Huarmey en Su Literatura - Recopilador Heber Ocaña

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Antología de la narrativa huarmeyana, que se edito durante la gestión del alcalde huarmeyano José Benites Pantoja.

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  • 3HUARMEY EN SU LITERATURAHUARMEY EN SU LITERATURAHUARMEY EN SU LITERATURAHUARMEY EN SU LITERATURAHUARMEY EN SU LITERATURA(Antologa Narrativa)(Antologa Narrativa)(Antologa Narrativa)(Antologa Narrativa)(Antologa Narrativa)

    RecopiladorHeber Ocaa Granados

  • 4HUARMEY EN SU LITERATURA

    Recopilador Heber Ocaa Granados Municipalidad Provincial de Huarmey

    Sub Gerencia de Educacin y Promocin CulturalProyecto Social: Casa Municipal de la Cultura.Coordinador: Juan Emilio Purizaca Navarro

    Cuidado de la edicin y recopilador:Heber Ocaa Granados.

    Edicin: Enero 2013. Impreso en Lima Per.

  • 5CONCEJO MUNICIPALGESTION MUNICIPAL 2011 2014

    ALCALDE PROVINCIAL:Jos Milton Benites Pantoja.

    REGIDORES:Sr. Jos Jaime Leyva Vigo : Teniente Alcalde.Lic. Rosa Elvira Rosales Regalado : RegidoraCPC Walter David Ros Goycochea : RegidorSr. Aldo Nstor Moreno Marcelo : RegidorLic. Enrique Ricardo Vsquez Pajuelo : RegidorLic. Marcelino Cajas Bravo : RegidorIng. Edilberto Urbina Vsquez : Regidor

    Unidos por el desarrollo de Huarmey

    MUNICIPALIDAD PROVINCIAL DE HUARMEY

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  • 7MUNICIPALIDAD PROVINCIAL DE HUARMEYSub Gerencia de Educacin y Promocin Cultural.

    Proyecto: Fortalecimiento de la actividad recreativa y cultural:

    Casa Municipal de la Cultura

    El Proyecto de fortalecimiento de la actividad recreativa y cultural, tiene comometa, fortalecer las actividades recreativas culturales en la provincia deHuarmey.Como Objetivo General, tiende a promover actividades recreativas y cultu-rales en adolescentes y jvenes de la provincia de Huarmey.Sus objetivos especficos son:

    Difundir el arte y cultura en adolescentes y jvenes en msica, danza,baila, teatro, declamacin, dibujo y pintura, razonamiento verbal ymatemtico y el deporte ciencia, el ajedrez.

    Promover la identidad cultural local y regional a travs de actividadesrecreativas.

    Fomentar eventos locales en actividades recreacionales, culturales yartistas.

    Fomentar la participacin de la sociedad en su conjunto a travs dela participacin en eventos culturales organizados por beneficiariosdel proyecto.

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  • 9HUARMEY EN SU LITERATURA

    Heber Ocaa GranadosSub Gerente de Educacin y Promocin Cultural

    Es preciso hablar de la existencia de una literatura Huarmeyana?,probablemente es un tanto apresurado, ya que an no existe un movimien-to constante y permanente de actividades que sirvan para afirmar rotunda-mente su existencia, sealar sta afirmacin, no quita de que en Huarmeyse hace literatura, an cuando todo lo que se hace est en formacin y sinque sta llegue a la gran masa de poblacin, porque son ms los quedesconocen que hay quienes construyen y hacen literatura en Huarmey,que los que saben y conocen a sus autores.

    Huarmey todava vive introducido en una esfera que le aleja del que-hacer literario de sus creadores, es una provincia que se dirige por otrasvertientes menos interesantes, para permitirle valorar la importancia del co-lectivo que prctica y hace literatura. Aunque es cierto que todo lo quese hace es mnimo, por lo que podemos sealar que es una gota en elinmenso ocano, pero que paulatinamente viene acrecentando su presen-cia, es como un germen bullicioso pero en cmara lenta.

    La accin cultural que se desarrolla en Huarmey es ms notoria conotras manifestaciones artsticas, pero que stas se manifiestan y desarrollan

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    desde las instituciones educativas, no como una iniciativa propia de dichoscentros de estudios, sino ms bien como una orden establecida en direc-tivas provenientes del sector educacin.

    La literatura huarmeyana, si es que ya podemos seguir haciendo usode dicho termino, para generalizar e indicar el trabajo de los pocos quevienen practicando el acto creador, con los que podemos configurar elpanorama incipiente y germinativo de la literatura huarmeyana, aunque susorgenes ostenten ms de 70 aos atrs; podemos decir que es una lite-ratura en pleno proceso con pequeos vientos favorables que gracias a ladedicacin y trabajo continuo y permanente de sus poqusimos actoresliterarios, est cobrando trascendencia en el mbito regional y nacional.

    Los inmigrantes llegados de diversas latitudes de nuestro territorionacional, ms exactamente de la zona andina de la regin Ancash, en elmayor de los casos, por asuntos de trabajo, en las pocas en queHuarmey viva una bonanza agrcola y pesquera, actividades econmicasmuy acentuadas en nuestro medio desde tiempos muy antiguos, trajeronconsigo muchos sueos y por el que no solo llegaron mano de obra ma-nufacturera, sino que ste apogeo de recepcin y cobijo de gente fornea,hizo que tambin llegaran inquietudes literarias en sus genes, as establecie-ron su residencia en el apacible puerto, del Huarmey agricultor y pesca-dor. La llegada de sta gente, convirti a Huarmey en un foco de creci-miento poblacional, el pueblo era pequeo entonces y el ms alto nivel deeducacin pblica, era la primaria, por el que por asuntos de economa,mucha gente se quedaba en ese nivel de educacin, sin la posibilidad deavanzar y abrirse otros caminos.

    Las familias pudientes del pueblo de ese entonces, enviaban a sushijos a estudiar la secundaria a pueblos vecinos, siguiendo un patrn esta-blecido: prepararse para el crecimiento econmico de la familia, por elque descuidaban la riqueza que proviene de las artes, de ah que no po-demos encontrar personajes que provengan de padres nativos, con apelli-dos nativos, que hayan dejado muestras de acercamiento a la literatura; laoleada migratoria ocurrida en los aos 30, con el desarrollo dellatifundismo, permiti la interrelacin entre inmigrante y poblador nativo,fenmeno que ocurri para ambos sexos, por el que se dieron en matri-

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    monio o sencillamente se unieron para hacer vida en comn y la unin desta convivencia ha permitido la presencia de una literatura, que si bien escierto incipiente, pero en estado evolutivo; como muestra, podemos sealarla presencia de ngel Quiroz Vsquez, cuyos orgenes son andino-coste-o, su padre Anselmo Quiroz fue de Cotaparaco y Doa EugeniaVsquez una mujer de origen Huarmeyano.

    Los escritores contemporneos quienes alientan y promueven la lite-ratura en Huarmey, en su gran mayora tienen orgenes andinos, ya sea deuno de la lnea de consanguinidad, padre o madre o en mayor de los ca-sos, por ambas lneas de parentesco, de ah que predomina la influenciaandina, como aporte en el desarrollo socio cultural en el derrotero his-trico de Huarmey, sin ir muy lejos, la categora obtenida como provincia,es gracias a tres distritos andinos, que anteriormente pertenecieron a laprovincia de Aija.

    La literatura huarmeyana, muy pocas veces transpira posiciones y/oprincipios ideolgicos, en cierto modo, es una literatura que se recrea enhechos cotidianos, solventado por la vivencia de sus autores, convirtiendocomo protagonistas al poblador comn y corriente de quien se da cuentade su idiosincrasia y su modo de vida, exaltando sus sentimientos y arras-trando con ello, algunas manifestaciones y contradicciones de su humani-dad, logrando con esto, universalizar a travs de la literatura, a la costum-bre del huarmeyano actual, hecho que dejar constancia para la posteri-dad el modo de vida de nuestra sociedad, aunque con ello, no signifiquedefinir un modo de ser permanente y definitivo, sino al contrario, motivarsu enriquecimiento con miras a una superacin en su procesos histrico.

    Ha quedado establecido, que los inicios de la literatura huarmeyana,empieza con la presencia de Ernesto Reyna Zegarra, por el que podemosproclamarle como el precursor de las letras huarmeyanas, porque graciasa l, Huarmey tiene el primer trabajo literario, escrito y recreado en losparajes agrcolas del viejo Huarmey, cuyas primeras escenas se centran ainicios de la segunda dcada del siglo XX, cuando ya haba empezadoLa gran conflagracin europea, dicha publicacin se realiza el 20 demarzo de 1936 y Reyna Zegarra lo titula: Los tesoros de Huarmey, li-bro primigenio de ste escritor arequipeo por el que consideramos que

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    Reyna dej sembrado la semilla pero que sta vino a germinar demasiadolenta, con una diferencia de tiempo que oscila entre 45 a 50 aos.

    Los Tesoros de Huarmey, est considerado por EstuardoNez como un Intento de novela histrica, mientras que para Ricar-do Virhuez Villafane, en su afn de quitarle su titularidad histrica, de serconsiderada la primera novela ancashina, ensay una conclusin en el quesealaba que el libro Los tesoros de Huarmey, del arequipeo Ernes-to Reyna, publicado en Lima en 1936, no es una novela propiamentedicha, sino un mosaico de ancdotas, estampas y descripciones ,sta vaga y torpe frase, tuvo su objetivo: dar luz verde en todos los sen-tidos a la novela ANUSIA de su paisano Julio Csar Pozo Cueva y co-ronarla con el ttulo de la primera novela publicada en el departamentode Ancash, tal fue su pretensin, considerando que sta novela fue publi-cada por primera vez en 1943, siete aos despus, de haberse hechopblico Los tesoros de Huarmey; en ste breve repaso, queda estable-cido que en Huarmey se escribi la primera novela ancashina y que fueescrita por Ernesto Reyna Zegarra, titulada: Los tesoros de Huarmey.(Publicada el 20 de marzo de 1936 y reeditada por la Municipalidad Pro-vincial de Huarmey el 2012 Gestin 2011 -2014, luego de 76 aos desu primera edicin)

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    LOS ANTOLOGADOS

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    TEOFILO VILLACORTA CAHUIDE

    Aija 15 de Octubre de 1966. Desde muy pequeo, con ape-nas ocho meses de nacido fue trasladado a la entonces caleta de Cu-lebras (Huarmey). Realizando sus estudios primarios y secundarios enla institucin educativa Alfonso Ugarte del ahora distrito de Cule-bras.

    Artista polifactico que viene incursionando en terrenos diver-sos, como la plstica, la poesa y la narrativa. Estudi en la EscuelaNacional Superior Autnoma de Bellas Artes del Per (Lima) y en laEscuela Superior de Formacin Artstica de Ancash (Huaraz). En1997 publica su primer libro de cuentos Aventuras en Marea Calien-te, luego publica Flores en Mi Celda (Poesa) en 1999, seguida-mente Nostalgia Desde Los Escombros (Poesa) en el 2001 y De Color Rojo (Relatos) en el 2003, Marea de sombras azulesen el 2009, asimismo ha sido incluido en la antologa 21 Poetas delXXI Generacin del 90 de Manuel Pantigoso (Universidad RicardoPalma), en Siluetas del tiempo de Pedro Lpez Gambini (Universi-dad Inca Garcilaso de la Vega). En el 2007 obtiene el Tercer PremioNacional de Poesa Escribas Muchik, en el 2009 el Segundo Pre-mio Nacional de Novela Corta Premio Horacio 2009, con su obra:El mar en los ojos de la nia Buenaventura y el 2010 el PrimerPremio Nacional de Cuento Horacio 2010, con su libros de cuen-tos: Volver al mar como en los sueos.

