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Joyas del mes

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Archivo General de la Nación

boletín

206a época • abril-junio 2008 • número

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Boletín del AGN6ª época • abril-junio 2008 • número 20

EdiciónMarco Antonio Silva MartínezJefe del Departamento de Publicaciones

Asistencia EditorialAlberto Álvarez, Elizabeth Zamudio, Elvia Alaniz e Israel Reséndiz

Diseño y formación Elisa Cruz Cabello

ISSN-0185-1926D.R. © Secretaría de GobernaciónAbraham González 48,Col. Juárez, Delegación Cuauhtémoc06699, México, D.F.

D.R. © Archivo General de la Nación-MéxicoEduardo Molina y Albañiles s/n,Col. Penitenciaría Ampliación, Delegación Venustiano Carranza15350, México, D.F.

Boletín del Archivo General de la Nación, publicación trimestral,abril-junio 2008.Edición y difusión: 5133-9900 exts. 19325, 19424 y 19330. Fax: 5789-5296.Correo electrónico: [email protected]; www.agn.gob.mx.Domicilio de la publicación: Palacio de Lecumberri, Av. Eduardo Molina y Albañiles s/n, colonia Penitenciaría Ampliación,Delegación Venustiano Carranza, C.P. 15350, México, D.F.

Reserva al título en derecho de autor, certifi cado de licitud de título y certifi cado de licitud de contenido, en trámite.Derechos reservados conforme a la Ley.Impreso en México.

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Directorio

Director GeneralJorge Ruiz Dueñas

Director de Publicaciones y DifusiónMiguel Ángel Quemain Sáenz

Directora del Archivo Histórico CentralDulce María Liahut Baldomar

Directora del Sistema Nacional de ArchivosAraceli Alday García

Directora de Investigación y Normatividad ArchivísticaYolia Tortolero Cervantes

Director de Tecnologías de la InformaciónBenjamín Torres Bautista

Director de AdministraciónJesús Manuel Martínez Rivera

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EDITORIAL

GALERÍAS

La secularización de las misiones en la Alta CaliforniaMartha Ortega

El departamento naval de San Blas y sus relaciones con las Filipinasa fi nales del siglo XVIII y principios del XIX

Claudia Patricia Pardo Hernández

El menaje asiático de las casa de élite comercial del virreinatonovohispano en el siglo XVII

Berenice Ballesteros Flores

PANÓPTICO

La política eclesiástica en el Segundo ImperioTomás Rivas Gómez

Consecuencias del pensamiento ilustrado y aspiración de libertadde conciencia. Un caso en Campeche, 1795Guillermo Sierra Araujo

HACIA EL BICENTENARIO

Excomunión de Miguel Hidalgo y Costilla, 1810

Levantamiento de la excomunión al cura Hidalgo y sus seqüaces, 1810

HACIA EL CENTENARIO

Ricardo y Enrique Flores Magón, noviembre de 1906

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Índice

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Expediente de los hermanos Flores Magón, 1905-1909

CALEIDOSCOPIO

Archivos históricos, patrimonio documental y transparenciaJorge Ruiz Dueñas

Homenaje a Celia Medina MondragónArchivista, paleógrafa y docenteElvia Alaniz Ontiveros

Joyas del mes

Exposiciones

Página web

PUBLICACIONES

Historial del Bajío

Convocatoria Asociación Latinoamericana de Archivos

ILUSTRACIONES

Las imágenes contenidas en este número pertenecen a los acervos gráfi -cos del AGN, con excepción de las del texto de Berenice Ballesteros Flores, que fueron obtenidas de los siguientes títulos:

Los mexicanos pintados por ellos mismos. Tipos y costumbres nacionales, ed., pról. y notas de Andrés Henestrosa, México, Imp. de M. Murguía y Comp.,1854.

AGUILERA, Carmen, et al., El mueble mexicano. Historia, evolución e infl uen-cias, México, Fomento Cultural Banamex A.C. 1985.

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Edi tor ia l

Tras el descubrimiento de la ruta transpacífi ca que comunicó el mundo asiático y el americano, los conglomerados sociales de uno y otro establecieron relaciones diver-sas, principalmente intercambios económicos que, al mismo tiempo, les permitieron conocerse, medir y comparar sus modos de vida, usos y cosumbres. En esta vigésima edición del Boletín del agn, Gal er ías presenta tres investigaciones relacionadas con el Pacífi co novohispano. En la primera se da cuenta cómo el imperio español –decidido a precaverse de una posible incursión rusa en sus territorios del noroeste america-no– mandó al virrey José de Gálvez a que colonizara la Alta California. La segunda se detiene en los siglos xviii y xix para recuperar algunos aspectos del fl ujo naval entre los puertos de San Blas y las Filipinas. En otro texto se ofrece un pormenarizado recuento del menaje oriental (muebles, joyas, telas, etc.) que las familias ricas encargaban a los comerciantes transpacífi cos.

Panópt ico desentraña, por un lado, las relaciones entre el gobierno de Maximiliano y el clero y, por otro, parte de la vida cotidiana de la sociedad novohispana del XVIII, mediante el comentario de un expediente de la Inquisición en Campeche. En CALEI-DOSCOPIO los lectores podrán asomarse a los recuerdos de la maestra Celia Medina Mondragón, quien el Día del Archivista recibió un reconocimiento por sus más de 50 años de servicio en el Archivo; en la misma sección se incluye el texto “Archivos histó-ricos, patrimonio documental y transparencia”, del director general del AGN, Jorge Ruiz Dueñas. Los documentos paleográfi cos de la excomunión del cura Miguel Hidalgo, así como el de la aparente suspensión de tal medida, se consignan en HACIA EL BICENTE-NARIO. Por su parte, HACIA EL CENTENARIO se ocupa del expediente “Revoltosos mago-nistas”, referido a los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón. En Joyas del mes: Hermenegildo Galeana, Miguel Hidalgo y Juan Aldama protagonizan, respectivamente, abril mayo y junio.

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Galerías

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L A S E C U L A R I Z A C I Ó N D E L A S M I S I O N E S E N L A A LTA CA L I F O R N I A

Martha Ortega*

INTRODUCCIÓN

En 1761 el marqués de Almodávar llegó como embajador de Su Majestad Católica ante el imperio ruso –debido a la alian-za entre España y Rusia– para participar en la Guerra de Siete Años (1756-1763). Durante su estancia en San Petersburgo, Almodávar informó a la corona española sobre los avances rusos en el norte del Pacífi co y el extremo noroeste de Amé-rica. Almodávar aseguraba que en aquél momento la situación no era alarmante puesto que las colonias rusas eran muy débiles, de cualquier manera era menes-ter tenerlo presente. En 1764, Herrería, sustituto de Almodávar, hizo saber a su gobierno que tres años antes la zarina Catalina II había autorizado una expedi-

ción en la que participaban más de 300 hombres.1 Ante esta noticia, el gobierno español se alarmó por las pretensiones expansivas rusas en América. El marqués de Grimaldi expresó la preocupación de la corona española por sus fronteras en el norte de América, en un informe que envió al virrey de Nueva España marqués de Croix (mayo de 1768), junto con la or-den de ocupar el puerto de Monterrey lo antes posible. En enero de 1768, el virrey había mandado un despacho al visitador general de Nueva España, José de Gál-vez, en el que proponía la ocupación de la Alta California. Así, para ese año existía un acuerdo acerca de colonizar Alta Cali-fornia como medida estratégica de defen-sa y consolidación de la frontera noroeste de Nueva España.2

1 La expedición tuvo lugar entre 1768 y 1770. Estuvo bajo el mando de Piotr Krenitzin, quien navegaba en el Santa Catalina. La nave consorte era la San Pablo y fue capitaneada por Levashev Mijail.2 Francisco Palou, Noticias de la Nueva California, 2 t., en Documentos para la historia de México, ts. VI y VII, t. I, pp. 247-250 (en adelante, Noticias…; C. Alan Hutchinson, Frontier Settlement in Mexican

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Sin perder tiempo, Gálvez elaboró un plan para la colonización del territo-rio. Dicho plan consistió en fundar tres misiones y un presidio, es decir, echó mano de aquellas instituciones que en el pasado habían probado ser efi caces en la expansión novohispana en el norte del virreinato. Las misiones eran “institucio-nes de frontera” cuyo objetivo principal consistía en congregar a los indios nóma-das que habitaban en el norte. Ahí se les enseñaba a cultivar la tierra, a cuidar el ganado y se les inculcaba el cristianismo. De acuerdo con los patrones europeos,3 las misiones servían para “civilizar a los nativos con el fi n de incorporarlos a la so-ciedad colonial. Por su carácter de avan-zadas colonizadoras, la corona fi nancia-ba y apoyaba a las misiones en su afán de ampliar sus dominios y cumplir con su compromiso de incorporar nuevos fi eles a la iglesia católica. Las consideraba esta-

blecimientos temporales que en diez años cumplirían su cometido, transcurrido ese lapso las misiones deberían secularizar-se para que los misioneros prosiguieran su avance colonizador extendiendo así la frontera. De esta manera, la corona ga-naba tierras, hombres, rentas y recursos naturales.4

Por lo común, las misiones fueron cen-tros de población aislados del resto de la sociedad colonial puesto que se fundaban en tierra de gentiles, desarrollaban una economía agropecuaria y autosufi ciente cuya tarea evangelizadora, protegida por el rey, les proporcionaban privilegios tem-porales sobre los colonos que llegaran a establecerse en la región en cuestión. Así, a pesar de constituir elementos in-dispensables para la colonización porque adiestraban a la fuerza laboral indígena, más tarde entraban en confl icto con la nueva sociedad que habían ayudado a

California. The Híjar-Padrés Colony, and its Origins, 1769-1835, pp. 3-5; Herbert Ingram Priestley, José de Gálvez Visitor-General of New Spain (1765-1771), p. 471; Irving Berdine Richman, California Under Spain and Mexico, p. 64.3 De acuerdo con esta tradición, sólo los pueblos cultivadores que construían ciudades, que formaban familias monogámicas y que practicaban el cristianismo católico romano, eran civilizados; el resto vivía en la barbarie.4 Enrique Florescano, “Colonización, ocupación del suelo y ‘frontera’ en el norte de Nueva España, 1521-1750”, en Álvaro Jara (ed), Tierras nuevas, expansión territorial y ocupación del suelo en América (siglos XVI-XIX), pp. 63 y 71; H.E. Bolton, “La misión como institución de la frontera en el septentrión de Nueva España”, en David J. Weber (comp.), El México perdido. Antología de ensayos escogidos sobre el antiguo norte de México (1540-1821), pp. 37-39; S.F. Cook y W. Borah, Ensayos sobre historia de la población. 3. México y California, pp. 166, 248.

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fundar, cuando los colonos querían dispo-ner de esos mismos trabajadores. Cabe subrayar que la fuente principal del con-fl icto consistían en que el objetivo de los misioneros era cristianizar pero para ello obligaban a los neófi tos a transformarse en cultivadores, de manera que la misión pudiera sostenerse con la riqueza que ge-neraba ese trabajo, mientras que el fi n de la corona era conseguir nuevas tierras y nuevos tributarios. En Alta California se agregó otro interés por parte del gobierno español: poblar con colonos, cuya lealtad estuviera en primera instancia dirigida a la corona, una región de importancia es-tratégica. También es menester conside-rar que el establecimiento de las misiones de Alta California tuvo lugar después de la expulsión de los jesuitas (1768) y por ello la oposición que los colonos tuvieron hacia ellas recibió el apoyo de las autori-dades virreinales. De hecho, el gobierno virreinal exigió a los franciscanos aceptar el asentamiento de colonos en algunas misiones de la Alta California. Es decir, deseaban que se aplicara una práctica de convivencia entre nativos y colonos.

Cuando el movimiento de Indepen-dencia triunfó, los gobiernos republicanos

promovieron pocos cambios en el norte, de hecho, los que hubo se debieron más a la dinámica local que a una política gene-ral. En Alta California las instituciones co-loniales permanecieron, en un principio, tal y como habían sido organizadas. Los go-biernos republicanos se preocuparon por fomentar la colonización de aquella vasta región sin conseguirlo. También quedaron sin subsidio los centros de población que existían pues el gobierno nacional no tuvo fondos para mantenerlo.5 Alta California fue considerada como una avanzada es-tratégica y tal vez por ello, fue blanco, en mayor medida, de los proyectos de los go-biernos republicanos, en comparación con el resto de los territorios y estados del nor-te de la república mexicana. Ahí se ensa-yaron proyectos colonizadores tales como el envío de grandes grupos de vagos, mal-vivientes y presidiarios o la secularización de las misiones para repartir sus tierras a colonos llegados desde el centro de la re-pública, como en el caso de la colonia Hí-jar-Padrés. Esta nueva política repercutió de manera defi nitiva sobre las misiones de Alta California hasta el punto de que, debi-do a la Ley de Secularización dictada por el gobierno de Valentín Gómez Farías en

5 María del Carmen Velázquez, Tres estudios sobre las Provincias Internas de Nueva España, pp. 76-82.

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1833, fueron destruidas por completo. No obstante, las misiones ya habían dejado su huella en la sociedad de Alta California.

En este breve artículo presentare-mos una breve descripción del estable-cimiento, desarrollo y destrucción de las misiones de Alta California. Con ello pretendemos destacar el papel que des-empeñaron en la formación de una nueva entidad socioeconómica mexicana que más tarde, debido a su propia dinámica, habría de destruirlas.

1. LAS MISIONES EN LA ÉPOCA COLONIAL

1.1 Los objetivos de la colonización misional

En el siglo xvi, cuando se planteó la nece-sidad de colonizar los nuevos territorios incorporados al imperio español, se defi -nieron los proyectos con los que debería llevarse a cabo. En el tema que nos ocu-pa, tanto la corona como los misioneros defi nieron sendos proyectos que en al-gunos puntos coincidieron pero en otros estuvieron en franca contradicción.

Para la corona, la conquista y colo-nización de América tenía dos aspectos

fundamentales: el político y económico –ampliar sus dominios y conseguir rique-za– y el misional –compromiso de propa-gar la fe cristiana que le impuso la bula de Alejandro VI de 1493–, ambos quedaron expresados en las Leyes de Indias.6 En teoría, los nativos fueron considerados súbditos de la corona, esencialmente libres pero debido al escaso desarrollo de su razón, a su inocencia y a su inca-pacidad para defenderse, deberían reci-bir su protección. Pero esta percepción equivalía a considerar salvajes a quienes además de convertir al cristianismo era menester “civilizar”, es decir, integrar a la sociedad colonial relacionándolos y sometiéndolos a los colonizadores. Por tanto, era necesario crear una disciplina para que moral, social y económicamente se alcanzara este objetivo.7 Fue por ello que la corona siempre estuvo dispuesta a fi nanciar y proteger a las misiones como un instrumento más de inversión a media-no plazo pues esperaba que, una vez se-cularizadas, los indios se transformaran en sus tributarios.

La corona española se apoyó en las órdenes religiosas para realizar esta la-

6 Vicente D. Sierra, El sentido misional de la conquista de América, p. 45.7 Sierra, op.cit., p. 45; Bolton, op. cit., pp. 38, 45 y 50.

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bor pues así se aseguraba la continuidad del trabajo misional. Franciscanos, domi-nicos, agustinos y, más tarde, jesuitas, fueron las órdenes de mayor actividad evangelizadora en América. Los fran-ciscanos fueron los primeros que se ex-tendieron en todo el continente. El Papa León X los señaló como los misioneros más aptos en la bula Dilectis fi lis (1521). Por ello a la larga los franciscanos supe-raron en número a los misioneros de las otras órdenes y puede decirse que cons-tituyeron la vanguardia misional en Amé-rica. La observancia severa de sus votos les granjeó la confi anza y complacencia del gobierno español, sobre todo porque su voto de pobreza limitaba un poco su poder temporal.8

Por otra parte, el objetivo principal de los misioneros era catequizar a los aborí-genes mediante la predicación para que así llegaran a convencerse de la verdad del cristianismo católico. Con el cristia-nismo, los misioneros les inculcaban todo un concepto del mundo y de la vida. Los nativos, en su inocencia –como califi ca-ban los frailes su forma de vida– eran la materia en la que los misioneros podían

plasmar todo el ideal cristiano. Con una instrucción adecuada, el mundo predi-cado por Jesucristo podría realizarse en la tierra. Pero para ello era indispensa-ble segregar a los indios de la sociedad española para evitar que los pecadores los corrompieran y, así, “civilizarlos”. En efecto, el proyecto misional consistía en crear comunidades aisladas del resto de la sociedad colonial, cuyos miembros fueran sedentarios y practicaran la agri-cultura, la ganadería y la artesanía para que fueran autosifucientes y preservaran su asilamiento,9 aunque fueran secula-rizados más tarde, cuando ya no fueran presa fácil del pecado. Tanto el gobierno español como los misioneros partían del principio de que los aborígenes eran sal-vajes por lo que, punto fundamental tanto de la obra colonizadora como de la obra evangelizadora, era sacarlos de esa bar-barie “civilizándolos” según los cánones de la sociedad conquistadora.

El norte de la Nueva España fue una de las regiones más propicias para que los misioneros pusieran en práctica sus proyectos, pero también fue ahí donde la corona requirió más del apoyo misional

8 Sierra, op. cit., p. 85; Richman, op. cit., p. 62; R. Konetzke, América Latina II. La época colonial, p. 239.9 Konetzke, op. cit., pp. 232 y 250; Richman, op. cit., p. 41; Bolton, op. cit., pp. 45 y 50.

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para su expansión. La lejanía de estos territorios respecto del centro político y económico del virreinato, así como la condición nómada o seminómada de sus habitantes obligaban, por una parte, a emplear el método de reducción para in-tegrarlos y, por otra, favorecía la oportuni-dad de los misioneros para asilarlos. Las características geográfi cas de la región infl uyeron en los rasgos particulares de estas misiones. Éstas tuvieron un acento mayor como avanzadas de colonización. Se utilizó el método de congregar a los nativos para realizar la labor evangeliza-dora. En los casos de Texas y Alta Cali-fornia la colonización de estas provincias adquirió el carácter de puntos estratégi-cos de defensa para el virreinato.10

El noroeste de Nueva España fue lu-gar de penetración jesuítica mientras que el noreste lo fue de la franciscana. Hasta el momento de su expulsión (1768), los jesuitas llevaron la frontera a las provin-cias de Sonora y Baja California. Como la colonización de la región que nos ocupa

se inició en 1769, el visitador Gálvez re-currió a los franciscanos del Colegio de San Fernando de Propaganda Fide de la ciudad de México para realizarla. No obs-tante, fue gracias al trabajo jesuítico que la ocupación pudo efectuarse pues las misiones de Baja California y de Sonora fueron los cimientos sobre los cuales se fi ncó la nueva colonización.

1.2 La práctica misionera

Dadas las prerrogativas que el Real Pa-tronato concedía al gobierno español, la decisión para fundar nuevas misiones dependía, en última instancia, de él. El fi nanciamiento de las mismas también era su responsabilidad. Para el caso de Alta California los mil pesos que debía otorgar para la fundación de una misión y los 400 pesos anuales de sínodo para los misioneros, los cubría con las utilida-des que dejaba el Fondo Piadoso de las Californias.11

La autoridad administrativa y religiosa

10 Bolton, op. cit., p. 42.11 Este fondo lo habían creado los jesuitas buscando el apoyo económico de personajes pudientes de Nueva España. Con los recursos reunidos adquirieron haciendas en el reino americano. De esta manera tenían continuamente dinero para sufragar los gastos de la colonización de la península de Baja California llevada a cabo en el siglo XVII. Cuando los jesuitas fueron expulsados, el Fondo Piadoso de las Californias quedó bajo la administración de la Real Hacienda. Con gran parte de esas riquezas fue financiada la colonización de Alta California.

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en la misión recaía sobre el misionero. Éste, a su vez, estaba sujeto a la autori-dad del padre presidente de las misiones, quien estaba bajo las órdenes del padre guardián del Colegio de San Fernando. El comisionado general de los franciscanos tenía autoridad sobre el padre guardián. El poder secular tenía derecho de inter-venir en las causas criminales. En las misiones, los neófi tos deberían elegir al-caldes y regidores para estar organizados como los pueblos. Las misiones contaban con un procurador de misiones que era el encargado de comprar todos los efec-tos que se les enviaban vía San Blas. En ese puerto había un síndico cuya función consistía en recibir las mercancías que venían desde la ciudad de México y que debería remitir a Alta California. Como podemos observar, la administración temporal y espiritual estaba en manos de los misioneros, salvo en el caso de la justicia en delitos de sangre. Además, las autoridades militares estaban obligadas a prestarles protección y defensa en contra de los nativos tanto congregados como

gentiles por lo que las misiones tenían asignada una escolta.12

Los confl ictos entre misioneros y mi-litares, representantes del poder secular, por defi nir los límites del poder de cada uno tanto sobre los nativos como entre ellos mismos, no se hicieron esperar. El interés fundamental de Gálvez fue crear una colonia que fuera efi caz para la de-fensa en contra de posibles incursiones extranjeras. Por eso, las misiones debe-rían ubicarse de manera que formaran un cinturón costero y se comunicaran fácil-

12 Charles E. Chapman, A History of California. The Spanish Period, p. 181; H.H. Bancroft, History of Cali-fornia, vol. II 1801-1824, en The Works, vol. XIX, p. 165; Richman, op. cit., pp. 141 y 148; José Antonio de Vrizar, Simon Ant., D.C. Mirafuentes, Juan Francisco Anda Juan Jacobo Ugarte y Loyola, Informe sobre el conflicto Fages-Misioneros, México, 12 enero 1787, en Archivo General de la Nación (AGN), Californias, vol. 12, exp. 1, fs. 2-4.

Colección Felipe Teixidor. P 5 - C 4 - F 309.

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mente entre sí. También estaba planeado fomentar la colonización de laicos que trabajaran en armonía con los militares y los religiosos.13 El comandante de la pro-vincia, Pedro Fages, y los misioneros re-presentados por el padre presidente fray Junípero Serra, se disputaron la capaci-dad de disponer de la fuerza de trabajo, tanto de los neófi tos como de los presidia-les, que tanto escaseaba en tiempos tem-pranos de la colonización. Los misioneros demandaban que los soldados de la es-colta trabajaran en las misiones mientras que el comandante argüía que era tarea de los neófi tos ayudar en los quehaceres propios de la fundación de nuevas misio-nes. El comandante, decían los misione-ros, sólo autorizaba nuevas fundaciones cuando contaba con escolta y los frailes querían establecerlas aun sin ella. Serra viajó a la ciudad de México (1772) para exponer el confl icto al virrey Antonio Ma-ría de Bucareli. Para resolver los proble-mas se emitió el Reglamento Provisional

de 1773. En él se ratifi có que el misionero era el único que tenía autoridad sobre los neófi tos “como un padre con sus hijos”. El comandante sólo tendría poder en ma-teria criminal, pero únicamente él podía disponer de los presidiales, incluidos los miembros de las escoltas misionales. En las instrucciones que Bucareli dio al nuevo comandante general, Fernando de Rivera y Moncada, el virrey reafi rmó la capacidad del poder secular para distri-buir solares y suertes entre los particula-res, indios o “gente de razón”. En ambos documentos el virrey Bucareli abría la posibilidad de que se aceptara el asenta-miento de colonos en las misiones que se fundaran en lo sucesivo. El virrey también propuso la apertura de la comunicación entre Alta California y Sonora para faci-litar la llegada de colonos.14

Cuando en 1776 asumió su cargo el nuevo gobernador de Las Californias, Fe-lipe de Neve, las querellas aumentaron. Neve cuestionó el poder de los misioneros

13 Francisco Palou, Relación histórica de la vida y apostólicas tareas del venerable padre fray Junípero Serra y de las misiones que fundó en la California septentrional, y nuevos establecimientos de Monterrey, p. 80; Priestley, op. cit., p. 250; Palou, Noticias…, t. I, p. 509; Reglamento e instrucción provisional para el gobierno de San Blas y establecimientos de Californias, firmado por Echeveste, 24 mayo 1773, AGN, Californias, vol. 36, f. 203; Carta a José Robos de Matías Carmona. Real de Santa Ana, 27 octubre 1770, Californias, vol. 76, f. 287vs.14 Fray Junípero Serra a Bucareli, México, 13 marzo 1773, AGN, Californias, vol. 36, fs. 147vs.-148; Rich-man, op. cit., pp. 92-102, 128, 431; Fernando de Rivera y Moncada, Diario del capitán comandante, t. I, Ernest J. Burrus (ed.), 2 vols., pp. 376-377 y 384.

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para administrar los bienes temporales de las misiones. Les negaba el derecho a re-cibir fi nanciamiento real e incluso puso en duda su capacidad para confi rmar a los neófi tos. Neve propuso fundar nuevas misiones en el canal de Santa Bárbara en las que los misioneros se limitarían a evangelizar a los nativos sin obligarlos a abandonar sus rancherías. También sugería que las misiones ya existentes quedaran bajo la jurisdicción de la mitra de Guadalajara. Otro paso para contra-rrestar el poder de los misioneros fue fundar pueblos. Sobrepasaba así la an-terior sugerencia de Bucareli. El objetivo principal del establecimiento de los pue-blos de San José de Guadalupe (1777) y de Nuestra Señora de los Ángeles de Porciúncula (1781) fue generar productos agropecuarios para romper la dependen-cia de los presidios del abastecimiento misional. En 1781, el virrey aprobó las ini-ciativas de Neve pues así se completaría el cordón costero de protección para la provincia. Al año siguiente, Neve expidió un Reglamento para guiar la realización

de sus proyectos. Tras la fundación de la misión de San Buenaventura (marzo de 1782) en la que se asentaron algunos colonos, los franciscanos reaccionaron. Estas acciones minaban las bases tem-porales de las misiones e impedían aislar a los neófi tos de la comunidad española por la presencia de colonos en las nuevas misiones.15

El enfrentamiento continuó cuando Pedro Fages retomó la gubernatura en 1784. En la disputa que sostuvo con el padre presidente de las misiones Fermín Francisco de Lasuén puede apreciarse que el militar buscaba terminar con el aislamiento de las misiones e imponer su autoridad sobre ellas. Fages reclamaba el derecho de controlar la salida y entra-da de los misioneros de Alta California, exigía que éstos le entregaran informes sobre la producción en las misiones para fi jar los precios a los que deberían ven-der el sobrante, criticaba que los misio-neros enseñaran a montar a los neófi tos y denunciaba que aquéllos no prestaban servicio religioso en los presidios. Los

15 Carta del guardián del Colegio de San Fernando, fray Rafael Verger al virrey Iturrigaray, México, 5 enero 1780, AGN, Californias, vol. 71, exp. 10, f. 362vs.; Chapman, op. cit., pp. 361-362; Palou, Noticias…, pp. 348, 388; Richman, op.cit., pp. 91, 105, 124, 129, 139-140; H.H. Bancroft, History of California, vol. I, 1542-1800, pp. 373-375; Luis Navarro García, Don José de Gálvez y la Comandancia General de las Pro-vincias Internas del norte de Nueva España, pról. José Antonio Calderón Quijano, pp. 397-398; Alfonso Trueba, California-tierra perdida, vol. I, pp. 52-69.

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misioneros se defendían señalando la invalidez de que el gobernador apelara al Real Patronato pues en tierra de gen-tiles no se aplicaba. Argumentaban que el rey les había otorgado el derecho de gobernar y administrar las misiones, de manera que no informarían al gobernador acerca de la producción misional. Decían que su obligación era cuidar los intereses de los neófi tos y en función de ellos fi ja-ban los precios de los productos por lo que deberían respetarse. Si los capitanes de los presidios no estaban de acuerdo en pagar dichos precios podrían recurrir a los pueblos. Sostenían que ellos sólo debían rendir cuentas al padre guardián. Ponían énfasis en denunciar que los pue-blos perjudicaban la propiedad territorial de las misiones y la labor de evangeliza-ción. Según los frailes desde la fundación de los pueblos, los gentiles presentaban mayor resistencia a la reducción. Res-pecto de enseñar a montar a los neófi tos –actividad reservada para la “gente de razón”– apuntaban que no había más vaqueros disponibles. Enfatizaban que proporcionaban servicio religioso a los

presidios. Durante el confl icto, la funda-ción de misiones estaba detenida, por ello el comandante de las Provincias Internas, Teodoro de Croix ordenó en 1783 que se fundaran misiones al viejo estilo, es de-cir, sin colonos en ellas. Los franciscanos del Colegio de San Fernando, lograron detener las innovaciones. No obstante pedía que, en la medida de lo posible, se acatara el Reglamento de Neve. Tan sólo concedió al gobernador que controlara la salida y entrada de misioneros.16

El gobernador Diego de Borica (1794-1800) investigó la vida en las misiones y concluyó que los neófi tos trabajaban mu-chísimo y vivían en pésimas condiciones. Sembró la duda acerca de si los francis-canos se estaban enriqueciendo a costa de los nativos. Obligó a los frailes a nom-brar alcaldes y regidores entre los indios reducidos para que las misiones se ase-mejaran a pueblos de indios.17 Después de Borica, los ataques de las autoridades locales en contra de las misiones cesaron pues hubo problemas más urgentes que atender.

16 AGN, Californias, vol. 12, exps. 1 y 2 completos, 1785-1787; Bancroft, op. cit., vol. I, pp. 398-404.17 Informe de Diego de Borica al marqués de Branciforte, Monterrey, 3 abril 1795, AGN, Californias, vol. 12, exp. 3, fs. 58-71; Diego de Borica al marqués de Branciforte, Monterrey, 19 noviembre 1796, AGN, vol. 65, f. 321; Richman, op. cit., pp. 177-182 y 454.

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Las comunidades indígenas que vi-vían en lo que hoy es el estado de Califor-nia, eran múltiples y diversas. Se estima que al momento del contacto habitaban la región entre 250,000 y 300,000 nativos. Para su estudio, éstos se han agrupado en tres áreas culturales: los grupos del norte están clasificados como pertene-cientes a la cultura de los indios de la costa del noroeste, ellos casi no fueron afectados por la colonización española. Las comunidades del centro fueron las que sufrieron el mayor impacto de la co-lonización, entre ellos se encontraban pueblos como los miwok, los costonoa-nos, los esselen, los salinan, los chu-mash y los yokuts. De los grupos indíge-nas del sur tan sólo fueron afectados por la colonización española los shoshone, los cahuilla y los yuma.18

Los pueblos del centro y del sur te-nían características antropológicas y culturales diferentes, pero todos ellos pueden considerarse como bandas de re-colectores- cazadores con territorialidad

defi nida. Como vivían de la recolección y de la cacería defendían sus arboledas y cotos de caza con gran celo. También practicaban la pesca para la que usaban ganchos, arpones y redes. Almacenaban sus alimentos en cestas, la cestería esta-ba muy desarrollada mientras que pocos de ellos conocían la cerámica. Utilizaban poca ropa, para protegerse del frío lleva-ban capas de piel ya fuera de venado o de nutria marina. Para el transporte acuá-tico construían canoas y balsas. Las co-munidades reconocían un jefe que tenía un poder muy limitado. Practicaban el chamanismo y la poliginia.19

Las misiones fundadas en la franja costera reunían miembros de distintas comunidades que no hablaban la misma lengua, por ello se les instruía en espa-ñol. En primera instancia se congregaba a aquéllos que vivían en la localidad y después el misionero salía a reclutar indi-viduos de otras rancherías. El impacto co-lonizador de inmediato se manifestó en un desequilibrio demográfi co. La disminución

18 S.F. Cook, “The Aboriginal Population of Upper California”, en R.F. Heizer y M.A. Whipple (comps.), The California Indians. A Source Book, pp. 66-72; S.F. Cook, The Conflict Between the California Indians and de White Civilization I. The Indian Versus the Spanish Mission, pp. 162-194, charts; Kent G. Lightfoot, In-dians, Missionaries, and Merchants. The Legacy of Colonial Encounters on the California Frontiers, p. 3.19 A.L. Kroeber, “Elements of Culture in Native California”, en Heizer, op.cit., pp. 3-65; Julián Nava y Bob Barger, California Five Centuries of Cultural Contrasts, pp. 28-42.

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de la población indígena se debió tanto a la reducción de los aborígenes como al contagio de enfermedades europeas que causaron gran mortandad entre ellos. Por ejemplo, en las misiones de San Antonio y San Miguel el índice de defunciones por cada mil neófi tos era: para los adultos, de 41.5% y 47.5%, respectivamente, y para los niños de 167.5% y 137%. El pueblo esselen despareció por completo. Estos porcentajes también fueron resultado de la resistencia de los nativos a ser atendi-dos por los remedios que ofrecían los mi-sioneros o los mestizos recién llegados.20

Cuando los colonizadores llegaron, los aborígenes huían de ellos, pero mer-ced a la política de atracción –que con-sistía en darles regalos y comida– poco a poco se acercaron a las misiones.21 Una vez en ellas, los frailes se daban a la tarea de evangelizarlos y “civilizarlos”. Los catecúmenos recibían el bautismo cuando daban muestras de entender la doctrina que se les inculcaba. Aceptarlo signifi caba entre otras cosas, que el na-tivo debería renunciar a la poligamia y formaría una familia monogámica. El neó-

fi to debería transformarse en sedentario, para lo que se necesataba que aprendie-ra a cultivar la tierra y a criar el ganado, es decir, que abandonara su forma tradi-cional de sobrevivencia. El indio aprendía además a vestir a la usanza española y debía participar en las ceremonias y ritua-les católicos y le estaba prohibido asistir a sus ceremonias religiosas tradicionales. Para alcanzar estos objetivos, los neó-fi tos tenían que someterse a un estricto régimen disciplinario en las misiones. Al amanecer se reunían a rezar sus oracio-nes matutinas, Después desayunaban y realizaban las tareas que los misioneros

20 Nava, op. cit., p. 6; Cook, “The Conflict...”, pp. 186-188; Cook y Borah, op. cit., pp. 179-180.21 Bancroft, op. cit., vol. I, pp. 180 y 188.parte, f. 194; Bancroft, op. cit., vol. I, pp. 201 y 299; Cook y Borah, op. cit., pp. 251-257; Palou, Noticias..., vol. I, pp. 222-239; Palou, Relación..., pp. 149 y 203; Richman, op. cit, pp. 335-337.

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les habían asignado. Terminado el traba-jo, que podía ser agropecuario o artesa-nal, comían. Por las tardes se les instruía en el catecismo, a las 7 de la noche se les daba de cenar y después iban a dormir.22 Cuando los neófi tos no observaban esta disciplina recibían un castigo que por lo común consistía en azotes.

La conversión despertó la resistencia de los nativos. Éstos huían de las misio-nes, en ocasiones atacaban –en forma individual o colectiva– a los misioneros y la natalidad entre los indios congrega-dos se redujo drásticamente. Los motivos que argumentaban para explicar tales acciones eran “los tres muchos, que son mucho trabajo, muchos castigos y mucha hambre...”.23 Algunos neófi tos decían que preferían vivir en los presidios donde dis-frutaban de mayor libertad. A pesar de que el Reglamento de Neve ordenaba suavizar el maltrato a los neófi tos, la si-

tuación fue cada vez más difícil. A fi nes del siglo XVIII y principios del XIX la deser-ción de los indios reducidos en las misio-nes del norte de Alta California era tan severa que las misiones de Santa Cruz y de San Juan Bautista compartían a los neófi tos. Fermín Francisco de Lasuén de-nunciaba aterrorizado que las mujeres se negaban a dar a luz. Los ataques en con-tra de los misioneros eran cada vez más frecuentes y los gentiles robaban con ma-yor insistencia el ganado.24 En noviembre de 1775 tuvo lugar un levantamiento en las misiones del sur que fue controlado rápidamente. Algunos de los neófi tos se mezclaron con los colonos que vivían en los pueblos.25

En las misiones de Alta California se desarrolló una economía básicamente agropecuaria.26 Las tierras misionales y lo que en ellas se producía eran propiedad comunal de los neófi tos. Las misiones te-

22 Fray Isidro Alonso Salazar al virrey Branciforte, México, 11 mayo 1796, AGN, Californias, vol. 49, 1a. parte, f. 194; Bancroft, op. cit., vol. I, pp. 201 y 299; Cook y Borah, op. cit., pp. 251-257; Palou, Noticias..., vol. I, pp. 222-239; Palou, Relación..., pp. 149 y 203; Richman, op. cit., pp. 335-337.23 Interrogatorio al sargento de caballería de San Francisco (San Francisco), 12 septiembre 1796, AGN, Californias, vol. 65, exp. 2, f. 114vs.24 AGN, Californias, exp. 2, fs. 113vs-114; Diario de don Pablo Cota alférez de la compañía del presidio de Santa Bárbara en el registro del paraje de Calahuasá, Santa Bárbara, 27 octubre 1798, AGN, vol. 45, exp. 15, f. 179; ibid., vol. 49, 1a. parte, f. 120; Bancroft, op. cit., vol. I, pp. 304, 314, 587-594; Richman, op. cit., pp. 219-220.25 Cook y Borah, op. cit., pp. 245 y 265.26 Martha Ortega, Alta California: una frontera olvidada del noroeste de México 1769-1846, pp. 87 y passim.

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nían el privilegio de ocupar las mejores tierras y sus derechos estaban por en-cima de los de cualquier otro centro de población. A lo largo de su existencia las tierras misionales aumentaron en virtud de la ampliación del territorio ocupado así como por la fundación de nuevas misio-nes. Los neófi tos aportaban la mano de obra necesaria; el misionero organizaba el trabajo, apoyado por los propios ma-yordomos indígenas, y administraba la producción. En ocasiones, los indios re-ducidos trabajaban fuera de las misiones, en cuyo caso se les pagaba un jornal que también administraba el religioso. Los cultivos más importantes eran los de ce-reales, trigo y maíz, también había huer-tos para hortalizas y frutas. En cuanto a la ganadería, los ganados vacuno y ovino eran los más numerosos.

Poco a poco se creó un sistema de infraestructura para favorecer el desa-rrollo agrícola –por ejemplo, se constru-yó un sistema de regadío–. El éxito de estos trabajos fue palpable cuando, en 1787, la provincia pudo prescindir de los productos agrícolas enviados desde San Blas; es decir, las misiones eran ya au-tosufi cientes e incluso podían satisfacer la demanda de los presidios. Puesto que

no todas las misiones tenían los mismos índices de producción, era costumbre que se ayudaran entre sí. En general, las misiones del sur, ubicadas en las tie-rras más fértiles, tenían una producción mayor. Las misiones eran, al fi nal de la Colonia, los poblados que generaban la producción agrícola más grande.

En el sector pecuario, las misiones también eran las más favorecidas. Cuan-do se fundaban, cada misión recibía 18 cabezas de ganado vacuno. Este ganado creció tanto que, a fi nes de la Colonia, se hacían matanzas en octubre para regular el número de reses. El ganado ovino tuvo un crecimiento espectacular, el número de animales superaba con creces al de cualquier otra especie. La lana de estos numerosísimos ganados se empleaba en tejer frazadas para los neófi tos.

En 1791, los misioneros recibieron con los brazos abiertos al grupo de arte-sanos que contrató el gobierno virreinal –gracias a la insistencia de Pedro Fages– para instruir a los indios reducidos en sus respectivos ofi cios. Llegaron tejedores, zapateros, albañiles, carpinteros, cante-ros y herreros, entre otros. Los neófi tos aprovecharon muy bien la instrucción y así en el siglo XIX había en las misiones

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una pequeña industria artesanal. No obs-tante, gran diversidad de manufacturas siguieron llegando desde la cuidad de México pues la producción local era redu-cida y de mala calidad.

El intercambio fue otra actividad que contribuyó al desarrollo económico de las misiones. El intercambio interno lo reali-zaban con los presidios, los que, a cambio de cereales y carne, les daban manufac-turas que recibían vía San Blas. Aunque los precios de sus productos eran altos, los efectos remitidos desde la ciudad de México eran todavía más caros. Desde 1785, aprovechando la apertura del libre comercio entre San Blas y Alta Califor-nia, los misioneros vendían a los barcos abastecedores sebo, cuero y pieles de nutria, aunque en pequeñas cantidades. A principios del siglo XIX empezaron a arri-bar a las costas de Alta California barcos procedentes de puertos del virreinato de Perú.27 Pero el intercambio más reditua-ble fue el que practicaron con los comer-ciantes extranjeros. A cambio de pieles

de nutria y productos agropecuarios, los misioneros recibían herramientas y hasta artículos de lujo tales como porcelanas y sedas chinas. No tenían reparo en co-merciar con ingleses, estadounidenses o rusos mientras les pagaran un buen pre-cio por sus productos. Los gobernadores denunciaban a los misioneros como los principales contrabandistas de la provin-cia ya que el comercio con extranjeros estaba prohibido.

La bonanza económica de las misio-nes agudizó los problemas con los colonos y los pesidiales radicados en la provincia. En 1787, Lasuén se quejaba de que los capitanes de los presidios apresaban a los neófi tos para forzarlos a trabajar para ellos. Los colonos, por su parte, exigían que los neófi tos fueran a ayudarles en el trabajo agrícola.28 El confl icto no se limita-ba a la disputa por el control de la mano de obra, también estaban en discusión los derechos sobre la propiedad territorial. Por ejemplo, la misión de Santa Clara lo-gró que se cambiara de lugar el pueblo de

27 Oficio número 85 del gobernador de California (s.I.), 8 julio 1817, AGN, Californias, vol. 37, exp. 2, f. 109; Noticias que da el capitán y maestro de la fragata Cazadora, Carlos María Garcia, del estado en que se hallaban los puntos de Alta California en el tiempo que permaneció en ellos, Acapulco, 8 septiembre 1818, es copia; Informe firmado por Rionda, Acapulco, 22 agosto 1818, AGN, vol. 8, exp. 3, f. 69.28 Declaración del padre Fermín Francisco de Lasuén al señor comandante general Jacobo Negrete y Loyola, Misión de San Carlos de Monterrey, 20 octubre 1787, AGN, Californias, vol. 12, f. 52; Bancroft, op. cit., vol. II, p. 90.

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San José para que no afectara sus terre-nos. En 1798, Pedro Fages tuvo un plei-to con los misioneros de San Francisco porque aquél deseaba fundar un rancho real en las tierras que éstos consideraban propiedad de los neófi tos. Entre 1804 y 1810 tuvo lugar una querella entre los mi-sioneros de San Juan Bautista y Mariano Castro e Ignacio Ortega, porque los colo-nos solicitaban unas tierras que según los religiosos eran propiedad de la misión.

Como podemos observar, desde el momento que se inició la colonización de Alta California empezaron a develarse las diferencias entre el proyecto estratégico de la corona y el proyecto fundamental-mente evangelizador de los franciscanos. El objetivo de reducir a los indios y ais-larlos de la sociedad española estaba en confl icto con el interés de las autoridades reales de fundar una colonia que sirviera como avanzada defensiva del virreinato. Con este fi n las autoridades apoyaron el establecimiento de colonos e impulsaron las iniciativas para fomentarlo. Sin em-bargo, durante el periodo colonial fue ne-cesario ceder ante las exigencias de los misioneros porque los objetivos de cris-tianizar y “civilizar” a los nativos, que am-bos poderes compartían, eran prioritarios.

Además el éxito de la ocupación dependía del desarrollo económico de las misiones. Como prueba de esta aseveración, cabe mencionar que cuando el movimiento in-surgente interrumpió el abastecimiento y fi nanciamiento de la provincia, las misio-nes tuvieron la capacidad de sostener a toda la población de la Alta California.

