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LA EDUCACION QUE HE VIVIDO… (Aquí, de todo un poco, como en almacén de campo) A la querida memoria de Antonio Quarracino, Carlos Galán, Roberto Pascual Lodigiani, Antonio Calleja y Manuel Sánchez Márquez. A la querida memoria de Juan Martín Ametrano. “Sé que me van a decir que esto ya lo dijo alguno, y que soy medio ovejuno y me acoplo en el sentir, pero les debo advertir que son muchos los que sienten y se callan de prudentes o por temor a la biaba y comen en las yerbiadas churrascos de agua caliente”. (Cantar popular) Primera parte: LA EDUCACION, HOY 1.- Justificación de este trabajo: El 31 de julio de 2009 cumpliré 37 años de graduado como profesor y habiendo celebrado ya 42 como educador, me ha parecido bueno, en el trigésimo quinto aniversario de mis funciones de director del Instituto Pablo VI, escribir, como lo expreso en el título, otra vez sobre educación, sobre la educación que me ha tocado vivir: como alumno de los niveles primario, secundario y superior, por un lado; y, como docente, durante estas últimas cuatro décadas (y un poco más…) de mi desempeño profesional. Por otra parte, este era un tema que, desde hace tiempo, quería abordar, como lo hago siempre, es decir sin pretensiones literarias, con la intención de narrar experiencias personales, teniendo en cuenta que para una persona

La Educación que he vivido

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LA EDUCACION QUE HE VIVIDO…(Aquí, de todo un poco, como en almacén de campo)

A la querida memoria de Antonio Quarracino,

Carlos Galán, Roberto Pascual Lodigiani, Antonio Calleja y Manuel Sánchez Márquez.

A la querida memoria de Juan Martín Ametrano.

“Sé que me van a decirque esto ya lo dijo alguno,y que soy medio ovejuno y me acoplo en el sentir,pero les debo advertirque son muchos los que sienteny se callan de prudenteso por temor a la biabay comen en las yerbiadaschurrascos de agua caliente”.

(Cantar popular)

Primera parte:

LA EDUCACION, HOY

1.- Justificación de este trabajo:

El 31 de julio de 2009 cumpliré 37 años de graduado como profesor y habiendo celebrado ya 42 como educador, me ha parecido bueno, en el trigésimo quinto aniversario de mis funciones de director del Instituto Pablo VI, escribir, como lo expreso en el título, otra vez sobre educación, sobre la educación que me ha tocado vivir: como alumno de los niveles primario, secundario y superior, por un lado; y, como docente, durante estas últimas cuatro décadas (y un poco más…) de mi desempeño profesional.

Por otra parte, este era un tema que, desde hace tiempo, quería abordar, como lo hago siempre, es decir sin pretensiones literarias, con la intención de narrar experiencias personales, teniendo en cuenta que para una persona de cultura, todas las experiencias le resultan validas. Asi pues, para qué despreciar la “anecdota”?

2.- El por qué del título:

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Cuando comencé a pensar en la forma que le daría al artículo, también discurría sobre el título que habría de ponerle. Fue así que surgieron varios, pero ninguno me satisfizo.

No me agradan los títulos rimbombantes. Tampoco aquellos que no anticipan el tema sobre el que versan.

Había pensado en algo jocoso, repitiendo al personaje de una serie televisiva “Blanco y Negro”, en la cual el niño protagonista principal, cuando se dirige a su hermano porque no le entiende qué desea significarle, le dice, con una mezcla de sorpresa y enojo: “¿De qué estás hablando, Willie?”

Es que hablar hoy de “educación”, frente a las dificultades que la misma halla en los tiempos tan duros que le toca vivir a la sociedad argentina, resulta, a mi manera de ver, como para expresar algo similar:

“Educación, educación, pero ¿de qué estamos hablando?”

Al final me quedé con el más simple, pero es verdad que aquí hay de todo un poco… como en los viejos almacenes de abarrotes. En realidad, el decir “almacén de campo” simplifica mucho las cosas, porque la palabra “abarrotes” poco se usa entre nosotros, porque no se la conoce.

3.- ¿Por qué una actitud de difidencia, entonces?

Acerca del término “difidencia”, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua dice: “desconfianza”, “falta de fe” (Cfr. Edición del año 1979, pág. 477).

Ante mis dichos de más arriba, no faltará, pues, quien me diga que estoy en una actitud de aparente difidencia.

El sentido común hace pensar que no puede haber en un educador, sobre todo en aquel que, como yo, tanto ha corrido en los carriles de la educación, una actitud negativa. Y concedo, porque ello así debiera ser.

Más bien, se espera siempre una actitud esperanzadora, porque a nadie le gusta ver a un educador que baje los brazos.

Tampoco agrada mucho un educador en paro. Y si no, que lo digan los padres. Últimamente, penoso es decirlo, paros se han producido. Y también me refiero aquí a los paros del personal no-docente de las escuelas.

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“Son para defender los derechos hollados”, dicen los docentes y los no-docentes.

Y está bien. Pero ¿quien defiende los derechos de los alumnos?

Se escucha hasta el harto cansancio la palabra “DERECHOS”, “DERECHOS”, “DERECHOS”. Lamentablemente, la palabra que poco o nada se menciona, al menos en boca de los educadores, es “DEBERES”.

Creo que se habla demasiado de reivindicaciones de todo tipo y muchas de ellas son justas. De lo que no siento hablar ni mucho ni poco es de la VOCACION DOCENTE.

No faltará quien me diga: “Profesor, Usted está mezclando los tantos … Usted confunde el gato con la pera”.

Tal vez tenga razón. Pero no me gusta hablar de cuestiones docentes sin tener como principal referente el aspecto vocacional.

Pues bien, si no tuviera esperanza y si no alentara continuamente en mí la vocación docente hace rato que hubiera dejado esta profesión, porque, a decir verdad, no todo es un vergel de hermosos colores.

Alguien, alguna vez me preguntó, por qué elegí la docencia.

La respuesta es muy sencilla: Porque yo nací para ser educador.

Quizás también porque me gusta ser libre.

Esa es -pienso- la principal razón.

Nadie es tan libre como el educador, que expresa, en libertad, con originalidad y creatividad, su carisma y todas las condiciones o potencialidades de que Dios lo ha provisto.

“Con libertad no ofendo ni temo”, frase célebre del General José Gervasio de Artigas, héroe de la República Oriental del Uruguay.

Me acuerdo de aquella milonga que cantaba Tita Merello:

“No admito que se me oponga dueño ni patrón ni rey”.

También los versos de Martín Fierro:

“Mi gloria es vivir tan libre

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como el pájaro del cielo…”Cada uno exalta el sentido de la libertad como mejor le cuadra.

Convengamos que la educación es un “arte” y que hoy carecemos de muchos bienes que tienen incidencia en la educación. Y, dicho como de paso, también hay pocos artistas.

¿Cómo se puede, por ejemplo, educar en un entorno que no es apto para el éxito del acto educativo?

Estimo que resulta arduo (pero no imposible) ser creativo en la educación, con la originalidad propia de los artistas geniales, cuando, como nos está pasando, no siempre se nos dan condiciones para ello.

Por lo mismo, parece que ser “artista” de la educación, en medio de muchas dificultades y de tantas necesidades como enfrentamos hoy los educadores, es como “querer resbalarse cuesta arriba”.

