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La Espada de la Verdad Volumen 8 El Imperio Desnudo Terry Goodkind

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La Espada de la VerdadVolumen 8

El Imperio Desnudo

Terry Goodkind

1

—Sabías que estaban ahí, ¿verdad? —preguntó Kahlan en voz muy baja a la vez que se inclinaba más.

Recortadas en el cielo cada vez más oscuro, apenas se podían vislumbrar las formas de tres criaturas negras alzando el vuelo, iniciando su cacería nocturna. Ése era el motivo de que él se hubiese detenido. Eso era lo que había estado observando mientras los demás aguardaban en inquieto silencio.

—Sí —dijo Richard, e indicó por encima del hombro, sin volverse—. Hay dos más, ahí atrás.

Kahlan escudriñó brevemente el oscuro revoltijo de rocas, pero no vio a ninguna más.

Cogiendo suavemente el pomo de plata con dos dedos. Richard alzó la espada unos centímetros, comprobando que salía con facilidad de la vaina. Un último y fugaz resquicio de luz ambarina jugueteó sobre la esclavina dorada que llevaba mientras dejaba caer de nuevo la espada en la funda. En la creciente penumbra del anochecer, su familiar perfil, alto y poderoso, daba la impresión de ser una aparición hecha de sombras.

Justo entonces, dos de las enormes aves pasaron volando sobre sus cabezas. Una, con las alas totalmente extendidas, soltó un penetrante chillido mientras se inclinaba para planear describiendo una curva cerrada y dar una única vuelta, para examinar a las cinco personas del suelo, antes de batir las poderosas alas y alcanzar a sus cantaradas, que se alejaban en su veloz viaje al oeste.

Aquella noche encontrarían alimento en abundancia.Kahlan imaginó que, mientras las observaba, Richard estaba pensando

en el hermanastro que hasta hacía muy poco no había sabido que tenía. Aquel hermano yacía ahora a un buen día de viaje hacia el oeste, en un lugar tan expuesto al ardiente sol que pocas personas se aventuraban jamás por allí. Menos aún regresaban. No obstante, el calor sofocante no había sido lo peor.

Más allá de aquellas desoladas tierras bajas, la luz moribunda perfilaba un remoto contorno de montañas, que tenían el aspecto de haber sido carbonizadas por la caldera del inframundo. Tan oscura como aquellas montañas, tan implacable, tan peligrosa, la bandada de cinco aves perseguía la luz que desaparecía.

Jennsen, de pie al otro lado de Richard, observaba atónita.—¿Por todos los...?—Criaturas de puntas negras —dijo Richard.Jennsen reflexionó sobre aquel nombre desconocido.

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—A menudo he observado a halcones y cernícalos —indicó por fin—, pero jamás he visto ningún ave de presa que cace de noche, aparte de las lechuzas... y esas no son lechuzas.

Mientras contemplaba a las criaturas, Richard recogía inadvertidamente guijarros del desmoronado saliente de roca que tenía al lado, haciéndolos tintinear en el puño entrecerrado.

—Yo tampoco las había visto nunca, hasta que vine aquí abajo. Personas con las que hemos hablado dicen que empezaron a aparecer sólo hace un año o dos, dependiendo de quién cuente la historia. Aunque todo el mundo está de acuerdo en que no las habían visto antes.

—El último par de años... —se extrañó Jennsen en voz alta.Casi en contra de su voluntad, Kahlan se encontró rememorando los

relatos que habían oído, los rumores, las aseveraciones cuchicheadas.Richard volvió a arrojar los guijarros al duro suelo del sendero.—Creo que están emparentadas con los halcones.Jennsen acabó por acuclillarse para reconfortar a su cabra color castaño,

Betty, apretándola contra sus faldas.—No pueden ser halcones.Los cabritillos blancos de Betty, que por lo general estaban corriendo y

brincando, amamantándose o durmiendo, permanecían en aquellos momentos acurrucados en silencio bajo el rechoncho vientre de su madre.

—Son demasiado grandes para ser falcónidos... son más grandes, incluso más grandes que las águilas doradas. Ningún falcónido es tan grande.

Richard apartó finalmente la mirada de las aves y se inclinó para ayudar a consolar a los temblorosos gemelos. Uno de ellos, ansioso por verse reconfortado, alzó los ojos con ansiedad para mirarlo, sacando la pequeña lengua rosada para lamerle antes de decidirse a posar una pezuña diminuta en la palma de su mano. Con el pulgar, Richard acarició la larguirucha pata blanca del cabrito.

Una sonrisa le suavizó las facciones, así como la voz.—¿Estás diciendo que prefieres no ver lo que acabas de ver?Jennsen alisó las orejas de Betty.—Supongo que los pelos de punta de mi cogote deben de creer lo que vi.Richard apoyó el antebrazo sobre la rodilla mientras echaba una ojeada

en dirección al sombrío horizonte.—Esas criaturas tienen cuerpos lustrosos con cabezas redondas y alas

largas y puntiagudas, similares a las de todos los falcónidos que he visto. Las colas a menudo se abren en abanico cuando planean, pero aparte de eso son alargadas cuando vuelan.

Jennsen asintió. Para Kahlan, un pájaro sólo era un pájaro. A éstos, no obstante, con listas rojas en los pechos y de color carmesí en la base de las remeras, había acabado por reconocerlos.

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—Son veloces, poderosos y agresivos —añadió Richard—. Vi que uno perseguía a un halcón de las praderas y lo agarraba en pleno vuelo con las garras.

Jennsen pareció quedarse sin habla.Richard había crecido en los extensos bosques de la Tierra Occidental y

había llegado a ser guía forestal. Sabía mucho sobre la vida al aire libre y sobre animales. Tal educación le resultaba muy intrigante a Kahlan, que había crecido en un palacio en la Tierra Central. Le encantaba aprender cosas sobre la naturaleza de Richard, le encantaba compartir su entusiasmo por las maravillas del mundo, de la vida. Ni que decir tiene que hacía tiempo que él se había convertido en más que un guía forestal. Parecía haber transcurrido una eternidad desde que ella lo había conocido en aquellos bosques suyos, pero en realidad apenas habían sido algo más de dos años y medio.

En la actualidad se encontraban muy lejos del sencillo hogar de la niñez de Richard o de los esplendidos lugares en los que Kahlan había pasado la infancia. De tener la posibilidad de hacerlo, habrían elegido estar en cualquiera de esos sitios, o simplemente en cualquier otro lugar, cualquiera menos donde se encontraban. Pero al menos estaban juntos.

Después de todo por lo que Richard y ella habían pasado —los peligros, la angustia, la pena de perder amigos y seres queridos—. Kahlan saboreaba celosamente cada momento con él, incluso aunque fuese en el corazón mismo de territorio enemigo.

Además de acabar de descubrir que él tenía un hermanastro, también habían averiguado que Richard tenía una hermanastra: Jennsen. Por lo que habían deducido desde que la habían conocido el día anterior, también ella había crecido en el bosque y era un placer ver su sencilla y sincera alegría al haber descubierto un pariente cercano con quien tenía tanto en común. Esta fascinación que sentía por su hermano mayor sólo se veía superada por la atónita curiosidad que Kahlan, y su misteriosa educación en el Palacio de las Confesoras, en la lejana ciudad de Aydindril, despertaban en Jennsen.

Jennsen había tenido una madre distinta de la de Richard, pero el mismo tirano brutal. Rahl el Oscuro, los había engendrado a ambos, Jennsen era más joven, tenía apenas algo más de veinte años, los ojos del color del cielo y unos rizos rojos que le caían sobre los hombros. Había heredado algunos de los rasgos cruelmente perfectos de Rahl el Oscuro, pero su herencia materna, desprovista de malicia, los alteraban conviniéndolos en una cautivadora feminidad. Mientras que la mirada rapaz de Richard daba fe de la paternidad de Rahl, su semblante y porte, eran excepcionalmente suyos.

—He visto a halcones desgarrar a anímales pequeños —dijo Jennsen—. No creo que me guste mucho pensar en un halcón tan grande, mucho menos en cinco de ellos juntos.

Su cabra, Betty, pareció compartir tal sentimiento.—Vamos a turnarnos para montar guardia durante la noche —indicó

Kahlan, respondiendo al temor no expresado de Jennsen.Si bien aquél no era precisamente el único motivo, todos se mostraron

de acuerdo.

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En el pavoroso silencio, agostadoras oleadas de calor se alzaban de las rocas inertes que los rodeaban por todas partes. Había sido un arduo día de viaje para salir del centro del erial que era el valle y cruzar la llanura, pero ninguno de ellos se quejó del brutal ritmo de marcha. No obstante, el atormentador calor había dejado a Kahlan con un terrible dolor de cabeza. Con todo, aunque estaba exhausta, la Madre Confesora sabía que en los últimos días Richard había dormido aún menos que cualquiera de ellos. Podía ver el agotamiento en sus ojos, aunque no lo viera en su zancada.

Kahlan reparó entonces en qué la inquietaba tanto: el silencio. No había gañidos de coyotes, ni aullidos de lobos lejanos, ni el aleteo de murciélagos, ni el rumor de un mapache en busca de comida, ni el suave corretear de un ratón de campo... ni siquiera el zumbido de los insectos. Cuando todas aquellas criaturas estaban en silencio eso significaba un peligro potencial. Aquí, reinaba un silencio sepulcral porque no vivía nada en ese lugar, ni coyotes, ni lobos, ni murciélagos, ni ratones, ni siquiera insectos. Pocas cosas vivas penetraban jamás en esa tierra estéril. Allí, la noche era tan silenciosa como las estrellas.

A pesar del calor, el opresivo silencio hizo que un helado escalofrío recorriera la espalda de Kahlan.

Volvió a mirar con detenimiento en dirección a las criaturas aún visibles, recortadas en el arrebol violeta del cielo occidental. Tampoco ellas permanecerían mucho tiempo en este erial al que no pertenecían.

—Resulta más bien amedrentador tropezarse con una criatura tan amenazadora cuando uno ni siquiera sabía que existía —dijo Jennsen, y se secó con la manga el sudor de la frente—. He oído decir que un ave de presa describiendo círculos por encima de uno al inicio de un viaje es una señal de advertencia.

Cara, que hasta entonces había permanecido callada, se inclinó hacia ella.

—Sólo deja que me acerque lo suficiente y les arrancaré las malditas plumas. —Una larga melena rubia, recogida hacia atrás en la tradicional trenza propia de su profesión, enmarcaba la expresión acalorada de Cara—. Veremos hasta qué punto son un presagio entonces.

La mirada iracunda de la mord-sith se tornaba tan sombría como aquellas criaturas negras siempre que las veía. El hecho de estar envuelta de la cabeza a los pies en una capa protectora de tela negra parecida a gasa, como lo estaban todos ellos, excepto Richard, no hacía más que aumentar su intimidante presencia. Al heredar Richard inesperadamente el gobierno, éste se había sentido aún más sorprendido al descubrir que Cara y sus compañeras mord-sith formaban parte del legado.

Richard devolvió el pequeño cabrito blanco a su vigilante madre y se puso en pie, introduciendo los pulgares en su cinturón de cuero. Sus amplias muñequeras de plata con aros entrelazados y símbolos parecieron recoger y reflejar la poca luz que quedaba.

—En una ocasión un halcón describió círculos sobre mí al inicio de un viaje.

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—¿Y qué sucedió? —preguntó Jennsen, con gran ansiedad, como si lo que él dictaminara pudiera decidir de una vez por todas la cuestión.

Richard sonrió de oreja a oreja.—Acabé casándome con Kahlan.Cara cruzó los brazos.—Eso sólo prueba que era una advertencia para la Madre Confesora, no

para vos, lord Rahl.El brazo de Richard rodeó con suavidad la cintura de Kahlan, y ella

sonrió mientras se recostaba en su abrazo. Que aquel viaje hubiese acabado por convertirlos en marido y mujer le parecía más increíble que el más loco de sus sueños. Las mujeres como ella —las Confesoras— no osaban soñar con el amor. Gracias a Richard, ella se había atrevido y lo había obtenido.

Kahlan se estremeció al pensar en las ocasiones terribles en que había temido que él estuviese muerto, o algo peor. Había habido tantos momentos en los que había ansiado estar con él, sentir simplemente su cálido tacto o que se le concediera siquiera la merced de saber que estaba a salvo...

Jennsen echó una mirada a Richard y a Kahlan, encontrándose con que ninguno de ellos tomaba la amonestación de Cara como otra cosa que una cariñosa provocación. Kahlan supuso que para un desconocido, en especial uno procedente de D'Hara, como lo era Jennsen, las burlas de Cara a Richard irían en contra de toda lógica. Los soldados no lanzaban pullas a sus señores, en especial cuando su señor era el lord Rahl, el señor de D'Hara.

Proteger al lord Rahl con sus vidas había sido siempre el deber ciego de las mord-sith.

Pero la falta de respeto de Cara hacia Richard era una celebración de la libertad de ésta, ofrecida en homenaje a aquel que la había concedido.

Por libre elección, las mord-sith habían decidido ser las protectoras más celosas de Richard, y no habían permitido que Richard tuviera ni voz ni voto en el asunto. A menudo prestaban poca atención a sus órdenes, excepto cuando las consideraban de suficiente importancia; de hecho ellas eran libres de dedicarse a lo que creyesen que era importante, y lo que las mord-sith consideraban importante, por encima de todo, era mantener a Richard a salvo.

Con el paso del tiempo, Cara, el omnipresente guardaespaldas de ambos, se había ido convirtiendo en alguien de la familia. Ahora aquella familia había aumentado de un modo inesperado.

Jennsen, por su parte, se sentía pasmada al verse bien recibida. Por lo que ellos habían averiguado hasta el momento, Jennsen había crecido escondiéndose, temerosa siempre de que el anterior lord Rahl, su padre, acabara por encontrarla y asesinarla como asesinaba a cualquier otro vástago sin el don que encontraba.

Richard hizo una seña a Tom y a Friedrich que estaban atrás, con el carro y los caballos, para indicar que se detendrían a pasar la noche. Tom alzó un brazo para indicar su asentimiento y luego se puso a desenganchar el tiro.

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Incapaz de poder ver ya a las criaturas en el oscuro vacío del cielo occidental, Jennsen se volvió hacia Richard.

—Debo entender entonces que sus plumas tienen las puntas negras. Antes de que Richard tuviera oportunidad de contestar. Cara habló con

una voz sedosa que era pura amenaza.—Parece como si la muerte misma goteara de las puntas de sus alas,

como si el Custodio del inframundo hubiese estado usando los perversos cañones de sus plumas para escribir sentencias de muerte.

Cara odiaba ver aquellas aves cerca de Richard o Kahlan. Kahlan compartía el sentimiento.

La mirada de Jennsen abandonó la expresión acalorada de Cara. La muchacha volvió a plantear su sospecha a Richard.

—¿Te están causando... alguna clase de problema?Kahlan presionó un puño contra el abdomen, para contener el doloroso

temor que despertaba la pregunta.Richard evaluó los ojos preocupados de Jennsen.—Esas criaturas nos están siguiendo la pista.

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Jennsen frunció el entrecejo.—¿Qué?—Esas criaturas nos están siguiendo a nosotros —dijo Richard.—¿Te refieres a que os han seguido hasta este páramo y que se dedican

a observaros, esperando para ver si os morís de sed o algo para así poder dejar luego vuestros huesos bien pelados?

Richard negó con la cabeza.—No, me refiero a que nos están siguiendo para estar al tanto de dónde

estamos.—No comprendo cómo es posible que podáis saber...—Lo sabemos —replicó con brusquedad Cara.Su bien proporcionado cuerpo era de líneas tan elegantes, con un

aspecto tan agresivo como las criaturas mismas y, envuelta en la negra vestimenta del pueblo nómada, que en ocasiones recorría los bordes exteriores del extenso desierto, resultaba igual de siniestra.

Con el dorso de la mano contra el hombro de la mujer, Richard apartó ligeramente a Cara mientras proseguía:

—Lo estábamos investigando cuando Friedrich nos encontró y nos habló de ti.

Jennsen echó una ojeada a los dos hombres que estaban con el carromato. La nítida esquirla de luna que iluminaba la negra noche proporcionaba justo la luz suficiente para que Jennsen viera que Tom estaba ocupado retirando las guarniciones de sus enormes caballos de tiro mientras Friedrich desensillaba los otros.

La mirada de Jennsen regresó para escudriñar los ojos de Richard.—¿Qué habéis podido descubrir hasta el momento?—Nunca tuvimos una posibilidad de descubrir gran cosa. Oba, nuestro

hermanastro, que yace muerto ahí atrás, digamos que distrajo nuestra atención cuando intentó matarnos. —Richard descolgó un odre de agua de su cinturón—. Pero las criaturas siguen vigilándonos.

Pasó a Kahlan el odre, ya que ella había dejado el suyo colgado de su silla de montar. Hacía horas que se habían detenido por última vez. La mujer estaba cansada de cabalgar y agotada de andar.

Kahlan se llevó el odre a los labios, lo que sólo sirvió para que volviera a familiarizarse con lo mal que sabía el agua caliente. Pero al menos tenían agua. Sin agua, la muerte llegaba veloz bajo el calor implacable de la aparentemente interminable extensión de terreno estéril que rodeaba el

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desolado lugar llamado los Pilares de la Creación. Jennsen se quitó la correa de su odre del hombro antes de volver a empezar en tono vacilante:

—Sé que es fácil malinterpretar cosas. Fíjate en cómo se me engañó para que pensara que querías matarme. Realmente lo creí, y había muchas cosas que a mí me parecía que lo demostraban. Pero estaba totalmente equivocada. Supongo que temía tanto que fuese verdad que lo creí.

Tanto Richard como Kahlan sabían que no había sido cosa de Jennsen —ella simplemente había sido un medio para que ellos llegaran hasta Richard—, pero había hecho que se malgastara un tiempo precioso.

Jennsen tomó un largo trago. Haciendo todavía muecas ante el sabor del agua, alzó el odre en dirección al vacío desierto que tenían detrás.

—Quiero decir que podría ser que esas criaturas estén hambrientas y simplemente aguarden para ver si morís aquí y, debido a que no hacen más que observar y aguardar, vosotros habéis empezado a sospechar cosas que no son. —Dedicó a Richard una mirada recatada, reforzada por una sonrisa, como si esperara disfrazar el reproche como una sugerencia—. Quizá no hay más.

—No están esperando para ver si nos morimos aquí —dijo Kahlan, deseando poner fin a la discusión de modo que pudieran comer y Richard consiguiera dormir un poco—. Nos estaban vigilando antes de que viniéramos aquí. Nos han estado vigilando desde que estábamos en los bosques del nordeste. Ahora, cenemos algo y...

—Pero ¿por qué? Ése no es el modo en que se comportan las aves. ¿Por qué tendrían que hacer eso?

—Creo que nos están siguiendo para alguien —respondió Richard—. Más exactamente, creo que alguien las está usando para darnos caza.

Kahlan había conocido a distintas personas en la Tierra Central, desde gentes sencillas que vivían en regiones remotas a nobles que residían en ciudades grandes, que cazaban con halcones. Esto, no obstante, era diferente. Incluso aunque no comprendiera del todo lo que quería decir Richard, mucho menos las razones de su convencimiento, sabía que no lo había querido decir en el sentido tradicional.

Comprendiendo bruscamente, Jennsen se detuvo en mitad de otro trago.—Por eso has empezado a esparcir guijarros por las zonas azotadas por

el viento.Richard sonrió a modo de confirmación. Tomó su odre cuando Kahlan se

lo devolvió. Cara lo miró con expresión adusta mientras él tomaba un largo trago.

—¿Habéis estado arrojando guijarros a lo largo del sendero? ¿Por qué?Jennsen respondió con entusiasmo en su lugar:—Se ha estado asegurando de que si alguien intenta acercarse

sigilosamente a nosotros en la oscuridad, los guijarros esparcidos crujan bajo sus pies y nos avisen de su presencia.

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Cara frunció el entrecejo en una expresión interrogante dirigida a Richard.

—¿De veras?Él se encogió de hombros y le pasó el odre para que no tuviera que

sacar el suyo de debajo de su atuendo.—Simplemente un poco de precaución extra por si hay alguien cerca, y

es poco cuidadoso. En ocasiones las personas no esperan las cosas sencillas y así se las atrapa.

—Pero no tú —dijo Jennsen, volviendo a colocarse la correa del odre al hombro—. Tú piensas incluso en las cosas sencillas.

Richard rió por lo bajo.—Si crees que no cometo errores, Jennsen, te equivocas. Aunque es

peligroso asumir que aquellos que desean hacerte daño son estúpidos, no puede hacer ningún daño esparcir unos guijarros por si alguien cree que puede acercarse sigilosamente en la oscuridad sin que lo oigan.

Cualquier nota de buen humor desapareció mientras Richard dirigía la vista a lo lejos en dirección al horizonte occidental donde las estrellas aún tenían que aparecer.

—Pero me temo que unos guijarros esparcidos por el suelo no servirán de nada si unos ojos nos observan desde el ciclo. —Volvió a girar en dirección a Jennsen, animándose, como si recordara que había estado hablando con ella—. Pero todo el mundo comete errores.

Cara se secó unas gotitas de agua de su maliciosa sonrisa mientras devolvía a Richard el odre.

—Lord Rahl se pasa el tiempo cometiendo errores, en especial errores simples. Por eso me necesita a su lado.

—¿Eso es cierto, doña perfecta? —la regañó Richard mientras le arrebataba el odre de la mano—. Quizá si no me estuvieses «ayudando” a mantenerme alejado de problemas, no tendríamos a las criaturas de puntas negras siguiéndonos de cerca.

—¿Qué otra cosa podía hacer? —le espetó Cara—. Intentaba ayudar... protegeros a ambos. —Su sonrisa se había marchitado—. Lo siento, lord Rahl.

Richard suspiró.—Lo sé —admitió a la vez, que le apretaba el hombro de modo

tranquilizador—. Lo resolveremos.Richard volvió a girar la cabeza hacia Jennsen.—Todo el mundo comete errores. El modo en que una persona se ocupa

de sus errores es una muestra de su carácter.Jennsen asintió mientras lo meditaba.—Mi madre siempre temía cometer un error que hiciese que nos

mataran. Acostumbraba a hacer cosas como las que haces tú, por si los hombres de mi padre intentaban acercarse a hurtadillas. Siempre vivimos en

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bosques, así que eran ramitas secas, en lugar de guijarros, lo que a menudo esparcía a nuestro alrededor.

Jennsen tiró de un rizo de su cabello, su mente revivía sombríos recuerdos.

—Llovía la noche que ellos vinieron. Aunque aquellos hombres pisaran algunas ramitas, ella no lo pudo oír. —Pasó unos dedos temblorosos sobre la empuñadura de plata del cuchillo que llevaba en el cinturón—. Eran grandes, y la sorprendieron, pero con todo, acabó con uno antes de que...

Rahl el Oscuro había querido ver muerta a Jennsen porque esta había nacido sin el don. Richard y Kahlan creían que la vida de una persona era propiedad de esta, y que la cuna de la que uno procediera no modificaba ese derecho.

Los ojos atormentados de Jennsen alzaron hacia Richard.—Mató a uno antes de que ellos la mataran.Richard pasó un brazo por los hombros de Jennsen. Todos comprendían

su terrible pérdida. Al hombre que había criado con todo su amor a Richard lo había matado Rahl el Oscuro en persona. Rahl el Oscuro había ordenado el asesinato de todas las compañeras Confesoras de Kahlan. Los hombres que habían matado a la madre de Jennsen, no obstante, eran hombres, de la Orden Imperial, enviados para engañarla, para que ella creyera que era Richard quien iba tras ella.

Kahlan sintió una desesperada oleada de impotencia ante lodo a lo que se enfrentaban. Sabía lo que era estar sola, asustada y abrumada por hombres fuertes embargados por una fe ciega y el ansia de sangre, hombres que creían devotamente que la salvación de la humanidad requería una carnicería.

—Daría cualquier cosa porque ella supiera que no fuiste tú quien envió a aquellos hombres —La voz queda de Jennsen contenía la abatida suma de lo que era haber sufrido tal pérdida y no tener solución a la aplastante soledad que ésta dejó tras ella—. Ojalá mi madre pudiera haber sabido la verdad.

—Está con los buenos espíritus y finalmente en paz —susurró Kahlan, solidarizándose con ella, incluso aunque en la actualidad tuviera motivos para cuestionar la validez de tales cosas.

Jennsen asintió a la vez que se acariciaba la barbilla.—¿Qué equivocación cometiste, Cara? —preguntó por fin.En lugar de enojarse por la pregunta, y tal vez porque había sido hecha

con inocente empatía, Cara respondió con calma y franqueza:—Tiene que ver con ese problemilla que mencionamos antes.—¿Te refieres a que está relacionado con esa cosa que queréis que

toque?A la luz de la estrecha media luna, Kahlan vio que Cara volvía a fruncir el

ceño.—Y cuanto antes mejor.

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Richard se frotó la frente con las yemas de los dedos.—No estoy seguro sobre eso.También Kahlan pensó que la idea de Cara era demasiado simplista.Cara alzó los brazos al cielo.—Pero, lord Rahl, no podemos dejarlo simplemente...—Montemos el campamento antes de que haya oscurecido por completo

—dijo Richard con sosegada autoridad—. Lo que ahora necesitamos es comer y dormir.

Por una vez, Cara vio lo sensato de sus órdenes y no puso objeciones. Cuando horas antes él había salido solo a explorar, la mord-sith había confiado a Kahlan que le preocupaba lo cansado que se veía Richard y había sugerido que, puesto que había suficientes personas, no deberían despertarlo para que hiciera un turno de guardia esa noche.

—Comprobare la zona —indicó Cara— y me asegurare de que no hay ninguna más de esas aves sentada en una roca contemplándonos con esos ojos negros que tienen.

Jennsen atisbo a su alrededor como si temiera que una criatura de puntas negras descendiera en picado desde la oscuridad.

Richard rechazó los planes de Cara con un displicente movimiento de cabeza.

—Se han ido por ahora,—Dijiste que os estaban rastreando. —Jennsen acarició el cuello de Betty

cuando la cabra la empujó suavemente, en busca de consuelo; los gemelos seguían ocultándose bajo el redondo vientre de su madre—. Yo jamás los vi antes de ahora. No estaban por aquí ayer, ni hoy. No aparecieron hasta esta tarde. Si realmente os estuvieran siguiendo la pista, no habrían estado ausentes durante un espacio de tiempo tan largo. Tendrían que haberse mantenido cerca de vosotros siempre.

—Pueden abandonarnos durante un tiempo para cazar... o para hacernos dudar de nuestras sospechas, Ésa es la ventaja que poseen las criaturas de puntas negras: no necesitan vigilarnos en todo momento.

Jennsen se puso en jarras.—Entonces, ¿cómo es posible que estés seguro de que os siguen? —

Agitó una mano en dirección a la oscuridad—. Uno a menudo ve la misma clase de pájaros... cuervos, gorriones, pinzones, colibríes, palomas... ¿cómo sabes que esos no te están siguiendo y que las criaturas de puntas negras sí?

—Lo sé —replicó Richard mientras daba la vuelta e iniciaba el regreso hacia el carro—. Ahora, saquemos nuestras cosas y acampemos.

Kahlan agarró el brazo de Jennsen cuando ésta iba tras él, para insistir en sus objeciones.

—Déjalo estar por esta noche, ¿quieres Jennsen? —Kahlan enarcó una ceja—. Por favor...

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Kahlan estaba convencida de que las criaturas de puntas negras realmente los seguían, pero no era una certera suya. Más bien, confiaba en Richard en cuestiones como aquélla. Kahlan tenía experiencia en asuntos de Estado, protocolo, ceremonial y realeza; estaba familiarizada con varias culturas, con los orígenes de antiguas disputas entre territorios y con la historia de tratados; y conocía un buen número de idiomas, además de la artera jerga de la diplomacia. En tales áreas, Richard confiaba en su palabra.

En cuestiones referentes a algo tan curioso como aves desconocidas que los seguían, ella sabía bien que no debía poner en duda la palabra de Richard.

Kahlan sabía, también, que este todavía no tenía todas las respuestas. Ya lo había visto de aquel modo antes, distante y retraído, mientras se esforzaba por comprender las conexiones y pautas que había en detalles relevantes que únicamente él percibía. Sabía que necesitaba que lo dejaran tranquilo. Acosarlo en busca de respuestas antes de que las tuviera sólo servía para distraerlo.

Observando la espalda de Richard mientras se alejaba, Jennsen finalmente se obligó a sonreír mostrando su acuerdo. Luego, como si se le hubiera ocurrido otra idea, sus ojos se abrieron como platos. Se inclinó hacía Kahlan y musitó:

—¿Tiene esto que ver con la magia?—No sabemos con qué tiene que ver.Jennsen asintió.—Ayudaré. Haré lo que haga falta, quiero ayudar.Por el momento, Kahlan se guardó sus preocupaciones mientras rodeaba

los hombros de la joven con un brazo y la llevaba de vuelta en dirección al carro.

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En el inmenso vacío silencioso de la noche, Kahlan podía oír con claridad a Friedrich, un poco alejado, hablando dulcemente a los caballos. Les palmeaba los lomos o les pasaba una mano por los flancos mientras se ocupaba de cepillarlos. Con la oscuridad cubriendo la vacía extensión de terreno situada más allá, la familiar tarea de cuidar de los animales hacia que el desconocido entorno resultara menos intimidante.

Friedrich era un hombre de más edad, discreto y de estatura media, que, no obstante sus años, había emprendido un viaje largo y difícil al Viejo Mundo para ir en busca de Richard. Friedrich había iniciado aquel viaje, llevando con él importante información, poco después de la muerte de su esposa. La terrible tristeza de aquella pérdida todavía rondaba por sus facciones bondadosas y Kahlan supuso que siempre lo haría.

En la tenue luz, la Madre Confesora, vio que Jennsen sonreía cuando Tom miraba en su dirección. Una amplia sonrisa juvenil se adueñó momentáneamente del fornido d'haraniano cuando la vio. Pero rápidamente volvió a concentrarse en su tarea y extrajo unos sacos de dormir de debajo del pescante. Pasó por encima de las provisiones que llevaba en su carro y le dio una parte a Richard.

—No hay madera para una fogata, lord Rahl. —Tom coloco un pie en la barandilla, apoyando un antebrazo en su muslo—. Pero si queréis, tengo un poco de carbón que se puede usar para cocinar.

—Lo que realmente querría es que dejaras de llamarme “lord Rahl”. Si nos encontramos en las proximidades de las personas equivocadas y se te escapa, vamos a tener serios problemas.

Tom sonrió de oreja a oreja y palmeó la ornamentada “R” del mango de plata del cuchillo que llevaba al cinto.

—No os preocupéis, lord Rahl. Acero contra acero.Richard suspiró ante la muy repetida máxima del pueblo d'haraniano

relativa a su lord Rahl. Tom y Friedrich habían prometido que no usarían los títulos de Richard y Kahlan cuando hubiese otras personas cerca. No obstante, los hábitos de toda una vida resultaban difíciles de cambiar y Kahlan sabía que se sentían incómodos no usando los títulos cuando se encontraban a solas.

—Así pues —dijo Tom a la vez que entregaba el último saco de dormir—, ¿os gustaría un pequeño fuego para cocinar?

—Con el calor que ya hace, me parece que podríamos pasar sin más calor. —Richard depositó los sacos de dormir encima de un saco de avena que ya habían descargado—. Además, preferiría no perder ese tiempo. Me gustaría que nos pusiéramos en camino al despuntar el día y necesitamos un buen descanso.

—No puedo discutir con vos respecto a eso —repuso Tom, irguiendo su enorme corpachón—. No me gusta que estemos tan al descubierto, aquí se nos puede descubrir con facilidad.

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Richard movió la mano abarcando roda la oscura bóveda celeste.Tom dirigió una mirada cautelosa hacia el cielo y asintió de mala gana

antes de volver a extraer herramientas para reparar la retranca y cubos de madera para dar agua a los caballos. Richard colocó una bota en un radio de una rueda del carro y trepó a él para ayudar.

Tom, una persona tímida pero jovial que había aparecido el día antes, justo después de que se encontraran con Jennsen, daba la impresión de ser un mercader que transportaba mercancías. El transportar mercancías en su carro, había averiguado Kahlan y Richard, le proporcionaba una excusa para viajar a donde y cuando era necesario, pues era miembro de un grupo cuya auténtica profesión era proteger al lord Rahl de conspiraciones y amenazas ocultas.

Hablando en voz baja, Jennsen se inclinó más cerca de Kahlan.—Los buitres pueden indicarte desde una gran distancia dónde yace una

presa... por el modo en que describen círculos y se reúnen, quiero decir. Imagino que alguien podría divisar a esas aves desde lejos, de modo que sabría si están sobre algo.

Kahlan no dijo nada. Le dolía la cabeza, estaba hambrienta, y simplemente quería echarse a dormir, no discutir cosas que no podía responder. Se preguntó cuántas veces había visto Richard sus propias preguntas del mismo modo en que ella veía las de Jennsen. Kahlan juró en silencio intentar ser al menos la mitad de paciente de lo que Richard lo era siempre.

—Lo importante es —prosiguió Jennsen con total naturalidad—, ¡como conseguiría alguien que las aves... bueno, ya sabes, describieran círculos a vuestro alrededor como buitres sobre el cuerpo de un animal muerto para que pudiera saber dónde estabais? —Jennsen se volvió a inclinar hacia ella y susurró para asegurarse de que Richard no la oiría—: A lo mejor las envían mediante la magia para seguir a personas concretas.

Cara clavó una mirada asesina en Jennsen. Kahlan se preguntó si la mord-sith le daría una zurra a la hermana de Richard o si sería indulgente porque era de la familia. Las discusiones sobre magia, en especial si esta implicaba cierto peligro para Richard o Kahlan, volvían irritable a Cara. Las mord-sith no sentían ningún miedo ante la muerte, pero no les gustaba la magia y no tenían reparos en dejar bien claro su aversión.

En cierto modo, tal hostilidad hacia la magia definía la naturaleza de las mord-sith; éstas eran capaces de apoderarse del poder de los que portaban el don y usarlo para destruirlos. A las mord-sith se las había adiestrado despiadadamente para que fuesen implacables en su tarea. Richard las había liberado de los aspectos enfermizos de esa obligación.

A Kahlan le parecía obvio, no obstante, que si las criaturas realmente los estaban siguiendo, había magia implicada. Eran las preguntas que suscitaban tal suposición lo que tanto la preocupaba. Al ver que Kahlan no discutía, Jennsen preguntó:

—¿Por qué crees que alguien está usando criaturas para seguiros el rastro?

Kahlan enarcó una ceja.

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—Jennsen, estamos en mitad del Viejo Mundo. Ser perseguido en territorio enemigo no es una sorpresa precisamente.

—Imagino que tienes razón —admitió ella—. Simplemente parece que tendría que haber algo más. —No obstante el calor, se froto los brazos como si un escalofrío acabara de recorrerlos—. No tienes ni idea de hasta qué punto quiere atraparos el emperador Jagang.

Kahlan sonrió para sí.—Bueno, creo que sí lo sé.Jennsen observó a Richard un instante mientras éste llenaba los cubos

con agua de los barriles que transportaba el carro. Richard se inclinó y entregó uno a Friedrich. Con las orejas en alto los caballos observaron, ansiosos por beber. Betty, que también observaba mientras sus cabritos se amamantaban, baló su ansioso deseo de beber. Tras llenar los cubos, Richard sumergió su odre para llenarlo.

Jennsen meneó la cabeza y volvió a mirar a Kahlan a los ojos.—El emperador Jagang me engañó para que pensara que Richard me

quería muerta. —Echó una breve mirada a los hombres ocupados en su trabajo antes de proseguir—: Yo estaba allí con Jagang cuando atacó Aydindril.

Kahlan sintió un nudo en la garganta al oír una confirmación de primera mano de que aquella bestia había invadido el lugar en el que había crecido. No pensaba que fuese capaz de soportar la respuesta, pero tenía que preguntar.

—¿Destruyó la ciudad?Después de que capturaran a Richard y se lo llevaran lejos de ella,

Kahlan, con Cara a su lado, había conducido al ejército d'haraniano contra la enorme hueste invasora de Jagang. Mes tras mes, ella y el ejército lucharon en una situación de total inferioridad, retirándose todo el tiempo a través de la Tierra Central.

Cuando perdieron la batalla por la Tierra Central, había transcurrido más de un año desde la última vez que Kahlan había visto a Richard; aparentemente, éste había sido enviado al olvido. Cuando por fin averiguó dónde lo retenían, Kahlan y Cara habían viajado a toda prisa al sur, al Viejo Mundo, llegando justo Cuando Richard encendía una revolución en el corazón de la tierra natal de Jagang.

Antes de partir, Kahlan había evacuado Aydindril y dejado el Palacio de las Confesoras vacío de todos aquellos que lo llamaban su hogar. La vida, no un lugar, era lo que importaba.

—No tuvo ni una posibilidad de destruir la ciudad —dijo Jennsen—. Cuando llegamos al Palacio de las Confesoras, el emperador Jagang pensó que os tenía a ti y a Richard acorralados. Pero en la entrada aguardaba una lanza que sostenía la cabeza del venerado líder espiritual del emperador, el hermano Narev. —Bajó la voz significativamente—: Jagang encontró el mensaje dejado en la cabeza.

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Kahlan recordaba bien el día en que Richard había enviado la cabeza de aquel hombre malvado, junto con un mensaje para Jagang, a realizar el largo viaje al norte.

—«Saludos de Richard Rahl.»—Eso es —repuso Jennsen—. No puedes imaginar la cólera de Jagang, —

Calló para asegurase de que Kahlan prestaba atención a su advertencia—. Hará cualquier cosa para poneros las manos encima a ti y a Richard.

Kahlan no necesitaba precisamente que Jennsen le contara lo mucho que Jagang quería cogerlos.

—Más motivo para huir... para ocultarse en alguna parte —dijo Cara.—¿Y las criaturas? —le recordó Kahlan.Cara dirigió una sugestiva mirada a Jennsen antes de hablar en voz baja

a Kahlan.—Si hacemos algo respecto a todo lo demás, a lo mejor ese problema

desaparecerá.El objetivo de Cara era proteger a Richard, y no tendría el menor

inconveniente en meterle en un agujero y taparlo con tablas si creyera que eso evitaría que le hicieran daño.

Jennsen aguardó, observando a las dos mujeres. Kahlan no estaba muy convencida de que hubiese algo que Jennsen pudiera hacer. Richard había reflexionado sobre ello y había llegado a tener serias dudas. Kahlan ya se había sentido más que escéptica sin las dudas de Richard. Con todo...

—Es posible —fue todo lo que dijo.—Si hay algo que pueda hacer, quiero intentarlo. —Jennsen jugueteó con

un botón de la parte delantera de su vestido—. Richard no cree que pueda ayudar. Si tiene que ver con magia, ¿no lo sabría él? Richard es un mago, tiene que saber sobre magia.

Kahlan suspiró. Había tantas cosas más en todo aquello.—Richard se crió en la Tierra Occidental... lejos de la Tierra Central y aún

más lejos de D'Hara. Creció aislada del resto del Nuevo Mundo, sin saber nada en absoluto sobre el don. No obstante, todo lo que ha aprendido hasta ahora y algunas de las cosas extraordinarias que ha conseguido, todavía sabe muy poco sobre su herencia.

Ya le habían contado a la joven aquello, pero ella parecía escéptica, como si sospechara que había cierta exageración en lo que le contaban sobre el desconocimiento que tenía Richard de su propio don. Al fin y al cabo, su hermano mayor la había rescatado en un solo día de toda una vida de terror. Un despertar tan profundo sin duda debía tener que ver con la magia.

—Bueno, si Richard desconoce tanto la magia como decís —insistió Jennsen con la voz cargada de intención, llegando por fin al meollo de lo que pretendía—, entonces a lo mejor no deberíamos preocuparnos tanto por lo que piensa. Quizá simplemente no deberíamos decirle nada y seguir adelante y hacer lo que sea que Cara quiere que yo haga para solucionarlo vuestro problema.

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A poca distancia, Betty limpiaba tranquilamente a lengüetazos a sus dos crías blancas. La sofocante oscuridad y el enorme peso del silencio circundante parecían tan eternos como la misma muerte.

Kahlan agarró con suavidad el cuello del vestido de Jennsen.—Yo crecí recorriendo los pasillos del Alcázar del Hechicero y del Palacio

de las Confesoras. Sé mucho sobre magia.Tiró de la joven para acercarla más.—Puedo decirte que ideas tan ingenuas, cuando se aplican a cuestiones

tan ominosas como ésta, pueden hacer que muera gente. Siempre existe la posibilidad de que sea tan sencillo como imaginas, pero lo más probable es que sea de una complejidad que va más allá de lo que puedas imaginar y cualquier intento precipitado de ponerle remedio podría iniciar una conflagración que nos consumiría a todos. Añadido a todo eso está el grave peligro de no saber cómo alguien, alguien tan inmaculadamente desprovisto del don como para que se advierta de su existencia en ese antiguo libro que tiene Richard, podría afectar a la ecuación.

»Hay momentos en los que no hay otra elección que actuar inmediatamente; pero incluso entonces debe actuarse con el mejor criterio, usando toda la experiencia y todo lo que uno sabe realmente. Mientras exista una elección, no obstante, uno no se enfrenta a la magia hasta que pueda estar seguro de las consecuencias. Uno no se limita a dar palos de ciego.

Kahlan conocía muy bien lo terriblemente cierta que era tal advertencia. Jennsen no pareció convencida.

—Pero si él en realidad no sabe mucho sobre magia, sus temores podrían ser únicamente...

—He atravesado ciudades muertas, andado entre los cuerpos mutilados de hombres, mujeres y niños que la Orden Imperial ha dejado tras ella. He visto a muchachas más jóvenes que tú cometer errores irreflexivos e inocentes y acabar encadenadas a una estaca para el disfrute de cuadrillas de soldados durante días, antes de ser torturadas hasta morir, simplemente para que se diviertan hombres que obtienen un placer malsano en violar a una mujer cuando ésta agoniza.

Kahlan apretó los dientes mientras por su mente pasaban, raudos y despiadados, los recuerdos. Cerró las manos con más fuerza sobre el cuello del vestido de Jennsen.

—Todas mis hermanas Confesoras murieron de ese modo, y ellas conocían bien su propio poder y cómo usarlo. Los hombres que las capturaron también lo sabían, y usaron ese conocimiento contra ellas. Mi amiga más íntima de la infancia murió en mis brazos después de que tales hombres acabaran con ella.

»La vida no significa nada para gente como ésa. Veneran la muerte.»Ésa es la clase de gente que asesinó a tu madre. Esa es la clase de

gente que nos capturará, también, si cometemos un error. Ésa es la clase de gente que coloca trampas para atrapamos..., incluidas trampas construidas mediante magia.

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»En cuanto a que Richard no tiene conocimientos sobre magia, hay veces en las que se muestra tan ignorante respecto a las cosas más simples que apenas puedo creerlo y debo recordarme que creció sin que le enseñaran nada en absoluto sobre su don. En esas cosas, intento ser paciente y guiarle lo mejor que puedo. Él toma muy en serio lo que le digo.

»Hay otros momentos en los que sospecho que realmente capta complejidades de la magia que ni yo ni nadie vivo ha comprendido jamás o imaginado siquiera. En esas cosas él debe ser su propio guía.

»Las vidas de muchas personas dependen de que nosotros no cometamos errores debido a negligencias, en especial errores relacionados con la magia. Como Madre Confesora no permitiré que caprichos irresponsables hagan peligrar todas esas vidas. ¿Me comprendes ahora?

Kahlan tenía pesadillas sobre las cosas que habla visto, sobre aquellos que habían sido capturados, sobre aquellos que habían cometido un simple error y pagado el precio con la vida. No era muchos años mayor que Jennsen, pero en aquellos momentos aquel abismo era mucho mayor que un simple puñado de años.

Kahlan dio al cuello del vestido de Jennsen un violento tirón.—¿Me comprendes?Con los ojos abiertos como platos, Jennsen tragó saliva.—Sí, Madre Confesora, —Finalmente, desvió su mirada hacia el suelo.Sólo entonces la soltó Kahlan.

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4

—¿Alguien tiene hambre? —gritó Tom a las tres mujeres.Richard sacó un farol del carro y, tras conseguir encenderlo con acero y

pedernal, lo colocó sobre una repisa de roca. Pascó una mirada suspicaz por las tres mujeres mientras estas se acercaban, pero al parecer se lo pensó mejor antes de decir nada.

Mientras Kahlan se sentaba pegada a Richard, Tom ofreció a éste la primera tajada que acababa de cortar de un salchichón. Cuando Richard lo rechazó, Kahlan lo aceptó. Tom cortó otro pedazo y se lo pasó a Cara y luego entregó otro a Friedrich.

Jennsen había ido al carro a rebuscar en su mochila. Kahlan pensó que a lo mejor simplemente quería estar a solas por un momento para serenarse. Kahlan sabía lo duras que habían sonado sus palabras, pero no podía engañar a la muchacha con mentiras agradables.

Con Jennsen tranquilizadoramente cerca, Betty se tumbó junto a Robín, la yegua de Jennsen. El caballo y la cabra eran grandes amigos. Los demás caballos también parecían complacidos con la visitante y sentían un gran interés por sus dos crías, dedicándoles un buen olisqueo cuando se acercaban lo suficiente.

Cuando Jennsen se acercó exhibiendo un trozo de zanahoria, Betty se puso en pie de golpe y empezó a mover la cola. Los caballos relincharon y agitaron las cabezas, pidiendo su parte. Cada uno, por turno, recibió un pequeño obsequio y una caricia tras las orejas.

De haber dispuesto de un fuego, podrían haber cocinado un estofado, arroz o judías, o tal vez haber preparado una buena sopa. A pesar de lo hambrienta que estaba, Kahlan no creía que hubiese tenido las energías suficientes para cocinar, así que se dio por satisfecha con lo que había a mano. Jennsen sacó unas tajadas de cecina de su mochila y ofreció a todos. Richard también las declinó, en su lugar comió unas duras galletas, nueces y fruta seca.

—Pero ¿no quieres nada de carne? —preguntó Jennsen a la vez que se sentaba en su saco de dormir, frente a el—. Necesitas comer algo más que eso. Necesitas algo sustancioso.

—No puedo comer carne desde que el don despertó en mí.Jennsen arrugó la nariz con una expresión de desconcierto.—¿Por qué no iba a permitirte comer carne tu don?Richard se recostó a un lado, descansando todo el peso en un codo

mientras contemplaba por un momento la enorme extensión estrellada, buscando las palabras.

—El equilibrio, en la naturaleza —dijo por fin—, resulta de la interacción de todas las cosas que hay en la existencia. Mira cómo los depredadores y la presa están en equilibrio. Si hubiese demasiados depredadores, y se

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devoraran todas las presas, entonces los depredadores acabarían muriendo de hambre y extinguiéndose.

»La falta de equilibrio seria mortal tanto para la presa como para el depredador; el mundo, para ambos, finalizarla. Existen en equilibrio, porque si actúan de acuerdo con su naturaleza, hay equilibrio, aunque el equilibrio no sea su propósito consciente.

»Las personas son distintas. Sin nuestro propósito consciente, no alcanzamos necesariamente el equilibrio que nuestra supervivencia a menudo requiere.

»Debemos aprenderá usar nuestras mentes, a pensar, si hemos de sobrevivir. Plantamos cosechas, cazamos para conseguir pieles que nos mantengan abrigados, o criamos ovejas y recogemos su lana y aprendemos a tejerla. Tenemos que aprender a construimos refugios. Sopesamos el valor de una cosa con otra y comerciamos para intercambiar lo que hemos hecho por lo que necesitamos y que otros han hecho, construido, tejido o cazado.

»Sopesamos lo que necesitamos y lo que sabemos de la realidad del mundo. Sopesamos lo que queremos racionalmente, sin dejarnos llevar por un impulso momentáneo, porque sabemos que nuestra supervivencia a largo plazo lo requiere. Usamos madera para encender un luego y no congelarnos en una noche de invierno, pero, no obstante el frio que podamos sentir cuando encendemos el fuego, no hacemos que sea demasiado grande, pues sabemos que, de hacerlo así, correríamos el riesgo de quemar nuestro alojamiento.

—Pero las personas también actúan guiadas por un egoísmo corto de miras, por codicia y por ansia de poder. Destruyen vidas. —Jennsen alzó el brazo en dirección a la oscuridad—. Mira lo que la Orden Imperial hace... y con éxito. A ellos no les interesa tejer lana, construir cosas o comerciar. Asesinan personas por simple afán de conquista. Toman lo que quieren.

—Y nosotros nos oponemos a ellos. Hemos aprendido a comprender el valor de la vida, así que combatimos para restablecer la razón. Nosotros somos el equilibrio.

Jennsen se sujetó un mechón tras una oreja.—¿Qué tiene todo eso que ver con no comer carne?—Se me dijo que también los magos deben mantener un equilibrio con

su don... su poder... en las cosas que hacen. Yo peleo contra aquellos, como la Orden Imperial, que querrían destruir la vida porque carece de valor para ellos, pero eso requiere que yo haga esa misma cosa terrible destruyendo lo que considero de más valor... la vida. Puesto que mi don tiene que ver con ser un guerrero, se considera que la abstinencia en el consumo de carne es lo que actúa como contrapeso a las muertes que me veo obligado a infligir.

—¿Qué sucede si comes carne?Kahlan sabía que Richard tenía motivos, ya desde el día anterior, para

necesitar el equilibrio que le daba no comer carne.—Incluso la idea de comer carne me produce náuseas. Lo he hecho

cuando me he visto obligado a hacerlo, pero es algo que evito si es posible.

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La magia, privada de equilibrio, tiene graves consecuencias, igual que encender una hoguera.

A Kahlan se le pasó por la mente que Richard llevaba la Espada de la Verdad, y que tal vez aquella arma también imponía su propio equilibrio. A Richard lo había bautizado con toda justicia el Buscador de la Verdad el Primer Mago en persona, Zeddicus Zu'l Zorander; Zedd, el abuelo de Richard, el hombre que había ayudado a criarlo y de quien Richard había heredado el don. A Richard el don se lo había transmitido no tan sólo el linaje de los Rahl, sino el de los Zorander. Todo un equilibrio. Los justamente llamados Buscadores habían llevado aquella misma espada durante casi tres mil años. Quizá la comprensión de Richard de la necesidad de equilibrio lo había ayudado a sobrevivir a las cosas a las que se había enfrentado.

Con los dientes, Jennsen arrancó una tira de cecina mientras meditaba sobre ello.

—Así pues, ¿debido a que tienes que combatir y en ocasiones matar a gente, no puedes comer carne como compensación a esa acción terrible?

Richard asintió mientras masticaba un orejón.—Debe de ser espantoso poseer el don —dijo Jennsen en voz queda—.

Poseer algo tan destructivo que exige que lo equilibres de algún modo.Apartó la mirada de los ojos grises de Richard. Kahlan sabía lo difícil que

era en ocasiones encontrarse con su mirada, directa e incisiva.—Yo sentí lo mismo —repuso él— cuando me nombraron Buscador y me

dieron la espada, y aún más al cabo de un tiempo, cuando averigüé que poseía el don. No quería tener el don, no quería las cosas que el don podía hacer, del mismo modo que no había querido la espada, debido a las cosas de mi interior que pensaba que no deberían salir jamás al exterior.

—Pero ¿ahora qué importa más?, ¿poseer la espada o el don?—Tú tienes un cuchillo y lo has usado. —Richard se inclinó hacia ella,

extendiendo las manos—. Tienes manos. ¿Odias tu cuchillo o tus manos?—Claro que no. Pero ¿qué tiene eso que ver con poseer el don?—Nací con el don simplemente, igual que uno nace varón o hembra, o

con los ojos azules, castaños o verdes..., o con dos manos. No odio mis manos porque potencialmente pueda estrangular a alguien con ellas. Es mi mente la que dirige mis manos. Mis manos no actúan de motu proprio; pensar eso es no ser consciente de lo que cada cosa es, de su auténtica naturaleza. Es necesario reconocer la verdad de las cosas si quieres mantener el equilibrio... o llegar a comprender realmente algo, en realidad.

Kahlan se preguntó por qué ella no necesitaba ese equilibrio como Richard. ¿Por qué era tan vital para él, pero no para ella? No obstante lo mucho que quería tumbarse a dormir, no pudo guardar silencio.

—A menudo uso mi poder como Confesora para el mismo fin... para matar... y no necesito mantener un equilibrio no comiendo carne.

—Las Hermanas de la Luz afirman que a través de la magia se mantiene el velo que separa el mundo de los vivos del mundo de los muertos. Más

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exactamente, afirman que el velo está aquí —dijo Richard, golpeándose la sien—, en aquellos de nosotros que poseemos el don; magos y en menor grado hechiceras. Afirman que el equilibrio para aquellos de nosotros que tenemos el don es esencial porque en nosotros, en nuestro don, reside el velo, lo que nos convierte, en esencia, en los guardianes del velo, en el equilibrio entre los mundos.

»Quizá tienen razón. Yo poseo los dos lados del don: Magia de Suma y de Resta. Tal vez eso lo hace diferente para mí. Tal vez tener ambas magias hace que sea más importante de lo normal para mí que mantenga mi don en equilibrio.

Kahlan se preguntó cuánto de aquello podría ser cierto. Temía pensar en lo que sus propias acciones habían alterado el equilibrio de la magia.

El mundo se estaba desenmarañando, en más de un modo. Pero no había habido elección.

Cara agitó displicentemente un pedazo de cecina ante ellos.—Toda esta cuestión del equilibrio es simplemente un mensaje de los

buenos espíritus... de ese otro mundo... que le dicen a lord Rahl que nos deje tal combate a nosotras. Si lo hiciese, entonces no tendría que preocuparse por el equilibrio, ni sobre lo que puede y no puede comer. Si dejara de arriesgar su vida, su equilibrio seria excelente y se podría comer una cabra entera.

