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1 CROSS, Elsa. Jaguar. México: Ediciones Toledo, 1991. J A G U A R ELSA CROSS

J A G U A R...cabellos de la virgen, el cordel de arcoiris. Pintó su sangre volutas bajo el agua. A nadie le dijeron del niño muerto y las parvadas y las parvadas. 14 EL CENOTE DE

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CROSS, Elsa. Jaguar. México: Ediciones Toledo, 1991.

J A G U A R

ELSA CROSS

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A mis padres, María Concepción y Luis Manuel

Dioses dispersos entre las altas yerbas, restos divinos de un festín humano...

José Carlos Becerra

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JAGUAR

J A G U A R

I Niño jaguar. Serpiente. Fauces abiertas, ojo que se agranda. Tu pupila devora el cielo: noche llena de ojos. El río lleva caracoles que en la roca se prenden --turquesas bajo el agua--, la arena sella sus secretos. Entre la piedra, arañas; abejas hacinadas sobre las floraciones en el limo. Noche adonde bajan a beber los tigres silenciosos como crecidas súbitas. Niño jaguar, en tus ojos se entrecierra la noche. Te duermes cuando el sol dispara sus flechas entre las copas de los hules y enciende el pelaje de los monos.

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II Penacho, fuego abriendo su línea desde los pastizales. El viejo tira sus dientes de jaguar como semillas en la tierra sin dueño. Tejón, río de piedras claras. Viejo con haces de ramas sobre el hombro, con su bastón de fuego, con su hato de años. Allá se mira en la loma oteando hacia el norte con su bastón de mando. Masculla conjuros, silbidos de lagartija. Señores con ofrendas a la lluvia toman forma en las nubes. Tormenta, fragor sobre los árboles. Ningún pájaro grita. Los monos se tapan la cara con las manos. III Hombre jaguar, muchacho, boca esculpida. Me acechas en el día, me alcanzas. Tus dientes parejitos. Tus manos-- desatan mi vestido.

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Ojos de jaguar, lumbre amarilla. En todos lados apareces. Sales bajo tierra. Hurtas de los Señores de la Noche las garras, los colmillos. Eres sol en lo oscuro. Eres guerrero, tú peleas. Manchada de estrellas queda tu piel, tus brazos, color cinabrio. Por la noche me llevas. Vamos siguiendo huellas no sabemos ni a dónde. Corres como sereque, oyes como venado, hueles el aire, narices de jaguar. Frente amarilla. Soy la oscuridad donde apareces.

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ESTELA MAYA Llena de insectos, carcomida, la piedra arenisca vuelve al sedimento de moluscos por sus poros abiertos. Y yo vuelvo al sitio de los deseos. Manchada por la lluvia va desprendiendo en capas historias vivas: multitud de hojas diminutas a cuyo amparo la frente se ensombrece. Piedra coronada de musgo. Y al labio del guerrero se prende como una llaga la floración rojiza.

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U X M A L

para John Oliver Simon

I Un conjuro detiene las palabras en el umbral del pensamiento. Oculta lo que no tiene nombre todavía. Incubada en el aire, cerradas sus puertas invisibles, Uxmal, acaece en el tiempo y en una noche se edifica. Abren de sí su voluntad las piedras, la luna juega en los muros. Los contornos se afianzan, brillan las gradas. II Designios sobrepasaron el hacer de los hombres. En contra de sí mismos dieron cimiento a lo que no querían. Ciegos de tanto sol reflejado en sus piedras pulidas, miraban sin mirar. El dios tomó forma de mendigo y lo echaron de sus ciudades como a un perro. El viento sopla en cada dirección, como una ocarina, como un mirlo triste. Cruza el arco donde el dios dejó la huella roja de sus manos antes de desertar los templos.

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III Un ala de mariposa se llevan las hormigas. La tarde se hunde en sus flores. Como presas en una tolvanera, nubes de mariposas se alzan para caer, se persiguen, brotan de cada matorral. El viento está amarillo de su vuelo. En los templos derruidos anidan golondrinas. Su vuelo enlaza instantes cada vez más ligeros. Y se juntan las mariposas sobre el barro con las alas plegadas, ajenas al circular de los hombres entre las piedras muertas.

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PALENQUE

Para Olivia y Andrés González Pagés

Altas en la sombra, claras en la espesura--

presencias. Siguieron las huellas de un camino larguísimo (princesa amarilla entre los corredores). Las piedras que el tiempo detiene como frutillas ácidas en los dientes salen de su silencio. Begonias destrozan las escalinatas. Arboles se alzan sobre las cresterías de encaje. Ningún templo basta para el dios, ninguno lo contiene. Vuelto aire, vuelto piedra, pulsa fibras extrañas en el pecho.

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BACALAR

para Patricia y Alberto Blanco

La laguna emerge de la noche. Lugar donde se borra el suelo de la memoria, donde se cortan las raíces-- y la flor exhala su perfume más puro antes de marchitarse. Lugar donde abundan los carrizos. La flor de agua se abre en los esteros cuando la toca el sol. Los peces cavan galerías o revuelven el fondo agitando crías pequeñísimas. Moscos duermen sobre la superficie. La bruma se levanta sobre el agua. La tierra se resquebraja como un comal de barro. Abajo los caminos de los hombres: pasajes de hormigas. Las nubes lo cubren todo como el sueño. Pierdo sustancia, transcurro sin forma entre cerros dormidos. Como una inmensa ojera se abre la laguna, y el ojo de agua sepultado se sueña nube entre las mantarrayas.

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RÍO GRIJALVA Plumas de garza extendidas en el pecho del monte. La sombra de las nubes discurre por los muros del cañón. El eco del precipicio me devuelve la voz. Y si en el fondo, a la orilla del río se murmura, los secretos se deslizan como peces.

Brillan sobre la roca dedos de zinc. La gota de agua deja una estela vegetal en el flanco desnudo, la hiedra, hermana amante se abraza del arbusto. Cuánto rumor, cuánto amor a la sombra de un solo hilo de agua.

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EL LABERINTO DE OX’KIN TOC para Roger Metri

Vienen las llamas mordisqueando la orilla del camino. La tarde se alza a bocanadas, canta en la maleza las bodas de la tierra y el fuego

--que le marca en el costado sus dedos negros.

Las avispas sortean rutas discordantes, se resguardan en el hueco

donde anida un faisán, o entran a la humedad del laberinto. Dentro del Perdedero, el sol cruza los rectos tragaluces, da en la piedra escondida. Erizadas de espanto entran y salen las avispas, sueñan aguanieve cuando vienen las llamas acercándose. El sol alumbra el suelo emparejado, resbala por el musgo, trastabillea en los pies hasta alcanzar las urnas ya vacías. Crecen en el silencio los zumbidos, y afuera las llamas crepitando.

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TRUENO VIEJO

(Tajín) Un manto verdinegro

en las piedras vencidas. Se hacinan brillos sueltos sobre las plataformas disparejas. Ha lavado la lluvia los altares. Ha lavado el añil del talud y el colmillo del dios

en el relieve.

Las parvadas de tordos perforan el silencio. Se ha lavado la sangre del niño muerto. Ni un solo pensamiento

entre el latido y el escalpelo. Viene fugaz y pasa como un resabio o una nube cargada

sin sol ni rumbo. Entrecruzando el aire

--ojo de guacamaya— queda por dondequiera como rama de palma desgajada.

Nadie dijo nada del niño muerto. Sólo flores deshechas al pie del trueno viejo, del trueno viejo. Si hubiera sido, tal vez iría jalando su cadena de ráfagas, cabellos de la virgen,

el cordel de arcoiris. Pintó su sangre volutas bajo el agua. A nadie le dijeron del niño muerto

y las parvadas y las parvadas.

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EL CENOTE DE ZAC-QUÍ Piel verde en el agua, limo en la roca. Abrazados a los muros del cenote

los árboles descuelgan sus raíces. Resonancia del agua entre la piedra-- su frescura me envuelve. Cientos de golondrinas danzan

en la bóveda abierta; sus gritos llegan hasta el agua rozando apenas –-como sus alas— la superficie. Rompo el manto de verdín hacia la transparencia del cenote sin fondo,

voces que se oyen cada vez más adentro, agua tan azul, grito tan claro en su profundidad. En agosto el dios oyó plegarias de su pueblo asediado,

descubierto en su escondite. Dios del agua y la tormenta, su respuesta fue el rayo— mujeres y niños se hundieron, guerreros mayas y españoles se hundieron en el cenote. El dios tomó en sus brazos por igual

a propios y ajenos. Y vuelven cada agosto el espanto de peces, las aguas rojas, las lajas rotas, la lluvia-- besa a su hermana de las profundidades: agua cada vez más azul,

boca del dios--

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Para ti cantan las voces de los niños ahogados. Para ti gritan los guerreros, por ti pierden por ti vencen, en tu garganta se clavan esas lanzas. Por ti los sueños de las mujeres se siguen deshilando en los telares --malacates de hueso-- y el eco de sus voces llega en oleadeas. El color de tus aguas cambia con sus murmullos. Oh dios, nariz ganchuda, más amigo bajo el agua. Juegas con los niños que devoraste. Sus voces giran como peces, cantan, suben hasta la superficie a suspirar.

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CHENKÁN Un pelícano bosteza en una estaca. Cocotales. Sólo palmeras siguen por kilómetros la línea de la costa, acaso idéntica en el tiempo en que mi padre alcanzó la orilla mientras su avión y un compañero muerto flotaban lejos. Acaso el cielo azul cayendo a plomo. La arena, más blanca bajo el sol. Y el mar, el ruido del mar más fuerte que el pensamiento. Un pescador lo lleva hacia la aldea. Redes inservibles cercan los patios, llenas de bunganvilias. El pescador lo mira, las manos arrugadas tienden un jarro de agua. No dice nada, su memoria se pierde. Y la memoria de mi padre, joven, graba de golpe el instante apenas divisible en muerte y vida.

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E C L I P S E

ECLIPSE

para Masha Zepeda

I Pasan serpientes de nubes como una estela viva al pie de una pirámide. En el aire un abrazo de muerte. El silencio gravita sobre las hojas del estanque. La luz se quiebra a tramos-- cascarón transparente,

crisálida. La sombra cubre las esteras. El perfil de la piedra enmudece, y el hueco en el ojo del dios, vivaz

ojo de águila, se va borrando. La sombra cae sobre las hiedras, toca el verde del musgo en el reborde de los escalones, sobre el tronco de las macas blancas. La tierra resguarda insectos y mariposas niñas. Los senderos se pierden --penumbra de manglar. El silencio se extiende cada vez más delgado. Se apagan los reflejos del estanque como en el sueño se borran las visiones del día.

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II Noche-día, bajo su velo se agolpan sentimientos, su sombra se pega en la piel. Sol comido. Cuando ocurre la unión de Sol y Luna se alza con el aliento la serpiente desde su lecho de tierra hasta el vacío sin límites. Y la penumbra, como una habitación de amantes celosos de su abrazo. Por el silencio se filtran líneas delgadas de sonido hacia la oscuridad. Leve chapoteo en el estanque de peces ciegos. La misma reverberación bajo la piel. En la tiniebla se acoplan el amor y el temor. Danza en lo alto, se embriaga, vuelca una copa de ambrosía. III Del abrazo que lo cubre se desprende el sol, su rayo acaricia la espesura. Zumba la luz. Colas de cascabel se dibujan

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en la piedra rosácea. De la frente del dios desprende una mariposa pensamientos --negro revuelo. Tatuajes sobre su sien, en la corteza del palo mulato despellejándose como una piel al sol.

Intervalos de silencio. La luz abre un abismo. Las moscas doradas se encandilan en el día abierto.

La Venta, 1991

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L A R U M O R O S A EN XOCHICALCO Vacas pastando entre las ruinas. La milpa seca tiende un cerco amarillo. Muros de niebla desvanecen los rumbos. Ninguna flor se abre. Zarzas se prenden en la ropa y el jaguar devora el corazón. Llovizna, ofrenda precaria. Las gotas dibujan en los charcos signos fugaces-- No más fugaces que el día donde vimos deshacerse entre las manos como una urna antiquísima lo que más queríamos. Vadeamos ríos de niebla. Púrpura, faz cenicienta de la tierra. Voces como alas de murciélago por los desfiladeros de roca, donde se juntan los cerros, donde el viento corta con su filo de obsidiana. Se ensancha el aire negro. Enceguece la bruma, se cierra alrededor del templo. La misma bruma envuelve el corazón. A más altura,

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más hondo bajo tierra, por donde va la que recoge almas, la que esparce cenizas.

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LOS BEBEDORES DE PULQUE (Sobre un fresco de Cholula)

para Mauricio Sandoval

El cerro se desmorona tras la lluvia. En mitad del ascenso brillan dispares sobre el campo las cúpulas de espejos. Dos hombres beben debajo de un pirul. Bebedores de pulque, como aquellos cuya embriaguez se perpetúa en los frescos cerrados. Voces de chirimías, cantos reverberaron entre esos muros. Secreto el recinto, sagrada la bebida, y el transgresor que antes sufría el destierro o la muerte hoy ve perderse simplemente en borrachera la embriaguez divina, y lo alcanza la madrugada tiritando en cualquier sitio. Hemos pasado por aquí. Los hombres beben taciturnos bajo el pirul. La llovizna se enciende entre parcelas nítidas. Y caen por un plano inclinado nuestras voces, banales como pedazos de vidrio, cuando perdemos el gusto de lo divino y aun a plena luz en la punta del cerro seguimos andando a ciegas por los pasillos subterráneos.

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VALLE DE OAXACA Miran largamente

las miradas hambrientas. Nada se mueve afuera. Un arcoiris enciende la poza del valle. El tiempo va agotando su tregua. Se extiende como ala o da en caída libre. En sus despeñaderos la memoria apenas se sostiene de un encuentro desligado

entre los hormigueos de la plaza.

Se acerca y se distiende el ruido del tren. El aire no lleva más mensajes. Se desplaza hacia las zonas muertas, hacia bosques de cactos

donde huyen las ánimas. Nada se mueve afuera. La escala por donde suben las miradas

se rompe. Detenidas de una voladura contemplan el vértigo del fin.

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ATARDECER EN CUICUILCO En la piedra del templo circular, en el olor del pasto húmedo

y la tierra quebrada, lo que se nombra y muere en el ojo del dios.

Al tocar el sol la línea de horizonte, enciende diamantes en las hojas de hierba, vuelve oro las nubes. Se abre el infinito sobre la cúspide redonda-- centro del espacio, vacío del tiempo mientras el sol abandona su juego.

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ALTIPLANO 1. Papálotl La estación de viento abre sus alas amarillas, danza en las aristas del balcón repetido. En un claro sin bosque alza cometas, caudas de gracia sobre el valle que apenas se adivina entre los edificios. 2. Golondrina De un hueco en el muro --retorno imprevisto— levanta su vuelo furtivo. Se enciende contra la espesa nube

--aquí en la ciudad de herrumbre--,

entra y sale del ojo alucinado. Ah golondrina, te alcanza el viento y todo se vuelve diáfano bajo ese soplo.

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3. Jardín cerrado

para Alcira Soust Scaffo

Un solo último rayo pasa entre los muros hasta la copa del joven pino, cuchilla de luz en el césped, brillo fugaz en el cristal del salón desierto. Entre este instante y aquel en que la sombra se desliza bajo la piel del aire, los pájaros habitantes del pino enmudecen.

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LOS AMANTES DE TLATELOLCO

para Teresa Franco

Apenas se desprenden de la sombra. Sus murmullos alzan leves señales al pie del contrafuerte. Sus tenis blancos fulguran. Ajenos a esas piedras, vueltos uno hacia el otro, olvidan en sus labios el grito de las masacres-- pechos abiertos a punta de obsidiana o bayoneta. Indiferentes a la sombra que los cubre, los jóvenes amantes murmuran o quedan en silencio, mientras la noche crece sobre las ruinas, engulle los basamentos de los templos, la urna donde dos esqueletos se abrazan en su lecho de polvo, bajo el cristal que sostiene las flores de una ofrenda.

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TENAYUCA*

Ha bajado a la tierra la muerte florida, se acerca ya aquí,

en la región del color rojo la inventaron... Axayácatl

Parca la noche cerrará sus dedos sobre el plúmbago borroso del crepúsculo. Siluetas de serpientes asoman cabezas desiguales desde la línea simple. Así trajo el equinoccio distinta fortuna a cada quien, y fue para nosotros la serpiente enroscada que se yergue sin extender sombra alguna. Equinoccio. Su silencio como una hendidura hacia otra vida. Ahora, mientras la tarde llena aún el horizonte, mientras podemos ver cómo desciende de cara a la pirámide el sol enrojecido, de sangre fecundo, mientras andamos todavía bajo este muro lleno de calaveras, ahora, nos amamos. Llegó frente a nosotros sin tocarnos el Señor de la Muerte. De sus espejos salían los relámpagos, bajo su paso la tierra trepidó. Paso de danzante, tropel de espectros. Sus huellas dejaron hielo en las gargantas, polvo sobre la sangre seca, escombro sobre los cuerpos mudos.

* En ocasión del terremoto del 19 septiembre de 1985

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Oímos chillar sus emisarios. Su tráfago funesto hendía el aire, y el sol brillaba en tanta destrucción. Túmulos, hojas abriendo entre sus pliegues el otoño. Al fondo la memoria que se agota. Sabor del miedo que se va, del miedo que nos deja al mirarnos de frente antes de que su grito quiebre nuestras voces, antes de que su abrazo nos separe. De tanta ruina donde el pasmo los ojos agiganta en la herida o la pérdida, de tanta ruina nos alzamos. Nos alzamos intactos para amarnos mientras la muerte cantaba a nuestro lado.

Ciudad de México 22 de septiembre de l985

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MALINALCO Cayó sobre nosotros el tajo del tiempo. Juntos quisimos llegar al corazón de los montes, al trono de la noche extendiendo en el cielo su piel de jaguar, a lo que estuvo en otro tiempo a nuestros pies-- inmenso el horizonte que se abría... (Recinto tan fresco, tan oscuro. Y afuera el sol cegando. Los cerros amontonados como guerreros muertos.) El tiempo abrió una grieta más grande que la raja de los montes. Así nos separó, así nos despedimos --antes de haberla visto-- de la orilla sembrada de aquella flor, Malinal-xóchitl— princesa abandonada allí, en otro tiempo. Días bajo las tolvaneras, noches bajo las tempestades hasta llegar allí. En la hondonada plantaron una estaca junto al arroyo crecido, trajeron piedras, hicieron un altar. A la mañana habían huido más callados que el gato de monte o que la víbora. Tanta humedad vestía de jade las faldas de los cerros, apagaba las lumbres. El cielo pardo como cuero de tambor, retumbaba. Las flores se abatían bajo la lluvia,

--flores de malinal-li.

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Otros rascaron después la roca en lo alto. Con piedras querían asemejar el cielo, con animales el día y la noche: guardianes del recinto donde noche ni día parecían. Lo que dentro pasó nadie lo sabe, las palabras nadie las sabe. Al frente la rajadura de los montes por donde entró el viento a soplar por última vez las caracolas. Otros rompieron después a martillazos las orejas del jaguar. Los dioses se quebraron como tallos de zacate, se perdieron como las cuentas rodando cerro abajo. En este tiempo, ahora, cuando retornan los días nefastos rompo mis sueños como vasijas, ahora que el cielo y la tierra se suspenden del caos y todo se desintegra. En distintos tiempos cruzamos el umbral: lengua de serpiente devorándonos. Tú sigues el séquito del sol. Mi pecho dejaste abierto. Desde lo alto las casas blancas, flores que se desbordan por las cercas. Me miro allá, no más grande que una abeja. Canta mi corazón, se llena de inmensidad en este tiempo nuevo.

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LA RUMOROSA Piedras, como los huesos dispersados de los ancestros. Hilos de viento atándonos aún a esa voz venida del trasmundo. (El vuelo ceremonioso de los buitres termina junto a la víctima). La voz deshilando el rumor alza su advertencia en las vueltas del camino donde otros abrazaron su muerte. Piedras como fauces, terraplenes, nimbos. Eco dando tumbos hasta el fondo de la cañada. Silencio total: los pasos del enviado sigiloso-- te vuelves sobre tu hombro, desaparece. Se aparece otra vez en las vetas del muro, se transforma en serpiente en cuerpos de amantes enlazados, en pájaros-- vuelan en bandada hacia la cima de otro monte. Huevos gigantescos. Nidos petrificados en la cumbre árida. Y el rumor como aleteo de ave de presa alcanza con su frío hálito tu nuca.

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DIVISADERO Tintes morados se dibujan en las capas de monte. Borrón,

al pie del terso tajo, la cabaña precaria sostiene en el filo de un imán el trabajo del viento. Arcilla entre sandalia y pie, entre el lente y el ojo

entre alba y crepúsculo, cuando resbala el sol por la cornisa del equinoccio y se columpia un minuto, vibrando hasta volverse ruido. Oleaje turbulento, los montes inacabados. Reflejos sobrepuestos y nítidos. La noche nace de cuarzos verdes o ágatas de fuego. Suspendida del vértigo una nube transita cuesta adentro. Se pierden las veredas. La piel se sacia de oscuridad, devora las vetas del lenguaje, sus sueños metamórficos.

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P U E R T O PUERTO I La noche engulle los barrios y sus mercaderías. Manos tibias sobre la espalda de las muchachas. Barcas sorteando el río. Zanjas. Bebederos. Frutas partidas en mitad de la calle. Suben del muelle vendedores de ostras. Quimeras-- se alejan como quillas rompiendo las aguas. El viento desenreda sus siseos en las ramas. En los cuerpos el calor salobre. II La noche se encaja en las esloras. Los hombres descargan los sacos húmedos y brillan basuras en el agua antes de hundirse. La ola peina y despeina cabelleras de liquen en la roca. Pasamanos de viento, del brazo al hombro, del muslo al vientre hormigas, fauces, huellas que se borran.

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III La noche se desdobla como araña que baja por un hilo. Extiende ante nosotros su inmensa vía-- ¿en manos de quién se configura? ¿por deseo de quién? Tantos juegos la llenan. Cámara de espejos, lumbre en la estancia. Luciérnagas entran por la ventana. Tu torso, como si pudieran mis manos traspasarlo. IV La noche tunde sus sordos atabales. Perdido el hálito en mareas muy altas. Los ojos entrecerrados se inundan lentamente de ese gozo sin forma. Al fondo sólo pulsa el pecho de ciervo tembloroso, centelleo de una estrella --más lejana que Andrómeda. V La noche disuelve toda imagen fraguada en sus confines. Reverbera y se extingue contra el azul. El día nos alcanza. Algarabías, fuente llena de palomas. Sobre la orilla secan al sol sus plumas pardas y el tornasol del pecho acidulado.

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VI Playa, gritos de pronto abiertos a un mediodía azul. Canícula de paños blancos, naturalezas muertas, terrazas. Recto perfil contra la luz. Un brillo se extiende a los helechos, abraza las galateas. Los cabellos en agua se disuelven. Las manos son pájaros. Y la hierba en tu pecho es ya pienso de insectos.

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Z A R Z A S

ZARZAS

para Carmen y Alvaro Mutis

El camino rayado como lomo de tigre. El sol a contrapelo entre el follaje

lo va veteando-- Rastros muy negros de la noche quedan aún en los rincones. Camino de tierra --punta del espinazo

encajado en los cerros. El largo salto se termina junto al amanecer. Las orquídeas invaden troncos desnudos, y en los claros, el sol se da de lleno. * Insoportable hondura en la veta del negro--

estela cruciforme, huella que te hunde bajo tierra. Te devoran sus capas-- caes por una grieta hasta un fondo que no reconocen tus memorias. Susurros, ruido de follaje-- la presencia invisible

como ciervo se escabulle y donde se muestra no la esperas. Inmensa,

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indefinida, en ella te conviertes y ella entra y sale de ti como relámpago. Se esfuman tus manos. Tu sombra no te sigue. Aquí y allá te miras descabezada. Velos de lluvia que no moja. Susurros. Voces de un águila cautiva, de una ceiba moribunda. Sobre las pistas semiborradas, entre la hierba vencida --albahaca y terebinto-- de pronto cesan las huellas como si alzara vuelo. Zumbidos te rodean, ojos, lenguas te lamen. Abrevadero, montón de paja. Cruza por tus tobillos, se enreda entre tus piernas, chupa de tu sexo. Te humedece la axila, se te encaja como uña de gato. Libélulas, monos, linces se ayuntan-- gamos color de cera. Aguaje, pelambre. Ronroneo en la espesura. Insectos prendidos en la piel. Ráfagas tibias. Manzanas verdes escorian la boca. Guijarros se marcan en la espalda.

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Ronroneo en la espesura. Se entrecruzan rastros. Topamos con la cola del tigre. Se entrecruzan corrientes, toques-- como una anguila pasando entre las piernas,

una medusa abrazándose a la espalda, caudas movedizas-- Corrientes peces cavando, --ojo retráctil, guaridas. Cayucos río abajo. Rocas en forma de lagartos respiran. Felino-- mordisquea la presa, la suelta, desliza el colmillo por el lomo, bebe en la herida, rasga todas las cuerdas. Mordedura, presencia fija. Se pegan a la orilla, una a una las garzas, van callando. Vuelos precipitados. Y el ala ominosa del búho alza nubes de insectos. Contraseña entre los somormujos. La lluvia quebranta gritos y carreras. Viene la somnolencia como una gata parda, indistinguible del vaho del licor. Lejos algo relumbra, algo suena-- fiesta perdida hacia la madrugada. La luna es un asta delgadísima. El ojo móvil

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como un espejo esférico pone en la retina astros e insectos, esfera coloidal --soles diminutos, siguen siendo soles--, se mira en ella la Vía Láctea. La muerte sostiene tu cabeza como una piña. Aves limpian tus huesos. Decapitadas las águilas, decapitadas las estatuas y las ceibas. Un soplo en tu oreja aparta el miedo, te lleva a un silencio donde nada respira, nada se ve. Los rastros de fuego apenas dan calor. Ventura de aguas quietas. Hojas se deslizan, flores intactas giran, y el agua entra en sus pétalos, Una perla sostienen sus corolas. De una sola nota se prenden los gorjeos, el salto en la cascada, el arrullo. En una sola nota convergen trueno y bramido, halo y espuma. Una nota abierta hasta que se ensordece, hasta que se enmudece. Una nota. De su sonido y su silencio bebe y se contiene en sí o se derrama en muchas voces. Ya grita, repta o cruza sobre el amanecer; se desplaza y se oculta. Al salir a la luz se desmoronan torsos de estuco, caras, cuentas color de escarcha.

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* Bajo el follaje, la luna tatuaba zarzas en su pecho. Su voz, más que la voz del agua me anegaba. Sus manos, como de bronce. Y más suave su boca, más fresca que la chía. Más que una urraca oscuro su cabello. Más que de tigre viva la mirada. Tibio el vello en su vientre. Su sexo como pez. Y las palabras que no dijo se convirtieron en ráfagas de espuma, espigas de aire, un hueco en espiral por donde fuimos, seguidos de la noche, con la noche y el día en cada mano, por donde fuimos águila y ciervo y tigre desolado.

Toniná-Palenque Diciembre, 1990

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A S A L T O ASALTO

para el Subcomandante Marcos

I Por tus pies y sus desgarraduras bajo el agua que los limpia de lodo y hojas machacadas; por tus talones y el punto vulnerable

--paso que se resbala y precipita--

ah solitario, tanto silencio te agolpa en el pensamiento el deseo de llegar-- por tus pasos detenidos en cautela --y el miedo como termita masticando por dentro tu costado-- por tus pasos en vilo tanteando las hojas que crujen

--y una parvada de loros asustadizos te delata

y desata sobre tus hombros la parvada del miedo y oyes a contrafuego otros pasos de dolo; por tus piernas y el músculo que tensan al bajar las cañadas, al sostener el salto y la carrera, por tus brazos

y el arma que sostienen, por tu pecho

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pasan las voces en enjambre. Y a la noche no descansas cuando el pajuil no descansa tampoco. Un pensamiento asedia la hamaca donde duermes, el mismo pensamiento que vuelve a comenzar y desemboca en los rumbos sin camino --cruz sin respuesta. Sueños heridos, y a cambio de tus sueños recibes picaduras abiertas, el zumbar de un veneno en la sangre. 2 Bajo la luna, redes delgadísimas de savia. La noche se vuelve filamentos. Entre el grito del búho y el silencio tendido hacia los sueños, se oye el alcaraván, rompiendo las membranas que detienen su vuelo. Por un hilo de luna desciendes. La placidez asoma a tus labios como moras. Y otro grito te jala desde el sueño,

hacia el salto en alerta.

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En la sombra del mercado, entre pirámides de frutas, salta de pronto el pensamiento, rompe sus líneas, como líneas de fuego; se vuelve muchos, se estira, extiende las puntas de los dedos, el ojo de la antena. Salta y no hay suelo en que caer, hasta que plantas con una estaca la certeza. Allí, entero tu pensamiento, tu fuerza entera se erizan como una piel amenazada, como una piel que desea, como una piel que alcanza, y alza hasta su cresta el rápido secreteo de sus poros. Brillan tus ojos:

relámpago en el lago.

10 de marzo de 1994

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X I B A L B Á XIBALBÁ

para Verónica Murguía y David Huerta

1 Del cuerpo salen raíces, se extienden miradas. Dentro una savia se consume, deja brotar resinas, atrae insectos transparentes. Y allí, muslo de árbol, él se hunde en el sueño. Entrevé el destino de una vida pendiendo de un lazo de ahorcado o una ovación abierta. Recuerdos amarillos en el fondo de un bar. Los ojos tratan de fundirse en imposibles líneas de horizonte. Espigas distantes le rozan los pies, aletean caballitos del diablo. Las yemas de los dedos se desdoblan hasta sentir los brotes del almendro. Los oídos llegan a la punta lejana donde un martilleo sobre hojalata hace ya una canción. Los ojos tratan de apresar una orilla que no alcanzan.

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2 --Iba a Xibalbá... Se alza como un pájaro en medio de la reunión. Sus palabras suenan y resuenan: pelota golpeando contra los muros. Y en un claro pulido en los palmares la luz y la sombra dividen el mundo en un campo de juego. El sol, a punto de ser devorado o devorar. El destino de ese día oculto como un pichón entre las hojas altas, vaticinios cifrados en esas largas frases del viento en los corozos secos. Sonajas, crótalos de serpiente apresan el tiempo en cada vuelta. Las palabras como pelota de hule golpean el pecho, suben hasta tocar las primeras ramas de la ceiba. --En Xibalbá brillan verdes engañosos... Se encienden las hojas del almendro, las jóvenes palmas distraen la mirada de su cortejo de espectros: barbas de corozo donde el viento sigue sonando y murmura aquello que se dice al cruzar los límites --Lo que hemos olvidado.

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3 Carne de dioses. Torsos de maderas preciosas, brazos de caoba torneada, cabellos olorosos a cedro. --Ofrenda todo Todo pasó --y vinimos a encontrarnos como un nido de oropéndola caído con el peso de huevos ajenos. Todo pasó, todo acabó. Queda solo en despoblado el juego donde rebota un sol que quema como la picadura del chaquiste, sin tregua, alzando su filo que rebana las carnes, acercando su lumbre, volviendo el pasto del campo agujas ásperas. Todo pasó. 4 --En Xibalbá la voz se congela en una lluvia de piedras, en las hojas del árbol aparecen cuchillas. Miradas errabundas, filos cambiantes Los ojos

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lo acechan en las vías del tren, en el barranco. Lo persiguen con preguntas que no sabe eludir. Varado en mitad de la noche. La memoria desatina. La vida entera es esa noche de insectos malignos. Sobre veredas que se bifurcan o se cruzan su cuerpo tendido cada noche se desangra, se levanta rozando el alba. En los límites de su saber vislumbra el horizonte adonde la mente nunca llega. 5 Implacable la soledad de afuera Insondable el filo donde empieza la vida subterránea-- y en medio del campo él desaparece. Quedan sólo los ojos hechizados-- así las cornalinas que se opacan con el paso del día-- piedras sólo visibles bajo luna creciente. Frescas estalagmitas, recintos donde el sol penetra como lanza desde las aberturas altas.

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Una ceiba de jade, aguas azules sin fondo-- el corazón en ellas sumergido. 6 --Por el grito de un pájaro, por un rayo de luz entramos. Vimos todavía un aleteo, pasadizo en las ramas. Dejamos la hora, el andamiaje púrpura y nos fuimos desprendiendo de cuanto éramos.

7 Se adentra en la noche. Se encienden luciérnagas como vidas humanas. Las flores sepultan la piedra, cubren las incrustaciones preciosas. Fauces cierran el paso hacia los nichos. Trepadoras violáceas cuelgan como un ornato fúnebre. Va adonde nadie puede seguirlo. Las luces miran desde el fondo. La premura extiende las sombras, las recoge. No camina en la noche, la noche gira alrededor de él.

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8 Se despliegan en abanico plumas negras. Sube por el tajo la sombra en crecida desbordándose. Irreal, se alarga entre los sueños. Los caminos se juntan. Raíces de sabino se enroscan como serpientes, y allá, donde se abre un claro, cae la mirada

de la luna. Vestida para una fiesta, pasa con su velo de nubes, bajo su luz se abren los nenúfares nocturnos, y ella danza entre el reflejo de los sauces y los papiros. Las barcas golpean contra la orilla siempre silenciosa. orilla del dios que rige el mínimo chapoteo entre las piedras. Sombras verdinegras apenas se mueven. 9 Las hojas de los almendros flotan enroscadas entre plumas y reflejos cambiantes de la luna.

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Oye sombras de voces, palabras como jirones de niebla. Oye de pronto golpes secos, gritos

¿de los sacrificados? Oculto en el estero siente el roce de las tortugas en los muslos, la inquietud de las garzas. La muerte llena su nariz. es en lo oscuro un felino que se alarga con sus manchas de tigre, su cola de lince macho. 10 El viento aúlla en el pasaje oscuro. Entresueña que rema por las grutas hacia el agostadero. Salva los remos de los lirios y la corriente se lo lleva picado por gotas de lluvia como alfileres. Navega sobre plata, sobre cristales encendidos. Y algo brilla en el agua como un auspicio. Al alcanzarlo ve una estela de cuerpos muertos. Toda esa muerte le entra por los poros. Se vuelve él mismo estela, dejando a cada instante más de sí sobre el agua. Las gotas lo horadan al caer, va desintegrándose en partículas, quedando en la roca, entre árboles de raíces ahogadas, perchas de gavilanes,

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parajes dignos de su dios-- el que mira a distancia. 11 El aliento de los muertos flota como neblina sobre el agua. Alza plegarias para apartar espíritus errantes. Se abre pequeñas heridas, como si marcara un árbol joven. Su voz se detiene sin alcanzar el oído que la escucha. Cae en torno una red. Corta sus vínculos, trastorna su destino. Arriba la luna brilla imperturbable. 12 El cuervo devora el ojo de una víctima atada contra un poste. El rictus contrae la cara toda hacia la boca, hueco sin fondo en el basalto. Ata las linfas del día destrozado. Desata el caos. “Hay sangre coagulada en el rosetón de su sonaja.” El cielo se separa, rompe su trabazón. Las ráfagas del grito,

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viento morado, separan los puntos cardinales-- como caballos tirando de un hombre en cruz. “Los cuervos se llevan el alma de los muertos.” Ceiba, cordón que sube como un tallo de tierra a cielo. “Sol, nuestro señor el desollado.” Rotos los cauces-- y el agua del río se desborda. Los vientos se llenan del ala de los cuervos. 13 ¿Era su muerte? Esos espacios blancos, esas grietas donde brillaban astros pequeñísimos. “Templa el filo que cortará la oscuridad para abrir el camino de adentro.” La mirada de tigre avivándose. “Vagarán por el cielo como dos brasas, como dos espejos de metal. Reflejarán tus pensamientos.” Y las garras marcadas en el pecho. Aire inmóvil, donde anida la niebla --abrazo blanco de la muerte. Los ojos se extinguen en el amanecer.

