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La biblioteca escondida Mauro A. Ramón Febrero 2000 Edición especial para www.elaleph.com

La biblioteca escondida · transcriptor de lo que encontré - y encuentro todavía - entre los tomos de mi biblioteca. De esa condición puedo dar fe con la simple enumeración de

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La biblioteca

escondida

Mauro A. RamónFebrero 2000

Edición especial parawww.elaleph.com

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Impreso mediante subsidio otorgado por el

FONDO PROVINCIAL DE LA CULTURA ,

perteneciente al

INSTITUTO PROVINCIAL DE LA CULTURA DE MENDOZA.

Mendoza, diciembre de 1998.

Hecho el depósito que indica la Ley 11.723.

Impreso en la República Argentina.

© Mauro Ramón, 1998.

Todos los derechos reservados.

La reproducción total o parcial de esta obra queda

sujeta a la autorización previa del autor.

ISBN 987-97387-0-5

Visite La Biblioteca en:http://www.angelfire.com/ma/biblos/biblio.html

A mis padres,que me acompañan siempre.

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Mauro Alvaro Ramón

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A continuación presento una serie de hechos que espero ayudarán a enfrentarla difícil tarea de desentrañar los textos que siguen, textos que han sido firmados pormi puño y letra y que incluso se reconocen por mi caligrafía tortuosa; textos que sin em-bargo no reconozco como míos puesto que este relato es lo primero que dirijo a otro, aalguien que cuente con el valor de leerlos.

No quiero sin embargo adelantarme a lo sucedido. Primero, como decíaentonces, queda aclarada mi condición de pasividad en estas historias, sólo soy lector /transcriptor de lo que encontré - y encuentro todavía - entre los tomos de mi biblioteca.

De esa condición puedo dar fe con la simple enumeración de títulos y autoresleídos y por leer; de la inagotable lista de ideas que vienen cuando escucho la palabra “libro”. Prueba de ello es, sin lugar a dudas, mi biblioteca.

No me siento capaz de adjetivar adecuadamente lo que ella representa, nia los tesoros que guarda sobre sus estantes lustrosos . Pero sí puedo - y debo - controlarsus contenidos, al igual que el rico controla sus bienes. Y no lo hago conscientemente.Para mi orgullo puedo decir que sé lo que hay en cada estante con apenas mirarlo. Sécuando un libro está con su lomo boca abajo o bien cuando está mal colocado entre losde otra colección.

Por supuesto que esto sucede cuando está Palmira, la señora que viene a limpiar la casa los fines de semana. A veces se transforma casi en un juego el ritual deesperar a que termine con sus tareas para iniciar una búsqueda sistemática de los librosmal ubicados.

Aquí llego por fin al libro fantasma. Lo llamé así porque lo vi una tardede un día de semana, lejos todavía de la visita de Palmira, una irregularidad en los estantes, una línea que desentonaba con las que ya conocía de memoria.

Recuerdo que el lomo del libro destacaba del resto por su vivo colorbermellón y sus letras doradas dispuestas verticalmente; qué decían o sobre qué tratabael libro, realmente no lo sé.

Ese día estaba muy apurado y seguí de largo hasta la noche. Claro, loprimero que hice al llegar a casa fue ir a buscarlo en los estantes... pero ya no estaba.

La mañana siguiente revisé los estantes uno a uno, pasando el dedo lenta-mente sobre los lomos, pero no había nada fuera de lugar; menos un libro como el que

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viera el día anterior. Pasó un tiempo y el fenómeno se repitió, sólo que esta vez dejé delado mis obligaciones y me quedé frente al lomo violeta que me hipnotizaba desde sutítulo vertical. Hubo asombro y maravilla, pero solamente me quedaron las sensacionesdel libro aquel, pues al día siguiente no recordaba ni siquiera una palabra de lo quehabía leído.

Lo que hice entonces fue preparar un cuaderno y varios bolígrafos sobre el escritorio que hay al pie de la biblioteca. Acomodé una silla con dos almohadonesmullidos, uno para cada riñón; dejé los implementos del mate a un costado y traje lalámpara del estudio y la gradué sobre la carpeta gris con los papeles. Todo listo para lanueva aparición.

El libro del día siguiente se titulaba “Los Cuentos Perdidos”, y me dedi-qué a escribir afanosamente bajo la luz de la lámpara hasta que los ojos se me llena-ban de lágrimas por el sueño; hasta que la muñeca se acalambraba por la urgencia queme forzaba a escribir lo que más pudiera. Al cabo de unas horas me sentía exhausto y dolorido, pero satisfecho; había capturado varias páginas y al menos esas pocas ya nopodrían escapar.

El día después comencé a pagar las consecuencias del desvelo y el esfuerzo:un dolor terrible me aguijoneaba la nuca y presionaba con fuerza los ojos hacia elfondo de las órbitas; la jaqueca fue terrible y me duró unos días.

Cuando me recuperé un poco, leí los textos con más tranquilidad, y reciénentonces pude tener una visión cabal de lo que había en aquellos relatos. Me resultabachocante ver mi letra, y a veces fechas de días en los que aún no había nacido, o por elcontrario, que todavía demorarían unos años en llegar.

¿Quién había escrito esos cuentos? ¿ Por qué aparecía ese libro justamenteen mi biblioteca? ¿Y cómo era que aparecía? Todos esos interrogantes todavía perdurany, lejos de hacerme perder la cordura, me llevaron a imaginar, a soñar con nuevas situaciones, a relacionarme más estrechamente con esas páginas que se diluyen lenta-mente y en el transcurso de una jornada.

Como dije antes, todo indica que yo los he escrito, en otro lugar y tiempo; las oscuras razones que las hacen aparecer en mi biblioteca me sugirieron el título, talvez porque entre sus páginas se oculte una colección mayor, una biblioteca impensablede títulos que quizá jamás existan, que nunca serán escritos.

Por supuesto que mi intento por atraparlas dió sus frutos; ya he trascriptocinco libros hasta ahora. Pero toda esta actividad tiene un precio que va aumentando

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junto con las páginas que rescato. Y es que los dolores que siguen a las sesiones de copia-do me atacan cada vez más, al punto que luego del último libro debí dormir dos díasseguidos para descansar vista y cuerpo lo suficiente, pese a lo cual sigo igual que antes.

Mi salud empeora más y más, no sólo física sino también mentalmente.Para peor hace un tiempo surgieron imágenes, figuras que también debía capturar, para lo cual pasaba más tiempo frente a esos escritos endemoniados. Tratando de salvarmis ojos, una vez utilicé una cámara y fotografíe un libro entero. Desde luego y comotemiera, la película salió totalmente velada. Así que solamente se me permitía usar mispropios sentidos para conseguir la copia.

Cada vez más seguido me pregunto qué fin tiene esta tarea y cuánto durará.Tal vez el fin sea que yo mismo me transforme en quien escribió esos textos, pero dudoque sea por mucho más tiempo, pues mis fuerzas me abandonan, y lo que temo más, loreal y lo irreal se mezclan en las páginas que tengo entre mis manos.

Estas palabras las estoy leyendo o las estoy escribiendo, poco importa ya. Loúnico que siento es un ansia irrefrenable de seguir. Luego de todo lo que leí daría cualquiercosa por saber escribir, por conocer al verdadero autor de estas historias.

Mientras tanto, abro el libro en la última página. Tal vez ahora me cuenteotras cosas.

Mendoza, 16 de noviembre 1998.

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Un laberinto cotidiano

¿Izquierda?¿Derecha?¿Qué camino lleva a la salida?

Desde que tengo memoria transito por estos callejones, buscando in-cansable ese pasillo final, que nunca llega. Describiéndolo muy brevemente y parahacerse una idea, el laberinto tiene paredes altas, muy altas y lisas, de un color grismalva que se sucede interminable detrás de cada recodo, rutinario.

A veces, la blancura obsesiva se ve violada por graffitis sucios y desprolijos. Compartiendo mis desdichas hay quienes escribieron filosóficos;

SE QUE MORIRE AQUI, PERO NO IMPORTAPORQUE SERE LIBRE AL FIN.

O locos que ríen diciendo:

Si encuentran la salida, búsquenme, eh? Luis.

O dramáticos y escuetos

BASTA!

que se suceden a menudo, muy a menudo.Está escrito que, hasta no salir, vagaremos sin descanso o comida, sin

alegrías ni penas por los corredores desiertos. El encuentro con otros caminantes está vedado a un lejano movimiento que de reojo alcanzamos a ver, cuando ya esmuy tarde para un verdadero acercamiento. Tan sólo una vez me dediqué a buscar a alguien, sólo para encontrar un esqueleto que indicaba póstumamente un caminobloqueado por telarañas. Telarañas gris malva, por supuesto.

