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HOY VIERNES 7 DE MARZO DE 2008 ExLibris es una página realizada para La Jornada de Oriente por el Centro Freinet Prometeo, el Consejo Puebla de Lectura AC y el Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica Edición: Juan Sebastián Gatti E-mail: [email protected] No sé hasta qué punto mi experiencia es común a todos, pero en mis hijos he obser- vado el pasmado tormento del aprendizaje de la lectura. Ellos, al menos, comparten mi experiencia. Recuerdo que las palabras –manuscri- tas o impresas– eran demonios, y los libros, que tanto me torturaban, mis ene- migos. Cierta literatura impregnaba la atmós- fera que respiré. Absorbí la Biblia por los poros. Mis tíos sudaban Shakespeare, y el Pilgrim’s Progress de Bunyan vino mez- clado con la leche de mi madre. Pero esas cosas me entraron por los oídos. Eran sonidos, ritmos, imágenes. Los libros eran demonios impresos, las pinzas y las em- pulgueras de un suplicio ultrajante. Hasta que ocurrió que una tía, con fatua igno- rancia de mis rencores, me regaló un libro. Contemplé con odio la impresión en negro, y luego las páginas paulatinamente se abrieron y me permitieron la entrada. El prodigio ocurrió. La Biblia, Shakespeare y el Pilgrim’s Progress eran patrimonio común. Pero este libro era mío. Era un ejemplar ilustrado de la Morte d’Arthur de Thomas Malory según la edición de Caxton. Adoré la anticuada ortografía de las palabras, y también las palabras en desuso. Es posible que haya sido este libro el que inspiró mi fervoroso amor por la len- gua inglesa. Descubrir paradojas me deleitaba: que cleave significa tanto unir como separar; que host alude tanto a un enemigo cuanto a un amigo hospitalario; que king («rey») y gens («pueblo») proce- den de la misma raíz. Por un tiempo, gocé de una lengua secreta: yclept y hyght para decir «llamado», wist para «conocer», accord para decir «paz», entente para decir «propósito», y fyaunce para decir «promesa». Moviendo los labios, pronun- ciaba la letra llamada “thorn” como una «p», a la cual se parece, y no como una «th». Pero en mi pueblo, la primera pala- bra de Ye Olde Pye Shoppe («La vieja pas- telería») se pronunciaba yee, así que supongo que mis mayores no estaban mucho mejor que yo. Fue sólo mucho más tarde cuando descubrí que la «y» sustituía a la “thorn” perdida. Pero al margen de que fueran gloriosas y secretas –And when the chylde is borne lete it be delyvered to me at yonder privy posterne uncrystened (“Y cuando nazca el niño, séame entrega- do sin bautizar en aquella poterna secre- ta”)—, yo, curiosamente, conocía las palabras de tanto susurrármelas a mí mismo. La misma extrañeza del lenguaje bastaba para hechizarme y sumirme en una escenografía antigua. Y esa escenografía enmarcaba todos los vicios que hubo siempre, además del coraje, la tristeza y la frustración, y sobre todo el heroísmo, acaso la única cualidad humana forjada por Occidente. Creo que mi percepción del bien y del mal, mi sen- timiento de noblesse oblige, y todas mis reflexiones contra los opresores y a favor de los oprimidos provinieron de este libro secreto. Este libro no ultrajaba mi sensibi- lidad como casi todos los libros infantiles. No me asombraba que Uther Pendragon codiciara a la mujer de su vasallo y la tomara mediante engaños. No me asusta- ba descubrir que había caballeros malig- nos además de caballeros nobles. También en mi pueblo había hombres que lucían los hábitos de la virtud pero cuya maldad me era conocida. En medio del dolor, la pesadumbre o el desconcierto, yo volvía a mi libro mágico. Los niños son violentos y crueles, y también bondadosos; yo era todas estas cosas y todas