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II. PENSAMIENTO Y DERECHO CLÁSICOS A. DERECHO OCCIDENTAL I'MH INIIIUIO ya los conceptos, dijimos anteriormente que, para llegar a compren- (IHI 11 I I )crecho ecuatoriano, lo mismo que al de cualquier otro país latinoameri- I MMo, es necesario seguir, desde el inicio, la gestación que ha tenido cada uno de PwiN Derechos en el tiempo. Illli'giados dentro de Occidente, término que incluye geográficamente los terri- Itiilos que incorporan la influencia original europea, y que se enriqueció de IIIIMIO extraordinario con el Continente Americano y Australia, constituyen un II iodo de ser y vivir notoriamente distinto del que caracteriza la mentalidad iiNii'ilica o afiicana. Y , como es obvio, dicha concepción no sólo se manifiesta (MI lii distinta manera de concebir la vida y el pensamiento, sino que, para nues- lio i -aso afecta a la diferente concepción jurídica. Estamos en la realidad llama- (lii í 'iilíura Occidental, o concepción de Occidente, que en la expresión fi-ecuen- (f encama el mundo Occidental. Sr lia dicho, y con fimdamento, en lo que respecta al Derecho, que dentro de i'slc mundo occidental, por encima de las diferenciaciones y contrastes lógicos, NI- da un denominador común en los elementos fundamentales que lo integran, como son junto al rico aporte del pensamiento griego, el derecho romano, el derecho germánico y el derecho canónico o en general el cristianismo, suavi- zando y moderando los dos derechos anteriores. Se forma así un patrimonio común y decisivo que, como ha destacado Bravo Lira, va -sin exclusivismo-: desde el matrimonio, monogámico e indisoluble, y el régimen familiar o suce- sorio, hasta las formas de asociación y el sistema de negocios juridicos; desde la concepción de la persona y sus derechos innatos, y el instituto jurídico del pro- ceso, hasta las formas de propiedad: exclusiva, común, estatal; y la misma or- ganización estatal e internacional. Este patrimonio común que hallamos en nuestros derechos americanos, no es un añadido accidental, sino esencial en la formación del derecho de cada país. Es algo muy diferente de una influencia, ahí si accidental, como pueda decirse en un país asiático o afiicano que está occidentalizado. En nuestros casos, el apor- te romano, germánico y cristiano, es tan consustancial que con razón y funda- mento nos integramos de lleno en Occidente.

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II. PENSAMIENTO Y DERECHO CLÁSICOS

A. DERECHO OCCIDENTAL

I'MH INIIIUIO ya los conceptos, dijimos anteriormente que, para llegar a compren-(IHI 11 I I )crecho ecuatoriano, lo mismo que al de cualquier otro país latinoameri-I MMo, es necesario seguir, desde el inicio, la gestación que ha tenido cada uno de PwiN Derechos en el tiempo.

Illli'giados dentro de Occidente, término que incluye geográficamente los terri-Itiilos que incorporan la influencia original europea, y que se enriqueció de IIIIMIO extraordinario con el Continente Americano y Australia, constituyen un II iodo de ser y vivir notoriamente distinto del que caracteriza la mentalidad iiNii'ilica o afiicana. Y , como es obvio, dicha concepción no sólo se manifiesta (MI lii distinta manera de concebir la vida y el pensamiento, sino que, para nues-lio i-aso afecta a la diferente concepción jurídica. Estamos en la realidad llama-(lii í 'iilíura Occidental, o concepción de Occidente, que en la expresión fi-ecuen-(f encama el mundo Occidental.

Sr lia dicho, y con fimdamento, en lo que respecta al Derecho, que dentro de i'slc mundo occidental, por encima de las diferenciaciones y contrastes lógicos, NI- da un denominador común en los elementos fundamentales que lo integran, como son junto al rico aporte del pensamiento griego, el derecho romano, el derecho germánico y el derecho canónico o en general el cristianismo, suavi­zando y moderando los dos derechos anteriores. Se forma así un patrimonio común y decisivo que, como ha destacado Bravo Lira, va -sin exclusivismo-: desde el matrimonio, monogámico e indisoluble, y el régimen familiar o suce­sorio, hasta las formas de asociación y el sistema de negocios juridicos; desde la concepción de la persona y sus derechos innatos, y el instituto jurídico del pro­ceso, hasta las formas de propiedad: exclusiva, común, estatal; y la misma or­ganización estatal e internacional.

Este patrimonio común que hallamos en nuestros derechos americanos, no es un añadido accidental, sino esencial en la formación del derecho de cada país. Es algo muy diferente de una influencia, ahí si accidental, como pueda decirse en un país asiático o afiicano que está occidentalizado. En nuestros casos, el apor­te romano, germánico y cristiano, es tan consustancial que con razón y funda­mento nos integramos de lleno en Occidente.

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^ DR.JOSÉREIGSATORRES

La vía o canal, a través del cual nos llega el sentir y proceder Occidental, o\dentemente es el Derecho castellano. Razones específicas, que analizaremos i > su momento, nos permiten observar cómo dicho Derecho se nos presenta m u madurez, habiendo integrado al Derecho común europeo, con la ventaja i n i n estimable de hallarle codificado. Así puede exphcarse, que hasta bien enliail > la Independencia de los países americanos las Partidas sigan en total apUcación

Esta visión clara, y de pleno convencimiento, es la que nos ha llevado a que ÜI.