Jennsen enarcó las cejas.—Ya sabéis a lo que me refiero —refunfuñó Cara.Tom se inclinó hacia delante.—Tal vez el ama Cara tiene razón, lord Rahl. Tenéis gente para que os

proteja. Deberíais permitir que lo hicieran y podríais dedicar todas vuestras habilidades a la tarca de ser el lord Rahl.

Richard cerró los ojos y se frotó las sienes con las yemas de los dedos.—Si tuviera que esperar a que Cara me salvara todo el tiempo, me temo

que tendría que apañármelas sin la cabeza.Cara puso los ojos en blanco al ver el atisbo de sonrisa en el rostro de él

y regresó a su comida.Estudiando el rostro de Richard en la tenue luz mientras éste comía una

galleta seca, Kahlan se dijo que su esposo no tenía buen aspecto, y que eso se debía a algo más que al simple agotamiento. El suave resplandor del farol le iluminaba un lado del rostro, dejando el resto a oscuras, como si sólo estuviera allí a medias, medio en este mundo y medio en el mundo de la oscuridad, como si él fuera el velo entre ambos.

Se inclinó hacia él, le apartó los cabellos que le habían caído sobre la frente y aprovechó para palparle la frente. Daba la sensación de estar caliente, pero todos estaban acalorados y sudorosos, de modo que no podía saber realmente tenía fiebre, aunque no le pareció que así fuera.

La mano resbaló para sujetarle el rostro, haciéndole sonreír. Kahlan se dijo que podía ensimismarse en el placer de mirarlo a los ojos. El corazón le

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dolía de felicidad con sólo verle sonreír. Le devolvió la sonrisa, una sonrisa que no dedicaba a nadie que no fuese él.

Kahlan sintió también una necesidad imperiosa de besarlo, pero siempre parecía haber gente alrededor y el beso que quería darle en realidad no era de esos que uno da en presencia de terceros.

—Parece tan difícil de imaginar —dijo Friedrich a Richard—. Quiero decir, que el mismísimo lord Rahl no supiera nada del don mientras crecía. —Friedrich sacudió la cabeza—. Parece tan difícil de creer.

—Mi abuelo, Zedd, posee el don —repuso Richard mientras se recostaba—. Él quiso ayudar a criarme lejos de la magia, de un modo muy parecido a Jennsen; escondido allí donde Rahl el Oscuro no pudiera encontrarme. Por eso quiso que me criara en la Tierra Occidental, al otro lado de la frontera.

—¿E incluso vuestro abuelo, un mago, jamás reveló que poseía el don? —preguntó Tom.

—No, no hasta que Kahlan vino a la Tierra Occidental. Al rememorarlo, comprendo que hubo una barbaridad de cosas insignificantes que me indicaban que era más de lo que parecía, pero mientras crecía jamás lo supe. Simplemente me parecía alguien mágico en el sentido de que parecía saber y comprender todo lo que había en el mundo que nos rodeaba. Abrió ese mundo para mí, haciendo que quisiera en todo momento saber más, pero el don no fue la mayor magia que me mostró: fue la vida.

—Es realmente cierto, entonces —dijo Friedrich—, que la Tierra Occidental fue separada para ser un lugar sin magia.

Richard sonrió ante la mención de su hogar en la Tierra Occidental.Lo es. Crecí en el bosque del Corzo, justo al lado del límite, y jamás vi

magia. Con la excepción tal vez de Chase.—¿Chase? —preguntó Tom.—Un amigo mío, un guardián del límite. Un tipo de tu estatura, Tom. En

tanto que tú sirves como protector del lord Rahl, la responsabilidad de Chase era el límite, o más bien mantener a la gente lejos de él. Me contó que su trabajo era mantener alejada a la presa, a la gente, de modo que las cosas que salían del límite no se hicieran más fuertes. Trabajaba para mantener el equilibrio. —Richard sonrió para sí—. No tenía el don, pero a menudo pensé que las cosas que aquel hombre podía conseguir tenían que ser mágicas.

También Friedrich sonreía ante el relato de Richard.—Yo viví en D'Hara toda mi vida. Cuando era joven aquellos hombres

que custodiaban el límite eran mis héroes y quería unirme a ellos.—¿Por qué no lo hiciste? —preguntó Richard.—Cuando se alzó el límite yo era demasiado joven. —La mirada de

Friedrich se perdió en sus recuerdos, luego éste buscó cambiar de tema—. ¿Cuánto tiempo falta aún para que salgamos de este páramo, lord Rahl?

Richard miró al este, como si pudiera ver en la negrura de la noche.

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—Si mantenemos nuestra velocidad, unos pocos días más y habremos dejado atrás la peor parte, diría yo. Se vuelve más pedregoso a medida que el terreno sigue elevándose en dirección a las lejanas montañas. El viaje será más difícil, pero a medida que ascendamos el calor debería ser menor.

—¿Cuánto falta para esa cosa que... que Cara cree que yo debería tocar? —preguntó Jennsen.

Richard estudió su rostro por un momento.—No estoy seguro de que eso sea una buena idea.—Pero ¿vamos ahí?—Sí.Jennsen mordió la tira de cecina.—¿Que es esa cosa que Cara tocó, de todos modos? Cara y Kahlan no

parecen querer decírmelo.—Les pedí que no te lo dijeran —repuso Richard.—Pero ¿por qué? Si vamos a verla, ¿por qué no ibas a querer que me

dijeran lo que es?—Porque tú no posees el don —dijo Richard—. No quiero influenciarte en

lo que veas.—¿Qué importaría eso? —inquirió ella, pestañeando.—No he tenido tiempo de traducir gran parte de él aún, pero por lo que

deduzco del libro que Friedrich me trajo, incluso aquellos que no poseen el don, en el sentido corriente, tienen al menos alguna diminuta chispa de él. De ese modo son capaces de interactuar con la magia del mundo; de un modo muy parecido, hay que tener ojos para ver los colores. Al nacer con ojos, puedes ver y comprender una pintura magnífica, incluso aunque puedas no poseer la capacidad de crear una pintura así tú mismo.

»El lord Rahl, poseedor del don, engendra únicamente un heredero con el don. Puede tener otros hijos, pero raras veces poseen también el don. Con todo, sí que poseen una chispa infinitesimal, como la poseen todas las demás personas. Incluso ellos, por así decirlo, pueden ver el color.

»El libro dice, no obstante, que existen vástagos excepcionales de un lord Rahl con el don, como tú, que nacen sin la menor traza en absoluto del don. El libro los llama Pilares de la Creación. De un modo muy parecido a como aquellos que nacen sin ojos no pueden percibir el color, aquellos que son como tú no pueden percibir la magia.

»Pero incluso eso es impreciso, porque con vosotros es más complicado. Para alguien que nace ciego, el color existe, ellos sencillamente no pueden verlo. Para vosotros, no obstante, no se trata de que simplemente no podéis percibir la magia: para vosotros la magia no existe... no es una realidad.

—¡Cómo es posible tal cosa? —preguntó Jennsen.—No lo sé —respondió Richard—. Cuando nuestros antepasados crearon

el vínculo del lord Rahl con el pueblo d'haraniano, éste conllevaba la

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capacidad excepcional de engendrar un heredero con el don. La magia necesita equilibrio. Quizá tuvieron que hacer que funcionase así, tener el contrapeso de los que nacen como tú, para que la magia que crearon funcionara: quizá no se dieron cuenta de lo que sucedería y sin querer crearon el equilibrio.

Jennsen carraspeó.—¿Qué sucedería si... ya sabes, si yo tuviera hijos?Richard estudió los ojos de la muchacha durante lo que pareció un

tiempo dolorosamente largo.—Darías a luz hijos como tú.Jennsen se irguió más, las manos reflejando su súplica.—¿Incluso si me caso con alguien que tenga esa chispa del don? ¿Con

alguien capaz de percibir los colores, como tú has dicho? ¿Incluso en ese caso mis hijos serían como yo?

—Incluso entonces y en cada ocasión —repuso Richard con sosegada certeza—. Eres un eslabón roto en la cadena del don. Según el libro, una vez que el linaje de todos aquellos nacidos con la chispa del don, incluidos aquellos con el don tal y como lo poseo yo, remontándonos miles de años en el tiempo, remontándonos eternamente, queda roto, queda roto para siempre. No se puede restablecer. Una vez así perdido, ningún descendiente de ese linaje puede restablecer jamás el vínculo con el don. Cuando esas criaturas se casen, también ellas romperán, como tú, la cadena del linaje cuando se casen. Sus hijos serán igual que ellas, y así sucesivamente.

»Por eso el lord Rahl siempre daba caza a los vástagos sin el don y los eliminaba. Vosotros seríais el origen de algo que el mundo no ha tenido nunca antes: aquellos que no están tocados por el don. Cada vástago de cada descendiente pondría fin al linaje de la chispa del don en todos aquellos con los que se casasen. El mundo, la humanidad, quedarían alterados para siempre.

»Este es el motivo de que el libro llame a los que son como tú Pilares de la Creación.

—Y así es como se llama también aquel lugar —dijo Tom a la vez que señalaba con un pulgar hacia atrás, que pareció tener la necesidad de decir algo en medio del silencio que se había hecho—, los Pilares de la Creación. —Contempló los rostros que rodeaban la débil luz del farol—. Parece una coincidencia extraña que tanto los que son como Jennsen como ese lugar reciban el mismo nombre.

Richard clavó la mirada a lo lejos, en la oscuridad, en dirección a aquel lugar terrible en el que Kahlan habría muerto de haber cometido él un error con la magia.

—No creo que sea una coincidencia. Están conectados, de algún modo.El libro —Los Pilares de la Creación— que describía a aquellos que

habían nacido como Jennsen estaba escrito en d'haraniano culto. Pocas personas vivas comprendían el d'haraniano culto, y Richard había empezado

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a aprenderlo para poder desentrañar información importante en otros libros que habían encontrado que databan de la época de la gran guerra.

Aquella guerra, acabada tres mil años antes, había vuelto encenderse de algún modo, y ardía sin control por todo el mundo. Kahlan temía pensar en el papel central —aunque involuntario— que Richard y ella habían desempeñado en ello.

Jennsen se inclinó adelante, como en busca de algún hilillo de esperanza.

—¿Cómo crees que podrían estar conectadas las dos cosas?Richard lanzó un suspiro cansado.—No lo sé, todavía.Con un dedo, Jennsen hizo rodar un guijarro, dejando un surco sobre el

polvo.—Todas esas cosas sobre que soy un Pilar de la Creación, que soy una

ruptura en el vínculo con el don, me hace sentir de algún modo... sucia.—¿Sucia? —preguntó Tom, dando la impresión de sentirse dolido al oírla

decir eso—. Jennsen, ¿por qué tendrías que sentirte de ese modo?—A los que son como yo también se les llama «agujeros en el mundo».

Ahora puedo ver el motivo.Richard se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas.—Sé lo que es sentir pesar por haber nacido... por lo que se tiene o no se

tiene. Yo odiaba haber nacido... con el don. Pero acabe comprendiendo lo necios que son tales sentimientos, lo totalmente equivocada que estaba.

—Pero es distinto conmigo —dijo ella mientras empujaba la arena con un dedo, borrando los pequeños surcos que había hecho con el guijarro—. Hay otros como tú... magos o hechiceras con el don. Todos los demás al menos pueden ver colores, como tú has dicho. Yo soy la única que es de este modo.

Richard contempló largamente a su hermanastra, una hermosa, inteligente hermanastra sin el don, que cualquier lord Rahl anterior habría asesinado allí mismo, y no pudo contener una sonrisa.

—Jennsen, pienso en ti como en alguien que ha nacido puro. Eres como un copo de nieve recién caído, diferente de cualquier otro, y sorprendentemente hermoso.

Alzando los ojos hacia él, Jennsen tampoco pudo contener una sonrisa.—Jamás lo consideré de ese modo. —La sonrisa se desvaneció mientras

pensaba en sus palabras—. Pero de todos modos, estaría destruyendo...—Estarías creando, no destruyendo —dijo Richard—. Pensar así sería

hacer caso omiso de la auténtica naturaleza, de la realidad, de las cosas. Las personas, si no acaban con las vidas de otros, tienen el derecho a vivir su vida. No puedes decir que por el hecho de haber nacido con cabellos rojos has suplantado el «derecho» de los cabellos castaños a crecer en tu cabeza.

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Jennsen lanzó una risita divertida ante tal idea. Fue agradable ver que la sonrisa se afianzaba más. Por la expresión en el rostro de Tom, éste estaba de acuerdo.

—Así pues —preguntó finalmente Jennsen—, ¿qué hay de esa cosa que vamos a ver?

—Si la cosa que Cara tocó ha sido alterada por alguien que posea el don, entonces puesto que tú no puedes ver la magia, podrías ver algo que nosotros no podemos ver: lo que yace bajo la magia.

Jennsen frotó el tacón de su bola.—¿Y tú crees que eso te dirá algo importante?—No lo sé. Puede ser útil o puede no serlo, pero quiero saber lo que

ves... con tu visión especial... sin ninguna sugestión por nuestra parte.—Si tanto te preocupa esa cosa, ¿por qué la dejaste? ¿No temes que

alguien pueda encontrarla y cogerla?—Me preocupan muchas cosas... —repuso Richard.—Incluso si realmente es algo alterado por la magia y ella lo ve tal y

como es en verdad —dijo Cara—, no significa que no sea de todos modos lo que nos parece a nosotros, o que no sea igual de peligroso.

Richard asintió.—Al menos sabremos eso más sobre ello. Cualquier cosa que

averigüemos podría ayudarnos.Cara frunció el entrecejo.—Yo simplemente quiero que vuelva a darle la vuelta.Richard le dirigió una mirada para impedirle que dijese nada más. Cara

lanzó un bufido, se inclinó hacia delante, y tomó uno de los orejones de Richard. Lo miró con severidad mientras se lo introducía en la boca.

En cuanto acabaron de cenar, Jennsen sugirió que volvieran a empaquetar toda la comida y la pusieran a buen recaudo en el carro, para que Betty no se diera un atracón por la noche. Betty estaba siempre hambrienta. Al menos, con sus dos crías, ahora ella sabía lo que era que te estén dando siempre la lata para conseguir comida.

Kahlan pensó que debería tenerse cierta consideración con Friedrich, debido a su edad, así que le preguntó si le gustaría hacer la primera guardia. La primera guardia era más agradable que ser despertado en plena noche para hacer un relevo. Éste mostró su agradecimiento con una sonrisa mientras asentía con la cabeza.

Tras abrir el saco de dormir de Kahlan y el suyo. Richard apagó el farol. La noche era bochornosa pero muy clara, de modo que, una vez que los ojos de Kahlan se adaptaron, el manto de estrellas era suficiente para ver, aunque no fuera con gran nitidez. Uno de los blancos corderitos consideró que los recién desenvueltos sacos de dormir serian un lugar perfecto para retozar, así que Kahlan tuvo que apartarlo y devolvérselo a su madre que meneaba la cola ansiosamente.

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Mientras se tumbaba junto Richard, Kahlan vio la oscura forma de Jennsen enroscarse junto a Betty y reunir a las crías en el tierno lecho de sus brazos, donde se acomodaron rápidamente.

Richard se inclinó sobre Kahlan y le besó los labios con dulzura.—Te quiero, ya lo sabes.—Si alguna vez estamos a solas, lord Rahl —le respondió ella con un

susurro—, me gustaría tener más que un beso rápido.Él lanzó una queda carcajada y le besó en la frente antes de tumbarse

de costado, dándole la espalda. Ella había estado esperando una promesa íntima, o al menos un comentario desenfadado.

Kahlan se acurrucó detrás de él y apoyó una mano en su hombro.—Richard —musitó—, ¿te encuentras bien?Tardó más en responder de lo que a ella le habría gustado.—Tengo un dolor de cabeza terrible.Quiso preguntarle qué clase de dolor de cabeza tenía, pero no quiso que

la diminuta chispa de temor que albergaba se encendiera aún más al expresarla en voz alta.

—Es diferente de los dolores de cabeza que he tenido antes —dijo Richard, como si respondiera a su pregunta no formulada—. Supongo que es este calor infame, añadido al no haber dormido durante tanto tiempo.

—Supongo. —Kahlan arrugó la manta que usaba como almohada para crear un bulto que presionara contra la zona dolorida que notaba en la base del cráneo—. El calor cambien hace que me martillee la cabeza. —Le frotó el hombro—. Duerme bien, pues.

Estaba agotada y le dolía todo el cuerpo, y era una sensación deliciosa estar tumbada. También notaba mejor la cabeza, con el blando bulto de la manta presionando contra la parte posterior del cuello. Con la mano apoyada en el hombro de Richard, percibiendo su lenta respiración, Kahlan se durmió profundamente.

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5

Cansada como estaba, fue una sensación maravillosa estar junco a Richard y dejar que las inquietudes y preocupaciones desaparecieran por el momento, y sumirse en el sueño con tanta suavidad.

Pero le parecía que apenas acababa de dormirse cuando despertó y se encontró con Cara, que le zarandeaba el hombro.

Kahlan pestañeó al ver la familiar silueta que la contemplaba inclinada sobre ella. Anheló volverse a dormir, que la dejaran tranquila para volver a su sueño reparador.

—¿Mi guardia? —preguntó.Cara asintió.—Yo la haré si lo deseáis.Kahlan echó una mirada de reojo mientras se sentaba en el suelo,

viendo que Richard seguía profundamente dormido.—No —musitó—. Duerme un poco. También tú necesitas descanso.Kahlan bostezó y estiró la espalda, luego sujetó el codo de Cara y la

condujo un poco más allá, donde no pudieran oírlas, y se inclinó hacia ella.—Creo que tienes razón. Hay más que suficientes para montar guardia y

que todos descansemos lo suficiente. Dejemos que Richard duerma hasta que sea de día.

Cara mostró su acuerdo con una sonrisa antes de irse hacia su saco de dormir. Las conspiraciones concebidas para proteger a Richard agradaban a la mord-sith.

Kahlan bostezó y volvió a desperezarse, a la vez que se obligaba a desprenderse de la persistente neblina del sueño que ocupaba su mente. Apartándose los cabellos del rostro y echándoselos por encima del hombro, escudriñó el páramo a su alrededor, buscando cualquier cosa fuera de lo común. Más allá del campamento todo estaba silencioso como la muerte. Las montañas ocultaban la centelleante curva de las estrellas a lo largo del horizonte.

Kahlan se aseguró de que todos estaban allí. Cara parecía ya bien instalada. Tom dormía no lejos de los caballos. Friedrich estaba dormido al otro lado de los animales. Jennsen se encontraba enroscada junto a Betty, pero por sus movimientos no parecía estar dormida. Sus crías se habían movido y yacían ahora despatarradas con las cabezas bien pegadas contra su madre.

Kahlan siempre se mostraba especialmente vigilante justo en el momento del cambio de guardia. El cambio de guardia era el mejor momento para un ataque; lo sabía, pues a menudo había iniciado incursiones durante un cambio de guardia. Los que abandonaban la guardia en aquel momento a menudo estaban cansados y pensaban ya en otras cosas, considerando que la guardia era el deber del siguiente centinela, y aquellos que se

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incorporaban a menudo no estaban preparados mentalmente para un ataque repentino. La gente acostumbraba a pensar que el enemigo no aparecería hasta que estuvieran adecuadamente instalados y ojo avizor. La victoria favorecía a aquellos que estaban preparados. La derrota acechaba a los desprevenidos.

Se encaminó a una formación rocosa no muy lejos de Richard. Volvió a escudriñar el terreno, sentándose en un punto elevado pata tener una mejor visión de los desiertos alrededores. Incluso en plena noche, la áspela roca todavía emitía el feroz calor del día anterior.

Kahlan se apartó una guedeja de cabellos húmedos del cuello, deseando que soplara algo de brisa. Había habido momentos, en invierno, en los que casi había muerto congelada, pero, por mucho que lo intentara, no parecía ser capaz de recordar qué se sentía cuando uno tenía auténtico frío.

Kahlan no llevaba mucho tiempo de guardia cuando vio que Jennsen se levantaba y cruzaba en silencio el campamento, intentando no despertar a los demás.

—¿Te importa si me siento contigo? —preguntó cuándo llegó junto a Kahlan.

—Claro que no.Jennsen se acomodó en la roca junio a Kahlan, alzó las rodillas, y luego

las rodeó con los brazos, abrazándolas contra el cuerpo. Durante un rato, la joven se limitó a contemplar la noche.

—Kahlan, siento... lo de antes. —No obstante la oscuridad, a Kahlan le pareció ver que la muchacha estaba abatida—. No era mi intención parecer una estúpida que haría cualquier cosa sin pensar. Jamás haría nada que lastimara a cualquiera de vosotros.

—Sé que no harías tal cosa de un modo deliberado. Son las cosas que podrías hacer sin darte cuenta lo que me preocupa.

Jennsen asintió.—Creo que comprendo un poco mejor, ahora, lo complicado que es todo

y las muchas cosas que no sé en realidad. No haré nada a menos que tú o Richard me digáis que lo haga, lo prometo.

Kahlan sonrió y pasó una mano a lo Lugo de la cabeza de Jennsen, dejando que fuera a descansar sobre el hombro de la joven.

—Únicamente te dije esas cosas porque me importas, Jennsen. —Le dio en el hombro un apretón cariñoso—. Imagino que me preocupo por ti del mismo modo que Betty se preocupa por sus corderitos, sabiendo los peligros que hay por todas partes, peligros que ellos raras veces conocen.

»Es necesario que comprendas que si te colocas sobre una capa de hielo delgado, no importa si el lago lo congeló una ola de frío o un hechizo. Si no sabes dónde pisas, por así decirlo, podrías caer a los fríos brazos de la muerte. No importa qué creó el hielo: la muerte es la muerte. Lo que quiero decir es que uno no se pone a andar sobre hielo delgado a menos que tenga una poderosa razón para hacerlo, porque muy bien puede costarte la vida.

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—Pero yo no estoy tocada por la magia. Como dijo Richard, soy como alguien que ha nacido sin ojos y no puede ver los colores. Soy un eslabón roto en la cadena de la magia. ¿No querría decir eso que no puedo meterme en líos accidentalmente con ella?

—¿Y si alguien empuja un peñasco por un precipicio y éste te aplasta, importa si el peñasco lo hizo rodar un hombre con una palanca o una hechicera haciendo uso del don?

La voz de Jennsen adoptó un tono preocupado.—Ya veo a qué te refieres. Supongo que nunca lo mire de ese modo.—Sólo estoy intentando ayudarte porque se lo fácil que es cometer un

error.Ella contempló a Kahlan en la oscuridad durante un momento.—Tú conoces la magia. ¿Qué clase de error podrías cometer?—Muchos.—¿Cómo qué?Kahlan se sumió en sus recuerdos.—En una ocasión me retrase medio segundo en matar a alguien.—Pero pensaba que dijiste que estaba mal ser demasiado impetuoso.—En ocasiones lo más imprudente que puedes hacer es demorar algo.

Ella era una hechicera. Para cuando actué ya era demasiado tarde. Debido a mi error ella capturó a Richard y se lo llevó. Durante un año, no supe qué le había sucedido. Pensaba que jamás lo volvería a ver, que moriría de pena.

Jennsen la contempló fijamente, atónita.—¿Cuándo volviste a encontrarlo?—No hace mucho. Por eso estamos aquí abajo en el Viejo Mundo. Ella lo

trajo aquí. Al menos lo encontré. He cometido otros errores, y también ellos han tenido como resultado un sinfín de problemas. Lo mismo ha hecho Richard. Como dijo, todos cometemos errores. Si puedo quiero ahorrarte el que cometas un error innecesario.

Jennsen desvió la mirada.—Como creer en aquel hombre con el que estaba ayer... Sebastián.

Debido a él, asesinaron a mi madre y casi conseguí que te mataran. Me siento tan estúpida...

—No cometiste ese error debido a una negligencia, Jennsen. Ellos te engañaron, utilizaron. Pero lo más importante es que, al final, usaste tu cabeza y estuviste dispuesta a enfrentarte a la verdad.

Jennsen asintió.—¿Que nombre deberíamos dar a los corderitos? —preguntó por fin.

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Kahlan no creía que ponerles nombre fuese una buena idea, al menos aún, pero se sintió reacia a decirlo.

—No lo sé. ¿En qué nombres pensabas?Jennsen soltó un profundo suspiro.—Fue toda una impresión tener a Betty de repente de vuelta conmigo, y

aun fue una sorpresa mayor ver que tenía sus propios bebés. Jamás lo había considerado. Ni siquiera he tenido tiempo de pensar en nombres.

—Lo harás.Jennsen sonrió ante la idea, y la sonrisa creció, como si pensara en algo

más.—¿Sabes? —dijo—. Creo que comprendo lo que Richard quiso decir

cuando dijo que su abuelo era mágico, incluso a pesar de que nunca le vio hacer magia.

—¿A qué te refieres?—Bueno, yo no puedo ver la magia, por así decirlo, y Richard no hizo

nada de magia esta noche, al menos ninguna que yo sepa.Rió con voz queda, una risa muy agradable que Kahlan no había oído

nunca, llena de vida y alegría. Había una cualidad en ella que se parecía mucho a la risa de Richard, era como el contrapeso femenino de la carcajada masculina de Richard, dos facetas del mismo deleite.

—Y sin embargo —prosiguió Jennsen—, las cosas que dijo me hicieron pensar en él en ese modo, como alguien mágico. Cuando lo estaba diciendo, supe exactamente lo que quería decir, exactamente cómo se había sentido, porque Richard ha abierto el mundo para mí, pero el regalo no fue la magia que me mostró. Fue el que me mostrara, que mi vida es mía, y que vale la pena vivirla.

Kahlan sonrió para sí, ante lo mucho que aquello describía su propia sensación de lo que Richard había hecho por ella, el modo en que había hecho que valorara la vida y creyera en ella, en su propia vida, y no en función de los otros.

Durante un tiempo permanecieron juntas, contemplando en silencio el páramo vacío. Kahlan no perdía de vista a Richard mientras éste se agitaba en su sueño.

También Jennsen observaba a Richard con creciente preocupación.—Parece como si le pasara algo —musitó, inclinándose hacia ella.—Tiene una pesadilla.Kahlan observó, como había hecho muchas veces antes, que Richard

cerraba los puños mientras dormía, en su silencioso forcejeo con algún terror personal.

—Da miedo verlo así —dijo Jennsen—. Parece tan diferente. Cuando está despierto siempre parece tan... razonable.

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—No se puede razonar con una pesadilla —respondió Kahlan con quedo pesar.

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6

Richard despenó sobresaltado. Habían regresado.Había estado teniendo una pesadilla. Como le ocurría con todos sus

sueños, no la recordaba. Únicamente sabía que era una pesadilla porque dejaba tras ella la enorme sensación de un terror indefinido y frenético que hacía que el corazón se le desbocara. Se deshizo del persistente manto de la pesadilla como haría con una manta enredada. Incluso a pesar de que parecía como si los siniestros recuerdos del sueño que persistían en su mente siguieron intentando arañarlo, intentando arrastrarlo de vuelta a su mundo, sabía que los sueños eran incorpóreos, así que descartó la idea. Ahora que estaba despierto, la sensación de temor empezó a desvanecerse con rapidez, como niebla consumiéndose bajo una ardiente luz solar.

Con todo, tuvo que hacer un esfuerzo para tranquilizar su respiración.Lo importante era que habían regresado. No siempre sabía cuándo

regresaban, pero en esta ocasión estaba seguro.En algún momento de la noche, además, el viento había empezado a

soplar. Lo abofeteaba, agitándole la ropa y tirándole de los cabellos. Allí, en el sofocante páramo, las abrasadoras ráfagas no ofrecían alivio al calor. En lugar de resultar refrescante, el viento era tan caliente que parecía como si se hubiese abierto la puerta de unos altos hornos y el calor le achicharrara la carne.

Buscando a tientas su odre de agua, no lo encontró de inmediato. Intentó recordar exactamente dónde lo había dejado, pero, con otros pensamientos pidiendo a gritos su atención, no podía recordarlo. Tendría que preocuparse sobre lo de beber más tarde.

Kahlan yacía a poca distancia, girada hacia él, y había recogido su larga melena en un puño que mantenía apretado bajo la barbilla. El viento hacía que algunos mechones sueltos le azotaran la mejilla. A Richard le encantaba el simple hecho de sentarse y contemplar su rostro; en esta ocasión, no obstante, le dedicó apenas un momento bajo la tenue luz de las estrellas, para advertir su regular respiración. Estaba profundamente dormida.

Mientras escudriñaba el campamento, distinguió un leve rubor en el cielo oriental. Aún faltaba bastante para el amanecer.

Reparó en que había dormido durante su período de guardia. Cara y Kahlan habían decidido sin duda que él necesitaba dormir y habían conspirado para no despertarlo. Probablemente tenían razón. Había estado tan agotado que había dormido de un tirón. En aquellos momentos, no obstante, estaba totalmente despierto.

También el dolor de cabeza había desaparecido.En silencio, con cuidado, Richard se aparcó de Kahlan para no

despertarla. Instintivamente, alargó la mano para coger la espada que yacía al otro lado. El metal resultó cálido bajo su contacto cuando sus dedos se cerraron alrededor de la familiar vaina forjada en plata y oro. Siempre resultaba tranquilizador encontrar la espada lista, pero aún más en aquel

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momento. Mientras se ponía en pie sin hacer ruido, se pasó el tahalí por encima de la cabeza, colocando el familiar cuero flexible sobre el hombro derecho. Cuando se irguió, la espada colgaba ya junto a la cadera, lista para cumplir sus órdenes.

No obstante lo reconfortante que era tener el arma a su lado, tras la carnicería que había tenido lugar allá, en el lugar llamado los Pilares de la Creación, la idea de desenvainarla lo ponía enfermo. Retrocedió ante la imagen mental de las cosas que había hecho. Aunque, de no haberlas hecho, Kahlan no estaría durmiendo tranquilamente. Estaría muerta, o algo peor.

Otra cosa buena bahía salido de ello. Se había apartado a Jennsen del abismo. La vio enroscada junto a su amada cabra, abrazando a las dos crías dormidas de Betty. Era maravilloso tener una hermana, sonrió ante lo lista que era y todas las alegrías de la vida que tenía por delante. Le hacía sentir feliz el que le entusiasmara estar cerca de él, pero el que estuviera cerca de él también hacia que se preocupase por mi seguridad. Aunque, en realidad no existía ningún lugar seguro, a menos que a las fuerzas desatadas de la Orden se las pudiese derrocar o al menos contener.

Una potente ráfaga barrió el campamento, levantando nubes de tierra. Richard pestañeó, intentando mantener la arena arrastrada por el viento fuera de los ojos. El sonido del viento en sus oídos era incordiante porque enmascaraba otros sonidos. Aunque escuchaba con atención, no podía oír más que al viento.

Entrecerrando los ojos para protegerlos de la arena, vio que Tom estaba sentado encima de su carromato, mirando a un lado y a otro, montando guardia. Friedrich dormía al otro lado de los caballos, Cara estaba no muy lejos de Kahlan, bajo la tenue luz. de las estrellas. Tom no había descubierto a Richard. Cuando Tom escudriñó la noche en la dirección opuesta, Richard se alejó del campamento, dejando que Tom velara por los demás.

Richard se sentía a gusto bajo el manto de la oscuridad. Años de práctica le habían enseñado a escabullirse entre las sombras, a moverse en silencio en la noche. Eso fue lo que hizo ahora, alejándose del campamento mientras se concentraba en lo que lo había despertado.

A diferencia de Tom, a las criaturas no se les escaparon los movimientos de Richard. Describieron círculos en lo más alto mientras lo observan, siguiéndolo mientras se alejaba por el escarpado terreno. Resultaban casi invisibles en el oscuro ciclo, pero Richard podía distinguirlas cuando oscurecían las estrellas, como sombras delatoras recortadas en la centelleante cortina negra de la noche; sombras que sentía tan bien como las podía ver.

La desaparición del intenso dolor de cabeza era un gran alivio, pero que hubiese desaparecido de la manera en que lo había hecho era también motivo de preocupación. El tormento a menudo desaparecía cuando lo distraía algo importante. Algo peligroso. Al mismo tiempo, incluso a pesar de que el dolor había desaparecido, parecía como si simplemente se estuviera ocultando en las sombras de su mente, aguardando a que se relajara para poder abalanzarse sobre él.

Cuando los dolores de cabeza se apoderaban de él, el dolor era tan intenso que hacía que se sintiera mareado en cada una de las fibras de su ser. Incluso a pesar de que el abrumador dolor en ocasiones hacia que le

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resultase difícil mantenerse en pie, poner un pie delante del otro, había sabido que quedarse tras, donde estaban, habría significado la muerte. A Richard no le preocupaba tanto la intensidad del dolor como su naturaleza, su causa.

No eran iguales que los dolores de cabeza que habla tenido antes —provocados por el don—, pero tampoco eran normales. A lo largo de toda su vida había padecido terribles dolores de cabeza alguna que otra vez, los mismos que su madre acostumbraba a padecer de un modo más regular. Ella los había llamado «mis nefastos dolores de cabeza». Richard comprendía perfectamente lo que quería decir.

Los actuales, no obstante lo fuertes que eran, no eran como aquellos. Le preocupaba que los pudiera causar el don.

Había padecido dolores de cabeza provocados por el don con anterioridad. Le habían dicho que, a medida que creciera, a medida que su habilidad aumentara, a medida que fuera comprendiendo más cosas, se vería acometido por dolores de cabeza provocados por el don. El remedio era supuestamente sencillo. No tenía más que buscar la ayuda de otro mago y hacer que este lo ayudara con el siguiente nivel de conciencia y comprensión de la naturaleza del don. La conciencia y la comprensión le permitirían controlar y por lo tanto eliminar el dolor... sofocar la llamarada. Al menos, eso era lo que le habían dicho.

Desde luego, en ausencia de otro mago que lo ayudara, las Hermanas de la Luz estarían encantadas de colocarle un collar alrededor del cuello para controlar el poder desbocado del don.

Le habían dicho que tales dolores de cabeza, de no ser tratados convenientemente, eran letales. Y sabía que eso era cierto. No podía permitirse tener aquel problema en aquellas circunstancias, además de todos los otros que tenía, y justo en aquel momento no había nadie en las cercanías que pudiera ayudarlo: ningún mago, ni, incluso a pesar de que jamás lo permitiría, ninguna Hermana de la Luz para colocarle un collar otra vez.

Volvió a recordarse que no era el mismo dolor que la última vez, dolor que había provocado el don. Se recordó a sí mismo que no debía inventarse problemas que no tenía.

Ya tenía suficientes con los reales.Oyó el zumbido cuando uno de los enormes pájaros pasó a toda

velocidad, muy bajo, sobre su cabeza. La criatura se retorció en pleno vuelo, elevándose en una ráfaga de aire, para echar una mirada atrás, en dirección a él.

Otra siguió su estela, y luego una tercera, una cuarta y una quinta. Se deslizaron en silencio, atravesando el terreno despejado, siguiéndose unas a otras en una tosca fila. Sus alas se balancearon mientras maniobraban para estabilizarse en el viento racheado. Alcanzada cierta distancia, se alzaron en un planeo, ascendiendo para girar otra vez, en dirección a él.

Antes de regresar, las criaturas describieron en su vuelo un apretado circulo. Cuando batían las enormes alas, Richard por lo general oía el susurrar de las plumas a través del aire, aunque en aquellos instantes, con el

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sonido del viento, no podía. Los negros ojos de las aves observaban cómo las miraba. Quiso que supieran que era consciente de su presencia.

De no estar tan preocupado por el significado de las criaturas, podría haberlas considerado hermosas, con sus elegantes formas oscuras recortadas majestuosamente en el arrebol carmesí que empezaba a aparecer en el firmamento.

Mientras observaba, no obstante. Richard no conseguía imaginar qué era lo que hacían. Las había visto mostrar aquel comportamiento antes y tampoco lo había comprendido entonces. Advirtió, de improviso, que en aquellas otras ocasiones en que habían regresado para describir círculos de aquel modo tan curioso, él también había sido consciente de su presencia. No siempre era consciente de su presencia. Aunque, si tenía dolor de cabeza, éste se había desvanecido ya cuando ellas regresaban.

El viento caliente alborotó los cabellos de Richard mientras éste contemplaba el páramo oscurecido. No le gustaba aquel yermo sin vida. El amanecer allí no ofrecería la promesa de un mundo que renacía. Deseó que Kahlan y él estuvieran de vuelta en los bosques, y no pudo evitar sonreír al recordar el lugar en las montañas donde el año anterior habían pasado el verano. Era tan maravilloso que había conseguido incluso ablandar a Cara.

En la tenue pero creciente luz del amanecer, las criaturas de puntas negras trazaron círculos, como siempre hacían cuando llevaban a cabo la curiosa maniobra, no sobre él, sino a cierta distancia, sobre el llano. Las otras veces había sido sobre colinas arboladas o praderas. En esta ocasión, mientras observaba a las criaturas, tuvo que entrecerrar los ojos para impedir que la arena levantada por el viento se le metiera en ellos.

Inclinando bruscamente las amplias alas, las criaturas estrecharon el círculo a medida que descendían más cerca del suelo del desierto. Él sabía que harían aquello durante un corto período de tiempo antes de romper la formación para reanudar su vuelo normal. En ocasiones volaban en parejas y llevaban a cabo espectaculares acrobacias aéreas, cada una imitando con elegancia cada movimiento de la otra, como hacían a veces los cuervos.

Y entonces, mientras las negras formas daban vueltas en un apretado vórtice. Richard reparó en que la arena flotante no se limitaba a serpentear y retorcerse sin ton ni son, sino que fluía sobre algo.

El vello de los brazos se le erizó.Richard pestañeó, bizqueando, en un intento de ver mejor en la aullante

tormenta de arena arremolinada por el viento. Aún más polvo y tierra se alzaron por el impacto de otra violenta ráfaga, y, a medida que los retorcidos torbellinos corrían sobre el llano terreno y pasaban por debajo de las criaturas, estos se arremolinaron alrededor y por encima de algo situado abajo, dando nitidez a una figura.

Parecía ser la figura de una persona.El polvo se arremolinaba alrededor de ella, perfilándola. Cada vez que el

viento arreciaba y transportaba con él un cargamento de arena, la figura, definida por la arena arremolinada, parecía el contorno de un hombre envuelto en un hábito con capucha.

La mano derecha de Richard asió la empuñadura de su espada.

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No había nada en la figura excepto la arena que fluía sobre unos contornos de algo que no estaba allí, como el agua embarrada discurre sobre una botella de cristal transparente revelando la forma de esta. La figura parecía estar de pie inmóvil, observándolo.

No había ojos en esa forma de arena arremolinada, pero Richard pudo percibirlos fijos en él.

—¿Qué es? —Preguntó Jennsen en un preocupado susurro a la vez que corría a colocarse junto a él—. ¿Qué sucede? ¿Ves algo?

Con la mano izquierda, Richard la empujó atrás. Tan apremiante fue la precipitada oleada de necesidad que le sobrevino que tuvo que hacer un gran esfuerzo para hacerlo con suavidad, aferraba la empuñadura de la espada con tanta fuerza que percibía las letras en relieve de la palabra VERDAD tejidas en hilo de oro.

Richard invocaba desde el interior de la espada el propósito de ser de ésta, el núcleo mismo de su creación. En respuesta, la energía del poder de la espada se inflamó.

No obstante, más allá del velo de cólera en las sombras de su mente, incluso mientras la rabia de la espada tronaba a través de él. Richard percibió vagamente una oposición inesperada por parte del flujo de la magia para acudir a la llamada.

Era como salir por una puerta e inclinar todo el peso de uno para resistir el empuje de un vendaval.

Antes de que Richard pudiera analizar esa sensación, la oleada de cólera fluyó a través de él, embargándolo con la fría furia del frenesí que era el poder de la espada.

A medida que las criaturas daban vueltas, su círculo empezó a acercarse más. También esto lo habían hecho antes, pero en esta ocasión el remolino de arena delataba la figura que avanzaba con ellas. Daba la impresión de que las criaturas de puntas negras se iban acercando al intangible hombre encapuchado.

El característico tañido del acero anunció la llegada de la Espada de la verdad.

Jennsen lanzó un chillido ante el repentino movimiento de su hermanastro y dio un salto atrás.

Las criaturas respondieron con taladrantes gritos burlones.El sonido inconfundible de la espada de Richard al ser desenvainada

trajo a Kahlan y a Cara a la carrera. Cara habría sallado frente a él para protegerlo, pero la mord-sith sabía bien que no debía colocarse delante de él cuando había sacado la espada. Con el agiel aferrado en el puño, frenó con un patinazo a un lado, lista para el ataque, un poderoso felino preparado para saltar.

—¿Qué es? —preguntó Kahlan mientras detenía su carrera justo detrás de él, contemplando boquiabierta los dibujos que formaba el viento.

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—Son las criaturas —respondió la voz preocupada de Jennsen—. Han regresado.

Kahlan la contempló con incredulidad.—Las criaturas no parecen ser lo peor aquí.Espada en mano, Richard vigilaba la cosa situada debajo de las

criaturas. Notando la espada en la mano, con su poder chisporroteando a través de los huesos, sintió una punzada de indecisión, de duda. Sin tiempo que perder, se volvió hacia Tom, que justo se alejaba una vez aseguradas las trabillas de los caballos. Richard imitó la acción de disparar una flecha. Captando lo que Richard quería decide, Tom se detuvo en seco y giró en redondo, de vuelta al carro. Friedrich asió a toda prisa las correas de los otros caballo!, tratando de mantenerlos tranquilos. Inclinándose al interior del carro, Tom apartó unos bártulos a un lado mientras buscaba el arco de Richard y la aljaba.

Jennsen pasó su escrutadora mirada de un rostro sombrío a otro.—¿A qué te refieres con que las criaturas no son lo peor?Cara señaló con el agiel.—Esa... esa figura. Ese hombre.Frunciendo el entrecejo con desconcierto, Jennsen paseó la mirada entre

Cara y la arena levantada por el viento.—¿Qué ves? —preguntó Richard.Jennsen alzó las manos al ciclo en un gesto de contrariedad.—Criaturas de puntas negras. Cinco de ellas. Eso, y la cegadora arena

que vuela por el aire es todo lo que veo. ¿Hay alguien ahí? ¿Veis gente que se acerca?

Ella no lo veía.Tom sacó el arco y la aljaba del carro y corrió hacia ellos. Dos de las

criaturas, como advirtiendo que Tom se acercaba corriendo con el arco, elevaron el vuelo y efectuaron círculos más amplios. Giraron a su alrededor una vez antes de desaparecer en la oscuridad. Las otras tres, no obstante, siguieron sobrevolando en círculo, como si sostuvieran la figura flotante en la arremolinada arena bajo ellas.

l.as criaturas se acercaron más, y la figura con ellas. Richard no concebía qué podía ser, pero la sensación de temor que engendraba rivalizaba con cualquier pesadilla. El poder procedente de la espada que circulaba por él no tenía tal temor ni duda. Entonces, ¿por qué él sí? Tempestades mágicas en su interior, ajenas a cualquier cosa que bramara en el páramo, giraban en espiral a través de él, luchando por ser liberadas. Con un penoso esfuerzo, Richard contenía aquella necesidad, la concentraba en la tarea de obedecer su voluntad en el caso de que eligiera liberarla. Él era el amo de la espada y en todo momento tenía que ejercer de modo consciente aquel dominio. Por la reacción de la espada, Richard no tenía ninguna duda en cuanto a la naturaleza de lo que tenía ante sí. Entonces, ¿qué era lo que percibía procedente de la espada?

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Desde el carro situado, un caballo relinchó. Una veloz, mirada de reojo le permitió ver a Friedrich intentando calmarlos. Los tres caballos se encabritaron, forcejeando para liberarse de la cuerda que él sujetaba con fuerza, luego se calmaron un poco, pateando el suelo con los cascos y resoplando. Por el rabillo del ojo, Richard vio que dos relámpagos negros salían disparados de la oscuridad, justo a ras del sucio. Betty profirió un terrible lamento.

Y luego, tan rápido como habían aparecido, se marcharon, desapareciendo de nuevo en la espesa penumbra.

—¡No! —chilló Jennsen mientras corría hacia los animales.Ante ellos, la figura inmóvil observaba. Tom alargó el brazo, intentando

detener a Jennsen cuando pasó junto a él. Ella se desasió. Por un momento, a Richard le inquietó que Tom pudiera ir tras ella, pero entonces él corría ya otra vez hacia Richard.

Las dos criaturas aparecieron repentinamente, surgiendo de la oscura y arremolinada lobreguez, tan cerca que Richard pudo ver los cañones que discurrían por sus plumas remeras totalmente extendidas bajo el viento. Tras descender en picado fuera de la arremolinada tormenta de polvo, volvieron a unirse al círculo, y cada una llevaba ahora una pequeña figura blanca y flácida en sus poderosas garras.

Tom se acercó corriendo con el arco en una mano y la aljaba en la otra. Efectuando su elección. Richard introdujo violentamente la espada en la vaina y agarró el arco.

Con un movimiento fluido dobló el arco y sujetó la cuerda. Extrajo una flecha de la aljaba que Tom sostenía.

Mientras giraba hacia el blanco, Richard tenía ya la flecha colocada y tensaba la cuerda. Le resultó agradable sentir cómo los músculos se tensaban para resistir el rebote del arco, dándole potencia al disparo. Era agradable depender de la propia fuerza, de la propia habilidad, de las interminables horas de entrenamiento, y no tener que contar con la magia.

La figura inmóvil del hombre que no estaba allí pareció observar. Remolinos de arena corrían sobre la figura, marcando su contorno. Richard dirigió una mirada desafiante a la cabeza de la figura situada más allá de la afilada punta de acero de la flecha. Como todas las armas cortantes, a Richard le resultaba reconfortantemente familiar. Con un arma en las manos, estaba en su elemento y no importaba si era polvo de piedra lo que derramase su filo o sangre. La flecha de punta de acero apuntaba directamente al punto de la arena arremolinada que formaba la cabeza.

El taladrante grito de las criaturas se dejó oír por encima del aullido del viento.

Con la cuerda pegada a la mejilla, Richard saboreó la tensión de sus músculos, el peso del arco, las plumas que le tocaban la carne, la distancia entre hoja y objetivo, la fuerza del viento contra el brazo, el arco y la flecha. Cada uno de aquellos factores y un centenar más pasaron a formar parte de un cálculo interno que tras toda una vida de práctica no requería un cómputo consciente pero que, sin embargo, decidía adónde iba dirigid la punta de la flecha.

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La figura ante él permaneció inmóvil, observando.Richard alzó repentinamente el arco y eligió el blanco.El mundo se quedó quieto y en silencio mientras las distancias parecían

contraerse. Tenía el cuerpo tan tenso como el arco, con la flecha convirtiéndose en una proyección de su concentrado empeño, el blanco ante la flecha el propósito de su existencia. Su empeño consciente hizo el cálculo necesario para que la flecha alcanzara el blanco.

La arremolinada arena pareció perder velocidad mientras las criaturas, con las alas totalmente extendidas, se arrastraban por el espeso aire. No existía la menor duda en la mente de Richard sobre lo que la flecha encontraría al final de un viaje que acababa de iniciar. Notó cómo la cuerda le golpeaba la muñeca. Vio cómo las plumas abandonaban el arco por encima de su puño. El asta de la flecha se dobló levemente al salir disparada y emprender el vuelo.

Richard sacaba ya la segunda flecha de la aljaba que sostenía Tom cuando la primera dio en el blanco. Plumas negras estallaron en medio del alba carmesí y el ave se vino abajo desganadamente y chocó contra el suelo con un fuerte golpe sordo, no lejos de la figura que flotaba justo por encima del suelo. La ensangrentada forma blanca estaba libre de sus garras, pero era demasiado tarde.

Las cuatro criaturas restantes chillaron enfurecidas. Mientras las aves batían las alas, buscando ganar altura, una lanzó a Richard un agudo chillido. Richard decidió el blanco.

La segunda flecha salió del arco.El proyectil se abrió paso a través de la garganta abierta de la criatura y

salió por detrás de la cabeza, cortando en seco el enojado grito. Convertida en un peso muerto, el ave cayó en picado al suelo.

La figura bajo los tres pájaros restantes empezó a desvanecerse en el remolino de arena.

Las tres aves que quedaban, como si abandonaran lo que tenían a su cargo, giraron en redondo, marchando raudas hacia Richard. Éste las estudió con tranquilidad. La tercera flecha salió disparada. La criatura del centro alzó el ala derecha, intentando cambiar de dirección, pero la flecha le alcanzó el corazón. Dando volteretas en el aire, descendió en espiral a través de la arena arremolinada y se estrelló en el duro suelo, delante de Richard.

Las dos aves restantes, chillando gritos de desafío, descendieron en picado hacia él.

Richard tensó la cuerda contra su mejilla, apuntando con la cuarta flecha. La distancia se reducía a toda velocidad. La flecha salió al instante. Atravesó el cuerpo de la criatura, que todavía aferraba en sus garras el cadáver ensangrentado del cabrito.

Con las alas totalmente echadas hacia atrás, la última criatura, enfurecida, se lanzó sobre Richard. En cuanto éste sacó una flecha de la aljaba que sostenía un impaciente Tom, el fornido d’haraniano lanzó su cuchillo. Antes de que Richard pudiera colocar la flecha, el arma giró en el aire y se hundió en el ave rapaz. Richard se hizo a un lado mientras el

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enorme pájaro pasaba como una exhalación por su lado en caída libre y chocaba contra el suelo, justo detrás de él. Al caer, el rocoso suelo barrido por el viento quedó salpicado de sangre y plumas de puntas negras volaron por todas partes.

El amanecer, apenas momentos antes estremecido por los espeluznantes graznidos de las criaturas de puntas negras, quedó repentinamente silencioso, a excepción del quedo gemir del viento. Plumas negras se alzaron en aquel viento, flotando sobre la amplia extensión de terreno, bajo un cielo anaranjado.

En ese momento, el sol apareció por el horizonte, proyectando largas sombras sobre el páramo.

Jennsen aferró una de las blancas crías sin vida contra el pecho, Betty, balando lastimeramente y con sangre manando de un corte en el costado, se alzó sobre las patas traseras intentando despertar a la inmóvil cría que Jennsen tenía en brazos. Jennsen se inclinó hacia la otra cría tumbada en el suelo y depositó al pequeño sin vida junto a ella. Betty lamió apremiante los cuerpos ensangrentados y Jennsen abrazó el cuello de la cabra por un instante antes de intentar apartarla de allí. Betty clavó las pezuñas en el suelo, no queriendo abandonar a sus crías heridas. Jennsen no pudo hacer otra cosa que ofrecer a su amiga palabras de consuelo ahogadas por las lágrimas.

Cuando se puso en pie, incapaz de alejar a Betty de sus pequeños, ya muertos. Richard acogió a Jennsen bajo el brazo.

—¿Por qué han hecho eso las criaturas?—No lo sé —respondió Richard—. ¿Tú no viste ninguna otra cosa aparte

de las criaturas?Jennsen se recostó en él, hundiendo el rostro entre las manos, cediendo

brevemente a las lágrimas.—Solamente vi a los pájaros —dijo a la vez que se secaba las mejillas

con el dorso de la manga.—¿Qué hay de la figura que definía la arena que levantaba el viento? —

preguntó Kahlan mientras posaba una mano en el hombro de Jennsen para consolarla.

—¿Figura? —Paseó la mirada de Kahlan a Richard—. ¿Qué figura?—Parecía la figura de un hombre. —Kahlan dibujó las curvas de un

contorno en el aire con ambas manos—. Un hombre que llevara una capa con capucha.

—Yo no vi nada, excepto las Criaturas de pumas negras y las nubes de arena que levantaba el viento.

—¿Y no viste que la arena se moviera alrededor de nada? —preguntó Richard—. ¿No viste ninguna forma que quedara definida por la arena?

Jennsen negó insistentemente con la cabeza antes de regresar junto a Betty.

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—Si la figura tenía que ver con la magia —dijo Kahlan en tono confidencial a Richard—, ella no la podía ver, pero ¿y la arena?

—Para ella, la magia no estaba allí.—Pero la arena sí.—El color está ahí en una pintura pero una persona ciega no puede

verlo, ni tampoco pueden ver las formas que las pinceladas del pincel, cargado de color, ayudan a definir. —Sacudió la cabeza, Maravillado, mientras observaba a Jennsen—. En realidad no sabemos hasta qué punto alguien resulta afectado por otras cosas cuando no puede percibir el resultado de la magia. Por lo que sabemos, podría ser sencillamente que su mente no consigue reconocer el dibujo que crea la magia y lo interpretara simplemente como arena arremolinada. Incluso podría ser que, debido a que la magia mostraba un dibujo, únicamente nosotros podíamos ver aquellas partículas de arena el dibujo, mientras que ella las veía todas y por lo tanto el dibujo resultaba invisible a sus ojos.

“Incluso podría ser que fuera algo parecido a lo que eran los limites; dos mundos que existían en el mismo lugar al mismo tiempo. Jennsen y yo podríamos estar contemplando la misma cosa, y verla a través de ojos distintos... a través de mundos distintos.

Kahlan asintió mientras Richard se inclinaba sobre una rodilla junto a Jennsen para inspeccionar el corte abierto en el hirsuto pelaje castaño de la cabra.

—Será mejor que cosamos esto —dijo a Jennsen—. No es muy grave, pero necesita cuidados.

Jennsen se sorbió las lágrimas mientras Richard se levantaba.—¿Era magia, entonces... la cosa que visteis?Richard dirigió la mirada al lugar donde la figura había aparecido en la

arena arremolinada.—Algo malvado.Más allá, detrás de ellos. Robín sacudió la cabeza y relinchó en solidario

con la inconsolable Betty. Cuando Tom posó una mano pesarosa sobre el hombro de Jennsen, ésta la agarró como para que le fiera fuerzas y se la llevó a la mejilla.