Quizás este panorama parezca algo infinitamente aburrido, pero no lo es

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en absoluto. De mis días errantes puedo traer a la luz aquella vez que encontré unahabitación, (sí, una amplia e iluminada) de cuyo centro surgía, hasta unos seis piesdel piso, la quilla de un barco, descomunal, con multitud de percebes cubriendo supopa (las hélices estaban descascaradas, pero aún les quedaba un eco de su anteriorgrandeza). Recuerdo haberme aproximado y golpeado en un flanco con una piedra,para avisar de mi presencia a los eventuales habitantes de tan asombroso navío, sinresultado.

A la vista de tal hecho, recuerdo que una idea acudió a mi encuentro,reveladora: ¿Sería este barco evidencia que éramos el reverso de un mar, o mejoraún, de un océano? ¿Era ésta la salida?

Un primer examen, con mi oído pegado al suelo, descartó en partemis planes; no se oía nada. Luego de excavar inútilmente al lado del casco, caí encuenta de que estaba equivocado: el casco seguía inexorablemente su camino, bajotierra. Sólo encontré dos paraguas viejos y un par de anteojos al los que les faltababrillo.

No me es tedioso el perpetuo zigzagueo entre las paredes; a mi memoriaviene otra habitación, esta vez larga y parpadeante. Debo aclarar que esto último serefiere al techo, donde las filas de luces fluorescentes funcionaban mal, la mayoría deellas con los tubos agotados . En fin, caminaba entre filas de camarines, todos abiertosde par en par, en el techo seguían los fuegos artificiales, y uno tras otro explotabanlos tubos, regularmente.

No sentía curiosidad por el contenido de los armarios de chapa. Trassus puertas numeradas, multitud de objetos asomaban en una miscelánea irreve-rente: jaboneras, toallas húmedas, camisas arrugadas, perchas olvidadas, hojas deafeitar o algún calzoncillo; yo caminaba, sí, dirigido por la oscuridad que me seguía.Al final, y con las últimas luces que indicaban el armario que sí estaba cerrado,descubrí con el pulso acelerado el amuleto que desde tiempo borroso llevo colgadoen mi cadenita, al lado de la medalla de San Cristóbal; una llave dorada, con tresmuescas en un costado. Guiado por un misterioso impulso, tomé la llave y la in-troduje en la cerradura. Probé girarla una vuelta.

¡Abría! ¡Era de ese candado! Pero el último tubo sobre mí falló, y mequedé a oscuras. Frustrado busqué la salida y me fui, bien lejos. Me acuerdo, sí ...

Pero la solución la encontré no en una habitación, sino en un agujeroen el impecable gris malva de esta ciudad. Venía descuidado, y creo que sólo asípodría haber encontrado el agujero: se delató por la luz que venía de su interior,

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que proyectaba un cono iluminado sobre la pared opuesta. “Muy bien”, me dije, yapoyé las manos en el suelo para arrodillarme. Me incliné para poder ver a través delpequeño orificio. Afortunadamente era más o menos amplio, y pude ver una extrañahabitación, con una biblioteca, cama, ventanas, una amplia alfombra roja a los pies,y un atiborrado escritorio, con hojas sueltas.

Inclinado sobre el escritorio, un muchacho escribía laboriosamente,con la única compañía de una lámpara, mudo testigo de la callada actividad.

Bien, primero miré por la ventana muy exaltado, porque era la primeraventana que veía en mucho tiempo. Una cortina velaba una oscuridad ambigua.Ahogué un sollozo y las ganas de gritarle al muchacho, que se diera vuelta, que meayudara a ampliar el agujero, pero solamente me levanté y me fui como siempre,buscando la salida.

Después llegó el arrepentimiento, pero de nada sirvió cuando traté deencontrar nuevamente el agujero, ni tampoco cuando traté de encontrar la salida.Como dije al principio, creo que la solución estaba en esa pieza, en esas páginassobre el escritorio.

Porque luego de buscar inútilmente una esperanza en aquella ventana,reparé en la hoja más próxima a mi secreta mirilla.

Ahora sé que no hay salida, que seguirán más corredores, recodos y señales, que no comeré ni dormiré nunca, y que probablemente tampoco conozca la muerte.

En las tres primeras líneas de aquella hoja estaba escrito lo siguiente:

¿Izquierda?¿Derecha?¿Qué camino lleva a la salida?

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Sin novedad en el frente

No quedaban más líneas por llenar en esas cartas. Las últimas partidas devoluntarios se habían ido por la ruta principal rumbo a la batalla.

Miró con desgano la pila de sobres rotos sobre la mesa; ninguno leofrecía secretos que ya no supiera: una novia a la que quizá nunca volvería a ver, el beso de la madre o la promesa de un hermano para cuidarla si no regresaba.

Se apoyó en la ventana y tomó otra taza de café. Allá lejos desaparecíala última columna por el recodo del camino. Iban lentamente, con sus flamantesuniformes de la Facción, evitando los autos volcados y las fosas atestadas con loscadáveres del último ataque. Viendo los muertos, arruguó el ceño. Ese era supróximo trabajo con el lanzallamas.

No le desagradaba el trabajo, ni tampoco el hedor de la carne quemada.Lo que no podía soportar eran las cenizas que se dispersaban con el viento, cubriendotodo el campamento de un hollín pestilente.

Todavía se escuchaban los pasos de la columna. Los imaginabamarchando, la cabeza hacia atrás y los ojos fijos adelante, marcando el paso en elsilencio de la tarde. Hacía calor, pero ni uno de ellos sudaba, porque aquello podríaser tomado como señal de miedo. Sonrió detrás de la taza, pensando en toda lamiseria guardada en las cartas sobre la mesa. Miró el reloj y apuró en un sorbo elresto del café. Ya llegaría otra avanzada al campamento.

Volcó los sobres en un balde y salió con él a la Barraca Norte. El calorhacía vibrar el aire cerca del suelo, arriba estaba despejado.

“Menos mal”, pensó. Quizá no soplaría viento por la tarde.Armó el Napalm 5 sobre su espalda con seis cargadores. El café

le había hecho sudar un poco, pero no era problema, si no había viento no volarían cenizas.

Vació el balde sobre el primer grupo de muertos y les apuntó con laboquilla. Disparó. La lengua de fuego volatilizó los papeles en el instante. Unanube de ceniza negra revoloteó sobre las llamas y el humo.

Mira el fuego bailando en sus ojos, y piensa que no está mal. Es decir,no está mal que en esa fosa también se quemen las cartas. El sabe bien que todos

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estos civiles llegan casi tan seguido como las avanzadas, apilados,muertos,numerosos. Son puestos aquí para amedrentar los batallones, para

darles la furia y valentía que ningún enemigo podría vencer. Y sobre todo sabe queno hay enemigo, que nadie ganará esta guerra.

Porque todos mueren unos kilómetros más allá. La ley Laze es la que losmata a todos, civiles y militares; lo que lo mató a él mismo como persona y que lomantenía vivo, trabajando para sus fines. La ley que determinó a espaldas del mundoque hay demasiadas bocas que alimentar, que hay muy poco espacio para compartir.Invocando una cruzada, una guerra por nuestros hijos: así mueren los idiotas queestaba incinerando.

Comenzó a quemar la segunda pila - ya casi llegaba el segundocontingente -, cuando volvieron de nuevo el olor y la humareda. El calor le pegabala camisa al cuerpo. Lo encontrarían así, cremando los restos en ese calor infernal,y les daría asco y revulsión, pero sobre todo coraje, una rabia inmensa por ir acobrar venganza sobre tanta muerte y ceniza.

Estaba vivo porque no le repugna la matanza, porque coincide con loshimnos de Malthus que cantan los que imaginaron la ley Laze. Todo esto es terrible,sí, pero no hay otro camino.

Ya es hora. Ahí viene la camioneta con más soldaditos. Dejará a unlado el lanzallamas y los saludará como siempre, con el brazo en alto. Dos o tresde ellos se dejarán caer del camión y vendrán hacia él, agitando algo en las manos,seguramente más cartas.

-¡¡Eh!! ¿Usted se encarga del correo?Por toda respuesta, levanta el balde con una gran C en el costado.Mientras la llenan con cartas, un paño de plástico se mueve en una

carpa. Las defensas de plástico se agitan en sus pértigas, y le llega un silbido queconoce muy bien.