D e S f c a s S a ' ' """^'^^ ^^P^ '' ' P^ f-endo a Z En cuanto al origen o principio de la mentalidad occidental, que suele unirse al nacimiento de Europa, es cuestión debatida por los historiadores generales. Entre nuestros historiadores, algunos como Koschaker, opinan que la realidad de Europa se inicia el día de Navidad del año 800, con la coronación de Cario magno por el Papa León III como Emperador de Occidente. Sea la opinión que fuere, el espíritu de Occidente viene de antaño, si bien puede que se precise mejor a partir de ese instante.

En nuestra opinión, no es mala la anterior hipótesis, puesto que simbólicamente van a unirse con los nuevos emperadores de estirpe germánica, el aprovecha­miento máximo de la recepción del Derecho Romano justinianeo, y la concep­ción cristiana que domina plenamente. Por esta razón nos parece muy certera la definición de Europa dada por Pirenne: Un fenómeno cultural, una mezcla de elementos culturales clásicos y germanos con preponderancia del factor roma­no, y en la que no es pos|?le prescindir del elemento cristiano. Elementos que integrados y desarrollados han venido a constituir, más que una unidad geográ­fica, el fundamento del mundo Occidental, y que Dawson considera una crea­ción de la Historia.

Nosotros, en opinión de Bravo Lira, somos los espectadores privilegiados desde el siglo X X , que podemos contemplar lo que el más clarividente de los profetas no había podido intuir: que unos núcleos urbanos de Asia Menor nos legasen el modo de pensar Occidental, junto a su arte exquisito, clásico por excelencia; que una aldea etrusca, fundada en el Palatino, se transformase en la Roma, ca­paz de convertir al Mediterráneo en un lago intemo; que la brillantez y expan­sión del mundo urbano clásico, seria arrollado por migraciones de pueblos ger­mánicos; y, por último, que el Mesías, descendiente de David, en una aldea de Galilea, daria cohesión a todo ese espléndido conglomerado, proyectándolo cara a los siglos para el mundo entero.

Todo ello llega a América, a través de Castilla, y en su caso, de Portugal.

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B. GRECIA - f

II liado múltiples opiniones a través del tiempo, para tratar de explicar el II no indiscutiblemente excepcional ocurrido en Grecia, en el sentido de I <'iu-oiUrar explicaciones a la riqueza intelectual que se desarrolla en la ii T i i c s no sólo es fuera de lo común para su época en relación con los I |iiK-hlos de la antigüedad, sino que puede decirse, sin exageración, que es III no único en la Historia. Desde Homero, siglo VII a.C, hasta la domina-

n i n n i a i i a , es una verdadera pléyade de talentos excepcionales que irrumpen M Ion m á s variados campos del saber humano.

I n|unión de Javier de Cervantes, por servimos de unos de los tantos criterios, l i l i l a i i (los razones circunstanciales que ayudarian a comprender parte de aquel i i i ' tni i ' iu) . Por una parte, Grecia se halla en la confluencia de Europa, Asia y h u a . Teóricamente cabría decir: se sirvió de la quinta esencia de estos conti-iilcs. I ' c r a la pregunta que nos hacemos sería: ¿cuál esencia? ¿la conocía? Se II ocurre un ejemplo para justificar la duda: si Sócrates, Platón y Aristóteles,

I . ii escoger lo más selecto de los pensadores griegos, hubieran conocido el rela-I • ilcl líxodo -Segundo de los libros hebreos- en la escena que Moisés pregunta

I )ios que le habla desde la Zarza, quién es Él, y se le contesta: Y O SOY E L 'I ilí SOY, cabría opinar que dichos filósofos quizá no hubieran tenido que loi/urse tanto para llegar al punto cumbre de la metafisica. Y es notorio que

II iclato no lo conocían. Si bien, también es cierto, que el haber llegado a lo iMisiiK), por vía netamente racional, merece una gratitud enorme.

lili segundo lugar, dice De Cervantes, y ya nos convence más dentro de lo cir­cunstancial, que su situación geográfica meridional en Europa le proporciona un clima benigno, sin cambios bruscos, con una temperatura agradable, y una ar­moniosa mezcla de estaciones, lo cual permitía la vida al aire libre, las charlas y discusiones interminables en el agora, las reuniones públicas y los juegos y representaciones teatrales, etc. Es indudable que todo ello debió influir en la personalidad de tanta gente, pero no podemos menos de pensar, también, que ese clima sigue aüí, y en otros lugares, desde hace siglos, y no se ha producido u n aluvión de genialidad semejante.

Ciñéndonos un poco más a lo nuestro, aunque eran convenientes unas breves consideraciones generales, nos interesa ver cómo repercutió la forma de ser griega de los siglos VII a III a.C. en las instituciones. Y para ello, todavía una observación previa: no olvidemos que en Grecia existieron varias Ciudades-Estado que sobresalieron, y algunas de ellas con rasgos bien propios y precisos, pero tuvieron de común, al menos en sus inicios, el ser regidas por monarquías, con la diferencia respecto a otras monarquías occidentales u orientales, de que sus ciudadanos no suelen ser sometidos, es decir, los monarcas tenían asesora-

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24 DR. JOSÉ REIG SATORRES

miento de asambleas, y se movían más bien en la línea del patriarcado o pater-nalismo.

Ante la imposibilidad de referimos a cada Ciudad-Estado de Grecia, vamos a quedamos con Atenas, por ser arquetipo, dada su prestancia, y porque gracias a Aristóteles conservamos su tratado sobre la Constitución de Atenas, primicia de la Historia del Derecho, por la que podemos conocer la reahdad social, política y económica de sus instituciones, y por consiguiente la estructura jurídica de la Ciudad-Estado más relevante de la Grecia clásica, y de la antigüedad.