De todo ello, lo más penoso es el no reconocerle al educador, como verificamos que ha pasado, los méritos de su labor. Es como si nos pusiéramos frente a la obra artística de un pintor talentoso y no admitiéramos los valores intrínsecos que la misma posee. Lo peor del caso sería, a mi juicio, el negar los talentos del artista, los cuales surgen a simple vista en su producción.

Hay quienes se apegan a conceptos erróneos que nada tienen que ver con la verdad (“Mitos”, diría): “que trabajamos sólo 4 horas”, “que tenemos 3 meses de vacaciones”, “que nos quejamos de puro gusto…” De todo habrá para quejarse y para hablar… Total… hablar no cuesta nada, porque es gratis. Claro que habrá que ver si lo que se dice es justo.

Los educadores también necesitamos comprensión y estímulo. Y ello debiera ser, en primer lugar, “la remuneración justa”, acorde con la función.

Remuneración “en tiempo y forma” se dice ahora, porque se ha llegado, en algún momento, por suerte ya superado, hasta a cercenarnos el haber mensual y a pagarnos cuando el Estado lo deseaba o podía…

Claro que si la retribución por nuestro trabajo se fundara en sólidos principios cristianos, ésta debiera ser lo que corresponde y además debiera ser pagada el día preciso y no, como ha pasado, ocho días después y hasta muchos más. Basta recordar la época del lamentable “corralito”.

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Nosotros, impulsados por la vocación, hemos resuelto hacer de la docencia nuestra profesión habitual, de cada día, de cada momento. Si la misma es ejercida con sacrificio, tesón, entrega, amor a la niñez y a la juventud, entonces llega a ser un “verdadero apostolado”.

Los docentes debemos tener en claro que el primer principio que ha de ser refrendado es el del amor a Dios y el del amor al prójimo.

Ahora se pretende hacer creer, como lo dijo repetidamente una dirigente sindical que los docentes en paro están dando el mejor ejemplo. Que de esa manera, al ver a sus maestros o profesores en la defensa de los derechos, los niños aprenden a defender también los suyos.

Tamaño “dislate” no puede provenir de alguien que ha dedicado su vida a la docencia, porque tengamos por seguro que los niños necesitan aprender Lengua Castellana y Matemática, Ciencias Sociales y Naturales; tener clases de Inglés y de Plástica; asistir a las de Educación Física y participar muy activamente en su proceso de enseñanza-aprendizaje en todas las áreas.

Si se habla tanto de la originalidad y de la creatividad del docente, me pregunto: “¿No hay acaso otro modo de protestar que no sea a través de los paros, cuando queremos hacer sentir nuestros reclamos?”

¿Es que a los docentes no se nos cae ni una sola idea?

Bueno. Cada uno verá cómo…

Pero en esto hay para nosotros una cuestión de fe. Porque somos personas de fe, debemos actuar como tales. A través de nuestra palabra y de nuestro recto obrar estamos orientando a los alumnos hacia las realidades eternas.

Mi lector podrá decir, palabra más, palabra menos: “Este profesor está escribiendo un artículo de protesta”. Y sí. Soy combativo, pero mi combate lo hago escribiendo, enseñando, estando en mi lugar, con el bien obrar siempre.

A mi lector, le digo cordialmente:

“Querido amigo, estoy como protestando, aunque lo hago lamentablemente en voz baja, sin retumbar, como campana de palo, porque este escrito mío no llegará a las manos de los gobernantes o funcionarios, quienes, en definitiva, son los que deben poner solución a los problemas que tienen los educadores, los médicos, los empleados de la justicia, los

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trabajadores en general y todos quienes, en esta sociedad vapuleada, están sufriendo por la razón que fuere”.

Penosamente hoy muchos problemas de la gente pasan por la cuestión económica.

Quizás fuera bueno suscribir con el insigne vate castellano San Juan de la Cruz:

“En el atardecer de la vida seremos juzgados en el amor”.

Cuando hablo de los docentes, pienso en ellos como los principales actores de la educación.

Me refiero aquí a aquellos que están diariamente en las escuelas, para apechugar todas las vicisitudes; los que ponen el hombro; los que se capacitan; los que son originales y creativos; los que sufren; los que aman, los que sueñan, los que creen y se esfuerzan para que las cosas mejoren …

No hablo de los que armaron la Transformación desde los escritorios, que es como decir “docentes de papeles”, porque la educación se piensa en cada escuela y se brinda en la misma, dentro de las aulas, en los patios, en las galerías, en la biblioteca, en fin… en cada ambiente de ese espacio tan amado, con respeto y libertad de acción., haciendo participar a todos: directores, asistentes, profesores y maestros, no-docentes, niños y jóvenes, padres, madres, abuelos, tíos, vecinos y otros miembros de la CIUDAD EDUCATIVA, concepto este tan poco conocido.

4.- Innovación y creatividad

La historia da cuentas de quienes, por un título u otro, demostraron su notoria capacidad de ser distintos de los demás, precisamente porque tuvieron ingenio, originalidad, brillo propio… y supieron manifestar tales dotes de manera insigne.

A esas personas “angeladas” se las llama “TAMASICAS”. Son aquellas que han nacido para el éxito.

Sus obras imperecederas hablan por sí solas de esa capacidad. Bueno es recordar: “Por su fruto se conoce el árbol…”

Los que ocupan un lugar en el sistema educativo como docentes deben dar muestras acabadas no sólo de su competencia sino de buenas dotes de originalidad, creatividad, comunicación, colegialidad y dedicación. Y, como yo considero

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que esas dotes son algo así como columnas en las que se sostiene la educación, también tienen que ver con la vocación.

¿Qué hay en estas páginas algunos conceptos que se repiten?

Pudiera ser. Pero también es cierto que “redundanceando las vacas se engrandecen las estancias”.

Segunda parte:

LA EDUCACION QUE ME DIERON

1.- En el hogar de mis padres:

Por cierto que la primera educadora es la familia.

Yo nací en el cristiano hogar de mis padres, Rafael, conductor de locomotoras y herrero de caballos de carrera, y Alicia, ama de casa.

Somos tres hermanos, quienes tuvimos la suerte de haber conocido y tratado, hasta que fuimos grandes, a los cuatros abuelos: los de la rama paterna, Rafael y Alfonsina, quienes vivieron siempre en nuestro hogar; y los de la rama materna, Ignacio y Aída. Todos cuatro tan beneméritos, fallecidos ya.

También conocimos a la bisabuela paterna, Livia Pinti, quien rindió su alma al Creador a los 93 años, en 1966.

De ella, quien era simplemente agricultora y desconocía toda letra, aprendí muchas y buenas cosas… En especial, a ser agradecido a Dios por los bienes que nos da cada día aun sin pedírselos. A vivir con alegría. También el amor a todo lo que se tiene, en especial al hogar y al trabajo.

Los consejos de mi padre prendieron fuertemente en mí, desde niño: amor a la lectura y a la escritura, amor al estudio y amor al trabajo.

No creyera el lector si le digo cuánto trabajaba mi padre. Tenía pasión por las locomotoras y amaba el ferrocarril, en el que sirvió durante 34 años.

Su vida fue para mí un continuado ejemplo de bienes.

Recibí educación de la fe en la Parroquia de San Antonio de Padua, que dirigían los Frailes de la Orden de los Siervos de María, allá por el 56.

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A partir de allí, como la familia se mudó a Tolosa, en 1957, mi preparación catequística continuó en la Capilla de la Medalla Milagrosa, a la cual, en aquellos años, concurrían las Hijas de Jesús los sábados a la tarde, para catequizar a tantos chicos del barrio.