2. LAS MISIONES EN LA ÉPOCA INDEPENDIENTE

2.1 PRIM E ROS P A SOS HA CIA LA SE CULA RIZA CIÓN

Durante la crisis de la Independencia, el gobierno español emitió decretos que te-nían como objetivo modifi car la situación de las misiones. Las Cortes de Cádiz, en las que participaron diputados liberales, consideraron que las misiones, lejos de fomentar la adhesión a la Corona, cons-tituían monopolios eclesiásticos que sólo enriquecían a las órdenes religiosas. Ade-más, esta institución limitaba la libertad de los neófi tos. El 13 de septiembre de 1813, las Cortes promulgaron un Decreto de Secularización. Ante los vaivenes po-líticos en España, el decreto no se aplicó en ese momento. El gobierno español emitió un decreto para que se organiza-ra una Junta de Californias que estudiara

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la situación de las misiones. En 1817, la Junta consideró adecuado el Decreto de Secularización elaborado por las cortes. El 20 de enero de 1821 se dictó una real orden para aplicar el decreto de 1813. En el caso de las misiones de las Cali-fornias, la orden no se puso en práctica porque el obispo de Sonora, a cargo de estas provincias, no contó con sufi cientes párrocos para sustituir a los misioneros.29 Entretanto, a nivel regional, el movimien-to insurgente interrumpió la comunicación entre Alta California y el resto del virreina-to. Gracias a ese aislamiento, en 1812 los rusos pudieron establecer, sin problema alguno, una pequeña colonia al norte de la bahía de San Francisco que recibió el nombre de Fuerte Ross. Los comercian-tes estadounidenses, por su parte, visi-taban cada vez con mayor frecuencia las costas de la provincia. Cuando México obtuvo su independencia, la preocupa-ción por defender este punto estratégico

fue heredada por el gobierno imperial, primero, y por el republicano después. Ambos consideraron vital para el interés nacional proteger a la provincia de una posible invasión extranjera.30

Ante tales circunstancias durante el periodo mexicano, Alta California fue de-clarada territorio sujeto a las disposicio-nes del gobierno federal, el que intentó promover la colonización y el fomento económico del territorio para reforzar su carácter estratégico. Entre 1825 y 1827 se creó un organismo especial para es-tudiar la situación de las Californias: la Junta de Fomento de Californias. Ésta entregó un informe al gobierno federal en el cual se cuestionaba la efi ciencia de las misiones como instituciones colonizado-ras.31 La crítica retomaba en gran parte aquélla que habían hecho las Cortes de Cádiz. Poco después, la Junta de Califor-nias redactó un Plan para el Arreglo de los Territorios de la Alta y Baja California

29 Felipe de Goycoechea al virrey, México, 7 diciembre 1805, AGN, Californias, vol. 49, 1a. parte, exp. 1, f. 124; fray Josef G[ilegible] G[ilegible] a don José Manuel de Herrera, México, Colegio de San Fernando, 21 marzo 1822, AGN, vol. 45, exp. 1, f. 18vs; Richman, op. cit., pp. 222-225; Real orden al virrey de Nueva España, Madrid, 5 julio 1814, en Las misiones de Alta California, pp. 111-112.30 Resumen sin firma (México, 1811), AGN, Californias, vol. 37, exp. 1, f. 1; Richman, op. cit., pp. 213-215; H.H. Bancroft, California Pastoral 1760-1848, en The Works, vol. XXXIV, pp. 468-470; Walton Bean, Califor-nia, an Interpretative History, pp. 75-80; Alan. C. Hutchinson, “The Mexican Government and the Mission Indians of Upper California”, en The Americas, XXI: 4, pp. 335-362.31 Bancroft, Hist. of Cal., vol. II, pp. 34-35; Richman, op. cit., pp. 239-242.

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que, en síntesis, proponía la seculariza-ción de las misiones.32 Así, el gobierno republicano no vaciló en apoyar las pro-puestas de secularización que se elabo-raron a nivel local.

A pesar de haber solventado los gastos de los presidios y, en general, de toda la población de la Alta California, al consumarse la independencia de México las misiones seguían siendo los centros económicos más pujantes del territorio. Cuando, forzado por las circunstancias de aislamiento, el gobierno local tuvo que aceptar el comercio con los extranjeros durante la crisis de la independencia, las misiones fueron los centros mejor capacitados para intercambiar produc-tos con ellos. La situación se mantuvo así cuando al establecerse la república los puertos del territorio fueron abiertos al comercio exterior. Los productos que Alta California ofrecía a los extranjeros si-

guieron siendo agropecuarios.33 En 1827, José María de Herrera informaba que la riqueza que había en las misiones cau-saba la envidia y el descontento entre los colonos. Señalaba que la mayoría de las tierras de la franja colonizada estaba en poder de las misiones y ningún colono te-nía acceso a ellas. Decía que si alguien solicitaba esos territorios “El pretendiente se queda con la negada porque a todos tiros gana el padre, y aunque jamás la cultivan ni un palmo de la tierra negada ya nadie tiene acción a pedirla”.34 En cuanto al comercio, los misioneros tenían el más lucrativo porque daban más baratos sus productos que cualquier otro habitante del territorio ya que las misiones produ-cían más. Concluía “Los misioneros han tratado siempre, y lo han conseguido, de absorver hasta la más trivial industria que cualquier otro que no sea ellos, pone en ejecución”.35 Estos testimonios no deben

32 Plan para el arreglo de las misiones de los territorios de la Alta y Baja California propuesto por la Junta de Fomento de aquélla península, 11 pp., en Biblioteca Nacional de México (BNM), Colección Lafragua, Miscelánea 31.33 Fray Josef G[ilegible] a José Manuel Herrera, Colegio de San Fernando, México, 21 marzo 1822, AGN, Ca-lifornias, vol. 45, exp 1, f. 18; Noticia de las misiones que ocupan los religiosos de N.P.S. Francisco, firmada por José Señan, San Buenaventura, 30 mayo 1821, AGN, vol. 45, exp. 1, fs. 20-21; José María Narváez al gobernador político de esta provincia, Guadalajara, 1 enero 1822, AGN, f, 32; Hutchinson, “The Mexican...”, p. 336; Chapman, op. cit., pp. 384, 371-383, 386-387, 438-439 y 456; Richman, op. cit., p. 201; Bancroft, Cal. Pastoral, pp. 445-448, 471 y 474.34 José María Herrera, Informe al comisario general del Estado Libre de Occidente, Monterrey, 31 marzo 1827, AGN, Californias, vol. 18, f. 261.

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hacer creer que la riqueza de las misiones era cuantiosa. Pero en un territorio donde la gran producción agropecuaria no se traducía en una mayor comodidad para quien la generaba como la Alta California, una ganancia regular, que daba acceso a ciertas comodidades, se concebía como abundancia y riqueza sin límites. Por ello los colonos ambicionaban los bienes mi-sionales y sus relaciones comerciales.

En 1825, el gobierno republicano nombró al ingeniero José de Echeandía jefe político de Alta California. Entre las atribuciones del jefe político estaba la de otorgar tierras en propiedad privada a los aborígenes que las solicitaran. Este funcionario y la diputación territorial,36 ór-gano de gobierno local, consideraron que los nativos habían perdido su libertad en las misiones. Por ello, en 1826, promulga-ron un Decreto de Emancipación a Favor de los Neófi tos. Dicho decreto ordenaba que todo aquél indio que hubiese vivido en las misiones por más de quince años y quisiera abandonarlas podría hacerlo si

demostraba que sabía cultivar. También se estipulaba que los castigos hacia los aborígenes deberían suavizarse.37 Cabe enfatizar que los mestizos hacían suyo el principio español de “civilización”. Eran “civilizados” y capaces de vivir en la so-ciedad de Alta California sólo aquéllos nativos que tuvieran un modo de vida se-dentario y que se hubiesen transformado en cultivadores, de otra manera no era posible convivir con ellos a menos que vivieran en las misiones cuyo fi n último seguía siendo el de “civilizarlos”. Para los habitantes de Alta California la desapa-rición de las misiones sólo era deseable y posible en la medida en que hubiesen cumplido su tarea “civilizadora”.

Los nativos, por su parte, apoyaron la disposición del jefe político en la medida en que les dio la oportunidad de salir de las misiones e irse al interior para reen-contrarse con sus antiguas comunidades. Algunos se fueron a trabajar para los ca-lifornios y la minoría permaneció en las misiones.

36 Para comprender cómo la diputación provincial se había transformado en diputación territorial con poderes legislativos, véase Martha Ortega Soto, “Autonomía política en Alta California: el papel de la Diputación, 1822-1845”, en Memoria 1998. Seminario de Historia de Baja California, A.C., 8° Ciclo de conferencias, pp. 3-24.37 Hutchinson, “The Mexican...”, p. 346; Richman, op. cit., p. 242; H.H. Bancroft, History of California, vol. III, 1825-1840, en The Works, vol. XX, San Francisco, A.L. Bancroft and Company Publishers, 1885, pp. 102-103.

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En 1828, Echeandía promulgó el Plan para Convertir en Pueblos las Misiones. Este plan proponía transformar, poco a poco, las misiones en pueblos. Echean-día, apoyado por la diputación territorial, planteó la idea de repartir las tierras y el ganado misional entre los neófi tos en propiedad privada. Los frailes ocuparían el puesto de curas. Echeandía también proponía que se fundaran dos conventos, uno en Santa Clara y otro en San Gabriel para que se formaran los ministros nece-sarios para atender las necesidades reli-giosas del territorio.38 En efecto, para esa fecha el Colegio de San Fernando ya no contaba con misioneros disponibles para enviar al territorio, así que el Colegio de Franciscanos de Zacatecas empezó a en-viar misioneros para que atendieran las misiones. Por lo tanto, en ese momento las misiones de Alta California estaban sujetas a dos autoridades franciscanas. Además las misiones estaban bajo la ju-risdicción de la diócesis de Sonora hasta que con la Ley de 1836 se creó el obispa-do de Las Californias.39

En 1831, el jefe político Echeandía

promulgó un Decreto de Secularización de Misiones que tenía como base el de-creto emitido tres años antes. En cuanto llegó el nuevo jefe político, Manuel Vic-toria, suspendió su aplicación. Pero en 1832 Echeandía –quíen tenía poder en la región del sur del territorio– insistió y elaboró un Reglamento de Seculariza-ción.40 Secularizar, como veíamos, no era un asunto sencillo, algunos neófi tos se negaban a abandonar las misiones pues habían perdido su forma tradicional

38 José María de Echeandía al ministro de Relaciones, Monterrey, 7 septiembre 1830, AGN, Temporalida-des, vol. 19, f. 276; Bancroft, Hist. of Cal., vol.III, pp. 302-303.39 Richman, op. cit., p. 243.40 Bancroft, Hist. of Cal., vol. III, pp. 305-306, 314-315.

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de sobrevivencia, pero aún no se habían adaptado por completo a vivir en una economía agrícola. Otros indios se vieron liberados de un trabajo que no querían hacer y se negaron a cultivar el campo; la mayoría de ellos perdieron las tierras que habían recibido, se reintegraron a sus antiguas comunidades y reaprendieron a vivir como cazadores-recolectores.41 Las misiones, pues, empezaron a perder su base económica al ser despojadas de sus tierras y perder a la fuerza de trabajo indígena. Por otra parte, la reducción de nuevos indios se había suspendido desde tiempo atrás.

A todas estas acciones los misione-ros demostraron una limitada capacidad de respuesta. Algunos se oponían deci-didamente a la secularización pues con-sideraban que los neófi tos no estaban preparados aún para vivir en la sociedad mestiza por mantener muy arraigadas sus antiguas costumbres. Otros, veían el proceso secularizador como inevitable e irreversible y participaban en él procuran-do no abandonar a los nativos a su suer-te. Sin embargo, todos ellos coincidían en

señalar que los indios serían víctimas de los californios, quienes sólo buscaban la manera de someterlos a su servicio.

2.2 La secularización de las misiones

El plan mejor delineado para fomentar la colonización en Alta California con base en la secularización de las misiones fue el promulgado por el gobierno liberal de Valentín Gómez Farías. Los liberales:

…contemplaban una república federal

democrática, gobernada por instituciones

representativas; una sociedad secular

libre de la infl uencia clerical; una nación

de pequeños propietarios, campesinos

y maestros artesanos; con el libre juego

del interés individual liberado por las le-

yes restictivas y el privilegio artifi cial [...]

asumían la doctrina económica clásica

de la mano invisible que armonizaba los

intereses del individuo con los de la socie-

dad [...] Pensaban que la libertad traería

el progreso y la prosperidad...42

Para ellos, el concepto del indio como el

41 Echeandía al secretario de Estado del Departamento de Relaciones, San Diego, 11 diciembre 1829, AGN, Californias, vol. 18, f. 457; Hutchinson, “The Mexican...”, pp. 350, 361.42 David Brading, Los orígenes del nacionalismo mexicano, pp. 158-159.

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que necesitaba protección legal no era aceptable, antes bien, proclamaban la igualdad de los nativos con la del resto de la sociedad. En última instancia, los liberales de este periodo pretendieron ig-norar las diferencias que prevalecían entre las comunidades indígenas y la sociedad mestiza, por esto resolvieron que eran iguales entre sí. Por tanto, las misiones fueron consideradas un obstáculo para el desarrollo económico y social de Alta Cali-fornia. La razón principal por la que las mi-siones constituían un obstáculo para crear la sociedad con la que los liberales soña-ban era el régimen de propiedad comunal que existía en ellas. Para los liberales la posibilidad del progreso social recaía fun-damentalmente en el principio de la propie-dad privada individual de la tierra que haría de los propietarios ciudadanos diligentes, productivos y defensores del Estado.

El Proyecto de Colonización de abril de 1833, al que después se asoció la Ley de Secularización de las Misiones de las Californias, señalaba que las propieda-des muebles e inmuebles de las misio-nes se repartirían entre los neófi tos, los bienes que sobraran se distribuirían entre

los colonos no residentes en las misio-nes. Ésta fue la única ley que permitía que las propiedades de las misiones se distribuyeran entre la población que no vivía en ellas.43 En agosto de 1833, Gó-mez Farías decretó la Ley de Seculariza-ción de las Misiones de las Californias, al mismo tiempo que organizaba la colonia Híjar-Padrés que sería enviada a Alta Ca-lifornia. El proyecto colonizador consistía en que José María Híjar partiera hacia el territorio del noroeste con un grupo de in-migrantes y que asumiera el cargo de jefe político. Híjar llevaba órdenes de hacer efectiva la secularización de las misiones al ejercer dicho cargo. Debería fundar pueblos en los que se avecindaran tanto mestizos como nativos pues, suponían los liberales, el ejemplo de los primeros “civilizaría” a los segundos. Por ello, les parecía legítimo que la propiedad de los neófi tos se repartiera también entre los colonos. El translado de la colonia se fi nanció con los recursos del Fondo Pia-doso de las Californias. La colonia partió de la ciudad de México el 14 de abril de 1834. Cuando los inmigrantes llegaron a Alta California se encontraron con que

43 Hutchinson, “The Mexican...”, pp. 351-352.

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el gobierno de Antonio López de Santa Anna había ordenado, el 26 de julio de ese año, que se suspendiera el proyec-to. El gobierno territorial permitió que los colonos se quedaran en Alta California pero no se les distribuyeron bienes de las misiones.44 Cabe señalar que el supuesto del que partieron los liberales deja claro que ellos tampoco consideraban que los indios estuvieran “civilizados” lo que no obstaba para que los consideraran legal-mente iguales al resto de los ciudadanos que, desde su punto de vista, sí estaban “civilizados”.

Entre tanto, en Alta California había llegado a principio de 1833 un jefe polí-tico nuevo: José Figueroa. Éste llevaba instrucciones de consumar el proceso de secularización. Para cumplir su man-dato, atendió los intereses de los califor-nios para secularizar a las misiones de acuerdo con las expectativas locales. En julio de ese año, dictó las Prevenciones Provisionales para la Emancipación de los Indios Reducidos, que retomaban los proyectos de la época de Echeandía pues planteaban la paulatina secularización de

las misiones. Una vez más se apuntaba que si los aborígenes se negaban a cul-tivar, se les reintegraría a una misión.45 Esta medida era indispensable porque la sociedad mestiza necesitaba trabajado-res y desde luego esperaba que fueran los aborígenes quienes desempeñaran ese papel. En el modelo de sociedad que había aparecido en Alta California los gru-pos de recolectores-cazadores no tenían lugar, era necesario que se transformaran en agricultores al igual que en el periodo anterior. Pero en esta etapa, los califor-nios ya no querían esperar más tiempo para disponer de la mano de obra de los nativos, sólo estaban dispuestos a ceder cuando aquéllos no estuvieran capacita-dos aún para trabajar para ellos, pero en-tonces deberían aplicarse medidas coer-citivas para preservar y aumentar dicha fuerza de trabajo. Pero ya no existían las condiciones para forzar a los aborígenes a permanecer en la franja colonizada, puesto que los presidios habían desapa-recido transformándose en pueblos y sin los misioneros no había autoridad ni mili-tar ni religiosa que los obligara.

44 Ibid., pp. 351-357; Bancroft, Hist. of Cal., vol. II, pp. 259-260, 266,272, 274-280; Bustamante, op. cit., pp. 193, 256, 294-295.45 Hutchinson, “The Mexican...”, pp. 349-350; Richman, op. cit., p. 252.

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Cuando Figueroa aplicaba las pre-venciones, llegó a la Alta California la colonia Híjar-Padrés con todo el cuerpo legal emitido por el gobierno de Gómez Farías. Los californios temieron que los bienes misionales pasaran a manos ex-trañas y presionaron a Figueroa para que los bienes fueran distribuidos entre los viejos vecinos de la región. En agosto de 1834, con el apoyo de la diputación te-rritorial, Figueroa proclamó el Reglamen-to Provisional para la Secularización de las Misiones de Alta California. En este reglamento se indicaba que en cada mi-sión se nombraría un mayordomo, quien sería el encargado de repartir las propie-dades misionales entre los neófi tos. La secularización sería gradual, primero se aplicaría en diez misiones. Para regular el funcionamiento de las misiones seculari-zadas, el gobierno territorial promulgó un Reglamento de Misiones Secularizadas. Pero ninguna medida detuvo el saqueo de las misiones porque los propios go-bernadores nombraban a sus seguidores mayordomos o comisionados y les permi-tían que se adueñaran de los bienes mi-

sionales. En 1835, el barón Ferdiand von Wrangel ex gobernador de la América Rusa, de visita en Alta California, decía que la secularización había propiciado la destrucción de asentamientos hasta ha-cía poco fl orecientes.46

Cuando el gobierno republicano tuvo noticia de las consecuencias de la secula-rización decretó, en 1835, que se suspen-diera la ley. Pero todo esfuerzo por salvar a las misiones fue inútil pues el gobierno nacional las había privado de una fuente de fi nanciamiento fundamental: el Fondo Piadoso de Las Californias. En efecto, en 1832, el gobierno echó mano de dicho Fondo para sufragar sus propios gastos. Aunque en algunos momentos se intentó restaurar los benefi cios del fondo a las misiones, hacia 1844 casi todos los bie-nes habían sido vendidos y las ganancias de la venta no llegaron hasta Las Califor-nias.47

Los propios californios resintieron el colapso de las misiones, por ello, en 1840, el gobernador en turno Juan Bau-tista Alvarado decretó un Reglamento de Misiones con el cual pretendía res-

46 F.P. Wrangel, De Sitka a San Petersburgo al través de México. Diario de una expedición (13 de octubre de 1835 al 22 de mayo de 1836), pp. 40-45.47 “El llamado ‘Fondo Piadoso’ de las Californias”, en Tejas y el Fondo Piadoso de las Californias, pp. 33-63, texto completo.

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catarlas de la destrucción total. Pero ya no fue posible reintegrarles los bienes de los que se habían posesionado los veci-nos del territorio ni obligar a los neófi tos a regresar a ellas. Los objetivos que el reglamento señalaba coincidían con los que en su momento plantearon los fran-ciscanos: congregar, evangelizar, aislar y “civilizar” a los aborígenes. En 1843, Ma-nuel Micheltorena, a la sazón gobernador de Alta California, hizo un último esfuer-zo y promulgó un decreto por el que se devolvía la administración de los bienes misionales a los frailes franciscanos. Fray Francisco Durán, el padre presidente, su-girió que los más sensato era rematar los pocos bienes que aún quedaban y utilizar las ganancias en organizar la defensa de Alta California en contra de las agresio-nes estadounidenses.48

Los misioneros franciscanos no pu-dieron ajustar su proyecto religioso misio-nal a las cambiantes circunstancias y, en el siglo XIX, el confl icto que de suyo tenía con el poder secular se agudizó en vir-tud de que el liberalismo las consideró un obstáculo para la integración y el desa-rrollo de la nueva sociedad que deseaba

construir. Los gobiernos nacionales les retiraron su apoyo e incluso las ataca-ron porque el proyecto misional era por completo ajeno a los proyectos del nuevo gobierno; pero sobre todo porque el libe-ralismo no les concedía a las misiones la misma capacidad civilizadora que les atribuía el gobierno colonial.

Así, quedaron sin defensa frente al embate de la población local que exigía la desaparición de estas instituciones. En poco tiempo las misiones fueron des-manteladas por los californios, quienes se apoderaron de las tierras y el ganado pero no pudieron retener a los trabaja-dores que los misioneros habían puesto tanto empeño en adiestrar.

CONCLUSIONES

El proceso histórico de las misiones de Alta California es un ejemplo de las ins-tituciones que fueron cimiento de la or-ganización de una sociedad con la que posteriormente entraron en confl icto. Para la realización del proyecto de la corona española de crear una colonia de defensa estratégica, las misiones fueron

48 Richman, op. cit., pp. 262-264, 282-285; H.H. Bancroft, History of California. vol. IV, 1840-1845, en The Works, vol. XXI, pp. 369.

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una institución indispensable. El gobierno español las apoyó porque gracias a ellas podría alcanzar los objetivos de cristiani-zar y “civilizar” a la población indígena a fi n de incorporarla a la sociedad colonial y por ende a sus dominios. El proyecto del poder español coincidía con el de los misioneros franciscanos en tanto que am-bos consideraban tarea fundamental cris-tianizar y “civilizar” a los naturales; pero la contradicción entre ellos surgió cuando los misioneros intentaron aislar a los na-tivos y fundar con ellos comunidades se-paradas del resto de la sociedad colonial evitando de esta forma los abusos de los colonizadores en contra de los nativos. Por ello, los misioneros crearon centros de población autosufi cientes, lo que entró en confl icto con el propósito real de crear una economía regional que integrara a todos los habitantes y que permitiera a la colonia sostenerse a sí misma sin, por ello, desvincularse del resto del virreina-to. El confl icto no se solucionó durante el periodo colonial ya que las circunstancias políticas y administrativas aseguraron la permanencia de las misiones.

La crisis de la Independencia empezó a modifi car la situación pues los vínculos coloniales desaparecieron. Cuando la in-

dependencia de México se consumó fue creándose un nuevo sistema de relaciones que propició la secularización de las mi-siones. El proyecto de colonización repu-blicano no consideraba que las misiones pudiesen desempeñar papel alguno. Los proyectos se plantearon sobre bases secu-lares. Los liberales que impulsaron la refor-ma de 1833, creían que con el mero ejem-plo, los pueblos de recolectores-cazadores podían transformarse en agricultores. Los gobiernos que encabezaron, le retiraron su apoyo a las misiones e incluso sentaron las bases para destruirlas. Para los liberales, el principio de la propiedad privada de la tierra era base del progreso de cualquier pueblo y las comunidades indígenas, así como las misiones tenían como principio la propiedad comunal de la tierra. Esto hacía aparecer a los aborígenes ante los ojos de los liberales como sectores atrasados que limitaban el progreso social. Por ello, había que destruir a la comunidad agraria y dejar a los indios competir como iguales con otros sectores sociales. Ello sería el paso fundamental que los forzaría a “civilizarse” o a desapa-recer de una nueva sociedad que no los consideraba dignos de incorporarse a ella si no eran capaces de adaptarse a las nue-vas condiciones que se les imponían.

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A nivel regional los vecinos apoyaron la secularización porque deseaban apo-derarse de los bienes misionales y con-trolar la fuerza de trabajo que había en ellas. Ante el embate de los californios, las bases económicas de las misiones fueron destruidas. Esto propició que la relación entre los misioneros y los neó-fi tos quedara rota. Tan sólo las misiones contaban con una organización capaz de forzar a los nativos a adquirir una nueva forma de vida. El tiempo durante el cual se les había intentado enseñar a adop-tar una nueva disciplina laboral y social

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*Área de Historia del Estado y la Sociedad, Cuerpo Académico de Historia Mundial, UAM-Iztapalapa.

Colección Felipe Teixidor. P 5 - C 4 - F 309.

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LOS INICIOS DEL DEPARTAMENTO NAVAL

En el año de 1768 se fundó el departa-mento de San Blas en las costas de Nueva Galicia. Su establecimiento obedecía a va-rias razones, casi todas de tipo estratégico-militar: para prestar auxilios vía marítima a los presidios y misiones de California, como base militar para vigilar las posesiones del rey y repeler ataque de enemigos, así como para organizar expediciones geográfi cas al noroeste del continente.1 Era necesario mantener los litorales del Mar del Sur se-guros, sobre todo ante el supuesto avance de los rusos al norte de California. También era preciso dotar a las costas del Pacífi co de un apostadero que proveyera los navíos necesarios para cumplir tales tareas, ésa sería una de las funciones principales que se esperó de San Blas.

Con este artículo se desea presentar a grandes rasgos las características prin-cipales que tuvo el puerto de San Blas desde su fundación y, sobre todo, esta-blecer los tipos de contacto que mantuvo con las Filipinas. Tradicionalmente siem-pre se vio al puerto de Acapulco como el poseedor del monopolio del comercio que se constituyó con el archipiélago; no obs-tante, San Blas también sostuvo, prácti-camente desde su fundación, un contacto frecuente con las islas.

En un extenso informe que presentó el conde de Revillagigedo a Carlos IV en 1793, se recuerdan los inicios del puerto: “el mencionado año de 1768 ocupamos felizmente los referidos puertos [los de Alta California] y se estableció el depar-tamento de San Blas, con la principal mira de auxiliar la expedición militar de-

E L D E PA R TA M E N T O N AVA L D E S A N B L A S Y S U S R E L A C I O N E S C O N L A S FI L I P I N A S A F I N A L E S D E L S I G L O X V I I I Y P R I N C I P I O S D E L X I X

Claudia Patricia Pardo Hernández*

1 Virginia González Claverán, La expedición científica de Malaspina en Nueva España. 1789-1794, Méxi-co, El Colegio de México, 1988, p. 79.

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terminada contra los indios bárbaros se-ris y pimas que hostilizaban la Sonora y para establecer después el comercio con esa provincia y la de las Californias”.2 El comercio, la segunda meta, según Revi-llagigedo, fue en un principio secundaria y sería, para fi nales del siglo XVIII y prin-cipios del XIX, tarea fundamental para el fondeadero.

La elección para el apostadero tuvo que ver con la proximidad de la ribera del río Santiago, que tenía una gran cantidad de maderas como el cedro, álamo blanco, ébano, mesquite, guayacán y otras mu-chas de magnífi ca calidad, que eran ade-cuadas para la construcción de barcos.

La abundancia de buenas maderas y en

particular de cedros excelentes llamaron

la atención hacia el Río de Santiago dis-

tante del puerto de San Blas menos de

12 leguas, para poner en su margen las

quillas para dos paquebotes pequeños y

dos goletas que quedaran fi nalizados en

un año, y debían servir a los proyectos y

cumplimiento de las ordenes de llevó el

Ylustrísimo Sr. Dn. Joseph de Gálvez en

la visita que hizo a las Provincias Internas

y a la California en 1766.”3

Cuando fue necesario, las cercanas islas Marías proveyeron de palo María, que por liviano era utilizado en las arboladuras y el guayacán que servía para la fabrica-ción de rondanas.

No obstante, casi desde su fundación el puerto presentó un grave problema, la desembocadura del río Santiago en épo-cas de lluvias arrastraba gran cantidad de arena azolvando la pequeña rada en donde anclaban las embarcaciones. Los barcos de gran calado tenían que fondear fuera del puerto a merced de los vientos, por lo que los movimientos de carga y descarga de las naves se difi cultaba. Esto infl uyó para que, casi desde su estableci-miento, se hablara de buscar otro lugar para trasladar el astillero.

LA POBLACIÓN Y EL POBLADO

Las primeras casas con que contó el 2 Archivo General de Indias (en adelante AGI), “En que el virrey de Nueva España, Conde de Revillagige-do, da cuenta a S. M. por conducto del excelentísimo Sr. Duque de la Alcudia de los asuntos de California y Departamento de Marina de San Blas, año de 1793”, Estado, 21, N. 57, f. 10. En el citado informe tam-bién se tiene un breve extracto de cada una de las siete exploraciones de altura que salieron de San Blas al norte del continente con el fin de ocupar puertos para contrarrestar la presencia rusa e inglesa.3 Archivo del Museo Naval de Madrid (en adelante AMNM), Pacífico, América II, doc. 12, f. 260.

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puerto se hicieron en una parte baja, muy cercana al estero llamado del Pozo, pero la gran cantidad de mosquitos y otros in-sectos, así como los temporales, ocasio-naron que se buscara un sitio más segu-ro. En 1773 la población se trasladó hacia el cerro de Bacilio en cuya explanada se planeó la edifi cación del pueblo, con los edifi cios de la contaduría y la iglesia con su plaza. El almacén, el arsenal y los ta-lleres de la maestranza continuaron a un costado del estero del Pozo.

Cuando se fundó el puerto se estable-ció que se hiciera con 100 vecinos, “o a lo menos por ahora con 40 o 50 pobladores útiles”.4 Pese a que se planearon incen-tivos como proveerlos de herramientas, animales de granja y un espacio para sembrar los habitantes no aumentaron, por lo que se pidió a las autoridades que enviaran presidiarios, así como marineros y artesanos de la maestranza de Vera-cruz.5 El contar con una población estable que le diera un crecimiento constante al puerto fue un problema recurrente desde su fundación.

La pequeña población presentó pro-blemas de crecimiento, para 1774 ape-nas llegaba a 752 habitantes. Una de las causas fue que gran parte de los ofi ciales y de la marinería emigraban a Tepic o hasta Guadalajara en época de lluvias, ya que el puerto quedaba prácticamente aislado. En la última década del siglo XVIII se calculó que en tiempos de sequía la población podía llegar hasta los 4,500 pobladores, de los cuales unos 600 eran hombres europeos, 200 criollos de am-bos sexos, y el resto eran castas y unos cuantos indios.6 El departamento de San Blas estaba formado por varias secciones como se describió en los presupuestos de gastos de los años de 1796 y 1797:

tenemos ofi ciales de mar y a la marinería,

la tropa de tierra, los empleados adminis-

trativos, servicios médicos y religiosos,

más los artesanos. Dentro de los artesa-

nos encontramos maestros, capataces y

peones o aprendices de diferentes y va-

riados ofi cios como carpinteros, calafatea-

dores, toneleros, aserradores, cordeleros,

4 Marcial Gutiérrez Camarena, San Blas y las Californias. Estudio histórico del puerto, México, Editorial Jus, 1956, p. 85. Enrique Cárdenas de la Peña, San Blas de Nayarit, México, Secretaría de Marina, 1968, t. II, p. 10.5 González Claverán, op. cit., p. 79.6 Ibid., p. 82.

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armeros, faroleros, hacheros, etc., con-

formando un total de 1 105 hombres em-

pleados en la conducción, administración,

fabricación y reparación de naves.7

Antonio Gutiérrez de Ulloa estimó en 1803 que la población de San Blas era de 3 300 pobladores.8 Esto hace pensar que los ofi -ciales, marinería y trabajadores del astille-ro aportaban cerca de la tercera parte de la población, cifra considerable, sin contar que la cuenta era menor a la calculada en la última década del siglo xviii.

Los primeros artesanos y ofi ciales que

llegaron al puerto eran europeos y los de-más eran “gente del país”. La maestranza y la marinería aparentemente tenían la gente necesaria, pero cuando un navío regresaba de viaje los marineros se es-parcían por los pueblos cercanos y sólo volvían cuando se les daba un anticipo por un nuevo viaje. Desde la fundación, José de Gálvez promovió que se les die-ra matrícula de marineros a los vecinos de los pueblos cercanos. A pesar de que se publicó y pregonó los privilegios que tendrían los que se matricularan de mari-neros, la falta de hombres fue una cons-

7 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Marina, vol. 90, fs. 143-161.8 Jean Meyer, Colección de documentos para la historia de Nayarit, II. Nuevas mutaciones. El siglo XVIII, México, Universidad de Guadalajara-CEMCA, 1990, p. 25.

Correspondencia de Virreyes: 1a Serie, vol. 81, exp. 44, f. 253.

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tante que se atribuyó a ser “indios y otras castas sujetas al pago de tributos con privilegio de que se les mire con piedad, no se saquen de sus hogares y se cui-de su conservación”.9 Una fuente segura para proveerse de tripulantes, y de paso de habitantes, que no funcionó tal vez por la falta de tradición marinera entre la po-blación nativa.

Cuando era época de lluvias el puerto era prácticamente abandonado. Los ofi -ciales y los pobladores con más recursos se refugiaban principalmente en Tepic, ya que durante esa temporada el apostade-ro quedaba prácticamente incomunicado por tierra. El camino de Tepic a San Blas estaba a 17 leguas, unos 100 kilómetros, y de Tepic se decía:

Es bastante grande y con mucha gente

lucida, especialmente el cuerpo de mari-

na que reside aquí la mayor parte del año

con un comandante capitán de navío, tres

tenientes, tres alférez, dos pilotos gradua-

dos, diez numerarios, cinco capellanes

con dos más auxiliares y cuatro cirujanos.

Con este motivo, y con la tropa de la com-

pañía fi ja de San Blas, hay mucho comer-

cio y el pueblo tiene buenas fábricas”.10

Es decir, la plana mayor del departa-mento vivía de hecho en Tepic, mientras que en San Blas sólo quedaba la gente indispensable que en ocasiones no po-día ofrecer los auxilios necesarios a las embarcaciones que llegaban desde las Californias o las Filipinas, como sucedió algunas veces, y en otras no se contaba con los ofi ciales y marinos necesarios para algún viaje.

Pese a los grandes planes que se tuvieron para el puerto, la realidad no correspondió a lo planeado. A cinco años de su fundación contaba con “113 casas de palos techadas con palmas y sólo dos eran de piedra y lodo”.11 En 1791 arribó Alejandro Malaspina al frente de una ex-pedición científi ca y su descripción del pueblo era semejante: “La población tiene pocos edifi cios y se compone de chozas cubiertas de paja, que dan un aspecto po-bre y miserable; las mejores son las cons-

9 AGN, Marina, vol. 105, fs. 212-213.10 Jean Meyer, op. cit., p. 256.11 Enrique Cárdenas de la Peña, “Presencia del puerto de San Blas de Nayarit en el siglo XVIII”, en autores varios, San Blas de Nayarit, Zapopan, El Colegio de Jalisco, 1993, p. 54.12 Pedro López González, “San Blas visto por Malaspina”, en autores varios, San Blas de Nayarit, Zapo-pan, El Colegio de Jalisco, 1993, p. 86.

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truidas por el rey”.12 El tiempo pasaba y el puerto no lograba tener una urbanización acorde con la importancia que se supone debía de tener.

El proyecto inicial del poblado tenía planeada una plaza principal con la traza de damero para las calles que salían de ésta, pero tal parece que todo quedo en un propósito frustrado. Las calles no esta-ban alineadas, estaban llenas de piedras de todos los tamaños y las casas en su mayoría eran chozas.

LOS CORREOS EXTRAORDINARIOS

LOS INTE RCA M B IOS E NTRE FILIP INA S Y SA N BLA S SE COM E NZA RON A DA R A UN A NTE S DE LA FUNDA CIÓN FORM A L DE L P UE RTO. EN 1767 P A R-TIÓ UN CORRE O E XTRA ORDINA RIO RUM B O A MA-NILA LLE VA NDO LA NOTICIA DE LA E XP ULSIÓN DE LOS JE SUITA S. EN OCTUB RE DE 1779, E L SA N CA RLOS ZA RP Ó HA CIA MA NILA CON E L INFORM E DE LA GUE RRA E NTRE ESP A ÑA E INGLA TE RRA. EL PRÍNCIP E NA VE GÓ CON E L M ISM O DE STINO CONDUCIE NDO P LIE GOS DE L RE A L SE RVICIO.13

Para 1780, se planteó la posibilidad de establecer un correo marítimo que condu-

jera noticias entre San Blas y Manila, pero se topó con la oposición de los fi scales de la Real Hacienda que argumentaron que al recibir y despachar correos sería muy difícil de controlar los contrabandos y sali-das de plata, en pago de los mismos y que se llevaría a cabo en las embarcaciones involucradas. La entrada de mercancía asiática y el derrame de plata mexicana en el archipiélago estaban reguladas por el viaje anual del galeón de Manila que hacía feria en Acapulco.

En 1794 ante la falta de noticias de la nao, el virrey Revillagigedo mandó que se despachara un navío para que traspor-tara la correspondencia pública, un so-corro urgente y dinero para el auxilio de Filipinas y las Marianas.14 El galeón anual que llegaba a Acapulco y que mantenía el contacto económico y comercial entre el archipiélago y Nueva España ya no era sufi ciente, una nueva dinámica se anun-ciaba y ésta se aceleraba con las guerras de fi nales del siglo XVIII.

El pliego duplicado de la paz con Fran-cia y correspondencia diversa fue el correo que el bergantín Activo condujo a Manila

13 El conde de Gálvez mandó construir dos buques en 1776 para conducir lo indispensable a Sonora. En agosto de 1767, el San Carlos quedó listo y a principios de octubre se concluyó El Príncipe. Cárdenas de la Peña, Enrique, San Blas de Nayarit, t. I, p. 125.14 AGN, Reales cédulas (originales), vol. 157, f. 378.

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y Macao desde San Blas en diciembre de 1795. Regresó al apostadero hasta agos-to del siguiente año.15 Para 1798 por real orden de 22 de mayo, el rey se dio por enterado de que había regresado a San Blas el bergantín Activo, que había sido despachado desde enero de 1797 del citado puerto con rumbo a Manila con el aviso de guerra en contra de los ingleses enviado al gobernador de las islas y al co-mandante de la escuadra de operaciones de aquellos mares a fi n de que tomara las providencias necesarias.16

En octubre de 1801, a sugerencia de Manuel Godoy, el rey ordenó al virrey Félix Berenguer de Marquina que se dispusiera el buque más adecuado de San Blas para que saliera a la mayor brevedad posible con rumbo a Manila con unos avisos y el resto de la correspondencia de esas islas.17 En diciembre del mismo año la fragata La Concepción zarpó llevando los preliminares de la paz con Inglaterra y va-rias órdenes que se enviaron a la armada de las islas. Nuevamente el puerto propor-cionó los medios para conducir los pliegos que no podían esperar al galeón anual.

Humboldt refi rió que el destacado piloto Francisco Mourelle navegó desde San Blas hasta Manila, casi 3,000 leguas marinas en una lancha de navío, La So-nora, para llevar el aviso del rompimiento de relaciones entre España e Inglaterra. En Cavite se conservó durante algún tiempo la embarcación.18

SAN BLAS Y SU FUNCIONAMIENTO COMO ASTILLERO

Desde su fundación, proveer de barcos a las costas novohispanas del Mar del Sur y el reparar navíos averiados fue su mayor actividad. Varios elementos se unían para esto, primero, la gran cantidad de made-ras adecuadas y su cercanía para obte-nerlas; segundo, su privilegiada ubicación que permitía que las naves rendidas de las largas travesías de las Californias, y hasta las provenientes de Filipinas, en-contraran reparaciones desde las más sencillas hasta las mayores. Sin embar-go, su clima poco sano, las enfermedades que sufrían sus habitantes, las difi culta-des de acceso por tierra, sobre todo en

15 AGN, Reales cédulas (originales), vol. 164, f. 35. Marina, vol. 88, f. 186v.16 AGN, Reales cédulas (originales), vol. 169, f. 286.17 AGN, Reales cédulas (originales), vol. 181, f. 73.18 Humboldt, Alejandro, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, México, Porrúa, 1991, p. 489.

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épocas de lluvias, así como el constante azolve del río Santiago, motivaron que se planeara cambiar la marina a un lugar más adecuado, y casi desde su fundación se buscó un sitio para reubicar el departa-mento naval, como ya se mencionó.

Se pensaron en varios sitios para cambiar al departamento, como Acapul-co, el Realejo en Nicaragua y Cavite en las Filipinas. Este último lugar, desde mu-cho antes de la fundación de San Blas, tenía una larga historia en la construcción de navíos, además de una larga tradi-ción marinera entre los malayos. En las islas había excelentes maderas como el molave, la teca o el lañang; las jarcias y cuerdas se obtenían de las fi bras del aba-cá, y el algodón de Ilocos servía para el velamen de los galeones que hacían el viaje anual de Manila-Acapulco.19 Durante los siglos XVI y XVII en el archipiélago hizo falta hierro para las embarcaciones, por lo que se tenía que exportar de China o Europa. Para el siglo XVIII se comenzaron

a explotar los yacimientos de este metal que se localizaron en la isla de Luzón.20

Para 1780 se vio la necesidad de mantener contacto por medio de correos entre Manila y San Blas. El gobernador de Filipinas pidió permiso al rey para construir en Cavite dos fragatas para el puerto neogallego, pues argumentaba que salían a la mitad de precio, ya que la mano de obra fi lipina era más económica y se decía que era más efi ciente, además también se pensó que el contacto de los marineros del archipiélago con los del departamento mejoraría la navegación con Nueva España.21 Sin embargo, la construcción de navíos en las islas le qui-taba una de sus funciones principales al departamento que era dotar de navíos a las costas del Mar del Sur.

La fragata Aranzazu de 205 toneladas y el paquebote San Carlos alias El Filipi-no de 196 toneladas fueron construidos en Cavite, pero las condiciones en que llegaron a San Blas fueron tan lamenta-

19 María Fernanda García de los Arcos, “Galeones españoles y trabajo asiático. Un caso de combinación de recursos coloniales”, en Signos. Anuario de Humanidades, México, UAM-Iztapalapa, 1992, pp. 47-69.20 Ibid., p. 53. María de Lourdes Díaz-Trechuelo, “Filipinas”, en Historia general de España y América, Madrid, Rialp, 1983, XI-1, p. 524. Ana María Prieto Lucena, Filipinas durante el gobierno del Manrique de Lara. 1653-1663, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1984. Esta autora refiere, con rela-ción al plomo, que cuando se producía un naufragio en las islas se intentaba recuperar la clavazón para reutilizarla al igual que las piezas de artillería.21 Enrique Cárdenas de la Peña, op. cit., t. I, pp. 125-132.

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bles que para la Aranzazu se necesitó ca-renarla en fi rme lo que aumentó su costo inicial de 8,000 mil pesos a 32,000; sin embargo, quedó poco consistente. Para el San Carlos, sus reparaciones consis-tieron en ponerle forro falso por fuera y por dentro, ya que llegó con las maderas podridas. Como las autoridades de San Blas no podían permitir que otro puerto compitiera con ellos en la construcción de barcos y atacaron la construcción de naves fi lipinas:

La culpa la tienen las maderas, porque

como las fi lipinas las de mayor consisten-

cia se pudren en el agua, como se expe-

rimenta en las naos que vienen de Aca-

pulco que anualmente necesitan forros y

partes de sus fondos nuevos, y unas son

muy fl ojas y otras tan fuertes que no admi-

ten fl exibilidad, y si se construyen los bar-

cos con las primeras resultan inutilizados

en un viaje, y si con las segundas están

entablados con pequeñas tablas, cuando

según la buena construcción debe ligar-

se el buque desde la popa hasta la proa

con sólo tres tablas... es preferible usar la

abundancia de cedros que el río Santia-

go ofrece sin contar con los del río San

Pedro.22

También se compraron barcos en el Rea-lejo y en Lima. En 1777 se envió al piloto Juan Pantoja al Realejo para comprar la fragata Concepción, alias San Matías de 400 toneladas. Cuando la nave llegó al puerto de San Blas el casco estaba car-comido por una epidemia de broma que padecía el puerto nicaragüense.23 La re-paración que necesitó la nave consistió en una carena completa lo que incremen-tó considerablemente su costo.24 En 1778 se compró en Lima la fragata La Favorita de 193 toneladas, fue conducida hasta el puerto por Juan Francisco de la Bodega y Cuadra, pero las condiciones en que llegó también hicieron necesaria una repara-ción mayor que signifi có un considerable aumento en su costo.

La compra de estos dos navíos se de-bió a que la Real Hacienda sopesó la con-veniencia económica de la construcción de navíos en San Blas o del traslado del departamento a las costas centroameri-

22 Loc. cit.23 Broma: molusco que se adhiere a las maderas de las embarcaciones y se alimenta de éstas.24 Cárdenas de la Peña, Enrique, op.cit., t. I, p.131.

