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    En un muelle de Rtterdam, los cabrestantes extraan

    de las bodegas de un barco de carga fardos de papeles viejos

    prensados. El viento los erizaba de banderillas multicolorescuando, de repente, uno de ellos estall como una barrica al

    prenderse fuego.

    Los trabajadores del muelle contuvieron, a apresurados

    paletazos, la avalancha voladora, pero una gran parte fue

    abandonada a la alegra de los nios judos que espigan el

    eterno otoo de los puertos.Entre los papeles dispersos haba hermosos grabados

    de Pearson cortados en dos por orden de la aduana; paquetes

    verdes y rosas de acciones y obligaciones, ltimos vestigios de

    resonantes bancarrotas; libros estropeados cuyas pginas

    haban permanecido unidas como manos desesperadas.

    Mi bastn merodeaba por entre este inmenso residuodel pensamiento, donde ya no exista la vergenza ni la

    esperanza.

    De toda aquella prosa inglesa y alemana retir algunas

    pginas pertenecientes a Francia: nmeros del Magazin

    Pittoresque, slidamente atados y un poco chamuscados por

    el fuego.Fue hojeando la revista tan primorosamente ilustrada y

    tan lgubremente escrita, como descubr los dos cuadernos:

    uno, redactado en alemn; el otro, en francs. Sus autores, al

    parecer, no se conocan; sin embargo, hubirase dicho que el

    manuscrito francs verta un poco de claridad sobre la

    angustia negra que emanaba del primer cuaderno como

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    Lotte, Elonore y Mta Rckhardt son unas adorables

    solteronas que se desviven por hacerme la vida agradable.

    Conmigo ha venido nuestra criada Frida, que le ha cado engracia a la anciana Frau Pilz, la admirable cocinera de las

    Rckhardt, de la que se dice que ha rechazado ofertas

    ducales por permanecer al humilde servicio de sus amas.

    Aquella noche

    Aquella noche, que introdujo en nuestra querida y

    tranquila vida el ms horroroso de los espantos, no quisimosacudir a una fiesta en el Tempelhof porque llova a cntaros.

    Frau Pilz, a quien le gusta que nos quedemos en casa,

    nos hizo una cena famosa entre todas: truchas asadas a

    fuego lento y un budn de gallina. Lotte haba realizado un

    verdadero registro en la bodega para buscar una botella de

    aguardiente de El Cabo, que envejeca desde haca veinteaos. Una vez quitada la mesa, el precioso licor oscuro fue

    vertido en copas de cristal de Bohemia.

    Elonore sirvi t de China, del Su-Chong, que nos

    trae de sus viajes un anciano marino de Brema.

    A travs de las rfagas de lluvia omos dar las ocho en

    el reloj del campanario de San Pedro. Frida, que estabasentada junto al fuego de la chimenea, hinc la nariz en la

    Biblia ilustrada que no saba leer, pero cuyos grabados le

    gustaba mirar, y pidi autorizacin para irse a acostar. Las

    cuatro restantes nos quedamos eligiendo sedas de colores

    para el bordado de Mta.

    En el piso de abajo, el consejero cerr su habitacin

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    con doble vuelta de llave. Frau Pilz subi a la suya, situada al

    fondo del piso, y le dimos las buenas noches a travs de la

    puerta, aadiendo que el mal tiempo nos impedira,seguramente, tener pescado fresco para la comida del da

    siguiente. De la casa vecina, el roto canaln dejaba caer una

    pequea catarata que golpeaba las losas de la calle con gran

    ruido. Del fondo de la calle lleg la fuerte galopada del

    huracn. Desaparecida, el sonido de la cada del agua se hizo

    ms sonoro, y una ventana golpe en los pisos superiores. Es la de la buhardilla dijo Lotte . Apenas

    cierra.

    Luego levant la cortina de terciopelo granate y mir a

    la calle:

    Nunca hizo una noche semejante dijo.

    A lo lejos, la carraca de un sereno anunci la media. No tengo nada de sueo continu Lotte . Pero,

    aunque lo tuviera, no sentira deseo alguno de meterme en la

    cama. Me parecera que me segua la oscuridad de la calle,

    acompaada del viento y la lluvia.

    Tonta! dijo Elonore, que no era muy expresiva

    . Bueno, puesto que no nos acostamos, hagamos como loshombres: volvamos a llenar las copas.

    Despus, el silencio invadi la sala.

    Elonore fue a poner en un candelero tres de aquellas

    velas que dieron fama al fundidor de cera Sieme y que lucan

    con una hermosa llama rosada, expandiendo un delicioso

    olor a flores y esencias.

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    Me daba cuenta de que se quera dar a aquella noche,

    tan lgubre en el exterior, un tono de fiesta y de alegra que

    no llegaba a cuajar, no s por qu.Vea la cara enrgica de Elonore, provista de una

    sombra repentina de mal humor; me pareca tambin que

    Lotte respiraba dificultosamente. Slo el rostro de Mta se

    inclinaba plcidamente sobre su bordado. Sin embargo, la

    notaba atenta, como si tratara de detectar un ruido en el

    fondo del silencio.En ese preciso instante, la puerta se abri. Entr

    Frida. Se acerc vacilante a la butaca colocada al lado del

    fuego y se dej caer en ella, con los ojos huraos fijos, a

    intervalo, en cada una de nosotras.

    Frida grit , qu pasa?

    Suspir profundamente, murmurando a continuacinalgunas palabras inteligibles.

    Est dormida todava dijo Elonore.

    Frida hizo un enrgico signo negativo. Haca violentos

    esfuerzos por hablar. Le alargu una copa de aguardiente de

    El Cabo, que se bebi de un trago, como hacen los cocheros y

    los mozos de cuerda.En cualquier otro momento nos hubiera ofendido, ms

    o menos, aquel gesto vulgar; pero Frida tena un aspecto tan

    desconsolado y, adems, desde haca algunos minutos nos

    desenvolvamos en una atmsfera tan deprimente, que

    aquello pas inadvertido.

    Seorita dijo Frida , hay

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    Pues yo ir a ver qu pasa en ella, grandsima loca

    dijo Elonore, echndose un chal por los hombros.

    Titube un instante delante de la vieja tizona de papRckhardt, colgada entre los ttulos universitarios; se encogi

    de hombros y, tomando el candelabro de las velas rosadas,

    sali dejando tras s un rastro perfumado.

    Oh, no la dejen ir sola! grit Frida, asustada.

    Con lentitud nos acercamos a la escalera. El

    resplandor producido por las velas del candelabro deElonore se perda ya en el descansillo de las buhardillas.

    Permanecimos solas en la semioscuridad de los

    primeros escalones. Omos a Elonore empujar una puerta.

    Hubo un minuto de silencio agobiante. Sent que la mano de

    Frida se crispaba en mi cintura.

    No la dejen sola gema.Al mismo tiempo estall una risa tan horrible que

    preferira morir a orla de nuevo. Casi al mismo tiempo, Mta,

    alzando una mano, exclam:

    All!... All!... Una cara All

    Inmediatamente la casa se llen de rumores. El

    consejero y Frau Pilz aparecieron en medio de la aureolaamarilla de velas blandidas.

    Mademoiselle Elonore hip Frida . Dios mo!

    Cmo vamos a encontrarla?

    Aterradora pregunta, a la cual responder yo

    inmediatamente:

    No la encontramos jams.

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    La habitacin de Frida estaba vaca. El candelabro

    estaba colocado en el suelo y las velas continuaban ardiendo

    tranquilamente con su suave luz rosada.Registramos la casa, los armarios, los tejados. Jams

    volvimos a ver a Elonore.

    Se comprende rpidamente por qu no hemos podido

    contar con la ayuda de la polica. Encontramos despachos

    invadidos por una muchedumbre enloquecida, muebles

    cados, cristales rotos y funcionarios sacudidos como peleles.Porque aquella misma noche desaparecieron ochenta

    personas: unas al volver a su domicilio; otras, en sus propias

    casas.

    Con el mismo golpe, el mundo de las hiptesis

    corrientes se cierra, quedndonos solamente el de las

    aprehensiones sobrenaturales.Han pasado algunos das despus de aquel drama.

    Vivimos una existencia triste, llena de lgrimas y de terror.

    El consejero Hhnebein ha mandado colocar una

    espesa pared de madera de pino que cierra el piso de las

    buhardillas.

