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La Academia en el Arte 2013

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Antología de creación artística. Alumnos de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán.

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Editores

David Anuar González Vázquez (Cancún, Q. Roo, 1989). Licenciado en Literatura Latinoamericana (UADY). Becario de la revista Temas Antropológicos. Fue becario del PECDA (2012-2013), por el estado de Quintana Roo. Primer lugar en el “Concurso de Cuento Corto Juan de la Cabada” (2011). Autor de la plaquette de poesía Erogramas (2011, Catarsis Literaria-El Drenaje). Ha sido profesor adjunto en la licenciatura en Literatura Latinoamericana (UADY), y profesor suplente en la licenciatura en Trabajo Social (IES).

Mónica Quintal Cortés (Mérida, Yucatán, 1979). Estudiante de la licenciatura en Literatura Latinoamericana (UADY). Becaria de la Revista Temas Antropológicos. Segundo lugar en el “I Concurso Universitario de Crónica” (UADY, 2012). Estudia los procesos editoriales de Yucatán.

Logística

Natalia Macías Mendoza (Chetumal, Q. Roo, 1994). Estudiante del tercer semestre de la licenciatura en Literatura Latinoamericana (UADY).

Salomé Ricalde Aranda (Mérida, Yucatán, 1991). Estudiante del tercer semestre de la licenciatura en Literatura Latinoamericana (UADY). Desde 2008 se ha desenvuelto en el área del teatro, así como en la adaptación de narrativa a dramaturgia. Ha participado en la difusión de la literatura a través de talleres para niños y adolescentes en Yucatán y Campeche.

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Facultad de Ciencias Antropológicas

Dra. Genny Mercedes Negroe SierraDirectora de la Facultad

Mtra. Guadalupe del Carmen Cámara GutiérrezSecretaria Académica

Mtra. Arehmi Mendiburu CarrilloSecretaria Administrativa

Dr. Francisco Javier Fernández RepettoJefe de la Unidad de Posgrado e Investigación

Dr. Felipe Salvador Couoh JiménezCoordinador de Extensión, Cultura y Servicios

Martha Aremy Dorantes TzibPresidenta de la Sociedad de Alumnos

Briceth Daniela Rodríguez CantéConsejera Alumna

David Anuar González VázquezMónica Quintal Cortés

Editores

Diseño de portada, Natalia Macías MendozaTítulo, De-construcciones (inferior)Técnica, grabado en linóleoD.R. © Natalia Macías Mendoza

Poetas y Narradores en la Academia 20131ª edición octubre 2013, con el apoyo deFacultad de Ciencias AntropológicasUniversidad Autónoma de YucatánSociedad de Alumnos 2013-2014Consejo Estudiantil 2013-2015Mérida, Yucatán, México.

D.R. © de la presente edición David Anuar González VázquezMónica Quintal Cortés

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Prólogo

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Construyendo el espacio

A diferencia del espacio estriado cuyo movimiento se define por los puntos establecidos en éste, el espacio liso es aquel que no tiene trazos que dirijan el andar, el camino se va creando conforme el paso y el trayecto. El espacio liso es abierto, móvil, nómada: permite libertad. Apuntando hacia esa dirección está el sentido de la creación artística, puesto que permite la expresión de aquél que se atreve a experimentarla en cualquiera de sus formas. La presente antología recopila expresiones artísticas literarias y visuales, producidas por quienes nosotros, estudiantes de la Facultad de Ciencias Antropológicas, conocemos la mayor parte del tiempo en el rol de académicos. A través de un canal comunicativo como el arte, el profesor y el estudiante se colocan en un plano compartido; de esta forma el espacio se alisa y se prepara un encuentro entre estos individuos que transitan entre la Academia y el Arte.

Esta es la tercera edición de un proyecto que es triplemente un espacio de encuentro: entre generaciones, entre disciplinas y, por supuesto, entre el Arte y la Academia. Hace dos años, David Anuar y Mónica Quintal concibieron y llevaron a cabo las primeras mesas de Poetas y Narradores en la Academia y La Academia en el Arte. Al año siguiente, en el 2012, decidieron materializar este acontecimiento compilando en dos antologías –una de profesores y otra de alumnos– las obras que se leyeron en los respectivos eventos en el marco del XLII Aniversario de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY. En mayo de este año fuimos invitadas a colaborar en este proyecto, con miras a darle continuidad, y de alguna forma procurar, de generación en generación, el espacio de encuentro entre profesores y estudiantes, entre el Arte y la Academia.

La antología está distribuida en tres grupos de creaciones: poesía, narrativa y fotografía, en las que participaron docentes de las seis licenciaturas. En la primera parte podremos encontrarnos con la poética de Cristina Leirana, Gonzalo Rosado, Jorge Mantilla,

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Dolores Almazán, Lourdes Cabrera, y María Teresa Mungía. En la parte media descubrimos las aportaciones fotográficas que realizaron los profesores Fernando Enseñat, Manuel Martín y Roxana Quiroz. Para concluir el recorrido por este espacio nos acompañan las creaciones de narrativa que Adrián Verde, Cristina Leirana, Lilia Fernández, y Rocío Cortés, nos comparten en esta edición.

Algo que no pudimos dejar de notar mientras leíamos los textos y las fotografías de los profesores, fue que el carácter y el interés académico de los autores permeaban en sus creaciones, enriqueciéndolas. Nuestros maestros hablan de muerte, tiempo, amor, memoria, tradición, modernidad, sociedad, estructura, y uno se pregunta si en algún momento se desprenden de su constante teorizar para adentrarse en el plano de la creación artística.

