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Índice
1. Domingo de Ramos
“Entrada al reinado del amor”: Seminarista Martin Mendoza
2. Lunes santo
Reflexión del día: Seminarista Jesús Medina
3. Martes santo
Reflexión del día: Seminarista Eduardo Monsiváis
4. Miércoles santo
5. Jueves Santo
5.1 Pbro. Lic. José Salvador Rojas Sáenz
5.2 "Jesús en la cárcel, acompañémoslo": Seminarista Ángel Montoya
6. Viernes santo
6.1 La Pasión del Señor: Seminarista Antonio Velázquez
6.2 "¿Por qué en una Cruz?": Seminarista Alberto Freyre
6.3 María en el silencio, es Madre de Dios y Madre de la Misericordia":
Seminarista Fidel Pérez
7. Sábado santo
"Preparación a la gran noche": Seminarista Ángel Ventura
8. Vigilia Pascual
“¡Qué noche tan hermosa!”
9. Domingo de Pascua
"¡El Señor vive y Está entre nosotros!": Seminarista Luis Donaldo González
1. Domingo de Ramos
“¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las
alturas!” (Lc 19, 38)
Este es el grito de júbilo que exclama el pueblo de Israel al proclamar a
Jesús como Rey mientras lo alaban con ramos. Grito que en unos cuantos días se
convertirá en una condena: “¡Crucifíquenlo!, ¡crucifíquenlo!”. Sin embargo es
precisamente desde la cruz en donde Cristo ejerce plenamente su reinado y nos
invita a seguir su ejemplo.
Es interesante reflexionar en la manera de reinar que Jesús nos presenta: un
reinado distinto al cual estamos acostumbrados. Un reinado de amor y servicio tan
profundo que llega al extremo de dar la vida por su pueblo. “los reyes dominan…
pero ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario. Que el mayor entre ustedes
actúe como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor.” (Lc
22, 25-26)
Bien dicen que los más difícil para alguien es predicar con el ejemplo y
precisamente esto es lo que hace Jesús: no sólo nos habla y nos dice como es
que deberíamos ser o como deberíamos actuar, Él mismo nos pone el ejemplo
abajándose como uno de nosotros, es decir, aun con su condición divina se hace
hombre. Él cambia los diamantes de su corona por espinas, cambiando su trono
por una cruz, sirve en lugar de ser servido, se humilla en lugar de buscar
reconocimiento, aceptando y buscando siempre cumplir con la voluntad del Padre
hasta la muerte.
He aquí la verdadera muestra de Señorío, ante el cual no nos queda más
que doblar las rodillas y exaltar el nombre de Jesús.
Por el bautismo somos otro Cristo, y por ende nos participa de su ser Rey.
En el seguir su ejemplo de servicio, entrega y obediencia al Padre es en donde el
hombre se va realizando y alcanzando su plenitud. Ahora bien, creo que es
preciso reflexionar en este tiempo sonto ¿Cuál es nuestra reacción ante esta
muestra tan sublime de amor que se dona y se sacrifica? ¿Cuál es nuestra
respuesta ante el llamado que Cristo nos hace el día a día a seguirlo y reinar a su
imagen? ¿Es una respuesta que se mantiene firme y lo da todo hasta el fin?
Pidamos a Dios Padre que nos envíe su Espíritu Santo, para que en este
tiempo santo seamos fortalecidos y crezcamos en el amor y el servicio a los
demás, y nos conceda el don de seguir a Jesús hasta el final ejerciendo nuestro
ser Rey a imagen suya a tal grado de ser capaces de dar la mayor muestra de
amor, entregar la vida.
Por: Seminarista Martín Mendoza Alonso
Web: http://goo.gl/inJNH2
2. Lunes Santo
Del Lunes Santo, segundo día de la Semana Santa, hasta el Miércoles
Santo la Iglesia invita a todos fieles a disponerse para la celebración del Triduo
Pascual, es decir, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. En este día, lo hace
particularmente meditando la unción en Betania.
En efecto, el evangelista san Juan (12, 1-11) sitúa tal acontecimiento seis
días antes de la Pascua, vínculo que parece quiere dejar en claro (11, 55) pues
inclusive lo ubica en la estructura de su evangelio al final del ministerio público de
Cristo.