Años después, en el Colegio del Carmen, tuve como profesor de Religión al Padre José Antonio Santolín, durante 5 años.

2.- En las escuelas.

Habrá quienes dirán que soy un “sentimental”.

Otros, en cambio, al leer estas páginas, podrán expresar: “¿Para qué quiero saber cómo fue la educación del Prof. Berro?”

En fin…, no resulta fácil convencer a todos. Ni siquiera lo intento.

Yo escribo modesta y sencillamente, cuidando el uso correcto de la Lengua Castellana, que, a mi entender, ello también es una forma de buscar la grandeza de la educación y el lustre de la Patria.

Por eso, si a alguien le sirven mis pensamientos y lo que le ofrezco en mis presentes líneas o en otros escritos, ¡enhorabuena !

Cuando hablo de mi escolaridad primaria, a partir de 1955, en la Escuela Nro. 5 “Coronel de Marina Tomás Espora”, en esta Ciudad Capital, no puedo menos que emocionarme al recordar a la Señorita Nidia Ethel Guillamón, mi maestra de primer grado. La señorita Niní le decían todos.

Por cierto, que no es bueno comparar, ya que cada persona es única e irrepetible, pero habiendo andado tanto, como alumno primero y como docente luego, puedo asegurar que jamás hallé a otra docente con las cualidades de mi primera maestra.

Sabía hacerse amar por los niños y todos teníamos veneración por ella. Poseía don de gentes y un trato exquisito con todos, pero en especial con los pequeños, lo cual es decir no poco.

Se verificaba con la Señorita Guillamón aquello de que la maestra es la “segunda madre”.

Cuando faltó durante un tiempo, fuera uno a saber por qué, todos nos sentimos entristecidos y hubo niñas que lloraron. Los varones no podíamos llorar, porque ello hubiera sido como haber demostrado flojera, pero lo lamentábamos mucho.

Han pasado 54 años desde que completé el primer grado y siempre llevé en mi recuerdo a la señorita Guillamón.

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Vaya, pues, en este artículo mi homenaje de admiración y gratitud perenne a su memoria, junto con la expresión de este deseo: que mis nietos Laureano y Bautista, Mariángeles y Guadalupe puedan tener alguna vez una maestra tan noble y gentil como fue la Señorita Guillamón.

En 1958, por razones que ahora no retengo, mis padres me enviaron a la Escuela 124, “Paula Albarracín de Sarmiento”, que estaba en la Calle 118 entre las de 522 y 523.

Eran tres hermosas casillas de madera, sólidas, bien construidas y pintadas, ubicadas hacia el fondo del terreno que ocupaban, allá por la zona que ahora se llama impropiamente del Mercado …

Barrio “El Churrasco” lo llaman los lugareños. A muchos de fuera el nombre les provoca gracia. También existe en La Plata el Barrio “El Mondongo” y allí nació el Doctor Favaloro.

Por si fuera poco, permítaseme agregar del Barrio El Churrasco que puede gloriarse de haber tenido como Capellán a aquel santo varón que fue el Padre Antonio Calleja, de venerada recordación, a cuyos desvelos y fatigas se debió la creación de la Capilla de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, bendecida e inaugurada el 15 de diciembre de 1957 por el Arzobispo Antonio José Plaza y también la creación del Colegio “San Antonio de Padua”, el cual comenzó a funcionar en marzo de 1962.

Yo que he pateado muchos caminos, nunca vi a una persona tan querida y respetada como el Padre Calleja.

Se decía entre la gente sencilla: “Cuando el Padre Calleja pide algo se para la Provincia…”

Y, en cierto modo no era una exageración, porque ¿Quien iba a negarle algo al Padre Calleja, cuando él se preocupaba por los problemas de todos?

Me referí sucintamente a su vida, en forma anecdótica, en un artículo que titulé “Recuerdos de la Curia”, Primera parte, que fue publicada en la Revista Eclesiástica Platense.

En la Escuela Nro. 124, pues, tuve por maestro al Señor Jorge Hipólito Concistre. Era un docente de alma y quizás por su ejemplo fue que, desde niño, comencé a sentir predilección por la docencia.

El Señor Concistre tenía para aquellos años conceptos novedosos de educación, quizás muy adelantados para la época. Por ejemplo, le gustaba llevar a sus alumnos fuera de la escuela, para darnos clases al aire libre.

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Desde la vereda de la escuela hasta Punta Lara no había nada… Todo era campo. De manera que, en cualquier lugar en que nos sentáramos, disfrutábamos del aire, del sol, de la belleza del paisaje. Un día teníamos la clase debajo de un árbol y otro, en cambio, en medio de la llanura.

Aprendíamos a escuchar los silencios y los sonidos de la naturaleza y a valorar lo que ésta pone a disposición de los hombres.

Con tan excelente maestro comencé a sentir gusto por el cultivo de hortalizas, plantas y flores y a disfrutar del gusto y de la belleza que ellas nos proporcionan

Cuánto nos agradaba esa forma de enseñar y cuánto aprendíamos.

Había creado el Señor Concistre el “Club de Niños Jardineros”. Los que participaban en él llevaban un brazalete blanco con las iniciales en verde N.J. Aprendían a desmalezar, a abrir la tierra, a carpir, a roturar, a sembrar y, por supuesto, a regar y a cuidar los retoños.

También había dado vida al “Ropero Escolar”. Había entonces muchos niños muy pobres. Para ellos, las familias de aquella comunidad educativa juntaban ropas, que algunas buenas mujeres del barrio lavaban, cosían y planchaban luego para ayudar a los más necesitados. Pero todo se hacía con una humildad tal que era admirable, para que nadie se sintiera menoscavado.

Sentí mucho, cuando en 1959, mis padres decidieron cambiarme a la Escuela 79, de Tolosa., porque creían que en la Escuela 124 me atrasaba en conocimientos. Tal vez fuera así, pero hubiera crecido en humanidad junto a aquel “grande” de la educación que fue Concistre. No podrá imaginar el lector cuanto sufrí por haber tenido que dejar el ambiente tan querido de la escuela 124, a los compañeros y al maestro.

Al año siguiente, si la memoria no me falla, creo que pasó como director a otra escuela, pero ello no fue un consuelo para mí. Durante muchos años no supe nada de él, hasta que lo encontré en 1974, cuando yo era maestro en el “Antonio Próvolo” y él inspector.

De aquella nueva escuela, Nro. 79 de Tolosa, recuerdo con mucho aprecio a la Señorita María Lida Pereyra, mi maestra de cuarto grado.

Con ella aprendí a ser prolijo, a perfeccionar la presentación de mis trabajos, a leer temas escolares con interés en el Manual Graf, que

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era el texto de consulta, y en otros libros, especialmente los de historia y de geografía, por el mero hecho de saber.

Ella sabía cómo lograr una respuesta muy favorable de casi todos sus alumnos para el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Y, cuando llegué a sexto grado, en l96l, con el cual se completaba la escolaridad primaria, tuve como maestra a Virginia González de Bernet.

Mucho mérito tuvo aquella dama en nuestra educación: con ella hicimos los primeros pasos en la investigación. Nos daba cuestionarios sobre distintos temas de ciencias naturales o sociales. Para responderlos teníamos forzosamente que leer y darnos maña para escribir la respuesta exacta. Lo cierto es que lograba interesarnos para realizar de buen grado las tareas encomendadas, que incluían mapas y otras ilustraciones didácticas.

Ya en sexto grado sabía yo que deseaba ser docente, pero no me animaba a comunicárselo a nadie.