Lo que empezó como una inquietud de David Anuar y Mónica Quintal por conocer el estado de la creación literaria en la comunidad de la Facultad de Ciencias Antropológicas, se volvió un compromiso con el Arte en general: la antología es ahora una plataforma de expresión y mediación entre disciplinas. Poco le falta para volverse tradición: ya es esperada por muchos en la Semana de la Antropología. Espacios como éste fomentan la interdisciplinariedad y la tolerancia, y es un honor para nosotras poder formar parte de este proyecto.

Natalia Macías y Salomé RicaldeMérida, Yucatán, octubre 2013

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Poesía

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Cristina Leirana

In memoriam N.C.G.

Un hombre fallece de repente.La música se apaga. Se callan los recuerdos.Se ordena a los niños el silencio: nadie prodigue afecto; en honor del difunto se ha prohibido todo lo que él hacía: desamparo de misas y rosarios.

En su ausencia, aburridos de muerte nos quedamos.

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Dolores Almazán

Recuerdo

Acaso él sabía el porqué de mi carta,jamás le había dicho que mientras vivíasoñaba con aquel recuerdo que le atormentaba,que volvía noche tras noche a revivir la escena eterna de su muerte.Las rejas abiertas,el viento en silencio,la mesa repleta de libros y notas,la luz encendida en todos los cuartos,su mano tendida en la sábana blanca,su pulso ya quieto,su aliento sin vida,sus ojos sin llanto.Nosotros éramos amigos de años,de muchos misterios y pocos abrazos,de pasos en silencio alrededor del cuarto,de miradas bajas y sonrisas fuertes.Los tres éramos la vida y la muerte,el día y la noche,la furia y la calma.Ahora comprendo su prisa aquel día,su abrigo en la puerta,su cajón abierto,el papel tirado en medio de todos los viejos cuadernos.Había estado lloviendo,lloviendo como si se fuera a inundar el cuerpo,el alma,el corazón;eso fue,el agua lo desbordó y sin saber qué haría después,le hundió el cuchillo debajo del brazo,su mano se extendió por sobre la cama,su pulso paró,

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su aliento acabó.Pero su venganza no tuvo compasión,ahora las rejas están bien cerradas,la oscuridad le ronda las ganas,no duerme,no ríe,no habla,tan sólo recuerda.Por eso le escribo,su recuerdo es el mío;los tres compartimos el último grito,los tres recordamos el mismo momento,los tres hemos muerto en formas distintas,los tres volveremos cuando el sol terminey entonces,el recuerdo tal vez lo retome,la nota perdida entre las columnasdel viejo periódicoque alguien me compre.

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Gonzalo Rosado García

Soneto en nostalgia aguda Como perfume, la tristeza brotade las miradas mustias del ser míollevando en sus alas locas mi hastíomientras un latido del alma trota. Una noche fue mi dicha muy rotapor una verdad que tornó en estíola primavera como secó el ríosuave soplido que borró la nota. ¿Quién pensará que feliz fui un díacuando soñaba por verdad engañocruel y piadoso para el que vivía? Mas agradezco que por sufrir dañomuerto sea mi soñar que sentía,pues, amar no debo por ser extraño.

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Jorge Mantilla Gutiérrez

Mi amado Mundo maya tus palabras de maíz (fragmento)

En maíz cosechamos en el úterode la amante tierra silenciosa,reverbera el elotey nosotros comemos con alegría su orodesgranado;guisamos con su piely sobre la cosecha todajadeamos con nuestras mujereshumedecidas sus vaginasde tanta querencia.

El contento brilla en la miradade nuestros hijos.

(Oficios Uno)

El Oficio de Amarentre mis manos tu calortu sudor de fruta en mis manosdesbordando la frontera de los dedosy como agua bendita te me caes,como el pedazo de tierra que floreceen el cielo a pesar de los pecados.Te me caes. Entre dedo y dedote me caes.Me dejas, te alejas gota a gota;aprieto mis manos para que no te fuguescomo el agua.

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Lourdes Cabrera Ruiz

Objeto de estudio

ICuando leyeron “Veo una ventana”, sin yo saberlo, ese café tenía forma de esperanza. Una certeza que existía incluso antes de entender qué estados como cierres abruptos me expulsan de otras vidas y me quieren frente a ti. Inquietudes perpetuas y no menos intensas, ventana, te construyen. Por qué te entrego mi cuerpo, este cuerpo de tiempo, sus décadas que apenas logran mi pregunta.

IIUn silencio viene sin ser llamado, a mí que abría tus pestañas al cántico. Mi cantar ha visto amaneceres y muertes en sucesiva ronda; ha visto todo en un mismo día. Es aliento, no frontera ni espejismo; por eso la mirada ya no responde a la necesidad del canto; está en otra parte, en sí misma recogida, no vive del aliento ni de lo que creía que sonaba.

IIILlévame, ventana, antes de que llamen por la puerta, antes de que alguno deba volver, pues me siento responsable de esta vida. Llévame al comienzo que nada supone, quiero entender que no eres crítica de razón alguna. Mientras llegas, quisiera pensar qué rol juega la casa, qué disfraz le pondremos al piso como alfombra. Quién lo dirá, ventana. Hay un terremoto corazón de este lado pequeño, que alza el pie, cruza por fin la calle del sentido. Oh, se agobia. Ah, con la primera letra termina.