    Ayer yo buscaba a Mta. Empezbamos a lamentarnostemiendo una nueva desgracia, cuando la encontramos

    acurrucada delante de la pared de madera, con los ojos secos

    y una expresin de ira en su rostro, de ordinario tan dulce.

    Tena en la mano la tizona de pap Rckhardt y

    pareca disgustada por haber sido importunada.

    Hemos intentado preguntarle sobre la cara que haba

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    entrevisto, pero nos ha mirado como si no nos comprendiese.

    Por lo dems, permanece sumida en un mutismo

    absoluto, y no slo no responde ya, sino que parece ignorarnuestra presencia a su alrededor.

    Miles de historias, las unas ms inverosmiles que las

    otras, corren por la ciudad. Se habla de una liga secreta y

    criminal; se acusa a la Polica de negligencia y de algo peor;

    los funcionarios han sido obligados a dimitir.

    Como es lgico, eso no ha servido para nada.Se han cometido crmenes extraos. Cadveres

    destrozados con furia se descubren al despuntar la aurora.

    Las fieras no podran demostrar un encarnizamiento

    mayor que el manifestado por los misteriosos asesinos.

    Si algunas de las vctimas son despojadas de sus

    objetos de valor, la mayora de ellas no lo son, y eso extraa atodo el mundo.

    Pero yo no quiero ocuparme de lo que pasa en la

    ciudad. Se encontrar mucha gente que lo cuente de viva voz.

    Quiero ceirme al cuadro de nuestra casa y de nuestra vida,

    que, para ser tan reducido, no est rodeado de mucho menos

    terror y desesperacin.Los das pasan. Abril ha llegado, ms fro, ms ventoso

    que el peor mes invernal. Permanecemos agazapadas cerca

    del fuego. A veces, el consejero Hhnebein sube a hacernos

    compaa y a darnos lo que l llama valor.

    Consiste eso para l en temblar por todos sus

    miembros, con las manos extendidas hacia la lumbre; en

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    beberse enormes jarros de ponche; en sobresaltarse a cada

    ruido y en exclamar, cinco o seis veces a la hora:

    Han odo ustedes?... Han escuchado ustedes?...Frida ha destrozado su Biblia, y en cada puerta, en

    cada cortina, en el rincn ms absurdo, hemos encontrado

    pginas de ella pegadas o sujetas con alfileres. Ella espera, de

    tal forma, conjurar los espritus del mal.

    La dejamos hacer, y como han pasado algunos das en

    paz, no dejamos de encontrar buena la idea. De esa forma,toda imagen santa est expuesta ahora a la luz del sol

    Ay! Nuestro desencanto deba de ser terrible. La

    jornada haba sido tan sombra, las nubes tan bajas, que la

    noche cay muy temprano. Yo sala del saln para poner una

    lmpara en el enorme descansillo, porque desde la noche

    terrorfica cubrimos la casa entera de luminarias y losvestbulos y las escaleras permanecen alumbrados hasta la

    aurora, cuando o un murmullo en el piso alto.

    An no era completamente de noche. Sub

    valerosamente y me encontr ante las caras espantadas de

    Frida y de Frau Pilz, que me hicieron seas de que me

    callase, sealndome la pared recientemente construida.Me puse al lado de ellas, adoptando su silencio y su

    atencin. Entonces o un ruido indefinible al otro lado de la

    pared de madera, como si caracolas gigantes hiciesen

    alternar sus tumultos de muchedumbres lejanas.

    Mademoiselle Elonore gimi Frida.

    La respuesta lleg en seguida, arrojndonos, aullando,

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    escaleras abajo. Un prolongado grito de terror se dej or,

    pero que no llegaba del otro lado de la pared de madera, sino

    de abajo, de las habitaciones del consejero.Al mismo tiempo le omos pedir socorro con todas sus

    fuerzas. Lotte y Mta corran ya por el descansillo.

    Tenemos que acudir dije, valerosa.

    No habamos dado tres pasos cuando un nuevo grito

    de angustia se dej or, esta vez por encima de nuestras

    cabezas. Socorro!... Socorro!

    Estbamos rodeadas de llamadas de pavor: abajo, las

    de Herr Hhnebein; en el piso de arriba, las de Frau Pilz, ya

    que habamos reconocido su voz.

    Socorro! omos gritar ms dbilmente.

    Mta haba cogido la buja que yo haba colocado en eldescansillo. A medio camino de la escalera encontramos a

    Frida sola.

    Frau Pilz haba desaparecido.

    * * *

    Al llegar a este punto de mi relato debo expresar mi

    admiracin por el tranquilo valor de Mta Rckhardt.

    Ya no podemos hacer nada aqu dijo, rompiendo

    un silencio obstinado de varios das . Vamos abajo

    Llevaba en la mano la tizona paterna y no haca

    grotesco. Se notaba que ella se servira de la espada como un

    hombre.

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    La seguimos subyugadas por su fuerza y valenta.

    El gabinete de trabajo del consejero estaba iluminado

    como para una kermesse de feria. El pobre hombre no habadejado a la oscuridad ningn lugar donde introducirse. Dos

    enormes lmparas de globos de porcelana blanca

    flanqueaban la chimenea como dos lunas tranquilas. Una

    pequea araa de cristal, estilo Luis XV, colgaba del techo,

    arrojando los reflejos de sus prismas como si fueran puados

    de piedras preciosas. En cada rincn, en el suelo, uncandelabro de cobre o de gres portaba una vela encendida.

    Sobre la mesa, una hilera de velas largas pareca velar un

    catafalco invisible. Nos paramos deslumbradas, pero fue en

    vano que buscsemos al consejero.

    Oh! exclam de pronto Frida en voz baja .

    Miren. Est all. Escondido detrs de la cortina de la ventana.Con ademn brusco, Lotte descorri la pesada cortina.

    Herr Hhnebein estaba all, inmvil, inclinado fuera de la

    ventana abierta.

    Lotte se acerc. Inmediatamente retrocedi lanzando

    una exclamacin de espanto:

    No miren, no miren Por amor de Dios, no miren!l no tiene ya cabeza!

    Vi a Frida vacilar, a punto de desvanecerse y caerse,

    cuando la voz de Mta nos volvi a todas a la razn.

    Atencin! Aqu hay peligro!

    Nos apretamos junto a ella, sintindonos protegidas

    por su presencia de nimo. De pronto, algo gui en el techo

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    y vimos, llenas de terror, que la sombra haba invadido los

    dos rincones opuestos de la habitacin, donde las luces

    acababan de apagarse sbitamente. Rpido! exclam Meta . Proteged las luces!...

    Oh!... All all est

    Al mismo tiempo, las lunas blancas de la chimenea

    estallaron, escupieron un chorro de llama humosa y se

    desvanecieron.

    Mta permaneca inmvil, pero su mirada recorra lahabitacin con fra rabia, que no le conoca yo.

    Soplaron a las velas que se hallaban sobre la mesa.

    Slo la araa de cristal continuaba despidiendo una luz

    tranquila. Vi que Mta no le quitaba ojos. Y, de repente, su

    tizona cort el aire y, en un movimiento impetuoso de furor,

    lanz una estocada al vaco. Proteged la luz! grit . Le veo, te tengo ya

    Ah!

    Entonces vimos cmo la tizona haca unos

    movimientos extraos en la mano de Mta, como si una

    fuerza invisible tratara de arrancrsela.

    La inspiracin feliz y extraa que nos salv aquellanoche procedi de Frida.

    De pronto, lanz un grito feroz y, agarrando uno de los

    pesados candelabros de bronce, salt al lado de Mta y se

    puso a golpear el vaco con su reluciente mazo. La tizona

    qued inerte, algo muy ligero pareci arrastrarse por el suelo;

    luego, la puerta se abri sola y un clamor desgarrador se

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    elev.

    Uno dijo Mta.

    Se me podra preguntar: Por qu se obstinabanustedes en habitar una casa tan criminalmente embrujada?

    Ms de cien casas se hallan en el mismo caso. Ya no

    se cuentan los crmenes ni las desapariciones. Apenas si se

    comentan. La ciudad est entristecida. Las personas se

    suicidan por docenas, prefiriendo esta muerte a la que dan

    los verdugos fantasmas. Y, adems, Mta quiere vengarse. Esella, ahora, quien acecha a los invisibles.