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14 Lo aturde el llamado de las palomas. Al alba, quedan tortugas sobre las hojas púrpura, los peces bordean la orilla del pantano, devorando algo entre el limo. Frente vencida por su carga de sueños. En la orilla raíces nítidas, ramas flotando con sus hojas erizadas. Más allá los corozos en silencio bajo el sol que se asoma. Entre el cielo y la morada subterránea los rayos traspasan el corazón inmerso, equidistante. 15 Vuelve y mira a las cosas que le mienten. Todo se finge otro- y si al abrir la puerta se despeña y cae por un barranco, no hay barranco ni puerta ni ha caído-- sigue mirando formas que se insinúan y cambian. Mira su corazón surgir junto a la roca, asoma como un pájaro-lira;

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se agazapa, se oculta, se convierte en un cacto. Se sale del tiempo, anda por el monte transido como un pájaro. Corre en lo alto. Alguien lo llama --oblea que se rompe-- y a un paso del precipicio se detiene entre las sensitivas. Bajo el sol que se eleva se abate sobre su frente

el ala de la noche. 16 El río separa de los muertos. Los ojos buscan una imagen --¿dónde se oculta en esas horas tan lisas?

Hablaban los muertos-- el roce de las plumas, larguísimas salutaciones. Y a punto de atarse los hilos de la historia, un aleteo los deshace, ¿Pudo llamar a esas formas sin rescatarlas de las neblinas ávidas?

--¿O era su muerte? Va muy lejos en el silencio. Las cosas se revierten sobre sí mismas, vibran suavemente, desaparecen.

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17 Y allí escucha: --Desde esa orilla llegaron a soñarme, a beber las sombras cuando la noche como un amante se desprendía de mi cuerpo, y de la tierra al cielo el aire deslizaba dedos frescos, voces --panal de espuma. Al amanecer me abría al horizonte en la cima del mundo. El sueño todavía asido a la visión. Sigue las huellas del dios negro, viendo su cara intacta tornasolada al sesgo-- Y de su desmesura nada se sabe, nada puede decirse. 18 La pelota asciende a contraluz y se queda en el aire. Cubierto de estuco, teñido con sales de mercurio, el sol en ascenso con los dientes limados brota de las fauces de un lagarto. Sube y se enciende

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como una guacamaya-- Desde la torre del vigía, desde la arena blanca igual que los caminos invadidos de selva, recoge su mirada dispersa. Ojos como túneles, ojos castísimos, ojos llenos de fuego, y la visión de la ola que lo alcanza.

Kohunlich-Tulum, 1991 Chiapa de Corzo, 1994

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JAGUAR (1985-1994) Jaguar

Jaguar 1. Niño jaguar 2. Penacho 3. Hombre jaguar

Estela maya Uxmal 1. Un conjuro detiene las palabras 2. Designios sobrepasaron el hacer de los hombres 3. Un ala de mariposa se llevan las hormigas Palenque Bacalar Río Grijalva El laberinto de Ox’kin toc Trueno Viejo (Tajín) El cenote de Zac-quí Chenkán

Eclipse 1 Pasan serpientes de nubes 2 Noche-día 3 Del abrazo que lo cubre

La Rumorosa En Xochicalco Los bebedores de pulque Valle de Oaxaca Atardecer en Cuicuilco Altiplano 1. Papálotl 2. Golondrina 3. Jardín Cerrado Los amantes de Tlatelolco Tenayuca Malinalco La Rumorosa Divisadero

Puerto 1 La noche engulle los barrios y sus mercaderías 2 La noche se encaja en las esloras 3 La noche se desdobla 4 La noche tunde sus sordos atabales

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5 La noche disuelve 6 Playa

Zarzas El camino rayado como lomo de tigre

Asalto 1 Por tus pies 2 Bajo la luna 3 En la sombra del mercado

Xibalbá 1 Del cuerpo salen raíces 2 --Iba a Xibalbá 3 Carne de dioses 4 --En Xibalbá 5 Implacable la soledad de afuera 6 --Por el grito de un pájaro 7 Se adentra en la noche 8 Sube por el tajo 9 L as hojas de los almendros

10 El viento aúlla en el pasaje oscuro 11 El aliento de los muertos 12 El cuervo devora el ojo de una víctima 13 ¿Era su muerte? 14 Lo aturde el llamado de las palomas 15 Vuelve y mira 16 El río separa de los muertos 17 Y allí escucha 18 La pelota asciende a contraluz