    Actualmente trabaja de profesor de educacin artstica en laInstitucin Educativa Inca Garcilaso de la vega de la ciudad deHuarmey.

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    MI CASA DE FRENTE AL MAR

    Mi casa de frente al mar, es un remolino de recuerdos que circundami cabeza refregndola contra la dura roca de la realidad. Ahora, mi casaes un escombro, con nimas que la noche ve pasar, como si mi existenciaestuviera all, en ese vuelco repentino del tiempo que me sumerge al oscu-ro hoyo del pasado; y navego, con la fragilidad de mi infancia, en esasaguas que van sealndome el camino de regreso. El regreso a esa visinlimpia y fresca proyectada desde la ternura de mis ojos. Mi padre siem-pre mostraba esa mirada franca y sincera. l siempre hablaba as, miran-do a los ojos, como si fuesen inmensos mares, donde buscaba los miste-rios de la vida. El hombre es un ser misterioso. Algn da descubrirs elmisterio, me deca.

    Los misterios de mi padre se fueron con l. Solo me dej el magrocamino del recuerdo, por donde anduve saboreando el agudo perfume delmar en cuyos oleajes vea la barca resplandeciente del hombre que cons-truy la casa de frente al mar, para que cuando yo naciera, pudiera verlollegar, envuelto con esa sustancia dorada que el sol derramaba en el mary en las cosas ms adorables. Aquel entonces la vida era dorada como elcorazn de mi padre. Mi madre peinaba la miseria para hermosearla ydisfrazarla de alegra con los magros centavos a los que a veces se redu-ca la fortaleza de mi padre. Era la lucha de la fuerza fsica, muchas vecesvulnerable, con la caprichosa naturaleza que a veces se negaba a brindarsus frutos. Por encima de todo, mi padre teja la esperanza con la intrin-cada red de sus sueos; gracias a ellos, un da lleg a florecer como unbuen patrn. Yo deca que mis sueos iban a ser realidad, y sus pala-bras se esparcan con el dulce vapor del desayuno. El Peren, radiantey segura, era la primera embarcacin que lider y cuya suerte de capturartoneladas de peces, despertaba cierta rivalidad con otros pescadores quevolvan con las redes secas y los motores obstruidos. Por aquel entoncesla baha tena una pureza de cielo. Desde mi casa poda distinguir, a travsde sus aguas lmpidas, el verde fosforescente de las algas. Haba tempo-radas en que de pronto aparecan cardmenes de jureles y caballas, y lospescadores se entregaban al incesante trabajo de capturar la mayor can-tidad de peces. Mi padre, con su flamante embarcacin, realizaba el ritual

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    de arrear el boliche sobre esos cardmenes cuyos peces emitan un cha-poteo estridente. Era una fiesta la que se viva por entonces, cada vezque la corriente generosamente desviaba los peces a la baha, ya sea deda o de noche; no haba un horario fijo. Era imprevisible como suele serla naturaleza. Los pescadores llenaban las bodegas, las cubiertas y hastacargaban bolsas a remolque. En ese espectculo de abundancia todosobtenan algn beneficio: chalaneros, bodegueros, canasteros, lavadores,recurseros, cutreros, amas de casa, en fin, todos los que acudan a laplaya conseguan algo. Mi madre, con su espaciosa timidez, desde el pa-normico fortn de mi casa, miraba con su encanto de madre virtuosa.

    Pero mi casa de frente al mar, de un tiempo a otro empez adespellejarse. La inclemencia del tiempo que pasaba como un animal en-gullendo las esteras y los trastos, la iba derruyendo, pero ms no lo queexista adentro: esa fortaleza humana concebida por los tres integrantesque ramos hasta el momento y que luego vendran ms para conformaruna slida familia, ahora desperdigada por el mundo, mientras asisto aeste recuerdo que por instantes tambin me despelleja el alma. Y mi casa,a punto de venirse abajo, coron su tragedia con el despido de mi padrede aquella embarcacin cuyo dueo, un hombre esmirriado y bigote pe-queo, no toler su impuntualidad ya reincidente; pero era un excelentepatrn, comentaban todos en la caleta y fue por esa virtud que habadurado ms de lo previsto, pero ni modo, cuando el amo y seor de lasembarcaciones tomaba una decisin, no haba objecin alguna. Y de esamanera mi padre fue a dar con una desvencijada chalana que utilizarapara salir a la pinta. Yo lo acompaaba cada cierta temporada cuandome lo peda. Recuerdo que el momento ms dichoso fue cuando enTuquillo haba levantado la cojinova y todas las chalanas enrumbaban contres o cuatro tripulantes, cuando lo ideal era trabajar con dos, como lohacamos nosotros. Aquella madrugada, mi padre se levant antes de loprevisto y con la luz de un lamparn empez a arreglar sus utensilios depesca, pero record que no haba comprado la barra de plomo, porqueno tena dinero. Entonces vi cmo, con tanta sabidura, encendi la fogata,puso una pequea lata de conserva e introdujo unas bolas de plomo re-colectado de la playa. En un bloque de adobe hizo el molde de la barra.Cuando el plomo estuvo completamente diluido lo vaci en la abertura y

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    con un cuchillo realiz la ranura de en medio. As era mi padre, ingeniosoy, sobre todo, paciente para encontrar solucin a las situaciones ms apre-miantes.

    Aquel da, cuando nos embarcbamos en nuestra vetusta chalana,de pronto aparecieron ms embarcaciones, cuyo fin era dirigirse a ese bal-neario, en donde otras ya haban llegado. Esa vez me toc gobernar lachalana con unos remos gruesos y poderosos, mientras mi padre alistabalos cordeles y la trampilla para capturar las medusas, que era la carnadapreferida de la cojinova. Despus de algunas horas de tanto remar, apesar de que nos habamos turnado, llegamos muy agotados, pero basta-ba una lavada de cara con agua fra para recuperar el bro y empezar apreparar la carnada que mi padre haba atrapado en el trayecto: eran unasmedusas grandes y gelatinosas, de colores transparentes, muy hermosas,pero sus colas tenan una sustancia que al hacer contacto con la piel cau-saba un escozor insoportable. Las manos de mi padre, curtidas por eldolor, resistan con naturalidad al momento de cortarlas.

    Cuando nos encontrbamos frente al balneario, unos botes a motorllegados a ltima hora, trataban de ubicarse en el lugar ms adecuado,disputndose la zona donde supuestamente llegara la cojinova. Mi padre,con su eterna paciencia y la confianza de su buena suerte, decida que nosubicramos en cualquier lugar. Dios da para todos, hijo, me deca conuna voz que desbordaba seguridad. Efectivamente, mientras que otrostenan sus cordeles en el agua sin atrapar nada, los primeros indicios de lacojinova, a travs de unas picadas discretas, se notaba en nuestros corde-les; luego los tensaban con un siseo fuerte y vertiginoso, alertando a otrospescadores que miraban ansiosos cuando levantbamos las primerascojinovas.

    En la tarde, cuando apenas oscureca, terminbamos la faena. En laplaya nos esperaba la flamante camioneta de don Clmaco para acopiar elpescado. Mucho se especulaba de su astucia para los negocios, pero no-sotros ignorbamos de su rpido ascenso en este rubro. Sin embargo, letenamos confianza, porque, despus de todo, era el que pagaba un pocoms y los pescadores, entre ellos mi padre, cumplan con lealtad la ventade sus productos.

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    Ese trabajo, que dicho sea de paso, sirvi para levantar nuestra ali-cada situacin, dur una temporada considerable. Nuestra casa de frenteal mar se vio renovada con algunas esteras nuevas. Unos brochazos depintura al portn oxidado, le dio una visin rejuvenecida, y resplandecams que nunca cuando la veamos desde la caleta. Adems, la gananciapermiti comparar ropas y enseres. Como mi madre verta su voz melan-clica recordando la msica de su pueblo, mi padre le compr un hermo-so tocadiscos, forrado con Marroqun verde, para que mi madre ensayaramejor su voz, o en todo caso ya no esforzara su garganta hacindolachillar y solo se limitara a escuchar. Al parecer mi padre le quera hacerentender que sus cuerdas vocales no eran tan prodigiosas y esa era unamanera sutil de decirle que ya no cantara. As era mi padre, un elegantependejo cuando quera joder; lo haca con los vecinos, con los patrones yque decir con sus tripulantes a quienes agarraba de punto en plena faenay, de esa manera, el trabajo a decir de sus seguidores resultaba msameno.

    Debido a mi desprevencin del tiempo, de pronto me sent como enun remolino girando con los das, los meses y los aos, y me vi en un milnovecientos y tantos, con ciertos estragos en mis huesos ya maduros, listopara ser lanzado a la ciudad o a cualquier lugar donde pudiera buscar unnuevo horizonte.

    En esta ciudad, donde ahora estoy navegando entre sonmbulas edi-ficaciones que se hunden en las noches y aparecen como castillos de en-canto en las maanas, vuelvo a recorrer la parte condenatoria de mi vida,recordando mi casa de frente al mar, que un da desapareci cuando mishuellas dejaron de latir en su terreno salitroso, para entrar en esta turbiaalfombra de alquitrn.

    Y mi casa de frente al mar, que fue arrasada por la ausencia de mispadres y principalmente por la ma, empez a poblarse de lagartijas, quese llevaron los ltimos trastos y, con ellos, el ltimo suspiro de vida.

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    REENCUENTRO CON EL MAR

    El padre se balancea en un desvencijado silln de mimbre. Mira laventana desnuda y esconde en la sombra su pie herido. Herido por laspas de los erizos. Niega su negligencia y maldice a esos moluscosinadvertidos. La luz espesa del sol entra con ms fuerza. Esta vez tieneganas de joder. De joder la herida hasta infectarla. Un gato negro pasapor el alfeizar dibujando una silueta macabra. Malagero de mierda,dice el padre. Toma la taza de t de una mesita coja y bebe como sifuese un sorbo de veneno. Se desespera. Quiere morir. Afuera le pereceque todo oscurece. Pero no oscurece. Esa engaosa sensacin se le metea la cabeza cuando est de mal humor. Ve en todas las cosas desprecia-bles un manto sombro. Ahora todo le parece despreciable. Siente que elda se le va. Que la vida se desgasta.Hubiese terminado de una vez con-migo, piensa y recuerda la violenta arremetida de esa ola que lo arrojcontra la pea atestada de erizos. Ahora estaran velando mi ropa. Sesiente yerto en la profundidad del mar, devorado por extraos predadoreshasta la ltima partcula de sus huesos. Una delgada lnea lo separa de lalucidez. Pero en ese cubculo de ladrillos deslucidos, la vida se imponecon la luz esperanzadora en el dulce rostro de Juana, su mujer. La descu-bre en la nubosidad de su inconsciencia, asomndose por esa ventanaque ahora tiene un jardn lleno de flores vivas. Con un gesto risueo, quesuelta como agua fresca, Juana le pide que abra la puerta. Desde suasiento, el padre coge un listn delgado y con la punta logra hbilmentedeslizar la pequea varilla del picaporte. La puerta se abre. El viento en-tra como una cancin acogedora. Detrs de Juana, aparentemente, hayalguien ms, muchos ms. El padre siente una multitud acercndose a sulecho. En ese silln de junco desbaratado por el gato, all est l, esperan-do, dispuesto a abrazar al primero que se aproxime. Gracias por traermemuchos amigos, dice. Juana ya dej la bolsa en el viejo aparador. Sesorprende. Aunque la calentura por la infeccin de la herida es una licen-cia para hablar cojudeces, piensa. Es una vendedora de pescado jubilada.Dej su labor para dedicarse a la atencin de su marido. En la pescade-ra, las veces en que va, la aclaman mucho. Cojudeces, dice ahora envoz alta, pero con una expresin inocua, casi dulce. Todo en ella es aho-

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    ra dulce; hasta la ira. Le alcanza otra taza de t que de sus manos leparece un fortificador brebaje. Una pastilla ms para reducir la fiebre y lainfeccin. La ingiere. Una calma sublime le invade. Se duerme. El sillndeja de moverse.