    Ha vuelto a caer en su obstinado mutismo; solamente

    nos ha ordenado que, una vez cada la noche, cerremos

    puertas y contraventanas. En cuanto oscurece, las cuatro

    ocupamos el saln, convertido en dormitorio y en comedor.

    De all no salimos hasta por la maana.He preguntado a Frida sobre su curiosa intervencin

    armada; pero slo me ha dado una respuesta confusa.

    No s dijo . De repente me pareci haber visto

    una cosa, una cara.

    Se detuvo apurada.

    No encuentro palabras para expresar lo que es continu . Pero s: es el gran miedo que, durante la primera

    noche, estaba metido en mi habitacin.

    Es todo cuanto obtuve de ella. Pero nuestros

    corazones deban conocer hasta el fin todos los sufrimientos.

    A mediados de abril, una noche en que Lotte y Frida

    tardaban en volver de la cocina, Mta abri la puerta del

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    Durante el da, me encuentro a veces con ella en

    corredores inesperados. Siempre lleva la espada en la mano

    derecha; en la otra, una potente linterna elctrica cuyo rayode luz introduce en todos los rincones oscuros.

    Una vez, despus de uno de estos encuentros, me dijo

    con bastante mal humor que sera mejor que me fuese al

    saln, y como yo obedeciese a pasos lentos, me grit con voz

    furiosa, a mi espalda, que no me metiese jams en sus

    proyectosConocera Mta mi secreto?

    Ya no era el rostro plcido que se inclinaba, apenas

    haca unos das, sobre el bordado de sedas brillantes, sino un

    rostro salvaje donde arda una doble llama de odio que a

    veces lanzaba sobre m. Porque yo posea un secreto.

    Fue la curiosidad, la perversidad o la piedad lo queme hizo actuar?

    Oh! Ruego a Dios con todo mi corazn que sea un

    sentimiento de caridad el que me haya animado; bondad,

    lstima, y nada ms.

    Acababa de echar agua limpia en el lavadero cuando

    una queja ensordecida lleg a mis odos. Ay!... Ay!

    No pens ms que en nuestras desaparecidas y mir a

    mi alrededor.

    Haba all una puerta bastante bien disimulada que

    conduca a un reducto en donde el infortunado Hhnebein

    amontonaba cuadros y libros, entre el polvo y las telaraas.

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    Ay, ay!...

    Ese lamento proceda del interior. Entreabr la puerta

    y sonde con la mirada la penumbra griscea del lugar. Todoall era normal y tranquilo. El lamento haba cesado.

    Di algunos pasos y, de repente, me sent agarrada

    por el vestido. Di un grito. Inmediatamente, el lamento se

    produjo ms cerca de m, doloroso, suplicante:

    Ay, ay!...

    Y en el cntaro que yo llevaba propinaron algunosgolpecitos.

    Lo dej en el suelo. O un ligero chapoteo, como si un

    perro bebiese tranquilamente, y, en efecto, el lquido del

    cntaro disminua.

    La Cosa, el Ser, beba!

    Ay, ay!...En mi cabello sent una caricia; un roce ms suave

    que un hlito.

    Ay, ay!...

    Entonces el lamento se convirti en lloro humano, en

    sollozos de nio, y sent piedad por el monstruo invisible que

    sufra.Pero sonaron pasos en el vestbulo. Me puse las manos

    en los labios y el Ser se call.

    Sin ruido, cerr la puerta del reducto secreto. Mta

    avanzaba por el pasillo.

    Has gritado? pregunt.

    Se me escurri el pie

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    Me haba convertido en cmplice de un fantasma.

    *

    Llev leche, vino y manzanas. Nada se produjo.

    Cuando regres, se haban bebido la leche hasta la ltima

    gota; pero el vino y la fruta continuaban intactos. Luego, una

    especie de brisa me rode y pas largamente sobre mis

    cabellos

    Volv una y otra vez, llevando siempre leche fresca.

    La dulce voz no lloraba ya; pero el roce de la brisa era

    ms intenso, ms ardiente hubirase dicho.

    Mta me mira, al parecer, sospechosa; ronda alrededor

    del reducto de los libros

    He elegido un refugio ms seguro para mi enigmtico

    protegido. Se lo he explicado por signos. Qu raro parece eso

    de hacer gestos en el vaco! Pero me comprendi. Me segua

    como un soplo a lo largo de los pasillos cuando,

    bruscamente, tuve que esconderme en una rinconera.

    Una dbil luz de fotforo yaca sobre las losas. Vi a

    Mta bajando una escalera de caracol situada al fondo de un

    pasillo. Andaba a pasos de lobo, ocultando a medias la luz de

    su proyector. La espada reluca. Entonces sent que el Ser,

    que estaba a mi lado, tena miedo. La brisa se movi

    alrededor de m, febril, nerviosa, y escuch de nuevo la queja:

    Ay, ay!...

    Los pasos de Mta se perdieron en resonancias

    lejanas. Hice un gesto tranquilizador y gan el nuevo refugio:

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    una especie de gabinete-alacena que creo casi desconocido y,

    sobre todo, jams visitado.

    El soplo se pos durante un minuto en mi boca y sentuna extraa vergenza

    Lleg el mes de mayo.

    Los seis metros cuadrados de jardincillo, que el pobre

    y querido Hhnebein empap con su sangre, estn cuajados

    de florecillas blancas.

    Bajo el magnfico cielo azul, la ciudad apenas bulle.Slo un paciente rumor de puertas que se cierran, de cerrojos

    que se corren y de llaves que se echan, responden a los

    chillidos de las golondrinas.

    El Ser se ha vuelto imprudente. Trata de verme; de

    repente lo noto a mi alrededor. No puedo describir eso: es

    una sensacin de enorme ternura la que me rodea. Intentohacerle comprender que temo a Mta, y lo siento desaparecer

    como una brisa que cesa.

    Soporto mal la mirada inflamada de Mta.

    *

    Da 4 de mayo. Fue el fin brutal.

    Nos hallbamos en el saln con las lmparas

    encendidas. Yo cerraba las contraventanas. De repente, not

    su presencia. Hice un gesto desesperado y, al volverme, me

    encontr con la mirada de Mta terriblemente reflejada en el

    espejo.

    Traidora! grit.

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    Y cerr la puerta con rapidez.

    l estaba prisionero con nosotras.

    Lo saba silb Mta . Te vi salir con cuencosllenos de leche, hija del diablo. T le has dado fuerza

    mientras se mora de la herida que yo le infer la noche de la

    muerte de Hhnebein. Porque tu fantasma es vulnerable! Va

    a morir ahora mismo, y creo que, para l, morir es tan atroz

    como para nosotras. Despus te llegar a ti el turno,

    desastrada! Me oyes?Haba gritado eso en frases entrecortadas.

    Inesperadamente, desenvolvi su fotforo.

    El rayo de luz blanca atraves la habitacin y vi

    evolucionar dentro de l un ligero humo gris.

    La espada golpe este humo con toda su fuerza.

    Ay, ay! exclam la voz desgarradora.Y, de pronto, sin habilidad, pero con acento de

    ternura, se oy pronunciar mi nombre. Avanc y, de un

    puetazo, arroj la linterna al suelo. El rayo de luz

    desapareci.

    Mta! supliqu . Escchame Ten piedad.

    La cara de Mta se convulsion en una mscara defuror demonaco.

    Traidora mil veces! rugi.

    La espada dibuj una letra fulgurante ante mis ojos.

    Recib una estocada encima del seno izquierdo y ca de

    rodillas.

    Alguien llor desconsoladamente a mi lado, suplicando

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    *

    As termina, como cortado a cuchillo, el manuscrito

    alemn.

    EL MANUSCRITO FRANCS

    Ahora estoy seguro.

    Me sealaron al cochero ms antiguo de la ciudad enla taberna Kneipe, donde se bebe la cerveza de octubre ms

    espirituosa y perfumada.

    Le invit a beber; luego le ofrec tabaco azafranado y

    un daalder de Holanda. Jur que yo era un prncipe.

    Un prncipe, claro que s exclam . Qu hay

    ms noble que un prncipe?... Que vengan todos los que mecontradigan, y les cruzar con el cuero de mi ltigo!

    Le seal su droschke, amplio como una salita de

    espera.

    Ahora, llveme al callejn de Sainte-Brgonne.

    Me mir atnito. Luego, estall en carcajadas.

    Es usted un tipo gracioso. Oh, s, muy gracioso! Por qu?

    Porque es ponerme a prueba. Conozco todas las

    calles de la ciudad. Qu digo las calles?... Los adoquines! Y

    no existe ninguna calle de Sainte-Br qu?

    Brgonne. Dgame: no est por la parte de la

    Mohlenstrasse?

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    Pues no dijo con tono terminante . Eso existe

    aqu como el Vesubio en San Petersburgo.

    Nadie mejor que l conoca la ciudad; nadie saba susrecovecos mejor que este magnfico bebedor de cerveza.

    Un estudiante que, en una mesa vecina, escriba una

    carta de amor y nos escuchaba, aadi:

    Adems, no existe ninguna santa de ese nombre.

    Y la mujer del tabernero replic con cierta rabia:

    No se fabrican nombres de santos como si fueransalchichas judas.

    Calm a todo el mundo con vino y cerveza del ao, y

    una gran alegra anid en mi corazn.

    Ese Schutzmann que desde por la maana hasta por

    la noche recorre la Mohlenstrasse, tiene una cabeza masiva

    de dogo ingls; pero se ve que es hombre que conoce suoficio.

    No dijo lentamente, de regreso de un largo viaje

    por entre sus pensamientos y sus recuerdos , eso no existe

    por aqu, ni en toda la ciudad.

    Ahora bien: por encima de su hombro veo el corte

    amarillo del callejn de Sainte-Brgonne, entre la destileraKlingborn y una tienda de granos y semillas annima.

    Debo volverme con una velocidad descorts para no

    mostrar mi dicha. El callejn de Sainte-Brgonne? Ah, ah!

    No existe ni para el cochero, ni para el estudiante, ni para el

    agente de polica local, ni para nadie.

    Existe solamente para m!

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    *

    Cmo he hecho este extravagante descubrimiento?

    Pues por una observacin casi cientfica, como se

    dira pomposamente en nuestro cuerpo doctoral.

    Mi colega Seiffert, que ensea ciencias naturales,

    haciendo estallar en las narices de sus alumnos balones

    llenos de gases extraos, no encontrara nada que censurar.

    Cuando recorro la Mohlenstrasse, debo franquear,

    para pasar de la tienda de Klingborn a la de los granos y

    semillas, cierta distancia que recorro en tres pasos, lo cual

    me lleva un par de segundos. Por el contrario, he observado

    que las gentes que recorren el mismo camino pasan

    inmediatamente de la casa del destilador a la del semillero

    sin que sus siluetas se proyecten sobre el hueco del callejn

    de Sainte-Brgonne.

    Despus, preguntando hbilmente a unos y a otros, he

    llegado a saber que para todos y en el plano catastral de la

    ciudad, slo una pared medianera separa la destilera

    Klingborn del inmueble del vendedor de granos.

    De ello he sacado la conclusin que para todo el

    mundo, excepto para m, esta callejuela existe ms all del

    tiempo y del espacio.

    Me divierto mucho al escribir esta frase, con la que mi

    colega Mitschlaf sazona copiosamente su curso de Filosofa:

    Ms all del tiempo y del espacio.

    Ah, ah! Si l supiese tanto como yo sobre este tema

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    Es un pedante con cara de bfalo! Pero todo lo que l cuenta

    de esas ciudades de humo son pobres fantasas que no

    pueden aferrar ms que los frgiles sueos de algunosignorantes.

    Hace varios aos que yo conozco esta callejuela

    misteriosa, pero jams me he aventurado por ella, y creo que

    personas ms valerosas que yo hubieran vacilado en hacerlo.

    Qu leyes rigen este espacio desconocido? Una vez

    agarrado por su misterio, me devolver a mi mundo?Me he forjado, por ltimo, razones diversas para

    convencerme de que este mundo era inhospitalario para un

    ser humano, y mi curiosidad ha capitulado ante el miedo.

    Sin embargo, lo poco que yo vea de esta escapada

    sobre lo incomprensible, era tan trivial, tan ordinario, tan

    mediocre!...Debo confesar que la vista estaba cortada

    inmediatamente, a diez pasos, por una curva brusca de la

    callejuela. Por tanto, todo lo que yo poda ver eran dos altas

    tapias mal encaladas y sobre una de ellas algunos caracteres

    en carbn: Sankt-Beregonne Gasse. Adems, un empedrado

    verdoso y desgastado que faltaba un poco antes de llegar a lacurva cerrada, y un suelo informe que dejaba brotar los

    viburnos.

    Este arbusto enclenque me pareca que viva segn

    nuestras estaciones, porque yo le vea, a veces, con un poco

    de verdor y algunas bolas de nieve entre sus ramitas.

    Hubiera podido hacer curiosas observaciones en

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    cuanto a la yuxtaposicin de esta loncha de un cosmos

    desconocido sobre el nuestro; pero eso me hubiera obligado a

    estancias ms o menos largas en la Mohlenstrasse, yKlingborn, que me vea con frecuencia mirar fijamente a sus

    ventanas, concibi sospechas injuriosas para su esposa y me

    lanzaba miradas feroces.

    Por otra parte, yo me preguntaba por qu, dentro de la

    vastedad del mundo, ese extrao privilegio me toc en suerte

    a m solo.Yo me pregunto, digo

    Y ello me lleva a pensar en mi abuela materna. Aquella

    mujer, alta y sombra, que hablaba tan poco y que pareca

    seguir, con sus inmensos ojos verdes, las peripecias de otra

    vida en la pared que tena delante.

    Su historia era oscura. Mi abuelo, que era marino, lahaba arrancado, segn parece, de manos de los piratas de

    Argelia.

    A veces ella paseaba sus largas manos blancas por

    encima de mis cabellos, murmurando:

    l quiz Por qu no?... Despus de todo...?

    Lo repiti la noche en que mora, aadiendo, mientrassu mirada moribunda erraba por entre las sombras:

    l ir quiz all donde yo no pude volver

    Aquel da soplaba una terrible tempestad. Cuando mi

    abuela muri y cuando se encendan los cirios, un inmenso

    pjaro de tempestad rompi los cristales de la ventana y fue a

    agonizar, sangrante y amenazador, sobre el lecho de la

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    muerta.

    Es la nica cosa especial que recuerdo de mi vida;

    pero eso tiene alguna relacin con el callejn de Sainte-Brgonne?

    Fue la rama del viburno quien hizo surgir la aventura.

    *

    Soy sincero completamente al buscar en aquello este

    capirotazo inicial que puso en movimiento los mundos y los

    acontecimientos?

    Por qu no hablar de Anita?

    Hace algunos aos, las abras hanseticas vean llegar

    an, saliendo de las brumas como bestias avergonzadas,

    extraos y pequeos navos enjarciados al estilo latino:

    tartanas, sacolevas o speronares.

    Inmediatamente una risa colosal conmova el puerto,

    llegando hasta las ms srdidas cerveceras; risa, los

    patronos descargadores rendan a ella sus bebidas, y los

    marineros de Holanda, de rostros de cuadrantes de reloj,

    masticaban sus largas pipas de espuma blanca de Gouda.

    Ah! exclamaban . He aqu los lugares de

    sueo.

    Yo he sentido cada vez mi alma desgarrada ante esos

    sueos heroicos que venan a morir en la formidable risa

    germnica.

    Se contaba que las tristes tripulaciones de estos

    navos vivan en un sueo loco, a lo largo de las costas

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    altura de las islas de Lofoten.

    Pero el Norte cubri de flores las tumbas de esos

    navos, proporcionndoles un dulce epitafio: Las lugres delsueo, que si hace rer a los groseros marineros, a m me

    emociona y, si pudiera, me embarcara en ese sueo, el cual,

    subido a bordo, permanece all hasta la consumacin de los

    siglos.

    Quiz sea tambin porque Anita es hija de esos navos.

    *

    Vino de all abajo, muy pequea, en los brazos de su

    madre, en una tartana. La barca fue vendida. La madre

    muri. Sus hermanitas tambin. El padre, que parti en un

    velero de las Amricas, no volvi ms, ni el velero tampoco.

    Anita se qued sola; pero su sueo, que condujo la barca a

    esos muelles de madera mohosa, no le ha abandonado: ella

    cree en la suerte nrdica, y la quiere speramente, yo dira

    que casi con odio.

    En aquel Tempelhof de las lmparas de luces blancas,

    Anita baila, canta, lanza flores rojas que vuelven a caer como

    lluvia de sangre sobre ella o se chamuscan a las llamas

    cortas de los quinqus.

    A continuacin deambula por entre el pblico,

    tendiendo, a guisa de platillo, una concha de ncar rosada.

    En ella le echan dinero, hasta oro, y es entonces nicamente

    cuando sus ojos sonren, fijos un segundo, como una caricia,

    en el hombre generoso.

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    Yo he echado oro, oro, yo, humilde profesor de

    gramtica francesa en el Gymnasium, por una mirada de

    Anita.

    *

    Notas breves.

    He vendido mi Voltaire. A veces lea a mis alumnos

    fragmentos de su correspondencia con el rey de Prusia. Esto

    le gustaba al director del colegio.

    Debo dos meses de pensin a Frau Holz, mi patrona.

    Me ha dicho que es muy pobre

    El administrador del Instituto, a quien he pedido un

    nuevo adelanto sobre mi sueldo, me ha contestado, con

    apuro, que le era muy difcil concedrmelo, que el reglamento

    lo prohiba No le he escuchado ms. Mi colega Seiffert se ha

    negado rotundamente a prestarme algunos tleros.

    He dejado un pesado soberano de oro en la concha de

    ncar. La mirada de Anita me ha quemado durante mucho

    tiempo el alma.

    Luego he odo rer en los bosquecillos de laureles de

    Tempelhof y he reconocido a dos bedeles del Gymnasium, que

    huan en la sombra.

    Era mi ltima moneda de oro. Ya no tengo ms

    dinero

    Al pasar por delante de Klingborn, en la

    Mohlenstrasse, una calesa de Hanover, con cuatro caballos,

    me ha rozado.

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    Asustado, he dado un par de saltos dentro del callejn

    de Sainte-Brgonne. Mi mano, maquinalmente, ha

    desgarrado una rama de viburno.Est sobre mi mesa.

    Me abre, de golpe, un mundo inmenso, como la varita

    de un mago.

    *

    Razonemos, como dira Seiffert, el avaro.

    Ante todo, mi asustado retroceso en la callejuela de

    Sainte-Brgonne y mi inmediato regreso a la Mohlenstrasse

    demuestran que ese espacio es de tan fcil acceso y salida

    para m como cualquiera otra calle de la ciudad.

    Sin embargo, la rama es un aporte, digamos

    filosfico, inmenso. Ese trozo de rbol es demasiado en

    nuestro mundo. Si en cualquier selva americana cogiese una

    rama de arbusto y la trajese aqu, no cambiara con tal accin

    el nmero de ramas de rboles que existen en toda la tierra.

    Pero, trayendo del callejn de Sainte-Brgonne esa

    rama de viburno, aumento ese nmero en una unidad

    intrnseca, que todos los crecimientos tropicales no hubieran

    podido proveer al reino vegetal terrestre, puesto que la he

    cogido de un plano que, solamente para m, es de existencia

    real.

    Puedo, pues, gracias a ella importar un objeto al

    mundo de los hombres, y en l nadie podr disputarme su

    propiedad. Ah! Nunca propiedad alguna habr sido ms

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    absoluta, puesto que, no debiendo nada a ninguna industria,

    el objeto en cuestin aumenta, sin embargo, el patrimonio

    inmutable de la tierraMi argumentacin contina; corre amplia como un ro,

    que arrastra flotillas de palabras y rodea islotes de llamadas

    a la filosofa: se abastece de un enorme sistema de afluentes

    de lgica para llegar a demostrarme a m mismo que un robo

    en el callejn de Sainte-Brgonne no es lo mismo que uno en

    la Mohlenstrasse.De acuerdo con ese galimatas, juzgo la causa

    decidida.

    Me bastar con evitar las represalias de los

    enigmticos habitantes de la callejuela o del mundo adonde

    ella conduce.

    Creo que en las salas de fiestas de Madrid y de Cdiz,los conquistadores, derrochando el oro de las nuevas Indias,

    se preocupan muy poco de la ira de los lejanos pueblos

    expoliados.

    Maana entro en lo Desconocido.

    *

    Klingborn me ha hecho perder el tiempo.

    Creo que me esperaba en el pequeo vestbulo

    cuadrado que se abre sobre su tienda y sobre su despacho a

    la vez.

    A mi paso, cuando apretaba los dientes para

    sumergirme, con la cabeza agachada, en la aventura, me

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    atrap por un lado de mi abrigo.

    Ah seor profesor! gimi . Qu mal le conoca!

    No era usted! Y yo, que llegu a sospechar, ciego de m! Ellase ha marchado, seor profesor, y no con usted. Oh, no!

    Usted es un hombre decente. No, seor, con un inspector de

    transportes. Un hombre mitad cochero, mitad escribiente.

    Qu vergenza para la casa Klingborn!

    Me haba hecho entrar en una trastienda tenebrosa y

    me serva aguardiente perfumado con naranja. Y decir que desconfiaba de usted, seor profesor!

    Siempre le vea mirando las ventanas de mi mujer; pero

    ahora s que es a la esposa del almacenista de semillas a

    quien usted ronda.

    Yo trataba de disimular mi apuro levantando mi copa.

    Eh, eh! exclam Klingborn, sirvindome unanueva copa de aguardiente anaranjado . Me gustara

    mucho verle jugar una trastada, seor profesor, a ese

    malvado de semillero que se complace de mi desgracia.

    Con sonrisa de cmplice, aadi:

    Quiero darle una buena noticia: la dama de sus

    pensamientos se halla en este instante en el jardincillo,haciendo y deshaciendo guirnaldas de papel. Venga a verla.

    Me condujo por una escalera de caracol hacia una

    ventana torva. Vi los cobertizos repletos de la destilera

    Klingborn humear por entre un juego inextricable de

    corralillos, jardincillos melanclicos y arroyuelos cenagosos,

    apenas ms largos que un paso. Era en esta perspectiva

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    donde deba sumergirse la callejuela singular.

    Pero donde yo hubiera debido verla, desde lo alto de

    mi observatorio, no se vea ms que esta humosa actividad delos edificios Klingborn y el jardn oxidado de parietarias del

    vecino de las semillas, donde una figura delgada se inclinaba

    sobre ridos parterres.

    Un ltimo trago de aguardiente con naranja me

    produjo mucho valor y, al abandonar a Klingborn, no di ms

    que algunos pasos para hundirme en el callejn de Sainte-Brgonne.

    *

    Tres puertecillas amarillas en la pared blanca

    Ms all de la curva de la callejuela, los viburnos

    continuaban poniendo su nota verde y negra entre las losas.

    Despus aparecieron las tres puertecillas amarillas, dndose

    codo con codo casi, y proporcionando, a lo que hubiera

    debido ser extrao y terrible, el aspecto pueril de una calle de

    santurronera flamenca.

    Mis pasos resonaban muy claros en el silencio.

    Golpe en la primera puerta. Slo la vida vana del eco

    se despert detrs de ella.

    La callejuela se alargaba cincuenta pasos ms hacia

    una nueva curva.

    Lo desconocido slo se descubrira con parsimonia, y

    la parte de mi descubrimiento de hoy no era ms que dos

    paredes, mal blanqueadas, y esas tres puertas. Pero toda

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    puerta cerrada no es en s misma un potente misterio?

    Golpe con ms fuerza la triple puerta. Los ecos

    partan con grandes ruidos y trastornaban, con confusosrumores, los silencios agazapados al fondo de prodigiosos

    pasillos. A veces parecan imitar pasos muy ligeros; pero

    estas fueron las nicas respuestas del mundo enclaustrado.

    Haba cerraduras como en todas las puertas que yo

    acostumbraba ver. La tarde de la antevspera haba tardado

    una hora en abrir la de mi piso con un alambre retorcido, yese era un trabajo fcil de realizar.

    Mis sienes sudaban un poco. En mi corazn senta un

    poco de vergenza. Saqu del bolsillo la misma ganza y la

    deslic en la cerradura de la primera puertecilla.

    Y como la de mi piso, se abri con toda facilidad.

    *

    Ahora me encuentro, en mi habitacin, entre mis

    libros, con una cinta roja desprendida de un vestido de Anita

    sobre mi mesa y tres tleros de plata en mi mano crispada.

    Tres tleros!

    Les digo que con mi propia mano he asesinado mi

    destino ms bello.

    Ese mundo nuevo slo se abra para m. Qu

    esperaba de m este universo ms misterioso que los que

    gravitan en el fondo del Infinito?

    El misterio me haca adelantos, me proporcionaba

    sonrisas, como una muchacha bonita. Y entr como ladrn.

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    tmido. Ya se considera demasiado desgraciado por tener que

    desprenderse de los tesoros de sus vitrinas. Deseo evitarle

    una tristeza ms. Le presto, pues, ese servicio.Gockel movi la cabeza frenticamente. Pareci

    embobarse de admiracin por m.

    As es como yo considero la amistad. Ach, Herr

    Doktor! Leer esta noche el De amicitia, de Cicern, con

    redoblada alegra. Por qu no tendr yo un amigo como su

    infortunado sabio tiene en usted? Pero yo quiero contribuirun poco a su hermosa accin, comprando todo lo que su

    amigo quiera vender y pagndole un buen precio, un

    bonsimo precio

    La curiosidad me picaba en aquel momento.

    Yo no he mirado muy bien ese plato dije con

    altivez. No era de mi incumbencia y, adems, yo noentiendo. Qu clase de trabajo es?... Bizantino?

    No sabra decirlo con exactitud. Bizantino, s tal

    vez Tengo que hacer un estudio detenido de l. Pero

    continu, serenado de golpe , en todo caso, es algo que

    buscar el aficionado, el entusiasta.

    Y con tono que zanjaba toda veleidad de informacin,dijo:

    Es lo que nos interesa ms a los dos y a su amigo

    tambin, ni que decir tiene.

    Aquella noche, muy tarde, acompa a Anita por las

    calles azuladas por la luna hasta el muelle de los holandeses,

    donde su casa se agazapaba al fondo de un macizo de altos

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    *

    Las tres casitas son idnticas; en todas ellas

    encuentro la cocina limpia, los muebles avaros y brillantes, el

    mismo fulgor irreal y crepuscular, la misma tranquila

    serenidad y ese muro insensato ante el cual termina la

    escalera. En todas ellas he encontrado el plato pesado e

    idnticos candelabros.

    Me los he llevado y

    Y al da siguiente me los he vuelto a encontrar en su

    sitio.

    Los llevo a casa de Gockel, quien los paga con una

    amplia sonrisa.

    Es una locura. Me noto un alma montona de faquir

    cambista.

    Robo eternamente en una misma casa, en las mismas

    circunstancias, los mismos objetos. Me pregunto si esa no es

    una primera venganza de este desconocido sin misterio. No

    es una primera ronda de condenado lo que yo realizo?

    No ser la condenacin la repeticin sempiterna del

    pecado por la eternidad de los siglos?

    Un da no fui all. Haba resuelto espaciar mis

    lamentables incursiones. Tena una reserva de oro. Anita era

    feliz y me demostraba la ms hermosa ternura.

    Aquella misma noche Gockel fue a visitarme,

    preguntndome si no tena nada que vender. Me ofreci un

    poco ms de dinero todava, ante mi asombro, y termin por

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    hacer una mueca cuando le hice partcipe de mi decisin.

    Monsieur Gockel le dije cuando se iba , sin

    duda usted ha encontrado un adquiridor regular de objetos,no?

    Se volvi lentamente y me plant su mirada

    directamente en los ojos.

    S, Herr Doktor. Pero no le dir nada como no me

    hable usted de su amigo, el vendedor.

    Su voz se hizo grave. Trigame todos los das objetos; dgame cunto oro

    quiere por ellos y yo se lo dar sin ms regateo. Estamos

    atados a la misma rueda, Herr Doktor. Tal vez lo pagaremos

    ms tarde; mientras tanto, vivamos la vida tal como la

    amamos: usted, con su hermosa amiga; yo, con mi fortuna.

    Nunca ms, ni Gockel ni yo, sacamos a relucir estetema; pero Anita se volvi de pronto muy exigente y el oro del

    anticuario se escapaba como agua por entre sus manos

    nerviosas.

    Entonces sucedi que cambi, si puedo expresarme de

    tal forma, la atmsfera de la callejuela.

    O las melodas.Por lo menos, me pareca que era una msica

    maravillosa y lejana. Hice una nueva llamada a mi valor, y

    form el proyecto de explorar el callejn ms all de la curva

    y llegar hasta la cancin que vibraba en la lejana.

    En el mismo instante que pasaba la tercera puerta y

    daba un paso en la zona que an no haba recorrido, el

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    corazn se me oprimi de forma dolorosa. No di ms que tres

    o cuatro pasos vacilantes.

    Luego me volv. Poda an ver un trozo del primerramal de la Beregonnegasse, pero ya cun mezquino. Me

    pareca que me alejaba peligrosamente de mi mundo. Sin

    embargo, en un impulso de temeridad irrazonable, corr;

    luego, me arrodill como un mozuelo que espa por encima de

    una valla y arriesgu una mirada sobre el ramal desconocido.

    La decepcin me golpe inmediatamente como unabofetada. La callejuela continuaba su ruta serpentina, pero la

    nueva perspectiva no se abra de nuevo ms que sobre tres

    puertecillas, en una pared blanca, y sobre viburnos.

    Hubiera vuelto seguramente sobre mis pasos si, en

    aquel momento, no hubiera pasado el viento de los cnticos,

    lejana marea de sones desplegadosVenc un terror inexplicable para escucharla, para

    analizarla si era posible.

    Me he expresado bien al decir marea: era un ruido

    nacido en una lejana considerable, pero enorme, como la del

    mar.

    Mientras lo escuchaba, no distingua ya esos primerossoplos de armona que haba credo descubrir all, sino una

    penosa discordancia, un furioso rumor de quejas y de odios.

    No han observado ustedes jams que los primeros

    efluvios de un olor repugnante son a veces suaves y hasta

    agradables? Recuerdo que, al salir un da de mi casa, me

    acogi en la calle un apetecedor olor a carne asada. He aqu

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    una cocina esplndida y matinal, me dije.

    Pero, cien pasos ms all, aquel perfume se convirti

    en un olor nauseabundo a tela quemada. En efecto, unalmacn de trapos arda, llenando el ambiente de tizones

    ardiendo y de pavesas humeantes. Por tanto, tal vez me

    engaara la apariencia primera del melodioso rumor.

    Y si me aventurara ms all del nuevo recodo?

    me pregunt.

    En el fondo, mi cobarde inercia casi habadesaparecido. Franque en algunos segundos el espacio que

    se extenda delante de m, esta vez con paso tranquilo para

    encontrar, por tercera vez, el mismo decorado dejado a mi

    espalda.

    Entonces una especie de amargo furor, en el que

    zozobraba mi curiosidad rota se apoder de mi ser.Tres casas idnticas; luego, otras tres casas idnticas

    ms.

    Nada ms que al abrir la primera puerta, haba

    forzado el misterio intercalar.

    Un valor triste se apoder de m, ahora avanzaba por

    la callejuela y mi decepcin aumentaba de forma alucinante.Una curva, tres puertecitas amarillas, un grupo de

    viburnos; luego, un nuevo recodo, y reaparecan las tres

    puertecillas en la pared blanca y la sombra proyectada de los

    carboncillos. Se desarrollaba aquello como periodos en una

    serie de cifras. Tras una media hora, pasada en una

    formidable obsesin, el recorrido de mi marcha se hizo

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    furioso y estrepitoso.

    De repente, en el ltimo recodo que contorne, esta

    terrible simetra se rompi.Haba, s, tres puertecillas y viburnos, pero haba

    tambin un enorme portn de madera gris, seboso y

    barnizado. Y tuve miedo de esta puerta.

    Ahora oa aumentar el rumor en cercanos y

    amenazadores silbidos. Retroced hacia la Mohlenstrasse; los

    periodos volvieron a desfilar ante mis ojos como cuartetos dequejas: tres puertecillas y viburnos; tres puertecillas y

    viburnos

    Al fin titilaron las primeras luces del mundo real. Pero

    el rumor me haba perseguido hasta las lindes de la

    Mohlenstrasse. All, se cort de golpe, adaptndose a los

    alegres ruidos de la noche de la calle populosa, de forma queel misterioso y terrible silbido termin en un lozano vuelo de

    voces infantiles cantando una ronda.

    *

    Un terror innominado invade la ciudad.

    No hablara de l en estas breves memorias, que no

    interesan ms que a m mismo, si no hubiese encontrado una

    ligazn misteriosa entre la callejuela tenebrosa y los crmenes

    que cada noche ensangrientan la ciudad.

    Ms de cien personas han desaparecido de manera

    brutal. Otras ciento han sido asesinadas salvajemente.

    Ahora bien: dibujando sobre el plano de la ciudad la

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    lnea sinuosa que debe representar la Beregonnegasse,

    callejn incomprensible que cabalga sobre nuestro mundo

    terrestre, compruebo con pavor que todos esos crmenes sehan cometido a lo largo de ese trazado.

    As, pues, el desgraciado Klingborn fue uno de los

    primeros en desaparecer. Al decir de su dependiente, se

    desvaneci como el humo en el momento de entrar en la

    cmara de los alambiques. La mujer del dueo de la tienda

    de granos y semillas le sigui, arrebatada de su jardincillo.Su marido fue encontrado con el crneo destrozado en su

    secador.

    Al mismo tiempo que sigo con mi pluma la lnea

    fatdica, mi idea se transforma en certeza. No puedo explicar

    la desaparicin de las vctimas ms que considerando su

    paso sobre un plano desconocido; en cuanto a los crmenes,son golpes fciles para seres invisibles.

    En una casa de la calle de la Vieille Bourse, han

    desaparecido todos los inquilinos. En la calle de la Iglesia se

    han encontrado dos, tres, cuatro, hasta seis cadveres. En la

    calle de la Poste, hubo cinco desapariciones y cuatro

    muertos, y esto contina, limitndose, dirase, a laDeichstrasse, donde de nuevo se asesina y se rapta.

    Ahora me doy perfecta cuenta de que hablar de ello

    sera abrirme a m mismo la puerta del Kirchhaus, sombro

    asilo de locos, tumba que no conoce de Lzaros, o bien dar

    libre juego a una masa supersticiosa y bastante desesperada

    para despedazarme por brujo.

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    Y, sin embargo, despus de mi cotidiano y rpido

    botn, se alza dentro de m una rabia que me empuja a vagos

    proyectos de venganza.Gockel me digo sabe mucho ms que yo. Voy a

    ponerle al tanto de lo que s, y eso le obligar a hacerme

    confidencias.

    Pero aquella noche, mientras el anticuario vaciaba su

    pesada bolsa en mis manos, no dije nada, y Gockel se

    march como de costumbre despidindose con palabrascorteses, desprovistas de toda alusin al extrao negocio que

    nos ha atado a la misma cadena.

    No obstante, me parece que los acontecimientos van a

    precipitarse, a lanzarse como un torrente a travs de mi vida

    demasiado tranquila.

    Me doy cuenta, cada vez ms, de que laBerengonnegasse y sus casitas no son ms que un disfraz,

    detrs del cual se oculta yo no s qu horrible cara.

    Hasta hoy, y sin duda para mi buena suerte, slo he

    ido all en pleno da; porque, para decir verdad, y sin saber

    demasiado por qu, he temido las noches y la oscuridad de

    all.Pero hoy me he retrasado separando los muebles y

    revolviendo y quitando los cajones, en mi afn obstinado de

    descubrir algo nuevo. Y lo nuevo procede de ello mismo,

    bajo la forma de un ruido sordo, como de pesadas puertas

    rodando sobre patines. Alc la cabeza y vi que la claridad

    opalina se haba transformado en una media luz cenicienta.

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    Las vidrieras de la caja de la escalera estaban lvidas; los

    corralillos, invadidos ya por la sombra.

    Sent opresin en el corazn; pero como el ruido serepeta, reforzado por la potente resonancia del lugar, mi

    curiosidad fue ms fuerte que mi miedo y sub la escalera

    para ver de dnde proceda el ruido.

    Cada vez estaba ms oscuro; pero, antes de saltar

    como un loco a la parte baja de la escalera y huir, pude ver

    Que ya no haba pared!La escalera terminaba en un pozo excavado en la

    oscuridad y de donde suban oleadas de monstruosidades.

    Alcanc la puerta. A mi espalda, algo fue derribado

    con furor.

    La Mohlenstrasse brillaba ante m como un abra. Ech

    a correr. De pronto, me agarraron con fuerza salvaje. Oiga! Es que cae de la luna?

    Estaba sentado en el suelo de la Mohlenstrasse, frente

    a un marinero que se frotaba la cabeza dolorida y que me

    miraba estupefacto.

    Mi abrigo estaba destrozado, mi cuello sangraba; no

    perd el tiempo en disculparme, sino que me marchinmediatamente, ante la suprema indignacin del marinero,

    que gritaba que, despus de haberle atropellado tan

    brutalmente, ni siquiera le ofreca un trago.

    *

    Anita se ha marchado! Anita ha desaparecido!

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    Mi corazn est desgarrado. Sollozando, he hundido la

    cara en mi oro intil.

    Sin embargo, el muelle de los holandeses est muylejos de la zona peligrosa. Dios mo! He fracasado

    estrepitosamente por exceso de cario y de prudencia!

    No mostr un da, sin hablar de la callejuela, el

    trazado a mi amiga, dicindole que todo el peligro pareca

    concentrado en ese recorrido sinuoso?

    Los ojos de Anita brillaron de forma extraa en esemomento.

    Hubiera debido recordar que el inmenso espritu

    aventurero que anim a sus antepasados viva latente en ella.

    Quiz en ese mismo instante, por intuicin femenina,

    relacionase mi repentina fortuna con esta topografa

    criminal Oh, cmo se derrumba mi vida!Nuevos asesinatos, nuevos eclipses de personas

    Y mi Anita ha sido arrastrada por el torbellino

    sangriento e inexplicable!

    El caso de Hans Mendell me inspira una idea

    descabellada: esos seres vaporosos, como l los describe,

    acaso no sean invulnerables.Hans Mendell no era hombre distinguido; no obstante,

    es preciso creerle bajo palabra. Era un muchacho malvado

    que realizaba el oficio de batelero y de matn.

    Cuando lo encontraron, tena en los bolsillos las

    carteras y los relojes de dos desgraciados cuyos cadveres

    ensangrentaban el suelo a algunos pasos de l.

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    Se hubiera podido creer en la completa culpabilidad de

    Mendell si no se le hubiese encontrado, a l tambin,

    agonizante, con los brazos arrancados del tronco.Como era hombre de constitucin vigorosa, pudo vivir

    lo suficiente para responder a las preguntas de los jueces y

    de los curas.

    Confes que, desde haca algunos das, segua a una

    sombra, a una especie de nebulosidad negra, que mataba a

    las personas que despus l, Mendell, desvalijaba.El da de su desgracia vio, a los rayos de la luna, a la

    nubosidad negra esperando, inmvil en el centro de la calle

    de la Poste. Mendell se ocult en la garita de un funcionario

    ausente y la observ. Vio otras formas vaporosas, sombras y

    torpes, que saltaban como pelotas, desapareciendo despus.

    Pronto oy voces y vio a dos jvenes que suban por lacalle. Ya no vio la nubosidad; pero, de pronto, observ que los

    dos jvenes caan de espaldas y quedaban inmviles en el

    suelo.

    Mendell aadi que ya haba observado, en siete

    ocasiones diferentes, la misma maniobra en esos crmenes

    nocturnos.Y esperaba, cada vez, que se alejara la sombra para

    despojar los cadveres.

    Eso demuestra en este hombre una sangre fra

    formidable, digna de mejor empleo.

    Cuando desvalijaba los dos cuerpos, vio con espanto

    que la nubosidad no se haba marchado, sino que se haba

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    elevado solamente, interponindose entre la luna y l.

    Vio, entonces, que tena forma humana, pero muy

    basta.Hubiera querido alcanzar de nuevo la garita, pero no le

    dio tiempo; la forma cay sobre l.

    Como Mendell era hombre de una fuerza atroz, le

    asest, segn l, un golpe terrible, encontrando una ligera

    resistencia, como si empujase con la mano una potente

    bocanada de aire.Fue todo lo que pudo contar. Por lo dems, su horrible

    herida no le concedi ms que una hora de vida despus de

    su relato.

    La idea de vengar a Anita estaba anclada ahora en mi

    cerebro. Dije a Gockel con toda sencillez:

    No vuelva ms por aqu. Necesito venganza y odio, ysu oro ya no me sirve para nada.

    Me mir con ese aspecto grave que tan bien le conoca.

    Gockel repet , voy a vengarme.

    De pronto, su cara se ilumin, como provista de

    enorme alegra, y dijo:

    Cree usted...? Cree usted, Herr Doktor, que ellosdesaparecern?

    Entonces, bruscamente, le di la orden de que mandara

    a cargar una carreta con leos, bidones de petrleo y de

    alcohol y un barril de plvora, y lo abandonara, sin conductor

    ni vigilante, en la Mohlenstrasse, a primeras horas de la

    maana. Se inclin como un criado y, al marcharse, me dijo

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    demasiado rpidamente una escalera de caracol que

    descendiera profundamente bajo tierra.

    *

    La Deichstrasse y todo el barrio est en llamas.

    Desde mi ventana, por encima de los tejados, veo

    dorarse el cielo.

    El tiempo es seco. Al parecer, no hay agua. Por encima

    de la calle viaja, muy alta, la banda roja de las llamas de los

    tizones ardiendo.

    Hace ya un da y una noche que todo arde, pero el

    fuego se halla todava lejos de la Mohlenstrasse.

    El callejn est all, tranquilo, con sus viburnos que

    tiemblan. Las detonaciones se oyen a lo lejos.

    Una nueva carreta est all, abandonada por Gockel.

    No hay un alma: todo el mundo ha sido atrado por el

    espectculo formidable del fuego. No se le espera aqu.

    Avanzo de recodo en recodo, sembrando los leos, los

    bidones de petrleo y de alcohol, la oscura escarcha de la

    plvora.

    Y, de repente, en un recodo franqueado por primera

    vez, me paro petrificado. Tres casitas, las eternas tres casitas,

    arden tranquilamente con hermosas llamas amarillas en el

    ambiente apacible. Dirase que el mismo fuego respeta su

    serenidad, porque cumple su misin sin ruido y sin

    salvajismo. Comprendo que estoy en la linde roja del siniestro

    que destruye la ciudad.

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    Retrocedo, con el alma angustiada, ante este misterio

    que va a morir.

    La Mohlenstrasse est muy cerca. Me paro ante laprimera de esas puertecitas, la que abr temblando hace

    algunas semanas. Aqu encender el nuevo brasero.

    Recorro por ltima vez la cocina, los severos

    locutorios, la escalera que se hunde de nuevo en la pared, y

    siento ahora que todo esto se me ha hecho familiar, casi

    querido. Qu es aquello?

    Sobre el plato, que tantas veces he robado para

    volverlo a encontrar al da siguiente, hay hojas cubiertas de

    escritura.

    Una escritura elegante de mujer.

    Me apodero del paquete. Este ser mi ltimo robo enla callejuela tenebrosa.

    Los Stryges! Los Stryges! Los Stryges!...

    *

    As termina el manuscrito francs.

    Las ltimas palabras, donde se evocan los impuros

    espritus de la noche, estn trazadas a travs de las pginas

    en caracteres encontrados, que claman la desesperacin y el

    terror.

    As deben escribir los que, en un barco que se hunde,

    quieren confiar un ltimo adis a una familia que esperan los

    sobrevivir.

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    *

    Esto fue el ao pasado en Hamburgo.

    Sankt-Pauli y sus Zillerthal y su alucinante

    Peterstrasse, Altona y sus botesno me haban producido, la

    vspera y la antevspera, ms que un ligero placer. Anduve

    por la antigua ciudad que ola mucho a cerveza fresca y que

    yo llevaba en mi corazn, porque me recordaba las ciudades

    de mi juventud, que tanto haba amado. Y all, en una calle

    sonora y vaca, vi el nombre del anticuario Lockmann

    Gockel.

    Compr una antigua pipa bvara de truculentos

    adornos. El comerciante se mostr amable. Le pregunt si el

    apellido Archiptre le deca algo. El anticuario tena un rostro

    de tierra gris que, por las noches, se haca tan blanco que

    surga de la sombra como si una llama interna lo hubiese

    iluminado.

    Ar-chi-p-tre? pregunt . Oh seor! Qu dice

    usted? Qu sabe usted?

    No tena razn alguna para hacer un misterio de este

    relato, encontrado entre viento y papeles rotos.

    Se lo cont.

    El hombre encendi un mechero de gas de un modelo

    arcaico, cuya llama danz y silb tontamente.

    Vi sus ojos cansados.

    Era mi abuelo me respondi cuando habl del

    anticuario Gockel.

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    Acab mi relato y un suspiro profundo se elev de un

    rincn oscuro.

    Es mi hermana dijo.Salud a una persona an joven, bonita, pero muy

    plida, que, inmvil entre las sombras ms grotescas, me

    haba estado escuchando.

    Casi todas las noches continu l con voz

    angustiada , nuestro abuelo hablaba de eso a nuestro

    padre, y este se entretena con nosotros relatndonos esetema fatal. Ahora que mi padre ha muerto, nosotros

    hablamos de ello tambin.

    Pero dije nervioso gracias a usted vamos a

    poder hacer averiguaciones referentes a la misteriosa

    callejuela, no es as?

    Lentamente, el anticuario alz la mano. Alphonse Archiptre fue profesor de francs en el

    Gymnasium hasta el ao mil ochocientos cuarenta y dos.

    Oh! exclam decepcionado . Qu lejos est eso!

    El ao del gran incendio que estuvo a punto de

    destruir Hamburgo. La Mohlenstrasse y el inmenso barrio

    comprendido entre ella y la Deichstrasse no era ms que unbrasero.

    Y Archiptre?

    Viva bastante lejos de all, hacia Bleichen. El fuego

    no alcanz su calle; pero a la mitad de la segunda noche, la

    del seis de mayo, una noche terrible, seca y sin agua, su casa

    ardi, ella sola, entre las otras que, por milagro, fueron

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    respetadas. Muri entre las llamas. Por lo menos, no se le

    volvi a encontrar.

    El relato dije.Lockmann Gockel no me dej acabar. Estaba tan

    contento de encontrar un derivado que se apropi

    golosamente del tema apenas enunciado; afortunadamente,

    cont casi lo que yo quera saber.

    El relato ha constreido, en todo esto, el tiempo,

    como el espacio se ha constreido sobre este lugar fatdico dela Beregonnegasse. As, pues, en los archivos de Hamburgo

    se habla de atrocidades que se cometieron durante el

    incendio por una banda de malhechores misteriosos.

    Crmenes inauditos, pillajes, tumultos, rojas alucinaciones de

    las masas, todo eso es completamente exacto. Ahora bien:

    esas perturbaciones tuvieron lugar varios das antes delsiniestro. Se da usted cuenta de la figura que yo acabo de

    emplear sobre la contraccin del tiempo y del espacio?

    Su rostro se seren un poco.

    La ciencia moderna, no est acorralada a la

    debilidad euclidiana por la teora de ese admirable Einstein

    que el mundo entero nos enva? Y no debe admitir, conhorror y desesperacin, esta ley fantstica de contraccin

    expuesta por Fitzgerald-Lorentz? La contraccin, seor! Ah,

    esa palabra encierra muchas cosas!

    La conversacin pareca derivar por una travesa

    insidiosa.

    Sin ruido, la joven trajo altas copas de cristal llenas de

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    somos muy ricos, enormemente ricos, gracias al oro de oh,

    s!... de esos seres de la noche.

    Ya no existen murmur su hermano, volviendo allenar las copas.

    No digas eso! Ellos no pueden habernos olvidado.

    Piensa en nuestras noches, nuestras noches espantosas

    entre todas. Todo lo que yo puedo esperar ahora es que haya,

    o que haya habido al lado de ellos, una presencia humana a

    la que quieran y que interceda por nosotros.Sus hermosos ojos se abran desmesuradamente sobre

    el pozo negro de sus pensamientos.

    Kathie, Kathie! exclam el anticuario . Es que

    has visto de nuevo...?

    Todas las noches estn all las cosas, t lo sabes

    perfectamente dijo la muchacha en voz tan baja quepareca un susurro doloroso . Se apoderan de nuestros

    pensamientos en cuanto el sueo nos vence. Oh! No dormir

    ms!...

    No dormir ms! repiti su hermano, como un eco

    de terror.

    Surgen de su oro, que nosotros guardamos, y que, apesar de todo, tanto amamos; se alzan de todo cuanto hemos

    adquirido con esa fortuna infernal Volvern siempre,

    mientras nosotros duremos y dure esta tierra de desgracia.