Jesús, pues, se encuentra a la mesa en una casa con Lázaro, al que había
resucitado (11, 1-43), y donde Marta sirve. Allí, acontece la unción de los pies de
Jesús por María, hermana de los anteriores: tomó entonces una libra de perfume
de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó
con su cabellera. Episodio seguido: Judas Iscariote, en un falso acto de interés por
los pobres, crítica la acción de María alegando la venta del perfume para
favorecerlos. Jesús, reconociendo el gesto de la hermana de Marta, le responde:
Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los
tendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán.
No cabe duda que el centro del relato es la unción por María. Puede
suponerse que tal gesto hace alusión a la unción que debía efectuarse, según la
tradición judía, en la muerte del Salvador. Y es que, precisamente es Jesús quien
vincula la acción de María, y a ella misma, al misterio pascual. Cristo, en efecto,
reconoce que el gesto de la hermana de Marta es, ante todo, un gesto de amor.
Es un amor que nace de la gratuidad, de lo profundo del corazón, resultado de una
experiencia que colma el interior y lo hace capaz de manifestarse al exterior
“quebrando el frasco” (Mt. 14, 3) de su vida y generosidad.
Jesús, nuestro Salvador y Redentor, ha llevado al grado máximo la ofrenda
de su vida por amor: la Cruz. No hay otra opción, y menos una de tipo egoísta y
oportunista como la que propone Judas, que el amor al extremo para los que se
saben amados por Cristo. Él ha dado la prueba más grande de su amor por
nosotros: la donación de su vida.
Intentemos, hermanos, corresponder a ese don total de amor crucificado en
una cruz con el compromiso de acompañarlo en su Pasión, Muerte y
Resurrección; de anunciarlo, de testimoniarlo públicamente en especial en esta
Semana Santa; busquemos, a ejemplo de María de Betania, ungir con amor los
pies del Señor en cada hermano necesitado de pan, de agua, de vestido, de casa,
de atención y cuidados, pero sobretodo de amor. Que el mundo entero, por el
agradable aroma de las obras al amor misericordioso, se llene de la fragancia de
Cristo, muerto y resucitado.
Por: Seminarista Jesús A. Medina
Web: http://goo.gl/ZininY
3. Martes Santo
“Yo les aseguro que uno de ustedes me va a
entregar.” Jn 13, 21
Haciendo realidad el Evangelio que corresponde al día de hoy, sería real el
poder comprender que nosotros podemos ser uno de esos que están a la mesa, y
sería bueno preguntarnos ¿seré yo el que lo traicione? Podemos incluso y tomar
la postura de alguno de los Apóstoles, y decir yo no puedo ser, por qué el que lo
realizó es Judas, pero que tal si soy ese Judas y sin darme cuenta voy y lo
entrego.
Es posible que suceda eso cuando, teniendo conciencia de lo que está bien y
mal dentro de nuestro entorno, optamos por realizar el mal. Allí es cuando
tomamos este papel, y aún siendo personas justas y decir yo soy como Pedro que
seguirá al Señor a donde vaya, recordemos que el mismo Jesús le dijo; “Yo te
aseguro que no cantará el gallo, antes de que me hayas negado tres veces” Mc
14, 30.
No basta haber estado con Jesús para llamarse discípulo y amigo suyo. Es
necesario vivir en la fidelidad a Él. Hasta los más íntimos pueden convertirse en
traidores, cuando no han sabido vivir y caminar en el amor verdadero a Jesucristo.
El Señor nos quiere libres de toda maldad; puros y santos como Él es Santo.
Pero si nosotros nos convertimos en egoístas, que sólo buscan sus propios
intereses, estamos abriendo las puertas de nuestra vida al maligno, y en lugar de
hacer el bien haremos el mal a los demás y nos convertiremos para ellos en
ocasión de escándalo y de alejamiento del Señor. Caminemos tras las huellas de
Cristo.
El amor al Maestro y el poder del Espíritu que habita en nosotros, son los
únicos elementos que nos hacen ser verdaderamente fieles. Busquemos en estos
días, crecer más en el amor, para que nuestro espíritu se fortalezca y podamos
experimentar una Pascua maravillosa.
Recordemos lo que nos dice el Profeta Isaías en la primera lectura: todos
estamos llamados a la santidad; y todos también estamos llamados a convertirnos
en luz de las naciones para que la salvación llegue hasta los últimos rincones de la
tierra.
Por: Seminarista Eduardo Monsiváis Escobar
En Web: http://goo.gl/RRt3D0
5. Jueves Santo
5.1 “Disponernos al paso del Señor, a nuestra propia pascua.”
Un poco de historia.
El jueves santo es al principio el fin de la Cuaresma, día de la reconciliación
de los penitentes y de los ritos bautismales preparatorios. Ya en la antigua liturgia
romana que presidia el Papa, tenemos los testimonios de tres celebraciones en
este día: La Misa de Reconciliación de los penitentes, Misa para la consagración
del crisma y la bendición de los oleos, Misa memorial de la institución de la
Eucaristía.
El rito del lavatorio de los pies se hacía a principio fuera de la Misa, como
antiguamente y en el rito ambrosiano todavía hoy se hace, donde resalta el
antiquísimo himno Ubi charitas et amor, presumiblemente de Paulino de Aquileya.
Posteriormente, se inserta en el conjunto ritual de nuestra celebración actual.
La Iglesia que se prepara para celebrar los misterios sagrados.
Quienes nos reunimos en asamblea litúrgica en torno a nuestro Obispo y su
presbiterio en la Catedral el Jueves Santo por la mañana (en nuestra Diócesis, por
cuestiones de distancias y tiempos se realiza el Miércoles Santo al mediodía),
hacemos visible la Universalidad de la Iglesia que se dispone a la celebración de
los santos misterios por medio de la confección de los Oleos sagrados para la
Iniciación Cristiana y los sacramentos de la Unción de los enfermos y del Orden
sagrado. Junto al Obispo, sus sacerdotes renuevan la propia Ordenación, quienes
también están dispuestos, con la Iglesia entera, a entrar en el misterio santo de la
Pascua del Señor
La centralidad de este día, que es la apertura o preámbulo del Sacro Triduo
Pascual celebrada por la Iglesia, dentro del dinamismo de la única Pascua del
Señor, con una atención hacia los momentos con que Jesús celebró su Pascua y
una coherente celebración de esos momentos en la liturgia de la Iglesia,
precisamente cuando en el corazón del año litúrgico, el Triduo Pascual, se
conmemoran y se hacen presentes en el memorial litúrgico, los máximos misterios
de nuestra redención.
Carácter pascual de este día.
Es indudable descubrir el carácter pascual unitario de los tres momentos del
Triduo sagrado y vale resaltar algunos elementos de este día en particular:
a. Es típicamente pascual, es la entrada para nuestro “paso”, pues a través de
su Liturgia de la Palabra (Ex 12,1-8.11-14) nos habla de la Pascua de la
inmolación del Cordero, la que hizo en Egipto y la que el Pueblo tendrá que
celebrar como memorial, fiesta en honor del Señor, de generación en
generación. Con ese mismo tenor, el texto paulino de 1Co 11,23-26 sobre
la institución de la Eucaristía, nos recuerda el misterio de la Cena del
Señor, la nueva Pascua, cuyo memorial se tendrá que celebrar hasta que el
Señor vuelva en la gloria. La Cena de Jesús mira a la Cruz. La Cena
pascual de la Iglesia ve ya la Cruz a la luz de la Resurrección. Los tres
momentos son indisolubles. Y el evangelio de Juan 13,1-15 tiene también
su labor pascual, sobre todo en las primeras palabras con que se abre el
capítulo acerca de la Cena: “antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús
que había llegado la Hora de pasar de este mundo al Padre…” A través de
la pasión, Cristo pasa de la muerte a la vida y nos abre el camino a cuantos
creemos en su resurrección para que pasemos también nosotros de la
muerte a la vida
b. Con este solemne anuncio comienza la Iglesia a celebrar la verdadera
pascua –pasión, muerte y resurrección del Señor-, pues Jesús celebra su
cena con esta dimensión pascual y así también la actualiza la Iglesia en la
misa vespertina de la Cena del Señor. Por ello, la Eucaristía de este día
adquiere la personalidad de un “Hoy” que actualiza las palabras de la
narración de la Institución, hace de esta celebración el memorial de la
pasión salvadora.
La presente solemnidad tiene el poder de recordar a nuestra mente con una
mayor claridad, excita con más fervor y nos alegra con más intensidad, ya que al
celebrarla a distancia de un año nos pone ante la mirada la memoria de lo que nos
aconteció.
