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LA CLASE OBRERA COLOMBIANA (1886-1930) I Mauricio Archila El 13 de febrero de 1920 algo inusitado sucedía en la pequeña población de Bello, distante 10 km. de Medellín. Las trabajadoras de la fábrica de tejidos de Bello, en número aproximadode 350, estaban apostadas enlas puertas de la fábrica para impedir que el resto de los trabajadores, unos 150 (en su mayoría varones), ingresaran al sitio de trabajo. Encaramada en un taburete, Betsabé Espinosa, la conductora de tan sorprendente movimiento, dirigía un incendiario discurso a sus compañeras. No podemos soportar más la situación que vivimos, les decía: «Estamos trabajando once horas diarias y se nos, paga en promedio 1,50 pesos por semana, cuando cualquier peón de construcción gana entre 3 y 3,60 pesos semanales, o cualquier empleado de la industria textil gana 1,35 pesos diarios, eso para no hablar de los sueldos de los gerentes o de los gobernantes y como si esto fuera poco -agregaba la líder - se nos imponen multas constantes que a veces abarcan el total de nuestro salario semanal. Cuando no podemos trabajar por enfermedad, no se nos reconoce nada. Además, por absurdos motivos, no se nos deja entrar calzadas a la fábrica y para colmo de males los vigilantes nos dan un trato denigrante. Basta ya, esto no puede seguir así. ¡A la huelga!». Efectivamente la actividad se paralizó totalmente en la fábrica de tejidos de Bello por más de veinticinco días. Era ésta una de las treinta y dos huelgas que el país presenció en el año 1920. Como la gran mayoría de ellas la huelga de Bello estalló sin gran preparación, de un día para otro. Lo sorprendente del suceso radicaba no tanto en el estallido de una huelga -pues ésta, mal que bien, ya se conocía en Colombia desde 1910 o incluso antes - sino en lo que significaba la irrupción en el escenario nacional la clase obrera. Ella estaba formada por un pequeño porcentaje de población (no más del 5 %) que, sin embargo, estaba ubicado en las áreas

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LA CLASE OBRERA COLOMBIANA(1886-1930)IMauricio Archila

El 13 de febrero de 1920 algo inusitado sucedía en la pequeña población de Bello, distante 10 km. de Medellín. Las trabajadoras de la fábrica de tejidos de Bello, en número aproximadode 350, estaban apostadas enlas puertas de la fábrica para impedir que el resto de los trabajadores, unos 150 (en su mayoría varones), ingresaran al sitio de trabajo. Encaramada en un taburete, Betsabé Espinosa, la conductora de tan sorprendente movimiento, dirigía un incendiario discurso a sus compañeras. No podemos soportar más la situación que vivimos, les decía: «Estamos trabajando once horas diarias y se nos, paga en promedio 1,50 pesos por semana, cuando cualquier peón de construcción gana entre 3 y 3,60 pesos semanales, o cualquier empleado de la industria textil gana 1,35 pesos diarios, eso para no hablar de los sueldos de los gerentes o de los gobernantes y como si esto fuera poco -agregaba la líder - se nos imponen multas constantes que a veces abarcan el total de nuestro salario semanal. Cuando no podemos trabajar por enfermedad, no se nos reconoce nada. Además, por absurdos motivos, no se nos deja entrar calzadas a la fábrica y para colmo de males los vigilantes nos dan un trato denigrante. Basta ya, esto no puede seguir así. ¡A la huelga!».

Efectivamente la actividad se paralizó totalmente en la fábrica de tejidos de Bello por más de veinticinco días. Era ésta una de las treinta y dos huelgas que el país presenció en el año 1920. Como la gran mayoría de ellas la huelga de Bello estalló sin gran preparación, de un día para otro.

Lo sorprendente del suceso radicaba no tanto en el estallido de una huelga -pues ésta, mal que bien, ya se conocía en Colombia desde 1910 o incluso antes - sino en lo que significaba la irrupción en el escenario nacional la clase obrera. Ella estaba formada por un pequeño porcentaje de población (no más del 5 %) que, sin embargo, estaba ubicado en las áreas estratégicas de la economía (vías comunicación, industria manufacturera, actividades extractivas y agricultura moderna). En estas páginas intentaremos, por tanto, describir la formación de esa nueva clase y señalar el impacto que ella tuvo en la vida del país en el período llamado de «Hegemonía Conservadora» (1886-1930).

Formación de la clase obrera (1886-1920)

A pesar de la sorpresa que causaba la irrupción de la clase obrera en los años veinte, en realidad su gestación se venía preparando desde muchos años antes. No sólo nos referimos a los procesos económicos que objetivamente la crean, o a los proyectos políticos de estabilización de la dominación. Estamos hablando también del conjunto de tradiciones y valores que van a contribuir a la formación de la nueva clase cuando los factores económicos y políticos hagan posible su existencia. Lo que se quiere mostrar es que la clase obrera no es el mero resultado de Ia combinación de técnicas y formas políticas externas, sino que también su «cultura» juega un papel destacado en su formación.

Con el desarrollo incipiente del modelo exportador a mediados del siglo pasado, los artesanos neogranadinos se vieron obligados a defender sus intereses en contra del librecambismo defendido por gran parte de las élites criollas. Surgieron así las primeras asociaciones de defensa de los trabajadores manuales: las sociedades democráticas. Aunque en un principio tenían un carácter marcadamente cultural, lentamente fueron asumiendo posiciones políticas proteccionistas, hasta desembocar en un apoyo militante a la corta dictadura del general José María Melo. El fracaso de esta revolución de 1854 significaría también la derrota política de los núcleos, artesanales militantes. Aunque muy golpeadas, las sociedades de defensa de artesanos y trabajadores manuales no desaparecieron del país, como lo atestigua la participación de artesanos en el levantamiento urbano contra los «ricos», principalmente

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comerciantes alemanes, sucedido en Bucaramanga en 1879. En otra revuelta, la del pueblo bogotano el 15 y 16 de enero de 1893, una organización, llamada Sociedad de Artesanos, estuvo al frente de la movilización. Los hechos en Bogotá se produjeron en protesta contra algunas acusaciones de inmoralidad de los artesanos. Según se dijo en el momento, el movimiento había sido inspirado por «ideales anarquistas», lo cual fue expresado por la multitud que enarboló banderas negras anarquistas y agitó la consigna de «¡Viva la comuna!». Sin embargo, estas expresiones políticas del artesanado no fueron lo predominante de su actividad a fines del siglo pasado. La actividad reivindicativa tendrá que esperar unos años más para poder resurgir con fuerza.

Los trabajadores manuales de fines del siglo pasado, sin embargo, buscarán mitigar sus condiciones de existencia a traves de la ayuda mutua. En ese sentido comienzan a desarrollarse en el país, a finales del siglo XIX, sociedades de mutuo auxilio. Los estatutos de la Sociedad de Socorros Mutuos de Manizales en 1889, por ejemplo, señalaban que ésta se había creado con el objetivo de dade ayuda a los trabajadores que enfrentaban calamidades como enfermedad, exilio, prisión o muerte. A través de una contribución semanal de 10 centavos se creaba un fondo para atender esos riesgos. Como esta sociedad surgieron otras similares en las principales ciudades del país.Aunque en ella podía participar cualquier persona, independientemente de su actividad económica, en realidad predominaron los artesanos en su composición. Muchas de ellas Fueron promovidas por la Iglesia, y cumplían además funciones de control moralsobrelos afiliados. Esto no obstaba para que el gobierno de regeneración mirara con recelo a algunas de ellas. Tal fue el caso de la Sociedad de MutuoAuxilio de Bucaramanga que seliquidó en 1890por sospecharse que Había sido convertida en un club político. En 1892 volvería a reconstruirse con la previa aprobación del gobernador y del cura párroco.

A raíz de la separación de Panamá, 3 de noviembre de 1903, se formó espontáneamente un movimiento de protesta contra la intervención norteamericana. Numerosas organizaciones mutuales, juntas de vecinos y personalidades exigieron del gobierno del presidente José Manuel Marroquín la adopción de medidas en defensa de la integridad nacional. Paralelamente se organizaron recolectas de dinero y movilizaciones de protesta. Sin embargo, fueron vanos estos esfuerzos pues ya el hecho estaba consumado y las élites colombianas, aunque molestas, buscaban acomodarse a la nueva situación.

La tradición anti imperialista siguió viva en los sectores populares urbanos que nuevamente se expresaron en marzo de 1909 en el rechazo al pacto trÍpartito firmado por representantes de Colombia, Panamá y los Estados Unidos. Colombia, por medio de este tratado, reconocía a la República de Panamá, y a cambio recibía una pequeña compensación por parte de los Estados Unidos. Las protestas urbanas de febrero y marzo del mismo año expresaron tanto el descontento con el tratado como con la dictadura del general Rafael Reyes (1904-1909). La caída del general Reyes aplacaría temporalmente la movilización popular. Pero un año después el pueblo bogotano declararía un boicot total a la empresa norteamericana que manejaba el tranvía. Durante casi seis meses los bogotanos se movilizaron a sus sitios de trabajo o bien a pie o bien utilizando algunas carretas de bueyes prestadas por hacendados de la Sabana de Bogotá. Finalmente se solucionó e1conflicto con la municipalización deI tranvía, aunque el gobierno pagó una exorbitada suma de dinero en compensación a la compañía americana.

A pesar de que las anteriores movilizaciones no fueron promovidas exclusivamente por los artesanos o los aislados núcleos obreros que comenzaban a surgir en el país, se da por descontada su activa participación. Al abrigo del desarrollo del transporte, especialmente fluvial, y del surgimiento de algunos establecimientos industriales en ramas como alimentos, bebidas, velas y jabones, y más recientemente, textiles, comenzaron a formarse pequeñas concentraciones de trabajadores manuales asalariados.

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Es en este contexto en el cual aparece explícitamente el fenómeno de la huelga en el pais. Aunque hay evidencia histórica de que la huelga había sido ya utilizada por aislados grupos asalariados en el siglo pasado - en el ferrocarril del Pacífico en noviembre de 1878 y en el entonces estado de Panamá, en febrero de 1884, por parte de los trabajadores del Canal - fue la huelga de braceros de Barranquilla, de febrero de 1910, la primera que se conoció ampliamente en el país. El conflicto nació como protesta contra la larga jornada de trabajo (diez horas) y los bajos salarios. Rápidamente se generalizó a otros braceros y demás sectores asalariados del puerto. Ante el intento de esquirolaje, los obreros respondieron violentamente impidiendo el acceso al trabajo. Era un pequeño microcosmos de lo que sucedería diez años más tarde. Después de cuatro días, el conflicto se solucionó, previa intervención del gobernador del Atlántico: las empresas navieras reconocieron un sustancial aumento salarial, pero nada se dijo sobre la jornada de trabajo.

Paralelamente los trabajadores manuales comenzaron a dotarse de formas organizativas acordes a sus necesidades. En 1909 el gobierno reconoció el primer sindicato: la Sociedad de Artesanos de Sonsón. Esta sociedad, promovida también por la Iglesia, estaba conformada por sastres, zapateros y otros artesanos.

El cansancio con los partidos tradicionales llevó a los trabajadores al organizar grupos políticos independientes. En 1911, algunos núcleos artesanales hablaron de la urgencia de organizar un partido obrero para elevar su voz unificadamente ante los poderes públicos. La iniciativa cuajaría unos cinco anos más tarde. Algunos periódicos obreros comenzaron a hablar de la «emancipación de los hijos del trabajo».

En 1913 surgió en Bogotá una organización que pretendía aglutinar a los distintos gremios obreros existentes. Se llamó la Unión Obrera>. En tres meses de actividad logró congregar a 15 gremios con cerca de 3.500 afiliados. Su plataforma de acción rechazaba la acción política tradicional y propugnaba por la alfabetización, la batalla contra el alcoholismo, el estíomulo al ahorro, etc. El ejemplo de Bogotá fue seguido por otras poblaciones con concentración obrera como Honda en donde se creó, en 1915, la Unión Obrera Local.

El primero de mayo comenzó a celebrarse públicamente en Colombia en 1914. Aunque se hacían modestos desfiles y pomposos actos culturales en recintos cerrados, se observa claramente la intención de vincularse al movimiento obrero mundial. En enero de 1915, cerca de seiscientos obreros firmaron en Bogotá un manifiesto que convocaba a la fundación de un partido obrero. Como primer paso se publicó un periódico del mismo nombre. Los objetivos programáticos eran similares a los de las mutuales del siglo XIX. Lo novedoso radicaba en la abierta ruptura con los partidos tradicionales. El proyecto tuvo corta existencia.

Bogotá será sede de la reunión obrera más resonante de todo el decenio de los diez. En mayo de 1919 distintas organizaciones obreras y artesanales convocaron a una asamblea obrera, la primera de carácter nacional. La principal y casi única labor de ese congreso fue la creación del Par tido Socialista, el cual subsistirá sólo hasta1923. El partido representó la síntesisde las tradiciones heredadas por la naciente clase obrera. La bandera del nuevo partido fue roja y su lema -bien diciente-: «Libertad, Igualdad y Fraternidad.» Su plataforma reivindicaba un socialismo moderado que no buscaba la abolición del Estado sino su democratización.

Antes de avanzar en el estudio del decenio de los veinte, es necesario señalar que además de las diversas organizaciones gremiales y políticas, los obreros colombianos contaban con una rica tradición cultural que se expresaba tanto en sus periódicos como en otras formas organizativas, las cuales iban desde grupos espiritistas hasta sociedades secretas. Aunque aún no hay mucha evidencia al respecto,

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la investigación histórica ha mostrado que en el país existían activos clubes culturales conformados por obreros, artesanos e intelectuales. Por ejemplo don Rodolfo Carro, padre de la famosa líder socialista de los años veinte, María Cano, fue un gran difusor del espiritismo en la capital antioqueña. En torno a él, un grupo de intelectuales que se nutriría de esta tradición, la proyectaría luego sobre sectores de la naciente clase obrera.

En la apartada población tolimense de Líbano, existían desde comienzos de este siglo unas semic!andestinas sociedades teosóficas. Estas recibían abundante literatura de España. No dejaba de ser notable que en un país abrumadoramente católico, los núcleos artesanales y obreros hicieran esas rupturas con la religión oficial. Las sociedades teosóficas, por tanto, representaban una forma organizativa al margende lo establecido.En este sentido abonaban el terreno para posteriores organizaciones sindicales y socialistas que funcionaron en el municipio tolimense. Todo parece indicar que el caso de Líbano no fue único. Grupos espiritistas, teosóficos y hasta masones, contribuirán a la formación de la clase obrera. En otras palabras, la clase obrera colombiana no nace en los años veinte con las manos vacías.

Por el contrario, posee una rica herencia de tradiciones y valores compartidos por gran parte del pueblo colombiano. Dicha herencia adquirirá características propias a medida que la clase obrera enfrente las formas concretas de explotación económica y de dominación política en los años veinte. Consideremos primero el arsenal cultural con el que nace la clase obrera, para luego analizar los distintos mecanismos de resistencia implementados por la clase en dicho decenio.

Las tradiciones heredadas por la naciente clase obrera

La clase obrera colombiana irrumpe en el seno de una sociedad educada, desde los tiempos coloniales, en algunosvalores occidentales. A las tradiciones católicas e hispánicas, se les unen en el siglo pasado el utilitarismo y el racionalismo positivista, encarnados éstos en el radicalismo neogranadino de mitad de siglo. Por otro lado, la preocupación por las clases menos favorecidas (plasmada tanto en el pensamiento del papa León XIII como en las corrientes neoliberales y en el socialismo), también tocará playas colombianas a comienzos del siglo xx. No es extraño, por tanto, que diversas tradiciones conformen el bagaje cultural de la naciente clase obrera. Principalmente destacaremos tres: cristianismo, racionalismo liberal y socialismo. A pesar del antagonismo de estas tradiciones, la clase obrera las integrará en una síntesis muy particular. Veámosla a continuación.

Los obreros colombianos recogen ante todo una cierta tradición cristiana aunque no exactamente católica. Se rechazaba todo lo que de ella indujera a la resignación o al mantenimiento del orden establecido. Se insistiría entonces en los aspectos progresivos del cristianismo: la rebeldía de Jesús, las denunciasde los profetas y de los SantosPadres contra la riqueza, y las formas de vida colectiva desarrolladas por las primeras comunidades cristianas. En este sentido se intentaba rescatar un cristianismo «puro», distante de las prácticas de la Iglesia y del partido conservador, que se decía defensorde la catolicidad.El cristianismo de los primeros núcleos obreros era un cristianismo de la rebeldía, más parecido al de los esclavos en su resistencia al Imperio Romano, que al de las opulentas cortes cardenalicias. Por ello, participando los obreros de la más poderosa tradición de Occidente, estaban alejadas tanto de la Iglesia católica como de las otras iglesias y sectas protestantes.