Según Aristóteles, y otras referencias de autores griegos, ya Dracón en la lucha democrática entre eupátridas o nobles y plebeyos inició los primeros pasos posi­tivos de la convivencia, pero fiie Solón quien logra realmente el mayor equili­brio, en el que seguirán Pisístrato, Clístenes y figuras tan relevantes como Peri-cles, etc. Lo importante es que se creó el Consejo de los 500 y la Asamblea del pueblo, y aumentan otras asambleas menores y tribunales por lo que Aristóteles dice que «es la ciudad de los jueces y de los procesos». Están los Arcantes, que gobieman la ciudad; el Tribunal de los heliastas, el más importante de todos; y se nombran todos los cargos y funciones, por sorteo, en las asambleas. Se des­taca, además el profundo sentido cívico de todos los ciudadanos. Y algo muy importante para la democracia ateniense: todo el proceder en las distintas fun­ciones es colegial, y aún los magistrados concretos debían someterse, antes y después de sus períodos, a ser examinados y rendir cuentas al concluir. Otro elemento, no despreciable en aquel proceder democrático, era el de los orado­res, por su capacidad de influir en las asambleas que resolvían tanto los proble­mas intemos, como los intemacionales. Recuérdese en este sentido la figura de Demóstenes.

Como en matería fmanciera no eran partidarios de los impuestos directos, el Estado cuidaba de tener su propio patrimonio, ya que sólo se gravaba a los ex­tranjeros y a los esclavos, que pagaban sus dueños, lógicamente.

El ejército y la marina merecían gran cuidado, por ello los estrategas no eran elegidos por sorteo, sino por su capacidad.

Naturahnente, las alabanzas y las críticas a la Constitución han llegado también hasta nosotros. Los demócratas estimaban tener la mejor de las estructuras que pueblo alguno tuvo. Los patricios y con ellos los filósofos, más exigentes, no eran nada partidarios de que gentes sin mayor preparación y competencia resol­viesen los problemas más arduos, y el gobiemo en reahdad. Para Platón, poi ejemplo, el gobiemo y orientación del Estado sólo podía estar en los más inteli­gentes y capaces, y no en el pueblo ignorante. Para él la conformación del go­biemo y del Estado no podía lograrse a base de gente que pensaba lo que le

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parecía, ya que no se puede valorar a los hombres todos como iguales. Aristóte­les es más moderado en ese sentido, por ser más realista.

No se puede negar que todo lo dicho -por necesidad brevemente-, influyó sin duda en Roma, quizá más agudamente en el período republicano, pero lo que es indudable que influyó fue el buen criterio, el sentido cívico y de servicio de los griegos y, fundamentalmente su pensamiento, su filosofía.

Y es que ahí está la genialidad griega, al haber iniciado para la Historia la filo­sofía, viniendo a ser modelo y pauta de toda la filosofía posterior, por su ampha visión racionalizadora y de reflexión sobre la causahdad; por ello ciencia y filo­sofía tenían tenue delimitación, dándose más bien una gran coherencia de pen­samiento entre lo que hoy distinguiríamos entre filósofos y cientificos. ,.. ^

I oda la reflexión se realiza dentro de los límites de la Naturaleza, captada por los sentidos. De la vida diaria se eleva a la inteleccióníie la realidad, para llegar II los conceptos metafísicos, y penetrar en la esencia de todo, siempre sobre la 1)11 se del sentido común pererme en el hombre. Se aborda la múltiple variedad (le lemas que constituyen, y constituirán, la problemática del hombre occidental, V del hombre universal, al penetrar en la intimidad y anáhsis de la razón. Es i iisi una pasión por apartar el mito y buscar en todo sus causas y sus fínes. El hombre, por lo demás, es esenciahnente social, "zoon politicón", animal social y político, en fi-ase de Aristóteles, que en el aspecto estrictamente político, es-cnilará -dice Mena- con brillantez el fundamento mismo del poder y la sobera-iilii.

Ideiis y conceptos que, sin duda, influyeron iniciaknente sobre los romanos, y ('II lodo Occidente hasta nuestios días. No digamos, aunque a nosotios no nos Mírele directamente, el valor inmenso y calidad de su arte.

C.ROMA

I. I i i l r o d u c c í ó n

a (uvo el mérito, indiscutible, de iniciar a la futura humanidad en el modo !• • nado de la reflexión fílosófica y, a la vez, en la belleza de las formas a tra-

• < le su arte. A Roma, sin embargo, nos dice De Cervantes, le correspondió la iiiixioii (le la guerra, y la vocación por el Derecho, al llevar su ciencia militar a iMi iilio K'iido de perfeccionamiento, y al imponer sus principios, que reglamen-IHII lim relaciones de los individuos entre sí o con la colectividad de que depen-»l»«ii, lo (|ue en términos generales entendemos por Derecho.

' •' voliinlad poderosa, en opinión de Zevallos, lleva a Roma a ensanchar sus ilniiiiiiios mediante conquistas sistemáticas, y es por la fuerza de las armas que

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26 DR. JOSÉ REIG SATORRES

transporta su Derecho SL los más apartados confines; pero que gracias a la sabi­duría de sus instituciones le permite conservar los terrítorios. Con un matiz, quizá interesante, mientras los griegos al someter sus pueblos ven báAaros a civilizar, Roma ve enemigos que dominar, para convertirlos más tarde en ami­gos y aliados mediante el imperio de las leyes.

En este sentido nos parece convincente el pensamiento que Bravo Lira desarro­lla con insistencia: la r a z ó n de Roma, es la necesidad de su defensa, que logra por el pacto o relación de paz. Primero al imponerse en el Lacio, luego en la península Ibérica, fi-ente a los cartagineses, y así, sucesivamente, hasta la in­mensidad de su Imperio. Unas veces persigue conjugar una amenaza, otras repelerla, pero siempre se plantea respecto a un peligro exterior. Por una parte, al Derecho le compete consolidar la situación conquistada por las armas; no es la fiierza, sino el Dereclio el que sustenta o impone el fimdamento del mundo romano. Este logro lo consigue por un doble camino: o sometiendo un territo­rio, o entendiéndose c o n él. Se utiliza la alianza con unos, para imponerse a los otros, y así Roma deja d e ser una ciudad latina más, para convertirse en la cabe­za, primero del Lacio, luego de Italia y, finahnente, del mundo mediterráneo.

Pero veamos brevemente algo de la estmctura de la primitiva Roma local. Co­mo en todas las ciudades de la antigüedad, y ya lo pudimos observar en Grecia, distinguimos la pugna d e una minoría aristocrática, en este caso los patricios, y la casta inferior aunque mayoritaria de la plebe, y por consiguiente de los ple­beyos; y como era comÚJi en todas partes, estaban los esclavos que no contaban para nada. Por lo demás-, común también a toda la antigüedad, con una mezco­lanza de lo religioso, que en Roma tendrá continuidad hasta su fin.

Superada la monarquía legendaria de Roma, nos hallamos en la República. Los patricios, en forma prácticamente absorbente, dominan el gobiemo y la estmc­tura institucional, y de ah i la pugna a desarrollarse.

El Senado estaba integrado por las cabezas de la casta patricia, por lo que tam­bién se les denomina patees, y son quienes prácticamente deciden todo lo esen­cial cara al interior y al e?cterior. En los comicios por curias se elige a los sena­dores y funcionarios o magistrados; en los comicios por centurias, que lo inte­gra la aristocracia del dinero, que trata por todos los medios de competir con la anterior, logra poco a poco ir penetrando; por último, en los concilla de la plebe, y sus resoluciones llamados plebiscitos, acabarán por neutralizar la prepotencia de los dos grupos anteriores.

Hasta que este último grupo alcance sus logros, a la vez que se realiza la expan­sión de Roma, ha ido formándose el ius civile, rigido, exigente y exclusivista, muy formulario, razón por la que surge paralelamente el ius honorarium, que impuso la necesidad de u n Derecho más ágil y menos formulario, conformado

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por las resoluciones de los distintos magistrados; por otro lado, la expansión de Roma, y con ella la multiplicidad de pueblos integrados, exigía aquella agilidad que no podía dar el viejo y clásico Derecho civil.

F,l equilibrio entre ambos enfoques, y la calidad excepcional de los juristas, alcanzará en el Imperio la prestancia universal que inmortaliza el Derecho Ro­mano.

2. RepúbUca (509 a.C.)

Se calcula hacia finales del siglo V a.C. el paso de la Monarquía a la República, pasando la ejecución del gobiemo a manos de dos Cónsules y al Senado, siendo osle último quien de hecho y de Derecho acaba por dar su visto bueno en todo lo intemo y extemo de importancia. Por supuesto, tanto los Cónsules como el Senado están en manos de los patricios. De ahí que el Derecho de la primera tVoca se manifieste, principabnente, en los senado-insultos, normas que bien naecn del mismo Senado o les da su aprobación.

i a pugna entre patricios y plebeyos, va a ser tenaz pero lenta, hasta que éstos lomaran participar en la conducción del Estado. El primer paso importante de ilielui pugna se da, cuando retirados los plebeyos en el monte Aventino, deciden no eeder en nada hasta que se les concedan las garantías necesarias para poder tlilender sus derechos. De ahí surgen los Tribunos de la plebe, a los que se »oneedc la intercessio o capacidad de vetar cualquier decisión de los Cónsules, de olios magistrados y aun del Senado. Tribunos que de dos pasarán a cinco y IK>'.an a diez, elegidos en los comicios por tribus.

I II m a y o r dificultad para la plebe eran las caracteristicas del ius civile, eminen-Icmente quiritario, de ahí el esfuerzo en lograr que dicho Derecho quedara por

I l io, para saber con precisión, por una parte a qué estaban sometidos y, por •u.i, lograr luego los cambios convenientes. Este es el origen de las famosas

,\// labias. En ellas se regula la estructura e incidencias de los juicios; el régi-mi"n l'amiliar y las consecuencias necesarias, la tutela y la cúratela; el régimen (li la propiedad, la posesión y las obhgaciones derivadas; lo referente a los deli-liiN. el Derecho público y sagrado tan relevante en la estmctura de los pueblos iMiliK.uos; así como las cuatro acciones clásicas del Derecho Romano: octio \iu nimcnti, iudicis postulatio, manus iniectio y pignoris capio. Es el conjunto

111 lal del Derecho clásico o ius civile, contenido en diez tablas, a las que se i o n dt)s más -por eso XII Tablas- en que fundamentabnente se regulaba la

j M o l i i h i e i ó n del matrimonio entre patricios y plebeyos, rechazadas desde el pri-liH'i iiiNlaiite, y a las que Cicerón calificó de inicuas.

I In piiNo decisivo en la pugna patricios-plebeyos, es el dado p o r los Cónsules ' ili'i lo y 1 loracio, al legitimar las asambleas o concilios de la plebe a través de

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28 DR. JOSÉ REIG SATORRES

las leyes Valerias, que además garantizan a los ciudadanos la libertad, el que no se atente a su vida y al que no se nombren magistrados sin aprobación del pue­blo. Ante esta presión los patricios crean la censura y luego el Pretor Urbanus, con el intento de que unidos a los Cónsules se mantenga todavía su predominio. Los plebeyos, por su parte, logran por el Tribuno Canuleyo que se abroguen las tablas XI y XII, que prohibían el matrimonio entre patricios y plebeyos, que­dando así eliminado el gran obstáculo de separación, y agilitando para el fiituro la verdadera fusión romana. Idéntica importancia tiene, para la evolución del Derecho que se va produciendo, las leyes agrarias logradas por los Gracos, y el romper la exclusividad del nombramiento de los magistrados por el Senado.

En este instante, como esencial en el Derecho civil tenemos: el ius connubii, el ius commertii y la factio testamenti, es decir, la capacidad de matrimonio, de comercio y de testar, que los romanos van a manejar combinándolos con verda­dera maestría en los distintos pueblos que se integran en el Imperio. A l mismo tiempo va tomando cuerpo el Derecho honorario de los pretores, ftmdamental­mente, a través de los edictos; y la plebe ha logrado de lleno el Derecho de su­fragio.

Manejando con maestría, decíamos, los romanos hacen llegar su Derecho, por partes o totahnente según convenga, en primer lugar a los ciudadanos, y luego en el Lacio, así como en las nuevas provincias, según se romanicen más o me nos. Esta será la gran tarea de Procónsules y Propretores al aplicarlo en coló nias, ciudades o personas: colonos romanos, colonos latinos, aliados a los qui­se apHca el Derecho itálico, y la genial forma de conceder la ciudadanía cuando se participa en las funciones edilicias de los municipios.

Nos hemos referido continuamente -es lógico, pues es nuestra materia- al Derc cho, y en concreto a las fuentes: leyes, senado-consultos y plebiscitos. La pre gunta que nos podríamos hacer, sería: ¿De dónde surge tanto Derecho y de tanla cahdad? Y más cuando la grandeza de Roma se asocia a su Derecho. La res puesta es sencilla: desde los enfrentamientos patrícios-plebeyos dirigieron v asesoraron unos expertos, que vamos a ver proliferar ya sin interrupción, y cada vez más capaces y competentes, como lo eran los jurisconsultos o también lia mados iurisprudentes. Lo importante es, que no sólo en el actuar formal con creto de los juicios exponen sus criterios, sino que va surgiendo una literal ni n que ellos van elaborando, y penetra como indispensable en toda la administra ción del Estado. Si el Cónsul, Pretor, Procónsul, Tribuno, etc., tienen que en frentar su gestión y sus litigios, naturahnente necesitan peritos que les asesoren, y de esta manera nace y se perfecciona la figura del jurisconsulto o jurispcriln, en cuyo sentido literal de la palabra se expresa ya todo el contenido.

II. PENSAMIENTO Y DERECHO CLASICOS 29

. Imperio: Principado (27 a.C.)

ualquier persona, desde la medianamente culta, que al contacto con la Historia ha conocido de Roma, se ha dado cuenta, de inmediato, que la grandeza de Uoma proyectada a través de los siglos, no es producto de una elaboración de liik-lectuales o de entusiastas especiahstas, sinO que impresiona comprobar la

ilidad de una ciudad, que se transforma en un imperio'admirable, por la caU-nd de sus ciudadanos, la pmdencia de sus instituciones de gobiemo, y la fu--

liie/a o magnanimidad en saber valorar las circunstancias de cada instante, en la VMiiabic multitud de pueblos que integran.

Coincidimos con Bravo Lira, cuando nos dice Clue es la búsqueda de la seguri-tlnd la que inicia el ciclo que arrastra a Roma a la expansión, muchas veces, liH luso, a pesar suyo. Cuando, por ejemplo, la suerte le permite vencer a Aní-Iml, i|uc tuvo a Roma en sus manos, no le queda más remedio, si es que quiere N i i l . M ' ; i i i , que aniquilar a Cartago; y para ello deberá^conquistar la península il 11. I Algo similar le ocurrirá al tener que defender a Grecia de los poderosos

n i icntales vecinos. El esfuerzo para garantizar la paz va a ser ocasión de j I Hi , l r /a , y a la vez de limitación. La habilidad de Roma estuvo en saber equi-llliiiii In antigua barrera entre vencedores y venC idos, al enfrentar cada caso con |iniileiuia y habilidad, que le llevó a un escalonamiento de situaciones que po-.li I desde el sojuzgamiento total, hasta la alianza en plan de igualdad, con la

H ' ililc de casos intermedios. Esto permitió, que el enemigo de ayer, pudiera H , iiiise en el aliado de mañana, pues sabían ofrecer a los vencidos o aliados I •. l a l ivas de mejora, que muchas veces, incluso, les deslumhraban.

