén para que se cumpla lo dicho por los profetas, la voluntad de Dios. Porque Jesús se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Y Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas, es el sitio elegido para la crucifixión.

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Jesús lo sabe y está preparado. Por eso vino al mundo... Pero los discípulos no. Y el camino es más cuesta arriba para el discípulo que para el Maestro. ¿Cómo consolidar la fe incipiente de aquellos pescadores? ¿Cómo inspirar confianza a sus seguidores? ¿Cómo sostener la perseverancia de los cristianos, la nuestra, hoy? Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, subió a lo alto del monte y se transfiguró en su presencia. Allí les fue dado entrever lo que aún está por ver y creemos. La experiencia perduró viva en el recuerdo de sus discípulos y sigue viva hoy entre nosotros, que hemos escuchado el testimonio de los testigos de excepción. FE/ABRAHAN: También la fe de Abrahán tuvo que enfrentarse con la subida al monte Moria. El autor sagrado advierte que se trataba de probar la fe de Abrahán, no de ofrecer un sacrificio humano, pues el Señor detesta los sacrificios humanos. Pero la prueba se perfila en este caso límite. Tenía que sacrificar su único descendiente para alcanzar la prometida descendencia sin límite. Tenía que renunciar a todo lo que había deseado, a todo lo que tenía y esperaba, para alcanzar todo lo que se le prometía. Tenía que renunciar a sí mismo para confiar radicalmente en Dios. Creer es, en última instancia, creer contra toda esperanza, más allá de toda racionalidad, más allá de la prudencia humana. Creer es abandonarse sin condiciones en los brazos amorosos del Padre: "Padre, si es posible...". Pero a veces no es posible. Abrahán no hizo cuestión del mandato divino, creyó y se dispuso a obedecer. El resto fue la respuesta de Dios a la fe de Abrahán, poniendo a salvo la vida del hijo y la esperanza del padre en la promesa. Tampoco Jesús dudó en secundar la voluntad de Dios, sin alardear de su categoría divina y ofreciéndose a los que le crucificaron. La respuesta de Dios no se hizo esperar en la resurrección, volviéndole a la vida y devolviendo a sus seguidores la posibilidad de la fe y la esperanza contra toda esperanza. Y es que la fe, que a veces mueve montañas. otras parece estrellarse contra el muro de lo irremediable. No es fácil creer ni ser creyente. El riesgo de la fe hemos de arrastrarlo hasta el límite de la muerte, porque sólo entonces, tras la muerte, brilla la luz de la resurrección. -"Este es mi hijo, escuchadle". Esto es lo principal que tenemos que escuchar y aprender nosotros: la confianza sin límites en la promesa de Dios, para que nuestra esperanza supere todas nuestras razonables expectativas humanas y sea esperanza de verdad, fundada sólidamente no en los cálculos de los hombres, sino en la palabra de Dios. Sólo así sentiremos cómo todas nuestras posibilidades se crecen y disparan en alas del poder de Dios, que resucitó a Jesús de entre los muertos. Así es también como llegaremos a dar crédito a lo que nos dice Pablo en la carta a los Romanos: que Dios está con nosotros, de nuestra parte, de parte del hombre, y no en contra nuestra para infundirnos temor. Si Dios no ha dudado en entregarnos lo más querido, su propio Hijo, ¿cómo va a negarnos cualquier otra cosa que le pidamos? Sólo así, hermanos, con una fe como la de Abrahán, con una confianza sin límite como la de Jesús, con una esperanza por encima de todas nuestras razonables elucubraciones, podremos permanecer en la tarea de ser testigos de Jesús, heraldos de su evangelio en el mundo. Sólo así nuestra caridad podrá hacer frente a todas las instancias del mundo de los hombres, en la lucha por la justicia, por la paz y la solidaridad.

EUCARISTÍA 1988/11

4. SC-HUMANOS.

-¿PUEDE DIOS PEDIR ALGO INHUMANO? Todavía hoy tenemos ejemplos de prácticas religiosas deshumanizantes que piden auténticas aberraciones en nombre de Dios. La prensa se encarga de recordarnos, de cuando en cuando, lo que algunos líderes religiosos de pequeños grupos exigen a sus miembros bajo la pretensión de una voluntad de Dios revelada a ellos para que la transmitan y la hagan cumplir. Todos recordamos el suicidio colectivo de una secta, o la exigencia de prostituirse en otras, o la obligación de recoger dinero para los fondos del líder, que nadie controla, o los frentes de guerra poblados de voluntarios que acuden a la muerte en nombre de un dios a quien defender, animados por las promesas de sus líderes y utilizados como mártires que impulsarán la valentía de otros para seguir su ejemplo. La Historia está llena de testimonios sobre los peligros de un fanatismo religioso que, basándose en la obediencia al mandato o la voluntad de Dios, han ocasionado auténticos desgarros personales y destrozos colectivos. En la antigüedad era frecuente el rito del sacrificio en su doble vertiente de expiación de las culpas e imploración de favores con la muerte de víctimas, normalmente animales, pero que, en ocasiones muy importantes, podía llegar al ofrecimiento de personas humanas como muestra sublime de acatamiento y subordinación a la divinidad. -LA PROFUNDIDAD HUMANA DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA Abraham. El hombre de la fe. El padre de los creyentes. El obediente. ¿El sumiso? Poco o nada sabemos históricamente de él, pero sobre él se ha erigido un tratado de teología narrativa que supone una profunda reflexión sobre las relaciones Dios-hombre y un avance

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enorme en la que entendemos como revelación progresiva de Dios. Movido por su actitud religiosa Abraham rompe con su pasado. Deja su tierra, su familia, su cultura, ¿su religión? Y vive, a partir de entonces, en la provisionalidad del nómada, entendiendo la vida como un camino abierto al futuro donde siempre es posible la esperanza. Para Abraham, Dios es la experiencia humana más profunda. Dios convierte la esterilidad de su matrimonio en fecundidad abundante y el vacío frustrante de su esfuerzo en sentido de vida y de historia. La vida vacía y estéril que no espera nada se convierte, por la fe, en vida nueva y llena que va a dar origen a tantos hombres que, movidos por la fe irán llenando y transformando el mundo. -LA FE COMO ACTITUD CRÍTICA. FE/MADURA Pero además, la fe de Abraham es sorprendente porque rompe sus esquemas religiosos, rompe con la tradición de ofrecer víctimas humanas bajo ningún pretexto, ni siquiera como obediencia a Dios. Desde él entendemos que Dios nunca puede pedir la destrucción de un hombre, desde él sabemos que Dios sólo quiere el bien y la vida de la humanidad. Atrás quedan los sacrificios humanos. Atrás queda, definitivamente, la visión deshumanizante y caprichosa de los dioses que pretenden imponer su voluntad de un modo arbitrario a unos hombres sumisos. Desde Abraham comienza la fe a experimentar la necesidad y la responsabilidad de una madurez y de una actitud crítica para no dejarse engañar por falsas concepciones de Dios que pretenden tenerle atado y anclado a unas formas religiosas y a una cultura que no evolucionan. En Abraham se manifiesta la profundidad humana de una actitud religiosa en permanente búsqueda, que lleva al descubrimiento de la humanidad de Dios. La prueba, la crisis de Abraham, expresa en el tenso silencio de su caminar hasta el monte, le abre a la nueva experiencia del Dios sensible y solidario con su dolor y su esperanza. Desde Abraham podemos y debemos ser críticos con nuestra fe, preguntarnos por la meta a la que conduce y desterrar toda forma religiosa deshumanizadora, porque Dios no pedirá nunca que se mate a nadie para satisfacer su voluntad o aplacar su ira. -EL PROCESO RELIGIOSO DE PABLO. Hasta tal punto entendió Pablo, buen judío, el sentido humanizador del Dios de Abraham que nos dice, asombrado, cómo Dios prefiere ponerse El en nuestro lugar y enviar a la muerte a su Hijo antes que reclamar la muerte de nadie. Pablo, educado en la tradición legalista del judaísmo, había experimentado el pavor del Dios de la ley que exige el cumplimiento estricto de las normas establecidas impuestas como voluntad de Dios e inamovibles por lo mismo y por fidelidad a una tradición mal entendida. También Pablo rompe con sus esquemas religiosos, también él tiene que pasar su crisis, "desmontarse de su caballo" y quedarse completamente a oscuras en un proceso de clarificación de su fe. Pero también él descubre un nuevo sentido de Dios, el Dios de Jesús, que le apasiona y entusiasma por su humanidad hasta llevarle a decir, en un alarde literario doctrinalmente sospechoso pero perfectamente acorde con la primera lectura, que para Dios son más importantes los hombres que su propio Hijo, a quien no perdona, porque por nuestro bien toleró el sufrimiento voluntario de Jesús que ocupa nuestro lugar en todos los tormentos y torturas del mundo, se identifica y sufre con todos los sufrimientos para poner fin a todo el daño que unos a otros nos hacemos los hombres. -¡QUE MARAVILLA DE DIOS! ¿Cómo desconfiar de este Dios y temerle? ¡Cuántas fobias religiosas hemos provocado por no dar a conocer el sentido humano de Dios! ¡A cuántos hemos conducido al rechazo de Dios! Y sin embargo, ¡qué maravilla de Dios el de Jesús!, es como para sentir el mismo entusiasmo de Pedro, Santiago y Juan, pero... cada uno debe tener acceso a la experiencia, no es cuestión de contarla simplemente, en eso tiene razón Marcos cuando pide silencio, lo importante es bajar del monte a la realidad de cada día y allí hacer posible que otros comiencen el proceso de Abraham y se pongan en marcha hacia el encuentro con ese Dios siempre novedoso y cada vez más humano que termina produciendo la admiración de la Transfiguración porque prefiere ofrecerse El a la muerte por los hombres antes que pedir a nadie ningún sufrimiento o sacrificio, bastante nos tocará sufrir y sacrificarnos si somos capaces de aceptar su invitación a trabajar en favor de los hombres.

JOSÉ LUIS ALEGRE-ARAGÜES 5. 1. Jesús sube a Jerusalén, a la ciudad que asesina a los profetas. Sólo hace seis días que anunció su pasión y muerte y que reprendió severamente a Pedro, que trataba de apartarle de su camino. Ahora toma consigo a los tres discípulos que serán testigos más tarde de su agonía en Getsemaní, y sube con ellos a la montaña para

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manifestarles la gloria que esconde en su humanidad. Es un momento solemne. Aparecen con él Elías y Moisés, la ley y los profetas. Pedro toma la palabra y dice: "Maestro, ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Pero no sabe lo que dice. La respuesta del cielo no se hace esperar: Este es mi Hijo amado; escuchadle". El Padre da testimonio de Cristo. Es el Hijo de Dios, el amado, es el Hijo que el Padre entrega a la muerte por amor a los hombres. Es el Hijo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Cristo desciende de la montaña, y con él sus discípulos. No ha sido más que un alto en el camino que sube a Jerusalén. Las palabras de San Pedro son el intento de detener la marcha hacia Jerusalén. Pero no ha llegado aún la hora de complacerse en el triunfo. La Transfiguración del Señor es sólo un anticipo de la Resurrección y un aliento para seguir caminando hasta que todo se haya terminado, hasta que toda la voluntad del Padre se haya realizado en el abandono de la cruz. Jesucristo, el Señor, el Hijo de Dios, conduce a su Iglesia hoy por el mismo camino. Es preciso que nos atengamos siempre a su palabra: "El que quiera venir en pos de Mí, tome su cruz y sígame". 2. La Historia de la Salvación es un diálogo con Dios. No es un idilio, aunque sí es un diálogo de amor. Pero el amor es exigente. Ahí tenéis el caso de Abrahán: es un hombre que ha tenido que renunciar a todo su pasado, a su patria y a su parentela. Un hombre que ahora tiene que renunciar también a su futuro. Es un patriarca para quien la felicidad es el único hijo de sus entrañas. Isaac no es solamente un hijo, es todo el futuro de Abrahan, el heredero de todas las bendiciones y de todas las promesas. Y ahora, el mismo Dios que prometió que Abrahán sería el padre de una gran descendencia, es el que le exige el sacrificio de su único hijo. Abrahán, esperando contra toda esperanza, pone a su hijo en las manos de Dios. Es decir, pone todo su futuro en las manos de Dios. Es una prueba. Abrahán demuestra su fidelidad y se convierte en padre de todos los creyentes. Dios está en él y con su descendencia. Dios y su amigo Abrahán marcharán en adelante juntos. Pasarán los años y los siglos, y el descendiente de Abrahán, el verdadero heredero de las promesas, el hijo de Abrahán y el Hijo de Dios, Jesucristo, subirá a otra montaña y allí entregará su vida. La alianza se realizará plenamente en la sangre de Cristo. Dios entrega todo a los hombres. Pero en ese mismo acto supremo se pone también de manifiesto la radical obediencia de uno de nosotros a Dios: Cristo es también el hijo de Abrahan, uno entre nosotros. 3. El amor de Dios a los hombres sigue siendo para nosotros un compromiso. Dios espera nuestra respuesta. El nos ama, pero no es un paternalista que resuelva todos nuestros problemas sin nosotros. También nosotros tenemos que subir a la montaña, tenemos que seguir el camino de nuestro hermano mayor, Cristo. Es verdad que en nuestra marcha hacia la cruz el Hijo de Dios va delante de nosotros. Es verdad que la fe en el amor de Dios es fuerza, aliento, esperanza y consuelo para el caminante. Hay un "Tabor" también para nosotros en el camino que sube a Jerusalén. Pero sería una vana ilusión convertir ese "Tabor" en una morada permanente, en un refugio, en una evasión de nuestra responsabilidad ante el amor de Dios. Nuestra respuesta insoslayable ha de ser la de Cristo: fidelidad hasta la muerte a la voluntad del Padre, que no es otra que morir por la salvación del mundo. También nosotros somos hijos de Dios por adopción. También nosotros tenemos que demostrar al mundo que Dios ama a todos los hombres y tenemos que amar a Dios en nombre de todo el mundo. 4. La Eucaristía que celebramos se convertiría en una simple ilusión y quizá en un hermoso espectáculo si al celebrar el amor de Dios a los hombres, puesto al descubierto en la desnudez de la cruz, no confesáramos nuestra fe, la fe que han de tener todos los hijos de Abrahán, fe contra toda esperanza, en el Dios vivo. La Eucaristía que celebramos sería un juego de niños si no comprometiéramos nuestras vidas hasta el final para servir al mundo.

EUCARISTÍA 1970/16

6.

El relato se escribió más para animar y orientar la fe de la comunidad que para recordar un hecho pasado. Su esquema literario es el típico de una epifanía o manifestación de Dios, por ello encontramos semejanzas simbólicas con lo ocurrido a Moisés (seis días, lo blanco luminoso, etc.) En la narración, el Jesús habitual se desvanece para tomar otra forma (tal es el primer sentido del giro verbal "se transfiguró"). El desplazamiento geográfico a la cumbre del monte introduce esta idea: los actores han pasado desde la llanura, tierra de los hombres, a la cima de la montaña, universo de Dios. Esta idea divina es subrayada por esa blancura de los vestidos del Señor, cuya característica es precisamente no ser humana: "como no puede dejarlos ningún batanero del mundo". Se trata de un encuentro con Dios, una experiencia de la divinidad. El cuadro es interpretado de dos formas bien distintas: Pedro entiende la situación como punto de llegada, mientras que la voz divina afirma que se trata de un punto de partida. Pedro se dispone

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a servir a los aparecidos ("menos mal que estamos nosotros aquí para hacer tres tiendas") y permanecer así. El mismo evangelista desautoriza la idea: "no sabía lo que decía". La voz, sin embargo, los pone en marcha: ¡Escuchadle! (seguidle, bajad del monte, servid a los hombres). Aquí.., Pedro, como en otros lugares del evangelio, personifica a los discípulos que interpretan con viejos criterios humanos la realidad y la misión de Jesús. Una Iglesia "petrificada" es la que razona como Pedro (Petrus) en esta ocasión. Contra la voluntad del apóstol, la visión termina. Los discípulos podrán descubrir el verdadero significado de Jesús, cuya forma vuelve a ser la de un hombre normal. Comienza el seguimiento con la bajada del monte. Hay veces que bajar requiere más esfuerzo que subir, se hace cuesta arriba la cuesta abajo. Los personajes aparecidos hablaban -dice Lucas- del éxodo de Jesús (de su muerte). Pedro (los discípulos) siempre se ha resistido a aceptar los anuncios de la pasión y la muerte. Es difícil comprender algo tan nuevo como que Dios, al igual que el sábado, es para los hombres. Lo normal era que los hombres muriesen por sus dioses, pero el Dios de Jesús muere por los hombres. Quien lo descubra y lo ame, hará lo mismo. Como él nos amó, es lógico que amemos a los demás, dirá Juan en sus cartas. Una Iglesia que no sirve, no vale para nada. La gran Iglesia, la pequeña comunidad y el fiel concreto deben examinarse a la luz de este pasaje. En general, la imagen que transmitimos no es la de haber bajado del monte después de encontrar al Dios de Jesús. Sin subir al monte, sin encuentro personal con Dios, todo queda en moral y orden. Sin "bajada del monte", es sumamente probable que nos hayamos encontrado con un ídolo egoísta y esclavizante, no con el Dios de Jesús. Cuando los códigos del derecho o las tradiciones disciplinares se anteponen a la necesidad de los hermanos, es obvio que no ha existido la subida. Cuando se huye del mundo, poniendo como excusa a Dios, no se ha iniciado el descenso. Los síntomas están ahí. No son extrañas entre nosotros las frases espiritualoides de vacuidad manifiesta, los intimismos enfermizos, las rutinarias apelaciones a la oración para solucionar cualquier problema práctico, las místicas paranormales, las ascéticas descarnadas, los panegíricos sobre el pasado que siempre fue mejor, las advertencias a huir del peligro, las palabras totalizantes y rotundas (perenne, inmutable, etc.), las recetas morales homogéneas como fórmulas de farmacia, los barroquismos teológicos sustentados por filosofías pasadas. Hablamos de formarnos, pero sin plan ni sistema (así empleamos muchas horas en hacer nada). Los contenidos son siempre sobre temas religiosos, no sobre problemas de nuestra sociedad. ¡Que nos hablen de Dios! Pero, ¿de qué Dios pedimos que nos hablen, cuando somos tan reacios a escuchar a Jesús? ¿De uno que nos llene nuestras carencias afectivas y otras frustraciones como una teleserie tipo "Cristal"? En manifiestos y manifestaciones, la presencia cristiana es escasa (cuando la hay). No hemos bajado del monte. En la práctica, no creemos en la encarnación de Dios. Pretendemos colocar a Dios en las nubes, congelar su imagen viva y hacerlo actuar por lo que nosotros entendemos como cauces reglamentarios de la gracia (ritos, rezos, lugares y personas). Sin embargo, la transfiguración no ocurrió en el monte de la oficial Jerusalén. Formando grupo, vamos a bajar con Jesús a la llanura del mundo, sin olvidar la experiencia que tuvimos en la cumbre.

EUCARISTÍA 1991/09

7. SC-HUMANOS.

La primera lectura invita a meditar sobre el sacrificio de Isaac. Este relato resulta hoy difícil de entender. La mayoría de los lectores, quedándose indefectiblemente en la orden dada por Dios a Abraham y sin poder descubrir que lo importante está en otro sitio, de esa orden deducen la imagen de un Dios bárbaro, absolutamente inaceptable. Bueno será empezar tranquilizando a los oyentes del texto, perturbados cuando no traumatizados. Nunca ha pedido Dios a nadie, cualquiera que éste sea, que mate a su propio hijo para ofrecérselo a él en sacrificio. El hecho de que los hombres, llevados por una generosidad mal entendida y teñida con el colorido de la barbarie de la época, hayan creído necesario ofrendar a sus dioses -a Dios- lo más querido que tenían, y llegar hasta sacrificar a alguno de sus hijos, es una realidad bien atestiguada. En el mundo griego, es conocido el caso de la joven Ifigenia, hija mayor de Jefté; y en los libros del Antiguo Testamento el de algún "hijo primogénito". Pero no es menos cierta la repulsa de Israel hacia este género de proeza religiosa. Ante el desconsiderado acto de Jefté, los narradores se quedan perplejos y los profetas emplean toda la violencia que les inspira la pasión con que condenan la práctica del sacrificio de los primogénitos, práctica que consideran tan bárbara como idolátrica. Si el relato del sacrificio de Isaac ocupa un lugar propio en el Génesis, no se debe a que el autor quisiera señalar la orden dada por Dios a Abraham; esta orden proviene de una forma rápida de hablar, que excusa al autor de hacer unas precisiones que ni desea ni puede proporcionar. El que este relato tenga un lugar en el Génesis, obedece más bien a otros dos motivos. Por una parte, el autor quiso mostrar que su Dios rechaza los sacrificios

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humanos, práctica corriente en el entorno de Israel; por otra, al precio de un esquema menos dificultoso para su espíritu que para el nuestro, quiere hacer meditar sobre la fe de Abraham. La fe de Abraham es ejemplar. Al no negarse a dar muerte a su hijo, y al aceptar la contradicción que la desaparición de su único descendiente constituye para la promesa que Dios le tiene hecha, de una numerosa descendencia, demuestra que cree a Dios suficientemente poderoso y fiel para cumplir su promesa, a pesar de la muerte, por encima de la muerte. Esto es la cumbre de la fe cristiana; es imagen de la confianza de Jesús, obstinadamente seguro de la fidelidad de su Padre, capaz de hacerle vivir, más allá de la muerte y capaz de resucitarle. Es el modelo de la fe evangélica, inclina a confiar en Dios contra todo, contra la propia muerte. El pasaje de la epístola a los Romanos propuesto para segunda lectura (¿por qué no leer hasta el v. 39?), repite algunas palabras de Gn 18: por "temor" de Dios y por "fidelidad" a él, Abraham "no había perdonado a su propio Hijo"; de igual manera, Dios "no perdonó a su propio Hijo", por fidelidad a la promesa de salvación hecha a los hombres, y por fidelidad a su "amor" a ellos. Pero mientras Dios no quiso que Abraham llevara hasta el final su acción, él llegó hasta la consumación de su propio plan. "Lo que Dios no quiso que hiciera Abraham, lo hizo él mismo", dice ·Kierkegaard en un estupendo resumen. No todos los oyentes cristianos están capacitados para contemplar a un Dios que "no perdona a su propio Hijo" y que "le entrega por nosotros". Para algunos, el parecido con el texto de Abraham, mal entendido y considerado bárbaro, hace que esta contemplación resulte más difícil todavía. Para los que no sienten repulsión ante las palabras citadas, el atribuir a Dios tal proceder, aceptado por él en beneficio de los hombres, conduce a desembocar en un misterio inefable que no llega a agotarse con la contemplación aunque sea constantemente renovada. El resto de la reflexión paulina, debería despertar un extraordinario optimismo y una esperanza inquebrantable. El que Dios haya asumido, en favor nuestro un gesto con el que el narrador del sacrificio de Isaac expresa hasta qué punto puede costarle ese gesto al corazón de un padre, constituye la más segura garantía de la importancia que Dios concede a nuestra salvación, y de la solicitud con que se ocupa de ella; tan grande es esta solicitud, que apenas se ve qué cosa podría impedir la realización de esta obra salvífica. En cuanto a Jesús, la víctima de esta misteriosa medida divina, vivo de entonces en adelante e "intercesor nuestro ante el Padre", también él es garante de una obra que costó tan alto precio. En lugar de la epístola a los Romanos, algunos versículos de la epístola a los Hebreos (Hb/11/13-19 ó 17-19 cuando menos) podrían continuar oportunamente el tema de la fe modélica de Abraham que, no obstante la muerte cree en el don divino de la vida; éste es también el tema del evangelio. (...). El texto de la epístola a los Hebreos, sugerido como segunda lectura eventual, ofrece un elemento para la respuesta. Los patriarcas son admirables, escribe el autor, porque a pesar de la muerte creyeron en la vida; creyeron que Dios es capaz de hacer vivir, a pesar de una situación humana absolutamente contraria. Jesús vivió con esta confianza, todavía mejor que lo hicieran los profetas; en esto demostró una adhesión a Dios única, que se refleja en el título, único también, de Hijo de Dios. Correlativamente, un pasaje del libro de la Sabiduría (leído el 25 domingo ordinario de este mismo ciclo), junta el título de "Hijo de Dios" a la idea de una asistencia divina persistentemente mantenida, incluso en la situación más desesperada. La mañana de Pascua demostrará que esta asistencia de Dios a su "Hijo" fue una realidad para Jesús. Esa mañana aparecerá Dios más unido que a ningún otro hombre, a quien más que ninguno se mostró Hijo. ¡Extraño misterio esta revelación evangélica, que supone que la epifanía gloriosa del Hijo ha de producirse en el corazón de la suprema humillación!.

LOUIS MONLOUBOU

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Ellos se preguntaban lo mismo que cualquier cristiano de la calle: tiene uno a veces ráfagas luminosas, recuerdos estupendos de la vida de fe; pero luego aparece la vida con su rutina vulgar y su cruz de cada día: ¿Qué significa eso de resucitar de entre los muertos? Hay una, no sé si llamarla enfermiza o satánica, tendencia del hombre a ver la vida como un amasijo de sufrimientos con los cuales contentar a Dios: a más sufrimientos, más contento de Dios. El propio cristiano podría interpretar mal la Cuaresma. ¿No comenzamos el domingo pasado hablando de ayuno? ¡Ya está Dios gozándose con el sufrimiento humano! Pero no puede ser esto verdad para quien tenga el más mínimo conocimiento de Dios. El ayuno no puede servir al regocijo divino, sino que ha de ser ayuda a la vida, a la transformación, a la transfiguración cristiana del hombre. Por aquí cobran sentido las lecturas de hoy. Abraham, tentado de conformarse -de aburguesarse- con el don inmenso de un hijo recibido como puro regalo de Dios, es llamado a bienes mayores.