-Maldita sea. Ahí comienza de nuevo.

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Decepciones del escritor

A

Me buscan. Los he visto, mientras me oculto detrás de anaquelessombríos; un cortejo de pesadillas que alguna vez creé en un momento deinspiración y que ahora se desplaza por las calles en una cacería implacable.

Dos o tres hombres tristes, que imaginé grises y con el rostro cruzadopor una eterna mueca de disgusto van discutiendo cómo me torturarán. De sóloescucharlos ya me estremecen; nunca imaginé que al darles una vida deformada,torcí también sus espíritus. Una manta raya gigante me vigilaba flotando unosmetros sobre mí. Le hice señas, porque la había descrito buena, una criaturaincapaz de hacer daño. Pero se volvió mostrándome el flanco lacerado de azotes,haciéndome recordar los crueles balleneros que le había elegido como compañerosde argumento.

Solo, estaba solo, acechado por recuerdos furibundos y enojados. Memovía lentamente por el paisaje irreal, encontrando a mi paso ruinas de todo loque una vez imaginara. La ira de los personajes no dejaría nada del decorado enpie hasta encontrarme.

De una avenida venía una columna de manifestantes, con una granpancarta que rezaba; “NO SOMOS RESPONSABLES POR LAS IDEAS DELAUTOR”. Levantando las manos y gritando insultos en mi contra, formaban unmotín cuya única meta y razón era encontrar mi pobre cuerpo escondido entreestas maderas, temeroso de mi suerte. ¿Será éste el Infierno?

Corro por los túneles de la noche, huyendo de las pandillas, de lahoguera y la horca; escapo a mi propia locura. En mi carrera angustiada encuentrotambién a los escritores a quienes emulé, que observan con mirada terrible aquellas tierras que reclaman como suyas, absolutamente suyas.

¿Puede alguien poseer algo en este reino de papel? Aquí sólo haysombras, ideas mal atrapadas por letras negras y hojas blancas. Laberinto total pordonde deambulo en busca de refugio, sabiendo y anhelando secretamente el final desus dagas haciéndome pedazos, dejándome a merced del viento mientras se van adormir sus sueños de biblioteca.

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B

Ya desde niño sabía que sería artista. Conoció la melancolía demasiadotemprano, cuando llenó de tangos su infancia; era una compañera lánguida que loseguía siempre, donde quiera que fuese.

“Para crear hay que sufrir”, había escrito en el cuadernito de la escuela.Cambió el tiempo del zaguán y del potrero por largas tardes en los pasillos de laBiblioteca, consultando cuanto libro de arte encontrara a su paso.

Muchas tardes lo encontaron en la Galería Nacional, entre calcos deBuonarotti y reproducciones de Leonardo, robando en cada visita un color, una poseque sólo él veía. También conoció personalmente cada una de las butacas del Colón,en las que muchas veces se abandonara plácidamente escuchando los conciertos. Laradio de la casa también daba música a su alma, especialmente el tango y sus letras,que tanto quería.

Cuando finalmente creyó que había aprendido bastante, se miró alespejo y tenía veinte años. Solo y sin nada en los bolsillos, comenzó a buscar lacalle que tuviese su nombre.

Primero intentó el Teatro, pero su pasión por Shakespeare o Milton nopodían vencer su total negación a la afectación, a la simulación que convierte alHombre en actor. Entonces pensó que el alma era música, y buscó su vieja guitarra.Abrazándola con cariño, cerró los ojos, soñando las notas y armonías que habíandentro suyo, y comenzó a tocar. También así podía emocionar al oyente; pero loabrumaba el silencio que sigue siempre a la última nota. Se le hacía eterno, definitivo;las almas se separaban sin nada en común, dejándole ver que el único lazo era laMelodía y no el Hombre.

Decepcionado, trató de establecer contacto con su Arte haciendo usode la materia. Eligió las maderas más arduas y sus manos, las más débiles.

Comenzó a tallar su sentimiento. El sudor le empapaba el alma, se tallaba a sí mismo mientras golpeaba el escoplo. Las formas se amontonaban en elaltillo, y sus manos se cubrieron de callos, pero no daba con la figura exacta; al tratarde modelar el material, éste se volvía contra él. El esfuerzo que ponía lo dominabatanto, que su expresión se fue endureciendo con largas arrugas, marcadas una y otravez por los mismos gestos, la misma desesperación.

Cansado y herido quemó todo. Tratando de olvidar, se entretuvo untiempo con caminatas en Boedo y Flores, hasta que decidió pintar. El contacto de la

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carbonilla sobre el papel le dibujó una nueva cara, borrando el pasado y llenándolede emoción el alma.

Con gestos rápidos bocetó allí mismo paisajes, hombres, caras, cielos, elRío de la Plata. Se quedaba hasta altas horas de la noche pintando, buscando en sumemoria los colores y devolviéndolos a la tela, creando el mundo a su imagen ysemejanza. Las mañanas lo encontraban cansado y ojeroso, feliz de haber hallado alfin refugio para su obra.

A medida que crecía su pasión, su vista se fue opacando; una fatídicatarde supo que quedaría ciego para siempre. Sus obras, no soportaría verlas porúltima vez. Ninguno de sus días fue más triste que ése cuando dejó caer en el fuegosus cuadros, uno a uno, los ojos muy apretados para no dejar escapar las lágrimas.Con las manos cansadas de tanto luchar, y con el propósito de acabar con todo, fue aver el atardecer al puerto por última vez.

Sentado en el muelle, recordó en voz alta las cosas bellas y hermosas quehabía vivido. Un marino que pasaba por allí se detuvo a escucharlo, hipnotizado porla cadencia de imágenes. Cuando terminó, se encerró nuevamente en suspensamientos, hasta que una mano le tocó el hombro tímidamente. El marinero sehabía acercado, emocionado por su relato, preguntando si todo aquello fue real, si enverdad había ocurrido.

-Fue casi como estar allí.... - alcanzó a decir, cuando sonó la sirena delbarco y tuvo que partir. Saludándole brevemente, comenzó a subir la escalerilla; elsol se hundía cada vez más en el mar.

Ensimismado, escuchó la sirena del barco al hacerse a la mar, e imaginó su inmensidad, la fragilidad de la nave y la desdichada ventura dequienes viajaban en ella... Palabras, apenas un puñado de ellas era todo lo quequedaba.

Borges abandonó el muelle para perderse entre la gente, descubriendocómo usar los más pobres pinceles para pintar el mundo, las palabras, mientras elocaso llegaba con un color que ningún adjetivo podría describir jamás.

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C

Harto de servirse de actores, los eliminó.El escritor decidió que supersonaje no tuviera con quién hablar, para no agotarse en crear diálogosinterminables.

Como tampoco le hacían feliz las descripciones, borró todo decorado yépoca, dejándolo desnudo y solo en la inmaculada blancura de su imaginación.También le dejó un sólo adjetivo - humano - y dotó de generalidades a un cuerpoque llamó a la vida con el sencillo acto de pensarlo.

Desorientado, el personaje miró hacia todas partes. Nada. Nada quetocar o ver, nada para tropezar, para escalar, dominar o destruir.

Nadie. Nadie para hablar, amar, discutir ni estafar.Sin lugar a donde ir o al que volver, sin tiempo para medir o en el cual

moverse, cerró los ojos.Oscuridad. Nada total. Pero imaginó un poco e hizo la luz. Y con esa

luz, hizo estrellas, soles, polvo y agua. Pensó en un mundo girando y... ¡Bueno! Yasaben el resto.

D

Después de haber recorrido cientos de editoriales, de quemar miles y miles de folios, de rebuscar en la oscuridad una historia que valiese la pena sercontada, de renegar escribir y amar hacerlo.

Después de recorrer el mundo y catalogar lugares, caras, cosas, hechos,historias, animales, cielos y mares; después de encontrarlo todo y perderlo. Después....

Después se sentó, con una larga barba blanca que delataba penas yaños, a escribir de ello. Tan solo apoyó la pluma y la deslizó por el papel, no hacíafalta esfuerzo para narrar su historia.

En ese mismo instante supo que sería su último libro, el mejor, el mássublime. Y que nunca, jamás nadie sabría sobre su autor.

