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303 JURISPRUDENCIA ADMINISTRATIVA DIÁLOGO CON LA JURISPRUDENCIA | Nº 240 • SETIEMBRE 2018 • ISSN: 1812-9587 • pp. 303-318 LA INCONDUCTA FUNCIONAL POR DEFECTOS EN LA MOTIVACIÓN DE RESOLUCIONES JUDICIALES, A PROPÓSITO DE LA ACCIÓN POPULAR N° 18107-2016-LIMA Antony José DÍAZ HERNÁNDEZ* TEMA RELEVANTE El autor nos muestra las armonías y aparentes incompatibilidades entre la labor de control disciplinario contra jueces que vulneran el principio-derecho a la debida motivación de las resoluciones judiciales, y el principio-derecho de los mismos vincu- lado a su independencia que cobija el llamado criterio jurisdiccional, todo ello a par- tir de algunas críticas respecto de los criterios vertidos por la Corte Suprema en la Acción Popular N° 18107-2016-Lima. * Abogado por la Universidad Nacional San Luís Gonzaga de Ica, con estudios concluidos de maestría con men- ción en Derecho Procesal, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Asistente de la Jefatura de la Ofi- cina Desconcentrada de Control de la Magistratura de la Corte Superior de Justicia de Ica – ODECMA-ICA. PALABRAS CLAVE Responsabilidad / Discrecionalidad / Inter- pretación / Argumentación / Tipicidad Recibido : 14/08/2018 Aprobado : 31/08/2018 INTRODUCCIÓN El presente artículo trata de poner en evi- dencia algunas cuestiones acerca de la inconducta funcional relativa a los defec- tos en la motivación, que dicho sea de paso, tiene una innegable relación de naturaleza aparentemente contradictoria o al menos ambigua, con lo referente al criterio juris- diccional, que a su vez se relaciona de cierto modo con la independencia de los jueces. El problema radica básicamente en que el Órgano de Control de la Magistratura, a lo largo de su existencia, ha investigado y san- cionado a aquellos jueces que vulneraron el principio-derecho de la debida motiva- ción, lo que ha llevado a un sector de los operadores jurídicos y la doctrina a poner de

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JURISPRUDENCIA ADMINISTRATIVA

DIÁLOGO CON LA JURISPRUDENCIA | Nº 240 • SETIEMBRE 2018 • ISSN: 1812-9587 • pp. 303-318

LA INCONDUCTA FUNCIONAL POR DEFECTOS EN LA MOTIVACIÓN DE RESOLUCIONES JUDICIALES,

A PROPÓSITO DE LA ACCIÓN POPULAR N° 18107-2016-LIMA

Antony José DÍAZ HERNÁNDEZ*

TEMA RELEVANTE

El autor nos muestra las armonías y aparentes incompatibilidades entre la labor de control disciplinario contra jueces que vulneran el principio-derecho a la debida motivación de las resoluciones judiciales, y el principio-derecho de los mismos vincu-lado a su independencia que cobija el llamado criterio jurisdiccional, todo ello a par-tir de algunas críticas respecto de los criterios vertidos por la Corte Suprema en la Acción Popular N° 18107-2016-Lima.

* Abogado por la Universidad Nacional San Luís Gonzaga de Ica, con estudios concluidos de maestría con men-ción en Derecho Procesal, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Asistente de la Jefatura de la Ofi-cina Desconcentrada de Control de la Magistratura de la Corte Superior de Justicia de Ica – ODECMA-ICA.

�� PALABRAS CLAVE

Responsabilidad / Discrecionalidad / Inter-pretación / Argumentación / Tipicidad

Recibido : 14/08/2018Aprobado : 31/08/2018

INTRODUCCIÓN

El presente artículo trata de poner en evi-dencia algunas cuestiones acerca de la

inconducta funcional relativa a los defec-tos en la motivación, que dicho sea de paso, tiene una innegable relación de naturaleza aparentemente contradictoria o al menos ambigua, con lo referente al criterio juris-diccional, que a su vez se relaciona de cierto modo con la independencia de los jueces.

El problema radica básicamente en que el Órgano de Control de la Magistratura, a lo largo de su existencia, ha investigado y san-cionado a aquellos jueces que vulneraron el principio-derecho de la debida motiva-ción, lo que ha llevado a un sector de los operadores jurídicos y la doctrina a poner de

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manifi esto la intromisión desmedida del ente disciplinario, puesto que la actividad de éste, no tendría prácticamente ninguna diferencia con el llamado control jurisdiccional que se ejerce vía impugnatoria o en vía de acción, creándose una suerte de instancia paralela.

El Tribunal Constitucional peruano en el Expediente N° 1744-2005-PA/TC, en espe-cífi co, en los votos singulares de los magis-trados Alva Orlandini y Gonzáles Ojeda, sienta –me parece– por primera vez en la jurisprudencia nacional, una clasificación más o menos detallada de las categorías patológicas en la motivación de las resolu-ciones judiciales, dejándonos defi niciones de lo que signifi can la motivación inexistente, la motivación aparente, la falta de motiva-ción interna del razonamiento, el control de la motivación externa, justifi cación de las premisas, la motivación insufi ciente, la moti-vación sustancialmente incongruente y las motivaciones cualifi cadas.

Así, el Órgano de Control, tomando cada defi nición plasmada por el Supremo Intér-prete de la Constitución, procedió a realizar actividad de control disciplinario respecto de las decisiones de los jueces, que en general incurrieran en alguna de las patologías en la

motivación de resoluciones judiciales, según los criterios del aludido Tribunal; lo mismo que trajo como consecuencia que el Con-sejo Ejecutivo del Poder Judicial emitiera la Resolución Administrativa N° 360-2014-CE-PJ, por la cual estableció que la falta dis-ciplinaria contenida en el artículo 48 inciso 13) de la Ley de la Carrera Judicial, refe-rida a “no motivar las resoluciones judicia-les”, solo comprendía a las patologías de la motivación inexistente, motivación aparente y falta de motivación parcial, en tanto que las demás patologías en la justifi cación de las resoluciones de los jueces no podían ser enjuiciadas disciplinariamente.

Con lo anterior, lo que buscaba el Consejo Ejecutivo del Poder Judicial era frenar el exceso de investigaciones y sanciones con-tra magistrados por parte del ente contra-lor, limitando la interpretación del conte-nido de la primera norma –primer tipo– del artículo 48 inciso 13) de la Ley de la Carrera Judicial, sin embargo, mediante sentencia ejecutoriada emitida en la Acción Popular N° 18107-2016-LIMA se declaró nula la Resolución Administrativa N° 360-2014-CE-PJ, básicamente porque según la judi-catura, se vulneró el principio de tipicidad al incluir dentro de la primera norma del artículo 48 inciso 13), a la motivación apa-rente y a la falta de motivación parcial, lo que nos lleva a preguntarnos si los efectos de la mentada Acción Popular limitan aún más el campo de acción del control disciplinario, o si por el contrario, devolvieron el estado de cosas a la antigua situación heterodoxa.