3.- El Colegio de Nuestra Señora del Carmen, de Tolosa

Me resulta inefable transmitir qué representó para mí en aquellos lejanos años.

Mi adhesión a él fue total. Lo quería muchísimo y por entonces llegué a creer que fuera de aquel Colegio terminaba mi mundo…

Estuve en el Carmen desde los 13 hasta los 17. Comencé el 19 de marzo de 1962 y egresé el 2 de diciembre de 1966.

¿Cómo era el proceso educativo de mis años de escolaridad media?

Casi absolutamente libresco.

La mayoría de los profesores no daban clase sino que concurrían al aula y tomaban la lección del o de los temas que habían indicado para estudiar desde la clase anterior. Así, por cierto, que para los profesores la tarea no resultaba para nada pesada.

Por lo general, se nos pedía que leyéramos el único libro que teníamos de tal o cual materia, ya que no solíamos tener otro.

No se nos enseñaba a investigar, salvo en algunas asignaturas, porque así lo determinaban los profesores, no porque se procurara dar nuevas pautas de trabajo intelectual. Era una especie de “arréglate como puedas”.

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Al término de la unidad venía el examen integrador, de muy poco valor pedagógico-didáctico.

Durante aquellos cinco años y después también, pienso que se entendía por educación una evaluación continuada.

“Evaluar, evaluar y evaluar”, parece que era la consigna que seguramente nadie había dado, sino que, para la mentalidad de entonces, era la adoptada. Quizás porque resultaba más cómodo.

Muchos profesores no llegaron a advertir la pérdida de tiempo que representaba ese modo de estudiar.

Si hubiéramos hecho un aprendizaje activo, participado, integrador… tal vez nuestra formación hubiera resultado más gratificante, porque, cuando había un profesor que sabía motivar adecuadamente el aprendizaje, nosotros le respondíamos con mucho interés.

Tuve como profesora de Inglés en primero y segundo a la Señora Graciela Gentilotti de Goás. Era brillante. Su método era el de la repetición, pero aseguro que aprendíamos, a fuer de insistir. Hasta que no sabíamos algo, no pasábamos al tema siguiente.

A mediados de segundo año, lográbamos hacer breves composiciones en inglés. Todo lo que ella nos decía en la nueva lengua lo entendíamos y también nosotros, paso a paso, íbamos formando nuevas estructuras gramaticales. Ello nos resultaba un aliciente para profundizar el conocimiento.

Recuerdo con mucho afecto a ínclitos profesores, porque nos enseñaban y se preocupaban por nuestro aprendizaje y, al mismo tiempo, nos exigían, con equidad:

Aída Manciola, de Matemática; Celia Hilda Chertudi, de Geografía; Hilda Lana, de Anatomía y de Química; Santiago Grisolía, de Contabilidad; Nelly Laborde de Adróver, de Lengua Castellana, quien nos enseñó a reconocer los valores y la riqueza de nuestra lengua materna.

Es casi probable que haya sido por la influencia que ejerció sobre nosotros la Sra. de Adróver por quien yo opté por las letras. Sin desmerecer a los demás, la considerábamos una auténtica educadora y le profesábamos gran estimación.

4.- El Instituto de Profesorado Juan Nepomuceno Terrero

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Ingresé en él en abril de 1967 y egresé con el título de Profesor en Idioma Castellano y Literatura el 31 de julio, festividad de San Ignacio de Loyola, de 1973.

Desde el comienzo sentí que me hallaba como en un mundo nuevo, “el de los muchos saberes”. Porque yo estaba decidido a aprender, estudiando con ahinco.

Se me presentaban mil posibilidades, ansioso como me hallaba por conocer cuanto de nuevo pudiera para mi carrera.

El hecho de hallarme en el nivel superior de los estudios hacía que me sintiera como un “elegido”.

A medida que fui conociendo la carrera y que me adentraba en ella, cada vez me gustaba más y ello hacía que me agarrara fuerte el deseo de aprender cuanto me enseñaban.

Quiero recordar con mucha estimación a algunos de los profesores que tuve: Manuel Sánchez Márquez, de Latín, Griego y Lingüística; Hugo Bauzá, de Historia del Arte; Balvanera Raquel Enríquez de Carrere, de Literatura Castellana Medioeval; Gladys Grunwaldt, de Literatura de Europa Septentrional; Alberto Skrt, de Literatura Argentina y también de Sintaxis, Hilda M. de Iríbar, de Práctica de la Enseñanza.

Pero si hubo alguien que impactó mucho en mi alma de joven fue la Doctora Alma Novella Marani, profesora de Literatura Italiana, por quien llegué a sentir profundo afecto y admiración por sus insignes saberes y por la forma tan eficaz de transmitirlos.

Para honra de su querida memoria, en el ámbito del Instituto de Profesorado Pablo VI, hemos creado la Cátedra de Cine “Doctora Alma Novella Marani”. En la misma soy “… Presidente Honorario”

Con todos aquellos profesores y con la aportación de otros a los que ahora no recuerdo, conocí y apliqué diversas técnicas de trabajo intelectual. Aprendí a investigar y a realizar monografías y otros trabajos conociendo la didáctica de la Lengua y de la Literatura.

Retengo el primer trabajo literario realizado sobre la poesía de Antonio Machado, en segundo año, para la cátedra de Morfología Castellana, cuya profesora era la Doctora Ana María Baccini.

También el que hice sobre un tema que me había interesado mucho: “Lo clásico griego en “LE STANZE PER LA GIOSTRA” de Angelo Poliziano”, para Griego I.

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Fue la Señorita Marani quien supo despertar en mí el amor por la lengua italiana, en cuyo aprendizaje dediqué largos años de estudio.

En cuarto año, para Griego II, trabajé el tema “Teócrito el poeta de los amores contrariados” en base a una exhaustiva lectura de La Arcadia.

Me agradó muchísimo la oportunidad que me brindó el Prof. Alberto Skrt de haber dado dos clases especiales sobre temas investigados con mucha entereza: “Oda al Niágara” del poeta cubano José María de Heredia y “La Bolsa” de Julián Martel (pseudónimo del escritor argentino José María Miró).

También mis compañeros de curso lograron exponer los temas que habían preparado y lo hicieron con efectivo desenvolvimiento, lo cual, sin duda, significó una muy buena aportación intelectual y formativa para todo el curso.

Fueron muchos los trabajos prácticos que realicé solo o en grupo con algunos compañeros, en diversas asignaturas: v.gr. para Latín III, donde hubimos de traducir el Canto II de la “Eneida” (“Conticuere omnes intentique ora tenebant”).

Pero sobre todo - y eso es lo más importante - con aquellos profesores aprendí a amar la carrera y a sentir predilección por la cultura hispánica en sus diversas manifestaciones.

Todos supieron despertar en mis compañeros y en mí un profundo amor al estudio y el deseo de ahondar el conocimiento de nuestro idioma.

Muchos saberes adquiridos en aquellos años de estudiante me sirvieron luego, especialmente en los primeros años de ejercicio de mi profesorado en el nivel superior, como formador de formadores, en las asignaturas que dicté en el Instituto Pablo VI: “Gramática”, en el Profesorado de Sordos e Hipoacúsicos, y “Lengua Castellana”, en el Profesorado de Discapacitados Mentales.

Cuando concluí los estudios superiores, sabía que me hallaba pertrechado como para poder hacer frente a los requerimientos de la educación, desde el campo específico de mi preparación, que, como dije más arriba, es el de las letras, así como en asuntos pedagógicos y didácticos específicos de la enseñanza de la lengua y la literatura.

5.- Mis comienzos en la docencia:

5.1. El Instituto “Antonio Próvolo”

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Comencé la carrera docente el 13 de febrero de 1967, pero, en gracia de la brevedad, no voy a relatar nada del período anterior a mi designación en el Instituto “Antonio Próvolo”, porque quisiera dedicar más espacio a lo que sigue.

Una tarde de febrero, en 1969, fui a ofrecer mis servicios como docente al Instituto Próvolo, al cual ya me hallaba vinculado por el afecto desde tres años antes.

A los pocos días, me hallé totalmente sorprendido cuando supe que el director, Padre Enrique Posenato, me había citado para hablar sobre mi probable ingreso como maestro en el establecimiento.

Acudí prestamente al llamado y grande fue la sorpresa cuando me dijo que la dirección del Instituto-Escuela había resuelto que, a partir de aquel año de 1969, se incluyera la enseñanza de la dactilografía como un modo más de preparar a los niños sordos para la salida laboral.

Así fue que el 1 de marzo comencé a trabajar en el Colegio “Antonio Próvolo” como Maestro Especial de Dactilografía, cargo que figuraba en la planta orgánico-funcional y que era subvencionado por el Estado Provincial a través del organismo que se llamaba C.E.D.N.O. (Consejo de Equiparación de Docentes No-Oficiales, actualmente DIPREGEP).

Me entregué con alma y vida al trabajo docente en el establecimiento. Además de dar mis clases, el Padre Posenato me encargaba la redacción de las cartas-circulares que se enviaban a los padres de los niños y puso bajo mi cuidado el mimeógrafo.

Tuve muchas tareas conexas con la labor docente, a título de colaboración: la de ser Secretario de la Asociación Cooperadora, por ejemplo.

Entre otras, cuando había comenzado mi preparación específica en articulación, di clases los más pequeños, para lo cual había estudiado con el Reverendo Padre Albano Mattioli, quien, dicho como de paso, es un excelente maestro ortofonista, que conoce todos los recursos necesarios para dar la palabra al niño sordo.

Debí hacerme forzosamente útil en muchos aspectos para mejor servir. Pero con qué gusto cumplía mis trabajos.

Llegué a sentir una gran predilección por el Colegio Próvolo.

Quisiera aquí tener un recuerdo especialísimo para los sacerdotes que en aquel tiempo formaban la comunidad de religiosos-docentes: el nombrado Padre Enrique Posenato y los Padres Albano Mattioli, Guido Varalta, Juan Luis Turati, Luis Bonamini y quien ha

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llegado a ser mi gran amigo, Don Nicola Corradi.. Todos ellos, maestros y educadores insignes.

Varios años más tarde, también se incorporaron los hermanos coadjutores Eliseo Pirmati y José Luis Spinelli, en 1974.

A lo largo de 30 y más años que estuve desempeñándome en la Secretaría General de la Curia, conocí a muchos sacerdotes y en cada uno pude apreciar cualidades de ciencia y virtud.

A algunos, con el trato frecuente y andando el tiempo, llegué a apreciarlos mucho: Saibene, Lodigiani, La Rocca, Sarán Arizcorreta, Montagna, Salcedo, Herrera Rifo, Lahourcade y tantos otros cuya mención haría interminable esta lista.

Pero sí tengo por cierto que a ninguno de ellos les cobré tanto afecto y admiración como a los Padres de la Obra de Próvolo, por la generosidad de su entrega a la educación de los niños discapacitados, digna de todo encomio.

Fue precisamente en el ámbito del Instituto Próvolo que tuvo sus comienzos el INSTITUTO DE PROFESORADO PABLO VI, del cual ostento el privilegio de haber sido su fundador con la apreciada colaboración de los Padres de la benemérita Compañía de María, allá por abril de 1974.

El Instituto de profesorado fue reconocido por la Superintendencia Nacional de la Enseñanza Privada en el año 1975, con retroactividad al ciclo lectivo del año anterior.

Su misión ha sido la de formar profesores especializados en Sordos e Hipoacúsicos.

A partir del ciclo lectivo de 1993, se ocupó también de la formación de profesores especializados en Discapacitados Intelectuales.

Era algo totalmente novedoso en nuestro medio. Costó mucho imponerlo, sobre todo al comienzo. Luego, la obra fue conociéndose paulatinamente y fueron muchos los jóvenes que vinieron desde otros lugares, algunos muy alejados de La Plata, para cursar estudios en el Instituto.

Desde abril de 1977 funciona en la actual sede de la Calle 57 Nro. 315 (entre las de 1 y 2), compartiendo espacios con el “COLEGIO HERMANO” DE NUESTRA SEÑORA DEL VALLE, el cual le abrió generosamente los brazos y le ofreció todo el apoyo posible.

Volviendo al tema concreto de la educación que se les brindaba a los niños discapacitados, en el Próvolo, diré que era de primer nivel.

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Por la mañana, se procuraba desarrollar el programa de las escuelas oficiales, ciertamente que adaptado a la capacidad de los niños.

Se daba preeminencia a la articulación, a la lectura labial y al adiestramiento auditivo, todos tres “pilares” del METODO ORAL, adoptado por el Colegio como un carisma legado por el Padre Próvolo a su obra.

El programa pedagógico del Colegio es hermoso, sintetizándose en esta cálida expresión:

“ABRIR LOS LABIOS DEL NIÑO SORDO A LA PALABRA Y SU MENTE A LA FE”.

Tanta importancia se le asignaba al aprendizaje de la articulación que el mismo Padre Posenato, quien era un experimentado foniatra, en los momentos libres de su función de director, concurría a un aula para colaborar con la docente en la práctica de articulación de los niños, lo cual equivale a decir:

el difícil arte de dar la palabra a los niños sordos.

El Padre Albano Mattioli impartía clases de estos saberes, de manera admirable.

Me agradaba mucho verlo con tanto entusiasmo, incansable, creativo en las técnicas de la articulación y exigente en la corrección de los defectos de pronunciación de los niños.

Lograba verdaderamente “prodigios” en aquellos niños.

Hoy, a cuatro décadas de aquellos días que recuerdo con tanta cordialidad, el Padre Mattioli, a los 90 años de su edad, continúa con sus prácticas de articulación con igual competencia, en Verona.

Todos los sacerdotes provolianos son excelentes foniatras y profesores de sordos.

Me encantaba presenciar una clase del P. Posenato, del Padre Varalta o del Padre Corradi.

Los veía incansables en la tarea ardua de “abrir” los labios de aquellos niños, para que pudieran hablar bien.

Por la tarde, los alumnos concurrían a los talleres o a las clases especiales, para lo cual, el Colegio contaba con un magnífico equipo de docentes especializados en los talleres de Carpintería, Zapatería, Cerámica, Sastrería, Actividades Manuales y Encuadernación.

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¿Qué diré del trabajo de todos ellos? Pues que era fatigoso pero que rendía los frutos que era dable esperar.

Se había creado un ambiente muy cordial entre los docentes que compartíamos tareas en el turno de la tarde.

A la hora del descanso, de 16 a 16.30, nos reuníamos en el comedor de los Padres, donde se servía la merienda, y allí hablábamos de todos los acontecimientos de la jornada laboral y del rendimiento de los alumnos en cada taller.

Se trabajaba con mucho entusiasmo en la entrega, porque nos complacíamos al ver cómo aprendían los alumnos. Y teníamos en claro que los niños sordos aprendían si nosotros, sus maestros, nos dedicábamos a ellos con especial atención. Había entonces muchos niños provenientes de otras provincias, por carecerse en ellas de establecimientos especializados.

Por amor a los niños, nunca hicimos un paro docente. Trabajábamos alegremente todos los días., en un clima de cordial camaradería.

Y a veces, los maestros que formábamos parte de la Cooperadora Escolar concurríamos los sábados por la tarde o los domingos a la mañana y nos reuníamos en el Colegio, para establecer nuevos emprendimientos culturales, deportísticos o recreativos para los alumnos.

Aquellos trabajos extras, por el afán que poníamos para concretarlos, si bien nos exigían mucha dedicación y hasta desvelos, nos llenaban el alma de entusiasmo.

En mis clases de Dactilografía podía notar un verdadero aprecio por el aprendizaje. Les gustaba mucho a los niños escribir a máquina y mucho más cuando lograban hacerlo al tacto, es decir sin mirar el teclado.

Ellos mismos se conseguían libros de lectura y copiaban textos. Con la práctica llegaban a ser excelentes dactilógrafos.

Llevaban sus carpetas con primor, tanto que daba gusto ver la prolijidad de las mismas.

Aquellos alumnos, hoy hombres, padres de familia, perduran en mi mente y en mi corazón.

La relación con ellos era muy cordial y afectuosa. Se sentían queridos y yo, a mi vez, sentía que me querían mucho. Les preparaba trabajos que luego ellos realizaban tratando de superarse.

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Algunos eran por demás detallistas y encantaban la creatividad y la calidad de los trabajos que realizaban.

Pero además veíamos todos los maestros los buenos resultados del aprendizaje en los diversos talleres.

Había niños que lograban hacer, en las clases de Zapatería, su propio calzado y reparar los zapatos de sus compañeros. Estaba al frente de este taller un gran maestro. Se llamaba Alfredo Libranti, ya fallecido.

Otros, en el taller de Cerámica, a cargo de la señora María Ester Navamuel de Winks, hacían piezas hermosas, de calidad. Los del taller de Sastrería, bajo la mirada del maestro Juan Bautista Pisano, arreglaban sus propias ropas y aprendían la confección de nuevas prendas.

Muy pocas veces a lo largo de mi carrera, pude ver tanta preocupación por aprender como la que demostraban aquellos queridos niños.

He pasado por varios colegios que no voy a nombrar aquí en gracia de la brevedad. Pero si de uno no me olvidaré nunca es precisamente del Antonio Próvolo.

Los mejores años de mi vida de joven los pasé como docente en él.

Estuve diez años, desde el 1 de marzo de 1969 hasta el 1 de marzo de 1979, fecha en que renuncié para poder dedicarme mayormente al Profesorado Pablo VI, el cual requería cada vez más de mí como director, porque el crecimiento institucional comenzaba a notarse con la afluencia de estudiantes de nuestro medio y de otros que procedían de las provincias o de diversos puntos de la geografía bonaerense.

5.2.- El Colegio “Arzobispo Juan Chimento”

El Padre Bruno Andreatta fue quien me brindó la primera oportunidad para que fuera profesor del nivel medio. Yo había sido su alumno en la asignatura Latín IV en el Instituto Terrero, de modo que nos conocíamos bien.

El era director del Instituto “Arzobispo Juan Chimento”, el cual, allá entre las décadas del 50 al 80, funcionó anexo al Seminario Arquidiocesano de Nuestra Señora de Luján, Avda. 149 entre 62 y 64, en Los Hornos, para permitir que los chicos del barrio estudiaran su bachillerato juntamente con los seminaristas menores.

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Pues bien, en aquel establecimiento había un excelente equipo de profesores, entre los cuales varios eran sacerdotes. Me place mencionar, en tal sentido, a los siguientes sacerdotes: Cándido Montaña, secretario y profesor de Actividades Manuales y Prácticas; Abel Di Marco, en Música; Marcos Gherbaz, en Psicología; Luis Segundo Selmi, en Literatura; Osvaldo Izurieta, Lengua Castellana; y Luciano Curtet en Física.

Había además un plantel brillante de profesores laicos.

De ellos destaco sólo a algunos que recuerdo en este momento: José Agustín Jorge Viaña Santa Cruz, en Química; Matías Encinas, en Historia; Guillermo Borel, en Matemáticas; Constante Moneda, en Geografía; la señora Graciela Gentilotti de Goás, en Inglés; y la Señora María Antonia López de Martínez, de Francés.

¿Cómo era la enseñanza y el nivel de estudios de este Colegio?

Diría que “excelente!”.

El plantel docente era de “marca de agua”.

De modo que todos los profesores exigíamos mucho.

Yo tenía apenas 23 años cuando ingresé y me sentía como un pez fuera del agua entre aquellos eminentes colegas mayores que yo.

Pero, para no ser menos que ellos, enseñaba y exigía.

Preparaba mucho mis clases, para que las mismas fueran interesantes y activas.

Lograba dar forma a trabajos que a los alumnos les resultaban atrayentes.

Ello me obligaba a dedicar muchas horas a la corrección. La hacía de forma pormenorizada, para que fuera didáctica y les sirviera al efecto de verificar donde tenían que efectuar sus ajustes.

Enseñé lectura y tengo la seguridad de que mis alumnos leían los textos literarios que les encargaba, para que luego hiciéramos entre ellos y yo el análisis y los comentarios.

Leyeron varias obras literarias completas: La Hermana San Sulpicio, Don Segundo Sombra, Fausto, (de Estanislao del Campo), Amalia, Martín Fierro; La Bolsa, y no sé cuantos otros más, los cuales ciertamente terminaron gustándoles.

Trabajaba mucho la ortografía y su corrección.

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También dedicaba buena parte de tiempo a la sintaxis, la morfología y la semántica, por lo cual exigía el uso diario del Diccionario de la Academia, para que los alumnos tuvieran el significado preciso de cada palabra nueva que incorporaban en su vocabulario.

La consigna que les había propuesto era: “aprender palabras”. Y no sólo les gustó, sino que también las aprendían en verdad y sabían cómo usarlas correctamente…

Después de un cierto tiempo, ellos mismos se asombraban de la cantidad de palabras que habían logrado.

También puse énfasis en la enseñanza de la composición.

Claro está que de entre mis alumnos no han salido escritores, al menos que yo sepa. Pero sí puedo asegurar que dediqué muchas horas, para que lograran mejorar el “buen decir”, tanto en forma oral como escrita.

Aprendieron a conjugar verbos regulares e irregulares. Estos últimos les resultaban gratos, porque el conocerlos era un modo de lucirse en el hablar.

Y el tema de la “correspondencia epistolar” les agradaba mucho…

La ejercitación consistía en escribirles a sus compañeros del curso o a amigos. Pero la tarea agregaba también el envío de la carta por correo y leer luego en clase las respuestas que recibían.

Les parecía una ejercitación muy buena, una especie de juego, con el cual ciertamente aprendían.

Estuve cuatro años de profesor en el Colegio “Arzobispo Juan Chimento” y sentí mucho cuando debí retirarme para atender otras tareas.

Luego de dos o tres años de mi retiro, el Padre Andreatta me llamó para que fuera representante legal, cargo que desempeñé por seis años.

5.4.- El Colegio Santa Margarita María de Alacoque

Fui profesor en él desde marzo de 1975 hasta abril de 1992.

La primera directora que tuve fue la Madre Agustina Itali, durante un año. Seguidamente ocupó ese cargo la Hermana

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Piercarla Lodi con quien llegue, años más tarde, a tener una cordialísima amistad.