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Necesita, por su propio bien y por el del hijo, colocar a Dios como lo primero, por encima de su razón y sus afectos. Y Dios no le decepciona. Caminar hacia la plenitud; caminar sin detenerse, sin aburguesarse, sin instalarse: he aquí el destino del hombre. Y el camino suele Dios salpicarlo de dones de la naturaleza y de la gracia que animan el caminar: un hijo para Abraham, el Tabor para los discípulos. Instalarse ahí, resulta siempre una tentación que pone en riesgo la plenitud anunciada. Un dinero muy legítimamente conseguido; una familia bien avenida; un defecto corregido; incluso una oración o liturgia vividas, se convierten, de don de Dios para ayuda del caminar del hombre, en cómoda butaca para instalarse, para no seguir caminando: -¡Qué bien se está aquí! Pero no es verdad. El destino de Abraham no estaba en tener un hijo, sino en ser padre de multitudes. Y el de los discípulos no era gozar de una fugaz transfiguración, sino verlo definitivamente transfigurado. Aunque en aquel momento ellos no entendieran qué significaba eso de resucitar de entre los muertos. Atento pues el cristiano que vive hoy la Cuaresma. Es necesario que se pregunte: ¿Dónde descansa hoy mi corazón, impidiéndome caminar hacia mayor plenitud? ¿Qué significa, para mí, Isaac? ¿Cuál es mi Tabor? ¿De qué cómoda instalación me niego a salir? No se trata de descubrir pecados horrendos, dineros mal adquiridos, lujurias refinadas o placeres de gula. Isaac y el Tabor son un regalo de Dios para disfrute del hombre. Vivir un matrimonio enamorado es también un don de Dios, como lo es el vencimiento de un pecado que antes esclavizaba, o un buen puesto de trabajo, una seria experiencia religiosa, o una amistad gratificante. Son infinitos los dones de Dios que podemos disfrutar, y que nuestra burguesía puede malograrlos y hacerlos peligrosos si nos pegamos a ellos, descansamos en ellos, y renunciando a toda sorpresa de Dios para el futuro, sentimos deseos de decir: -¡Qué bien se está aquí! Es la burguesía cristiana tan corriente entre nosotros: los instalados, los acomodados, los que están muy bien así y no quieren líos, los que se quejan de una Iglesia en movimiento porque "nos van a quitar la fe", los que se niegan a asumir un puesto de responsabilidad en la sociedad o en la Iglesia, los que se conforman con la parejita de niños... No sólo se cierran al proyecto salvador que Dios tiene para ellos, sino que son escándalo para muchos hambrientos de una fe viva y una esperanza de futuro. Atento pues este tipo de cristiano instalado y aburguesado, porque es seguro que Dios va a hablarle. Ojalá lo escuche. Cuando vea cercana la cruz: un hijo que se le droga, la familia que parecía modélica y entra en crisis, la muerte del ser querido, los negocios que quiebran... No piense en maldiciones de Dios, ni diga tonterías como "¿qué pecados he cometido para que Dios me trate así?". Piense mejor que está invitándole a sacrificar a "su hijo Isaac" porque quiere para él un futuro más pleno. Y cuando vea el terrorismo que desestabiliza su sociedad; o le lleguen imágenes de cárceles hacinadas o hambrientos del tercer mundo... No apague la televisión para que no se le indigeste; o no se ponga a bramar contra estos o aquellos culpables. Entienda mejor que Dios le está llamando a dejar su dulce Tabor, a desinstalarse, porque hay que seguir caminando hacia la resurrección de los muertos. Dios regala dones, anima y consuela. Pero también desinstala. No quiere al hombre instalado en el butacón, sino con billete siempre abierto para un viaje al futuro. El futuro es la plenitud, y el hoy ha de ser siempre precariedad.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI

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Se trata de una prueba a la que es sometida la fe de Abrahán. No se entiende el sentido de esa prueba si se desconoce el marco histórico-religioso de aquella época. En el paganismo primitivo y especialmente en Canaám, se ofrecían sacrificios humanos. Se entendía que la mejor ofrenda que se podía hacer a los dioses eran los hombres, principalmente los primogénitos. El sacrificio de los primogénitos era considerado por los cananeos como acto supremo de culto. Los judíos creían que las tradiciones llegaban de Dios y, por tanto, la costumbre de sacrificar a los niños primogénitos, según la costumbre de los santuarios canaíticos, era algo ordenado por Dios (Ver nota al Lv 18. 21 en la Biblia de Jerusalén). Pero si Dios exige a los hombres que estén dispuestos a dárselo todo, hasta la propia vida, Dios abomina tales sacrificios humanos. La intervención divina en el momento preciso en que Abrahán se dispone a sacrificar a su propio hijo, es la señal de que Dios muestra a Israel su desagrado en las terribles prácticas sacrificiales de los cananeos. -Abrahán, padre de todos los creyentes Lo deja todo a cambio de una promesa... la tierra, la casa, la familia... y emprende un camino Dios sabe adónde, "a la tierra que Dios le mostrará". FE/EXODO. La fe es éxodo, salida, porque es fe en el Dios vivo que marcha delante de nosotros y que es siempre

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más; es fe en el Dios que no cabe en casas ni casillas, en el Dios nómada que nos urge a estar saliendo de todas las metas alcanzadas, hacia lo que Dios nos va a mostrar. El patriarca Abrahán, ya anciano y casado con una anciana, engendra a su hijo único, Isaac, y con este hijo concibe también grandes esperanzas. ¿No le ha dicho Dios que va a ser padre de un pueblo numeroso? Como respuesta a la promesa de Dios la fe de Abrahán es esperanza. Pero la esperanza que Abrahán ha puesto en su hijo querido no es aún la verdadera fe en Dios ni la verdadera esperanza. Porque es esperar al modo humano y en los medios humanos. La fe auténtica es esperanza contra toda esperanza razonable. Por eso Dios le va a pedir que le ofrezca a Isaac. Y cuando Abrahán abandona sus planes y acepta los planes de Dios para que éstos se cumplan como Dios sabe y no como él se había imaginado, entonces es cuando la fe de Abrahán alcanza su cima. La fe es obediencia radical. No es fácil renunciar al pasado, aunque éste no sea más que un recuerdo y una nostalgia del corazón. Más difícil resulta renunciar a lo que se es y a lo que se tiene, aunque tengamos que hacerlo en ocasiones para alcanzar lo que deseamos con toda el alma. Pero nada hay tan difícil como renunciar a los propios planes y proyectos, a una esperanza razonable, a un futuro, porque todo esto es como el hijo querido de nuestras entrañas. Pues bien, creer en Dios supone dejar atrás el pasado que recordamos, el presente que poseemos y el futuro que proyectamos. Es el abandono total en Dios de sí mismo y de todas nuestras cosas. Otra vez voy a citar la definición de la fe que da la Biblia de Jerusalén en la nota a Mt 8. 10: "Es un impulso de confianza y de abandono, por el cual el hombre renuncia a apoyarse en sus pensamientos y en sus fuerzas, para abandonarse a la palabra y al poder de Aquél en quien cree". (CARLOS DE FOUCAULD: Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras...). -Creer como Abrahán significa emprender un camino Dios sabe adónde y Dios sabe cómo. La fe de Abrahán es ejemplar. Al no negarse a dar muerte a su hijo y al aceptar la contradicción que la desaparición de su único descendiente constituye para el cumplimiento de la promesa que Dios le tiene hecha de una numerosa descendencia, demuestra que cree a Dios suficientemente poderoso y fiel para cumplir su promesa a pesar de la muerte, por encima de la muerte. Esta es la cumbre de la fe cristiana; es imagen de la confianza de Jesús, obstinadamente seguro de la fidelidad de su Padre, capaz de hacerle vivir más allá de la muerte y capaz de resucitarle. Es el meollo de la fe evangélica, inclinada a confiar en Dios contra todo, contra la propia muerte.

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Como todos los años, el evangelio del segundo domingo de Cuaresma nos describe la transfiguración del Señor y, como todos los años, está orientado a preparar nuestros espíritus para una comprensión más profunda del misterio pascual. Si el domingo pasado oíamos el relato de las tentaciones -que nos presentaban, en cierto modo, el primer aspecto del misterio pascual: la lucha-, hoy hemos escuchado la narración del segundo aspecto de este mismo misterio: el triunfo. El misterio de la muerte y resurrección de Cristo mantiene de manera indisoluble ambos aspectos. -El dinamismo pascual Hemos escuchado el episodio de la transfiguración tal como nos lo describe san Lucas. Su relato, comparado con los de los otros dos evangelistas sinópticos -Mateo y Marcos- contiene unos elementos propios que todavía destacan más esa orientación pascual de que hablábamos: Lucas nos ha precisado que Jesús subió "a lo alto de una montaña para orar" y que Moisés y Elías "hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén". La transfiguración de Cristo es como un preludio de la Pascua y, como afirma san León-MAGNO, "en la transfiguración se trataba sobre todo de alejar de los corazones de los discípulos el escándalo de la cruz, y de evitar que, una vez revelada la excelencia de su dignidad escondida, la humillación de la pasión voluntaria conturbara la fe de los discípulos". La realidad expresada a través de la descripción del evangelio, llena de imaginación poética y de resonancias literarias del Antiguo Testamento, fue una experiencia de fe tenida por los amigos más íntimos de Jesús. Fue un momento de comunicación profunda, a través del cual tuvieron la impresión de percibir a Jesús en su verdadera identidad. Fue un instante de éxtasis, que les hizo entrever la realidad gloriosa de Jesús, pero que no les mostró todavía toda la profundidad de su misterio. Por ello, terminada la visión, "ellos guardaron silencio, no contaron a nadie nada de lo que habían visto". MP/SIGNIFICADO: Para llegar a entender toda la significación del misterio pascual, fue necesario el contacto vivo con la realidad; fue preciso que, a través de los sufrimientos y de la muerte de Jesús, entendiesen que hay que pasar por la muerte para llegar a la vida, convicción que constituye el meollo del misterio pascual. Mirad qué dice también san León Magno: "Que nadie se avergüence de la cruz de Cristo, gracias a la cual quedó redimido. Que nadie tema tampoco sufrir por la justicia, ni desconfíe del cumplimiento de las promesas, porque por el trabajo se va al descanso, y por la muerte se pasa a la vida".

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-La fuerza transfiguradora de Cristo Es difícil entender qué significa el misterio pascual si nos quedamos en el terreno de las puras ideas abstractas; pero si bajamos al nivel de los hechos ordinarios de cada día, nos daremos cuenta de qué es lo que quiere decir morir a nosotros mismos y vivir de cara a Dios y a los hermanos. Y veremos que todos los instantes de nuestra existencia son transfigurables: todos pueden conducirnos de la lucha a la victoria, del egoísmo al amor, de la muerte a la vida. Todo ello, gracias a la fuerza transfiguradora de Cristo, el cual, como nos ha dicho san Pablo en la segunda lectura de hoy, "transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo". Esa energía transformadora es, en definitiva, la iniciativa de salvación que procede de Dios mismo y que se ha ido manifestando a lo largo de la historia de la salvación. En la primera lectura hemos escuchado un episodio de dicha historia, la que se refiere a la alianza que Dios concluyó con Abrahán. Fijémonos en un aspecto que resulta fuertemente subrayado: en esta alianza, no es el hombre el que, por su esfuerzo, consigue la amistad con Dios, sino que es Dios mismo quien, por su sola iniciativa amorosa, ofrece gratuitamente al hombre la posibilidad de salvación. Por eso -según la descripción algo pintoresca del momento ritual de la alianza- es Dios quien, en forma de una antorcha ardiendo, pasa entre los animales descuartizados. Por eso, el contenido de la alianza no es sino la "promesa" unilateral por parte de Dios de conceder a Abrán una descendencia numerosa y una tierra fértil. Durante la Cuaresma nos preparamos para celebrar la Pascua como la Alianza definitiva que Dios ha hecho con la humanidad a través de Cristo. La Cuaresma no ha de ser tanto un tiempo de esfuerzo por conseguir una perfección basada en nuestras obras, cuando una ocasión de suscitar nuestra fe, confiando únicamente en la promesa de Dios, realizada en la Pascua de Cristo. -La transfiguración eucarística EU/TRAFI: Esta Pascua transfiguradora es la que celebramos ya ahora en nuestra eucaristía. Por ello nuestra acción de gracias queda transfigurada en fruto de salvación, e incluso los elementos materiales del pan y del vino se transforman misteriosamente en la presencia gloriosa del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

JOAN LLOPIS MISA DOMINICAL 1989, 4

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Hoy convendría comenzar recordando lo que nos presentaba el evangelio del pasado domingo: la lucha de JC. E invitar a preguntarse: si a JC, Hijo de Dios, le fue necesaria una lucha contra el mal, contra las tentaciones que le podían desviar de su camino de verdad y amor, ¿cómo nosotros podemos despreocuparnos de descubrir nuestras tentaciones, sin reconocer que hemos de luchar contra el mal que hay en nosotros y en la sociedad? Este domingo, como el anterior, forma parte de la primera etapa -la introducción- de la Cuaresma que adquirirá su tiempo más fuerte en las tres semanas siguientes, ya como preparación inmediata a la renovación pascual. Ello ayuda a entender el sentido de estos dos domingos: si el primero significaba un tomar conciencia de la necesidad de la lucha, de la conversión, el segundo es sobre todo una llamada a la confianza: si Cristo consiguió la victoria, también nosotros la podemos alcanzar (Cristo es nuestra luz y fuerza -porque es Dios-con-nosotros- para conseguirlo). Pero no olvidemos que El consiguió la victoria -la Vida- pasando por la lucha, por la pasión y la muerte. Esta deberá ser el núcleo de la predicación de hoy. PRIMERA LECTURA: Abrahán es el gran modelo del creyente. Por tanto, un buen modelo para nuestro esfuerzo cuaresmal. No lo recordamos por arqueología, sino como un ejemplo vivo para nuestro camino -nuestra aventura- de fe (Cfr./Rm/04/18-25). La aventura de Abrahán, el hombre que supo abandonar para buscar, el hombre que creyó y emprendió camino, el hombre que esperó contra toda esperanza, nos es presentada en este ciclo del leccionario (siempre, en los tres ciclos, le recordamos en este segundo domingo de Cuaresma) en su aspecto ritual, propio de las primeras lecturas del ciclo C. Ello puede servir para unir los dos aspectos: el itinerario del hombre que lo deja todo para buscar a Dios, no es un itinerario que pueda prescindir del "sacramento", es decir, del expresar según la costumbre de cada época el misterio de relación confiada con Dios. Seguramente no deberemos detenernos en la explicación del arcaico ritual usado por Abrahán, pero sí recordar que nuestra fe -como la de Abrahán- necesita expresarse, y que por esta expresión "pasa" Dios. EVANGELIO: (preparado por la segunda lectura): Convendría situarlo en el camino de JC: sube a la montaña para orar y pide la compañía de los tres apóstoles más amigos. Necesita encontrarse con el Padre y necesita la compañía de los amigos porque se halla en un momento difícil: cada vez se encuentra más oposición, los poderosos confabulan, sólo le sigue el pequeño grupo. JC intuye que su camino de lucha por el Reino terminará muy mal. JC ora para no abandonar, para continuar. Por eso, en este momento de fe y esperanza, se revela la fecundidad de lo que pasará en Jerusalén. Lo que parece lucha sin perspectiva de éxito se revela futura victoria de Dios. Esto

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es la transfiguración: no tanto un fenómeno corporal -esto es sólo el signo, el símbolo- sino un evidenciarse el sentido más real, más profundo, luminoso, de su camino. Lo que parecía camino hacia el fracaso se transfigura en lo que realmente es: camino de vida. Lc presente a Moisés y Elías (el liberador y el profeta) con JC. Los primeros cristianos descubrieron en el AT (AT/PEDAGOGO) el sentido del camino de JC (es lo que expresaron en su repetido "según las Escrituras" que hallamos en los escritos del NT). Como en el camino del pueblo de Israel, también en el de JC, también en el de la Iglesia, también en el de cada cristiano, la lucha se transfigura en victoria. Porque Dios está ahí (su gloria es presente en el hombre que cree, ama y espera, en el hombre que lucha por realizar la voluntad del Padre, avanzando hacia el Reino para ahora y para después). La experiencia de JC hemos de hacerla nuestra. Este es el mensaje de este domingo, en el camino de renovación cuaresmal. Hemos de saber descubrir esta presencia transformadora -iluminadora, vivificante- de Dios en nuestra vida. Especialmente en los momentos más difíciles. Que pueden ser los de cada día, el peso del esfuerzo cotidiano. Aunque, a veces, irrumpa -como una gracia de Dios- la luz que los transfigura revelando la amorosa presencia de Dios, en la plegaria, en la eucaristía, en el amor de un hermano, en el esfuerzo colectivo, en... Es preciso, por tanto, saber descubrir a Dios en nuestra vida. En los momentos de desgracia y en los de gracia, porque todos son transfigurables. Nos puede ayudar la oración, la comunión con JC, el abrirnos a la acción del Espíritu en el hombre. Porque en el hombre hay aquella "energía" de la que nos habla san Pablo: la acción de Dios que resucitó a JC y empuja a la humanidad hacia la plenitud (hasta ser plenamente "ciudadanos del cielo"). EUCARISTÍA: La conclusión de la homilía podría ser un recordar que la reunión eucarística es un acto de fe -y de acción de gracias- en esta constante y creciente transfiguración. Aportamos la pobreza de nuestra vida, pero al expresar nuestra comunión con Dios, esta pobreza se transfigura en riqueza. El camino de lucha está preñado -como el de JC- de vida. Esta es nuestra esperanza que nos impulsa a continuar con más fe y más amor. Aunque a menudo, como JC después de la Transfiguración, nos encontremos solos.

J. GOMIS MISA DOMINICAL 1977, 5

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-Nuestros cuerpos transfigurados También el tema del evangelio del 2.° domingo es el mismo que el de los dos primeros Ciclos. Pero ha de leerse teniendo en cuenta la aportación de las otras dos lecturas. Veamos en primer lugar la primera, la que recuerda la fe de Abraham y la Alianza (Gn. 15, 5... 18). Nos encontramos ante una teofanía impresionante en la que el Señor hace una especie de juramento ligado a un signo sacrificial. La primera parte del relato pide a Abraham la fe en las personas del Señor, e inmediatamente después del sacrificio y en recompensa de la fe de Abraham, el Señor concluye su Alianza. El relato es bastante rápido y los versos omitidos en el texto elegido para la liturgia lo hacen más sucinto todavía, un tanto simple incluso: promesa del Señor y fe de Abraham; en conclusión, la realización inmediata de la promesa: la Alianza. El salmo responsorial (Sal. 26) se corresponde bien con esta teofanía: Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro: no rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor. Según esto, el evangelio de la transfiguración propuesto por Lucas hay que leerlo con una perspectiva de obediencia y de confianza absoluta. Leímos ya el relato ofrecido por Mateo (17, 1-9) y el de Marcos (9,-10). En Lucas este relato adquiere un sesgo pascual. Cristo aparece en la gloria y los ángeles participan en esta gloria de Jesús (Lc. 9,31; cfr. 24,4 y Hch. 1,10). Advirtamos en Lucas la presencia de Moisés y Elías como testigos de la Pasión; parecen ayudar a Jesús a afrontar la prueba que les espera en Jerusalén. Cristo habla de su muerte como de una especie de bautismo; el "cáliz" irá unido a esta imagen y lo volveremos a encontrar en la agonía. En el capítulo 24 de Lucas hallamos una tipología del misterio pascual: Entrada de Cristo en este mundo, salida de este mundo, entrada en su gloria, todo ello en conexión con Moisés, del que Jesús es la verdadera realización, atravesando el Mar Rojo para salvar a su pueblo y conducirlo hasta el Reino definitivo del Padre. Cristo es así el Moisés del nuevo Éxodo. Por otra parte, Cristo es el nuevo Elías también, "que ha venido a traer fuego sobre la tierra" (Lc. 12,49). Lo mismo que en los otros relatos, la voz del Padre declara, en la presencia del Espíritu, lo que la persona de Jesús representa: El Hijo amado. Más arriba hemos tenido ocasión de desarrollar todo el significado que hay que dar a estas palabras. Lo que le vale a Jesús ser transfigurado en la gloria es, pues, su obediencia confiada y absoluta a la voluntad del Padre para el cumplimiento de ese "paso" de la muerte a la vida en el que arrastrará a todo su pueblo, conduciéndolo por el camino de la salvación para la gloria.

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En la 2ª lectura, San Pablo (Flp. 3, 17-4, 1) explica cómo todos nosotros, los bautizados, participaremos en esta gloria de la transfiguración. Se invita con insistencia a los cristianos a que sigan el modelo, que es el Apóstol, y a no dejarse llevar a cosas terrenas. Ya son ciudadanos del cielo; no es ya cuestión, por lo tanto, para un cristiano de poner su gloria en lo que constituye su vergüenza y tomar la tierra como objetivo de su vida. El cristiano se halla, pues, situado frente a una elección que no puede eludir. Tiene que elegir y tiene que elegir siempre. Ciudadano ya del cielo, vive todavía en esa forma de esclavo asumida por Cristo, que se humilló hasta la muerte (Flp. 2 6-11). Pero el día de la venida del Señor será también para el cristiano fiel el momento de ser transfigurado en la gloria lo mismo que Cristo glorioso. Esta es la lección de este 2º domingo de Cuaresma para movernos a la conversión: cambiar de vida, elegir y seguir al Apóstol; en definitiva, seguir a Cristo a través de su camino pascual para resucitar con él en la transfiguración y la gloria.

ADRIEN NOCENT 13. ALIANZA/ABRAHAN En esta introducción a la liturgia dominical quisiera proponer solamente una breve reflexión sobre la primera lectura del domingo: Gn 15,5-12.17-18, un texto que, en un primer momento, nos resulta francamente extraño. Se advierte en seguida la gran distancia de tiempo que le separa de nosotros; los exegetas afirman que estas palabras recogen una tradición muy antigua, vinculada a imágenes arcaicas, y esta lejanía temporal hace que nos sorprenda todavía más el hecho de que en las profundidades del texto se dibuje el misterio del Señor crucificado. El acontecimiento que este pasaje nos transmite pertenece al centro de la historia de la salvación. Se nos relata la celebración del pacto entre Dios y Abraham. Aquí se inicia, pues, aquella alianza, aquel testamento, que continuará con Moisés y que hallará su figura definitiva en Cristo. La conclusión de este pacto se realiza en la forma usual entre pueblos que no conocían aún la escritura; observamos, además, que el tipo de contrato que aquí se celebra es el que con mayor seguridad garantizaba la fidelidad y la firmeza. Se divide en dos mitades un animal, y el contratante pasa por entre los pedazos esparcidos. Este rito era un juramento arriesgado, porque venía a expresar una obligación última e irrevocable, una especie de maldición sobre aquel que rompiera el pacto, de suerte que la vida y la felicidad de las partes quedaban vinculadas a la palabra dada. El gesto significa: la suerte de este animal dividido en dos mitades será mi suerte si no guardare mi palabra; a semejanza de este animal, sea yo también despedazado si fuera infiel. Con esta actitud, el hombre se declara dispuesto a entregar la vida por su palabra; une su vida a su palabra, la cual se convierte así en su destino, en un valor más elevado que la vida puramente biológica. Obrando de este modo, Abraham cree, confía su vida a la palabra de este contrato; entrega su vida, de forma irrevocable, a la palabra de la alianza. La palabra se hace el espacio de su vida. Con esta disponibilidad a dar su vida por la palabra, el Patriarca inicia la confesión de los mártires, reconoce la majestad intangible de la palabra, de la verdad. Vale la pena sufrir por la fe. Vale la pena comprometer la vida y la muerte por la causa de la fe. Creer significa: introducir la propia vida en el espacio de la palabra de Dios; vincular nuestra vida y nuestra suerte a esta palabra; estar dispuestos a sacrificar nuestro prestigio, a renunciar a nosotros mismos y a nuestro tiempo por la palabra de Dios. Con la afirmación de esta verdad hemos interpretado únicamente la parte más accesible del texto; tenemos que afrontar ahora un aspecto más oscuro y también más importante. Leemos en el texto que, cuando el sol estaba ya para ponerse, cayó un sopor sobre Abraham; la palabra que aquí se utiliza para expresar «sopor» es la misma que hallamos empleada en la historia de la creación, cuando Dios creó a la mujer de una costilla de Adán, mientras éste dormía. Este vocablo, tardema, sirve para indicar un sueño fuera de lo ordinario, un hacerse sordo a las cosas de nuestro entorno cotidiano; un sumergirse, a través de los diferentes planos del ser, hasta aquel fondo en el que el hombre entra en contacto con su origen y toca el centro último de la realidad: Dios. En estas profundidades, Abraham ve algo sorprendente y excitante: una especie de horno y de fuego llameante pasa por entre las dos mitades de las víctimas. Horno y fuego representan el misterio invisible de Dios. El horno y el fuego son realidades a la vez domeñadas y peligrosas. De este modo se expresa el misterio inefable de Dios, que es, al tiempo, orden, disciplina y potencia suprema. La representación de Dios, su presencia misteriosa, pasa por entre los trozos dispersos de los animales. Esto significa que también Dios ejecuta el rito del juramento; también El vincula su vida y su felicidad a esta alianza; también Él se declara dispuesto a entregar su vida por esta alianza; también El compromete su vida para cimentar una fidelidad irrevocable a la alianza. Así a primera vista, y desde una perspectiva filosófica, este hecho parece simplemente absurdo; ¿cómo podría Dios sufrir, morir, vincular su suerte a la alianza con los hombres, con Abraham? La respuesta es la cabeza ensangrentada, coronada de espinas, del Señor crucificado. El Hijo de Dios se ha hecho hijo de Abraham y ha cargado sobre sí la maldición del juramento roto por los hijos de Abraham. De esta suerte se realiza lo impensable, lo imposible de imaginar: el hombre es tan importante para Dios, que es digno de su pasión. Dios ofrece el precio de su fidelidad en el Hijo

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encarnado, que hace donación de su vida. Acepta ser dividido en partes, ser llevado a la muerte como aquellos animales, cuando el cuerpo del Hijo es arrancado de las manos del Padre y entregado a la muerte en el último acto de la pasión del Viernes Santo. Dios se toma al hombre en serio; Él mismo ha querido vincularse a su alianza, hasta el punto de que en la Sagrada Eucaristía, fruto de la cruz, pone su vida en nuestras manos, día tras día. En la visión de Abraham, cuando tiene lugar el primer inicio de la alianza con el pueblo elegido, se levanta ya la primera estación del viacrucis. Esta es, bajo el velo del misterio, una primera visión de la pasión del Señor, del Dios crucificado; el misterio de la fe se expresa aquí en imágenes que surgen de la lejanía del mundo pagano. La enigmática visión de Abraham se hace realidad manifiesta para nosotros en el signo de la cruz. Con esta imagen, Dios llama hoy a la puerta de nuestro corazón; el texto del Antiguo Testamento no expresa más que la voz de Dios en el Evangelio: «Este es mi hijo elegido, escuchadle» (Lc 9,35). D/FIDELIDAD: La fidelidad de Dios, esa fidelidad que llega hasta la muerte, ha de suscitar nuestra fidelidad. La palabra de Dios es más importante que nuestra propia vida. Y esta primacía de la palabra de Dios no se afirma únicamente en el martirio cruento. El anuncio de un Dios que vincula su vida a la alianza con nosotros es un anuncio que se orienta a la vida cotidiana: el camino de la fidelidad se realiza en las cosas pequeñas, en la paciencia de la fe vivida día a día. Mirando la sangre de Cristo, nos convertimos cada vez más profundamente a su amor (véase 1 Clem. 7,4).

JOSEPH RATZINGER 14. 1. La fe, camino en la oscuridad El domingo pasado hemos penetrado en el desierto, tiempo de búsqueda sincera de Dios. Hoy Dios intentará revelársenos, descubrir su rostro; o mejor dicho, mostrarnos el modo a través del cual lo podremos encontrar. Como Abraham, también nosotros gemimos por nuestra esterilidad. Pasan los días y los años, y no recogemos los frutos. Al contrario, nos duele descubrir la rutina, el hacer siempre las mismas cosas, el envejecer inexorablemente, mientras los sueños de la juventud se esfuman unos tras otros. ¡La angustia de la esterilidad...! La misma que siente la Iglesia y también esta pequeña comunidad, la del sacerdote, la de la religiosa. Cuántos proyectos y esfuerzos por una Iglesia dinámica, emprendedora, abierta al mundo, en diálogo con el hombre moderno, atenta a la juventud. Cuántas ilusiones con un Concilio Vaticano II, con la renovación, con tantas reuniones y encuentros... Y, sin embargo, tenemos la sensación de que la Iglesia no crece, de que la comunidad envejece, los jóvenes se rebelan, el hombre moderno transita por otros carriles, el diálogo fracasa. ¿Y nosotros? ¿Qué herencia dejaremos a un mundo que se construye casi al margen de nuestra existencia pequeña y humilde? Y, sin embargo, este Abraham sin hijos, esta comunidad cansada, este hombre descreído... es invitado por Dios a una aventura nueva e increíble. «El Dios que te sacó de Ur» nos llama. El que saca la luz de nuestro mismo interior, el que no da sosiego a nuestra pereza, el que no tolera que hagamos una tienda cómoda en el desierto o en lo alto de la montaña. Así comienza Dios su diálogo con nosotros. Sacándonos de la tienda y sumergiéndonos en la más tremenda oscuridad. Es el modo que tiene Dios de revelarse, modo contra el cual nos rebelamos porque, como Abraham, tenemos pánico a la oscuridad. El Dios que nos urgió a internarnos en el desierto, el que nos pide la total confianza en su palabra, ese mismo ahora nos abandona en el miedo, en el sopor, en la soledad, mientras los buitres revolotean por el aire. Con lujo de detalles, la primera y la tercera lectura de hoy expresan la situación del hombre caminante que se siente ante un Dios desconcertante y enigmático. Allí está Abraham, estupefacto, contemplando los trozos de los animales que servirían para días de alimento, y que ahora parecen destinados a las aves rapaces. Y mientras a espantaba a los buitres, «un sueño profundo lo invadió, y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El sol se puso y vino la oscuridad...». Nadie duda acerca del significado de esos buitres amenazadores... Es la sombra de la muerte, que se proyecta sobre nuestro miedo, mientras el sol el sol de la vida se va ocultando lentamente. Similar descripción nos brinda Lucas: de noche, en la soledad de una montaña, tres hombres luchan contra el sueño, mientras hacen esfuerzos por comprender a ese Jesús envuelto en una nube. Entonces Pedro habla "sin saber lo que decía" y «se asustaron al entrar en la nube»... Existen pocas descripciones tan patéticas del proceso de la fe, esa luz que se abre paso entre las densas tinieblas de la existencia humana. Tratemos de ahondar en su significado y en todo lo que lleva implícito. Característica de la fe infantil e inmadura es pensar que por creer en Dios se nos da una clarividencia simple y total de las cosas, como si de pronto se terminaran los problemas y las preguntas, y como si el cristiano tuviese