estas cosas esta- ban en el libro secreto. Si yo no sabia escoger mi senda en la encrucijada del amor y la lealtad, tampoco Lanzarote sabía hacerlo. Podía comprender la vileza de Mordred porque también él estaba en mí; y también había en mí algo de Galahad, aunque quizá no lo bastante. Pese a todo, también estaba en mí la ape- tencia del Grial, hondamente arraigada, y quizás aún lo esté. Más tarde, como el hechizo perduró, acudí a las fuentes: al Libro negro de Caernarthen, al «Mabinogion y otros cuentos galeses» del Libro rojo de Hergist, al De Excidio Britanniae de Gil- das, a la Giraldus Cambrensis Historia Britonum, y a muchos de los Frensshe books, los «libros franceses» de que habla Malory. Y con las fuentes, leí los sondeos y tanteos de los especialistas —Chambers, Sommer, Gollancz, Saintsbury—, pero siempre volvía a Malory, o quizá debería decir al Malory de Caxton, puesto que ése era el único Malory que había hasta hace más de treinta años, cuando se anunció que un manuscrito desconocido de Malory se había descubierto en la Biblioteca del Winchester College. Durante mucho tiempo quise verter a la lengua moderna las historias del rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda. Esas historias perduran hasta en aquellos que no las leyeron. Y es posible que hoy día nos impacienten las viejas palabras y los solemnes ritmos de Malory. No todos comparten mi inicial y persis- tente fascinación por esas cosas. Quise verterlas a la lengua llana de hoy en día para mis jóvenes hijos, y para otros hijos no tan jóvenes, verter el significado de esas historias tal como fueron escritas, sin excluir ni añadir nada, quizá para compe- tir con las distorsiones del cine y la histo- ria, que constituyen la única fuente accesi- ble para esos muchachos y para otros que se impacientan con la escritura de Malory y con el uso de palabras arcaicas. Si puedo hacerlo y, a la vez, preservar la maravilla y la magia, me daré por contento y satis- fecho. *Fragmento de la introducción a Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros, Ed. Hermes, México, 1983. Leer es para mí lo que para Samuel Johnson: todo lo que nos hace olvidar el aquí y el ahora, todo lo que nos aleja de nuestra circunstancia personal, todo lo que nos ennoblece, todo lo que nos mejora. Y el placer privado de poseer un libro. Jorge Luis Borges (1899-1986) El sol muerto de risa Por Sergio de Régules Ed. Pangea 168 pp. El sol muerto de risa es un li- bro es muy interesante porque te permite descubrir lo que es el universo y el sistema solar, nos dice que la tierra no es ni un granito de arena en el mar. También te puedes enterar de lo que pensaban antes las per- sonas sobre el universo, la tie- rra y el sol. Así que te invito a leerlo. (Angélica Rodríguez Rodríguez, 14 años) Los fabulosos dinosaurios jurásicos Ed. Arquetipo 63 pp. Yo les recomiendo mucho este libro porque te da mucha in- formación y tiene muchos di- nosaurios. Te dice cuánto pe- saban, cuánto medían y cuán- tos años vivieron, qué comían y si eran carnívoros o herbívo- ros, grandes o chicos y en dón- de vivieron. (Eliseo Sánchez Arias, 8 años. Hay muchas personas que olvidan, cuando crecen, lo mucho que les costó aprender a leer. Quizá se trate del mayor esfuerzo emprendido por un ser humano, y debe afrontarlo cuando niño. Un adulto rara vez sale triunfante de esa empresa, la de reducir la experiencia a un orbe de símbolos. Los seres humanos han existido durante mil millares de años, y sólo han aprendido esta arti- maña —este prodigio— en los diez últimos millares de los mil millares. Este libro era mío * John Steinbeck Lectura en el bosque. Fragmento. Óleo sobre lienzo de Eva Gonzalès, 1879.

