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Identidades porteñas. El discurso ilustrado en torno a la nación y el rol de la prensa: El Argos de Buenos Aires, 1821-1825 Jorge Myers Las Provincias Unidas del Río de la Plata, luego de seis años de autonomía defacto y cuatro años más de independencia de jure, debieron afrontar las consecuencias del fracaso de sucesivos ensayos por dotar al nuevo Estado de una constitución nacional: la sublevación del Ejército del Norte, la disolución de todos los poderes del Estado central, y la concomitante división de ese embrionario cuerpo político en trece provincias sin vínculos jurídicos o constitucionales entre sí. Si el proceso político que condujo entre 1820 y 1852 de una soberanía parcelada a la construcción de un único Estado-nación en el territorio de lo que hoy es la Argentina parece haber sido indudablemente más complejo de lo que permitiría entrever la descripción que José Carlos Chiaramonte le ha dedicado, 1 es cierto también que los años 1820 a 1824 presenciaron una disolución del Estado central heredero del Virreinato, inaugurándose de ese modo un período de desvinculación entre los muchos semiestados que lo reemplazaron. No por nada denominaron los contemporáneos a aquella época "el período del aislamiento provincial". Sin embargo, si ese proceso de consolidación de estados provinciales soberanos o semisoberanos pudo crear el contexto adecuado para que en algunas provincias, al menos, surgieran las condiciones de posibilidad para un discurso a favor de su autonomía o independencia plena, en otras tal discurso se mantuvo ausente durante todo el extenso período de inconstitución nacional. Más aún, en la provincia que contenía la sede del antiguo gobierno virreinal -Buenos Aires, el proceso de creación y consolidación del Estado local contribuyó a fortalecer un discurso que inscribía la identidad de esa provincia en un marco identitario más amplio, aquél de una 1 Sin que ello implique desconocer, por cierto, el indudable mérito que reviste el trabajo de Chiara- monte dedicado al origen de la nación y de la nacionalidad argentinas. Su aporte más reciente a esta dis- cusión es: Ciudades, provincias, estados: orígenes de la nación Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1997. Me eximo de elaborar aquí in extenso mi propia crítica a la visión de Chiaramonte, por haberlo ya hecho en Prismas. Revista de Historia Intelectual, 2, 1998. 39

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Identidades porteñas. El discurso ilustradoen torno a la nación y el rol de la prensa: El Argos deBuenos Aires, 1821-1825

Jorge Myers

Las Provincias Unidas del Río de la Plata, luego de seis años de autonomía defacto y cuatroaños más de independencia de jure, debieron afrontar las consecuencias del fracaso desucesivos ensayos por dotar al nuevo Estado de una constitución nacional: la sublevacióndel Ejército del Norte, la disolución de todos los poderes del Estado central, y laconcomitante división de ese embrionario cuerpo político en trece provincias sin vínculosjurídicos o constitucionales entre sí. Si el proceso político que condujo entre 1820 y 1852 deuna soberanía parcelada a la construcción de un único Estado-nación en el territorio de loque hoy es la Argentina parece haber sido indudablemente más complejo de lo quepermitiría entrever la descripción que José Carlos Chiaramonte le ha dedicado,1 es ciertotambién que los años 1820 a 1824 presenciaron una disolución del Estado central herederodel Virreinato, inaugurándose de ese modo un período de desvinculación entre los muchossemiestados que lo reemplazaron. No por nada denominaron los contemporáneos a aquellaépoca "el período del aislamiento provincial". Sin embargo, si ese proceso de consolidaciónde estados provinciales soberanos o semisoberanos pudo crear el contexto adecuado paraque en algunas provincias, al menos, surgieran las condiciones de posibilidad para undiscurso a favor de su autonomía o independencia plena, en otras tal discurso se mantuvoausente durante todo el extenso período de inconstitución nacional. Más aún, en la provinciaque contenía la sede del antiguo gobierno virreinal -Buenos Aires—, el proceso de creacióny consolidación del Estado local contribuyó a fortalecer un discurso que inscribía laidentidad de esa provincia en un marco identitario más amplio, aquél de una

1 Sin que ello implique desconocer, por cierto, el indudable mérito que reviste el trabajo de Chiara-monte dedicado al origen de la nación y de la nacionalidad argentinas. Su aporte más reciente a esta dis-cusión es: Ciudades, provincias, estados: orígenes de la nación Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1997.Me eximo de elaborar aquí in extenso mi propia crítica a la visión de Chiaramonte, por haberlo ya hechoen Prismas. Revista de Historia Intelectual, 2, 1998.

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"nación" cuyos límites debían corresponder, aproximadamente, a los del antiguo Virreinatodel Río de la Plata.

Entre 1821 y 1824, ese discurso experimentó un desarrollo complejo y no exento decontradicciones que condujo de un inicial reconocimiento pragmático del hecho insoslayablede la división de las antiguas Provincias Unidas a una posterior insistencia cada vez másexplícita sobre la necesidad urgente de que fuera reconstruido ese "régimen general delEstado" con su capital colocada —una vez más— en la ciudad de Buenos Aires. Elaboradoen el seno de la élite porteña, y sobre todo entre los sectores más ilustrados, ese discursoreivindicatorio de la antigua unidad estatal tematizó de un modo fragmentado y en claveilustrada la cuestión de la "nación" como sujeto de ese nuevo Estado superior, peroinsistiendo casi siempre en que la unidad que se buscaba restaurar era precisamente eso: unarestauración de algo que nunca debió haber desaparecido. En otras palabras, se recusabaexplícitamente la teoría de la prioridad de los pueblos o provincias como sujetos políticosfrente al Estado general heredero del Virreinato, posición que llevaba a considerar la situa-ción contemporánea de fragmentación política una aberración, una anomalía producto delproceso revolucionario y de su descarrilamiento. No debería sorprender que una posición deesta naturaleza haya podido desenvolverse con gran amplitud en el marco de la sociedadporteña, ya que no sólo coincidía con la visión política de la facción entonces en el poder —la rivadaviana—, sino que además traducía a términos complejos un elemento del propiosentimiento identitario de los habitantes de la nueva provincia de Buenos Aires, para quienesesa identidad local no podía ser enteramente separada de la creencia en la naturalsupremacía de Buenos Aires por sobre las demás provincias, creencia que se apoyaba tantoen el hecho de haber sido Buenos Aires sede de la capital del Virreinato, como en el de suposición geográfica estratégica (en tanto único puerto de importancia en el país). Estoúltimo, a su vez, habría contribuido a hacer de ella -según quienes suscribían a estaposición— el centro visible de la Ilustración y de los principios revolucionarios en elespacio territorial del Río de la Plata.

En el contexto del debate, por un lado, acerca de la relación entre los procesos detransformación cultural (como la dramática expansión del alfabetismo en los puebloseuropeos y americanos a partir del siglo XVIII o el correlativo surgimiento de nuevos tiposde objeto impreso, como los periódicos) y, por el otro lado, sobre el surgimiento de nuevasnaciones y nacionalidades desde las revoluciones estadounidenses y francesa en adelante, unanálisis de los periódicos que se hicieron voceros de aquel discurso "nacional" de la éliteporteña puede servir para iluminar con mayor claridad ciertos aspectos de esa relación.Indudablemente, la print culture, difundida por el print capitalism (fenómenos a los cualesBenedict Anderson adjudica un lugar decisivo en el proceso de formación de aquellasnuevas comunidades imaginadas de la modernidad que llamamos "naciones"), jugó un papelimportante en el proceso que dio origen, entre 1810 y 1880, a un nuevo Estado-nación enuna porción del

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territorio antes gobernado por los virreyes con sede en Buenos Aires.2 Sin embargo, comoha sugerido un creciente número de críticos de aquella hipótesis de Anderson, la situaciónhistórica latinoamericana exige reinterpretar el carácter preciso de esa influencia, cuyoalcance en sociedades mayoritariamente analfabetas y con un espacio público ínfimamentedesarrollado no pudo ser el mismo que en sociedades como la estadounidense o las europeasdel norte, en las que tanto un público lector extenso y socialmente complejo como una densared de instituciones y prácticas que daban cuerpo a la sociedad civil ya estaban firmementeconsolidados al momento de producirse la ruptura revolucionaria. Más aún, como haseñalado con gran agudeza Claudio Lomnitz en una reciente intervención en este debate, unrasgo de la cultura política iberoamericana que tampoco debe ser pasado por alto es latemprana consolidación de un aparato burocrático-administrativo altamente formalizado yanclado en un imaginario que indudablemente tenía ya en la temprana modernidad una ideade "nación" como su referencia.3 Son estas diferencias las que proponemos explorar —aunque más no sea de un modo tentativo- a través de un estudio de caso: El Argos de BuenosAires (1821-1825), periódico que operó como un vehículo privilegiado del pensamientoilustrado de la élite porteña y de su discurso acerca de la nación rioplatense en la erarivadaviana.

El contexto rivadaviano

De las entrañas de la cruenta guerra civil y la vertiginosa lucha de facciones que la habíaacompañado, emergieron a principios de 1821 los primeros lineamientos institucionales deun nuevo orden político. El Estado central había desaparecido a principios de 1820 con larenuncia del último director supremo, el general José Rondeau, y la simultánea disolucióndel Congreso Nacional, víctimas del desprestigio que su orientación monárquica ycentralista les había acarreado entre los habitantes de las provincias del litoral y del interior.Durante todo el año 1820 y principios de 1821, el nuevo Estado provincial que pugnaba pornacer en Buenos Aires se sacudió bajo los embates de una guerra de facciones sin cuartel.Unos a otros se sucedieron gobiernos efímeros; las montoneras del interior ocuparon laciudad de Buenos Aires e hicieron de la provincia un botín de guerra; el derramamiento desangre fue profuso y sin pausa. Cerca del final de 1820, comenzaron a despejarse los últimosconflictos

2 Benedict Anderson, Imagined Communities, Londres, Verso, 1991; 2a ed.3 Aunque esta idea haya mostrado diferencias significativas respecto de la definición que iría

adquiriendo el término "nación" en el transcurso de los siglos XVIII y XIX. Véase Claudio Lomnitz,"Nationalism as a practical system: Benedict Anderson's theory of nationalism from the vantage point ofSpanishAmerica", en Deep México, Silent México. An Anthropology of Nationalism, Minneapolis/Londres, Minnesota University Press, 2001.