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acceso a una especie de fichero universal en el que las respuestas se hallan perfectamente codificadas y al servicio de los creyentes. Mas la experiencia se encarga de deshacer esa ilusión. La fe no es una linterna mágica ni la Biblia un libro de agorería. También los cristianos, al igual que Abraham espantando a los buitres, parecemos hacer el ridículo cuando nos enfrentamos con los graves problemas que nos invaden todos los días. Por momentos nos parece que todo está resuelto, mas en seguida caemos en la cuenta de que no estamos de acuerdo ni en las cuestiones más esenciales. Abrimos, por ejemplo, una página de la Biblia o leemos la parábola que calificamos de «muy sencilla», y a los pocos minutos estamos discutiendo sobre si su sentido es éste o el otro... Afirmamos rotundamente creer en el más allá, y lo que es peor aún, tememos a la muerte como si no creyéramos más que en esta y única vida. Se pensaría que al menos en cuestiones fundamentales reina el mayor acuerdo, pero es mejor no preguntar sobre qué puede significar para cada cristiano que Jesús es Hijo de Dios o el Mesías, que el Espíritu Santo es Dios o que el Padre todo lo ha creado. ¡Claro!, se dirá, ésas son cuestiones un poco abstractas; cojamos alguna concreta, por ejemplo la Iglesia o los sacramentos... ¿También allí reinará la oscuridad?... Y siguen desfilando las cuestiones que creíamos tan bien resueltas y pensadas, y vamos tomando conciencia de que el enigma de la vida sigue siendo enigma y de que la fe no está para paliar nuestra pereza de búsqueda. Alguno podría suponer que al menos el Papa o los obispos ven claro y son capaces de asumir decisiones sin incertidumbres y sin posibilidad de tropiezos. ¡Vana ilusión! Nunca como hoy los vemos dudar, discutir, dar dos pasos adelante y uno atrás, preguntándose al igual que todos acerca del sentido de esas verdades que parecían tan simples y de Perogrullo. Es la experiencia de los sacerdotes que, después de dos mil años de reflexiones, aún se siguen preguntando por el sentido y la forma concreta de su ministerio. Experiencia de millares de religiosos y religiosas que buscan a tientas un lugar en el mundo y un testimonio específico en nombre del Evangelio. Es, en fin, la experiencia de cada hombre, de cada uno de nosotros, que nos seguimos preguntando por el sentido de la vida, por el significado del dolor y de la muerte, por la forma de convivencia entre los pueblos y entre los miembros que se dicen hermanos de un mismo pueblo. Mas... ¿hace falta que sigamos esta lista de cuestiones y de dudas cuando el mismo Evangelio nos presenta la experiencia de fe de Jesucristo, también ella como una búsqueda en la oscuridad? Lo vemos noches enteras en oración, discutiendo con los apóstoles acerca del sentido de su mesianismo, angustiado en el monte de los olivos y lanzando antes de morir aquel fuerte grito mientras exclamaba: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Al pie de la cruz estaba María, el prototipo del creyente, la misma que lentamente tuvo que descubrir la verdadera identidad de su hijo, la que no comprendió su respuesta cuando lo encontró en el templo conversando con los doctores, la que en algún momento intentó separar a Jesús de la multitud que lo apretujaba... Esta María que ahora estaba muda y angustiada al pie de su hijo moribundo. A los cristianos nos cuesta aceptar esta situación. Nos molesta la duda y la incertidumbre después de un período histórico en que nos ufanamos de tener la exacta y verdadera respuesta para todos los problemas del hombre. Y ahora... seguimos discutiendo por el catecismo de los niños y por el sentido y la eficacia de la oración... Nos duele que sea así... y, sin embargo, en buena hora que hayamos descubierto que a Dios no lo podemos encerrar en un puño ni meterlo en el bolsillo. Como Abraham y como los tres apóstoles en la montaña, reconozcamos nuestra limitación y enterremos para siempre la vana pretensión de encasillar a la Vida dentro de nuestros esquemas... Abramos los ojos, porque Dios no está encerrado en los manuales de teología o en los catecismos, ni Jesucristo se reduce al esquema de algunas preguntas con otras tantas respuestas... Nuestro cristianismo necesita madurar, y esto sólo será posible cuando aprendamos a vivir en la humildad del hombre que sabe que busca, pero que no se ufana jamás de haber resuelto el enigma de la Vida. Es esta humildad la que nos permite dialogar, escuchar el punto de vista del otro, dejar a un lado el fanatismo y Ias discusiones estériles, motivadas más por el afán de mantener un prestigio que por intentar descubrir la verdad. 2. La fe, camino de transformación Lo nuevo y maravilloso de la fe cristiana no está seguramente en reconocer lo oscuro del camino. Tal oscuridad no es más que la experiencia básica de todo hombre, de cualquier época y país. Lo "increíble de la fe" radica en que precisamente en esa oscuridad, en esa soledad y en ese miedo... Dios nos invita a caminar para transformar nuestra condición humana. Fue cuando Abraham caía en el sopor y el pánico que el Señor se le reveló como una antorcha luminosa, y a él, el viejo y estéril patriarca, a él mismo le dijo: «A tus descendientes daré esta tierra...» Creer más allá de la propia debilidad... He ahí la aventura a la que se nos llama. Comprometernos con esta real y concreta Iglesia, la de los pecados y los escándalos. Trabajar por este país, con sus defectos y sus limitaciones. Creer en la energía divina que obra sutilmente en la historia de los hombres, como bien lo expresa la epístola de hoy: «Nosotros aguardamos un Salvador... que

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transformará nuestra condición humilde... con esa energía que posee...» Ya sabemos que no es una energía milagrosa que obra al margen de nuestro esfuerzo, sino dentro de ese esfuerzo. Precisamente allí radicaba el problema de los apóstoles. Esperaban un mesías que en un abrir y cerrar de ojos instauraría en el mundo el reino de Dios, después de destruir a sus enemigos. No entienden, entonces, a este Jesús que «hablaba de su muerte con Moisés y Elías». Querían una salvación fulgurante, rápida, inmediata... y Jesús ofrece un proceso lento, sacrificado, lleno de contradicciones, mediante una Iglesia que pareció quedar abandonada a su suerte tras la muerte del Maestro. Su ilusión era grande. Con qué euforia exclamó Pedro mientras soñaba con un mesías calcado a su imagen y semejanza: «Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres chozas...» Y bien comenta Lucas: «No sabía lo que decía.» Lucas, en efecto, en una página que bien sintetiza la experiencia de fe de los apóstoles, a través de un relato lleno de símbolos y alusiones, nos describe la paradoja de la fe cristiana; más aún, la resistencia que la Iglesia opone a aceptar un Cristo silencioso y sufriente, tan alejado de las vanas utopías de los hombres. Lucas, que escribe este relato muchos años después de la muerte de Jesús, cuando ya se creía en su resurrección y en su presencia en la comunidad, nos recuerda que todo el Antiguo Testamento, representado en la escena por Moisés y Elías, había anunciado al Siervo de Yavé, quien debería atravesar la oscuridad de la muerte para encontrar la luz de la vida. Y es a ese Cristo muerto y resucitado, incomprendido por los apóstoles, «el Hijo, el escogido», a quien se debe escuchar. Fácil es descubrir la intención del evangelista que llama la atención a toda la Iglesia para que no se encandile mientras confiesa a Jesús el Salvador. Cristo pudo transformar su humilde condición de hombre a través del paso duro y sangriento que lo llevó al Calvario. Y no hay otro camino posible. No lo hubo para Jesús. No lo hay para nosotros. Así, pues, los creyentes estamos llamados a transformar nuestra condición humana, asumiendo esta historia con todos sus riesgos y limitaciones. La fe no nos aligera el paso, no allana las dificultades, no resuelve por arte de magia las dudas. Y, sin embargo, es capaz de creer en la renovación del hombre y de la sociedad por la fuerza de este evangelio... que a veces parece demasiado simple y un tanto superado. No podemos tampoco -como tantas veces se ha hecho- remitir toda la salvación al «más allá», pues esto es volver a la misma utopía que ya hemos señalado, y sobre todo, porque esto es, al fin y a la postre, no aceptar al Cristo de la cruz. Concluyendo... ¿Cómo se nos revela Dios? ¿Cómo se nos muestra Jesucristo? Y la Palabra de Dios de este domingo, en una página casi patética, nos responde: en la oscuridad de la vida misma. Los cristianos no somos unos «privilegiados» a los que se les ha hecho más fácil y llevadera la vida. En todo caso, nuestro singular privilegio consiste en asumir toda la condición humana como la asumió Cristo, hasta la muerte y muerte de cruz. Creer es morir todos los días: morir a la vanidad, al orgullo, a la prepotencia. Y creer que por este camino la nueva vida de Dios se hace carne en nosotros. La resurrección -o como hoy dice Pablo, la transformación de nuestra humilde condición- es este quehacer lento, dificultoso, silencioso, incomprendido, con su cuota diaria de cansancio, de sueño, de miedo. Creer es sentirnos como Pedro, Juan y Santiago, casi atontados frente a ese «misterio» ante el cual, quizá lo más sabio sea «guardar silencio» y esperar... O dejar transcurrir la noche, como Abraham, hasta que alguna llamarada de luz y de fuego nos dé fuerzas para continuar la marcha hacia esa tierra siempre prometida y deseada, pero también siempre proyectada un poco más allá de nuestros fáciles cálculos.

SANTOS BENETTI

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¿DONDE ESCUCHAR LA BUENA NOTICIA? Este es mi Hijo, el escogido. Escuchadlo Nos habíamos llegado a creer que el progreso científico y el desarrollo de la técnica iban a ofrecernos por fin la felicidad y el sosiego que anda buscando siempre nuestro corazón. Hoy nos vemos obligados a abrir los ojos y reconocer que el progreso técnico ha sido fuente de bienestar y de elevación humana, pero que ha generado también dolorosas esclavitudes. Las soluciones que hemos encontrado hasta ahora son «respuestas incompletas a las aspiraciones humanas». Poco a poco, se va extendiendo entre nosotros la oscura sensación de que el hombre no es capaz de salvarse radical y totalmente a sí mismo. Tenemos medios de vida pero no sabemos exactamente para qué vivir. Nos lanzamos al disfrute intenso de la vida, pero nos sentimos cada vez más insatisfechos. Deseamos y necesitamos paz pero presentimos que la misma supervivencia del hombre está gravemente amenazada por el militarismo, el terrorismo y las modernas armas nucleares.

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Los jóvenes han buscado, por su parte, en la «liberación sexual» una nueva plenitud. Pero muchos de ellos se debaten hoy entre el aburrimiento de la vida, la tentación de la droga y el fantasma del paro. El hombre de hoy inseguro e insatisfecho comienza a buscar algo nuevo. Las nuevas generaciones viven decepcionadas pero expectantes. Están cayendo innumerables sueños y esperanzas, pero la humanidad busca «el resurgir de la esperanza». ¿Dónde escuchar la Buena Noticia que estamos necesitando oír? El relato evangélico nos recuerda aquella voz que conmovió a los discípulos y que debería resonar también hoy en el corazón de esta profunda crisis que vive la humanidad: «este es mi Hijo amado. Escuchadlo». Pero, ¿dónde escuchar hoy la Buena Noticia de Jesús? ¿Dónde comprobar la energía salvadora y humanizadora que encierra el proyecto de vida impulsado por Cristo? ¿Dónde encontrarse con la fuerza liberadora del evangelio? Los Obispos nos hacen una llamada urgente en su carta pastoral. Sólo unas iglesias que se esfuerzan por ser coherentes con las exigencias del evangelio podrán tener la credibilidad suficiente como para ofrecer a Cristo como «la clave, el centro y el fin de la historia humana». Sólo unos hombres que sepan vivir como «hombres nuevos», liberados de tantas «esclavitudes modernas», con un estilo de vida sencillo, solidario y servicial, animados por una profunda alegría interior, incansables en su fe en el Padre, pueden hacer creíble hoy el evangelio de Jesucristo.

JOSE ANTONIO PAGOLA

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El hombre contemporáneo se está quedando poco a poco sin silencio. El ruido se va apoderando de los ambientes y los hogares, de las mentes y los corazones, impidiendo a las personas vivir en paz y armonía. Sería una ingenuidad pensar que el ruido sólo está fuera de nosotros, en el estrépito de la motocicleta que pasa o el alboroto del piso vecino. El ruido está dentro de cada uno, en esa agitación y confusión que reina en nuestro interior o en esa prisa y ansiedad que nos destruye desde dentro. Incluso podemos decir que crispaciones y problemas externos que atormentan a muchos son, con frecuencia, una proyección de problemas y desequilibrios que no han sido resueltos en el silencio del corazón. Por eso, el silencio no se recupera solamente insonorizando las habitaciones del hogar o retirándose al campo durante el fin de semana. Es necesario, sobre todo, aprender a entrar en uno mismo y crear ese clima de recogimiento personal indispensable para reconstruir nuestro interior. La persona cogida por el ruido y la agitación corre el riesgo de no conocerse a sí misma sino de manera superficial. Por eso, tal vez, lo primero es encontrarnos con nosotros mismos. Conocer mejor a ese personaje extraño que se agita a lo largo del día y que soy «yo» mismo. Esto sólo es posible cuando uno se atreve a poner en orden esa confusión interior, haciéndose las preguntas fundamentales de todo ser humano: «¿Qué busco yo en la vida? ¿Por qué me afano? ¿Qué amo? ¿Dónde pongo yo mi felicidad?» Preguntas que se nos pueden hacer insoportables pues fácilmente despiertan en nosotros sensaciones diversas de fracaso, mediocridad, pecado o desesperanza. Entonces el silencio se hace oscuro y tenebroso. Da miedo entrar en uno mismo y penetrar en el fondo de la existencia. Así se encuentran aquellos discípulos a los que Jesús ha alejado del ruido y la agitación, para conducirlos a lo alto de una montaña a orar. Se asustan al entrar en la nube que comienza a cubrirlos. Su temor sólo desaparece cuando, desde el interior de la nube, escuchan una voz que les dice: «Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle.» El creyente nunca está solo en su silencio. Alguien lo acompaña y sostiene desde dentro. Siempre puede escuchar esa voz de Jesucristo que comprende nuestras equivocaciones, perdona nuestro pecado y despierta de nuevo en nosotros la esperanza.

JOSE ANTONIO PAGOLA

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«¡Escuchadlo!» Es notable la gran insistencia del evangelio de Lucas en la oración de Jesús, que aparece asociada a los momentos trascendentales de su vida. En el bautismo de Jesús se dice que «mientras oraba se abrió el cielo»; en la elección de los doce apóstoles, Jesús pasó la noche en oración. La oración de Jesús tenía tal fuerza de irradiación que induce a sus discípulos a pedir al maestro: «Enséñanos a orar». Cuando Pedro confiesa a Jesús como el mesías, Lucas introduce este pasaje diciendo: «Una vez que estaba orando en presencia de sus discípulos». Y la misma insistencia en la oración se repite en el evangelio de hoy: Jesús se lleva a los tres discípulos predilectos «a lo alto de la montaña para orar». Y añade: «Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió». En el seguimiento del evangelio de Lucas, que nos acompaña a lo largo de este año, estamos situados en un momento muy importante de la construcción teológica del tercer evangelista. Hasta ahora ha ido presentando al

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maestro de Nazaret, su mensaje, sus milagros, su entrega a los hombres. Han ido surgiendo las primeras tensiones, pero Jesús sigue siendo el maestro buscado y aclamado por el pueblo al que acaba de dar de comer en un descampado. Sin embargo, el horizonte de la pasión comienza ya a aparecer. Inmediatamente después de que Pedro le haya confesado como mesías, Jesús va a comenzar a hablar por vez primera de su pasión y, pocos días después, el relato del evangelio dice que Jesús, «entre la admiración general por lo que hacía», vuelve a hablar por segunda vez de su pasión. Y pocas líneas después Lucas dirá que «Jesús decidió irrevocablemente ir a Jerusalén»: esta subida a Jerusalén va a ser un recurso literario y teológico del que se sirve el tercer evangelista para presentar diez capítulos de su evangelio como un camino o subida a Jerusalén, en la que entrará el domingo de Ramos. En este contexto, entre la confesión de Pedro y el segundo anuncio de la pasión, acontece la transfiguración del Señor. Tiene lugar en un monte, el Tabor, que es un promontorio de no fácil ascenso sobre la llanura galilea de Jezrael -los peregrinos a Tierra Santa suben hoy a él en unos limoussines, guiados por unos chóferes que toman con bastante velocidad sus cerradas curvas-. El pasaje de la transfiguración está cargado de símbolos que hacen referencia al Antiguo Testamento. Tiene rasgos que recuerdan a las teofanías o manifestaciones de Yavé, como por ejemplo la que ha recogido la liturgia en la primera lectura de hoy; hay elementos que relacionan la transfiguración con la manifestación de Yavé a Moisés en el monte Sinaí, en el episodio de la entrega de las tablas de la ley. Hay además dos rasgos llamativos en el relato de Lucas: Jesús aparece hablando con Moisés y Elías -símbolo de la ley y los profetas, la quintaesencia del Antiguo Testamento-, con los que dialoga sobre su pasión, sobre su «éxodo» -una palabra muy rara en el Nuevo Testamento-. El segundo rasgo es la presencia de los tres discípulos predilectos, Pedro, Juan y Santiago, que «se caían de sueño». Los mismos tres discípulos que, «dormidos por la pena», serán testigos de la oración de Jesús en Getsemaní -otra vez su oración-, cuando comience la pasión del Señor. Estos rasgos nos ayudan a entender este pasaje nada fácil de interpretar. La clave para su comprensión está en el doble anuncio de la pasión y en la decisión irrevocable de Jesús -es notable esta expresión del evangelio- de ir a Jerusalén. Jesús sabe que el mesías tenía que manifestarse en Jerusalén, en la ciudad cuyo templo constituía el lugar privilegiado de la presencia de Dios. Es consciente de que su mensaje le va llevar a la muerte y de que los líderes religiosos de Israel van a rechazar su mensaje sobre Dios. Como dice J. R. Busto, no van a aceptar y condenarán a muerte como blasfemo a ese idealista «a quien no se le ocurre otra cosa mejor que proclamar que a Dios hay que adorarle en espíritu y en verdad, que no tiene que haber distinciones entre judíos y gentiles, entre hombres y mujeres, entre gente rica y gente pobre, entre sanos y no sanos, porque Dios quiere a todos con amor infinito». Jesús es consciente de que estaba demoliendo el orden religioso establecido y tradicional y que ello le iba a llevar a la muerte. Pero Jesús acepta la misión que Dios le ha confiado y «decide irrevocablemente ir a Jerusalén». El episodio de la transfiguración tiene también resonancias del bautismo de Jesús. Aquel día en que Jesús vivenció y asumió la misión recibida de su Padre. Dice el evangelio que «mientras oraba, se abrió el cielo, y se oyó una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto"». En la transfiguración, «mientras oraba, salió de la nube una voz que decía: "Este es mi Hijo, el elegido. Escuchadlo"». El paralelismo entre ambos relatos es muy fuerte, pero es muy significativa una diferencia: la voz del cielo añade en el relato del Tabor algo que no se oyó sobre el río Jordán: «Escuchadlo». Aquellos discípulos que fueron testigos de la gloria de Jesús en el Tabor, los que comienzan a sentirse desconcertados por el sombrío horizonte de la pasión, deben escuchar a su Señor. Él es más que Moisés y Elías; es la culminación de lo que sucedió en el monte Sinaí. El que ha sido glorificado en el Tabor es el que también un día será glorificado -así lo dirá Juan- sobre otro monte, el del Calvario. Es a ese Jesús, que camina hacia su pasión, al que hay que escuchar. ¿Qué puede significar hoy este mensaje para nuestra vida cristiana? 1) ¿Aceptamos el mensaje de Jesús? Como pregunta J. R. Busto: ¿somos tan distintos de ese Caifás que sancionó la condena a muerte de Jesús? ¿No consideraríamos hoy también a Jesús como un ingenuo idealista que viene a subvertir el orden religioso establecido y tradicional? ¿Sacamos las consecuencias de esa igualdad que para Jesús existe entre todos los hombres, ya que a todos Dios los ama con amor infinito? Porque quizá, en la teoría que no nos compromete, afirmamos que no hay diferencias entre las distintas razas, el varón y la mujer, los sanos y los enfermos, los ricos y los pobres..., pero, ¿nos comprometemos para que esas diferencias no existan en la práctica, ya que todos los hombres son hijos de Dios, que los ama con un amor infinito? 2) ORA/VALOR: ¿Cómo valoro la importancia de la oración en mi vida? Jesús decía un día a sus discípulos que hay demonios que sólo pueden expulsarse con la oración. ¿No tenemos que reconocer que mucho de esto nos acontece en nuestra vida? Porque los demonios que tentaron a Jesús el domingo pasado -los del tener, los del

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poder, los de la búsqueda del éxito fácil y sin esfuerzo- siguen tentando al hombre de la ciudad de hoy. Un autor afirma: «Cada vez me asalta más la sospecha de que la crisis de oración todavía no ha tocado fondo. De un año al otro, de un mes al siguiente, la situación se degrada más. ¿De cuántos amigos te consta que oran todos los días, o algunas veces a la semana o al mes? ¿Rezan los jóvenes? ¿Lo hacen los matrimonios? ¿Crees que rezan los sacerdotes?». Y se preguntaba si no era esta la razón de que «nos amamos poco entre nosotros, nadie percibe unos mínimos de tolerancia y respeto al otro y cada día se ve a menos cristianos con una identidad definida». 3) Finalmente, una última reflexión: la transfiguración es un anticipo de la resurrección de Jesús y también de la nuestra propia. Es una llamada a la esperanza ante el dolor que es inseparable compañero de nuestra vida. Como decía san Pablo: «Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo». Desde el monte Tabor podemos decir que el final de todo no es el monte Calvario, el dolor, la pasión, la muerte... Desde el monte Tabor, que nos habla de la pasión y la resurrección de Cristo, se abre nuestra fe que nos hace mirar con esperanza al cielo estrellado, como lo miraba Abrahán.

JAVIER GAFO

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-Subamos a la montaña con Jesús El domingo pasado nos encontrábamos en el desierto con Jesús, compartíamos sus tentaciones. Ojalá que a lo largo de la semana nos hayan acompañado las respuestas de Jesús: no vivamos sólo de pan, adoremos únicamente a Dios, no tentemos al Señor. Hoy del desierto árido y reseco subimos a la montaña llena de fresco verdor, es el evangelio llamado de la transfiguración. Otro gran marco natural para situar la experiencia espiritual, los momentos más ricos de calidad que podemos experimentar en nuestra vida humana, los momentos sublimes y maravillosos que querríamos detener en nuestra vida y construir en ellos las tres tiendas, como dice el apóstol Pedro. En la alta montaña, Jesús eleva también su espíritu en la oración, y resplandece transfigurado por la luz y la gloria, circundado por Moisés y Elías, los grandes expertos en el trato con Dios en la montaña. Nosotros, los compañeros y compañeras de Jesús desde nuestro bautismo, como aquel día lo eran Pedro, Juan y Santiago, cuando participamos en las celebraciones de la comunidad cristiana somos despertados de nuestras inconsciencias para entrar en la gloria de Jesús y para disfrutar con admiración y agradecimiento del don de la vida, y del gran tesoro del amor, de la fe y de la esperanza que impulsan nuestra existencia hacia las cumbres de la alegría y la felicidad. Con Pedro, también nos sale del corazón en estos momentos de calidad: "Maestro, qué bien se está aquí". -Momentos de calidad en nuestra vida ¿No es cierto que tenemos y hemos tenido momentos de calidad en nuestra vida? Son aquellos momentos que, cuando pensamos en ellos, nos aparecen como configuradores de nuestra existencia. Son aquellos momentos que han definido y consolidado nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor. Acciones y situaciones decisivas que nos han transformado. Hechos que permanecen en nosotros como una fuente de alegría y de bondad en nuestra conciencia y que aún hoy nos iluminan. Conviene que ahora los recordemos y los asociemos muy estrechamente a este evangelio de la transfiguración de Jesús. Por ejemplo, momentos interiores de aclaración y autoestima en nuestra adolescencia y juventud, y en otras etapas de la vida; procesos dolorosos para restañar nuestras heridas por la muerte de algún ser querido, algún problema de salud, de trabajo, de convivencia; momentos de satisfacción por el amor que recibimos de los demás, momentos y situaciones que hacen referencia al amor matrimonial, a la maternidad y paternidad, a la familia; la sinceridad en el descubrimiento de nuestro pecado, en los sentimientos de conversión y perdón; la celebración de los sacramentos y la participación en la comunidad cristiana; opciones que hemos tomado para actuar rectamente, para ser justos y generosos, para actuar con sentido social y de respeto a los demás, para colaborar en asociaciones y entidades en favor de la humanidad y el bien de nuestro pueblo y de los demás, etc. (se pueden hacer unos breves momentos de silencio) ¿Sabemos saborear estas transfiguraciones de nuestra vida? ¿Sabemos vivirlas con el corazón henchido y dar gracias a Dios y a los demás? Hacerlo es muy bueno para nuestra salud de cristianos. Y así ahuyentamos y contrarrestamos la tendencia a la mediocridad, a lo convencional, a las apariencias y a las corrupciones que nos asaltan siempre. -Necesidad de la transfiguración permanente en nuestra vida Necesitamos aplicar a menudo estos ejercicios de transfiguración en nuestra vida, porque siempre se nos hace difícil llegar a vivir la fe de Jesús de manera adecuada. Cada uno entendemos la fe según un nivel espiritual más bien bajo, la rebajamos y la degradamos a

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nuestra manera egoísta. Nos resistimos a elevarnos a la verdadera altura de la fe de Jesús y dejarnos transfigurar por ella. ¡Nuestra fe es tan ambigua!, ¡son tan dudosas y débiles las actitudes que suscita en nosotros! -¡en todos los bautizados, fieles y jerarquía, todos!-. No porque lo sea el contenido de la fe, sino porque lo somos nosotros, las personas que acogemos la fe. Poseerla verbalmente puede ser sólo una caricatura. Debemos disponernos a recibir con constancia un impulso de transfiguración, que nos vaya cambiando y elevando. La capacidad receptiva y acogedora que como personas humanas tenemos, es más enriquecedora que la capacidad dominadora y manipuladora. Para eso sepamos salir de nosotros mismos, de nuestra autosuficiencia cerrada, subamos a la montaña y dispongámonos a recibir y dejarnos transformar por la luz de las alturas, por Dios y por los demás. Venzamos el miedo que también tenían Pedro, Juan y Santiago, de dejarse cubrir por la nube y de penetrar en su interior. Así escucharemos la invitación que desde la nube nos hace una voz: "Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle". Dejándonos guiar por esta invitación, nuestras perspectivas y nuestras experiencias de la vida irán transformándose paulatinamente.

JOSEP HORTET

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Dios lo pone casi todo. Dios promete y qué promesas. Saca al hombre como sacó a Abrahan de sus limitaciones y le hace contemplar espacios infinitos cuajados de estrellas. "Dios entra en la definición del hombre como rompedor de límites y fronteras" (R. Garaudy). El viejo Abrahan, siempre insatisfecho, escuchó palabras redondas que superaban con creces sus deseos, superaban, incluso, sus sueños. "Cuenta las estrella, si puedes. Así será tu descendencia". "Te daré en posesión esta tierra". Para reírse. Para temblar. Jesús nos dará también en posesión esta tierra del Tabor, esa tierra en la que se está a gusto con Dios. Dios no sólo promete sino que se compromete con el hombre. Dios se compromete con su sangre. La sangre del cordero "sangre de la Alianza nueva y eterna". Es una Alianza de sangre. Es un pacto de muerte: "hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén". ....... Para algunos, ser ciudadano del cielo es estar en las nubes; es "pasar" de las cosas de la tierra, es ser un angelista, un espiritualista, desarraigado del momento y de las circunstancias en que vive, sin compromisos concretos, sin preocupaciones por las cosas y las personas. No creo que este tipo de cristiano lo tuviera en la mente san Pablo, sino todo lo contrario. Cuando san Pablo recomendaba que deberían ser ciudadanos del cielo estaba pensando en unos hombres de cuerpo entero que proyectan su vida desde los valores de Dios, que no rehúyen ninguna responsabilidad. En la Cuaresma acompañamos a Jesús que sube a Jerusalén. Pero el sentido de la Cuaresma es la Pascua de Resurrección, el sentido del camino que sube a Jerusalén no es la muerte sino la vida. Para que no nos olvidemos nunca de ello nos detenemos en la montaña y nos embobamos en la gloria del Señor resucitado, y para que este sentido se realice en nuestra vida descenderemos al valle, en el que se nos ocultará el rostro radiante de Jesús, pero seguiremos adelante con fidelidad hasta que todo se cumpla.

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1. "Hablaban de su muerte». Esta lectura del relato de la transfiguración según Lucas es la única que nos dice algo sobre el contenido de la conversación del Señor transfigurado con Moisés y Elías: hablaban de la muerte de Jesús; por tanto del acontecimiento capital de la redención del mundo. En función de esto hay que interpretar toda la escena. Jesús se muestra transfigurado ante sus discípulos, porque ya les había anunciado su muerte. La voz del Padre que viene del cielo, y designa al Hijo como el escogido, alude también a su acto redentor en la cruz. Y cuando al final los discípulos ven de nuevo a Jesús solo, saben cuánta plenitud de misterio se oculta en su simple figura, pues todo esto: su relación con toda la Antigua Alianza, su relación permanente con el Padre y el Espíritu, que en forma de nube ha cubierto también con su sombra a los discípulos, representantes de la futura Iglesia, se encuentra incluido en él. Su transfiguración no es una anticipación de la resurrección -en la que su cuerpo será transformado de cara a Dios-, sino, por el contrario, la presencia del Dios trinitario y de toda la historia de la salvación en su cuerpo predestinado a la cruz. En este cuerpo de Jesús queda definitivamente sellada la alianza entre Dios y la humanidad. 2. « Un terror intenso y obscuro cayó sobre él». En el monte de la transfiguración los discípulos primero se caen de sueño y después tienen miedo. Es eso lo que sucede cuando Dios se acerca tanto al hombre. La primera lectura se remonta a la primera conclusión de la alianza, que se realiza en una primitiva ceremonia entre Dios y el patriarca Abrahán. La promesa del Señor se

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había producido anteriormente, al igual que en el evangelio la predicción de la cruz había precedido a la transfiguración. La confirmación de esta promesa de Dios se produce en una ceremonia arcaica (atestiguada también en otros pueblos), pero lo esencial aquí es el sueño profundo que invade a Abrahán y el terror (intenso y oscuro), signos ambos de lo numinoso del acontecimiento, el cual, al igual que la transfiguración de Señor, remite esencialmente al cumplimiento de la promesa de Dios: la donación de la tierra y la amplitud del reino. Estos dos acontecimientos no están cerrados en sí mismos, sino que remiten al pasado y al futuro. 3. «Somos ciudadanos del cielo». La segunda lectura pone toda la existencia humana en esta provisionalidad, que ahora, como la transfiguración, remite al futuro. El que está instalado en lo carnal es un «enemigo de la cruz de Cristo». Pero el que sigue a Cristo, lo aguarda del cielo, del que el cristiano es ya ciudadano por adelantado. Y el cielo no es un lugar sin mundo, sino el lugar donde nuestra «condición humilde» se transformará «según el modelo de su condición gloriosa», y donde el mundo del Creador recibirá su forma última y definitiva como mundo del Redentor. Aquí nosotros estamos definitivamente integrados en la alianza corporal entre Dios y la creación en Jesucristo, que encarna en sí mismo esta alianza entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra.