Con anónimo dolor, comenzó :

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En la línea de fuego

Estábamos agazapados al fondo de la casamata. Las luces de afueraalumbraban como flashes las paredes desnudas del cubículo donde nos cubríamos.Las explosiones llegaban restallando como truenos por el túnel, pero a esa altura yacasi no escuchaba nada. Tenía los sentidos cauterizados. La lengua estaba pegada alpaladar, y la nariz apenas sostenía las antiparras infrarred frente a mis ojos. Los ojos.Los sentía como una pantalla de cine, como un televisor; la realidad pasaba encámara lenta. Las explosiones de afuera marcaban aún más el efecto estroboscópico.

Había alguien al lado mío. Otro soldado, no sabía quién. Las mismas manchas de lodo blanco cubriéndole el traje, las mismas heridas, el mismo parálisis que hacía comunicarnos con miradas.

El otro era una cabeza asomando detrás del parapeto; de lejos mellegaba la estática del walkie talkie que tenía pegado en la zurda. Creo que ningunode los dos escuchábamos nada, ni siquiera los disparos de afuera. Todo estaba llenode relámpagos azules que iluminaban siempre la misma foto. Nosotros y elparapeto, nosotros y el parapeto, nosotros y el parapeto. Pese a la insensibilidad,sabía que tarde o temprano debía salir a la guerra, dejar de inmediato el cuartuchooscuro antes de que cayeran las bombas. La señal la daría el walkie; de reojo veía alsoldado inmóvil y sabía que él esperaba lo mismo.

Me sorprendía pensar, me sorprendía el calor pulsante del fusilapretándome el cuello. Me sorprendía el sudor resbalando por la frente, mezcladocon el barro y el miedo. Por un momento creí que la casamata era una tumba, queestábamos muertos, que simulábamos con toda esa actividad interior una esperaque a lo mejor duraba siglos. Desvariaba. ¿No estaba lloviendo afuera? ¿Por quéhabía llegado allí? ¿Qué pasó antes de eso?. La angustia llegó como un tren desbocado. Hubo un relámpago....

.... y caminaba entre los armarios. Estaba en los vestidores de algúnlugar grande, pero no había nadie. La fila de camarines era larga, el pasillo teníauna fila de bancas en medio; algo pasaba con las luces, porque los fluorescentes seprendían o apagaban intermitentemente. Tenía algo en el bolsillo, su mano tocaba

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algo en el bolsillo. Una llave, una llave pequeña, como de candado. Se acercó a unarmario y la introdujo. No abría. En el de al lado. Tampoco.

A medida que avanzaba, cada vez más rápido, los fluorescentes ibanapagándose detrás de él, siguiéndole los pasos.

El vestidor estaba cada vez más oscuro. Iba de una fila a otra metiendola llave frenéticamente en una cerradura, en otra, en otra. No. No. No.

De pronto, un parpadeo y se apagaron todas las luces. Casi al final delpasillo, una quedó titilando y se estabilizó en una luz amarilla, frente a un armario.

Dirigido por una extraña seguridad, caminó por el corredor oscuro, separó delante del armario e introdujo la llave. La giró sin dificultad, y tiró de la perilla.

La luz se apagó.

¡¡Luz!! Como un verbo, la luz penetró por sus ojos.El soldado lo había despertado, golpeándole con el walkie en la

espalda, señalando frenético el aparato con la otra mano. Ahora sí, debíamos salir.Me quité los restos de sueño, ( ¿Había soñado?), me levanté despacio,

ajustando el fusil con ambas manos (¿Qué? ¿Qué soñé?) y seguí a mi compañero. Losdisparos se intensificaban. Las luces proyectaban sombras fantasmas sobre las paredesazules, congelando instantáneas de nuestra huida. Miraba hacia atrás, para ver si lassombras no se quedaban en la pared. Todo se aceleraba, las explosiones, la sangre,nuestros movimientos, el tiempo, todo, todo hacia la salida.

El soldado desapareció por la entrada. Levanté la cabeza hacia el huecocentelleante y me adelanté. Salí.

La luz se apagó.

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La trampa

Miró la hora y sonrió para sus adentros. Iba bien. En algún lugar deVilla Ballester, Matilde estaría disponiendo el servicio de té; o lo que era lo mismo,estaba preparando con cuidado la trampa.

“Pobre”, pensó .”No tiene ni una sola oportunidad”. Otras viudashabían querido atraparlo con mil tretas. Cenas, bailes, tés como el de esta tarde,viajes o idas al cine. Y nada, Roque solterito viejo nomás.

Ocultando como siempre su posición económica, venía llegando a sucita en colectivo, invariablemente sentado en el cuarto asiento solo, del lado de laventanilla. A lo mejor por cábala, o simplemente por crear un poco de misterio,viajaba de ese lado del micro, y vigilaba por la ventanilla esperando a que sumirada tropezase con un tuerto. Cualquiera servía, un hombre, un auto, unanimal; a él le traían suerte. Pero aunque no los encontrara, zafaba siempre demanera olímpica de los intentos de las viudas por casarlo.

Su principal mérito no consistía en contar con un considerable fondoeconómico. Por el contrario, estaba seguro que aunque hubiese compartido el mismotrabajo que el colectivero, igual las viejitas terminarían abalanzándose sobre él.

Roque tenía pinta. Como Don Juan Tenorio, como Casanova, en fin,como esos tipos que no sirven para nada en concreto, pero que los ponen al ladode una mujer y recién ahí se da cuenta uno de sus posibilidades.

Y él sabía eso. Como tantos que tienen un trabajo, un hobby o undeporte, Roque se dedicaba a lustrar su pinta para deslumbrar las viuditas con sufalso brillo, para escapar rápidamente, justo antes que tiraran el primer mordisco.

Así se entretenía Roque, capeando como torero al peligro; jugando elriesgoso juego de hacerse la víctima para convertirse en victimario. Así caeríaMatilde, por ejemplo.

De cualquier manera, había que estar en guardia, y pronto entraría porla puerta de una casa directo a la boca del lobo. Estaba seguro de su táctica: hacíatres meses que frecuentara a Matilde, preparando cuidadosamente el día en que elladeclararía sus intenciones para con él. Pero muy en el fondo, su espíritu de cazadorveía otro peligro, escondido detrás de la fácil presa.

Ahora que lo pensaba mejor, era la primera vez que iba de visita a su

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casa. Levemente preocupado, analizó paso por paso lo que habían hecho juntos,incluso aquello que Matilde reveló de su pasado. Para peor, su cábala aún no secumplía, y faltaban pocas cuadras para su destino. Cerró los ojos, aspiró hondo yexhaló lentamente. Ya está. No hay problema, pan comido. Bajó del micro en lacalle señalada.

Frente a la verja blanca de la casa, tocó el timbre y consideró por uninstante el batirse en retirada, y llamarla luego, aduciendo una indisposición. Peroesperó hasta que se entreabrió la puerta y salió Matilde, candorosa y perfumada arecibirlo. Se tranquilizó al ver lo ansiosa que estaba por su llegada, y decidió actuarde la forma prevista.

La casa tenía buen aspecto, por lo menos Matilde era ordenada y conalgo de buen gusto. Midiendo cada centímetro del terreno, avanzó siguiendo aMatilde hacia el amplio comedor iluminado, repasando rápidamente las respuestasque tenía preparadas.

Tomando su lugar, recorrió con sus ojos el estante de un largo aparador,poblado de varios retratos del fallecido, junto a dos estatuitas de porcelana. Apro-vechando el punto débil, acomodó bajo la lengua una de las mentiras que teníaguardadas; una que seguramente Matilde odiaría escuchar.

Matilde le sirvió el té, y comenzó a hablar vagamente, sin un tema enconcreto, como cuando se da vueltas a un ovillo sin encontrar la punta. Roquemantenía la guardia, contestando inocentemente sus comentarios, mientras tejía unatrama oscura en su interior, una red que arrojaría sobre Matilde en cuanto ellamostrase las garras.

Para cuando Matilde comenzó a referirse a su anterior marido y a lasoledad de las noches frías Roque sonrió, agazapado detrás de su carita de ángel,sintiéndose un poco decepcionado por el poco desafío que presentaba esta mujer.

La dejó hacer un rato más, al punto que Matilde estaba por arrojarse a sus brazos, cuando le dijo muy apenado que en realidad él también era viudo, yque había amado una sola vez en la vida.

“Cuando Gabriela se fue, yo cerré para siempre las puertas de micorazón. Yo quiero ser su amigo, Matilde, su mejor amigo.”