Por tanto, dar el paso es la invitación de nuestra Liturgia. Pasar de la muerte
a la vida, de la individualidad a la comunidad, de un mirar la realidad de una
manera egoísta a un mirar misericordioso. Es disponernos a nuestra propia
pascua, dejar que pase el Señor por nuestras vidas, no dejándonos igual, sino
más transformados en él.
Por: Pbro. Lic. José Salvador Rojas Sáenz
Web: http://goo.gl/t6WKlr
5. 2 “Jesús en la cárcel, acompañémoslo”
“Porque estuve preso y me visitaste” Mt 25,36
Hemos entrado ya en el Triduo de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, es
por ello que al terminar la solemne celebración en la que recordamos la institución
de la Eucaristía, el Sacerdocio ministerial y el mandamiento del amor, según los
relatos evangélicos, nuestro Señor Jesucristo fue aprehendido en el huerto de los
olivos y fue apresado. Es por esto, que en esta noche, que nos introduce al día de
recogimiento que se avecina, la Iglesia invita a sus hijos a acompañar y hacer
oración ante la presencia del Santísimo Sacramento, colocado en un monumento.
El fin de este acto de piedad es acompañar a nuestro salvador en el proceso de su
entrega, mismo que lo llevará a dar la prueba más grande de amor por la
humanidad: la cruz. ¡Esta noche en que el Señor, hace casi 2000 años estuvo solo
y abandonado, lo acompañamos en su dolor! Tal cual lo hicieron Pedro, Santiago
y Juan en el huerto de los olivos por invitación de Cristo. Nosotros también somos
invitados a valar junto con Él, como su Iglesia, que es esposa, lo acompaña:
“Velen y Oren para no caer en tentación” (Mt 26, 41). El Señor nos anima a
perseverar en su seguimiento, para que no seamos cobardes en el momento de la
tribulación, sino más bien que lo acompañemos en los momentos difíciles y demos
testimonio de Él, para que el mundo crea.
Hoy el Señor nos pide que lo acompañemos, pero no solamente en el templo, sino
también que lo acompañemos en cada uno de nuestros hermanos que sufren en
el mundo, por el hambre, por la marginación, por la pobreza. Y aún de forma muy
especial en los que están presos. En ellos encontramos a aquel mismo Cristo,
sufriente, que fue apresado y maltratado. Jesús nos regala la compasión, y lo hace
para que la podamos compartir con los demás. Tal cual dice el lema de este año
jubilar: Misericordiosos como el Padre, que no abandonó a su Hijo en el momento
de la tribulación, más bien le envió a su ángel para que lo confortara.
Hermano, en esta noche seamos como ese ángel, que confortó y animó al Señor
Jesús en su dolor. Pero nosotros seámoslo con todos los que sufren, y si por
algún motivo no podemos salir a su encuentro traigámoslos a nuestra mente, en
nuestra oración ante el Santísimo.
¡Qué el Señor en esta noche nos conceda ser instrumentos de la misericordia para
el mundo de hoy!
Por: Seminarista Ángel Adolfo Rivera Montoya
Web: http://goo.gl/Myb0X9
6. Viernes Santo
“Todo está cumplido” (Jn 19, 30)
Muy queridas hermanas y hermanos todos por la misericordia de Cristo en la
cruz. En este día santo, recordamos con gran amor y esperanza en la
resurrección, la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Jesús mismo que
siendo Dios y hombre en obediencia al Padre se entrega por nosotros aceptando
una muerte de Cruz (cfr. Flp 2, 8c), nunca siéndole arrebatada la vida sino en
entrega total como gran hermano nuestro.
Degustamos en este evangelio como Jesús en su humildad de reconocerse
tal cual es, y con el gran amor y valentía que le caracteriza, no se esconde sino al
contrario, con esa convicción y confianza en el Padre, revela su identidad como
Hijo de Dios diciendo, “Yo Soy” (Jn 18, 6). Dándonos esa lección de mirar hacia
nuestra dignidad como hijos también de un mismo Padre, ese Padre que tiene
para cada uno de nosotros al igual que para Jesús, una misión especialísima que
debemos de acatar y sobre todo optar correspondiendo al amor que nos ha tenido
al darnos a su Hijo, en el que se complace (cfr. Mt 3, 17).
Sin embargo, aun conociendo al menos una parte o un poco de nuestro
llamado, ¿Cuántas veces hemos sido Pedro? O mejor aún, ¿Desde cuándo se
cumplieron en nosotros las tres negaciones hacia Jesús, el Señor? El Mesías
conocía que Pedro lo iba a negar, no obstante, lo elige para ser de los doce,
posteriormente como el primer pontífice de nuestra Iglesia fundada por Cristo
como cabeza, es la misericordia quien lo lleva hasta ese lugar tan privilegiado de
servir a los hermanos, no hay otra explicación y sigue siendo la misma
misericordia quien te elige a ti y a mí para llevar la buena nueva del reino a los que
no la conocen.
“Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (cfr. Jon 18, 17) dice el Señor
después de sincerarse diciendo que era el rey, siendo que su reino no es de este
mundo (cfr. Jn 18, 36). Naturalmente ni Pilato ni nosotros hemos podido entender
no sólo el gran misterio que equipara la palabra ‘reino’ sino el significado de este
término, pues no es equivalente a los que conocemos llenos de algarabía, el
reinado de Jesús consiste en amor, paz, justicia y verdad; un rey que viene a
servir y no a ser servido.
Hermanas y hermanos, no echemos a suertes, a ver a quien le toca la túnica
de Jesucristo (cfr. Jn 19, 24), veamos la misericordia del Padre para con nosotros
en la persona de Jesús y no nos quedemos con nuestras manos vacías,
llevémonos como Juan, el discípulo a quien amaba (cfr. Jn 19, 26) a nuestra
Madre María, pues ya el crucificado nos la ha dado. Hagámosla nuestro brazo y
soporte en toda tribulación, acompañémosla e imitémosla en ese modelo de
fidelidad perfecta a nuestro buen Padre Dios, no sólo de palabra sino de acto
como ella lo ha hecho y continúa haciéndolo.
Por: Seminarista Antonio Carlos Velázquez Cavazos
Web: http://goo.gl/RjnL39
6.2 “¿Por qué en la Cruz?”
Nos acercamos a celebrar la Pascua del Señor. Dice Jesús: “Con ansia he
deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer” (Lc. 22, 15). Y aquí
se nos presentan dos regalos que han sido el pilar de nuestra fe:
uno es la Eucaristía que nos deja su cuerpo y su sangre como memorial de
su pasión, muerte y resurrección, el segundo regalo es la Cruz y en síntesis nos
enseña: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que,
como yo os he amado” (Juan 13, 34)
El Señor conoce a los suyos, como el pastor conoce a sus ovejas (Cfr. Juan
10, 14), su conocimiento llega antes de que nos formara en el vientre materno
(Cfr. Jr. 1, 5). Él se pone como ejemplo; dejando su condición divina se hace
esclavo dando su vida en la cruz (Cfr. Fil. 2, 6-8), pagando por nuestros pecados.
No es solo recibir regalos, si no, también corresponder a esto que el señor
nos regala, para así compartir con nuestro prójimo lo que nos ha sido regalado de
parte de Dios, es decir; partir-con el hermano estos regalos que nuestro Padre nos
pone a nuestra disposición.
Jesucristo nos muestra, al lavar los pies de sus discípulos, desde la cena al
estar reunido con sus amigos, con los que le siguieron.
La cruz nos dice mucho y próximamente lo vamos a contemplar en particular
el viernes santo. “dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28), muere en el
instrumento reservado a bandidos, en aquel tiempo, con los brazos abiertos,
clavado, insultado, humillado. Y esto encierra la expresión más grande del amor
que nos tiene el Padre a nosotros sus hijos, es la expresión más grande de
humildad del Hijo para ejemplo de muchos, muriendo en la cruz. Este instrumento
ha sido y es escandalo para muchos, “Él siendo Dios se humillo así mismo
haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de Cruz” (Fil. 2, 8)
La Cruz es el sacrificio de Cristo, único mediador entre Dios y los hombres. Y
Él llama a sus discípulos a tomar la cruz y a seguirle.
“Es la única verdadera escala del paraíso, fuera de la cruz no hay por donde
subir al cielo” (Santa Rosa de Lima). “Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc. 9, 23)
Por: Seminarista Alberto Freyre García
Web: http://goo.gl/SKVBLr
6.3 “María, en el silencio es Madre de Dios y Madre de
Misericordia”
María es Madre de Misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por
el Padre como revelación de la Misericordia de Dios (cf. Jn 3, 16-18). Él ha venido
no para condenar sino para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9, 13). Y
la misericordia más grande radica en su estar en medio de nosotros y en la
llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y proclamarlo, junto con Pedro, como
«el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Ningún pecado del hombre puede cancelar
la Misericordia de Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa,
con tal de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer
con mayor fuerza el amor del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a
su Hijo: Su misericordia para nosotros es redención. Esta misericordia alcanza la
plenitud con el don del Espíritu Santo, que genera y exige la vida nueva. Por
numerosos y grandes que sean los obstáculos opuestos por la fragilidad y el
pecado del hombre, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104 [103],
30), posibilita el milagro del cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que
capacita para hacer lo que es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su
voluntad, es en cierto sentido el colofón del don de la misericordia, que libera de la
esclavitud del mal y da la fuerza para no pecar más. Mediante el don de la vida
nueva, Jesús nos hace partícipes de su amor y nos conduce al Padre en el
Espíritu.
Esta es la consoladora certeza de la fe cristiana, a la cual ella debe su
profunda humanidad y su extraordinaria sencillez. A veces, en las discusiones
sobre los nuevos y complejos problemas morales, puede parecer como si la moral
cristiana fuese en sí misma demasiado difícil: ardua para ser comprendida y casi
imposible de practicarse. Esto es falso, porque -en términos de sencillez
evangélica- ella consiste fundamentalmente en el seguimiento de Jesucristo, en el
abandonarse a Él, en el dejarse transformar por su gracia y ser renovados por su
Misericordia, que se alcanzan en la vida de comunión de su Iglesia.
También María es Madre de Misericordia porque Jesús le confía su
Iglesia y toda la humanidad. A los pies de la Cruz, cuando acepta a Juan como
hijo; cuando, junto con Cristo, pide al Padre el perdón para aquellos que no saben
lo que hacen (cf. Lc 23, 34), María, en perfecta docilidad al Espíritu, experimenta
la riqueza y universalidad del amor de Dios, que le dilata el corazón y le capacita
para abrazar a todo el género humano. De este modo, en el silencio de su
corazón, se nos entrega como Madre de todos y de cada uno de nosotros. Se
convierte en la Madre que nos alcanza la Misericordia Divina.
María es signo luminoso y ejemplo preclaro de vida moral: «la vida de
ella sola es enseñanza para todos», escribe san Ambrosio, afirma: «El primer
deseo ardiente de aprender lo da la nobleza del maestro. Y ¿quién es más noble
que la Madre de Dios o más espléndida que Aquélla que fue elegida por el mismo
Esplendor?». Vive y realiza la propia libertad donándose a Dios y acogiendo en sí
el don de Dios. Hasta el momento del nacimiento, custodia en su seno virginal al
Hijo de Dios hecho hombre, lo nutre, lo hace crecer y lo acompaña en aquel gesto
supremo de libertad que es el sacrificio total de la propia vida. Con el don de sí
misma, María entra plenamente en el designio de Dios, que se entrega al mundo.
Acogiendo y meditando, en el silencio de su corazón, acontecimientos que no
siempre puede comprender (cf. Lc 2, 19), se convierte en el modelo de todos
aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cf. Lc 11, 28).
María, no habiendo conocido el pecado, está en condiciones de
compadecerse de toda debilidad. Comprende al hombre pecador y lo ama con
amor de Madre. Precisamente por esto se pone de parte de la verdad y condivide
el peso de la Iglesia en el recordar constantemente a todos las exigencias
morales. Por el mismo motivo, no acepta que el hombre pecador sea engañado
por quien pretende amarlo justificando su pecado, pues sabe que, de este modo,
se vaciaría de contenido el sacrificio de Cristo, su Hijo. Ninguna absolución,
incluso la ofrecida por complacientes doctrinas filosóficas o teológicas, puede
hacer verdaderamente feliz al hombre: sólo la Cruz y la gloria de Cristo resucitado
pueden dar paz a su conciencia y salvación a su vida. (JUAN PABLO II -
CONCLUSIÓN DE LA CARTA ENCÍCLICA "VERITATIS SPLENDOR" - SOBRE
ALGUNAS CUESTIONES FUNDAMENTALES DE LA ENSEÑANZA MORAL DE
LA IGLESIA - 6 de Agosto de 1993)
Por: Seminarista Fidel Ángel Pérez
Web: http://goo.gl/GNfsWm
7. Sábado Santo
“Preparación para la gran noche”
Cada uno de nosotros hemos sido testigos, al igual que los discípulos y
algunas mujeres de la más grande prueba de amor que Jesús ha tenido por los
hombres, ha entregado su vida en el madero, siendo inocente, aceptó morir por la
salvación de cada uno de nosotros.
En este día toda la Iglesia guarda un santo silencio, al igual que lo hicieron
aquellos discípulos que acompañaron a Jesús, porque estamos meditando el
misterio de amor de Dios para con el hombre, contemplamos la tumba en donde
hemos colocado el cuerpo flagelado del Maestro. Los discípulos se encontraban
consternados por una parte recordando cada una de las enseñanzas del maestro,
cada una de sus vivencias a su lado y por la otra asimilando lo que había
acontecido hasta pocas horas antes; su muerte. Nosotros al igual que ellos,
asimilamos su Palabra, observamos la ausencia física del Señor en el Sagrario,
pero no en un sentido de tristeza devastadora, al contrario, en una esperanza
alegre, porque confiamos en la promesa del Señor, su Resurrección.
En cada uno de los Evangelios se narra la actitud valiente y de esperanza de
algunos discípulos de Jesús, digna de ser imitada por cada uno de nosotros. El
Evangelio de Mateo nos narra: “Al atardecer vino un hombre rico de Arimatea
llamado José, quien también se había hecho discípulo de Jesús y se presentó
ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato ordenó que se lo
entregarán” (Mt.27,57-58). Este discípulo ha puesto toda su confianza en el
Maestro, no tiene miedo y pide el cuerpo de Jesús para darle una sepultura digna,
José nos enseña a todos los cristianos a no sentirnos derrotados ante el Sagrario
vació, nos enseña a ponernos de pie, ponernos a trabajar tanto en nuestra vida
interior y también en la fraternidad con nuestros hermanos sobre todo con aquellos
que se encuentran más desprotegidos, es decir, dispongamos un lugar digno para
el Señor en nuestra vida, para este gran momento que estamos esperando con fe
y alegría.
Este mismo Evangelio nos dice: “María Magdalena y la otra María se
quedaron allí, sentadas delante del sepulcro” (Mt.27, 61). Estas mujeres enseñan
a la Iglesia, mediante esta escena, la actitud orante y reflexiva que debemos tener
ante este misterio. Nuestra sociedad actual vive sumergida en un ritmo de vida
demasiado acelerado que hace que vayamos perdiendo esta capacidad de
contemplación y reflexión; este Sábado Santo, día de oración y silencio tenemos
una oportunidad especial para dialogar con Dios, con nosotros mismos acerca de
nuestra vida, de nuestro ser hijos del Padre Misericordioso. Pero cuidado después
de reflexionar, no podemos quedarnos parados sin hacer nada, a ejemplo de estas
mujeres, tenemos que ponernos en camino muy de madrugada y con un corazón
renovado, para ser los primeros testigos del más Grande Misterio de Dios, su
Gloriosa Resurrección.
Sigamos hermanos en esta actitud de silencio, oración y contemplación
viviendo este Sábado Santo, estamos en el centro de nuestro Triduo Pascual,
sigamos en esta dulce y santa espera de la llegada de la gran noche, en la que se
cumplirán las promesas del Maestro, esperamos su Resurrección y nuestra
Salvación.
Por: Seminarista Ángel Alberto Ventura Villegas
Web: http://goo.gl/4DARZ0
8. Vigilia Pascual
¡Qué noche tan hermosa!
Esta es la noche en que la luz, que da la vida, aniquila la oscuridad densa
de la muerte. Donde el pecado es arrancado del hombre para dar paso a la gracia.
Es la noche en que el hombre vuelve a ser amigo de Dios por medio de Jesús.
¡Esta noche santa es la que da sentido a nuestra fe! (Cfr. I Co 15, 17) ¡Por
esta noche tan gloriosa el Evangelio es anunciado a toda la Tierra!
¡Alabado sea Jesucristo! que nos une al Padre, haciéndonos sus hermanos
y parte de su Cuerpo: su Iglesia.
No podemos dejar de cantar y danzar gozosos de ser Salvados por el
sacrificio de este Cordero, tan bello y tan tierno. El único que puede pagar y saldar
la deuda por los pecados de toda la humanidad, la de antes y la de hoy.
Mis hermanos, por esta noche de gloria nuestra fe cobra sentido y es plena.
Es la fe que no termina: la Resurrección de Jesús es la garantía de nuestro paso a
la vida eterna. Él es el fuego que nos purifica de todo pecado. Él es la luz que
puesta al centro, renueva todo lo que ilumina. ¡Él es quien por medio del agua nos
hace renacer a la vida nueva!
¡Perdón, Señor, por pecar y ofenderte, pero gracias por concedernos a este
Hijo que por amor nos salva! ¡Qué bueno fue que Adán pecara para que nos
regalaras a este salvador! (Cfr. Pregón Pascual)
Hermanos y hermanas, en esta noche santa, contemplemos con gozo y
profundo asombro que Jesucristo ha resucitado y se ha quedado con nosotros.
Veamos este gran acontecimiento y salgamos a vivir la vida nueva… Porque el
que conoce a Cristo, no puede seguir igual que antes. ¡No huyamos a la
resurrección de Jesús! ¡No perdamos la alegría de vivir como hombres salvados
por Jesucristo! ¡Comparte esta alegría!
Por: Seminarista Luis Donaldo González P.
Web: http://goo.gl/SYOwwO
9. Domingo de Pascua
“La alegría se nos ha dado en plenitud.”
Estimados hermanos y hermanas, el día de hoy no podemos hablar de otra
cosa más que de alegría. Se nos ha regalado el perdón de los pecados (Cfr. Hch
10, 43), el Señor vivo y en persona se ha quedado con nosotros en la Eucaristía
(Cfr. Mt 26, 26-28): ¡Somos salvados por el infinito sacrificio de su Cuerpo y de su
Sangre! (Cfr. Ap. 5, 9)
La garantía de esto es la resurrección de Jesús, el Dios hecho hombre, que
sólo por su ilimitada misericordia (Cfr.Misericordiae Vultus 22) se entregó por
nosotros, no en masa, sino de forma personal (Cfr. Gál 2, 20). Por esto, ¿cómo no
estar desbordantes de gozo? Las puertas de los cielos se han abierto de nuevo
por mediación de Jesús… ¡Por Cristo nuestra amistad con Dios se ha vuelto a
establecer! (Cfr. 1 Tim 2, 5)
Somos testigos de este gran acontecimiento: la Resurrección del Hijo de
Dios. ¡Salgamos a predicar que Cristo murió y resucitó para darnos vida! Nos toca
anunciar a los que nos rodean lo que hemos visto y oído (Cfr. Mc 11, 4).
No olvidemos que, el Dios hecho Hombre, que extendió sus brazos en la
Cruz, ha resucitado para abrazarnos y no dejarnos perder en el pecado. Y aun
cuando a veces desviemos el rumbo, con la su Luz, que ilumina y aniquila las
tinieblas (Cfr. Jn 8, 12), nos alumbra el sendero, nos carga sobre sus hombros y
nos perdona, una y otra, y otra vez (Cfr.Evangelii Gaudium 3).
Mis hermanos, la cuaresma ya terminó. ¡Salgamos a proclamar y a
convencer a los demás de la misericordia de Dios que nos ha tocado! No nos
cansemos nunca de decir que hemos pecado, pero que, por la resurrección de
Cristo, la deuda de nuestros pecados ha sido saldada (Cfr. 1 Jn 2,2). Que no te
quepa la menor duda de que la gracia que Jesús nos regala, es más grande que
cualquier pecado (Cfr. Rm 5, 20; Misericordiae Vultus 3). ¡Sólo si nosotros así lo
queremos! (Tb 13, 6)
No dudes en entregarle a Jesús tu corazón, para que lo sane y lo renueve.
No hay porque huir del amor de la Resurrección. Todo en el Señor Jesús es amor.
Es misericordia que, derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, nos
hace tener y dar vida a los demás.
No perdamos la esperanza, Cristo no está muerto. ¡Él vive!
Por: Seminarista Luis Donaldo González Pacheco
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