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entre el gobierno porteño y las provincias vecinas, transformándose de ese modo la luchafacciosa en una disputa exclusivamente porteña e intrainstitucional. Sin embargo, si lasmúltiples facciones que agitaban la provincia se resistían a deponer su lucha en el marco deuna institucionalidad provincial frágil, esta última comenzaba entonces a perfilarse de unmodo más nítido que hasta entonces: la Junta de Representantes y el gobernador nombradopor ella, por un lado, y el Cabildo, por el otro, comenzaron entonces a monopolizar elescenario político, disputándose entre sí el control del nuevo Estado provincial.

En los últimos meses de 1820, ese conflicto terminó por dirimirse definitivamente afavor de la Junta de Representantes, con la elección provisoria, primero, del general MartínRodríguez como gobernador y la posterior victoria de éste en un sangriento enfrentamientocon las facciones que concentraban su poder en la antigua institución del Cabildo. Según ladescripción gráfica del encargado de negocios estadounidenses, John Murray Forbes, enoctubre "tuvo lugar un encuentro sangriento entre dos facciones políticas, que se desarrollóen una plaza pública contigua y se extendió hasta la casa donde vivo. En este encuentrohubo más de cuatrocientos muertos", cifra que el memorialista Juan Manuel Beruti confirmapor separado.4 Si poco a poco se calmaba la tormenta política que había azotado a laprovincia en su primer año de existencia independiente, los últimos nubarrones tardaron endisiparse. Durante sus primeros meses en el gobierno, Rodríguez pasó la mayor parte de sutiempo ocupado en distintas campañas militares, contra los indios del sur, contra lasmontoneras de Entre Ríos, contra los adversarios internos. Más aún, mientras las distintasfacciones continuaban su complicada danza para ubicarse en posición para tomar el poder,los rumores acerca de una nueva revolución que pudiera derribar al gobierno de Rodríguezarreciaban. El panorama político interno se había convertido en un laberinto bizantino,disputado por tantas facciones como hombres públicos distinguidos tenía la provincia:alvearistas, pueyrredonistas, dorreguistas, sarrateístas, y la lista continúa. Casi todas ellasestaban lideradas por militares: síntoma portentoso de la progresiva militarización de lapolítica que había tenido lugar en Buenos Aires (y en las Provincias Unidas en su conjunto)durante la década y media transcurrida entre las Invasiones Inglesas (1806-1807) y laasunción de Rodríguez.

El nuevo gobernante, cuya elección como "gobernador en propiedad" había sidorealizada por la Junta de Representantes el 4 de abril de 1821, era "un hombre vulgar —ungaucho astuto-", según la sucinta descripción del general Tomás de Iriarte.5 Como si quisieraconfirmar aquella opinión tan poco halagüeña que tenía de él su subordinado, Rodrígueznombró en un primer momento a un gabinete con poco peso político. Luego de quetranscurrieran apenas unos meses, sin embargo, se produjo

4 John Murray Forbes, Once años en Buenos Aires 1820-1831, Buenos Aires, Emecé, 1956, p. 85. 5

Tomás de Iriarte, Memorias: Rivadavia, Monroey la guerra argentino-brasileña, Buenos Aires,Sociedad Impresora Americana, 1945, tomo III, p. 20.

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un nuevo cambio ministerial, cuyas consecuencias de mediano y largo plazo demostraronser de decisiva importancia, tanto para el futuro desarrollo de la administración Rodríguezcomo para el de la propia provincia. En efecto, el 18 de julio se produjo la designación deBernardino Rivadavia a la nueva cartera de Gobierno. La nueva distribución de poder en elgobierno de la provincia dejó muy rápidamente de coincidir con la jerarquía institucionalformalmente establecida, ya que ante la personalidad enérgica y arrojada de su ministro deGobierno, el gobernador pareció desvanecerse como actor político. Al decir de Iriarte, "elgobernador Rodríguez se dejaba gobernar" por su ministro. Más aún, relata el generalmemorialista que el propio Rivadavia en una ocasión le dijo, haciendo referencia a surelación tan idiosincrásica con el gobernador, que "para el que no sabe, es muy cómodo quese lo den todo hecho".6

El proyecto rivadaviano no tardó en desenvolverse ante la contemplación algunas vecesatónita de la embrionaria opinión pública argentina. Su tenor general puede resumirse enuna sola frase: reformismo ilustrado. Entre 1821 y el fin del gobierno de Rodríguez, unacatarata de reformas de distinta importancia e índole transformaron la cartografía política,institucional, económica y cultural porteña. En un sector mayoritario de la élite esereformismo gozó, desde el primer momento, de una acogida positiva y, aun podría decirse,entusiasta. Por ejemplo, en una carta dirigida desde Montevideo por Nicolás de Vedia aBernardino Rivadavia (4/10/1821), aparecía la siguiente declaración exuberantementeencomiástica:

Es ya demasiado notorio que los sentimientos de los actuales Ministros del Gobierno deBuenos Aires siguen la senda de la sabiduría que necesitan estos países para ser gobernadossegún las luces del siglo, y los principios sólidos que sólo pueden consolidarnos y sofocar laambición y las pretensiones avanzadas de los espíritus turbulentos.Con lágrimas en los ojos, pero lágrimas de gozo, leo varios decretos que comprueban laopinión general en obsequio del Ministerio. La extinción de esos días feriados, monumentode los tiempos de la superstición y la tiranía, que tantos perjuicios infiere a la sociedad, lacreación de una Bolsa para facilitar las relaciones y tráfico mercantil, el establecimiento dela Universidad.7

Tanto el poder como la discusión pública tenían su sede en la Junta de Representantes deBuenos Aires, situación que incitó a un sector importante de la élite política y delperiodismo a sostener no sólo la excelencia, sino también la viabilidad de un sistema degobierno de corte parlamentatista. Todas las principales reformas de Rivadavia, así comotodas las glandes decisiones políticas, debieron pasar por ese augusto recinto cuyaarquitectura se inspiraba en la idea benthamita del Panóptico

fl Tomás de Iriarte, Memorias..., ob. cit., pp. 20-21.7 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Sala VII, 2-7-10.

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(y que aún hoy puede contemplarse en la llamada Manzana de las Luces). Para losrivadavianos, allí debía estar situado el auténtico "teatro de la opinión", en cuyo seno eldebate sosegado y racional -ante la mirada de un público que por regla expresa debía poderpresenciar sus sesiones— daría a luz las leyes que nacían de la voluntad del pueblo en suconjunto por intermedio de sus representantes. Heterogénea en su composición social -comolo demuestra la presencia entre sus miembros de militares, clérigos, abogados, y hasta de unartesano (Manuel Martínez, platero)-, la legitimidad de su función representativa así comosu elevada jerarquía en el ordenamiento de los distintos poderes del Estado derivaba, enúltima instancia (como era la opinión de los propios rivadavianos), de la ley de sufragioadoptada pot la provincia en 1821.8

El principal propósito que los rivadavianos le asignaban a aquel esquema cuasiparlamentarista de organización política era el de inducir una progresiva institucionalizaciónde las prácticas del poder en la provincia, ya que un implícito del discurso rivadavianoacerca del papel de la legislatura en el nuevo orden político era que la lucha de faccionesdebía trasladarse a su seno. Como consecuencia de ese traslado a un ámbito regido por larazón y la práctica deliberativa, ellos esperaban que aquella lucha se transformara en algomuy distinto: una competencia regular entre partidos nucleados más en torno a principiosque a personas. Sin embargo, la realidad rio-platense se mostraría implacable con aquellasaspiraciones. La primera gestión gubernativa de Rivadavia se dividió por ello en dos etapasmuy claramente diferenciadas: en la primera, su proyecto de reformas —que a muchosparecía ofrecerles la posibilidad de una imprescindible reforma social y política en el marcode un orden consolidado- gozó de un consenso muy generalizado; en la segunda —luego desu reforma militar y sobre todo de su reforma eclesiástica—, ese consenso comenzó a verseprogresivamente erosionado, hasta casi resquebrajarse: como pone en evidencia la guerra deprensa de los frailes y la posterior "revolución" abortada de Tagle de 1823. Después de esetrastorno, la posibilidad de que se pudiera reencauzar a la lucha facciosa por una víainstitucional no pudo sino quedar sumamente debilitada.

Una sucesión vettiginosa de hechos condujo a los rivadavianos y a la provincia delreformismo ilustrado al proyecto unitario y su corolario, la aventura presidencial del propioRivadavia (que terminó por disipar su último capital político). En efecto, después de lasublevación de Tagle, el impulso reformista en el interior de la provincia pareció perder suímpetu inicial; menos de un año después, Rivadavia debió abandonar el gobierno comoconsecuencia de la elección en los comicios de 1824

8 Esa ley otorgaba el derecho al sufragio activo a todos los hombres domiciliados en la provinciamayores de 21 años (o de 18 si eran libertos). Para una discusión inmejorable acerca de su contenido yposterior funcionamiento, véase Marcela Ternavasio, La revolución del voto, Buenos Aires, Siglo XXI,2002. Para una visión comparativa del sistema electoral -más antiguo y articulado sobre un conjunto deprincipios muy distintos— de Gran Bretaña, véase Frank O'Gorman, Voten, Patrons and Parties. TheUnreformed Electorate of Hanoverian England, 1734-1832, Oxford, Clarendon Press, 1989.