    Juana aprovecha para curarle la herida. Dormido es mejor, y re-cuerda el dolor que le causaba el alcohol cuando trataba de desprenderlela costra. Tu mano es pesada. S, mi mano es pesada, carajo, erasiempre la vana discusin. Con el algodn empapado de ese lquido ar-diente, le va frotando, primero los bordes, luego la herida misma. Le des-prende esa costra seca, negra, hedionda. Un ronquido abrupto suelta depronto como seal que ha sentido el ardor. Juana sigue frotando con elalgodn hasta que la herida adquiere una coloracin prpura, viva. Espol-vorea una sustancia blanca y lo cubre con un trapo limpio, sujetndolocon unas tiras hechas de la misma tela.

    El padre tiene la herida curada. Un mes ha pasado. Nuevamente sealista para la faena. Es un pescador de pea pertinaz. Los acantilados tie-nen sus huellas frescas. No se han borrado ni con la marea ms feroz.Siente su alma desprenderse y esperarlo all, adelantndose a su cuerpo.Se considera dos personas a la vez: hecho de un espritu imbatible y deuna estructura fsica a veces vulnerable pero persistente. Acomoda sucesto de carrizo impregnado de sueos. Examina sus cordeles y sus he-rramientas de mariscar. Sonre con un gesto retador. Cierra la puerta demadera tirando de un hilo para que la varilla encaje en la aldaba. Se va,reproduciendo la msica de unas gaviotas desajustadas de la realidad.Camina haca el acantilado, hasta llegar a unas cruces herrumbradas. Rezapor esas almas que se perdieron en la profundidad del mar. Desciende poruna pendiente de tierra color de piel. Llega hasta una explanada llena deerizos que han aparecido como una plaga. Increble. Se quedaescrutndolos por ese espejo de agua que se mueve reproduciendo surostro sorprendido. Los erizos se mueven. Apuntan con sus afiladas pas.El padre transpira. Tiembla. Uno de sus cuerpos vaga por el aire destem-plado. El otro cae pesadamente por encima de ese espejo de agua. Haymiles de pas, como en un infierno, esperando su cuerpo, su nico cuer-po.

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    HEBER OCAA GRANADOS

    Huarmey 24 de setiembre de1966. Realiz sus estudios prima-rios en la Escuela Virgen de Ftima y su secundaria en el ColegioInca Garcilaso de la Vega, ambos de la ciudad de Huarmey. Tieneestudios Superiores, en Educacin en la especialidad de Lengua yLiteratura.

    Entre los aos de 1997 y 1999, es director provincial del Insti-tuto Nacional de Cultura - Filial Huarmey.

    En Huarmey (asentamiento humano Santo Domingo) funda laBIBLIOTECA PARA EL DESARROLLO - OBRAJE, desde donde pro-mueve la lectura en los nios de su barrio.

    Sus poemas estn publicados en diferentes antologas de poesaperuana, tales como: Literatura del fin del mundo de Jos BeltrnPea; Generacin del 90 de Santiago Risso; Entre el fuego y eldelirio de la Casa del Poeta Peruano; 21 poetas del siglo XXI (+7)Generacin del 90 de Manuel Pantigoso; (Universidad Ricardo Pal-ma), Antologa Internacional de poesa amorosa de Santiago Rissoy en el libro de poesa publicado por el Ayuntamiento de Getafe Madrid Espaa, titulado: Ciudad de Getafe.

    Ha publicado los siguientes libros, sobre la historia de Huarmey:Apuntes para una historia Huarmey (1994), Relatos de la

    bella warmy (1998 2003), De sus historias y costumbres Huarmey (2000), Barrios populares de Huarmey (2001), Sismosen Huarmey y evolucin semntica de la palabra Huarmey (2001),Como un oasis en medio del desierto Raimondi en Huarmey(2002), Literatura en Huarmey Aproximacin y balance de un si-glo (2005)

    Tambin tiene publicado los siguientes trabajos poticos: Cancin de los ancestros (2000), Oscura habitacin

    (1999), As hablan los vientos (1997), Cartas desde Madrid(2007). Radic en Espaa (Madrid) durante siete aos.

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    CUAL CALZONCILLO, CARAJO

    Cual calzoncillo carajo si solo tengo uno fue lo que seescucho como un estruendoso terremoto, cuyo epicentro provena deltrastero de la casa. Fue el padre quin espeto esas palabras, desnudo ytiritando como pjaro herido bajo la intemperie de un verano descalabra-do por los malos augurios que traa los huaycos en todo el pas. Tenauna cara de malos amigos, en ste caso, con cara de mal padre. Era mivecino de junto a mi casa.

    Haban llegado de la playa de enfrente: l, los hijos, la esposa y elperro huesudo y lanudo, que andaba a media caa, por su vejez que sedesbordaba por sus lagrimeos constantes y su geta colgada. El canino ha-ba sido el ltimo en llegar a casa.

    La pesca a cordel o pintiar, -como se suele decir en mi tierra-haba sido fructfera, ms de lo que se haba imaginado, ya tenan parasuplir el hambre de la noche y la mujer con cara de india esplendorosa,asista a lavar las diez chitillas que el marido haba cazado en su excursinmartima.

    Los hijos el ms pequen, sala a correr a la calle por el portnde calamina, todo destartalada, a jugar con los amigos del barrio. La hija,de mediana estatura, alistaba la sartn con su aceite compuesto, para lue-go encender el fogn y dejar todo listo para que la madre con cara deindia esplendorosa, tuviera todo preparado para empezar a frer los pe-ces gordos de la noche.

    El mayor, el ms lento de los hijos esperaba a que pap salierade la ducha artesanal que se apostaba al aire libre, al fondo de la casa,colindante con las dems casas de los vecinos. Haba alistado su ropalimpia el mismo que el sbado anterior se puso para salir a darse unavuelta por la calle o sentarse en la esquina, lugar de reunin de los va-gos del barrio.

    La suerte de los hombres de mi tierra, es tener muy junto a casa almar y asistir a ella en cuanto no se ha tenido suerte en la cosecha. Desdeel mar, se suele cifrar muchas esperanzas, cubrir necesidades alimenticias,

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    cuando arrecia descomunalmente el sinsabor de no tener ni un duro en losbolsillos o en la talega de lona que se guarda entre los cajones de car-tn, donde se guardan las ropas de toda la familia.

    El padre desde el fondo de la casa dio un grito ya oscureca.Aunque no haca fro, pero quera salir ya de una vez por todas de laducha artesanal y rustica, para que el hijo entre y se duche, lo que con-sista en coger un cacharro pequeo de plstico y un balde lleno de aguay humedecer el cuerpo, para luego jabonarse con el producto ms caserode los barrios pobres: el Rexona o el Camay.

    El padre volvi a gritar, pero sta vez, recurri al nombre del hijomenor. ste ya no estaba en la casa, se haba ido a la calle a jugar conlos amigos. La madre, muy iracunda ella, sali disparada a las afueras decasa, en busca del hijo menor que pap estaba llamando. Mientras la hijacuidaba a la chitilla que se estaba dorando en la sartn. Entre humo yhumo de la hmeda lea, se iba preparando lo que sera el festn msaustero y rico en protenas de una familia comn de mi tierra.

    Tras un fuerte empujn precipitado, la puerta de calamina da un ala-rido de slvenme por favor, y se oye nuevamente el grito de pap. Yesta vez, es el hijo menor quien contesta y el padre con cara enfurecida,fuera de sus casillas, casi desnudo en medio de la temprana oscuridad,resuelto de si, explota: alcnzame mi calzoncillo, carajo y el hijo,dispuesto a colaborar con el padre, con voz infantil y de querer hacer loms rpido para volver a la calle le pregunta al padre: cual calzoncillopap

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    HISTORIA DE UN PAN

    In memoria de la ta Empicha

    No s si fue en la casa de mis padres, que se invent comer el panen las tres escenas diarias de la comida. Se coma pan a la hora del de-sayuno, a la hora del almuerzo y de la cena; ah, tambin a la hora dellonche, que en casa rara vez se degustaba. El pan tena presencia cons-tante, permanente, era vital su presencia en la mesa del comedor, de ahque se haba convertido en mi alimento favorito. Sin el pan no era desa-yuno, almuerzo y no era cena. No era nada. Con el pan lo era todo.

    Una maana colosal de invierno, con un fro que estropeaba la gar-ganta y pona la piel de gallina, tuvimos la visita, muy temprano, de la taEmpi y como siempre, vena con su saludo carioso y su tranquila formade hablar, era una mujer separada de su marido, haban engendrado doshijos que crecieron junto a ella, porque el marido se haba casado conotra y nunca ms se supieron el uno del otro. Luego ella encontrara unanueva pareja con quien compartiran una feliz convivencia, criando a losdos hijos fruto de su antigua relacin marital

    La ta era guapa y sigue siendo guapa an; cuando hay belleza, eltiempo no puede ocultarlo ni con la llegada de las arrugas, ni con el atar-decer de los inviernos de fros troquelados por la brisa marina. Es la her-mana menor de mi padre y yo vea cmo ambos se queran, eran esosamores de hermanos que casi ya no los hay.

    En mi niez frecuentaba su casa, porque en la parte ltima del todo,tena una parcela que me haca sentir como en la selva; plantas de horta-lizas y rboles frutales, muy bien cultivadas por las manos hacendosas dela ta guapa. El pacay, -cmo los recuerdo- los platanales, los rbolespequeos de los ciruelos, los eucaliptos y los inmensos lamos, que mehacan sentir dentro de una jungla. En ese ambiente jugaba con el hijovarn de la ta, el alejo, quien me sola entender mi jugarretas de nio, lun poco mayor que yo, me entretena desde su paciencia y ramos bue-nos socios con las pilas y las viejas planchas de a carbn, que para no-sotros eran nuestros coches.

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    El da que lleg la ta a la casa, estbamos masticando el desayuno.En la mesa papa y mam conversaban de sus inquietudes y preocupacio-nes por los hermanos mayores. Sintate empicha le dijo papa. Invitndolea compartir la mesa y el desayuno, pero ella insisti, en un cordial agra-decimiento que solo aceptara agita nada ms. Agua noms juancito, aca-bamos de desayunar tambin nosotros, dijo. Consumando as la invitacin.La madre de la casa insistente- le sirvi una taza con agua, cargada dehierba luisa y un poco de calentado, unt ms pan con mantequilla paraque la ta pueda acompaar a la infusin. La mesa estaba servida.

    Cmo ests juancito de tu pierna. Pregunta la ta, con una calmaabarrotada de bondad y de paciencia; ah empicha, como siempre, ya nos qu hacer con sta pierna. Deca pap con cierta desesperanza, aco-modndola, la tena estirada sobre un banco, en el lado izquierdo, por ellado donde yo me sentaba.

    Pap tena una pierna varicosa y ya se haba negreado por la malacirculacin de la sangre y cada vez, se abra una herida por algn lado dela parte negra de la pierna. A la ta le interesaba el estado de salud de suhermano. La conversacin segua a ms, de uno y otro tema: de susporvenires del barrio, de la juaica, la hija que estudiaba en Lima, de laOucha, la abuela paterna que siempre llevaba el olor a lea en sus ves-tidos, como de otros tantos temas; por momentos se entrecruzaban pala-bras en quechua, otras en espaol, el uno le conversaba en quechua, laotra le contestaba en espaol, o viceversa. Entre ir y venir palabras delos dos idiomas, yo disfrutaba del desayuno.