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canas o a otras convenientes en donde el costo de las naves y los sueldos de la ma-rinería, así como el de los artesanos de la maestranza, pudieran lograr un ahorro. Se sabe que los precios de construcción en La Habana resultaban cuatro veces más altos que en el Realejo que también contaba con maderas adecuadas pero carecía, al igual que San Blas, de velas, jarcias, clavazón, y otros insumos que tenían que enviarse desde La Habana o Veracruz. El acopio de material para el puerto podía llegar hasta de las Filipinas, ya que la Real Compañía de Filipinas ofreció en venta, a las autoridades del puerto, una serie de efectos navales con un descuento de cinco por ciento.25

Aunque la comparación es forzada y no había semejanza entre las instalacio-nes que se tenían en el astillero del Ferrol en Galicia y el de San Blas, tenemos que en el primero sólo en el año de 1770 se llegaron a construir cuatro navíos: una bombarda, una goleta, un paquebote y una fragata. Entre 1770 y 1776, es de-cir, en sólo siete años, se armaron en el Ferrol 20 barcos de diferente tonelaje.26

En San Blas, en 23 años únicamente se llegaron a construir once navíos. Con mu-cho la producción de San Blas era míni-ma, además, en un extenso informe del puerto, se decía:

La construcción de los buques en este

Departamento no ha merecido a la verdad

la mayor atención cuando por la razón de

sus muchos costos exigía el mayor esme-

ro para que fueren la mejor posible. Cuasi

todas son de muy malas propiedades,

incomodas y feas. Estas faltas son tanto

más imperdonables cuanto que con gran-

dísima facilidad pudieran haber adquirido

planos regulares para construir por ellos,

del constructor de La Habana.27

La baja producción naval del puerto obe-decía a muchos factores entre los que destacaremos la falta de pertrechos nava-les que se tenían que enviar desde Vera-cruz o La Habana y la falta de personal, pues eran constantes las peticiones de ofi -ciales, marinos, médicos y artesanos para laborar en el puerto. El puerto, como ya se mencionó, tampoco logró una urbani-

25 AGN, Reales cédulas (originales), vol. 158, fs. 156-170.26 Cárdenas de la Peña, Enrique, op.cit., t. II, p. 73.27 AMNM, Pacífico, América II, doc. 12, p. 261v.

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zación tal que resultara atractiva a los po-sibles pobladores. Factores, entre otros, que hacían poco atractivo a San Blas.

Además de la construcción naval, el prestar auxilio a naves averiadas también fue una de las actividades de San Blas. El 11 de noviembre de 1791, después de 121 días de navegación, llegó la fragata San Andrés con carga del comercio de Manila. Le hacía falta partes de hierro, el palo de la mesana y otras piezas de la arboladura, que sabían que no podían encontrar en Acapulco, su destino fi nal, así que el departamento proporcionó todo lo necesario.28

Corrió con menos suerte la fragata San Rafael, alias La Palas, que pertene-cía a la Real Compañía de Filipinas. Salió de Manila con rumbo directo a Lima. Los temporales del mar de China retardaron su salida y los vientos del sur la hicieron elevar su navegación hasta los 43 grados norte alejándola de las costas peruanas. El escorbuto y la falta de víveres obligaron a su capitán a pedir auxilio a las autoridades de San Blas para cargar agua y comida fresca. La estancia de La Palas fue corta, de menos de una semana, ocho miembros

de su tripulación ingresaron al hospital de San Blas, uno de ellos, de ofi cio carpin-tero, murió y los demás permanecieron en el hospital del puerto hasta que fueron embarcados sanos con rumbo a Lima en la fragata San Francisco Xavier, alias La Filipina, propiedad de la Real Compañía de Filipinas, que se encontraba en traba-jos de carena en el puerto.29

Del otro lado del océano, en las is-las Filipinas, en la bahía de Manila se encuentra el puerto de Cavite, a una distancia aproximada de 33 kilómetros de la ciudad de Manila, mucho más cer-ca de la distancia que había entre Tepic y San Blas. La comunicación marítima entre Manila y Cavite era fácil y rápida. Por su parte, la ciudad de Manila era una ciudad con mucho movimiento. Ca-vite, en cambio, era una fortifi cación muy completa que tenía edifi caciones de muy buena factura: el castillo de San Felipe, la casa del Castellano, los reales alma-cenes, una zona de carenaje, maderería y carpintería, herrería, cámara para arbo-laduras, el convento de Santo Domingo, una parroquia, el colegio de jesuitas, el hospital de San Juan de Dios, el convento

28 AGN, Filipinas, vol. 24, f. 352.29 AGN, Filipinas, vol. 48, fs 3-4.

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de los agustinos descalzos, una ermita y sus respectivos baluartes, todo esto amu-rallado.30 Cavite tenía muchos años de estar armando barcos y, aunque tampoco era un destino muy atractivo para la ma-rinería, tenía algunas ventajas sobre San Blas: su cercanía a una ciudad como Ma-nila, una infraestructura completa para la construcción de naves, así como acceso a mano de obra barata y abundante.

Así se inició una serie de alegatos entre las autoridades de ambos apos-taderos defendiendo su posición en la construcción de bajeles y centrando sus argumentos en la calidad de materiales, la madera, con que contaba cada astille-ro. La travesía para cruzar el océano era larga, en ocasiones llegó a tomar hasta seis meses, así que por buenas que fue-ran las maderas presentaban problemas al llegar a cualquiera de los destinos. En realidad ambos apostaderos contaban con maderas adecuadas para la cons-trucción de navíos, sin embargo, San Blas tenía en su contra su lejanía de una población atractiva como Tepic, y su falta de infraestructura urbana.

Entre 1787 y 1789 se pensó en trasla-dar el departamento al Realejo, el puerto

nicaragüense. El argumento también se centraba en la calidad y abundancia de las maderas, así como el bajo costo que tendrían los barcos en comparación de los armados en La Habana.

En 1790 el virrey Juan Vicente Güe-mes, segundo conde de Revillagigedo, consultó, entre otros, a los navegantes Alejandro Malaspina y José de Busta-mante y Guerra así como a Juan Fran-cisco de la Bodega y Cuadra, sobre la conveniencia de trasladar hacia Acapulco el departamento naval de San Blas. Las opiniones en general se inclinaron a fa-vor de Acapulco, ya que brindaba mejo-res condiciones para el arribo de barcos de gran calado, la bahía era grande y estaba protegida por los vientos. Cinco años después el ministro de Guerra en España consideró que no era convenien-te reunir al Castellano de Acapulco con la comandancia del departamento en un mismo puerto, pues se podían suscitar problemas de mando. Por otra parte, el costo del traslado era muy alto para la Real Hacienda. Por su parte la adminis-tración y contaduría general de la aduana de Guadalajara y la aduana de Tepic ma-nifestaron que el traslado les acarrearía

30 AGI, Filipinas 44, 1764.

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una serie de pérdidas económicas.31 El apostadero no era importante únicamen-te por las expediciones que se hacían al norte del continente, por el contacto con las Californias y por la conquista de So-nora, sino también por que su función co-mercial estaba siendo signifi cativa en una amplia zona en la que el desarrollo de cir-cuitos comerciales para ciudades, como Guadalajara, con un crecimiento urbano acelerado eran necesarios.

Al mismo tiempo, las Filipinas, a fi -nales del siglo XVIII, habían dejado de ser la lejana colonia asiática. Su localización era estratégica para establecer un comer-cio directo con China y el sudeste asiá-tico. La fundación de la Real Compañía de Filipinas y la comunicación directa con la metrópoli por la vía del cabo de Bue-na Esperanza hacía ver que la larga vida del comercio transpacífi co del galeón de Manila tenía un fi n cercano. También es necesario recordar que para este periodo las islas comenzaron a ser importantes, pues los frutos de una agricultura comer-cial como la caña de azúcar, el tabaco y

el añil, daban buenos resultados.32 La de-pendencia económica de las las islas con Nueva España por medio del situado que se había mantenido desde que práctica-mente Urdaneta descubrió el tornaviaje también, al igual que el galeón, tendría pocos años de vida.

El año de 1796 fue defi nitivo en la vida de San Blas. La posibilidad de trasladar el departamento al Realejo o a Acapulco quedó olvidada. El 2 de mayo por medio de una real orden San Blas fue habilitado como puerto comercial para tener tráfi co con los de Perú, Santa Fe, Guatemala y con el resto de los de Nueva España.33 San Blas como puerto comercial benefi -ciaba, entre otros, al consulado de Gua-dalajara, creado en 1795, con el pago de 0.5% sobre las mercancías que entraran por su jurisdicción, ya que el apostadero estaba dentro de los límites de la inten-dencia de Guadalajara.

En septiembre del mismo año, desde la metrópoli se tomó la decisión de tras-ladar el departamento a Cavite, con esto quedaron terminados todos los alegatos

31 Enrique Cárdenas de la Peña, op.cit., t. I, p. 279.32 María Fernanda García de los Arcos, Estado y clero en Filipinas del siglo XVIII, México, UAM-Iztapalapa, 1988, pp. 34-35.33 AGN, Reales cédulas (originales), vol 164, f. 3.

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que se habían dado respecto a donde establecer el departamento naval.34 Las razones que manifestó el rey fueron que la conservación de las islas, de su pobla-ción, la riqueza de su suelo y las venta-jas que a la balanza nacional daba su comercio con Asia las hacía atractivas a los enemigos de España, por lo tanto la marina real y la navegación se tenían que fomentar. Y añadía que la población era adecuada para la navegación, así como la ventaja que tenían las islas por los numerosos materiales de buena calidad

con que contaba. Pero la seguridad era lo primordial:

se forme allí un astillero capaz de poner

a cubierto aquellos establecimientos de

las fuerzas europeas y de las piraterías

de los mahometanos que ocupan las islas

vecinas, y de auxiliar con dobles fuerzas y

recursos nuestras escuadras de la Améri-

ca meridional.35

También se decía que los barcos fabri-cados en Cavite eran defectuosos, por

34 AGN, Reales cédulas (originales), vol. 165-C, expedientes, 6, 46, 81 y 256.35 Loc. cit.

Filipinas, vol. 3, fc. 61.

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lo que se comisionaba a Juan Villar, ayu-dante de construcción graduado de alfé-rez de fragata y anteriormente destinado a La Habana, a que con un capataz de carpintería de ribera, y otro de calafate, estuviera a cargo de los planos y todas las explicaciones para la construcción de toda clase de bajeles así como de tam-bién de todos los integrantes de la maes-tranza y dotación de San Blas.

Sabemos por el presupuesto presenta-do por la Real Hacienda que fueron 91 indi-viduos de la maestranza los destinados al puerto de Cavite y que el costo del traslado ascendió a 13,300 pesos.36 A mediados de año se embarcaron en la fragata Aranzazu y llegaron a Cavite el 23 de diciembre de 1797 al mando de Juan Villar. La duración de San Blas como departamento naval ha-bía terminado pero no su vida, el comercio le inyectó nuevos bríos.

EL COMERCIO

A raíz de las expediciones de altura y del

contacto con Nutka, Nueva España vio la posibilidad de entrar al lucrativo comercio de pieles, principalmente de nutria. La fal-ta de azogue y su alta demanda en la mi-nería llevaron a pensar a las autoridades la posibilidad de intercambiar pieles por azogue en China. Vicente Basadre propu-so que los barcos que regresaban de las Californias a San Blas podían traer pieles para ser llevadas después a Filipinas y de ahí a Cantón para el intercambio. Así lo rectifi có una carta enviada a Revillagige-do: “se ha enterado el rey de la remesa hecha al gobernador de Filipinas de tres mil trescientas cincuenta y seis pieles de nutria para su venta en cantón de cuenta de Real Hacienda en cambio de azogue”.37 Dicho comercio prometía ser fl oreciente, pero Nueva España lo dejó de lado y sólo quedó en unas pocas remesas.

Como ya se mencionó San Blas fue habilitado como puerto comercial el 2 de mayo de 1796. Al año siguiente el consu-lado de Guadalajara propuso al rey que se estableciera el comercio recíproco en-

36 AGN, Marina, vol. 90, fs 153-154 y 210.37 AGN, Reales cédulas (originales), vol. 149, f. 341. Salvador Bernabeu Albert, “Sobre intercambios co-merciales entre China y California en el último tercio del siglo XVIII. El oro suave”, en Francisco de Solano, Extremo Oriente Ibérico. Investigaciones históricas: metodología y estado de la cuestión, Madrid, Agencia Española de Cooperación Internacional-Centro de Estudios Históricos-Departamento de Historia de Amé-rica-CSIC, 1989, pp. 471-484.

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tre Manila y San Blas, por ser este último más propio y seguro para la conducción del situado, la navegación entre ambos puertos era muy segura y se podía fo-mentar la población y la extracción de ri-quezas de esas costas, que de otra forma continuarían despobladas. El rey pidió al virrey Branciforte que evaluara si la des-carga de la nao y la feria de Tepic o el comercio en buques particulares serviría como medio para fomentar el poblamien-to y prosperidad de las Provincias Inter-nas, las que tenían que cuidar y fomentar a sus habitantes ante el avance de otras potencias como Rusia e Inglaterra al nor-te del continente.38

En la feria de San Juan de los Lagos de 1796 se supo que “pozuelos fi nos de China”, “coletillas” y un “cajoncito de rue-dos de bolas” introducidos con guía de Tepic produjo por derecho de avería tre-ce pesos con cinco reales.39 La entrada de mercancía asiática ya entraba por San Blas, no necesariamente por barcos del

apostadero que hacían el viaje a las islas o por la nao, así que había para la última década del siglo XVIII y principios del XIX barcos angloamericanos que introducían de contrabando mercancías asiáticas por diversos puertos.40

El puerto de San Blas alcanzó parte del comercio con Asia que comenzó a fi nales del siglo XVIII y principios del XIX. Por su lado Manila se había convertido en puerto franco desde la creación de la Real Compañía de Filipinas en 1785, pero sólo para naciones asiáticas y que a raíz de una comisión formada para evaluar los resultados se llegó a solicitar la apertura de Manila como puerto a todas las nacio-nes europeas por tres años a partir del primero de septiembre de 1790.41

El destino del comercio con Filipinas como se efectuaba tradicionalmente por el puerto de Acapulco se vio legalmente suprimido en 1813 cuando las Cortes de Cádiz tomaron la decisión de terminar el viejo sistema del galeón habilitado por los

38 AGN, Reales cédulas (originales), vol. 167, fs. 279-280. 39 José Ramírez Flores, El Real Consulado de Guadalajara. Notas históricas, Guadalajara, Banco Refac-cionario de Jalisco, 1952, pp. 75-76.40 Véase el artículo de Dení Trejo Barajas, “El puerto de San Blas, el contrabando y el inicio de la inter-nacionalización del comercio en el Pacífico noroeste”, en Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, núm. 44, julio-diciembre de 2006.41 María Lourdes Díaz-Trechuelo Spinola, “Manila: puerto franco. El comercio libre en la última década del siglo XVIII”, en Verhandlungen des XXXVIII Internationales Amerikanistekongresses, Stuttgart-Munchen, 1968, pp. 501-508.

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comerciantes de Manila para realizar su comercio con buques particulares con un permiso de 500,000 pesos y 1,000,000 de retorno, al igual que lo estipulado para el galeón. Dicha orden se recibió hasta julio de 1814 y se anotó al fi nal de la misma: “No corrió esta Real Orden porque al tiempo de cumplirla se hizo la restitución de nuestro soberano Sr. Don Fernando VII al trono”.42 Sin embargo, el fi nal del comercio Manila-Acapulco por medio del galeón había llegado a su fi n.

Por otra parte, en San Blas habían estado recibiendo mercancías asiáticas por diversos motivos. En 1799 la fragata Nuestra Señora del Pilar, que navegó en compañía de la nao, tuvo que abandonar-la por un temporal y llegó de arribada a San Blas. La venta de productos traídos de Manila fue tan escandalosa que la no-ticia llegó hasta el rey quien ordenó, en 1806, al virrey José de Iturrigaray que se tomaran medidas en contra de sucesos semejantes. Se descubrió que los ofi cia-les del puerto y los de la fragata eran res-ponsables de la introducción clandestina de 118,284 pesos de mercancías chinas. Entre los ofi ciales mencionados se efec-

tuó el fraude, ya que proporcionaron a los compradores de San Blas y de Tepic los documentos que garantizaban los pagos de alcabalas e internación. El Consulado de Guadalajara decomisó las mercancías con la sorpresa de que los compradores engañados protestaron ante el rey. Se dis-puso que se regresara las mercancías a sus compradores previo pago de 16.66% de derechos de Comercio de Manila. A los ofi ciales de Nuestra Señora del Pilar, se les impuso el pago de otro 16.66%, mien-tras que los ofi ciales del puerto fueron amonestados severamente y advertidos de que perderían sus empleos si se repe-tían acciones semejantes.43

En el año de 1801 había llegado la fra-gata La Filipina, propiedad de la Real Com-pañía de Filipinas y cuyo destino era Lima y Cádiz. El arribo se debió a que el barco necesitaba una reparación mayor. La jun-ta superior de la Real Hacienda y el factor de la compañía acordaron la descarga y venta de los efectos en el puerto, lo que propició una controversia sobre el pago de los derechos. El representante de la Com-pañía de Filipinas solicitaba los privilegios y exenciones de la rebaja de 12% sobre el

42 AGN, Filipinas, vol. 43, f. 113.43 AGN, Reales cédulas (originales), vol. 197, fs. 322-325 y 330-331.

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valor del cargamento, igual al que gozaba la nao, pero el Tribunal de Cuentas exigió el pago de “33.33% sobre valores de Mani-la, el 6% de alcabala de internación sobre el valor de San Blas y otro 6% de la tierra de México sobre sus aforos”.44

En 1817 fondeó en San Blas, proce-dente de Manila, la fragata Santa Rita con permiso de abrir feria en Tepic “con-forme a las reglas estipuladas”. Pero el cargamento ocasionó varios confl ictos, el primero de ellos fue la solicitud del capi-tán Francisco Dapena para la extracción de 60,000 pesos de plata quintada, con o sin el permiso correspondiente. Como se efectuó la descarga y el retorno de la fra-gata en un tiempo muy corto, no alcanzó a llegar desde Guadalajara la negativa a la petición de Dapena.45 La salida de plata quintada de Nueva España estaba prohi-bida, las embarcaciones procedentes de Manila debían retornar con el doble de lo que habían traído, pero en moneda.

El segundo confl icto fue la feria de Tepic que no llegó a celebrarse por la polémica venta anticipada de los efectos de la Santa Rita a cinco comerciantes. Di-

chos comerciantes se negaron a la aper-tura de la feria, decían que dañaría sus intereses ya que si se verifi caba tendrían que esperar un mes, por lo que el trasla-do posterior de los efectos a Guadalajara coincidiría con la época de lluvias que por lo intransitable de los caminos, ocasiona-ría daños en la mercancía. El administra-dor de Tepic se había adelantado dando permisos para la conducción de los pro-ductos aun antes de tener el permiso del virrey para la “aceptación judicial o renun-cia de ese privilegio”, de abrir o no la feria en Tepic. Los comerciantes fi nalmente enviaron sus géneros a Guadalajara y la tal esperada feria no se llevó a cabo. Los intereses personales de unos negocian-tes estuvieron por encima de los antiguos reglamentos, comisarios y ofi ciales en-cargados de cumplirlos.

Así una feria comercial semejante a las de Xalapa o Acapulco, que alguna vez se pensó se podría celebrar al norte de Nueva España, quedó, por mecanismos diferentes, sujeta al monopolio de unos cuantos comerciantes que movieron la mercancía a su conveniencia, además

44 AGN, Filipinas, vol. 182, f. 306.45 AGN, Filipinas, vol. 43 fs., 297-313.

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* Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.

los tiempos que se avecinaban serían muy distintos a los que había rodeado al círculo comercial Manila-Acapulco.

UNA REFLEXIÓN FINAL

A fi nales del siglo xviii la dinámica que se había establecido entre las islas y Nueva España requería de contactos más fre-cuentes, por tanto San Blas con sus bar-cos podía satisfacer esta necesidad.

Desde que inició su vida como de-partamento naval, San Blas presentó diversos problemas que hicieron que se pensara en su reubicación. Entre las di-fi cultades tenemos su clima “enfermo”, la gran cantidad de moscos y alimañas que por las cercanías del estero molestaban a sus habitantes; asimismo, el pueblo no se llegó a urbanizar adecuadamente como para dar las comodidades básicas a una población que no aumentaba, por lo que la mayor parte del tiempo los ofi ciales y otros miembros de dicho departamento te-nía que huir a Tepic en busca de mejores aires. La abundancia de maderas propias para la construcción de navíos no era sufi -ciente, pues la rada se mantenía azolvada y los grandes barcos no podían fondear.

Sus relaciones con las Filipinas co-menzaron con los correos extraordinarios y otra serie de comunicaciones urgentes que no podían esperar a la nao para en-viar y tener noticias del archipiélago.

La construcción de barcos se mantu-vo en un nivel bajo si se le compara con la producción que se tenía en otros asti-lleros, aun así las reparaciones urgentes, desde las más sencillas hasta las mayo-res fue una tarea que se efectuó y de la que fueron objeto algunas embarcacio-nes que hacían el viaje Manila-Acapulco y otras que transportaban efectos desde Manila a puertos sudamericanos, como fue el caso de algunas naves de la Real Compañía de Filipinas.

El destino del fi n del departamento quedó sellado cuando en 1796 éste fue trasladado a Cavite con su personal de la maestranza. Pero, a diferencia de lo que han planteado algunos autores de que San Blas decayó después de que termi-naron las expediciones de altura y de su traslado, el comercio, primero ocasional y poco a poco más frecuente, le dio un segundo aire que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XIX.

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La historia de Asia y América ha esta-do estrechamente vinculada desde el descubrimiento de la ruta transpacífi ca hecho por el fraile agustino Andrés de Ur-daneta. El comercio que se generó entre ambos continentes trajo consigo hombres e ideas que, al igual que las mercancías que se comerciaron en la nao de China, impactaron hondamente en la cultura de los lugares a donde llegaron. América dejó una importante huella cultural en los enclaves españoles en Asia. De igual ma-nera, la cultura asiática tuvo gran impacto dentro de las formas de ser y represen-tarse de las élites novohispanas, es decir, en el ajuar de sus casas y en la cultura material en su conjunto.1 Fue este inter-cambio cultural el que propició —gracias al comercio— que muchos de los objetos

traídos desde Manila a la Nueva España se modifi caran y adquirieran nuevos usos; así como que otros tantos –hechos ex profeso en “la tierra”— tomaran del reper-torio asiático ideas, decoración, formas y materiales. Estos intercambios iban des-de la mera imitación, hasta la formación de objetos nuevos. Los bienes comenza-ron a ser introducidos dentro de la cultura novohispana y adquirieron una identidad propia, es decir, diferente respecto a los bienes suntuarios que les dieron origen.

En los inventarios de bienes de la época novohispana, se registran términos como “achinados” y “japones”. Estos ob-jetos de elaboración novohispana muchas veces superan en precio y calidad a los traídos en la nao de China. Dichas piezas de factura virreinal, a pesar de ser obje-

E L M E N A J E A S I ÁT I C O D E L A S C A S A S D E L A É L I T E C O M E R C I A L D E L V I R R E I N AT O N O V O H I S PA N O E N E L S I G L O X V I I

Berenice Ballesteros Flores

1 Entiéndase por cultura material a “la cultura producto de la adaptación y la integración, de la unión y la fusión, del compartir y del intercambiar productos, técnicas, combinaciones de formas y conceptos que da como resultado un nuevo paisaje material”. Véase al respecto: Enrique Florescano, Virginia García Acosta (coords.), Mestizaje tecnológico y cambios culturales en México, 2004, p.7.

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tos “de la tierra”, tuvieron la característica distintiva de tomar del repertorio asiático, técnicas, formas y ornamentaciones que se adaptaron al medio en el que se pro-dujeron. Respecto a los objetos asiáticos, podemos decir que recorrieron un camino interesante al llegar al virreinato, pues en un principio —como ya se ha dicho— se alojaron en las casas de las élites, no sólo las de los comerciantes sino también en las de la aristocracia, los clérigos, los ri-cos mineros y los funcionarios reales con gran poder económico. Poco a poco, los objetos comenzaron a ser adaptados a las necesidades, usos y gustos de los no-vohispanos, hasta llegar a la creación de objetos de factura novohispana con téc-nicas, materiales, formas y ornamentacio-nes que se informaron en las asiáticas. Su importancia se manifi esta en el gran número de ellos que aparecen registra-dos en los inventarios de bienes de casas de gran lustre social y los altos precios que alcanzaron cuando fueron valuados.

Lo que ahora se presenta es el aná-lisis de los inventarios de bienes de once

mercaderes del Consulado de la Ciudad de México (del siglo XVII) encontrados en el Archivo General de la Nación.2 Por medio de esta documentación se refi ere la manera como estaban distribuidos los espacios interiores de sus casas, desta-cando los que albergaron los bienes de mayor lujo. En un segundo apartado se muestra cómo los bienes de tipo o pro-cedencia asiáticas fueron colocados en el interior de las casas y los lugares don-de predominaron. Se hace también una comparación entre los precios de estos objetos y sus similares procedentes de Europa, de América, o de las distintas regiones de la Nueva España. Finalmen-te se muestran los cambios que tuvieron los bienes suntuarios de Asia, tanto en su uso, como en su manufactura y materia-les, dentro del ámbito novohispano.

LAS RESIDENCIAS DE LOS MERCADERES

Una de las características de esta éli-te comercial, es decir, la del grupo de mercaderes del Consulado, fue que sus

2 Estos mercaderes fueron los que al estar dentro del consulado, invirtieron su capital en el comercio transpacífico, ellos fueron: Antonio Díaz Cáceres, Antonio de la Mota y Portugal, Luis Vázquez Medina, Lope de Osorio, Álvaro de Lorenzana, Diego de Serralde, Bernardo Ruiz Guerra, Dámaso Saldívar, Juan Díaz de Posada y el inventario de María Teresa Retes Paz y Vera, la única heredera del mercader José Retes Largacha (a falta del inventario de este mercader).

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miembros se establecieron en la ciudad de México. Este centro urbano fue el imán que atrajo a gran parte de la élite y, por consiguiente, considerables riquezas de la provincia.3 Las mansiones donde vivie-ron los potentados novohispanos durante el siglo xvii fueron las más grandes y lujo-sas de la ciudad:

solían tener dos patios: el principal, alrede-

dor del cual se distribuían las habitaciones

más importantes, y el patio de servicio que

se abría, a manera de azotehuela, a un cos-

tado de la escalera. También solían tener

dos niveles de altura: el bajo estaba siempre

destinado para ‘casitas accesorias’, y el alto

para la habitación de los dueños o de los in-

quilinos adinerados.4

Las residencias también se caracteriza-ban por tener un zahuán y una cochera. Algunas tenían un entresuelo, caracte-rístico de las casas de este siglo. Éste era en general el patrón establecido que

siguieron las mansiones de la ciudad de México, aunque el modelo pudo variar en-tre el mismo grupo.5 Si bien hubo un pa-trón de los espacios interiores, existieron numerosas variantes en casas de otros estratos sociales.

Para el caso de las casas de los mer-caderes, se encontraron dos descripcio-nes en los inventarios de bienes de los comerciantes Dámaso Saldívar y Juan Díaz de Posada. De éste, la valuación la hizo el maestro de arquitectura Pedro de Arrieta, quien otorgó el precio de 25 294 pesos a una casa de “veinte y cuatro varas y dos tercias de frente, y [de] fon-do cincuenta, con sus salas, recámaras y demás ofi cinas de que se compone”.6 La casa de Dámaso Saldívar fue, con mucho, más grande que la de Juan Díaz. Fue apreciada en 32 mil pesos, y se des-cribió de este modo.

En la ciudad de México [Dámaso Saldívar]

vivió en una casa en calle principal; grande,

3 John. E Kicza, “Formación, identidad y estabilidad dentro de la élite colonial mexicana en los siglos XVI y XVII”, en Bernd Scröter y Chiristian Büschges (eds.), Beneméritos, aristócratas y empresarios. Identidades y estructuras sociales de las capas altas urbanas en América hispánica, p. 22.4 Martha Fernández, “De puertas adentro: La casa habitación”, en Pilar Gonzalbo (dir.), Antonio Rubial (coord.), Historia de la vida cotidiana en México. La ciudad barroca, vol. 2, p.56. En el siguiente apartado se hablará del interior de dichas mansiones.5 Ibidem, pp. 56-57.6 AGN, Bienes Nacionales, vol. 1505, exp. 19, 1699.

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con privilegio del oratorio y merced de agua,

con barandillas de fi erro en el corredor y dos

cocheras a la calle. Otra casa principal a su

linde y dos balcones de fi erro a la calle y tres

tiendas con sus tapancos. Y todo esto con-

fronta con casas del mayorazgo de Alonso

de Cuevas Ávalos, en la calle que viene de

Montserrate al Espíritu Santo, y da la vuel-

ta a la calle de Caselada que llaman de las

Capuchinas, por donde se compone de una

tienda de esquina y otras tres tiendas con

sus tapancos, ventanas de reja a la calle

debajo de dicha casa principal, y después

se sigue otra casa principal con su balcón

de reja a la calle y otra casita pequeña sin

su patio, con su entresuelo, y su reja a la

calle, que linda con casas del secretario Luis

Tobar Godinez, de tal suerte que toda la po-

sesión se compone de doce casas y tiendas

y dos cocheras, y todas tienen dentro y fuera

treinta y dos rejas y balcones de fi erro.7

Cabe señalar que más que una casa sola se trató de un conjunto de varias casas relacionadas con la casa principal, tal y como deja ver la interesante descripción documental.

La descripción de estas casas, per-mite ver la forma como vivieron aquellos mercaderes pertenecientes a la élite co-mercial. Las casas restantes, los comer-cios y las accesorias, al rentarse, produ-cían entradas económicas adicionales. Muchas de estas casas de comerciantes mayoristas, albergaban las bodegas y los expendios al menudeo.

Los inventarios de bienes también mencionan los nombres de las calles en donde se encontraron ubicadas las ca-sas de estos hombres, así, se sabe que el mercader Álvaro de Lorenzana vivió en la calle de San Francisco y que en la parte inferior de dicha casa, tuvo tiendas que lindaron con casas pertenecientes al hospital del Espíritu Santo.8 Por su parte, Lope de Osorio vivió en una casa en la calle de Santo Domingo, aunque también poseyó casas en los portales de Texada.9 Alonso de Ulibarri vivió en una casa de su propiedad en la calle del convento de las Capuchinas. Juan Díaz de Posada vivía en la calle Don Juan Manuel, cuya casa —arriba mencionada— lindó con la del ilustre capitán don Pedro Ruiz Castañe-

7 AGN, Tierras, vol. 1256, exp. 1, 1695.8 AGN, Bienes Nacionales, vol. 1294, exp. 1, 1653.9 AGN, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645.

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da y con el convento de religiosas de San Bernardo.10

Una casa tipo de este periodo dividió sus interiores alrededor de dos o más patios —como la residencia de Dámaso Saldívar—. La planta baja fue utilizada para la cochera, las caballerizas, las ha-bitaciones de la servidumbre masculina, un corral y la despensa. La planta alta se utilizó como el espacio de convivencia y reposo de los dueños, ahí también se encontraban las recámaras de la familia y los dormitorios de la servidumbre fe-menina. Algunas casas tuvieron también entrepisos que fueron ocupados por los administradores de las haciendas de sus dueños; por alguna rama pobre de la familia11 o, empleados para guardar mercancías cuando los propietarios eran comerciantes.

Los interiores de las residencias se dividieron en espacios destinados a ac-tividades específi cas: los dormitorios, el salón de dosel —si se era noble—, el ora-torio y el estrado fueron sólo algunos de

esos enormes espacios que conformaron el interior de las casas, aunque cabe acla-rar que no todas poseyeron todos los es-pacios que aquí se mencionan.12 Para los fi nes de la presente investigación se ha-blará de esos lugares donde se alberga-ron las piezas de mayor lujo al interior de las residencias, pues fue allí donde dichos objetos suntuarios encontraron acomodo y sirvieron al repertorio de representación de la élite comercial del virreinato para mostrar, con gran ostentación, su riqueza frente a los demás, reconocerse frente a sus iguales y también para confi rmarse a sí mismos dentro del orden social.

Los dormitorios, por principio de cuen-tas, se dividieron en dormitorios para el hombre y la mujer, (aunque fuesen cón-yuges) y se aderezaron con muebles y lienzos de gran riqueza, como la cama con dosel, un enorme y lujoso biombo de cama, alfombras, espejos y lienzos de imágenes religiosas y civiles.13

Dos espacios de importancia trascen-dente al interior de las residencias, fueron

10 AGN, Tierras, vol. 405, exp. 4, 1722 y Bienes Nacionales, vol. 1505, exp. 19, 1699.11 Gustavo Curiel y Antonio Rubial, “Los espejos de lo propio: ritos públicos y usos privados en la pintura virreinal”, en Pintura y vida cotidiana en México, 1650-1950, p. 103.12 Martha Fernández, op. cit., pp.58-61.13 Gustavo Curiel y Antonio Rubial, op. cit., pp. 148-149. Descripción hecha con base en el cuadro de José de Páez, Exvoto con la virgen de los Dolores de Xaltocan de 1751, pp. 144-145.

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tanto el salón de juegos como el oratorio, ambos complementarios de la vida coti-diana de los ricos mercaderes novohis-panos. El salón de juegos contaba con una mesa de trucos que se aderezaba de costosos complementos de tacos y bolas de marfi l.14 El oratorio, por su parte, era el lugar donde los miembros de la élite rezaban y cumplían con su labor de cris-tianos. Toda familia de importancia tenía en su casa un oratorio. Para el caso de los mercaderes, los únicos oratorios que se tienen registrados son los de Dámaso Saldívar y la hija de José Retes.15

Además del oratorio y el salón de jue-gos, los espacios más importantes para el aparato de representación dentro de las residencias novohispanas como las de los comerciantes fueron la sala para visitas de cumplimiento y el estrado. La sala para visitas de cumplimiento gene-ralmente se situaba en la planta alta de la residencia, con acceso directo al balcón central de la fachada. Funcionaba me-

diante un protocolo muy especial y esta-ba destinada a recibir a las visitas de los dueños de la casa de cierto rango social. En esta misma sala se encontraba el es-trado, que no era más que un entarimado de madera, o mampostería, construido a cierta altura del piso, donde se colocaban los muebles más ricos de la casa. Aquí se dieron cita los invitados de la señora de la casa, pues este espacio fue ante todo, de carácter femenino.

El estrado también sirvió para reunio-nes de mujeres que se dedicaban a bor-dar, tocar música y, por supuesto, comer y beber chocolate. Las reuniones en el estrado fueron el pretexto idóneo para conseguir algún favor que benefi ciara a la familia, por ello, la señora de la casa puso siempre especial énfasis en los de-talles sociales y de protocolo16 —había un maestresala encargado de indicar los tiempos en los que debían servirse el cho-colate, los dulces y las viandas—. Ahí, las mujeres se sentaban sobre enormes coji-

14 Esta mesa de trucos es el antecedente de la mesa de billar. Agradezco al doctor Gustavo Curiel la información respecto a este punto.15 AGN, Tierras, vol.1256, exp. 1, 1695. Gustavo Curiel, “El efímero caudal de una joven noble. Inventario y aprecio de los bienes de la marquesa doña Teresa Francisca María de Guadalupe Retes Paz Vera. (Ciu-dad de México, 1695)” en, Anales del Museo de América, pp. 87-89. Recuérdese que para tener oratorio dentro de la casa era necesario un privilegio por parte del arzobispado.16 Gustavo Curiel, “Ajuares domésticos. Los rituales de lo cotidiano”, en Pilar Gonzalbo Aizpuru (dir.), Antonio Rubial García (coord.) Historia de la vida cotidiana en México. La ciudad barroca, vol.2, p. 82.

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nes, a la usanza morisca, y los hombres sobre canapés o “sillas de sentar”. Este espacio, como mencionan Gustavo Curiel y Antonio Rubial, era el que “refl ejaba las aspiraciones de la familia, su imagen ha-cia el exterior y por ello no sólo se relacio-naba con las reuniones placenteras, sino también era el lugar de duelos”.17

Parece ser que el estrado fue el es-pacio de mayor lujo dentro de las casas, prueba de ello son las piezas inventaria-das destinadas a él, cuya función visual fue mayor que en otros lugares de la casa. Los mercaderes que tuvieron estrados en sus casas fueron Lope de Osorio, Álvaro de Lorenzana, Dámaso Saldívar, Antonio de la Mota y Portugal, José Retes, Juan Díaz de Posada y Luis Vázquez Medina. Esto se demuestra por las piezas de estra-do encontradas en los bienes entre los co-merciantes tales son: los rodaestrados de Dámaso Saldivar y Juan Díaz de Posada, el biombo de China de estrado de Álvaro de Lorenzana y la estera de estrado de

España perteneciente a Lope de Osorio.18 Finalmente, la subdivisión de este

espacio con el de la sala para visitas de cumplimiento corrió a cargo de los biom-bos de estrado, los cuales se caracteri-zaron por su baja altura (nunca fueron tan altos como los biombos de cama), el gran número de hojas y la riqueza de sus materiales, así como las escenas que se pintaron en ellos. Vistas de la ciudad, escenas históricas o representaciones de las culturas griega y romana, fueron las escenografías que mostraron a los demás la cultura de los señores de la casa.19

Si ya de por si la casa, como bien mueble, era un signo de estatus social, el interior, es decir los componentes del ajuar doméstico, fueron el escenario donde se reafi rmaba la posición social a la que se pertenecía. La casa y sus es-pacios de sociabilidad fueron también el marco perfecto para establecer relacio-nes de todo tipo con los demás grupos de iguales, inmersos en colores y texturas de

17 Gustavo Curiel y Antonio Rubial, op. cit., pp. 118-119.18 AGN, Tierras, vol. 1256 y 1257, exp. 1, 1695, vol. 3371, exp. 1, 1645; Bienes Nacionales, vol. 1505, exp. 19, 1699, vol. 1294, exp. 1, 1653. Cabe señalar que en los inventarios existen objetos que si bien, no especifican el espacio al que estaban destinados, se puede advertir su uso dentro del estrado, por ejemplo, las alfombras, los cojines y los pañuelos utilizados por las señoras para beber chocolate en sus reuniones en este espacio.19 Gustavo Curiel, “Los biombos novohispanos: escenografías de poder y transculturación en el ámbito doméstico”, en Viento detenido, p. 19.

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gran lujo, que más que comodidad, refl e-jaban su riqueza y señorío. Con todo ello, ponían de manifi esto su posición social como grupo en el virreinato.20

Más allá de los bienes que pudieron necesitar para las actividades cotidianas, los interiores de las mansiones se vieron provistos de alfombras, tapicerías, cris-tales, piezas de plata, y sorprendentes muebles de gran calidad y en abundante cantidad. Estos bienes de carácter sun-tuario, aunque también lo fueron de uso cotidiano, les permitieron vivir con lujo. Se trató de una actitud nueva que pronto pasó a ser una necesidad, es decir, una forma de representación y pertenencia de grupo, que produjo cambios notables en la con-cepción de la elegancia y el aprecio de los objetos de uso cotidiano como medio de ostentación.21 De los objetos encontrados en las residencias de esta élite novohispa-na, hubo una importante variedad en cuan-to a tamaños y procedencias se refi ere; los bienes lograron convivir —no importando su procedencia— al interior de los espa-

cios de las casas y formar parte de la vida cotidiana de sus dueños.

El mueble más importante del dormi-torio fue sin duda la cama, y aunque en el siglo XVI por lo general fueron austeras y no alcanzaron gran importancia,22 para el siglo XVII alcanzaron la suntuosidad necesaria para convertirse en un mue-ble de lujo extremo. Tener una cama de importancia signifi có erogar fuertes canti-dades de dinero. En general, la cama se componía de un riquísimo cielo de tela, a modo de dosel, y ostentosos cortinajes que cerraban el lecho; también contaba con piesera y cabecera a veces de made-ra torneada maque o bronce.23 La “ropa blanca” completaba el conjunto de la cama; las sábanas, las colchas, las so-brecamas, las almohadas, los rodapiés, los acericos, las colgaduras y los fl ecos, fueron ampliamente apreciados por los ricos novohispanos. Esto se vio refl ejado en los precios que alcanzaron, pues pue-de decirse que el valor de las telas que cubrían las camas superó por mucho el

20 Gustavo Curiel, “Ajuares domésticos. Los rituales de lo cotidiano”…, p. 81.21 Pilar Gonzalbo Aizpuru, “Ajuar doméstico y vida familiar”, en El arte y la vida cotidiana. XVI Coloquio Internacional de Historia del Arte, pp. 125-136.22 Era un armazón de cuatro postes planos unidos por bastidores a su vez cubiertos de telas, cortinas, rodapié, cabecera, dosel o cielo, goteras y sobrecama. Federico Gómez Orozco, op. cit., pp. 48-49.23 Gustavo Curiel y Antonio Rubial, op. cit., pp. 114-115 y 148-149.

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de la cama misma.24 La enorme cantidad de varas de telas de lujo extremo fue un símbolo social presente en todas las ca-mas de relevancia social.

Como ejemplo, se encuentran las dos espectaculares camas descritas en el inventario de bienes de Lope de Oso-rio, cuyo precio se desconoce pero por la descripción se supone que debieron haber costado una elevada suma de pe-sos. Dichas camas fueron de madera de granadillo, con cabeceras, sólo que la pri-mera tuvo un hermoso herraje dorado y la colgadura de tela era azul, con hilos de oro, hecha en China.La segunda, estuvo guarnecida de bronces sobredorados y la colgadura era de raso azul y oro, con seis cortinas, cielo y rodapiés, las cortinas fo-rradas de tafetán amarillo, con alamares y fl ecos de oro, y seda azul, con tres col-chones forrados de damasquillos de Chi-na.25 Por su parte; Antonio de la Mota y Portugal, tiene registrada en sus inventa-rios de bienes una cama con valor de 500 pesos —cantidad importantísima en esa época—, muy parecida a las que se des-

cribieron arriba, pero elaborada con telas, sábanas y cortinajes de Castilla.26 Véase cómo se usan indistintamente colgaduras de cama chinas y españolas. También las hubo más sencillas como las camas con telas de raso, u ormesí de China, con fl ecos de oro, y los catrecillos de maque de China, o de madera de tapincirán, con bronces embutidos de naranjo y lináloe, con valor de 14 pesos. Los primeros per-tenecieron a Álvaro de Lorenzana y los últimos catres a Juan Díaz de Posada.27

En las partes bajas de las camas, para mayor adorno, se disponían otros texti-les de gran riqueza como los rodapiés. Estaban confeccionados, por lo general, con sedas de China; rodeaban las patas de la cama y cubrían la parte baja. En las recámaras había también algunas cajas y baúles que sirvieron para el resguardo del vestuario personal. Los baúles y las cajas fueron muebles indispensables ya que, re-cuérdese, todavía no se habían inventado los roperos ni las cómodas. Otros objetos más, como tibores de cerámica o porcela-na con candados de hierro, resguardaban

24 Pilar Gonzalbo Aizpuru, “Ajuares domésticos y vida familiar”…, pp.128-129 y Gustavo Curiel, “Ajuares domésticos. Los rituales de lo cotidiano”…, p. 97.25 AGN, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645.26 AGN, Vínculos y Mayorazgos, vol. 265, exp. 4, 1628.27 AGN, Bienes Nacionales, vol. 1294, exp. 1, 1653, vol. 1505, exp. 19, 1699.

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los granos de cacao para preparar el cho-colate que se bebía a la menor provoca-ción. Tan codiciados granos se colocaban dentro de esos tibores y se guardaban bajo las camas para que la dueña de la casa tuviera el control; cada vez que se necesitaba hacer chocolate ella lo propor-cionaba a la cocina. Otros muebles que se mencionan raras veces en inventarios, fue-ron las mesillas de cama. Se cubrían con telas de seda, damascos o terciopelos, y hacían juego con la colcha. Se ocupaban para guardar bajo ellas, las bacinicas.28 Para el caso de los mercaderes, no se en-contró registro alguno de dichas mesillas. Hay menciones en la documentación que manejan dos taburetes dorados de China. De ellos se dice que eran viejos y estaban quebrados. Pertenecieron a Lorenzana.29 Aunque parece ser que estaban en la re-cámara, estos muebles eran más propios del estrado.

Llaman la atención, aunque pocos ejemplos se han conservado, las ante-puertas destinadas a los dormitorios, cuya función principal era decorar las

puertas de las habitaciones.30 Este tipo de piezas estuvieron en las residencias de los mercaderes Antonio de la Mota y Portugal y Lope de Osorio; las del primero fueron confeccionadas con tapiz de lana y seda de Bruselas; las del segundo, con damasco de China. Es de lamentar que no se hayan consignado los precios de ninguna de las antepuertas.31

Ya que se ha entrado al rubro de tex-tiles, cabe aquí mencionar la ropa de los mercaderes, pues si bien no fue parte del arreglo interior de los dormitorios, sí estuvo dentro de ellos, o en los llamados tocadores, espacios para vestirse y arreglar el cuerpo, contiguos a las recámaras. La vestimenta fue un fuerte aparato de representación utilizado por la élite novohispana para sus paseos, procesiones, fi estas públicas y privadas, o bien, para sus reuniones en el estrado. Por ambos lados del mar llegaron a la Nueva España los productos que me-jor simbolizaron la prosperidad de la élite del virreinato y es que fue por medio de su indumentaria que el hombre novohispano comunicó su posición de clase y gusto.32

28 Pilar Gonzalbo Aizpuru, “Ajuar doméstico y vida familiar” en…, pp. 125-137.29 AGN, Bienes Nacionales, vol. 1294, exp. 1, 1653. 30 Gustavo Curiel y Antonio Rubial, op. cit., p. 148.31 AGN, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645; Vínculos y Mayorazgos, vol. 265, exp. 4, 1628.32 José Lameiras Olvera, “Ser y vestir. Tangibilidades y representaciones de la indumentaria en el pasado colonial mexicano”, en Rafael Diego Fernández Sotelo (editor), Herencia española en la cultura material

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Vestidos, ropones, jubones, sayas, cal-zones, medias y polleras fueron parte de la vestimenta de hombres y mujeres. Pre-dominan menciones a los colores negro, verde, azul, blanco, colorado y amarillo; en menor medida los documentos registran: morado, rosado, carmesí y naranja.33 Las prendas de vestir fueron aderezadas con hilos de seda, oro y plata, botones de lujo y otros aditamentos metálicos. Pese a que durante el reinado de Felipe II y hasta Fe-lipe IV (1621) se utilizó la gorguera como parte del traje masculino, no se encontró

ninguna mención a esta prenda en los inventarios de bienes de los mercaderes. Tampoco se encontraron golillas pero sí valonas.34 Éste es el término usado para ese adorno del cuello en esta época. Tam-bién se inventariaron jubones, ropillas, fe-rreruelos y calzones, es decir, los comple-mentos básicos del traje típico masculino,35 el cual se hizo rígido y estrecho al recortar el cuerpo en las ajustadas calzas que lle-gaban hasta medio muslo y obligaban al usuario a adoptar una actitud afectada, donde el cuerpo carecía de movilidad.36

de las regiones de México, pp. 213 y 348.33 Tomado de los inventarios de bienes revisados.34 Seis valonas pertenecientes al mercader Lope de Osorio, llanas y elaboradas con lienzo inzón de China. AGN, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645.35 James Laver, Breve historia del traje y la moda, 2ª ed., Madrid, Cátedra, 1989, pp. 324-327.36 Abelardo Carrillo Gariel, El traje en la Nueva España, p. 118.

Los mexicanos pintados por ellos mismos. Tipos y costumbres nacionales, pp. 147 y 171.

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Para el caso de la indumentaria fe-menina, el traje se formó por el cuerpo37 y las sayas. Las faldas o sayas —como también las llamaban— eran utilizadas en forma doble, es decir, una sobrefalda recogida hacia arriba y otra en la parte de abajo. Para el segundo cuarto del siglo XVII, la moda femenina cambió y comen-zaron a utilizarse escotes. Las sayas ad-quirieron dimensiones enormes debido al uso de los famosos guardainfantes. Las largas cinturas en punta se hicieron más estrechas y la silueta femenina se hizo cada vez más rígida.38 Las telas utiliza-das para la confección de estas piezas fueron principalmente sedas, encajes, brocados, tafetanes, inzón, rasos, cha-melotes, chaúles, terciopelos, tafetanes, lamas, teletones, capicholas. Aparece una mención a una tela columbina, térmi-no que debe referirse al color de la tela inventariada, es decir blanca, o de color de paloma.

Estos trajes fueron aderezados con

otras prendas y adornos como zapatos con hebillas, sombreros y multitud de jo-yas. Para el siglo XVII, los zapatos de los hombres eran adornados con enormes ro-setones hechos con lazos, encajes y lente-juelas; también utilizaron las botas.39 Los de las mujeres generalmente estaban afo-rrados de tafetán y fueron cosidos con hilo de oro y seda, con una sola oreja, y con varillas de plata sobre las suelas; se ata-ban con botones de piedras preciosas.40

Los sombreros, por su parte, fueron los de tipo francés con ala ancha y copa más corta.41 No obstante, en los docu-mentos sólo se encontró un “sombrero blanco mexicano” perteneciente al mer-cader Luis Vázquez Medina.42 Los precios de la indumentaria novohispana fueron en general altos. Un vestido oscilaba entre los 100 y los 350 pesos, dependiendo del material con el que estuviera confeccio-nado; mientras que las medias de seda iban desde los dos tomines hasta los tres pesos.

37 Conocido también como corpiño a veces tenía un escote extravagante y una decoración de encaje y cintas de seda por delante. El encaje estaba con frecuencia cubierto con una “pieza” p “pechera”. Las mangas eran amplias, podían ir con bandas y se hinchaban con relleno. James Lover, op. cit., p.109.38 Ibidem, pp. 109, 114-115 y 327.39 James Lover, op. cit., pp. 108-109.40 Virginia Armella de Aspe (et. al.), La historia de México a través de su indumentaria, p. 57.41 James Lover, op. cit., p. 126.42 AGN, Tierras, vol. 108, exp. 2, 1644.

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A la indumentaria utilizada en la Nueva España se agregaron, además, elementos locales y de Asia, de tal modo encontramos en los inventarios de bie-nes hupiles, rebozos y quesquémiles con adornos que proceden del mundo indíge-na. Hay también menciones a quimonos.

Todas estas piezas fueron adaptadas al tipo de vestimenta novohispana. Fueron confeccionadas con ricas telas, como la seda y el brocado, y utilizadas de forma diferente a su uso original. Por ejemplo, el huipil fue utilizado por las señoras novohispanas como blusa; se ceñía a la cintura.43 Los precios de los huipiles van desde los 15 hasta los 50 pesos. Los quesquémiles aparecen valuados en 12 pesos, y un ropón de sangley registra un valor de 15 pesos. Sobre los precios de los quimonos no hay registro en los inven-tarios revisados. Muchas de las prendas tradicionales de “la tierra”, como los hui-piles y los quesquémiles, fueron prendas mestizas adaptadas al gusto occidental. Se llenaron de encajes europeos, de la-zos y rosas de sedas asiáticas.

Incluso las indígenas nobles, o sea

las hijas de caciques, modifi caron los hui-piles. Tal es el caso de la noble doña Jua-na María Chimalpopoca, cuyo retrato se conserva en el Museo Nacional de Histo-ria (Castillo de Chapultepec) o el de doña Sebastiana Ynés Josefa de San Agustín del Museo Franz Mayer de la ciudad de México. En ambos casos las prendas in-dígenas fueron modifi cadas con aumen-tos de lujo para adecuarlas a su gusto occidental.

Continuando con los dormitorios, algo que no podía faltar en estos espacios era el biombo de cama. Destinados a aislar los lechos de las indiscretas miradas de sirvientes y visitas, estos muebles fueron colocados a los pies de las camas, que debido al uso de enormes doseles o cie-los resultaron muy altas, lo que provocó que se elevara la altura de dichos biom-bos.44 Ejemplos de estos artefactos, son los biombos inventariados dentro de los bienes de Lope de Osorio y la marquesa de San Jorge, cuya altura osciló entre las dos y tres varas de alto. El de Lope fue de ocho lienzos (hojas) con las Virtudes y Sentidos pintados por ambos lados del

43 A diferencia de las indígenas que los usaban como vestidos. Véase el cuadro de castas, en Gustavo Curiel y Antonio Rubial, op. cit., p. 122.44 Gustavo Curiel, “Los biombos novohispanos: escenografías de poder y transculturación en el ámbito doméstico”…, pp. 19-20.

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mueble. Los de la marquesa de San Jor-ge, fueron de diez, doce y ocho tablas, pero no se menciona cuáles fueron los te-mas que se representaron en sus hojas. Sus precios oscilaron entre los 50 y los 120 pesos.45 Llama pues, la atención el tema de los biombos de Lope. Virtudes y Sentidos en forma alegórica debieron ha-ber transmitido mensajes moralizantes; en este sentido cabe preguntarse si sería en realidad un biombo de estrado o uno de cama, pues el tema es más bien recu-rrente en los destinados al estrado.

Como ya se mencionó, el oratorio formó parte importante de las residen-cias de los ricos novohispanos y para los mercaderes no fue la excepción. Cabe señalar que no todos gozaron de este espacio dentro de sus casas. Los bie-nes encontrados en los oratorios fueron principalmente retablos pequeños, mesas para el altar, manteles, palias, espejos, vinajeras, salvas, campanillas, cálices y palabreros, entre otras cosas.46 Uno de los oratorios más impresionantes de la Nueva España del siglo XVII fue el de la marque-

sa de San Jorge. En él se encontró un colateral de madera dorado con más de tres varas de alto. El retablo albergaba un crucifi jo de madera de Michoacán en su cruz, de tres cuartas; una hechura de Nuestra Señora de la Asunción de vara con su palma, corona de plata, garganti-lla y pulseras de perlas menudas con su vidriera; un niño Jesús de una tercia de alto, con su peana de tapincirán, y cuatro láminas quebradas, junto con otras cuatro más pequeñas redondas. Esta magnífi ca pieza fue valuada en 525 pesos; junto con ella se inventariaron tres ornamentos de lama47 de la tierra y brocado de China, dos albas, un amito y “todo lo necesario para celebrar misa”, cuyo valor alcanzó los 155 pesos.48

Para el caso del salón del dosel, los complementos fueron la tarima donde se colocaba la silla o trono, cubierta por una alfombra de calidad y un cojín para los pies, que se situaba frente al trono. Símbolos inconfundibles de este espacio fueron los lienzos con la fi gura del mo-narca en turno. En algunas ocasiones

45 AGN, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645; Vínculos y Mayorazgos, vol. 170, 1695.46 Gustavo Curiel, “Ajuares domésticos. Los rituales de lo cotidiano”…, pp. 93-94 y 10147 Tela de oro o plata en que los hilos de estos metales forman el tejido. Véase el glosario.48 Gustavo Curiel, “El efímero caudal de una joven noble…”, op. cit. y AGN, Vínculos y Mayorazgos, vol. 170, 1695.

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aparecen en los inventarios lienzos con la imagen de virreyes y sus esposas, que sin duda también fueron colocados en es-tos espacios. Las paredes, al igual que en los oratorios, se forraban de cordobanes, es decir, cueros repujados y dorados y pintados, o con telas de gran riqueza o papeles de China.49

Para cerrar este apartado se hablará del espacio que albergó mayor riqueza al interior de las casas de la Nueva Espa-ña, es decir el estrado. Ataviado por los muebles y telas más ricas y costosas, dicho espacio se decoró con alfombras y cojines. Con frecuencia había también taburetes y escabeles. Completaban el adorno de este espacio, los bufetillos, escritorios y biombos de estrado.50 Ejem-plos del menaje de este espacio, los en-contramos en los inventarios de bienes de los mercaderes que aquí se analizan. Respecto a las alfombras, los inventarios de Antonio de la Mota y Portugal y la marquesa de San Jorge, muestran cómo esta pieza era preferentemente asiática, específi camente turquesca, morisca, o

de la China. Los precios de las alfombras fueron aproximadamente de 635 pesos.51 En cuanto a precios, recuerde el lector los 500 pesos empleados en una cama de lujo, ya descrita, para poder darse una idea del valor económico de los bienes de carácter suntuario.

Además de las alfombras, los pisos de los estrados se encontraron adereza-dos con tapetes como los de Álvaro de Lorenzana y Lope de Osorio, hechos con brocatel de Italia. También se cita otro tapete, de Japón, bordado de seda de colores y aforrado en chaul amarillo. Estas magnífi cas piezas alcanzaron los 50 pesos en los inventarios. Llama la atención la estera de estrado, de España, que se inventarió en los bienes de Lope de Osorio.52

Para los asientos de las señoras, los estrados fueron provistos de enormes co-jines hechos con ricas telas de diversas procedencias. Dentro de los bienes de los mercaderes se encontraron cojines de brocatel de la tierra, damasco de Granada y otros bordados de oro y plata, de China.

49 Ibidem, pp. 92-93.50 Pilar Gonzalbo, “Ajuar doméstico y vida familiar”…, pp. 128 y 130.51 AGN, Vínculos y Mayorazgos, vol. 265, exp. 4, 1628; vol. 170, 1695.52 AGN, Bienes Nacionales, vol. 1294, exp. 1, 1653; Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645.

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Sus precios oscilaron entre los 3 y los 22 pesos, aproximadamente. Los más caros, provenían de Asia.53 Además de estos co-jines, fueron los paños y las servilletas los textiles que ocuparon un lugar preponde-rante en el protocolo que se siguió en el estrado. Los hubo de distintos usos: pa-ños de manos, de chocolate, de narices, de rodillas, entre otros. Su manufactura también fue diversa; fueron confecciona-dos con seda, liencesillo y algodón; sus adornos eran las puntas de hilo de pita y los deshilados. Sus precios llegaron a alcanzar hasta los 30 pesos.54

Respecto a los muebles, en los estra-dos estuvieron los más ricos en materia-les y su precio se elevó considerablemen-te. Abundaron los escritorios de madera de La Habana; de la sierra; con incrus-taciones de marfi l y concha; y de maque. Algunos fueron cubiertos con ricas telas como el terciopelo carmesí. Sus precios, según sus materiales, tamaño y antigüe-dad, fueron desde los 15 pesos hasta los

120. Los escaparates fueron las “cáma-ras de maravillas” de los miembros de la élite novohispana. Eran muebles muy lujosos de fi nas maderas como el ébano y otros materiales, como el marfi l. Tuvie-ron vidrieras traslúcidas; allí se exhibían las piezas de carácter preciosista, obje-tos raros y juguetes. Los hubo con plata, piezas de porcelana o vidrios de Venecia, cocos chocolateros y pequeñas piezas de oro y plata.55 En el inventario de bienes de la marquesa de San Jorge se regis-traron tres muebles de este tipo; todos albergaron curiosas piezas de porcelana, vidrios de Venecia, alhajas de oro y plata, tecomates y diamantes. El precio que se les dio a dichos muebles fue de 450, 120 y 75 pesos respectivamente.56

Falta mencionar el mueble más im-portante de este espacio, es decir, el biombo de estrado. También conocidos como rodaestrados, rodastrados, arrima-dores o arrimadores de estrado, estos muebles de origen asiático se convirtie-

53 AGN, Bienes Nacionales, vol. 1294, exp. 1, 1653; Tierras, vol. 108, exp. 2, 1644; Vínculos y Mayorazgos, vol. 170, 1695.54 AGN, Bienes Nacionales, vol. 1294, exp. 1, 1653; Real Fisco de la Inquisición, vol. 13, exp. 1, 1644; Tierras, vol. 1256 y 1257, exp. 1, 1695; vol.3371, exp. 1, 1645; Vínculos y Mayorazgos, vol. 170, 1695.55 Véase la descripción que hace de los escaparates Gustavo Curiel, “Ajuares domésticos. Los rituales de lo cotidiano”…, op. cit., p. 89. 56 AGN, Vínculos y Mayorazgos, vol. 170, 1695.

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ron en la escenografía de tan importante espacio.57 Fueron tan signifi cativos que en los inventarios de bienes de los merca-deres Juan Díaz de Posada, Dámaso Sal-dívar, Álvaro de Lorenzana y la marquesa de San Jorge se registran varios de estos muebles que llegaron a tener de ocho a veintidós tablas y una altura de entre vara y media hasta tres varas. Sobre este mueble, sus materiales y los temas que se pintaron en sus hojas, se profundizará en el siguiente apartado.

EL MENAJE ASIÁTICO DE CASA

Como ya se mencionó, los objetos asiáti-cos son los que con mayor frecuencia se encuentran referidos en los inventarios de bienes de los 11 mercaderes encontrados en la documentación. Los hay, desde las sedas que abundaron durante todo el periodo virreinal, hasta los biombos, al-fombras y tibores de porcelana traídos de China y del Japón. También estuvieron presentes las piezas de uso cotidiano, como las lacas, cojines, ropa y vajillas de

loza de China, es decir de porcelana. Respecto a las telas, se debe des-

tacar que se importaron en enormes cantidades. Las que llegaron a la Nueva España fueron de diferentes tipos y diver-sas calidades. La que más abundó fue la seda, ya haya sido cruda, torcida de pri-mera, segunda y tercera calidad. Ésta era destinada para la confección de piezas de la cama, el dosel o la ropa de los señores. Otras telas como el damasco de seda, el terciopelo de seda, la saya, la sinabafa, los buratillos, etcétera, ingresaron a la Nueva España por el comercio con Manila. El hilo de oro de China también ocupó un lugar importante para la confección de piezas de ropa en los menajes novohispanos.58

El galeón de Manila transportó a la Nueva España todo tipo de sedas. A su vez, al Parián de Manila llegaban desde distintos puntos de Asia, como Japón y Siam, seda labrada en rasos, damascos negros y de colores y brocateles.59 Lo mismo que algodones de la India.

Para el caso de los mercaderes, la adquisición de estas materias primas,

57 Gustavo Curiel, “Los biombos novohispanos: escenografías de poder y transculturación en el ámbito doméstico”…, p.19.58 Virginia Armella de Aspe, “Artes asiáticas y novohispanas”, en Fernando Benítez (et al.), El Galeón del Pacífico. Acapulco-Manila. 1565-1815, p. 223.59 Ibidem, p. 225.

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no fue la excepción. Abundan en sus in-ventarios de bienes enormes cantidades de telas traídas de Asia, destinadas a la confección de ropa y piezas de tela que adornaron los espacios interiores de sus residencias, o bien se destinaron a la venta local y externa. En los inventarios que se estudian se encuentran registra-das principalmente piezas de damasco de seda. Esta rica tela de seda se obtuvo dando relieve a los lienzos en el telar para obtener el diseño deseado en diversas texturas de un mismo color.60

Además del damasco, otros tipos de sedas fueron preferidas por los merca-deres de la ciudad de México; entre ellas estuvo la seda torcida, el tafetán, el ter-ciopelo, el raso de China, el chaúl y las pasamanerías de oro y seda.61 En menor medida se mencionan en los inventarios

60 Virginia Armella de Aspe, “Artes asiáticas y novohispanas”…, p. 225.61 El tafetán denominado también sencillo, doble o doblete era de un tupido tejido y bastante requerido para el traje de recepción. El terciopelo se obtuvo de la unión de tres pelos o clases de seda que dieron como resultado una tela velluda cuyo uso fue mayor a principios del siglo XVII. El raso de China fue una de las telas más finas y de variados colores cuyo uso fue preferido para las fiestas oficiales. Virginia Armella Aspe, “Artes asiáticas y novohispanas”… pp. 225-228. Benítez José R., El traje y el adorno en México. 1500-1910, pp.130 y 134.62 La capichola era un tipo de seda importada de China muy semejante al burato cuya utilización fue mayor a partir de 1700 para el adorno del vestido. La seda floja servía para bordar. Los brocados com-binan varias texturas de sedas y colores durante el procedimiento textil. José Lameiras Olvera, “Ser y vestir. Tangibilidades y representaciones de la indumentaria en el pasado colonial mexicano”, en Rafael Diego Fernández, op. cit., p. 299; Benítez, El traje y el adorno en México...; Virginia Armella Aspe, “Artes asiáticas y novohispanas”…, pp. 225-226.63 Ver apéndice “telas sin manufactura”.

de bienes telilla de Japón, damasquillo, tabi, seda fl oja, capichola, elefante y bro-cado.62 Finalmente, en dicha documen-tación se hacen referencias aisladas a la sinabafa, mantellina de la India, seda cruda, fl eco de oro y seda, hilo de oro, listones, bocadillos, holandillas, rengue, espumilla, saya, seda fi na, lampacillo, chorreado, rato, gasas y mitán.63 El mitán de la India fue también muy comerciado.

Un último comentario respecto a la palabra tabi. A decir de Gustavo Curiel el nombre de esta tela procede de la población yucateca de tabi. Es muy po-sible, señala este autor, que en un inicio se haya tratado de una tela de algodón (por la cercanía de esa población con Campeche, donde se cultivó el algodón en forma extensiva), teñida con el palo de Campeche. Como sucedió con muchas

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telas, la palabra de origen se volvió gené-rica (ruán, morlés, bretaña, etcétera). Es posible, por lo anterior, que ésta sea la

Gráfica 1. Telas que se exportaron de Asia a la Nueva España según los inventarios de los mercaderes del Consulado de la ciudad de México

64 Comunicación personal de Gustavo Curiel (febrero de 2007).

explicación de la presencia en inventarios de tabi asiático.64 También por ello se usa con minúscula.

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65 AGN, Bienes Nacionales, vol. 1294, exp. 1, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645, Vínculos y Mayorazgos, vol. 265, exp. 4, 1628.66 Véase la gráfica 1.67 Gustavo Curiel, “Los biombos novohispanos: escenografías de poder y transculturación en el ámbito doméstico”…, p. 84.

Respecto a las manufacturas confec-cionadas con estas telas, diversos tipos de piezas fueron elaboradas para el ajuar do-méstico de los mercaderes y sus prendas de vestir. La ropa blanca o de cama, por ejemplo, fueron las almohadas, sábanas, sobrecamas, cobijas, mantas, cortinas, cielos, rodapiés y colgaduras de cama. Abundaron las confecciones con damasco, oro y seda, raso, inzón, seda con matices, rengue y ormesí; en colores: azul, amarillo, verde, oro, carmesí, plata, morado, blanco o de colores. Llaman la atención las cinco colchas de la India pertenecientes, tres a Antonio de la Mota Portugal, una a Lope de Osorio y otra a Álvaro de Lorenzana; todas bordadas y sólo una con precio de 20 pesos. Como se verá en el desarrollo de este apartado, dicha región tuvo una importante presencia en los menajes de casa de los comerciantes.65

Los textiles para elaborar todas estas manufacturas fueron traídos de diversos lugares del mundo conocido. En el caso de las telas de Asia, abundaron los da-mascos y las sedas de todas calidades.

En contraposición, las gasas fueron los textiles que llegaron en menor cantidad a la Nueva España. En la documentación utilizada para esta tesis, destacan las menciones de telas como el elefante, la mantellina de la India, la sinabafa, entre otras.66

Las ricas telas de seda de Asia se usaron para confeccionar la llamada cin-ta, es decir, el baldaquino del estrado que resguardaba al Cristo, la escultura más importante de la casa. Por otra parte, los cojines, paños de rodillas y servilletas que fueron destinados al estrado para que se sentaran las señoras en los prime-ros y para colocarse sobre las piernas al momento de beber chocolate los segun-dos, también fueron confeccionados con sedas. Se bordaron con costosos hilos de oro, seda y plata, traídos de Asia, aun-que también los hubo de Europa o de la tierra. Como si esto no hubiese sido lujo sufi ciente, este espacio se recubrió ade-más con una “colgadura de estrado” a manera de gran dosel, siempre elaborado con ricas telas de importación.67 Sobre los

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cojines para el estrado, destacan los que tuvo la marquesa de San Jorge, bordados de oro y plata, cuyo valor fue de 550 pe-sos por 24 cojines de China.68 Respecto a los paños de manos, de beber chocolate, de narices o servilletas para el estrado, abundaron las elaboradas con seda y liencesillo de China, algunos con puntas de hilo o hilo de pita.

Las alfombras tuvieron un papel de gran relevancia al interior de las casas de los comerciantes. Las de mejor calidad, sin duda, estuvieron destinadas al es-trado; muchas de ellas fueron traídas de Asia. Las más caras fueron las de seda china por el colorido y la riqueza; también se cuentan entre éstas las turquescas que procedían de Turquía y las cairinas que, aunque españolas, reproducían el nudo egipcio de Fostat (el Cairo).69 So-bre estas piezas se encontraron registros de las alfombras de Antonio de la Mota y Portugal, una turquesca y una morisca, de siete y nueve varas de largo, y tres de la marquesa de San Jorge, procedentes de China, cuyo precio se calculó en 633 pesos cada una.70

Los bienes de uso personal de los comerciantes y sus familias fueron prin-cipalmente: calzones, jubones, sayas, camisas, vestidos, abanicos y medias. La mayor parte de los abanicos procedían de China. La ropa también llegó en el Ga-león de Manila. Abundaron, sin duda, las medias de seda de todos colores, para hombres, mujeres y niños. Estas piezas destinadas al adorno personal se carac-terizaron por estar confeccionadas con las más bellas y costosas telas traídas de Asia. Destacan las de damasco azul, raso negro, hilo de oro y plata, entre otros. Los vestidos más costosos manufacturados con materiales de Asia fueron los encon-trados en los inventarios de bienes de la hija de José Retes y Dámaso Saldívar; sus precios fueron de 350, y 80 pesos para el segundo. El primero fue hecho de raso azul y bordado de oro y plata. El segundo vestido fue hecho de raso y guarnecido con encajes negros, todo de China. Hubo además, dos vestidos negros, uno hecho con teletón de China y aforrado en broca-do, con franjas plata y oro fi no.71

Muebles, porcelanas, lacas y joyas

68 AGN, Vínculos y Mayorazgos, vol. 170, 1695.69 Ibidem, p. 82.70 AGN, Vínculos y Mayorazgos, vol. 265, exp. 4, 1628; vol. 170, 1695.71 AGN, Tierras, vol. 1256, exp. 1, 1695; Vínculos y Mayorazgos, vol. 170, 1695.

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procedentes de Asia hicieron su aparición en las casas de potentados de la Nueva España. Los muebles, por su parte, eran arcones y cajones; también hubo cajone-ras con puertas y cajones internos, mesas, bufetes, bufetillos, armarios y toda clase de cajas. Los muebles que abundaron sin duda fueron los escritorios que, más que para escribir, estaban destinados al adorno de los espacios al interior de las mansiones, pues revestían de prestigio social a los poseedores.

En los inventarios de bienes de los mercaderes, no se encontraron arco-nes, aunque sí cajoneras y cajas. Estas últimas abundan por la utilidad de guar-dar allí bienes y mercancías. Destacan, dentro de las cajas, las llamadas cajas marineras del mercader Lope de Osorio, cuyas medidas fueron de tres a cinco pal-mos y medio. Estaban destinadas a guar-dar otras cajas u otros objetos.72

Sobre estas cajas y escritorios los hubo de altos precios, aderezados con materiales como el marfi l, embutidos de concha nácar, carey y plata, elaborados

con maderas de las más altas calidades como la narra, el cedro y el ébano. Aun-que la generalidad era que los muebles de madera que llegaban a la Nueva España procediesen de La Habana, hubo escrito-rios de importación procedentes de Mani-la como los que aparecen registrados en el inventario de bienes de la marquesa de San Jorge. Éstos procedían de la China, elaborados con la técnica maki-e y ma-dera de tapincirán.73 De estos muebles, también destacan los dos escritorios per-tenecientes a Dámaso Saldívar, ambos embutidos de concha nácar, cuyo precio fue de 60 pesos cada uno.74 Otros escri-torios cuyo precio se desconoce, por no estar consignado en los inventarios, fue-ron los de Álvaro de Lorenzana. Se trata de dos ricas piezas embutidas de marfi l y metidas en cajones de cedro con llave; uno con una escribanía colorada “que pareció de China” y el otro con escriba-nía encima embutida también en marfi l.75 También se cita un escritorio nuevo, del Japón, perteneciente al mercader Lope de Osorio.76

72 AGN, Tierras, vol. 3371, Exp. 1, 1645.73 Gustavo Curiel, “El efímero caudal de una joven noble…”, op. cit., pp. 81 y 84. El maki-e es la técnica de laqueado o maque oriental. El término es japonés.74 AGN, Tierras, vol. 1257, exp. 1, 1695.75 AGN, Bienes Nacionales, vol. 1294, exp. 1, 1653.76 AGN, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645.

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Además de los escritorios, otros mue-bles asiáticas que se encontraron en el interior de las casas del virreinato fueron las papeleras, bufetes (mesas), bufetillos, contadores y escribanías, todos estos muebles están relacionados con la escri-tura. Para complementar el repertorio en torno a los muebles, se agregaron al me-naje novohispano los escaparates, algu-nos con puertas de alambre. Fueron con-feccionados con ébano o marfi l y vidrieras traslucidas.77 Se agregaron a este reper-torio los baúles, armarios, cajones de ma-dera y nichos para el oratorio. También se registraron camas y catres de maque, así como sillas de brocatel de China.

Catalogados también como muebles, se encontraron descritos baulitos, co-fres y cajas de China. Tenían diversas funciones aunque comúnmente eran uti-lizados como joyeros o cajas de rapé, o bien servían para guardar el cacao para el chocolate, la ropa y los complementos del rico vestuario, dependiendo del tama-ño de estos muebles. En su manufactura, las telas de más alta calidad, así como la laca asiática, embutidos de marfi l, hueso

y concha, fueron los materiales que ade-rezaron estos objetos.78

Finalmente, los biombos fueron mue-bles que hicieron una importante aporta-ción al menaje de las residencias novo-hispanas, al permitir subdividir a capricho los espacios de las habitaciones. Cabe señalar que fueron catalogados dentro del rubro de los lienzos y las láminas de pintura en los inventarios de bienes. De una complejidad extrema, se sabe que los primeros biombos que llegaron a Oc-cidente, procedentes del Japón, (Cipan-go) fueron regalos al rey Felipe II, quien los puso de moda en las cortes europeas, a partir de 1585.79

A Nueva España debieron haber lle-gado con la apertura de la ruta comercial en el Pacífi co en las últimas décadas del siglo XVI. No obstante, resulta difícil pre-cisar las fechas concretas del arribo de los biombos a la Nueva España. El pri-mer dato lo proporciona Rodrigo Vivero de Velasco —gobernador saliente de Filipinas en 1608— quien al dejar Manila para trasladarse a Acapulco naufragó. La nave en la que viajaba se hizo pedazos

77 Curiel, “Ajuares domésticos. Los rituales de lo cotidiano”…, pp. 86-89.78 Ibidem.79 Gustavo Curiel, “Los biombos novohispanos: escenografías de poder y transculturación en el ámbito doméstico”…, p. 10.

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en las costas del Japón, con un saldo de 56 ahogados. Don Rodrigo de Vivero fue auxiliado por los nativos de aquellas cos-tas y llevado ante el shogun Ieyasú, quien no sólo le proporcionó una nave que le permitió regresar a la Nueva España —el galeón llamado Buenaventura, hecho por el inglés William Adams— sino que tam-bién lo hizo acompañarse por 24 japone-ses en 1610.80

Este fortuito accidente ocasionó que el virrey en ese entonces, Luis de Velasco hijo, organizara una expedición, en 1612, que le llevara obsequios a Ieyasú, a la vez que le invitara a iniciar el comercio con Nueva España desde Manila o Nagasaki y le solicitara la entrada de misioneros ca-tólicos en su territorio. Como respuesta, el shogun envió al virrey varios regalos entre los cuales venían cinco cajas de biombos dorados de maque.81

Para el siglo XVII, a estos muebles se les añadieron zancos con los cuales alcanzaron mayor altura. En cuanto a los materiales, existieron tres tipos, los

antiguos, que unían las hojas por medio de tiras de cuero y cortaban el desarrollo integral de las escenas representadas en ellos; los coreanos, que solucionaron este problema, al sujetar sus hojas con tiras de tela o de seda y los destinados a occiden-te, que se unieron con machiembrados de metal (adaptación de las bisagras de papel coreanas). Sobre estos últimos los hubo de pintura sobre lienzo, a imitación del maque asiático y de tela.82

Las técnicas que se utilizaron a la par con estos materiales, también fueron de tres tipos; la togidashi-e (laca asiática), la hiramaki-e, que recubría al biombo de laca con oro y la takamaki-e, que utilizaba laca con plata.83 En cuanto a los temas, al principio se pintaron en las hojas de estos objetos representaciones de paisajes de Asia y mapas de esas regiones (como el que le regalaron a Felipe II que contenía un mapa de Japón).84 Para el siglo XVII en aquellos destinados a la Nueva España, se comenzaron a representar temas de carácter occidental como escenas de his-

80 José Kouichi Oizumi Akasaka, Intercambio comercial-diplomático entre el Japón y la Nueva España, México, Letras, 1971, p. 26.81 Gustavo Curiel, “Los biombos novohispanos…”, op. cit., p. 13-18 y Virginia Armella de Aspe, “Artes asiáticas y novohispanas”…, pp. 219-220.82 Curiel, “Los biombos novohispanos: escenografías de poder…”, op. cit., pp. 12 y 19.83 Idem.84 Ibidem, pp. 10-11.

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toria, literatura, mitología, mapas, vistas urbanas, vida cotidiana, protocolo de la vida de la élite (como el biombo con es-cenas de montería citado en la lista del artículo de Gustavo Curiel y fechado en 1679), enseñanzas morales, escenas ga-lantes, tiempos del año, etcétera.85

Finalmente, además de usarse para subdividir espacios a voluntad, los biom-bos fueron utilizados para mostrar la modernidad y cultura de sus propietarios mediante los temas pintados en sus ho-jas. Servían para proporcionar privacidad en las recámaras; también como esce-nografías en los estrados o para ocultar a los músicos y los instrumentos en los banquetes. Los biombos de cama eran colocados a los pies de la misma, pues al ser de gran altura, aislaban el lecho de los criados o visitantes, con lo cual, pro-porcionaban un espacio de intimidad, tal vez el único, para el propietario de la resi-dencia. Estos muebles evitaron la mirada de los curiosos invitados en las reuniones de la señora de la casa.86

El biombo más antiguo encontrado en los inventarios de bienes de los mercade-

res de la ciudad de México data de 1645 y perteneció a Lope de Osorio. Es una pieza muy importante pues no procede de China. Es un “beobo de la tierra, nuevo, de ocho lienzos con las Virtudes y Sentidos pinta-das en él; de dos varas poco más, pintado por ambas partes, metido dentro de un cajón”.87 Por desgracia el precio no viene en el inventario. Este biombo destaca tan-to por su antigüedad como por la temática que se encuentra en sus hojas. Es posible que se haya tratado de un Espejo de virtu-des y una alegoría de los Cinco Sentidos. Tampoco se tenía noticia de un biombo fabricado en la Nueva España anterior a 1652; sobre esto se hablará ampliamente en el tercer apartado. Posteriores a este mueble están los tres biombos pertene-cientes a Álvaro de Lorenzana, estos sí de China; el primero de estrado con ocho tablas, y los otros dos, que son más bien medios biombos fueron “de cuatro tablas, con los remates dorados y en medio unas tarjas y jeroglífi cos de varios colores”. El que hayan incluido “jeroglífi cos” indica que tenían escenas con emblemas.88 El pre-cio al que se avaluaron estos dos últimos

85 Ibidem, pp. 20-21 y 24. 86 Ibidem, p.19.87 AGN, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645.

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biombos fue de 250 pesos.89 También la hija de José Retes tuvo este tipo de mue-bles en su casa. En total se encontraron entre sus bienes tres biombos, uno de ma-que de doce tablas en 120 pesos; dos de lienzo de diez y ocho tablas en 50 pesos cada uno, todos de China; y un arrimador, también de maque en 115 pesos.90

El tema de los Cinco sentidos fue uno de los favoritos de los novohispanos; es

por ello que en muchas ocasiones esta alegoría sensorial se haya representada en las hojas de los biombos de lienzo. Este tema estuvo de moda en la pintura fl amenca del siglo XVI, de donde se di-fundió al resto de Europa, de allí pasó a la Nueva España. Ahora bien, en cuanto al tema de las Virtudes en el biombo del comerciante Lope de Osorio, es posible que se halla tratado, como ya se dijo, de

88 Véase el trabajo coordinado por Jaime Cuadriello, Juego de ingenio y agudeza. La pintura emblemática de la Nueva España, México. En particular el artículo de este autor “Los jeroglíficos de la Nueva España”, pp. 84-113.89 AGN, Bienes Nacionales, vol. 1294, exp. 1, 1653.90 AGN, Vínculos y Mayorazgos, vol. 170, 1695.

Carmen Aguilera, El mueble mexicano. Historia, evolución e influencias, pp. 124-125.

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un Espejo de virtudes, o de una escena alegórica que incluyera las siete virtudes teologales: prudencia, justicia, fortaleza, templanza, fe, esperanza y caridad.91 Este tema, a diferencia del de los Cinco Sentidos, resulta poco común en la épo-ca. Es posible que, como muchas otras imágenes alegóricas, la iconografía de este biombo haya tenido una función edu-cadora y moralizante para aquellos ante quienes estuvo expuesto, sea el mismo Lope de Osorio, los miembros de su fami-lia o los invitados a su residencia.

Por su parte, Dámaso Saldivar pose-yó uno de estos bimbos de lienzo pintado de ocho tablas, cuyo tema fue, de un lado, el de los Cinco sentidos, y del otro el de las Cuatro estaciones del año. Su precio fue de 30 pesos. Además de éste, tuvo entre sus pertenencias, un rodaestrado de 6 tablas, de una vara de alto, que fue tazado en 30 pesos. También, fue dueño de otro biombo de maque de China, de vara y media, con 22 tablas, con precio de 70 pesos.92 Por su parte, el comerciante Juan Díaz de Posada poseyó un biombo y un rodaestrado de 30 y 12 pesos res-

pectivamente, cuyas descripciones arro-jan poca información.93 Por otro lado, del análisis de estas piezas, se obtiene que los biombos de maque alcanzaron mayo-res precios en comparación con los ela-borados con lienzos de pintura.

Las joyas fueron otro fenómeno im-portante en el lujo y la apariencia de los mercaderes de la ciudad de México. Se trata de joyas hechas con oro de China. Al virreinato llegaron anillos, zarcillos y cadenas, algunas veces como ternos, otras joyas por separado, que se unieron con piedras preciosas como los rubíes, las perlas y los diamantes para formar impactantes adornos, tanto por el alto precio que alcanzaron, como por el refi -namiento. También llegaron joyas realiza-das en tumbaga, es decir una aleación de oro, plata y cobre que se utilizó en anillos y cadenas.94 Dichas joyas fueron utiliza-das para complementar el vestuario de los hombres y las mujeres del virreinato. El oro fue utilizado para gargantillas como la que poseyó Teresa Retes, de granates, con 26 extremos de oro de China cuyo precio alcanzó los 12 pesos.95

91 Josef Pieper, Las virtudes fundamentales, pp. 14-27.92 AGN, Tierras, vol. 1257, exp.1, 1695.93 AGN, Bienes Nacionales, vol. 1505, exp. 19, 1699.94 Curiel, “El efímero caudal de una joven noble…”, pp. 76-77.

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Otras joyas encontradas en los inven-tarios de bienes de los comerciantes fue-ron sortijas, zarcillos y rosarios, también de oro de China. Estos generalmente se guardaron en cajas también traídas de Asia, pero aderezadas con materiales como la plata. Otras cajas que fueron consideradas joyas por los materiales con que fueron elaboradas o aderezadas tu-vieron funciones específi cas, por ejemplo, las tabaqueras encontradas en los apre-cios de bienes de Lope de Osorio, ambas hechas con cocos de China y guarneci-das, una con plata y la otra con oro.96

Dentro de este rubro de las joyas cabe mencionar las piezas de marfi l que llegaron a la Nueva España vía el Pacífi -co. Aunque estas piezas fueron mayorita-riamente de índole religioso, también se trabajaron objetos de carácter civil.97 Fue el mercader Lope de Osorio quien tuvo entre sus bienes dos crucifi jos de marfi l de China, uno de ellos era para la cinta del estrado.98 Por otro lado, en el inventa-rio de Álvaro de Lorenzana se mencionan

“dos escritorios embutidos en marfi l con sus cajones de cedro y escribanía colora-da, que parecen de China”.99

Finalmente, otros bienes de eminente carácter suntuario fueron los espejos, cuyo valor fue muy elevado durante todo el vi-rreinato. Por la difi cultad de su hechura y la riqueza de los materiales con que se aderezaron sus marcos, fueron piezas de gran valor. De estos espejos hay dos re-gistrados en la documentación de Lope de Osorio, uno de China, y otro “guarnecido de carey con sus puertas al modo de Filipinas de media vara con guarnición y todo”.100

Un grupo importante de bienes sun-tuarios traídos en la Nao de China fue sin duda el de las porcelanas. Vajillas, tibores, jarrones y bacías fueron de los objetos que más se importaron al virreinato. Las formas, colores y calidades de estas pie-zas responden a las dinastías Ming (1368-1644) y K’ang-hi (1662-1722), pues fueron las que ocuparon el poder en China duran-te el periodo en el que se desarrolló el co-mercio entre el Asia y la Nueva España.101

95 AGN, Vínculos y Mayorazgos, vol. 265, exp. 4, 1628; vol. 170, 1695.96 AGN, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645.97 Beatriz Sánchez Navarro de Pintado, “Marfiles”, en Artes de México, núm. 190, México, 1977, p. 2298 AGN, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645.99 AGN, Bienes Nacionales, vol. 1294, exp. 1, 1653.100 AGN, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645.101 Virginia Armella de Aspe, “Artes asiáticas y novohispanas”…, p. 234.

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Predominan en la porcelana de la di-nastía Ming los colores azul y blanco. La decoración se concentra en el borde exte-rior de los platos y la parte inferior de las vasijas divididas en rectángulos, con un diseño que se repite; la parte central de esta pieza tiene generalmente una repre-sentación zoomorfa. En la porcelana de la siguiente dinastía predomina en cambio, el color rosa, por eso es conocida como “familia rosa”. También destacan las he-churas polícromas y las de mayor calidad con el color grueso aplicado en forma de esmalte y decoradas con diseños que se repiten a lo largo de la pieza.102

La mayoría de las veces, la piezas de porcelana fueron mandadas hacer ex pro-feso a China por las familias más acau-daladas de la Nueva España. En ellas se pedía que se representasen los escudos nobiliarios de la familia o escenas occi-dentales. No obstante, a la Nueva Espa-ña llegaron vajillas con temas netamente asiáticos.103 En los inventarios de bienes de los mercaderes se registra una gran cantidad de esta loza, pero desgraciada-

mente, no hay ninguna que ejemplifi que los temas tratados en ella, pues las des-cripciones hechas por los valuadores re-sultan muy escuetas.

Abundan los platos y tazas de este material, algunas de estas últimas fue-ron descritas como chocolateras; otras más estaban guarnecidas con labores de plata. Es decir, que las piezas asiáticas fueron mandadas con los plateros para que se les agregaran aditamentos occi-dentales ya en la Nueva España.

Los tibores también recibieron bue-na acogida al interior de las residencias novohispanas. A éstos se les agregaron tapas de metal, como la plata. De acuer-do con el tamaño, sirvieron para guardar granos de cacao (tibores chocolateros), o como fl oreros, pese a que en Asia, estos fueran destinados para almacenar granos, o como adornos de sus casas.104 Estas piezas son las que mayor presencia tuvieron en el menaje de casa de los mer-caderes respecto al rubro de la loza. Los hubo de todos tamaños, largos, angostos, pequeños, “de buen tamaño”, con o sin ta-

102 Ibidem, pp. 234-235.103 Gustavo Curiel, “Consideraciones sobre el comercio de obras suntuarias en la Nueva España de los siglos XVII y XVIII”, en Regionalización en el arte, pp. 132.104 María Ángeles Albert, op. cit., p. 329. Jorge René Gonzáles, “Porcelana china de exportación”, en Artes de México, núm. 190, 1977, p. 61.

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paderas, pero todos de porcelana de Chi-na. Como ya se mencionó, los usos que tuvieron estos objetos en Asia, y en Nueva España, fueron totalmente diferentes.

En la documentación consultada se menciona que uno de los tibores que po-seyó el comerciante Lope de Osorio con-tenía al momento de ser avaluado “ámbar de pico” y “ámbar gris en polvo”.105 Como se observa, los tibores sirvieron para con-tener en su interior materias primas caras o de difícil consecución.

Además de los tibores, se registraron enormes cantidades de frasqueras, frascos con tapaderas, algunos de ellos con llaves de plata; botes, bandejas y macetas de loza de China, igualmente con tapaderas, y cuyas funciones variaron de acuerdo con la disposición que tuvieron dentro de las ca-sas. Los precios oscilaron entre los 2 y los 4 pesos, por pieza, dependiendo del tama-ño y materias con que fueron guarnecidas.

Otras piezas consideradas de ca-rácter suntuario fueron las miniaturas o juguetes destinados a guardarse dentro

de los escaparates. Destacan los ya men-cionados Perros de Fo. En los inventarios de bienes de la marquesa de San Jorge y Lope de Osorio encontramos varios ejemplos de estas piezas. El mercader Lope de Osorio registró 10 leoncitos, dos caballitos y una garza pequeña de loza de China. Destaca fi nalmente un unicor-nio elaborado con caracolillos, también de China.106 Asimismo, Teresa Retes tuvo en sus dos escaparates leoncitos y aproximadamente 66 piezas pequeñas de loza de China, sin mayor descripción, cuyos precios fueron siempre menores a un peso novohispano.107

Ahora bien, los objetos realizados en lacas asiáticas tuvieron gran auge en el virreinato debido a la existencia de las la-cas de antecedente prehispánico.108 Esta técnica fue utilizada para dar los acaba-dos en muebles, como es el caso de los biombos y escritorios. Pero también se hicieron baúles, cajitas de rapé y otras piezas de maque, ya asiático, ya de fa-bricación novohispana. Nombrados como

105 AGN, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645.106 AGN, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645.107 AGN, Vínculos y Mayorazgos, vol. 170, 1695.108 La diferencia entre ambas técnicas consiste en la base de preparación de la materia que sirve para laquear los objetos, la oriental es de base vegetal y la mexicana de base animal. María Ángeles Albert, op. cit., p. 323.

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maque o maquili en la documentación, existen menciones a catres, escritorios, bufetes, biombos y tazas de este mate-rial. Algunos de estos escritorios fueron embutidos también con concha.109

En los documentos se encuentran registrados los siguientes bienes de este tipo: una cama de maquili entera, cuatro escritorios de maque de China, otros dos más pequeños y dos escritorios de a ter-cia de maque de China.110

Por último, se deben mencionar los símbolos asiáticos (iconografía) que lle-garon al virreinato novohispano vía el Galeón de Manila. En todos los objetos anteriormente mencionados hubo mul-titud de imágenes asiáticas. Pagodas, puentes, paisajes, fl ora y fauna, vesti-menta y rasgos físicos asiáticos fueron los ornamentos que acompañaron a los objetos suntuarios que arribaron al puerto de Acapulco, procedentes de Manila.111 Como se sabe en Asia fueron elaborados objetos destinados a la exportación que la mayoría de las veces tenían temas o

paisajes del mundo occidental, algunos incluso referentes a la religión católica, pues no hay que olvidar que muchos fue-ron mandados hacer ex profeso desde Europa o la Nueva España en el Asia.

Tanto en las piezas netamente asiáti-cas como en las que tuvieron iconografías compartidas, es decir asiáticas y occiden-tales llegaron motivos iconográfi cos que se consideran como “netamente” asiáticos. Deidades, fl ora y fauna, y algunos temas con discursos simbólicos llegaron en los objetos del Galeón de Manila y mostraron una visión diferente del mundo, que al ser introducida a las residencias de los novo-hispanos, adquirió un nuevo sentido. Junto con la imaginería hispana e indígena, con-vivieron objetos con concepciones diferen-tes.112 En la documentación que se mane-ja, los ejemplos sobre este rubro resultan escasos, no por falta de ellos, sino por las limitaciones de la documentación cuyas descripciones, hechas por los valuadores, no son amplias. A esta clase de bienes co-rresponden las porcelana, los muebles, y

109 Aún existen dudas respecto al término “maquili”, pues no se sabe si se refiere al maque o a un tipo de madera proveniente de la América tropical. Véase el glosario al final de este trabajo.110 Estos muebles se encuentran en los inventarios de bienes de Álvaro de Lorenzana y Teresa Retes. AGN, Bienes Nacionales, vol. 1294, exp. 1, 1653; Vínculos y Mayorazgos, vol. 170, 1695.111 Gustavo Curiel, “Consideraciones sobre el comercio de obras suntuarias en la Nueva España de los siglos XVII y XVIII”…, pp. 134-137.112 Ibidem.

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tal vez, dos lienzos con “Las batallas de Filipinas” pertenecientes a Lope de Oso-rio, y varios crucifi jos de marfi l113 en los que, cabría suponer, existió la infl uencia del arte asiático en los rasgos anatómicos del Cristo, como lo son los ojos almendra-dos.114 También se encontraron, entre las ya mencionadas piezas pequeñas de loza de China, destinadas a los escaparates, “leoncitos” pertenecientes al propio Lope de Osorio y a la marquesa de San Jorge,115 que posiblemente hayan sido los llamados perros de Fo. Por último, en los biombos, vajillas, tibores, frascos y macetas, estuvo presente este repertorio simbólico al que se ha hecho mención. Difícilmente los sím-bolos religiosos que pasaron a la Nueva España en las superfi cies de estos objetos se entendieron bajo una lectura correcta de los signifi cados.

LO “ACHINADO” Y LO “JAPÓN”. CAMBIOS EN LOS USOS Y APROPIACIÓN DE LOS BIENES DE ASIA

Como ya se mencionó, fueron los obje-

tos asiáticos los que ocuparon gran parte de los espacios interiores de las casas de potentados. No obstante, dentro de este grupo de bienes es necesario hacer distinciones, pues como veremos a conti-nuación, no todos los objetos registrados como asiáticos hasta este momento lo fueron. En los inventarios de bienes apa-recen registros de objetos catalogados como: “achinados”, “japones” o “a la ma-nera de China” o “a la manera del Japón”. ¿Qué fueron en realidad? En otros casos los inventarios registran bienes califi ca-dos como “al remedo de la China” o “al remedo del Japón”. Como ha demostrado Gustavo Curiel,116 se está ante la presen-cia de objetos en los que se mezclaron técnicas y materiales tanto asiáticos como novohispanos que siguen de alguna ma-nera las formas e iconografía de Asia. Debe quedar claro que un gran número de bienes suntuarios asiáticos se introdu-jeron dentro de las residencias de los ricos comerciantes novohispanos, como hasta ahora se ha visto. Estos objetos, que lla-

113 AGN, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645.114 Beatriz Sánchez Navarro de Pintado, op. cit., p. 22.115 AGN, Vínculos y Mayorazgos, vol. 170, 1695.116 Gustavo Curiel, “ ‘Al remedo de la China’: el lenguaje ‘achinado’ y la formación de un gusto dentro de las casas novohispanas” en, “Orientes-Occidendentes”. El arte y la mirada del otro, XXVII Coloquio interna-cional de historia del arte, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Estéticas, 2003, (en prensa).

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maremos originales, convivieron con otros objetos de procedencia europea, peruana o de las regiones de la Nueva España fuera de la ciudad de México, es decir “de la tierra”. A raíz de esta convivencia, comenzó a haber modifi caciones en los objetos de la tierra, los cuales se vieron infl uenciados o copiaron abiertamente los repertorios ornamentales de los obje-tos de importación. Surgió así una gran variedad de objetos hechos en Nueva España con técnicas y signifi cados asiá-ticos, pero con funciones y usos dados por los propios novohispanos. Esta clase de bienes suntuarios también formaron parte del ajuar de las residencias virrei-nales. Se modifi caron pues, las formas de representación del espacio interior de las casas y también las maneras de os-tentación entre los grupos o estamentos sociales en los que los mercaderes se encontraban inmersos.

El distinguido gusto por los objetos suntuarios de Asia inició, como ya se ha mencionado, desde la Europa misma, me-diante la importación de objetos origina-les y la posterior producción de los bienes de la llamada chinoiserie. Estos objetos, es decir, los que imitaron en Europa a los bienes originales, se importaron también

a la Nueva España vía el puerto de Vera-cruz y mostraron bajo la mirada europea lo que para ellos era el arte y los ricos ma-teriales de Asia. Con la apertura comercial en el Pacífi co, el gusto por lo asiático se retomó con mayor avidez y la importación de sedas, muebles, joyas y otras piezas suntuarias traídas en el galeón de Manila fue superior. Sin embargo, la apropiación de estos bienes enfrentó modifi caciones propias derivadas de las necesidades y costumbres propias del virreinato.

En Asia, principalmente en Japón y China, se elaboraron porcelanas, mue-bles, telas, pinturas y otros objetos des-tinados a la exportación; es decir, piezas cuyas características fueron hechas para satisfacer la demanda de los mercados europeos y americanos con iconografías y formas occidentales. Dicha demanda fue tal, que en ocasiones tuvieron que echar mano de los objetos destinados al consumo local, en los cuales quedaron impresos el arte, los gustos y las formas propias de Asia. Prueba de ello, fue la llegada de ropa asiática, ajena a las cos-tumbres occidentales, como los kimonos con fl orecillas de oro encontrados en el in-ventario de bienes del comerciante Lope de Osorio,117 o los ropones de sangley de

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Antonio Díaz Cáceres y Dámaso Saldívar, de 2 pesos y 25 pesos respectivamente, que se registraron en sus inventarios y ya fueron mencionados líneas atrás.118

En la Nueva España comenzaron a conocerse ciertas técnicas del arte asiá-tico. Los artistas novohispanos echaron mano de estas nuevas herramientas para inspirarse en sus creaciones y elaborar copias de estos objetos, adaptándose por consiguiente, las primeras producciones, a las necesidades y gustos locales. Natu-ralmente las copias que se hicieron de los bienes suntuarios asiáticos también sufrie-ron procesos de adaptación en el virreina-to y dieron origen a piezas que mezclaron características del arte asiático y occiden-tal. Dichas adaptaciones respondieron a la estética de la época —manierismo, barro-co, neoclásico, etcétera—. Con el tiempo se hicieron muebles y otros muchos tipos de piezas y objetos suntuarios que siguen de cerca a los objetos importados. Estas piezas aparecen catalogadas en los docu-mentos como “achinadas”, o al remedo de la China o del Japón.

Volviendo de nueva cuenta al ejemplo

de los kimonos y los ropones de sangley, pudo suceder algo parecido con los hui-piles utilizados por las mujeres novohis-panas, los cuales fueron adaptados como parte de su vestimenta y aumentados con labores occidentales transformándose, en consecuencia, en prendas mestizas.119

Además del término “achinado”, en la documentación se encontraron califi -cativos como “turquescos” o “moriscos” para referirse a las alfombras y tapetes asiáticos. Estas piezas, como ya se ha di-cho, fueron utilizadas en los espacios de mayor relevancia social al interior de las casas, como el estrado, la recámara o la sala de cumplimiento.

Los biombos son sin duda los objetos suntuarios que dan una clara muestra de la apropiación del ajuar doméstico asiáti-co por los novohispanos, así como de su readaptación al menaje virreinal. El mue-ble es en esencia asiático, con técnicas occidentales y temas locales, por ejem-plo, se presentaron vistas de la alameda de México o el paseo de Ixtacalco. Ya se ha mencionado el “biombo de la tierra” perteneciente a Lope de Osorio, hecho

117 AGN, Tierras, vol. 3371, exp. 1, 1645.118 AGN, Real Fisco de la Inquisición, vol. 3, exp. 51, 1589; Tierras, vol. 1257, exp. 1, 1695.119 Gustavo Curiel y Antonio Rubial, op. cit., p. 122 y “Consideraciones sobre el comercio de obras sun-tuarias en la Nueva España de los siglos XVII y XVIII”…, p.150.

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de lienzo, en el que fueron representados las Virtudes y los Sentidos. Este mueble cuya manufactura fue novohispana, uti-lizó la técnica del mueble asiático pero con el uso de lienzo al óleo —algo que ni en Japón ni en China se hacía en estos muebles—,120 a la vez que se represen-taron en sus hojas temas occidentales. Por su altura —dos varas— pudo haber sido destinado al estrado, lo cual le impri-me una forma diferente de utilización a la acostumbrada en Asia. Llama la atención en esta pieza suntuaria el tema de las Vir-tudes pintado en una de sus vistas, pues no se habían encontrado referencias a asuntos religiosos. Lo que ahora intere-sa destacar sobre este impresionante mueble es el carácter mestizo de su fa-bricación, pues ejemplifi ca el proceso de adopción, copia y reinterpretación de es-tos bienes suntuarios.

Como ya hemos visto, Gustavo Curiel

menciona que los biombos hechos en Nueva España, fueron de tres tipos, los de maque a imitación de los de China, los de pintura al óleo y los de tela (también en menor cuantía los hubo de cordobán). En los inventarios de bienes de los mer-caderes estuvieron presentes estos tres tipos de biombos, aunque hubo un mayor predominio de los biombos de “maque de China”, es decir, biombos originales de importación. Los precios de estas pie-zas fueron mayores a los demás tipos de biombos por tratarse sin duda de piezas asiáticas originales de gran lujo. Todo indica que hubo biombos que imitaron la técnica del maque asiático, pero sin duda se trató de adaptaciones locales que imi-taron los trabajos de Asia.121

Cabe mencionar que además de la técnica que sigue de cerca la del maque asiático, hubo otras como el maque fi n-gido, en el cual se emplearon materiales

120 Gustavo Curiel, “Los biombos novohispanos: escenografías de poder y transculturación en el ámbito doméstico”…, p. 22.121 Las lacas prehispánicas fueron elaboradas con un barniz cuya base animal fue extraída del cuerpo del axe o aje, un aceite secante como el obtenido de la semilla de la chía y una tierra blanca de origen mineral reducida a polvo como la dolomía. A diferencia de ésta, la laca oriental, tuvo como base de preparación un barniz vegetal, cuya resina se extraía del árbol “sumac”; ésta forma una película espesa sobre los objetos. Esta laca se aplica por capas sobre madera pulida previamente enlienzada con una tela de seda muy delgada, su color natural es amarillo pero se le añaden pigmentos para obtener diversos colores. Graciela Romandia de Cantú, “Supervivencia de un arte”, en Artes de México. El arte en el comercio con Asia, no.190, 1977, p.41 y Teresa Castelló Yturbide, Biombos mexicanos, p. 146. Véase también Gustavo Curiel, “Biombos novohispanos…”.

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occidentales como la pintura al óleo o los charoles y maques occidentales. Otro método de laqueado, utilizado en la Eu-ropa del siglo XVIII, dada la imposibilidad de conseguir los acabados que daba la resina productora de las lacas asiáticas, fue el conocido en Inglaterra como el Ja-paning, técnica sencilla que consistió en aplicar a los objetos una goma que imita-ba el maque asiático.122

Finalmente, fue en la porcelana china donde los objetos exportaron un reperto-rio amplio de los signos y símbolos de las culturas asiáticas. Llegaron las aves fé-nix, ciertas deidades, símbolos tahoístas, la fl ora y la fauna de aquellos lejanos lu-gares, tipos físicos y vestimentas, e inclu-so poemas. Símbolos que fueron dotados de nuevos signifi cados, nuevas caracte-rísticas y mezclados con otros repertorios ornamentales del arte novohispano o el europeo. En varias piezas de loza de Puebla, mal llamada talavera, se observa la convivencia de signos y símbolos asiá-ticos con fl ora y fauna americana. En una misma pieza pueden aparecer elementos

del “Asia portátil” conviviendo con casas, tipos físicos y vestimenta novohispanos. No se trató de una copia simple sino de una reelaboración o readaptación de los libretos a los intereses y la diferencia de una nueva sociedad, la novohispana.123 También se importaron en los dibujos que adornaron la loza peonías, crisantemos, bambúes, plantas de lichee y otras repre-sentaciones que, al igual que los insec-tos, mariposas, peces y aves, tomaron carta de naturalización en la decoración de Nueva España. Hubo otros símbolos como el ave fénix, que llevaron un pro-ceso más largo, ya que este símbolo tiene su origen en Japón, aunque des-pués pasó a China y de aquí a América y Europa.124 A este repertorio de formas e imágenes también se sumaron las pago-das, los puentes y las vestimentas de uso cotidiano en Asia.125

La decoración y formas asiáticas, al ser reinterpretadas por los artistas del vi-rreinato, adquirieron nuevos signifi cados. Por ejemplo, los dragones de Fo Kien fueron considerados en la Nueva España

122 Sonia Pérez Carrillo y Carmen Rodríguez Tembleque, “Influencias orientales y europeas”, en Lacas mexicanas, México, Museo Franz Mayer-Artes de México, 1997, p. 39.123 Gustavo Curiel, “Los biombos novohispanos: escenografías de poder y transculturación en el ámbito doméstico”…, p. 138.124 Ibid., pp. 138 y 141.125 Rodrigo Rivero Lake, La visión de un anticuario, 2ª ed., México, Landucci editores, 1999, p. 226.

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como “perros de Fo”. Cabe la posibilidad también, que los leoncitos de China —que aparecen en el inventario de la marquesa de San Jorge, dentro de su escapara-te— hayan sido en realidad dragoncitos.126 Además de los perros de Fo, otros símbo-los que modifi caron su signifi cado al arri-bar a la Nueva España fueron las deidades asiáticas, que en el virreinato fueron vis-tos como juguetes para los escaparates. Los cuencos de porcelana y los kimonos también fueron adaptados y utilizados de acuerdo con el gusto y necesidades de quienes los adquirieron. Los primeros, que eran utilizados para beber té, en la Nueva España sirvieron para tomar chocolate. Los segundos, terminaron siendo batas tanto para hombres como para mujeres.127 Esta diversidad cultural y la diferencia en la intención artística son características relevantes de todos y cada uno de los ob-jetos suntuarios que arribaron a la Nueva España por las vías comerciales.128

Como se observa, para el siglo XVII piezas asiáticas originales y las de tipo asiático europeas llegaban a la Nueva España por sus dos afl uentes comercia-les, el Atlántico y el Pacífi co. De España

y otros países de Europa llegó la chinoi-serie europea que, imitando las formas de Asia, mostró a los novohispanos los modos de ver y representar las culturas asiáticas desde la mirada europea. Estas piezas formaron parte del rico menaje de casa de los miembros más ricos de la sociedad virreinal, entre ellos, los comer-ciantes almaceneros.

Es aquí, en este intercambio artístico donde surgió un nuevo tipo de objeto, el cual, para su elaboración, tomó de todos estos repertorios, formas, ornamentacio-nes e imágenes. En la documentación estos objetos se catalogan como “achina-dos”, “japones” o “a la manera de China”

126 AGN, Vínculos y Mayorazgos, vol. 170, 1695. 127 Agradezco al doctor Gustavo Curiel la información a este respecto.128 Gustavo Curiel, “Consideraciones sobre el comercio…”, pp. 134-137.

Carmen Aguilera, op. cit., p. 128.

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y “a la manera del Japón”, al “remedo de China” o al “remedo del Japón”.

CONCLUSIÓN

Los objetos suntuarios traídos de diferen-tes regiones de Europa y Asia llegaron a la Nueva España, pese a las prohibicio-nes del sistema monopólico impuesto por la Metrópoli. La demanda de piezas de lujo del virreinato encontró dos vías más para conseguirlas, ya por medio de los in-tercambios comerciales con el virreinato peruano o ya por la compra de productos suntuarios en las diferentes regiones que conformaron la Nueva España.

Todo ello quedó de manifi esto en los menajes de las casas de los novohispanos y, en este caso, en los ajuares domésticos de los once mercaderes aquí analizados. Gracias al auge del comercio en el Pacífi -co, hubo una mayor cantidad de piezas de lujo asiáticos en el interior de las casas de los comerciantes. No obstante, la mayor parte de objetos registrados en los inven-tarios de bienes de los mercaderes, no tie-nen mención alguna respecto a su origen. Es muy probable que estos bienes hayan

sido elaborados en el virreinato. Con esto se llega a la conclusión de que fueron los objetos novohispanos los que mayormente abundaron en las casas de comerciantes, seguidos de los asiáticos, los europeos y los procedentes de América.

De gran importancia resultó hacerse de las piezas asiáticas de gran lujo y pre-ciosismo que llegaron en la nao de Chi-na, y que sirvieron como complemento al menaje castellano. Estos géneros de Asia gestaron un peculiar gusto en esta época, de tal modo que el menaje de casa novo-hispano registró importantes cantidades de bienes suntuarios traídos de Asia.129

Los bienes suntuarios, al ser intro-ducidos en las residencias de los co-merciantes, comenzaron a formar parte del repertorio novohispano y convivieron con otros objetos que vinieron de todas partes del mundo conocido. Esto imprimió al menaje de casa novohispano un sello particular. A la vez, el repertorio asiático comenzó a ser copiado, imitado y repre-sentado por los artesanos novohispanos, quienes crearon piezas de gran valor tan-to económico como artístico.

Cada objeto suntuario, requiere de

129 Curiel, “Ajuares domésticos. Los rituales de lo cotidiano”…, p. 81.

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estudios a fondo que permitan seguir aportando nuevos conocimientos en tor-no a ellos o sus materiales, sus técnicas, sus diseños y su utilización. La presen-te investigación aporta al estudio de los biombos, el biombo “de la tierra” más antiguo hasta ahora encontrado en la documentación. También fueron encon-tradas piezas como los catres de maque, de los cuales, desgraciadamente no se conservan ejemplares, pero que sin duda son claves importantes para las nuevas investigaciones en torno a la cultura ma-terial de la Nueva España.

Estos objetos dan muestra clara de la multitud de culturas que convergieron y convivieron en la Nueva España durante el siglo XVII, a la vez que nos permiten co-nocer de qué forma vivieron los hombres del virreinato. En este caso particular, nos permiten ver cómo los mercaderes del Consulado de la Ciudad de México hicieron del lujo una necesidad de repre-sentación, cuyo fi n fue el obtener el acce-so a los estratos sociales más altos de la

Nueva España y acceder a los privilegios que gozaban los grupos con mayor poder adquisitivo del virreinato.

El mundo asiático ha sido parte fun-damental de la cultura de México desde los tiempos virreinales. Estudios recien-tes hablan de las diversas raíces cultu-rales que han conformado este país. Se habla de las raíces indígena e hispana y, recientemente, se agrega una tercera, la de las culturas africanas que llegaron con los esclavos durante el periodo virreinal. Valdría la pena hablar aquí de una cuar-ta raíz cultural, que vino de Asia con los objetos y personas que viajaron en la nao de China durante tres siglos. Éstos deja-ron una importante huella en las formas de representación del arte novohispano. Huella que sigue presente en las vajillas de porcelana, las piezas artesanales de loza, principalmente de Puebla, y en una enorme variedad de símbolos que se han mezclado con lo propio, para conformar nuestra abigarrada cultura mexicana.

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GLOSARIO

AAbanillo: Especie de lechuguilla o adorno de lienzo afollado de que se formaban ciertos

cuellos alechugados.Aburelado: semejante o perteneciente al color o paño buriel, que es un paño con el cual

se vestían los pobres.Aceituní: Procedente del Zeitan, ciudad de China. Rica de tela de Asia muy usada en

la Edad Media.Acerico: Almohada pequeña que sirve para clavar agujas y alfi leres.Acijada: De color de acije (sulfato de cobre para hacer tinta).Alamar: Presilla y botón u ojal sobrepuesto que se cose a la orilla del vestido o capa.

Sirve para abotonarse; también se usa en forma de adorno, como un cairel o guar-nición que queda colgando en los extremos de algunas ropas. Adorno llamativo del vestido. Lazo trenzado. Prestilla o botón u ojal sobrepuesto que se cose a la orilla del vestido o capa.

Alcanto: Alicanto. Arbusto que se cultiva en los jardines por su fl or, que es bastante olorosa.

Aljófar: Perla de fi gura irregular y comúnmente pequeña como las gotas de rocío.Amusco: Musco, pardo. De color pardo. Flores amuscas, fl ores pardas.Anasaya: Anafaya. Cierta especie de tela o tejido que antiguamente se hacía de algo-

dón y modernamente se hace de seda. Fabricada en Valencia.Anear: Que se mide por anas. La ana se utilizaba para medir las tapicerías y va desde

el codo a la mano.Anteado: Del color de ante. Siglo XVII. Piel de ante adobada y curtida. Tauromaquia.

Dícese el color del pelo del toro colorado claro con manchas coloradas oscuras.Antojos de camino: anteojosArcabucero: Soldado armado de arcabuz.Armador: Jubón, vestidura que cubre desde los hombros hasta la cintura y ajusta al

cuerpo.

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Armiño: Figura convencional a manera de mota negra sobre campo que imita el remate de la cola del armiño. (Tal vez del latín armenius mus, rata de Armenia). Siglos XIII al XX, mamífero carnívoro de veinticinco centímetros de largo y ocho de cola, de piel muy suave y delicada, parda en verano y blanquísima en invierno, excepto de la cola que es siempre negra.

Arrimador: tronco o leño grueso que se pone en las chimeneas para apoyar en él otros al quemarlos.

BBadana: (Del árabe battana y bitana, forro). Siglos XV al XX. Piel curtida de carnero u

oveja.Baldaquín: (Del Balzac). Nombre dado en la Edad Media en España a la ciudad de

Bagdad, de donde venía la tela preciosa, dosel, pabellón que cubre el altar; por analogía: construcciones, fi jas, edículos de piedra, mármol o metal. Baldaquino que cubre un altar mayor. Telas preciosas que se colocaban encima de los tronos de los grandes dignatarios y principalmente de los obispos, lo mismo que los doseles sobre los altares.

Balleta: Manta de lana y algodón.Bayeta: Tela de lana fl oja y poco tupida.Bejuquillo: Cadenita de oro fabricada en la China y con la que se adornan el cuello las

mujeres.Bengala: Muselina. Se llamó así por haber venido las primeras de Bengala.Bocadillo: Abertura hecha por adorno en el vestido. Cierto lienzo delgado y poco fi no.

Especie de cinta de la más angosta.Bofetán: Bófeta. Cierta tela de algodón delgada y tiesa.Bolillo: (Bolo). Siglos XVII al XVIII. Palo pequeño torneado que sirve para hacer encajes.

Siglos XVIII al XX. Horma para aderezar vuelos de encaje o gasa. Siglos XVIII al XX. Cada uno de estos vuelos.

Borlilla: Borlón. Tela de lino y algodón sembrada de borlitas semejante a la cotonía.Brocatel: (de brocado). Dícese del mármol de varios colores. Siglos XVII al XX. Tejido

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de cáñamo y seda, a modo de damasco, que se emplea en muebles y colgaduras. Zarcillo que es un óvalo de oro con una esmeralda.

Brocato: Brocado. Decíase de la tela entretejida con oro y plata. Bufete: Mesa de escritorio con cajones. Mesa de comer. Bufete de estrado. Mueble

derivado del bargueño, conocido igualmente como bufetillo o cajonera, que se colo-caba sobre el estrado o en el salón que contenía dicha tarima.

CCambaya: Tejido ordinario de algodón. Es tela usada para ropa de obreros y campe-

sinos.Camelote: (Del griego kameelótee, de cámeelos, camello). Siglos XIV al XX. Tejido fuerte

e impermeable que antes se hacía con el pelo del camello y después con el de la cabra mezclado con lana y hoy sólo con lana. Camelote de aguas. El pesado y lustroso. Camelote de pelo. El que es muy fi no.

Cantonera: (De cantón). Pieza que se pone en las esquinas de libros, muebles y otros objetos como refuerzo o adorno. Cantoneras de metal, estañadas, de plata.

Capichola: (Del italiano capicchiola, de cappitzzio, estopa de lino o de cáñamo). Tejido de seda que forma un cordoncillo a manera de burato. Había capichola de China, de Italia y de España según inventarios del siglo XVIII.

Capillejo: Madeja de seda, doblada y torcida en disposición de usarla para coser.Capote: Capa de abrigo hecha con tela doble y forrada, y con menos vuelo que la capa

común.Carena: Reparo y compostura que se hace en el casco de la nave para que pueda

volver a servir.Carisea: Tela basta de estopa que se tejía en Inglaterra. Fue muy usada en España

para ropas de cama.Catana: Sable, en especial el largo.Catre: Cama ligera para una sola persona.Cenefa: (Del árabe zanifa). Borde del vestido. Lista sobrepuesta o tejida en los bordes

de las cortinas, doseles, pañuelos, etcétera, de la misma tela y a veces de otra

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distinta. Dibujo de ornamentación que se pone a lo largo de los muros, pavimentos y techos y suele consistir en elementos repetidos de un mismo adorno. Cualquier orla o adorno que rodea el canto de una cosa o se extiende a lo largo de sus líneas principales. Siglos XVII al XX. En las casullas, lista de en medio, la cual suele ser de tela o color diferente de la de los lados. Orilla, borde, ribete.

Ceñidor: Faja, cinta, correa, cordón, etcétera con que se ciñe el cuerpo por la cintura.Chamelote: Tejido de seda que hacía visos.Chaúl: Cierta tela de seda de China.Chorrado: Chorreado. Aplícase a cierta especie de raso.Contador: Mesa de madera que suelen tener los cambistas y mercaderes para contar

en sus casas el dinero. Especie de escritorio o papelera.Cotense: Tela burda de cáñamo.Crea: Cierto lienzo entrefi no del que se hacía mucho uso para sábanas, camisas, fo-

rros, etcétera.

DDamasco: Tela fuerte de seda o lana y con dibujos formados con el tejido.Damasquillo: Cierto tejido de lana o seda parecido al damasco en la labor, pero no tan

doble.Devanador: Que devana hilo.

EEncarnado: Encarnar. (Del latín incarnare). Siglos XVII al XX. En pintura y escultura: dar

color de carne a las representaciones humanas.Escribanía: Papelera o escritorio. Recado de escribir generalmente compuesto de tin-

tero, salvadera y otras piezas y colocado en un pie o platillo. Caja portátil en que se llevaban las plumas y el tintero.

Escudilla: Vasija ancha de la forma de una media esfera para servir la sopa y el caldo.Espumilla: Tejido muy ligero y delicado semejante al crespón. Lienzo muy delicado y

ralo.

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Estera: Tejido grueso de esparto, juncos, palma, etcétera o formado por varias pleitas cosidas, que sirve para cubrir el suelo de las habitaciones y otros usos.

FFaldellín: Falda corta que se sobrepone a la que llega a los pies.Ferreruelo: Capa corta con sólo cuello sin capilla que se usó antiguamente.Fresada: Guarnecida con franjas, fl ecos, etcétera. Acción y efecto de fresar, abrir agu-

jeros, labrar metales con la fresa. Frezada. Frazada. Manta peluda con que se envolvían los retablos para ser cargados a lomo de mula.

Frisado: Tejido de seda cuyo pelo se frisaba formando borlillas.Frontal: Paramento con que se adorna el frente de la mesa del altar. Especie de toca

que cubre la frente. Tela negra que se pone a los caballos sobre la cabeza en señal de luto.

GGabacha: Dengue de paño que usan las aldeanas de Zamora y Sanabria.Granadillo: Árbol leguminoso de madera dura y compacta, de grano fi no, de color rojo

amarillo, muy apreciado en la ebanistería. Árbol de la India, de madera dura y de color oscuro. (De Granada). Por el color de la madera.

Guangoche: Costal. Tela basta.Guardapiés: Prenda exterior del traje de las mujeres, especie de falda suelta.Gurbión: Tela de seda de torcidillo o cordoncillo. Cierta especie de torzal grueso usado

por los bordadores en las guarniciones y bordados. Se importaba de España.

HHolandilla: Lienzo teñido y prensado usado generalmente para forros de vestidos.Huipil: Antigua prenda de mujer azteca, camisa de algodón sin mangas, descotada,

larga hasta las caderas y ancha, con bordados, adornos y bellas labores. Úsanlo hoy todavía las indias de México y Centroamérica, lugares a donde alcanza el área geográfi ca de la voz. En Yucatán es prenda típica de la mestiza.

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IInzón: Ynsón: Cierta tela de China.

JJergueta: Jerga, tela gruesa y tosca.Jubón: Vestidura que cubre desde los hombros hasta la cintura ceñida y ajustada al

cuerpo. En Navarra, blusa interior de tela blanca, por lo general, que llevaban las mujeres bajo la chaqueta. Vestido que se les ponía a los niños y que consistía en una blusa corta de tela blanca.

LLama: Tela de oro o plata en que los hilos de estos metales forman el tejido y brillan por

su haz sin pasar al envés.Lampasillo: Lampazo. Paño de lampazo. Tapiz que sólo representa vegetales.Lampote: Tela de algodón que se fabrica en Filipinas. Nombre que se da en México a

una planta compuesta.Lencezuelo: Lenzuelo. Pieza de lienzo que sirve y se usa para limpiarse el sudor y las

narices.Liencesillo (liencillo): Tela ordinaria de algodón parecida al ruán pero de calidad inferior.Limetilla: Limeta. Botella de vientre ancho y corto y cuello bastante largo. Vasija redon-

da. Botella de vino.Lináloe: Palo de áloe. Planta liliácea de cuyas hojas se extrae un jugo resinoso y muy

amargo que se emplea en medicina. Su madera fue muy apreciada en ebanistería.Listado: Que se aplica al tejido u otra cualquier cosa que está guarnecida, tejida o pin-

tada con listas de diferentes colores. Dícese más comúnmente alistado.

MMantellina: Mantilla. Paño de seda, lana u otro tejido con guarnición de tul o encaje o

sin ella que usan las mujeres para cubrirse la cabeza. Hay mantillas de tul, blonda o encaje.

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Maquili: Maquile. Macuilís. Bellísimo árbol de la América tropical abundante principal-mente en Tabasco; de la familia de las bignoniáceas; de fronda alta y ancha de co-lor verde claro, tallo erguido, rollizo; hojas caedizas, en largos pecíolos, compuesta de cinco hojuelas, palmadas, a lo cual débese el aztequismo que da nombre a la planta; madera blanca, amarillenta, preciosa, recia, fl exible, muy usada para hacer remos y útiles de labranza o de la industria campesina.

Matices: Matiz. Combinación de colores mezclados agradablemente en las pinturas, bordados, etcétera.

Medriñaque: Tejido fi lipino hecho con las fi bras del abacá, del burí y de algunas otras plantas que se usan en Europa y América para forrar y ahuecar los vestidos de las mujeres. Algunos biombos se hicieron de medriñaque.

Mitán: Tela de Holanda, holandilla.Montera: Prenda para abrigo de la cabeza que generalmente se hace de paño. Cubierta

de cristales sobre un patio, galería, etcétera.

NNarra: Árbol de Filipinas de la familia de las leguminosas de unos veinte metros de

altura. Las raíces y cortezas dan un tinte encarnado, y la madera, que es dura, de grano fi no, susceptible de hermoso pulimento, es muy usada en Manila para objetos de ebanistería, y su infusión produce un agua azul que se tiene por diurética.

Noguerado: Color pardo, oscuro, como el del nogal.

OOrmesí: Tela fuerte de seda que hace visos y aguas.

PPasamanos: Género de galón o trencilla, cordones, borlas, fl ecos y demás adornos de

oro, plata, seda, algodón o lana, que se hace y sirve para guarnecer y adornar los vestidos y otras cosas. Listón que sujeta por encima de los balustres.

Pebetero: Vaso o aparato con cubierta agujerada para quemar perfumes y esparcirlos.

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Pita: Planta vivaz, amarilídea, oriunda de México. De sus hojas se saca fi bra textil, y de una de las variedades se obtiene por incisiones en su tronco, un líquido azucarado de que se hace el pulque. Hilo que se hace de las hojas de esta planta.

Pollera: Falda que las mujeres se ponían sobre el guardainfante y encima de la cual se asentaba la basquiña o la saya.

QQuapastle: Cuapastle. De color leonado que tira a café.Quapachtle. (Del náhuatl quauitl, árbol y pachtli, heno). Que tiene el color del árbol del

heno. Color leonado, violeta claro.Quesquemil: Especie de pañoleta que cubre la espalda y pecho de la mujer.Quimón: Tela de algodón muy fi na estampada y pintada, las mejores se fabrican en el

Japón.Quimono: Túnica japonesa o hecha a su semejanza que usan las mujeres.

RRanda: Encaje labrado con aguja que se suele poner por adornos en vestidos y ropas.Raso: Tela de seda lustrosa de más cuerpo que el tafetán y menos que el terciopelo.Rebecillo: Rebezo. Gamusa.Rengue: Tela ordinaria transparente.Ribete: Cinta o cosa análoga con que se guarnece y refuerza la orilla del vestido, cal-

zado, etcétera.Ropón: Ropa larga que regularmente se pone suelta sobre los demás vestidos.Ruán: Tela de algodón estampada en colores que se fabrica en Ruán, ciudad de Francia.

SSalvilla: Bandeja con una o varias encajaduras, donde se aseguran las copas, tazas o

jícaras que se sirven en ella.Sarasa: Zaraza. Tela de algodón muy ancha, tan fi na como la holanda y con listas de

colores o fl ores estampadas sobre fondo blanco, que se traía de Asia y era muy

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estimada en España.Saya: Falda que usan las mujeres. Regalo en dinero que en equivalencia de vestido

solían dar las reinas a sus servidoras cuando éstas tomaban estado.Sinabafa: Tela blanca parecida a la holanda, pero menos fi na.Sobrecama: Colcha.Sobremesas: Tapete que se pone sobre la mesa por adorno, limpieza o comodidad.Sobrerropa: Sobretodo. Prenda de vestir ancha, larga, con mangas que se lleva sobre

el traje ordinario. Es, en general, más ligera que el gabán.Soleta: Pieza de tela con que se remienda la planta del pie de la media o calcetín

cuando se rompe.

TTabaquera: Petaca o petaquilla de bolsa o bolsita para llevar cigarros, o puros, o tabaco

picado.Tabi: Tela antigua de seda con labores que forman aguas.Taburete: (Del francés tabouret). Siglos XVII al XX. Asiento sin brazos ni respaldo para

una persona. Siglos XVII al XX. Silla con el respaldo muy estrecho, guarnecida de baqueta, terciopelo, etcétera.

Tafetán: (Del persa taftah, tejido). Siglos XVI al XX. Tela delgada de seda, muy tupida, de que hay varias especies, como doble, doblete, sencillo, etcétera. Siglos XVI al XX. Galas de mujer. Tafetán de heridas, inglés. El que está cubierto por una cara con cola de pescado y se empleaba como aglutinante para cubrir y juntar los bordes de las heridas.

Tahalí: Tira de cuero, ante, lienzo u otra materia, que cruza desde el hombro derecho por el lado izquierdo hasta la cintura, donde se juntan los dos cabos y se pone la espada. Caja de cuero pequeña en que los soldados moros solían llevar un alcorán, y los cristianos reliquias y oraciones.

Talegas: Cantidad de mil pesos duros en plata. Caudal monetario o dinero. Bolsa para dinero.

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Saco o bolsa ancha y corta, de lienzo basto u otra tela que sirve para llevar o guardar las cosas o provisiones. Bolsa de lienzo o tafetán que usaban las mujeres para preservar el peinado.

Tapapiés: Brial de las mujeres.Tapincirán: Madera para labores de ebanistería. Madera muy dura que abunda en Gue-

rrero.Tarja: Escudo grande que cubría todo el cuerpo y más especialmente la pieza de la

armadura que se aplicaba sobre el hombro izquierdo como defensa de la lanza contraria.

Tecomate: (En México. Del náhuatl, tecomatl). Nombre de la cucurbitácea cresentia alata. Vasija hecha del pericarpio de algunos frutos, como cocos, guajes, jícaras, etcétera. Esta clase de vasijas. Vasija de barro a manera de taza honda. Tenían fama por su belleza, los decorados con maque de Peribán en la zona michoacana. Aún se hacen en esa localidad pero desgraciadamente usan en la decoración pin-turas acrílicas.

Teletón: Tela de seda parecida al tafetán, con cordoncillo menudo, pero de mucho más cuerpo y lustre que él.

Tibor: Vaso grande de barro [más bien porcelana], de China o del Japón, por lo regular en forma de tinaja, aunque los hay de varias hechuras, y decorado exteriormente.

Toca: Prenda de tela generalmente delgada de diferentes hechuras, según los tiempos y países, con que se cubría la cabeza por abrigo, comodidad o adorno. Prenda de lienzo blanco que ceñida al rostro usan las monjas para cubrir la cabeza, y la lleva-ban antes las viudas y algunas veces las mujeres casadas. Tela delgada y rala, de lino o seda, especie de beatilla, de que ordinariamente se hacen las tocas. Tocas blancas: las que en los siglos XVI y XVII llevaban las viudas.

Torcidillo: Hebra gruesa de seda.Torsal: Torzal. Cordoncillo delgado de seda, hecho de varias hebras torcidas, que se

emplea para coser y bordar.

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Tumbado: De fi gura de tumba; como lo baúles, los coches etcétera.U

Ungarina: Hungarita, anguarina, gabán sin cuello ni forma de talle y con mangas muy largas. Lo usan los labradores.

VValona: Cuello grande de camisa y vuelto sobre la espalda, hombros y pecho que se

usó en otro tiempoVano: Cuero sin agujeros fi jo en un aro de madera usado para zarandar granos.

ZZarcillos: Pendiente, arete con adorno colgante o sin él. En la Nueva España recibieron

sobrenombres este tipo de aretes según su forma; así tenemos consignados: zarci-llos de mirasoles, zarcillos de pepita, zarcillos chambergos, etcétera.

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Carmen Aguilera, op. cit., p.156.

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Panóptico

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INTRODUCCIÓN

Las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado mexicano han estado mar-cadas por encuentros y desencuentros. De la misma manera han desempeñado un papel determinante en el devenir de la historia mexicana, particularmente la del siglo XIX. En esa centuria se dieron los enfrentamientos más difíciles entre las dos instituciones; la lucha por imponer y mantener el control de una sobre la otra llevó los partidarios de cada cual a escri-bir las páginas más crueles, que atizaron los enfrentamientos y guerras civiles con los cuales se perfi ló el rumbo de estas relaciones que, ahora, es necesario revi-sar para entender mejor su impacto en la historia de nuestro país. En este trabajo hago hincapié en el periodo conocido como el Segundo Imperio o imperio de Maximiliano, porque en este episodio se

evidenciaron las diferencias entre las dos instituciones, lo cual fue determinante para la no consolidación del proyecto del Estado liberal.

Los diversos estudios realizados en torno a las relaciones Iglesia-Estado re-fl ejan una visión maniquea, característica de los trabajos decimonónicos. La histo-riografía tradicional siguió dos tenden-cias: en la primera, los autores acusaban a la Iglesia de haber colaborado con el imperio, por lo que a los eclesiásticos se les defi nió como traidores de la patria; en la segunda, otros autores, de fi liación conservadora, justifi caron el comporta-miento de los promotores del imperio en consonancia con su visión católica. De los trabajos de corte tradicional, se puede citar el de Alfonso Toro, titulado La Iglesia y el Estado en México (Estu-dio sobre los confl ictos entre el clero ca-tólico y los gobiernos mexicanos desde

L A P O L Í T I C A E C L E S I Á S T I C A E N E L S E G U N D O I M P E R I O

Tomás Rivas Gómez*

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la independencia hasta nuestros días) (México, Secretaría de Gobernación, Publicaciones del Archivo General de la Nación, Talleres Gráfi cos de la Nación), material que apareció por primera vez en 1927; es un estudio bastante crítico sobre el papel de la Iglesia a lo largo del siglo XIX. Algunos clérigos estudiosos de estos vínculos entre las dos instituciones no se desprenden de la camiseta que los cobija y por ello sus trabajos, aunque interesan-tes, están signados por una tendencia: la defensa de la Iglesia y el ataque, primero a los gobiernos liberales y luego al mismo gobierno imperial, sobre todo porque éste no cumplió éste las expectativas que la Iglesia tenía sobre la instauración de la monarquía en el país. Quizá uno de los trabajos más representativos de esta ten-dencia sea el del canónigo Jesús García Gutiérrez, La Iglesia mejicana en el Se-gundo Imperio.

Al pasar los años, el estudio de las re-laciones entre las dos instituciones se ha hecho a partir del acceso a los nuevos re-positorios y también, de forma más objetiva, para entender el papel de estas instituciones en la conformación del Estado mexicano.

Un trabajo relevante es Las relacio-nes Iglesia-Estado durante el Segundo Imperio, de Patricia Galeana, en el cual se nos presentan como punto central las reformas eclesiásticas emprendidas por los gobiernos liberales relacionando és-tas con las emprendidas por Maximiliano. Para Galeana, a lo largo del siglo XIX se experimentaron tres reformas: la primera en 1833 durante el gobierno interino del vicepresidente Gómez Farías; la segun-da, de 1855 a 1859 con las Leyes de Reforma; la tercera, en el mismo imperio de Maximiliano, a partir de las medidas adoptadas por el emperador. Al hablar de la tercera, la autora señala que tal reforma estuvo infl uiada por las medidas de los li-berales mexicanos. En esta parte estoy de acuerdo con ella, pero considero que no sólo las ideas liberales mexicanas marca-ron el actuar del archiduque. Maximiliano tenía toda una ideología heredada de su educación y de la situación reinante en la Europa que le tocó vivir. En este punto, considero que un aspecto fundamental es la tradición josefi nista1 con la que el archiduque estaba relacionado. Esta co-rriente de pensamiento infl uyó mucho en

1 El josefinismo era la corriente político religiosa que se desarrolló en el imperio Austro-Húngaro, la cual estuvo marcada por el dominio por parte del Estado sobre la Iglesia. Este movimiento tenía sus orígenes,

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Maximiliano, por lo tanto, él ya tenía una clara idea de lo que debería ser la Iglesia y su papel en la sociedad. En consecuen-cia, la tercera reforma es la mezcla del josefi nismo y las ideas de los liberales mexicanos, aunque estas últimas como parte de la tradición liberal de la época y no exclusivas de los mexicanos, como lo considera Patricia Galeana.

LAS RELACIONES IGLESIA-ESTADO ANTES DEL SEGUNDO IMPERIO

A lo largo del siglo XIX, la Iglesia sufrió grandes trasformaciones en su interior y vivió serios confl ictos al exterior. El Es-tado, por su parte, se encontraba en un proceso de gestación: las instituciones antiguas se adaptaron a la nueva reali-dad del país, mientras otras, surgidas a partir de la transición del periodo emanci-pador, buscaban su propia identidad y su función en la sociedad, lo que condujo al enfrentamiento con las instituciones que podían limitarle y difi cultar su accionar. Una de ellas era la Iglesia católica, a la

cual se le debía marcar bien su territorio y supeditarla al Estado. La Iglesia se vio libre del Regio Patronato ejercido por los reyes españoles, pero debió enfrentar las acciones encaminadas a lograr su sumisión; luchó contra los proyectos de concordatos planteados por los diferentes gobiernos que se sucedían de manera vertiginosa y, por tanto, no tenían la ca-pacidad para conservar el poder y lograr el control de las instituciones.

Para Patricia Galeana, la Iglesia des-empeñó un papel fuerte a lo largo de la primera mitad del XIX porque la nación carecía de identidad propia. Mientras tanto, la alta jerarquía se encargaba de obstaculizar la formación del Estado mo-derno.2 Esta idea de Galeana me parece un poco extrema. Por una parte la Iglesia sirvió de aglutinador social, pero también hubo miembros del clero, tanto del alto como del bajo, que compartían las ideas emancipadoras y, por tanto, trabajaron para crear una identidad nacional.3 Por supuesto, estuvieron en contra de los ex-cesos que, según su punto de vista, fue-

entre otros, en el galicanismo francés. Para ampliar este punto se recomienda E. Preclin y E., Jorry, “Luchas doctrinales”, en Agustín Fliche y Victor Martín, Historia de la Iglesia. De los orígenes a nuestros días, vol. XXII, España, EDICEP, s.a., p. 514.2 Patricia Galeana, Las relaciones Iglesia-Estado durante el Segundo Imperio, 1991, México, UNAM, p. 2.3 Para comprender más sobre la participación del clero según las ideas emancipadoras, se recomiendan

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ron cometidos por los gobiernos, y más si éstos afectaban sus intereses. Una idea de la misma autora que me parece más acorde con la realidad del siglo XIX, es la que se refi ere a la polarización de la sociedad en torno a la participación política del clero.4 El clero, acostumbrado a participar en los asuntos civiles, no vio con muy buenos ojos que se tratara de limitar su participación en las cuestiones políticas; por otra parte, para algunos sectores de la sociedad decimonónica el papel del clero debía de centrarse en el cumplimiento de su ministerio, es decir, la administración de los sacramentos y no la administración pública. Esta perspectiva favorecía la división de funciones entre las dos instituciones, misma que con el tiempo dio paso a la separación Iglesia-Estado, consagrada parcialmente en la constitución de 1857 y, de manera cabal, en las Leyes de Reforma promulgadas en 1859 por Benito Juárez.

Brian Connaughton señala que antes

de la lucha de independencia se venía cuestionando la “preeminencia del clero en el país”, objetándose su participación política porque “su colaboración con el Estado no obedecía los lineamientos de subordinación que la monarquía preten-día”. Bajo la óptica de este autor, algu-nos clérigos aceptaban la subordinación de la Iglesia al Estado, pero la mayoría insistía en la noción de “las dos espadas o las dos soberanías, una terrena y otra trascendental”. Uno de los principales problemas era la cuestión de los fueros; los miembros del clero tenían sus propios tribunales para ser juzgados y por tanto no se sujetaban a las cortes civiles.5 Esta situación contradecía los postulados del Estado liberal, el cual habla de la igualdad de los ciudadanos ante la ley, sin impor-tar su pertenencia a alguna corporación, gremio o, como en este caso, a un grupo confesional como la Iglesia católica.

Para Anne Staples en “muchos cam-pos, las miras y metas del Altar y de la

los textos de Brian Connaughton, “Clérigos federalistas: ¿fenómeno de afinidad ideológica en la crisis de dos potestades?”, en Manuel Miño Grijalva, Mariana Terán Fuentes et al., (coords.), Raíces del fede-ralismo mexicano, México, Universidad Autónoma de Zacatecas-Secretaría de Educación y Cultura del Gobierno del Estado de Zacatecas, 2005, pp. 71-87; Brian Connaughton, “Religión, conservadurismo y liberalismo. La economía política de la fe, 1821-1857”, en prensa (original facilitado por el autor).4 Cf. Patricia Galena, “Presentación” en Patricia Galeana (comp.), Relaciones Estado-Iglesia: encuentros y desencuentros, México, AGN, 1999, p. 8.5 Cf. Brian Connaughton, “La Iglesia y el Estado en México, 1821-1856”, en Gran historia de México ilustrada, México, Planeta DeAgostini-CONACULTA-INAH, 2001, p. 304 (fascículo 36).

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corona eran semejantes”. Agrega que la guerra de independencia vino a romper esa unidad y, “más todavía, cambió radi-calmente la forma de participación políti-ca del clero, haciendo que su actuación dependiera, en gran medida, del lugar del individuo dentro de la jerarquía eclesiás-tica”. Para esta autora, existió una clara división entre los miembros del clero. Los obispos, por un lado, condenaron la in-surgencia y la combatieron con la palabra desde sus sedes apostólicas; el bajo cle-ro, por su parte, combatió con las armas y formó parte de los grupos insurgentes.6 Este aspecto es de suma importancia, la participación de los miembros del clero en asuntos políticos estuvo marcada, después de la guerra de independencia, por su lugar al interior de la jerarquía. Por un lado, se tiene la participación de algu-nos miembros del clero en los congresos durante la primera mitad del siglo XIX. Cita la autora algunos casos como el del clé-rigo Juan Cayetano Portugal, quien llegó a ser obispo de Michoacán y “compaginó

sus tareas pastorales con mucha expe-riencia política”, dando referencia de los cargos que ocupó dentro de los diferentes gobiernos.7 Por otro lado, los curas loca-les desempeñaban un papel importante para aglutinar a la sociedad promoviendo un “nacionalismo providencial desarro-llado en función del ‘pueblo’ mexicano”.8 Además, la cercanía que tenían con las personas en las regiones y localidades menores del país “los hacia especialmen-te atractivos como representantes del pueblo con deseos de proyectarse en los ámbitos estatal o federal, y no es extraño que refl ejaran a su vez los intereses de esas comarcas”.9

Esto hacía que los clérigos tuvieran un papel relevante al interior de la socie-dad. Pero para las autoridades civiles, las surgidas de la lucha emancipadora, la participación del clero iba más allá de lo permitido por las nuevas leyes. Se quería crear una nación nueva, con ciudadanos en lugar de súbditos, por tanto, la cons-trucción ideológica ejercida por el clero

6 Cf. Anne Staples, “La participación política del clero: Estado, Iglesia y poder en el México independien-te”, en Brian F., Connaughton y Andrés Lira González (coords.), Las fuentes eclesiásticas para la historia social de México, México, UAM Iztapalapa-Instituto Mora, 1996, p. 333.7 Cf. ibid., p. 342.8 Brian F. Connaughton, “El clero y la fundamentación del Estado-nación mexicano”, en Brian F., Con-naughton y Andrés Lira González (coords.), op. cit., 1996, p. 354.9 Ibid., p. 23.

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en la sociedad era contraria a las aspira-ciones del Estado y de alguna manera se le debía limitar. En la primera mitad del siglo XIX esta separación ideológica no fue contundente y se mezclaron en la prácti-ca clero y política, haciendo esta relación de claroscuros. Las providencias más notables encaminadas a lograr la limita-ción del clero, después de consumada la independencia, se dieron en 1833: “las medidas determinadas por el gobierno del vicepresidente Valentín Gómez Fa-rías entre 1833 y 1834 expresaban estos valores respecto de la Iglesia y su papel en la sociedad mexicana”. Entre las pre-venciones tomadas se pueden señalar al-gunas como la prohibición de “los discur-sos políticos por el clero, se secularizaron las misiones, se cerró la Universidad de México para crear el Departamento de educación Pública”, entre otras más.10 A este periodo, y las medidas adoptadas por el gobierno de Gómez Farías, Galea-na lo llama “la primer reforma contra el clero”.11 Se podría decir que fue un primer aviso de las intenciones del Estado con

respecto a la Iglesia, aviso que la jerar-quía católica no supo escuchar para au-torreformarse y, a la larga, esto cultivó el confl icto entre las dos instituciones.

Es necesario aclarar que la lucha de los hombres del Estado era contra la Igle-sia como institución, en particular contra el clericalismo, entendido éste como “el aprovechamiento de la calidad sacerdotal para asuntos ajenos al culto religioso”.12 Es decir, contra el abuso en que incurría algún sector del clero que prestaba más atención a asuntos que le eran ajenos, sobre todo políticos, y descuidaba su ver-dadera función, la administración de los sacramentos. La mayoría de los liberales mexicanos eran católicos, pero eran tam-bién anticlericales, esto es, “combatían la acción política del clero”.13 Por lo tanto, muchas medidas tomadas por los gobier-nos –en particular por los liberales tras su triunfo sobre la dictadura santanista, al mediar la década de los años 50– estu-vieron encaminadas a lograr ese control sobre el clero, limitando su acción política y sujetándolo a las leyes civiles como a

10 Cf. Brian Connaughton, “La Iglesia y el…”, p. 309 (fascículo 36).11 Cf. Patricia Galeana, Las relaciones…, pp. 17-18.12 Patricia Galeana, “Clericalismo y soberanía”, en Patricia Galeana (comp.), Relaciones Estado-Iglesia: encuentros y desencuentros, 1999, p. 97.13 Idem.

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cualquier otro ciudadano. Patricia Galea-na señala que “[a]ntes de 1855, la Iglesia había constituido una especie de Estado dentro de otro”,14 lo cual iba abonando el terreno para el enfrentamiento entre las dos instituciones. Por ejemplo, Brian Connaughton señala que a mediados de la década de los 50 se “contrapusieron claramente dos soberanías que disputa-ron la lealtad de los habitantes de México: el Estado, representado por las leyes […] y la Iglesia”. Continúa señalando que esto quedó más claro a partir de las Leyes de Reforma porque, por primera vez, la Igle-sia se encontró con “leyes que juzgaba como totalmente injustas y adversas a sus intereses, y una resistencia no me-nos total de parte de los gobernantes para cambiarlas”.15 Este enfrentamiento propició un confl icto de conciencia de

primer orden entre estas dos soberanías, pero también reveló que por debajo “de la superfi cie se confrontaban […] dos apre-ciaciones distintas y enfrentadas de lo que era ser católico apostólico y romano y ciudadano en México”.16

Mediante las medidas tomadas por los gobiernos en los años posteriores al triunfo liberal, las llamadas “Ley Juárez”17 y “Ley Lerdo”18 y la promulgación de la Constitución de 1857, se produjo el inten-to de lograr el control del clero por parte del Estado. A estas medidas y la publica-ción de las Leyes de Reforma, realizada por el presidente Juárez en el puerto de Veracruz en 1859, Patricia Galeana llama “la Segunda Reforma”.19 Al parecer ésta tuvo más éxito que la primera. El proceso de sometimiento del clero se intensifi có, al grado de que éste llegó a fi nanciar, de

14 Ibid., p. 98.15 Brian Connaughton, “Soberanía y religiosidad. La disputa por la grey en el movimiento de la Reforma”, en Alicia Tecuanhuey Sandoval, (coord.), Clérigos, políticos y política. Las relaciones Iglesia y Estado en Puebla, siglos XIX y XX, México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, 2002, p. 101.16 Idem.17 Esta ley fue promulgada el 23 de noviembre de 1855 por el ministro de la Suprema Corte, Benito Juárez. Su objetivo era reducir los fueros o jurisdicciones privativas de los tribunales eclesiásticos y militares. Para ampliar este tema se recomienda Brian Connaughton, “La Iglesia y el…”, p. 319 (fascículo 36).18 Esta ley se promulgó el 25 de junio de 1856, la cual declaró la desamortización de los bienes raíces de la Iglesia a nivel nacional. Cf. Brian Connaughton, “La Iglesia y el…”, 2001, p. 319 (fascículo 36); cf. Francisco Morales, “Las leyes de Reforma y la respuesta de los obispos”, en Patricia Galeana (comp.), Relaciones Estado-Iglesia: encuentros y desencuentros, p. 74; cf. Agustín Churruca Peláez, S.J., Historia de la Iglesia en México, México, Obra Nacional de la Buena Prensa, 2002, p. 145.19 Cf. Patricia Galeana, Las relaciones…, pp. 19-28.

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forma discreta, algunas revueltas para lo-grar defender sus bienes.20

LAS RELACIONES IGLESIA-ESTADO EN EL IMPERIO DE MAXIMILIANO

La Guerra de Tres Años, o de Reforma, marca el enfrentamiento cabal entre el Estado y la Iglesia. En apariencia el le-vantamiento era contra la Constitución del 57, pero detrás de este movimiento esta-ba el clero apoyándolo, con la mira pues-ta en recuperar sus fueros y los bienes que ya habían empezado a enajenarle. El triunfo liberal, momentáneo, preparó el terreno para la intervención extranjera de 1862. En la Guerra de Tres Años, ambos bandos habían buscado apoyo externo, los liberales en Estados Unidos y los con-servadores en Europa; en esta coyuntu-ra, la idea de monarquía se hizo presente con más fuerza, al grado de que un grupo de mexicanos exiliados en Europa, entre ellos varios clérigos, comenzaron la labor en las distintas cortes de ese continente con la fi nalidad de encontrar la ayuda

para establecer la monarquía en México como un protectorado europeo. Entre los principales monarquistas estaban José María Gutiérrez de Estrada, Francisco de Paula y Arrangoiz, José Manuel Hidalgo, Ignacio Aguilar y Marocho; entre los clé-rigos, Pelagio Antonio de Labastida y Dá-valos y Clemente de Jesús Munguía. Este grupo se dedicó a cabildear en las cortes europeas hasta que su propuesta encon-tró eco en la corte francesa de Napoleón III, quien a su vez apoyó a estos monar-quistas para lograr el beneplácito de Ingla-

20 Un ejemplo es el levantamiento de Puebla el 19 de diciembre de 1855, al grito de “Religión y fueros”, la cual fue apoyada por el clero de la diócesis poblana. En respuesta, el gobierno combatió y derrotó a los alzados y ordenó la confiscación de los bienes de esa diócesis por el apoyo brindado al levantamiento. Cf. Brian Connaughton, “La Iglesia y el…”, p. 319 (fascículo 36), y cf. Agustín Churruca Peláez, S.J., Historia de la…, p. 156.

Colección Gobernadores de México. P6 - C3 - F 099.

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terra y España, con la idea de formar un dique para contener a Estados Unidos en su avance sobre América Latina. Los monarquistas se dieron a la tarea de se-leccionar al candidato ideal para esta mi-sión. Tras revisar a varios postulantes se determinó que el elegido era Maximiliano, de la casa de Habsburgo.

El 10 de abril de 1864, se inició for-malmente el llamado Segundo Imperio Mexicano, con la invitación hecha al ar-chiduque austriaco y con su aceptación de la corona. Este comienzo estaría mar-cado por las primeras diferencias entre el archiduque austriaco y la jerarquía cató-lica. Al salir del castillo de Miramar con dirección a México, Maximiliano y Carlota realizaron una visita al Papa Pío IX; no se sabe a ciencia cierta lo que los dos perso-najes hablaron, pero se especula sobre lo que no dijeron, lo cual pudo quizá salvar al imperio.21 Después de esta escala en

el Vaticano, los emperadores continua-ron su viaje para llegar a su nueva patria. Maximiliano desconocía que tanto Napo-león III como el propio Pío IX tenían sus propios intereses para apoyar la empresa mexicana. Básicamente, el pontífi ce bus-caba la restauración de la Iglesia en todas las prerrogativas que tenía hasta antes de las Leyes de Reforma, incluidos los bie-nes que ya habían sido nacionalizados.22 Maximiliano consiguió algunas preben-das de parte del obispo de Roma, la más importante en relación con los cambios en la liturgia para que se incluyera una oración con el nombre del emperador, la cual debería rezarse en todas las iglesias de México.23 Un punto importante a des-tacar es que ninguna de las dos partes se comprometió entre sí, Maximiliano no le ofreció nada al sumo pontífi ce y el Papa tampoco se comprometió con el empera-dor, lo que causó que desde un principio

21 Cf. Luis Medina Ascencio, S.J., México y el Vaticano. La Iglesia y el Estado liberal, t. II, México, JUS, 1984, p. 242; Egon Caesar Conte Corti, Maximiliano y Carlota, México, FCE, 5a. reimpresión, 1997, p. 232; Cf. Patricia Galeana, Las relaciones Iglesia…, pp. 82-83, y cf. José Manuel Hidalgo, Proyectos de monarquía en México, México, JUS, 1962, p. 159.22 Cf. Egon Caesar Conte Corti, op. cit., p. 270.23 Patricia Galeana, Las relaciones…, p. 85. Véase, Jesús García Gutiérrez, La iglesia mejicana en el Segundo Imperio, México, Editorial Campeador, distribuido por editorial Jus, 1955 (Figuras y episodios de la historia de México), p. 47. En este texto el autor nos dice que Maximiliano pidió al Sumo Pontífice que se dignara conceder las mismas preces que anteriores papas habían otorgado a varios monarcas tanto austriacos como franceses. Consiguió que se introdujeran diversos cambios en la liturgia, no sólo la oración por el emperador, sino otras modificaciones que van desde el canon de la misa pasando por la letanía de los santos, incluido el pregón pascual del Sábado Santo.

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la relación entre las dos potestades fuera difícil y trascendental en el devenir del im-perio mexicano.

La pareja imperial arribó al puerto de Veracruz el 28 de mayo de 1864. El reci-bimiento fue frío por parte de la población del puerto. Algunos autores refi eren que se recibió con salvas de cañones a los monarcas, pero la versión más aceptada es la primera.24 El desembarco se efectúo al día siguiente; al descender, Maximiliano dio un discurso en el cual se pueden apre-ciar las ideas que refl ejaban su posición ante la Iglesia:

Las bendiciones del cielo, y con ellas el pro-

greso y la libertad, no nos faltarán segura-

mente, si todos los partidos, dejándose con-

ducir por un Gobierno fuerte y leal, se unen

para realizar el objeto que acabo de indicar,

y si continuamos siempre animados del sen-

timiento religioso, por el cual nuestra bella

patria se ha distinguido aun en los tiempos

más desgraciados.25

En este párrafo destaca su deseo de unir a todos los partidos bajo la dirección del monarca para crear un gobierno fuer-te capaz de sacar a México adelante de tantos años de luchas internas. El clero se manifestó hasta el 12 de junio, día en que los monarcas hicieron su entrada en la ciudad de México. Con esa fecha, la jerarquía católica publicó una carta pas-toral en la cual manifestaba su apoyo a Maximiliano; el párrafo introductorio es muy signifi cativo:

En los momentos solemnes en que la pre-

sencia del nuevo Soberano, precedida de

los deseos y de las esperanzas, inicia en

México una era nueva, que será de ventura

o desdicha según el uso que hagamos de

las gracias que Dios Nuestro Señor nos dis-

pensa; Nosotros, animados de nuestro celo

Pastoral, os dirigimos la palabra para exhor-

tarlos con el apóstol San Pablo a no recibir

en vano esta gracia de reparación, que aca-

so podrá ser la última.26

24 Cf. José Manuel Hidalgo, Proyectos de…, pp. 161-162; Cf. Egon Caesar Conte Corti, Maximiliano y…, p. 277.25 Francisco de Paula y Arrangoiz, México desde 1808 hasta 1867, prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968 (“Sepan cuantos…”, 82), p. 585. Cf., Egon Caesar Conte Corti, Maximiliano y…, p. 277.26 Carta pastoral colectiva en ocasión de la entrada a México, de los emperadores Maximiliano y Carlota. México, 12 de junio de 1864, en Alfonso Alcalá y Manuel Olimón, Episcopado y gobierno en México. Cartas pastorales colectivas del episcopado mexicano (1859-1875), México, Universidad Pontificia de México, 1989 (Ediciones Paulinas), p. 112.

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El clero veía en la fi gura del emperador una solución a los problemas de Méxi-co, además de una bendición de Dios, que por ser un monarca católico traería la salvación a esta patria desgraciada. El resto de la carta continúa en esta lí-nea, le habla al pueblo diciéndole que de ellos dependerá la salvación de la patria; destacan el catolicismo del emperador para ponerlo al servicio de la nación que vino a gobernar.27 En la segunda parte de la carta, los obispos mexicanos fi jan su posición ante el monarca, le ofrecen un pueblo abnegado, siempre que le sean respetados sus derechos y devueltos sus bienes.28 Esta carta de alguna manera marcó el rumbo que tomarían las relacio-nes entre el emperador y la alta jerarquía, ésta estaba dispuesta a apoyar al monar-ca siempre y cuando él le devolviera los bienes y cuidara de la Iglesia como los obispos esperaban, es decir, crear una monarquía católica supeditada al clero y no liberal como se daba en Europa.

Un punto importante y que, desde mi punto de vista, fue determinante para las relaciones entre la Iglesia y el emperador, fue que el nuncio papal, el cual tardó en llegar al país. Esto tensó más las relacio-nes entre las dos potestades. Ante esta demora, el emperador insistía a su repre-sentante ante el papa para que éste envia-ra pronto al nuncio, porque había muchos asuntos que requerían su presencia para solucionarlos y, de no llegar el nuncio, el emperador tomaría las medidas necesa-rias.29 Por su parte, el clero también ha-cía presión para el envío del nuncio; los arzobispos de México y Michoacán, junto con el obispo de Oaxaca, remitieron una carta al secretario de Estado del Vaticano donde se quejaban de la situación por la que estaba atravesando la Iglesia, “peor que en tiempos de Juárez”, y le urgían al secretario papal el envío del nuncio.30 La llegada del representante del papa se produjo hasta diciembre de 1864. El em-perador trató de evitar todo contacto del

27 Ibid., pp. 112-116.28 Ibid., pp. 117-120.29 Secretaría de Relaciones Exteriores, Archivo Histórico y Diplomático Genaro Estrada (en adelante SRE, AHD, Genaro Estrada, LE-82). Este texto corresponde a los informes que se enviaron al representante del imperio en Liverpool y tiene fecha de 1865.30 “Carta de los obispos Labastida, Munguía y José María Covarrubias y Mejía al cardenal, secretario de Estado Antonelli. México, 28 de julio de 1864”, en Alfonso Alcalá y Manuel Olimón, Episcopado y gobierno en…, pp. 127-130.

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nuncio con la jerarquía para arreglar por su cuenta los pendientes que se tenían, pero los prelados lograron entrevistarse con él, que era monseñor Meglia, el cual gozaba de fama de conservador. Esto hizo albergar esperanzas a los obispos de que se lograría restituirle a la Iglesia todo lo perdido durante los gobiernos re-publicanos, particularmente el asunto de los bienes del clero.

La ceremonia de recepción del nuncio se verifi có el 10 de diciembre de 1864; en ella, monseñor Meglia leyó un discurso en el que le recordaba a Maximiliano su compromiso como monarca católico y su papel frente a la Iglesia.31 El emperador respondió con otro discurso y, con breves palabras, fi jó la postura del gobierno ante la Iglesia.32 Posteriormente, Maximiliano entregó al nuncio el proyecto de con-cordato que se aplicaría para el Imperio Mexicano; este documento resultó con-trario a lo esperado, no sólo por el nuncio, sino por la alta jerarquía mexicana, sus nueve puntos señalaban lo siguiente:

I. El Gobierno Mejicano tolera todos los

cultos que no estén prohibidos por las leyes;

pero protege el católico, apostólico, romano,

como religión de Estado.

II. El tesoro público proveerá a los gas-

tos del culto católico y del sostenimiento de

sus miembros en la misma forma, propor-

ción y preferencia con que se cubra la lista

civil del Estado.

III. Los ministros del culto católico admi-

nistrarán los sacramentos y ejercerán su mi-

nisterio gratuitamente y sin que ellos tengan

derecho a cobrar, ni los fi eles obligación de

pagar estipendio, emolumento o cosa algu-

na, a título de derechos parroquiales, dis-

pensas, diezmos, primicias o cualquier otro.

IV. La Iglesia cede y traspasa al gobier-

no mejicano todos lo derechos con que se

considera, respecto de los bienes eclesiás-

ticos que se declararon nacionales durante

la República.

V. El emperador Maximiliano y sus suce-

sores en el trono ejercerán in perpetuam en

la Iglesia mejicana los mismos derechos que

los reyes de España ejercieron en la Iglesia

de América.

VI. El Santo Padre, de acuerdo con el

emperador, determinará cuáles de las ór-

31 SRE, AHD, Genaro Estrada, LE-82. Véase Patricia Galeana, Las relaciones…, p. 107. La autora es la única en mencionar el discurso de monseñor Meglia y en su texto da una pequeña referencia al mismo.32 SRE, AHD, Genaro Estrada, LE-82. Véase Patricia Galeana, Las relaciones…, p. 108.

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denes de religiosas, extinguidas durante

la República, deben ser restablecidas y en

qué forma y términos. Las comunidades de

religiosas que de hecho existen hoy, conti-

nuarán, pero con los noviciados cerrados

hasta que el Santo Padre, de acuerdo con

el emperador, determine la forma y términos

en que deben continuar.

VII. Fueros.

VIII. En los lugares en que el empera-

dor lo juzgue conveniente, encomendará el

registro civil de nacimientos, matrimonios y

fallecimientos, a los párrocos católicos, quie-

nes deberán desempeñar este cargo como

funcionarios del orden civil.

IX. Secularización de cementerios.33

Como se puede ver, el concordato pro-puesto por Maximiliano estaba encamina-

do a crear una monarquía católica y no buscaba acabar con la Iglesia, como fue considerado por la alta jerarquía católica. La respuesta del nuncio fue que carecía de instrucciones para tratar un asunto tan delicado, que debería de esperarlas de parte del papa. Ante este panorama, días después, Maximiliano envió una carta al ministro Escudero para que se tomaran las medidas para solucionar las cuestio-nes con la Iglesia.34 El clero no esperó más y le escribió una carta al emperador en reproche a la misiva al ministro Escu-dero, y le planteó lo difícil que sería la relación entre el emperador y la jerarquía católica.35

Arrangoiz señala que “Ningún efec-to produjo la Exposición en el ánimo de Maximiliano”. La respuesta que les dio a

33 SRE, AHD, Genaro Estrada, LE-82; Patricia Galeana, Las relaciones…, pp. 112-113. En este libro de Patricia Galeana aparece la versión del concordato igual a la del documento del Archivo de Relaciones Exteriores, éste firmado por el subsecretario de Justicia Francisco de P. Tabera. Una versión con pocas variantes del texto y también firmado por el mismo personaje puede ser consultado en: Francisco de Paula y Arrangoiz, México desde…, pp. 599-600, y Jesús García Gutiérrez, La Iglesia mejicana…, pp. 56-57.34 Cf. Francisco de Paula y Arrangoiz, México desde…, pp. 601-602; Jesús García Gutiérrez, La Iglesia mejicana…, p. 60; Patricia Galeana, Las relaciones…, p. 123. Todos los autores, salvo Arrangoiz, hacen referencia a la carta; Arrangoiz, presenta la carta de Maximiliano al ministro Pedro Escudero.35 Cf. Carta de S. M. el Emperador al Exmo. Sr. Ministro de Justicia. Seguida de una exposición que dirigieron á S. Ma. con motivo de las declaraciones y disposiciones que en ella se contienen, los Ylmos. Sres. Arzobispos de México y Michoacán, y Obispos de Oajaca y Queretaro, en Archivo Histórico del Arzobispado de México (AHAM), Archivo de Pelagio Antonio Labastida y Dávalos, fondo Episcopal, sección Secretaría Arzobispal, caja 23, exp. 1, fs. 1-2. Véase Francisco de Paula y Arrangoiz, México desde…, 1985, pp. 601-602; Alfonso Alcalá y Manuel Olimón, Episcopado y gobierno…, pp. 147-157.

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los obispos fue una “reprimenda amisto-sa”.36 Así, el año de 1864 llegaba a su fi n en medio de una gran tormenta; la actitud del nuncio hacía pensar a la pareja impe-rial que Roma los abandonaba. Por otro lado, el año siguiente no mostraba nubes ni cielos claros en el horizonte del imperio, es decir, que se enfrentarían nuevas difi -cultades en 1865. Las acciones tomadas por Maximiliano parecían no tener vuelta atrás, se tenía que continuar por ese ca-mino. El episcopado mexicano, a su vez, se preparaba para combatir las nuevas medidas que emprendería el emperador.

LAS LEYES “ANTICLERICALES” DE 1865

De acuerdo con Patricia Galeana, de di-ciembre de 1864 a diciembre de 1865, los decretos, leyes y circulares que se apro-baron por parte del gobierno “bien pueden considerarse como el tercer movimiento

reformista del siglo XIX mexicano”.37 Este periodo marcó la separación defi nitiva entre el monarca y el alto clero mexicano. El em-perador, al no haber logrado la solución del problema eclesiástico, aun con la presencia del nuncio, decidió tomar medidas que fue-ron poniendo en práctica los puntos del con-cordato presentado a monseñor Meglia.38

Ya se comentó la carta del 27 de diciembre al ministro Pedro Escudero, la cual marcó el inicio de estas medidas y la reacción de los obispos. La siguiente medida fue tomada a los pocos días, el 7 de enero:

Resuelto Maximiliano a no detenerse en

su marcha anticatólica e imprudente, ex-

pidió (…) el decreto siguiente: ‘Para fi jar la

forma en que debe obtenerse el pase de

Bulas, Breves, Rescriptos y Despachos

de la Corte de Roma, en la organización

política que hoy tiene la nación, Hemos

decretado y decretamos lo siguiente:

36 Francisco de Paula y Arrangoiz, México desde…, p. 604.37 Patricia Galeana, Las relaciones…, p. 123.38 Para Patricia Galeana, fueron ocho las medidas tomadas por el gobierno de Maximiliano: 1. Ratificación de las Leyes de Reforma dadas por la República relativas a los bienes del clero y supresión del pago de obvenciones parroquiales, en el documento conocido como la Carta a Escudero (27 de diciembre de 1864); 2. Decreto del pase de Bulas y Rescriptos (7 de enero de 1865); 3. Decreto de Tolerancia de Cultos (26 de febrero de 1865); 4. Decreto relativo a los bienes de la Iglesia (26 de febrero de 1865); 5. Circular secularizando los cementerios (12 de marzo de 1865); 6. El Estatuto Provisional del Imperio (10 de abril de 1865) incorporó en el título XV de las garantías individuales, el decreto de Libertad de Cultos (Art. 58), estableciendo también la Libertad de Prensa en el Art. 76 del mismo título; 7. Ley de Registro Civil (1 de noviembre de 1865) y Ley de Instrucción Pública (27 de diciembre de 1865). Véase, Patricia Galeana, Las relaciones…, p. 123.

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Artículo 1º Están vigentes en el Impe-

rio las leyes y decretos expedidos antes y

después de la independencia, sobre pase de

Bulas, Breves, Rescriptos y Despachos de la

Corte de Roma.

Articulo 2º Los Breves, Bulas, Rescriptos

y despachos se presentarán a Nos por nues-

tro ministerio de Justicia y Negocios Ecle-

siásticos, para obtener el pase respectivo.

Este decreto se depositará en los archi-

vos del Imperio, publicándose en el periódi-

co ofi cial.39

Con esta medida, el gobierno imperial buscaba tener control sobre los escritos enviados por la curia romana. El primer documento papal en tramitarse de acuer-do con este derecho fue la bula publicada en Roma en diciembre de 1864, la cual daba a conocer el sylabus moderno con-denado por la Santa Sede.

La política religiosa del imperio siguió las directrices marcadas por Maximiliano. El clima de opinión en el gobierno se pulsa en el enojo de Carlota, según lo describe Patricia Galeana: “La antipatía que siem-pre había sentido Carlota por el clero, día

a día se tornaba en verdadera aversión”, en particular hacia monseñor Meglia y el arzobispo Labastida; de hecho considera-ba como un verdadero “golpe de Estado” la actitud asumida por el clero.40

En febrero se dictaron dos nuevos decretos que afectaban los intereses de la Iglesia. El primero tenía que ver con la tolerancia de cultos, condenado de ante-mano por el Episcopado mexicano. Dicho decreto señalaba:

Artículo 1º El Imperio protege la Reli-

gión Católica, Apostólica, Romana, como

Religión del Estado.

Art. 2º Tendrá amplia y franca tole-

rancia en el territorio del Imperio todos los

cultos que no se opongan a la moral, a la

civilización, o las buenas costumbres. Para

39 Francisco de Paula y Arrangoiz, México desde…, p. 605. El decreto sobre el pase de bulas y documen-tos papales, se publicó en el Diario del Imperio, t. I, México, núm. 14, 18 de enero de 1865, p. 53.40 Cf. Patricia Galeana, Las relaciones…, p. 128.

Colección Gobernadores de México. P6 - C3 - F 100.

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el establecimiento de un culto se recabará

previamente la autorización del Gobierno.

Art. 3º Conforme lo vayan exigiendo las

circunstancias, se expedirán los Reglamen-

tos de policía para el ejercicio de los cultos.

Art. 4º El Consejo de Estado conocerá

de los abusos que las autoridades cometan

contra el ejercicio de los cultos, y contra la

libertad que las leyes garantizan a sus mi-

nistros.

Este decreto se depositará en los archi-

vos del Imperio, publicándose en el periódi-

co ofi cial. Dado en el Palacio de México, a

26 de febrero de 1865.41

Con este decreto se cumplía el punto primero del concordato. En el fondo, el gobierno imperial pensaba que, promo-viendo la tolerancia de cultos, se origi-naría la inmigración europea a México. Para los obispos esto era imposible de sostener porque argumentaban que el país era totalmente católico y que no se debía permitir otro culto. La inmigración podría llegar aun de población católica si las condiciones de vida que se dieran en

el imperio fuesen adecuadas. El mismo día 26 se publicó en el Diario del Imperio otro decreto, éste sobre la revisión de los bienes nacionalizados, el cual mandaba que: “El Consejo de Estado revisara todas las operaciones de desamortización y na-cionalización de bienes eclesiásticos, eje-cutadas a consecuencia de las leyes de 25 de junio de 1856 y 12 y 13 de julio de 1859 y sus concordantes, y creando una Administración de bienes nacionales”.42

La respuesta del alto clero no se hizo esperar. Los arzobispos de México, La-bastida, y de Michoacán, Munguía, escri-bieron dos cartas colectivas al emperador Maximiliano en marzo para protestar por estos decretos y defender los derechos que tenía la religión católica. A continua-ción hablaré de estas cartas, comenzan-do por la del 1 de marzo.

Es una carta bastante larga, por lo cual sólo destaco los párrafos más inte-resantes que nos permiten ver la manera en que estos dos arzobispos defendieron los intereses de la Iglesia ante las dispo-siciones de Maximiliano. En esta primera

41 “Decreto sobre la tolerancia de cultos” en Diario del Imperio, t. I, núm. 48, México, 27 de febrero de 1865, pp. 193-194; Francisco de Paula y Arrangoiz, México desde…, pp. 614-615; Alfonso Alcalá y Ma-nuel Olimón, Episcopado y gobierno…, p. 163. Cf. Egon Caesar Conte Corti, Maximiliano y…, p. 326.42 Francisco de Paula y Arrangoiz, México desde…, p. 615. Cf. Diario del Imperio, t. I, núm. 48, México, 27 de febrero de 1865, pp. 193-194.

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epístola, además de protestar por la de-claración de tolerancia de cultos, también lo hacen contra lo escrito por Maximiliano a su ministro Escudero, el 27 de diciem-bre de 1864, así como contra el decreto de enero sobre el pase de bulas y demás escritos pontifi cios. Le señalan al empe-rador que: “Nunca, pues, más necesario que hoy apurar nuestra solicitud y nuestro celo para conjurar este mal con los recur-sos que nos ministra la razón, la justicia y la libertad legal, apelando al mismo Sobe-rano que ha dado la ley para que, mejor informado, se sirva derogarla”.43

Con esto le decían al monarca de for-ma velada que no conocía la realidad de México, en donde la única religión, según los prelados, era la católica, por lo que cualquier otro culto era contrario a la idio-sincrasia del mexicano. Líneas más ade-lante le dicen con respecto a la tolerancia de cultos que es: “[E]l sufrimiento de un mal necesario; luego no debe admitirse cuando este mal puede evitarse, es decir: cuando un pueblo puede librarse de él sin el sacrifi cio de bienes mayores que los

que le proporcionaría su existencia, o sin el sufrimiento de males mayores que los que le traería sobre él la tolerancia”.44

De nuevo refi eren que la tolerancia no debe aplicarse para México porque le traería más males que bienes. Continúan señalando la importancia que tiene la re-ligión para las sociedades, las cuales no podrían subsistir sin ella; por tanto, esta medida puede ser considerada atentato-ria para la sociedad mexicana, así como contraria a la verdad, “perseguidora de la justicia y opuesta diametralmente a los principios de la convivencia pública”.45 Más adelante, al seguir descalifi cando la tolerancia de cultos, los prelados señalan un punto importante al decir:

Porque, en primer lugar: ataca los dere-

chos de la Religión católica. Cuando ésta

domina exclusivamente en el Estado, to-

dos los individuos que le componen están

sujetos a dos potestades que, si bien son

diferentes entre si, no por esto dejan de

estar unidas y concertadas recíprocamen-

te por derecho. Este concierto de la au-43 “Exposición de los Ilustrísimos Señores Arzobispos de México y Michoacán a Su Majestad el Empe-rador pidiendo la derogación de la ley de 26 de febrero de 1865 sobre tolerancia religiosa, precedida del texto de la ley”, México, 1 de marzo de 1865, en Alfonso Alcalá y Manuel Olimón, Episcopado y gobierno…, p. 166.44 Ibid., p. 168.45 Ibid., p. 170.

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toridad espiritual y la autoridad temporal

no es el resultado de un pacto libre que

verifi can ambas, sino la subordinación in-

dispensable de la constitución de la socie-

dad a las leyes eternas e imprescriptibles

de la naturaleza.46

Este párrafo es muy interesante debido a que no sólo cuestionan la tolerancia de cultos, sino que dejan ver el tipo de socie-dad que buscaban. Labastida y Munguía son muy claros al señalar que las socie-dades deben estar sujetas a las leyes eternas, es decir, a las dictadas por Dios y sólo después ocuparse de defender los intereses de la misma sociedad. Se deja ver aquí cómo los dos poderes, el tempo-ral y el eterno, deben caminar juntos, con el temporal sujeto al poder eterno. Más adelante, los obispos exponen los princi-pios sociales profesados por la Iglesia y los cuales deben servir de sustento a las sociedades. Señalan:

El primer principio social que profesa la Igle-

sia y cuantos en su seno vivimos, es que

fuera de ella no hay salvación: el segundo

es, que los intereses temporales están su-

bordinados a los intereses eternos, los del

cuerpo a los del espíritu, los humanos a los

divinos; que nunca pueden estar opuestos

estos dos intereses, y que todos los medios

empleados, así para los unos como para los

otros, lejos de pugnar alguna vez, deben

conspirar constantemente al mismo fi n: el

tercero, por último, es, que la salvación debe

ocupar el primer lugar entre los más caros

intereses del hombre, y que por tanto, a ella

debe sacrifi carse infl exiblemente cuanto

pueda menoscabar o destruir la esperanza

de obtenerla [la salvación].47

Éstos serían los párrafos más signifi ca-tivos, desde mi punto de vista, de esta carta enviada al emperador Maximiliano por los arzobispos Labastida y Munguía. Más adelante, retoman el tema de la to-lerancia de cultos y la migración diciendo que no se debería de sacrifi car la religión con el fi n de lograr un incremento en la población, esto resultaría más perjudicial que benéfi co.48 Esta carta es notablemen-te redundante en las ideas expuestas. La principal, como vimos, fue la oposición a

46 Ibid., p. 171.47 Ibid., p. 174.48 Cf. ibid., p. 193.

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la tolerancia de cultos, con lo cual se daba cumplimiento al primer punto del concor-dato, como ya habíamos señalado.

Es relevante en este contexto presen-tar dos documentos encontrados en el AGN, uno lo dirige al emperador un grupo de mujeres de la ciudad de México para manifestarle su desacuerdo con la políti-ca que éste ha seguido en relación con la Iglesia y en particular contra la tolerancia de cultos. El otro es de la comunidad de Monte Bajo, también contra la tolerancia de cultos. Son textos importantes por su contenido argumentativo. Se ve que la sociedad estaba preparada o tenía con-ciencia de los problemas que se daban entre la Iglesia y el emperador. Presento el primero:

Señor: Las que suscribimos subditas

de V.M. y católicas ante todo, respetuo-

samente esponemos: que ha llegado á

nuestros oidos el rumor de que se preten-

de arrancar del ánimo piadoso de V.M. el

funesto decreto de Tolerancia de Cultos, ó

mejor dicho de sectas publicas, enemigas

declaradas de la fe y de la Yglesia.

Llamadas justamente, como católicas,

como amantes del Ymperio y como esposas

y madres de familia, tememos por la Yglesia

Santa, tememos por V. M. y tememos por

nuestros hijos y maridos.

Los disidentes aborrecen y persiguen la

Yglesia en todo tiempo, y sin cesar pertur-

ban la paz, origen de todos los bienes socia-

les. Por eso en nuestra cualidad de católicas

defendemos la fe, y con la fe la libertad de la

Yglesia y la paz pública.

Amamos á V.M. á quien aceptamos con

entuciasmo delirante porque sabiamos que

era un principe tan católico como piadoso,

digno descendiente del gran Carlos V.; y te-

memos por la augusta persona de V.M. por-

que tenemos el convencimiento de que ese

fatal decreto, á cuya sancion le orillan sus

entrañables enemigos, le enajenará para

siempre todos los corazones verdaderamen-

te mexicanos, que no quieren otra fe que la

de la Yglesia Romana.

Tememos, en fi n, como madres y es-

posas, porque el error legalizado, puede

corromper los corazones y la inteligencia de

nuestros hijos y maridos, y perturbar para

siempre la paz de la familia, con riesgo de

perdicion eterna de las almas.

Por lo expuesto, y mucho mas que omi-

timos en obsequio de la brevedad, á V.M.

rogamos, que teniendo presente que Dios

lo trajo á México para que salvase su Yn-

dependencia y su Santísima Religión, no

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133

escuche consejos de hombres inmorales,

y no permita que en México haya mas cul-

to que el católico, apostólico, Romano. Así

Dios le lebrará [sic] de todos sus enemigos,

afi rmará su trono y dinastía y le colmara de

bendiciones.49

Líneas más adelante abordan otro asun-to, referente a la situación en que viven los miembros del clero y las religiosas bajo estas circunstancias:

Ahora, por incidencia añadiremos: que de

la piedad y manifi cencia de su corazon

real, esperamos tambien que dé una mi-

rada compasiva á los Ministros del Señor,

hundidos en una dolorosa miseria, y á las

vírgenes consagradas al mismo Señor

nuestro Dios, que se consumen de ham-

bre y de dolor, y que para haber sido des-

pojadas de sus bienes legítimos y de sus

claustros, y ser objeto de la persecución

de los libertinos é impios, no han tenido

otro crimen que su virtud. Por tanto A V.M.

suplicamos acceda á nuestra petición.

Señor, por comision de muchas señoras:

Lorenza Cervantes de Paredes

Guadalupe Nieto de las Hoz

Juana de la Hoz”50

[Seguida de muchas fi rmas más].

En el otro texto le dicen a Maximiliano:

Señor

Los que suscribimos, autoridades y veci-

nos de la Municipalidad de Monte Bajo;

ante V.M.Y. como sus mas fi eles basayos

parecemos y decimos: que animados por

la abnegación de V. M. y de nuestra ma-

dre, su augusta esposa; así como por los

esfuerzos que lo animan para reparar, con

bienes inmenzos, los males que nos ser-

can; arrojados a vuestros piez imploramos

de V. M: se digne benignamente amparar

y proteger nuestra Santa Religión, Católi-

ca, Apostólica, Romana, sin tolerancia de

otra alguna: pues ella es nuestro consuelo

como la unica verdadera: nos la legaron

nuestros padres para que pase á nuestros

hijos. Por ella la inmenza mayoria de los

mexicanos ha sufrido sus angustias y el

Dios eterno, por su gran clemencia, apre-

surado los dias de su misericordia, nos

envío á V.V. M.M. Y.Y. como prenda de

49 AGN, fondo Segundo Imperio, vol. 41, exp. 45, s/f, ff. 10-12. Francisco de Paula hace una breve referen-cia a este texto: Francisco de Paula y Arrangoiz, México desde…, p. 615.50 AGN, fondo Segundo Imperio, vol. 41, exp. 45, s.f., f. 12.

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134

nuestra felicidad.

Ympuesto que su fe es el Norte que

conduce á nuestro Augusto Soberano; y que

la religión del Crucifi cado es el laso que une

á sus pueblos, demostrandole la justicia y la

verdad, respectuosamente suplicamos á S.

M. Y. se digne acoger nuestra humilde supli-

ca puesta al abrigo de su paternal y compa-

sivo amor así á nosotros.

El comisario El comisario suplente

J. Ant. Jácome Vicente Romero51

Como era de esperarse, estos documen-tos no alteraron en nada las decisiones ya tomadas por Maximiliano, quien continuó con la misma política eclesiástica.

El 12 de marzo de 1865, los arzobis-pos Labastida y Munguía le escriben de nuevo al emperador Maximiliano; en esta ocasión, la protesta es por el dictamen sobre los bienes del clero, el cual también fue publicado el 26 de febrero en el Diario del Imperio, como lo habíamos indicado.52 Esta carta, bastante larga, hace una re-

visión histórica de las disposiciones que había tenido la Iglesia a lo largo de la his-toria de México, para justifi car su derecho a poseer bienes.53 Al ser muy extensa la carta, nuevamente destacaré sólo al-gunos puntos que me parecen los más importantes. En principio, los prelados reprochan al emperador señalando que todas “las esperanzas han desaparecido” porque la reparación de los bienes ecle-siásticos no se ha hecho como la Iglesia esperaba. Critican las leyes dictadas so-bre esta cuestión en tiempos de la repú-blica, y agregan:

En vista de esto, Señor, no podemos

menos que clamar a Vuestra Majestad a

favor de esta Iglesia, que sobre despoja-

da, arruinada y abandonada, recibe nue-

vos golpes cuando esperaba un alivio, y

ve que este nuevo orden de cosas, cuya

sola expectativa había bastado para dar

algunas treguas a sus pesares, radica de-

fi nitivamente el mal, y aumenta y estrecha

51 AGN, fondo Segundo Imperio, vol. 41, exp. 45, s/f., ff. 1-3. Se respetó la ortografía original.52 Cf. Diario del Imperio, t. I, núm. 48, México, 27 de febrero de 1865, pp. 193-194.53 “Representación que los Ilustrísimos señores Arzobispos de México y Michoacán dirigieron a su Majes-tad el Emperador, pidiendo la derogación de las Leyes de 25 de Junio de 1856, 12 y 13de Julio de 1859 y disposiciones concordantes, a que se refiere el Decreto de 26 de febrero de 1865, sobre revisión de todas las operaciones de desamortización y nacionalización de bienes eclesiásticos, ejecutados a consecuen-cia de dichas leyes”, en Alfonso Alcalá y Manuel Olimón, Episcopado y gobierno…, 1989, pp. 211-256.

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sus cadenas, y roba a sus ojos hasta los

últimos resquicios de luz que pudiese ali-

mentar sus esperanzas.54

Enseguida le hacen las peticiones per-tinentes para resolver el problema de la revisión de los bienes del clero y le piden a Maximiliano:

[P]rimero, que se digne derogar las leyes

que deben servir de base a la revisión

decretada […]; segundo, que en conse-

cuencia del recobro que hace la Iglesia de

su derecho de adquirir y conservar lo no

enajenado, en suma, de su derecho pleno

de propiedad, vuelvan a su poder todas

las fi ncas o valores que por efecto de la

revisión decretada resulten disponibles;

tercero, que se arregle con la Silla apos-

tólica la compensación más equitativa que

sea posible, por las pérdidas sufridas en

consecuencia de las operaciones que fue-

ren ratifi cadas.55

Y agregan líneas más adelante que van a desarrollar las razones y argumentos con-tra las leyes que “privaron a la Iglesia mexi-

cana, desde el principio, del ejercicio libre de sus dominio, y aun de los títulos funda-mentales de su derecho de propiedad”.56

Lo que sigue de la carta es la justifi ca-ción de este derecho a poseer que, según los arzobispos, la Iglesia debía tener y conservar en la difícil situación del impe-rio. Es interesante ver cómo los arzobis-pos Labastida y Munguía defendían este derecho alegando que los bienes que poseía la Iglesia le habían sido donados por los mismos propietarios como agra-decimiento o pago de algún benefi cio reli-gioso, bien fuesen misas, rosarios o algún otro servicio al momento de su muerte o en situación igualmente delicada. Seña-laban que no había existido ley alguna al respecto hasta la de 1856, misma que no se justifi caba. De modo sutil le decían al gobierno que no debería meterse con los bienes del clero por provenir éstos de un intercambio entre particulares y, por tanto, los bienes que ya habían sido na-cionalizados deberían ser devueltos a la institución religiosa.

Sin embargo, otras medidas fueron dictadas en los días y meses siguientes.

54 Ibid., pp. 214-215.55 Ibid., p. 216.56 Ibid., p. 217.

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Por ejemplo, el mismo 12 de marzo se dio a conocer la circular donde se secu-larizaban los cementerios. En concor-dancia con esta medida, se publicó el 16 de marzo en el Diario del Imperio que se permitiría la entrada en los cementerios a todos los ministros de cultos autorizados, es decir, los que la libertad de cultos au-torizaba.57 Otra disposición publicada por Maximiliano que afectaba los intereses de la Iglesia se dio el 10 de abril de ese mis-mo año, celebrando el primer aniversario de la aceptación del trono por parte de Maximiliano. Ese día se divulgó el Estatu-to Provisional del Imperio58 que contenía las normas que regirían la vida pública del Imperio Mexicano mientras se lograba la paz, tras lo cual se elaboraría su pro-pia Constitución. El Estatuto Provisional es básico porque en él se declaran las garantías individuales, como lo había he-cho la Constitución de 1857. Nos interesa

destacar el artículo 58, el cual hablaba de la “igualdad ante la ley, la seguridad per-sonal, el ejercicio libre de cultos”.59 Esta disposición fue criticada por los miembros del alto clero, debido a que daba todavía mayor sustento a la libertad de cultos pro-movida por el concordato de diciembre del año anterior.

Desde mi punto de vista, estas me-didas adoptadas por el régimen de Maxi-miliano son las que más afectaron a la Iglesia como institución y por las cuales el Estado pretendía ejercer un mayor con-trol sobre la Iglesia. A lo largo de 1865 se dictaron otras disposiciones relativas a la relación de la Iglesia con el Estado, de impacto relativamente menor, pero que hicieron que la relación entre el clero y el emperador Maximiliano se deteriorara aún más. Galeana señala que “[l]os em-peradores se encontraban tan tensos y no había nada que les desagradara más

57 Cf. Diario del Imperio, t. I, núm. 68, México, 16 de marzo de 1865, p. 249.58 Diario del Imperio, t. I, núm. 83, México, 10 de abril de 1865, pp. 333-335. Véase Patricia Galeana, Las relaciones…, pp. 143-144; Konrad Ratz, Maximiliano de Habsburgo, México, Planeta DeAgostini, 2003, p. 118. Para tener una visión más amplia sobre el Estatuto Provisional del Imperio, se recomiendan los tex-tos de Patricia Galeana y Jaime del Arenal Fenochio, “Estatuto Provisional del Imperio Mexicano, 1865”, Marco Histórico y Marco Jurídico, en Patricia Galeana (comp.), México y sus constituciones, México, FCE-AGN, 1998, pp. 284-313, y Antonio Martínez Báez, La política de Maximiliano a través de sus leyes y decretos, México, sobretiro de la Asociación Mexicana de Historiadores-Instituto Francés de América La-tina, 1965, pp. 111-128; en El Colegio de México, Archivo Histórico, Archivo Incorporado Antonio Martínez Báez, sección: obras (1932-1998), serie: publicaciones (1952-1995), caja: 55, carpeta: 5.59 Patricia Galeana, México y sus…, p. 294.

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que encontrarse con el clero. Maximiliano en particular, eludía cualquier encuentro con el arzobispo Labastida”.60 Así, mien-tras la situación del imperio se iba com-plicando cada vez más, las medidas que el gobierno había adoptado respecto a la Iglesia le provocaron tal distanciamiento que “no se debía esperar ninguna ayuda ni apoyo de parte del clero”.61 Pese a ello, el emperador conservaba una última es-peranza: lograr un acuerdo con la Santa Sede, es decir, la fi rma de un concordato que le permitiera asegurar el apoyo de la Iglesia al imperio. Era la última carta que le quedaba porque Napoleón III ya le ha-bía comentado la posibilidad de retirar las tropas francesas de México con motivo de la situación que enfrentaba en Europa. El horizonte no era nada halagador para Maximiliano y fue en esta encrucijada que inició un último esfuerzo para congratular-se con la Iglesia católica y su jerarquía.

CONSIDERACIONES FINALES

El año de 1866 no resultó fácil para las aspiraciones de Maximiliano. Por un

lado, no se había logrado pacifi car al país y por consiguiente la derrota de las tropas juaristas se veía lejana. La situa-ción imperante en Europa había forzado a Napoleón III a retirar paulatinamente y antes de tiempo a las tropas francesas de México. Por los problemas entre los militares europeos y los conservadores mexicanos, tampoco se había consoli-dado el ejército imperial. Por su parte el clero, al ver la política seguida por el monarca, fue retirándole su apoyo. El emperador comenzaba a quedarse solo. Ante este panorama y con el fracaso de las negociaciones con el enviado papal, Maximiliano decidió tomar otras medidas que le permitieran lograr un acuerdo con la Santa Sede y conseguir la aprobación de un concordato. Nombró el archiduque una comisión que iría a Roma a negociar directamente con el papa. Ésta estuvo integrada por tres personajes de ideolo-gía bastante diferente. La formaron don Joaquín Velázquez de León, connotado conservador; el franciscano fray Francis-co Ramírez (obispo titular de Caradro y vicario apostólico de Tamaulipas, entre

60 Patricia Galeana, Las relaciones…, p. 169.61 Egon Caesar Conte Corti, Maximiliano y…, p. 308.62 Cf. Patricia Galeana, Las relaciones…, pp. 139-140; Luis Medina Ascencio, S.J., México y el…, p. 252.

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otros cargos) y el licenciado don Joa-quín Degollado62 (hijo del liberal Santos Degollado). Con esta formación, Maximi-liano quizá buscaba unifi car a los grupos liberal y conservador, debido a que tomó un representante de cada grupo para la importante misión. A la par de la llegada de la comisión a Roma, arribaron también las noticias de las acciones emprendidas por Maximiliano, lo cual difi cultó el resul-tado positivo de la empresa.

Frente a este panorama, el archidu-que comenzó a ceder frente al clero para lograr recuperar su apoyo, La jerarquía católica vio la posibilidad de lograr la res-tauración de sus bienes, así como la su-premacía de la Iglesia frente al Estado. El Vaticano había ordenado que se formara una comisión de obispos mexicanos para que revisaran el proyecto de concordato, lo cual representaba un duro golpe a la política de Maximiliano.63 La fuerza del emperador se iba debilitando a lo largo del año. En octubre recibió las noticias de la enfermedad de Carlota, la cual salió de México, meses atrás, para buscar el apoyo de Napoleón III y del papa Pío IX; ante el fracaso de su misión, la empera-

triz perdió la razón y el imperio. El archi-duque pensó en abdicar, pero el Consejo de Ministros lo convenció de no hacerlo y de preparar la lucha contra las tropas juaristas con lo poco que le quedaba de fuerzas tanto europeas como mexicanas.

El fi nal del Segundo Imperio Mexicano era ya un hecho para principios de 1867. Así lo mostraban varios factores. La gue-rra de secesión en los Estados Unidos llegaba a su fi n y la presión por parte de esta nación sobre Napoleón III se incre-mentaba. Los grupos de soldados que se habían mantenido fi eles al presidente Juárez ganaban cada día más terreno. El ejército imperial, a causa de las envi-dias y resentimientos entre los generales mexicanos, no había logrado formarse de manera que pudiera enfrentar con éxito a los republicanos. Los confl ictos al interior del imperio no se resolvían. A pesar de que Maximiliano colocó a prominentes conservadores en el Ministerio, no se re-cuperó el apoyo de este sector. Además de que el problema de la Iglesia no se había solucionado, el proyecto de concor-dato propuesto por la comisión diocesana no se logró fi rmar. El mismo proyecto, en

63 Cf. Patricia Galeana, Las relaciones…, pp. 169-170.

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realidad, representaba una derrota para el emperador. Todo apuntaba a que Maxi-miliano sería derrotado tarde o temprano; sólo era cuestión de tiempo. El imperio parecía destinado al fracaso, sobre todo por la falta de capacidad de su emperador para imponer su propia visión, problema que se había mostrado desde su arribo. Esa misma incapacidad le hizo quedarse solo, sin el apoyo del grupo que lo trajo. Éste nunca se convenció de que el pro-yecto del emperador crearía una monar-quía moderna en donde las propuestas del partido liberal tenían cabida sin perjui-cio del conservadurismo.

Como se puede ver, las relaciones entre la Iglesia y el Estado mexicano han sido fundamentales para entender la rea-

lidad del México moderno. Tras la derrota del Imperio y la restauración de la Repú-blica, el Estado logró imponerse al clero al consolidar la separación entre ambos. Sin embargo, los confl ictos entre las dos instituciones han seguido presentes en el desarrollo histórico de México; sólo basta recordar el problema cristero de la déca-da de los años 20 del siglo pasado. Las relaciones entre la Iglesia y el Estado en el imperio de Maximiliano son un botón de muestra de lo importante que es el estudio de éstas en otros momentos de la historia de México, y que realizarlo nos permitirá tener una mejor visión de la or-denación del Estado moderno mexicano y lo difícil que ha resultado su formación y consolidación.

* Maestro en historia por la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.

Tierras: vol. 1345, exp. 2, f.8.

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La posibilidad de tener en nuestras ma-nos los legajos que los hombres del pa-sado produjeron en las instituciones co-loniales del siglo XVIII causa cierto deleite, ya que al tratar de descifrarlos e interpre-tarlos advertimos que aquellos remotos personajes reviven a partir de nuestra percepción histórica. Automáticamente renunciamos a comprender el periodo colonial como una gran totalidad de acon-tecimientos homogéneos, al contrario, reparamos que aquellos seres humanos –los de carne y hueso– sí existieron y no fueron la tradicional masa aglutinante a la que hoy en día estamos habituados, sino personas reales con vidas históricas tan-gibles.

Este texto se desarrolla con esa re-fl exión, y parte de un manuscrito del siglo XVIII. Su trascendencia histórica radica en los componentes que por sí solo nos ofrece y busca plasmar las ideas princi-

pales en un diálogo entre el pasado y el presente.

El documento es muy extenso, en él, los ofi ciales de la Inquisición regis-traron los ingterrogatorios practicados a varias personas que fueron testigos de los acontecimientos ocurridos. Aquí, sólo consideraremos una declaración, la que a mi parecer, contiene más elementos a examinar.

El contexto histórico mundial fue de gran importancia para el desarrollo políti-co y social de la entonces Nueva España. Los hechos infl uyeron en el espacio co-lonial y fueron captados por la sociedad novohispana, principalmente la letrada, la primera en comprender y difundir aque-llas ideas hasta entonces incrédulas, religiosamente hablando, y sediciosas, tomando en cuenta el perfi l faccioso de las confesiones.

Para ello se realizaron algunas hipó-

C O N S E C U E N C I A S D E L P E N S A M I E N T O I L U S T R A D O Y A S P I R A C I Ó N D E

L I B E R T A D D E C O N C I E N C I A . U N C A S O E N C A M P E C H E , 1795Guillermo Sierra Araujo*

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tesis que nos ofrecerán elementos inte-resantes para comprender este proceso. Los acontecimientos clave que predomi-naron en el sujeto examinado fueron: a) pensamiento ilustrado e ideas de libertad; b) ideas que estaban contenidas en el proceso del pensamiento independien-te de los Estados Unidos (1775) y de la Revolución Francesa (1789), c) las signi-fi cativas controversias que el protestan-tismo sostenía frente al catolicismo; y d) la apertura de una reestructuración de la institución inquisitorial para establecer los lineamientos necesarios con vistas hacia la modernidad, establecido ello a partir de las Reformas Borbónicas.

Estos y otros más pudieron haber sido los factores que tuvieron que ver para comprender, a partir de este peque-ño relato, las maneras políticas, sociales y culturales que en 1795 posibilitaron la vida de los individuos, tanto de las clases dominantes como de las marginadas. Se distinguen ciertos efectos perturbadores, por ello es indispensable atender las se-cuelas ilustradas e insurrectas que la Re-volución Francesa causó en las mentes

de los proto-independistas mexicanos y, como veremos, también en los medios en donde el ejercicio de la disertación política no era fundamental, asimismo se contienen ciertos factores que insinúan aquella libertad del ser tan deseada.

A continuación se presenta un pe-queño segmento del expediente que es realizado por la Inquisición de la Villa de Campeche y que fue extraído del Archivo General de la Nación.1

[...] Contra Don Jose Ma. Calderon

Ten[ien]te de milicias diciplinadas de esta

plaza y residente en aquel pueblo [de Ke-

kelchekan] [...] Sobre barias proposicio-

nes ereticas y escandalosas que con la

mayor libertad a producido en diferentes

combersaciones en el refer[id]o pueblo de

esta jurisdicz[ió]n [...] 2

[...] Posteriormente e llegado a entender

que siguiendo el referido Calderon sus

perbersas ideas tubo el arrojo de llegarse

a recivir la Sagrada Eucaristia en el referi-

do pueblo sin aver antes espiado sus cul-

pas por el sacramento de la peniten[ci]a y

1 Grupo Documental: Inquisición; volumen 1354, expediente 1, fs. 1-204, Archivo General de la Nación, AGN, México.2 Ibid., f. 1.

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que recombenido por los Sacerdotes de

dicho pueblo se esplico en terminos ereti-

cos de la real escritura de Jesus X[cris]to

en ella y negando la potestad de las llaves

cuio echo abiendo sido entendido no se

por que conducto por el S[eñ]or Ten[ien]te

de rey de esta plaza le a mandado traer a

esta ciudad y le a puesto en arresto [...]3

[...] En el pueblo de Kekelchekan a los

diez y seis dias del mes de Mayo de mil

setecientos noventa y cinco años, ante el

R[everendo] Fr[ay] Fernando Dominguez:

comisario de la presente Ynquisicion pare-

cio siendo llamado Don Clemente Truxillo

Alferes de milicias diciplinadas vezino de

este dicho pueblo, de quien recivio jura-

mento a las quatro de la tarde, de edad de

treinta y cinco años el que hizo por Dios

n[uest]ro s[eñ]or y una señal de la cruz de

decir verdad y guardar secreto de todo lo

que fuere preguntado [...] [...] preguntado

si sabe o presume la causa por que ha

sido llamado, dixo que no sabe ni la pre-

sume. Preguntado si sabe o a oido decir

que alguna persona halla dicho o hecho

cosa alguna que sea o paresca ser contra

n[uest]ra S[an]ta fe Catholica Apostolica

Romana ley Evangelica que predica y en-

seña la S[an]ta M[adr]e Yg[lesi]a C[atóli]ca

R[omana] o contra el recto y livre exerci-

cio del S[an]to Ofi cio. Dixo: que Don Jose

Maria Calderon Teniente de Milicias Dici-

plinadas havia dicho que el fornicar no es

pecado, que el infi erno no es eterno sino

temporal, que la Religion es pura ojaras-

ca, y que para irse al cielo no necesita uno

de bautismo ni de Religion alguna, que no

hay ni cree en tal Ynquisicion, que no

creia que San Jose siendo tan hermosa

Maria dexase de tener acto [sexual], que

esto [el país] pararia en breve tiempo en

Republica, que tomara ser franceses, que

lo que quiere es la livertad de conciencia,

y que esta es la verdad por el juramento

que tiene hecho y siendole leido dixo que

estaba bien escrito y que esto no lo hacia

por odio, prometio secreto y lo fi rmo de su

nombre [...]4

En el fragmento anterior se expone uno de los tantos casos que atrajo el Santo Ofi cio de la Villa de Campeche, que du-rante el siglo XVIII era solamente una pro-vincia más del actual estado de Yucatán.

Éste era un modelo de pensamiento

3 Ibid., fs. 1-1v.4 Ibid., f. 7.

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del siglo XVIII que se expresaba constan-temente, pues a partir de este pequeño segmento, la posibilidad de informarnos e instruirnos es vasta, es decir, si pensa-mos cuántas preguntas le podemos hacer a la misma fuente nos asombraríamos y las perspectivas refl exivas darían para mucho.

El caso de Don José María Calderón es sometible, sin duda, a las perspectivas teóricas que se deseen, sin embargo, aquí lo veremos desde los aspectos que la historia social nos ofrece.

Existe un problema de conductas éti-cas que una sociedad bien defi nida expo-nía con el fi n de que las ideas presentadas fueran respetadas de manera estricta; el espíritu, la civilización y los elementos intelectuales estaban de por medio, pre-valecía una cultura popular inherente que se había formado y desarrollado a partir de varios componentes ideológicos. Te-rry Eaglenton nos dice que la cultura “no consiste en una historia unilineal de una humanidad universal, sino de una diversi-dad de formas de vida específi cas cada una con sus propias y peculiares leyes de evolución”.5

De igual manera operaba un proble-ma de catalogación humana acerca de los comportamientos, por un lado, los que se manifestaban como seres de una cul-tura civilizada, extremadamente selecti-va, con innegable sentido eurocentrista; y por otro, los que eran considerados como incivilizados, que curiosamente eran los incultos, los salvajes en su forma de vida y los que no piensan como “yo”, los otros, los que cuestionaban a las clases aven-tajadas; nos dice Eagleton que la cultura puede ser una forma crítica del capitalis-mo, pero al mismo tiempo puede juzgar a quien lo reprocha. La cultura enfrenta a todo un conjunto de valores de creencias, de costumbres y prácticas, que sin duda, el clero del XVIII tuvo a su servicio con el fi n de someter a los avasallados.

Se advierte en el fragmento el plan-teamiento de la institución eclesiástica (en este caso la Inquisición) sobre ciertas ma-niobras que fueron capaces de adoptar, el uso del poder estaba inmerso y aunque el acusado, Don José María Calderón no pertenecía a las clases subalternas, fue afectado de igual manera. El historiador italiano Carlo Ginzburg comenta que den-

5 Eagleton, Terry, La idea de la cultura. Una mirada política sobre los conflictos culturales, Ed. Paidós, España, 2001, p. 26.

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tro de los análisis de la historia cultural se comprenden este tipo de relaciones, que generalmente se establecen entre las cla-ses dominantes y las subalternas, y como efecto de ello se produce el despliegue de los fundamentos de la opresión de clase.

De esa manera, podemos juzgar al manuscrito con respecto a la exploración de lo que la historia cultural nos ofrece, si ponemos atención a la gran cantidad de símbolos que ahí aparecen; alusiones que la misma Iglesia, como institución de poder, instauró para mayor inspección y control de la gente. Las ideas y creencias eran llevadas a los extremos, para ello, las esferas sometidas resultaban un per-fecto vehículo para la transmisión de la disciplina religiosa.

Esta fuente de primera mano señala lo que se pretendía en la sociedad no-vohispana. En una comunidad con cierto tipo de razonamiento relacionado con la fe, la posibilidad de manifestar otro tipo de creencias, también cristianas, (como el luteranismo) resultaba nula. Por ello, el llamado de atención hacia la colectividad humana era manifi esto, el catolicismo en este caso era lo único aplicable, practica-ble y creíble, con el fi n de que la plebe

orientara ahí su pensamiento espiritual. Se quería moldear a la gente de acuerdo con las conveniencias y por ello resultaba una cultura impuesta, de valores y com-portamientos moralmente religiosos.

El Santo Ofi cio de la Inquisición, como aparato regulador de la fe, incurrió también en las contrariedades que conte-nía tanto el mito como el rito. De alguna manera las prácticas moldeadoras (a ve-ces por vía del terror) apuntaban que con el preservado dogmatismo se refl ejaba una visión occidentalizada del poder en una escala de estratifi cación de clases, creando y aclarando con ello el concepto de cultura popular.

A pesar de ser éste uno de los cuan-tiosos expedientes hechos por la Inquisi-ción, sabemos que nos puede aportar va-rios datos acerca de los comportamientos establecidos a partir de la fe católica en la Nueva España, en este caso en Cam-peche.

“[...] sobre barias proposiciones ereti-cas y escandalosas [...]”.6 Hoy en día sa-bemos que se dictó un número conside-rable de registros como este, no iguales pero sí parecidos, de esa manera pode-mos advertir que en este caso, el actor

6 Véase nota 2.

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principal fue sometido para jugarse la vida en un problema de creencias, ya que en la regulación de conductas en el siglo XVIII, de ninguna manera se aceptaba la crítica y las ideologías que deformaran los preceptos establecidos, como resultó con la herejía manifestada por Don José María Calderón, al cual la duda espiritual podía haberle causado hasta la muerte.7

“[...] que no creía que San Jose sien-do tan hermosa Maria dexase de tener acto [...]”.8 No era posible hacer tales afi r-maciones acerca de la religión y de tan notables y celestiales personajes como José y María, aparentes progenitores de Jesucristo, sin embargo, debemos tener muy en consideración que ya para 1795 algunos componentes del pensamiento ilustrado habían hecho revuelo en el mun-do occidental, al igual que las tendencias del protestantismo que eran objeto de las infl uencias que se desperdigaron por la Nueva España.

Hay que refl exionar acerca de la im-portante crítica que hace J. M. Calderón

a lo políticamente establecido en el siglo XVIII. Él no experimentó arrepentimiento alguno, pues las formas espirituales co-lectivas ya habían sido rebasadas y era necesario establecer orden por otro me-dio: el luteranismo, el cual, al parecer le ofreció, por un lado, esa tranquilidad indi-vidual anímica y, por otro, fue la causa por la que fue sometido ante tal aparato de intimidación, “las víctimas de la exclusión social se convierten en depositarias del único discurso radicalmente alternativo a las mentiras de la sociedad establecida”.9

J. M. Calderón fue un relegado social que no se ajustó a dichos criterios religiosos, por ello fue víctima de represión: esto era lo que la Inquisición sabía hacer mejor, ya sea psicológica o físicamente.

Con base en ello, es interesante cuestionarnos acerca de la relevancia del pensamiento de J. M. Calderón en el Campeche de 1795. Sin duda, este caso no causó gran notoriedad, pero como ya indicamos, es uno de tantos sucesos que tenían la difícil tarea de exteriorizar

7 En la foja núm. 202 se da una notificación sobre la muerte de J. M. Calderón, ocurrida en el Hospital de San Hipólito en 1799, a causa de un “delirio formal”, dándole tiempo, sin embargo, de confesar sus penas y recibir los santos sacramentos como “buen cristiano” y como él mismo lo pidió.8 Véase nota 4.9 Ginzburg, Carlo. El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XV, Ed. Océano, México, 1997, p. 22.

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el programa protestante. La explicación de ese fenómeno no parte de un sólo he-cho, expuesto en este caso a través de la persona de J. M. Calderón, incapaz de provocar una mentalidad colectiva. Por lo tanto, es necesario percibir la fuerza de las infl uencias ideológicas frente al cato-licismo, en una modalidad de elaboración de coordenadas mentales que resultaron sumamente peligrosas para tal desarrollo fi losófi co-dogmático, y dentro de la idio-sincrasia de la cultura popular mexicana del XVIII esto podría resultar altamente re-presentativo.

En el texto podemos advertir que la movilidad de estratos sociales es nula. Los dirigentes del clero seguían siendo poderosos, eran los que controlaban los asuntos legales, los educativos y la regu-lación del comportamiento durante la Co-lonia, aún con las Reformas Borbónicas en plena práctica. La gente común y co-rriente, las clases subalternas, las castas, las que estaban inmersas en el desarrollo de la cultura popular, tampoco salían de su marginalidad, pues el sometimiento era abierto, aunque la idea de exteriorizar la resistencia ya comenzaba a percibirse, como lo hizo en su momento J. M. Calde-rón, que sin embargo, era juzgado como

una persona desarticulada de la fe; un individuo de tantos que estorbaba y que contaminaba el desarrollo de la religión en la Nueva España.

Los cambios en los idearios políticos ya se estaban provocando y con ello los sujetos inquisitoriales, al servicio de un industrialismo en vías de desarrollo, apa-recían dispuestos a presionar para lograr un control más efectivo de la sociedad. La represión y las formas de sometimiento atraían consigo una complicada composi-ción de corrientes dogmáticas por un lado, y por otro, la elaboración de una sociedad premoderna con sus respectivas transfor-maciones sufridas posteriormente a partir de una incipiente revolución industrial.

En América los resultados de ello se originaron más tardíamente, sin embargo, las infl uencias de pensamientos causaron una combinación entre las transformacio-nes tecnológicas y las ideas de libertad, que se fueron diseminando con la idea de romper la concepción moderna de clase.

El caso expuesto en el documento está colmado de estos elementos, pues la época los exigía, y es necesario poner atención a los símbolos que ahí apare-cen, por ejemplo: “…que esto pararia en breve tiempo en republica, que tomara

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ser franceses, que lo que quiere es la li-vertad de conciencia [...]”10. Un conjunto de frases sugerentes que contienen toda una carga de revelación y rebelión de una sociedad apenas con una precaria noción de la idea independentista de nación, re-cordemos que deberían pasar todavía 15 años para el inicio de las acciones nacio-nalistas libertarias en México. Pero, sin duda, aquella idea rondaba en la América colonial, y J. M. Calderón, como un militar insatisfecho de los sectores informados y letrados de la sociedad, exponía de esa manera los empleos políticos de la coro-na española.

Concebir este caso dentro de la histo-ria social se comprende como una cons-trucción de la noción del espíritu que tiene sus implicaciones en la idea de incorporar el concepto de entendimiento, para de esa manera poder profundizar sobre to-dos los ingredientes que ahí aparecen, ya que son propicios a la explicación. Por lo tanto, J. M. Calderón, como sujeto histó-rico, debe ser sometido a tal explicación histórica, ser comprendido bajo los pre-ceptos de su ser social.

En el relato se explica cuál es la idea

de sociedad que se pretendía para domi-nar a las personas comunes y corrientes con un fundamento religioso. La Iglesia era violenta y, sin duda, aún era partíci-pe de las ideas latifundistas para oprimir todavía más a la sociedad. De esa mane-ra se pone en tela de juicio la necesidad que las personas tenían de manifestarse. La violación de las garantías humanas individuales era evidente, además de la idea de apaciguarse ante el poder, y si por algún caso aparecían perturbaciones contrarias, había que retenerlas. J. M. Calderón estaba convencido de las pro-posiciones hechas ante el Santo Ofi cio, según el testigo Don Clemente Trujillo, pues él, a pesar de ser un Teniente de Milicias Disciplinadas, estaba siendo so-juzgado por sus ideas heréticas, que en una sociedad colonial de ninguna manera correspondían.

“[...] que esto pararia en breve tiempo en republica, que tomara ser franceses, que lo que quiere es la livertad de con-ciencia [...]”11 Existe una confi anza en las afi rmaciones hechas por el acusado, pues si los franceses llegaran al poder, como él supone, arrebatando estas tierras a Es-

10 Véase nota 4.11 Idem.

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paña, la independencia, además de terri-torial tendría todas las formas de libertad, como resultado de su previa revolución. La fi gura de la república era la fi nalidad a la que aspiraban muchos, con la noción de romper con las monarquías impues-tas. Con ello se estipulaban todos los de-rechos de los hombres que los pensado-res de la Revolución Francesa trazaron y que dieron la vuelta al mundo occidental, como lo presenta el testimonio expuesto, ya que J. M. Calderón, español, al per-tenecer a una clase militar, de ninguna manera pasaba inadvertido, sus posturas frente a la Iglesia eran manifi estas. Ello nos habla sobre varios factores que tie-nen que ver con el estudio de la historia social. J. M. Calderón no pertenecía a las clases oprimidas, estaba siendo oprimido él mismo por un fuerte aparato modera-dor a favor de la cerrazón de ideas.

Se puede advertir que en este caso aparecen algunos elementos que recono-cen varios caminos para la investigación, sin perder de vista que las dimensiones ofrecidas varían de acuerdo con las dis-tintas necesidades de estudio, es decir, en este mismo relato las visiones se re-

fl ejan con sus respectivos intereses. El legajo se percibe desde varias perspec-tivas: económicas, sociales, políticas y culturales. Esta historia de sociedad por medio de un individuo evoca la cara hu-mana del pasado, la tendencia de ser una historia más analítica que narrativa y más temática que cronológica.12

Este texto puede ser tomado como una historia desde abajo, una historia de lo po-pular. Se nota la idea de sociedad que se quería, tanto del lado de los dominantes, como de los dominados; y el personaje que dio el testimonio fue igualmente so-metido como el acusado de herejía.

Se distinguen, sin que se exhiban en el manuscrito, las formas populares de la idiosincrasia ordinaria devota, es decir, todas aquellas frases con motivos y exal-tación religiosos como: “el fornicar no es pecado, que el infi erno no es eterno sino temporal, que la Religion es pura ojaras-ca, y que para irse al cielo no necesita uno de bautismo ni de Religion alguna, que no hay ni cree en tal Ynquisicion, que no creía que San Jose siendo tan hermosa Maria dexase de tener acto”,13 lo cual nos habla de una colectividad con reglas permitidas

12 Casanova, Julian. La historia social y los historiadores, Ed. Crítica, Barcelona, 1997, p. 39.13 Véase nota 4.

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y no permitidas; de una vida cotidiana que se ha fundado con el eje medular de la fe, mismo que debía ser respetado, de lo contrario la fuerza bruta de la represión caería sobre quien se atreviera a desafi ar las normas instituidas.

Concluyendo. A partir de la descrip-ción y de estructurar esta historia podre-mos señalar que el poder de los fenó-menos colectivos se puede extraer no rompiendo, pero si desestructurando la fuerza individual que el personaje princi-pal presenta.

*Estudió en la ENAH y trabaja en el AGN.

BIBLIOGRAFÍA

Casanova, Julián, La historia social y los historiadores, Ed. Crítica, Barcelona, España, 1997.

Ginzburg, Carlo, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XV, Ed. Océano, México, 1997.

Eagleton, Terry, La idea de la cultura. Una mirada política sobre los confl ictos cultura-les, Ed. Paidós, España, 2001.

FUENTE DOCUMENTAL

Grupo Documental: Inquisición; volumen 1354, expediente 1. Archivo General de la Nación, AGN, México.

Conseguimos dar cuenta de que, sin analizar gran cantidad de fuentes y ex-pedientes, la posibilidad de fundamentar la vida cotidiana colonial no es lo más sencillo. La crítica de fuentes está de por medio, y el análisis detallado de los docu-mentos testimoniales no debe pasar inad-vertido para detallar los elementos que la historia social nos ofrece, esta historia es parte de la historia de las relaciones so-ciales; de la vida cotidiana de las clases y grupos sociales contemplados en este extracto.

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Hacia el Bicentenario

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Excomunión de Miguel Hidalgo y Costilla, 1810

Manuel Abad y Queipo, obispo electo de la diócesis de Valladolid, Michoacán, solició publicar el edicto de excomunión de Miguel Hidalgo y Costilla.

Presentamos el ejemplar del periódico que contiene el documento emitido por Abad y Queipo donde se declara que Hidalgo, Allende, Aldama y Abasolo eran perturbadores del orden público, seductores del pueblo, sacrílegos y perjuros, que incurrieron en la excomunión mayor del canon siquis saudante diabolo, por haber atentado contra la per-sona y libertad del sacristán de Dolores, del cura de Chumacuero y de otros religiosos del convento del Carmen, en Celaya.

El edicto fue fi rmado en Valladolid, el 24 de septiembre de 1810. Abad y Queipo lo mandó publicar en la iglesia catedral de Valladolid, así como en todas las parroquias del arzobispado.

Gazeta extraordinaria del Gobierno de México, núm. 112, 28 de septiembre de 1810, pp. 807-813.

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El 29 de diciembre de 1910, el licenciado Mariano Escandón –conde de Sierra Gorda y gobernador del obispado de Valladolid, hoy Morelia– expidió un documento para levan-tar la excomunión dictada en contra del cura Miguel Hidalgo y “sus seqüaces”, impuesta por el abad Manuel Abad y Queipo.

El conde de Sierra Gorda tomó en cuenta que la censura eclesiástica hecha a los insur-gentes “causó gran novedad en los conventos de religiosas” y conmoción en la “gente baxa”, la cual consideró que la exomunión era inefi caz por haber sido “fulminada por un europeo, y que aún no estaba consagrado”.

Por temor a que creciera el descontento y se derramara más sangre en un “pueblo dividido ya en partidos” si no se levantaba la excomunión, Escandón se hizo cargo del asunto y, tras consultar a teólogos y juristas, ordenó que “se fi xen rotulones, levantando la excomunión, con lo que en efecto se sosegó la inquietud del pueblo rudo y no se despreció escandalosamente la censura”.

Impresos oficiales, vol. 31, exp. 30, f. 210.

Levantamiento de la excomunión al cura Hidalgo y sus seqüaces, 1810

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Hacia el Centenario

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El 26 de noviembre de 1906, la Secretaría de Estado y Despacho de Relaciones Exte-riores formó un expediente con el número 3107 en el que se incluyeron los retratos de los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón, que fueron remitidos al cónsul general de México en Montreal, Canadá, para la identifi cación de los mismos. Contiene fotogra-fías de los Flores Magón, tomadas al ser detenidos.

Gobernación, “Revoltosos magonistas”, caja 4, exp. 5.

Ricardo y Enrique Flores Magón, noviembre de 1906

El Archivo General de la Nación desea contribuir a un mayor y mejor entendimiento de la Revolución mexicana y aquí presenta una selección de documentos para invitar a es-tudiar tan importante acervo. Este período de nuestro pasado común está amenazado con la fatiga de las interpretaciones amparadas en su celebración. Fluyen demasiadas opiniones no fundamentadas en la evidencia empírica, excesos verbales sin el respaldo de las fuentes primarias.

PRESENTACIÓN

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En febrero de 1905, los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón publicaron el perió-dico Regeneración, y constituyeron la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano. El 26 de septiembre del mismo año publicaron su primer manifi esto a la nación y, por separado, un documento titulado “Resolución de la Junta Organizadora del Partido Li-beral Mexicano”.

En julio de 1906 publicaron el Programa del Partido Liberal Mexicano, donde propu-sieron algunas reformas a la Constitución, y llamaron al pueblo a iniciar un movimiento armado; en El Paso, Texas, se organizó un grupo de revolucionarios que intentó atacar Ciudad Juárez, pero el gobierno de Porfi rio Díaz intervino para evitar un incidente mayor.

El expediente, emitido por la Secretaría de Estado y Despacho de Gobernación, se integra con los siguientes documentos:

Conspiración para asaltar y robar la aduana de Nogales, Sonora: El día 3 de septiembre de 1906, gente de inmigración de Tucson, Estados Unidos, envió un te-legrama al Gral. Luis E. Torres, que se encontraba en Cananea, informándole de la aprehensión de Galos Humbert, Bruno Treviño y de Genaro Villarreal, quienes eran los jefes de una conspiración que tenía por objetivo asaltar la Aduana de Nogales con la ayuda de Abraham Salcido, quien era jefe de una banda en Douglas, Arizona. El Sr. Webb los deportó a México y sólo Tomás D. Espinosa, otro de los asaltantes, fue juzgado en Estados Unidos bajo la acusación de violación de las leyes de neutralidad. El asalto fue atribuido a Bruno Treviño, quien estuvo de común acuerdo con la Junta Revolucionaria de San Luis.

Asalto a Jiménez, Coahuila: El 26 de septiembre de 1906, un grupo de revolucio-narios cruzó la línea divisoria entre Estados Unidos y México, bajo el mando de Juan José Arredondo y Calixto Guerra, que residía en la hacienda de Victoria, asaltando el pueblo de Jiménez, Coahuila. Para el día 27 fueron derrotados por Herculano Bermea, frente a la susodicha hacienda; en la contienda fue herido Patricio González, pertene-ciente a las fi las del gobierno, y murió Antonio Villarreal, uno de los asaltantes.

Expediente de los hermanos Flores Magón, 1905-1909

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Ciudad Juárez, Chihuahua: El 19 de octubre de 1906 fueron aprendidos en la casa de Vicente de la Torre, en Ciudad Juárez, Juan Sarabia, vicepresidente de la Jun-ta de San Luis y César Canales, a quienes aparte de ser acusados de conspiración se les encontraron documentos, carabinas, parque y dinamita; Vicente de la Torre declaró ante el juez que la Junta le había proporcionado todo el armamento, mismo que fue decomisado.

Levantamiento en Acayucan y soborno a los militares: En la población de Aca-yucan, Veracruz, el día 29 de septiembre de 1906, el jefe Enrique Novoa informó sobre la revuelta de los señores Ricardo y Enrique Flores Magón, Antonio Villarreal y Librado Rivera, sofocada en este estado, obligándolos a dispersarse en el territorio nacional y en el extranjero; además informó que las actividades de estos revolucionarios no cesaron, sino que siguieron emitiendo publicaciones con sentido revolucionario; en-tre éstas destacó una dirigida a las fuerzas militares ubicadas en San Juan de Ulúa, Veracruz, en la que los incitaban a abandonar las fi las del gobierno e integrarse a las revolucionarias.

Prisión en Los Ángeles, California: Los señores Ricardo y Enrique Flores Ma-gón, Antonio I. Villarreal y Librado Rivera se reunieron en Los Ángeles, California, en mayo de 1907, donde fundaron un periódico de nombre Revolución, y publicaron su primer número el 1 de junio del mismo año, destacando su lenguaje revolucionario y escandaloso, lo que puso en alerta a las autoridades de Estados Unidos, mismas que aprehendieron a Ricardo Flores Magón, Villarreal y Rivera, acusados de violar las leyes de neutralidad y, además, de organizar en Arizona una invasión armada en contra de México. Sólo quedó en libertad Enrique Flores Magón.

Los trabajos revolucionarios en la cárcel de Los Ángeles, California: Se acusó a Enrique Flores Magón de continuar en contacto por correspondencia con su herma-no Ricardo, Villarreal y Rivera, y de publicar un artículo donde instó a la revuelta. A Enrique se unió Praxedis Guerrero, quien le ayudó a continuar en El Paso, Texas, con la organización armada de México y de juntas secretas que se llevaron a cabo en la casa de Prisciliano Silva. Ante tales circunstancias, las autoridades texanas catearon la casa del señor Silva y en ella encontraron armamento y correspondencia escrita en

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clave, misma que fue descifrada y con ello se descubrió el plan revolucionario para la intervención armada en contra del gobierno del general Porfi rio Díaz.

Prisión de los revoltosos y sentencia de Silva y Treviño: El 24 de octubre de 1908 fueron aprehendidos en El Paso, Texas, los señores Prisciliano Silva, Benjamín G. Silva, Leocadio B. Treviño y José María G. Ramírez, acusados de violar las leyes de neutralidad; fueron remitidos a la prisión de Leaverworth, Kansas. Curiosamente, se pidió que este informe fuera borrado de la memoria, tal vez en atención a los asuntos diplomáticos y el estado de revolución en que se encontraba México.

Trabajos en San Antonio, Río Wago y otras poblaciones de Texas: Antonio de P. Araujo y Aarón López Manzano, quienes eran delegados generales de propaganda y organización de los grupos revolucionarios en las poblaciones de San Antonio, Río Wago y entidades aledañas a Texas, junto con el coronel Encarnación Díaz y Guerra y el capitán Néstor López, organizaron un plan de invasión a los estados de Coahuila y Tamaulipas.

Asalto a Villa de Viezca: Un grupo asaltó un banco, el Correo Express atacó a la policía y liberó a los prisioneros, para después huir al monte Prieto, lugar en donde fueron acorralados por las fuerzas del gobierno que los derrotaron, dejando como saldo por parte de las fi las del gobierno a tres gendarmes muertos y tres heridos; los jefes de este ataque fueron Juan B. Hernández y Patricio Polando. El acontecimiento ocurrió en Villa de Viezca, Coahuila, el día 25 de junio de 1908.

Asalto a Las Vacas, Coahuila: el 26 de junio de 1908, el coronel Encarnación Díaz Guerra asaltó la población Las Vacas, Coahuila, que fue defendida por 50 hombres de las fuerzas militares que replegaron al coronel y a su tropa al lado americano, dejando como consecuencia 15 muertos, entre ellos el cabecilla Héctor López.

Ataque a Palomas y Conspiración en Casas Grandes, Chihuahua: En un peque-ño poblado de nombre Las Palomas, ubicado en Chihuahua, se registró una contienda armada. Praxedis Guerrero, minero mexicano, junto con otros revolucionarios dirigidos y organizados por Inés Salazar y Manuel Orozco, tomaron por sorpresa a la población, la cual resistió los ataques e hizo que los revolucionarios se dispersaran, aunque fueron capturados oportunamente Praxedis Guerrero y su ejército, quedando en libertad Inés Salazar y Manuel Orozco, quienes huyeron a Estados Unidos. El acontecimiento tuvo

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por fecha el 26 de junio de 1908. Prisión de Araujo, Díaz Guerra y otros: Antonio de la P. Araujo, jefe organizador,

y Encarnación Díaz Guerra, jefe militar, atacaron la población Las Vacas, Coahuila; denunciados por la prensa americana y la opinión pública, el primero fue capturado en Waco, Texas, el 14 de septiembre de 1908, y el segundo en Wilburton, Okla, el 25 de noviembre del mismo año, acusados de violar las leyes de neutralidad, por lo que fueron condenados a dos años seis meses en la prisión de Leaverworth, Kansas.

Sentencia en Tombstone, Arizona, de Ricardo Flores Magón, Antonio I. Villa-rreal y Librado Rivera: Después de ser trasladados a Tombstone, los señores Villa-rreal, Rivera y Ricardo Flores Magón fueron sentenciados a una pena de 18 meses por el delito de violación a las leyes de neutralidad; dicha sentencia se acató desde el 19 de mayo de 1909 en la prisión de Yuma, Arizona.

Las pérdidas humanas en la relación de los acontecimientos antes mencionados fueron muchas, por lo que se decidió que Flores Magón, Villarreal, Rivera, Manuel Sarabia y Praxedis Guerrero fueran juzgados con vehemencia; todos ellos justifi caron sus hechos con la defensa de los ideales de la Revolución.

Gobernación, “Revoltosos magonistas”, caja 4, exp. 2, fs. 1-6.

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Caleidoscopio

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Agradezco la oportunidad de estar con ustedes bajo los auspicios del Instituto Morelense de Información Pública y Es-tadística y acogidos por la hospitalidad de esta Casa de la Cultura Jurídica “Ministro Teófi lo Olea y Leyva”. Hoy, nos dispo-nemos a escuchar una serie de comu-nicaciones en el marco de este coloquio internacional sobre archivos históricos, patrimonio documental y transparencia, para bien de la cultura democrática.

Los documentos que despliega a dia-rio nuestra sociedad se expanden ante nosotros como una nueva caja de Pando-ra. Esta característica se ha profundizado después de la segunda mitad del siglo XX y ahora se pretende en los ámbitos del Estado elevar la calidad de la democra-cia mientras los acervos están vigentes

y activos en las ofi cinas públicas. Las sociedades iberoamericanas padecen la imperfección de sus sistemas políticos, pero los documentos que dan cuenta de la acción gubernamental, su tramitación y el derecho a la información implícito, re-presentan una vinculación con los ciuda-danos insufi cientemente valorada.

Sin embargo, para hacer de los avan-ces tecnológicos una herramienta del rendimiento de cuentas, se precisan ade-cuados dispositivos jurídicos orientados al acceso a la información y a la preserva-ción de la intimidad, pero, sobre todo, se requieren repositorios con los elementos necesarios para su organización, descrip-ción, conservación y gestión.

Asistimos en los últimos tiempos al despliegue de una súbita preocupación

A R C H I V O S H I S T Ó R I C O S , PAT R I M O N I O D O C U M E N TA L Y T R A N S PA R E N C I A1

Jorge Ruiz Dueñas*

1 Texto leído en el Primer Coloquio Internacional: Archivos históricos, patrimonio documental y trans-parencia, organizado por el Instituto Morelense de Información Pública y Estadística, del 14 al 16 de noviembre, en la ciudad de Cuernavaca.

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por la transparencia y el acceso a la in-formación gubernamental, que en el país se ha manifestado en la promulgación de leyes para garantizar ese derecho corre-lativo de obligaciones para las autorida-des y aun de adiciones constitucionales. Otras tareas en la misma dirección, no siempre bien orientadas desde la pers-pectiva técnica, pretenden colmar vacíos legislativos sobre archivos y datos per-sonales. Igualmente se han desplegado esfuerzos bien orientados a la instalación de organismos robustos que garanticen la transparencia, a efecto de impedir hacer nugatorio el derecho de los ciudadanos. Por supuesto, antes se han dado debates en espacios vitales como los medios y, en ocasiones, en las instituciones de educa-ción superior, prolongados en reuniones como ésta donde se busca la circulación de las ideas. El surgimiento de estudiosos de nuevo cuño, empeñados en hacer el recuento de acciones exitosas en otras latitudes, de las cuales se puede sacar partido para no transitar por sendas equi-vocadas, avanza hacia la conformación de una doctrina que deseamos adecuada a nuestra realidad. La formación de este corpus no está exenta de criterios diver-gentes, contrarios e incluso contradicto-

rios. Pero es así como se desarrollan las tesis que animan las instituciones demo-cráticas. Por supuesto, también ha fl ore-cido una próspera industria de asesorías a dependencias y entidades, muchas ve-ces con resultados insatisfactorios por la infi ltración de impostores. Sin embargo, no debemos perder de vista que todo este proceso en favor de la apertura tiene una convergencia incuestionable: los archivos públicos.

Quisiera expresar una refl exión a nombre de los cientos de archivos pú-blicos diseminados a lo largo de nuestro país. Sin ellos no hay materia sobre la cual discernir acceso documental alguno. Más aún, la gestión archivística tiene nor-mas desarrolladas a través de prácticas inveteradas que deben respetarse, por-que así conviene incluso a la transparen-cia, no por moda o interés político, sino porque la experiencia de quienes se han desarrollado en los repositorios y no en los escritorios, así lo ha reconocido. Pero, la dignifi cación de esta actividad mediante instalaciones adecuadas y presupuestos congruentes, no se ha dado de manera integral ni justa en el todo el país.

Es necesario reconocer la realidad nacional y superar las evidencias que

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muestran cuánto se desconoce la labor de los archivistas empíricos que han conformado la mayoría de los acervos del país. Sus actividades, independien-temente de lo que suponen algunos con perspectiva soberbia, han sido de carácter multi e interdisciplinaria: archi-vonomía, conservación y restauración, administración pública, historia, derecho, ciencias de la comunicación y tecnolo-gías de la información, son algunas de las disciplinas que han paulatinamente incorporado los responsables de la docu-mentación a su bagaje de conocimientos. Más meritorio aún, si advertimos que en el “Diagnóstico de la situación profesional de los archivistas del país y expectativas de profesionalización”, que llevó a cabo el AGN con la ENBA (la institución federal que afortunadamente imparte esta formación ahora tan demanda), sólo 41% de los ar-chivistas encuestados contaban con algu-na licenciatura (fuese o no de archivono-mía); 30% tenía bachillerato; 18% informó haber cursado únicamente la secundaria; 5% sólo la primaria y apenas 1% manifes-tó poseer algún postgrado.

En el ámbito nacional la verdadera transparencia debe iniciar con el incre-mento de los recursos destinados a los

acervos públicos para fortalecer su ges-tión, así como el equipamiento y la ca-pacitación con el propósito de estar en condiciones de articular los mecanismos correspondientes. No basta con impul-sar dispositivos jurídicos o adecuaciones constitucionales estentóreas de segun-da generación, de buena voluntad pero voluntaristas, ni la adopción acrítica de tecnologías de la información, si antes la preocupación por los archivos no se vuel-ve genuina ocupación de sus partidas presupuestarias. No sirven a la sociedad órganos de vigilancia bien aviados, con archivos miserables. No es socialmente útil el pronunciamiento por el derecho a la información si no se traduce en capaci-dad de operación para los repositorios. La fuerza de la cadena es la del eslabón más débil. Mal hacemos, pues, si ponemos la carreta adelante del caballo.

Preguntarse por los edifi cios y el equipamiento de los archivos, por la for-mación de los archivistas y su desarrollo como verdadera opción de desempeño en el servicio civil de carrera, con suel-dos adecuados a su responsabilidad y desempeño, así como por su capacita-ción; no confundir las bibliotecas con los archivos y sus técnicas de descripción;

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comprender que el criterio funcional en el ámbito internacional para los instru-mentos de consulta contemporáneos es de orden funcional no el primario segui-miento de los organigramas, todo ello, es requisito sine qua non para que fructifi que la anhelada transparencia, más allá de la búsqueda de lo políticamente correcto, del cúmulo legislativo y de las institucio-nes que le acompañan.

Más aún, para evitar las tensiones que como sino de los maniqueísmos latinoamericanos nos amagan recurren-temente, dividiendo ahora a los actores políticos en dos bandos: los opacos y los transparentes, es menester desplegar la voluntad política bien avenida con la cele-ridad que el aparato público y los erarios pueden proporcionar en congruencia con su pretendido interés por el derecho a la información. Si una de las manifestacio-nes del subdesarrollo es la convivencia de las etapas pretecnológicas con las de punta, no es diferente el caso de la ad-ministración pública mexicana en los tres órdenes de gobierno. Por ello, mal hace-mos si la transparencia buscada se mon-ta en la hipótesis de un país uniforme y desarrollado, o bien, si en el otro extremo se despliega el patrimonialismo de la in-

formación convertido en exclusividad del aparato gubernamental, en rezago demo-crático o en discurso falaz. Si es condi-ción necesaria para los juzgadores saber derecho, no sería mala idea que quienes están llamados a pronunciarse sobre la transparencia, el rendimiento de cuentas y el combate a la corrupción, se entera-sen de los elementos de la archivística y su complejidad operativa. Quizá debería-mos también precisar las inquietudes de la sociedad: qué desea saber ésta, evitar confundir las unidades de enlace con ca-setas de informes o centros de maquila de tesis y ensayos, y no pensar en una modernidad aséptica en busca de la re-dención política por el camino de una tec-nología alejada de las mayorías, sin dis-tinguir la desigualdad de los municipios y dependencias del país y el desequilibrio de sus fuerzas.

Cumplir con las tareas que impone la transparencia, y el acceso a la informa-ción pública a las diversas instancias del Estado mexicano, contribuirá sin duda al desarrollo y modernización de los ar-chivos. Mas la correcta aplicación de la técnica que han formulado para sí estos repositorios, homologada en el ámbito internacional, es la verdadera garantía

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para que su cumplimiento no sea una mera obligación burocrática. Persiste la equívoca idea que la modernidad extin-gue los reservorios con respaldo en pa-pel, pero debe advertirse que los archivos electrónicos vistos como panacea no po-drán ser eximidos de las normas básicas de clasifi cación de acervos, sobre todo después de resolverse las dudas vincu-ladas a la confi abilidad y permanencia de estos soportes, de acuerdo con los estu-dios del Grupo Interpares patrocinado por la UNESCO. Esto es así, porque a pesar del sordo reclamo competencial entre nuestras dependencias, para normar su empleo y desarrollo, en el ámbito interna-cional, no dejan de ser archivos sujetos precisamente a su normativa. De existir los recursos necesarios, sería válido pre-guntarnos qué pasaría si los administra-dores de archivos pudiésemos convertir la tramitación y la información de manera autónoma en una red de autopistas de acceso. Seguramente muchas institucio-nes de transparencia, de vigilancia y de control tendrían serias difi cultades para justifi car presupuestos golosos.

De no bastar estos argumentos para echar una mirada benévola en favor de las muchas veces olvidadas ofi cinas de archivo; si se sigue por la senda de una transparencia de cristal que se astilla con el peso de los hechos; si no fuese sufi -ciente la necesidad de darle a los nuevos tiempos nuevos equilibrios inclinados a lo sustantivo y no a lo adjetivo, al menos, ha-bría que recordar al patrimonio documen-tal como nutriente del pasado común. No puede haber refl exión sobre el ser nacio-nal que no fl uya por las fuentes primarias, aunque siga estimulándose la inaceptable e indolente práctica académica de publi-car y hasta celebrar obras históricas y de análisis social de autores que no abrevan en ellas e ignoran los acervos documen-tales. Lo que sí hay en los archivos es un rendimiento de cuentas inapelable, el del juicio de la Historia que busca su huella en los repositorios. No olvidemos que con el paso de los años todos habremos de someternos a su veredicto.

Cuernavaca, Morelos.Noviembre 14 de 2007.

* Director general del Archivo General de la Nación.

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Más de medio siglo de recuerdos pre-servan, imborrable, la imagen primera percibida una mañana por Celia Medina Mondragón: una mujer de alta silueta es-cribía en una máquina mecánica –cuyos tipos se desprendían del corazón del ins-trumento semejando unas delgadas y rá-pidas patas de araña– rodeada por el olor a viejo de los documentos. Era una fi gura equiparable a una pintura de Remedios Varo, enigmática, lejana, ensimismada.

Esa mañana, Celia iba al Archivo ubicado entonces en Palacio Nacional por encargo de su maestro Jorge Ignacio Rubio Mañé, a realizar un trabajo escolar. Fue el inicio de una aventura que pocas mujeres de su época se atrevían a reali-zar: estudiar una licenciatura y trabajar en el AGN. Tenía entonces 22 años de edad y no imaginaba que un año después, aquel lugar impresionante se convertiría en su casa laboral.

Medina Mondragón se jubiló en 2001, a los 71 años de edad y a los 49 de ser-vicio. Pero no se retiró de su espacio de trabajo. A partir de entonces, ajustó sus actividades para continuar la cita que acordara consigo misma, como quien hace una promesa sin darse cuenta de ello. Hoy continúa acudiendo diariamen-te y de manera voluntaria al lugar que de joven la deslumbró y la hizo entrar en otro mundo. Siente nostalgia sólo de pensar en no ver más documentos, expedientes y paleografías.

Por su profesionalismo y tesón en el trabajo paleográfi co, que ha desempe-ñado 55 años ininterrumpidamente, el pasado 27 de marzo, Día del Archivista, se le otorgó un diploma en homenaje y reconocimiento.

La rutina no ha menguado su capaci-dad de sorpresa. Cada vez que abre un expediente la curiosidad se anima y la

H O M E N A J E A C E L I A M E D I N A M O N D R A G Ó N

A R C H I V I S TA , PA L E Ó G R A FA Y D O C E N T E

Elvia Alaniz Ontiveros

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transporta a un pasado que ella considera cíclico. Compara con insistencia el pasa-do y el presente.

Le gusta reconstruir la historia como si, por ejemplo, hubiera atestiguado la manera en que los españoles conquis-taron a los indígenas: “me puedo imagi-nar la batalla que tuvieron”. Y comienza a describir imágenes que son fugitivas al documento: “una noche, por casualidad, una mujer salió tal vez por agua o por-que tenía necesidad de salir, calculo que deben haber sido las once de la noche, cuando se dio cuenta que los españoles los tenían sitiados”.

Cuando estuvo a cargo del fondo de Universidad descubrió que hubo negros

universitarios, pese a que para ingresar se les pedía comprobar “su limpieza de sangre”; éste era un documento que ava-laba a quien lo poseía provenir de espa-ñol, o bien ser hijo de indígena noble. La impresionó el caso de un mulato que no pudo titularse de médico, pues carecía de padre, pero sobre todo que existieran tan-tas restricciones para conseguir un grado académico superior.

Su interés por la vida cotidiana de la Colonia la llevó a escudriñar en esos siglos; comprobó documentalmente que de la unión de “europeos con indígenas resultaría el pueblo que somos ahora”, un pueblo que, está convencida, es creador e inteligente. Con la Conquista, considera la maestra Celia, “dimos un salto bastante grande”.

En esa inmersión a nuestros oríge-nes, la escandalizó que los pobladores nativos tuvieran las mismas condiciones que hoy. “No podían asistir, dice, a la uni-versidad por su condición indígena; había ese racismo que nos caracteriza”; aún así, tropezó con varios indios que, por su calidad de caciques, pudieron estudiar en la universidad.

La maestra Medina Mondragón in-gresó como paleógrafa al Archivo el 1 de

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septiembre de 1952. Le sorprendió enton-ces que la mayoría de los empleados le doblaban o triplicaban la edad. Aunque intuía que la conversación sería una em-presa difícil fue recibida con generosidad amable por la doctora Guadalupe Pérez San Vicente, Beatriz Arteaga Garza y el doctor Ernesto de la Torre Villar, quien era entonces subdirector del Archivo.

A la doctora San Vicente, doña Celia la recuerda como una persona “muy tra-table, sencilla con aire de distinción”. A su lado aprendió los procedimientos para la elaboración de catálogos y la realización de investigaciones.

Su primera tarea en el Archivo fue la producción de fi chas catalográfi cas. Primero debía leer el documento, luego sacar los datos principales y en seguida hacer la fi cha. Sin más experiencia que un curso de paleografía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, buena parte de su labor se orientó hacia esa tarea. Al principio le encomendaron archivos del siglo XIX. No tuvo mayores problemas, muchos de los documentos estaban me-canografi ados.

Posteriormente, le asignaron el fondo de Universidad. Ahí se enfrentó con un mar de letras receloso y desconocido. En

repetidas ocasiones llegó a pensar que los documentos que estudiaba estaban al revés, de tan compleja y distinta que era la escritura. Tuvo que descifrar letra por le-tra para conocer el contenido de los expe-dientes. Poco a poco se familiarizó con la escritura y pronto descubrió que ya podía paleografi ar los documentos, por antiguos que fueran. Trabajar este fondo le permi-tió conocer la vida y obra de don Miguel Hidalgo y Costilla, Antonio López de San-ta Anna y José María Morelos y Pavón. Supo también que Porfi rio Díaz hizo es-tudios de leyes, pero no logró convertirse en abogado porque –supone la maestra Celia– provenía de una familia humilde, pues incluso fue carpintero, zapatero y desempeñó algunos otros ofi cios.

Uno de los documentos que la emo-cionaron sobremanera fue la solicitud para el examen de licenciatura de Juan Ruiz de Alarcón, al que conocía a través de sus obras y por quien sentía gran ad-miración. Cuando vio su petición pensó: “qué bueno que tengo la oportunidad de ver estos documentos”. La maestra Me-dina ha tenido el privilegio de conocer a muchos otros personajes de la historia de México. De Benito Juárez encontró es-critos de su época como presidente, y el

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sólo hecho de ver su fi rma la conmovió. Entre los documentos que más la han

impresionado, uno de ellos forma parte del fondo de Inquisición. Recuerda que, cuando leía el texto, no daba crédito: de-trás de una letra ilegible se escondía el tormento aplicado a una mujer. Por no ser católica la pusieron en el potro y le esti-raron las extremidades hasta zafárselas, sólo por ser judía.

Cuando el Archivo General de la Na-ción se encontraba en Palacio Nacional, tuvo la oportunidad de presenciar algunos de los sucesos que antecedieron a la ma-tanza en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, “hubo varios acontecimientos antes del 68 y a mí me tocó hasta cierto punto vivirlos”, por ejemplo el bazucazo a la preparatoria uno, el 29 de julio de ese año.

Al llegar a la calle de Guatemala se encontró con dos de sus compañeros de la universidad. Uno, Mario Moya Palencia, quien sería secretario de Gobernación durante el mandato del presidente Luis Echeverría Álvarez, y el otro Héctor Azar, que además de dramaturgo sería un gran promotor del arte escénico. Ambos ami-gos habían atestiguado el “bazucazo” y, ante el peligro que representaba para una mujer caminar por el centro en aquellos

tiempos de agitación, se ofrecieron para acompañarla hasta su casa.

El 2 de octubre salió del Archivo y se dirigió a la colonia Roma para impartir su clase de historia. En ese tiempo pensaba que el movimiento estudiantil del 68 era una muestra de adelanto en los jóvenes, querían que se tomara en cuenta sus ideas de progreso, libertad y democracia.

Cuando el AGN estaba en Palacio Nacional conoció al historiador Edmundo O´Gorman. A él lo recuerda como un hom-bre agradable. Inspiraba confi anza y trata-ba a las personas “con mucho cariño”. De él, añade, “incluso trabajó en Palacio Na-cional, fue empleado del Archivo y una de sus compañeras le enseñó paleografía”.

En 1973, cuando el Archivo era di-rigido por Jorge Ignacio Rubio Mañé, el AGN fue trasladado al segundo piso del ex Palacio de las Comunicaciones, ubicado en la Plaza Tolsá, en la calle de Tacuba. De ese cambio la maestra recuerda que el director no estuvo de acuerdo con la nueva sede porque temía que el piso no soportara el peso de tantos documentos.

Debido a que el espacio era insufi cien-te fue necesario contar con otro lugar en el que se resguardara parte del material hemerográfi co, así se utilizó como bodega

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la llamada “Casa amarilla”, ubicada en Ta-cubaya, lugar donde también trabajó Celia haciendo fi chas. Recuerda “una cantidad de documentos verdaderamente extraor-dinaria, no estaban amontonados, sino que ya estaban agrupados en secciones”.

Cuando el AGN dirigido por Alejandra Moreno Toscano fue reubicado en 1982 en el ex Palacio de Lecumberri, el perso-nal no sólo había crecido numéricamente, sino que las funciones ya estaban mejor delimitadas, pues anteriormente los em-pleados lo mismo podían hacer una pa-leografía, que atender a un investigador o contestar el teléfono. A ella le tocó en parte desempacar y clasifi car los docu-mentos, apenas bajaban de los camiones de mudanzas.

Un año antes de trabajar en el Archi-vo, Celia comenzó su labor docente. Ini-ció en la secundaria del Gordon College, donde impartió historia durante dos cur-sos. Después, la invitaron a trabajar en la preparatoria de la misma institución, y luego al Colegio de las Vizcaínas, donde estuvo seis años. También fue maestra en la preparatoria 5 de la UNAM, en la cual permaneció 33 años; dio clases en el Co-legio Alemán Alexander von Humbolt y en escuelas secundarias técnicas que, por el

paso de los años, ha olvidado cuáles y cuántas fueron.

La cátedra le sirvió para no perder el contacto con los jóvenes, porque dentro del Archivo el trato con ellos no existía para ella. La búsqueda de ese acerca-miento con la juventud era en realidad una especie de retroalimentación de quien trataba de entender el comportamiento y la manera en que los jóvenes pensaban, además era como mirar hacia atrás y ver-se como estudiante, “me hacía recordar cuando yo tenía la edad de ellos”. Por su trabajo académico la maestra Medina ha recibido diversas distinciones, pero re-cuerda una en especial, la que le dieron con motivo de sus 25 años en el magis-

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terio dentro de la UNAM, ceremonia que le pareció “muy emotiva”.

Celia fue la mayor de 10 hermanos, su padre tenía una sastrería y su madre, antes de casarse, trabajó algún tiempo en el gobierno. La familia Medina Mon-dragón vivía muy cerca de San Juan de Letrán, actual eje Lázaro Cárdenas. En esos años estudiar para una señorita ya “no era mal visto”, incluso en la Facultad de Filosofía y Letras las mujeres supera-ban numéricamente a los hombres; a ella le tocó crecer en una familia en la que se acostumbraba que las mujeres estudiaran y trabajaran.

Fue su padre quien la animó a solicitar su ingreso a la universidad en la carrera de historia y no en la de leyes, como ella pensaba, pues según él Celia perdería fá-cilmente los casos “porque era muy eno-jona”. Que no servía para abogada fueron las palabras pronunciadas por Bardomia-no Medina antes que su hija, “en un mo-mento”, aceptara seguir la profesión a la cual se dedicaría tantos años.

En una biblioteca, ubicada en el Pa-lacio de Bellas Artes, conoció a Gilberto

Martínez Bibriesca, quien se convirtió años más tarde en su esposo. Entonces ella estaba en la secundaria. Sin em-bargo, entre ellos no hubo siquiera una palabra. Fue hasta 1952 cuando tuvo un acercamiento con ese hombre, cuyos ojos verdes habían llamado su atención: “lo encontré trabajando en el Archivo”. Entonces entre documentos, paleografías y archivos comenzaron una relación de noviazgo que terminó en boda en 1959. A los dos años nació Gonzalo Gilberto Mar-tínez Medina, su único hijo.

Han pasado más de cincuenta años desde que Celia cruzó las puertas del Ar-chivo General de la Nación con una mo-chila de estudiante al hombro. Entonces iba llena de ilusiones y con un trabajo es-colar pendiente. Hoy llega como el primer día, pero con un paso más lento y menos fi rme que antaño. Acude al Archivo no con la incertidumbre de quien no tiene idea de lo que encontrará, sino con la certeza de conocer parte del universo que hay aquí. El Archivo ya no es el de antes ni volverá a serlo, tampoco ella.

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Hermenegildo GaleanaNatalicio 13 de abril de 1762

Fue de los jefes más destacados en la primera etapa insurgente. Nació el 13 de abril de 1762, en Tecpan, Guerrero. En noviembre de 1810, cuando el ejército de José María Morelos y Pavón pasó por Tec pan, se unió al grupo, en compañía de sus hermanos. Consiguió distintos triun-fos que le permitieron encabezar una de las tres grandes divisiones del ejército de Morelos. Al tratar de disuadir a los realis-tas, chocó contra la rama de una árbol y cayó del caballo con la cabeza rota, así

Joyas del mes

ABRIL

fue presa fácil para su captor, Joaquín de León, quien le dio muerte con un disparo en la cabeza el 27 de junio de 1814. El 19 de julio de 1823, el Congreso lo declaró Benemérito de la Patria.

Miguel HidalgoNatalicio 8 de mayo de 1753

Nació en la hacienda de Corralejo, en Pénjamo, Guanajuato, el 8 de mayo de 1753. Estudió en el Colegio de San Ni-colás Obispo, del que fue catedrático y rector. Descubierta la conspiración, deci-dió adelantar los planes. Al amanecer del 16 de septiembre de 1810 dio el “Grito de Dolores”, iniciando la contienda. De sus batallas destaca el triunfo del 30 de octu-bre de 1810, cuando derrotó a Torcuato

MAYO

Trujillo en el monte de las Cruces. Sin embargo, en el Puente de Calderón, los realistas lo derrotaron. Hidalgo fue enjui-ciado y ejecutado el 30 de julio de 1811.

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Ignacio AldamaAniversario luctuoso 20 de junio de 1811

Este caudillo insurgente, originario de San Miguel el Grande, actualmente San Miguel de Allende, Guanajuato, realizó sus estudios como abogado en la ciudad de México, pero abandonó su carrera para dedicarse al comercio de granos agrícolas. Su incursión en el movimiento insurgente se dio después del Grito de Dolores, incorporándose junto con su fa-milia a las tropas de Miguel Hidalgo dos días antes de la batalla de Aculco. Fue

JUNIO

Joya

s del

mes

nombrado embajador ante los Estado Unidos de América el 6 de febrero de 1811 en Saltillo, Coahuila. Rumbo a la frontera, fue aprehendido y fusilado el 20 de junio del mismo año.

FEBRERO-DICIEMBRE

Documentos de la Independencia de México

El nacimiento de la patria es un proce-so decantado en el tiempo y surge entre estertores sociales provenientes de si-lenciosas tomas de conciencia sobre la forma de ser y estar en el mundo. Ante el Bicentenario del surgimiento de México, el Archivo General de la Nación desea ilustrar algunas palpitaciones de esa ges-ta mediante una selecta muestra de do-

Sala de Banderas

cumentos que dan prueba de los sucesos durante la guerra de independencia.

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ExposicionesFEBRERO-ABRIL

Las constituciones de México

La Constitución o carta magna, es la ex-presión de la soberanía del pueblo. Es la ley fundamental de un Estado en la cual se establecen los derechos y obligacio-nes de los ciudadanos y gobernantes. Es la norma jurídica suprema y ninguna ley o precepto pueden estar sobre ella. En 1916 el Congreso de la Unión se reunió como Congreso Constituyente en Queré-taro, donde se reformó la constitución de 1857. La nueva constitución se promulgó el 5 de febrero de 1857.

Sala Siqueiros

MAYO-JULIO Delegación Venustiano Carranza

Venustiano Carranza

Nació el 19 de diciembre de 1859 en Cua-tro Ciénegas Coahuila. Su participación en la Revolución fue determinante para formar el nuevo Estado mexicano. Enca-bezó el Poder Ejecutivo en 1914, según lo estipulaba el Plan de Guadalupe, pero algunos jefes revolucionarios se incon-formaron y, reunidos en la Convención de Aguascalientes, lo desconocieron. Él mandó a Obregón a enfrentarlos alar-gando la guerra civil. Una vez derrotados

A partir del mes de mayo, usted podra ver esta exposicion en la preparatoria 8, Mi-guel E. Schulz.

PREPARATORIA 8

Zapata y Villa, Carranza fue electo presi-dente en 1917.

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ABRIL metro Zapata

Tierra y libertad. Emiliano Zapata y el movimiento revolucionario

Emiliano Zapata Salazar (Anenecuilco, Morelos, 8 de agosto de 1879) planteó desde 1906 la defensa de los campesinos morelenses. Proclamó el Plan de Ayala (1911), en el que se refl ejaron los anhe-los de los campesinos, sintetizados en la

frase “Tierra y libertad”. El 10 de abril de 1919 fue asesinado en una emboscada.

MAYO metro Pantitlán

Diosas del ayer

La vedette que animó la capital de México, tras las rupturas sociales posrevoulucio-narias, fue el espectáculo más concurrido en los veinte. Estas divas, ícono de belle-za y esplendor, divirtieron y mostraron al México de la posguerra los placeres ba-nales y la frivolidad del Porfi riato.

JUNIO metro Candelaria

El tribunal del Santo Ofi cio

La Inquisición fue establecida formalmen-te en la ciudad de México el 4 de noviem-bre de 1571, aunque ya funcionaba desde 1522, y en fechas posteriores en el resto de la Nueva España. Su misión era con-servar la fe; pero fue utilizada en muchas ocasiones como arma política.

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ABRIL cine Venustiano Carranza

Niños y niñas

Aquí se plasma, en documentos y foto-grafías seleccionados por el AGN, la in-fancia en la historia, su presencia frente a cambios sociales, culturales y políticos que han trasformado su entorno, desde la

ABRIL

El séptimo arte en el cine. Colec-ción de carteles del cine mexicano

Los carteles ayudan a: promover una pe-lícula con el fi n de convertirla en un éxito taquillero. El Archivo General de la Na-ción muestra una colección que proviene del Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine), compouesta de carteles distri-buidos por Películas Mexicanas S. A. de C. V. de 1940 a 1980.

Casa de la Cultura Heberto Castillo

JUNIO

Rotonda de las personas ilustres

Reposan en este lugar los restos de per-sonajes destacados en diferentes cam-pos. Hombres y mujeres que nos dieron identidad nacional; que han engrandecido a México con sus obra intelectual o artís-tica, o que han contribuido decisivamente a la vida de nuestras instituciones.

Casa de la Cultura Prof. Enrique Ramírez y Ramírez

colonización de la Nueva España hasta el México moderno.

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Los niños de la guerra. Una mirada a la memoria

En 1937, el presidente Lázaro Cárdenas recibió a cerca de 400 niños españoles que llegaron a Veracruz desde Burdeos. El relato visual de esta primera avanzada del exilio español, conocida como ‘’los ni-ños de Morelia”, es posible gracias a las lentes de Díaz, Delgado y García, fotó-grafos del periodismo mexicano.

ABRIL Escuela Nacional PreparatoriaPlantel 7. Ezequiel A. Chávez

Mujeres del siglo XX

En el siglo xx la mujer hizo grandes avan-ces en su reivindicación social, desde el derecho a la educación hasta el votar y ser votada. El Archivo General de la Na-ción presenta esta muestra fotográfi ca sobre mujeres en diversos ámbitos y es-cenarios en el México del siglo pasado.

MAYO Escuela Nacional PreparatoriaPlantel 2. E. Castellanos Quinto

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Página web: www.agn.gob.mx

Visite también:

Portal de la Independencia: www.agn.gob.mx/independencia/Portal de la Revolución: www.agn.gob.mx/revolucion/ y el Portal de la celebración del 150 aniversario de la Constitución política de 1857

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Publicaciones

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H I S T O R I A L D E L BA J Í O

En su nueva época, la primera edición de este boletín reúne documentos, acom-pañados de su paleografía, en torno del memorable y más distinguido benefactor de la localidad, don Ramón Barreto de Tábora, quien destinó sus posesiones al bien común, por ejemplo, la construcción de una escuela para niñas, que hoy ocu-pa la Presidencia Municipal.

“Reacomodos de la población étnica: la experiencia de los tarascos en el siglo XVI”, de Carlos Paredes muestra parte de la cultura tarasca en relación con otros grupos lingüísticos mesoamericanos en las primeras décadas del siglo XVI.

Dulce María Guadalupe Vázquez Mendiola explora en torno de la “Hacien-da de Jaripitío, un inicio hacia la historia

del pueblo de Aldama, siglos XVII y XVIII”; así reconstruye una etapa de la historia de ese poblado que durante la colonia fue un “punto estratégico dentro de la red de caminos novohispanos”.

Archivo Historico Municipal de Irapuato, Boletín 1, Nueva época, H. Ayuntamiento de Irapuato/Hábitat/Archivo Histórico Municipal de Guanajuato/Sedesol/Ediciones La Rana, 2007, 120 pp.

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En “Ánimas y Molino de Santa Ana: dos haciendas irapuatenses durante la Revolución mexicana, 1910-1917”, Luz Antonia Miranda Félix analiza cómo la Revolución mexicana afectó las activi-dades económicas de las haciendas y ranchos irapuatenses, pues durante 1911 hubo más grupos o “gavillas” de bandole-ros. Pese a que éste no era un fenómeno nuevo en la localidad, “la revolución favo-reció el desarrollo de este bandidaje”.

“Confi guración de la cabecera de la Congregación de Irapuato durante el si-

glo XVIII”, de Juan Leonardo Hernández Lozoya, revisa las principales transforma-ciones del asentamiento urbano irapua-tense en el siglo XVIII y principios del XIX; se incluyen algunas ilustraciones.

José Andrés Márquez elabora una breve descripción sobre las circunstan-cias y características demográfi cas (de-sarrollo poblacional, alfabetismo, política y economía) registradas en Guanajuato en vísperas y al fi nal de la Revolución mexicana.

En las páginas iniciales se publican tres documentos que forman parte del archivo municipal: en uno se enumeran los bie-nes dotales de una mujer en el siglo XVIII; otro es la carta de venta de un esclavo, y el tercero, es el acta testimonial de una mujer que denuncia a su marido por ha-berla golpeado.

En su texto “Irapuato: población diver-sa”, María Guevara Sanginés realiza una radiografía sobre los diversos orígenes

Archivo Histórico Municipal de Irapuato, Boletín 2, Nueva época, H. Ayuntamiento de Irapuato/Hábitat/Archivo Histórico Municipal de Guanajuato/Sedesol/Ediciones La Rana, 2007, 104 pp.

de la población irapuatense desde el si-glo XVI; indaga también algunos aspectos sobre historias de familia: genealogías, organización, costumbres, actividades económicas y pertenencia a instituciones sociales.

En “Deporte y modernidad postrevo-luconaria en Irapuato”, César Federico señala que los gobiernos priistas enten-dieron las ventajas de utilizar los simbo-lismos del deporte como representación

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de la nueva nación, por ello procuraron incluirlos en las festividades cívicas. Ha-cia 1930 en Irapuato, sólo 0.36% de la población practicaba algún deporte.

Sobre “La expedición de Xavier Mina, de Inglaterra a Guanajuato” escribe Liria Olimpia Flores Carreno; detalla la manera en que, desde Europa, Mina planeó la ex-pedición libertadora en apoyo del general Morelos y del congreso mexicano que en Nueva España se enfrentaba al absolutis-mo de Fernando VII. “El intento por tomar la ciudad de Guanajuato fue un fracaso rotundo”, debido entre otros factores a que Mina no conocía la ciudad y a la in-disciplina de sus tropas.

“La Casa del Museo de la Ciudad, siglos XVII-XIX”, de Jesús Martín Martínez Hidalgo, es una cronología sobre ese inmueble, sus dueños y los cambios he-chos a la que, tradicionalmente, se cono-ce como la Casa de la Inquisición.

Paola Monroy Flores estudia el “Diag-

nóstico Municipal sobre la situación de las mujeres, con perspectiva de género”, rea-lizado por el Instituto de Mujeres Irapua-tenses, donde se ordenan y relacionan las principales carencias y desigualdades de las residentes en esa localidad. (Elvia Alaniz Ontiveros)

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La Asociación Latinoamericana de Archivos

(ALA) fue creada en Lima el 6 de abril de 1973

para estudiar, establecer y mantener relacio-

nes entre las instituciones archivísticas y or-

ganismos profesionales de carácter público y

privado, en países con archivos de tradición

ibérica. Actualmente integra a países de len-

gua española y portuguesa de Latinoamérica,

así como a España y Portugal.

La Asociación, a su vez, se afi lió como

rama regional al Consejo Internacional de

Archivos (CIA) y ha reformado sucesivamente

sus estatutos para mantenerse en sintonía con

las directrices del Consejo.

Desde su origen, la misión de la Aso-

ciación es la colaboración mutua entre sus

miembros en benefi cio del desarrollo de los

archivos y la preservación y uso del patrimonio

documental de sus países.

En el marco del V Seminario Internacional

de Archivos de Tradición Ibérica “Los archivos

al servicio de la sociedad”, celebrado en San

José de Costa Rica del 2 al 5 de julio de 2007,

la ALA realizó su Asamblea General Ordinaria.

Entre los puntos a tratar en el orden del día

se eligió al nuevo Comité Directivo y, luego de

más de dos décadas, México fue selecciona-

do para presidir la Asociación en el periodo

2007-2011. La mesa directiva quedó integrada

como sigue:

Presidente: Jorge Ruiz Dueñas (México),

Primer Vicepresidente: Mónica María Eugenia

Barrientos Harbin (Chile), Segundo Vicepre-

sidente: José Ramón Cruz Mundet (España),

Secretaria General: Martha Marina Ferriol

Marchena (Cuba), Primer Vocal: Silvestre de

Almeida Lacerda (Portugal), Segundo Vocal:

Marcela Inch Calvimonte (Bolivia), Tesorera:

Claudia Delgado Martínez (México), Secreta-

ria Ejecutiva: Yolia Tortolero (México)

A partir de la resolución anterior, la Aso-

ciación confi rmó su interés en estrechar los

lazos de cooperación con la comunidad archi-

vística de tradición ibérica.

Por este conducto invitamos a los archi-

vos nacionales, federales, estatales, munici-

pales, a las universidades, a las asociaciones

archivísticas y a los profesionales de la región,

a afi liarse a la ALA. Los principales benefi cios

para sus miembros son los siguientes:

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• Formar parte del directorio de archivistas

y expertos de la región.

• Recibir gratuitamente las publicaciones

de la Asociación.

• Recibir por correo electrónico los bole-

tines, noticias, convocatorias e información

sobre cursos, becas y actividades nacionales,

regionales e internacionales.

• Recibir invitaciones a las actividades y

reuniones o seminarios programados a nivel

nacional, regional e internacional.

• Actualizarse a través de lecturas y textos

sobre archivística que la Asociación les envíe

por vía electrónica.

• Compartir artículos, lecturas, manuales

u otros materiales sobre archivística de interés

para los miembros de la Asociación.

• Sugerir propuestas y proyectos para el

programa de trabajo anual de la Asociación.

• Establecer contactos e intercambiar ex-

periencias con otros archivistas de habla his-

pana en Latinoamérica, España y Portugal.

Para formar parte de la Asociación existen

las siguientes categorías de afi liación:

MIEMBROS CLASE B: Corresponden a

asociaciones nacionales de archivistas. Para

afi liarse requieren enviar copia simple de sus

estatutos. Pagan $100 dólares anuales.

MIEMBROS CLASE C: Corresponden a

archivos históricos y administrativos, federa-

les, regionales, estatales, departamentales o

municipales públicos y privados. Pagan $75

dólares anuales.

MIEMBROS CLASE D: Corresponden a

centros de formación vinculados con activida-

des archivísticas. Pagan $50 dólares anuales.

MIEMBROS CLASE E: Corresponden a

archivistas y a funcionarios de archivos, bi-

bliotecas y centros de documentación. Pagan

$20 dólares anuales.

Para obtener un formato de inscripción

agradeceremos enviarnos una carta por correo

electrónico o postal a la dirección electrónica

aquí referidos, indicando su interés de perte-

necer a la Asociación, así como una síntesis

curricular o una breve reseña institucional que

incluya sus datos completos (nombre, institu-

ción, cargo, dirección, teléfonos de contacto y

correo electrónico).

Jorge Ruiz Dueñas

Presidente de la Asociación

Latinoamericana de Archivos, 2007-2011

Archivo General de la Nación, México

Avenida Eduardo Molina s/n, colonia Peni-

tenciaría Ampliación, Delegación Venustiano

Carranza, C.P. 15350, México, Distrito Fede-

ral. Tel. (0052) (55) 51339900, ext. 19301 a la

19303. Correo electrónico: ALA.presidencia@

segob.gob.mx

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El Boletín del Archivo General de la Nación, núm. 20,6a. época, se terminó de imprimir en

marzo de 2008 en Promodel Diseño S.A de C.VSe tiraron 1000 ejemplares.