Finalmente la muchacha se levantó, resguardándose los ojos del polvo que levantaba el viento mientras miraba al horizonte.

—Al menos nos hemos librado de esas repugnantes criaturas.—No por mucho tiempo —dijo Richard.El dolor de cabeza regresó violentamente, con tal fuerza que casi lo

derribó. Él había aprendido a controlar el dolor, a no prestarle atención. Hizo eso entonces.

Ahora había preocupaciones más importantes.

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7

Alrededor de media tarde, mientras cruzaban el abrasador desierto, Kahlan advirtió que Richard observaba con suma atención su sombra extendida ante él.

—¿Que sucede? —preguntó.Él indicó la sombra frente a él.—Criaturas. Diez, o doce. Justo acaban de deslizarse detrás de nosotros.

Se ocultan en el sol.—¿Se ocultan en el sol?—Vuelan alto. Si alzáramos la vista hacia el cielo, no podríamos verlas

porque tendríamos que mirar directamente al sol.Kahlan giró y, resguardándose los ojos con la mano, intentó verlas por sí

misma, pero resultaba demasiado doloroso intentar mirar hacia lo alto en cualquier dirección próxima al implacable sol. Cuando volvió a mirar, Richard, que no se había vuelto para mirar con ella, volvió a mover la mano en dirección a las sombras.

—Si miras con atención al suelo alrededor de tu sombra, puedes distinguir levemente la distorsión de la luz. Son ellas.

Kahlan habría pensado que Richard se estaba divirtiendo a su costa de no ser porque se trataba de una cuestión tan seria. Examinó el suelo alrededor de sus sombras hasta que finalmente vio lo que él mencionaba. A aquella distancia, las sombras de las criaturas eran poco más que irregularidades cambiantes en la luz.

Kahlan echó una ojeada atrás, al carro. Tom conducía, con Friedrich, sentado muy tieso en el pescante, a su lado. Richard y Kahlan estaban dando a sus caballos un descanso y no los montaban, así que los animales iban sujetos al carro.

Jennsen estaba sentada sobre mantas en la parte trasera del vehículo, consolando a Betty, que balaba pesarosa. Kahlan no creía que la cabra hubiese permanecido en silencio durante más de un minuto o dos en todo el día.

El corte no era grave. El sufrimiento de Betty se debía a otro dolor. Al menos el pobre animal tenía a Jennsen para que la confortara.

Por lo que Kahlan había averiguado, Jennsen había tenido a Betty durante la mitad de su vida. Yendo de un lado a otro como lo habían hecho ella y su madre, huyendo de Rahl el Oscuro, ocultándose, manteniéndose alejadas de la gente para no darse a conocer y arriesgarse a que la información llegara a los oídos de Rahl el Oscuro, Jennsen nunca había tenido una oportunidad de tener amigos en su infancia. Su madre le había conseguido la cabra para que fuera su compañera. En su constante esfuerzo por mantener a Jennsen lejos de las manos de un monstruo, era lo mejor que podía ofrecerle.

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Kahlan se secó el sudor de los ojos. Contempló las cuatro plumas negras que Richard había atado juntas y sujetado a la parte superior de su brazo derecho. Había cogido las plumas cuando había recuperado las flechas que todavía servían. Richard había dado la última a Tom por matar a la quinta criatura con el cuchillo. Tom llevaba su solitaria pluma, igual que Richard, en el brazo. Tom la consideraba un trofeo, o algo parecido, concedido por el lord Rahl.

Kahlan sabía que Richard lucía sus cuatro plumas por un motivo distinto: era una advertencia para que todos la vieran.

La Madre Confesora se echó los cabellos atrás por encima del hombro.—¿Crees que era un hombre lo que había debajo de las criaturas? ¿Un

hombre que nos observaba?—Tú sabes más de magia que yo. Dímelo tú —respondió el,

encogiéndose de hombros.—Jamás he visto nada parecido. —Lo miró con el entrecejo fruncido—. Si

era un hombre... o algo parecido, ¿por qué crees que finalmente decidió mostrarse?

—No creo que realmente decidiera mostrarse. —Los resueltos ojos grises de Richard se volvieron hacia ella—. Creo que fue un accidente.

—¿Qué quieres decir?—Se trata de alguien que usa a las criaturas para seguirnos el rastro, y

él puede de algún modo vernos...—¿Vernos cómo?—No lo sé. Vernos a través de los ojos de las criaturas.—No se puede hacer eso con magia.Richard le clavó una mirada incisiva.—Estupendo. Entonces, ¿qué era?Kahlan volvió a mirar las sombras que se extendían ante ellos, a mirar

otra vez las pequeñas formas borrosas que se movían alrededor de la sombras de su cabeza, como moscas alrededor de un cadáver.

—No lo sé. ¿Decías?... ¿Sobre qué alguien usaba las criaturas para seguirnos el rastro, para vernos?

—Creo —dijo Richard— que alguien nos está vigilando, a través de las criaturas o con su ayuda... o algo parecido... y ellas no pueden realmente verlo todo. No pueden ver con claridad.

—Pues que, como él no puede ver con claridad, creo que quizá no se dio cuenta de que había una tormenta de arena. No previo lo que la arena arrastrada por el viento revelaría. No creo que su intención fuese descubrir su presencia. —Richard volvió a dirigir la mirada hacia ella—. Creo que cometió un error. Creo que se mostró accidentalmente.

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Kahlan soltó un soplido exasperado. Carecía de argumentos para una idea tan absurda. No era de extrañar que él no le hubiese explicado su teoría en toda su extensión.

Ella había estado pensando, cuando él dijo que las criaturas las estaban siguiendo la pista, que probablemente se había conjurado una telaraña mágica y que algún acontecimiento la había disparado —con toda probabilidad la mano inocente de Cara— y que entonces el hechizo había quedado incorporado a ellos, provocando que las criaturas siguieran aquel indicador mágico. Luego, como Jennsen había sugerido, alguien sencillamente se dedicaba a observar dónde estaban las criaturas para disponer de una idea muy aproximada de dónde se encontraban Richard y Kahlan. Kahlan lo había asimilado a la nube localizadora que Rahl el Oscuro había conectado a Richard para poder saber dónde estaban. Richard no pensaba a partir de lo que había sucedido antes; lo miraba a través del prisma de un Buscador.

Todavía existían varias cosas en la idea de Richard que carecían de sentido para ella, pero sabía bien que no debía descartar lo que él pensaba simplemente porque no hubiese oído hablar de tal cosa con anterioridad.

—A lo mejor no se trata de un «él» —dijo finalmente—. A lo mejor es un ella. Tal vez una Hermana de las Tinieblas.

Richard le dedicó otra mirada, pero fue más de inquietud que de otra cosa.

—Quienquiera que sea, sea lo que sea, no creo que pueda ser nada bueno.

Kahlan no podía discutirle aquel punto, pero con todo, no conseguía aceptar tal idea.

—Bueno, digamos que es como tú crees; que le hemos descubierto espiándonos, por casualidad. Entonces, ¿porque nos atacaron las criaturas?

La bota de Richard levantó una nube de polvo cuando éste pateó una piedrecilla.

—No lo sé. Quizás estaba sencillamente enojado por haberse delatado.—Estaba enojado, ¿así que hizo que las criaturas mataran a los cabritos

de Betty? ¿Y qué te atacaran?Richard se encogió de hombros.—Me limito a hacer suposiciones porque lo has preguntado. No digo que

piense eso.Las largas plumas, de un rojo sangre en su base, que devenía en un gris

oscuro y luego en un negro intenso en la punta, ondeaban por efecto de las ráfagas de viento.

Mientras lo meditaba, el tono de Richard se tornó más especulativo.—Podría ser que quienquiera que estuviese usando a las criaturas para

vigilarnos no tuviera nada que ver con el ataque. A lo mejor las aves decidieron atacar por su cuenta.

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—¿Simplemente le quitaron las riendas a quienquiera que las estuviera manejando?

—Es posible. Quizá puede enviadas a nosotros para echar un vistazo y ver dónde estamos, pero no puede controlarlas mucho más allá de eso.

Kahlan soltó un suspiro de contrariedad.—Richard —dijo, incapaz de guardarse sus dudas—, sé muchas cosas

sobre toda clase de magia y nunca he oído que eso fuese posible.Richard se inclinó hacia ella, observándola atentamente con sus

cautivadores ojos grises.—Estas al tanto de toda clase de cosas mágicas de la Tierra Central.

Quizás aquí abajo tengan algo con lo que no le hayas encontrado nunca antes. Después de todo, ¿habías oído hablar alguna vez de un Caminante de los Sueños antes de que nos tropezáramos con Jagang? ¿O pensado siquiera que tal cosa fuese posible?

Kahlan se mordió el labio mientras estudiaba su torva expresión durante un largo rato. Richard no había crecido rodeado de magia... todo era nuevo para él. No obstante, en ciertos aspectos, eso era una ventaja, porque carecía de ideas preconcebidas sobre lo que era posible y lo que no. A veces, las cosas con las que se habían encontrado no tenían precedentes.

Para Richard, casi toda magia carecía de precedentes.—Así pues, ¿qué piensas que deberíamos hacer? —preguntó ella por fin.—Lo que planeamos. —Miró hacia atrás y vio a Cara reconociendo el

terreno a una buena distancia, a la izquierda de ambos—. Tiene que estar conectado con el resto.

—La intención de Cara fue simplemente protegernos.—Lo sé. Y quién sabe, a lo mejor habría sido peor si no lo hubiese

tocado. Incluso podría ser que al hacer lo que hizo, en realidad nos consiguiera más tiempo.

Kahlan tragó saliva ante la sensación de terror que empezó a agitarse en su interior.

—¿Crees que todavía tenemos tiempo?—Pensaremos en algo. Ni siquiera sabes aún con seguridad qué podría

significar.—Cuando filialmente toda la arena de un reloj de arena ha pasado al

otro lado, por lo general significa que se acabó el tiempo.—Encontraremos una respuesta.—¿Lo prometes?Richard alargó el brazo y le acarició con dulzura la parte posterior del

cuello.—Lo prometo.

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Kahlan adoraba su sonrisa, el modo en que le centelleaba en los ojos. En algún punto en el fondo de su mente sabía que él siempre mantenía sus promesas. Aunque en los ojos tenía algo más, y eso la distrajo de preguntarle si creía que la respuesta prometida llegaría a tiempo, o incluso si sería una respuesta que pudiera ayudarlos.

—Te duele la cabeza, ¿verdad? —preguntó.—Sí. —Su sonrisa había desaparecido—. Es distinto al de antes, pero

estoy bastante seguro de que lo provoca la misma cosa.El don. Aquello era a lo que se refería.—¿Qué quietes decir con que es «distinto»? Y si es distinto, entonces,

¿qué le hace pensar que la causa es la misma?Él lo meditó durante un momento.—¿Recuerdas cuando le explicaba a Jennsen que el don necesita estar

equilibrado, que tengo que equilibrar el pelear con no comer carne? —Cuando ella asintió, él prosiguió—: Empeoró justo entonces.

—Los dolores de cabeza, incluso los de esa clase, varían.—No... —Repuso él, frunciendo el entrecejo mientras intentaba

encontrar las palabras—. No, fue casi como si hablar sobre... pensar en... la necesidad de no comer carne para mantener en equilibrio el don, de algún modo, lo pusiera más de relieve e hiciera que los dolores de cabeza fueran peores.

A Kahlan no le gustó en absoluto la idea.—Te refieres a algo como que, a lo mejor, el don que llevas dentro, que

es la causa de los dolores de cabeza, está intentando recalcarte la importancia del equilibrio.

Richard se pasó los dedos por los cabellos.—No lo sé. Es más complicado que eso. Simplemente no consigo

resolverlo por completo. A veces cuando lo intento, cuando sigo esa línea de razonamiento, sobre cómo necesito equilibrar los combates que llevo a cabo, el dolor se vuelve tan fuerte que no puedo concentrarme.

»Y algo más —añadió—. Podría existir un problema con mi conexión con la magia de la espada.

—¿Qué? ¿Cómo puede ser eso?—No lo sé.Kahlan intentó mantener la alarma alejada de su voz.—¿Estás seguro?Él sacudió la cabeza con contrariedad.—No, no estoy seguro. Simplemente pareció diferente cuando sentí la

necesidad de ella y desenvainé la espada esta mañana. Era como si la magia de la espada fuera reacia a responder a esa necesidad.

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Kahlan lo meditó durante un momento.—Quizás eso significa que los dolores de cabeza son algo distinto, en

esta ocasión. A lo mejor no los provoca realmente el don.—Incluso si una parte de ello es distinto, sigo pensando que su causa es

el don —repuso él—. Una cosa que sí tienen en común con la última vez es que empeoran gradualmente.

—¿Qué quieres hacer?Él extendió los brazos a los costados y luego los dejó caer.—Por ahora no tenemos mucha elección: tenemos que hacer lo que

planeamos.—Podríamos acudir a Zedd. Si se trata del don, como crees, Zedd sabría

qué hacer. Podría ayudarte.—Kahlan, ¿sinceramente crees que tenemos alguna posibilidad, por toda

la Creación, de llegar a Aydindril a tiempo? Incluso aunque no hubiera todo lo demás, si los dolores de cabeza los provoca el don, yo estaría muerto semanas antes de que pudiésemos recorrer todo el camino hasta Aydindril. Y eso sin tomar siquiera en cuenta lo difícil que va a ser pasar inadvertidos por delante del ejército de Jagang a lo largo de toda la Tierra Central y en especial de las tropas que rodean Aydindril.

—A lo mejor él no está allí ahora.Richard pateó otra piedra.—¿Crees que Jagang va a limitarse a dejar el Alcázar del Hechicero y

todo lo que contiene... a dejárnoslo a nosotros para que lo usemos contra él?Zedd era el Primer Mago, y para alguien con sus aptitudes, defender el

Alcázar del Hechicero no sería demasiado difícil. También tenía a Adie allí con él para ayudarlo. La anciana hechicera, por sí sola, probablemente podía defender un lugar como el Alcázar. Zedd sabía lo que el Alcázar significaría para Jagang si pudiera hacerse con él, así que lo protegería sin importar lo que costara.

—No hay modo de que Jagang pueda franquear las barreras que hay en ese lugar —repuso Kahlan, y esa parte era una preocupación que podían dejar de lado—. Jagang lo sabe y no malgastaría tiempo manteniendo un ejército allí para nada,

—Puede que tengas razón, pero eso sigue sin servirnos de nada. Está demasiado lejos.

Demasiado lejos. Kahlan agarró el brazo de Richard y lo obligó a detenerse.

—La sliph. Si podemos encontrar uno de sus pozos, podríamos viajar mediante la sliph. Al menos, sabemos que existe un pozo aquí abajo, en el Viejo Mundo: en Tanimura. Incluso eso está mucho más cerca que un viaje por tierra hasta Aydindril.

Richard miró al norte.

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—Eso podría funcional. No tendríamos que escabullimos por delante del ejército de Jagang. Podríamos salir justo en el interior del Alcázar. —Le pasó el brazo por los hombros—. Primero, no obstante, tenemos que ocuparnos de este otro asunto.

Kahlan sonrió ampliamente.—De acuerdo. Nos ocuparemos de mi persona primero, luego nos

ocuparemos de ti.Sintió una embriagadora sensación de alivio ante la existencia de una

solución. El resto de ellos no podían viajar en la sliph —no poseían la magia requerida—, pero Richard, Kahlan y Cara ciertamente podían. Saldrían directamente en el Alcázar.

El Alcázar era inmenso, y con una antigüedad de miles de años. Kahlan había pasado gran parte de su vida allí, pero había visto sólo una parte del lugar. Ni siquiera Zedd lo había visto todo, debido a algunos de los escudos que habían colocado allí, hacía una eternidad, aquellos que poseían los dos lados del don, y Zedd sólo poseía el lado de la Magia de Suma. Objetos mágicos, raros y peligrosos, llevaban miles de años almacenados allí, junto con archivos e innumerables libros. A aquellas alturas, era posible que Zedd y Adíe hubiesen encontrado algo en el Alcázar que ayudara a rechazar a la Orden Imperial.

Ir al Alcázar no sólo sería un modo de solucionar el problema de Richard con el don, sino que podría proporcionarles algo que necesitaban para hacer que el curso de la guerra volviera a estar de su lado. De repente, ver a Zedd, Aydindril y el Alcázar parecía estar a la vuelta de la esquina.

Con una renovada sensación de optimismo, Kahlan oprimió la mano de Richard. Sabía que él quería seguir explorando por delante de ellos.

—Voy a ir atrás a ver cómo le va a Jennsen.* * *

Mientras Richard seguía avanzando y Kahlan aminoraba el paso, dejando que el carro la alcanzara, otra docena de criaturas de puntas negras hicieron aparición, dejándose llevar por las corriente; de aire, muy por encima de la ardiente llanura. Se mantenían cerca del sol, y totalmente fuera del alcance de las flechas de Richard pero a la vista.

Tom entregó un odre de agua a Kahlan cuando el bamboleante carro la alcanzó. La Confesora estaba tan sedienta que bebió a tragos el agua caliente sin que le importará lo mal que sabía. Mientras dejaba que el carromato siguiera adelante, posó una bota en el travesaño de hierro y se impulsó hacia arriba y por encima del lateral.

Jennsen pareció agradecer la compañía de Kahlan, y ésta le devolvió la sonrisa antes de sentarse junto a la hermana de Richard y la quejosa Betty.

—¿Cómo está? —preguntó Kahlan, acariciando las caídas orejas del animal.

Jennsen meneó la cabeza.

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—Nunca la he visto así. Me parte el corazón. Me recuerda lo duro que fue para mí cuando perdí a mi madre.

Mientras se sentaba sobre los talones. Kahlan oprimió la mano de Jennsen compasivamente.

—Sé que es duro, pero es más fácil para un animal superar algo como esto de lo que lo es para las personas. No lo compares contigo y con tu madre. Triste como es, es diferente. Betty puede tener más crías y olvidará todo esto. Tú o yo nunca podríamos.

Antes de pronunciar esas palabras, Kahlan sintió una repentina punzada de dolor por el niño nonato que habla perdido. ¿Cómo conseguiría superar jamás la pérdida de aquel hijo suyo y de Richard? Incluso aunque alguna vez tuviera otros, jamás sería capaz de olvidar lo que perdió.

Inadvertidamente giró la pequeña piedra negra del collar que llevaba, preguntándose si alguna vez tendría un hijo, preguntándose si habría alguna vez un mundo que fuese seguro para un hijo de ambos.

—¿Te encuentras bien?Kahlan advirtió que Jennsen le observaba el rostro con atención.La Confesora se forzó a mostrar una sonrisa.—Simplemente me siento triste por Betty.Jennsen pasó una mano llena de ternura por la parte superior de la

cabeza de Betty.—Yo también.—Pero sé que se pondrá bien.Kahlan contempló cómo la interminable extensión de terreno se

deslizaba lentamente a ambos lados del carro. Oleadas de calor convertían en líquido el horizonte, con secciones independientes de terreno flotando hacia el ciclo. Con todo, no vieron que creciera nada. El territorio ascendía lentamente a medida que se iban acercando a las lejanas montañas. Sabía que era sólo cuestión de tiempo que volvieran a encontrar vida, pero justo en aquellos momentos parecía como si eso jamás fuera a ocurrir.

—Hay algo que no comprendo —dijo Jennsen—. Me dijiste que no debería hacer nada precipitado, en lo referente a magia, a menos que estuviese segura de lo que iba a suceder. Dijiste que era peligroso. Dijiste que no se debía actuar en cuestiones mágicas hasta que uno pudiera estar seguro de las consecuencias.

Kahlan sabía qué era lo que estaba insinuando la muchacha.—Es cierto.—Bueno, pues eso de ahí atrás se parecía muchísimo a uno de esos

palos de ciego sobre los que me advertiste.—También te conté que en ocasiones uno no tenía otra opción que

actuar inmediatamente. Eso es lo que Richard hizo. Lo conozco. Usó su mejor criterio.

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Jennsen pareció satisfecha,—No estoy sugiriendo que se equivocara. Simplemente digo que no lo

comprendo, A mí me pareció de lo más temerario. ¿Cómo se supone que debo saber a qué te refieres cuando me dices que no haga nada insensato si ello llene que ver con magia?

—Bienvenida a la vida con Richard —repuso Kahlan, sonriendo—. La mitad del tiempo no se qué hay en su cabeza. A menudo he pensado que actuaba temerariamente y ha resultado que obraba correctamente, que era la única cosa que podía haber hecho. Eso es parte del motivo de que lo nombraran Buscador. Estoy segura de que tomó en consideración cosas que percibía que ni siquiera yo podía percibir.

—Pero ¿cómo sabe él esas cosas? ¿Cómo puede saber qué hacer?—Frecuentemente se siente igual de confuso que tú, o incluso yo. Pero

él es diferente, y está seguro cuando nosotros no lo estaríamos.—¿Diferente?Kahlan echó una mirada a la joven, a sus cabellos rojos, que brillaban

bajo la luz de la tarde.—Nació con los dos lados del don. Todos aquellos que han nacido con el

don durante los últimos tres mil años, han nacido únicamente con Magia de Suma. Algunos, como Rahl el Oscuro y las Hermanas de las Tinieblas, han sido capaces de usar Magia de Resta, pero sólo a través de la ayuda del Custodio... no por sí mismos. Sólo Richard ha nacido con Magia de Resta.

—Eso es lo que mencionasteis anoche, pero yo no sé nada sobre magia, así que no sé lo que significa.

—Tampoco nosotros sabemos con precisión lo que significa. La Magia de Suma usa lo que hay ahí, y lo incrementa, o lo cambia de algún modo. La magia de la Espada de la Verdad, por ejemplo, usa la cólera, y la incrementa, toma poder de ella, lo aumenta hasta convertirlo en otra cosa. Con la de Suma, por ejemplo, los poseedores del don pueden curar.

»La Magia de Resta es la destrucción de las cosas. Puede tomar cosas y convenirlas en nada. Según Zedd, la Magia de Resta es lo opuesto a la de Suma, como la noche lo es al día. Sin embargo, es todo parte de la misma cosa.

»Disponer de la de Resta, como sucedía con Rahl el Oscuro, es una cosa, pero nacer con ella es algo muy distinto.

»Hace mucho tiempo, al contrario de ahora, nacer con el don... con los dos lados del don... era corriente. La gran guerra de esa época dio como resultado una barrera que separaba permanentemente al Nuevo Mundo del Viejo Mundo. Eso ha mantenido la paz todo este tiempo, pero las cosas han cambiado desde entonces. Después de esa época, no sólo se han convertido en sumamente raros aquellos que han nacido con el don, sino que aquellos que si han nacido con el don no han nacido con la Magia de Resta.

»Richard nació de dos linajes de magos. Rahl el Oscuro y su abuelo Zedd. También es el primero en miles de años en nacer con ambos lados del don.

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»Todas nuestras capacidades contribuyen a que seamos capaces de reaccionar frente a situaciones. No sabemos cómo, el poseer los dos lados contribuye a la capacidad de Richard para comprender una situación y hacer lo que es necesario. Sospecho que tal vez lo guíe su don, quizá más de lo que él cree.

Jennsen dejó escapar un inquieto suspiro.—Después de todo este tiempo, ¿cómo cayó esa barrera?—Richard la destruyó.Jennsen alzó los ojos con estupefacción.—Entonces es cierto. Sebastián me contó que el lord Rahl, Richard,

había derribado la barrera. Sebastián dijo que fue para que Richard pudiera invadir y conquistar el Viejo Mundo.

Kahlan sonrió ante una mentira tan enorme.—¿Tú no te lo crees, verdad?—No, ahora no.—Ahora que la barrera ha caído, la Orden Imperial está penetrando a

raudales en el Nuevo Mundo, destruyendo o esclavizando todo lo que encuentra ante ella.

—¿Dónde puede vivir la gente que sea seguro? ¿Dónde podemos hacerlo nosotros?

—Hasta que se les detenga o se les rechace, no existe un lugar seguro para vivir.

Jennsen lo meditó durante un momento.—Si el desplome de la barrera permitió que la Orden Imperial entrara en

tromba para conquistar el Nuevo Mundo, ¿por qué quiso destruirla Richard?Con una mano, Kahlan se sujetó al costado del carro mientras éste se

bamboleaba sobre un trozo de terreno accidentado. Miró al frente, contemplando cómo Richard caminaba a través de la luz cegadora del páramo.

—Por mi culpa —respondió en voz queda—. Uno de esos errores de los que te hablé. —Lanzó un cansado suspiro—. Uno de esos palos de ciego.

54

8

Richard se sentó en cuclillas, apoyando los antebrazos sobre los muslos mientras estudiaba la curiosa extensión de roca. La cabeza le martilleaba de dolor; él hacía todo lo posible por no hacerle caso. El dolor de cabeza había aparecido y desaparecido aparentemente sin motivo. En ocasiones había llegado a pensar que simplemente podría tratarse del calor después de todo, y no del don.

Mientras consideraba las señales del suelo, se olvidó del dolor de cabeza.

Algo en la roca resultaba familiar. Inquietantemente familiar.Unas pezuñas cubiertas en parte por largos mechones de hirsuto pelo

castaño fueron a detenerse expectantes junto a él. Con la parte superior de la cabeza, Betty le dio un suave cabezazo en el hombro, esperando algo de comer, o al menos una caricia.

Richard alzó los ojos para mirar la expresión penetrante de la cabra. Mientras Betty lo observaba, su cola empezó a moverse. Richard sonrió y le rascó detrás de las orejas. Betty lanzó un balido de placer ante la caricia, pero a él le pareció que habría preferido algo de comer.

Tras no comer durante dos días mientras permanecía sumida en la aflicción, la cabra parecía regresar a la vida y recuperarse de la pérdida de sus dos cabritos. Junto con su apetito, la curiosidad de Betty también había regresado. Disfrutaba especialmente explorando junto a Richard, cuando él le permitía acompañado. A Jennsen le hacía reír contemplar a la cabra trotando tras él como un cachorrito. Quizá lo que realmente la hacía reír era que Betty empezaba a volver a ser ella misma.

En los últimos días el terreno también había cambiado. Habían empezado a ver el regreso de la vida. Al principio, se habla tratado de una simple decoloración herrumbrosa de líquenes creciendo en la roca fragmentada. Poco después, avistaron un arbusto espinoso creciendo en una zona baja.

En la actualidad, las toscas plantas crecían a intervalos espaciados, salpicando el paisaje. Betty agradecía la presencia de los resistentes arbustos, comiendo de ellos como si fueran la más delicada de las ensaladas verdes. De vez en cuando, los caballos probaban la maleza, luego se apartaban, sin encontrarla jamás de su gusto.

Líquenes que habían empezado a crecer en la roca aparecían como manchas costrosas veteadas de color. En algunos lugares eran oscuros, espesos y correosos, mientras que en otros puntos no eran más que una capa de fina pintura verde. La decoloración verdosa llenaba grietas y rendijas, y recubría la parte inferior de piedras allí donde el sol no la blanqueaba. Si se extraían rocas que sobresalían en parte del suelo quebradizo, éstas mostraban finos zarcillos de subterránea vegetación fúngica de un castaño oscuro.

Insectos diminutos con largas antenas correteaban de roca en roca o se ocultaban en agujeros en las rocas esparcidas por el terreno que daba la

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impresión de haber hervido y borboteado en el pasado. Algún que otro lustroso escarabajo verde, luciendo amplias pinzas, anadeaba por la arena, y pequeñas hormigas rojas amontonaban tierra rojiza alrededor de sus agujeros. Había algodonosas telarañas en los aislados, y larguiruchos matorrales que crecían esporádicamente a través de la llanura. Delgados lagartos de color verde claro tomaban el sol sobre rocas, contemplándolos pasar. Si se les acercaban demasiado, las pequeñas criaturas, veloces como rayos, corrían a ponerse a cubierto.

Las señales de vida que Richard había visto hasta el momento estaban todavía muy lejos de poder sustentar personas, pero al menos era un alivio volver a sentir otra vez que se estaba reuniendo con el mundo de los vivos. También sabía que, una vez superada la primera muralla de montañas encontrarían por fin vida en abundancia. Sabía además que allí también volverían a encontrar gente.

También los pájaros empezaban ya a convenirse en una visión corriente. La mayoría eran pequeños: pinzones color fresa, perlitas grisáceas, saltaparedes y gorriones de garganta negra. A lo lejos, Richard vio aves solitarias que cruzaban el cielo azul, mientras que los gorriones se congregaban en pequeñas bandadas asustadizas. Aquí y allí, aterrizaban pájaros sobre los ralos matorrales revoloteando de un lado a otro en busca de semillas e insectos. Los pájaros desaparecían al instante cada vez que las criaturas se dejaban ver planeando en el ciclo.

Contemplando con fijeza la extensión de roca y terreno abierto ante él, Richard se alzó, sobresaltado, al descubrir el motivo de que aquello le resultase inquietantemente familiar. Al mismo tiempo que lo comprendía, el dolor de cabeza desapareció.

Más allá, a la derecha, Richard vio a Kahlan, con Cara junto a ella, encaminándose hacia donde Richard permanecía inmóvil con la vista fija en el asombroso tramo de roca. El carro, con Tom, Friedrich y Jennsen, siguió traqueteando a lo lejos. El polvo que levantaban el carromato y los caballos flotaba en el aire inmóvil y se podía ver a kilómetros de distancia. Richard supuso que, con las criaturas visitándoles periódicamente, el revelador polvo no importaba demasiado. No obstante, se alegraría cuando llegaran a un terreno donde al menos pudieran tener una posibilidad de llamar menos la atención.

—¿Has encontrado algo interesante? —preguntó Kahlan mientras se pasaba la manga por la frente.

Richard arrojó unos cuantos guijarros sobre el tramo de roca que había estado estudiando.

—Dime qué piensas de eso.—Pienso que tienes aspecto de sentirte mejor —dijo ella.Con los ojos fijos en los de él, le dedicó su sonrisa especial, la sonrisa

que no dedicaba a nadie excepto a él. Richard no pudo evitar sonreír de oreja a oreja.

Cara, haciendo caso omiso de las sonrisas que intercambiaban Richard y Kahlan, se inclinó hacia delante para echar un vistazo.

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—Creo que lord Rahl ha estado contemplando demasiadas rocas. Esto es más roca, exactamente igual que el resto.

—¿Lo es? —preguntó Richard.Indicó con la mano la zona que había estado inspeccionando y luego a

otro lugar cerca de donde estaban Kahlan y Cara.—¿Es lo mismo que ésa?Cara miró con detenimiento ambas zonas durante un momento antes de

cruzar los brazos.—La roca de ahí que habéis estado mirando es simplemente de un

marrón más pálido, eso es todo.Kahlan se encogió de hombros.—Creo que tiene razón, Richard. Parece la misma clase de roca, quizá de

un color un poquitín más tostado. —Lo meditó por un momento mientras escudriñaba el terreno, luego añadió—: Supongo que se parece más a la roca sobre la que hemos estado andando durante días hasta que empezamos a encontrar un poco de hierba y matorrales.

Richard posó las manos en las caderas mientras volvía a fijar la mirada en el extraordinario tramo de roca que había encontrado.

—Decidme, pues, ¿qué caracterizaba a la roca en el lugar donde estuvimos antes... hace unos pocos días, mucho más cerca de los Pilares de la Creación?

Kahlan dirigió la mirada a una inexpresiva Cara y luego miró a Richard con el entrecejo fruncido.

—¿Qué la caracterizaba? Nada. Era un lugar muerto. Nada crecía allí.Richard movió la mano de un lado a otro, indicando el terreno por el que

viajaban en aquellos momentos.—¿Y esto?—Ahora están creciendo cosas —respondió Cara, mostrándose cada vez

menos interesada en la flora y la fauna.Richard extendió una mano.—¿Y ahí?—No crece nada ahí, todavía —dijo Cara con un suspiro exasperado—.

Hay una barbaridad de sitios por ahí donde no crece nada todavía. Sigue siendo un páramo. Simplemente tened paciencia, lord Rahl, y no tardaremos en estar de vuelta en medio de campos y bosques.

Kahlan no prestaba atención a lo que decía Cara; fruncía el entrecejo mientras se inclinaba más hacia el suelo.

—El lugar donde las cosas empiezan a crecer parece empezar de repente —dijo Kahlan, casi para sí misma—. ¿No es eso curioso?

—Yo desde luego así lo pienso —repuso Richard.

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—Yo creo que lord Rahl necesita beber más agua —replicó Cara, cortante.

Richard sonrió.—Ven. Colócate aquí —le indicó—. Ponte junto a mí y vuelve a mirar.Cara, despertada su curiosidad, hizo lo que le pedía. Bajo la vista hacia

el suelo, y luego miró con el entrecejo fruncido los lugares en los que crecían cosas.

—La Madre Confesora tiene razón. —La voz de Cara había adquirido un tono decididamente práctico—. ¿Creéis que es importante? ¿O un peligro?

—Sí... a lo primero, al menos —respondió Richard.Se agachó junto a Kahlan.—Ahora, mirad esto.Mientras Kahlan y Cara se arrodillaban junto a él, inclinándose hacia

delante para mirar con detenimiento la roca, Richard tuvo que empujar a una curiosa Betty fuera de allí. Luego señaló una zona de líquenes veteados de amarillo.

—Mirad aquí —dijo—. ¿Veis este medallón de liquen? Es asimétrico. Este lado es redondo, pero este lado, cerca de donde no crece nada, es más plano.

Kahlan alzó los ojos hacia él.—El liquen crece en las rocas adoptando toda clase de formas.—Sí, pero mirad el modo en que la roca allí donde crece liquen y maleza

está salpicada toda ella de pequeños pedazos de vegetación. Aquí, pasado el trozo atrofiado de liquen, no hay casi nada. Casi parece como si hubiesen frotado totalmente la roca.

»Si miráis con atención hay unas pocas cosas diminutas, cosas que han empezado a crecer únicamente durante el último par de años, pero aún tienen que empezar a afianzarse de verdad.

—Sí —dijo Kahlan, arrastrando la palabra con cautela—, es curioso, pero no estoy segura de adonde quieres ir a parar.

—Mira dónde están creciendo cosas, y dónde no lo están.—Bueno, sí, en ese lado no hay nada creciendo, y por aquí sí.—No te limites a mirar abajo. —Richard le alzó la barbilla—. Contempla

el límite entre los dos... contempla todo el patrón.Kahlan miró a lo lejos con el entrecejo fruncido. De improviso, se quedó

lívida.—Queridos espíritus... —musitó.Richard sonrió para indicar que finalmente ella veía a qué se refería.—¿Qué tonterías son ésas? —se quejó Cara.

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Richard colocó la mano tras el cuello de Cara y le empujó la cabeza al frente para que mirara lo que él y Kahlan veían.

—Eso es curioso —dijo ella, entrecerrando los ojos para ver a lo lejos—. El lugar donde crecen cosas parece detenerse formando una línea relativamente nítida... como si alguien hubiese creado una valla invisible que discurriera hacía el este.

—Correcto —replicó Richard a la vez que se ponía en pie, restregándose las manos para limpiarlas.

—Ahora, venid.Empezó a andar hacia el norte. Kahlan y Cara se pusieron en pie

apresuradamente y lo siguieron mientras marchaba por la extensión de roca sin vida. Betty baló y trotó tras ellos.

—¿Adónde vamos? —preguntó Cara cuando lo alcanzó.—Simplemente venid —le dijo Richard.Durante media hora siguieron su ritmo rápido y enérgico mientras se

encaminaba en línea recta al norte, a través de terreno rocoso y zonas pedregosas donde no crecía nada. El día era sofocante, pero Richard apenas advenía el calor, de tan concentrado como estaba en la extensión de terreno yermo que cruzaban. Aún no había ido a ver lo que se encontraba al otro lado, pero estaba convencido de lo que encontrarían cuando llegaran a él.

Sus dos acompañantes sudaban profusamente mientras iban tras él. Betty lanzaba balidos de vez en cuando, cerrando la marcha.

Cuando por fin alcanzaron el lugar que él buscaba, el lugar donde líquenes y matorrales ralos volvían a empezar a aparecer, hizo que se detuvieran. Betty introdujo la cabeza entre Kahlan y Cara para echar una mirada.

—Ahora, mirad esto —dijo Richard—. ¿Veis a lo que me refiero?Kahlan respiraba penosamente debido a la rápida caminata bajo aquel

calor. Se quitó el odre de agua del hombro y tomo un trago de agua, luego le pasó el odre a Richard. Éste contempló cómo Cara estudiaba el trozo de terreno mientras bebía.

—Los inicios de vegetación vuelven a empezar aquí —dijo ella.La mord-sith rascó distraídamente las orejas de Betty cuando la cabra

restregó su coronilla contra el muslo de Cara.—Empiezan a aparecer en la misma especie de línea que en el otro lado,

allí atrás, donde estábamos.—Exacto —repuso Richard, entregando a Cara el odre—. Ahora,

seguidme.Cara alzó los brazos al cielo.—¡Si acabamos de venir de allí!—Vamos —le gritó él por encima del hombro.

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Volvió a encaminarse al sur, de vuelca hacia el centro de la zona de roca sin vida, con el pequeño grupo a remolque. Betty mostró su desagrado por la velocidad de la ardiente y polvorienta excursión a base de balidos. Si Kahlan o Cara compartían la opinión de Betty, no expresaron su queja en voz alta.

Cuando Richard juzgó que estaban de vuelta, se quedó allí inmóvil con los pies separados, los brazos en jarras, y miró otra vez al este. Desde donde se encontraban, podían distinguir los costados del tramo sin vida y los lugares donde empezaba la vegetación.

Mirando hacia el este, no obstante, el patrón era obvio. Una franja claramente definida —de kilómetros— se perdía a lo lejos.

Nada crecía en el interior de los límites de la recta franja de desierto sin vida, tanto si pasaba sobre roca como si lo hacía sobre terreno arenoso. El terreno con matorrales muy espaciados y líquenes creciendo en la roca era más oscuro. El lugar donde no crecía nada era de un canela más claro. A lo lejos la discrepancia en el color era aún más aparente.

La franja sin vida discurría en línea recta a lo largo de un kilómetro tras otro en dirección a las lejanas montañas, convirtiéndose poco a poco en tan sólo una tenue línea que seguía la elevación del terreno hasta que, finalmente, en la nebulosa lejanía, ya no se la podía ver.

—¿Estás pensando lo mismo que yo? —preguntó Kahlan en voz queda y preocupada.

—¿Qué? —preguntó Cara—. ¿En qué estáis pensando?Richard estudió la confusa inquietud del rostro de la mord-sith.—¿Que mantuvo a los ejércitos de Rahl el Oscuro en D'Hara? .Qué le

impidió, durante tantos años, invadir la Tierra Central y conquistarla, incluso a pesar de que la quería?

—No podía cruzar el límite —dijo Clara como si él debiera de estar bajo los efectos de una insolación.

—¿Y qué creaba el límite?Por fin, el rostro de Cara, enmarcado por la negra vestimenta del

desierto, palideció, cambien.—¿EI límite era el inframundo?Richard asintió.—Era como un desgarrón en el velo, allí donde el Inframundo existía en

este mundo. Zedd nos habló de ello. El alzó el límite con un conjuro que encontró en el Alcázar; un conjuro procedente de la época de la gran guerra. Una vez alzado, el limite era un lugar en este mundo donde el mundo de los muertos también existía. Un aquel lugar, donde ambos mundos se tocaban, nada podía crecer.

—Pero ¿estás tan seguro de que no podrían crecer cosas allí? —preguntó Cara—. Seguía siendo nuestro mundo, al fin y al cabo: el mundo de la vida.

—Sería imposible que nada creciera allí. El mundo de la vida estaba allí, en aquel punto... el suelo estaba allí... pero la vida no podía existir allí en

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aquel suelo porque compartía el mismo espacio con el mundo de los muertos. Cualquier cosa allí quedaría tocada por la muerte.

Cara dirigió la mirada a la recta franja sin vida que se perdía en la oscilante distancia.

—Así que pensáis ¿qué?... ¿Que esto es un límite?—Lo fue.Cara pasó la mirada de su rostro al de Kahlan, y de nuevo la dirigió a lo

lejos.—¿Dividiendo qué?En lo alto, una bandada de criaturas de puntas negras hizo su aparición,

dejándose llevar por las corrientes altas describiendo perezosos círculos mientras observaban.

—No lo sé —admitió Richard.Volvió a mirar al oeste, descendiendo de nuevo por la poco empinada

ladera que se alejaba de las montañas, de vuelta donde habían estado.—Pero mirad —siguió Richard, indicando el interior del abrasador

páramo del que habían venido—. Discurre de vuelta hacia los Pilares de la Creación.

A medida que la vegetación que crecía iba reduciéndose y finalmente dejaba de existir yendo en aquella dirección, también lo hacía la franja de terreno sin vida, que ya no se podía distinguir del páramo circundante porque no había vida que indicara dónde había estado la línea.

—No se puede saber hasta dónde llega —dijo Richard—. Es posible que discurra todo el camino de vuelta hasta el mismo valle.

—Esa parte carece de sentido para mí —repuso Kahlan—. Puedo entender lo que quieres decir sobre que podría ser como los limites alzados en el Nuevo Mundo, los límites entre la Tierra Occidental, la Tierra Central y D'Hara. Hasta ahí lo sigo. Pero ¡que se me lleven los espíritus si comprendo por qué tendría que discurrir hasta los Pilares de la Creación. Esa parte sencillamente me resulta incomprensible.

Richard giró y volvió a mirar al este, hacia donde se dirigían, a la rugosa muralla gris de montañas que se alzaban vertiginosamente del vasto suelo del desierto, estudiando la lejana quebrada situada un poco al norte de donde la línea del límite discurría en dirección a aquella, montañas.

Miró al sur, al carro que marchaba hacía aquellas montañas.—Será mejor que alcancemos a los demás —dijo Richard por fin—.

Necesito reanudar la traducción del libro.

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Las espectrales agujas alrededor de Richard refulgían bajo la persistente caricia del bajo sol. En la ambarina luz, mientras reconocía el desolado borde de las imponentes montañas del otro lado, largos charcos do sombras se oscurecían hasta adquirir el color negro azulado de los moretones. Las cúspides de roca rojiza se erguían como guardianes de piedra a lo largo de los trechos inferiores de las desiertas estribaciones, como si aguzaran el oído para captar el crujido resonante de sus pisadas por aquellos serpenteantes lechos de gravilla.

Richard había sentido el deseo de estar solo para pensar, así que había marchado a explorar por su cuenta. Es difícil pensar cuando la gente no deja de hacer preguntas.

Se sentía frustrado porque el libro no le había contado nada aun que pudiese explicar la presencia de la extraña línea divisoria, mucho menos la conexión entre el título del libro, el lugar llamado los Pilares de la Creación y las personas que carecían del don como Jennsen. El libro, en su inicio, que era lo que hasta el momento habla traducido, parecía ser principalmente un registro histórico de casos de «Pilares de la Creación», como se llamaba a los que eran como Jennsen, y los intentos infructuosos de «curar» a aquellos «desventurados».

Richard empezaba a tener la clara sensación de que el libro presentaba una cuidadosa base de primeros detalles en preparación de algo desastroso. El casi estremecido cuidado presente en la narración de cada posible medida que había sido investida le producía la sensación de que quien fuera que escribió el libro estaba siendo concienzudo por motivos trascendentales.

No atreviéndose a aminorar el ritmo de la marcha. Richard había estado traduciendo mientras iba montado en el carro. El dialecto era ligeramente distinto del d’haraniano culto que estaba acostumbrado a leer, así que la traducción resultaba una tarea lenta, en especial sentado en la parte trasera de un tarro que iba dando brincos. No tenía modo de saber si el libro acabaría por ofrecer respuestas, pero lo corroía la inquietud respecto a aquello que el relato iba desvelando. Se habría saltado páginas, pero en el pasado había averiguado que, al hacerlo, a menudo malgastaba más tiempo del que ahorraba, ya que interfería con una comprensión exacta, lo que en ocasiones conducía a conclusiones peligrosamente equivocadas. Sencillamente tendría que seguir con ello.

Tras trabajar todo el día, intensamente concentrado en el libro, había acabado con un terrible dolor de cabeza. Había pasado días sin ellos, pero en la actualidad, cuando aparecían, parecían ser peores cada vez. No contó a Kahlan lo mucho que le preocupaba no conseguir llegar al pozo de la sliph en Tanimura. Además de trabajar en la traducción, se estrujaba el celebro intentando hallar una solución.

Si bien no tenía ni idea de cuál era la solución a los dolores de cabeza que le provocaba el don, tenía la persistente sensación de que se encontraba dentro de él. Temía que fuera una cuestión de equilibrio que no conseguía ver. Incluso había recurrido, en una ocasión, estando solo, a sentarse y

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meditar como las Hermanas le habían enseñado en una ocasión para concentrarse en el don de su interior. No había servido de nada.

No tardaría en oscurecer y tendrían que detenerse a pasar la noche. Puesto que el terreno había cambiado, ya no era una tarea sencilla ver si la zona circundante estaba despejada. Ahora había lugares en los que un ejército podía permanecer al acecho. Y habida cuenta de que las criaturas los seguían de cerca, no había forma de saber quién podría estar vigilándolos. Además de desear una pausa para pensar sobre lo que había leído y lo que podría encontrar en su interior en respuesta al problema de los dolores de cabeza. Richard quería comprobar los alrededores por sí mismo.

Se detuvo un instante para contemplar cómo una familia de codornices cruzaba apresuradamente una zona de terreno despejado. Trotaron en fila mientras el padre, posado encima de una roca, hacía de vigía. En cuanto se fundieron con la maleza, volvieron a ser invisibles.

Pequeños pinos escuálidos salpicaban la extensión de colinas irregulares, barrancos y afloramientos rocosos del margen de las montañas. Más arriba en las laderas, coníferas más grandes crecían en mayor abundancia. En zonas bajas, resguardadas, había grupos de matorrales dispuestos en espesos macizos. Pastos ralos cubrían parte del terreno abierto.

Richard se secó el sudor de los ojos. Esperaba que con la puesta del sol el aire refrescara un poco. Avanzaba por la zona resguardada que ofrecía un pliegue entre dos colinas, cuando al alargar la mano para agarrar la correa del odre, con intención de tomar un buen trago, un movimiento en una ladera atrajo su atención.

Se deslizó tras la protección que ofrecía un largo saliente de roca para quedar escondido y. echando un vistazo con cuidado, vio que un hombre descendía por la ladera de la colina. El sonido de los guijarros crujiendo bajo los pies y resbalando cuesta abajo enviaba un lejano eco a través de los rocosos desfiladeros.

Richard había esperado que, a medida que abandonaban el formidable páramo, en cualquier momento podrían empezar a encontrarse con gente, así que había hecho que todo el mundo se quitara la negra vestimenta del pueblo nómada del desierto y volviera a ponerse las sencillas ropas de viaje. Si bien él llevaba pantalones negros y una simple camisa, la espada no era precisamente algo que pasara desapercibido. También Kahlan se había puesto ropas sencillas más acordes con la vestimenta de los empobrecidos habitantes del Viejo Mundo, pero en Kahlan éstas no parecían cambiar gran cosa; era difícil ocultar su figura y cabellos. Y aún mis su presencia. Una vez que aquellos ojos verdes suyos se fijaban en la gente, ésta por lo general sentía el impulso de doblar la rodilla en tierra e inclinar la cabeza. La ropa que llevara no servía de gran cosa.

Sin duda el emperador Jagang había divulgado la descripción de ambos por todas partes y ofrecido una recompensa lo bastante importante como para que incluso a sus enemigos les resultase difícil resistirse. No obstante, para muchos en el Viejo Mundo el precio de seguir viviendo bajo el gobierno brutal de la Orden Imperial era demasiado alto. A pesar de la recompensa, había muchos que ansiaban vivir en libertad y estaban dispuestos a actuar para conseguir ese objetivo.

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Existía también el problema del vínculo que el lord Rahl tenía con el pueblo de D'Hara; mediante ese antiguo vínculo forjado por los antepasados de Richard, los d'haranianos podían percibir dónde estaba el lord Rahl. A través de aquel vínculo, la Orden Imperial también podía descubrir dónde estaba Richard. Todo lo que tenían que hacer era torturar a un d'haraniano para sacarle la información. Si no conseguían que una persona hablara bajo tortura, no tendrían inconveniente en probar con otras hasta averiguar lo que querían.

Mientras Richard observaba, el hombre solitario, una vez alcanzada la base de la colina, inició la marcha por los lechos de grava que cubrían el fondo de los rocosos barrancos. Más allá, a la derecha de Richard, el carro y los caballos levantaban un largo reguero de polvo. Era ahí a donde parecía dirigirse el hombre.

A tal distancia era difícil saberlo con seguridad, pero Richard dudó que el hombre fuese un soldado. Tampoco era probable que fuese un explorador, no en su propia tierra, y no estaban cerca de los focos de sublevación contra el gobierno de la Orden Imperial. Richard no pensaba que existiera ningún motivo para que pasaran soldados por allí, a través de zonas tan deshabitadas. Después de todo, aquel era el motivo de que hubiese elegido esa ruta, dirigiéndose al este, a la sombra de las montañas, antes de tomar una ruta más hacia el norte, de vuelta a donde habían estado.

También existía la posibilidad de que el vínculo hubiese revelado sin querer el paradero de Richard y que hubiese salido un ejército en su busca. Si el hombre era un soldado, dentro de poco podía haber más, igual que hormigas, descendiendo en tropel de las colinas.

Richard trepó al lado posterior de una prominencia rocosa y te tumbó sobre el estómago, observando. A medida que el hombre se fue acercando, Richard advirtió que parecía joven, de menos de treinta años, algo escuálido, y que no iba vestido en absoluto como un soldado. Por el modo en que daba traspiés, no estaba acostumbrado al terreno, o tal vez simplemente no estaba acostumbrado a viajar. Era muy cansado andar por un terreno de rocas sueltas, afiladas, en especial en una ladera, ya que jamás había un trecho por donde avanzar con una zancada regular.

El hombre se detuvo, estirando el cuello para mirar detenidamente el carro, jadeando por el esfuerzo del descenso por la ladera, se peinó los rubios cabellos hacia atrás repetidamente con los dedos, luego dobló la cintura y descansó una mano en una rodilla mientras recuperaba el aliento.

Cuando el hombre se enderezó y volvió a ponerte en marcha, avanzando por la seca cuenca, Richard volvió a descender sigilosamente de la roca. Usó la disposición del terreno y los escuálidos pinos para mantenerse oculto, y se detuvo de vez en cuando, a medida que se acercaba, para aguzar el oído y escuchar las pesadas pisadas y la respiración fatigosa, comprobando su cálculo del lugar donde se hallaba el desconocido.

Desde detrás de una pared de roca que se alzaba solitaria sus buenos dieciocho metros. Richard se asomó con cautela para echar un vistazo. Había conseguido recorrer la mayor parte de la distancia sin que el hombre se diera cuenta de su presencia. Richard se movió en silencio entre los árboles, las rocas y las laderas, hasta situarse por delante del hombre y en su línea de marcha.

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Inmóvil como una piedra tras una retorcida aguja de roca que sobresalía del accidentado terreno, Richard escuchó con atención el crujido de pisadas aproximándose, y cómo el hombre respiraba fatigosamente mientras trepaba al otro lado de las lenguas de roca que yacen en su camino.

Cuando el hombre estuvo a menos de dos metros de distancia. Richard salió delante de él.

El hombre lanzó una exclamación ahogada, a la vez que retrocedía un paso, asustado.

Richard contempló al hombre sin ninguna emoción aparente, pero interiormente el poder de la espada se revolvía con la amenaza de la cólera contenida. Por un instarle, Richard notó que el poder titubeaba. La magia de la espada interpretaba la percepción de peligro de su dueño, de modo que tal vacilación podría deberse a que aquel hombre no parecía ser una amenaza inmediata.

La ropa del desconocido consistía en unos pantalones marrones, una camisa de lino y un deshilachado abrigo de pana que habían visto tiempos mejores. Parecía haber tenido un viaje difícil; pero por otra parte, también Richard se había vestido con ropa sencilla para no levanta, sospechas. La mochila del hombre no parecía contener apenas nasa. Dos odres de agua, con las correas entrecruzadas al pecho, frunciendo el ligero abrigo, estaban planos y vacíos. No llevaba armas que Richard pudiera ver, ni siguiera un cuchillo.

El hombre aguardaba expectante, como si temiera ser el primero en hablar.

—Parece que te diriges hacia mis amigos —dijo Richard, ladeando la cabeza en dirección a la fina columna dorada de polvo que flotaba como una señal luminosa bajo la luz del sol.

El hombre, con los ojos muy abiertos, los hombros encorvados, se echó hacía atrás el cabello varias veces. Richard permaneció inmóvil ante él igual que un pilar de piedra, cerrándole el paso. Los ojos azules del hombre se movieron a ambos lados, aparentemente comprobando si tenía una ruta de escape en el caso de que decidiera salir corriendo.

—No tengo intención de hacerte daño —dijo Richard—. Sólo quieto saber que tramas.

—¿Tramar?—Pues claro, te diriges hacia el carro.El hombre dirigió una veloz mirada en dirección al carro, que no era

visible al otro lado de los escarpados pliegues de roca, luego abajo, a la espada de Richard, y finalmente arriba, a los ojos de este.

—Busco... busco ayuda —respondió por fin.—¿Ayuda?El hombre asintió.—Sí, estoy buscando a aquel cuyo oficio es pelear.