    Pero entre conversa y conversa, el cacharro donde se colocaba elpan, iba quedando casi vaca, y yo an no haba completado mi racinde pan. Y mientras pap, mam y la ta masticaban sus panes, beban lainfusin de hierba luisa y se cruzaban palabras en quechua y en espaol,yo estaba a punto de desbordarme por unas galopantes lgrimas queasomaban por mis ojos, miraba al uno y al otro, callaba, mirando siemprela taza y la panera, cabizbajo, estaba conteniendo -por vergenza-, algu-nas lagrimas, porque no podra o no quera justificar las razones de millanto. Ellos seguan parlando, hasta que la sangre llego al ro, no pudems y sin contemplaciones me eche a llorar como un sentenciado a muer-

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    te. Uno a uno y cada vez ms rpido las lagrimas mojaban mi rostro, qutienes hijo, pregunta mi padre. No haba respuesta. La madre: qu tepasa hijo? Nada. La ta: qu te duele hijo. Para ningunos hubo respuesta.Mi llanto y yo, entorpeciendo la visita de la ta, avinagrando la infusinde hierba luisa. La fra maana estaba cubierta con mi llanto. El tiemponublado con mi llanto. La tetera, los cubiertos, el mantel, el porta platos,todo el comedor mojado con mi llanto. Menos el pan. La panera estabavaca. Solo las quebradas migajas yacan en el fondo y las miraba, lascontaba, y otra vez: qu tienes hijo, te duele algo? No haba respuesta yotra vez pap con la pregunta, pero con ms amabilidad y entrega depadre, me interroga, acogindome del brazo derecho y como un grancmplice de mis quebrantos infantiles, me vuelve a preguntar; hasta que nopude ms. No se puede estar callado mucho tiempo, duele la garganta,los ojos y la voz se exaspera, quiere salir, atosigado por el mutismo de-solador del quebranto, estalla y ms llanto, y como desenvainando unaespada, de mi boca brota la respuesta que deba de sazonar y justificarmis razones, mis lgrimas: es que mi ta se lo ha comido todo el pan, dijecon voz entrecortada y lamentosa. Convencido completamente que ellatena la culpa, que se lo haba comido todo. La pobre ta quiz no supoqu hacer, solo recuerdo que se acerco a mi lado y agachndose, me ha-blo al odo: ya hijo, sta ta ha venido a comrselo todo tu pan.

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    MIGUEL DIAZ REYES

    Huarmey 1962. Estudi Ciencias de la Comunicacin en laUniversidad Mayor de San Marcos, luego trabajara en el diario decirculacin nacional La Repblica, es autor de El muelle y otroscuentos y tiene una novela indita, ambientada en la ciudad de lacordialidad, Huarmey. Actualmente trabaja en el Ministerio de Cultu-ra.

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    UNA CITA PARA BAILAR

    Si alguien me peguntara qu sucedi aquella noche, cuando Gracielay Gianina fueron a bailar a una discoteca en compaa de dos periodistasde un diario de circulacin nacional de Lima, que haban llegado aHuarmey para informar sobre el asalto de un bus interprovincial en plenacarretera, y en el que dos pasajeros resultaron muertos, creo que contarala historia tal y como sucedi, ya hace varios aos, sin agregar ni quitarnada, sin condimento alguno, como para contradecir aquello de que lamemoria tiende a mejorar los hechos; de que a la distancia, las desgraciassuelen ser menos dolorosas, y los pasos en falso hasta graciosos, o acasopatticos, o acaso grotescos. Yo estuve all. En la discoteca, cerca deellas y de ellos. Y tambin estuve cerca de ellos y de ellas, en la plaza dearmas, por la tarde de esa misma noche, cuando esos jovenzuelos laspersiguieron, las abordaron, las piropearon, y las invitaron a salir. Fueantes de la novena, un octubre de fiesta patronal. Un viernes, o un sba-do. Eso ya no tiene importancia. Estaba sentado en una de la bancas ala espera de un lustrabotas, a pocos metros de la glorieta. Eran unosminutos despus de las seis de la tarde. Lo supe no porque elev la mi-rada al cielo y observ algunos nubarrones blancuzcos que horadaban unmanto celeste oscuro que podan indicar la entrada de la noche. No. Losupe porque mi hermana Clara acostumbraba salir a comprar el pan a lasseis en punto. Y ya la haba visto cruzar por El Olivar, en direccin aGrau, a la panadera de los Pajuelo. Y poco despus de que ella pasaravi a Zeta, que vena desde Cabo Alberto Reyes, lo vi saludar el busto delhroe local, cruzar la avenida, y dirigirse directo hacia m. Yo me hice eldesentendido mientras miraba la fachada de la iglesia, que engulla parro-quianos con el nimo de entregar una plegaria a la santa patrona, segura-mente porque salan de viaje hacia el norte o hacia el sur y no queranque el bus en el que viajaran fuera asaltado. Porque en verdad, en eseao y en ese lugar, en las afueras de Culebras, se haban sucedido por lomenos seis asaltos, y la cosa ya era espeluznante. Cuando mov el rostronuevamente hacia Zeta me di cuenta de que no miraba la iglesia ni a na-die. l miraba a Graciela y Gianina, cada una en short y zapatillas, y unpequeo top sobre el dorso, como si la primavera, ya instalada en la ciu-dad, hubiera llegado con pajarillos y harto brillo solar. Y detrs de ellas,

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    dos tipos de apariencia fornea: Uno con anteojos, con los brazos y lasmanos y los hombros muy flojos y sueltos, y el otro ms alto, ms corpu-lento, ms arriesgado, porque estaba sobre Gianina como las poncianasde las esquinas, pero con el hombro derecho ocupado con una mochilavoluminosa y una cmara fotogrfica nunca antes vista por estos lugares.De no ser por la cmara, no parecan periodistas. Porque no llevabanesos chalequitos con infinidad de bolsillos que ya todos en la ciudad co-nocamos desde haca varios aos porque los periodistas locales lo utiliza-ban hasta para ir a las fiestas. Zeta me dijo, antes de sentarse a mi ladoy colocar los pies sobre el lustrabotas que haba arrastrado hacia l, sique no pierden el tiempo esos limeitos. Continu diciendo que esos de-beran estar detrs de los policas de carreteras para descubrir la verdadsobre los asaltos. Porque unos decan que los delincuentes haban llegadode Huacho y se haban internado por la quebrada para salir por Aija yRecuay, y otros decan que an estaban en Huarmey, en una casita demadera ms all del Tugurio Este, el nuevo burdel de la ciudad. Yo le dijeque eso me pareca muy poco creble, porque en la nica casita de ma-dera que estaba a unos cien metros ms arriba del Tugurio viva un aijinomuy serio que compraba frutas de estacin para llevar a Barranca y aHuacho, y eventualmente a Lima cuando se trataba de sandas. l insisticon su tesis, pero casi inmediatamente cambi de opinin porque a nuestrolado se haba sentado don Isidoro Laos, quien empez a narrar que suhijo se haba subido a un trailer para que lo llevara a Patillos a mariscar,y el chofer se haba estacionado un kilmetro antes porque ya se habadado cuenta de que algo ocurra en esa parte del camino. El hijo le habacontado que los malhechores inmediatamente terminado el asalto siguieronrumbo al norte, a Casma, o de repente siguieron hasta Chimbote, o quinsabe dnde. Pero en ese momento record que el hijo mariscador de donIsidoro lo haba visto la noche anterior en una cantina de Quilipe, ebriohasta la mdula, a eso de la medianoche, as que dud de que cuatrohoras ms tarde hubiera estado sentado en la cabina de un trailer mirandoa escasa distancia cmo desvalijaban un bus y a sus pasajeros. Trat deno perder el rastro de los limeitos y las huarmeyanitas que se haban pa-rado a unos diez metros de nosotros cuando don Isidoro se par y casime corta la vista de las improvisadas parejas. El ms locuaz era el grfi-co. Jugaba con su cmara. Les peda que posaran para l. Graciela que

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    no. Gianina que se le encara. Con las manos le adverta que no le tomarafotos. A nuestro grupo se uni don Chapi, con la buena nueva de quehaban llegado refuerzos policiales de Lima y se iban a peinar la quebrada.Y lo que sigui fue un recordatorio de aquellos tiempos en que no habanbuses para asaltar pero s esos lanchones Chevrolet que hacan las vecesde colectivos entre Huarmey y Barranca, y en los que daba gusto viajarporque lo ms peligroso del trayecto era que se pinche un neumtico. Yentre las evocaciones de los representantes de la vieja guardiahuarmeyana, Zeta y yo nos guibamos los ojos en direccin a las parejasque no paraban de conversar. Yo tena la certeza de que esos limeitos selas llevaban no al hotel, pero s a bailar, porque las conozco desde peque-as, y nunca acostumbran decir no a una invitacin a bailar. Son chicasdivertidas, esplndidamente bailarinas. Siempre lo han sido. Yo mismo lasinvit alguna vez a salir. Separaditas, para no llevarme ningn fiasco. Peroclaro, estos periodistas de Lima no tenan porqu saber nada. Total, lasdos eran unas jovencitas muy agraciadas, aunque vaya a saber uno deestas jovencitas agraciadas en cualquier ciudad del mundo, por ms pe-quea que sea. Naturalmente que la que ms hablaba y ms responda alas zalameras de los periodistas era Graciela. Segn pareca ella tuvosiempre la palabra exacta en la boca. Y la sonrisa perfecta tambin. Na-die ha podido negar jams que la sonrisa de Graciela no es una hermosay despejada maana celeste de un da de verano. Mientras, el rostro deGianina es un constante flujo sanguneo, y sus ojos, unas centellas que que-ran atravesar los macizos rostros de los enviados especiales. Como que elhecho de que el reportero grfico haya querido tomar fotos de buenas aprimeras sin pedir permiso siquiera la haya puesto malhumorada, o lanotoria preferencia de ambos por Graciela le haya picado la envidia.

    Ahora que recuerdo todo esto me encuentro con Graciela a la salidade la iglesia. Siempre con una sonrisa como emblema. Lleva en brazos asu segundo hijo. El padre es un pescador anchovetero que prefiere lascantinas a las iglesias. El padre de su primer hijo vive en Lima. Alguienme cont que trabaja como cobrador en una combi. Respecto a Gianina,hasta el momento no se ha casado. Pretendientes hay. Y varios. All estSantiago Casas, albail, con varias casas construidas y otras por construir,la suya propia por ejemplo, de tres pisos, con jardn y cochera, que tantopregona en las cantinas y en los bailes; o el Cholo Mayo, hijo de pesca-

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    dores, que no gusta del mar ni para baarse. Uno de estos das pareceque se decide a aceptar a cualquiera de ellos, porque el tiempo transcurre,y seguramente Graciela le ha dicho que ya es hora de que ponga los piessobre la tierra.