En el fondo lo que se buscaba era entroncar el socialismo enarbolado porlos primeros núcleos obreros, con tan poderosa tradicion. Se suponía que el socialismo era el producto más elaborado de los anhelos liberadores de las religiones del pasado. Por ello no es de extrañar que los obreros colombianos de los años veinte, como antes lo habían hecho los radicales del siglo pasado, a título de rescatar un cristianismo «puro», se hubieran convertido en anticlericales. Aunque seguían manejando un lenguaje

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religioso - a la actividad política se la llamaba «apostolado», al líder obrero «mártir», a la solidaridad «hostia común», y se escribieran «catecismos socialistas » - su contenido era secular.

El anticlericalismo, y por esa vía un cierto ateísmo, va a flotar en el ambiente cultural obrero de los años veinte. Aquí no se puede desconocer la influencia tanto del liberalismo, en calidad de corriente ideológica, como deI espiritismo, teosofismo y la masonería, que contribuyen a desmitificar la labor eclesiástica en el naciente movimiento obrero.

Ahora bien, el liberalismo ideológico contribuye no sólo a desligar los obreros de la práctica eclesial, sino que aporta una especie de nueva divinidad: la Razón. Los obreros de los años veinte pondrán toda su confianza en la razón como principio organizador del comportamiento social. En este sentido la naciente clase obrera colombiana bebió primero de las fuentes de la Ilustración que del socialismo, se adhirió antes a la Revolución francesa del siglo XVIII que a la rusa de 1917, Y cantó primero La Marsellesa que La Internacional. Ello no es de extrañar puesto que no solamente esas son las tradiciones que encuentra el Movimiento Obrero cuando surge, sino porque aun las ideologías radicales como el socialismo o el anarquismo, en las versiones vulgarizadas que arribaron a nuestra patria, compartían esa confianza en la razón.

Se creía, por tanto, en la razón como principio organizador de la comunidad. El progreso, que era una de las caras de la razón, conduciría inexorablemente a la humanidad hacia un futuro mejor. La ciencia, entendida en un marco positivista, era el instrumento de la razón contra todos los fanatismos irracionales. La técnica era la rueda definitiva del progreso. La clase obrera nació, por tanto, con el convencimiento optimista de que la razón sería el principio redentor de la humanidad, y de que ella, la clase obrera, era su última y más perfecta herramienta. Era una visión optimista de su papel histórico. Desde esa perspéctiva, los primeros núcleos obreros del país concebían a la ciencia y a la técnica como procesos neutros. Por ello dedicarían innumerables páginas de sus periódicos a la alabanza de la ciencia y a la difusión de los hallazgos técnicos. En lo que sí se apartaba la naciente clase obrera de la tradición racionalista liberal, era en el culto al individualismo. Desde sus orígenes, la clase obrera se inclinaba más por valores como la cooperación y la solidaridad, que por las secuelas del individualismo. En este sentido se entiende la inclinación obrera al socíalismo aún definido vagamente, desde los tempranos años de su gestación. Se trataba de un socialismo amplio que representaba la síntesis intuitiva y las aspiraciones obreras. Por socialismo, nuestra naciente clase obrera entendía un proyecto de bienestar social para las clases menos favorecidas. Era la conclusión lógica de un proceso histórico de luchas sociales, que comenzaba con las gestas del esclavo Espartaco, y pasaba por las revoluciones campesinas y la Revolución francesa, hasta llegar a la Comuna de París y la Revolución rusa. De esta última, a principios de los veinte, se sabía poco, pero se la admiraba entrañablemente.

Digamos que las condiciones de explotación económica y dominación política que analizaremos más adelante, hacían de nuestros obreros receptores de cualquier mensaje que les brindara la semilla de la libertad. Por eso, ellos no se cerraban a ninguna idea nueva que ofreciera la posibilidad de redención. Aunque no eran gentes muy leídas -en realidad el nivel de analfabetismo entre nuestra clase obrera era alto en esos años- estaban atentos a la palabra de los nuevos predicadores sociales. Así llegaron a nuestro país las ideologías políticas más definidas como el marxismo o el anarquismo. Para mediados del decenio de los veinte, algunos inmigrantes internacionalistas jugaron un papel destacado en la difusión de estas ideologías. Aunque sus vidas están cubiertas con un cierto halo de misterio, alimentado en parte por la cruda persecución oficial, algo se ha investigado recientemente sobre ellas. Se dice, por ejemplo, que el marino ruso Silvestre Savitsky llegó procedente del Japón, junto con su esposa. Instalado en una vieja vivienda del centro de Bogotá, reunía por las noches a un selecto grupo

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de jóvenes intelectuales y obreros y con palabras sencillas les describía, tal vez exagerando un poco, las maravillas de la construcción del socialismo en Rusia. Vicente Adamo, un italiano llegado a Colombia en 1904, se radicaría en la aislada población de Montería. Desde allí pacientemente ayudaría a la formación de diversas organizaciones obreras. Socialista convencido, Vicente Adamo alcanzaría un gran prestigio entre los vecinos de la población costeña. El peruano Nicolás Gutarra, de inclinaciones anarquistas, se instalaría a comienzos de los años veinte en Barranquilla. Allí colaboraría en la formación de la poderosa Liga de Inquilinos que puso en jaque a los terratenientes urbanos y presionaría con éxito la disminución de los arriendos.

Como ellos hay un buen número de inmigrantes de distintas nacionalidades que contribuyeron a difundir ideologías revolucionarias en nuestro medio. Ahora bien, sería injusto y antihistórico atribuirles a ellos la responsabilidad del proceso de agitación social que presenció el país en esos años. Por un lado, es claro que sin las condiciones materiales, las ideas rebeldes no encontrarían acogida en nuestro territorio. Por otro lado, encontramos a un gran número de intelectuales y líderes obreros colombianos, que se interesaron por los problemas sociales. Sin tocar todavía a los socialistas, de los que hablaremos más adelante, señalemos a prestigiosos intelectuales, muchos de ascendencia liberal, como Luis Tejada, José Mar, Armando Solano y el mismo Jorge Eliécer Gaitán, quien por esos años presentó su brillante tesis «Las ideas socialistas en Colombia.

Otros, más prácticos, como Biófilo Panclasta, difundían su mensaje en cualquier camino, o bajo la sombra pródigade un árbol, o aun en sitios vedadospara la sociedad del momento como tabernas y bares. Los periódicos obrerosy socialistas, cuyo número era cercano a 80 en 1925, contribuyeron también grandemente a la difusión de las ideologías revolucionarias.

El marxismo, en la versión de la Internacional Comunista, y el anarquismo, especialmente el anarcosindicalismo, contribuirán a la cristalización de .proyectos políticos obreros. Al mismo tiempo que colaboraron en la definición política, irán dando origen a crudos enfrentamientos ideológicos que culminaronen rupturas organizativas, como veremos más adelante. Con ello disminuye sensiblemente la tradición pluralista que caracterizaba al movimiento obrero en sus primeros años. Si a comienzos de los años veinte, los obreros oían y leían, a veces, indiscriminadamente las prédicas socialistas, anarquistas o marxistas, con el correr de los años esa apertura a lo nuevo, viniera de donde viniera, va dando paso a la selectividad política acorde con la influencia ideológica predomnante en cada núcleo obrero. Sin embargo, aunque disminuida la tradición pluralista, no desaparecerá del todo en la clase obrera, al menos en la de los años veinte.

Podemos decir, para redondear esta sección, que con estas tradiciones aparentemente contradictorias -nos referimos a la cristiana, racionalista, liberal y socialista en términos amplios- la clase obrera desarrollará su resistencia. Ahora bien, en ese proceso la clase va generando valores que la identifican con una «comunidad social» distinta obviamente de las clases dominantes y aun de otras subordinadas. Veamos, aunque sea de una forma breve, este conjunto de valores adoptados por la clase obrera en sus años de gestación, antes de considerar sus luchas en concreto.

Los valores y las expresiones culturales de la nueva clase

Como en el caso de las tradiciones, la clase obrera colombiana no nace en el vacío. De hecho muchos de los valores de la naciente clase obrera, lo eran también de la sociedad colombiana en su conjunto. Es la forma como la clase se apropia de ellos y los desarrolla en sus luchas, lo que les da la fisonomía propia. Ante todo digamos que el obrero de los años veinte se veía a sí mismo como un ser honrado, responsable con su trabajo, diligente y creativo. El trabajo lo hacía digno y lo enaltecía. Su carácter de

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nueva clase valientemente lo proclamaban cuando decían que no eran ni siervos ni esclavos y exigían un trato «justo», acorde con su dignidad obrera.

Uno de los valores más codiciados por la naciente clase obrera era la educación, que se entroncaba en la tradición racionalista de la que ya hablábamos. La función de la prensa obrera va a ser precisamente promover esa anhelada educación. La educación haría acceder a los trabajadores a la razón, a la ciencia y al progreso. La tarea educativa era, por tanto, una tarea liberadora para los primeros núcleos obreros. Como se desprende de lo anterior, la educación era concebida como instrucción política, aunque también se hacían llamados a la superación del analfabetismo y al acceso del saber común de la sociedad. La ausencia de esa educación política era concebida como una gran traba para la consecución de la libertad.

En algunos círculos obreros, influenciados por la iglesia católica, la educación prestaba, además de una función moralizadora, otra de promoción personal y de ascenso social. Sin embargo, ésta no fue la visión predominante en la naciente clase obrera colombiana.

Acompañando a la labor educativa, los primeros núcleos obreros de distintas orientaciones ideológicas empredieron una verdadera batalla contra los vicios entendidos como manifestaciones irracionales de los trabajadores. Entre estos vicios descollaba el problema del alcoholismo. El consumo exagerado de bebidas embriagantes (en especial chicha, cerveza y aguardiente) era visto como un gran obstáculo para que la clase obrera adquiriera un papel de protagonista en la transformación social que el país necesitaba.

Aunque la campaña antialcohólica era una cruzada apoyada por distintos estamentos sociales, los obreros le darían su sello propio. En general dicha campaña se enmarcaba en el debate, por ese entonces en boga, sobre la «degeneración de las razas». Durante los años veinte no faltaron las voces que postularon que nuestras razas tropicales -entiéndase por éstas las clases bajas- no se podrían adaptar a la modernización creciente de la sociedad. Estas voces encontraban en el alcoholismo un argumento para justificar sus sospechas de que sí existían razas degeneradas en nuestro medio.

Los sectores empresariales colombianos, aunque sin acoger todo el argumento racista, opinaban que el alcoholismo significaba una disminución en la productividad del trabajo. La Iglesia por su parte, entendía el alcoholismo como una degeneración más moral que racial y con igual ahínco lo combatió.

En este panorama cultural, ¿cuál fue la posición obrera ante el problemadel alcoholismo? Ciertamente no se compartía la teoría de la «degeneración de las razas». Por el contrario, ya veíamos cómo el obrero se concebía como un ser humano con valor. Además la tradición socialista, alimentada por el racionalismo, señalaba a la clase obrera como el último y más elaborado fruto de la evolución social. El anarquismo y el marxismo predicaban que la clase obrera era la clase portadora de la bandera de la liberación para toda la humanidad, Por ello, la clase obrera no se consideraba una «raza degenerada». Sin embargo, también le preocupaba el problema del alcoholismo. Este, entonces, era un obstáculo a superar; una traba que ciertamente podía «degenerar» a algunos de sus miembros, pero no a la clase en conjunto.

Ahora bien, no se necesita mucha malicia para descubrir que por detrás del debate sobre el alcoholismo estaba el problema del control del tiempo libre de los trabajadores. Era común que los obreros a la salida del trabajo y en los dominicales, se reunieran en tabernas o bares a consumir alcohol.

Esto era mal visto por los empresarios y el clero, por las razones arriba anotadas. Para los activistas obreros también esta práctica popular era criticable pues se perdía un tiempo que se podría aprovechar

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en el estudio político y la organización. Sin embargo, a pesar de las campañas de lado y lado, los sectores populares urbanos, y en particular los obreros, siguieron acudiendo a la cita casi diaria en la taberna o en el bar. Pero, podemos preguntamos antes de condenar, ¿qué representaba esta práctica? Parece ser que por detrás del consumo del alcohol existía la necesidad de reunirse, de sentirse en comunidad después de una jornada de trabajo despersonalizadora, de comunicarse, de intercambiar opiniones.

De hecho, contra el querer de muchos sectores sociales y aun de dirigentes obreros, los bares y tabernas jugaron un papel cohesionador en la naciente clase obrera. Esto es más claro aún para las concentraciones obreras en aquellas actividades extractivas de propiedad del capital norteamericano (especialmente en la zona bananera de la Costa Atlántica y en la petrolera del Magdalena medio). Allí, por tratarse de una típica economía de enclave, los obreros, que vivían en hacinamientos humanos de reciente formación, no tenían más diversión que acudir a dichos sitios. Como se ve, la lucha contra el alcoholismo, aunque tiene su matiz entre los obreros, no es un valor contradictorio, como en últimas todos los valores lo son.

La clase obrera colombiana, especialmente sus sectores más politizados, trató además de desarrollar todo un comportamiento ético que, sin negar el predominante en la sociedad, le diera una identidad como nueva «comunidad social». Es así cómo en apartados municipios del territorio nacional, al mismo tiempo que surgieron distintas organizaciones de resistencia obrera (cooperativas, clubes culturales o sindicatos) éstas se iban dotando de un código de comportamiento moral propio.

En esto influyeron indudablemente las prácticas éticas tanto de sociedades mutuales y cooperativas, como de sociedades teosóficas, logias masónicas y sociedades secretas que en algunos municipios habían florecido desde fines del siglo XIX. Los núcleos obreros más militantes practicaron, por tanto, distintos ritos de iniciación que iban desde juramentos a la bandera de la asociación obrera, hasta bautismos y matrimonios «socialistas». En Líbano, Tolima, artesanos y obreros se casaron en los años veinte según un rito que era el mismo de las sociedades secretas que allí funcionaban desde mucho antes, con un nuevo lenguaje «socialista». Lo mismo sucedió, aunque en forma aislada, en distintos sitios como Dagua (Valle), Barrancabermeja y la zona bananera.

Ahora bien, explícitamente se decía en las actas que se levantaban de tan singulares ceremonias, que estos ritos no excluían las prácticas religiosas tradicionales del pueblo colombiano, que seguramente seguirían siendo las de la mayoría de los trabajadores.

Paralelamente a estas prácticas de identificación de la nueva «comunidad social», la clase obrera, desde su nacimiento, va desarrollando valores nuevos y propios de ella. Nos referimos principalmente al espíritu de cooperación, a la solidaridad y a cierto radicalismo social.

Aunque el espíritu de cooperación se remonta a las sociedades democráticas y a las sociedades mutuales, es en el siglo xx cuando se llega a su mejor expresión a través de las cooperativas de producción y consumo, y de las cajas comunales de ahorro. Es por ello que en los años veinte comienzan a desarrollarse dichas organizaciones, que no son exclusivamente impulsadas por la Iglesia. Aunque tal vez las más exitosas serían las de influencia clerical, y dentro de éstas, las establecidas por el padre José M. Campoamor, los sectores socialistas y aun anarquistas también las impulsaron.La solidaridad de clase es tal vez la expresión más nítida de la naciente clase obrera. Las continuas llamadas al apoyo de otros sectores en conflicto, que aparecen en la prensa obrera de los años veinte, muestran cómo la clase va identificando lo que la une más allá de la diversidad de actividades y de patrones que ella enfrenta. La huelga de apoyo y la huelga general, que se presentan tenuemente en esos años, serán la mejor expresión de dicha solidaridad.

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El desarrollo de un radicalismo social en los años veinte, puede ser considerado también como otro valor propio de la clase obrera en gestación. Este radicalismo social, que ampliaremos en el siguiente punto, se manifestó en la impresionante actividad huelguística, en la tendencia a la generalización de la protesta social y en la militancia política bien en las toldas socialistas o en las anarquistas.

Ahora bien, el discurso ético y cultural obrero de los años veinte no fue homogéneo y totalmente coherente. Por ejemplo, a los campesinos se les trata a veces como aliados, a veces como potenciales enemigos, o a veces se les ignora simplemente. A la mujer se le dedican algunas páginas de denuncia de la opresión patriarcal y contradictoriamente, al mismo tiempo en otras páginas, se realimenta la ancestral tradición machista inscrita en la cultura popular.

Pero estas contradicciones son explicables no sólo por el momento social que vivía el país, sino porque la contradicción era inherente a las mismas tradiciones y valores adoptados por los obreros en sus luchas de resistencia.