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Richard ladeó la cabeza.—¿Buscas a un soldado de alguna clase?El otro tragó saliva ante el entrecejo fruncido de Richard.—Sí, eso es.Richard se encogió de hombros.—La Orden Imperial tiene muchos soldados. Estoy seguro de que si

sigues buscando, tropezarás con algunos.El hombre negó con la cabeza.—No, busco al hombre venido de muy lejos... de muy lejos en el norte. El

hombre que vino para traer la libertad a muchos de los pueblos oprimidos del Viejo Mundo. El hombre que nos da esperanzas a todos de que la Orden Imperial, que el Creador perdone sus equivocados métodos, será expulsada de nuestras vidas para que podamos estar en paz una vez más.

—Lo siento —dijo Richard—, no conozco a nadie así.El hombre no pareció desilusionado por las palabras de Richard. Pareció

más bien que no las creía. Sus delgadas facciones resultaban agradables, incluso a pesar de que no parecía convencido.

—¿Crees que podríais... —el hombre extendió un brazo al frente, señalando—, al menos... dejarme tomar un trago?

Richard se relajó un poco.—Claro.Retiró la correa de su hombro y le arrojó el odre al hombre. Este lo

atrapó como si fuese un cristal valiosísimo que temiera dejar caer. Forcejeó con el tapón, extrayéndolo finalmente, y empezó a tomar tragos de agua.

—Lo siento —dijo, deteniéndose bruscamente y bajando el odre—. No era mi intención beberme toda vuestra agua de golpe.

—No pasa nada. —Richard le indicó que terminara de beber—. Tengo más allá en el carro. Tú pareces necesitarlo.

Mientras Richard introducía un pulgar tras mi ancho cinturón de cuero, el hombre inclinó la cabeza en agradecimiento antes de levantar el odre para tomar un largo trago.

—¿Dónde oíste hablar de ese hombre que lucha por la libertad? —preguntó Richard.

El hombre volvió a bajar el odre, y sus ojos no se apartaron ni un momento de Richard mientras hacía una pausa para recuperar el aliento.

—De muchas bocas. La libertad que ha difundido aquí abajo, en el Viejo Mundo, nos ha traído esperanza a todos.

Richard sonrió interiormente ante el modo en que la brillante esperanza dé la libertad ardía incluso en un lugar tan lóbrego como el corazón del Viejo Mundo. Había personas en todas partes que anhelaban las mismas cosas en

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la vida, que anhelaban una oportunidad de vivir su vida libremente y prosperar mediante su propio trabajo.

En lo alto, una criatura de puntas negras, las alas totalmente extendidas, hizo su aparición mientras planeaba a través de la despejada franja de ciclo sobre un par de elevaciones rocosas. Richard no tenía su arco, pero el ave se mantuvo fuera de su alcance, de todos modos.

El hombre se encogió, asustado, al ver a la criatura igual que lo haría un conejo al ver un halcón.

—Lamento no poder ayudarte —dijo Richard cuando la criatura hubo desaparecido, y echó una mirada de comprobación atrás, en dirección al carro, más allá de la colina cercana—. Viajo con mi esposa y mi familia, buscando trabajo, un lugar en el que ocuparme de mis propios asuntos.

Los asuntos de Richard eran la revolución, si quería tener una posibilidad de que su plan funcionara, y había varias personas esperándolo para tal propósito. Pero, tenía problemas más urgentes, primero.

—Pero, lord Rahl, mi gente necesita...Richard giró en redondo, de vuelta hacía él.—¿Por qué me llamas así?—Lo, lo siento. —El hombre tragó saliva—. No era mi intención enojaros.—¿Qué te hace pensar que soy ese lord Rahl?El hombre movió la mano arriba y abajo delante de Richard mientras

farfullaba, intentando encontrar las palabras.—Vos, vos, vos simplemente... lo sois. No puedo imaginar... que otra

cosa queréis que diga, lo siento si os he ofendido al ser tan descarado, lord Rahl.

Cara surgió sigilosa de detrás de una aguja de roca.—¿Qué tenemos aquí?El hombre lanzó un grito ahogado de sorpresa al verla a la vez que

retrocedía atemorizado otro paso más, aferrando el odre de agua contra el pecho, como si fuese un escudo de acero.

Tom, con el cuchillo de plata en la mano, salió de un barranco situado detrás del hombre, cerrándole el paso por si el desconocido decidía salir huyendo, de vuelta por donde había venido.

El hombre giró en un círculo y se encontró a Tom alzándose a su espalda. Cuando finalmente completó el círculo y vio a Kahlan de pie junto a Richard, soltó otro grito ahogado. Todos llevaban polvorientas ropas de viaje, pero Richard supuso que en aquel momento de ningún modo parecían simples viajeros en busca de trabajo.

—Por favor —dijo el hombre—, no tengo malas intenciones.—Cálmate —le indicó Richard a la vez que dirigía una mirada de soslayo

a Cara; las palabras no sólo iban dirigidas al hombre sino también a la mord-sith—. ¿Estás solo? —preguntó al desconocido.

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—Sí, lord Rahl. Estoy en una misión en nombre de mi pueblo, tal y como os dije, y desde luego se os perdona vuestra naturaleza agresiva, yo no esperaría menos. Quiero que sepáis que no os guardo ningún resentimiento.

—¿Por qué piensa que sois lord Rahl? —preguntó Cara a Richard en un tono que sonó más a acusación que a pregunta.

—He oído las descripciones —terció el hombre y, aun aferrando el odre contra el pecho, señaló con la otra mano —. Y esa espada. He oído hablar de la espada de lord Rahl. —Movió la mirada con cautela hacia Kahlan—. Y la Madre Confesora, por supuesto —añadió, bajando la cabeza.

—Por supuesto —suspiró Richard.Había esperado tener que ocultar la espada estando en compañía de

extraños, pero ahora supo lo importante que eso iba a ser cada vez que miraran en zonas habitadas. En cualquier caso, la espada seria relativamente fácil de esconder. No sucedía lo mismo con Kahlan. Pensó que tal vez podrían cubrirla de harapos y decir que era una leprosa.

El hombre se inclinó cautelosamente al frente, el brazo extendido, y le entregó a Richard su odre.

—Gracias, lord Rahl.Richard tomó un largo trago de la nauseabunda agua antes de

ofrecérselo a Kahlan. Ella alzó el suyo para que él lo viera a la vez que declinaba con un único movimiento de cabeza. Richard tomó otro largo trago antes de volver a colocar el tapón y colgarse de nuevo la correa al hombro.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.—Owen.—Bien. Owen, ven al campamento con nosotros para pasar la noche.

Podemos llenarte los odres de agua antes de que marches por la mañana.Cara parecía a punto de estallar cuando dijo a Richard apretando los

dientes:—Por qué, sencillamente, no dejáis que me ocupe...—Creo que Owen tiene problemas que todos podemos comprender. Está

preocupado por sus amigos y familia. Por la mañana, él puede seguir su camino, y nosotros el nuestro.

Richard no quería al hombre libre andando en la oscuridad, donde no podía mantenerlo vigilado tan fácilmente como podía hacerlo si estaba en el campamento. Por la mañana resultaría muy fácil asegurarse de que no los estaba siguiendo. Cara comprendió finalmente las intenciones de Richard y se relajó. Él sabía que la mord-sith quería tener a cualquier desconocido bajo su vigilancia mientras Richard y Kahlan dormían.

Con Kahlan a su lado, Richard inició el regreso al carro. El hombre los siguió, girando la cabeza de lado a lado, de Tom a Cara, y viceversa.

Puesto que iban de vuelta al carro, Richard consumió la poca agua que quedaba en su odre mientras, detrás, Owen le daba las gracias por la invitación y prometía no causar ningún problema.

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Richard tenía intención de ocuparse de que Owen mantuviera su promesa.

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Una vez encima del carro, Richard sumergió los dos odres de Owen en el barril que todavía contenía agua. Owen, sentado con la espalda presionada contra una rueda, alzaba los ojos hacia Richard de vez en cuando, observando expectante, mientras Cara le dirigía miradas de hostilidad. Estaba claro que a Cara no le gustaba aquel tipo, pero protectoras como eran las mord-sith, aquello no significaba necesariamente que intuyera que era un peligro real.

Por algún motivo, no obstante, a Richard tampoco le gustaba demasiado aquel hombre. No era tanto que le desagradara, sino que simplemente no conseguía que le cayera simpático. Era educado y desde luego no parecía amenazador, pero había algo en la actitud del hombre que hacía que Richard se sintiera... con los nervios a flor de piel.

Tom y Friedrich partieron la leña seca que habían recogido y la arrojaron a la pequeña hoguera. El maravilloso aroma de la resina de pino disimuló el olor de los cercanos caballos.

De vez en cuando Owen dirigía una mirada atemorizada a Cara, Kahlan, Tom y Friedrich. Aunque, de lejos, con quien más incómodo se sentía era con Jennsen. Intentaba mantener los ojos apartados de ella, no mirarla directamente a los ojos, pero no dejaba de verte atraído por su roja melena, que relucía a la luz de la hoguera. Cuando Betty se aproximó para investigar al desconocido, Owen contuvo la respiración. Richard indicó a éste que la cabra sólo quería que le prestaran atención. Owen palmeó con cautela la coronilla de Betty como si la cabra fuese un gar que podría arrancarle el brazo si no tenía cuidado.

Jennsen, con una sonrisa, y haciendo caso omiso del modo en que él la miraba el cabello, ofreció a Owen un poco de su cecina.

Owen se limitó a contemplar con ojos desorbitados cómo ella se inclinaba hacia él.

—No soy una bruja —le dijo a Owen—. La gente lo piensa por mi cabello rojo. Pero no lo soy. Puedo asegurarte que no poseo magia.

El tono cortante de su voz sorprendió a Richard, recordándole que había hierro bajo su femenina elegancia.

Todavía con los ojos contó platos, Owen dijo:—Por supuesto que no. Yo, yo... simplemente nunca vi un... pelo tan

bonito, eso es todo.—Vaya, muchas gracias —repuso Jennsen, y su sonrisa regresó.La muchacha volvió a ofrecerle un pedazo de cecina.—Lo siento —dijo él educadamente—, pero prefiero no comer carne, si

no os importa.

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Introdujo rápidamente la mano en el bolsillo, sacando una bolsa de tela que contenía galletas secas. Se obligó a dirigir una sonrisa a Jennsen a la vez que le ofrecía una.

—¿Queréis?Tom dio un respingo, dirigiendo una mirada iracunda a Owen.—Gracias, no —respondió Jennsen a la vez que retiraba la mano

extendida y se sentaba sobre una roca baja y plana: agarró a Betty de una oreja y la obligó a tumbarse a sus pies—. Será mejor que te comas las galletas tú si no quieres carne —dijo a Owen—. Me temo que no tenemos mucha comida que no lo sea.

—¿Por qué no comes carne? —preguntó Richard.Owen alzó los ojos para mirar por encima del hombro a Richard, que

estaba en el carro.—No me gusta la idea de hacer daño a animales simplemente para

satisfacer mi deseo de comida.—Ese es un sentimiento bondadoso —observó Jennsen, sonriendo

educadamente.Owen mostró una nerviosa sonrisa antes de que su mirada se viera

atraída de nuevo a los cabellos de la muchacha.—Es lo que siento —dijo, apartando finalmente la mirada de ella.—Rahl el Oscuro sentía lo mismo —repuso Cara, dirigiendo una mirada

hostil a Jennsen—. Le vi matar a latigazos a una mujer porque la pilló comiendo una salchicha en los pasillos del Palacio del Pueblo. Lo consideró una falta de respeto a sus sentimientos.

Jennsen se la quedó mirando, atónita.—En otra ocasión —siguió Cara mientras masticaba un pedazo de

salchicha—, iba yo con él cuando dobló una esquina en el exterior del palacio, cerca de los jardines. Descubrió a un soldado encima de su caballo comiendo un pastel de carne. Rahl el Oscuro arremetió contra él con un rayo mágico, decapitando el caballo del hombre... bum, la cabeza cayó al seco. El hombre consiguió aterrizar de pie mientras el resto de su montura chocaba contra el suelo. Rahl el Oscuro alargó el brazo, cogió la espada del soldado, y en un ataque de cólera abrió de un tajo el vientre del animal. Luego agarró al soldado por el pescuezo y le metió la cabeza dentro de las tripas del caballo, chillándole que comiera. El hombre hizo lo que pudo, pero acabó asfixiado entre las vísceras calientes del caballo.

Owen se cubrió la boca mientras cerraba los ojos.Cara agitó su salchicha como señalando a Rahl el Oscuro, de pie, ante

ella.—Volvió la cabeza hacia mí, su furia desaparecida, y me preguntó cómo

podía ser la gente tan cruel como para comer carne.Jennsen, boquiabierta, preguntó:

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—¿Qué dijiste?Cara se encogió de hombros.—¿Qué podía decir? Le dije que no lo sabía.—Pero ¿por qué comía carne la gente, entonces, si él era así? —quiso

saber Jennsen.—La mayor parte del tiempo no era así. Los vendedores ambulantes

vendían carne en el palacio y él por lo general no les prestaba atención. A veces meneaba la cabeza con repugnancia, o los tildaba de crueles, pero por lo general ni siquiera se fijaba.

Friedrich asentía.—Eso era lo que pasaba con aquel hombre... uno nunca sabía que iba a

hacer. Podría sonreír a una persona, o hacer que la torturaran hasta morir. Uno jamás lo sabía.

Cara clavó los ojos en las llamas bajas de la fogata.—Por más que uno le diera vueltas a la cabeza no había modo de saber

cómo reaccionaría. —Su voz adoptó un timbre quedo y angustiado—. Que era sólo una cuestión de tiempo que los matara, también, y por lo

tanto vivían sus vidas como lo harían los condenados, aguardando a que el hacha cayera, sin disfrutar de la vida ni de la perspectiva de un futuro.

Tom asintió en lúgubre acuerdo con la evaluación de Cara de la vida en D'Hara mientras arrojaba un pedazo de madera al fuego.

—¿Es eso lo que hiciste, Cara? —preguntó Jennsen.Cara alzó los ojos y frunció el ceño.—Yo soy una mord-sith. Las mord-sith siempre estamos dispuestas a

abrazar la muerte. No deseamos morir viejas y desdentadas.Owen, mordisqueando su galleta seca como si tuviera la obligación de

comer ya que el resto lo hacía, se mostró conmocionado por el relato.—No puedo imaginar una vida tan violenta como la que debéis vivir

todos vosotros. ¿Estaba ese Rahl el Oscuro emparentado con vos lord Rahl? —Owen pareció pensar de improviso que podría haber cometido un error, y se apresuró a corregir la pregunta—. Tiene el mismo nombre... así que pensé, bueno, sólo pensé..., pero no quería insinuar que pensara que fuerais como él...

Descendiendo del carro. Richard entregó a Owen sus odres llenos.—Era mi padre.—No quería insinuar nada con la pregunta. Jamás pondría

intencionadamente en entredicho al padre de un hombre, en especial un hombre que...

—Lo maté —dijo Richard.

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Richard no se sentía con ganas de dar más detalles. Le repugnaba la simple idea de volver a relatar toda la espantosa historia.

Owen los contempló a todos boquiabierto como si fuera un cervatillo rodeado de lobos.

—Era un monstruo —dijo Cara, pareciendo sentir la necesidad de alzarse en defensa de Richard—. Ahora el pueblo de D'Hara tiene una posibilidad de esperar un futuro en el que vivirán sus vidas como deseen.

Richard se sentó en el suelo, junto a Kahlan.—Al menos lo tendrán si pueden librarse de la Orden Imperial.Con la cabeza gacha, Owen mordisqueó su galleta mientras los

observaba.Cuando nadie habló, Kahlan lo hizo.—¿Por qué no nos cuentas tus motivos para venir aquí, Owen?Richard reconoció que su tono era como el de la Madre Confesora

haciendo una pregunta educada pensada para tranquilizar a un peticionario asustado.

Owen inclinó la cabeza respetuosamente.—Sí, Madre Confesora.—¿La conoces también a ella? —preguntó Richard.—Sí, lord Rahl —respondió él, asintiendo.—¿Cómo?La mirada del hombre se movió de Richard a Kahlan y luego volvió a

Richard.—La noticia de vuestra presencia y la de la Madre Confesora se ha

propagado por todas partes. A todos los rincones ha llegado la noticia sobre el modo en que liberasteis a la gente de Altur'Rang de la opresión de la Orden Imperial. Aquellos que desean la libertad saben que vos sois quien la otorga.

Richard frunció el entrecejo.—¿Qué quieres decir con que yo soy quien la otorga?— Bueno, antes, la Orden Imperial gobernaba. Son brutales..., disculpad,

están mal aconsejados y no saben hacer otra cosa. Por eso su gobierno es tan brutal. Quizá no sea culpa suya. No soy yo quién para decirlo. —Owen desvió la mirada mientras intentaba hallar las palabras, a la vez que veía sus propias visiones de lo que la Orden Imperial había hecho para convencerlo de su brutalidad—. Entonces llegasteis vos y le disteis la libertad a la gente; tal y como hicisteis en Altur'Rang.

Richard se pasó una mano por la cara. Necesitaba traducir el libro. Necesitaba descubrir que había tras la cosa que Cara había tocado y las criaturas de puntas negras que los seguían, necesitaba volver a ponerse en contacto con Víctor y con aquéllos ocupados en la revuelta contra la Orden —

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hacía ya mucho que debería haberse reunido con Nicci— y necesitaba ocuparse de sus dolores de cabeza. Al menos, tal vez Nicci podría ayudar en eso.

—Owen, yo no “doy” la libertad a las personas.—Sí, lord Rahl.Evidentemente, Owen no se atrevía a discutir las palabras de Richard,

pero sus ojos decían con claridad que no lo creía.—Owen, ¿qué quieres decir cuando dices que crees que doy la libertad a

las personas?Owen dio un mordisquito a su galleta mientras pascaba la mirada por los

demás. Contorsionó los hombros en un cohibido encogimiento de hombros. Finalmente, se aclaró la garganta:

—Bueno, vos, vos hacéis lo que hace la Orden Imperial... matáis gente. —Agitó la galleta con torpeza, como si fuese una espada, acuchillando el aire—. Matáis a aquellos que esclavizan a la gente, y luego dais a las personas que estaban esclavizadas su libertad, de modo que la paz pueda regresar.

Richard aspiró profundamente. No estaba seguro de si Owen lo pensaba tal y como lo decía o si sencillamente tenía dificultades para explicarse ante personas que le ponían nervioso.

—No es exactamente de ese modo —dijo Richard.—Pero por eso vinisteis aquí. Todo el mundo lo sabe. Vinisteis al Viejo

Mundo para dar la libertad a la gente.Con los codos sobre las rodillas, Richard se inclinó hacia delante,

frotándose las palmas mientras pensaba en cuánto deseaba explicar. Sintió una oleada de calma cuando Kahlan le colocó una dulce mano sobre el hombro. No quería explicar el horror de cómo lo habían hecho prisionero y arrebatado del lado de Kahlan, pensando que jamás volvería a verla.

Richard hizo a un lado todo el peso de la emoción que le provocaba rememorar aquel largo suplicio y tomó otro enfoque.

—Owen, yo procedo de ahí arriba, en el Nuevo Mundo...—Sí, lo sé —dijo éste a la vez que asentía—. Y vinisteis aquí para liberar

a la gente de...—No. Esa no es la verdad. Nosotros vivíamos en el Nuevo Mundo.

Estábamos en paz en el pasado, al parecer de un modo muy parecido a como lo estaba tu gente. El emperador Jagang...

—El Caminante de los Sueños.—Sí, el emperador Jagang, el Caminante de los Sueños, envió a sus

ejércitos a conquistar el Nuevo Mundo, a esclavizar a nuestra gente...—A mi gente también.Richard asintió.

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—Comprendo. Sé lo espantoso que es eso. Sus soldados están arrasando el Nuevo Mundo, asesinando, esclavizando a nuestra gente.

Owen dirigió la llorosa mirada a lo lejos, a la oscuridad, a la vez que asentía.

—A mi gente también.—Intentamos defendernos —le dijo Kahlan—; pero son demasiados.Su ejército es demasiado numeroso para que podamos expulsarlos de

nuestra tierra.Owen volvió a mordisquear su gaitera, sin devolverle la mirada.—Mi pueblo le tiene terror a la gente de la Orden, el Creador perdone

sus equivocados métodos.—Así aúllen de dolor durante toda la eternidad bajo la sombra más

siniestra del Custodio del inframundo —repuso Cata.Owen se la quedó mirando, boquiabierto anee tal maldición pronunciada

en voz alta.—No podíamos combatir contra ellos de ese modo..., simplemente

hacerlos volver al Viejo Mundo —dijo Richard, atrayendo la mirada de Owen de vuelta a él mientras proseguía con el relato—. Así que yo estoy aquí abajo, en la tierra de Jagang, ayudando a la gente que ansía ser libre a deshacerse de las cadenas de la Orden. Mientras él está fuera conquistando nuestra tierra, ha dejado a su propio país a merced de aquellos que anhelan la libertad. Con Jagang y sus ejércitos lejos, eso nos da una posibilidad de atacar el punto débil de Jagang, de hacerle un daño significativo.

»Estoy haciendo esto porqué es el único modo en que podemos luchar contra la Orden Imperial; nuestro único medio de tener éxito. Si debilito sus cimientos, su fuente de hombres y apoyo, entonces tendrá que retirar a su ejército de nuestra tierra y regresar al sur, a defender la suya.

»La tiranía no puede durar eternamente. Por su misma naturaleza, pudre todo lo que gobierna, incluida ella misma. Pero eso puede cardar una eternidad, y yo intento acelerar ese proceso, de modo que aquellos a los que amo y yo podamos ser libres durante el tiempo que vivamos; libres para vivir nuestras propias vidas. Si se alza suficiente gente contra el gobierno de la Orden Imperial, Jagang y la Orden.

»Así es como combato contra él, como intento derrotarlo, como intento sacarlo de mi tierra.

Owen asintió.—Esto es lo que nosotros necesitamos también. Somos víctimas del

destino. Necesitamos que vengáis y saquéis a sus hombres de nuestra tierra, y que luego retiréis vuestra espada, vuestros métodos, de nuestra gente, de modo que podamos vivir de nuevo en paz. Necesitamos que nos deis la libertad.

Un trozo de madera chasqueó, lanzando un refulgente remolino de chispas hacia el ciclo. Richard, bajando la cabeza, junto las yemas de sus dedos. No creía que el hombre hubiese oído una sola palabra de lo que había

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dicho. Necesitaban descansar. Él necesitaba traducir el libro. Necesitaban llegar a donde se dirigían... Al menos no tenía dolor de cabeza.

—Owen, lo siento —dijo finalmente en voz queda—; no puedo ayudarte de un modo tan directo. Pero querría que comprendieses que mi causa va en vuestro favor, y que lo que estoy haciendo también provocará que Jagang acabe por sacar sus tropas de tu país o al menos debilitará su presencia de modo que podáis expulsarlos vosotros mismos.

—No —replicó Owen—, sus hombres no abandonarán mi tierra hasta que vos vengáis y... —Owen se estremeció—. Y los destruyáis.

La palabra misma, la implicación que conllevaba, parecía resultarle nauseabunda a aquel hombre.

—Mañana —dijo Richard, sin molestarse ya en mostrarse educado— tenemos que seguir nuestro camino. Tú también tendrás que seguir el tuyo. Te deseo éxito en tu tarea de librar a tu pueblo de la Orden Imperial.

—Nosotros no podemos hacer tal cosa —protestó él, y se sentó más erguido—. No somos salvajes. Vos y los que son como vos... los que sois incultos... depende de vosotros hacerlo y darnos la libertad. Yo soy el único que puede traeros. Debéis venir y hacer lo que hacen los que son como vos. Debéis dar la libertad a nuestro imperio.

Richard se frotó la frente con los dedos. Cara empezó a levantarse. Una mirada de Richard hizo que se volviera a sentar.

—Te di agua —repuso Richard mientras se ponía en pie—, no puedo darte libertad.

—Pero debéis...—Guardia doble esta noche —dijo Richard a la vez que se volvía hacia

Cara, interrumpiendo a Owen.Cara asintió una vez mientras torcía la boca con una satisfecha sonrisa

de férrea determinación.—Por la mañana —añadió Richard—, Owen seguirá su camino.—Sí —dijo ella, deslizando su feroz mirada de ojos azules sobre Owen—,

desde luego que lo hará.

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—¿Qué es? —preguntó Kahlan cuando alcanzó el carro y se colocó junto a él con su caballo.

Richard parecía estar furioso por algo, y ella vio que tenía el libro en una mano; la otra estaba apretada en un puño. Richard abrió la boca, a punto de hablar, pero cuando Jennsen, arriba en el pescante, junto a Tom, volvió la cabeza atrás para ver qué sucedía, Richard dijo a ésta en su lugar:

—Kahlan y yo vamos a ir a explorar por adelante. Vigila a Betty para que no salte fuera, ¿quieres, Jenn?

Jennsen le sonrió y asintió.—Si Betty os causa problemas —indicó Tom—, no tenéis más que

decírmelo y la llevaré a ver a una dama que conozco y obtendré unas cuantas salchichas de carne de cabra.

Jennsen sonrió ampliamente ante el chiste que ambos compartían y dio a Tom un pequeño codazo en las costillas. Mientras Richard pasaba por encima del costado del carro y se dejaba caer al suelo, la muchacha chasqueó los dedos en dirección a la cabra, que meneaba la cola.

—¡Betty! Tú te quedas aquí. Richard no necesita que lo sigas cada vez.Betty, con las pezuñas delanteras sobre la barandilla protectora, lanzó

un balido mientras alzaba los ojos hacia Jennsen, como si le pidiera que lo reconsiderara—. Abajo —le ordenó la muchacha—. Túmbate.

Betty volvió a balar y de mala gana saltó de nuevo al interior de la plataforma del carro, pero no se conformó con menos de un par de caricias tras las orejas antes de acceder a tumbarse.

Kahlan se inclinó hacia delante en la silla de montar y desató las riendas del caballo de Richard de la trasera del vehículo. Él puso el pie en el estribo y se izó sobre la montura. Ella pudo ver que estaba inquieto por algo, pero sólo mirarlo le alegraba el corazón.

Richard inclinó su peso ligeramente hacia delante, instando al caballo a adelantarse. Kahlan apretó las piernas contra el costado de su propia montura para espolearla a un medio galope. Éste siguió cabalgando al frente, doblando varias curvas en el terreno más llano situado entre las escarpadas laderas, hasta que alcanzó a Cara y Friedrich, que patrullaban a la cabeza del grupo.

—Vamos a comprobar el frente durante un rato —les dijo—. Por qué no os replegáis y comprobáis la retaguardia.

Kahlan sabía que Richard los enviaba atrás poique si la llevaba a la retaguardia con la excusa de vigilar cualquier cosa que pudiera caer sobre ellos por detrás, Cara no haría más que rezagarse para comprobar que estaban bien. Si se encontraban delante, Cara no se preocuparía.

Cara tiró de las riendas y dio la vuelta. El sudor le pegó a Kahlan la camisa a la espalda cuando se inclinó sobre la cruz de su montura. A pesar

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de los pastos altos que salpicaban las estribaciones y las esporádicas y poco espesas zonas arboladas, el calor seguía acompañándolos. Refrescaba un poco de noche, ahora, pero los días eran calurosos, con la humedad aumentando a medida que se acumulaban las nubes contra la barrera montañosa situada a su derecha.

De cerca, el muro de montañas escarpadas del este resultaba una visión amedrentadora. Paredes verticales de roca se alzaban debajo de mesetas que se habían desmoronado mesetas y paredes aún más altas, parecía como si toda la cordillera se estuviera desmoronando poco a poco. Con declives de cientos de metros, trepar por un pedregal tan inestable sería imposible. Si existían pasos a través de las áridas laderas, sin duda eran pocos y resultarían difíciles de franquear.

Pero conseguir dejar atrás aquellas montañas grises de roca abrasadora, tomo podían ver ahora, no era precisamente el mayor problema.

Aquellas montañas más próximas que se extendían al norte y al sur ocultaban en parte lo que había al otro lado: una cordillera mucho más sobrecogedora de picos cubiertos de nieve que se alzaban para cerrar cualquier paso al este.

Aquellas montañas imponentes superaban en escala a cualquiera que Kahlan hubiese visto nunca. Ni siquiera las más escarpadas de las montañas Rang'Shada en la Tierra Central podían equipararse a ellas. Esas montañas eran como una raza de gigantes. Paredes de roca cortadas a pico ascendían cientos de metros en línea recta. Laderas terribles se elevaban ininterrumpidas por ningún desfiladero ni fisura y resultaban tan escarpadas que pocos árboles conseguían encontrar un asidero. Elevados picos atestados de nieve que ascendían majestuosos por encima de nubes azotadas por el viento estaban tan apretujados entre sí que le recordaban más el largo borde irregular de un cuchillo que unas cimas separadas.

El día anterior, cuando había visto a Richard estudiando aquellas montañas imponentes, Kahlan le había preguntado si pensaba que existía algún modo de cruzarlas. El había dicho que no, que el único camino que podía ver para pasar al otro lado era posiblemente la quebrada que había divisado con anterioridad, y aquella quebrada se encontraba aún a bastante distancia en dirección norte.

Por el momento, bordeaban las montañas más próximas a medida que aquella cordillera discurría hacia el norte, a lo largo de las tierras bajas, de más fácil travesía.

Mientras pasaban junto a la base de una colina poco empinada cubierta con pastos marrones, Richard aminoró finalmente la marcha de su caballo y se volvió sobre la silla, comprobando que los demás los seguían aún, aunque a una buena distancia por detrás.

—Me he saltado páginas del libro —dijo, colocando su caballo casi pegado a ella.

A Kahlan no le gustó.—Cuando te pregunté por qué no te saltabas páginas, dijiste que no era

sensato.

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—Lo sé, pero en realidad no estaba consiguiendo nada y necesitamos respuestas.

Mientras los caballos adoptaban un paso tranquilo. Richard se frotó los hombros.

—Después de todo ese calor no puedo creer el frío que está empezando a hacer.

—¿Frío? ¿Qué estás...?—¿Sabes esas personas tan poco comunes que son como Jennsen? —el

cuero de su silla de montar crujió cuando se inclinó hacía Kahlan—. ¿Las que nacen sin el don, sin siquiera una diminuta chispa del don?

¿Los Pilares de la Creación? Bueno pues, allá, en la época en que se escribió este libio, no eran tan poco comunes.

—¿Te refieres a que era más corriente que nacieran?—No, las que habían nacido empezaron a crecer, a casarse y a tener

hijos... hijos sin el don.Kahlan volvió la mirada hacia él, sorprendida.—¿Los eslabones rotos en la cadena del don de los que hablabas?Richard asintió.—Eran los hijos del lord Rahl. Por aquel entonces, no era como en

tiempos recientes, con Rahl el Oscuro, o con su padre. Por lo que puedo entender, todos los hijos del lord Rahl y su esposa eran parte de su familia, y tratados como tales, incluso aunque nacieran con ese problema. Parece ser que los magos intentaron ayudarlos; tanto a los vástagos directos, como luego a sus hijos y a los hijos de éstos. Intentaron curarlos.

—¿Curarlos? ¿Curarlos de qué?Richard alzó los brazos en un ademán de frustración.—De haber nacido sin el don... de haber nacido sin esa chispa diminuta

del don que tienen todos los demás. Los magos de aquella época intentaron restaurar las rupturas en el vínculo.

—¿Cómo pensaban que podrían ser capaces de curar a alguien de no tener la chispa del don?

Richard apretó los labios mientras pensaba en un modo de explicarlo.—Bueno, ¿sabes los magos que te enviaron a través del límite en busca

de Zedd?—Sí —respondió Kahlan, arrastrando con suspicacia la palabra.—Ellos no nacieron con el don, es decir, que no nacieron con ese don.

¿Qué eran... magos segundos o terceros? ¿Algo así? Me hablaste de ellos, en una ocasión. —Chasqueó los dedos cuando le vino a la mente—. Magos del Tercer Orden. ¿Verdad?

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—Sí. Solamente uno, Giller, era del Segundo Orden. Ninguno fue capaz de pasar las pruebas para ser mago del Primer Orden, como Zedd, porque no poseían el don. Ser magos era su vocación, pero carecían del don en el sentido convencional... aunque de todos modos poseían aquella chispa del don que todo el mundo tiene.

—A eso era a lo que me refería —dijo Richard—. No nacieron con el don de ser magos: simplemente con la chispa de él como todas las demás personas. Sin embargo Zedd los entrenó para que fueran capaces de utilizar magia... de ser magos... incluso a pesar de que no habían nacido con el don para ser magos.

—Richard, eso fue el trabajo de toda una vida.—Lo sé, pero la cuestión es que Zedd fue capaz de ayudarlos a ser

magos... al menos lo bastante magos como para pasar sus pruebas y conjurar magia.

—Sí, supongo... Cuando yo era pequeña me enseñaron cosas sobre el funcionamiento de la magia y sobre el Alcázar del Hechicero, sobre aquellas gentes y criaturas de la Tierra Central que poseen magia. Puede que no nacieran con el don, pero habían trabajado toda su vida para convertirse en magos. Realmente eran magos —insistió ella.

La boca de Richard se curvó hacia arriba con la clase de sonrisa que le indicaba que acababa de formular la esencia de su argumento.

—Pero no habían nacido con ese atributo, el don. —Se inclinó hacia ella—. Zedd, además de adiestrarlos, debe de haber usado magia para ayudarlos a convertirse en magos, ¿correcto?

Kahlan frunció el entrecejo ante la idea.—No lo sé. Jamás me hablaron de su adiestramiento.—Pero Zedd tiene Magia de Suma —insistió Richard—. La de Suma

puede cambiar cosas, ampliarlas, hacer que sean más de lo que son.—De acuerdo —admitió Kahlan con cautela—. ¿Qué quieres decirme?—Lo que quiero decir es que Zedd tomo a personas que no habían

nacido con el don para ser magos y las adiestró pero... lo que es más importante... debió de haber usado también su poder para ayudarlos a conseguir eso alterando el modo en que nacieron. Tuvo que haber aumentado su don. —Richard le dirigió una veloz mirada mientras su caballo rodeaba un pequeño pino—. Alteró personas mediante la magia.

Kahlan soltó un profundo suspiro mientras apartaba los ojos de Richard y miraba al frente, a la suave extensión de colinas cubiertas de pastos a ambos lados de ellos, mientras intentaba captar por completo el dignificado de lo que él le estaba diciendo.

—Jamás lo consideré, pero de acuerdo —dijo finalmente—. Y entonces, ¿qué pasa con ello?

—Pensábamos que solamente los magos de la antigüedad podían hacer tal cosa, pero, al parecer, no es un arte perdido ni sería tan descabellado. Lo que digo es que, al igual que Zedd dio a algunas aquello con lo que no

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nacieron, también los magos de antaño intentaron dar a la gente nacida como Pilares de la Creación una chispa del don.

La comprensión provocó un escalofrío a Kahlan. La implicación era pasmosa. No tan sólo los magos de antaño, sino también Zedd, habían usado magia para alterar la naturaleza de las personas, la naturaleza misma de lo que eran, de cómo habían nacido.

Supuso que él no había hecho más que ayudarlas a conseguir lo que era su mayor ambición en la vida —su vocación—, aumentando aquello con lo que ya habían nacido. Los ayudó a alcanzar todo su potencial. Pero eso era en hombres que poseían el potencial innato. Tanto que los magos de tiempos pasados probablemente usaron su poder por razones menos caritativas.

—Así pues —dijo él—, los magos de entonces, que eran expertos en alterar las capacidades de la gente, pensaron que podían curar a esas personas llamadas los Pilares de la Creación.

—Curarlas de no haber nacido con el don —repuso ella con un categórico tono de incredulidad.

—No exactamente. No intentaban convertirlos en magos, pero pensaban que podían, al menos, ser curados de su falta de esa chispa infinitesimal del don que les permitía interactuar con la magia.

Kahlan inspiró.—¿Y qué sucedió entonces?—Este libro se escribió después de que hubiese finalizado la gran guerra;

después de que se hubiese creado la barrera y el Viejo Mundo hubiese quedado aislado al otro lado. Se escribió después de que el Nuevo Mundo estuviera en paz, o, al menos, después de que la barrera contuviera al Viejo Mundo.

“Pero ¿recuerdas lo que descubrimos antes? ¿Que creemos que, durante la guerra, el mago Ricker y su equipo habían hecho algo para detener la transmisión del uso de la Magia de Resta a los hijos de los magos? Bien, tras la guerra, aquellos que nacían con el don empezaron a ser cada vez más raros, y los que nacían con él nacían sin el lado de Resta.

—Así pues, tras la guerra —dijo ella—, empezaron a dejar de aparecer aquellos que nacían con el don tanto de la Magia de Suma como de la de Resta... Pero eso ya lo sabíamos.

—Exacto. —Richard se inclinó hacia ella y alzó el libro—. Pero entonces, cuando empiezan a nacer cada vez menos magos, repentinamente los magos advierten que tienen que vérselas con todos los desprovistos del don, que son interrupciones totales en el vínculo con la magia. De improviso, además del problema de la caída del índice de natalidad de los que tienen el don para ser magos, tienen que enfrentarse con lo que llamaron Pilares de la Creación.

Kahlan osciló en la silla de montar mientras lo pensaba, intentando imaginar la situación en el Alcázar en aquella época.

—Puedo comprender que se sentirían muy preocupados.La voz de Richard descendió de manera significativa.

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—Estaban desesperados.Kahlan tiró a un lado de las riendas, yendo a colocarse detrás de Richard

cuando el caballo de éste rodeó un viejo árbol caído al que el abrasador sol bahía dado un tono plateado.

—Así pues, ¿supongo —inquirió Kahlan a la vez que volvía a colocar su montura junto a él—que los magos empezaron a hacer lo mismo que hizo Zedd? ¿Adiestraron a aquellos que sentían la vocación... a los que deseaban ser magos pero que no habían nacido con el don?

—Sí, pero en aquellos tiempos —dijo Richard— adiestraron a los que sólo poseían Magia de Suma para que fuesen capaces de usar la de Resta, también, como magos completos. No obstante, a medida que transcurría el tiempo, empezaron a perder incluso esa capacidad, y sólo pudieron hacer lo que Zedd hizo: adiestrar a la gente para que fueran magos pero únicamente con la capacidad de usar Magia de Suma.

»Pero no es eso en realidad de lo que trata el libro —repuso Richard a la vez que efectuaba un ademán displicente—. Eso era simplemente una cuestión secundaria para dejar constancia de lo que habían intentado. Empezaron con gran seguridad en sí misinos. Pensaban que se podía curar a esos Pilares de la Creación de un modo muy parecido a como se podía adiestrar a magos que sólo tenían Magia de Suma a usar ambos lados de la magia, y a como a aquellos sin el don a los que se les convirtió en magos que usasen el lado de Suma.

El modo en que usaba las manos al hablar recordó a Kahlan el modo en que Zedd lo hacía cuando se excitaba.

—Intentaron modificarla naturaleza de esas personas. Intentaron coger personas sin ninguna chispa del don, y alterarlas en un intento desesperado de darles la capacidad para interactuar con la magia. No añadían o aumentaban, intentaban crear algo de la nada.

A Kahlan no le gustó cómo sonaba aquello. Ellos sabían que en aquellos tiempos los magos poseían un gran poder, y alteraban a personas que tenían el don para que sirviera a propósitos concretos.

Convertían a la gente en armas.En la gran guerra, los antepasados de Jagang fueron una de tales armas:

Caminantes de los Sueños. A los Caminantes de los Sueños se les creó para que pudieran hacerse con las mentes de habitantes del Nuevo Mundo y controlarlas. En un acto de desesperación, se creó el vínculo con el lord Rahl para contrarrestar aquella arma, para proteger a un pueblo de los Caminantes de los Sueños.

Muchas de las personas con el don fueron convertidas en armas humanas mediante la magia. Tales cambios eran a menudo profundos e irrevocables. En ocasiones, las creaciones eran monstruos de una crueldad infinita. Jagang había nacido de tal herencia.

Durante la gran guerra, uno de los magos a los que se había juzgado, atusado de traición, se negó a revelar qué daños había causado. Cuando ni siquiera la tortura consiguió obtener la confesión de aquel hombre, los magos que llevaban a cabo el juicio recurrieron a las habilidades de un mago llamado Merritt y ordenaron la creación de una Confesora. Magda Searus, la

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primera Confesora, obtuvo la confesión de aquel hombre. El tribunal quedó tan complacido con los resultados de la magia del mago Merritt que ordenaron la creación de una orden de Confesoras.

Kahlan no sentía de un modo distinto a como sentían las demás personas, no era menos humana, no era menos mujer, pero su poder como Confesora era el resultado de aquella acción mágica. También ella era una descendiente de mujeres modificadas para ser armas; en ese caso armas diseñadas para hallar la verdad.

—¿Que sucede? —preguntó Richard.Ella le echó una mirada y vio la expresión de inquietud de su rostro.

Kahlan forzó una sonrisa y meneó la cabeza para indicar que no era nada.—¿Y qué descubriste al saltarte páginas del libro?Richard aspiró profundamente mientras juntaba las manos sobre el

pomo de la silla de montar.—Esencialmente, intentaban usar color para ayudar a las personas

nacidas sin ojos... a ver.Según la comprensión de Kahlan de la magia y la historia, eso era

fundamentalmente distinto de incluso los experimentos más malévolos para modificar personas y convertirlas en armas. Incluso en los más repugnantes de aquellos casos, intentaban extraer algunos atributos de su humanidad y al mismo tiempo añadir o aumentar una habilidad elemental. En ninguno de ellos intentaban crear aquello que no estaba allí.

—En otras palabras —resumió Kahlan—, fracasaron.Richard asintió.—Así pues, aquí estaban ellos, con la gran guerra finalizada hacía ya

mucho tiempo y el Viejo Mundo..., aquellos que habían querido poner fin a la magia, de un modo muy parecido a la Orden Imperial..., a buen recaudo al otro lado de la barrera que se había creado, y ahora resulta que se encuentran con que el índice de natalidad de aquellos que llevan el don de la magia está cayendo en picado, y que la magia engendrada por la Casa de Rahl, el vínculo con su gente diseñado para impedir que los Caminantes de los Sueños se apoderen de ella, tiene una consecuencia inesperada: también da a luz a los inmaculadamente desprovistos del don, que son una escisión irreversible en el linaje mágico.

—Tienen dos problemas, entonces —repuso Kahlan—. Tienen menos magos que nazcan para ocuparse de los problemas de la magia, y tienen gente que nace sin el menor vínculo con la magia.

—Así es. Y el segundo problema crecía más deprisa que el primero. Al principio, pensaron que encontrarían una solución, una cura. No lo lograron. Lo que era peor, como explique antes, los nacidos desprovistos completamente del don, como Jennsen, siempre engendran hijos que son iguales que ellos. En unas pocas generaciones, el número de personas sin el vínculo con el don estaba creciendo más deprisa de lo que nadie había esperado jamás.

Kahlan exhaló profundamente.

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—Una situación realmente desesperada.—Se estaba conviniendo en un caos.Kahlan sujetó un mechón de pelo atrás.—¿Que decidieron?Richard la contempló con una de aquellas miradas que le indicaban que

se sentía de lo más trastornado por lo que había descubierto.—Eligieron la magia por encima de la gente. Consideraron que ese

atributo, la magia, o aquellos que la poseían, era más importante que la vida humana. —Su voz se elevó—. ¡Tomaron la misma cosa por la que habían librado la guerra, el derecho a nacer y vivir con magia, decidieron que ese atributo era más importante que la propia vida!

Soltó aire y bajó la voz.—Eran demasiados para ejecutarlos, así que llevaron a cabo la segunda

mejor opción posible: los desterraron.Las cejas de Kahlan se enarcaron violentamente.—¿Los desterraron? ¿Adonde?Richard se inclinó hacia ella con ojos llameantes.—Al Viejo Mundo.—¡Qué!Richard se encogió de hombros, como si hablara en nombre de los

magos de aquella época, remedando su razonamiento.—¿Qué otra tosa podían hacer? No podían ejecutarlos; eran amigos y

familiares. Muchas de aquellas personas normales con la chispa del don... pero que no tenían la capacidad para ser magos o hechiceras, y por lo tanto no se consideraban a sí mismas como gentes con el don... tenían hijos, hijas, hermanos, hermanas, tíos, tías, primos, vecinos, que se habían casado con los que carecían de un modo total del don. Eran parte de la sociedad; una sociedad que estaba cada vez menos poblada por los que realmente poseían el don.

»En una sociedad en la que se veían cada vez, más superados en número y contemplados con más desconfianza, los que tenían el don, que eran los que gobernaban, no se sentían capaces de ejecutar a todas aquellas personas contaminadas.

—¿Te refieres a que incluso se lo plantearon?Los ojos de Richard le dijeron que lo habían hecho y lo que pensaba de

tal idea.»Pero al final, no pudieron. Al mismo tiempo, tras intentarlo todo, se

dieron cuenta de que jamás podrían restituir el vínculo con la magia una vez que esas personas lo habían roto, y tales personas se estaban casando y teniendo hijos, y los hijos se estaban casando y teniendo hijos... todos transmitían esa mácula con más rapidez, de lo que nadie había imaginado.

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»El mundo de los que tenían el don estaba amenazado, de un modo muy parecido a como había sido amenazado por la guerra. Eso era, después de todo, lo que los que vivían en el Viejo Mundo habían estado intentando hacer..., destruir la magia..., y justo lo que temían, era lo que estaba sucediendo.

»No podían reparar el daño, no podían impedir que se extendiera y no podían ejecutar a todos aquellos que vivían entre ellos. Al mismo tiempo,

con la mácula multiplicándose, sabían que se estaban quedando sin tiempo. Así pues, se decidieron por lo que para ellos era la única salida: el destierro.

—¿Y ellos pudieron cruzar la barrera? —preguntó ella.—Aquellos con el don, a todos los efectos prácticos, estaban

imposibilitados para cruzar la barrera, pero para aquellos que eran Pilares de la Creación, la magia no existía: no se veían afectados por ella, así que, para ellos, la barrera no era un obstáculo.

—¿Cómo podían los que estaban al mando estar seguros de que tenían a todos los Pilares de la Creación? Si cualquiera escapaba, el destierro no conseguiría solucionar su problema.

—Los que tienen el don, los magos y las hechiceras, pueden reconocer a los que están inmaculadamente desprovistos de él como lo que son: agujeros en el mundo, como dijo Jennsen que se les llamaba a los que son como ella. Los que tienen el don pueden verlos, pero no percibirlos con el don. Aparentemente, no era un problema saber quiénes eran Pilares de la Creación.

—¿Puedes tú detectar alguna diferencia? —preguntó Kahlan—. ¿Puedes percibir a Jennsen como diferente? ¿Cómo un agujero en el mundo?

—No, pero no me han adiestrado para usar mi habilidad. ¿Y tú?Kahlan negó con la cabeza.—No soy una hechicera, así que imagino que no poseo la habilidad pata

detectar a los que son como ella. —Se removió en la silla de montar—. Así pues, ¿qué sucedió con aquellas personas?

—La gente del Nuevo Mundo reunió a todos aquellos vástagos sin el don de la Casa de Rahl y hasta el último de sus descendientes, y los enviaron a través de la gran barrera, al Viejo Mundo, donde sus habitantes habían declarado que querían que la humanidad quedara libre de la magia.

Richard sonrió con ironía, incluso ante un acontecimiento tan sombrío como aquél.

—Los magos del Nuevo Mundo, en esencia, dieron a su enemigo en el Viejo Mundo exactamente lo que ellos declaraban querer, aquello por lo que habían estado peleando: una humanidad sin magia.

Su sonrisa se marchitó.—¿Puedes imaginarte que decidamos desterrar a Jennsen y enviarla a

algún aterrador lugar desconocido, simplemente debido al hecho de que no puede ver la magia?

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Kahlan negó con la cabeza mientras intentaba imaginarse tal cosa.—Qué horror, ser arrancado de tu tierra y enviado lejos... al enemigo de

tu propio pueblo.Richard cabalgó en silencio durante un rato. Finalmente, prosiguió con el

relato.—Fue un acontecimiento espantoso para los desterrados, pero también

fue traumático de un modo casi intolerable para aquellos que quedaron atrás. Puedes imaginar lo que debe de haber sido. Todos esos amigos y parientes arrancados de repente de tu vida, de tu familia... El trastorno en el comercio y en la subsistencia... —Las palabras de Richard surgían con amarga irrevocabilidad—. Todo porque decidieron que un atributo era más importante que la vida humana.

Sólo escuchar el relato hizo que Kahlan se sintiera como si hubiese pasado por una terrible prueba. Contempló a Richard cabalgando junto a ella, mirando a lo lejos, sumido en sus propios pensamientos.

—¿Luego qué? —preguntó ella por fin—. ¿Tuvieron alguna vez noticias de aquellos a los que desterraron?

Él negó con la cabeza.—No, nada. Se encontraban al otro lado de la gran barrera. Se habían

ido.Kahlan acarició el cuello de su caballo, simplemente para sentir el

consuelo de algo vivo.—¿Qué hicieron con los que nacieron después de eso?Él siguió mirando a lo lejos.—Los mataron.Kahlan tragó saliva.—No puedo imaginar cómo eran capaces de hacer eso.—Podían saber, una vez que la criatura nacía, si carecía del don. Se

decía que era más fácil en ese momento, antes de que le dieran un nombre.Kahlan se quedó sin habla durante un momento.—Con todo —dijo con voz débil—, no puedo imaginarlo.—No es distinto de lo que las Confesoras hacían cuando nacían

Confesores.Las palabras la atravesaron como un cuchillo. Odiaba el recuerdo de

aquellos tiempos. Odiaba el recuerdo de una Confesora alumbrando a un hijo varón. Odiaba el recuerdo de la ejecución de aquellos niños.

Se decía que no había elección. En el pasado, los Confesores habían carecido de autocontrol sobre su poder. Se convirtieron en monstruos, iniciaron guerras, provocaron un sufrimiento inimaginable.

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Se argumentaba que no había otra elección que eliminar al hijo varón de una Confesora, antes de que se le diera un nombre.

Kahlan no pudo obligarse a alzar la mirada hacia los ojos de Richard. La bruja, Shota, había pronosticado que Richard y ella concebirían un hijo varón. Ni Kahlan ni Richard se plantearían jamás ni por un instante hacer daño a un hijo de ambos, a un hijo resultado de su mutuo amor, de su amor por la vida. Ella no se podía imaginar ejecutando a un hijo de los dos por el hecho de nacer varón. Cómo podía nadie decir que tal vida no tenía derecho a existir debido a quiénes eran, a cómo eran, o a aquello en lo que posiblemente podrían convertirse.

»En algún momento después de que se escribiera este libro —dijo Richard con voz queda—, las cosas cambiaron. Cuando se escribió este libro, el lord Rahl de D'Hara siempre se casaba, y ellos sabían cuándo tenía un vástago. Cuando el niño carecía del don, ponían fin a su vida del modo más misericordioso que podía.

—En algún momento, los magos gobernantes de la Casa de Rahl se volvieron como Rahl el Oscuro. Tomaban a cualquier mujer que desearan, cuando querían. Los detalles, tales como si un hijo sin el don nacido de aquellas cópulas era en realidad un Pilar de la Creación, se tornó en algo carente de importancia para ellos. Sencillamente mataban a cualquier vástago, excepto al heredero que poseía el don.

—Pero eran magos..., podrían haber sabido cuáles eran y no haber matado al resto.

—De haberlo querido, supongo que podrían haberlo hecho, pero, como Rahl el Oscuro, su único interés estaba puesto en el heredero con el don. Se limitaban a matar al resto.

—Así pues, tales vástagos se ocultaban temiendo por su vida y uno se las arregló para escapar de las garras de Rahl el Oscuro hasta que tú lo mataste. Y así pues una hermana, Jennsen.

La sonrisa de Richard regresó.—Sí, la tengo.Kahlan siguió la dirección de su mirada y vio unos puntos lejanos,

criaturas de puntas negras, observando, mientras planeaban en las corrientes ascendentes de los elevados precipicios de las montañas situadas al este.

La Confesora inspiró con ferocidad el cálido y húmedo aire.—Richard, esos hijos sin el don que fueron desterrados al Viejo Mundo,

¿crees que sobrevivieron?—Si los magos del Viejo Mundo no los asesinaron.—Pero todo el mundo aquí abajo, en el Viejo Mundo, es igual a la gente

del Nuevo Mundo. He combatido contra los soldados de aquí... junto a Zedd y las Hermanas de la Luz. Utilizamos magia de todas clases para detener el avance de la Orden y puedo decirte de primera mano que todos los que proceden del Viejo Mundo se ven afectados por la magia, lo que significa que

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todos nacen con esa chispa del don. No hay eslabones rotos en la cadena de la magia en el Viejo Mundo.

—A juzgar por todo lo que he visto aquí abajo, tendría que darte la razón.

Kahlan se secó el sudor de! rostro. Éste se le metía en los ojos.—Entonces ¿qué le sucedió a esa gente que desterraron?Richard miró a lo lejos, en dirección a las montañas que había debajo de

las criaturas.—No tengo ni idea. Pero debe de haber sido horrendo para ellos.—¿Así que piensas que tal vez fue el fin de todos ellos? ¿Qué tal vez

perecieron, o los ejecutaron?Él la contempló con una veloz mirada de soslayo.—No lo sé. Pero lo que me gustaría saber es porque aquel lugar de ahí

atrás se llama igual que ellos: los Pilares de la Creación. —Sus ojos asumieron un brillo amenazador—. Y lo que es mucho peor aún, me gustaría saber por qué, como nos contó Jennsen, una copia de este libro se encuentra entre las posesiones más preciadas de Jagang.

Aquel molesto pensamiento también había estado circulando por la mente de Kahlan. La Confesora lo contempló con una expresión enfurruñada.

—Tal vez no deberías haberte saltado páginas, lord Raid.La fugaz sonrisa de Richard no era todo lo que había espetado.—Me sentiré aliviado si ése es el mayor error que he cometido

últimamente.—¿Qué quieres decir?Él se pasó los dedos hacia atrás por los cabellos.—¿Hay algo diferente en tu poder de Confesora?—¿Diferente?De un modo casi involuntario, la pregunta la hizo replegarse,

concentrarse interiormente, evaluar la fuerza que siempre sentía dentro de ella.

—No, lo siento igual que siempre.El poder enroscado en el núcleo de su ser no necesitaba ser invocado.

Como siempre, estaba allí listo. Sólo requería que ella dejara de refrenarlo para que se liberara.

—Le pasa algo a la espada —dijo él, cogiéndola por sorpresa—. Algo pasa con su poder.

Kahlan no tenía ni idea de cómo interpretarlo.—¿Cómo puedes saberlo? ¿Qué es diferente?

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Richard pasó despreocupadamente los pulgares por las riendas.—Es difícil definir lo que es diferente. Es sólo que estoy acostumbrado a

la sensación de que está siempre a mi entera disposición. Responde cuando la necesito, pero por algún motivo ahora parece indecisa.

Kahlan sintió en aquel momento, más que nunca, que necesitaban regresar a Aydindril y ver a Zedd. Zedd era el guardián se la espada. Incluso aunque no pudieran llevar la espada a través de la sliph, Zedd podría darles información sobre cualquier matiz, de su poder. Sabría qué hacer. También podría ayudar a Richard con los dolores de cabeza.

Y Kahlan sabía que Richard necesitaba ayuda. Se daba cuenta de que no era el mismo. Sus ojos grises mostraban una mirada vidriosa de dolor, pero había algo más dibujado en su expresión, en el modo en que se movía, el modo en que actuaba.

Toda la explicación del libro y lo que él había descubierto parecían haberle minado las energías.

Empezaba a pensar que no era ella, después de todo, la que se estaba quedando sin tiempo, sino que era Richard. Aquella idea, no obstante el cálido sol de la tarde, hizo que un terror helado le recorriera el cuerpo.

Volviendo la colega, Richard comprobó la posición de los demás.—Regresemos al carro. Necesito conseguir algo de más abrigo que

ponerme. Hace un frío terrible hoy.

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Zedd alzó los ojos para inspeccionar la calle. Habría jurado que había visto a alguien. Su don le indicó que no había nadie alrededor. Con todo, permaneció inmóvil mientras miraba con atención.

La cálida brisa presionaba la sencilla (única contra su huesuda anatomía y le alborotaba los despeinados cabellos blancos. Un harapiento vestido azul, descolorido por el sol, que alguien había tendido a secar en la barandilla del balcón de un segundo piso, ondeaba como una bandera bajo el viento. El vestido, junto con toda una ciudad llena de pertenencias personales, hacía tiempo que había sido abandonado.

Los edificios, con las paredes pintadas de varios colores, que iban desde el rojo óxido al amarillo, con contraventanas en vivas tonalidades que actuaban como contraste, sobresalían en una ligera variedad de grados a ambos lados de la calle, creando un desfiladero de vistosas paredes, la mayoría de los segundos pisos sobresalían por encima de los pisos inferiores unos metros, y, con sus aleros sobresaliendo aún más, los edificios tapaban la mayor parte del cielo, a excepción de una serpenteante rendija de luz que seguía el sinuoso curso de la calle que ascendía y luego descendía por la suave colina. Las puertas estaban todas herméticamente cerradas, la mayoría de las ventanas tenían los postigos colocados. Un portón verde pálido que daba a un callejón permanecía abierto, chirriando mientras se balanceaba de un lado a otro.

Zedd decidió que lo que había visto debía de haber sido una ilusión óptica, tal vez el cristal de una ventana que se había movido por causa del viento y arrojado un destello de luz.

Cuando por fin estuvo seguro de que se había equivocado al pensar que había visto a alguien, Zedd inició de nuevo la marcha calle abajo, aunque permaneció pegado a un lado, andando tan silenciosamente como podía. El ejército de la Orden Imperial no había regresado a la ciudad desde que Zedd lanzara la telaraña de luz que había matado a una cantidad enorme de sus hombres, pero eso no significaba que no pudieran existir peligros en la zona.

Sin duda el emperador Jagang todavía deseaba hacerse con la ciudad, y en especial con el Alcázar, pero no era ningún estúpido y sabía que si ardían unas cuantas telarañas de luz más entre su ejército, por muy vasto que este fuera, tal cosa reduciría al instante sus efectivos en un número tan pasmoso que podría alterar el curso de la guerra. Jagang había peleado contra las fuerzas de la Tierra Central y de D'Hara durante un año y en todas aquellas batallas no había perdido tantos hombres como los que había perdido en aquel instante cegador. No se arriesgaría a que tal acontecimiento volviera a ocurrir.

Tras un golpe como aquél, Jagang ansiaba capturar el Alcázar más que antes. Querría atrapar a Zedd aún más que antes.

De poseer Zedd más telarañas de luz como la que su frenética búsqueda por todo el Alcázar había descubierto, ya las habría lanzado todas sobre la Orden. El mago suspiró. Si tuviera más de ellas...

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Con todo, Jagang no sabía que él no tenía más de tales hechizos. Mientras Jagang temiera que hubiera más, Zedd podría mantener a la Orden Imperial fuera de Aydindril y lejos del Alcázar del Hechicero.

Se habían causado algunos daños al Palacio de las Confesoras cuando se había engañado a Jagang para que atacara, pero Zedd juzgaba que haber probado aquel truco bien había valido los lamentables daños; casi habían conseguido el pellejo del emperador. Los daños siempre podían repararse. Prometió solemnemente que se repararían.

Zedd apretó un puño ante lo cerca que había estado de acabar con Jagang aquel día. Al menos le había asestado un golpe tremendo a su ejército.

Y Zedd podría haber acabado con Jagang de no haber sido por aquella extraña joven. Sacudió la cabeza ante su recuerdo, alguien que no podía ser tocado por la magia. En teoría, sabía de la existencia de tales personas, pero jamás había la segundad de que fuese cierto. Vagas referencias en libros antiguos daban pie a interesantes especulaciones abstractas, pero verlo con los propios ojos era algo muy distinto.

Había sido una visión perturbadora. A Adie el encuentro la había conmocionado aún más que a él. Ella era ciega, sin embargo, con la ayuda del don podía ver mejor que él. Aquel día ella no había podido ver a aquella muchacha que estaba allí, pero que, en algunos aspectos, no estaba. A los ojos de Zedd, aunque no para su don, la joven fue una visión hermosa, con algunos de los rasgos de Rahl el Oscuro, pero distinta y de todo punto cautivadora. Que era la hermanastra de Richard estaba claro; compartía algunas de sus facciones, en especial los ojos. Si al menos Zedd hubiese podido detenerla, mantenerla apartada, convencerla de que cometía un error terrible al estar con la Orden, o incluso si hubiese podido matarla, Jagang no habría escapado.

Con todo, Zedd no se hacía ilusiones: era muy difícil ponerle fin a la amenaza de la Orden Imperial matando simplemente a Jagang. Éste era meramente el animal que lideraba a otros animales en la imposición de una fe ciega que abrazaba la muerte como salvación, una fe ciega en la que la vida carecía de valor aparte de como sacrificio sangriento, una fe ciega que culpaba del fracaso de sus propias ideas a la humanidad por ser perversa y por no ofrecer un sacrificio suficiente, una fe ciega en una Orden que se aferraba al poder alimentándose de los cadáveres de las vidas que arruinaba.

Una fe que por sus creencias mismas rechazaba la razón y abrazaba lo irracional no podía perdurar mucho tiempo sin la intimidación y la fuerza: sin animales como Jagang para imponer tal fe.

Si bien el emperador Jagang era brutalmente efectivo, era un error creer que si Jagang muriera ese mismo día, ello pondría fin a la amenaza de la Orden. Eran las ideas de la Orden lo que era tan peligroso; los sacerdotes de la Orden encontrarían a otros animales.

El único modo real de poner fin al reinado de terror de la Orden era sacar a la luz la maldad desnuda de sus enseñanzas, y que aquellos que padecían bajo sus doctrinas se liberaran del yugo de la Orden. Hasta que eso sucediera, tendrían que defenderse de la Orden lo mejor que pudieran, esperando al menos poder contenerles.

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Zedd asomó la cabeza por una esquina, observando, escuchando, olisqueando el viento en busca de cualquier indicio de que hubiese alguien acechando por allí. La ciudad estaba desierta, pero en varias ocasiones soldados vagabundos de la Orden Imperial habían ido a parar allí procedentes de las montañas.

Tras la destrucción provocada por la telaraña de luz, el pánico había cundido en todo el campamento de la Orden y muchos soldados se habían dispersado en dirección a las colinas. Una vez que el ejército se hubo reagrupado, un gran número de hombres había decidido desertar en lugar de regresar a sus unidades. A decenas de miles de tales desertores se les reunió y ejecutó, dejando que sus cadáveres se pudrieran a la intemperie como una advertencia de lo que les sucedía a los que abandonaban la causa de la Orden Imperial, o como a la Orden le gustaba expresarlo, la causa del bien común. La mayor parte del resto de los hombres que habían huido a las colinas cambiaron entonces de opinión y regresaron poco a poco al campamento.

No obstante, aún había algunos que no habían querido regresar y no habían sido capturados. Durante un tiempo, después de que el ejército de Jagang hubiera seguido adelante, habían penetrado en el interior de la ciudad, a veces solos, a veces en grupos pequeños, medio muertos de hambre, en busca de comida y para saquear. Zedd había perdido la cuenta de a cuántos de tales hombres había matado.

Se sentía razonablemente seguro de que todos aquellos rezagados estaban muertos ya. La Orden estaba compuesta de hombres procedentes en su mayoría de ciudades y pueblos. Tales hombres no estaban acostumbrados a vivir lejos de la civilización. Su tarea era aplastar al enemigo, matar, violar, aterrorizar y saquear. La logística del ejército les proporcionaba respaldo, entregando y distribuyendo un flujo constante de suministros que llegaban en grandes cantidades para alimentar y cuidar de los soldados. Eran hombres violentos, pero eran hombres que necesitaban que se ocuparan de ellos, que dependían del grupo para sobrevivir. No duraban mucho por sí solos en las arboladas montañas sin sendas que rodeaban Aydindril.

Pero Zedd no había visto a ninguno de ellos desde hacía algún tiempo. Estaba razonablemente seguro de que los rezagados se habían muerto de hambre, habían sido eliminados o hacía mucho tiempo que habían emprendido la marcha de vuelta al sur, al Viejo Mundo.

No obstante, siempre existía la posibilidad de que Jagang hubiese enviado asesinos a Aydindril; algunos de aquellos asesinos podían ser Hermanas de la Luz, o peor, Hermanas de las Tinieblas. Por aquel motivo, Zedd raras veces abandonaba la seguridad del Alcázar, y cuando lo hacía, se mostraba cauteloso.

Además, odiaba husmear por la ciudad, verla tan carente de vida. Aquél había sido su hogar durante gran parte de su vida. Recordaba los tiempos en que el Alcázar era un centro de actividad... no como lo había sido en un pasado, lo sabía, pero plagado de gentes de todas clases. Se encontró sonriendo ante aquel recuerdo.

Su sonrisa se esfumó. En la actualidad la ciudad era un lugar sombrío, desolado, sin gente llenando las calles, sin gente charlando desde un balcón

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con un vecino situado al otro lado de la calle, sin gente congregándose para intercambiar artículos en el mercado. No hacía tanto tiempo se habrían detenido hombres a conversar en los portales mientras vendedores ambulantes empujaban carretas con sus mercancías por las estrechas calles y niños jugando se escabullían entre las multitudes. Zedd suspiró ante la triste visión de aquellas calles tan desprovistas de vida.

Al menos aquellas vidas estaban a salvo, si bien muy lejos del hogar. Aunque tenía muchas diferencias fundamentales con las Hermanas de la Luz, sabía que su Prelada, Verna, y el resto de las Hermanas libres velarían por ellas.

El único problema era que, ahora que Jagang no tenía nada de auténtico valor que conquistar en Aydindril, a excepción del Alcázar, y mucho que perder, éste había hecho girar a su ejército al este, en dirección a los restos de las fuerzas de la Tierra Central. Desde luego, el ejército d'haraniano aguardaba allende aquellas montañas situadas al este y Zedd sabía lo formidable que era, pero no podía engañarse sobre las posibilidades de éste contra una fuerza tan inmensa como era la Orden Imperial.

Jagang había abandonado la ciudad para ir tras aquellas fuerzas d'haranianos. La Orden Imperial no podía ganar la puerta ocupando una ciudad vacía: necesitaban aplastar cualquier resistencia de una vez por todas, de modo que ya no quedaran personas que pudieran, al vivir vidas prósperas, felices y pacíficas, desmentir las enseñanzas de la Orden.

Una vez efectuada la larga ascensión a través de la Tierra Central, Jagang había conseguido partir el Nuevo Mundo en dos, dejando fuerzas a lo largo de toda la ruta para ocupar ciudades y pueblos. Ahora el ejército principal de la Orden dirigiría su ansia de sangre al este, sobre una solitaria D'Hara. Al dividir el Nuevo Mundo de aquel modo, Jagang podría aplastar la oposición con mayor eficiencia.

Zedd sabía que no era por falta de intentarlo que el Nuevo Mundo había ido cediendo terreno. Kahlan y él, entre muchas otras personas, se habían dejado la piel, mes eras mes, intentando encontrar un modo de detener a las fuerzas de Jagang.

Zedd se llevó la mano a la garganta, ante el doloroso recuerdo de aquellos feroces combates, y de que nada había funcionado contra el vasto ejército de Jagang, de tanta muerte y gente agonizando, de los amigos que había perdido, lira sólo cuestión de tiempo que todo se perdiera ante las hordas procedentes del Viejo Mundo.

Richard y Kahlan no sobrevivirían a tal conquista. Zedd se llevó los delgados dalos a sus temblorosos labios ante la espantosa idea de que ellos también perecieran. Eran la túnica familia que le quedaba. Lo eran todo para él.

Sintió una abrumadora oleada de desesperanza, y tuvo que sentarse sobre un banco hecho con un tronco que estaba junto a una zapatería cerrada con tablas. Una vez que la Orden Imperial aniquilase por fin toda oposición, Jagang regresaría para tomar la ciudad y sitiar el Alcázar. Más tarde o más temprano, lo obtendría todo.

El futuro, tal y como Zedd lo imaginaba, parecía ser un mundo amortajado en el sudario gris de la vida bajo la Orden Imperial. Si el mundo

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quedaba sumido bajo aquel sudario, probablemente pasaría mucho tiempo antes de que la humanidad volviera a tener una vida en libertad. Una vez que la libertad se rindiera a la tiranía, ésta quedaría sofocada durante siglos antes de que su fuego volviera a encenderse e iluminara el mundo.

Zedd no llevaba demasiado tiempo sentado cuando se obligó a levantarse. Él era Primer Mago. Había estado en apuros desesperados antes y había visto cómo el enemigo era rechazado. Todavía existía la posibilidad de que Adie y el encontraran algo en el Alcázar que los ayudara, o que todavía pudieran encontrar información en las bibliotecas que les proporcionara una valiosa ventaja.

Mientras hubiera vida, podrían seguir luchando para obtener su objetivo. Todavía podían triunfar.

Carraspeó. Sí. Triunfaría.Se alegró de que Adie no estuviese allí para verlo en un estado tan

lamentable que le había hecho —aunque sólo fuese momentáneamente— considerar la derrota. Adie jamás habría dejado de recriminárselo, y muy merecidamente además.

Volvió a carraspear. No le faltaba experiencia, no podía decirse que careciera de los medios para enfrentarse a los desafíos que aparecían. Si deambulaban asesinos por allí, con el don o sin él, se verían atrapados por una de las muchas sorpresas que había colocado. Sorpresas de lo más desagradables.

Lleno de ánimo, Zedd sonrió para sí mientras doblaba una callejuela, entre un batiburrillo de patios con corrales vacíos que en el pasado habían contenido gallinas, gansos, paros y palomas. Pascó la mirada por pequeños huertos traseros, con sus hierbas aromáticas y llores creciendo sin atención, las cuerdas de tender la ropa vacías, la madera y otros materiales amontonados a los costados, aguardando a que la gente regresara y les diera forma conviniéndolos en algo útil.

Por el camino se detuvo en varios huertos, recogiendo las hortalizas que habían brotado por sí solas. Las lechugas abundaban, había espinacas, algunas calabazas pequeñas, tomates y todavía unos pocos guisantes. Reunió todo lo obtenido en una bolsa de lona y se la colgó al hombro mientras recorría las buenas, comprobando los progresos de las cebollas, las remolachas, las judías y los nabos. Aún les faltaba crecer un poco, concluyó.

Si bien las verduras no crecían en abundancia como sucedería con una plantación bien cuidada, el crecimiento al azar en patios de toda la ciudad significaba que Adie y él dispondrían de verdura fresca durante algún tiempo. Quizá ella podría incluso dedicarse a hacer algunas conservas para el siguiente invierno. Podían almacenar tubérculos en las zonas más frescas del Alcázar, y hacer conservas con las verduras más perecederas. Tendrían más comida de la que podían comer.

En su marcha por el callejón, Zedd vio un matorral más allá, en dirección a la esquina, verde y lozano por encima de una baja valla. Era una zarzamora y estaba cargada de moras maduras. Hizo alguna que otra pausa para echar una mirada por las calles situadas más allá y se dedicó a reunir un buen montón de los oscuros frutos maduros en una tela cuadrada, ató ésta y luego la colocó encima de las hortalizas más pesadas del saco.

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Todavía quedaban muchas moras maduras, y odiaba tener que dejar que se estropearan o se las comieran los pájaros, así que se dedicó a llenarse los bolsillos. No le preocupó que eso le quitara el hambre para la cena; había una larga caminata montana arriba hasta llegar al Alcázar del Hechicero, así que no le iría mal un tentempié. Adie estaba preparando un espeso estofado hecho con jamón curado. No había el menor peligro de que unas simples moras le quitaran el apetito. Su compañera se sentiría contenta con las verduras que llevaba y sin duda querría añadirlas al estofado. Adie era una cocinera fabulosa, aunque no se atrevía a reconocérselo, no fuera a subírsele a la cabeza.

Antes de llegar al puente de piedra, Zedd se detuvo, volviendo a echar una mirada atrás a la amplia calzada que ascendía por la ladera de la montaña. Únicamente el viento en los árboles y las hojas relucientes de estos creaban algún sonido o movimiento. Durante un largo rato, no obstante, mantuvo la vista fija en la vacía calzada descendente.

Finalmente, giró de nuevo hacia el puente que salvaba una sima con paredes casi verticales que caían abruptamente cientos de metros. Nubes situadas muy por debajo flotaban pegadas a las escarpadas paredes de roca. A pesar de las innumerables veces que había pasado por el puente de piedra, éste todavía le hacía sentir intranquilo. Sin alas, no obstante, era el único modo de entrar en el Alcázar, a excepción del pequeño pasadizo secreto que había usado de niño.

Debido al papel estratégico que tenían, Zedd había colocado suficientes señuelos y trampas en el puente y en el resto de la calzada que ascendía hasta el Alcázar como para que nadie pudiera vivir durante más de unos pocos pasos una vez que estuviera cerca. Ni siquiera una Hermana de las Tinieblas podía entrar sin autorización. Unas pocas Hermanas lo habían intentado y habían pagado con la vida.

Deberían haber sospechado la existencia de tales telarañas colocadas por el Primer Mago en persona y percibido algunos de los escudos de advertencia, pero sin duda Jagang no les había dado la menor alternativa y las había enviado a intentar entrar, sacrificando sus vidas por el mayor bien de la Orden.

El Caminante de los Sueños había capturado brevemente a Verna en una ocasión y esta le había contado a Zedd todo lo referente a la experiencia vivida, con la esperanza de que pudieran encontrar un remedio que no fuera el jurar lealtad al lord Rahl y de ese modo invocar la protección del vínculo. Zedd lo había intentado, pero no pudo proporcionar ninguna magia que sirviera. Durante la gran guerra, magos con mucho más talento que él y con los dos lados del don, habían intentado idear defensas contra los Caminantes de los Sueños; pero una vez, que el Caminante de los Sueños se había apoderado de la mente de una persona, no existía defensa: uno tenía que hacer lo que ordenaba, sin importar el precio, incluso si el precio era la vida.

Zedd sospechaba que para unos pocos, la muerte era una ansiada liberación a la agonía de ser poseído por el Caminante de los Sueños. El suicidio era un recurso que Jagang impedía; necesitaba el talento de las Hermanas y otras personas con el don. No podía permitirles que se mataran para liberarse del suplicio de vivir como sus vasallos. Pero si los enviaba a una muerte segura, como intentar penetrar en el Alcázar, podían quedar libres del suplicio en que se habían convertido sus vidas.

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Más allá, el Alcázar se alzaba imponente. Los elevados muros de piedra oscura, intimidantes para la mayoría de las personas, ofrecieron a Zedd una reconfortante sensación de hogar. Sus ojos vagaron por las fortificaciones, y recordó haber pascado por allí con su esposa hacía muchos años... hacía una eternidad. Desde los torreones había contemplado a menudo la hermosa vista que ofrecía Aydindril allí abajo. Un una ocasión había recorrido con paso firme puentes y pasadizos para transmitir órdenes durante tina defensa contra una invasión procedente de D'Hara, acaudillada por el padre de Rahl el Oscuro.

También eso parecía haber sucedido hacía una eternidad. Ahora Richard, su nieto, era el lord Rahl, y había logrado unir a la mayor parte de la Tierra Central bajo el gobierno del Imperio d'haraniano. Zedd meneó la cabeza al pensar en el modo en que Richard lo había cambiado todo. Debido a Richard, Zedd era en aquellos momentos súbdito del Imperio d'haraniano. Realmente sorprendente.

Antes de llegar al otro extremo del puente, Zedd echó una ojeada abajo, a la sima. Un movimiento atrajo su atención y, colocando sus huesudos dedos sobre la rosca piedra, se inclinó ligeramente para echar una mirada. Debajo, pero por encima de las nubes, vio dos pájaros enormes, negros como una medianoche sin luna, planeando a través de la hendidura en la montaña. Zedd no había visto nunca aves como aquellas y no supo que pensar.

Cuando giró de vuelta hacia el Alcázar, le pareció ver a tres más de los mismos enormes pájaros negros volando juntos, muy por encima del Alcázar. Decidió que debían de ser cuervos. Los cuervos eran grandes. Sencillamente debía de estar calculando mal la distancia; probablemente por la falta de comida. Concluyendo que tenían que ser cuervos, intentó calcular mejor la distancia a la que estaban, pero ya se habían ido. Echó un vistazo abajo, pero tampoco vio a los otros dos.

Mientras cruzaba bajo el rastrillo de hierro, sintiendo el cálido abrazo del hechizo del Alcázar, Zedd sintió una oleada de soledad. Echaba tanto de menos a Erilyn, su esposa difunta desde hacía tanto tiempo, así como a su hija, la madre de Richard, también desaparecida hacía tiempo, y, queridos espíritus, echaba de menos a Richard. Sonrió entonces, pensando en que Richard estaba con su propia esposa en aquellos momentos. En ocasiones todavía le resultaba difícil pensar en Richard como un hombre adulto. Había pasado una época maravillosa ayudando a criar a Richard. Qué época había sido aquélla, lejos, en la Tierra Occidental, lejos de la Tierra Central, lejos de la magia y la responsabilidad, simplemente con aquel muchacho siempre lleno de curiosidad y todo un mundo de maravillas que explorar y mostrarle. Qué época.

En el interior del Alcázar, lámparas a lo largo de la pared empezaron a llamear obedientemente a medida que el Primer Mago Zeddicus Zu'l Zorander recorría pasillos y atravesaba habitaciones magníficas, penetrando más en el interior de la inmensa fortaleza. Mientras pasaba ante las telarañas mágicas que había colocado, comprobó la textura de la magia para comprobar que nada las había alterado. Suspiró aliviado. No esperaba que nadie fuese tan estúpido como para intentar entrar en el Alcázar, pero en el mundo había estúpidos a montones. En realidad no le gustaba dejar esas peligrosas telarañas esparcidas por todas partes, además de los escudos que ya guardaban el Alcázar, pero no se atrevía a relajar la guardia.

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Al pasar junto a una larga mesa auxiliar en una sala de reuniones. Zedd, como había hecho desde que era un chiquillo, pasó el dedo a lo largo de la acanaladura en el borde del veteado tablero de mármol marrón. Se detuvo, bajando la mirada con el entrecejo fruncido hacia la mesa, y reparó en que ésta contenía algo de lo que repentinamente sintió necesidad: un ovillo de tino cordón negro dejado allí años atrás.

Efectivamente, en el cajón central, encontró el ovillo. Lo sacó y se lo introdujo en un bolsillo que hacía rato que había quedado vacío de su carga de moras. De la ménsula situada junto a la mesa, tomó una varita con seis campanillas. La varita, una de las miles repartidas por todo el Alcázar, se usaba en el pasado para llamar a los criados. Suspiró. Habían transcurrido décadas desde la última vez que habían vivido criados y sus familias en el Alcázar del Hechicero. Recordó a los hijos de éstos corriendo y jugando en las salas. Recordó las alegres carcajadas resonando por iodo el Alcázar, vida al lugar.

Zedd se dijo que un día volverían a correr y reír niños por las salas. Los hijos de Richard y Kahlan. Una amplia sonrisa le tensó las mejillas.

Había ventanas y aberturas en la piedra que permitían que la luz se derramara al interior de muchas salas y habitaciones, pero había otros lugares mucho peor iluminados. Zedd halló uno que era lo bastante lóbrego como pata satisfacerle. Estiró un pedazo del cordón negro, en el que había ensartada una de las campanillas, a través de la entrada, enrollándolo alrededor de las toscas molduras de piedra que había a cada lado. Penetrando más en el laberinto de salas y corredores, se detuvo y tendió más trozos de cordón con una campanilla en lugares donde resultarían difíciles de ver. Tuvo que reunir más varitas para obtener una buena cantidad de campanillas.

Aunque había escudos mágicos dispuestos por todas partes, no había forma de saber qué poderes poseían algunas de las Hermanas de las Tinieblas. Éstas buscarían magia, no campanillas. No estaría de más tomar esa precaución extra.

Zedd tomó nota mentalmente de dónde colocaba el fino cordón negro; tendría que informar a Adié. No obstante, dudó de que, con la visión que le proporcionaba el don, ésta fuese a necesitar la advertencia. Estaba seguro de que con sus ojos ciegos ella podía ver mejor que nadie.

Siguiendo el maravilloso aroma a estofado, Zedd se encaminó a la cómoda habitación formada de estanterías que utilizaban la mayor parte del tiempo. Adié había colgado especias a secar de las vigas, talladas con antiguos dibujos. Un sofá de cuero estaba colocado ante una amplia chimenea y se habían dispuesto cómodas sillas junto a una mesa con incrustaciones de plata delante de una ventana emplomada con dibujos de rombos que ofrecía una imponente vista sobre Aydindril.

El sol se ponía, dejando la ciudad, situada abajo, bañada en una cálida luminosidad. Casi tenía el mismo aspecto de siempre, excepto que no había reveladoras columnas de humo enroscándose hacia el ciclo desde las lumbres de las cocinas.

Zedd depositó el saco de loneta cargado con su recolecta sobre libros colocados encima de una mesa redonda de caoba situada detrás del sofá. Se

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acercó más al fuego con pasos lentos, sin dejar de inspirar profundamente todo el tiempo para inhalar el aroma embriagador del estofado.

—Adie —llamó—, ¡esto huele delicioso! ¿Has mirado fuera hoy? Vi unos pájaros de lo más raro.

Sonrió mientras inhalaba otra vaharada.—Adie... creo que ya debe de estar listo —gritó en dirección a la entrada

a la despensa lateral—. Creo que deberíamos probado, al menos. No iría mal probarlo, ya sabes.

Echó una ojeada atrás.—¿Adie? ¿Me estás escuchando?Fue a la entrada y atisbo al interior de la despensa, pero estaba vacía.—¿Adie? —gritó a la escalera que descendían de la despensa—. ¿Estás

ahí abajo?La boca de Zedd se crispó malhumorada cuando ella no respondió.—¿Adie? —volvió a llamar—. Diantre, mujer, ¿dónde estás?Se dio la vuelta, contemplando con atención el estofado que borboteaba

en el caldero sobre el fuego.Cogió una larga cuchara de madeja de un aparador de la despensa.Cuchara en mano, se detuvo y se inclinó de nuevo hacia la escalera.—Tómate tu tiempo, Adie. Yo estaré aquí arriba... leyendo.Zedd sonrió ampliamente y se encaminó hacía el estofado.

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Richard se alzó apresuradamente cuando vio a Cara ascendiendo con paso firme un barranco en dirección al campamento, empujando delante de ella a un hombre que el reconoció vagamente. En la luz cada vez, más tenue, no consiguió distinguir el rostro del hombre. Richard escudriñó las planas cuencas circundantes, las colinas pedregosas y las empinadas laderas cubiertas de árboles situadas más allá, pero no vio a nadie más.

Friedrich estaban más allá, al sur, y Tom al oeste, comprobando los alrededores, como Cara había estado haciendo, para asegurarse de que no había nadie por allí y que era un lugar seguro en el que pasar la noche; estaban agotados tras haber elegido una ruta sinuosa a través del terreno cada vez más escarpado. Cara había estado comprobando la zona norte; la dirección en la que iban y la dirección que Richard consideraba potencialmente más peligrosa. Jennsen dejó de ocuparse de los animales, aguardando para ver a quien traía la mord-sith consigo.

Una vez de pie, Richard deseó no haberse levantado tan deprisa. Hacerlo le hizo sentirse mareado. Parecía como si no fuese capaz de desprenderse de la extraña sensación que sentía, era como si contemplara a otra persona reaccionar, hablar, moverse. Cuando se concentraba, obligándose a fijar la atención, la sensación se alejaba y él empezaba entonces a preguntarse si no se trataba sólo de su imaginación.

La mano de Kahlan se deslizó por su brazo, agarrándolo como si pensara que podría caerse.

—¿Estás bien? —musitó.Él asintió mientras observaba a Cara y al hombre. Al finalizar su

cabalgada de unas horas antes para hablar sobre el libro. Kahlan se había sentido aún más preocupada por él. Ambos estaban angustiados por lo que él había leído, pero Kahlan estaba aún más inquieta, en aquel momento, al menos, respecto a él.

Richard sospechaba que podría estar viéndose afectado por una leve fiebre y eso explicaría por qué sentía tanto frío cuando todos los demás tenían calor. De vez en cuando, Kahlan le palpaba la frente o le colocaba el dorso de la mano en la mejilla. El contacto de la mano de su esposa le reconfortaba el corazón. Ella hacía caso omiso de sus sonrisas. Pensaba que podría estar algo febril, y en una ocasión hizo que Jennsen le palpara la frente para ver si pensaba que podría estar más caliente de lo que debería estar. También Jennsen pensó que, si realmente tenía fiebre, era muy leve. Cara, hasta el momento, se había dado por satisfecha con el informe de Kahlan, y no había considerado necesario comprobarlo por sí misma.

Una calentura era justo lo último que Richard necesitaba. Había importantes... importantes... algo. No parecía poder recordarlo en aquel momento. Se concentró en intentar recordar el nombre del joven, o al menos dónde lo había visto antes.

Los últimos rayos del sol proyectaban un resplandor rosáceo sobre las montañas situadas al este. Las colinas más próximas empezaban a adoptar tan suave tono gris con el avance del crepúsculo. A medida que la oscuridad

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aumentaba, la pequeña fogata empezaba a teñir todo lo que estaba cerca de ella con un cálido tono amarillo anaranjado. Richard había hecho una fogata pequeña para no delatar su posición más allá de lo necesario.

—Lord Rahl —dijo el hombre en un tono reverente al penetrar en el campamento, y a continuación inclinó la cabeza al frente en una vacilante reverencia, aparentemente no muy seguro de si era adecuado o no efectuar una reverencia—, es un honor volver a veros.

El hombre era quizás un par de años más joven que Richard, con negros cabellos rizados que rozaban los amplios hombros de su túnica de gamuza. Llevaba un largo cuchillo al cinto pero ninguna espada. Las orejas le sobresalían a ambos lados de la cabeza, como si se esforzara por escuchar cada ruidito. Richard supuso que, de muchacho, seguramente había soportado muchas pullas por sus orejas, pero ahora que era un hombre esas orejas lo hacían parecer serio y concentrado. Con lo musculoso que era, Richard dudó que todavía tuviera que vérselas con esas pullas.

—Lo... lo siento, pero no creo recordar...—Ah, no, vos no podríais recordarme, lord Rahl. Yo era solamente...—Sabar —dijo Richard al venirle a la mente—. Sabar. Tú cargabas los

hornos en la fundición de Priska, allá en Altur'Rang.—Es cierto. —Sabar sonrió encantado—. No puedo creer que me

recordéis,Sabar había tenido trabajo en su fundición gracias a los suministros que

Richard transportaba a Priska cuando nadie más podía. Sabar había comprendido lo duro que Priska trabajaba simplemente para mantener su fundición en marcha bajo los mandatos opresivos, interminables y contradictorios de la Orden. Sabar había estado allí el día en que se había descubierto la estatua que Richard había esculpido; la había visto antes de que fuera destruida.

Había estado allí al inicio de la revolución en Altur’Rang, peleando muy cerca de Víctor, Priska y todos los demás que habían aprovechado la ocasión cuando ésta les llegó. Sabar había peleado para conseguir la libertad para sí mismo, sus amigos y su ciudad.

Aquel día todo había cambiado.Incluso a pesar de que aquel hombre, como muchos otros, había sido

súbdito de la Orden Imperial —un miembro del enemigo—, quería vivir su propia vida bajo leyes justas, en lugar de bajo los dictados de déspotas que aniquilaban toda esperanza de prosperidad para uno mismo bajo la aplastante carga de la cruel ilusión de un bien mayor.

Richard advirtió, entonces, que todo el mundo permanecía de pie en tensa expectación, como si hubiesen espetado que aquello significase problemas.

Dedicó una sonrisa a Cara.—No pasa nada. Lo conozco.

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—Eso me dijo él —respondió ella a la vez que posaba una mano sobre el hombro de Sabar y lo empujaba hacia abajo—. Siéntate.

—Sí —repuso Richard, contento al ver que Cara había sido bastante amable—. Siéntate y cuéntanos por qué estás aquí.

—Nicci me envió.Richard volvió a alzarse apresuradamente, y Kahlan hizo otro tanto.—¿Nicci? Nosotros vamos a encontrarnos con ella.Sabar asintió, alzándose a una posición medio acuclillada, no pareciendo

estar seguro de si se suponía que debía levantarse, ya que Richard y Kahlan lo habían hecho, o permanecer sentado. Cara no se había sentado; permanecía de pie detrás de Sabar como un verdugo. Cara había estado allí cuando se había iniciado la revolución en Altur'Rang y podría recordar a Sabar, pero eso no importaba. Cara no confiaba en nadie cuando se trataba de la seguridad de Richard y Kahlan.

Richard hizo una seña a Sabar para que siguiera sentado.—¿Dónde está? —preguntó Richard mientras él y Kahlan volvían a

sentarse, sobre un saco de dormir—. ¿Vendrá pronto?—Nicci dijo que os comunicara que esperó todo lo que pudo, pero que

han tenido lugar ciertos acontecimientos y que no podía esperar más.Richard soltó un suspiro de decepción.—También nos surgieron algunas incidencias a nosotros.Habían capturado a Kahlan y la habían llevado a los Rilares de la

Creación como señuelo para atraer a Richard a una trampa; pero Richard decidió dar pocas explicaciones.

—Intentábamos llegar hasta Nicci, pero tuvimos necesidad de ir a otra parte. Fue inevitable.

Sabar asintió.—Me preocupé cuando ella regresó con nosotros y dijo que no habíais

aparecido en el punto de reunión, pero indicó que estaba segura de que estabais ocupado encargándoos de algo importante y que ése era el motivo de que no hubieseis acudido.

»Víctor Cascella, el herrero, también se preocupó mucho cuando Nicci nos contó esto. Él pensaba que regresaríais con Nicci. Dijo que otros lugares que conoce, lugares con los que él y Priska tienen tratos por los suministros, están al borde de la sublevación. Estas gentes han oído lo sucedido en Altur'Rang, el modo que se derrocó a la Orden allí, y el modo en que las personas empiezan a prosperar. Dijo que conoce a hombres libres en esos lugares que luchan por sobrevivir bajo la opresión de la Orden igual que hicimos nosotros en el pasado, y que ansían ser libres. Quieren la ayuda de Víctor.

»Algunos de los Hermanos de la Fraternidad de la Orden que escaparon de Altur'Rang han ido a esos otros lugares para asegurar que la sublevación no se extiende allí. Su crueldad en el castigo de cualquiera del que

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sospechen que es un insurrecto está costando las vidas de muchas personas, tanto las de inocentes como las de aquellos que son valiosos para la causa de derrocar a la Orden Imperial.

»A fin de asegurar su control de los engranajes del gobierno y preparar la defensa de la Orden ante la propagación de la sublevación, Hermanos de la Orden han ido a todas las ciudades importantes. Sin duda, algunos de esos sacerdotes también han ido a informar a Jagang de la caída de Altur'Rang, de la perdida de tantos funcionarios en los combates librados allí y de las muertes del hermano Narev y otros muchos hermanos de su círculo íntimo de discípulos.

—Jagang ya conoce la muerte del hermano Narev —dijo Jennsen, ofreciéndole una taza agua.

Sabar sonrió satisfecho ante la noticia y le dio las gracias por el agua, luego se inclinó hacia delante, en dirección a Richard y Kahlan, mientras proseguía con su relato.

—Priska cree que la Orden querrá erradicar la sublevación en Altur'Rang, pues no puede permitir que triunfe. Dijo que en lugar de preocuparnos por extender la sublevación, debemos prepararnos, construir defensas y hacer que cada hombre esté al pie del cañón porque la Orden regresará con la intención de masacrar hasta el último habitante de Altur'Rang.

Sabar vaciló, claramente preocupado por la advertencia de Priska.—Víctor, no obstante, dijo que deberíamos golpear el hierro mientras

sigue caliente y crear un futuro justo y seguro para nosotros, en lugar de aguardar a que la Orden reúna sus efectivos para negarnos ese futuro. Dice que si la sublevación se extiende por todas partes, la Orden no la sofocará tan fácilmente.

Richard se pasó una mano cansada por el rostro.—Víctor tiene razón. Si los que están en Altur'Rang intentan permanecer

solos como un único lugar de libertad en el corazón de un territorio enemigo, la Orden entrara en tropel y eliminarán ese santuario. La Orden no puede subsistir con sus ideales pervertidos, y ellos lo saben; porque deben usar la fuerza para sustentar sus creencias. Sin ese ejército amedrentador, la Orden se desmoronará.

»Jagang dedicó veinte años a crear un sistema de carreteras para unir el Viejo Mundo e incorporarlo a la Orden Imperial. Eso no fue más que una parte de los medios de los que sirvió para tener éxito. Muchos se resistieron a las peroratas de sus sacerdotes, pero, con esas carreteras podían responder con prontitud a cualquier disensión. Jagang era capaz de reaccionar rápidamente, entrar arrasándolo todo y matar a aquellos que se le opusieran abiertamente.

»Lo que era más importante, tras eliminar a aquellos que se resistían a las enseñanzas de la Orden, llenó las mentes de los niños, que no conocían otra cosa, con una fe ciega en aquellas enseñanzas, conviniéndolos en fanáticos dispuestos a morir por lo que se les enseñaba que era una causa noble: el sacrificio por un supuesto y devastador bien mayor.

»Esos jóvenes, con las menees deformadas por las enseñanzas de la Orden, están ahora allá, en el norte, conquistando el Nuevo Mundo, masacrando a cualquiera que no quiera adoptar sus principios.

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»Pero mientras Jagang y ese vasto ejercito están en el norte, esa fuerza que hay allí deja a la Orden debilitada aquí. Esa debilidad es nuestra oportunidad y debemos sacarle partido. Ahora, mientras Jagang y sus hombres están ausentes, esas mismas carreteras que construyó serán nuestro medio de extender rápidamente la lucha por la libertad.

»La voluntad de aquellos que son como tú, aquellos que se hicieron con la libertad para sí mismos, ha encendido la antorcha de la libertad. Hay que mantener bien en alto las llamas de esa antorcha, dando a otros la oportunidad de ver su luz. Si permanecen ocultas y aisladas, la Orden extinguirá esas llamas. Puede que en nuestra vida, o durante la de nuestros hijos, no vuelta a existir otra oportunidad de hacernos con el control de nuestra propia existencia. Hay que llevar esa antorcha a otros lugares.

Sabar sonrió, lleno de tranquilo orgullo por haber tomado parte en aquello.

—Sé que a Víctor le gustaría que a otros, como Priska, se les recordaran tales cosas, que el lord Rahl les dijera lo que debemos hacer. Víctor quiere hablar con vos antes de ir a esos lugares a «darle a los fuelles», como lo expresó él. Víctor dijo que aguarda noticias vuestras sobre cuál sería vuestro siguiente paso, sobre el mejor modo de «aplicarles el hierro candente»... en sus propias palabras.

—Así que Nicci te envió a buscarme.—Sí, me sentí muy feliz cuando ella me pidió que viniera a veros. Víctor

también se sentirá feliz, no sólo porque estéis bien, también por lo que el lord Rahl le aconseje.

Si bien Víctor esperaba noticias, Richard también sabía que en ausencia de noticias. Víctor actuaría. La revolución no se basaba en Richard —no podía basarse en él si tenía que triunfar— sino en el deseo de la gente de recuperar sus vidas. Con todo, Richard necesitaba ayudar a coordinar la propagación de la sublevación para estar seguro de que, no sólo llevaba la libertad a quienes la buscaban, sino que, además, desmoronaba los cimientos de la Orden en el Viejo Mundo. Únicamente si tenían éxito en acabar con el reinado de la Orden en el Viejo Mundo, se vería apartada la atención de Jagang —y la de muchos de sus hombres— de la conquista del Nuevo Mundo.

Jagang intentaba conquistar el Nuevo Mundo dividiéndolo. Richard tenía que hacer lo mismo si quería tener éxito. Únicamente dividiendo las fuerzas de la Orden podría derrotarla.

Richard sabía que, evacuado Aydindril, la Orden Imperial dirigiría sus espadas ahora a D'Hara y, no obstante la competencia de las tropas d'haranianas, éstas se verían aplastadas por la gran cantidad de efectivos que Jagang les arrojaría encima. Si a la Orden no se la desviaba de su causa, o al menos se la dividía en ejércitos más pequeños, D'Hara caería bajo la sombra de la Orden. El imperio d'haraniano, forjado para unir al Nuevo Mundo contra la tiranía, finalizaría antes de haber empezado realmente.

Richard tenía que ponerse en contacto con Víctor y Nicci para que todos pudieran continuar lo que habían empezado... concibiendo la estrategia más efectiva para derrocar a la Orden Imperial.

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Pero se estaban quedando sin tiempo para resolver otro problema, un problema que todavía no comprendían.

—Me alegro de que nos hayas encontrado, Sabar. Puedes contar a Víctor y a Nicci que nosotros tenemos que ocuparnos de algo primero, pero que en cuanto lo hagamos, podremos ayudarlos con sus planes.

Sabar pareció aliviado.—Todo el mundo se sentirá feliz de oírlo.El hombre vaciló, luego ladeó la cabeza, indicando al norte.—Lord Rahl, cuando venía en vuestra busca, siguiendo las indicaciones

que Nicci me dio, pasé por el lugar donde ella debía encontrarse con vos, y luego continué marchando hacia el sur. —La preocupación invadió su expresión—. No hace muchos días, llegué a un lugar, de kilómetros de extensión, que estaba muerto.

Richard alzó los ojos. Advirtió que su dolor de cabeza parecía haber desaparecido repentinamente.

—¿Qué quieres decir con «muerto»?Sabar agitó la mano en dilección a la oscuridad.—La zona por la que viajaba era muy parecida a este lugar: había

algunos árboles, grupos de matorrales. —Su voz descendió—. Pero entonces llegue a un lugar donde lo que crecía finalizaba. Todo acababa en el mismo lugar. No había nada, excepto roca. Nicci no me había dicho que me encontraría con un lugar así. Admito que sentí miedo.

Richard echó una veloz mirada a su derecha —al este—, a las montañas que había más allá.

—¿Cuánto duró ese lugar muerto?—Anduve, dejando a la vida detrás de mí, y pensé que tal vez estaba

penetrando en el inframundo. —Sabar desvió la mirada de los ojos de Richard—. O en las garras de alguna nueva arma que la Orden había creado para destruirnos a todos.

»Llegué a estar muy asustado e iba a dar media vuelta. Pero entonces pensé en que la Orden me había hecho sentir miedo toda la vida, y no me gustó esa sensación. Peor, pensé en cómo iba a presentarme ante Nicci y decirle que había dado media vuelta en lugar de ir en busca de lord Rahl como me había pedido, y eso pensamiento me hizo sentir avergonzado, así que seguí adelante. Tras varios kilómetros volví a encontrar que la vida crecía. —Soltó un suspiro—. Me sentí sumamente aliviado, y también un poco estúpido por haber sentido miedo.

Dos. Eso hacía dos límites.—He estado en lugares como ése, Sabar. y puedo decirte que yo,

también, me he sentido asustado.Sabar mostró una amplia sonrisa.—Entonces no fui tan estúpido al sentir miedo.

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—Nada estúpido. ¿Pudiste ver si esa zona muerta era extensa? ¿Pudiste ver si era más que simplemente una extensión de roca al descubierto? ¿Pudiste ver si discurría en una línea, si discurría en una dirección concreta?

—Era como decís, una línea. —Sabar hizo un rápido movimiento con la mano en dirección al este—. Descendía de las lejanas montañas, al norte de esa depresión. —Sostuvo la mano plana y la deslizó hacia abajo—. Marchaba hacia el sudoeste, al interior de aquel páramo.

Hacia los Pilares de la Creación.Kahlan se inclinó muy cerca de Richard y habló entre dientes:—Eso sería casi paralelo al límite que cruzamos en el sur. ¿Por qué

tendrían que existir dos límites tan cerca uno de otro? Eso no tiene sentido.—No lo sé —le susurró Richard—. A lo mejor lo que fuera que el límite

estuviera protegiendo era tan peligroso que quienquiera que lo colocó temió que uno podría no ser suficiente.

Kahlan se frotó la parte superior de los brazos pero no hizo comentarios. Por la expresión de su rostro, Richard supo lo que sentía ante tal teoría... en especial teniendo en cuenta que tales límites habían desaparecido ahora.

—En cualquier caso —dijo Sabar con un tímido encogimiento de hombros—, me alegre de no haber dado la vuelta, o habría tenido que enfrentarme a Nicci después de que ella me hubiese pedido que ayudara a lord Rahl... a mi amigo Richard.

Richard sonrió.—Yo también me alegro, Sabar. No creo que ese lugar que cruzaste sea

un peligro ya, al menos del modo en que lo fue en el pasado.Jennsen no pudo contener por más tiempo la curiosidad.—¿Quién es esa Nicci?—Nicci es una hechicera —respondió Richard—. Antes era una Hermana

de las Tinieblas.Las cejas de Jennsen se enarcaron.—¿Antes?—Trabajaba para promover la causa de Jagang —dijo Richard, asintiendo

—, pero finalmente se dio cuenta de lo equivocada que había estado y se unió a nuestro bando. —Era una historia que no tenía ganas de contar con detenimiento—. Ahora pelea a favor nuestro. Su ayuda ha sido inestimable.

Jennsen se inclinó hacia delante, aún más atónita.—Pero ¿puedes confiar en alguien así, alguien que trabajó a favor de

Jagang? Peor aún, ¿en una Hermana de las Tinieblas? Richard, he estado con algunas de esas mujeres, sé lo despiadadas que son. Puede que se vean obligadas a hacer lo que Jagang les impone hacer, pero están consagradas al Custodio del inframundo. ¿Realmente crees que puedes confiarle tu vida y que no te traicionará?

Richard miró a Jennsen a los ojos.

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—Yo me fio de ti mientras duermo aunque tengas un cuchillo.Jennsen volvió a sentarse hacia atrás. Sonrió, más por bochorno que por

otra cosa, se dijo Richard.—Supongo que veo a qué te refieres.—¿Qué más dijo Nicci? —preguntó Kahlan, ansiosa por regresar al tema

que tenían entre manos.—Sólo que debía ir en su lugar y encontrarme con vosotros —respondió

Sabar.Richard sabía que Nicci estaba siendo cautelosa, que no había querido

contar al joven demasiadas cosas por si lo cogían.—¿Cómo sabía ella dónde estaba?—Dijo que era capaz de saber dónde estabais mediante magia. Nicci es

tan poderosa con la magia como hermosa.Sabar dijo aquello en un tono reverencial. No conocía ni la mitad de la

historia. Nicci era una de las hechiceras más poderosas que había vivido nunca. Sabar no sabía que, cuando Nicci trabajaba para conseguir los fines que buscaba la Orden, era conocida como la Señora de la Muerte.

Richard supuso que Nicci había usado el vínculo con el lord Rahl para localizarlo. El poder del vínculo protegía a los que lo juraban, impidiendo que el Caminante de los Sueños penetrara en sus mentes. Los d'haranianos de pura sangre, como Cara, podían saber a través del vínculo dónde estaba el lord Rahl. Kahlan le había confiado que le resultaba desconcertante el modo en que Cara sabía siempre dónde estaba Richard. Nicci no era d'haraniana, pero era una hechicera y tenía un vínculo con Richard, así que podría haber manipulado tal vínculo para saber dónde estaba.

—Sabar, Nicci debe de haberte enviado por un motivo —dijo Richard—, aparte del de decir que no podía esperarnos en nuestro lugar de encuentro.

—Sí, por supuesto —repuso el a la vez que asentía a toda prisa, como disgustado porque se le tuviera que recordar—. Cuando le pregunté qué debía deciros, me dijo que lo había puesto lodo en una carta. —Sabar abrió la solapa de la bolsa de cuero que llevaba colgada al cinto—. Dijo que, cuando se dio cuenta de lo lejos que estabais realmente, se sintió consternada y que no disponía de tiempo para viajar hasta vos. Me dijo que era muy importante que me asegurara de encontraros y que os diera su carta. Dijo que la carta explicaría por qué no podía esperar.

Con el índice y el pulgar, Sabar extrajo la carta, dando la impresión dique manejaba una víbora letal en lugar de un rollo pequeño de papel sellado con cera roja.

—Nicci me contó que esto es peligroso —explicó él, alzando la mirada hacia los ojos de Richard—. Dijo que si cualquiera que no fueseis vos lo abría, yo no debería estar muy cerca o también moriría.

Sabar depositó cuidadosamente la carta enrollada sobre la palma de Richard. Esta se calentó de un modo perceptible en su mano. La cera roja intensificó su color, como si la iluminase un rayo de sol, y el resplandor se

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extendió desde la cera para envolver toda la longitud de la carta enrollada. Grietas finas recorrieron la cera roja, igual que el hielo otoñal de un estanque se quiebra bajo el peso de un pie. La cera se hizo añicos y se desmenuzó.

Sabar tragó saliva.—Odio pensar lo que habría sucedido de haber intentado abrirlo

cualquiera que no fueseis vos.Jennsen volvió a inclinarse hacia delante.—¿Eso ha sido magia?—Debe de haberlo sido —le contestó Richard mientras empezaba a

desenrollar la carta.—Pero lo he visto hacerse pedazos —repuso ella.—¿Has visto algo más?—No, simplemente se ha desmenuzado de repente.Con el pulgar y el índice, Richard alzó un poco de la cera desintegrada

de la palma.—Probablemente puso una telaraña de magia alrededor de la carta y la

sintonizó a mi contacto. Si cualquier otro hubiese intentado romper esa telaraña para abrir la carta, se había disparado el hechizo. Imagino que mi contacto abrió el sello. Tú has visto el resultado de la magia... el sello roto... no la magia en sí.

—¡Vaya, aguardad! —Sabar se golpeó la frente con la palma de la mano—. ¿En qué estoy pensando? Se suponía que os debía dar esto también.

Quitándose las correas de los hombros con un veloz movimiento y haciéndolas bajar por los brazos, hizo girar la mochila hasta su regazo. Tras desatar a toda prisa las liras de cuero, introdujo la mano en el interior, luego alzó con cuidado algo envuelto en un material acolchado negro. Tenía sólo unos treinta centímetros de alto pero no era muy grueso. Por el modo en que Sabar lo manejaba, parecía ser un tanto pesado.

Sabar depositó el objeto envuelto sobre el suelo, en posición vertical, frente al fuego.

—Nicci me dijo que debía daros esto, que la carta lo explicaría.Jennsen se inclinó un poco hacia delante, fascinada por el misterio de

aquel objeto can bien envuelto.—¿Qué es?Sabar se encogió de hombros.—Nicci no me lo dijo. —Hizo una mueca que sugería que se sentía un

tanto incómodo por hallarse a oscuras respecto a gran parte de la misión que le habían confiado—. Cuando Nicci te mira y te dice que hagas algo, uno no hace preguntas.

Richard sonrió para sí mientras empezaba a desenrollar la carta. Sabía perfectamente a qué se refería el joven.

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—¿Dijo Nicci alguna cosa sobre quién podía desenvolver esa cosa?—No, lord Rahl. Simplemente dijo que os la diera, que la carta lo

explicaría.—Si tuviera una telaraña a su alrededor, como la carta, ella te lo habría

advertido. —Richard alzó los ojos—. Cara —dijo, indicando el paquete atado colocado ante el fuego—, ¿por qué no lo desenvuelves mientras Kahlan y yo leemos la carta?

Mientras Cara se sentaba con las piernas cruzadas en el suelo y empezaba a ocuparse de los nudos de las tiras de cuero que rodeaban la negra envoltura acolchada, Richard sostuvo la carta ligeramente ladeada para que Kahlan pudiese leerla en silencio junto con él.

Queridos Richard y Kahlan:

Lamento no poder contaros ahora mismo todo lo que querría que supierais, pero hay cuestiones urgentes de las que debo ocuparme y no me atrevo a retrasarlas. Jagang ha iniciado algo que yo consideraba imposible. Mediante su habilidad como Caminante de los Sueños, ha obligado a las Hermanas de las Tinieblas que controla a crear armas a partir de personas, como se hizo durante la gran guerra. Esto ya es bastante peligroso en sí mismo, pero, debido a que Jagang no posee el don, su comprensión de tales cosas es muy rudimentaria. Es un toro desmañado que interna usar los cuernos para hacerse sitio en la magia. Ellas están usando las vidas de magos como carne de cañón para los experimentos de Jagang. Todavía no sé el éxito que han obtenido, pero temo descubrir los resultados. Os contaré más sobre esto en un momento.

Primero, el objeto que os he enviado. Cuando localicé vuestro rastro y empecé a seguirlo hasta donde debíamos encontrarnos, descubrí esto. Creo que ya os habéis encontrado con ello porque ha sido tocado por alguien destacado involucrado en el asunto o involucrado contigo.

El objeto es un faro de advertencia. Ha sido activado... no por ese contacto, sino por acontecimientos. No puedo hacer suficiente hincapié en el peligro que representa.

Objetos así sólo podían construirlos los magos de tiempos antiguos; la creación de un objeto así precisaba tanto de Magia de Suma como de Resta, y requería que el don de ambas fuese innato. Pero son tan raros que jamás había visto ninguno.

No obstante, había leído sobre ellos en las criptas del Palacio de los Profetas. Tales faros de advertencia se mantienen mediante un vínculo con el mago muerto que los creó.

Richard se sentó hacia atrás y soltó un suspiro preocupado.—¿Cómo puede ser posible tal vínculo? —preguntó Kahlan.Él no tenía que leer precisamente entre líneas para poder darse cuenta

de que Nicci le advertía en los términos más serios posibles.

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—Tiene que estar conectado de algún modo al inframundo —musitó Richard como respuesta.

El reflejo de las llamas danzó en los ojos verdes de Kahlan cuando lo miró asombrada.

Kahlan volvió a echar una mirada a Cara, que seguía ocupada con los nudos, retirando una de las tiras de cuero que rodeaban la envoltura del objeto conectado a un mago muerto que se hallaba en el inframundo. Kahlan sostuvo en alto el extremo de la carta mientras leía a toda prisa junto con él.

Por lo que sé de tales faros de advertencia, éstos controlan escudos de protección poderosos y vitales creados para encerrar algo profundamente peligroso. Forman parejas. El primer faro es siempre ámbar. Está pensado para ser una advertencia a aquel que rompió el sello. El contacto con un principal o alguien relacionado con un principal lo enciende, de modo que pueda ser reconocido como lo que es y sirva para lo que fue pensado: como una advertencia para los involucrados. Sólo puede ser destruido después de que alerte a aquel a quien se supone que debe advertir. Lo envío para estar absolutamente segura de que lo habéis visto.

La naturaleza precisa del segundo faro me es desconocida, pero ese faro está pensado para aquel que es capaz de volver a colocar el sello.

No conozco la naturaleza del sello ni que estaba protegiendo. No obstante, no hay duda de que se ha roto el sello.

El origen de la brecha, si bien no es la causa específica que ha activado este faro, es evidente.

—Eh, un momento —dijo Cara, poniéndose en pie y retrocediendo como si hubiese liberado una plaga morral—. No es culpa mía esta vez. —Señaló con el dedo—. Dijisteis que lo hiciera.

La estatua traslúcida que Cara había tocado antes se encontraba ahora de pie, en el centro de la envoltura acolchada negra.

Era una estatua de Kahlan.El brazo izquierdo de la estatua estaba apretado contra el costado, el

brazo derecho atado, señalando. La estatua, con la forma de un reloj de arena, parecía como si estuviera hecha de ámbar transparente, lo que les permitía ver su interior.

De la mitad superior del reloj de arena caía un hilillo de arena, a través de la estrecha cintura, a la parte de abajo del traje de gala de la Madre Confesora.

La arena seguía escurriéndose, tal y como lo había estado haciendo la última vez que Richard había visto el objeto. En aquel momento, la mitad superior estaba más llena que la mitad inferior. En la actualidad, la parte superior contenía menos arena.

Kahlan se había quedado lívida.

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Cuando la vio por primera vez, Richard no habría necesitado que Nicci le dijera lo peligrosa que era una cosa así. No había querido que ninguno de ellos la tocara. Cuando se habían tropezado con ella, en una cavidad rocosa junto a un sendero, pareciendo casi parte de la roca misma, el objeto era opaco, con una oscura superficie mate, sin embargo, se le reconocía fácilmente como una imagen de Kahlan.

A Cara no le gustó encontrar algo así y no quiso dejar una representación de Kahlan allí tirada para que cualquiera la encontrara y la cogida para quien sabía qué. Cara la agarró, incluso a pesar de que Richard empezó a chillarle que dejara en paz aquel objeto.

Cuando lo levantó, empezó a volverse traslúcido.Presa del pánico, Cara volvió a dejarlo donde estaba.Fue entonces cuando el brazo derecho se había alzado y señalado al

este.Fue entonces cuando pudieron empezar a ver a través del objeto, a ver

cómo la arena del interior caía.El peligro implícito en el hecho de que la arena se agotase los tenía a

todos muy trastornados. Cara quiso volver a cogerla y darle la vuelta, para impedir que la arena cayese. Richard, no sabiendo nada sobre un objeto como aquél y dudando que una solución tan simple fuera a tener algún efecto beneficioso, no permitió a Cara que lo volviera a tocar. Había amontonado rocas y matorrales a su alrededor de modo que nadie más supiese que estaba allí. Evidentemente, aquello no había funcionado.

Ahora sabía que el contacto de Cara no tenía nada que ver con lo que estaba sucediendo, a excepción de poner en marcha la advertencia, así que se le ocurrió confirmar su creencia original.

—Cara, túmbalo.—¿Tumbarlo?—De costado... como lo querías hacer la última vez... para ver si eso

detiene la arena.Cara lo miró fijamente por un momento y luego usó la punta de la bota

para hacer caer la figura de costado.La arena siguió cayendo como si todavía siguiera en pie.—¿Cómo puede hacer eso la arena? —preguntó Jennsen con voz agitada

—. ¿Cómo puede seguir cayendo la arena... cómo puede caer de costado?—¿Lo puedes ver? — preguntó Kahlan—. ¿Ves cómo cae la arena?Jennsen asintió.—Ya lo croo que puedo, y tengo que deciros que le está poniendo la

carne de gallina a mi carne de gallina.Richard se limitó a contemplar, sorprendido, corno ella miraba

asombrada la estatua de Kahlan tumbada de costado. Aunque sólo fuera eso, la arena que discurría lateralmente a través de la estatua tenía que ser

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mágica. Jennsen era un pilar de la Creación, un agujero en el mundo, un vástago inmaculadamente desprovisto del don de Rahl el Oscuro. No debería poder ver magia.

Y sin embargo, la veía.—Tengo que darle la razón a la joven señora —dijo Sabar—. Eso resulta

aún más aterrador que esas enormes aves negras que he visto describiendo círculos en el aire durante la última semana.

Kahlan se irguió.—Has estado viendo...Al oír el apremiante grito de advertencia de Tom, Richard se alzó a toda

prisa, desenvainando la espada en un veloz movimiento. El excepcional tintineo del acero inundó el aire. La magia no acudió a la espada.

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Kahlan se agachó tapidamente a un lado, colocándose en lugar seguro, mientras Richard extraía la espada. El característico tintineo del acero al ser desenvainado con cólera se fundió con el grito de advertencia de Tom, que seguía resonando por las colinas circundantes, provocando que un ramalazo de temor hormigueara por su carne. Mientras clavaba la mirada en la vacía oscuridad de la noche que los envolvía, su instinto fue alargar la mano hacia la propia espada, pero la había guardado en el carro, para no levantar sospechas sobre quiénes podrían ser: las mujeres no llevaban armas en el Viejo Mundo.

A la luz del fuego, Kahlan podía ver con claridad el rostro de Richard. Le había visto desenvainar la Espada de la Verdad innumerables veces y en una diversidad de situaciones, desde aquella primera vez, cuando Zedd, tras entregarle la espada, le ordenó que la desenvainara y Richard la sacó vacilantemente de la vaina, en el ardor de la batalla, pasando por momentos como el actual en que la desenvainaba bruscamente para defenderse.

Cuando Richard desenvainaba la espada, desenvainaba también la magia que esta conllevaba. Esa era la función del arma; la magia no se había creado simplemente para defender al auténtico propietario de la espada, sino, lo que era más importante, para ser una proyección de sus propósitos. La Espada de la Verdad ni siquiera era realmente un talismán, sino más bien una herramienta, del Buscador de la Verdad.

La auténtica arma era el Buscador que empuñaba la espada. La magia de la espada respondía a su deseo.

Todas y cada una de las veces que Richard había sacado la espada. Kahlan había visco aquella magia danzando peligrosamente en sus ojos grises.

Aquélla era la primera vez que él había desenvainado el arma y ella no había visto la magia en sus ojos. Aquella mirada feroz de rapaz sólo era de Richard.

Si verle desenvainar la espada, sin ver la magia en sus ojos, la conmocionó, tal cosa pareció sorprender aún más a Richard que, por un instante, vaciló, como si tropezara mentalmente.

Antes de que tuvieran tiempo de preguntarse siquiera qué había provocado el grito de advertencia de Tom, unas sombras que se deslizaron a cubierto de los árboles próximos salieron repentinamente en tropel de la oscuridad y se plantaron entre ellos. Un repentino coro de furiosos gritos que helaban la sangre inundó la noche a la vez que una serie de hombres penetraban violentamente en el campamento, iluminado por la luz de la hoguera.

No parecían ser soldados —no llevaban uniformes— y no actuaban como lo harían los soldados, pues no llevaban las armas desenvainadas. Kahlan no vio que ninguno de los hombres blandiera espadas, hachas o cuchillos.

Armas o no, eran muchos y aullaban feroces gritos de batalla, como si estuvieran dispuestos a llevar a cabo un gran derramamiento de sangre. Ella

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sabía, no obstante, que la repentina descarga de ensordecedor ruido era una táctica para aterrorizar al objetivo e impedirle reaccionar, haciendo que resultase más fácil abatirlo. Lo sabía porque ella misma había usado tal táctica.

Espada en mano, Richard se encontraba totalmente en su elemento; concentrado, despiadadamente resuelto... incluso sin la ayuda de la magia de la espada.

Al mismo tiempo que los asaltantes cargaban, la espada, impulsada por la propia cólera de Richard, centelleó en el aire, con un destello de luz carmesí procedente de las llamas de la fogata. Un aquel intenso momento de respuesta al ataque, hubo una fracción de segundo durante la cual Kahlan temió que, sin la magia de la espada, todo pudiera salir terriblemente mal.

En un instante, el campamento se convirtió en un caos. Aunque los atacantes no iban vestidos como soldados, todos eran fornidos y no había la menor duda de que traían intenciones hostiles.

Un hombre que se abalanzaba al frente alzó los brazos para agarrar a Richard antes de que éste pudiera dirigir la espada hacia él. La punta de la espada silbó mientras giraba, impulsada por un letal compromiso, y la hoja amputó al hombre uno de los brazos alzados antes de reventarle el cráneo. El aire por encima de la hoguera quedó rociado de sangre, hueso y masa encefálica. Arremetió otro hombre, pero la espada de Richard le desgarró el pecho. En poco más de un abrir y cerrar de ojos, los dos hombres estaban muertos.

La magia por fin pareció precipitarse al interior de los ojos de Richard, como si finalmente estuviera al tanto de sus intenciones.

Kahlan no conseguía entender qué hacían aquellos desconocidos. Atacaban sin sacar las armas, pero no parecían menos feroces por ello. Su velocidad, número y tamaño, y el aspecto furioso que ofrecían, era suficiente para hacer temblar de miedo a cualquiera.

Desde la oscuridad, más hombres se abalanzaron sobre ellos. Cara se interpuso en el camino del ataque, emprendiéndola a golpes con el agiel. Los hombres chillaban víctimas de un dolor espantoso cuando el arma entraba en contacto con ellos, provocando la vacilación entre los atacantes. Sabar, cuchillo en mano, rodó al suelo con uno de los hombres, que lo había agarrado por detrás. Jennsen esquivó a otro que intentaba agarrada por los cabellos. Mientras giraba para alejarse, la muchacha le acuchilló el rostro. Los gritos del herido se unieron a un estridente coro de otros muchos.

Kahlan advirtió que no eran sólo hombres los que chillaban, sino que los caballos también relinchaban asustados. El agiel de Cara, en contacto con un cuello corto y robusto, provocó un alarido aterrador. Aquellos hombres chillaban y gritaban órdenes que eran bruscamente interrumpidas cuando la espada de Richard se abría paso a través de ellos. Todos los gritos parecían dirigidos a la tarea de reducir a los cuatro.

Kahlan comprendió, entonces, que sucedía. No querían matarlos, sino capturarlos. Para aquellos hombres, matar sería un gran acto de misericordia comparado con lo que se proponían.

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Dos de los fornidos hombres pasaron a través de la hoguera, con los brazos bien extendidos como para placar a Richard y a Kahlan. Cara alargó el brazo y agarró una camisa con el puño, haciendo girar bruscamente a uno de aquellos dos hacia ella, y le hundió el agiel en el vientre haciéndole caer de rodillas. El otro hombre se encontró inesperadamente con la espada de Richard clavada en él por el impulso de una fuerza formidable. El alarido de dolor mortal fue breve antes de que la espada le acuchillara la garganta. Cara, erigiéndose sobre el hombre caído de rodillas, presionó el agiel contra el pecho de éste y dio un giro al arma que derribó al hombre al instante.

Richard saltaba ya por encima de la hoguera para adentrarse en lo más reñido del ataque. Al mismo tiempo que sus botas aterrizaban sobre el suelo con un golpe sordo, la espada partió casi en dos al hombre que Sabar tenía encima, derramando sus vísceras por el suelo.

El hombre al que Jennsen había acuchillado se alzó para encontrarse con el cuchillo de la joven, impulsado por un miedo desesperado. Jennsen dio un salto atrás cuando él se desplomó hacia delante, aferrándose la base de la garganta, que ella le había seccionado. Cara atrapó al hombre que Jennsen no había visto que quería atacarla por la espalda. La mord-sith, su rostro una imagen de salvaje resolución, mantuvo el agiel contra la garganta del atacante, siguiéndolo hasta el suelo mientras él se asfixiaba en su propia sangre.

Entonces, entre los hombres en cuyo centro había irrumpido Richard, Kahlan vio aparecer los cuchillos. Los atacantes abandonaron el fracasado intento de derribarlo y reducirlo mediante la fuerza. Sin embargo, la amenaza de los cuchillos sirvió tan sólo para dar más rienda suelta a la furia de Richard. Por la expresión de sus ojos, la magia de la espada parecía estar totalmente involucrada en el combate.

Por un instante, Kahlan permaneció petrificada por la visión de Richard tan implacablemente dedicado a luchar que sus mandobles y movimientos componían una elegante danza con la muerte. Comparados con los gráciles movimientos de Richard, los hombres se movían como toros. Sin malgastar movimientos, Richard se deslizó entre ellos como si fuesen estatuas, con la espada repartiendo violencia incontrolada. Cada estocada alcanzaba una zona vital del adversario. Cada mandoble rebanaba carne y hueso. Cada giro respondía a un ataque y lo aplastaba. No se perdía ninguna oportunidad, ninguna cuchillada fallaba, ninguna estocada erraba el blanco. Cada vez que giraba para esquivar la ofensiva de un cuchillo, frenaba una embestida o se daba la vuelta para enfrentarse a un nuevo ataque, hería inmisericorde.

A Kahlan la enfurecía no tener su espada. No había modo de saber cuántos hombres más había, y sabía demasiado bien lo que era estar impotente y verse avasallada por una banda de hombres. Empezó a avanzar lentamente hacia el carro.

A Jennsen y a Sabar los placó un hombre fornido que se abalanzó sobre ellos. Mientras ellos golpeaban contra el suelo, el atacante aterrizó encima y los dejó sin resuello. Las enormes manos del hombre inmovilizaron sus muñecas sobre el suelo, manteniendo apartados los cuchillos.

El arma de Richard pasó como una exhalación, hendiendo la espalda del hombre y seccionándole la columna vertebral. Richard dobló una rodilla en tierra a la vez que se daba la vuelta para atravesar con su espada a otro

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atacante que intentaba alcanzar a Richard antes de que este pudiera recuperarse. La expresión del rostro del hombre fue la viva imagen de la sorpresa horrorizada cuando chocó en su lugar con la espada de Richard, clavándosela en el pecho hasta la cruz. El pesado hombre caído encima de Jennsen y Sabar se convulsionó, incapaz de respirar, mientras ellos se lo quitaban de encima. Richard, todavía con una rodilla doblada, liberó la espada de un tirón mientras el hombre herido de muerte caía por delante de él.

Cuando otro de aquellos desconocidos irrumpió en el campamento, mirando a su alrededor en un intento de orientarse, Cara le estrelló el agiel contra el cuello. Mientras él se desplomaba hecho un ovillo, la mord-sith alzó el codo para aplastar el rostro del hombre que iba tras el primero, el cual intentaba agarrarla por detrás. Dando gritos, el sujeto se cubrió con las manos la cara ensangrentada. Ella giró en redondo y le asestó una patada entre las piernas. Mientras caía al frente, la mord-sith le partió la mandíbula con la rodilla, y, acto seguido, derribó a un tercer hombre estrellándole el agiel en el pecho.

Otro atacante se abalanzó sobre Sabar, derribándolo de espaldas. Sabar respondió con el cuchillo, alcanzándolo. Otro hombre vio la oportunidad y se hizo con la carta de Nicci, que estaba en el suelo. Kahlan se abalanzó hacia la carta, que tenía en el puño, pero falló porque el retiró violentamente la mano antes de salir huyendo. Jennsen le cortó la huida. Él la apartó violentamente con el brazo mientras pasaba junto a ella como una exhalación. El impacto hizo tambalear a la muchacha, pero se recuperó para enterrarle el cuchillo en la espalda.

Jennsen se las apañó pata mantener aferrado el cuchillo, retorciéndolo con decisión, mientras el hombre arqueaba la espalda con un grito ahogado de dolor, al que siguió un rugido furioso que se desvaneció en un borboteo pastoso. El cuchillo de Jennsen había encontrado su corazón. El hombre se tambaleó, dio un traspié y cayó sobre la fogata, Las llamas cobraron vida con un rugido al incendiarse su ropa. Kahlan intentó arrebatarle la carta del puño mientras él se retorcía víctima de atroces dolores, pero, debido a la intensidad del fuego, no consiguió acercarse lo suficiente.

Era ya demasiado tarde, no obstante; la carta que Richard y ella sólo habían tenido una oportunidad de leer en parte llameó brevemente antes de transformarse en negras cenizas que se elevaron hacia el ciclo.

Kahlan se cubrió la boca y la nariz, sintiendo náuseas ante el hedor a cabellos y carne quemados a la vez que el calor la obligaba a retroceder. Aunque parecía que llevaban horas peleando, el asalto no había hecho más que empezar y había ya muertos por todas parres, sin que cesaran de acudir más de aquellos hombretones.

Mientras retrocedía lejos de las llamas y de su fútil intento de recuperar la carta, Kahlan giró de nuevo en dirección al carro, en dirección a su espada. Alzó los ojos y vio que un hombre que parecía tan grande como una montaña se abalanzaba hacia ella, cerrándole el paso. Él sonrió burlón al ver que había dado caza a una mujer desarmada.

Más allá del hombre, Kahlan vio a Richard. Los ojos de ambos se encontraron. El había llevado su espada al centro de la lucha, intentando

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pararla antes de que se cobrara victimas entre ellos, intentando ponerle fin antes de que alguno de ellos pudiera recibir algún daño.

No podía estar en todas partes a la vez.No estaba lo bastante cerca para llegar ella a tiempo, pero eso no le

impidió intentarlo. Pero Kahlan vio que él estaba demasiado lejos. El esfuerzo era inútil.

Clavando la mirada en los ojos del hombre que amaba más que a la vida misma, vio la cólera absoluta que sentía. Ella sabía que Richard, por su parte, veía un rostro que no mostraba nada: un rostro de Confesora, tal y como su madre le había ensenado. Y entonces el enemigo que corría se colocó entre ellos, impidiéndoles verse.

La visión de Kahlan se concentró en el hombre que se abalanzaba sobre ella, con los brazos en alto como un oso lanzando a una carga enloquecida, los dientes apretados con determinación. Una mueca crispaba el rostro del sujeto en su esfuerzo por alcanzarla antes de que pudiera echarse a un lado, antes de que tuviera una posibilidad de escapar.

Ella sabía que el adversario estaba demasiado cerca para que tuviera esa posibilidad y por lo tanto no malgastó esfuerzos.

Aquel tipo había conseguido pasar a través de la matanza. Había evitado a Jennsen y a Sabar. Había calculado su ataque para esquivar la espada de Richard a la vez que conseguía dejar atrás el agiel de Cara mientras ésta se volvía hacia otro hombre. No había cargado alocadamente como el resto. Se había demorado lo suficiente para elegir el momento perfecto para el ataque.

Aquel hombre sabía que estaba a punto de conseguir lo que buscaba.Estaba a menos de una fracción de segundo de distancia, descendiendo

sobre ella a toda velocidad.Kahlan oyó el grito de Richard justo al tiempo que su mirada se

encomiaba con el destello de los ojos oscuros del hombre.Éste profirió un grito de furia mientras se lanzaba sobre ella. Sus pies

abandonaron el suelo mientras volaba por el aire hacia ella. Su sonrisa perversa traicionaba la segundad que sentía.

Kahlan vio sus colmillos sobresaliendo por encima del agrietado labio inferior, vio el diente ennegrecido entre los otros dientes amarillentos, vio la cicatriz en forma de garabato blanco, como si alguna vez hubiese estado comiendo con un cuchillo y se hubiese cortado accidentalmente la comisura de la boca. La barba de tres días que lucía era como alambre. El ojo izquierdo no se abría tanto como el derecho. La oreja derecha tenía una enorme muesca en forma de «V” que le recordó el modo en que algunos granjeros marcaban a sus cerdos.

Pudo ver su propio reflejo en los ojos oscuros del hombre mientras alzaba el brazo derecho.

Kahlan se preguntó si ese hombre tendría una esposa, una mujer a quien le importase, que lo echase de menos, que suspirase por él. Se preguntó si tal vez tendría hijos, y, si los tenía, qué podía enseñarles un hombre como aquél. Tuvo una fugaz visión de lo desagradable que sería

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tener a aquella bestia encima de ella, con su barba rasposa despellejándole la mejilla, con sus labios agrietados sobre los de ella, los dientes amarillentos arañándole el cuello mientras se ensimismaba en su deseo.

El tiempo se distorsionó.Ella extendió el brazo. El hombre siguió su avance hacia ella, y Kahlan

sintió la áspera urdimbre de su camisa marrón cuando la palma de su mano se encontró con el centro del pecho.

Aquella fracción de tiempo de que disponía antes de que lo tuviera encima no se había iniciado aún. Richard todavía no había conseguido dar ni un solo y frenético paso.

Sentía el peso de aquel hombre grande como un oso contra su mano como si no fuese otra cosa que el aliento de un bebé. Para Kahlan, parecía como si él estuviese congelado en el espacio ante ella.

El tiempo pertenecía a Kahlan.El hombre era suyo.El tumulto del combate, los gritos, los alaridos, los chillidos; el hedor del

sudor y la sangre; el centelleo del acero, el entrechocar de cuerpos; las imprecaciones y gruñidos; el miedo, el terror, los asustados latidos del corazón... la cólera... todo aquello ya no estaba allí para ella. Se encontraba en un mundo de silencio que era todo suyo.

Incluso a pesar de haber nacido con él y haberlo sentido siempre allí, en el centro de su ser, el formidable poder de su interior, en muchos aspectos, parecía incomprensible, inconcebible, inimaginable, remoto. Sabía que le parecería así hasta que dejara de contenerlo, y entonces sobrevendría una fuerza de tal soberbia magnitud que sólo se podía comprender cuando se experimentaba. A pesar de que la había liberado en más ocasiones de las que podía recordar, esa extraordinaria violencia seguía dejándola estupefacta.

Contempló al hombre que tenía delante de un modo frío y calculador, lista para aquella violencia.

Mientras él se había abalanzado hacia ella, el tiempo había pertenecido a aquel hombre.

Ahora el tiempo le pertenecía a ella.Podía percibir el número de hilos de la tela de la camisa, percibir los

ensortijados cabellos de su pecho.El violento sobresalto del repentino ataque, la violencia de éste, habían

desaparecido ahora. En aquellos momentos estaban sólo aquel hombre y ella, conectados para siempre por lo que iba a suceder. Aquel hombre había elegido conscientemente su propio destino cuando había decidido atacarlos. La certeza que ella sentía respecto a lo que era necesario hacer la llevaba más allá de la necesidad de evaluar emociones. Y no sentía ninguna: no había alegría, ni siquiera alivio; no había odio, ni siquiera aversión; no había compasión, ni siquiera pesar.

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Kahlan se despojó de aquellas emociones para hacer sitio al torrente de poder, para darle vía libre.

Ahora él no tenía ninguna posibilidad.Le pertenecía.El rostro del hombre estaba crispado por el perverso regocijo que le

proporcionaba su certeza de que era el glorioso vencedor que la poseería, que era él ahora quien decidiría qué iba ser de la vida de aquella mujer, que ella no era más que su botín.

Kahlan liberó su poder.Por su mera voluntad, su herencia se modificó al instante para

convertirte en una fuerza avasalladora capaz de modificar la naturaleza misma de la consciencia.

A los ojos oscuros del hombre había acudido la chispa de la sospecha de que algo que no podía comprender se había puesto en marcha de un modo irrevocable. Y entonces éste comprendió en un instante que su vida, como la había conocido, había finalizado. Todo lo que quería, en lo que pensaba, por lo que trabajaba, esperaba obtener, rezaba para que sucediera, poseía, amaba, odiaba... ya no existía.

En los ojos de la mujer no vio misericordia, y eso, más que cualquier cosa, le produjo un terror descarnado.

Un trueno sin sonido sacudió el aire,En aquel instante, la violencia de todo ello fue tan prístina, tan hermosa,

tan exquisita como espantosa.Aquella fracción de segundo de tiempo que Kahlan tenía antes de que él

cayera sobre ella todavía no había empezado aún.Pudo ver en los ojos del hombre que incluso el pensamiento llegaba

demasiado tarde para él. La percepción misma estaba siendo dejada atrás por la carrera de magia brutal que se abría paso a través de su mente, destruyendo para siempre su identidad.

La fuerza del choque sacudió el aire.Las estrellas se estremecieron.Chispas procedentes de la hoguera azotaron el suelo a medida que la

sacudida se extendía hacia el exterior, empujando polvo ante ella. Los árboles temblaron al ser alcanzados por el golpe, derramando agujas y hojas a medida que la furiosa oleada pasaba por su lado.

Él le pertenecía.El peso del hombre empujó a Kahlan un paso atrás cuando ésta se

retorcía para apartarse. El hombre pasó volando por su lado y se estrelló contra el suelo, quedando de bruces.

Sin un momento de vacilación, se incorporó apresuradamente hasta quedar de rodillas. Sus manos se alzaron en devota súplica. Los ojos se le inundaron de lágrimas. La boca, que sólo un instante antes estaba retorcida

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por sus perversas expectativas, se distorsionó ahora con la agonía de una angustia total.

—¡Por favor, señora —gimió—, dadme vuestras órdenes!Kahlan lo contempló con una nueva emoción: desprecio.

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Únicamente el sonido de los balidos quedos y asustados de Betty, se oía en el campamento, El suelo estaba cubierto de cuerpos desparramados. El ataque parecía haber finalizado. Richard, espada en mano, cruzo a la carrera entre la carnicería para llegar junto a Kahlan. Jennsen estaba de pie, cerca del límite de la luz de la hoguera, mientras Cara comprobaba los cadáveres en busca de algún signo de vida.

Kahlan dejó al hombre que acababa de tocar con su poder arrodillado en el polvo, pasando majestuosa junto a él en dirección a Jennsen. Richard se reunió con ella a mitad de camino, rodeándola aliviado con el brazo libre.

—¿Estás bien?Kahlan asintió, evaluando rápidamente el campamento, ojo avizor por si

hubiese más atacantes, pero tan sólo vio a los hombres muertos.—¿Y tú? —preguntó ella.Richard no pareció oír la pregunta. Apartó el brazo de su cintura.—Queridos espíritus —dijo, mientras se precipitaba hacia uno de los

cuerpos que estaba caído de costado.Era Sabar.Jennsen estaba de pie a poca distancia, temblando aterrorizada, con el

cuchillo alzado en un puño y los ojos desorbitados. Kahlan rodeó a la muchacha entre sus brazos, garantizándole entre susurros que ya había pasado todo, que había finalizado, que no le sucedería nada.

Jennsen se aferró a Kahlan.—Sabar... él me... me estaba protegiendo...—Lo sé, lo sé —la consoló Kahlan.Pudo ver que no había urgencia en los movimientos de Richard mientras

hacía girar a Sabar. El brazo del joven se desplomó exánime al costado. A Kahlan se le cayó el alma a los pies.

Tom entró corriendo en el campamento, sin resuello, estaba cubierto de sangre y sudor. Jennsen gimió y corrió a sus brazos. Él la abrazó con gesto protector, sujetándole la cabeza contra el hombro mientras intentaba recuperar el aliento.

Betty baló con desaliento desde debajo del carro, y sólo salió después de que Jennsen la llamara repetidas veces con palabras de ánimo. La lloriqueante cabra se abalanzó finalmente sobre Jennsen y se acurrucó temblorosa contra sus faldas. Tom seguía vigilando con atención la oscuridad circundante.

Cara deambuló con calma entre los cuerpos, inspeccionándolos en busca de alguna señal de vida. Aquí y allá empujaba a uno con la bota, o con la punta del agiel. Por su falta de premura, no había duda de que estaban todos muertos.

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Kahlan posó una mano cariñosa en la espalda de Richard mientras éste se acuclillaba junto al cuerpo de Sabar.

—¿Cuánta gente debe morir —preguntó el en voz queda y amarga—, por el crimen de querer ser libre, por el pecado de querer vivir su propia vida?

Kahlan vio que él sujetaba aún la Espada de la Verdad, puño con los nudillos blancos. La magia de la espada, que había acudido con tanta renuencia, todavía danzaba peligrosamente en sus ojos.

—¿Cuántos? —repitió él.—No lo sé, Richard —musitó Kahlan.Richard dirigió una mirada furibunda en dirección al hombre situado al

otro extremo del campamento, todavía de rodillas, con las manos juntas en un gesto suplicante para solicitar que le dieran órdenes, temiendo hablar.

Una vez tocada por una Confesora, la persona dejaba de ser lo que había sido hasta entonces. Aquella parte de su mente desaparecía para siempre. Quienes eran, lo que eran, dejaba de existir.

En su lugar, la magia del poder de una Confesora insultaba una devoción incondicional por las necesidades y deseos de la Confesora que los había tocado. Nada más importaba. Su único propósito en la vida, entonces, era cumplir sus órdenes, hacer lo que ella mandara, responder a todas sus preguntas.

Cualquiera así tocado no dudaría en confesar todos los crímenes, si ella lo pedía. Para eso hablan sido creadas las Confesoras. Su finalidad, en cierto modo, era la misma que la del Buscador: la verdad, En la guerra, como en todos los demás aspectos de la vida, no existía una mercancía más importante para la supervivencia que la verdad.

Aquel hombre, arrodillado no muy lejos, lloraba en abyecta aflicción porque Kahlan no le había pedido nada. No podía existir agonía más horrenda, ni vacío más aterrador, que sentirse vacío de los deseos de la Confesora. La existencia sin un deseo suyo carecía de sentido. En ausencia de su mandato, se sabía de hombres tocados por una Confesora que habían muerto.

Cualquier cosa que ella le pidiera ahora, su propio nombre, el nombre de su auténtico amor o asesinar a su amada madre, le produciría una alegría sin límites porque finalmente tendría una tarea que realizar para ella.

—Descubramos de qué va todo esto —dijo Richard con un gruñido.Exhausta, Kahlan contempló al hombre de rodillas. Estaba tan agotada

que apenas podía mantenerse en pie. Gotas de sudor le corrían entre los pechos. Necesitaba descansar, pero aquel problema era más inmediato y era necesario ocuparse de él primero.

De camino hacia el hombre que aguardaba de rodillas, que tenía los ojos alzados con expectación hacia Kahlan, Richard se detuvo. Allí, en la tierra ante sus botas, estaban los restos de la estatua que Sabar les había traído. Estaba rota en cien pedazos, ninguna de ellos reconocible ya, con la excepción de aquellos que seguían siendo de un traslúcido color ambarino.

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La carta de Nicci había dicho que no necesitaban la estatua, ahora que ésta ya había dado su advertencia; la advertencia de que Kahlan había roto un escudo protector que encerraba algo profundamente peligroso.

Kahlan no sabía qué protegía el precinto, pero temía saber muy bien qué era lo que había hecho para romperlo.

Temía aún más que, debido a ella, la magia de la espada de Richard hubiera empezado a flaquear.

Mientras permanecía con la vista bajada hacia los fragmentos ambarinos. Kahlan, sintió que la invadía la desesperación.

El brazo de Richard le rodeó la cintura.—No dejes que tu imaginación se desboque. Aún no sabemos de qué

trata todo esto. Ni siquiera podemos estar seguros de que sea cierto; incluso podría ser alguna clase de error.

Kahlan deseó poder creerlo.Richard deslizó finalmente la espada dentro de la vaina.—¿Quieres descansar primero, sentarte un rato?Su preocupación por ella tenía prioridad sobre todo. Desde el primer día

en que se conocieron, siempre había sido así. Pero justo en aquellos momentos, era el bienestar de Richard lo que la preocupaba.

Usar su poder minaba las fuerzas de una Confesora. Hacerlo en esta ocasión había dejado a Kahlan sintiéndose no tan sólo débil, sino asqueada. La habían nombrado para el puesto de Madre Confesora, en parte, debido a que su poder era tan formidable que era capaz de recuperarlo en cuestión de horas; para otras habría requerido un día o en ocasiones dos. Al pensar en todas aquellas otras Confesoras, algunas de las cuales había amado profundamente, que llevaban tanto tiempo muertas, Kahlan sintió que el peso de la desesperanza la hundía aún más.

Para recuperar por completo las fuerzas necesitaría una noche de descanso. Por el momento, no obstante, había consideraciones más importantes, una de las cuales era Richard.

—No —respondió—; estoy bien. Puedo descansar más larde. Preguntémosle lo que quieras.

La mirada de Richard paseó por el campamento plagado de extremidades, entrañas, cuerpos. El suelo estaba empapado de sangre. El hedor de todo ello, junto con el cuerpo aún humeante oído junto a la hoguera, hacía que Kahlan se sintiera cada vez más mareada. Le dio la espalda al hombre de rodillas, volviéndose en dirección a Richard, a la protección de sus brazos. Estaba exhausta.

—Y luego marchémonos de este lugar —dijo ella—. Es necesario que nos alejemos de aquí. Podrían venir más hombres por la mañana. —A Kahlan le preocupaba que, si él tenía que volver a desenvainar la espada, pudiera no tener la ayuda de su magia—. Necesitamos hallar un campamento más seguro.

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Richard asintió, indicando su acuerdo. Miró por encima de la cabeza de Kahlan mientras la apretaba contra su pecho. A pesar de todo, o quizá debido a todo, era una sensación maravillosa que a una la abrazasen. Pudo oír cómo Friedrich regresaba apresuradamente al campamento justo en aquel momento, jadeando mientras corría. El hombre se detuvo con un traspié a la vez que profería un gemido de asombro mezclado con repugnancia ante lo que veía.

—Tom, Friedrich —preguntó Richard—, ¿tenéis alguna idea de si vienen más hombres?

—No lo creo —respondió Tom—. Creo que estaban todos juntos. Los pesqué ascendiendo por un barranco. Mi intención era regresar corriendo aquí para advertiros, pero cuatro de ellos franquearon una elevación y me saltaron encima mientras el resto corría hacia nuestro campamento.

—Yo no vi a nadie, lord Rahl —dijo Friedrich, recuperando el aliento—. Vine corriendo cuando oí los gritos.

Richard respondió a las palabras de Friedrich posando una mano tranquilizadora sobre el hombro de éste.

—Ayuda a Tom a enganchar los caballos. No quiero pasar la noche aquí.Mientras los dos hombres se ponían inmediatamente en movimiento,

Richard volvió la cabeza hacia Jennsen.—Por favor, extiende unos sacos de dormir en la parte posterior del

carro, ¿quieres? Me gustaría que Kahlan pudiera echarse y descansar cuando nos marchemos.

Jennsen palmeó el lomo de Betty, instando a la abra a seguirla.—Claro, Richard. —Se fue a toda prisa hacia el carro, con Betty trotando

pegada a ella.Mientras todo el mundo se daba prisa en reunir sus cosas, Richard fue

hacía una zona despejada para cavar una fosa poco profunda. No había tiempo para una pira funeraria. Una solitaria tumba era lo mejor que podían hacer, pero el espíritu de Sabar había partido, y él ya no pondría reparos si se ocupaban de su cuerpo con tantas prisas.

Kahlan reconsideró sus ideas. Después de la carta de Nicci y de haber averiguado el significado del faro de advertencia, en la actualidad tenía aún más motivos para dudar de que muchas cosas, incluidos los espíritus, siguieran siendo ciertas. El mundo de los muertos estaba conectado al mundo de los vivos por vínculos mágicos. El velo mismo era mágico y se decía que se hallaba dentro de aquellos que eran como Richard. Habían averiguado que, sin magia, aquellos vínculos podían fallar, y que, puesto que aquellos otros mundos no podían existir independientemente del mundo de la vida, sino que únicamente existían en relación con el mundo de la vida, en el caso de que los vínculos fallasen por completo, aquellos otros mundos podrían muy bien dejar de existir... de un modo muy parecido a como, sin el sol, el día no existiría.

Para Kahlan estaba claro ahora que al mundo se le estaba escapando de las manos el control de la magia, y que se le había estado escapando desde hacía varios años.

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Ella conocía el motivo, los espíritus, el bien y el mal, y la existencia de todo lo demás que dependían de la magia, podrían desaparecer muy pronto. Eso significaba que la muerte se convertiría en definitiva, en todo el sentido de la palabra. Podría ser incluso que ya no existiera la posibilidad de estar con un ser querido después de la muerte, ni estar con los buenos espíritus. Los buenos espíritus, incluso el inframundo mismo, podrían estarse sumiendo en la nada.

Cuando Richard hubo acabado, Tom lo ayudó a depositar el cuerpo de Sabar en la sepultura. Después de que Tom pronunciara unas palabras, pidiendo a los buenos espíritus que cuidaran de uno de los suyos, él y Kahlan cubrieron el cuerpo.

—Lord Rahl —dijo Tom en voz baja cuando hubieron terminado— mientras algunos de los hombres iniciaban el ataque contra vosotros, aquí, otros degollaron a los caballos antes de unirse a sus camaradas.

—¿Todos los caballos?—Excepto los míos. Mis caballos de tiro son muy grandes. A esos

nombres probablemente les preocupaba que los pisotearan. Dejaron a algunos de los suyos para que se ocuparan de mí, de modo que los de aquí creyeron que me tenían fuera de combate. Probablemente pensaron que ya se preocuparían de los caballos de tiro más tarde, una vez que os tuvieran. —Tom encogió sus amplios hombros—. Tal vez incluso planeaban capturaros, ataros y transportaros en el carro.

Richard respondió a las palabras de Ton. con un asentimiento de cabeza, y luego se paso los dedos por la frente. Kahlan se dijo que parecía estar peor de lo que ella se sentía. Se dio cuenta de que el dolor de cabeza había regresado y que lo aplastaba bajo el peso de su dolor.

Tom pascó la mirada por el campamento, entre los hombres caídos.—¿Qué deberíamos hacer con el resto de los cuerpos?—Las criaturas voladoras pueden quedarse con ellos —respondió

Richard sin vacilación.Tom no mostró la menor disconformidad.—Será mejor que vaya a ayudar a Friedrich a acabar de enganchar los

caballos al carro. Serán difíciles de manejar teniendo el olor de la sangre en los ollares y viendo a los otros animales muertos.

Mientras Tom iba a ocuparse de sus caballos, Richard llamó a Cara.—Cuenta los cadáveres —le dijo—. Necesitamos saber el total.—Richard —dijo Kahlan en tono confidencial una vea que Tom estuvo

demasiado lejos para oírlos y Cara hubo empezado a pasar por entre los cuerpos, dedicándose a la tarea de hacer un recuento—, ¿qué sucedió cuando desenvainaste la espada?

Él no preguntó qué quería decir ni intentó ahorrarle la preocupación.—Algo le pasa a su magia. Cuando saqué la espada, ésta no escuchó mi

llamada. Esos hombres se abalanzaban sobre mí y no podía demorarme en lo

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que tenía que hacer. Una vez que respondí al ataque, la magia finalmente reaccionó.

«Probablemente se debe a los dolores de cabeza que provoca el don. Tienen que estar interfiriendo con mi capacidad para unirme a la magia de la espada.

—La última vez que padeciste los dolores de cabeza ellos no interfirieron con el poder de la espada.

—Ya te lo dije, no permitas que tu imaginación se desboque. Esto sólo ha sucedido desde que he empezado a padecer los dolores de cabeza otra vez. Ése tiene que ser el motivo.

Kahlan no sabía si se atrevía a creerle, o si realmente él mismo lo creía siquiera. Tenía razón, no obstante. El problema con la magia de la espada sólo había aparecido recientemente.... después de que él empezara a tener los dolores de cabeza.

—Están empeorando, ¿verdad?—Vamos —repuso él asintiendo—, consigamos las respuestas que

podamos.Kahlan soltó un cansado suspiro de resignación. Debían utilizar aquella

oportunidad para descubrir la información que ahora tenían a su disposición.Kahlan se volvió hacia el hombre que seguía arrodillado.

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Los ojos llorosos del hombre se alzaron suplicantes hacia Kahlan cuando ella se colocó frente a él. Había estado aguardando, sólo y sin los deseos de ésta, durante un buen rato y como resultado se hallaba en un estado de sufrimiento extremo.

—Vas a venir con nosotros —le dijo Kahlan en tono gélido—. Andarás delante del carro por ahora, donde podamos vigilarte. Obedecerás las órdenes de cualquiera de los otros que me acompañan igual que obedecerías las mías. Responderás a todas las preguntas con sinceridad.

El hombre se dejó caer al suelo sobre el vientre, llorando a la vez que le besaba los pies y le agradecía profusamente que por fin le estuviera dando órdenes. Postrado en el suelo ante ella, con aquella muesca en forma de «V” de la oreja, a Kahlan le recordó a un cerdo.

—¡Deja de hacer eso! —le chilló esta, con los puños a los costados, no quería que aquel animal la tocara.

Este saltó hacia atrás al instante, aterrado ante la cólera de su voz, horrorizado al ver que estaba disgustada con él. Se encogió totalmente inmóvil a sus pies, con los ojos muy abiertos, temiendo hacer alguna otra cosa que la molestara.

—No llevas uniforme —dijo Richard al hombre—. ¿Tú y los otros hombres no sois soldados?

—Somos soldados, sólo que no soldados regulares —respondió él con ansioso entusiasmo al poder responder a la pregunta y así cumplir las órdenes de Kahlan—. Somos hombres especiales que servimos en la Orden Imperial.

—¿Especiales? ¿En qué sois especiales?Con un atisbo de incertidumbre en los ojos llorosos, el hombre alzó la

mirada nerviosamente hacia Kahlan. Ella no le hizo ninguna señal. Ya le había dicho que tenía que cumplir las órdenes de todos ellos. El hombre, finalmente seguro de lo que ella quería, se apresuró a seguir hablando:

—Somos una unidad especial de hombres... que estamos en el ejército... nuestra tarea es capturar enemigos de la Orden; tenemos que pasar pruebas para demostrar que somos hombres capaces... hombres leales... y que podemos cumplir las misiones a las que nos envían...

—Ve más despacio —dijo Richard—. Hablas demasiado deprisa.El hombre echó una veloz mirada a Kahlan, los ojos llenándosele de

lagrimas al pensar que podría haberla disgustado también a ella.—Sigue —dijo Kahlan.—No llevamos uniformes ni dejamos que se conozca nuestra finalidad —

siguió el hombre, evidentemente aliviado ante la idea de que si proseguía el relato, ello la satisfaría—. Por lo general trabajamos en ciudades, buscando sediciosos. Nos mezclamos con la gente, conseguimos que piensen que

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somos como ellos. Cuando conspiran contra la Orden, les seguimos el juego hasta que descubrimos los nombres de todos los que están involucrados y entonces los capturamos y los entregamos para que sean interrogados.

Richard contempló fijamente al hombre durante un buen rato, sin que su rostro mostrara ninguna reacción. Richard había estado en manos de la Orden y había sido «interrogado” Kahlan sólo podía imaginar lo que debía de estar pensando.

—¿Y entregáis sólo a aquellos que sabéis que conspiran contra la Orden? —preguntó Richard—. ¿O simplemente entregáis a aquellos de los que sospecháis y a cualquiera que ellos conozcan?

—Si sospechamos que podrían estar conspirando..., o no quieren abrir sus vidas a otros ciudadanos..., entonces los entregamos para ser interrogados de modo que se pueda determinar lo que podrían estar ocultando. —El hombre se lamió los labios, decidido a contarles sus métodos en toda su extensión—. Hablamos con aquellos que trabajan con ellos, o con vecinos, y obtenemos los nombres de cualquiera con quien se relacionen; a veces incluso los miembros más allegados de la familia. Por lo general, cogemos al menos a unos cuantos de ellos, también, y los entregamos para ser interrogados. Cuando los interrogan, todos ellos confiesan sus crímenes contra la Orden, de modo que eso prueba que nuestras sospechas eran cierras.

Kahlan se dijo que Richard era capaz de sacar la espada y decapitar a aquel hombre allí mismo. Richard sabía demasiado bien lo que les hacían a aquellos que eran arrestados, sabía lo desesperada que era su situación.

Las confesiones obtenidas bajo tortura a menudo proporcionaban nombres de cualquiera que pudiera resultar sospechoso por cualquier motivo, convirtiendo el oficio de torturador en una profesión a la que nunca le faltaba trabajo. Los habitantes del Viejo Mundo vivían bajo el constante temor de ser llevados a uno de los muchos lugares donde se interrogaba a la gente.

Aquellos que eran detenidos raras veces eran culpables de conspirar contra la Orden: la mayoría de las personas estaban demasiado ocupada intentando simplemente alimentar a sus familias, para tener tiempo de conspirar para derrocar el gobierno de la Orden Imperial. No obstante, muchos sí hablaban sobre una vida mejor, sobre lo que les gustaría hacer, cultivar, crear, poseer, sobre sus esperanzas de que sus hijos tuvieran una vida mejor que ellos. Puesto que el deber de la humanidad era sacrificarse para proporcionar una mejor vida a su prójimo, eso, para la Orden Imperial, no sólo era insurrección, sino una blasfemia. En el Viejo Mundo el sufrimiento era una virtud, un deber que servía a fines más elevados.

Había otras personas que no soñaban con una vida mejor, sino que soñaban con ayudar a la Orden denunciando los nombres de aquellos que hablaban mal de la Orden, o escondían comida o incluso un poco de dinero, o hablaban de una vida mejor. Entregar a tales “ciudadanos desleales” impedía que otros dedos señalaran al informador. Delatar se convirtió en un indicador de santidad.

El lugar de desenvainar la espada, Richard cambió de tema.—¿Cuántos de vosotros había aquí esta noche?

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—Incluido yo, veintiocho —respondió el hombre sin dilación.—¿Estabais todos juntos en un grupo cuando atacasteis?El hombre asintió, ansioso por admitir todo el plan que tenían y así

obtener la aprobación de Kahlan.—Queríamos asegurarnos de que vos y, y... —Volvió los ojos hacía

Kahlan al comprender la incompatibilidad de sus dos objetivos: confesar y complacer a la Madre Confesora.

Prorrumpió en llanto, juntando las manos en ademán piadoso.—¡Perdonadme, señora! ¡Por favor, perdonadme!Si su voz era la quintaesencia de la emoción, la de ella era lo contrario.—Responde a la pregunta.El hombre interrumpió los sollozos para poder hablar tal y como le

habían ordenado. Las lágrimas, no obstante, siguieron descendiendo a raudales por sus mejillas mugrientas.

—Permanecimos juntos para un ataque concentrado, de modo que pudiésemos estar seguros de capturar a lord Rahl y, y... a vos. Madre Confesora. Cuando intentamos capturar un grupo de buen tamaño nos dividimos, con la mitad manteniéndose atrás para localizar a cualquiera que pudiese intentar escabullirse; pero dije a los hombres que os quería a los dos, y que se decía que estabais juntos. Así que ésta era nuestra oportunidad. No quería correr el riesgo de que tuvieseis la menor esperanza de rechazarnos, de modo que ordené a todos los hombres que atacaran, haciendo que algunos degollaran a los caballos de silla, primero, para impedir la huida.

Su rostro se iluminó.—Jamás sospeché que podríamos fracasar.—¿Quién os envió? —preguntó Kahlan.El hombre se arrastró hacia delante de rodillas, alzando la mano

tímidamente para tocarle la pierna. Kahlan permaneció inmóvil, pero su gélida mirada furiosa le hizo saber que si la tocaba, la disgustaría enormemente. La mano retrocedió.

—Nicholas —respondió.La frente de Kahlan se crispó. Esperaba que dijera que Jagang lo había

enviado.Recelaba de la posibilidad de que el Caminante de los Sueños pudiera

estar observando a través de los ojos de aquel hombre. En el pasado, Jagang había enviado asesinos después de haberse deslizado dentro de sus pensamientos. Cuando Jagang estaba dentro de la mente de una persona, la dominaba y dirigía, y ni siquiera Cara podía controlada. i, bien mirado, Kahlan.

—Me estás mintiendo. Jagang te envió.El hombre se sumió en un llanto lastimero.

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—¡No, señora! Jamás he tenido ningún trato con su Excelencia. El ejército es inmenso y se halla muy lejos. Recibo mis órdenes de aquellos que están en mi sección. No creo que aquellos de los que ellos reciben órdenes, o sus comandantes, o ni siquiera los que mandan a éstos, sean dignos de la atención de su Excelencia. Su Excelencia se llalla muy lejos, en el norte, llevando la palabra de la salvación de la Orden a una gente sin ley y salvaje; ni siquiera debe de ser consciente de nuestra existencia.

»No somos más que un humilde pelotón de hombres con la capacidad para hacernos con la gente que la Orden quiere, bien para interrogarlos o para silenciarlos. Todos procedemos de esta parte del Imperio y por lo tanto se recurrió a nosotros porque estábamos aquí. No soy digno de la atención de su Excelencia.

—Pero Jagang te ha visitado... en tus sueños. Ha visitado tu mente.—¿Señora? —Al hombre pareció aterrarle tener que preguntar él en

lugar de responderá la pregunta—. No comprendo.Kahlan se lo quedó mirando.—Jagang ha entrado en tu mente. Te ha hablado.El se mostró sinceramente desconcertado mientras negaba con la

cabeza.—No, señora. Jamás me he encontrado con su Excelencia. Jamás he

soñado con él. No sé nada de él... excepto que Altur'Rang tiene el honor de ser el lugar donde nació.

“¿Deseáis que lo mate para vos. Señora? Por favor, si es vuestro deseo, ¿me permitís que lo mate para vos?

El hombre no sabía lo ridícula que era tal idea. No obstante, en su deseo de complacerla, si ella lo ordenaba, él no tendría el menor inconveniente en intentarlo. Kahlan le dio la espalda al hombre mientras Richard lo vigilaba.

La Madre Confesora se inclinó un poco hacia Richard mientras le hablaba en voz baja, de modo que el hombre no la oyera.

—No sé si aquellos a quienes visita el Caminante de los Sueños son siempre conscientes de ello, pero creo que sí. Los que he visto con anterioridad conocían perfectamente la presencia de Jagang en su mente.

—¿No podría el Caminante de los Sueños deslizarse dentro de la mente de una persona sin que ésta fuera consciente de ello simplemente para poder vigilarnos?

—Supongo que es posible —respondió ella—. Pero piensa en todos los millones de personas que hay en el Viejo Mundo. No puede saber en la mente de quién entrar, Caminante de los Sueños o no, no es más que un solo hombre.

—¿Posees el don? —preguntó Richard al hombre.—No.—Bueno —susurró Richard—, Nicci me contó que Jagang raras veces se

molesta con los que no tienen el don. Dijo que le resultaba difícil hacerse con

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la mente de los que no lo tienen, así que simplemente usa a los que tienen el don, que él controla, y hace que ellos controlen a los que no lo tienen por él. Tiene que preocuparse por todas las Hermanas que ha capturado. Tiene que mantener el control sobre ellas y dirigir sus acciones... incluido lo que empezamos a leer en la carta de Nicci... lo que está haciendo que las Hermanas alteren personas y las conviertan en armas. Además de eso encabeza el ejército y planea la estrategia. Tiene una barbaridad de cosas que manejar, así que, por lo general, se limita a las mentes de los que tienen el don.

—Pero no siempre. Si tiene que hacerlo, si necesita hacerlo, si quiere hacerlo, puede entrar en las mentes de los que carecen del don. Si somos listos —murmuró Kahlan—, deberíamos matar a este hombre ahora.

Mientras hablaban, la mirada feroz de Richard no se apartó ni un momento del hombre. Ella que sabía que él no vacilaría en darle la razón a menos que pensara que el hombre todavía podía ser útil.

—No tengo más que ordenarlo —le recordó Kahlan—, y caerá muerto.Richard observó con atención sus ojos por un momento, luego volvió de

nuevo la cabeza hacia el hombre y frunció el entrecejo.—Dijiste que alguien llamado Nicholas te envió. ¿Quién es ese Nicholas?—Nicholas es un mago temible al servicio de la Orden.—¿Lo viste? ¿Te dio esas órdenes en persona?—No. Somos demasiado poca cosa para que alguien como él se ocupe

de nosotros. Sus órdenes nos fueron transmitidas.—¿Cómo supisteis dónde estábamos? —preguntó Richard.—Las órdenes incluían la zona. Decían que debíamos buscaros viniendo

por el extremo oriental del páramo desértico y que si os encontrábamos, debíamos capturaros.

—¿Cómo supo Nicholas dónde estábamos?El hombre pestañeó, como si rebuscara en su mente para ver si tenía la

respuesta.—No lo sé. No se nos dijo cómo lo sabía. Se nos dijo únicamente que

debíamos registrar esta área y que, si os encontrábamos, debíamos llevaros a los dos, con vida. El oficial que nos transmitió las órdenes dijo que no fracasásemos o el Transponedor estaría muy molesto con nosotros.

—¿Quien estaría molesto?... ¿El Transponedor?—Nicholas el Transponedor. Así es como lo llaman. Algunas personas

simplemente lo llaman el Transponedor.Frunciendo el entrecejo, Kahlan se volvió de nuevo hacia el hombre.—El ¿qué?El hombre empezó a temblar al ver su entrecejo fruncido.—El Transponedor, señora.

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—¿Qué significa eso? ¿El Transponedor?El hombre empezó a gemir, las manos juntas otra vez mientras

imploraba perdón.—No lo sé, señora. No lo sé. Preguntasteis quien me envió, ése es su

nombre. Nicholas. La gente lo llama el Transponedor.—¿Dónde está? —quiso saber Richard.—No lo sé —soltó abruptamente el hombre mientras lloraba—. Recibí

mis órdenes de mi oficial. Dijo que un Hermano de la Orden le llevó las órdenes.

Richard aspiró profundamente mientras se frotaba el coyote.—¿Qué más sabes sobre ese Nicholas, aparte de que es un mago y de

que lo llaman el Transponedor?—Sólo sé que debo temerlo, como hacen mis oficiales.—¿Por qué? ¿Qué sucede si se le disgusta? —preguntó Kahlan.—Empala a aquellos que le disgustan.Con el hedor a sangre y a carne quemada, unido a las cosas que estaba

escuchando, Kahlan tuvo que hacer un supremo esfuerzo para no vomitar. No sabía cuánto tiempo más resistiría su estómago si permanecían en aquel lugar, si aquel hombre le contaba cualquier cosa más.

Kahlan sujetó con suavidad el antebrazo de Richard.—Por favor, Richard —musitó—, esto no nos está llevando en realidad a

nada que sea útil. Por favor, ¿podemos marcharnos? Si se nos ocurre algo, podemos hacerle más preguntas más tarde.

—Ve a colocarte delante del carro —dijo Richard sin vacilar—. No quiero que ella tenga que mirarte.

El hombre inclinó la cabeza y se marchó a toda prisa.—No creo que Jagang esté en su mente —indicó Kahlan—, pero ¿y si me

equivoco?—Por ahora, creo que deberíamos mantenerlo con vida. Andando por

delante del carro, Tom podrá verlo con claridad. Si nos equivocamos, bueno. Tom es muy rápido con su cuchillo. — Richard resopló—. Ya he averiguada algo importante.

—¿Qué?La mano de él en la parte baja de su espalda la empujó haciendo que

empezara a moverse.—Pongámonos en marcha y te lo contaré.Kahlan pudo ver el carro aguardando en la lejana oscuridad. Los ojos de

Tom siguieron al hombre cuando éste corrió a colocarse por delante de los enormes caballos de tiro y se quedó aguardando. Jennsen y Cara estaban en

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la parte trasera del vehículo. Friedrich se sentaba muy tieso en el pescante, junto a Tom.

—¿Cuántos? —gritó Richard a Cara mientras se acercaban al carro.—Con los cuatro allí en las colinas de los que se ocupó Tom, y este de

aquí, veintiocho.—Esos son todos, entonces —dijo Richard con alivio.Kahlan notó que la mano que él tenía posada en la parre baja de su

espalda se apartaba.Richard se detuvo tambaleante. Kahlan se paró junto a él, sin saber por

qué se había detenido. Richard cayó al suelo sobre una rodilla. Kahlan se dejó caer al suelo junto a él, pasándole un brazo alrededor del cuerpo para sostenerlo. Él cerró con fuerza los ojos, presa de dolor y, con el brazo apretado contra el abdomen, se dobló hacia delante.

Cara saltó por encima del costado del carro y corrió junto a ellos.No obstante lo exhausta que estaba Kahlan, la sacudida provocada por

el pánico la puso totalmente alerta.—Necesitamos llegar a la sliph —dijo a Cara así como a Richard—.

Tenemos que llegar hasta Zedd y conseguir algunas respuestas... y algo de ayuda. Zedd puede ayudarnos.

Richard respiraba fatigosamente, incapaz de hablar mientras contenía el aliento para superar una oleada de intenso dolor. Kahlan se sintió impotente al no saber qué hacer para ayudarlo.

—Lord Rahl —dijo Cara, arrodillándose ante él—, se os ha enseñado a controlar el dolor. Debéis hacer eso, ahora. —Agarró un puñado de sus cabellos y le alzó la cabeza para mirarlo a los ojos—. Pensad —ordenó—. Recordad. Poned el dolor en su lugar. ¡Hacedlo!

Richard le agarró con fuerza el antebrazo, como para darle las gracias por sus palabras.

—No podemos —consiguió por fin decir a Kahlan a través de su evidente sufrimiento—. No podemos entrar en la sliph.

—Debemos hacerlo —insistió ella—. La sliph es el medio más rápido.—¿Y si penetro en la sliph, respiro a esa criatura de mercurio... y mi

magia falla?Kahlan estaba frenética.—Pero debemos entrar en la sliph para llegar allí a toda prisa. —Temió

decir “a tiempo”.—Y si algo va mal, moriré —jadeó, intentando recuperar el aliento—. Sin

magia, respirar a la sliph es la muerte. La espada me está fallando. —Trago saliva, tosió, respiró con dificultad—. Si mi don está provocando los dolores de cabeza, y eso está haciendo que la magia flaquee en mí, y entro en la sliph, estaré muerto en cuanto inhale por primera vez.

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Una gélida oleada de terror recorrió las venas de Kahlan. Llegar hasta Zedd era la única esperanza de Richard. Aquél había sido su plan. Sin ayuda, los dolores de cabeza del don, lo matarían. No obstante, temía saber por qué la magia de su espada estaba fallando, y no era por los dolores de cabeza. Temía que fuera la misma cosa que había provocado que el sello se rompiera. El faro de advertencia daba testimonio de que ella era la causa de eso. Si era cierto, entonces ella era la causa de aquello y de mucho más.

Se dio cuenta de que, si tenía razón, si era cierto, entonces Richard tenía razón respecto a la sliph: entraren la sliph sería la muerte. Si ella tenía razón entonces él ni siquiera sería capaz de llamar a la sliph, y mucho menos usarla para viajar.

—Richard Rahl, si vas a echar por tierra mis mejores ideas, será mejor que tengas una idea propia que ofrecer.

Él daba boqueadas presa de un violento dolor. Y entonces Kahlan vio sangre cuando él tosió.

—¡Richard!Tom con expresión de alarma, corrió hasta ellos. Cuando vio la sangre

que corría por la barbilla de Richard, se quedó lívido.—Ayudadlo a llegar al carro —dijo Kahlan, intentando mantener a voz

firme.Cara colocó el hombro bajo el brazo de Richard. Tom lo rodeó con un

brazo y ayudó a Kahlan y a Cara a ponerlo en pie.—Nicci —dijo Richard.—¿Qué? —preguntó Kahlan.—Querías saber si tenía una idea. Nicci.El dolor le hizo jadear y luchó por recuperar el aliento. Aún más sangre

hizo su aparición cuando tosió.Nicci era una hechicera, no un mago. Richard necesitaba un mago.

Incluso aunque tuvieran que viajar por tierra, podían ir a toda velocidad hasta allí.

—Pero Zedd estaría más capacitado para...—Zedd está demasiado lejos —dijo él—. Necesitamos llegar hasta Nicci.

Ella puede usar ambos lados del don.Kahlan no había pensado en aquello. Quizás ella realmente podía

ayudar.A mitad de camino del carro, Richard se desplomó y tuvieron que hacía

un supremo esfuerzo para mantener en alto su peso muerto. Con Tom sujetándolo por las axilas y Cara y Kahlan cada una sosteniendo una pierna, corrieron el resto del camino hasta el vehículo.

Tom, sin ayuda de Cara y Kahlan, izó a Richard al interior del carro. Jennsen desplegó a toda prisa otro saco de dormir, y depositaron allí a Richard con todo el cuidado que pudieron. Kahlan sintió como si se

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contemplase a sí misma reaccionar, moverse, hablar, Se negó a ceder al pánico.

Kahlan y Jennsen intentaron asomarse al interior, para ver cómo estaba, pero Cara las empujó fuera. La mord-sith se inclinó sobre Richard, acercando la oreja a su boca, escuchando. Con los dedos le buscó un pulso en un lado de la garganta. La otra mano le sostuvo la parte posterior del cuello, sin duda preparándose para sostenerlo y darle el aliento de la vida si tenía que hacerlo. Las mord-sith sabían sobre tales cosas; sabían cómo mantener a la gente con vida para poder prolongar su tortura. Cara sabía cómo usar aquellos conocimientos para salvar vidas también.

—Está respirando —dijo Cara a la vez que se erguía; posó una mano consoladora sobre el brazo de Kahlan—. Respira mejor ahora.

Kahlan asintió en señal de agradecimiento, no quería que su voz la delatara. Se acercó más a Richard, por el otro lado, mientras Cara le limpiaba a éste la sangre de la barbilla y la boca. Kahlan se sentía impotente. No sabía qué hacer.

—Viajaremos toda la noche —dijo Tom, volviendo la cabeza mientras se encaramaba al pescante.

Kahlan se obligó a pensar. Tenían que llegar hasta Nicci.—No —dijo—. Es un largo camino hasta Altur'Rang. No estamos cerca de

ninguna calzada; avanzar por campo abierto en la oscuridad es insensato. Si somos imprudentes y forzamos demasiado la marcha, acabaremos matando a los caballos... o podrían romperse una pata, lo que sería igual de malo. Si perdemos los caballos, ¿cómo vamos a poder cargar con Richard todo el camino y llegar a tiempo?

»Lo más sensato es ir justo tan deprisa como nos sea posible, pero también tenemos que descansar durante el trayecto para estar preparados en el caso de que volvieran a atacarnos. Tenemos que usar la cabeza o jamás lo conseguiremos.

Jennsen sostuvo la mano de Richard entre las suyas.—Tiene ese dolor de cabeza... y peleó contra todos esos hombres...,

quizá si pudiera dormir un poco, estaría mejor, luego.Kahlan se sintió animada por aquella idea, incluso a pesar de que no

creía que fuese tan sencillo. Se puso de pie en la plataforma del carro, dirigiendo la mirada al hombre que aguardaba a que ella le diera órdenes.

—¿Hay alguno más de vosotros? Más gente enviada a atacamos o capturarnos? ¿Envió ese Nicholas a alguien más?

—No que yo sepa, señora.Kahlan habló con Tom en voz baja:—Si tan sólo da la impresión de que va a causar problemas, no vaciles.

Mátalo.Con un movimiento de cabeza, Tom asintió inmediatamente. Kahlan

volvió a dejarse caer y le palpó la frente a Richard. Su piel estaba fría y húmeda.

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—Será mejor que sigamos adelante hasta que encontremos un lugar que sea más fácil de defender. Creo que Jennsen tienen razón en lo de que necesita descanso; no creo que ir dando tumbos en la parte trasera de este carro vaya a ayudarlo. Todos necesitamos descansar un poco y luego ponernos en marcha con las primeras luces.

—Necesitamos encontrar un caballo —indicó Cara—. El carro es demasiado lento. Si podemos encontrar un caballo, cabalgaré como el viento, encontraré a Nicci y emprenderé el viaje de regreso con ella. De ese modo no tendremos que esperar hasta que lleguemos allí con el carro.

—Buena idea. —Kahlan alzó los ojos hacia Tom—. Pongámonos en marcha. Encuentra un lugar donde detenernos a pasar la noche.

Tom asintió mientras quitaba el freno. A instancias suyas, los caballos arrojaron todo su peso contra los horcates y el carro avanzó tambaleante.

Betty, lloriqueando quedamente, se tumbó junto a un inconsciente Richard y apoyó la cabeza sobre su hombro. Jennsen acarició la cabeza de la cabra.

Kahlan vio que unas lágrimas descendían por las mejillas de la muchacha.

—Siento lo de Robín.Betty alzó la cabeza y emitió un balido lastimero.Jennsen asintió.—Richard se pondrá bien —dijo con la voz ahogada por las lágrimas

mientras tomaba la mano de Kahlan—. Sé que lo hará.

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Zedd creyó oír algo.La cucharada de estofado que estaba a punto de introducir en su

expectante boca se detuvo en el aire. Zedd permaneció inmóvil, escuchando.A menudo, el Alcázar le había parecido vivo, como si respirara. De vez

en cuando incluso daba la impresión de que estuviera emitiendo un tenue suspiro. Desde que era un muchacho, Zedd había oído sonoros chasquidos que jamás podía localizar. Sospechaba que tales sonidos eran con casi toda probabilidad los macizos bloques de piedra asentándose, chasqueando a medida que cedían terreno ante un vecino. Había bloques de piedra en los cimientos del Alcázar que eran del tamaño de palacios pequeños.

Una vez, cuando Zedd no tenía más de diez o doce años, un sonoro chasquido había recorrido todo el Alcázar como si el lugar hubiese sido golpeado con un martillo gigante. Salió corriendo de la biblioteca, donde estaba estudiando, y se encontró con que otras personas salían de habitaciones situadas por todo el pasillo, que miraban a su alrededor, susurrándose su preocupación unas a otras. El padre de Zedd le había explicado más tarde que uno de los enormes bloques de los cimientos se había agrietado de repente, y que si bien no representaba ningún problema estructural, el brusco chasquido de un trozo de granito tan enorme se había oído por todo el Alcázar. Si bien tales incidencias eran raras, no fue la última vez que oyó un sonido tan inofensivo, pero aterrador, en el Alcázar.

Y luego estaban los animales. Los murciélagos volaban sin trabas por ciertas zonas del Alcázar. Había torres que se alzaban a alturas vertiginosas, algunas vacías por dentro, a excepción de escaleras de piedra que ascendían en espiral por dentro en su camino hacia una habitación pequeña situada en lo alto, o a una terraza de observación. En las polvorientas serpentinas de luz solar que traspasaban los oscuros interiores de aquellas torres se podía ver revolotear a millares de insectos. Los murciélagos adoraban las torres.

También vivían ratas en otras zonas del Alcázar. Correteaban y chillaban, en ocasiones provocando algún susto. Los ratones eran corrientes en algunos lugares y hacían ruido al arañar y roer cosas. Y luego estaban los gatos, vástagos de antiguos cazadores de ratones y mascotas, pero en la actualidad todos ellos asilvestrados, que vivían alimentándose de ratas y ratones. Los gatos también cazaban las aves que entraban y salían de aberturas sin cubrir para alimentarse de insectos, o para construir nidos en huecos elevados.

A veces se oían sonidos horribles cuando un murciélago, un ratón, un pájaro o incluso un gato iban a algún lugar al que no les era permitido ir. Los escudos estaban pensados para mantener a las personas lejos de zonas peligrosas o restringidas, pero también estaban colocados para impedir el acceso no autorizado a muchos de los objetos que el Alcázar almacenaba y protegía. Esos escudos no hacían distinciones entre los humanos y los animales.

De lo contrario, al fin y al cabo, un perro doméstico que se introdujera inocentemente en una zona restringida podría teóricamente hacerse con un

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talismán peligroso y llevárselo muy orgulloso a su pequeño amo, que podía entonces quedar expuesto a algún peligro. Los que colocaron los escudos también eran conscientes de que era posible que personas sin escrúpulos adiestraran animales para que fueran a zonas restringidas, se apoderaran de lo que pudieran transportar y se lo llevaran a la persona que los había enviado. Puesto que no sabían qué animal podría ser adiestrado para tal tarea, los escudos estaban creados para rechazar todo lo que tuviera vida. Si un murciélago intentaba cruzar el escudo equivocado, quedaba incinerado.

Existían escudos en el Alcázar que ni siquiera Zedd podía cruzar porque requerían los dos lados del don y él sólo poseía el de Suma.

Algunos de los escudos adoptaban la forma de una barrera mágica que impedía físicamente el paso, bien restringiendo el movimiento o produciendo una sensación tan desagradable que uno era incapaz de obligarse a ir más allá. Aquellos escudos estaban pensados para impedir que personas o niños sin el don entraran en ciertas áreas, no para impedir el acceso a los que tenían el don, de modo que no era necesario que aquellos escudos matasen.

Pero tales escudos sólo funcionaban con los que carecían del don.En otros lugares, la entrada estaba rigurosamente prohibida a todo el

mundo, salvo a aquellos que no poseyeran la habilidad apropiada, sino la debida autoridad. Sin esa habilidad o autoridad, los escudos acababan con cualquiera. Los escudos mataban animales de un modo tan infalible, con tanta efectividad, como matarían a cualquier intruso.

Tales escudos emitían advertencias en forma de calor, luz o cosquilleos, como un aviso destinado a impedir que la gente se acercara a ellos sin querer; al fin y al cabo, el lugar era tan inmenso que resultaba bastante fácil perderse. Tales avisos también funcionaban con los animales, pero de vez en cuando un gato perseguía a un ratón aterrorizado hasta un escudo letal, y a veces el mismo gato, corriendo tras la presa, también se lanzaba de cabeza contra él.

Mientras Zedd aguardaba, aguzando el oído, el silencio se prolongó. Si realmente había oído algo, podría haberse tratado de un movimiento del Alcázar, o de un animal chillando al acercarse a un escudo, o incluso de una ráfaga de viento. Lo que hubiese sido, estaba en silencio ahora. La cuchara de madera repleta de estofado completó su trayecto.

—Aumm... —masculló Zedd, sin dirigirse a nadie en concreto—. ¡Delicioso!

Con gran desilusión por su parte, al probarlo por primera vez se había encontrado con que el estofado aún no estaba hecho. En lugar de apresurar el proceso con un poco de magia, e incurrir posiblemente en la ira de Adie por entrometerse en su preparación. Zedd se había sentado en el sofá y se había resignado a leer durante un rato.

Los libros ofrecían la posibilidad de información valiosa que podría ayudarles en modos que no podían predecir. De vez en cuando, mientras leía, comprobaba el progreso del estofado, con bastante paciencia, en su opinión.

Ahora finalmente parecía estar listo. Los pedazos de jamón estaban tan tiernos que se deshacían cuando los presionaba contra el paladar con la

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lengua. Todo el contenido de la olla, que borboteaba deliciosamente, se había fusionado: cebollas, zanahorias y nabos, un toque de ajo y un ramillete de especias, todo ello acompañando a los pedazos de jamón, algunos todavía con grasa crujiente en el borde.

Con gran irritación por su parte, Zedd había advertido hacía ya rato que Adié no había hecho panecillos. Al estofado le iban bien los panecillos. Debería haber panecillos. Decidió que una escudilla de estofado le bastaría hasta que ella regresase e hiciera unos cuantos. Debería haber panecillos. Era lo apropiado.

No sabía adonde había ido Adié. Puesto que él había estado abajo, en Aydindril, la mayor parte del día, se dijo que ella probablemente había ido a una de las bibliotecas a buscar en los libros cualquier cosa que pudiera ser útil. Era una gran ayuda descubriendo libros potencialmente relevantes en las bibliotecas. Puesto que procedía de Nicobarese, Adié buscaba libros en ese idioma, y, debido a que había libros por todo el Alcázar, no había forma de saber dónde estaba.

También había almacenes repletos de estantes y más estantes llenos de huesos. Otras estancias contenían hileras de altos archivadores, cada uno con cientos de cajones. Zedd había visto huesos de criaturas allí que no conocía. Adié era una especie de experta en huesos. Había vivido durante una buena parte de su vida aislada, a la sombra del límite. La gente que vivía en la zona le había tenido miedo; la llamaban “la mujer de los huesos” porque los coleccionaba. Estos habían estado por todas partes en su casa. Algunos de aquellos huesos la protegían de las criaturas que salían del límite.

Zedd suspiró. Libros o huesos, no había modo de saber dónde estaba. Además de eso, existían muchas cosas en el Alcázar que resultarían de gran interés para una hechicera. Incluso podría simplemente haber querido dar un paseo, o subir a un bastión para contemplar el cielo y pensar.

Era mucho más fácil esperar a que regresara que lanzarse en su busca. Quizá debería haber puesto una de las campanillas alrededor del cuello de su amiga.

Canturreó para sí mientras vertía un poco de estofado en una escudilla de madera. De nada servía aguardar con el estómago vacío, decía él siempre; eso sólo hacía que uno actuara como un cascarrabias. Realmente era mejor tomar un tentempié y estar de buen humor que esperar y sentirse deprimido. Sería una mala compañía si se sentía deprimido.

Cuando echaba la octava cucharada de estofado a la escudilla, oyó un sonido.

Su mano se quedó inmóvil sobre la barboteante olla.A Zedd le pareció haber oído el tintineo de una campanilla.Zedd no era propenso a dejarse llevar por la imaginación ni a mostrarse

aprensivo de un modo injustificado, pero un escalofrío helado le hormigueó por todo el cuerpo como si le hubiesen tocado los dedos gélidos de un espíritu desde otro mundo. Se quedó quieto, parcialmente inclinado hacia el puchero y parcialmente vuelto hacia el pasillo, escuchando.

Podía ser un gato. A lo mejor no había atado el fino cordel lo bastante alto y, al pasar un gato por debajo, había agitado la cola y hecho sonar la

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campanilla. A lo mejor un gato estaba siendo travieso y mientras permanecía sentado sobre los cuartos traseros, moviendo la cola de un lado a otro, había dado un golpe a la campanilla. Podía tratarse de un gato.

O quizás un pájaro se había posado sobre el cordel para pasar allí la noche. Una persona no podía atravesar los escudos y por lo tanto tropezar con uno de los cordeles con campanilla. Zedd había colocado escudos extra. Tenía que ser un animal: un gato o un pájaro.

Si era así, si nadie podía franquear los escudos habituales y los extra que había colocado, entonces ¿por qué había colgado campanillas?

No obstante la plausible explicación, sus cabellos casi estaban erizados. No le gustaba el modo en que había sonado la campanilla; había algo en el sonido que le indicaba que no era un animal. El sonido había sido demasiado firme, demasiado brusco, se había detenido con demasiada rapidez.

Comprendió que sí había sonado una campanilla. No lo estaba imaginando. Intentó recrear el sonido mentalmente para imaginar la forma que había tropezado con la cuerda.

Depositó sin hacer ruido la escudilla sobre un lado del hogar de granito. Se irguió, escuchando con un oído suelto hacia el corredor del que había llegado el sonido de la campanilla, y su mente recorrió rauda un mapa de todas las campanillas que había colocado.

Necesitaba estar seguro.Atravesó sigilosamente la puerta y pasó al corredor, la parre posterior

de su hombro rozó la pared enyesada mientras iba hasta el primer cruce a su derecha, observando no tan sólo al frente sino también detrás. Nada se movía en el pasillo. Se detuvo para echar una ojeada al pasillo situado a la derecha. Al hallarlo despejado, dobló la esquina.

Zedd paso veloz ante puertas cerradas, ante un tapiz, de viñedos que siempre le había parecido bastante mal ejecutado, ante una entrada vacía a una habitación con una ventana que daba a un profundo pozo entre torres situadas en una muralla muy alta, y dejó atrás otros tres cruces hasta llegar a la primera escalera. Dobló a toda velocidad la esquina situada a la derecha, y ascendió por la escalera, que describía una curva a la izquierda. De ese modo podía regresar en dirección a la red de pasillos en los que había colocado la telaraña de campanillas sin usar aquellos mismos pasillos.

Zedd siguió un mapa mental de una compleja maraña de pasadizos, pasillos, habitaciones y callejones sin salida que, a lo largo de toda una vida, había llegado a conocer muy bien. Siendo Primer Mago, tenía acceso a todos los lugares del Alcázar, a excepción de aquellos que requerían Magia de Resta. Había unos cuantos lugares en los que podía desorientarse, pero éste no era uno de ellos.

Sabía que, a menos que alguien le siguiera los pasos, tendrían que retroceder o pasar por un lugar donde había instalado trampas de magia intrincada. Si no veían el cordel, harían sonar otra campanilla. Entonces estaría seguro.

A lo mejor era Adie. Quizá simplemente no había visto el negro cordel tendido. A lo mejor le había irritado que él hubiese colgado campanillas y había hecho sonar una simplemente para sacarlo de quicio.

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No, Adie no era así. Podría agitar un dedo ante él y soltar un cáustico sermón sobre por qué no estaba de acuerdo en que poner cuerdas era una acción eficaz, pero no haría broma con algo pensado para advertir de un peligro. No. Adie posiblemente podría haber hecho sonar la campanilla por accidente, pero no lo habría hecho de un modo deliberado.

Sonó otra campanilla. Zedd giró en redondo hacia el sonido y luego se quedó inmóvil.

La campanilla había sonado en el lugar equivocado... en el otro extremo de un invernadero. Estaba demasiado lejos de la primera para que nadie hubiese podido llegar hasta allí tan pronto. Tendrían que haber subido por la escalera de una torre, cruzar un puente hasta un bastión, recorrer una pasarela estrecha en la oscuridad, dejar atrás varias intersecciones hasta efectuar el giro correcto, una rampa en espiral y llegar abajo a través de una maraña de corredores para poder romper el cordel.

A menos que hubiera más de una persona.La campana había tintineado con una veloz sacudida y luego

repiqueteado mientras daba botes sobre piedra. Era una persona que había dado un traspié con el cordel y enviado la campanilla correteando por el suelo de piedra.

Zedd cambió su plan. Giró y echó a correr por un corredor estrecho a la izquierda, ascendiendo por la primera escalera, subiendo los peldaños de roble de tres en tres. Tomó la bifurcación de la derecha en el rellano, corrió hasta la segunda escalera de caracol de piedra tallada y subió tan rápido como se lo permitían las piernas. Un pie le resbaló en las estrechas cuñas de peldaños que ascendían en espiral y se golpeó la espinilla. Se detuvo apenas durante un segundo para hacer una mueca de dolor. Usó el tiempo para consultar su mapa mental del Alcázar, y luego volvió a ponerse en marcha.

En lo alto, cruzó como una exhalación un corto pasillo revestido con paneles, deteniéndose con un patinazo sobre el lustroso suelo de arce. Empujó con el hombro una pequeña puerta de roble rematada en arco. Lo saludó un ciclo estrellado. Inhaló con fuerza bocanadas de fresco aire nocturno mientras corría por el estrecho baluarte. Se detuvo dos veces para atisbar abajo, por las ranuras de los almenados parapetos. No vio a nadie. Eso era una buena señal: sabía dónde tenían que estar si no daban un rodeo.

Siguió corriendo por el tramo entre torres, con la túnica ondeándole a la espalda, cruzando toda la sección del Alcázar en la que habían sonado ambas campanillas, muy por debajo de donde estaba, Quería colocarse detrás de quienquiera que hubiese tropezado con los cordeles. Si bien habían tropezado con campanillas situadas en lados opuestos del invernadero, tenían que haber entrado por la misma ala; eso sí lo sabía. Quería colocarse detrás de ellos, atraparlos antes de que pudieran llegar a una zona desprotegida, donde encontrarían una apabúllame diversidad de corredores. Si consiguieran llegar allí y ocultarse en aquella zona, le costaría una barbaridad sacarlos.

Su mente trabajaba a la misma velocidad que se movían sus pies mientras intentaba pensar, intentaba recordar todos los escudos, intentaba averiguar cómo alguien había podido cruzar las defensas hasta llegar a aquella ala en la que estaban colocadas las campanillas que habían sonado. Existían escudos que habrían hecho eso imposible. Debía tener en cuenta

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miles de corredores y pasadizos en el Alcázar, había muchas rutas potenciales. Era igual que un complejo rompecabezas de múltiples niveles, y no obstante lo concienzudo que había sido, era posible que se le hubiese pasado por alto alguna cosa. Se le tenía que haber pasado algo por alto.

Había habitaciones o incluso secciones enteras que estaban defendidas y no se podía acceder a ellas, pero a menudo se las podía sortear. Incluso aunque un vestíbulo estuviese protegido en ambos extremos, uno todavía podía encontrar el modo de llegar al otro extremo del vestíbulo y encaminarse hacia lo que fuese que hubiese más allá. Eso era intencionado; si bien las habitaciones podrían haber contenido artículos mágicos peligrosos que había que mantener encerrados, era necesario que existieran modos de llegar hasta ellos, y acceder más allá a otras habitaciones que podrían, de vez en cuando, tener también un acceso restringido. La mayor parte del Alcázar era así: un laberinto tridimensional con casi infinitas rutas posibles.

Para el incauto, también podía ser un mortífero campo de trampas. Había lugares cubiertos de capas de barreras de advertencia y otros artilugios que mantendrían alejada a una persona. Aparte de aquellas capas protectoras, los escudos no ofrecían la menor advertencia antes de matar. Los intrusos no sabrían que había escudos insertados más allá, y que penetraban en una trampa. Tales escudos estaban diseñados así para matar a los intrusos; la falta de advertencia era deliberada.

Zedd supuso que era posible que alguien circunvalara todos los escudos y se abriera paso hasta las profundidades del lugar y de ese modo hiciera sonar aquellas campanillas concretas, pero por más que lo intentara no conseguía seguirles la pista a todos los pasos necesarios. Pero quienesquiera que fuesen, no tardarían en quedar atrapados en el laberinto y entonces, si no los mataba un escudo, él podría ocuparse de ellos.

Miró fijamente más allá de torres, baluartes, puentes, escaleras quedaban a habitaciones que se proyectaban desde murallas altísimas, sobre la ciudad de Aydindril allá abajo, en aquellos momentos completamente oscura y con el aspecto de una ciudad muerta. ¿Cómo había conseguido alguien cruzar el puente de piedra y subir hasta el Alcázar?

Una Hermana de las Tinieblas quizá. A lo mejor una de ellas había usado Magia de Resta para desmantelar su escudo. Pero incluso si una lo había hecho, los escudos del Alcázar eran diferentes. La mayoría de ellos hablan sido colocados por los magos en épocas remotas, magos con ambos lados del don. Una Hermana de las Tinieblas no sería capaz de traspasar tales escudos; habían sido diseñados para resistir a magos enemigos de aquella época, y éstos eran mucho más poderosos que cualquier simple Hermana de las Tinieblas.

Y ¿dónde estaba Adié? Tendría que haber regresado. Deseó ahora haber ido en su busca. La mujer necesitaba saber que había alguien en el Alcázar. A menos que ya lo supiera. A menos que ya la tuvieron.

Zedd se dio la vuelta y corrió por la muralla. Al llegar al bastión que se proyectaba al exterior, sujetó la barandilla lateral para detener su carrera y doblar a toda velocidad la esquina. Descendió a la carrera los oscuros peldaños.

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Mediante el don, pudo percibir que no había nadie en las inmediaciones. Puesto que no había nadie cerca, eso significaba que había conseguido colocarse detrás de ellos. Los tenía atrapados.

Al pie de los peldaños, abrió de golpe la puerta e irrumpió en el vestíbulo situado al otro lado.

Chocó contra un hombre que había allí de pie, aguardando.La velocidad que llevaba Zedd derribó al hombretón. Ambos cayeron

enredados, deslizándose juntos por el pulido suelo de mármol verde y amarillo, ambos forcejeando. Zedd no podría haberse sentido más sorprendido. Su sentido del don le decía que el hombre no estaba allí. Su sentido del don evidentemente se equivocaba. La desorientación al haber tropezado con un hombre cuando había percibido que el vestíbulo estaba vacío lo desconcertó más que el haber caído de bruces.

A la vez que rodaba, Zedd lanzaba telarañas mágicas para atrapar al hombre en una trampa mágica. El desconocido, por su parte, se abalanzó para atrapar a Zedd con sus recios brazos.

En un acto desesperado, no obstante la corta distancia, Zedd extrajo calor suficiente del aire circundante para soltar un rayo atronador y lanzárselo a hombre. El cegador estallido abrió un surco negro en el bloque de piedra que tenía detrás.

Sólo cuando ya era demasiado tarde comprendió Zedd que la descarga de mortífero poder había pasado a través del hombre sin el menor efecto. El vestíbulo se llenó de fragmentos do piedra que silbaban por todas partes, rebotando en paredes y techo, y brincando por el suelo.

El extraño aterrizó sobre Zedd, dejándolo sin aire. Chillando desesperadamente en petición de ayuda, el intruso luchó con Zedd sobre el resbaladizo suelo. Zedd improvisó una defensa débil y torpe, para dar al hombre una falsa sensación de seguridad, hasta que consiguió estrellar una rodilla con fuerza en el esternón de su atacante. Éste lanzó un grito tanto de sorpresa como de dolor mientras se echaba rápidamente hacia atrás, jadeando para recuperar el resuello.

El haber absorbido tanto calor del aire había dejado a Zedd tan helado como una noche de invierno. Las nubes del aliento de ambos inundaron el frío aire mientras los dos hombres jadeaban por el esfuerzo de la pelea. El extraño volvió a gritar pidiendo ayuda.

Zedd habría supuesto que cualquiera tendría miedo de atacar a un mago sólo mediante la fuera. Aquel hombre, no obstante, no temía a la magia. Incluso si no lo había sabido antes, la evidencia era en aquellos momentos muy clara. Con todo, a pesar de que el hombre doblaba en tamaño a su oponente, tenía como mínimo un tercio de su edad, y era inmune a los conjuros que se le lanzaban, Zedd se dijo que peleaba más bien... remilgadamente.

Sin embargo, por tímido que fuera, también era decidido. Se alzó como pudo para reanudar el ataque. Si le partía el cuello a Zedd, no importaría que lo hiciera tímidamente.

Mientras el intruso volvía a ponerse en pie y arremetía contra él, Zedd echó los brazos hacia atrás, con los codos doblados y los dedos extendidos, y

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lanzó más rayos, pero en esta ocasión sabía que no debía malgastar sus esfuerzos intentando derribar a un hombre al que no afectaba la magia. En su lugar, Zedd intentó arañar el techo con los mágicos rayos energía, listos se estrellaron contra la piedra con una violencia desmedida, desgarrando y astillando secciones enteras, lanzando afilados fragmentos irregulares por los aires.

Una piedra del tamaño de un puño que pasó volando a una velocidad tremenda chocó contra el hombro del extraño. Por encinta del estruendo del atronador poder, Zedd oyó cómo se le partían unos huesos. El impacto hizo girar al hombre en redondo y lo arrojó hacia atrás, contra la pared. Puesto que Zedd sabía ahora que aquel intruso no podía ser dañado por la magia, en su lugar inundó el vestíbulo con una ensordecedora tormenta mágica diseñada no para acometer directamente al hombre sino para hacer pedazos el lugar en una nube de mortíferos fragmentos volantes.

El intruso volvió a arrojarse sobre Zedd. Le recibió una lluvia de mortíferos fragmentos que silbaban por el aire hacia él. El hombre quedó hecho jirones y la pared situada detrás se cubrió de sangre. En un abrir y cerrar de ojos, murió y cayó pesadamente al suelo.

Desde el otro lado del humo y el polvo que inundaban el vestíbulo, otros dos hombres se abalanzaron repentinamente sobre Zedd. Su sentido del don le indicó que, al igual que el primero, aquellos hombres tampoco estaban allí.

Zedd lanzó más rayos pata que volaran piedras contra los hombres, pero éstos ya habían atravesado las llamaradas de energía y se abalanzaban sobre él. Cayó sobre la espalda, con los homb.es encima. Le sujetaron los brazos.

Zedd forcejeó frenéticamente para liberar un rayo, Empezó a arremolinar el aire sobre los hombres para hacer pedazos el lugar, y a ellos con él.

Una enorme mano con un mugriento trapo blanco descendió con fuerza sobre el rostro de Zedd. Éste jadeó, inhalando entonces un potente olor que hizo que su garganta quisiera cerrarse herméticamente, aunque demasiado tarde.

Con la tela y la enorme mano cubriéndole todo el rostro, Zedd no podía ver. El mundo giró.

Una oscuridad blanda y silenciosa se apretujó a su alrededor mientras luchaba por oponerse a ella, hasta que perdió el conocimiento.

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Zedd despertó con la cabeza dándole vueltas y el estómago agitado por las náuseas. No creía que se hubiese sentido jamás tan mal en toda su vida. No habla creído que fuera posible sentir unas ganas tan intensas de vomitar. Le era imposible alzar la cabeza. Deseó morir en aquel mismo instante, ya que sería una grata liberación a aquella agonía.

Hizo intención de poner las manos sobre la luz que le hería los ojos, pero descubrió que tenía las muñecas atadas a la espalda.

—Creo que está despertando —dijo un hombre con una voz servil.A pesar de sus náuseas. Zedd intentó usar su don para percibir cuántas

personas había a su alrededor. Por algún motivo, el don que generalmente fluía con la misma facilidad que el pensamiento, con la misma sencillez con la que ven los ojos, y los oídos oyen, pareció espeso y lento, como preso en melaza. Razonó que posiblemente era el resultado de la repugnante sustancia con la que habían empapado el trapo para hacerle perder el conocimiento. Con todo, logró percibir que sólo había una persona a su alrededor.

Unas manos forzudas agarraron su túnica y lo levantaron de un tirón. Zedd decidió vomitar. Contrariamente a lo que esperaba, no pudo hacerlo. La oscura noche dio vueltas ante su visión borrosa. Pudo distinguir árboles recortándose contra el cielo, estrellas, y la imponente forma negra del Alcázar.

De improviso, una lengua de fuego se encendió en el aire. Zedd pestañeó ame la inesperada luminosidad. La pequeña llama, ondulando con un movimiento perezoso, flotaba sobre la palma vuelta hacia arriba de una mujer de hirsutos cabellos grises. Zedd vio a otras personas en las sombras. Al igual que el hombre que lo había atacado, también aquéllas tenían que ser personas que no se veían afectadas por la magia.

La mujer de pie ante él lo miró atentamente. Su expresión se crispó con una malsana aversión.

—Bien, bien, bien —dijo con condescendencia—. El gran mago en persona despierta.

Zedd no dijo nada. Ello pareció divertirla. Su temible expresión ceñuda y su nariz curva, iluminadas por la llama que sostenía sobre la palma de la mano, lloraron más cerca de él.

—Eres nuestro —siseó.Zedd, tras haber aguardado pacientemente, inició el necesario giro

mental del don en todo su recorrido hasta el alma para poder simultáneamente invocar rayos, concentrar aire para cortar en dos a aquella mujer y recoger toda piedra y guijarro de las cercanías para aplastarla bajo una avalancha. Esperaba que la noche se iluminara con la cantidad de poder que desencadenó y lanzó.

Nada sucedió.

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No queriendo malgastar tiempo en analizar cuál podía ser el problema, se vio forzado a abandonar sus preferencias y a encender el mismísimo fuego de mago para consumirla.

Nada sucedió.No sólo no sucedió nada, sino que pareció como si el intento en sí no

fuese más que un guijarro cayendo a un enorme pozo oscuro. La expectativa se desvaneció ante lo que encontró en su propio interior: una especie de espantoso vacío.

Zedd sintió como si no pudiera encender una lengua de fuego que igualase a la de la mujer ni aunque su vida dependiera de ello. De algún modo se le impedía dar a su habilidad cualquier forma útil, aparte de obtener una vaga conciencia. Probablemente una persistente consecuencia de la sustancia apestosa que le habían presionado contra la cara para que perdiera el conocimiento.

Puesto que no podía reunir ningún poder, Zedd hizo lo único que podía: le escupió a la cara.

Con la velocidad del rayo, ella lo abofeteó con el dorso de la mano, derribándolo de los brazos de los hombres que lo sostenían. Incapaz de usar las manos para frenar la caída, Zedd chocó contra el suelo con inesperada violencia. Permaneció tumbado en el polvo durante un momento, con los oídos zumbando por el golpe recibido, aguardando a que alguien se inclinara sobre él y lo matara.

En su lugar, volvieron a izarlo. Uno de los hombres lo agarró de los cabellos y le alzó con fuerza la cabeza, obligándolo a mirar a la mujer a la cara. La expresión de pocos amigos que vio allí daba la impresión de ser consustancial a ella.

La mujer le escupió al rostro.Zedd sonrió.—Vaya, aquí tenemos a una criatura malcriada jugando al juego de

pagar con la misma moneda.Zedd lanzó un gruñido ante el repentino impacto de un dolor fortísimo

que le retorció el interior del abdomen. Si aquellos hombres no lo hubiesen estado sosteniendo por debajo de los brazos, se habría doblado hacia delante y caído al suelo. No estaba muy seguro de cómo lo había hecho ella: probablemente con un puñetazo de aire descargado con todo el poder de su don. La mujer había dejado que el aire reunido tomara forma flojamente, en lugar de concentrarlo en un borde afilado, o de lo contrario este lo habría partido en dos. En todo caso, él sabía que le saldría un cardenal en el estómago. La espera fue larga y desesperada antes de que lucra capaz de volver a respirar.

Los hombres que su don decía que no estaban allí lo enderezaron.—Me decepciona descubrir que estoy en las manos de una hechicera

que es incapaz de mostrar más inventiva que eso —se burló Zedd.Aquello hizo aparecer una sonrisa en la expresión adusta de la mujer.

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—No te preocupes, mago Zorander, su Excelencia desea vivamente tu escuálido pellejo. El llevara a cabo un juego de ojo por ojo y diente por diente que creo encontraras lleno de inventiva. He aprendido que, en lo referente a crueldad inventiva, su Excelencia no tiene igual. Estoy segura de que no te decepcionará.

—Entonces, ¿a qué estamos aguardando aquí? Me muero de ganas por tener unas palabras con su Excelencia.

Mientras los hombres le sujetaban la cabeza hacia atrás, la mujer pasó una uña por el costado de su rostro y a través de la garganta, no con fuerza suficiente para hacer aflorar la sangre, pero lo bastante para insinuar su crueldad contenida. Volvió a inclinarse hacia él y enarcó una ceja. A Zedd le corrió un escalofrío por la espalda.

—Imagino que tienes ideas magníficas respecto a tal visita, sobre lo que crees que harás o dirás.

Alargó una mano y pasó un dedo alrededor de algo que él llevaba al cuello. Cuando le dio un fuerte tirón, Zedd advirtió que llevaba un collar de alguna clase. Por el modo en que se le clavaba en la carne en la nuca, tenía que ser de metal.

—Adivina qué es —dijo ella—. Sólo adivínalo.Zedd suspiró.—Realmente eres una mujer fastidiosa. Pero imagino que lo has oído con

mucha frecuencia.Ella hizo caso omiso de su pulla, ansiosa por ser mensajera de malas

noticias. Su sonrisa burlona se ensanchó.—Es un rada'han.La sensación de alarma de Zedd aumentó, pero impidió que asomara el

menor atisbo de ella a su rostro.—¿Ah sí? —Hizo una pausa para soltar un prolongado bostezo—. Bueno,

no esperaría que a una mujer de tu limitado intelecto se le ocurriera algo ingenioso.

La mujer le estrelló una rodilla contra la entrepierna. Zedd se dobló hacia delante incapaz de reprimir un quejido. No había esperado algo tan ordinario. Los hombres lo irguieron violentamente, sin darle tiempo a recuperarse. Verse enderezado le provocó un jadeo agónico. Tenía los dientes apretados, los ojos llenos de lágrimas y las rodillas se le doblaron, pero los hombres lo sostuvieron.

La sonrisa de la mujer empezaba a resultar fastidiosa.—¿Lo ves, mago Zorander? Ser ingenioso no es necesario.Zedd comprendió su punto de vista pero no lo dijo.El Primer Mago se preparaba ya para abrir el maldito collar que llevaba

al cuello. Lo habían «capturado» anteriormente —la Prelada en persona y había llevado un rada'han alrededor del cuello, igual que un muchacho nacido con el don que necesitara ser adiestrado. Las Hermanas de la Luz

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ponían un collar como aquel a aquellos muchachos para que el don no los lastimara antes de que pudieran aprenderá controlarlo. A Richard lo habían capturado y le habían colocada un rada’han después de que el don despertara en él.

El collar se usaba también para controlar al joven mago que lo llévala, para infligir dolor cuando las Hermanas lo consideraban necesario. Zedd comprendía las razones de la Prelada para querer la ayuda de Richard, puesto que sabían que había nacido con los dos lados del don, y, también, les preocupaban las fuerzas siniestras que lo perseguían, pero jamás pudo perdonarla por ponerle un collar a Richard. Un mago necesitaba ser instruido por un mago, no por una pandilla insensata como eran las Hermanas de la Luz.

La Prelada, no obstante, no había albergado ninguna ilusión sobre poder adiestrar realmente a Richard para que fuese un mago. Le había puesto el collar para hacer salir a las traidoras ocultas en su rebaño: a las Hermanas de las Tinieblas.

Sin embargo, a diferencia de Richard, Zedd sabía cómo quitarse aquel artilugio repugnante del cuello. De hecho, lo había hecho antes, cuando a la Prelada se le había ocurrido ponerle un collar y obligarlo así a cooperar.

Usó un hilillo de poder para sondear la cerradura, no abiertamente, no fuera que aquella mujer pudiese advertirlo, pero justo lo suficiente para localizar el hechizo en el que podría concentrar su habilidad para hacer saltar el cerrojo.

Cuando llegara el momento, cuando los pies los sostuvieran firmemente, cuando la cabeza le dejara de dar vueltas, pondría fin al dominio del collar. En ese mismo instante, antes de que ella supiese qué había sucedido, él liberaría fuego de mago e incineraría a aquella mujer.

Ella volvió a meter un dedo por debajo del collar y dio otro tirón.—La cuestión es, mi querido mago, que yo esperaría que un hombre de

tu célebre talento supiera cómo quitarse un aparato como este.—¿De veras? ¿Soy célebre? —Zedd le lanzó una repentina sonrisa—. Eso

es muy gratificante.La mujer le mostró una sonrisa de puro desdén, fruto del total desprecio

que sentía por él. Con el dedo introducido en el collar tiró de él para acercarlo a su retorcida expresión. Hizo caso omiso de sus palabras y siguió diciendo:

—Puesto que su Excelencia se sentiría sumamente contrariado en el caso de que consiguieras quitarte el collar, he tomado medidas para asegurar que tal cosa no suceda. Usé Magia de Resta para soldarlo.

Vaya, aquello era un problema.La mujer hizo una señal con la cabeza a los hombres. Zedd echó una

ojeada a cada lado para mirarlos y advirtió por vez primera que tenían los ojos húmedos. Le impresionó advertir que lloraban.

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Llorando o no, siguieron las órdenes de la mujer, alzándolo sin miramientos y arrojándolo a la parte trasera de una carro como si fuera un leño.

Zedd aterrizo junto a otra persona.—Me alegro de ver que estás vivo, viejo amigo —dijo una voz queda.Era Adié. Tenía un lado del rostro hinchado y sangrando. Parecía como si

le hubiesen dado de garrotazos. También tenía las muñecas atadas a la espalda. Vio, asimismo, que tenía lágrimas en las mejillas.

Le partió el corazón verla herida.—Adié, ¿qué te han hecho?—No tanto como tienen intención de hacer, me temo —respondió ella

con una sonrisa.Bajo la débil luz de un farol, Zedd pudo ver que llevaba, también, uno de

los horribles collares.—Tu estofado era excelente —comentó él.Adié gimió.—Por favor, viejo amigo, no me menciones la comida justo ahora.Zedd volvió con cuidado la cabeza y vio a más hombres aguardando en

la oscuridad. Habían estado detrás de él, de modo que no había advertido su presencia antes. Su don no le había dicho que estaban allí.

—Creo que estamos metidos en un buen problema —susurró.—¿De veras? —preguntó Adié—. ¿Qué hace que pienses eso?Zedd sabía que ella sólo intentaba hacerle sonreír, pero no consiguió

casi nada.—Lo siento, Zedd.Él asintió lo mejor que pudo tumbado de costado con las muñecas

atadas a la espalda.—Pensé que era muy listo al colocar todas aquellas trampas. Por

desgracia, tales trampas no funcionan con aquellos que no se ven afectados por la magia.

—No podías saber tal cosa —respondió Adié en tono consolador.Zedd se sumió en un amargo pesar.—Debería haberlo tenido en cuenta después de que tropezásemos con

aquella chica allá abajo, en el Palacio de las Confesoras, en primavera. Debería haber comprendido el peligro. —Clavó la mirada a lo lejos, al interior de la oscuridad—. Le hice el mismo servicio a nuestra causa que un idiota.

—Pero ¿de dónde han salido? —Adié parecía a punto de dejarse llevar por el pánico—. Jamás había tropezado con una de tales personas en toda mi vida, y ahora hay toda una pandilla de ellas ahí.

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Zedd odió ver a Adíe tan angustiada. Adié sólo sabía que había varios de ellos por los reveladores sonidos que hacían. Al menos el podía ver a los hombres con sus ojos, aunque no pudiera hacerlo con el don.

Los hombres estaban parados a su alrededor, las cabezas gachas, aguardando órdenes. No parecían complacidos por lo que estaba sucediendo. Todos parecían jóvenes, de veintipocos años. Algunos lloraban. Parecía extraño ver a hombretones como aquéllos llorando. Zedd casi lamentó haber matado a uno. Casi.

—Vosotros tres —masculló la mujer a oíros hombres que aguardaban en las sombras a la vez que levantaba otro farol—, entrad ahí y empezad a buscar.

Los ojos totalmente blancos de Adié giraron hacia Zedd, la expresión grave.

—Una hermana de las Tinieblas —musitó.Y ahora tenían el Alcázar.

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Exactamente cómo puedes estar segura de que era una Hermana de las Tinieblas lo que viste? —preguntó Verna, distraídamente, mientras volvía a mojar la pluma.

Garabateó sus iniciales al pie de una solicitud para que una Hermana viajara a una ciudad situada al sur y se ocupara de los planes de una hechicera local para defender la zona en que estaban. Incluso en el campo de batalla, el papeleo inherente al cargo de Prelada parecía haberla perseguido y encontrado. Su palacio había sido destruido, el profeta mismo andaba suelto y la autentica Prelada estaba por ahí, sola, buscándolo, algunas de las Hermanas de la Luz habían entregado sus almas al Custodio del inframundo y al hacerlo habían hecho que el Custodio estuviese un paso más cerca de tenerlos a todos para toda la eternidad; un buen número de las Hermanas —tanto Hermanas de la Luz como Hermanas de las Tinieblas— estaban en las crueles manos del enemigo y cumpliendo sus mandatos; la barrera que separaba el Viejo Mundo del Nuevo había caído; el mundo entero había sido puesto patas arriba; el único hombre —Richard Rahl— a quien la profecía mencionaba como el que tenía una posibilidad de derrotar a la amenaza que era la Orden Imperial estaba lejos, a saber dónde haciendo quién sabía que, y sin embargo, el papeleo se las arreglaba para sobrevivir a todo ello y seguir sacándola de quicio.

Algunas de las ayudantes de Verna se ocupaban del papeleo y las peticiones, pero, a pesar de lo mucho que le desagradaba ocuparse de tan tediosas cuestiones, Verna sentía su deber no perder de vista todo aquello.

Además, no obstante lo mucho que la irritaba el papeleo, éste también mantenía ocupada su mente, impidiendo que pensara demasiado en lo que podría haber sido.

—Al fin y al cabo —añadió Verna—, podría fácilmente haberse tratado de una Hermana de la Luz. Jagang usa a ambas por su habilidad con la magia. No puedes estar realmente segura de que era una Hermana de las Tinieblas. Ha estado enviando Hermanas para acompañar a sus exploradores todo el invierno y la primavera.

La mord-sith colocó los nudillos sobre el pequeño escritorio y se inclinó hacia ella.

—Te estoy diciendo, Prelada, que era una Hermana de las Tinieblas.Verna no vio motivo para discutir, puesto que importaba poco, así que

no lo hizo.—-Si tu lo dices, Rikka...Verna dio la vuelta a la hoja para pasar a la siguiente del montón, una

solicitud para que una Hermana fuera y hablara a los niños sobre la vocación de las Hermanas de la Luz, dando una charla sobre por qué el Creador estaría en contra del modo de actuar de la Orden Imperial. Verna sonrió para sí, imaginando que Zedd echaría chispas ante la sola idea de que una Hermana, en el Nuevo Mundo, diera charlas sobre aquel tema.

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Rikka retiró los nudillos del escritorio.—Pensé que dirías eso.—Bien, ya está, pues —farfulló Verna mientras leía el siguiente mensaje

de las Hermanas de la Luz situadas al sur, informando sobre los pasos a través de las montañas y los métodos que se habían utilizado para sellarlos.

—Quédate justo aquí —refunfuñó Rikka antes de salir como una exhalación de la tienda.

—No voy a ir a ninguna parte —repuso Verna con un suspiro mientras recorría con la mirada el informe, pero la vehemente rubia se había ido ya.

Verna oyó un alboroto fuera de la tienda. Rikka estaba dando un cáustico sermón a alguien. La mord-sith era incorregible. Ése era, probablemente, el motivo de que, a pesar de rodo, a Verna le gustara.

Desde la muerte de Warren, el corazón de Verna ya no sentía demasiado interés por nada, no obstante. Hacia lo que debía, cumplía con su deber, pero no conseguía sentir otra cosa que desesperación. El hombre al que amaba, el hombre con el que se había casado, el hombre más maravilloso del mundo... ya no estaba.

Nada importaba gran cosa después de eso.Verna intentaba hacer su parte, hacer lo que era necesario, porque

muchas personas dependían de ella, pero, si había que ser sincero, el motivo por el que se macaba a trabajar era para mantener la mente ocupada, para pensaren otra cosa, cualquier otra cosa, salvo Warren. En realidad no funcionaba, pero ella seguía insistiendo. Sabía que la gente contaba con ella, pero simplemente no conseguía que le importara.

Warren ya no estaba. La vida había quedado vacía de lo que más le importaba. Eso le ponía fin a todo, fin a su interés por cualquier otra cosa.

Sacó sin darse cuenta su libro de viaje del cinturón. No sabía que le había impulsado a hacerlo, excepto quizás el que había pasado algún tiempo desde la última vez que había mirado en busca de un mensaje de la autentica Prelada. Aun padecía su propia crisis sobre lo que debía importarle a uno desde el momento en que Kahlan había depositado la culpa por tantas de las cosas que habían salido mal, incluyendo ser la causa de la guerra, justo a los pies de la Prelada. Verna pensaba que Kahlan había estado equivocada respecto a gran parte de ello, pero comprendía muy bien por qué pensaba ésta que Ann había sido la responsable de enmarañar sus vidas. Verna había pensado lo mismo durante un tiempo.

Sosteniendo el libro de viaje a un lado con una mano, hojeando las páginas con un pulgar, Verna vio centellear un mensaje.

Rikka volvió a entrar majestuosamente en la tienda y plantificó un pesado saco sobre el escritorio de Verna, justo encima de los informes.

—¡Aquí tienes! —exclamó Rikka, la furia dando energía a su voz.Fue entonces, al alzar Verna los ojos, cuando esta vio por primera vez el

extraño modo en que iba vestida Rikka. Verna se quedó boquiabierta. Rikka no llevaba el ceñido traje de cuero rojo que las mord-sith acostumbraban a

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llevar, salvo alguna que otra vez cuando se relajaban y entonces a veces llevaban uno de cuero marrón en su lugar. Verna jamás había visto a la mujer vestida con otra cosa que no fuesen aquellos conjuntos de cuero.

En aquellos instantes, Rikka llevaba puesto un vestido.Verna no recordaba haberse sentido nunca tan estupefacta.No era simplemente un vestido, sino un vestido rosa que ninguna mujer

decente de la edad de Rikka, probablemente a punto de cumplir los treinta o con poco más de treinta, se podría ni loca. El escote descendía en picado para dejar al descubierto una amplia zona de busto, y los dos montículos de carne al descubierto estaban presionados hacia arriba y casi se salían por la parte superior. A Verna la dejó atónita que los pezones de Rikka hubiesen conseguido mantenerse a cubierto, sobre todo por el modo en que los pechos ascendían y descendían con su acalorada respiración.

—¡También tú! —le espetó Rikka.Verna alzó finalmente la mirada para clavarla en los llameantes ojos

azules de Rikka.—Yo también, ¿qué?—¡Tampoco tú puedes dejar de mirarme el pecho!Verna sintió que su rostro se ponía colorado. En su defensa agitó un

dedo ante la mujer.—¡Que estás haciendo vestida así en un campamento del ejército! ¡Con

todos esos soldados! ¡Pareces una prostituta!A pesar de que sus trajes de cuero rojo las tapaban hasta el cuello, el

ceñido material dejaba poco a la imaginación. Con todo, ver la carne de la mujer era totalmente distinto, y muy escandaloso.

Sólo entonces advirtió Verna, porque por fin había alzado la vista hasta el rostro de la mujer, que la trenza de Rikka estaba deshecha, la larga melena rubia ondeaba tan libre como las crines de un caballo. Verna no había visto nunca a una de las mord-sith aparecer en público sin los cabellos peinados en aquella única trenza que en gran parte las identificaba.

Ni siquiera el escote de la mujer resultaba tan chocante como ver sus cabellos sueltos. Era eso, más que cualquier otra cosa, comprendió Verna, lo que le proporcionaba un aire lascivo a la mord-sith. Había algo de sacrílego en el hecho de que la trenza estuviera deshecha, incluso a pesar de que Verna no podía aprobar una profesión dedicada a la tortura.

Verna recordó, entonces, que había pedido a una de las mord-sith, a Cara, que fuera lo más cruel posible con el joven —un muchacho, en realidad— que había asesinado a Warren. La Prelada había permanecido levantada toda la noche escuchando cómo aquel joven decía adiós a la vida entre alaridos. El padecimiento del muchacho había sido monstruoso y, sin embargo, no había sido ni con mucho suficiente para su gusto.

A veces, Verna se preguntaba si en la otra vida el Custodio del inframundo le reservaría algo totalmente desagradable para toda la

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eternidad en recompensa por lo que ella había hecho. En realidad no le importaba. Había valido la pena, fuera cual fuese el precio.

Además, decidió, si iba a ser castigada por condenar a aquel hombre a recibir su justo castigo, entonces el concepto mismo de justicia tendría que quedar invalidado, haciendo que vivir una vida de bondad o maldad careciera de sentido. De hecho, a cambio de la justicia que había administrado a aquel animal repugnante y amoral que recorría el mundo de los vivos bajo la forma de un hombre que había asesinado a Warren, debería verse recompensada en la otra vida con la permanencia eterna bajo la cálida luz del Creador, junto con el buen espíritu de Warren, o de lo contrario no existía la justicia.

El general Meiffert entró a toda prisa con aire majestuoso en la tienda, con los puños a los costados, yendo a detenerse junto a Rikka. Se peino los cabellos rubios hacia atrás con los dedos cuando vio a Verna sentada tras su pequeño escritorio, y se calmó visiblemente.

El había hecho que los carpinteros le construyeran el diminuto escritorio a partir de restos de mobiliario de una granja abandonada. No se parecía en nada a los escritorios del Palacio de los Profetas, desde luego, pero había sido hecho con más interés y significado tras él que el más magnífico escritorio de pan de oro que ella hubiese visto nunca. Al general Meiffert le había llenado de orgullo ver lo útil que lo hallaba Verna.

Con una veloz mirada, captó el vestido y el peinado de Rikka.—¿Qué es esto?—Bueno —dijo Verna—, no estoy segura. Algo referente a una de las

Hermanas de Jagang explorando un paso de montaña.Rikka cruzó los brazos encima de su pecho casi desnudo.—No una simple Hermana, sino una Hermana de las Tinieblas.—Jagang ha estado enviando Hermanas a explorar los pasos todo el

invierno -repuso el joven general—. La Prelada ha colocado trampas y escudos. —Su inquietud creció—. ¿Nos estás diciendo que una de ellas consiguió pasar?

—No, os estoy diciendo que fui a cazarlas.Verna frunció el entrecejo.—¿Que estás diciendo? Perdimos a media docena de mord-sith

intentando eso. Después de que encontraseis las cabezas de dos de vuestras hermanas clavadas en estacas, la Madre Confesora en persona os ordenó que dejaseis de malgastar vuestras vidas en misiones tan inútiles.

Rikka sonrió por fin. Fue la clase de sonrisa satisfecha, en especial proviniendo de una mord-sith, que acostumbraba a provocarle pesadillas a la gente.

—¿Parece esto inútil?Introdujo la mano en su saco y extrajo una cabeza humana.

Sosteniéndola por el cabello, la blandió ante el rostro de Verna. Giró, la agitó ante el general Meiffert también, y luego la plantó sobre el escritorio. Sangre espesa rezumó sobre los informes.

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—Tal y como dije, una Hermana de las Tinieblas.Verna reconoció el rostro, incluso a pesar de lo crispado que estaba.

Rikka tenía razón, era una Hermana de las Tinieblas. La pregunta era. ¿cómo sabía ella que era una Hermana de las Tinieblas, y no una de la Luz?

En el exterior, Verna pudo oír cascos de caballos que pasaban ante la tienda. Algunos de los soldados gritaron saludos a los que regresaban de patrullar. A lo lejos se podían oír conversaciones y órdenes. Martillos sobre metal repicaban igual que campanas mientras los hombres daban formas útiles al metal caliente para efectuar reparaciones. En las inmediaciones, unos caballos retozaban en un corral. A su paso por delante de la tienda de Verna, los equipos de los soldados tintineaban. Hogueras chisporroteaban al añadírseles leña para los cocineros o rugían a medida que los fuelles bombeaban aire para ponerlas al rojo vivo para los herreros.

—¿La tocaste con tu agiel? —preguntó Verna en voz baja—. Vuestro agiel no funciona con eficacia sobre aquellos a los que el Caminante de los Sueños controla.

La sonrisa de Rikka se tomo picara. Extendió los brazos.—¿Agiel? ¿Ves un agiel?Verna sabía que ninguna mord-sith dejaría jamás su agiel fuera de su

control. Con una veloz mirada al escote de la mujer, sólo pudo imaginar dónde lo llevaba escondido.

—De acuerdo —dijo el general Meiffert, y su tono de voz ya no era indulgente—, quiero saber que está pasando, y quiero saberlo ahora mismo.

—Yo estaba cerca del paso Dobbin, comprobando la zona, y descubrí a una patrulla de la Orden Imperial.

El general asintió a la vez que soltaba un suspiro de contrariedad.—Han estado entrando por ese lugar de vez en cuando. Pero ¿cómo fue

que te tropezaste con una patrulla enemiga? ¿Por qué no los había atrapado ya una de nuestras Hermanas?

Rikka se encogió de hombros.—Bueno, esa patrulla estaba aún en el otro lado del paso. Allí donde está

la granja desierta. —Dio un golpecito al escritorio de Verna con la punta del pie—. Donde conseguisteis la madera para esto.

Verna torció la boca. Rikka no debía ir más allá del paso. Las mord-sith, no obstante, no reconocían otras órdenes que las que procedían de lord Rahl en persona. Rikka había seguido las órdenes de Kahlan porque, durante la ausencia de Richard, Kahlan actuaba en su nombre. De todos modos, Verna sospechó que era más sencillo que eso: sospechó que ellas únicamente habían seguido las órdenes de la Madre Confesora porque era la esposa de lord Rahl, y si no lo hacían, les acarrearía la cólera de lord Rahl. En tanto que tales órdenes no fueran consideradas como problemáticas por las mord-sith, estas las seguían. De lo contrario, hacían lo que querían.

—La Hermana estaba sola —prosiguió Rikka— y padecía un terrible dolor de cabeza.

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—Jagang —dijo Verna—. Jagang estaba transmitiendo sus órdenes, o castigándola por algo, o sermoneándola en el interior de su mente. Lo hace de vez en cuando. No es agradable.

Rikka acarició los cabellos de la cabeza de la mujer colocada sobre el escritorio de Verna, dejando los informes hechos un desastre.

—Pobrecilla —se mofó—. Mientras ella estaba alejada entre los pinos, mirando a la nada y presionándose las sienes con los dedos, los hombres estaban más atrás, en la granja, pasándoselo bien con un par de chicas. Las dos chillaban, lloraban y montaban todo un escándalo, pero nada de eso los disuadía.

Verna bajó los ojos a la vez que soltaba un profundo suspiro. Algunas personas se habían negado a creer en la necesidad de huir antes de la llegada de la Orden Imperial.

En ocasiones, cuando las personas se negaban a reconocer la existencia del mal, se encontraban teniendo que enfrentarse precisamente a aquello que nunca habían estado dispuestos a admitir que existía.

La sonrisa satisfecha de Rikka regresó.—Entré y me ocupé de los valientes soldados de la Orden Imperial.

Estaban tan distraídos, que no prestaron atención mientras me acercaba sigilosamente por detrás. Las mujeres estaban tan aterradas que chillaron incluso a pesar de que las estaba salvando. La Hermana no había estado prestando atención a los gritos antes, y no lo hizo entonces, tampoco.

»Una de las jóvenes era rubia y más o menos de mi tamaño, así que se me ocurrió una idea. Me puse su vestido y me quité la trenza, para que se me pudiera tomar por ella. Le di a aquella chica algunas de las ropas de los hombres para que se las pusiera y les dije a las dos que huyeran hacia las colinas, en dirección contraria a donde estaba la Hermana, y que no miraran atrás. No tuve que decírselo dos veces. Luego me senté en un taburete fuera del granero.

»Efectivamente, al cabo de un rato la Hermana regresó. Me vio sentada allí, con la cabeza gacha, fingiendo llorar, y pensó que la otra mujer seguía dentro, con los soldados. Dijo: «Ya es hora de que esos bastardos estúpidos de ahí dentro acaben contigo y con tu amiga. Su Excelencia quiere un informe, y lo quiere ahora... está listo para avanzar».

Verna se levantó de la silla.—¿Le oíste decir eso?—Sí.—Luego ¿qué? —preguntó el general Meiffert.—Luego la Hermana se encaminó a la puerta del granero. Cuando pasó

como una furia por mi lado, me levanté detrás de ella y le rebané la garganta con uno de los cuchillos de los soldados.

El general Meiffert se inclinó hacia Rikka.—¿Le rebanaste la garganta? ¿No usaste tu agiel?

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Rikka le dirigió una mirada que daba a entender que no había estado prestando atención.

—Como dijo la Prelada, un agiel no funciona muy bien con aquellos a los que controla el Caminante de los Sueños. Así que usé un cuchillo. Caminante de los Sueños o no, cortarle la garganta funcionó perfectamente.

Rikka volvió a levantar la cabeza ante Verna. Uno de los informes se pegó a su parte interior.

—Le pasé el cuchillo a través de la garganta y alrededor del cuello. Se debatía bastante, así que la sujeté bien mientras moría. De repente, hubo un momento en que todo el mundo se volvió negro... y quiero decir negro, negro como el corazón del Custodio. Fue como si el inframundo nos hubiera cogido a todos de improviso.

Verna desvió la mirada de una Hermana que había conocido durante mucho tiempo y que siempre había creído que estaba consagrada al Creador, a la luz de la vida. En su lugar, había estado consagrada a la muerte.

—El Custodio acudió para reclamar a uno de los suyos —explicó Verna con voz queda.

—Bien —dijo Rikka, con cierto sarcasmo, pensó Verna—. No creí que sucediera algo así cuando moría una Hermana de la Luz. Te dije que era una Hermana de las Tinieblas.

—Eso hiciste —repuso Verna, asintiendo.El general Meiffert dio a la mord-sith una apresurada palmada en el

hombro.—Gracias Rikka. Será mejor que haga correr la noticia. Si Jagang

empieza a moverse, no pasarán muchos días anees de que este aquí. Necesitamos asegurarnos de que los pasos estén listos cuando su ejército llegue aquí por fin.

—Los pasos resistirán —dijo Verna—. Al menos durante un tiempo.La Orden tenía que cruzar las montañas si quería conquistar D'Hara, y

existían pocos caminos a través de aquellas formidables elevaciones, Verna y las Hermanas habían colocado escudos y sellado aquellos pasos lo mejor que se podía. Habían usado magia para derribar paredes de roca en algunos sitios, conviniendo las estrechas carreteras en infranqueables. En otros lugares, habían usado su poder para obstaculizar las carreteras de las empinadas laderas, sin dejar otro modo de pasar que no fuera gatear por encima de escombros. En otros lugares, los hombres habían trabajado todo el invierno en la construcción de muros de piedra para cerrar los pasos. Desde lo alto de aquellos muros podían descargar muerte y destrucción. Añadido a eso, en cada uno de aquellos lugares, las Hermanas habían colocado trampas mágicas tan letales que atravesarlas sería una experiencia sangrienta, y eso antes de que se encontraran con las murallas llenas de defensores.

Jagang tenía a Hermanas de las Tinieblas para que intentaran deshacer las barreras tanto mágicas como de piedra, pero Verna era más poderosa, en la Magia de Suma al menos, que cualquiera de ellas. Además de eso, había unido su poder al de otras Hermanas para poder conferir a aquellas barreras una magia que sabía resultaría formidable.

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Con todo, Jagang aparecería. Nada que Verna, sus Hermanas y el ejército d'haraniano pudieran hacer sería capaz en última instancia de resistir el número de efectivos que Jagang lanzaría contra ellos. Si tenía que ordenar a sus hombres que marcharan a través de desfiladeros repletos hasta una altura de treinta metros con los cuerpos de sus camaradas caídos, no dudaría en hacerlo. Tampoco le importaría si los cadáveres alcanzaban los trescientos metros.

—Regresaré un poco más tarde, Verna —dijo el general—. Necesitaremos reunir a los oficiales y a algunas de las Hermanas, y asegurarnos de que todo está preparado.

—Sí, por supuesto —respondió ella.Tanto el general Meiffert como Rikka empezaron a salir.—Rikka —llamó Verna, e indicó el escritorio—. Llévate a la querida

Hermana difunta contigo, ¿quieres?Rikka suspiró, lo que casi hizo que se le saliera el pecho del vestido, y

mostró una expresión resignada antes de agarrar la cabeza y desaparecer de la tienda detrás del general.

Verna se sentó y hundió la cabeza en las manos. Iba a empezar todo de nuevo. Había sido un largo y pacífico, aunque terriblemente frío, invierno. Jagang había montado su campamento de invierno en el otro lado de las montañas, lo bastante lejos como para que, con la nieve y el frío, resultara difícil lanzar ataques efectivos contra sus tropas. Tal y como había sucedido el verano anterior, el verano en que Warren había muerto, ahora que el clima era favorable, la Orden empezaría a moverse. Todo volvía a empezar. Las matanzas, el terror, los combates, la huida, el hambre, el agotamiento.

Pero qué otra elección existía, aparte de que te mataran. En muchos aspectos, la vida había llegado a parecer peor que la muerte.

Verna recordó bruscamente, entonces, el libro de viaje. Lo extrajo del bolsillo del cinturón y acercó más el quinqué, necesitando el consuelo además de la luz que proporcionaba. Se preguntó dónde estarían Richard y Kahlan, si estaban a salvo, y pensó, también, en Zedd y Adié completamente solos custodiando el Alcázar del Hechicero. A diferencia de todos los demás, al menos Zedd y Adié estaban a salvo y en paz... por el momento, al menos. Más tarde o más temprano, D'Hara caería y entonces Jagang regresaría a Aydindril.

Verna arrojó el librito sobre el escritorio, se alisó el vestido bajo las piernas y acercó más la silla. Pasó los dedos sobre la familiar tapa de cuero de un objeto mágico que tenía más de tres mil años. A los libros de viaje los habían investido con magia aquellos misteriosos magos que hacía tantísimo tiempo habían construido el Palacio de los Profetas. Un libro de viaje estaba hermanado con otro, y como tales, no tenían precio; lo que se escribía en uno aparecía al mismo tiempo en su gemelo. De ese modo, las Hermanas podían comunicarse a través de grandes distancias y estar al tanto de información importante casi al instante.

Aun, la autentica Prelada, tenía el gemelo del de Verna.La misma Verna había sido enviada por Ann en un viaje de casi veinte

años para encontrar a Richard. Ann había sabido desde el principio dónde

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había estado Richard. Por ese motivo Verna podía comprender la cólera de Kahlan ante el modo en que Ann había parecido alterar su vida y la de Richard. Pero Verna había llegado a comprender que la Prelada la había enviado en lo que en realidad era una misión de vital importancia, una que habla hecho cambiar el mundo, pero que también había traído esperanza para el futuro.

Verna abrió el libro de viaje, sosteniéndolo un poco ladeado para poder ver las palabras a la luz.

Verna, escribía Ann, creo que he descubierto dónde se esconde el profeta.

Verna se sentó hacia atrás sorprendida. Después de la destrucción del palacio, Nathan, el profeta, había escapado a su control y deambulaba desde entonces en libertad, lo que constituía un gran peligro.

Durante el último par de años, el resto de las Hermanas de la Luz habían creído que la Prelada y el profeta estaban muertos. Ann, al abandonar el Palacio de los Profetas con Nathan en una misión de gran importancia, había fingido sus muertes y nombrado a Verna Prelada para que la sucediera. Muy pocas otras personas aparte de Verna, Zedd, Richard y Kahlan, conocían la verdad. Durante aquella misión, no obstante, Nathan había conseguido quitarse el collar y escapar al control de Ann. No había modo de saber que catástrofe podía causar aquel hombre.

Verna volvió a inclinarse sobre el libro de viaje.

Debería tener a Nathan dentro de unos cuantos días. Apenas puedo creer que después de todo este tiempo, casi le haya puesto las manos encima a ese hombre. Te informaré pronto.

¿Cómo estas, Verna? ¿Cómo te sientes? ¿Cómo están las Hermanas y como van las cosas con el ejército? Escribe cuando puedas. Comprobaré el libro de viaje cada noche. Os echo muchísimo de menos.

Verna volvió a retostarse en el asiento. Eso era todo lo que había. Pero era suficiente. La sola idea de que Ann capturara finalmente a Nathan hizo que a Verna la cabeza le diera vueltas, llena de alivio.

De todos modos, ni siquiera aquella noticia trascendental consiguió hacer gran cosa para animarla. Jagang estaba a punto de lanzar su ataque sobre D'Hara y Ann estaba a punto de tener finalmente a Nathan bajo control, pero Richard estaba en algún lugar, allá, en el sur, fuera del control de ambas. Ann había trabajado durante quinientos años para moldear los acontecimientos de modo que Richard pudiera liderarles en la batalla por el futuro de la humanidad, y ahora, en la víspera de lo que podía muy bien ser la batalla definitiva, no estaba allí con ellos.

Verna sacó el estilo del lomo del libro de viaje y se inclinó hacia delante para escribir un informe a Ann.

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Queridísima Ann:

Me temo que las cosas aquí están a punto de volverse muy desagradables.

El asedio de los pasos de montaña al interior de D'Hara está a punto de empezar.

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20

Los extensísimos corredores del Palacio del Pueblo, sede del poder en D'Hara, estaban inundados por el susurro de pisadas. Aun se echó un poco hacia atrás en el banco de mármol blanco donde estaba sentada entre tres mujeres a un lado y una pareja de más edad en el otro, todos ellos cotilleando sobre lo que llevaban puestas las personas mientras deambulaban por los espléndidos vestíbulos, o lo que otras personas hacían mientras estaban allí, o lo que más deseaban ver. Ann suponía que tales chismorreos eran bastante inofensivos y estaban probablemente pensados para apartar de las mentes de las personas las preocupaciones de la guerra. Con todo, era difícil creer que a una hora tan tardía la gente prefiriera andar por ahí chismorreando en lugar de estar durmiendo en una cómoda cama.

Ann mantuvo la cabeza gacha y fingió estar rebuscando en su bolsa de viaje mientras al mismo tiempo vigilaba de cerca a los soldados que pasaban cerca. No sabía si su cautela era necesaria, pero prefería no tener que descubrir demasiado tarde que sí lo era.

—¿Vienes de lejos? —preguntó la mujer que tenía más cerca.Ann alzó los ojos, comprendiendo que le había hablado a ella.—Bueno, sí, supongo que ha sido un viaje un poco largo.Ann volvió a meter la nariz en la bolsa y hurgó en ella a conciencia,

esperando que la dejasen tranquila.La mujer, de mediana edad y con los rizos de cabello castaño

empezando ya a mostrar un poco de gris, sonrió.—Yo no estoy tan lejos de casa, pero me gusta mucho pasar una noche

en palacio, de vez en cuando, sólo para levantarme el ánimo.Ann paseó la mirada por los pulidos suelos de mármol, las columnas de

brillante piedra roja bajo arcos, decorados con enredaderas esculpidas, que sostenían las galerías superiores. Alzó los ojos hacia las claraboyas que permitían que la luz penetrara a raudales durante el día, y miró detenidamente a las espléndidas estatuas colocadas sobre pedestales alrededor de una fuente con caballos de piedra de tamaño natural que galopaban eternamente a través de una reluciente ducha de agua.

—Sí, entiendo a lo que te refieres —murmuró Ann.El lugar no le levantaba el ánimo. En realidad, la ponía tan nerviosa

como a un gato una perrera. Podía sentir que su poder quedaba alarmantemente disminuido en aquel lugar.

El Palacio del Pueblo era más que un simple palacio. Era una ciudad toda ella en lo alto de una meseta enorme. Decenas de miles de personas vivían en la magnífica construcción, y miles más la visitaban diariamente. Existían distintos niveles, en algunos de ellos la gente tenía tiendas y vendía mercancías, en otros trabajaban funcionarios, algunos eran alojamientos. Muchas secciones tenían el acceso prohibido a aquellos que acudían de visita.

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Desparramados alrededor de la base de la meseta había mercados informales donde la gente se reunía para comprar, vender e intercambiar mercancías. Durante la ascensión por el interior de la meseta, hasta alcanzar el palacio en sí, Ann había pasado ante muchas tiendas permanentes. El palacio era un centro de comercio, que atraía a gente de todo D'Hara.

Más que eso, no obstante, era el hogar ancestral de la Casa de Rahl. Como tal, era magnifico por motivos arcanos que iban más allá de la consciencia o incluso la comprensión de la mayoría de las personas que lo llamaban hogar o lo visitaban. El Palacio del Pueblo era un hechizo; no un lugar hechizado, como había sido el Palacio de los Profetas donde Ann había pasado la mayor parte de su vida. El lugar mismo era el hechizo.

Todo el palacio había sido construido siguiendo un diseño cuidadoso y preciso: el de un hechizo dibujado sobre suelo. Las murallas fortificadas exteriores contenían la forma propiamente dicha del hechizo y las principales congregaciones de estancias formaban importantes centros focales, mientras que los vestíbulos y corredores eran las líneas dibujadas; la esencia del hechizo mismo, el poder.

Los vestíbulos debían haber tenido que ser construidos siguiendo la secuencia requerida por la magia específica que el hechizo tenía que invocar. Habría sido costosísimo construirlo de aquella manera, haciendo caso omiso de los requisitos típicos de una obra y los métodos establecidos para la construcción, pero sólo haciendo eso podría funcionar el hechizo, y desde luego que funcionaba.

El hechizo era específico. Estaba pensado para dar a un Rahl más poder en aquel lugar, y para succionarle el poder a cualquier otra persona que entrara en él. Ann no había estado nunca en un lugar donde sintiera languidecer de aquel modo su han, la esencia de la vida y el don que contenía. Dudaba de que en aquel lugar su han pudiera mantener durante mucho tiempo ni siquiera la vitalidad para encender una vela.

Aun se quedó atónita al ocurrírsele de improviso otro elemento del hechizo. Dirigió la mirada a los vestíbulos repletos de gente.

Los hechizos trazados con sangre siempre eran más efectivos y poderosos. Pero cuando la sangre calaba en el terreno, se descomponía y disipaba, el poder del hechizo a menudo también se desvanecía. Pero este hechizo, las líneas trazadas del hechizo mismo —los corredores— estaban repletos de la vital sangre viva de todas las personas que se movían por ellos. Ann se quedó muda de admiración ante un concepto tan brillante.

—Así pues, vas a alquilar una habitación, entonces.Ann había olvidado a la mujer sentada a su lado, que seguía mirándola

fijamente, que seguía manteniendo la sonrisa en sus labios pintados. Ann se obligó a cerrar la boca.

—Bueno... —admitió finalmente Ann—, en realidad todavía no he hecho planes sobre dónde dormiré.

La sonrisa de la mujer persistió, pero parecía como si cada vez le costara más esfuerzo mantenerla.

—No puedes echarte a dormir en un banco, ya sabes. Los guardias no lo permitirán. Tienes que alquilar una habitación, o te echarán por la noche.

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Ann comprendió, entonces, que estaba insinuando la mujer. A aquellas personas, la mayoría ataviadas con sus mejores ropas para la visita al palacio, Ann debía parecerles una mendiga. Después de todo el chismorreo sobre cómo iba vestida la gente, aquella mujer debía de haberse sentido desconcertada al encontrarse junto a Aun.

—Tengo el dinero para una habitación —le aseguró Ann—. Simplemente todavía no he averiguado dónde las alquilan, eso es todo. Tras un viaje tan largo, mi intención era ir allí directamente y lavarme un poco, pero necesitaba descansar mis pies agotados durante un rato, primero. ¿Podrías decirme dónde encontrar las habitaciones que se alquilan?

La sonrisa pareció un poco más distendida.—Voy de camino a mi propia habitación y podría acompañarte. No está

lejos.—Eso sería muy amable por tu parte —dijo Ann a la vez que se ponía en

pie al ver que los guardias marchaban pasillo adelante.La mujer se levantó, deseando buenas noches a sus dos compañeras de

banco.Si Ann estaba cansada, era únicamente porque se había visto atrapada

en la oración de la tarde al lord Rabí. Una campana en una plaza abierta había sonado, y todo el mundo se había puesto en marcha para congregarse allí y arrodillarse. Ann había advertido que nadie faltaba a la oración. Los guardias se movían entre la multitud observando cómo la gente se reunía. Se sintió como un ratón observado por halcones, así que se unió a las demás personas que iban en dirección a la plaza.

Había pasado casi dos horas de rodillas, sobre un duro suelo de baldosas de arcilla, totalmente inclinada con la frente tocando el suelo, igual que todo el mundo, repitiendo la oración al unísono con todas las otras voces sombrías.

Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.

Dos veces al día, se esperaba que aquellos que estaban en el palacio acudieran a la oración. Aun no sabía cómo soportaba la gente tal tortura.

Entonces recordó que el vínculo entre el lord Rahl y su pueblo impedía que el Caminante de los Sueños penetrara en sus mentes, y supo cómo era posible que lo soportaran. Ella misma había sido prisionera del emperador Jagang durante un corto período de tiempo. Éste asesinó a una Hermana justo ante sus ojos, simplemente para dejar las cosas claras.

Frente a la brutalidad y la tortura, imaginó que sabía cómo podía la gente soportar una simple oración.

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No obstante, para ella tal oración en voz alta al lord Rahl, a Richard, no era precisamente necesaria. Ya había estado consagrada a él casi quinientos años antes de que él hubiese nacido.

La profecía decía que Richard era la única posibilidad que tenían de evitar la catástrofe. Ann escudriñó con cuidado los vestíbulos. Ahora sólo necesitaba al profeta en persona.

—Por aquí —dijo la mujer, tirando de la manga de Ann.La mujer le hizo una seña para que la siguiera por un pasillo situado a la

derecha. Ann se echó el chal hacia delante, cubriendo el fardo que llevaba, y abrazó con más fuerza la bolsa de viaje mientras recorría el amplio corredor. Se preguntó cuántas personas sentadas en bancos o mujeres alrededor de fuentes cotilleaban sobre ella.

El suelo tenía un mareante dibujo en piedra de colores marrón oscuro, granate y canela que discurría por el vestíbulo en líneas zigzagueantes pensadas para dar una impresión tridimensional. Ann había visto tales dibujos tradicionales en el Viejo Mundo, pero ninguno tan espectacular. Era una obra de arte, y no era más que el suelo. Todo en el palacio era exquisito.

Las tiendas estaban remetidas hacia atrás, respecto de las fachadas a ambos lados. Algunas de ellas parecían vender artículos que podrían querer los viajeros. Había toda una variedad de pequeños puestos de comida y bebida, desde pasteles de carne calientes, a dulces, cerveza y leche tibia. Algunos lugares vendían ropa de dormir. Otros vendían cintas para el pelo. Incluso a aquella hora tan tardía, algunas de las tiendas seguían abiertas y vendiendo muchísimo. En un lugar como aquél, habría personas que trabajarían de noche y tendrían necesidad de tales riendas. Los lugares que ofrecían peinar a las mujeres, o maquillarlas, o prometían hacer milagros con sus uñas, estaban todos cerrados hasta la mañana siguiente. Ann dudó que pudieran hacer milagros con ella.

La mujer carraspeó mientras paseaban por el amplio corredor, contemplando las tiendas situadas a ambos lados.

—¿Y desde dónde has viajado?—Bueno, de muy al sur. Muy lejos de aquí. —Ann tomó nota de la

concentrada atención de la mujer mientras se inclinaba un poco hacía ella—. Mi hermana vive aquí —dijo, dando a la mujer algo más en lo que pensar—. Estoy aquí para visitar a mi hermana. Aconseja a lord Rahl en cuestiones importantes.

Las cejas de la mujer se enarcaron.—¡De veras! Una consejera del mismísimo lord Rahl. Qué honor para tu

familia.—Sí —respondió Aun, arrastrando la palabra—. Todos estamos

orgullosos de ella.—¿Sobre qué le aconseja?—Ah, bueno, cuestiones de guerra.La mujer se quedó boquiabierta.

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—¿Una mujer! ¿Aconsejando a lord Rahl sobre operaciones militares?—Ya lo creo —insistió Aun, y se inclinó hacia ella y susurró—: Es una

hechicera. Ve el futuro, ya sabes. Me escribió incluso una carta y me dijo que me veía viniendo al palacio para visitarla. ¿No es eso sorprendente?

La mujer frunció un poco el entrecejo.—Bueno, eso sí parece bastante extraordinario, puesto que estás aquí y

todo eso.—Sí, y me dijo que conocería a una mujer muy servicial.La sonrisa de la mujer regresó, de nuevo parecía un tanto forzada.—Parece como si tuviera bastante talento.—Oh, no tienes ni idea —insistió Ann—. Es muy concreta en sus

predicciones sobre el futuro.—¿De veras? ¿Tenía algo más que decir sobre tu visita, entonces?—Ya lo creo. ¿Sabes que me dijo que conocería a un hombre cuando

viniera aquí?La mirada de la mujer se movió veloz por los vestíbulos.—Hay muchos hombres aquí. Eso no parece precisamente muy concreto.

Seguramente, debe de haber dicho más que eso... quiero decir, teniendo tanto talento, y siendo una consejera de lord Rahl y todo eso.

Ann se llevó un dedo al labio, frunciendo el entrecejo en un fingido esfuerzo por recordar.

—Pues sí, lo hizo, ahora que lo mencionas. Veamos si puedo recordar... —Ann posó una mano en el brazo de la mujer en un gesto de familiaridad—. Me habla sobre mi futuro todo el tiempo. ¡Mi hermana me dice siempre tantas cosas sobre mi futuro en sus cartas que a veces siento como si tuviera problemas para ponerme al día con mi propia vida! A veces me cuesta recordarlo todo.

—Inténtalo —dijo la mujer, ansiosa por chismorrear—. Esto es tan fascinante.

Ann devolvió el dedo al labio inferior mientras contemplaba el techo, fingiendo estar sumida en profunda meditación, y reparó por primera vez en que el techo estaba pintado como si fuese el cielo, con nubes incluidas. El efecto era muy ingenioso.

—Bueno —dijo por fin cuando estuvo seguía de tener toda la atención de la mujer—, mi hermana dijo que el hombre que conocería era viejo. —Volvió a colocar la mano en el brazo de la mujer—. Pero muy distinguido. No viejo y decrépito, sino alto... muy alto... con toda una melena blanca que le desciende hasta los amplios hombros. Dijo que no tendría barba ni bigote, y que sería apuesto de un modo rudo, con penetrantes ojos de un intenso azul celeste.

—Ojos de un intenso azul celeste... vaya, vaya —la mujer lanzó una risita ahogada—, si que parece apuesto.

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—Y dijo que cuando mira a una mujer con esos ojos de halcón suyos, las rodillas de ésta le flaquean.

—Eso es preciso —repuso la mujer, y su rostro se sonrojó—. Qué lástima que no supiera el nombre de este tipo tan apuesto.

—Ah, pero sí lo sabía. Qué clase de consejera del lord Rahl sería si no tuviera talento suficiente para saber tales cosas.

—¿Dijo su nombre, también? ¿Realmente puede hacer tales predicciones?

—Ah, ya lo creo —le aseguró Ann.Siguió avanzando pausadamente durante un rato, observando cómo la

gente iba y venía por el vestíbulo, deteniéndose en algunas de las tiendas que seguían abiertas, o sentándose en bancos, para cotillear.

—¿Y? —preguntó la mujer—. ¿Cuál es el nombre que dijo tu hermana? El nombre de este caballero alto y distinguido.

Ann volvió a mirar al techo con el entrecejo fruncido.—Era Nigel o Norris, o algo así. No, aguarda..., no era eso. —Ann

chasqueó los dedos—. El nombre que dijo era Nathan.—Nathan —repitió la mujer, dando casi la impresión de haber estado

dispuesta a arrancarle el nombre a Ann de la lengua si ella no lo hubiese soltado—. Nathan.

—Sí, eso es. Nathan. ¿Conoces a alguien en el palacio con ese nombre? ¿Nathan? ¿Un tipo alto, de edad, con cabellos largos y blancos, espaldas anchas, ojos azul celeste?

La mujer alzó la vista hacia el techo, pensativa. Ann se inclinó hacia ella, aguardando sus palabras, observando atentamente en busca de cualquier reacción.

Una mano sujetó el vestido de Ann por el hombro y la hizo detenerse bruscamente. Ann y la mujer se volvieron.

Detrás de ellas había una mujer muy alta, con una trenza rubia muy larga y ojos muy azules, lucía una cara de muy pocos amigos y llevaba un atuendo de cuero de intenso color rojo.

La mujer que acompañaba a Ann se quedó tan blanca como la nieve. Su boca se abrió sorprendida. Ann obligó a su propia boca a permanecer cerrada.

—Te hemos estado esperando —dijo la mujer vestida de cuero rojo.Detrás de ella, un poco más atrás en el vestíbulo, desplegados para

cerrar el paso, había una docena de hombres absolutamente enormes ataviados con una impecable armadura de cuero y empuñando espadas, cuchillos y lanzas impecablemente bruñidos.

—Vaya, creo que debes de haberme confundido con...—Yo no cometo errores.

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Ann no era ni con mucho tan alta como la mujer rubia vestida de cuero rojo. Apenas si le llegaba a la media luna amarilla y la estrella que llevaba sobre el estómago.

—No, supongo que no los cometes. ¿Qué es lo que sucede? —preguntó Ann, perdiendo el tímido tono inocente.

—El mago Rahl pidió que te hiciésemos pasar.—¿El mago Rahl?—Sí. El mago Nathan Rahl.Ann oyó una exclamación ahogada procedente de la mujer que tenía al

lado. Pensó que la mujer iba a desmayarse, y por lo tanto le sujetó el brazo.—¿Te encuentras bien, querida?Ella miró, con ojos desorbitados, a la mujer vestida de cuero rojo que la

contemplaba con mirada iracunda.—Sí. Tengo que irme. Se me hace tarde. Debo marchar. ¿Puedo

marcharme?—Sí, será mejor que te marches —dijo alta mujer rubia.La mujer efectuó una rápida inclinación de cabeza y farfulló un «buenas

noches» antes de marcharse a toda prisa pasillo adelante, mirando sólo una vez tras de sí.

Ann volvió a mirar a aquella mujer con expresión de pocos amigos.—Bueno me alegro de que me hayas encontrado. Vayamos a ver a

Nathan. Perdona... el mago Rahl.—No vas a tener una audiencia con el mago Rahl.—Te refieres a esta noche, que no voy a tener una... audiencia con él

esta noche.Ann se estaba mostrando todo lo educada que podía, pero deseaba

darle una zurra a aquel hombre tan conflictivo, o retorcerle el pescuezo, y cuanto antes mejor.

—Me llamo Nyda —dijo la mujer.—Encantada de conocerte...—¿Sabes lo que soy! —No aguardó a que Ann respondiera—. Soy una

mord-sith. Te doy una única advertencia a modo de cortesía. Es la única advertencia, o cortesía, que recibirás, así que escucha con atención. Viniste aquí con intenciones hostiles hacia el mago Rahl. Ahora eres mi prisionera. Usar tu magia contra una mord-sith dará como resultado la captura de esa magia por mi parte o por parte de una de mis hermanas mord-sith y la utilizaremos en tu contra. Será un arma muy, pero que muy desagradable.

—Bueno —repuso Ann—, en este lugar mi magia no resulta muy útil, me temo. Apenas vale un comino, a decir verdad. Así que, como veras, soy del todo inofensiva.

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—No me importa lo útil que encuentres tu magia. Si intentas ni que sea encender una vela con ella, tu poder será mío.

—Entiendo —dijo Ann.—¿No me crees? —Nyda se inclinó sobre ella—. Te animo a que intentes

atacarme. No he capturado magia de hechicera desde hace bastante tiempo. Podría ser... divertido.

—Gracias, pero estoy demasiado cansada... del viaje y todo eso...para atacar a nadie ahora. ¡Quizá más tarde?

Nyda sonrió. En aquella sonrisa Ann pudo ver por qué eran tan temidas las mord-sith.

—Estupendo. Más tarde, entonces.—Entonces, ¿qué piensas hacer conmigo entre tanto, Nyda? ¿Alojarme

en una de las habitaciones más magníficas del palacio?Nyda hizo como si no hubiese oído la pregunta y efectuó una seña. Dos

de los hombres situados un poco más atrás se adelantaron a toda prisa. Se alzaron colosales sobre Ann como dos robles. Cada uno la agarró por debajo de un brazo.

—En marcha —indicó Nyda a la vez que marchaba con paso firme por delante de ellos.

Los hombres se pusieron en movimiento detrás de ella, llevando a Ann con ellos. Los pies de la mujer parecían tocar el suelo sólo cada tres o cuatro pasos. Las personas que había en el vestíbulo se hicieron a un lado para dejar pasar a la mord-sith. Los transeúntes se apretaron contra las paredes laterales, situándose a una buena distancia. Algunas personas desaparecieron en el interior de tiendas abiertas, desde donde atisbaron por los escaparates. Todo el mundo tenía la mirada fija en la mujer baja y rechoncha del vestido oscuro que era arrastrada por los dos guardias del palacio vestidos con lustroso cuero y refulgentes cotas de malla. A su espalda la mujer pudo oír el sonido discordante de los pertrechos de metal a medida que los hombres los seguían.

Giraron por un pequeño pasillo que avanzaba entre columnas que sostenían una galería. Uno de los hombres se precipitó al frente para abrir con llave la puerta. Antes de que Ann se diera cuenta, todos ellos ya habían pasado raudos a través de la pequeña puerta.

El corredor situado al otro lado era oscuro y angosto; ni por asomo parecido a los corredores revestidos de mármol que veía la mayor parte de la gente. No llevaban recorrido mucho trecho cuando giraron para descender por una escalera. Los peldaños de roble crujieron bajo sus pisadas. Algunos de los hombres pasaron faroles al frente para que Nyda pudiera alumbrarse. El sonido de todas las pisadas resonaba desde la oscuridad del fondo.

Al pie de la escalera, Nyda los condujo a través de un laberinto de sucios pasadizos de piedra. Los poco usados corredores olían a moho, y en algunos sitios a humedad. Al llegar a otra escalera, siguieron bajando por un hueco cuadrado con rellanos a cada vuelta, descendiendo al interior de los oscuros recovecos del Palacio del Pueblo. Ann se preguntó a cuántas personas habían conducido en el pasado por rutas como aquélla, para no ser vueltas a ver

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jamás. El padre de Richard, Rahl el Oscuro, y su padre antes que él, Panis, eran bastante aficionados a la tortura. La vida no significaba nada para hombres como ésos.

Richard había cambiado todo aquello.Pero Richard no estaba en palacio, ahora. Nathan sí.Ann había conocido a Nathan durante mucho tiempo; durante casi mil

años. Durante la mayor parte de ese tiempo, como Prelada, lo había mantenido encerrado en sus aposentos. A los profetas no se les podía permitir vagar libremente. En la actualidad, no obstante, este en concreto andaba libre. Y, peor aún, había conseguido establecer su autoridad en el hogar ancestral de la Casa de Rahl. Era un antepasado de Richard. Era un Rahl. Era un mago.

El plan de Ann de repente empezó a parecer muy estúpido. «Sencillamente coge al profeta desprevenido —había pensado—. Cógelo desprevenido y vuelve a colocarle un collar alrededor del cuello.» Sin duda, existiría una oportunidad y él volvería a ser suyo.

Había parecido tener sentido en su momento.Al final del largo descenso, Nyda giró rápidamente a la derecha,

siguiendo un corredor estrecho con una pared de piedra alzándose imponente a la derecha y una barandilla de hierro a la izquierda. Ann miró con curiosidad por encima de la barandilla, pero la luz del farol no mostró otra cosa que negra oscuridad abajo. Temió pensar en lo lejos que podría estar el fondo. No es que estuviese pensando en pelear con sus captores, pero empezaba a preocuparle que pudieran simplemente tirarla allí abajo y librarse de ella.

No obstante, Nathan los había enviado. Nathan, irascible como podía ser en ocasiones, no ordenaría algo así. Ann consideró, entonces, los siglos que lo había mantenido encerrado, consideró las medidas extremas que a veces había tomado para mantener bajo control a aquel hombre incorregible. Volvió a mirar por encima de la barandilla de hierro, a la oscuridad situada abajo.

—¿Nos estará esperando Nathan? —preguntó, intentando sonar jovial—. Realmente me gustaría hablar con él. Tenemos asuntos que discutir.

Nyda lanzó una siniestra mirada atrás.—Nathan no tiene nada que hablar contigo.Por un alarmantemente estrecho corredor que penetraba en la roca a la

derecha, Nyda los condujo al interior de las tinieblas. El modo en que la mujer marchaba a toda velocidad aumentaba la sensación de alarma y terror.

Ann finalmente vio luz más adelante. El estrecho corredor iba a salir a una zona pequeña en la que convergían distintos pasillos. Más allá, a la derecha, todos ellos se unían para descender por una empinada escalera de caracol. Cuando la empujaron escaleras abajo, Ann se aferró a la barandilla de hierro, temerosa de perder pie, aunque la mano enorme que sujetaba su hombro derecho probablemente imposibilitaría cualquier caída fortuita, por no decir la huida.

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En el pasillo situado al pie de la escalera, Nyda, Ann y los guardias se detuvieron bajo el techo de vigas bajas. La luz fluctuante de antorchas colocadas en soportes verticales daba a la zona de techo bajo un aspecto surrealista. El sitio apestaba a brea, humo, sudor seco y orina. Ann dudó que penetrara el menor aire fresco tan al interior del Palacio del Pueblo.

Oyó una tos seca que resonaba procedente de un pasillo mal iluminado a la derecha. Miró con atención al interior del oscuro vestíbulo y vio puertas a ambos lados. En algunas puertas unos dedos aterraban barrotes de hierro colocados en pequeñas aberturas. Aparte de toser, ningún sonido surgía de esas celdas que encerraban a hombres desesperanzados.

Un hombretón de uniforme aguardaba ante una puerta revestida de hierro a la izquierda. Parecía como si lo hubiesen tallado de la misma piedra que las paredes. Bajo circunstancias distintas. Ann podría haber pensado que era un tipo de aspecto bastante agradable.

—Nyda —dijo el hombre a modo de saludo, y cuando sus ojos volvieron a alzarse tras una educada inclinación de cabeza, preguntó con voz profunda—: ¿Qué tenemos aquí?

—Una prisionera, capitán Lerner. —Nyda agarró el hombro de Ann y tiró de ella al frente como exhibiendo un faisán tras una cacería con éxito—. Una prisionera peligrosa.

La mirada evaluadora del capitán resbaló brevemente por Ann antes de devolver su atención a Nyda.

—Una de las cámaras seguras, entonces.Nyda aprobó con un asentimiento.—El mago Rahl no quiere que se escape. Dijo que es una causa sin fin de

problemas.Al menos media docena de respuestas cortantes le acudieron a la

mente, pero Ann se mantuvo callada.—Será mejor que vengáis con nosotros, entonces —dijo el capitán Lerner

—, y os ocupéis de que quede encerrada tras los escudos.Nyda ladeó la cabeza. Dos de sus hombres se adelantaron a toda prisa y

cogieron antorchas de soportes. El capitán encontró por fin la llave correcta entre una docena aproximadamente que tenía en un aro, y la cerradura se abrió con un estridente sonido metálico que inundó los bajo palillos circundantes. A Ann le sonó como una campanada que sonase para los condenados.

Gruñendo por el esfuerzo, el capitán tiró de la pesada puerta, abriéndola lentamente. En el largo pasillo situado más allá. Ann no vio más que un par de velas que proporcionaban una luz exigua a las pequeñas aberturas que había en puertas situadas a cada lado. Se empezaron a oír hombres que abucheaban y aullaban, como animales, gritando palabrotas asquerosas a quien pudiera estar entrando en su mundo. Se alargaron brazos al exterior, que arañaron el aire, esperando conseguir alcanzar a alguien que pasara.

Los dos hombres con antorchas irrumpieron en el corredor justo detrás de Nyda, la luz de las llamas iluminando su atavío de cuero rojo de modo que

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todos aquellos rostros presionados contra las aberturas de las puertas pudieran verla.

El agiel, que colgaba de su muñeca suspendido de una fina cadena, giró hacia arriba. La mujer dirigió miradas fulminantes a las aberturas de las puertas de cada lado. Los brazos mugrientos retrocedieron al interior. Las voces callaron. Ann pudo oír que algunos hombres salían disparados hasta los rincones más alejados de sus celdas.

Nyda, una vez que estuvo segura de que no habría conductas impropias, volvió a ponerse en marcha. Unas manos enormes empujaron a Ann al frente. Detrás, el capitán Lerner los seguía con sus llaves. Ann se llevó el borde del chal a la boca y la nariz, intentando cerrar el paso al nauseabundo hedor.

El capitán tomó un pequeño quinqué de un hueco, lo encendió con una vela que ardía a un lado, y luego se colocó delante para abrir el cerrojo de otra puerta. En el pasillo situado al otro lado, las puertas estaba colocadas más cerca unas de otras. Una mano cubierta de lesiones infectadas colgaba flácida fuera de una de las diminutas aberturas.

El vestíbulo tras la puerta siguiente era de techo más bajo, y no más ancho que los hombros de Ann, que intentó aminorar los latidos de su desbocado corazón mientras seguía el tosco y sinuoso pasillo. Nyda y los hombres tenían que agacharse, encogiendo los brazos, mientras avanzaban.

—Aquí —dijo el capitán Lerner a la vez que se detenía.Sostuvo en alto su farol y atisbo al interior de la pequeña abertura de la

puerta. Al segundo intento, localizó la llave correcta y abrió la puerta. Entregó la pequeña lámpara a Nyda y a continuación usó ambas mano para tirar de la palanca. Gruñó y tiró con toda su fuerzas hasta que la puerta se abrió parcialmente con un chillido. Se introdujo a duras penas al otro lado de la puerta y desapareció dentro.

Nyda pasó el quinqué mientras seguía al capitán al interior. El brazo, envuelto en cuero rojo, volvió a salir para agarrar un trozo del vestido de Ann y arrastrarla tras ella.

El capitán estaba abriendo una segunda puerta en el otro lado de la diminuta habitación. Ann pudo percibir que ésta era la habitación que contenía el escudo. La segunda puerta se abrió con un chirrido. Al otro lado había una habitación tallada en el sólido lecho de roca. El único modo de salir era por la puerta, y la habitación exterior que contenía el escudo, y luego la segunda puerta.

La Casa de Rahl sabía cómo construir una mazmorra seguía.La mano de Nyda agarró el codo de Ann, obligándola a emitir en la

habitación del otro lado. Incluso Ann, baja como era, tuvo que agachar la cabeza mientras pasaba por aquel umbral. El único mobiliario en el interior era un banco tallado en la piedra de la pared opuesta, que proporcionaba tanto un asiento como una cama. Un aguamanil de estaño descansaba sobre un extremo del banco. En el extremo opuesto se veía una manta marrón doblada. Había un orinal en el rincón. Al menos estaba vacío, aunque no limpio.

Nyda depositó el quinqué sobre el banco.

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—Nathan dijo que te dejásemos esto.Evidentemente, era un lujo que no se ofrecía a los otros huéspedes.Nyda adelantó una pierna hacía la salida, pero se detuvo cuando Ann la

llamó por su nombre.—Por favor ¿le darías un mensaje a Nathan de mi parte? ¿Por favor? Dile

que me gustaría verlo. Dile que es importante.Nyda sonrió para sí.—Dijo que dirías esas palabras. Nathan es un profeta, sabía lo que dirías.—¿Y le darás ese mensaje?Los fríos ojos azules de Nyda parecieron estar sopesando el alma de

Ann.—Nathan dijo que se te informara de que tiene todo un palacio que

dirigir, y no puede bajar corriendo a verte cada vez que clames pidiendo su presencia.

Aquéllas eran casi las palabras exactas que ella había enviado a los aposentos de Nathan innumerables veces cuando una Hermana acudía a ella con peticiones de Nathan para ver a la Prelada.

Di a Nathan que tengo todo un palacio que dirigir y no puedo bajar corriendo allí cada vez que me llama a gritos. Si ha tenido una profecía, entonces que la escriba y le echaré una mirada cuando tenga tiempo.

Hasta aquel momento, Ann no había reparado jamás verdaderamente en lo crueles que habían sido sus palabras.

Nyda cerró la puerta de un empujón tras ella. Ann estaba sola en un prisión de la que sabía que no podía escapar.

Al menos estaba cerca del final de su vida, y no podían mantenerla prisionera durante casi toda su vida, como ella había mantenido prisionero a Nathan durante la suya.

Corrió a la pequeña ventana.—¡Nyda!La mord-sith se dio la vuelta desde la segunda puerta, desde más allá

del escudo que Ann no podía cruzar.—¿Sí?—Di a Nathan... di a Nathan que lo lamento.Nyda emitió una corta carcajada.—Bueno, creo que Nathan sabe que lo lamentas.Ann sacó la mano por la puerta, alargándola hacia la mujer.—Nyda, por favor. