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UNIVERSIDAD SIMÓN BOLÍVAR Decanato de Estudios de Postgrado Doctorado en Ciencia Política ECONOMÍA DE LA CULTURA Y PROCESO POLÍTICO: UNA PROPUESTA DE POLÍTICA CULTURAL PARA VENEZUELA Tesis Doctoral presentada a la Universidad Simón Bolívar por ALEJANDRO J. OROPEZA GONZÁLEZ Como requisito parcial para optar al título de Doctor en Ciencia Política Realizado con la asesoría del Profesor Marino José González Reyes, Ph.D. Julio, 2008.

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UNIVERSIDAD SIMÓN BOLÍVAR Decanato de Estudios de Postgrado

Doctorado en Ciencia Política

ECONOMÍA DE LA CULTURA Y PROCESO POLÍTICO: UNA PROPUESTA DE POLÍTICA CULTURAL PARA VENEZUELA

Tesis Doctoral presentada a la

Universidad Simón Bolívar

por

ALEJANDRO J. OROPEZA GONZÁLEZ

Como requisito parcial para optar al título de

Doctor en Ciencia Política

Realizado con la asesoría del

Profesor Marino José González Reyes, Ph.D.

Julio, 2008.

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i

Certifico que he leído esta Tesis Doctoral y la he encontrado aceptable en cuanto contenido

científico y lenguaje.

Prof. Marino José González Reyes, Ph.D. Sartenejas, julio 2008.

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ii

UNIVERSIDAD SIMÓN BOLÍVAR

Decanato de Estudios de Postgrado Doctorado en Ciencia Política

ECONOMÍA DE LA CULTURA Y PROCESO POLÍTICO: UNA PROPUESTA DE POLÍTICA CULTURAL PARA VENEZUELA

Esta Tesis Doctoral ha sido aprobada en nombre de la Universidad Simón Bolívar por el siguiente jurado examinador:

__________________________ Presidente

(Nombre y Firma)

__________________________

Miembro Principal – Externo (Nombre y Firma)

institución

__________________________ Miembro Principal (Nombre y Firma)

__________________________

Miembro Principal (Nombre y Firma)

__________________________ Miembro Principal (Nombre y Firma)

__________________________ Miembro Principal - Tutor

Marino José González Reyes

Fecha: 15 de julio de 2008.

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iii

Dedicatoria:

A mamá, solidaridad y apoyo a toda prueba. A mi hermano Eduardo Oropeza G. y a su señora Yanir Osuna, siempre presentes.

A mis primas: Mery Araujo de Barrón, Amira Piña G. y Madeleyn Turipe G. A mi dilecto amigo: Leonardo Azparren G., a la querida Herminia.

A mi hermano César Oropeza G. y familia. A mis tres “G” donde estén.

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iv

AGRADECIMIENTO

La culminación de esta Tesis Doctoral no hubiese sido posible sin la

colaboración de un conjunto de personas e Instituciones que me han apoyado y

estimulado. Parte de mi familia natural y esa segunda familia de amigos que nos

regala la vida, han sido determinantes para culminar esta meta. Mi tutor Doctor

Marino J. González R., fue en estos años apoyo incondicional, sin su guía y

solidaridad, imposible, ha sido un honor trabajar con él. La atención y respaldo del

profesor Doctor Federico Welsch, en el diseño del instrumental para la confrontación

y validación de las premisas y las largas conversaciones y reflexiones sobre nuestra

problemática realidad fueron y son acicate para llegar acá y seguir adelante, él ha

sido orientación y soporte para muchos de los que hemos pasado por estas aulas.

No hubiese sido posible escribir esta tesis sin la investigación realizada bajo la sabia

asesoría de la Doctora Lourdes Yero en el CENDES-UCV, bajo cuya dirección

presenté en 2000 el trabajo de grado con el cual obtuve la maestría en planificación

en esa institución, ella siempre será una guía de gran aliento por su calidad humana

y alto vuelo académico. La disposición de la empresa “Datanalisis” para contar con la

data requerida ha sido clave en la investigación, mi agradecimiento a la Junta

Directiva y a los señores: Lic. John Magdaleno y Octavio Sanz por su interés. He

tenido la suerte de contar para la validación de los supuestos y premisas de este

trabajo con un grupo de expertos del área cultural de primera línea, su atención,

dedicación e interés fueron clave para pensar que estábamos por el camino correcto.

Una palabra especial para el equipo de infatigables y siempre atentas trabajadoras

de la Coordinación de Ciencia Política en especial a Angelina Bernal. Mis sinceras

gracias a Herbert Koeneke, Omar Noria y Jesús Herrera, coordinadores de Ciencia

Política en mi paso por el doctorado. Finalmente, mi agradecimiento a mis socios de

la empresa Proroque, c.a., en La Quebrada, Trujillo, por entender y apoyar mis

ausencias; a Oswaldo Uzcátegui, su esposa Damarys y su hija Osmary por todo su

apoyo y cariño; al Sr. Hugo Uzcátegui y a su hija Vanesa Uzcátegui; a mis amigos de

Barquisimeto Daniel Ginaglia y su Sra. Madre Mercedes Hurtado; al Doctor Ángel

Ruiz; a mi dilecto amigo Luis Camacho por su apoyo incondicional para alcanzar esta

meta. Y a Luisa Richter, a tí... por siempre, gracias por todo....

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v

RESUMEN

Las dos últimas constituciones promulgadas en Venezuela en 1961 y 1999,

estipulan derechos culturales a los ciudadanos y la obligación del Estado de proteger

su ejercicio pleno y el patrimonio cultural de la nación. Ello valida la ingerencia oficial

en el hecho cultural a través de la implementación de políticas públicas, con el

objetivo de satisfacer dicho mandato legal y atender las necesidades y demandas

culturales de la sociedad venezolana. Sin embargo, se aprecian síntomas de una

situación que pareciera no corresponderse con tales basamentos formales de la

acción pública cultural, entre los que destacan: una erosión y/o detenimiento del

proceso de conformación y reproducción del capital cultural, bajos niveles de

consumo cultural, una oferta cultural de bienes y servicios no adecuada a las

demandas de los consumidores y el diseño e implementación de políticas culturales

que no consideran la realidad problemática presente como base para el diseño de la

acción política. De allí la existencia de un proceso político que no aparece como

pertinente.

Se plantea la investigación proponer los lineamientos generales que

fundamentaran una política pública para el país, partiendo de: un concepto operativo

de cultura basado en la “Teoría de la Economía de la Cultura”, las características del

sistema político nacional y la teoría y estado del arte en la materia; desde la

identificación y descripción de la situación problemática, el proceso de conformación

de la agenda y el análisis de la realidad política singular de la acción pública.

Finalmente, se confrontan las premisas y supuestos que basan la propuesta con

expertos y decisores venezolanos del sector cultural para determinar el grado de

pertinencia de la propuesta resultante y los grados de consenso o disenso que la

misma pudiese generar.

Palabras Claves: Proceso político. Política Cultural. Mercado, oferta y

demanda cultural. Derechos Culturales. Capital y Memoria Cultural.

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vi

ÍNDICE GENERAL

AGRADECIMIENTO iv 

RESUMEN v 

ÍNDICE GENERAL vi 

ÍNDICE DE CUADROS ix 

ÍNDICE DE FIGURAS xi 

ÍNDICE DE GRÁFICOS xiii 

LISTA DE SIGLAS Y ABREVIATURAS xiv 

INTRODUCCIÓN 1 

1.  Planteamiento del Problema 5 2.  ¿Cuál es el Problema? 8 3.  La Situación Problemática. 11 3.1  Caracterización de la Situación Problemática 15 3.1.1  Consumo Cultural 15 3.1.2  Potencialidad de demanda 16 3.1.3  Preferencia respecto de la procedencia de las actividades ofertadas 18 3.1.4  Receptividad potencial del incremento de la oferta 19 3.1.5  Factores asociados al comportamiento de las variables previas 19 3.1.6  Asociaciones entre variables con base a los resultados obtenidos 20 4.  Justificación de la Investigación 23 5.  Objetivos 24 5.1  Objetivo General 24 5.2  Objetivos Específicos 24 6.  Hipótesis de Trabajo 25 7.  Instrumentación Metodológica 27 7.1  Fases de la investigación 27 7.1.1  Fase I 27 7.1.2  Fase II 29 7.1.3  Fase III 30 7.2  Aplicación del Método Delphi 30 

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vii

7.2.1  Justificación del Método Delphi 31 7.2.2  Definición del Problema y Objetivos 31 8.  Referencia Descriptiva Capitular 32 

I  CAPÍTULO I POLÍTICAS PÚBLICAS Y POLÍTICA PÚBLICA CULTURAL 34 

1.  Sistema Político 35 1.1  La noción de Modelo 39 2.  Análisis de Políticas Públicas y Proceso Político. 42 2.1  El Proceso de Conformación de la Agenda 50 2.2  Formulación, Rediseño y Cambio de Políticas 70 2.2.1  Una aproximación a la cultura en el análisis de políticas públicas 74 2.2.2  Estado y Proceso Político 78 Alcance 82 2.3  Gestión y Evaluación de Políticas 83 3.  Desempeño y Cambio Institucional 96 4.  Política Pública Cultural 101 4.1  Tipos de políticas culturales 118 5.  La Legitimidad de la Acción Política Cultural del Estado Venezolano 132 

II  CAPÍTULO II TEORÍA DE LA CULTURA 142 

1.  Teoría de la Cultura 142 1.1  El Concepto de Cultura 155 1.2  Cultura y política pública 164 

III  CAPÍTULO III ECONOMÍA DE LA CULTURA 167 

1.  El Mercado, la Oferta y la Demanda 196 2.  Modelo de Proceso Cultural y Mercado, Oferta y Demanda Cultural 206 3.  Demanda Cultural e Industrias Culturales 232 4.  La Globalización como variable 234 4.1  Globalización y Políticas Públicas Culturales 235 4.2  Globalización y Consumo Cultural: Participación y Nueva Ciudadanía 242 

IV  CAPÍTULO IV POLÍTICA Y POLÍTICA CULTURAL EN VENEZUELA UNA REVISIÓN ANALÍTICA 258 

1.  El Sistema Político Venezolano. 259 

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viii

2.  El Sistema Político Cultural en Venezuela 289 2.1  La política Cultural en Venezuela a partir del año 2000 294 

V  CAPÍTULO IV PROPUESTA DE LINEAMIENTOS GENERALES DE UNA POLÍTICA CULTURAL PARA VENEZUELA CONFRONTACIÓN Y VALIDACIÓN 325 

1.  La Propuesta 325 1.1  Carácter Democrático y Subordinación Constitucional 328 1.2  Acción Política y Consumo Cultural 340 1.2.1  Percepción de la Oferta 342 1.2.2  Tradición en el Consumo 343 1.2.3  Rol Desempeñado por los Medios de Comunicación Social 344 1.2.4  Conocimiento e Identificación de y con los Creadores Culturales 346 1.2.5  Condiciones Socioeconómicas 347 1.2.6  Niveles de Participación Comunitaria 349 1.2.7  Precio de los Bienes y Servicios Culturales 350 1.3  La globalización y las Industrias Culturales 358 1.4  La problemática de los indicadores 378 2.  Validación y Confrontación de las Premisas que Soportan la

Propuesta 384 2.1  Resultados de la Consulta 386 2.1.1  Parte I. Frecuencias Porcentuales de las Respuestas 388 2.1.2  Parte II. Los aportes y observaciones de los expertos: 395 

VI  CAPÍTULO VI CONCLUSIONES 403 

BIBLIOGRAFÍA 415 

ANEXO I 428 

SECCIÓN DE PREGUNTAS: 431 

ANEXO II 435 

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ix

ÍNDICE DE CUADROS

Cuadro I.1 Resultados Generales. Dimensiones: Consumo – Potencialidad de Demanda (Subvariables) 17

Cuadro I.1 Elementos del marco conceptual explicativo 71

Cuadro I.2 Criterios de Evaluación 94

Cuadro I.3 Criterios de Evaluación 95

Cuadro I.4 Formas y Modos de Evaluación en función de Proceso y Mensurabilidad 96

Cuadro I.5 Estilos y tendencia de planificación y administración de actividades culturales Criterio: Desarrollo Cultural igual a Crecimiento Cultural. 106

Cuadro I.6 Estilos y tendencia de planificación y administración de actividades culturales. Concepción: Desarrollo Cultural como Proceso de Nivelación Cultural. 107

Cuadro I.7 Políticas culturales: paradigmas, agentes y modos de organización 113

Cuadro I.8 Matriz básica de circuitos culturales. 123

Cuadro IV.1 Principales Problemas del País. (Total menciones) Nov. 2004 – Jul 2005– Oct 2005. 277

Cuadro IV.2 Principales Problemas del País (Primera Mención) (Nov 2003 / Oct 2005) 277

Cuadro IV.3 Beneficiarios de Programas de Acción Directa (respuesta espontánea – solo afirmativas) (Misiones) (Ago 2004 / Mar 2006) 282

Cuadro IV.4 Beneficiaros de Programas de Acción directa (Se mencionaron los programas al preguntar al encuestado) (Misiones) (Mar 2004 / May 2005 / Oct 2005) 283

Cuadro IV.5 Comparativo de Promedios Principales Problemas del País / Beneficiarios de Programas de Acción Directa (Misiones) (Nov 2004 / Oct 2005) 284

Cuadro IV.6 Comparativo de Presupuesto Sector Institucional Cultural Subvenciones / Aportes Nominal, Real (Base 1997) (1999 /

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x

2005) 313

Cuadro IV.7 Comparativos Presupuesto CONAC (nominal) y Subvenciones / Aportes (1988 / 1994) 314

Cuadro IV.8 Comparativo: Presupuesto del Sector Institucional Cultural (nominal – real) con Subvenciones / Aportes a beneficiarios (1999 / 2005) 318

Cuadro V.1. Expertos y Personalidades del Sector cultural a las cuales se Consultó las Premisas y supuestos de la Propuesta 388

Cuadro V.2 Frecuencias % Pregunta I.1. 389

Cuadro V.3 Frecuencias % Pregunta I.2. 389

Cuadro V.4 Frecuencias % Pregunta I.3. 390

Cuadro V.5 Frecuencias % Pregunta I.4. 391

Cuadro V.6 Frecuencias % Pregunta I.5. 391

Cuadro V.7 Frecuencias % Pregunta I.6. 393

Cuadro V.8 Frecuencias % Pregunta I.7. 393

Cuadro V.9 Frecuencias % Pregunta I.8. 394

Cuadro V.10 Frecuencias % Pregunta I.9 395

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xi

ÍNDICE DE FIGURAS

Figura I.1 Modelo de Política Planteado 14

Figura I.2. Modelo de Política Conclusivo 22

Figura I.1 Elementos del sistema político 37

Figura I.2 Eje del Análisis de la Política Pública Cultural en Venezuela, 49

Figura I.3 Proceso de Conformación de la Agenda 66

Figura I.4 Curva de Alcance y Desempeño Institucional del Estado 81

Figura I.5 Funciones del Estado (Alcance) 81

Figura I.6 Relación Alcance/Desempeño Institucional (salud pública, seguridad social y política industrial) 82

Figura I.7 Estructura Interna de una Política Metáfora de la Estructura de una Política 84

Figura I.8 Los Tipos de Evaluación 92

Figura III.1 Esquema del Consumo – Condicionantes 195

Figura III.2 Curva de Demanda 199

Figura III.3 Curva de Demanda Desplazamiento de la curva por efecto del incremento del Ingreso 200

Figura III.4 Curva de Oferta 202

Figura III.5 Curva de Oferta Desplazamiento por efecto de la disminución de los costos de producción 203

Figura III.6 Equilibrio de Mercado Exceso de Demanda 204

Figura III.7 Equilibrio de Mercado Exceso de Oferta 205

Figura III.8 Proceso de Creación del capital cultural 209

Figura III.9 El mercado cultural Comportamiento esperado de la demanda cultural 214

Figura III.10 El mercado cultural Comportamiento esperado de la demanda cultural por efecto del incremento del ingreso 216

Figura III.11 El mercado cultural Comportamiento esperado de la demanda cultural por efecto del incremento del ingreso 220

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xii

Figura III.12 El mercado cultural Situación de adecuación de la oferta cultural 222

Figura III.13 Concepción Estratégica 255

Figura IV.1 Modelo de Representación del Sistema Político Venezolano 268

Figura IV.2 La Política Cultural en Venezuela Política tradicional 322

Figura IV.3 La Política Cultural en Venezuela. El estímulo de la Demanda como Línea Política 324

Figura V.1 Relación Demanda-Consumo/Adecuación de la oferta. 352

Figura V.2 Modelo de Selección de Indicadores 384

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xiii

ÍNDICE DE GRÁFICOS

Gráfico IV.1 Principales Problemas del País (Opinión) Nov 2003 / Oct 2005. 278

Gráfico IV.2 Comparativo de Promedios de Principales Problemas del País vs. Beneficiarios de Programas de Acción Directa 285

Gráfico IV.3 Variación % Aportes y subsidios (2000 – 2005) 313

Gráfico IV.4 Variación % Presupuesto: Nominal y Real (1999 / 2005) 315

Gráfico IV.5 Número de Beneficiarios Aportes / Subsidios (1999 – 2005) 316

Gráfico IV.6 Variación % Beneficiarios de Aportes / Subsidios (2000 – 2005) 316

Gráfico IV.7 Variación % Aportes con respecto del porcentaje con el Presupuesto anual (2000 – 2005) 318

Gráfico IV.8 % de Aportes respecto del Presupuesto Anual. Comparativo (1988 – 1994) y (1999 – 2005) 319

Gráfico IX.1 Pregunta I.1. 436

Gráfico IX.2 Pregunta I.2. 436

Gráfico IX.3 Pregunta I.3. 437

Gráfico IX.4 Pregunta I.4. 437

Gráfico IX.5 Pregunta I.5. 438

Gráfico IX.6 Pregunta I.6. 438

Gráfico IX.7 Pregunta I.7. 439

Gráfico IX.8 Pregunta I.8. 439

Gráfico IX.9 Pregunta I.9. 440

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xiv

LISTA DE SIGLAS Y ABREVIATURAS

Sigla o abreviatura Significado

AD Acción Democrática

ALECSO Organización Árabe para la Educación,

la Cultura y la Ciencia.

CLACDEC Centro Latinoamericano y del Caribe

para el Desarrollo Cultural.

CENDES Centro de Estudios del Desarrollo.

CEPAL Comisión Económica para América

Latina.

CONAC Consejo Nacional de la Cultura.

COPEI Comité Político Electoral Independiente.

COPRE Comisión Presidencial para la Reforma

del Estado.

CORDIPLAN Oficina Central de Coordinación y

Planificación de la Presidencia de la

República.

DGS Dirección General Sectorial.

FMI Fondo Monetario Internacional.

IABN Instituto Autónomo Biblioteca Nacional.

IIP Índice Implícito de Precios.

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xv

INCIBA Instituto Nacional de Cultura y Bellas

Artes.

IPC Índice de Precios al Consumidor.

ISLR Impuesto Sobre la Renta.

IVA Impuesto al Valor Agregado.

MINDUR Ministerio de Desarrollo Urbano.

MVR Movimiento V República.

PIB Producto Interno Bruto.

PCCC Propensión Creciente del Consumo

Cultural

PNUD Programa de las Naciones Unidas para

el Desarrollo.

PTB Producto Territorial Bruto.

RDA República Democrática Alemana.

RFA República Federal Alemana.

UCV Universidad Central de Venezuela.

UNESCO Organización de las Naciones Unidas

para la Cultura, la Educación, la Ciencia

y la Tecnología.

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INTRODUCCIÓN

“La poesía no es de quien la escribe sino de quien la necesita.” Con esta

afirmación, responde “El Cartero” ante el airado reclamo de Pablo Neruda por haber

copiado y enviado sus versos a la bellísima italiana de la que éste, el cartero, está

enamorado. Ante semejante respuesta Neruda opta por callar. Esta escena sucede

en la película “Il Postino”1

La afirmación del cartero es relevante en el ámbito de la cultura que relaciona

al creador con quien disfruta su obra. Dicha relación es uno de los paradigmas que

fundamentan esta investigación, el cual es que en la relación creador-obra-

disfrutante, ocurre una separación entre el autor y la obra que es disfrutada

(apropiada) por un tercero. En ese momento la obra es reelaborada utilizando las

herramientas disponibles para hacerla suya, transformándose en parte de su acervo2

cultural individual y divorciada de su creador.

Esta acción de apropiación es el punto de partida de la investigación. A partir

de dicha acción evolucionan diversos hechos que conformarán el entramado

valorativo-cultural y simbólico de una sociedad, de una nación. Ese acto es particular

y requiere de dos elementos para que suceda: la obra y el tercero que la disfruta.

Obsérvese que el creador no es considerado como indispensable para que se

suceda el acto de apropiación; más aún, en la mayoría de las oportunidades está

ausente.

En la apropiación de una creación estamos ante un acto que requiere

decisiones de una pluralidad de actores; y, una caracterización particular de “eso”

1 La película “Il postino” fue producida en 1994, dirigida por Michael Radford. El personaje de Pablo Neruda fue representado por Phillip Penoiret y el del cartero por Massimo Troisi, fallecido al poco tiempo de concluir el filme. “Il Postino” fue nominada al premio de la academia “El Oscar”, como mejor película extranjera en 1995. 2 Entendemos en este punto este “acervo” con base en la definición dada por el DRAE como “Conjunto de bienes morales o culturales acumulados por tradición o herencia”, extendemos los medios para que suceda dicha acumulación, además de la tradición o la herencia, a la adquisición de tales bienes culturales a través de la contemplación y disfrute usando las herramientas que cada individuo posee para apropiarse de tales.

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2

que puede ser apropiado e integrar el acervo de una persona. Tal acto ocurre en un

ámbito social de interrelación mínima; y, amerita un conjunto de supuestos para que

se suceda, que van desde la creación misma de la obra, la posibilidad de que esta

sea generada, el acceso a la misma, hasta la disposición y capacidad para la

apropiación que se posea. Sin olvidar que, punto clave, el Estado regularmente

interviene o pretende intervenir en el ámbito social donde tales interrelaciones se

suceden, a través de la formulación de Políticas Públicas Culturales.

Se identifican tres componentes en el acto de apropiación, a saber:

La obra3.

El tercero que la disfruta.

El Estado.

El Estado a través de las políticas culturales, interviene en el ámbito social en

donde se suceden las interrelaciones que suponen el acto de apropiación, regulando

los mecanismos que permiten el intercambio, estimulando la generación de obras,

facilitando la posesión de herramientas para el disfrute y estableciendo el marco legal

que tenga por objetivo al ámbito social en donde se sucede toda esta actividad: la

cultura.

Establecer como elemento determinante al ámbito social en donde se realiza

la interrelación que determina la apropiación de la obra, toca ya la definición que se

propone como marco de referencia para la conceptualización de cultura, la cual

contempla como eje el equilibrio que debe existir entre los componentes del

concepto.

La consideración del proceso de interrelación entre la obra creada y el tercero

que la disfruta y la apropia, en un ámbito social definido, remite a una concepción de

cultura, como objeto de la acción pública basada en un equilibrio entre una oferta

presente y la demanda de un conjunto de personas dispuestas a apropiarse de tal

oferta e incrementar su acervo cultural, es decir, su capital cultural.

3 Desde la perspectiva planteada en la investigación se entiende “la obra”, como componente del acto individual de apropiación, abarcando bienes y servicios culturales generados por un proceso racional de creación por parte de los productores/generadores de la misma pero, es de advertir, el proceso de apropiación se encuentra totalmente divorciado de los productores y/o generadores de “la obra”.

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3

El criterio conceptual que guía esta investigación es esta concepción de

cultura, que asume como realidad una interrelación entre la oferta cultural y la

demanda presente, como elementos del ámbito social (mercado) en donde ocurren

los intercambios. Concepción operativa que permite la mensuración de la cultura y la

posibilidad de monitorear y evaluar la acción política del Estado.

De tal perspectiva conceptual deviene la caracterización de la situación

problemática cultural del país y las propuestas que se formulan. Todo ello atendiendo

a un marco referencial ineludible definido por el Estado venezolano, integrado por su

actividad en el sector cultural, manifestada en la formulación de políticas públicas

culturales y en la promulgación de un ordenamiento jurídico-legal positivo que regula

la acción de los actores involucrados en los procesos de apropiación aludidos.

Esta actividad del Estado venezolano supone un criterio básico sobre el hecho

cultural y una concepción general de cultura. Esta concepción general y los criterios

de desarrollo cultural que sirven de base, tienen lugar en una variada gama de

ámbitos en los cuales acaecen activas interrelaciones entre los diversos actores

sociales públicos y privados. Todo ello refleja la acción política y los impactos que

sobre las situaciones problemáticas tienen las políticas públicas culturales, lo que

permite verificar si se producen o no los efectos perseguidos, si se alcanzan o no y

en qué niveles los objetivos trazados. Entonces, emerge la acción política del Estado

en el sector cultural como clave en el proceso de conformación, defensa y

reafirmación de las identidades nacionales, lo que se detalla en el Capítulo II.

De allí el reconocimiento de que el Estado entiende al sector cultural como

relevante y lo concibe como instrumento para alcanzar fines, vale decir, susceptible

de ser administrado políticamente. Por tal razón es fundamental determinar cuáles

han sido y son las características de dicha acción política y los paradigmas de

desarrollo cultural que conducen y orientan el proceso político encaminado a la

generación de políticas públicas culturales orientadas a satisfacer las necesidades y

a garantizar el ejercicio de los derechos culturales de la población y cumplir los fines

del Estado.

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4

Al observar el proceso político cultural in situ es necesario caracterizarlo y

describirlo en atención a los objetivos que persigue, los cuales, a su vez, deberían

obedecer a criterios paradigmáticos de desarrollo precisos, todo ello para ubicar los

factores que impactan sobre el proceso. Factores de diversa índole y procedencia:

económicos, políticos, sociales, culturales, internacionales; la identificación de estos

factores facilitará la explicación del proceso político en general y en particular, del

cultural.

La aprobación de un nuevo marco constitucional en diciembre de 1999,

promueve la redefinición de nuevas competencias y fines del sector público

venezolano. También abre la posibilidad de adecuar diversas áreas de la política

pública a los nuevos criterios y razones de Estado.

La cultura en la nueva Constitución Nacional de la República Bolivariana de

Venezuela, recibe atención sustantiva al definirse los ejes sobre los cuales se va a

mover el instrumental de la acción política estatal. Ejes que sustentan el ciclo del

hecho cultural, que va desde la creación cultural, hasta la protección del patrimonio

cultural nacional; es decir, se observa una plataforma sobre la cual es posible, y

necesario, el diseño de acciones políticas. Pero, surgen las interrogantes: ¿acciones

políticas orientadas a alcanzar qué?; se podría responder: a alcanzar un desarrollo

cultural. Y preguntamos nuevamente, ¿un desarrollo cultural para qué, con cuáles

características? Más aún, en este nuevo marco constitucional ¿en qué diferirá, si

efectivamente difiere, la acción política a implementar a partir de ahora, con la que se

ha venido aplicando desde la promulgación de los instrumentos jurídicos en los años

60? Y, finalmente, ¿es pertinente la construcción de nuevos conceptos operativos

que permitan el análisis y la evaluación de las políticas culturales, para verificar

impactos y resultados?

Cuando se hace referencia a novedosas construcciones conceptuales se

refiere un punto clave que atraviesa transversalmente la investigación, el cual es la

operacionalización del concepto de cultura considerando la relación-equilibrio entre

el conjunto de obras generadas por los creadores culturales (oferta), y la

disponibilidad y capacidad para ser apropiadas por la sociedad (demanda-consumo).

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5

En este sentido, se propone un concepto que permita considerar el hecho que

implica la cultura, como objetivo del proceso político encaminado a producir políticas

públicas, con el fin de solucionar y/o satisfacer las necesidades culturales de la

población. El señalamiento entraña la posibilidad de considerar a la cultura como

problema público (según la definición considerada en la sección 2 del Capítulo I);

vale decir, mensurarla para así poder establecer parámetros de evaluación y análisis

de la política pública cultural del Estado venezolano. Política pública que obedece y

encuentra su legitimidad operativa en variados instrumentos de carácter formal-

jurídico y doctrinal que le otorgan la posibilidad de acción al Estado sobre la materia.

Seguidamente se considerarán en detalle los elementos sobre los que se basa

la propuesta y el andamiaje metodológico diseñado para cumplir los objetivos de la

investigación.

1. Planteamiento del Problema

La acción política cultural del Estado venezolano ha de poseer una definición

de cultura como base de las decisiones políticas a tomar. Asimismo, la acción del

Estado ha de tener lugar e impactar en ámbitos sociales donde se articulan las

interrelaciones entre los componentes involucrados: la obra, el tercero que la disfruta

y el Estado.

Las interrelaciones aludidas generan y simultáneamente, reciben impactos

que inciden sobre la propia realidad y sobre otras realidades. Estas realidades

propias y ajenas, pueden llegar a ser objeto de políticas públicas, al ser parte de la

agenda gubernamental. De ser así la realidad que nos ocupa en esta investigación:

la cultural, puede llegar a ser objeto de la acción política del Estado, entonces, es

pertinente verificar si los efectos que persiguen producir tales políticas se producen o

no, y en qué medida.

Entonces, es importante conocer cuáles han sido y son las características de

la acción política oficial, las definiciones sobre las que se han asentado dichas

decisiones y los paradigmas de desarrollo cultural que han orientado al proceso

político cultural.

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6

Como será detallado en su oportunidad, los conceptos y definiciones que han

servido de base a la acción política del Estado venezolano y a las promulgaciones

legales efectuadas, han sido de suyo, generalísimas, pretendiendo abarcar toda la

actividad humana, lo cual si bien es cierto en el ámbito antropológico de una

definición muy amplia de cultura, no lo es menos el hecho de que una definición que

ha de servir de base a una política pública cultural debe circunscribirse, en lo posible,

a los límites dentro de los cuales el sistema político cultural opera. De allí una

necesidad: la de operacionalizar un concepto de cultura, considerada como problema

público, que sirva de fundamento a una política pública cultural, para que pueda ser

observable el resultado de la acción pública.

Es necesario ubicar los fundamentos que legitiman la acción política cultural

del Estado, en atención a una concepción de cultura operacionalizada como la

propuesta, que haga viable el ejercicio, validación, evaluación y análisis de la política

pública.

La operacionalización del concepto de cultura es uno de los pilares sobre los

que se sustenta la investigación. Pero, ¿De qué criterios hacer uso para formular un

concepto operativo de cultura, que permita según Manheim y Rich (1986), obtener un

indicador? 4 Se ha afirmado que el acto de disfrute de una obra supone una

interrelación entre la obra y un tercero. Desde esta perspectiva, la obra es una

producción del creador o creadores, en la cual se ha invertido una variada gama de

recursos para su elaboración y/o reproducción, que es ofertada a un público para su

consumo. Este consumo no constituye un acto inmediato y finito. El consumo cultural

implica un proceso de reelaboración individual del bien por parte del consumidor, el

cual utiliza en dicho proceso las herramientas disponibles adquiridas a lo largo de su

vida 5 . Así, luego de dicho proceso de reelaboración, el bien consumido (y

reelaborado) entrará a formar parte de su acervo, de su capital cultural.

4 Según los autores lo que significa operacionalizar un concepto es “…la especificación de un conjunto de procedimientos que se han de seguir o de operaciones que se han de efectuar para obtener un indicador empírico de la manifestación de un concepto en un caso determinado” (Manheim y Rich, 1986: 70). 5 Desde esta perspectiva el consumidor-reelaborador se convierte encontes en productor en sí mismo, siendo esto así estamos frente a otro momento y a otro mercado.

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7

La afirmación implica apreciar la relación entre obra (bien o servicio cultural) y

quien la disfruta (demandante-consumidor) desde una perspectiva de equilibrio entre

oferta y demanda cultural, vale decir haciendo uso de una perspectiva económica, no

reduccionista, de la cultura. Este planteamiento será objeto de explicación en el

Capítulo II, al considerar la temática de la “economía de la cultura”.

Ahora bien, en esta relación de equilibrio/desequilibrio entre la oferta y la

demanda cultural, es de interés particular la demanda cultural en Venezuela como

problema público. Este elemento que delimita la propuesta, la consideración de la

demanda como problema público, conlleva las afirmaciones siguientes.

En primer lugar, que existe una situación en Venezuela que se constituye en

problema público cuyo centro de atención es la relación oferta-demanda, focalizando

la atención en la demanda cultural; entonces, existe una realidad no deseable que es

necesario modificar: una oferta de bienes y servicios culturales producida bajo el

auspicio del Estado que al no ser consumida en niveles aceptables por la población

dificulta el pleno ejercicio de los derechos culturales consagrados en el ordenamiento

legal nacional. En segundo lugar, que dicha situación problemática es susceptible de

ser caracterizada, descrita y mensurada, pudiéndose identificar los factores

asociados a la misma, jerarquizarlos y describirlos. En tercer lugar, que la situación

problemática puede ser objeto de la acción decisoria del Estado mediante la

formulación de políticas públicas que persigan modificarla. Y, finalmente, que la

política pública pueda ser evaluada, monitoreada y analizada con el objeto de

determinar la calidad del impacto resultante de la acción política estatal.

Al operacionalizar el concepto de cultura desde una perspectiva económica,

no reduccionista, se está considerando la existencia de un ciclo demanda-oferta

cultural. Es decir, se aplican a la cultura los principios que rigen el razonamiento

económico, efectuando los correspondientes ajustes atendiendo las particularidades

de los componentes del ciclo: la demanda y la oferta cultural.

Considerar el ciclo oferta-demanda cultural es un punto determinante de la

investigación, lo que permite observar la situación, características y comportamiento

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8

de la demanda y la oferta cultural en Venezuela como problema público y los

sistemas de política (factores asociados) que explican la situación problemática.

Todo ello implica considerar la demanda cultural como objeto de la acción

política del Estado y, consecuentemente, como objeto de las políticas públicas que

éste formule con el objetivo de propender a un sano equilibrio entre ambos

componentes. Por tanto la relación oferta-demanda cultural es asumida como

problema susceptible de atención política.

2. ¿Cuál es el Problema?

El problema que ocupa a la investigación es la ausencia de una política

pública cultural que, basada en un concepto operativo de cultura, tenga por objetivo

atender las fallas presentes en el mercado cultural de bienes y servicios en

Venezuela. Los bajos niveles de demanda-consumo cultural existentes en la

sociedad venezolana, característicos de dicha realidad, se pueden asociar a dos

escenarios no deseados: a) la contracción sucesiva del capital cultural; b) el

estancamiento en la expansión del capital cultural nacional. Ambos escenarios hacen

esperar una erosión y/o un retroceso en la reproducción de los contenidos simbólico-

identitarios de la nación 6 . En este contexto, es de esperar dificultades en la

ciudadanía para el ejercicio de los derechos culturales.

Se observa en el país, con énfasis desde mediados de los años 80, una

política pública con acento en el estímulo de la producción de bienes y servicios

culturales (oferta), delegando en los creadores y en instituciones privadas y mixtas,

subvencionadas por el Estado, el diseño de estrategias destinadas a estimular la

demanda cultural. Ello generó la convicción que tales instituciones y creadores

estaban en capacidad de diseñar, implementar y evaluar estrategias orientadas a

estimular y satisfacer la demanda cultural y a diversificarla, aplicando metodologías a

fin de adecuar y direccionalizar buena parte de la oferta cultural subvencionada.

6 Esta situación deviene en problema público en virtud de las atribuciones que el Estado venezolano posee en materia cultural estipuladas en la Carta Magna promulgada en 1999, lo cual es analizado en detalle en la Sección 5 del Capítulo I: La legitimidad de la acción política del Estado venezolano.

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Esta estrategia política más que satisfacer necesidades culturales, estimuló el

incremento de la “demanda financiera” de las instituciones productoras de bienes y

servicios culturales hacia el Estado. “Ello se evidencia en el incremento de los

subsidios otorgados por el CONAC, cuyo monto pasó de Bs. 55.351.600,00 en 1988,

a Bs. 3.266.585.229,35 en 1994; de la misma manera el número de instituciones

subvencionadas se incrementó de 395 en 1988, a 1.264 en 1994” (Oropeza G., 1997:

164), esta tendencia expansiva tanto de la inversión en subsidios como de la

cantidad de instituciones es constante. En el año 2000 el monto de los subsidios

otorgados fue de Bs. 11.168.568.338,00 y la cantidad de instituciones subsidiadas

fue de 669. En 2005 el monto de aportes y subsidios se ubica en Bs.

47.000.000.000,00 y las instituciones beneficiarias ascienden a 2.528. Bajo este

escenario se ha generado una oferta que no satisface la demanda, prueba de ello es

el bajo consumo cultural existente en la población.

La asociación esperada entre expansión de la oferta y estímulo de la demanda

no tuvo lugar, emergiendo un bajo nivel de consumo cultural en la población y,

consecuentemente, bajos niveles de participación y uso del espacio comunitario,

entre otras problemáticas asociadas.

El problema comprende dos extremos. En primer lugar, la inexistencia de un

equilibrio entre la oferta y la demanda cultural. En segundo lugar, consecuencia del

anterior, el ejercicio precario de los derechos culturales consagrados en la

Constitución; así como, al menos, el estancamiento del proceso de conformación y

reproducción del capital cultural nacional. De estos ámbitos surge la necesidad de

diseñar nuevas políticas públicas cuyos lineamientos generales es preciso definir en

atención al mandato legal, los fines del Estado y las problemáticas detectadas. Estos

lineamientos políticos han de ser validados a través de una metodología pertinente.

Emerge entonces, la necesidad de analizar la política tradicional diseñada e

implementada a los largo de los años que, al parecer, traduce un entramado ineficaz

de la inversión pública al no cumplirse los objetivos de la acción política cultural, lo

que conduce a una contracción del consumo cultural y a la erosión o estancamiento

del capital cultural.

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En general, no han existido políticas culturales fundamentadas en estudios

previos que identifiquen las necesidades de la población (demanda); y, partiendo de

esta premisa, que estimulen la producción de bienes y servicios culturales (oferta).

Esta realidad pudiese obedecer a la resistencia que tradicionalmente se posee en los

predios culturales de observar la problemática cultural desde una perspectiva

económica; quizás los impactos de la globalización y de las industrias culturales

multinacionales en el mercado cultural nacional tengan efectos sobre esta

resistencia.

Es necesario advertir que el alcance de esta investigación se circunscribe y

limita, además de los objetivos planteados, a la acción política que el Estado

venezolano está llamado a realizar en función del mandato legal que el ordenamiento

jurídico le otorga.

Entonces, el planteamiento del problema se encuentra compuesto por cuatro

dimensiones que, a su vez, sirven de premisas para la hipótesis de trabajo planteada

y los objetivos de la investigación. Tales dimensiones del problema son:

Primero, la ausencia de un concepto operativo de cultura que permita observar

la realidad cultural de la sociedad venezolana, lo que impide su caracterización y

descripción, a través del diseño y manejo de los indicadores correspondientes.

Segundo, bajos niveles de satisfacción de la demanda y necesidades

culturales en la población. Tal dimensión del problema implica un precario ejercicio

de los derechos culturales y un estancamiento, o contracción del proceso de

conformación y reproducción del Capital Cultural nacional.

Tercero, el proceso político cultural del Estado venezolano no se encuentra

orientado a satisfacer las necesidades y demandas culturales, ni a garantizar el

ejercicio de los derechos culturales, lo que conduce a un estancamiento o

menoscabo sucesivo en los procesos de reafirmación identitaria de la sociedad.

Por último, para confrontar y validar la propuesta, es necesario diseñar un

instrumento (entrevista semiestructurada), el cual será aplicado a un grupo de

personalidades del sector cultura.

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11

En conclusión, nos encontramos ante dos espectros de una realidad. Primero,

un problema: la ausencia de una política cultural cuyo objetivo sea atender una

situación problemática. Segundo, una realidad problemática, cuya atención debe

erigirse como objetivo de una nueva política cultural: la existencia de fallas en el

mercado cultural venezolano y, consecuentemente, bajos niveles de demanda-

consumo cultural en el país, con las realidades emergentes a ello asociadas.

3. La Situación Problemática.

La existencia de fallas en el mercado cultural emerge como la situación

problemática, que debe ser objeto de la política pública cultural y, asociado a esta

realidad se encuentran los bajos niveles de consumo cultural presentes en la

sociedad.

Amplios sectores de la sociedad venezolana se encuentran afectados por esta

problemática. Pero, surge una circunstancia adicional, estos amplios sectores de la

sociedad necesariamente no son conscientes del problema que les afecta, ni de sus

implicaciones inmediatas; si bien acusan la problemática, el impacto de la misma no

es dramático, no es directo, como es sentida la problemática del desempleo o de la

inseguridad personal, por ejemplo. Todo esto define un tipo de necesidad que,

presente en la población, no emerge de manera contundente al no estar la sociedad

en su conjunto, consciente de la misma, ni de sus implicaciones. Este punto será

profundizado al considerar el tema de la conformación de la agenda.

Ahora bien, el hecho de que las necesidades culturales no se manifiesten

contundentemente en una sociedad, no implica que sea un problema menor o que su

atención pueda ser laxamente ignorada por el Estado. La situación problemática

identificada impacta en el mediano y largo plazo, sobre los procesos de conformación

y solidez del capital cultural nacional, fundamento de los contenidos simbólicos e

identitarios de la nación. Proceso al cual nos acercaremos en detalle en el Capítulo

II, a partir del análisis del acto de apropiación y reelaboración de los bienes y

servicios culturales.

Entonces, ¿Cuál es la situación problemática existente en el sector cultural

abordada en esta investigación?: la inexistencia de un equilibrio entre los

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componentes del mercado cultural venezolano, lo que conduce a bajos niveles de de

consumo cultural, ello genera un estancamiento y/o una contracción del capital

cultural nacional afectando el referente simbólico-identitario de la población. Siendo

este el problema, basado en una conceptuación operativa de cultura: ¿Cuál debe ser

la política? Una que se fije como objetivo superar esta situación a través del impacto

de la demanda y de la oferta cultural, por medio del diseño de estrategias,

regulaciones, intervenciones planes y programas encaminados a ese fin.

Esto es lógico, pero ¿Estas estrategias deben impactar sobre cuáles

realidades, sobre qué variables?, ¿Cómo identificar estos ámbitos de impacto? Debe

intervenir la política los factores que están determinando la realidad, ¿Cuáles son

estos factores? ¿Cómo se identifican?

Los lineamientos generales para una política cultural propuestos, deben

poseer diversas posibilidades en función de, además de la situación problemática

claramente definida y caracterizada, la realidad globalizada, la emergencia de

identidades culturales igualmente globalizadas, la influencia de las industrias

culturales y mediáticas, las teorías y recomendaciones formuladas por estudiosos e

instituciones nacionales e internacionales especializadas en el sector.

Es necesario el reacomodo de elementos del proceso político cultural,

partiendo de un hecho determinante, el cual es: observar la problemática desde una

perspectiva multivariada, pasando por una revisión de la acepción pública de cultura,

hasta llegar a la posibilidad de proponer la estructura básica de las acciones.

La hipótesis de trabajo, para la caracterización de la situación problemática,

está determinada por la consideración de dicha realidad desde una perspectiva

problemática multivariada, problemática que no ha sido atendida, ni ha sido objeto de

acción política. Y parte, por una conceptuación operacionalizada y novedosa de

cultura que no se ha reconocido pertinente a nivel público como fundamento de la

acción política.

Entonces, la situación problemática objeto de la política cultural propuesta se

encuentra asociada al comportamiento de un conjunto de variables de diversa índole

y procedencia. Así, la política ha de plantearse como fin, paulatina y con un

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permanente monitoreo, “mover” los índices que mensuran la problemática, diseñando

estrategias que tengan como objetivo impactar los factores y variables asociadas,

que explican la realidad, y que sean susceptibles de impacto.

Ahora bien, ¿Cuáles son los factores asociados que explican la realidad

problemática identificada? ¿Cuáles las características de esta realidad? Estas

cuestiones serán respondidas en los párrafos siguientes.

Con base en la conceptuación operativa de cultura, que entiende a ésta como

ámbito social interactivo, en el cual ocurren actos de apropiación y reelaboración de

bienes y servicios culturales en espacios públicos y privados en donde se ofertan y

demandan tales bienes; se identifican dos extremos: la demanda y la oferta cultural.

Extremos que integran operativamente la definición y las posibilidades de acción de

la cultura sobre el entramado social del cual surge. Este binomio interrelacionado es

por el momento, nuestra variable dependiente general: Cultura (Cu), la cual es

apreciada en los términos que seguidamente se exponen.

Entenderemos la Cultura (Cu) como una relación entre dos funciones: la

función de demanda cultural y la función de oferta cultural: f(dc) y f(oc), relación

que vista de manera general es la siguiente:

Cu ≈ f (dc, oc)

Cu ≈ f (dc) , f (oc)

De esta manera las variables que integran cada una de estas funciones en su

varianza impactan el comportamiento de nuestra variable general: Cultura (Cu).

Este modelo expresa la hipótesis de trabajo que afirma que la varianza en el

comportamiento de la cultura (Cu), se explica en consideración de variables (Xn) que

explican el comportamiento de las funciones señaladas, las cuales se dividen en los

siguientes sistemas:

Variables explicativas socioeconómicas (X1)

Variables explicativas participativas-comunitarias/políticas (X2)

Variables explicativas de representación social (X3)

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Variables explicativas referidas a comunicación (X4)

Estas variables actúan sobre la varianza de la demanda (dc) y de la oferta

cultural (oc) y, consecuentemente, de la cultura (Cu) en atención a una relación de

funcionalidad, más un factor de perturbación externa, de variables no consideradas

que se han denominado (Ui).

Entonces:

Cu ≈ f (dc) , f (oc)

Cu ≈ f(dc) = (Xdc1, Xdc2, Xdc3, Xdc4, Ui) , f(oc) = (Xoc1, Xoc2, Xoc3, Xoc4, Ui)

La última igualdad contiene la hipótesis que sustenta la situación problemática.

La figura 1, representa el modelo propuesto previamente graficamente.

Figura I.1 Modelo de Política Planteado

Fuente: Elaboración propia.

En el mes de marzo del año 2002 se realizó una intervención a objeto de

recabar la data que permitiese operacionalizar el modelo de política descrito

previamente. ¿La finalidad? conocer la situación de la demanda cultural en dos

municipios de los estados Amazonas, Apure, Bolívar, Delta Amacuro, Falcón, Sucre,

Táchira y Zulia, donde se aplicaron 1.200 encuestas a personas mayores de 18

años, residentes en los estados correspondientes y alfabetas. El diseño

metodológico, los resultados generales y particulares de dicha intervención y las

conclusiones respectivas son el contenido del Trabajo de Grado presentado al

Factores asociados (variables explicativas)

Variables socioeconómicas (X1) Variable Dependiente

Variables de Participación (X2)

Variables Repres. Social (X3)

Variables Ref. a MCS (X4)

CULTURA (Cu)

Cu ≈ f (dc) , f (oc)

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CENDES por el tesista, para optar al título de Magíster en Planificación del

Desarrollo de la UCV.

En la investigación referida se obtuvieron los resultados generales que

caracterizan la situación problemática identificada, los cuales se detallan de seguidas

(ver Cuadro I.1. Resultados Generales).

3.1 Caracterización de la Situación Problemática

En el particular de la intervención referida la variable demanda cultura fue

desagregada en dos componentes: Consumo Cultural y Potencialidad de Demanda,

que entenderemos como como aquella cantidad de bienes y servicios culturales que

se está dispuesto a consumir y que no es ofertado adecuadamente por los

generadores de la producción cultural.

3.1.1 Consumo Cultural

En lo que respecta al consumo cultural de la muestra (C), su comportamiento

se observa a través de tres variables:

Primera variable: Cantidad de actividades consumidas.

Los resultados revelaron un bajo nivel de consumo cultural por cuanto el

73,2% de la muestra asistió sólo a entre una y tres actividades artísticas, en un

período de un año. El 20,6% asistió a entre tres y diez actividades, y sólo el 6,1%

asistió a más de 10 actividades. En conjunto, el consumo medio-alto alcanza un

26,7%.

Segunda variable: Tipos de eventos consumidos.

Existe una alta polarización en el tipo de eventos consumidos por la muestra.

En efecto, se polarizó la preferencia en un 56,5% hacia dos (2) actividades, de un

total de siete (7): los eventos regionales (32,8%); y, la música típica y/o regional

(23,8%). En tercer lugar las exposiciones que descienden a un 12,2%, seguidas del

teatro (11,5%). Finalmente, se encuentra la danza-ballet (9,7%); otras (7,4%); y, la

música clásica 6,3%.

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16

Tercera variable: Cantidad de libros leídos.

En lo que respecta a la cantidad de libros que la muestra leyó en el período,

los resultados arrojaron un bajo nivel de lectura, el cual acumula un 75,4% en la

muestra que leyó sólo de uno a tres libros, o no leyó ninguno. Sólo el 24,5% leyó

entre 4 y más de siete libros.

3.1.2 Potencialidad de demanda

Las variables que registran la potencialidad de demanda (Pd) de la demanda

cultural, se describen seguidamente:

El 93,3% estuvo de acuerdo con la ampliación de emisoras culturales en los

estados, lo que evidencia el reconocimiento de la importancia que posee la cobertura

radial-cultural en la región al catalogarla como necesidad cultural.

El 94,4% apoyó la creación de una emisora cultural que venga a reafirmar la

identidad regional y nacional, lo que podría ser explicado en atención a la ausencia

de emisoras de este tipo en los estados intervenidos.

Existe una muy alta potencialidad de la demanda la cual se ubica en un 94,4%

de la muestra que estuvo dispuesta a asistir a eventos artístico-culturales. El 4,6%

afirmó no estar dispuesto a asistir a este tipo de actividades y sólo al 0,9% no le

interesaron las mismas.

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Cuadro I.1 Resultados Generales. Dimensiones: Consumo – Potencialidad de Demanda (Subvariables)

Variables

/ Estados

CONSUMO (C) POTENCIALIDAD DE DEMANDA (Pd) CANTEVE Asistencia a actividades culturales.

Consumo Neto

CANTLIB Cantidad de libros leídos

TIPEVE Tipo de eventos

consumidos

NUMEMI Acuerdo

ampliación Nro.emisoras

EMICULT Acuerdo creación emisoras

DISPEVEF Potencialidad de demanda neta

TIPGUST Tipo de Act. Cult.

PREFEVE Preferencia

procedencia de las Act.

LUGEVE Lugares

preferidos para disfrutar

Act.

GUSEVE Disp. a ver

aumentar las actividades regulares

GUSFES Disp. a ver

aumentar las Act. no

regulares

Amazonas Bajo nivel de

consumo (77,8%)

Bajo nivel de lectura (79,1%)

Alta polarización del consumo

95,1%

96,3%

Muy alta potencialidad de demanda

(97,4%)

Distribución equilibrada

65,6% prefiere act. nacionales

65,6% Abiertos 34,4%

Cerrados

96,7%

97,4%

Apure Bajo nivel de

consumo (67,5%)

Bajo nivel de lectura (74,9%)

Consumo equilibrado

99,3%

99,3%

Muy alta potencialidad de demanda

(98,6%)

Distribución relativamente equilibrada

92% prefiere act.

nacionales

43% Abiertos

57% Cerrados

99,3%

100%

Bolívar Bajo nivel de

consumo (71,3%)

Nivel medio de lectura

(34,9%) leyó entre 4 y más de 7

libros

Alta polarización del consumo

93,3%

97,3%

Muy alta potencialidad de demanda

(95,3%)

Distribución equilibrada

85,1% prefiere act. nacionales

64,9% Abiertos 35,1%

Cerrados

98,7%

98,7%

Delta Amacuro

Muy bajo nivel de consumo

(79,6%)

Bajo nivel de lectura

(74%)

Relativa baja polarización del consumo

94%

92%

Alta potencialidad de demanda

(91,9%)

Distribución relativamente equilibrada

79,9% prefiere act. nacionales

62,6% Abiertos 37,4%

Cerrados

91,9%

94%

Falcón Relativo bajo

nivel de consumo (69,7%)

Nivel medio de lectura (40,1%)

leyó entre 4 y más de 7

libros

Relativa baja polarización del consumo

93,3%

99,3%

Muy alta potencialidad de demanda

(98,7%)

Distribución relativamente equilibrada

79,6% prefiere act. nacionales

48,3% Abiertos 51,7%

Cerrados

97,4%

100%

Sucre Muy bajo nivel de consumo

(82,1%)

Muy bajo nivel de lectura (92%)

Alta polarización del consumo

84%

84%

Potencialidad media de la demanda (87,6%)

Distribución relativamente equilibrada

69,8% prefiere act. nacionales

60,9% Abiertos 39,1%

Cerrados

90,7%

86,4%

Táchira

Nivel medio de consumo

(56,5%) entre 3 y 10

act.

Bajo nivel de lectura (74,4%)

Relativa baja polarización del consumo

93,9%

88,5%

Muy alta potencialidad de demanda

(95,9%)

Distribución relativamente

polarizada en 2 act.

55,4% prefiere act. nacionales

46,9% Abiertos 53,1%

Cerrados

95,4%

87,2%

Zulia Muy bajo nivel de consumo

(89,9%)

Muy bajo nivel de lectura (84,6%)

Muy alta polarización del consumo

93,3%

98%

Potencialidad media de demanda (86,7%)

Distribución relativamente equilibrada

54% prefiere act.

nacionales

62% Abiertos

38% Cerrados

94%

96%

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18

Estos resultados permiten concluir que la satisfacción de la demanda está

relegada y que la muestra posee niveles importantes de necesidades y demandas

culturales que deben ser satisfechas, por medio de una oferta cultural adecuada.

En lo que respecta al tipo de actividades culturales que desearía disfrutar ese

94,4% de la muestra, existe una tendencia orientada a la preferencia de dos de las

actividades culturales: eventos regionales (23,3%); y música típica y/o popular

(23,1%), ambas suman el 46,4% de la preferencia. Siguen: teatro (18,8%);

exposiciones (13,9%); y, danza/ballet (11,6%).

En atención a lo deprimido del comportamiento de la demanda cultural en los

estados intervenidos, se deben considerar las preferencias emergentes, al momento

de diseñar planes encaminados a estructurar una oferta cultural adecuada y

pertinente, puesto que existen variaciones y redistribuciones importantes que será

muy pertinente observar al momento de conformar dicha oferta, de manera que ésta

se adapte a las preferencias, advirtiéndose que no toda la oferta presentada ha de

ser adaptada a la preferencias, la razón de esta afirmación se explica en el Capítulo

IV.

3.1.3 Preferencia respecto de la procedencia de las actividades ofertadas

En la variable referida a la preferencia de la demanda cultural atendiendo la

procedencia de las actividades culturales se aprecia que el 67,3% prefirió que las

actividades procedan de todo el territorio nacional y sólo el 2,3% que las mismas

sean de los países vecinos; al 14,7% no le importó de dónde provengan; y, el 15,8%

preferiría que procedieran sólo del estado en el que reside. Estos resultados implican

que los niveles de demanda existente están abiertos al consumo de actividades

culturales mayoritariamente nacionales.

En lo atinente a la preferencia respecto a los lugares en donde más les

gustaría que fuesen presentadas las actividades culturales, la muestra manifiestó

una tendencia a disfrutar de las actividades culturales ofrecidas en espacios cerrados

(57,5%), mientras el 42,5% prefiere los espacios abiertos.

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19

3.1.4 Receptividad potencial del incremento de la oferta

Dos variables retratan la disposición a ver aumentar la oferta cultural, referida

la primera a actividades culturales de carácter regular, la segunda al aumento de

festivales anuales, que bien se podrían suceder o no ocasionalmente (anual,

bianual, bienal, etc.) En el primer caso el 95,7% manifestó su interés por que

aumentaran la cantidad y calidad de las actividades culturales regulares en la región.

En lo que respecta a las ocasionales, en relación a festivales el 95,1% se inclina a

que se celebren éstos en los estados en cuestión.

3.1.5 Factores asociados al comportamiento de las variables previas7

En lo que respecta al consumo cultural, cuatro variables están afectando el

comportamiento del mismo. En primer lugar se observan, los medios de

comunicación, tanto escritos como radioeléctricos, en donde el tipo de prensa leída y

la frecuencia semanal en su lectura, conjuntamente con el tiempo dedicado a

escuchar radio y a ver televisión impactan sobre el comportamiento del consumo

que, como ya se ha señalado es escaso. En segundo lugar, es determinante la

calidad y grado de la participación comunitaria que constituye una manifestación del

consumo; al ser baja y de poca calidad dicha participación el consumo tiende a

contraerse. En tercer lugar, el conocimiento de las agrupaciones culturales, lo que

entraña mecanismos de divulgación y reconocimiento social a los productores y

trabajadores culturales, ello afecta al consumo. Finalmente, tres aspectos

socioeconómicos definen el comportamiento del consumo cultural, ellos son: los 7 La encuesta se aplicó a 1.200 personas, a razón de 150 encuestas por cada uno de los ocho estados, siendo aleatoria y destinada exclusivamente a las personas mayores de 18 años, residentes en el estado respectivo y alfabetas. La encuesta está conformada por 55 preguntas.

Cada regresión múltiple observada fue objeto de descarte de presencia de potencialidad de multicolinealidad apreciando los signos del “Coeficiente de Pearson” de las correlaciones bivariadas, de manera que sólo son consideradas las regresiones multivariadas estadísticamente significativas, que no posean presencia de multicolinealidad. La fiabilidad de los resultados poseen un nivel estadístico de confiabilidad del 95.5%.

Por otra parte, se observaron los “coeficientes de correlación lineal” (de 0 a + 1 o de 0 a –1) entre las variables, con el objetivo de establecer la fuerza y grado de asociación entre las mismas.

En el análisis de los resultados generales obtenidos en los ocho estados considerados en su conjunto, se analizaron setenta y siete (77) regresiones multivariadas de conformidad al modelo de política planteado como hipótesis de trabajo.

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niveles de ingreso de la muestra; el 27% no posee ingresos mensuales fijos; en

segundo lugar la condición laboral en donde el 17,3% manifiesta estar desempleado,

mientras el 4,9% se desempeña en la economía informal. Todos aspectos

relacionados con el aspecto laboral; por último emerge el nivel educativo culminado,

como factor determinante del consumo, el cual se entiende aporta las herramientas y

capacidades para acceder al proceso de consumo.

3.1.6 Asociaciones entre variables con base a los resultados obtenidos

En atención al modelo propuesto como hipótesis podemos afirmar que cuatro

ámbitos explican la realidad detectada, siendo posible identificar las siguientes

variables específicas:

Los medios de comunicación social;

La participación comunitaria;

El conocimiento de las agrupaciones culturales;

La condición laboral general, los niveles de ingreso, y nivel educativo;

La adecuación de la oferta cultural.

Lo propio puede afirmarse del comportamiento de la potencialidad de

demanda, adicionando una variable clave, la cual es: los niveles de satisfacción que

posee la muestra sobre las actividades culturales. Es lógico suponer que si el 53%

no está satisfecho de aquellas, el consumo real se contraiga y la potencialidad de la

demanda se amplíe con la expectativa de que la calidad y pertinencia de los eventos

mejore.

Los análisis frecuenciales y multivariados aplicados a los resultados arrojaron

resultados preocupantes en los estados considerados:

Bajo nivel de consumo cultural.

Alta polarización del consumo cultural.

Muy bajo nivel de lectura.

Muy alta potencialidad de la demanda cultural.

Potencialidad relativamente equilibrada de la demanda cultural.

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Es evidente la problemática de la oferta cultural como elemento clave que

determina la realidad observada, Es importante señalar en atención a la oferta real lo

siguiente:

No existe una oferta cultural estructurada ni organizada por parte de los

hacedores de cultura y, la que es generada, no atiende las probables necesidades y

demandas de la población de los estados intervenidos. La realidad detectada es

paradójica en el sentido siguiente: Si bien la muestra consume preferentemente

(56,5%) dos tipos de actividades (eventos regionales y música típica-regional),

manifiesta que requiere diversificar la calidad y cantidad de las actividades a ser

ofertadas en el futuro; pero, si bien en niveles no muy altos (46,4%), la muestra

prefiere consumir el mismo tipo de eventos. Afirman que deben ser de mayor calidad.

¿Se podría reconocer en este resultado la necesidad de contar con más variadas y

calificadas herramientas para así estar en capacidad de reconocer y consumir

actividades culturales más variadas y elaboradas?

Es evidente la carencia de mecanismos de interrelación y comunicación entre

las agrupaciones y/o grupos culturales y las comunidades del municipio.

Las comunidades no reconocen como parte importante de la vida a las

necesidades y demandas de índole cultural, ni como basamento de sentimientos de

pertenencia y autoestima vía la participación y el consumo en y de actividades de

este tipo. Tampoco las perciben como mecanismos que permitan mejorar la calidad

de vida.

La realidad detectada, si bien delicada, debe convertirse en punto de partida

de acciones políticas que orienten la estrategia en pos de un desarrollo cultural

viable, sustentable y exitoso. Merece una observación especial la correspondencia

entre la baja demanda cultural, la escasa oferta cultural y la pobre participación

comunitaria, de donde se puede afirmar que, efectivamente, los niveles de

participación comunitaria y el uso de los espacios públicos comunitarios por los

pobladores tiene un impacto en los niveles de consumo y demanda cultural, así como

en el surgimiento de necesidades y demandas culturales por parte de las

agrupaciones sociales.

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Los medios de comunicación social, en particular la radio, emergen como uno

de los vehículos idóneos para operar, en doble vía, en la problemática cultural: como

satisfactores de necesidades y demandas culturales por un lado; y por otro como

estimuladores de la demanda cultural en las regiones.

En atención a los resultados observados es posible construir el “modelo de

política conclusivo” que representa la realidad problemática identificada y

caracterizada (Figura I.2).

Figura I.2. Modelo de Política Conclusivo

Situación Problemática del Consumo Cultural

Fuente: Elaboración propia

En el modelo de política presentado se sustentan las propuestas efectuadas

en esta investigación, por cuanto define y caracteriza la situación problemática objeto

de acción de los lineamientos generales para una política pública cultural, que será

confrontada y validada ante expertos.

CONSUMO CULTURAL

Factores asociados a la realidad

Adecuación y Pertinencia de la Oferta

Papel de los Medios de Comunicación Social

Baja ParticipaciónComunitaria

Formación – Educación. Disponibilidad

de Herramientas

Bajo nivel de consumo cultural. Alta polarización del consumo. Bajo nivel de lectura. Muy alta potencialidad de

demanda. Potencialidad de demanda

relativamente equilibrada, (tipo de actividades a consumir)

Variable Dependiente

Conocimiento e identificación con las

agrupaciones culturales

Condición Laboral – niveles De ingreso

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4. Justificación de la Investigación

La propuesta de investigación se aproxima a la situación problemática descrita

en la sección anterior, desde tres perspectivas; a saber:

En primer lugar, operacionalizando el concepto de cultura desde una

dimensión económica no reduccionista, estudiando la relación equilibrio /

desequilibrio entre la demanda y la oferta cultural o la inexistencia del mismo.

Observando, en segundo lugar, el comportamiento del sistema que genera

como producto a la política pública cultural, entendiendo dicho sistema desde la

teoría propia del sistema político en general (insumo –proceso – resultado).

Y, tercero, considerando los elementos que permiten identificar y caracterizar

los lineamientos generales a proponer como fundamento de una nueva política

cultural.

El reconocimiento de tales elementos, partiendo de la situación problemática

abordada, emerge como un aporte práctico que permite aplicar una metodología y un

campo conceptual para observar, describir y caracterizar la realidad cultural nacional.

De allí que la hipótesis sobre la que se asienta la investigación supone

observar el impacto de diversas variables en el comportamiento de la demanda y del

consumo cultural del venezolano.

La conceptuación operacionalizada de la cultura es una propuesta que

contribuye al estudio de la política cultural desde una perspectiva diversa en la teoría

cultural nacional.

Lo novedoso y la contribución útil al desarrollo de la disciplina deviene del

hecho de que con tal fundamento conceptual, y con la observación del sistema

político particularmente referido a la cultura en los términos propuestos, se propone

la identificación y caracterización de lineamientos generales de acción política en

función de una problemática cultural previamente diagnosticada y la propuesta de un

mecanismo que permita evaluar los impactos de tales políticas culturales en las

situación problemática detectada y su posterior confrontación/validación.

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Constituye esta investigación un estadio de una búsqueda que se inicia con

anterioridad a los estudios de maestría en ciencia política, culminados en esta

universidad en 1997, en los cuales se formalizan criterios y metodologías sobre un

abordaje de la cultura desde la disciplina de la ciencia política. Esta línea de

investigación prosigue su desarrollo al presentar el trabajo de grado en Cendes-UCV

en 2003, como requisito parcial para obtener la maestría en planificación del

desarrollo, en el cual se estructuran y proponen buena parte de los fundamentos

teóricos que basan parte de los planteamientos formulados acá.

5. Objetivos

5.1 Objetivo General

Confrontar y validar los supuestos y premisas en que se basan los

lineamientos generales para una política cultural, en atención a una situación

problemática real, definida y caracterizada, presente en la Venezuela de hoy.

El espectro de estudio abarca desde la conceptuación operativa de cultura,

hasta los lineamientos generales propuestos que deben sustentar la política; y los

particulares a que deben atender los indicadores culturales correspondientes.

5.2 Objetivos Específicos

Para cumplir con el objetivo general de la investigación, será necesario cumplir

con los objetivos específicos siguientes:

Conceptualizar operativamente, desde una perspectiva económica no

reduccionista, el concepto de cultura, observando de cerca la teoría de la economía

de la cultura, el modelo funcional de consumo cultural y la relación entre oferta y

demanda cultural.

Formular y caracterizar los lineamientos generales de una propuesta de

política pública cultural para Venezuela en atención a la situación problemática

detectada.

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Identificar y caracterizar la situación problemática objeto de la acción política,

con base en el concepto operativo de cultura.

Analizar la política cultural que se ha diseñado e implementado en Venezuela

en atención al modelo de política propuesto.

Elaborar los modelos de proceso cultural y funcional de consumo cultural, este

último en atención al comportamiento del mercado cultural en Venezuela.

Identificar, describir y analizar comparativamente los fundamentos jurídicos

referidos a los derechos culturales y a las atribuciones del Estado, en las

disposiciones constitucionales de 1961 y 1999.

Formular las características y supuestos básicos que fundamentados en el

concepto de cultura, deben poseer los indicadores culturales para representar las

relaciones entre hechos y actores, el comportamiento de la realidad cultural y el

impacto de las acciones políticas sobre esas realidades.

6. Hipótesis de Trabajo

La hipótesis propuesta parte del reconocimiento y descripción de la estructura

jurídico-política vigente que estipula atribuciones para la atención de la realidad

cultural por parte del Estado. Posee entonces el Estado, sin discusión, la potestad de

formular políticas públicas orientadas a cumplir tales atribuciones.

El Estado venezolano ha formulado a lo largo de los años, desde 18778 en

mayor o menor medida e impacto, políticas públicas que bien pudieron ser: a) De

aplicación de determinados paradigmas de desarrollo cultural; b) Fundadas en

concepciones teóricas y recomendaciones procedentes de la UNESCO; c)

Enmarcadas dentro de una macro política, como en el caso de la política de

descentralización; d) Elaboradas por simple capricho y gusto del caudillo-gobernante

de turno. Pero cabe preguntarse: ¿Para qué? ¿Qué se pretendía solucionar? ¿Cuál

era la realidad previa y cuál la ideal?

De ello que con muy contadas excepciones, no ha sido fijado como objetivo de

las políticas culturales la solución de un problema público.

8 Ver: (Oropeza G., 2002: pp. 67-87).

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La política cultural debe poseer diversas posibilidades en función de, además

de una situación problemática, la realidad globalizada actual, la emergencia de

identidades culturales igualmente globalizadas, la influencia de las industrias

culturales y mediáticas, las realidades de la inter y la multiculturalidad, y las teorías y

recomendaciones formuladas por estudiosos, teóricos e instituciones internacionales

especializadas en el sector.

Es necesario el reacomodo de variados elementos de análisis del proceso

político cultural. Se ha de partir de observar el problema desde una perspectiva

multivariada; pasando por una revisión profunda de la acepción pública de cultura,

hasta llegar a la posibilidad de proponer una estructura general para las acciones y

los fundamentos de los indicadores que soporten el aparato decisional de los

actores.

Entonces, la hipótesis de trabajo está determinada por una realidad

problemática multivariada que no ha sido atendida, ni es objeto de acción política; se

basa de una conceptuación novedosa de cultura que, en Venezuela, no se ha

reconocido pertinente a nivel público, como fundamento de la acción política; y, se

expresa en la construcción de un modelo funcional que representa el

comportamiento del consumidor venezolano, identificando las variables que explican

tal conducta.

En conclusión, existe en Venezuela un bajo consumo cultural que afecta el

proceso de conformación del capital cultural nacional; esta realidad obedece a una

serie de factores de diversa índole y procedencia, al ser de carácter multivariado. En

este sentido, la política pública cultural tradicionalmente formulada no ha reconocido

la problemática presente como relevante, ni ha diseñado acciones orientadas a

resolverla. Aparece entonces como indispensable, el diseño de la política pública

cultural desde una perspectiva multivariada, basada en un concepto operativo de

cultura, que atienda como objeto de su acción la situación problemática identificada,

así como los elementos que impactan el sistema.

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27

7. Instrumentación Metodológica

Con la finalidad de alcanzar los objetivos planteados en la presente

investigación se propone un andamiaje metodológico cuyos lineamientos,

fundamentos y fases se abordan seguidamente.

Diversas han sido las inquietudes metodológicas que la investigación ha

planteado, por cuanto deben conjugarser dos ámbitos diversos, que en

oportunidades han sido considerados excluyentes entre sí. Por una parte, el proceso

político orientado a la generación de políticas públicas culturales; y por otra, la cultura entendida como hecho social susceptible de atención por parte del Estado.

La investigación se asume a través de la combinación de estrategias

metodológicas diversas, pero confluyentes, en pos de la satisfacción de los objetivos

planteados. Tales estrategias se complementan en el diseño de una hermenéutica

que entiende y explota la idea de generar conocimiento útil en torno a las dos

vertientes contempladas: proceso político y cultura como hecho social.

No existe consenso sobre la elección “perfecta” para enfrentar la apreciación

del proceso político y su desarrollo, desde la determinación del problema, hasta la

construcción de estructuras de evaluación, ello por cuanto se trata de un fenómeno

complejo, dado su carácter multifactorial y multidisciplinario. Más aún, cuando se

plantea como objetivo del proceso un campo tan complejo y novedoso como la

cultura y los fenómenos que ella implica.

La estrategia metodológica se ha dividido en tres fases, cada una de estas

fases posee objetivos, estrategias y procedimientos particulares.

7.1 Fases de la investigación

7.1.1 Fase I

Atiende la investigación en esta fase uno de los aspectos más interesantes e

igualmente novedosos de la propuesta. ¿Con qué finalidad se efectúa una

fundamentación teórica como la planteada?, y ¿De qué utilidad resulta un estudio y

una caracterización empírica de la realidad venezolana como la efectuada?

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Estas cuestiones se atienden en esta fase, cuyo objetivo es identificar,

formular, caracterizar y proponer los lineamientos generales que sirvan de base y

fundamento a una política cultural nacional. Tales lineamientos son:

Un concepto operativo de cultura que permita la mensura del impacto de la

acción política estadal sobre una situación problemática identificada.

La consideración práctica del andamiaje jurídico que valida la acción política

estadal, para sobre él considerar propuestas políticas ajustadas a las posibilidades

de acción jurídica.

Las características generales que han definido el proceso político de

conformación de políticas culturales en Venezuela y los factores que lo determinan

desde la creación del INCIBA el 12 de abril de 1960, hasta el año 2005, objeto de la

“Memoria y Cuenta 2005” (República Bolivariana de Venezuela, Ministro de la

Cultura, 2006).

Los modelos de desarrollo cultural que han estado vigentes a lo largo de la

realidad política cultural venezolana; y, los modelos de desarrollo actuales, de haber

variado.

La realidad problemática identificada trasciende su radio de impacto a los

hechos exclusivamente asociados a ella, como por ejemplo, el bajo consumo cultural.

Esta va más allá e influye sobre otras realidades, entre ellas: la contracción o

paralización de la expansión del capital cultural nacional y la correspondiente

problemática de los definidores identitarios de la nación; y, el menoscabo en el uso

de los espacios comunitarios y la generación de nuevas formas de acción ciudadana,

sin olvidar la problemática del ejercicio de los derechos culturales que el Estado debe

garantizar.

La consideración de factores emergentes como la globalización, y la

importancia cada vez más creciente de las industrias culturales y de los medios

masivos de comunicación social.

Por una parte, se consideran los elementos que definen la realidad y el

proceso político. Por otra, el estudio de las corrientes políticas actuales que basadas

en lo que la doctrina denominada “Economía de la Cultura”, proponen los

fundamentos que han de orientar la acción pública. Ello pasa por el estudio de las

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propuestas generadas por la UNESCO en sus últimos informes y la revisión de la

teoría sobre el particular.

La ejecución de la presente fase de la investigación implica un recorrido

integral del proceso político destinado a la generación de decisiones públicas. Así

emergerán y serán descritos, en atención a la realidad particular de Venezuela y en

atención a la situación problemática identificada, los lineamientos generales de una

política pública cultural nacional que haga frente y pretenda modificar la realidad no

deseada. Ello en función y en atención al mandato constitucional, los factores que se

asocian a la realidad problemática, los elementos y componentes que debe poseer

una política pública cultural pertinente, los actores que deben involucrarse y ser

llamados a integrarse en la acción política y; finalmente, identificando limitantes,

estrategias de persuasión y retórica política, que coadyuven al logro.

7.1.2 Fase II

Vista la limitante que posee la investigación de no poder implementar una

propuesta como la generada, en virtud de constituir la misma un conjunto de

planteamientos de acción política que sólo son susceptibles de ejecución por parte

del Estado, se requiere diseñar un mecanismo metodológico que permita confrontar

los supuestos y premisas en los que se fundamentan las propuestas y validar su

viabilidad básica.

De esta manera se requiere una metodología de consulta conformada por el

diseño y aplicación de una entrevista semi-estructurada a personajes expertos y/o

decisores del sector cultural nacional, por medio de la cual se recabe su opinión

respecto de las premisas y supuestos que soportan la propuesta, y se recoja las

observaciones y comentarios que tengan a bien efectuar sobre el particular.

Se seleccionará una muestra de expertos, decisores, creadores y directivos

del mundo cultural que reúna las diversas tendencias y posiciones que puedan

existir, con la finalidad de considerar un espectro amplio de opiniones al respecto.

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7.1.3 Fase III

Las “Conclusiones y Recomendaciones” son la última fase de la investigación.

Previo el análisis de los resultados arrojados por las entrevistas semi-estructuradas,

se procede a describir los aspectos a favor y en contra que haya generado la

propuesta en la opinión de los expertos consultados.

De esta manera, se obtienen y procesan los elementos y aspectos que

permitan llegar alcanzar las conclusiones y recomendaciones finales de la

investigación.

7.2 Aplicación del Método Delphi

En la presente investigación se formulan un conjunto de propuestas que, en

conjunto, conforman un corpus sobre el cual se considera posible desarrollar una

acción política en nuestro país para el sector cultura. Tales propuestas se encuentran

basadas en un conjunto de premisas y supuestos teóricos que abarcan desde una

conceptuación operativa de cultura considerando la teoría de la “economía de la

cultura”, o economía cultural; hasta la construcción de un modelo de política que

representa, en líneas generales, el comportamiento del consumidor cultural

venezolano de hoy, pasando por la definición y caracterización de una situación

problemática cultural que puede ser objeto de políticas públicas.

Ahora bien, se ha identificado como necesidad en la investigación la

objetivación del concepto de cultura, de manera tal de poder mensurar

(operacionalizar) el comportamiento de la realidad que representa. Para ello, se

propone como basamento teórico la teoría de la economía de la cultura, lo que

emerge como una visión de mercado de las relaciones entre creadores y

consumidores culturales, desde una perspectiva no economicista o reduccionista del

concepto y del tratamiento que se hace a la problemática.

Esta premisa, es el eje sobre el cual se edifica la investigación y las

propuestas con que se pretende contribuir a una visión más adecuadade la realidad

cultural del país. Se proponeentonces confrontar éstas con un grupo de expertos en

el sector cultural con la finalidad de conocer su opinión respecto de la viabilidad de

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tal basamento, y las posibilidades de desarrollo y aplicación del mismo en el futuro, lo

que supone el logro de un consenso mínimo alrededor de las propuestas resultantes

de la investigación.

7.2.1 Justificación del Método Delphi

Considerando que no existe experiencia práctica en nuestro país respecto del

diseño de acciones políticas culturales basadas en un concepto operativo de cultura

desde la perspectiva de la economía cultural; y que además, existe una carencia de

datos históricos específicos respecto de los niveles de consumo cultural del

venezolano, las características del mismo, y los factores asociados a él; se ha optado

la construcción de escenarios y su validación como herramienta de confrontación y

calibración de la propuesta.

Existen, empero, un conjunto de factores externos que tienen influencia en el

sector cultural, en oportunidades más aún que los internos, que se han pretendido

identificar en esta investigación y que sólo la opinión de expertos puede ayudar a

ponderar en una medida pertinente.

Finalmente, no es posible obviar en cualquier análisis político las posiciones

de carácter ético y/o moral, que bien pueden confluir en un consenso sobre

basamentos teóricos técnico-económicos, coadyuvando en el diseño de estrategias y

propuestas más acordes con la realidad y la idiosincrasia de nuestro pueblo.

7.2.2 Definición del Problema y Objetivos

Por lo expuesto, el objetivo principal de la aplicación del método a través de

los instrumentos (cuestionarios) diseñados, y los objetivos secundarios que de éste

se desprenden son:

Objetivo principal:

Confrontar, validar y obtener niveles de consenso o disenso, ante expertos de

las premisas y supuestos que basan la investigación.

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Objetivos secundarios:

Apreciar las opiniones y recomendaciones de los expertos en pos de un

desarrollo del sector cultural, estimando y considerando las diversas posiciones y

procedencias de tales recomendaciones.

Identificar posibilidades que complementen y permitan desarrollar las premisas

y supuestos inicialmente considerados, capaces de enriquecer la evolución de la

investigación en un futuro.

Aportar a los expertos nuevas posibilidades de apreciación de la realidad

cultural del país, desde posiciones no tradicionales, o que no han sido tomadas en

consideración o, más aún, rechazadas como elementos teóricos que permitan una

consideración desde otras perspectivas de las problemáticas culturales de nuestra

sociedad.

8. Referencia Descriptiva Capitular

La investigación ha sido estructurada en seis capítulos que abordan desde la

conceptualización peracional del concepto de cultura, hasta su aplicación como

descriptor de la situación histórica del sector en Venezuela, ya la validación y

calibración de las propuestas expuestas.

En el Capítulo I, se aborda el estudio del proceso político en general y del

proceso político cultural en particular, se parte de las características que definen la

formación de agenda gubernamental, hasta los mecanismos y conceptuaciones que

basan un modelo de evaluación de la política. Igualmente, se considera en este

capítulo, el análisis político de la realidad cultural nacional, así, se tienden las bases

sobre las cuales se edifica la propuesta de política cultural efectuada.

La Teoría Cultural es el objeto de atención del Capítulo II, en donde se aborda

la evolución de la ciencia de la cultura, sus sucesivas conceptuaciones, el estudio del

proceso de conformación del capital cultural. Seguidamente, en el Capítulo III se

profundiza en el particular de la Economía de la Cultura y el estudio de las

interrelaciones que ocurren en el mercado de bienes y servicios culturales.

Finalmente se procede a identificar los fundamentos de una teoría del consumo

cultural en atención a las realidades nacionales.

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En el Capítulo IV denominado Política y Política Cultural en Venezuela,

contiene el análisis del sistema político venezolano y del subsistema político cultural,

describiendo y analizando las características fundamentales de tales por medio de

una concepción sistémica de los mismos.

La propuesta de los lineamientos generales que, en atención a la estructura

conceptual y teórica, debería caracterizar a una política pública cultural para

Venezuela, es el tema del capítulo V; igualmente en éste capítulo se realiza el

análisis de los resultados de la entrevista diseñada y aplicada orientada a la

confrontación/validación de la propuesta diseñada. Para el en último capítulo, el VI,

alcanzar las conclusiones.

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I CAPÍTULO I POLÍTICAS PÚBLICAS Y POLÍTICA PÚBLICA CULTURAL

Las políticas públicas formuladas por el Estado persiguen fines que obedecen

a alguno de los siguientes criterios: a) atender una problemática pública; b) satisfacer

una necesidad o preferencia social; c) cumplir los fines del Estado; d) acatar un

mandato legal, cualquiera sea la jerarquía de éste. Una política pública entonces,

surge en atención a uno de tales criterios, o bien, como una combinación de varios

de ellos que originen y justifiquen su formulación por parte del Estado.

Si pensamos en el complicado entramado de las políticas sociales es

igualmente válido lo afirmado, ya que la formulación de este tipo de políticas

encuentra su fundamento en la combinación de los criterios señalados. Pero, lo que

es importante en una política social es que, cualquiera que sean sus fundamentos,

persiguen un fin que no es otro que la mejoría social. “El único criterio de mejoría

social es que una situación alternativa, como fin de la política, sería mejor si el

cambio aumentara la utilidad de algunos, sin disminuir la de otros. Dicho principio se

conoce como el ‘óptimo de Pareto’” (Lahera, 2004: 49).

La política ha sido definida como el proceso por medio del cual se asignan los valores –las cosas o relaciones que los individuos desearían tener o disfrutar- en una sociedad en forma autorizada –o sea, en una forma que se repita y en la que se pueda confiar- que es legítima en el sentido en que corresponde a las creencias de la gente sobre lo que está bien y lo que está mal (Deutsch, 1993: 25).

Entonces: fundamentos de la acción política, mejoría social-utilidad, situación

alternativa y cambio, son elementos determinantes del proceso político a los que nos

acercaremos en este capítulo.

Partiendo de la definición de sistema político, se tratará la identificación de las

etapas del proceso político, deteniéndonos en el proceso de conformación de la

agenda, los fundamentos y objetivos del análisis político y de la evaluación, pasando

por el cambio en las restricciones institucionales y los criterios de desempeño

institucional; para así, sobre esta base conceptual, analizar el proceso político

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cultural venezolano y determinar las características generales y los factores que lo

condicionan. Por último, se hace una aproximación técnico-legal a las disposiciones

constitucionales que tienen por objeto los derechos culturales en Venezuela.

1. Sistema Político

¿Qué entenderemos por sistema político? Lo más importante de asimilar en el

concepto de sistema es el carácter total que posee, en el cual las partes de ese todo

no se pueden considerar independientemente, salvo en una aproximación racional

metodológica. De igual manera, es necesario tener presente que cualquier variación

de las partes afectará al sistema como totalidad. Además, todo sistema posee sus

límites. En los sistemas sociales los problemas de los límites del mismo no son

sencillos, en virtud que están compuestos por roles y no por individualidades.

...un sistema político está compuesto por roles interactuantes racionales, súbditos, electores y, según sea el caso, por legisladores, burócratas y jueces. Los mismos individuos que desempeñan roles en el sistema político cumplen funciones en otros sistemas sociales, como el económico, la comunidad religiosa, la familia y las asociaciones voluntarias (Almond y Powel, 1972: 26).

Entonces, hablar de sistema es hablar de interacción y, no sólo hacia dentro

del sistema; sino que también es menester considerar esa interacción hacia fuera del

sistema mismo. Ello porque el sistema político trasciende sus límites naturales y se

interrelaciona con otros sistemas sociales por ejemplo, la interacción que existe entre

el sistema político y el económico.

El problema de los límites adquiere especial significación porque, por lo general, la teoría sistémica divide los procesos de interacción en tres fases: 1) insumo, 2) conversión y 3) resultados o productos. Cualquier conjunto de partes interactuantes -es decir, cualquier sistema- que sea afectado por factores de su ambiente puede ser considerado desde este punto de vista. Los insumos y productos, que vinculan el sistema político con otros sistemas sociales, son transacciones entre el sistema y su medio; los procesos de conversión, en cambio, son internos al sistema político. Cuando hablamos acerca de las fuentes de insumos, su número, contenido e intensidad, y sobre la manera en que ingresan en el sistema político, o bien acerca de la cantidad y contenido de los egresos y el modo como salen del sistema y afectan otros sistemas sociales, estamos refiriéndonos a los límites del sistema político (Almond y Powell, 1972: 26).

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La división de Almond y Powell de los procesos de interacción del sistema en:

insumos, conversión y resultados proporcionan una guía para el análisis de la

política. Pero, para esta investigación es más conveniente hacer uso del modelo

propuesto por David Easton (1992), que observa al sistema conformado por tres

elementos principales, los cuales se corresponden con los de insumos, conversión y

resultados planteados por Almond y Powell (1972); y son: entorno, sistema político y

política pública, de la manera reflejada en la Figura I.1.

Desde esta perspectiva, el entorno está conformado por los elementos que se

encuentran fuera del sistema. El sistema político es el conjunto de procesos que

transforman los insumos procedentes del entorno, en resultados que son las

políticas; dicho de otra forma, el sistema político contiene las estructuras que asignan

valores a una sociedad9. Las políticas públicas o la asignación autoritaria de valores

por parte del Estado constituyen las salidas (outputs) del sistema político.

Karl Deutsch, afirma que “…la política se ocupa de la interacción de intereses,

reclamo y distribución de recompensas; es decir, de los valores” (1993: 25).

Entonces, diferentes sectores intervienen en el proceso y buscan satisfacer sus

intereses, compitiendo en la asignación de valores.

En la Figura I.1., se resume lo descrito y constituye una simplificación del

modelo de componentes del sistema político, representando el complejo conjunto de

acontecimientos que determinan buena parte de las decisiones de gobierno y los

efectos que esas medidas producen en la sociedad y en sus condiciones sociales.

Como se observa, el sistema posee una característica de interacción general

de todos sus componentes en donde, no sólo el entorno determina al resto de las

partes, sino que éstos también impactan y modifican el entorno en donde se

encuentran. Es un proceso de permanente intercambio y movilidad en el cual el

entorno, que viene a contener los insumos (inputs), representa los problemas,

necesidades, preferencias y demandas que surgen de la sociedad hacia el sistema

político.

9 Ver: (Easton, 1992).

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Figura I.1 Elementos del sistema político

Insumos Entorno

Conversión Sistema Político

Resultados

Almond y Powell David Easton

Política Pública

Fuente: Elaboración propia.

Las demandas, necesidades, preferencias y problemas son canalizadas por

los intermediarios políticos, desde la sociedad hasta el gobierno, que es uno de los

elementos del sistema político. Entonces, la política pública es el producto de todo el

proceso, el cual se alimenta de los elementos del entorno, para dar por resultado una

respuesta a la demanda, una solución al problema o atención a una necesidad, a una

preferencia. La respuesta es expresión de un conjunto de decisiones que conllevan a

estrategias y acciones lo que conforman la política pública, vínculo directo entre el

Estado, sus órganos y la sociedad.

El sistema político, entonces, se plantea como objetivo responder a las

demandas y problemas que emergen del entorno, para así legitimar tanto al sistema

político per se, como al gobierno que ejerce el poder y mantener niveles aceptables

de gobernabilidad 10.

La afirmación precedente pone en el tapete unos de los problemas de la

democracia, a saber: la gobernabilidad democrática, a la cual se asocian elementos

de legitimación que van más allá del principio de la legalidad, para expandirse a

criterios de eficiencia y efectividad estatal e institucional, recordando a Max Weber11.

10 Se entiende entonces al sistema político (insumo-proceso-resultado) como proceso, por medio del cual se generan determinados productos que están destinados a cumplir plurales fines y objetivos; a esos productos los denominamos “políticas públicas”. 11 Ver, (Weber, 1987: 170 ss), particularmente la Parte I, Cap. III. Los tipos de dominación. I. Las formas de legitimidad.

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Se entiende la gobernabilidad como “…la situación en que ocurre un conjunto

de situaciones favorables para la acción del gobierno de carácter medioambiental o

intrínseco a éste. Por el contrario, ingobernabilidad se refiere a una situación

disfuncional que dificulta la actividad y la capacidad gubernamental” (Alcántara S.,

1995: 38-39).

La reflexión sobre esta problemática deviene de una hipótesis compuesta; a

saber: en una democracia, donde la legitimidad del sistema no se sustenta

exclusivamente, en el principio de legalidad puede peligrar el proceso, porque no

está en capacidad de dar respuestas a las demandas emergentes de la sociedad;

estaríamos en presencia de una crisis de gobernabilidad que afectaría la continuidad

del sistema democrático, su supervivencia y su consolidación. En una situación de

este tipo se hacen evidentes las limitantes de una democracia; Norberto Bobbio,

quien identifica en la ingobernabilidad un obstáculo que impide el logro de las

promesas democráticas afirma:

(En la democracia) la rapidez con la que se presentan las demandas al gobierno por parte de los ciudadanos, está en contraste con la lentitud de los complejos procedimientos del sistema político democrático, por medio de los cuales la clase política debe tomar decisiones adecuadas. ...en la democracia la demanda es fácil y la respuesta difícil; por el contrario, la autocracia tiene la capacidad de dificultar la demanda y dispone de una gran facilidad para dar respuestas (Bobbio, 1992: 28).

El sistema, en apariencia, es principalmente reactivo, por cuanto se aprecian

generalmente respuestas políticas, más que iniciativas políticas.

Así, todo un proceso de conformación y formación de políticas públicas se

inicia una vez que un problema o demanda surge de la sociedad y logra insertarse en

la agenda de gobierno. Todo esto genera en el sistema conflictos entre las partes

que interactúan en él, en virtud de lo escaso del recurso, la infinidad de problemas y

demandas que emergen de la sociedad y los intereses de los actores y decisores

políticos involucrados.

Lo importante, en la ejecución de los procesos dentro del sistema político, es

que dicho sistema esté en capacidad de resolver los problemas y demandas que

surgen del entorno (feed back); es decir, que dicho entorno (de donde surgen las

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demandas y problemas de la sociedad) pueda ser atendido través de la formulación y

ejecución de políticas públicas producto del sistema (outputs).

De lo afirmado surge la necesidad de observar la política venezolana desde

una perspectiva que se corresponda con la representación de la realidad atendiendo

los factores que determinan la misma, es decir, desde una concepción de “modelo”,

de “modelo de políticas” más específicamente, teniendo como base la concepción de

sistema político descrita previamente.

1.1 La noción de Modelo

La premisa es la duda, pareciera ser la afirmación, cuando el propósito es

acercarse a una problemática social, bien para analizarla y de allí obtener los

fundamentos que la originan; bien para recrear la tradición y establecer los

elementos socioculturales que hicieron posible los hechos estudiados desde una

perspectiva histórica.

Quizás entonces, de allí emerja la idea de modelo y, más allá de la idea, la

necesidad de una representación que permita apreciar ese conjunto de realidades, a

veces convergentes, en oportunidades contradictorias, que la aproximación va

identificando al estudiar la situación concreta. También, podríamos estar

refiriéndonos a otro tipo de modelo, no aquél que permite representar una realidad

para así estudiar el objeto; sino que, estaríamos refiriéndonos a la emulación de

estructuras que tomadas de una fuente externa, guían una conducta conciente o

inconscientemente. Esta segunda acepción de modelo, es la que hace propios los

sistemas de parte de una realidad de otro país o sociedad, por ejemplo el modelo

cultural francés de la Venezuela guzmancista12. Lo que implicaría validar la realidad

que entraña tal existencia del modelo, es decir, lo cierto de su existencia como tal,

como guía, como estructura que determina el comportamiento de una sociedad en su

conjunto.

Partiendo de los anterior pueden plantearse dos tipologías de modelo: la

primera atiende a una construcción que permite el estudio de una situación social,

12 Ver (Oropeza, 2002: 68-72).

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bien presente o pasada, para identificar los factores asociados a esa realidad y así

diseñar estrategias para resolver la situación, de ser ésta problemática; o, para

obtener valoraciones sobre determinada circunstancia histórica. Este tipo de modelo

requiere la validación por parte de los equipos que lo aplicarán; y, quizás, obtener la

validación y reconocimiento por parte de grupos políticos o académicos que de una u

otra manera tendrán que tomar decisiones respecto del modelo y,

fundamentalmente, de las consecuencias y productos de éste.

El segundo tipo de modelo, aquél que implica la guía y orientación de una

sociedad, así sea de determinado aspecto particular, es más complejo, tanto para el

que lo suministra conciente o inconscientemente, el sujeto activo; como para quien lo

implementa y sigue, el sujeto objeto del modelo.

Este último tipo de modelo, que denominaremos “modelo cultural” es más

complejo por las implicaciones que a lo largo del devenir de una sociedad conlleva.

Claro, surgen dudas respecto del modelo, a veces recelos, dudas, por ejemplo: ¿Qué

será necesario para reconocer el modelo y caracterizarlo? Para que este sea

reputado como tal: ¿Requerirá la validación, de la forma que sea, por parte del sujeto

objeto?, de ser así ¿Quién o qué será la expresión de tal sujeto?; por otra parte

¿Sería necesario, para la validación del modelo, que el sujeto activo lo reconozca y

esté conciente de dicha estructura guía?

Pareciera, en atención a estas dudas, que es mucho más complicado

identificar y observar un modelo cultural que uno político. Este último se manifiesta

en estructuras de poder más concretas; en tanto que los modelos culturales se

edifican sobre simbologías que obedecen a determinaciones contextuales

multidimensionales mucho más complejas, en oportunidades también político-

ideológicas, pero con un conjunto de variables adicionales que complejizan in

extremis la problemática. De allí, afirmar que un modelo político requiere y necesita

la validación expresa de la élite dominante, a través de los instrumentos por ella

diseñados, no es baladí; pero, ¿Requiere, el modelo cultural de validaciones

concretas de una parte de la sociedad, de la mayoría ésta, o de su totalidad? Más

aún, ¿El reconocimiento de aquellas élites afirma de por sí la existencia y pertinencia

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de un modelo cultural? o, ¿Sería suficiente sólo identificarlo? Quizás sería prudente

reconocer la trascendencia real del modelo cultural, real decimos, al no circunscribir

su influencia sólo a particulares aspectos de lo social, sino al impacto que

estructuralmente debe generar un modelo cultural en una sociedad, tratar de verificar

el impacto del modelo cultural, al transcurrir el tiempo.

Es evidente que para verificar el impacto de un modelo cultural, se requiere

definir, caracterizar y descomponer en sus variadas dimensiones el modelo en

cuestión, la forma en que se impone, quiénes lo imponen, cuáles son sus elementos

más relevantes, qué se persigue y cuál es la finalidad última de su asunción, qué tipo

de sociedad se espera obtener como consecuencia de la vigencia del modelo, qué

aspectos de la sociedad pre-modelo se espera y pretende modificar, y, por último

responder si ¿Están las élites políticas y económicas, conscientes de las

consecuencias que se podrían generar o, se trata sólo de una distracción, de una

moda, de un disfrute banal emulando intra-fronteras, a veces torpemente, las

realidades de sociedades lejanas, imposibles, diferentes?

Puede afirmarse que la asunción de un modelo político implica la

representación cultural de un ámbito más universal. Lo uno está indisolublemente

ligado a lo otro (cultura y política). La calidad de la relación dependerá de la

concepción que de cultura se posea, la amplitud está determinada por los

componentes sociales que definen la relación cultura-política, política-cultura. Es esta

la posición que se asume en esta investigación: la correlación de los modelos cultural

y político, y a partir de allí la viabilidad de uno y otro en función de esa correlación e

interdependencia. Puesto que siempre existirá en una sociedad, en un país, un

modelo político y un modelo cultural, la viabilidad de la sociedad ira de la mano del

grado de correlación de éstos.

Llama la atención un aspecto en relación a los modelos de una sociedad, es el

referido a si el modelo en su validación se ve afectado por estar fundado (total o

parcialmente) en estructuras ajenas. Creemos que no, al referirnos al tipo de modelo,

hablamos de modelos importados, extranjeros que, con el transcurrir del tiempo,

experimentan las debidas adecuaciones y se hacen más correspondientes con la

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realidad dentro de la cual fueron implementados. Siempre existirá un modelo cultural

y un modelo político que a veces, y ahí lo complicado del punto, pueden o no, ser

reconocidos por la sociedad como propios, es decir, vigentes mas no validados.

Modelos vigentes oficialmente, impuestos a espaldas de la sociedad, que no los

reconocen como propios.

Se puede hablar de modelos existentes en una sociedad independientemente

de la procedencia de éstos; bien político, económico, cultural, entre otros, modelos

que poseen graduaciones respecto de la influencia, impacto y/o emulación de

modelos existentes en otro país o conjunto de países. Desde esta perspectiva sería

ingenuo pensar que podría hoy día existir, construirse un modelo cultural, político,

económico, entre otros, autónomo, propio. Por tanto, los modelos, referidos al área

que correspondan, sobre todo en nuestros países latinoamericanos, poseen

basamentos, determinaciones y principios que son aportados de muy diversas

fuentes, lo clave es que se produzcan las respectivas adaptaciones a las realidades

particulares con la finalidad de que el modelo, los modelos, adquieran viabilidad,

pertinencia y reconocimiento, lo que en definitiva les otorga niveles de validez,

dependiendo de lo cercano que se sitúen a la realidad que pretende tomar como

insumo y a las características y cultura de la sociedad receptora.

El estudio de los modelos, desde estas perspectivas podría ser infinito sobre

todo en atención a países, que como Venezuela, reconocen la existencia de modelos

asumidos con anterioridad, políticos y culturales; así como los reconocidos y

asumidos en el presente.

2. Análisis de Políticas Públicas y Proceso Político.

Analizar políticas públicas desde la perspectiva sistémica planteada requiere

definir algunas premisas. Implica conceptuar lo que se entenderá por análisis de

políticas públicas, lo que entraña tal ejercicio y lo que ello supone en el estudio de la

política pública como producto del sistema político. Requiere una definición precisa

de políticas públicas y delimitación de los términos de su abordaje. Por último, el

análisis de políticas públicas, como ciencia social aplicada, conlleva precisarla dentro

de tales fronteras.

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A partir de la satisfacción de tales premisas es posible apreciar al análisis

político desde una perspectiva aplicada. Es éste el objetivo de la presente sección: la

apreciación del análisis de políticas públicas como ciencia social aplicada, sus

alcances, la realidad que debe considerar; y de allí, sus límites, alcances y las

posibilidades que posee de coadyuvar a potenciar el logro de una mejor calidad de

vida de la ciudadanía; o de lo que Eugenio Lahera denomina: “mejoría social” (2004:

49), a través de su servicio como auxiliar clave, no sólo de los gobernantes y

decisores políticos, sino también como herramienta al servicio de los ciudadanos y

de la sociedad en general.

Han sido, y son, numerosas las propuestas y alternativas para aproximarse al

estudio de la política como proceso y, por supuesto, igualmente numerosas las

críticas que aquéllas han generado. Todo, en atención a los impactos que producen

sobre la realidad las acciones gubernamentales, sean directas o indirectas. Tal

realidad se evidencia como objeto de la acción política, a través de los problemas

sociales, centro de atención, no exclusivo, de la acción política.

Desde las propuestas de H. Lasswell (1971), que entendió el proceso de

decisión política como integrado por siete pasos; los aportes de J. May y A.

Wildavsky (1977), pasando por la reelaboración de Peter De Leon, sobre la

estructura de Lasswell (De Leon, 1988); se dispone de un conjunto de

aproximaciones que han pretendido capturar la esencia de la política desde una

perspectiva procedimental. Éstas, como muy bien lo aclara Luis Aguilar Villanueva

(1993), son ejercicios analíticos y racionales que obedecen a un orden lógico, más

que cronológico, por lo que no pretende ser la representación descriptiva de una

secuencia de tiempos y sucesos que efectivamente se suceden uno tras otro.

Por su parte, Eugenio Lahera (2004), identifica el desarrollo del proceso

político en función de los “cursos de acción” y de los “cursos de información” que son

parte de las demandas sociales que persiguen objetivos políticos definidos y

democráticos. Por tanto, en el proceso intervienen actores públicos y privados en

permanente interacción. De allí entonces, que entienda el autor que la política

pública ha de ser un conjunto de orientaciones claras, compuesta por mecanismos y

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estrategias para ejecutarla, lo que supone la definición de marcos institucionales y de

resultados que es necesario monitorear y evaluar. Para Eugenio Lahera (2004), es

clave el proceso de conformación de la agenda como momento que permite la

participación social en pos de un objetivo preciso, así como los mecanismos de

diseño, gestión y evaluación simultánea de las políticas públicas, por lo que el

espectro del proceso político propiamente dicho se abre y amplía con otros

elementos específicos.

Se observan elementos comunes en determinadas fases del proceso: la

existencia de un problema público, situación problemática y/o preferencia social que

es necesario modificar o atender a través de la acción política, lo que traduce la

puesta en marcha de mecanismos decisorios, que al enfrentar la situación particular

generan resultados de determinada calidad, que es menester monitorear y evaluar

para decidir, nuevamente, sobre el curso de acción a tomar.

Pero, al considerar el análisis político, se va más allá de observar la política

como resultado de un proceso político. Walter Williams, aprecia que el análisis

político es un “…medio de sintetizar información para obtener de allí políticas

públicas alternativas y preferencias, señaladas en términos cuantitativos y

cualitativos comparables, los cuales se consideran como guía para la toma de

decisiones sobre políticas; ello no contempla conceptualmente recabar información”

(1971:13).13 William Dunn, define el análisis político como una “disciplina de las

ciencias sociales aplicadas que utiliza métodos múltiples de preguntas en contextos

de argumentación y debate público, con la finalidad de crear, evaluar críticamente y

comunicar conocimientos pertinentes con las políticas.” (1994:84).14

William Dunn (1994), al considerar el estudio de las políticas como productos

de un proceso, las entiende como resultantes de la interrelación de tres

componentes:

Las políticas públicas propiamente dichas;

13 Traducción del autor. 14 Traducción del autor.

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Los actores y/o decisores participantes, interesados en los resultados políticos;

y,

El ambiente – entorno político.

De esta manera los “policy system” (sistemas de política) son realidades con

características, límites y dinámicas particulares, resultado de procesos decisorios,

con capacidad de ser reelaborados en sus componentes. Las “etapas” vendrán a ser

producto de las interrelaciones permanentes que se suceden entre los tres

componentes. En la práctica, estos sistemas de políticas los hemos asociado con las

características que definen la situación problemática.

Estamos ante una disciplina aplicada de las ciencias sociales. Aplicada porque

tiene carácter práctico: sus objetivos giran alrededor de la generación de respuestas

para atender situaciones problemáticas y resolver problemas públicos. Por otra parte,

el análisis político no se limita al desarrollo de teorías generales descriptivas, porque

sus metas trascienden la generación de hechos “facts”, lo que involucra la

producción de información sobre valores, cursos de acción y sobre los hechos que

determinan la realidad objeto de la acción política.

Desde esta perspectiva, el analista de políticas generará: Información y

Argumentos confiables, con la finalidad de producir acciones políticas (decisiones)

destinadas a resolver el problema identificado. Es decir, que la información y los

argumentos producidos son medios para enfrentar la situación problemática.

Información que es referida, según William Dunn (1994), a:

El problema político en sí;

Las políticas futuras;

Las acciones políticas;

Los resultados de esas políticas; y

La actuación política15.

Otros autores observan y definen el análisis político dentro del marco

“tradicional” de proceso, lo que en definitiva no se opone in extremis, con la posición

15 Ver: (Dunn, 1994: 68-70).

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adoptada por William Dunn; siempre desde una perspectiva sistémica. Lo importante

es la apreciación del análisis político como disciplina científica aplicada, inherente a

una diversidad de aproximaciones y componentes metodológicos no necesariamente

homogéneos, es imposible que lo sean. Así, Carl Patton y David Sawicki, introducen

el concepto del análisis político en el sentido de que es “el proceso a través del cual

identificamos y evaluamos políticas o programas alternos que persiguen reducir o

resolver problemas sociales, económicos o físicos.” (1986:21).16

Complementando el concepto, los autores definen el Análisis Político como:

Medio para sintetizar información para generar un formato de decisión política;

Proceso complejo de intervención de la realidad;

Campo de investigación sistemática de opciones políticas alternativas y de

ensamblaje e integración de evidencia para cada opción, ello involucra, entre otras:

• La aproximación al problema;

• La recaudación y el análisis de la información;

• El intento de predecir consecuencias de los diversos cursos de acción;

• La selección de la mejor opción entre diversas alternativas con la ayuda de la

razón y la evidencia, para el logro de la meta a la luz de la relación entre políticas y

fines.

Consecuentes con la concepción de proceso que tienen del análisis político,

Carl Patton y David Sawicki (1986), señalan como elementos del mismo: la definición

del problema y de criterios de evaluación, la identificación de alternativas políticas y

su evaluación, la exposición y distinción entre estas alternativas, y, el monitoreo y

evaluación de los resultados. Se aprecia en Dunn que, al definir los procedimientos

político-analíticos del sistema (métodos), en buena medida coincide con la propuesta

de Patton y Sawicki, pues identifica entre ellos: estructuración del problema,

pronóstico, monitoreo, evaluación, y recomendación.

En la propuesta de William Dunn (1994), tenemos y asumimos un norte

conceptual y metodológico sobre la disciplina que se complementa con apreciaciones

16 Traducción del autor.

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y propuestas de otros importantes autores en la materia. Así, las “formas” de análisis

político, según el autor son:

Prospectivo (antes del inicio de la acción política);

Retrospectivo (luego de la acción política); y,

El integrado, que combina los dos anteriores y que se revela como el óptimo.

Construyendo con fuerza, haciendo uso de otras disciplinas, el análisis prospectivo;

pero, colocando el énfasis primario en el análisis retrospectivo haciendo suyas

herramientas de la ciencia política, la sociología y el derecho. Es ésta la forma de

análisis, el integrado, de la cual se vale la investigación para analizar la política

pública cultural en Venezuela en el Capítulo IV.

La estructuración, combinando información y procedimientos político-

analíticos, reconoce el carácter multidisciplinario del análisis político. Pero, además,

de acuerdo con la descripción del problema, permite reconocer la característica

multivariada del mismo, asociando a su definición variables provenientes de diversos

ámbitos contextuales (entorno), que conforman los sistemas de política. Ello

incorpora al estudio del problema otros factores y elementos que interactúan, y se

asocian a su comportamiento; todo ello va más allá del “análisis racional causal”

entre elementos limitados o circunscritos del estudio17.

Estos ámbitos contextuales son un factor clave para la comprensión y

caracterización del problema. Dicho contexto influye en el diseño de las acciones,

sean éstas políticas públicas, programas o planes o estrategias. Davis Bobrow y

Jonh Dryzek (1987), observan como dimensiones del contexto:

La complejidad y la incertidumbre, entendida como el número y variedad de

elementos e interacciones presentes en el medio ambiente en donde actúa el

sistema decisorio,

17 En el específico de la necesidad y justificación de trascender el “Análisis racional causal”, es útil acercarse a los planteamientos de Lindblom y Cohen efectuados en su obra “Usable Knowledge”, (1979).

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El feed back (retroalimentación) potencial, “La retroalimentación es

sencillamente información sobre los efectos de decisiones pasadas, que un sistema

puede utilizar para tomar decisiones subsiguientes” (Bobrow y Dryzek; 1987: 203)18.

Control, “es el grado que un solo actor (o un pequeño grupo de actores) puede

garantizar que la decisión sea llevada a cabo apegada estrictamente a su diseño. El

control de los contenidos que definen y determinan la decisión es raro –quizás

inexistente- en políticas públicas” (Bobrow y Dryzek; 1987: 204)19.

Estabilidad, traduce la circunstancia de la estabilidad del entorno El control de

la quintaesencia, lo cual es a todas luces, difícil.

Audiencias, “Aunque rechazamos la idea de que el análisis político debe

acomodarse a la opinión que prevalece respecto de la capacidad de hacer política,

sigue siendo válido que el analista deba ser sensible a las percepciones e intereses

de aquellos que serán afectados por la acción que involucra la propuesta política”

(Bobrow y Dryzek; 1987: 205)20.

Los autores diseñan una metodología para una apropiada aproximación al

entorno sustentada en operaciones, ellas son: Una interpretación del problema y de

los resultados de la intervención; identificación y correcta recolección de la

información; investigación de alternativas políticas mediante el uso de la analogía, la

historia, las políticas actuales y los casos paralelos semejantes; y, la valoración y

comparación de alternativas políticas.

A partir de las observaciones y referencias consideradas en los párrafos que

conforman esta sección, es posible afirmar que el eje sobre el que se estructura el

análisis de las políticas públicas se encuentra conformado por dos extremos que

afianzan dicho eje estratégico. En uno de los extremo se ubica la definición y

tratamiento metodológico de los problemas públicos o de las situaciones

problemáticas, el bajo consumo cultural del venezolano por ejemplo.

18 Traducción del autor. 19 Traducción de autor. 20 Traducción del autor.

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De la definición y caracterización especifica del problema, emerge el segundo

extremo del eje, el cual es la acción política, que contiene la decisión encaminada a

atender el problema y/o a modificar (o mantener) la situación caracterizada. En ese

segundo extremo de ubica, en nuestro caso, la política pública cultural, resultante de

un orden sistémico, el output. Los resultados de la intervención precisan observación;

en fin, requiere ser evaluada, con la intención de decidir, de nuevo, basados en un

proceso, que en su estructura, mas no en sus medios y/o metodología, pero sí en

sus fines, se repite de manera incesante (Ver Figura I.2).