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del general Juan Gregorio de las Heras como nuevo gobernador, en reemplazo de MartínRodríguez; y, finalmente, aquellos fragmentos dispersos del antiguo "partido del orden" queestaban aún identificados con el reformismo de la primera etapa debieron trasladarse alnuevo ámbito que ofrecía la Convención General Constituyente (convocada en 1824) -unsitio que si bien ofrecía una base de poder inigualable para la reconquista del Estado,también distraía los esfuerzos reformistas por la renovada política facciosa que el esfuerzoconstituyente despertaba en su marcha—. En 1825, por ejemplo, el general Miguel Solerescribía lo siguiente a Rivadavia (entonces residente en Londres, donde cumplía tareasdiplomáticas):

Sería preciso escribir una historia del presente estado, para que otro que tú viniese al cabo delos pormenores, pero demasiadas experiencias recogiste en los tres años que por desgraciatuya has podido sentir la inconsecuencia de los hombres de este país -para nada tienenconstancia más que para repetir y discurrir sueños: para esto son utilísimos hombres ymujeres, siendo estas últimas una plaga que infesta los tribunales, las oficinas, los juzgados,y aun las casas de todo hombre público. ¡Qué desgracia tan lamentable y que todo seconsiga por estos medios! Pero cómo librarse de ellas si es tal nuestra corrupción que lasprostituimos en el sólo hecho de oírlas y admitirlas en todo haciendo la personería de susmaridos, parientes, amigos, etc., y llamamos a esto "popularidad", "humanidad","franqueza": y yo le doy a mi juicio, el verdadero nombre: corrupción, intriga, y debilidad; ypor esto soy déspota, hombre no de moda, e incivil.''

A pesar de su indudable misoginia, esta descripción vehiculiza un juicio muy difundidoentre los antiguos "rivadavianos" acerca de los años posteriores a 1824: que con la partidade su líder, las facciones, con sus luchas despiadadas y sus bajas intrigas, habían logradoponer fin a una política de reformas que, además de estar inspirada en "las luces del siglo",se les presentaba dotada de una suprema urgencia.

Había sido en el marco de ese movimiento reformista, precisamente, que se habíaconstituido —al amparo de la nueva ley de prensa de 1821— el primer sistema de prensa dela provincia de Buenos Aires. Ese sistema expresaba de un modo muy tangible elpensamiento ilustrado que había guiado la política ministerial de Rivadavia. Para el ministrode Gobierno y sus seguidores, la prensa debía ser a la vez vehículo y fábrica de la ilustraciónde los ciudadanos rioplatenses; debía ella expresar, pero también moldear una opiniónpública legítima. En el discurso de los rivadavianos, la opinión pública era representadacomo el resultado de un libre debate público entre opiniones individuales no sólo racionales,sino también ilustradas. Era sobre todo en función de esta última exigencia que se habíaestablecido una libertad relarivamente amplia para la prensa. Sitio privilegiado de lapolémica, la prensa debía convertir aquellas polémicas informadas por la ilustración de susprotagonistas

'AGN, Sala VII, 2-7-10.

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en una incisiva herramienta pedagógica. Dicho en otras palabras: era preferible que eldebate en la prensa se diera entre escritores "ilustrados", ya que ello contribuiría a elevar elgrado de ilustración del público. Es cierto, por supuesto, que si aquello que investía delegitimidad a la práctica de la prensa era su ilustración, cualquier periódico al quo se juzgaracarente de ella sería susceptible de ver recusada su legitimidad. Más aún, como se verá enmayor detalle más adelante, la identificación del gobierno rivadaviano con los valores de laIlustración implicaba la posibilidad de que un ataque al gobierno pudiera ser interpretadocomo un acto ilegítimo, ya que quien se convertía en crítico de la política de la Ilustraciónse colocaba en ese mismo acto por fuera del espacio de la opinión pública legítima.

El sistema de prensa que se desarrolló durante la época "rivadaviana" se articuló entorno a dos clases de periódicos: por un lado, aquellos que se dedicaban a la difusión de lasideas de la Ilustración y, sobre todo, de los conocimientos de las nuevas disciplinascientíficas, y, por el orro, aquellos que simplemente participaban en los debates de lascuestiones del día con argumentos cultos pero desprovistos de demasiada erudición. Losprimeros eran periódicos "doctos" o "ilustrados", mientras que los segundos eran periódicos"cultos" que apuntaban a un público más amplio que el anterior. Si periódicos como LaAbeja Argentina o los Anales de la Academia de Medicina imaginaban a su principaldestinatario como la comunidad exigua de "sabios" o "amantes de las luces", aquellos quebuscaban abarcar un público lector más amplio, como El Argos, imaginaban como sudestinatario a todos los sectores de la élite portefia, aun aquellos cuya "ilustración" distabade ser demasiado amplia ni profunda. Conviene, de todos modos, tener presente un matizque complejiza esta descripción. Si es cierto, en efecto, que los sectores populares —"elbajo pueblo", "la plebe vil", "la chusma"- no eran contemplados en absoluto comodestinatarios potenciales del discurso culto elaborado en ambos tipos de periódicos, elsegundo tipo, por su rol en la confección de las listas de candidatos para las elecciones legis-lativas, interpelaba también a esos sectores, aunque más no fuera a través de la mediación delos operadores políticos encargados de vincular a los notables con su electorado.

Para comprender la reacción del gobierno rivadaviano ante la aparición de una prensa de"oposición" en el transcurso de 1822 -reacción que, por cierto, parecía contradecir elespíritu, si no la letra, de la legislación de prensa vigente—, conviene mantener presente laidentificación estrecha entre racionalidad, ilustración y capacidad para ejercer la libertad quesubyacía en su pensamiento en torno a esa cuestión. Si la prensa de oposición no se atenía alparadigma ilustrado, no podía sino ser considerada ilegítima por los rivadavianos. Es ésta larazón por la cual los periódicos escritos por frailes (como el padre Francisco de PaulaCastañeda o el fraile poeta Cayetano Rodríguez) y críticos no sólo de la "reformaeclesiástica" impulsada por el ministerio, sino de todo el universo ideológico en que ella seapoyaba, cayeron inmediatamente víctimas de la intolerancia del gobierno. Una oposiciónque rechazaba

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IDENTIDADES PORTENAS

las bases del consenso ideológico sobre el cual se había apoyado el reformismo rivadaviano,que argumentaba a partir de otro paradigma sólo podía ser considerada ilegítima por quienesdetentaban entonces el poder: he aquí los límites -aún muy estrechos, aunque mucho más"liberales" que en épocas posteriores, como la rosista-de la libertad de prensa del períodorivadaviano. De todos modos, a pesar de la indudable estrechez de aquella frontera queseguía separando al enunciado ilícito del lícito, la experiencia periodística en la épocarivadaviana estuvo marcada por un auge notable en la cantidad de publicaciones quecirculaban entre el público lector porteño, y ello a pesar de su tamaño todavía muyrestringido.10

Un periódico político y de ideas: El{acá} Argos de Buenos Aires, 1821-

1825

Durante toda la década revolucionaria, el periódico más directamente vinculado a la políticaoficial de los sucesivos gobiernos que entonces se turnaron en el mando había sido LaGaceta, fundada en 1810 por Mariano Moreno, y dirigida por diversas manos hasta sudesaparición en 1821. Así como La Gaceta había sido concebida por Moreno como unórgano de propaganda a favor de la revolución y los nuevos principios políticos y socialesque ella había venido a instaurar, el núcleo de pensadores y políticos más cercanos aBernardino Rivadavia parece haber contemplado una función similar para el periódicofundado en 1821 por algunos publicistas pertenecientes a la élite ilustrada porteña, yrefundado en 1822 bajo los auspicios de la recientemente creada Sociedad Literaria: ElArgos de Buenos Aires. Si en 1821 El Argos no había dudado en apoyar con entusiasmo lapolítica impulsada por el nuevo ministerio a cargo de Bernardino Rivadavia —al punto deaceptar como honroso el epíteto de periódico "ministerial" que entonces se le endilgaba—,su relanzamiento a cargo ahora de la Sociedad Literaria no hizo sino reforzar su carácter"rivadaviano". La Sociedad Literaria era una creación paraestatal, no una asociación civilnacida en forma autónoma del seno de la sociedad. Había sido instituida a instancias de figu-ras pertenecientes al círculo rivadaviano en 1822, e integrada a su programa general depromoción de nuevas formas de sociabilidad en el Río de la Plata, programa que respondíaal diagnóstico -formulado por Ignacio Núñez en su prefacio al "Acta de Fundación yreglamento de la Sociedad Literaria" - que señalaba la ausencia de formas asociativasmodernas en el mundo hispanoamericano. Esa ausencia traía, según él, gravísimasconsecuencias para el proceso de construcción de un orden republicano representativo en elRío de la Plata.

1,1 Algunos historiadores de la prensa de ese período han llegado a contabilizar hasta veinticincoperiódicos de aparición simultánea; cifra incierta, sin embargo, a raíz de la pérdida de una porción con-siderable de ese acervo hemerográfico.

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El Argos, que era una de varias publicaciones que la Sociedad Literaria se proponíaeditar, fue pensado desde su primera aparición como un periódico de interés general, quedebía brindar información precisa acerca de los acontecimientos políticos y económicoslocales, así como también acerca de aquellos que tenían lugar en el plano internacional.Mientras perduró la Sociedad Literaria (1822 y 1823), sus redactores fueron escogidos entresus miembros. Conviene enfatizar que existen graves discrepancias entre las principalesfuentes contemporáneas acerca de quiénes, concretamente, fueron sus redactores, aunquetodo parece indicar que la información manuscrita recogida por el crítico romántico JuanMaría Gutiérrez corresponde a la realidad: en 1821 sus redactores habrían sido ManuelMoreno (médico y especialista en la nueva ciencia química, además de hermano delfallecido tribuno de la Revolución de Mayo), Esteban de Luca (poeta neoclásico ypatriótico) y el ya mencionado Ignacio Núñez (veterano de las Invasiones Inglesas, dondehabía ingresado por primera vez a la carrera de las armas, y seguidor de Rivadavia). En1822, una segunda Junta de Redactores habría estado compuesta por Moreno (otra vez),Santiago Wilde (médico), y Vicente López y Planes (autor del himno nacional, poetaneoclásico, jurista y futuro presidente del Tribunal Supremo de la Provincia de BuenosAires).

En 1823 se habría hecho cargo del periódico Gregorio Funes, deán de la catedral deCórdoba, autor de la primera historia patria redactada luego de la Revolución de Mayo, yuna figura de cierto relieve dentro de aquellas corrientes intelectuales que, siguiendo aGóngora y Chiaramonte, se han dado en denominar "católicas ilustradas". Después de 1823,el vínculo con la Sociedad Literaria desapareció debido a la disolución de ésta. Es por elloque a principios de 1824 el periódico debió ser relanzado con un nuevo título -El Argos deBuenos Aires y Avisador Universal- y una nueva numeración. Todo indica que el periódicofue vendido a un propietario privado y, si bien no se sabe a ciencia cierta quién pudo habersido ese individuo, existen diversos motivos para sospechar que se trataba de IgnacioNúñez. El cambio de título, por supuesto, señala la necesidad ahora urgente que sentían losresponsables de este periódico de lograr algún financiamiento autónomo mediante la ventade avisos. Existen indicios —algunos precisos, la mayoría muy poco confiables— de queentre 1823 y 1825, Núñez, Julián Segundo de Agüero (clérigo y político rivadaviano),Funes y/o Juan Cruz Várela (poeta neoclásico) pudieron haber colaborado en su redacción.El periódico se editó, bajo aquellas distintas redacciones, desde el 12 de mayo de 1821 hastael 3 de diciembre de 1825, con algunas interrupciones significativas, y con una periodicidadirregular, alcanzando cinco tomos, cuyo último constó —hasta donde se sabe— dedoscientos doce números.

Desde el primer momento, el vínculo entre este periódico y las autoridades provincialesresultó evidente por varias razones: por su dependencia de la Sociedad Literaria, por losnombres de sus redactores, casi todos ellos miembros del llamado "partido del orden"aglutinado en torno a Rivadavia, y por el hecho de imprimirse en la Imprenta del Estado(uno de los motivos por los cuales cesó su publicación fue la

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prohibición emanada en 1825 del gobierno de Juan Gregorio de Las Heras -abiertamenteenemistado para ese entonces con los seguidores de Rivadavia- de seguir utilizando aquellaimprenta). Más aún, si el tono adoptado por sus redactores tendió a privilegiar ciertaserenidad olímpica al juzgar los acontecimientos del día (en contraste abierto con el estilode la mayoría de las publicaciones periódicas de aquellos años), simulando una dosis deobjetividad frente a la política de facciones, las medidas recomendadas o publicitadas conmayor empeño correspondieron siempre a aquellas adoptadas por el Ministerio de Gobiernode la Provincia. El apoyo otorgado por este periódico a la política rivadaviana apareciódefendido por sus redactores con argumentos que buscaban, sin embargo, subrayar suindependencia política. Si ellos aplaudían la marcha de la política ministerial era, sostenían,porque esa política coincidía con los dictados de una razón ilustrada que ningún hombreeducado podía dejar de reconocer y no porque ellos fueran empleados o clientes de lafacción gobernante. Por ejemplo, en una nota editorial publicada el 6 de octubre de 1821con el título de "El Argos Ministerial", el anónimo redactor sostuvo lo siguiente:

El Argos Ministerial. Tal es el título que se le ha asignado al Argos de Buenos Aires parasignificar que corresponde a la orden de los ministros. Bien provenga esto de la idea, quedesde antes del cambio en el ministerio, se tenía de los instrumentos que lo juegan; bien dela conformidad que el Argos ha manifestado con la marcha del nuevo ministerio; bien seacon intenciones equívocas, o bien con miras efectivamente simples; de cualquier modo quesea, el Argos así como en otras circunstancias, o bajo otro sistema de gobierno lo reputaríacomo una ofensa intolerable, al presente lo recibe como una distinción que le es sumamenteagradable. Ministerialismo en el día equivale a liberalismo en el sentir más general. En elsuyo, pues, por lo tanto debe estar en un reconocimiento muy profundo a cuantos, bajocualquiera intención, le denominen con este título. A pesar de esto, cree importante haceruna protestación para los que quieran significar así, que el Argos está vendido. En su juicio,la marcha actual del ministerio no necesita criaturas."

El formato del periódico varió a lo largo de los años, si bien desde 1823 en adelante tendióa adquirir mayor regularidad. Una nota editorial aparecía en la primera página en casi todoslos números de 1821, 1822 y 1825; en la segunda en casi todos los números de 1823 y1824. Comenzando en 1822, la organización interna de la sección de "noticias" delperiódico fue la siguiente; las noticias europeas salían en la primera y segunda páginas,seguidas por las noticias de América; luego venían las noticias de las "Provincias de SudAmérica" (referidas al conglomerado de provincias soberanas en que se habían dividido lasantiguas Provincias Unidas); y recién al final estaban las noticias de la provincia de BuenosAires. Comenzando también en 1822, se convirtió en sección fija un extracto de los debatesde la Sala de Representantes de la Provincia de Buenos Aires; por razones semejantes, unextracto de las sesiones

" El Argos de Buenos Aires, 6 de octubre de 1821, p. 1.

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del Congreso General Constituyente también comenzó a ser incluido en el cuerpo del diarioluego de inauguradas sus sesiones en diciembre de 1824. Como regla general, esos extractosaparecían sin ningún comentario aparte, salvo cuando el debate era considerado de granimportancia, o por el tema tratado o por los principios que en él se habían discutido.Esporádicamente, y sin ocupar un lugar fijo en el interior del periódico, aparecían notas decontenido "teórico" (sobre "economía política", por ejemplo), así como una selección de lacorrespondencia recibida (una parte de la cual seguramente era redactada por los propioseditores del periódico). Finalmente, de vez en cuando eran reproducidas notas de otrosperiódicos (en especial, de las provincias "argentinas") o documentos de variada índole (porejemplo, correspondencia diplomática entre otras naciones y el gobierno de la Provincia opartes de guerra referidos al desenvolvimiento de la campaña de la independencia). El perió-dico, finalmente, contenía algunos avisos aun antes de cambiar su nombre; pero éstos nuncallegaron a ser demasiado abundantes: ocupaban media columna en la última página, o a losumo un par de columnas.

El fantasma de la nación perdida en El Argos de Buenos Aires

En su número inaugural ya aparecía un artículo dedicado a examinar la situación general delas antiguas Provincias Unidas. Allí se reconocía la situación defacto existente a partir de1820 y se aceptaba la necesidad de la política de aislamiento entre las distintas provincias;pero no por ello se dejaba de considerar a esa situación como algo enteramente anómalo,como una ruptura en el orden natural que debía imperar en la nueva nación nacida de laextinción del Virreinato. Más aún, el propósito explícito de ese texto era demostrar que ladisolución del vínculo de unión entre las provincias favorecía y profundizaba la anarquíainterna de cada una de ellas:

Las provincias del Río de la Plata, o unidas en Sud-América, que así se denominaban las deeste territorio hasta el once de Febrero de 1820, permanecen las unas respecto de las otras,después de quince meses, en el estado a que fueron precipitadas con la disolución delsistema, o del gobierno central. Es muy notable que los dos pueblos primeros en desatarsede la liga general para establecer cada uno su gobierno y sus leyes particulares se hallen enel día amagados de los horrores de la guerra civil mas temibles, que los que su separacióncausó a Buenos Aires y a otros pueblos.12

En otro artículo del mismo número se admitía la necesidad de que un congreso consti-tuyente se reuniera en Córdoba (aun cuando el articulista considerara que esa reunión debíaser una "convención" y no un "congreso"). Esa admisión se apoyaba en el argumentó

12 El Argos de Buenos Aires, 12 de mayo de 1821, pp. 1-2.

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de que la única vía para poner fin a la situación anarquizada de las provincias era medianteel restablecimiento de instituciones generales o centrales: "El establecimiento del congresogeneral en las presentes circunstancias del país se considera como lo más propio pararestablecer el arruinado edificio de nuestra libertad política, o para evitar al menos que lospueblos sean presa de un feudalismo degradante: en suma se cree como la única tabla quepueda salvarla del naufragio más espantoso". Si en muy pocos meses terminó por serabandonada esa visión cautamente favorable a la reunión de una convención (o congreso) enCórdoba que contara con la participación de delegados de Buenos Aires, no por ello dejaronlos redactores de El Argos de seguir considerando a la situación de desunión entre lasprovincias como algo enteramente irregular y contraproducente.

En 1821, como así también durante gran parte de los tres años siguientes, si se siguióaceptando el aislamiento de la provincia de Buenos Aires de las demás, ello se debió amotivos exclusivamente pragmáticos. Se sostenía, por ejemplo, que, porque Buenos Airesseguía enfrentando el peligro de una invasión por parte de otras provincias, porque laopinión más difundida entre los habitantes de muchas de ellas era de odio ciego contraBuenos Aires o porque la situación interna de aquéllas -aún sumidas en la guerra civil odominadas por caudillos— no era la más adecuada para intentar negociar las bases de unfuturo gobierno general, la provincia porteña debía seguir aislada.13 Por ejemplo, en unapolémica con un periódico cordobés, uno de los redactores anónimos de El Argos acusaría alas provincias de haber buscado la destrucción de Buenos Aires antes de 1820 precisamentepor su oposición al "provincialismo" (es decir, separatismo) de las demás provincias,mientras que ahora lo hacían porque Buenos Aires también se había vuelto provincialista yprefería no concurrir al congreso de Córdoba. La cuestión central que ese autor subrayabaera que mientras las provincias mantuvieran su inquina contra Buenos Aires, a ésta no leconvenía trabajar por reconstruir la unidad nacional. Aquello que puede percibir el lectoratento en ese discurso periodístico es que aun cuando se abrazaba explícitamente la "políticade aislamiento" que la Legislatura porteña había proclamado en 1821, no por ellodesaparecía cierto anhelo por la ulterior reconstrucción de una unidad estatal que se percibíabajo la figura de una pérdida y no de un hallazgo.

En efecto, si el periódico pudo defender la continuada autonomía de Buenos Aires o elmantenimiento indefinido de la división defacto de las Provincias Unidas como

'•' Entre otros ejemplos, puede citarse un remitido firmado "El buen deseo", publicado en El Argos,17 de noviembre de 1821, p. 318, donde se declaraba: "La razón dicta que antes de combinar planesconstitucionales, aunque sean provisorios, se examine la aptitud física y moral del pueblo que ha derecibirlos. [...] Los gobernantes y sus comités son el mapa único que nos lo representa, especialmente ala distancia, porque su voz es sólo la que se oye, pues los demás poco o nada hablan. Y ¿cómo podrá seréste un cuadro fiel de la verdad, cuando sus intereses están en contradicción con los del pueblo? Encerca de dos años de independencia absoluta, ninguna provincia se ha sistemado y constituido, ningúnmandón trabaja ni se empeña en el logro de tan precioso objeto, y todos sus anhelos los contraen a laperpetua duración del puesto que ocupan".

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parte de su apoyo irrestricto a la política ministerial de Rivadavia, no por ello dejó detraducir cierta conciencia identitaria que superponía a la identidad provincial de una BuenosAires autónoma, otra identidad que la colocaba en el interior de un conglomerado deprovincias vinculadas entre sí -a la vez que separadas de otros estados "nacionales"- por susrelaciones históricas. En efecto, en la propia diagramación de las páginas del diario, queimprimían un orden y una jerarquía a las noticias que allí eran reproducidas, aparecía de unmodo gráfico esa conciencia —fantasmal quizás, dada la situación imperante- de que eramás lo que unía a las ex Provincias Unidas entre sí que aquello que las separaba. La páginade noticias del periódico, que comenzó a aparecer en el número 32, en noviembre de 1821,se dividía normalmente en una primera sección no-americana, normalmente titulada"Europa"14 o (especialmente durante el Trienio Liberal) "España", y una sección titulada"América" que incluía noticias de todas las demás repúblicas o Estados del continente; estassecciones a veces aparecían reunidas bajo el único rubro de "Noticias de Afuera". Acontinuación, aparecía una sección llamada "Provincias de Sud América", "Provincias delRío de la Plata", "Provincias Unidas" o simplemente "Provincias", y, finalmente, unasección con noticias de Buenos Aires. Es decir, en la propia organización interna de esteperiódico, las "Provincias de Sud América" eran reconocidas como poseedoras de unaidentidad común que las diferenciaba del resto de los Estados del mundo, incluso —comosubrayaba el título de la sección "Noticias de Afuera"— de los otros Estados americanos.

Este reconocimiento implícito a una identidad supraprovincial que derivaba deldesaparecido Estado central y que pudiera convertirse en fundamento de una renovadaconstitución de ese Estado confluiría cada vez más con la política oficial del gobiernorivadaviano hacia las otras provincias. Si en 1821 primaba aún la "política de aislamiento",los sucesivos tratados de paz con las provincias del vecino litoral, Santa Fe, Entre Ríos yCorrientes, más las relaciones de buena amistad con Mendoza y (un poco más adelante) SanJuan, auguraban un progresivo restablecimiento de las condiciones mínimas necesarias parapoder pensar en la reconstrucción de la unidad desaparecida. Es posible que la censuraconstante dirigida contra las demás provincias se haya atenuado un poco debido a lapresencia de Funes en la redacción a partir de 1823. No por ello, sin embargo, dejó de serrepresentada la desunión como una anomalía, como un evento temporario que tarde otemprano tendría que finalizar. En los últimos dos años de El Argos, el discurso acerca de launidad nacional comenzó a tornarse cada vez más explícito al compás de los preparativos,primero, y de las sesiones, después, del Congreso General Constituyente, cuya reuniónrestauraba de jure el vínculo de unión entre todas las provincias.

Antes de pasar a considerar (brevemente) el desarrollo del discurso de El Argos durantelas sesiones de ese Congreso, conviene señalar otro aspecto de la estructura formal de esteperiódico, que se relaciona directamente con una de las hipótesis

4 A veces iba precedida por una sección titulada "África", un hecho rarísimo.

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propuestas por Benedict Anderson. Según Anderson, los periódicos pudieron contri-buir a laformación de una "imaginación nacional", es decir, a la aceptación de un conjunto devínculos identitarios que hacían de la nación, y no de la comunidad religiosa, dinástica otradicional, el soporte de un comunidad imaginada mediante su propia tendencia a poner enrelación directa —y, por ende, a trazar una frontera clara por esa aproximación- lo local conlo distante, la realidad conocida directamente por otras vías que aquélla de la imprenta conuna realidad cuya diferencia radicaba precisamente en el hecho de que no podía ser conocidasino a través de la prensa. En El Argos, efectivamente, las noticias reproducidas tendían asubrayar la simultaneidad de acontecimientos realizados en un tiempo abstracto, al colocaren un mismo número noticias de Turquía (acerca de la política de la corte deConstantinopla), de las cortes europeas, o de África y Asia, al lado de noticias originadas enregiones más cercanas por su pertenencia al espacio geográfico americano, o ya no cercanasni semejantes, sino prácticamente iguales, por su pertenencia al espacio regional rioplatense.En esa esquemática demarcación de zonas de identidad, el hecho americano señalado porAnderson, y, más aún, el hecho republicano, sirvieron para configurar una identidadpropia.15 Un ejemplo claro de la importancia del hecho republicano lo ofrece no sólo larepresentación constante que se hacía en este periódico16 del Imperio de Brasil, al que sejuzgaba como una extensión de Europa en América17 (ya que un Estado que violara lanaturaleza republicana de América no era plenamente americano), sino también referenciasesporádicas a otros pueblos americanos, como aquélla a la nación haitiana, en la que sedestacaba la importancia de que el régimen republicano del presidente Jean-Pierte Boyer18

hubiera podido poner fin a la monarquía inaceptable de Henri Christophe, haciendo triunfarde ese

" En El Argos de Buenos Aires del 28 de septiembre de 1825, se puede leer, por ejemplo: "Despuésde concluida la guerra de la independencia, la América se ha presentado dividida en Repúblicas, queaunque organizadas bajo los auspicios de la revolución, reconocen y practican todos los principios quepueden dar solidez a los gobiernos regulares que las rigen. Todos estos también, si exceptuamos al Bra-sil, han sido levantados sobre la base, que motivó la separación de los dos mundos —la soberanía de lospueblos- y la práctica de la libertad en todos sus respectos; —y puede asegurarse sin el menor temor deerrar, que ellos se conservarán siempre bajo el mismo carácter, porque éste es el punto de reunión de laopinión universal, y ella sola los sostiene".16 Aun antes del conflicto en torno a la Banda Oriental que condujo a la guerra contra esa potencia.

" Por ejemplo: "El Brasil ha perdido todo lo que Méjico ha ganado en el sistema de América. Allíhan triunfado en el año que ha concluido los principios de los tronos, casi al mismo tiempo que en Méji-co caminaban al sepulcro, pero todo anuncia que el sistema de América no perderá porque se retarde enel Brasil". El Argos de Buenos Aires, 5 de enero de 1825.

I!i Presidente de la República de Haití que ocupaba la zona sur de la antigua colonia de Saint-Domingue, luego de la muerte de su primer presidente, Alexandre Pétion (el aliado y protector de SimónBolívar), en 1818. Reconquistó el norte del país (gobernado como reino bajo Henri I) en 1820 y, en1822, respondiendo al pedido de un sector de la élite criolla de Santo Domingo, ocupó lo que luego seríala República Dominicana. Depuesto mucho tiempo después, en 1843, es indudablemente el verdaderofundador del Estado republicano en Haití.

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modo a la república en toda la isla. En un momento en que la representación típica de lospueblos de origen africano distaba de ser la más elogiosa, la admiración manifiesta que elperiódico expresa por el republicano Boyer subraya la importancia que este tema tenía parala construcción de las nuevas identidades nacionales (de límites aún imprecisos) que larevolución americana estaba en vías de crear.

Por otra parte, la organización interna del periódico según secciones geográficas no sólocontribuyó a fijar los límites entre lo familiar (lo propio) y lo ajeno (lo otro), entre laidentidad republicana y americana y la monárquica y europea, o entre la identidadrepublicana rioplatense y aquella peruana, chilena, o mexicana, sino que además permitiófijar la imaginaria frontera territorial "natural" que habían poseído las Provincias Unidas deSud América. En efecto, si por un lado las noticias de "Montevideo" o de la "BandaOriental" aparecían casi siempre colocadas bajo el rubro de las "Provincias del Río de laPlata" (a pesar de su incorporación como "provincia cisplatina" al Imperio Brasileño),aquellas del Alto Perú fueron asignadas casi siempre al de "Noticias de Afuera", unadecisión explícitamente refrendada en 1825 cuando le tocó a El Argos discutir la creación -promovida por Bolívar— de una nación "boliviana" separada de las Provincias Unidas. Esadelimitación imaginaria del territorio del desaparecido Estado central se veía intersecada porel otro elemento identitario que desde las páginas de ese periódico se promulgaba comoindispensable para la recuperación de la unidad perdida: la tradición de libertad, que yaentonces comenzaba a ser identificada con una incipiente noción de aquella "doctrina" o"tradición" de Mayo que los románticos de la siguiente generación identificaron comopropia. Algunos años antes, cuando en 1821 y 1822 el periódico insistía en que eranecesario postergar un nuevo congreso constituyente, el argumento que había fundamentadoesa posición era el que identificaba la presencia de un régimen de libertad en todas lasprovincias como el factor imprescindible para poder recrear la unidad nacional. Mientras lasprovincias del interior -algunas de ellas al menos— estuvieran gobernadas por caudillos o"mandones" que conculcaban los derechos de sus pueblos, ningún pacto de unión seríapermisible: sólo la extensión gradual desde el propio centro del régimen de libertad -que enla imaginación de los redactores de El Argos era la Buenos Aires cuna de la Revolución deMayo- permitiría la reunificación del país. La identidad nacional era concebida -como nopodía ser de otro modo en una época muy previa al surgimiento de los nacionalismosrománticos europeos— en términos de una identidad de principios, de aspiraciones y deexperiencia histórica. En el caso de las Provincias del Río de la Piara, esa experienciahistórica había sido fundamentalmente —una vez más según lo imaginado por aquellosanónimos redactores- la de haber sido cuna de la libertad sudamericana.

Es por ello que cuando fue recibida la noticia de la independencia de Bolivia, losredactores de El Argos desarrollaron un argumento de doble cara. Sostuvieron, por un lado,que la incorporación del Alto Perú a las Provincias Unidas debía hacerse no por el bien deéstas, sino por el de ese territorio; y enfatizaron, por otro lado, que las Provincias

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Unidas, aunque deseaban hacerle el bien al Alto Perú, no recibirían ninguna ganancia por causa de- esaincorporación. ¿Por qué? Porque mientras el Alto Perú había permanecido quince años más bajo elrégimen despótico español —y, por ende, hundido en sus preocupaciones tradicionales—, durante esemismo lapso las Provincias Unidas —y sobre todo su centro, Buenos Aires— se habían regenerado bajola doble influencia de la experiencia de la libertad y del progreso de la ilustración. El periodistadictaminaba:

Reunir en un solo Estado partes heterogéneas [sic], sólo es poner un impedimento al establecimiento deleyes benéficas: privar a unos de los beneficios de la civilización porque su goce es aún prematuro paralos otros, y en fin, retener la celeridad de la marcha que podían emprender por sí algunas provincias porligarlas a la lentitud de otras. No tenemos embarazo en asegurar que tal es el caso de las ProvinciasUnidas con respecto al Alto Perú; porque para conocerlo basta la consideración de que las primeras hanvivido quince años en el entusiasmo de la libertad y las luces, mientras las segundas han estadodominadas por el despotismo más irracional, y privadas de todo comercio, a no ser el de sus tiranos, quemonopolizaban en todo sentido, y disponían a su antojo de la propiedad particular. Si examináramosademás las diferencias de población y de costumbres, de situación geográfica, y las que ha producido eldiverso modo en que hemos sido tratados por el antiguo gobierno español, hallaríamos mil razones quellevarían a un abundante convencimiento nuestra aserción. Durante el largo período de trescientos añosla mayor parte de los habitantes de esta parte han sido agricultores o comerciantes; mientras los deaquélla, en una gran parte castas envilecidas por los seres que las dominaban, sólo se ocupaban enejercicios capaces de abatir el entendimiento, y hacer imposible su desarrollo. Contra todas estasdisimilitudes se tendría que luchar, siempre en perjuicio nuestro, al menos por ahora, si se quisieranextender los límites de esta República, hasta donde los tenía el antiguo Virreinato.19

Tales argumentos entroncaban directamente con el pensamiento ilustrado del círculo rivadaviano queentre 1824 y 1827 nutrió el discurso acerca de la reconstrucción del Estado Nacional en los debates delCongreso General Constituyente. Nadie más que el cuta Julián Segundo de Agüero, ministro durante laefímera presidencia de Bernardino Rivadavia (1826-1827), supo dar expresión precisa a esepensamiento y es por ello que conviene detenerse brevemente a considerar su discurso en torno a lanación antes de volver a El Argos y al análisis de la relación entre los periódicos y las imaginaciones dela nación.20 Poseedor de una formación ideológica ecléctica, amalgama de la tradición cultural cristianadel siglo XVIII con la tradición jurídica del

" El Argos de Buenos Aires, 14 de septiembre de 1825.2(1 Este párrafo y los cuatro que le siguen, están tomados casi verbatim de mi capítulo dedicado a

Julián Segundo de Agüero en el libro editado por Nancy Calvo, Klaus Gallo y Roberto di Stéfano, Curasen la revolución, Buenos Aires, Emecé, 2002. Los únicos cambios tienen que ver con algunas levescorrecciones de estilo, con ciertos énfasis en la argumentación que allí no estaban, y con la adición dealgunas frases que sirven para integrar estos fragmentos al cuerpo del presente artículo.

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Antiguo Régimen español tardío, y organizado su pensamiento político y social en torno a lanueva ciencia de la economía política, los enunciados que conformaron su discurso públicoy por cuyo medio articulara una concepción precisa de la idea de nación y de la organizaciónconstitucional y económica que más le conviniere a ella no siempre resultan pasibles de unafiliación teórica o ideológica demasiado concreta. Ecos de James Mili aparecen en algunospasajes, resonancias hamiltonianas en otros, reminiscencias de la Ilustración española —Campomanes, Jovellanos, Florida-blanca- en otros aún. En términos generales, sin embargo,pueden señalarse ciertos núcleos temáticos de gran consistencia en torno de los cuales searticularía un pensamiento político relativamente sistemático y -en el plano de lasaplicaciones concretas- en algún grado original. Esos núcleos temáticos fueron cinco: (1)una idea de nación de naturaleza jurídico-institucional; (2) la defensa de una organizaciónjerárquica y centralizada de la nación; (3) un acendrado republicanismo entendido en lostérminos de una concepción ¡lustrada de las relaciones sociales; (4) la exaltación de laautoridad legal como valla de resistencia al poder ilegítimo emanado del uso de la fuerza;(5) la postulación de la economía política como ciencia de la modernización.

Al contrario de lo que sostuvieron los escritores de la generación romántica al referirseal momento rivadaviano, y también contrariamente a lo que en épocas más recientes se hasugerido acerca de una muy tardía emergencia de un sentimiento de unidad nacional queabarcara todo el territorio que hoy lleva el nombre de Argentina, en el pensamiento y en eldiscurso de Agüero se percibe —desde sus primeras intervenciones públicas hasta susúltimas- una preocupación permanente por la defensa e integridad de la nación. Partícipe deuna estructura de sentimiento que sería lícito denominar "borbónica rioplatense" y quecompartía con casi todos los demás miembros del pequeño núcleo rivadaviano —formadopor hijos y parientes de los funcionarios y notables del antiguo Virreinato-, Agüeroarticularía una visión de la historia vivida desde la revolución que, sin excluir un fuertecomponente de patriotismo porteño y localista, presentaba a esa historia como la de la caíday resurrección de un Estado Nacional. Es cierto que en las primeras sesiones del Congreso,Agüero insistí-ría con firmeza en que era necesario aceptar como un fait accompli laexistencia de trece provincias constituidas en Estados soberanos, aconsejándole al Congresoque evitara la tentación de interferir en el ordenamiento interno de esos Estados hasta tantono fuera aprobada la nueva Constitución Nacional.21 Sin embargo, ese reconocimiento de unhecho empírico no equivalía a la sanción de su legitimidad.

Por el contrario, en sus intervenciones en el Congreso General Constituyente, urgidastodas ellas por la necesidad de "nacionalizarlo todo" ante la amenaza de una

-' Emilio J. Ravignani, Asambleas constituyentes argentinas, Buenos Aires, Instituto deInvestigaciones Históricas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 1937, tomo I,p. 940: "Antes de todo yo quisiera que el Congreso abriese ya su marcha manifestando cuál es elcarácter que él tiene, y cuál en el que se hallan las provincias, que hasta hoy han estado gobernándoseindependientes, puesto que ellas se han dado una organización, y que todo empieza y concluye dentrode ellas".

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nueva ruptura del orden y la consiguiente disolución institucional, aparecía el lapsotranscurrido entre 1820 y 1825 tematizado como el de la anormalidad constitucional, ante lacual el nuevo orden de cosas debía representar más bien una reanudación de la antigualegitimidad que la instauración de una nueva. En esto, su discurso parecía un espejo perfectode los argumentos esgrimidos durante esos mismos cinco años por El Argos. Es en estesentido que Agüero hacía referencia en el debate del 14 de febrero de 1826, por ejemplo, "altiempo que precedió al período de anarquía y disolución de las provincias, a aquel tiempo enque podemos contar con gloria que formábamos una nación".22 En contraposición directa alos argumentos esgrimidos por los diputados que integraban el nuevo partido "federal" -como los de Manuel Moreno, inspirados en la teoría y práctica constitucional de los EstadosUnidos—, el implícito subyacente en el discurso de Agüero era que el Estado general,concebido como una unidad coherente y sin fisuras, era no sólo anterior a las provincias,sino su origen (en términos lógicos, si bien no históricos).

Es cierto que, a pesar del lenguaje organicista en el que muchas veces incurriría, la ideade nación a la que suscribía distaba mucho de aquella más cultural e historicista que sería tantrabajosamente elaborada por los escritores románticos de la Nueva Generación Argentina apartir de la década de 1830. En el pensamiento de Agüero, el vínculo nacional eraexplícitamente jurídico y contractualista, aunque —y conviene subrayar este punto— losubtendiera implícitamente cierta noción no del todo perfilada de una nacionalidadpreexistente, una noción que en El Argos había sido asociada explícitamente a la experienciade la libertad y a las costumbres y población propias de las Provincias del Río de la Plata. Lapregunta por la razón que justificaba la unidad de aquellas trece provincias, sin embargo,nunca llegaría a ser formulada por Agüero en aquellos términos y, si ello era así, eraprecisamente porque la propia tradición estatal elaborada en el Río de la Plata a partir de lacreación del Virreinato, y de la que él participaba, obturaba su emergencia. La posibilidad deque las provincias constituyeran "naciones" separadas de la nación encarnada en el"Régimen General del Estado" pertenecía al orden de lo impensable, por lo cual, el reclamoa favor de una organización del Estado que garantizara la autonomía de las provincias queen el nombre de éstas formulaba el Partido Federal no podía ser entendido, pues, sino bajo lafigura del particularismo disolvente. Allí estaba colocado el límite del pensamientoconstitucional de Agüero, y allí también lo estaba el del pensamiento político de todo elgrupo rivadaviano.

Para alguien como Agüero, que miraba la organización de las Provincias Unidas desdeuna perspectiva cuyo anclaje imaginario estaba colocado firmemente en el plano del EstadoGeneral, no podía existir un conflicto real entre las provincias y la nación, ya que ambaseran distintos modos de ser de un mismo cuerpo, como las tres personas

22 Ravignani, Asambleas..., ob. cit., romo II, p. 672. (Véase también "¿A qué hemos venido? A reor-ganizar el estado", en Ravignani, Asambleas..., ob. cit., tomo I, p. 1.035.)

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de la divinidad lo eran de un solo Dios. En una célebre intervención realizada el 14 defebrero de 1826, en su calidad de ministro de Gobierno del Poder Ejecutivo Nacional,respondería a su propia pregunta retórica, "¿Qué es la Nación?" con una definicióncontundente: "¿Qué son las provincias y qué es la Nación? Aquí se hace una diferencia, queno sé como entender, entre la Nación y las provincias, como si la Nación no fuera lasmismas provincias, y las provincias la misma Nación. ¿Qué es la Nación? Es la reunión detodas las provincias bajo un centro común". Las provincias podían poseer ciertos interesespropios, podían también organizar su administración interna quizás; pero lo podían hacerúnicamente en la medida en que no dejaran de estar supeditadas al "régimen general delEstado" que representaba a la nación en su conjunto: 'Todo lo que hay en las provincias ytodo lo que las provincias son, es de la Nación para contribuir al bien y defensa de laNación, y por consiguiente al bien y defensa de las mismas provincias".23 Es a la luz de estasconsideraciones que debe ser interpretada la posición "unitaria" asumida por Agüero en losdebates del Congreso. Esa política no sólo estuvo informada por la creencia estrechamentelocalista en la necesaria supremacía de la propia patria porteña sobre todas las demás -comoacusarían los dirigentes federales-, sino, y de un modo bastante más decisivo, por unaconcepción centralista del poder estatal y una convicción profunda acerca de laindivisibilidad de la nación.

Es cierto que cuando Agüero pronunciaba aquellos discursos en el Congreso GeneralConstituyente, ya El Argos de Buenos Aires había dejado de existir, y había sidoreemplazado en su rol de vocero de la opinión rivadaviana por otros periódicos de vida másefímera. Las líneas generales de su concepción acerca de lo que era y debía ser la "nación"argentina —acerca de qué tipo de relación debía existir entre ella y el Estado central y entreéste y las provincias— correspondían, sin embargo, en sus líneas generales, a losargumentos desarrollados durante los años previos en las páginas de El Argos y, sobre todo,durante sus últimos dos años de existencia, cuando la política oficial del grupo rivadavianodejó atrás el aislamiento provincial para abocarse nuevamente a la tarea de reconstruccióndel "Régimen General del Estado".

Conclusión. El entorno de El Argos de Buenos Aires:partido, redactores y público lector, o los límites

a la circulación de un imaginario nacional

Una importante dificultad que enfrenta el argumento de Benedict Anderson acerca de laintervención crucial de ese nuevo producto de las imprentas europeas —el periódico- en laformación de las comunidades nacionales es que hasta la tercera o cuarta década del sigloXIX, por lo menos, éstos tuvieron una circulación sumamente

23 Ravignani, Asambleas..., ob. cit., tomo II, p. 675.

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restringida salvo en ciertas zonas de los Estados Unidos o en los países más avanzados deEuropa (Francia, Inglaterra, Prusia y otros estados alemanes, Bélgica, Holanda). En el casode América Latina, que aparece explícitamente señalado por él como una de las primerasinstancias de esa relación entre la prensa periódica y la consolidación de un imaginarionacional, las cifras de circulación sólo pudieron, haber sido sumamente exiguas hasta lasegunda mitad del siglo. Aunque su argumento acerca de la función jugada por la prensa setorna más verosímil a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y sobre todo para el caso deaquellas incipientes nacionalidades -como la "India", crecientemente impulsada a partir de ladécada de 1870 por la élite letrada bengalí bajo el Rey británico- en las cuales la definiciónde una identidad nacional etnolingüística o multiétnica podía verse acelerada por las defi-niciones identitarias promulgadas diariamente ante centenares de miles (o quizás, en algunoscasos, millones) de lectores, cuando se lo aplica al caso latinoamericano de medio sigloantes, se vuelve, sin dudas, más problemático. Tanto el analfabetismo masivo como el atrasotécnico de los nuevos países latinoamericanos hacían que el radio de difusión de las nuevasdefiniciones en clave "nacional" de las distintas identidades latinoamericanas fuera menorque en el caso de los Estados Unidos o en el de los nacionalismos europeos del siglo XIX(sin mencionar los asiáticos del siglo xx). Anderson, quien reconoce explícitamente esadiferencia, argumenta que eran precisamente esas condiciones de atraso las que permitenentender por qué las revoluciones hispanoamericanas no desembocaron en una nueva nación"hispanoamericana" -unida bajo un solo Estado-, en vez de dar nacimiento a las veinte ytantas repúblicas balcanizadas que finalmente emergieron de las ruinas del antiguo ordencolonial. Sin embargo, aun en el caso de que ello fuera cierto, no se entiende por qué esascondiciones tan desfavorables no impidieron también que el print-capitalism actuara de unmodo decisivo en la creación de esas identidades nacionales menores surgidas de losfragmentos de la "gran nación hispanoamericana" imaginada por Anderson. En efecto, lasegunda hipótesis que él desarrolla, aquella que veía en los circuitos de las catrerasburocráticas coloniales un equivalente a las peregrinaciones identitarias de descripción"turneriana",24 subraya su insuficiencia explicativa. Sugerir esto no equivale a desconocer lafuerza persuasiva que posee la formulación ingeniosa de Anderson acerca de la funciónjugada por los periódicos y por los empresarios de imprenta en la construcción de las nuevasnaciones del mundo moderno; implica únicamente relativizar su alcance para el casolatinoamericano.

De hecho, tres de las principales condiciones para que el capitalismo de imprentacolaborara en la generación de nuevas comunidades imaginadas estaban ausentes deAmérica Latina en los años de la revolución de independencia: (1) la altísima proporción deanalfabetos (en algunas regiones equivalente a más del 90% de la población total), sumada ala pluralidad lingüística y sociocultural de esos territorios,

14 En referencia a la obra del antropólogo cultural estadounidense, Victor Turner.

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impedía la circulación masiva de aquellos nuevos periódicos, por lo cual su impacto sólopodía ser experimentado en nivel de la élite (y en la mayoría de los casos, sólo por unafracción muy pequeña de ella); (2) el desarrollo limitado, o lisa y llanamente la ausencia deun mercado literario, obstaculizaba la consolidación de ese capitalismo de imprenta,imponiendo una vida accidentada y casi siempre efímera a los periódicos latinoamericanos(casi todos los periódicos de más de ciento cincuenta años que hoy subsisten fueronfundados luego de 1840, cuando ese mercado sí comenzó a tener cierta existencia real enalgunos países, como Chile); (3) la secularización que aparece en el argumento deComunidades imaginadas como condición ineludible (y ni siquiera susceptible de ser puestaen cuestión) de esa nueva trama narrativa desplegada en las páginas de los periódicosmodernos25 era un hecho sumamente problemático en la región latinoamericana decomienzos del siglo XIX, como indica el guadalupanismo de los primeros insurgentesmexicanos y como descubriría muy a su pesar el propio Bernardino Rivadavia a raíz de sureforma del clero regular porteño. En efecto, si el pasaje de un tiempo pleno o mesiánico aotro vacío (o abstracto) ya se había producido en el caso de algunos sectores de la éliteilustrada de las principales ciudades del antiguo Imperio español —y en el caso de los sec-tores asociados a la administración imperial quizás, desde el siglo XVI en adelante—, no sepuede aseverar lo mismo acerca de la gran mayoría de la población de estos territorios,aunque estuvieran capacitados para leer las páginas de un periódico.26

ls "Lo que ha llegado a tomar el lugar de la concepción medieval de la simultaneidad a lo largo deltiempo es —como dice Benjamín- una idea del 'tiempo homogéneo, vacío', donde la simultaneidad es,por así decirlo, transversa, de tiempo cruzado, no marcada por la prefiguración y la realización, sino porla coincidencia temporal, y medida poríl reloj y el calendario. Podrá entenderse mejor la importancia deesta transformación para el surgimiento de la comunidad imaginada de la nación si consideramos laestructura básica de dos formas de la imaginación que florecieron en el siglo XVIII: la novela y elperiódico." Ob. cit., pp. 46-47. " La obsolescencia del periódico al día siguiente de su impresión [...]crea, sin embargo, justamente por esa razón, esa ceremonia masiva extraordinaria: el consumo casiprecisamente simultáneo ('imaginario') del periódico como ficción. [...] Resulta paradójica lasignificación de esta ceremonia masiva: Hegel observó que los periódicos sirven al hombre modernocomo un sustituto de las plegarias matutinas. La ceremonia se realiza en una intimidad silenciosa, en elcubil del cerebro. Pero cada comunicante está consciente de que la ceremonia está siendo repetidasimultáneamente por miles (o millones) de otras personas en cuya existencia confía, aunque no tenga lamenor noción de identidad. Además, esta ceremonia se repite incesantemente en intervalos diarios o demedio día a través del año. ¿Cuál figura más vivida podrá concebirse para la comunidad imaginada,secular, de tiempo histórico?" Ibíd., pp. 60-61.