Contexto socioeconómico de la formación de la clase obrera en los años veinte

Ha llegado el momento de abordar el accionar concreto de la clase obrera en el último decenio estudiado. Sin embargo, éste no se puede entender si no lo relacionamos mínimamente con el contexto socioeconómico y político del país en el cual surge la clase obrera, interesándonos destacar lo relativo a la explotación, a las formas de dominación y de comportamiento del Estado y los partidos tradicionales ante la naciente clase.

La economía colombiana de los años veinte, que ha sido desarrollada en otros capítulos, vive un momento de transición de un modelo orientado al sector externo, a uno que pone más énfasis en la ampliación de un mercado interior y en el desarrollo de una industria nacional. La primera guerra mundial había mostrado la debilidad de una economía que dependía de los productos manufacturados del exterior. Lentamente se habían establecido en el país algunas industrias de bienes de consumo como textiles, bebidas, prendas de vestir, calzado, jabones, etc. Al mismo tiempo el flujo de créditos norteamericanos, acompañados de los veinticinco millones de dólares de la indemnización por Panamá, van a significar un gran impulso a las obras públicas, en especial las vías de comunicación. Estas últimas concentraron un significativo número de trabajadores.

La naciente clase obrera, ubicada en esos sectores dinámicos, va a enfrentar dos lógicas de explotación derivadas del momento de transición que vivía la economía colombiana en los años veinte. La lógica exportadora, apoyada en diversas formas de coacción extraeconómica, hará que los primeros obreros tengan que luchar contra forma de contratación indirecta (como los «contratistas», por ejemplo), el pago de abultadas deudas y le multas, el monopolio comercial de los productos de subsistencia por parte de algunas empresas (especialmente de economía de enclave) y, en general, lo que los trabajadores llamaron «un trato injusto». La lucha contra las extensas jornadas de trabajo (se presentabancasos de doce y hasta quince horasdiarias de trabajo), el empleo a destajo (que disfrazaba largas jornadas de trabajo) y el descenso del salario nominal, hacía parte también de la resistencia obrera contra esta lógica de explotación anclada en el tradicional modelo agroexportador.

Al mismo tiempo, con la transición nacia una economía más integrada internamente y con incipiente industrialización, se insinuaba una nueva lógica de explotación de la fuerza de trabajo. Una lógica más capitalista, en donde el énfasis se ponía en el aumento de la productividad del trabajo a través, bien de métodos de racionalización odel trabajo o bien de nueva tecnología y maquinaria más eficiente. En este sentido, interesaba a los empresarios tener una mano de obra más libre y más motivada al trabajo. Aquí

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se inscriben las abundantes luchas obreras de los años veinte por un mejor salario, estabilidad laboral, condiciones higiénicas y ciertas comodidades en el sitio de trabajo, prestaciones sociales y ampliación o cumplimiento de la escasa legislación laboral. Con esta última reivindicación a tocamos al aspecto clave de las formas de dominación política que enfrentó el movimiento obrero del decenio de los veinte. La misma coyuntura de transición estaba obligando al Estado, en manos conservadoras en todo el período estudiado (1886-1930), a abandonar en la práctica el dogma del laissezfaire y adoptar medidas interventoras tanto en materia económica, como en aspectos sociales. Sin embargo, la evidencia encontrada hace pensar que los últimos gobiernos de la Hegemonía Conservadora tuvieron más éxito en la intervención en economía, que en lo social propiamente dicho.

En material laboral no se avanzógran cosa. Aunque desde 1907 existía una ley sobre descanso dominical para empleados públicos, fue en 1915 cuando se inició la legislación laboral en el país.El proyecto de ley sobre accidentes de trabajo, presentado el año anterior por el general Rafael Uribe Uribe, se convirtió en la ley 57 de 1915. En 1918, la ley 46 exigía la construcción de habitaciones higiénicas para los trabajadores. Las primeras leyes sobre huelgas, la 78 de 1919 y la 21 de 1920, se elaboraron al calor del primer movimiento de protesta obrera de vasta magnitud. Ambas leyes trataron de legalizar, y por tanto controlar, el fenómeno huelguístico. Se establecieron etapas previas a la declaratoria de la huelga, se permitió el ésquirolaje y se prohibió la huelga en los sectores catalogados como servicios públicos. Las leyes 37 de 1921 y 32 de 1922 hablaban de un seguro colectivo y obligatorio para todos los trabajadores de una empresa. La ley 57 de 1925 versaba sobre accidentes de trabajo. La ley 15 de 1925 establecía las condiciones de higiene social y asistencia. La ley 57 de 1926 estipularía el descanso dominical para todos los trabajadores. Aparte de estas leyes, y del establecimiento de la Oficina del Trabajo como dependencia del Ministerio de Industrias, en 1924, no hay más legislación laboral en el período estudiado. Por el contrario, el Estado hará aún continuos pronunciamientos de no intervención en los conflictos sociales, y más bien acudirá a la cruda represión, como sucedió especialmente a partir de la Ley Heroica del 30 de octubre de 1928.

Por ello se puede decir que para la Hegemonía Conservadora, la «cuestión social» fue más una «cuestión de orden público». Ampliemos este punto. Para la élite conservadora en el poder, anclada aún en el laissefaire económico, el Estado debía dejar que las fuerzas del mercado libremente solucionaran los diferendos salariales. En este caso concreto las fuerzas del mercado eran el capital y el trabajo. Ahora bien, si el conflicto salía de los marcos económicos, entonces ya era cuestión de orden público. Como el Estado no debía inmiscuirse en la negociación económica, su función no debía ir más allá de promulgar unas pocas leyes laborales y mantener una Oficina del Trabajo dedicada más a informar al ejecutivo que a presionar la negociación. Lo demás correspondía al Ministerio de Gobierno o a las Fuerzas Armadas. Estos últimos eran los que aparecían ante el obrero como la imagen del Estado. En este sentido, la clase obrera era objetivamente excluida como clase del juego democrático. El obrero, aunque podía participar en el sistema político como «ciudadano», no podía hacerlo como clase.

El Estado bajo la Hegemonía Conservadora por tanto, no daba cobertura a todos los sectores sociales. De ahí se concluye que estos sectores sociales no vieran como «legítima» la dominación de ese Estado. La adhesión obrera a ideologías evolucionarias es una consecuencia a esta ausencia de consenso entorno al Estado. Para los liberales colombianos, por el contrario, la existencia de la clase obrera era inevitable. Más aún, la contradicción capital-trabajo, en el plano económico, era vista como algo natural y propio del desarrollo económico. El Estado, en consecuencia, debía trabajar por la coexistencia pacífica de las clases. Al no entender los gobiernos conservadores, las peticiones económicas obreras, producían una radicalización política de estas últimas, radicalización que el liberalismo tampoco veía con buenos ojos. Sin embargo, los liberales acusaban a los gobiernos conservadores, en especial al de Miguel Abadía Méndez, de exagerar el peligro revolucionario colocado

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por la clase obrera, para justificar políticas regresivas. Los revolucionarios, decía la prensa liberal, eran «exóticos» para el país y no pasaban de ser un pequeño puñado.

La respuesta sugerida por los liberales a los conflictos laborales era la combinación de una oportuna intervención del Estado en los conflictos laborales -enviando tropas para prevenir disturbios y presionando a las dos partes a negociar- con la aplicación de una serie de políticas laborales y de bienestar que hicieran que los obreros se sintieran también representados y atendidos por el Estado.

Esta será la lógica que el liberalismo pondrá en ejecución una vez acceda al poder. Para el movimiento obrero, la lógica de dominación que debió enfrentar fue la conservadora. Muchas veces sucedió que cuando se adelantaba un pacífico movimiento de protesta laboral, el gobierno conservador de turno consideraba, instigado por los empresarios (especialmente extranjeros), que se había salido del marco económico y por lo tanto dejaba en la policía o el ejército la «solución» del conflicto. Por supuesto que los obreros, que se sentían amenazados, se lanzaban a una respuesta también violenta. De ahí que la historia sindical de los años 20 está plagada de enfrentamientos sangrientos, teniendo en la masacre del 5 de diciembre de 1928, en Ciénaga (Magdalena), el evento más luctuoso de toda la historia de la dase obrera colombiana.

El accionar huelguístico(1919-1930) La huelga, fenómeno que impactaba a la sociedad colombiana de los años veinte haciéndola temblar, va a ser la forma de resistencia más importante del movimiento obrero en estos años. Sin embargo, la huelga en ese entonces era bien distinta de la contemporánea.

Comencemos por decir que a veces era más una «asonada» o un «motín» que una huelga entendida como un movimiento relativamente preparado y organizado. La huelga de los años veinte era la expresión de la protesta que estallaba espontáneamente, en la mayoría de los casos. observando el movimiento huelguístico en el decenio de los veinte salta a la vista el impresionante accionar iniciado en 1919 y que se prolongará hasta el primer semestre de 1920. Fueron los artesanos de Bogotá los que abrieron la puerta a este vasto movimiento. En julio de 1919 los líderes artesanales y obreros convocaron a manifestaciones de protesta contra la contratación, por parte del Ministerio de Guerra, de la confección de ocho mil uniformes del ejército con firmas extranjeras. El gobierno del presidente Marco Fidel Suárez respondió con el fuego de las armas, dejando un saldo de varios muertos y heridos y cerca de trescientos prisioneros. Luego vendrían las huelgas de mineros de la compañía inglesa de Segovia, Antioquia (agosto de 1919), y la de trabajadores del ferrocarril de la Dorada (diciembre 1919 enero 1920). Paralelamente se produjo una gran movilización campesina en la región del Sinú, dirigida por los centros socialistas de Montería en donde actuaba el ya mencionado Vicente Adamo, a quien, como premio por su actividad, le esperaría la cárcel.

En 1920 encontramos treinta y dos huelgas; cifra excepcional para el momento dada la limitada cobertura de la clase obrera. Dentro de este movimiento huelguístico sobresalieron los ferroviarios (de la Dorada, Antioquia, la Sabana de Bogotá, Valle del Cauca y de Atlántico), los sastres y zapateros (de Medellín, Caldas, Manizales y Bucaramanga) y los trabajadores textileros de Bello, BarranquiUa y Cartagena. La dura crisis fiscal que vivió el país a comienzos de los años veinte presionó a los trabajadores del Estado a una permanente movilización eligiendoel pago oportupo de sus salarios.En ello estuvieron presentes aun los jueces y algunas guarniciones de la policía.

Entre 1921 y 1923 hay un leve descenso en la actividad huelguística. En 1921 se presenciaron nueve huelgas cuatro en 1922 y ocho en 1923. Será en 1924 cuando se presente un nuevo repunte del movimiento de protesta laboral. Parece que al abrigo de las reformas económicas sugeridas por la

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Misión Kemmerer, el país se recuperaba fiscalmente e iniciaba su apertura al flujo del crédito externo. La inflación se dejó sentir con dureza en esos años de prosperidad económica. Las dieciocho huelgas realizadas en 1924 así lo indican. Entre el 20 y el 22 de abril de 1924 los trabajadores de la empresa municipal del tranvía de Bogotá se lanzaron al paro exigiendo estabilidad laboral y aumento salarial. El conflicto se agravó cuando el superintendente de la empresa dio muerte a un trabajador. Finalmente el concejo municipal accedió a subir salarios, destituir al superintendente y estudiar las otras peticiones obreras. En los meses siguientes, ferroviarios, mineros y trabajadores textiles adelantarán movimientos reivindicativos de gran radicalidad. Para fines de 1924 se gestaba un movimiento de protesta en cerca de catorce empresas de Bogotá, lo que hubiera podido derivar en una huelga general, de no ser por la excepcional intervención del ejecutivo presionando la negociación.

Sin embargo, en Barrancabermeja el 8 de octubre del mismo año, estalló la primera de las grandes huelgas petroleras. La dirección del movimiento se cayó en la Sociedad Unión Obrera dirigida por Raúl E. Mahecha. Los trabajadores aducían incumplimientode lo negociado a principios de año. A pesar de la presencia en el puerto del Ministerio de Industrias, la Tropical Oil Company se negó a la negociación. A los trabajadores no les quedó más recurso que radicalizar el movimiento, lo cual provocó el terror de los empresarios y el gobierno. Ilegalizada la huelga, la «Troco» procede a la expulsión de más de mil doscientos trabajadores, que en su mayoría son deportados de la zona por el gobierno.

La derrota obrera la justificó el gobierno al catalogar la huelga como un movimiento «subversivo». En diciembre del mismo 1924, los trabajadores de la United Fruit Company lanzaron un paro para denunciar el incumplimiento de la legislación laboral por parte de la compañía norteamericana y para presionar estabilidad y aumento salarial. La división entre los mismos trabajadores y la rotunda negativa del gerente en negociar dieron al traste con el movimiento, que será la semilla del lanzado cuatro años más tarde.

De las catorce huelgas de 1925 merecen ser mencionadas las de los trabajadores del ferrocarril de la Dorada (en enero) y los tranviarios de Bogotá (en diciembre). En ambas, la dura respuesta oficial terminó con cientos de huelguistas encarcelados, otros tantos licenciados y la negativa empresarial a cualquier negociación. Parecería que se quería aniquilar a la clase obrera más que ser aceptada en el concierto nacional.

En contraste con el movimiento huelguístico previo, el de 1926, año de cambio de gobierno del general Pedro Nel Ospina al doctor Miguel Abadía M., mostró algunos triunfos obreros. Primero fueron los braceros de Girardot y luego los trabajadores del ferrocarril delPacifico. La clave del éxito radicó en la amplia solidaridad obrera y ciudadana conseguida. En el caso del ferrocarril del Pacífico (1-3 de septiembre), se logró paralizar al occidente colombiano. Así se entiende que la gerencia de la empresa haya aceptado inmediatamente los puntos centrales del pliego petitorio (aumentos salariales, establecimiento de la jornada laboral de ocho horas, condiciones higiénicas y otras reivindicaciones). Esta huelga fue durante años la huelga modelo para el movimiento obrero. Sin embargo, la euforia obrera no duraría por mucho tiempo.

En enero de 1927, de una forma un poco apresurada, los petroleros de Barranca lanzaron su segunda huelga. De la justeza de sus peticiones dio testimonio el alcalde Luna Gómez que tuvo que renunciar ante la divergencia de intereses con el ejecutivo. A pesar de ser pacífica la huelga, el gobierno entró a suprimirla por la fuerza. En un tranquilo banquete de homenaje obrero al saliente alcalde, irrumpió la policía violentamente dejando un número impreciso de muertos. El gobierno dictó una ley marcial para la región, ilegalizó el movimiento y procedió a los conocidos encarcelamientos, mientras la empresa aprovechaba la situación para producir expulsiones masivas. Así murió por asfixia la segunda huelga petrolera; Raúl E. Mahecha, su líder indiscutible, sería de nuevo encarcelado junto con otros dirigentes.

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Esta nueva tónica se prolongaría en los siguientes años. Hacia el 13 de noviembre de 1928, los trabajadores de la United Fruit Company presentaron un pliego de peticiones que, si se analiza cuidadosamente, no era sino el resumen de la escasa legislación laboral existente. Se pedía seguro colectivo, cumplimiento de ley sobre accidentes de trabajo, habitaciones higiénicas, descanso dominical, aumento salarial del 50 %, cesación de los comisariatos, anulación de los pagos por medio de vales, pago no por quincenas sino semanal, contratación colectiva y establecimiento de hospitales. A pesar de lo prudente del pliego y de la pacífica organización de los trabajadores, el Estado, alimentado por telegramas alarmistas de las directivas de la UFC, vio con temor la huelga. Envió en consecuencia, un gran contingente de ejército. El general Carlos Cortés Vargas fue nombrado jefe militar y civil de la zona. En el primer decreto firmado por Cortés Vargas se prohibía la reunión de más de tres personas y se autorizaba al ejército a disparar cuando lo creyera conveniente. El decreto 4, leído en la fatídica noche del 5 al 6 de diciembre, declaraba «cuadrilla de malhechores» a los huelguistas.

Con el señuelo de una posible reunión con el gobernador de Magdalena, miles de trabajadores convergieron en la plaza de Ciénaga el 5 de diciembre. Las horas fueron pasando y no arribaba el alto funcionario. Hacia medianoche, el general Cortés Vargas ordenó el desalojo de la plaza. Los obreros se negaron a ello y, por el contrario, renovaron su ardor con gritos de «Viva Colombia libre», «Viva el ejército colombiano» y uno que otro «Viva la revolución social». La masacre, cuyas reales estadísticas tal vez nunca se conocerán con certeza, se consumó esa fatídica noche. Los obreros, después de la masacre, trataron vanamente de armarse y responder con la misma moneda. Por supuesto, la huelga finalizó unos días más tarde, sin haber conseguido los obreros ninguna de sus peticiones, y teniendo por el contrario que aceptar un sueldo menor del que recibían cuando se inició el conflicto.

Ante esta violenta respuesta del Estado, la clase obrera tendría que replegarse temporalmente, acudiendo a otras formas de resistencia distintas de la huelga. En la zona bananera, por ejemplo, con el cañón de los fusiles aún humeando, los trabajadores en medio de sus faenas comenzaban a componer coplas en las que se recordaban los sucesos, que el Estado quería olvidar, y se generaban mitos como el de Raúl Eduardo Mahecha como «hombre indestructible». Comenzaron a circular leyendas sobre Mahecha de quien se decía que el ejército no lo podía matar. Que le habían disparado mil tiros y apenas le rozaron un pie. Se decía, en fin, que en el forro de los dientes escondía el secreto. Estos mitos devolvían cierta fe a los trabajadores abrumados por tan violenta respuesta del Estado. Así como estos ejemplos de resistencia cuftural, existieron muchos otros cuya enumeración sería de nunca acabar.

La resistencia obrera de los años veinte abarcó formas que iban desde la solidaridad económica familiar o comunitaria, hasta la mitología y el folklore; desde el saboteo oculto a la producción con la destrucción de las máquinas, hasta la insurrección organizada pasando por la huelga. Este es un tema que hasta ahora está abordando, la investigación histórica en nuestro país.

Volviendo sobre la huelga, la forma de resistencia mejor estudiada, podemos decir que en general ella predominó en dos sectores económicos: transportes e industria manufacturera, siendo el peso del primer sector abrumadoramente mayoritario. Además, aunque hay una serie de huelgas lanzadas por sectores típicamente artesanales, fueron los trabajadores asalariados los que más contingentes de huelguistas aportarían. Por último, hay dos características propias de las huelgas de los años veinte que van a disminuir en decenios posteriores. Nos referimos a la solidaridad de clase y ciudadanía que lograron convocar, y a la radicalidad de muchas de ellas. Ambas características son las dos caras de una misma moneda: la rígida actitud del Estado ante la «cuestión social». La clase obrera debía resistir bien invocando a la solidaridad amplia, o bien radicalizándose. Ésta fue la tónica predominante en las

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relaciones entre el movimiento obrero y el Estado, relaciones que fueron más de exclusión que de mutua aceptación.

Las formas de organización obrera

El carácter espontáneo de muchos de los conflictos laborales explica el porqué muchas veces el lanzamiento de la huelga precedió o se dio simultáneamente con la formación de una organización obrera, generalmenfe un sindicato. Se puede decir que por detrás de cada periódico existía un proyecto organizativo. La difusión de la prensa obrera es, en parte, una difusión de las organizaciones obreras.

En 1910, en Tumaco, se había fundado El Camarada y en Cartagena El Comunista. Para 1916 surgió en Bogotá el periódico El Partido Obrero. En 1919 nacieron El Obrero Moderno de Girardot, El Luchador de Medellín, El Taller de Manizales, y la Ola Roja fundada por Ignacio Torres Giralda en Popayán. En 1920 nace El Socialista, que se mantendría en pie por lo menos hasta mediados de los treinta. Para 1924 se publica en Barrancabermeja el periódico dirigido por Raúl E. Mahecha, Vanguardia Obrera. Por esa misma fecha salen a la luz pública los periódicos anarquistas La Antorcha, El Sindicalista, la Voz Popular, y Pensamiento y Voluntad en Bogotá, y Vía Libre en Barranquilla. El Partido Socialista Revolucionario (PSR) tendrá también sus órganos de expresión como La Humanidad de Cali, dirigida por Torres Giralda, y La Nueva Era, órgano del Comité Central. Para 1928 tenemos otros periódicos obreros de importancia como Claridad de Erasmo Valencia, El Libertador del mencionado Biófilo Panclasta, Sanción Liberal de LJ. Correa, todos ellos en Bogotá, Vox Populi en Bucaramanga y El Moscovita en Ambalema. Hasta los obreros conservadores tendrán su semanario, Unión Colombiana Obrera, publicado en Bogotá. Esto para mencionar sólo los más destacados.

Aunque ya hemos dicho "que la clase obrera contaba con una amplia gama de organizaciones (desde sociedades mutuales y cooperativas, hasta clubes culturales y asociaciones secretas), va ser el sindicato la forma privilegiada por la clase en su resistencia. El Estado, consecuente con la visión laboral que hemos expuesto, no sólo no propició esa forma organizativa, sino que se opuso a ella por distintos medios.

Hasta 1919 existían sólo veintisiete organizaciones «obreras» legalmente reconocidas. Es bueno anotar que algunas eran más asociaciones obreropatronales, que sindicatos propiamente Dichos. En el decenio de los veinte, el Estado reconoció cuarenta organizaciones «obreras», nueve de ellas de segundo grado. Predominaban las organizaciones por oficio o gremiales. El sindicalismo de base no era muv común, y el de industria era prácticamente desconocido. En las actividades económicas, predominó el sindicalismo en transportes y en industria manufacturera, los mismos sectores que habían aportado más al movimiento huelguístico.

En general, la impresión que se tiene al observar los sindicatos existentes en los años veinte es que éstos eran de vida coyuntural (generalmente se creaban a raíz de un conflicto y desaparecían cuando éste se terminaba). Además, como no existían marcos institucionales para el sindicalismo, los trabajadores tuvieron que echar mano a sus tradiciones para organizarse. En este sentido parece que los antiguos clubes culturales y políticos obreros que florecieron en los sitios de concentración trabajadora, asumían la responsabilidad organizativa en los momentos de conflicto. Así se explica que en muchos casos la dirección de la huelga estuviese en manos de activistas obreros o líderes políticos que no rabajaban directamente en la empresa en conflicto. Ello permitió la mayor politización de las organizaciones de resistencia, aunque también las hizo lo más vulnerables al ataque de un Estado y de unos patrones que en cualquier organización obrera veían una amenaza subversiva.

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Como los sindicatos no se circunscribían a una empresa, podían tener una visión más de conjunto sobre las formas de explotación y dominación, imperante en el país. Pero al mismo tiempo, esta ventaja organizativa se podía convertir en docilidad, puesto que el Estado y los patronos, especialmente los extranjeros, se negaban sistemáticamente a reconocer la legitimidad de estos sindicatos, aduciendo que estaban conformados por elementos «externos» a las empresas en conflicto.

Hacia finales del decenio comienza a observarse, sin embargo, el surgimiento de algunos sindicatos permanentes inscritos en empresas específicas, que buscan la legalidad. Es decir, hay un desarrollo incipiente y minoritario en términos cuantitativos, de un tipo de sindicalismo cercano al que hoy llamamos de base.Las formas organizativas quedarían truncadas si no hacemos aunque sea una breve consideración sobre los proyectos políticos que agitó la clase obrera en el decenio de los veinte.

Implicaciones políticas de la lucha de la clase obrera en los años veinte

Anteriormente señalábamos que en mayo de 1919 se había constituido el Partido Socialista. Sus adherentes iniciales eran nueve asociaciones artesanales, dos sociedades de beneficencia y tres agrupaciones sindicales obreras.

Como se ve, predominaba el artesanado en su constitución. Además, nótese que el nivel propiamente reivindicativo va a estar muy mezclado con el político, lo cual es una constante del naciente movimiento obrero, por lo menos hasta bien entrado el decenio.

En realidad, el Partido Socialista representó más que un partido organizado, una agrupación política de opinión..En este sentido tendremos tanto una participación «socialista» en los conflictos sindicales (en el caso de las textileras de Bello fue claro), como una inusitada actividad política electoral, que se intensificó en 1921. En las elecciones a la Cámara (marzo), y a los concejos (octubre), los socialistas obtuvieron resonantes triunfos. En Medellín, las listas socialistas superaron a las liberales. En Girardot, los socialistas fueron mayoría en el concejo. En otras poblaciones con concentración obrera, los socialistas consiguieron importantes avances: Honda, La Dorada, Palmira, Dagua, Segovia, Puerto Wilches, Remedios, Puerto Berrío y Dabeiba. Estos éxitos electorales pusieron en alerta al liberalismo,que en sus congresos de Ibagué y Medellín, decidió incorporar algunas reivindicaciones obreras y socialistas en su programa. La adhesión, en 1922, de importantes personajes socialistas a la candidatura liberal del general Benjamín Herrera, hizo que prácticamente el Partido Socialista desaparecieracomo fuerza política independiente.

Por esos años algunas voces obreras comienzan a plantear la necesidad de proyecto político independiente de la clase. En un principio, no se pensaba en la construcción de un partido propiamente dicho. Se decía que con la ruptura del bipartidismo y con el ejercicio real de la democracia por parte del proletariado, ya se habría avanzado bastante. La presencia, cada vez más fuerte en el país, de ideologías internacionalistas como el marxismo y el anarquismo, redundará en la concreción de proyectos políticos más articulados.

En 1923 surgen ciertos círculos de intelectuales y obreros llamados «comunistas». Aunque el inmigrante ruso Silvestre Savitsky era su cabeza visible, jóvenes intelectuales como Luis Tejada, Moisés Prieto y Gabriel Turbay fueron el alma de estos núcleos.

Allí participaban también trabajadores de ferrocarril, tranvía y construcción. Las relaciones entre intelectuales y obreros eran cordiales. Savitsky y Vidales, por ejemplo, redactaron los estatutos del sindicato de albañiles y similares. Las simpatías de estos núcleos por la Internacional Comunista eran evidentes. Merece destacarse la labor literaria de Luis Tejada, que sin lugar a dudas pudo ser más

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definitiva en la vida política del país, de no haber muerto el escritor repentinamente en 1924. En mayo de 1924 se celebraron simultáneamente dos eventos importantes para la clase obrera colombiana: el Primer Congreso Obrero y la Conferencia Socialista Nacional. Aunque muchos de los participantes del congreso, lo fueron también de la asamblea, hay matices diferenciadores de los dos eventos. En el congreso se discutieron aspectos reivindicativos como la lucha por la jornada de ocho horas; la exigencia de mayor legislación y cumplimiento de la poca existente; el problema de la vivienda obrera; el incremento de las fuentes de trabajo, etc. En materia política, a pesar del ardor con que las distintas corrientes ideológicas expusieron sus planteamientos, ninguna logró un consenso mayoritario y por tanto el congreso se disolvió sin aclarar mucho en este plano. Sin embargo, ya flotaba un cierto ambiente propio para la ruptura con el bipartidismo.

En las horas de la noche, muchos de los delegados al congreso obrero se reunían con otros colegas socialistas en el marco de la Asamblea Nacional Socialista. Allí se avanzó un poco más en materia política. Se acordó rendirle un homenaje al dirigente ruso Vladimir I. Lenin, recientemente fallecido. Días más tarde se aprobó por mayoría abrumadora la adhesión de la asámblea a la Internacional Comunista, aceptando las condiciones por ésta impuestas. Se veía ya el predominio de las corrientes marxistas, en su versión de la IC, y anarcosindicalista, que en parte simpatizaba también con aspectos de la IC y la Internacional Sindical Roja. De hecho, si la fraseología que dominaba a estos círculos era marxista, la práctica era más parecida a la deseada por los anarcosindicalistas. Precisamente 1924 y 1925 serían los años de oro del anarcosindicalismo en Colombia. En Bogotá, en 1924, funcionaba un grupo claramente anarco-sindicalista: la sociedad Antorcha Iibertaria del cual hacía parte el tipógrafo Carlos F. León" Este grupo publicó el periódico La Voz Popular. En 1925, un grupo libertario de Santa Marta publicó el semanario Organización. Este grupo tendría incidencia en la huelga bananera del 28. En 1925 también, en Barranquilla, funcionó por breve tiempo otro grupo anarquista que publicaba el periódico Vía Libre. Este mismo núcleo impulsó, aunque sin grandes resultados, la creación de una Federación Obrera del Litoral Atlántico.

Sin embargo, el mejor momento del anarcosindicalismo se plasmó en el Segundo Congreso Obrero de julio de 1925. De allí surgió el primer intento de confederación de las organizaciones de resistencia obrera existentes: la Confederación Obrera Nacional (CON). Se pretendía que los sindicatos no sólo lucharan por las reivindicaciones económicas, sino que enfrentaron políticamente al Estado y los patronos. La presencia marxista en el Congreso se evidenció en la adhesión que hizo éste a la lC.

El proyecto anarcosindicalista fue rápidamente criticado por distintos sectores obreros e intelectuales que se habían adherido inicialmente a la CON. En ese ambiente comienza a surgir nuevamente la idea de la construcción, de un partido indepeneliente de la clase obrera.

Al calor de resonantes éxitos huelguísticos como los habidos a fines de1925 y a lo largo de 1926 (recuérdense las huelgas de tranviarios y ferroviarios), se reunió en Bogotá, el21 de noviembre de este último año, el Tercer Congreso Obrero. Después de discutir aspectos generales (jornada laboral de ocho horas, por ejemplo) y sindicales (fortalecimiento de la CON y creación de federaciones de trabajadores de transportes), el debate giró en torno a la fundación del partido de los obreros. Mientras la minoría desconocía la necesidad de dicho partido, la mayoría, intluenciada por el marxismo, votó por su construcción. La minoría, en la cual convergirán sectores reformistas y anarquistas (Juan D. Romero, L.J. Correa, Carlos F. León, Biófilo Panclasta y Erasmo Valt;ncia), se opondrá al nuevo partido. Ésta conformará en 1928 un Comité de unidad y Acción Proletaria, que disputará la representación del proletariado en los eventos internacionales. La ruptura estaba consumada.

Por su parte, la mayoría creará el Partido Socialista Revolucionario (PSR). Las disputas de mayoría y minoría del Tercer Congreso Obrero de 1926, redundarían en cierto endurecimiento de los proyectos

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políticos obreros y con ello se perderá un poco la tradición pluralista del naciente proletariado colombiano. A pesar del endurecimiento político del núcleo más proclive al marxismo, no se puede desconocer en el PSR el mantenimiento de importantes tradiciones obreras.Por un lado, se quiso formar no un partido cerrado de cuadros, sino uno amplio de masas. Si se le designó «Socialista Revolucionario» y no «comunista», fue precisamente para atraer más adherentes. Por otro lado, el PSR mantuvo cierta autonomía en su elaboración política, con respecto a los centros directivos de la IC. El hecho de que tozudamente conservara un criterio de organización no muy leninista, es muestra de ello. EI PSR recogió cierto pluralismo ideológico, aunque esto dio paso al eclecticismo y a la imprecisión de las diferencias ideológicas con el liberalismo.

El PSR contó con características figuras que le dieron un gran prestigio entre los núcleos trabajadores del país. La constante actividad de Raúl E. Mahecha siempre será recordada por trabajadores petroleros y bananeros. Con una imprenta portátil, este infatigable tipógrafo predicaría la liberación obrera haciendo uso de heterodoxos métodos como aquellas charlas informales sobre «hadas» y «aparecidos», charlas en las cuales metía «el veneno» de las ideas socialistas, como él las llamaba. Las giras de María Cano llenarían las plazas públicas y constituirían los antecedentes de las grandes movilizaciones de masas urbanas de los años 40. Con lenguaje sencillo, entre poético, religioso y político, María Cano llegaría con su mensaje al corazón del obrero colombiano de los años 20. La labor tesonera de Ignacio Torres G., Tomás Uribe Márquez y Alberto Castrillón, merecen también ser destacadas.

El tratamiento de la «cuestión social» por parte de los últimos gobiernos conservadores, hizo que el movimiento obrero en su conjunto se alejara del Estado. Esta situación objetiva hizo pensar a los dirigentes del PSR que el fin de la Hegemonía Conservadora estaba pronto, pero que había que corregirlo. Desde 1927, el PSR en su convención de la Dorada, decidió apoyar un plan insurreccional que también venía calentando las mentes de algunos dirigentes liberales «guerreristas». Para este fin se creó un organismo clandestino, el Comité Central Conspirativo Colombiano(CCC). La actividad general y política se relegó a un segundo plano, para privilegiar el plan insurreccional. Despuésde intentos frustrados por lanzar una insurrección que coincidiera con alguna de las grandes huelgas del río Magdalena o de la zona bananera, se decidió que el 28 de julio sería el gran día. La fecha fue escogida en concordancia con el general rebelde venezolano Arévalo Cedeño. A última hora éste pospuso su levantamiento y el CCC se vio obligado a aplazar el golpe en Colombia. Pero la noticia desafortunadamente no llegó hasta apartados sitios como Líbano, San Vicente y La Gómez. Allí aislados núcleos obreros y artesanos una vez lanzados a la insurrección se enteraron de la ausencia de un movimiento nacional, viéndose obligados a pasar a una difícil resistencia. Con estos eventos se sellaba la suerte futura no sólo del PSR, sino de la clase obrera misma, si se tiene en cuenta que éste cristalizaba muchas de las tradiciones y anhelos de la clase. El movimiento obrero que, como lo reconocería posteriormente el presidente Alfonso López P., contribuyó decididamente a la caída del régimen conservador, no pudo cosechar como merecía los frutos de su infatigable actividad.