HANS URS von BALTHASAR

21. «AMADA EN EL AMADO TRANSFORMADA»

El hombre se debate, a lo largo de su vida, en su constante anhelo de transformación. El niño quiere ser joven, el joven quiere llegar a mandar. El alevín de ciclista sueña en ser campeón del mundo. El solista del colegio se ve siendo un divo de la Opera. Y todos quisiéramos irnos transformando en aquella figura que admiramos. El evangelio de hoy nos cuenta cómo Pedro, Santiago y Juan vivieron y participaron en aquella «transfiguración» de Jesús. No cabe duda que el suceso les impactó, ya que Pedro, en nombre de ellos, quiso perpetuar la escena: «¡Qué bien estamos aquí! ¡Hagamos tres tiendas!» Pero, más que hacer elucubraciones sobre el hecho, yo quiero subrayar un detalle: «mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió...».. Eso es: «Mientras oraba». En nuestro siglo pragmático, eficacista y dinámico, ¿qué aprecio se hace de la oración? El hombre que corre de aquí para allá de la mañana a la noche, en una rueda de activismo imparable, ¿qué piensa de eso que llamamos «orar»? Es más, quienes nos podemos considerar profesionales, o casi, de la evangelización, a la hora de la verdad, ¿qué lugar asignamos a la oración dentro de nuestro variopinto y apretado organigrama de reuniones, charlas, conferencias y anteproyectos de proyectos? El hombre que se recoge en reflexión -mirando hacia dentro- está en el buen camino. Está poniendo las premisas del clásico y provechoso método del «ver, juzgar y actuar». La ascética y la mística cristiana nos han llevado siempre a ese terreno, conscientes de que un «verse a sí mismo», en la presencia de Dios y ante el modelo inigualable de Jesús, desembocará necesariamente en un «juzgar» saludable. En efecto, la palabra de Dios, filtrándose lentamente en mi interior, nos iluminará, nos interpelará y nos ayudará a «juzgar». Y ese «juzgar», a su vez, de no ser muy inconscientes e inconsecuentes, nos llevará a «actuar». El examen de conciencia, suele llevar al dolor de corazón. Y el dolor de corazón al «propósito de la enmienda». No estaba hecha «a tontas y a locas», aquella distribución de las horas del día que solíamos tener en nuestros seminarios y centros de formación. Por la mañana, a primera hora, «meditación». Al mediodía «examen particular de conciencia», sobre una virtud a conseguir o un defecto a extirpar. «Lectura espiritual», a media tarde, de libros sesudos y ascéticos: «La vida interior», «El alma de todo apostolado», «Ejercicios de perfección y virtudes cristianas»... Y, por la noche, antes de dormir, examen general de conciencia. No eran simples modos de cubrir huecos en un horario y en una época poco propicia a la variedad. Eran convencimiento profundo de la necesidad de tener «encuentros» con Dios y con uno mismo, a través de la reflexión. ¿Para qué? Para ir escalando en la transformación personal de nuestro personal Tabor. Imitación y seguimiento, en una palabra, de ese Jesús que, «mientras oraba, se transfiguró». En épocas posteriores hemos descubierto, por supuesto, la riqueza inmensa de la liturgia como «fuente de espiritualidad». La vivencia de los sacramentos es beber del más claro manantial transformante, sin duda. Pero la oración, como constante ejercicio de búsqueda de Dios, puede llevarnos, como quería Teresa de Jesús, en su Castillo Interior, a escalar las «más altas moradas». O a «transformarnos en El», como cantaba Juan de la Cruz en su Noche oscura: «Amada en el Amado transformada».

ELVIRA-1. Págs. 207 s.

22. MIEDO A LA CRUZ

Jesús necesita que sus discípulos crean en él. Jesús les da signos suficientes para que se fíen de él, pero hay algo por lo que éstos no pasan: la cruz. La cruz es demasiado. Después de un anuncio muy serio sobre su muerte, dice el evangelio que Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan a lo alto de un monte y allí se transfiguró ante ellos

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dejándoles ver su gloria. Entre el miedo y el asombro, Pedro pide quedarse allí; la visión les gusta, pero les asusta volver a la realidad.

Hay que decir una vez más que la cruz de Jesús no la decide su Padre. La cruz la deciden sus enemigos. Jesús puede evitar la cruz, pero eso supone renunciar a revelar a los hombres el amor de Dios. Dios revela su amor allí donde los hombres revelan su odio. En este mundo, y ya para siempre, la verdadera vida es la que arranca de las cruces de los buenos. Dios no es el que pone este precio de la cruz al amor, sino que Dios es el primero que paga en la cruz el amor que salva. Pablo nos habla hoy de los enemigos de la cruz. Los primeros fueron los discípulos de Jesús y detrás de ellos todos nosotros y en todas partes: en la calle, en el hogar, en el templo; en el corazón de cada hombre y en el miedo de cada santo. Sabemos muy bien donde está la verdad y la mentira, la luz y la oscuridad; pero nos horroriza el paso siguiente, el próximo crucificado. Para pecar contra la cruz de Cristo no hace falta hacer algo malo, basta con estarse quieto aunque sea rezando. Jesús explica a los suyos allá arriba que la luz procede de la cruz, que toda salvación pasa por un amor inevitablemente crucificado. No son las cruces injustas las que dan luz y salvación, sino los injustamente crucificados a causa de su obediencia y de su amor al bien y a la verdad. Hay crucifixiones heroicas, como la de Cristo y las hay menudas que explican, actualizan y perpetúan la de Cristo. Los que entienden de cruces saben que lo malo no está en el trance final, cuando te clavan; ahí ya se encargan de todo los verdugos: lo malo es cuanto tú tienes que ser tu propio verdugo en tu corazón para que no se dé la vuelta, para que no mire atrás y se te quede en la oscuridad. El gozo que parece impulsar a los que se acercan al calvario es verdadero; lo peor ya lo pasaron en el huerto cuando, pudiendo huir, dijeron: "hágase tu voluntad".

(aime CEIDE

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Frase evangélica: «Éste es mi Hijo, el escogido: escuchadlo» Tema de predicación: LA GLORIA DE DIOS 1. Según el Antiguo Testamento, la «gloria» es el peso de un ser y su renombre, su esplendor y su belleza. Fundamentalmente, es un atributo de Dios que refleja su poder y esplendor. La gloria humana no siempre es reflejo de la gloria de Dios. Dios manifiesta su gloria de dos modos: con sus maravillas y con sus epifanías. «Gloria» es, pues, sinónimo de salud, de salvación, de resurrección. 2. Todo el ministerio de Jesús es un camino hacia la gloria, que apareció por vez primera en la Navidad y que volvió a mostrarse en la Transfiguración, acaecida entre dos anuncios de la Pasión, cuando sus discípulos lo reconocen como Mesías. Los testigos de la transfiguración de Jesús son los mismos que los de su agonía. Los sinópticos sitúan la escena de la transfiguración de Jesús después de las tentaciones. Tras el desierto, la montaña; tras el oscurecimiento, la gloria; tras la soledad, la compañía; tras la noche oscura, la visión mística. La transfiguración de Jesús es, sencillamente, la manifestación de su gloria en el ministerio público. Es la contrapartida del desierto. 3. Transfigurarse es transformar gloriosamente la figura deformada. El Cristo desfigurado de la Pasión se llena de la gloria de la resurrección. Para manifestar este mensaje hay que entender «lo alto de una montaña» como lugar de retiro y de oración; los «vestidos blancos», como transformación personal; «Moisés y Elías», como las Escrituras proclamadas en comunidad; las «chozas», como signo de la presencia de Dios; la «nube», como la oscuridad de la vida; y la «voz», como la palabra de Dios. 4. En nuestra vida cristiana podemos entrever cuatro momentos, de acuerdo con la escena de la Transfiguración: la subida a la montaña (decisión a tomar), la manifestación de Dios (encuentro personal), la misión confiada (vocación aceptada) y el retorno a la tierra (misión en el mundo). REFLEXIÓN CRISTIANA: ¿Tenemos experiencia de retiro y de oración? ¿Cómo relacionamos nuestra vocación cristiana con nuestra presencia en el mundo?

CASIANO FLORISTAN

24. Sobre la primera lectura: DIOS SUFRE POR NOSOTROS

La lectura del segundo domingo de cuaresma pertenece a los fragmentos de tradición más antiguos de la Biblia; en sus elementos fundamentales, podría remontarse a la época antes de la toma de posesión de la tierra santa por los hebreos. El lenguaje figurado, lleno de misterio, opera de una manera casi pagana sobre nosotros y, a primera vista, puede parecer un tanto extraño que la iglesia nos presente unas afirmaciones tan raras en la

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lectura del domingo. Pero el que se fije con mayor profundidad en estas palabras, puede observar cuán adecuadamente se ajusta lo dicho con el tema fundamental de la cuaresma, a saber, el misterio de Cristo crucificado. En primer lugar, el hecho referido es bastante importante: se trata de la estipulación de la alianza, al principio de aquel «testamento» divino que luego se prolonga en Moisés y que encuentra su nueva y definitiva figura en Cristo. Esta alianza se realiza de la manera que correspondía a los usos jurídicos de entonces y que representaba la más alta forma de sellar un contrato: se dividían unos animales y el contratante pasaba por medio de los trozos separados. Esto representaba una maldición sobre sí mismo en el caso de la ruptura del contrato, la asociación de la propia vida a la palabra dada. El gesto quería decir: así como les ha ocurrido a estos animales, me suceda también a mí, si quebranto esta alianza, en ese caso, yo también, como estos animales, debo ser partido en pedazos. El hombre asocia su vida a su fidelidad. Juega a la carta de la palabra que vale para él más que la vida. Así se describe, en la fe de Abrahán, la forma fundamental de la fe de los mártires: la fe merece la pena que yo sufra por ella; la fe merece que se viva y se muera por ella. Sin embargo, este es un aspecto y ciertamente el más fácil de comprender de nuestro texto. Luego se dice que Abrahán cayó en un profundo sueño; para ese sueño, se utiliza la misma palabra que se emplea cuando se habla del sueño de Adán, cuando se narra la creación de la mujer. Tal sueño significa el hacerse sordo para el mundo que nos rodea; y, al mismo tiempo, un hundirse a través de todas las capas del ser hacia aquella profundidad en la que el hombre se pone en contacto con su origen y con el fundamento de todas las cosas. En esta misteriosa profundidad, Abrahán ve algo curioso y excitante: apareció una hornilla humeante y un fuego llameante que pasó por entre las mitades de las víctimas. Estos son símbolos de Dios: en lo controlado y a la vez peligroso de la hornilla y del fuego se halla representado, como en clave, el Dios al que no se puede captar en ninguna imagen. Esto significa: también Dios realiza el rito del juramento, la asociación de su destino a esa alianza. También él está dispuesto a darse a sí mismo en favor de esa alianza y a comprometerse en su fidelidad con vida y muerte. Pero, a primera vista, esto debía parecer algo monstruoso y absurdo: ¿cómo iba a padecer Dios y cómo debía morir y cómo podía asociar su destino, con palabras de asentimiento, a un hombre? Ahora bien, la cabeza llena de sangre y de heridas del Cristo crucificado es la respuesta a esta pregunta. En él se verificó esta realidad inimaginable: el hombre es digno del sufrimiento de Dios. Dios hace que su fidelidad le cueste su Hijo, y su propia vida. Él se deja despedazar como aquellos animales, él incluso se convierte en el cordero del sacrificio, cuyo cuerpo es despedazado en la pasión el día de viernes santo y entregado en manos de la muerte. Dios no juega con nosotros; él asoció su destino a su fidelidad y, de esta manera, a nosotros. En la visión de Abrahán, se estableció asimismo la primera estación del vía-crucis en el cuerpo de la historia. Ella debe en este día llegar a nuestro corazón: ¿no es efectivamente un venturoso mensaje que Dios dependa de esa manera de su creatura, del hombre, de nosotros, de mí mismo? ¿Puede ser para nosotros una amenaza o un peligro cualquier poder del mundo si él nos ama de esa manera? ¿Pero no debe ser esto a la vez un revulsivo a nuestra indiferencia, a nuestro tibio cristianismo, que exige de nosotros una auténtica conversión?

JOSEPH RATZINGER

25.

Este domingo no debe ser un duplicado de la fiesta de la Transfiguración del Señor (celebrada el día 6 de agosto). La predicación, los cantos, las moniciones, etc., no pueden olvidar el contexto cuaresmal y se tiene que insertar aquí la narración evangélica de Lucas, especialmente en conexión con el pasado domingo. La liturgia considera las tentaciones de Jesús en el desierto y la transfiguración en lo alto de la montaña como dos momentos particularmente interesantes para la catequesis cuaresmal. Relacionados con los momentos culminantes de la historia de la salvación, es decir, con la pasión y la resurrección del Señor, el episodio de las tentaciones viene a ser como una prefiguración de la pasión, de cuyos sufrimientos Jesús salió vencedor, mientras que la transfiguración es un preludio de la Pascua, de la gloria de Cristo resucitado. Los dos episodios, por tanto, son temas importantes para la preparación de los fieles en vista a la celebración de la próxima Semana Santa. - FE Y OSCURIDAD Abraham es presentando -bien lo sabemos- como el padre de los creyentes. La primera lectura de hoy nos narra la alianza que Dios hace con él proclamándole un anuncio y una promesa. El primero: "Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes. Así será tu descendencia" y la segunda: "A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río Éufrates". Efectivamente, de la descendencia de Abraham nacerá Jesucristo, quien, como auténtico judío, hablará de él como un padre de su pueblo. Abraham era importante en la imaginación religiosa de los judíos, los cuales creían que las almas buenas de los difuntos eran llevadas a descansar a su regazo. Aun así, ya Juan Bautista, y después

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el mismo Jesús, advertirán que no basta ser o llamarse hijo de Abraham para ser justificado ante Dios, sino que es necesario ser como él, y, en primer lugar hace falta tener lo que caracterizó a Abraham: su fe. La liturgia cuaresmal nos propone reflexionar sobre nuestra fe, una fe en unas grandes promesas, una fe que algunas veces pasa por unas noches de verdadera oscuridad e incluso de terror -como nos narra la lectura de hoy-, pero una fe a la que no le faltan motivos de credibilidad y que procede de la luz de la gracia. - CIELO Y CUERPO San Pablo pone en guardia a los cristianos de Filipos frente a aquellos que son contrarios a la cruz de Cristo ya que todo lo que aprecian -aun bajo la capa de una vida religiosa- son valores terrenales. En este punto, el apóstol anuncia el rasgo más genuino de la persona cristiana: "Somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador... que transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo". Por tanto, la salvación de Cristo es realmente cósmica -todo el universo- por lo que no sólo nuestra alma es objeto de la salvación, sino también nuestro pobre cuerpo. Este tiempo cuaresmal es un momento propicio para tomar conciencia en la fe de nuestro cuerpo y de su destino, así como de su papel en la vida espiritual, que no pude descuidar la corporalidad. Si nos dejamos aleccionar por la liturgia aprenderemos que también nuestra carne reza y glorifica al Señor. En la carta apostólica Oriéntale Lumen del papa Juan Pablo II leemos estas bellísimas palabras: "El cristianismo no rechaza la materia, la corporalidad, que queda valorizada en la acción litúrgica, donde el cuerpo humano muestra su íntima naturaleza de templo del Espíritu y se une al Señor Jesús, también él hecho carne para la salvación del mundo... La liturgia revela que el cuerpo, a través del misterio de la Cruz, se encuentra en camino hacia la transfiguración, la pneumatización: sobre el Tabor, Cristo lo ha mostrado resplandeciente, tal como el Padre quiere que vuelva a ser" (n. 11).

J. GONZÁLEZ PADRÓS

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- Reconocer a Dios como Señor de todo y de todos Decíamos el pasado domingo que profesar la fe significa reconocer a Dios como Señor de todo y de todos. Ahora acabamos de escuchar unas lecturas que nos transmiten la experiencia de fe de diversos testigos que reconocen a Dios: Abrán reconoce a Dios como interlocutor comprometido con una alianza que le hará padre de un gran pueblo; los tres apóstoles que suben con Jesús al monte reconocen en aquel que camina a su lado al Señor de la gloria; san Pablo, en la segunda lectura, expresa la fe en que el Señor glorioso, por su muerte y resurrección, también transformará nuestro cuerpo. - Dios como interlocutor La experiencia de Abrán es importante para nosotros porque necesitamos referencias como pueblo creyente. Necesitamos raíces. Y Abrán es nuestro padre en la fe: "Abrán creyó en el Señor", y por eso el Señor lo hizo justo. Este pasaje de hoy de la historia de Abrán nos aporta, en concreto, que el patriarca reconoce a Dios como el que es buen interlocutor y con el que se puede pactar. Alguien que es fiel a la alianza. Este es el sentido del rito que nos narra el libro del Génesis. Reconocer a Dios como Señor pasa, por tanto, por el trato personal, confiando en su palabra. Podemos preguntarnos si de verdad nuestra fe en Dios pasa por el diálogo con él, escuchando y leyendo su Palabra, hablando con él en la oración, fiándonos de la promesa que hizo a su pueblo. - Jesús, el hombre compañero de camino, es el elegido por el Padre, es el Señor glorioso El testimonio de los apóstoles es este: en la persona de Jesús han experimentado la gloria de Dios. Debía resuItar difícil interpretar y transmitir la experiencia de la transfiguración. Tuvieron que vivir todo el proceso, hasta la experiencia de la Pascua, para poder hablar: "por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto". Por eso nos podemos sentir reflejados en ellos. También nosotros estamos en el camino y vivimos de la fe, no de haberlo visto todo claro. Y en el camino seguimos a Jesús, hombre de fe, en quien Dios se ha manifestado plenamente: "Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle". Pero nos hemos de preguntar si de verdad es así; pues nos podría suceder que sólo nos quedáramos en el seguimiento de un Jesús histórico, simple modelo de conducta a imitar. De hecho, ¡ya es mucho si le imitamos! Pero no tendría demasiado sentido estar ahora aquí, a punto de recibir el sacramento que es memorial de su muerte y resurrección, y alimento en nuestro camino de fe. Nuestra relación con él no se reduce, por tanto, a un esfuerzo voluntarista de imitación sino que supone un abrirse a recibir su Palabra y la gracia de sus sacramentos. Abrirse, también, a recibir su acción transformadora de nuestro estilo de vida.

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- Nosotros somos ciudadanos del cielo Creer en la muerte y resurrección de Jesucristo, el Señor, comporta consecuencias en el estilo de vivir. No por simple imitación. Sino porque nos ayuda a valorar las cosas de diferente manera. San Pablo nos ha recordado que los hay que con su forma de vida "andan como enemigos de la cruz de Cristo". Quiere decir que no han creído que Cristo nos hará participes de su glorificación, de la resurrección "de nuestro cuerpo humilde". Hemos de reconocer que no es fácil vivir la pobreza de la propia realidad tan débil y frágil; realidad no sólo referida al propio cuerpo, en el sentido restringido de la palabra, sino referida a todo lo que llevamos entre manos, realidades que se nos estropean en el momento menos pensado. Somos débiles. Y no podemos pretender vivir como si no lo fuéramos. Creer en la cruz y en la resurrección de Jesucristo no significa vivir como si no fuéramos frágiles, sino asumir nuestra fragilidad como lo hizo Jesús, que tenia su meta en el Padre, que miraba más allá de la propia limitación, y se fiaba de que Dios actuaría a través de aquella carne mortal, a través de su cruz. Creer en el Dios de Jesucristo comporta creer en el Dios que actúa por medio de la pequeñez, de la debilidad. Y comporta también vivir asumiendo humildemente nuestra propia pequeñez como el lugar en que Dios actúa, como hiciera en Belén, como hiciera en el Calvario, como hace -ahora y aquí- en la sencilla realidad de un pan partido y repartido para todos.

EQUIPO-MD

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Domingo segundo de cuaresma Dios se le aparece a Abrán y él le escucha y cree en el Dios que le habla, en el Dios que el no logra ver. Y a través de un rito de alianza Abrán pone toda su confianza en el Señor del Antiguo Testamento. El rito de la alianza que Dios va a sellar con Abrán es la que le va dar la garantía de que su descendencia será como las estrellas del cielo. Aquí tiene sus raíces más hondas un pueblo que va vivir en torno a aquella alianza realizada en el pasado. "Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo" será el compromiso que constantemente el pueblo de Israel estará recordando en los momentos en que pierdan el rumbo indicado. La fe de Abrán es puesta a prueba y Dios basa su promesa en la tierra: ¡la tierra prometida! El proyecto que Dios tiene con el pueblo es que este pueblo crezca en dignidad, que tenga un espacio vital para vivir. Un pueblo sin tierra es imposible que viva. Por eso Israel tenía en su proyecto inmediato llegar a la tierra de la promesa, para que ésta fuera habitada por la descendencia innumerable que Dios le había prometido al padre en la fe. Abrán huye de su tierra por la realidad de violencia que se vivía en Mesopotamia, y se encuentra con una realidad nueva, la realidad que le propone el Dios Yahweh que se le aparece: una comunidad humana en la que la base sea la justicia social y donde no haya desigualdad, un pueblo en el que haya tierra para todos. El naciente pueblo de Israel tiene esa experiencia de Dios, de un Dios cuya gloria consiste en la vida digna de sus hijos: como dirá siglos más tarde Ireneo de Lyon, &laqnola gloria de Dios consiste en que el ser humano vida». Dios en el Antiguo Testamento busca la humanización de sus hijos todos. Y este mismo es el objetivo del proyecto que el Nuevo Testamento nos presenta. Ahora, en el Nuevo Testamento, todo gira en torno a la persona y a la obra de Jesús quien se ha convertido en el fundamento de la fe para quienes han aceptado su vida, muerte y resurrección como norma de Vida Nueva. El escritor de la carta a los Filipenses nos presenta al cristiano como un hombre o una mujer que es miembro de un pueblo santo donde todos tienen cabida y donde no existen las diferencias entre las personas. El cristiano debe caminar a la dignificación total y real de sus hermanos. Dios nos ha creado en dignidad y por lo tanto debemos caminar conscientes de que nuestra vida debe ir mejorando hasta que Dios manifieste plenamente su gloria en nosotros sus hijos. Lucas coloca el relato de la transfiguración -como Marcos y Mateo- antes de la llegada a Jerusalén. En el acontecimiento de la transfiguración se muestra clara la gloria plena de Jesús, el enviado del Padre. El acontecimiento de la transfiguración anima la vida de los discípulos para que la muerte del Mesías, ya tan de cerca, no acabe con la esperanza del pueblo de los santos de los elegidos. Es importante detenernos en los que aparecen en el relato transfigurados al lado de Jesús. Nos cuenta el Evangelio que a su lado aparecen Moisés, quien recibió la ley o decálogo. Y Elías el profeta, de quien se escribió que debía volver antes de que llegara el día de Dios. Esto le da a Jesús todo el respaldo: Moisés, por el peso que esta figura ejercía en la tradición judía, y Elías, por representar la realidad que antecede a la llegada del Reino de Dios. La gloria del Padre, que en el pasado era bastante nebulosa, a veces no entendida, es revelada ahora en Jesucristo, y es manifestada plenamente ahora para que todos los que en él coloquen su esperanza no queden

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defraudados. Aunque esta manifestación de la gloria de Jesús es verdadera, será plena y definitiva en la Parusía, en la realidad del Reino de Dios. Allí <<ole veremos tal cual es». No sabemos cuál sea el contenido materialmente histórico de este realto teológico, ni es importante conocerlo; este relato del evangelio, en efecto, no está escrito tanto "para que sepamos" un dato material de la vida de Jesús, cuanto para alimentar nuestra fe, "para que creamos" de un modo determinado. Lo que en el sentido profundo se describe en el texto es una vivencia fundamental para toda peersona humana, y lo fue sin duda para Jesús: la necesidad de transcender la superficie de las cosas y captar su sentido hondo. En un momento privilegiado de gracia, los discípulos pudieron acceder a una visión más profunda de lo que significaba aquél Jesús humilde que les acompañaba. Y eso les dió ánimos y les fortaleció para continuar la "subida a Jerusalén". La fe es la que opera esa "transfiguración"; por ella la vida real, tantas veces chata y sin relieve, rutinaria o hasta decepcionante, se trasfigura, mostrándonos su sentido, su trasfondo de dimensiones divinas, hasta revelarnos -como captó Bernanos- que "todo es gracia"... Ante esa visión uno se extasía y siente el deseo de detenerse a contemplar y saborear. Pero los momentos privilegiados son excepciones; a lo largo del camino hacia Jerusalén hay pocos montes Tabor. La fe es la que debe suplir y hacer habitual en el fondo del corazón la gracia excepcional del monte Tabor, incluso cuando lleguemos al monte Calvario. Oración comunitaria: Dios Padre nuestro, que, en Jesús, tu Hijo predilecto, has querido salir de un modo explícito al encuentro de la humanidad, para mostrarle el Camino, la Verdad y la Vida. Ayúdanos a escucharLe, a acoger su propuesta. Y concédenos que, con la fuerza que nos da la fe en El, podamos transfigurar y mirar de un modo nuevo la realidad diaria. Por N.S.J. Para la oración de los fieles: -Para que el Señor nos ayude a limpiar nuestra mirada y a educar nuestros ojos para ser capaces de transfigurar la realidad y ver el sentido divino que la habita... -Para que el Señor sostenga nuestra fe, nos haga dignos de este don y no nos deje caer en la desorientación o el sinsentido de la vida... -Por todos los hombres y mujeres que buscan y no encuentran el sentido para sus vidas; para que Dios se les haga encontradizo y entregándose a El alcancen la felicidad a la que están destinados... -Para que seamos testigos de esperanza ante nuestros hermanos, pero siempre con la humildad de quien ofrece un don gratuito y no un mérito propio... -Para que seamos personas contemplativas, que acostumbran a saborear la presencia de Dios que se oculta en la realidad pero se descubre en la oración... Para la reunión de comunidad o grupo bíblico: -Estamos en un tiempo sin utopías, donde todo se compra y se vende y se calcula fríamente... ¿Qué mensaje nos trae el símbolo de la transfiguración a este tiempo de mirada tan corta? -Hoy día se insiste en la necesidad que todos tenemos de abundar en pensamientos positivos, de complacerse en el lado agradable de las situaciones, de tener una sana autoestima personal... frente a una tradición ascética que interpretaba todo eso como debilidad o falta de reciedumbre. ¿Podría interpretarse en este sentido la actitud de Pedro ("hagamos tres tiendas...)? ¿Podría decirse que Dios quiere también que "hagamos nuestra tienda" para detenernos a saborear contemplativamente el sentido positivo que la fe nos da? Para la revisión de vida -"Este es mi hijo predilecto, escúchenle": ¿puedo decir que el proyecto fundamental de mi vida es una acogida y obediencia a la revelación que el Padre nos ha hecho en su Hijo Jesús, su predilecto? ¿Trato de escuchar cada día la voz de Dios en el ejemplo de Jesús? -Hay momentos en la vida en los que necesitamos ver más allá, captar el sentido profundo de lo que hacemos, para llenarnos de energía; ¿necesito hacer un alto en el camino y subir al monte Tabor?

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO

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TRAS LA NOCHE VIENE EL DIA 1. Después del diluvio, los hombres decidieron construir una torre muy alta para alcanzar el cielo, sin Dios. Yahvé confundió su lengua y la torre se llamó Babel. Y Yahvé dispersó por toda la tierra a los hombres, que se fueron multiplicando hasta llegar a Abraham. El Señor llamó a Abraham y le dijo: "Sal de tu tierra. Haré de tí un gran pueblo. Con tu nombre se bendecirán los pueblos de la tierra". Abraham sale de una tierra, Ur, y entra en otra,

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Canaán, que sólo recorre, porque aún no la posee. Sale de la tierra de la humanidad dispersa, y entra en la tierra, posesión de un pueblo futuro, que va a nacer otra vez del Creador. Así es como hemos salido nosotros de la tierra de la dispersión y hemos entrado en el pueblo nuevo de Dios por el Bautismo. La humanidad de Babel quiere realizarse sin Dios, los cristianos seremos hechos grandes con Dios y por Dios. 2. El mundo actual quiere construir la ciudad sin Dios y está consiguiendo confusión y ruina. "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles"(Sal 126,1). Abraham ha salido de una ciudad, de la humanidad, para originar el pueblo nuevo que retorne a la ciudad, a la humanidad, como fermento y como sal capaz de incorporar a toda la humanidad en el pueblo nuevo. El pueblo nuevo que engendre Abraham, tendrá como principio la confianza en Dios y la obediencia a sus mandatos, y esto es lo que le distingue de Babel Génesis 12, 1. 3. Jesucristo transfigurado es la imagen de nuestra vocación a la luz de la vida inmortal. Jesús ha ido anunciando a sus discípulos que ha de fracasar y que le han de matar. Pero, como esa sólo es la parte negativa de la Pascua, en la Transfiguración les anticipa su Resurrección. Como Jesús, antes de nuestra resurrección y participación de su vida incorruptible, hemos de pasar por el Calvario de nuestra vida y de nuestra muerte. 4. Jesús en el monte se transfigura entre Moisés y Elías. Pedro quiere quedarse allí: "Señor, ¡qué hermoso es estar aquí!" Mateo 17,1. ¡Qué diferente esta expresión de Pedro de la que ha pronunciado poco antes, cuando Jesús les ha anunciado su pasión y su muerte! Y es que la cruz sólo se entiende desde la transfiguración. Y sólo desde ella se tienen ánimos para aceptar la cruz. 5. Pero hemos de bajar del monte. Hemos de pasar por Getsemaní y subir al Calvario: Pedro tiene que pasar también por la negación. En el Calvario Jesús, en vez de Elías y Moisés a su lado, tendrá dos ladrones. Pero al tercer día resucitará. Creo, Señor, pero aumenta mi fe. 6. "El Señor tiene puestos sus ojos sobre sus fieles para librar sus vidas de la muerte" Salmo 32. Eso es lo que acrecienta nuestra confianza, saber que él nos cuida y nos salva, que está actuando en nosotros y en la historia siempre, por cerrado que se nos presente el horizonte, y aunque el misterio sea oscuro como la noche oscura y como el túnel tenebroso. Sabemos que al final del túnel y al término de la noche, nos aguardas tú, Señor, iluminando el horizonte con luces claras de amanecer blanquísimo de eternidad dichosa. Saber que nos esperas tú para enjugar nuestras últimas lágrimas y para hacernos entrar al banquete de tu Reino, donde no hay luto ni llanto ni dolor, porque el primer mundo ha pasado. "Porque Jesucristo ha destruído la muerte y ha sacado a la luz la vida inmortal" Timoteo 1, 8. 7 Vida que vamos a pregustar en el sacramento de la Vida y de la caridad de nuestro Dios, que viene a trabajar en nuestra alma como hábil ingeniero de virtudes y de santidad. A quien ayuda María, la Madre y Corredentora, que suple todas nuestras deficiencias e imperfecciones.

J. MARTI BALLESTER

29. COMENTARIO 1

EL VERDADERO MESÍAS

Tras dar de comer pan y pescado a la gente, Jesús se retiró a orar. Lo solía hacer siempre que el ruido y el clamor de la muchedumbre le suponía un obstáculo para seguir el camino de servicio sin triunfalismos que se había trazado. A la gente no le cabía en la cabeza la imagen de un Mesías -nombre con que se designaba en el Antiguo Testamento al rey, ungido de Yahvé- que no entendiera de triunfo, fuerza, poder, gloria, fama, desquite... Por otra parte, Jesús temía que también su grupo de discípulos participara de la mentali-dad del pueblo en este punto. Por eso, «una vez que estaba orando solo en presencia de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo? Contestaron ellos: Juan Bautista; otros, en cambio, Elías, y otros, un profeta de los antiguos que ha vuelto a la vida. Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de Dios. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie» (Lc 9,28ss). La respuesta de Pedro parecía exacta. Pero a Jesús le dio la impresión de que sus discípulos entendían por 'mesías' lo de siempre: un rey, al estilo de David, capaz de unir al pueblo dividido, liberándolo -mediante una buena operación militar- de la opresión de los enemigos (en tiempos de David, los filisteos; en aquel tiempo, los romanos). Por eso Jesús se apresuró a puntualizar: «-Este hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser rechazado por los se-nadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resuci-tar al tercer día. Y dirigiéndose a todos, dijo: -El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y me siga...»

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El grupo de los doce debió de entrar en crisis al oír estas palabras, que les resultarían difíciles de entender. Y del grupo, Pedro, Santiago y Juan, famosos por su tozudez e intransigen-cia, estarían especialmente necesitados de aclaración. Por esto, «Jesús se los llevó a un monte a orar». Sólo con la ayuda divi-na entenderían a su Maestro. La tradición identificó este monte con el Tabor, monte sagrado para las tribus israelitas del norte y célebre por la victoria de Barac contra Sísara; impresionante cono de 588 metros de altura que se yergue majestuoso sobre la hermosa llanura de Jezrael, al sudeste de Nazaret. Una tradición anti-gua, que parte de Orígenes (s. III), sitúa en este monte la esce-na de la Transfiguración del Señor. Según otros, ésta habría tenido lugar más al norte del país, en el monte Hermón. En el transcurso de la oración, «el aspecto del rostro de Jesús cambió, y sus vestiduras refulgían de blanco. De pronto hubo dos hombres conversando con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron resplandecientes y hablaban de su éxodo, que iba a completar en Jerusalén». Con estas imágenes se da a entender que Jesús contaba con el apoyo divino. «Pedro y sus compañeros -apunta el evangelio- se caían de sueño.» Es curioso observar que los discípulos se duer-men cuando algo no les interesa. También se dormirán en Getsemaní. La idea de un salvador-rey-ungido que salva mu-riendo, dando la vida, dejándose matar, no les interesaba de-masiado. Precisamente éste era el tema de que estaban conversando Jesús, Moisés y Elías. «Hablaban de su éxodo», palabra esta que ya desde el libro de la Sabiduría (4,10) designa la muerte del justo como salida (= éxodo) hacia Dios. Al ver lo sucedido, los discípulos se despabilaron, y «mientras Elías y Moisés se alejaban, Pedro dijo: -Maestro, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Jesús no le hizo caso. Según los incomprensibles planes de Dios, ese Jesús -que bajaría del monte para subir al Calvario- es su Hijo a quien hay que escuchar. Los demás mesías esperados y soñados son falsos.

30. COMENTARIO 2

HASTA EL FINAL Aunque a veces sea necesario un alto en el camino para recobrar fuerzas, hay que completar el camino, hay que llevar a su término la tarea que corresponde a cada uno en este proceso de liberación personal y colectivo al que Jesús nos invita. Y más jugando con la ventaja de saber con certeza cuál será ese final.

COMPLETAR SU EXODO

Ocho días después se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte a orar. Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos refulgían de blancos En esto se presentaron dos hombres que conversaban con él: eran Moisés y Elías, que se habían aparecido resplandecientes y hablaban de su éxodo, que iba a completar en Jerusalén. Jesús acababa de anunciar a sus discípulos dos cosas muy difíciles de aceptar: el primer anuncio decía que él, al que ellos acababan de reconocer como el Mesías de Dios (Lc 9,20), tenía que completar un camino que acababa en la vida defi-nitiva, pero que antes tenía que pasar por el rechazo de los dirigentes que lo llevarían a la muerte (9,22); el segundo era que el camino de sus seguidores tenía que pasar por las mismas etapas para acabar en la misma meta (9,23-24). En su anuncio queda claro que el final será la vida, el triunfo, la gloria; pero por lo que después se ve en los relatos evangélicos, los discí-pulos se dejaron impresionar mucho más por lo que, a los ojos humanos, constituía una derrota, un fracaso: la muerte. Siempre que Jesús ve en peligro la fe de los suyos se va a orar, a compartir el problema con el Padre. El anuncio de que iba a ser un mesías bastante distinto de lo que las tradi-ciones judías hacían esperar, sin buscar ni, por tanto, alcanzar ninguno de los triunfos que todos esperaban -no llegaría a ser rey, no engrandecería a la nación israelita, ni siquiera vería con sus propios ojos cómo se establecía la justicia en su pue-blo...-, debió hacer temblar los cimientos, poco firmes toda-vía, de la fe de los discípulos. A Pedro, Juan y Santiago, que debieron mostrar más resistencia que los demás a sus palabras, se los lleva Jesús consigo con la intención de asociarlos a su oración y de ofrecerles por anticipado la experiencia de la vida en plenitud junto al Padre: el verdadero triunfo del verdadero Mesías. HAGAMOS TRES TIENDAS Pedro y sus compañeros estaban amodorrados por el sueño, pero se despabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: -Jefe, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

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La experiencia que Jesús les ofrece la aprovechan bastante mal: están amodorrados por el sueño; no son dueños de sí mismos, pues, por el momento, no están dispuestos a aceptar otro camino que el que les viene impuesto por sus tradiciones. Jesús les hace ver que él pertenece a la esfera de la divinidad -el monte, el resplandor blanco- y que junto a Dios está su meta. Moisés y Elías -que representan a la Ley y los Profetas, el conjunto de las tradiciones de Israel- se presen-tan claramente subordinados a Jesús, y ratifican en su conver-sación la necesidad de que Jesús complete su éxodo en Jeru-salén. Pero ellos se mantienen en sus trece y, por boca de Pedro, le piden a Jesús que detenga la historia, que se olvide de su compromiso, que plante allí su campamento sin poner en cuestión todo lo que ellos habían creído hasta ahora. Tres chozas: para Moisés, Elías y, al mismo nivel, para Jesús. Todo quedaba así resuelto: habían llegado a la meta sin tener que esforzarse en completar el camino; podrían quedarse del lado de Jesús sin tener que renunciar a sus viejas creencias. Allí, en el valle, quedaban olvidados los hombres y su historia, sus sufrimientos y sus luchas: ellos ya habían llegado, ¿para qué seguir luchando? Allí tenían todo lo que querían, el pasado -Moisés y Elías-, el presente -Jesús- y su futuro asegu-rado por aquellas tres chozas que pretendían hacer definitiva una experiencia que era sólo un medio para recuperar fuerzas con las que atreverse a completar el camino.

ESCUCHADLO A ÉL

Mientras hablaba, se formó una nube y los fue cubriendo con su sombra. ... Y hubo una voz de la nube que decía: -Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo a él. Desde una nube, señal de la presencia de Dios en el primer éxodo (Ex 13,21; 14,19), se escucha una voz: «Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo a él». Lo que Jesús les había anunciado se ve así ratificado por el mismo Dios. Pero, ade-más, esas palabras tienen otras consecuencias más. En primer lugar, la pretensión de poner al mismo nivel a Moisés y Elías queda desautorizada por el mismo Dios libera-dor, que eligió a Moisés y a Elías como portavoces suyos en otro tiempo: ahora el único que puede hablar con autoridad en nombre de Dios es Jesús, y su mensaje será el criterio último para aceptar o rechazar cualquier otro mensaje, para discernir la validez de cualquier otra tradición anterior o pos-terior. En segundo lugar, no se puede detener la historia en favor de unos pocos: el camino del que Jesús les había hablado hay que completarlo, el proceso de liberación que él ha iniciado hay que llevarlo a término. Aunque cueste sangre. Y -esto hay que repetirlo siempre que se hable de la muerte de Jesús- no porque Dios exija sufrimiento para otorgar a cambio su favor; Dios ofrece la vida gratuitamente. Es la injusticia esta-blecida la que provoca la muerte. La de los pobres y oprimidos y la de Jesús.

31. COMENTARIO 3

Abrahán huye de su tierra por la realidad de violencia que se vivía en Mesopotamia, y se encuentra con una realidad nueva, la realidad que le propone el Dios Yahvé que se le aparece: una comunidad humana en la que la base sea la justicia social y donde no haya desigualdad, un pueblo en el que haya tierra para todos. El naciente pueblo de Israel tiene esa experiencia de Dios, de un Dios cuya gloria consiste en la vida digna de sus hijos. Como dirá más tarde Ireneo de Lyon, "la gloria de Dios consiste en que el ser humano viva". Dios en el AT busca la humanización de sus hijos todos. Y este mismo es el objetivo del proyecto que el Nuevo Testamento nos presenta. Ahora, en el Nuevo Testamento, todo gira en torno a la persona y a la obra de Jesús, quien se ha convertido en el fundamento de la fe para quienes han aceptado su vida, muerte y resurrección como norma de vida nueva. El escritor de la carta a los Filipenses nos presenta al cristiano como un hombre o una mujer que es miembro de un pueblo santo donde todos tienen cabida y donde no existen las diferencias entre las personas. El cristiano debe caminar a la dignificación total y real de sus hermanos. Dios nos ha creado en dignidad y, por lo tanto, debemos caminar conscientes de que nuestra vida debe ir mejorando hasta que Dios manifieste plenamente su gloria en nosotros sus hijos. Lucas coloca el relato de la transfiguración -como Marcos y Mateo- antes de la llegada de Jesús a Jerusalén. En el acontecimiento de la transfiguración se muestra con claridad la gloria plena de Jesús, el enviado del Padre. El acontecimiento de la transfiguración anima la vida de los discípulos para que la muerte del Mesías, ya tan cercana, no acabe con la esperanza del pueblo de los santos, de los elegidos. Es importante detenernos en los que aparecen en el relato transfigurados al lado de Jesús. Nos cuenta el evangelio que a su lado aparecen Moisés, quien recibió la Ley o el decálogo, y Elías el profeta, de quien se escribió que debía volver antes de que llegara el día de Dios. Esto le da a Jesús todo el respaldo: Moisés, por el peso que esta figura ejercía en la tradición judía, y Elías, por representar la realidad que antecede a la llegada del Reino de Dios. La gloria del Padre, que en el pasado era bastante nebulosa, a veces no entendida, es revelada ahora en Jesucristo, y es manifestada plenamente ahora para que todos los que en él coloquen su esperanza no queden

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defraudados. Aunque esta manifestación de la gloria de Jesús es verdadera, será plena y definitiva en la parusía, en la realidad del Reino de Dios. Allí "le veremos tal cual es". No sabemos cuál es el contenido materialmente histórico de este relato teológico, ni es importante conocerlo; este relato del evangelio, en efecto, no está escrito tanto "para que sepamos" un dato material de la vida de Jesús, cuanto para alimentar nuestra fe, "para que creamos" de un modo determinado. Lo que en el sentido profundo se describe en el texto es una vivencia fundamental para toda persona humana, y lo fue sin duda para Jesús: la necesidad de transcender la superficie de las cosas y captar su sentido hondo. En un momento privilegiado de gracia, los discípulos pudieron acceder a una visión más profunda de lo que significaba aquel Jesús humilde que les acompañaba. Y eso les dio ánimos y les fortaleció para continuar la "subida a Jerusalén". La fe es la que opera esa "transfiguración"; por ella la vida real, tantas veces chata y sin relieve, rutinaria o hasta decepcionante, se transfigura, mostrándonos su sentido, su trasfondo de dimensiones divinas, hasta revelarnos -como captó Bernanos- que "todo es gracia"... Ante esa visión uno se extasía y siente el deseo de detenerse a contemplar y saborear. Pero los momentos privilegiados son excepciones; a lo largo del camino hacia Jerusalén hay pocos montes Tabor. La fe es la que debe suplir y hacer habitual en el fondo del corazón la gracia excepcional del monte Tabor, incluso cuando lleguemos al monte Calvario.

32. DOMINICOS 2004

Nos encontramos de nuevo caminando con Jesús hacia Jerusalén. Para el evangelista Lucas, lugar donde debe tener cumplimiento la salvación: la Pascua. El camino hacia la Pascua, es el camino hacia la plena manifestación de Dios. Y aunque no sabemos como será, la fe nos dice, como a al Evangelista Juan “que sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual es” (I Jn,3,2). Pero es también el lugar de la pasión y la muerte. El camino hacia la pascua es un camino de fe, y en la fe. La primera lectura nos muestra a Abraham, nuestro padre en la fe, luchando, pidiendo explicaciones, “Señor Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla” y fiándose de Dios. En la segunda lectura es San Pablo el que nos indica que la fe mira al cumplimiento de una esperanza, de la que podemos apartarnos si no nos lo tomamos en serio, cosa que al apóstol le produce gran tristeza por eso contempla: “con lágrimas en los ojos como muchos se alejan de la esperanza a la que hemos sido llamados. a la transformación de nuestra humilde condición. Nosotros que vivimos en este tiempo de increencia tenemos que tomar el pulso a nuestra fe. El Evangelio de este segundo domingo de cuaresma nos presenta la transfiguración de Jesús. Dios se manifiesta, resplandece en el hombre Jesús, mostrando un anticipo de su gloria. Este acontecimiento situado por el Evangelista Lucas inmediatamente después del anuncio de la pasión, ilumina la perspectiva desde la que tenemos que mirar “la subida a Jerusalén”.

Comentario Bíblico

La Transfiguración: una experiencia intensa de Dios

Las lecturas de este segundo domingo de Cuaresma están enmarcadas en unos simbolismos que son propios de unos tiempos lejanos, donde lo religioso, lo legendario, lo mítico y lo real se dan cita en la búsqueda constante por el sentido de la vida, por el futuro y por aquellos aspectos que nos trascienden, que van más allá de lo que cada día sentimos y vivimos.

1ª Lectura: Génesis (15,5-18): Promesa y Alianza a los que se fían de Dios

I.1. En esta lectura de hoy se nos presenta a Abrahán al que se le da a contar las estrellas del cielo para significar que todos los que se fíen de Dios serán su pueblo, su familia. Eso es lo que se quiere representar muy especialmente y ese es el sentido de la “alianza” que Dios hace con él. La narración es muy del estilo bíblico, recuerda incluso la revelación de Yahvé en el Éxodo, pero aplicada a Abrahán llamándolo desde su tierra babilónica. El drama del padre del pueblo lo resuelve Dios prometiéndole alianza, y en ella, un hijo, porque la alianza no puede perdurar sino de generación en generación. Es un relato ancestral en algunos aspectos, pero actualizado con el tema del compromiso de Dios por medio del berit (alianza). La teología se impone, desde luego, a la narrativa, en todos los aspectos. La “intriga” del relato se resuelve en promesa; la angustia del padre creyente encuentra en Dios lo que la vida de cada día no le ofrece: un hijo, un futuro, un nombre de generación en generación.

I.2. Algunos elementos de esta narración solamente pueden ser del narrador creyente, el elohista, (aunque los vv. 5-6 sean de la tradición yahvista) que adelanta en Abrahán una experiencia y un sentido de lo religioso que es muy posterior en Israel. Otro texto de la alianza con Abrahán lo tenemos en Gn 17 (pero este relato es de la

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tradición sacerdotal). Abrahán no podía ser tan definidamente “monoteísta”, pero eso no quiere decir que el relato no tenga todos los ingredientes religiosos de la antigüedad para poner de manifiesto que en la vida lo religioso cuenta mucho. La fe tiene que ver con el ser humano y con el misterio de la vida y de la descendencia. El hombre no puede darse un futuro por sus propias fuerzas. Abrahán, desde su religión de dioses o Dios familiar no le queda más que contemplar las estrellas; es un signo de que Alguien conduce nuestra existencia. Bajo el símbolo del animal dividido, en rito ancestral, pasa Dios bajo el símbolo de la brasa encendida.

I.3. Vemos, en nuestra lectura, una iniciativa exclusivamente divina; es lo que se ha llamado un compromiso “unilateral” de Dios; aunque bien es verdad que se cuenta con la confianza (emunah) del padre del pueblo. La teología de la alianza, como sabemos, es determinante en el pueblo bíblico, y aunque la alianza más originaria es la del Sinaí, para sellar la liberación de Egipto, tampoco podía faltar un signo que expresara la alianza y el compromiso de Dios con el padre de un pueblo de creyentes. Así lo verá muy acertadamente San Pablo en su carta a los Gálatas (Gal 3) cuando considera que las promesas que se hicieron a Abrahán se cumplen cuando todos los hombres, judíos o paganos, puedan formar parte de ese pueblo, sencillamente por la fe en Dios, como Abrahán.

2ª Lectura: Filipenses (3,17-4,1): La Transfiguración de Pablo por la cruz

II.1. Nuestra lectura tiene unas resonancias bien características: Pablo invita a la comunidad a que sea imitadora de sus sentimientos, y no seguidora de sus adversarios, que son enemigos de la cruz de Cristo. Porque es la cruz de Cristo, a pesar de su aparente fracaso, lo único que nos garantiza una vida verdadera, una vida que va más allá de la muerte, y que nos hará ciudadanos del cielo. El Dios de la cruz es el único que puede transformar nuestra historia, nuestros anhelos, nuestros fracasos, nuestra debilidad en un grito de libertad y de vida más allá de esta historia, porque es el único Dios que se ha comprometido con la humanidad.

Evangelio: Lucas (9,28-36): La Transfiguración desde la oración

III.1. ¿A dónde nos lleva el evangelio de hoy? Si seguimos el texto en sus inicios: subió al monte a orar. Esto es muy propio de Lucas y siempre en momentos importantes de la vida de Jesús. No hay nombre para el monte en ninguno de los evangelistas (cf Mt 17,1-9; Mc 9,2-10). El evangelista Lucas, a su manera, quiere asomarnos, por un pequeño instante, con los discípulos, a esa vida que no está limitada por nada ni por nadie. Quien escucha, hoy, en este domingo de Cuaresma este pasaje del evangelio, quedará sorprendido, porque no le será fácil entender todo lo que en él acontece. Pero debemos pensar que Lucas, recogiendo la tradición de Marcos, que es el primer evangelista que la asumió de otros, sabe que en su comunidad habrá dificultades para entenderla. De todas formas ha limado un poco su lenguaje y su intención catequética. La Transfiguración es una escena llena de contenidos simbólicos. Es como un respiro que Dios le concede a Jesús en su camino hacia Jerusalén, hacia la pasión y la muerte, con objeto de que alcance a experimentar previamente la meta. Solo desde la oración, entiende Lucas, es posible vislumbrar lo que sucede en el alma de Jesús. Ese coloquio que Jesús mantiene con los personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, representan la Ley y los Profetas y con ellos se entabla un diálogo en profundidad sobre su “partida” (éxodo), sobre su futuro, en definitiva, sobre su muerte.

III.2. La Transfiguración, pues, quiere ser una preparación para la hora tan decisiva que le espera a Jesús. Los discípulos más conocidos acompañan a Jesús en este momento, como sucederá también en el relato de Getsemaní, en el momento de la pasión, pero tanto aquí como allí, el verdadero protagonista es Jesús, porque es él quien afronta las consecuencias de su vida y del evangelio que ha predicado. No obstante, aquí los discípulos se ven envueltos en una experiencia profunda, trascendente, que les hace evadirse de toda realidad. Dos personajes, Moisés y Elías, que subieron cada uno en su momento al Sinaí para encontrarse con Dios, ahora se hacen testigos de esta experiencia. La presencia de estos personajes “adorna” la escena, pero no la llenan. En realidad la escena se llena de contenido con la voz divina que proclama algo extraordinario. Quien está allí es alguien más importante de Moisés y Elías, la Ley y los Profetas ¡que ya es decir! En realidad la escena se configura sencillamente con un “hombre” que ora intensamente a Dios para que no le falten las fuerzas en su “éxodo”, en su ida a Jerusalén. Todo en un monte que no tiene nombre y que no hay que buscarlo, aunque la tradición posterior haya designado el Tabor.

III.3. Todo ha sucedido, según san Lucas, “mientras oraba”. Esto es especialmente significativo. Estas cosas intensas, espirituales, transformadoras, no pueden ocurrir más que en la otra dimensión humana. Es la dimensión en la que se revela que, sin embargo, el Hijo de Dios está allí. Los discípulos han vivido algo intenso, algo que no se esperaban (aunque de ellos no se dice que oren y esa es una diferencia digna de tener en cuenta); pero Jesús, que ha vivido esta experiencia más intensamente que ellos, sin embargo, sabe que debe bajar del monte misterioso de la Transfiguración para seguir su camino, para acercarse a los necesitados, para dar de beber a los sedientos y de comer a los hambrientos la palabra de vida. Su “éxodo” no puede ser como le hubiera gustado a Pedro, a sus discípulos, que pretenden quedarse allí instalados. Queda mucho por hacer, y

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dejar huérfanos a los hombres que no han subido a las alturas espirituales y misteriosas de la Transfiguración, sería como abandonar su camino de profeta del Reino de Dios. Probablemente Jesús vivió e hizo vivir a los suyos experiencias profundas; la de la transfiguración que se describe aquí puede ser una de ellas, pero siempre estuvo muy cerca de las realidades más cotidianas. No obstante, ello le valió para ir vislumbrando, como profeta, que tenía que llegar hasta dar la vida por el Reino.

Fray Miguel de Burgos, O.P.

Pautas para la homilía

Buscar la meta antes de iniciar el camino

¿Qué nos espera al final del camino?. Es bueno preguntárnoslo ahora que acabamos de iniciar la marcha. Difícilmente conseguiremos llegar si no sabemos hacia dónde vamos. ¿Qué sentido tiene iniciar otra cuaresma?. Tenemos que hacer un esfuerzo por concretar esos tópicos que repetimos siempre cuando llega este tiempo litúrgico: tiempo de conversión, tiempo de penitencia, tiempo de preparación a la Pascua, pero en realidad como se concreta esto. Llevamos contabilizadas tantas cuaresmas, tantas pascuas. El Dios de nuestro Señor Jesucristo no es un abuelito de barbas blancas. Él es la FUERZA, el AMOR, la COMPASIÓN, la BONDAD, el FUNDAMENTO DE TODO SER. Por eso puede “transformar nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo” (2ª lectura). Abrahán le busca, le obedece, habla con él y le pide explicaciones sobre el futuro, sobre el modo en que piensa concretar esa promesa, pero no consigue verlo, no puede ver con quien está pactando, realizando una alianza. “Le invade un sueño profundo, un terror intenso y oscuro” descubre luego que un fuego ha pasado sobre los animales descuartizados, dice la primera lectura. Experimentar y manifestar a Dios para mantenerse en camino La manifestación de Dios en nosotros exige caminar “como amigos de la cruz de Cristo”,(2ª lectura) y eso requiere algo más que apreciar el símbolo cristiano, llevarlo al pecho o colocarlo en lugares públicos. La cruz de Jesús es la expresión máxima de la manifestación de Dios, es el AMOR sin límites, hasta las últimas consecuencias. Jesús, desde su profunda experiencia de Dios Padre se entrega a la liberación de sus hermanas y hermanos. Se enfrenta a todo poder que niegue al ser humano la dignidad de hijo de Dios: religión, política, ignorancia, enfermedad, pecado. Y ello lo conduce a la cruz. Ser amigos de la cruz, es no temerla cuando a ella nos conduce el amor, la compasión, la justicia, la libertad, de cualquier persona. Empresa nada fácil para la fragilidad de cualquier humano si no es desde la experiencia profunda de Dios. El Dios Padre de Jesucristo. Se manifiesta en nosotros a lo largo del camino. “el que fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” nos llama a experimentarlo en lo profundo de nosotros mismos para ser manifestación de su gloria: (su paz, amor, bondad, libertad). La plenitud de esta manifestación en Jesús llegó con la Pascua, pero a lo largo del camino, Jesús experimenta la fuerza y el poder, la gloria del que lo sostiene y orienta. En el Evangelio de hoy esta gloria del Padre en Jesús es percibida también por sus amigos, a los que acaba de anunciarles lo que le esperaba en Jerusalén. Ver a Jesús transfigurado junto a Moisés y Elías es como una inyección que los ayuda a mantenerse fieles en el difícil camino. El Dios de Jesús es el Dios de los antepasados, de los profetas. El encuentro con Dios Estos momentos se dan en la intimidad de la oración. Ahí va descubriendo el sentido salvífico de su pasión. Jesús en la oración se reconoce Hijo del mismo Dios revelado por Moisés y los profetas, culminando aquella revelación y en Él Dios se hace visible a los ojos de los otros, de sus discípulos, aunque tuvieron que dejar pasar un tiempo antes de comprender la realidad de lo que ocurría. El encuentro con el Señor, la manifestación de su gloría en la vida de cada uno y en la sociedad, exige que nuestra fe sea algo más que una adhesión a las verdades reveladas y aprendidas. Necesitamos la experiencia vital, personal de sabernos hijos e hijas de Dios, a camino en la realización de un proyecto salvador que no empieza en nosotros y va mucho más allá. El test nos lo darán nuestros compañeros de camino. ¿Reconocerán en nosotros la gloria de Dios?

Javier Martínez Real, OP 33. 2004 Nexo entre las lecturas

Sugiero como centro unificador de las lecturas el concepto de plenitud. Jesucristo en el evangelio revela la plenitud de la Ley y de la Profecía apareciendo a los discípulos entre Moisés y Elías; revela igualmente su plenitud más que humana que resplandece en su ser resplandeciente y transfigurado. En Jesucristo llega

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también a su plenitud la promesa extraordinaria hecha a Abrahán (primera lectura). En la segunda lectura san Pablo nos enseña que la plenitud de Cristo es comunicada a los cristianos, ciudadanos del cielo, que "transformará nuestro mísero cuerpo en un cuerpo glorioso como el suyo".