Y Matilde se derrumbó en sus brazos, llorando apenada. Roque soportóestoicamente el lloriqueo de la viuda , mientras veía por sobre su hombro los retratosdel aparador. El también estaba apenado por la sosa victoria; había sobrestimado aMatilde, pobrecita.

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Cuando se despidió más tarde, no dejó de notar el enojo de ella cuandocerró la puerta casi sin saludarlo. Y bueno, qué le vamos a hacer. Bastante relajado,guardó el pañuelo embebido en lágrimas en el bolsillo, como si se tratara de untrofeo, y se dirigió a la parada.

Se había escapado de la trampa y con holgura. Mientras esperaba en la parada del micro, reparó en un taxi estacionado

en la vereda de enfrente, que enarbolaba el cartelito de LIBRE detrás del parabrisas.Como el pañuelo le dejara gusto a poco, decidió volver en taxi; una especie de lujoque merecía por lo deslucido de la anterior faena.

Subió, y le dijo la dirección. Mientras viajaba, pensaba en su temoranterior, en Matilde y los retratos del aparador, cuando se dio cuenta de que estabandesviándose del camino. Contrariado, iba a decirle al conductor que doblara, cuandovio por el espejo retrovisor la mirada torva con que el taxista lo observaba, con lasonrisa del que disfruta ver terror en la cara de sus víctimas.

Quiso reaccionar, pero ya era tarde. Había caído en la trampa.

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Límites

Siempre conseguía salir un poco antes del trabajo, pues le gustabamucho ver el atardecer cerca del puente. Era más bello en esta época, cuando elfrío que llegaba con la noche cubría de una tenue neblina las orillas del río.

Bajaba solo en el ascensor. Se sentía feliz de poder estar sus anchas enel pequeño cubículo, generalmente atiborrado de empleados que volvían apuradosa sus casas, a sus cocinas, a sus televisores. El solía caminar por las calles desiertasluego del trabajo, disfrutando de la tarde como única compañía. Sin destino nimotivos, se obligaba a recorrer caminos siempre nuevos, hasta que finalmenteregresaba de noche al departamento.

Escuchó el timbre y las puertas se abrieron. Salió a la calle e inició suviaje hacia el puente.

En una esquina, advirtió que la gente que venía por la vereda secruzaba en determinado punto y seguía su camino dando un largo rodeo.

“Debe ser el muro”, pensó, mientras se acercaba al lugar. Apenas aunos centímetros de llegar, apareció de pronto, cubriéndolo todo.

El muro.Alto, de cuadradas piedras muy apretadas entre sí, era unasuperficie hermética que hacía allí una curva en su trayecto. A izquierda y derecha,hacia arriba, la pared se diluía en la nada.

Siguió el camino de los demás y como siempre, unos metros después,desapareció tal y como la había encontrado. Eligió otra ruta hacia el puente, erainútil que volviera atrás. En algún punto la pared aparecería de pronto, detrás delos árboles o cerca de una calzada, vedando esa zona prohibida que cambiaba deubicación todos los días.

Ya sobre el puente, se sentó en un banco y esperó la caída del sol.Desde los reflejos dorados en el agua le llegaban imágenes del muro. El muro ...

Su existencia era algo normal. Desde niño aprendió a respetar elmisterio de esa presencia peregrina en su vida. Aprendió que los límites eran losmismos para todos y que el motivo del cambio pertenecía a Alguien Que Está PorSobre Todos los Demás.

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Mientras caía el sol, aceptaba por enésima vez ese mundoaparentemente abierto y libre, pero cercado por aquel muro, que hacía nacer en élpreguntas, frustración y temor.

Algunas hojas amarillentas caían flotando hacia los destellos del fondo.

Pasó el invierno, la primavera, el verano....La aparente seguridad que losostenía comenzó a derrumbarse ante la sólida realidad del gris infranqueable quesignificaba el muro. La rutina del trabajo no obraba el efecto sedante que antesconociera; la misma presencia de sus compañeros se le antojaba artificial yprogramada. Su irritación creció más al tratar de averiguar el origen y el porqué dela pared.

La presión llegó al límite. Fue entonces que una tarde, minutos después de comenzar a trabajar, se levantó y salió, dejando su puesto. Ni siquiera losreclamos del supervisor o el silencio del ascensor lo hicieron volver al edificio. Afuera,en la calle, buscaba algo sin saber bien qué. Cuando a unos metros se topó con lapared, finalmente comprendió.

Se sentía encerrado.Con la mole gris cerrándole el paso, descubrió al fin el origen de su

malestar interior, la causa de su permanente deambular por la ciudad. Desafiandotodos los códigos, se adelantó y tocó los grandes bloques.

El frío áspero le estremeció el cuerpo; pero siguió con su mano elperímetro que describía el muro. No había nadie en la calle. Supuso que veían loque hacía, y seguramente no querían ser cómplices de su blasfemia.

Un quiebre en la pared interrumpió sus pensamientos. Estaba frente a un monstruoso ángulo que separaba el muro en dos grandes alas, extendiéndosecontra él. El mundo que conocía ocupaba 90º a sus espaldas; decidió seguirtanteando sobre uno de los lados. De pronto, otro quiebre. Sobresaltado, reparóque estaba en medio de un gigantesco recinto de piedra, uno de cuyos lados era elmundo y cuyo techo era el cielo.

Vio un pájaro en lo alto, y atisbó por el rabillo del ojo que la paredhacía otro quiebre,

cerrándose sobre sí misma,Ahora sí estaba preso.

Gritó y llamó desesperado a alguien que lo ayudara. Corrió golpeando

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las indiferentes paredes hasta el cansancio, cayendo al fin rendido al suelo. Muchodespués levantó la mirada. En la pared frente a él había una puerta. Temiendoestar loco, se levantó, acercándose a la gran abertura. Tocó el borde. No, no era suimaginación. El pasaje a través del muro era como un túnel pequeño; tan espantosaseran las dimensiones de aquellas paredes. Más allá se veía la salida.

Del otro lado era todo igual, tal vez un poco más desierto. La ciudadera extraña. Los grandes edificios, sin puertas ni ventanas, estaban repartidossimétricamente en las calles vacías. Al volverse, descubrió que la pared no estaba.Echó a caminar. Su inflexible lógica le dictó que aquella desolación se debía a laexistencia de los edificios ciegos; pero luego el paisaje cambió, y más allá encontrópueblos, bosques, pájaros, ríos y gente. Todos un poco diferentes, pero vivos, realescomo él.

Meses después , disfrutaba de su inesperada libertad, mirando por laventana de su casa. Luego de cenar, limpió la vajilla, ordenó un poco las cosas, y seacostó. No pudo dormir, deshaciendo la cama y sumergido en una profundapesadilla. Se despertó agitado y quedó mirando la oscuridad, sentado en la cama unlargo rato. Movido quién sabe porqué, se dirigió afuera, a las estrellas y la noche.

Sólo que la luna estaba oculta por una pared de ladrillos y cemento,simétrica, infinita, interpuesta entre él y el Otro Lado.

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In the city

1º PISO

Querida Luisa:No sabés lo mucho que te extraño. Llegué ayer a Retiro, y no sabés ,

no sabés qué grande que es Buenos Aires!!. La estación estaba llena de gente, imaginatela Fiesta de la Poda, pero como tres veces más grande. Mucha, mucha gente. Decí quevenía temprano, porque parece que más tarde se llena más todavía.

La cosa es que me presenté en el trabajo, me tomaron los datos, y atrabajar!! Los muchachos son buenos, y el trabajo no es difícil. Lo que mata es el viajede regreso al departamento. Son como cincuenta minutos, y tengo que tomar dosmicros. No sabés cómo extraño la quinta, a Rosendo, a papá y a vos... Pensar que elRosendo cruzaba el campo en un ratito, y sin galopar!! Acá no es igual, la gente o escallada o grita, y los del edificio apenas te saludan...

2º PISO

Marta no aguanta más. En el baño trastea con el secador y el balde,está harta de sus hijos y de José; él no se queda a limpiar la cocina o a planchar lascamisas ¡El baño es un asco!! Y ya no tiene ni tiempo de ir a la peluquería ...¡ Sitenía una cara...!! “Hace cuanto que no me llevás al cine, eh?”

Recuerda, recuerda que recién casada (hace tanto ya), fueron a festejara la Recoleta.¡ Qué fiesta aquella....!! Pero eso está lejos, y se acerca la hora decomer. ¿Hora de comer? Comen lo que les da la gana, y cada uno diferente!!Después me paso la tarde lavando los platos, por turnos. “Harta! Estoy harta!!!..¿Hasta cuándo!?. !Un día de éstos me mando a mudar y van a ver...!. ! Pero si secreen que yo ... !!!