Bibliografía ARCHILA,MAURICIO.«¿De la revolución social a la conciliación? Hipótesis sobre la

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LA CLASE OBRERA COLOMBIANA (1930-1945)

Mauricio Archila

El 10 de diciembre de 1934, seis años después de la masacre de Ciénaga, los trabajadores de la zona bananera se lanzaron nuevamente a la huelga. Tenían el temor de que el recién instalado gobierno de Alfonso López Pumarejo (1934-38) respondiera tan crudamente como lo había hecho el gobierno conservador de Miguel Abadía Méndez. El temor no era gratuito, pues la zona bananera había sido prácticamente zona de guerra por lo menos hasta 1932. No sólo se había reforzado el pie de fuerza militar, sino que cualquier intento de organización era reprimido, aun bajo el gobierno de Enrique Olaya Herrera (1930-1934). Por ello los trabajadores se habían preparado arduamente para el nuevo conflicto laboral, creando una vasta red de sindicatos por toda la zona, incluyendo tanto los trabajadores de la United Fruit Company como los de los productores criollos. El pliego de peticiones presentado con anterioridad a la huelga giraba en torno a tres puntos fundamentales: 50 % de aumento salarial, medicinas gratuitas y servicio médico y hospitalario para todos los trabajadores bananeros y mejoramiento de los campamentos. La petición de reconocimiento de las posesiones de los campesinos-colonos, entre los que se contaban muchos trabajadores asalariados desempleados, también afloraba. La respuesta del gobierno, para tranquilidad de los huelguistas, no fue represiva. Por el contrario el ministro de Guerra, Marco Antonio Aulí, se desplazó a la zona y presidió las reuniones de negociación. Los trabajadores y la empresa lo eligieron como árbitro. En calidad de tal firmó el pacto que puso fin a la huelga el 23 de diciembre, consiguiendo los trabajadores sus reivindicaciones.

Posteriormente, en noviembre de 1937, el gobierno arrestaría al gerente y al abogado de la compañía bananera al descubrirles comprometedoras pruebas de intento de soborno. El contraste con lo sucedido en el 28 se hacía evidente. Se habían producido cambios importantes en seis años. No se trataba solamente de la crisis más evidente de la United Fruit, afectada tanto por fenómenos naturales (huracanes y agotamiento de suelos), como por la gran depresión económica que rebajó los precios del banano. En esascircunstancias, la empresa estaba en condiciones más débiles para enfrentar un conflicto laboral. De hecho, ya se estaba produciendo el desmonte de la explotación bananera, factor que aprovecharon muchos trabajadores desempleados para apoderarse de baldíos reclamados por la multinacional. Por otro lado, los trabajadores estaban mejor preparados para el conflicto a través de una red de sindicatos por fincas. Finalmente, el Estado, ahora en manos liberales, había comenzado a implementar una nueva concepción en el manejo de la «cuestión social». El contexto de las luchas laborales, por tanto, se había modificado. Ello exigía de los obreros nuevas formas de lucha en su resistencia contra el capital y el Estado –que mostraba el rostro conciliador-. Ahora bien, el liberalismo no podría satisfacer totalmente los anhelos de la clase obrera colombiana, así como tampoco de otros sectores populares, con lo que se aumentaría el sentimiento de frustración con la República Liberal

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(1930-46). El estudio del nuevo contexto laboral y las luchas obreras en este período será el tema del presente ensayo.

Resistencia obrera en un nuevo contexto político

La clase obrera que llega a los años treinta está centrada fundamentalmente en los servicios públicos, y más en particular en transportes. El peso del sector industrial manufacturo tiende a aumentar en la medida en que se consolida el proceso de industrialización, generando un tipo de obrero y sindicalismo diferente. Cuantitativamente, este sector no pasará ,de unos 450.000 integrantes, según datos del censo de 1938, de los cuales el 80 % estaba enmarcado en la producción artesanal.

A partir de 1929, Colombia venía afrontando problemas económicos a raíz del descenso en los precios del café y del cierre del crédito externo, tendencias que se reforzarían con el estallido de la gran crisis mundial, a fines de ese año. La respuesta inicial del gobierno, mantenida hasta 1932 por la administración Olaya Herrera, fue «ortodoxa» o contraccionista. Por evitar una devaluación del peso se contrajo la oferta monetaria. Ello se tradujo en una disminución del gasto público, lo que significó el cierre de muchas obras públicas y el licenciamiento de trabajadores vinculados a este sector. A partir de 1932, el gobierno de Olaya Herrera, apoyado en la crisis del sistema monetario internacional, decidió practicar una eficaz política anticíclica centrada en un aumento de la oferta monetaria, que junto con el aumento del crédito externo y la declaratoria de la moratoria en la deuda externa, contribuyeron a ello. La recuperación económica no se hizo esperar y el Estado reemprendió nuevamente su actividad pública, superándose parcialmente la crisis.

La gran depresión mundial impactó desigualmente a los distintos sectores de la economía. Las áreas más afectadas fueron las de obras públicas, construcción y transporte interno. En la actividad exportadora, la crisis de los productosde enclave (banano y petróleo), se compensó en parte con la salida del oro y el aumento en la cantidad exportada de café, a pesar del descenso en el precio de este último. El sector agrario, a pesar de la crisis de algunos productos, en términos generales aumentó su producción durante los duros años de la depresión mundial. La revocación, en 1931, de la ley de emergencia de 1926 que permitía la libre importación de productos agrícolas, fue útil para el sector agrario. En la industria manufacturera, la crisis mundial impactaría negativamente a las ramas cuyos productos no eran comercializados internacionalmente: cervezas, gaseosas, vidrio, tejas y ladrillos. En las otras ramas, especialmente en textiles, la crisis, por el contrario, permitió su despegue. La conjunción de políticas oficiales, favorables condiciones de demanda interna y necesidad de sustituir importaciones, estimularía un desarrollo industrial que marcaría definitivamente el período abarcado en este trabajo. Se trata obviamente de una industria de bienes de consumo y algunos productos intermedios, especialmente químicos y derivados. Todo ello hace pensar que los efectos de la depresión mundial, si bien fueron fuertes especialmente en la actividad de infraestructura, no fueron tan severos como la literatura tradicional lo sugería.

El manejo decidido dé políticas anticíclicas a partir de 1932, significó además una lenta transformación en la concepción estatal. El viejo dogma liberal del Estado no interventor se iba superando en la práctica. Ante los rigores de la crisis, el ejecutivo se dotó de poderes especiales para enfrentarla. El conflicto surgido por la invasión de un grupo de peruanos a Leticia, agosto de 1932, reforzaría los poderes interventores del ejecutivo. En un clima de guerra por la defensa de lasfronteras, el gobierno de Olaya Herrera recibió el apoyo de casi toda la población, exceptuándose los núcleos más radicales de la clase obrera y la intelectualidad revolucionaria. En estas condiciones, el primer gobierno de la República Liberal pudo implementar a sus anchas el criterio que su partido había levantado en los años veinte ante la llamada «cuestión social».

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Desde antes de producirse el ascenso al poder del candidato liberal electo a principios de 1930, se produjo el empalme en la Oficina del Trabajo con el nombramiento de José Mar, uno de los liberales simpatizantes del socialismo. En 1931 vendrían dos actos jurídicos que cristalizarían la aproximación liberal a la «cuestión social»: las leyes 83 y 129. La primera intentava encauzar las luchas reivindicativas y daba legitimidad al sindicalismo. El otorgamiento de, personerías jurídicas a los sindicatos les permitía su existencia legal, pero implicaba también un control estatal sobre las organizaciones obreras La huelga nuevamente se regulaba, estableciendo las condiciones para que fuera considerada «legal» por el Estado. La ley 83 no dijo nada sobre el esquirolaje, lo que dejó a los huelguistas en una situación de debilidad, máxime en un momento de desempleo como el que se vivía. La ley 129 acogía, para el territorio nacional, la disposición internacional sobre la jornada de trabajo de ocho horas. Esta ley, sin embargo, entrará en vigenciasólo hasta 1934 a través del decreto 895. A pesar de estas vacilaciones, el Estado mostraba un rostro más conciliador ante los obreros. Además se vio más decidido a una mayor intervención en los conflictos laborales, en el control de precios y en el conjunto de la actividad económica. Este último aspecto sería el elemento central en la reforma constitucional de 36.

Se superaban, de este modo, los límites que la gestión conservadora había colocado en el manejo de la cuestión social. La acción autónoma de la clase obrera se hacía ahora más difícil, aunque no imposible, como veremos a continuación.

A pesar de notarse un reflujo en la acción huelguística que venía desde fines del 28 y se proyectaría hasta 1933, la clase obrera en articulación con los movimientos agrarios y urbanos, seguía sus luchas de resistencia. Las condiciones no eran fáciles. A la dura represión aplicada por el último gobierno conservador, que no desapareció del todo en los primeros años de la República Liberal, había que agregar las condiciones de desempleo en el sector público. Los conflictos agrarios en las regiones del Sumapaz y Tequendama (Cundinamarca) y de las comunidades indígenas del Tolima, ocuparon páginas destacadas en la prensa del momento. El 2 de mayo de 1931 se produjo una insurrección indígena en Coyaima, que dejó como saldo cien presos.

Pocos meses después se iniciaron las manifestaciones de desempleados en las principales ciudades del país, manifestaciones que se radicalizarían con las marchas de hambre promovidas en 1932 por el Partido Comunista de Colombia recientemente reestructurado. La agitación en las zonas cafeteras tendría como punto máximo la convocatoria por parte de los comunistas de una huelga cafetera para agosto de 1934. Aunque la huelga nunca llegó a realizarse, en parte debido a la represión a sus dirigentes, la propuesta canalizó el descontento de muchos trabajadores de las haciendas cafeteras y las trilladoras.

Además de estas formas abiertas de resistencia, la clase obrera y los sectores populares sobrevivieron a los rigores de la crisis económica a través de distintas estrategias que incluían desde la protesta violenta hasta el regreso a las parcelas para mitigar el desempleo. A mediados de 1933, una vez apaciguado el furor nacionalista generado por el conflicto con el Perú, el movimiento obrero articuló una nueva ofensiva huelguística de proporciones parecidas a las de mediados de lós años veinte. La proliferación de huelgas en 1933 y 1934 (diecinueve y treinta y cinco, respectivamente) así como la amplia solidaridad que provocaron, hablan por sí mismas del renacimiento de la agitación obrera. La huelga iniciada por los braceros de Barranquilla en octubre de 1933, se extendió a la mayoría de las fábricas y establecimientos comerciales de la ciudad y de Puerto Colombia. Los ferroviarios de Cali, en noviembre del mismo año, lograron el apoyo total de la población del valle del Cauca. El paro del ferrocarril de Antioquia, junio de1934, fue un verdadero paro general en Medellín. La huelga de los taxis rojos de Bogotá, agosto de 1934, se convirtió en paro de transportes en la capital del país. La solidaridad observada en los conflictos, así como la radical movilización de los huelguistas, ponían

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contra la pared las prácticas integradoras del régimen de «concentración nacional» de Olaya Herrera. Urgía para el Estado, por tanto, desarrollar mecanismos más ágiles de contención de los conflictos, bien fuera a través de una represión preventiva o bien a través de una oportuna intervención negociadora. Las pautas iniciadas en la huelga de Tejidos Monserrate (mayo de 1934) se reprodújeron en otros conflictos: mientras el Estado declaraba apresuradamente la ilegalidad del movimiento, los huelguistas buscaban la solidaridad de otros sectores sociales y el respaldo de la base.

Aunque a veces se conseguía algo de ello, no siempre sucedió así. El caso de los trabajadores del ferrocarril del Pacífico fue diciente en este sentido: después de haber ganado una huelga en 1933, como ya hemos señalado, en un segundo conflicto (en septiembre del 34), los huelguistas se encontraban aislados del resto de la población y sin respaldo de los mismos trabajadores de la empresa que habían votado el paro. Al contrario de lo sucedido hastael 33, muchas de las huelgas del '34 culminaron en estruendosos fracasos. ¿Qué había sucedido en tan corto plazo? Ciertamente el endurecimiento coyuntural del Estado ante el auge huelguístico influye, pero no explica todo. Otro tanto se puede decir de la actitud intransigente de la patronal. En varias huelgas del 34 (Cervecería Germania, Zapaterías de Medellín, Minas de Canoas y de Suesca y Sesquilé), los patrones recurrieron al lock-out para presionar en su favor la solución del conflicto.

Tal vez lo más importante había sido el impacto sobre la clase obrera de la nueva actitud del Estado. No es por azar que los observadores de los del fenómenos sociales del momento desde funcionarios oficiales y diplomáticos extranjeros hasta activistas comunistas y dirigentes sindicales, señalan un aparente sometimiento de la clase obrera al marco jurídico elaborado por el liberalismo en el poder. Parecía que el fermento revolucionario hubiese desaparecido. La crisis política del PSR y del anarcosindicalismo, a fines de los años veinte, en parte ayudaba a la generación de este sentimiento. Sin embargo, ésa era la apariencia.La clase obrera seguiría luchando, así no triunfara siempre. Fue bien simbólico lo hecho por lo s ferroviarios de Cali ante el fracaso de la huelga del 34: se reunieron en el patio grande de la estación principal del ferrocarril del Pacífico y allí encendieron una hoguera en la cual quemaron el acta que otorgó, el año anterior, la personería jurídica al flamante Centro Obrero Ferroviario. Era un acto que no podía reversar las políticas oficiales, las cuales tenían acogida entre otros sectores obreros, pero sí ilustraba cómo el movimiento obrero no se sometía pasivamente al nuevo orden. La búsqueda de la personería jurídica y su mantenimiento, la fe en los pliegos de petición «bien elaborados» y en el abogado negociador, y la nueva actitud interventora del Estado, modificaban la forma cómo la clase obrera enfrentaba el conflicto social.

Aunque los obreros entendieron lo que estaba pasando en el plano jurídico, no se sentían lo suficientemente fuertes como para cambiar la situación. Cuando intentaron hacerlo, el Estado y la patronal, que también aprendían de las experiencias pasadas, lanzaron un proyecto más definido, que será desarrollado por Alfonso López Pumarejo con la Revolución en Marcha. Antes de considerar esta nueva fase de las relaciones entre clase obrera y Estado, veamos en qué medida influyeron las organizaciones políticas de izquierda en todo el proceso descrito.

Como se señalaba en el estudio anterior, el Partido Socialista Revolusionario (PSR) había entrado en una profunda crisis a finales del decenio de los veinte. Ante la sensación de fracaso por lo sucedido con la frustrada insurrección de julio de 1929, y presionados por la Internacional Comunista (lC), un puñado de dirigentes socialistas decidieron reestructurar el PSR.

En julio de 1930 nació el PartidoComunista de Colombia (PCC) una organización política enmarcada más ortodoxamente en los moldes de la lC. A pesar de la infatigable labor de los activistas comunistas, tanto entre los trabajadores del campo (cafeteros e indígenas), como entre los de la ciudad, incluyendo a los desempleados, el naciente partido no logró superar el aislamiento en que había caído el PSR en

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sus últimos días. A ello contribuyó la rigidez doctrinaria de sus pronunciamientos; la lucha intestina que llevó a marginamientos y expulsiones de prestigiosos líderes socialistas como Tomás Oribe M. o Raúl E. Mahecha; y finalmente, la actitud pacifista ante la guerra con Perú. En este último caso, los comunistas denunciaron la posible finalidad distractiva del conflicto así como las supuestas rivalidades interimperialistas allí comprometidas. Sin embargo, el nacionalismo que se desarrolló en el país a raíz del enfrentamiento internacional de esos años condenó a los comunistas al ostracismo. Por último, la consigna de la IC de construir una alianza sólo con elementos obreros y revolucionarios (la política del Frente Unico) fue aplicadapor los comunistas con un criterio tan cerrado que en la práctica eran ellos los exclusivos integrantes de ese frente.

Fue en dicho contexto que el PCC libró batallas ideológicas no sólo contra los partidos tradicionales, sino contra socialistas moderados y la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria (UNIR) dirigida por Jorge Eliécer Gaitán. Esta situación de aislamiento se expreso en el plano electoral en los escasos 1.974 votos obtenidos por el candidato comunista en 1934, en contraste con los 938.608 obtenidos por el candidato liberal. Sinembargo, la influencia comunista no era despreciable en los sindicatos obreros y en numerosas ligas campesinas. El PCC siguió aferrado a la política de Frente unico durante los primeros meses de la Revolución en Marcha, simbolizando la actitud intransigente de cierta intelectualidad revolucionaria ante la nueva gestión liberal.