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HOY VIERNES 7 DE MARZO DE 2008

ExLibris es una página realizada para La Jornada de Oriente por el Centro Freinet Prometeo, el Consejo Puebla de Lectura AC y el Instituto Nacionalde Astrofísica, Óptica y Electrónica �� Edición: Juan Sebastián Gatti �� E-mail: [email protected]

No sé hasta qué punto mi experiencia escomún a todos, pero en mis hijos he obser-vado el pasmado tormento del aprendizajede la lectura. Ellos, al menos, compartenmi experiencia.Recuerdo que las palabras –manuscri-

tas o impresas– eran demonios, y loslibros, que tanto me torturaban, mis ene-migos.Cierta literatura impregnaba la atmós-

fera que respiré. Absorbí la Biblia por losporos. Mis tíos sudaban Shakespeare, y elPilgrim’s Progress de Bunyan vino mez-clado con la leche de mi madre. Pero esascosas me entraron por los oídos. Eransonidos, ritmos, imágenes. Los libros erandemonios impresos, las pinzas y las em-pulgueras de un suplicio ultrajante. Hastaque ocurrió que una tía, con fatua igno-rancia de mis rencores, me regaló un libro.Contemplé con odio la impresión ennegro, y luego las páginas paulatinamentese abrieron y me permitieron la entrada. Elprodigio ocurrió. La Biblia, Shakespeare yel Pilgrim’s Progress eran patrimoniocomún. Pero este libro era mío. Era unejemplar ilustrado de la Morte d’Arthur deThomas Malory según la edición deCaxton. Adoré la anticuada ortografía delas palabras, y también las palabras endesuso.Es posible que haya sido este libro el

que inspiró mi fervoroso amor por la len-gua inglesa. Descubrir paradojas medeleitaba: que cleave significa tanto unircomo separar; que host alude tanto a unenemigo cuanto a un amigo hospitalario;que king («rey») y gens («pueblo») proce-den de la misma raíz. Por un tiempo, gocéde una lengua secreta: yclept y hyght paradecir «llamado», wist para «conocer»,accord para decir «paz», entente paradecir «propósito», y fyaunce para decir«promesa». Moviendo los labios, pronun-ciaba la letra llamada “thorn” como una«p», a la cual se parece, y no como una«th». Pero en mi pueblo, la primera pala-bra de Ye Olde Pye Shoppe («La vieja pas-telería») se pronunciaba yee, así quesupongo que mis mayores no estabanmucho mejor que yo. Fue sólo mucho mástarde cuando descubrí que la «y» sustituíaa la “thorn” perdida. Pero al margen deque fueran gloriosas y secretas –And whenthe chylde is borne lete it be delyvered tome at yonder privy posterne uncrystened(“Y cuando nazca el niño, séame entrega-do sin bautizar en aquella poterna secre-ta”)—, yo, curiosamente, conocía laspalabras de tanto susurrármelas a mímismo. La misma extrañeza del lenguajebastaba para hechizarme y sumirme enuna escenografía antigua.Y esa escenografía enmarcaba todos

los vicios que hubo siempre, además delcoraje, la tristeza y la frustración, y sobretodo el heroísmo, acaso la única cualidadhumana forjada por Occidente. Creo quemi percepción del bien y del mal, mi sen-timiento de noblesse oblige, y todas misreflexiones contra los opresores y a favorde los oprimidos provinieron de este librosecreto. Este libro no ultrajaba mi sensibi-lidad como casi todos los libros infantiles.No me asombraba que Uther Pendragoncodiciara a la mujer de su vasallo y latomara mediante engaños. No me asusta-ba descubrir que había caballeros malig-nos además de caballeros nobles. Tambiénen mi pueblo había hombres que lucíanlos hábitos de la virtud pero cuya maldadme era conocida. En medio del dolor, lapesadumbre o el desconcierto, yo volvía ami libro mágico. Los niños son violentos