Mensaje doctrinal

1. Jesucristo, plenitud sublime. Sabemos que el término "plenitud" es relativo a la capacidad del objeto o de la persona a que se refiere. Por otra parte, no es sólo un término con valor cuantitativo (capacidad de un vaso o de una jarra), sino principalmente con valor cualitativo (plenitud del amor, de la salvación...). Finalmente, el concepto de plenitud no está al margen de la historia, sino que está íntimamente ligado a ella (plenitud de un ciclo histórico, de un imperio...). Todo lo dicho nos proporciona una ayuda para captar mejor lo que significa decir que Jesucristo es plenitud sublime. Ante todo, su plenitud humana ha llegado al grado máximo en la transfiguración, en la que el resplandor de la divinidad ha penetrado toda su humanidad, y una voz del cielo le confiesa su "Hijo predilecto". En esa misma experiencia de la transfiguración, Jesús alcanza la plenitud de la revelación, concentrada en dos figuras del Antiguo Testamento, representantes de las dos grandes partes en que se dividía la revelación divina: la Ley o tradición escrita, cuyo representante es Moisés, y la profecía o tradición oral, representada por Elías. Jesucristo es el vértice hacia el que se orientaban tanto la Ley como la profecía. Cristo es también la plenitud de la promesa hecha a Abrahán: bendición, tierra, fecundidad. En efecto, el Padre nos ha bendecido con toda clase de bendiciones en Cristo, nos ha hecho partícipes de un cielo nuevo y una tierra nueva, ha hecho de nosotros un pueblo nuevo fecundado con su sangre redentora. Jesucristo es, igualmente, plenitud de la historia. La marcha de la historia ha llegado a la terminal en la vida histórica de Jesús de Nazaret. Antes de su presencia histórica, todos los acontecimientos marchaban y miraban hacia Él; después de su partida de este mundo, Jesús es el portaestandarte de la historia y los hombres marchan tras él con la conciencia de no poder sobrepasarle en su plenitud humana y divina. Jesucristo, finalmente, llena con su plenitud no sólo la historia, sino también el más allá de la historia. En efecto, la plenitud de Cristo, de la que ya participamos en el tiempo por la gracia, nos inundará y nos dará la plenitud correspondiente a nuestra capacidad de ser hijos en el Hijo. El cielo en realidad no es otra cosa sino la plenitud de Cristo presente en cada uno de los salvados.

2. La plenitud de Cristo nos interpela. Interpela al mismo Abrahán, porque la promesa y la alianza de Dios para con él sólo tendrá el cumplimiento pleno en Jesucristo. Abrahán creyó en Dios, le obedeció y de esta manera abrió las puertas de la historia a Cristo. Interpela a Moisés, cuyo Decálogo anhela, por así decir, su plenitud en la Ley de Cristo, coronamiento del decálogo y de toda ley humana. Interpela a Elías, el fiel intérprete de la historia, como lo serán todos los verdaderos profetas, cuyo sentido más genuino y definitivo será dado por Cristo desde el madero de la cruz y de la salvación; Cristo, en efecto, no es un intérprete más de una parcela de la historia, sino el intérprete último y definitivo de la historia, de toda la historia humana. Interpela a Pedro, Juan y Santiago, a quienes fue concedida una experiencia singular del misterio de Cristo en orden a su misión futura; en ellos nos interpela a todos los discípulos y apóstoles. Interpela a Pablo y a los cristianos que, habiendo sido elevados por Cristo a ciudadanos del cielo, han de vivir en conformidad con lo que son, y no convertirse en "enemigos de la cruz de Cristo". Cristo, de cuya plenitud todos hemos recibido, interpela a todo hombre, porque él es el hombre en plenitud y él es a la vez la plenitud del hombre.

Sugerencias pastorales

1. De su plenitud todos hemos recibido... La plenitud total de Cristo y la participación de todo hombre a esa plenitud no se la han inventado ni el Papa ni los obispos; forma parte de la revelación cristiana. Si a un budista, a un judío, a un musulmán se le pidiese renunciar a parte de sus libros sagrados, o a una doctrina que ellos consideran revelación divina, ¿cómo reaccionarían? ¿Se puede renunciar a algo en lo que el mismo Dios está comprometido? A nosotros, cristianos, se nos pide ser los primeros en mostrar coherencia con la revelación cristiana, que abarca el Antiguo y el Nuevo Testamento. Nosotros, cristianos, por coherencia con nuestra fe, hemos de ser respetuosos con los creyentes de otras religiones, pero hemos de pedir también a los no cristianos el respeto debido a nuestra fe. Sería una buena iniciativa por parte de los cristianos explicar, de modo sencillo y convincente, la pretensión cristiana de la plenitud de Jesucristo: qué es lo que significa, cómo influye en la relación con las otras religiones, en qué manera explica la salvación universal querida por Dios, cómo podemos conocernos mejor unos a otros para evitar así malentendidos, confusión, manipulación... Se habla de diálogo ecuménico, interreligioso, y esto es estupendo, pero, es bien sabido que la base de todo diálogo no puede ser otra sino el respeto de la persona y de la identidad del interlocutor. Digamos la verdad cristiana con caridad, con respeto. Sólo entonces podrá comenzar el diálogo auténtico y fructuoso con quienes busquen y amen la verdad.

2. Una vida transfigurada. La experiencia de Pedro, Juan y Santiago duró sólo un rato. Sus efectos, sin embargo, permanecieron a lo largo de toda la vida. ¿No fue algo inolvidable y eficazmente transformante? En nuestra vida ha habido y podrá haber momentos también de "transfiguración", de experiencia viva y gratificante de Dios. A veces esa experiencia de Dios se prolonga por un tiempo o incluso una vida, pero con no poca frecuencia la

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intensidad con que se ha experimentado a Dios pasa. Debe, sin embargo, dejar su huella. A esta huella llamo yo "vida transfigurada". En otras palabras, vida de quien ha visto y ve el rostro de Dios en las realidades y acontecimientos de la existencia. Ve el rostro de Dios en ese niño sonriente y activo, como lo ve igualmente en ese otro pequeño minusválido. Mira a Dios en los ojos transparentes de una joven limpia de alma, que ha consagrado a Dios su vida entera; pero lo mira también en los ojos de una prostituta, obligada a ese trabajo forzado para sobrevivir y sostener a sus padres y hermanos. Descubre al Viviente en las especies del pan y del vino, no menos que en las chispas de redención que saltan del pedernal de una conciencia endurecida y pecadora. Todo está transfigurado, porque todo porta consigo de alguna manera la marca original: made in God.

P. Antonio Izquierdo

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La cuaresma es un caminar hacia la Pascua, que es victoria sobre todas las esclavitudes, que padecemos, para alcanzar y conseguir la NUEVA VIDA DE LA RESURRECCIÓN, que nos ha ganado Jesucristo con su Pasión, Muerte y Resurrección. “Si Cristo ha resucitado, nosotros también resucitaremos”, porque somos hombres, como él es también hombre. Una vez mas, hemos sido llamados e invitados, todos los cristianos del mundo entero y también todos los hombres de buena voluntad, que buscan el bien, la justicia y la paz; hemos sido, pues, llamados e invitados a correr esta aventura de la Pascua del año 2004. Conseguir una nueva victoria en la cuaresma de este año, en esta lucha de cada día, contra la avaricia y el egoísmo, contra la soberbia y el orgullo, contra las sensaciones placenteras desordenadas y desequilibradas, llegar a ser al menos, esa persona humana, que salió de las manos de Dios y para tener ese señorío de nosotros mismos, de nuestras vidas y poder ser así seguidores de Jesucristo. Para ser, en una palabra, CRISTIANOS. Así nos preparamos a la Pascua grande, la última, la definitiva. Se habrán acabado de esta manera todos los ensayos que hacemos cada año. Que el ensayo de este año sea mucho mejor que el anterior. Será el triunfo de Dios y el nuestro sobre la esclavitud del pecado y de la muerte eterna. Se muere como se vive. Si hoy vives triunfador sobre tus pecados de muerte, morirás triunfando de la muerte. Podremos entonces decir: "¿Muerte, dónde está tu victoria? ¿Muerte, dónde está tu aguijón?” Se nos está proponiendo, durante este periodo de lucha, que es la Cuaresma enfrentarnos a esa triple tentación, como Jesucristo, que lo contemplamos el domingo pasado: contra la concupiscencia de la carne, contra la concupiscencia de los ojos, y contra la soberbia de la vida, de las que nos habla San Juan. La concupiscencia de la carne, que es el placer desordenado en el comer, en el beber y demás sensaciones corporales, drogas incluidas. La concupiscencia de los ojos, que es el deseo desordenado de todo poseer y todo para mí y nada compartir. Y la soberbia de la vida o deseo de poder, de prestigio, sea como sea y de dominio sobre los demás para estar por encima de ellos, y esclavizarles. - ¿Qué hemos hecho durante esta primera semana de Cuaresma? ¿He compartido con los demás lo mucho bueno que hay en mí: mi simpatía, mi tiempo, mis conocimientos y cultura, mi dinero, LO QUE TENGO, en una palabra, para acabar dando lo que más vale, que es LO QUE SOY? ¿He vencido en alguna de esas batallas contra el deseo desordenado de todo poseer y nada compartir? San Juan de la Cruz nos dirá: “Para venir a tenerlo todo, no quieras tener algo en nada. Y cuando lo vengas todo a tener, has de tenerlo sin nada querer, porque si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro”. - Y en mi oración ¿he procurado dedicar un poco más de tiempo a la oración y a la lectura de la Palabra de Dios en la Biblia? ¿Asisto algún día de la semana al rezo del rosario, al vía crucis o a la celebración de la Eucaristía? ¿o solo asisto, nada más, que cuando hay un muerto por delante, no sabiendo, entonces, si asisto por quedar bien con la familia del difunto o por amor y agradecimiento a Jesucristo, que actualiza su muerte: “sangre, derramada para la remisión de los pecados”, salvarme, pues, que eso es lo esencial en la Eucaristía? - ¿He hecho el esfuerzo de hacer mejor, sobre todo mi oración bocal, para no ir aprisa y corriendo, como un charlatán y parlanchín, como nos corrige el mismo Jesús, al decirnos, “cuando recéis no seáis como los charlatanes?”. He de procurar no empezar antes de que acabe el que preside la oración, de la misa o del rosario y procurando ir al ritmo de todos, escuchándoles, para ir a la par, y no precipitar así el rezo. ¿Ha habido una mejora de la calidad de mi relación e intimidad en este diálogo con Dios, a partir de una fe más viva y más operativa? - ¿He vencido en alguna de estas batallas que luchamos contra nuestra soberbia y orgullo? Y mi ascesis o mortificación ha sido sincera, humana e inteligente para equilibrar mis pasiones, los instintos y deseos, cuando se desordenan? O ¿he tenido relaciones, deseos y pensamientos deshonestos, viendo, por ejemplo, programas de telebasura, o he comido y bebido sin moderación?

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- Pues, hoy, hermanos, al comenzar la segunda semana, se nos llena de esperanza a todos aquellos que hayamos fracasado en nuestro empeño, en nuestra lucha o nos sintamos defraudados por nuestra insignificante o pírrica victoria. Dios nos sigue esperando, nos sigue amando y sigue siendo fiel. Fiel a una Alianza, llena de promesas, que hizo con Abraham y que hoy la hace y la renueva con cada uno de nosotros. Dios nos sigue esperando, nos sigue amando y sigue siendo fiel. Fiel a una Alianza, llena de promesas, que hizo con Abraham y que hoy la hace y la renueva con cada uno de nosotros. Y de nosotros no espera la fidelidad, no nos la exige, al menos. Es todo un gran Señor. Algo grande hay en nosotros, cuando se empeña Él de ese modo, sin exigirnos ninguna contrapartida, ningún compromiso. Seguramente, sólo espera nuestro amor. ¿Recordáis las palabras de Jesucristo en la sentencia del Juicio Final?: “Venid, benditos de mi Padre a poseer el Reino que os está preparado desde la creación del mundo”. Fijaros bien, desde la creación del mundo Dios ya había pensado en ti para darte un premio enorme, como tú nunca pudiste imaginar. Abraham no concibe que Dios pueda hacer una Alianza, un contrato sagrado, con él, que es pobre, débil y solo. ¿Cómo Dios puede prometer tanto a un hombre así?. Por eso Abraham le pide un signo o señal de esa Alianza descomunal. ¿Cómo sabré que voy a poseer cuanto me prometes? Y Dios le jura fidelidad a su Palabra, a su Alianza, con ese rito de la tea encendida, que era el mismo con que los socios de un contrato, aceptaban quedarse convertidos cual aquellos animales descuartizados y abrasados por el fuego, si dejaban de ser fieles al contrato sellado. Pero, fijaros bien, la categoría, el talante, la entrega, el enamoramiento pudiéramos decir, de este Dios para esta criatura, Abraham, que somos cada uno de nosotros: “Cuando iba a ponerse el sol, nos han proclamado hoy en la primera lectura del Génesis, un sueño profundo invadió a Abraham y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. Una humareda de horno y una antorcha ardiente pasaban entre los miembros descuartizados de los animales”. Y Abraham ve a Dios-Yahvé pasar con la tea encendida por entre las víctimas, pero a Abraham no se le exige que se comprometa de esa manera. Es sorprendente. ¿Por qué Dios no le exige, prácticamente nada en ese contrato, en esa Alianza? ¿Tanto le quiere? ¿Tanto te quiere?. ¿Tanto nos quiere? Verdad es, que, antes, Dios le había solicitado a Abraham, abandonar su país corrompido de Ur, para hacerle padre de un pueblo inmenso como las arenas del mar y más numeroso que las estrellas del cielo. Y después se vio obligado a abandonar su descendencia, al ir a sacrificar a su único hijo, Isaac, según sus tradiciones, y tal y como Dios se lo había pedido. Así quedó vacío de su pasado y de su futuro y solo le quedó el abandonarse totalmente a Dios. -¿Has sido tú infiel esta semana a tu cuaresma, a tus promesas bautismales: “Renunció a Satanás, a sus pompas y a sus obras y prometo seguir a Jesucristo”, dijiste en tu bautismo y lo has repetido otras muchas veces. ¿Has sido infiel a tu Alianza con Dios? Pues Dios sigue siendo fiel a su promesa, también para esta segunda semana. Te puedes llenar de esperanza, porque Dios te sigue esperando. Si la lucha de tu cuaresma es dura, auténtica y sincera, la recompensa y la gloria son inmensas. La Iglesia nos lo manifiesta enseguida, en el segundo domingo, para que nadie se desanime. Todos acabaremos transformados, transfigurados, glorificados como Jesús en el monte Tabor. Vale la pena seguir luchando en ese triple frente de compartir lo que tengo y lo que soy; orar con toda el alma y dominarse a sí mismo, que lo decimos tradicionalmente con las palabras de:

LIMOSNA, ORACIÓN Y AYUNO.

¿Cómo hacer esta segunda semana para sentirnos transformados, transfigurados por este amor de Dios, que descubrimos en su Palabra? Jesucristo, al bajar del monte de la Transfiguración, anuncia a sus discípulos su fracaso total, su muerte. Ese es el camino misterioso que lleva a la resurrección. Entonces ese debe ser tu camino en esta segunda semana: no creerte imprescindible. No sentirte el mejor de todos, aplastándolos con tu poder y prestigio, hasta de buena persona. No humillarlos con tu saber, sino poniéndote en las manos de Dios, como Abraham, para servir a tus hermanos. Porque cuando venga el Señor, si te encuentra así velando en oración y sirviendo a tus hermanos, él mismo, sin quitarse las ropas, se las recogerá, para que tu te sientes a la mesa y servirte una buena cena, su cena. El, el Señor, será tu servidor. Y tú, servidor, será un gran señor. En esta Eucaristía te lo encontrarás, enseñándote el camino de este triunfo de la cuaresma, que es triunfo de resurrección, o nueva vida.

AMEN.

P. Eduardo Martínez Abad, escolapio

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35. Fluvium 2004

Vivir en la fe

Conducidos por la narración de san Lucas, nos encontramos con un momento especialmente sobrenatural de la vida del Señor. No sólo nos muestra Jesús en esta ocasión un poder por encima de las fuerzas humanas, como sucede, por ejemplo, en las curaciones milagrosas, sino que, sustraídos, por así decir, de este mundo, los Apóstoles acompañados por Jesús se asoman de algún modo al "mundo" de la Trinidad. Consideremos lo que, para nuestra enseñanza, el Espíritu Santo nos transmite a través de este Evangelio y procuremos, a continuación, aplicarlo a la vida de cada uno, puesto que nada se nos ha revelado inútilmente. Nos encomendamos al Paráclito para que, con su luz, aprendamos una vez más lo que Dios nos sugiere a partir de esta escena de la Transfiguración. La felicidad de Pedro, que con toda sencillez le propone a Jesús instalarse en la cumbre del monte, manifiesta que es un gozo grande el trato con los santos y participar de la Gloria de Dios. Lo mejor para los hombres es vivir santamente: según Dios y con Él. Descubrir esta realidad constituye un éxito sin igual para la persona. No podía ser de otro modo, siendo Dios Nuestro Creador, el Artífice de los elementos que nos configuran y de la plenitud en que consiste nuestra felicidad. Diríamos que nadie sino Dios sabe lo que nos conviene y cómo seremos felices. Pero esta felicidad, como se nos muestra por el relato evangélico, es de otro orden: no se debe a estímulos humanos agradables, como sucede con las cosas que nos hacen gozar en esta vida. El misterio que envuelve toda la escena indica que Jesús y sus acompañantes están de algún modo sustraídos de este mundo, y ahí es donde Pedro exclama: Maestro, qué bien estamos aquí, hagamos tres tiendas. Por unos instantes esos tres hombres, sin saber cómo, han compartido con Moisés y con Elías la vida de los que habitaban en el seno de Abraham, que –sin gozar todavía de la contemplación de Dios– vivían ya felizmente predestinados, esperando aún la muerte de Cristo que les abriera las puertas del Paraíso, para vivir en la intimidad de Dios. Por unos instantes Pedro, Santiago y Juan se sintieron tan felices que no echaban de menos nada del mundo. No gozaban plenamente de Dios, pero aquel estado de plenitud nuevo, que experimentaron en la cumbre del monte, no tenía precedentes para ellos. No valía la pena, según Pedro, seguir buscando la felicidad en otra parte: instalémonos aquí, viene a decirle a Jesús. En un momento –continúa diciéndonos el relato– los cubrió una nube y ellos se atemorizaron. De la nube se oyó la voz del Padre: Este es mi Hijo, el elegido, escuchadle. Contrasta ese temor con la felicidad de sólo un instante antes. Tal vez se deba a que no eran aún aquellos hombres dignos de estar ante la Trinidad, significada por la Voz, Jesús y la Nube que envolvía a todos. Siendo discípulos fieles del Señor, todavía debían purificarse. Como tendremos ocasión de comprobar, estaban llenos de afanes humanos. Dentro de poco, por ejemplo, los veremos discutiendo sobre cuál de entre ellos sería el mayor. Además las palabras que habían escuchado les imponían una grave responsabilidad. El Maestro, al que venían siguiendo desde tiempo atrás, era, en efecto, Maestro y debían escucharle, no tanto por el atractivo que ellos habían descubierto en Él, sino, desde ahora, por un mandato de lo Alto. Su vocación –llamada– de seguir a Jesús para vivir con Él, se refrendaba así con ese imponente, exigente e imperativo testimonio sobrenatural. Jesús aparecía además confirmado como Mesías, en continuidad y sintonía con dos importantes figuras del antiguo Israel: Moisés y Elías. La Transfiguración es un importante acontecimiento de la vida de Jesús, que debemos incorporar a nuestra idea de Cristo, para que no disminuya, por contemplarle en ocasiones tan humano, el convencimiento que tenemos de su divinidad y trascendencia del mundo: Uno con el Padre y el Espíritu Santo. Agradezcamos a Dios que haya querido hacerse tan próximo a los hombres en Jesucristo. Deseemos apreciar más y más esta cercanía que el Creador ha querido tener en el mundo sólo con el hombre, en lo que radica nuestra grandeza: nuestra dignidad de personas. Procuremos que muchos más se admiren con nosotros cada día de poder compartir la propia existencia en intimidad con nuestro Dios y Señor. Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos enseña, proclamando que hizo en Ella cosas grandes el Todopoderoso, porque se fijó en la humildad de su esclava.

36. 7 de marzo de 2004

La cara oculta de Jesús 1. La Buena Noticia de Jesús se resume en su Éxodo, que termina en la Resurrección. Moisés sacó al pueblo de Egipto. Hizo su Éxodo. Elías alentó al pueblo en su fe y esperanza, a costa de su descanso y tranquilidad. Fueron actores principales, ministros de la Palabra. Pero Jesús está ahora ya en su lugar, es su confirmación y su relevo. Su complemento y cumplimiento. El Padre habló por los profetas, pero últimamente el Padre habla por Cristo, el

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hombre que va a la muerte, obediente al Padre: "Escuchadle". La vida no va a terminar con la muerte. Repetidas veces ha dicho Jesús a los discípulos que va a morir, pero al tercer día va a resucitar. ¿Es un fracaso su vida? Aparentemente sí. Allí están los tres discípulos elegidos y más representativos y con ellos la Iglesia, que extenderá y propagará su mismo mensaje de amor hasta la muerte que termina en la gloria cuyo preludio es la Trasfiguración. 2 Antes estuvo Abraham: "Abraham creyó al Señor y se le contó en su haber" Génesis 15,5. Dios, que había sacado a Abraham de Ur de los Caldeos, le dice: "No temas, Abraham, yo soy tu escudo y tu paga será abundante". Abraham, desilusionado, expone al Señor su situación de fracasado: "¿De qué me sirven tus dones, si no me has dado hijos?". Entonces Dios le promete una descendencia numerosa, "como las estrellas", la posesión de aquella tierra, y la bendición. La descendencia es signo de poder. Los hijos son la riqueza de los pobres, por eso en la actualidad los pueblos con descendencia más numerosa son los del tercer mundo. Le promete la posesión de la tierra, que es el sueño de un nómada errabundo sin patria. Y le garantiza la bendición con la acumulación de grandes riquezas. 3. Bajo el cielo luminoso tachonado de un ejército de estrellas innumerables como testigos de la promesa, Dios garantiza a Abraham la descendencia numerosa. Abraham acepta la descendencia. Es ley biológica y seguro de defensa humana. Pero pregunta al Señor cómo sabrá que va a poseer la tierra. El Señor le pide que le ofrezca unos animales en sacrificio. Por entre los animales descuartizados pasó una antorcha ardiendo y una humareda de horno. En el fuego de la antorcha encendida Dios se hace presente y se compromete a cumplir la palabra, como diciendo: que me suceda lo que a estas víctimas sacrificadas. Cuando estos animales vuelvan a vivir, dejaré yo de cumplir mis promesas. ¡Nunca!. A Abraham le invadió un sueño profundo en el que interiormente vio el compromiso, la lealtad y la fidelidad de Dios. Dijo Dios: "Tu descendencia vivirá como forastera en tierra ajena, tendrá que servir y sufrir opresión durante cuatrocientos años, pero saldrá con grandes riquezas". "Aquel día el Señor hizo alianza con Abraham". Abraham vio, creyó, confió y se sometió incondicionalmente a Dios, con lo que consiguió una descendencia innumerable, la posesión de la tierra y la bendición de Dios. 4. "Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida" Salmo 26. El salmo trasciende la materialidad de la descendencia, de la posesión de la tierra y de la bendición de la prosperidad, y los eleva a la dimensión de la patria a que están apuntando: el "país de la vida". Donde la vida no tiene muerte, la participación de la vida de Dios que heredaremos con Jesucristo y por él. 5 "Una voz desde la nube decía: <Escuchadle>" Lucas 9,28. ¿El hombre Jesús ha quedado afectado tras su lucha con Satanás y su opción por el camino de la cruz? A sus amigos ya les ha anunciado su pasión y muerte. La sombra amarga de la suprema humillación y aniquilamiento no pesa sólo sobre ellos, sino también sobre él; ¿acaso no es hombre de carne y sangre? Jesús necesita afirmarse y afirmar su identidad de Hijo de Dios, sobre todo en los más íntimos. Por eso: "Cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a la montaña a orar". Mientras oraba se transfiguró y sus vestidos resplandecían de blancura. Su realidad, que permanecía oculta, se manifestó. Dios le llenó desde dentro. Entrar en oración es llegar a la fuente fresca de la transfiguración, allí donde la luz tiene su manantial. Todo cambia en la oración. El encuentro de Jesús con su Padre fue confortador y estimulante. 6. Hoy nos elige a nosotros; nos elige para subir con él. El no esperaba la Transfiguración. El esperaba orar. Conversar con el Padre. Manifestarle su estado, sus luchas, contarle el combate con Satanás, pedirle fuerza, sus Dones del Espíritu, su paciencia.. Se los llevó a orar con él. Nos elige y nos llama y acompaña a orar. Tal vez llegue la transfiguración. Seguro la paz y los efectos del contacto con el sol que vigoriza, acrece las defensas, en defintiva, transfigura nuestra vida. Nos elige a nosotros. Podemos poner excusas. El trabajo, la ignorancia, lo que queda al pie de la montaña. Depende de nosotros. El estaba reluciente con vestidos blancos y rostro bellísimo y radiante. No se ha maquillado. Su hermosura brota de dentro. Su alegría es clara y visible. El Verbo Dios que llevaba escondido, sólo viajaba de incógnito. Ahora se ha manifestado apenas. La belleza que hoy se cotiza es pura baratija. Belleza de fachada. No es que sea rechazable en sí misma, pero puede serlo en la intención, comercio, azuzamientos de los instintos menos nobles del ser humano. De ahí que haya necesidad de un autodominio, una lucha para aprender el lenguaje del amor, que es el lenguaje de Dios, que tiene sus propiedades y normas, para que en el diálogo y en la comunicación nos podamos entender, porque la carne habla un idioma distinto al del Espíritu de Dios. 7. Dos personas conversan con él de su "éxodo". Son Moisés y Elías. Los dos guías máximos de la fe de Israel, que han precedido a Jesús y le han esperado, ahora, como compañeros suyos. Cuenta Santa Teresa que hablando de Dios con el Padre García de Toledo, su confesor, vio a Jesús transfigurado que le dijo: "En estas conversaciones yo siempre estoy presente". Y el Padre se hizo presente y su voz desde la nube decía: "Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo". Era como decirles: No os escandalicéis de su muerte en cruz, es mi voluntad y el único camino de la Redención. Ese hombre que camina hacia la muerte es mi Hijo, que no sólo tiene la naturaleza de Dios, sino que también recibe su poder. Seguid el camino que él va a recorrer. Su muerte y vuestra muerte terminarán en una

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glorificación transfigurada. Esa es la cara oculta de Jesús que no veíais. Estaba oculta y seguirá estándolo, pero ya habéis visto momentáneamente, que la oscuridad de la cruz, encubre la luz encendida y portentosa. Como Israel salió de Egipto en dirección a la tierra prometida, el éxodo de Cristo, va de la muerte a la resurrección. "Escuchadle a El". Moisés y Elías prepararan su camino. Ahora sólo a El debéis escuchar y seguir 8. A Pedro se le ha quedado grabada hondamente la escena y nos lo dice: "El recibió de Dios Padre el honor y la gloria cuando desde la grandiosa gloria se le hizo llegar esta voz: <Este es mi hijo, a quien yo quiero, mi predilecto>. Esta voz llegada del cielo, la oímos nosotros estando con él en la montaña sagrada. Es una lámpara que brilla en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero de la mañana nazca en vuestros corazones"(2 Pe 1,19). 9. El nexo de unión donde coinciden la 1ª y 3ª lecturas, es la respuesta de la fe de Abraham a la palabra de Dios y la obediencia del cristiano a Jesús, cuya vida y palabra es el camino trazado por el Padre, que nos manda escucharle para caminar con Jesús en el desierto, hasta la crucifixión solemne, o pequeña y escondida, y la resurrección, ya que el Apóstol nos asegura que "transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo" (2Cor 3,18). 10. Dice el Vaticano II: "Ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte que, a pesar de tantos progresos, subsisten todavía? ¿Qué hay después de esta vida temporal?"(GS 10). El mensaje de las lecturas da respuesta a estas preguntas, porque "cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo"(Ib), para que la humanidad pueda salvarse. 11. "Quería Pedro quedarse, ¡se estaba muy bien allí! Presiente y anhela la meta, el descanso y la plenitud consumada. No quiere pensar que hay que pasar por la muerte. Desciende, Pedro. Tú, que deseabas descansar en el monte, desciende y predica la palabra...Trabaja, suda, padece a fin de que poseas por el brillo y hermosura de las obras hechas con amor, lo que simbolizan los vestidos blancos del Señor. Desciende a trabajar en la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado y crucificado en la tierra; porque también la Vida descendió para ser muerta, el Pan a tener hambre, el camino a cansarse de andar, la Fuente a tener sed (S. Agustín). «Pedro y sus compañeros -apunta el evangelio- se caían de sueño.» Es curioso observar que los discípulos se duermen cuando algo no les interesa. También se dormirán en Getsemaní. La idea de un salvador-rey-ungido que salva muriendo, dando la vida y dejándose matar, no les interesaba demasiado. Jesús no le hizo caso. Según los incomprensibles planes de Dios, ese Jesús -que bajaría del monte para subir al Calvario- es su Hijo a quien hay que escuchar. Los demás mesías esperados y soñados son falsos. 12. Aunque a veces sea necesario un alto en el camino para recobrar fuerzas, hay que completar el camino, hay que llevar a su término la tarea que corresponde a cada uno en este proceso de liberación personal y colectivo al que Jesús nos invita. Y más jugando con la ventaja de saber con certeza cuál será ese final. Jesús, Moisés y Elías. «Hablaban de su éxodo», palabra esta que ya desde el libro de la Sabiduría, 4,10, designa la muerte del justo como salida = éxodo hacia Dios. 13. Siempre que Jesús ve en peligro la fe de los suyos se va a compartir el problema con el Padre. El anuncio de que iba a ser un mesías bastante distinto de lo que las tradiciones judías hacían esperar, sin buscar ni alcanzar ninguno de los triunfos que todos esperaban -no llegaría a ser rey, no engrandecería a la nación israelita, ni siquiera vería con sus propios ojos cómo se establecía la justicia en su pueblo...-, debió hacer temblar los cimientos, poco firmes todavía, de la fe de los discípulos. A Pedro, Juan y Santiago, se los lleva Jesús consigo para asociarlos a su oración. 14. No olvidemos en el día de la celebración de la vida transfigurada, que estamos celebrando su vida resucitada, y que, aunque velado ahora por los accidentes del pan y del vino, vamos a ver al Jesús que se transfiguró. Su acción ahora, aunque esté oculta a nuestros ojos, es la misma que la de entonces. "Cristo hoy y ayer, el mismo por los siglos" (Hb 13,8).

Jesús Martí Ballester

37. Del Tabor al Calvario

Jesús había declarado a sus discípulos lo que iba a sufrir y padecer en Jerusalén, antes de morir a manos de los príncipes y sacerdotes. Los Apóstoles quedaron sobrecogidos y entristecidos por este anuncio. La ternura de Jesús les da ahora “una gota de miel” a los tres que serán testigos de su agonía en el huerto de los Olivos, Pedro, Santiago y Juan: les hace que contemplen su glorificación I. Jesús había declarado a sus discípulos lo que iba a sufrir y padecer en Jerusalén, antes de morir a manos de los príncipes y sacerdotes. Los Apóstoles quedaron sobrecogidos y entristecidos por este anuncio. La ternura de Jesús les da ahora “una gota de miel” a los tres que serán testigos de su agonía en el huerto de los Olivos, Pedro, Santiago y Juan: les hace que contemplen su glorificación. Mientras Él oraba, cambió el aspecto de su rostro y su

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vestido se volvió blanco, resplandeciente (Lucas 9, 29). Y le ven conversar con Elías y Moisés, que aparecían gloriosos. Pedro exclama: Señor, ¡bueno es permanecer aquí! Hagamos tres tiendas... El evangelista, refiriéndose a este suceso, comenta “no sabía lo que decía”: porque lo bueno, lo que importa, no es hallarse aquí o allá, sino estar siempre con Jesús, en cualquier parte, y verle detrás de las circunstancias en las que nos encontramos. Si permanecemos con Jesús, estaremos muy cerca de los demás y seremos felices en cualquier lugar o situación en que nos encontremos. II. La existencia de los hombres es un caminar hacia el Cielo, nuestra morada (2 Corintios 5, 2). Caminar en ocasiones es áspero y dificultoso, porque con frecuencias hemos de ir contra corriente y tendremos que luchar con muchos enemigos de dentro de nosotros mismos y de fuera. Pero quiere el Señor confortarnos con la esperanza del Cielo, de modo especial en los momentos más duros o cuando la flaqueza de nuestra condición se hace más patente. El atisbo de gloria que tuvo el Apóstol lo tendremos en plenitud en la vida eterna. El pensamiento de la gloria que nos espera debe espolearnos en nuestra lucha diaria. Nada vale tanto como ganar el Cielo. III. Lo normal para los Apóstoles fue ver al Señor sin especiales manifestaciones gloriosas, lo excepcional fue verlo transfigurado. A este Jesús debemos encontrar nosotros en nuestra vida ordinaria, en medio del trabajo, en la calle, en quienes nos rodean, en la oración, cuando nos perdona en la Confesión, y sobre todo, en la Sagrada Eucaristía, donde se encuentra verdadera, real y sustancialmente presente. Pero no se nos muestra con particulares manifestaciones. Más aún, hemos de aprender a descubrir al Señor detrás de lo ordinario, de lo corriente, huyendo de la tentación de desear lo extraordinario. Nunca debemos olvidar que aquel Jesús con el que estuvieron en el monte Tabor aquellos tres privilegiados es el mismo que está junto a nosotros cada día, ahora mismo. Esta Cuaresma será distinta si nos esforzamos en actualizar esa presencia divina en lo habitual de cada día.

38. Meditación diaria

La Transfiguración del Señor es particularmente importante para nosotros por lo que viene a significar. Por una parte, significa lo que Cristo es; Cristo que se manifiesta como lo que Él es ante sus discípulos: como Hijo de Dios. Pero, además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque viene a indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es nuestra vocación. Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Lo que San Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos viviremos por la eternidad. Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir, en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se acaba. Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de plenitud. Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una manifestación de la verdadera felicidad. Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena el alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, como dice Pedro: “¡Qué bueno es estar aquí contigo!”. Pero, al mismo tiempo, tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad. Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos, con nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede. Cuántas veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces hay pozos de tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida. ¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera con la auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma una decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración, ¿sabemos auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón diciéndole: «¡Qué bueno es estar aquí!»? Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la presencia de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no son simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es porque algo falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos entristece, en el fondo, no es por otra

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cosa sino porque nos quitó algo de nuestro corazón y de nuestra alma. Cuando una persona nos defrauda y nos causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos que nos diera. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en alguien y nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay plenitud. La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva. Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada día para resucitar con Él cada día. “Si con Él morimos —dice San Pablo— resucitaremos con Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él”. La Transfiguración viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo. Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración como un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de Cristo, sino que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que nosotros somos en nuestra vida; una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él, identificándonos con Él en todas las cosas que hagamos. Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y para aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo es lo mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida.

P. Cipriano Sánchez

39.

La Cuaresma camina hacia la meta triunfal de la Pascua. Ese día, con el Espíritu del Resucitado, renovaremos nuestro Bautismo. Afirmaremos nuestra fe en Jesucristo, el Señor y renunciaremos al mal: al pecado y todas sus seducciones... Naceremos como hombres nuevos, que quieren hacer un mundo nuevo. Y hoy, para animar nuestro camino, el Evangelio nos manifiesta un vislumbre de la gloria del Señor, en la Transfiguración.

El Evangelio de Lucas

"Unos ocho días después..." Así empieza Lucas su pasaje. Relaciona la Transfiguración como el acto de fe de Pedro: "Tú eres el Mesías de Dios" y la crisis de los discípulos cuando les anuncia su Muerte y Resurrección Jesús quiso enriquecer la fe de los suyos. "Se llevo a Pedro, Juan y Santiago a lo alto de una montaña para orar" En la Biblia muchas veces Dios se manifiesta en la Montaña. Cercanía de Dios, soledad y oración. Hace solo unas semanas pude estar físicamente en estas montañas de Israel y en ella hay sin lugar a dudas un aló de cercanía de lo Divino. Como en este Evangelio. Los tres elegidos habían sido los únicos testigos de otros momentos como: Cuando resucitó a la hija de Jairo y en Getsemaní. Sólo los tres, porque había que mantener el misterio de la gloria de Jesús hasta la revelación Pascual y tres testigos eran más que suficientes. "Mientras oraba... su rostro cambió... sus vestidos brillaban de blancos..." El mundo de Dios contado con nuestras palabras: blancura, luz, esplendor, asombro. La oración era el mejor momento para esta transformación. San Lucas también habla de Jesús que reza en el Bautismo y en la Cruz. "Conversaban con El... Moisés y Elías, que aparecieron con gloria y hablaban de su muerte en Jerusalén" Son dos figuras señeras del A.T. También habían pasado horas difíciles y ahora están glorificados. Sólo Lucas nos dice el tema de su conversación: su próxima muerte en Jerusalén "Pedro y sus compañeros se caían de sueño y espabilados vieron su gloria" También se dormirían en Getsemaní. En el Tabor despertaron más agradablemente "Maestro que hermoso es estar aquí. Haremos tres tiendas" El propio evangelista nos dirá que "No sabían lo que decían" "Una nube les cubría... una voz decía... Este es mi Hijo... el escogido, escuchadle" La nube era una señal bíblica de la presencia del Señor (Ex 40. 35) El Padre presenta a su Hijo con palabras de Isaías (42. 1) Destaca su misión profética, por lo que dice: "Escuchadle" San Lucas termina diciendo que los discípulos se callaron de momento.

Consignas para la Cuaresma.

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1.- Ante todo Jesucristo. "Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle" Es el objetivo primero de la Cuaresma y de siempre. Un Jesucristo creído, conocido, vivido, celebrado, comunicado. Tenemos que estar con el oído abierto a toda Palabra del Señor.

2.- Oración y contemplación. "Los llevó a lo alto de la montaña para orar" La Cuaresma tiene mucho monte que invita a la oración. El ritmo de silencio y de oración tiene que marcar este tiempo. Madrugar un poco, la Misa de cada día, el Rosario, el Vía Crucis de los viernes... cada uno sabe que es lo que mejor le va en estos días para preparar la Pascua. 3.- Dios en la calle. "Que hermoso es estar aquí Hagamos tres tiendas. No sabía lo que decía" San Pedro quiso encerrarse en ese momento. No seguir adelante. A Dios no se le encierra en el Templo. Hay que encontrarlo en la vida: en el trabajo, en los hermanos. Mucha gente no pisa nunca la Iglesia. Solo puede conocerlo en la calle. Necesita muchos testigos como nosotros. Queridos hermanos de la Lista. Recordemos siempre lo que hoy San Pablo nos promete y que se cumplió a las mil maravillas en María, nuestra Madre "El transformara nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para someter todo" Con mis pobres oraciones.

P. Rodrigo 40. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano Análisis El texto de Gn 15 pertenece a una unidad que tiene dos partes muy marcadas: la primera vv.1-6 sobre la promesa de un hijo y descendencia, la segunda vv.7-21 sobre la promesa de la tierra. El texto que hoy presenta la liturgia presenta una cierta confusión ya que encontramos la conclusión de la primera parte, y parte de la segunda. Muchos estudiosos se han preguntado por la antigüedad del texto, hoy parece haber acuerdo que si bien mucho material es antiguo, tenemos también elementos tardíos (como por ejemplo semejanzas con el Segundo Isaías). Incluso los primeros defensores de la teoría de fuentes del Pentateuco afirmaban que descubrir las fuentes de este texto resultaba muy difícil sino imposible. La primera parte (vv.1-6) nos muestra la promesa de Dios (v.1), la objeción de Abraham, (vv.2-3), la respuesta de Dios en forma de signo (vv.4-5: v.4, negación a la objeción, v.5, signo en el cielo) y aceptación de Abraham (v.6). Como vemos, la liturgia sólo incorpora el signo y la aceptación final. La segunda parte (vv.7-21) presenta una nueva promesa (v.7), objeción (v.8), signo presentado como voto (vv.9-17: v.9: presentación, vv.10-11, vv.12-16, paréntesis histórico, v.17, realización), confirmación de la alianza (vv.18-21: v.18, presentación, v.19-21, explicitación histórica). Como vemos, la liturgia ha omitido los textos con referencia histórica quedando sólo como promesa genérica. Ciertamente los textos históricos omitidos ayudan para mostrar cómo vio Israel su posesión de la tierra e incluso para verlo como un texto construido en circunstancias probablemente donde parecía que la tierra podía estar a punto de perderse, o también ya perdida y pretendiendo alentar la esperanza. El paralelo entre 15,7 y Lev 25,38 cambiando Egipto por “Ur de los Caldeos” ciertamente hace muy posible esta última interpretación: no hay que olvidar que los Caldeos son los habitantes de Babilonia en tiempos del Exilio; los encontramos por primera vez en el s.9 a.C. en el sur de Babilonia, vecinos de los arameos. Son víctimas del apogeo asirio y se enfrentan con él logrando finalmente el trono babilónico en tiempos de la caída de Jerusalén (587 a.C.); su influencia parece haber sobrevivido a la caída de Babilonia aún durante el período persa y luego griego. Pero, como es evidente, ciertamente estamos muy lejos de las época de Abraham. Es evidente que se refiere a los tiempos del redactor y no a los tiempos de lo narrado. Parece, entonces, que la vieja fórmula del Dios que libera de Egipto es utilizada para referir al Dios que libera de los Caldeos, y el pueblo -descendiente de Abraham- está invitado a creer en que la promesa antigua sigue viva y vigente; los paralelos con el discípulo de Isaías confirman esta lectura. La lista de animales que se ofrecen en sacrificio parece una presentación de todos los pasibles de ser ofrecidos en sacrificio. Sin embargo, tenemos que tener presente un texto paralelo que se encuentra en Jer 34,18-19 (cf. v.13) donde Israel pasa en medio de un becerro partido en dos, pero no ha sido fiel a la alianza que contrajo en ese gesto y será rechazado por Dios. en este caso, el que pasa en medio de los animales cortados (y las aves no cortadas) es el mismo Yavé; perro como Dios no puede ser visto, esto ocurre entre tinieblas, y lo que puede observarse son los signos: el fuego, el humo. Aquí es Dios el que ofrece la “firma” como una suerte de garantía de fidelidad de que Abraham poseerá la tierra. No es del todo correcta la traducción de berit como alianza en este caso (v.18) si bien es la habitual, el sentido parece más popular, semejante a un contrato, a una solemne confirmación (por eso “firma” puede ser comprensible). Dios se compromete con lo que él ha prometido y ahora rubrica.

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El Salmo que se nos propone para la respuesta es un Salmo de confianza: ¿a quién temeré? Dado que desde el v.7 el tono parece cambiar se ha propuesto que tenemos dos Salmos unidos artificialmente, cosa que no parece probable. Hay elementos que se repiten en las dos partes: “mi salvación” (vv.1 y 9), “!contemplar la belleza del Señor” es paralelo a “gozar de la dicha del Señor” (vv.4 y 13), los adversarios se “levantan contra” (vv.3 y 12). La confianza da unidad a todo el texto. Toda la primera parte recurre a imágenes bélicas para caracterizar a los adversarios; el orante está cercado y busca en la elevación del Templo protección; sin embargo, hay que tener claro que la imagen bélica no significa que el conflicto lo sea; el marco individual de la oración lo confirma. La segunda parte parece más insegura: abundan los imperativos y las peticiones: no me escondas, no me rechaces, no me deseches, no me abandones, no me entregues, y escucha, ten piedad, respóndeme, encamíname, guíame. Parece que toda la confianza manifestada en la primera parte se encuentra aquí en crisis. Es frecuente en las lamentaciones que luego de manifestarse todo lo que angustia y es motivo de queja, se culmine con una expresión de confianza; en este caso el orden se ha invertido. La imagen bélica cede su lugar a una familiar: “aunque mi padre y mi madre me abandonen” (v.10; ver Is 49,15) y a una judicial: “se levantan contra mí, testigos falsos, acusadores violentos” (v.12), especialmente esta última parece más probablemente la causa de la angustia del orante. El v.14 con nuevos imperativos vuelve a la confianza, esta ha salido airosa. Algunos elementos hacen pensar que el orante es alguien del templo (sacerdote o levita) porque sólo él vive en el templo, y algunos párrafos parecen pronunciados en la liturgia, pero probablemente también esto sea metafórico y el salmo fuera también propio de la oración personal. Es interesante notar el paralelo con el Sal 23 (“el Señor es mi pastor”):

Sal 23 (22) Sal 27 (26)

v.1: Yavé es mi pastor v.1: Yavé es mi luz

v.4: aunque camine... no temeré ningún mal v.3: aunque acampe un ejército mi corazón no teme

vv.2-3: en verdes praderas me hace reposar, me conduce a tranquilas aguas, repara mis fuerzas

v.5: me ofrece un lugar de refugio... me esconde en lo secreto de su tienda

v.5: preparas una mesa ante mis enemigos v.6: levanto la cabeza ante mis enemigos

v.6: habitaré en la casa de Yavé por años sin término v.4: habitaré en la casa de Yavé todos los días de mi vida

v.3: me guía por el justo camino v.11: guíame por el camino recto

v.5: a la vista de mis enemigos v.12: a la saña de mis enemigos

La liturgia sólo nos propone los versículos 1.7-9 y 13-14 con lo que se evita toda la imagen bélica de la primera parte resaltándose solamente el aspecto de seguridad y confianza. Los vv.7-9 parecen un diálogo entre el orante y Yavé (“busquen mi rostro”). Los temores expresados en 7-9 se reemplazan confiadamente por un “puesto que”, ya que he confiado, “espero gozar”. La confianza tiene la última palabra. La carta de Pablo a los Filipenses tiene una serie de puntos que merecerían ser discutidos. Señalemos, sin embargo, que 3,1-4,1 parece ser una unidad (o quizá hasta 4,3 por la repetición de la invitación a estar alegres). En la mayor parte del cap. 3 Pablo alerta a la comunidad contra los “perros”, “obreros malos”, “falsos circuncisos”, todo lo que parece una ironía contra los grupos judaizantes, es decir quienes pretendían que los cristianos para ser verdaderamente salvados previamente debían aceptar la circuncisión. El tema es complicado: ¿quiénes eran? la cosa se discute, pero parecen ser grupos que pretenden que los cristianos venidos del mundo no judío se hagan a sí mismos primero judíos (circuncisión mediante) para poder gozar luego de los beneficios de la salvación. Puede ser para evitar conflictos: el judaísmo es una religión lícita, las novedades no son bien vistas por algunos griegos; puede ser por cerrazón ante la novedad de parte de los “judaizantes”; puede ser por una suerte de idolatría de la Ley, la circuncisión y la misma ley puestas casi al mismo nivel que Dios... la cuestión es que misioneros itinerantes han llegado a Filipos e insistido en que es necesario hacerse judíos por la circuncisión, y dejar de ser perros (= paganos). Pablo les dice que ellos son los incircuncisos, los perros, etc... A continuación presenta una especie de “curriculum” frente a los que lo cuestionaban: él tiene tantas o más razones para gloriarse de ser judío, pero no pone allí su seguridad, “todo eso lo tiene como estiércol” y sigue en camino para alcanzar a Cristo. Estemos donde estemos, avancemos (3,16). Con un término clásico para presentar una nueva unidad comienza esta: “hermanos”. Invita a la comunidad a imitarlo, lo que es algo frecuente: como judío que es, Pablo sabe que los rabinos no sólo pretenden enseñar “contenido” sino un modo de vivir; el discípulo debe aprender a “caminar”. Pero no es la persona la que debe ser imitada, es el camino. El camino que acaba de presentar, de rechazo, de perder todo. Es característico en

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Pablo presentarse él mismo pero después de dejarnos muy claro que -como apóstol- su vida misma es una vida crucificada. Él “encarna” la cruz en su vida, y por eso está crucificado, lo que es motivo de gloria es su debilidad, “su cruz” (ver 2 Cor 10-12). Si en Fil 3 Pablo realiza una nueva “apología”, lo hace presentándose como él mismo crucificado”. Por eso puede decir que lo imiten, “como yo imito a Cristo” agrega en 1 Cor 11,1. No es su vida, sino su muerte, podríamos decir. Lo que cuenta es la cruz, que aparece como debilidad y es “fuerza de Dios” (1 Cor 1,24). Por eso, los que ponen su confianza en sus fuerzas, en sus obras, en su propia vida son “enemigos de la cruz de Cristo”. ¿Dónde ponen la confianza? en el cumplimiento de las leyes, por ejemplo las alimenticias, o en la circuncisión, y con eso creen alcanzar a Dios. Irónicamente Pablo les dice que confunden medios con fines, los alimentos están en función del estómago, la circuncisión en el órgano sexual (“vergüenza”), no se puede poner allí el acento. El que camina según el ejemplo de Pablo es el que es “ciudadano” del cielo, allí apunta su mirada, no en cosas “de la tierra”. La “ciudadanía” (el término sólo aparece aquí en todo el NT) parece contradecir otras ciudadanías (recordar que Hch presenta a Pablo como ciudadano romano), es un ser ya de una ciudad a la que todavía no pertenecemos plenamente, somos peregrinos. La referencia a nuestro “cuerpo” no hay que entenderla con esquemas griegos (cuerpo y alma) sino pensando en nuestra configuración con Cristo que nos hace partícipes de la resurrección. La referencia a la cruz sirve para promover actitudes sociales contrapuestas a las de los judaizantes y su confianza en sus capacidades, por el contrario, la cruz aparece como modelo de una sociedad alternativa que ayuda a la unidad interna de la comunidad. La vida cristiana tiende a la liberación, y está en tensión entre una liberación y otra, entre la liberación que alcanzamos por la cruz y la liberación que nos vendrá por la ciudadanía del cielo que nos alcanzará una corona de gloria. El Evangelio de la Transfiguración según la versión de Lucas propone una serie de elementos que es interesante tener en cuenta. La diferencia con los textos de Mateo y Marcos hizo que muchos se pregunten si Lucas tuvo en su poder una fuente propia, aunque otros piensan que posiblemente las diferencias de deban propiamente a la redacción del evangelista. Los elementos comunes son conocidos: Jesús ha anunciado que le espera el rechazo y la muerte. En los otros Sinópticos Pedro se ha escandalizado y Jesús lo compara con “Satanás” aunque esto es omitido por Lc. Jesús anuncia que quien quiera ser discípulo debe cargar la cruz (“cada día” añade Lc). Esto es muy duro, pero termina aclarando que “algunos de los que están... no probarán la muerte hasta que vean” (Mt aclara “al Hijo del hombre viniendo”) el reino. Precisamente Jesús se aparta a algunos y les hará “ver”. Así sucede la Transfiguración. Hay elementos que son propios de Lc y son interesantes: a diferencia de Mc/Mt los días son “ocho”, Jesús sube “al” monte (como si supiéramos cuál es) y sube “para orar” lo que es muy frecuente en Lc; lo que ocurre sucede “mientras oraba”, como una consecuencia de esta oración. Lc agrega como algo importante el contenido de la conversación entre Jesús, Moisés y Elías. Agrega el temor en medio de la nube, Jesús es además de “Hijo” presentado como “elegido”. Finalmente Lc omite toda relación entre Elías y el Bautista en el descenso del monte. Es interesante que este monte no sea el monte Sión, lugar donde Dios se encuentra con su pueblo: la cita “este es mi hijo” remite al Sal 2 que en v.6 dice que “ha instalado a su rey en Sión, su monte santo”. La invitación a la cruz es un escándalo, y Jesús invita a la superación de este escollo. La transfiguración aparece así como un relámpago en medio de la oscuridad. En medio de la noche de la cruz la transfiguración presenta un esbozo de lo que espera a los seguidores de Jesús: la cosa no termina en la cruz. Jesús es presentado como “hijo”, algo que ya sabemos desde el Bautismo (3,22), o mejor desde la infancia (1,32); a su vez es interesante notar la diferencia: en el Bautismo la frase del cielo se dirige a Jesús: “tú eres...”, mientras que ahora se dirige a la comunidad representada en los discípulos: “este es...”. Pero al añadir “elegido” Lc nos recuerda al Siervo de Yavé (ver Is 42,1), el siervo anunciado que sufre. Es sabido la importancia que la relectura de los cantos del Siervo tuvieron en la comunidad cristiana para referirse a Jesús. Finalmente hay que destacar a Jesús como el “profeta como Moisés” (ver Dt 18,15), es a él a quien “escucharán”, como además recuerda Pedro en Hch 3,22. Lo que ocurre no es una “metamorfosis” sino que su rostro cambia, como había ocurrido con Moisés (Ex 34,29s). Lo que no es claro es por qué se alude a Moisés y a Elías; pensar que Elías aparece como “profeta” mientras Moisés representa a la ley es olvidar que Jesús es visto como “profeta semejante a Moisés”. Lc recibe el texto con ambos personajes, pero él omite el diálogo posterior donde el Bautista es comparado con Elías, probablemente porque prefiere comparar a Jesús con Elías. Es interesante citar aquí un texto rabínico: “Johanán ben Zachaí ha dicho: Dios dijo a Moisés: cuando yo envíe al profeta Elías, ambos habrán de venir juntos”. Lc, en cambio, presenta el diálogo de los dos personajes con Jesús sobre su “éxodo”, es decir sobre su paso (ver 9,51; Hch 13,24), un paso marcado por el plan de Dios. La referencia a Jerusalén es muy importante en el Tercer Evangelio ya que ocupa un lugar central en la teología histórico-geográfica del Evangelio: todo el Evangelio apunta a la ciudad, y desde allí todo parte en Hechos. Ante la presencia de Moisés y Elías interviene Pedro, pero “no sabe lo que decía”, probablemente Lc lee la clásica incomprensión propia de Mc pensando que es toda la Iglesia la que debe ser reunida por el Señor, o

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porque no se le puede dar a Dios una morada... La nube es un signo de la presencia divina y de su gloria (“vieron la gloria”, v.32), y por eso cuando los discípulos entran en la nube (sólo Lc señala expresamente que también ellos quedan cubiertos por la nube) “se llenaron de temor”; ellos no son simples espectadores, la nube es reunión de los discípulos en torno a la palabra de Dios, y unidos a su vez con los personajes del cielo en una suerte de “comunión de los santos”. Sin embargo, como en Getsemaní, el sueño los vence (22,45-46), no son testigos del diálogo, y sólo después de la resurrección comprenderán. “Escúchenlo” es la clave del relato: para estar en cercanía a Jesús no es necesario armar tiendas, sino escucharlo, vivir de su palabra. La peregrinación no ha terminado, estamos en camino aunque la transfiguración ilumine brevemente el escándalo de la cruz anunciada; la Iglesia en marcha a su éxodo en el cielo mira el monte, como Israel miraba el Sinaí en su éxodo. De golpe, súbitamente todo termina y encontramos a “Jesús solo”. Sin prohibición de por medio, los discípulos guardan el secreto, seguramente porque no han comprendido y se mantienen en el misterio.

Comentario

¡Jesús es tan extraño...! Después de tirar abajo todas las expectativas propias de su tiempo, y remarcar que como Mesías lo van a matar, y así salvará a todos, -después de eso-, dice que sus seguidores deben caminar su mismo camino, deben pasar las mismas cruces, y hasta el mismo martirio, y esto ¡cada día!... ¿Quién lo entiende? Pero cuando todo parece, casi, una invitación al masoquismo, se nos manifiesta transfigurado... "¡esto es lo que les espera!", nos señala, como en un relámpago en medio de la noche. Cruz y resurrección, van tan de la mano, que se hace imposible separarlas. La resurrección da un sentido nuevo y fructífero a una vida que quiere gastarse y entregarse, como el fruto da sentido al entierro del grano. Pero también, la muerte da un sentido nuevo a la resurrección, ¡¡¡ el amor nunca se hace tan generoso como cuando da la vida!!!, y Jesús no será un Mesías “allá en las nubes”, sino uno que camina nuestros pasos, uno que pasó por la cruz y que se dirige a Jerusalén, tierra de Pascua, y tierra que es punto de partida de la misión.

La transfiguración es un anticipo; es un "eclipse al revés": una luz en medio de la noche. Da un sentido completamente nuevo a la vida, ¡y a la muerte! Hace comprensible la maravillosa reflexión de Hélder Camara: "El que no tiene una razón para vivir, no tiene una razón para morir”. ¡Pobres de nosotros si queremos aburguesarnos, instalarnos o acomodarnos! El «qué bien estamos aquí» es, evidentemente, "no saber qué se está diciendo". "Cambia, todo cambia" dice una canción... la Cuaresma es "tiempo de cambio" dice la Iglesia... En cambio, Pedro quiere quedarse: "quedémonos aquí" ... Muchos, no quieren saber nada con los cambios: "más vale malo conocido, que bueno por conocer", sentencian ¡Qué diferencia! La Transfiguración es decirnos "esto es lo que les espera”, es decirnos que "dar la vida vale la pena". Todo proceso de conversión y cambio tiene sentido porque tenemos una roca firme, tenemos uno que no cambia, y garantiza nuestra vida fecunda, un "resucitado que es el crucificado" (J. Sobrino). Por eso la importancia que tiene “escuchar” a Jesús. Es la voz del profeta de los tiempos finales, del profeta como Moisés, que nos enseña el camino de la vida, el camino del éxodo que es camino de Pascua. Lo que celebramos en la Cuaresma, no es un hecho "piadoso" en el sentido común del término; es un hecho vital, de vida; un jugarse y comprometerse, un dar la vida. Es un volverse a Cristo presente en los hermanos. Como todas las alianzas de la Biblia, la alianza con Abraham se sella con sangre; Jesús, selló -en su sangre- una alianza "nueva y eterna”... Ya no es sangre de animales la que da vida y es signo de la alianza, ahora es la sangre de Cristo, su amor, su vida unida a la sangre de tantos mártires que, con su muerte transfigurada, dan vida a tantos muertos por la violencia y la injusticia. No es que Dios quiera sangre, ciertamente, sino que el amor nunca es más verdadero como cuando llega hasta el final, y en el caso de Jesús, hasta dar la vida, que es el signo de amor por excelencia. Estamos ante una alianza que es amor ofrecido en generosidad, y que cada creyente confirma y reafirma “cada día” en su derramamiento de sangre, sea en el amor cotidiano, como en el martirio doloroso de tantos hermanos nuestros latinoamericanos. Y, si la muerte es el mayor de los absurdos, desde Cristo, desde su muerte y su resurrección (hoy vislumbrada en la Transfiguración), jugarse la vida, gastarla en la lucha por la justicia y la solidaridad, por la verdad y la vida, es el acontecimiento fructífero por excelencia, ya que Cristo asocia a sí mismo a una multitud de hermanos... No es que Dios quiera -hay que repetirlo- que nadie muera, Él es Dios de vida, no de muerte- pero nada hay más dador de vida que el amor, por eso es Dios de amor. Dios nos quiere siempre, cada día, dando vida, aunque frente a la injusticia, la violencia y el pecado, esa búsqueda de dar vida pueda implicar tener que dar la vida. Pero como siempre, es la vida y el amor lo que cuenta, es la vida por el reino, es un dar la vida para que otros vivan. Una muerte que da vida, da sentido a tantas vidas muertas...

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Para la revisión de vida En mi vida, como en la de todo ser humano, ha tenido que haber tiempos o momentos privilegiados, llenos de sentido, embriagados de amor, de felicidad plena. Me hará bien revivir esos momentos o tiempos: cuáles fueron, cómo se dieron, cómo los viví, qué sentía, por qué se acabaron… Hacer un tiempo de oración recalando en mi conciencia esas vivencias de “transfiguración”. Más: ¿debería volver al “entusiasmo”, al “fervor del amor primero”? -“Este es mi hijo predilecto, escúchenle": ¿puedo decir que el proyecto fundamental de mi vida es una acogida de la propuesta de Jesús, en la que vemos la palabra de Dios que nos habla? Para la reunión de grupo -El ser humano no sólo es un “animal racional”, al decir de Aristóteles, sino un “animal de sentido”. Necesita un sentido para vivir. Y lo necesita tanto o más que los bienes materiales necesarios para su vida. Sin sentido, su vida se hace sencillamente insufrible. ¿Qué relación tiene la cultura y la religión con esta necesidad antropológica fundamental? -Estamos en un tiempo sin utopías, donde todo se compra y se vende y se calcula fríamente... ¿Qué mensaje nos trae el símbolo de la transfiguración a este tiempo de mirada tan corta? -La inquietud de Abraham de asegurarse de que tomará posesión de la tierra que Dios le promete para el pueblo que le ha de suceder puede ponerse en relación con la problemática de la tierra que actualmente se vive en el tercer mundo. Por poner un ejemplo: en Brasil hay 3 millones de propiedades inmuebles rurales. De ellas el 62% son minifundios y ocupan el 8% del área total. En el lado opuesto, el 2’8% de esas propiedades son latifundios que ocupan el 57% del área total. Brasil es el segundo país del mundo con la mayor concentración de propiedad de la tierra de todo el mundo. El INCRA brasileño considera que, como media nacional, el 62’4% del área total de los inmuebles rurales es improductiva. Tal vez por eso en Brasil ha surgido en los últimos años el MST (el Movimiento de los Sin Tierra, www.mst.org.br), la fuerza organizativa popular de más peso en el país y en el Continente, en la que muchos de los participantes son cristianos convencidos de la necesidad de reivindicar (tanto por razones éticas como religiosas) el derecho a la tierra que Dios creó para todos. Para la oración de los fieles -Para que purificando nuestro corazón y educando nuestros ojos seamos capaces de transfigurar nuestra mirada sobre la realidad de cada día y ver el sentido divino que la habita... -Para que el Señor sostenga nuestra fe, nos haga dignos de este don y no nos deje caer en la desorientación o el sinsentido de la vida... -Por todos los hombres y mujeres que buscan y no encuentran el sentido para sus vidas; para que Dios se les haga encontradizo y ellos alcancen la felicidad a la que están destinados... -Para que seamos testigos de esperanza ante nuestros hermanos, pero siempre con la humildad de quien ofrece un don gratuito y no un mérito propio... -Para que seamos personas contemplativas, que acostumbran a saborear esa presencia de Dios que se oculta en la realidad pero se descubre en la oración... Oración comunitaria Dios Padre nuestro: como el evangelista Lucas, también nosotros creemos que de hecho, en la vida de Jesús Tú mismo nos has estado dirigiendo tu Palabra. Haz que iluminados por ella, podamos transfigurar y mirar de un modo nuevo las realidades que también hemos de transformar, unidos a todos los hombres y mujeres que, iluminados también de mil modos por tu misma Palabra, caminan hacia el mismo «otro mundo posible» que Tú quieres ayudarnos a que construyamos entre todos los pueblos de la Humanidad mundializada. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.

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Transfiguración, lo que Cristo es La Transfiguración del Señor es particularmente importante para nosotros por lo que viene a significar. Por una parte, significa lo que Cristo es; Cristo que se manifiesta como lo que Él es ante sus discípulos: como Hijo de Dios. Pero, además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque viene a indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es nuestra vocación. Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Lo que San Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos viviremos por la eternidad.

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Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir, en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se acaba. Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de plenitud. Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una manifestación de la verdadera felicidad. Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena el alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, como dice Pedro: “¡Qué bueno es estar aquí contigo!”. Pero, al mismo tiempo, tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad. Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos, con nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede. Cuántas veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces hay pozos de tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida. ¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera con la auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma una decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración, ¿sabemos auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón diciéndole: «¡Qué bueno es estar aquí!»? Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la presencia de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no son simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es porque algo falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos entristece, en el fondo, no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de nuestro corazón y de nuestra alma. Cuando una persona nos defrauda y nos causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos que nos diera. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en alguien y nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay plenitud. La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva. Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada día para resucitar con Él cada día. “Si con Él morimos —dice San Pablo— resucitaremos con Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él”. La Transfiguración viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo. Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración como un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de Cristo, sino que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que nosotros somos en nuestra vida; una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él, identificándonos con Él en todas las cosas que hagamos. Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y para aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo es lo mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida.

P. Cipriano Sánchez 42. Meditación para el 07 de marzo Del tabor al calvario I. Jesús había declarado a sus discípulos lo que iba a sufrir y padecer en Jerusalén, antes de morir a manos de los príncipes y sacerdotes. Los Apóstoles quedaron sobrecogidos y entristecidos por este anuncio. La ternura de Jesús les da ahora “una gota de miel” a los tres que serán testigos de su agonía en el huerto de los Olivos, Pedro, Santiago y Juan: les hace que contemplen su glorificación. Mientras Él oraba, cambió el aspecto de su rostro y su vestido se volvió blanco, resplandeciente (Lucas 9, 29). Y le ven conversar con Elías y Moisés, que aparecían gloriosos. Pedro exclama: Señor, ¡bueno es permanecer aquí! Hagamos tres tiendas... El evangelista, refiriéndose

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a este suceso, comenta “no sabía lo que decía”: porque lo bueno, lo que importa, no es hallarse aquí o allá, sino estar siempre con Jesús, en cualquier parte, y verle detrás de las circunstancias en las que nos encontramos. Si permanecemos con Jesús, estaremos muy cerca de los demás y seremos felices en cualquier lugar o situación en que nos encontremos. II. La existencia de los hombres es un caminar hacia el Cielo, nuestra morada (2 Corintios 5, 2). Caminar en ocasiones es áspero y dificultoso, porque con frecuencias hemos de ir contra corriente y tendremos que luchar con muchos enemigos de dentro de nosotros mismos y de fuera. Pero quiere el Señor confortarnos con la esperanza del Cielo, de modo especial en los momentos más duros o cuando la flaqueza de nuestra condición se hace más patente. El atisbo de gloria que tuvo el Apóstol lo tendremos en plenitud en la vida eterna. El pensamiento de la gloria que nos espera debe espolearnos en nuestra lucha diaria. Nada vale tanto como ganar el Cielo. III. Lo normal para los Apóstoles fue ver al Señor sin especiales manifestaciones gloriosas, lo excepcional fue verlo transfigurado. A este Jesús debemos encontrar nosotros en nuestra vida ordinaria, en medio del trabajo, en la calle, en quienes nos rodean, en la oración, cuando nos perdona en la Confesión, y sobre todo, en la Sagrada Eucaristía, donde se encuentra verdadera, real y sustancialmente presente. Pero no se nos muestra con particulares manifestaciones. Más aún, hemos de aprender a descubrir al Señor detrás de lo ordinario, de lo corriente, huyendo de la tentación de desear lo extraordinario. Nunca debemos olvidar que aquel Jesús con el que estuvieron en el monte Tabor aquellos tres privilegiados es el mismo que está junto a nosotros cada día, ahora mismo. Esta Cuaresma será distinta si nos esforzamos en actualizar esa presencia divina en lo habitual de cada día.

Francisco Fernández Carvajal Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre

43 CLARETIANOS 2004

¡Cuerpos transfigurados! No celebramos en este segundo domingo de Cuaresma la mortificación, la maceración del cuerpo, sino su transfiguración. Es también la fiesta del Corpus Christi, pero esta vez, del Corpus transfigurado, glorificado. No acabamos de creernos que el cristianismo es la religión, o tal vez mejor, la fe del Cuerpo. Hoc est enim Corpus meum es la clave de nuestra filosofía de la vida, es nuestro mensaje-en-clave. Pero nos cuesta entenderlo y, casi imperceptiblemente, tendemos a des-corporeizar nuestra vivencia de lo corporal, a desencarnar nuestra comprensión de lo corporal. ¿Cómo acceder hoy al acontecimiento de la transfiguración del Cuerpo de Jesús, mientras oraba? Quizá el punto de partida deba ser nuestra experiencia del cuerpo, de nuestro cuerpo. Somos tal vez la única criatura viviente todavía imperfectamente adaptada a su cuerpo; ¡la única criatura que se avergüenza de su cuerpo! Incluso parece, a veces, que anhelamos esa otra etapa de la evolución en la que podríamos liberarnos de este cuerpo, tal cual lo hemos recibido. Sentimos la inadaptación de nuestro cuerpo cuando envejece, cuando arrastra más una pierna que otra, cuando el ojo comienza a no distinguir las formas o a lagrimear ante el heno recién cortado. Tal vez haya partes de nuestro cuerpo que no acabamos de aceptar: su falta de corpulencia, o una nariz o manos que nos parecen defectuosas, o una debilidad innata que nos impide resistir lo que quisiéramos, o un peso que nos parece excesivo o deficiente... Si a esto añadimos "cuerpos torturados, violados, heridos, humillados, hambrientos, enfermos...”. El culto al cuerpo, la búsqueda de la medicina que lo cure, lo reforme, lo transfigure... ¡está a la orden del día! El cuerpo humano pide, exige, se queja, se lamenta. No siempre tenemos a disposición los recursos necesarios para apaciguar sus ansias. Y, a pesar de todo, nosotros los judeo-cristianos proclamamos que el cuerpo humano es imagen de Dios, algo así como una prolongación corpórea de lo divino, o mejor, tal vez, la "exposición de Dios": ¡en nuestros cuerpos, femenino y masculino, Dios se expone! Decía Schelling el filósofo idealista que "todo el cosmos extenso en el espacio no es otra cosa que la expansión del corazón de Dios". Se dice que en algunas partes del cuerpo está representado todo el cuerpo: ¡la reflexoterapia! También se dice que en el cuerpo humano está representado todo el cosmos: "en los ojos se encuentra el fuego; en la lengua, que forma el habla, el aire; en las manos que tienen en propiedad el tacto, la tierra; y el agua en las partes genitales" (Bernardo de Claraval). En su tratado "Del Alma" Aristóteles sólo habla del cuerpo. ¿No parece extraño en el filósofo de la lógica? ¡Esa es precisamente su gran intuición! El cuerpo es "lo abierto", lo "no-cerrado" en sí mismo; el cuerpo no es prisión, sino camino de éxodo, extensión que parece ser casi infinita... ¡alma! también. El alma es el cuerpo en su misteriosa apertura. El cuerpo es el alma en su concreto inicio de expansión. Cuando mi cuerpo está bien, mejor, completamente sano, entonces todo él guarda silencio. Así definió Bichat la salud: "es la vida en el silencio de los

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órganos, cuando yo no siento mi estómago, mi corazón, o mis vísceras". Cuando enfermamos, o estamos a disgusto en nuestro cuerpo, aparecen en él las voces del lamento, la queja, el grito. ¡Se rompe el silencio de los órganos! Cuando el cuerpo entra en el silencio, en la oración contemplativa, es "casa serenada", entonces queda abierto a lo infinito, se muestra como alma. El Cuerpo de Jesús entró en el silencio, en la oración contemplativa. Fue entonces cuando se transfiguró ante sus tres discípulos escogidos. Mostró su apertura al infinito y quedó transfigurado. Antes de que en Jerusalén, en la última Cena, Jesús dijera "Hoc est enim Corpus meum", los discípulos contemplaron la Gloria del cuerpo, el ajuste definitivo del Cuerpo. Ellos quedaron estupefactos. No entendían. No sabían lo que decían. Pero allí contemplaron el Cuerpo resucitado. No se trataba únicamente de la individualidad de Jesús. Su cuerpo "abierto" sería más tarde el Cuerpo "eclesial", el Cuerpo "eucarístico"; la resurrección individual de su Cuerpo formaría parte de la Resurrección de los Cuerpos. Jesús transfigurado habla con Moisés y Elías. Se refieren a Jerusalén. Jerusalén es el espacio simbólico del cuerpo limitado, desajustado, corruptible. Jerusalén es el lugar simbólico de los cuerpos paralíticos y enfermos, de los cuerpos torturados y condenados a muerte. Jesús hablaba de Jerusalén con Moisés y Elías, profetas intérpretes del ansia liberadora de nuestros cuerpos. Pero de nuevo se hace el silencio. Y quien habla es Dios, el misterio Abbá -desde la Nube-: Hoc est enim Corpus meum, "este es mi Hijo, escuchadlo", o lo que es lo mismo, "Este es el Cuerpo de mi Hijo, de mi Elegido, ¡escuchadlo!". El Cuerpo de Jesús habla a nuestros Cuerpos enfermos y desajustados. Conectando con Jesús nuestros Cuerpos oyen y contemplan su futuro, su vocación abierta, su llamada al reajuste. El Dios de la Alianza no olvida a sus elegidos. Los cuerpos animales serán inmolados y partidos por la mitad. Los cuerpos de la Alianza serán resucitados y en ellos reflejará el Abbá toda su Gloria, su vitalidad, su belleza, su encanto. El cuerpo humano es "imagen de Dios", es decir, una imitación de lo Inimitable, de lo Divino, es la visibilidad de lo Invisible. Igual que la pantalla no es imagen, sino el espacio en el que se proyecta y se expone la imagen que viene del proyector. El cuerpo humano es pantalla vacía que espera la venida de la Imagen. Y está llega cuando se proyecta, se encarna: et Verbum caro factum est! (Y el Verbo se hizo carne). No es lícito destruir o torturar nuestro cuerpo con ayunos, sacrificios y mortificaciones. Este domingo nos pide que, más bien, lo liberemos de su cerrazón, de sus laberintos diabólicos o vicios, de todo aquello que lo mantiene secuestrado. Nuestro cuerpo está "a la espera" de la Promesa de la Alianza. Sale de su tierra para entrar en su verdadera y misteriosa Patria. Un día -quizá ahora anticipadamente- se proyectará en él, como en una pantalla silenciosa y vacía, el gran vídeo de Dios, que lo convertirá en cuerpo semejante a Él y, entonces escucharemos las palabras, dirigidas a nuestro cuerpo: "Tú eres mi hijo amado... mi escogido". Es cuando nosotros también podremos exclamar: Abbá, me diste un cuerpo... Aquí estoy para cumplir tu voluntad".

JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES 44. 2004 ESTE ES MI HIJO ELEGIDO, ESCÚCHENLO. Comentando la Palabra de Dios Gn. 15, 5-12. Dios quiere pactar con nosotros una alianza nueva y eterna, prometiéndonos dar la posesión, no de una tierra temporal y pasajera, sino la posesión de la Patria eterna, en la que Dios mismo sea nuestra herencia. Tal vez hayamos vagado muchas veces lejos del Señor. Tal vez al contemplar nuestra propia vida lleguemos a pensar que somos como desiertos salobres, tierra inhóspita e incapaz de ser fecunda. Pero para Dios nada hay imposible. Él llama a todos a la santidad. Él nos quiere a todos como poseedores de su Vida eternamente. Si le creemos a Dios no podemos centrar nuestra vida de fe sólo en algunas manifestaciones de actos de piedad. Nuestra fe en Él significará dejarnos conducir conforme a su voluntad, haciendo ya desde ahora nuestra su vida y trabajando por su Reino. Dios selló con nosotros esa promesa de salvación y esa Alianza, entregando su cuerpo y derramando su Sangre, mediante la cual se convierte para nosotros en Padre y nos ayuda a reconocernos como hijos suyos. Así nuestra vocación mira a ya no vivir para nosotros, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Creámosle a Dios; dejémonos salvar por Él; aceptemos ser y vivir como hijos suyos. Sólo entonces, por esa fe, el Señor nos tendrá por justos, pues hará su morada en nuestros corazones. Sal. 26. El Señor nos conduce a la Paz, al descanso eterno. Pero mientras llega ese día hemos de trabajar denodadamente colaborando para que el Reino de Dios llegue a nosotros. Ciertamente no quedaremos libres de una infinidad de tentaciones y de persecuciones, que querrán derrumbar en nosotros nuestras esperanzas. Sin embargo, quien confíe en el Señor jamás quedará defraudado, pues Dios vela por aquellos que le viven fieles, escucha sus clamores y los libra de las manos de sus enemigos. Dios, ya desde ahora, nos hará ver su bondad y su misericordia. Dios está con nosotros, ¿quién podrá en contra nuestra, quién podrá hacernos temblar? Por eso armémonos de valor y fortaleza, confiemos en el Señor y cobremos ánimo, pues Él ha vencido al mundo. No

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perdamos nuestra unión con Cristo. Si Dios nos conduce por el camino del bien, entonces nuestros pasos estarán seguros, y aunque pasemos por un camino tenebroso el Señor nos conducirá a la posesión de la paz y de la alegría eternas. Que el Señor esté siempre con nosotros. Flp 3, 17-4, 1. La Iglesia está llamada a transparentar en el mundo el amor que Dios nos ha tenido en Cristo. No podemos ser sólo predicadores del Evangelio con los labios. Dios nos quiere como aquellos que aseguran que la encarnación del Hijo de Dios se sigue realizando entre nosotros, pues lo hacemos presente, nosotros, miembros de su Cuerpo, ya que Él es nuestra Cabeza. Ojalá y podamos decir a los demás que imiten nuestro ejemplo, pues caminando juntos tras las huellas de Cristo, nos encaminamos a nuestra eterna salvación. Por eso dejemos a un lado nuestros caminos de maldad. Volvamos a Dios para que Él nos santifique y nos haga obrar siempre el bien. Pues si en lugar de amarnos nos destruimos como bestias salvajes, si en lugar de preocuparnos del bien de los demás pasamos de largo ante sus pobrezas, enfermedades, sufrimientos y pecados, ¿cómo podremos decirle a los demás que imiten nuestro ejemplo como nosotros imitamos a Cristo? Que Dios nos conceda ser un signo creíble del Señor, que nos amó hasta entregar su vida por nosotros para el perdón de nuestros pecados. Lc. 9, 28-36. No es sólo el estudio de la Palabra de Dios, ni la predicación de la misma hecha con elocuencia humana, lo que logrará que nuestro mundo se una con Dios y se transforme en Él. Hoy el Evangelio nos quiere hacer entender que sólo en la oración encontraremos el auténtico camino de conversión, pues entramos en una relación personal y amorosa con Dios; ante Él juzgaremos nuestra propia vida; y, si en verdad lo amamos, estaremos dispuestos a dejar que Él tome nuestra vida en sus manos y la transforme de pecadora en justa, para que seamos sus hijos amados, en quienes Él se complazca. Sólo a partir de una verdadera oración, hecha con sencillez y humildad, podremos encaminarnos hacia la salvación eterna, pasando por la cruz como signo del amor entregado hasta la muerte, buscando no nuestra gloria, sino la gloria de Dios. La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo. Los apóstoles escogidos por Jesús contemplaron por un instante la Gloria que Él posee como Hijo de Dios. Nosotros nos reunimos en torno al Resucitado para celebrar su Pascua. Él está ya glorificado eternamente. Y no sólo nos concede contemplar su Gloria, sino que nos hace, ya desde ahora, partícipes de ella, pues nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. No entramos en comunión con el Cristo temporal, sino con el Cristo glorificado. Por eso nuestra vida apunta constantemente a la santidad yendo de gloria en gloria. El Señor es quien nos transforma día a día, si en verdad Él permanece en nosotros y nosotros en Él. Por eso la participación en la Eucaristía no es sólo un acto de culto a Dios, es la aceptación en nosotros de su vida divina y es la decisión de dejarnos poseer por Él, de tal forma que desde nosotros el mundo pueda conocer, con toda claridad, el amor que Dios nos tiene y la vocación a la participación de la Gloria eterna a la que Él llama a la humanidad entera. La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente. Quienes nos llamamos hombres de fe; quienes en verdad nos esforzamos para que todos lleguen a ser hijos de Dios no podemos quedarnos constantemente en la oración tratando de buscar la voluntad de Dios. El Señor, en la oración, nos revela su plan de salvación, nos llena de la Gloria de su Espíritu, y nos devuelve a nuestra realidad de cada día para que, tomando nuestra cruz, colaboremos para que la salvación llegue a todos. No hay salvación sin oración y sin cruz. El Señor nos dirá que era necesario padecer todo esto para entrar en la gloria. Si queremos que nuestra vida personal, que nuestra familia y los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia sean cada vez más justos, más rectos, más dignos, debemos aprender a ser hombres de oración; con una oración sincera y comprometida para trabajar por el Reino de Dios entre nosotros. Recordemos, además, que no sólo serán nuestras palabras las que, desde la intimidad de la oración, le darán voz al Señor en medio de las realidades temporales, sino que ha de ir por delante nuestro ejemplo. Seamos rectos de tal forma que los demás puedan seguir, desde nosotros, las huellas del mismo Cristo, que nos amó y se entregó para santificar a su Iglesia y presentársela toda resplandeciente, sin arruga ni mancha, sino como digna esposa suya, para hacerla participar de su Gloria junto a su Padre Dios. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de dejarnos transformar por el Señor, de tal forma que no sólo nos llamemos hijos de Dios, sino que lo seamos en verdad. Amén.

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El mensaje de poder y consuelo de la Transfiguración, según el predicador del Papa El Evangelio del domingo relata el episodio de la Transfiguración. Lucas, en su evangelio, dice también el motivo por el que Jesús aquel día «subió al monte»: lo hizo «para orar». Fue la oración la que hizo su vestido blanco como la nieve y su rostro resplandeciente como el sol. Según el programa explicado la vez pasada, deseamos partir de este episodio para examinar el lugar que ocupa en toda la vida de Cristo la oración y qué nos dice ésta sobre la identidad profunda de su persona.

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Alguien dijo: «Jesús es un hombre judío que no se siente idéntico a Dios. No se reza de hecho a Dios si se piensa que se es idéntico a Dios». Dejando de lado por el momento el problema de qué pensaba Jesús de sí mismo, esta afirmación no tiene en cuenta una verdad elemental: Jesús es también hombre, y es como hombre que ora. Dios tampoco podría tener hambre y sed, o sufrir, pero Jesús tiene hambre y sed, y sufre, porque también es hombre. Al contrario, veremos que es precisamente la oración de Jesús la que nos permite echar un vistazo al misterio profundo de su persona. Es un hecho históricamente comprobado que Jesús, en su oración, se dirigía a Dios llamándole Abbà, esto es, querido padre, padre mío, y hasta mi papá. Este modo de dirigirse a Dios, aún no del todo ignorado antes de Él, es tan característico de Cristo que obliga a admitir una relación única entre Él y el Padre celestial. Escuchemos una de estas oraciones de Jesús, recogida por Mateo: «En aquel tiempo, Jesús dijo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar"» (Mt 11, 26-27). Entre Padre e Hijo existe, como se ve, una reciprocidad total, «una estrecha relación familiar». También en la parábola de los viñadores homicidas emerge claramente la relación única, como de hijo a padre, que Jesús tiene con Dios, diferente a la de todos los demás que son llamados «siervos» (Mc 12, 1-10). En este punto surge en cambio una objeción: ¿por qué entonces Jesús no se atribuyó jamás abiertamente el título de Hijo de Dios durante su vida, sino que habló siempre de sí como del «hijo del hombre»? El motivo es el mismo por el que Jesús no dice nunca que es el Mesías, y cuando otros le llaman con este nombre se muestra reticente, o incluso prohíbe que lo digan. La razón de esta forma de comportarse es que aquellos títulos los entendía la gente en un sentido preciso que no correspondía a la idea que Jesús tenía de su misión. Hijo de Dios eran llamados un poco todos: los reyes, los profetas, los grandes hombres; por Mesías se entendía al enviado de Dios que habría combatido militarmente a los enemigos y reinaría sobre Israel. Era la dirección en la que buscaba empujarle el demonio con sus tentaciones en el desierto... Sus propios discípulos no habían comprendido esto y continuaban soñando con un destino de gloria y de poder. Jesús no intentaba ser este tipo de Mesías. «No he venido -decía- para ser servido, sino para servir». Él no ha venido para quitar a nadie la vida, sino para «dar la vida en rescate de muchos». Cristo debía antes sufrir y morir para que se entendiera qué tipo de Mesías era. Es sintomático que la única vez que Jesús se proclama Él mismo Mesías es mientras se encuentra encadenado ante el Sumo Sacerdote, a punto de ser condenado a muerte, ya sin posibilidades de equívocos: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios Bendito?», le pregunta el Sumo Sacerdote, y Él responde: «¡Yo soy!» (Mc 14, 61 s.). Todos los títulos y las categorías dentro de las cuales los hombres, amigos y enemigos, intentan situar a Jesús durante su vida aparecen estrechas, insuficientes. Él es un maestro, «pero no como los demás maestros», enseña con autoridad y en nombre propio; es hijo de David, pero es también Señor de David; es más que un profeta, más que Jonás, más que Salomón. La cuestión que la gente se planteaba: «¿Quién es éste?» expresa bien el sentimiento que reinaba en torno a Él como de un misterio, de algo que no se conseguía explicar humanamente. El intento de ciertos críticos de reducir a Jesús a un judío normal de su tiempo, que no dijo ni hizo nada especial, choca completamente con los datos históricos más ciertos que poseemos sobre Él y se explica sólo con el rechazo por prejuicios de admitir que algo trascendente pueda aparecer en la historia humana. Entre otras cosas, no explica cómo un ser tan normal se convirtiera (según los mismos críticos) en «el hombre que cambió el mundo». Volvamos ahora al episodio de la Transfiguración para sacar de él alguna enseñanza práctica. También la Transfiguración es un misterio «para nosotros», nos contempla de cerca. San Pablo, en la segunda lectura, dice: «El Señor Jesucristo transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo». El Tabor es una ventana abierta a nuestro futuro; nos asegura que la opacidad de nuestro cuerpo un día se transformará también en luz; pero es también un reflector que apunta a nuestro presente; evidencia lo que ya es ahora nuestro cuerpo, por encima de sus míseras apariencias: el templo del Espíritu Santo. El cuerpo no es para la Biblia un apéndice prescindible del ser humano; es parte integrante de él. El hombre no tiene un cuerpo, es cuerpo. El cuerpo ha sido creado directamente por Dios, asumido por el Verbo en la encarnación y santificado por el Espíritu en el bautismo. El hombre bíblico se queda encantado ante el esplendor del cuerpo humano: «Me has tejido en el vientre de mi madre. Prodigio soy, prodigios son tus obras» (Sal 139). El cuerpo está destinado a compartir eternamente la misma gloria del alma: «Cuerpo y alma, o serán dos manos juntas en eterna adoración, o dos muñecas esposadas por una maldad eterna» (Ch. Péguy). El cristianismo predica la salvación del cuerpo, no la salvación a partir del cuerpo, como hacían, en la antigüedad, las religiones maniqueas y gnósticas y como hacen aún hoy algunas religiones orientales.

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¿Pero qué decir a quien sufre? ¿A quien debe asistir a la «desfiguración» de su propio cuerpo o de un ser querido? Para ellos es tal vez el mensaje más consolador de la Transfiguración: «Él transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo». Serán rescatados los cuerpos humillados en la enfermedad y en la muerte. También Jesús, de ahí en poco tiempo, será «desfigurado» en la pasión, pero resurgirá con un cuerpo glorioso, con el que vive eternamente, con quien la fe nos dice que iremos a reunirnos después de la muerte.

padre Raniero Cantalamessa, ofmcap