I. DE LA PROBLEMÁTICA

Como se dijo en líneas precedentes, con la publicación de la Acción Popular N° 18107-2016-LIMA, resolución S/N de fecha 22 de agosto del 2017, emitida por la Sala de Dere-cho Constitucional y Social Permanente de la Corte Suprema de Justicia de la República, que resolvió confi rmar la sentencia apelada

Mediante sentencia ejecutoriada emi-tida en la Acción Popular N° 18107-2016-LIMA se declaró nula la Resolu-ción Administrativa N° 360-2014-CE-PJ, básicamente porque según la judicatu-ra, se vulneró el principio de tipicidad al incluir dentro de la primera norma del artículo 48 inciso 13), a la moti-vación aparente y a la falta de moti-vación parcial.

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ANÁLISIS Y CRÍTICA JURISPRUDENCIAL

de fecha 1 de agosto del 2016, emitida por la Sala Civil competente, por la que se declaró fundada la demanda de Acción Popular inter-puesta por Ángel Henry Romero Díaz con-tra el Consejo Ejecutivo del Poder Judicial; se declaró la nulidad de la Resolución Admi-nistrativa N° 360-2014-CE-PJ, básicamente por cuanto esta vulneraba el principio de tipi-cidad al establecer que el supuesto de falta grave consistente en “no motivar las reso-luciones judiciales” contenido en el artículo 48 inciso 13) de la Ley de la Carrera Judi-cial, también incluía los supuestos de moti-vación aparente y falta de motivación par-cial, pese a que en estos últimos, no estamos ante la inexistencia de argumentos, sino que existiendo los mismos, son simulados o no colman los supuestos exigidos por la Cons-titución y/o la Ley, respectivamente. Es importante remarcar que la Sala Suprema dejó en claro en el décimo tercer conside-rando parte in fi ne de su decisión que: “Esto no quiere decir por supuesto, que la ley no pueda considerar a la motivación aparente también como una falta grave, pero eviden-temente, una norma reglamentaria no puede hacerlo” [énfasis agregado].

Ahora bien, cierto es que el artículo 139 inciso 2) y el artículo 146 inciso 1) de la Constitución Política del Estado, recono-cen el derecho a la independencia en el ejer-cicio de la función jurisdiccional, siendo bajo ese contexto que el artículo 1 de la Ley N° 29277, Ley de la Carrera Judicial, esta-blece que los jueces ejercen sus funciones jurisdiccionales con independencia e impar-cialidad, sujetos únicamente a la constitu-ción y a la Ley; lo cual concuerda con lo dis-puesto en el artículo 44 de la acotada, el cual señala taxativamente que: “(…) son objeto de control, por la función disciplinaria, aque-llas conductas señaladas expresamente como faltas en la ley. Contra todas las medidas dis-ciplinarias impuestas, proceden los recur-sos que correspondan según las garantías del

debido proceso. No da lugar a sanción la dis-crepancia de opinión ni de criterio en la reso-lución de los procesos (…)”. Esto resulta también coherente con lo preceptuado por el artículo 12 inciso 4) del Reglamento del Régimen Disciplinario, aprobado por Reso-lución Administrativa N° 243-2015-CE-PJ, que establece: “La Jefatura o el órgano que viene tramitando la queja contra el juez y/o auxiliar jurisdiccional o de control declarará liminarmente la improcedencia de la queja cuando de la califi cación se advierta que la misma está dirigida a cuestionar decisiones jurisdiccionales”.

No obstante, como contrapartida del famoso criterio jurisdiccional, encontramos al prin-cipio-derecho de la debida motivación de las resoluciones judiciales, que constituye un elemento básico de la resolución judicial de conformidad con las previsiones contenidas en el artículo 139 inciso 5) de la Constitu-ción Política del Estado. Por ello el Tribunal Constitucional peruano ha sabido manifes-tar que:

El derecho a la motivación debida cons-tituye una garantía fundamental en los

El derecho a la motivación debida constituye una garantía fundamen-tal en los supuestos en que con la decisión emitida se afecta de ma-nera negativa la esfera o situación jurídica de las personas. Así, toda decisión que carezca de una moti-vación adecuada, suficiente y con-gruente, constituirá una decisión arbitraria y, en consecuencia, será inconstitucional.

El Tribunal Constitucional dice:Constitucional dice:

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supuestos en que con la decisión emitida se afecta de manera negativa la esfera o situación jurídica de las personas. Así, toda decisión que carezca de una motiva-ción adecuada, sufi ciente y congruente, constituirá una decisión arbitraria y, en consecuencia, será inconstitucional. (Exp. N° 05601-2006-PA/TC, funda-mento 3).

La exigencia de que las decisiones judi-ciales sean motivadas en proporción a los términos del inciso 5) del artículo 139 de la Norma Fundamental, garantiza que los jueces, cualquiera que sea la instancia a la que pertenezcan, expresen la argumenta-ción jurídica que los ha llevado a decidir una controversia, asegurando que el ejer-cicio de la potestad de administrar justicia se haga con sujeción a la ley; pero tam-bién con la fi nalidad de facilitar un ade-cuado ejercicio del derecho de defensa de los justiciables (...). (STC Exp. N° 8125-2005-PHC/TC, fundamento 11)

El derecho a la debida motivación de las resoluciones importa pues que los órganos judiciales expresen las razones

o justifi caciones objetivas que la llevan a tomar una determinada decisión. Esas razones, por lo demás, pueden y deben provenir no solo del ordenamiento jurí-dico vigente y aplicable al caso, sino de los propios hechos debidamente acredi-tados en el trámite del proceso. (Exp. N° 03433-2013-PA/TC, fundamento 4.4.3.)

II. RESPONSABILIDAD E IDONEIDAD DEL JUEZ, Y LA CONEXIÓN CON LA ARGU-MENTACIÓN DE SUS DECISIONES

El artículo 12 del Texto Único Ordenado de la Ley Orgánica del Poder Judicial establece: “Todas las resoluciones, con exclusión de las de mero trámite, son motivadas, bajo res-ponsabilidad, con expresión de los funda-mentos en que se sustentan. Esta disposi-ción alcanza a los órganos jurisdiccionales de segunda instancia que absuelven el grado, en cuyo caso, la reproducción de los funda-mentos de la resolución recurrida, no cons-tituye motivación sufi ciente”. Este disposi-tivo legal obviamente guarda un correlato con lo previsto en el artículo 139 inciso 5) de la Carta Política. No obstante, lo que en puri-dad no queda claro, es hasta donde llega la responsabilidad administrativa-funcional por quebrantar el principio-derecho de la debida motivación de las resoluciones judiciales.

