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HISTORIA VISUAL La Campaña del Desierto según sus protagonistas MUSEO ROCA 1 L A C AMPAÑA AL D ESIERTO según sus protagonistas

La campaña del desierto

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LA CAMPAÑA AL DESIERTO según sus protagonistas

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C R É D I T O S

Directora del Museo Roca María Inés Rodríguez Aguilar

Subdirector del Museo

Jorge Carro

Proyecto e investigación iconográfica Marcela F. Garrido

Textos

Susana Rato de Sambuccetti

Cuidado de la edición Mario A. Cooke

Coordinación técnica Sofía Ehrenhaus

Administración del sitio web del Museo Juan M. Corbetta y Andrea F. Savall

Producción y diseño gráfico

MFG Editores [email protected]

Para la reproducción y uso de textos e imágenes se debe citar la fuente: Susana Rato de Sambuccetti y Marcela F. Garrido: La Campaña del Desierto según sus protagonistas. Museo Roca, Buenos Aires, 2010.

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C O N T E N I D O

6

INTRODUCCIÓN

11 EL PLAN DE LA CAMPAÑA DE 1878

El factor económico El plan de la campaña

Desarrollo de la campaña en 1878

26 LA CUESTIÓN DE LA FRONTERA

La ocupación de la frontera El reclutamiento de la tropa

El problema chileno

31 EL PASEO MILITAR HACIA EL RIO NEGRO DE 1879

El general Roca y los jefes de campaña

43

LOS INDIGENAS

48 EL APORTE RELIGIOSO Y CIENTIFICO

52 PALABRAS FINALES

Tapa y portadilla: Julio A. Roca y el Estado Mayor en Rincón Grande. Fotografía de A. Pozzo. y detalle. 1879. Archivo General de la Nación.

Hebilla con el Escudo Nacional del cinturón del uniforme del general Julio A. Roca. c. 1880. Colección particular.

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La Revista del Río Negro, 1879. Óleo de Juan Manuel Blanes. 1892. Museo Histórico Nacional.

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I N T R O D U C C I O N

Llamamos así a este trabajo porque decidimos acudir para realizarlo a la voz de quienes fueron parte de dicha campaña, los jefes y oficiales (y algún cacique) que aparte de las comunicaciones oficiales, escribían al Ministro de la Guerra, en busca quizá de su aprobación, o simplemente para relatar más extensamente los hechos o plantear la problemática de la frontera en esos momentos. Esas voces pudimos rescatarlas a través del Archivo del General Julio A. Roca, y constituyen, creemos, una fuente de primer nivel para evaluar esa acción, fundamental para la posesión argentina de su territorio austral, tan discutida y vapuleada por la historiografía. Con el fallecimiento de Adolfo Alsina, ministro de Guerra del presidente Nicolás Avellaneda en diciembre de 1877, se elevará al puesto vacante al general Roca. Aunque la política de Alsina había sido en principio la extensión del telégrafo, la construcción de zanjas y la creación de fuertes y pueblos para atraer al indígena a la civilización, frente a los grandes y destructivos malones, había ordenado acciones punitivas que Roca continuó en 1878. Fue importante contar con fuertes en puntos estratégicos como Carhué, Puan, Guaminí, Trenque Lauquen e Italó, además de telégrafos, edificios de material, la doble línea de fortines y otras mejoras.

Pluma utilizada por Avellaneda durante su presidencia. Colección particular.

Presidente Nicolás Avellaneda, Óleo anónimo. 1892.

El regreso de la cautiva Óleo de J.M. Rugendas. 1845. Colección particular.

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Pese a lo que generalmente se cree, Roca no actuó contra Alsina, sino a partir de lo hecho por él. Tampoco los jefes amigos de Alsina, no estaban contra su sucesor, los jefes y oficiales se sentían satisfechos de que un hombre salido de sus filas manejase la política de fronteras, y consideraban como Antonio Donovan que él “era el único que habría de seguir la política del pobre Alsina y todos los amigos de éste debían ayudarlo”.

El malón. Óleo de C. Lantier. 1931. Museo López Claro, Azul, Buenos Aires.

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Roca en un mensaje sobre las operaciones dirá: “El avance de la frontera efectuado por mi ilustre antecesor fue un gran paso dado no sólo en el sentido de la conquista del territorio, sino también en el de quebrar el espíritu del indio, que se creía invulnerable en sus guaridas del desierto. Las operaciones agresivas sobre los toldos, facilitadas por ese avance, las he continuado yo con igual buen éxito en todos los casos”. Estas palabras demuestran que el general Julio Argentino Roca se reconoce continuador de las campañas agresivas sobre los indios, iniciadas por Alsina. Roca con su presencia y prestigio, pudo cohesionar un ejército con diversos conflictos internos, lo que parecía darle la razón a Sarmiento que aseguraba a Roca: “Nuestro ejército contiene material para cien revoluciones”.

Trabajando en la Zanja de Alsina. Dibujo de F. Fortuny. c. 1877. Archivo General de la Nación.

Adolfo Alsina,. Ministro de Guerra de Avellaneda c.1870. Archivo de la Nación..