Por su parte, la UNIR, nacida en 1933, jugó el papel de aglutinadora de sectores sociales inconformes con el régimen de «concentración nacional» y que no querían militar en el comunismo. El programa de la UNIR, no siempre bien definido, hablaba de una mayor intervención del Estado en la vida económica y social en favor de las clases desfavorecidas, de una reforma agraria que atacara el latifundio improductivo, un mayor control a los intereses extranjeros, y unas medidas sociales y laborales orientadas a las clases trabajadoras. Se trataba, por tanto, de un programa democrático con gran inspiración en el APRA peruano. Gaitán y los uniristas, entre los que se contaban algunos socialistas marginados del PCC se lanzaron a una acción tanto entre trabajadores rurales como urbanos, chocando no pocas veces con los comunistas. En el trabajo rural se destacó el apoyo al movimiento de colonos-arrendatarios de la región del Sumapaz, especialmente los de la famosa hacienda El Chocho (en lo que hoy es Silvania). El fuerte de la UNIR, sin embargo, estuvo entre los trabajadores urbanos. Ella controlaba la Federación Local del Trabajo de Bogotá y la naciente Federación Nacional de Transportes, con sede en Cali. Esta última organización, que pretendía reunir los trabajadores vinculados a los transportes, brindó efectiva asesoría y solidaridad a las grandes huelgas de ferroviarios y braceros del 33 y 34. De hecho Gaitán directamente asesoró nueve huelgas entre 1933 y 1934.

Las relaciones entre el PCC y la UNIR no fueron cordiales unos por apoyarse en la rigidez doctrinaria y los otros en una retórica anticomunista lo cual contribuyó a desconcertar más a la clase obrera y a los sectores populares. Parece que ante la imposibilidad de rescatar a los trabajadores de las ilusiones creadas por el gobierno de Revolución en Marcha de López Pumarejo, Gaitán abruptamente abandonó las toldas del proyecto independiente para sumarse nuevamente al oficialismo liberal. Aunque la UNIR había proclamado la abstención electoral en las elecciones de 1935, como lo había hecho en 1934 para las vipresidenciales, Gaitán flamantemente salió elegido como representante a la Cámara por el liberalismo. Moría así, en los brazos del oficialismo liberal, un proyecto democrático e independiente de los partidos tradicionales. Veamos con detenimiento cuál era la razón de esta fuerte atracción que Alfonso López ejerció sobre los trabajadores y sus organizaciones políticas.

El reformismo liberal. Surgimiento de la CTC

La coyuntura internacional para 1934 marcaba una lenta recuperación de la economía mundial a través de la aplicación de políticas de sabor keynesiano; como sucedió en Colombia después de 1932,

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muchos gobiernos lograron estimular la demanda agregada de las economías. Las clases populares encontraban peso económico para plantear sus demandas, produciéndose amplias movilizaciones de masas. Los estados latinoamericanos, al ver debilitados coyunturalrnente los lazos de dependencia con los países metropolitanos, y al contar con instrumentos más adecuados para la intervención económica, actuaron con una relativa autonomía. De ese modo se explican las movilizaciones populistas y las medidas reformistas adoptadas por gobiernos como el de Sánchez Cerro en el Perú; el movimiento de los «tenientes» y el ascenso de Getulio Vargas en el Brasil; la corta existencia de la República socialista y el posterior ascenso del Frente Popular al gobierno en Chile; la revolución contra Machado en Cuba; y especialmente el gobierno del general Lázaro Cárdenas en México (1934-1940), quien llevó la revolución a su mayor grado de radicalización. Colombia, como veremos a continuación, no estuvo exenta de estos vientos renovadores.

El gobierno de Alfonso López (1934-1938) estuvo marcado desde el principio por dos fenómenos internos que determinaron en gran parte su rumbo: 1) el renacimiento de la movilización obrera y campesina; 2) la oposición total del conservatismo y su marginamiento de la gestión estatal.Como habíamos señalado anteriormente, el movimiento obrero había iniciado una ofensiva huelguística desde mediados del 33. Sólo en 1934, contabilizamos treinta y cinco huelgas, muchas de ellas lanzadas sin gran preparación. La agitación en los campos no se quedaba atrás. Si bien la movilización campesina no tenía una cobertura nacional (más bien se limitaba a las regiones cafeteras y a ciertas comunidades indígenas), ejercía efectiva presión por la transformación de las estructuras agrarias. La movilización popular exigía nuevas políticas de contención. Por otro lado, el conservatismo, después de haber participado tímidamente en el gobierno de Concentración Nacional de Enrique OIaya Herrera, decidió marginarse de la gestión pública. Conducido férreamente por el ingeniero Laureano Gómez, el conservatismo se abstuvo en las elecciones presidenciales, primero, y luego en las parlamentarias. Al liberalismo le quedaba el camino despejado para cristalizar las reformas que venía agitando desde los años veinte. Para 1934 los índices económicos mostraban recuperación, aunque aún quedaba pendiente la consecución de una mayor estabilidad cafetera a través de un pacto internacional que se celebraría en 1940.

En los inicios del gobierno de López, que se designará como la «Revolución en Marcha», se aplicó una ambigua política ante los intereses extranjeros, especialmente norteamericanos, lo que daría un margen de denuncia a los partidos de izquierda. De una parte, el gobierno de la Revolución en Marcha desde sus primeros días no aceptaría ninguna presión para suprimir la moratoria de la deuda externa decretada por Olaya Herrera. Además, amenazó con mayor control de las actividades extractivas en manos de las multinacionales, especialmente en el caso de la explotación petrolera. Sin embargo, la firma de un tratado comercial colombo-americano, por medio del cual se hacía una exención de impuestos de importación a algunos artículos que competían con la incipiente industria nacional, mostraba las ambigüedades del gobierno liberal en materia externa. También era cada vez más evidente el alineamiento internacional con los Estados Unidos en los conflictos internacionales que precedieron el estallido de la segunda guerra mundial (1939).

El proyecto reformista, sin embargo, comienza a cristalizarse más coherentemente. Primero viene la reforma electoral que significa la modernización del sistema de elecciones y especialmente el establecimiento de la cédula de ciudadanía como el instrumento básico de control y racionalización de este proceso. El liberalismo había demostrado un sorprendente crecimiento de su cuota electoral, desplazando la mayoría conservadora en las ciudades. Aunque la violencia partidista no estuvo ausente, indudablemente los procesos de industrialización y urbanización obraban a favor del liberalismo en materia de mayorías electorales. Se hacía necesario legitimar estos avances.A la reforma electoral sigue otra de gran envergadura: la tributaria (ley 78 de 1935). Allí básicamente se cambió el eje de apoyo de los ingresos estatales: de la actividad arancelaria a la tributación directa. El

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Estado, de una parte, no era ya tan vulnerable a los ciclos económicos del mercado mundial y, de otra, aumentaba sus ingresos. La disminución de las deudas internas y el aumento de ingresos estatales permitió un cierto superávit fiscal, que en parte posibilitaba la aplicación de políticas de corte social. En el materia educativa, mucho se habló de la necesidad de una reforma de fondo.Aunque ésta no cristalizó como tal, en parte por la fuerte oposición conservadora y de la Iglesia, algo se insinuo tanto en política concreta ante la Universidad Nacional, como en el espíritu de la reforma constitucional de 1936. En el fondo se veía que López buscaba crear un sistema educativo desprendido de la tutela eclesiástica y acorde con las necesidades tecnológicas que la modernización del país exigía. La reestructuración de la Universidad Nacional, en una forma más centralizada, así como su instalación física en los terrenos de la ciudad universitaria, fueron las principales medidas en este aspecto.

Ahora bien, en materia de reformas, el puesto central lo ocuparon la constitucional de 1936 y la ley 200, de tierras, del mismo año. La reforma constitucional giró en torno a tres ejes básicos: a) la consagración, en el cuerpo constitucional, de la intervención estatal en la economía; b) el establecimiento de unas nuevas relaciones entre Iglesia y Estado que, en medio de un respeto mutuo de las partes, permitiera una laicización de la gestión pública, una mayor autonomía de la enseñanza y la efectiva libertad de cultos; y c) la ratificación de que la propiedad privada tenía una función social, que en caso de no cumplirse exigiría una acción decidida del Estado. Al considerar la reforma constitucional, salta a la vista la consistencia del proyecto reformista liberal, cuyo propósito básico era la adecuación del Estado a los nuevos tiempos que vivía el país.

La ley 200 podría considerarse como un corolario de la anterior reforma. Ante la creciente presión agraria, especialmente cafetera, que Olaya Herrera había atendido solucionando caso por caso, la Revolución en Marcha decidió legislar ampliamente. Utilizando las bases jurídicas de la Constitución ahora reformada, en la cual se había consagrado el principio de que la propiedad exigía un eficaz aprovechamiento económico («función social de la propiedad»), López exigió que en un plazo de diez años las tierras incultas o improductivas se adecuaran a las necesidades sociales, de lo contrario serían expropiadas. Por otro lado, se requería una legalización de títulos y el reconocimiento de mejoras allí donde los colonos efectivamente las hubieran hecho. Aunque el trasfoqgo de la ley 200 era propiciar una modernización del campo, y una racionalización de títulos, en la práctica influyó sobre los campesinos desmovilizándolos al crearles la ilusión de ser propietarios en diez años. En un mediano plazo, el efecto fue más negativo para los campesinos, pues menos del 2 % de la tierra disponible fue expropiada y, por el contrario, innumerables trabajadores rurales fueron expulsados de sus parcelas, sin reconocimiento de mejoras en muchos casos, ya que los terratenientes decidieron cortar por lo sano para que no existiera el peligro de ser expropiados.

A pesar de que los efectos de estas reformas no fueron siempre a favor de las clases populares, el gobierno de la Revolución en Marcha contó con numerosos opositores entre las clases dominantes y aun entre las filas de su propio partido. La Iglesia y el conservatismo se opusieron al conjunto de medidas, especialmente aquellas que tocaban los privilegios eclesiásticos. Algunos sectores terratenientes tradicionales no vieron con buenos ojos la ley de tierras. Incluso sectores empresariales, urbanos y rurales, agrupados en la APEN (Acción Patriótica Económica Nacional), que agrupaba conservadores liberales, se opuso también a la política económica del gobierno y miraba con desconfianza la movilización social que acompañaba los primeros años de la Revolución en Marcha. La polarización de bloques (uno que apoyaba y otro que se oponía), se fue haciendo más evidente. Tal vez temiendo que esa polarización se transformara en guerra abierta, López decidió propiciar una distensión nacional proclamando, a fines de 1936, una «pausa» en la marcha reformista que había iniciado dos años antes.

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Para ese momento había logrado la adhesión de importantes estamentos organizativos de los sectores populares y, en concreto, de la clase obrera. Veamos con mayor detalle este aspecto.

El proceso de unidad organizativa de la clase obrera se venía impulsado desde los años veinte, sin conseguirse éxitos definitivos. La CON (Confederación Obrera Nacional), que existió entre 1925 y 1929, fue uno de esos intentos. En los años del gobierno de Olaya Herrera, surgieron algunas federaciones regionales y por oficios. Sin embargo, para 1934, la clase obrera no contaba con una organización nacional que céntralizara la lucha reivindicativa. Esta necesidad comenzó a concretarse en 1935, cuando el sindicato del periódico El Tiempo convocó a un congreso sindical nacional para el 7 de agosto en Bogotá. A pesar del rechazo patronal al evento, incluyendo a los dueños del mencionado periódico, numerosos delegados de diversas regiones del país acudieron a la cita. Todos los matices ideológicos del movimiento obrero se expresaron allí: desde anarcosindicalistas y comunistas, hasta liberales y uniristas. Este pluralismo, que fue factor del éxito del congreso en cuanto a representatividad, dio al traste con el evento, pues lo polarizó en las dos fuerzase más poderosas en su seno: el liberalismo y el comunismo. Como resultado del encuentro se eligieron dos comités ejecutivos que reflejaban dicha polarización. El sector liberal se apresuró a inscribir oficialmente el nombre de Confederación Sindical de Colombia, que se constituyó en el antecedente inmediato de la CTC. La unidad organizativa de la clase obrera se veía aún distante. Nuevas circunstancias vinieron a modificar esa situación.

De una parte, el partido liberal, en la cabeza de Alfonso López Pumarejo, da pasos decididos en la implementación del proyecto reformista que hemos reseñado atrás. Esto ciertamente le ganó credibilidad entre sectores de la clase obrera. De otra parte, el PCC transformó su táctica política, y en concreto su concepción de alianza de clases. A raíz del avance del fascismo en Europa (en el poder en Italia desde los años 20, en Alemania desde 1933; Y con gran crecimiento en otros paises como francia, españa,bulgaria, etc., algunos partidos comunistas de ese continente especialmente el francés y el español habían visto en la alianza con los partidos socialistas y de centro, la mejor arma para contener ese avance. Esto indudablemete replanteaba la táctica del Frente Unico Proletario enarbolada por la Internacional Comunista a principios de los años 30. En esas circunstancias se celebró en Moscú el VII Congreso de la IC a mediados de 1935. Allí se planteó la necesidad de impulsar una alianza amplia de clases, incluyendo sectores intelectuales y de clases medias, para detener el avance fascista. Era la táctica de los Frentes Populares, que cristalizaría orgánicamente esa alianza de clases en la lucha por las libertades democráticas en cada país.

Pues bien, los delegados colombianos al VII Congreso de la IC traen confusamente la directriz internacional al país a fines del 35. Después de un análisis de la política reformista de López deciden lanzar la política del Frente Popular en contra del «imperialismo y la reacción», entendiendo por esta última la oposición conservadora. Aunque el Frente Popular en Colombia no estuvo nunca en el poder, a pesar del creciente apoyo decidido a López, sí constituyó la agrupación, en organismos regionales, de las fuerzas progresivas del bloque lopista (el PCC, intelectuales socialistas y algunos liberales de izquierda). Con este viraje táctico del PCC, junto con la incorporación de la UNIR al liberalismo, se posibilitaba la formación de un gran bloque popular de apoyo al gobierno, y de paso se facilitaba la marcha hacia I la unidad sindical. Los primeros pasos en este sentido se perciben en la huelga petrolera de fines de 1935.

La recién constituida Unión Sindical Obrera (USO) solicitó apoyo de los obreros del país para soportar la huelga que se venía encima. Los dos comités ejecutivos surgidos del congreso sindical de 1935 enviaron delegados. El representante comunista fue Gilberto Vieira. La política adoptada en el desarrollo de la huelga fue la unidad de acción. El mismo Vieira, según el periódico El Tiempo del 2 de diciembre, «recalcó la necesidad de prestarle apoyo irrestricto al gobierno actual y prescindir de toda

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clase de violencia en el reclamo de los derechos». Los petroleros, animados por esa unidad de acción, consiguieron algunas resonantes conquistas en la huelga. Aunque se allanaban los caminos para la unidad social, la oportunidad para su concreción demoraría unos meses más.

El 7 de agosto de 1936 se realizaría el segundo congreso sindical en Medellín. El espíritu era diferente al del año anterior. No sólo los vientos de unidad soplaban con más intensidad, sino que el gobierno, en una jugada astuta, había decidido apoyar decididamente el evento, otorgándole inclusive un aporte económico. Posteriormente, miembros del gabinete asistirán a las sesiones. El evento contó con la participación aproximada del 38 % de los trabajadores sindicalizados, que eran en total cerca de 130.000. Como fue característica del movimiento sindical del momento, los asalariados que mayor peso tuvieron en este congreso fueron los de transportes y servicios públicos. A pesar de realizarse en Medellín, la presencia del proletariado textilero fue relativamente débil. Ahora bien, no todo era un camino de rosas para el movimiento sindical que buscaba organizarse. Bandas de conservadores estuvieron hostilizando permanentemente el evento. La reciente aprobación en el Parlamento de la reforma constitucional había contribuido a exacerbar los ánimos de la oposición. En uno de los múltiples choques con las bandas hostiles al congreso sindical, murieron dos conservadores y quedaron casi cincuenta heridos por bando.

Finalmente, se eligió un comité ejecutivo de unidad para la CTC, constituido por ocho liberales, tres socialistas, un anarcosindicalista y cuatro comunistas. Aunque parece que la distribución de cuotas no correspondía al peso real de los sectores políticos allí participantes, todos estuvieron de acuerdo en esta conformación en aras de la nueva política de unidad. Nacía así en realidad la Confederación de trabajadores de Colombia, aunqpe todavía bajo el nombre oficializado en 1935 (CTC). La coyuntura en la que nació la organización confederal implicaba una estrecha relación con el Estado.

En cierta medida, aquí se inicia una nueva fase en la evolución organizativa de la clase obrera. En contraste con los años 20 y comienzos de los 30, el movimiento sindical ya no estaba al margen de la acción estatal, sino que se integró a ella en aras de una política de apoyo al bloque progresista encabezado por el presidente Alfonso López. Sin embargo, lo que fue una táctica coyuntural tendió a proyectarse en el tiempo; por lo menos mientras estuvo vigente la República Liberal Ahora bien, el hecho de que la nacíente organización sindical tuviera una estrecha relación con el estado liberal no quiere decir que la clase obrera hubiera cesado su resistencia contra el capital. Aunque no hay cálculos para la época sobre la tasa de sindicalización, es de suponer que era baja (no más allá del 25 %). Esto significa que un grueso de asalariados se mantenía al margen de la institucionalización sindical, bien por atraso organizativo, o bien porque explotaban otros mecanismos de resistencia, como fue el caso de muchos trabajadores de los enclaves bananeros y petroleros que combinaban su actividad salarial con la explotación de pequeñas parcelas para aumentar sus ingresos. Desafortunadamente, la investigación histórica poco ha profundizado estos aspectos de resistencia cotidiana no institucionalizada, y por ello es poco lo que podemos decir en este punto.

De otra parte, ya se señalaba que el congreso de Medellín representó cerca del 38% del sector organizado sindicalmente. Es decir, que casi un 60 % del movimiento sindical no estaba inscrito en la ese. Parte de este 60 % estaba organizado bajo la égida ecle-siástica constituyendo el «sindicalismo católico», especialmente fuerte en la industria textil antioqueña y en las actividades agropecuarias. Otro sector, vinculado probablemente a economías artesanales, se marginó por incapacidad organizativa de la naciente confederación. Resta, sin embargo, un sector que no aceptó el proyecto institucionalizador. Es posible que ese sector fuera el responsable de la serie de huelgas lanzadas sin consulta con las directivas confederadas, las llamadas «huelgas locas» presenciadas entre 1936 y 1939. La institucionalización de los movimientos sociales adelantada por la Revolución en Marcha, encontraba de este modo su límite. Así como en el campo el movimiento agrario no depuso sus banderas con la ley

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200, a pesar de que indudablemente disminuyó en cobertura y permanencia, las «huelgas locas», y en general el movimiento huelguístico, mostraron la dificultad de encuadrar la desbordante lucha reivindicativa obrera.

Pero aun dentro del sector organizado en la CSC no se puede decir que los obreros hubieran cancelado sus luchas de resistencia. Por el contrario, lo que muestra la experiencia de la FEDENAL (Federación Nacional de Trabajadores del Transporte Fluvial, Marítimo, Portuario y Aéreo) es que, aun en el seno del proceso institucionalizador, existían posibilidades de conquistas obreras. Desde el congreso de Medellín se habían insinuado los dos sectores que serían los pilares de la CTC: los ferroviarios y los trabajadores del río Magdalena. Los primeros agrupados en Ferrovías desde 1936, y bajo la dirección liberal, se concentraron en una lucha reivindicativa estrecha. Los segundos, se organizaron en la FEDENAL en enero del 37, contando con cerca de cuarenta sindicatos afiliados. La sede de la federación estaba en Barranquilla, siendo ésta una plaza fuerte de los comunistas.La adhesión al presidente López, sin embargo, se demostró en el paro organizado por la FEDENAL el 28 de mayo del 37 para presionar al congreso para que no aceptara la renuncia de López. En julio del 37, la FEDENAL consiguió lo que otro sindicato nunca ha conquistado en el país: la obligación para las empresas de contratar trabajadores afiliados a FEDENAL. Esto significaba un control sobre el mercado del trabajo en la rama de transportes, lo que otorgaba un poder de negociación increíble a la federación. En la medida en que el río Magdalena seguía siendo la arteria clave del país, los empresarios y el Estado soportaron esta conquista, pero los tiempos cambiarían, como veremos más adelante.

En el mismo año, el movimiento obrero organizado adelantó una serie de huelgas consideradas como victoriosas: la de trabajadores textiles, ferrocarril del Pacífico y choferes de taxis de Bogotá -que culminó con la renuncia del alcalde Jorge Eliécer Gaitán, porque les exigía uniformarse-. En contraste, para 1938, la actividad huelguística disminuyó y tuvo en el fracaso de la huelga petrolera de abril, una de sus grandes derrotas. Como en las épocas de la Hegemonía Conservadora, la Tropical Oil Company se negó a discutir el pliego presentado por los trabajadores. También como en los años aciagos del ministro Ignacio Renjifo ahora, en 1938, Barranca fue totalmente militarizada. La masacre no se hizo esperar. El 12 de abril, cuando se desarrollaba un mitin de huelguistas, el ejército y la policía dispararon sobre los manifestantes dejando un número impreciso de muertos. Ante esta represalia, los obreros volvieron al trabajo. La huelga fracasó ante el silencio cómplice de la confederación creada dos años antes. Nótese que la USO era uno de sus sindicatos y que la mayoría de los trabajadores petroleros, especialmente del distrito de El Centro, eran simpatizantes liberales. Los comunistas tenían influencia en la refinería. Todo esto indica que soplaban nuevos vientos en la política nacional, que no era ajena del todo a la coyuntura internacional. De la euforia de los primeros años de la Revolución en Marcha, se había pasado a la fase de la Pausa que sería sostenida por el siguiente presidente, Eduardo Santos.

Desde el lanzamiento de la candidatura del doctor Eduardo Santos, activo periodista y director de El Tiempo, el movimiento sindical se polarizó nuevamente en una ala liberal y una comunista. Como exponente del «civilismo liberal», Santos había criticado abiertamente cualquier acuerdo entre comunistas y liberales, dejándole a la izquierda la única posibilidad de adhesión incondicional a la política liberal. Las organizaciones del Frente Popular apoyaban entusiásticamente la candidatura de Darío Echandía, a quien se le consideraba «liberal de izquierda». La derrota de esta última candidatura va a dejar desconcertado al Partido Comunista y a la izquierda en general. En esas condiciones se celebró el Tercer Congreso Nacional del Trabajo, de Cali, en enero de 1938. El número de afiliados representados en el congreso de Cali aumentó a 80.000, mientras en el congreso de Medellín del 36 se representaba a 39.000 afiliados. Ello indicaba un crecimiento en la cobertura de la confederación, ahora constituida con el nombre de CTC. Desde la apertura del congreso hubo división en torno a una proposición de saludo al candidato liberal Eduardo Santos.

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Esta ruptura marcó la tónica del encuentro, que terminó en una unión formal que pronto estallaría. La táctica de institucionalización sindical se profundizó en dicho evento no sólo por la condena del apoliticismo sindical -que en el contexto del momento no quería decir otra cosa que el apoyo al estado liberal- sino por la oficialización de auxilios al congreso obrero y a la CTC. El Parlamento había aprobado a fines del 37 la ley 140 que autorizaba auxilios económicos para los eventos sindicales, siempre y cuando el Ministerio de Industrias reglamentara dichos encuentros. Se abría así en una peligrosa brecha para controlar la vida sindical. Inteligentemente Eduado Santos había apoyado dicha ley, aduciendo que «con auxilio o sin auxilio ese congreso (el de Cali) va a reunirse, pero si se reúne fuera de control y vigilancia del Estado será una Asamblea Internacional Comunista, y si hay control del Estado, será una junta de sindicatos». En consecuencia, el peso liberal se hizo sentir crecientemente en la confederación: en los cargos directivos tomaron asiento trece liberales, dos socialistas y dos comunistas.

La táctica sindical de apoyo al Estado como medida coyuntural se proyectaba en el tiempo, a pesar de que los aires reformistas del liberalismo habían entrado en «pausa». En esas condiciones, y a regañadientes en algunos sectores, el movimiento obrero presencia el ascenso de Santos al poder.

El gobierno de Eduardo Santos y la división sindical

La administración de Eduardo Santos (1938-1942) estuvo enmarcada por el estallido de la segunda guerra mundial. Esto se tradujo no sólo en una serie de inconvenientes para la economía del país, por el relativo cierre de circuitos comerciales internacionales (la escasez de llantas, por ejemplo), sino en el creciente alineamiento internacional con las potencias aliadas y especialmente los Estados Unidos, a pesar de nuestra neutralidad formal en el conflicto mundial. El gobierno de Santos dio pasos decididos en la incorporación de Colombia a la esfera de influencia norteamericana.

Por una parte, siguiendo las presiones diplomáticas, se atacó el posible espionaje alemán, y en concreto se nacionalizó la empresa de aviación colombo-alemana SCADTA, que se convertiría luego en AVIANCA. Por otra parte, la ayuda militar norteamericana se hizo más evidente a través del envío de una misión naval al país, la dotación de equipo militar americano y el establecimiento de un pacto aéreo de defensa interamericana. En contraprestación, los Estados Unidos, bajo la política del «buen vecino» enarbolada por el presidente Franklin D. Roosevelt, otorgó créditos al país, lo cual dará buenas posibiligades de maniobra fiscal al Estado. Este, a pesar de una tendencia decreciente en los precios, logró mantenerse a través de la firma (en 1940) del pacto internacional que tanto había buscado la anterior administración.

El banano, por el contrario, decayó notablemente como producto de exportación, lo que significó prácticamente el cierre de actividades de la multinacional United Fruit Company en el país. La oposición conservadora no veía con buenos ojos el creciente alineamiento con los Estados Unidos, por las simpatías que ésta tenía por las potencias del Eje (Italia, Alemania y Japón) vía apoyo a la España franquista, que en un principio fue sostenida por dichas potencias. Por presiones diplomáticas y comerciales, especialmente contra el periódico de Laureano Gómez, El Siglo, la retórica antinorteamericana debió ser moderada por la oposición.

El conservatismo se opuso en concreto a los préstamos americanos y a los intentos de establecer un sistema interamericano de defensa en la reunión de La Habana, en que el gobierno liberal participó. Aunque la oposición no llegó a los extremos vistos en la primera administración de López Pumarejo, no se puede desconocer el activo papel que jugó en este período. Por su parte, el sector liberal lopista mantenía un apoyo lejano al gobierno de Santos y no dejó de hacerle críticas, aunque más a la forma que al contenido de las políticas del gobierno, especialmente en lo referente al crédito externo.

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En el plano interno, el período de Santos se distinguió por ser una gestión más administrativa que reformista. En ese sentido se considera como un gobierno que prolonga la «pausa» decretada en el 36 por Alfonso López. Santos aplicó una cierta política proteccionista de la industria, motivada en parte por el estallido de la conflagración mundial y posibilitada por el peso del crédito externo en el manejo fiscal. La fundación del Instituto de Fomento Industrial, IFI, refleja este proteccionismo en una política de apoyo a la industria que exigía también la posibilidad de importar maquinaria y materia prima. La línea de fomento agropecuario, propiciando un desarrollo técnico y la utilización de mejor maquinaria, fue la política de Santos para el campo. En este plano se destacó especialmente la formación del Fondo Nacional Ganadero.

En el aspecto social, al que no se le prestó tanta atención como en la anterior administración, sobresalió la fundación del Instituto de Crédito Territorial (ICT), para el fomento de la vivienda popular. A diferencia de López, a.Santos no le interesabauna estrecha relación con la clase obrera sino más bien el sometimiento de ésta a las políticas oficiales. Por otra parte la actividad mediadora del estado en los conflictos laborales llegó a su punto más bajo. Obviamente, esta actitud no era del agrado del conjunto de la clase obrera, especialmente de sus sectores más críticos. Para nadie es desconocida la aversión que Eduardo Santos tenía al comunismo. En ese sentido, en la medida en que destacados sindicalistas, especialmente de la FEDENAL, militaban en el PC, a Santos no le interesaba la unidad sindical, sino más bien fortalecer la corriente liberal proclive a su gobierno. La ley 24 de 1940 consagró la navegación fluvial como servicio público, ilegalizando la huelga en este sector que era el fuerte de la FEDENAL. En 1940 se hizo evidente la división del sindicalismo agrupado en la CTC. A toda costa, los sectores liberales del obrerismo buscaron aplazar la celebración del IV Congreso de la confederación. A pesar del veto oficial, la mayoría de los miembros confederales celebraron en Barranquilla, la plaza fuerte del comunismo, el citado congreso, en diciembre de 1940. La minoría liberal apresuradamente convocó un evento paralelo en Barrancabermeja para enero de 1941. Allí, con el respaldo gubernamental, se procedió a la expulsión de las organizaciones y personas asistentes al encuentro de Barranquilla. Con la existencia de dos comités confederales se cristalizaba la división de la CTC, división que no favorecía a ningún sector obrero.

La iglesia, por su parte, continuaba desplegando una infatigable actividad de educación de líderes y organización de sindicatos católicos a través de la JOC (Juventud Obrera Católica) y la Acción Católica. Ya en 1939, existían algunos sindicatos católicos en el país, la mayoría en el campo. Según el censo sindical de 1939, de 571 sindicatos registrados, 224 pertenecían a la CTC, 73 a la influencia católica y 274 no estaban explícitamente afiliados.

A pesar de que las luchas de resistencia obrera, y especialmente las huelgas, no desaparecieron del panorama nacional en este período (en 1942, por ejemplo, se presenciaron quince huelgas), ciertamente esta actividad disminuyó en términos comparativos. El sector más activo siguió siendo el agrupado en la FEDENAL, a pesar de la ley 24 del 40 que ya mencionamos. Lo conseguido en los pactos de julio del 39 y octubre del 40, así como el laudo arbitral de septiembre del 42, indican la capacidad de lucha I de este sector. Las huelgas anti institucionales se mantuvieron como sucedió en el caso de la huelga de transportes en mayo de 1939 en Medellín. Sin embargo, el movimiento obrero carecía de una política autónoma. En la perpetuación de la táctica de apoyo al Estado, que era sólo para la coyuntura del reformismo liberal, la clase obrera entró a depender excesivamente del Estado en el adelanto de sus luchas reívindicativas. En parte la prolongación de esa táctica se explicaba por la expectativa de un retorno de López al poder y la profundización del proceso reformista adelantado entre 1934 y 1936. Esta esperanza se mantendría viva en el período de Santos y renacería con la proclamación de la candidatura de López en 1941. El PCC apoyó con entusiasmo a López en su intento

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reeleccionista de agosto de ese año, a pesar de que éste no mostraba ya los ímpetus reformistas del pasado.

El nuevo clima de expectativa que crea la candidatura de López favorece el restablecimiento de la unidad sindical al interior de la CTC. Por otra parte, el ingreso de la URSS en el bloque de potencias aliadas en junio de 1941 y el de los Estados Unidos en diciembre del mismo año, cambiaría el panorama de la guerra mundial. En el plano nacional, esto se traducía en un mayor acercamiento entre las fuerzas liberales y comunistas.

En estas condiciones se instaló en diciembre de 1941 el V Congreso de la CTC, denominado como el Congreso de la Unidad Sindical. Presidieron el evento los líderes de las federaciones fundamentales de la CTC: Ferrovías y FEDENAL. Como era práctica común desde la administración anterior, el encargado del Ministerio del Trabajo recientemente creado, se hizo presente en el encuentro. Finalmente se acordó la creación de un comité confederal de treinta y tres miembros, en donde tuvieron cabida los sectores políticos influyentes en el movimiento obrero, liberalismo y comunismo principalmente.

El 3 de mayo de 1942, Alfonso López derrotaba electoralmente al candidato de la derecha liberal, Arango Vélez, apoyado este último también por el conservatismo. Todo parecía indicar que se revivía la coyuntura del 34. Sin embargo, la política implementada por López en su segunda administración mostraría cuán lejos se estaba ya de esa coyuntura reformista. La reelección de López, por el contrario, sellaría la frustración de amplios sectores sociales con la República Liberal y marcaría el fortalecimiento de movimientos que, como el gaitanista, indicaban otros rumbos sociales.

La crisis del liberalismo. Hundimiento de la FEDENAL

Cuando Alfonso López sube a la presidencia (1942-1945) la situación económica del país marcaba un crecimiento lento. Con la excepción de algunas industrias de textiles, los productos químicos, cigarrillos y cervezas, el conjunto de la actividad económica, especialmente la extractiva y la agrícola, mostraba signos de recesión.

El proceso inflacionario se acrecentaba, exigiendo de los trabajadores la defensa de sus ingresos. Así lo demostró la racha de huelgas de 1942, quince en total. El gobierno de López respondió reprimiendo los conflictos en las organizaciones sindicales controladas tanto por los comunistas (FEDENAL y Mineros de Segovia, Antioquia, en septiembre y octubre del 42), como por los liberales (Ferrovías, diciembre del 42 y enero del 43).

La patronal respondió exigiendo una reorganización de la situación social a través de un proyecto de reforma laboral que eliminara en la práctica el cerecho de huelga. La oposición decidida a este proyecto por parte de la CTC y el PCC, logró frenado temporalmente. La actividad huelguística, en 1943, lejos de disminuir, se incrementó. La prensa consignó cerca de veinte conflictos abiertos, adelantados especialmente por los trabajadores del transporte fluvial y terrestre. Los últimos protestaron particularmente por la escasez de llantas, consecuencia de la segunda guerra mundial. Entre mayo y junio del 43, los trabajadores de FEDENAL se lanzaron a la huelga en defensa del privilegio sindical en la contratación. A pesar del endurecimiento oficial, y de la imperceptible pérdida de importancia del río Magdalena como arteria clave del país, la FEDENAL salió triunfante. En noviembre volvería a la batalla, esta vez por aumentos salariales. Los logró de un orden del 25 y 30 %. Se hacía evidente que el proyecto institucionalizador era incapaz de contener la lucha obrera. De otra parte, la agudización de la crisis política del liberalismo hacía que éste buscase el apoyo obrero en un momento en que la oposición conservadora tomaba vuelo.

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Efectivamente, a partir de 1943 arreciaron los ataques contra el gobierno de López. Hábilmente conducida por Laureano Gómez, la oposición comenzó a asestar golpes cada vez más certeros a la administración liberal. La magnificación de una serie de escándalos dio auge a la oposición. El primero fue el oscuro asesinato del boxeador Mamatoco, en el cual estuvo implicado el jefe de la policía de Bogotá.

Aunque nunca se demostró conexión directa de los asesinos con el gobierno central, la calumnia que responsabilizaba del crimen al propio ejecutivo caló hondo en la gente. La construcción de unas casetas de vigilancia, con dineros oficiales, en la finca veraniega de Las Monjas, de propiedad del presidente López, le mereció una acusación formal ante el parlamento. Finalmente, la confiscación de las acciones de la Handel, empresa holandesa que controlaba parte de Bavaria, se prestó también a denuncias contra el hijo del presidente, Alfonso López Michelsen, de quien se dijo que aprovechó su acceso a secretos de gobierno para conseguir ventajas económicas.

Ante la avalancha de denuncias, el gobierno se sintió cada vez más aislado. Sólo le quedaba el apoyo casi incondicional de la CTC y del PCC. La CTC, por su parte, había celebrado otro congreso unitario en Bucaramanga, durante diciembre de 1943. En dicho congreso se hicieron presentes 521 delegados que representaban a 101.511 trabajadores afiliados a la CTC, muestra indudable del poderío de la confederación. En las sesiones intervino el ministro de Trabajo, Jorge Eliécer Gaitán. Este congreso se pronunció en favor de la causa aliada y en defensa de las tentativas golpistas de la oposición contra López.

El PCC, de otro lado, había profundizado su viraje táctico iniciado en 1935. influenciado por el pensamiento conciliador del secretario del PC de los Estados Unidos, Earl Browder, el PCC prácticamente pospuso la lucha por el socialismo, concentrándose exclusivamente en la defensa de la «democracia», que se entendía como defensa de López. Se propuso incluso el cambio de nombre por el de Partido Socialista Democrático, pues se decía que el de comunista «ya no respondía a la realidad nacional».

De esta forma el movimiento obrero perpetuaba la táctica de apoyo a la gestión estatal, en unas circunstancias diferentes a cuando fue implementada. El que a López sólo le quedaba el apoyo obrero y comunista se hizo evidente en mayo de 1944. Ante los rumores de posible renuncia del presidente, la CTC y el PCC convocaron a un paro nacional. El objetivo era impedir que el Congreso de la República aceptara la renuncia. Como antecedente de esta movilización política, estaba el paro cívico de Cali de 1929 de marzo del mismo año, para presionar la nacionalización del servicio de energía eléctrica de la ciudad. Como resultado de la movilización de mayo, la oposición se silenció temporalmente. Sin embargo, el auge de las denuncias antilopistas había erosionado la imagen del gobierno ante la nación e incluso ante las fuerzas armadas. En algunos momentos la oposición había alimentado ideas golpistas en el país. En este contexto se produjo el frustrado golpe militar de Pasto de 1944.

El 8 de julio de 1944, el presidente y altos funcionarios del gobierno que se habían desplazado a Pasto a presenciar maniobras militares, fueron retenidos por un grupo de oficiales a cuya cabeza estaba el coronel Diógenes Gil. Las guarniciones de Ibagué y Bucaramanga se sumaron al golpe, el resto permaneció fiel al gobierno. En Bogotá, Darío Echandía y Alberto Lleras Camargo proclamaron la legitimidad del gobierno de López y convocaron al país a apoyarlo contra el intento golpista. La CTC y el PCC se lanzaron a la calle a dirigir la movilización ciudadana. Tras la consigna de restituir a López en el poder, se organizaronmarchas en las principales ciudades. Estos actos impactaron la opinión pública provocando un verdadero plebiscito de apoyo al presidente retenido en Pasto. Así se superó temporalmente una difícil coyuntura de la segunda administración de López,

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aunque la crisis continuaría.

La CTC había descubierto una herramienta efectiva de presión: el paro general. A pesar de todo el efecto institucionalizadorque significaba la CTC, la clase obrera había logrado, a través de los paros generales del 44, implementar mecanismos de expresión propios, mostrándose con fuerza también propia en el escenario público.

El presidente López, aprovechando el estado de sitio imperante en el territorio nacional después del frustrado golpe militar, dictó una serie de decretos que se consideraron como una especie de premio al movimiemo obrero por su solidaridad con el ejecutivo. Estos decretos abarcaron los siguientes aspectos: prohibición del pago en especie y establecimiento de remuneración para trabajadores rurales y campesinos; pago por el descanso dominical y horas extras; reconocimiento del auxilio de cesantía aun en los casos de mala conducta; pago de indemnizaciones por accidentes de trabajo o de enfermedad profesional; nueve horas de trabajo y algunas prestaciones o indemnizaciones para los trabajadores agrícolas y de servicio doméstico; exigencia de preaviso en caso de rompimiento del contrato por parte del patrono; protección a los colonos; y fuero sindical por medio del cual ningún dirigente sindical podría ser despedido sin previa aprobaciónpor parte del Ministerio de Trabajo.

Muchas de estas disposiciones se articularon jurídicamente en la ley 6 de 1945, que además introducía una clara prohibición del esquirolaje y del paralelismo sindical. La ley 6 privilegiaba al mismo tiempo la negociación adelantada por los sindicatos de base en detrimento de los de industria o de las federaciones. En este sentido se considera que, aunque el paquete legal promulgado por la segunda administración de López consagraba ciertas reivindicaciones laborales y defensa de los sindicatos, el prohibir el esquirolaje y el paralelismo implicaba más ataduras con el Estado. Era éste el que determinaba la legalidad de un sindicato, y por tanto la aplicación de estas disposiciones. Por otro lado, la huelga se reglamentaba más, prohibiéndose su realización en los servicios públicos. Además, el privilegio al sindicalismo de base erosionaba la acción reivindicativa adelantada por las federaciones, pilares fundamentales de la CTC. Se favorecía así el encuadramíento de las luchas reivindicativas en un contexto estrecho, el del sindicalismo de base, propenso al economicismo.

El movimiento obrero organizado cogió con euforia este paquete legal, pero en el fondo continuaba el proceso de institucialización del sindicalismo por parte del estado. Nótese que 1945 fue el año, en todo el período de la República Liberal, en el que más personerías jurídicas se aprobaron, 441 en total. El que el sector sindicalizado de la clase obrera, en especial la CTC, no haya sido consciente de las implicaciones de este paquete legal, no quiere decir que hubiera bajado sumisamente la cabeza. Las huelgas del 45 (veintidós en total) serían prueba de ello. En especial se destaca la huelga de la FEDENAL de fines de ese año, que desarrollaremos más adelante.

La superación exitosa del intento de golpe militar no trajo para la administraciónde López el fin de la crisis política.Por el contrario, la oposición arreció sus críticas. No valió el viaje del presidente por unos meses al extranjero. El liberalismo dividido en el ala santista (que conquistó la mayoría en las elecciones de marzo del 45), la lopista y el gaitanismo, no respaldaba al ejecutivo. López desesperadamente trata de lograr un acuerdo con los conservadores. El 30 de marzo nombró tres ministros de esa tendencia, de los cuales sólo uno aceptó. Los signos de debilidad de López contribuyeron a fortalecer a la oposición. En esas condiciones, y en medio de la euforia popular por los avances aliados contra la Alemania nazi, López presenta renuncia irrevocable al cargo de presidente el 19 de julio. Le sucedió el designado Alberto Lleras Camargo, quien trató de continuar el acuerdo bipartidista impulsado a últimahora por López.

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El corto gobierno de Alberto Lleras se vio enfrentado desde el principio al movimiento huelguístico que venía presentándose desde comienzos de año. El desborde de la institucionalidad era realmente molesto para el nuevo gobierno y éste aprovecharía la ocasión de la huelga de la FEDENAL para imponer su criterio a sangre y fuego. Al fin y al cabo, el fin de la segunda guerra mundial ponía a las burguesías liberales de frente a una nueva situación: cómo frenar el avance de las fuerzas comunistas, no sólo en el Este europeo (apoyadas por los ejércitos rojos) sino a nivel mundial. Es el inicio de lo que se ha llamado la guerra fría. En el plano nacional, el espíritu de guerra fría se traducía en un distanciamiento entre liberales y comunistas, distanciamiento que se expresaba inmediatamente en la erosión de la unidad sindical conseguida por por la CTC en esos años. En parte, esa unidad que había sostenido el gobierno de López, ya no era necesaria por el acuerdo bipartidista implementado a últimahora.

El movimiento obrero, ya lo hemos dicho, no dejaba de ser molesto, a pesar de los intentos de institucionalización adelantados en años anteriores. Los trabajadores petroleros, en especial los de la Shell, fueron dos veces a la huelga en 1945 (en enero y en noviembre). La FEDENAL, antes de la famosa huelga de diciembre, había estado en conflictos en febrero y agosto del mismo año. El sector fabril también se hizo presente: el 7 de octubre de 1945, seiscientos trabajadores de Textiles Monserrate de Bogotá se lanzaron a la huelga. Ante la prolongación del conflicto, por cuarenta y cinco días, la CTC decidió utilizar su herramienta más poderosa: el paro general. El 26 de noviembre, la confederación decretó un paro nacional de solidaridadcon los textileros. A pesar de la declaratoria de ilegalidad, el paro tuvo resonancia por la decidida participación de las federaciones regionales de Cundinamarca y el Valle, así como de los transportadores. El nuevo gobierno mostraba en su rostro duro el afán de suprimir este desbordamiento de lo institucional.

En estas condiciones se celebró el VII Congreso de la CTC entre el 6 Y el 12 de diciembre de 1945. Un nuevo elemento apareció en el escenario público durante la celebración del congreso: la oposición gaitanista a la CTC. Gaitán, desde su renuncia al gabinete del presidente López, se había lanzado a la candidatura presidencial atrayendo un nuevo electorado. Su movilización, orientada más al consumidor popular y organizada por barrios, denunciaba todas las formas tradicionales de poder. Por la alianza evidente entre la CTC y el lopismo, la confederación fue objeto de ataques por el gaitanismo. Gaitán incluso planteó la necesidad de construir una nueva central sindical, la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT). A su vez, la CTC respondió duramente al gaitanismo, acusándolo de «fascismo». Aferrada dogmáticamente al apoyo del lopismo, la dirección de la CTC no comprendió en ese momento los elementos progresivos que encerraba la movilización gaitanista y prefirió adherir a la candidatura oficialista de Gabriel Turbay.

Gaitán, sin embargo, lograría impactar a sectores de base de la confederación, como lo demostrarían los resultados electorales de 1946 en muchos distritos obreros. El VII Congreso de la CTC se llevó a cabo, a pesar de la fuerte oposición gaitanista. De allí salió un comité confederal compuesto por una mayoría liberal y una minoría comunista, ahora llamados socialistas democráticos. La unidad estaba, de todas formas, erosionada. En esas condiciones se encontraba la confederación cuando estalló el tercer conflicto de la FEDENAL en lo que iba corrido de ese año.

El 17 de diciembre comenzó la huelga de la federación de transportadores alrededor de dos puntos centrales, que resumían sus luchas: cumplimiento por parte de los empresarios de la obligación de consultar a los sindicatos en el enganche de nuevos trabajadores, y alza general de salarios. La huelga se inició a las siete de la mañana en Barranquilla para extenderse a todos los puertos del río Magdalena, de tal forma que a las dos de la tarde la huelga era total. El gobierno nacional apresuradamente declaró ilegal el movimiento y dio un plazo de veinticuatro horas a los trabajadores para regresar a sus actividades; de lo contrario, suspendería la personería jurídica a los sindicatos que

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continuaran en paro. En la misma resolución oficial se autorizó la contratación de nuevo personal -se legitimó el esquirolaje-. Los empresarios, ni cortos ni perezosos, iniciaron la contratación de nuevo personal.

El 18 de diciembre, el presidente Lleras Camargo se dirigió radialmente al país justificando las medidas y aduciendo que era necesario destruir la idea acerca de la existencia de «dos gobiernos», uno en Bogotá y otro en el río Magdalena. Se mostraba así la intención de desarticular, a sangre y fuego, el sindicalismo representado por la FEDENAL y en último término a la CTC. Nótese que en ese momento otros sectores obreros estaban en conflicto (petroleros, trabajadores de carreterasy afiliados a FEDETAV), por lo cual era imperioso para el gobierno impedir un movimiento de solidaridad de vastas proporciones. Lleras tachó al movimiento como un acto de sedlción comunista. Se volvía a una retórica similar a la conservadora de los años veinte.

A estas amenazas verbales, siguieron hechos que amedrentaron en la práctica a los huelguistas. Los militares ocuparon los barcos con la disculpa de proteger a los esquiroles. El 19 de diciembre se canceló la personería jurídica de la FEDENAL, quitándosele así el derecho a representar a los trabajadores fluviales y a negociar por ellos. El 21 de diciembre el gobierno convocó a las partes en conflicto para que designaran un delegado ante un tribunal de arbitramiento. Los trabajadores, como era su tradición, solicitaron a Alfonso López que fuera su árbitro, pero López no aceptó y propuso una nueva fórmula: que la CTC negociara directamente con el gobierno, fórmula aceptada por las dos partes. La FEDENAL seguía aferrada a la táctica cada vez menos vigente del apoyo al ala lopista del liberalismo.

La división entre liberales y comunistas en el interior de la confederación afloró nuevamente. En un principio la CTC había apoyado el paro y había ofrecido su solidaridad; en la práctica, algunas organizaciones como FEDEPETROL y FEDETEX, junto con FEDENAL, estaban organizándola.

Viendo la dura represión que se venía encima, el 26 de diciembre la FEDENAL propuso levantar la huelga sobre la base de un acuerdo que implicaba la ausencia de represalias y la conformación de un comité de arbitraje con participación obrera. Desconociendo esta propuesta, el ala liberal de la CTC se pronunció el 28 de diciembre por el levantamiento de la huelga sin ninguna condición. Ante esta resolución, seis miembros confederales comunistas manifestaron rechazo y dieron a conocer su resolución de mantener el paro hasta conseguir un acuerdo favorable a los trabajadores. La división confederal repercutió entre los huelguistas, pues algunos sectores decidieron levantar el paro. Observando esta muestra de debilidad sindical, los empresanos navieros redoblaron su ofensiva. Algunos incluso ofrecieron reintegro sin represalias, siempre y cuando se desconociera a la FEDENAL. La federación, en esas circunstancias, reunió una asamblea el 2 de enero de 1946 y allí decidió levantar la huelga y esperar la decisión del tribunal de arbitramiento.

La catástrofe para los trabajadores fluviales no se hizo esperar: destrucción de su organización federal, imposición del carácter de servicio público y expulsión de los dirigentes sindicales y de los trabajadores que participaron en el conflicto. Aunque el laudo arbitral publicado en mayo del 46 exigía un aumento de jornales, aumento compensado por una autorización oficial de incremento de tarifas fluviales para las compañías navieras, en la práctica consagraba la derrota de la FEDENAL. A partir de esa fecha, la que antes fuera la federación puntal de la CTC, no levantaría cabeza.

Culminaba así una etapa en la historia de las relaciones entre el Estado y el sindicalismo. El liberalismo cerraba la hipérbole que había trazado en dieciséis años de gobierno: de un reformismo que abría esperanza en reivindicaciones sociales se concluía con la quiebra del esquema institucional sindical que había contribuido a crear la clase obrera, a pesar de que un fuerte sector se inscribió en ese proyecto

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institucionalizador, había resistido durante esos dieciséis años desbordando el marco legal y descubriendo instrumentos eficaces de lucha, como el paro general. Si la táctica de resistencia de apoyo a un gobierno reformista se hundía, el pueblo y la clase obrera encontraban nuevos caminos de expresión. A la crisis de la FEDENAL y de la CTC le acompañaba el despertar de la movilización gaitanista.

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