Para determinar lo anterior, esto es, hasta qué punto el órgano de control tiene faculta-des para realizar una suerte de juicio de revi-sión disciplinaria de la argumentación de los jueces, nos remitimos a lo resuelto por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en la sentencia emitida el día 05 de agosto del 2008, Caso Apitz Barbera vs Venezuela, que en el fundamento 86 señaló: “(…) para el derecho interno y para el derecho interna-cional por un lado se encuentran los recursos de apelación, casación, revisión, avocación o similares, cuyo fi n es controlar la correc-ción de las decisiones del juez inferior; y

El derecho a la debida motivación de las resoluciones importa pues que los órganos judiciales expresen las razones o justificaciones objeti-vas que la llevan a tomar una deter-minada decisión. Esas razones, por lo demás, pueden y deben provenir no solo del ordenamiento jurídico vi-gente y aplicable al caso, sino de los propios hechos debidamente acredi-tados en el trámite del proceso.

El Tribunal Constitucional dice:Constitucional dice:

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ANÁLISIS Y CRÍTICA JURISPRUDENCIAL

por otro, el control disciplinario, que tiene como objeto valorar la conducta, idonei-dad y desempeño del juez como funcionario público (…)” (énfasis agregado).

Por idoneidad entendemos –según la Real Academia de la Lengua Española– lo que es adecuado y apropiado para algo. La idonei-dad en la judicatura hace referencia directa a aquellas cualidades y virtudes de las que debe gozar una persona para ostentar el cargo de juez, como lo es la conducta ética-mente intachable entre otras cosas. En buena cuenta importa aptitud. Esta aptitud a su vez, recoge la esencia de todo lo necesario para que una persona pueda acceder a la judica-tura como juez, pero también para que pueda mantenerse en el cargo. De allí que pode-mos decir que la idoneidad del juez tiene una íntima relación con la legitimidad funcional del mismo, la cual se puede evaluar a partir de los fundamentos de sus decisiones.

(Ferrajoli) Las sentencias, por el contra-rio, son siempre verifi caciones de una vio-lación, y exigen por tanto una motivación fundada en argumentos cognitivos res-pecto de los hechos y re-cognitivos res-pecto del derecho, de cuya verdad, aunque sea de forma aproximativa como es toda verdad empírica, depende tanto su validez o legitimidad jurídica, como su justicia o legitimidad política: si criticamos una condena o una absolución por considerar-las injustas es porque entendemos que son falsas en sus motivaciones (artículo tradu-cido por Carbonell, p. 6.)

La legitimidad de los jueces evidentemente no solo tiene una connotación política como pareciera que así lo manda prima facie la Constitución –artículo 138–, sino que existe un segundo fundamento de la independen-cia de las funciones y de las instituciones de garantía que se identifi ca, en gran parte, con su papel de tutela de los derechos fun-damentales. De este modo, es fácil colegir

que el Órgano de Control de la Magistra-tura, y otros Órganos que ejercen control dis-ciplinario sobre los jueces, como el Con-sejo Nacional de la Magistratura, tienen una amplia potestad disciplinaria respecto de las decisiones de los jueces, pues es a partir de éstas que básicamente es controlable su labor principal: decidir; sin perder de vista por supuesto, las otras cuestiones de índole alterno, como la cantidad de su producción procesal, las coherencias fi nancieras entre su remuneración y su patrimonio, su solvencia ética, entre otras cosas que dan origen a la palabra idoneidad.

No es de extrañarnos que muchos espíritus relacionen la labor objetiva de control dis-ciplinario con una intromisión en la inde-pendencia del magistrado, pues al parecer tales concepciones venimos arrastrándolas como consecuencia de un orden político des-fasado, como lo es el Estado de Derecho, que surgió de la Revolución Francesa y que nos presentó a un juez que se concebía como la boca fría de la Ley en palabras de Montes-quieu, en donde solo bastaba el mero silo-gismo para justifi car la decisión. En defi ni-tiva, esta situación no la soporta el nuevo orden político, esto es, el Estado Constitu-cional de Derecho, en donde priman los pre-ceptos establecidos en la norma fundamen-tal, empero además de ello, el legislador dejó de ser el protagonista para cederle su lugar al juez, al punto que se le constriñó a este,

La idoneidad del juez tiene una ínti-ma relación con la legitimidad fun-cional del mismo, la cual se puede evaluar a partir de los fundamentos de sus decisiones.

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a dejar de ser un exégeta y convertirse en todo un artífice del Derecho, un creador cuya arma maestra yace en la interpretación con-solidada en la argumentación –motivación– de su decisión.

Es así que la labor del control disciplinario de las resoluciones judiciales se ve un tanto densa, cuyo espesor radica en identificar qué patologías de la argumentación son tan noci-vamente deficitarias como para ser suscep-tibles de sanción disciplinaria. El terreno se hace más fangoso si hablamos de “discrecio-nalidad”, ya que por esta podemos entender a aquello que se hace libre y prudencialmente. La prudencia consiste a su vez, en distin-guir lo que es bueno de lo que es malo, para seguirlo o para huir de ello; implica modera-ción, discernimiento, buen juicio. La cues-tión es cuando podemos decir que los argu-mentos de un juez son buenos o son malos, ¿acaso no estamos ahora introduciéndonos en un terreno que prácticamente podría ser el punto céntrico de un pantano? Nos referimos a las cuestiones éticas y/o morales.

Pues la respuesta es no, al menos no de manera directa, ya que existen criterios epis-témicos que nos aproximan a identificar cuando la argumentación en una decisión es próxima a la justicia. Así podemos reto-mar el concepto, y sobre ello, Arcos Ramí-rez (2000) refiere que “la discrecionalidad supone moverse en el terreno de lo razona-ble y es opuesta a la arbitrariedad, es decir, a un proceder contrario a la justicia, la razón o las leyes, dictado solo por la voluntad o el capricho”. Por su parte Zabaleta Rodríguez (2004) precisa:

Una decisión judicial es irrazonable, en términos amplios, cuando no respeta los principios de la lógica formal; contiene apreciaciones dogmáticas o proposicio-nes sin ninguna conexión con el caso; no es clara respecto a qué decide, por qué decide y contra quién decide; no se funda

en los hechos expuestos, en las prue-bas aportadas, así como en las normas o los principios jurídicos; y, en general, cuando contiene errores de juicio o de procedimiento que cambian los paráme-tros y el resultado de la decisión.

Según Dworkin (2012), el arbitrio es como el centro de un anillo, no existe más que como un campo abierto rodeado por un cin-turón circundante de limitaciones, lo que nos revela otra limitación a la discreciona-lidad judicial, que consiste en la raciona-lidad de la decisión, como filtro para evi-tar decisiones absurdas, en el entendido de que la racionalidad tiene una relación inme-diata con la lógica. Consabido es que el alu-dido maestro de la Universidad de Oxford ha sostenido que no todos los “casos difíci-les” tienen su origen en la vaguedad o ambi-güedad de la regla (norma jurídica). Por ello resultaría erróneo –para Dworkin– afirmar que los jueces tienen poderes discreciona-les, es decir, que tienen libertad para ele-gir entre una variedad de “alternativas” apa-rentemente legítimas todas. Por el contrario el profesor nos presenta su tesis contraria a la “discrecionalidad judicial”, fundada en su propuesta de la “única respuesta” o “one answer”, en donde el “Juez Hércules” cono-cedor y mediador pragmático, encontrará la ya mencionada “única solución aplicable al caso”. El fundamento de Dworkin descansa a su vez en el derecho del usuario, que consis-tente en obtener una solución acorde al orde-namiento jurídico, que no solo está regulado por la norma, sino por otros axiomas, tal vez más importantes.