En 1980, asumió la conducción del Colegio la Madre Hildegarda Zuccaccia.

Sin desmerecer a nadie, daba gusto vivir el Colegio a pleno durante los siete años que fue directora. La Madre Hildegarda. Era una auténtica líder. Daba muchas facultades a los profesores, para que cada uno pudiera crear y proyectar.

Nos encantaba preparar los actos patrióticos y otras fiestas escolares, porque las alumnas participaban con agrado en lo que se les encomendaba, para que cada celebración fuera tan placentera como inolvidable.

Hacia mediados de 1987, la Madre Hildegarda fue enviada por la Superioridad de su Congregación para dirigir el Colegio del Corazón de Jesús, en Buenos Aires.

Fue designada entonces como directora la Hermana Marinez Milani.

En marzo de 1990, asumió nuevamente el rectorado la Hermana Piercarla Lodi, durante dos años. Al término de ese período, fue enviada a Roma para colaborar en la Casa Generalicia de la Congregación. Actualmente es superiora en una comunidad de Hermanas, en algún lugar de Italia.

El Colegio tuvo siempre excelente nivel de exigencia y de estudios.

Se propiciaba el aprendizaje activo y participativo que, al mismo tiempo, les significara un importante rédito a las alumnas.

Se trabajaba mucho por departamentos de materias afines, donde se acordaban las metodologías por emplear, los recursos, las modalidades de evaluación y donde se intercambiaban opiniones acerca de los emprendimientos por encarar.

Las reuniones que realizábamos, en horario extraescolar, eran de mucho valor pedagógico-didáctico. A veces, se consideraban situaciones particulares de las alumnas que hallaban dificultades de aprendizaje y se informaba sobre los aspectos que se trabajaban con cada una de ellas en vista de un mejoramiento en los estudios.

Dictaba yo en el Santa Margarita dos materias: MECANOGRAFÍA Y ESTENOGRAFÍA.

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La primera no se trataba de una mera práctica psicomotriz. Por el contrario, dado que la asignatura había sido incorporada en el Departamento de Lengua Castellana, siendo yo profesor en esos saberes, aproveché para reforzar la enseñanza de la lengua y la literatura, los cuales ensamblaba con los aspectos prácticos de la materia a mi cargo.

Las alumnas comprendieron mi preocupación por dotarlas de un mejor nivel de preparación y como les proponía la realización de trabajos que les resultaran útiles para la expresión de su creatividad, de su capacidad léxico-expresiva y la posibilidad de manifestar sus opiniones sobre algunos aspectos tratados, se brindaban en pos de la superación que yo esperaba de ellas.

Con respecto a Estenografía vale decir que fue una asignatura simpática. Si bien no salió de mis clases ninguna taquígrafa, hubo alumnas que la aprendieron muy bien y lograron no sólo escribir correctamente sino que también pudieron leer de corrido los estenogramas propios y ajenos, lo cual es un resultado muy positivo.

Creo que se cumplió, tanto en lectura como en escritura estenográfica, una práctica intensiva de temas amenos, para que las alumnas no se aburrieran.

Les encantaba que llenara el pizarrón de oraciones que a veces inventaba allí mismo, para leer los estenogramas de corrido.

Esa era la mejor ejercitación.

Llevaban tarea para hacer en el hogar y aseguro que las hacían y trataban de esmerarse, porque yo era muy exigente en la corrección y ellas bien sabían que no iba a dejar pasar nada por alto.

El aprendizaje de Estenografía supone práctica intensiva tanto en el hogar como en las clases.

Me tenían por un profesor de mucho nivel de conocimientos, de experiencia docente, que consagraba todo el tiempo posible a la enseñanza y que mis evaluaciones eran de manera constante en las diversas manifestaciones que se ofrecían.

Puedo aseverar que en mis dos materias sentaba bases de una buena preparación para los estudios universitarios o superiores como asimismo para la inserción de las egresadas en el mundo del trabajo.

Conmigo leían, leían mucho, investigaban y ejecutaban las técnicas intelectuales que les aportaba para su preparación.

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Fue algo que tuve siempre como meta de mi trabajo docente en el nivel medio. Pero ello fue aún mayor en los dos últimos cursos, es decir en cuarto y quinto años.

Estuve 17 años en el Colegio Santa Margarita.

Cuando, obligado por las exigencias de mis ocupaciones como Secretario General del Arzobispado de La Plata, debí presentar la renuncia, sentí un dolor intenso: algo así como si me separaban las uñas de la carne.

Dejé parte de mi corazón en el Colegio Santa Margarita.

5.5.- El Instituto de Profesorado Pablo VI

¿Me perdonará mi lector si modestamente le digo que este establecimiento fue y es la obra de mi vida?

Llevo trabajando ya en él 35 años.

Lo que se inició tímidamente como una simple idea, en 1974, creció para llegar a ser una institución señera en la formación de profesores para la Educación Especial, como que, para las actuales calendas, más de 500 profesores han completado sus estudios en el Instituto, el cual se ha constituido en un importante CENTRO DE ESTUDIOS SUPERIORES EN EDUCACION ESPECIAL, AUDICION Y LENGUAJE, que cuenta con su BIBLIOTECA ESPECIALIZADA “ASUNCION DE NUESTRA SEÑORA”. Esta, el 1 de abril de 2009, ha cumplido 30 años ininterrumpidos de actividad.

En su momento, este pequeño instituto venía a suplir una necesidad social detectada por mí en nuestro ambiente como era la de poder contar con profesores que se dedicaran a la educación de niños con discapacidad auditiva o con discapacidad intelectual.

¿Qué dio el Instituto al país?

Ante todo el plan de estudios, ya que, desde la fundación y hasta el año 2000, los alumnos que se formaron en nuestro establecimiento lo hicieron con el Plan Resolución Ministerial Nro. 258/74, que luego fue Plan Decreto Nro. 820/80 del Poder Ejecutivo Nacional, cuando se aprobó definitivamente y otros institutos también pudieron adoptarlo.

Nuestro plan de estudios fue hecho por el equipo docente del Instituto, allá por las vacaciones estivales de 1974.

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Era un plan que servía perfectamente para las necesidades de quien se preparaba para ejercer la profesión docente en un campo tan específico como es el de la educación de los sordos.

Otro plan de estudios: el de la Carrera de Orientador para la Tercera Edad, el cual fue aprobado como “experimental” por el Ministerio de Cultura y Educación de la Nación, pero que, con motivo de la Transferencia de los institutos desde la jurisdicción nacional a la Provincia de Buenos Aires, en 1994, las exigencias distintas en esta nueva jurisdicción nos impidieron comenzar la experiencia educativa e hicieron que desistiéramos nuestro intento, y así se daba marcha atrás con un proyecto que contaba con tan importante aval.

Siempre hay gente que desea ir un paso más allá…

¿No bastaba la autorización que ya tenía el plan? ¡No! Había que hacerlo pasar por otros tamices, pero sinceramente en ese momento las cosas en la educación no se daban como para asumir los requerimientos de la Provincia. Así que el plan fue a parar a un armario, se dispuso el archivo de las actuaciones por pedido mío “y a otra cosa, mariposa …”

Por eso así nos salen las cosas a los argentinos

El burócrata de la educación siente como que debe justificar ante sí mismo y ante la sociedad el por qué de su salario. Y entonces pide cosas en las que ni él cree, pero sabe que si no las pide, que si facilita demasiado los trámites, no puede estar en el sitial de ilustres posaderas que ocupa.