Entra en juego un actor clave en y para el proceso, el cual es el evaluador,

pocas veces presente y, si presente, con poca relevancia en el sector político

decisorio cultural venezolano; el cual, en oportunidades, coincidirá con el analista. De

allí la disyuntiva, de si es el analista un evaluador o, éste un analista. ¿Se unifican y

confunden estos roles? ¿Es el mismo rol en el transcurso del Análisis de Políticas

Públicas?

Figura I.2 Eje del Análisis de la Política Pública Cultural en Venezuela,

en función de la actual situación problemática, detectada en 2002

Política Cultural

Situación Problemática:

Falla del MercadoCultural

Bajo Consumo

Resultados del impacto

EVALUACIÓNretroalimentación

ENTORNO

Fuente: Elaboración propia.

Por momentos se integran ambos roles (evaluador-analista), en otros se

separan, puede que se confundan, todo dependerá de cada experiencia. Quizás sea

la única “Ley” de esta disciplina, la diferenciación y la particularidad de cada caso, de

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cada situación, en cada tiempo y espacio, cada vez diferente, en cada oportunidad

una nueva experiencia, que orienta y guía, pero jamás se repite.

Punto determinante es la evaluación. Para Carol Weiss (1988), la evaluación

es una palabra flexible que acoge juicios diversos, por lo cual es susceptible de ser

comprendida de varias formas que se compilan en dos dimensiones: la evaluación de

operaciones y la evaluación de resultados. Se puede entonces, definir la evaluación

como una forma sistemática de valorar la operación de un programa o de una política

pública en comparación con parámetros (indicadores) explícitos o implícitos

(estándares) de metas-resultados, e inversión de recursos; todo en función de la

atención de un problema público previamente caracterizado: el bajo consumo cultural

del venezolano, por ejemplo. Ello con la finalidad de determinar el impacto/efecto de

las acciones políticas y tomar decisiones que involucran tres posibilidades: “la

continuidad de las acciones; su modificación; o, su suspensión” (Weiss, 1988: 4).

Sobre el punto se regresará posteriormente.

Entendemos entonces, como parte del proceso político la caracterización,

conceptuación, estudio y descripción de la situación problemática. Así, como los

pasos que conlleva el proceso político: conformación de la agenda; identificación de

la situación problemática, necesidad o preferencia; formulación de la política;

ejecución de la política y monitoreo y evaluación de los resultados del impacto.

Procederemos a considerar algunos particulares del proceso político

relevantes para esta investigación

2.1 El Proceso de Conformación de la Agenda

Observar cómo se estructura la agenda política en un momento determinado

supone que dichos modos de conformación varían a lo largo del tiempo. Así, es

posible verificar de qué manera una necesidad, demanda o preferencia presente en

una sociedad, grupo o comunidad es incorporada y atendida por el aparato

gubernamental; y por tanto, considerada por un período de tiempo objeto de la

acción política.

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La aproximación a esta realidad en el marco de la investigación considerando

el caso venezolano, se realiza en dos ámbitos, a saber:

En primer lugar, el ámbito general, que considera dos aspectos: Por una parte,

muchos de los componentes de la agenda gubernamental se encuentran “dados” en

atención a la característica predominantemente “normativa” de la Constitución

Nacional de 1999, sobre la “enunciativa”, que regularmente poseen este tipo de

instrumentos jurídicos. Por tanto, la agenda gubernamental se integra en un primer

momento por el conjunto de atribuciones y obligaciones que la Carta Magna confiere

expresamente al Estado por órgano de sus diversos poderes públicos.

Seguidamente, se incorporarían a la agenda gubernamental las necesidades,

preferencias y demandas presentes en la sociedad que los decisores políticos

acuerdan considerar como objeto de su accionar, a través del órgano gubernamental

correspondiente.

En segundo lugar, el ámbito particular, atiende la forma como se comporta el

proceso de conformación de la agenda, en el particular del área cultural. Proceso

que, igualmente, debería atender en primera instancia el mandato constitucional y

luego las demandas y necesidades culturales de la sociedad venezolana, en

igualdad de importancia.

Los problemas y demandas presentes en la sociedad, en ocasiones, son de

carácter general, cuando afectan a la mayoría; en otras, son particulares y

restringidos, emergiendo de grupos con mayor o menor dimensión y peso. Es válido

considerar otra diferenciación, pertinente en el caso de las necesidades culturales, se

podría hablar de necesidades, demandas y preferencias “sentidas” o “evidentes”, las

cuales denominamos Directas, entendidas como diferentes de aquellas

“subyacentes” en la sociedad; estas últimas que no emergen contundentemente y no

sacuden la realidad, las denominaremos Indirectas.

Como ejemplo de las necesidades directas se encuentran los altos índices de

desnutrición, o mortalidad materno-infantil, los niveles de delincuencia e inseguridad

personal, los índices de desempleo, y el alto costo de la vida, entre otras.

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En el segundo caso, el de las necesidades Indirectas encontramos a las

culturales, ellas no se manifiestan de manera dramática, no impactan a la opinión

pública contundentemente, sino que se van conformando en un substrato definitorio

lento, pero indetenible, definiendo en un prolongado proceso la tipología del consumo

cultural de la sociedad y determinando día a día, década a década, siglo a siglo, el

capital cultural nacional y nuestra identidad como nación. El problema de este tipo de

demandas es conseguir la vía que permita captar la atención no sólo de los

decisores y actores políticos, sino la conciencia de la propia sociedad respecto de su

presencia y problemáticas. Otro problema que presentan este tipo de demandas es

la dificultad de su mensura y, por lo tanto, su monitoreo a través del tiempo.

El camino de una demanda, preferencia o necesidad para llegar a captar la

atención del Estado es intrincado, en oportunidades. Se dice en oportunidades, ya

que emergen problemas que de inmediato obtienen la atención, ello dependerá del

contexto (entorno) de su emergencia y del interés de los decisores gubernamentales.

Primero, la demanda o necesidad ha de obtener cierto grado de consenso en la

sociedad para considerarse de naturaleza pública. Luego, deberá obtener un lugar

preeminente en la jerarquía de asuntos públicos que le asegure contar con los

recursos idóneos para ser satisfecha. Y, por último, deberá permanecer en la

atención, mantener el interés y la vigencia lo que le permite obtener los recursos

necesarios.

Existen, igualmente, soluciones, acciones, planes, programas y estrategias

políticas sólo a la espera de problemas que más o menos se adecuen a sus patrones

para entrar en acción.

Pero, ¿Qué se entiende por agenda? Para Michael Barzelay “…es parte de

una fase que determina qué problemas políticos ingresan a los canales de decisión

del Estado, su determinación establece cuáles cuestiones o problemas han de ser

tratados por las instancias de toma de decisión” (2003: 55). Definición que proviene

de la dada por John Kingdon: “Es la lista de problemas a los cuales los funcionarios

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gubernamentales y las personas fuera del gobierno, estrechamente asociadas con

esos funcionarios, prestan gran atención en un momento dado” (1995: 3)21.

Para Luis Aguilar Villanueva, existen dos tipos:

La agenda de gobierno o sistémica; y,

La agenda institucional, gubernamental o formal.

Por agenda de gobierno suele entenderse en la literatura el conjunto de problemas, demandas, cuestiones, asuntos, que los gobernantes han seleccionado y ordenado como objetos de su acción y, más propiamente, como objetos sobre los que han decidido que deben actuar o han considerado que tienen que actuar (Aguilar, 1993: 29).

Por su parte la agenda institucional es definida como “…el conjunto de

asuntos explícitamente aceptados para consideración seria y activa por parte de los

encargados de tomar decisiones. Por tanto, cualquier organismo gubernamental en

el nivel local, estadal o nacional, constituirá una agenda institucional” (Cobb y Elder,

1986: 115-116).

Se entiende que estas agendas de gobierno e institucional, tienden a

diferenciarse, a discrepar y a enfrentarse. Cuanto mayor sea esta discrepancia,

mayor será el grado y frecuencia de los conflictos en el seno del sistema político de

que se trate.

¿Qué define cada agenda y qué las diferencia? La agenda de gobierno

conforma sus componentes desde una perspectiva general, con una panorámica

global de los asuntos que pretende atender. En oportunidades asume un carácter

abstracto y formal, de grandes principios y declaraciones. En razón de su

característica amplia podría convocar la identificación de grandes masas de la

población con sus postulados. Suele estar constituida más por declaraciones de

principios que por pautas concretas de acción para atender problemas específicos.

En oportunidades en el seno del gobierno esta agenda pretende asumirse como

mecanismo de acción directa de los decisores políticos, sobre todo cuando se

pretende manipular la emergencia de necesidades y preferencias de la masa, lo que

se analiza más adelante. 21 Traducción del autor.

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La agenda institucional no es la agenda del Estado, es la de las instituciones,

órganos y dependencias administrativas ejecutoras de la acción política. Tiende a ser

específica, focalizada y concreta, referida a problemas puntuales y definidos. Esta

agenda se refiere al ámbito que se ha denominado “particular” al inicio de esta parte.

En atención a la aproximación que se efectúa en relación a la conformación de

la agenda es conveniente definir los públicos-actores que se distinguen en el

proceso. Según Cobb y Elder (1986), hay cuatro tipos:

Grupos de identificación: integrados por personas que se encuentran

directamente afectadas por el problema del cual reclaman la atención y solución; o

bien, son los interesados en que sus demandas sean atendidas, lo que supone la

acción política del gobierno.

Grupos de atención: compuesto por aquellos que, si bien no son afectados

directamente por el problema o demanda, se interesan en el problema en virtud de

que su solución puede generarles algún tipo de beneficio o recompensa.

Público atento: se integra por sectores de la sociedad interesados en

mantenerse informados y al tanto de las acciones políticas del gobierno que

impacten sobre los asuntos de la comunidad de la que son parte.

Público en general: sector menos informado de problemas y demandas en

particular (cuando no los involucran directa o indirectamente), no implica

necesariamente indiferencia, aunque presente en muchos casos, pues puede prestar

atención al problema o demanda cuando sea notoria. En oportunidades la

manifestación de este tipo de público se formula de manera emocional.

Esta clasificación de públicos realizada por Cobb y Elder (1986), es pertinente

para observar el proceso de conformación de la agenda cultural por cuanto en la

definición de la misma intervienen varios tipos de ellos, lo que se tratará en párrafos

siguientes.

Entonces, qué requisitos debe tener una demanda, preferencia o necesidad

presente en una sociedad o grupo de interés para acceder a la agenda. En primer

lugar, que el problema capte atención amplia y sea de conocimiento público general;

segundo, que el público crea que el asunto requiere de algún tipo de acción para su

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solución y/o atención; por último, que la acción necesaria sea responsabilidad y

atribución de algún órgano del Estado. Asuntos que posean estos elementos tienen

la potencialidad de recibir la atención del Estado, lo cual no siempre sucede.

El primer paso del complicado trayecto que lleva a un asunto a ser parte de la

agenda, bien paulatina o inmediatamente, es que se suceda un “mecanismo de

disparo”, un acontecimiento social que desate la pertinencia y necesidad de atención

para un determinado asunto que se convierte en problema social o colectivo. Una

catástrofe natural, crisis económicas, procesos ideológicos traumáticos son ejemplos

de este caso.

De otro mecanismo que puede dar inicio al proceso son protagonistas actores

sociales que captan la atención hacia problemas y demandas determinadas que, a la

postre, generan una atención hacia la misma. Estos actores sociales aportan un

elemento muy importante al asunto, el cual es: la primera definición del problema, la

conceptualización social general. La definición debe ser general, lo más sencilla

posible para la fácil comprensión por la sociedad, ello traduce la universalidad del

concepto, su aceptación y la posibilidad de atención sobre el mismo. Debe poseer un

ámbito de significación amplio lo que conlleva que la definición sea de interés para

grandes grupos de la población que consideren el asunto de interés; este interés

debe permanecer a lo largo del tiempo y no ser efímero. Finalmente, ha de poseer

una complejidad técnica lo más sencilla posible. Debe ser formulada para el

consumo social con la menor carga de tecnicismo para ser comprendida por el

universo al cual va dirigida y no sólo por la élite que conforma el grupo de

identificación primigenio. Debe utilizar lenguaje y símbolos culturales de profundo

arraigo en la sociedad o grupo a la cual se dirige el mensaje para que genere

aprobación o reprobación, según el caso. En conclusión, siguiendo a Cobb y Elder

(1986), la definición debe poseer:

Mensaje general y sencillo,

Amplio ámbito de significación social,

Relevancia temporal duradera,

Sencilla exposición técnica,

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Objetivos y fines innovadores,

Uso de lenguaje y símbolos culturalmente arraigados,

Capacidad para generar carga emocional profunda,

Posibilidad de suscitar actitudes sociales de aprobación o rechazo, y

Servirse de medios masivos de comunicación para extender su mensaje.

Así,

...cuanto más amplio sea el público al cual se ha expandido una cuestión, mayor será la probabilidad de que presione efectivamente al gobierno y se coloque en la agenda formal. En efecto, si la cuestión ha logrado difundirse entre los ciudadanos de la comunidad política local o nacional, cuenta entonces con toda la fuerza para levantar una presión masiva sobre el gobierno y exigir se le preste seria atención y se analice la manera de atenderla (Aguilar, 1993: 36).

La manera como se estructura la definición del asunto, demanda, necesidad o

preferencia condiciona el tipo de respuesta, de acción política, que esperan los

grupos interesados, así se está frente a un issue, Aguilar Villanueva (1993), les

denomina “issues areas” [área de interés]. En esta situación nos encontramos

“…cuando el público con un problema busca o solicita la acción gubernamental, pero

hay desacuerdo público sobre cuál es la mejor solución del problema” (Eyestone:

1977: 3).

Ahora bien, el gobierno en oportunidades estimula el surgimiento de

cuestiones en el seno de la sociedad, cuando éstas convienen a la propia sociedad y

al gobierno. Será entonces el gobierno el protagonista del mecanismo de disparo

aludido. Si es el propio gobierno el protagonista de la acción, es lógico suponer que

la cuestión será sin grandes problemas parte de la agenda. Será útil establecer la

diferencia entre: la estimulación y la manipulación política y económica de las

demandas de la sociedad. También existe la acción contraria, desestimular y frenar

demandas.

Es inherente al gobierno la intervención en los procesos sociales que tengan

la potencialidad de generar cuestiones que puedan constituirse en demandas que

deberá atender o desechar al conformar la agenda. Cuenta para este fin con una

amplia gama de recursos: los medios de comunicación social, el discurso político del

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gobierno a través de sus actores, declaraciones de líderes y de los intelectuales

ganados al gobierno y las organizaciones sociales a favor.

El gobierno es el decisor por excelencia. Pero, al encontrarse frente a una

issues area (área de interés), frente a un reclamo del público que solicita la acción

del gobierno, reclamo sobre el cual no existe consenso respecto de la probable

decisión “... el proceso decisorio del gobierno es inestable, mala o laxamente

estructurado, sin un patrón de comportamiento, que en mucho se asemeja a las

‘anarquías organizadas’22 que deciden según el “…‘modelo del bote de basura’ o de

‘papelera’” (Aguilar, 1993: 37). Es decir, en aquellos asuntos que no son estimulados

o manipulados el gobierno aparece poco estructurado.

Un gobierno comportándose de manera reactiva para hacer frente a

demandas, necesidades o preferencias emergentes de la sociedad posee una alta

mutabilidad, por cuanto no obedece a circunstancias claras o seguras que permitan

la observación cautelosa para decidir acciones o estrategias a aplicar en búsqueda

de una solución pertinente.

Entonces, el proceso de toma de decisiones en una anarquía organizada,

más que aparecer como un grupo de personas que de manera estructurada y

procedimental observan y estudian un problema para diseñar soluciones

encaminadas a resolverlo, es una cantidad de decisiones previas que buscan

problemas más o menos correspondientes para entrar en acción. Siempre existirá

una variedad muy diversa de actores en busca de una oportunidad para poner en

práctica sus decisiones. De esta manera, la decisión es básicamente el resultado de

la confluencia no causal, pero tampoco enteramente previsible y controlable, de

cuatro corrientes cada una de las cuales tiene diversa lógica y dinámica: “los

22 Las anarquías organizadas poseen tres propiedades: a) Preferencias problemáticas. Al ser preferencias imprecisas, inconstantes y desordenadas no se encuentran sometidas a proceso alguno de selectividad o jerarquización; b) Tecnologías no claras. Los sistemas y procedimientos que pudiesen contribuir o apuntalar la toma de decisiones, no son del conocimiento o entendidos de manera clara por los miembros de la organización. En este caso emergen el pragmatismo, el ensayo y error y la intuición como elementos reguladores de los procesos de decisión; y c) Participación fluida. Propiedad que se traduce como la diversidad de grados de compromiso y motivación presente en los miembros de la organización encargados de la toma de decisiones en varios niveles. Esta variable afecta la potencialidad de observación del problema, pues interviene el grado de credibilidad de la acción a tomarse, cualquiera que ella sea.

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problemas, las soluciones, los actores participantes y las oportunidades de elección”

(Aguilar, 1993: 39).

Pero, si bien es cierto que el gobierno asume en determinados momentos

alguna o la totalidad de las características de una anarquía organizada o sólo en lo

que respecta a un problema en particular; no lo es menos que genera mecanismos

para establecer procedimientos y normativas, períodos, órganos de gestión, atención

y control que suponen la regulación y canalización de las demandas, necesidades y

preferencias que surgen de la sociedad y que reclaman su atención. Estos

mecanismos regulan las respuestas de gobierno. Ello no es otra cosa que la

regulación de los medios de acceso y de las respuestas de la agenda, pues conduce

a la estructuración del proceso, lo que elimina parte del carácter contingente de la

respuesta decisional de los órganos gubernamentales, disminuyendo un tanto la

improvisación.

El punto no es que el acceso a la agenda sea simplemente un punto accidental, sino que es producto de un proceso complejo y laxamente estructurado. El que una cuestión logre colocarse exitosamente en la agenda depende de una convergencia apropiada de gentes, problemas, soluciones y oportunidades de elección, pero el comportamiento de cada uno de estos elementos es virtualmente incierto. Es posible empero reducir el ámbito de incertidumbre a través de varios factores de contexto que son de ayuda para estructurar el proceso y restringir el rango de su variabilidad potencial (Cobb y Elder, 1986: 118)23.

Estos “factores de contexto” regularán el flujo de los asuntos, problemas y

demandas entre la comunidad y el gobierno. Dicho flujo, bien pacífico, regular o

conflictivo condicionará los niveles de estabilidad y paz social existentes en el

sistema político. Mientras más conflictivo sea el fluir de los asuntos, menos

estabilidad tendrá el sistema, puesto que éste depende de la situación en que se

encuentren las fuerzas sociales, siempre en conflicto potencial dentro del sistema.

El sistema político perseguirá la estabilidad y control de los reclamos de la

comunidad hacia el gobierno. De manera tal que el flujo de demandas de la sociedad

hacia el gobierno sea más o menos correspondiente con la capacidad de respuesta

de éste. Si el flujo de demandas excede la capacidad de respuesta del gobierno, bien 23 Negritas nuestras.

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por limitaciones en los recursos fiscales o por prioridades impostergables, nos

encontraremos frente a un sistema político con problemas de conflictividad social y

gobernabilidad. También podría suceder que el gobierno se agote en la atención de

los problemas estimulados y manipulados por él mismo, en perjuicio de los

problemas “originarios”24. Así, cuando éstos emergen con fuerza, el sistema estará

en problemas. En el caso de las democracias, estos conflictos ponen en peligro sus

procesos de conformación y consolidación según el caso, al entrar en el juego

político un factor determinante: la ingobernabilidad.

Los planteamientos de Charles Lindblom (2000), son pertinentes para

observar el proceso de conformación de la agenda en el caso venezolano, al analizar

la problemática de la evolución de la democracia y sus posibilidades de

afianzamiento y consolidación, en función del impacto que pueda tener la influencia

empresarial en las precondiciones sociales de la democracia.

Desde la perspectiva de esta investigación dicha problemática es apreciada

considerando a gobierno y políticos decisores como actores clave, en lugar de los

empresarios. Siendo gobierno y políticos decisores los actores que influyen en la

sociedad y el electorado, se aprecia esta influencia como si la sociedad y el

electorado fuesen consumidores de la oferta política y, por ende, susceptibles de

manipulación por parte de dichos actores. Tal manipulación persigue dos fines:

incrementar el poder del gobierno como órgano del Estado y asegurar la

permanencia en el poder de los actores políticos por la vía democrática.

Lo afirmado no pretende, bajo ningún respecto, asegurar que la manipulación

aludida persiga no satisfacer demandas sociales, no. De lo que se trata es de

satisfacer prioritariamente aquellas que la dirigencia política en el poder supone le

conviene que emerjan de la sociedad, a través de su manipulación.

En párrafos anteriores se hablaba de “estímulo” para la emergencia de

demandas, necesidades y preferencias en la sociedad por parte del gobierno, acción

ésta que contrasta con la “manipulación”. La diferencia entre estas acciones se haya

24 Denominamos problemas “originarios”, aquéllos presentes de manera real en la sociedad, los que existen sin que sea menester la aparición de un actor político para que la sociedad tenga conciencia de ellos.

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en el fin que persiguen: el estímulo no persigue como finalidad, ni el incremento del

poder, ni asegurar la permanencia en el mismo, como ocurre con la manipulación;

persigue asegurar niveles mínimos de gobernabilidad y de aceptación del gobierno

por la sociedad.

La manipulación, entendida en los términos considerados, es de dos tipos:

política y económica, y puede tener lugar en el marco de un ordenamiento jurídico

que valide la acción política sobre los fundamentos de un orden político democrático.

Ahora bien, se parte de la premisa de un orden democrático dentro del cual

se conforma la agenda gubernamental. Y, en tal contexto,

…habría dificultad para dar sentido a la democracia, si un grupo coordinado y unido de decisores políticos modelara (manipulara) las necesidades, preferencias y demandas de los electores en función de necesidades políticas particulares propias, para luego satisfacer tales necesidades y demandas modeladas arguyendo, como éxito del gobierno, la satisfacción de las mismas demandas que ellos han llevado a exigir a esa sociedad (Lindblom, 2000: 96).

Igualmente, estaría una sociedad democrática en dificultades, si aquel

adoctrinamiento, que conlleva manipular preferencias, necesidades y demandas de

esa sociedad, se pretendiera reconciliar con los conceptos y principios tradicionales

de democracia para validar tal manipulación. Es decir, estaríamos frente al amplísimo

y reiterado problema de la manipulación de las masas.

¿Se pudiera, entonces, pensar en la manipulación de una sociedad, o parte de

ella, para que sólo preferencias, necesidades y demandas favorables al gobierno

sean consideradas en la agenda gubernamental prioritariamente? ¿Para qué? Y, de

ser así ¿Qué sucede con las necesidades prioritarias efectivamente presentes en

esa sociedad?

En la primera cuestión sin lugar a dudas la respuesta es afirmativa. Pero,

¿Para qué? Pues, para ampliar el ámbito del poder y asegurar el ejercicio de dicho

poder a lo largo del tiempo. Se podría inferir que estos actores políticos pretenden

esgrimir ante la sociedad, o parte de ella, la satisfacción de demandas y

necesidades modeladas, como prueba de la acción efectiva del gobierno. Y, por

tanto, se exhiben políticas públicas óptimas que, en realidad, satisfacen no las

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necesidades y demandas “originarias”, sino las que dichos políticos han “enseñado”

sean exigidas al gobierno y que éste está en capacidad y le conviene satisfacer.

Afirma Charles Lindblom:

En el deseo tenaz por lograr que los empleados se sientan contentos y sean productivos, existe el peligro de que los mensajes promuevan lealtad carente de crítica, obediencia y pasividad, y desalienten la independencia, la inventiva y la responsabilidad (2000: 97).

El autor citado afirma en una asociación comparativa entre empresarios y

gobernantes lo siguiente:

Si para el empresario puede resultar más rentable invertir en los instrumentos de producción que en los ciudadanos, también en la arena política, los gobernantes totalitarios pueden considerar rentable invertir en los ciudadanos como instrumentos de producción cuando los gobernantes democráticos parecen considerar poco productivo invertir en ellos como ciudadanos (2000: 98).

En los párrafos previos al efectuar una aproximación teórica que fundamente

la caracterización general del proceso de conformación de la agenda gubernamental,

se ha repetido la frase: “manipulación de la sociedad y el electorado”, en lo que

respecta a sus necesidades, demandas y preferencias. Pero, ¿Qué se entiende por

manipulación en este contexto?: el condicionamiento del individuo, grupo, comunidad

o sociedad de manera que se le pueda manejar con mayor facilidad en la política.

Lo afirmado es válido aún en el caso de que aquel manejo no sea ejercido por

quien o quienes ejecutan la acción de manipular, en el caso de ser dos actores

distintos. De esta manera, las demandas y preferencias “originarias” y su desarrollo

futuro, no se consideran como problema público de relevancia, ni cabe a los

decisores políticos preguntarse quiénes influyen y sirven de canales de transmisión

de dichas demandas. Ello no obsta para que tales demandas originarias sean

atendidas subsidiariamente, siempre y cuando no afecten los motivos que generan la

manipulación emprendida.

En este punto cabe preguntarse: ¿En qué consiste esta manipulación? Es

decir, ¿Cómo se manipula? Se ha afirmado, siguiendo la Lindblom, que la

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manipulación puede ser política y económica. Se identifican cinco formas de ella, a

saber:

Proporcionando información falsa que desvirtúa los hechos en los que se basa

la acción política.

Creando y explotando temores suscitados por los políticos interesados,

cuando dichos temores no existen previamente en la sociedad.

Llamando la atención sobre hechos y valores que ya no se encontraban

vigentes y/o creando condiciones para la emergencia de tales.

Creando las condiciones y llamando a la división del electorado, unificando

partes de él y manipulando su cohesión.

Aprovechando en beneficio propio de los políticos deseos individualistas y

conformistas.

Charles Lindblom (2000), asegura que tales acciones de manipulación son el

preludio de tres posibles cualidades de cambio político:

Revolución,

Golpe de Estado, y

Atrofia gradual de la política competitiva (silencio de la oposición).

Del ejercicio de la manipulación, en los términos considerados, emerge un

factor clave que define la acción política, el cual es el liderazgo. Así, el papel del

liderazgo y específicamente del líder, en el caso de las democracias, debe ajustarse

a límites que emergen como sintomáticos de una cultura política democrática (más o

menos homogénea dependiendo de la sociedad), ello a través del control político-

social.

Pero, ¿Qué decir, pensar y suponer de estos límites al tratar de poner

fronteras a la acción de un líder carismático, populista y actuando en un contexto

político democrático?, si, como opina Lindblom, la sociedad, o buena parte de ella,

está dispuesta a “mostrar” deferencia a los altos funcionarios y conceder privilegios

halagadores asociados al ejercicio del poder: ¿Dónde está el límite?

¿Qué no le sería permitido a ese liderazgo, a ese líder carismático, en una

democracia? Según Linblom (2000):

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Adoptar ante la sociedad toda una actitud de superioridad, amplia y no

especificada,

Que contraten y despidan con el fin de lograr ciertos objetivos personales,

Que gocen de consideraciones especiales con la policía y en los tribunales,

Que aprovechen su poder como compradores (y vendedores) a fin de obtener

favores de los vendedores (y compradores), y

La oportunidad que surja en la sociedad el temor de que se explote el poder

para adquirir más poder.

Si la manipulación de las necesidades, preferencias y demandas de la

sociedad es ejercida por un líder que abiertamente viola los límites del ejercicio del

poder democrático; entonces estamos en presencia de una agenda de gobierno que

no persigue la satisfacción de demandas ni la resolución de problemas públicos

originarios, sino la profundización del dominio social a través del poder y la extensión

en el tiempo de tal ejercicio. La agenda gubernamental aparece por tanto viciada en

su conformación y contenido.

En este contexto ¿Cuáles son las características del proceso de conformación

de la agenda gubernamental? ¿Es posible que una sociedad sea manipulada por un

liderazgo político que no asume ni respeta límites en su acción? ¿Existe en

Venezuela manipulación política y económica por parte de los actores políticos en el

gobierno que desfigure la agenda social originaria y conforme una agenda

gubernamental ajena a aquella?

No se pretende dar respuesta a estas cuestiones, ello se encuentra limitado

por los alcances, objetivos y extensión de la esta investigación. Pero es necesario

comprender someramente las aristas del comportamiento del proceso de

conformación de la agenda gubernamental y los elementos que la definen.

Michael Barzelay (2003), sostiene que, vista la agenda gubernamental como

proceso, el mismo es impactado por dos variables: el compromiso electoral de

mejorar las conquistas macroeconómicas, en particulares como niveles de inflación y

empleo, capacidad real del salario, entre otros; y mostrar como un logro la

contención del crecimiento público (burocracias-gasto público), teniendo en cuenta la

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percepción casi constante del electorado respecto de la ineficiencia de las

burocracias. Entonces, la agenda contiene elementos del ámbito económico

propiamente dicho y del político al traducir una concepción del Estado cada vez más

reducida.

Tal caracterización de la agenda la formula M. Barzelay en el marco del

estudio y observación de la “Nueva Gestión Pública (NGP)”25 la que se fundamenta a

su vez, en tres postulados de “Racionalismo Económico”, que derivan en la

formulación de políticas públicas y en la reforma de la Gestión Pública, sobre lo cual

volveremos al considerar el particular de la formulación de políticas públicas.

El modelo desarrollado por John Kingdon de “métodos narrativos” (1995), es el

fundamento sobre el que Michael Barzelay elabora el marco conceptual que sustenta

el análisis de lo que denomina “fase predecisoria” en el proceso de formulación de

políticas. Esta fase se compone, a su vez, de dos procesos: “la determinación de la

agenda y la identificación de probables alternativas de atención/solución de los

asuntos públicos” (Barzelay, 2003: pp. 55-56).

La determinación de la agenda y la identificación de alternativas deben ser

vistos como procesos paralelos, coevolucionando gracias al impacto de una cantidad

de variables del contexto, entre las que resaltan: espíritu nacional, el cual puede ser

asociado, en parte, con la cultura política de la sociedad; competencia entre

facciones y partidos políticos; papel de los medios de comunicación social en el

manejo, interpretación y trasmisión a la población de los asuntos públicos;

contundencia, prestigio y actividad desarrollada por la sociedad civil; niveles de

autonomía, volatilidad y dispersión jurisdiccional de las atribuciones de los órganos

del Estado; rotación de los funcionarios públicos con competencia decisoria. La

forma como se comportan, el Estado y la evolución conjunta de estas variables

determinarán las “ventanas de oportunidad” y los mecanismos de disparo que

impactan para que los decisores políticos presten atención a un asunto público y lo

conviertan en objeto de la acción política. 25 Este tema es considerado en detalle por el autor en su obra citada: “La nueva gestión pública” observando referentemente las experiencias de: Nueva Zelanda, Canadá, Inglaterra, Estados Unidos de Norteamérica y Alemania.

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Siguiendo a John Kingdon, Michel Barzelay (2006), agrupa estas variables en

tres “corrientes”, y cada una de ellas influirá de diversa manera y medida en el

proceso de formulación de políticas, estas corrientes son:

Corriente de problemas (problem stream), se refiere a los factores que forman

la opinión sobre problemas de las políticas, esto necesariamente atiende la cobertura

y tratamiento por los medios de comunicación de las preocupaciones públicas o de

la élite, tendencias de los indicadores estadísticos y los acontecimientos que

capturan la atención. Corriente de cursos de acción (policy stream), considera las variables que

impactan las ideas sobre las políticas y el diseño de políticas alternativas específicas. Corriente política (political stream), atiende aquellos factores que influyen en

los funcionarios públicos electos para que, o bien se inclinen a abordar determinados

problemas de las políticas propiamente dichas, o promuevan ciertas políticas

alternativas y/o sustitutas.

A partir de este punto se distinguirán tres tipos de agenda que se sucederán

procedimentalmente desde que un asunto emerge para, circunstancialmente,

convertirse en objeto de la acción política. Se parte de la “agenda sistémica”; se

sigue a la “agenda gubernamental de políticas”; y de allí, a la “agenda de decisión”.

Este proceso se ha resumido en la Figura I.3.

Es importante observar los mecanismos que impulsan el cambio de políticas

públicas, por cuanto identificar las posibles variables que dispararían el interés en los

decisores políticos para modificar el curso de acción, objetivos y fundamentos de las

políticas públicas culturales, determina la evolución de un asunto.

Al observar el proceso de desarrollo de la agenda se aprecia que su evolución

se encuentra determinada por dos aspectos: El primero, es la coevolución de las

variables identificadas previamente, integradas en las “corrientes” señaladas por

John Kingdon (1995); el segundo, es el papel jugado por los estrategas políticos

quienes al manifestar su interés por un asunto, y la disponibilidad de los recursos

para identificar las alternativas para la atención del problema, impulsan el proceso

hacia la agenda de decisión y la posterior formulación de políticas públicas. Esta

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66

particularidad, el papel de los estrategas políticos, nos conduce a observar el rol

desempeñado por los “emprendedores políticos” y la influencia ejercida por ellos en

los asuntos públicos.

El concepto de la capacidad de emprendimiento (entrepreneurship) proviene

de la teoría económica, particularmente de Knight (1947) y de Schumpeter (1934).

En el contexto económico, el desempeño de la función de emprendimiento pone en

marcha el cambio económico; en la propuesta vista de Jonh Kingdon, el desempeño

de la función de emprendimiento pone en marcha el cambio de las políticas, bajo el

modelo de las “anarquías organizadas”. Así, “cualquier acción que incremente el

potencial para el cambio de políticas es, por esta definición, un acto de

emprendimiento de políticas (policy entrepreneurship), y el autor de tales acciones es

un emprendedor político” (Barzelay, 2003: 57).

Figura I.3 Proceso de Conformación de la Agenda

Asunto de interés público

Agenda Sistémica Agenda

Gubernamental de Políticas

Agenda de Decisión

Definición clara y carácter prioritario del problema

Interés de los Estrategas políticos

Los Estrategas Políticos preparan el Asunto para su solución FORMULACIÓN

DE POLÍTICAS

Asuntos que emergen de manera sorpresiva, recorren todo el proceso (desastres naturales – epidemias – desordenes sociales – calamidades públicas)

Cuando convergen los tres tipos de corrientes, surgen oportunidades para el cambio de políticas (ventanas de oportunidad)

Comprendiendo sólo los dos últimos tipos de agenda. Aplicabilidad del modelo de “anarquías organizadas” (ver Nota 7).

Fuente: Elaboración propia.

Este emprendedor político ha de poseer determinadas características y

disponer de recursos apropiados apara convertirse en un actor político, que impulse

el cambio en las políticas. Entre los recursos identificados por Kingdon (1995), de los

cuales debe disponer se encuentran:

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67

Tiempo,

Energía,

Reputación, y

Dinero.

Así, un interesado, parte o no del sistema político, al disponer de estos

recursos y decidir ponerlos al servicio de una causa que pueda llegar a ser objeto de

la atención política, se convierte en actor en el sistema, impulsando determinados

problemas de su interés, como centro del debate público, y probable objeto de la

acción política.

Además de la decisión y disposición de recursos, este “emprendedor” debe

poseer ciertas cualidades “qualities”, que le serán de utilidad en su camino. En

primer lugar, debe tener la capacidad de escuchar y la habilidad de identificar los

asuntos que tengan la posibilidad de aglutinar el interés de la sociedad y del Estado

en su evolución. Esta capacidad se asocia a una habilidad “expertise”, para detectar

estas necesidades, demandas o problemas. Supone, igualmente, la capacidad para

conversar e intercambiar con otros líderes sociales y de representar claramente los

intereses de grupos. Debe tener una posición y respetabilidad que le permita

convertirse y/o ser decisor con posibilidades de influenciar la marcha de las políticas

de gestión pública.

En segundo lugar, debe poseer conexiones políticas y la destreza de

negociación que permita captar el interés sobre determinado asunto.

Finalmente, la persistencia a lo largo del tiempo marca la cualidad

determinante del emprendedor de políticas, para no sólo detectar una necesidad,

preferencia o demanda con potencialidad para convertirse en asunto público, sino el

momento preciso en que tal asunto pueda colarse en la agenda política del Estado,

lo que se ha denominado “ventana de oportunidad” (Kingdon, 1995: 180-181).

Esta descripción de John Kingdon respecto del “emprendedor de políticas”, es

un aspecto resaltante de su modelo de conformación de la agenda, siendo pertinente

su consideración en el caso de conformación de la agenda pública del sector cultura

en nuestro país. En dicho proceso el rol del emprendedor de política ha sido

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desempeñado casi exclusivamente por los órganos institucionales del Estado; y, en

segundo lugar, por las instituciones culturales y creadores, generadores de los

bienes y servicios culturales, quienes emergen como demandantes importantes de

recursos financieros. Dicha demanda ha sido determinante en el diseño de una

política cultural orientada hacia el estímulo de la producción, de la oferta cultural.

Michel Barzelay (2003), considera dos modelos más, aplicables al cambio de

políticas públicas. Uno el proporcionado por Frank Baumgartner y Bryan Jones, este

modelo pretende explicar los giros fundamentales en la dirección de las políticas,

antes que las opciones de cursos de acción particulares. Afirman los autores que el

potencial para cambios en la dirección de las políticas es escaso mientras las

decisiones se tomen dentro de un subsistema de políticas estable, 26 por lo que el

proceso podría estimular a los decisores políticos a romper el statu quo emergiendo

una imagen y tratamiento distinto del asunto, problema o demanda, lo que generará

un dominio de políticas reordenado y un subsistema de políticas reestructurado. Así,

se establecen las bases para un cambio en la dirección de las políticas.

Baumgartner y Jones introducen dos conceptos adicionales que son especialmente útiles para describir el proceso de cambio de políticas: desequilibrio y equilibrio parcial. Una situación de desequilibrio ocurre cuando el potencial para el cambio de dirección política es alto. Una situación de equilibrio parcial se da cuando ese potencial es bajo.... ... un escenario de cambio mayor de políticas es aquel en que una situación de desequilibrio, que cambia la dirección de la política, es seguida por un equilibrio parcial en el cual se toma una serie de decisiones consistentes con esa dirección (Barzelay, 2003: 58).

Afirman los autores, de este segundo modelo que, cuando nuevos principios e

ideologías están impactando el proceso político, el particular del proceso de

formulación de políticas tiende a ser volátil, siendo más pertinente, en este caso, el

modelo de Kingdon.

26 Se entiende por subsistema “…una estructura institucional definible, responsable de la formulación de políticas, junto con arreglos formales y relaciones informales que influyen sobre la participación en las jurisdicciones en las que se toman las decisiones” (Baumgartner y Jones, 1993: 7). El tipo de subsistema al que los autores prestan atención prioritaria es el “monopolio de políticas” ilustrado en el caso empírico de las políticas de energía atómica de Estados Unidos en las décadas del 50 y 60.

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El tercer modelo proviene de los autores Barbara Levitt y James G. March, el

cual se ocupa del aprendizaje organizativo, que emerge útil para analizar la

estabilidad y el cambio en el camino de la toma de decisiones.

Cuando sus aspiraciones no se cumplen, una organización busca rutinas cuyos efectos previstos puedan satisfacerlas. El proceso de búsqueda implica un aprendizaje directo, es decir, una inmersión en la experiencia de la propia organización, y un aprendizaje vicario, es decir, examinar la experiencia de otras organizaciones. Cada tipo de aprendizaje arroja inferencias acerca de los efectos potenciales de las rutinas sobre los resultados. Estas inferencias forman la base de ideas para cambiar las rutinas organizativas. El deseo de satisfacer aspiraciones lleva a la organización a tomar acciones que pretenden cambiar sus rutinas. Si la organización permanece insatisfecha, en otras palabras, si las aspiraciones no se cumplen, el proceso de aprendizaje organizativo continúa. Este modelo ayuda a explicar por qué las organizaciones cambian sus rutinas incluso cuando no afrontan una crisis (Barzelay, 2003: 59).

Los tres últimos modelos procesuales referidos son resumidos por Michel

Barzelay en el Cuadro I.1. “Elementos del marco conceptual explicativo.”

A estos tres modelos le es anexado un cuarto modelo, analizado al principio

de esta parte, que denominamos de “manipulación de masas”, extraído de las

propuestas de Charles Lindblom, el cual viene a explicar el proceso de conformación

de la agenda cuando las demandas y necesidades son manipuladas con fines

determinados, obviando y/o relegando a un plano no prioritario las demandas

originarias de la población. La aplicación de este modelo efectivamente produce un

cambio en las políticas de gestión, en oportunidades a espaldas de las necesidades,

preferencias y demandas reales de la población o de buena parte de ella.

Estos cuatro modelos considerados, se pueden interrelacionar e imbricarse

íntimamente al momento de analizar una situación específica de cambio de políticas

de gestión pública.

¿Cómo se estructura el proceso de conformación de la agenda encaminada al

cambio de políticas públicas en nuestro país? ¿Bajo qué criterios los decisores

políticos formulan planes y programas destinados a satisfacer los mandatos legales,

las problemáticas, las necesidades y preferencias presentes en la población? Se

hará una aproximación a estas cuestiones al analizar la política venezolana en el

Capítulo IV.

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70

2.2 Formulación, Rediseño y Cambio de Políticas

En la mayoría de las oportunidades cuando los decisores políticos asumen la

formulación o el diseño de políticas públicas nos encontramos, frente a cambios en

diversos grados de políticas preexistentes, pues de una u otra manera los problemas,

necesidades, preferencias y demandas de una sociedad, o los criterios sobre los que

se fundan las políticas públicas, ya están o han estado allí, salvo casos

excepcionales. Así, el cambio en las políticas27 se relaciona con la formulación y re-

diseño cuando diversas circunstancias hacen que los decisores políticos vuelvan su

interés hacia lo que determina la necesidad y la acción de modificar-cambiar tales

políticas anteriores.

En el cambio de las políticas públicas intervienen una variada gama de

actores: técnicos, políticos, emprendedores de políticas el “policy entrepreneurship”

grupos de interés, la sociedad civil28, entre otros. Es habitual que la demanda social

pretenda obtener algo más que un análisis técnico de la problemática, por lo que se

requiere manejar un conjunto muy amplio y variado de conocimientos, habilidades

por parte de los responsables públicos, los políticos y los analistas.

27 Este punto es considerado por Giandomenico Majone (2005), quien afirma que el entendimiento de una política y sus resultados no puede desprenderse de las ideas, teorías y criterios usados para el análisis de la política, por lo que en buena parte se encuentra afectado tal entendimiento por estos factores. Así, la ausencia de una vinculación entre ideas y los acontecimientos devenidos de una política reduce la capacidad de tales modelos para explicar el cambio político. El modelo tecnocrático explica el cambio de las políticas como resultado de que los elaboradores cambien sus preferencias o adapten sus metas y objetivos a las modificaciones ocurridas en las condiciones objetivas (es decir, económicas, tecnológicas, etc.). Sin embargo, señala el autor, las condicionantes objetivas pocas veces se asocian de manera tan directa y clara como para determinar la cronología y la dirección de las nuevas políticas o de su reelaboración innovadora. De esta manera, el modelo político de la elaboración de políticas explica su desarrollo fundamentalmente como producto de cambios en la configuración de los intereses dominantes, también pensamos que las ideologías y bases filosóficas del gobierno pueden explicar tal desarrollo, como variables impactando al sistema político. Un cambio no planeado en las políticas se ve como resultado de fuerzas políticas, económicas y burocráticas que tiran en direcciones diferentes. Finalmente, apreciamos en Majone la opinión de que “…algunas pruebas empíricas, en algunos casos, explican que el desarrollo de las políticas es provocado más por ciertos cambios en las creencias y los valores, que por transformaciones en los intereses económicos y políticos” (ver Majone, 2005: 192-195). 28 Entenderemos sociedad civil como lo social no integrado totalmente en el Estado o como la <desregulación> de importantes sectores de la vida pública. “Puede definirse como aquella esfera históricamente constituida de derechos individuales, libertades y asociaciones voluntarias, cuya autonomía y competición mútua en la persecución de sus intereses e intenciones privados quedan garantizadas por una institución pública llamada Estado, el cual se abstiene de intervenir políticamente en la vida interna de dicho ámbito de actividades humanas” (López C., 1992: 16 y ss).

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Cuadro I.1 Elementos del marco conceptual explicativo

A. Modelo de Kingdon

A.1. Corriente política.

A.2. Corriente de problemas.

A.3. Corriente de cursos de acción.

A.4. Opciones de políticas B. Modelo de Baumgartner y Jones B.1. Subsistema de políticas.

B.2. Estructura del dominio

B.3. Imagen del asunto. C. Modelo de Levitt y March

C.1. Nivel de aspiraciones.

C.2. Nivel de satisfacción.

C.3. Proceso de búsqueda.

C.4. Acciones.

C.s. Resultados.

Fuente: (Barzelay, 2003: p. 60)29

Hemos señalado en la sección 2. “Análisis de Políticas Públicas y Proceso

Político”30, cuáles son las capacidades y, por consecuencia, los resultados que se

espera del analista, del técnico político, estos son resumidos por Eugenio Lahera

como: capacidad de representación y análisis; manejo de las analogías;

29 El modelo de Kingdon es particularmente útil por sus conceptos de corriente política, corriente de problemas y corrientes de cursos de acción, así como la progresión de la trayectoria de un asunto, el emprendimiento de políticas y el efecto de propagación de políticas (policy spillover effects). Provee las bases para una explicación narrativa teóricamente consistente de los cambios en las políticas. El modelo de Baumgartner y Jones de equilibrio parcial es útil, puesto que el cambio extensivo en las políticas de gestión pública es por lo común el resultado de un flujo de decisiones antes que un acontecimiento autónomo. Señala tres factores entrelazados que afectan las opciones en materia de políticas de gestión pública: a) el susbsistema de políticas, se refiere a las jurisdicciones institucionales en las que la actividad de formulación de políticas tiene lugar; b) La estructura del dominio se refiere a la organización conceptual de la formulación de políticas públicas que refleja opciones acerca de la interrelación de varias políticas; c) La imagen del asunto se refiere a la concepción dominante sobre el problema que es objeto de determinadas políticas. El cambio en las políticas de gestión pública puede ser atribuido en parte, al cambio de estos factores entrelazados. Una limitación de este modelo es la insuficiente explicación de por qué las alternativas son consideradas, y las decisiones tomadas, en una situación de equilibrio parcial. Esta limitación es salvada por el último modelo de Levitt y March: los procesos de aprendizaje directo y vicario proveen un flujo de ideas para acciones que prometen mejorar las rutinas. (Barzelay, 2003: pp. 59-61) 30 P. 42.

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conocimiento de los aspectos institucionales; y, sentido político de la oportunidad.

“Todo aunado a un hábil y preciso proceso de acopio y análisis de la información,

seleccionando lo relevante y destacando los resultados y costos previsibles” (Lahera,

2004: 113-114).

Entonces, tanto para los responsables políticos, los políticos y el analista, es

importante la retórica argumentativa y el análisis prospectivo antes del inicio de la

acción política, para anticipar la calidad, impacto y tipo de percepción que tendrán las

decisiones en los públicos receptores y en el resto de los actores del sistema político,

previendo diseños y argumentos en defensa de tales decisiones, tanto en términos

ideológicos, sociales, filosóficos, técnicos y políticos.

¿Qué tenemos al momento de diseñar o re-diseñar una política? En primer

lugar, la consideración de una situación problemática, necesidad, o preferencia,

como objeto de interés por parte de los políticos responsables; por tanto, parte o con

potencialidad alta para integrar la agenda. En segundo lugar, al ser parte de la

agenda y sujeto de la acción pública, dicha realidad debe ser, en algún momento del

proceso, definida, descrita y caracterizada, identificando los factores y sistemas de

política asociados a ella. Por tanto, la realidad debe ser objeto de estudio por parte

de expertos y analistas.

Tales elementos suponen la focalización de la atención sobre el sistema

político propiamente dicho y sobre el entorno por parte de un conjunto diverso de

actores involucrados e interesados en dicha realidad. Unos decidiendo en atención a

un objetivo: modificar la realidad no deseada; mantener una deseada en medio de

circunstancias adversas para ella; satisfacer una necesidad o preferencia, etc.

Mientras, otros actores se encuentran realizando sus propios análisis y estudios,

emitiendo opinión al respecto, pretendiendo influir en la decisión final y a la espera de

ésta para tomar posturas en función de sus intereses. Entran en este segundo sector

de actores, los diversos públicos que se distinguen en el proceso.

Entre ambos grupos de actores ocurre un proceso de debate y argumentación

que tiene por objeto la acción política a tomar sobre la realidad caracterizada.

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Todo sistema político, y más aún el democrático, implica la discusión abierta

sobre los puntos de interés de los diversos actores. Se ha dicho que “…la

democracia es el gobierno mediante la discusión” (Majone, 2005: 35). ¿Quiénes

intervienen en esas discusiones?:

Partidos Políticos,

El Electorado,

El Parlamento,

El Ejecutivo,

Los Tribunales,

Los Medios de Comunicación Social,

Los Grupos de Interés, y

Los Expertos Independientes, Académicos, Técnicos en la Materia.

Dicha discusión, en una democracia, es un proceso continuo y

permanentemente renovado de debate y de persuasión mutua. Dedicaremos algunos

párrafos a este importante punto.

Es un proceso fundamental, la discusión democrática, que siguen los

ciudadanos y los gobernantes para llegar a juicios morales y a la elección de

políticas. De esta manera, la discusión pública moviliza el conocimiento, la

experiencia y el interés de muchas personas que centran su atención en un número

limitado de problemas. “Este proceso produce resultados que trascienden métodos

autoritarios, totalitarios o tecnocráticos en el re-diseño de políticas” (Majone, 2005:

36).

De allí la necesidad de estructuras institucionales destinadas a regular el

debate para que éste no derive en discusiones interminables y/o violentas, por tanto,

en la obstrucción del proceso político. Aún así, surgen dificultades en medio de tal

institucionalización, una de ellas es el carácter complejo y multifactorial de los

problemas. En raras ocasiones son problemas puramente políticos o puramente

técnicos. Con frecuencia, dichos problemas, son de un tipo que Alvin Weimberg31 ha

31 Para una descripción detallada de las problemáticas de tipo “Transcientificas”, ver: (Weinberg, 1972: 209-222).

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denominado “transcientífico”: “cuestiones de hecho que pueden enunciarse en el

lenguaje de la ciencia pero que, en principio o en la práctica, es imposible que ésta

resuelva” (Weinberg, 1972: 209-222).

La problemática de la cultura y la política cultural, que parte de la necesidad

de requerir la operacionalización de un concepto de suyo abstracto y general; y, de la

complejidad de la caracterización y descripción de las situaciones críticas para un

abordaje técnico y político pertinente, ubica el problema objeto de esta investigación

dentro de la tipología de “transcientífico”. Acota Giandomenico Majone:

Cuando se intersecan la ciencia, la tecnología y la política entran en grave conflicto diferentes actitudes, perspectivas y reglas de argumentación. Los criterios científicos de verdad chocan con las normas legales de las evidencias y con las nociones políticas de lo que constituye una base suficiente para la acción. Las conclusiones fácticas no se pueden separar fácilmente de consideraciones sobre la factibilidad de los supuestos del oponente y de su elección de evidencias o de metodología. Y en virtud de que no parece existir ningún procedimiento objetivo para verificar las conclusiones del análisis, la credibilidad del experto se vuelve tan importante como su capacidad (Majone, 2005: 38).

Estas limitantes planteadas respecto de la complejidad de diversos problemas

transcientíficos son objeto de propuestas que persiguen encarar y resolver su

complejidad, una de ellas es la “cuidadosa disección” del problema en dos

componentes: los políticos y los técnicos. Los expertos deberían considerar sólo los

aspectos técnicos y entregar sus evaluaciones al proceso político para que en él se

determine la respuesta política apropiada.

2.2.1 Una aproximación a la cultura en el análisis de políticas públicas

En esta investigación se reconoce la resistencia tradicional presente en

sectores interesados en la cultura en Venezuela, de mensurar de alguna manera el

comportamiento del objeto de la política cultural: la cultura como hecho político

susceptible de acción pública. Ello implica, consecuentemente, su operacionalización

para que sean expresados en indicadores empíricos los impactos de las acciones

políticas diseñadas por el Estado. Quizás esto obedezca al carácter transcientífico

de la cultura, la cual no puede ser analizada, descrita y caracterizada exclusivamente

sólo con elementos provenientes de la política, o de la cultura propiamente dicha,

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requiriendo el concurso de otras disciplinas para su observación como objeto de la

actividad del proceso político. En esta investigación se ha asumido como base para

su caracterización y observación, la teoría económica de la cultura, que relaciona, en

situaciones de equilibrio-desequilibrio, a la oferta y a la demanda-consumo cultural.

He ahí el semillero de resistencias, desacuerdos y discusiones desde un primer

momento; he ahí el punto de partida del proceso de argumentación que supone esta

fase del proceso político.

El elemento disparador de la discusión es el criterio conceptual y técnico sobre

el que se construye los indicadores empíricos que mensuran el hecho cultural objeto

de la acción política del Estado. Tales indicadores son de carácter económico y, aún

cuando se advierta y se insista en una posición no reduccionista de la

operacionalización planteada, generan resistencias, discusiones y oposiciones que

es necesario tener presente para argumentar a favor y explicar suficientemente el

basamento del cual se parte y la conveniencia que se piensa posee esta posición.

El análisis político entonces, como centro de la deliberación pública, tiene su

punto de partida en premisas razonables (razonadas) y en puntos de vista refutables

y mutables, nada de principios universales indiscutibles o hechos evidentes. Se

producen entonces, argumentos persuasivos y explicativos, no evidencias formales.

El análisis político aporta un nuevo elemento: contribuye a la deliberación pública

mediante la crítica, la defensa y la educación.

Un buen análisis de políticas es más que el mero examen de datos o un ejercicio de modelación; también provee normas para la argumentación y una estructura intelectual para el discurso público. Aun cuando no se acepten sus conclusiones, sus categorías y su lenguaje, su crítica de los enfoques tradicionales y sus defensas de ideas nuevas afectan –e incluso condicionan- el debate de políticas (Majone, 2005: 41).32

32 Giandomenico Majone se fija como objetivo en la obra citada, identificar las implicaciones del análisis de políticas públicas, desde una perspectiva dialéctica del proceso, por medio de la crítica, la defensa y la educación, elementos del discurso crítico utilizado por los griegos en el ejercicio político en la ciudad-estado, entendido como “...un método de argumentación que no se caracteriza tanto por la forma de razonamiento (aunque la discusión mediante preguntas y respuestas llegó a considerarse como su forma paradigmática) como por la naturaleza de sus premisas y el contexto social de sus aplicaciones” (Majone, 2005: 40, negritas nuestras). El punto de partida de un argumento dialéctico son aspectos presentes en la sociedad (no supuestos abstractos); su producto, el entendimiento entre los actores involucrados respecto del asunto en discusión (no una prueba formal), por cuanto TODOS tenemos, en democracia, ocasión de criticar o defender un argumento.

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Estamos de acuerdo con la posición expresada por el autor en el párrafo

trascrito, las resistencias que pudiere generar el basamento conceptual de una

política como la propuesta en esta investigación, refresca el ámbito de discusión al

poner en observación crítica los enfoques tradicionales que han orientado a lo largo

de los años la acción política cultural. Los elementos están ahí, y presentes los

magros resultados y los impactos sobre la realidad nacional. De esta manera, se

producen evidencias y argumentos para el debate público. Entonces, “Los

argumentos... pueden ser más o menos técnicos, más o menos refinados, pero

deben persuadir para que sean tomados en serio en los foros de deliberación”

(Majone, 2005: 42).

Hay dos elementos que resultan clave en esta fase del proceso político: el

análisis objetivo de la realidad (evidencia); y, la persuasión (argumentos) 33 . Lo

posible en política dependerá de lo que el propio sistema político considere como

justo o aceptable. De esta forma el modelo de política propuesto como guía de esta

investigación34, es la evidencia con la cual contamos para construir el razonamiento

argumentativo para persuadir respecto de la pertinencia de la propuesta. En esta

investigación se dirige el argumento y la evidencia a un auditorio especializado con la

finalidad de provocar (estimular) la adhesión a la propuesta presentada, y a explicar

los basamentos teóricos que la sustentan, con el objetivo de obtener opiniones y

observaciones sobre las premisas y supuestos sometidos a confrontación.

La definición, caracterización del problema considerado en esta investigación,

y su naturaleza dependen de diversos factores y normas adoptados: la

conceptuación operacionalizada de cultura basada en un criterio económico, no

reduccionista; el análisis del entorno para identificar los factores asociados que son

considerados como parte de la hipótesis de trabajo; y, el activo rol del Estado en la

atención de la realidad detectada y como emprendedor de políticas. Esto se asocia a

33 Entenderemos “argumento” como la conexión de los datos y la información con las conclusiones del estudio, y su estructura típica será una mezcla compleja de afirmaciones de hechos y evaluaciones subjetivas. “Evidencia” por su parte, es una información seleccionada entre el conjunto disponible e introducida en cierto punto del argumento para persuadir de la verdad o la falsedad de una afirmación. (ver, Majone, 2005: 45) 34 Ver laFigura I.2., Modelo de Política Conclusivo. Situación Problemática de la Demanda Cultural (p.22).

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que la acción eficaz del Estado requiere “... algo más que el descubrimiento y la

implantación de un programa óptimo desde un punto de vista teórico. Es más

importante aún entender cómo se comporta efectivamente el programa, si logra lo

que se busca y, en caso contrario, cómo puede mejorarse” (Majone, 2005: 64).

Así, no basta con la decisión, aún cuando ésta sea la solución óptima. Debe

ser legitimada, confrontada, validada, aceptada y, finalmente, puesta en práctica.

Luego del diseño de la acción, vía la decisión, se activa el proceso de justificación,

explicación y persuasión. “Las grandes modificaciones de las políticas sólo son

posibles después de que la opinión pública ha sido condicionada para aceptar ideas

y conceptos nuevos de interés público” (Majone: 2005: 190).

La fase de formulación, diseño o rediseño de políticas públicas comprende,

siguiendo a Nelson (1984:25), dos espectros. Por una parte, la toma de decisiones

respecto de las acciones a tomar y las estrategias que contendrá la política; por otra,

la anticipación de prever cómo serán percibidas las políticas y plantear su defensa en

términos más amplios, ideológicos o filosóficos. Para todo será necesario establecer

supuestos simplificadores y reducir la complejidad de los temas a tratar. Se deberán

traducir esos diseños/rediseños de política pública en actitudes del mundo real, en un

medio de gestión caracterizado por un escrutinio intenso y por reglas a veces difíciles

o absurdas; también en la capacidad de experimentar con soluciones novedosas.

Claro, bien puede suceder como afirma Giandomenico Majone, citando a Henry

Mintzberg 35 , que “…puedan formarse políticas sin haber sido necesariamente

formuladas” (Majone, 2005: 25).

Esta investigación asume el criterio siguiente: cuando es posible la definición,

caracterización, descripción y modelaje de la realidad problemática, ste ha de ser el

punto de partida del diseño de acciones políticas. Siempre que tal definición se

corresponda con la realidad y parta de elementos que validen tal circunstancia; ello,

lo hemos afirmado en la sección correspondiente a análisis político. En este sentido,

para la articulación de metas programáticas y cuotas presupuestarias se han de

tener en consideración dos elementos de la realidad:

35 Ver: (Mintzberg, 1985).

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78

El problema, y

La asignación del gasto.

Una buena asignación del gasto tiene como prerrequisito el fortalecimiento del

sistema de evaluación de las inversiones públicas, cuyo objetivo es el asignar los

recursos de inversión hacia aquellos proyectos e iniciativas de mayor rentabilidad

social. No hacia aquellos particulares insertados en la agenda mediante la

manipulación.

En lo que respecta al análisis costo-beneficio, el mismo permite una

evaluación mediante la determinación de si la inversión es o no rentable mediante un

ejercicio comparativo de los flujos de beneficios y de los costos que la

implementación de ella implica. Ello se imbrica con procesos de monitoreo y

evaluación de la política desde una perspectiva presupuestaria.

El análisis denominado por William Dunn “integrado” y que combina el

retrospectivo y el prospectivo, es el más necesario para fundamentar la toma de

decisiones (estrategias concretas de acción) y el diseño de las argumentaciones de

la política pública cultural y su estrategia comunicacional.

Entonces, hasta el momento, tenemos como elementos del proceso político,

que pueden ser apliacdos al proceso de formulación de políticas culturales: a) la

formación de la agenda y la identificación, definición y caracterización de la realidad

objeto de la acción política; b) la formulación o cambio de la política pública que

supone la consideración de aquella realidad y su multivariedad; c) el diseño y

estructuración de los lineamientos de acción, vía el proceso decisorio; y d) la

argumentación respecto de tal conjunto de decisiones, su confrontación, discusión y

validación, en todo o en parte.

2.2.2 Estado y Proceso Político

Es innegable que, aún cuando consideremos diversos actores entrando al

juego de la discusión política, el protagonista por excelencia del proceso político es el

Estado y los órganos por medio de los cuales se manifiesta: los Poderes Públicos,

las organizaciones, los sujetos institucionales.

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79

Papel, capacidad, límites, alcances, funciones, decisiones, y atribuciones son

elementos presentes cuando consideramos al Estado como actor eje del proceso

político. En esta investigación entenderemos Estado desde la perspectiva weberiana

(Weber, 1987), como una comunidad humana que reivindica el monopolio del uso

legítimo de la fuerza física dentro de un territorio determinado. Esta fuerza traduce la

esencia de la estatalidad, que no es otra que la aplicación de las leyes, “…la

capacidad última de enviar a alguien con uniforme y pistola para que imponga el

cumplimiento de las leyes del Estado” Fukuyama (2004: 22).

Es evidente el condicionamiento de los ciudadanos de cualquier parte del

mundo por una presencia fuerte e incluso agobiante del Estado en casi todos los

sectores de su vida. Es determinante su presencia al hacer uso de su poder y ejercer

las atribuciones que le son inherentes. Lo que traduce dos hechos concretos: el

alcance de las actividades y la fuerza del poder del Estado. Hechos que determinan

el peso específico de éste en el proceso político.

El alcance de las actividades del Estado deviene del cúmulo de atribuciones,

funciones y objetivos que el ordenamiento legal y la praxis le atribuye a los órganos

de éste, fundamentalmente al gobierno. La fuerza del poder del Estado, la capacidad

de los Estados para programar y elaborar políticas, y aplicar las leyes con rigor y

transparencia, equivale a lo que se denomina “capacidad estatal o institucional”

(Fukuyama, 2004: 23) 36 . Nosotros denominaremos a esta capacidad como

desempeño institucional37. Pudiendo proponer una hipótesis de relación al respecto,

36 Francis Fukuyama afirma que esta distinción en oportunidades resulta confusa, ello porque el término “fuerza” se emplea con regularidad para referir de manera indistinta a lo que se denomina “alcance” y a lo que se ha denominado “fuerza” o “capacidad”. 37 El desempeño institucional equivale a: capacidad de elaboración y ejecución de políticas; capacidad de promulgación de leyes oportunas y pertinentes de carácter universal; administración eficaz con mínima burocracia; mantenimiento de un alto nivel de transparencia y rendición de cuentas en las instituciones públicas; y, cumplimiento de las leyes por el Estado.

Este último ítem, equivale al Estado de Derecho, que no se constituye en un pacto de sumisión casi incondicional, como pensaba Thomas Hobbes, sino en el ejercicio siempre renovado de la soberanía popular que exige el sometimiento de todos los derechos, incluso los del Estado, al principio de legalidad, a la ley como voluntad general y no como voluntad del Estado y de su órgano principal, el gobierno. Ver para este punto (Fernández S., 1988: 31ss). Por lo que no tendrá sentido identificar los derechos del Estado, con el poder absoluto del Estado, allí se rompe el esquema democrático y se enfrenta el Totalitarismo. Ver: (López C., 1992: 49).

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la cual es que dicha relación es inversamente proporcional entre sus componentes,

es decir, mientras más amplio el alcance del Estado, menos óptimo será su

desempeño institucional.

Lo que se representa en una curva inversa, cuyos ejes son x= Alcance; y=

Desempeño Institucional (ver Figura I.4. Curva de Alcance y Desempeño Institucional

del Estado).

Ahora bien, Francis Fukuyama (2004), lleva más adelante la propuesta y

considera para tal fin la construcción de una matriz que puede diferenciar los grados

de estatalidad en diversos países, para lo cual se basa en la clasificación efectuada

por el Banco Mundial en 1997 (Banco Mundial, 1997), que discrimina las funciones

estatales en tres niveles: Mínimas, intermedias y dinámicas. Las mínimas: Suministro

de bienes y productos públicos; Defensa, Ley y orden; Derechos de propiedad;

Gestión macroeconómica; Salud pública; Aumento de la equidad; y, Protección de

los pobres. Las Intermedias: Abordar los efectos externos; Educación y medio

ambiente; Regulación de monopolios; Corrección de la educación imperfecta;

Seguros y reglamentación financiera; y, seguridad social. En este tipo de función se

ubicarían las inherentes a cultura, capital cultural e identidades simbólicas.

Finalmente, las dinámicas son: Política industrial; y, Riqueza. Estas funciones que

representan los alcances del Estado se distribuyen a lo largo del eje X (Figura I. 5),

en la curva de alcance y desempeño institucional.

En autor da un paso más y combina los dos ejes estableciendo cuatro

cuadrantes en una matriz de estatalidad y eficacia, y ubica a los países en la misma

de conformidad a diversos criterios38. Tal propuesta escapa a los términos y alcances

de esta investigación, pero sí puede ser útil observar en el gráfico el desempeño

institucional en función del alcance del Estado, identificando una función específica.

Por ejemplo, verificar el desempeño institucional en función del amplio alcance del

Estado venezolano en lo atinente a: Salud pública; seguridad social, y política

industrial, en un período determinado. Tres Funciones diversas del Estado (Figura

I.5), permítasenos imaginar que la primera es de baja eficacia, la segunda de

38 Ver: (Fukuyama, 2004, 26-39).

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mediana y la tercera de muy baja eficacia. Ello se representaría según lo contenido

en la Figura I.6

Figura I.4 Curva de Alcance y Desempeño Institucional del Estado

Desempeño Institucional

Alcance Fuente: (Fukuyama, 2004)

Así podría ser representada cada una de las funciones del Estado, a fin de

que, mediante el diseño de estrategias encaminadas a lograr un mejor desempeño,

las funciones se trasladen dentro de los cuadrantes, en pos de un mejor desempeño.

Figura I.5 Funciones del Estado (Alcance)

Alcance

Funciones mínimas

Funciones intermedias

Funciones dinámicas

Fuente: (Fukuyama, 2004)

Puede suceder que, aún cuando determinadas atribuciones se encuentren

clasificadas dentro de un tipo de función específica, el Estado decida ampliar o

disminuir el alcance de tal atribución y esta se traslade hacia otro tipo de función.

Sin embargo, se ha demostrado que la fuerza (capacidad institucional) de las

instituciones estatales es, en términos generales, más importante que su alcance.

Así, el hecho que el rendimiento de Asia Oriental en los últimos cuarenta años haya

sido superior al de América Latina responde, probablemente, a la mayor calidad de

las instituciones estatales de la primera y no tanto a las diferencias de alcance

estatal entre ambas. Entonces, es pertinente afirmar que las instituciones constituyen

una variable clave para el desarrollo.

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Las afirmaciones consideradas contienen una observación que bien podría

caracterizar una realidad cercana a nuestros países: el empeño, siempre renovado,

de pretender ampliar ad infinitum el alcance del Estado, realidad que tal vez,

recordando a Felipe Burbano (1998), se anida en la región a partir de experiencias

populistas pasadas retomadas hoy con fuerza por varios gobiernos que reciben la

clasificación de populismos de izquierda o neo-populismos. Venezuela no escapa a

esta realidad, más aún podría ser protagonista de ella.

Figura I.6 Relación Alcance/Desempeño Institucional

(salud pública, seguridad social y política industrial)

Fuente: Elaboración propia.

El asunto se ubica en la observación de un elemento clave en el análisis que

no es otro que el desempeño institucional y, por consecuencia, el cambio institucional

orientado a obtener “capacidad institucional” que impulse la eficiencia del Estado. El

cambio institucional es tratado en una sección de este mismo capítulo.

Es necesario comprender la capacidad institucional y el cambio institucional,

porque armonizan la cuestión del tipo de instituciones esenciales para la eficiencia

del Estado, para el desarrollo. Se identifican cuatro aspectos, del desempeño

institucional, que se considerarán en detalle más adelante:

Diseño y gestión de la organización,

Diseño del sistema político,

AlcanceFunciones mínimas

Funciones intermedia

Funciones dinámicas

Alto desempeñ

Mediano desempeñ

Bajo Desempeñ

Salud Púb.

Seguridad social

Política

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Base de legitimación, y

Factores culturales y estructurales.

Por los momentos, queda claro el papel preponderante y protagónico del

Estado en el proceso político en general y en la fase específica del diseño/rediseño

de políticas públicas (cambio de políticas); así como el impacto que poseen sobre el

funcionamiento del sistema político y sobre la eficiencia de la acción política, dos

variables claves en el análisis: desempeño institucional (fuerza) y alcance del Estado

(la amplitud de sus atribuciones); así como su interés en el desplazamiento de sus

atribuciones de un tipo de función a otra, para ampliar permanentemente su alcance.

2.3 Gestión y Evaluación de Políticas

En esta sección se referirá brevemente al punto de gestión o implementación

de una política pública. Brevemente, por cuanto este particular escapa a los objetivos

planteados en la investigación, lo cual constituye una de sus limitantes debido a la

imposibilidad de implementar acciones políticas, lo cual es una función exclusiva del

Estado. En lo que respecta a la evaluación, se establecen marcos referenciales que

podrían guiar el diseño de un mecanismo de evaluación para la política cultural

propuesta.

Es necesario análizar los factores que inciden en el cambio de las políticas y

que el cambio ocurre menos por la modificación de factores de carácter objetivo, que

por la incidencia de otro tipo de factores. Debido a que la continuidad de una política

pública o su cambio, se corresponde con nuestra concepción de políticas, la

estabilidad de una política obedece a que algunos de sus valores, supuesto de

vigencia, métodos, metas, programas y argumentaciones son considerados como

básicos, no pudiendo abandonarse sino bajo una gran presión y a riesgo de crisis

internas. Así, lo que confiere la capacidad de adaptabilidad a una política pública es

el hecho que muchos valores, supuestos, métodos, metas, argumentaciones y

programas pueden ser abandonados, modificados o sustituidos.

Claro que estas variables impactan también en la gestión de la política, en el

estilo y fuerza de su implementación. Una modificación de tales premisas

necesariamente impacta en el estilo de ejecución, incluso a expensas de modificar la

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política misma. Por lo tanto, se entiende que existe una parte de la política con

mayor posibilidad de cambio que otra, más susceptible de modificaciones. G. Majone

(2005), define la parte más estable como el “núcleo de la política” y la más flexible,

su “periferia” (Figura I.7). Igualmente, se puede afirmar que la periferia es la parte

visible de la política, la que se “muestra” en la fase de implementación o gestión de la

misma, la que tiene un contacto directo con los públicos afectados. El núcleo se

encuentra implícito, pero no es tan visible y evidente.

Figura I.7 Estructura Interna de una Política

Metáfora de la Estructura de una Política Públicos

Entorno

POLÍTICA

Periferia -parte flexible-

Núcleo -parte rígida-

Fuente: Elaboración propia.

En el caso de la política cultural en Venezuela, en general el núcleo ha

permanecido inamovible desde la promulgación de la ley que creaba el INCIBA,

(normativa reguladora sustantiva, contenido de la política orientada al estímulo de la

creación, centralización y concentración de la acción política), en tanto el concepto

de cultura que sirve de fundamento a la política ha sido general y amplísimo, salvo

en los últimos años (desde la promulgación de la nueva Constitución en 1999) que

ha sido más delimitado. Al ser de suyo general y amplísimo el concepto, la política

cultural tradicional ha pretendido abarcar lo inabarcable, el espectro universal de

manifestaciones del hombre, desde la creación, hasta la gastronomía, las

costumbres, las formas, entre otras; haciendo válida aún para la política cultural, la

afirmación que cultura es todo. Y, en efecto, lo es, pero en función de la política y de

la acción política, aquel concepto debe ser precisado y operacionalizado, lo que

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hemos afirmado desde la introducción misma de la investigación. En los capítulos

siguientes se habla de políticas metaculturales en atención a esta realidad, como

característica definitoria de estas políticas, aún en la actualidad, quizás con más

énfasis aún.

Majone expone que:

...las políticas basadas en principios mal articulados o deficientemente entendidos tienden a volverse rígidas y a desalentar la experimentación por temor a que se descubran las ambigüedades que hicieron posible el consenso inicial. Por tanto, la articulación y la aclaración del núcleo –una tarea importante para el análisis retrospectivo- pueden ayudar a la experimentación y el aprendizaje (Majone, 2005: 198). 39

Uno de los fines que se persigue en la investigación, al proponer una

conceptuación operativa de cultura, es revisar la posibilidad de flexibilizar y abrir un

tanto el núcleo de la política cultural a la discusión pública cierta, a que concurran los

agentes-actores sin discriminación alguna a construir mediante arreglos

institucionales nuevas posibilidades y caminos. En la realidad política, el mismo

concepto de cultura debe ser producto de un consenso, de un acuerdo entre tales

actores, partiendo de una propuesta que puede provenir de cualquiera de los

agentes; dicho consenso debe ser auspiciado por el Estado.

El núcleo, que si bien aporta la posibilidad de continuidad a una política, puede

estar dando continuidad a políticas erradas. En nuestro caso de estudio, la periferia

ha sido cambiante, los modelos de desarrollo cultural han ido sustituyéndose a lo

largo del tiempo, así como la necesidad de adaptar los programas particulares con

los cuales opera la política a las condiciones económicas, sociales y políticas

siempre cambiantes, pero los cambios periféricos por lo general no afectan al núcleo,

excepto quizá por su fuerza combinada.

39 El autor reconoce la identificación de los componentes relativamente estables de una política, como una de las dificultades que enfrenta el analista, ya que supone la reconstrucción racional de este constructo humano. Las trampas de invenciones, sesgos, simplificaciones excesivas, o complejizaciones, complican el espectro al analista, pero la habilidad del analista debe ser puesta a prueba acá, contando para ello con las herramientas que le brinda el propio análisis político como disciplina aplicada.

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Todo este andamiaje conceptual aporta piso metodológico al análisis de la

política y a la comprensión del proceso. La gestión o implementación de política está,

debe estarlo en buena medida, condicionado por el núcleo relativamente estable de

la política, los conceptos, ideologías, fines y metas, que vendrían a ser el ADN de

esa política, que evoluciona lentamente en condiciones normales, permaneciendo

inalterable por periodos extensos de tiempo. Esa condicionante determina la tipología

de la periferia, si ésta se desarrolla sin que el núcleo sea formalmente modificado, es

que está enviando señales de alerta al sistema político, de que algo anda mal, al

existir una incongruencia entre núcleo y periferia. En nuestra opinión eso está

sucediendo en la actualidad en Venezuela, y a ello nos referimos en el Capítulo IV.

En virtud de esta realidad, la gestión es un tema transversal, ya que existen

factores generales que determinan su calidad, tales como su transparencia,

flexibilidad, descentralización, especialización, y separación entre instancias

decisorias, ejecutorias y evaluadoras. De manera tal que la gestión de políticas

públicas debe obedecer a cuatro principios: “Responsabilidad política; transparencia;

ecuanimidad; y, disciplina fiscal” Lahera (2004: 139). A estos principios agregamos

un quinto, el de idoneidad y compromiso del recurso humano en la implantación de

los planes y programas devenidos de la política.

Para el análisis de la implementación y gestión de políticas públicas es

necesario tener estos principios presentes, y presente el grado de conexión existente

entre el núcleo y la periferia de la política, así como la actualidad existente en aquel

núcleo, en comparación con el estado del arte y de desarrollo de los conceptos en

que otras políticas similares, o que tengan objetivos afines, se basan en países con

características similares o no; ya que de todos se pueden extraer experiencias y

enseñanzas.

Esta implementación o gestión de las políticas es lo que logrará el verdadero

impacto sobre la realidad objeto de la acción política. Es esa realidad la que debe ser

permanentemente mensurada y analizada para conocer el grado de impacto y si los

objetivos que persigue la política se cumplen o no, y en qué medida.

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Desde esta perspectiva, para proceder a evaluar los resultados de la acción

política, además de conocer los particulares referidos a la definición y caracterización

del problema público, la política formulada, y las características que definen su

implementación, se deberán entender exactamente cuáles son las expectativas

esperadas por la ejecución de la política o los programas implementados en su

marco para generar el cambio esperado. Es decir, el conocimiento de la política es

imprescindible para entender los resultados; para formular las preguntas relevantes;

comprender la data generada; e interpretar la evidencia; generando

recomendaciones apropiadas.

Se entiende así la evaluación como un ejercicio de “comparabilidad” entre una

situación previa, suficientemente caracterizada y conceptuada, el problema público, y

una realidad resultante luego de la aplicación de acciones políticas para modificar

esa realidad preexistente. Ejercicio que supone una intervención permanente y que,

siguiendo a Marino González (1977), debe manejar al menos, los criterios de:

Efectividad,

Eficiencia, y

Equidad.

Aplicados a las políticas producidas por instituciones públicas, ello implica el

establecimiento de criterios metodológicos para, en cada caso, diseñar los

mecanismos para obtener la información de conformidad al marco conceptual que

apuntala el estudio.40

La evaluación supone pautas que implican la apreciación de la efectividad de

la política, entendida como elemento del sistema político por una parte; por otra, la

evaluación del desempeño institucional, y el conocimiento del problema público.

Giandomenico Majone (2005), considera la evaluación como una nueva

disciplina “’Investigación para la Evaluación’, área amplia y creciente del análisis

40 Marino González, identifica los aspectos que orientan cada uno de los criterios de la evaluación. Efectos en el estado de salud (morbilidad, mortalidad o calidad de vida), en el caso de la efectividad; en relación con la equidad, toma en cuenta los aspectos de: equidad relativa a la financiación y prestación de servicios de salud y la equidad horizontal y vertical. Finalmente en el particular de la eficiencia, observa dos aspectos: eficiencia técnica y eficiencia económica. Ver: (González, 1997: 22-23)

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político” (2005: 214). Se ocupa ésta, de recolectar, verificar e interpretar la

información sobre la ejecución y eficacia de las políticas y los programas públicos.

Esto concuerda con la opinión según la cual, la prestación efectiva de servicios va

más allá del diseño óptimo de programas teóricos; es más importante la aplicación

efectiva del mismo, sabiendo quién se beneficia y quién sale perjudicado, y si se

están alcanzando las metas fijadas, para entonces decidir cómo mejorarlo o

abandonarlo.

El nuevo criterio es el de la “evaluación múltiple”, que reconoce la legitimidad

de diferentes perspectivas, pero sugiere también la necesidad de llegar a un nivel de

entendimiento que sea algo más que la mera suma de las diversas evaluaciones. De

esta manera, “…el nuevo enunciado contribuye a un entendimiento compartido de las

diversas perspectivas críticas y de sus diferentes funciones en el proceso de la

deliberación pública” (Majone, 2005: 216). La actividad evaluativa múltiple se plantea

dos cuestiones al momento de su inicio: ¿Quién evalúa? y ¿Qué se evalúa?

Se reconoce41, en la evaluación un ejercicio de estimación, que supone un

juicio sistemático y analítico referido a aspectos importantes de una política y su valor

para que las conclusiones extraídas de tal ejercicio sean útiles. Distingue el autor la

evaluación previa de las políticas públicas; de la evaluación previa de las inversiones;

y, siguiendo a Simon Booth, a modo complementario, la evaluación “coetánea” y ex

post, de aspectos sustantivos e instrumentales de las políticas públicas. El papel de

la evaluación es producir información calificada que reduzca la incertidumbre,

basándose en el juicio de sus autores, aún cuando las evaluaciones se sustenten en

metodologías denominadas rigurosas, como por ejemplo la integración excesiva de

la evaluación y la gestión por resultados. Ello no se encuentra muy lejano de las

recomendaciones de G. Majone respecto a la integración de criterios compartidos de

la evaluación múltiple.

Entre los principios que debe cumplir la evaluación de políticas públicas

Eugenio Lahera (2004), siguiendo a David Osborne y T. Gaebler, identifica los

siguientes:

41 Siguiendo a Eugenio Lahera (2004).

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Lo que puede medirse, se hace,

Si no se miden los resultados, estos no pueden diferenciarse de los fracasos,

Si los éxitos no son visibles, no pueden premiarse,

Si los éxitos no pueden premiarse, probablemente se estén premiando los

fracasos,

Si los éxitos no son visibles, no se puede aprender de ellos,

Si no se reconocen los fracasos, no se pueden corregir, y

“Si se puede mostrar resultados, es posible obtener apoyo público. Sus

objetivos principales son: mejorar los procesos de toma de decisiones, asignación de

recursos y la accountability” (Lahera P., 2004: 274).

Entonces, de conformidad a los criterios expuestos se puede afirmar que

como G. Majone alude a un nivel de entendimiento respecto diferentes criterios y

perspectivas de evaluación, Eugenio Lahera habla de una base común de análisis,

para sobre tales acuerdos ejecutar diagnósticos precisos de los resultados de las

políticas.

La definición que William Dunn (1994), aporta de evaluación, se corresponde

en términos generales con la de los autores citados. Para este autor la evaluación es:

“El procedimiento analítico de políticas utilizado para producir información sobre el

valor de los cursos de acción pasados y/o futuros” (Dunn, 1994: 84).42 Es interesante

observar la definición que da a monitoreo: “Procedimiento analítico de las políticas

utilizado para producir información sobre las causas y consecuencias de las políticas

que se implementan” (Dunn, 1994: 84).43

Encontramos una correspondencia entre las definiciones y fines que persigue

la evaluación en los tres autores considerados. Un punto importante que aporta Carol

Weiss es el de la “comparabilidad”, afirma la autora: “La evaluación es una

apreciación sistemática de la operación y/o de los resultados de un programa o de

una política, en comparación con una serie de patrones explícitos, como mecanismo

42 Traducción del autor. 43 Traducción del autor.

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para contribuir a la mejora del programa o política” (Weiss, 1998: 4)44. De esta

manera, sostiene que la evaluación es procedente y útil cuando estamos ante

programas complejos y de difícil observación; cuando la toma de decisiones es

importante y costosa; cuando la evidencia es importante para ganar apoyos sobre los

méritos o debilidades de una política o programa. Igualmente, refiere Carol Weiss, la

necesidad de alcanzar estándares explícitos o implícitos para la valoración de la

operación y/o de los resultados de los programas o políticas objeto de la evaluación,

¿El objetivo? Mejorarlos.

Entonces, evaluamos una política o un programa para obtener información

que nos permita comparar realidades para tomar decisiones en beneficio de los

públicos y de los propios decisores políticos. Realidades que son temporalmente

diferentes, antes de la intervención por vía de la política o el programa; y luego,

después del inicio de la intervención, para conocer cómo se comporta la realidad en

función de la política o el programa. Se trata entonces de apreciar los efectos de las

políticas públicas vistas como procesos de acción.

Si, como se ha afirmado en este capítulo, la política es un programa de acción

que representa una selección específica de medios con el fin de generar ciertos

efectos sobre una realidad particular, lo cual hace suponer que la acción de los

poderes públicos tenga un substrato racional mínimo, en el sentido weberiano del

término,45 entonces, siguiendo los planteamientos Theodore J. Lowi “…la evaluación

de las políticas se ubica en una perspectiva transversal que opera un ‘corte’ del

sistema político, como proceso, corte enfocado hacia un proceso de acción

específica considerado como unidad de análisis” (1964). De allí, se afirma que el

proceso evaluativo consiste en apreciar los efectos de la acción política, pudiendo

hacerse a diferentes niveles. Tales niveles son: 44 Al desglosar analíticamente la definición en cinco componentes, la autora al referirse al cuarto elemento “stardards for comparison” (estándares de comparación) expone: “Una vez recolectada la evidencia sobre el proceso y los resultados, la evaluación reconoce el mérito del programa comparando sus resultados con los objetivos planteados. Si la evaluación se centra en el proceso o en los resultados del programa, existe un elemento de juicio presente. En oportunidades el criterio aplicado para establecer juicios proviene de la declaración oficial respecto de las metas establecidas para ese programa o política implementada”. (Weiss, 1998: 5) Traducción del autor. 45 En este particular ver jean Pierre Nioche (1995: 165).

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Nivel de los medios: consiste en asegurar que los medios previstos (humanos,

políticos, financieros, técnicos, entre otros) hayan sido puestos a disposición de la

política en el espacio y tiempo necesarios.

Nivel de las realizaciones: aprecia los resultados inmediatos de la actividad

productiva de la administración en el marco de la política. Es el tipo de medida que

encontramos en las memorias y cuenta de los organismos. Tantas obras de teatro

financiadas; tantas montadas; tantas exposiciones; tantos libros, entre otros

aspectos; y es el nivel que más se ha beneficiado de los esfuerzos asociados al

desarrollo de los indicadores de programas.

Nivel de impacto: Es el más característico de la evaluación de políticas

públicas. Persigue mensurar el impacto de la acción administrativa/política sobre la

realidad.

Nivel de eficiencia: Pone en relación los efectos de la política pública con los

recursos destinados para obtener dichos efectos. Es el caso de las evaluaciones ex

post y de los principios de los métodos costo/beneficio y costo/ eficacia, usados en

los estudios de preparación de decisiones.

Nivel de satisfacción: Desde el momento en que establece como objetivo de

una política pública satisfacer una necesidad, una preferencia, o resolver una

problemática pública previamente diagnosticada, y presente en la población, emerge

un elemento suplementario de la evaluación que consiste en apreciar en qué medida

la población involucrada considera la necesidad satisfecha o el problema superado;

debiendo por consecuencia, integrar medidas subjetivas de satisfacción, lo que

complica la metodología de intervención46 (ver Figura I.8). 46 Jean Pierre Nioche, (1995) desarrolla un estudio de la evaluación de políticas y programas públicos en Francia, a través de una encuesta sobre los trabajos de evaluación realizados en ese país, aplicada en 1980. Uno de los resultados resaltantes es el obtenido respecto de los obstáculos de la evaluación, los que el autor clasifica en: “a) obstáculos sociopolíticos, comprenden comportamientos profundamente anclados en muy fuertes tradiciones institucionales y culturales; b) obstáculos administrativos, el más aparente es la debilidad de la gestión por programas, se refiere a la resistencia a ejecutar programas de acción específica que puedan se objeto de una evaluación de impacto precisa, prefiriendo aquellos que corresponden a los campos permanentes de la actividad administrativa, resistencia al cambio; c) obstáculos metodológicos, se refiere a las dificultades técnicas de realización de la evaluación” (1995: 164).

Para la comprensión de esta sección en un nivel empírico-operacional fue determinante la guía de Ives Evard (1980), en particular de su trabajo denominado: “Consumer satisfaction as an indicator of marketing performance: problems and perspectives”-

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Entonces, cuando existe evaluación, la investigación evaluativa ha de ser

reputada como práctica inscrita en el funcionamiento del sistema político y en sus

interrelaciones con el entorno económico, social, de una manera totalmente

interdependiente, lo que ya se ha afirmado en la sección correspondiente a sistema

político.

Finalizaremos esta sección aproximándonos un poco más a la obra de William

Dunn.

Figura I.8 Los Tipos de Evaluación

Fuente: (Nioche, 1995: 166)

El autor William Dunn (1994), establece, como ya fuese referido, una

diferenciación entre “monitoreo” y “evaluación” la cual es abordada afirmando que el

primero tiene como finalidad producir información sobre las causas y consecuencias

de las políticas y programas. El monitoreo responde la pregunta: ¿Qué pasa, cómo y

por qué?; mientras que la evaluación se plantea la pregunta: ¿Cuál es la diferencia

entre una situación previa y una posterior a la acción política? De esta manera, la

Actores Resultados Nivel de Evaluación

Sociedad Públicos

Decisores Políticos

Sistema Administrat

Grupo Objetivo

Otros

Grupos

NecesidadesProblemas

Preferencias

Política Pública Progra

Objetivos

Medios

Medios

Realizaciones

Realizaciones

Impacto

Eficiencia

Satisfacción

Efectos previstosY

No previstos

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evaluación se refiere a la producción de información sobre los valores y el impacto de

las políticas públicas.

Al hacer un análisis de la naturaleza de la evaluación, el autor de marras

afirma que ésta se distingue de otros métodos de análisis político, por los siguientes

puntos que la caracterizan:

Enfoque de valor (Value focus): Es principalmente un esfuerzo para determinar

el valor; es decir, si es válida y posee valor social la acción política o el programa

implementado. No es un simple esfuerzo para obtener información sobre la situación

previa y posterior a la implementación de la política, va definitivamente más allá.

Interdependencia del valor-hecho (Fact-value interdependence): Requiere

observar los resultados de la acción política y apreciar las consecuencias en la

solución de los problemas fijados como objetivo.

“Orientación presente-pasado (Present and past orientation): La evaluación es

retrospectiva y ocurre luego que la acción política ha tenido lugar (ex post). La

recomendación es retrospectiva y tiene lugar luego de tomadas las decisiones (ex

ante)” (Dunn, 1994: 404) 47.

Dualidad del valor (Value duality):

Los valores que subyacen en los procedimientos de evaluación tienen una cualidad doble, por cuanto pueden ser considerados como objetivos y medios. La evaluación es similar a la recomendación en lo que respecta a un valor dado (p.ej. la salud) que puede ser considerado como intrínseco (deseable en sí) así como extrínseco (deseable porque lleva hacia otro objetivo). Los valores se suelen disponer en una jerarquía que refleja la importancia relativa y la interdependencia de las metas y objetivos (Dunn, 1994: 404-405)48.

Seguidamente el autor señala las funciones de la evaluación, entre las que

destaca:

Proveer información válida y confiable sobre el desempeño de la política.

47 Traducción del autor. 48 Traducción del autor.

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Contribuir a entender y comprender críticamente los valores que condujeron a

la fijación de metas y objetivos de la política, su operacionalización y definición; y la

relación con los problemas a enfrentar.

Coadyuvar en la posible aplicación de alternativas políticas, métodos

analíticos, estructuración y definición de problemas y recomendaciones. De esta

manera, hace probable la definición de nuevas alternativas políticas en función del

desempeño de otras acciones favorables que impliquen el abandono o modificación

de las políticas previas. Cuadro I.2

Criterios de Evaluación

TIPO DE CRITERIO

PREGUNTA/ASUNTO CRITERIOS ILISTRATIVOS

Efectividad ¿Se ha logrado un resultado de valor? - Unidades de servicio

Eficiencia ¿Cuanto esfuerzo se necesitó para lograr un resultado ponderado?

- Costo unitario - Beneficios netos - Relación costo-benefic.

Adecuación ¿En qué grado el logro de un resultado ponderado resuelve el problema?

- Costo fijo - Efectividad fija

Equidad ¿Los costos y los beneficios están distribuidos de manera equitativa entre los distintos grupos?

- Criterio de Pareto - Criterio de Kaldor-Hicks - Criterio de Rawls

Respuesta ¿Satisfacen los resultados de la política las necesidades, preferencias o valores de los grupos particulares?

-Consistencia con las encuestas a los ciudadanos

Carácter ¿Los resultados (objetivos alcanzados) valen la pena, son valiosos?

- El programa público debe ser equitativo y eficiente

Fuente: (Dunn, 1994: 405)49

En consecuencia, en la búsqueda y generación de información por parte del

analista respecto del desempeño de una política pública, se utilizan diversos criterios

para evaluar los resultados, los cuales giran en torno a las discusiones sobre el

contenido de las recomendaciones políticas. La aplicación de estos criterios está

orientada por el tipo de evaluación de la cual se trate: ex ante o ex post, criterios que

son resumidos en el Cuadro I.2. y que complementa lo contenido en la Figura I.8. 49 Traducción del autor.

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Cuadro I.3 Criterios de Evaluación

ENFOQUE

OBJETIVOS PREMISAS FORMULARIOS PRINCIPALES

TÉCNICA

Pseudo-evaluación

Utilizar métodos descriptivos para producir información confiable y válida sobre los resultados de la política.

Las medidas de valor son auto-evidentes o no controversiales.

- Experimentación social - Contabilidad del sistema social - Auditoría social.

- Síntesis de la investigación y práctica.

- Muestras gráficas - Muestras tabulares - Números índices - Análisis de series temporales. - Análisis de regression - discontinuidad

Evaluación Formal

Utilizar métodos descriptivos para producir información confiable y válida sobre los resultados de la política que han sido anunciados formalmente como objetivos de programas de las políticas.

Las metas y objetivos de los hacedores de políticas y gerentes, anunciados formalmente son medidas propiadas de valor, de mensuración.

- Evaluación del desempeño - Evaluación experimental - Evaluación retrospectiva del proceso - Evaluación retrospectiva del resultado.

- Mapa de objetivos - Definición de indicadores - Criterios de valoración - Mapeo de limitaciones - Análisis de impacto cruzado - Descuento.

Decisión – Evaluación teórica

Utilizar métodos descriptivos para producir información confiable y válida sobre los resultados de la política que son valorados explícitamente por múltiples evaluadores de riesgo.

Formalmente anunciados como metas y objetivos latentes de los evaluadores de riesgos. Son medidas adecuadas de valoración.

- Determinación de la evaluabilidad - Análisis de utilidad multivariable.

- Tormenta de ideas - Análisis de la argumentación - Método Delphi - Encuestas

Fuente: (Dunn, 1994: 407 y 415)50

En general, tres grandes formas-modos de evaluar enmarcan los criterios y las

técnicas para ensamblar una metodología particular a cada caso en particular; así,

Giandomenico Majone propone una matriz (Cuadro I.4) que proporciona elementos

para determinar las condiciones en las cuales son apropiados diversos modos de

evaluación y control, partiendo de la observación de dos elementos: Mensurabilidad

de los resultados; y, conocimientos de los procedimientos que generan los

resultados.

50 Traducción del autor.

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Como corolario de esta sección se suscribe la opinión de Majone en el sentido

siguiente:

...los métodos tradicionales de evaluación y control de (las políticas públicas) los programas públicos se basan en gran medida en los insumos, aunque algunos creen que los recientes avances de la medición de resultados en áreas como la atención médica y los servicios sociales conducirán finalmente a un cambio en el interés de las políticas, de los insumos (medios) a los resultados. Si así ocurre, este desarrollo tendría consecuencias importantes para la responsabilidad pública (Majone, 2005: 225).

Cuadro I.4 Formas y Modos de Evaluación en función de Proceso y Mensurabilidad

CONOCIMIENTO COMPLETO DEL

PROCESO

CONOCIMIENTO INCOMPLETO DEL

PROCESO ALTA MENSURABILIDAD

DE LOS RESULTADOS Evaluación por el Proceso o por el Resultado.

Evaluación por el Resultado

BAJA MENSURABILIDAD DE LOS RESULTADOS

Evaluación por el Proceso Evaluación por el Insumo (medios)

Fuente: (Majone, 2005: 224)

3. Desempeño y Cambio Institucional

Se ha referido a lo largo del capítulo que uno de los factores determinantes en

el positivo resultado de las políticas y programas públicos es el desempeño

institucional. No es casual la afirmación según la cual “... las instituciones constituyen

la clave del desarrollo.” (Fukuyama, 2004: 42). Y esta acción de las instituciones en

función de la implementación de políticas y planes, con las tareas de administración,

planificación, entre otros aspectos, conlleva, supone niveles de eficiencia o de

ineficiencia estatal, criterios de estatalidad, donde es necesario tener presente,

dentro de esa estatalidad, aspectos específicos como:

Diseño y gestión de la organización, corresponde esta acción a la

administración pública, en el amplio campo de la teoría de las organizaciones.

Diseño del sistema político, relacionado con el diseño institucional en el

ámbito del conjunto del Estado, con la finalidad de evolucionar hacia la construcción

de un sistema político óptimo.

Base de legitimación, las instituciones estatales, en su conjunto, no sólo deben

cooperar en forma adecuada en un sentido administrativo, sino que deben, además,

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concebirse como instituciones legitimadas por la sociedad correspondiente. Así, una

buena institución estatal es aquella que atiende con eficiencia y transparencia las

necesidades de sus clientes, es decir, de los ciudadanos del Estado.

La base de legitimación válida y auténtica reconocida es la democracia,

además se demuestra, la correlación entre desarrollo y democracia, en extensos

estudios, reconociendo la complejidad de tales estudios y afirmaciones.

Factores culturales y estructurales, una afirmación define la complejidad de

este aspecto: las normas formales pueden ser modificadas mediante la política

pública; las normas culturales, por el contrario, no pueden modificarse y, a pesar de

que van cambiando con el tiempo, resulta mucho más complejo dirigir su evolución.

Claro, las características que definen los valores culturales de una sociedad influyen

enormemente en la evolución de las instituciones formales.

La transparencia de los organismos del gobierno ante el pueblo es, en cierta medida, una cuestión de diseño institucional y de equilibrio de poderes interno; sin embargo, al final, la responsabilidad de controlar la actuación de dicho gobierno y exigirle que responda, corresponde a la población a la que supuestamente sirve. Una sociedad organizada en grupos cohesionados es mucho más probable que exija y obtenga transparencia que una formada por individuos desorganizados (Fukuyama, 2004: 54).

Entonces, existe una alta interrelación entre la capacidad institucional y los

niveles de organización de una sociedad, en donde se supone se establece un

círculo virtuoso entre ambos componentes, apuntalándose el uno al otro de manera

creciente. Pero, lo propio también es válido en caso contrario, una sociedad

laxamente estructurada, desorganizada en sus exigencias y estructuración de

demandas y reclamos al Estado, generaría elementos de baja eficiencia en las

instituciones públicas en un círculo vicioso, también creciente.

Se ha afirmado en la sección correspondiente a Estado y proceso político, que

existe una relación inversamente proporcional entre el alcance de las funciones del

Estado y su capacidad institucional. Esta realidad de Estados con amplios alcances

en sus funciones y con la pretensión de extenderlas aún más, es característica de los

países en desarrollo, y el caso de los gobiernos latinoamericanos no escapa a esta

realidad, a pesar de ello, urge incrementar la fuerza y capacidad de nuestras

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instituciones estatales para que cumplan con eficiencia las funciones esenciales que

sólo los gobiernos pueden desempeñar. El problema reside en que no contamos con

los medios políticos para llegar ahí (alta capacidad institucional) porque, siguiendo a

Fukuyama (2004), la demanda de reforma resulta insuficiente. Esta afirmación es

cónsona con lo afirmado párrafos previos respecto del circulo vicioso entre baja

capacidad institucional y desorganización de la sociedad.

Oakeshot, citado por G. Majone (2005:109) afirma, que “…el intento de hacer

algo que de suyo es imposible constituye invariablemente un ejercicio de corrupción”.

Por lo tanto, queda establecido el hecho que el ejercicio del gobierno supone límites

en su acción, límites que afectan la factibilidad de una acción política. De esta

manera, el ejercicio de analizar la factibilidad de una acción implica identificar las

restricciones reales y potenciales, separarlas de sus obstáculos ficticios, evaluar su

importancia para diferentes estrategias de ejecución y estimar los costos y beneficios

de superación de las restricciones que no sean absolutamente fijas.

Una de las restricciones más importantes que afecta la factibilidad de una

acción política es la de las “Restricciones Institucionales”, las cuales revisaremos en

los párrafos siguientes.

Entre estas instituciones se cuentan: los cuerpos legales, comprendidas leyes,

reglamentos, decretos y ordenanzas; las normas internas de funcionamiento de las

organizaciones; las organizaciones mismas; y los procedimientos para la toma de

decisiones. “Toda la maquinaria gubernamental es un vasto conjunto de restricciones

que definen los papeles de los diversos actores de las políticas y limitan las

estrategias a su disposición” (Majone, 2005: 136).

Pero, ¿Por qué considerar las restricciones institucionales en el marco teórico

de esta investigación? Porque apreciamos en la capacidad institucional un factor

clave en la mejor gestión de la acción política, específicamente de la política pública

cultural, en función de la complejidad de los actores que intervienen (o deberían

intervenir) en dicho proceso y del entramado institucional que forma parte del mismo.

Es menester apuntalar la capacidad organizativa de las dependencias del Estado e

identificar y comprender los factores institucionales que deben ser compatibles en

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pos de viabilizar la factibilidad de los objetivos de la política, entre tales factores

están: “la composición de la alta administración pública; el diseño organizativo del

centro del gobierno; y la competencia burocrática” (Campbell y Halligan, 1992).

Se debe apuntar al logro de una adecuación efectiva entre las exigencias de

recursos del organismo responsable de la acción política y las metas en cuanto a las

políticas.

¿Lo señalado, supone, como premisa reconocer un ineficiente desempeño

institucional del sector cultural? En realidad, lo que supone es el reconocimiento de lo

necesario de un cambio en la restricción institucional que constituye este ámbito en

la política cultural venezolana, ello en atención a las características que definen el

problema público caracterizado, y en donde el comportamiento tradicional del

sistema político cultural es un factor asociado a dicha realidad y, dentro de él, la

capacidad institucional de los organismos culturales rectores.

G. Majone afirma que una estrategia orientada al cambio institucional equivale

a aplicar el método de producción indirecta, que consiste en influir en los resultados

de las políticas impactando sobre los mecanismos institucionales (por ejemplo) que

producirán más adelante corrientes de resultados valiosos, en lugar de pretender

impactar directamente sobre los índices del problema, sin considerar o tomar en

cuenta los factores asociados a este. 51 Este método indirecto es el principio que

basa las propuestas planteadas en la investigación y uno de los motivos que lleva al

diseño del modelo de política propuesto como uno de los ejes del trabajo.

Los esfuerzos orientados al cambio de las restricciones institucionales deben

focalizarse en el conocimiento de los flujos de información respecto del problema

objeto de acción, y el cambio progresivo de los paradigmas cognoscitivos y de los

paradigmas culturales; ello implica la entrada en el juego de los diversos actores

políticos involucrados en la acción de Estado. Cuando los actores lo son en acciones

51 Para este importante punto nos basamos en Mark Blaug (1976, 1979) fundamentalmente en sus trabajos: “The economics of the arts” y “Economic theory in retrospect” respectivamente, y en referencias y análisis que el autor hace de Bönh-Bawerk, sobre el que desafortunadamente, no conseguimos mayor bibliografía de consulta. Igualmente, el citado G. Majone (2005), reactualiza el punto y efectúa aportes capitales en la metodología “indirecta” que resultan altamente pertinentes con los fundamentos y estrategias esgrimidas en esta investigación.

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reales políticas, tienden a considerar la parte relativamente más estable del núcleo

de la política como posible objetivo de acción, lo que comprende fundamentos

legales, conceptuales, reglas procedimentales del debate y de la toma de decisiones

entre ellas, el proceso de conformación de las agendas (ver figura I.7.).

A partir de este punto G. Majone concentra la atención en las variables

fundamentales del modelo de cambio institucional52, las cuales son:

Grupo de actores de políticas efectivos y potenciales;

Recursos a su disposición en los diferentes arreglos institucionales, en donde

se incluyen:

• Cantidad y calidad de la información, habilidades y conocimientos técnicos a

disposición de los diversos actores; y

• Factores y restricciones ambientales, entre ellas las políticas existentes, los

valores sociales, las ideologías, la opinión pública y los paradigmas cognoscitivos.

Emerge como punto clave de atención el rol interpretado por los actores en el

modelo, y la presencia preponderante de los actores oficiales, en el caso de la

política cultural nacional se identifican: Poder Ejecutivo, ministros, presidentes de

institutos autónomos (CONAC, por ejemplo); Poder Legislativo, Comisiones

Permanentes de Cultura y Finanzas; también se aprecian actores con una relevancia

menor en su capacidad de impacto general, pero relativamente importante a nivel

particular, como lo son los actores oficiales en los estados y municipios. Luego, los

actores no oficiales que se pueden dividir en dos sectores: los creadores culturales

(ofertantes); y los consumidores potenciales y efectivos de tales bienes y servicios 52 Se basa Majone en la formulación de este modelo de cambio institucional en Victor Goldberg (1974). Haciendo, respecto del modelo propuesto, la afirmación siguiente: “En una versión simplificada del modelo de cambio institucional, que todavía se asemeja al modelo tradicional de elección racional, supondríamos que los actores de las políticas actúan independientemente o en coaliciones monolíticas, como el elaborador de políticas único del decisionismo o los consumidores o las empresas de la teoría económica neo-clásica; que los actores de las políticas tienen un solo recurso homogéneo (dinero o poder político); que la información es imperfecta y se halla desigualmente distribuida entre los diversos actores pero no está sujeta a la manipulación, y que se toma como dado el ambiente político, social y cultural. De acuerdo con estos supuestos, el análisis marginal conduce a la conclusión de que cada uno de los actores debe asignar sus recursos de forma tal que el rendimiento mínimo esperado de la última unidad de recursos gastada en influir sobre los arreglos institucionales en cualquier área particular de políticas, sea aproximadamente igual al beneficio de la última unidad de recursos gastada en cualquier otro tipo de influencia o en la adquisición de algún resultado de política particular” (Majone, 2005: 142).

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culturales, quienes están en capacidad de organizarse y luchar para presentar e

imponer su definición del problema y de los instrumentos apropiados para su

solución. “Los cambios de un conjunto de conceptuaciones a otro tienen importantes

implicaciones institucionales, pues determinan cuáles organizaciones tendrán la

obligación y la oportunidad de atacar el problema” (Majone, 2005: 146).

El modelo propuesto para el cambio institucional, con la finalidad de afrontar

tal restricción, es considerado pertinente en el marco de esta investigación, por

cuanto permite analizar y observar las variables asociadas al comportamiento

institucional y, a través del método indirecto, diseñar estrategias consecutivas de

acción para paulatinamente impactar tales variables y hacer factible tal cambio.

4. Política Pública Cultural53

Lo que otorga legitimidad a una política pública procede de: una situación

problemática reputada como problema público; de una demanda o necesidad social;

la satisfacción de una preferencia; y, el cumplimiento de un mandato legal. Tales

supuestos de validación, pueden estar combinados hasta el punto en que una

política esté diseñada para solucionar una situación problemática que emerge como

demanda y necesidad social y, que además, existe un mandato legal que estipula tal

atribución al Estado.

En el caso de la política cultural cabe preguntarse: ¿Cuál es la finalidad de la

misma, qué objetivo persigue?; ¿Para qué?; ¿Qué valida y legitima, en el caso

venezolano, la acción política en este sector?; ¿Qué justifica la inversión pública en

cultura, y más específicamente, en la constitución de un capital cultural nacional?; y, 53 Para Paul Tolila (1999), una política pública cultural, significa muchas cosas. En primer lugar, que el Estado reconozca la importancia de los ámbitos culturales, de las artes y de la relación estética en el mundo para la colectividad de la cual está a cargo. Después, que estime que los fenómenos culturales no pueden, bajo pena de contravenir a la más simple exigencia democrática, depender de las únicas relaciones de fuerza en la obra dentro de la sociedad y en particular, de los únicos mecanismos de la marcha. Por último, que una parte de su presupuesto sea afectada en el mantenimiento y el desarrollo de las actividades culturales y que, del uso de ese dinero y por tanto de los resultados de su política, deba rendir cuentas a los ciudadanos que representa en este asunto. Afirma el autor que en Francia, en los 40 años de existencia del Ministerio de Cultura (creado en 1959) los ministros se han sucedido, los acentos de los políticos seguramente han podido cambiar y los presupuestos variar en sentidos opuestos, pero se ha mantenido permanentemente una política pública en materia cultural, cuyos objetivos son: favorecer la creación, preservar el patrimonio, desarrollar las industrias culturales, democratizar el acceso a las prácticas culturales y promover la diversidad.

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más importante aún, ¿Bajo qué criterios se ejecuta la acción política pública, para

lograr esos fines?; ¿Obedece la política pública cultural a los supuestos que hemos

considerado respecto a sistema y proceso político?

Para el analista emergen otras cuestiones que se suman a las anteriores,

entre ellas: ¿Qué factores se asocian y definen a la acción política cultural?; o,

¿Existe un tipo específico y definido de desarrollo cultural inherente al tipo de

políticas culturales resultado del proceso político?

A partir de los años 70 en la mayoría de los países latinoamericanos hubo una

disposición a diseñar, acciones políticas en aras de un desarrollo cultural, a través

del diseño e implementación de políticas públicas, en general siguiendo las

recomendaciones de la UNESCO.

Se identifican tres criterios sobre desarrollo cultural, entendidos como marco

de referencia del proceso político cultural. Estos tres criterios son:

El desarrollo cultural como sinónimo de crecimiento cultural.

El desarrollo cultural como proceso que debe perseguir y lograr la nivelación

cultural.

El desarrollo cultural como posibilidad política de autoafirmación colectiva y

pluralista de los pueblos, las comunidades y los grupos.

Alrededor de tales criterios, los objetivos políticos que de ellos se desprenden

se resumen de la siguiente manera:

El desarrollo cultural como medio de búsqueda de la identidad nacional.

El desarrollo cultural como proceso conformador de la cultura nacional.

El desarrollo cultural como premisa que es necesario alcanzar para poder

optar a niveles de desarrollo semejantes a los de las sociedades industrializadas.

El desarrollo cultural como proceso de intenso difusionismo cultural.

El desarrollo cultural como determinismo histórico-cultural que impide el

crecimiento cultural.

El desarrollo cultural como componente del bienestar social y de la teoría del

desarrollo.

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Dichos enunciados son orientaciones que guían la acción política de los

decisores gubernamentales. Los enunciados repercuten en el grado de desarrollo y

credibilidad de las instituciones públicas que tienen la misión de diseñar y/o ejecutar

acciones políticas en materia cultural. Afectan, las particulares concepciones sobre lo

que implica el desarrollo cultural y todo el proceso de formación de políticas públicas

culturales.

Todo ello incide en el grado de consenso y aceptación en la sociedad en

relación con la gestión del Estado en cultura, determinando el tipo de procesos y

estrategias políticas empleadas para planificar y administrar el hecho cultural como

objeto de políticas.

De los criterios, los que han prevalecido en la Región son: el crecimiento

cultural igual a desarrollo cultural; y el desarrollo cultural entendido como proceso de

nivelación cultural.

El tercer criterio, el desarrollo cultural como posibilidad política de

autoafirmación colectiva y pluralista, apenas a inicios de la década de los 80

comienza a orientar ciertas acciones aisladas y a surgir mediante algunas iniciativas

que apuntan en esa dirección.

Estas iniciativas en los 90 poseen una presencia cada vez más importante, como por ejemplo: proyectos de desarrollo comunitario, experiencias de animación cultural en barriadas y zonas de pobreza crítica o extrema e iniciativas populares autogestionarias, procesos estos apuntalados, en el caso de algunos países entre ellos Venezuela, por políticas de descentralización y desconcentración de los poderes públicos, otorgando mayor autonomía y capacidad decisoria a los niveles estadal y municipal (Oropeza, 1997: Tomo II, 97-108).

En la actualidad, los criterios de desarrollo cultural, en líneas generales siguen

siendo los mismos, claro que incorporando activa y permanentemente elementos

novedosos importantes, como por ejemplo: elementos de participación ciudadana vía

consumo cultural, que definen nuevas formas de ciudadanía, en contraposición con

las características que definen la industria cultural.54 Esta realidad de una acción

cultural pública activa, en nuestro país, requiere mayores esfuerzos encaminados a

54 Ver, Néstor García Canclini (1995), y Alejandro Oropeza G., (2002-A, 2005).

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operacionalizar en la práctica el concepto, tradicionalmente abstracto y amplísimo, de

cultura, y a analizar esta singular política pública.

Acerquémonos a los criterios de desarrollo cultural identificados. Primero, el

desarrollo cultural entendido como crecimiento cultural, centra prioritariamente la

atención en la planificación y el desarrollo de la infraestructura inmobiliaria cultural,

en un intenso proceso difusionista de la cultura. Ha sido expresado como más cultura

para todos, más bibliotecas, más museos, más teatros, en fin más bienes y servicios

culturales a disposición de la población. La evaluación de la política basada en este

criterio incluye sólo aspectos cuantitativos institucionales, la cantidad se superpone

a la calidad y al fin de la acción cultural.

El segundo criterio que, además, puede coexistir con el primero en virtud que

pueden complementarse, es a juicio de Jorge Cáceres (1987), mucho más

peligroso.55 En este caso, el interés de los decisores atiende exclusivamente a que

se logre "elevar" el nivel cultural de las mayorías y se mejore la capacidad de

apreciación estética del pueblo, de las masas. La concepción aludida se fundamenta

sobre bases teóricas que son tenidas como hechos cumplidos que no requieren, por

tanto, ni análisis ni justificaciones, emergen como dogmas, entre los que se

observan:

El reconocimiento de la cultura erudita como objeto principal de políticas

gubernamentales;

La promoción cultural dedicada exclusivamente al difusionismo de códigos

culturales por definición elitistas y crípticos;

Una manifiesta decisión a lo largo del proceso de formación de la política

pública autoritaria, burocratizada y distante de las mayorías y de los creadores, que

implica la descalificación y el desprecio de campos culturales no estrictamente

eruditos o universales, en particular de las expresiones artísticas relacionadas con la 55 Los hermanos Jorge y Oscar Cáceres fueron pioneros en los estudios e investigaciones sobre desarrollo y gerencia cultural en Venezuela, los materiales escritos y considerados por ellos se constituyeron en una de las primeras ventanas al mundo de las políticas culturales desde nuestro país. Constituyeron un estímulo determinante para muchos que, luego de compartir sus enseñazas, seguimos el camino de la investigación sobre el hecho cultural. Valga la oportunidad para hacerles un sincero reconocimiento a su trabajo y dedicación docente que tuve la oportunidad de recibir y disfrutar en varias ocasiones.

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denominada “cultura popular”. Por lo que se asume y reconoce a una diferenciación

entre estos tipos de manifestaciones culturales: lo erudito/universal vs lo

tradicional/popular.

El último criterio es una visión restringida, sólo compuesta por la apreciación

del arte, la cultura universal y patrimonial. Lo que persigue, en su afán difusionista,

es el "mejoramiento" de la calidad artística de los códigos culturales de grandes

mayorías. Por lo tanto, se establecen como objetivos primordiales de la acción

política, la conservación y la difusión del "arte culto", y el mejoramiento de los

entornos culturales (esferas) de los sistemas, instituciones y grupos sociales.

En el Cuadro I.5. y Cuadro I.6., aparecen descritas las dos concepciones

predominantes expuestas, considerando los estilos de planificación y administración

que les son características.

Las políticas culturales son los mecanismos idóneos para la búsqueda del

desarrollo cultural, en cualesquiera de sus criterios. El desarrollo instrumental de la

noción de desarrollo de la cultura, exige disponer de políticas a través de las cuales

se materialicen en la práctica sus postulados principales, particularmente aquellos

que se derivan de la democratización cultural, en los extremos planteados por Néstor

García en 1990, y la expansión significativa de la oferta y, fundamentalmente de la

demanda cultural.

Al ser el Estado actor clave en el proceso político cultural, será la decisión de

sus órganos la que determine el modelo de desarrollo cultural a seguir y las

principales estrategias y acciones políticas para alcanzarlo. O bien, será el Estado,

por medio de la omisión en la decisión y la acción política quien deje lo cultural en

manos de la intervención de los particulares, de manera exclusiva. Pudiendo también

considerarse una acción política mixta Estado/Sector privado.

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Cuadro I.5 Estilos y tendencia de planificación y administración de actividades culturales

Criterio: Desarrollo Cultural igual a Crecimiento Cultural.

Fuente: (Cáceres, 1987)

La participación del Estado Latinoamericano y Caribeño en el ámbito del desarrollo cultural ha representado un tópico altamente pertinente a lo que ha sido su desarrollo histórico de conformación como fuerza social relevante en la dinámica social de nuestras realidades. Uno de los principales retos que la construcción de la sociedad nacional planteó, y aún continúa haciéndolo, era la intervención del Estado en la vida educativa y cultural, entendida, en la mayoría de los casos, como una de las vías mediante las cuales se procuraba la integración socio-cultural, se operacionalizaba el proyecto político de la identidad nacional, se concretaba la modernización en la esfera de los conocimientos, los valores y las actitudes, se generaban condiciones institucionales para la democratización de la cultura y se daban respuestas a las posibilidades de que el hecho cultural y educativo sirviera de palanca para la famosa ´movilidad social’ (Cáceres, 1987: 11-12).

La planificación de actividades culturales La administración de actividades culturales Planificación predominante centralizada: Las necesidades y aspiraciones culturales de la población son apenas "datos" para los planificadores y administradores. Suposición de universales necesidades básicas de orden cultural (lo artístico, lo informativo, lo técnico, lo científico, lo estético). La planificación del crecimiento institucional según modalidades y necesidades imaginadas. La planificación en una doble vertiente: a) Como proceso organizador de la prestación de servicios. b) Como proceso organizador de la difusión/divulgación culturales. Caso A: Servicios Culturales de Planificación: Variables claves para la metodología de planificación: a) Supuestas necesidades de la población. b) Diseño y mejoramiento del servicio cultural. c) Organización de la acción institucional. d) Disponibilidad de recursos. e) Localización físico-espacial. Caso B: Difusión Cultural: a) Supuestas necesidades artístico-culturales de la población (mayoría de menores ingresos). b) Infraestructura y capacidad física disponibles. c) Aspiraciones y exigencias de los grupos artísticos. d) Disponibilidad de recursos. e) Organización físico-espacial de los "circuitos de difusión".

Administración Cultural con atención exclusiva a la eficacia y eficiencia en: a) Prestación de servicios. b) Difusión del arte y la cultura. c) Crecimiento institucional. Centros decisorios: a) Cumplimiento formal de las metas. b) Infraestructura. c) Equipamiento y dotaciones. d) Requerimientos financieros. La administración cultural como una administración de recursos institucionales para la prestación de servicios y la promoción y difusión de espectáculos artísticos. Administración cultural con predominio de criterios formales y cuantitativos de evaluación de gestión. Administración cultural con parciales requerimientos técnicos y metodológicos: a) Programación de actividades. b) Asignación y distribución de recursos.

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107

Se volverá sobre estas consideraciones de desarrollo cultural cuando nos

detengamos en los paradigmas que han normado las políticas culturales en América

Latina y el Caribe.

Cuadro I.6 Estilos y tendencia de planificación y administración de actividades culturales.

Concepción: Desarrollo Cultural como Proceso de Nivelación Cultural.

La planificación de actividades culturales La administración de actividades culturales Planificación predominante centralizada: Las necesidades y las aspiraciones de la población son casi totalmente ignoradas por los planificadores y administradores. Suposición elitista de necesidades artísticas que son siempre universales; - Goce y disfrute del arte universal y cosmopolita. - Apreciación estética de la base social. - Educación e información culturales para la decodificación del código cultural críptico. La planificación como proceso de definición de actividades de: a) Apreciación del arte y la cultura universal y patrimonial. b) Mejoramiento de la calidad artística de los códigos culturales de las grandes mayorías. c) Conservación y difusión del arte culto. d) Mejoramiento de las atmósferas culturales de distemas, instituciones y grupos. En síntesis, la planificación como el procedimiento mediante el cual se ponen en marcha actividades dirijidas a "elevar el nivel cultural" de las mayorías. Variables privilegiadas. a) Conocimiento y grado de valoración de las manifestaciones artísticas. b) Procesos educativos y formativos para las mayorías. c) Acceso a valores, servicios y manifestaciones. d) Organización y aprovechamiento de la infraestructura cultural. e) Nivel "sociocultural" de los públicos. f) Localización físico-espacial. g) Grado universal de representatividad del grupo cultural o de la manifestación artística.

Administración cultural con atención exclusiva a la eficiencia y a la eficacia en: a) Difusión del arte. b) Educación artística para la mayoría. c) Patrimonio artístico, arquitectónico e histórico. d) Prestación cualitativa de servicios de apoyo al arte. Centros decisorios. a) Cumplimiento formal de las metas. b) Circuitos de difusión cultural de acuerdo a lo programado. c) Facilidades y calidad de la infraestructura cultural y de los equipamientos y mobiliarios. d) Calidad de los recursos humanos. e) Promoción publicitaria. La administración cultural como una administración de recursos institucionales para facilitar el acceso selectivo de las mayorías a determinadas manifestaciones y a ciertos valores y bienes culturales. Administración cultural con predominio de criterios formales y cuantitativos de evaluación de gestión (presentaciones, públicos, número de espectáculos, calidad de los artistas). Administración cultural con parciales requerimientos técnicos y metodológicos: a) Programación de las actividades. b) Requerimientos y exigencias técnicas y físicas de acuerdo al tipo de actividad programada.

Fuente: (Cáceres, 1987)

Los objetivos del proceso político cultural venezolano, deben estar orientados

a cumplir, en primera instancia, con las estipulaciones formales que se desprenden

del ordenamiento jurídico nacional, por tanto, a garantizar y propender al ejercicio

cabal de los derechos culturales. Por otra parte, dichos objetivos políticos deben

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perseguir solucionar los problemas y atender las necesidades que se presenten en la

sociedad referidos a cultura.

Cuando se habla de política cultural, diversos actores (creadores, artistas,

escritores, públicos, consumidores, entre otros) piensan en planificación, en

programas y planes dictados por un órgano interventor que pretende dirigir y regular

el acto creador individual. Así, para gran parte de creadores artísticos e intelectuales,

la política cultural constituye un territorio ajeno donde se amenaza continuamente la

creación espontánea, lo que lleva a rememorar ciclos históricos en donde la acción

creadora artística estuvo férreamente controlada (Stalin, Hitler o algunos déspotas

ilustrados latinoamericanos). Por lo tanto, política y cultura, son considerados por

algunos como campos adversarios, necesariamente opuestos e incompatibles el uno

con el otro.

En América Latina, en el Siglo XIX, en países como Argentina y México, la

formulación de un proyecto de nación estuvo indisolublemente unido a una estrategia

de desarrollo cultural, entre cuyos objetivos se perseguía la articulación de la

educación, la composición sociocultural de la población y el crecimiento económico;

Domingo Faustino Sarmiento y José de Vasconcelos son los patriarcas de una

concepción política cultural de la acción del Estado en estos países. Pero, la realidad

general es que en América Latina no viene a hablarse de política cultural sino en

años recientes. La ejecución de acciones políticas culturales estatales es más

reciente aún, hace sólo unos cuantos años es que vienen a verse ministerios de

cultura o institutos autónomos del Estado encargados de diseñar planes y estrategias

de tipo cultural. ¿Qué fue lo que sucedió?

Se inician acciones políticas a través de las cuales los Estados pretendían, en

palabras de Sergio Miceli, refiriéndose a Brasil, “…la construcción institucional del

área cultural” (1984: 54). El debate doctrinario sobre cultura se lleva a la praxis y se

inicia la ejecución de acciones políticas culturales por parte del Estado.

La consideración y estudio del proceso político referido a cultura ha originado

y producido una gran variedad de debates a nivel internacional; corolario de dichas

convocatorias fueron las conferencias intergubernamentales regionales y mundiales

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organizadas por la UNESCO desde la primera en Venecia en 1970, hasta la

conferencia mundial de México en 1982; y la última realizada en Estocolmo, Suecia

en marzo y abril de 1998.

Estas conferencias intergubernamentales contribuyeron a que se tomara

conciencia y hubiera cierto sentido común por parte de la comunidad internacional,

respecto a que el crecimiento de los países no puede ser exclusivamente evaluado

por medio de índices absolutamente económicos; por ello, el desarrollo cultural, que

concibe el avance conjunto de la sociedad dentro de determinados criterios, debe ser

objeto de la política del Estado: la política cultural. Esta afirmación es pertinente

porque no puede ser dejado el desarrollo cultural, como tarea marginal de élites

oficiales refinadas, o entregado a la iniciativa empresarial de organizaciones

privadas, o que el Estado pretenda su manejo absoluto sin tomar en consideración al

resto de los actores involucrados.

Estas conferencias convocadas por la UNESCO 56 promovieron acuerdos

internacionales sobre:

Defensa del patrimonio cultural nacional.

Acceso de sectores populares a la cultura.

Protección de los derechos de los creadores y trabajadores culturales.

A partir de 1970, la política cultural se comienza a tratar y discutir en grandes

encuentros de carácter mundial y regional, algunos de dichos encuentros y debates

56 Dichas conferencias fueron: a) La Conferencia Intergubernamental sobre los Aspectos Institucionales, Administrativos y Financieros de las Políticas Culturales, celebrada en Venecia (Italia) del 24 de agosto al 2 de septiembre de 1970; b) La Conferencia Intergubernamental sobre las Políticas Culturales en Europa, celebrada en Helsinki (Finlandia) del 19 al 28 de junio de 1972; c) La Conferencia Intergubernamental sobre las Políticas Culturales en Asia, tuvo lugar en Yogyakarta (Indonesia) del 10 al 19 de diciembre de 1973; d) La Conferencia Intergubernamental sobre Políticas Culturales en África, fue celebrada en Accra (Ghana) del 27 de octubre al 6 de noviembre de 1975; e) La Conferencia Intergubernamental sobre las Políticas Culturales en América Latina y el Caribe, se llevó a cabo en Bogotá (Colombia) del 10 al 20 de enero de 1978; f) Al no poder convocar la UNESCO la Conferencia Intergubernamental sobre las Políticas Culturales de los Estados Árabes, ésta puso a disposición de la Organización Árabe para la Educación, la cultura y la Ciencia (ALECSO), los documentos preparatorios, realizándose la Conferencia de Ministros Árabes de Cultura, en la ciudad de Bagdad del 2 al 5 de noviembre de 1981; g) Posteriormente tuvo lugar en ciudad de México (México) la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales, del 26 de julio al 6 de agosto de 1982; h) La última Conferencia Intergubernamental sobre Políticas Culturales para el Desarrollo, tuvo lugar en Estocolmo, Suecia entre el 30 de marzo y el 2 de abril de 1998.

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limitarán las discusiones a las descripciones burocráticas y declaraciones de

principios que, en muy pocas ocasiones se llevarían a la práctica, a través de la

formulación y ejecución de políticas culturales que obedecieran a tales

argumentaciones. Serán los políticos los que tratarán complejas cuestiones

tecnológicas, lingüísticas y artísticas; aconsejándose acciones de protección a, por

ejemplo, las culturas indígenas y populares, sin que sus protagonistas participen en

estas reuniones.

De igual manera, la política cultural ha sido objeto de múltiples e infinidad de

artículos e investigaciones, siendo dichos textos declaraciones apologéticas escritas

por funcionarios o emanadas de organismos, luego de un período administrativo o

gubernamental. En nuestro caso, el caso venezolano, tenemos el ejemplo del texto

de Alfredo Tarre Murzi (1972), en el cual el autor formula una memoria de su trabajo

al frente del INCIBA, situando la problemática de la cultura y de las políticas

culturales del país, desde una consideración que tiene como base las tendencias del

socialismo y del capitalismo.

Se reconoce en estos textos el haber establecido los fundamentos y

explicaciones que hacen más coherentes las acciones culturales emprendidas por el

Estado latinoamericano. Entonces, con base a lo expuesto es lógico afirmar que las

acciones políticas han de vincularse con las necesidades sociales, lo que conlleva a

descubrir el sentido general de tales políticas a través, y he ahí lo necesario de la

investigación empírica que trascienda la reflexión personal de los protagonistas o la

visión oficial de las instituciones involucradas en tales acciones culturales de carácter

político.

Ahora bien, en párrafos anteriores se formulaba la interrogante de por qué a

partir de los años 80, se produjo un interés generalizado en América Latina sobre la

implementación de acciones políticas culturales, que se tradujeron, en sus primeros

momentos, en la creación de órganos gubernamentales (ministerios, institutos

autónomos, dependencias, entre otros) encargados de diseñar y ejecutar acciones

encaminadas a lograr o alcanzar un desarrollo cultural, determinado por particulares

características.

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Néstor García Canclini resume la opinión generalizada acerca de la respuesta

a tal cuestión con las siguientes palabras:

¿A qué se deben estos cambios en el tratamiento de las políticas culturales? Una primera explicación podemos encontrarla en la crisis de los modelos productivistas; tanto keynesianos como marxistas, que hasta hace poco regían la planificación del desarrollo. La incapacidad de las soluciones meramente económicas o políticas para controlar las contradicciones sociales, las explosiones demográficas y la depredación ecológica han llevado a científicos, políticos a preguntarse por las bases culturales de la producción y el poder. Se acepta que el desarrollo no es sólo una cuestión referida a patrones y niveles materiales, sino también al significado del trabajo y la recreación, al sentido que las sociedades construyen, junto con su producción, en las canciones y las imágenes, en el consumo, la educación y la vida diaria... ...Se presta creciente atención al papel (muchas veces positivo) de las diversidades culturales en el crecimiento económico, a la solidaridad étnica o religiosa como recursos de cohesión social, y a las técnicas de producción y los hábitos de consumo tradicionales como base de formas alternativas de desarrollo (García C., 1990: 22-23).

Se habla del fracaso de la concepción economicista del desarrollo. Se

comienza a reconocer en declaraciones de estadistas y de organismos

internacionales el error de no considerar prioritario que los cambios tecnológicos y

sociales, devenidos de aquella concepción economicista del desarrollo, deben

arraigarse en los hábitos culturales de las sociedades.

Pero, no se puede ser tan simplista, y explicar la cuestión planteada por el

fracaso del modelo economicista del desarrollo en función de hábitos culturales;

también es necesario considerar que el concepto de cultura debe deslindarse de la

concepción estrictamente erudita de las bellas artes, abarcando también una

concepción antropológica más amplia (posteriormente delimitada a la creación

artística, según nuestro parecer); entendiendo su participación y función en diversas

problemáticas sociales. Por tanto, el concepto de cultura ha expandido su visibilidad

social y ha evidenciado la necesidad de ser atendido por medio de políticas públicas,

lo que también reclama su operacionalización.

El desarrollo cultural que persigue el proceso político-cultural, entendido en los

términos que veremos seguidamente, es necesario para enfrentar las

contradicciones que entraña el desarrollo, por cuanto es un recurso (aunado a unas

de sus consecuencias: el trabajo cultural) que sirve como elemento de cohesión de la

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nación o de cada grupo alrededor de un proyecto comprendido y compartido. Es por

ello que la crisis de la cultura debe ser atendida y tratada conjuntamente y en la

misma jerarquía que la económica y la política.

Se debe concluir que una política cultural debe ir más allá de la formulación de

principios y acciones que administren de manera rutinaria el patrimonio histórico, o

como conjunto de normas que regulen el aparato burocrático cultural del Estado que

se dedica a conservar las manifestaciones artísticas y a presentar las memorias y

cuenta, recopilando las acciones ejecutadas por el gobierno. Se debe entender por

políticas culturales: “el conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las

instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el

desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de la población y obtener

consenso para un tipo de orden o transformación social” (García C., 1990: 26).

Puesto que la política cultural, por lo expuesto, no es territorio exclusivo de la

potestad del Estado, se hace necesario identificar los paradigmas políticos que han

regido y rigen su accionar con relación a los demás agentes sociales implicados en la

construcción del modelo de desarrollo cultural, la relación entre política y cultura y las

concepciones de desarrollo cultural.

Podemos identificar seis paradigmas políticos de la acción cultural, ellos son:

Mecenazgo liberal,

Tradicionalismo patrimonialista,

Estatismo populista,

Privatización neoconservadora,

Democratización cultural, y

Democracia participativa.

A cada paradigma corresponden agentes sociales (actores) que participan en

la satisfacción de sus fines; y, modelos de organización de la relación entre Estado y

cultura, por lo tanto una concepción particular acerca de los objetivos y fines del

desarrollo cultural, tal correspondencia se puede apreciar en el Cuadro I.7.

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Cuadro I.7 Políticas culturales: paradigmas, agentes y modos de organización

Paradigmas Principales agentes Modos de organización de la relación política-cultura

Concepciones y objetivos del desarrollo cultural

Mecenazgo liberal

Fundaciones industriales y empresas privadas.

Apoyo a la creación y distribución discrecional de la alta cultura.

Difusión del patrimonio y su desarrollo a través de la libre creatividad individual.

Tradicionalismo patrimonialista

Estados, partidos e instituciones culturales tradicionales.

Uso del patrimonio tradicional como espacio no conflictivo para la identificación de todas las clases.

Preservación del patrimonio folclórico como núcleo de la identidad nacional.

Estatismo populista

Estados y partidos. Distribución de los bienes culturales de élite y reinvindicación de la cultura popular bajo el control del Estado.

Afianzar las tendencias de la cultura nacional-popular que contribuyen a la reproducción equilibrada del sistema.

Privatización neoconservadora

Empresas privadas nacionales y transnacionales, y sectores tecnocráticos de los Estados.

Transferencia al mercado simbólico privado de las acciones públicas en la cultura.

Reorganizar la cultura bajo las leyes del mercado y buscar el consenso a través de la participación individual en el consumo.

Democratización cultural

Estados e instituciones culturales.

Difusión y popularización de la alta cultura.

Acceso igualitario de todos los individuos y grupos al disfrute de los bienes culturales.

Democracia participativa

Partidos progresistas y movimientos populares independientes.

Promoción de la participación popular y la organización autogestionaria de las actividades culturales y políticas.

Desarrollo plural de las cultural de todos los grupos en relación con sus propias necesidades.

Fuente: (García C, 1990: 27)

Nos acercaremos, por el momento, a los tres últimos paradigmas de la acción

cultural, por considerar que ellos se encuentran muy cercanos a la realidad

venezolana.

La privatización neoconservadora es resultado del desarrollo de una política

coherente con la reorganización monetarista de las sociedades latinoamericanas. A

partir de finales de los años 60 se produce en Venezuela un acelerado desarrollo de

las ciencias sociales y de las vanguardias artísticas, así como de la presencia de

modernas tecnologías que permitieron una mayor producción y difusión cultural. No

extraña que tal auge se haya dado en medio de un “boom” petrolero.

Estas nuevas tecnologías se expresan en la expansión de la televisión, el uso

de materiales y procedimientos avanzados en el diseño industrial y en la creación

artística. Esta nueva realidad condujo a que se extendiera la circulación y la

democratización de la cultura, acercándose sus contenidos a mayores sectores de la

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sociedad. La creación en 1960 del INCIBA, define institucionalmente esta fase,

colocándose Venezuela en el cauce de la tendencia que dominaba en la región.

Una vez que comienzan a manifestarse los síntomas de la crisis económica

internacional y las dificultades internas de nuestro sistema político, se van ahogando

las expectativas de índole desarrollista y socializantes. Las corrientes

neoconservadoras propugnan por la reorganización del modelo que había estado

vigente, lo que conlleva a una nueva concepción del papel del Estado en la vida

nacional y generándose una restricción del gasto público en los servicios sociales;

entre los cuales se cuentan el financiamiento de programas educativos y culturales y

las inversiones para investigación científica.

La doctrina neoconservadora se extenderá en América Latina, cuando la

gravedad del endeudamiento externo paraliza el desarrollo y crecimiento del sector

público.

Esta doctrina, en lo que respecta a cultura, persigue como objetivo fundar

nuevas relaciones ideológicas entre las clases y un nuevo consenso que venga a

ocupar el espacio que deja vacío el abandono, por consecuencia de la crisis, de los

proyectos bien oligárquicos, populistas o socialdemócratas de los años 60 y 70

patrocinados por el Estado. Para lograr estos objetivos se propone transferir la

iniciativa cultural a las empresas privadas, disminuyendo el papel del Estado.

En Venezuela, la presentación de lo "neoconservador" en 1989 no implicó la

disminución del papel del Estado en la cultura; al contrario, significó la reafirmación

del interés del Estado en el sector, al considerarlo parte fundamental del desarrollo

nacional, y; por tanto, una presencia y fomento por parte del Estado nunca antes

vista.

Pero, a la luz de lo que la doctrina estipula, la política cultural debe poseer

como tendencia dominante, el desplazamiento de la acción estatal a la producción y

apropiación privada de bienes y servicios culturales. En lo que respecta a la

administración estatal de la cultura, se deben reducir las acciones "no rentables" y los

elementos no "autofinanciables" concentrándose, entonces la política cultural,

únicamente a la promoción de grandes espectáculos de interés masivo.

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Finalmente, el desarrollo cultural debe ser entendido como un proceso que

conduzca a una reorganización de las relaciones sociales culturales, en las que las

leyes del mercado deben prevalecer sobre la presencia del Estado, buscando un

consenso que será producto de la participación individual en el consumo de los

bienes culturales, producidos bajo la nueva relación que prácticamente excluye al

Estado.

El segundo paradigma “democratización cultural” concibe que la política

cultural debe ser entendida como un programa del Estado que persiga la distribución

y popularización del arte y el conocimiento científico. Considerándose prioritaria la

"alta cultura". Se debe entender, bajo estos criterios políticos, que la difusión masiva

de la cultura, de la "alta cultura", corregirá las desigualdades que entraban el acceso

de amplios sectores de la sociedad a los bienes culturales.

En América Latina, y por ende en Venezuela:

...Algunos movimientos políticos democratizadores confluyeron con la reorganización comunicacional abierta por las industrias culturales: la expansión de la radio, la televisión y otros medios masivos, así como la ampliación del mercado de bienes 'cultos' (libros en kioscos de periódicos, discos en supermercados), colaboran en la democratización al ampliar el conocimiento y el consumo culturales a nuevas capas (García C., 1990: 46).

Se evidencia que la democratización cultural no es objetivo exclusivo o

potestad única del Estado, sino que, por el contrario, puede ser ejercida y/o

perseguida por organizaciones independientes privadas y la acción difusionista de

las industrias culturales, lo cual tendría un criterio empresarial.

Estos postulados han sido los puntos básicos de la tarea emprendida por la

UNESCO a partir de los años 60. En los últimos años se han ido incorporando a la

idea central, propuestas innovadoras:

Descentralización permanente de los servicios culturales,

Empleo de los medios de comunicación masiva para difundir el arte, y

Uso de recursos didácticos y de animación para interesar nuevos públicos.

Dos críticas fundamentales se le hacen a la democratización cultural: “La

primera, que consiste sólo en divulgar ‘alta cultura’, lo que implica una definición

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elitista del patrimonio simbólico, su valoración unilateral por el Estado o los sectores

hegemónicos y la imposición paternalista al resto de la población” (García C., 1990:

48). En Venezuela, no se ha considerado el paradigma como mecanismo de difusión

de alta cultura exclusivamente; se ha visto la necesidad de que el patrimonio a

difundir esté conformado por productos de la cultura popular, así como una

reelaboración crítica de la cultura erudita, en atención a las necesidades y demandas

nacionales.

La segunda crítica que se le hace al paradigma se refiere a que:

...el distribucionismo cultural ataca los efectos de la desigualdad entre las clases, pero no cambia radicalmente las formas de producción y consumo de bienes simbólicos. Lo confirma el hecho de que, aún en las ciudades con mayor número de público en los eventos culturales, esas cifras siguen representando a una minoría procedente de los sectores medios y altos, con educación superior (García C., 1990: 49).

Una política cultural que persiga la democratización cultural ha de iniciarse

desde una acción programática en la educación primaria y media, fase en la cual se

conforman las capacidades y disposiciones para relacionarse con los bienes

culturales; en tal sentido, dicha política ha de abarcar un conjunto amplio de medios

de difusión, crítica y análisis para redistribuir, no sólo grandes obras sino las

herramientas recursos subjetivos necesarios para apreciarlas e incorporarlas al

capital cultural individual.

El tercer paradigma, democracia participativa, emerge a la luz de las críticas

formuladas a la democratización difusionista. El contenido de la democracia

participativa se orienta más a la actividad, a la participación en el proceso de

producción de bienes y servicios culturales, que a su consumo.

Uno de los puntos más relevantes de esta posición, es que defiende la

coexistencia de diversas culturas en una sociedad, propiciando, por consecuencia, el

desarrollo autónomo y las relaciones igualitarias de participación de cada individuo

parte de cada cultura y de las culturas coexistentes entre sí. Estas consideraciones

llevan a concluir que no existe una sola cultura legítima. Por tanto, una política

cultural no debe perseguir la difusión de los contenidos de una cultura (considerada

hegemónica), sino la promoción del desarrollo de culturas que sean representativas

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de los grupos que integran la sociedad. Esta posición implica la inutilidad de una

distinción entre diversos tipos de culturas (eruditas y populares / alta cultura y cultura

tradicional) hacia el interior de una sociedad, lo que se suscribe en esta

investigación.

Dos características definen la concepción que contiene este paradigma:

entiende la acción cultural como continuum, excluyendo las acciones espasmódicas

en la materia. La acción cultural debe ejecutarse a lo largo de toda la vida y de todos

los espacios sociales de la nación. La cultura no es reducida, en su interpretación, a

lo discursivo o a lo estético, pues persigue el estímulo de acciones colectivas por

medio de la organización de la participación social autogestionaria.

En segundo lugar, se propone el mejoramiento de las condiciones sociales

para desarrollar la creatividad colectiva. Se fija como meta que sean los propios

sujetos, los individuos de la sociedad los que se encarguen de la producción del arte

y la cultura, que sean necesarios para la resolución de problemas y/o para la

afirmación o la renovación de la identidad.

En este sentido, los dos postulados básicos del paradigma son: pluralidad

cultural y desarrollo libre de la cultura, en atención a sus propias necesidades.

Entonces, ¿Qué característica ha de poseer una política cultural?:

Una buena política cultural no es la que asume en forma exclusiva la organización del desarrollo cultural en relación con las necesidades utilitarias de las mayorías -condición indispensable para que sea democrática-, sino que abarca también los movimientos de juego y experimentación, promueve las búsquedas conceptuales y creativas a través de las cuales cada sociedad se renueva.

La política cultural debe ser también una política del placer. Se nos dirá que el placer no puede ser objeto de políticas. Es seguro que tienen razón si piensan en la política como esa telaraña de organigramas, trámites y astucias para conquistar el poder: ésta es la que casi siempre encontramos. ...Uno de los signos de que vamos hacia la superación de la crisis podría ser que los que hacemos cultura, en vez de tener que protegernos de los políticos, podamos contribuir a inventar otras formas, acordes con el estilo de cada pueblo, de participar y decidir en la política, de comprenderla y cambiarla (García C., 1990: 60-61).

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4.1 Tipos de políticas culturales

Para clasificar los tipos de políticas públicas culturales es necesario identificar

a los agentes (actores) de la acción cultural y cuáles son las instituciones

organizadoras de esas acciones culturales; es decir, que articulan los circuitos, que

controlan la producción, transmisión y consumo de la cultura en una sociedad dada.

Siguiendo a José Joaquín Brunner (1990), cuatro son los actores de la acción

cultural:

Productores profesionales (creadores),

Empresa privada,

Agencia pública, y

Asociación voluntaria.

Estos actores participan en la producción y transmisión de bienes y servicios

culturales. Son, por tanto, agentes directos de acciones culturales, pero pueden al

mismo tiempo, ser sujetos formuladores de políticas culturales, así como objetos de

tales políticas. Es decir, que pueden intervenir dentro de un circuito como ofertantes

de un bien o servicio cultural o, pueden influir en la orientación del circuito, crear una

tradición artística, combatir una escuela opuesta o criticar una acción cultural del

gobierno.

El productor profesional, el creador, es un agente cultural que genera de

manera individual o integrado a un grupo profesional, alguna actividad que tenga por

resultado una creación cultural destinada a un público que es su potencial

consumidor. Este creador o creadores puede estar o no patrocinado por el Estado

y/o la empresa privada.

La empresa privada y la agencia pública producen y generan bienes y

servicios de índole cultural, como agentes de la acción cultural, bajo lineamientos

políticos propios o formulados por el Estado nacional. Además, la insitución u

organización pública tiene bajo su responsabilidad, generalmente, la generación de

políticas culturales, como órgano del Estado.

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La asociación voluntaria se constituye en un agente colectivo que se instituye

como grupo no profesional, que actúa en el sector cultural con motivaciones de

compromiso (no indispensable); asociación que puede ser o no de carácter

permanente.

Ahora bien, existen instituciones organizadoras que deben ser entendidas

como mecanismos de organización social de actividades culturales y de regulación y

control de éstas. La creación cultural debe ser entendida como producto

especializado, con espacio propio, que posee una forma tipo general y pública de

aparecer y de transmisión. Existen tres grandes tipos de instituciones organizadoras

de la acción cultural:

El mercado,

La administración pública. y

La comunidad.

En lo que respecta al mercado:

...existe donde quiera hay competencia, incluso solamente unilateral, por oportunidades de intercambio entre una pluralidad de partes potenciales. Sociológicamente, el mercado representa una coexistencia y una secuencia de 'consociaciones racionales', cada una de las cuales es efímera en tanto que termina con el acto de intercambio (Weber, 1978: 365-36). Mediante este mecanismo, la producción se controla idealmente por la demanda (expresada en mercado) de miles y miles de consumidores (Brunner, 1990: 177).

En lo que concierne a la administración pública, es un mecanismo institucional

que regula la producción, circulación y distribución de la creación cultural; y, claro en

nuestro caso, estimula aquella actividad, fundamentalmente la oferta. Es, por tanto,

una forma de control burocrática. Opera el mecanismo a través de una organización

pública-administrativa de producción cultural, cuyos productos no controla el

mercado.

Por último:

...en el caso de la comunidad nos encontramos con una instancia institucional de organización de la producción, transmisión y consumo de la cultura que opera sobre la base de relaciones de solidaridad interpersonal que no poseen una dimensión fundamental de competencia ni, tampoco, una dimensión esencial de autoridad. ...La

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comunidad se basa... ...en una forma de control por normas compartidas en el grupo y, frecuentemente, también por tradiciones, valores, lideratos carismáticos, experiencias comunes significativas (Brunner, 1990: 177).

Ahora bien, la combinación de agentes y de instancias institucionales de

organización, constituirán los circuitos culturales que son, en definitiva, el terreno de

las políticas culturales. Estos últimos están compuestos por las fases de producción,

transmisión y consumo de bienes y servicios culturales.

Los circuitos culturales se conforman a través de la combinación, en una

matriz, de agentes e instituciones organizadoras; tales combinaciones caracterizan

los tipos de circuitos, los cuales se mencionan a continuación y se observan en el

Cuadro I.8., correspondiendo el número con el que se indica cada circuito al que se

le asigna en la matriz.

(11) Circuitos de producción profesional para el mercado. Los agentes son

productores profesionales independientes, cuya acción es regulada, en última

instancia, por el mercado. Producen para el mercado.

Por lo general, los productores controlan aquí sus propios medios de

producción. No operan como empresas altamente capitalizadas.

(12) Circuitos de producción profesional organizados como servicio público. No basta que el producto reciba un subsidio. Su producción debe estar

organizada administrativo-burocráticamente, como en el caso de ciertos laboratorios

universitarios de investigación o de los grupos estatales de extensión artística, etc. El

productor está separado de sus medios de producción, salvo que trabaje exclusiva o

primordialmente con medios que descansan en el uso de recursos inherentes.

(13) Circuitos de producción profesional regulados comunitariamente.

Tenderán a ser circuitos esporádicos, intermitentes, pues el productor profesional no

puede organizar estable y continuadamente su acción con base en una práctica

inspirada exclusivamente en valores y regulada solidariamente. Sin embargo, puede

pensarse en algunos casos: los grupos de artistas de partido, esto es, subsidiados

por el partido (directamente o a través de sus fuentes indirectas de financiación).

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(21) Circuitos privados de producción industrial regulados por el mercado (o el fenómeno del mercado de mensajes). La cultura de masas originada

en la empresa privada (y regulada por un sistema de consumer sovereignty) tiene

aquí su lugar.

(22) Circuitos privados de producción industrial organizados administrativamente por el Estado. Aquí, la empresa privada de producción

cultural opera no para el mercado, sino de acuerdo con las demandas expresadas

autoritariamente por un órgano público. (No se trata, pues, de que éste 'regule' o

intervenga de una u otra forma en el mercado o en la empresa, sino que controla y

organiza su producción). Dicho control puede ser directo, bajo la forma de

imperativos que obligan, prohíben o permiten; o bien, indirecto (pero no de mera

'intervención pública'), como en el caso de la producción bajo la fórmula que Charles

Lindblom llama “Planner sovereignty” (Soberanía del Planificador) (1977:110). Esto

es, control a través de la adquisición gubernamental de productos finales. (Por

ejemplo: el gobierno compra a la empresa privada programas de TV y solamente él

actúa como comprador.)

(23) Circuitos privados de producción industrial organizados comunitariamente. Se trata de una figura, otra vez, sólo esporádica o marginal

dentro de las operaciones regulares de una empresa. Para operar continuamente,

ésta necesita hacerlo en el mercado o mediante subsidios (directos o bajo la forma

indirecta de 'poderes de compra'). Por lo general, esta forma no abarcará procesos

de producción sino de distribución de bienes culturales (y entonces, habitualmente,

productos de alta cultura). Caso ilustrativo: salas de exposiciones mantenidas por

empresas privadas.

(31) Circuitos de administración pública donde los agentes producen para el mercado. Es decir, en competencia con otros agentes buscando rentabilidad

en el mercado. Vendiendo directamente el producto o servicio al público (venta de

artesanías por organismos estatales por ejemplo), o indirectamente, como ocurre

cuando operan en el mercado publicitario. Se trata pues de empresas públicas que

trabajan bajo el sistema de “consumer sovereignty” (Soberanía del consumidor).

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(32) Circuitos públicos cuya producción es organizada administrativamente. Esto es, que no venden sus productos en el mercado o que lo

hacen con precios subsidiados, sin competir con otras empresas o agentes. Aquí

cabe la empresa pública de producción cultural o industria cultural de propiedad

pública.

(33) Circuitos públicos cuya producción es organizada comunitariamente. Son un fenómeno raro como algunos de los que hemos encontrado previamente.

Pero puede concebirse como una empresa pública, que sea regulada

comunitariamente, siempre que el Estado esté en manos de un solo partido, o de una

religión, entre otros.

(41) Circuitos de asociación voluntaria que operan para el mercado. Es

decir, agentes colectivos no profesionales que actúan sobre una base de solidaridad

moral, pero que se ven llevados a actuar en el mercado, muchas veces para

sostener su propia actividad o para lograr una distribución mayor de su producto o

servicio cultural.

(42) Circuitos de asociación voluntaria que operan bajo comando

administrativo. No se trata solamente de que el agente recibe un subsidio, sino de

la forma como organiza su producción. Un caso ilustrativo puede ser el de los grupos

populares (autóctonos) que hacen artesanías, cuya producción y venta es

organizada estatalmente.

(43) Circuitos de asociación voluntaria que organizan su producción comunitariamente. Son el caso más típico de organización de la producción de

esta clase de agente. Aquí, caben los grupos artísticos populares que actúan para la

población local; los grupos de aficionados que operan fuera del mercado y de

manera autónoma, etcétera. 57

57 Se sigue muy de cerca y se asume la concepción de José Joaquín Brunner (1990), respecto de la existencia de circuitos culturales que combinan en su existencia social-práctica a los actores principales identificados y a las instituciones referidas.

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123

Cuadro I.8 Matriz básica de circuitos culturales.

Agentes-actores /

Instituciones

Productores profesionales

Empresa privada

Agencia pública

Asociación Voluntaria

Mercado 11 21 31 41

Admón. Pública 12 22 32 42

Comunidad 13 23 33 43

Fuente: (Brunner, 1990: 178)

Ahora bien, de entre estos circuitos se tienen tres que pueden considerarse

como circuitos culturales puros, ya que sus componentes son inherentes y lógicos

entre sí58, a saber:

Los circuitos privados de producción industrial para el mercado (21),

Los circuitos públicos cuya producción es organizada administrativamente

(32), y

Los circuitos de asociación voluntaria que organizan su producción de manera

comunitaria (43).

Se les denomina "puros" porque “históricamente han surgido como una

combinación sistemática y casi natural de agentes e instancias institucionales de

organización que llegan a ser característicos de ciertos sistemas socioeconómicos”

(Brunner, 1990: 186). Así, el primero (21) es identificado con el sistema capitalista y

el segundo (32) con el socialista.

Resumiendo, desde la perspectiva de la política pública los componentes de

un circuito cultural son:

Agentes (actores):

• Creadores – productores profesionales,

• Empresa privada,

• Agencia pública, y

• Asociación voluntaria.

58 Señalados en negritas en la matriz.

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Medios de producción:

• Base tecnológica,

• Propiedad de medios, y

• Organización agente/medio.

Canales de comunicación:

• Condicionamiento tecnológico,

• Acceso de agentes, y

• Acceso de públicos.

Públicos. Instancias institucionales de organización.

Se pueden ahora distinguir los diversos tipos de políticas culturales, en

atención al componente del circuito en que dichas políticas pretenden incidir. Estos

tipos de políticas culturales son:

Políticas que presentan intervenciones en el nivel de los agentes.

Políticas relativas a los medios de producción.

Políticas relativas a los canales de comunicación.

Políticas que tienen que ver con los públicos.

Políticas que tienen que ver con las instancias institucionales de organización:

• Políticas en y frente a la organización administrativa de procesos culturales.

• Políticas en y frente a la organización comunitaria de la cultura. 59

Veamos seguidamente cada tipo de política cultural

Políticas que presentan intervenciones en el nivel de los agentes

Se pueden distinguir dos: políticas autoritarias y políticas persuasivas. Las

primeras son características del intervencionismo de organismos públicos y adoptan

diversas modalidades: favorecen a agentes con carácter monopólico colocando bajo

el control de estos un medio, o reservándole una porción de mercado o la totalidad

del mismo; otorgando a agentes licencias y/o concesiones (radio, televisión, entre

59 Se sigue en este particular la clasificación y descripción efectuada por José Joaquín Brunner en su trabajo: “Políticas culturales y democracia: hacia una teoría de las oportunidades”, (1990).

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otros); proveyendo de subsidios a agentes más allá de considerar si estos operan o

no en el mercado; otorgando subsidios, pero en esta oportunidad indirectos, a

agentes que se benefician de, por ejemplo: liberación de impuestos, exoneraciones o

rebajas arancelarias; finalmente, a través de la censura de sectores en beneficio de

otros.

Las políticas persuasivas son ejecutadas por organismos públicos o privados,

y no están acompañadas de un poder legal que asegure su implementación

(coerción). La negociación es uno de sus elementos clave.

Políticas relativas a los medios de producción

Entran en este tipo de políticas culturales, específicas políticas muy diversas:

Las que afectan la base tecnológica de los medios (políticas para facilitar la

transferencia de tecnologías; apoyo a la investigación en el campo, entre otras).

Las que regulan la propiedad de los medios.

Las que tienen que ver con la organización interna de los medios /agentes. Es

el caso, por ejemplo, de aquellas políticas que inciden en la organización y/o en el

funcionamiento de la empresa privada de acción cultural y de la industria cultural

pública.

Políticas relativas a los canales de comunicación

Se dirigen a la regulación o condicionamiento tecnológico, a la capacidad de

acceso de los agentes culturales a estos canales de comunicación en atención a la

regulación mencionada en este aparte. Finalmente, estas políticas pueden estar

dirigidas a los públicos, a la capacidad de acceso de los públicos a los canales de

comunicación.

Políticas que tienen que ver con los públicos

Cuya principal manifestación de acción política son las denominadas políticas

de marketing, dirigidas a la publicidad y al estímulo de la demanda de bienes y

servicios culturales.

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En nuestro país, entre 1989 y 1994 los agentes culturales productores de

bienes simbólicos desarrollaron importantes estrategias de marketing para captar y

mantener cautivos importantes números de públicos.

Políticas que tienen que ver con las instancias institucionales de organización de los circuitos culturales

Políticas de y frente al mercado.

En este tipo de acción política cultural es necesario tener en cuenta el

concepto de "cierre social" (social closure) (Weber, 1987), el cual ha de ser

considerado como proceso que origina los fundamentos de la propiedad y de los

monopolios. Estas políticas de cierre social originan y producen exclusiones entre

los competidores y la creación de monopolios; que en el terreno de lo cultural son

determinantes, en virtud de lo limitado de los recursos,

En atención a lo expuesto en el párrafo anterior, los agentes que operan en el

mercado, en competencia por obtener recursos y oportunidades escasas, tienden a

originar un "cierre social" alrededor de dichas oportunidades y recursos escasos, de

manera tal que las puedan controlar en beneficio propio, generando mayor escasez

de estas oportunidades y recursos al conformarse monopolios de los mismos, en

manos de unos cuantos agentes de la acción cultural.

Uno de los mecanismos para lograr un "cierre social" es limitar el acceso de

competidores, agentes culturales en nuestro caso, a la propiedad de los medios de

producción del hecho cultural o, al ejercicio de funciones que se procesan en el

mercado donde, por una parte, se compite por recursos y oportunidades y, por otra

por públicos que consuman la oferta cultural que se produce.

Ahora bien, esta competencia no sólo utiliza recursos exclusivos del mercado;

sino que hace suyos mecanismos extra-mercado, como por ejemplo: a) Imposición

de barreras administrativas e ideológicas (permisologías exhaustivas, por ejemplo);

b) Exclusión de agentes del mercado por razones políticas; y c) Medidas de

licenciamiento o concesión de permisos especiales.

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Otro tipo de políticas se adoptan frente a o sobre el mercado. Son las

denominadas políticas de intervenciones públicas o colectivas en el mercado.

Tomando en consideración la clasificación de actores (agentes), se pueden

identificar 5 tipos de intervenciones que tienen especial interés en los circuitos

privados de producción industrial para el mercado: a) Del aparato administrativo

central; b) De unidades administrativas de menor rango, descentralizados o de

administración autónoma; c) De asociaciones voluntarias, organismos de

consumidores, etc.; d) De asociaciones de profesionales o de trabajadores; e) De las

propias empresas privadas actuando en calidad de organismo cuasi-gubernamental,

esto es, complementando intereses económicos de la empresa con intereses

sociales y culturales más generales (como cuando una editorial subsidia ella misma

la producción de libros de arte o poesía).

Ahora bien, ¿Qué objetivos persiguen las autoridades públicas cuando

ejercitan políticas de intervención pública en el mercado cultural?:

Extender las posibilidades de acceso a la cultura (democratización y

descentralización cultural),

Elevar la calidad de los medios masivos de comunicación social,

La promoción del trabajo que tenga como fin la creación artística y cultural

mejorando las condiciones de tal trabajo y la calidad de vida y la seguridad de los

artistas y administradores culturales,

La implementación de mecanismos modernizadores en beneficio de las

instituciones culturales,

Incrementar la potencialidad de las instituciones que producen y generan el

hecho cultural, y

Proteger la independencia cultural del país y la influencia del exterior.

Finalmente, existen varias formas que adopta la intervención, veamos: a) El

apoyo directo por parte del Estado a agentes de la acción cultural, por medio del

otorgamiento de subsidios y/o la compra de bienes y servicios culturales producidos;

b) El apoyo indirecto, igualmente generado por el Estado, haciendo uso de su

facultad normativa, traducida generalmente a través de políticas tributarias

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excepcionales que benefician la gestión de recursos de los agentes de la acción

cultural (exenciones, desgravámenes) o, de empresas que patrocinan las actividades

de éstos; c) Regulaciones para el acceso a servicios públicos, normativas especiales

para espectáculos, programaciones, etc.; d) Políticas de incentivo a la labor de los

creadores y de las instituciones, premios, festivales; e) Suscripción de convenciones

internacionales, copyright (derechos de autor) por ejemplo; f) Políticas para la

industria cultural, entre ellas: créditos bancarios subsidiados, incentivos a la

exportación de bienes y servicios culturales.

Políticas en y frente a la organización administrativa de procesos culturales

El objetivo de las políticas de quienes operan en las instancias público-

administrativas de organización de procesos culturales, es la expansión del radio de

acción propia. En este sentido, al encontrarnos frente a políticas de este tipo resulta

importante el determinar hasta dónde llega esta tendencia expansiva que conlleva la

regularización ideológica de los procesos culturales, homogeneizando en una línea

política ideológica a los agentes involucrados, lo que implica el alcance de las

funciones del Estado en la materia, lo que hemos aludido en la sección 2.2., de este

Capítulo (ver Figura I.4.).

Las políticas básicas frente a la administración son:

La introducción de formas de accountability públicas y/o de controles internos;

La introducción de formas de gestión con participación y/o con representación

de intereses colectivos;

La descentralización hasta llegar a cuerpos públicos autónomos, no

dependientes de la administración central;

La descentralización más la participación de intereses colectivos;

La participación de los intereses profesionales y/o de trabajadores

involucrados en las agencias públicas respectivas;

Una combinación de participación de intereses profesionales / gremiales (o

sindicales) y colectivos;

Una combinación de la anterior con formas de descentralización.

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Se ubican un tipo de políticas más radicales, denominadas de privatización

que, como su nombre lo indica, consisten en el traspaso al mercado de procesos que

se encuentran en manos de la administración pública o, introducir agentes privados a

la competencia, donde antes los agentes públicos detentaban un monopolio.

La implementación de este tipo de políticas de privatización generalmente

persiguen: Hacer eficiente una actividad al enfrentarla a los mecanismos

competitivos del mercado; resolver un problema de disponibilidad de recursos

públicos o de crisis fiscal; interesar a grupos privados en áreas nuevas para su

influencia y control; evitar tendencias burocráticas o de control ideológico; combatir el

despilfarro de recursos; y concentrar la inversión de recursos directos (subsidios) del

Estado en procesos creadores o difusores de "alta cultura"; es decir el carácter

regresivo de dichos subsidios.

Políticas en y frente a la organización comunitaria de la cultura

Dichas políticas están orientadas a reforzar el compromiso, la adhesión y la

militancia alrededor del proyecto compartido por un grupo que asume la promoción

de la actividad. Este tipo de proceso productivo del hecho cultural tiende a la

adopción de un cierre ideológico que caracteriza al grupo, frente a otros agentes,

magnificando la identidad del circuito.

Entre las alternativas políticas de circuitos así establecidos tenemos: a)

Expandir la competencia ideológica. b) Reforzar, por medio de reformas, la estructura

interna de organizaciones que participan como agentes en el proceso cultural. c)

Intervenir a través de formas de actuación pública, los circuitos y, por tanto, las

organizaciones, a objeto de estimular sus actuaciones en el proceso. Entre dichas

formas de actuación pública se han señalado las regulaciones de la autoridad

pública, los apoyos directos (subsidios) y los indirectos (exenciones).

…privatizar' parte o todo el circuito organizado comunitariamente, ya sea mediante la transformación del agente en empresa privada o en grupo que opera en y para el mercado (de frecuente ocurrencia en la música con los grupos de aficionados), o bien introduciendo la producción (inicialmente del circuito asociativo/comunitario) al mecanismo de la reproducción masificada... (Brunner, 1990: 195).

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Hasta el momento se han descrito, de manera sucinta, los tipos de políticas

culturales que regularmente son implementadas por el Estado.

Es imprescindible afirmar que el Estado venezolano tiene el mandato

constitucional de diseñar y ejecutar acciones políticas culturales que garanticen el

disfrute del derecho social a la cultura a través del fomento y estímulo del acceso y

participación a tales procesos, fundamentalmente los orientados a constitución del

capital cultural.

Políticas culturales democráticas

En sentido general, una política democrática está destinada a asegurar la

existencia y reproducción de una diversidad de circuitos culturales con sus variadas

formas de operación: es decir, con participación de los diversos agentes

fundamentales, y organizados según las varias instancias institucionales básicas. (En

cada circunstancia histórica, la variedad, amplitud y garantías que se den a esos

diversos circuitos dependerán de las condiciones propias de cada sociedad).

De esta manera, las políticas culturales democráticas son -en un sentido más

general- políticas formales. Persiguen arreglos institucionales más que aplicar

contenidos cognitivos a la sociedad. Persiguen crear estructuras de oportunidades

(mercados, sistemas de elección, pluralidad de ofertas, variedad) y, al mismo tiempo,

impedir (mediante contrabalances, procedimientos, formas de control, medidas de

competencia, apertura de cierres, entre otras opciones) que esas estructuras de

oportunidades sean objeto de social closure, de cierre ideológico o de cualquier otra

forma de manipulación monopólica. Es evidente que las políticas culturales nunca

tienen un equilibrio perfecto (no lo pueden tener) -ni en el mercado, ni en las

opiniones, ni en los comportamientos de las personas, ni en los valores socialmente

vigentes, etc., sean las personas actores culturales creativos (productores-ofertantes)

o, actores culturales que no participan en dichos procesos creativos, pero que tienen

mucho que aportar y decir en el proceso político, nos referimos a los públicos; “…por

el contrario, (las políticas culturales) producen efectos perversos, soluciones

epifenomenales, adaptaciones transitorias, redistribuciones inestables, conflictos

nuevos que se desplazan” (Brunner, 1990: 197-199).

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Es así como una política cultural democrática, que persiga un tipo de

desarrollo cultural similar al esbozado anteriormente, debe poseer las siguientes

características:

Producir y preservar determinados arreglos institucionales, impulsando de

manera prioritaria la existencia combinada y simultánea de una pluralidad de

instancias organizadas y de circuitos culturales, básicamente los articulados por el

mercado y por las comunidades, además de los articulados por el Estado mismo.

Son políticas que deben impulsar la intervención pública y colectiva en los

circuitos privados y de mercado y en los asociativo/comunitarios para contrarrestar

tendencias monopólicas en los primeros y, en los segundos garantizar la libertad y

subsidiar los circuitos culturales débiles. Se debe fomentar, finalmente, la

configuración de circuitos públicos controlados "idealmente" por el público o por

órganos representativos de éste.

Deben incluir una permanente atención sobre los derechos individuales, en

tanto que son parte esencial de los arreglos institucionales señalados previamente.

Para alcanzar sus objetivos y por tanto, alcanzar soluciones, las políticas

culturales democráticas se basan en la información y las preferencias obtenidas por

medio de procesos interactivos, no importa que esta forma de resolución produzca

soluciones epifenomenales, efectos perversos y, necesariamente, desequilibrios

continuos. Sobre este punto, se hace una reserva que se desarrolla en el Capítulo IV,

al identificar los lineamientos generales de una propuesta de política cultural

democrática para el país.

Así nuestra realidad, en lo que a políticas culturales respecta, emerge clara y

diáfana. En general como parte del sistema político estatal venezolano se ve

afectado el proceso político cultural por los factores ya identificados previamente; en

particular aparecen factores propios que impactan el subsistema con singularidad.

De esta manera, se identifica el tipo de relación establecida políticamente con el fin

perseguido o situación problemática a resolver, donde la política nacional

regularmente ha estado orientada principalmente a estimular la producción y

conformación del capital cultural a través del estímulo de la oferta, dejando en manos

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de los agentes culturales el estímulo de la demanda, lo que ha generado una

situación perversa de poseer una oferta que no es demandada a niveles

satisfactorios y, por tanto, la existencia de necesidades y demandas culturales, que a

nivel de consumidores no está satisfecha.

5. La Legitimidad de la Acción Política Cultural del Estado Venezolano

Se ha afirmado que la legitimidad de la acción política del Estado proviene de

diversas fuentes: el mandato legal en cualquiera de sus jerarquías; la existencia de

un problema público atribución del Estado; las necesidades, demandas y

preferencias emergentes de la sociedad que logren insertarse en la agenda de los

decisores políticos.

En el caso de la cultura, enmarcada en la Constitución venezolana de 1999

como derecho social, la acción del Estado nacional posee su fundamento allí, en la

propia Carta Magna del país.

Los derechos sociales son reconocidos en la historia constitucional

venezolana por vez primera en la Constitución de 1947, catalogada como nuestra

primera Constitución democrática-social60. La Constitución de 1961 no modifica en lo

fundamental el espíritu de 1947, como tampoco lo hace la Constitución de la

República Bolivariana de Venezuela, en ambas se ha mantenido “…una vertiente de

constitucionalismo democrático y social, con interesantes aportes y especificidades,

que no la apartan, sin embargo, de la corriente principal” (Combellas, 2000: vii).

En la Carta Magna vigente, se hace inútil la discriminación tradicional entre

derechos primigenios y de segunda generación, al formalmente reconocerse los

derechos sociales como fundamentales con rango constitucional. Estos derechos

implican una acción del Estado y pueden ser caracterizados como libertades

positivas, es decir, estructuradas y definidas constitucionalmente y garantizadas por

el Estado.

60 La Constitución Nacional de 1947, estipulaba en su artículo 59 que la riqueza histórica o artística del país sería objeto del control y salvaguarda del Estado.

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Según Ricardo Combellas (2000), opinión que suscribimos en esta

investigación, la estructura de los derechos sociales consagrados en nuestra

Constitución supone la “confluencia activa” de cuatro funciones del Estado

venezolano: legislación, gobierno, administración y jurisdicción.

...(la función constituyente cristaliza con la aprobación de la Constitución. Cristaliza, no muere, duerme, despertando con la manifestación, volcánica o no, del poder constituyente). En efecto, la legislación crea las condiciones para el despliegue cabal de los derechos sociales; el gobierno vela, como proceso de acción y decisión, por su efectivo cumplimiento; la administración concretiza en resultados tangibles su operatividad, y la jurisdicción tutela su ejercicio y salvaguarda (la jurisdicción constitucional) la integridad de los valores, los principios y normas constitucionales (Combellas, 2000: viii).

En este contexto, afirmar que la Constitución de 1999 es generosa en el

reconocimiento profuso de derechos a los ciudadanos y en el otorgamiento de

atribuciones al Estado en la materia, no es baladí61; pero, tales reconocimientos se

efectúan en el marco, definido por la propia Constitución, que es delimitado por tres

aspectos:

Primero: Se le otorgan a los derechos sociales, como ya afirmáramos, rango

constitucional de la misma jerarquía que el resto de los derechos. Son derechos

humanos calificados como preeminentes, de jerarquía axiomática y ontológica

superior al Estado. “No son programas, sino pautas obligatorias para la acción y

decisión de todos los órganos del Poder Público” (Combellas: 2000: ix).

Segundo: Se prioriza en la Constitución la democracia participativa y

protagónica, así, lo público no se concibe separado ni ajeno a lo social, sino como

interacción y presencia activa de la sociedad en los actos decisorios de la acción

política.

Tercero: La solidaridad y la corresponsabilidad, son principios constitucionales

que definen el nuevo constitucionalismo social. Ello implica que la sociedad civil y los

ciudadanos somos solidariamente corresponsables del destino colectivo. Ello obliga 61 Mercedes Pulido asegura que el énfasis social que posee la Constitución venezolana de 1999, se encuentra asociada a cuatro variables: “a) El agotamiento de los interlocutores tradicionales que venían actuando desde 1960, partidos políticos y organizaciones sindicales; b) La emergencia de una sociedad civil que se sentía relegada por los partidos; c) Las limitantes del esquema representativo, y d) La creciente presión de las convenciones internacionales en los derechos sociales” (Pulido de B., 2000: 15).

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a colaborar en el logro de metas sociales bajo formas de asociación y organización

autogestionarias, cooperativas, comunitarias, con el Estado o más allá de él.

En suma, rescatando la ciudadanía social fortalecemos la ciudadanía política,

pues a partir de ahora lo público no es un asunto exclusivo del Estado, para pasar a

ser también de la sociedad.

Entrando en el caso específico de los derechos culturales62, Mercedes Pulido

(2000), sostiene que la protección de la cultura popular, la propiedad intelectual, el

patrimonio cultural, son elementos nuevos que entran dentro del cuerpo

constitucional. Pero hay ciertas imposiciones; la imposición en los medios de

comunicación para difundir y promover los valores de la tradición, por ejemplo. Pero

el problema, según la autora, no es que se plantee la promoción sino que

prácticamente se impone la cultura, sin definir que se entiende por cultura popular y

en cuanto a la protección del patrimonio cultural, dice que es inalienable,

imprescriptible e inembargable, sin establecer las pautas que caracterizarían estos

supuestos.

El análisis de la nueva Constitución Nacional venezolana se ha de circunscribir

a su contenido, en el supuesto que tiende un puente nuevo entre la sociedad y el

Estado. Es importante identificar en la disposición constitucional y en la intención de

los constituyentes, los nuevos principios sobre los cuales se edificará la relación

entre sociedad y Estado en el particular de la cultura, de los derechos culturales.

62 Es opinión de Carlos Aponte (2000), que la definición de los derechos culturales puede estar incluida dentro de los derechos sociales y, menos comúnmente, también los derechos de información, aunque éstos son comúnmente asociables con los derechos civiles/individuales y con los derechos políticos. Según este autor, los derechos culturales y a la libre investigación podrían corresponderse con los derechos a la creación o a la creatividad, individual y grupal, que pueden ser diferenciados como otro tipo de derechos específicos.

Lo afirmado por Carlos Aponte refleja la permanente discusión acerca de si los derechos culturales son derechos sociales y por qué. Como hemos apreciado Aponte afirma que tales derechos, los culturales, deberían ser “diferenciados como otro tipo de derechos específicos” y, en efecto considero que lo son, son derechos culturales, ¿que más especificidad o diferenciación podría haber?, o refiere quizás que deberían ser enmarcados dentro de otra categoría de derechos, no como derechos sociales. Y nos preguntamos ¿si la cultura no es un hecho social, entonces que tipo de hecho es para enmarcarla dentro de que marco categórico? Afirmamos en esta investigación que la operacionalización conceptual de la cultura en un ámbito de relaciones entre la oferta y la demanda cultural, no pretende reducir la cultura a una concepción economicista de la misma, de ser así, su marco categórico sería el de derechos económicos y nada más lejano de esta investigación.

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En el Capítulo VI, del Título III de la nueva Constitución se estipulan los

derechos correspondientes a cultura y educación, cuatro artículos se ocupan de los

derechos culturales: 98, 99, 100 y 101.

El artículo 98 estipula la libertad de creación cultural, la cual está compuesta

por los derechos de: a) inversión63; b) producción; y, c) divulgación de la obra creada.

Esta “obra” puede ser científica, tecnológica y humanística. En el artículo

considerado se complementa la enunciación de derechos mediante la inclusión de la

protección de los derechos de propiedad intelectual del autor/creador sobre la obra

de la cual se trate. Seguidamente, el Estado asume el reconocimiento y la protección

de la propiedad intelectual de conformidad con lo estipulado en las leyes nacionales

sustantivas sobre la materia y los tratados internacionales ratificados por la

República sobre el particular.

La protección enunciativa que contiene el artículo 98 de la Constitución es

activa; vale decir, se refiere a derechos referidos a la producción cultural, que se

generaliza bajo el término “creación cultural” o, lo que es lo mismo, se está

protegiendo en la enunciación una oferta cultural abierta y variada. Se está hablando

entonces, de la protección de derechos que constituyen la primera fase de

constitución del capital cultural del país, por medio de la creación cultural. Esta

disposición se verá complementada en el artículo siguiente (artículo 99), el cual

estipula “El Estado garantizará la protección y preservación, enriquecimiento,

conservación y restauración del patrimonio cultural, tangible e intangible, y la

memoria histórica de la nación” (República Bolivariana, 2000). Esta disposición

comprende la fase final de constitución del patrimonio cultural del país, según el

proceso que se explica en el Capítulo III de esta investigación.

Al estar referido este capital cultural a ámbitos científicos, tecnológicos y

humanísticos, se reconoce una acepción de cultura que si bien amplia, no entraña la

generalidad extrema y universalista que tradicionalmente caracterizó al constituyente.

Efectivamente, parece definirse el ámbito cultural a los extremos delimitados por los 63 Se comparte la opinión de Allan R. Brewer-Carías, respecto a que debe de haber un error en la trascripción a la Gaceta Oficial de esta palabra, debería decir “invención”. (Brewer-C, 2000: 322) De ser así, el error subsiste en la Exposición de Motivos de la Constitución.

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productos de la creación cultural que sean susceptibles de ser protegidos como

propiedad intelectual. Es decir, aquellos bienes y servicios culturales potencialmente

consumibles.

Tenemos entonces, que el ámbito operativo de acción estatal en lo que a

cultura respecta, hasta el momento se encuentra compuesto por:

Los bienes y servicios científicos, tecnológicos y humanísticos que sean

susceptibles de protección de la propiedad intelectual de quien los produce, lo que

viene a ser la primera fase de constitución del capital cultural nacional;

El patrimonio cultural nacional ya existente, el cual se encuentra integrado por

el capital tangible e intangible venezolano, así como por la memoria de la nación:

Nuestras identidades culturales nacionales en sentido amplio. Este ámbito es el

patrimonio cultural existente e inmanente de la nación venezolana, lo que nos define

como pueblo y como venezolanidad propia, identificable y defendible, el cual se va

permanentemente nutriendo de los procesos culturales e históricos contemporáneos.

Es esta la fase final de constitución del capital cultural nacional.

El ámbito considerado en el último párrafo integra los valores culturales que

“...constituyen un bien irrenunciable del pueblo venezolano y un derecho fundamental

que el Estado fomentará y garantizará, procurando las condiciones, instrumentos

legales, medios y presupuestos necesarios” (República Bolivariana, 2000). Desde

esta perspectiva, la Exposición de Motivos de la nueva Constitución afirma que tales

principios y enunciaciones

...obliga a crear una legislación que consagre la autonomía de la administración Cultural. (estimulando)... a quienes puedan y quieran enriquecer dicho patrimonio, y también debe establecer sanciones o penas a las personas naturales o jurídicas que le infieran daños o perjuicios (República Bolivariana, 2000-A).

Seguidamente, leemos en la misma Exposición de Motivos el aparte siguiente:

...se enfatiza el principio de igualdad de las culturas y el de la interculturalidad, y se destaca la promoción de las expresiones populares que conforman y modelan cada naturaleza autóctona regional, para luego constituir una entrecruzada sumatoria de creaciones que configuren el conjunto definitorio de la Nación (República Bolivariana, 2000-A).

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137

El artículo 100 establece puntualmente que las culturas populares gozarán de

atención especial por parte del Estado al ser ellas el elemento constitutivo per se de

la venezolanidad. Se reconoce y respeta la igualdad de las culturas, denominada

interculturalidad. En este artículo se establece el fundamento para una posterior

legislación respecto a la financiación de la creación cultural, al afirmar que: “La ley

establecerá incentivos y estímulos para las personas instituciones y comunidades

que promuevan, apoyen, desarrollen o financien planes, programas y actividades

culturales en el país, así como la cultura venezolana en el exterior” (República

Bolivariana, 2000).

De lo dispuesto en la Constitución respecto de las culturas populares

pareciera que se reconoce en ellas el fundamento primero y último de la

venezolanidad, por tanto, el elemento angular que constituye y define el patrimonio

cultural nacional, aún cuando se reconoce la interculturalidad.

En este particular es pertinente recordar las afirmaciones de Roger Chartier

(1999), respecto de la reevaluación crítica que es necesario efectuar de las

distinciones que han sido reconocidas como evidentes y que es posible sean

susceptibles de revisión en lo que a cultura se refiere. Una de las “particiones” a que

hace referencia el autor es precisamente la que opone la cultura erudita y culta a la

cultura popular. Desde esta perspectiva, “’la “cultura popular’ tradicionalmente se ha

identificado con un conjunto de creencias y de gestos considerados los propios de

una religión popular” (Chartier, 1999: 34), así, lo popular se reconoce más como lo

opuesto a lo que “no es”, que por medio de una delimitación precisa de un campo de

creaciones culturales propias. Lo que “no es”, es la literatura erudita o letrada, el

catolicismo normativo de la iglesia católica, cada vez más permisivo, la música

erudita, o la venida de lejos; pero, ¿Dónde establecer el límite, entre lo que “es”

popular y lo que “no es”? Recordemos que en un principio Darcy Ribeiro (1990),

identificó lo popular como aquello producto de la herencia de tradiciones

sobrevivientes luego de los procesos de colonización y destrucción cultural, la

aculturación.

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Lo popular se encuentra enlazado, por no decir penetrado, por gran cantidad

de expresiones culturales que son rechazadas como populares, entonces no es

sencillo separar un nivel cultural e intelectual de lo popular; pero, ¿Es que acaso las

manifestaciones creativas “populares” no entrañan un nivel cultural suficientemente

elaborado para que haya necesidad de separarlo del capital cultural erudito, por

denominarlo de alguna manera?

Chartier afirma que: “saber si se debe denominar popular aquello creado por el

pueblo (lo autóctono regional en nuestra Constitución) o bien aquello que le está

destinado (y que conforma la venezolanidad) es un falso problema” (Chartier,

1999:35).

Es prioritario, más que establecer la separación entre cultura popular y erudita,

el establecer cómo se construye el capital cultural a partir de las imbricaciones que

se suceden entre las diversas prácticas, representaciones y producciones culturales

que se generan en el país, lo que define y constituye efectivamente el acervo

cultural, el mercado cultural propio de una sociedad, en donde lo más relevante no es

establecer qué es erudito y qué es popular, sino las formas de reconocimiento y

aceptación que permiten que un bien o servicio cultural creado se convierta en parte

integrante del capital cultural, potencial patrimonio cultural.

Pareciera que fuese la intención del constituyente equiparar diversos “tipos” de

cultura, mediante el principio de igualdad de las mismas. Igualar la cultura popular y

la cultura erudita. Pero, en atención a la normativa que contiene la nueva Carta, no

es necesario, puesto que al consagrarse el derecho de creación cultural, dentro de

los límites claramente establecidos, no es menester tal separación, distinción y

paradójico equiparamiento igualitario; más aún, pareciera que en el primer enunciado

quedaran fuera las culturas populares, o sólo fueran parte de los valores que definen

nuestra nacionalidad ya que las manifestaciones creativas de estas no serían

entonces, ni científicas, ni tecnológicas, ni humanísticas. Resulta ambigua la

Constitución en este particular o, más bien, confusa.

La presente investigación no establece una distinción entre ambas

manifestaciones culturales (popular-erudita) por lo que deja de lado la separación, lo

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que interesa en definitiva es que los resultados y productos de la creación cultural

deben seguir un proceso para convertirse en capital cultural, mediante el

reconocimiento, aceptación y consumo de dichos bienes y servicios culturales por

parte de la población, para lo cual se debe garantizar que tenga conocimiento de la

existencia de dichos bienes y servicios. Esta garantía se encuentra contenida en el

artículo 101 de la nueva Constitución el cual establece que “El Estado garantizará la

emisión, recepción64 y circulación de la información cultural” (República Bolivariana,

2000).

La disposición señalada cierra el ciclo dentro del cual se dan las posibilidades

para la constitución y creación del capital cultural: desde el proceso de creación

hasta el de reconocimiento y aceptación por la población, fundamentalmente a través

(pero no exclusivamente) de la información cultural. En este sentido, la Carta Magna

garantiza la obligatoriedad de la información cultural, Mercedes Pulido (2000), la

define como imposición (ver nota 58).

“...con el objeto de corregir la desigualdad comunicacional que frente a nuestra propia cultura exigen los medios de comunicación. Por ello se establece el deber de dichos medios de coadyuvar a la difusión de los valores y aportes de los creadores venezolanos” (República Bolivariana, 2000-A).

La disposición maneja una lógica pertinente y adecuada, en parte, a las

realidades culturales nacionales, persiguiendo afianzar los procesos de generación

de un capital cultural que venga a servir de base a la nacionalidad venezolana sin

hacer exclusión de otras culturas, pero reconociendo como prioritarias las

manifestaciones creativas de los hacedores de cultura nacionales, a tal fin establece

deberes a los medios de comunicación para la difusión de la información cultural que,

en definitiva, es el medio a través del cual se cierra el ciclo que permite la generación

de un capital cultural nacional. Este particular aspecto del ciclo de producción del

capital cultural se analiza detalladamente en el Capítulo III.

64 A los fines de la investigación se entenderá “recepción” de bienes y servicios culturales como las posibilidades de reconocimiento y elección de dichos bienes y servicios, con base a las herramientas de las que cada quien disponga.

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La Constitución de 1999 es más específica que la Constitución derogada de

1961; la cual, si bien contenía disposiciones en materia cultural, eran bastante

ambiguas por su ausencia de enunciación en la determinación de los derechos

culturales. La actual constitución otorga el fundamento para el desarrollo de una

normativa legal, mediante las diversas remisiones que efectúa, acorde con los

procesos de conformación y gestión del Estado, de mecanismos de conformación y

estímulo a la creación y reproducción de un capital acorde con las realidades

nacionales propias.

Emerge del texto constitucional la validación, delimitación y definición del

campo de acción del Estado en el sector, así como abre la posibilidad, mediante la

promulgación de leyes sustantivas posteriores, a la diversificación y estímulo de la

acción cultural más allá de los ámbitos exclusivos del Estado (la corresponsabilidad),

siempre ejerciendo éste el debido control sobre el sector.

Así la disposición constitucional sienta las bases para una serie de

consideraciones y visiones pragmáticas de los procesos culturales, adecuadas a los

tiempos actuales, en donde la propuesta que fundamenta la presente investigación

tiene cabida, toda vez que es posible la apreciación de la cultura desde un ámbito

operativo, en que se reconocen procesos y etapas, defensa de derechos de

propiedad y ámbitos interactivos, que pueden fundamentar la operacionalización

desde una relación entre la demanda y la oferta cultural como mecanismo para el

logro de una mayor participación y uso de los espacios comunitarios, y el ejercicio de

nuevas formas de ciudadanía a través del consumo cultural activo y el disfrute pleno

de los derechos culturales positivos consagrados.

Finalmente, en el artículo 99, se estipula que las leyes establecerán las penas

y sanciones para quienes causen daños a los bienes culturales que integran el

patrimonio. La Exposición de Motivos establece que pueden ser objeto de sanción

tanto personas jurídicas como naturales que infieran “daños” o “perjuicios” a estos

bienes. Claro, la ley determinará la diferencia entre aquellos daños y los perjuicios.

Pero, el basamento formal-positivo que legitima la acción política cultural del

Estado, no queda sólo establecido con Constitución Nacional vigente, el conjunto de

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leyes especiales referidas a las materias promulgadas por el Poder Legislativo65, y la

normativa esparcida en otras leyes que se refieren a la cultura. Existen instrumentos

formales, por tanto legales, que fundamentan y legitiman la acción cultural política del

Estado venezolano, nos referimos, entre otros, a los tratados y/o pactos

internacionales que ha suscrito Venezuela referidos a la materia cultural; entre los

que se cuentan:

Declaración Universal de Derechos Humanos, la cual fuera aprobada por la

Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas mediante Resolución

217-III del 10 de diciembre de 1948.

Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, la cual fuera

adoptada 9 meses antes que la Universal, el 30 de marzo de 1948, mediante

Resolución XXX de la IX Conferencia Internacional Americana.

Convención Americana sobre Derechos Humanos, la cual ha sido denominada

Pacto de San José de Costa Rica, suscrita en la Conferencia Especializada

Interamericana sobre Derechos Humanos, en San José de Costa Rica el 22 de

noviembre de 1969.

Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales,

adoptado el 16 de diciembre de 1966, mediante Resolución 2.200-XXI-A, de

Naciones Unidas.

Por último, se deben considerar como fundamentos jurídicos de la acción

política cultural del Estado venezolano, las leyes promulgadas por la Asambleas

Legislativas de los estados, así como las ordenanzas emanadas de los municipios;

de igual manera, se deben considerar, en su debida jerarquía, los Decretos

emanados del Poder Ejecutivo y las Resoluciones de los ministerios u organismos de

la administración del Estado.

65 En la actualidad se encuentra vigente la “Ley del Consejo Nacional de la Cultura” la cual rige la acción política en el sector cultural, vigente desde el 29 de agosto de 1975 (República de Venezuela, 1975). En la actualidad reposa en la Asamblea Nacional el proyecto de Ley Orgánica de la Cultura, el cual fue aprobado en primera discusión.

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II CAPÍTULO II TEORÍA DE LA CULTURA

Cultura es la capacidad de pensar realmente

una vez los pensamientos de otro. Hegel.

Dos aspectos son fundamentales en esta investigación, aspectos que se

complementan e interrelacionan constantemente a partir del momento en que se

entiende como necesaria una conceptuación operativa de la cultura. Estos aspectos

son por una parte, la teoría de la cultura, con su búsqueda de una definición que

comprenda lo humano y la infinidad de relaciones de este factum hacia otras ciencias

y disciplinas; y por otra, la economía de la cultura que delimita aspectos de la cultura

basándose, explicando y observando relaciones permanentes con base a principios

tomados y adaptados de la teoría económica general.

Así, la economía, y principalmente la teoría microeconómica, y la teoría de la

cultura se interrelacionan, coadyuvando la primera en novedosas formas de apreciar

y explicar el fenómeno social cultural y hacer posible un entendimiento práctico y útil

del mismo.

En este capítulo se hace una aproximación a la teoría de la cultura,

considerando el próximo lo referente a la economía cultural, aclarándose, en ambos

casos, aspectos que se han referido en los capítulos precedentes.

1. Teoría de la Cultura

Cuando se asume el estudio de la cultura como teoría, como factum humano,

la pluralidad de escuelas que la han explicado y tratado de comprender advierte

sobre la pretensión de definirla a través de conceptuaciones universales amplias y

únicas; pues su aparición como disciplina traduce la realidad ineludible de la

presencia del hombre sobre el planeta, su historia, evolución, los sistemas filosóficos

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que ha creado, los triunfos, conquistas y fracasos, los hechos relevantes de los

cuales siempre es protagonista y las grandes atrocidades que hemos cometido como

género.

Cultura implica la consideración del origen, del inicio, de la distinción hombre-

naturaleza, cuando éste comienza a transformarla en su beneficio, es decir, cuando

se diferencia de ella. Paulatinamente el hombre va adquiriendo conciencia de su

distinción y posibilidades de intervención hacia la naturaleza inconmensurablemente

presente, pero diversa de él. Y así surgen las características de su relación

indisoluble: hombre-naturaleza, naturaleza-cultura, tal y como afirmaba Rousseau.

Emerge así para Gerhart Schöder una teoría de la cultura, del hombre, “…en

la medida en que la pregunta por el origen deja de tener una respuesta garantizada”

(2005: 6). Esta teoría ha tenido como objetivo, entre otros, definir la cultura como

hecho humano, como acción comprensiva del devenir histórico, social y político del

hombre como individuo, grupo, y sociedad. El concepto que en la actualidad se

otorga descriptivamente a cultura, deviene de filosofías de la historia y de la

preocupación de estudiosos de la etnología desde finales del siglo XVIII.

No sorprende el que se reconozca a esa posibilidad-pretensión de

conceptuación del hecho humano una doble función de diferenciación: la de darnos

conciencia de aquella distinción práctica entre naturaleza y cultura; y, la de asumir la

separación de cada una de las culturas singulares, históricas y simultáneas entre sí,

es decir, la distinción entre nosotros mismos. Tal asunción implica “…reconocer la

posición ambivalente del concepto entre el eurocentrismo tradicional y el novedoso

proceso globalizador y, subsiguientemente, su instrumentación “operativa” a través

del imperialismo” (Said, 2005: 37)66.

66 Este autor, Edward W. Said, asocia en su concepto de cultura, la reafirmación de las identidades culturales en función del ejercicio de dominio imperial por parte de los países colonialistas en los siglos XIX y XX, en donde el reconocimiento y referencia cultural del otro, del dominado, implica la observación propia como cultura jerárquicamente distinta, superior y que reedifica permanente su presencia en función de aquella distinción con otras culturas inferiores y vernáculas.

Sería interesante contrastar la posición de Edward W. Said, con la de Darcy Ribeiro, cuando se refiere a las formas tradicionales que salvaguardan las culturas primigenias del dominado, de las intervenciones del dominante.

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En aquella efervescencia de la antropología cultural, de la filosofía de la

cultura en el siglo XVIII y XIX, la discusión de y por un concepto de cultura es un

punto crucial. ¿Qué es cultura? En nuestros días esa cuestión trasciende el ámbito

contradictorio del desarrollo europeo (el cual dominó durante siglos). Ya quedan

atrás como referencias dominantes: El Renacimiento, El Iluminismo, El

Romanticismo, la iglesia, entre otras, al acusar el impacto del contexto global que

pulveriza formas tradicionales de dominio conceptual e impone otras. Quizás estas

realidades históricas, teóricas y filosóficas dominantes, definen la universalidad cada

vez más amplia, más abarcadora de concepto: aquella que cultura es todo.

Esta universalidad, digamos absoluta del concepto, paradójicamente debilita al

concepto mismo. Afirma Gerhart Schröder “…que la debilidad de concepto radica

justamente en el hecho de que él abarca ahora la totalidad de la realidad” (Schröder,

2005: 8).

La tradicional pretensión de totalidad cada vez más y más amplia del

concepto, no hace posible un criterio definido sobre una teoría de la cultura, lo

comprende dentro de sí el concepto mismo. El criterio y la teoría serían en sí y por sí

una variable cultural.

Si, para exagerar afirmamos que el concepto de cultura abarca ciencia y religión, verdad y mentira, Marx y la Coca-Cola, entonces el valor cognitivo del concepto es ninguno... ...La discusión contemporánea oscila entre la propuesta de renunciar totalmente a estos conceptos y los intentos de definirlos nuevamente para salvar la perspectiva de observación y de la distancia crítica, trasladando la discusión al interior de la cultura (Schröder, 2005: 9).

Se observan conceptos totales de cultura, en estos casos el concepto absorbe

las propias relaciones de las cuales emerge; la ya señalada de naturaleza-cultura,

proveniente de J.C. Rousseau; la de cultura-civilización, de O. Splenger67; o de

67 Oswald Splenger (1880-1936) en su obra “La Decadencia de Occidente”, afirma que el Occidente ha llegado a su período de decadencia, a la fase de la “civilización” como última y caduca etapa de la cultura. Esta decadencia equivale morfológicamente a otras decadencias análogas habidas en el pasado, pues cada fase histórica tiene con otras homólogas una correspondencia formal. De ahí la creación de la teoría de las “cuatro edades de la cultura” examinadas por Splenger. Estas fases comprenden sucesivamente el mito, el período mítico-místico (primavera); la reforma o rebeldía contra las formas del pasado, los comienzos de una consideración filosófica, la formación de una nueva matemática, el empobrecimiento racionalista-místico de los religiosos (verano); la época de las luces o la confianza en la omnipotencia de la razón (otoño), y, finalmente, las concepciones materialistas,

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cultura-técnica, no hay nada que quede fuera del concepto. Por lo que se suscribe en

esta investigación la afirmación según la cual “…la pérdida de una mirada extra-

cultural de la cultura traslada la problemática a la cultura misma” (Schröder, 2005: 9).

¿Qué significa esto? La necesidad de redefinir y acotar permanentemente el

concepto.

Claro, no se agota la discusión respecto de cultura y teoría de la cultura en las

problemáticas devenidas de su conceptuación y los alcances de ésta. Pero, sí es

necesario comprender que dicha problemática es el punto de partida, como premisa,

de todo lo que puede llegar a ser parte de la teoría de la cultura y sus alcances y

contribuciones con otras disciplinas. Igualmente, no es pertinente pretender, a la luz

de las críticas que recibe la amplitud universal y total del concepto, alcanzar la

conceptuación de una definición única, delimitada e inmutable, ello sería caer en la

misma trampa que se pretende superar.

Hablamos entonces de “confluencia activa de acepciones de cultura”, donde

una de ellas puede ser identificada como eje del objeto de estudio. Por ejemplo, en

esta investigación se propone una conceptuación operativa de cultura que permite

describir y caracterizar una problemática cultural en el país, por lo que el concepto

debe aportar la posibilidad de construir indicadores empíricos que reflejen la realidad;

tal concepto operativo no excluye el manejo de otras definiciones referenciales de

cultura que apuntalen y contribuyan con los ámbitos del contexto que se relacionan y

consideran en el estudio.

Entonces, ciencia de la cultura, teoría de la cultura, antropología cultural son

acepciones de una misma disciplina que trata de entender, de explicar, de reconstruir

el proceso de evolución y desarrollo del hombre desde sus inicios, ello conduce al

progreso, a la civilización que es la característica definitoria de la permanencia de la

humanidad en el planeta.

escépticas, pragmáticas, alejandrinistas (invierno). La independencia mutua de cada cultura no impide en ningún caso el reconocimiento de su identidad morfológica, del hecho de que, por ser todas en el fondo organismos análogos, hayan de pasar las mismas fases. Estos “universos-historias” se hallan, pues sometidos a un destino ineludible; de ahí la posibilidad de predecir el futuro, posibilidad que Splenger aprovecha para anunciar la decadencia de Occidente. Ver: (Ferrater Mora, 1990: Tomo iv, 3109-3110)

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En el último cuarto del siglo XIX ve la luz la ciencia de la cultura, con los

trabajos de Edward B. Tylor68 (1975). En el contexto sociopolítico en el cual Edward

B. Tylor publica los trabajos referidos a una ciencia de la cultura, se encuentra

bastante avanzada la idea de nacionalidad, el concepto de Estado y el fundamento

lógico-filosófico que sirve de base al edificio jurídico positivo. Se establecerá, a partir

de allí una relación casi indisoluble entre cultura y nación, por lo que la asociación

entre cultura y la concepción de Estado-nación será relevante, determinándose y

complementándose mutuamente. “Los países han asociado la modernización con la

salvaguarda o con la restauración de una cultura nacional” (Touraine, 1992: 137). Es

innegable que la definición de nación pasa y está condicionada por la existencia de

una unidad política, cuya expresión más patente es la conformación del Estado y de

una cultura nacional. Lejos de ser la existencia de una cultura nacional lo que funda

la nación y el nacionalismo, lo que ocurre es lo inverso: “Es el Estado nacional el que

produce una cultura nacional, en particular mediante la escuela” (Touraine, 1992:

136).

Vamos del instrumentalismo evolutivo, al apreciar la evolución de los

argumentos de la ciencia de la cultura que hace que el hombre cree instrumentos y

herramientas para hacer frente a los retos de la naturaleza, a la concepción de la

cultura como mecanismo simbólico-identitario que trasciende la historia, la

nacionalidad y las tradiciones, en opinión de Jurgen Habermas69 (1994) sin olvidar la

postcultura y la contracultura de un atormentado George Steiner70 (1991).

68 El texto de Tylor fue publicado originalmente en el año 1871. 69 Habermas introduce el concepto de “Identidad Postnacional” el cual traduce más una relativización de pertenencia histórica, que un cuestionamiento de los parámetros sobre los que se construyen históricamente las identidades. En este sentido existirán identidades que se conforman y tratan de afirmarse al margen de la conciencia histórica colectiva; es decir, sin atender como fundamento los principios que sirvieron de base para la edificación de las identidades en los nacionalismos previos a la Segunda Guerra Mundial. Las identidades que surgirán en las repúblicas alemanas de posguerra (RDA-RFA) se fundamentan en una relación político-estatal, no en una conciencia histórica determinante. La identidad política se divorcia de la conciencia histórica que traduce un pasado al cual se pertenece o, en mejores términos, del cual se proviene: la conciencia nacional. Son las identidades postnacionales, fundadas en lo político-estatal y no en lo histórico-nacional. ¿Qué pensaría el autor al respecto luego de la reunificación de Alemania? 70 Steiner parte del principio de que la civilización occidental vive su derrumbe y padece su fracaso en la Segunda Guerra Mundial al perderse la utopía del hombre, de allí el planteamiento y la preocupación de cómo crear un modelo de cultura para avanzar sobre las ruinas nuevamente. Steiner afirma que se vive una postcultura, que

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Siguiendo la posición de José Antonio Pérez Tapias (1995), la ciencia de la

cultura ubica al hombre como objeto de su estudio y, conjuntamente, a su acción, a

la diversidad de los modos de vida que ha manifestado a lo largo de la historia, es

decir, a su diversidad cultural. Así, el hombre y su cultura son el objeto de estudio de

esta ciencia.

La concepción humanista asumida por la ciencia de la cultura no es nueva,

emerge a partir del Renacimiento un pensamiento eminentemente antropocéntrico,

lo que implica un hecho y un valor en su determinación. Un hecho porque el nuevo

pensamiento antropocéntrico entraña una nueva actitud del hombre ante sí mismo,

allende los dogmas de la fe, en medio de un controvertido proceso de secularización

de muchos de los órdenes de la vida, siendo éste, además, uno de los factores que

caracterizará la modernidad. Como valor, porque deberá reconstruirse la autoestima

sobre la base de ser el hombre el centro moral del nuevo universo; y, porque

requerirá como fundamento de la modernidad que asiste y es parte del proceso todo,

la alteridad que trae implícita la capacidad de trascender las limitaciones

etnocéntricas.

El positivismo y la metodología cientificista lo acompañan, energizan la

antropología y la cultura emerge como el motor que mueve el estudio del hombre.

Así, la antropología cultural, al fundarse en el positivismo se edifica sobre cuatro

razones/objetivos:

...a) El intento de formular leyes generales del hombre y la sociedad. b) La idea de que hay leyes invariables de la naturaleza humana universal y leyes que explican los cambios de la sociedad y las consiguientes diferencias culturales. c) La formulación de un concepto de totalidad social, integrada por ciertos niveles estructurales interrelacionados. Y d) La idea de que la historia se puede explicar como sucesión de totalidades sociales, siendo la evolución de un estadio a otro el producto de cambios habidos en el nivel que se considere condicionante...” (Pérez T., 1995: 135).

tiene como característica central un nuevo pesimismo estoico, producto de la caída, de un nuevo pecado original. La postcultura es un estado de atención, de alerta del hombre que otea sobre una multitud de escombros culturales, su característica preeminente es la rapidez de las nuevas metamorfosis sociales, en donde el tiempo cada vez pesa menos. Entonces emerge la contracultura que pregunta y cuestiona el papel de la cultura, su efectividad, su complacencia, su utilidad sobre la que será necesario construir una nueva teoría de la cultura ya no universal, ya no inmanente, pero siempre nueva utopía.

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Estos valores son la base sobre los que descansa la ciencia de la cultura, la

concepción primera de la antropología cultural, la cual a lo largo de su historia puede

ser dividida en cuatro etapas, a saber:

El evolucionismo cultural,

El funcionalismo,

El estructuralismo, y

El neoevolucionismo.

Uno de los exponentes más destacados de la escuela del evolucionismo

cultural es precisamente Edward B. Tylor, junto con Morgan, Bachofen y Frazer.

Esta escuela se estructura sobre una línea evolutiva que conduce del salvajismo a la

civilización, pasando por la barbarie, a través del desarrollo de procesos culturales

causales, semejantes y aún idénticos entre una y otra sociedad, no importando el

momento histórico en que se desarrollan dichos procesos. Es decir, toda sociedad al

desarrollarse pasará por idénticos procesos los cuales producirán idénticos

resultados.

El evolucionismo, que entendemos orienta el pensamiento de los

representantes de esta escuela, es lo que se conoce con el nombre de “Darwinismo

Social”, el cual es una forma especial del evolucionismo original de Charles Darwin.

Se ha dado este nombre a doctrinas sociológicas o, más exactamente, a ideologías

político-sociales, que se han apoyado en alguna de las ideas generales dominantes

de la evolución orgánica de Darwin, suplementadas a menudo por ideas procedentes

del evolucionismo de Spencer. En este contexto, “…la naturaleza humana es la

misma en todos, y sólo hay diferencias de desarrollo cultural” (Pérez T., 1995: 9). Por

consecuencia, la escuela se interesa en la historia y evolución de los procesos

culturales para comprender los mecanismos por medio de los cuales cambiaron las

sociedades en el pasado y, de allí, establecer mecanismos epistemológicos,

fundamentados en el principio de causalidad, que permitan comprender el presente.

Su metodología se basó en el método comparativo, consistente en reducir el estado

de las culturas del pasado a partir de variables que las caracterizan y definen en el

presente. De igual manera invirtió el proceso al tratar de explicar algunos aspectos

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actuales como supervivencias del pasado. En este sentido, se formuló un concepto

amplio de cultura para poder indicar los vínculos claves que existían entre los

elementos de la historia.

La escuela funcionalista71 centra su atención en determinar la manera en que

los rasgos de una cultura son resultado de las diversas necesidades que se

requieren satisfacer por parte de un grupo o sociedad. Se interesa en determinar

cómo las instituciones y el sistema de normas de un ámbito sociocultural se integran

funcionalmente como partes de un todo estructurado. Se presenta como un enfoque

sincrónico apto para mejor entender una realidad cultural que es necesario controlar.

Uno de los exponentes clave de la escuela funcionalista es Bronislaw

Malinowski (1970), quien aplica en sus estudios el análisis “funcional”, al intentar

establecer y explicar la relación entre un comportamiento (producto cultural) y la

satisfacción de una necesidad humana, provenga ésta de cualquiera de los

imperativos que la genere. La funcionalidad, la satisfacción de necesidades a través

de la actividad humana, implica la integración de la organización con el fin de lograr

cualquier objetivo. Por consiguiente, los hombres deben organizarse en estructuras

denominadas instituciones, lo que implica un acuerdo basado en valores sobre los

que se genera la congregación social.

Dos principios resultan de esta escuela: funcionalidad y organización, es sobre

estos principios que será posible definir lo que es cultura de la manera más precisa.

Desde esta perspectiva la ciencia de la cultura se fundamentará en una teoría de las

instituciones, lo que no es otra cosa que la consideración de una imbricación

compleja entre las necesidades, como disparadores del cambio social, y las

organizaciones como mecanismo social del progreso, los satisfactores. 71 Tanto en filosofía como en diversas ciencias se ha usado y se usa la noción de función con muy diversos significados. Así ocurre por ejemplo con el uso de la noción en sociología y antropología cultural. Ernst Cassirer, en Las Ciencias de la Cultura, (1951) destaca la importancia de la noción de función y de mutua dependencia de elementos tanto en la matemática como en las ciencias naturales, en epistemología y en metafísica. Prioriza el papel desempeñado por la noción de función en la formación de conceptos a base del principio de serialidad.

En las ciencias sociales, las orientaciones llamadas funcionalistas ponen de relieve el contexto, con el fin de explicar la naturaleza y función de una institución social; la adaptabilidad de la institución al contexto equivale a su funcionalidad. Se observa, entonces la correspondencia entre la institución y su pertinencia organizativa a las necesidades del hombre. Ver: (Ferrater M.,1990: tomo ii, 1.303)

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El estructuralismo72 es la siguiente escuela a considerar, cuya paternidad se

atribuye a Lévy-Strauss. Para esta escuela los pueblos primitivos son observados

como sociedades sujetas a colonización que aspiran a la emancipación, dichos

pueblos en atención a la evolución histórica de la humanidad están en proceso de

desaparición, en virtud del impacto que han tenido los procesos de aculturación en

sus estructuras sociales73. Es este el momento, según José A. Pérez T., en que

“…se defiende desde un renovado universalismo mentalista la similitud estructural de

las realizaciones y productos de las culturas diversas, entre las que no cabe señalar

grandes o insalvables diferencias cualitativas en cuanto a complejidad” (1995:137).

En los últimos años de la década de los ochenta surge el neoevolucionismo

...tratando de salvar un enfoque no reduccionista de la antropología como <ciencia de la cultura> (White, 1988), reaccionando contra los excesos paralizantes, y epistemológicamente contradictorios, de un relativismo extremo, es el anticipo de nuevas propuestas antropológicas como las de la ecología cultural de M. Sahlins o el materialismo cultural de M. Harris. Todas responden al intento de replantear la antropología como ciencia, a la vista de que ya no hay sociedades primitivas y debe, por tanto, abordar de lleno también las actuales sociedades complejas desplegando verdaderas estrategias nomotéticas de investigación (Pérez T., 1995: 138).

Se propone en esta escuela la expansión del campo contextual y del

instrumental metodológico de la ciencia de la cultura para entender, explicar y

caracterizar los procesos culturales a la luz de las realidades de nuestras sociedades

actuales. En los fundamentos de esta escuela parece encontrarse la propuesta de

diversos autores que, en efecto, amplían el universo contextual y referencial de la

72 El estructuralismo insiste en que trata de un método de compresión de la realidad – y específicamente de las realidades humanas socialmente constituidas-, pero es frecuente que haya, más allá de los programas metodológicos, supuestos de naturaleza ontológica, de acuerdo con los cuales las realidades de que se trate están formadas estructuralmente. No se niega en principio que haya causas y relaciones causales, si tampoco se niega en principio que haya cambios, y específicamente cambios de carácter histórico. Sin embargo, tanto las relaciones causales como los desarrollos diacrónicos son entendidos en función de relaciones de significación y de formaciones sincrónicas. De esta manera, el estructuralismo se opone al causalismo y al historicismo, puntos sobre los cuales descansan las dos “escuelas” anteriormente consideradas. Ver: (Ferrater M., 1990: tomo ii, 1046-1050 y el mismo tomo 1041-1046) 73 Ver nota al pie N° 76, en la cual se hace referencia a la concepción que del concepto de aculturación propone el autor brasileño Darcy Ribeiro.

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cultura y del estudio de la ciencia de la cultura, como Néstor García Canclini, Etienne

Tassin, Roger Chartier y Claudio Rama entre otros.74

En atención a la breve descripción realizada en los párrafos precedentes, se

puede afirmar que uno de los fines claves de la antropología cultural es formular una

teoría de la cultura que, al observar como constituyente a la naturaleza humana,

requiera la definición de un concepto de cultura que va adaptando y modificando sus

contenidos a lo largo del tiempo.

...el concepto de cultura presenta tal generalidad e implica tal complejidad –en correlación con lo que de hecho es la realidad de la cultura-, que desborda lo que es propio del discurso científico, pero es necesario para el discurso científico-antropológico –y de hecho, se utiliza o se presupone-. Eso significa que las teorías científicas sobre fenómenos culturales, que es lo que hay que entender por teorías de la cultura, ya que de facto es eso lo que en verdad son, demandan, a la vez que desde ellas coadyuvan a la misma, una filosofía de la cultura... que, por otro lado, necesita y promueve una reflexión filosófica sobre la realidad cultural del hombre. (Pérez T., 1995: 139)

En la realidad actual de nuestro mundo globalizado e interdependiente se está

frente a una nueva contextualización que fundamenta, determina y define otras

relaciones, nuevas oportunidades y retos para la cultura y la necesidad/posibilidad

de formulación de políticas culturales que consideren la novedosa realidad, realidad

basada, a su vez, en una nueva concepción de cultura. Estos retos comprenden no

sólo lo cultural propiamente dicho, sino que también atañen lo ecológico, lo político y

lo social.

El papel que ha de jugar la cultura en este contexto debe ser relevante al

momento de diseñar las políticas oficiales que tengan como finalidad el desarrollo;

74 Los estudios de García Canclini, Chartier y Rama sirven de fundamento de propuestas que respecto de la operacionalización del concepto de cultura se realizan en el presente capítulo. García Canclini aporta un novedoso instrumental epistemológico para considerar al consumo cultural como una forma novedosa de participación ciudadana; Chartier orienta el camino en lo atinente a una nueva visión de la reelaboración de las creaciones culturales como fundamentos de una nueva historia de la cultura bajo la égida de la “Escuela de los Annales” francesa; Claudio Rama diseña un instrumental que permite la construcción de un mecanismo que permite observar el proceso de constitución y conformación del capital cultural, que nosotros ampliamos hasta patrimonio cultural, y que sirve de base para la propuesta de operacionalización del concepto de cultura orientándonos por la teoría económica propuesta por Gary Becker. (Becker, 1977)

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particularmente, cuando se define qué modelo y/o enfoque de desarrollo será

considerado como el norte que oriente la acción gubernamental, de ser éste el caso.

La cultura ha sido el vehículo del cual se han servido los especialistas para

comprender y analizar procesos exitosos y también explicar fracasos, en países que

han implementado determinadas estrategias de desarrollo.

La cultura, entonces, debe observarse como elemento clave muy cercano,

positiva o negativamente, al desarrollo, específicamente al desarrollo económico. De

allí que sea útil examinar en la relación entre ambas dimensiones: cultura y

desarrollo y, consecuentemente, cultura y crisis del desarrollo.

Podría observarse una asociación que parte de la existencia de instituciones

sociales y políticas y el logro de valores y prácticas políticas. Es decir, que la calidad

de los valores y prácticas están condicionados por el tipo de instituciones existentes

en una sociedad. 75 Se destaca el papel clave que puede tener la cultura y

específicamente la diversidad cultural en el éxito económico, el desarrollo social, la

estabilidad política y la resolución de conflictos. “Es a través de instituciones

democráticas como se construye una cultura participativa que, a su vez, contribuye a

consolidar la democracia” (UNESCO, 1999: 343).76

Como se observa, múltiples elementos pueden llegar a ser considerados parte

de un concepto de cultura, lo que ha generado las limitantes y obstáculos que ha

llegado a poseer un concepto “total” de cultura. Por lo que la necesidad de acotarlo y

operacionalizarlo es evidente en investigaciones como la presente. Así que partiendo

de la afirmación de Max Plank 77 de que un hecho es aquello que se puede medir, la

cultura como hecho social, debe ser susceptible de mensuración. Pero, como hecho

social que acaece en ámbitos sociales, la cultura es susceptible de mensuración sólo

como objeto de una política pública, a objeto de observar los resultados de la política

75 Se entiende el término instituciones en atención a los trabajos desarrollados por Douglass C. North (1993), como las reglas del juego en una sociedad y las limitaciones ideadas por el hombre que dan forma a la interacción humana. 76 La existencia instituciones democráticas no está ligada a diferencias culturales. (UNESCO,1999:344) 77 Citado por Hans-Georg Gadamer (Gadamer, 2005: 18)

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y los impactos que genera sobre determinadas realidades, es decir, la cultura como

objeto del proceso político.

Como hemos afirmado, es válida la confluencia de conceptos de cultura con

un objetivo específico, por ejemplo, observemos la definición de cultura que aporta

Hans-Georg Gadamer: “…entre todos los bienes de esta tierra hay un tipo de bienes

que no se vuelven menos si alguien los toma para sí, sino que, al contrario, se

acrecientan: eso es la cultura. El hecho de que en virtud de la participación en algo

vivimos nosotros mismos unos con otros y aprendemos” (Gadamer, 2005: 18). Esta

definición es pertinente en relación con la definición operacionalizada que se propone

como base de este trabajo, no se descartan, se complementan; no se desdicen, se

correlacionan. Y ello porque considera como bienes a los componentes de la cultura

susceptibles de apropiación, con características muy particulares, pero bienes

finalmente, como nosotros entendemos el mercado cultural. Y, en efecto, cuando

más adelante se afirma, al analizar el proceso de conformación del capital cultural,

que éste se renueva y amplía constantemente, y que puede suceder lo contrario: su

agotamiento y erosión, estamos afirmando que nunca poseemos un saber definitivo,

sino que siempre estamos superando las preguntas constantemente con nuevas

preguntas.

Para finalizar esta sección y entrar a considerar el particular del concepto de

cultura base de la investigación, se quiere traer el aporte de algunos autores en la

materia. Por ejemplo, Edward W. Said define cultura como “…una red intelectual,

etnográfica, moral, estética y pedagógica que sirve tanto para persuadir a los

colonizadores de su función (y de la continua dedicación a ella) como para intentar

asegurar la aquiescencia y el servicio de los colonizados” (Said, 2005: 41). Es decir,

la cultura como medio y estrategia de dominación, Edward W. Said la circunscribe a

lo colonial, pero puede ser “usada” para cualquier tipo de dominación, siendo posible

entonces entenderla como un medio al servicio de determinado tipo de dominio, que

implica el ejercicio de un poder sobre determinado grupo. Pero claro, por parte de los

dominados, la cultura entonces emerge también como medio, en este caso opuesto a

la cultura del poderoso, una red que persigue afirmar los valores y principios propios

como grupo social en contra de quien pretende dominarlo culturalmente. Dos medios

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distintos y un mismo fin, la reafirmación de la identidad simbólica propia como grupo

social. Y un concepto: la cultura.

Sobre el particular de la identidad el autor citado establece dos puntos:

Primero: ninguna identidad cultural aparece de la nada, todas son construidas de

modo colectivo sobre las bases de la experiencia, la memoria, la tradición (que

también puede ser construida e inventada), y una enorme variedad de prácticas y

expresiones culturales, políticas y sociales. En segundo lugar, refiriéndose a la

relación entre cultura, identidad y poder imperial en Europa, el autor afirma que

ninguna descripción de la identidad puede pasar por alto la relación entre cultura y

poder (imperio es la palabra utilizada por Said), ello porque las artes se practican y

sostienen en un contexto social en que existen profundas relaciones de poder,

propiedad, clase y género. Por lo que sería un gran error no tener en cuenta estas

relaciones absolutamente cruciales, y los medios destinados a estudiarlas, en

reflexiones sobre la identidad y políticas culturales.78

Por su parte Terry McKinley define cultura como “…el modo en que convive,

se relaciona y coopera una colectividad, así como la manera en que esas relaciones

se justifican a través de un sistema de creencias, de valores y de normas” (1999:

322). En esta definición el término cultura es descriptivo, no normativo. Para

Prasanta Pattanaik “…los factores culturales que determinan el bienestar humano

son de orden político y social (como la participación en la vida comunitaria y política,

o la ausencia de discriminación) o de orden intelectual y estético” (1999: 333). Ambas

definiciones, si bien son amplias, permiten un punto de partida para la

instrumentalización de indicadores culturales agregados, con este fin fueron

formuladas; son operativas ya que atienden variables (y valores) susceptibles de

medición.

78 Ver nota 63 sobre el autor.

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1.1 El Concepto de Cultura

Dos cuestiones se plantean con respecto a una política cultural: en primer

término ¿Qué debemos entender por cultura desde la perspectiva política?; y en

segundo lugar, ¿Qué es y para qué sirve una política cultural?

En el caso venezolano el legislador tradicionalmente ha considerado

conveniente al promulgar los ordenamientos legales que rigen la acción cultural,

conceptuar la cultura desde un punto de vista amplísimo. Esta amplitud en la

definición obedece a la intención de masificar la acción cultural con el objeto de

"llevar" cultura a todos los estratos sociales

Entonces dos acepciones de cultura se deben considerar en este contexto: la

que define el Estado al formular el ordenamiento legal rector de la acción cultural; y,

otra que emerge de las relaciones sociales existentes en la sociedad, la cual va más

allá de la acción estatal, una definición “total” que abarca hasta la propia acción

social de ese Estado.

Darcy Ribeiro, define cultura como:

...la herencia social de una comunidad humana, representada por el acervo compartido de modos estandarizados de adaptación a la naturaleza, para proveerse de subsistencia, de normas e instituciones reguladoras de las relaciones sociales y de los sistemas de conocimiento, de valores y de creencias con los que sus miembros explican su experiencia, expresan su creatividad artística y se motivan para la acción. Así concebida, la cultura es un orden particular de fenómenos caracterizados por ser una réplica conceptual de la realidad, simbólicamente trasmisible de generación en generación, bajo la forma de una tradición que provee modos de existencia, formas de organización y medios de expresión a una comunidad humana (Ribeiro, 1990: 23).

Es decir que una comunidad, sociedad, grupo, nación y, la mayoría de las

veces, los estados siempre van a poseer una cultura que los identifique consigo

mismos, independientemente de que se ocupen por definirla. Tal vez sea por ello que

al momento de definir cultura oficialmente, siempre se pretenderán acepciones

amplísimas para así plantearse abarcar, en la acción política, lo inabarcable: el

proceso total de conformación social e histórico inherente a una comunidad.

Pero lo cierto, a pesar de aquellas definiciones amplísimas, es que el Estado

dirige siempre la acción política cultural hacia las expresiones creativas de esa

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herencia, acervo y de esos valores y creencias que determinan la creatividad artística

como producto social.

Entendida la cultura como resultado de un largo proceso histórico-social e

integrada por un cúmulo de valores, entre los cuales se cuentan a las expresiones

artísticas surgidas, bien de su propio seno o bien asimiladas de otras comunidades,

es conveniente una separación entre la concepción que el Estado posee de cultura,

referida a acción política sobre una realidad social que se pretende modificar o

preservar, según el caso; y, la cultura como concepto social tal y como la define

Darcy Ribeiro.

Es decir, la acción estatal tendrá como objeto las relaciones acaecidas en

ámbitos sociales, inherentes a los procesos de producción, apropiación y

preservación de aquellas expresiones artísticas parte o integrantes de una

universalidad cultural mucho más amplia; bien sean esas expresiones arte erudito,

culto, popular, infantil, entre otras, que se encuentren llamadas a formar parte del

capital simbólico-identitario de la nación.

Es necesario advertir, sin embargo, que la separación conceptual social y

estatal de la cultura en su acepción, es siempre un ejercicio racional que es producto

de la posibilidad del accionar político por parte del Estado sobre este sector de la

vida nacional, con la finalidad de actuar sobre sus problemáticas, necesidades y

preferencias emergentes.

Dicho accionar político, en oportunidades, es una atribución o un mandato

legal que, en el caso venezolano está en la Constitución Nacional. Esto ya lo hemos

explicado pero, más allá de ese ámbito legal-normativo, ¿Cuál es el fundamento de

la acción pública cultural? ¿De dónde proviene su justificación?

Siguiendo el análisis de George Yúdice (2000), la globalización de la

economía; los desplazamientos demográficos (en el caso venezolano pueden ser

entendidos desde la perspectiva dramática de la inversión de la relación urbano-rural

a partir de la industrialización del petróleo); el impacto que tienen las políticas

nacionales y locales en la realidad social de las poblaciones; la magnificación y

capitalización de lo simbólico, de lo cultural per se, lo que entraña la consideración

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de la manera como se van conformando los capitales culturales; y, las innovaciones

tecnológicas en las telecomunicaciones y en la industria del entretenimiento; todos

estos factores considerados en conjunto permiten entender y realzar el valor de la

cultura como “recurso”, es decir, como factor susceptible de “uso” por cuanto se trata

de un objetivo que el Estado debe alcanzar, en principio, en beneficio de la sociedad.

Al reconocer la cultura como recurso, el Estado atiende su administración a

través de políticas públicas. Lo señalado adquiere mayor relevancia al considerar la

cultura como mecanismo que permite y estimula el surgimiento de nuevas formas de

ciudadanía, que se desprenden de la posibilidad de participación activa que traduce

el consumo cultural, e implica nuevas formas y mecanismos de ejercicio de derechos

y deberes ciudadanos en la nueva estructura de las sociedades tecnificadas de hoy.

“En estas nuevas sociedades la economía apela cada vez más a la cultura como

mecanismo que coadyuva a generar determinados referentes de desarrollo urbano,

por medio de un aprovechamiento óptimo del espacio urbano-comunitario” (Oropeza,

2002: 45-63). Estas premisas sirven de soporte a la propuesta de operacionalización

del concepto de cultura que propone la presente investigación.

Uso, recurso, justificación, elementos que sobre cultura podrían generar

reservas y resistencias, pero ¿Quién podría negar el potencial de la cultura como

medio de dominio, quién dudaría de la posibilidad práctica de la cultura como

recurso? Nuevamente traemos a Edward W. Said quien reconoce el “potencial

belicoso de la cultura” (Said, 2005: 50-51). Así, como corolario del punto, Lluís Bonet

(2001), siguiendo la posición de D. C. Throsby, encuentra la justificación en:

El impacto redistributivo y la equidad que persiguen las políticas culturales,

La obtención de beneficios externos y la asunción de buena parte del costo de

la producción cultural por parte del Estado,

La función sustitutiva del Estado ante los fallos de provisión del mercado

cultural,

El papel dinamizador del Estado sobre la oferta y la demanda cultural, y

Los problemas de eficiencia y eficacia de la acción gubernamental.

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Volvamos en este punto a la definición de cultura de Darcy Ribeiro en la cual

se distinguen tres órdenes de componentes fundamentales, a saber:

El sistema adaptativo: que es el conjunto de acciones ejercidas sobre la

naturaleza con el fin de producir las condiciones de existencia y sobrevivencia de las

sociedades.

El sistema asociativo: el cual se encuentra conformado por todo el conjunto

de interrelaciones personales en la sociedad que traen por consecuencia la

reproducción biológica, así como la producción y distribución de bienes, y la

regulación de la convivencia social.

El sistema ideológico: comprendido por las ideas y los sentimientos, los

cuales surgen en la medida en que nos esforzamos por comprender, cuestionar o

justificar el orden social dentro del cual interactuamos.

El sistema ideológico es el que se corresponde con una réplica conceptual de la realidad, tal y como ella es percibida por una sociedad humana. Sus contenidos conceptuales son el lenguaje, el saber, la mitología, la religión, la magia, las artes, los cuerpos de valores éticos y la integración de todos ellos en un ethos que constituye la concepción de cada pueblo sobre sí mismo frente a los demás (Ribeiro, 1990: 25).

Es el sistema ideológico de la definición de cultura lo que el Estado identifica

como objeto de la acción política, porque la creatividad cultural es parte de este

sistema, y porque es sobre la creatividad cultural que el Estado actúa a través de la

acción política. Pero, y esto es crucial, la creatividad supone una relación activa y

permanente que permite su conocimiento y apropiación, la toma para sí de los bienes

que refiere Hans-Georg Gadamer (2005); así, entra en juego el “sistema asociativo”

distinguido por Darcy Ribeiro, puesto que el ciclo económico es parte del mismo, éste

es el fundamento de la operacionalización del concepto planteado.

Se debe aclarar lo que se entiende como creatividad cultural, puesto que sus

productos, al cumplir determinadas condiciones, pasan a integrar el “capital cultural”.

La creatividad cultural es parte del sistema ideológico por cuanto es expresión

de las ideas y valores presentes en una sociedad. Valores e ideas que se apropian a

lo largo del proceso histórico de conformación de la nación, o bien a través del

aprendizaje de nuevas visiones del mundo y/o técnicas que son producto de otras

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sociedades, o que surgen en la misma por la necesidad de resolver determinados

retos que plantea el destino de esa sociedad. La creatividad cultural, entonces, es la

expresión artística y simbólica de la realidad social que caracteriza a un grupo.

Creatividad que se manifiesta por medio de diversos vehículos expresivos que son

considerados artísticos: la música, la danza, el ballet, la escultura, pintura, el teatro,

entre otros, y practicados o ejecutados por personas que son considerados,

reputados y reconocidos como artistas en esa sociedad y/o por sí mismos.

Darcy Ribeiro considera que la creatividad cultural, expresión y espejo de una

realidad social, debe ser definida como uno de los elementos que hace operar al

proceso de aculturación. 79

La creatividad cultural, entonces, realidad social concreta, será objeto de

presión por diversas variables que impactan sobre la sociedad de la cual es

expresión y a la cual, a su vez, expresa. Variables que en determinados momentos

de la historia se presentan como coyunturas socioeconómicas que van a limitar la

propia creatividad cultural y a afectar a la larga el proceso de conformación del

capital cultural identitario (positiva o negativamente). Es esta realidad la que valida la

necesidad de que el concepto de cultura baje a tierra, a lo práctico, por medio de una

operacionalización del mismo basándose en los mecanismos de interrelación y

equilibrio de los mercados cuyos componentes son la oferta y la demanda cultural.

79 Efectivamente, Darcy Ribeiro considera la aculturación como un proceso amplio (que comprende la desculturación) que se expresa por dos medios: el desarraigo y la creatividad cultural; medios que permiten a las etnias conformarse y transfigurarse. Algunas de estas etnias maduran poco a poco hasta que adquieren la condición de etnias nacionales. Cuando éstas surgen por consecuencia de la expansión de pueblos que son más avanzados en lo cultural (lo que implica una mayor eficacia en el dominio de los medios de producción y control de la naturaleza y, por supuesto, de otros pueblos), el patrimonio cultural del pueblo más avanzado tiende a predominar en la cultura que está conformándose o naciendo, sobre todo en las maneras culturales de los estratos dominantes de la etnia en cuestión. Es opinión de Ribeiro, que las etnias embrionarias o recién surgidas con carácter nacional, emergen con culturas no integradas y espurias (es decir; que integran en sus interpretaciones compartidas, elementos de justificación del dominio externo o de la deformación de la propia imagen), en virtud de que dichas culturas se van conformando por contenidos distintos y en oportunidades hasta contrapuestos o contradictorios: por una parte los sectores privilegiados totalmente aculturados y, por otra, los sectores marginales de esa sociedad que van a retener una parte de aquel patrimonio cultural original, que van a pretender salvaguardar a toda costa y que, en oportunidades, será objeto de atención estatal al considerar esta cultura como cultura popular y/o depositaria última de una identidad cultural nacional en vías de desaparición. Ver: (Ribeiro, 1990)

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Estas coyunturas en oportunidades traen por consecuencia la transfiguración

deformante de esa sociedad, la cual se orienta en direcciones opuestas a las de su

afirmación y sobrevivencia, perdiendo el norte de su destino y colapsando todo el

sistema social, económico, cultural, religioso e histórico que las conforma.

Desprendida de su contexto, esa población se desculturiza como condición previa a su integración en una nueva construcción cultural. En esta primera instancia, el resultado de la confluencia con una sociedad dominante es la erradicación de la cultura original y, más tarde, la creación de una construcción cultural nueva e inauténtica: una cultura colonial espuria (Ribeiro, 1990: 30).

No es difícil identificar en la descripción previa el proceso de conformación de

las nuevas sociedades latinoamericanas una vez conquistadas estas regiones por el

imperio español, recordemos lo que apuntaba Edward W. Said al definir cultura

desde una dimensión de dominio colonial e imperial80. Ello no es otra cosa que la

experiencia previa socio-histórica de una sociedad que se ha conformado sobre la

base de un proceso prolongado de colonización y desarraigo cultural por una parte; y

por otra, producto de un proceso de reacomodo de un nuevo mundo cultural

integrado en un crisol donde se van a fundir variados tipos de culturas,

predominando la española, o europea, sobre la indígena y la negra. Volvamos una

vez más a Darcy Ribeiro:

La cultura refleja la experiencia previa de la sociedad y refleja, igualmente, sus características estructurales. Así, la estratificación de clases, la condición de dependencia, la heterogeneidad del desarrollo social o regional aparecen en el marco de la cultura como variantes diferenciadas de ésta. Sólo en el caso de una sociedad idealmente homogénea y, por lo mismo, simple y rudimentaria, la cultura puede configurarse como una entidad coherente y uniforme. En todos los demás casos -y sobre todo en el de las civilizaciones- las culturas son siempre entidades complejas, diferenciadas y dinamizadas por intensos procesos de traumatización (Ribeiro, 1990: 31).

Como ejemplo de tales efectos recordemos lo señalado respecto a la

bipartición de la cultura en un elemento erudito que es el terreno de los letrados,

mayormente integrantes de la clase dominante los cuales reciben el impacto directo y

transfigurador de esa cultura dominante, y un elemento vulgar, que es, mayormente,

80 Ver nota 63.

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del dominio de las clases menos favorecidas, las cuales son las depositarias de las

tradiciones ancestrales que sobreviven precariamente al impacto de la cultura

dominante que influencia toda la estructura sociocultural preexistente, es decir, el

terreno de lo popular.

Se advierte que la bipartición de la cultura (erudita/tradicional) no implica

necesariamente, sobre todo al transcurrir el tiempo, que el arte catalogado erudito no

posea contenidos genuinos en que se reflejen el saber y las artes, más aún cuando

se presentan procesos de consolidación de autonomías y procesos de

independencia política respecto al pueblo dominante. De igual manera, es necesario

advertir que lo popular puede ser "usado" para obtener determinados beneficios por

parte de los gobernantes, una vez obtenida la independencia, lo que puede conducir

al rechazo de todo lo considerado erudito, por ser esto expresión y característica de

una clase dominante que pactó y permitió el dominio (nuevamente la cultura como

instrumento de dominio, de uso, de poder). Pero, esta realidad puede estar presente

en sociedades ya independientes políticamente, las tradiciones pueden ser (y de

hecho a menudo lo son) inventadas, y que “…en el caso de imágenes duraderas del

pasado cultural, están acompañadas de un componente importante de manipulación,

invención, limpieza, purgación y falsificación deliberada y retrospectiva” (Said, 2005:

50-51).

Al parecer las distinciones conceptuales de cultura, hacia dentro del concepto,

van más allá de aquella diferenciación entre cultura erudita y popular. Se retoma la

utilidad de la distinción entre la naturaleza de la cultura como concepto, bien idealista

(Malcolm Arnold, F.R. Leváis y T.S. Eliot) o materialista (R. Williams), que Andy Pratt

(1998) lleva, al considerar el papel del Estado como formulador de políticas

culturales, a un análisis crítico entre el papel que tradicionalmente ha tenido el

Estado de intervención o liberalización de los mercados culturales, y una visión más

amplia del impacto que puede generar por medio de políticas que persigan impactos

concretos sobre el cambio de los modos tradicionales de producción cultural y la

revisión de las formas de regulación estatal vía políticas. Ello conlleva el

reconocimiento de la necesidad de revisar las formas conceptuales de cultura que

permitan esa nueva visión de la política cultural de los estados, considerando

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necesaria la superación de las formas tradicionales de política que focaliza su acción

“...sobre los mecanismos para la promoción, y apoyo por la ‘calidad’ en un rango

limitado de formas de arte” (Pratt, 1998:7).81

Se entiende así el impacto del hecho cultural en los procesos económicos y la

distinción que la sociedad británica hace respecto de cultura en su forma tradicional

de consumo (presencial) y aquella que se efectúa por otros medios, la digitalización

por ejemplo. Estas realidades emergentes, entre otras, son las que deben se tenidas

en consideración por el Estado al momento de proceder a diseñar acciones políticas.

Así, R. Shuker afirma que “...al igual que en la tradición idealista, muchas más

políticas públicas culturales se han basado en la noción de cultura como ámbito

separado, autónomo, con frecuencia en oposición al ámbito de la producción material

y de la actividad económica implícitamente presente.” (Shuker, 1994: 54)82

Ahora bien, volviendo a las posiciones entre lo erudito y lo popular, ambas

conducen a una percepción limitada del proceso cultural; tanto la que considera sólo

a lo erudito como expresión válida de la creatividad cultural, como la que defiende y/o

manipula la legitimidad única del arte o de la cultura popular-tradicional.

En los actuales momentos cabría preguntarse ¿Continúa siendo válida esta

bipartición, la separación entre cultura erudita-culta y popular-tradicional?

Definitivamente pensamos que la distinción es inútil y podría estar destinada a

validar y/o legitimar el uso de la cultura como medio que posibilita la manipulación de

sociedades. Sobre este punto se tomó una posición en esta investigación al analizar

la disposición que contiene la Constitución Nacional venezolana de 1999.

Resulta evidente que podemos definir cultura de infinidad de maneras: a

través de conceptos amplios y totales, o bien restringidos referidos a determinadas

expresiones creativas; pero, a los fines de esta investigación estaremos cerca de la

definición amplia aportada por Darcy Ribeiro, entendida como definición marco. Con

las reservas hechas respecto de la bipartición entre culturas tradicionales y eruditas.

81 Traducción del autor. 82 Traducción del autor.

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Tal definición, al ser más social que antropológica, recoge la imposibilidad de

esta última ciencia, la antropología, de lograr un concepto satisfactorio de cultura.

“Quizás sea necesario una adecuada consideración de la antropología como ciencia

social” (Pérez T., 1995: 140). Lo que implica deslastrarla de contenidos positivistas y

cientificistas absolutos, para así proceder en perspectiva a una reconceptualización

social de cultura, con toda la fundamentación filosófica implícita, para de allí

operacionalizarla, ya desde otra perspectiva y en atención a objetivos y fines

particulares y concretos. Y esto es, precisamente, lo que se pretende en esta

sección. Es como si la definición transitara fases y etapas al ampliarse y

circunscribirse a realidades concretas.

Se trata, entonces, de ubicar a la cultura como centro activo de un equilibrio

dialéctico entre la filosofía de la cultura, que viene a ser el fundamento de todo el

contenido social, ideológico y axiológico de ésta; y, la operacionalización práctica-

social, concreta y real de ella, de manera tal que sea expresión de aquel contenido

social-ideológico y axiológico que, momentáneamente, la basa y delimita, para luego

concretizarla como objeto de la acción política del Estado.

Quizás pueda resultar paradójica la posición respecto de la cultura pero no se

debe olvidar que tratamos, al final con una “teoría de la cultura” altamente cambiante.

Sin embargo, al volver sobre una de las cuestiones que se plantean al inicio

de esta sección, es necesario reconsiderar el concepto para seguir adelante.

Efectivamente, nos hemos preguntamos qué considera el Estado venezolano por

cultura.

Al analizar la posición del Estado venezolano respecto a su acción política en

la materia, estamos tomando en cuenta una concepción cultural que se fundamenta

sobre bases jurídicas, las cuales le permiten formular normativas para regular su

propia acción y la de terceros en materia cultural.

Es tan complejo el punto que pareciera que vamos de una fundamentación

filosófica, a un concepto social, a otra político-oficial, a una acepción jurídica, para

luego regresar a las raíces, a lo filosófico. Generalmente, en este círculo de

acepciones, conceptos y definiciones, la argumentación se detiene y/o comienza a

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rondarse a sí misma; nuestra posición es que es en este punto en donde se requiere

operacionalizar la abstracción para que traduzca e integre en sí una realidad.

Ahora bien, siguiendo con el tema tenemos que:

Sobre la base de estas consideraciones puede afirmarse, por tanto, que pensar en una cultura en términos jurídicos y a partir de técnicas e instrumentos jurídicos supone reflexionar o, en nuestro caso, hacer balance básicamente sobre la cultura promovida y auspiciada por los agentes públicos en el marco de sus competencias (Padrós i C., 1990: 135).

Es decir, que debemos establecer el concepto que sobre cultura tiene el

Estado, para lo cual debemos observar la normativa en la cual se basa y se legitima

la acción política venezolana en materia cultural.

En la Constitución venezolana de 1961 la cultura aparecía dirigida, como

concepto, tanto al orden y articulación de las denominadas ciencias del espíritu que

tienen por objeto la realidad social e histórica; como a cualquier proceso de creación

y crecimiento del hombre, como a la protección y conservación del resultado de esos

procesos. 83 Así, la acepción de cultura de 1961 es una acepción amplísima.

Acepción ratificada por lo establecido en la Exposición de Motivos de la Ley que crea

al CONAC, que define cultura como: "...el mundo creado por el hombre a lo largo de

su aventura vital y en sus relaciones con la naturaleza, la cual en cambio nos fue

dada." (República de Venezuela, 1975: 64), Y en líneas generales este es el criterio

que persiste respecto de una definición amplia y total de cultura por parte del Estado.

1.2 Cultura y política pública

En la presente investigación se entenderá a la cultura, considerada como

objeto del proceso político cultural, como ámbito social interactivo en el cual se

suceden constantes intercambios, enlaces, imposiciones y evasiones entre diversos

actores sociales, en espacios públicos y privados en donde se ofertan, demandan,

consumen y apropian bienes y servicios culturales permanentemente. La acepción

propuesta contiene los elementos definitorios básicos de Ribeiro y se orienta en pos

de una operacionalización concreta de la misma. 83 Ver: (Rodríguez G., 1991: 17).

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El concepto operativo formulado se considera pertinente para el desarrollo de

la investigación por las razones siguientes:

Se ajusta a los preceptos contenidos en el articulado que en la Constitución

Nacional vigente trata la materia referida a los derechos culturales.

Con base en dicho fundamento constitucional se articula la identificación y

caracterización de la problemática y se describen los factores asociados a dicha

realidad, todo ello por medio de la mensuración que permite el concepto asumido

como guía.

El análisis político que se ejecuta respecto de la realidad política cultural

nacional en el período definido, asume los componentes del concepto como una de

las aristas que guían dicho análisis, lo que permite apreciar el impacto de las

políticas sobre una realidad presente a lo largo del tiempo que, se entiende

problemática; y coadyuva en la construcción de los elementos generales que

articulan la propuesta de política cultural presentada.

La propuesta formulada y sometida a validación se basa en buena medida, en

los elementos y componentes que es posible distinguir analíticamente del concepto

formulado.

Ahora bien, analicemos sumariamente la definición propuesta. Se asume la

cultura como hecho social, lo que se corresponde con el concepto marco de cultura

tomado de Darcy Ribeiro. Hecho social integrado por relaciones, en un contexto en el

cual existen diversos órdenes que reúnen en sí las diversas actividades humanas.

Este hecho social plural es reputado como ámbito en donde ocurren esas constantes

interrelaciones. Ahora bien, en el ámbito social interactivo tienen lugar las acciones

que suponen los diversos “sistemas” definidos, en ellos participa una pluralidad de

actores que se mueven en espacios, bien públicos, privados o mixtos,

relacionándose permanente o circunstancialmente.

Hasta el momento, nos encontramos en ámbitos sociales en donde se

ejecutan hechos e interacciones entre actores, que tienen carácter general y amplio.

Y, al especificar un carácter particular se define el tipo de relación objeto de la

definición. Se restringe el hecho social a componentes específicos del “sistema

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asociativo”, en el particular de las interrelaciones que se generan al producir e

intercambiar bienes permanentemente. Por lo que estas interrelaciones se

caracterizan por un tipo especial de mecanismos de intercambio. En este punto

nuevamente particularizamos aún más el tipo de interrelación, al definir un tipo único

de bienes como objetos que se intercambian en aquel ámbito asociativo. Este tipo

de bienes proviene del “sistema ideológico” y son aquellos bienes producto de la

“creatividad” cultural, son los bienes y servicios culturales, de carácter simbólico,

generados por los creadores y ofertados en aquel ámbito social. Los intercambios de

este tipo de bienes se rigen por mecanismos que es necesario caracterizar y

describir, provenientes en buena medida de la teoría económica en lo atinente a la

forma en que se suceden los intercambios entre los creadores culturales y el resto de

los actores que los demandan, consumen y se apropian de ellos y un Estado que

interviene de diversas formas regulando el proceso.

La definición planteada, como se observa, contiene pluralidad de elementos

provenientes de diversas acepciones y visiones teóricas respecto de cultura, que se

amalgaman para delimitar y acotar un concepto operativo, el cual se enmarca en otro

más general que sirve como referencia. La definición es el punto de partida para

proceder a observar la realidad que traduce la cultura en el ámbito social referido,

identificando los actores que intervienen en los intercambios que ocurren,

describiendo los procesos creativos y los bienes y servicios generados por los

creadores, caracterizando los mecanismos que determinan la cantidad de bienes y

servicios culturales demandados y el consumo de tales bienes y los impactos que

tales intercambios tienen en los procesos de conformación del capital cultural

nacional, todo estos componentes son el campo de acción del proceso político

cultural, aglutinados en un concepto: la cultura como objeto de la política pública.

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III CAPÍTULO III ECONOMÍA DE LA CULTURA84

En la definición trabajada en la parte final del capítulo anterior, se afirma que

la cultura es resultado de un proceso social y, por tanto, el hombre se encuentra en

el centro de tal actividad. En dicho proceso social diversos actores interactúan

constante y permanentemente de manera dinámica. Tal interacción tiene por objeto

el intercambio de bienes y servicios resultado de la creación, esos intercambios se

producen en espacios sociales públicos o privados y obedecen a reglas precisas

resultado de las condiciones en que se concretizan los mecanismos de interrelación

en donde se ofertan y demandan los bienes en cuestión.

La concepción propuesta, entendida como ámbito social impactado por los

mecanismos de regulación de mercado, viabiliza la operacionalización de la cultura

con el fin de ser objeto del proceso y la acción política. Todo ello permite mensurar

las situaciones problemáticas, las cantidades demandadas, necesidades y

preferencias que emergen de dicho ámbito, así como el contenido de la oferta

producida y monitorear el impacto y efecto de las acciones políticas implementadas

por el Estado en atención a las facultades que el ordenamiento jurídico le otorga, lo

que valida su consideración como fin y medio del Estado para el logro de metas

sociales.

84 1965 es el año en que un artículo de William Baumol y William Bowen (1965), marca el inicio regular de los estudios sobre economía de la cultura, el cual tiene un impacto sobre los medios académicos y profesionales. Se analiza en dicho trabajo el carácter artesanal de las artes en vivo, regresivas en términos de productividad del trabajo con relación a la producción industrializada, en donde la tecnología y la substitución de mano de obra permiten una reducción de los costos y los precios. “El progresivo encarecimiento resultante de las actividades culturales debe ser subsanado a través de la revaloración por parte del público, aceptando un precio superior, o con la ayuda gubernamental la cual mediante subsidios cubra el déficit entre costos crecientes y una demanda sin capacidad de pagarlos” (Baumol y Bowen, 1965: 495-502). El trabajo de Baumol y Bowen y los aportes de Paul Samuelson y John Galbraith, crean un creciente interés hacia la temática particular. Luego las investigaciones de Gary Becker, consideradas más adelante en la investigación, sobre el consumo de bienes adictivos que aumenta con el transcurrir del tiempo; y de Alan Peacock sobre el análisis de la elección pública, y a quien el autor tuvo el placer de conocer en la IV Conferencia Internacional de Economía y Cultura, realizada en Ümea, Suecia, desarrollan distintos aspectos relevantes para el análisis económico de la cultura y de su expresión: la creatividad cultural.

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Igualmente, al operacionalizar el objeto de estudio es posible caracterizar y

describir el proceso y la acción política del Estado en atención a los componentes de

la definición: por un lado el ámbito social nacional; y, por otro las interacciones que

se suceden en el mismo, las cuales representan objetivamente las necesidades y

demandas presentes en la población.

La forma en que ámbito social e interacciones se unen, es a través de una

operatividad que trasciende, aún basándose en ellas, aquellas reflexiones que

explican los mecanismos que soportan teóricamente las formas y manifestaciones

culturales de las sociedades. La unión a la que se hace referencia tiene que ser

analizada en un contexto que identifique y caracterice cuáles son los mecanismos

que regulan el intercambio de estos bienes y servicios. Vista así la cultura, el ámbito

contextual de análisis no puede ser otro que el mercado, es decir, la relación

constante y dinámica entre la oferta y la demanda cultural.

Consecuentemente, la investigación se plantea el estudio de las “formas” de la

cultura, desde la perspectiva planteada por Claudio Rama (1999). Y los abordajes

cuyo objeto de estudio son las “formas” de la producción cultural, se orientan

fundamentalmente (no exclusivamente) hacia consideraciones económicas, legales,

tecnológicas, organizacionales, autorales o laborales bajo las cuales se realiza la

producción cultural. Pero, si bien se atiende a las “formas” de la producción cultural,

es obligatorio considerar los “contenidos”, los cuales tienen como objeto de estudio

las especificidades estéticas, filosóficas, antropológicas y narrativas sobre el hecho

cultural. Esto es evidente puesto que el concepto sobre el cual se operacionaliza a la

cultura integra en sí una cantidad de componentes (confluencia conceptual) que han

sido considerados a lo largo de la investigación. 85

Se deja sentado que en los fundamentos de la teoría de la economía de la

cultura descritos, se basa parcialmente, el mecanismo de análisis de la realidad

85 Ciertamente la “operacionalización” supone la posibilidad de observar, a través de la mensuración, el comportamiento de una realidad, así los instrumentos y métodos de medición, tienen, forzosamente, que ir más allá de las intuiciones y las opiniones. Sin datos contundentes, es decir, sin indicadores, resulta problemático justificar la inversión en un proyecto. Y ciertamente existen dificultades metodológicas en el desarrollo de indicadores para la cultura. Ver: (Yúdice, 2002: 30)

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problemática identificada y caracterizada en el Capítulo I; dicha realidad se

encuentra representada a través de un “modelo”, que denominamos “Modelo de

Políticas”, de carácter multifactorial y el cual está expresado en la Figura 1.

Entonces, dos elementos: a) El modelo que representa la realidad problemática,

impactada por un conjunto de variables que la definen y condicionan, realidad que es

descrita y caracterizada en la investigación; construyéndose, como corolario de dicho

modelo, una función de consumo f(c) que describe el comportamiento y los factores

asociados a dicho consumo cultural, entendido como dimensión de la demanda

cultural. b) Los temas analíticos de la Teoría de la Economía de la Cultura que basan

por una parte, la construcción misma del modelo y, por otra la disección, descripción

y caracterización del problema representado por el modelo, todo ello con base a los

diversos elementos de estudio que proporciona la economía de la cultura de los que

se hace uso para considerar la realidad, conjuntamente con otras disciplinas como el

análisis político, por ejemplo.

En la investigación se está proponiendo un “modelo de política” de la

problemática identificada que representa la realidad descrita, y un mecanismo

multidisciplinario de análisis y estudio de dicha realidad, una de cuyas disciplinas

aplicadas al caso es la “Economía de la Cultura”. Son seis (6) temas de estudio de la

disciplina a los que nos acercamos al considerar los estudios de David Throsby

(1994), párrafos más adelante.

Al operacionalizar el concepto de cultura, ratificamos, es indispensable

integrar los “contenidos”, puesto que éstos no pueden existir independientemente.

Pero, lógicamente, esta integración amplía los límites contextuales en los cuales se

desarrolla y genera la creación cultural. La ampliación abarca otras disciplinas: la

historia, la sociología, la política, la antropología. De esta manera, ampliar el contexto

de la cultura a otras disciplinas, “…implica el análisis de los ‘contenidos’ desde una

perspectiva que considera a la producción cultural como expresión de sociedades

concretas en sus múltiples determinaciones” (Rama, 1999: 16).

La cultura, entonces, siempre será histórica, y siempre está anclada en un

lugar, un tiempo y una sociedad determinados. La cultura siempre implica la

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concurrencia de diferentes definiciones, estilos, cosmovisiones e intereses en pugna.

Pueden volverse oficiales y ortodoxas –como en los dogmas de sacerdotes,

burócratas y autoridades seculares- o pueden tender hacia lo heterodoxo, lo no

oficial y lo libertario; sin embargo, lo verdaderamente interesante de una cultura es su

capacidad de relación con otras culturas y no sólo su interés en ella y su grandeza.

Se puede apreciar en este sentido, dos caras en una cultura: “una acuñada por su

herencia histórica y tradicional; y otra, mas interesante, abierta a su propia historia de

relaciones con otras culturas, al diálogo y al intercambio” (Said, 2005: 51-52).

En el ámbito descrito, la ejecución de la investigación, además de ampliar la

contextualización del análisis, hizo necesario el uso de recursos metodológicos de

otras disciplinas con la finalidad de que los resultados dieran respuestas

satisfactorias a los procesos culturales observados y que estas respuestas/aportes

fuesen precisos y pertinentes. Es decir, emerge la necesidad de operacionalizar, sí

no cabe duda, pero ello supone una complicación necesaria: ampliar el espectro del

instrumental metodológico, porque los procesos culturales suceden en la sociedad, si

bien basados en las formas y los contenidos, también lo hacen más allá de ellos.

De esta manera, el ámbito social, en el cual se operacionaliza el concepto de

cultura, comprende la relación que acaece en el mercado entre la oferta y la

demanda cultural (formas), en contextos multivariados en donde diversas realidades

y disciplinas confluyen y están siempre presentes determinando activamente la

realidad objeto de la acción política (contenidos). Esta realidad valida la hipótesis

propuesta como guía de la investigación.

Si operacionalizar supone mensurar ¿Qué es susceptible de medición al

operacionalizar el concepto de cultura en esta investigación?: la demanda cultural de

la sociedad en relación con la oferta producida (también susceptible de medición) por

los creadores de bienes y servicios culturales (formas); en función de las variables

del contexto que se asocian, determinan y explican el comportamiento de la

demanda (contenidos) y la oferta.

Ahora bien, considerando el específico de la economía de la cultura, se ha

insistido en los capítulos previos que la operacionalización del concepto de cultura

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desde la perspectiva de relación entre oferta y demanda cultural, no supone una

visión reduccionista-economicista de la misma. No, porque una de las razones que

impediría tal reduccionismo es que las herramientas tradicionales de la economía

son insuficientes para explicar el comportamiento de los actores culturales. Por otra

parte, “…cada producto cultural lleva implícito un valor simbólico y emocional distinto

para cada individuo, comunidad o grupo que lo consume”86 (Bonet, 2001). De esta

manera, la economía de la cultura constituye terreno de experimentación de la

pertinencia de los conceptos económicos fundamentales y tradicionalmente

esgrimidos en el análisis de otros sectores.87 Tales afirmaciones no excluyen (ni

permite obviar) la realidad del impacto que la cultura tiene como fenómeno

económico de relevancia entre los cuales destacan: “Su participación cada vez mas

importante en el PIB de los países con fuertes mercados culturales; la capacidad de

generar empleo; y potencial de influencia en la balanza comercial, al ser un factor

determinante en la composición de las exportaciones. (Stolovich, 2002)88

Entonces, las relaciones entre economía y cultura, no deberían observarse

solo desde una perceptiva instrumentalista.89 Tampoco la ciencia económica y la

ciencia política deberían estar al servicio de sólo evaluar políticas culturales con la

finalidad de otorgarles a éstas una cierta racionalidad; o sólo como una guía para la

gestión de las empresas e instituciones culturales. Siguiendo a Stolovich (2002),

tales perspectivas deben complementarse con enfoques teóricos que, a su vez, son 86 Según Lluís Bonet A. (2001), este valor simbólico-emocional de los productos culturales, explica la existencia tanto de un mercado especulativo sobre las obras de los grandes maestros, como la defensa del patrimonio, la cultura tradicional, o la creatividad por parte de los poderes públicos, así como la auto-explotación económica de muchos creadores o el arraigo de una comunidad a sus tradiciones por encima de la lógica del mercado, tradicionalmente entendido.

Ahora bien, esta variable, económicamente hablando, forma parte de las “curvas de indiferencia” que definen la demanda individual y de mercado, análisis este que escapa de los alcances de esta investigación. 87 En este punto de la cultura como terreno de experimentación de otras disciplinas ver el trabajo de Mark Bloug “The Economics of the arts”, (Bloug, 1976) 88 Estos aportes concretos de la cultura a la economía de un país, son sistematizados por Francoise Benhamou (1996) de la siguiente manera: a) propensión de las actividades culturales a generar flujos de ingresos y de empleo; b) necesidad de evaluar las decisiones culturales, que implican recursos económicos; y c) en lo atinente a ámbito teórico, el desarrollo de la economía política hacia nuevos campos. 89 Entendida esta perspectiva como relaciones basadas exclusivamente, en justificar la necesidad de incrementar los recursos aportados a los sectores, públicos y privados, necesarios para financiar las actividades culturales.

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indispensables, en el corto y en el largo plazo, para el desarrollo de otras

perspectivas a veces novedosas, otras no tanto, y para comprender la evolución del

sector dentro de la sociedad.

La resistencia y crítica que ha generado el planteamiento de una economía de

la cultura se fundamenta, en buena medida, en la oposición a reducir, a simplificar el

hecho cultural a la lógica económica, lo que resulta, se aduce, empobrecedor. Se

insiste acá que cuando la lógica de análisis se circunscribe a las relaciones entre

oferta y demanda cultural, como objeto del proceso político, se hace uso de una

concepción de cultura mucho más reducida, la cual reúne fundamentalmente el

audiovisual, la música, las artes escénicas, los libros, las artes plásticas y los bienes

y servicios y la protección del patrimonio cultural, es decir, las áreas que el

ordenamiento legal atribuye como responsabilidad del Estado.90

La acepción acotada de cultura supone eliminar del concepto las

características totales, amplias y abstractas del mismo, y considerar lo “real”, que

según Boris Groys (2005), son las relaciones entre las acciones y los productos

culturales, tales relaciones son las jerarquías y los valores que determinan nuestra

cultura. Estas relaciones son actos de apropiación que suponen el consumo y

reelaboración de un bien o servicio cultural, sobre lo que volveremos en este mismo

capítulo. Seguidamente, el autor asegura que cultura y economía no son ámbitos

excluyentes, en tanto la cultura es el espacio efectivo por excelencia de la lógica

económica y, acogerse a esa lógica, no supone una interpretación reduccionista

alguna de cultura, porque no se la reduce a una superestructura, es decir, “…a una

expresión exterior de las necesidades económicas, cuya verdad oculta debiera

describirse científicamente, como sí ocurría en la lógica marxista” (Groys, 2005: 21).

Entonces, desde esta perspectiva, la economía de la cultura no consiste en

una descripción de la cultura como representación de procesos económicos

exteriores a ella sino, en el intento de comprender la lógica del desarrollo cultural,

una lógica de trasmutación de valores (relaciones). De allí que una investigación

como la presente no invoca (o esgrime) al mercado como si éste fuese una realidad

90 Ver Ley del Consejo Nacional de la Cultura. (República de Venezuela,1977)

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exterior a la cultura, puesto que los productos culturales son tratados en el mercado

en correspondencia con el valor que el acontecer y la realidad cultural les confieren.

Lo afirmado se corresponde con las afirmaciones de Lluís Bonet respecto del valor

simbólico-emocional de los bienes culturales.91 Por lo tanto la cultura no puede ser

considerada jamás como representación simplista del acontecer exterior del mercado

y reducida a ello. Y no puede serlo, aunque sólo sea porque el precio de mercado de

una obra cultural depende, definitivamente, de su estabilidad y esa estabilidad la

garantizan los archivos de la cultura92.

Por ejemplo, si fuese válido aplicar a la cultura una visión reducida del

mercado se afirmaría: la generación y/o producción de más bienes y servicios

culturales conllevaría a un mayor lucro y a una expansión de la demanda cultural.

Nada más alejado de la realidad del mercado cultural, quizás esta “simpleza” lleva a

sustentar determinado tipo de políticas culturales que persiguen el incremento del

consumo por medio de la expansión de la oferta, como veremos oportunamente al

analizar la política cultural venezolana.93 De poder ser considerada la economía de

la cultura en tales términos, entonces “…toda referencia a criterios internos,

culturales o estéticos, puede reducirse, según esos análisis, a publicidad extra, que

91 Ver: (Bonnet, 2005) 92 Boris Groys (2005), afirma que toda cultura está construida jerárquicamente, todo en ella tiene un valor definido por su posición en esa jerarquía. El primer estadio de esa jerarquía lo ocupa la “memoria cultural estructurada u organizada” integrada por las bibliotecas, los museos y el resto de los archivos. A esta memoria cultural se refiere el autor cuando habla de “archivos de la cultura”. Es muy importante que el autor afirme que esta memoria debe ser “tutelada” y protegida por instituciones organizadas también jerárquicamente, que tienen como objetivo que permanezca la memoria cultural en perfecto estado, de que se seleccionen modelos culturales nuevos y relevantes y también de que otros, anticuados o menos relevantes, sean retirados de ella; de allí afirma que cada tradición cultural posee su particular sistema de memoria y conservación y su propio principio de selección. El segundo ámbito jerárquico está compuesto por todo lo que no está incluido en los archivos, en la memoria, y lo denomina “espacio profano” en donde se encuentra la reserva de valores culturales potencialmente nuevos, es “lo otro”. De allí que el origen de lo nuevo consiste en la comparación valorizadora entre valores culturales y cosas del espacio profano. Ver: (Groys, 2005: sec. titulada: “La frontera axiológica entre el archivo cultural y el pasado profano, 75-84) 93 Es evidente que se le atribuye al arte y a la cultura, que entendemos como resultado de la creatividad cultural como bienes y servicios culturales, múltiples propósitos que trascienden lo mero o exclusivamente cultural, entre los cuales se identifican: es útil para fomentar la cohesión social en las políticas que generan disenso; y, puesto que se trata de un sector una alta potencialidad de uso de mano de obra y personal de diferentes áreas, contribuye a la disminución del desempleo. Ver: (Yúdice, 2002: 27)

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sólo agrada al público ignorante” (Groys, 2005: 45). Por lo que no es el dinero y la

ganancia el motor, ni exclusivo, ni prioritario, del mercado cultural.94

Pero, en el particular de la economía de la cultura, ¿Cuáles son los grandes

ámbitos de estudio de la disciplina, los principios básicos de análisis de la realidad,

los supuestos sobre los que han de observar las interrelaciones entre los actores que

ofertan y demandan bienes y servicios culturales? Autor capital en el estudio de la

disciplina es David Throsby (1994), quien identifica los grandes temas de estudio en

la economía de la cultura, para el autor estos temas son, entre otros:

Desarrollo cultural y mercantilización económica,

Análisis de las formas de Producción Cultural,

Perspectiva empírica sobre el consumo cultural,

Justificación de la acción e intervención del Estado en cultura,

Los impactos económicos devenidos de la cultura, y

Políticas públicas en tiempos de globalización, aspecto que en el caso de

América Latina emerge como relevante.

En lo que respecta a desarrollo cultural y mercantilización económica, se

desarrolla un punto específico referido a la interdependencia y correlación que se

pudiere establecer entre el desarrollo cultural y los valores culturales de una

sociedad. Se afirma que la realidad cultural es una variable determinante en el éxito

o fracaso de programas de desarrollo implementados por los gobiernos. En el caso

de América Latina ha sido reiterada la interpretación que sobre los resultados del

94 En concordancia con esta posición no reduccionista de la economía de la cultura Boris Groys (2005:161-162), afirma que la interconexión entre la valorización cultural y el éxito económico, financiero y comercial, no puede entenderse como una especie de actividad diabólica del mercado que, pegado a los talones de la actividad creadora, absorbe, utiliza y convierte en una mercancía todo aquello que ésta produce para contrapesar el mercado: lo fundamentalmente otro, el espacio alternativo, lo utópico que supera todas las jerarquías y desigualdades.

“En oportunidades se ha pretendido liberar a la cultura (valorizada) de su relación con el valor comercial, así como de su posición privilegiada y de su conexión con la desigualdad social que va unida a ambas, y la de librarse de las instituciones de dominio y control que garantizan y protege la cultura valorada, son pretensiones profundamente enraizadas en la propia tradición cultural. Con frecuencia, esas pretensiones han degenerado históricamente en una destrucción de la entera cultura valorizada, una destrucción con la que siempre se quiere libertar algo que sea ontológicamente inmutable, indestructible y por ello (nuevamente) valioso (y valorizado culturalmente) en sí y para sí” (2005:163).

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modelo de desarrollo cepalino, también denominado desarrollista o de substitución

de importaciones, tuvo ignorar las realidades culturales de los países objeto de tales

planes95, lo que se corresponde con las reflexiones efectuadas al analizar las dos

acepciones de modelo que se hizo en la sección 1.1., del Capítulo I (p.39).

Ya es común entonces, y reconocida por la mayoría de los tecnócratas el que

cualquier modelo de desarrollo, económico, socioeconómico o de cualquier tipo que

se pretenda implementar en una sociedad, debe tener en cuenta la estructura de

valores particular de esa sociedad o estará destinado al fracaso.

Ahora bien, así como se reconoce la necesidad de tener en cuenta los valores

culturales de una sociedad, se identifican escollos que, en cualquier medio cultural,

dificultan las posibilidades de desarrollo económico y social sostenible, entre los que

se identifican:

No valorización de la cultura propia y el vasallaje a la producción cultural

ajena,

Los procesos de abandono masivo del campo, y la consecuente urbanización

de la población, con desarraigo cultural y marginación social (muy frecuentes en las

grandes metrópolis latinoamericanas),

La formación provinciana de las élites, junto a la insuficiente capacitación del

resto de la población, generadora de una mayor dualización social y de

analfabetismo funcional, y

El mantenimiento de situaciones de opacidad, centralismo y jerarquización

social e institucional.

En sentido opuesto, entre los factores que favorecen el desarrollo de las

sociedades se cuentan:

La valoración de la propia identidad y cultura, sin menoscabo de una apertura

a la universal, a la modernidad, y a la ciencia y la tecnología, 96 95 Ver “La teoría del subdesarrollo de la CEPAL” (Rodríguez, 1993) y “Poder y desarrollo. América Latina” en particular los estudios de F.H. Cardozo, Jorge Graciarena, Helio Jaguaribe y J. A. Silva Michelena (Solari (comp.), 1977) 96 La posición de George Yúdice (2002), refuerza esta afirmación. “El patrimonio (cultural) genera valor. Parte del desafío de los países, particularmente de los países en vías de desarrollo en su conjunto, que reciben el impacto de las industrias culturales multinacionales, es hacer una análisis de los retornos locales y nacionales

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El desarrollo de la capacidad creativa y crítica, y de la producción cultural local.

Procesos intensivos de capacitación y formación de capital humano, y 97

Amplia descentralización institucional, basada en el fomento de la

participación, la democracia cultural, la aceptación de la diversidad y la pluralidad, y

el desarrollo de redes horizontales.

En este último sentido, actuar desde lo local y favorecer percepciones capilares de la realidad y las dinámicas culturales, permite el fomento de percepciones plurales del multiculturalismo. La utilización del principio de subsidiaridad98 , la búsqueda del policentrismo, el reequilibrio territorial y la igualación de servicios al ciudadano, ayuda a acercar la toma de decisiones y la responsabilidad al nivel más próximo a la población (Bonet, 2001: 14).

Al entrar a analizar las características económicas de los distintos sectores

culturales, se observa una expansión de la oferta cultural y del desarrollo tecnológico

e industrial de la producción cultural en respuesta a nuevas demandas de la

población, estos desarrollos han estado apuntalados por estrategias

gubernamentales, es decir políticas, destinadas a estimularlos. Se asocia a esta

realidad expansiva de la oferta y la demanda cultural, el progresivo desarrollo de las

industrias culturales, el crecimiento económico y la existencia de un Estado

preocupado por el bienestar social de la población. Otras variables que se asocian a

esta realidad son el incremento de la renta, la disposición de mayor tiempo para el

disfrute del ocio, el nivel educativo y de información de la población, los hábitos

urbanos; todos estos factores han transformado y ampliado las formas tradicionales

de la demanda.

para inversiones que restauran y derivan el valor del patrimonio cultural, trátese de edificios y monumentos o de la expresión cultural viva como la música, el teatro y las artesanías indígenas” (World Bank, 1999, citado por Yúdice, 2002: 27-28). 97 Es relevante la consideración del caso de Villa El Salvador en Perú, respecto del comportamiento positivo de variables como analfabetismo, mortalidad infantil, educación, entre otras. Una de las conclusiones que se alcanzan respecto de la observación de este comportamiento es que “…la cultura viene a explicar tal tendencia, pues permite la consolidación de una ciudadanía fundada en la participación activa de la población” (Santana, 1999. Citado por Yúdice, 2002: 28). Esta realidad observada es una de las bases que permiten efectuar el análisis realizado en la sección de este capítulo titulada Globalización y consumo cultural. Participación y nueva ciudadanía. 98 Es concordante la afirmación de Bonet con la de Francis Fukuyama expuesta en su obra “La Construcción del Estado” (Fukuyama, 2004)

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Es un hecho, dentro de esta realidad de expansión de los componentes del

mercado cultural, la mercantilización de tales mercados de la cultura, lo que deviene

en que se pueda hablar sin empachos de una dimensión económica del hecho

cultural. Esta dimensión económica no sólo afecta o es característica de la cultura

industrializada, sino que todas las manifestaciones de la creatividad cultural acusan

la influencia: las manifestaciones de la alta cultura, la gestión (preservación) del

patrimonio cultural tangible, las culturas tradicionales con valor social reconocido y,

por tanto, consideradas productos culturales, como veremos posteriormente. Se

puede hablar de una “integración creciente de los sectores de la comunicación y la

cultura, englobando en este complejo desde el patrimonio y las bellas artes, al

mundo de las artes escénicas, el libro, o la televisión” (Bonet, 2001: 15).

Hemos afirmado que es criterio de la investigación el no reconocer la

separación, tradicionalmente establecida, entre cultura de élites, alta cultura o cultura

erudita por una parte; y cultura tradicional y/o popular por otra, sin embargo, se

observan con interés algunas afirmaciones y análisis que parten de la distinción, lo

que a la larga, en nuestra opinión, no vienen sino a apuntalar la inutilidad de tal

criterio distintivo. Por ejemplo, Bonet reconoce la existencia de un proceso de

mercantilización que vive la cultura popular lo que permite la producción de nuevos

bienes y servicios y su distribución hacia mercados que se amplían en la medida en

que se estandarizan los lenguajes y se uniformizan códigos estéticos y valorativos a

escala nacional e internacional. Si la cultura denominada popular experimenta

procesos de expansión y ampliación de mercados tal y como lo hace la cultura

erudita, entonces, ¿Qué sentido tiene diferenciarlas? Claro, siguiendo a D. C.

Throsby, Lluís Bonet hace un análisis de las posibilidades de que los resultados de la

creatividad cultural a nivel artesanal y/o individual se hibridicen y entren a formar

parte de la cultura de masas, pero en realidad el punto no es el que sea culturas

populares o eruditas, el punto es su posibilidad de acceder a los circuitos del

mercado cultural. 99 Y afirma Lluís Bonet: “la creación desvinculada del mercado

99 La distinción pertinente en los tiempos que corren sería entre lo que se denomina en algunos estudios “alta cultura” y “cultura de masas”. La primera contiene la herencia transmitida por lo intelectual y/o popular (por lo cual desaparece la distinción entre cultura popular y erudita) siendo el modo de producción fundamentalmente artesanal, o con niveles menores de reproducción masiva, la frontera es muy sutil; la cultura de masas es la

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tiende a dejar paso a manifestaciones cada vez más programadas y estables, en

manos de empresas o de organizaciones sin fines de lucro consolidadas y

profesionales” (2001: 17). Pero, al final siempre se pretenderá poner a disposición de

un público tales productos, lo que supone el integrarse al mercado.

Entonces, existe una lógica de producción y del mercado cultural, lógica

dentro de la cual se inserta la “alta cultura” (opuesta a la cultura de masas), que

puede analizarse distinguiendo cuatro grandes circuitos económicos

interrelacionados, en ellos cada bien o servicio cultural toma un valor particular en

función de la manera como se inserta en los procesos de producción y distribución,

estos circuitos son:

Circuito económico “patrimonio”,

Circuito económico “cultura tradicional”,

Circuito económico “cultura artística”, y

Circuito económico “industrias de la cultura y la comunicación”.

En el patrimonial se encuentran los bienes que contienen la memoria cultural a

que se refiere Boris Groys: los museos, archivos, bibliotecas, entre otros; el circuito

cultural tradicional y el de cultura artística, se consideran en un solo circuito en

atención a la posición tomada en esta investigación respecto de la inutilidad de la

distinción entre estos tipos de culturas; finalmente, en el último circuito entran los

bienes elaborados en forma masiva, pero a un nivel inferior que el de la cultura de

masas, esta frontera es sutil y debe ser definida de manera particular cuando de ella

se trate.

Dichos circuitos no actúan independientemente entre sí, sino que se dan

múltiples interdependencias, tanto en el ámbito de los contenidos donde abundan las

adaptaciones o réplicas entre aquello que tiene éxito en otros circuitos, como en el

ámbito de la circulación de actores y productos entre los distintos circuitos. 100

producción correspondiente a las industrias culturales, difundida masivamente, producida por circuitos industralizados. Esta producción de las industrias culturales, la producción de la cultura de masas, se rige por los mecanismos y leyes de la economía tradicional, no por los principios de la economía de la cultura. En el caso de la “alta cultura” se le aplican los principios de la economía de la cultura, es este que es objeto de estudio acá. 100 Ver: (Bonet, 2001: 18)

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Ahora bien, los bienes y servicios culturales una vez generados por los

creadores se insertan en uno o varios de los circuitos económicos identificados, lo

que conlleva a ser objeto de procesos de distribución y oferta a los diversos públicos

involucrados. La inserción de un bien dentro de procesos de distribución supone que

posee un valor ¿Cómo se evalúa el valor de la cultura, de un bien cultural?

La Demanda de las creaciones artísticas se basa en la preferencia de los

individuos o grupos, en el valor que les dan a las creaciones como símbolos y a la

capacidad de apropiación que se posea para hacer suyo dicho bien. Cuando se

refiere a la capacidad individual de apropiación y consumo, se remite

simultáneamente a la “restricción”, a la ausencia total o parcial de posesión de la

capacidad para apropiarse de un bien; tales restricciones en los individuos están

determinadas por: el nivel de ingreso, el precio del bien, el capital cultural propio,

tiempo disponible, distancia física o psicológica con relación a un evento,

disponibilidad personal condicionada por la situación familiar, el nivel de formación, y

un conjunto de normas sociales, religiosas, morales o jurídicas que condicionan el

comportamiento de los individuos.

Es necesario, entonces, suponer que para cada persona un bien o servicio

cultural posee un valor y una utilidad, entendida como satisfactor, que puede o no

coincidir con el valor en dinero que el bien posea en el mercado.101 Son dos criterios

que difieren en su fundamentación: estética o económica, pero que no se invalidan

entre sí.

101 Pero, es muy importante, en el específico del mercado cultural que: “Debido a la especificad y tipología particular de la demanda cultural, se determinan constantemente reglas particulares de formación del valor y de los precios, que no encuadran adecuadamente en los marcos teóricos existentes de la Ciencia Económica. Tenemos productos únicos sin equivalente, productos industrializados pero con un valor de uso ligado al creador, valor determinado por el contenido inmaterial de las obras, carácter perecedero y efímero de numerosos productos culturales, sanción social de los bienes y servicios mediante una demanda altamente inestable y difícilmente identificable a priori serían, entre otros, factores que incidirían en estas dificultades teóricas” (Stolovich, 2002:4). Estos particulares aludidos por el autor, en una estrategia de regulación estatal del mercado cultural de bienes y servicios, deben ser considerados como elementos a considerar dentro de las políticas públicas a ser diseñadas para superar esta realidad emergente, podríamos hablar de políticas públicas que complementen a aquellas propias de la regulación referidas directamente a los mercados de bienes y servicios culturales y a las propiedades singulares que los caracterizan.

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Según David Throsby (1994), el valor que cada persona otorga a un bien o

servicio cultural dependerá de la superposición de tres dimensiones del concepto de

valor:

Dimensión Funcional: valor práctico o de utilidad que cada quien obtiene a

través del consumo de un bien o servicio cultural, bien sea esta utilidad placer

estético o la función decorativa del arte.

Dimensión Simbólica: valor de prestigio que supone la participación, consumo

o la posesión de bienes y servicios culturales, bien porque se adquiere su valor en un

contexto compartido de valores, bien por formar parte de la identidad nacional, social

o territorial de una comunidad en particular. La identidad simbólica se constituye

sobre la base previa de un referente social, grupal, o nacional que determina una

valoración general que da sentido a una acción individual de consumo.

Dimensión Emocional: carga emotiva que llevan incorporados determinados

bienes por razones históricas, familiares o ligadas a determinados gustos o vivencias

personales (por ejemplo, muchos de los objetos guardados celosamente por una

persona pasan, en el momento de su muerte, a no tener ningún valor para la mayoría

de sus herederos).

La superposición por parte de cada individuo de estas distintas dimensiones da como resultado el valor otorgado a cada bien o servicio. Dicho valor es estrictamente personal aunque esté fuertemente influido por la educación recibida, la estructura de valores de cada contexto social o las vivencias anteriores, y del mismo nace la función de preferencias de cada individuo ante el mercado. La suma del conjunto de funciones de preferencias individuales (o de utilidad según la nomenclatura económica tradicional) se refleja en la función de demanda del bien o servicio cultural (Bonet, 2001: 20).

Las dimensiones que determinan el valor individual de un bien o servicio

cultural se pueden complementar por dimensiones, digamos colectivas, que

incorporan externalidades positivas para el grupo o la comunidad. Así, entonces, nos

encontramos ante un “valor social de cultura” cuya carga simbólica, de identidad

autoreferente y prestigio, la propia sociedad reconoce y concede a determinados

bienes, servicios y manifestaciones culturales; tal reconocimiento puede presionar

desde la agenda social y reclamar la presencia del sector público para el

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financiamiento de infraestructura, proyectos y preservación de actividades culturales

reputadas como de alto valor por la sociedad misma.

Este valor social cultural presente en una comunidad, en una sociedad, varía a

lo largo del tiempo y trasciende o se reduce geográficamente a los espacios en

donde está presente. Son percepciones de valor mutables, que determinan un valor

social general, entre ellas destacan:

Valor de existencia o de opción: La existencia de determinadas

manifestaciones de cultura trae beneficios a la población pues ofrece la posibilidad

de disfrutar de ellas en el presente y en el futuro, aunque efectivamente nunca se

concretice tal disfrute.

Valor de legado: La preservación de manifestaciones culturales y la protección

del patrimonio tangible es una garantía para el disfrute de las mismas por las

generaciones futuras. Una vez desaparecido un lugar arqueológico o disipado un

museo o la falta de práctica de un saber tradicional, son pérdidas irreversibles que no

se pueden recuperar ni trasmitir una vez desaparecidas.

Valor de identidad: Permanentemente, en mayor o menor intensidad, un

conjunto de manifestaciones del arte y del patrimonio entran a formar parte de los

capitales culturales individuales, comunitarios y sociales, y finalmente de los

elementos constitutivos de la identidad local o nacional, de esta manera adquieren

valor simbólico para los miembros de la comunidad pudiendo generar, a partir de

entonces, procesos de cohesión (o marginación) social.

Valor de prestigio: La cultura otorga prestigio a las personas por parte del

conglomerado social que reconoce dicho capital, y a las instituciones públicas y

privadas que se identifican con la cultura, con los ámbitos y procesos en donde ella

emerge y se manifiesta, ello es una explicación del patrocinio cultural.

Valor educativo y de innovación: Las manifestaciones creativas artísticas, el

arte, la cultura, contribuyen al desarrollo estético de los individuos, y al espíritu

creador e innovador de una sociedad, y a la emergencia y reacomodo de variadas y

novedosas formas de participación y ciudadanía. De esta manera, la toma de

conciencia por parte de la sociedad occidental del valor colectivo o de los beneficios

externos generados por el hecho cultural, explica en buena medida la

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implementación de políticas culturales en buena parte de los países del hemisferio a

partir de fines del siglo XIX.

Es de esperar que una comunidad, una sociedad, vaya paulatinamente

tomando conciencia colectiva del valor que poseen determinados componentes

simbólicos y/o patrimoniales culturales que existen en su seno y del beneficio externo

que éstos pueden generar; esta toma de conciencia lleva a las sociedades a requerir

al Estado la inclusión de tales valoraciones en la agenda de los decisores de

acciones políticas para proteger y estimular el valor colectivo de la cultura.

El valor individual y colectivo que posee un bien o servicio cultural

determinará la posibilidad de que el mismo, sea consumido por un individuo o una

comunidad, por un público en definitiva. La acción de consumo cultural implica un

conjunto de hechos que requieren ser apreciados más allá del acto de consumir; tal

acción de consumo es considerada como proceso, por cuanto sus consecuencias

pueden prolongarse a lo largo del tiempo y más allá del espacio donde se inicia el

proceso mismo.

El segundo tema del que se ocupa la economía de la cultura es el análisis de

sus formas de producción, que va desde la identificación y descripción de los

mecanismos que mueven los engranajes del mercado laboral, hasta los modos en

que los avances tecnológicos impactan en la producción y en los sistemas de

distribución masiva de los bienes culturales.

En lo que respecta al primer aspecto, se puede afirmar que es un mercado en

el cual sus actores entran y salen de él permanentemente, pues son pocos los

creadores de cultura que tienen la capacidad de cubrir sus necesidades

exclusivamente con los ingresos generados por el mercadeo de sus producciones

artísticas. Lluís Bonet apunta que David Throsby ha constatado que una vez

asegurado un mínimo sustento, “…muchos artistas están dispuestos a aumentar el

tiempo de trabajo destinado a su práctica creativa cada vez que aumenta la

remuneración de su trabajo profesional no artístico intercambiado, contra toda lógica

económica convencional, el incremento de renta se intercambia por el trabajo

artístico” (Bonet, 2001: 22).

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Una variable opera determinantemente en este aspecto, el reconocimiento del

público consumidor a un creador, ello supone niveles de lealtad más o menos

estables por un periodo de tiempo, por cuanto se genera una identificación entre

creador-intérprete y el consumidor, así se produce un determinado tipo de

racionalidad en este último que acompaña a la producción del creador-intérprete a

veces a lo largo de su carrera y en oportunidades luego de su muerte. Es una

relación que, regularmente, no es aislada, sino pública y compartida socialmente, en

donde emergen factores de reconocimiento social importantes para el creador,

elevados niveles de respecto colectivo, de autoafirmación y autoreferencia colectiva,

por ejemplo el valor social que posee la obra y la personalidad de Simón Díaz en

Venezuela.

Otra variable clave es el papel jugado por la propaganda y los medios,

puestos al servicio de la difusión de productos culturales.

De esta manera, procesos de identificación basados en dimensiones

simbólicas y emocionales que, asociadas a diversos modos de otorgar valor a un

bien, determinan el movimiento y comportamiento del mercado laboral cultural y el

auge y caída de creadores culturales de diversa procedencia y tipo.

Además…estas dimensiones y los modos de valorizar las creaciones se complementan con los medios actuales que permiten al consumidor comparar a los artistas entre sí a través de los soportes industriales (discos, videos, internet) y los medios de comunicación, con lo que se favorecen los procesos de consagración a escala mundial (Bonet, 2001: 23).

Dos aspectos, además del mercado laboral cultural, considera este tema, ellos

son: la producción cultural artesanal y la producción cultural industrializada. El

elemento que por excelencia caracteriza a la primera es un marcado acento en el

trabajo intensivo, lo que a la larga genera altos costos de mano de obra, no

compensados por aumentos equivalentes de la productividad, a lo que se refirieron

William Baumol y W.G. Bowen (1965), en la Ley sobre el mal de los costos de las

artes en vivo: mientras la productividad laboral en las artes escénicas se mantiene

relativamente constante a lo largo del tiempo, los costos laborales se incrementan al

mismo ritmo que el resto de los salarios de una economía regular que sí incrementa

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su productividad. Por lo que la estrategia de este tipo de actividades para asegurar

su permanencia en el mercado tiene dos caminos: insertarse en el mercado

usufructuando su originalidad como bien único y/o esporádico; o, constituirse en la

fase inicial creativa de un circuito industrializado de reproducción en el futuro

cercano. Una tercera opción, proviene de fuera del proceso propiamente dicho de

producción y es, recibir la subvención del Estado o el apoyo financiero del sector

privado, en función del valor social cultural que alcanza o pudiere alcanzar la

actividad cultural. En muchas oportunidades, el camino del apoyo financiero es un

mecanismo usado tanto por el Estado como por el sector privado para la mejora de

su imagen y la revalorización de la organización. 102

Este aspecto y las posibilidades de éxito de una actividad motorizan el

aprovechamiento por parte de ella de las mejores fuentes de financiamiento en una

simbiosis de mutuo beneficio. A partir de las limitaciones en la reproducción de este

tipo de actividades y la realidad del incremento de sus costos de mano de obra, se

desarrollan estrategias de comercialización que suponen el desarrollo y uso de

nuevas aplicaciones tecnológicas que, además, en el caso de cultura estimula la

aparición de movimientos de vanguardia. Y ahí, entonces, una nueva limitante para

este tipo de producción: “Muchos nuevos estilos necesitan un largo período de

desarrollo para que finalmente el mercado los acepte, de forma que lleguen a ser

mayoritarios y rentables” (Bonet, 2001: 26).

A principios del siglo XX, con la aparición y posterior expansión de la

cinematografía, la radio, los fonogramas y más adelante la televisión, se mercantiliza

la cultura y se industrializa el sector del entretenimiento. Esta realidad emergente

define la producción cultural industrializada. La variable que decisivamente impacta 102 Si se reconoce en nuestra realidad, como efectivamente se hace, que el nivel de precios bajos de los bienes y servicios culturales no afecta de manera determinante el comportamiento del consumidor, cabe señalar que emerge indispensable, en una política pública cultural, el diseño de mecanismos de compensación e incentivo distintos a él, al precio. Dichos mecanismos deberían funcionar como una alternativa del precio. Ahora bien, ¿Con qué tipo de fundamentos racionales pueden contar los agentes económicos de peso, para invertir en cultura? ¿De que modo se estructurarán los incentivos para obtener resultados? En opinión de George Yúdice (2002), los incentivos y no el carácter episódico de la ayuda financiera privada pueden proporcionar un entorno estable para este tipo de inversiones en cultura. Entre estos mecanismos de compensación se identifican: los incentivos fiscales; la comercialización institucional o el valor publicitario; y, la conversión en actividades de mercado de aquellas que no lo son. Ver: (Yúdice, 2002: 29 ss).

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en el desarrollo de este tipo de producción es definitivamente las nuevas tecnologías;

y, en segundo lugar, factores financieros y comerciales, todo ello consolidó en los

años cincuenta del pasado siglo, la cultura de masas.

Las tecnologías emergentes no cesan de impactar el modo de producción y

distribución de los bienes y servicios culturales, grandes innovaciones transforman

los mercados: la digitalización, la capacidad cada vez mayor de procesar información

y la calidad y abaratamiento simultáneo de los equipos a disposición de los

consumidores, todo ello tiene efectos decisivos sobre las formas de creación, el

mercado cultural laboral y los mecanismos de distribución, las formas de demanda y

los modos de consumo cultural. Entre estos efectos destacan los siguientes:

En el marco de la producción cultural, permiten la aparición de nuevos

productos, e incluso de nuevas ramas de actividad (el multimedia, por ejemplo). La

digitalización refuerza la imbricación entre la fase creativa y las fases más

industriales de cada sector (favoreciendo la integración empresarial vertical),

acentuando la convergencia entre los diferentes productos culturales (integración

horizontal), y entre éstos y otros productos no culturales: telefonía, telemática,

servicios a domicilio, ocio y turismo, etc.

Otro aspecto de la revolución microelectrónica es que modifica la formas de

trabajo y la tipología de oficios y habilidades necesarias en la producción de los

bienes y servicios culturales, deslocalizando algunas parcelas de proceso. La

creciente interactividad exige una mayor disponibilidad para dar respuesta

diferenciada a los consumidores en función de parámetros sociales, idiomáticos,

ideológicos o culturales.

En el marco de la distribución, las nuevas tecnologías permiten una radical

transformación de las formas de relación entre emisores y receptores. La

desmaterialización de buena parte de los soportes permite ahorrar partes del proceso

y el uso de otros medios (internet) para la venta de productos. Además, cada vez

resulta más difícil imponer barreras técnicas, fiscales o políticas a la distribución

internacional de bienes y servicios.

Desde la perspectiva del consumo, el hogar pasa a ser el espacio hegemónico

y el individuo el sujeto final de disfrute de los bienes y servicios culturales. Sin

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embargo, la capacidad real de manipulación de la oferta y de elección de la misma

por parte de los consumidores es incierta ante el gran volumen de información

disponible. Probablemente, el negocio de selección y empaquetaje de contenidos,

junto a la necesidad-disponibilidad de financiación publicitaria, continuará siendo

importante. Otro aspecto es el grado de percepción por parte del consumidor del

adelanto tecnológico, y por tanto el adelanto de utilidad que aporta una nueva

tecnología en su relación precio-calidad. En este sentido, la historia de la innovación

tecnológica está llenas de fracasos de aceptación por parte de los consumidores. El

éxito supone el encuentro simultáneo de una oferta tecnológica y de contenidos con

una demanda predispuesta a la nueva necesidad. Las posibilidades que estas

tecnologías dan al consumidor de poder escoger, interactuar y manipular permite

entrever, no obstante, el gran éxito potencial global de las mismas.

En una realidad altamente cambiante en lo que respecta a la evolución

tecnológica, es indispensable plantear la eficacia, utilidad y pertinencia de la

legislación nacional proteccionista.

El tercer tema del que se ocupa la economía de la cultura es determinante en

esta investigación y es el consumo cultural. Se entenderá el consumo cultural como

“…el conjunto de procesos de apropiación y uso de productos en los que el valor

simbólico prevalece sobre los valores de cambio, o donde al menos estos últimos se

configuran subordinados a la dimensión simbólica” (García C., 1999: 42). Se

entiende que la función esencial del consumo, en tanto proceso sociocultural, es su

capacidad para dar sentido a un mecanismo de apropiación individual, toda vez que

dicho proceso es un medio para incrementar el capital cultural de cada quien. O, en

otros términos, que “…el consumo de bienes y servicios culturales aporta elementos

para que tales mercancías, producto de la creatividad cultural, se traduzcan en

herramientas que sirven para pensar” (García C., 1991: 77). Es por ello que la

racionalidad del consumidor cultural va más allá de la utilidad de uso, persigue la

construcción de un universo propio que se corresponde y es inteligible en función de

las mercancías culturales que son elegidas en función del gusto.

En la formulación del modelo de política propuesto, se ha entendido a la

demanda cultural como integrada por dos elementos: el consumo y la potencialidad

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de demanda. Entonces, cuando se construye la función de ésta, de demanda, se

involucra al consumo como componente de ella y, por tanto, los factores de la

función de demanda que la explican, igualmente explican y se asocian al

comportamiento del consumo. Como veremos mas adelante resultará pertinente la

formulación de una función específica y particular del consumo cultural, toda vez que

su especificidad es uno de los elementos claves de la investigación, advirtiendo, sin

embargo, que siempre debe ser atendido como componente indisoluble de la

demanda cultural conjuntamente con la potencialidad de demanda.

Entonces desde la perspectiva considerada, el consumo cultural es una

práctica en la que, y a través de la cual, se construyen permanentemente

significados y sentidos del vivir de cada quien, con lo cual éste, el vivir, comienza a

ser pensado como “…espacio clave para la comprensión de los comportamientos

sociales” (Mata, 1997: 7).

El autor colombiano Jesús Martín Barbero (1988), al proponer pensar la

comunicación desde la cultura en su elaboración de la categoría de las

“mediaciones”103, aborda la conceptuación del consumo a través de cuatro aspectos:

Por medio del desarrollo de una concepción no reproductivista del consumo,

lo que supone la comprensión de los modos de apropiación cultural y de los usos

sociales de la comunicación. Desde esta perspectiva, el consumo no es sólo

reproducción de fuerzas, sino también producción de sentidos: lugar de una lucha

que no se agota en la posesión de objetos, pues pasa aún más decisivamente por 103Jesús Martín Barbero (1988), asume la categoría de las mediaciones como modelo que opera valiéndose de intercambios entre entidades, materiales, inmateriales y adicionales; afirmando que este modelo es adecuado para el estudio de prácticas en las que la conciencia, la conducta y los bienes entran en proceso de interdependencia. Un modelo como el propuesto “explicará las formas/instituciones que asume la comunicación en cada formación social, por medio de la observación de las lógicas que condicionan los modos de mediación entre el ámbito de los recursos, la organización del trabajo y la orientación política de la comunicación, así como los usos sociales de los productos comunicativos” (Martín Barbero, 1988:9). Oswaldo Sunkel (2002), observa en el planteamiento de Martín Barbero una “concepción sustantiva de la mediación” [que identifica se basa en el trabajo de Williams, R., (Williams, R., (1983)] Tal concepción significa que la mediación, como modelo, no implica una relación neutral o instrumental [que es el sentido que tiene en la política] ni tampoco una relación indirecta o distorsionadora [que es sentido dado sobre la ideología de los medios], sino que la mediación es una actividad directa y necesaria entre los distintos tipos de actividad y la conciencia. “De lo que se trata es de comprender la relación entre dos fuerzas como algo que es sustantivo por si mismo, como un proceso activo en que la forma de la mediación altera aquello que es mediado” Ver: (Sunkel, 2002: 5-6).

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los usos que les dan forma social y en los que se inscriben demandas y dispositivos

de acción que provienen de diferentes competencias culturales.

En segundo lugar haciendo énfasis en la dimensión constitutiva del consumo,

lo que supone una comprensión de los procesos de comunicación como espacios de

constitución de identidades y de conformación de comunidades. Y claro partiendo

de su idea de pensar la comunicación desde la cultura afirma: “...parto de la idea de

que los medios de comunicación no son un puro fenómeno comercial, no son un puro

fenómeno de manipulación ideológica, son un fenómeno cultural a través del cual

mucha gente, cada vez más gente, vive la constitución del sentido de su vida.”

(Martín Barbero, 1995: 183)

Considera la dimensión estratégica de la investigación del consumo en un

contexto en el que la globalización de los mercados se encuentra directamente unida

a la fragmentación de los consumos. Esta importancia estratégica reside en que

“…hace posible una comprensión de nuevas formas de agrupación social y de los

cambios en los modos de estar juntos de la gente” (Sunkel, 2002: 3-4).

Por último, se asume que el consumo cultural implica un cambio

epistemológico y metodológico, por cuanto varía el lugar desde el cual se piensa el

proceso de comunicación que permite consumir (el hogar como espacio hegemónico

de Lluís Bonet). “De lo que se trata es de indagar lo que la comunicación tiene de

intercambio e interacción entre sujetos socialmente construidos y ubicados en

condiciones que son, de parte y parte aunque asimétricamente, de producción y por

tanto espacios de poder, objeto de disputas, remodelaciones y luchas por la

hegemonía” (Martín Barbero, 1999: 21).

Según Oswaldo Sunkel (2002), la propuesta de Martín Barbero es un aporte

fundamental respecto a la investigación del consumo, puesto que observar el

proceso de comunicación desde la perspectiva planteada, es una forma diversa de

apreciarlo, y de involucrar al consumo como centro de un modelo de comunicación

que implica constantes interrelaciones entre bienes, conciencia y conducta, todo ello

dentro de un ámbito social con lógicas de comportamiento particulares y distintos, en

cada caso.

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En esta investigación, al tener puesta la mira en la problemática de la

demanda cultural y considerando al consumo parte indisoluble de la misma, se

entiende al consumo como:

Proceso por medio del cual se produce la apropiación de cualquier tipo de bien y/o servicio producido por los creadores culturales, que otorga al consumidor un grado de utilidad que trasciende la devenida del mero uso de un bien, e implica el disfrute del tiempo libre, la recreación y/o la participación en actividades sociales de carácter comunitario, todo ello conlleva mecanismos de apropiación simbólica y reafirmación identitaria; tal apropiación puede ser efectuada directamente o a través de medios que impliquen la mediación comunicacional (Oropeza, 2005:95).

Este proceso supone el ejercicio de nuevas formas de participación ciudadana

y de apropiación de los espacios públicos comunitarios.

Para Leonardo Azparren G., en esta acepción de consumo, estamos ante

“…la cultura como producto específico humano, al que se accede por necesidad y

por placer” (Azparren, 2005: XVI).

La economía de la cultura atiende al consumo cultural desde una perspectiva

empírica orientada hacia dos aspectos: los hábitos del consumo cultural y el análisis

de los estudios empíricos sobre el mismo. Tal perspectiva se ha desarrollado

principalmente en países industrializados interesados en observar el comportamiento

del mercado cultural. En América Latina se han realizado y realizan estudios e

intervenciones en países como México, Argentina y Brasil104. En el caso venezolano

los aportes del ININCO de la UCV son fundamentales con los estudios de Carlos

Guzmán y Marcelino Bisbal. Destacan en Colombia las investigaciones de Jesús

Martín Barbero y Sonia Muñoz en la Universidad de Cali.

De tales estudios se infiere que el consumo de bienes y servicios culturales

está determinado por un conjunto de factores que provienen tanto de las

características de los bienes culturales, como de los individuos que los consumen y

de los aspectos del contexto socioeconómico particular y grupal. El comportamiento y

tipo de tales factores define el consumo cultural de un individuo, grupo o sociedad.

104 Es conocido y se ha citado en esta investigación el trabajo coordinado por Guillermo Sunkel “El consumo cultural en América Latina” (Sunkel, 1999)

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190

En párrafos previos se ha afirmado que la economía de la cultura no obedece

exclusivamente a las leyes y principios que rigen el comportamiento de la economía

en general, por lo que se ha de ser cuidadoso al observar y analizar el

comportamiento de las relaciones entre la oferta y la demanda cultural. Así, cuando

nos aproximamos a una caracterización del consumo cultural y de los hábitos que

este entraña, es necesario revisar algunos puntos que se comportan de forma

diferente al consumo en general. Puntos que proporcionan información clave para la

apreciación y validación teórica del modelo de política propuestos en esta

investigación, base de la acción política diseñada. Veamos algunos aspectos que

definen el consumo cultural.

La teoría neoclásica de la “utilidad marginal decreciente” 105 plantea una

relación en la cual mientras mayor sea la disponibilidad (posesión, propiedad) de un

bien o servicio, menores serán las cantidades demandadas de éste por los

consumidores; por el contrario, “en el caso de los bienes y servicios culturales la

propensión al consumo aumenta entre aquellos que poseen un mayor nivel de

consumo anterior” (Bonet, 2001:33)106. Tal realidad implica la necesidad de observar

atentamente la forma en que se clasifican los bienes y servicios culturales en

atención a los supuestos de la economía tradicional, lo que efectuaremos en las

secciones siguientes, con la finalidad de apreciar su comportamiento dentro de tales

esquemas a objeto de observarlos dentro de estructuras válidas para el particular de

la economía cultural, como por ejemplo la elasticidad de la demanda.107

105 Ver (Case y Fair, 1996: 78-79), (Samuelson y Nordhaus, 1996: 74-80 y 140), (Fischer, Dornbusch y Schmalensee, 1998: 129-134) y (Nicholson, 2002: 58). 106 El patrón de consumo de cada individuo es particularísimo y en el caso del consumo cultural es igualmente específico y singular, observándose que un aspecto particularmente importante que impacta el consumo positivamente es precisamente el nivel de consumo anterior, lo que más adelante en la investigación denominamos tradición en el consumo (Td) y que, en el caso de Venezuela, posee un impacto aún mayor que el propio nivel de Ingreso, que lógicamente posee su influencia en la función particular. 107 El comportamiento particular de la elasticidad de la demanda en relación con el precio y el ingreso se observa y analiza en las secciones siguientes basándonos en la teoría clásica de la microeconomía y en los planteamientos de M.V. Felton. Ver: (Felton,1992: 1-12)

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191

De esta manera, con base en la “Propensión Creciente del Consumo Cultural”

(PCCC), cabe preguntarse: ¿Por qué es así?, y por las formas en que se practica y

consumen estos bienes y por quiénes.

En general, en estos casos, emergen factores que van más allá de las variables de carácter socioeconómico para adentrarse en los aspectos que conforman la formación y acumulación del capital humano de los individuos (dentro del cual podemos incluir el capital cultural); experiencia que dirige las preferencias del consumidor hacia los bienes que conoce y le generan adicción (Bonet, 2001:33).

Para Lluís Bonet, siguiendo muy de cerca a David Throsby, un cúmulo de

factores se asocian al comportamiento del consumidor de bienes y servicios

culturales, en donde la acumulación previa de capital cultural supone, de manera

importante, la continuidad del consumo (PCCC) al ser reputados como bienes

“adictivos” a lo largo del tiempo. Entonces, la tradición en el consumo es identificado

como un factor clave para el proceso. En la función de consumo de este tipo de

consumidor el precio del bien no es un elemento de peso tan determinante y

decisivo, como en el caso de la economía general. De manera tal que la acumulación

de capital cultural, en vez de reducir la apetencia de cultura, la aumenta (PCCC).

Cabe preguntarse, partiendo de reconocer que el capital cultural constituido

individualmente supone una mayor propensión al consumo, ¿Qué elementos se

asocian a los primeros consumos?, ¿Qué impulsa a que se constituyan los

elementos básicos de un capital cultural incipiente?, ¿Qué factores pueden potenciar

su presencia y desarrollo?

Lluís Bonet identifica un elemento determinante: el entorno familiar, lo que

traduce el crecer en el seno de una familia o comunidad que valore y esté

involucrada en la práctica cultural, creación o consumo regular.

Los estudios empíricos realizados en Europa Occidental y América del Norte

ponen en evidencia que cuando en una función de demanda se incluyen variables de

evaluación del capital cultural (como pueden ser la tradición familiar o la experiencia

anterior), las variables de tipo socioeconómico no resultan por sí mismas

suficientemente significativas.

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192

Ahora bien, se reconoce también una correlación positiva importante entre la

acumulación de capital cultural (vía consumo) y el nivel socioeconómico y cultural del

entorno socializador de la persona. Así, mientras mayor sea el ingreso, mayor será el

nivel educativo y profesional del individuo y, por tanto, mayor la acumulación de

experiencia y capital cultural108. Se identifica en esta relación, una lógica con la

elasticidad de renta de la demanda igual o mayor a 1. Entonces, a mayor renta

mayor propensión a consumir bienes culturales. Luce confusa la afirmación de Lluís

Bonet en este punto, ya que primero ubica al ingreso como factor secundario en la

función de consumo, para terminar afirmando que determina de manera importante la

elasticidad positiva de la demanda. Se advierte que, si sustituimos el factor renta por

una variable compuesta integrada por el ingreso y el nivel educativo, previamente

referidas, la curva de Engels109 de los bienes y servicios culturales se comportaría

igual que un bien normal. En el caso de los bienes y servicios culturales no se puede

hablar de bienes inferiores porque el gusto como factor de reconocimiento-elección

influiría en dicha conceptualización. Por ejemplo: un amante de la opera podría

considerar bien inferior a la salsa y un amante de la salsa pudiese considerar a la

ópera como inferior; o también podría existir una persona que le genere la misma

utilidad (satisfacción) tanto la salsa como la ópera. Por el hecho de clasificar los

bienes y servicios culturales en forma general, en esta investigación, queda claro que

cuando hablamos de bienes y servicios culturales nos referimos a bienes normales.

En la construcción de la función de consumo que resulta del modelo de política

propuesto en esta investigación, el ingreso (I) tiene una importancia relativa en el

comportamiento del consumo, al lado del precio de los bienes (P), como veremos en

su momento.

Hasta el momento se identifican como factores asociados al comportamiento

del consumo cultural: la tradición previa en el consumo; el entorno familiar; aspectos

108 En el Capítulo III, sección 3. (p.229), se plantea una diferencia sustancial entre experiencia y capital cultural, en atención a la procedencia del bien o servicio que se consuma. Planteamos que la experiencia cultural se constituye por los bienes y servicios consumidos producidos por las industrias culturales multinacionales; y, el capital cultural se conforma por el consumo de bienes y servicios resultado de la creación artística, que circulan en el marcado específicamente cultural. 109 Ver: (Frank, 1992)

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193

socioculturales; nivel educativo; e, ingreso. Por último, se trae a la función un

elemento importante: la percepción de calidad, sobre la base del valor de

diferenciación de los bienes culturales. Esta percepción no es sentida en forma

homogénea entre los distintos individuos o colectivos presentes en un mercado,

debido a “…la asimetría informativa existente sobre los códigos cognitivos,

experimentados o sociales” (Bonet, 2001: 34). Este elemento se ha considerado en

nuestro modelo de política bajo la denominación: “percepción de la oferta” (Po), en el

cual influyen una serie de factores que se analizará particularmente.

De conformidad a las propuestas de David Throsby y Lluís Bonet existe una

función de consumo cultural compuesta por cinco variables:

C = f (T, Ef, [soc-edu], I, Pc)

En donde T es tradición de consumo; Ef: entorno familiar; [soc–edu]: una

variable compuesta por aspectos sociales y educativos; I: ingreso; y Pc: percepción

de calidad de los bienes, esperándose entre cada una de las variables y el nivel de

consumo una correlación positiva y, en donde el elemento mas relevante es la

tradición de consumo (T) y el menos relevante, el ingreso (I).

Sobre la función se volverá cuando en este capítulo se proponga la función de

consumo propia en atención y consideración de nuestra realidad.

En lo que respecta a los estudios empíricos, como tema de la economía

cultural, mayormente realizados en países industrializados, dos tipos de estudios

permiten aproximarse al comportamiento del consumidor.

Encuestas periódicas descriptivas de los hábitos de comportamiento cultural.

Aproximaciones empíricas para contrastar algunas de las hipótesis de la teoría

económica, la sociología, la ciencia política, entre otras.

En el primer tipo, el papel del Estado es determinante ya que con ellas se

monitorea el comportamiento de la realidad para sobre tal, tomar decisiones políticas.

Para ambos tipos de intervenciones Bonet propone la aplicación de dos matrices

cuyo objetivo es establecer el perfil del consumidor cultural:

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194

Matriz sociodemográfica.

Matriz psicosociológica.

La primera contempla la situación familiar y de disponibilidad de tiempo libre,

lo cual varía en función de la edad, sexo y tipo de dependencia familiar, lugar de

residencia, posibilidades de comunicación y accesibilidad a la oferta cultural.

Igualmente registra nivel de ingresos y situación profesional; y, finalmente, nivel de

estudios alcanzados por cada individuo.

En la segunda, se describen las características psicosociológicas del

individuo, lo que tiene por objetivo definirlo partiendo de su estilo de vida,

personalidad, estructura de valores, hábitos, actitudes sociales, cómo percibe, se

comunica y expresa con el entorno. (ver Figura III.1. “Esquema del Consumo -

Condicionantes”)

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195

Figura III.1 Esquema del Consumo – Condicionantes

Matriz Sociodemográfica

- Nivel educativo y cultural. - Edad y sexo. - Ingreso. - Situación profesional. - Hábitat (urbano – rural) - Situación familiar. - Estatus social (clase)

Matriz Psicosociológica

- Sistema de Valores. - Experiencia, tradición cultural. - Estilo de vida y personalidad. - Preferencia hacia una comunicación:

o Verbal, visual o escrita. o Abstracta, virtual. o Rápida o lenta. o Relacional o individual

Información Externa

- Medios de comunicación. - Boca a boca. - Lideres de oposición. - Publicidad directa. - Publicidad indirecta.

Proceso de Decisión - Estado Anímico: cansancio, época del

año, día de la semana. - Percepción de productos y marcas. - Evaluadores de decisión.

o Materiales: ingreso, precio, costos asociados.

o No Materiales: tiempo disponible, valor social.

TOMA DE DECISIÓN

CONSUMOPlacer, posesión, utilización,

compartir

NO CONSUMO

PERCEPCIÓN

Satisfacción Emoción

Rechazo Indiferencia

CREACIÓN DEL GUSTO Experiencia

(consumo / práctica)

No consumo futuro

Fuente: (Bonet, 2001: 40)

Los otros temas que trabaja la economía de la cultura son: Los aspectos

justificativos de la acción interventora del Estado en la cultura, lo que se ha

considerado al momento de analizar los fundamentos de validación de la acción

política del Estado venezolano. Otro tema es el de los impactos económicos

aplicados a la cultura y las políticas públicas culturales en América Latina en el

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196

ámbito de la globalización y el proteccionismo, a los que nos acercaremos en

secciones posteriores.

1. El Mercado, la Oferta y la Demanda

Se entiende que la economía de la cultura, aún cuando especializada en el

sector y el hecho cultural, se basa en un corpus teórico y analítico base que proviene

de la teoría económica general. Y muchos de los conceptos propios de la economía

de la cultura, devienen de adaptaciones necesarias de conceptos más amplios y

generales (o más específicos) de la teoría microeconómica. En el ámbito de esta

investigación, conceptos como mercado, demanda y oferta; las teorías básicas para

su compresión y contraste, es necesario determinarlos en el contexto general de la

teoría económica, para luego ir a la especificad propia de la cultura. Este basamento

mínimo conceptual de la economía general es abordado en esta sección y facilitará

la comprensión y estudio de los fenómenos específicos económico culturales.

Entendiendo que el mercado es un ámbito social en el cual se intercambian

bienes y servicios entonces, es allí donde se suceden los equilibrios-desequilibrios

económicos, específicamente los de la demanda y la oferta. Case y Fair entienden

que existen dos tipos de mercados, los de bienes y productos y los de insumos o

factores. “Los mercados de bienes o productos son aquellos en los que se

intercambian bienes y servicios; y mercados de insumos o factores aquellos donde

se intercambian los recursos que se utilizan para elaborar productos” (Case y Fair,

1996:74).

Para Paul Samuelson y William Nordhaus, un mercado es “…un mecanismo

por medio del cual los compradores y los vendedores de un bien o servicio

determinan conjuntamente su precio y su cantidad” (1996:23). De esta manera, una

economía de mercado es un mecanismo de interacción extremadamente complicado

el cual va a coordinar individuos, acciones y empresas a través de un sistema abierto

de precios y mercados. Mercados en donde van a interrelacionarse la oferta y la

demanda de cualquier bien o servicio o conjunto de éstos. El mercado busca

equilibrar las fuerzas que influyen en la economía, tendiendo a un equilibrio de la

oferta y la demanda.

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197

¿Qué quiere decir un equilibrio del mercado?

Es el equilibrio entre todos los diferentes compradores y vendedores. Las economías domésticas y las empresas quieren comprar o vender determinadas cantidades dependiendo del precio. El mercado encuentra el precio de equilibrio que satisface simultáneamente los deseos de los compradores y los vendedores... ...Los precios a los que los compradores desean adquirir exactamente la cantidad que los vendedores desean vender equilibran la oferta y la demanda. (Samuelson y Nordhaus, 1996:24)

Entonces, un mercado es “…un conjunto de mecanismos mediante los cuales

los compradores y vendedores de un bien o servicio están en contacto para

comerciarlo” (Fisher, Dornbusch, Rudiger y Schmalensee, 1998:13). Es,

consecuentemente, un ámbito de acción social regulado por mecanismos que

obedecen determinadas reglas establecidas y emergentes de él mismo, para que se

intercambien bienes y servicios de cualquier tipo. Dicho ámbito social debe tender a

establecer y alcanzar un equilibrio entre los dos factores: la oferta y la demanda, a

través de diversos mecanismos, dos de los más importantes son el precio de los

bienes y servicios y la cantidad de éstos presente en el mercado.

Dos componentes y una característica emergen de las apreciaciones que

hasta el momento se han establecido respecto del mercado como contexto en el cual

se operacionaliza a la cultura en esta investigación. Por un lado, la demanda y la

oferta, como componentes básicos del mercado; y, el equilibrio al que debe

propenderse dentro de él, como característica fundamental.

La demanda traduce, siguiendo a Karl Case y Ray Fair (1996), el monto

(cantidades demandadas) de un producto que una familia compraría en un período

dado si pudiera comprar toda la cantidad que deseara al precio actual de mercado.

De allí que la decisión se ve afectada y/o condicionada por diversos factores entre

los cuales se encuentran: a) el precio del bien o servicio que se desea o necesita

adquirir; b) el ingreso del cual se dispone; c) el monto de los ahorros acumulados; d)

el precio de otros bienes que puedan sustituir al que se desea adquirir; e) los gustos

y preferencias de quien o quienes se encuentran en disposición de adquirir; y, f) las

expectativas sobre los ingresos, la riqueza y los precios en el futuro.

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198

Se entiende, entonces, que se establecen asociaciones entre precio y

cantidad demandada, así “…cuanto más bajo sea su precio (el de los bienes y

servicios) más unidades se comprarán” (Samuelson y Norhaus: 1996:38).

Igualmente, se puede afirmar que un incremento en el ingreso, es probable que

genere un incremento en la cantidad demandada de los bienes y servicios ofertados

en un mercado, ceteris paribus, es decir manteniendo todos los demás factores

constantes.

Estamos en presencia de la Ley de la Demanda, la cual es representada

gráficamente en la “Curva de Demanda”, la cual tiene pendiente negativa, lo que

indica que una disminución de precios hace que la cantidad demandada se

incremente, ver Figura III.2.

A cada punto sobre la curva de demanda corresponde un precio y una

determinada cantidad de bienes y servicios, es de esperar que si se incrementa el

precio causaría una disminución de la cantidad demandada. Pero, ¿Por qué?, según

Paul Samuelson y William Nordhaus este comportamiento obedece

fundamentalmente a dos razones que denominan “efectos”. El primero, el efecto-

sustitución: “Cuando sube el precio del bien, lo sustituimos por otros semejantes”

(Samuelson y Nordhaus, 1996:39); el segundo, el efecto-renta: cuando sube el precio

de algún bien o servicio si lo adquirimos somos algo más pobres, en virtud de que

tenemos menos renta real, por lo que es natural que si se incrementan los precios

tendamos a disminuir la cantidad de ese bien o servicio.

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199

Figura III.2 Curva de Demanda

P

Q

Demanda

P2

P1

Q1 Q2

Fuente: (Case y Fair, 1996: 86)

Otro factor que afecta a la demanda es el ingreso, se espera una expansión

de la demanda si se opera un incremento del ingreso real, en virtud de que se está

en capacidad de adquirir más bienes y servicios en un rango determinado, por lo que

la curva de la demanda se desplaza positivamente hacia la derecha, ver Figura III.3.

Se concluye entonces que, un cambio en el precio de un bien o servicio

conduce a, ceteris paribus: a) Un cambio en el poder de compra; y, b) un cambio en

las cantidades demandadas.

El ingreso impacta en el desplazamiento de la demanda expandiéndola o

contrayéndola de éste aumentar o disminuir. Entendiendo por ingreso: “la suma de la

totalidad de los salarios, sueldos, utilidades, pago de intereses, rentas y otras formas

de obtener ingresos que recibe la familia en un período dado” (Case y Fair, 1996:80).

Por otra parte, la riqueza es el valor total de lo que una familia posee restando lo que

debe, también se conoce como valor neto. Este factor viene a ser una medida de los

bienes económicos poseídos en un momento determinado. En general, entonces,

esperaríamos “…mayor demanda a mayores niveles de ingreso/riqueza y menor

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200

demanda a menores niveles de ingreso/riqueza” (Case y Fair, 1996:80). Esta relación

será muy importante para la investigación puesto que de ella se deriva el concepto

de bienes y servicios culturales, como bienes normales, lo que será de utilidad en la

sección siguiente.

Figura III.3 Curva de Demanda

Desplazamiento de la curva por efecto del incremento del Ingreso

Fuente: (Case y Fair, 1996: 86).

Se denominan bienes normales aquellos cuyas cantidades demandadas se

incrementan cuando el ingreso es más alto y que disminuye cuando es más bajo el

ingreso. Dentro de estos bienes se ubicarían los bienes y servicios culturales, en un

mercado específico que se comporte de manera relativamente normal.

El tercer factor que impacta sobre la demanda es el precio de otros bienes y

servicios, denominados bienes sustitutos o complementarios, que vienen a ser

aquéllos que pueden servir de reemplazo de otros cuando el ingreso aumenta o

cuando el precio de los primeros se dispara. Cuando un incremento en el precio de

un bien hace que la demanda de otro bien se incremente (una relación positiva),

decimos que esos bienes son sustitutos. Una disminución en el precio de un bien

P

Q

D2

P

Q2

Q1

D1

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201

provoca una reducción en la demanda de sus sustitutos. “Los sustitutos son bienes

que pueden reemplazarse entre sí” (Case y Fair, 1996:80).

Otro factor a considerar es el de los gustos y preferencias de quien demanda

bienes y servicios. Así, dentro de los límites que entraña el impacto de los precios y

el ingreso en la determinación y/o comportamiento de la demanda, es la preferencia

hacia determinados bienes la que da forma a la curva de la demanda. Los gustos y

preferencias según Case y Fair (1996), expresan una alta volatilidad.

Las expectativas es el último factor que incide en la demanda y tiene que ver

con que lo que se consume hoy depende de los precios, los ingresos particulares y la

riqueza poseída. Pero, las expectativas de cada cual respecto de la situación futura

determina y afecta la decisión del presente. “Es necesario comprender que la

demanda depende de algo más que exclusivamente, los ingresos, precios y gustos

actuales” (Case y Fair, 1996:82).

En atención a dichos factores se establece una relación funcional de la

demanda de mercado110 en la cual la misma se encuentra determinada por los

precios (p), el ingreso (I) y la riqueza (W), el precio de los bienes sustitutos o

complementarios (ps), los gustos y preferencia (g) y las expectativas (e).

D = f (p, I, W, ps, g, e)

“La oferta de mercado traduce el monto de un producto en particular que una

empresa estaría dispuesta y en condiciones de ofrecer en venta a un precio en

particular durante un periodo dado” (Case y Fair, 1996:87). Es de suponer que el

objetivo de la empresa al ofertar sus productos es maximizar sus beneficios, por lo

que la decisión de ofertar bienes y servicios, así como la de la cantidad de éstos que

se sacan al mercado depende de varios factores entre los que se identifican: a) El

precio de los bienes y servicios producidos; b) El costo de producción de dichos

bienes, lo que está determinado por: los precios de los insumos requeridos para

110 La cual, como ya hemos apuntado representa la suma de demandas de todos los individuos. “Sumando las cantidades demandadas por todos los individuos a cada uno de los precios” (Samuelson y Nordhaus, 1996:40).

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202

elaborar el producto y las tecnologías disponibles para producir el bien; y, c) Los

precios de los bienes relacionados.

Como es de esperar, se establecen asociaciones entre el precio y la cantidad

ofertada, estas asociaciones determinan la Ley de la Oferta, la cual puede ser

definida como la relación positiva entre precio y cantidad de un bien ofrecido: “Un

aumento en el precio de mercado conducirá a un aumento en la cantidad ofrecida, y

una disminución en el precio de mercado conducirá a una disminución en la cantidad

ofrecida” (Case y Fair, 1996:87).

Esta relación positiva se expresa en la Curva de Oferta (ver Figura III.4.).

Figura III.4 Curva de Oferta

Fuente: (Case y Fair, 1996: 88).

Las modificaciones en los factores señalados previamente, (exceptuando los

precios), ceteris paribus, generan un desplazamiento de la curva de la oferta, por lo

que ha ocurrido un cambio. Por ejemplo, si por consecuencia de investigaciones, las

tecnologías ocasionan una disminución en los costos de producción se producirá un

desplazamiento positivo de la curva de la oferta. (Ver Figura III.5.).

P

Q

Oferta

P1

P2

Q1

Q2

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203

Figura III.5 Curva de Oferta

Desplazamiento por efecto de la disminución de los costos de producción

Fuente: (Case y Fair, 1996: 90).

Analizados brevemente los componentes básicos del mercado: la oferta y la

demanda, seguidamente se procede a definir el equilibrio entre ambos. Según

Dornbusch y Fischer “…la producción se encuentra en su nivel de equilibrio cuando

la cantidad producida es igual a la demandada” (Dornbush y Fisher, 1995:62).

Existirá, entonces, una situación de equilibrio cuando ningún factor altera esa

situación. Case y Fair (1996), se refieren al equilibrio como una condición que existe

cuando la cantidad de bienes y servicios ofertada es igual a la cantidad demandada.

Afirmando que cuando existe equilibrio se elimina la tendencia a cambios de precios.

Por lo que el equilibrio del mercado es, en la práctica, una situación ideal.

En un momento determinado tres situaciones pueden sucederse en cualquier

mercado:

Un exceso de la demanda: cuando la cantidad demandada excede la cantidad

ofertada al precio actual.

Un exceso de oferta: cuando la cantidad de bienes y servicios ofertada excede

a la cantidad demandada al precio actual.

P

Q

O 2

P

Q2

Q1

O1

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204

Equilibrio: cantidad ofertada igual a la demandada.

Cuando existe “exceso de la demanda” en un mercado no regulado, la

tendencia es que los precios de los bienes y servicios demandados se eleven al

competir los demandantes entre sí por los bienes limitados. De esta manera, los

precios del bien o servicio se incrementarán hasta que la cantidad demandada y la

cantidad ofertada sean iguales. Ver Figura III.6.

A un precio de P1, la cantidad demandada excede a la cantidad ofertada. De

esta manera cuando estamos en presencia de un exceso de demanda se genera una

tendencia al aumento de precios. Cuando el precio aumenta de P1 a P2 la cantidad

demandada se reduce de Xiii a Xii, y se igualan demanda y oferta, por tanto el

mercado está en equilibrio, En esta situación el precio de equilibrio es de P2 y la

cantidad de equilibrio de Xii.

Figura III.6 Equilibrio de Mercado

Exceso de Demanda

Fuente: (Case y Fair, 1996: 92)

La segunda situación, exceso en la oferta, sucede cuando la cantidad ofertada

de un bien o servicio cualquiera excede a la cantidad demandada al precio del

momento. De manera tal que cuando ocurre una situación de este tipo el precio del

P

Q

Oferta

P1

P2

Q 1 Q

3

Demanda

Equilibrio

Exceso de Demanda

Q2

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205

bien o servicio en cuestión tiende a disminuir; si esto ocurre es probable que la

cantidad ofertada decrezca y se incremente la cantidad demandada hasta alcanzar

un punto de equilibrio, en el que ambos componentes: oferta y demanda se igualan.

La situación se refleja en la Figura III.7.

Figura III.7 Equilibrio de Mercado

Exceso de Oferta

Fuente: (Case y Fair, 1996: 95)

A un precio de P1, la cantidad ofertada excede a la cantidad demandada, por

lo que el precio debería descender a P2 para equilibrar el mercado, disminuyendo la

cantidad de bienes ofertados de Xiii a Xii.

Desde la perspectiva asumida se considera que el análisis de la oferta y la

demanda emerge como el instrumental analítico más pertinente para operacionalizar

el concepto de cultura, puesto que dicho análisis permite el examen de las variables

asociadas a un problema en particular que persiga como fin el logro práctico del

equilibrio general del mercado y consecuentemente, la pertinencia de la decisión

política.

Se ha visto cómo pueden impactar en el comportamiento de la demanda la

variación de los precios de los bienes y servicios así como los niveles de ingreso,

P

Q

Oferta

P1

P2

Q 1 Q

2

Demanda

Exceso de Oferta

Equilibrio

Q3

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206

todo ello en atención a un comportamiento racional de los consumidores en un

mercado determinado. Este comportamiento racional supone varios supuestos. En

primer lugar, que cada consumidor posee un conjunto ordenado de preferencias que

determina la característica de su consumo; es decir, el tipo de consumo de cada

cual. En segundo lugar, cada consumidor escoge la opción que satisface el máximo

de sus preferencias, dada su capacidad. Capacidad que puede ser entendida con

relación al nivel de ingreso.

Ubicándonos dentro de la realidad que entraña el mercado de bienes y

servicios culturales, muchas de las leyes que rigen la actuación y comportamiento de

variables económicas parecen tambalearse, no ser tan adecuadas o necesariamente

ser objeto de una minuciosa lectura para satisfacer la realidad emergente de este

mercado en particular, pero son el punto de partida para una interpretación de la

cultura desde tal perspectiva, por tanto dichos principios son de indispensable

estudio y apreciación.

2. Modelo de Proceso Cultural y Mercado, Oferta y Demanda Cultural

Operacionalizar el concepto de cultura y entenderlo como ámbito social en el

cual se ofertan y demandan bienes y servicios culturales, implica la redefinición y

adaptación de los términos que se han trabajado en la sección anterior, observando

las realidades particulares de la cultura y las variables y factores que determinan el

comportamiento de un mercado tan singular.

Dicha operacionalización asume la cultura como objeto del proceso político

implementado para atender demandas y resolver problemáticas públicas culturales,

utilizando los recursos a disposición. Así, al activarse el proceso político, éste se

contextualiza dentro de los límites y condiciones existentes en el mercado cultural y

debería ajustarse a las leyes que rigen la oferta y la demanda cultural. Por esta

razón, para la investigación quedan circuncritos como bienes y servicios culturales

exclusivamente aquellos producidos y/o auspiciados por el Estado, dejando de lado

los generados por factores exclusivamente privados.

Entenderemos por mercado cultural un ámbito social en el cual se

intercambian bienes y servicios culturales generados por las instituciones y/o

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207

personas como creadores artístico-culturales. Es en este ámbito social en donde

ocurrirán los equilibrios y desequilibrios entre la oferta y la demanda cultural. En

atención a la separación que hacen Case y Fair entre mercados de bienes y servicios

y de insumos o factores, en nuestra realidad si bien es cierto que se consideran las

dimensiones que los identifican (bienes y servicios e insumos) las mismas se

considerarán integradas en un único proceso cultural. Entonces, el proceso cultural

es amplio y bastante plural ya que contiene dentro de sí al mercado cultural en un

momento específico de dicho proceso. Ello por cuanto, no será posible explicar en un

mismo mercado y en un mismo momento, al mercado de bienes y servicios culturales

propiamente dicho y al mercado de insumos culturales simultáneamente. Si bien esto

es cierto en los términos que delimitan esta investigación, la teoría económica

general no permite explicar en un mismo momento al mercado de bienes y servicios

culturales propiamente dicho y al mercado de insumos culturales.

Existen entonces, diversos tipos de mercados dependiendo, entre otros

factores, del tamaño de tales111, en este sentido, las restricciones a la creatividad

artística y cultural (la generación de oferta) tienden a ser inversamente

proporcionales al tamaño del mercado. Cuanto más pequeño es el mercado, más

restringido el diapasón de las creaciones culturales con viabilidad económica, es

decir que puedan transformarse en bienes y servicios culturales con un mercado que

les asegure la recuperación de los costos materiales, la remuneración de los agentes

y un cierto retorno económico. De esta manera, “…la diversidad creativa, en una

mera perspectiva económica, queda acotada por los límites que le impone el

mercado” (Stolovich, 2002:6). Claro, esta relación puede ser modificada parcialmente

o en parte en función del grado de apertura o cierre de los mercados hacia el ámbito

internacional.

111 El tamaño de un mercado no se encuentra determinado exclusivamente por la cantidad de habitantes de un país, sino que intervienen otros factores como el poder adquisitivo de los demandantes, el cual puede verse reflejado cuantitativamente por el PIB per cápita por ejemplo, o por los niveles de pleno empleo de la economía en particular. En oportunidades el tamaño de los mercados culturales (su escala) se consideran limitaciones (restricciones) en atención a la poca circulación de la que disponen los bienes culturales, cuando son pequeños o muy pequeños.

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208

En una economía abierta, con mercados culturales con fluida relación con el

mercado internacional, es posible que se cumpla la relación: cuanto más pequeño es

el mercado, más probable es que la obra de un autor nacional tenga una menor

incidencia e inversamente.

Una economía que no se encuentre plenamente abierta, bien por factores políticos, que llevarían a limitar el flujo de intercambios artísticos con el mundo; bien por la implementación de políticas proteccionistas que protegen a los creadores nacionales de la competencia extranjera y/o promueven su capacidad competitiva por otros medios, la relación podría ir paulatinamente modificándose (Stolovich, 2002:7).

Pero, es menester estar atento para no generar un efecto adverso el cual es,

el cierre de los mercados y la pérdida de competitividad. A este punto nos acercamos

en más detalle al analizar el impacto de la globalización y las políticas proteccionistas

en el diseño de políticas públicas culturales.

Se parte de la afirmación de que los bienes y servicios culturales son bienes

escasos y que los mismos son susceptibles de apropiación luego de que se

satisfagan los costos en que se incurren para adquilirlos en el mercado. Dicha

apropiación traduce la demanda de unos individuos que se encuentran dispuestos,

por múltiples razones, a sacrificar parte de sus ingresos, recursos y tiempo para

obtenerlos. Desde esta perspectiva la producción cultural se parece a cualquier

producción en una economía mercantil. De manera tal que, en un primer momento, el

mercado y la cultura se integran; el primero asignando precios, la segunda

estimulando el reconocimiento a la creación intelectual y artística.

Ahora bien, estos bienes y servicios culturales, luego de su consumo

conforman, según el proceso cultural que se desarrolla, el capital cultural el cual,

según Claudio Rama, se encuentra, constituido por “…el conjunto de elementos

simbólicos producidos por el hombre y colocados en un soporte o envase que

permita su decodificación (reelaboración) y que serán aceptados y valorados por

otros hombres a través del mercado y que permite generar rentas” (Rama,

1999:57)112.

112 Se advierte que se trata de dos momentos diferentes en donde de un primer momento, en donde se es consumidor, se pasa a otro en donde ese consumidor se transforma en productor, aún cuando sea de sí mismo.

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209

Nos encontramos frente a un proceso complejo, que se inicia con la creación

intelectual y artística, fuesen cuales fuesen sus contenidos y definiciones; dicho acto

creativo puede ser individual o colectivo y genera resultados que sólo se

transformarán en productos culturales, una vez que sean confrontados con la

sociedad, es decir, con el mercado, y reciban el reconocimiento colectivo; lo que los

lleva a adquirir significación social.

Los resultados de la creación individual o colectiva se convierten en productos

culturales, una vez sean consumidos por los individuos que interactúan en el

mercado cultural, hasta tanto no son productos culturales, ni tienen la posibilidad de

poseer valor de mercado o significación social.113

Son los productos culturales los que integrarán el capital cultural individual, por

lo que pasan a desempeñar un nuevo rol, completamente enajenados del creador o

creadores, adquiriendo valor cultural. (Ver Figura III.8.).

Figura III.8 Proceso de Creación del capital cultural

113 A este respecto traemos acá la opinión de Luis Stolovich (2002:5), quien opina que la creación cultural está efectivamente muy difundida en la sociedad, pero sólo una parte de esa creación se transforma en productos culturales –que salen del ámbito doméstico o privado y tienen un reconocimiento social. A su vez, no todos los “productos culturales” se transforman en valores de cambio –cuando el mercado los acepta asignándoles un precio superior al costo del “envase”, al costo de producción y al pago de la renta cultural (o de la creatividad).

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210

- Individual- Colectivo

MERCADO CULTURAL

- Reconoc. Colectivo- Significación social.

ProductoCultural

CapitalCultural

- Individual- Familiar- Colectivo

Oferta Cultural

Demanda Cultural

- Valor Cultural- Valor de Cambio- Sin valor de uso

aparente.

- Enajenado del

creador

PatrimonioCultural

ACTO CREATIVO

Ámbito Profano

MemoriaCultural

TIEMPO

Fuente: Elaboración propia

Será una parte de este capital cultural individual el que, transcurrido el tiempo,

puede llegar a transformarse en patrimonio cultural de la comunidad, la sociedad o la

Nación, al reconocerse y recibir protección como elemento definitorio simbólico de la

identidad colectiva; esto es, al representar y reflejar sus valores y su historia y/o sus

tradiciones. Patrimonio cultural que debe ser reputado y defendido por los grupos

sociales que lo reconocen y se identifican con él. 114

Este patrimonio cultural se asocia con lo que Boris Groys (2005), denomina

“Memoria Cultural”; igualmente, en la fase de creación se encuentra lo

potencialmente nuevo, las vanguardias: el “Ámbito Profano”, el origen del futuro.

114 Es claro que el papel de la cultura en la acumulación de capital, es determinante para y en los procesos de globalización. De esta manera la globalización revitaliza el concepto de ciudadanía cultural, pues los derechos políticos generalmente no se aplican ni a inmigrantes ni a trabajadores indocumentados, pensemos en los Estados Unidos por ejemplo. No obstante, la idea de que la democracia también consiste en el reconocimiento de las diferentes culturas que se hallan en una sociedad y de las necesidades que esas culturas experimentan en su desarrollo, constituye un poderoso argumento que encuentra repercusión en muchos foros internacionales. En la medida en que la identidad social se desarrolla en un contexto cultural colectivo, cabe alegar que la inclusión democrática de las comunidades de la diferencia, debe reconocer ese contexto y respetar las nociones de responsabilidad y los derechos allí creados. Ver (Yúdice, 2002: capítulo 7)

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211

Es evidente que en aquellos ámbitos sociales en los que existe una escasa

demanda de bienes y servicios culturales y un bajo consumo, el capital cultural

individual, familiar y colectivo será igualmente escaso, siendo muy exiguo el futuro

patrimonio cultural de esa sociedad (o deteniéndose su conformación y

reproducción), y afectando las propias posibilidades de creación en un círculo

vicioso. Adicionalmente, si existe una escasa demanda de bienes y servicios

culturales y una alta oferta cultural producida y/o auspiciada por el Estado,

igualmente la conformación del capital cultural será escasa (o se detendrá)

evidenciándose la ineficacia e ineficiencia de las políticas públicas en el sector. Lo

propio cabe afirmar respecto de la variedad y diversificación de los bienes y servicios

que se transforman en productos culturales, la poca diversificación y variedad

empobrece a la larga el patrimonio cultural y lo hace vulnerable.

Establecidos los conceptos de bienes, productos, mercado y capital cultural

seguidamente se procederá a analizar la demanda, el consumo y la oferta cultural.

En lo que respecta a demanda cultural, se define como tal la disposición de los

individuos interactuantes en un ámbito social determinado a hacer uso y apropiarse

de bienes y servicios culturales ofertados en un espacio geográfico particular, y en un

periodo de tiempo determinado y a un precio dado. En tanto que el consumo, como

ya se ha señalado, es un proceso de apropiación real de parte de la oferta, ello

implica dos ámbitos al menos: un mecanismo de reelaboración y apropiación y el

ejercicio de formas singulares de ciudadanía.

Desagregando la definición de demanda cultural, la misma se encuentra

compuesta por dos dimensiones, la primera atiende a la demanda cultural

propiamente dicha, presente de manera real en un momento y lugar determinado, es

decir, lo que los individuos se apropian en bienes y servicios culturales,

transformándolos en productos culturales e ingresando a su capital cultural. Esta

dimensión la denominamos Consumo Cultural.

La segunda dimensión que compone la demanda cultural se refiere a la

disposición a consumir bienes y servicios culturales; es decir las necesidades de

consumo cultural no satisfechas por la oferta cultural, a esta dimensión la

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212

denominamos Potencialidad de Demanda. La Nueva demanda que podemos asociar

como parte de aquella jerarquía profana que refiere Borys Groys (2005), pero desde

una perspectiva ubicada desde los públicos, los consumidores.

Desde la perspectiva trazada se entiende que existe en un momento y espacio

determinado una demanda cultural total, totalidad que refleja la relación entre

consumo y potencialidad de demanda cultural.

Dc = Cc + Pd

Siendo (Dc) demanda cultural, (Cc) consumo cultural, y (Pd) potencialidad de

demanda.

El que el peso específico del consumo, y su composición; y de la potencialidad

de demanda sea mayor o menor, sumando ambos componentes siempre 1, reflejará

el estado de satisfacción de necesidades culturales y las características de los

capitales culturales que se conforman.

En lo que respecta a la oferta cultural se entiende a ésta como toda la

cantidad de bienes y servicios culturales generados por los creadores culturales, bien

individual o colectivamente, con el auspicio del Estado, que son puestos a

disposición de los individuos en un ámbito social, con el fin de que sean

transformados por los individuos consumidores en productos culturales integrantes

de su capital cultural, mediante el reconocimiento y aceptación colectivo, lo que

implica la adquisición de significación social.

El particular de la oferta cultural comprende la totalidad de bienes y servicios

generados por los creadores culturales de una sociedad, comunidad o grupo

determinado, que son puestos a disposición de los individuos de esa sociedad,

comunidad o grupo para su consumo; dicha oferta se encuentra integrada a su vez,

por dos dimensiones: por una parte la Oferta Consumida (Ocon). Por otra parte, la

Oferta no Consumida (Onc), que es la oferta inadecuada a las necesidades y

demandas del consumidor. Esta última dimensión posee un significado cualitativo

respecto de la generación de bienes y servicios culturales que complementa la

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213

igualdad propuesta de la oferta cultural, y que entendemos como producto de una

representación presente en la sociedad.115

Oc = Ocon + Onc

Donde (Oc) es oferta cultural, (Ocon) la oferta consumida y (Onc) es igual a la

oferta no consumida.

Se concluye, entonces, que en la presente investigación el mercado cultural

posee dos componentes: oferta y demanda cultural; y, cuatro dimensiones: Consumo

cultural, potencialidad de demanda, consumo real de la oferta y oferta no consumida.

El comportamiento racional de los individuos impacta en las interrelaciones

que suceden en el mercado, comportamiento que se reflejará en los factores que

determinan las cantidades de bienes y servicios demandados y ofertados.

En el caso del mercado cultural venezolano, suponemos que la demanda se

caracteriza por ser ineslástica respecto al precio. La relación que supone que las

cantidades demandadas aumentan al disminuir los precios de los productos no es un

elemento jerárquicamente relevante em nuestro caso. No es redundante ratificar que,

en el particular del mercado cultural nacional, el precio aunque influye en las

catidades demandadas no lo hace de manera muy determinante.

Partiendo del supuesto de que en el mercado cultural venezolano existe una

demanda baja-media y una alta oferta cultural, pensamos que la demanda se

comporta de esa manera no porque existan precios altos (que no existen

ciertamente), sino porque la oferta real no es pertinente, al no responder a las

demandas y necesidades culturales presentes en los consumidores. Entonces en la

relación precio-consumo un elemento ajeno afecta el comportamiento esperado

regularmente, este factor es la percepción de la oferta (Po). 115 A la representación social se le entiende como un referente de comprensión en el cual el sujeto se apodera del fenómeno, de acuerdo con sus particularidades sociales específicas (herramientas cognitivas familiares y tradicionales), interpretando así la realidad. Desde esta perspectiva la representación social implica la construcción, modelación y creación de un objeto mental. No percibimos la realidad, sino que percibimos y, a un tiempo, construimos imágenes de la realidad, éstas son inseparables de la actividad simbólica y social de los sujetos; gracias a este proceso el individuo y/o grupo aprehenden su entorno y reaccionan a él; es decir, lo valoran en atención a la percepción que poseen de dicho entorno. Esta relación también está implícita en la función de consumo planteada más adelante.

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214

Estamos en presencia de una situación donde el descenso de los precios no

va a propender a alcanzar un equilibrio en el mercado, sino la adecuación relativa de

la oferta al tener ésta que adaptarse y adecuarse a las necesidades y demandas de

los consumidores. Se dice relativa en virtud de que la totalidad de la oferta no debe

adaptarse, debe y tiene que existir y estimularse una oferta emergente que

represente lo nuevo, el cambio, lo novedoso y vanguardista de las creaciones

culturales, el futuro; así como la sucesiva generación de la oferta consumida.

De esta manera se espera un comportamiento de la curva de demanda de las

características que refleja la Figura III.9. En esta figura se aprecia que, aún cuando

los precios sean tan bajos como cero es decir, exista gratuidad absoluta de la oferta

cultural, las cantidades máximas demandadas se mantienen en un nivel medio.

Ahora bien, si se produce un incremento en el ingreso de los individuos la curva de

demanda se desplazará como se aprecia en la Figura III.10; se aprecia que la

demanda al trasladarse hacia la derecha mantiene con relación a la oferta un

equlibrio siempre en un rango de cantidades media (Media Q), ello por causa de la

inadecuación de la oferta.

Figura III.9 El mercado cultural

Comportamiento esperado de la demanda cultural

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215

Fuente: Elaboración propia

En la Figura III.11., se aprecia la falla de mercado que caracteriza en la

actualidad al mercado cultural y se evidencia la inadecuación de la oferta real cultural

a la cual hemos hecho referencia, esta oferta existe y está siendo generada por los

creadores culturales116. En dicha generación se están invirtiendo recursos públicos y

privados, y buena parte de los bienes y servicios culturales resultantes no están

siendo consumidos por nadie o en niveles aceptables mínimos, por lo que la

generación de capital cultural es escasa y, al ser bajo el consumo cultural es de

esperar bajos niveles de participación y uso de los espacios comunitarios, así como

116 Para Robert S. Pindyck y Daniel L. Rubinfeld (1998) una falla en el Mercado “…significa que los precios no trasmiten las señales correctas a los consumidores y a los productores, por lo que los consumidores carecen de información sobre la calidad o la naturaleza de un producto y, por lo tanto, no pueden tomar decisiones de compra que maximicen la utilidad. En este caso, puede ser deseable que intervenga el Estado” (257). Dora Orlansky (2005) define Fallo o Fallas de Mercado: la “imperfección de un sistema de precios que impide que se asignen eficientemente los recursos. Son seis los fallos del mercado: los fallos de la competencia, los bienes públicos, las externalidades, los mercados incompletos, los fallos de información y el desempleo” (3). Finalmente, es opinión de Hugo Bertín y Roberto Calvo (2006) que estamos en presencia de fallas en el mercado cuando el funcionamiento de los mismos “…no produce la eficiencia paretiana…” (4), entendiendo por eficiencia paretiana que en determinadas condiciones de funcionamiento, en los mercados competitivos no existe asignación ninguna de recursos que mejore el bienestar de un individuo sin empeorar al mismo tiempo, las condiciones de otro.

P

Q

Demanda

Baja Q Media Q Alta Q

P Alto

P Medio

P Bajo

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216

una debilidad en las identidades y los procesos de protección de la memoria cultural,

el patrimonio cultural.

Figura III.10 El mercado cultural

Comportamiento esperado de la demanda cultural por efecto del incremento del ingreso

Fuente: Elaboración propia

Las fallas en el mercado según Hugo Bertín y Roberto Calvo (2006), obedecen

a las siguientes condiciones: a) fallas de la competencia; b) bienes públicos; c)

externalidades; d) mercados incompletos; y, e) fallas en la información. Condiciones

que se pueden dar o no de manera combinada. En este sentido, es opinión de

Rogério Studart (2005) al analizar el papel del Estado, las instituciones y los

mercados financieros en la financiación del desarrollo económico, que se justifica la

instrumentación de políticas gubernamentales activas para regular un mercado,

cuando: “i)…los mercados sean incompletos (subdesarrollados) y por eso no puedan

realizar con eficiencia la intermediación entre ahorristas e inversionista, y ii) que

existan fallas de información significativas que impidan que los mercados puedan

distribuir el ahorro de manera eficiente” (21).

P

Q Baja Q Media Q Alta Q

D2 D 1

D3 OP Alto

P Medio

P Bajo

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217

En el caso de los mercados culturales de bienes y servicios, ubicamos como

condiciones para la falla de mercado detectada las siguientes:

a) La existencia de mercados incompletos117;

b) La presencia de externalidades118, en nuestro caso negativas, generadas

por las industrias culturales; y,

c) Las fallas de información, información incompleta o asimétrica119. En el

caso del mercado de bienes y servicios culturales se puede apreciar una

dificultad, quizás falta de interés, en los productores-creadores para

discernir y conocer las verdaderas necesidades y demandas presentes en

la sociedad venezolana; esta realidad proviene del hecho de que éstos

creadores no tienen necesidad cierta de conocer estas necesidades y

demandas para colocar sus productos, sino que la necesidad e interés

radica en interesar al Estado en sus programas, lo que supone la obtención

del subsidio, auspicio o aporte para producir los bienes y servicios que

ofertan pero, en realidad, si son consumidos o no, poco afecta sus niveles

de ingreso y retorno así como su relación-dependencia financiera con el

Estado. Por otra parte, los demandantes, en general, al no ser

consideradas y reputadas por ellos, las necesidades culturales como

“prioritarias”, lo que apreciamos ya previamente, no se interesan en hacer

llegar a los productores sus exigencias y demandas sobre determinado tipo 117 Existen mercados incompletos cuando hay individuos dispuesta a pagar un precio por determinado bien o servicio y no existir o estar a disposición estos bienes. Como complemento, para Hugo Bertín y Roberto Calvo (2006), “…los mercados incompletos no suministran un bien o un servicio aún cuando los costos de producir resultan inferiores al precio que los consumidores están dispuestos a pagar; en este caso, hay controversia sobre los bienes que pueden incluirse en estos mercados…” (6) 118 Entendidas las externalidades negativas como efectos adversos que generan ciertas actividades ajenas al mercado cultural sobre el mercado cultural mismo. Así, para Vicente Ortún (2008), “…las externalidades son los beneficios o perjuicios que se causa a un tercero como consecuencia de la producción o consumo de otros servicios o bienes, distintos a los producidos en el mercado perjudicado o beneficiado” (4). Finalmente, Dora Orlansky (2005), define las externalidades de la siguiente manera: “actividades que afectan a otros beneficiándolos o perjudicándolos, sin que éstos paguen por ellas o sean compensados. Existen externalidades cuando los costos o los beneficios privados no son iguales a los costos o los beneficios sociales. Pueden ser positivas (los actos de una persona benefician a otras) o negativas (casos en que los actos de una persona imponen costes a otras)” (3). 119 Este factor, las fallas de la información, habilita o justifica igualmente la ingerencia del Estado en los mercados, tales fallas provocan “asimetrías informativas” entre los consumidores y los oferentes de bienes y servicios. De esta manera es claro que el “mercado libre” “… produce información insuficiente que consolida la asimetría entre las partes” (Bertín y Calvo, 2006: 6).

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218

de bienes y servicios culturales, limitándose con abstenerse a consumirlos,

o consumirlos muy poco.

Pudiésemos pensar que buena parte de los productores-creadores de bienes

y servicios culturales, refiriéndonos a la asimetría de la información, conocen

extraordinariamente bien los procesos que conllevan a colocar en la “agenda

gubernamental cultural” sus requerimientos y demandas de auspicios y subsidios,

igualmente podemos afirmar que, en líneas generales han sido exitosos en esta

acción, lo que contrastaría con un desconocimiento, desinterés y/o imposibilidad de

los demandantes culturales de colocar en la agenda sus demandas y necesidades,

conformándose con los bienes producidos a sus espaldas y consumiendo aquellos

pocos que satisfacen sus expectativas. En este sentido, se entiende que la acción

política del Estado debe estar, en buena medida, orientada a solventar esta

problemática presente en el mercado cultural de bienes y servicios venezolano.

El fallo del mercado cultural, desde la perspetiva de las fallas de la

información, se debe en parte a que existen productores-creadores de bienes y

servicios culturales que no le conceden importancia a las necesidades y preferencias

de los demandantes culturales, en razón de que se benefician, los creadores, de una

relación con el Estado que les permite “crear” sin atender mucho aquellas

preferencias ya que los costos de producción estás permanentemente satisfechos en

buena medida. Es decir, no manejan y/o no les interesa la información que procede

de los demandantes, ya que la información que manejan muy bien es la referida a los

mecanismos para insertar sus propias demandas de financiación de costos de

producción ante el Estado. Y, los demandantes, no conocen ni manejan, de manera

comparativamente relevante esta información. Desgraciadamente esta realidad es

responsable en buena medida de que se realice un intercambio de bienes y servicios

culturales mutuamente beneficioso.

Quizás un punto que podría ser muy importante, pero que no trataremos acá,

es el atinente al problema de la “selección adversa”, relacionado a cuando se ofertan

productos de distinta calidad a precios similares en razón a que los compradores y

vendedores no están suficientemente informados para averiguar/conocer la calidad

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219

de los bienes al momento de su selección para ser consumidos120, o bien de el nivel

de satisfacción simbólica, en el caso del mercado cultural, que se puede obtener con

determinado bien, lo que no es exclusivamente inherente sólo al consumidor cultural.

Pero este punto escapa a los objetivos planteados.

Existe entonces, una “sobreoferta cultural”, por demás inadecuada a las

necesidades y demandas de la sociedad. “Sobreorferta estructural” denomina Luis

Stolovich a la realidad descrita, que entiende, desde otra perspectiva la imposibilidad

del mercado para absorber parte de la oferta, lo que conllevaría un constante

problema de realización, al no permitir la recuperación de costos vía mercado,

generando una presión en dos sentidos: dirigida tanto al financiamiento publicitario,

como al financiamiento estatal. 121

Cabe recordar, en este punto los factores que se asocian a la oferta cultural:

precio, costos de producción y precios de los bienes sustitutos; en el caso de la

oferta cultural en Venezuela suponemos que, si bien estos factores determinan, en

alguna medida la oferta cultural, existe un factor que impacta de manera

determinante en ella, este factor es el subsidio cultural oficial, que traduce una de las

características de la política pública cultural venezolana, orientada a estimular la

creación cultural.

De esta manera se establece la función que caracteriza a la oferta cultural en

Venezuela:

Oc = f (p, Cp , ps )

Siendo (p) precios, (Cp) costos de producción, y (ps) precios de bienes

sustitutos122.

120 “Como consecuencia se vende (coloca) en el mercado una cantidad demasiado grande del producto de mala calidad (bienes y servicios culturales no demandados – oferta inadecuada) y una cantidad excesivamente pequeña del producto de buena calidad (oferta adecuada)” (Pindyck y Rubinfeld, 1998: 536). 121 Ver: (Stolovich, 2002:6)” 122 Entenderemos como bienes sustitutos de los bienes y servicios culturales, fundamentalmente a aquellos generados por las “Industrias Culturales” en los términos en que éstas son definidas en el Capítulo III, sección “Demanda Cultural e Industrias Culturales”, los que efectivamente al ser consumidos no suponen un proceso de

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220

Dicha función reconoce mayor ponderación a los subsidios culturales que

otorga el Estado “s”, consecuencia de la implementación de las políticas públicas en

el área, puesto que éstos están determinando una producción cultural no acorde con

las necesidades y demandas culturales de la población.

Figura III.11

El mercado cultural Representación de la Falla del Mercado Cultural

Fuente: Elaboración propia

Estamos en presencia de una política cultural orientada hacia los circuitos

denominados por José Joaquín Brunner (1990): “Circuitos públicos”, compuestos por

agentes cuya producción es organizada administrativamente (circuito 32) los cuales

ofrecen sus productos con precios subsidiados sin pretender competir con otras

empresas o agentes en el mercado, agentes que en realidad compiten para la

obtención del subsidio por parte del Estado; y, circuitos de asociación voluntaria que

operan para el mercado (circuito 41) en los cuales los agentes colectivos (no

profesionales) se ven obligados a actuar en el mercado bien para lograr sostener

reelaboración por lo que no tienen posibilidad de transformarse en “capital cultural”. Estos bienes sustitutos escapan del objeto de la investigación.

P

Q Baja Q Media Q Alta Q

D

O

P Alto

P Medio

P Bajo

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221

precariamente su actividad o para lograr una mayor difusión de su producto, estos

agentes regularmente también compiten para la obtención del subsidio que

subvencione su producción cultural. (Ver el Cuadro I.8., matriz básica de circuitos

culturales).

Se supone, entonces, que en el mercado cultural venezolano con las

características generales previamente asentadas, existen dos circuitos culturales

puros, los cuales se interconectan operativamente al competir por los subsidios y

aportes oficiales:

Circuitos públicos cuya producción es organizada administrativamente.

Circuitos de asociación voluntaria que organizan su producción de manera

comunitaria.

De ser esta la realidad, lo que veremos en el próximo capítulo, se produce una

perversión en el proceso político puesto que los agentes que están destinados a

servir de vehículos de la política pública cultural (los creadores culturales) para

satisfacer las necesidades y demandas culturales de la población (demanda cultural),

se convierten en demandantes de recursos ante el Estado, independientemente de

aquellas necesidades y demandas. Estado que, a su vez implementa una política

que auspicia esta conducta (estímulo a la creatividad – oferta), de esta manera, el

proceso se transforma en una competencia por los recursos públicos y privados, no

en mecanismos de satisfacción de necesidades culturales.

Es por estas razones que la curva de la oferta se comporta de la manera

ilustrada en la Figura III.11., y por tanto no hay punto de equilibrio. Se debería, entre

otras estregias políticas, de acuerdo con el modelo propuesto hacer pertinente la

oferta cultural, adecuándola parcialmente a las necesidades y demandas de los

consumidores.

En la Figura III.12., se puede apreciar un desplazamiento de la curva de

demanda debido, no al impacto exclusivo del incremento del ingreso, sino también

asociado al impacto de las políticas públicas culturales sobre la demanda; igualmente

las políticas públicas persiguen impactar sobre la oferta apreciándose un

desplazamiento positivo de la oferta por consecuencia de una adecuación de la

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222

misma. La adecuación de la oferta será la que genere un reacomodo de los precios

de los productos culturales, por cuanto al producirse lo que realmente se demanda

se hacen más rentables los productos culturales y se eleva el nivel de retorno de la

inversión de los creadores (vía la generación de ingresos), maximizando y

haciéndose efectiva la inversión pública, puesto que se incrementa las cantidades

demandas, se incrementan los precios y pudiese paulatinamente disminuirse en el

tiempo los subsidios para la generación de los bienes y servicios culturales.

En el comportamiento se ambos componentes del mercado de bienes y

servicios culturales: la oferta y la demanda, inciden las políticas públicas culturales

del Estado, el cual entra a regular el proceso cultural en general y el mercado cultural

en particular, en este último caso impactando, entre otros, sobre los aspectos que

condicionan la existencia de fallas en nuestro mercado cultural.

Figura III.12 El mercado cultural

Impacto de Políticas Públicas Culturales Regulatorias

Fuente: Elaboración propia

Hasta podría pensarse, a largo plazo, en otros momentos, en un escenario de

este tipo, en ir recortando paulatinamente la inversión pública en subsidios culturales

P

Q Baja Q

Media Q

Alta Q

D 1

E1

D2

O1

O2

P Alto

P Medio

P BajoE2

P1

P2

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al generarse mecanismos de autogestión, vía la renta cultural, y una estrategia

legislativa orientada a estimular la inversión privada, quizás la promulgación de una

moderna ley de mecenazgo cultural sea una buena estrategia, pero no de manera

aislada, ya que deben concurrir diversos factores para que la estrategia funcione.

Volviendo a la demanda cultural, además de las características que posee al

ser vista como demanda propiamente desde una perspectiva eminentemente

económica, se le atribuyen características propias devenidas de su consideración en

el mercado cultural. Siguiendo a Claudio Rama (1999), estas características son:

Es continua y permanente, en virtud de la renovación infinita del consumo;

Se asocia al nivel educativo de los consumidores en una relación directa;

Se asocia a los grupos de pertenencia cultural, es decir se orienta a satisfacer

la demanda de los grupos de los cuales emerge;

Se encuentra vinculada a la experiencia cultural, lo que implica una relación

directa entre demanda y adiestramiento cultural, experimentación y/o conocimiento

de los procesos de creación (la tradición de consumo de Bonet (Td));

Polarización del tipo de demanda asociada a grupos sociales, lo que implica

una segmentación de las necesidades y demandas que la oferta debe considerar;

Se asocia al nivel de aversión al riesgo, a la poca o mucha información previa

que se posea y exista sobre el producto cultural ofertado, este punto es muy

importante en un proceso de adecuación de la oferta, como veremos al momento de

identificar los lineamientos generales de una nueva política pública cultural para el

país;

Se encuentra asociada a niveles de calidad y masiva aceptación en los

diversos grupos e instituciones de referencia de los consumidores;

Es efímera. Si bien Rama le da esta característica a la demanda, en la

presente investigación se difiere de que la demanda sea efímera, por cuanto el acto

de consumo implica una reelaboración del bien, transformándolo en capital cultural, y

el capital cultural al entrar a formar parte de la identidad de cada cual puede

transformarse en algo permanente que, posteriormente la sociedad puede reputar

como patrimonio cultural, el cual es permanente y protegido por la comunidad o la

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nación. Dependiendo del caso, quizás sea mas adecuado caracterizarla como de

impacto relativo a lo largo del tiempo;

Es diferenciada, la demanda obedece en su manifestación y expresión a

funciones determinadas por los gustos y experiencias individuales, asociadas con las

características socioeconómicas y socioculturales y antropológicas de los

demandantes;

En muchas oportunidades el consumo cultural se asocia a consumo colectivo,

social. Sin embargo, aún cuando esto es así y se está de acuerdo con Rama en el

particular, el acto de reelaboración que implica el consumo cultural es individual,

queda claro que en ocasiones estos actos individuales se amalgaman en un capital

cultural compartido y de carácter social, pero el acto-proceso de consumo es

particularísimo e individual;

Tendencia a la individualización de la demanda, sobre todo considerando el

acceso a bienes y servicios culturales vía medios de consumo individualizados

(celulares, computadores, por ejemplo);

La demanda se asocia directamente al ingreso de los consumidores. Esto es

así en el caso de ser la oferta adecuada a la demanda cultural, si no es así el

ingreso, aún cuando en alguna medida impacta a la demanda, no es un factor

determinante. Afirmación pertinente en el caso venezolano, si bien el incremento del

ingreso incrementa las cantidades demandadas, el impacto no es tan determinante

como por ejemplo, la adecuación de la oferta, prueba de ello es que los bienes y

servicios culturales muy pocas veces se ofertan a precios que permitan recuperar

parte de la inversión en producirlos, claro que la inversión se hace mayoritariamente

con dineros del Estado que no considera la relación costo-beneficio en este

particular;

La demanda se asocia a la elasticidad de los precios, ya hemos considerado el

punto en esta sección;

La demanda cultural como instrumento de reserva de valor. Se demandan

determinados bienes culturales no en función de sus contenidos culturales sino de

las rentabilidades esperadas provenientes del comportamiento de sus precios

futuros. Ello ha sido determinante en el sector de las artes plásticas.

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Ahora bien, volvamos a la igualdad que contiene la función de demanda

originalmente propuesta:

D = f (p, [I+S], ps ,g, e)

Siguiendo a Gary Becker (1997, 1998), afirmamos que el comportamiento

individual de los consumidores lo podemos explicar en general por dos variables: el

comportamiento de los precios (p) y del ingreso real (I); pero, estas variables no

explican, de manera satisfactoria por sí solas el comportamiento de mercados

particulares con características propias, lo que es muy evidente en el caso del

mercado cultural, fundamentalmente a la luz de las características de la demanda

cultural y de su componente clave, el consumo.

“El comportamiento de un demandante que busca maximizar su utilidad está

determinado totalmente por los precios, su ingreso y sus gustos” (Becker, 1999:98).

Es decir, que si varios demandantes se comportan de manera distinta luego de tomar

en consideración los precios y el ingreso, entonces su comportamiento diferirá en

atención a sus gustos, los que a su vez están determinados por las condiciones

socioeconómicas de cada uno de ellos. Tenemos, según Becker, entonces, una

función de demanda con las siguientes variables:

D = f (p, [I+S], ps ,g, e, [q1, q2, qn])

Gary Becker se detiene a considerar el particular del gusto y afirma:

La teoría económica no explica cómo se determinan los gustos, las funciones de demanda como en la ecuación (B) (D= f (p, (I+S),ps,g,e(qn)) sólo pueden describir los efectos sobre los gustos de diversas características personales y ambientales (las variables q), pero no sirven para predecir esos efectos, como lo podemos hacer respecto a los cambios en los precios. (Becker,1999:63-64)

En este particular, al observar en el mercado cultural a la demanda, el gusto

se encuentra determinado por las condiciones socioeconómicas del consumidor, eso

es cierto. Pero, el autor afirma seguidamente, que si los bienes objeto de consumo,

son considerados como insumos en la producción de mercancías que entrarían

directamente en la estructura de preferencias, las diferencias en los gustos no serían

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tan importantes para explicar las diferencias en el comportamiento del consumidor, y

en el caso del mercado cultural esto no es así. El gusto determinará sin duda, en

cualquier escenario, el “reconocimiento” y la “elección” del bien a ser consumido en

el mercado cultural ¿Quién lo duda?

En lo que respecta al consumo se ha identificado la función propuesta por

Lluís Bonet: C = f (T, Ef, [soc-edu], I, Pc). En nuestro caso, en atención al modelo

propuesto, la función que representa el comportamiento del consumo en nuestro país

es:

C= f (Po, Td, Mcs, Con, [Ed, Cl, I], Pcom).123

Definida la función de consumo, se pasa de seguidas a considerar un

particular importante. Se ha afirmado, siguiendo a Roger Chartier (1999), y

asociando su planteamiento de reelaboración de las creaciones culturales

independientemente de sus creadores, a la concepción que de capital cultural

formula Claudio Rama (1999), tenemos que los bienes y servicios culturales para

convertirse en productos culturales, y poseer reconocimiento y significación social,

requieren ser consumidos por los individuos. Una vez esto suceda dichas creaciones

culturales se transformarán en capital cultural con posibilidades de ser reputadas en

un futuro como patrimonio cultural (ver Figura III.7.). Sin consumo cultural es

imposible que exista capital cultural.

Desde esta perspectiva los capitales culturales entrarán a formar parte de la

estructura de preferencias (gusto); de ahí se constituye la tradición cultural que es

parte fundamental de la función de consumo (Td) propuesta por Bonet y asimilada en

nuestra función. Siendo esto así, los gustos explicarán sólo la acción de reconocer y

elegir el bien (producto de la creación cultural) y no el proceso de reelaboración que

lo transformará en producto cultural y a la larga en capital cultural, este proceso de

123 Po: percepción de la oferta; Td: tradición en el consumo; Mcs: medios de comunicación social; Con: conocimiento e identificación de y con las instituciones culturales; Ed: nivel educativo alcanzado; Cl: condición laboral; I: ingreso; y, Pcom: participación comunitaria. En un primer momento, al estar frente a mercados incompletos no se considera al precio ya que aún cuando este varíe no se logra un equlibrio en el mercado. Posteriormente, por efecto de políticas públicas culturales de Estado, se logra un equlibrio y ahí se incorpora el precio a la función.

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reelaboración se encontrará determinado por el propio capital cultural previo (la

tradición), el apertrechamiento formativo y educativo (capacidades), social y

económico de cada individuo. Es ésta una de las razones por la que consideramos

que el gusto no es parte de la función de consumo propuesta. El gusto, como hecho

real, es anterior al consumo.

Lo que explicaría, en parte, la capacidad/incapacidad de procesar y reelaborar

determinados bienes por los individuos es no poseer las herramientas idóneas para

reelaborar y transformar dichos bienes culturales en productos y capital cultural.

Estamos frente a una teoría modificada sobre la decisión del consumo en la que los bienes comprados (consumidos) figuran como insumos en la producción (reelaboración) de mercancías (producto culturales–capital cultural) que directamente forman parte de la estructura de preferencias (Becker, 1999: 270)124.

En esta afirmación de Becker se ratifica nuestra consideración de que el gusto

no es una variable a considerar en la función de consumo propuesta (puesto que es

anterior al acto de consumir); éste, el gusto, explica y condiciona la acción de

“reconocer” y, circunstancialmente, “elegir” uno u otro bien o servicio cultural, es esta

acción de reconocer – elegir la que se entiende como proceso de “recepción”; no el

proceso de la apropiación posterior: el consumo. El gusto, se puede afirmar, da

acceso al consumo, pero es independiente de él. Siempre que haya consumo cultural

tiene que operar previamente el gusto como acción de reconocimiento-elección, que

además es una acción individualísima125.

Este enfoque del mercado cultural, proporciona los mecanismos para otorgar a

los componentes de la función de consumo las ponderaciones apropiadas que

permitan entender su comportamiento y aportar herramientas metodológicas para

analizar los niveles y diferencias en la disposición al consumo.

Desde esta perspectiva, y en el caso de los bienes y servicios culturales las

variables precios e ingreso no emergen como altamente relevantes en el 124 Esta afirmación de Gary Becker, que compartimos, supone otro mercado y otro momento en donde el consumidor (reelaborador) pasa a ser un productor cuyo insumo es el bien o servicio cultural ya reelaborado y totalmente enajenado del creador original. 125 Así entonces, el consumo cultural, desde esta perspectiva, es asociado a un proceso de apropiación y reelaboración de los bienes y servicios culturales, en tanto la demanda cultural supone un, reconocimiento, selección y adquisición de conformidad con unos gustos particulares en cada individuo.

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comportamiento de la demanda en un mercado como el venezolano con un nivel de

demanda bajo-medio, por lo que el peso específico se traslada al resto de las

variables, fundamentalmente: percepción de la oferta, tradición en el consumo y las

socioeconómicas.

En general, la educación, condición de vivienda, disposición de bienes

radioeléctricos, y otras variables medio ambientales y/o socioeconómicas entran a

explicar la demanda, no porque afecten de manera exclusiva los gustos, que se

asocian a la elección de bienes y servicios culturales, sino porque impactan la

capacidad del proceso de apropiación individual que conduce a la conformación del

capital cultural individual y colectivo. Esta realidad no sólo se asocia al consumo

cultural, sino que es el factor clave que permite entender y explicar el

comportamiento de la potencialidad de demanda.126 Sin embargo, a la función de

consumo previamente definida se incorporan las variables socioeconómicas más

relevantes (tres) en función de las correlaciones observadas y de los resultados

obtenidos.

Este método de apreciación de las variables socioeconómicas en doble

vertiente (gusto-consumo) aporta una herramienta poderosa para hacer más eficiente

la capacidad predictiva que menciona Gary Becker, en lo que al mercado cultural

respecta, cuando ella sea necesaria, ya que reduce la dependencia de hecho (ad

hoc) a los cambios de precios e ingreso, todo lo cual traduce la consideración de la

cultura no reducida a una visión economicista, por lo tanto no sujeta a los vaivenes

del ingreso y los precios para la toma de decisiones políticas.

Efectuada la operacionalización del concepto de cultura es necesario efectuar

dos precisiones finales a objeto de delimitar el campo de acción y el ámbito sobre los

cuales el concepto se activa.

En primer lugar, siendo objeto de atención la problemática de la demanda

cultural en sus dos dimensiones: consumo cultural y potencialidad de demanda, las

cuales operan sobre los bienes y servicios resultado de la creación cultural, será 126 Es esta una de las razones del diseño del Modelo de Políticas que contiene la hipótesis de trabajo propuesta y la estructura del cuestionario de medición de demanda construidos para la presente investigación.

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necesario precisar qué se entenderán por bienes y servicios culturales, los cuales

poseen la posibilidad de constituirse en capital cultural, mediante el reconocimiento

de la sociedad, del mercado cultural.

Roger Chartier (1999), al observar la segunda partición tradicional127, que

opone la creación y el consumo, la producción y la recepción de bienes culturales128,

afirma que esta partición es la base de una representación del consumo cultural que

se opone palabra por palabra, a la de la creación exclusivamente intelectual:

“pasividad contra invención, dependencia contra libertad, alineación contra

conciencia” (Chartier, 1999: 36).

Es decir, que aquella partición (creación-consumo) no es pertinente, en virtud

de que el consumo cultural implica invención, libertad y conciencia en el momento en

que ocurre el acto de consumir el bien cultural, lo que en definitiva es una forma de

reelaboración que transforma el bien, en producto y en capital cultural. Ahora bien,

como hemos ya señalado, primero el bien cultural se debe identificar, seleccionar y,

en algunos casos, adquirir, he allí pues un problema al que las políticas públicas

culturales deben propender a dar soluciones y respuestas.

Ahora bien nos permitimos hacer una pausa en este punto. Los resultados de

la creación son tratados en el mercado cultural en correspondencia con el valor que

el acontecer cultural mismo les otorga, lo que ya se ha considerado; y la clave de ese

valor ¿De dónde proviene? ¿Qué lo define? Fundamentalmente la posibilidad de ser

seleccionado como objeto a ser consumido, es decir, lo define el gusto por una parte,

y la posibilidad de reelaboración para ser consumido, por otra. El punto es que la

reelaboración implica un nuevo criterio utilitario, que supone y requiere la disposición

y uso activo de herramientas (capacidades) por cada quien, por lo que el consumo es

un acto individualísimo. Existirán entonces tantos productos culturales, parte de los

capitales culturales, como interpretaciones y nuevas interpretaciones existan. “El

127 Nos hemos referido, previamente, a la primera partición aludida por Roger Chartier, que opone lo culto y lo popular, al efectuar el análisis de la nueva Constitución Nacional de 1999, en la última parte del Capítulo I. Estas particiones, tres en total son producto de divisiones móviles y/o temporales y, por tanto, no válidas de manera absoluta, para integrar la metodología regularmente aplicada a la historia cultural. 128 Ver nota 61.

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suministrar nuevas interpretaciones se iguala a producir una obra nueva” (Groys,

2005: 58). Por eso, la demanda y el consumo no pueden ser entendidos como actos

“finitos”, como lo caracteriza Claudio Rama.

El conjunto de herramientas que permiten el consumo cultural (acceso) son el

fundamento para la constitución del capital cultural de cada quien. No es válido

calificar dicho capital de alto o bajo, simplemente “es” en cada individuo “su” capital

individual. Pero, si pensamos en un nivel colectivo ¿Es válida la imposibilidad de

calificación? Pensamos que no, puesto que esas experiencias culturales singulares

en su conjunto conforman un entramado social que denominamos memoria cultural y

que es la base de la identidad, del patrimonio cultural que el Estado está obligado a

proteger y salvaguardar.

En consonancia con la idea de Roger Chartier, de que el consumo cultural

implica un ejercicio de libertad, Boris Groys coincide en que cada acto individual de

consumo es un acto de libertad ¿Por qué? En el mundo en general y en el arte en

particular, en el proceso de consumo de un bien cultural lo que existe son diferencias

individuales y singularidades, lo que en cierta medida traduce las capacidades de

cada quien, eso determina el valor sobre un bien y una decisión: aceptarlo o no;

elegirlo o no (actos previos al consumo); hacerlo parte del acervo individual o no. De,

una vez consumido, tratar de desecharlo o de asumirlo concientemente. Tal valor no

es determinado por los titulares, el Estado, los creadores o tenedores del bien, sino

por la sociedad, lo que les otorga significación y reconocimiento.

Entonces, entendemos dos libertades en el proceso cultural: la primera, la de

creación que está subordinada a la libertad de los receptores y consumidores; es

decir, la libertad de interpretación y uso en función de las capacidades y

herramientas de consumo de cada individuo, la segunda libertad. 129

Volviendo a la afirmación de Roger Chartier de que la separación entre

producción y consumo “…conduciría a postular que las ideas o las formas (los bienes

culturales) poseen un sentido intrínseco, totalmente independiente de su apropiación

por un sujeto o grupo de sujetos” (Chartier, 1999: 37), es nuestra opinión que la 129 Ver: (Groys, 2005: 65 ss)

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afirmación es válida puesto que el acto de consumo implica una forma de

reelaboración que transforma, a través de un acto individual, el bien, servicio o

insumo cultural en producto y capital cultural, totalmente enajenado del creador pero,

con significación social.

Este acto individual de consumo implica una invención nueva que opera sobre

el bien, separándolo del productor–ofertante, lo que entraña la libertad de

apropiación y la capacidad racional de reelaboración y, finalmente, un acto de

conciencia por parte del consumidor demandante. Ello por cuanto la actividad de

consumo cultural implica el incremento del acervo simbólico personal, grupal y/o

social. Es decir, se realiza una segunda producción en el acto del consumo por lo

que al final, producción y consumo cultural son ámbitos correlacionados e

interdependientes el uno del otro.

Leer, mirar o escuchar son, en efecto, actitudes intelectuales que, lejos de someter al consumidor a la omnipotencia del mensaje ideológico y/o estético que se considera que modela, autorizan la reapropiación, el desvío, la desconfianza o la resistencia. Esta constatación debe llevarnos a repensar totalmente la relación entre un público designado como popular y los productos históricamente diversos propuestos (ofertados) a su consumo (Chartier, 1999: 38).

Lo que quiere decir que sólo se produce consumo cultural cuando se sucede

una reapropiación, una reelaboración u otra producción del bien, servicio o insumo

cultural y, que esta acción tiene por consecuencia la creación de un nuevo producto

cultural enajenado del original. Dicho proceso conlleva una forma de decisión que se

asocia a una participación directa del individuo en el ámbito social donde ocurre, vale

decir: el mercado cultural.

Desde esta perspectiva lo real adquiere así un sentido nuevo: “aquello que es

real, en efecto, no es (o no es solamente) la realidad que apunta el texto (el bien

cultural) sino la forma misma en que lo enfoca dentro de la historicidad de su

producción y la estrategia de su escritura (producción)” (Chartier, 1999: 41).

Ahora bien, es posible concluir que sólo aquellos bienes y servicios culturales

generados por creadores culturales, cuyo consumo implique un mecanismo de

reapropiación, reelaboración y/u otra producción; y que por medio de tales acciones

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reciban el reconocimiento social que los transforme en productos culturales que

conformarán el capital cultural individual y colectivo; y que, adicionalmente, entrañen

nuevas formas de participación, podrán ser reputados y considerados como objeto

de consumo cultural, en los términos en que consumo cultural es definido en la

presente investigación, siendo esto lo que determina la diferenciación entre el

mercado específicamente cultural y las industrias culturales; entre alta cultura y

cultura de masas.

3. Demanda Cultural e Industrias Culturales

Pareciera necesario, una vez que se han delimitado operativamente qué tipo

de bienes y servicios culturales son susceptibles de consumo cultural, identificar qué

bienes no son objeto de tal consumo. En este particular se observan de cerca las

industrias culturales en el contexto de las cuales, “La función de la cultura se advierte

está cada vez más condicionada, en particular desde hace unos cuarenta años, por

la industrialización de los sistemas de producción y de difusión de los mensajes

culturales, en forma de productos o de servicios” (UNESCO, 1982: 9). Entendiéndose

que “…existe una industria cultural cuando los bienes y servicios culturales, se

producen, reproducen, conservan y difunden según criterios industriales y

comerciales, es decir, en serie y aplicando una estrategia de tipo económico, en vez

de perseguir una finalidad de desarrollo cultural” (UNESCO, 1982: 21), o de circular

en un mercado cultural. Es necesario observar con cuidado la definición transcrita

por cuanto podría generar confusiones en el marco de la presente investigación.

Aplicar una estrategia de industria a la generación y circulación de bienes culturales,

contextualizada en la teoría económica, pareciera suponer el desplazamiento del

desarrollo cultural nacional, local, regional o comunitario. Es decir, o se aplica un

criterio industrial de producción cultural o se persigue el desarrollo cultural de manera

excluyente.

En el caso que se investiga no se persigue la formulación, revisión o

proposición de estrategias industriales encaminadas a la generación de bienes

culturales masivamente, no; se persigue, mediante la operacionalización del

concepto de cultura, el logro de un desarrollo cultural que coadyuve con el desarrollo

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nacional expandiendo las capacidades de participación y uso de los espacios

comunitarios, respetando y considerando como insumo primero a las identidades

particulares y el ejercicio pleno de los derechos culturales positivos; todo ello por

medio de la búsqueda de un equilibrio entre la oferta y la demanda cultural que haga

eficiente y pertinente la inversión pública en la materia, mediante la satisfacción de

las necesidades y demandas culturales presentes en la población venezolana.

Es evidente que los bienes ofertados por las industrias culturales entrañan

necesariamente, al intervenir la producción masiva e industrializada de los mismos,

la partición entre creación y consumo. Desde esta perspectiva, el acto de consumo,

que no cultural, no se asocia a una reinvención del bien, ni a libertad y conciencia

por parte de quien consume. En estos casos, nos encontramos ante un consumo de

bienes producidos por las industrias culturales, que se rigen por los mecanismos

generales y comunes del mercado globalizado, no por las características particulares

del mercado cultural.

Por otra parte, se ha repetido insistentemente en esta propuesta, que el

consumo cultural para que sea considerado como tal, lleva implícito un proceso de

reelaboración del insumo cultural, proceso que puede conllevar al enriquecimiento

del capital cultural y, finalmente, del patrimonio cultural. Generalmente, los bienes

ofertados por las industrias culturales no conllevan a la generación y/o reproducción

del capital cultural, individual y colectivo; por el contrario, parecieran impactar

negativamente, en la ampliación de los mecanismos de identidad socio-simbólica que

potencian la expansión del patrimonio cultural colectivo130.

Adicionalmente, el incremento del consumo cultural se asocia al surgimiento

de novedosas formas de participación y uso del espacio comunitario, como

consecuencia de la reafirmación y reconocimiento de los factores simbólicos –

culturales identitarios del grupo, la sociedad, en fin, de la nación. Todo ello implica

reconocerse en una parte importante de la oferta cultural propuesta, sin que ello

signifique cerrar la posibilidad de acceso a otras manifestaciones culturales. Por lo

que mientras menor sea el reconocimiento en la oferta cultural, mayor será el 130 Es por esta razón que el impacto de las industrias culturales en el mercado cultural de bienes y servicios culturales ha sido considerado en párrafos anteriores como una externalidad negativa.

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sentimiento y las manifestaciones de desarraigo en atención a que disminuyen

sustancialmente los mecanismos de participación. Este es un punto a considerar en

este capítulo.

Finalmente, es de advertir que al observar el comportamiento de la demanda

cultural en Venezuela, los medios de comunicación social son reconocidos y

reputados como vehículos idóneos, más aún ideales, para el estímulo de la demanda

y la adecuación de la oferta cultural propuesta; ello, siempre y cuando los medios

respondan y consideren las identidades parciales y coadyuven con la conformación,

protección y enriquecimiento del capital y patrimonio cultural en las áreas geográficas

de influencia. Como veremos, posteriormente, los medios de comunicación social

locales emergen en muchos casos como los mecanismos más idóneos para el logro

de equilibrios potenciales entre la oferta y la demanda cultural, al estimular la

transformación de bienes y servicios culturales en productos culturales, expandiendo

la reproducción permanente del capital cultural.

Desde esta perspectiva pareciera adquirir sentido lógico y colectivo al hablarse

de defensa del patrimonio cultural, bien local, regional o nacional.

4. La Globalización como variable

Es la globalización un factor determinante; tanto en el comportamiento de la

realidad problemática detectada, como elemento que la delimita y determina en

buena medida, y como aspecto que es necesario observar y atender muy de cerca

al momento de diseñar una acción política cultural. Así, hemos afirmado que la

realidad cultural se correlaciona con esta variable de manera importante. Más aún,

cuando las industrias culturales son expresión parcial de la globalización e impactan

significativamente en los hábitos que condicionan el consumo cultural. Igualmente,

cuando se aprecia que dicho consumo constituye un aspecto de los comportamientos

sociales que conducen a novedosas formas y mecanismos de participación y nueva

ciudadanía, la globalización emerge como uno de los factores determinantes del

modelo que resulta, tal y como se expone en esta sección. Por tanto, la

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globalización, sus expresiones y manifestaciones son un elemento, una variable

imposible de obviar en investigaciones como la presente.131

4.1 Globalización y Políticas Públicas Culturales

Cuando, el ya citado catedrático español Lluís Bonet, atiende a la

globalización como tema relevante de la economía de la cultura, particulariza el

análisis refiriendo el comportamiento típico de las políticas públicas culturales en

América Latina ante los procesos globalizadores de la producción y los mercados

culturales. Entendemos en esta investigación que la globalización “...se encuentra

marcada por la interacción funcional entre diversas actividades económicas y

culturales, generadas por un sistema con muchos centros, cuya velocidad para

llegar a todas partes del mundo y cuyas estrategias para crear audiencias son más

decisivas que las inercias de tradiciones locales.” (Throsby, 1998:195)

En atención a dicha realidad, la emergencia del binomio cultura/comercio, se

ha considerado, afirma Lluís Bonet, como parte de las políticas públicas culturales en

la mayoría de los países de América Latina y en algunos países europeos, la

denominada “excepción cultural”132, la cual en la práctica, se traduce en un fuerte

marco de reglamentación para proteger, subsidiar y fomentar las industrias creativas

propias y a los creadores artísticos nacionales, exigiendo un tratamiento diferenciado

de y para los bienes y servicios culturales.

Ello ha implicado e implica una “…polarización de posiciones

gubernamentales y de grupos de presión que refleja un debate ideológico y un

posicionamiento frente al mercado emergente de las industrias creativas” (Arizpe y

Alonso, 2005: 36). Se argumenta, para justificar dicha excepción, que los bienes y

131 Para Lourdes Arizpe y Guiomar Alonso (2005), “Las expresiones culturales se han convertido en la punta de lanza invisible de la globalización porque ofrece las imágenes y valores con los que la gente construye una nueva visión del mundo. Aún si las mercancías ya llegan hasta los rincones más apartados del planeta, antes que estos bienes han llegado ya los sones, las palabras y las imágenes de muchas otras culturas, y en particular de la norteamericana” (Arizpe y Alonso, 2005: 25). 132 Emergente de la doctrina francesa, se basa en el principio de que los bienes y servicios culturales tienen un valor intrínseco que es esencial mantener y proteger, no sólo para beneficiar la producción y diversidad artística, sino también para defender la identidad nacional y la soberanía cultural. Ver: (Arizpe y Alonso, 2005: 37)

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servicios culturales generados por los creadores de tales países se encuentran

definidos por un conjunto de razones que los hacen particulares y por tanto,

susceptibles de aquella protección, entre estas razones Lluís Bonet (2001), identifica

las siguientes:

Los productos culturales propios de estos países son el resultado de un

conjunto de valores, de una manera de ser y de unos consensos sociales propios de

cada colectividad y nación, que se ha ido modelando a lo largo de la historia.

Estos bienes y servicios generados por los creadores culturales son un factor

clave en la conformación dinámica de las identidades nacionales, sobre la que se

basa la cohesión social y la fuente de soberanía en las sociedades democráticas133,

apunta Lluís Bonet que esta realidad es manipulada por los regímenes autoritarios.

Son el calidoscopio en el que se mira y se reencuentra la sociedad.

La distribución y comercialización en los mercados culturales de la economía

de la cultura, es un buen negocio de futuro en la sociedad planetaria del ocio y la

información, con la correspondiente multiplicación de la oferta y la especialización de

los canales de consumo.

Es necesario estar concientes de que la presencia de los productos de las

industrias culturales norteamericanas es absolutamente dominante en los mercados

audiovisuales europeos y latinoamericanos, ello gracias a la gran talla demográfica y

económica de su mercado, sin dejar margen al desarrollo de una industria que se

caracterice por la producción de símbolos, que es aquella que atiende a los

mercados específicos de la economía de la cultura.

Frente a las políticas proteccionistas que traducen la “excepción cultural” que

caracteriza buena parte de las políticas culturales de América Latina y de algunos

133 George Yúdice (2002), prefiere utilizar el término “performatividad” que alude a los procesos de constitución de las identidades y entidades de la realidad social por reiteradas aproximaciones a los modelos (a la normativa) y también por aquellos residuos, que denomina “exclusiones constitutivas” y que finalmente resultan insuficientes. En este contexto “…la globalización al aproximar culturas diferentes, agudiza el cuestionamiento de las normativas que a su vez favorece la performatividad.” (Yúdice, 2002: 46).

Este punto es de importancia para la profundización del estudio de los procesos específicos por medio de los cuales se constituyen y/o conforman las identidades culturales y sus contenidos simbólicos de reconocimiento colectivo, desafortunadamente ello escapa de los límites de esta investigación y es un nuevo punto de partida en el futuro.

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países de la vieja Europa, se opone el paradigma neoliberal con argumentos como

los siguientes:

La apertura de los mercados y la supresión de las barreras comerciales,

financieras, técnicas y arancelarias permite la ampliación de los mercados, una

mayor competencia, mejores economías de escala, y el surgimiento de productores

mayores y más eficientes. La especialización de cada país en aquello que mejor

sabe producir permite a los consumidores poder disfrutar de todos los productos a un

precio más competitivo. “Esta es, en competencia perfecta, la teoría clásica de las

ventajas comparativas” (Bonet, 2001: 58).

Cuando un territorio no puede alcanzar el mismo grado de competencia (por

variadas razones) los grupos interesados presionan para protegerse de la

competencia indeseable. No obstante, los costos del proteccionismo regularmente se

trasladan al consumidor.

Los agentes y actores sociales y económicos acostumbran a perseguir en

representación del interés general su beneficio particular. Así, dada una situación de

información asimétrica se convierten en buscadores de rentas; el problema está en

beneficio de quién, y qué debe protegerse.

El proteccionismo sólo es positivo cuando sabe evitar las actividades

improductivas de los buscadores de rentas, en el caso de actividades económicas

nuevas, o cuando se generan sinergias productivas.

Los gobernantes pueden favorecer el incremento de la competitividad con

instrumentos no proteccionistas tales como: facilitar la inversión en formación de

capital técnico y humano; estímulo a la construcción o la construcción directa de

infraestructura física y técnica, centros de excelencia o parques industriales.

Siguiendo en el particular siempre a Lluis Bonet (2001), este contrapone a los

argumentos del paradigma neoliberal los siguientes razonamientos:

La insuficiente demanda de productos locales, debido a la pobre dimensión de

los mercados culturales nacionales, o a otros factores, entre los que en el caso

venezolano, destaca la inadecuación de la oferta cultural, que debe ser corregida,

dada la incapacidad del mercado de proveer bienes públicos (la cultura es un

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patrimonio a preservar) o que generen externalidades positivas; en estas

circunstancias el Estado puede intervenir para compensar las insuficiencias del

mercado.

La obtención de economías de escala beneficia la concentración de los

creadores culturales. Los mercados culturales tienden hacia la oligopolización y la

competencia monopolística; es decir, hacia situaciones de competencia imperfecta o

estratégica que generan una menor diversidad y posibilidades de opción por parte

del consumidor. En este particular, la difusión que se hace de la oferta cultural

nacional no sólo estará relacionada con el factor escala –calidad- diversidad, sino

también con el grado de apertura/protección que cada mercado en particular tenga.

El grado de apertura/cierre de la cultura de un país y el tamaño de sus mercados dan cuenta de algunas de las restricciones o límites, económicos y políticos, que enfrentan las creaciones culturales de un país para transformarse en mercancías (productos culturales), que se realizan en el mercado. Esas restricciones interactúan, a su vez, con las estrategias de las ‘puertas de entrada’ a los mercados finales, o sea con las estrategias de las instituciones y empresas que ‘filtran’ la creatividad cultural y artística (Stolovich, 2002: 8).

En situaciones de concurrencia imperfecta, una política industrial

proteccionista puede evitar la disminución del número de generadores de bienes y

servicios culturales (las industrias propias) y de la variedad de los productos, estos

elementos son clave para garantizar la satisfacción de las demandas de los posibles

consumidores, que Bonet acertadamente denomina preferencias.

Aunque algunas ramas de la actividad cultural casi no se ven sometidas a la

competencia exterior (servicios patrimoniales, representaciones en vivo, por ejemplo)

otras sufren una desventaja comercial comparativa debido a las diferencias culturales

y lingüísticas entre los países. Estas diferencias (los mismos valores que se trata de

preservar) actúan en principio como barrera, pero, cuando se liberaliza el comercio

acaban obstaculizando más la competitividad de los países pequeños que la de los

grandes. Para conquistar un gran mercado un producto necesita una fuerte inversión

en promoción que hay que amortizar en el mercado interior, y luego exportar al resto

del mundo. En este sentido, no es un problema de incapacidad de proveer de ofertas

de calidad hacia fuera, sino de economías de escala en la generación de valor, frente

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a la distribución internacional; pero, se advierte, que esto es muy difícil de superar si

uno no quiere dejarse diluir en la cultura global.134

Entonces, inmersos en esta realidad globalizante ineludible, ¿Cómo

considerar dicha realidad como factor clave en el diseño de una política cultural?

¿Qué y cómo se debe proteger para preservar la pluralidad cultural en un mundo

globalizado? Se deben proteger los bienes y servicios culturales que trasmiten y

preservan los valores y contenidos de la cultura nacional, más que proteger sin más

la industria cultural nacional. La política cultural debe propender, en primera

instancia, al “…desarrollo de la propia cultura frente al dominio del mercado por parte

de contenidos extranjeros” (Bonet, 2001: 60). Y de allí la paradoja que el mismo autor

identifica.

Pero, ¿es esto realmente posible (el desarrollo de la propia cultura) sin una industria cultural nacional? Probablemente no, ya que es difícil fomentar la cultura interna sin empresas que faciliten la especialización profesional y ofrezcan salida a la creatividad y a los contenidos de la misma. Además, ¿qué criterios (idioma, nacionalidad de los creadores...) dan carta de naturaleza nacional a la producción cultural si no se quiere congelar las esencias y la identidad nacional? Por esta razón es difícil encontrar formas de protección alternativas al apoyo de la estructura industrial nacional (Bonet, 2001: 60).

Resulta interesante en este punto la opinión de la profesora Lily Kong (2002),

quien observa en los años recientes un reconocimiento de una nueva geografía

económica, que considera el importante rol jugado por el desarrollo de la economía 134 Resulta entonces, a la luz de las definiciones, estrategias y premisas descritas, válida la cuestión subyacente en el debate de los últimos años sobre cultura y globalización: ¿Implica y supone la globalización una tendencia ineludible hacia la homogeneización cultural? En el estudio de Arizpe y Guiomar (2005: 31-33) se identifican las posiciones de Alain Touraine, así como de Néstor García Canclini, Paul Streeten, Featherstone, y Jamieson, reconociendo las contribuciones de Miller, Barber y Waterman en lo que respecta a los patrones de consumo locales. Y se preguntan los autores: “¿Cómo lograr un modelo que permita integrar estas versiones divergentes de los efectos de la globalización sobre la cultura? Dos autores apuntan en esta dirección. Por una parte, Barrie Ashford concluye que ‘es muy improbable que estos flujos y signos, ya sea a través de las comunicaciones masivas o del turismo, lleguen a producir ‘una’ cultura global, en vista de la diversidad de su recepción y uso por audiencias locales. Sin embargo al permitir formas de integración social no ligadas a lugares físicos o limitados en el tiempo, sería apropiado verlas como los contextos o marcos de referencia en los que se construirán nuevas identidades y formas de comprender el mundo” (Ashford, 1995:24). El segundo autor es Néstor García Canclini quien afirma que: “al intensificar los intercambios de bienes y servicios culturales, que presenten y expresen las trayectorias de cada sociedad, tal intercambio es una contribución que puede coadyuvar a la liberación de estereotipos de uno y otro lado (lo local, lo global), y a pensar juntos en lo que es posible hacer en nuestras sociedades, para que sean menos desiguales, menos jerárquicas y más democráticas” (García Canclini, 1999).

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cultural. Y muy en sintonía con la problemática planteada previamente, la autora

propone la formulación de “Cultural Economic Policies”, reconociendo que

La relación entre la cultura y la economía es dialéctica. Las culturas contribuyen con la naturaleza misma de la actividad económica, ésta es parte de la generación e innovación de culturas en lugares particulares. Aunque esta conexión es válida para productos culturales y no culturales, en las industrias de productos culturales tiene un significado especial, dada la ‘intensidad de las relaciones de recursos entre la característica definitoria de lo cultural del lugar y la lógica del sistema de producción imperante allí (Scott,1997:325) (Kong, 2000:3).135

Siendo la industria cultural nacional “…innovativa, flexible, creativa, con

mecanismos de relación entre lo local y lo global y con capacidad de manejo de

información y conocimiento basados en la economía” (Lash y Lurry, 1994), Allen

Scott (1997), sugiere que existe una relación particular entre los métodos de

producción y distribución que caracterizan a una economía de la cultura, relación que

va más allá de la tradicionalmente reconocida en la economía, lo que puede

apuntalar a las industrias culturales nacionales como medio idóneo para alcanzar los

fines de la política cultural.

En particular, las industrias de productos culturales pueden ser más o menos epistemológicas en términos de los cinco principales elementos de organización tecnológica: grandes cantidades de mano de obra, complementada por tecnologías informáticas de avance; redes densas de establecimientos pequeños y medianos que dependen fuertemente entre sí para disponer de insumos y servicios especializados (a través de empresas grandes y relativamente integradas); las grandes demandas en los mercados locales de trabajo y las enormes demandas de trabajadores especializados; el disfrute de economías externas, muchas de las cuales se benefician del aprendizaje mutuo, así las sinergias culturales han sido posible gracias a la presencia de muchas empresas e industrias interrelacionadas en un lugar; y la presencia de infraestructuras institucionales que facilitan el funcionamiento de la economía local (Kong, 2000:3).136

Desde la perspetiva planteada, que puede ayudar a superar la paradoja

señalada previamente, la “Cultural Economic Policies” (política económica de la

cultura) concibe y relaciona entonces a la cultura, en el lenguaje de los economistas:

“Con las estrategias aplicadas al análisis de las políticas: inversión, apalancamiento,

empleo, efectos del ingresos directos e indirectos, objetivos sociales y geográficos, 135 Traducción del autor. 136 Traducción del autor.

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entre otros.” (Booth y Boyle, 1993:22)137 Lo que no viene a contrariar la posición

asumida en esta investigación, de no reducir la cultura a una interpretación

economicista de la misma, ya que este particular se refiere a las industrias culturales

nacionales (auspiciadas por políticas públicas culturales) como mecanismos de

protección de diversos aspectos de la propia cultura. Así siguiendo a S. Frith (1991),

se identifican tres tipos de políticas que tienen por objeto las industrias culturales

nacionales:

A) Una política cultural industrial centrada en la producción local de activos culturales que se consuman a nivel nacional o se exporten, como activos electrónicos (radios, discman) y los medios de comunicación; B) Una política cultural de turismo que se centre en ‘aquellos activos culturales que sólo puedan ser consumidos a nivel local; y C) Una política cultural cosmética, en la cual la cultura sea una especie de ‘maquillaje urbano’ en el cual se va a invertir porque ayuda a que un lugar luzca atractivo, no simplemente para un turista, sino para los visitantes que están decididos a quedarse –inversionistas que buscan ubicar nuevas empresas, una nueva especie de empleados de cuello blanco- (Frith, 1991:140).138

En este contexto, problemático y complicado por demás, las políticas

culturales a diseñar en el mundo de hoy y ante la realidad de la globalización deben

encontrar mecanismos que no se excluyan entre sí, para encontrar lineamientos de

protección necesaria para el desarrollo de las diversas manifestaciones de la

creatividad cultural nacional por una parte; y, la apertura a la competencia que

posibilite y estimule el generación y consolidación sucesiva de iniciativas flexibles,

especializadas, “profanas”, e imaginativas que respondan a las necesidades y

demandas de cada colectividad y que coadyuven con la evolución del entramado

cultural del mundo, por otra.

Las relaciones entre cultura y globalización confluyen al final en una “paradoja

cultural global”. Los hombres y las mujeres buscan en las nuevas estructuras

intermedias un re-encuentro de lazos étnicos, lealtades históricas o comunidades

virtuales; un sentido de lugar, de propósito y de convivencia. Ésta es la verdadera

paradoja global: “el hecho de que la ausencia de límites a horizontes globales

137 Traducción del autor. 138 Traducción del autor

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generados por las nuevas tecnologías audiovisuales y de telecomunicaciones esté

promoviendo nuevos linderos, sobre todo culturales, definidos por consumidores

individuales que quieren tener nuevas formas de comunidades” (Arizpe y Alonso,

2005: 39).

Afirma Luis Stolovich: “existen determinantes, pero no determinismos

fatalistas” (2002: 9). Hay fuertes restricciones estructurales –que afectan a países

dependientes y de pequeña escala económica -cultural- y hay imposiciones de

estrategias de los agentes transnacionales dominantes en los mercados culturales,

que dejan pocos espacios para el desarrollo de la creatividad nacional. Pero siempre

existen, y se pueden crear espacios. Por su naturaleza plástica, por su flexibilidad e

innovación permanente, por lo inesperado de la creatividad, por sus sorpresas,

siempre se están creando espacios para los creadores y se trata de explotar estas

condiciones favorables con inteligencia. Éste es un buen punto de partida y para esto

tienen que abrirse perspectivas (apertura de mentes) a la economía de la cultura.

Ahora bien, el segundo aspecto que hemos identificado impactado por la

realidad de la globalización es el consumo cultural como medio y mecanismo de

generación de nuevas formas de participación y ciudadanía.

4.2 Globalización y Consumo Cultural: Participación y Nueva Ciudadanía

Reconocemos en esta investigación una asociación entre demanda cultural y

consumo cultural, y la emergencia de nuevas formas de participación y uso del

espacio comunitario, ello supone el ejercicio de novedosas “formas” de ciudadanía.

En este contexto, la discusión sobre el “espacio” comunitario urbano, social, en

nuestra contemporaneidad, lugar en el que se suceden las interrelaciones

participativas, se ve impactada por la variable de la globalización, en los términos

que de seguidas de explican.

Preocupación constante ha sido el impacto que la globalización ha tenido,

tiene y tendrá sobre los procesos de conformación y modificación de nuevas

identidades en las sociedades de nuestros días, así como el impacto que produce en

las identidades particulares. La globalización ha abierto el camino y permite que las

culturas, como construcciones y ámbitos socioculturales sobre las que se basan las

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identidades, interactúen y, hasta cierto punto, se jerarquicen en atención al grado y

posibilidades de difusión que cada una de ellas posea con respecto del resto. Es una

realidad a asumir: la multiculturalidad y la jerarquización de las posibilidades de

expansión, en función de la interacción de las diversas construcciones socio-

culturales que componen el espectro mundial de nuestros días.

Las construcciones y ámbitos a los que hacemos referencia sirven de

fundamento para el establecimiento, maduración y permanencia de sistemas que son

puntos de autoreferencia a grupos humanos: los símbolos históricos, sociales y

culturales que otorgan el sentido de pertenencia a las naciones, las regiones y las

culturas que hoy coexisten en el mundo, es decir, su patrimonio cultural. Así, la

ciudad, como constructo humano, no escapa a esta realidad, al ser creación y

asiento de interacciones sociales es, igualmente, depositaria de una simbología

(capital cultural) que amalgama, une e identifica a los grupos e individualidades que

son parte de ella, en una simbiosis multidimensional que cohesiona y permite una

relación permanente. Lo señalado se valida al entender a la ciudad como ámbito

social en que suceden los intercambios de bienes y servicios que definen a la cultura,

desde la perspectiva asumida acá.

A esa amalgama de posibilidades es lo que consideraremos entonces:

Cultura Urbana. Expresión, realidad y posibilidad que se observa como un medio

para el logro de cohesión e interacción social que asume la realidad de la

globalización desde el ámbito de lo local-urbano y que permite “hacer ciudad” en los

términos abordados de seguidas. La expresión “cultura urbana” ha de ser observada

y considerada dentro de los términos en que se ha definido cultura previamente,

como ámbito social interactivo, por lo que cultura urbana complementa la definición

operacionalizada trabajada.

Atendiendo al contexto particular de lo urbano y lo local se aborda la cultura

urbana como mecanismo, como medio a través del cual se pueda lograr cohesión e

interacción social, para así alcanzar un regreso, un retorno a la territoralidad de

nuestras ciudades. De la metrópoli dispersa a la concentrada, alejándonos de la

concepción de la anti-ciudad o ciudad del suburbio. Mecanismo que integra la

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relación oferta-demanda cultural y las cuatro dimensiones que las componen:

consumo cultural, potencialidad de demanda, oferta real y percepción de la oferta.

Es necesario partir de la consideración de dos elementos aparentemente

opuestos como son el espacio real y el espacio virtual, desde esta perspectiva

siguiendo muy de cerca a Sonia Barrios, “…al espacio virtual corresponde la

virtualidad que constituye una condición básicamente económica, la territorialidad (a

la que corresponde el espacio real) se inscribe en el campo de lo social, de la vida

colectiva, y por extensión de la vida política” (Barrios, 2000: 2). Decimos

aparentemente opuestos, porque es necesario construir mecanismos que permitan la

convivencia interactiva de ambas dimensiones. Consideramos que la cultura urbana

puede ser el mecanismo a través del cual se puede lograr dicho objetivo.

La virtualidad es el espacio de la ciudad global, donde se encuentran los

comandos generales que mueven el sistema económico mundial, los centros

decisorios, los cónclaves donde actúan los cerebros financiero-económicos que

implica la globalización, es el mundo, como ya señalara Barrios, de lo económico. En

la territorialidad, elemento tangible del espacio real; se suceden las interacciones de

los agentes sociopolíticos, en los niveles correspondientes que van desde el

municipal, hasta el ampliado y esfera de las relaciones entre centros: el

“Metropolitano Regional”, pasando por el “Urbano”. En este espacio es donde,

gracias a mecanismos específicos y concretos de gobernabilidad, se genera el

control en lo social, lo económico y lo político. Mecanismos que se encuentran

determinados y son observados críticamente por los elementos tradicionales que

implica la gobernabilidad: la legitimidad y la eficiencia del control gubernamental.

Pero, surge una interrogante obligada, ¿Cómo fue posible que se abandonara

la concepción de la metrópoli concentrada, expresión estelar del espacio real, por la

de la metrópoli dispersa, que conlleva a la existencia de una metrópoli fragmentada

en lo social, lo político, cultural y físico? Por el proceso de reestructuración de la

ciudad que implicó: a) La pérdida de importancia del centro histórico; b) El

surgimiento de nuevas centralidades, más allá de la ciudad misma; y c) La expansión

de las periferias, condujo a la fragmentación y ocaso de la metrópoli concentrada.

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El proceso de globalización sumado, y en oportunidades causante de dichos

cambios, produjo la aparición de centros urbanos carentes de vida, sin espacios

públicos que entendemos como comunitarios, donde fuera posible la interacción y

por tanto la creatividad e innovación ciudadana, de allí la ausencia de símbolos

socio-culturales que permitieran la existencia de vínculos de pertenencia entre el

hombre y su espacio público, entre el hombre y otros hombres, esta ausencia

conduce directamente a la disminución del capital cultural y a la indiferencia respecto

del patrimonio cultural forjado a lo largo de la historia, del tiempo, al no generarse

mecanismos de reproducción de tales capitales. Emerge así, un sentimiento que

podríamos denominar de anticiudadanía urbana, caracterizado no por la anarquía,

sino por la indiferencia social y política hacia el espacio donde se habita y hacia los

procesos de generación de bienes y servicios culturales.

Esta urbanización dispersa da origen a la “Anticiudad”, a la ciudad del

suburbio, a la comunidad vacía de fines e indiferente, siendo menester desarrollar

mecanismos para regresar, para rescatar a la metrópoli concentrada. Pero, qué

criterios surgen para justificar y avalar este regreso. Sonia Barrios considera cuatro:

Racionalidad económica,

Sustentabilidad ambiental,

Recuperación de la vida urbana, y

Gobernabilidad.

En lo que respecta a la racionalidad económica es evidente que los gastos

energéticos y los costos de provisión de servicios urbanos a residentes dispersos son

mucho más altos que los correspondientes al modelo concentrado.

La sustentabilidad ambiental

...se expresa concretamente a través del control de una urbanización despilfarradora de tierras agrícolas y otros recursos naturales y, a la vez, muy dependiente del automóvil como principal medio de transporte. Se busca, además, que las áreas preservadas por motivos ambientales, paisajísticos o estratégicos no tengan un carácter residual; es decir, que formen un todo continuo de gran presencia territorial (Barrios, 2000: 5).

En lo que respecta a gobernabilidad, para considerar luego el criterio de

recuperación de la vida urbana, Barrios afirma que la problemática que emerge por

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causa de la jurisdiccionalidad de las ciudades, que las desborda, implica problemas

de gobernabilidad. Cabe asegurar que la urbanización dispersa impacta

negativamente sobre la efectividad y la eficiencia del Estado para hacer frente a las

demandas que surgen del seno de la sociedad misma, lo que definitivamente va

minando la legitimidad de la función pública. Esta realidad es particularmente

pertinente en el caso de la efectividad y eficiencia de la política cultural del Estado.

Finalmente, el objetivo es la recuperación de la vida urbana el cual se

encuentra directamente relacionado con el ámbito socio-cultural, ámbito donde la

cultura y particularmente la cultura urbana, juega un papel determinante como ámbito

a través del cual se generarán espacios de interacción y cohesión social, rescatando

así uno de los elementos y componentes claves de la metrópoli concentrada. En este

sentido, se afirma que la política urbana139 debe estar orientada a “Hacer Ciudad” es

decir al estímulo de creación de espacios públicos en los cuales se “dé” el

intercambio y se genere la espontaneidad, lo que permite el surgimiento de ideas

nuevas, el reconocimiento de valores simbólicos a través de la interacción entre

oferta y demanda cultural, lo que en definitiva implica la reproducción del capital

cultural individual y comunitario. En fin, estimular mecanismos que posibiliten el

renacimiento de símbolos vinculantes entre los miembros de la ciudad, para así

verificar el resurgir de construcciones socio-culturales, basamento de una inter-

relación entre lo público y lo privado, en el ámbito del mercado cultural.

De lo dicho, entonces, se puede concluir que es la cultura el mecanismo y

medio idóneo para alcanzar la interacción social, en el marco del resurgimiento de la

metrópoli concentrada. Pero, es igualmente la cultura urbana criterio para acceder a

esta metrópoli. Es decir, la cultura urbana como criterio, medio y finalidad para lograr

una interacción social. De allí la importancia y la relevancia que tiene la cultura

entendida como ámbito social interactivo y, específicamente la cultura urbana como

amalgama de posibilidades.

139 Teniendo como precondición el interactuar con las acciones políticas culturales no sólo del Estado, sino también con las acciones comunitarias emergentes de las urbes.

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Ahora bien, Barrios afirma que la cultura urbana y por extensión la cultura

ciudadana, “…expresa el conjunto de valores que reflejan el compromiso cívico de

las personas que conviven en un determinado ámbito territorial” (Barrios, 2000: 10).

De esta definición se destacan relaciones cruciales que devienen del objetivo que se

persigue: la cohesión social. Se considera a los valores compartidos, que emergen

de un compromiso cívico, como el fundamento sobre el cual se podrán edificar

nuevas relaciones socio-culturales que permitan revitalizar la ciudad en su sentido

clásico (concentrada). Dichos valores y el compromiso cívico es el combustible que

hará surgir una nueva cohesión e interacción social. Binomio indisoluble que es

producto de los símbolos socio-culturales compartidos entre los que conviven en el

ámbito territorial asiento de la metrópoli, el patrimonio cultural. Símbolos que han de

considerar un tercer elemento de integración para ir construyendo una nueva noción

de ciudadanía integral (o multidimensional, lo que se tratará más adelante) el cual es

la función de integración política, a través del reconocimiento e identificación con el

conjunto de derechos, deberes y opiniones civiles que se sumarán para así integrar

una concepción de ciudadanía más cercana al hombre como habitante del ámbito

social interactivo a que hace referencia la definición propuesta.

Sonia Barrios refiere una bidimensionalidad de la cultura urbana. Una social

que integra los elementos a los cuales, en líneas generales, nos hemos referido en el

párrafo previo. Y, una económica, afirma:

La cultura urbana puede ser entendida de tres distintas maneras: a) como el producto específico de valores, formalizados o no, que atañe directamente a los individuos en su condición de sujetos laborables; b) como uno de los sectores productivos que conforman la economía urbana: concretamente, la llamada industria cultural (medios de comunicación de masas, artes plásticas, artes escénicas, otras) y la industria del conocimiento (universidades, centros de investigación); y c) como un valor patrimonial, estético y simbólico materializado en la ciudad en tanto artefacto social (Barrios, 2000: 11).

Considerando los elementos anteriores la cultura urbana es pertinente y

necesaria, es decir, tiene importancia su tratamiento y atención desde nuestra

perspectiva actual, en virtud de emerger como un componente significativo de la

economía urbana, en atención al impacto que sobre la misma genera la cultura. En

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este punto es necesario recordar las condiciones que debe cumplir un bien pare ser

objeto de consumo cultural, lo cual fue tratado previamente, sin embargo y teniendo

presente esta advertencia, en atención a la bidimensionalidad de cultura a la que se

refiere Barrios, la misma puede ser apreciada desde dos perspectivas:

Desde la urbana, economía urbana, como producto de acciones productivas

generadas desde y en el contexto espacial propio, por tanto respondiendo a

necesidades, símbolos y valores inherentes al contexto social urbano en sí, por tanto

generando bienes y servicios culturales susceptibles de consumo cultural lo que

conlleva a la reproducción del capital y del patrimonio cultural; y

La industria cultural como parte del proceso globalizador, genérica y global,

por tanto impactando (positiva o negativamente) sobre aquellas necesidades,

símbolos y valores del espacio urbano.

En este sentido, la cultura urbana es el medio a través del cual será posible,

en el ámbito de las ciudades concentradas, construir cohesión e interacción social, lo

que conlleva a la creación y generación de valores y símbolos lo que entraña

pertenencia e identidad, el capital y el patrimonio cultural. Tales realidades sociales

presentes permitirán adelantar procesos políticos, vía la generación de nuevas

concepciones multidimensionales de ciudadanía lo que conlleva un nuevo entramado

de relaciones que pueden resultar positivas para el logro de gobernabilidades

urbanas que harían más eficiente el aparato estatal en el ámbito local con la

consecuente generación de legitimidades urbano-municipales.

Ahora bien, la ausencia o presencia de una cultura urbana, lo que implica la

gestión política de la misma como objeto y parte de la agenda gubernamental del

Estado en su nivel correspondiente, tiene por resultado la ausencia o presencia de

procesos de pérdida de identidad, pertenencia, cohesión e interacción social. Tal

ausencia o presencia tiene que ver con la existencia de espacios de interacción

pública en la ciudad, lo que deviene en propuestas interactivas políticas, sociales y

culturales (hasta económicas) que insuflen vientos de progreso y desarrollo a las

comunidades en esos espacios territoriales.

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249

Por último, la presencia de una cultura urbana en una comunidad determinada

y de una gestión pública que regularmente se encuentra asociada a una gestión

político-gubernamental, puede ser vista como una variable fundamental a considerar

dentro de las estrategias de desarrollo local. Es decir, la cultura urbana como

mecanismo de cohesión social deviene en factor de competitividad urbana.

En este orden de ideas, se hace necesario considerar las perspectivas

tratadas desde un ámbito que trasciende el fordismo primero. Es decir, debemos

ubicarnos en una perspectiva post-fordista y realinear ciertas posiciones

consideradas. Por ejemplo, desde la perspectiva de los valores se ha de verificar el

impacto que ha tenido el neoliberalismo en el trabajo asalariado, al cual hace

referencia Néstor García Canclini:

El modo neoliberal de hacer la globalización consiste en reducir empleos para reducir los costos, compitiendo entre empresas transnacionales que no se sabe desde donde se dirigen (los comandos generales de las ciudades globales que referimos anteriormente), de manera que los intereses sindicales y nacionales casi no pueden ejercerse (García C., 1995: 33).

Esta modificación en la perspectiva de los valores laborales conduce a

ciudades polarizadas pobladas por extremos opuestos: empleados-desempleados,

ricos-pobres, habitantes con oportunidad - excluidos. “En estas ciudades extremas

hay pocas razones para estar contentos mientras lo que llega de todas partes se

ofrece y se disemina para que algunos tengan e inmediatamente olviden” (García C.,

1995: 33). En tales ciudades se desdibuja paso a paso la pertenencia, el símbolo

propio compartido, el espacio público como punto de encuentro, de creación y futuro

y consecuentemente se produce una contracción dramática del capital cultural

individual y colectivo y un estancamiento en sus aportes al patrimonio cultural.

Desde la perspectiva social, el impacto de la globalización conduce al

surgimiento de valores universales opuestos a las identidades locales. En

consecuencia, la irrupción de las nuevas tecnologías genera un reacomodo perverso

de lo público y lo privado lo que conduce a una nueva concepción de ciudadanía.

Desilusionados de las burocracias estatales, partidarias y sindicales, los públicos acuden a la radio y la televisión para lograr lo que las instituciones ciudadanas no proporcionan: servicios, justicia, reparaciones o simple atención. No se puede afirmar

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250

que los medios masivos... ...sean más eficaces que los organismos públicos, pero fascinan porque escuchan... (García C., 1995: 39).

No se puede caer en el simplismo de afirmar que las instancias públicas

gubernamentales han sido sustituidas por los medios de comunicación, no; se trata

de reconocer que tales medios han generado una nueva forma de relaciones y

entendimientos y, que estas nuevas formas, significan una nueva estructura sobre la

cual se basan las relaciones entre los ámbitos público (gubernamental) y privado

(sociedad civil)140. De allí, estamos a un paso de afirmar la erosión del Estado

nacional, la pérdida de soberanía y legitimidad por causa de los procesos

globalizadores. Y de acá la paradoja de sociedades exigiendo un Estado mínimo

pero, reclamando más y más el cumplimiento y la satisfacción de necesidades a ese

mismo Estado que se pretende disminuir.

De igual manera, la nueva perspectiva social, que supone la preeminencia del

espacio virtual y de la metrópoli dispersa, trae por consecuencia la imposibilidad o la

limitación de acceso a los espacios públicos lo que conlleva el surgimiento de una

cultura personal en oposición a la cultura territorial. Según Ferry, citado por García

Canclini,

‘El <espacio público> que con mucho desborda el campo de interacción definido por la comunicación política, es -en sentido lato- el marco mediático gracias al cual el dispositivo institucional y tecnológico propio de las sociedades posindustriales es capaz de presentar a un <público> los múltiples aspectos de la vida social’. Lo público se sobrepone al público, que ya no será delimitable como el cuerpo electoral de una nación, sino que abarca a ‘todos los que son capaces de percibir y comprender los mensajes difundidos por el mundo’ (García C., 1997: 69).

En ese espacio público al cual nos referimos y que, en definitiva, nos interesa

se debe suceder la interrelación entre los habitantes de un espacio territorial -ciudad-

a objeto de crear, rescatar e intercambiar una simbología que reestructure un sentido

de pertenencia de los sujetos con el contexto urbano en el que se identifica y donde

se halla el espacio público, por medio de una reproducción efectiva del capital 140 La cual, siguiendo a Arbós y Giner: “…es entendida como una esfera, creada históricamente, de derechos individuales y asociaciones voluntarias, en la que la concurrencia políticamente pacífica de unos con otros en la persecución de sus respectivos asuntos, intereses e intenciones privadas está garantizada por una institución pública llamada Estado” (1996: 23).

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251

cultural, a través del incremento del consumo cultural vía, fundamentalmente, la

adecuación y pertinencia de la oferta cultural. Es decir, el espacio público es el lugar

por excelencia donde ocurre la interacción social y el contexto en el cual tiene lugar

la generación de la cultura urbana, como instrumento de cohesión social. En este

sentido y en atención al contexto en el cual estamos identificando el espacio público,

cabría preguntarse ¿Cuando hablamos de espacio público estamos hablando de

esfera pública, o son dos conceptos que se complementan? Volvamos a García

Canclini quien afirma: “Según este autor (John Keane) una esfera pública es un tipo

particular de relación espacial entre dos o más personas, usualmente conectada por

ciertos medios de comunicación (televisión, radio, satélite, fax, teléfono), en la cual

irrumpen controversias no violentas” (García C., 1997: 70). Nosotros consideramos el

espacio público desde una perspectiva más ligada al ámbito geográfico-espacial,

donde la comunidad pueda interactuar de manera más directa, sin excluir los medios

de comunicación como mecanismo, pero pretendiendo el predominio del contacto y

la interrelación directa.

En atención a las modificaciones que se suceden en las perspectivas que

definen la actividad social, emergen otras formas de participación en la vida urbana.

Según García Canclini, el consumo emerge como forma nueva de participación.

Recordaremos que el reacomodo entre lo público y lo privado genera nuevas formas

de ciudadanía; de allí entonces, que aparecen en nuestras sociedades nuevas clases

de consumo interactuando con nuevas formas de ciudadanía.

La consideración del concepto consumo, en la perspectiva planteada, se

encuentra estrechamente relacionada con el consumo cultural dimensión de la

demanda cultural, una de las columnas del concepto de cultura trabajado en la

investigación. Entonces es importante definir el papel de la cultura urbana en la

reterritorialización de la ciudad; observar la asociación entre las maneras y niveles

en que se consume; y, las formas y posibilidades en que se asume ser ciudadano.

Porque se considera a la ciudadanía desde una perspectiva multidimensional, es

decir no sólo limitada al ámbito de la existencia de deberes y derechos políticos

salvaguardados por el Estado-nación.

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252

Al emerger el consumo cultural, como nueva forma de participación se debe

presuponer, ciertamente, una modificación que afecta sustancialmente la

organización de las identidades sociales, en mejores términos: el sentido de

pertenencia y, por ende, la forma en que se va a generar capital cultural. Si hablamos

de consumo no cultural, que tiene por objeto bienes massmediáticos (no culturales)

surgirán, entonces, nuevas identidades, nuevos sentimientos de pertenencia que se

van a estructurar sin tomar en consideración los símbolos nacionales. Estas

novedades van a alejar cada vez más a los individuos, a los habitantes del contexto

urbano-ciudad, de los espacios públicos en donde se “da” la interacción y la cohesión

social. Parece ser que ocurre una sustitución perversa del espacio público, en los

términos y con las finalidades a que hemos hecho referencia previamente, por el

consumo no cultural, entendido como un lugar, no un ámbito geográfico, que sirve

para pensar, donde se organiza gran parte de la racionalidad económica,

sociopolítica y psicológica de las sociedades.

Es esta la realidad en la cual ha de operacionalizarse social y políticamente la

cultura urbana. Hablamos, consecuentemente, de una modificación en la concepción

tradicional que se poseía de ciudadanía, en virtud de la generación de una crisis en

el tipo de participación que la misma implicaba. Crisis producto de la descomposición

política, del descrédito y pérdida de legitimidad de las instituciones democráticas y su

falta de eficiencia, lo que trajo por resultado una erosión del Estado nacional o la

sustitución radical de los modelos de rendimiento político, de las instituciones y de

los procesos políticos tradicionales. Esa crisis no se queda en la crisis misma,

evoluciona, genera otras formas de ciudadanía y nuevos mecanismos de

participación que atienden y reciben muy de cerca los impactos de la globalización,

uno de los cuales es el consumo privado de bienes y medios masivos de

comunicación. En lo político el consumo expresa lo efímero. Lo político también es

objeto de consumo y está regido por sus reglas: el mercado, la moda, la constante

renovación de la oferta, el elemento sorpresa, el entretenimiento, la importación de

modelos. No es sorprendente que muchas decisiones de índole política y económica

se tomen atendiendo los parámetros de consumo del elector, lo que podría marcar el

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retorno de nuevos tipos de populismo en nuestros países y se repitan, una vez más,

el endeudamiento, los desequilibrios macroeconómicos, entre otros problemas.

Néstor García Canclini (1995), se refiere a una Concepción Estratégica que

articule las diferentes modalidades de ciudadanía en los escenarios viejos y nuevos,

pero estructurados complementariamente, del Estado y el mercado. Pero, ¿Cuál es

el objetivo? fundamentalmente, reordenar la vida urbana, alcanzar y recuperar el

espacio público como lugar que, a través y por medio de la cultura urbana, sirva de

marco a la cohesión y la interacción social, considerando los elementos que sirven

de contexto en la nueva realidad a la que nos hemos aproximado.

Al desagregar, en alguna medida la propuesta, nos encontramos con la

expresión: diferentes modalidades de ciudadanía, ella nos conduce a la

consideración de ésta como nueva visión de la ciudadanía desde un punto de vista

multidimensional. 141 En este sentido es menester trascender la concepción

estrictamente política de ciudadanía: ser ciudadano no tiene que ver sólo con los

derechos reconocidos por los aparatos estatales a quienes nacieron en un territorio,

sino también con las prácticas sociales y culturales que dan sentido de pertenencia y

hacer sentir diferentes a quienes poseen una misma lengua, semejantes formas de

organizarse y satisfacer necesidades. Esta afirmación implica abrir, ampliar, extender

la perspectiva exclusiva político-estatizante de ciudadanía, a consideraciones

multidimensionales que consideren lo social, lo cultural (ciudadanía cultural), entre

otros aspectos.

141 Entonces una noción de cultura particularísima sustenta el concepto de ciudadanía cultural. Ello lo reconocemos en esta sección, en contraposición con las nociones convencionales de ciudadanía que presuponen una universal si bien meramente formal aplicabilidad de los derechos políticos a todos los miembros de la nación. Según George Yúdice (2002), Rosaldo postuló que la ciudadanía cultural implica una ética de discriminación positiva que permitiría a los grupos unidos por ciertos rasgos sociales, culturales y físicos afines participar en las esferas públicas y en la política, justamente sobre la base de esos rasgos o características. Desde la perspectiva planteada en esta investigación el elemento cohesionador de la ciudadanía cultural en nuestra realidad es el espacio público y la posibilidad de su uso y apropiación, lo que no descarta la afirmación precedente de Rosaldo. Y, seguidamente afirma Rosaldo, en un contexto jurídico que se abstiene de marginalizar lo “no normativo” (considerado como tal desde la perspectiva de lo hegemónico), la cultura sirve de fundamento o garantía para exigir derechos en la plaza pública. Según esta visión, y teniendo en cuenta que la cultura es la que crea un espacio donde los individuos se sienten seguros y en casa, donde experimentan una sensación de pertenencia y afiliación, esta entonces, la cultura, es la condición necesaria de la ciudadanía. Ver: (Yúdice, 2002: capítulo 7).

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254

La ciudadanía, considerada desde la perspectiva señalada, se encuentra en el

centro de un círculo perenne que implica una relación permanentemente cambiante

entre Estado y sociedad, en ese centro existe una conexión con el consumo cultural

(nueva forma de participación), siendo pertinente entonces repensar la ciudadanía

como estrategia política, lo que implica reivindicar los derechos de acceder y

pertenecer al sistema socio-político, así como el derecho a participar en la

reelaboración del sistema, definir por tanto aquello en lo cual queremos ser incluidos.

Lógicamente, esta interrelación permanente se encuentra, al considerar la

globalización como variable presente en todo el sistema, definida y afectada por un

marco mediático que regula las condiciones de reacomodo entre lo público y lo

privado a través de nuevas condiciones culturales de rearticulación asociativa, cuyo

punto focal son las tecnologías. (Ver Figura III.13.)

Todo lo dicho implica, en primera y última instancia, un ejercicio de

reconstrucción de la ciudadanía. Esa nueva visión permitirá, gracias a la

consideración de la cultura como medio de logro de la cohesión e interacción social,

la recuperación de la concepción de territorialidad, del espacio real el cual, al tomar

en consideración variables múltiples devenidas de la globalización, no

necesariamente implicará una oposición maniqueísta con el espacio virtual.

Se ha planteado la manera en que la cultura emerge como el medio a través

del cual se viabiliza la recuperación del espacio público a objeto de que en el mismo

se sucedan los entramados sociales de interacción y cohesión social.

Tomando en cuenta lo anterior, podemos considerar a la cultura como el punto

de partida de una cantidad de afirmaciones que necesariamente la ubican en el

centro de las estrategias a ser diseñadas para lograr la recuperación de la

territorialidad y establecer una relación de equilibrio con el espacio virtual. Tales

estrategias han de considerar un conjunto de realidades, a las que de manera muy

breve nos hemos referido, entre las que destacan la concepción multidimensional de

ciudadanía, la importancia del reacomodo de los ámbitos públicos y privados a la luz

de la globalización y las nuevas tecnologías, lo que conlleva una nueva oportunidad

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para la gobernabilidad y la atención que se debe prestar al rol del Estado dentro de

todo el conjunto.

Figura III.13 Concepción Estratégica

Público

Privado

Condiciones

Culturales de

Rearticulación

Estado

Mercado (Sociedad)

Dimensión de Ciudadanía

Dimensión de Ciudadanía

Dimensión de Ciudadanía

ÁMBITOS

Fuente: Elaboración Propia

Se establece una relación positiva en doble vertiente cultura/ciudadanía-

participación, ciudadanía-participación/cultura, la relación es vista con particular

interés por María S. Pérsico (2005), quien afirma que:

…en la medida es que los diversos grupos logren la participación de sus miembros en los proyectos de transformación y consolidación elaborados por las diferentes comunidades, los cuales a su turno van produciendo una diversificación de los mismos, la noción de ‘cultura’ va cobrando cada vez más un sentido de vivencia y pertenencia y, en ese sentido, deja de ser vista como una noción la más de las veces difusa, para convertirse en el proceso de participación creador de nuevos valores y sentidos que son compartidos en la cotidianeidad e incorporados a la existencia de cada miembro de la comunidad participativa (Pérsico, 2005:3).

Así, vista la cultura como elemento clave, mas no exclusivo, para pretender

nuevas relaciones urbanas que sean vehículo para el logro de metas sociales que

satisfagan necesidades generales, la misma ha de ser objeto de atención desde dos

puntos de vista. En primer lugar, la cultura como objeto de políticas públicas por

parte del Estado, en el nivel correspondiente, que permita que el proceso político

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tenga como finalidad el logro de metas referidas a los enunciados tratados en esta

aproximación. En este sentido, ha de superarse la concepción de la política cultural

clásica y el papel que el Estado ha tenido en la misma, “…sería necesario reconcebir

al Estado como facilitador para que la sociedad promueva aquellas tareas que los

actores privados no cumplen porque no les parecen rentables, para que siga

habiendo innovaciones formales en la cultura” (García C., 1999: 167).

En este orden de ideas, el Estado debe superar dos posiciones tradicionales.

La primera, referida al objetivo de la política pública cultural, que ya no debe estar

exclusivamente circunscrito a la preservación y conservación del patrimonio cultural,

al estímulo de la creatividad por medio del acceso y participación a los medios de

producción simbólico-cultural; sino que debe ampliarse su campo de acción y

atención a los medios de comunicación como expresión, no exclusiva, de la industria

cultural enmarcada en la globalización, lo que escapa a los objetivos y límites de esta

investigación. En segundo lugar, se ha de expandir la calidad de la participación de la

sociedad en la política cultural no sólo como agentes regularmente ejecutores últimos

de las acciones políticas, vía las agrupaciones privadas y corporaciones culturales,

sino como factor interesado en el diseño de las estrategias y paradigmas que regirán

la política cultural a ser instrumentada en los espacios públicos, donde esa sociedad

interactúa y genera los procesos de cohesión e interacción social por medio de la

generación constante de símbolos que fundamentan las identidades locales-urbanas.

La segunda posición clásica es producto de la consideración previa, en el

sentido de que el Estado ha de abandonar la exclusividad del terreno del proceso

político cultural y abrirlo a la participación de la sociedad a lo largo del mismo, desde

la determinación de necesidades y conformación de la agenda, hasta la

implementación y evaluación de acciones estratégicas encaminadas a lograr los fines

y metas políticos propuestos.

Como se observa, la cultura ha de ser vista como parte clave de un

generalidad, que no se agota en ella, que comprende las más diversas variables y

que debe amalgamar en su seno una cantidad de realidades que sólo a través de

una acción política pública/privada, en los términos tratados, puede servir de

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fundamento y base para lograr la cohesión y la interacción social y así alcanzar la

reconstrucción de la ciudadanía.

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IV CAPÍTULO IV POLÍTICA Y POLÍTICA CULTURAL EN VENEZUELA

UNA REVISIÓN ANALÍTICA

La aproximación al sistema político venezolano es interesante y complicada.

Interesante porque se suceden hechos en el día a día que constituyen novedades y,

también, pareciese observarse retornos a experiencias pasadas, bien cercanas, bien

lejanas. Tales hechos, y los elementos del entorno que determinan al sistema, se

inscriben dentro de un comportamiento que se pretende apreciar y comprender.

Lo interesante surge cuando se aprecian estos componentes (variables) del

entorno, impactando al sistema político. Pareciera como si tales elementos

adquirieran un peso más decisivo en aspectos que permiten re-caracterizar al

sistema y al proceso político venezolano.

A todas luces es complicada la aproximación visto lo novedoso de la re-

jerarquización de algunas variables, y lo novedoso dificulta la observación por el

hecho de aún no ser apreciables, en su justa medida y proporción, los impactos en

resultados definitivos y analizables. Sin embargo, ambos elementos: lo interesante y

lo complicado, son parte de un laboratorio político particular que tiene lugar en el

centro de un proceso que, entendíamos apunta, o apuntaba hacia la consolidación

del sistema democrático venezolano. Hoy día se escuchan voces de alarma y

denuncias de un posible proceso de erosión de la democracia, de la intervención y

uni-partidización de las instituciones, por una parte142; por otra, la condena al pasado

corrupto, clientelar y bi-partidista, y la insistencia en la vigencia de la democracia y 142 El intelectual venezolano Tulio Hernández aprecia en este particular, en un artículo de opinión publicado en julio de 2006: “De vitrina de la democracia... ...hemos pasado a ser una especie de bomba de tiempo y de espacio de la perplejidad que genera en la opinión internacional la misma polarización que trágicamente experimentamos entre nosotros... Venezuela no parece exactamente una dictadura como las que conocimos en Argentina, Chile, Uruguay, o Brasil, pero tampoco tiene una convivencia democrática respetuosa de las diferencias como las que experimentan hoy esos mismos países. Venezuela no vive un estado de razzia militar o policial con desaparecidos y torturados, pero cada día que pasa la sensación de miedo, estado de persecución y ganas de emigrar a otras naciones se apodera de cada vez más personas que no comparten las posturas del teniente coronel y sus seguidores.” (Hernández, 2006, 16 de julio: D-4)

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sus principios rectores y el respeto a sus postulados, por parte de la nueva élite

dirigente, una polémica que lejos está de terminar y, menos aún, de ser definitiva.

En el presente capítulo se hará una aproximación al sistema político

venezolano en general y, en particular, al proceso que conduce a la formulación de

políticas públicas culturales. Se definirá y caracterizará el esquema básico que en

nuestro país ha regido y rige la conformación de las políticas públicas que son

formuladas por el Estado a través de sus órganos. Y nos sorprenderá el hecho de

que, en la práctica, tales características no varían sustancialmente, quizás la

jerarquía de variables específicas se reacomoden y su novedosa preponderancia

sobre el sistema sea uno de los factores determinantes de la realidad actual. A estos

particulares nos acercaremos en las secciones que integran este capítulo.

1. El Sistema Político Venezolano.

Para el análisis del sistema político venezolano que delimitamos de 1959 a

nuestros días, es preciso ubicar y considerar, entre otros, dos hechos históricos

determinantes que han definido y definen la realidad actual: a) la caída de la

dictadura militar del general Marcos Pérez Jiménez y el proceso e inicio del proyecto

democrático representativo expresado en la Constitución Nacional de 1961; y b) el

desgaste de este proceso inicial el cual se caracteriza a la larga, entre otros

elementos, por un agotamiento del modelo bipartidista polarizante (AD-COPEI), que

culmina con la elección del presidente Hugo Chávez Frías y la promulgación de la

Constitución de 1999, la cual contiene un nuevo “modelo” de República, de país.

Pero, además del contenido formal de esta nueva Carta Magna, el bisoño modelo

político se palpa y se percibe en la praxis del día a día en los últimos años.

Así, dos hechos políticos históricos claves se expresan en la promulgación y

vigencia de dos constituciones que reflejan proyectos y modelos políticos de

República, en dos momentos históricos distintos: 1961 y 1999.

La primera Constitución traduce el modelo de la democracia representativa en

el cual desde su inicio, ocurre una polarización, “primeramente ideológica (derecha-

izquierda) y luego político-partidista (Acción Democrática-COPEI). Para

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posteriormente asistir al derrumbe del bipartidismo y del modelo político

representativo formal” (Oropeza, 2002:153).

Se puede afirmar que nuestra democracia ha buscado un equilibrio entre las

acepciones que posee y entraña el término política en español, es decir, un equilibrio

entre la lucha por la obtención y conservación del poder político por una parte; y, por

otra el objetivo de atender y resolver los problemas y demandas presentes y

emergentes en los diversos sectores sociales. Equilibrio que no debería alterar la

distribución de poder entre los partidos políticos y las élites sociales y económicas de

la nación. ¿Es esto así hoy día? La respuesta a esta cuestión escapa a los límites de

nuestra investigación, pero está ahí presente la incógnita en el análisis de la realidad

actual.

No sorprende, entonces, que sobre la base de lo dicho respecto de dos praxis

políticas, se afirme que: si la formulación de políticas públicas en Venezuela ha

estado dominada por el equilibrio señalado, los objetivos del Estado han sido

bastante ambiguos, pues no persigue cumplir los objetivos intrínsecos a su

existencia, sino el mantenimiento y preservación de un delicado balance entre el

poder y los intereses de las élites que se benefician y crecen a su sombra. Esta

situación no ha sido exclusiva de Venezuela, en Latinoamericana o en el tercer

mundo, en general estos países se caracterizan por poseer gobiernos que:

...no son eficaces en la definición de políticas públicas, que las políticas gubernamentales no se convierten en políticas de Estado y que las políticas establecidas por el poder legislativo no tienen el mismo impacto que las establecidas por el poder ejecutivo (Paez U., 1990:134).

La observación de la realidad venezolana en los últimos años permite afirmar

que el país se ha ido politizando y polarizando en extremo, se aprecia así la

preeminencia de un conjunto de partidos ubicados en un polo (los que apoyan o

sirven de plataforma política al gobierno) y otros partidos que constituyen la

oposición, desplazados de manera importante de los mecanismos de consenso que

el gobierno construye y sin acceso a los mecanismos institucionales legalmente

establecidos en la Carta Magna, y actualmente parece acentuarse la tendencia, en

la casi totalidad de las funciones, instituciones y órganos del Estado, esta realidad

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alcanza a empresas mixtas, públicas y a amplios sectores del ámbito privado del

país. Es ésta una característica relevante del sistema político nacional y ha de ser

tenida en consideración siempre al analizar los procesos de conformación de las

políticas públicas.

Los partidos que dominaron la escena política nacional; vale decir, Acción

Democrática y COPEI, desde la instauración de la nueva etapa representativa

iniciada en 1958, y hasta finales de la década de los 90, hicieron uso de las políticas

públicas a fin de poner en práctica sus orientaciones ideológicas (no radicalmente

diferenciadas entre sí). Tras de estas políticas públicas como fundamentos, o bien

como objetivos emergen: el nacionalismo, el estatismo, la partidización, el populismo

y el desarrollismo. La prevalencia de uno u otro fundamento u objetivo se turna al

transcurrir el tiempo, pero estos, en general, son los parámetros que dominan la

acción política nacional.

Pareciera que el panorama no varía sustancialmente en la actual circunstancia

política, salvo en el particular de que ya los partidos políticos tradicionales no tienen

el peso e influencia que poseían en el pasado. Emerge ahora como dominante la

nueva coalición de partidos en el poder (MVR, PODEMOS, PPT, PCV, entre otros),

con predominio del MVR como partido político dominante. Se destaca el papel que

decimos “dominante” del MVR143, en función de las características marcadamente

autoritarias y personalista de dirección de la coalición, por no entrar a considerar e

identificar tendencias de este tipo en la conducción del país.

Se percibe, en consecuencia, una realidad que caracteriza el ámbito político

nacional, que aparece más acentuada en la actualidad, la cual es la presencia e

intervención del Estado en la casi totalidad de los ámbitos, sectores y actividades de

la vida nacional, lo que traduce: estatismo, partidización y personalismo. Esta

particularidad es definida por Fukuyama como “Alcance del Estado” (Fukuyama,

2004: 22).

143 Al parecer la conformación del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) sucedida en las últimas semanas, modifica la conformación de éstas fuerzas, tal análisis definitivamente escapa a los objetivos de la investigación.

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262

Por otra parte, es necesario observar una de las características fundamentales

que han definido en el pasado reciente el ejercicio gubernamental en la Región: el

populismo. Éste a lo largo de buena parte de la historia contemporánea de América

Latina y sus países, y el nuestro no es una excepción, ha pretendido poner en

práctica estrategias que persiguen el igualitarismo inmediato, encaminado a nivelar

de manera rápida amplios sectores de la sociedad (rurales, urbanos, marginales) e

incorporarlos a la vida moderna, al consumo, a la ciudad144. Lo importante, en tal

contexto, es el crecimiento en esos términos: la nivelación en variables que la

disponibilidad presupuestaria pueda financiar. Se privilegia lo cuantitativo, olvidando

o prestando muy poca atención a la calidad de dicho crecimiento. Los objetivos

señalados fueron complementados, hasta el derrumbe del modelo político populista a

principio de la década de los años ochenta, con la implementación de políticas

desarrollistas que persiguieron el estímulo de la industria y por consecuencia de la

productividad, por medio del desarrollo de un sector moderno de la economía, que

impactara sobre el crecimiento económico y así beneficiara e incorporara grandes

masas de la población a la producción, al consumo y disfrute de bienes y servicios

sociales145.

Los decisores políticos venezolanos pretendieron validar estos canales

estratégicos de acción política sustentados en el populismo, a través de la

formulación de planes formales oficiales que perseguían racionalizar y justificar la

conformación de las políticas públicas nacionales. Así, la acción política es inherente

a la decisión política; por tanto, toda acción, estrategia y política en general va a

estar definida por un proceso de toma de decisiones por parte de los actores políticos

involucrados. Las decisiones son traducidas en acciones encaminadas a alcanzar

dos puntos focales principales: en primer término la definición del objeto de la

144 Sobre este particular se han consultado diversas obras y autores, ver: (Lechner (comp.),1981); (Kaplan, 1984); (Chevalier, 1999); y, (Aranda, 1999). Igualmente son importantes las obras de (Dornbusch y Edwards (comps.), 1992); (Burbano de L. (comp.), 1998); y (Mendes, 1974). 145 En este punto se destacan los análisis y puntos de vista de: (Furtado,1974) en particular, la parte quinta:”Política de Desarrollo”; (CEPAL/CLAD/SELA, 1996); y (Sunkel y Paz, 1993), [El año de la primera edición de esta obra es 1970].

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política; es decir, lo que se pretende lograr en términos cuantitativos y, en segundo

término, la asignación de los recursos para alcanzar la meta trazada.

Se comenta en la doctrina y en la teoría política, por parte de expertos,

observadores, analistas, periodistas etc., al apreciar la realidad de Latinoamericana,

un resurgimiento del populismo, neopopulismo es denominado por la teoría política,

con un apéndice ideológico en los últimos tiempos, neopopulismos de izquierda146 .

Ahora bien, en atención a los mecanismos que caracterizan la toma de

decisiones de los políticos venezolanos, en función de las afirmaciones previamente

efectuadas, el “riesgo mínimo” pareciera ser el punto fundamental que rige la acción

decisoria147. Veamos:

En el caso de riesgo, la racionalidad se define generalmente como la selección de la alternativa para la cual la compensación esperada es mayor. La compensación esperada se define aquí como el promedio de las compensaciones correspondientes a todas las consecuencias posibles, ponderado según las probabilidades de ocurrencia. En el caso de incertidumbre, la definición de racionalidad se hace problemática. Una proposición que se ha presentado con frecuencia es la regla del 'riesgo mínimo': considerar el peor grupo de consecuencias a que puede dar lugar cada alternativa, luego seleccionar la alternativa 'cuyo peor grupo de consecuencias' se prefiera a los peores grupos unidos a otras alternativas148 (March y Simon, 1981:153).

La proposición del "riesgo mínimo", remarcado en la cita previa, define la

tipología que en general, ha prevalecido en nuestro país para la toma de decisiones

en las acciones políticas que implementa el Estado. “Tipología que igualmente,

considera como factor determinante de la decisión, el costo político y la erosión de la

imagen del decisor” (Oropeza, 2002:159). Complementariamente, Luís Rodríguez

Mena (1995) al considerar el modelo, también formulado por March y Simon, de

“racionalidad limitada” concluye que el mismo es el que prevalece en Venezuela. Así,

146 En las últimas semanas fue editado un trabajo de Fernando Mires titulado “Al borde del abismo”, en donde se plantean interesantes puntos analíticos alrededor del concepto del populismo como hecho sociopolítico. Ver: (Mires, 2007). 147 En este particular nos hemos basado en los análisis efectuados por March y Simon, fundamentalmente sus apreciaciones respecto del “hombre racional” actuando dentro de los márgenes de la teoría económica de la decisión y de la teoría estadística, ponderando costos y beneficios dentro de escenarios definidos. Ver: (March y Simon, 1981: 151-153) Igualmente ver: (Rodríguez Mena, 1995); y (Reverón, 1982) 148 Negritas nuestras.

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264

se entiende que el decisor, al momento de considerar las alternativas entre las

cuales seleccionará la que determinará la acción política, sólo posee una visión

limitada de la realidad, lo que traduce que el conocimiento que posee del contexto o

del entorno, dentro del cual va a actuar y donde se ubica el problema que se

pretende solucionar, es aproximado o muy simplificado.

En lo que respecta a la especificidad del problema en sí, o de las situaciones

sobre las que va a incidir la decisión, éstas, en buena medida, dependen de la

apreciación personal de quien o quienes, en definitiva, tomará la decisión o de las

personas cercanas a él, del equipo que le rodea, sin atender o considerar la realidad

y las características que, en definitiva, posee la realidad objeto de la política pública.

En el caso de la realidad cultural venezolana, como veremos en secciones

siguientes, no se ha expresado ésta en indicadores, ni se ha atendido a un modelo

de política que represente dicha realidad y los factores asociados a ella. Se ha

decidido, en función del “riesgo mínimo” y la “racionalidad limitada”.

Refiriéndonos en particular a la calidad de la decisión; ella tiende más a ser

satisfactoria que óptima, en virtud de que al poseer la visión limitada o aproximada

de la realidad, a lo que nos referimos previamente, no es amplia la cantidad ni

elevada la calidad de las alternativas, por lo que se inclina la decisión a la alternativa

que pueda generar consecuencias menos malas.

En nuestro caso, al depender la decisión de aquel delicado equilibrio señalado

previamente: (preservación del poder-atención de problemáticas), se circunscribe

ésta a fronteras delimitadas más por el interés del jerarca político responsable, que

por el interés general de carácter político propiamente dicho, que es el de solucionar

el problema o satisfacer la demanda, o bien cumplir un mandato legal que establece

una acción de Estado de carácter permanente.

En el caso de la decisión política en materia cultural en la actualidad, el

cambio en la concepción del concepto de cultura orienta la decisión, se aprecia que

la decisión se aparta al parecer, del fin intrínseco de la cultura y se adentra en la

consideración de la cultura como recurso, como medio y vehículo, para lograr fines

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265

no específicamente culturales. A ello nos aproximaremos al analizar las memorias y

cuentas entre el 2000 y el 2005.

Del comportamiento apreciado en el sistema político venezolano se puede

inferir que los objetivos de nuestras políticas son múltiples, al tener que satisfacer

pluralidad de intereses que van más allá de lo que debería ser el objetivo básico y

primordial de carácter político.

Como consecuencia, los grupos cercanos al poder o que tienen posibilidad de

acceso a él, persiguen alianzas intergrupales con el objetivo de alcanzar fines que

beneficien sus intereses particulares beneficiándose de la acción política del Estado.

Esta realidad necesariamente va a generar conflictos entre los grupos y los

decisores políticos, al confrontarse los intereses del Estado frente al de los

particulares y al confundirse los fines del Estado con los de los grupos interesados en

las acciones políticas gubernamentales, el partido político o coalición gobernante, el

líder, las élites políticas y/o económicas.

El modelo de racionalidad limitada supone un actor unitario, valores manifiestos y susceptibles de jerarquización, información completa acerca de las alternativas y sus consecuencias y cálculo racional. Las prioridades políticas restan racionalidad a la toma de decisiones, así en la fase de formulación, el proceso de una política se basa en información limitada y distorsionada. Las decisiones se toman, la mayoría de las veces, en directa relación con el tipo de régimen o sistema político. Así éstas pueden ser: de carácter simbólico, socialmente compensatorio en la dirección populista o económicamente compensatorio en la dirección elitista. El proceso de formación de políticas acepta la existencia de demandas y presiones de múltiples sectores con intereses e ideologías bastante diferentes149 (Reverón, 1982: 29).

Lo anotado por Zaira Reverón es uno de los fundamentos que complementa el

modelo de comportamiento del sistema político venezolano, el cual lo entendemos

afectado por tres variables: la económica, el régimen político y la inspiración

ideológica.

A lo largo de los años entonces, siguiendo a Zaira Reverón (1982), la

formulación de políticas públicas en Venezuela ha poseído dos características

fundamentales: 149 Negritas nuestras.

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266

Alta conflictividad en la formulación de políticas que no son iniciativa directa

del Poder Ejecutivo. Porque es necesario, frecuentemente, el ejercicio de

mecanismos de presión colectiva para obtener la atención y el interés del gobierno

sobre asuntos emergentes del seno de la sociedad, que no conforman la agenda

sistémica original de los decisores.

Alto grado de mutabilidad de las políticas del Estado. Esta mutabilidad es

consecuencia de que las mismas son concebidas como políticas de gobierno y no de

Estado, en razón de que es a través de las políticas públicas que el gobierno cumple

los compromisos clientelares. Por otra parte, cada período gubernamental recibe el

impacto de la fuerza de los grupos cercanos al poder que persiguen la satisfacción

de sus intereses grupales.

Complementando la caracterización previa, José Antonio Gil Yépez afirma

que:

Aún y cuando no existe la evaluación de políticas públicas sí se cuenta con 'el remiendo de políticas', que dadas nuestras circunstancias puede ser una forma de evaluar. Si una política no es aceptada por los sectores afectados, luego de que ha sido aprobada por el gobierno, el mismo gobierno pasa a 'remendar', a cambiar el rumbo de su política para tratar de lograr su objetivo y evitar perder recursos e imagen (Gil, 1978:159).

Ahora bien, las políticas públicas han perseguido y persiguen el logro de

objetivos colaterales, uno de los cuales es legitimar al régimen político ante la

sociedad y; por consecuencia, reforzar al gobierno que ejerce el poder. Este objetivo

colateral afecta el proceso decisional político desde la conformación de la agenda,

pues puede perseguir más reforzar la estabilidad del sistema y la continuidad del

gobierno que el tomar decisiones que se traduzcan es estrategias eficaces y

efectivas. A la luz del proceso político venezolano encontramos que, efectivamente,

los actores políticos estuvieron interesados en mantener y perpetuar una "paz

política", al precio de obtener avances en el desarrollo social o nacional.

En lo que respecta a los actores políticos medios, ejecutores de las estrategias

o acciones políticas prácticas, que pueden entorpecer y entrabar la implementación

de una política pública, cabe señalar que:

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267

Numerosos estudios del burocracias en el Tercer Mundo indican la contraproductividad de imponer restricciones rígidas y controles de este burócrata para forzarlo a implementar los programas tales como fueron diseñados: tiende a estar demasiado preocupado por cumplir más bien la letra que el espíritu de la ley; llega a ser un administrador inefectivo y distante; no proporciona a sus superiores una retroalimentación adecuada o útil (Grindle, 1986:71).

No es ajena al sistema político venezolano, previo a 1999, la descripción

precedente; efectivamente, el ambiente político que rodeó al proceso de formación

de políticas públicas en Venezuela es característico de la realidad plasmada por

Grindle.

Pero, es lógico suponer que el sistema político venezolano no cambió

automáticamente al obtener el triunfo electoral el presidente Hugo Chávez Frías,

como tampoco cambió al ser promulgada y entrar en vigencia la nueva Constitución

Nacional de 1999. Entonces, ¿Qué elementos caracterizan actualmente al sistema

político venezolano?

La realidad política venezolana es abordada acá, desde una perspectiva

sistémica, por tanto se considera afectada por una serie de factores que la

determinan y condicionan. Así, se aprecia un “modelo” que representa la realidad, en

la cual un conjunto de variables afectan e impactan el comportamiento del sistema

político y sus productos: las políticas públicas. Siguiendo una propuesta de Alfredo

Toro Hardy (1984), que compartimos plenamente, este conjunto de variables son:

Situación Económica;

Régimen político; e,

Inspiración Ideológica.

Partiendo de lo expuesto se ha esquematizado un modelo que representa la

realidad política venezolana (Figura IV.1).

De esta manera, al entrar en la observación del sistema político venezolano y

de la política pública, observaremos que el conjunto (sistema) se verá afectado, por

las variables asociadas a la realidad política nacional.

En lo que respecta a la variable situación económica, como su mismo nombre

indica, considera el conjunto de realidades que reflejan los indicadores

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macroeconómicos fundamentales en conjunto: PIB y su composición, tasas de

desempleo, índice de precios al consumidor, inflación, liquidez, balanza de pago,

entre otros aspectos.

Figura IV.1

Modelo de Representación del Sistema Político Venezolano

Fuente: (Oropeza, 2002:175)

La variable régimen político, estaría conformada por aquel sector particular del

conjunto social que detenta el control del poder institucionalizado, es decir el

gobierno, como órgano ejecutor del Estado. Con ese poder coexisten una serie de

poderes emergentes de la sociedad, poderes ad hoc (fácticos)150, que expresan las

demandas sectoriales de la sociedad. El régimen político entonces, se encuentra

determinado con base a la forma como aquel poder institucionalizado se comporta

con relación a los otros poderes ad hoc emergentes de la sociedad. Alfredo Toro

Hardy clasifica a los regímenes de políticoscomo de poder abierto y cerrado. Los de

poder abierto:

...serían aquellos en los cuales se presentaría una interrelación activa entre el poder estatal y los poderes fácticos, disfrutando estos últimos de capacidad de acción y expresión. Los regímenes de poder cerrado, por el contrario, se caracterizan por un desconocimiento de la concurrencia pacífica de poderes y por la imposición de una concepción del orden social deseable, reacia a toda transacción con concepciones distintas (Toro H., 1984:20).

150 A este tipo de poderes ad hoc, fácticos, para evitar confusiones en la significación del término también los definiremos como “poderes opuestos”, en razón de la legitimidad social de su emergencia, lo que podría generar resistencia y/o confusión si los llamamos fácticos.

Situación Económica

Régimen Político

Inspiración Ideológica

SISTEMA POLÍTICO VENEZOLANO

Políticas Públicas

Situación Problemática. Demandas sociales. Necesidades públicas. Mandatos legales.

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En una democracia siempre se encontrarán dos factores más o menos

opuestos: el grupo que ostenta temporalmente el poder institucionalizado; y, el grupo

de poderes ad hoc que pretenden hacer llegar sus demandas a ese grupo en el

poder institucionalizado y/o alcanzar ese poder por la vía institucional. Esta relación

se fundamenta en el respeto a la legalidad institucional y en la vigencia absoluta del

Estado de Derecho.

Finalmente, la inspiración ideológica se entiende como guía que orienta a

quienes detentan el poder con base en un aparato de pensamientos políticos,

culturales, sociales y económicos en sus actuaciones, que trascienden lo subjetivo y

se expresan en acciones de Estado, todo ello dentro del marco de la institucionalidad

que norma al sistema político151. Claro, aquella inspiración ideológica que orienta al

temporal poder institucionalizado, impacta a la sociedad toda, pero surge una duda

¿Es posible que en un sistema político los titulares del poder institucionalizado

posean una ideología contraria a la del resto de los poderes de la sociedad, que

denominaremos “poderes opuestos”? Ideologías contrarias, opuestas en un mismo

sistema político, sólo la vigencia del valor democrático de la tolerancia pondría a

salvo de la ingobernabilidad y el conflicto a esa sociedad. El mecanismo disparador

del conflicto sería la intolerancia entre ambas posiciones lo que pondría en peligro a

la democracia.

Consideremos el centro del sistema político, y en particular a su aparato

decisorio que suponemos orienta su accionar dentro de métodos de planificación que

guían, al menos formalmente, el proceso de formulación de políticas con miras a

obtener determinados resultados, dicho proceso de planificación que conduce y guía

151 Siguiendo a Max Weber, Karl Mannheim (1997), considera el problema de las ideologías como reflejos de una situación social que, simultáneamente oculta y revela hechos. El concepto de ideología, para este autor, refleja el descubrimiento que surge como consecuencia del conflicto político, esto es, el hecho de que los grupos dominantes puedan estar en su pensar tan intensamente apegados a cierta situación de intereses, que ya no les sea posible ver ciertos elementos que socavarían su sentido de dominación. Está implícito en el vocablo “ideología” la percepción de que en ciertas situaciones el inconsciente colectivo de ciertos grupos oscurece la condición real de la sociedad tanto para sí mismos como para otros y, por consiguiente, estabiliza tal situación. El autor distingue entre ideología parcial, con raíz psicológica; e ideología total que posee una raíz social. En este particular emerge como relevante igualmente, la posición de Marcuse, quien considera la noción de ideología dentro del cuadro de los sistemas de comunicación adoptados por una sociedad o por una clase dentro de una sociedad. Ver: (Ferrater M., 1990: tomo 2, pp. 1.610-1.615)

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la acción pública, está impactado por la variable ideológica. Jorge Giordani,

siguiendo a Marios Camhis (1979), al analizar el punto afirma:

La teoría de la planificación adopta de esta manera una postura idealista al negar la existencia de una realidad en forma independiente de nuestras mentes (de las mentes de quienes planifican).Las bases idealistas de la teoría de la planificación se expresan en la definición de ‘verdad’ a la cual ella implícita o explícitamente se adhiere, siendo la verdad definida como la concordancia del pensamiento con ciertos criterios que resultan de un proceso ideal (Giordani, 1993:33)152.

El sistema político venezolano se comporta en función del peso y jerarquía

que posean entre sí estas tres variables explicativas. Igualmente, podemos pensar

que la lógica en el comportamiento del sistema y de sus resultados, obedecerá al

grado de correspondencia lógica entre dichas variables (no de correlación), lo que

ciertamente es un tema de estudio interesante por demás.

De esta manera, el grado de estabilidad en las variables y el comportamiento y

lógica existente entre éstas, permitiría suponer ciertos comportamientos del sistema,

fundamentalmente en sus productos: las políticas públicas. Una de las variables que

más fluctuaciones experimentó en el período es la situación económica, en atención

a las alzas y bajas del precio del petróleo, lo que determinó momentos de expansión

y recesión en las cuentas del gobierno, como órgano del Estado. Pero, en términos

generales podemos identificar una estabilidad relativa en el peso y lógica de las

variables lo que permitió apuntalar, para bien o para mal, el modelo político de

democracia que se expresaba y desarrollaba en la sociedad venezolana.

152 Jorge Giordani, al criticar el enfoque idealista de la teoría de la planificación, afirma que reconociendo las dimensiones abstracta y concreta de la misma, éstas han de ser consideradas dialécticamente para evitar; o el riesgo de la abstracción vacía; o la posible generalización de una práctica específica de planificación, orientada entonces hacia una praxis basada en un tipo exclusivo y excluyente de ideología, de ‘verdad’. Finalmente, en este particular, el autor de marras afirma que respecto a la problemática que implica el “cambio social” y las incertidumbres a él asociadas es necesario considerar dos aspectos: a) las fuerzas políticas que lo propugnan, estimulan e impulsan; y b) las relaciones entre el proceso de construcción de una nueva sociedad y la capacidad de aquellas fuerzas políticas que patrocinan dicho proceso. Ambos elementos son las variables básicas de análisis y diseño de un proceso de planificación a nivel nacional.

Extrañamente, no dice nada el autor respecto de aquellas fuerzas políticas, igualmente legítimas (los poderes fácticos), que se podrían oponer, por motivos que igualmente pueden ser ideológicos entre otros, a dicho cambio y/o proceso de reconstrucción de esa sociedad. O ¿Será que aquella definición de ‘verdad’ de Camhis, como concordancia del pensamiento con criterios emergentes del proceso ideal, se asume excluyente y absoluta? Ver: (Giordani, 1993: 33, 55-56)

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Pero, cabe preguntarse: ¿Este modelo representa la realidad del sistema

político actual venezolano? Sin duda alguna. Lo que sucede en los tiempos que

corren, es que la lógica entre sí, y la posición jerárquica de las variables quizás estén

sufriendo un dramático reacomodo. O bien, los elementos que conforman dichas

variables en su interior, hayan cambiado o se encuentren en procesos de cambio o

mutación.

El trío de variables que explican el comportamiento del sistema político

venezolano siempre ha estado presente, al menos desde inicio de la vida

democrática venezolana a partir de la caída de la última dictadura militar, y lo

importante es que actualmente están presentes, determinando la realidad.

En esta investigación, el criterio planteado del reacomodo jerárquico y el

surgimiento de una nueva lógica entre variables, se constituye en una guía hipotética

básica al aproximarnos al sistema político venezolano actual. Se dice básica por

cuanto escapa a los límites del trabajo el profundizar en esta realidad y analizar los

supuestos y manifestaciones concretas del reacomodo jerárquico y la nueva lógica

entre variables explicativas.

Por ejemplo, en años anteriores del proceso democrático venezolano el

impacto de la realidad económica determinó períodos claramente diferenciados en

nuestra historia económica, pues los vaivenes, auges y caídas de los precios del

petróleo impactó sobre posibilidades, expansiones y contracciones del gasto y la

inversión pública y privada, financiando políticas, planes de desarrollo y estímulos a

la inversión privada; o, por el contrario restringiendo y limitando la acción política del

Estado, o generando deuda para continuar con dichos planes, o bien devaluando.

Tales estrategias, que tenían casi siempre como objeto construir posibilidades para

la expansión del gasto público, siempre terminaron afectando el equilibrio de las

variables macroeconómicas impactando negativamente la actividad y posibilidades

del resto de los actores económicos de la vida nacional, ya a la larga generaron

restricción de la inversión, déficit fiscal, inflación, desempleo, desequilibrio de la

balanza de pagos, entre otros impactos sobre la economía y la sociedad nacional.

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La problemática económica colocaba a la variable “situación económica”

como arista clave y determinante del comportamiento del sistema político, cuando la

renta petrolera no inundaba las arcas e impedía con facilidad una acción expansiva

(y en buena medida manirrota) gubernamental a través del gasto público153. Por otra

parte, se observa que cuando el comportamiento de la variable económica no

generaba impactos perversos sobre el sistema, su posición jerárquica disminuía,

dejando de liderar la lógica de relación respecto de las dos variables restantes del

modelo.

Se considera que en los actuales momentos este comportamiento tradicional

de las variables y sus impactos sobre el sistema se mantiene inalterable. Es decir,

con precios del petróleo altos, la jerarquía de variable económica se traslada de su

lugar preponderante y disminuye su jerarquía, pero no disminuye su impacto capital

sobre el sistema político, al posibilitar holgadamente el financiamiento de la acción

política. Así, el centro de la lógica de relación entre variables se desplaza hacia otros

ámbitos, en donde la lógica económica no es lo determinante. En la actualidad, el

centro de la lógica de relación entre variables podría estar ubicado en el plano

eminentemente ideológico, así entonces lo económico apuntala la jerarquización de

la variable inspiración ideológica; manteniendo el régimen político (en los términos

planteados por Alfredo Toro H.), una sujeción/relación lógica con la variable central:

inspiración ideológica. Entonces, una variable jerárquicamente central: la inspiración

ideológica, que es apuntalada por las dos restantes en una relación lógica, la

situación económica refuerza a la variable central y el régimen político le otorga piso

político-legal y social. De allí que se espere que los productos del sistema político

respondan a esta jerarquización y lógica entre variables. Los problemas comenzarían

cuando la lógica entre las variables (jerarquizadas de determinado orden) comience

a fallar, por ejemplo: que la inspiración ideológica (como variable predominante) no

se corresponda con el sistema económico que por lógica debería apuntalarla. Este

punto es muy atractivo para una investigación en profundidad.

153 Sobre este particular ver: (Toro H., J., 1992); (Cardoso, 1984); (Coronel, 1990); (Giordani, 1993); y, (Uslar, 1972)

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Como ilustración podemos afirmar que en los meses previos que condujeron a

la promulgación de la nueva Constitución Nacional de 1999, el centro de la lógica

entre variables se ubicaba en la denominada régimen político, existiendo una re-

jerarquización importante de esta variable; apuntalando las dos restantes la

prevalencia de la misma, e impactando este reacomodo al sistema político nacional y

a sus productos: la emergencia judicial, las leyes producidas por el denominado

“Congresillo”, por ejemplo. Asimismo, podemos identificar la ocurrencia de una

situación similar a la descrita en los momentos previos al diseño y promulgación de la

Constitución Nacional de 1961.

Se advierte la limitante del desarrollo de esta hipótesis como un punto que es

necesario profundizar lo que supone un análisis pormenorizado de la realidad

nacional y de su sistema político a partir de 1999, con el objeto de verificar la

propuesta de hipótesis planteada.

Entonces se afirma que se han sustituido en la posición jerárquica relevante

dos de las variables que determinan el comportamiento del sistema político nacional:

régimen político hasta la promulgación y buena parte de la vigencia de las

disposiciones transitorias de la actual Constitución Nacional; y la inspiración

ideológica, que afirmamos preside la lógica de relación de las variables actualmente,

todo ello apuntalado por una situación económica que permite el desarrollo del

sistema político, en los términos identificados, es decir, se mantiene sin problemas

una situación económica positiva. Ello se verificará parcialmente al analizar la política

cultural, como expresión del sistema político nacional.

En lo que respecta a las características que han determinado la formulación

de políticas públicas en Venezuela, identificadas por Zaira Reverón y transcritas

previamente, cabe señalar lo siguiente. En el particular de la primera característica

identificada: alta conflictividad en la formulación de políticas, que no son iniciativa

directa del Poder Ejecutivo, sino de otros poderes públicos, como el Legislativo por

ejemplo, tal conflicto en los actuales momentos es inexistente. ¿La razón? El total de

diputados a la Asamblea Nacional electa en comicios el 4 de diciembre de 2005

pertenecen a partidos de la coalición gubernamental, puesto que no participaron, por

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decisión propia, candidatos de los partidos opositores al régimen. Pero, ¿Ello

significa la inexistencia de conflictos? ¿Qué resulta de la acción de esa oposición?

¿No existe conflicto con los poderes opuestos de la sociedad? ¿Reconoce el

régimen la concurrencia fáctica de poderes opositores? ¿O persigue la imposición de

una concepción de orden social, basada en su ideología reacia a toda negociación

con concepciones ideológicas distintas?

Existe conflictualidad con buena parte las políticas públicas formuladas por

los poderes integrantes del sistema político nacional, y los grupos parte de los

poderes opuestos que conviven en el seno de la sociedad venezolana. El que estos

poderes opuestos sean capaces o incapaces, reconocidos y/o aceptados o no por los

poderes constituidos, sean descalificados y/o perseguidos, o no posean los medios

para expresar sus posiciones, escapa de los límites de esta investigación, existen y

eso, por los momentos, es suficiente. Y persiste la conflictualidad como característica

determinante de las políticas públicas, con otras fuentes, pero existe la característica.

Ahora bien, acotaba Zaira Reverón que, asociada a la característica de alta

conflictualidad identificada, era necesario y frecuente el ejercicio de mecanismos de

presión colectiva para obtener la atención e interés del gobierno sobre asuntos

emergentes de la sociedad nacional como totalidad, ello supone estimular

mecanismos de disparo de la agenda sistémica. Esta realidad, igualmente, se puede

reconocer como una característica propia del actual proceso político venezolano: el

uso de mecanismos de presión para lograr insertar demandas sociales en la agenda

de gobierno, por parte de grupos o individualidades integrantes de los poderes

opuestos. ¿O no? El que parte de los miembros de los poderes institucionalizados y

decisores públicos califique a estos poderes fácticos, siempre presentes en una

sociedad democrática, como “golpistas”, “imperialistas”, o “lacayos del imperio”

refleja el mayor o menor grado de conflictualidad y/o divorcio entre una parte de la

sociedad (los poderes opuestos) y tales poderes institucionalizados, todos parte del

sistema político cuya variable central jerárquica es la inspiración ideológica,

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275

recordemos lo que apunta Mannheim al respecto del conflicto político y la

ideología.154

Pero, ¿Cómo se comporta el proceso de conformación de la agenda? ¿Cuáles

sus características? Dar respuesta a estas cuestiones requeriría una investigación

particular al respecto, pero plantearemos el esbozo de algunas particularidades

generales.

¿Es la agenda gubernamental un mecanismo de acción directa de los

decisores políticos? Esta pregunta es capital para entender el proceso de

conformación de la misma. De ser afirmativa la respuesta ello supondría que la

acción política no requeriría otro mecanismo de relación entre la sociedad y el

gobierno que la decisión política misma; es decir, los canales de comunicación y

puentes Sociedad-Estado son asumidos por los propios decisores, conformándose la

agenda gubernamental según criterios exclusivamente seleccionados por los actores

políticos gubernamentales, por lo que las necesidades de la sociedad toda son

entendidas y consideradas desde una perspectiva unilateral.

¿Es esto así en la Venezuela de hoy? No, al parecer no lo es. Existen una

serie de canales de comunicación que persiguen hacer llegar al conjunto de actores

políticos que detentan el poder, necesidades y demandas existentes y emergentes

de la sociedad, reclamos que son presentados al sistema político para que, parte de

ellos, logren ser considerados como problemas objeto de políticas públicas y, por

tanto, parte de la agenda de decisión. Estos canales de comunicación o puentes, los

identificamos con los “poderes opuestos” presentes en la sociedad que, en mayor o

menor grado, adversan y se oponen a la élite política en el poder, por medios

institucionales reconocidos y establecidos en el ordenamiento legal nacional, esto es

así en toda sociedad democrática típica.

Comportándose de este modo la realidad, buena parte de las problemáticas y

demandas presentes en la sociedad han de ser objeto de la acción política del

Estado, por conducto de su órgano fundamental el sistema de gobierno y los poderes

públicos. 154 Ver nota 151.

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Se reconoce que, en la práctica, el sistema político y los poderes públicos que

son partes de él, se reservan la consideración automática de un conjunto de

atribuciones como parte de la agenda gubernamental, lo que responde a

necesidades y fines del Estado. Requerimientos estatales que no emergen de la

sociedad, sino de las necesidades y principios del Estado mismo, entre ellos:

defensa de la integridad territorial y relaciones internacionales, por ejemplo.

Ahora bien, cierta lógica política lleva a suponer que las problemáticas más

importantes, presentes, sentidas, expresadas y manifestadas por el conjunto de la

sociedad, tienen que ser consideradas, al lado de las anteriores propias del Estado,

como objeto de la acción política del gobierno, en definitiva ésa es una de las aristas

principales de su función: la satisfacción de las necesidades y demandas emergentes

de la sociedad y la resolución de sus problemas que sean atribución del Estado.

A la luz de estas afirmaciones se observa que entre los años 2003 y 2006, las

problemáticas fundamentales que la sociedad venezolana identifica como

primordiales son las mismas. Estas problemáticas ocupan los primeros lugares como

las de mayor importancia en la sociedad nacional. ¿Por qué abordamos y parece útil

para la investigación, el estudio de las problemáticas presentes en la sociedad

venezolana? Porque a partir de ellas, de las problemáticas, podemos suponer con

base científica, el proceso de conformación de la “agenda social” (sistémica)

emergente de dicha sociedad y, consecuentemente, el impacto que las

problemáticas cotidianas podrían tener en el diseño de la “agenda gubernamental de

políticas”, y en la formulación de políticas públicas, según lo expuesto en la Figura

I.3.

Según la “Encuesta Nacional Ómnibus” aplicada por “Datanalisis” del 16 al 28

de octubre de 2005 los tres principales problemas del país (total de menciones) son:

Desempleo (28.1%); Inseguridad personal/delincuencia (23.0%); y, Alto costo de la

vida (10.4%). En total, los tres problemas totalizan el 61.50% de la percepción de la

muestra. El Cuadro IV.1., refleja el comparativo de los problemas entre noviembre de

2004, julio y octubre de 2005, en donde se aprecia la relevancia que posee para la

muestra, las problemáticas señaladas.

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277

Cuadro IV.1 Principales Problemas del País. (Total menciones)

Nov. 2004 – Jul 2005– Oct 2005.

Nov. 2004 (%)

Jul. 2005 (%)

Oct. 2005 (%)

Desempleo 26.0 29.5 28.1 Inseguridad personal 21.6 23.0 23.0 Alto costo de la vida 9.1 8.0 10.4 Totales 56.7 60.5 66.5

Fuente: Datanalisis.

Ahora bien, si se observa lo propio respecto de las problemáticas (en atención

a la primera mención), entre noviembre de 2003 y octubre de 2005, se obtiene el

resultado contenido en el Cuadro IV.2., el cual refleja la importancia que los

problemas anotados tienen para el conjunto de la muestra, que en ningún momento

la suma de los mismos es menor al 72,80% (nov. 2003) y con una tendencia

claramente incremental.

Cuadro IV.2 Principales Problemas del País (Primera Mención)

(Nov 2003 / Oct 2005)

Nov. 2003Nov. 2004 Ene. 2005Mar. 2005Abr. 2005May. 2005Jun. 2005Jul. 2005Sep. 2005Oct. 2005Desempleo 47.60% 48.30% 50.20% 51.00% 48.50% 51.00% 49.20% 55.80% 48.80% 46.50%Inseguridad personal 11.20% 21.70% 21.60% 19.70% 19.80% 22.20% 18.30% 21.30% 24.30% 23.00%Alto costo de la vida 5.80% 3.60% 3.50% 4.60% 6.50% 3.50% 4.00% 3.30% 7.40% 5.50%Recesión económica 7.50% 4.40% 3.80% 7.00% 7.80% 6.80% 7.10% 3.60% 5.20% 6.90%Violencia Política 3.50% 4.80% 3.50% 1.80% 3.70% 3.90% 3.70% 1.60% 3.20% 2.50%Promedio Total 72,80% 78,96% 79,80% 82,66% 83,34% 84,28% 79,34% 84,32% 86,34% 82,4%

Fuente: Datanalisis, 2006.

Como se puede apreciar entre noviembre de 2003 y octubre de 2005, los

cinco problemas fundamentales de la sociedad venezolana son:

Desempleo,

Inseguridad personal,

Alto costo de la vida,

Recesión Económica, y

Violencia política. (Ver Gráfico IV.1)

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278

Gráfico IV.1 Principales Problemas del País (Opinión)

Nov 2003 / Oct 2005.

0,00%10,00%20,00%30,00%40,00%50,00%60,00%

Nov.2003

Nov.2004

Ene.2005

Mar.2005

Abr.2005

May.2005

Jun.2005

Jul.2005

Sep.2005

Oct.2005

Meses

% R

espu

esta

Desempleo Inseguridad personal Alto costo de la vida

Recesión económica Violencia Política

Fuente: Datanalisis, 2006.

Los porcentajes exhibidos justifican una acción pública contundente a través

de la consideración y atención de los mismos por parte del gobierno toda vez que,

además, los mismos son responsabilidad y atribución del Estado en sus diversos

niveles. La persistencia y, más aún, el incremento de los porcentajes entre las fechas

señaladas, permite afirmar que evidentemente, tales problemas no han recibido una

atención pública pertinente, lo cual puede ser explicado por dos razones: o tales

problemáticas no han sido incorporadas a la agenda gubernamental; o, habiendo

sido incorporadas, las políticas públicas implementadas han sido ineficaces.

En el período señalado se aprecia una proliferación de lo que denominamos

“Programas de Acción Directa” bautizados por el Gobierno Nacional como “Misiones”

que se plantean una serie de objetivos que traducen necesidades, demandas y

problemáticas públicas presentes en la sociedad nacional, necesidades detectadas

que entran a ser parte prioritaria de la agenda gubernamental, recibiendo los

recursos pertinentes para el cumplimiento de los objetivos que cada uno de ellos

persigue. Programas de acción que se constituyen en políticas públicas sociales

asistencialistas y que contienen dentro de la población atendida un alto contenido

simbólico positivo, además de que son una estrategia que en parte salda la enorme

deuda social que tiene pendiente el Estado venezolano con la población necesitada.

Se advierte que no se critica la existencia de tales programas asistencialistas en sí,

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279

lo criticable es que no se aprecian políticas estructurales que complementen estos

programas de acción directa. No se critica que el Estado disponga recursos de todo

tipo para el implementar estos programas asistencialistas, lo criticable es que

aquellos problemas emergentes e identificados como prioritarios por parte de la

sociedad a lo largo del tiempo, no sean parte importante de la agenda

gubernamental, lo decimos ya que persisten en ser reconocidos como tales. ¿Por

qué no?

En las intervenciones efectuadas por Datanalisis se considera un elemento

importante en este particular, el cual es: la realidad de los beneficiarios atendidos e

impacto de las “Misiones” formuladas y ejecutadas por el Gobierno Nacional, entre

agosto de 2004 y marzo de 2006.

En efecto, el actual gobierno nacional ha implementado a los largo de estos

años una serie de programas con objetivos específicos. Tales programas, “Misiones”,

reciben los recursos humanos, financieros e institucionales por parte del gobierno. Se

identifican 17 “misiones” que denominamos programas de acción directa155, porque

se entiende que el mecanismo de relación entre el gobierno y la sociedad, que basa

estas acciones es la decisión política misma, en razón de que los mecanismos de

comunicación que los justifican son asumidos por los propios decisores. ¿Por qué se

piensa que es así? Porque si no lo fuese, se podría pensar que aquellos problemas,

identificados por la sociedad como prioritarios, deberían ser también atendidos por el

Estado e impactados por los resultados de la acción pública, de manera semejante.

Y se dice “también”, ya que no necesariamente los unos excluyen a los otros. De

manera tal que, con una acción política por parte del Estado, eficiente y eficaz tales

problemas paulatinamente deberían ir reduciendo la consideración como tales por

parte de la sociedad, lo cual no ha sucedido, todo lo contrario, incrementan su

presencia como problemas en el seno de la sociedad, según los resultados de la

intervención señalada. 155 Las “Misiones” o programas de acción directa identificadas son: Misión Mercal, Plan Barrio Adentro, Misión Identidad, Misión Ribas, Misión Sucre, Plan Barrio Adentro II, Misión Robinson, Misión Robinson II, Vuelvan Caras, Plan Barrio Adentro III, Misión Milagro, Universidad Bolivariana, Misión Vivienda, Misión Cultura, Casa Alimentaria, Misión Marte. Es necesario recordar, quizás, el antecedente operativo de estas, el Plan Bolívar 2000.

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280

Por tanto, se percibe algo que, al parecer, está afectando las vías de

comunicación entre la sociedad y el gobierno, en la identificación de las prioridades

que deberían ser parte de la agenda gubernamental.

Desafortunadamente, los límites de esta investigación no permite profundizar

en este aspecto, para entender, comprender y caracterizar el proceso de

conformación de la agenda gubernamental, la cual, al parecer podría estar

conformándose directamente por el gobierno, sin considerar las demandas y

problemáticas consideradas y sentidas por parte de la sociedad nacional, y de allí la

formulación de lo que denominamos “Programas de Acción Directa”.

Se observa el papel determinante que está desempeñando el Poder Ejecutivo

y sus órganos en la conformación de la agenda gubernamental, lo cual no es de

extrañar visto el carácter que poseen los “Programas de Acción Directa”, lo que

permite afirmar que el “emprendedor de política” por excelencia es el propio Poder

Ejecutivo. Esto es lo importante y determinante en esta investigación, el carácter

preponderante del Ejecutivo, del gobierno como emprendedor de políticas, como

constructor fundamental de la agenda gubernamental, sin prestar atención de

manera importante a los poderes opuestos, lo que se puede inferir del

comportamiento de la opinión de la muestra respecto de los problemas públicos a lo

largo del período analizado. Pero cabe preguntarse, ¿Manipula, nuestro

emprendedor casi único de políticas y conformador casi exclusivo de la agenda de

gobierno, a la sociedad, para la conformación de esa agenda? ¿Se cumplen los

extremos del modelo de estructuración de manipulación de la agenda visto en el

Capítulo I, Sección 2.1. (p. 50)? La respuesta a estas cuestiones escapa a los fines

de esta investigación, pero es preocupante observar el proceso de conformación de

la agenda de manera prácticamente exclusiva por parte de los poderes

institucionalizados, sin considerar y descalificando las propuestas efectuadas por los

poderes opuestos.

Al parecer, se desvía la atención del Estado, de sus órganos, a acciones

políticas que atienden problemáticas consideradas por los propios decisores

políticos como relevantes, sin considerar o considerando de manera subsidiaria las

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281

problemáticas expresadas por otro segmento de la sociedad. ¿Estaríamos frente a

aquella realidad planteada en capítulos previos de decisiones y planes

preconcebidos, buscando problemas y obviando los problemas emergentes

fundamentales? Es probable, pero sería necesaria una investigación en este punto

para responder una cuestión tan importante como la planteada.

Si se observan los resultados de la “Encuesta Nacional Ómnibus”156 aplicada

en el período que va entre agosto de 2004 y marzo de 2006, se puede tener una

referencia respecto del porcentaje de personas de la muestra beneficiarios de

catorce (14) programas de acción directa (Misiones). El Cuadro IV.3., contiene un

extracto de los resultados, referido a las respuestas espontáneas, solo afirmativas,

es decir no mencionando los programas o misiones.

No deja de sorprender el promedio de personas de la muestra que manifiestan

espontáneamente ser beneficiarias de alguno de los programas de acción directa

(misiones). Dicho promedio va de un 7.14% de la muestra en agosto de 2004 a un

5.88% en marzo de 2006. A lo largo del lapso, la “Misión Mercal” es la más

mencionada (40.02%), seguida del “Plan Barrio Adentro I, II y III” (21.42%), en tercer

lugar la “Misión Identidad” (16.20%), y en cuarto lugar la “Misión Ribas” (7.34%).

Cuando se contrastan los datos contenidos en el Cuadro IV.3., con los del

Cuadro IV.4., que refleja los resultados de las encuestas aplicadas a las muestras

en: marzo 2005, mayo 2005, octubre 2005 y marzo 2006, en lo que respecta a los

beneficiarios de los programas de acción directa (misiones), pero, en esta

oportunidad mencionándosele al encuestado los programas, y cuyos resultados en

promedio son los siguientes157: marzo 2005: 6.22% (7.14%), mayo 2005: 9.66%

(6.67%), octubre 2005: 8.37 (6.66%) y, marzo 2006: 9.05% (5.88%); no se registra

una diferencia importante o capital entre ambos resultados de la intervención.

156 Se consideran las intervenciones realizadas por “Datanalisis” como referentes que permiten observar e interpretar la situación descrita en los resultados. Observaciones e interpretaciones que, se advierte, contienen limitantes devenidas del universo de estudio definido en las intervenciones, puesto que al estar este integrado por mayores de 18 años, queda claro que beneficiarios de las misiones menores de esta edad no son considerados en la intervención. 157 En paréntesis se señalan los resultados en promedio del mes en cuestión reflejados en el Cuadro IV.3., que registra la respuesta espontánea de la muestra, para contrastar el resultado,

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282

Cuadro IV.3 Beneficiarios de Programas de Acción Directa

(respuesta espontánea – solo afirmativas) (Misiones)

(Ago 2004 / Mar 2006)

Ago I. 2004

Ago. 2004

Oct. 2004

Nov. 2004

Ene. 2005

Mar. 2005

Abr. 2005

May. 2005

Jun. 2005

Jul. 2005

Sep. 2005

Oct. 2005

Feb. 2006

Mar. 2006 Prom.

Misión Mercal 20.40% 39.00% 34.30% 37.70% 40.60% 54.70% 45.70% 47.20% 38.90% 39.90% 38.90% 42.40% 40.30% 40.30% 40.02%Misión Identidad 28.70% 13.00% 10.70% 13.40% 11.30% 11.60% 11.00% 13.40% 16.20% 15.50% 15.50% 19.60% 22.40% 24.50% 16.20%Plan Barrio Adentro 1.60% 21.90% 21.70% 24.70% 19.80% 17.00% 17.20% 16.40% 20.20% 21.60% 21.10% 18.30% 16.30% 15.10% 18.06%Misión Ribas 8.60% 9.40% 10.00% 7.90% 10.00% 6.70% 8.00% 5.90% 6.70% 8.40% 5.60% 6.00% 4.80% 4.80% 7.34%Plan Barrio Adentro II 4.30% 2.80% 4.20% 5.90% 6.70% 2.50% 3.60% 2.60% 3.80% 3.80% 2.87%Misión Sucre 11.20% 4.30% 4.30% 3.60% 4.30% 3.10% 4.30% 3.00% 3.30% 3.80% 3.70% 3.30% 2.80% 2.30% 4.09%Vuelvan Caras 5.10% 5.60% 5.70% 5.70% 2.80% 2.00% 2.60% 2.50% 1.90% 1.70% 1.80% 1.20% 1.80% 2.10% 3.04%Plan Barrio Adentro III 2.10% 1.30% 1.10% 1.60% 0.70% 0.49%Misión Milagro 8.90% 0.40% 0.10% 0.30% 0.30% 0.60% 0.90% 1.60% 1.30% 1.00% 1.10%Misión Robinson 4.00% 6.90% 3.50% 3.10% 1.50% 2.50% 2.10% 2.20% 2.20% 2.30% 1.40% 1.30% 1.30% 2.45%Universidad Bolivariana 1.50% 1.00% 1.10% 1.30% 0.70% 0.70% 0.70% 0.70% 0.40% 0.60% 0.80% 0.40% 0.90% 0.60% 0.81%Misión Robinson II 3.90% 2.40% 1.40% 1.80% 1.30% 1.30% 2.10% 2.00% 1.00% 0.60% 0.60% 1.31%

Misión Vivienda 1.20% 0.10% 2.80% 1.30% 1.30% 0.50% 1.10% 1.10% 0.90% 0.60% 0.70% 0.10% 0.60% 1.50% 0.99%

Misión Cultura 0.40% 0.50% 0.30% 0.30% 0.11%Misión Negra Hipólita 0.40% 0.30% 0.10% 0.06%Misión Miranda 0.20% 0.10% 0.10% 0.00% 0.10% 0.20% 0.10% 0.20% 0.07%Misión Marte 2.10% 0.10% 0.20% 0.20% 0.30% 0.10% 0.10% 0.20% 0.10% 0.10% 0.20% 0.26%

Otra 1.60% 2.50% 0.80% 0.70% 0.60% 0.20% 0.80% 0.60% 1.30% 0.80% 0.60% 0.70% 0.80%

Promedio total 7.14% 8.33% 7.71% 7.70% 7.69% 7.14% 6.67% 6.67% 6.67% 7.70% 5.59% 6.66% 5.56% 5.88% 6.94%

Fuente: Datanalisis.

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283

Cuadro IV.4 Beneficiaros de Programas de Acción directa

(Se mencionaron los programas al preguntar al encuestado) (Misiones)

(Mar 2004 / May 2005 / Oct 2005)

Ago I. 2004

Ago. 2004

Oct. 2004

Nov. 2004

Ene. 2005

Mar. 2005

Abr. 2005

May. 2005

Jun. 2005

Jul. 2005

Sep. 2005

Oct. 2005

Feb. 2006

Mar. 2006 Prom

Misión Mercal 20.40 58.50 47.20 53.50 44.90Misión Identidad 15.80 20.20 25.10 37.20 24.58Plan Barrio Adentro 21.70 22.40 20.90 23.50 22.13Misión Ribas 6.70 7.00 5.70 6.10 6.38Plan Barrio Adentro II 9.40 3.80 6.50 4.93Misión Sucre 3.50 3.80 3.10 3.70 3.53Vuelvan Caras 3.30 3.30 1.80 3.50 2.98Plan Barrio Adentro III 2.20 17.00 4.80Misión Milagro 0.80 0.90 2.00 2.20 1.48Misión Robinson 2.40 2.80 2.10 2.30 2.40Universidad Bolivariana 1.70 1.60 0.90 1.30 1.38Misión Robinson II 2.40 2.00 1.70 1.40 1.88

Misión Vivienda 1.80 2.20 0.50 2.70 1.80

Misión Cultura 0.50 0.13Misión Negra Hipólita 0.70 0.18Misión Miranda 1,0 0.90 0.20 0.40 0.38Misión Marte 0.30 0.20 0.20 0.18

Otra 0.20 0.05

Promedio total 6.22 9.66 8.37 9.05 8.32

Fuente: Datanalisis.

Ahora bien, en marzo de 2006, se hace a la muestra la siguiente pregunta:

“¿Ha sido usted beneficiado por alguna de las misiones o programas que lleva a

cabo en la actualidad el gobierno nacional?” 158 el 68.3% contesta: NO; el 30.8%:

SI159; 0.2% NO SABE; y, el 0.3% NO RESPONDE.

158 Cálculos efectuados para una población de 23.054.210 habitantes. Encuesta Nacional Ómnibus; error muestral 2.71%. fecha de campo: del 06 al 17 de marzo de 2006. 159 La estimación total de beneficiarios es: 7.446.509 habitantes.

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284

Cuadro IV.5 Comparativo de Promedios

Principales Problemas del País / Beneficiarios de Programas de Acción Directa (Misiones) (Nov 2004 / Oct 2005)

Nov. 2004

Ene. 2005

Mar. 2005

Abr. 2005

May. 2005

Jun. 2005

Jul. 2005

Sep. 2005

Oct. 2005

Principales Problemas del País (Ira. Mención)

78.96% 79.80% 82.66% 83.34% 84.28% 79.34% 84.32% 86.34% 82.40%

Beneficiarios de Programas de Acción Directa, Misiones. (Respuesta espontánea)

7.70% 7.69% 7.14% 6.67% 6.67% 6.67% 7.70% 5.59% 6.66%

Fuente: Datanalis (Cálculos propios)

Cabe señalar en este momento una realidad importante en lo que respecta a

estos programas de acción directa, denominados Misiones por el Gobierno, tal

realidad la constituye (ratificamos) el muy alto contenido simbólico que poseen estos

programas en buena parte de la población, sea o no beneficiaria de dichas acciones.

Contenido simbólico que traduce y expresa una acción de Estado encaminada

directamente a satisfacer la deuda social que el sistema político tiene con buena

parte de la población, así como el ensamblaje de canales de acceso directo a

oportunidades de participación y beneficio de parte de la sociedad nacional, en

aspectos que contemplan la educación, la salud, la cultura y la recreación, entre

otros. Se definen entonces los programas asistencialistas, como acciones políticas

masificadoras directas para satisfacer carencias presentes en la población

necesitada, fundamentalmente en los bajos estratos socioeconómicos de la

sociedad.

De los datos consultados y transcritos, emergen varias dudas e interrogantes,

entre las cuales plantea la investigación: ¿Es pertinente la conformación de una

agenda gubernamental a través de la acción directa de los decisores, obviando en

buena medida los problemas que un conjunto de la sociedad entiende como

fundamentales?, ¿Si el interés de los estrategas políticos en el poder (no de los

poderes opuestos emergentes de la sociedad según se percibe) es lo que moviliza la

evolución de las agendas que contienen los problemas públicos, se puede esperar

atención prioritaria a los problemas públicos sentidos por la sociedad? ¿Moviliza e

impacta a la acción de los decisores políticos la re-jerarquización de las variables que

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285

definen el sistema político y la lógica de relación entre ellas? Ver Cuadro IV.5., y

Gráfico IV.2.160

Gráfico IV.2 Comparativo de Promedios de Principales Problemas del País vs. Beneficiarios de Programas de Acción

Directa

74,00%

76,00%

78,00%

80,00%

82,00%

84,00%

86,00%

88,00%

0,00%1,00%2,00%3,00%4,00%

5,00%6,00%7,00%8,00%9,00%

Nov. 2004

Ene. 2005

Mar. 2005

Abr. 2005

May. 2005

Jun. 2005

Jul. 2005 Sep. 2005

Oct. 2005

%

MesesBeneficiarios de Programas de Acción Directa, Misiones. (Respuesta espontánea)Principales Problemas del País (Ira. Mención)

Fuente: Datanalis (cálculos propios)

Preguntas difíciles de contestar, cuyo planteamiento determina de por sí, una

caracterización previa del proceso de conformación de las agendas y de los asuntos

que pueden llegar ha ser objeto de la acción pública, las respuestas ratificamos, solo

podría lograrse por medio de un pormenorizado estudio que desafortunadamente

escapa a los límites y objetivos de esta investigación; he ahí un camino y una

posibilidad de estudio.

Entonces, en conclusión, dos aspectos: por una parte las demandas y

problemáticas reconocidas por parte de la sociedad que reclaman la atención pública

a través de políticas que atiendan y mejoren esa realidad; por otra, la decisión

política ejercida a través de la acción directa, que prioriza otros asuntos interés de los

decisores, con alto contenido simbólico y que redunda en una atención requerida por

bajos estratos de la población a través de políticas sociales asistencialistas,

160 En este gráfico se aprecia el comportamiento de la percepción respecto de las problemáticas cuya escala porcentual se encuentra al lado derecho con la línea en color rojo; y la línea azul refleja los beneficiarios de los programas, cuya escala se encuentra al lado izquierdo del gráfico.

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286

desplazando o atendiendo de manera subsidiaria los problemas emergentes de parte

de la sociedad.

Con base a lo expuesto, emerge el componente básico que define la

conformación de la agenda en el sistema político venezolano, que definimos y

entendemos como de “conflictualidad”, en virtud de la aparente distancia existente

entre dos actores clave del proceso político: los decisores públicos y parte de la

sociedad; en el reconocimiento de problemáticas y demandas que sean comunes y/o

confluyentes a objeto que se conviertan en puntos de interés de la acción política

pública del Estado. Así, irrumpe claro y diáfano el papel protagónico del Poder

Ejecutivo como emprendedor fundamental de políticas y su impacto casi exclusivo en

el proceso de conformación de la agenda gubernamental.

Igualmente, destaca como característica del proceso de conformación de la

agenda en los actuales tiempos la ausencia de emprendedores de políticas de peso,

emergentes de los poderes opuestos de la sociedad, capaces, persistentes, con

recursos políticos que capitalicen las demandas y capten la atención de los

decisores públicos, todo ello en medio de las circunstancias existentes; esta

ausencia permite o viabiliza la acción directa de las nuevas élites políticas y la

ejecución de los programas asistencialistas diseñados, aun cuando sus beneficios no

se extiendan a gran parte de la población. Son los programas existentes y eso

aparentemente es suficiente.

De esta manera, se puede afirmar que se estuvo en 1999 en presencia de un

escenario de desequilibrio que apuntaló el proceso de cambio en la dirección de

políticas, todo ello en medio de un reacomodo de las variables que afectan al sistema

político venezolano (modificación de los contenidos de la variable régimen político y

la preeminencia jerárquica del cambio en la inspiración ideológica), una vez

generado este cambio en la dirección de políticas, se sigue a un equilibrio relativo y

parcial en la que la conformación de agenda sistémica obedece a ese mecanismo.

En un escenario como el descrito de manera general, el rol jugado por los

emprendedores de políticas es fundamental y determinante. Entonces, no es de

extrañar que ante una ausencia o incapacidad operativa de emprendedores

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287

procedentes de los poderes opuestos, emerjan los decisores y estrategas políticos

oficiales como los actores claves que impactan de manera efectiva y contundente en

las decisiones que conllevan a la priorización de los problemas y al movimiento de

los mecanismos que llevan de la agenda sistémica a la agenda de decisión y,

finalmente a la formulación de políticas. El que esto sea positivo o negativo, en este

momento es secundario, al parecer ésta es la característica clave del proceso de

conformación de la agenda en Venezuela.

Se aplica, como resultado de las afirmaciones previas, en el análisis de esta

parte del proceso político el modelo de Kingdon que hemos identificado en el capítulo

correspondiente, en donde es prioritaria y determinante la apreciación y valoración,

en su justa medida, del emprendedor de política, provenga este de cualesquiera de

los ámbitos políticos involucrados.

Ahora bien, una vez observada la primera característica atribuida a la

formulación de políticas públicas por parte del sistema político venezolano, la cual es

la alta conflictualidad en la formulación de las mismas; se tiene una segunda

condición atribuida, el alto grado de mutabilidad de las políticas del Estado,

entendiéndose éstas como políticas de gobierno y no de Estado, afirmando Zaira

Reverón: “que cada período gubernamental recibe los impactos de la fuerza de los

grupos cercanos que persiguen la satisfacción de sus intereses” (1982:32). ¿Persiste

esta característica de mutabilidad propia en el actual sistema político venezolano?

¿Recibe este gobierno la presión de grupos cercanos al poder que persiguen

satisfacer sus intereses?

Son cuestiones complicadas de responder, y no se puede caer en el facilismo

inmediato de responder sí a todo. Pero, la característica atribuida al sistema político

actual debe comprender tres aspectos como particularidades propias del mismo, en

relación con el anterior.

En primer lugar, se ratifica la característica de alta mutabilidad de las políticas

como propia del actual sistema, toda vez que la mutabilidad de políticas ha sido

importante respecto a las políticas formuladas previamente. El cambio de gobierno

ha generado muchas transformaciones: la promulgación de una nueva Constitución,

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288

políticas que modifican las formuladas por el anterior gobierno, la adecuación de

infinidad de leyes a las novedosas disposiciones constitucionales, y la formulación de

políticas públicas que responden a los intereses particulares del nuevo gobierno y de

las rejerarquizaciones entre variables que ahora redefinen al sistema político. Por lo

tanto existe una alta mutabilidad en las políticas en particular y en la acción

gubernamental en general, respecto del anterior Gobierno. ¿Se podrían identificar

políticas de Estado que sean permanentes y de Gobierno que sean efímeras en la

actualidad? Es probable.

En segundo lugar, la mutabilidad de las políticas puede estar referida al

cambio de políticas o a su abandono, dentro del propio ámbito de permanencia del

Gobierno en el poder, es decir, el Gobierno modifica sus propias políticas en función

de sus intereses y fines, o de la presión que recibe de grupos de interés (“El

remiendo de políticas” a que se refiere Gil Yépez); ¿Se podría verificar esto en la

actualidad? Se podría investigar al respecto y verificar si durante este Gobierno ha

habido mutabilidades en las políticas, lo que seguramente ha ocurrido, es lógico por

demás, que ocurran. Las políticas no son ni pueden ser estáticas, inamovibles.

El tercer y último ámbito, sería observar, una vez concluido el lapso temporal

de vigencia del actual gobierno y sucederse un cambio en los administradores

políticos del mismo, si las políticas en su evolución posterior serían de Estado o de

Gobierno, con las modificaciones lógicas que su misma característica supone. Para

ello habría que aguardar el cambio de gobierno.

Pero, en líneas generales se puede reconocer la persistencia de esta segunda

característica de las políticas, su alta mutabilidad. Se nos ocurre pensar si los grados

de mutabilidad de políticas pudiesen ser asociados a determinados comportamientos

del sistema político, entre ellos su adecuación y/o adaptación a la realidad, la

capacidad de atender demandas y problemáticas novedosas, la posibilidad de

reacción y flexibilidad de las instituciones.

En conclusión, se aprecia que el sistema político venezolano se encuentra

caracterizado por un continuo reacomodo de las variables situación económica,

régimen político e inspiración ideológica. De la formulación de políticas públicas, por

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su parte, se aprecia en primer lugar la presencia de conflictualidad, donde destaca el

proceso de conformación de la agenda, el ejercicio de la acción directa y el

tratamiento y consideración dado por la élite política a los grupos parte de los

poderes opuestos; en segundo lugar, la alta mutabilidad de las políticas; y finalmente,

en tercer lugar, la poca preocupación e importancia otorgada por buena parte de los

decisores políticos al diseño de mecanismos de monitoreo y evaluación, más allá de

la mera enumeración formal hecha durante la presentación de las memorias y

cuentas correspondientes a su gestión.

Veamos ahora en particular el sistema político venezolano en el específico del

comportamiento del sector cultural.

2. El Sistema Político Cultural en Venezuela

¿Qué características generales han definido y definen sistema político cultural

venezolano a partir del inicio del proceso democrático representativo y de la

promulgación de la Constitución de 1961, hasta nuestros días? A esa problemática

nos aproximamos en los párrafos siguientes.

Se parte de la premisa de que el subsistema político cultural venezolano se

encuentra determinado por las variables que impactan al sistema venezolano en

general161; y que las características que definen la formulación de políticas públicas;

caracterizan igualmente a las políticas públicas culturales. En lo que respecta a la

variable inspiración ideológica, la cultura, como objeto de la acción política del

Estado es particularmente susceptible a la ideología, ello por cuanto puede ser objeto

de polarizaciones entre extremos ideológicos, más aún cuando es considerada como

medio y vehículo, como “recurso”, según expresa George Yúdice162. Lourdes Arizpe

y Guiomar Alonso (2005), opinan que al analizar las posiciones que ocupan cultura y

globalización entre extremos políticos, éstos se definen entre la extrema izquierda y

la derecha, igualmente extrema. Ilustran la afirmación con tres ejemplos:

161 Situación económica, régimen político e inspiración ideológica. 162 Sobre el particular son determinantes las aportaciones efectuadas por George Yúdice en su obra “El recurso de la cultura. Usos de la cultura en la era global”, (2002).

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Por un lado, Sendero Luminoso, un movimiento de guerrilla de izquierda radical (que) en los ´80 y ’90, clamaba por la ‘reinstauración de la cultura auténtica del Perú’ refiriéndose con ello a la cultura prehispánica incaica. Su finalidad era, en sus propios términos, la ‘reindigenización del Perú’. Al otro lado del mundo pero en el mismo espectro político, Slodoban Milosevic, desde una posición socialista a ultranza, incitó a lo que ha sido una de las experiencias más brutales y sangrientas de ‘limpieza étnica’ del último siglo. Radovan Karadzic, general de los ejércitos serbios que perpetraron las matanzas, afirmó alguna vez que ‘las fronteras étnicas están dibujadas con sangre’. En tercer lugar, y al otro lado del espectro político, Bruno Megret, el principal ideólogo del partido de extrema derecha en Francia, el Frente Nacional, declaró en febrero de 1998 que ‘la política ya no debe considerarse dividida entre la derecha y la izquierda sino entre la identidad y la globalización’. El Frente Nacional pugna por cerrar las fronteras nacionales contra los inmigrantes e instaurar una cultura ‘auténtica’ de Francia como el único referente cultural (Arizpe y Alonso, 2005: 29).

Las posiciones parten de perspectivas esencialistas de la etnicidad y de la

propia cultura, que pueden encontrar imágenes simétricas de sus posiciones

extremas en posiciones igualmente fundamentalistas de las principales religiones del

mundo. Ello conlleva a afirmar que la radicalización política, del tenor que fuese, se

expresa frecuentemente en términos culturales, lo cual modifica alineaciones

políticas, con efectos decisivos en los resultados electorales de muchos países163.

De manera tal que el surgimiento de movimientos culturales y/o la

implementación de acciones políticas culturales por parte de estados, y su

paralelismo con movimientos doctrinarios, fundamentalistas, religiosos, comunitarios,

populistas, puede ser visto como un nuevo mecanismo de conexión entre la cultura y

la ideología del Estado reputada como verdad social, entre otras razones como

bandera de oposición a la globalización y al dominio de potencias extranjeras164.

Ahora bien, partiendo del modelo del sistema político venezolano que sirve de

premisa, revisaremos algunos aspectos particulares del subsistema cultural.

Es conveniente recordar que los objetivos básicos de las políticas públicas

culturales se encuentran definidos y estipulados en la propia Carta Magna de la

163 Como ilustración de esta afirmación los autores refieren como ejemplo, la elección del Primer Ministro en Israel en mayo de 1999, en la que se comentó que los votantes de los principales partidos políticos se aliaron, sobre todo para defender la naturaleza laica del estado de Israel más que para apoyar plataformas políticas específicas. 164 Ver el estudio de Manuel Castells sobre el poder de la identidad “The Power of Identity”: (Castells: 1997)

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República, y en el ordenamiento ordinario jurídico nacional, de allí se han de

desprender las acciones políticas de los decisores públicos. Este fundamento jurídico

es determinante para el subsistema puesto que le otorga un marco institucional de

acción que viene a legitimar y validar formalmente el aparato decisional del Estado.

Igualmente, se puede apreciar como fundamento tradicionalmente reconocido

en la política cultural venezolana, desde la creación del INCIBA, la atención a los

postulados y recomendaciones de organismos internacionales, al menos

formalmente, eso se evidencia de las memorias y cuentas del INCIBA y del CONAC,

a lo largo de los años. Esta característica se acentúa a partir de 1989 con el apego a

una dimensión global de la acción cultural denominada: “Dimensión Cultural del

Desarrollo” que venía a responder a aquella preocupación que significaba la

exclusión y consideración marginal de lo cultural en los planes de desarrollo de los

países, estableciéndose y formulándose orientaciones y paradigmas propios para

cada país165. De esta característica igualmente se infiere, como propio de la acción

cultural en Venezuela, el que un paradigma de desarrollo de lo cultural siempre ha

fundamentado formalmente la política cultural del Estado.

Ahora bien, y como complemento a las consideraciones previas los rasgos

que han caracterizado las políticas culturales en Venezuela, son los siguientes:

El diseño e implementación de políticas culturales sin considerar las

necesidades reales presentes en la sociedad; lo que significa la despreocupación por

conocer cualitativamente y cuantitativamente las demandas, los procesos de

reconocimiento y elección activa y posible, a los que el ordenamiento constitucional

denomina “recepción”, las estructuras materiales y simbólicas con las que se

165 La Dimensión Cultural del Desarrollo constituye una categoría de naturaleza metodológica, organizativa, estratégica, programática y de acción que pretende garantizar mediante acciones políticas, la incorporación de la cultura al proceso de planificación de desarrollo de un Estado. A partir de la Conferencia Intergubernamental Sobre los Aspectos Institucionales, Administrativos y Financieros de las Políticas Culturales, en Venecia 1970, inicia el concepto un camino a fin de insertarse en las concepciones de desarrollo de los estados. Se reconoce en la reunión al adelanto cultural como componente principal del progreso económico y social de los países y al fortalecimiento de la identidad cultural como requisito previo de este progreso en aquellos países que se encuentran en fase postcolonial. Esta concepción evolucionará, hasta que la región de América Latina, luego de la dura experiencia de los años 70 y 80, la comienza a tomar en cuenta. Venezuela la incorpora formalmente al VIII Plan de la Nación. Ver: (Oropeza G., 1997: Cap.V, Sección 5.1.1.1. pp. 49-63).

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vinculan, de hecho, tales políticas culturales. Ello conduce a afirmar que no se

satisfacen las necesidades ni se protegen los derechos culturales de la sociedad,

reconocidos en las constituciones que han estado vigentes y en el ordenamiento

legal sustantivo. Lo afirmado se constituye en una “falla de información” como

insumo de las políticas públicas culturales en doble vía, tal y como se la señalado en

el capítulo anterior.

Han perseguido la valorización del patrimonio cultural, expresión de la cultura

erudita o patrimonial. Por tanto, reconocen, en la práctica, la existencia de una

cultura hegemónica en detrimento de las otras culturas existentes en la sociedad,

entre ellas; las manifestaciones artísticas de la cultura denominada popular o

tradicional. Este punto es determinante, puesto que es posición de la investigación

que la sola conceptuación de cultura tradicional/popular por una parte y

patrimonial/erudita, por otra, es un contrasentido. Ya se ha explicado esta postura y

lo práctico de la misma se evidenciará al describir los lineamientos generales de una

propuesta de política cultural.

Pocas acciones, resultado de las políticas culturales, han perseguido la

regulación o el estímulo de los medios masivos de comunicación, para la difusión de

los productos culturales.

Se considera un avance que nuestras políticas culturales hayan superado la

concepción mecenal y la reducción de la cultura al juego espontáneo de los

creadores de élite, para planificar el desarrollo cultural de acuerdo con sus funciones

políticas. Por lo tanto el universo de la creación y el estímulo del Estado a la misma

se ha ampliado abarcando diversas y múltiples manifestaciones de los creadores

culturales. Sin embargo, es necesario profundizar, con nuevos criterios en este

particular. Las bases están, al parecer, establecidas.

Las políticas públicas culturales reciben el contundente impacto de las

industrias culturales, identificadas como “externalidades negativas” al mercado

cultural de bienes y servicios.

En atención a estas características básicas de nuestras políticas culturales es

conveniente en este punto recordar lo afirmado por Néstor García Canclini al

respecto:

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Una buena política cultural no es la que asume en forma exclusiva la organización del desarrollo cultural en relación con las necesidades utilitarias de las mayorías -condición indispensable para que sea democrática-, sino que abarca también los movimientos de juego y experimentación, promueve las búsquedas conceptuales y creativas a través de las cuales cada sociedad se renueva.

La política cultural debe ser también una política del placer. Se nos dirá que el placer no puede ser objeto de políticas. Es seguro que tienen razón si piensan en la política como esa telaraña de organigramas, trámites y astucias para conquistar el poder: ésta es la que casi siempre encontramos. ...Uno de los signos de que vamos hacia la superación de la crisis podría ser que los que hacemos cultura, en vez de tener que protegernos de los políticos, podamos contribuir a inventar otras formas, acordes con el estilo de cada pueblo, de participar y decidir en la política, de comprenderla y cambiarla (Canclini, 1990: pp. 60-61).

Ahora bien, seguidamente se procederá a observar el comportamiento del

subsistema político cultural. Su comportamiento y características particulares,

enmarcadas dentro de las generales ya señaladas, a partir del año 2000 hasta el año

2005, lo cual se efectuará observando, en su conjunto y separadamente cuando el

interés de la investigación lo determine, las memorias y cuentas emanadas de las

instituciones rectoras del sector correspondientes a tales años.166

Ha sido tradición, al menos desde la promulgación de la Constitución Nacional

de 1961, y la publicación de las leyes sustantivas que regulan la acción cultural y

estatuyen la institucionalidad oficial del sector, la consideración de un concepto

amplísimo de cultura que abarca la universalidad de las actividades humanas en su

relación con la naturaleza. Así, en la ley que creó al Consejo Nacional de la Cultura

fue defininida cultura como: “...el mundo creado por el hombre a lo largo de su

aventura vital y en sus relaciones con la naturaleza, la cual en cambio nos fue dada.”

166 Con estos fines de procedió a analizar las introducciones respectivas de cada Memoria y Cuenta, en donde se fijan los lineamientos generales y dogmáticos de la acción de las instituciones, así como otros documentos relevantes como el informe del “Sistema Nacional de Asociación Estratégica” (República Bolivariana de Venezuela, 2005), con el objeto de conocer las asignaciones y estímulos otorgados año a año a los creadores del país.

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(República de Venezuela, 1975: 64) 167 . Sin embargo, en la actual Constitución

Nacional vigente

...se reconoce una acepción de cultura que si bien amplia, no entraña la generalidad extrema que tradicionalmente ha caracterizado al legislador nacional. Efectivamente, parece definirse el ámbito cultural a los extremos delimitados por los productos de la creación cultural que sean susceptibles de ser protegidos como propiedad intelectual. Es decir, aquellos bienes y servicios culturales potencialmente consumibles (Oropeza, 2002: 143).

Sin embargo, en el pasado bajo la vigencia de la derogada Constitución de

1961, la acción política del Estado basándose aún en conceptuaciones

universalistas, observaba una praxis operativa sobre cultura que reconceptualizaba

la acepción, y perseguía el logro de fines implícitamente culturales. Es decir, el

concepto oficial de cultura se orientaba hacia el logro de fines culturales propiamente

dichos.

Lo asentado previamente se justifica en atención a la característica que desde

el año 2000 posee la novedosa conceptuación que la institucionalidad cultural actual

le otorga a la cultura. Haciendo la salvedad de que la actual Constitución es activa en

lo que respecta al reconocimiento de los derechos culturales168.

2.1 La política Cultural en Venezuela a partir del año 2000

Una vez identificados y descritos los elementos que definen el sistema político

venezolano en general; y en particular el sistema político cultural, es pertinente entrar

al análisis de este último a partir del año 2000, el primero de vigencia de la nueva

Constitución Nacional, de manera tal de apreciar y verificar los procesos que hacia el

interior del sistema cultural se inician a partir de entonces, con la finalidad de

caracterizar los elementos que podrían reconocer, de ser el caso, diferenciaciones en

el comportamiento del sistema y los grados de éstas diferencias, así como examinar

los elementos que permanecen comportándose de manera similar a partir de ese

167 La ley que creó al Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) fue derogada y ordenada la liquidación del ente, mediante Decreto N° 6.042 del 29 de abril de 2008, siendo publicado en la Gaceta Oficial de la República Bolivariana de Venezuela, N° 38.928 de fecha 12 de mayo de 2008. 168 Ver la sección 5 del Capítulo I (p. 132), referida a las disposiciones que en cultura estipula la Constitución Nacional de 1999.

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momento. Al comportamiento del sistema político cultural y de sus resultados: las

políticas culturales, nos aproximaremos en las secciones sucesivas,

fundamentalmente por medio del estudio de las memorias y cuentas emanadas de

los órganos rectores del sector, así como de puntuales comparaciones analíticas con

otros periodos, en los términos que seguidamente se abordan.

Memoria y Cuenta año 2000

Se lee en la Memoria y Cuenta correspondiente al año 2000 del

Viceministerio de la Cultura y del CONAC, lo siguiente:

... se buscó interpretar y tener en cuenta el clamor de todos los sectores de la sociedad venezolana para apoyar el proceso dinámico de creación y afirmación de la nacionalidad y construir un país cada día más justo y creativo. La cultura como valor estético y compendio de actividades espirituales y materiales de la sociedad es el vehículo más eficaz y legítimo para depurar y enaltecer las posibilidades de expresión del pensamiento y las aspiraciones creativas del hombre venezolano de nuestros días (República Bolivariana de Venezuela, Viceministerio de la Cultura, CONAC, 2001: 7)169.

De lo trascrito se desprende que la cultura, en un vuelco radical de la tradición

existente en el país desde la creación del INCIBA, es entendida como medio, como

recurso y “vehículo” para “Depurar” las posibilidades de expresión del pensamiento.

Pero, ¿quién decide lo que hay que “Depurar” y lo que se requiere enaltecer? Por

tanto, la conceptuación de cultura se aleja de fines propiamente culturales y no

persigue, según lo trascrito, la protección y logro de los derechos culturales

estipulados en la Constitución Nacional, sino que es vehículo, al parecer, para la

consecución de otros fines, entre los que se encuentra depurar las expresiones del

pensamiento del hombre venezolano de nuestros días.

A lo largo de las memorias analizadas se reitera, insistentemente, el proceso

de transformación y cambio que vive el país en general y el sector cultural en

particular.

Se propone la institución rectora de la cultura producir “auténtica vida social” a

través de “energías”, que entendemos como acciones, orientadas a estimular: la

169 Negritas nuestras.

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creatividad; la inventiva; la imaginación productiva; la sensibilidad de percepción; la

comprensión de valores; y la salud de espíritu. De esta manera, la optimización de

políticas y metas de la gestión cultural se planteó los siguientes objetivos:

Adaptación de la legislación vigente a la normativa de la nueva Constitución

Nacional de 1999. Se planea asimismo el inicio del proceso encaminado a la

promulgación de una legislación de mecenazgo cultural, lo que se aprecia como

altamente positivo, sin embargo este punto no es mencionado nuevamente en el

resto de los años.

La regionalización, descentralización y desconcentración de la gestión cultural.

Retomándose, pensamos que de manera acertada, una política ejecutada por el

CONAC como punta de lanza entre 1989 y 1994170.

El reordenamiento de la administración cultural pública y el diseño de políticas

culturales ajustadas a los planes de transformación del Estado. Ello traduce en la

práctica, la reestructuración organizativa y organizacional del CONAC, con el objetivo

de transformarlo en una instancia de “alto rango técnico, financiero, jurídico,

generador de programas socioculturales” inserto en el proceso de transformación

histórica.

Enmarcadas en estos objetivos generales se identifican cinco líneas de acción

cultural, las cuales son:

La cultura en las Escuelas Bolivarianas,

Infraestructura cultural,

Fomento y desarrollo de la artesanía,

Industrias culturales, y

Programas integrales de Acción Cultural. Destacándose el fortalecimiento y la

vinculación de las manifestaciones culturales populares y tradicionales dentro del

proceso educativo, en donde se involucran las escuelas como espacio social ideal.

Un punto importante y clave es el impulso de la organización y participación

comunitaria con el objetivo de crear y fortalecer redes sociales.

170 Quien suscribe realizó una investigación denominada “La política de descentralización en el sector cultura. (1989-1994)” que analiza los fundamentos y resultados de tal acción política (Oropeza, 1997).

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A partir de estos objetivos y líneas de acción política se ejecutan los

programas por parte de las áreas y entes tutelados los cuales son: Formación y

capacitación; Fomento y estímulo a la creación; Promoción y difusión; Relaciones

internacionales; y Conservación y Defensa del Patrimonio Cultural.

Memoria y Cuenta año 2001

En la Memoria y Cuenta correspondiente al año 2001, se define la acción

cultural como democrática, participativa y pluralista, recogiendo y asumiendo los

postulados tradicionales del paradigma de la democratización cultural como norte

del proceso de desarrollo cultural.

Es significativo que en este documento se presenta un diagnóstico de la

“institucionalidad cultural pública”, hasta el año 2000. La cual en general, se entiende

caracterizada por una visión reduccionista y fragmentada de la cultura, que ha estado

divorciada de las circunstancias sociales, políticas y económicas del país, existiendo

un “débil cuadro institucional” que se expresa en: a) la ausencia de un cuerpo de

políticas culturales explícitas; b) falta de valoración del concepto y del factor cultura;

c) carencia de una política comunicacional que articulara la institución con la realidad

nacional, las comunidades y los creadores; d) falta de mecanismos de control,

seguimiento y evaluación de la gestión, e) carencia de sistemas y procedimientos

actualizados; f) ausencia y desinterés por los procesos descentralizadores; g)

inexistencia de una política de financiamiento e inversión cultural; h) falta de políticas

en el manejo de los recursos humanos; y i) actitud basada en los viejos esquemas

presupuestarios, que no tomaba en consideración las asignaciones culturales al

sector como inversión social de interés público, justas, equilibradas y suficientes,

proporcionales al PIB171.

171 No podemos de dejar de comentar este particular de la proporción del presupuesto cultural con relación al PIB, ésta ha sido una larga lucha del sector cultura, la UNESCO ha recomendado porcentajes del PIB (2% en la Conferencia Internacional sobre Políticas Culturales en Europa, junio 1972) para apuntalar una acción pública en el sector, y siempre ésta posibilidad ha estado presente, reeditada la preocupación en esta memoria de 2001. Pero, cabría afirmar que aun hoy día, año 2006, no existe un parámetro proporcional en este particular para la asignación del presupuesto cultural con relación al PIB. Quizás, paradójicamente, el momento que se estuvo más cerca de lograr este fin, se remonta a la presentación del proyecto de ley que creó al Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) en abril de 1975, en esa oportunidad, se lee en la Exposición de Motivos del Proyecto de Ley: “Se aspira mediante este instrumento legal, fijar en forma porcentual la asignación anual correspondiente el

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Así se afirma en el instrumento señalado que:

En síntesis, se encontró un desgaste acelerado de la institucionalidad que impedía una relación activa, sistemática, democrática y permanente con los creadores, las comunidades e instituciones culturales, a las cuales ésta presta sus servicios. En consecuencia, experimentaba una disminución y pérdida de la identidad frente al colectivo nacional, sí como un desgaste acelerado de su capacidad de gestión expresada en una débil estructura orgánica que se traducía en resultados ineficientes (República Bolivariana de Venezuela, Viceministerio de la Cultura, CONAC, 2002: 6)172.

Dos aspectos por el momento, son relevantes en la diagnosis expuesta, a

saber: en primer lugar se aprecia un énfasis relevante en la problemática institucional

de los órganos responsables de la acción política cultural en el país, esto es

percibido como muy positivo, por cuanto es indiscutible el papel que juega el

desempeño institucional en la eficiencia y eficacia de las políticas públicas. El

segundo punto que llama la atención es que se trata dicha realidad en “pasado” (se

encontró – impedía - experimentaba – se traducía) es decir, ¿Podemos suponer que

ya no es así? ¿Que ha sido superada esta realidad en 2002?

En este contexto se diseña e implementa la denominada “Nueva Gestión

Pública Cultural” que se fija como objetivo fundamental el fortalecimiento político

programático y financiero del “sujeto institucional”. Se afirma en el documento que

“...desde el principio esta gestión se basó en una nueva valoración de cultura, más

dinámica y acorde con la compleja realidad del país...” (República Bolivariana de

Venezuela, Viceministerio de la Cultura, CONAC, 2002:6) Entendemos se refiere el

documento oficial a aquella concepción formulada en 2000, que considera a la

cultura como vehículo para depurar y enaltecer las expresiones del pensamiento del

hombre venezolano. Éste es el punto de partida conceptual.

Consejo Nacional de la Cultura... con la finalidad de atender... a la sugerencia de organismos internacionales especializados...” (Congreso Nacional, 1975: 67). Esta normativa particular finalmente no fue aprobada al promulgarse la ley de marras. Es necesario advertir, sin embargo, que la asignación porcentual fija al sector cultura de ninguna manera supone un impacto automático sobre la calidad de la gestión institucional del Estado en la materia, sólo atiende una parte de la compleja problemática que traduce una política cultural nacional. 172 Negritas nuestras.

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Se pauta como inicio para los logros en el sector, una revisión de la estructura

institucional que permita superar la “anacrónica y empobrecedora fractura entre el

Estado y la sociedad civil”. Así se afirma seguidamente que la gestión pública ha

dado un “vuelco radical” en aspectos como: la reformulación de la institucionalidad;

una concepción teórica propia (suponemos que de cultura); y unas políticas públicas

culturales consustanciadas con la necesidad de cambio (no con las necesidades y

demandas de la población, a menos que se suponga que la necesidad de cambio es,

en exclusiva, la necesidad de la sociedad, ¿De nuevo los programas de acción

directa?), tales políticas están orientadas hacia la integración de la cultura en la

educación, el bienestar social, el ambiente y la territorialidad. (República Bolivariana

de Venezuela, Viceministerio de la Cultura, CONAC, 2002:7)

En la etapa de transición reconocida en el documento se enfatizan tres

escenarios:

Aprobación y aplicación de la Ley Orgánica del Cultura. (Hasta el presente no

se ha aprobado, ni discutido esta nueva legislación.

Reestructuración de la Institucionalidad Cultural. En este sentido, a comienzos

de 2001 con una irrevocable disposición de construcción, mejoramiento y

consolidación de la gestión cultural pública y con el propósito de reunir a los mejores

equipos según el principio de la meritocracia y el relevo, se nombraron nuevos

grupos directivos en varias instituciones culturales, con la finalidad de impulsar los

cambios estructurales que éstas requieren en función de la nueva realidad nacional.

Planificación Estratégica y Presupuestaria, en este punto se afirma: El déficit

crónico y continuo desde 1986 hasta la fecha ha dificultado al Organismo la

posibilidad de dar respuestas suficientes y adecuadas a la demanda exigida hoy a

escala político-territorial, estructural y programática. ¿La demanda de qué: del

organismo mismo, de los creadores, de la sociedad, de los tres en conjunto?

Es relevante en esta Memoria y Cuenta, la consideración particular de las

Industrias Culturales como prioritarias, con el inicio del programa de Emisoras

Culturales Comunitarias y de Frontera, para lo cual, se afirma en el documento se

iniciaron las fases de diagnóstico del consumo y demanda cultural; lo cual implica, de

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300

suyo, una aceptación de este mecanismo como pauta parcial de la acción política

cultural, al menos en lo que respecta a las industrias culturales nacionales.

Se observa, ratificamos, un marcado énfasis de la acción política entre 2000 y

2001, orientado hacia la reforma y el cambio institucional, como medio y vía de

apuntalamiento de otras acciones en el sector cultural. Esas otras acciones se

mantienen en el marco de la programación y estructura funcional tradicional del

organismo: Formación y capacitación; Fomento y estímulo a la creación; Promoción y

difusión; Relaciones internacionales; y Conservación y Defensa del Patrimonio

Cultural; con la importante consideración de las Industrias Culturales Nacionales.

Memorias y Cuentas años 2002 a 2004

En las memorias que van de 2002 a 2004 ocurre una circunstancia particular:

las dos primeras páginas de la introducción o exposición general, son prácticamente

exactas, se repiten cambiando una que otra palabra, o bien dividiendo o uniendo

párrafos. En los tres documentos señalados se entiende a la cultura como “condición

ineludible del desarrollo social y como herramienta básica para consolidar la

democracia en el país” (República Bolivariana de Venezuela, Viceministerio de la

Cultura, CONAC, 2003, 2004, 2005: 2, 1, 2), ello a partir de una nueva valoración de

cultura más dinámica y acorde con la compleja realidad. Es decir, se ratifica la

conceptuación de cultura desde una perspectiva funcional, de medio, de recurso para

lograr fines no estrictamente culturales, no para el disfrute, defensa y/o ejercicio de

los derechos culturales estipulados en la Constitución Nacional. Tampoco se observa

específicamente cuál es esa nueva valoración de cultura, como no sea que es

entendida como medio y condición de otras realidades posibles.

En las tres memorias se afirma la ejecución de acciones que contemplan

primordialmente el cambio en la institucionalidad para que se encuentre al servicio de

los venezolanos, y para contribuir a mejorar y enriquecer la educación, la

organización social y comunitaria. En el párrafo siguiente se encuentra un objetivo

específicamente cultural, el cual es, en los años 2002 y 2003:

...el logro de un proyecto de gobernabilidad del sector cultural en la diversidad, bajo una orientación democrática que favoreciera el cambio social en el que los principales

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301

actores se convirtieran en gestores y contralores de sus propios programas y proyectos culturales (República Bolivariana de Venezuela, Viceministerio de la Cultura, CONAC, 2003, 2004: 2, 1).

Para el logro del objetivo planteado las acciones se orientan, nuevamente,

hacia la institucionalidad cultural, que definió de manera colectiva estrategias que

dieron respuestas a las demandas sociales y culturales de la población. Los años

2002 y 2003, son considerados etapas de transición hacia la satisfacción y alcances

de los objetivos trazados para el sector cultural, caracterizándose los mismos por

“...la profundización de los cambios en la estructura del sujeto institucional, con miras

a su fortalecimiento político, programático y financiero...” (República Bolivariana de

Venezuela, Viceministerio de la Cultura, CONAC, 2003, 2004: 2, 1)

En los tres años se afirma que los recursos otorgados se invirtieron en los

planes estratégicos de la gestión, los cuales son:

En 2002: Fomento y Promoción de la Artesanía Nacional; Incentivo de la

Industria Cultural y Massmediática; Sistema Nacional de Asociación Estratégica para

la Acción Cultural (aportes financieros); Desarrollo de Edificaciones e Infraestructura

Cultural; Red Nacional de Radios y Televisoras Culturales Comunitarias;

Reestructuración de la Institucionalidad Cultural Pública, es decir, el objetivo macro lo

es también específico; Sistema Nacional de Cultura; Gestión Cultural Pública en

concordancia con la nueva Constitución; Sistema Nacional de Información y

Estadísticas, una necesidad prioritaria a ser satisfecha en y para el sector;

Preservación y Valoración del Patrimonio Cultural y Natural; Identidad y Memoria;

Formación y Capacitación del Recursos Humanos; Fortalecimiento de la Acción

Cultural en el Sistema Educativo; Fortalecimiento de la Acción Socio-cultural

comunitaria; Estímulo y Protección a los Hacedores, Trabajadores, Creadores

Culturales; Fomento, Promoción y Divulgación del Quehacer Artístico Cultural;

Investigación e Interiorización Social del Conocimiento; Integración y Cooperación

Cultural Internacional; y, Sistema Nacional de Seguimiento, Control y Evaluación de

la Gestión Cultural. Diez y ocho (18) planes estratégicos en total.

En 2003, los recursos son invertidos en la ejecución de programas

estratégicos que se expresan en: recurso humano capacitado en el sector; desarrollo

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302

de la capacidad de gestión del sector y competencia para elaborar e implementar

planes y programas; grupos e instituciones capaces de actuar y crecer de acuerdo a

los nuevos retos; articulación del sector a través de redes y circuitos en todo el

territorio nacional; y grupos y creadores del sector. En total seis (6) programas

estratégicos.

En 2004, los recursos se invierten en programas estratégicos expresados en:

recurso humano capacitado; artesanos, promotores, cultores y artista reconocidos

nacional e internacionalmente; desarrollo de la capacidad de gestión y competencia

para elaborar e implementar planes y programas; grupos e instituciones capaces de

actuar y crecer de acuerdo a los nuevos retos; y articulación del sector a través de

redes y circuitos en todo el territorio nacional. En esta oportunidad son cinco (5) los

programas estratégicos.

Estos planes o programas son considerados, en las tres memorias, nuevos

paradigmas que persiguen la reconstrucción del tejido social con base en el

reconocimiento la diversidad cultural de los pueblos; la propuesta de normativas que

impulsen la transformación de la institucionalidad pública que persiga el diálogo y la

gobernabilidad del sector; la existencia de un cuerpo de políticas públicas asociadas

a los preceptos constitucionales; las demandas de nuestra cambiante sociedad en

correspondencia con los valores de la identidad cultural nacional, regional y local; se

entiende que la cantidad demandada de bienes y servicios culturales es “creciente” y

ello debe impulsar la búsqueda de alternativas al desarrollo de la producción local; y

el incremento de uhena estructura física y un patrimonio cultural de “valor universal”.

En el año 2003, las tres grandes orientaciones fueron: La descentralización de

la acción cultural; la democratización de la gerencia para que las decisiones sean

producto de trabajos colectivos que den aliento a planes específicos y coherentes

con los requerimientos y particularidades de las regiones; y, la masificación del

Hecho Cultural, trasladando cultura hacia comunidades tradicionalmente excluidas

porque la cultura es de todos. Entendemos que la cultura a la que se refiere la

memoria es el conjunto de bienes y servicios a ser ofertados y puestos a disposición

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303

de estas comunidades, no creemos que traduzca la acción política aquella acepción

de cultura como herramienta, medio o recurso.

Las orientaciones se unen a “cinco grandes líneas estratégicas” que son: la

defensa, atención y enriquecimiento del patrimonio; la formación y capacitación del

recurso humano; desarrollo de las industrias culturales; cultura y comunidad;

fomento, promoción y divulgación del quehacer artístico cultural; e, integración y

cooperación cultural internacional. En realidad se cuentan seis líneas, las cuales

tradicionalmente han sido los soportes estratégicos de la gestión cultural en el país,

al menos desde 1988.

En esta memoria, correspondiente al año 2003, se lee una frase que llama la

atención, vistos los fundamentos que sustentan la acción política desde 2000, y que

no se quiere pasar por alto. Al afirmar que en Venezuela se abrieron las puertas

para el cambio social, la transformación estructural necesaria y justa, todo ello en pos

de una sociedad diferente a la actual, se debe alcanzar una sociedad formada

integralmente, educada, y con un alto nivel cultural. ¿Qué traduce o se quiere

decir con: un alto nivel cultural, si la cultura es reputada en la acepción oficial que

basa las acciones políticas, formulada en los propios documentos oficiales que

registran la acción cultural del Estado, como medio, vehículo y condición para lograr

fines no estrictamente culturales? Y no es que la acepción oficial asuma un concepto

de cultura universal, que implique que cultura es todo; no, no es así, no se asume

una conceptuación amplísima, universal de cultura que permita justificar la expresión

de que cultura es todo. No, porque se lee en las memorias consistentemente, una

acepción clara y precisamente reconocida y aceptada oficialmente de la cultura como

vehículo, como medio.

Igualmente, se lee una frase que llama la atención en la pagina 7 de la

introducción de la memoria y cuenta correspondiente también al año 2003, la cual es:

“... la búsqueda de democratizar y masificar la acción cultural” 173 . Y nos

preguntamos: ¿Alguna diferencia con los fines perseguidos por las administraciones

culturales, desde la creación del INCIBA el 12 de abril de 1960? No, ninguna.

173 Negritas nuestras.

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304

La Memoria y Cuenta de 2004 posee un aspecto de marcada relevancia, luego

de que fuese creado un Viceministerio de Cultura, dependiente del Ministerio de

Educación Cultura y Deportes, sin que hubiese sido derogada la Ley que crea al

CONAC, por lo que entonces, el viceministro de cultura podía ser o no el Presidente

del CONAC, lo que generó no pocas confusiones a nivel institucional. El 3 de mayo

de 2004 es publicado en la Gaceta Oficial N°: 37.952, el Decreto N°: 2.938, por

medio del cual se crea la figura del “Ministro de Estado para la Cultura” es decir, se

crea un ministerio sin cartera, dicho Ministro de Estado, será el órgano asesor del

Presidente de la República en lo que respecta a cultura. Nada novedosa esta

circunstancia en el sector cultural de Venezuela, en donde en varias oportunidades

existió un Ministro de Estado para la Cultura y un Presidente del CONAC. Es apenas

en 1988 con la designación del Dr. José Antonio Abreu, cuando estas dos instancias

se unifican en un mismo ciudadano, al ser designado Abreu como Ministro de Estado

para la Cultura y Presidente del CONAC 174.

Es decir, para esa fecha 2004 culmina todo el proceso de cambio institucional

adelantado por las autoridades culturales desde 2000, en una situación que en

general e institucionalmente, se corresponde con la existente en Venezuela a finales

de los años 80, un Ministro de Estado para la Cultura y un Presidente del CONAC,

simultáneamente.

Posee sus particularidades la situación que, en opinión de la investigación,

viene a complicar aún más el panorama institucional. En primer lugar, no se ha

aprobado ni la reforma de la Ley que crea al CONAC, para la fecha, ni la Ley

Orgánica de Cultura, ni la Ley de Mecenazgo, por lo tanto, el aparato sustantivo

ordinario en su jerarquía, que regula al sector cultural se mantiene intacto.

Pero, se observa una diferencia; al Ministro de Estado se le adscribe, entre

otras instituciones tuteladas, el propio Consejo Nacional de la Cultura. La confusión

se profundiza cuando al leer la Memoria y Cuenta de 2004, en lo correspondiente a

la Visión, no se habla de Ministro de Estado para la Cultura, sino de “... el Ministerio de la Cultura, (es) el órgano rector de los lineamientos y políticas culturales del

174 Ver: (Oropeza, 1997).

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305

Estado...” 175 (República Bolivariana de Venezuela, Ministro de Estado para la

Cultura, 2005: 7).

Pero, es que el artículo primero de la vigente Ley que crea al CONAC estipula

que el objeto de la propia Ley es “...establecer los principios rectores de la política

cultural del Estado” (Gaceta Oficial de la República de Venezuela, 1975: 3). Y, según

la jerarquía del ordenamiento legal una Ley ordinaria posee mayor preeminencia

legal que un Decreto del Ejecutivo 176 . Por tanto, no se entiende cómo es un

Ministerio, que no ha sido creado, el órgano rector en una materia que la ley

ordinaria estipula como responsable a otra institución177.

Más aún, en el artículo tercero de la ley de marras, en el literal “e” de los

principios rectores que le sirven de base al CONAC se lee: “e) Crear políticas

destinadas a la afirmación y promoción de los valores de la tradición y la cultura

nacionales y a evitar los efectos contrarios y de dependencia que pudieran engendrar

ciertos procesos de transculturación” (Gaceta Oficial de la República de Venezuela,

1975: 3-4). El Decreto N° 2.938 dispone que el Ministro de Estado para la Cultura,

entre otras atribuciones debe: “Definir los objetivos, contenidos y alcance de las

políticas en materia cultural” (República Bolivariana de Venezuela, Ministro de

Estado para la Cultura, 2005: 5). Cabe preguntarse ¿Existe un conflicto de

jurisdiccionalidad administrativa entre estos órganos? ¿Este panorama, no complica

la situación y el desempeño institucional de los órganos participantes en la gestión y

rectoría del sector cultural que, de hecho entran en conflicto?

En este particular Oropeza opina que:

El hecho de que el CONAC posea personalidad jurídica propia, hecho por demás fundamental en su jerarquización, excluye cualquier relación de subordinación o jerarquía (en lo que a política cultural se refiere), ya que la misma supone una identidad de competencia entre los órganos ligados por ella. El instituto autónomo (el CONAC en este caso), entonces, tiene una competencia que no es formalmente la del órgano de adscripción, en nuestro caso, la Presidencia de la República o su órgano el

175 Negritas nuestras. 176 Esta jerarquización de instrumentos legales es conocida como “Pirámide de Kelsen”, para el particular ver: (Kelsen, 1960). 177 Ver el análisis detallado que se hace de esta ley que crea al CONAC en (Oropeza, 1978: 66-85)

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Ministerio de la Secretaría de la Presidencia, y la competencia del CONAC no puede ser asumida o ejecutada por el órgano de adscripción porque sería ilegal ya que contrariaría la ley de creación del CONAC (Oropeza, 1997: 72-73).

Al final, el objetivo clave de la gestión y la acción política de estos años la

jerarquización política, jurídica y presupuestaria del sujeto institucional, termina en un

conflicto jurisdiccional orgánico-administrativo, que bien podría afectar la eficiencia y

validez decisoria de algunos de estos órganos. No entraremos a analizar la

estructura organizacional del despacho del Ministro de Estado, denominado

Ministerio de la Cultura, que para la fecha no existe, ni las atribuciones del CONAC

que se encuentra ejecutando, solo diremos que esta realidad ha creado

incertidumbre en el sector, lo que hemos constatado personalmente en los pasillos

de las organizaciones y en opiniones de funcionarios que no estuvieron dispuestos a

conceder entrevistas formales.

Ahora bien, y dejando sentada la posición de la investigación en este

particular, en el aparte denominado “Políticas, Objetivos, Estrategias” el despacho

del Ministro de Estado para la Cultura expone que las políticas estarás destinadas a:

Proteger, conservar, restaurar y socializar el patrimonio cultural tangible e

intangible a escala nacional, afianzando nuestra identidad como pueblo.

Insertar el movimiento cultural en los distintos espacios sociales que

contribuyan a elevar cualitativa y cuantitativamente el nivel de desarrollo cultural del

conjunto del pueblo, promoviendo el diálogo e intercambio de las manifestaciones

culturales en un país que se reconoce como multiétnico y pluricultural.

Llama la atención la frase “elevar cualitativa y cuantitativamente el nivel” lo

que a todas luces podría lucir contradictorio en el contexto, pero que ciertamente

puede traducir interesantes líneas de acción política en beneficio de la población y de

la protección del capital y la identidad cultural nacional.

Promover el potencial económico y sociocultural de las diferentes

manifestaciones del arte y las industrias culturales, como generadoras de riqueza y

calidad de vida, que faciliten el desarrollo cultural integral en todo el ámbito nacional.

Page 323:  · ii UNIVERSIDAD SIMÓN BOLÍVAR Decanato de Estudios de Postgrado Doctorado en Ciencia Política ECONOMÍA DE LA CULTURA Y PROCESO POLÍTICO: UNA PROPUESTA DE POLÍTICA CULTURAL

307

Esta política emerge como relevante, pertinente y adecuada a la situación de

la realidad mundial, en donde la protección de las industrias culturales nacionales ha

de ser una de las políticas culturales clave de nuestros países en defensa de

variables que propenden a nuestra afirmación, reafirmación y evolución como nación.

Nótese que, al menos en el postulado, no se hace una diferenciación expresa entre

culturas eruditas por una parte y, populares y/o tradicionales por otra.

Por último, fortalecer los procesos de descentralización y desconcentración de

la acción cultural178.

Este postulado recoge, acertadamente, la bandera de la política de

descentralización cultural implementada por el CONAC bajo la gestión de José

Antonio Abreu, entre 1989 y 1994. Entendemos que con las debidas adaptaciones y

ajustes tanto a los tiempos como a la nueva Constitución actual, basándose

efectivamente la acción política en la reformada Ley Orgánica de Descentralización,

Delimitación y Transferencia de Competencias del Poder Público, actualmente

vigente.

Los objetivos que se persiguen lograr a través de las políticas identificadas

son:

Favorecer la libre y pluralista de creación valores culturales y el desarrollo de

aquellas actividades e instituciones que garanticen la manifestación y difusión de

esos valores en la totalidad de la sociedad venezolana. Se ratifica el énfasis en el

estímulo a la producción de bienes y servicios culturales como pauta prioritaria del

Estado, es esta una de las características tradicionales de la política cultural en

Venezuela a lo largo de los años, sobre ello volveremos en la parte final de esta

sección.

Velar por la existencia y eficiencia de todos los servicios culturales públicos

que el Estado debe ofrecer a los ciudadanos.

Preservar y fomentar la libre circulación del mensaje cultural.

Promover en el país una política cultural de amplitud universal y de decidida

protección a las manifestaciones y creaciones culturales nacionales.

178 Ver: (República Bolivariana de Venezuela, Ministro de Estado para la Cultura, 2005: 7)

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Crear políticas destinadas a la afirmación y promoción de los valores de la

tradición y la cultura nacionales (nótese que no se refieren a culturas populares o

tradicionales, sino a valores de la tradición, lo que es totalmente pertinente) y a evitar

los efectos contrarios y de dependencia que pudieran engendrar ciertos procesos de

transculturización.

Propiciar las más adecuadas condiciones jurídicas, sociales y fiscales para la

protección y amparo del creador y del trabajador de la cultura.

Velar por el cumplimiento de las leyes de derechos de autor y de depósito

legal y de sus reglamentos.

Promover, dignificar y exaltar la conservación del patrimonio histórico,

arqueológico, documental y artístico de la nación.

Estimular la producción de bienes culturales y su respeto y disfrute

democrático como factores vitales de la comunidad nacional.

Estudiar y promover el desarrollo de las manifestaciones culturales propias

de cada una de las regiones del país.

Estudiar la interrelación cultural y el intercambio de bienes de la cultura, en

particular en las regiones o subregiones en las cuales la república participe en

procesos de integración.

Los objetivos que se fija el despacho del Ministro de Estado para la Cultura en

la Memoria correspondiente al año 2004, y que quisimos transcribir textualmente con

algunos comentarios propios son, sin lugar a dudas, totalmente vigentes y

pertinentes para la Venezuela de entonces y de hoy, de ello no cabe duda. Pero ¿A

que viene este comentario, por qué se afirma esto? Porque esos objetivos de 2004,

son copia fiel y exacta del artículo 3 de la Ley del Consejo Nacional de la Cultura,

vigente desde el 29 de agosto de1975. Entonces, ¿Para qué se persigue la reforma

de esta normativa, o la promulgación de una nueva con carácter orgánico? ¿Qué

sentido tiene arrebatar al CONAC sus principios rectores y llevarlos al despacho de

un Ministro de Estado para la Cultura? ¿Por qué no usufructuar la experiencia y

propiciar un cambio profundo, estructural y estratégico sobre las bases institucionales

y la experiencia del CONAC que beneficie a la sociedad venezolana toda? En fin

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¿Por qué desarticular la estructura institucional y organizativa del CONAC si los

objetivos que se persiguen son los mismos?

Finalmente, el despacho del Ministro de Estado para la Cultura, formula tres

estrategias, las cuales son: Desconcentración de la acción cultural; Democratización

de la Gerencia; y, Masificación del Hecho Cultural.

Y, aún con la realidad expresada previamente, la Memoria y Cuenta no tiene

empacho en afirmar en el particular denominado “Principales logros y obstáculos”

que el Ministro de Estado para la Cultura “...realizó acciones concretas en las que la

institucionalidad cultural definió colectivamente estrategias y actividades que

convocaron a diversos sectores de la sociedad...” (República Bolivariana de

Venezuela, Ministro de Estado para la Cultura, 2005: 11)

Memoria y Cuenta año 2005

Ahora bien, en 2005 nuevos cambios se suceden cuando mediante Decreto

N°: 3.464, de fecha 9 de febrero se crea el Ministerio de la Cultura, leyéndose en la

Memoria y Cuenta de 2005:

El citado Ministerio, goza de una estructura funcional modesta; cuya estructura

presupuestaria, está conformada por dos (2) programas: “’Actividades Centrales’

(01) y ‘Asignaciones a Organismos del Sector Público’ (98), lo que dio lugar al inicio

de un conjunto de actividades que permitieron su conformación, desde el punto de

vista funcional, permitiendo la contratación de personal, adquisición de equipos,

contratación de servicios profesionales, a efecto de cumplir a cabalidad todos los

requerimientos de un organismo del Estado” (República Bolivariana de Venezuela,

Ministro de la Cultura, 2006: 2).

El resto de la introducción es una descripción técnico-financiera de la

disposición e inversión de los recursos ejecutados. Cabe señalar que a la fecha se

encuentra aún vigente la Ley del Consejo Nacional de la Cultura, el cual desarrolla

actividades en su sede de la Torre Norte del Centro Simón Bolívar, en el centro de

Caracas. Así, el sector cultura en Venezuela posee para su gestión un Ministerio de

la Cultura creado en 2005 y un instituto autónomo con personalidad jurídica propia

creado en 1975, el CONAC. ¿Qué más puede aspirar el sector?

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310

Visto el análisis de las memorias que van de 2000 a 2005, qué decir respecto

de las características fundamentales que hasta el momento se percibe definen el

subsistema político cultural.

En primer lugar, el paradigma de la “Democratización Cultural” continua, como

lo ha sido tradicionalmente, definiendo el modelo de desarrollo cultural perseguido

por la administración. En segundo lugar, se plantea insistentemente una acción de

cambio de las estructuras jurídico-institucionales del sector. Sin embargo no se

concretan las metas en el ámbito de la composición sustantiva del aparato legal-

normativo; por el lado de las estructuras institucionales-organizacionales, se

observan erráticas las acciones que van del CONAC, a un viceministerio de cultura, a

un ministro de Estado sin cartera (despacho que pretende actuar como ministerio), a

la creación, por último, de un Ministerio de Cultura, persistiendo la estructura del

CONAC y vigente la ley que lo crea. Esta situación ha traído no pocas confusiones

en y al sector, esperándose que tienda a estabilizarse la situación con la creación del

Ministerio, pero continúan dos estructuras estatales responsables de la acción

política cultural por parte del Estado, con atribuciones que se solapan entre sí.

Se considera importante apreciar este punto del cambio institucional que,

como hemos visto, se expresa en dos ámbitos: el jurídico-normativo y el institucional

propiamente dicho. Se entendía el primero como fundamento de ejecución del

segundo, proporcionándole un piso legal al cambio, al no lograrse el primero se

procede a alcanzar el segundo sin aquel basamento sustantivo, y de allí las

confusiones y vaivenes que se han identificado en los párrafos previos. Pero el

cambio institucional propiamente dicho, perseguido por los actores políticos ¿A qué

variables y criterios obedece? Cuando identificamos el modelo de cambio

institucional propuesto por G. Majone (2005:142), se describían diversas variables

que seguidamente veremos si se corresponden con la situación de insistente cambio

institucional perseguida por la administración gubernamental cultural actual.

La primera, el grupo de actores efectivos y de los potenciales, los actores

claves del proceso de cambio son las autoridades culturales, quienes se proponen

una reorganización orientada a alcanzar una jerarquización jurídica, política y

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311

financiera del sujeto institucional, con miras a cumplir los objetivos trazados en la

Constitución y en las leyes vigentes en la materia. Se observa, sin embargo, una

acción errática y no definitiva, en general no se modifican las estructuras

tradicionales, éstas se relegan u obvian, y se crean nuevos modelos de gestión

institucional estando, repetimos, vivas las estructuras tradicionales organizativas e

institucionales. Así, se ignoran los aportes que pudieren dar estas organizaciones y

la experiencia alcanzada por ellas a lo largo del tiempo. Sin embargo, la estructura y

componentes de metas, objetivos, planes y estrategias permanece prácticamente

intacta, con algunos agregados novedosos (importantes por demás) y reediciones

de acciones políticas previas (la descentralización cultural por ejemplo).

La segunda variable hace referencia a los recursos a disposición de los

actores efectivos, en los diversos arreglos institucionales, para impulsar el cambio

institucional. Variable que, a su vez se compone de dos elementos: Cantidad y

calidad de la información resultante de las habilidades y conocimientos técnicos

disponibles para diseñar el cambio; y, los factores y restricciones existentes. Es

opinión de la investigación que el cambio institucional propuesto no manejó

información pertinente para la determinación de los objetivos del mismo, más allá de

la lógica de alcanzarlo para ser más eficiente y efectiva la acción institucional, la

acción política. Quizás se debió plantear una pregunta que, entendemos desde esta

orilla como obvia: ¿Cuál es el problema? ¿Qué situación específica y concreta se

persigue modificar o preservar por medio de la acción de cambio en las estructuras y

fundamentos jurídicos de los órganos del subsistema político cultural?

Es probable que la no identificación de situaciones específicamente

problemáticas a ser subsanadas y la característica errática de las decisiones; aunado

a un conjunto de restricciones del ambiente que torpedearon el esquema decisorio

de los actores, entre las que se pueden contar: desinterés del legislativo en la

materia cultural, lo que puede entenderse también como la inoperancia de

estrategias de los actores político-culturales en estimular y llamar la atención sobre la

relevancia del particular, el hecho es que no se logra aún la adecuación de la

normativa a nuevos fines, a nuevas estructuras y metas. Es decir, lo planteado

respecto del interés de los estrategas políticos moviendo la agenda y estimulando la

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312

aparición de ventanas de oportunidad, no se sucede en nuestro caso. Al final se

obtiene un pírrico logro con la creación de instancias vía decretos ejecutivos

(viceministerios, ministros de Estado, Ministerio de Cultura).

La tercera de las características fundamentales que se perciben en el

subsistema político cultural es: la apreciación de un énfasis en el objetivo de

jerarquizar en lo político, jurídico y presupuestario la presencia del “sujeto

institucional” con la finalidad de cumplir las metas planeadas. Un cuarto punto, que

se desprende de la revisión efectuada es que las líneas estratégicas que

tradicionalmente han sustentado la acción del sector cultural persisten en el período

2000-2005, con un mayor interés en la protección y estímulo de las industrias

culturales nacionales, como elemento a resaltar. En quinto lugar se aprecia, en

general, una expansión de los objetivos específicos del sector cultura, entre los que

se destacan la disposición a una convocatoria amplia para la fijación de objetivos; la

introducción de procesos de contraloría social en la apreciación de los resultados de

las instituciones beneficiarias de aportes y/o subsidios.

Finalmente, la característica más relevante de la actual acción política cultural,

es el abandono de una concepción de cultura (como concepto que guía la acción)

relacionada con fines estrictamente culturales en una concepción más o menos

amplia y universalista, por una en la que el criterio de la cultura como medio y

vehículo para alcanzar fines no estrictamente culturales se impone como definición

que basa la actividad del subsistema político cultural.

La realidad presupuestaria

Veamos seguidamente el comportamiento de la realidad presupuestaria en el

período 1999-2005, lo que coadyuvará a tener una visión más precisa de las

características que en la actualidad posee el subsistema analizado, toda vez que es

uno de los objetivos propuestos, la jerarquización en el plano financiero. Con este fin

se analizan las cifras financieras del período 1999-2005; comparándolas con un

período de igual cantidad de años en el cual, también se planteó como objetivo la

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jerarquización financiera e institucional y un profundo cambio y transformación del

sector cultural179: 1988-1994, siete años en ambos casos.

En el Cuadro IV.6., se aprecia que entre 1999 y 2005, se produce un

impresionante aumento del presupuesto nominal en el sector, al pasar de Bs.

45.855.780.432,00 a Bs. 370.755.158.180,00 lo que representa una variación

porcentual del 798,52%. Llevada esta cifra a bolívares reales con base 1997, la

variación porcentual real se ubica en un nada desdeñable 173,39% (Ver Gráfico

IV.3.).

Cuadro IV.6 Comparativo de Presupuesto Sector Institucional Cultural

Subvenciones / Aportes Nominal, Real (Base 1997)

(1999 / 2005)

Año Presupuesto (Bs. Nominales)

Variación %

(nominal)

IPC (prom. anual)

Presupuesto Bs. Reales.

(Base 1997)

Variación % (real)

Subvenciones / aportes otorgados

(nominal)

Variación %

(nominal)

Subvenciones/aportes, en Bs. Reales. (Base

1997)

Variación

% (real)

Número de

benef.

Variación %

(benef.)

1999 45,855,780,432 1,871.70 2,449,560,920.52 11,983,660,425.55 640,255,405.54 1,077

2000 51,539,374,570 12.39 2,170.50 2,374,539,256.85 -3.06 11,168,568,338.00 -6.80 514,562,005.90 -19.63 669 -37.88

2001 88,602,951,082 71.91 2,442.40 3,627,700,257.21 52.77 20,293,033,701.00 81.70 830,864,465.32 61.47 1,585 126.75

2002 129,736,015,145 46.42 3,009.60 4,310,739,471.86 18.83 34,330,000,000.00 69.17 1,140,683,147.26 37.29 2,111 33.19

2003 161,509,699,503 24.49 3,969.50 4,068,766,834.69 -5.61 46,702,470,282.00 36.04 1,176,532,819.80 3.14 2,551 0.06

2004 208,023,898,410 28.80 4,782.40 4,349,780,411.72 6.91 45,926,674,000.00 -1.66 960,326,906.99 -18.38 1,971 -22.74

2005 370,755,158,180 78.23 5,536.20 6,696,924,933.71 53.96 47,000,000,000.00 2.34 848,957,768.87 -11.6 2,528 28.26

Período 1,056,022,877,322 798.52 27,878,012,086.55 173.39 217,404,406,746.55 292.20 6,112,182,519.68 32.60 12,492 134.73

Fuente: Dirección de Planificación CONAC. Banco Central de Venezuela. Cálculos propios.

Gráfico IV.3

Variación % Aportes y subsidios (2000 – 2005)

179 Ver: (Oropeza, 1997)

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314

-40,00

-20,00

0,00

20,00

40,00

60,00

80,00

100,00

2000 2001 2002 2003 2004 2005

Años

Var.

%

Var. % Nominal

Var. % Real

Fuente: Dirección de Planificación CONAC. Banco Central de Venezuela. Cálculos propios.

Esta realidad puede considerarse como el reflejo del cumplimiento del objetivo

planteado de jerarquización financiero-presupuestaria. Pero, en la Memoria y Cuenta

correspondiente a 2002 se afirma: “El déficit crónico y continuo desde 1986 hasta la

fecha ha dificultado al Organismo la posibilidad de dar respuestas suficientes y

adecuadas a la demanda exigida hoy a escala política-territorial, estructural y

programática”, quizás exista un déficit, el cual debe ser determinado exactamente y a

cuáles partidas presupuestarias afecta, para saber cuál es la necesidad financiera

real del sector pero, es necesario también reconocer que entre 1988 y 1994, se

sucede el salto más importante presupuestario que ha experimentado el sector

cultural, pasando de Bs. 290.338,300,00 en 1988 a Bs. 9.687.000.000,00 en 1994,

(nominales) Cuadro IV.7., ello representa una variación porcentual de 3.236,45%; en

términos reales significa una variación porcentual del 501,89%. (Ver Gráfico IV.4.)

Es decir, en términos reales, existe una variación porcentual en los periodos

vistos de 173,39% en 2005 y un 501,89% en 1994. Creemos que esta realidad

debería ser tomada en consideración.

Cuadro IV.7 Comparativos Presupuesto CONAC (nominal) y Subvenciones / Aportes

(1988 / 1994)

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315

Año Presupuesto (Bs. nominales)

Subvenciones / aportes otorgados (nominal)

Aportes respecto al presupuesto

1988 290,338,300.00 55,351,600.00 19.06% 1989 586,851,107.00 119,110,432.00 20.30% 1990 1,192,900,000.00 328,640,966.00 27.55% 1991 3,531,074,362.00 844,871,858.85 23.93% 1992 4,670,391,486.00 1,284,834,944.00 27.51% 1993 7,190,668,487.00 2,183,817,352.00 30.37%

1994 9,687,000,000.00 3,266,585,229.35 33.72%

Período 27,149,223,742.00 8,083,212,382.20 29.77%

Fuente: Dirección de Planificación CONAC. Cálculos propios.

¿Se cumple entonces, la meta de jerarquización presupuestaria del sector

cultura?, no se nos informa si el déficit aludido en 2002, ya ha sido superado en la

actualidad o bien persiste, ello es clave para asegurar sin dudas si se cumple o no la

meta.

Un punto que es determinante en el análisis de las cifras de las instituciones

culturales rectoras de la cultura en el país, es el referido a los aportes y

subvenciones otorgadas a las agrupaciones, fundaciones, asociaciones, y

personalidades que son las que generan la oferta cultural a través de la producción

de los bienes y servicios culturales ofertados a la población. En el Cuadro IV.8., se

aprecia el comportamiento de esta variable entre 1999 y 2005 apreciándose una

variación porcentual nominal del 292,20% y una real del 32,60% en el período. (Ver

Gráfico IV.4)

Gráfico IV.4 Variación % Presupuesto: Nominal y Real

(1999 / 2005)

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316

-20,00

0,00

20,00

40,00

60,00

80,00

100,00

2000 2001 2002 2003 2004 2005

Años

Var.

%

Var. % NominalVar. % Real

Fuente: Dirección de Planificación CONAC. Cálculos propios.

El número de beneficiarios pasa de 1.077 en 1999 a 2.528 en 2005 (Var.%

134,73%) (Gráfico IV.5 y Gráfico IV.6.) lo que evidencia un importante estímulo a la

creatividad y la producción de bienes y servicios culturales.

Gráfico IV.5 Número de Beneficiarios Aportes / Subsidios

(1999 – 2005)

0

500

1.000

1.500

2.000

2.500

3.000

1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005

Años

Ben

ef.

Fuente: Dirección de Planificación CONAC. Cálculos propios.

Gráfico IV.6

Variación % Beneficiarios de Aportes / Subsidios (2000 – 2005)

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317

-60

-40

-20

0

20

40

60

80

100

120

140

2000 2001 2002 2003 2004 2005Años

Ben

ef.

Fuente: Dirección de Planificación CONAC. Cálculos propios.

Ahora bien, el Cuadro IV.8., muestra la relación porcentual año por año

(1999-2005) entre los aportes y el presupuesto general, la variación general del

período se ubica en un 20,59%,. Es decir, la variación entre el porcentaje de aportes

con respecto al presupuesto de 1999 y el de 2004 se ubica en esa cifra: 20,59%.

(Gráfico IV.7)

En el período de comparación (1988-1994) (Gráfico IV.8). esta variación se

ubica en un 29.77% (la diferencia es de 9.18 puntos). Esta realidad permite efectuar

varias apreciaciones.

Una de las características que se ha atribuido al subsistema político cultural en

los capítulos previos es que, como consecuencia del permanente estímulo a la

producción de bienes y servicios culturales (fundamentalmente a partir de 1988), la

demanda cultural se traslada de la sociedad, a las agrupaciones y creadores

culturales. Debido a esto la agenda institucional de las organizaciones culturales

públicas se ve determinada en buena parte por aquellas presiones procedentes de

las agrupaciones, de los creadores, y no de la sociedad.

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318

Gráfico IV.7 Variación % Aportes con respecto del porcentaje con el Presupuesto anual (2000 – 2005)

-50,00

-40,00

-30,00

-20,00

-10,00

0,00

10,00

20,00

2000 2001 2002 2003 2004 2005Años

Var.

%

Fuente: Dirección de Planificación CONAC. Cálculos propios.

Cuadro IV.8

Comparativo: Presupuesto del Sector Institucional Cultural (nominal – real) con Subvenciones / Aportes a beneficiarios

(1999 / 2005)

Año Presupuesto (Bs.) Subvenciones / aportes otorgados

(nominal)

Presupuesto en Bs. Reales. (Base 1997)

Subvenciones/aportes, en Bs. Reales. (Base 1997)

Aportes respecto al

presupuesto

Variación %

1999 45,855,780,432.00 11,983,660,425.55 2,449,560,920.52 640,255,405.54 26.13%

2000 51,539,374,570.00 11,168,568,338.00 2,374,539,256.85 514,562,005.90 21.67% -17.07

2001 88,602,951,082.00 20,293,033,701.00 3,627,700,257.21 830,864,465.32 22.90% 5.68

2002 129,736,015,145.00 34,330,000,000.00 4,310,739,471.86 1,140,683,147.26 26.46% 15.55

2003 161,509,699,503.00 46,702,470,282.00 4,068,766,834.69 1,176,532,819.80 28.92% 9.30

2004 208,023,898,410.00 45,926,674,000.00 4,349,780,411.72 960,326,906.99 22.08% -23.65

2005 370,755,158,180.00 47,000,000,000.00 6,696,924,933.71 848,957,768.87 12.68% -42.57

Período 1,056,022,877,322.00 217,404,406,746.55 27,878,012,086.55 6,112,182,519.68 20.59%

Fuente: Dirección de Planificación CONAC. Cálculos propios.

Ésta es una de las características que ha venido definiendo el comportamiento

del subsistema político cultural venezolano. El Estado, al satisfacer parte de la

demanda de los productores culturales, ha delegado en ellos la identificación y

atención inmediata de las necesidades culturales de la población, es decir de la

demanda social cultural

¿Persiste esta característica? Sí, sí persiste, no podemos considerar como

relevante, para suponer un cambio importante en este sentido, una diferencia de

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319

escasos casi 10 puntos en el porcentaje del presupuesto total que se destina a

satisfacer la demanda financiera de los grupos y productores culturales, entre los

períodos comparados. (Gráfico IV.8.) Además, entre 1999 y 2005 se produce una

variación del 134% de los grupos y productores culturales, que pasan de 1.077 en

1999 a 2.528 en 2005, por lo que la característica señalada sigue siendo válida en

los actuales momentos.

Gráfico IV.8 % de Aportes respecto del Presupuesto Anual.

Comparativo (1988 – 1994) y (1999 – 2005)

0,00

5,00

10,00

15,00

20,00

25,00

30,00

35,00

40,00

1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994Años

%

1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005

1988-19941999-2005

Fuente: Dirección de Planificación CONAC. Cálculos propios.

Es decir, que un elemento determinante y clave para la conformación de la

agenda institucional del sujeto institucional cultural, es la demanda financiera

presentada por los productores culturales para la generación de los bienes y

servicios a ser ofertados a la sociedad. Acá emerge este actor (productores

culturales), al lado del Estado, como un emprendedor de políticas importante, que

impacta y define la agenda.

Pero, esta realidad ha sido percibida por el ente o entes responsables de la

acción política, expresión de esto es la creación del “Sistema Nacional de Asociación

Estratégica. Programa de Financiamiento Cultural 2005”. Se lee en el documento que

la demanda de las agrupaciones y productores culturales se incrementó con respecto

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320

a 2004 en un 27,7% (Ministerio de la Cultura, CONAC, 2005:1); sin embargo, el

incremento del monto de los aportes es del 2.34% (nominal) y de –11.6% (real).

El documento plantea lograr una mayor participación de la sociedad en la

elaboración de las propuestas financieras a ser presentadas al organismo, ello a

través de las “Mesas de Presupuestos Participativos” integradas por las asambleas

de ciudadanos y trabajadores del área, estas mesas realizan una primera evaluación

de las propuestas y presentan sus conclusiones al ente oficial; el cual realiza una

segunda evaluación. Asimismo, en el documento se plantea como objetivo prioritario

el estímulo a las industrias culturales y medios de comunicación alternativos, y el

apoyo a los proyectos consolidados, sin olvidar proyectos novedosos (el estímulo a

las vanguardias).

Este es un mecanismo que paulatinamente podría ir propiciando la

participación de la sociedad en el reconocimiento y determinación de sus demandas

culturales y, en el mediano plazo, ir diversificando y abriendo el proceso de

conformación de la agenda institucional a la comunidad, lo que se considera una

característica y fin altamente positivo y novedoso de la actual gestión pública cultural.

Sin embargo, sobre este punto volvemos en el capítulo siguiente con más detalle. No

se entrará acá a considerar la veracidad o no de las críticas que se han hecho

respecto a la politización extrema de estas instancias de participación comunitaria, ni

los fines últimos de difusión ideológica que se les atribuyen a las emisoras y

televisoras comunitarias culturales, ello sería tema de una investigación particular,

que permita verificar o desmentir estas acusaciones de sectarismo político y

preeminencia político-ideológica de los programas. No se puede olvidar la

jerarquización importante que, en el actual sistema político nacional, posee la

variable inspiración ideológica.

De lo afirmado se desprende la existencia de un núcleo de la política cultural

rígido y con pocas variaciones, el cual permanece así desde hace muchos años,

quizás desde la promulgación y posterior reforma de la Ley del CONAC. La periferia

de la política se mueve dentro de parámetros que aquel núcleo permite, por lo que

una reforma profunda del sector no se debe limitar a la periferia sino afectar el núcleo

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321

mismo de la política, esta circunstancia entendemos ha sido comprendida por los

actores políticos, pero o su estrategia para lograr consensos y apoyos no ha sido la

más adecuada, o las restricciones del ambiente jugaron en contra de los planes de

los actores y de su interés, no lográndose captar el mismo interés por parte del resto

de los decisores públicos, los legisladores fundamentalmente. Decimos los

legisladores porque los actores político-culturales actuales entendieron que en el

núcleo de la política cultural se encuentran, entre otros elementos, el ordenamiento

jurídico que la regula, y sobre esa reforma es que había que apuntar. No lo lograron,

al menos, por el momento. Por lo que se acude a un camino más expedito, la

reforma institucional vía el decreto ejecutivo, lo que genera no pocas dudas,

resistencia y solapamientos, lo que es aun más negativo, esas reformas así logradas

no son parte del núcleo, sino de la periferia de la política, la parte flexible, puesto que

pueden ser modificadas en cualquier momento por otra serie de decretos ejecutivos.

He allí el logro no estructural de la reforma. Recordemos la cita que de Majone se

trascribe en el capítulo I:

...las políticas basadas en principios mal articulados o deficientemente entendidos tienden a volverse rígidas y a desalentar la experimentación por temor a que se descubran las ambigüedades que hicieron posible el consenso inicial. Por tanto, la articulación y la aclaración del núcleo –una tarea importante para el análisis retrospectivo- pueden ayudar a la experimentación y el aprendizaje” (Majone, 2005: 198).

En este punto, entonces, cabe preguntarse: ¿Cómo se ha comportado el

subsistema político cultural venezolano en los últimos años, y cuál podría ser una

estructura novedosa del mismo en atención a los puntos que hemos señalado e

identificado? Veamos la Figura IV.2. En ésta se describe cuál ha sido el modelo de

expresión de la política pública cultural, en donde se aprecian las cinco líneas

políticas clásicas, que persisten hasta el momento. Igualmente, se aprecia que el

Estado, delega en los agentes culturales las estrategias para conocer, estimular y

satisfacer el consumo de los públicos, de la sociedad.

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322

Figura IV.2 La Política Cultural en Venezuela

Política tradicional

Fuente: Elaboración propia.

Este modelo, que expresa la manera como la política cultural se ha

comportado a los largo de los años, complementa las características que

previamente se han identificado y que definen al subsistema político cultural

venezolano. En la actualidad este modelo ha sufrido modificaciones a partir de 2000.

Los cambios más relevantes son: en primer lugar, que el concepto de cultura que

basa la acción no es intrínsicamente cultural, es decir, no persigue fines

preeminentemente culturales, sino que la cultura es entendida como vehículo y

media para el logro de fines no específicamente culturales.

En segundo lugar, positivamente se adhiere una línea de acción más, referida

al estímulo y protección de las industrias culturales nacionales. Y, en tercer lugar, se

observa una preocupación porque el Estado, vía la política cultural, estimule la

participación de la sociedad en la definición e inserción en la agenda de las

ESTADO

Mandato Constitucional Política Pública Cultural

Conservación del Patrimonio Histórico-

Estimulo a la creatividad (oferta)

Aportes y Subsidios

Agentes Culturales

Producción de bienes y servicios culturales.

Estrategias para estimular la demanda y el consumo.

Democratización Cultural

El Estado delega

Políticas Relativas a: - Canales de Comunicación. - Públicos.

Formación y Capacitación

Promoción y Difusión

Relaciones Internacionales

Política relativas a los Medios de Producción

Concepto intrínseco

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323

demandas y necesidades culturales. Ello supone un cambio sustantivo en la

delegación que tradicionalmente se ha hecho en este particular, en los creadores en

la suposición de que ellos son los vehículos idóneos para conocer, canalizar

estimular y satisfacer dichas demandas y necesidades. Este cambio implica el inicio

de una modificación en el proceso de conformación de la agenda institucional

cultural, hecho por demás importante y que puede ser definitivo en las resultas del

proceso político cultural. Sin embargo, ratificamos, sobre este particular volveremos

en el próximo capítulo pues se considera que sólo atiende una parte de la

problemática, además de las críticas ya referidas que se formulan.

Esta característica novedosa del modelo, en lo que respecta al interés por la

demanda y necesidades culturales, al parecer va más allá del hecho de que el

Estado asuma la responsabilidad del conocimiento y estímulo a la demanda, en el

sentido de que, en efecto, la estimula, pero crea mecanismos de participación que

implican la asunción de responsabilidades por la sociedad y su protagonismo en la

definición de sus necesidades. El Estado puede, finalmente, estimular de manera

paulatina y progresiva tal realidad, en atención al comportamiento del modelo que

determina el consumo cultural de la sociedad, en general y en particular.

Este nuevo comportamiento por parte del Estado lo tratamos de representar

en la Figura IV.3.

Conocidos los elementos fundamentales que han caracterizado y caracterizan

en la actualidad el subsistema político cultural y la formulación de sus políticas

públicas, en el próximo capítulo se identificarán, en función de esta realidad, los

lineamientos generales de una política pública cultural para Venezuela, en donde se

tomarán elementos tradicionales, se descartarán otros y se propondrán nuevos, en

atención a una realidad, previamente diagnosticada.

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324

Figura IV.3 La Política Cultural en Venezuela.

El estímulo de la Demanda como Línea Política

Fuente: Elaboración propia.

ESTADO Mandato Constitucional

Política Pública Cultural Estimulo a la creatividad (oferta)

Aportes y Subsidios

Agentes Culturales

Producción de bienes y servicios culturales.

Estrategias para estimular la

demanda y el consumo.

Sociedad Comunidades

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325

V CAPÍTULO IV PROPUESTA DE LINEAMIENTOS GENERALES DE UNA POLÍTICA CULTURAL

PARA VENEZUELA CONFRONTACIÓN Y VALIDACIÓN

1. La Propuesta

La Constitución Nacional vigente en Venezuela estipula en el “Preámbulo” los

“…fundamentos y motivos que guían la intención del legislador constituyente, por lo

que contiene el propósito que inspira al texto” (Brewer-C., 2000:39)180, estableciendo

los fines y fundamentos del proyecto político que expresa, contiene y persigue la

Constitución, los cuales, son de obligatoria observación y cumplimiento por parte de

los órganos del Estado y la ciudadanía, así como el basamento que han seguir las

instituciones en la acción política, sin discusión alguna.

Entre los diversos fines y objetivos de orden político que persigue la

Constitución destacan los siguientes: el de la “refundación de la República” lo que

sugiere se trata de una Constitución para llevar a cabo un “cambio político radical, de

las instituciones y del sistema Político” (Brewer-C., 2000:41); en segundo lugar

referimos el objetivo de “...establecer una sociedad democrática...” (Brewer-C.,

2000:41), por lo que el carácter democrático es fundamento, origen y fin de la acción

de los órganos todos del Estado y del conjunto de la sociedad. Sociedad en la cual la

democracia sea más que un sistema político y refleje una forma de vida que no sólo

defina a las instituciones políticas sino también a las sociales.

Cuatro fines complementan el objetivo a alcanzar en y por la comunidad

nacional; además de sociedad democrática, se persigue esta sea: participativa,

protagónica, multiétnica y pluricultural. Participación y protagonismo, complementan

el carácter político activo que se pauta como modelo de sociedad; y, la condición 180 Allan Brewer-Carías cita la sentencia de la Sala Político Administrativa de la Corte Suprema de Justicia del fecha 8 de agosto de 1989, que traduce la obligatoriedad de observación respecto del contenido del “Preámbulo” de la Constitución.

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326

multiétnica y pluricultural definen características socioculturales propias, por vía de

reconocer la amalgama de razas y culturas que nos define como nación, incluyendo,

las diversas comunidades indígenas.

Dentro de aquel fin supremo marco de la búsqueda de una sociedad

democrática que define al proyecto, el Estado como órgano político-social supremo

es: “...un Estado de justicia, federal y descentralizado...”, que persigue consolidar

valores específicos que son: la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el

bien común, la integridad territorial, la convivencia y el imperio de la ley. Este último

valor, el imperio de la ley, define un “Estado de Derecho” en el que los modos de

relación y convivencia entre la sociedad, y la sociedad y el Estado se encuentran

definidos por normas de obligatorio cumplimiento, comunes a todos los ciudadanos y

órganos públicos.

Por último, el “Preámbulo” de la Carta Magna enuncia los derechos básicos y

fundamentales de los cuales somos titulares los ciudadanos de este país, ellos son

derecho a la vida, al trabajo, a la cultura, a la educación, a la justicia social y a la

igualdad. Es relevante para esta investigación la consideración del derecho a la

cultura como uno de los derechos básicos de los que somos titulares.

Éste es el marco rector de la acción política del Estado y de sus órganos e

instituciones, y lo que basa y regula al sistema político nacional venezolano. Por lo

que toda acción política ha de poseer los contenidos valorativos identificados y ser,

en esencia, democrática. Es ésta la premisa de partida que ha definir el diseño de

cualquier acción política por parte de los órganos del Estado.

En el particular de la política pública cultural, una segunda consideración

fundamenta la acción decisoria de los sujetos institucionales responsables, también

de rango constitucional. Esta premisa, segunda premisa que guía la acción, es el

contenido del Capítulo VI, del Título I del texto constitucional, cuyo objeto es la

estipulación de los derechos culturales y educativos de los venezolanos, enunciados

los culturales en cuatro artículos: del 98 al 101, los cuales fueron analizados en el

Capítulo I, y que atienden cuatro especificidades, a saber: Derecho a la cultura;

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327

Fomento a la cultura y al patrimonio cultural; Protección de las culturas populares; y,

Obligaciones del Estado sobre la información cultural.

En el presente capítulo se formula la propuesta que contiene los lineamientos

generales considerados idóneos para una política pública cultural para nuestro país;

principios que se encuentran sustentados en las dos premisas previamente

identificadas de rango constitucional: el carácter democrático de toda política; y los

derechos culturales estipulados y garantizados por el Estado, de conformidad al

articulado que los expresa.

Ahora bien, estas premisas básicas se complementan con el conjunto de

supuestos teóricos, políticos y político-culturales que se han delineado en los

capítulos previos, todo ello en función de una problemática presente que se ha

detectado, descrito y caracterizado suficientemente; proponiendo elementos de

análisis que bien pueden contribuir a dibujar una posibilidad de superación paulatina

de problemáticas culturales, de suyo complejas por sus particulares elementos

definitorios.

Entonces, tenemos en este punto los siguientes elementos de base:

La premisa marco, de rango constitucional, compuesta por dos ámbitos: la

definición de la sociedad y de las instituciones venezolanas como democráticas y,

por ende, el carácter democrático que tienen que poseer las políticas diseñadas por

los órganos del Estado; y, la estipulación taxativa de los derechos culturales de los

venezolanos.

Los supuestos teóricos que permitieron definir, conceptuar y caracterizar una

situación problemática en el ámbito cultural cuya atención es responsabilidad de los

órganos estatales. Entre estos supuestos destacan: la operacionalización del

concepto de cultura basado en una concepción de economía cultural no

reduccionista 181 ; la definición del proceso de conformación del capital cultural 181 Esta concepción no reduccionista supone, entre otros aspectos, la no sujeción absoluta a los dictados y voluntad ni del consumidor, ni del creador, en atención a las lógicas y racionalidades de cada uno de ellos. Ello permite “poner a salvo” a la programación cultural de los dictámenes absolutos del mercado y de la lógica del consumo. Al analizar los factores condicionantes de la participación cultural el catedrático catalán Lluís Bonet i Agustí afirma que: “...mantener el monopolio de la programación solo en manos de intelectuales ilustrados también tiene sus peligros. La mejor solución en este caso consiste en favorecer un cierto tipo de participación,

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328

atendiendo el principio de reelaboración de los bienes y servicios culturales por parte

del individuo; y la propuesta de un modelo de política que representa la función y el

comportamiento del consumidor cultural venezolano de hoy.

La posibilidad que posee el Estado de regular e impactar mediante su

intervención el proceso cultural y los componentes que lo integran, entre los cuales

destaca el mercado de bienes y servicios culturales.

El comportamiento del sistema político venezolano en general y del

subsistema político cultural en particular, y los impactos que sobre ellos tienen las

variables analizadas: inspiración ideológica; régimen político; y, situación económica.

Así como el reacomodo y rejerarquización permanente de las mismas y la relación

lógica que se sucede entre ellas y las características particulares que definen al

subsistema político cultural en nuestra compleja e interesante realidad.

Sobre estos elementos de base se propone un conjunto de lineamientos

generales que bien pueden orientar y apoyar la acción política en la materia, con

miras a asegurar el cumplimiento de las premisas constitucionales, coadyuvar en el

ejercicio pleno de los derechos culturales por parte de los ciudadanos, y apuntalar los

procesos de reforzamiento y protección del patrimonio cultural y los valores

identitarios fundamentales de la nación.

1.1 Carácter Democrático y Subordinación Constitucional

En el contexto señalado la pregunta es la siguiente: ¿Qué define y caracteriza

una política pública cultural democrática?, Veamos:

...una política democrática consiste entonces en asegurar la existencia y reproducción de una diversidad de circuitos culturales con sus variadas formas de operación: es decir, con participación de los diversos agentes fundamentales, y organizados según las varias instancias institucionales básicas. (En cada circunstancia histórica, la variedad,

basada en el debate sobre los objetivos a asumir y en la evaluación de los mismos. Esta da la necesaria libertad al programador profesional en su búsqueda de una opción ambiciosa y coherente, pero le obliga a rendir cuentas a la comunidad de ciudadanos y a sus responsables institucionales. También es una manera de superar la vieja dicotomía entre democratización y democracia cultural, paradigmas ambos importantes.” (Bonnet, 2005:5) En atención a lo expuesto es que, insistentemente, se propone al considerar la oferta cultural, que esta debe adecuarse a las demandas de los consumidores, mas de manera no exclusiva, se habla, entonces en esta investigación de “adecuación relativa de la oferta”.

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amplitud y garantías que se den a esos diversos circuitos dependerán de las condiciones propias de cada sociedad) (García Canclini, 1990: 197).

Por consecuencia:

...las políticas culturales democráticas son -en un sentido más general- políticas formales. Persiguen arreglos institucionales más que aplicar contenidos cognitivos a la sociedad. Persiguen crear estructuras de oportunidades (mercados, sistemas de elección, pluralidad de ofertas, variedad) y, al mismo tiempo, impedir (mediante contrabalances, procedimientos, formas de control, medidas de competencia, apertura de cierres, etc.) que esas estructuras de oportunidades sea objeto de social closure, de cierre ideológico o de cualquier otra forma de manipulación monopólica. Es evidente que esas políticas nunca tienen un equilibrio perfecto -ni en el mercado, ni en las opiniones, ni en los comportamientos de las personas, ni en los valores socialmente vigentes, etc.-; por el contrario, producen efectos perversos, soluciones epifenomenales, adaptaciones transitorias, redistribuciones inestables, conflictos nuevos que se desplazan, etcétera (García Canclini, 1990: 198-199).

Es relevante la consideración de los circuitos culturales hecha por Néstor

García Canclini, que actúan y pueden ser estimulados para el logro de fines y

objetivos previamente establecidos, por medio de consensos.

A estos circuitos se hizo referencia en el Capítulo I cuando se afirmó siguiendo

a José Joaquín Brunner, que los circuitos culturales se conforman por medio de la

combinación en una matriz de agentes e instituciones organizadoras, emergiendo

doce (12) tipos de circuitos (ver Cuadro I.8). Sobre esta matriz regresaremos

posteriormente, al entrar a reconocer los circuitos puros y los de posible guía y

orientación en nuestra realidad.

Ahora bien, el reconocimiento y la intervención de los agentes: públicos,

privados, mixtos, organizados de forma diversa de conformidad a sus fines y

orientaciones y sin discriminación alguna, surge como un elemento definitorio de una

política cultural democrática, lo que lleva a considerar a los poderes opuestos

actuando conjuntamente en el ámbito cultural, al lado de los poderes oficiales. Estas

relaciones entre agentes persiguen alcanzar “arreglos institucionales”, consensos

que permitan crear y dar viabilidad a oportunidades de acceso y participación en el

hecho cultural e impedir cualquier tipo de presencia monopólica. El terreno de lo

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330

cultural como posibilidad de construcción de acuerdos entre diversos actores-

agentes.

Las “estructuras de oportunidades” a que se refiere Néstor García Canclini, al

apreciar el contenido democrático de una política cultural, conllevan a lo que se ha

definido como el complejo proceso/acto de consumo de una creación cultural, antes,

durante, y después de que esta sea reelaborada y tenga la posibilidad de integrar el

capital cultural individual y/o colectivo: la “Memoria cultural” según Boris Groys (2005:

73-85). Son estas estructuras complejas operando en la realidad social las que

permiten la creación, difusión y las posibilidades de disfrute y aprehensión de esas

creaciones; son esas estructuras de oportunidades, construidas entre todos los

componentes de cada circuito cultural, lo que viabiliza todo el proceso, desde la

creación hasta la conformación de los capitales individuales, familiares, grupales,

comunitarios o colectivos y sociales, y la posibilidad de culminar como memoria

cultural.

Entonces, entendemos por democráticas las políticas culturales abiertas a la

participación activa de agentes culturales de diversa procedencia, que puedan

construir oportunidades, no solo de participación en la creación (oferta), sino de

acceso a las estructuras de intercambio y reelaboración permanente del capital

cultural y en la expresión libre del tipo de bienes y servicios de los cuales quiera

nutrir su espíritu (demanda). Todo ello se encuentra enmarcado en una concepción

de desarrollo cultural que, como hemos visto, en la realidad venezolana

tradicionalmente ha sido y es la democratización cultural, con sus adaptaciones y

particularidades propias.

Las afirmaciones de Néstor García Canclini, se ven complementadas por los

contenidos que José Joaquín Brunner (1990), identifica como integrantes de una

política cultural democrática. 182

182 Los elementos que José Joaquín Brunner identifica como característicos de una política cultural democrática fueron referidos en el Capítulo I, sección 4.1. “Tipos de Políticas Culturales. Políticas culturales democráticas” (pp. 118-132).

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La realidad venezolana, en lo que a políticas culturales respecta, emerge

clara: ha existido tradicional y casi exclusivamente un tipo de política pública cultural

dirigida a estimular a los agentes para que generen bienes y servicios culturales. Es

decir, se ha orientado a facilitar y estimular los mecanismos de creación de capital

cultural primario. El Estado, entonces, ha delegado en determinados agentes

culturales (particulares y mixtos) la generación de estrategias y/o políticas orientadas

al público para estimular la demanda cultural, según lo considerado en la parte final

del Capítulo anterior (Figura IV.2 y Figura IV.3).

Es decir que, tradicionalmente, el Estado venezolano, aún en la actualidad, ha

diseñado políticas que tienen que ver con las instancias institucionales de

organización de los circuitos culturales, fundamentalmente políticas culturales de y

frente al mercado cultural, ello en pos de extender las posibilidades de acceso de

toda la sociedad a la cultura, es decir, al disfrute y aprehensión de los bienes y

servicios culturales creados, promoviendo y estimulando la creación artística. Todo

en atención al paradigma de la democratización cultural tradicionalmente observado

como guía.

Esta intervención tradicional del Estado venezolano ha adoptado la forma del

apoyo estatal a los agentes de la acción cultural, vía subsidios y aportes financieros,

individuales o colectivos, apoyo que ha sido directo (subsidios o aportes) o indirecto

(adquisición y contratación de obras, de creaciones); así como un conjunto de

incentivos de diversa índole, como premios, reconocimientos, etc. En la actualidad

esta política a querido ir más allá, e inicia un camino con la intención de involucrar a

las comunidades por medio de un ejercicio de evaluación (en fases sucesivas)183 de

las propuestas de los creadores.

183 Ver el documento denominado “Sistema Nacional de Asociación Estratégica. Programa de Financiamiento Cultural 2005. Sector Privado. Memoria Descriptiva” Emanado del Ministerio de la Cultura. Consejo Nacional de la Cultura (2005: III-IV). Sin embargo, se aprecia que se deja una parte del problema sin atención, fundamentalmente la que está determinando la escasa posibilidad de concurrencia y participación en el acceso y disfrute de los bienes y servicios culturales. Quizás, es nuestra opinión, estas acciones obedecen más a una estrategia política que a un interés por atender una problemática previamente definida. Por otra parte, según el documento citado, las recomendaciones de esas instancias evaluadoras en las comunidades no son vinculantes para el organismo.

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332

Otros mecanismos han quedado en el camino, o no ha existido la voluntad

política decisiva para lograrlos, o no se ha dado la ventana de oportunidades para

alcanzarlos, como por ejemplo: la implementación de políticas tributarias

excepcionales que ha sido expresada en los proyectos de la ley de mecenazgo

cultural. Igualmente, se percibe una mayor atención en lo que respecta a la industria

cultural nacional y su protección, pero que debe profundizar los medios para lograrlo

y homogenizar mecanismos de interrelación de la misma, según veremos.

Con base en lo expuesto en los párrafos previos, se afirma que una política

cultural nacional ha de ser democrática en los términos expresados, lo que traduce

amplitud de criterio, pluralidad en la participación de los agentes y diversificación y

acceso a las oportunidades, y que, fundada en una concepción de desarrollo como la

vigente, asegure esa participación y acceso de la sociedad en los procesos

culturales, bajo el auspicio y la mirada atenta del Estado, todo ello en doble vía, con

vistas a impedir los juegos monopólicos de cualquier tipo, inclusive y

fundamentalmente los del Estado mismo.

Ahora bien, partiendo de este carácter democrático de la política cultural,

¿Qué fundamentos generales debe poseer una política de este tipo en Venezuela?

Y, aspecto importante y clave: ¿Qué problemática debe atender, que traduzca el

cumplimiento del mandato constitucional de garantizar el ejercicio de los derechos

culturales de la población? Ello, por cuanto el fin primero y último de una política

cultural en Venezuela es cumplir aquel precepto, que se encuentra clara y

taxativamente definido en la Carta Magna y en donde la cultura es entendida como

“creación cultural” en el artículo 98, cuya primera oración de este artículo es: “La

Creación cultural es libre”184.

184 En el articulado constitucional referido se leen expresiones como: obra creativa, derechos de autor, propiedad intelectual, valores de la cultura, autonomía de la administración cultural pública, patrimonio cultural, memoria histórica de la nación, culturas populares, interculturalidad, igualdad de las culturas, quehacer cultural, información cultural, valores de la tradición popular y la obra de los o las artistas, escritores, escritoras, compositores, compositoras, cineastas, científicos, científicas y demás creadores y creadoras culturales del país.

Entonces, se debe entender la acción política cultural en función de la creación cultural, de la generación, aprehensión y apropiación de esas creaciones, del estímulo a esas capacidades y posibilidades de la sociedad. Insistimos en ello, en lo que estipula la carta Magna, ya que por ningún lado del articulado promulgado se entiende a la cultura como recurso o como medio, y menos aún como vehículo para depurar el pensamiento de la

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La problemática definida se expresa, entre otros aspectos, por la existencia de

una oferta cultural profusa, tradicionalmente auspiciada por el Estado venezolano, y

un bajo consumo cultural de la población, lo que impacta negativamente en la

conformación permanente y dinámica del capital cultural nacional, erosionándolo y/o

no permitiendo su expansión. Es decir, se patrocina y auspicia una oferta que no es

consumida en términos aceptables lo que patentiza, en una política así orientada,

visos de ineficiencia, ineficacia e inequidad a lo largo de los años.

Entonces, se observa la pertinencia de hacer frente a una producción propia

auspiciada por el Estado y un débil consumo cultural en la sociedad, apreciándose,

paradójicamente, una alta potencialidad de demanda que no es atendida

eficientemente. Por tanto no se está garantizando el cumplimiento y ejercicio de los

derechos culturales de la población, de la sociedad.

Ahora bien, se ha reconocido el papel de los circuitos culturales en los

procesos culturales democráticos y la participación que se debe propiciar en la

acción política cultural. Los circuitos culturales se componen, según ya vimos en los

capítulos previos, de: los agentes; los medios de producción, los canales de

comunicación, los públicos, es decir, la sociedad consumidora, no consumidora y

potencialmente consumidora de las creaciones culturales, y las instancias

institucionales de organización. De manera tal que el tipo de política cultural estará

caracterizada y definida por el componente que del circuito se pretenda incidir e

impactar.

Como vimos, tradicionalmente la política venezolana se ha orientado a

impactar las instancias institucionales de organización y los procesos de creación

estimulando la generación de los mismos con miras a extender las posibilidades de

acceso a la cultura, en doble vía: a través de la creación y el consumo; delegando

en los agentes creadores y en las asociaciones, su relación e impacto con y sobre

los públicos. Entonces, las políticas se han orientado a impactar un circuito cultural

que combina los tipos 11 y 12 de la matriz (Cuadro I.8.). Es decir, impactando sobre sociedad venezolana, como se lee en la Memoria y Cuenta de los sujetos institucionales culturales desde 2000. Sobre este particular se recomienda considerar el artículo de Michihiro Watanabe, en particular el análisis respecto de las políticas culturales nacionalistas en el Japón previo a 1945 (Watanabe, 1999).

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circuitos de generación de oferta para el mercado y regulada por el mercado mismo

(11), pero con un fuerte impacto de la intervención estatal vía subsidio/aporte, por lo

que la producción ha de organizarse administrativamente según los criterios

(generales y/o específicos) establecidos por el sujeto institucional público (12).

En este punto, no es susceptible de cuestionamiento el que la política se haya

tradicionalmente orientado en el sentido descrito en el párrafo previo, en lo que

respecta al estímulo de una parte del mercado: la oferta de los creadores. Lo que sí

es cuestionable es la delegación de una parte importante de la acción pública en los

agentes creadores y la empresa privada, nos referimos a la atención de la demanda

cultural y de los agentes en ella involucrados. Actualmente se aprecian, por parte de

las instituciones culturales públicas, acciones encaminadas a prestar una atención

segmentada al componente delegado del mercado (la demanda), por vía de lo que

denomina José Joaquín Brunner (1990): la “organización administrativa de procesos

culturales” y la “organización comunitaria de la cultura”.

Las expresiones básicas y concretas que se observan en Venezuela de este

tipo de acciones políticas las identificaremos seguidamente185.

En lo que respecta a la “organización administrativa de procesos culturales”,

las acciones son: expandir el radio de acción del ente oficial. Se fija como objetivo en

las instituciones venezolanas culturales nacionales la jerarquización política, jurídica

y financiera del sujeto institucional, esta particularidad puede entrañar un peligro,

advertido por José Joaquín Brunner, de que la expansión conlleve la regularización

ideológica de los procesos culturales, por vía de una estandarización impuesta por

diversos conductos a los agentes culturales. En nuestro caso cabe preguntarse: ¿La

preeminencia jerárquica de la variable ideológica impactando al sistema político,

podría estimular la emergencia de este peligro advertido por Brunner? ¿La valoración

de la cultura como medio y vehículo para el logro de fines no orientados a la creación

185 Decimos segmentada, ratificamos, porque se considera que estas estrategias no atienden la problemática clave de las posibilidades de participación en los procesos de consumo, sino que se ocupan de validar aisladamente la posibilidad de determinar en mayor o menor grado la oferta. Creemos que la acción debe ir orientada, en un primer momento, al estímulo de las posibilidades de acceso de la población a los bienes y servicios culturales, complementándose con otras acciones como la identificada.

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cultural y a valores no intrínsecamente culturales, como la depuración del

pensamiento del hombre venezolano, no advierte sobre este peligro?186

La característica democrática que debe poseer la política cultural nacional,

exigida por la Constitución Nacional, pareciera alejar este peligro de nuestra realidad,

pero es necesario estar atentos a la cuestión.

Las otras formas de acción política dentro de este marco son: introducción de

formas de accountability públicas, de controles internos y de mecanismos de

contraloría social sobre la actividad y logros de los creadores; la introducción de

formas de gestión con participación y/o con representación de intereses colectivos.

Expresión de estas acciones son: la creación del “Sistema Nacional de Asociación

Estratégica. Programa de Financiamiento Cultural 2005. Sector Privado”; la retoma

de la bandera política de la descentralización cultural hasta llegar a cuerpos públicos

autónomos, no dependientes de la administración central, de la cual sólo se ha

identificado la formulación de los principios generales sin entrar a analizar sus

especificidades, por no ser objetivo de esta investigación; se reconoce la necesidad

de la participación activa de los intereses profesionales y/o de trabajadores

involucrados en el sujeto institucional, quizás orientada la acción a mediano o largo

plazo hacia una combinación de participación de intereses profesionales / gremiales

(o sindicales) y colectivos.

En lo que respecta a acciones orientadas a la “organización comunitaria de la

cultura”, en las memorias y cuenta de los entes responsables del sector cultura

analizadas se aprecia un reconocimiento de la importancia de los procesos

comunitarios y su relación con la cultura en pos de una nueva interrelación de 186 J.J. Brunner al definir el circuito 13 de la matriz “Circuitos de producción profesional regulados comunitariamente”, advierte sobre este particular, ver: (Brunner, 1990:183) Según Beatriz Sarlo (1988), la no intervención del Estado, que reclama Brunner, en la definición y composición de los contenidos, que según el autor deberían quedar a la libre iniciativa de los actores a los fines de impedir “cierres ideológicos”, limitaría las políticas a funcionar “…como garantías de igualdad formal de los agentes que intervengan y supone una abstracción o grado cero de desigualdad cultural y material, lo que es en la práctica imposible” (Sarlo, 1988:9). En el proceso cultural los sujetos no son efectivamente iguales ni en sus oportunidades de acceso a los bienes simbólicos ni en sus posibilidades de elegir, incluso dentro del conjunto de bienes que están efectivamente a su alcance, ver: (Maccioni, 2002: 3). Se asume esta realidad en la práctica en la investigación al observar el comportamiento del consumidor venezolano y proponer un modelo que lo explique y sobre el cual se pueden tomar decisiones políticas.

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procesos de ejercicio de ciudadanía y consumo cultural. Se orientan las acciones

concretas a reforzar un compromiso con la comunidad y sus propias necesidades

alrededor de un proyecto compartido y reconocido como propio por la misma

comunidad. De allí la posibilidad de evaluar los proyectos de los creadores en

función de sus necesidades y demandas.

Uno de los puntos determinantes de una política cultural para Venezuela es el

papel clave que deben jugar en el proceso los agentes y actores culturales, con

vistas a asumir comportamientos dinámicos. Aún cuando todos los actores deben

asumir este papel dinámico y dinamizador, el peso de esta responsabilidad recae en

mayor grado, sobre los creadores y productores culturales, por lo que el Estado ha

de estimular el compromiso activo de éstos en su interrelación con la sociedad

demandante de los bienes y servicios culturales por ellos generados, ello debería

generar efectos que se expresan en niveles cada vez más altos de empleo cultural,

generación de inversión no sólo procedente del Estado, sino también de otras vías

no oficiales; ser protagonistas del desarrollo cultural nacional, tener conciencia de su

importancia en este sentido, lo que conlleva el estímulo permanente de los

intercambios reconociendo y haciéndose eco de la multiculturalidad abierta sin

discriminación de ninguna manifestación.

Ahora bien, en la posición de José Joaquín Brunner (1990, 1998), se dan por

hechos muchos supuestos y, definitivamente, la construcción de oportunidades y su

viabilidad no es una realidad presente ni un objetivo que sea de fácil y de pronto

logro, por lo que no es pertinente darlo por supuesto o presente, en nuestra realidad.

Así, para el autor, una política cultural democrática debiera exclusivamente

orientarse a crear y multiplicar esas estructuras de oportunidades en los creadores y

productores (agentes), y no tanto a difundir los contenidos cognitivos de la sociedad,

lo que a todas luces es determinante, así como las necesidades y demandas

presentes. Ello no implica abandonar la propuesta estructurada por José Joaquín

Brunner, no; pero sí reedificarla en función de la desigualdad de las oportunidades de

acceso y participación de los consumidores o posibles consumidores así como en la

posesión, por parte de la sociedad en general de los contenidos cognitivos que se

traducen, en la práctica, en la disposición de herramientas para el reconocimiento-

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elección, la aprehensión y reelaboración de las creaciones culturales. Y éste es el

punto que obliga a revisar a José Joaquín Brunner.

Es nuestro criterio que al Brunner construir la matriz de circuitos culturales,

cruzando agentes e instituciones, obvia un elemento determinante y muy significativo

para la realidad problemática detectada: Los públicos. Éstos, entendidos como

sociedad-consumidores-no consumidores, son considerados por Brunner como

componentes generales de los circuitos, no como actores y/o agentes de tales

circuitos; por lo que estos públicos no pueden entonces, según la matriz propuesta,

ser objeto directo de la acción política, lo que a todas luces no es apropiado para la

problemática de un bajo consumo cultural que, finalmente, es expresión de un

comportamiento proveniente de tales públicos consumidores. Si no se consideran a

los públicos, a los consumidores, como agentes y/o actores, entonces no pueden ser

impactados directamente por la acción política. Esta perspectiva no permitiría el

diseño de acciones orientadas a estimular su acceso y participación en el hecho

cultural, puesto que da por hecho que los públicos, los consumidores, la sociedad en

general, se encuentran en igualdad de oportunidades para acceder, reconocer-elegir,

reelaborar y apropiarse de las creaciones culturales ofertadas, y/o para ejercer sus

derechos culturales activamente y, desafortunadamente, la realidad nos enseña que

no es así.

Sin embargo, se reconoce que José Joaquín Brunner clasifica un tipo de

política cultural particularmente dirigida a los públicos, pero ella se encuentra

exclusivamente relacionada con estrategias de “Marketing” orientadas a captar

públicos, y lo que planteamos son políticas orientadas al acceso de la población al

proceso de consumo de bienes y servicios culturales.

Laura Maccioni (2002), afirma que en los países con altos índices de

desigualdad social las instituciones estatales, más que preservar el equilibrio de un

campo cultural en el que participan igualitariamente todos los sujetos, intervienen en

campos profundamente desequilibrados: con lo cual se torna impensable que las

políticas culturales puedan ser “neutras” desde el punto de vista sustantivo.

Garantizar la existencia de un mercado en el que circulen libremente los bienes

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simbólicos es una condición formal indispensable de una política cultural

democrática. Pero esta por sí sola, no puede equilibrar las agudas diferencias en el

acceso real a esos bienes por parte de los sujetos. “Intentar democratizar ese acceso

obliga a intervenir no sólo en las formas institucionales sino en problemas en donde

indefectiblemente debe procederse a la opción por valores” (Maccioni, 2002:4). Es

decir, debe irse a la raíz de la acción política que construya viabilidad para el acceso

del individuo a través del manejo de herramientas que le permitan: primero,

reconocer y decidir apropiarse de unos u otros (elegir) bienes y servicios culturales;

y, segundo, tener capacidad cierta en la medida de sus requerimientos y

necesidades (siempre cambiantes) de consumirlos, de aprehenderlos y

reelaborarlos.

Laura Maccioni afirma acertadamente, que un proyecto democratizador obliga

a trabajar en el mensaje televisivo, si se admite que éste constituye el principal objeto

de consumo cultural por parte de los sectores populares, y de los no populares

también.

Es decir, los lineamientos políticos que propone en general José Joaquín

Brunner, en lo que respecta a la precondición democrática de la política cultural,

reconocida acá como indispensable, y al objetivo de garantizar la existencia de un

mercado cultural amplio, diversificado y plural; deben ser complementados con

políticas que permitan y viabilicen la participación y acceso de los diversos sectores

de la sociedad, sin dar por hecho o suponer que tienen la disposición y las

capacidades básicas para hacerlo.

De allí que una política cultural, además de diseñar e implementar acciones

orientadas a garantizar y estimular la oferta por vía de la intervención y apoyo a los

creadores culturales por diversos medios, no puede delegar, ni obviar la cuestión de

los contenidos y formas de los mensajes a los sujetos, a los consumidores, ya que su

participación tanto en la producción como en el consumo reproducirá necesariamente

los (desiguales) límites de sus recursos culturales previos 187.

187 Ver: (Sarlo, 1988)

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Entonces, dos ámbitos y un denominador común compuesto. El denominador

común compuesto: En primer lugar, el carácter democrático de la política cultural; y

en segundo, el paradigma guía de la democracia cultural. Los ámbitos: el primero, la

acción política encaminada a estimular a los creadores culturales por diversas vías

para surtir al mercado cultural de una oferta amplia, diversificada y plural de bienes y

servicios culturales (planteamiento tradicional del Estado y que Brunner considera

acertadamente como determinante); y el segundo, la acción política orientada a

otorgar herramientas que, paulatinamente, permitan un acceso igualitario a los

bienes y servicios culturales por parte de los potenciales consumidores, de los

individuos; su reconocimiento-elección, su aprehensión, su reelaboración conciente,

lo que implica y supone una acción valorativa de la gestión pública cultural. Esta

realidad (la limitante presente en general en los individuos para reconocer, consumir,

apropiar y reelaborar bienes y servicios culturales) se aprecia en aquella abismal

relación entre lo efectivamente consumido y lo que se querría consumir: Un muy bajo

consumo cultural real y una altísima potencialidad de demanda.

Ahora bien, Beatriz Sarlo (1988), plantea la problemática del contenido del

mensaje y de aquellos valores de diverso orden que lo sustentan. De allí las

cuestiones: ¿Quiénes son los llamados a definir los valores a ser promovidos en los

mensajes, que perseguirían otorgar instrumental para el consumo cultural que, como

hemos advertido, son parte del hecho mismo de reconocer y seleccionar a la

creación cultural?; ¿Cabría esperar el logro de un consenso entre quienes detentan

el poder del aparato comunicacional, llámese Estado, en primer lugar, (como ente

regulador del espectro comunicacional y actor, es decir, con sus propios medios de

comunicación social), y los medios de comunicación privados, en segundo lugar?;

¿Dónde el equilibrio de valores?; ¿Es viable un acuerdo consensuado de este tipo,

en la Venezuela de nuestros días? La autora afirma que: “lo malo en una política

cultural no es su relación con los valores, sino que éstos no sean objeto de discusión

permanentemente” (Sarlo, 1988:9). Y de discusión no sólo por quienes están de

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acuerdo con tales valoraciones, sino que el punto contrario es determinante. ¿Sería

democrática la acción política cultural resultante?188 ¿Sería discusión?

Se trata de construir viabilidad, por vía de políticas culturales democráticas,

para el establecimiento de un mercado cultural, en donde se propenda a un equilibrio

mínimo entre la oferta y la demanda cultural. ¿De qué manera? Auspiciando, por una

parte, la generación de una oferta amplia, plural, que refleje y traduzca los

contenidos de nuestra realidad como sociedad y, por tanto, que nos exprese y

represente; por otra, diseñando mecanismos políticos de estímulo que permitan la

difusión y reconocimiento de aquella oferta y la igualdad al acceso en la participación

y en las posibilidades de reconocimiento-elección, consumo, apropiación,

aprehensión y reelaboración del contenido de esa oferta. Es decir, viabilizando la

posesión de contenidos cognitivos y/o herramientas para el consumo cultural amplio

y diversificado de la sociedad. De esta manera, se propendería a la satisfacción

sucesiva de las necesidades culturales de la población y al ejercicio pleno de sus

derechos culturales.

1.2 Acción Política, Demanda y Consumo Cultural

Cuando se reconoce como indispensable la necesidad de diseñar programas

orientados a estimular el acceso de la población en la participación respecto del

hecho cultural, por vía de la apropiación, aprehensión y reelaboración de los bienes y

servicios culturales, estamos hablando de estimular la demanda cultural en los

componentes vistos, uno de los cuales es el consumo cultural. Pero, cabe

preguntarse ¿A través de cuáles mecanismos es pertinente estimular la demanda

cultural? Y, lo que es determinante, ¿El estímulo a la demanda cultural y la

generación de mecanismos de acceso al hecho cultural, qué efectos tendrían sobre

188 Afirma, por su parte, Laura Maccioni: “Como ya habrá adivinado el lector, el corolario práctico de este modelo es el postulado ‘según el cual comunicar cultura equivale a poner en marcha o acelerar un movimiento de difusión o propagación, que tiene a su vez como centro la puesta en relación de unos públicos con unas obras’. Y éste parece ser el presupuesto que inspira las propuestas en materia de políticas culturales para la democracia de Brunner y Sarlo, tanto cuando el primero procura garantizar la difusión de la mayor y más variada cantidad de mensajes, como cuando la segunda pretende garantizar particularmente la difusión de cierto tipo de mensajes a causa de los cuales ciertas carencias simbólicas serían compensadas” (Maccioni: 2002:5). Pensamos que finalmente ambas posiciones no se excluyen, por el contrario se complementan en un fin común.

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la situación problemática detectada? Las acciones políticas que en la actualidad se

implementan referidas a la evaluación y asignación de recursos en las denominadas

“Mesas de Presupuestos Participativos” ubicadas en las entidades federales por el

Ministerio de Cultura y el CONAC ¿Persiguen estimular el acceso al hecho cultural?,

¿Posibilitan mecanismos que aseguran el ejercicio de derechos culturales y, por

ende, el acceso en los términos señalados previamente? En los párrafos siguientes

nos aproximaremos a estas cuestiones.

En primer lugar, partimos de una situación presente la cual es: la existencia de

fallas en el mercado cultural nacional, con una oferta cultural inadecuada auspiciada

por el Estado y la baja cantidad de bienes efectivamente apropiados por los

individuos, las comunidades y la sociedad en general. Ahora bien, nos preguntamos

¿Por qué es bajo el consumo cultural? ¿Qué elementos se pueden asociar a esta

realidad? ¿Por qué se debe estimular ese consumo? A tal fin se construyó un modelo

que representa la realidad del comportamiento del consumo del venezolano de hoy,

función de consumo explicada en la Sección 2, del Capítulo III189 (p.206), cuyas

variables fueron:

Percepción de la oferta (Po),

Tradición en el consumo cultural (Td),

Rol desempeñado por los medios de comunicación social en la difusión de la

oferta cultural generada (Mcs),

Conocimiento e identificación de y con los creadores culturales (Con),

Condición socioeconómica, integrada por tres subvariables:

• Nivel educativo (Ed).

• Condición laboral (Cl),

• Ingreso (I), y

Niveles de participación comunitaria (Pcom).

189 C= f (Po, Td, Mcs, Con, [Ed, Cl, I], Pcom)

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342

Revisemos brevemente estas variables y las posibilidades de impacto que las

instituciones públicas culturales tienen sobre las mismas190, ello por cuanto es criterio

de esta investigación que los “Arreglos institucionales” y las “Estructuras de

oportunidades” a que se hace referencia, cuando se define el carácter democrático

de una política cultural, deben trascender lo estrictamente cultural hacia otras

realidades del contexto, para lograr fines y objetivos eminentemente culturales. Es

decir, tales arreglos y estructuras de oportunidades deben edificarse en

interrelaciones con decisores y actores no exclusivamente provenientes del sector

cultura, para lograr objetivos culturales, en nuestro caso particular: para estimular el

acceso y participación en el hecho cultural por vía del consumo. Veamos las

variables.

1.2.1 Percepción de la Oferta

En lo que respecta a la percepción se ha afirmado que el Estado viene

tradicionalmente auspiciando por diversas vías una oferta que no es percibida

adecuada por la sociedad. Por lo que se deben detectar y generar información

pertinente sobre cuáles son las preferencias básicas de la población, es decir, el

gusto que determina la propensión a decidir consumir, para que estas preferencias

sean la base, no exclusiva, de auspicio y generación de la oferta cultural de los

creadores superando las fallas de información “asimetrías” referidas en el capítulo

previo. Decimos no exclusiva, ya que se debe dejar margen a las nuevas tendencias,

al estímulo y desarrollo de los contenidos generados por el “Ámbito Profano” que es

donde se encuentra lo nuevo, lo emergente, ver Figura III.8, (p. 209).

Existe una correlación positiva entre la percepción de la población respecto de

la adecuación de la oferta y el consumo cultural real, lo cual es lógico suponer.

Mientras mayor sea la percepción de adecuación de la oferta, mayor será la

tendencia a consumir. Aún más, esa adecuación es posible asociarla a un más activo

y pertinente intercambio de información entre todos los agentes culturales. 190 Ello por cuanto se asume el “modelo” de G. Majone (2002), en atención a que el objeto de la acción pública debe orientarse a influir en los resultados de la acción política a través del impacto sobre los mecanismos institucionales, en lugar de pretender impactar directamente sobre los indicadores que están definiendo el problema.

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343

Se advierte, insistimos, que no se trata de sólo auspiciar, estimular y producir

exclusivamente lo que la mayoría de los consumidores están dispuestos a consumir,

ello sería inconveniente para un mercado tan específico y particular como el cultural;

hacer esto significaría cercar las posibilidades de expansión del mercado lo que

generaría en el corto plazo estancamiento y agotamiento de la concurrencia a

consumir y la paralización de renovación permanente de la oferta. Por otra parte

traería una estandarización de la producción y a la larga del capital cultural. El

camino no es cercar la producción, sino adecuarla y permitir su diversificación por vía

del estímulo de los mecanismos individuales de reelaboración y aprehensión de las

creaciones culturales, las herramientas de cada quien para construir capital cultural.

1.2.2 Tradición en el Consumo

Consumiremos lo que hemos visto consumir y lo que estamos acostumbrados

a consumir. Es un círculo perenne: mientras más creaciones culturales consumimos,

más predisposición a consumir bienes culturales poseemos (PCCC). Si observamos

a otros cercanos satisfacer y disfrutar por vía de un determinado tipo de consumo,

poseemos la tendencia a sentir la necesidad de satisfacer una necesidad emergente

similar por esa vía. Como es lógico suponer, el punto de partida es el determinante:

el primer consumo y el estímulo para seguirlo haciendo.

Es relevante la tradición y el comportamiento del entorno familiar e inmediato

de cada individuo, ello determina una propensión positiva para crear una necesidad a

satisfacer por medio del hecho cultural o de cualquier medio, por ejemplo. La

diferencia está en que el hecho cultural proporciona un tipo de satisfactores

particulares, a los cuales van asociados comportamientos y aprehensiones propias

en el mediano y largo plazo, por vía del disfrute singular de un capital y un universo

cultural propio, pero compartido y a compartir en y por los círculos de relación que se

posean, por lo que también se pueden identificar ciertos mecanismos de

reconocimiento e identificación social en este tipo de consumo. El rol de estos

satisfactores particulares que poseen los bienes y servicios culturales, es ser un

factor decisivo en la definición característica del mercado cultural, que impacta y

determina la racionalidad específica de cada consumidor. Pensamos que es así,

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344

puesto que la racionalidad del beneficio no se encuentra en el bien en sí, ni es

impulsada fundamentalmente por el precio del bien, ni por el ingreso, concurriendo

otros factores y elementos entre los que se han referido el reconocimiento y la

identificación social.

Se aprecia entonces, una relación positiva entre la tradición en el consumo y

el consumo cultural, en el sentido de que una tradición en el consumo positiva se

puede asociar a un comportamiento expansivo y sucesivo del consumo cultural a lo

largo del tiempo, lo que estimula un capital cultural en permanente movilidad,

crecimiento y renovación.

Claro, la tradición no se estimula, no “se crea” ¿Cómo podría hacerse ello?

Existe, o no existe. Pero sí se puede iniciar el camino para ello y potenciar las

posibilidades para, paulatinamente, auspiciar la existencia y protección de las

mismas en los núcleos familiares, en el nivel que se encuentren presentes. Ese es el

punto de partida: Identificar las tradiciones de consumo que mayoritariamente se

encuentran presentes en la sociedad venezolana y, sobre esta base, iniciar un

proceso de estímulo, permanente expansión y predisposición positiva a ampliar tales

capitales culturales existentes, protegerlos y propender a su renovación constante.

Nuevamente emerge como capital el papel de la generación e intercambio de

información.

1.2.3 Rol Desempeñado por los Medios de Comunicación Social

Es indiscutible el papel de los medios de comunicación social en lo cultural en

general, y en particular, por el impacto que tienen en el comportamiento de la

propensión al consumo cultural. La propia Constitución Nacional reconoce las

posibilidades que en este sentido poseen los medios de comunicación, cuando en el

artículo 101 se atribuye al Estado la obligación de garantizar la emisión, recepción191

y circulación de la información cultural. Igualmente, estipula que tales medios deben

coadyuvar en la difusión de los valores culturales.

191 Ver nota 64.

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345

Es una realidad incuestionable, puesto que se observa a los medios de

comunicación, tanto escritos como radioeléctricos, impactando contundentemente

en el comportamiento del consumo cultural, en donde el tipo de prensa leída y la

frecuencia semanal de su lectura, conjuntamente con el tiempo dedicado a escuchar

radio y ver televisión impactan sobre el escaso comportamiento del consumo.

Este resultado es necesario observarlo con detenimiento, en atención a las

correlaciones que se observan entre las variables y en función del papel jugado por

los medios de comunicación social, que es menester apreciar desde dos

perspectivas: a) como difusores de mensajes culturales; y b) como industrias

mediáticas de bienes y servicios (programación) producidos para el consumo masivo

de la población.

En la primera perspectiva, la relación entre variables es positiva, si los medios

de comunicación intervienen estimulando, a través de la difusión el conocimiento de

la oferta cultural, se observa una relación positiva con respecto al comportamiento

del consumo cultural, estimulándolo y auspiciando el acceso a ellos. Si se aprecia los

medios como propagadores de bienes generados para el consumo masivo

(programación) la relación se invierte, puesto que impacta negativamente en el

comportamiento del consumo cultural, relacionado con las programaciones ofertadas

a las audiencias. A esta realidad la hemos reconocido como una “externalidad

negativa” del mercado nacional de bienes y servicios culturales. Se entra, en este

punto, en el complicadísimo problema de las industrias radiales y televisivas y su

papel determinante en el comportamiento cultural de la población.

El proponer aspectos particulares en este orden reclamaría la ejecución de

varias y sucesivas investigaciones, seguramente mucho mas extensas y profundas

que la presente, pero lo importante en esta instancia es dejar claro que se deben

alcanzar arreglos institucionales entre el Estado, como responsable principal y no

exclusivo de las políticas públicas culturales, y las instancias tanto públicas como

privadas responsables de los medios de difusión para estructurar oportunidades

democráticas para la difusión abierta y plural del mensaje cultural, de la oferta

cultural que generen los creadores. Estos acuerdos consensuados deben ser la base

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346

para una evolución y usufructo en positivo de las posibilidades de contribución de los

medios de comunicación en el estímulo del acceso al hecho cultural por parte de la

sociedad, lo que también redunda en beneficios para los propios medios, sin que ello

implique una intervención o una restricción de su propia oferta programática.

Una posibilidad en este sentido se esboza más adelante, al observar las

variables de la globalización y la realidad de las industrias culturales, cuando se

aprecia la potencialidad positiva de los arreglos y acuerdos para la creación,

estímulo y protección de lo que hemos denominado “conjunción de mercados

culturales”.

1.2.4 Conocimiento e Identificación de y con los Creadores Culturales

Esta variable es, definitivamente, un elemento determinante a ser potenciado,

en relación muy cercana con la anterior variable referida a los medios de

comunicación, puesto que se observa una correlación positiva entre la información, el

conocimiento e identificación que se posea con los creadores culturales y los niveles

de consumo cultural. Estimular, por tanto, el conocimiento de los creadores por

diversas vías, el poner en contacto la obra de estos con la sociedad y, cuando sea

posible, acercar a los propios creadores a los consumidores es un mecanismo de

estímulo importante y directo para propiciar el acceso de la población a las diversas

creaciones y un medio idóneo para apuntalar valores de pertenencia, identificación y

reconocimiento hacia dichas manifestaciones. Es necesario, sin embargo, tener en

consideración y observar muy de cerca en este sentido, la primera variable vista: la

adecuación de la oferta, por cuanto debe haber una pertinencia en la acción de

estímulo para el conocimiento de los creadores, potenciando lo ya existente y

paulatinamente introduciendo elementos novedosos, nuevos creadores y grupos. A

favor de esta acción existe la circunstancia de que el punto de partida existe y es

necesario catapultar la acción sobre esta posibilidad.

El conocimiento de los creadores, la identificación con ellos, el sentirlos

propios, y el conocer sus expresiones y creaciones puestas a la orden de la

sociedad; es un elemento positivo que estimula y potencia el consumo y la

participación; el cual debe actuar paralelamente con la creación de mecanismos de

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347

estímulo a la creación y reafirmación de tradiciones, por vía del reconocimiento y la

valoración social de dichos creadores.

1.2.5 Condiciones Socioeconómicas

Tres aspectos, subvariables, componen el particular de las condiciones

socioeconómicas que impactan en el comportamiento del consumo cultural del

venezolano, ellas son: En primer lugar, la condición laboral. Es determinante el

hecho de estar o no empleado en el comportamiento de la propensión a consumir, en

una correlación negativa: a mayor cantidad de personas desempleadas, menor

propensión al consumo cultural se puede esperar. En segundo lugar, el ingreso, este

impacta sobre la propensión al consumo en una correlación positiva, a mayor nivel

de ingreso, cabría esperar una mayor propensión a consumir bienes y servicios

culturales. Se observa en el país una realidad preocupante en estos particulares

socioeconómicos y en el comportamiento del consumo cultural de la muestra,

veamos: el 29,3% de la muestra manifiesta estar desocupado (al preguntar en el

sector de la producción donde desarrolla su actividad); el 27% manifiesta no poseer

ingresos mensuales regulares; finalmente, al inquirir directamente sobre la condición

laboral, el 17,3% afirma estar desempleado y el 4,9% responde que trabaja en la

economía informal.

Esta crítica realidad es clave para la construcción de acuerdos en pos de una

mejora de la calidad de vida de la población y no sólo en función de los preocupantes

niveles de consumo cultural detectados en la muestra, sino que esta realidad de los

niveles de desocupación e ingreso afectan gran parte de la actividad que desarrolla

un ser humano, un ciudadano en nuestra sociedad. Hemos visto en el capítulo

previo, como la problemática de la desocupación es considerada como uno de los

aspectos claves que es identificado permanentemente a lo largo de los años que

requiere atención por parte del Estado, la realidad emergente acá reafirma esta

necesidad.

Sin embargo, como ya hemos apreciado, en función de las características

particulares del mercado cultural nacional, en esta investigación la apreciación de los

niveles de ingreso, si bien se supone incidan sobre el consumo cultural, no es de

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348

esperar un impacto determinante sobre el consumo si se incrementan

“sustancialmente” los mismos entre la población.

El factor del ingreso es determinante, pero en el comportamiento del consumo

cultural del venezolano es necesario relacionarlo con otras variables que permitan un

impacto en la expansión del consumo. Este comportamiento del ingreso sobre los

niveles de consumo, es similar al del impacto de los precios de los bienes y servicios

sobre el consumo, en el sentido siguiente: Con un nivel bajo de ingresos se espera

se suceda una contracción significativa del consumo cultural de la población; pero,

un incremento de los niveles de ingreso no operará en la misma proporción que su

disminución, sobre la expansión esperada del consumo cultural. Ello por cuanto se

puede esperar que la pérdida de la costumbre y tradición en el consumo cultural, se

extienda en el tiempo y las necesidades culturales, previamente existentes, quizás no

sean sentidas como importantes una vez que ellas no fueron atendidas por un

periodo en el cual el ingreso no permitió tal consumo.

La tercera subvariable parte de las condiciones socioeconómicas es el nivel

educativo culminado. Éste es un particular que define a los potenciales consumidores

y a los consumidores en función del arsenal de herramientas poseídas para la

identificación, reconocimiento y aprehensión de bienes y servicios culturales. Es de

hacer notar que, si bien es cierto se puede esperar una alta correlación positiva entre

el nivel educativo de una población y la propensión a consumir bienes culturales, no

es menos cierto que este elemento considerado aisladamente no produciría ningún

efecto. Por esta razón los contenidos en los aspectos educativos han de estimular la

aparición de necesidades culturales cada vez más complejas, por lo que una parte

de aquella tradición en el consumo a que se hace referencia en los párrafos previos

es posible sea insuflada por medio de la educación en sus diversos niveles, desde el

preescolar hasta la universidad. Allí, en ese ámbito se pueden estimular los

mecanismos que permitan el surgimiento, apuntalamiento y consolidación de

tradiciones en el consumo cada vez más amplias y diversificadas, con el

correspondiente efecto multiplicador, puesto que ello llevará a las familias esta

realidad y se puede esperar, entonces, el surgimiento en el mediano plazo, de un

círculo virtuoso educación-familia en el estímulo a la tradición en el consumo.

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349

1.2.6 Niveles de Participación Comunitaria

Esta variable debe ser apreciada de manera particular en el comportamiento

del consumo cultural. En el capítulo III, en la sección titulada “Globalización y

consumo cultural: participación y nueva ciudadanía”, se han expuesto los

fundamentos que basan la consideración de la participación comunitaria como

variable que impacta en el comportamiento del consumo cultural. De allí se

desprende que se podría esperar una correlación positiva entre esta variable, la

participación comunitaria, y el consumo cultural: a mayores niveles de participación

por diversas vías formales o no, cabría esperar una mayor propensión y disposición a

consumir bienes y servicios culturales y, consecuentemente, una expansión ya no

sólo de los capitales culturales individuales de los consumidores, sino una

renovación, apuntalamiento y expansión de capitales culturales primarios grupales

y/o comunitarios, por vía de la integración social alrededor del ejercicio de derechos

ciudadanos y de la aprehensión de mecanismos de nuevas formas de ciudadanía,

entre las cuales, como vimos, se cuentan el propio consumo cultural, todo ello en un

círculo virtuoso que fue analizado en su momento en la Figura III.12192.

Las posibilidades de impacto de esta variable sobre la problemática detectada

deviene de la propia Constitución Nacional y del conjunto de normativas sustantivas

que apuntalan procesos de participación política y ciudadana de la sociedad

venezolana, además de que los medios y vías para la participación se abren y

expanden a la par que las tecnologías de la información y la comunicación

electrónica (TICE), por lo que se puede hablar de diversos tipos de participación y

variadas vías de tal ejercicio. 193

192 Martín Hopenhayn al analizar los elementos que ilustran la dinámica de las nuevas relaciones entre política y cultura advierte: “...la globalización comunicacional y la nueva ‘sociedad de la informacion’ alteran también las formas de ejercicio ciudadano, que ya no se restringen a un conjunto de derechos y deberes consagrados constitucionalmente, sino que se expanden a prácticas cotidianas que podríamos considerar a medias políticas y a medias culturales, relacionadas con: la interlocución a distancia, el uso de la información para el logro de conquistas personales o grupales, la redefinición del consumidor (de bienes y símbolos) y sus derechos y el uso del espacio mediático para devenir actor frente otros actores” (Hopenhayn,2001:10) .

De allí una de las razones determinantes para considerar al consumidor como un actor-agente clave en los arreglos institucionales fundamentos de una política pública cultural. 193 Ver: (Oropeza G., 2003)

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350

1.2.7 Precio de los Bienes y Servicios Culturales

Si bien en la función de consumo (f(c)) propuesta no se considera la variable

precio (P) en el mercado cultural de bienes y servicios venezolano, en razón de la

situación de “falla de mercado” detectada y caracterizada, entendemos que la acción

política oficial habría de generar en el corto plazo un equilibrio entre la oferta y la

demanda cultural, lo que incorporaría en factor precio como unas de sus

consecuencias inmediatas. Así el impacto particular que pueden llegar a tener los

precios en el mercado cultural venezolano. Su comportamiento y elasticidad en

relación con el consumo es necesario observarlo, como ya fuese apreciado en el

Capítulo III, Sección 1., correspondiente a “El mercado, la Oferta y la Demanda

Cultural”. De allí que el impacto de esta variable sobre el consumo cultural del

venezolano, ratificamos, es determinante, pero es necesario observar con mucho

cuidado los precios y su relación con el consumo cultural, al observarse una baja

elasticidad del consumo respecto de los precios, así como del ingreso. ¿Por qué?

¿Es tan particular el mercado cultural venezolano, que los precios no producen los

impactos que generan en otros mercados culturales? La respuesta es afirmativa.

Generalmente, y a lo largo de los años, el Estado ha venido estimulando la

creación cultural, vía subsidios propiamente dichos, aportes, así como otros

mecanismos directos e indirectos. Tal acción se asocia a la existencia de fallas en el

marcado cultural al no estar basado dicho mercado en una relación con el costo

invertido en producir los bienes y servicios culturales, sino en un interés en la

convocatoria misma, es decir en la propia oferta, en función de aquel subsidio y/o

estímulo por parte del Estado. La oferta, por la oferta misma, es lo que la determina

en buena parte de los casos. Esta situación es explicada, entre otras razones, por la

existencia de fallas en la información y en la existencia de mercados incompletos

como ya vimos.

Entonces los precios de los bienes y servicios culturales venezolanos, que

reciben el auspicio del Estado, se espera sean en un primer momento bajos o

medios. No estamos hablando del valor de mercado de una obra de arte en

particular, por ejemplo la subasta de una obra de Reverón, no. Estamos hablando de

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351

los bienes y servicios culturales ofertados a la población por conducto de la acción

del Estado, vía su política cultural. Decimos medios o bajos pero, en oportunidades,

la gratuidad también es uno de los mecanismos de difusión para parte de la actividad

auspiciada por el Estado, los museos por ejemplo.

Pero, y he aquí el punto, la realidad es así y se comporta así, con precios

bajos, o la gratuidad, de buena parte de los bienes y servicios culturales auspiciados

por el Estado. Ahora bien, si los precios se incrementaran en atención al costo

invertido en producirlos, ciertamente el impacto de los nuevos precios generaría una

contracción aún más crítica del consumo cultural. Es decir, si los precios aumentan

se supone ocurra una disminución de las cantidades demandadas y por ende del

consumo cultural; mas si los precios bajan o existe la gratuidad, pensamos no se

produciría un impacto de la misma magnitud en el incremento de la propensión a

consumir bienes y servicios culturales. ¿Por qué? Este comportamiento obedecería

fundamentalmente al carácter particular de los bienes culturales que, como hemos

dicho, son considerados como bienes sustitutos, veamos: si por una caída en el

ingreso o un incremento de los precios, se dejasen de consumir bienes y servicios

culturales, ocurre un hecho muy importante, el cual es que la tradición en el consumo

de tales bienes paulatinamente se pierde en parte, por lo que al regularizarse la

situación, vía el incremento del ingreso o la reducción de los precios de los bienes y

servicios culturales, el consumidor orienta el consumo hacia otros bienes quizás no

culturales. Es decir, la variable tradición entra a jugar un rol determinante.

El concepto operativo de cultura formulado se corresponde con una acción

oficial que entiende a ésta como objetivo de impacto del proceso político cultural; de

igual manera, se entenderán como objeto de dicho proceso los bienes y servicios

culturales generados bajo el auspicio del Estado, en tanto partes integrantes del

concepto. Claro, es posible considerar dentro del ámbito político estatal las acciones

encaminadas a la protección del “patrimonio cultural” de la nación, lo que se entiende

como “memoria cultural” siguiendo al ya citado Boris Groys (2005); pero, debe

quedar claro que al referir la función de consumo cultural f(C) como realidad sobre la

cual se propone focalizar la acción política, en ella se consideran exclusivamente,

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352

los bienes y servicios culturales producidos y ofertados pajo el auspicio y estímulo de

la acción política del Estado.

Otro elemento del modelo que resulta clave para aproximarse a comprender la

racionalidad del consumidor cultural que traduce el modelo propuesto, es la

percepción de la oferta. Si se oferta un conjunto de bienes y servicios culturales que

no son demandados suficientemente por los públicos, ya que no satisfacen sus

gustos y preferencias, independientemente del precio bajo de éstos o su gratuidad,

estos bienes no serán consumidos en cantidades importantes. Pero, si la estrategia

se orienta a detectar parte de esa demanda no satisfecha y a adecuar la oferta

auspiciada por el Estado, aun manteniendo su volumen, cabría esperar un

incremento paulatino de la demanda. Es decir, en nuestro caso, apreciamos que la

adecuación de la oferta, vía la superación de las fallas de información, jugaría un

papel similar al incremento del ingreso. En esta realidad se desplazaría

positivamente la curva de demanda y generaría un precio de equilibrio en el mercado

cultural. Ver la Figura V.1. (p. 348), que refleja este planteamiento.

Se puede apreciar en esta figura que el desplazamiento de la curva de

demanda D1 a D2, determina un primer equilibrio en el mercado: E1, que genera un

primer precio de equilibrio: P1, lo cual de por sí constituye una superación del estado

de Falla de Mercado, al cual se ha identificado como situación problemática,

pudiendo identificarse una cantidad Qe1 de bienes y servicios culturales consumidos.

Asimismo, se puede apreciar que si, igualmente por consecuencia de la acción

política del Estado, se genera un incremento de la oferta de O1 a O2, el

desplazamiento de la curva de oferta genera un segundo punto de equilibrio del

mercado E2, que implica un incremento de las cantidades consumidas de Qe1 a Qe2 y

un nuevo precio de equilibrio P2 menor al primeramente obtenido. De esta manera,

la acción política del Estado podría generar un equilibrio, superando la condición de

“Falla de Mercado” presente previamente, impactando a través de Políticas Públicas

Culturales, sobre ambos componentes: la demanda y la oferta cultural.

Figura V.1 Relación Demanda Cultural/Oferta Cultural El impacto de la acción política del Estado

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353

Fuente: Elaboración Propia.

Se ha insistido en la particularidad que posee el comportamiento del mercado

cultural y sus componentes: la oferta y la demanda y, hemos visto las relaciones

singulares entre ingreso-demanda cultural y precio-demanda, por vía de la

elasticidad característica de tales relaciones. De manera tal que la racionalidad de

los participantes en este mercado también es particular. Así, hemos observado la

racionalidad del consumidor condicionada por aspectos que trascienden el beneficio

esperado inmediato de consumo, y se ubican en campos de satisfacción subjetiva-

simbólica, reconocimiento social y colectivo, disfrute de aspectos no relacionados por

la posesión y la conformación de capitales culturales individuales en buena parte

intangibles.

En lo que respecta al productor-creador de bienes y servicios culturales,

igualmente se aprecia una racionalidad que difiere de la regularmente observada en

los mercados tradicionales. Su beneficio no se encuentra exclusivamente asociado a

la obtención de un precio cada vez mayor por el bien, su racionalidad no la determina

exclusivamente la reproducción en serie de sus creaciones, de manera tal que su

racionalidad en el beneficio en oportunidades se asocia, como en el consumidor, a

P

Q

Baja Q Media Q Alta Q

O1

D2

D1

O2P Alto

P Medio

P Bajo

E1

E2

P1

P2

Q1 O2

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354

elementos intangibles: reconocimiento y respeto como creador, la gratuidad o bajo

precio de sus producciones se compensan en él por medio de la asistencia y la

reputación de tales obras como relevantes y con significación social. Lo dicho.

Lógicamente, no significa que quede excluida de la racionalidad del creador-

productor de manera absoluta la obtención de un ingreso, de un beneficio material

sobre su producción.

En el caso venezolano, y suponemos que es así en muchos países, buena

parte de la racionalidad del productor individual o colectivo se orienta a obtener la

atención del Estado, a elevar sus demandas financieras a éste y a otros agentes con

intenciones de financiamiento del hecho cultural; por esta vía canalizan parte de su

relación con los consumidores, previo garantizar la generación de la producción, la

ganancia en la circulación del bien o bienes, no determina en exclusiva la acción.

... en el ámbito cultural, existe otra lógica a tener en cuenta: la del artista y su libertad de creación y de expresión. El creador no pretende ser democrático cuando propone una determinada obra o manifestación artística. Además, en general, el artista occidental no considera la creación como un proceso social indisolublemente compartido con la comunidad, sino personal e intransferible, individual, o en algunos casos, fruto del trabajo colectivo de diversos artistas. De esta forma, gustará o no, recibirá el reconocimiento de los expertos o no, pero no aceptará ninguna valoración democrática sobre el valor de su obra. No necesita ni busca este tipo de legitimidad; como máximo se dejará influir por la demanda del mercado o de la administración, ya que normalmente depende de ellas para sobrevivir (Bonet, 2005:4-5).

El estudio del comportamiento del consumo cultural en atención al modelo

propuesto considera que, ciertamente se puede contribuir a la formulación de

estrategias políticas consensuadas encaminadas a solucionar la situación

problemática detectada. Tal formulación de estrategias políticas es pertinente con el

carácter democrático de la política pública cultural, orientadas a cumplir el mandato

constitucional y garantizar el libre ejercicio de los derechos culturales.

Es importante observar como las propuestas efectuadas, paulatinamente, se

van haciendo cada vez más complejas en función del plural entramado de elementos

que se van adicionando al considerar y tomar en cuenta los factores que se han

identificado como relevantes para el diseño de una política cultural. Sin embargo, se

aprecian e identifican aspectos determinantes claves: las premisas, la problemática

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355

capital del consumo y el modelo que refleja su comportamiento y, dentro de él,

variables claves como lo son: la tradición en el consumo, la percepción de la oferta,

los mecanismos de difusión vía medios de comunicación social, así como la

educación como aspecto que incide en la posesión de herramientas para la

reelaboración individual de los bienes y servicios culturales; y un factor que es clave,

el cual es, la superación de las asimetrías de la información disponible entre los

diversos agentes culturales.

Ahora bien, la atención de la problemática cultural venezolana, traducida en

bajos niveles de consumo cultural con los impactos que esta realidad produce en los

mecanismos de conformación del capital cultural y los contenidos identitarios de la

nación, ha de ser considerada desde perspectivas políticas confluyentes en el

sentido de que tales acciones políticas deben estar orientadas a resolver la situación

problemática y, simultáneamente, perseguir la satisfacción de las necesidades y

demandas culturales considerando, además, los elementos del entorno que pueden

impactar positiva o negativamente la acción política cultural. Elementos que bien

pueden proceder o no del propio sector cultural; del país o del exterior; del ámbito

teórico de la cultura; o bien de recomendaciones y posibilidades formuladas y

trabajadas por organismos internacionales, como la UNESCO por ejemplo. Estos

elementos reclaman entonces definiciones precisas por parte del Estado y el resto de

los agentes, respecto de las políticas culturales a implementar194.

Antes de continuar con el análisis de factores determinantes para el diseño de

una propuesta de política cultural venezolana en los actuales momentos, se

considera indispensable efectuar una precisión al respecto. Se entiende que una

política cultural venezolana debe tener por objeto la atención el sector cultural

nacional y sus interrelaciones con otros sectores de la vida nacional e internacional,

con fines específicamente culturales. Ello por cuanto el objeto de la política cultural

se encuentra definido dentro de los contenidos de la propia Constitución Nacional 194 En este particular, que desafortunadamente escapa a las posibilidades de esta investigación, cabe preguntarse respecto de las posibilidades/capacidades ciertas de los públicos consumidores y de las comunidades en el diseño de estrategias políticas culturales, por medio de arreglos institucionales y consensos. ¿Qué mecanismos serían los pertinentes para la participación desde esta perspectiva? El punto es de una riqueza y de un campo por demás interesante y sugerente.

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356

vigente, la cual estipula los derechos culturales de la población y las atribuciones e

intereses del Estado en la materia; normativa que no puede considerarse escueta,

como en el caso de la Constitución venezolana de 1961, todo lo contrario es bastante

específica al respecto.

Dicha normativa parte de la definición y del aserto (artículo 98) de la creación

cultural como libre, de manera tal que ésta (la creación cultural y los bienes que ella

supone) es lo considerado como objeto sustancial de la normativa magna a lo largo

del articulado ya repetidamente analizado; entonces, es éso lo que debe ser

entendido como objetivo primordial de atención de la política cultural nacional, así

como todos los mecanismos de interrelación y asociaciones que de la creación

cultural y de los bienes culturales se desprendan195. Por lo que, toda acción política

orientada hacia fines que no se encuentren enmarcados dentro de las pautas

estipuladas en la Constitución Nacional, identificadas previamente; así como

objetivos no orientados hacia fines relacionados con aspectos culturales, han de ser

entendidos como políticas metaculturales, porque van más allá de las pautas,

supuestos y fines que debe contener una política cultural en nuestro país196 .

Aquella interpretación amplísima y universal de la cultura como objeto de la

acción política, no tendría cabida, ya que la propia Constitución la delimita y

circunscribe a la creación cultural. Las acciones políticas orientadas a la construcción

de arreglos consensuales institucionales con sectores no específicamente culturales,

no serán políticas metaculturales, en tanto el fin de tales arreglos persigan fines

culturales, de conformidad a lo estipulado en la Constitución Nacional y el aparato

195 La Constitución Nacional vigente, establece en el artículo 99, en su parte final, que el patrimonio cultural de la nación se encuentra integrado por “bienes”, y que estos “bienes” son inalienables, imprescriptibles e inembargables. 196 Martín Hopenhayn refiere, al afirmar que los conflictos culturales se hacen cada vez más políticos en razón de tornarse violentos forzando la intervención del Estado, que “...ciertos aspectos de la cultura se politizan sin constituir culturas políticas, vale decir, sin que los sujetos que portan estos aspectos culturales pasen a formar parte del sistema político tradicional, ni pasen a operar con racionalidades políticas canonizadas. En la propia trama cultural, lejos del ámbito del Estado, viejos problemas propiamente culturales se convierten en temas de conflicto, de debate, de diferencias álgidas y, finalmente, de interpelación a los poderes centrales... (así)... se alternan demandas propias de los actores sociales en el sistema político, con otras demandas que son más propiamente culturales y, por los mismo, difíciles de traducir en políticas de reparto social: relaciones entre identidad y consumo. (por ejemplo).” (Hopenhayn, 2001:71)

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normativo nacional vigente.197 Entonces, en una realidad cualquiera cabría esperar

una preeminencia de políticas culturales sobre las metaculturales o viceversa, la

relación en uno u otro sentido podría definir, en buena medida, la calidad de la acción

pública en el sector y su carácter más o menos democrático.

Es pertinente la afirmación de Paul Tolila (1999), según la cual las políticas

culturales no tienden, en Francia, “…ni a dictar lo que debemos amar ni a imponer lo

que debe ser bello: participan a su manera en mantener y acrecentar las

capacidades creadoras de la sociedad, con permitir a un gran número de personas –

a cada quien según su elección- de entrar en la dimensión del placer estético y, sin

duda, de comprender mejor las dimensiones de los otros” (Tolila, 1999:2). ¿Existe

algo metacultural en las políticas culturales de Francia, según este texto?

Esta precisión es pertinente en el marco de esta investigación, en tanto, se

corresponde con la necesidad detectada y descrita en las secciones iniciales en lo

que respecta a operacionalizar el concepto de cultura, en pos de una delimitación

precisa del objeto de la acción del Estado en el sector, que permita definir

claramente el ámbito de dicha acción y fijar mecanismos de monitoreo y evaluación

de las políticas culturales implementadas y los fines perseguidos y alcanzados, todo

ello dentro del marco estipulado en la Constitución y el carácter democrático que

debe poseer tal política.

Ahora bien, el reto de los decisores políticos y del resto de agentes, es superar

aquella concepción tradicional de la política cultural que delimita la acción a

intervenciones realizadas por el Estado, abriéndola a las instituciones privadas y

197 La frontera entre lo cultural y lo meta-cultural como objeto de la acción política es, en oportunidades difusa; y, en efecto es cada vez más difícil de defender la idea de un desarrollo cultural que tenga como fin único la cultura. Las propuestas que se hacen acá basadas en la característica democrática de la política cultural expresada por medio de arreglos institucionales que parten de un reacomodo y diversificación de los actores involucrados en lo cultural, como objeto de políticas, pensamos son una posibilidad que permite observar atentamente y establecer las fronteras entre lo cultural y lo metacultural como objeto de la acción política. Quizás un buen ejemplo a observar, en su justa dimensión, es la política cultural desarrollada en Japón en la postguerra en contraste con la característica nacionalista previa, al respecto opina Michihiro Watanabe: “Además de la protección del patrimonio cultural, tangible e intangible, la política cultural de Japón, desde el fin de la guerra, se ha centrado en fomentar las actividades creativas individuales de los ciudadanos, contrastando así con la política nacionalista de los gobiernos anteriores a la guerra, que utilizaban la cultura como medio para alcanzar objetivos nacionales” (Watanable, 2003:1).

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asociaciones comunitarias, y orientarlas al desarrollo simbólico, la satisfacción de las

necesidades culturales y a obtener consenso para un tipo de orden o de

transformación social en el largo plazo. Son éstos los contenidos identificados hasta

el momento, definidos también por Néstor García Canclini (1999), y que se

corresponde con los trabajos y propuestas de José J. Brunner (1989); Martín Barbero

(1995); y Mattelar (1991), las cuales se han analizado a lo largo de la investigación.

El reto deviene del reconocimiento, identificación y análisis de nuevas realidades, de

novedosas transformaciones, de emergentes variables impactando

contundentemente sobre la realidad sociopolítica de nuestras sociedades. Entre

otras de estas transformaciones Néstor García C., identifica las siguientes:

La recomposición de las culturas nacionales por el avance de la globalización

y de la integración regional;

El predominio de las industrias de comunicación de masas sobre las formas

tradicionales y locales de producción y difusión de la cultura;

Las nuevas condiciones que generan estos cambios para la democratización y

la convivencia multicultural.

1.3 La globalización198 y las Industrias Culturales

Se considera a la relación globalización-acción cultural, globalización-cultura,

como determinante en el comportamiento de la problemática cultural de nuestros

días, por cuanto es un factor que impacta en el espectro de las realidades de

cualquier país. En este sentido, el impacto de las industrias culturales se ha

reconocido como una externalidad negativa sobre el mercado cultural de bienes y

servicios.

En un trabajo inserto en el “Informe Mundial sobre la Cultura” de la UNESCO

(1999), Néstor García Canclini considera esta realidad en función de las opciones

que los estados poseen para la formulación de sus políticas culturales,

198 Para Daniel Mato “…en el terreno de lo cultural la globalización se caracteriza principalmente por la transnacionalización en la producción de representaciones sociales, dinámica en la cual se entrecruzan tanto actores locales como globales y que modifica expresiones culturales como ‘identidad’ y ‘sociedad civil’, sobre las cuales tradicionalmente se ha construido el orden político” (Mato, 2002).

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específicamente en función de la consideración de la globalización como factor a

considerar en tales formulaciones. El autor identifica cinco opciones:

Atrincherarse en la propia cultura nacional, restringiendo el mercado a los

bienes y servicios de determinado tipo, producidos por los creadores subvencionados

por el Estado.

Fijarse como objetivo el estímulo y desarrollo de una industria cultural

orientada a la exportación de melodramas y música folklórica, que valide como

identidad cultural propia, el reconocimiento del “otro”.

Asumir la globalización como organización estética de la multiculturalidad.

Fortalecer la producción endógena y la circulación intra-regional.

Relacionar las políticas culturales con las necesidades laborales y educativas

de los jóvenes 199.

En la problemática de las políticas culturales es determinante asumir una

opción que convenga a los intereses nacionales, lo que no implica el asumir de

manera exclusiva una de ellas, podría ser combinaciones de dos o más de las

mismas, ni tampoco que la opción construida sea inamovible y venga a constituirse

en núcleo de la política. Desde esta perspectiva, la política cultural que propugna la

opción del atrincheramiento y el aislamiento, es la menos pertinente para una

sociedad como la nuestra y el carácter democrático que debe poseer dicha política.

Pero, en atención a las realidades y transformaciones emergentes debe

replantearse el papel de los actores culturales, e implementar una concepción de

cultura más operativa deslastrada de los anatemas que prejuician a las políticas

culturales tradicionales.

Los actores culturales, que también hemos denominado agentes, trascienden

al Estado, y sus órganos, van más allá de los sujetos institucionales oficiales, para

pasar a considerar como tales activamente: a la iniciativa privada y las

organizaciones independientes de la sociedad misma, la llamada sociedad civil, y

que en esta investigación hemos asociado a los poderes fácticos (opuestos) de la

sociedad. 199 Ver, (García C., 1999: 169-178)

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Estas organizaciones independientes de la sociedad se diferencian del mecenazgo de la iniciativa privada porque no están animadas por los gustos de individuos privilegiados sino por una concepción colectiva de la cultura que la vincula con necesidades estéticas y prácticas de los receptores, usuarios; sus fondos limitados en relación con esas necesidades, o el trabajo gratuito que las sostiene, así como la importancia que suelen asignar a las formas de vida locales, hacen que sus políticas se concentren en espacios restringidos (García C, 1999: 159).

Esa concreción de actividades a un espacio temático, social o geográfico

restringido, más que una limitación se convierte en una ventaja al reputar lo positivo

del contacto directo con el público potencialmente consumidor o consumidor activo,

apreciando el comportamiento de tal público en función de su actividad generadora

de creaciones culturales.

Néstor García Canclini citando a José Vidal Beneyto refiere que la política

cultural tradicionalmente “apunta más a las actividades que a las obras, más a la

participación en el proceso que al consumo de los productos” (Vidal Beneyto, 1981:

128, citado por García C., 1999:159). Es claro este comentario para nosotros, por

cuanto consideramos indispensable el estudio de la forma (procesos) en que los

bienes y servicios son consumidos y cómo se transforman en productos culturales

con reconocimiento social. Ello implica caracterizar, describir e identificar los pasos

que integran el consumo cultural, a lo que nos hemos aproximado en el capítulo

previo y que es la base de las observaciones efectuadas al analizar la función de

consumo aplicable a nuestro país.

Las afirmaciones previas permiten introducir al análisis un actor-agente

cultural novedoso y muy activo, aún en su “no” participación, regularmente no

considerado como relevante, según hemos visto al analizar la propuesta de José

Joaquín Brunner por ejemplo; dicho actor-agente es el público, consumidor o no de

los bienes y servicios culturales, en nuestro caso producidos bajo el auspicio del

Estado. Este actor-agente es fundamental cuando se considera al novedoso

elemento de la globalización impactando en el consumo cultural de nuestras

sociedades. Ese actor es el centro de atención de los mecanismos de producción de

las industrias multinacionales mediáticas.

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Entonces, el punto es que la política cultural tradicional ha orientado su acción

estratégica sin tomar en consideración a un actor fundamental del proceso cultural: el

consumidor, el público. Igualmente, cabe afirmar que no se ha preocupado por

identificar, caracterizar y describir el proceso de consumo de las creaciones

culturales por estos agentes. Se observa, sin embargo, que esta necesidad emerge

como determinante cuando se aprecia que los agentes-actores culturales

involucrados en el proceso cultural, ya no se encuentran determinados en su

accionar por el ámbito nacional del país en cuestión, ahora se encuentran inmersos

en una realidad que trasciende lo nacional y lo internacional, a saber: la

globalización200. Y la globalización precisamente, enfoca su atención en ese actor-

agente, regularmente no considerado como tal, menos aún como agente principal, de

las políticas culturales. Siendo como es, altamente “seducible”, la acción de las

industrias culturales se basa en el público.

El impacto que ha generado la globalización en nuestras sociedades, se

patentiza al apreciar el desequilibrio existente entre una producción propia débil de

bienes, compitiendo por los producidos por las industrias multinacionales, que son

consumidos a niveles elevados. “Ello se refleja en una baja representación de

nuestras culturas nacionales en la pequeña pantalla y una enorme presencia de

programas de entretenimientos e información originados en Estados Unidos. Pero

este desnivel no es igual en todos los países” (García C., 2003:6). La diferencia está

determinada por la condición mayoritariamente exportadora o importadora de los

países, y el comportamiento de esa “balanza” particular referida a producciones de

consumo de este tipo. Se afirma en el estudio citado que sólo Brasil y México se

encuentran incorporados a la economía mundial de este tipo particular de bienes

culturales. Venezuela se encuentra catalogada como país “incipientemente

exportador”, afirmando que conjuntamente con Argentina y los menos exportadores:

200 Lo internacional y la globalización. ¿Dónde la diferencia?: “La internacionalización de las economías y las culturas, desarrollada a lo largo de la era moderna consistió en abrir las fronteras geográficas de cada sociedad para incorporar bienes y mensajes de otras. En un período de globalización, en cambio, se produce una interacción funcional de actividades económicas y culturales dispersas, generadas por un sistema con muchos centros, en el que son más decisivas la velocidad para recorrer el mundo y las estrategias para seducir a los públicos que la inercia de las tradiciones históricas locales” (García C., 2003: 3).

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su situación es ambigua, pues por un lado están buscando mercados para su

producción cultural y, por el otro, tienen que defenderse frente a la penetración ya no

sólo de las empresas extrarregionales, sino de las propias transnacionales

latinoamericanas, como Televisa.

Estas industrias productoras de la comunicación se colocan entre los agentes

económicos más dinámicos, principales generadores de inversiones y empleos; o

sea, que “…ocupan un lugar clave como impulsoras del desarrollo y de los

intercambios multiculturales” (García C., 2003:6).

Realidades inobjetables que es menester considerar en el diseño de acciones

políticas por parte del Estado, a través de un dinámico proceso de arreglos

institucionales. Entonces, emergen estas transformaciones y realidades como

elementos decisivos macro-referenciales que impactan y definen simultáneamente el

proceso político particular cultural. Decimos macro-referenciales, porque ellas

trascienden la esfera de acción de los agentes-actores culturales tradicionales, entre

los que ya entendemos como parte de tales a los consumidores, y sus ámbitos

territoriales de influencia e impacto.

Asimismo, la acción política de estos actores en aquélla “interacción funcional”

aludida, debe adecuarse y acoplarse a nuevos mecanismos de relación para

proteger las propias industrias culturales y estimularlas; simultáneamente, crear otras

en función de la potencial demanda ya no solo de nuestros propios consumidores; y

,sobre la marcha, superar limitantes, en lo que podríamos definir el cómo utilizar en

beneficio propio, los mecanismos de interacción funcional de la globalización, he ahí

el reto.

En la sección correspondiente al análisis de la globalización como variable, en

el Capítulo III, se afirmó que la misma se encuentra marcada por la interacción

funcional entre variadas actividades de carácter económico y cultural y que tales

actividades son generadas por un sistema con infinidad de centros. Ubicados en esta

problemática “global” y observando la problemática nacional, se observó como

posibilidad de acción política, entre otras, la denominada “excepción cultural”

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analizando los pro y los contra de la implementación de una acción estratégica

proteccionista.

Todo ello en atención a una realidad en la cual,

…grandes sectores de la población ven limitada su incorporación y participación como consumidores activos de bienes y servicios culturales, en virtud de que sólo pueden acceder al primer nivel de la industria audiovisual: los entretenimientos y la información que circulan en la radio y la televisión gratuitas. Las clases medias y algunos segmentos de las clases populares pueden actualizar y mejorar su información, al participar en un segundo nivel de la comunicación, que abarca los circuitos de televisión por cable, la educación ambiental y sanitaria, y la información política en video. Pero son más bien las élites empresariales, políticas y académicas las que logran conectarse a las modalidades interactivas de comunicación , es decir, al tercer nivel, que incluye el fax, el correo electrónico, las antenas parabólicas, la información y los juegos interactivos (García C., 2003:7)201.

Recordamos las posiciones de Barrie Ashford y Néstor García Canclini,

respecto de la posibilidad de alcanzar un modelo que permita integrar las visiones

diversas que se piensa tiene los efectos de la globalización sobre la cultura. La

posición del autor mexicano en nuestro criterio es la más pertinente para la realidad y

la problemática cultural de la Venezuela de hoy. Entiende el autor que intensificando

los intercambios de bienes y servicios culturales, es decir, expandiendo el mercado

cultural por vía de arreglos institucionales sobre puntos específicos ya aludidos que

se asocian al comportamiento de la oferta y del consumo cultural, se puede

coadyuvar a la liberación de estereotipos de uno y otro lado (lo local, lo global) y a

pensar en lo que es posible hacer en nuestras sociedades, para que sean “…menos

desiguales, menos jerárquicas y más democráticas” (García C., 1999-A).

Existe, sin embargo, una precondición en aquella expansión del mercado

cultural, la cual es que esos bienes y servicios culturales han de representar y

expresar las trayectorias de cada sociedad. ¿Cómo saberlo? Creemos que la

respuesta es más sencilla que la aparente complejidad que la cuestión supone. Lo

sabremos si esos bienes y servicios culturales que ingresan y permiten la expansión 201 “Las estadísticas de consumo de productos audiovisuales revelan que aproximadamente que el 90% de la población de América Latina cuenta con radio y televisión, 50 al 70%, dependiendo del país que se trate posee video, pero no llega al 10% el sector que cuenta con acceso a tecnologías que ofrecen información necesaria para tomar decisiones e innovar con base a estos medios” (Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo, 1996).

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del mercado cultural, están en capacidad de servir de satisfactores de nuestras

necesidades y demandas culturales, es decir, si responden a las variables que

determinan el comportamiento de nuestro particular consumo cultural y se logran

equilibrios en el mercado. Finalmente, lo sabremos si el mercado cultural

efectivamente se expande.

Estamos refiriendo en los señalamientos previos la opción de política

relacionada con la globalización identificada como: “Fortalecimiento de la producción

endógena y la circulación intra-regional de bienes y servicios culturales”, la cual es el

punto de partida de referencia. Veamos algunas de las particularidades de esta

opción y los elementos de nuestra propia problemática y realidad obrando en función

de la adaptabilidad de la misma, en concordancia con aspectos de otras opciones

que entendemos como pertinentes.

La opción política del fortalecimiento de la producción endógena y la

circulación intra-regional, pensamos se complementa con acciones políticas

devenidas de la “excepción cultural”. Entre ambas acciones complementarias es

posible alcanzar mecanismos que permitan el diseño de estrategias, en una

propuesta de lineamiento general marco de una política cultural para nuestro país.

Ambas deben partir de una concepción política que supone, como ya se ha

afirmado, la diversificación y ampliación del papel de los actores-agentes

involucrados en la política cultural, más allá del Estado. Ello conlleva a un

replanteamiento del papel de los actores y de las articulaciones entre ellos,

tradicionalmente estos actores son: el Estado, las empresas y los organismos

independientes de la sociedad. Es nuestro criterio que esta enumeración posee una

limitante la cual es que persiste en obviar a un actor-agente determinante y capital,

ya aludido, el cual es: el público, los consumidores o no consumidores de los bienes

y servicios culturales. De manera tal que cuando se alude a actores-agentes de las

políticas culturales, entre ellos se considerarán a los públicos y a los consumidores

(activos o no) de los bienes y servicios culturales.

El replanteamiento expuesto supone una participación activa de todos los

agentes en el proceso político-cultural, lo que implica por una parte, un

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robustecimiento, actualización y desarrollo de la producción de bienes y servicios

culturales “endógenos” en el país del cual se trate; y, por otra, la circulación fluida de

dichos bienes en el mercado cultural propio. La circulación fluida supone el estímulo

al consumo real de estos bienes el cual, como hemos visto, requiere la acción

política sobre las variables asociadas a su comportamiento.

La complementareidad entre el fortalecimiento de la producción endógena y el

diseño de mecanismos legales de “excepción cultural” es compleja y delicada, por

cuanto requiere la ejecución de estudios técnicos especiales de impacto y de

reacción de los mercados, así como la atención a principios internacionales y

supranacionales de acatamiento a normas de intercambio, comercio, etc. Además,

es preciso tener a vistas el riesgo que supone la “excepción cultural” de estímulo al

atrincheramiento y el aislamiento cultural

Ahora bien, cuando nos referimos al fortalecimiento de la producción de

bienes y servicios culturales propios y a su protección y estímulo se persigue,

mediante acciones políticas, atenuar el desequilibrio entre países centrales y

periféricos, una de cuyas estrategias es renovar la infraestructura tecnológica y la

capacitación técnica de los productores. “Es igualmente necesario buscar equilibrar

la participación y formación profesional de las mujeres y las minorías marginadas,

emergiendo como fundamental la revisión de lo que se entiende como ‘interés

público´ en el particular de las políticas culturales” (García C., 2003:10).

Las estrategias de estímulo y protección a los bienes y servicios culturales

endógenos deben impactar en dos aspectos en busca de objetivos a diverso plazo.

Los aspectos son, en igualdad de condiciones: la oferta y la demanda cultural,

superando el tradicional estímulo singular de la oferta; los objetivos: satisfacer las

necesidades de consumo de la población dentro de los mercados nacionales en el

corto y mediano plazo, con miras a extender la atención a consumidores potenciales

más allá de los mercados culturales nacionales.

Es indiscutible el papel determinante que tiene el Estado, como agente en esta

problemática, pero “…su rol debe ser repensado y replanteado en función de la

responsabilidad que posee en lo que respecta al interés público y a la conformación y

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protección del patrimonio cultural colectivo” (García C., 2003: 10). La problemática de

la protección y estímulo de las industrias culturales nacionales y/o endógenas,

supone un riesgo que es necesario considerar desde el momento mismo del

planteamiento del problema a objeto de evitar caer en el error que entraña. El riesgo

es la tendencia que existe de que la producción de los bienes y servicios culturales,

se reduzcan a simples mercancías ocurriendo, en consecuencia, una migración de

tales bienes y servicios culturales del mercado cultural particular regido por principios

propios, al mercado general regido por los principios de la economía tradicional. Allí

se encuentra el papel fundamental del Estado en esta problemática.

La circulación y consumo de bienes y servicios culturales en los mercados

culturales está en capacidad de generar a mediano y largo plazo capital cultural y,

por tanto, consolidación y/o diversificación de los contenidos simbólico identitarios de

la sociedad. Por el contrario, en general, la circulación y consumo en los mercados

tradicionales de los bienes y servicios producidos por las industrias culturales, no

genera capital cultural, ni tiene posibilidad de incidir en la expansión y diversificación

de los capitales culturales de la sociedad, ¿Por qué?

Fundamentalmente porque en estos mercados tradicionales el consumo de los bienes y servicios es, mayoritariamente, un consumo inmediato que no supone un proceso de reelaboración y aprehensión de tales productos culturales, por cuanto se encuentran reducidos a simples mercancías sin contenido cultural, es decir, sin contenido simbólico, ni mecanismos de asimilación en los capitales culturales individuales, grupales y colectivos 202 (Oropeza, 2005: 110).

Pero, cabe preguntar: ¿Qué genera en los individuos el consumo de los

bienes producidos por las industrias culturales multinacionales? Genera experiencia

cultural. En líneas generales, en sociedades como la nuestra, con un alto consumo

de bienes procedentes de las industrias culturales multinacionales, se puede hablar

de una alta experiencia cultural en los individuos en contraste con un bajo capital

cultural, ¿Cuál es la diferencia entre ambas? Primero, además de la procedencia de

los bienes consumidos, la perdurabilidad y trascendencia a lo largo del tiempo. En

segundo lugar, la tradición cultural, la experiencia cultural no genera tradición cultural

202 Ver Capítulo II, sección 1.1. (p. 155).

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que se relacione, en una asociación positiva con el consumo cultural, tal y como sí lo

hace el apropiarse de bienes y servicios culturales por medio del consumo cultural.

Sin embargo, es necesario advertir que existen industrias culturales

multinacionales que emplean las tecnologías y estrategias para “seducir” a

consumidores, con base en una oferta compuesta por bienes y servicios culturales,

digamos tradicionales, procedentes de la “creatividad cultural” según los

planteamientos de Darcy Ribeiro (1990)203. Lo señalado alerta sobre la complejidad

del punto y de la claridad de criterios que es necesario definir antes de la toma de

decisiones políticas al respecto. En el caso que nos ocupa en esta investigación, nos

referimos a bienes y servicios culturales producto de la creatividad cultural,

generados con el auspicio del Estado 204 o como resultado de los arreglos

institucionales entre los actores de las políticas culturales, que circularán en el

mercado cultural interno. Cuando estos mercados culturales internos, tienen

posibilidades de entrar en “conjunción” con otros mercados culturales, deben

activarse los mecanismos de negociación entre los estados a fin de precisar los

mecanismos de intercambio con base a las características de los bienes, de los

mercados culturales propios y del tipo de intercambio y conjunción a los que aspiran

los Estados y los creadores205.

En este punto se propone una hipótesis en el sentido de suponer que en cada

individuo, grupo, comunidad, sociedad y país existe en cada ámbito una parte de

203 Ver Capítulo II, Sección 1.1. (p. 155). 204 Para Martín Hopenhayn, en relación con el tema considerado acá: “...resulta cada vez más difícil divorciar la creación artística de la producción de las industrias culturales. Si hace veinte o treinta años la crítica cultural pensaba que creación estética y producción industrial estaban en las antípodas, hoy habitamos un mundo en que esas antípodas no son tan claras y donde la creación es mediada, cada vez más intensamente, por las industrias culturales. ... la politización de la cultura se juega en la lucha al interior de las industrias culturales: entre una ratio generalizada que opera como ‘valor de cambio’ y le imprime esa lógica a todo lo que hace circular en su interior, y un esfuerzo incesante por subordinar el ‘destino mercantil’ de la cultura a la producción de sentidos. La lucha se da allí, con fuerza inédita, entre economía y cultura” (Hopenhayn, 2001: 81-82). 205 El particular es complejo e interesante a la vez, Martín Hopenhayn habla de “nomadismo identitario” devenido del carácter transnacional de la economía, asegurando que se combina múltiple y paradójicamente, lo que se expresa por medio de una mayor y fuerte reafirmación de identidades y sensibilidades locales en el diálogo cultural global. Ello, en definitiva, beneficia el surgimiento de los mercados culturales a esos niveles y, a la larga, la conjunción de los mercados culturales a los que hemos hecho referencia. Ver: (Hopenhayn, 2001) en particular, los cinco elementos que resumen la nueva dinámica de relación entre política y cultura.

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experiencia cultural y otra de capital cultural cuya suma siempre será igual a uno (1),

de manera tal que la prevalencia de uno u de otro elemento (experiencia / capital)

determinará el impacto real que posee en cada ámbito las industrias culturales

multinacionales y las creaciones culturales que circulan en los mercados

culturales 206 . La hipótesis propuesta es un buen punto de partida para la

investigación y desarrollo de esta problemática.

Entonces,

El Estado, concebido como un espacio democrático y plural, (es) indispensable para evitar que los bienes y las búsquedas culturales se reduzcan a simples mercancías, para defender todo lo que en la vida simbólica de las sociedades no puede ser comercializable: por ejemplo, los derechos humanos, las innovaciones estéticas, la construcción colectiva del sentido histórico. En esta línea, necesitamos que existan espacios como museos nacionales, las escuelas públicas y los centros de investigación y experimentación artística subvencionados por el Estado, o por sistemas mixtos donde la colaboración de los gobiernos, empresas privadas y agrupaciones independientes garantice que el interés y las necesidades de información, ocio y experimentación de las mayorías no estén subordinadas a la rentabilidad comercial (García C., 2003: 10-11).

En atención a los riesgos que supone la necesidad de diseñar acciones

políticas que contemplen a la globalización y a las industrias culturales como

fenómenos y fines a considerar en sí mismas, es que emerge la necesidad de

vincular y reconstruir los vínculos entre los actores-agentes culturales. Michihiro

Watanabe (2003), reconoce como una problemática en Japón, que las políticas

culturales trascienden la simple elección entre una cultura influenciada por el

206 Para Jesús Prieto de Pedro el peso de las industrias culturales en la experiencia cultural de los individuos es muy elevado, lo que no constituye en sí una afirmación novedosa, pero sí lo es su posición de que el papel de las industrias culturales, a pesar de su impacto, es sobrevalorado al punto de ser consideradas erróneamente un “tótem cultural de hoy”. Se aprecia, entonces que el imaginario popular esta determinado por el influjo de tradiciones locales, territoriales y nacionales; reconociéndose la impronta de esas tradiciones en la personalidad de los individuos y en la conformación de los universos simbólicos compartidos. Entonces el autor observa una imbricación compleja entre tradiciones e industrias culturales: “Las tradiciones no son ajenas ni están al margen de las industrias culturales, pues éstas potencialmente pueden cumplir una función altamente diversificada en lo que toca a los contenidos culturales que trasmiten, desde ser expresión de la alta cultura hasta de las tradiciones y formas de vida tanto locales, regionales y nacionales, supranacionales así como de las nuevas formas colectivas de expresión cultural popular que Renato Ortiz ha denominado cultura transnacional popular” (Prieto de P., 2002: 8). Esta posición de Jesús Prieto de P., viene a apuntalar nuestras posiciones respecto de la conjunción de lo mercados culturales y los contenidos interrelacionados de manera íntima en casa individuo de experiencia y capital cultural.

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extranjero y una cultura local, o entre el multiculturalismo y la unidad cultural. Esta

problemática no es ajena en nuestra realidad actual. Afirma que “Japón, por medio

de sus políticas culturales, deposita esperanzas en los intercambios internacionales

que permitan establecer una conexión entre lo local y lo mundial” (Watanabe,

2003:2). Es decir, entre los productores de bienes y servicios culturales que circulan

en el mercado cultural nacional y aquellos parte de mercados culturales más

amplios, pero siempre mercados culturales, no mercados globales regidos por las

leyes y principios del intercambio económico tradicional.

Ahora bien, en el particular que nos ocupa cabe preguntarse si existe

deferencia entre las tradiciones culturales de un país y los bienes y servicios

culturales generados endógenamente. Si, efectivamente el peso de las industrias

culturales define la experiencia cultural de los individuos, en contraste con el capital

cultural individual, el punto es que ambos: experiencia y capital cultural; tradiciones e

industrias culturales se imbrican en una compleja urdimbre.

Las tradiciones no son ajenas ni están al margen de las industrias culturales, pues éstas potencialmente pueden cumplir una función altamente diversificada en lo que toca a los contenidos culturales que trasmiten, desde ser expresión de la alta cultura hasta de las tradiciones y formas de vida tanto locales, regionales, nacionales, supranacionales así como de las nuevas formas colectivas de expresión cultural popular que Renato Ortiz ha denominado la cultura transnacional popular (Prieto de P.,2002:8).

Entonces, volviendo a los mercados culturales, que trascienden lo nacional y

que deben ser protegidos por los Estados, éstos ofrecen la posibilidad de expandir

influencias socioculturales de manera colectiva y en diversas vías, interrelacionando

realidades y mercados a veces semejantes, a veces diversos; pero, potenciando la

capacidad económica de las industrias culturales endógenas, ello podría favorecer la

articulación y los arreglos entre lo estatal y lo privado, por medio de la construcción

de programas de investigación y políticas de colaboración centrados en el interés

público a escala de esos mercados culturales comunes internacionales.

En el particular de los mercados culturales regionales y de sus posibilidades

de conjunción en América Latina y el Caribe, éstos tienden a crecer en el conjunto

de la actividad económica, y a su vez la cultura se ve cada vez más permeada por la

racionalidad mercantil. Las nuevas formas de articulación entre lo económico y lo

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cultural se traducen en estas dos caras complementarias. Primero, en el carácter

rentable de los procesos de creación, distribución y consumo de un número creciente

de obras culturales que entran, con o sin el consentimiento de sus autores, en el

circuito de circulación mercantil-industrial de la cultura. Segundo, e inversamente, en

la presencia cada vez más fuerte del componente cultural y estético en la actividad

económica, donde las empresas discográficas, del espectáculo y la diversión crecen

a un ritmo inédito, y donde la publicidad y el entretenimiento tienen que esterizarse

sin tregua para “seducir” a públicos cada vez más estimulados. 207

En este contexto es conveniente considerar la denominada circulación intra-

regional de bienes y servicios culturales, en donde los acuerdos bi y multilaterales de

carácter regional y mundial adquieren contenido. En ese ámbito se encuentra el

caldo para el desarrollo de iniciativas de intercambio y para la “conjunción de

mercados culturales regionales” 208 . Se desarrollaría un círculo virtuoso entre

procesos de integración político-económicos, y conjunción de mercados culturales,

apuntalados por estudios, investigaciones y políticas culturales que fomenten una

comprensión recíproca entre las sociedades participantes y un manejo inteligente de

los desafíos y riesgos que plantean las nuevas formas de multiculturalidad.

Estrategias diseñadas en función de los mercados culturales nacionales y de

la conjunción de mercados culturales regionales, podrían ejecutar acciones

encaminadas a proteger las industrias propias mediante procesos de cooperación y

reciprocidad en la producción y circulación de bienes y servicios culturales; a

estimular las variables que impactan en la expansión de las posibilidades y

207 Ver: (Hopenhayn, 2001:81). 208 Esta posibilidad de conjunción de mercados culturales, reafirma la importancia clave que posee la circulación de bienes y servicios culturales. En la circulación más que en la producción, la cultura deviene en política. Y en la nueva fase de la globalización, recordemos la posición de Daniel Mato (2002), citada, dicha circulación se multiplica exponencialmente, rebasa las fronteras espaciales y los límites en el tiempo: los mensajes circulan globalmente a un tiempo real. De esta manera una hiperpolitización de la cultura (no de la meta cultura) podría derivar del hecho de que toda producción de sentido puede circular sin límite e instantáneamente, contar con millones de receptores potenciales y competir con otros tantos “eventos simbólicos” en una red intrincada e hiperventilada que no descansa. Ver: (Hopenhayn, 2001:80).

Asistir a este escenario sin reconocerlo, y sin estar preparado para él, por medio de acciones conjuntas de los estados periféricos de la globalización, es asumir la reducción de los mercados culturales a simples esfuerzos aislados de defensas de soberanías culturales sin sentido ni futuro.

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diversificación del consumo cultural y de la conformación de capitales culturales cada

vez más ricos, pero con contenidos propios; generarían mecanismos de estímulo de

la oferta cultural en función de mercados culturales amplios que estarán en

capacidad permanente de expandir y diversificar su demanda, por lo que la

adecuación relativa de la oferta encontraría un impacto inmediato que permitiría la

constante experimentación de nuevas propuestas y la existencia de un dinámico

ámbito profano en nuestras culturas; todo ello en pos de un modelo de desarrollo

cultural discutido ampliamente y claramente predefinido209.

Un aspecto importante para lograr estos objetivos es reconsiderar los sistemas

de intermediación (brokering) de las políticas culturales. Siempre la producción

artística y cultural necesitó intermediarios que la hicieran llegar a los públicos, y que

explicaran el significado de las pirámides y los templos, los cuadros y las obras

musicales. Pero en un tiempo de gran interacción del arte con los medios de

comunicación, y de circulación transnacional de la cultura, entre los artistas, los

artesanos o los escritores y los receptores (consumidores) de sus trabajos (bienes)

existe una compleja red de instituciones (galerías, museos, editoriales), financiadores

(bancos, fundaciones, patrocinadores estatales y privados) y profesionales de la

crítica, la comunicación, el turismo y otras actividades conexas, que influyen en el

sentido social (significación social) que irán adquiriendo los bienes culturales.

En este escenario complejo y multivariado es donde el aspecto de las políticas

culturales, referido a la globalización y a las industrias culturales, debe desarrollarse.

Ámbito complejo, en atención a los múltiples y diversos elementos que definen la

realidad, elementos que escapan del propio accionar y control del Estado nacional, y

del resto de los actores-agentes de las políticas culturales propias, involucrándose

organismos y mecanismos de interrelación binacionales, regionales y mundiales;

todo ello definiendo una amalgama de situaciones con altos grados de mutabilidad.

Pero el punto de partida es nuestra realidad, y los objetivos que se logren deben

apuntalar el proceso político; mientras más claramente definida, caracterizada y

209 Sobre este particular resultan pertinente apreciar las conclusiones alcanzadas en el encuentro “Cultural Development in an Open Economy” realizado en Alberta, Canadá bajo el auspicio del Social Sciences and Humanities Council, publicadas en un extracto del encuentro por Stuart McFadyen (1993).

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descrita esté la realidad cultural nacional y se conozcan los mecanismos de

comportamiento del mercado cultural interno; más posibilidades tendremos de

interrelación y de conjunción, en igualdad de condiciones, con otros mercados

culturales. Mientras, cada vez más, nuestro mercado cultural tienda a un sano

equilibrio mínimo entre oferta y demanda y éste se extienda y consolide a lo largo del

tiempo, en atención a los elementos que lo definen, más posibilidades tendrán

nuestras industrias culturales de insertarse en aquellos mercados culturales

foráneos, y menos vulnerable será el mercado cultural interno a los mecanismos de

intervención procedentes de las industrias culturales multinacionales que se mueven

en el mercado mundial.

Debe tenderse, se insiste, en la acción pública cultural a una convergencia

entre todos los actores-agentes involucrados encaminada a robustecer, actualizar y

desarrollar la producción de bienes y servicios culturales endógenos, sus

mecanismos de circulación, y a atender el comportamiento de la demanda y la oferta

cultural y los factores asociados a ellas. De allí devendría el fortalecimiento de la

producción, circulación y la relación indispensable entre políticas culturales y

necesidades laborales y educativas de la sociedad. Se advierte, sin embargo, que

estas acciones jamás deben transformarse en un modelo proteccionista y cerrado a

la multiculturalidad y al intercambio; la frontera es muy sutil.

Ahora bien, se ha formulado y propuesto en esta investigación un concepto

operativo de cultura cuyos fundamentos se extraen de la economía cultural,

afirmando que debe tenderse, como objetivo de las políticas culturales, a un

equilibrio mínimo entre la oferta y la demanda cultural, objetivo que ha de

relacionarse y debe considerar los lineamientos generales y premisas jurídicas que

hasta el momento se han identificado y descrito en las secciones previas. En

atención a estas afirmaciones cabe preguntarse: ¿Qué beneficios concretos

reportaría este equilibrio? ¿La apreciación de la cultura, desde esta perspectiva,

podría generar impactos que permitan la rejerarquización del sector en atención a

sus contribuciones al desarrollo nacional?

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En este punto y en atención a las cuestiones señaladas, son pertinentes los

planteamientos de Luis Stolovich (2002), quien expone que la teoría de la cultura

tiende a reconocer a ésta, como fenómeno económico relevante en atención al

impacto que está en capacidad de generar sobre el Producto Interno Bruto (PIB); el

mercado de trabajo, a través del empleo que puede absorber la industria cultural; y

su influencia sobre las exportaciones de un país, lo que es potencialmente

importante en la configuración de la balanza de pago. Todo ello en atención al

impacto que pueden llegar a tener las actividades generadas por los creadores

culturales. 210

El reconocimiento de la cultura como ámbito singular de la ciencia económica

supone:

El reconocimiento de la actividad cultural como generadora importante de

empleo e ingreso.

La necesidad de evaluar las decisiones culturales que implican la inversión de

recursos económicos en el sector.

El desarrollo de una economía política orientada hacia campos novedosos,

entre los que destaca, en nuestro caso, la economía cultural.

De estos principios surge la posibilidad de superar, a través de políticas

culturales apropiadas, la concepción tradicional instrumentalista circunscrita a

justificar los aportes económicos (públicos y/o privados) necesarios para financiar

actividades culturales, lo que también implica una limitación de la acción del Estado y

de los agentes involucrados en la financiación del hecho cultural. Sin embargo, es de

advertir, que no es que se deba dejar a un lado esta concepción instrumentalista, no,

se trata de que las relaciones entre economía y cultura sean observadas además,

como medio para formular, monitorear y evaluar las políticas culturales. En

consecuencia, ha de complementarse la relación agentes-política cultural, con

enfoques teóricos particulares: economía de la cultura, teoría del consumo cultural,

mercado cultural, etc. varios de cuyos puntos, hemos tratado en esta investigación. 210 Sobre la relación intrínseca que se aprecia emerge en los últimos tiempos entre cultura y economía resulta interesante el artículo de Max Bruinsma y Chris Keulemans, titulado “The New Culture? The New Economy”, (Bruinsma y Keulemans, 2000).

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Los elementos, ámbitos, opciones y posibilidades tratados son fundamentales

en el estudio e intervención de la realidad, ya que viabilizan el proceso de

conformación de políticas culturales democráticas pertinentes, efectivas, eficientes y

equitativas.

Entonces, en atención a las consideraciones efectuadas a lo largo de la

investigación, se proponen los fundamentos generales que debe poseer una política

cultural para Venezuela, a saber:

Carácter democrático de la misma, de conformidad con el texto constitucional.

Sujeción de las acciones políticas a las estipulaciones referidas a derechos

culturales de la Constitución Nacional y al ordenamiento legal ordinario vigente.

Consideración de las necesidades de la sociedad como fundamento, no

exclusivo, para la formulación de políticas, estrategias y planes.

Descripción y caracterización abierta y sincera de un paradigma de desarrollo

cultural como motor de los fines que persigue el Estado por medio de su acción

política en acuerdo con el resto de los actores-agentes involucrados.

Consideración con igual atención del estímulo para la generación de la oferta

cultural y el comportamiento de la demanda y el consumo cultural. Es decir, la

atención del ciclo oferta-demanda cultural. Acá es conveniente referir la apreciación

de Lluís Bonet (2005), de que es tan perjudicial el estímulo único a la oferta, como

dejar la programación en manos de la demanda, lo que implica optar únicamente por

el mercado y la lógica del consumo. Ello sería dejar la creación cultural en manos de

una visión economicista del mercado cultural, sobre lo que se ha advertido

repetidamente en esta investigación.

La política cultural debe asentarse en un concepto operativo de cultura que

permita el diseño de modelos e indicadores para el monitoreo y evaluación del

comportamiento de la realidad en función del impacto de tales políticas públicas.

Existencia de una clara posición respecto a si se atiende o no a una

diferenciación entre las culturas denominadas eruditas y las populares, sobre lo cual

la investigación asume una posición precisa y fundamentada.

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Cosideración de los medios masivos de comunicación, las industrias

culturales, la producción cultural endógena y la globalización como variables en el

diseño de y/o identificación de los fundamentos de una política cultural.

Se debe ratificar el abandono y superación del paradigma mecenal.

Desde la situación problemática identificada la política ha de orientarse a su

superación o modificación, mediante el diseño de acciones para la recuperación e

incremento del capital cultural nacional, fundamentalmente el inmanente, es decir el

“no patrimonial”.

La multiculturalidad, la pluralidad y la diversidad de las diversas

manifestaciones y expresiones culturales, deben ser los ejes de una política cultural

para Venezuela, lo cual supone la existencia y reconocimiento de diversos circuitos y

agentes culturales. En consecuencia, se debe perseguir a través de las políticas

culturales: a) Arreglos institucionales entre los circuitos y todos los agentes

involucrados en el diseño de políticas públicas, asegurando el reconocimiento y

estímulo a la multiculturalidad en pos de beneficiar la conformación de capital

cultural. b) Creación de estructuras de oportunidades impidiendo el cierre ideológico

y la manipulación monopólica por parte de cualquier agente, inclusive el Estado.

Todo ello supone la apertura a procesos de participación en el diseño de acciones

políticas culturales, lo que persigue potenciar una mayor democracia cultural.

Se ha de impulsar la intervención pública y colectiva en los circuitos culturales

privados y de mercado con la finalidad de contrarrestar tendencias monopólicas y

garantizar la correcta y ética distribución del recurso.

Ha de existir permanente atención sobre los derechos culturales, como parte

de los arreglos institucionales.

Un punto clave es el referido al desempeño institucional de los organismos

responsables de la acción cultural. Punto Clave y complejo en función de la cantidad

de elementos que intervienen en la definición de acciones en este sentido y en los

fines que se proponga el decisor respecto de tales arreglos. Hemos observado como,

a partir de 2000, los responsables culturales oficiales del Estado han iniciado un

proceso de cambio institucional en diversos aspectos, que van desde la intención de

modificación del marco legal, hasta la creación sucesiva de instancias diversas en el

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sector. Afirmamos, en su momento, que estas acciones se percibían sin un orden y

un norte concreto, sin un fin último. al punto que los objetivos de nuevas instancias

organizacionales repetían los contenidos en la ley vigente del órgano rector.

Sobre este aspecto del cambio institucional ilustra la afirmación de Paul Tolila

(1999), al comentar los 40 años de creación del Ministerio de Cultura en Francia. El

autor afirma que “lo ‘esencial’ no es la creación del Ministerio, de una estructura, sino

de una política pública cuya estructura ministerial en pleno ejercicio no es más que el

signo y el soporte” (Tolila, 1999:1). Nos preguntamos, ¿Cuál es el objetivo de la

creación de un Ministerio de Cultura en Venezuela más allá de su creación misma?

Es decir, ¿Cuáles son los problemas definidos, descritos y caracterizados que

conllevan a decidir que la creación de un Ministerio de Cultura se asocia con un

mejor ejercicio de los derechos culturales de la población? ¿La estructura tradicional

podría ser cónsona y adecuada a estos fines aplicando los correctivos necesarios?

Quizás sí, quizás no. Pero la duda emerge cuando vemos en sucesión una cadena

de decisiones que, como se observó en el Capítulo anterior, va del CONAC, a un

viceministerio, a un Ministerio de Estado sin cartera, a un Ministerio, pero

manteniendo al CONAC, sin modificar la normativa, todo ello se percibe anárquico y

un tanto improvisado. Y finalmente, ¿Cuál es el fin de todo ello?

Un proceso de cambio institucional debe ir encaminado a un mejor y más

óptimo desempeño institucional en función de los objetivos que persigue dicho

entramado institucional. Dicho proceso de cambio ha de atender los aspectos claves

de: Diseño y gestión de la organización; Diseño del sistema institucional; la Base de

legitimación de la acción política; y los Factores culturales, entendidos como

estructurales de dicho entramado institucional211, todo ello en función de mejorar el

desempeño, es decir, de obtener resultados que supongan una mayor eficiencia y

eficacia de la organización.212

En este particular se propone la adaptación del modelo propuesto por G.

Majone (2005), en atención al objetivo de influir en los resultados de la acción política

211 Ver: (Fukuyama, 2004). 212 A este particular nos hemos referido en detalle en la sección 3, del Capítulo I (p. 96).

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a través del impacto de estrategias diseñadas sobre los mecanismos institucionales

básicos, en lugar de pretender impactar directamente sobre los indicadores que

están definiendo el problema. Es un método indirecto de acción institucional sobre el

entramado institucional para obtener resultados mejorando el desempeño. Entonces,

tenemos dos aspectos: identificación del problema y diseño de estrategias

institucionales para, en función del problema, orientar la acción hacia las instancias

que favorecen potencialmente la modificación de la realidad problemática. El objetivo

es superar las restricciones institucionales que obstaculizan el logro de los objetivos

de las políticas públicas.

Como vimos, las variables del modelo propuesto que han de ser consideradas

al momento de diseñar mecanismos de cambio institucional atienden realidades

susceptibles de impacto: en primer lugar, los grupos de actores que intervienen o

deben intervenir en las políticas, a ellos nos hemos referido previamente, afirmando

que una política pública cultura ha de fundamentarse en arreglos institucionales entre

esos actores, uno de los cuales es el Estado; estos arreglos han de poseer recursos

de diverso tipo a su disposición y se deben diseñar estrategias para su obtención

cuando los mismos sean escasos. Una segunda variable considerada en el modelo

es la información, su calidad, su cantidad, la confiabilidad que la misma debe tener

en todos los agentes y actores, y las habilidades y conocimientos; en permanente

actualización, que permitan su generación y disponibilidad. Por último se deben tener

en cuenta para su consideración como sujeto de impacto de estrategias, las

restricciones: políticas, legales, los valores sociales, ideologías, la opinión pública,

los actores, las resistencias al cambio y paradigmas cognitivos, entre otros, que

deben ser descritos y caracterizados para poder actual sobre tales realidades.

El modelo permea posibilidades de acción institucional sobre la estructura

organizacional para modificar su entramado en pos de un objetivo: el mejor

desempeño institucional; a su vez este desempeño posee un objetivo: coadyuvar

organizacionalmente en la formulación, implementación, monitoreo y evaluación de

acciones políticas culturales orientadas a atender las problemáticas de la sociedad

en el sector, y al mejor y universal ejercicio de los derechos culturales de los

nacionales.

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Insistimos en la expresión de Tolila que, con motivo del cambio institucional

que instaura en 1959 el ministerio de Cultura en Francia, afirma que lo esencial es la

política cultural y los objetivos que persigue, no el Ministerio como tal.

Los fundamentos señalados previamente, han de ser considerados en función

de un entramado general de principios, conceptuaciones y corpus doctrinales

claramente definidos y con posibilidades de permanente revisión, evolución y

desarrollo, así como la atención de nuevas propuestas y críticas procedentes de

cualquiera de los agentes-actores involucrados, todo ello con el fin de satisfacer la

premisa constitucional y el ejercicio cierto de los derechos culturales por parte de

toda la sociedad, en la medida de lo posible y sin discriminación.

1.4 La problemática de los indicadores 213

En general, según los trabajos que integran la Parte V del Informe Mundial

Sobre Cultura (UNESCO, 1999: 314-340), para la elaboración de indicadores

culturales ha de partirse de un concepto claro de cultura214; y, de la fijación de

objetivos definidos a satisfacer por medio de la observación de estos indicadores.

Estos requisitos previos permiten la elección y diseño de los indicadores y el tipo de

ellos que sean pertinentes, además de fijar los límites de amplitud y complejidad de

los mismos. Por ende, un indicador debe ser: “confiable; pertinente; periódicamente

actualizable y actualizado; claro; comparable en tiempo y espacio; y, accesible y

relevante para la toma de decisiones en políticas públicas” (Pfenniger,2004:5).

Es criterio de esta investigación que: partiendo del concepto operativo de

cultura propuesto como fundamento de la acción política por parte del Estado y de

los arreglos institucionales en los cuales participan el resto de los actores

involucrados, un indicador orientado a informar los resultados de las políticas 213 Es de advertir que no es objetivo de esta investigación la generación y/o propuesta de uno o más indicadores culturales, mas se considera de relevancia el planteamiento de la cuestión y la identificación de los principios básicos que se deben considerar en este particular. Ello se efectúa en la presente sección. 214 “Es evidente que, dependiendo de la definición que aceptemos como punto de partida, los indicadores y estadísticas necesarios para medir los temas relacionados con ella serán diferentes. Y es evidente, además, que según cuál sea la definición aceptada de cultura, los datos podrán ser, o no, comparables a nivel internacional. La complejidad de término ‘cultura’ debería hacernos suponer que no hay indicador ni estadística capaz de captarlo en su totalidad” (Pfenniger, 2004:2).

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públicas a lo largo del tiempo, más que describir y cuantificar la actividad cultural,

debe perseguir reflejar el conjunto de relaciones que tienen lugar entre “hechos” y

“actores”.215 Los fundamentos de tales relaciones son, en efecto, por una parte las

actividades culturales; por otra, las conductas de los actores y agentes que

intervienen en razón de dichas actividades. De manera tal que “…el camino no es la

búsqueda de un conjunto único de indicadores de la actividad cultural que sólo puede

ser contraproducente en el mundo completamente diversificado en el que vivimos”

(Sen, 1999: 318)216.

La actividad cultural, como fundamento de las relaciones aludidas,

entendemos está compuesta por dos elementos: Uno de ellos integrado por los

procesos de creación y generación de bienes y servicios culturales auspiciados por

los mecanismos de estímulo implementados por el Estado (hechos); el otro, la

actividad desarrollada por los consumidores, desde las acciones implícitas en las

decisiones tomadas encaminadas a consumir o no consumir, hasta el proceso mismo

implícito en el consumo y reelaboración de una creación artística (actores).

En ambos elementos de la actividad cultural, la acción inherente a cada

individuo se soporta en las capacidades y posibilidades para producir (generación de

la oferta cultural por los creadores) y para consumir (proceso de consumo de los

públicos). Nos estamos refiriendo a herramientas, a medios, a capacidades básicas

para desarrollarse dentro de cualquiera de los elementos identificados de la acción

cultural. John Rawls asimila estas capacidades a los “bienes primarios” entendidos

215 “Un indicador se diseña especialmente con el fin de entregar información pertinente a las políticas culturales. Un indicador es más que un dato: es una herramienta diseñada a partir de datos que le dan sentido y facilitan la comprensión de la información. Un indicador debe ser una información sintética que oriente sobre dónde se está respecto a cierta política y que ayude a los responsables de políticas en la toma de decisiones” (Pfenniger,2004:4). 216 Amartya Sen (1999), al trabajar el tema de los indicadores culturales expresa tres motivos de escepticismo respecto de éstos, a saber: a) La heterogeneidad de la cultura; b) La importancia de la unicidad; y, c) Los peligros derivados de indicadores demasiado genéricos. Sobre este último motivo, el autor se pregunta: “¿Cómo se puede siquiera pretender elaborar un indicador cultural sobre elementos tales como el desarrollo Humano?” (Sen, 1999:318). Sobre este particular se está totalmente de acuerdo, es nuestro criterio que cada situación y realidad particular sólo puede ser reflejada y/o expresada por medio de un indicador particular construido para esa especificidad. De resto sólo el acuerdo sobre aspectos claves por parte de técnicos y expertos podría dar viabilidad a diseños complejos y cada vez más relativos en función de la complejidad que se pretenda representar.

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como recursos de carácter general que ayudan a los individuos a alcanzar sus metas

respectivas por diversas que puedan ser.

Rawls se interesa fundamentalmente en los medios de acción, pero nosotros podemos ir más lejos e intentar delimitar las capacidades sustentadas en recursos diversos que ayudan a individuos diferentes a perseguir objetivos distintos –incluso dispares- y a alcanzar funcionamientos diversos. Así la capacidad de leer, de escribir, de contar, no es útil solamente en una cultura, sino en casi todas ellas. Lo mismo puede decirse de la libertad de leer lo que se quiera o de escribir como nos plazca... Damos importancia a cosas diferentes, pero tenemos necesidad de las mismas capacidades (Sen, 1999: 318).

A estas capacidades básicas nos hemos referido cuando hablamos de

posibilidades de acceso igualitario al hecho cultural, a posibilidades de disposición y

manejo de herramientas para el consumo cultural; y, lógicamente, para la creación

cultural. Estas capacidades las hemos analizado particularmente cuando se

construyó la función de consumo que explica el comportamiento del consumidor

venezolano, y cuando determinamos los factores que inciden en la construcción y

generación de la oferta cultural en nuestro país, y observamos que ambas

concepciones se relacionan y complementan217.

De manera tal que, en atención a los peligros advertidos por Sen, que un

diseño de indicadores basado en las consideraciones hechas, no conduciría a una

visión o concepción homogénea de cultura sino a evaluar ciertas facultades y

posibilidades fundamentales para el acceso a la cultura (como creadores y como

consumidores); parece deseable que un informe sobre el estado y los progresos de

la cultura en el mundo se concentre en el particular de las capacidades básicas

(lectura y escritura).

Entonces, tenemos dos indicadores que reflejan la actividad cultural,

relacionando la creación (oferta) y el consumo (demanda), construidos en atención a

las capacidades básicas (herramientas) para ejercer ambas instancias: como

217 Las capacidades básicas o fundamentales, como también las denomina Amartya Sen, son “...la lectura y la escritura (resultantes de la educación básica), la capacidad de informarse (gracias a la libertad de los medios de comunicación) o la de participar libremente en la vida pública (elecciones, referendos y ejercicio de los derechos civiles). Los derechos humanos, en su sentido más amplio, entran igualmente en esta problemática” (Sen, 1999:320).

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productores y consumidores. En ambos casos se genera un resultado, obtenido a

partir de una definición de cultura.

En el caso particular de esta investigación, ambos indicadores deben expresar

el mayor o menor equilibrio existente en nuestro mercado cultural nacional, entre

ambos componentes: la oferta y la demanda cultural. O bien, la falla en y de dicho

mercado, es decir, la inexistencia de un equlibrio.El exceso de oferta implica que una

parte de ella no es consumida generando un desequilibrio, ¿A que obedece esta

realidad? Hemos afirmado que obedece tanto a variables atribuibles a la oferta

(inadecuación parcial de la misma) como al consumo (indisponibilidad de

herramientas - capacidades básicas para concurrir al proceso). He ahí nuestro punto

de partida, el diseño de un mecanismo que permita determinar la relación existente

en un momento dado, entre la oferta y la demanda cultural, y los factores asociados

que explican esa realidad emergente. No se trata, en palabras de Terry McKinley, de

determinar si una cultura está más desarrollada que otra, o de formular indicadores

que nos permitan esa comparabilidad autoreafirmante o autoflagelante, lo que se

pretende “...evaluar es su contribución (de la cultura) al bienestar humano, el cual

posee las suficientes características comunes a todas las culturas para que sea

posible comparar la situación entre diferentes países” (McKinley, 1999:322-323).

Es este el contenido práctico de la intervención; la utilidad de propender al

equilibrio, al ejercicio cierto de nuestros derechos culturales, el mecanismo de

equilibrio estructural entre la oferta y la demanda cultural en el mercado cultural

venezolano. No puede considerarse éste como punto de llegada, ni como meta, sino

como punto de partida para el logro de aspectos sociales que se ven impactados y

se asocian con una sociedad satisfecha culturalmente, que ejerce a plenitud sus

derechos culturales por vía de la disposición de las herramientas que le posibilitan tal

ejercicio, dentro de los paradigmas de la democratización cultural, como creadores y

como consumidores de bienes y servicios culturales.

Decimos que el ejercicio de derechos culturales se asocia a otras actividades

humanas, en función de la capacidad de impacto que tiene la cultura o, en mejores

términos, el ejercicio cierto de los derechos culturales. En tal sentido Prasanta

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Pattanaik (1999), se refiere a “funciones humanas”: físicas, políticas y sociales, e

intelectuales y estéticas; dentro de estas últimas señala a la realización estética, la

cual se ejerce mediante la expresión de las facultades creativas (producción de

bienes y servicios culturales) o la participación en acontecimientos estéticos

(consumo).

Los indicadores de las funciones intelectuales y estéticas, definidos por el

autor, son:

Educación,

Investigación,

Producción de nuevos libros, revistas, etc.,

Producción de música, danza, teatro, ópera, cine, programas de televisión,

pintura, etc.,

Indicador de consumo de libros, revistas, periódicos, etc.,

Indicador de consumo de música, danza, teatro, ópera, cine, televisión, videos,

museos, etc.

Es decir, indicadores que expresan: a) Capacidades (educación,

investigación); b) Creación de bienes y servicios culturales (producción); y c)

Consumo.

Se advierte que los indicadores que sean diseñados para esta categoría

(función intelectual y estética) deben cubrir tanto la producción como el consumo de

bienes y servicios culturales. Por cuanto un interés exclusivo en el consumo

supondría la omisión de una dimensión tan importante como la creatividad. Lo

contrario también es válido, lo cual ha sido tradicionalmente y en líneas generales la

realidad de nuestra acción política. Sabemos cuántos bolívares se han invertido año

tras año por vía de subsidios, aportes, etc., en estimular la producción de bienes y

servicios, cuántas exposiciones se han hecho, cuantas giras, festivales, conciertos,

las memorias y cuentas de los organismos culturales están saturadas de estas

informaciones. Pero, ¿Tenemos conocimiento de cuántas personas han asistido a

esas actividades? Quizás sí, en algunos casos. Más aún, ¿Sabemos cuántas

personas pudieron haber asistido si hubieren estado en capacidad de identificar la

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oferta y decidir asistir? ¿Conocemos las capacidades presentes en la población que

permiten o impiden el acceso al hecho, a la actividad cultural?

Terry McKinley (1999), partiendo igualmente de un concepto propio de cultura

propone tres indicadores relacionados con el mismo: 1) Indicadores de Libertad

Cultural; 2) Indicadores de Creatividad; y 3) Indicadores de Diálogo Cultural. El

primero agrega: a) los niveles de integridad física del individuo, su seguridad

personal218; b) la igualdad ante la ley; c) la libertad de expresión y de pensamiento219;

y d) derecho a la autodeterminación.

El indicador de Creatividad, cercanamente relacionado con los de producción

propuestos por Prasanta Pattanaik (1999), agrega los componentes siguientes: a)

Gastos relacionados con actividades y productos culturales; b) Creación de nuevos

productos; y c) Número de personas directamente implicadas en actividades

creativas. Por último, el indicador de Diálogo Cultural se compone por: “a)

Alfabetización y nivel de instrucción; b) Medios de comunicación; y c) Diversidad y

diálogo” (McKinley,1999:323-332).

Como se aprecia, el contenido de los indicadores propuestos por estos tres

autores, gira alrededor de los mismos elementos: la creatividad y la producción

cultural; el acceso de la sociedad a estos bienes a través del consumo cultural; y, las

capacidades y posibilidades presentes en los individuos para acceder y consumir

tales bienes y servicios, las capacidades básicas, las herramientas.

Es decir, los indicadores describen una realidad cultural y permiten diseñar

una realidad cultural alterna y posible, es éste uno de los elementos determinantes

del indicador: la posibilidad de representar confiablemente la realidad y la posibilidad

de diseñar alternativas posibles en función de la acción política, basada en la

apreciación, estudio y observación del comportamiento de tales indicadores (Ver

Figura V.2).

218 Este componente del indicador, de ser aplicado en Venezuela, ciertamente impactaría muy negativamente en la libertad cultural, en función de las estadísticas de inseguridad y delincuencia que actualmente posee el país, considerada además la inseguridad, como uno de los problemas fundamentales de la sociedad desde 2000. 219 Recordamos la frase: “depurar el pensamiento” del venezolano, fijada como objetivo de la política cultural en la Memoria y Cuenta del Viceministerio de la Cultura, CONAC (2001) correspondiente al año 2000.

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384

Dichos planteamientos se corresponden y apuntalan la propuesta efectuada

en esta investigación, ratificándose el planteamiento de generar un mecanismo

particular que permita apreciar, y explicar y sostener en el tiempo un equilibrio

positivo para el ejercicio de los derechos culturales entre oferta y demanda cultural,

apuntalando los factores asociados que benefician esta posibilidad mediante

acciones políticas e impactando los factores que impiden u obstaculizan este fin.

La construcción y prueba empírica de indicadores culturales en esta

oportunidad, no se encuentra dentro de los objetivos y alcances planteados en la

investigación; ellos vendrían a ser los fundamentos para la construcción de un

modelo que se proponga el monitoreo y la evaluación de las acciones políticas

implementadas por el Estado en conjunto con el resto de los actores involucrados.

Figura V.2 Modelo de Selección de Indicadores

RealidadCultural

Alternativa

RealidadCultural DATOS

Registros

Encuestas

INDICADORES

ModeloInterpretativo I

variablesModelo

Interpretativo II

Sistema de Datos

OBJETIVOSestrategias

Fuente: (Bonet, 2004:7)220

2. Validación y Confrontación de las Premisas que Soportan la Propuesta

Estructurada la propuesta general que sirve de base a los lineamientos

generales considerados como base de una acción política por parte del Estado en

materia cultural, en atención a las características que definen la realidad, tanto del

220 Para Lluís Bonet, al describir la figura, afirma que es importante diferenciar entre la realidad inicial que se pretende analizar, los datos que de ella se obtienen (u omiten), las variables clave de interpretación, y los indicadores que la sintetizan. “Variables e indicadores dependen del modelo interpretativo y la metodología de análisis escogida, pero también está en función de la facilidad (y coste) para obtener la información, y tal como se ha visto, de aquella realidad que se pretende ayudar a construir” (Bonet, 2004:7).

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espectro social, como del sistema político nacional, emerge la necesidad de

confrontar/validar las premisas sobre las que se asientan tales lineamientos

generales de acción política, con un grupo de expertos en la materia procedentes e

integrantes del sector cultural. La metología diseñada, la cual fuese expuesta en la

sección correspondiente, responde a la limitante intrínseca de la investigación de ser

imposible la implementación experimental de acciones políticas culturales.221

La opinión de los expertos consultados permite calibrar las posibilidades

reales de los planteamientos trabajados teórica y conceptualmente, y el diseño de

recomendaciones que traducen acciones políticas concretas con base a esos

planteamientos y a las características particulares que definen la realidad nacional en

la materia. Esta realidad es caracterizada, por ejemplo, a través de la función de

consumo propuesta específicamente para el consumidor venezolano tipo, por el

comportamiento de la elasticidad de la demanda y de la oferta cultural, en tanto

elementos determinantes de un mercado cultural particularísimo, entre otros

elementos identificados y caracterizados.

La validación y confrontación de las premisas y supuestos fue efectuada a

través del envío a través de correos electrónicos de un cuestionario compuesto por 9

preguntas a un conjunto de expertos en el sector cultura, tal y como fue descrito en la

sección 7.2., de la Introducción. Aplicándose los principios del “Método Delphi para el

diseño y fundamentación de la consulta.

De esta manera, se consideró el envío de tres oleadas de preguntas (tres

cuestionarios) con miras a alcanzar un consenso alrededor de las premisas

planteadas y obtener la opinión singular de expertos que no estuviesen de acuerdo

con la opinión consensuada del resto, de ser este el caso; así como la opinión de

aquellos que consideraran procedente la propuesta.

Una vez enviado el “Cuestionario I” (Anexo I) y recibidas las respuestas por

parte de catorce (14) de los expertos consultados, se procedió a modificar la

221 Ver el Punto 7. de la Introducción “Instrumentación Metodológica” y el 7.1.2. que refiere la “Fase II” de la investigación, la cual corresponde a la confrontación y validación de las premisas y los lineamientos generales de la propuesta de acción política.

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estructura propuesta en un principio de tres (3) oledas de preguntas, reduciéndose a

dos envíos. El segundo envío tuvo por objetivo remitir a los expertos los resultados

de las frecuencias porcentuales de cada una de las nueve (9) preguntas efectuadas,

así como un comentario y referencia general de las observaciones y opiniones

expresadas por los expertos, todo ello de manera anónima; es decir, sin identificar

las procedencia de cada comentario, opinión u observación. Finalmente, se les

solicitó, de querer hacerlo, un comentario final respecto de tales resultados y de las

observaciones efectuadas en el cuestionario I.

¿Qué justificó la modificación de la estructura inicial de aplicación del Método

Delphi, de tres a dos oleadas de preguntas? El consenso inicial obtenido en las

posiciones de los expertos, alrededor de los supuestos y premisas planteadas y el

contenido de las observaciones efectuadas alrededor de las preguntas remitidas en

el cuestionario.

A estos particulares nos aproximaremos en la siguiente sección.

2.1 Resultados de la Consulta

Se expondrán los resultados en dos partes, la primera presenta las

frecuencias porcentuales de respuesta pregunta por pregunta, correspondientes al

“Cuestionario I” enviado, en donde se evidencia el consenso básico al que se hace

referencia. En la segunda parte se comentan las observaciones efectuadas por los

expertos, de manera general y anónima, efectuadas por algunos de ellos al momento

de responder las cuestiones planteadas. Como se observará la riqueza de tales

comentarios va más allá de las preguntas efectuadas, caracterizando nuestras

políticas culturales, advirtiendo sobre riesgos y proponiendo recomendaciones sobre

las acciones del Estado en lo cultural. Igualmente, traen los comentarios a la palestra

la clásica discusión respecto del papel y alcance que ha de poseer el Estado en el

sector cultural. Veamos los resultados.

Se seleccionaron para el envío y aplicación de los cuestionarios a

personalidades que hayan desempeñado y/o desempeñen cargos directivos o hayan

sido altos funcionarios en diversos organismos públicos en Venezuela, en los

diversos niveles de gobierno a lo largo de los diversos gobiernos democráticos desde

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1959. Igualmente se seleccionaron a gerentes y responsables de destacadas

instituciones culturales privadas o mixtas, que se encuentren o se hayan encontrado

al frente de las mismas en funciones de dirección y toma de decisiones. Finalmente,

se escogieron algunas personalidades que por su opinión, posición, ascendencia y

responsabilidad en el sector cultural emergen como relevantes a los fines de la

presente investigación, sin distinción de sus simpatías o posiciones políticas.

Las personalidades que respondieron a las dos oleadas de la consulta están

identificadas en el Cuadro V.1.

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388

Cuadro V.1. Expertos y Personalidades del Sector cultural a las cuales se Consultó las Premisas y supuestos de la

Propuesta

Nombre del Entrevistado Función o responsabilidad Carlos Silva Lic. en Filosofía, productor de teatro, Presidente de

la Fundación Casa del Artista. Esteban Araujo Abogado, exdirector General del CONAC. Profesor

de la UCAB. Francisco Mujica Arquitecto, Museo de Arte Contemporáneo de

Caracas. Giuditta Gasparini Directora y Actriz de teatro, Fundadora de

FUNDESBA, subdirectora del Festival Internacional de Teatro de Oriente, Lic. en Educación.

Ildemaro Torres Escritor, columnista del El Nacional, exdirector de Cine; Fotografía y Video del CONAC.

José Simón Escalona Director del Grupo Teja, Gerente de Dramáticos de RCTV, director de teatro.

Juan Carlos Benitez Sociólogo UCV, Dirección de Planificación del CONAC-IAEM, experto en gerencia cultural, M.Sc, UCV. En Gerencia de Empresas.

Kiddio España Director de Teatro, Director del Festival Internacional de Teatro de Oriente, exdirector de Cultura del Edo. Anzoátegui.

Leonardo Azparren G. Prof. Titular de la Escuela de Arte de la UCV, Filósofo y crítico teatral. exdirector de la Fund. Teresa Carreño y expresidente de Monte Ávila Editores. exdirector de Relaciones Culturales de la Cancillería. Escritor, ensayista.

Maria Cruz Fadull Socióloga. Exdirectora General del CONAC, Gerente Cultural, especialista en Dimensión Cultural del Desarrollo.

Marlene Briceño González Gerente Cultural, Lic. en Educación, Presidente del Ateneo de Valera (Trujillo)Vicepresidente de la Federación de Ateneos de Venezuela.

Mirian Carnevale Economista. Dirección de Planificación del CONAC-IAEM.

Paulina Gamus Exparlamentaria, expresidente del Consejo Nacional de la Cultura.

Simón Alberto Consalvi Excanciller de la República, exdirector y fundador del INCIBA, exdirector del diario El Nacional, Historiador, editor, escritor.

William Rodriguez Productor de eventos culturales, DGS de Desarrollo Regional CONAC, coordinador de las mesas de integración cultural Colombo-venezolanas (99-01).

El “Cuestionario I” enviado a los expertos se reproduce en el “Anexo I”

2.1.1 Parte I. Frecuencias Porcentuales de las Respuestas

En esta parte se exponen los resultados de las frecuencias porcentuales de

respuesta de cada uno de los ítem que contenían las opciones de respuesta, en el

“Anexo II” se pueden observar los detalles estadísticos de cada pregunta en función

de las respuestas que generaron. Se transcriben las preguntas para facilitar la

apreciación.

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Pregunta I.1. Para la formulación de políticas públicas culturales por parte del

Estado venezolano, ¿Considera usted necesaria y pertinente una operacionalización

del concepto de cultura, que permita obtener indicadores de gestión que viabilicen el

monitoreo y evaluación de los resultados de las acciones políticas emprendidas.

Cuadro V.2 Frecuencias % Pregunta I.1.

I.1. Respuesta % Pos. 1 Si 64% 1 2 No 21% 2 3 Es indiferente 7% 3 4 No contesta 7% 3 100%

Fuente: Cuestionario I aplicado por la investigación.

Pregunta I.2. En la investigación se ha fundamentado la operacionalización

del concepto de cultura observando los postulados de la “Teoría de la Economía de

la Cultura”, estableciéndose como de importancia clave el logro de un equilibrio

mínimo entre la oferta y la demanda cultural en una visión no reduccionista o

economicista de la cultura; ello tendería a una acción política encaminada a

satisfacer las necesidades culturales de la población y a una adecuación de la

producción de bienes y servicios culturales patrocinada por el Estado. ¿Cuál es su

posición al respecto?

Cuadro V.3 Frecuencias % Pregunta I.2.

I.2. Respuesta % Pos. 1 Muy de acuerdo 7% 4 2 De acuerdo 43% 1 3 Indiferente 29% 2 4 En desacuerdo 21% 3 5 Muy en desacuerdo 0% 5 100% Fuente: Cuestionario I aplicado por la investigación.

Se apreciar que 50% de los expertos está de acuerdo con el planteamiento

efectuado 21% en desacuerdo. En realidad se esperaba que este punto fuese uno de

los más controvertidos de la consulta, en tanto que la consideración de la cultura

desde esta perspectiva de la “Teoría de la Economía de la Cultura” ha generado no

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pocas resistencias por parte de decisores, creadores y actores relacionados con el

sector, a lo largo del tiempo. El que se obtenga un resultado de este tipo viene a

apuntalar positivamente la propuesta planteada. Más aún, al analizar las

observaciones presentadas por parte de los expertos que se manifiestan en

desacuerdo, algunos de ellos justifican dicha posición en función de advertir el riesgo

que se corre de una ”mercantilización” de los bienes y servicios culturales, por lo que

se entiende que garantizar la existencia y vigencia de las características particulares

que definen el mercado cultural y los principios que lo condicionan, iría en pos de

obtener consensos más amplios alrededor de este fundamento de la acción cultural.

Pregunta I.3. ¿Considera usted que la baja satisfacción de las necesidades

culturales presentes en la población generada, entre otros factores, por una

inadecuación de la producción de bienes y servicios culturales (patrocinados por el

Estado) a las preferencias de los demandantes, impacta de manera negativa en la

conformación del capital cultural intangible nacional y en los fundamentos simbólico-

identitarios de la nación?

Cuadro V.4 Frecuencias % Pregunta I.3.

I.3. Respuesta % Pos. 1 Si 57% 1 2 No 0% 3 3 Es indiferente 21% 2 4 No contesta 21% 2 100%

Fuente: Cuestionario I aplicado por la investigación.

Es de apreciar que ningún experto responde “NO” a esta cuestión, lo que

implica un apuntalamiento básico del proceso propuesto de conformación de los

capitales culturales por vía de una oferta adecuada a las demandas de la población,

de manera no exclusiva.

Pregunta I.4. Se ha propuesto en la investigación un concepto de cultura que

permite el monitoreo y la evaluación de una política pública cultural, ¿Considera

usted adecuado el concepto para el proceso político cultural, dejando de lado

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conceptuaciones universalistas, subjetivas y amplísimas de cultura como objeto de

tal proceso?

Cuadro V.5 Frecuencias % Pregunta I.4.

I.4. Respuesta % Pos. 1 Si 57% 1 2 No 14% 3 3 Es indiferente 21% 2 4 No contesta 7% 4 100%

Fuente: Cuestionario I aplicado por la investigación.

El hecho de que 57% de la muestra apoye el planteamiento expuesto supone

un consenso sobre un aspecto determinante planteado en la investigación, el cual es

la necesidad de operacionalizar el concepto de cultura en función de la política

cultura y de las acciones que de ella se desprendan; recoge, igualmente, la

necesidad planteada de delimitar un concepto político de cultura como eje del

subsistema político cultural abandonando, en la práctica, aquellas concepciones

universales y amplísimas de cultura.

Pregunta I.5. ¿Está usted de acuerdo con la afirmación de que los fenómenos

culturales, en nuestro caso aquellos que son objeto de la acción política del Estado,

son hechos de carácter multivariado que reciben el impacto de múltiples variables

procedentes del entorno, y que es necesario la identificación y caracterización de

tales factores como uno de los fundamentos del proceso decisorio de los actores

políticos responsables?

Cuadro V.6 Frecuencias % Pregunta I.5.

I.5. Respuesta % Pos. 1 Muy de acuerdo 14% 2 2 De acuerdo 79% 1 3 Indiferente 0% 4 4 En desacuerdo 0% 4 5 Muy en desacuerdo 0% 4 6 No contesta 7% 3 100% Fuente: Cuestionario I aplicado por la investigación

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La pregunta formulada contiene y expresa la hipótesis de trabajo propuesta

como fundamento de la investigación, de considerar el hecho cultural como un

fenómeno multivariado en general; en particular, la consideración atiende bajo este

criterio a la situación problemática detectada: el bajo consumo cultural de la

población. El 93% de los expertos consultados opina que, en efecto, el hecho cultural

es de tal carácter, por lo que la acción política ha de considerar esta cualidad, lo que

es uno de los fundamentos claves de la propuesta efectuada en esta investigación.

Pregunta I.6. Es evidente la existencia de un modelo de política que describe

y representa el comportamiento de las personas que se apropian o no de las

creaciones culturales auspiciadas por el Estado. En esta investigación se ha

elaborado tal modelo, con base en intervenciones realizadas en su debido momento

y a la teoría existente en el tema. Dicho modelo se encuentra integrado por siete (7)

variables:

Percepción de la oferta.

Tradición en el consumo.

Papel de los medios de comunicación social.

Identificación con los creadores culturales.

Condiciones socioeconómicas.

Niveles de participación comunitaria.

Precio de los bienes y servicios culturales.

¿Esta usted de acuerdo con que el modelo de política propuesto explica, en

general el comportamiento del consumidor cultural venezolano?

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Cuadro V.7 Frecuencias % Pregunta I.6.

I.6. Respuesta % Pos. 1 Muy de acuerdo 0% 5 2 De acuerdo 57% 1 3 Indiferente 21% 2 4 En desacuerdo 14% 3 5 Muy en desacuerdo 0% 5 6 No contesta 7% 4 100% Fuente: Cuestionario I aplicado por la investigación

Pregunta I.7. En la investigación se considera que dos variables son

determinantes al momento de la toma de decisiones políticas en el sector cultural,

variables que han de ser tomadas en cuenta como aspectos macros que deben

orientar la acción política del Estado en la materia, debido a la importancia que

traducen, estas variables son: El rol desempeñado por las industrias culturales; y, el

impacto de la globalización de los mercados (culturales o no).

¿Considera usted que dichas variables han de ser un punto específico y clave

a considerar al momento del diseño de acciones políticas culturales por parte del

Estado?

Cuadro V.8 Frecuencias % Pregunta I.7.

I.7. Respuesta % Pos. 1 Si 43% 1 2 No 43% 1 3 Es indiferente 0% 3 4 No contesta 14% 2 100%

Fuente: Cuestionario I aplicado por la investigación

Este resultado es muy interesante, en tanto que no existe un acuerdo definitivo

al respecto, pero tampoco un desacuerdo. Es de observar al respecto que la teoría y

la realidad globalizada del mundo de hoy haría inclinar la balanza en beneficio de la

propuesta, ya que se considera impensable un política, de cualquier tipo, que obvie

en su diseño la realidad de la globalización, más aún una política cultural con la

realidad que supone, además de la globalización, el impacto de las industrias

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culturales multinacionales. Obviar la realidad no significa que ella no esté presente,

por ello se considera que, visto lo complicado del punto y en atención de su impacto,

la paridad de opiniones movería a construir un consenso inclinado hacia la

consideración de estas variables como elementos que deben mover la acción pública

en beneficio de la sociedad nacional. Elementos y conceptos como la producción

endógena de bienes y servicios culturales, la excepción cultural, y la conjunción de

mercados culturales, sustenta la posición en pos de un consenso.

Pregunta I.8. ¿Está usted de acuerdo con la afirmación que se hace en esta

investigación de que, con contadas excepciones, la acción política del Estado ha sido

tradicionalmente orientada primordialmente a estimular la creación cultural de los

productores de bienes y servicios culturales, delegando en los creadores el estudio y

determinación de las demandas culturales presentes en la población?

Cuadro V.9 Frecuencias % Pregunta I.8.

I.8. Respuesta % Pos. 1 Muy de acuerdo 14% 2 2 De acuerdo 71% 1 3 Indiferente 14% 2 4 En desacuerdo 0% 3 5 Muy en desacuerdo 0% 3 6 No contesta 0% 3 100% Fuente: Cuestionario I aplicado por la investigación

La respuesta valida (85% de acuerdo) una de las características que la

investigación propone como elemento definitorio por excelencia de las políticas

culturales en Venezuela, en el pasado y en la actualidad. Ello es una premisa de la

cual se parte para proponer una nueva política que integre la atención a los dos

ámbitos del mercado cultural: la oferta y la demanda cultural, y no sólo la primera,

como tradicionalmente ha sucedido y sucede.

Pregunta I.9. Según su experiencia y conocimiento en materia cultural,

¿Considera que la creación cultural generada bajo el auspicio del Estado

venezolano, ha atendido y satisfecho las necesidades presentes en la población?

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Cuadro V.10 Frecuencias % Pregunta I.9

I.9. Respuesta % Pos. 1 Si 36% 2 2 No 50% 1 3 Es indiferente 0% 4 4 No contesta 14% 3 100%

Fuente: Cuestionario I aplicado por la investigación

La frecuencia de las respuestas valida otro de los fundamentos que basan la

investigación, la imposibilidad de la política tradicionalmente diseñada e

implementada de satisfacer la demanda y necesidades de la población, por lo que se

puede asegurar entonces, que el ejercicio de los derechos culturales por parte de la

sociedad ha sido precario. Esta realidad es punto focal del diseño de los lineamientos

generales propuestos, al considerar el contenido democrático que debe poseer la

política cultural en pos de estimular los mecanismos que permitan el acceso de la

población toda al hecho cultural y, por ende, el logro de niveles aceptables de

ejercicio de los derechos culturales de la sociedad.

2.1.2 Parte II. Los aportes y observaciones de los expertos:

Se evidencia de los resultados vistos previamente de la consulta un consenso

o acuerdo básico en relación con las premisas y supuestos planteados como

fundamentos de los lineamientos generales propuestos como bases de una política

cultural para Venezuela, en función de la problemática cultural apreciada. De igual

manera, los consultados efectuaron aportes y observaciones importantes que se

apreciarán seguidamente.

En lo que respecta a la operacionalización del concepto advierten que la

dificultad de tal acción se ubica en la construcción de indicadores que reflejen la

realidad objeto de acción, dificultad asociada a la heterogeneidad del quehacer

cultural y a la complejidad de su definición. Se reconoce que los indicadores y

estadísticas son necesarios para la mensuración de la acción y que el diseño de

tales estará afectado por la conceptuación de la cual se parta. Resulta interesante la

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observación de que uno de los elementos que deben poseer los indicadores es la

comparabilidad de los mismos a nivel internacional.

En una posición por demás interesante uno de los consultados afirma:

“Dependerá del grado de avance, en el camino de la recopilación estadística y de los

indicadores culturales que tenga cada país, la amplitud del término cultura y la

calidad de los indicadores.” Uno de los consultados que manifestó no estar de

acuerdo con la acción de operacionalizar el concepto afirmó que: “La claridad (de las

políticas culturales) no provendrá de facilitar los conceptos sino de establecer

criterios y propósitos sensatos de lo que se pretende y quiere lograrse en esa

realidad.” Con lo que se está de acuerdo en parte, ello por cuanto se considera que

el entendimiento, comprensión y caracterización de la realidad, de conformidad con

lo recomendado por los principios del análisis político, ha de partir de un concepto

claro y preciso previo, que aporte el basamento conceptual e instrumental para

identificar y describir esa realidad, siendo ello lo que denominamos “operacionalizar”.

Por lo que la claridad de las políticas públicas no excluye la operacionalización del

concepto, sino que se nutre de ella.

Al avanzar el cuestionario y realizar las observaciones a la pregunta 4 del

mismo, uno de los expertos señaló: “Creo conveniente precisar un concepto de

cultura que viabilice el diseño de políticas culturales hacia objetivos específicos

anclados en nuestras necesidades y comprometan en su diagnóstico y ejecución al

aparato estatal y al cuerpo social.” Otro de los expertos apuntó: “... si de definir

políticas culturales de trata y a efectos prácticos, es necesario restringir el alcance

del concepto (de cultura) utilizado.” Lo que apuntala la opinión expresada de delimitar

y acotar, en la práctica política el concepto de cultura.

Uno de los expertos afirma que es necesaria esta acción conceptual previa, no

sólo en cultura, sino en cualquiera de las áreas sociales fundamentales, lo que se

corresponde con los principios del análisis político. Se advierte, sin embargo, que

una operacionalización del concepto, bajo ningún respecto debería implicar: “anular o

coartar la iniciativa de la sociedad” puesto que es ese el ámbito en donde se genera

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la creación de los bienes culturales para garantizar la libertad individual y colectiva.

La advertencia es totalmente válida.

De la misma manera, uno de los consultados afirmó que: “habría sido más

fácil preguntar si el Estado, en tanto dador de subsidios, debe hacer una evaluación

permanente de la gestión cultural para saber si hay coincidencia entre inversión y

resultados.” Ello, pensamos, tiene que ver más con la eficiencia del gasto que con el

concepto de cultura. La afirmación efectuada por el consultado es pertinente, si el

papel del Estado fuese en exclusiva, el de “dador de subsidios”, lo que según la

Carta Magna no es así; y, aun cuando fuese solo “dador de subsidios”, ¿Qué

mecanismos se utilizarían para observar la coincidencia entre inversión y resultados,

reconociendo que la racionalidad cultural va más allá de la evaluación costo-

beneficio, ya que el beneficio es difícil de identificar y/o definir, al menos en cultura?

De ahí emerge la complejidad de diseño del indicador que represente una realidad

cultural, pero ese indicador ha de estar fundamentado en un concepto preciso que

viabilice la posibilidad de mensurar, de allí la necesidad de un concepto político-

operativo de cultura.

Se afirmó que “la cultura es resultado de las necesidades de expresión de

artistas y de que exista una población sensible a esas manifestaciones.” Con lo que

se está totalmente de acuerdo al proponer en la investigación como base de la

acción política, la “Teoría de la Economía de la Cultura”. Entendemos aquellas

necesidades de expresión y la expresión misma, como la oferta cultural producida, y

la población sensible a esas manifestaciones, es el público dispuesto a invertir

recursos, de variada índole, para apropiarse de esa oferta, mediante el proceso de

consumo.

No deja de sorprender, ratificamos, que 50% de los consultados estuviese de

acuerdo con el planteamiento de la “Teoría de la Economía Cultural” como base y

fundamento del concepto operativo propuesto, vista la resistencia que

tradicionalmente este criterio ha tenido y posee en la actualidad. “El primer impulso

es estar en desacuerdo con el planteamiento.”, afirma uno de los expertos. Así, se

observan advertencias al respecto. Por ejemplo, se afirma que: “La relación de la

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población con la cultura no debe contaminarse con ‘necesidades’ concientes

sociales, como si se tratara de educación, o deporte, o entretenimiento, o seguridad

o salud...” Estamos de acuerdo con este planteamiento, ya que de lo que tratamos es

de la relación que debe existir entre el Estado y la cultura, a través de políticas

culturales democráticas y de los arreglos institucionales que entre los actores deben

darse, que traduzcan los objetivos propuestos basados en acuerdos.

Por otra parte uno de los expertos opina que la intervención del Estado en el

sector cultural debe ser mínima y que su función ha de estar limitada “a constatar

que la inversión que se hace.... ....se corresponde con los resultados obtenidos y que

la misma sea equitativa hasta donde ello sea posible. (Por ejemplo, las orquestas

requieren de más recursos que los grupos teatrales o que las artes plásticas)” Lo que

ya tiene que ver con la amplitud de las políticas y los fines que el Estado persigue,

además de los criterios que se tengan respecto del alcance del Estado en esta

materia222. Asimismo, no intervención, o intervención mínima, no debe ser asociada

con desconocimiento. El Estado puede intervenir lo menos posible en cultura, esa

es, en efecto, una opción de política válida, pero ello no implica que no deba

desarrollar pautas de acción encaminadas a conocer la realidad cultural de la

sociedad y que ello sea un referente clave en su acción.

En contraste con las afirmaciones previas, uno de los expertos anota: “En

Venezuela, el Estado sigue condicionando excesivamente el quehacer cultural

porque pone la mayor fuente de financiamiento, pero no cumple con una política que

oriente y justifique la inversión económica, lo cual conlleva a la necesidad de un

diagnóstico para precisar qué es lo que hay que hacer y para quién hacerlo” La

misma experta aduce, al comentar otra pregunta, que “...no es posible delegar en

ellos (los gobiernos) toda la responsabilidad en la protección y promoción de un

proceso de desarrollo cultural.” Ello está definiendo una de las características

fundamentales de las políticas culturales según expertos como Néstor García

Canclini y Lourdes Arizpe: la participación en los arreglos institucionales base de las

222 También cabría preguntarse qué pensarían, sobre el criterio expresado por el experto, los creadores teatrales, con la complejidad de producción que esta disciplina supone, y los artistas plásticos en sus diversas expresiones.

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políticas culturales, de los diversos actores involucrados: Estado, productores, sector

privado, y los públicos y consumidores.

Ahora bien, uno de los consultados que estuvo a favor de los postulados de la

economía cultural, como fundamento del concepto de cultura advierte que su

acuerdo es válido: “Siempre y cuando se excluya el determinismo que anule la

espontaneidad y la innovación en la creación cultural. Si se establece una relación de

mercado pueden reducirse los bienes culturales a simple mercancía perecedera.” Es

pertinente la advertencia, por ello permanentemente a lo largo de esta investigación

se insiste que la economía de la cultura no presupone una visión reduccionista o

economicista de la misma, ya que sus fundamentos teóricos y principios difieren de

los de la economía de mercado tradicional. El que los bienes culturales se reduzcan

a simple mercancía perecedera supone que su circulación y consumo se realice en

mercados tradicionales, no en los mercados culturales; lo que no está en absoluto

planteado en parte alguna de la investigación.

Se plantea por los expertos consultados una problemática en función de la

participación y alcance que debe poseer el Estado en la cultura, entendida esta como

objeto de la acción política de tal Estado. Fluctúan las opiniones entre un Estado

altamente interventor y activo; y, un Estado mínimo, mero financista de la actividad.

Se afirma que el Estado debe fortalecer la producción de bienes y servicios

culturales, “... pero de allí a satisfacer ‘necesidades’ desconocidas hasta por los

propios actores sociales es la ‘búsqueda de lo imposible’” Pero, nos preguntamos

¿Qué mecanismos permitirían, en una realidad de este tipo, evaluar la eficiencia,

efectividad y equidad del Estado en la cultura? No sería ello posible. El mismo

experto afirma que “El capital cultural y los fundamentos simbólico-identitarios de la

nación nunca estarán proporcionalmente adecuados a las preferencias de los

demandantes.” Pero si provienen de ellos, de los demandantes ¿Cómo explicar que

no estén adecuados a sus preferencias? ¿De dónde surgen entonces, o quien se

reconoce en ellos? Las posiciones revelan lo complejo la temática cultural, aún en un

consenso relativo general.

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400

En la investigación, al analizar el proceso de conformación de la agenda

gubernamental, se aprecia que el proceso cultural es particularísimo, entre otras

razones porque lo cultural no es sentido como necesidad prioritaria, “Directa”. Uno de

los expertos observa que “...la población no entiende el servicio cultural como una

necesidad de primera.” Ello supone una coincidencia en las opiniones respecto de la

percepción de las necesidades culturales por parte de la población, siendo

igualmente relevante la definición de lo cultural como servicio: ¿Público? ¿Mixto?

Creemos e insistimos en la propuesta planteada de la conjunción de acciones de

diversos actores en pos de un fin común que traduzca la superación paulatina de la

realidad problemática detectada.

Por otra parte, aseguran los expertos que, el Estado tradicionalmente le ha

dado poca importancia “...a los elementos simbólicos de la existencia normal de

cualquier colectivo.” Más aún, cabría preguntarse en este caso, si conoce esos

elementos simbólicos y cómo se comportan en nuestra realidad. Y, en el debate

planteado, emerge otra pregunta: ¿Debería conocerlos? La mayoría piensa que si.

Sin embargo, se reconoce en buena parte de las opiniones expresadas, un

planteamiento que va más allá de definir el papel amplio o mínimo del Estado, éste

es: resulta necesario que el “cuerpo social” se comprometa en la acción política

cultural desarrollada por el Estado; y que tal acción debe ser co-responsabilidad de

varios actores, de manera tal que el Estado, los creadores, las asociaciones, la

empresa privada y los públicos acuerden, sostengan, actualicen y renueven

permanentemente arreglos institucionales en pos de objetivos político-culturales

comunes; ello puede ser el mecanismo que permita superar o controlar aquella

reserva expresada por uno de los consultados: “Sospecha de cualquier ‘orientación

pública’ de la cultura.” ¿Sería pública y/u oficial exclusivamente, si se basa en

acuerdos y arreglos entre los diversos actores involucrados?

Igualmente en su conjunto, los expertos consultados a lo largo de las

observaciones efectuadas al responder a las cuestiones, caracterizaron en buena

medida las políticas culturales que se han aplicado y aplican en el país, entre otras

ya señaladas, son relevantes las siguientes:

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401

“Las políticas públicas en materia cultural se desvían con frecuencia hacia

propósitos constreñidos a los intereses inmediatos de quienes gobiernan. Suerte de

catequización ideológica donde la imagen de los gobernantes y de sus proyectos se

confunde con el interés colectivo.”

Al reconocer que la satisfacción de las necesidades culturales es muy baja,

uno de los expertos lo atribuye a dos razones que bien pueden caracterizar a nuestra

política cultural: a) “El Estado no ha logrado percibir la importancia de los elementos

simbólicos en el comportamiento social.” Y b) El Estado “... no ha precisado de qué

manera debe actuar para lograr incidir sobre la formación del imaginario colectivo, de

manera democrática, promoviendo la pluralidad, el sentido crítico y trabajando

positivamente sobre los elementos que favorecen el sentido de identidad nacional.”

“La planificación cultural actual responde a una realidad conmovida por lo

imprevisto y promovida por la simultaneidad de escenarios.”

“Al no definir el Estado prioridades de gestión, la verdadera prioridad es el

financiamiento de las instituciones culturales, estas han crecido ante la ausencia de

políticas culturales.” Ello lo hemos definido en la investigación como las sustitución

de la demanda de las necesidades culturales de la población, por las necesidades

financieras de los productores culturales. De manera tal que, en el proceso de

conformación de la agenda cultural, aparecen los productores/creadores como

emprendedores de políticas, al lado del Estado (en segundo lugar), en vez de la

sociedad demandante, que simplemente no impacta de manera alguna relevante el

proceso.

“La relación entre la cultura y el Estado no es fácil, ni lo es encontrar reglas

generales que puedan ser aplicadas de manera indeterminada porque esa relación

va desarrollando su propia dinámica, sin embargo es claro que la voluntad del Estado

se ha ido imponiendo, y las políticas culturales, en términos generales, obedecen

más a una concepción predeterminada de lo que es la cultura y de los intereses de

orden político que le corresponden.”

“La creación cultural generada bajo el auspicio del Estado venezolano, ha sido

puntual y selectiva.”

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402

“Tradicionalmente y de manera marcada en los inicios y desarrollo de este

gobierno (los últimos siete años) se ha pretendido establecer un forcejeo entre

cultura popular y cultura elitista, con la idea de privilegiar a la primera.”

Los fenómenos culturales objeto de la acción política del Estado “En mi

experiencia siempre son susceptibles a los intereses particulares de los que detentan

el poder.”

Este conjunto de opiniones y observaciones, efectuadas por los expertos

consultados, vienen a componer un cuerpo inestimable de posiciones respecto de las

políticas públicas culturales y aportan un universo de aspectos decisivos sobre la

situación y las posibilidades de la acción política del Estado en nuestra realidad de

hoy, reconociendo la necesidad de apertura y de revisión profunda que han de

efectuar los actores involucrados en el hecho cultural.

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403

VI CAPÍTULO VI CONCLUSIONES

Se parte en esta investigación de la identificación y caracterización de una

situación problemática en el ámbito cultural venezolano para diseñar, a partir de allí,

un conjunto de lineamientos generales que contienen una propuesta de política

pública cultural para el país. El fundamento para la apreciación de esa situación

problemática es un concepto operativo de cultura, como base de la acción política.

Concepto que atiende los principios generales de la “Economía de la Cultura” lo que

supone el análisis de las relaciones socioculturales, objeto de la política cultural,

desde la perspectiva de las particularidades propias del mercado cultural.

Advirtiéndose que se desechan concepciones economicistas y/o reduccionistas de

las relaciones entre la oferta y la demanda cultural.

Para el análisis de los criterios de los cuales se sirve la propuesta, se

analizaron premisas que fueron consideradas en función de las características del

sistema político venezolano en general y del cultural, en lo específico. Tales análisis

se enfocaron a los contenidos jurídicos que validan y legitiman la acción del Estado

en lo cultural, desde una perspectiva que parte de la comparación entre la Carta

Magna de 1999 y la de 1961, y la apreciación de la normativa sustantiva que regula

la función pública de los sujetos institucionales responsables del sector. Sobre este

fundamento se identificaron las características que determinan el comportamiento del

sistema político venezolano y del sistema político-cultural, describiendo los

particulares que han definido y definen las políticas públicas en el sector, los

paradigmas de desarrollo cultural que han estado y están vigentes, y el particular de

la acción pública a lo largo de los años, abarcando desde la conformación de la

agenda gubernamental, hasta la formulación de las políticas orientadas

tradicionalmente a estimular la creación cultural. Todo ello permite apreciar el

funcionamiento de los mecanismos que posibilitan el ejercicio en mayor o menor

medida de los derechos culturales establecidos en el ordenamiento jurídico nacional.

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404

Es decir, se ha recorrido el proceso político cultural en buena parte de su

extensión, “hurgado” en los mecanismos que determinan el proceso de

conformación de los capitales culturales, identificando y describiendo la racionalidad

propia de los consumidores y ofertantes del mercado cultural nacional. Allí la base

para el diseño de un modelo que representa el comportamiento de nuestro

consumidor, para proceder a identificar los elementos asociados a la posesión de

herramientas para el consumo, de capacidades para apropiarse de los bienes y

servicios culturales, es decir, señalar los mecanismos primeros de acceso al hecho

cultural. Tal modelo de comportamiento del consumidor cultural nacional es

diseñado en función de las variables identificadas en la intervención, de la teoría

existente al respecto, así como de estudios que revelan el comportamiento de

consumidores en otros ámbitos que coadyuvan con el planteamiento. Por

consecuencia, parte de los lineamientos expuestos se consideran en función de las

siete variables que determinan y definen el comportamiento del consumidor y

explican su participación o no, su acceso o no, su consumo o no consumo de los

bienes culturales. Estas variables que componen el modelo van desde la tradición en

el consumo, hasta el impacto real de los precios y su elasticidad con relación a la

demanda, pasando por las variables socioeconómicas que impactan el

comportamiento: la situación laboral, el ingreso y el nivel educativo alcanzado.

A lo largo de la investigación se observan los componentes de la realidad

político cultural que definen el sistema: Por una parte el componente “oficial” que se

expresa por medio de la acción política y la gestión de los órganos del Estado, vale

decir, de los sujetos institucionales responsables; allí están los mecanismos de

decisión y todo el conjunto de elementos que definen la gestión pública en lo cultural.

En la investigación, este ámbito “oficial” es objeto de un análisis en el Capítulo III,

definiendo y caracterizando el comportamiento del aparato institucional en lo cultural,

sus objetivos y la manera como aborda la definición de los objetivos de la

institucionalidad responsable.

El otro ámbito que se observa es el social integrado, a su vez, por dos actores:

en primer lugar, los creadores artísticos y productores, es decir quienes generan la

oferta de bienes y servicios culturales. Así se identificó el impacto que éstos

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405

producen en la generación de políticas y en el carácter de las mismas a lo largo de

los años y la forma como han determinado y determinan el comportamiento del

proceso de conformación de la agenda cultural gubernamental como

“emprendedores de políticas” activos; y, segundo, los ciudadanos titulares de

derechos culturales positivos, y su comportamiento y racionalidad como

consumidores o “no” consumidores de la oferta cultural, acá emerge clave la

identificación de los elementos y capacidades que determinan la viabilidad de su

acceso, no solo al consumo de aquellos bienes, sino también la posibilidad de

reconocerlos y los mecanismos que llevan a su elección y al proceso de consumo,

reelaboración y transformación de éstos en productos culturales.

Todo ello expone la complejidad que posee la observación del hecho cultural

desde una perspectiva que, pensamos, puede hacer más inteligible el proceso

cultural mismo como objeto de la acción pública, considerando fundamentos,

premisas y supuestos específicos, entre los que cabe destacar: a) el carácter

democrático que deben poseer las políticas culturales; b) el papel legítimo y válido

del Estado como interventor y su preponderancia como “emprendedor de políticas”;

c) el reconocimiento y apreciación de los derechos culturales de los ciudadanos; d) la

imposibilidad, como limitante de buena parte de los ciudadanos, de acceder al hecho

cultural y la responsabilidad de las políticas para viabilizar ese acceso. Entonces, se

entiende que la política cultural debe poseer entre sus objetivos la construcción de

posibilidades de acceso, observando los escenarios posibles, diseñando la acción

política en función de un problema o realidad, con fines específicos definidos y

posibles que tiendan a viabilizar el ejercicio de los derechos culturales.

Se considera que la política pública cultural, en función de su fines y

contenidos, debe propender al logro de “arreglos institucionales” entre los diversos

actores involucrados en la realidad para lograr fines eminentemente culturales.

Actores entre los cuales uno de ellos es el Estado, como responsable de la gestión

política de la cultura, que ha de tender puentes con el resto de los actores con miras

al acceso de la población al hecho cultural. Allí se imbrican dos aspectos: el objetivo

de la política cultural y su carácter democrático. Aspectos que convocan a abrir

canales de participación en el diseño de estrategias políticas con el resto de los

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actores involucrados, entre los que se identifican, además del Estado: los creadores,

productores y difusores de los bienes y servicios culturales, las instituciones de la

sociedad que hemos denominado poderes fácticos (opuestos) legítimos, también

denominada sociedad civil, los medios de comunicación, y un elemento pocas veces

considerado en su debida jerarquía, el cual es la sociedad consumidora o “no” de

esos bienes y servicios, la comunidad conciente o no de sus necesidades y derechos

culturales, es decir los consumidores, considerados individual o colectivamente,

organizados o no. Ellos son una parte sustancial que debe ser considerada en los

arreglos institucionales.

En el particular considerado en el párrafo previo radica uno de los

fundamentos de una nueva política cultural democrática, la pluralidad de actores

involucrados en el hecho cultural, participando en el proceso político cultural que

produce políticas culturales consensuadas.

Así, elementos y actores diversos que comienzan a ser incorporados a la

propuesta, lo que paulatinamente enriquece y a la vez complica el proceso, por lo

tanto la necesidad de desagregar y apreciar individualmente cada componente, cada

lineamiento, y es esa precisamente la estrategia de aproximación de la que se sirve

la investigación, se desagregan los componentes para, en última instancia, reunirlos

en la propuesta final, considerando los elementos clave en conjunto.

Ahora bien, cuando se analiza la realidad política cultural venezolana con el

objetivo de identificar los elementos básicos que la caracterizan, se esperaba que

pudiesen estarse generando cambios radicales en las acciones públicas a partir de

2000, en medio de las transformaciones y reformas que la propia Constitución

anuncia para la Venezuela de nuestros días. La realidad emergente analizada entre

2000 y 2005, y comparada con períodos previos cercanos (1989-1994), no permite

asegurar que se estén sucediendo cambios sustanciales en las características que

por una parte, definen el sub sistema político cultural; y por otra, las características

que determinan a los productos de este sub sistema: las políticas públicas culturales.

Existen, es cierto, nuevos elementos que entran en juego en el proceso, nuevos

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componentes en las políticas resultantes, pero estos no desplazan la tradición de las

particularidades que han definido, y por eso se dice, definen la realidad actual.

Uno de estos novedosos elementos identificados es el viraje que se sucede en

la concepción dada en la actualidad a la cultura, la cual es entendida como medio,

como vehículo para el logro de fines no estricta o específicamente culturales.

Entonces, vamos de una concepción universal y amplia de cultura como concepto

político sobre el cual el Estado había basado su acción política hasta 1998; a una

concepción que se fija objetivos metaculturales que trascienden el fin de la cultura,

orientado a la organización de procesos para el ejercicio de los derechos culturales

ciudadanos, desde el ámbito político.

De esta manera se aprecian elementos y factores sobre los que hay que estar

alerta como sociedad y advertir de las posibilidades de su desarrollo o evolución. La

incorporación de nuevos elementos posee total validez y pertinencia, eso es

indiscutible, más aún en procesos de cambio y transformación política, en

sociedades que inician nuevos caminos; pero, también es necesario tener presente

que esas sociedades proceden de un devenir y proceso histórico ya andado, no son

espontáneas las sociedades, no lo pueden ser. Igualmente, emergen componentes

particulares como objetivos de las políticas culturales en la actualidad muy positivas

que, o bien retoman lineamientos previos, como el caso de la descentralización

cultural; o plantean problemáticas totalmente pertinentes en la realidad actual, como

por ejemplo, el caso de las industrias culturales o los procesos de participación

ciudadana en aspectos puntuales de la gestión política cultural.

Así entonces, los objetivos planteados en la investigación se van cumpliendo a

lo largo del proceso mismo. Siendo el objetivo principal de propuesta, la

confrontación y validación de los supuestos y premisas que basan los lineamientos

generales de una política cultural para la Venezuela de hoy, en atención a las

problemáticas claves descritas; el nivel de consenso obtenido de parte de los

expertos culturales consultados que manifestaron sus opiniones, nos permite afirmar

que la propuesta posee un fundamento que es posible desarrollar y sobre el cual

existen posibilidades para el diseño de acciones concretas en beneficio de la

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sociedad, por tanto, dicho consenso es un punto de partida para la discusión entre

diversos actores involucrados.

Las observaciones, recomendaciones y advertencias que los expertos

consultados efectúan a los fundamentos y premisas expuestas y consultadas no

descartan ni descalifican los supuestos sobre los que se afinca la propuesta

efectuada, por el contrario la reconocen como válida; no resisten una conceptuación

operativa de la cultura como base de la acción política en los términos considerados.

Sí advierten sobre el riesgo, presente de este tipo de conceptuaciones como asiento

de políticas públicas culturales, de la mercantilización extrema de los bienes y

servicios culturales; se aprecia en estas observaciones y comentarios un interés

plural, diverso, en las posibilidades de acción sobre el hecho y el proceso cultural en

nuestra sociedad. Un punto interesante es que se mantiene presente la clásica

discusión sobre la validez del papel y el ámbito de intervención del Estado en la

cultura, así como el papel y rol que éste debe jugar como actor en el proceso cultural

propiamente dicho.

Creemos, con base a las apreciaciones de los expertos consultados, que

ciertamente existen oportunidades, “ventanas de políticas” para el impulso de

políticas públicas culturales que vayan en pos de los objetivos que estas deben

poseer con base a la disposición constitucional; existen motivos para pensar que

políticas culturales con objetivos claros pueden paulatinamente, superar los

profundos desequilibrios que existen en los medios a disposición para acceder al

hecho cultural; existe, igualmente, la voluntad en la sociedad de hacerse con esas

capacidades para “poder” llegar a esos bienes y servicios culturales; eso lo vimos al

hacer la intervención en los lejanos parajes de los municipios fronterizos del país,

desde “La Esmeralda” en Amazonas, a Perijá en el Zulia. Esos objetivos de las

políticas se pueden resumir en: a) el ejercicio pleno de los derechos constitucionales;

b) la satisfacción de las necesidades culturales de la población; y, c) la atención y

superación de situaciones problemáticas adversas que entraban el ejercicio de los

derechos consagrados en la Constitución.

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409

En Venezuela, desde 1877, el Estado reconoce el hecho cultural como objeto

posible de su acción. De una u otra manera han existido desde entonces políticas

culturales de mayor o menor impacto y alcance. El “boom” petrolero y el inicio de un

proceso democrático representativo a partir de 1959-1961 redefinen las estructuras

societales, identitarias y culturales de nuestra realidad, no escapa lo “cultural” a este

hálito. El INCIBA, el CONAC, FUDARTE, las direcciones de cultura, las fundaciones

públicas y privadas, el estímulo a nuestros creadores, son expresión de un

importante y permanentemente renovado interés como país por la cultura, con sus

altibajos, con sus picos y depresiones, con las insatisfacciones del sector y sus

demandas de nuevas agendas en beneficio de la creación. Es decir, desde 1877

siempre allí una relación dialéctica entre Estado y cultura, entre la institucionalidad

pública y los creadores artístico-culturales, quizás relación mínima; quizás nunca

omnipresente (como en Francia por ejemplo), en oportunidades con más jerarquía

política y por tanto financiera; otras, adorno de celebraciones, pero siempre allí,

siempre......

Alain Touraine afirma que cuando estamos ante crisis económicas, que

hemos reconocido como una de las tres variables que definen el sistema político

venezolano, la “modernización cultural” pierde un tanto su impacto como motor en el

crecimiento de las sociedades, y “…se redefine lo cultural como lo elitista y

conservador, o bien emerge como motor de nuevas luchas sociales y políticas”

(Touraine, 1982: 109). Sí, es cierto, cambia su rol, pero jamás podría desaparecer. El

identificar el papel de nuestra cultura, de esos mecanismos de interrelación

permanente entre lo que producimos y lo que nos apropiamos como sociedad, entre

el Estado y los creadores; y entre el Estado, los creadores y los consumidores, es un

punto de partida de nuevos retos. Somos lo que culturalmente nos define y eso es

determinante en la definición y planteamiento de estas interrelaciones entre los

actores públicos y privados involucrados en el hecho cultural como objeto de la

política.

Ahora bien, los objetivos específicos planteados por la investigación

responden al conjunto de supuestos y premisas establecidos, y, por tanto, a la

necesidad de definir y determinar tal basamento teórico para ensamblar la propuesta

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en función de una realidad multivariada y problemática que, entendemos, debe ser

modificada. Los lineamientos generales esbozados y descritos en el Capítulo IV,

responden y se basan en estos supuestos. Supuestos que van desde la

operativización conceptual de la cultura, como objeto de la política pública, hasta el

análisis de la política cultural venezolana entre 2000 y 2005, pasando por la

elaboración de un modelo funcional del consumo cultural del venezolano, tocando

referencialmente las problemáticas inherentes a los indicadores culturales, como

expresión de aquel concepto operativo propuesto. Tales supuestos fueron objeto de

confrontación ante expertos del sector, como ya fuese afirmado.

Los lineamientos generales reconocidos como elementos de base para una

propuesta de acción política cultural por parte del Estado, se agrupan en ámbitos

superpuestos e interrelacionados, ellos son: En primer lugar, la parte formal-

institucional de la política cultural, sustentada en la premisa constitucional que, por

una parte estipula los contenidos positivos de los derechos culturales y el alcance de

lo “cultural” como objetivo de la acción pública; y por otra define y determina

inexcusablemente el contenido y carácter democrático que tiene que poseer tal

acción política.

En segundo lugar, y devenido del carácter formal-institucional de la política, la

misma se entiende abierta a la participación activa de los actores involucrados en el

hecho cultural, es decir una política orientada al logro y diseño de “arreglos

institucionales” entre diversos actores que fija como objetivos la atención de las

necesidades culturales de la población y la construcción de “acceso” de la sociedad a

lo cultural, lo que traduce el ejercicio pleno de los derechos culturales. De allí deviene

el tercer ámbito considerado, el cual se define como el diseño de acciones orientadas

a impactar sobre dos aspectos fundamentales, a saber: por una parte, el

comportamiento de la oferta cultural, es decir, los procesos de generación y

producción de los bienes y servicios culturales (aspecto tradicionalmente atendido

por la política cultural del Estado), por otra, la atención de la demanda cultural, por

medio del impacto sobre los aspectos asociados al comportamiento de este particular

que definen el nivel de “acceso” de la población a la creación generada, ello supone

la posibilidad de “reconocer” e “identificar” tales creaciones y su selección para ser

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consumidas. Así, la relación y equilibrio entre la oferta y la demanda cultural,

componentes del mercado cultural particular venezolano, y todo el entramado y

complicado mecanismo de relación entre ambos componentes y la identificación de

las principales variables que definen cada componente y permiten lograr un equilibrio

en aras del ejercicio de los derechos culturales.

El cuarto ámbito atiende dos aspectos definitorios de la realidad cultural no

sólo de Venezuela sino del mundo en general, allí se atiende la problemática de la

globalización de los mercados y de la comunicación y el particular de las industrias

culturales multinacionales. Aspectos como la “excepción cultural”, la producción

cultural endógena, la protección de las industrias culturales nacionales y la propuesta

esbozada de la “conjunción de mercados culturales” se relacionan en tal ámbito. Por

último el caso particular de los indicadores culturales como aspecto clave de

procesos de monitoreo y evaluación necesarios para una política cultural, son

referidos como aspecto indispensable de la acción conjunta de los actores

involucrados en la política cultural.

Estos ámbitos que integran la propuesta se interconectan activamente y,

consideramos, son el fundamento posible de una acción cultural democrática que

bien puede paulatinamente ir alcanzando los objetivos identificados y lograr un

ejercicio cada vez más amplio de los derechos culturales por vía de la construcción

de viabilidad para el “acceso” de la población al hecho cultural, a través de la

posesión de las “capacidades” necesarias para construir capital cultural.

De la investigación y del logro de sus objetivos, que supone una aproximación

a diversos componentes de la realidad nacional y política, en lo cultural y en lo

general; en lo teórico y en lo práctico de los contextos; emergen una cantidad de

aspectos que quedan como puntos de partida para nuevas propuestas y nuevos

estudios que pensamos son relevantes, veamos algunos de ellos: profundizar en la

realidad cultural nacional a través estudio de la fase de conformación del capital

cultural individual y el impacto que puede tener el acceso, por medio de disposición

de capacidades al hecho cultural de más miembros de la sociedad al proceso cultural

mismo, en el fortalecimiento de los contenidos simbólico-identitarios de la nación y de

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la memoria cultural. Cuyos componentes generales fueron identificados y descritos

en el Capítulo II. Un punto que se considera clave en aspectos relacionados con el

impacto de la globalización y de las industrias culturales multinacionales en Región

de Latinoamérica, es lo que se ha denominado: “Conjunción de Mercados

Culturales”, este aspecto requiere su definición teórica con vistas a identificar las

posibilidades de desarrollo, en atención a las realidades de los diversos mecanismos

de integración existentes entre los países de la región. Esta propuesta de

“Conjunción de Mercados Culturales” podría ser punto de partida para sentar las

bases primeras para construir en el futuro posibilidades de usufructuar en beneficio

propio las realidades de la globalización y del mercado de las industrias culturales

multinacionales, con base a la multiculturalidad y el respeto a las identidades

culturales propias, sin trascender los mecanismos de relación que comporta el

particular mercado cultural.

De la misma manera, aspectos como la relación lógica entre variables que

definen y caracterizan un sistema político y la rejerarquización permanente que se

sucede entre ellas, son puntos de partida que bien pueden contribuir con una visión

más operativa y práctica de nuestro sistema político y de los subsistemas que lo

componen. Asimismo se piensa en un cúmulo que propuestas que el propio alcance

y extensión de esta investigación sólo permitió su enunciado y quizás su porterior

desarrollo.

Partiendo del hecho de que no existe en Venezuela una clara diferenciación

en las características de los procesos políticos que conducen a la formulación de

políticas culturales en los últimos años, este elemento puede jugar a favor de un

continuum que alimente el desarrollo de un proceso de satisfacción de necesidades

culturales con conceptuaciones novedosas basándose en contenidos y realidades

previas. Eso da pie para usufructuar una estructura institucional existente que bien

puede ser recompuesta y adaptada a una gestión pública eficiente y eficaz. La

preocupación y el reconocimiento de esta necesidad es patente en las autoridades

actualmente responsables del sector cultural, quizás sus estrategias no han sido las

más acertadas pero el germen del cambio institucional en beneficio de fines político-

culturales a favor de la sociedad esta allí. Es este uno de los elementos que es

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determinante en el comportamiento y desarrollo de una nueva gestión pública en el

sector.

Se insiste en que las características de las políticas y acciones culturales no

han cambiado sustancialmente a lo largo de los años en Venezuela. En efecto, se ha

pretendido definir la acción política con base a una estrategia permanentemente

orientada a estimular la creación cultural, lo que denominamos oferta cultural en esta

investigación, con lo que se ha pretendido lograr más cultura: más libros, más obras,

más teatros, más conciertos, más y más bienes y servicios culturales y pocas veces

se han detenido los decisores para verificar si a esos “más” alguien los aprecia,

¿Consume? Y si no es así en niveles aceptables tratar de saber y conocer ¿Por qué?

¿Por qué esa masificación de la cultura no llega a la población y no la apropia y hace

suya? Y se observa que esta realidad sigue siendo así hoy. Sí, el 2 de agosto del

2006, ya en el proceso final de redacción de este manuscrito en un artículo firmado

por Carmen Victoria Méndez en el diario “Tal Cual” titulado “Avalancha de Museos”

en uno de los párrafos se lee la declaración del para aquel momento, Ministro de

Cultura Arq. Francisco Sesto que declaraba: “’Estamos muy lejos de alcanzar la meta

de las 26 millones de visitas anuales (a los museos nacionales) –que implicaría una

asistencia por cada habitante del país- a pesar de que la entrada es gratuita’, dijo el

funcionario, quien anunció la creación de ocho museos en respuesta a la apatía del

público frente a esos espacios” (Méndez, 2006:20). Así se crearán para finales de

2007 los museos de: arte popular, historia, fotografía, arquitectura, ciencia y

tecnología, diversidad cultural, cine y de la palabra.

Sí, quizás sean necesarios y útiles los museos a crear, eso no lo queremos

poner en discusión, la pregunta es si estos nuevos museos lograrán que 26 millones

de venezolanos los visiten en el transcurso de un año, gratuitamente. Quizás el

problema no sea la cantidad de museos existentes. No sería más válido preguntarse:

¿A qué obedece que los venezolanos no asistan a los museos, aún cuando sea

gratuito el acceso? Entonces, ¿Cuál es el problema? Emerge la pregunta clave.

Hemos tratado de demostrar en esta investigación que uno de los aspectos

determinantes del proceso y la acción política en general, pero fundamentalmente en

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la realidad política cultural nacional, es plantear la pregunta ¿Cuál es el problema?

como base y disparador del proceso, con lo que se espera coadyuvar en la

observación de la complicadísima problemática cultural desde una perspectiva más

operativa, fijando la mirada sobre un problema y tratar de comprenderlo y definirlo

para así diseñar acciones. Se espera que la presente investigación pueda contribuir

en alguna medida con el sector y la realidad cultural de nuestra sociedad, de nuestro

país. Una propuesta, quizás un punto de partida. Así todo un fascinante camino por

andar.

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- Tolilla, Paul (2004): “Industrias culturales: datos, interpretaciones, enfoques. Un punto de vista europeo” en “Industrias culturales y desarrollo sustentable”,

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427

Secretaía de Relaciones Exteriores de México, OEI, México. - Toro Hardy, Alfredo (1984): “¿Para qué una política exterior?, Editorial Ateneo,

Caracas. - Toro Hardy, José (1992): “Venezuela 55 años de política económica 1936-1991.

Una utopía keynesiana”, Editorial Panapo, Caracas. - Touraine, Alain (1982): “El postsocialismo”, Planeta, Barcelona. - Touraine, Alain (1992): “Crítica de la modernidad”, Fondo de Cultura

Económica, México. - Tylor, Edward B. (1975): “La ciencia de la cultura”, en “El concepto de cultura:

textos fundamentales”, Editorial Anagrama, Barcelona. - UNESCO (1982): “Industrias culturales: el futuro de la cultura en juego”, Fondo

de Cultura Económica – UNESCO, México. - UNESCO (1999): “Informe mundial sobre cultura. Cultura, creatividad y

mercados”, Ediciones UNESCO – Cultura y Desarrollo, Madrid. - Uslar P., Arturo (1972): “De una a otra Venezuela”, Monte Ávila Editores,

Caracas. - Vidal Beneyto, J., (1981): “Hacia una fundamentación teórica de la política

cultural”, REIS, N° 16. - Watanabe, Michihiro (1999): “La política cultural en Japón”, en “Informe mundial

sobre la cultura. Cultura, creatividad y mercados.”, Ediciones UNESCO, Acento Editorial, Fundación Santa María, Madrid.

- Weber, Max (1987): “Economía y sociedad”, Fondo de Cultura Económica, México.

- Weinberg, Alvin (1972): “Science and Trans-Science”, Minerva, 10, N° 2, Abril. - Weiss, Karol (1988): “Evatuation. Methods for studing programs and policies”,

Prentice Hall, New Jersey. - Williams, R. (1983): “Keywords. A vocabulary of culture and society”, Oxford

University Press, New York. - Williams, Walter (1971): “Social Policy Research and Analysis: The Experience

in the Federal Social Agencies”, American Elsevier Publishing Co., New York. - Yúdice, George (2000): “La globalización y el expediente de la cultura”, Relea.

Revista Latinoamericana de Estudios Avanzados, Nº 10, Caracas, enero-abril. - Yúdice, George (2002): “El recurso de la cultura. Usos de la cultura en la era

global”, Gedisa Editorial, Barcelona.

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428

ANEXO I

MÉTODO DELPHI

“CUESTIONARIO I”

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429

PRESENTACIÓN Respetable Sr. Como parte de la investigación titulada: “Economía de la Cultura y Proceso

Político: Una propuesta de política cultural para Venezuela”, ha ser presentada como tesis doctoral ante la Universidad Simón Bolívar de Caracas, molesto su atención en su condición de experto del sector cultura, con la finalidad de conocer su opinión y posición respecto de las premisas y supuestos que fundamentan las propuestas presentadas como lineamientos generales de una política cultural para nuestro país. Tales premisas y supuestos se describen brevemente en las notas siguientes. 1. Se plantea la necesidad de “operacionalizar” (lo que implica la posibilidad de mensurar), un concepto de cultura que sirva como presupuesto para la identificación de situaciones problemáticas culturales y la formulación de lineamientos políticos por parte del Estado; ello permite el monitoreo y la evaluación objetiva de los resultados de dichas políticas. 2. Se han propuesto como premisa teórica para la operacionalización del concepto de cultura, postulados extraídos de la “Economía de la Cultura”, fundamentalmente los concernientes a la relación existente entre los resultados de la creación artística auspiciada por el Estado (oferta); y, la disposición, capacidad y posibilidades por parte de la población de apropiarse de tales creaciones (demanda-consumo). 3. En este sentido se ha detectado una problemática presente en la realidad cultural venezolana consistente en una baja satisfacción de las necesidades culturales de la población, toda vez que se ponen a disposición una cantidad de creaciones culturales (bienes y servicios) que, o no son apropiadas-consumidas; o, lo son en niveles bajos. Ello genera, en el mediano y largo plazo, al menos el estancamiento de conformación de los capitales culturales individuales, colectivos y nacionales, lo que hace vulnerables los contenidos de los fundamentos simbólicos-identitariosde la nación. 4. Se propone en la investigación un concepto operativo de cultura como objeto del proceso político cultural adelantado por el Estado. Se advierte que la finalidad exclusiva del concepto propuesto, es servir de fundamento a la acción política del Estado, lo que no supone una reducción universalista de la cultura a tales parámetros, sino una evidentemente operatividad política de dicho concepto, el cual es del tenor siguiente: Se entenderá a la cultura como ámbito social interactivo en el cual se suceden constantes intercambios, enlaces, imposiciones y evasiones entre diversos actores sociales, en espacios públicos y privados en donde se ofertan, demandan, consumen y apropian bienes y servicios culturales permanentemente. 5. El concepto propuesto permite mensurar y caracterizar las situaciones problemáticas, las demandas, necesidades y preferencias que emergen de la sociedad en dicho ámbito, así como permite reconocer y analizar la oferta generada,

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430

bajo el auspicio del Estado, y monitorear el impacto y efecto de las acciones políticas de éste sobre la realidad. 6. La hipótesis que sustenta las afirmaciones y propuestas planteadas se basa en el hecho de entender a la cultura, como objeto del proceso político, como fenómeno multivariado, lo que entraña que la oferta y la demanda cultural se encuentran impactadas por una serie de factores provenientes del contexto, factores que es necesario caracterizar para que su identificación sirva de guía y recurso (no exclusivos) de la acción política. 7. Uno de los aspectos clave de la investigación es la propuesta que se hace del modelo de consumo cultural que representa la realidad cultural venezolana. Nuestro consumo cultural se explica en función de las siguientes variables: a) Percepción de la oferta (adecuación de la misma a las necesidades y demandas de la población); b) tradición en el consumo; c) Papel de los medios de comunicación social; d) Identificación con los creadores culturales; e) Condiciones socioeconómicas (nivel educativo, condición laboral, e ingreso); f) Niveles de participación comunitaria; y, g) Precio de los bienes y servicios culturales. 8. Igualmente, se entienden en la investigación como factores relevantes a ser considerados para el diseño de acciones políticas públicas culturales, además de las devenidas del comportamiento de la oferta y el consumo cultural: a) El papel y el impacto que juegan y poseen las industrias culturales en la realidad cultural nacional; y, muy cercana a estas realidad, b) La globalización como factor a ser considerado en aspectos singulares de una política, particularmente el apoyo, estímulo y protección a las industrias culturales nacionales. 9. Al analizar la política pública cultural e identificar sus elementos más característicos, emerge como clave el hecho de que el Estado tradicionalmente ha estimulado de manera preferente el componente de la oferta cultural, vía el estímulo a la creación artística, a través de aportes, subsidios y demás medios de los cuales dispone; delegando así, el estímulo y conocimiento de la demanda y necesidades (expresadas por medio del consumo cultural) en los creadores mismos, sean estos individuos, grupos, instituciones, fundaciones, etc.

Sobre estas premisas y supuestos que han basado al investigación adelantada es que seguidamente le formularemos algunas preguntas a objeto de conocer su opinión.

Posteriormente le haremos llegar los resultados del cuestionario aplicado en donde usted conocerá, por medio de una tabulación anónima, los resultados obtenidos de las respuestas de todos los expertos consultados. Sobre tales resultados se procederá a presentarle un segundo cuestionario, con preguntas específicas basadas en tales resultados previos y, finalmente un tercer y último cuestionario, en donde un consenso respecto de los planteamientos manejados ya se pueda ir manejando y una recomendación general se pueda inferir de las opiniones expresadas por el panel de expertos.

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431

SECCIÓN DE PREGUNTAS: I.1. Para la formulación de políticas públicas culturales por parte del Estado venezolano, considera usted necesaria y pertinente una operacionalización del concepto de cultura, que permita obtener indicadores de gestión que viabilicen el monitoreo y evaluación de los resultados de las acciones políticas emprendidas.

SI NO Es indiferente

OBSERVACIONES:______________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________ I.2. En la investigación se ha fundamentado la operacionalización del concepto de cultura observando los postulados de la “Teoría de la Economía de la Cultura”, estableciéndose como de importancia clave el logro de un equilibrio mínimo entre la oferta y la demanda cultural en una visión no reduccionista o economicista de la cultura; ello tendería a una acción política encaminada a satisfacer las necesidades culturales de la población y a una adecuación de la producción de bienes y servicios culturales patrocinada por el Estado. ¿Cuál es su posición al respecto?

Muy de acuerdo De

acuerdo Indiferente En desacuerdo Muy en

desacuerdo

OBSERVACIONES:______________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________ I.3. Considera usted que la baja satisfacción de las necesidades culturales presentes en la población generada, entre otros factores, por una inadecuación de la producción de bienes y servicios culturales (patrocinados por el Estado) a las preferencias de los demandantes, impacta de manera negativa en la conformación del capital cultural intangible nacional y en los fundamentos simbólico-identitarios de la nación.

SI NO Es indiferente

OBSERVACIONES:_______________________________________________________________________________________________________________________

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432

I.4. Se ha propuesto en la investigación un concepto de cultura que permite el monitoreo y la evaluación de una política pública cultural, considera usted adecuado el concepto para el proceso político cultural, dejando de lado conceptuaciones universalistas, subjetivas y amplísimas de cultura como objeto de tal proceso.

SI NO Es indiferente

OBSERVACIONES:______________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________ I.5. Está usted de acuerdo con la afirmación de que los fenómenos culturales, en nuestro caso aquellos que son objeto de la acción política del Estado, son hechos de carácter multivariado que reciben el impacto de múltiples variables procedentes del entorno, y que es necesario la identificación y caracterización de tales factores como uno de los fundamentos del proceso decisorio de los actores políticos responsables.

Muy de acuerdo De

acuerdo Indiferente En desacuerdo Muy en

desacuerdo

OBSERVACIONES:______________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________ I.6. Es evidente la existencia de un modelo de política que describe y representa el comportamiento de las personas que se apropian o no de las creaciones culturales auspiciadas por el Estado. En esta investigación se ha elaborado tal modelo, con base en intervenciones realizadas en su debido momento y a la teoría existente en el tema. Dicho modelo se encuentra integrado por siete (7) variables (ver nota 7):

Percepción de la oferta. Tradición en el consumo. Papel de los medios de comunicación social. Identificación con los creadores culturales. Condiciones socioeconómicas. Niveles de participación comunitaria.

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433

Precio de los bienes y servicios culturales. Esta usted de acuerdo con que el modelo de política propuesto explica,

en general el comportamiento del consumidor cultural venezolano.

Muy de acuerdo De

acuerdo Indiferente En desacuerdo Muy en

desacuerdo

OBSERVACIONES:______________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________ I.7. En la investigación se considera que dos variables son determinantes al momento de la toma de decisiones políticas en el sector cultural, variables que han de ser tomadas en cuenta como aspectos macros que deben orientar la acción política del Estado en la materia, debido a la importancia que traducen, estas variables son: El rol desempeñado por las industrias culturales; y, el impacto de la globalización de los mercados (culturales o no). Considera usted que dichas variables han de ser un punto específico y clave a considerar al momento del diseño de acciones políticas culturales por parte del Estado.

SI NO Es indiferente

OBSERVACIONES:______________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

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434

I.8. Está usted de acuerdo con la afirmación que se hace en esta investigación de que, con contadas excepciones, la acción política del Estado ha sido tradicionalmente orientada primordialmente a estimular la creación cultural de los productores de bienes y servicios culturales, delegando en los creadores el estudio y determinación de las demandas culturales presentes en la población.

Muy de acuerdo De

acuerdo Indiferente En desacuerdo Muy en

desacuerdo

OBSERVACIONES:____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________ I.9. Según su experiencia y conocimiento en materia cultural, considera que la creación cultural generada bajo el auspicio del Estado venezolano, ha atendido y satisfecho las necesidades presentes en la población.

SI NO Es indiferente

OBSERVACIONES:______________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

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435

ANEXO II

MÉTODO DELPHI

“RESULTADOS ESTADÍSTICOS”

CUESTIONARIO I

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436

Gráfico VI.1: Pregunta I.1.

1 2 3 4

95% Confidence Interval for Mu

1,0 1,5 2,0

95% Confidence Interval for Median

Variable: I.1

A-Squared:P-Value:

MeanStDevVarianceSkewnessKurtosisN

Minimum1st QuartileMedian3rd QuartileMaximum

1,03007

0,67973

1,00000

1,9650,000

1,571430,93761

0,8791211,719792,49474

14

1,000001,000001,000002,000004,00000

2,11279

1,51054

2,00000

Anderson-Darling Normality Test

95% Confidence Interval for Mu

95% Confidence Interval for Sigma

95% Confidence Interval for Median

Descriptive Statistics

Gráfico VI.2: Pregunta I.2.

1 2 3 4

95% Confidence Interval for Mu

2,0 2,5 3,0

95% Confidence Interval for Median

Variable: I.2

A-Squared:P-Value:

MeanStDevVarianceSkewnessKurtosisN

Minimum1st QuartileMedian3rd QuartileMaximum

2,10659

0,67332

2,00000

0,8480,021

2,642860,92878

0,8626370,185161-7,9E-01

14

1,000002,000002,500003,250004,00000

3,17912

1,49631

3,05147

Anderson-Darling Normality Test

95% Confidence Interval for Mu

95% Confidence Interval for Sigma

95% Confidence Interval for Median

Descriptive Statistics

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437

Gráfico VI.3: Pregunta I.3.

1 2 3 4

95% Confidence Interval for Mu

1 2 3

95% Confidence Interval for Median

Variable: I.3

A-Squared:P-Value:

MeanStDevVarianceSkewnessKurtosisN

Minimum1st QuartileMedian3rd QuartileMaximum

1,30463

0,96278

1,00000

1,7810,000

2,071431,328061,76374

0,539518-1,70575

14

1,000001,000001,000003,250004,00000

2,83823

2,13956

3,05147

Anderson-Darling Normality Test

95% Confidence Interval for Mu

95% Confidence Interval for Sigma

95% Confidence Interval for Median

Descriptive Statistics

Gráfico VI.4: Pregunta I.4.

1 2 3 4

95% Confidence Interval for Mu

1 2 3

95% Confidence Interval for Median

Variable: I.4

A-Squared:P-Value:

MeanStDevVarianceSkewnessKurtosisN

Minimum1st QuartileMedian3rd QuartileMaximum

1,17894

0,76186

1,00000

1,5710,000

1,785711,050901,10440

0,956297-4,7E-01

14

1,000001,000001,000003,000004,00000

2,39249

1,69305

3,00000

Anderson-Darling Normality Test

95% Confidence Interval for Mu

95% Confidence Interval for Sigma

95% Confidence Interval for Median

Descriptive Statistics

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438

Gráfico VI.5: Pregunta I.5.

1 2 3 4 5 6

95% Confidence Interval for Mu

1,4 1,9 2,4 2,9

95% Confidence Interval for Median

Variable: I.5

A-Squared:P-Value:

MeanStDevVarianceSkewnessKurtosisN

Minimum1st QuartileMedian3rd QuartileMaximum

1,46887

0,84625

2,00000

3,2360,000

2,142861,167321,362643,0674110,9726

14

1,000002,000002,000002,000006,00000

2,81685

1,88060

2,00000

Anderson-Darling Normality Test

95% Confidence Interval for Mu

95% Confidence Interval for Sigma

95% Confidence Interval for Median

Descriptive Statistics

Gráfico VI.6: Pregunta I.6.

2 3 4 5 6

95% Confidence Interval for Mu

2,0 2,5 3,0 3,5

95% Confidence Interval for Median

Variable: I.6

A-Squared:P-Value:

MeanStDevVarianceSkewnessKurtosisN

Minimum1st QuartileMedian3rd QuartileMaximum

2,09960

0,86147

2,00000

1,5800,000

2,785711,188311,412091,761643,16460

14

2,000002,000002,000003,250006,00000

3,47183

1,91442

3,05147

Anderson-Darling Normality Test

95% Confidence Interval for Mu

95% Confidence Interval for Sigma

95% Confidence Interval for Median

Descriptive Statistics

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439

Gráfico VI.7: Pregunta I.7.

1 2 3 4

95% Confidence Interval for Mu

1,0 1,5 2,0 2,5

95% Confidence Interval for Median

Variable: I.7

A-Squared:P-Value:

MeanStDevVarianceSkewnessKurtosisN

Minimum1st QuartileMedian3rd QuartileMaximum

1,26411

0,74460

1,00000

1,4610,001

1,857141,027111,054951,318431,15258

14

1,000001,000002,000002,000004,00000

2,45018

1,65471

2,00000

Anderson-Darling Normality Test

95% Confidence Interval for Mu

95% Confidence Interval for Sigma

95% Confidence Interval for Median

Descriptive Statistics

Gráfico VI.8: Pregunta I.8.

1 2 3

95% Confidence Interval for Mu

1,65 1,75 1,85 1,95 2,05 2,15 2,25 2,35

95% Confidence Interval for Median

Variable: I.8

A-Squared:P-Value:

MeanStDevVarianceSkewnessKurtosisN

Minimum1st QuartileMedian3rd QuartileMaximum

1,67973

0,40213

2,00000

2,0370,000

2,000000,55470

0,3076921,59E-151,32955

14

1,000002,000002,000002,000003,00000

2,32027

0,89365

2,00000

Anderson-Darling Normality Test

95% Confidence Interval for Mu

95% Confidence Interval for Sigma

95% Confidence Interval for Median

Descriptive Statistics

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440

Gráfico VI.9: Pregunta I.9.

1 2 3 4

95% Confidence Interval for Mu

1,0 1,5 2,0 2,5

95% Confidence Interval for Median

Variable: I.9

A-Squared:P-Value:

MeanStDevVarianceSkewnessKurtosisN

Minimum1st QuartileMedian3rd QuartileMaximum

1,35278

0,72296

1,00000

1,4530,001

1,928570,99725

0,9945051,246521,17522

14

1,000001,000002,000002,000004,00000

2,50437

1,60661

2,00000

Anderson-Darling Normality Test

95% Confidence Interval for Mu

95% Confidence Interval for Sigma

95% Confidence Interval for Median

Descriptive Statistics

Descriptive Statistics: I.1. I.2. I.3. I.4. I.5. I.6. I.7. I.8. I.9

Variable N Mean Median TrMean StDev SE Mean

I.1 14 1,571 1,000 1,417 0,938 0,251

I.2 14 2,643 2,500 2,667 0,929 0,248

I.3 14 2,071 1,000 2,000 1,328 0,355

I.4 14 1,786 1,000 1,667 1,051 0,281

I.5 14 2,143 2,000 1,917 1,167 0,312

I.6 14 2,786 2,000 2,583 1,188 0,318

I.7 14 1,857 2,000 1,750 1,027 0,275

I.8 14 2,000 2,000 2,000 0,555 0,148

I.9 14 1,929 2,000 1,833 0,997 0,267

Variable Minimum Maximum Q1 Q3

I.1 1,000 4,000 1,000 2,000

I.2 1,000 4,000 2,000 3,250

I.3 1,000 4,000 1,000 3,250

I.4 1,000 4,000 1,000 3,000

I.5 1,000 6,000 2,000 2,000

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441

I.6 2,000 6,000 2,000 3,250

I.7 1,000 4,000 1,000 2,000

I.8 1,000 3,000 2,000 2,000

I.9 1,000 4,000 1,000 2,000