III. SOBRE JÚPITER, HÉRCULES Y HER-MES: TRES MODELOS DE JUEZ

En un artículo publicado originalmente en la revista Doxa, N° 14 (1993), páginas 169-194, cuya traducción al español la rea-lizó la Profesora Titular de la Universidad de Alicante- España, Isabel Lifante Vidal,

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ANÁLISIS Y CRÍTICA JURISPRUDENCIAL

contemplamos una áurea obra contemporá-nea emanada de uno de los profesores bel-gas más connotados, nos referimos al jurista, filósofo y escritor Françoist Ost, quien nos presenta: “Júpiter, Hércules y Hermes: tres modelos de Juez”.

El profesor Ost (1993) de manera brillante condensa la labor judicial con los regíme-nes políticos históricos que a la postre tienen un inmediato impacto con la Teoría Gene-ral del Derecho, el Derecho Procesal, la Teo-ría General del Proceso, la Ciencia Política, la Filosofía del Derecho, la Argumentación Jurídica y otros tópicos del conocimiento que sin duda alguna emergen de la gran diversi-dad ideológica-teórica existente en diversos estados de espacio y tiempo en el mundo. Dicho análisis es bastante dinámico e ilustra-tivo, puesto que se utiliza retóricamente los sucesos acaecidos en la mitología para ser contrastados con el perfil del Juzgador.

Comienza el profesor, dándonos una defini-ción del Juez Júpiter, señalando:

Siempre proferido desde arriba, de algún Sinaí, este Derecho adopta la forma de ley. Se expresa en el imperativo y da preferencia a la naturaleza de lo pro-hibido. Intenta inscribirse en un depó-sito sagrado, tablas de la ley o códigos y constituciones modernas. De ese foco supremo de juridicidad emana el resto del Derecho en forma de decisiones particu-lares. Se dibuja una pirámide, impresio-nante monumento que atrae irresistible-mente la mirada hacia arriba, hacia ese punto focal de donde irradia toda justicia. Evidentemente ese Derecho jupiterino está marcado por lo sagrado y la trascen-dencia. (p. 102)

Así, resulta fácil comprender que Júpiter se asimila al concepto de legislador, a aquel ente dador de leyes, presente en las socieda-des más antiguas, como la griega, en donde

mucho se discutía sobre la naturaleza de la ley, aun cuando de manera supersticiosa, emanaba de los dioses. De este modo, en uno de los diálogos de Platón, denominado “Eutifrón”, se puso en cuestión la legitimidad de la ley divina, dejándonos la interrogante de perfil ético-moral, si lo bueno los dioses lo veneran –y por ende lo dan a conocer a través de sus leyes– porque naturalmente es lo “bueno”, o el mandato divino antes de ser tal no era nada, ni bueno ni malo, o peor aún, era malo, no obs-tante, adquiere la calidad de “bueno” solo por-que los Dioses dicen que eso es así –“¿lo pío lo quieren los dioses porque es pío, o es pío porque lo quieren los dioses”?–. Aquí sin duda surgen algunos de los postulados del iusna-turalismo que revelan la existencia de leyes injustas, y por ende, ilegítimas. En ese sentido, el modelo del Juez Jupiteriano se justifica en el orden legislativo y jerárquico, tal y como nos lo presentó Hans Kelsen u otros representan-tes de la Escuela iuspositivista, en el modelo piramidal (el derecho existe, en tanto esté plas-mado en el texto escrito formal). La Teoría del Derecho basada solo en el esquema normoló-gico es lo que caracteriza a Júpiter.

Por otro lado, Ost (1993) nos revela otro modelo de juez, el Juez Hércules, señalando sobre este:

La aparición del segundo modelo el “her-culáneo” aplicado sobre la tierra, toma la figura de revolución –gesto iconoclasta que hace del hombre, más concreta-mente del juez, la fuente del único Dere-cho válido–. En la huella de las diversas corrientes que se declaran realistas –pen-samos especialmente en el “realismo ame-ricano” y particularmente en la Sociolo-gical jurisprudence–, entra en juego un modelo que calificaría de embudo (pirá-mide invertida) o de dossier. Es Ronald Dworkin, como es sabido, quien, revalo-rizando hasta el extremo la figura del juez moderno, le da los rasgos de Hércules. Sin poder –lejos de pretenderlo– reducir

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la posición de Dworkin a la de los realis-tas americanos, mantendremos el nombre de Hércules, particularmente acertado para designar a ese juez semidiós que se somete a los trabajos agotadores de juz-gar y acaba por llevar el mundo sobre sus brazos extendidos, reproduciendo así fielmente la imagen del embudo. A partir de aquí no hay más Derecho que el juris-prudencial; es la decisión y no la ley la que crea autoridad. Al código lo susti-tuye el dossier; la singularidad y lo con-creto del caso se superponen a la genera-lidad y abstracción de la ley. Este camino de perspectiva nos lleva desde las cimas de la trascendencia de la ley hacia la inmanencia de nuestros intereses en con-flicto. La pirámide sugería lo sagrado y lo idea; el embudo evoca la materia, lo pro-fano, incluso lo alimenticio. Al predomi-nio de una justicia inspirada por el man-dato jupeterino, le sustituye la balanza de nuestros cálculos y compensaciones coti-dianas. (pp. 102 y 103)

Como resalta el maestro, a diferencia del modelo europeo continental piramidal, en donde la ley era la fuente suprema (y en algu-nos casos, única) del Derecho; en el sistema norteamericano surge un modelo de Dere-cho y por ende de Juez, distinto, en el cual la casuística concreta y repetitiva, en donde el juzgador resolvía los diferentes conflictos sociales, adquiere en rigor, el primer lugar como fuente del Derecho, nos referimos a la jurisprudencia. Me es imposible no rela-cionar la actividad del Juez Hércules con otros modelos similares (en algún sentido) al modelo nortemaricano o Common Law, como por ejemplo el sistema que se impuso en Alemania, que dio origen a la Escuela del Derecho Libre o Frei Recht, que entre sus representantes tenía a Von Bulow (1885), quien sostuvo que “toda sentencia judicial no es solo la aplicación de una norma jurí-dica, sino fundamentalmente, una tarea de

creación jurisprudencial del derecho” citado por Silva Vallejo (2014), lo que reveló la afi-nidad y la pasión de los juristas liberales por la creación del derecho a través de la tarea jurisprudencial, poniendo en segundo lugar a la ley o si se quiere, a Júpiter. Esto se replicó en la Escuela de la Jurisprudencia de Inte-reses que resulta ser la contrapartida de la Jurisprudencia de Conceptos, que tiene como fuente a la lógica, lo exacto y lo especiali-zado, similar a lo que sucedía en la Escuela Exegética de Francia, donde se veneró la ley.

Finalmente, el profesor Ost (1993) al definir al modelo del Juez Hermes –tercer modelo de Juez–, empieza con un concepto que expone al modelo de Hermes como una combina-ción entre los dos otros modelos analizados, en buena cuenta, una combinación variable que permite la utilización de criterios normo-lógicos como realistas, amalgamando la ley y la jurisprudencia, ello sin antes dejar cons-tancia que tal combinación no es tan fácil de estudiar y menos representar en la praxis, sino que la complejidad resultaría ser tal, que supera la pugna de modelos que generó el primer problema. Así, Ost refiere:

Siempre en movimiento, Hermes está a la vez en el cielo, en la tierra y en los infier-nos. Ocupa resueltamente el vacío entre las cosas, asegura el tránsito de unas a otras. Dios de los mercaderes preside los intercambios; Psicopompo, conecta los vivos y muertes; dios de los navegan-tes, supera travesías desconocidas. Her-mes es el mediador universal, el gran comunicador. No conoce otra ley que la de circulación de los discursos, con la que arbitra los juegos siempre reco-menzados. Si la montaña o la pirámide convenían a la majestad de Júpiter, y el embudo al pragmatismo de Hércules, en cambio, la trayectoria que dibuja Hermes adopta la forma de una red. No tanto un polo ni dos, ni incluso la superposición de los dos, sino una multitud de puntos

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ANÁLISIS Y CRÍTICA JURISPRUDENCIAL

Es el juez la estrella que materiali-za el ordenamiento jurídico, y por todo eso es necesario controlar tan amplio poder contemporáneo, y a la vez, prevenir y/o sancionar su abuso.

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en interrelación. Un campo jurídico que se analiza como una combinación infi -nita de poderes, tan pronto separados como confundidos, a menudo intercam-biables; una multiplicación de los acto-res, una diversifi cación de los roles, una inversión de las réplicas. Tal circulación de significados e informaciones no se deja ya contener en un código o en un dossier; se expresa bajo la forma de un banco de datos. El Derecho posmoderno, o Derecho de Hermes, es una estructura de red que se traduce en infi nitas infor-maciones disponibles instantáneamente y, al mismo tiempo difícilmente matiza-bles, tal como puede serlo un banco de datos. Sin embargo, para intentar des-cribir estos juegos de lenguaje, infi nita-mente complejos y enredados, propon-dremos algunos aspectos de lo que se podrá llamar una teoría lúdica del Dere-cho. Finalmente, terminaremos dejando en toda radicalidad la cuestión de la legi-timidad: pues si Hermes no es ni trascen-dencia ni inmanencia, sino una vez más, se encuentra entre la una y la otra (dialéc-tica) o, mejor todavía, paradoja (la una y la otra), entonces tendremos que, igual-mente, aprender a reformular nuestras respuestas a la cuestión del “buen Dere-cho”. (pp. 103, 104 y 105)

Se consideró de suma importancia no ocul-tar u omitir la alineación de ideas del profesor Ost en este extremo, y por ende, el parafraseo resulta parecer algo extenso, en la medida de que el arte y la brillantez del maestro se con-densa de tal manera, que vuelve una lumina-ria su juego de palabras. Es que en efecto, el contraste de la compleja actividad de Hermes, con el complejo concepto de Derecho que intenta proponer, nos hace sentir que lo que en el párrafo anterior pareciera ser algo extenso, en realidad es el producto de una infi nidad de información que para muchos hubiera sido imposible plasmar en media página.

En primer lugar, Ost (1993) nos enseña cómo es que Hermes tiene la facilidad de subir hasta el Olimpo y con la misma des-treza descender hasta el inframundo, y más aún, transitar en el mundo terrenal, llevando y trayendo información. Es el tipo de Juez que utiliza la ley con actitud pragmática, es el Juez que interactúa con Júpiter y Hércu-les. En segundo lugar, Ost a propósito de la complejidad que signifi ca el modelo de Her-mes, nos enseña que en realidad el Derecho lo constituye una red, una red de informa-ción incalculable, y por ende imposible de subsumirse estrictamente en solo dos mode-los o sistemas. Esto no quiere decir que la avasalladora información contenida en un modelo de Juez-Derecho Hermes, convierta a la ciencia jurídica en un contenedor de con-ceptos y retórica sin ninguna representación pragmática, por el contrario, la información en realidad está perfectamente orquestada y alineada cual red, solo que es tarea del juez sincronizar su interpretación y argumenta-ción de manera compatible y técnica.

En la doctrina nacional, ha sido el profesor Silva Vallejo (2015), quien nos presentó una Teoría del Derecho, similar a la Teoría de la Red de Ost, nos referimos a la Teoría Pluri-dimensional del Derecho:

Así pues, dando varios pasos ade-lante con respecto a la teoría tridimen-sional del Derecho, nuestra doctrina

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pluridimensional sostiene que el Dere-cho es una ciencia interpretativa de nor-mas, hechos, valores y conductas, viven-cias e infl uencias del contorno histórico y socio-político que se dan en un espacio-tiempo jurídico determinado. Nuestra teoría pluridimensional del Derecho con-sidera que, mérito grande del tridimen-sionalismo fue el de eliminar y superar los infradimensionalismos uni y bidimen-sionales, tales como el legalismo puro, el normativismo en sus diversas varian-tes, el pragmatismo, el sociologismo, el historicismo, el jus-naturalismo, el mar-xismo-leninismo, el realismo jurídico sueco del programa pan-conductista tri-dimensional. (pp. 129, 130 y 131)

Si el Derecho es norma, hecho, valor, espa-cio, tiempo, política, y otra gran cantidad de cosas, inclusive algunas aún sin identifi -car ¿cómo es posible que todo ello pueda ser susceptible de ser controlado en el campo judicial? ¿cómo garantizamos que las deci-siones del juez sean verdaderamente justas?

¿Cómo impedir que la vastedad del concepto de Derecho no termine por crear un des-orden jurídico? En realidad, la respuesta a todas esas preguntas y otras más es única: la necesidad de imponer al juez el deber de que argumente (motive) sus decisiones, como garantía de interdicción de la arbitrariedad. No obstante, lo que este trabajo en realidad busca es que el control efectivo sobre las decisiones de los jueces, no solo sea juris-diccional, sino también disciplinario, puesto que no es sufi ciente la mera declaración de nulidad o revocatoria de una decisión mani-fiestamente injusta, habida cuenta de que esta decisión ha generado consecuencias per-judiciales innegables, como dilación proce-sal y desmedro económico al justiciable, sin mencionar la afectación a la imagen de la institución que administra justicia, al perci-bírsele como una entidad que alberga jueces corruptos, arbitrarios, o en el mejor de los casos, mediocres.