26 Claudio Lomnitz ha formulado una crítica inversa a ésta, aunque sospecho que no sea incompa-tible con la mía. Según Lomnitz, por el altísimo grado de racionalización burocrática desarrollado por elEstado español desde el siglo XV en adelante, los sectores asociados a la administración colonial yahabitaban un mundo percibido en términos de "tiempo abstracto" mucho antes de que surgieran losperiódicos. El argumento de Lomnitz se dirige a cuestionar la prioridad del "capitalismo de imprenta"en el proceso de formulación imaginaria de las nuevas identidades nacionales, que ya habrían sido pre-cedidas -éste es, quizás, el argumento más importante de su artículo- por otras formas de identidadnacional que no por haberse desarrollado en un mundo precapitalista y presecular eran menos "nació-

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El caso de El Argos de Buenos Aires es muy ilustrativo al respecto. Sus redactoresprovenían de la fracción de la élite portefia más explícitamente imbuida de los ideales de laIlustración, aquella que entre 1821 y 1824 ejerció el poder en la provincia de Buenos Aires.No más de una decena de redactores participaron en la producción de ese periódico y todosellos eran representantes de lo más granado de la inteligencia porteña de aquella época. Másaún, conviene enfatizar que la Sociedad Literaria creada por el ministerio rivadaviano en1822 y que tomó a su cargo la edición de El Argos, contaba únicamente con trece miembrosplenos y siete miembros correspondientes. Más allá de su importancia como emblema deuna transformación en los hábitos de sociabilidad de los habitantes del Río de la Plata, esetamaño tan reducido sugiere el verdadero alcance de la inserción de los sectores ilustradosen el conjunto de la sociedad, una inserción que sólo podía producirse a través de la media-ción del Estado. Es por ello que el público al que podía aspirar llegar El Argos debió sertambién siempre extremadamente reducido en tamaño. El nivel de escritura y el tipo deinformación que contenía implicaba que sólo un lector dotado de recursos culturalesrelativamente sofisticados podría utilizar con provecho sus páginas. Los redactores noignoraban esre hecho, como lo demuestra el cambio introducido en la política editorial delperiódico a partir de 1823. En el primer número de ese año se explicaba:

La favorable acogida que el público ha dado a este periódico, al paso que es un título de quegrandemente se aplaude la sociedad literaria, lo es también de no pequeño influjo paraempeñarla cada vez más en los trabajos que puedan fructificar su prosperidad. Hasta aquí elobjeto del Argos había sido simplemente no dejar ignorar a sus compatriotas los principalesacontecimientos que tenían coexistencia con los de su historia presente. Como estosacontecimientos son el lenguaje de acción con que los hombres explican sus intenciones, ymuchas veces a pesar suyo; no era pequeña utilidad que así como desde la tiveta descubre unobservador atento por las maniobras del barco las intenciones del piloto, descubriesentambién ellos por aquellos movimientos, las miras reservadas de los gabinetes sobre susuerte. Pero como no es dado a todos los que leen el Argos penetrar el espíritu de loshechos, y sacar consecuencias justas que los hagan más prevenidos y discretos, su lecturano les producía a éstos otro fruto que el de satisfacer una pueril curiosidad; a más de esto,un espíritu de circunspección y recato llevado demasiadamente a los extremos, hacia que elArgos, refiriendo muchas veces los hechos más dignos de aplauso, o de censura, seabstuviese de traerlos a juicio, y de calificarlos por su mérito. Esta fría indiferencia, al pasoque excitaba el resentimiento de la virtud, dejaba sin su tormento al vicio, y producía en elpúblico una ansiedad acongojadora sobre los sentimientos del Argos. La sociedad literariatomó en consideración estos defectos,

nales". Mi argumento, en cambio, subraya el bajo impacto que ese periodismo modernodebió tener -aun si se aceptara la función prioritaria de la prensa en la construcción de lasnuevas comunidades imaginadas nacionales-, un impacto muy reducido por razonesculturales y sociológicas en el preciso momento histórico en que se consumaba laindependencia.

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y después de un maduro consejo, acordó que el Argos abriese dictamen sobre los asuntos cuyagravedad lo exigiese; aplaudiendo o censurando lo que en la balanza del juicio pesare la razón?1

En efecto, nunca logró contabilizar más de un centenar de suscriptores, si bien éstosrepresentaban una porción muy amplia de los "notables" de la sociedad porteña de aquelentonces: entre ellos, no sólo los rivadavianos más conspicuos —como Julián Segundo deAgüero, Valentín Gómez, o Santiago Wilde—, sino también hombres de negocios,diplomáticos extranjeros, o estancieros (algunos de los cuales pocos años más tarde estaríanenrolados en las filas de la facción enemiga de los rivadavianos, como Juan Manuel deRosas, Juan N. Terrero o los Anchorena). Hecha esta salvedad, resulta de cualquier formamuy verosímil considerar que el papel jugado por un periódico como El Argos en el interiorde esa élite pudo haber sido semejante al que Benedict Anderson le asigna a los periódicosmodernos —es decir que pudo haber operado como una herramienta de gran eficacia para lacristalización de una conciencia de pertenencia a una comunidad imaginada bajo la figura dela "nación", siempre y cuando no se pierda de vista la extrema restricción sociocultural queconfinaba su impacto a un espacio social de dimensiones reducidas—. Es altamente pro-bable que El Argos haya, contribuido a fortalecer aquella conciencia identitaria ambigua quesubsumía la identidad colectiva local de los ciudadanos de la provincia de Buenos Aires enaquella otra identidad más amplia que se articulaba sobre el recuerdo del Virreinato y de lasProvincias Unidas —un recuerdo que convocaba a reemplazar el geográficamente limitadopatriotismo "porteño" por un auténtico anhelo nacional "rioplatense"-.

Si ese tránsito de una identidad local a otra más amplia y "nacional" pudo efectuarse enla década de 1820, ello tuvo menos que ver, sin embargo, con elprint capitalism o loscreóleprinters identificados por Anderson, que con una política de Estado manejada por unafracción de la élite porteña compenetrada con el doble recuerdo de la antigua unidad delVirreinato y de las Provincias Unidas, y de la supremacía gozada por Buenos Aires dentrode ese orden. El Argos, como su antecesor La Gaceta o su sucesor La Gaceta Mercantil, nohabía emergido del seno de la sociedad civil, producto de la intersección entre un nuevomercado de bienes de consumo y nuevas pautas culturales montadas tanto sobre laexpansión del público lector como sobre la secularización progresiva. En la Buenos Airesrivadaviana no existía nada que pudiera equipararse, ni siquiera mínimamente, a unasociedad civil: los únicos elementos que estaban presentes lo estaban por obra del propioEstado. Y si el mercado de libros había comenzado a adquirir cierta dimensión, impulsadoen parte por el afán obsesivo de la tan recientemente emancipada élite por acceder a lasobras y conocimientos antes prohibidos por el poder político o por el eclesiástico, la

27 El Argos de Buenos Aires, Io de enero de 1823. El destacado es mío.

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capacidad de ese incipiente mercado para sostener una vigorosa imprenta periodística eraindudablemente limitada.

Es importante destacar que el mayor suscriptor de El Argos era el propio gobierno: nosólo apoyaba a este periódico mediante el permiso concedido de utilizar la Imprenta delEstado, sino que también compraba treinta ejemplares directamente, y algunos más a travésde distintas reparticiones del Estado, como la Administración de correos. Retaceado eseapoyo estatal, difícilmente podía un periódico de la dimensión de El Argos sobrevivir pormucho tiempo. Es por este motivo que hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando elperiodismo comenzó por primera vez a ser un negocio mínimamente rentable en laArgentina, la mayoría de los periódicos tenían una duración efímera y dimensiones muymodestas -entre dos y seis hojas con pocas columnas de texto—. Sólo algunos pocos, comoLa Gaceta Mercantil en su primera época, lograrían seguir apareciendo durante muchosaños en virtud de los avisos que les eran colocados; casi todos aquellos de largasupervivencia, en cambio, debieron esa gesta al apoyo directo recibido del Estado. Todoesto no quiere decir que las representaciones de la nación elaboradas por los redactores deEl Argos y difundidas en sus páginas no hayan ejercido un papel altamente significativo enla consolidación de aquel sentimiento identitario —nacional y vinculado al mapa imaginariode las Provincias Unidas- con el cual supieron identificarse los miembros de la fracciónrivadaviana (y eventualmente unitaria) de la élite porteña. Sólo implica que las relacionesentre aquel "capitalismo de imprenta" y los nacientes Estados sucesores del Imperio españolfueron bastante distintas de lo que permitiría suponer la proyección hecha por Anderson dela experiencia estadounidense y europea del norte sobre la realidad densa y opaca de lasnuevas naciones latinoamericanas.

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