y crueles, y también bondadosos; yo eratodas estas cosas y todas estas cosas esta-ban en el libro secreto. Si yo no sabiaescoger mi senda en la encrucijada delamor y la lealtad, tampoco Lanzarotesabía hacerlo. Podía comprender la vilezade Mordred porque también él estaba enmí; y también había en mí algo deGalahad, aunque quizá no lo bastante.Pese a todo, también estaba en mí la ape-tencia del Grial, hondamente arraigada, yquizás aún lo esté.Más tarde, como el hechizo perduró,

acudí a las fuentes: al Libro negro de

Caernarthen, al «Mabinogion y otroscuentos galeses» del Libro rojo deHergist, al De Excidio Britanniae de Gil-das, a la Giraldus Cambrensis HistoriaBritonum, y a muchos de los Frensshebooks, los «libros franceses» de que hablaMalory. Y con las fuentes, leí los sondeosy tanteos de los especialistas —Chambers,Sommer, Gollancz, Saintsbury—, perosiempre volvía a Malory, o quizá deberíadecir al Malory de Caxton, puesto que éseera el único Malory que había hasta hacemás de treinta años, cuando se anuncióque un manuscrito desconocido de Maloryse había descubierto en la Biblioteca delWinchester College.Durante mucho tiempo quise verter a la

lengua moderna las historias del reyArturo y los caballeros de la TablaRedonda. Esas historias perduran hasta enaquellos que no las leyeron. Y es posibleque hoy día nos impacienten las viejaspalabras y los solemnes ritmos de Malory.No todos comparten mi inicial y persis-tente fascinación por esas cosas. Quiseverterlas a la lengua llana de hoy en díapara mis jóvenes hijos, y para otros hijosno tan jóvenes, verter el significado deesas historias tal como fueron escritas, sinexcluir ni añadir nada, quizá para compe-tir con las distorsiones del cine y la histo-ria, que constituyen la única fuente accesi-ble para esos muchachos y para otros quese impacientan con la escritura de Maloryy con el uso de palabras arcaicas. Si puedohacerlo y, a la vez, preservar la maravillay la magia, me daré por contento y satis-fecho.

*Fragmento de la introducción a Los hechos delrey Arturo y sus nobles caballeros, Ed. Hermes,México, 1983.

Leer es para mí lo que paraSamuel Johnson: todo loque nos hace olvidar elaquí y el ahora, todo lo quenos aleja de nuestracircunstancia personal, todolo que nos ennoblece, todolo que nos mejora. Y elplacer privado de poseerun libro.

Jorge Luis Borges(1899-1986)

El sol muerto de risaPor Sergio de RégulesEd. Pangea168 pp.

El sol muerto de risa es un li-bro es muy interesante porquete permite descubrir lo que esel universo y el sistema solar,nos dice que la tierra no es niun granito de arena en el mar.También te puedes enterar delo que pensaban antes las per-sonas sobre el universo, la tie-rra y el sol. Así que te invito aleerlo. (Angélica RodríguezRodríguez, 14 años)

Los fabulososdinosaurios jurásicosEd. Arquetipo63 pp.

Yo les recomiendo mucho estelibro porque te da mucha in-formación y tiene muchos di-nosaurios. Te dice cuánto pe-saban, cuánto medían y cuán-tos años vivieron, qué comíany si eran carnívoros o herbívo-ros, grandes o chicos y en dón-de vivieron. (Eliseo SánchezArias, 8 años.

Hay muchas personas que olvidan,cuando crecen, lo mucho que lescostó aprender a leer. Quizá se tratedel mayor esfuerzo emprendido porun ser humano, y debe afrontarlocuando niño. Un adulto rara vez

sale triunfante de esa empresa, la dereducir la experiencia a un orbe desímbolos. Los seres humanos hanexistido durante mil millares de

años, y sólo han aprendido esta arti-maña —este prodigio— en los diezúltimos millares de los mil millares.

Este libroera mío*

� John Steinbeck �

Lectura en el bosque. Fragmento. Óleo sobre lienzo de Eva Gonzalès, 1879.