El concepto de “el buen derecho” es lo que justifi ca la necesidad de crear nuevos meca-nismos de control. La Teoría de la Red o la Teoría Pluridimensional del Derecho, según Ost y Silva Vallejo, respectivamente, nos revelan, al menos parte de la gran estructura multiforme del signifi cado de la ciencia jurí-dica, empero además salta a la vista, cómo es que en ambas teorías, el legislador pierde protagonismo, y en todo caso, será el juez quien tenga la última palabra, quien sacra-mente el real contenido de las normas, quien ratifi que su legitimidad o las descalifi que por devenir en injustas; es el juez la estrella que materializa el ordenamiento jurídico, y por todo eso es necesario controlar tan amplio poder contemporáneo, y a la vez, prevenir y/o sancionar su abuso.

IV. SOBRE INCONDUCTA POR LA FALTA DE MOTIVACIÓN

Circunscribiéndonos únicamente a lo que reza la Ley de la Carrera Judicial, tenemos que es deber de los jueces entre otro, el de

El artículo 48 inciso 13) de la aludi-da Ley, establece que es falta disci-plinaria muy grave “no motivar las resoluciones judiciales”, lo cual al haber sido interpretado en la Acción Popular N° 18107-2016-Lima, se llegó al consenso de que dicha falta muy grave solo comprendía a la fa-mosa “motivación inexistente”, que no es otra cosa que la ausencia to-tal de argumentos (pertinentes o im-pertinentes) que justifican una deci-sión, ello en supuesta salvaguarda del principio de tipicidad.

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“impartir justicia con respeto al debido pro-ceso” (artículo 34 inciso 1). Evidentemente este deber resulta ser demasiado extenso en su contenido, puesto que el debido proceso tiene dos vertientes, una formal y otra mate-rial (o sustantiva). Así el Tribunal Constitu-cional peruano ha señalado:

El debido proceso está concebido como aquel en el que se respetan sus dos expre-siones, tanto formal como sustantiva; en la de carácter formal, los principios y reglas que lo integran tienen que ver con las formalidades estatuidas, tales como las que establecen el juez natural, el pro-cedimiento preestablecido, el derecho de defensa y la motivación; y en su expre-sión sustantiva, están relacionados los estándares de razonabilidad y proporcio-nalidad que toda decisión judicial debe suponer. [resaltado agregado] (Exp. N° 7289-2005-PA/TC)

Asimismo, el artículo 48 inciso 13) de la aludida Ley establece que es falta disci-plinaria muy grave “no motivar las reso-luciones judiciales”, lo cual al haber sido interpretado en la Acción Popular N° 18107- 2016-LIMA, se llegó al consenso de que dicha falta muy grave solo comprendía a la famosa “motivación inexistente”, que no es otra cosa que la ausencia total de argumen-tos (pertinentes o impertinentes) que jus-tifican una decisión, ello en supuesta sal-vaguarda del principio de tipicidad. No obstante, la Corte Suprema dejó expedita la potestad del legislador para regular otros supuestos de falta muy grave referidos a la vulneración del principio derecho de la debida motivación de resoluciones judi-ciales, en específico, la motivación apa-rente o la falta de motivación parcial, que sin duda alguna lesionan directamente con principio-derecho antes mencionado, no obstante, no estaban comprendidas expresa-mente como faltas graves en la ley.

A criterio nuestro, la supuesta vulneración del principio de tipicidad no resultaría ser tan cierta, puesto que el mismo artículo 48 inciso 13) de la Ley de la Carrera Judicial, establece paralelamente como otra falta muy grave la de “inobservar inexcusablemente los deberes judiciales”, lo cual conectado con el artículo 34 inciso 1) de dicha Ley, nos abre las puertas a enjuiciar disciplinaria-mente la motivación aparente u otras pato-logías de la motivación, sin utilizar el tipo “no motivar las resoluciones judiciales”. Y es que no podría ser de otro modo puesto que el Tribunal Constitucional peruano, con rela-ción a la motivación aparente ha sido enfá-tico en precisar que:

“Está fuera de toda duda que se viola el derecho a una decisión debida-mente motivada cuando la motivación es inexistente o cuando la misma es solo aparente, en el sentido de que no da cuenta de las razones mínimas que sus-tentan la decisión o de que no responde a las alegaciones de las partes del pro-ceso, o porque solo intenta dar un cum-plimiento formal al mandato, amparán-dose en frases sin ningún sustento fáctico o jurídico” [énfasis agregado] (Exp. N° 0896-2009-PHC/TC, fundamento 7, literal a).

Como si no fuera poco, el tantas veces citado artículo 34 inciso 1) de la Ley de la Carrera Judicial, además contempla otro deber, que es el referido a “impartir justicia con razo-nabilidad”, lo cual nos traslada a determinar qué debemos entender por razonabilidad. Sin pecar de redundantes, conviene razonar de la siguiente manera: si dicha norma legal ya contempla un deber de impartir justicia con respeto al debido proceso, el cual como se dijo, puede ser formal o material, y a su vez contempla el deber de impartir justicia con razonabilidad, podemos inferir que el primer deber está referido a impartir justicia con

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respeto al debido proceso formal, en tanto que el segundo –impartir justicia con razona-bilidad– está referido a impartir justicia con respeto al debido proceso material.

Esa forma de interpretar el deber de impartir justicia con razonabilidad nos conduce inde-fectiblemente a hablar del análisis discipli-nario del contenido jurisdiccional –criterio– de las decisiones de los jueces, puesto que en palabras del TC, podríamos entender que la ausencia de razonabilidad está referida a la ausencia de comprobación de las premisas de las que parte el iudex1, lo que ha sido iden-tificado por la doctrina como falta de jus-tificación externa; o inclusive podría dicho deber hacer alusión de manera indirecta, a la falta de justificación interna, relacionada con la incorrección del argumento a partir de los principios de la lógica2. En palabras del pro-fesor Atienza (2005):

La teoría de la argumentación jurídica se ocupa principalmente de los casos difíci-les, esto es, supuestos en que la tarea de establecer la premisa fáctica y/o la pre-misa normativa exige nuevas argumen-taciones que pueden o no ser deductivas. Wróblewski (cuya terminología resulta hoy ampliamente aceptada) ha llamado al primer tipo de justificación, la que se refiere a la validez de una inferencia a partir de premisas dadas, justificación interna. Y al segundo tipo de justifica-ción, la que somete a prueba el carácter

1 El control de la motivación también puede autorizar la actuación del juez constitucional cuando las remisas de las que parte el Juez no han sido confrontadas o analizadas respecto de su validez fáctica o jurídica. Esto ocurre por lo general en los casos difíciles, como identifica Dworkin, es decir, en aquellos casos donde suele presentarse problemas de pruebas o de interpretación de disposiciones normativas. (Exp. N° 00728-2008-PHC/TC, funda-mento 7, literal c).

2 La falta de motivación interna del razonamiento [defectos internos de la motivación] se presenta en una doble dimensión; por un lado, cuando existe invalidez de una inferencia a partir de las premisas que establece pre-viamente el Juez en su decisión; y, por otro lado, cuando existe incoherencia narrativa, que a la postre se pre-senta como un discurso absolutamente confuso incapaz de transmitir, de modo coherente, las razones en las que se apoya la decisión. Se trata, en ambos casos, de identificar el ámbito constitucional de la debida motivación mediante el control de los argumentos utilizados en la decisión asumida por el Juez o Tribunal; sea desde la pers-pectiva de su corrección lógica o desde su coherencia narrativa. (Ibid.)

más o menos fundamentado de sus pre-misas, justificación externa (Wróblewski, 1971 y 1974). La justificación interna es tan solo cuestión de lógica deductiva, pero en la justificación externa hay que ir más allá de la lógica en sentido estricto. (p. 26)

En definitiva, la evolución –que no es tan reciente– de la argumentación jurídica ha llevado al Derecho a ser concebido inclusive por profesores como el mencionado Manuel Atienza, como una ciencia eminentemente argumentativa, de modo tal que la judica-tura, por obvias razones, no podría escapar de dicha dimensión; no obstante, por medio del presente no se pretende (por ahora) tratar de insertar como faltas disciplinarias, a aque-llas patologías de la debida motivación con-sistentes en violaciones de la justificación interna y externa, o de la justificación sufi-ciente y congruente, habida cuenta de que para ello necesariamente deben habilitarse parámetros objetivos, esto es, una suerte de presupuestos –indicadores– que permitan llevarnos a identificar aquellas decisiones que carezcan de racionalidad y razonabili-dad; ergo debe entenderse que nuestra pre-ocupación radica en la patología de la moti-vación aparente, que para el autor, aún sigue siendo una inconducta dentro del catálogo de faltas muy graves de la Ley de la Carrera Judicial, igual que la falta de motivación par-cial, la cual básicamente está referida a la ausencia de justificación de los supuestos que

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necesariamente exigen contraste para pros-perar, sea por mandato de la ley o la Consti-tución, como es el caso de las medidas cau-telares, en donde el juez debe de justificar la concurrencia de todos los supuestos legales, no bastando con justificar solo uno o algu-nos según su conveniencia; máxime si como se ha dicho en párrafos anteriores, aún con el vacío normativo, es factible disponerse la apertura y ulteriores sanciones por violacio-nes a la debida motivación, bastando colo-car como falta disciplinaria, la de “inobser-var inexcusablemente los deberes judiciales” –tipo en blanco–, lo cual podría generar cierta inseguridad jurídica por la disparidad de criterios que se adopten.

V. LA ACCIÓN POPULAR N° 18107-2016-LIMA Y EL PRINCIPIO DE TIPICIDAD

A propósito de lo anterior, se hace patente la existencia del verdadero problema que dejó sin resolver la Acción Popular N° 18107-2016-LIMA, que es lo relativo al “tipo en blanco” en sede Administrativa, habida cuenta de que no basta una definición gené-rica del principio de tipicidad o de la taxa-tividad exigida por ejemplo, en el ámbito penal, en donde la amenaza de sanción de un hecho considerado injusto debe ser compren-dida –inteligible– por cualquier ciudadano de a pie. Claro está que ello no sucede indis-tintamente en el ámbito administrativo, y en específico, en el ámbito de la Administración Pública, en donde se exige a los funcionarios y servidores, conocer y entender las normas sobre las cuáles regirá su conducta. Esta exi-gencia se duplica, si de lo que se trata es de la Administración de Justicia, en donde sus funcionarios, particularmente jueces, son –o deberían serlo– abogados con experiencia y destacada trayectoria, casi prodigios en los asuntos jurídicos.

3 Ibídem, pp. 2 y 3.

La doctrina sobre la tipicidad y la culpabi-lidad en Derecho Sancionador es mediana-mente unívoca en el sentido de que la dili-gencia exigible se asume bajo el entendido de que la obligación genérica ya no sería, según Nieto citado por Retamozo Linares (2015), “conocer todo el repertorio de ilíci-tos, sino de procurar conocerlo”, por lo que la responsabilidad al administrado “le será exigida no ya por sus conocimientos reales sino por los conocimientos exigibles a la dili-gencia debida” (p. 28). De este modo, Cor-dero Lobato (2008) señala que la función de garantía que está llamada a desempeñar el “tipo” de infracción se cumple, en térmi-nos generales, cuando la previsión normativa permite una predicción razonable del ilícito y de las consecuencias jurídicas que lleva aparejada la conducta que la norma consi-dera como ilícita; esto es, puede considerarse suficiente la tipificación cuando consta en la norma una predeterminación inteligible de la infracción, de la sanción y de la correlación entre una y otra.

Lo cierto, afirma Morón Urbina (2014), es que el uso de conceptos jurídicos indeter-minados es inevitable y constitucionalmente lícito, con el límite de que su concreción sea razonablemente factible en virtud de crite-rios lógicos, técnicos o de experiencia que permitan predecir con suficiente seguridad la naturaleza y características esenciales de las conductas constitutivas de la infracción tipi-ficada3; este criterio se repite en la doctrina nacional, en específico, en la evacuada por el profesor Morón Urbina (p. 769), y su fuente está contenida en sendos pronunciamientos del Tribunal Constitucional Español. (SSTC 306/1994, 151/1997, 218/2005; SSTS 5 de octubre 1990, RJ 1990\8006; 20 diciembre 1999, RJ 1999\9630).

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Concatenando las ideas plasmadas supra, se vislumbra que la Ley de la Carrera Judicial, en los artículos del 46 al 48 contiene más de un tipo en blanco, pero básicamente hemos puesto de manifi esto los tipos en blanco con-tenidos en el artículo 48 inciso 13) de la Ley de la Carrera Judicial, que son dos. El pri-mero, contrario a lo que concluyó la Corte Suprema de la Acción Popular antes men-cionada, la falta de “no motivar las resolu-ciones judiciales”, en aplicación de crite-rios técnicos y de experiencia –que yacen en la jurisprudencia y en la doctrina uná-nime–, fácilmente podría ser comprendido por cualquier juez –por su condición de tal–, como la violación directa al principio/dere-cho de la debida motivación de las resolu-ciones judiciales, la cual surge –como bien lo ha defi nido el Tribunal Constitucional–, cuando se incurre en motivación inexistente o aparente4, lo cual tiene un correlato con el artículo 12 del TUO de la LOJP, podríamos también estar frente a un tipo abierto, según

4 Nótese que el TC trata a estas dos patologías como si estuvieran inmersas, ambas, dentro de una misma catego-ría, ello por los efectos tan nocivos dejan.