I Míenle que en el alcance de semejantes logros de inmensa grandeza, poder . i l iu iu la, lúe el Derecho la genialidad romana, que le permite conservar y

M o l l a r un imperio milenario. Hay que recorrer, aun hoy, el territorio que !• dominio romano, y nos encontramos en la aldea o pueblo más recóndito -rii las ciudades la presencia puede ser grandiosa todavía- un acueducto,

H | „ , leinias o imitaciones romanas, como orgullo de aquellos lugares por ' - i i l l i aise eon Roma. Jamás una ciudad ha logrado la genialidad de Roma:

I- lodos los pueblos y ciudades de un irmi nso Imperio, querían ser como • 1 V i i l i l radicó una más de las razones que explican la estabilidad milenaria I Imprilo.

' mil iminable el ir destacando matices de esa asombrosa realización que I' •' 111 i I I)(• 1 o 11 uestra materia nos exige ceñimos más al campo propio.

• II e l periodo del Imperio es casi empezar a retroceder en la evolución nal (|iie vimos anteriormente. Opinaríamos que ha sido una exigencia

!• iiiNión. Las instituciones republicanas han cumplido magníficamente I 1.1|. I peio ante un Estado enorme no cabía la dispersión, ni la traba de fun-

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ciones, se imponía la unidad de ejecución, y Roma llega a ello como ha llegado a todo: sin prisa y naturalmente, por la imposición de las circunstancias. Sólo se necesita el momento adecuado.

Superada la pugna patricios y plebeyos, un nuevo elemento surge espontáneo y lógico de la vida pública: la lucha por el poder. Primero el enfrentamiento de Mario y Sila, Luego el primer Triunvirato: César-Pompeyo-Craso. La victoria y predominio de César, figura realmente señera, que al ser asesinado muestra que todavía la unidad de poder no estaba madura. Sigue un segundo Triunvira­to: Octavio-Lépido-Marco Antonio. El triunfo de Octavio, hijo adoptivo de César y su heredero, constituye ya el instante inicial de la grandeza, y, de hecho la instauración del Imperio: comienza el Principado.

Octavio, controlando admirablemente su carácter, se muestra desde el primer instante magnánimo con los vencidos y con todos. Muestra unas cualidades de gobiemo sorprendentes, que motivan la total concentración de poder, dado es­pontáneamente: Imperator a perpetuidad, Padre de la Patria, Augusto, Prin­ceps, iguahnente a perpetuidad se le entrega el poder tribunicio, la potestad consular y el proconsulado, para rematarse con el de Pontifex Maximus. Y nadie quiere que se vaya, por haber elevado la dignidad de Roma a la "cumbre del Olimpo", diríamos con su tiempo.

Augusto, que con este nombre va a quedar inmortalizado, no abusa de tanto poder y, teóricamente, todas las instituciones y magistrados continúan. Deci­mos teóricamente, porque si bien él no los elimina de hecho, sí va a ocurrir poco a poco en los emperadores que le sucederán. SimpUficando nos referimos: al poder judicial, al poder electoral, al poder legislativo, etc. Se crearon varias Prefecturas: Prefecto de la Urbe al fi-ente de toda la ciudad, con todas las atri­buciones de los ediles y demás; el Prefecto del Pretorio, cuyo prestigio fue grande por haberlo ocupado varios juristas connotados; el Prefecto de aprovi­sionamiento-^ el Prefecto de vigilancia, etc.

La legislación acabará por simplificarse en las Constituciones de los emperado­res, aunque Augusto, como dijimos, dejó coexistentes las facultades del Senado. Tribunos, Pretores, etc.

Desde nuestro punto de vista, conviene destacar cómo durante todo el período conocido como Principado, iniciado por Augusto hasta ese oti-o periodo, y linal, conocido C o m o Dominado que empieza con Diocleciano, se da en Roma un florecimiento Heno de cahdad, y a la vez prolongado, que como ha destaeadii Zevallos -largos años Profesor de la Universidad de Guayaquil-, sigiiifiea till desarrollo admirable de la jurispmdencia, gracias a los aportes magníficos df juristas notables que se dedicaron de manera preferente al cultivo de la Ciciitl»

II. PENSAMIENTO Y DERECHO CLASICOS 31

del Derecho, actividad que antes no había existido en forma sistemática y con proyecciones tan grandiosas como ocurre en esta época de la Historia de Roma.

Se hace reahdad constante el asesorar, resolver e interpretar jiuidicamente los hechos, que los prudentes o jurisconsultos realizaron con eficacia durante la Repúbhca, y que con Augusto toma carácter de privilegio cuando se establece el ius respondendi, por el cual los juristas, por la autoridad del Príncipe que las sellaba, daban las respuestas convenientes a las consultas o dificultades que se iban presentando. Con la característica, dice Ávila Martel, de que si había una­nimidad de pareceres entre los jurísconsultos, cuyos escrítos gozaban del prívi-legio, el juez debía acomodar su sentencia a ellos, y si en aquéllos había discre­pancia, podía elegir la opinión que creyera más acertada.

No es menos decisivo en tiempo de Adriano, el establecerse de manera perma-Mi-nle el consistorium, consejo privado del Emperador para todos los asuntos de Kol>iemo; y el auditorium, iguahnente, para todos loá^asuntos jurídicos y con-It-iuiosos. En este mismo período, el destacado jurista Silvio Juhano realiza la let (tpiiación de todo el Derecho honorario hasta ese instante con el Edicto per-HUiio. Ahí merece destacarse su opinión respecto a la costumbre, de tal valor Ue ha llegado hasta las codificaciones modernas, cuando razona que no sólo i'iie pleno valor ante la ausencia de la ley, o cuando está concorde con ella, Ino aun en contia de ella. He aquí su texto recogido en el Digesto, ley 32, títu-

l i i III. del libro I: "En aquellas causas que no usamos, de leyes escritas, convie-' •,uurde aquello que está introducido por uso y costumbre; y si éste faltase I MIKMII caso, se ha de guardar lo que es más próximo a la costumbre; y si aún

no hubiese, conviene observar el Derecho que se usa en Roma. La cos-11- inmemorial con razón se guarda como ley, y este es el Derecho que se liilrodueido por costumbre; porque como las mismas leyes por ninguna otra

W nos obligan sino porque ñieron recibidas por el consentimiento del pueblo; llliíi^n obligará con razón a todo aquello que sin constar por escrito aprobó el "¡lio; porque ¿qué más tiene que conste por escrito la voluntad del pueblo, liñuda por votos, que la declarada en hechos y costumbres? . Por lo cual (1(11 t-slá legítimamente recibido que se deroguen las leyes, no sólo por la

ísil del legislador, sino también por el no uso, por tácito consentimiento de

!• r i andes juristas que fimdamenta la grandeza del Derecho Romano, Iiguras tan relevantes como Servó la y Gayo en tiempo de Marco

I »e (iayo son las famosas Institutas que sirvieron luego de modelo a ' I iliniaiio, y un ejemplo de cómo en las escuelas creadas en Roma se

• I I )c-reeho Romano. El máximo jurista, reconocido por todos, fiie ' 'I' I lieinpo de Septimio Severo. Durante el gobiemo del emperador

' • oneedc la ciudadanía a todo el Imperio, y dará lugar a la vulgari-

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32 DR. JOSÉ REIG SATORRES

j j^ción del Derecho Romano; en este período destacan otros dos grandes juris­tas: Ulpiano y Paulo.

conjunto puede decirse, que durante el Principado Roma ha logrado unii ^adurez admirable de su Derecho, capaz de ser proyectado durante siglos a la j;|iumanidad entera. De Cervantes, en un esquema sencillo, nos presenta el si-águiente cuadro que unifica el viejo y clásico Derecho civil, rígido y formulari(). < on el Derecho más ágil como es el honorario y con él el Derecho de Gentes: líl Perecho civil es mitigado por la equitas; el parentesco civil, o agnatio, junto al -parentesco natural, o cognatio; el matrimonio civil, junto al matrimonio natural;

rígida propiedad romana, se mitiga con la propiedad natural; el testamento y Aíontratos del derecho estricto, junto a los contratos de buena fe, etc. y algo similar puede decirse en relación con las acciones procesales.

4. Imperio: Dominado (284 a.C.)

Ha sido opinión general considerar que, a partir de Diocleciano, se inicia un nuevo período en la Historia de Roma: El Dominado, también para algunos ol BOJ o Imperio.

La expansión imponente del Imperio, el apremio continuo por conservarlo, el desgaste inevitable de las instituciones, y la no despreciable cormpción de CON-lumbres en una heterogeneidad de pueblos, rehgiones, etc., fiie acusando poeo H poco un deterioro inevitable. Cuando Caracalla en el 212 -Constitución Arito-niniana- concede la ciudadanía universal a todos los habitantes libres del Inipo rio, puso sin duda la primera piedra de la decadencia, pues ya el orgullo dol ciudadano romano perdió su calidad. Por ejemplo, ya el ser miembro del niuni cipio en cualquier parte del Imperio, que luego concedía la ciudadanía, dejó d» ser apetecido y desde Diocleciano en adelante se vuelve ingrato, al ser rcs|i(m-sables de las recaudaciones fiscales.

Es manifiesto que desde mediados del siglo III, la crisis económica del Impelid se vuelve cada v e z más aguda. Se impuso la necesidad de una intensa bnroi ni-cia, para mantener la unidad y vigor del Imperio, esto frente a la esponlaiuidiiil y orgullo anterior de ser romano, fue síntoma manifiesto de decadencia. I'of estas, y muchas más razones, nos parece una deformación y falta de objclividwl histórica -sino sectaria-, la de quienes han querido identificar decadencia t ti|| cristianismo, siendo así que cuando éste logra aparecer liberado por ConslantiiiU (313 d.C.), luego de tanta persecución, el Imperio tenía ya síntomas claroN (|| decadencia, que era natural se agudizasen hasta su fm. Pidiendo prcsiadii l| terminología a la moderna metalurgia, seria "fatiga del metal".

E n cuanto a la evolución del Derecho, sigue su curso, y aunque las constiliielit' nes imperiales han asumido la prelación -son las leyes-, sigue en vigor lodo

II. PENSAMIENTO Y DERECHO CLASICOS 33

DBIXICIK) anterior, que ha quedado recogido en las obras y estudios de los juris^ i 'U i iN i i l l os -en el ius-. A estas fuentes se añaden las recopilaciones realizadas^ lliiN de ellas privadas: Código Gregoriano y Código Hermogeniano, y otra re^ IMi|illmión oficial: Código Teodosiano, realizado por Valentiniano III y Teodo^ *li) II en ()riente y Occidente en el 426. Es el codex, para los efectos de fiientes/

iNiimente, también, en este tiempo de dichos emperadores se dio la ley dé , i>or la cual se establecía que entre los cinco juristas más calificados en e i d o Romano: Papiniano, Paulo, Gayo, Ulpiano y Modestino, había que? Ii sus opiniones por los jueces, y en caso de duda entre ellos, prevalecía e lo de Papiniano. Esto es calificado por la hteratura posterior como uíi linee i miento de la ciencia jurídica, ya que natvirahnente circunscribía er , poi muy valiosos que fuesen, el desarrollo del Derecho que muy bieC»

w\i»\r otros autores.

H«( lili luna para la posteridad, y lógicamente para nosotros, está la magníficji ' 'Pdadora de Justiniano, ya caído el Imperio d j Occidente, al conservar^

I ( odigo las anteriores Constituciones de los Códigos Gregoriano > nlinio y Teodosiano, que completó y aclaró; el Digesto o Pandectas

' " I'' l'i doctrina de los juristas romanos; los Institutas como obra para lo^ •-iM.li i i i i f . . , imitando a Gayo; y las Novelas que completan las constitucioneí^

• N. l'ue una gran tarea del ilustre jurista Triboniano, fundamentahnen^

hí» de mayor trascendencia producido en este período del Dominado' Ihli' h o y en toda su perspectiva histórica, y en ese instante difícil de captaJT Iti Nii dimensión, fue la aparición del cristianismo. Por su relevancia, Ic m* opoiiimamcnte, ahora sirva indicar que cuando Constantino no sólo " •iMd a l i ristianismo, sino que le favorece, y siente la responsabilidad di? •, uimede el Edicto de Milán -aunque no hay acuerdo si es un edictc'

Ip, o eoiijiinto de disposiciones así conocidas-, por el cual se da dich^ di' luliiar a k)s cristianos o a la Iglesia, y se concede competencia judi" II ( l l i iNpos en igualdad de condiciones que a los demás jueces, y, a 1 nuil lapiieidad de manumitir esclavos. ,

IMiil/iit I611 de la Península Ibérica

aila(.;iiiesa, que por supuesto pretendía destruir la hegemom'a leiliierránco, revirtió contra Cartago. Con esa fmahdad de enfrea"

' " l i d o . e l 218 a.C. llega a la Península Cneo Escipión, se apodera dfiS I iiiaeonense, y poco a poco, rematando el propio Augusto, la Pe • ' l i i i j o el dominio absoluto de los romanos. Y como señala BravcP

n i x i a de la i'enínsula Ibérica iniciaba, sin saberlo, el principio de IcO ai l i i i|)ei ic) , se daba el primer paso hacia la formación del mmifi

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34 DR. JOSÉ REIG SATORRES

Paso definitivo de dicha romanización fiie la concesión por Vespasiano, alrede­dor del año 74 d.C., de la latinidad (ius latii) a todos los habitantes de la Penín­sula, con lo cual cuantos participasen en las fionciones edilicias o municipales, a su término, se les concedería la ciudadanía. Era una demostración del grado de identificación con Roma que había logrado el terrítorio, por lo que no sorpren­de, por decir lo máximo, los varios emperadores de origen ibérico.

Se completó esta identificación, si bien ya no era sólo para Iberia, sino para todo el mundo romano, con la Constitución Antoniniana dada por Caracalla el 212, concediendo la ciudadanía a todos los hombres libres del Imperio. Ello significó, nos dice Eyzaguirre, la derogación oficial de los Derechos indígenas c hizo desaparecer la antigua distinción entre ciudades indígenas y ciudades ro­manas. Pero esto supuso, sin duda, mayor complejidad juridica, ya que los vacíos de la ley romana en las ciudades indígenas hizo mantener sus costum­bres, con lo cual el Derecho Romano fiae provinciaUzándose y adaptándose a las necesidades locales, originando así un sistema nuevo denominado Derecho Romano vulgar, que, de hecho, iba dejando de lado los escritos de los grandes juristas de la época.

APÉNDICE

Sería un tanto inaudito -y mucho más en una digna Facultad de Jurispmdencia , pensar que el estudio del Derecho Romano seria equivalente para nosotros eo mo estudiar arqueología, pues no sólo por su cahdad y profimdo sentido juríd i co seria para estudiarlo, sino porque no puede concebirse a un buen profesional, profesor o investigador de nuestra carrera, que no tenga un buen conocimicnlo del Derecho Romano; primero, por la base jurídica que ello supone, y luego, porque ahondando en todas nuestras instituciones, se ve por todos lados un fun damento romano. Así que por formación intelectual, y por engarzarse con la grandes escuelas jurídicas que a través del tiempo han aparecido, siempre el Derecho Romano seguirá siendo el Derecho por excelencia.

E n nuestro caso particular, en que tenemos la materia de Historia del Derecho al principio de la carrera es imposible entender la terminología, el método y lii sistemática, si el estudiante no se familiariza antes con el Derecho Romano, yii que no capta los términos y los conceptos cuando se le va presentando la cvolu c i ó n del Derecho en el tiempo. Pues el Derecho Romano le adelanta lo que liin distintas materias doctrinales y positivas le irán ofreciendo en el pénsum. I n formación romana familiariza, desde el primer instante de la carrera, con lo sea: cosa, persona, obligación, contrato, sucesión, proceso, etc., y se enlia ni estudio de las demás materias con una visión general terminológica y coiui-p tual precisa, que es indispensable para un estudio serio.

II. PENSAMIENTO Y DERECHO CLASICOS 35

I or anecdótico, recuerdo hace unos años cuando un Rector -¡catedrático de ncrccho!- de una Umversidad, suprimió el Derecho Romano de su Facultad

por ser una materia que utilizaba el latín que ya no valía para nada" Por suerte pin a esa Universidad le sucedió en el Rectorado un Profesor ilusti-e, buen trata-jlisla de Derecho, y la pnmera medida que tomó fiie restituir la enseñanza del I Jeiecho Romano y bien enseñado. Estaba avergonzado de lo sucedido