Libreta de apuntes de Roca. c.1877. Museo Roca

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E L P L A N D E C A M P A Ñ A D E 1 8 7 8

E l f a c t o r e c o n ó m i c o

El plan de Roca planteaba la financiación cn la venta de las tierras conquistadas, mediante la adquisición de acciones que daban derecho a la adjudicación de áreas de cuatro

leguas, a cuatrocientos pesos fuertes la legua, pagaderas por trimestres, con un tope de no más de tres áreas por persona. El plan fue convertido en ley el 3 de octubre de 1878. Disponía la ejecución de la ley de fronteras de 1877 y el

8 de octubre del año siguiente se formó el territorio nacional de la Patagonia, como paso previo a la ley del 10 de octubre de 1884 que crearía los territorios nacionales de La Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz, Tierra del Fuego, Misiones, Formosa y Chaco.

Exterior e interior de la estación telegráfica en el Fortín de la 1° división sobre la margen izquierda del Neuquén. c. 1878. Archivo de la Nación.

Coronel Julio A. Roca. c.1877. Archivo General de la Nación.

Imágenes anteriores: Comandancia de Carhué y Roca con algunos jefes del Estado Mayor. Fotografía Antonio Pozzo. 1878. Museo Roca

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E l p l a n d e c a m p a ñ a

Roca se había inspirado en diversos antecedentes, algunos

coloniales como el de Francisco Millau y Maravall o el de

Indiano y Gastelú, que el propio hijo de Indiano enviara a

Roca. También conoció el plan Cevallos y su “entrada

general en la vasta extensión adonde se retiran y tienen su

madriguera esos bárbaros”, el rivadaviano, que consideraba

que sólo el poder de la fuerza podía “imponer a estas hordas

y obligarlas a respetar nuestra propiedad y nuestros

derechos” como consigna el decreto de 27 de agosto de

1826, y el de Manuel Dorrego. Este último al establecer la

nueva frontera y llegar a Bahía Blanca, fundó el fuerte

“Protectora Argentina”, y pudo exclamar en la Legislatura

provincial: que los bárbaros con los cuales trataba de

conciliar y mantener la paz, “no cometerán impunemente

más depredaciones”. También estuvo al tanto de la

expedición de 1833, adelantada a López en carta del 17 de

agosto de 1831, al decir: “El único remedio es juntarnos

después de la guerra y acordar una expedición para acabar

con todos los indios”. De esa expedición, comandada por

Juan Manuel de Rosas pudo consultar los diarios y croquis de

Descalzi, enviados en copia a Manuel Guido y que su hijo

Carlos Guido y Spano le acercara.

India patagona de Santa Cruz y cacique Juncha Dibujos de José A. Pozo. c.1790. Colección particular.

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De sa r r o l l o d e l a c a m p a ñ a d e 1 8 7 8

Fue realizada en dos etapas, la primera, en 1878, fue la batida general del territorio y la segunda la marcha sobre un terreno libre casi de indígenas. En enero de 1878, según órdenes impartidas por Alsina antes de su muerte, se avanzó sobre Namuncurá, en acción realizada por las divisiones de Puán, Carhué y Guaminí, a las órdenes del general Nicolás Levalle. Eso produjo una completa desmoralización entre los indios, que pidieron la

paz y abandonaron sus desmedidas solicitudes. La mediación con Namuncurá va a ser llevada por Antonio Donovan, que cree y así lo escribe a Roca el

2 de julio, que se han de rendir porque hoy pasan las mayores miserias. Pero Namuncurá se enoja con él y Lorenzo Wintter seguirá las tratativas. Namuncurá escribe a Wintter, que él no había faltado a su palabra, porque no hubo malón sino

ataques de diez o quince gauchos, lo que es imposible impedir. Y considera traición la marcha de Levalle y de Donovan que prendió a los indios cuando iban a las “boleadas”, añadiendo “no importándole morir, porque se nace para morir y no para quedar para semilla”. Dice haber recibido carta de Roca tratándole de compadre, lo que significa respeto.

Cacique Manuel Namuncurá con uniforme de coronel y el sable que le regaló E. S. Zeballos. 1890. Archivo de la Nación.

Escritorio de campaña de Roca. Colección particular.

Pagina 13: La Expedición al Desierto de 1833. De izquierda a derecha el general Pacheco, Rosas y Corvalán. Litografía anónima. Francia. 1843.

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Animado por ello sin duda, en carta a Wintter solicita le envíen ropa de vestir, y arrobas de azúcar, yerba, arroz, fariña, tabaco negro y dos damajuanas de bebidas y remedios para curar enfermedades: “dos frascos de pronto alivio y una docena de Palianoi”. Roca por telégrafo insiste en que la base de las negociaciones era que Namuncurá fuera con todos sus indios a vivir a un punto de la frontera, ya sea Carhué, Puan o el que él designase, donde se le darán tierras para él y su tribu, reconociéndole a él un grado militar y su sueldo, así como para sus principales capitanejos, además de elementos para sembrar y subsistencia para las familias; pero pocos regalos “hasta que comiencen a dar pruebas evidentes de amistad y sometimiento a las autoridades de la República”.

Coronel Lorenzo Wintter. C.1880. Archivo General de la Nación.

Ranchos de familias en el cuartel del Regimiento 3 de caballería, en Ñorquin. Fotografía de Encina y Moreno. 1883. Museo Roca.