IVÉl pide azul y esa ventana deja ver una hamaca. Digo sí: abren mi sueño las cortinas. Pero los dos, labios que nunca. Él conoce del cielo su noche de hilvanes, torpezas, y calla. Uno calla tantos rencores urdidos, pesadillas. Y yo por esto no duermo. No me agrada el desencanto del poeta, lamentaciones de astronauta que apenas pone un pie en la luna y ya se moja, pero no se atreve a llamarla. Yo, lo digo entre dientes. Labios que nunca.

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VEl que viva para sí, que sobreviva al espejismo de la sed, que cave hondo para verse flor en su desierto, que toque el oro de los atardeceres y sienta por siempre detenida esa muerte inútil. Ah, el que viva para sí, que cante a la sordera en vez de renunciar al canto. Que respire garabatos de su mente, sus pulmones le devuelvan estornudos y, de pronto, con leve terror mire apenas por la ventana y se aferre al chirrido de la mecedora; en ella tan solo se duerma.

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María Teresa Munguía Gil

Forja

Agradezco el tiempola zozobra,la posibilidad de sorprendermedescubrir en cada ser un poco de lo que soy.

Ser desde ustedes...enseñándome a caminar por la esperanza,a construir la equidad y la justicia,a proyectar la utopía y el sueño.

Soy como forja al vientoaire que toca el cuerpo y sin cambiar su rumbo, levanta el tiempovamos ahí, somos un todo affidamento, sororidad, amor, justicia, equidadel mundo se afirma, lejos de toda banalidad.

Caminamos juntando el sueñola hora es visible, el tiempo transcurrecon la ilusión de hallarnos libresllegar, compartir, descubrir, revelar;insomnios, andares, destinos, vidas...batallando dando sentido extático al arribo.

El mundo es y cada cual a su paso construye el todo,todo sin dueño, soy, estoy de paso, contigo, con él, con ella... tejemos la esperanzapueblos, culturas, caminos;mujeres, hombres, juntos un mismo sentido.

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Pedagogía del tiempo

El tiempo tiene su importancia pedagógica…su apretamiento en el orgasmo…su ensanchamiento en la tortura

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Fotografía

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Fernando Enseñat Soberanis

Holbox

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La Habana

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Manuel Martín Castillo

La fotografía digital tiene ventajas y desventajas, pero definitivamente una de las ventajas es que podemos tomar muchas fotos con un costo prácticamente nulo, lo que permite que le disparemos a todo lo que se mueva, y que a veces salga algo interesante...

Nublazón

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Quijote yucateco

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Roxana Quiroz Carranza

Serie fotográfica: “Che Guevara en México”

Ernesto Guevara de la Serna (1928-1967), más conocido como el Che, fue un amante de la fotografía y al mismo tiempo un objeto fotográfico, al que dirigieron su lente muchos fotógrafos de su tiempo, quienes registraron su paso por la historia.

Los significados construidos en torno de su persona y su acción revolucionaria, lo convirtieron pronto en un símbolo para las generaciones posteriores. Apenas a un año de su muerte, las calles ya eran escenario de la imagen del “guerrillero heroico”, convertido en pancarta, manta, afiche y consigna.

Entre las numerosas fotografías tomadas al Che, sin duda la de Alberto Korda es la más conocida y famosa, tanto así que hoy día su mirada profunda, enmarcada por su boina con una estrella roja en el centro, da vida a espacios públicos y semipúblicos y se sigue reproduciendo en un sinnúmero de objetos. La imagen del Che se ha convertido –contra la voluntad de las leyes del mercado– en un “sistema de señales de la insumisión”, como dijo el escritor español Manuel Vázquez Montalbán.

La imagen del Che en los espacios más inimaginables del México actual es el origen de esta serie fotográfica que recién estoy construyendo. Estas primeras fotografías son la mirada a alguien grande que está allá afuera, surcando el tiempo y el espacio, a 46 años de su asesinato pero sin morir.

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Che en Copílco

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Che en Holbox

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Narrativa

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Adrián Verde Cañetas

Mi amiga fantasma

Después de muchos años de escuchar leyendas antiguas, que datan de la colonia hasta las más contemporáneas del siglo pasado, de apariciones y figuras que sorprenden a la gente, atosigan e intimidan por la noche, asustan y quitan el sueño; cuentos fantásticos narrados a la luz de las velas en medio de una milpa o de una selva durante “el trabajo de campo”, con el ambiente, sus ruidos y sombras, me consideraba inmune a la sugestión con las fantasías producto de la tradición oral de diversos grupos étnicos.

Mientras más antiguo fuera el relato más modificaciones sufría, precisamente en el pasar de una generación a otra, sin cesar, como una forma automática de sobrevivencia o pervivencia de rasgo cultural, una época que se niega a morir. Muertos que regresan del más allá, fantasmas, apariciones diabólicas, castigos inexplicables, hechos sobrenaturales, almas en pena, y muchos hechos calificados de espantosos que ocurrieron durante la época de “fomento” de los pueblos, villas y rancherías. A pesar de todos los avances en servicios, infraestructura, educación, entre otros elementos, en los recorridos a diversos lugares de la Península estos cuentos siguen vivos.

Una ocasión durante un recorrido por la zona oriente de la Península, me relataron algo que de verdad me impactó –bueno quizás exagero–, al menos me llamó la atención más allá de lo usual. La grabadora reportera no dejó mentir al diario de campo en cuanto a cómo se quebró la voz del narrador al momento de contar la historia, mi informante se derrumbaba en cada palabra, en cada oración, nunca había percibido el ritmo del corazón “del otro” al contar una historia. Se trataba de la “amiga fantasma”; en esta ocasión la historia no tenía escenas de terror, demoníacas, o nada que se le parezca. Esta historia se trataba de todo lo contrario, del amor y el desamor, de lo posible e inalcanzable, de estar cerca pero a la vez distante, de la contradicción de la vida cotidiana, y cómo se enfrentaba el individuo en la vivencia de su historia.