5 La tipifi cación administrativa a diferencia de la penal, se concreta generalmente a través de tres preceptos: i) un primer elemento del tipo que establece un mandato o una prohibición determinada para el administrado (la que indica “Queda prohibido X”); ii) un segundo elemento del tipo que advierte que este incumplimiento constituye una infracción sancionable (“Constituye infracción el incumplimiento de “X”); y, fi nalmente iii) un tercer ele-mento (la sanción aplicable al caso). Como estos tres elementos por lo general, no se presentan en una misma norma, sino disgregadas en normas distintas, e incluso cuerpos normativos separados, hablamos de la “tipifi ca-ción indirecta del ilícito administrativo”, a diferencia del tipo legal penal que es único. (Nieto, Morón Urbina, en obra citada, p. 769)

la percepción del operador. No obstante, y muy al margen de ello, la segunda parte del artículo 48 inciso 13) de la acotada Ley N° 29277 contiene otro tipo en blanco: “inob-servar inexcusablemente el cumplimiento de los deberes judiciales”, el cual para engendrar una inconducta funcional debe ser conectado con otra Ley, cuyo contenido a su vez podría estar pendiente de ser llenado por criterios técnicos o de experiencia, como sucede con el artículo 34 inciso 1), esto podría consti-tuir un “tipo abierto”, y llevarnos a inferir más de una inconducta funcional, dentro de ellas, la afectación al debido proceso, que entre otras cosas, garantiza la debida motiva-ción de resoluciones judiciales.

En suma, la Corte Suprema solo analizó el principio de tipicidad desde una interpreta-ción meramente literal y sesgada, sin tener en consideración el “tipo en blanco” o el “tipo abierto”. Sobre esta última categoría –el tipo abierto–, debemos precisar que el tipo en blanco realmente aparece cuando la infrac-ción hace alusión al quebrantamiento de un deber, remitiéndonos al catálogo de deberes5, siendo justamente en esta parte, donde entra a tallar el llamado tipo en blanco, que es aquel que debe ser llenado de contenido por la jurisprudencia. Por ejemplo, el artículo 46 inciso 10) de la Ley de la Carrera Judi-cial, establece que es falta leve: “incurrir en negligencia en el cumplimiento de los debe-res propios de su cargo, establecidos en la ley (…)”, dicha norma, indefectiblemente nos remite a otra norma del mismo rango (hasta

La Corte Suprema solo analizó el principio de tipicidad desde una in-terpretación meramente literal y sesgada, sin tener en considera-ción el “tipo en blanco” o el “tipo abierto”.

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aquí es un tipo en blanco), para llenar de con-tenido la eventual inconducta funcional, ley que puede ser el artículo 34 de la acotada Ley Nº 29277, toda vez que esta norma contiene un amplio catálogo de deberes, y si escoge-mos entre ellos, el contenido en el inciso 17): “guardar en todo momento conducta intacha-ble”, claramente nos encontraremos en una situación de tipo en abierto, puesto que la ley no defi ne el concepto de conducta intachable (ni si siquiera el Código de Ética de la Fun-ción Pública, al menos no de manera exacta y completa), por cual se hace necesario acu-dir a los criterios jurisprudenciales emanados por los órganos jurisdiccionales competentes o por el Tribunal Constitucional.

No es materia del presente artículo tratar acerca de las particularidades que se presen-tan en los tipos en blanco –normas de remi-sión– o tipos abiertos –normas que merecen ser llenadas de contenido por la jurispruden-cia–, sino que ello lo dejaremos expedito para trabajarlo de manera más detallada en otro artículo; lo que se pretende –como se dijo– es poner de manifi esto la omisión del Órgano Jurisdiccional Supremo, de tratar dicho ins-tituto jurídico, y así analizar de manera más acertada sobre si en realidad la Resolución Administrativa N° 360-2014-CE-PJ vul-neraba el principio de tipicidad, o si por el contrario, realmente lo estaba protegiendo. Al menos para el autor queda claro que la norma contenida en el artículo 48 inciso 13) de la Ley de la Carrera Judicial “no motivar las resoluciones judiciales” razonablemente comprendía tanto a la motivación inexis-tente como a la motivación aparente y a la falta de motivación parcial, ya que en dichos supuestos, y como bien lo recalcó el TC “está fuera de toda duda que se viola el derecho a una decisión debidamente motivada”, por ende, la prohibición “no motivar” no debió ser entendida de manera literal, sino a la luz del orden político constitucional, las normas de rango constitucional y legal, así como los

pronunciamientos de mérito, que hasta ahora le imponen al magistrado el deber de argu-mentar debidamente. En el peor de los casos, las autoridades respectivas deben incoar la incorporación literal en la Ley, de la moti-vación aparente y la falta de motivación par-cial, como supuestos de falta muy grave.

CONCLUSIONES

Las ideas vertidas en el presente artículo en su conjunto devienen en un grupo de con-clusiones sobre diversos temas que, para a quienes nos apasiona la Teoría del Derecho y todas las disciplinas alternas a ella a las que se ha hecho alusión, son de suma importan-cia. Primero porque se ha puesto en eviden-cia que los Órganos de Control tienen ple-nas facultades para velar en todo momento por la idoneidad del juez. Luego pasamos enfatizando qué se entendía por idoneidad de aquel, revelando la conexión de esta con su deber de argumentar. Dicho deber adquiere mayor gravamen si atendemos a los nue-vos conceptos de Derecho, en donde que-daron desfasados los modelos de Júpiter y Hércules, superándolos un ente más diná-mico, un recopilador y mediador, de y entre la avasalladora cantidad de información que nos proporciona el ordenamiento jurídico en sus múltiples dimensiones o en su red

Se puso en evidencia que la Acción Popular N° 18107-2016-LIMA incu-rre en omisiones evidentes, al con-cluir que se vulneró el principio de tipicidad al emitirse la Resolución Administrativa N° 360-2014-CE-PJ, sin antes analizar lo relativo al tipo en blanco o tipo abierto.

Conclusión del autorConclusión del autor

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–Hermes–. Finalmente, se puso en eviden-cia que la Acción Popular N° 18107-2016-LIMA incurre en omisiones evidentes, al concluir que se vulneró el principio de tipici-dad al emitirse la Resolución Administrativa N° 360-2014-CE-PJ, sin antes analizar lo relativo al tipo en blanco o tipo abierto, a la luz de la información vertida en la Carta Magna, la Ley de la Carrera Judicial, la Ley Orgánica del Poder Judicial, el Código de Ética de la Función Pública y otras normas, así como lo plasmado en la jurisprudencia emitida por el Tribunal Constitucional; todo ello sin tenerse en cuenta la crisis coyuntu-ral de decadencia ética por la que atraviesa el Poder Judicial, particularmente sus jueces. El mecanismo más efectivo de control yace en el control de índole disciplinario bajo cáno-nes técnicos y diferenciados, que se efectúa respecto de las resoluciones judiciales.

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