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Existe en el Archivo Roca una última carta de Namuncurá al ministro de la guerra desde Trunsqué de Salinas Grandes del 19 de agosto, en la que dice ser amigo suyo como lo fue de Alsina, y si entró en guerra con éste fue, porque, a pesar de que se había fijado la frontera entre el Sauce y el Tordillo, se le tomaron campos en Carhué, Guaminí, Trenque Lauquén y Puán, por los que había solicitado una suma a discreción del gobierno. Trata a Roca de estimado compadre pero le solicita “un racionamiento de cuatro mil animales trimestral y una cantidad de las cosas de vestir y vicios que se estime conveniente para todos los Caciques y familias de mi tribu”. Prometen que vendrá una comisión a Fuerte Argentino para firmar un tratado, cuyas huellas se nos pierden en adelante.

Manuel Namuncurá y su familia luego de su entrega voluntaria. 1884. Archivo General de la Nación.

Manuel Namuncurá y sus hijos. A su derecha se encuentra Ceferino. c.1900. Archivo de la Nación.

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El gran cacique Namuncurá no se daba cuenta que sus días

de gloria ya habían pasado. Poco después se iniciaría la

batida general del territorio, el comandante Teodoro García

partió de Puan y llamó la atención de la indiada, ocultando la

salida de los comandantes Ramón Freyre y Wintter que, con

partidas divididas, consiguieron tomar capitanejos, indios de

lanza y numerosa hacienda y caballada.

Los toldos se trasladan y se hallan los restos de comestibles

y bastimentos que según los cautivos se habían adquirido

con pasaporte del ranquel Epumer, en un fuerte llamado Las

Pulgas (sur de Córdoba o San Luis).

Vista general del cuartel de Puán. Fotografía de Antonio Pozzo. 1879. Museo Roca.

Coraceros en el cuartel de Puán. Fotografía de Antonio Pozzo. 1879. Museo Roca.

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En Cuyo están Eduardo Racedo y Rudecindo Roca quienes reclamaban a Epumer la devolución de quinientos animales sacados de la estancia de Olmos. Los indios están enterados de los nuevos planes sobre la frontera porque éstos se discutían hasta en los boliches de Villa Mercedes y Río Cuarto. Los jefes militares citados planean caer sobre los ranqueles que venían a recibir las raciones; Se tomarían estos indios hasta que entregaran los animales robados de la estancia de Olmos. Rudecindo propuso esa acción a su hermano el 3 de octubre y le dijo que si no conseguían el triunfo, podía destituirlo por haber incumplido órdenes y “otro jefe de mejor estrella podrá realizar lo que ahora nos proponemos”. Estas expediciones fueron las más llamativas, se capturaron numerosos capitanejos e indiada de lanza, se rescataron cautivas, y finalmente se pudo lograr la captura de Epumer con 300 indios de lanza, según cuenta Racedo a Roca.

Pagina 19: Plaza y comandancia de Puán. De izquierda a derecha: cacique M. Pichihuincá, los padres M. Espinosa y S. Costamagna, coronel T. García, general J.A. Roca, y los coroneles M.J. Olascoaga, C.E. Villegas, L. Wintter, E. Pico y t. coronel D. Ceni. 29 de abril de 1879. Fotografía de A. Pozzo. Archivo General de la Nación.

Cacique Villamain. Fotografía de Encina y Moreno. 1883. Museo Roca.

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Pero Baigorrita y su tribu han huido y Racedo cree que sería necesario perseguirlos hasta sus mismas guaridas; en carta del 17 de octubre, es muy categórico en sus opiniones: “Así tendrían que huir o rendirse. No les quedará oro camino y cualquiera de los dos /sic:que/ tomen, importará un triunfo, porque quedarán las pampas desembarazadas de ese ser devastador de nuestra campaña y Ud. entonces habrá cumplido con la primera parte de su vasto plan de fronteras, quedando tan sólo la marcha triunfal hasta las costas del Río Negro”. Wintter por su parte recorre el río Colorado, internándose en regiones no exploradas desde hace cuarenta años. Con esta recorrida en noviembre, cree que las tribus de Catriel emprenderán su retirada hacia el oeste.

Caciques Juan José y Marcelino Catriel. Museo Histórico Nacional.

Cacique Cipriano Catriel, 1874.. Archivo General de la Nación.

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Cacique Pincén de pie, sentado y con su familia. Fotografías A. Pozzo. c. 1880. Archivo de la Nación

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Las operaciones concluirán con el regreso de Conrado Villegas a Trenque Lauquen, trayendo prisionero al cacique más temido de las pampas, el cacique Pincén. Para completar estas acciones Roca planeó un nuevo movimiento de pinzas sobre Namuncurá, que, luego de sufrir grandes pérdidas, huirá hacia el río Negro y los contrafuertes cordilleranos. Levalle cree que Namuncurá “no volverá a los campos que ha abandonado, porque se ha marchado casi sin elementos de movilidad y si intentara regresar es muy posible que fuera muerto por los indios que no han querido seguirles, a los que ha robado sus haciendas y caballos”. Avellaneda en su mensaje a las Cámaras detalla los resultados de las expediciones: cuatro caciques presos Epumer Rosas, Pincén, Catriel, Cayul; mil doscientos cincuenta muertos, novecientos setenta y seis indios de pelea presos, dos mil cuatrocientos veintiuno de chusma. Entre los presentados: mil ciento cuarenta y nueve de pelea, dos mil doscientos nueve de chusma y trescientas cautivas rescatadas.

La vuelta del malón. Óleo de Ángel Della Valle. 1892. Museo Nacional de Bella Artes.

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Alojamiento del coronel N. Levalle en Carhué. Fotografía de Antonio Pozzo. 1879. Museo Roca.

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L A C U E S T IÓ N D E L A F RO N T E RA L a o c u p a c i ó n d e l a F r o n t e r a

Roca era enemigo del sistema de proveeduría, por deficiente y oneroso. Jefes y oficiales se quejaban de los proveedores. Villegas acota que la carne entregada no se podía comer y el hambre de la tropa ha sido motivo de deserción. Sobre Roca inciden las apetencias de quienes quieren hacer buenos negocios, sobre todo en la provisión de caballada, en la que le va éxito de la operación, y expresa que deberá “ser muy prolijo y exigente con su compra y no se prestará a grandes ganancias”.

Pelea entre indios y guardias nacionales. Óleo de Agustín Augero. 1865. Museo Histórico Nacional.

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E l r e c l u t a m i e n t o d e l a t r o p a

Alsina había dispuesto el licenciamiento de la Guardia Nacional y que el servicio de la frontera se realizara con el ejército de línea, y los indios auxiliares sometidos. La ley del 21 de septiembre de 1872, disponía la integración del ejército con el sistema del voluntariado, por contrato, los destinados por sus desórdenes de conducta y los contingentes de las provincias, proporcionalmente al censo y a las plazas a llenar, para lo cual se dispuso un enrolamiento de ciudadanos de 18 a 45 años de edad. En 1878 se había dispuesto aumentar los contingentes llegándose a la cifra de 214.000 hombres.ii Los ciudadanos eran puestos a disposición del ministro de Guerra y quedaban enrolados por dos años.

Invasión de los indios. Dibujo anónimo Archivo General de la Nación.

Guardia Nacional en la Plaza de la Victoria. Acuarela de J.L. Pallière. Museo de Arte de Tigre.

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Pero el reclutamiento se hacía difícil, como informa el Inspector de Milicias de Córdoba, quien alertaba a Roca, sobre las dificultades del enrolamiento, con el siguiente ejemplo: de trescientos enganchados por ley podrá enviar tres, ante las maniobras empleadas, como por ejemplo, protestar ante el Juez de Paz por inconstitucionalidad de la medida o afirmar por testigos que estaba fuera del país en el momento del enrolamiento, o hacerse declarar inútil para la milicia. Terminaba diciendo que por esos tres soldados destinados, él tendrá que sostener doscientos noventa y siete pleitos por daños y perjuicios, e igual número de enemigos personales, que se burlarán de la autoridad provincial. Lo mismo sucedía en otras provincias, pero en algunas, como Mendoza, según Rufino Ortega, por una modesta paga podían encontrarse voluntarios, que a veces se enganchaban sólo por la ropa, marchando aún con sus propios caballos.

Policía de un Juzgado de Paz en 1860. Dibujo anónimo. La alameda de la ciudad de Mendoza plantada por San Martín. Albúmina de Christiano Junior. 1880. Colección particular.

Coronel Rufino O. Molina. Fotografía anónima. Archivol de la Nación.

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E l p r o b l e m a c h i l e n o

Muchos corresponsales de Roca en la zona de Cuyo, advierten sobre autoridades, pobladores e indígenas chilenos. Desde Mendoza, Rufino Ortega alerta sobre la existencia de una población chilena aquende los Andes, de ochenta y nueve soldados denominados Pacos y otros trescientos chilenos más, armados. Esa población, dice: se “llama Malbarco y queda a medio día de camino de donde pasé” y tiene un sub-delegado a las órdenes del general Bulnes de Chile. También Eufemio Godoy alerta sobre estos chilenos y el robo de ganado, con lo que se establecen enormes crianzas, que en la época propicia pasaban al lado occidental, custodiados por unos cuatrocientos soldados. En esos años se había planteado una situación favorable al avance hacia el sur, por cuanto Chile se había embarcado en la Guerra del Pacífico. Quizá tarde se dieron cuenta del problema y el propio Godoy advierte: que ellos “saben también que esta empresa de ocupación es para ellos un golpe de muerte y la tratarán de abortar por todos los medios”.

Oficina de Peña Chica. Iquique, Chile. Fotografía de L. Bourdat y cía. 1889.

Coronel E. Godoy. Detalle. Archivo General de la Nación.

Plaza de Armas de Santiago de Chile. Óleo de E. Charton de Treville. 1850. Museo de Bellas Artes de Chile.

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A pesar que el cacique Purrán, señor de Malbarco clamara

por más ayuda chilena, el grueso de las topas, estaba en

guerra con la confederación Peruano-Boliviana.

Muchas veces se ha destacado el hecho de que en Chile se

considerara a los indígenas en forma muy diversa a la nuestra,

pero convengamos que ellos contribuían a la riqueza de ese

país y no la diezmaban como sucedía entre nosotros.

Por eso Roca había manifestado en su famoso reportaje de

El Currier de la Plata que Chile, aún triunfador, saldría

extenuado de la lucha y tardaría tres años en recuperarse,

años en que Argentina doblaría su producción y acrecentaría

sus habitantes.

A través de las Pampas. Óleo Alfredo París. Museo Histórico Nacional.

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EL PASEO MILITAR HACIA EL RIO NEGRO DE 1879

El general Roca y l os jefes de campaña

El 16 de abril de 1879, Roca parte de Buenos Aires en ferrocarril hasta Azul, para marchar desde ahí al campamento de Carhué y ponerse al frente de la primera división cuyo jefe era el coronel Conrado Villegas acompañado de los tenientes coroneles Lorenzo Wintter y Teodoro García. Marchaban hacia el Río Colorado y luego el Negro hacia Choele Choel. Desde Carhué, parte también la segunda división al mando del coronel Nicolás Levalle, con los tenientes coroneles Clodomiro Villar y Máximo Bedoya, y un escuadrón de indios del cacique Tripaylao. Estos últimos debían marchar hacia el paraje denominado Turu-Lauquén, actual General Acha -La Pampa-, y extender su exploración hasta la sierra de Lihuel Calel y el río Chadi-Leuvú –Salado-, y tratar de buscar el enlace con las divisiones tercera y quinta.

Los coroneles Julio A. Roca, Conrado Villegas y Nicolás Levalle. Archivo de la Nación.

Choele-Choel. Fotografía de A. Pozzo. 1879. Museo Roca

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La tercera división, al mando del coronel Eduardo Racedo con el teniente coronel Rudecindo Roca, debía marchar con fuerzas de Sarmiento y Villa Mercedes, y dirigirse a Poitagüe, de donde se desprenderían patrullas hacia el Chadi-Leuvú. La cuarta división al mando del teniente coronel Napoleón Uriburu, con los tenientes coroneles Rufino Ortega y Luis Tejedor, sale del Fuerte General San Martín en Mendoza y su misión era limpiar la zona entre los ríos Barrancas y Neuquén, establecerse en la margen norte de éste último río y buscar un lugar apropiado para fundar una población en una zona inmediata a la cordillera de los Andes y la confluencia del Neuquén con el Limay. Finalmente la quinta división, organizada en Carhué con una columna, bajo las órdenes del coronel Hilario Lagos, debe marchar desde Trenque Lauquén por el camino de Llanquilcó, que conducía a Toay, en una columna que tomara enlace con las divisiones segunda y tercera en Poitagüe o Levucó, mientras otra columna avanzaba desde Guaminí hasta Ñaincó para unirse a la anterior.

Coroneles Eduardo Racedo, Napoleón Uriburu e Hilario Lagos. Archivo General de la Nación.

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Grupo de oficiales en la Campaña del Desierto. Julio Ruiz Moreno, Lucio V. Mansilla (con capa), Conrado Villegas, Miguel E. Molino y otros. Archivo General de la Nación

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Los diarios de estas expediciones, transcriptos por Olascoaga en su Estudio topográfico de la Pampa y del Río Negro muestran la efectividad de la marcha sincronizada de tropas, lo que le haría decir al Ministro en su memoria al Congreso: “No ha quedado un solo lugar en el desierto donde pueda crearse una nueva acechanza contra la seguridad de los pueblos”. Luego de leer en el campamento de Choele-Choel una felicitación del presidente Avellaneda al ejército, el 24 de junio, decide emprender el regreso a Patagones, donde se embarcará hacia Buenos Aires. Dejará al mando al coronel Villegas, de prestigio casi mítico entre las tropas, al que le confiaría la importantísima campaña de los Andes. Según los testimonios de nuestra fuente, el Archivo Roca, en el campamento de Choele-Choel, la falta de aprovisionamiento provocaba penurias, que la estación invernal agudizaba y todo se complicaba con las grandes inundaciones del Río Negro. Allí se produjeron los sucesos más angustiosos de ese año, lo que la prensa argentina pintó como verdaderos desastres, desatando una campaña de descrédito para la expedición. Para dar una imagen real de lo sucedido nos valdremos de las cartas de sus protagonistas, tanto de Villegas como de Wintter o Cerri.

Coroneles Rudecindo Roca y Manuel Olascoaga. Archivo General de la Nación.

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Campaña del Desierto. 1879-1833. Ocupación de La Pampa. Línea Río Negro- Neuquén. Dibujo de E. Marenco. 1883. Círculo Militar

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Wintter nos cuenta que el 9 de julio, luego de poner la piedra fundamental del pueblo Avellaneda, y cuando se disponían a emplazar de inmediato chacras y quintas, el río comenzó a crecer a ritmo rápido, temiendo que lo inundase todo. En esos momentos decide abandonar el campamento, pero quedó en situación comprometida por el desborde de un arroyo, pero finalmente pudo pasar y salvarlo todo. En carta a Roca, del 24 de agosto cuenta Villegas que sólo se veía agua y la retirada estaba cortada por el desborde de arroyos y el terreno estaba tan pantanoso que los caballos se enterraban; el concluye dramáticamente “Estábamos como el halcón en la trampa”. La situación era muy delicada, por suerte habían llegado dos días antes víveres y vicios de la proveeduría, pero se temía faltase la carne y por ello dio orden de marchar al día siguiente llevando las armas, poncho o capote, pues a caballo no se podía, sino a nado Para él la disyuntiva era extrema y la suerte de toda la guarnición, dependía del acierto de las órdenes impartidas.

Indio de lanza, caballería Pampa; Centinela, 6 de Infantería de Línea y Oficial, caballería de Línea. Dibujos de E. Marenco. 1879. Círculo Militar

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El relato se hace patético:

“Le aseguro, mi general, que en la noche del 29 no pegué

mis ojos. Veía los inconvenientes de una marcha por tres

leguas o cuatro de agua y otros tantos arroyos a nado, y con

un día sumamente frío, pues teníamos 3 grados bajo cero El

agua asimismo lo estaba. Después tanta mujer y criaturas.

Como V. comprenderá, pasó una noche borrascosa, pues

una medida imprudente comprometía la vida de muchos

seres. A la mañana del 30 me levanté decidido y mi última

determinación fue no moverme. Hice juntar todos los bultos

y sacando mis cuentas, los alimentos, es decir la carne, me

alcanzaba para diez días

Víveres tenía para muchos.

Esta medida nos salvó, pues

si nos movemos la mitad del

ejército perece ahogado o de

frío. Hice hacer trinchera y

ésta contuvo el agua. Mis

cálculos eran que el río debía

pronto bajar, pues ya había

subido demasiado y creía que

el destino de nuestro Ejército

no era perecer tan

inútilmente”. Coronel Julio A. Roca. Óleo Gregorio Kogan. Museo Roca.

Conrado Villegas. Detalle. Archivo General de la Nación.

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Banda lisa del 6 de Infantería de Línea. Dibujo de E. Marenco. 1879. Círculo Militar

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Hasta el día 7 de agosto no pudo moverse, estaba pantanoso y dio la orden de salir a pie el día 9 llevando armamento, ropas y todo abrigo. Llama mucho la atención la actitud de un jefe bravo como Villegas, el mostrarse tan entusiasmado por la actitud de la tropa, a la que un año atrás comentaba que se le debía treinta y tantos meses de sueldo: “Todo había concluido, y estos bravos en la noche del 9 todo lo habían ya olvidado. Alegres como siempre en el fogón y en el que se les oye todos sus dichos, los prodigaron más esa noche, pues tenían buena leña, carne y yerba”. De los difíciles momentos vividos da cuenta el saldo de pérdidas: novecientos ochenta y siete caballos, cuatrocientas treinta y cinco mulas y cincuenta bueyes.

Vivaqueando. Dibujo de E. Marenco. 1879. Círculo Militar

Paso Alsina. Dibujo a pluma de M. Olascoaga. 1879. Museo Histórico Nacional.

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También Daniel Cerri, el 28 de agosto, y desde Choele-Choel, habla de que todos los arroyos habían quedado convertidos en torrentes, imposibles de vadear con botes, habla de los dos metros de agua en todo el cuartel y de la reunión de todas las tropas en el campamento de una cuadra de ancho por cinco de largo, “que se mantenía seca mediante un borde de paja, estacas y juncos”. Destaca la idoneidad y sangre fría de los jefes y el espíritu de sacrificio del soldado. Resaltaba que la medida de permanecer firmes les había salvado la vida. Mientras tanto Wintter que había logrado salir antes con su división, pudo salvar todo el 3 de agosto, menos la vida de dos soldados que se ahogaron al salir. El 22 de agosto llega a un punto en el que decide delinear un nuevo pueblo que llamará “General Roca”.

Patrulla de reconocimiento del Río Negro. Dibujo de E. Marenco. 1879. Círculo Militar

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Cacique Pincén. 1884. Tarjeta postal basada en la fotografía de Antonio Pozzo. Archivo Diario La Razón.

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L O S IN DÍG E N A S

Los indios ante el avance de la magna expedición, terminan por abandonar el antiguo territorio de su dominio y dejan libre el terreno como lo consigna el mayor Pablo Belisle enviado desde el río Lihuel Calel al Colorado: “En toda la zona que nosotros hemos corrido, no se encuentra un solo indio, cuatro y nueve de chusma, únicos que se han tomado, muriendo de necesidad”. Lo mismo dirá Racedo, que en Pitagüé había tomado prisioneros que le decían que la tribu de Baigorrita se había marchado a Chile por el camino de Menco, y así expresa de continuo que los indios “han desaparecido como por encanto”. Es el mes de septiembre y Racedo cree que: “Los que no se tomen los matará la viruela o el hambre, de los que han perecido así está el desierto cubierto de cadáveres, me lo aseguran los que han hecho correrías”. Añadirá más adelante: “Esta pobre gente parece que está destinada por su naturaleza a ser extinguida por esta cruel peste”. Destacaba que los soldados también se enfermaban pero se salvaban, pues los médicos, vacunaban y revacunaban sin cesar. Napoleón Uriburu, aunque es de opinión de acabar con los indios, debe seguir las órdenes de Roca que les da garantías para que se presenten a parlamentar en Choele-Choel.

Cacique tehuelche Casimiro Biguá, c. 1864. Albúmina anónima, atribuido a Esteban Gonnet.

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Indios patagones, ca. 1866. Colección John Walter Maguire. Sentado en el medio el cacique Huenchuquir

Indios de la Patagonia, ca. 1866. Albúmina sobre cartón de Esteban Gonnet. Colección Miriam and Ira D. Wallach, The New York Public Library.

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El mayor problema del Ministro de la Guerra era qué hacer con el indígena. Los ensayos que Roca hiciera en la frontera de Córdoba y San Luis lo habían convencido de la oportunidad de la colonización por el indígena, para transformarlo en propietario y agricultor. Esperaba que “una gradual aunque lenta transformación se opere en el carácter y en los instintos mismos del indio, que, al cabo de cierto tiempo, ponga a sus descendientes en condiciones de adoptar sin restricciones las prédicas de la vida civilizada”. Es por eso que envía a los ingenieros Ebelot, Wisocky y Host para recorrer la zona para reconocer lugares aptos para instalar colonias agrícolas de europeos, indígenas y militares, y a designar como colonia indígena el fortín Conesa., con los restos de la tribu de Catriel, a los que se les entregarían semillas, útiles de labranza y artículos de subsistencia.

Indios pampas. Litografía anónima. Colección particular.

Cacique Yanquetruz. Actuó en la zona de Patagones. Museo Histórico Nacional.

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También se había dispuesto que todos los indios debían ser puestos a disposición del Defensor Nacional de Pobres e Incapaces, considerándolos así por su estado de ignorancia y hasta que pudieran velar por sí mismos. El indio debía ser ocupado mediante un contrato en el que se estipularan las obligaciones de educarlos, alimentarlos, vestirlos, respetar los vínculos de familia y fijarle un salario proporcional a los beneficios que preste (decreto 11.316). Se repartieron así entre familias que debían ocuparse de su evangelización, adultos o niños con permiso de sus padres. Incluso se hizo la prueba de enviarlos a Tucumán a trabajar por un salario, parte del cual debería depositárseles para el futuro, pero con tanta mala suerte, que enfermaron de viruela y produjeron un brote epidémico.

El cacique Coliqueo y su familia. ca. 1865. Colaboró con el gobierno en la lucha contra otras tribus. Albúmina sobre cartón anónima. Colección Mirta y Miguel Ángel Cuarterolo.

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Ceferino Namuncurá, acompañado por el monseñor Juan Cagliero. Archivo de la Nación

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E L A PO YO RE L IG IO S O Y C IE N T ÍF IC O

Un buen número de sacerdotes como los religiosos Espinosa, Provisor y

Vicario General del Arzobispado, Costamagna, Botta y otros acompañaron la gesta, para ayudar y consolar espiritualmente

a los soldados heridos o enfermos y confortar a los necesitados

“conduciendo a todas partes su espíritu de fe cristiana y los auxilios de su santo ministerio”. También evangelizaban al infiel y no se daban descanso en protegerlo de los abusos que pudieran sufrir. Figuran en el archivo Roca, varias cartas del padre Soprano, capellán de Córdoba, viejo conocido del ministro y que aconsejaba la colonización, pero no por extranjeros, sino por órdenes religiosas, que eran de la mayor aptitud para la fundación de pueblos. La obra de los salesianos en la Patagonia y su inclaudicable defensa del infiel, avalan tal recomendación, pero en el estado de cosas existentes las colonias necesitaban protección militar.

Don Bosco, en el año que partían las expediciones misioneras salesianas a la Argentina. Dibujo. 1875. Colección particular.

Monseñor Santiago Costamagna. c. 1927. Detalle

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También abundan en el archivo que manejamos cartas de hombres de ciencia, en especial de Pablo G. Lorentz, que junto con los sabios Adolfo Doëring, y Gustavo Niederlein, redactaron un diario de la Comisión Científica, y como pertenecientes al Instituto de Ciencias de Córdoba, estudiaron la topografía fauna, flora y mineralogía, además de la provisión de pastos y aguadas, en las zonas inexploradas. La fiebre de los descubrimientos geográficos no cesaba. Poco después, Estanislao Zeballos, que había colaborado con sus libros y artículos periodísticos a la realización de la campaña, descubría un camino con agua en la penosa travesía del Colorado al Salado, aunque ello le había costado pasar tres días sin agua y dos sin comer, y en cuya exploración muchos de sus hombres enfermaron de los “soles”, por la alta temperatura. Sólo pudieron terminar la aventura, él, su hermano, un teniente y dos tiradores, muertos de sed y cayéndose de los caballos, como Zeballos cuenta a Roca a fines de 1879.

Pagina 49: Imágenes de bautismos de los indios del cacique Reuque- Curá en Codihue. Fotografía de Encina, Moreno & Cía, Mayo de 1883. Museo Roca

Estanislao Zeballos. Álbum Ilustrado Argentina Contemporánea. 1930. Museo Roca

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El perito Moreno, que sabe que tiene su confianza, a pesar de la oposición sistemática que se le hace desde la capital, le pide le permita explorar la navegabilidad del río Negro, con el transporte “Vigilante” y explorar este río hasta los Andes, pues es un país desconocido, que quizá sea mejor de lo que creemos. Este infatigable explorador de las zonas australes quería seguir la tarea, a pesar de su delicado estado de salud. Se había sentido conmovido ante el espectáculo del campamento: “¡Cuánto dice al que piensa en el adelanto de la patria, a doscientas leguas de Buenos Aires, la bandera nacional, protegida por mil veteranos!”

Plaqueta de bronce. “Julio A. Roca”“Galería Monigot, aux París”. E. Soleay. Francia. Museo Roca.

El perito Francisco Pascasio Moreno, sentado abajo derecha, junto a su familia en Río Ceballos, Córdoba. c.1890. Archivo de la Nación.

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PA L A B RA S F IN A L E S

El relato de esta campaña por los mismos que la realizaron, nos lleva a reflexionar sobre los dilemas históricos planteados por el choque de razas, modos de vida, culturas, creencias, civilizaciones en fin, diferentes y aún antitéticas. Para la mentalidad aborigen, toda la tierra de la Pampa y de la Patagonia, habitada por sus antepasados, antes de la llegada del blanco invasor, era suya, así como suyas esas manadas de caballos y yeguas salvajes con las que se trasladaban con la velocidad de los vientos sureños, y suyos eran los miles de vacunos que el hombre blanco criaba en sus tierras. Fuera de los parámetros de nuestra cultura, de las reservas de nuestra mentalidad, de las vallas interpuestas por nuestra moral y nuestras costumbres, del sentido del bien y del mal que la religión nos inculca; para ellos, sujetos a un código político-social y moral consuetudinario, que sólo regía las relaciones con sus hermanos de raza, la adaptación a nuestra civilización, quizá les pareciera el peor de los castigos. ¿Podían aquilatar como beneficios el ser trabajadores a sueldo, agricultores dueños de su tierra y sus cosechas o criadores de ganado propio, que el hombre blanco les proponía?

Roca con uniforme militar. Con la inscripción: Lo que quiere Dios lo quiere. Fotografía de A. Pozzo. c. 1878. Museo Roca.

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Sólo querían seguir su vida errante en las dilatadas llanuras, sin más límite que el que la tierra o el clima les impusiera; querían seguir alzándose con las caballadas al desierto, arrear el ganado de las estancias, tomar cautivas, y procurarse los vicios a los que el hombre blanco los había acostumbrado, aunque para ello fuera necesario matar o morir. Puestos en la disyuntiva, algunos más cercano a la civilización blanca, se someterían, como el bravo Namuncurá, quizá para perpetuar su raza, otros dispuestos a no rendirse, elegirían la huída o vender muy cara su existencia. Nuestros hombres públicos comprendían muy bien la índole del indígena y su imposibilidad de adaptarse al inexorable curso de los acontecimientos, por eso los consideraron incapaces. Pero a su vez, ellos estaban en la cruel encrucijada de los pueblos, que no perdonan flaquezas. Era necesario concluir con una denigrante frontera interior que no permitía el asentamiento de los pobladores, el cultivo de los campos feraces, el seguro apacentamiento de los ganados, el relevamiento del suelo, la navegación de los ríos, la explotación de los minerales. Además, había cuestiones de soberanía, de patria, el poder plantar la enseña nacional para que flameara altiva hasta en los confines del territorio, de ese territorio que el blanco consideraba suyo por derecho de conquista.

Teniente general Julio A. Roca. Impreso. Museo Roca.

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Y por fin estaba el problema geopolítico, la necesidad de asegurar lo que desde la colonia nos pertenecía, pero de lo que no teníamos –por las acechanzas y peligros de los terribles malones- el uti possidetis Las coyunturas favorables al fortalecimiento de las naciones no pueden ser desechadas, sin desmedro de su integridad; había llegado para la Argentina el momento propicio para avanzar, posesionarse del territorio, para afianzar su soberanía, para fortalecerse como Nación, después de haberse diezmado tantas veces en la guerra exterior y las luchas intestinas. Así lo comprendieron el presidente Avellaneda y su ministro Roca, quien dijera confiando en el futuro: “Estamos preparando la cuna de una gigantesca nación”.

Portada del álbum Expedición al Río Negro. Fotografías de Antonio Pozzo. Abril a Julio 1879. Museo Roca.

Notas: i. Tónico de origen italiano, recomendado por los médicos ii. Correspondían 30.000 hombres a Córdoba, 25.999 a Entre Ríos y Tucumán, 20.000 a Salta, 18.000 a Corrientes y Santiago del Estero, 17.000 a Santa Fe y Catamarca, 11.000 a Mendoza y San Juan, 8,000 a La Rioja y 7.000 a San Juan y Jujuy

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P R O G R A M A D E H I S T O R I A V I S U A L Colección de publicaciones online del Museo

Biografías argentinas Julio Argentino Roca. 1843- 1914

Julio Argentino Roca. Iconografía militar José Arce. 1881- 1968

Antonio Alice. 1886-1943 Enrique Mosconi. 1877- 1940 Bartolomé Mitre 1821- 1906

Colección bicentenario Buenos Aires: ciudad colonial

Buenos Aires: sociedad colonial Buenos Aires: arquitectura colonial

Buenos Aires: cultura colonial Buenos Aires: 25 de mayo de 1810

Crónicas históricas

Julio Argentino Roca. Educación y trabajo Roca y Pellegrini: una solidaridad política de veinte años Homenaje a los presidentes Roca, Uriburu y Sáenz Peña

La Campaña al Desierto según sus protagonistas

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Buenos Aires, 2010

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