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E U G E N I O 3 0 A N N 0 N Ingeniero Je Art es y I lanu fací uros Arquitecto ProP esor honorario Je la U niversi JaJ C a l ó l ic Je Santiago Je Ctúle LA CIENCIA DE LA FELICIDAD s e g ú n [as cacaías da S a n <5c anclsco d e (Sales Recetas sacadas texiuatm.en.le de ías o&cas del santo ^Doctoc J2ihrería y Cdilorial Zaino ra no y Q a perón CSantiago 1936

LA CIENCIA DE LA FELICIDAD · EUGENIO 30ANN0N Ingeniero Je Art e s y I lan facuí uros Arquitecto Pro esoPr honorari Je loa U nivers JaiJ Caló ic l Je Santiag Jeo Ctúl e LA CIENCIA

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E U G E N I O 3 0 A N N 0 N

Ingeniero Je A r t es y I lanu fací uros

Arqui tecto ProP esor honorario Je la U niversi JaJ C a l ó l ic

Je Santiago Je C t ú l e

LA C I E N C I A DE LA F E L I C I D A D

s e g ú n [ a s cacaías da

S a n < 5 c a n c l s c o d e ( S a l e s

R e c e t a s s a c a d a s t e x i u a t m . e n . l e de í a s o & c a s

del s a n t o ^ D o c t o c

J2ihrería y Cdilorial Zaino ra no y Q a perón

CSantiago 1936

ç D a n ^ c a r i c i s e o ele. ( ¡Da íes

Proclamado por León XIII doctor de la Iglesia

INTRODUCCION

Este ensayo sobre la ciencia de la felicidad es tomado de

la Imitación de Cristo (1) traducida al francés por el Ca-

pellán de la Visitación de Ornans, señor Pétetin, quien ha

escogido con mucho tino los textos de San Francisco de Sa-

les que se adaptan mejor a cada capítulo de la Imitación,

formando así un conjunto precioso, que ha merecido la (apro-

bación entusiasta de nueve obispos y arzobispos franceses,

completada por la de Monseñor Mocenni, Arzobispo de He-

liópolis, Secretario de Estado de Su Santidad León XIII,

Pontífice que también se dignó bendecir obrita.

La Supericra del* l.er Monasterio de la Visitación de

Santa Miaría, saluda atentamente al señor don Eugenio Joan-

non, enviándole sus más entusiastas felicitaciones por la her-

mosa iniciativa que ha tenido, al publicar el opúsculo titu-

lado 'La ciencia de la felicidad". Es ta obrita hará sin duda

.mucho bien a las almas, ya que contiene tan esmeradamente

seleccionada la consoladora y profunda doctrina de San

Francisco de Sales. El nombre de este glorioso Santo ha-

bla elocuentemente de la grandeza que encierra el librito,

tan pequeño en apariencia.

(1) Desclée, Lefébre y Cía. Editores, (Tournai).

[Con autorización Eclesiástica)

La ciencia de la felicidad SEGUN LAS RECETAS DE SAN FRANCISCO

DE SALES

(Ud. me pide una receta. He aquí ésta, querido hijito, tal como me la dieron los Santos). (De una carta de Dirección del Santo).

"Todo el afán del hombre en la Tierra es de ser fe-liz, dice Bossuet, y Jesucristo ha venido a este mundo, únicamente para enseñarnos el camino de. esa felicidad. Buscar la felicidad donde se debe es la fuiente de todo bien, y buscarla donde no conviene es la fuente de todo mal. Digamos pues: Quiero ser feliz y aprendamos del Maestro celeste el camine de la verdadera y eterna feli-cidad", (1).

Para aprender del Divino Maestro el camino de la Verdadera y eterna felicidad abrajmos el Evangelio; está lleno de sus enseñanzas, pero, para facilitarnos la inteli-gencia de aquél, Nuestro Señor ha dejado a su Iglesia el cuidado de explicárnoslo [por la voz de sus ministros. Ha hecho más, adaptando los medios a las necesidades del tiempo, ha tenido el cuidado de suscitar periódicamente almas privilegiadas a quienes ha dado un poder sobrena-tural para conmover a las gentes, señalándoles más es-pecialmente los puntas- que puedan conmoverlas.

Así es cómo San Francisco de Sales ha venido en su debido tiempo para explicarnos las maravillas del "Amor de Dios". ¿Qué director'más apropiado podríamos escoger para enseñarnos el camino de la Verdadera y eterna fe-licidad? Escuchémosle:

(1) Todas las citas se imprimen con tipos más negros para po-nerlas de relieve entre las explicaciones del autor.

"Cada uno de nosotros, dice el Santo, busca la dicha y la felicidad, pero nadie sin embargo la puede hallar, si-no el que encuentre esta perla oriental del puro amor de Dios; y habiéndola hallado, vende todo lo que tiene, para poderla adquirir. Es icierto que el hombre fué creado para gozar de la felicidad y la felicidad tiene tanta relación y conveniencia con el corazón del hombre que no puede en-contrar sosiego sino poseyéndola, pero la desgracia es que los hombres constituyen su felicidad, cada uno en lo que quiere, los unos en las voluptuosidades, los otros en las riquezas, otros en los honores y dignidades; pero muchos se equivocan, porque nada de todo eso es capaz de llenar ni contentar su corazón.