    Despus de unos minutos el rostro de Gianina volvi a su normali-dad. Es decir, un rostro blanco y ovalado, con los carrillos sobresalidos,la frente pequea y ligeramente arrugada, los pmulos fuertes, y la miradasiempre oscura y alerta, no muy a tono con su cabellera castaa y ondu-lada, pero que s haca juego con su cuerpo pequeo y robusto. YGraciela que no paraba de sonrer y hacer sus disfuerzos. Esbelta. Loza-na. Morena. Ms alta que su amiga y que la media de las huarmeyanas.Cada una mostraba un paquete entre los brazos. Seguramente el mandadode las madres u otra monera comprada en los bazares que se habanabierto alrededor del mercado. Estaban all, y como que esperaban algo:la quietud naranja que ya se asomaba sobre el horizonte, o una simpleinvitacin a tomar una gaseosa, a comer una mazamorra, o ir a bailar, mstarde, en la discoteca de Mochuelo. No todos los das llegaban periodis-tas de la capital y ellas estaban sedientas de nuevas voces, de nuevascaras, de nuevas ideas, de escuchar historias de otro tipo, experienciasdistintas a las probables historias de pescadores o agricultores que hanescuchado en sus hogares. Empezaron a caminar por el centro de la pla-za y un mar de ojos sigui sus movimientos. Estaban por cruzar El Oli-var, en direccin a Cabo Alberto Reyes, cuando decidimos seguirlos conZeta, y ellos decidieron voltear hacia nosotros. No haba ms remedioque pasar de largo, verlas sonrer ms de la cuenta, y ver los ojos encen-didos de los periodistas que ya queran que transcurrieran las horas y aver qu ocurra con estas jovencitas huarmeyanas. Cuando pasaron pornuestros costados volteamos a mirarlos sin vergenza alguna. Todas laspersonas en la plaza estaban atentas en los movimientos de esas dos pa-rejas que se dirigan a una tienda, al lado de la farmacia Santa Rosa,donde ltimamente funcionaba el nico barcito en Huarmey donde los bo-rrachos consuetudinarios no entraban porque la cerveza era ms cara. Y aese bar fuimos tambin para tomar la primera cerveza de la juvenil noche.El alumbrado pblico ya se haba encendido haca un rato, y la tonalidadpastel del cielo ya se haba tornado oscura. El bar era pequeo. A esa

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    hora no haba ni una sola pareja bebiendo siquiera una gaseosa, porquedespus de mucho tiempo por fin haba en Huarmey un lugar para quelas parejas tomaran su cervecita tranquilas, con musiquita ligera en elambiente y una luz tenuemente rosada como antesala para las palabras deamor. Y all estbamos Zeta y yo que slo ramos compaeros de tragosen ocasiones, y haca un buen tiempo que habamos dejado de ser com-paeros de carpeta. Y apenas escuchbamos las zalameras de loslimeos, y las frases entrecortadas por los propios devaneos de Graciela,porque Gianina segua sin decir nada. Pero las cosas no iban mal ni paraellos ni para ellas. La cosa era tcita. En cualquier momento ellos decanalgo y ellas decan s, como no, ahora ms tarde, en la esquina de Mo-chuelo, por El Olivar, como quien se va a Santo Domingo. No es grancosa, porque esto no es Lima, como ustedes comprendern. Pero sedefiende, hay sus lucecitas, el piso siempre est limpio, hasta que losmocosos borrachos empiezan a botar la cerveza, y se puede divertir uno,sanamente, claro. Y un beep beep que interrumpi el entusiasmo deGraciela. El redactor sac el aparatito de uno de los bolsillos de su casa-ca y ley en voz alta: co-mu-ni-car-se. Un prehistrico beeper. Con vozdecidida, autoritaria, que precedi a un levantamiento de vasos de losforneos y de Graciela, y segundos despus el de Gianina, porqueGraciela le haba mandado un codazo para que se ana a un brindis: porHuarmey! El redactor busc con la mirada si haba un telfono pblico ydoa Lucinda, la atenta duea del bar capt su necesidad y le dijo en vozalta que se acercara, que usara el telfono del bar. Al parecer, era nece-sario enviar un despacho informativo. Dijo algunas cosas, sac de subolsillo una libreta de apuntes, la abri, corri varias hojas, ley. Y sitodo lo deca en voz alta para que lo escuchramos y mirando hacia lamesa donde estaban las chicas, de pronto les dio la espalda y baj eltono de voz y colg. Pag las cervezas, all mismo, en el mostrador. Re-gres hacia ellas y les dijo que tena que ir al hostal por unos papeles quehaba dejado all, dijo algo como un expediente policial que haba sacadode la comisara de Huarmey sobre otro asalto de similares caractersticasal actual, sugiri a su compaero que les invitara un pollo a la brasa mien-tras l iba y regresaba. Gianina mostr nuevamente una hermosa sonrisa,no tan linda como la de Graciela, pero algo parecida. Y cuando pasaronpor nuestro lado, las dos me guiaron un ojo. Zeta me mir y alz los

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    hombros. Ped una cerveza ms porque no me satisfaca la idea de ir acomer pollo a la brasa, y menos despus de haber bebido algunos vasosde cerveza. Luego de dos horas de conversa y media docena de botellasZeta me dijo que mejor se iba, que quiz caa donde Mochuelo. No tuvealternativa. Me quedaba solo y prefera regresar a casa a ver qu habade comer y luego volver a salir y quiz acompaar a la virgen. Pero esospensamientos no duraron mucho en mi cabeza porque saliendo del barme encontr nuevamente con las dos parejas frente a m, en una bancadel parque. Cruc y sin ningn asomo de pudor me puse a escucharcmo el redactor les explicaba la importancia de haber faxeado dos p-ginas del expediente policial para acompaar su nota informativa y lasfotos de su compaero. Y ahora s, dijo, adnde vamos chicas. Las chi-cas saltaron de entusiasmo, bien, ya era hora, nos acompaa a la casa acambiarnos y despus vamos a la discoteca. Bien, dijo el reportero gr-fico, tenemos la noche para divertirnos.

    Gianina trabaja desde hace algunos aos en el hostal Encanto, enGrau con Bolognesi. En una ocasin que me encontr con ella me dijoque estaba administrando el negocio. La verdad: simplemente es lacuartelera. La he visto ms delgada, ms huesuda. Su rostro ovalado si-gue sindolo aunque ya se le notan algunas de esas arrugas que visitan alas mujeres tempranamente alrededor de los ojos. En esa ocasin le pregun-t por Graciela y me contest que la vea muy poco porque el padre de susegundo hijo no la quiere ver ni en pintura. Ya sabes, me dijo, lomalhablada que es la gente por aqu. Yo simplemente call para volver a lacarga y preguntarle cundo te casas. Me contest que era probable que secasara pronto. Ya la estaban molestando mucho con ese tema. El proble-ma era que no saba a quin aceptar porque cualquiera le daba lo mismo.

    El short lo haban cambiado por unas faldas azules. Cortitas, comopara dejar ver bien las lindas piernas de Gianina, que, ah s, era mejorque Graciela. Blanquitas y torneaditas. Hermosamente enfundadas en unnylon negro. El top lo haban cambiado por unos polares verdes que es-condan un top similar al que tenan por la tarde. Hubieran parecido me-llizas si Gianina no fuera tan blanca. En todo caso, parecan lo que eran,unas colegialas alocadas en busca de diversin. La discoteca de Mochue-lo quedaba a cinco cuadras de la plaza de armas, en El Olivar, como

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    quien se va a Santo Domingo. Era temprano. No ms de las diez de lanoche. En la puerta de la discoteca, parado como una estatua, el venadoJacinto haca gala de un bien planchado pantaln de casimir azul y unacamisa celeste de mangas largas que no se haba abotonado hasta el finalpara hacer ver que tena dentro un polo blanco para el fro. Dej pasar alas parejas y luego de un minuto, cuando pas yo, me dijo al odo, estsde detective? Una vez dentro del local trat de buscar algn conocido oconocida y no encontr a nadie. Apenas haba dos grupitos de chiquillosy chiquillas del puerto que pasaban las botellas de cerveza de mano enmano y brincaban sobre sus lugares como si estuvieran en un conciertode msica subterrnea, cuando en realidad estaban en una discoteca deprovincia pequea donde solamente colocaban msica salsa y cumbiasperuanas. Y a pocos metros de ellos Graciela y Gianina se movan de unlado a otro, se estrechaban, sonrean, saltaban, y cada una de ellas sacabaa su pareja a bailar, ya, de una vez, antes de que esto se llene y despusya no se pueda bailar bien. La discoteca era el primer piso de una casaen donde la sala la haban juntado con los dormitorios derrumbando lasparedes, luego, la haban acondicionado para que entraran un centenar deparejas apiadas. En el extremo de la entrada estaba la barra, de made-ra, y detrs de ella el popular Mochuelo despachando las cervezas. A unlado, el izquierdo de Mochuelo, el mejor pincha discos de la ciudad,Randy Estupin, un mozalbete que desde que conoci esta habilidadabandon el colegio y no hay da en que no est animando una fiestacomo maestro de ceremonias o con un ocasional grupo de msica queest organizando de a pocos. Y a pesar del evidente acondicionamientoimprovisado, Mochuelo no ha escatimado en darle a su local paredessinuosamente enjabegadas, luces multicolores, guillotinas alucinantes entodas las esquinas, y sobre la pista de baile, un cielo raso del cual colga-ban unas pequeas bolas giratorias. Pegadas a las paredes haban coloca-do unas mesitas redondas y pequeas, ms altas que las normales, condos sillitas estrechas. Todo en metal y fondos de plstico. Las chicas sequitaron el polar y quedaron con un top que las luces multicolores cam-biaban de color continuamente. Estaban, sencillamente, admirables. Lasdos. Nunca haba visto a Gianina competir en belleza con Graciela. Perolos hechos me lo estaban demostrando en ese momento. Claro, para losobservadores agudos, quiz el ambiente de la discoteca influy mucho en

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    esta observacin, pero haba que ser honestos, Gianina estaba linda, noms que Graciela, pero estaba linda. Y a favor de este criterio estuvo elhecho que los periodistas no se decidan por emparejarse con una o conotra. Daban vueltas. Se daban guios y movimientos de cabeza entre ellos.Pareca que haba un desacuerdo. Seguramente por ver quin se sentabaal lado de quin. Pero finalmente se pararon de un modo en el que loscuatro estaban tan cerca uno del otro. Las dos sillitas de la mesa que lescorrespondan las hicieron a un lado. Estaban tan cerca que seguramentese escuchaban mutuamente los latidos del corazn a pesar del ruido quehaca la msica. Desde mi rincn no dejaba de observar la sonrisa ama-ble y definitiva de Graciela. No haba duda alguna. Mientras sorba conahnco su cerveza segua conversando y apenas posaba el vaso sobre lamesita sacaba a bailar al redactor. Me acerqu un poco y logr captaralgunas palabras. Ella quera estudiar periodismo pero sus padres no que-ran. Hasta donde yo saba ella jams haba mostrado inters por el pe-riodismo sino por la costura, ya que le gustaba ella misma coser y zurcirsus blusas. Pero all estaba, entusiasmada con un periodista de Lima,mientras Gianina volva, poco a poco, a desentonar con su rostro serio ydesencajado. A medida que pasaba los minutos y las canciones la genteiba llegando. Romerito, un condiscpulo con el que intent empezar unnegocio de sandas apareci por el local con su hermana y dos primas.De inmediato me invit a entrar a su grupo y se puso unas cervezas.Los atraje hacia mi lado para no perderme ningn movimiento de las chi-cas. Brindamos. Bailamos. Charlamos. Muy cerca de Gianina y Graciela,que no paraban de bailar con los periodistas limeos que cada vez seacercaban ms a sus parejas y trataban de tomarlas de la cintura, de lamanito y hasta de las caderas. Graciela insista en su nueva pasin por elperiodismo. Gianina le deca que ella jams se lo iba a permitir. Los pe-riodistas no tomaron nota del suceso. El redactor segua con las manosentrelazadas en la cintura de Graciela mientras que le deca al odo algunascosas que ya no se alcanzaban a escuchar. Gianina segua bailando con elreportero grfico y a cada instante le retiraba la mano que trataba derozar sus muslos. Una de las primas de Romerito con la que estaba bai-lando me dijo baila oye, deja de mirar a esas locas. Era demasiado evi-dente. Yo estaba ah por Graciela o por Gianina. O por ambas. Y fue

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    cuando vi que Gianina se acerc rpidamente hacia su amiga, lanzadacomo un tiovivo, y sac las manos del redactor de la cintura de Graciela.Ella tom la batuta de esa pequea reunin. Apret fuertemente la manoderecha de Graciela y sta que no dejaba de rer, porque su sonrisa ha-ca un buen rato que haba dejado de ser sonrisa para convertirse en unarisita aguda y sostenida. El redactor volvi al ataque. Se acerc aGraciela y la tom por el hombro. Graciela abri los ojos como si algopenetrara en su alma y contrajo la risita para trasladarla a una sonrisaelocuente. Haba ingresado a un estado en que todo lo que hiciera o lehicieran parecera de muy buen gusto. Incluso empez a tararear lasmelodas que el pinchadiscos colocaba en el antiguo estreo y a agitarsu falda para mostrar y airear su panty. Gianina volvi a sacar la manodel redactor del hombro de Graciela. Sus ojos lanzaban chispas y elredactor se asust un poco. Las primas y la hermana de Romerito ob-servaban toda la escena. Ya empezaron, decan. Llegaron dos cervezasms y Gianina dijo Graciela no va a tomar ms, ya s cules son sus in-tenciones. Y ataj la mano de su amiga que levantaba el vaso en buscade ms cerveza. Fue entonces cuando la arrastr hacia el centro de lapista de baile. Se abrazaron. O mejor dicho, Gianina aprision entre susbrazos a Graciela, y empezaron a bailar una cumbia nortea como sifuera una melodiosa balada. De los mimos pasaron a las caricias. En elcuello, en las mejillas, en los labios. Las manos de Gianina empezaron apasear por las curvas de Graciela: la cintura, las caderas, el nacimientode los muslos. De acompaantes los periodistas limeos se convirtieronen espectadores. Graciela comenzaba a engrerse ms y Gianina a en-grerla convenientemente. Todos vimos cmo sus manos transitaban li-bremente sobre sus piernas y sus nalgas, y cmo, de pronto, se mordany se besaban, una y otra vez, en los labios. Los periodistas limeos semiraron a los ojos. De los del redactor sali una luz tenue. Los elevhacia el cielo de bombachas giratorias. El otro sigui bebiendo. El tiem-po se hizo largo y corto al mismo tiempo. En realidad eso ya no tenaimportancia. La msica continuaba en el aire. Salieron del lugar. Una vezen la calle se abrigaron porque octubre an vena fro. La temperaturahaba empezado a descender.

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    NARANJAS

    Para m, la mejor manera de salir de Huarmey en direccin a Limaes abordar un colectivo hasta Barranca, y desde all tomar un bus directoa la gran ciudad. Al menos, es la mejor manera, para m. Cada vez quevoy a visitar a la familia, o cuando se me ocurre ir a comer barquillos enel mercado, hago lo mismo a la hora de regresar: me emborracho la no-che previa, voy hasta el Terminal Terrestre acompaado de un primo o unsobrino con los que he bebido un par de cajas de cerveza, y observo alos huarmeyanos correr detrs de cada bus que llega del norte, en buscade un asiento libre, y despus de muchos intentos, subir a uno de esosbuses y trasladarse hacia la capital. Luego, me voy al hotel para dormircomo un angelito hasta las nueve de la maana. Me levanto, me ducho,maldigo la hora en que decid trabajar como periodista en un diario lime-o, salgo a buscar un buen desayuno que incluya un tamalito casero, y aeso de las once de la maana voy al Terminal, subo a un colectivo, yparto.

    Es un viaje de una hora. Los mdanos de arena hacia el lado iz-quierdo, y al derecho las franjas desrticas, las playas azules, los farallonesindemnes. A veces es cmodo, cuando las dos personas que viajan con-migo en el asiento trasero son delgadas como yo. Pero puede volverseincmodo, si es que me acompaan dos personas de mucho mayor pesoque el mo. En ocasiones, suelo dormir durante todo ese trayecto. Pero hahabido otras ocasiones en que tengo que soportar la chchara absurda dealguna persona que ha credo conocerme y empieza a preguntar por todami parentela hasta lograr encajarse en mi rbol genealgico. Una vez enBarranca, corro hacia una de las empresas de buses que van hacia Lima,un viaje de tres horas. Pero antes, si he llegado con una de esas personasque me atosig con su conversacin, averiguo en qu agencia va a viajar,y elijo la competencia.

    El auto es uno de esos station vagon que han inundado las calles ylas carreteras del pas. No s de qu marca es porque nunca he sabidode autos ni me interesan porque nunca he pretendido saber manejar uno.Ni siquiera recuerdo si durante mi niez gust de los autitos de carrera o

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    los camioncitos o los trencitos. Mas bien s un avioncito, que despanzurrpara saber de dnde diablos salan unas lucecitas desde lo que eran lasventanas cada vez que la haca aterrizar en el piso y arrastraba lasrueditas. Hoy, apenas llego al terminal escucho a un individuo que grita avoz en cuello: Barranca, Barranca, y me instalo en el asiento derecho dela parte trasera pues nunca me ha gustado viajar al lado del piloto. Estoymedio dormido, y los autos que pasan raudos por la Panamericana araanmi vista y mis odos. La carretera es una alfombra negra que es cortadapor la imagen del coliseo.

    Esta vez an no s si viajar plcidamente dormido o constreidoentre la puerta y un cuerpo rollizo. Soy el nico pasajero por el momento.El chofer tiene las dos puertas delanteras abiertas y se ha sentado mo-mentneamente en su asiento para disminuir el volumen de la radio. Luegosale para continuar su dilogo con los jaladores y un vendedor de golosi-nas. Unos metros detrs se estaciona un bus de dos pisos y nadie hacorrido tras l. Un muchacho delgado y atltico baja de ese bus y agrandes trancos ingresa a las oficinas del Terminal con un pequeo bultobajo el brazo izquierdo que semeja ser un conjunto de sobres de tamaogrande. No se demora ni veinte segundos. Los he contado en mi viejoCitizen. Regresa y sube al bus en el mismo tiempo. Cierra la pesadapuerta. El bus emite un chirrido al partir como si las llantas se quejarandel maltrato.

    Observo por el espejo retrovisor a un hombre musculoso y achapa-rrado que coloca algunos cajones con frutas en la maletera. Sus movi-mientos son rpidos, quiz ansiosos. Cierra la puerta. Se queda paradopor un instante frente a una seora envuelta en una especie de sbana ala usanza de las mujeres hindes. Le dice algo, y para ello acerca su ros-tro al suyo, casi lo roza, e inmediatamente la deja y se dirige hacia elasiento delantero. Saca un peine y empieza a lanzarse los mechones hirsu-tos que le caen sobre la frente hacia atrs. Tambin ha sacado un paue-lo con el que se seca delicadamente la frente. Mira el pauelo, lo abre, losacude, lo dobla. Cuando est envuelto en forma de cuadrado lo pasapor su cuello, vuelve a mirarlo, y lo guarda en uno de los bolsillos trase-ros de su pantaln de dril azul. Su ansiedad se ha esfumado. Coloca el

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    pie izquierdo dentro del carro y lentamente se inserta dentro de l, comosi fuera una persona de gran tamao y gran peso.

    El hombre no deja de dar vueltas sobre su asiento en la bsquedade una buena posicin para sus nalgas. Una vez que lo logra, vuelve aalisarse el cabello con las manos, ambas, indistintamente. Veo que cruzalos brazos desnudos y los vuelve a descruzar. Mira sobre el espejo retro-visor y se da cuenta de que lo observo. Pero no me dice nada. Msbien, voltea hacia el asiento del chofer y lo llama, con un tono de vozque indica la confianza que hay entre ellos. Qu haces ah, sbete ya,vmonos. Sus palabras salen disparadas casi atropelladamente. An sienteel rigor de haber cargado sus cajones con frutas. Como no zambito, leresponde el chofer, de inmediato, si me pagas los dos asientos que faltanatrs. En ese caso mejor te alquilo el auto completo. Ya, servicio perso-nalizado, pero cobro por adelantado. Ya, has funcionar a tus jaladores,rpido.

    El chofer se pone de inmediato como jalador y vocifera Barranca,Barranca. Se acerca a uno de los quioscos del Terminal, compra una ga-seosa, regresa. Despus de beber un largo sorbo vuelve a entonar suhimno: Barranca, Barranca. As te vas a morir de hambre, le dice el pa-sajero de las frutas, que ha vuelto a cruzar los brazos, y extiende unasonrisa de oreja a oreja que observo de medio lado. Yaaaa, come tuguayaba, noms, paisa-nito, le responde el chofer. Algunos transentes seacercan al auto, preguntan algo que no escucho, y se van luego de reci-bir una respuesta que tampoco escucho. Vuelven a mirar el carro, y con-tinan dando vueltas. Tu carcacha no les convence, vuelve a la carga elhombre de las frutas, esta se queda botada han dicho. Es que te han vistoa ti, le responde el chofer, se han asustado, no has visto que se fuerontapndose las narices.

    El hombre de las frutas toma una guayaba y empieza a comer confruicin. Destila un aroma suave y contundente, y la piel la lanza sin nin-gn rubor a la pista. El chofer se ha instalado en su asiento, con la puertaabierta. El hombre de las frutas le asoma al rostro una bolsa plstica llenade guayabas. No como mientras trabajo cholo, le dice, le lanza un bor-botn de carcajadas, y le arrebata la bolsa con todas las guayabas den-

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    tro. Invtale al seor, le dice el hombre de las frutas, no seas tacao. Meapresuro a levantar la mano derecha para indicar una negativa. Anmese,seor, me dice el hombre de las frutas, que me mira por el espejo retro-visor, son guayabas de Mara Cristina, las mejores de Huarmey y alrede-dores. Estoy seguro que s, me obligo a responder, pero no como mien-tras viajo. El chofer suelta una retahla de carcajadas y empieza a toserporque se atora con un trozo de fruta.

    Ver, djeme que le explique. Ya no puedo detener al hombre delas frutas, se ha puesto a reflexionar y a filosofar, y me ha tomado comointerlocutor, siempre mirndome por el espejo retrovisor. Huarmey, ustedes de Huarmey? S? qu extrao, debera saber entonces que en la que-brada de Huarmey existen diversos microclimas que permiten en sus tie-rras cultivar frutas de calidad. Lo s, le digo, lo s por mi padre, que mecontaba mucho sobre las frutas de Huarmey. Le habr contado entoncessobre las excelentes sandas. Claro, le respondo, y tambin sobre lasmaravillosas naranjas que se producan. Naranjas? se pregunta el hombrede las frutas, naranjas? Huarmey no produce naranjas. Bueno, mi padres me hablaba de ellas, pero antes de que una plaga las acabara antes dela segunda guerra mundial.

    La conversacin se interrumpe gracias a un par de individuos quehan entrado en tratos con el chofer para subir al carro. Estn embriaga-dos. En ocasiones resulta oneroso llevar borrachos en los colectivos por-que no se sabe cmo van a reaccionar. Lo s por experiencia propia.Algunas veces he viajado totalmente ebrio. Y aunque nunca tuve proble-mas con los choferes, si los he tenido con los pasajeros, que seguramentese incomodaban por mis bostezos, mis eructos, por mi cabeza sobre sushombros. Uno de ellos, el que est en peores condiciones, insiste en de-cirle que no pasa nada compadre, te pago lo que pidas. Apenas puedeestar en pie. Se hace necesario que se siente o se acueste en un lado sies que no se quiere tener un ebrio tumbado en la pista del Terminal. Elamigo que lo acompaa se nota ms cuerdo. Le explica al chofer que nopasar nada: suben, se sientan, se duermen. Hasta llegar a Barranca.

    Y es el menos ebrio el que entra primero, y se sienta al centro, a milado. Al sentarse se ha cuidado de no aplastarme. Siquiera de no rozar-

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    me, aunque eso es inevitable. El tufo que exhala sin embargo es tan fuerteque es como si me aplastara con l. Es rollizo. La casaca de cuero gra-nate que lleva lo hace ms curtido y ms pesado. No tiene mechas hirsu-tas porque se ha rapado el cabello a la usanza militar. Esto deja a la in-temperie un rostro cuadrado y cetrino, surcado por pequeos vestigios deuna barba mal afeitada. Su compaero de viaje ha entrado inmediatamen-te, y al sentarse se ha desplomado como un saco de harina. l s aplasta su compaero. Tambin viste una casaca de cuero negro, completamentecerrada. Trata de arrimar un poco el asiento del piloto para acomodarmejor sus rodillas enfundadas en un pantaln vaquero. No dice palabraalguna. Pareciera que tampoco ve nada porque mueve el rostro y la ca-beza ligeramente como si el mareo estuviera a punto de noquearlo.

    Mis compaeros de ruta ya estn instalados. El chofer est en surespectivo lugar. Prende el auto para calentar el motor. Voltea y le dice alde la casaca granate que es necesario que le cancele los dos pasajes poradelantado. Como no, le dice ste. Saca un grueso fajo de billetes dequin sabe dnde. Moja la yema del ndice derecho y cuenta uno a unolos billetes. Elige uno, de veinte soles, se lo entrega. El chofer revisa elbillete a trasluz para descartar una falsificacin. Lo voltea, lo palpa, veri-fica los relieves. El vendedor de frutas le dice: vaya que si eres desconfia-do. El chofer pone en macha el auto. Empieza a salir, tmidamente, delTerminal. Eleva la velocidad a medida que se instala plenamente en lacarretera. Delante de l va un trailer al acostumbrado ritmo cansino deestos armatostes. Unos metros ms arriba, sobre el puente del RoHuarmey, lo pasa rpidamente.

    Llegaba el momento de cerrar los ojos plcidamente cuando elhombre de las frutas insiste en que habamos interrumpido una conversa-cin sobre las naranjas de Huarmey. S seor, tiene usted que hablarmede esas gloriosas naranjas porque mi memoria no las encuentra. Bosteclargamente sin ningn pudor, como para que comprendiera que era mejordejar esa conversacin para otra oportunidad. Pero l segua. Ver, porestas tierras no he visto ninguna chacra que haya sembrado naranjas concierto xito, las semillas no prenden, y ahora usted me informa que hubonaranjas en Huarmey, y muy buenas. No me haga caso, le dije, mi me-

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    moria tampoco las tiene clasificadas. Por supuesto, me dijo usted queexistieron antes de la segunda guerra mundial, y en esa poca no existani su proyecto, entonces, de qu naranjas me habla entonces. Quera yno quera hablar sobre el tema. Despus de todo, restaba una buena horade camino. Y si algo me gustaba era hablar sobre mi padre. Dije: fuebastante antes de la segunda guerra mundial, mi padre era un muchacho,no s de cuntos aos porque nunca me lo dijo. El hombre de las frutasopt por mirarme por el retrovisor. Cruz los brazos y se concentr enmirarme y escucharme. Soy todo odos, dijo, soy todo odos.

    La comerciante era su abuela, le dije, una de sus abuelas. Mi padreme contaba que ella recorra todas las chacras del valle de Huarmey ycompraba las cosechas por anticipado. Principalmente, las de la haciendaBarbacay y los alrededores. Despus de estos acuerdos mi padre se dabasus vueltas por las chacras para ver cmo iba el sembrado, y meses des-pus, lo mismo para ver cmo iban las cosechas. Parece que en aquellapoca todo trato era verbal y todo lo que se acordaba de esa manera serespetaba como si hubiera firmado papeles. El hombre de las frutas vol-vi a interrumpirme. El chofer dijo algo que yo ya no escuch porqueestaba ensimismado en las naranjas de mi padre. Los ebrios de mi costa-do roncaban a su gusto. Y eran buenas esas naranjas, dijo. Segn mipadre inigualables. Pocas eran las que se quedaban, le dije, la mayora sevendan en Lima. Por aquella poca se trasladaban los productos sobre ellomo de las mulas. Las recuas bajaban de las quebradas y se diriganhacia el puerto de Huarmey. All embalaban la carga, las suban a unosbotes, y las transportaban a los vapores que caleteaban por toda la costadel pas. El destino de esas naranjas era Lima.

    El hombre de las frutas bostez lastimeramente. Se sobresalt cuan-do en vez de mi voz escuch un concierto de ronquidos sostenidos quevenan de mis compaeros de ruta. El chofer empez a rerse sin permitirque su risa se volviera una ruidosa carcajada para que los ebrios no des-pertaran. Le dijo, como en un susurro, zambito mal-criado. Por el retro-visor vi un rostro atontado. Empez a alisarse nuevamente el cabello y aacomodarse en su asiento. El chofer no paraba de rer, sin subir el volu-men. Me dijo: usted tiene que entenderlo, este zambito apenas ha conoci-do las frutas hace un par de aos, y el mar lo conoce solo en postales,

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    no lo huele? le tiene miedo al agua. Ahora s su risa se convierte en rui-dosa carcajada. El ebrio de la casaca negra despierta y dice que s, quel quiere ir a nadar, y vuelve a dormirse. El de las guayabas balbuceauna disculpa. Pero siga, siga, me deca que su abuela cosechaba naranjas.El chofer insiste en rer. Ya estamos a medio camino de Barranca y unasiesta de media hora no me vendra mal.

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    DOMINGO DE GUZMAN HUAMAN SANCHEZ

    Natural del distrito de Cochapet, provincia de Huarmey, de-partamento de Ancash. Es un docente de amplia trayectoria en elquehacer educativo.

    Fundador del Grupo Literario Qarwanchi, Director de laRevista Cultural Internacional Qarwanchi.

    Ha recibido reconocimientos de la Direccin de ActividadesCulturales del Ministerio de la Presidencia, de la Direccin de la Bi-blioteca Nacional del Per, Direccin de INC, de la Casa del PoetaPeruano, Club Ancash, Colegio de Msicos del Per, de los concejosmunicipales provinciales de Huars, Chimbote, Huarmey, Huari,Hunuco, Bambamarca, Cajabamba, Cuzco, Santiago de Chuco,Bolognesi y es autor y compositor de musica andina, poeta, narra-dor.

    Antologas: Poesa Infantil ; Poesa Ancashina del Siglo XX;Cien voces de Indo Amrica; Vivencias temporales. : 2001

    Cuentos: Sangre en los Andes; Destellos de dolor y muerte.Novela: -Warakayoq.- Crnica de un testigo invisible - seis comuneros desaparecidos.

    edit, San Santiago 2011.Biografa: Santiago Antnez de Mayolo; Carlos Alberto

    Philips; Santiago Antunez de Mayolo, Lus Pardo Novoa.Textos: Teatro : 1995Cuentos inditos: Sangre bajo la niebla, El Veneno y otros

    cuentos, Destellos de dolor y muerte y Sangre en los andes.

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    DON TOMACO

    Don Tomaco, en su brioso corcel, haba recorrido desde su fundode Carmoch hasta Cochapet y al final del trayecto se sinti cansado.Durante cuatro horas, haba recorrido cuestas entrelazadas por caminoscurvilneos, manadas pobladas por centenar de reses cuyos becerros en-cerrados en chiqueros berreaban aguijoneados por el hambre; haba cru-zado riachuelos bullangueros que hacan competencia con el trino de lasavecillas que saltaban de una rama a otra y otra y otra.

    Se ape, salud al tendero, muy atentamente y le pidi un balde deagua para su corcel Veneno y una cerveza espumante para l.

    Su potro sudaba copiosamente para asegurar su regulacin trmica,es uno de los pocos animales que acta de esta forma.

    Don Antonino, uno de los tenderos ms honorables del pueblo, cal-m la sed de sus visitantes. A l le ofreci una banca forrada con pellejosde venado como asiento y al solpedo sombra, balde de agua y paja decebada.

    Don Tomaco brind, elogi y bebi con muchos parientes y amigosque se reunieron en la cantina; finalmente, completamente ebrio, se tendisobre la banca alfombrada con pieles de venado y se qued profunda-mente dormido.

    En la espesura, cuando trozaba troncos de chachacoma, se le apa-reci una mujer bellsima con encantos mitolgicos, llevaba un vestidotransparente que mostraba una anatoma exuberante de hembraquinceaera, erguida con una mirada seductora. Su postura era indolentey pasiva.

    Solt el hacha, se limpi el sudor con el dorso de sus manos callo-sas. Nervioso se acerc y junto a la aparicin, sinti la atraccin irresis-tible. El pareca acero y ella imn.

    La cogi con vehemencia salvaje y se dejaron envolver por el remo-lino turbulento de la pasin. Sus vientres sudaban y la cadera redondeadade ella se mova, se mova y mova de izquierda a derecha, de abajo

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    hacia arriba, levantndose, hundindose en el lago esponjoso del pajonalseco que cantaba: Crac, chirrr, crac , chirr, crac, chir...

    La esposa del tendero, que era la sobrina del visitante, interrumpiel sueo del cliente.

    To Tomaco, Tomaco! Ya es tarde, despierta.Despert y pregunt.Donde est ella? No la veo.A quin se refiere to?Nada! Son efectos de la borrachera, alucinacin, sed y hambre.-

    Pidi una botella de cerveza.Natalia, la esposa del tendero, se acerc y dijo:Tio Tomaco, ya no beba, pasemos a la cocina. He preparado un

    Yaku kashki con papitas tiernas de hallqa warmi que ayer cosechamosen los parajes de Utkush .

    Gracias hija. Eres tan amable y buena como tu madre, mi hermanaque muy pronto nos abandon, cuando apenas tenas siete aitos.

    El to extrajo de sus alforjas chirimoyas, paltas y pepinos, de sufundo y entreg diciendo.

    Para que endulcen sus labios y la de los chicos.

    Concluido el desayuno, con huevo y tocino con tpicas papas ama-rillas de acompaamiento, hizo compras que llen en sus alforjas y cabal-gando su brioso y descansado corcel, parti rumbo a su fundo.

    El galope es un aire mucho ms cmodo para el jinete, porque esms fcil seguir el movimiento del caballo. Pero tambin es mucho ms r-pido que el trote y, por lo mismo, provoca temor en muchos novatos.Don Toms prefera el galope levantado y parado sobre los estribos, le-vemente inclinado hacia delante, hasta que el trasero ya no est en con-tacto permanente con la montura.

    Al final de la calle, levantando el brazo derecho y blandiendo elsombrero de jipe japa se despidi.

    Hasta pronto, si Dios quiere volver.

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    IRENE

    Desciendo de una familia de artistas rico en imaginacinn y creati-vidad. Mis compaeros de estudio me han llamado Qallwash porquepara pintar mis cuadros utilizaba el color amarillo; pero, hasta el mo-mento, no se ha resuelto el trmino Artista si es genialidad o la formaelevada de expresin creativa.

    Aquellos que pintan paisajes de da suean un mundo maravilloso denoche. En sus recorridos raros observan los jardines del cielo y se agitan,al dejar de bostezar, Imaginando que han recorrido los senderos queDante lo hizo guiado por Beatriz. Recorren, en frgil embarcacin, elturbulento lago de las Estigias.

    Confieso que soy artista, que estoy iluminado, que hay dos momen-tos en mi existencia mental: el estado de pureza que pertenece a los su-cesos de mi infancia, y un estado de oscurantismo y desvo, que perteneceal presente y a los episodios que instituyen la segunda etapa de mi exis-tencia. Por eso, escuchad lo que les contar del primer perodo, y delsegundo.

    La mujer de mi adolescencia, de quien tengo las fotografas clarasen mi mente, era la cuada del hermano de mi to padre que se habacasado con una profesora del pueblo vecino de Malvas. Se llamabaIrene. Juntos habamos recorrido los parajes frgidos de Ishke Cruz ypasado momentos inolvidables en Pishtak Mach, Cueva del degollador,mientras la lluvia torrencial con rayos, truenos y relmpagos haca estra-gos con los pastores y sus rebaos de pelambre albo.

    Pocos llegaban al lugar maldecido por las viudas que haban perdidoa sus esposos secuestrados, asesinados y hervidos en pailas por losPishtaqkuna en el amplio recinto de la cueva misteriosa. Hacer elamor, protegidos por paredes ciclpeas y animados por la fragancia deflores silvestres y trino de avecillas era lo ms sublime e inolvidable. So-los, aislados de la curiosidad de vecinos, sin preocuparnos del mundanalcuchicheo, yo, mi amada y el manantial de la soledad.

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    Mis dedos se deslizaban por caminos sinuosos de su cuerpo hastasu puquial tibio y palpitante, as como los espacios que se extendan desdela enmaraada selva perdindose en las profundidades del placer que agita-ba a nuestros corazones, con latidos del amor y la energa de los apus.

    Tomados de la mano, durante noventa das que dur la vacacin,recorrimos Irene y yo por esas laderas pobladas de ichus, pajonales yquenuales antes de que el amor fermentara en los Kuntus o vasijas denuestros corazones.

    Ocurri una tarde. Palabra alguna pronunciamos. Habamos arranca-do al amor toda su furia y encanto y sentamos el in cen dio de todoslos deseos de nuestros antepasados. Todo a nuestro alrededor cambi.Flores aromticas brotaron en las paredes rocosas. Y la vida emerga enlos senderos polvorientos, todas las aves desplegaron su plumaje antenosotros, convirtiendo toda su trayectoria en estela esplendorosa.

    Irene embelleci, pero era una doncella normal e inocente, como lavida de los amancayes amarillos que poblaron los cerros tornndolosembriagadores con sus aromas ednicos.

    Ningn cambio en la naturaleza disimulaba el amor ardiente que sen-ta por m.

    Habiendo pronunciado una maana, entre lgrimas, la palabra: Has-ta pronto, amor mo y cudate, part en mi brioso corcel haca el lejanohorizonte.

    Sinti palpitar su corazn con ritmo acelerado y supo que, su her-mosura se arrugara con la ventisca de la lejana. Le dola pensar que, unavez alejados, yo olvidara para siempre aquellos felices lugares, transfirien-do mi amor apasionado a otra joven. entonces, la abrac con fuerza yjur, ante ella y ante el patrn Shanticho, que nunca la olvidara ni lacambiara por otra y poniendo a Dios como testigo jur recordarla siem-pre y si faltara que recibira el castigo ms horrendo. Sus ojos seopacaron con las lgrimas que fluan de lo ms hondo de su tristeza.Tembl y suspir, aceptando mi juramento que la alivi.

    Distante del paradisaco Cochapet, form mi hogar en la ciudad deHuaraz, entre las cordilleras Blanca y Negra, cerca muy cerca del coloso

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    Huascarn. La cueva de Pishtaq Mach, las laderas de Ishke Cruzdesaparecieron del panorama del recuerdo. Y la arrulladora meloda, mssuave que el arpa del Zambo Mashi, director del Conjunto MusicalFolclrico Los Amancayes de Carmocho, salvo la voz de Irene, fue apa-gndose poco a poco, en murmullos cada vez ms sordos, hasta que lacorriente del ro Santa, al fin, se dimension. Y por ltimo, mangadas denubes voluminosas se posaron sobre los lomos de los picos elevados delHuascarn, Huandoy y Hualcn.

    Apoderndose de los resplandores dorados y magnficos del Calle-jn de Huaylas.

    Pasado el tiempo, las promesas de Irene no cayeron en saco roto,pues escuch el balanceo de sus palabras y las olas del perfume de sucabellera flotaban siempre en el ambiente de mi Taller de Pintura originan-do un latido pesado de mi corazn, y una vez -ah, slo una vez!- des-pert de un sueo, como el sueo de la muerte, con la presin de unoslabios espirituales tibios sobre los mos que estaban helados como el cielodel San Cristbal.

    Me dola la cama, las cortinas y la cmoda por los recuerdos de midulce Irene que la abandon en busca de otros latidos y otros movimien-tos.

    Viv en Huars que fue arrasada por el sismo del 31 de mayo, don-de todas las casas cayeron y la ciudad fue borrada, junto con mis dulcessueos que maduraron en Cochapet.

    El apoyo de los pases del universo que convirtieron a Huars enCapital de fraternidad mundial, la fastuosidad y la bonanza y el boomminero y la belleza embriagadora de las mujeres intoxicaron mi mente. Sinembargo, mi alma segua fiel a su juramento, y las indicaciones de la pre-sencia de Irene todava me llegaban en las silenciosas horas de la noche.De pronto, cesaron las manifestaciones descritas y el mundo cambi antemis ojos y qued tentado de las bondades fminas, el dinero y el licorque me a tentaron y succionaron, pues aterriz de algn lugar, delejansima tierra, a la renaciente ciudad donde resida, una jovencita antecuya presencia mi corazn traidor se encorv, a cuya figura me inclin sin

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    resistencia, con el ardiente sometimiento amoroso. Qu era, en verdad,mi pasin por la joven de Malvas, en comparacin con el ardor que meprovocaba

    Alejandrina? Ah, incomparable ngel Alejandrina! De veras, no mequedaba aliento para ninguna otra. Ah, sublime aparicin, Alejandrina! Yal contemplar en las honduras de sus pupilas, donde moraba el recuerdo,slo pens en ellos, y en ella.

    Me cas en Semana Santa; perd el temor a la maldicin que habaconjurado, y su padecimiento no me dobleg. Soy sincero, pero slo unavez en la quietud de la noche, llegaron a travs de la mampara los suavessuspiros que me haban abandonado, y adoptaron la voz dulce, familiar,para decir: Descansa en paz y de Dios goza! Escucha, el Amor es in-quebrantable. Abriendo tu corazn enamorado a la noble Alejandrina,ests libre, por razones que conocers en el Cielo, de tus juramentos aIrene.

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    ISAAS ANTONIO RODRGUEZ MILLA

    Malvas 24 de abril de 1951. Transcurri su infancia en su tie-rra natal; estudi transicin en la Escuela Mixta N| 17016; hizo laprimaria en la Escuela Pre-Vacacional de varones N 1702, su nivelsecundario lo realiz en el Instituto Nacional Agropecuario y en elColegio Nacional Mixto Gabino Uribe Antnez, ambos de la pro-vincia de Aija.

    Estudi educacin en la Universidad Nacional de EducacinEnrique Guzmn y Valle La Cantuta Chosica Lima. Optan-do el grado de Educacin en la especialidad de Educacin Fsica yLenguaje.

    Dirigi el boletn, denominado El Lamparn, que tuvo cuatroediciones, autor del libro Monografa de Malvas, Primera edicin1998, y la segunda edicin del 2005.

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    EL OSO DE MARCANKA

    Marcanka, es un cerro elevado que tiene forma de un cono, conms de 1000 metros de altura desde su base que se encuentra a2,750 m.s.n.m. a 4.1/2 Km de distancia del distrito de Malvas, paraser ms exacto frente a Koshpi.

    Un buen da, por la parte baja del cerro de Marcanka; o sea,por el camino de herradura de Huichicaca, una mujer hermosa cogiendomitos (kemish), sacudiendo los rboles que encontraba a su paso; tenaya una buena cantidad de mitos en su bolso, iba comiendo los ms ma-duros y los que eran ms dulces; de pronto , el Oso que viva en elCerro de Marcanka, bajaba al ro a saciar su sed, encontrndose con lamujer hermosa justo en la curva de Cullashhuecro, y al instante se ena-mor, el oso la invit ir a su cueva, ubicada en el inaccesible precipiciodel cerro. En este lugar vivi varios aos y lleg a tener 2 hijos: unosito y un varoncito. La mujer estaba cansada de vivir en la cuevaincomunicada con la sociedad, pens buen tiempo la forma cmo de-bera escapar de dicha cueva. Por fin se ingeni ordenando al oso quetrajera agua del ro, mientras se demoraba aprovechara para escapar,pero el oso retornaba muy rpido, posiblemente presenta lo que planeabala mujer. Otro da, ordena al oso traer agua del ro, para esto la mujerhaba agujereado el porongo con el fin que demore en traer el agua;sin embargo, el oso regresaba muy rpido. Fracas nuevamente, lamujer tom otra estrategia, le pidi al oso que le trajera agua del Mar,pero tambin hizo varios agujeros al porongo, el agua se le terminabaen medio camino, demorndose varios das. Esta vez s la mujer aprove-cha en salir de la caverna , en esas circunstancias la mujer ve pasar aun hombre por el camino de Huichicaca, le llam a gritos pidindoleauxilio para rescatarla, este hombre al llegar al pueblo comunic a todos,reuni a la gente con toque de campana de la Iglesia, dijo que en elprecipicio del cerro de Marcanka se encontraba atrapada una mujer, lospobladores organizaron el rescate y acudieron al lugar alentados porcajas y flautas (tambores de pellejo y flautas de carrizo ) y con sogasmuy largas jalaron a la prisionera, dejando al hijo osito empapado de

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    ceniza la boca para que no avisara al pap oso, al otro hijo s se llevconsigo. Cuando lleg el oso, pregunt al osito por su madre, este res-pondi: cajanhuan ,flautanhuan shutamamatintin ( con caja, flauta ysoga han jalado a mam ). De inmediato el oso se encamin con direc-cin al pueblo, llegando en plena misa, entr a la Iglesia, mir una poruna a las mujeres, ubicndola a su mujer en la primera fila, trat desacarla a empellones, jalandola de los pelos, provocando la reaccin delos presentes. En defensa de la mujer intervinieron las autoridades y lapoblacin en general, le plantearon una condicin para que le sea entrega-da la mujer, colocar una inmensa piedra a una zanja, preparada especial-mente, que quedaba en la calle que da a la Crcel Pblica de Malvas,como demostracin de su fuerza. Entonces, se coloc al borde de lazanja, levantando la piedra a cierta altura; ante eso, los hombres que seencontraban a su alrededor le hicieron resbalar al oso y cay al fondode la zanja y encima soltaron la inmensa piedra, sepultndolo parasiempre.

    La tradicin sostiene que como prueba existe hasta ahora una pie-dra grande de color azul que se encuentra en la vereda, a ras de piso,al frente de la crcel pblica del Pueblo.

    El hijo varoncito que vino con su madre se llam Juan, lo matri-cul en la escuela, era un nio muy velludo, tena mucha fuerza, pegaba asu compaeros, los noqueaba a cada rato, paraba en la Direccin, recibamuchos castigos, pero por fin falleci por una epidemia que aparecien esa poca llamada terciana. La mam falleci muy anciana.

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    CHACUAS JIRCA

    Hace muchos aos, existi un hombre llamado Juan Toledo, quehaba venido de Recuay en busca de trabajo por el valle de San Mi-guel, Cuchi, Huia etc. Este hombre lleg a Cayac Pampa y construyeuna choza con palos de huarango, hojas de pltano, carrizo etc. Una vezubicada su vivienda, se ofrece a trabajar como pen en diferentes per-sonas, de esa manera servir a su familia que se encontraba en Recuay.Pas unos meses y le nace la idea de abrir una Toma del ro, frente aCaapampa, para hacer llegar el canal a Lacropampa (3 Km.) que es unterreno inmenso de ms de 25 hectreas. All empez a cultivar aj, lacementera estaba muy bien, pero le faltaba dinero para conducir mejor yampliar ms el terreno y el canal. Un da pens viajar a Pararn-Cotaparaco a prestarse dinero, emprendi el viaje subiendo por Lacr,dio la vuelta por el Cerro de Chacuas Jirca, en esa bajada, cerca deun precipicio, encontr a una mujer hermosa pastando sus cabras. Elhombre, un tanto sorprendido por la presencia de la mujer; ella, acercn-dose, le d