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3º PISO

- ¿... y voy con Betty??. Mirá que esta vez va en serio, ya estoy cansado que esa forra me rebote!. Bueno, después vemos si rindo o no, ahora noqueda tiempo. Traéte dos cocas que yo bajo a comprar las pizas. ¿María?. No, ellano, creo que está saliendo con Sebastián Jaure. Sííí, es un idiotita de aquellos, sabés?.No conoce a Cindy Lauper... Sí, un garca total, estoy seguro que en su vida pusoun pie en un pub. ¿Qué?. Sí, traé diet, yo tengo vasos y ...

4º PISO

... la actualidad. Y ahora tenemos conexión con CLICK las nuevas, yen su mesa!!!.COMPRELAS EN TODAS LAS SUCURSALES DE CLICKgobierno conoce de estas actuaciones dentro del ámbito de la Cámara Legislativa,pero el Ministro de Educación ya dio su CLICK... no me dejes!!! ¡Sabes que tequiero.... ! María Concepción no podrá hacerte feliz con todo el dinero que ellatiene, y tú lo sabes bien Jorge Mauro!! ¿Porqué lo haces? ¿Porqué me hieres de estaCLICK en un bol, mezcle las dos partes iguales y luego bata a punto CLICKCLICK CLICK CLICK CLICK CLICK CLICK CLICK CLICK CLICK CLICKCLICK CLICK CLICK

5º PISO

...¡Tres horas cerrando esas malditas cuentas!! ¡Ese hijo de puta deMartinelli había metido las manos!! Los seguros de las otras compañías no sumabanni de lejos treinta mil dólares, no habían vales o pagarés que salvaran los doce milque faltaban ¡¡Martinelli!! Sabía que quería serrucharle el piso, pero ... no ahora,ahora que estaba endeudado con las cuotas del Peugeot y ..

Se calmó. De la habitación contigua llegaba la respiración de los chicosdurmiendo. Si tardaba mucho, Clara se iba a despertar, y se preocuparía, y entoncespreguntaría y ... ¡Las cuentas, las cuentas !!

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AZOTEA

Ya no había nada que hacer. Lo habían echado de la productora; anadie le importaba el rag o el blues, era un viejo de mierda, borracho. Nadie loquería, vivía solo. Miró a la calle, la única salida que quedaba. Si saltaba, quizá losdemás no se reirían más de él, ni de su música. Pero estaba muy mareado, habíatomado demasiadas cervezas.

Se aferró a la barandilla y miró hacia abajo. Todo le daba vueltas,la noche, el piso, la gente,... se sentía mal. Iba a...

5º PISO4º PISO3º PISO2º PISO1º PISO

PLANTA BAJA

- ¡¡¡Ajjj!!!! ¿ Otra vez !!?El encargado miró el espantoso vómito en medio de la vereda y se volvió

a buscar la escoba y la manguera. “Nunca se tira” pensaba, limpiando el suelo.Miró la calle atestada de autos, los viejos edificios de enfrente, la

misma gente de siempre y la otra.“Maldita ciudad”, murmuró entonces por enésima vez.

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El Martillo

Siempre pongo el despertador a las siete y media, para despertarmecomo a las ocho. Mañana debo hacer unos trámites en el centro, pagar facturas, iral banco, etc.

Afuera hace calor, estamos en noviembre, la ventana abierta a pleno, yaún así hay un calor de locos. Me quito las medias, y las tiro detrás de las zapatillas,sea donde sea que cayeron.

Ya no me importa nada, no me importa el calor, ni las zapatillasperdidas. No me importa si es tarde, ni siquiera el mosquito que espera en el techopacientemente a que yo apague la luz. ¡Hijo de puta! No me importa. Me voy adormir.

CLICK

Estoy viendo televisión en el comedor de la casa donde vivía antes, tirado alo largo en el sillón, y suena el timbre. Voy a atender, y cuando abro la puerta veo unhombre barbudo que me apunta con una ametralladora. Lleva colgada una bolsa llenade cosas redondas, como melones. Yo retrocedo asustado, y el aprovecha para empujarmedentro y cerrar la puerta. Me dice que vayamos al fondo y me arrastra detrás de él, porel pasillo largo que atraviesa la casa, y llegamos al jardín del fondo. Entonces él medeja a un costado, amenazándome con matarme, y va a la churrasquera a buscarmaderas. Las pone en medio del patio y vacía la bolsa sobre la leña. No eran melones,eran cabezas humanas. Entonces las prende fuego, y viene para mi lado, cuando de lafogata salen voces. Las cabezas salen volando del fuego y vienen a morder al terrorista,que se incendia y empieza a gritar como loco.

Yo no doy más de miedo, y salgo corriendo por el pasillo, hacia la calle.Cuando llego a la puerta, todo afuera está blanco, y sigo corriendo espantado. Perocomo veo que corro sobre algo blanco, me doy vuelta, y no está la casa, sino un paisaje sinnada, con todo blanco, blanco arriba y abajo, y a los cuatro costados; como que corroen el aire. Allá adelante, veo un punto negro, y voy hacia allí, corriendo durante días,sin cansarme.

El punto crece, crece y se levanta, es una torre. A su alrededor se levantan

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más puntos, una ciudad, al acercarme veo que hay gente. No, no es gente, son pingüinos de smoking, casi de mi tamaño. No dicen nada, van por ahí, y yo sigodistraídamente hacia la torre. Más cerca veo que su cima termina en una especie degancho con la punta mirando hacia el suelo.

Cuando encuentro la entrada al edificio, me doy cuenta que los pingüinosme siguen, cada vez más rápido. Yo me asusto, y comienzo a subir por la escalera encaracol, y veo que abajo se llena de pingüinos subiendo tras de mí. Yo subo, subo ysubo, como cincuenta pisos, cada vez más rápido, y de golpe el último tramo de laescalera comienza a bajar siguiendo el gancho que había visto desde abajo. Yo vengotan rápido que bajo sin alcanzar a frenar, y al final de la escalera me resbalo, cayendohacia una boca rectangular abierta a cincuenta pisos del suelo. Alcanzo a agarrarme demilagro con las manos del borde, y me quedo colgado allí. Miro abajo, y veo que haymuchísimos pingüinos rodeando el edificio, y cuando miro hacia arriba, veo que por laescalera vienen bajando más. Entonces me suelto, y voy cayendo lentamente, el airesilba alrededor mío...

...y me despierto con el silbido de la estática del televisor. Me quedédormido viendo algo en la tele. Voy a apagarlo, y escucho el timbre de la puerta. Tragosaliva y me levanto, se me detiene el corazón. Pongo la mano en el picaporte y loempiezo a bajar...

CLICK

... y me despierto angustiado. Creo que escuché un ruido afuera.Manoteo el reloj sobre el estante, y veo que recién son las dos y diez. Los ojos mepesan toneladas, y los nervios del cuello todavía están tensionados.

Me levanto descalzo, y veo por la ventana hacia afuera. Por supuesto, elresto del mundo sigue durmiendo, y afuera no hay ningún ruido.

Vuelvo a la pieza, y me derrumbo sobre la cama. Me rasco la panzadebajo de las sábanas, y en el techo veo que mi compañero de cuarto sigue planeando cautelosamente su ataque. Yo lo maldigo para mis adentros, y dudo unrato entre buscar un diario o usar el insecticida en aerosol. Al fin concluyo que conel diario mancharía el techo, y con el aerosol dejaría el ambiente irrespirable. A todo ello le sumo que estoy demasiado cansado para cualquiera delas dos cosas, y acomodo la almohada mientras apago el velador.

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CLICK

Estaba parado en los acantilados hacía un rato, frente al mar, escapándole alos bichos que rodeaban la isla. No sabía concretamente cómo, pero me parecía queestaba en una isla. Venía huyendo hacía rato de arañas, iguanas, lagartos y serpientes.Apenas ponía el pie para bajar, aparecía uno y me mordía. Sentía el dolor, me quejaba ylo aplastaba con el pie o lo pateaba hacia el mar, y veía cómo caían por el despeñadero yreventaban en las rocas de allá abajo.

Venía bajando hacia una casa en medio de las piedras, de la que sólo veía eltecho. Acechado por todos lados, creí que allí arriba no me molestarían, pero apenas pusela mano en una teja, me picó un gran escarabajo verde y negro.

Maldiciendo mi suerte, fui subiendo hasta la cima del techo, evitando losbichos. Allá arriba me encontré con un chico sentado en el vértice de la pendiente, queme miraba divertido, la cara blanca y con naríz de payaso. Le pregunté quién era, y elchico me dijo que formaba parte de los malabaristas del techo, que vivían allí arriba,haciendo equilibrio para no caer en la casa, porque allí abajo había algo muy peligrosopara ellos.

Entonces quise sentarme al lado del chico. Pisé mal y me caí del techo,dentro de la casa.

Caí junto con un paño de techo completo sobre lo que parecía un perrogigante. Entonces comencé a escapar de él, y le tiré con cosas que iba encontrando, conplanchas, con zapatos, con libros; pero el perro se acercaba cada vez más, hasta que meatrapó la mano con los dientes y pude verlo de frente, entonces me dí cuenta que no eraun perro.

Era un toro de corderoy rojo, que me miraba a través de los botones cosidosen su cara diabólica. Los dientes me agarraban la mano, pero yo tenía una navaja enla otra. Se la apoyé en el cuello y le dije: “ Yo que pierdo la mano, y vos que morísdegollado.”

El toro se rió apenas desde su sonrisa cosida y seguía apretándome la manoentre los dientes.

Y desperté.

Estaba de viaje por España, en un hotel. Bajé al hall, y salí, paré un taxi.

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Me subí y salimos, y le pedí que por favor no subiera a nadie, pero luego de unas cuadras,se apea un hombre, que permití viajar por considerarlo de aspecto confiable. Apenassalimos el hombre le dice al taxista que no suba más pasajeros en el camino.

De un bolsillo sacó una revista de palabras cruzadas y se dispuso ahacerlas, con una sonrisa a flor de labios.

Yo seguí callado, dudando entre vigilarlo o evitar que el toro rojo subieraal taxi. Al rato quería mear, y no sabía que hacer.

CLICK

Voy al baño apurado y orino un poco. Me quedo unos segundosmirando hacia abajo, hasta que atino a apretar el botón, estoy muy dormido. Memiro en el espejo del baño y debajo de los ojos entrecerrados encuentro dos bolsasoscuras. ¡Qué sueño...! Aaaahhmmm!!!

Apagué la luz del baño y regreso a la pieza. Me meto rápido en la camalisto para dormirme, cuando miro el techo y veo que el mosquito no estaba... ¡Qué loreparió! ¿Dónde se había metido?

Me arrepiento de no haberlo matado. Entre el sueño y losruidos, mañana me iba a levantar hecho bolsa. Pero no iba a dejar que mevenciera. Con la sábana me cubro completamente, dejando afuera nada más que laboca y la nariz, y apago la luz. Ya pasan de las cinco.

CLICK

(Pero no duermo. Cierro los puños y dejo los ojos abiertos, porqueescucho el zumbido del mosquito acercándose despacio. Lentamente, muy lentamente,busco en el estante el martillo que puse allí la otra noche).

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El Concurso:

Son más de las 12, y no consigo pegar el ojo. Miro al techo y escucho latos del tío en la otra pieza, que interrumpe así sus soberbios ronquidos por culpa delos puchos que fuma incesantemente. Yo no logro acomodarme en la cama parapoder escribir; en la pieza hace frío, pero por más que la conciencia molesta, novoy a levantarme y atrapar un resfrío por causas literarias.

No puedo pegar el ojo porque algo tengo que escribir. En un par dedías vence el plazo del concurso -un concurso literario- y la idea no viene. Parte dela culpa la tengo yo, que me he dejado estar, confiado en poder echar mano a unoscuentos que dejé guardados en un cuaderno viejo; desempolvarlos un poco, y allávamos. Pero no, la obligación que significa escribir me corta el día, y en este casola noche. No que me molestan el tío o el reloj sobre mi cama, me molesta esta faltade inspiración.

Métodos:

Digamos que para incentivar las musas, me impuse el concurso clavandolas bases con una chinche en el corlok de la cocina, frente a la mesa donde cada díame tomo el té o almuerzo. Entonces lo veo allí, colgando indecentemente en lapulcritud de la pared, señalándome acusador la mesa y los papeles dondesupuestamente debía volcar yo la idea.

Aunque sólo sea un recordatorio, ese papel clavado viene a ser elequivalente de una púa en mi memoria, que aunque pródiga como es, no deja detener sus inconvenientes la pobre. Mi padre decía que yo pensaba con una solaneurona, y que no debía ocuparla en dos cosas a la vez, pues podía fundirla en elintento. Algo de razón tenía, puesto que cuando pienso en algo, el pensamiento se vaa cualquier lado, y puedo terminar como ahora, acostado mirando al techo ypensando que debería tener un grabador de los que usan los periodistas, para relatarcon los ojos cerrados lo que me viene a la mente sin perder detalle, facilitando así lacorrección. Divagando en esa dirección, llegué a la conclusión que, para ser buena,una historia debería ser lo suficientemente corta como para poder grabarla en el

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contestador telefónico, por ejemplo en un minuto. Luego de pensarlo mejor,descarté luego ese método, porque la gente me llamaría aún menos de lo queacostumbra.

Tiempo / Contexto :

Lo más penoso de todo no es saber que falte la idea, sino que hay untiempo que pasa; un tiempo que no es el tic tac tic tac tic tac tic tic tac tac tic tactic tac del reloj sobre mi cabeza, sino el zumbido de la electricidad en la lámparadel velador, o el ruido apagado de los coches que llega desde la calle. O lafrecuencia de los ronquidos del tío en la otra pieza.

El tiempo es la fecha que dictan las bases del concurso, inclinada en lapared como una espada de Damocles sobre mi neurona conflictuada, que se debateentre el recuerdo del día que pasó y la previsión del que va a venir,consuetudinariamente desordenado.

Pero mientras busco las palabras, me acuerdo de las caras de losdesocupados en la televisión, y de los jubilados que últimamente se suicidan. Ahí síque pienso en la futilidad de este intento de escribir, de crear una fantasía queseguramente resultará más pobre frente a la locura que es la realidad.

Métodos II:

Es como si llevara de la mano al lector por las piezas que pueblandesordenadamente mi cabeza . Cada párrafo puede ser una puerta cerrada con candado, o una frase dar a un precipicio lleno de gritos. Mi mente es un misteriopara mí. Por eso me parece mejor guiarlo en esa visita alucinada, en vez deenfrentarlo al verdadero habitante de esos recintos, alguien que determina lo queescribo, que llena de trampas mortales las escaleras, que suspende del techo espejoscóncavos donde el lector y yo vemos las imágenes, extrañados y llenos de preguntas.Alguien que, esta noche por ejemplo, no me deja dormir.

Quizá pueda derivar por donde vengan mis pensamientos, y

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estructurar la idea como un fin en sí misma. O sea, partir de A, e ir luego en formaparalela hasta C, B y E; para luego , indistintamente, llegar a A, y ver que elrecorrido tiene la siguiente forma:

donde el A final no es necesariamente igual al A principio, o bien dondeD, no citado hasta ahora, sea el método en sí mismo, o un pasaje misterioso, el cualno puede ser develado más que por la mediación del lector.

Una manera sencilla de lograr las uniones, sería dividir el relato enfragmentos, utilizando una línea de puntos, y luego invitar al lector a cortar lospedazos y unirlos de varias manera, para obtener el punto D.

Pero advierto que esto se ha convertido en una clase de modelismo derevista infantil, lo cual creo no conviene a esta historia.

El cuento:

Ya son más de las 12, y no logro pegar el ojo. En la pieza de la lado, eltío duerme apaciblemente acunado por su respiración pausada y por el tic tac delreloj. Afuera ya no hay más micros, ni autos, y el techo en sombras no da pistassobre lo que pueda hacer con esas cuatro grandes torres en el desierto, yo aquí en elmedio, con papel y lápiz sin saber a cuál ir; si a la torre A, a la C, la B o la E. Hayalgo que me molesta, y no adivino si es que salteé una torre, o si es el viento quesopla entre las dunas; un sonido que se parece a la respiración del tío cuandoduerme allí en mi casa, en la otra pieza.

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Me derrumbo sobre la arena completamente angustiado, sabiendo queestoy copiándome a mí mismo. Al final, viendo el papel que clavé en la pared, lomiro y odio su sonrisa torcida, porque sabe que la fecha que lleva tatuada no medejará escribir. Perdido mientras busco la torre D, inventando otros métodos ,oescuchando los ronquidos del tío mientras miro el techo, sé que jamás terminaré elcuento a tiempo para presentarlo al concurso.

Tal vez si escr

Mza, 11 /07 /96

(Dedicado a mi padre con cariño.)

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Las cucarachas

Prendió la luz y espió detrás del vano de la puerta hacia la piecitaabandonada. No era miedo, era asco lo que sentía cuando encontraba alguna de esasasquerosas cucarachas corriendo por la alfombra. Parecía que lo veían y se quedabaninmóviles, hasta que se acercaba y las perseguía con una revista arrollada o con unazapatilla. Nunca podían huir, porque siempre las reventaba; sin embargo lo lograban,de alguna forma se escapaban. Siempre encontraba alguna.

Buscó el libro en la biblioteca, y sopló el polvo del lomo. Sí, era ese.Salió hacia la terraza, apagando la luz y cerrando la puerta,pensando queseguramente saldrían nuevamente debajo de la cama o del gran ropero, y correríana sus anchas, y seguirían poniendo los pequeños huevos con una costura al costado,entre las ropas o arriba del ropero, en el polvo, debajo de la alfombra.

Algún día las atraparía. Ya había probado con todos los sistemas. Conaerosoles “que duran más”, con la casita Yale, con las trampas nuevas “que durabantres meses”... las hijas de puta seguían allí, comiendo no sabía qué; si polvo era loúnico que había en esa pieza.

Las odiaba. Las odiaba y les tenía la guerra declarada.Pero ya hacíamucho que se había mudado a la planta baja, y la piecita de la terraza acumulabatierra de días sobre la alfombra. No lograba que María, la señora que limpiaba lossábados, le diese una sacudida a la alfombra de ninguna manera. Apenas si lograbaque limpiara la casa medianamente, y aún allí abajo seguía encontrando alguno deesos bichos corriendo por el comedor y lo reventaba, dejando la mancha hasta lamañana siguiente, como una especie de advertencia hacia sus compañeras.

Les había tomado más respeto desde que se quedó solo. Mientras supadre viviera, él habitaba en la terraza, y mal que mal pasaba a veces la aspiradora. Lasmalditas sabían entonces que estaba limpiando, y se escondían en sus agujeros. Noles gustaba la luz, ni la limpieza, ni el olor a jabón; eso lo sabía bien.

Pero el tiempo pasó, y pasaron cosas, ahora estaba solo. Y si antes habíatenido vagancia para ser ordenado y pulcro, ahora todo eso se había acentuado, yano estaba su padre para reprochárselo. Así era que a veces encontraba alguna de esasbestias atrapada en la pileta de la cocina, resbalando por las paredes de aceroinoxidable, o bien corriendo debajo del sillón del comedor. Las odiaba y sentía

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mucha angustia antes de matarlas, pero un gran alivio al final cuando con larespiración agitada las tiraba en la basura, improvisando una palita con una hoja depapel.

Ya abajo en la casa, preparó la comida y miró la tele un rato, hasta quese dormía solo. Apagó el televisor, cerró la puerta y apagó todas la luces, menos la delbaño. Se cepilló los dientes y se fue a acostar. Sobre la cama estaba el libro ¡Pero! ¿Nolo había leído antes?. Lo tomó y lo hojeó rápidamente. Sí, ya lo había leído. Se sacólas zapatillas y las medias y calzó sus ojotas, estaba cansado pero iría arriba de nuevo.

Bostezando subió la escalera despacio, de a dos escalones. Cuandollegó a la terraza, vió que había una noche cerrada; eran como las dos, y todos susvecinos dormían, tan sólo las luces de la calle y algún auto que pasaba brillaban enla oscuridad. Entró a la pieza y encendió la luz. Un escalofrío le recorrió la espalda.Y otra vez el asco. Allí, sobre el piso, una cucaracha enorme le miraba, moviendonerviosamente las antenas.

Superando la aversión que sentía comenzó a quitarse lentamente una ojota para pegarle, y sonrió mientras la levantaba despacio sobre el cuerpo brillante ... y se quedó quieto. No podía moverse. Estaba viéndose a sí mismo. Ungigante, parado frente a él, en una perspectiva que le deformaba la cara y el cuerpo,como un monstruo. Y percibió el olor, el asqueroso olor de las ropas que llevaba, toda su piel exhudaba ese olor penetrante que llegaba como un cachetazo a su nariz.

La cucaracha lo miraba, en realidad eran dos o tres las que también lovigilaban. Escondidas bajo la cama, asomando por arriba del ropero, caminando enuna zona desgastada de la alfombra, dentro de una zapatilla olvidada, detrás del bidetdel bañito, atrás de un cuadro; lo tenían rodeado.

Le obligaron a bajar la mano despacio, y le hicieron desvestirse. La luzle molestaba, así que la apagó, y se tendió sobre el suelo. ¡Qué placer!. Lascucarachas se acercaron y le tocaron la piel con sus antenas. Giró sobre sí dando lacara a la alfombra, y pasó lentamente la lengua sobre ella. El gusto del polvo teníamultitud de sabores nuevos y deliciosos .

Se metió debajo de la cama, junto con sus hermanas, luego de quelanzara afuera las trampas, que despedían un olor insoportable. En la oscuridad,estaba feliz. Pero sentía hambre, el polvo que comía no le bastaba. Su últimopensamiento humano lo llenó de horror y gozo a la vez, pues recordó que mañanaera día de limpieza.

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La biblioteca escondida Pág. 9

LOS CUENTOS PERDIDOS

En la cima del mundo Pág. 15

Un laberinto cotidiano Pág. 17

Consecuencias Pág. 20

Náufragos Pág. 22

Principio y Fin Pág. 24

Sin novedad en el frente Pág. 28

HISTORIAS FATALES

Decepciones del escritor Pág. 33

Espejismo ruso Pág. 37

En la línea de fuego Pág. 40

Memorias de un ángel Pág. 42

El taxidermista Pág. 45

El último deseo Pág. 49

Te veo Pág. 51

La trampa Pág. 55

EL SENTIDO DE LA VIDA

El sentido de la vida Pág. 61

La sopa de gallina Pág. 64

El mejor de los mundos Pág. 69

Límites Pág. 79

Cuando termino de escribir Pág. 82

La caravana imposible Pág. 83

Indice

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EXPERIMENTOS

Entreacto Pág. 97

Ensayo autodestructivo Pág. 101

In the city Pág. 105

Conciertos (Fragmento) Pág. 109

El martillo Pág. 111

Simplemente, Astor Pág. 116

Bailan Pág. 119

El tercer elemento Pág. 121

Cayendo dentro del barril Pág. 123

El concurso Pág. 127

En marzo Pág. 131

ONHE TITEL

El pensador Pág. 137

El faro Pág. 141

Las cucarachas Pág. 143

Este no es El Fin Pág. 145

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Quiero agradecer a todos quienes me prestaron ayuda

y soporte espiritual para este proyecto, ya que sin ellos

este no hubiera sido posible.

Al ilustrador Germán Alvarez, quien aportó

el material gráfico para el libro, y realizó además

la imagen de tapa e ilustraciones, hechas

especialmente para el mismo.

Al Fondo de la Cultura de Mendoza, por

brindarme la oportunidad a mí y a tantos otros

de hacerle llegar a la gente la palabra, una

parte de nosotros que jamás debe morir.

A la gente que trabaja en Gráfica de la Escuela

de Diseño de la UNCuyo, porque participaron

entre bastidores de la realización técnica:

Tina, Fabio, Claudia y Roberto.

A Marita y familia, por hacerme el aguante

con su cariño incondicional.

Y por sobre todo a mis padres, los que siempre me

brindaron todo y me siguen poniendo el hombro

desde donde sea que estén.

A todos ustedes va mi agradecimiento y dedicatoria,

ojalá que este libro les agrade.

Mendoza, 5 de diciembre de 1998.

Agradecimientos

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Este libro se terminó de imprimir

en Diciembre de 1998,

con una tirada de 500 ejemplares.

Impreso y armado por :

Impresiones Fit, Rioja 2084, Mendoza.

Las ilustraciones de tapa e interior

son gentileza de Germán Alvarez,

plástico mendocino distinguido

en varios certámenes de dibujo y plástica.

La grilla tipográfica es gentileza de

Tina Portalupi, diseñadora mendocina.

Las fotografías son gentileza

de Roberto Tristán, fotógrafo.

El comentario de contratapa es gentileza

de Raúl Silanes, escritor mendocino.

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