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“la historia, una vez contada... deben tomarse las precauciones necesarias para vivir las consecuencias. No hay persona que escuche sin que le suceda nada…” –susurró Desiderio, el informante, a quien con el tiempo y la confianza me permitía llamarlo Des. Este fue el relato de lo que a Des le sucedió.

Bajo la luna del antiguo Kantunil, muy cerca de los vestigios ancestrales mayas, aparecía en contadas ocasiones una mujer cuya belleza arrancaba las miradas de quienes transitaban por aquel camino blanco. Aquellos que la veían siempre estaban solos, sin posibilidad de algún testigo a su alrededor para constatar si la imagen percibida era realidad o imaginación. Su cabello largo y negro que se fundía con la noche, ocultaba de manera sensual su rostro. Ataviada de un largo vestido que a contraluz no ocultaba la sinuosidad natural de su cuerpo. Caminaba descalza y a paso lento, como pensando en avanzada, reflexionando y haciendo sólido el recorrido –dijo Des con cierto asombro–. Creo que lo que más me intrigaba era ver su rostro. La primera vez que la vi fue algo muy inesperado –Des comenzaba a mostrar inquietud al iniciar el relato–. Al terminar mi jornada en el mercado de verduras, ¡allá en el cabo del pueblo!, comenzaba a cargar mi triciclo con los huacales vacíos de la venta, eso fue como a las nueve de la noche, la luna estaba puesta ahí en medio del cielo, grande y redonda como iluminando a los compañeros de la milpa para tirar las semillas –siempre en luna llena hacen una segunda siembra–. Al subir el último de los huacales, pues realmente es el menos pesado –el último huacal siempre tiene los sobrantes de verduras que no se vendieron durante el día–, me incliné para levantarlo, y cuando alcé la mirada, tenía de frente a esta mujer o fantasma, ¡no sé qué pensar todavía! El caso fue –Des comenzaba a agitarse un poco, como que le pesara mucho expresar las ideas–, que rápidamente solté el huacal con los sobrantes en el triciclo, y en ese momento la mujer me abrazó fuertemente, fue raro porque habían otros triciclos estacionados y gente subiendo sus respectivos huacales y sobrantes, pero al momento del abrazo, fue como si no existiera nadie más en el lugar.

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Ese contacto duró unos segundos, un suspiro, –pero el informante, mi estimado Des lo narra con un sentido de profundidad en el tiempo, algo que para él fue una eternidad–. Dice haber sentido el alma de la mujer en ese abrazo. En otras palabras, fue un abrazo de almas, más allá de la tentación carnal y terrenal de la sensual mujer. Por otra parte, no pudo explicar en ese momento lo que estaba sucediendo, no sabía ni quién era esa mujer, ni por qué lo abrazaba de esa manera, pero como dice Des “hay de abrazos a abrazos, y ese abrazo me dejó sin movimiento, y con un aroma de esos que se respiran en mi milpa en primavera”.

A partir de ese noche, Des no ha vivido tranquilo, dice que hay mañanas en las que se levanta con un extraño sentimiento de melancolía, tristeza, un sentimiento de necesidad y extrañeza, –aunque estas palabras son producto de mi interpretación como relato–. Expresó Des con preocupación “cuando menos me imagino se presenta, aunque su recuerdo perdure en mi memoria, extrañándola... Desgraciadamente una vez aparecida de frente es difícil olvidar la textura y suavidad de su alma acariciando mi corazón.” –bastante difícil de explicar pero lo dijo con una soltura y fluidez que lo consideré una excepción en su particular vocabulario–.

Después de varias apariciones –y quizás la que más hirió el alma de Des–, la mujer repentinamente descubrió su rostro, y dejó entrever sus ojos profundos como la noche, como dos abismos hacia el infinito o dos hoyos negros del cosmos, sus labios que en sí mismos constituían una invitación para besarlos, una seducción casi inmediata, un efecto mortal, atacaba directamente al alma del individuo, al ego, “¡te exprimía el corazón!”

Des ha vivido para contarlo, pero lo cuenta ya con cierta lentitud producida por el maligno efecto de aletargamiento que le generó besar a la mujer. Dice Des: ¡fue un beso sano, sin malicia, suave y tierno; así como sus pasos por el mercado en las noches, así como su abrazo que te arrebata la vida y te quita el ritmo para respirar! Pero fue el beso que acabó con mi tranquilad; y lo peor del caso, es que cada vez que deseo verla, no se aparece más.

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Es como si mientras más cerca quisiera tenerla cerca, menos se aparece. Ahí ha radicado mi angustia, en muchas noches que termino mi jornada y espero que se me aparezca con el último huacal, a veces pedaleo muy rápido el triciclo por ahí por la vereda del cabo del pueblo, para ver si entre la oscuridad hace acto de presencia. Nunca más he podido verla.

Ahora Des, mi estimado Desiderio, cumplió 68 años; ha dejado su vida en el mercado por ver crecer a sus hijos, sembrando, cosechando, cargando y vendiendo verduras. Se sienta los fines de semana al frente de su modesta chozita, que por cierto mira hacia el norte, y el viento mueve su ondulado pelo gris. Sus hijos ya tienen familia, sus nietos se arremolinan para hacerle algún cariño para hacerlo sonreír, pero Des, en el fondo de su corazón, tiene un vacío producto de la aparición de su amiga fantasma.

En el pueblo se rumora que Des tiene embrujo, o que cargó algún mal viento por ahí, por la vereda del cabo del pueblo, o quizás alguna envidia producto de su gran tenacidad por el trabajo, o del amor por su familia para salir adelante. Nadie en el pueblo se atreve directamente a preguntarle el motivo de su aletargamiento. Lo que a cuestas lleva Des en su andar sólo él lo sabe –y ahora ustedes que han leído su historia–. Aunque esto de las apariciones en el caso de los varones de esta comunidad, no se cuenta, ni se comenta, simplemente se les aparece y se calla por miedo a la burla o al qué dirán.

Lo más interesante de esta experiencia de campo es que, de vez en cuando, en el pueblo, se ve a algún joven con los síntomas de Des, entonces se dice que la mujer se ha robado otro ego, otra alma, y la ha hecho suya para siempre. Algunos pocos han logrado regresar del aletargamiento, pero otros se han sumido para siempre en esta historia y han pasado a engrosar los relatos generacionales.

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Cristina Leirana

¿Y el nuestro?

Meto las manos a mi bolsa y descubro que falta. La abro. Miro dentro. Saco los lápices, la agenda, los talones de pago, las monedas; la vacío por completo y me convenzo: no está.

Destiendo la cama, reviso bajo la colcha, el interior de las almohadas y sobre el piso del cuarto.

Busco en el refrigerador; pongo en orden los trastes. Nada hallo.Tampoco en las repisas de la sala, ni en la vitrina del comedor.

Trato de recordar, imposible saber cuándo lo vi. Te llamo:– Creo que contigo perdí el tiempo, por favor, ayúdame a encontrarlo.– Ahora no. Gozo el mío, apenas di con él.

Espontánea

– ¿Bueno? Hablo para avisarte, me fue imposible terminar la comida, así que…La voz sonaba lejana, aséptica, como emitida por una grabación.– ¿Qué te pasa? – Me corté, nada serio.

Era cierto, se había herido. Pero no accidentalmente, como las palabras hacían suponer. La calma, poco común en ella, la delataba.

Cuando se convenció de que la rutina había cumplido su fiel obligación de arruinar lo que antes fue un amor avasallador, se sintió mal. El vértigo se hizo tan fuerte que no soportó esa mezcla de náusea y opresión en el pecho, de vacío y dolor en la cabeza…

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Recurrió al espejo; un rostro envejecido ocupaba el azogue; para olvidar, por unos momentos se concentró en las minucias de esta “nueva” vida: picó los pimientos, las cebollas, pero sólo un par de trozos de carne.

No hubo premeditación: fue al ver como sangraban los pedazos de res, que se le ocurrió dejar que corriera toda la soledad encerrada en sus venas.

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Lilia Fernández Souza

Breve encuentro con el Dios del Maíz En alguna senda de la vida has de encontrarlo. Es joven y hermoso, como los jóvenes y hermosos guerreros de antaño. Lo reconocerás por la piel morena, y la mazorca en el tocado, y por las verdes hojas que le adornan la cabeza altiva y bella. Sin saber por qué ni cómo, te encontrarás murmurando “Hun Nal Ye”; y él te mirará, en respuesta y sin hablar:–Ese es mi nombre.

El Joven Dios del Maíz camina erguido por el Mundo de los Vivos; lo verás entre los estandartes que ondean con el viento al sonar el profundo y grave de las caracolas. Lo verás entre los pasos veloces y recios del campo de batalla: pedernal y escudo, sangre y gloria. El Joven Dios del Maíz descenderá al Mundo de los Muertos: en Xibalbá será exhibida su cabeza como trofeo de guerra, y lo sentirás perdido.

Y esperarás. Porque sabes –como siempre has sabido– que Hun Nal Ye renacerá victorioso del Sagrado Caparazón de la Tortuga, flanqueado por sus hijos, los Héroes Gemelos; y sabes –como siempre has sabido- que vestirá de nuevo su ropaje de dios joven y que será un brillante lucero en el Mundo Celeste.

Lo buscarás allí, en el firmamento, y al bajar la vista hacia la tierra, encontrarás solamente las veneradas piedras de los templos antiguos, silenciosas y grises, olvidadas y mudas. Y la única prueba de que no soñaste te la dará la Ceiba: en medio del polvo del camino, habrás hallado el eje de los Mundos. Y entonces sabrás que –ahora sí– has entendido el Universo.

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Rocío Cortés Campos

Catalina y el fin de año

IBaja de su vehículo nuevo y, conforme se acerca a la casa, escucha la música de la fiesta. Se estaciona cuidadosamente entre un Sentra y una Tracker, la maniobra es difícil porque el espacio es reducido; por qué diablos no se acomodan todos en batería, sería más fácil.

Se pone los zapatos de tacón alto. Odia manejar con ellos puestos, el tacón se hunde mucho y no puede pisar bien el clutch. Chamarra negra, vestido rojo. Revisa la bolsa diminuta antes de colgarla al hombro: cartera, celular, espejo, cigarros, encendedor, desodorante en barra, lipstick vino pasión, pañuelos desechables. Perfecto.

En la oscuridad de la noche divisa la figura de Altagracia, su amiga; qué friega le acomodaron con el nombrecito, pero en fin. Cuando se acerca a ella, la saluda con un abrazo apretado. La toma de las manos, se separa y la mira de pies a cabeza: “te ves rebién; ese vestido está divino”. La verdad es que pensaba que para ser tan morena, el azul eléctrico no era precisamente el color más apropiado, y que tampoco pegaba muy bien con esas sandalias, pero es su amiga y no puede decirle lo mal vestida que está en 31 de diciembre.

Entran, la música se escucha más estentórea. Mira a Pablo, María José y Esteban; entre tanta gente no alcanza a reconocer a todos sus amigos. Saluda a los que están más cerca; al no encontrar un sitio para estar dentro de la casa, decide regresar a la terraza. Abre el bolso y extrae los cigarros; la primera bocanada es demasiado profunda, y todavía no se ha recuperado por completo de la infección en la garganta que la tuvo por cinco días en cama. Tose. Una, dos, tres, cuatro veces, casi no puede parar; en ese momento siente que una palma da suaves golpecitos sobre su espalda para reanimarla. “Sube los brazos”, le ordena una voz de

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hombre. Obedece, casi de inmediato se detiene la tos y ya siente cómo entra el aire a los pulmones.

“No deberías fumar tanto”. Cuando se da vuelta lo descubre. Francisco Moctezuma. Catalina siente aletear un millón de mariposas en su estómago: “Creo que no te veía desde hace ¿cuánto?, ¿diez, doce años?”, pregunta ella. “Después de la prepa”, responde él.

Catalina está atónita. Se ve exactamente como lo recuerda. Delgado, alto, ojos negros, cejas pobladas, barba en candado. Respira, no quiere recordar las estupideces que hacía por llamar su atención en la escuela, ayudada por Altagracia, cuando le juraba que Francisco Moctezuma era el amor de su vida. Siempre quiso decírselo, pero él estaba demasiado ocupado persiguiendo a Gloria León.

Seguro que Altagracia lo invitó. Ante este inesperado encuentro cara a cara con su pasado, Catalina piensa que no está para ponerse nostálgica en 31 de diciembre. Cuando vea a Altagracia la va a ahorcar.

Pocos segundos de silencio mirándose a los ojos. Temblorosa, decide hablar: “¿y qué haces por acá?”; “me invitó Altagracia”. “Le voy a partir la cara”, se dice a sí misma, temerosa de haberlo pronunciado en voz alta. “¿Y cómo es que te invitó?, ninguna de las dos te hemos visto hace muchísimo”, pregunta ella. “Me la encontré en el súper ayer, y pues tú conoces a Altagracia, no acepta un no por respuesta”. “Ah, qué bien. Y bueno, ¿qué me cuentas, qué ha sido de tu vida?”, pregunta Catalina, aunque imagina la respuesta: seguro que se casó con Gloria León.

Francisco exhala con la fuerza que se necesita para contestar un examen de física. Catalina lo recuerda en sus pruebas con Pascal, así le apodaban al maestro. “Terminé contaduría, me casé con Gloria, ¿te acuerdas de Gloria León?”, “cómo no, claro que sí”, responde la mujer (un gancho de hígado para Catalina), “pero me divorcié, ¿y tú?”, concluye él.

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Catalina suspira también: “Pues… soy maestra de educación preescolar, tuve un novio… Hasta hace como un mes o más. Y… decidió tomar un doctorado en Brasil, y yo no quise ir”. “¿Por qué no fuiste con él?”, pregunta Francisco. Catalina no responde. La verdad es que no se fue con él porque ella no estaba en los planes de su ex, que tenía pensado llevar a otra. Y no se lo dijo sino hasta el final, un día antes de su partida. Catalina ya tenía las maletas y hasta el pasaporte.

Un silencio prolongado. Catalina sonríe. Los ojos se humedecen. Logra controlarse y evita derramar la lágrima que no quiere en fin de año. Cada 31 de diciembre es lo mismo; llora por cualquier cosa, por lo que hizo y por lo que dejó de hacer. Esta vez no va a ser igual, este año no va a llorar, y no va permitir que un fantasma de las navidades pasadas le venga a arruinar la noche. Se acaricia el cabello teñido de rubio dorado, y le ofrece a Francisco una gran sonrisa de media luna. Le extiende la mano: “Fue un placer verte, Francisco, que te vaya muy bien este año”. Francisco estrecha la mano de Catalina. Inmediatamente después le da la espalda para ir por su auto. “¿Por qué te vas?”, pregunta él. A casi dos metros, muy cerca de la portezuela de su coche, Catalina le grita que tiene otro compromiso, y se despide sacudiendo la mano.

IIEntra al coche y enciende el motor. La salida le cuesta menos trabajo. Prende el estéreo, mira la hora; cuarto para las once. Inserta un disco. ¿A dónde se va ahora? No quiere regresar a la fiesta de Altagracia. Además de que no hay lugar para estar, no tiene humor para ese reencuentro de amores pasados. No importa lo bien que luciera Francisco Moctezuma.

Maneja durante casi media hora. Trata de no pensar en lo mucho que le gustaba el hombre. Otro aviso de lágrima. “Hoy no voy a llorar”, piensa y se resiste a hacer un pancho ella sola. Mira las luces de neón de una tienda de veinticuatro horas. Se detiene en el estacionamiento y entra. Se pasea por los pasillos de los abarrotes, toma una botella de ron blanco. Tiene películas

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en la casa, a lo mejor no sería tan mala idea ver tele hasta la madrugada y despertar al día siguiente a las dos de la tarde.

De hecho le parece una idea genial. Mientras el encargado le da el cambio, un sujeto de no muy buen aspecto se le acerca mucho. Catalina lo mira de reojo. Descubre que el tipo no tiene dientes al frente. Respira. En ese momento el sujeto que miraba tan sospechosamente a Catalina, saca un arma y le apunta directamente a la cabeza. “Usted, déme todo lo que tenga, y tú –le dice al cajero– saca la lana de la caja y ponla en esta bolsa”.

Catalina no tiene tiempo ni de temblar. Pero no quiere darle el bolso, allá están las llaves de su auto nuevo, no tiene ni un mes que lo compró; también están sus tarjetas y su celular. “¿Y si se lleva el coche?” No lo va a permitir, sufrió muchos trabajos por él. Fue su autorregalo de Navidad. No se lo va a dejar a un desgraciado. Definitivamente no le va a dar su bolsa.

“Mira, te doy todo mi dinero, y mi celular, ¿ves mi reloj? Te prometo que es caro; también te lo doy, pero déjame mi bolsa, tengo cosas que son importantes sólo para mí”, le habla ella con voz tranquilizadora mientras el cajero acomoda el dinero. “¿Es de usted el coche de afuera?”, pregunta el ladrón. Catalina no responde. “¡Suba las manos!... ¿Es de usted o no?”, la apunta directo a la frente; Catalina levanta las manos sujetando la bolsa y afirma con la cabeza. “Ta bonito su coche, seño”. Seño, seño, cómo odia que le digan seño. Todos le dicen seño: el gasero, el mecánico, el electricista y hasta el de la gasolinera, y ahora un asqueroso ladrón también le dice seño. Los va a matar a todos.

“¿Ya terminaste, tú? –se dirige al cajero– Bueno, dámela”. Catalina sigue con las manos arriba sujetando su bolsa. “¿Tons qué, seño, me da su bolsa por las buenas, o se la voy a tener que quitar?”, “¡déle la bolsa!”, grita el cajero, “¿qué no ve que tiene una pistola?, déle la bolsa”, repite. Catalina insiste: “por favor, tome lo demás, pero déjeme revisarla antes”.

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El ladrón la mira y le sonríe. “¿Qué marca es su coche?, ¿es un Neón?”; “¡ay! no seas naco, es un ¡Malibú!”, se dice ella en silencio, pero le responde con educación. Eleva la cara: “es un Malibú”. De reojo, Catalina mira el reloj de la pared: once y media. Piensa que a lo mejor no era tan mala idea quedarse en la fiesta de Altagracia, sintiéndose miserable mientras platicaba con Francisco Moctezuma.

IIILos ojos de Catalina miran con pavor la pistola del ladrón. Iba a pelear con uñas y dientes si era necesario, pero no le iba a dejar su coche así como así a un maldito tarado que ni siquiera reconocía la diferencia entre los modelos de auto.

Su mano derecha apretaba el bolso negro de chaquiras brillantes. El ladrón miró la decisión en Catalina: “Ta bien seño, sólo porque es año nuevo; revise sus cosas, pero me deja el celular y el reloj”.

Obedeció de inmediato. Se quitó el reloj que le regaló su ex novio dos años antes de terminar, y del que no se había deshecho porque era su único recuerdo de él desde que se marchó. Lo contempló, suspiró y lo entregó al ladrón. Inmediatamente abrió la bolsa. Sacó su cartera y tomó todo el dinero que tenía.

El ladrón tomó rápidamente los tres billetes de quinientos pesos; también le dio el celular. No tardó más en la tienda. Se fue tan veloz como llegó. Catalina sostuvo las llaves de su coche y sus tarjetas de crédito. Suspiró y se sentó en el piso. El cajero tomó el teléfono y llamó de inmediato a la policía.

Mientras lo escuchaba hablar, Catalina miraba, al otro lado de la ventana, su Malibú negro estacionado, el mismo que, bromeaba para sí misma, iba a pagar por el resto de su vida. Se pregunta si valió la pena arriesgar el pellejo por un auto. Piensa en Francisco Moctezuma, en su ex novio y el viaje a Brasil.

Instintivamente giró la muñeca izquierda para mirar su reloj. Cuando la descubrió desnuda, rió con amargura. Otro anuncio

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de llanto. Los ojos se le humedecen. El cajero se aproxima a ella y se sienta a un lado. Le pregunta si está bien, Catalina responde que sí. Ya un poco más tranquila estudia al muchacho. Está muy joven, no tendría más de veinte años. “Deberías estar en tu casa con tu familia, o con tus amigos”, le dice mirándolo a los ojos. Contesta que necesita el trabajo para pagarse la preparatoria, y en unos minutos hasta le narra la vida; y le cuenta cómo gracias al Seguro Social que le dan en el trabajo pudieron extraerle un quiste del seno a su mamá antes de que se le formara un cáncer.

Catalina regresa la mirada al Malibú. Mira una patrulla estacionarse a lado con la sirena estentórea, cambiando de rojo a azul. Suspira otra vez, pero no llora. “¿Qué hora es?”, le pregunta al muchacho: “diez para las doce”.

Los policías entran y los interrogan. Catalina dice que no desea levantar cargos. El muchacho contesta el interrogatorio y señala que podría reconocer al ladrón. Cuando terminan con ella, Catalina regresa a su auto. Lo mira perpleja. Se abraza a la portezuela y la lágrima se derrama. No puede detener el llanto; se queda ahí, junto a la portezuela unos minutos más. Luego entra en el coche, se resbala en la suavidad del asiento y llora. Pierde la noción del tiempo. En el reloj del estéreo ve que el año ha terminado, son más de la una de la mañana. Pero no es demasiado tarde para festejar.

Enciende el motor. En la radio tocan la historia de Mackie: “Mackie tiene una navaja y una serpiente de cascabel…” Ríe con estrépito. Sale del estacionamiento y mete las velocidades. Primera, segunda, tercera, cuarta. Irá a casa de Altagracia, le contará paso a paso cómo hizo gala de su diplomacia y convenció al ladrón de no darle el bolso; buscará a Francisco Moctezuma y le dirá lo mucho que le encantaba en la prepa, y le contará la historia completa de su novio. Toma la cajetilla de cigarros y la tira por la ventana. Promesa de año nuevo: dejar de fumar… “Mackie ha vuelto a la ciudad…”

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COLABORADORES

Adrián Verde Cañetas, Licenciado en Ciencias Antropológicas con especialidad en Antropología Social, Maestro en Innovación Educativa por la UADY. Apasionado por la empleabilidad y la construcción de un puente eficaz de transición desde las aulas al mundo del trabajo.

Cristina Leirana Alcocer, Maestra en Ciencias Antropológicas por la UADY. Profesora investigadora titular de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY. Miembro del Centro Yucateco de Escritores, Asociación Civil. Candidata a Doctora en Literatura y Comunicación, Programa Interdisciplinar con enfoque de Estudios Culturales, por la Universidad de Sevilla.

Dolores Almazán, Doctora en Humanidades por la Universidad Carlos lll de Madrid. Profesora investigadora titular de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY. Directora Editorial de la revista Temas Antropológicos. Autora de la columna semanal Lecturas en la sección de opinión El poder de la pluma del periódico Milenio Novedades.

Fernando Enseñat Soberanis, Maestro en Planificación Turística. Profesor de la licenciatura en Turismo de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY.

Gonzalo Rosado García, Maestro en Español por la Escuela Normal Superior de Yucatán (ENSY). Profesor de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY, y de la Maestría en Español de la ENSY. Ha publicado en periódicos, revistas culturales y literarias.

Jorge Mantilla Gutiérrez, Maestro en Etnohistoria por la UADY. Profesor de la licenciatura en Literatura Latinoamericana de la Facultad de Ciencias Antropológicas. Nació en Colombia, naturalizado mexicano. Recibió el Premio Estatal de Ensayo con la obra Origen de la imprenta y el periodismo en Yucatán: en

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el contexto de la lucha de la independencia, y el Premio Nacional de Ensayo. Su más reciente publicación es Hombre nuevo, mundo antiguo. Felipe Carrillo Puerto (2012, SEP). Asimismo, cuenta con varias publicaciones de obra poética.

Lilia Fernández Souza, Licenciada y Maestra en Arqueología por la UADY, y Doctora en Estudios Mesoamericanos por la Universidad de Hamburgo. Profesora investigadora de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY, y desarrolla temas sobre grupos domésticos, ritualidad y prácticas culinarias.

Lourdes Maribel Cabrera Ruiz, Licenciada en Literatura Latinoamericana por la UADY, Maestra en Español por la ENSY. Profesora investigadora de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY, y docente en la ENSY. Poeta, coordinadora de talleres literarios, y periodista cultural. Cantar de los principios y otros poemas (2011) es una muestra reciente de sus trabajos de creación.

María Teresa Munguía, Maestra en Estudios Regionales en Medio Ambiente y Desarrollo por la Universidad Iberoamericana Golfo-Centro. Profesora de la licenciatura en Comunicación Social de la Facultad de Ciencias Antropológicas. Premio Nacional de Protección Civil 2011.

Manuel Martín Castillo, Candidato a Doctor en Antropología Social por la Universidad de Granada / Universidad Veracruzana. Profesor investigador y Coordinador de la licenciatura en Historia de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY.

Rocío Leticia Cortés Campos, Licenciada en Ciencias Antropológicas, Maestra en Ciencias Antropológicas, por la UADY. Actualmente estudia el Doctorado en Ciencias Sociales de la UADY. Profesora investigadora de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY. Ha sido reportera y correctora de estilo en periódicos locales.

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Roxana Quiroz Carranza, Licenciada en Periodismo y Comunicación Colectiva por la UNAM. Maestra en Ciencias Antropológicas por la UADY. Doctoranda en Ciencias y Humanidades para el Desarrollo Interdisciplinario por la UAdeC-UNAM. Profesora investigadora de la Facultad de Ciencias Antropológicas. Su interés por la fotografía inicia en los años 70 del siglo pasado.

PROLOGUISTAS

Natalia Macías Mendoza (Chetumal, Q. Roo, 1994). Estudiante del tercer semestre de la licenciatura en Literatura Latinoamericana (UADY).

Salomé Ricalde Aranda (Mérida, Yucatán, 1991). Estudiante del tercer semestre de la licenciatura en Literatura Latinoamericana (UADY). Desde 2008 se ha desenvuelto en el área del teatro así como en la adaptación de narrativa a dramaturgia. Ha participado en la difusión de la literatura a través de talleres para niños y adolescentes en Yucatán y Campeche.

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ÍNDICE

7|Prólogo 8 |Construyendo el espacio

11|Poesía 12 |Cristina Leirana 13 |Dolores Almazán 15 |Gonzalo Rosado García 16 |Jorge Mantilla Gutiérrez 17 |Lourdes Cabrera Ruiz 19 |María Teresa Munguía Gil

21|Fotografía

22 |Fernando Enseñat Soberanis 24 |Manuel Martín Castillo 26 |Roxana Quiroz Carranza

29|Narrativa 30 |Adrián Verde Cañetas 34 |Cristina Leirana Alcocer 36 |Lilia Fernández Souza 37 |Rocío Cortés Campos

43|Colaboradores

45| Prologuistas

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Esta obra se terminó de imprimir en octubre de 2013 con un tiraje de 150 ejemplares, en Impresos PROAR S.A. de C.V., calle 31

número 213 por 20 y 22, colonia México Oriente,

Mérida, Yucatán.

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