Todo tiene un límite y cuando se desea poner tanto énfasis en exigencias fútiles se está deteniendo el progreso de la Nación.

La funcionaria que hizo que el expediente de la Carrera de Técnico Orientador para la Tercera Edad fuera a vía muerta, quieras que no, es responsable ante Dios y ante la Patria, porque evitó que las personas a las que iba dirigidas el nuevo plan no hayan podido formarse en esa especialidad y que, por ello, no puedan nunca cumplir la misión altruista y elevadora de humanidad que es la de trabajar con los ancianos.

Muchas personas entendidas en el tema específico del plan me aseguraron que el mismo contenía todo cuanto era necesario conocer en la especialidad.

Y si lo había aprobado el Ministro de Cultura y Educación de la Nación!

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Cuando aparecen personas o instituciones que realmente quieren ofrecer lo mejor para la educación de jóvenes o niños, siempre hallarán obstáculos importantes por sortear.

Hay quienes dicen que, a veces, Dios mismo es el que lo permite, para que la institución se foguee y salga acrisolada de la prueba.

Yo suscribo con Santa Teresa: “Dolores son regalos de amadores”.

Si existe una institución que fue “probada” puedo decir sin temor a equivocarme que ella es el Instituto Pablo VI.

Tuvimos que sufrir mucho especialmente los primeros tres años, hasta que obtuvimos la subvención estatal para el pago de sueldos y cargas sociales a los profesores, en 1976, y luego hasta que, en 1980, se consiguió la aprobación definitiva del propio Plan de Estudios.

En 1981, el Instituto tuvo su despegue. Recibió mayor matrícula inicial con la llegada de gente del interior, como ya he dicho más arriba. Fueron ellos mismos quienes se encargaron luego de hacer difundir la obra educativa del Pablo VI en sus localidades.

Otros aspectos en los que puso mano el Instituto Pablo VI, a partir del año 1983, fue precisamente el del perfeccionamiento docente, a través de los innumerables cursos que organizó y dictó, tanto en su sede de La Plata como en el interior.

Fueron numerosas las localidades donde se realizaron los cursos que ofrecía el Instituto. Estuvimos en Marcos Paz, Coronel Charlone, Gualeguay, Gualeguaychú, Concepción del Uruguay... y no sé si en otras más…

Los cursos estaban dirigidos especialmente para personal directivo, maestras, asistentes sociales y asistentes educacionales, médicos escolares, fonoaudiólogas, etc.

Algunos de los temas dados fueron: “La educación del niño sordo”, “Dificultades de aprendizaje en los niños”, “Alteraciones del lenguaje” y otros muy específicos, tales como: “Didáctica de las CC. Naturales y de las CC. Sociales para los niños sordos” o “Didáctica de las Matemáticas para los niños sordos”. Todos ellos resultaron de actualización y de gran aprovechamiento para quienes los realizaron.

El dictado de los cursos se prolongó hasta fines del año 1990.

Debimos dejar este quehacer cultural por no poder disponer entonces de los recursos económicos necesarios y también porque las

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profesoras, por razones familiares o laborales, se vieron impedidas de proseguir con tan proficua actividad.

LA INVESTIGACION Y EL PERFECCIONAMIENTO han resultado siempre los dos pilares en los que se basó la formación profesional de los alumnos del Instituto.

En efecto, a lo largo de los años, siempre su directorado puso énfasis en trabajar estos dos aspectos fundamentales.

En tal sentido, en 2001, se emitió un documento institucional que precisamente se titula: “El nuevo Instituto Pablo VI: Investigación y Perfeccionamiento”.

El Instituto ha dado, a su comunidad de profesores y alumnos, varios documentos institucionales de gran utilidad.

En otro orden de cosas, desde 1992, ha puesto en marcha el “proceso de excelencia educativa”, el cual ha venido sosteniendo con denodados esfuerzos de sus equipos directivo y docente.

No es la finalidad de este trabajo el detenernos a explicar con muchas precisiones en qué consiste tal proceso.

Digamos, como al pasar, que se busca la superación en vista de la consecución de los fines y objetivos institucionales que el establecimiento se ha propuesto alcanzar.

Dicho proceso requiere retroalimentación constante con la criteriosa aceptación y participación de todos quienes forman su plantel docente y de los miembros del personal no-docente también.

En esto de la búsqueda de la calidad educativa participan especialmente los alumnos con su nivel de respuestas, que debe ser cada vez más exigido en vista de la preparación que se desea para ellos, de lo cual son conscientes.

De la evaluación más o menos continuada surgen los aspectos positivos, más relevantes del quehacer institucional.

Ello ciertamente ha de significar un reconocimiento al trabajo cumplido que ha permitido el logro de metas prefijadas.

La detección de tales “facilitadores” ha de servirnos como aliciente para asumir nuevos emprendimientos y para proponernos nuevas tareas por afrontar.

Pero al mismo tiempo, también tal evaluación ha de servir para verificar aquellos aspectos de nuestro quehacer que requieren ajustes para mejorarlos.

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Es decir, que de lo dicho se desprende que el proceso de excelencia exige una evaluación seria, objetiva, imparcial… para que el mismo se verifique.

Trabajar por la educación desde estos enfoques es una manera de disminuir el riesgo de errar y de consagrar más tiempo a las tareas específicas del proceso educativo.

Incentivamos las “COMUNICACIONES” y procuramos que se haga carne en todos los integrantes del Instituto que todo en él ha de ser “comunicación”, habida cuenta de que todos tenemos un ideal común, el cual es precisamente el de que los niños discapacitados reciban la mejor educación posible mediante el trabajo de cualificados profesores.

Podría seguir detallando aquí otros aspectos interesantes en los cuales se ha trabajado en el Instituto a lo largo de su breve historia que hoy alcanza los 35 años. Pero, eso lo haré, s.D.q., en otros opúsculos.

Serán siempre sus egresados o alumnos quienes tengan sobre la labor cumplida la palabra que consideren más justa.

Pero hay ciertamente un detalle que hará inclinar la balanza a nuestro favor y ello será el desempeño eficiente y eficaz de los profesores que se hayan graduado en el Instituto frente a los niños discapacitados.

Pues si bien nuestros egresados están en cabal posesión de conocimientos científicos también han sido formados para comprender con el corazón a las personas portadoras de la discapacidad.

E P I L O G O:

Y así, voy llegando al final…

El lector tendrá la última palabra acerca de si he podido lograr mi propósito, ya que el enfoque general que le he dado al artículo es subjetivo.

Algún día, cuando mis nietos Laureano y Bautista, Mariángeles y Guadalupe sean capaces de leer estas páginas, quizás comprendan el amor que puse en lo que ha sido la vocación y la profesión de mi vida: nada más y nada menos que la educación de la juventud, lo cual significa hablar no sólo de la grandeza de la familia sino del porvenir venturoso de la Patria y, por supuesto, claro está, lo más importante: la gloria de Dios, que junto con el bien del prójimo, busqué siempre.

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UN MENSAJE FINAL PARA CUATRO HERMOSOS DESTINATARIOS:

Laureanito y Bautista, Mariángeles y Guadalupe: como este trabajo es para Ustedes, recuerden siempre que la persona tenaz no se deja abatir… y que quien tiene “ideas claras” sabe hacia dónde se dirige.

Ángel Alberto BerroProfesor en Idioma Castellano y Literatura

Director del Instituto Pablo VI, Dipregep 4029

LA PLATA y 2 de junio de 2009.