José Julián Martí Pérez

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Jos Julin Mart Prez(La Habana,Cuba,28 de enerode1853Dos Ros,Cuba,19 de mayode1895) fue unpolticorepublicano democrtico,pensador,periodista,filsofoypoetacubanode origen espaol , creador delPartido Revolucionario Cubanoy organizador de laGuerra del 95o Guerra Necesaria. Perteneci al movimiento literario delmodernismo.Estudios y primera deportacinJos Julin Mart Prez naci en la calle Paula No. 41,La Habana, el 28 de enero de 1853, hijo de Mariano Mart deValenciayLeonor Prez Cabrera, deTenerife, enCanarias.En1866se matrcula en el Instituto de Segunda Enseanza de La Habana. Ingresa tambin en la clase de Dibujo Elemental en la Escuela Profesional de Pintura y Escultura de La Habana, ms conocida como San Alejandro.El4 de octubrede1869, al pasar una escuadra del Primer Batalln de Voluntarios por la calle Industrias No. 122, donde residan los Valds Domnguez, de la vivienda se oyen risas y los voluntarios toman esto como una provocacin. Regresan en la noche y someten la casa a un minucioso registro. Entre lacorrespondenciaencuentran una carta dirigida a Carlos de Castro y Castro, compaero del colegio que, por haberse alistado como voluntario en el ejrcito espaol para combatir a los independentistas, calificaban deapstata.Por tal razn, el21 de octubrede 1869 Mart ingresa en la Crcel Nacional acusado de traicin por escribir esa carta, junto a su amigo Fermn Valds Domnguez. El4 de marzode1870, Mart fue condenado a seis aos de prisin, pena posteriormente conmutada por el destierro aIsla de Pinos(actualIsla de la Juventud), al suroeste de la principal isla cubana. Llega all el13 de octubre. El18 de diciembresale hacia La Habana y el15 de enerode1871, por gestiones realizadas por sus padres, logr serdeportadoaEspaa. All comienza a cursar estudios en las universidades deMadridyZaragoza, donde se grada de Licenciado en Derecho Civil y en Filosofa y Letras.De Espaa se traslada a Pars por breve tiempo. Pasa porNueva Yorky llega aVeracruzel8 de febrerode1875, donde se rene con su familia. En Mxico entabla relaciones con Manuel Mercado y conoce a Carmen Zayas Bazn, la cubana deCamageyque posteriormente sera su esposa.Del 2 de enero al 24 de febrero de 1877 estuvo de incgnito en La Habana como Julin Prez. Al llegar aGuatemalatrabaja en la Escuela Normal Central como catedrtico de Literatura y de Historia de la Filosofa. Retorna aMxico, para contraer matrimonio con Carmen el 20 de diciembre de 1877. Regresa a Guatemala a inicios de 1878.Segunda deportacinConcluida la guerra llamada De los 10 aos en 1878 vuelve a Cuba, el 31 de agosto, para radicarse en La Habana, y el 22 de noviembre nace Jos Francisco, su nico hijo. Comenz sus labores conspirativas figurando entre los fundadores del Club Central Revolucionario Cubano, del cual fue elegido vicepresidente el 18 de marzo de 1879. Posteriormente el Comit Revolucionario Cubano, radicado enNueva Yorkbajo la presidencia del Mayor GeneralCalixto Garca, lo nombr subdelegado en la isla.En el bufete de su amigo Don Nicols Azcrate conoce aJuan Gualberto Gmez. Entre el 24 y el 26 de agosto de 1879 se produce un nuevo levantamiento en las cercanas deSantiago de Cuba. El 17 de septiembre Mart es detenido y deportado nuevamente a Espaa, el 25 de septiembre de 1879, por sus vnculos con la conocida comoGuerra Chiquita, liderada por el citado general Garca. Al llegar a Nueva York, se establece en la casa de huspedes de Manuel Mantilla y su esposa, Carmen Miyares.El Partido Revolucionario CubanoMart logr llevarse consigo a su esposa e hijo el 3 de marzo de 1880. Permanecen juntos hasta el 21 de octubre, en que Carmen y Jos Francisco regresan a Cuba. Una semana despus result electo vocal del Comit Revolucionario Cubano, del cual asumi la presidencia al sustituir a Garca, quien haba partido hacia Cuba para incorporarse a la fallida Guerra Chiquita.Entre 1880 y 1890 Mart alcanzara renombre en laAmricaa travs de artculos y crnicas que enviaba desde Nueva York a importantes peridicos:La Opinin Nacional, deCaracas;La Nacin, deBuenos AiresyEl Partido Liberal, de Mxico. Posteriormente decide buscar mejor acomodo en Venezuela, a donde llega el 20 de enero de 1881. Fund laRevista Venezolana, de la que pudo editar slo dos nmeros. En esa poca trabaj para la casa editorial Appleton como editor ytraductor.1A mediados de 1882 reinici la labor de reorganizar a los revolucionarios (los partidarios de la independencia total de Cuba de la metrpoli espaola), comunicndoselo mediante cartas aMximo Gmez BezyAntonio Maceo. El 2 de octubre de 1884 se rene por vez primera con ambos lderes y comienza a colaborar en un plan insurreccional diseado y dirigido por los generales Gmez y Maceo. Luego se separ del movimiento por estar en desacuerdo con los mtodos de direccin empleados y las consecuencias que tendran sobre la futura repblica cubana, segn manifest.El 30 de noviembre de 1887 fund una Comisin Ejecutiva, de la cual fue elegido presidente, encargada de dirigir las actividades organizativas de los revolucionarios. En enero de 1892 redact las Bases y los Estatutos del Partido Revolucionario Cubano. El 8 de abril de 1892 result electo Delegado de esa organizacin, cuya constitucin fue proclamada dos das despus, el 10 de abril de 1892. El 14 de ese mes fund el peridico Patria, rgano oficial del Partido. Entre 1887 y 1892, Mart se desempe como cnsul deUruguayen Nueva York.2El Plan de la FernandinaEn los aos1893y1894recorri varios pases deAmricay ciudades deEstados Unidos, uniendo a los principales jefes de la Guerra del 68 entre s y con los ms jvenes, y acopiando recursos para la nueva contienda. Desde mediados de 1894 aceler los preparativos del Plan Fernandina, con el cual pretenda promover una guerra corta, sin grandes desgastes para los cubanos. El 8 de diciembre de 1894 redact y firm, conjuntamente con los coronelesMaya Rodrguez(en representacin de Mximo Gmez) y Enrique Collazo (en representacin de lospatriotasde la Isla), el plan de alzamiento en Cuba. El Plan Fernandina fue descubierto e incautadas las naves con las cuales se iba a ejecutar. A pesar del gran revs que ello signific, Mart decidi seguir adelante con los planes de pronunciamientos armados en la Isla, en lo que fue apoyado por todos los principales jefes de las guerras anteriores.Camino a la GuerraEl 29 de enero de 1895, junto con Maya y Collazo, firm la orden de alzamiento y la envi a Juan Gualberto Gmez para su ejecucin. Parti de inmediato de Nueva York aMontecristi, enRepblica Dominicana, donde lo esperaba Gmez, con quien firm el 25 de marzo de 1895 un documento conocido comoManifiesto de Montecristi, programa de la nueva guerra. Ambos lderes llegan a Cuba el 11 de abril de 1895, por Playitas de Cajobabo, Baracoa, al noroeste de la antiguaprovincia de Oriente.Tres das despus del desembarco, hicieron contacto con las fuerzas del Comandante Flix Ruenes. El 15 de abril de 1895 los jefes all reunidos bajo la direccin de Gmez, acordaron conferir a Mart el grado de Mayor General por sus mritos y servicios prestados.El 28 de abril de 1895, en el campamento de Vuelta Corta, en Guantnamo (extremo este de la provincia de Oriente), junto con Gmez firm la circular Poltica de guerra. Envi mensajes a los jefes indicndoles que deban enviar un representante a una asamblea de delegados para elegir un gobierno en breve tiempo. El 5 de mayo de 1895 tuvo lugar lareunin de La Mejoranacon Gmez y Maceo, donde se discuti la estrategia a seguir. El 14 de mayo de 1895 firm la Circular a los jefes y oficiales del Ejrcito Libertador, ltimo de los documentos organizativos de la guerra, la que elabor tambin con Mximo Gmez.El da 18 de abril, en el Campamento de Dos Rios, Mart escribe su ltima carta a su amigoManuel Mercado, ese documento se le conoce como su testamento poltico, en un fragmento de la carta Mart expresa:"...ya estoy todos los das en peligro de dar mi vida por mi pas, y por mi deber puesto que lo entiendo y tengo nimos con que realizarlo de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza ms, sobre nuestras tierras de Amrica. Cuanto hice hasta hoy, y har, es para eso. En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas..."MuerteEl 19 de mayo de 1895 una columna espaola se despleg en la zona de Dos Ros, cerca dePalma Soriano, donde acampaban los cubanos. Mart marchaba entre Gmez y el Mayor GeneralBartolom Mas. Al llegar al lugar de la accin, Gmez le indic detenerse y permanecer en el lugar acordado. No obstante, en el transcurso del combate, se separ del grueso de las fuerzas cubanas, acompaado solamente por su ayudante ngel de la Guardia. Mart cabalg, sin saberlo, hacia un grupo de espaoles ocultos en la maleza y fue alcanzado por tres disparos que le provocaron heridas mortales. Su cadver no pudo ser rescatado por losmambises(soldados cubanos). Tras varios entierros, fue finalmente sepultado el da 27, en el nicho nmero 134 de la galera sur del Cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba.]Visin polticaSu visin poltica era liberal y demcrata. Adems, su obra poltica y depropagandamuestra estas tres prioridades: la unidad de todos los cubanos comonacinen el proyecto cvico republicano de postguerra; la terminacin del dominio colonial espaol; y evitar una expansinestadounidense. Es casi unnime la informacin sobre su gran capacidad de trabajo yfrugalidad, lo que, siendo evidente, junto a su palabrapersuasiva, le vali reconocimiento por la mayora de sus compatriotas.EnfermedadesLa salud de Jos Mart no era buena. Estudios recientes realizados han mostrado que padecasarcoidosis, diagnosticada enEspaaa los 18 aos. Probablemente a partir de esta enfermedad padeci afectaciones oculares, delsistema nervioso, problemas cardacos yfiebre. Tambin se ha investigado que padeca un sarcocele (tumorde testculo, de tipoqustico), con abundancia de lquido alrededor deltumor. Para aliviar sus dolores los mdicos puncionaban el tumor con periodicidad. Finalmente fue operado por el Dr.Francisco Montes de Oca, que le realiz una exresis total deltestculo, extirpando el tumor.Principales Obras: En el campo de la poesa sus obras ms conocidas son:Ismaelillo(1882)Versos sencillos(1891)Versos libresFlores del destierro.Sus ensayos ms populares son:El presidio poltico en Cuba(1871)Nuestra Amrica(1891) Cabe tambin destacar su obra epistolar, por lo general bien apreciada literaria y conceptualmente. Se incluye entre sus obras "La edad de oro. Publicacin mensual de recreo e instruccin dedicada a los nios de Amrica" de la cual fue redactor (Julio 1889).Fue precursor delmodernismo, junto aManuel Gonzlez Prada(Per),Rubn Daro(Nicaragua),Francisco Gavidia(El Salvador),Julin del Casal(Cuba),Manuel Gutirrez Njera(Mxico),Manuel de Jess Galvn(Repblica Dominicana),Enrique Gmez Carrillo(Guatemala),Jos Santos Chocano(Per) yJos Asuncin Silva(Colombia), entre otros. Es todava tema de debate entre los especialistas su importancia relativa en el modernismo.Pensamiento religiosoJos Mart no asume una posicin antirreligiosa, sino que hace crticas a las religiones establecidas, por sus desviaciones, por el abandono en un momento de su desarrollo histrico de los principios que la originaron y de los fundamentos de la religiosidad."Un pueblo irreligioso morir, porque nada en l alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que la justicia celeste la garantice."Habiendo recibido Mart una educacin religiosa fue capaz de darse cuenta y profundizar en las diferencias estimadas por las distintas religiones, logr demostrar a travs de su propia experiencia lo necesario de la conciencia, la razn y la voluntad, elementos que relaciona con claridad en la actuacin del hombre en la vida, la que siempre conceba relacionada a la honradez, la justicia y los sentimientos humanos. Las convicciones religiosas las vea con agrado cuando estaban en defensa de los aspectos expresados anteriormente, todo lo que fomentara su limitacin y desarrollo constituan un elemento de freno al pensamiento sano y creador del hombre.Influencia de MartSu influencia en los cubanos es grande. En general es considerado por sus compatriotas como el principal modelador de lanacionalidadcubana tal como la conocemos hoy. Su prestigio se refleja en los ttulos que popularmente se le conceden. El apstol de la independencia y el maestro son los ms usados.DescendenciaMart tuvo un solo hijo: Jos Francisco Mart Zayas-Bazan, apodado Ismaelillo (1878-1945). Jos Francisco se alist en el Ejrcito Cubano durante la guerra de 1895, a los 17 aos tan pronto como averigu que su padre haba muerto. En ese momento estudiaba en Rensselaer Institute of Tecchnology, en Troy, New York. Se uni a las fuerzas del general Calixto Garca y con gran modestia declin usar aBaconao, el caballo blanco de su padre, el cual le haba sido enviado por Salvador Cisneros Betancourt. Calixto Garca lo promovi a capitn por su valor en la batalla de Las Tunas. Fue asistente de William Taft antes de que ste fuera presidente de Estados Unidos. Durante la repblica, alcanz el rango de general y fue Secretario de Defensa y de la Marina, bajo el mando de su amigo ntimo Mario Garca Menocal, en 1921. En 1916 se cas con Mara Teresa Vancs, la pareja no tuvo hijos.Jos MartCrticas y ComentariosPerfil de Mart

Esta crtica comentario acerca del Perfil de Mart por Jorge Maach fue escrita en agosto de 1940 en La Habana y aparece en el folleto Archivo de Jos Mart, Ao II No. I de Julio, 1941 Publicado por el Ministerio de Educacin, Imprenta Escuela del Centro Superior Tecnolgico, Ciudad Escolar, Ceiba de Agua, La Habana, Cuba, pginas 22-34.Perfil de MartAll en Oriente, cuyas imgenes traigo an prendidas a la emocin, la cadena de montaas que rodea a Santiago de Cuba termina, vista desde el mar, en una, ms seera que las dems, cuya cima, cuando no la ocultan las nubes, tiene una rara forma cbica, un raro color de acero y, sobre todo, un raro desasimiento. Se perfila, en efecto, como una gran mole cuadrada, que hubiera sido colocada all demirgicamente. Corona la sierra, y ya no es, sin embargo, parte slida de ella. Parece una ddiva geolgica, una enorme improvisacin telrica; pero se halla secularmente equilibrada en aquella altura. Es la Gran Piedra.De parecido modo, la cordillera de patricios que se ha perfilado ante ustedes en este curso remata en Mart. Mart es parte de ella: nace de ese henchimiento espiritual que es nuestro siglo XIX; sin embargo, se desprende de l y de nuestra isla y hasta de nuestra historia con un perfil casi autnomo y con una eminencia tal que se le ve desde muy lejos - cuando no lo tapan las nubes.Las nubes que tapan las cumbres son parte de su destino cimero. En torno a estos hombres que no son ya meros hombres, que son hombres geniales, se concitan inevitablemente los cirros y los cmulos de la apoteosis. La altura misma hace de ellos un misterio, una zona inexplorada. Se les conoce slo de perfil y de lejos. Nos habituamos a hablar y a escribir de ellos en forma alusiva y vagarosa con los acentos de la reverencia ms que del examen. Son las vctimas augustas de un panegirismo desbordado y sin detalles, constantemente amenazado de convertirse en inerte beatera. Ya lo ven ustedes: yo mismo hubiera querido comenzar esta semblanza de Mart en tono menor y, sin poder remediarlo, me he encaramado a smiles montaeros. Se acerca uno a Mart con un sobrio propsito de escrutacin y mesura, y se da uno de' bruces con eso, con la montaa. Tiene que volver a alejarse para cobrarle el perfil.En una semblanza breve, como sta a que me obliga la ndole del presente curso, no hay sino resignarse a eso. Pero un amigo nuevo de Santiago logr subir ha poco a la Gran Piedra. Cuenta que desde all se ve un ancho trozo de isla y de mar; que la mole tiene debajo como un gran cobijo, y que hay hondas cavidades en el cuerpo de la montaa y una vegetacin poderosa que por toda ella se derrama. Algn da, supongo yo, lograr tambin alguien una proeza similar de alpinismo martiano, y acabaremos de verle a Mart, empezaremos a verle, todo lo que hay en su mole de hondura y de primor, de ncleo y de accidente, de verticalidad magnfica y de elegante declive - y toda la anchura de isla y mundo que se puede otear desde el. Por hoy tendremos que contentarnos, una vez ms, con mirarle el perfil.Para que este sea un poco cabal, debo hablar del hombre, del artista, del pensador, del poltico. Porque de esa cudruple vertiente est hecho aquel enorme volumen humano que, como el monolito de Santiago, se da en facetas desde su cumbre. La genialidad de Mart, lo que autoriza a llamar a Mart genial con menos timidez con que lo hizo Rubn Daro, es justamente esa diversidad en lo augusto, o esa augustez en lo diverso: quiero decir, el rango impar que llego a alcanzar en su condicin humana por lo pronto, y luego en sus realizaciones de hombre de palabra y de pensamiento, con haber sido estas tan marginales a su capital empresa de hombre poltico. La versatilidad es relativamente fcil, y hasta comn en lo egregio de la vida americana, por cierta mltiple solicitacin de los pueblos nuevos sobre sus hombres escasos. Pero Mart no es propiamente verstil: no es talento equvoco, apto para vacar, por amenidad o por menester, a faenas menores y distintas. Como Sarmiento -con quien le emparejo certeramente la intuicin potica de Daro- es ms bien una suma de talentos primordiales, cada uno de ellos ponderable en balanza universal.2El primero, su talento de ser: el ureo don de humanidad que encarno en el una providencia misteriosa.De esa calidad humana, el testimonio capital fue su vida. A un pblico cubano, no he de inferirle el agravio sentimental de relatarla. Bastar con sealar algunos puntos de aquella parbola perfecta que es, desde Paula hasta Dos Ros, como la trayectoria de un solo gran propsito disparado hacia su propio destino. El destino es aquel empleo que una existencia necesita darse para estar en conformidad con su ser ntimo. En el caso de Mart se nos aparece corno la conjuncin afortunada de una superior necesidad histrica con una superior aptitud individual capaz de satisfacerla. Haba que acabar de emancipar a Amrica; la independencia de Cuba y de Puerto Rico era "la ltima estrofa" por escribir del poema bolivarino. Y surgi, por esa providencia secreta de los pueblos que ningn materialismo histrico podr jams explicarnos, el "hombre acumulado" -as- defina el propio Mart al genio- capaz de realizar la tarea casi de la nada, casi inventando su propia empresa.Vida heroica, por consiguiente. El herosmo principal de ella, sin embargo, no fue su culminacin, sino el enorme esfuerzo que hubo de mantener, desde la cuna a la muerte, para realizar aquel destino: toda una secuencia de actos oscuros de voluntad en que el nio, el adolescente, el adulto fueron trascendindose y superando su propio mbito en busca de ese mundo pblico ideal que es como el domicilio platnico del cual ciertos hombres traen la nostalgia al nacer. Mart empieza superando, en la infancia misma, las limitaciones tremendas de su ambiente: la pobreza y la incultura absolutas de sus padres, la disciplina de celadura en su propio hogar, la espaolidad cerrada en la casa y fuera de ella. Se mide bien lo que significa, a esa edad, rebelarse contra todo eso? Hay un peligro de que, de puro estar familiarizados con la vida de Mart, no le veamos bien todos sus relieves. El herosmo empieza all: en los empeos infantiles de El Diablo Cojuelo y La Patria Libre. Desde entonces, toda la vida de Mart ser ese vigilar y sufrir, ese quemar el amor y la paz en la pira de deber que el mismo encendi, ese llevar adelante su propia conviccin cuando todos en redor suyo la niegan.Para eso haba que estar ya casi sobrenaturalmente dotado, La precocidad intelectual y moral fue otra de las marcas constantes de su genio; esto y por decir que Mart fue precoz hasta la muerte, slo que cuando la precocidad es adulta la llamamos videncia. A la edad de los trompos se suceden los preludios periodsticos y la amistad grave a Mendive, el gesto formal de herosmo de la carta famosa. Con la adolescencia, entra ya en las responsabilidades y trabajos mayores, y recibe el bautismo de fuego solar del Presidio, donde un nio se dobla piadoso (con lo indiferentes y crueles que suelen ser los nios comunes!) sobre el cuerpo yaciente de un chino atacado del vmito. "He sabido sufrir", dice orgullosamente al dejar la prisin. El trabajo primero de pluma, el primero ya adulto, en que Mart cuenta todo eso, lo escribe a los dieciocho aos, y es ya una muestra asombrosa de sensibilidad moral y poltica, y hasta de buena retrica. En el destierro prematuro, apenas le asoma el bozo y ya es el Apstol: ya anima, lidia, discute con los doctores. Va saltando estaciones, como si adivinara lo tasada que le vena la vida para su gran faena. Esa angustia adivinadora ser siempre su acicate. Ensaya a tener juventud; pero los dolores de Cuba no le dejan: los siente a distancia como un latigazo. El hroe ciudadano es ese que no necesita que lo pblico le hiera en sus intereses para sufrir de lo pblico.Aquella mocedad de Mart es un drama: el conflicto entre esa sensibilidad herida y los derechos primarios a la casa, la familia, la carrera, el amor. Ha terminado los estudios en Espaa. Cuba arde en la guerra de los Diez Aos. Mart se va a Mxico. Hay tambin un herosmo amargo en aquella decisin de no acudir todava al llamamiento desesperado de la manigua. Cuesta a veces ms, cuando se tiene cierta clase de alma, desertar de un deber que cumplirlo. La fuente ms copiosa de dolor en la vida de Mart fue la mutilacin indispensable en que tuvo que ir sacrificando los requerimientos privados a los pblicos. Los aos juveniles de Mxico, en que esa jerarqua de deberes andaba an invertida por la presin de la miseria paterna, debieron de ser los ms amargos para Mart. Luego vivira del gozo de su propia angustia pblica; pero entonces era el dolor rido y vergonzante de contener su propio afn mayor. Se emborrach de amor. Amor de mujer; amor de ideas; amor de justicia y claridad para la patria sustituta. No: no era simple patetismo romntico aquello que le confesaba a Rosario Acua de que haba nacido con una infinita capacidad de amar. Tan infinita era, que slo llegara a saciarse en el sacrificio total de s mismo.Pero algo debi de aliviarle entonces la percepcin instintiva de que deba reservarse, de que su hora no era an llegada. Su obra, en efecto, esperaba una dimensin mayor. No se trataba -lo vera claro despus- slo de liberar a Cuba, sino de liberarla en funcin de americanidad y de universalidad democrtica. El tena que llegar a su sazn, y la realidad cubana con el. En mi biografa ce Mart apunt la curiosa geometricidad, por as decir, de su preparacin americana. Sabio azar fue que viviera en Mxico, en Guatemala, en Venezuela ms tarde; es decir, que conociera ntimamente un pas de cada zona de Amrica. Toda su vida parece presidida por ese fatum interno. Su experiencia de esas tierra le ensancha la comprensin de lo histrico americano, le aguza aquel sentido de lo primario y lo real con que se van a equilibrar en el la generosidad romntica y el mpetu idealista, y le da horizonte mayor a sus desvelos. El meditador de la cultura y de la historia, afanoso por que acabe lo que queda en Amrica de aldeanidad, nace de esa vivencia continental, y el escritor en que se hermanaron lo tradicional y lo nuevo, lo criollo y lo universal. Sin esa experiencia, por aadidura, la empresa cubana de liberacin hubiera carecido de aquel profundo sentido rector suyo, de aquel celo por crear, no un coto ms para el caudillismo americano, sino una repblica sana desde la raz y compuesta del derecho y el menester de todos.Pero ahora me interesa subrayar lo puramente energtico y moral de aquel ascenso a la responsabilidad histrica. Fue, sobre todo, un magnfico saber esperar: tenso, activo y en cada momento heroico. A las empresas conspirativas del 80, de la Guerra Chiquita y del 84 se uni Mart sin conviccin, sin ms entusiasmo que el del puro deber. Puede que efectivamente se le notara entonces, como crey notrselo Gmez en su sazn, una suerte de impaciente egotismo y contrariado magisterio. Vea sin duda Mart que aquellas eran puras improvisaciones sin sentido histrico, y acaso adivinaba que la emancipacin no lo tendra hasta que el mismo se pusiese por entraa de ella. Un noble celo de su propio destino, que a los dems pudo fcilmente parecer narcisismo acaparador, luchaba, en aquellos aos de espera, con la humildad voluntariosa.El problema de Mart era hacerse de autoridad. La exclusiva del prestigio y del derecho al mando la tenan los veteranos del 68. Cmo poda aspirar a emparejarse con ellos, cuanto menos a dirigirlos, un pobre poeta rado, sin bautismo de manigua ni ms ttulos que una palabra opulenta? Como casi todos los problemas polticos de mtodo, era aquel un problema psicolgico. Otros lo hubieran resuelto por la lisonja y por la intriga: Mart no tuvo ms que abandonarse a su capacidad de querer. Puesto que para tener autoridad, haba que ser hroe, el cultivara un herosmo moral.Los ltimos diez aos de su vida fueron} una exaltacin creciente de esa voluntad de sacrificio. A los que le negaron la opuso austeramente, remitindose a la prueba final del tiempo. Todo lo dio con tal de hacerse amar. Sirvi tiernamente a todos, para que le reconocieran el derecho de servir a lo patrio. Puso ctedra de humildad para poder mandar, y de abnegacin para poder exigir. Ahogo en la propaganda su vocacin de escritor lujoso. Por hacerle un hogar a todos los cubanos, renuncio a su hogar de hombre; se qued sin el hijo propio, por ser padre de todos; sin sueldo seguro por dar un ejemplo de independencia, el que la quera para su tierra entera. Hizo magisterio de su talento, leccin de su pobreza, y de su palabra, antorcha con que encender sin quemar.Acabo por conmover a todos el espectculo de aquel amor y aquella fe ardientes, que hablaban sin odio un lenguaje de pelea. A su servicio tuvo la mgica irradiacin de energa de todos los hombres en quienes la flaqueza se hace heroica; tuvo la fuerza ante lo adverso de todos los que saben seguro el triunfo final, y aquella prueba ltima de salirle al paso a la muerte cuando supo agotada su misin de apstol.No: por ms que nos acerquemos a aquella eminencia humana, ser imposible descubrirle oquedades. En sazn de resentimiento, Mximo Gmez escribi que Mart era "inexorable" y que careca "de abnegacin", y hasta el Collazo converso de Cuba Independiente dejo insinuaciones crticas sobre el modo ntimo de ser de Mart: "... siendo excesivamente irascible y absolutista -anoto- dominaba siempre su carcter, convirtindose en un hombre amable, carioso, atento, dispuesto siempre a sufrir por los dems..." Si as fue, habra que reconocerle otro herosmo, moral: el de haber superado su propio temperamento. Al cabo, se es ms hondamente ejemplar cuando se logra esa perfeccin por disciplina de s que cuando se responde sin esfuerzo a una perfeccin natural que, por lo dems, solo se da como milagro en la hagiografa, no en las vidas heroicas del mundo.Me parece, sin embargo, que esos juicios a que acabo de aludir' -tan aislados, por lo dems, entre los testimonios del carcter martiano - obedecen a la incomprensin, por dos hombres ms enrgicos que sutiles, de lo verdaderamente central en el alma del Apstol, que fue la pasin. La clave de la pattica martiana, y an, como mostrare luego, de toda su obra, fue el amor. Cuesta un poco de esfuerzo hacerse cargo de la realidad y la intensidad de esta aptitud amorosa en Mart. Todos tenemos -pobre de quien no lo tenga!- cierto don de querer. Pero en la generalidad de los hombres es un querer selectivo, irregular, condicionado. Lo singular en Mart, lo genialmente humano en el, es la universal, la absoluta y persistente dimensin de su capacidad de simpata. Los que te conocieron a fondo dan testimonio de ella. La pregona su vida entera. El mismo la declara a cada paso y se la pide a los dems conmovedoramente. Si a veces hasta parece excesivo, si sugiere al pronto un recelo de dulzarrona y como profesional zalamera, es por lo mismo que se trata de una de las dimensiones -la dimensin emotiva- de su genialidad, y porque el mundo nunca ha estado habituado a este ejercicio y publicacin de amor.La pasin es ese grado en que el amor se hace como una angustiada codicia de querer y servir. A ese grado estaba siempre exaltado en Mart. Su arrogancia ocasional de hombre humilde, su ira de hombre dulce, eran los modos cmo reaccionaba, frente al obstculo tenaz, aquella caridad voluntariosa. El era de los apasionados a quienes declar "primognitos del mundo".Lejos de hacerlo inverosmil, esa universalidad del amor en Mart es la prueba de lo genuino del sentimiento mismo. En lo moral, al contrario de lo puramente biolgico, slo el amor que no distingue ni exige es amor verdadero. Scheler ha demostrado que la razn de esto se halla en la propia naturaleza amorosa del amor, que consiste en ser un "portador de valores morales", es decir, en tornar precioso todo lo que toca. El candor de Mart, su optimismo, su fe proceden de esa misma raz. De ella le vino el ser un gran carcter, un gran escritor y un gran poltico.3El poeta en l estaba, en efecto, regido por ese mismo imperativo amoroso de su espritu. Cuando digo el poeta no me refiero solamente al hombre de versos: me refiero tambin al escritor, al orador y, por consiguiente, al hombre de pensamiento.Casi todos los investigadores de lo martiano, vidos de tomarle a nuestro gran hombre todas sus dimensiones, hemos cado alguna vez en la tentacin de aislar un filsofo en l. La verdad es que no pasamos nunca de descubrir, junto a una evidente unidad y hondura de visin, cierto amorfismo vagaroso. Y es que Mart no era propiamente un pensador, cuanto menos un filsofo. Como lo dej ya entender Unamuno, alma gemela, su organizacin mental y espiritual era esencialmente potica. El poeta siente la verdad como cosa dada: por consiguiente, no la busca: no es hombre de preguntas, sino de afirmaciones: no razona, sino intuye. La esfera de esta intuicin es su propia intimidad. Esto supone una identificacin entre el ser del poeta y el ser del mundo, y de ah que en todo poeta haya un fondo monista, pantesta y mstico. El pensamiento de Mart, lo que en l hay de pensamiento, es, como veremos, lo bastante preciso e insistente para acusar ese ncleo de tendencias mentales. Pero antes quiero considerar brevemente al poeta que escribi prosa y que hizo versos y discursos.Deca que el amor presidi ntimamente esa obra. El amor es la emocin potica por excelencia, por lo mismo que tiende a unificar toda la experiencia, a vincular intimidades. La actitud espiritual de Mart es, en ese sentido y en otros menores, esencialmente amorosa. No quisiera dar la impresin de que estoy forzando pedantemente una tesis si digo que, en general, los escritores se clasifican primariamente segn tiendan a la concentracin o a la efusin. Hay escritores centrpetos y escritores centrfugos; ecnomos y generosos.El escritor del primer tino escribe para su propio deleite, sin importrsele mucho la servicialidad de lo que escribe; tiende al regodea intelectual y contemplativo: al celo de su originalidad, al rigor crtico frente a la obra ajena. Necesita autorizarse de mucho discurrir: es fro, ceido, vigilado. En cambio, el escritor generoso escribe por una necesidad de simpata y de servicio, apela a la comunidad de ideas y de sentimientos; es intuitivo, ardiente, caudaloso y benigno. Entre esos tinos extremos, ms o menos cerca de uno de otro, se sita toda la fauna.Pues bien: Mart es el tipo mismo del escritor generoso. El amor se le traduce en una intensa irradiacin de simpata que alcanza, no slo el fondo de su obra, sino hasta el estilo. Todo el universo resuena en l, le solicita con sus novedades, le hace admirar o padecer. En lo moral, que es tambin para l lo cultural y lo histrico, le anima un ardiente espritu redentor. Sufre por el atraso, por los obstculos, por la apata del mundo. Quisiera educarlo y alentarlo incesantemente. Su humildad est cuajada de admoniciones. Exalta sin tasa la virtud. La benignidad es su norma: no sabe de ms crtica que el silencio. Una curiosidad inagotable, que es tambin un modo de querer todas las cosas, le da un vasto radio a su inters, permitindole describir a maravilla hasta lo nimio del humano o natural espectculo. Su gnero es la literatura de animar y servir: por consiguiente, el ensayo edificante, la semblanza plutrquica, la carta que agita y gana, la crnica que echa la imaginacin a visitar mundos, el gran periodismo generoso, destinado a agotarse en la ddiva inmediata a todos, y no a vivir para pocos en lo tasado del libro.La tcnica misma del escribir, en Mart, es sabia en los recursos del amor. Hombre de pasin, piensa por intuiciones. La intuicin -ha dicho finsimamente Madariaga- es "la pasin de la inteligencia-; y como su naturaleza consiste precisamente en una "arribada instantnea al momento vital de la certidumbre", el pensamiento intuitivo excluye los procesos pausados de la lgica. De aqu que Mart raras veces razona, si no es para sealar cmo las cosas nacen unas de otras y se enlazan en una fraternidad universal. Como observa l mismo de Emerson, con quien tiene tan profunda afinidad, "escriba como veedor, y no como meditador". El estilo, sanguneo y palpitante, casa lo viejo con lo nuevo: la dignidad conceptuosa nutrida en el "tutano de buey de los clsicos", que dijo Gabriela Mistral, con el centelleo cromado del modernismo que asoma por el horizonte. Derrocha la imagen, porque la imagen es el smbolo de que se vale el poeta para mostrar el secreto parentesco de todo; pero al mismo tiempo, cie la realidad jugosa con el adjetivo- exacto y virginal, y como quiere meter tanto del mundo en su palabra, le resulta a su estilo esa prisa elptica y esa preez que l mismo le ponder a Cecilio Acosta y que no es oscuridad, sino como una especie de angustia potica.Donde ms se la echa de ver es en sus cartas. "Es mal mo -le confesaba en una de ellas a Mitre- no poder concebir nada en retazos, y querer cargar de esencia los pequeos moldes, y hacer los artculos de diario como si fueran libros, por lo cual no escribo con sosiego, ni con mi verdadero modo de escribir, sino cuando siento que escribo para gentes que han de amarme... Las cartas, por consiguiente, nos lo dan como 'ms verdadero: aquellas cartas de vida ternura, de conciencia en vilo o de lacerada vigilancia, donde cada palabra, cada frase, va cargada de pasin y hasta de accin, donde una prisa dramtica pide que se le adivinen mundos de tiempo y de sentido. Unamuno escribi que las palabras en esas cartas de Mart parecen creaciones, actos. No lo era, en rigor, toda su literatura? No era una gran impaciencia de la palabra? Lo importante siempre para l fue la accin: "el acto -dijo- es la dignidad de la grandeza". Toda su obra escrita -cuando no fue pasin sofocada- fue agona verbal.Al orador, segn dicen algunas personas sinceras que le escucharon no le entenda fcilmente. No poda ser. El caudal desbordaba las represas de la atencin. Varona mismo dej escrito que, oyendo una vez a Mart, "cautivado por la meloda, poca atencin haba podido prestar a la trama lgica de las ideas". Aquella oratoria -que slo se aclara en la pgina impresa- arrebataba, en efecto, a las gentes en la armona del gesto, del lujo verbal, de la fuga lrica y la alusin fulgurante. No era, en suma, oratoria clsica y suasoria, sino la buena poesa oral de la resaca romntica y tambin ella se produca como una especie de accin, encaminada a suscitar una emocin pica de presencia: una emocin no de recuerdo, sino de esperanza.La otra poesa, la lrica pura, la no destinada a la comunicacin, es la de sus versos. "Versos de cabeza hecha a dormir en almohada de piedra como dijo l mismo: poesa de suspiro y desvelo. Por ms que, en algn momento de poltica literaria, celebrara la pseudopoesa de edificacin y mensaje que sola perpetrar su poca, l se saba muy bien -como acaso no lo supo antes que el nadie de su siglo y de su lengua, si no Bcquer- que no hay poesa verdadera sin intimidad y misterio. Dijo hondamente: "Tal vez la poesa no es ms que la distancia". Separarse, en efecto, de la presencia concreta de las cosas y contemplar sus imgenes en el agua profunda del espritu. En la medida en que as lo hizo, l que no tuvo mucho tiempo para ensimismarse, capt la gracia potica verdadera. Sus "endecaslabos hirsutos' tenan an demasiado ardor comunicativo. Sin poesa genuina es la de los "versos sencillos", donde se cumple tan bien aquel saber suyo: "no se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emocin noble o graciosa". Esta emocin era casi siempre de amor. Apenas toc Mart el amor como tema; pero fue esencialmente un poeta amoroso.4Hay en el, finalmente, una accin amorosa de las ideas.El origen de lo que -con las reservas que ya dije- podernos llamar su pensamiento es, principalmente, el mismo: su propia hechura temperamental. Todo su ideario es revelacin de alma, despliegue de intuiciones. Influencia de poca, sin embargo, reforzaron por una parte ese subjetivismo; por la otra lo sometieron a contrarias solicitaciones. En lo romntico se confirm su vocacin ntima; pero la corriente naturalista que vena del fondo del siglo y que tuvo en el positivismo su estuario, fecund tambin aquella mente unidora y totalizadora de Mart. Ambos aportes intentaron resolverse en una sntesis, ms potica que filosfica, de espiritualismo y naturalismo. Era esta, subrayo, una necesidad radical del espritu martiano. La condicin amorosa de su temperamento se traduca en una avidez de solidaridad universal. "El amor -escribi Hegel- es la sensacin del Todo-; y un epgono moderno del romanticismo, von Hartmann, aade que el amor "es, desde el punto de vista terico y universal, la intuicin de la identidad esencial de los individuos". Esta identidad esencial es precisamente la idea ms insistente en Mart. "La vida es universal -escribi-, y todo lo que existe mero grado y forma de ella, y cada ser vivo su agente, que luego de adelantar la vida general y la suya propia en su camino por la tierra, a la Naturaleza inmensa vuelve, y se pierde y esparce en su grandeza y hermosura". De todo esto se deduce una conclusin espiritualista. Como en la naturaleza "no puede haber contradiccin" y como en el hombre, que es parte de ella, no se puede negar lo espiritual soberano, esa marcha del mundo tiende a la realizacin plena del espritu en el universo. La realidad tiene, as, un sentido y un destino moral.Estas ideas no eran nada nuevas, por supuesto. La gran tradicin neoplatnica, que reverbera en la mstica espaola, les tena abonado de atrs el terreno en la pennsula. En su formulacin moderna eran del patrimonio romntico y, como es sabido, haban hallado en la filosofa idealista del romanticismo alemn su formulacin sistemtica. Ese idealismo impregnaba el ambiente espaol en los aos de formacin intelectual de Mart. No es dudoso que, como los espaoles del 70, recibiera Mart su influencia por la va del krausismo, que a la sazn haca furor en Espaa. Krause es el filsofo del armonismo masnico. Ms tarde, en los Estados Unidos, las mismas ideas afluyeron al caudal de Mart en la doctrina de Emerson y los dems trascendentalistas de la Nueva Inglaterra. Con un poco menos de misticismo, medio Mart est ya en el potico meditador de Concord. El magnfico ensayo que sobre el escribe es un testimonio de afinidad profunda. Finalmente, hay que sealar que ese pantesmo espiritualista no deja de estar matizado en Mart por ciertos reflejos del misticismo oriental, recibidos probablemente durante sus aos de Mxico.A esos caudales mstico-romnticos se mezcla, como deca, el aluvin naturalista que trae del siglo XVIII su exaltacin de la razn humana y de la naturaleza, y que, nutrido por evolucionismo de Darwin a mediados del XIX, asume su disciplina escptica y cientificista en el positivismo de las ltimas dcadas. Mart, que haba nacido en "la cuna liberal del siglo", recibe en los Estados Unidos las oleadas del mar spenceriano. De todo este repertorio de influencias se equipa aquel culto reverencial de la naturaleza, y por tanto, de lo primario y espontneo; su concepcin evolucionista del mundo y de la historia; sus actitudes antidogmticas y de practicismo intelectual; en una palabra: su positivismo.Lo genial es como Mart absorbe y funde en coherencia potica esos elementos desacordes. Todas las ideas que recibe han sido repensadas y fraguadas en su propio molde. De esa amalgama entre "el conocimiento racional y amoroso de la naturaleza" y el de "la perdurabilidad y trascendencia de la vida", deriva sus mensajes ms personales y positivos: su pensamiento tico, histrico, poltico.Se ha hablado mucho, en cuanto al primero, de la filiacin estoica de Mart. No estoy seguro de que no se haya exagerado un poco. Mart es afn, desde luego, por temperamento y por cultura a la tradicin senequista espaola. Pero, sobre que sta, como tradicin intelectual, me parece haber sido en exceso abultada, no hay duda de que en Mart se da en forma muy poco castiza. Su austero sentido del deber, su aceptacin del dolor y su aprecio de la dignidad humana son actitudes estoicas; pero enriquecidas, humedecidas, si se me permite la palabra, por otras ms delicadas esencias. Lo que sobre todo aparta la tica de Mart de la tica estoica es el lugar predominante que en ella tiene el amor. Nada ms distante de la apasionada idea moral martiana que aquel desideratum de apata, de serenidad a todo trance, de repugnancia a todos los afectos, incluso la compasin, que caracteriza la moral de los estoicos, principalmente de los romanos. Es tambin cierto de Mart (quien no crea que, por espaola, se debiera malquerer a Santa Teresa) lo que dice Rousselot del estoicismo de los msticos espaoles. Cristo ha pasado por aquel desierto de entusiasmos que tena su frmula en el sustine et abstine clsico. Mart sufre y soporta; pero no se abstiene: 'ama. Y as nos ha dejado una tica del deber que llega hasta la fruicin del dolor, "sal de la gloria", y una didctica del desinters como "ley general de la naturaleza humana".Su concepcin de la dignidad, capital para su pensamiento poltico, representa una fusin de la idea estoica de la dignidad del hombre como partcipe en la razn universal, y la idea naturalista y revolucionaria del hombre como sujeto de derechos naturales y principalmente del derecho al respeto de los dems hombres.Su pensamiento histrico-cultural es asimismo una proyeccin armnica de la sntesis central de su filosofa. Evolucionismo y espiritualismo se dan la mano. Todo acontecer es episodio de la vasta evolucin en que el Espritu se va volviendo a encontrar a s mismo en la naturaleza. En definitiva, pues, las fuerzas morales gobiernan al mundo, y la calidad de cada civilizacin se mide por el grado de esa presencia espiritual en ella, por el estilo de hombre y de mujer que produce. La tarea esencial es, por tanto, mejorar este estilo humano: educar al hombre para el ejercicio de la plena dignidad espiritual.5No menos que el ideario pedaggico, nace de esos postulados el ideario poltico. Tiene en ese sentido el pensamiento de Mart dos direcciones fundamentales: una direccin tica y prctica, cuyo eje fue el amor, y otra doctrinal y poltica, cuyo fin es la libertad. Pero estas dos direcciones en rigor coinciden en una sola. Vale decir que para Mart lo tico es de la esencia de lo poltico y viceversa. Como el hombre, los pueblos han de ser dignos, han de ser responsables. No pueden serlo, si no tiene la libertad para crear y para regir sus propios destinos. La pura libertad formal, sin embargo, no basta: "Qu infeliz Jamaica -exclama Mart-, y que cada, con sus libertades intiles, sin el dominio ni el concepto de s propia!" El coeficiente de la libertad es, pues, ese concepto de s, la dignidad; y la condicin de la dignidad histrica es la independencia.Por eso Mart dedic su vida entera a la independencia de la porcin de humanidad en que le toc nacer. Ese fondo espiritualista explica lo que de visionario y ardiente hay en la prdica martiana por la independencia. Acaso sea un alivio decir que Mart no fue propiamente un poltico, sino un revolucionario: es decir, un poeta de la accin histrica. Poltico en el sentido grande, o sea, hombre de razn y de clculo, prosador de la empresa pblica, fue, por ejemplo, Montoro. Mart, poeta "en versos y obras", como l mismo le escriba a Varona, se inclina a esa suerte de metfora o salto histrico que es toda revolucin, y se inspira en una imagen hiperblica de la patria. Acaso no hubiera pedido servir para el menester de continuidad y detalle que vino despus. Pero slo un poeta como l pudo haber creado la patria: slo un poeta pudo habernos dado su imagen ideal con suficiente dramatismo y hermosura para inducir a morir en la tarea de ganarla. Dije antes que Mart casi haba inventado su propia empresa; el "casi" era un tributo a la veterana separatista del siglo. Pero ya Lanuza, valientemente, dej escrito que "el pueblo cubano, en aquel tiempo,... no quedara, en su mayora al menos, la revolucin". A pura voluntad histrica hizo Mart quererla: a pura visin potica logro que creyeran en ella. Pocos casos ms ciertos se han dado en la historia de esa fuerza de creacin que Unamuno lo reconoca a la fe.No es acaso excesivo afirmar que fue esta tambin una manifestacin de su capacidad de amor. El amor es ciego en cuanto que no pone condiciones para entregarse; pero suele ser a la vez sumamente perspicaz para descubrir las posibilidades de exaltacin de la cosa amada. Acaso la previsin poltica misma, ms que una decantacin de experiencia, sea, en ciertos visionarios ardientes del linaje de Mart, como una forma misteriosa de conocimiento por amor. Esa simpata profunda sera la que le permiti a Mart percibir el latido del subsuelo cubano, que era el alma contenida de su pueblo, cuando los dems solo le vean la impvida superficie. Ella explicara tambin su optimismo patrio: su estimacin generosa de nuestro carcter y su confianza en la capacidad poltica de la repblica futura.Todo lo cual no obsta para que Mart -hombre de ala y de raiz- fuese adems en lo poltico un percibidor muy fino de todas las realidades. Concibi la independencia en funcin continental. En una poca en que todava los pases hispnicos andaban como distrados del amago potente de fuera, el vio con justeza lo que luego otros han sobrevisto con histeria: la urgencia de cerrar el ciclo bolivarino, para que no pudiera dejar brecha a ninguna expansin imperial. Maestro de conspiradores, supo aprovechar sagazmente la necesidad de importar la accin revolucionaria y capitalizo nostalgias, concert autoridades y recursos, construyo, en fin con sigilo y eficacia insuperables, un mecanismo invasor de hombres, de armas y de ideas. Predico la revolucin hasta el ltimo instante sobre un tema de amor, para que no se quebrantase aquella solidaridad de lo heterogneo en que haba que fundar la patria "con todos y para todos". Muy de atrs se cuido de que la patria futura tuviese sana raz democrtica, y rio con Gmez por ello. Ms tarde escriba: "Si no se hace la guerra segn el plan de las emigraciones (es decir, segn su plan), los del' 68 se la llevan, y tenemos lo de las primeras repblicas americanas'. No, no era una orga de caudillos, ni una oligarqua letrada ms lo que el quera para Cuba. Quera -ustedes recuerdan la famosa sentencia- la repblica "una sagaz y cordial" que "tuviese por base el carcter entero de cada uno de sus hijos, el hbito de trabajar con sus manos y pensar por s propio, el ejercicio ntegro de los dems; la pasin en fin, por el decoro del hombre". La democracia no se ha definido nunca con ms hondura.Y no es que Mart se hiciese demasiadas ilusiones. La norma evolucionista de su pensamiento le induca a percatarse de que todas las cosas, cuanto ms las realizaciones humanas, tienen su curso y sazn. Saba que a Cuba le aguardaba su inevitable proceso de integracin interna y que, en tanto, tena que sudar su calentura. Pero confiaba en una buena voluntad rectora del cubano futuro. "A ver si me falla -escribi en los das fundadores.- Esa s que sera pualada mortal".Felizmente, no tuvo ocasin de recibirla. Cuando escribi en la manigua, dos o tres das antes de su muerte: "Para m ya es hora", acaso tuvo su ltima adivinacin. Acaso senta ya agotados los das de grandeza, loa das de creacin y desinters, que haban sido su destino. Su agona haba terminado. Sin quererlo, se dej matar, por una vocacin recndita de su alma, ms poderosa que todo raciocinio."S desaparecer. Pero no desaparecer mi pensamiento".Su pensamiento no ha desaparecido. Le ha faltado vigencia oficial, eso s, porque todava no se ha logrado en Cuba poner la autoridad al servicio de la nacin. Pero su pensamiento est ah, esperando su hora de plenitud. Terminemos como slo se ha de terminar siempre: con unas palabras suyas. Estas parecen escritas para hoy:"El cubano ahora ha de llevar la gloria por la rienda; ha de ajustar a la realidad conocida el entusiasmo; ha de reducir el sueo divino a lo posible; ha de preparar lo venidero con todo el bien y el mal de lo presente; ha de evitar la recada en los errores que lo privaron de la libertad; ha de poner la naturaleza sobre el libro. Ferviente ha de ser como un apstol, y como un indio sagaz... Alma trgica es lo que los cubanos han de tener por el tiempo que corre".El Narcisismo en la Vida y Obra de MartEsta crtica literaria de la Vida y Obra de Jos Mart por J. de la Luz Len fue escrita en Ginebra, 1932, y aparece en el libro Homenaje a Enrique Jos Varona en el cincuentenario de su primer curso de filosofa (1880-1930): Miscelnea de estudios literarios, histricos y filosficos, Publicaciones de la Secretara de educacin, La Habana, Cuba, 1935, pginas 245-253.El Narcisismo en la Vida y Obra de MartMart sinti una antipata pascaliana por el yo. Es el menos egoltrico de los escritores personales. Apenas hay confesiones ni intimidades en la obra de este gran lrico. Slo de vez en vez aparecen en sus cartas y aun en una de stas, escrita a una hermana, le habla de sus odios, "siempre crecientes, a poner en el papel las cosas ntimas del alma".Sus prosas no se refieren a s mismo ni siquiera en las circunstancias en que ya no es el puro hombre de letras quien nos habla, sino el agitador, el combatiente que lanza su palabra de vindicacin o de protesta. Hasta sus discursos revelan una preocupacin de impersonalidad a lo Flaubert.Slo en algunos trabajos de la juventud insina aqu y all su yo, como en El Presidio Poltico en Cuba, donde declara que el orgullo con que agita sus cadenas valdr ms que todas sus glorias futuras. Pero al instante se recobra y escribe: "A qu hablar de m mismo, ahora que hablo de sufrimientos?" All aparece, todava impreciso y vago, su fervor mstico, su extraordinaria capacidad para el dolor, y como sacudido por una visin proftica, esboza sobriamente lo que ha de ser su vida toda.La egolatra de la forma es al mismo tiempo una condenacin expresa del yo, que a partir de entonces, fiel a ese programa de la mocedad, se anega bajo un ansia de sacrificio y de piedad: "Yo suelo olvidar mi mal cuando curo el mal de los dems. Yo suelo no acordarme de mi dao ms que cuando los dems pueden sufrirlo por m. Y cuando yo sufro y no mitiga mi dolor el placer de mitigar el sufrimiento ajeno, me parece que en mundos anteriores he cometido una gran falta que en mi peregrinacin desconocida por el espacio me ha tocado venir a purgar aqu. Y sufro ms, pensando que, as como es honda mi pena, ser amargo y desgarrador el remordimiento de los que la causan a alguien."Es tambin all donde nos dice que "sufrir es morir para la torpe vida por nosotros creada, y nacer para la vida de lo bueno, nica vida verdadera". Cuando Mart escribe esas palabras, no tiene ms que dieciocho aos.A los veinticinco redacta su folleto sobre Guatemala, tierra a la que llega "pobre, desconocido, fiero y triste", y es tal su entusiasmo, tal su gratitud por el pueblo que le ha dado casa y vasto campo para su "impaciencia americana", que, lejos de substraer el yo, se le ve como una secreta complacencia a exponerlo reiteradamente.En lo sucesivo son muy escasas las alusiones personales. Las reservar para cuando llegue el momento de hablar de sus amigos ntimos, de los hombres mezclados a sus luchas, a sus ideales: Fermn Valds Domnguez, "porque en la vida nublada" persiguieron "la misma estrella doliente y adorable", y se "juraron a la nica esposa a quien se perdonan la ingratitud y el deshonor"; Rafael Serra, a cuyo lado vivi, y lo vio "sujetarse, cultivarse, perdonar y fundar, vencerse" ; Juan de Dios Peza, "que no ve del mundo ms que lo que lleva en s, que es la generosidad"; Rafael Mendive, de quien evocar en el exilio las enseanzas, llamndolo con ternura filial "mi maestro"....Pero no es nunca el prurito de ponerse en primer plano, de atraer las miradas sobre s, sino de avalorar un hecho, de dar mayor relieve a un recuerdo, a una ancdota. Como cuando confiesa en un discurso, que no pudo evitar el llanto el da que un anciano de setentitrs aos, que ya haba peleado por su patria diez, vino a decirle: -"Quiero irme a la guerra con mis tres hijos." La vida -comenta Mart- seca las lgrimas; pero aquella vez me corrieron sin miedo de los ojos.Ms de una vez, en sus trabajos de crtica literaria, recomendo a los otros aquella impersonalidad, aquel como divorcio entre el individuo y la obra que l mismo deseaba para s y sin duda crey realizar.Afirmaba que el desinters del autor es, en la composicin de un libro, esencial al arte, pues "el apuntador molesta en los libros, como en el teatro. Lo que se vio es lo que importa, y no quien lo v". Una poesa de Francisco Selln se le antoja admirable porque el autor "no se pone en ella a desarreglar el cuadro con su persona intrusa, como los poetas personales". Que un lrico cante con demasiada complacencia sus propias penas le parece igualmente condenable; en la queja continua ve una disminucin de la dignidad varonil y proclama que de su dolor solo ha de decir el hombre lo que aproveche y consuele al genero humano.Sin embargo, pese a sus teoras, Mart no est nunca ausente de sus escritos, y todo lo suyo lleva un sello inconfundible, personalsimo. El estilo martiense se modifica apenas con el andar de los aos, y, lo que es sorprendente en este hombre que vive en la realidad cotidiana perennemente espoleado por el ansia de darse a los dems, es que hay en el una cierta resistencia a salirse de su propia "atmsfera" y penetrar y abarcar psicologas ajenas a la suya.Los temas que abordo, forzado por el trajn periodstico, fueron innumerables. El ndice de sus curiosidades intelectivas acusa una inquietud jams en reposo. Y contra lo que pudiera creerse al conocer su infatigable actividad, la variedad de su labor y el incesante ir y venir de un pueblo a otro, sin reposo fsico ni moral, nunca improviso, si por improvisacin se entiende la facilidad de tratar un asunto sin antes estudiarlo y ahondarlo concienzudamente.No fue premioso en la ejecucin, aunque muchos de sus originales aparecen llenos de tachaduras y modificaciones. Pero esto debemos atribuirlo, ms que a la dificultad en hallar la expresin, a la multiplicidad de sus visiones mentales, pues tambin hace vacilar la pluma el exceso de ideas. Lo indudable es que su cultura fue inmensa, y por lo que hace a la historia de Amrica y a las literaturas en general, sin lagunas. De su saber daba el fruto, la esencia, y evitaba el alarde o la exposicin intil. "Suele la erudicion -dijo -si es ms que el talento, deslucirlo en vez de realzarlo."En sus faenas pona un anhelo de totalidad y perfeccin que a menudo contrastaba con la ndole subalterna o precaria del asunto. Y el mismo, en una carta a D. Bartolome Mitre, reconoca como mal suyo no poder concebir nada en retazos, y querer cargar de esencia los pequeos moldes, dando as a los artculos de diario si no una extensin, una intensidad de libros.En esa misma epstola nos explica su mtodo informativo: "poner los ojos limpios de prejuicios en todos los campos, y el odo a los diversos vientos, y luego, de bien henchido el juicio de pareceres distintos -e impresiones, dejarlos hervir, y dar de s la esencia". Y cuando hablo de literatura -aade-"no hablo de alardear de imaginacin, ni de literatura ma, sino de dar cuenta fiel de los productos de la ajena".Pero no se trata de un objetivismo ilusorio, como el del propio Flaubert, que comunic a todos sus personajes la substancia de su espritu, y se retrat incluso en la atormentada Emma Bovary?Mart slo escribi una novela, Amistad Funesta, y no es necesario estar muy familiarizado con su obra para advertir en seguida que Juan Jrez, el protagonista, que llevaba en el rostro plido "la nostalgia de la accin, la luminosa enfermedad de las almas grandes" est moldeado con elementos exclusivos del alma martiense. Cul fue la actitud de Mart frente a los personajes reales de la poltica o del arte que la necesidad periodstica o una afinidad presentida le oblig a estudiar y analizar?Su personalidad vigorosa se refleja en ellos. Es una proyeccin inconsciente. Ve en los grandes sus propias grandezas, sus excelencias, sus fervores. Y eleva los pequeos hasta si, aplicndoles cualidades y grandezas que slo en el existan.De este modo sus retratos, en una estimativa vulgar, son infieles. Creacin, no copia. Idealizacin, no reproduccin. Lo mejor que hay en esos retratos dimana del propio artista, no del modelo, que slo es un pretexto. Alabada sea esta inexactitud que as nos permite, al recorrer la vasta galera de Mart, reconocerlo en cada pincelada y advertir su propia imagen tras la imagen cambiante y mvil de los otros!El primero que observ, en la patria de Mart al menos, este subjetivismo, fue Jos Antonio Gonzlez Lanuza, uno de los escasos polticos conterrneos de nuestro autor que hablara de el sin utilizar ninguna de las descoloridas metforas de la consagracin oficial.Gonzlez Lanuza crey ver un autorretrato en las siguientes palabras de Mart sobre Bolvar: "Bolvar era pequeo de cuerpo. Los ojos le relampagueaban, y las palabras se le salan de los labios. Pareca como si estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo. Era' su pas, su pas oprimido, que le pesaba en el corazn, y no le dejaba vivir en paz. La Amrica entera estaba como despertando. Un hombre solo no vale nunca ms que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie ms que a s mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mrito de Bolvar, que no se cans de pelear por la libertad de Venezuela, cuando pareca que Venezuela se cansaba. Lo haban derrotado los espaoles: lo haban echado del pas. El se fue a una isla, a ver a su tierra de cerca, a pensar en su tierra."

El propio Gonzlez Lanuza substanciaba as su tesis: "No era Mart de aventajada estatura, era ms bien pequeo de cuerpo (acaso fuera de la propia estatura de Bolvar) ; era nervioso tambin, como a Bolvar pintara; sus ojos, todos los que lo conocieron lo dicen, relampagueaban; las palabras asimismo se salan de sus labios; y cuando su pueblo se haba cansado de pelear, el no se haba cansado del propsito de iniciar una nueva lucha; el haba decidido la guerra solo, porque slo a s mismo se consultaba; no necesitaba consultar a su pueblo y le pareca tambin muy difcil consultar la opinin de muchos. Y tan haba decidido la guerra el solo, que a los jefes principales de aquella lucha, a los generales Mximo Gmez y Antonio Maceo, los fue a buscar; y lo que no haban decidido ellos, el hubo de decidirlo y fue el solo quien sac de su inaccin a tales hombres y en la aventura los embarc. Cuando escriba tales palabras de Bolvar, es probable que pensara en s mismo; es probable que no quisiera establecer una franca comparacin, cosa que su propia modestia haba de vedarle; pero yo dudo de que nadie que lo haya conocido, de que nadie que, aun sin conocerlo, haya odo hablar de el tanto como lo hemos odo nosotros todos, deje de encontrar su propio espritu, su propio temperamento, la condensacin de su carcter y de su historia, en esas lneas en que el trataba de pintar a los nios al que fue el Libertador de la Amrica Central y Meridional."Y as llegamos a lo que, empleando una frase afortunada, ha llamado el cubano Flix Lizaso el narcisismo de Mart. Fijemos bien el sentido de esta expresin que pudiera prestarse a interpretaciones equvocas y rebajar, de tomarla en su acepcin comn, la magnfica y clarividente facultad martiense de verter sobre los dems luces que slo fulgan en su mundo interior.Mart dijo de Goethe que era un Narciso de mrmol. No podramos decir de el que fue un Narciso sin dureza ni frialdad?No es el puro egotismo standhalano tintado de egosmo, ni limitacin, sino comprensin, expansin de s mismo, don preclaro de acoplar y amalgamar elementos propios a lo que perciba, -o crea percibir-en las otras criaturas. Ninguna de las figuras que el ensalz, por gallarda que fuera, qued disminuida de un pice, y s embellecida, engrandecida, magnificada radiosamente. Hace pensar en un escultor que rehiciera nuevamente la estatua, transformndola y comunicndole una nueva juventud, pero sin alterar ninguno de los rasgos fundamentales.El hijo de Cefiso se busca afanoso en el fondo del estanque, y turbado por su propia hermosura se precipita en las aguas. Nada ha visto, fuera de lo que reflejan las ondas apacibles, que es su imagen, siempre igual, imperturbable, exttica, muda. Que sera de su belleza si Narciso abandonara el brocal de la fuente y quisiera verse en el paisaje en torno, sorprender la huella de su paso en la colina, confundir el eco de su voz con el rumor de los pinos lejanos? Entonces comprendera cun pequea e insignificante es su persona, alargada por las aguas quietas, mansas, sin profundidad ni resonancias, del estanque dormido.Mart es un viajero de almas. Acaso no busca otra cosa a travs de sus ardientes peregrinaciones. Y no tiene tiempo para contemplarse a s mismo. Pero sus pupilas, luminosamente abiertas sobre el horizonte, estn atentas a los menores signos que vienen de lo ignoto. Hay en el un fascinante poder de captacin, de intuicin sera mejor decir, y nada que sea humano le es extrao. Excusar, perdonar, interpretar benvolamente los gestos y palabras de los hombres es su proceder constante.Y no hay en el ingenuidad, sino piedad. Saba llegar hasta lo recndito, y sus palabras sobre Miguel Pea tienen en su caso justa aplicacin: "Vestidos de cristal estaban los dems para el; y el, para ellos, de sombra." Anda, busca, inquiere, medita, cambia incesantemente de atalaya y precisamente lo que persigue es descubrir almas nuevas, caminos no explorados, baarse en ondas que traigan el eco del tumulto universal. Por su impaciencia, por su curiosidad, por su fervor de renovacin, es el anti-Narciso.Qu justifica, entonces, esta alusin al mito helnico al hablar de Mart?Es que el suyo es un narcisismo vuelto del revs; a la inversa del personaje de la fbula, Mart quiere olvidarse de s propio, borrar las huellas de su ser espiritual al buscar en los otros, pero lejos de anegarse, se halla de nuevo, se expande milagrosamente y crea, sin falsear el de la realidad, un personaje hijo de su fantasa y de su ensueo, hijo de su carne y de sus anhelos, tal como l era, parejo a como l habra querido ser.Hay una afirmacin de Mart, hecha siendo todava muy joven, que nos da en cierto modo la clave de ese narcisismo, o ms exactamente idealismo que le lleva en unos casos a atribuir virtudes supremas a criaturas borrosas y en otros a exaltar en ellas magnificencias que slo en s vivan. Estando en Espaa comenz a escribir un drama pasional, y puso en la introduccin las siguientes palabras: "Yo no pinto los hombres que son: pinto los hombres que debieran ser." No hay ah todo un programa tico?De su Juan Jrez nos dir que en la mujer vea ms el smbolo de las hermosuras ideadas que un ser real.No es mucha la distancia que media entre la concepcin que nos hemos forjado de los hombres y de la vida y lo que en realidad somos o querramos que fuese nuestra vida. Concebir un tipo de absoluta perfeccin moral equivale a poseer, potencialmente, sus mismas perfecciones. Y el artista que modela, sacndosela de la entraa, una figura irreal, sin posibles lineamientos en la existencia verdadera, es porque aspira a hacer de ella norma y patrn de su conducta.Mart es artista. Pero es al mismo tiempo, es sobre todo, por irrefrenable imperativo de su predestinacin mesinica, hombre de accin. El arte slo no bastara a colmar sus anhelos. Y entonces, en vez de consagrarse a forjar tipos que posean sus mismas virtudes, en vez de pintar hombres adornados de las excelencias que l quiere ver en el hombre, proyecta esos fervores sobre la humanidad real que le circunda, y como l mismo dijera de Cecilio Acosta, de un bravo hace un Cid, de un orador un Demstenes, de un buen prelado un San Ambrosio.As, para calar en el carcter de Mart, para ahondar en su psicologa, nada tan eficaz como conocer algunas de sus definiciones de los otros. "En s mismo-escriba de Francisco Selln -llevaba como cierto escrpulo, que es el de los que ya saben del mundo todo lo que tienen que saber, y andan con la luz venidera sobre el rostro." Y es el presentimiento de su breve vida lo que le hace decir en el mismo trabajo: "por la tierra hay que pasar volando, porque de cada grano de polvo se levanta el enemigo, a echar abajo, a garfio y a saeta, cuanto nace con ala"."Vino de sbito-dir de Wendell Phillips -a vivir entre los hombres, menores de espritu en su mayora, con todas las dotes sublimes y funestas de los mayores de espritu." En quin si no en s mismo piensa cuando dice del orador norteamericano: "la pobreza, el destierro, la obscuridad del nacimiento, las amarguras del noviciado, toda esa levadura de la vida, que la pone a punto y acendra, para l no cont"? Suya es tambin la ternura abundante y como ocenica, la violenta necesidad del sacrificio en bien ajeno, el supra mundo que a l le atribua.Ecos de sueos enterrados, reminiscencias de quimeras perdidas le vienen a la pluma cuando hace el elogio de Jos Joaqun Palma: "t eres de los que leen en las estrellas, de los que ven volar las mariposas, de los que espan amores en las flores, de los que bordan en las nubes. T tienes ms del azul de Rafael que del negro de Goya. Tu mundo son las olas del mar: azules, rumorosas, claras, vastas. Tus mujeres son nyades suaves, tus hombres, remembranzas de otros tiempos".Y cuanto dijo de Cecilio Acosta, ya citado, en su propio escudo puede grabarse: "l, que pensaba como profeta, amaba como mujer"; "andaba buscando quien valiese para decir por todas partes bien de l"; "lo vio todo en s, de grande que era". "Le sedujo lo bello; le enamoro lo perfecto; se consagro a lo til." "Tiene el talento prctico como gradas o peldaos, y hay un ta~ lentillo que consiste en irse haciendo de dineros para la vejez, por ms que aqu la limpieza sufra, y ms all la vergenza se obscurezca; y hay otro, de ms alta vala, que estriba en conocer y publicar las grandes leyes que han de torcer el rumbo de los pueblos, en su honra y beneficio. El que es prctico as, por serlo mucho en bien de los dems, no lo es nada en bien propio.""S hubo falta en Bolvar-dir del Libertador: la de medir el corazn de todos los hombres por el suyo."Es tambin la que a Mart pudiramos imputarle. Porque narcisismo, idealismo, subjetivismo, no se reduce todo eso, al cabo, a una cualidad directriz, rectora, que es la generosidad?Generosidad que en Mart es irreflexiva, inconsciente, noblemente orgnica. "Gozaba, escribi al hablar de Bachiller y Morales, como si le reconocieran el suyo, cuando hallaba un mrito nuevo que admirar." Pero l va ms lejos, y cuando no halla el mrito, lo inventa. "Ver grandeza es entrar en deseos de revelarla", dice una vez, y si la grandeza se apaga en los otros, la substituir con la suya propia, recamar las almas transeuntes con oros extrados de su fondo generoso, elevando los humildes hasta s, mdico, munfico, aguijoneado por el fervor de sentirse hermano de los pobres de espritu, dolorido si por acaso la virtud pasa a su lado y al punto, como aquel su muj en la torre de la mezquita, no la proclama con los brazos en alto, dando robustas voces para que la ciudad entera venga a contemplar la maravilla y alabar al Seor.Mart, Cronista Parlamentariopor El Duende del CapitolioTratamos de reproducir el artculo Mart, Cronista Parlamentario por El Duende del Capitolio lo ms fiel posible a como aparece en la revista Carteles, publicada en La Habana, Cuba, el 27 de Enero de 1952. Hacemos arreglos mnimos para actualizar la acentuacin ortogrfica.Mart, Cronista Parlamentariopor El Duende del CapitolioEn la sesin solemne que todos los aos consagra a Mart el Senado de la Repblica, hablar este 28 de enero Santiago Rey, el senador de la verba florida. Ignoramos aun el tema de su discurso. Pero cualquiera que sea, ser desovillado bien por el doctor Rey Perna. Ah, si el Duende que suscribe pudiese, como sus colegas de los viejos castillos ingleses, dar algunas voces en la noche del aniversario en que naci Mart, gritara que todava estamos debiendo al Apstol un homenaje por sus doces parlamentarias! Efectivamente, qu gran orador hubiera sido Mart en el Congreso cubano, de no haberlo derribado la maldita bala de Dos Ros! El amaba particularmente ese tipo de oratoria. En sus crnicas-; estupendas crnicas que, sin embargo, no quiso firmar sino con el humildsimo seudnimo de "M de Z"! -para La Opinin Nacional, de Caracas- le hierve una noble pasin por el discursear congresil. Los diputados de las Cortes en la Espaa de 1881, mueven la que entonces se denominaba sonoramente su pola, porque no haban nacido la pluma de fuente, industrializada en serie, o la impersonal maquinilla de escribir. Mart haca en Mxico y en New York artculos que lo sitan como precursor de un gnero literario que haba de cultivarse tanto y tan bien en Francia y Espaa. (Valdra nombrar entre los espaoles a Azorn, que pasa por iniciador de la resea literaria del Congreso. Aos despus las urdiran cronistas de alto coturno, e incluso los que a un tiempo mismo fueron en las Cmaras francesas y espaolas, grandes actores y excelentsimos crticos, como Herriot e Indalecio Prieto).Pues bien: Mart resulta el padre de esa modalidad periodstica. La crnica parlamentaria, rehogada con sus mejores salsas, que describe la escena y los personajes; anota los momentos dramticos o cmicos del debate; traza, en dos rasgos, la silueta del orador y proporciona, en fin, la pelcula de la sesin, ha sido escrita, primero que nadie, por Jos Mart. El y Enrique Pyeiro -como dije en otra ocasin, refirindome a una preciosa crnica del Parlamento francs, publicada en las Hojas Literarias, de Sanguily (tambin con seudnimo), son los modelos de ese modo de resear las discusiones en el Parlamento, que estuvieron tan en boga y que sirvieron para descubrir, consagrar a escritores como Wenceslao Fernndez Flrez, por poner un solo ejemplo entre muchos.Que Mart fue el primero y ms soberbio ejemplo de cronistas parlamentarios en nuestra lengua, se demuestra fcil, contundente y sencillamente. No hay ms que recorrer sus crnicas de La Opinin Nacional. Recorrmoslas. Empieza por describir el escenario del Parlamento espaol: un edificio que "dos leones custodian y Cervantes avizora con su eterna mirada broncnea", como dije Antn del Olmet, buen seguidor de Mart en la crnica del Parlamento "Magnfica casa ha construido Espaa -describe el Apstol- a los elaboradores de sus leyes. Ampararse de aquel prtico griego; pasar la mano sobre los msculos de bronce de los leones que lo guardan; detenerse, con la muchedumbre de curiosos que aguardan asiento o de tristes que cazan empleos en aquel saloncillo donde, con tarjetas, recados y cartas enoran y salen al templo famoso los ujieres de la casa de representantes; o, ya ms felices, penetrar del brazo de un caballero diputado por aquellos solemnes corredores y gigantes salas, que parecen al nefito entusiasta pobladas de grandiosas sombras o henchidas de rumores sacerdotales, es para un hombre de nuestra raza un placer beneficioso y penetrante, que le dispone a todo acto de bravura, noble empleo de la mente y heroica maravilla".La pluma -la pola- se le ha ido en la loa. Mart, dndose cuenta, rebaja entonces el solemne prosar con unos toques de finsima irona: "Claro que luego de tratar con los sacerdotes del supuesto templo, se abre Ssamo, sin que por ello se hallen los dineros del Conde de Montecristo; se rompe el encant y no son siempre apstoles inclumes, ni labios vrgenes de interesada apostasa, ni seres descomunales los que halla el imparcial curioso en el palacio desencantado".De tan grfica e incisiva presentacin de la escena, Mart pasa a la dramati personae: "Oanse como los golpes sonoros y recios de una maza de plata, y era Martos que hablaba; y se vieron luego como llamas volantes y columnas de humos de colores y aves fantsticas de asiticos plumajes y plidos geniecillos de crepsculo revolotear por el anfiteatro, y era el discurso triste, ondulante y cadencioso de Castelar desalentado; y luego pareci que un oso despedazaba entre sus brazos colosales a un jilguero, y era Cnovas que con implacable seguridad analizaba la poltica inquieta de Sagasta; y semej despus que una astucsima zorra se deslizaba por entre las garras del oso robusto, y era el discurso de rplica de Sagasta, flexible, impalpable, luciente, gil como joya de acero florentino".Cronista maravilloso, Mart deja en imgenes rpidas, exactas y nuevas, la impresin de un momento. En ese torneo de las Cortes de Espaa, las palabras son algo as como las gruesas gotas de agua que caen en los primeros momentos de la tormenta". O establece, al pasar, paralelos plurales. "Hay siempre un parecido entre los hombres de la poltica espaola y los de la poltica francesa. Castelar, por ejemplo, suea con Gambetta. El mariscal Serrano, con MacMahn. Sagasta suea con Thiers. Martos es quizs el ms original". Y leed este instante tumultuoso de sesin: "No quieren que hable Cnovas. El debate est cerrado. El discurso de Sagasta le ha puesto fin. "Basta, basta!". "A votar!". Hablan a un tiempo aquellos tres centenares de hombres iracundos. Pnense en pie. Incrpanse con increble dureza. Abandonan unos sus bancos, otros mueven sus manos como si fueran a usar violentamente de ellas; otros salen precipitadamente para dar calma al enojo o para darle empleo... "Orden, orden!", claman intilmente los ministros. "A vuestros asientos, seores diputados:" "Respetad al que merece respeto, diputados de la mayora", exclaman junto a Martos, Moret y Castelar, los diputados demcratas."No abusis de vuestro poder!", silban las galeras. De pie estn en sus tribunas las damas, los diplomticos, los generales. Ebrio y rojo de ira en su silln presidencial, ronca la voz, rota la campanilla y fatigado el puo, el presidente Posada Herrera. Exasperado, Cnovas se sienta. Y la furia fue ya entonces la duea de la casa. Vtores estruendosos saludan al vencido; silbos e injurias caen sobre los vencedores; cruzndose denuestos entre los diputados; trbanse y decdense lances personales; mustranse los diputados los puos amenazadores; indigna la violencia, disgusta el descorts tumulto: asorda el ruido".Todo esto -y otras muchas impresiones ms, que recogera de buena gana un ensayo y no puede ni aludir un articulejo- las escribe Mart acaso en la hostera amiga de Carmen Miyares, en Nueva York. Le bastan las noticias que le trae el correo de Espaa, para que su poder de imaginacin, su capacidad evocadora cosa de recuerdos, y sobre el burdo caamazo de reseas de peridico, borde crnicas parlamentarias llenas de verismo, de colorido, de vigor. La prosa de Mart, gil y barroca a un tiempo mismo, retrata en sus notas del Congreso a sus lderes con dos trazos geniales -qu lstima no poder reproducir el que hace de Sagasta, por ilustre ejemplo!- o describe momentos en que Len y Castillo, con voz tan robusta como robusta cerrilidad, les dice a los diputados cubanos: "!Esa autonoma que nos peds es irrevocablemente imposible!" o el instante, curiossimo y actualizado, en que Gel y Rent, senador por la Universidad de La Habana, pregunta al Gobierno por qu Gibraltar no vuelve a poder de Espaa...En sus antolgicas crnicas parlamentarias -dignas de un tributo de los cronistas actuales y de los representantes periodistas- Mart, a veces, pellizca las posaderas de los farsantes o hace pasar las discusiones sobre Cuba, los grandes debates en torno a los problemas de los presupuestos de la Espaa de la poca. Y se mueven all, con animacin cautivadora, todas sus figuras de entonces, el repblico Ruiz Zorrilla y el monrquico marqus de la Vega de Armijo; el mlite Serrano y el civilista Cristino Martos... Instantneas de sesiones, debates narrados en sntesis afortunadas o pormenorizados hasta, en sus ms mnimos incidentes, ambientes pintados de mano maestra...Y repetimos, para espejo de cronistas parlamentarios, que el incubador de ellos, que fue Mart, hilvan sus cuartillas muchas millas mar adentro de lo que pintaba, realzaba, engrandeca o desdeaba... Un mrito ms sobre cuantos adornan a las primigenias e imponderables acotaciones de Mart, el primer cronista parlamentario -primero en todos sentidos- de habla espaola. Un Libro Sobre Martpor Angel LzaroTratamos de reproducir el artculo Un Libro Sobre Mart por Angel Lzaro lo ms fiel posible a como aparece en la revista Carteles, publicada en La Habana, Cuba, el 27 de Enero de 1952. Hacemos arreglos mnimos para actualizar la acentuacin ortogrfica.Un Libro Sobre Martpor Angel LzaroQu tiene este libro de Nstor Carbonell sobre Jos Mart para que, a pesar de las numerosas biografas que sobre Mart hemos ledo, lo leamos con avidez, apenas avanzamos las primeras pginas? Fervor.El tono de esta biografa en que el autor, al modo de esos narradores que simulan ser protagonistas de su novela, hace que parezca el propio Mart quien cuenta su vida, es lo que da, a nuestro juicio, su mejor virtud a este libro. El libro est a tono con el biografiado.No nos parece esto cosa fcil, sino esencial para escribir la biografa de tal figura. Hay que contagiarse del tono martiano. De lo contrario, puede hacerse una biografa muy llena de datos, o muy suficiente de juicios, o muy brillante de estilo, o muy demostrativa del talento de quien la escribe, pero nada acorde con el temperamento del biografiado. Lo peor en este ltimo caso est en que entonces el bigrafo aparece como un fro coleccionador de personajes histricos, que mira al biografiado con cierta superioridad crtica, cual si dijera: "No crean ustedes que voy a dejarme arrastrar por la vida de mi personaje, o por la admiracin y el culto de las gentes hacia una figura de tal aureola... Yo soy un intelectual y he de examinar con todo rigor los valores, prescindiendo de razones sentimentales y patriticas".Pero sucede con esto, con el caso de Mart, lo que deca don Miguel de Unamuno que sucede con don Quijote: que, as como don Quijote no tiene miedo a ponerse en ridculo, tampoco hay que tenerle miedo al ridculo, a "hacer el ridculo", si se quiere imitar lo quijotesco, emular con la conducta o con la pluma del escritor al gran caballero de ideal.Y ciertamente, Mart es una figura quijotesca. Hay que sangrar con l como con don Quijote; sufrir sus mismas descalabraduras; soportar los desdenes que el soporta, las incomprensiones; pasar sus calamidades y estrecheces; compartir la divina locura de sus versos -como cuando don Quijote desnudo se pone a escribirlos en la corteza de los rboles-, llorar sus mismas lgrimas y aventurarse tambin con l a dar el grito... El grito con que don Quijote, paralizaba a los arrieros que osaron turbar su vela de armas; y en Mart, el grito con que echa del alma lo mismo sus versos que sus rebeldas.El grito. Gritar sin hacer el ridculo, o afrontndolo, como quera el tambin quijotesco don Miguel, desterrado un da de Espaa, muerto despus mordiendo su frase lapidaria, su grito imborrable: "Venceris, pero no convenceris!". Por algo don Miguel era tan martiano; tambin l saba gritar...Se cuenta de una gran trgica espaola que cuando alguna meritoria iba a solicitar ingreso en su compaa, sola examinarla de este modo: "A ver, seorita, vaya usted hasta el fondo del escenario y pruebe usted a dar un grito". Si la aspirante saba gritar, quedaba admitida. Lo otro, poda ensearse; el grito, no; la voz, no; hay que nacer con ella...Otros poetas, otros escritores, otros oradores pueden igualarse a Mart; pero aquel grito, aquella exclamacin que es su muerte, aquel final de ltimo acto en la hermosa tragedia que es su vida, no puede darse con slo poseer talento, con ser una gran inteligencia, o una gran paciencia, con ser culto y sabio; hay que ser, hay que haber nacido con esa vocacin de ideal, con ese destino. Hay que dar el grito supremo: aquel en que la vida se exhala para proclamar el invencible ideal.Confieso que abr con recelo las pginas de esta biografa de Mart escrita por Nstor Carbonell, a pesar del elogio contenido en la carta prlogo de Juan J. Remos. Se trataba nada menos que de hacer hablar al propio Mart, es decir, de una autobiografa apcrifa. Empeo peligrossimo. Pero el fervor lo puede todo; de la cantera inagotable que es Mart, poda sacarse otro libro, otra biografa, y Nstor Carbonell la ha sacado, se la ha sacado a s mismo de su fervor.Su libro nos va ganando poco a poco. Al principio casi nos rebelamos: Cmo? Es qu alguien puede atreverse a hacer hablar a Mart como hablara Mart mismo? Quin sera capaz de igualar su lenguaje, su pensamiento, su emocin? Esto es lo que pensara seguramente el propio autor del libro cundo concibi la idea de escribirlo; pero no le tuvo miedo al ridculo; se contagi de su personaje; olvid todo prurito literario: vivi dentro de Mart por un conjuro ferviente, por una asombrosa concentracin de la voluntad, del recuerdo, de la imaginacin, arrastrado por el mpetu de aquella vida. Y el libro, tomado con recelo entre las manos, se lee casi de un tirn, al mismo ritmo que parece haber sido escrito, no con paciente acopio de datos y fechas, sino contando lo que todos sabemos, lo relatado otras veces, pero sintindolo al contarlo, como quien vivi lo que cuenta.Creemos que sa es la mayor prueba para un libro de esta naturaleza: hacernos olvidar la ficcin, y que aceptemos por fin que no habla el bigrafo, sino el biografiado.En el ltimo nmero de los cuadernos que con el ttulo de Archivo de Mart publica la Direccin de Cultura del Ministerio de Educacin, recoge Flix Lizaso una carta de ese gran patriarca de las letras americanas, don Baldomero Sann Cano, dirigida a don Manuel Pedro Gonzlez, martiano ilustre residente en Los Angeles, en la que se dice: "Solamente Amrica pudo haber producido una personalidad de tamao estatura moral e intelectual, de tan hondo significado. En 37 aos de la angustia moral y material que afecta a Europa desde 1914, esa parte del mundo, representativa del pice de una civilizacin, no ha producido un hombre como Mart, como Bolvar, como Franklin Delano Roosevelt. Es indudable que las civilizaciones llegadas a su punto culminante se hacen estriles en la produccin de tipos excelsos".No vamos a analizar aqu -ni somos capaces para ello- por qu Europa ha dejado de producir tipos excelsos, aunque personalmente, y sin ms anlisis, creemos que s, que Sann Cano tiene razn, que Europa no ha producido en lo que va de siglo una figura semejante a las citadas, y que la causa de encontrarse Europa en la crisis presente no es otra que da de no haber dado esa figura -Churchill, que parece ser la gran figura poltica europea del siglo carece de esa "mstica", de esa gran proyeccin humana, por ser demasiado ingls; en cuanto a Espaa, donde se produce en este siglo un gran movimiento popular, lleno de ansias de libertad y de superacin humana, es evidente que no encontr en su segunda Repblica una figura apostlica, indiscutible, capaz de poner de acuerdo a todos, de arrastrar a los ms opuestos entre s, con aquella emocin, aquella "mstica", repetimos con que Mart concertaba voluntades, borraba, purificada en su excelsa (que esa es la palabra: excelsa) personalidad todas las miserias de la poltica-; lo que queremos sealar en estas notas es la valenta, la decisin con que Sann Cano proclama esa excelsitud y hace la afirmacin de que Europa no ha dado en nuestra poca un hombre de esa talla, sin temor a que su afirmacin parezca enftica, excesiva. Y es que tambin Sann Cano procede contagiado por esa mstica, y le basta medir, por adivinacin, nacida de ese contagio, la talla del personaje.Pues bien: en el libro de Nstor Carbonell vemos igualmente la talla de Mart por irradiacin de la personalidad martiana; Mart destella y el bigrafo refleja; no se cree el personaje, pero s ve que lo ama de tal modo, que quisiera serlo, tener algo suyo, anular la propia personalidad para diluirse, a fuerza de fervor, en la excelsa figura...Y as se salva el libro en su aventurada empresa.