San Bernardo lo dice muy bien: "Tu alma es de gran-de extensión y ninguna cosa puede llenarla mi satisfacerla, sino el mismo Dios". Y San Francisco de Sales agrega en su lenguaje florido: "No debe haber para ti sino Dios y tú mismo en el mundo: lo demás no debe llamarte la aten-ción sino a medida que Dios te lo manda y en la forma que El te lo ordene.

Ten tu vista fija ?en Dios y en ti msmo: jamás ve-rás a Dios sin bondad y a ti sin miseria, constituyendo tu miseria el objeto de su bondad y de su misericordia".

Y en otro ipasaje el mismo Santo insiste: "Mientras más miserables nos encontremos, más de-

bemos confiar en te. bondad y misericordia de Dios: por-que entre la misericordia y la miseria, hay una cierta atracción tan poderosa, que una no puede ejercitarse sin la otra. . . Mientras más miserables nos reconozcamos, más ocasión tendremos de confiarnos en Dios, pues cono-ciendo nuestra debilidad y pequeneces sabremos que nada podemos esperar de nosotros".

"Oh! Qué feliz es un alma, que en la tranquilidad de su corazón conserva amorosamente el saerado sentimiento de la presencia de Dios, porque su unión con la divina bondad crecerá perpetua. . . aunque insensiblemente y empapará todo su espíritu con su fina suavidad.

Pues bien, cuando hablo del isagrado sentimiento de Dios, no me refiero al sentimiento sensible ¡sino al que reside en la suprema cima del espíritu donde el divino amor reina y donde su influencia es más sensible".

¿En qué consiste el sentimiento de la presencia de Dios y su feliz influencia sobre nuestra alma ? El mismo Santo nos lo explica así:

Mirando a menudo a Nuestro Señor por la meditación, toda nuestra alma se llenará de El: aprenderéis su mane-ra de ser y formaréis vuestras accionas conformes al mo-delo de las suyas. El es Ja luz del mundo, en El, pues, por El y 'para El debemos ser alumbrados e iluminados.

Ved qué graciosa comparación usa el Santo para ha-cérnoslo entender: "Los niños, a fuerza de oír a sus ma-dres y tartamudear con ellas, aprenden a hablar su len-guaje y rosotros, permaneciendo cerca del Señor, por la meditación y observando sus palabras, sus acciones y sus afecciones aprenderemos mediante su gracia, a hablar, ha-cer y querer como El". Siguiendo la misma comparación, agrega: "La libertad de los hijos bien amados,. es un desprendimiento del corazón humar» de todas las cosas, para- seguir la voluntad de Dios reconocida, los efectos de esta libertad son una grande suavidad de espíritu, una grande suavidad y condescendencia a todo lo que no es pecado, es un humor suavemente condescendiente a las acciones de toda virtud y caridad".

Es el sentimiento de la presencia de Dios el que debe inspirarnos confianza en su iproibección:

"En todos vuestros negocios, ¡confiaos totalmente en la Providencia de Dios, por la cual todos vuestros proyec-tos deben tener buen éxito, trabajad sin embargo, de vuestro lado, suavemente, para Cooperar con aquella, jun-tando y manejando los bienes de este mundo, con una de vuestras manos, sujetándoos siempre con la otra de la ma-no del Padre celestial, mirándole de vez en cuando para ver si le agrada vuestro comportamiento y vuestras ocu-paciones".

"Cuando os halléis en los negocios y ocupaciones co-rrientes, que no requieran una atención tan fuerte ni tan poderosa, miraréis más a Dios que a los negocios, y cuan-do los negocios sean de importancia tan gramide ¡que re-quieran toda vuestra atención para ser bien hechos, de vez en cuando miraréis a Dios.

Se desprende de la¡s recomendaciones del Santo una

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suavidad tan grande que no parece que pueda ser sobre-pasada, pero si leemos sus recomendaciones isobre la paz del alma, quedaremos más encantados todavía por la gra-cia de sus comparaciones'.

"Examinad, dice, más de una vez al día, si tenéis vuestra alma en vuestras manos, o si alguna pasión o in-quietud, no os la ha robado. Considerad si tenéis Vuestro corazón a vuestro mando. "Si se hubiere extraviado, bus-cadlo antes que toda otra cosa, buscadlo y volved a traerlo muy sencillamente a presencia de Dios, colocando nueva-mente vuestros negocios y deseos bajo la obediencia y conducta de la santa voluntad".

''El verdadero obediente gozará en su alma de una tranquilidad continua y de la Santísima paz de Nuestro Señor, paz que sobrepasa todo sentimiento. El obediente verdadero vivirá suave y tranquilamente, como un niño entre los brazos de su querida madre, el cual no se pre-ocupa de lo que le pueda sobrevenir . . Le puedo asegurar bietnl de parte de Dios; la vida eterna".

San Francisco de Sales insiste siempre sobre la ne-cesidad de la Obediencia a la Voluntad de Dios:

"Los viejos maestros en el oficio, dice, se dejan ligar y ceñir por otro, sometiéndose al yugo que se les impone, van por los caminos que no quisiera seguir su inclinación. Es cierto que tienden la mano, porque a pesar de la re-sistencia a sus inclinaciones, se dejan gobernar volunta-riamente contra su voluntad y dicen que vale más obede-cer que hacer ofrendas".

Es preciso abandonarnos completamente a la volun-tad de Dios: "Padre mío, deberíamos decir: entrego mi espíritu entre vuestras manos, haced de mí todo lo que os plazca; dejándonos así llevar en conformidad con la vo-luntad divina, sin preocuparnos jamás de nuestra volun-tad particular".

"Nuestro Señor o,uiere de un amor extremadamente tierno a los qHe so-v t«m felices aue se abandonan total-mente a su cuidado paternal, dejándose gobernar por su Divina Providencia, sin distraerse en considerar si los efectos fl° su Previdencia les son útiles, provechosos o da-ñosos, hallándose seguros de oue natía serles manda-do por este corazón paternal y nu'y amable que no sabría

permitir que sos ¡suceda algo de que no nos haga sacar algún bien o provecho.

Este abandono a la voluntad divina ¡produce en nues-tra alma un sentimiento de quietud al cual es preciso abandonarse.

"Es preciso en todo y en todas partes vivir tranquila-mente; si nos llega aíguna pena, interior o exterior, es preciso recibirla tranquilamente, sin turbarnos: porque de otrk rnrnera, huyendo, podemos ¡caer y dar lugar para matarnos. Si se presentare la oportunidad de hacer el bien, es preciso hacerlo tranquilamente, de otra manera haría-mos muchos errores apresurándonos; hasta la misma pe-nitencia es preciso hacerla tranquilamente. He aquí, de-cía, este penitente, Ique tríi amarga amargura está en pal. (Is. XXXVIII. 17).

Es el amor de Jeisús, por encima de todo lo que nos dará esta quietud tan perfecta.

Hay almas que no quieren ni las superfluidades, ni con superfluidad, que quieren solamente lo que Dios quie-re y como Dios lo quiere; almas felices puesto que quieren a Dios y a sus amigos en Dios, y a sus ¡enemigos para Dios; quieren varias cosas con Dios, pero ninguna que no sea en Dios y para Dios: es a Dios a quien quieren, no solamente sobre todas las cosas pero en todas cosas, y to-das las cosas en Dios".

Dios ¡será siempre nuestro sostén en las tribulaciones: "Tengamos siempre los ojos puestos sobre Jesucristo cru-cificado, pongámonos a su servicio con confianza y sim-plicidad. pero sabia y discretamente; El será la protección de nuestro buen nombre, y si permitiera que éste nos fue-ra quitado, sería para devolvernos otro mejor o para ha-cernos aprovechar la santa humildad de la cual una sola onza vale más que mil libras de honores. . .". . ."Si nos critican injustamente, opongamos tranquilamen-

te la verdad a la calumnia; si perseveraren, perseveremos en humillarnos, entregando así nuestra reputación y nues-tra alma a las manos de Dios; no sabríamos asegurarla mejor".

Para ser felices, es preciso pues entregarnos completa-mente a la voluntad de Dios, confiándonos en ¡su bondad,

tan tranquilos como el niño que descansa en el regazo de su ¡maUró.

Es preciso esforzarnos en hacer todo lo que reconoz-camos ser la voluntad de Dios. Es lo que San Francisco de Sales llama la virtud de devoción, que asegura real-mente nuestüa felicidad.

II.—LA VIDA DEVOTA

"La virtud de devoción, dice nuestro Santo, no es otra cosa sino una general inclinación y prontitud para hacer lo que se sabe que es agradable a Dios". "La santa devo-ci&u es deseable en todo tiempo y en todo lugar, porque en las alegrías y contentos modera nuestros espíritus; en la adversidad, nos sirve de refuerzo y nos da descanso, y cualquiera cosa que nos acontezca, nos hace, bendecir a Dios, quien es mejor que todo lo Que se puede desear, ha-ce que la juventud sea más sosegada, y más amable y la vejez menos fastidiosa e insoportable. Alivia la pena del pobre, y detiene el entusiasmo del rico, repudia el fastidio de la soledad, y permite el recogimiento en medio mismo del mundo; hace igualmente provechosa la abundancia y la pobreza; recibe en la misma disposición la alegría y el dolor; nos llena de una suavidad admirable"

Pero es preciso tener cuidado: "Hay una sola verdadera devoción, y hay una can-

tidad de falsas y vanas porque cada uno la pinta según su pasión y su fantasía: el que practica el ayuno, se ten-drá por bien devoto siempre que ayune a pesar de que su corazón está lleno de rencor. Tal otro se estimará devoto porque recita una multitud de oraciones cada día, a pe-sar de que, después de eso, su lengua se desata en palabras enfado«!*« arr/ifrpn^s e injuriosas".

"Aquél saca de buena gana la limosna de su bolsillo, para darla a los pobres, pero no puede sacar la suavidad de gf t " ^ a sus ewfrigos" romo muchas personas se cubren con ciertas acciones de la san-ta devoción,, y todo el mundo cree que son gentes verda-deraru,o.ite devotas y espirituales, pero en verdad no son más que estatuas y fantasmas de devoción".

"Para ser verdaderamente devoto, es preciso, antes que toda otra cosa, observar los mandamientos de Dios y

de ja Iglesia, y los mandamientos particulares que corresi ponden a la vocación de cada uno, y sin embargo La vir-tud de la devoción no consiste solamente en observar esos diversos mandamientos sino en observarlos con prontitud y buena voluntad. No es todo querer hacer la voluntad de Dios, es preciso hacerla alegremente".

"No se debe solamente amar y practicar la devoción, es preciso hacerla amable, útil y agradable, para todas las personas que os conozcan. Pero sobre todo para vuestra familia. Haced honor a vuestra devoción^ haciendo que cada uno os quede agradecido".

"Vuestra familia lo celebrará, si os reconoce más cuidadoso de sus intereses, más amable ¡ante las preocupa-ciones de los negocios, más amable ¡para aprender, y así en todo; vuestro marido, si reconoce que a medida que crece vuestra devoción, os mostráis más cordial para con él. y más amable en la afección que le lleváis.

Vuestros parientes y amigos, si reconocen en vos más franqueza, más paciencia, más condescendencia a su voluntad .

"Asimismo en las obras de devoción y de caridad que se os aconsejan. Tened buen cuidado de que vuestro ma-rido, vuestros parientes y vuestros servidores no sean ofen-didos por vuestras demasiado largas estancias en las igle-sias, que os distraen de vuestros quehaceres domésticos, haciéndoos abandonar vuestra casa.

"Impidamos, si fuere posible, que nuestra devoción sea fastidiosa y no demos ocasión de que se preocupen de ella y de que se proteste alrededor de nosotros".

Ay de mí! Yo lo sé, este padre, este marido sie sien-ten algo celosos, cuando se hace una cosa sin que ellos lo hayan mandado. ¿Qué quiere Ud.? Es preciso permitirles esta pequeña humanidad. Quieren ser dueños, esos buenos señores, ¿y no es acaso con razón? Es preciso pues con-descender mucho, soportar, ceder lo más que se pueda sin renunciar a nuestras buenas intenciones. Esas concesiones agradarán a Nuestro Señor, quien quiere que le dejemos algunas veces para dar gusto a los otros por amor de El. Mientras menos vivamos a nuestro gusto, mientras menos escojamos nuestras acciones, más mérito habrá en nuestra devoción".

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Hay en las ¡recoanendacioneis. del Santo, tanta pruden-cia y suavidad ¡penetrante, que producen en el alma una gran quietud, que es ya el principio de la felicidad; mien-tras más si9 empapa uno en los escritos del Santo, más penetra esta sensación con una seguridad siempre más grande.

En su "INTRODUCCION A LA VIDA DEVOTA", San Francisco nos recomienda la lectura de los bellos libros de devoción en los términos siguientes que se.aplican muy bien a la lectura de las obras del Santo doctor:

"Leed todos los días algo de ellas con grande devoción como si leyereis ¡las cartas misivas que los santos os hu-bieran mandado del cielo para enseñaros el camino y daros el valor para alcanzarlo".

Y lo que hace el interés de las obras de San Francisco de Sales es el hecho de que forman una guía completa pa-ra la dirección de la vida del alma en todas las ocasiones que pueden ofrecerse.

Hemos visto ya cómo él alma debe apoyarse en Dios como el niño en el regazo de su querida madre. Pero la voluntad de Dios no se nos aparece siempre con cqmlpleta claridad. En este mundo las pasiones obscurecen nuestra visión . He aquí la manera de salvar este peligro.

"Todos los pensamientos que nos causan inquietud, dice el Santo, no son en manera alguna, inspirados por Dios, quien es el príncipe de la paz; son pues tentación del enemigo y por consiguiente es preciso repelerlos sin hacerles caso".

Para librarse de esas tentaciones he aquí el remedio más ¡seguro:

"Buscad a algún hombre bueno que os guíe y con-duzca, dice el Santo. Es preciso que sea lleno de caridad, de ciencia y de prudencia.

Tratad con él con toda confianza, con toda sinceridad y fidelidad, manifestándole claramente vuestro lado bue-no y malo, sin engaño ni disimulo y por este medio lo bueno será examinado y asegurado y lo malo será corregido y remediado, 8eréis aliviado y robustecido, en •vuestras afecciones moderado y regido en vuestras consolaciones".

Aceptad de buena gana todas las inspiraciones que place a Dios sugeriros.

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"Pero antes de consentir a las inspiraciones en cosas importantes o extraordinarias, para no ser engañadas consultad siempre a vuestro guía para que examine si la inspiración es verdadera o falsa

Es preciso ipues apoyarse sobre la inspiración del Di-vino Maestro, pero es preciso comprender bien que El es e] solo que nos ofrece garantías.

"Estos hombres, pues que saben con toda certeza, di-ce San Francisco, habiendo sido su entendimiento ilumi-nado por la luz celestial, que no hay más que Dios sólo quien pueda dar un verdadero y perfecto contento a su corazón, ¿no hacen acaso un tráfico vano e inútil entre-gando sus corazones a creaturas inanimadas o a otros hombres como ellos?

Los bienes terrenales, las casas, el oro, la plata, las ri-quezas, lo mismo que los honores y dignidades que nues-tra ambicióit nos hace perseguir y buscar tan locamente, ¿no son acaso tráficos bien vanos, puesto que todo 'eso es perecedero? ¿No es acaso mucha locura de nuestra parte de alojar nuestro corazón en ellas, ipuesto que todas esas cosas en lugar de darle descanso y quietud le proporcionan solamente motivos de apresuramiento y de inquietud, sea para conservarlas cuando se las tiene, sea 'para adquirirlas cuando no se las tiene?".

"Dios mío, señores, estaremos luego en Ja eternidad y entonces veremos cuán pocos son todos los negocios del mundo, cuán poco importa que se hachar o no se hagan. Cuando éramos niños chicos, con cuánto interés juntába-mos pedazos de tejas y madera con barro para hacer ca-sitas y pequeños monumentos! Y si alguien nos lo arrui-naba. nos afligíamos y llorábamos: ahora. reconocemos que todo eso tenía muy poca importancia. Llegará un día en que haremos lo mismo en el cielo y nos daremos cuen-ta de que nuestras afecciones al mundo eran verdaderamei. te cosas de niños". Por consiguiente, es preciso reconocer que Dios solo es El que nos ofrece garantías. Es a Dios a quien todo nols- lleva, pero Dios nos ha creado para vivir en sociedad y el amor al iprójimo es también una ley di-vina.

¿Cómo debemos practicarlo?

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III.—EL AMOR AL PROJIMO

"Oh! Filotea, dice San Francisco de Sales, amad a cada uno de Uní gran amor caritativo, pero tened amistad especial sólo con quienes pueden tratar con vos pie cosas virtuosas; y mientras más exquisitas sean las virtudes que pongáis en vuestro comercio, más perfecta Será vues-tra amistad. Si comunicareis en ciencias, vuestra amistad será por cierto muy laudable, más todavía si comunicareis en las virtudes, en la prudencia, discreción, fuerza y justi-cia; pero si vuestra mutua y recíproca comunicación versa-re sobre caridad, la devoción, y la perfección cristiana, oh! Dios, qué preciosa será vuestra amistad! será excelente porque tiende a Dios, excelente porque su lazo es Dios: excelente porque durará eternamente en Dios. ¡Oh cuán bueno es amar en la tierra como se tama en el cielo y apren-der a amarse en este mundo como haremos eternamente en el otro No hablo aquí del amor sencillo de la caridad porque debemos llevarlo a todos los hombres; pero hablo de esta amistad espiritual, por la cual dos o tres o varias almas se comunican su devoción, sus afecciones espiritua-les y se forman un sólo espíritu entre todas. Con cuánta razón pueden cantar tan felices almas. ¡Oh, he aquí cuán bueno y agradable es el que los hermanos habiten juntos!"

Pero esta habitación en comunidad, debe ser una prenda de amor.

"Hasta qué punto se ha rebajado la grandeza de Dios para cada uno de nosotros y hasta dónde quiere a algunos, uniéndonos tan perfectamente con El, que nos hace una sola cosa con El. Lo que Nuestro Señor ha querido hacer para enseñarnos que así como somos todos amados de este mismo amor por el cual El se une con nosotros en este sacramento, igualmente quiere que ros amemos de este mismo amor que tiende a la unión, pero a una unión más grande y más perfecta que lo que se puede decir '.

Así nos recomienda de no pedir cosa alguna sin pedirla también para los otros.

"Es preciso que todas las oraciones y pedidos que ha-réis a Dios, no las hagáis solamente para vos, pero que ten-gáis cuidado de decir siempre para nosotros, como Nuestro Señor nos lo ha enseñado en la oración dominical. Eso se

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entiende en el sentido de que itenéis la intención de rogar a Dios para que de la virtud o de la gftocia que le pidáis para vos dé también a todos los que tienen la misma ne-cesidad de aquélla".

Pero no es suficiente rezar por, el .prójimo. No es su-ficiente pedir a Dios de velar por él. Dios o& ha dado de-beres que cumplir para con el prójimo y no se deben ol-vidar los deberes de justicia que son los que más nos cues-tan, porque incluyen a menudo sacrificios de nuestra par-te. En nuestras, relaciones con el prójimo la justicia en realidad no es suficiente, es preciso agregarle la equidad, que San Francico define tan bien: "La equidad es lo que impide que la justicia sea injusta: es esa prudencia que modera las leyes inferiores para someterlas a las superio-res.

"Lo que hacemos para el prójimo, dice San Francis-co, nos parece siempre superfluo, lo que El hace para nosotros, no es nada a nuestro parecer. Tenemos un co-razón dulce, gracioso y cortés para con nosotros y un co-razón duro, severo y rigoroso para con el prójimo. Tene-mos dos pesos, uno para pesar nuestras comodidades, con las mayores ventajas que podamos, el otro para medir las Pues bien, lo de tener dos pesos, uno fuerte para recibir del prójimo, con las mayores, desventajas que se pueda, y el otro liviano para pagar es cosa abominable delante de Dios".

Y citando un ejemplo diario para precisar sus recomen-daciones :

"Filotea, dice, sed igual y justa en vuestras acciones, colocaos siempre en el lugar del prójimo y colocadle en el vuestro, y así juzgaréis bien: Consideraos como vendedora cuando compráis y compradora cuando vendáis y así ven-deréis y compraréis equitativamente".

San Francisco de Sales nos ha trazado bien la vía de la felicidad apoyada sobre el amor de Dios y el amor del prójimo. Es preciso mostrar todavía cómo nos enseña a llevar nuestro barco en medio de las tribulaciones, de las enfermedades y de la muerte.

IV.—LAS TRIBULACIONES DE ESTA VIDA

"Como el licor de la viña, si se le deja mucho tiempo

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en el racimo, ;se 'pudre y se echa a perder, lo mismo el alma si se la deja en sus placeres y voluptuosidades, en sus deseos y sus afanes, se corrompe, pero si se te oprime por la tribulación se saca de ella el dulce licor de pruden-cia y amer".

Vernos ¡inmediatamente la importancia de la tribu-lación y su'papel ipurificador, que ha sido tan bien expre-sado por el poeta. "Tu fais 1'homme <ó douleur! oui l'homme tout entier. "Comme le creuset l'or et la fiamme l'acier. Formas al hombre, oh dolor! verdaderamente al hombre

[entero. Como el crisol el oro y la llama el acero. Es preciso haber sufrido para haberse hecho hombre.

"No sabéis por qué nos envidian los ángeles, dice San Francisco, ciertamente de ninguna otra cosa sino de lo que podemos sufrir para nuestro señor, mientras que ellos no han podido sufrir para él cosa alguna!

Miradas desde este punto de vista, es cierto que to-das las ¡tribulaciones nos parecen muy poca cosa y de fácil consuelo. Pero he aquí una de las penas que experimentamos diariamente: ¿cómo librarnos de ellas?

''Me duelen, decís, los malos juicios que de mí se hacen diciendo que no hago cosa alguna de mérito y se cree que es cierto; y me pedís la receta para soportarlo. He aquí esta receta, querida hijita, tal como me la dieron los san-tos:

Si el mundo nos desprecia, alegrémonos porque tiene razón, puesto que somos despreciables; si nos apreciare, despreciemos su juicio, puesto que es ciego.

"Indáguese poco de lo que piensa el mundo, no os preocupe; o despreciad su estima y su desprecio, y de-jadlo decir lo que quiera en bien o en nial".

"La reputación no es más que un letrero, que da a conocer donde la virtud se aloja. La virtud debe estar en todo y ser en todas partes preferida. Es preciso preferir el fruto a las hojas, es decir el bien interior y espiritual a todos los exteriores. Es preciso ser celosos pero no idó-latras de nuestra buena fama; y como no se debe ofender el ojo de los buenos, tampoco se debe querer satisfacer

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los malignos. Renunciad a vos mismo y tomad vuestra cruz y seguidme, ha dicho nuestro Señor.

Esta palabra debe entenderse, dice San Francisco, en el sentido de recibir de buena gana todas las obediencias que nos fueren dadas, y todas las mortificaciones y con-tradicciones que nos fueren hechas y que encontraremos indiferentemente; aunque fueren ligeras y de poca impor-tancia, seguros como debemos estar de que el mérito de la cruz no se encuentra en su pesantez, sino en la perfec-ción con que se la lleva".

Dios no hace consistir nuestra perfección en la mul-titud de las cosas que hacemos para agradarle, pero sola-mente en el método de hacerlo, método que no consiste sino en hacer lo poco que hacemos cada cual según nues-t ra vocación, puramente en el amor, por el amor y para el amor".

Lo que nos cuesta más en este mundo, en nuestra vida intelectual, es el sacrificio de nuestro amor propio. ''El amor propio hace que queramos hacer tal o cual cosa por nuestra elección, pero que no queramos hacerla por elección de otro o por obediencia.

Somos siempre nosotros quienes nos buscamos a no-sotros, nuestra propia voluntad y nuestro amor propio: Mientras que al contrario, si tuviéramos la perfección del amor de Dios, nos gustaría más hacer lo que ésta manda-re, porque eso viene más de Dios que de nosotros".

He aquí lo que se refiere a nuestra vida moral que en realidad depende siempre de nosotros, pero la vida del cuerpo nos reserva a menudo sorpresas ¿olorosad, a las cuales es preciso aco&tumbrartse cueste lo que cueste; ta-les son las enfermedades y la imuerte. ¿Cómo soportarlas?

'^Culando estuviéreis enfermos, dice San Francisco,, ofreced todos vuestros dolores, penas y languideces al ser-vicio de Nuestro Señor y suplicadle. juntarlas a los tor-mentos que ha soportado por vos.

Obedeced al médico, tomad la? medicinas, viandas y otro? remedios por el amor de Dios: T)0«0??] sanar para prestarle servicio, ro os netuéis a languidecer, para obe-decerle y dispon ees fr;-n rorir si así le pluguiere, para celebrarle y goz^r de él.

"Es preciso tc-ner p?>ucr.cia, no solamente para estar

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enfermo sino para estarlo de la manera que Dios quiera y en el lugar que él quiera".

Cualquiera que sea vuestro sufrimiento físico o mo-ral, lo primero es recurrir a la oración para implorar el socorro divino.

"Oh! Qué excelente manera de rezar, es el contentar-se con presentar sus necesidades a Nuestro Señor y dejarle obrar a su antojo, teniendo la plena seguridad de que pro-veerá de la manera que le pareciere más conveniente, li-mitándose a decir: Señor, he aquí vuestra pobre creatura desolada y afligida, llena de miserias y de pecados; pero bien sabéis lo que necesito, me basta haceros ver cómo estoy, a vos os toca proveer a mis miserias, en la forma que os plazca y que sabéis me será más útil para vuestra gloria.

El Santo cura de Ars había notado que uno de sus feligreses, un campesino, no dejaba jamás de entrar a la Iglesia antes de empezar su jornada de trabajo, y le pregun-tó un día: "¿Qué vienes a decir, hijito, al buen Dios, todas las mañanas?" El hombre le respondió muy ingenuamen-te : "Yo le miro y él me mira". Basta mirar a Dios con confianza. El adivina vuestras necesidades.

He aquí lo que sucede comúnmente, pero a menudo nuestras penas 'son más graves. Las causa la enfermedad que nos sorprende de repente. "¿Qué receta no da el Santo para hacerle frente?

"Pues bien digo, Pilotea, que es preciso tener la pa-ciencia de estar enfermo, pero de estarlo, de la enferme-dad que Dios quiera, en el lugar que él quiera. Citando os suceda alguna enfermedad oponedle los remedios que se-rán posibles y según Dios: puesto que hacer otra cosa sería tentar a su Divina Majestad; pero también hecho eso, esperad con entera resignación el efecto que Dios permitiere; si le pluguiere que los remedios venzan el mal, se lo agradeceréis con humildad; pero si le pluguiere que el mal sobrepase a los remedios, bendecidle con pa-ciencia".

Si la situación se agrava, la receta de nuestro Santo toma una forma más seria:

"Oh! Qué felices estaríamos, mis queridas almas, si desocupados de todo otro negocio, pensáramos seriamente

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en preparar las cuentas de nuestra conciencia, con el fin de quedar dispuestos para entregartas en el día que taos sea asignado". "Pensemos, pues, a menudo en la muerte, pero que eso sea sin miedo ni temor exagerado. Resolvámonos a morir con un corazón apacible y tranquilo: Y puesto que es una cosa que se debe hacer, mantengámonos siempre en el mismo estado que quisiéramos ser encontrados en la hora de la muerte. "Ejercitémonos a menudo en los pen-samientos del gr&n cariño y misericordia con los cuales Dios, Nuestro Señor, recibe a las almas en su muerte cuando se han confiado a él durante su vida".

"Esta miserable vida no es más que un encamina-miento hacia la bienaventuranza, no nos enojemos en cam-bio los unos con los otros, marchemos con la tropa de nues-tros hermanos y compañeros, suavemente, apaciblemente y amigablemente.

¿No es ésta la mejor manera de asegurarnos la feli-cidad en esta vida?

Pero no se deben olvidar las recomendaciones del San-to Doctor, de preparar seriamente las cuentas de nuestra conciencia, cuentas que deben estar revisadas con mucho cuidado, con la conciencia purificada por si uso de los Sa-cramentos; pero sobre todo conviene evitar las ocasiones del pecado.

''Quien sienta al enemigo empezar la escalada por el lado de la lujuria, dice San Francisco, es preciso que evite las ocasiones y las compañías peligrosas y que por el me-nor pensamiento dudoso, dé la alarma a la guarnición!, re-comiende las disciplinas, ayunos y cilicios, etc.

El que siente el asalto de la avaricia, debe recurrir s la limosna, a la consideración de la vanidad de los bienes de este mundo, etc. Quien se siente llevado a la venganza, es preciso que recurra¡ a la amistad, benevolencia, etc. En fin es preciso hacer la ronda cien veces en el día, en esta pequeña ciudadela y reforzarla, ora aquí, ora allá¿* poner centinelas a los ojos, boca, orejas, manos y nariz".

El ideal sería de evitar completamente el pecado, pero el hombre es frágil, y cae a menudo en culpáis, ¡más o me-nos graves. Para purificarse de ellas, es ¡preciso recurrir a la confesión.

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V.—LOS SACRAMENTOS La Confesión

' Nuestro Señor ha dejado a su Iglesia el sacramento de penitencia y confesión, con el fin de facilitarnos la pu-rificación de todas nuestras iniquidades, todas las veces y cuantas veces Estuviéremos mancillados. No permitáis pues, jamás, Filotea, que vuestro corazón quede mucho tiempo infectado por el pecado, puesto que tenéis un re-medio tan poderoso y fácil.

"Ciaantío comulgareis, aunque no sintiereis en vuestro corazón reproche alguno (de pecado mortal, confesaos hu-mildemente porque, por la confesión no recibiréis sola-mente la absolución de los pecados veniales que confesa-réis, sino también una fuerza grande para todo el porve-nir.

''Arrepentios y tened el firme propósito de corregiros porque es abuso grave confesarse de cualquier clase de pecado . sin querer purificarse de él puesto que la con-fesión no ha sido instituida sino para eso.

"Es preciso decir el hecho, el motivo y la duración de vuestros pecbdos, pero es preciso sin embargo dejar siempre reservado, siempre que sea posible, el nombre del tercero que hubiere cooperado «n «vuestro pecado.

No cambiéis sin motivo de confesor y decidle el estado de vuestras inclinaciones. Es el mejor medio de conserva-ros en estado de gracia para la comunión, "que es el alimen-to del. alma como el pan es el del cuerpo.

LA COMUNION.—Si los mundanos os ¡preguntaren por qué comulgáis tan a menudo, decidles que es para aprender a amar a Dios, para purificaros de vuestras im-perfecciones, para consolaros en vuestras aflicciones, para sosteneros en vuestras debilidades.

Decidles que los que no tienen muchos negocios mun-danos, deben comulgar a menudo porque tienen la como-didad de hacerlo, y los que tienen muchos negocios mun-danos, porcjue de eso tienen la necesidad.

"La frecuentación de este sacramento espanta a los enemiírop exteriores e interiores. Es una lástima de ver el poco caso que dé él se hace.

San Francisco de Sales llama con mucha razón la atención de todos los cristianos sobre la ventaja que en-

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contrarían en unirse a Dios por la comunión, que nuestro Señor nos ofrece como el pan de vida, y resume de la ma-nera siguiente los grandes frutos de la Santa Comunión que son para el alma €>1 mayor provecho, puesto que:

l.o La comunión une el alma con nuestro Señor e in-corpora al hombre con él.

2.o La comunión acrecienta y conserva la gracia en el alma.

3.o Restaura y alumbra el entendimiento, recrea y alegra el corazón y expulsa de él las tinieblas.

4.o Vuelve el alma humilde, piadosa y paciente, e in-flama la voluntad por el amor divino.

5.o Aumenta las tendencias virtuosas y apaga los ar-dores de la concupiscencia.

6.o Levanta la esperanza por la certidumbre de la fe. 7.o Cancela y borra los pecados veniales. 8.0 Nos hace partícipes de todos los méritos de nuestro

Señor. 9.o Nos vuelve listos para obrar bien, misericordiosos

y generosos para con los indigentes. 10. Disminuye siempre el castigo merecido por nues-

tros pecados. Los frutos de la comunión son tan ventajosos para

el alma cristiana que el demonio hace todo lo que puede para apartarnos de ella, pero como lo dice San Francisco:

"No os extrañéis en manera alguna por vuestras dis-tracciones o frialdades y sequedades, porque todo eso pasa en la parte de vuestro corazón 'que no está completamente a vuestra disposición.

''No se debe dejar la comunión por esta clase de incon-venientes, puesto que nada podrá mejor que su rey robus-tecer vuestro espíritu, nada podrá calentarlo mejor que su sol, ni lo ablandará tan suavemente como su bálsamo.

"Aunque la tentación no cesare, no dejéis de comulgar, basta que vuestra conciencia, que vos y yo sepamos que esta diligencia de revisar y repasar a menudo vuestra conciencia es grandemente requerida para la conservación de aquélla.

''Tenéis necesidad de comer tan a menudo esta divina vianda porque estáis muy débil y que sin ese refuerzo vuestro espíritu se desvanecería muy fácilmente.

"Cuando me sintiera seco y árido para la santa co-

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munión. . . . se redoblarían mis oraciones y me aplicaría a la lectura de algún trabajo del Santísimo Sacramento que muy humildemente y con firme fe adoro.

San Francisco, para marcar bien la importancia de la Santa Comunión, nos indica cómo debemos rezar:

El tiempo más precioso, y que debe ser mejor apro-vechado es después de la comunión. Es entonces cuando se deben despertar y reiterar los actos de una fe viva, de una profunda adoración y veneración en la presencia real de nuestro Señor en nosotros.

Es entonces cuando se debe excitar y convidar a todas las potencias de nuestra alma a venir a presentarle home-naje.

El gran secreto para alimentar una buena devoción, es tener mucha humildad".

Y el Santo agrega para hacerlo entender mejor: "Cristiano, la razón de la voluntad divina no puede

ser penetrada por nuestro espíritu; no, pequeña "mariposa, te corresponde adorar y abismarte en tu nada, pero no sondear la profundidad de este misterio.

Y termina con esta oración: "Oh! Sagrado pan de vida!, cómo vengo a vos en la

simplicidad de mi fe para sostenerme por el alimento de vuestra preciosa carne, dadme vos también a mí la suavi-dad y la plenitud de vuestro a m o r . . . . " Que toda mi cien-cia y mi conocimiento sea de conoceros, oh Jesús crucificado por mi amor, sacrificio del cual me dejasteis un perfecto memorial en este sacramento.

Todas las recomendaciones del santo Doctor se resu-men así en la santísima comunión. Federico Ozanam, dos siglos más tarde, llegará también a la misma conclusión:

"Hay en la inexplicable suavidad de una buena co-munión, en las lágrimas que hace derramar, un poder de convicción que me haría abrazar la cruz y desafiar la in-credulidad del mundo entero".

Es muy interesante de subrayar esta unanimidad de los santos en una misma certidumbre. Es ésfa l,a mejor prueba de que contiene toda la ciencia de la Felicidad.

Santiago, l.o de Enero de 1936. EUG. JOANNON.

Presidente fundador de la Conferencia francesa de San Vicente de Paul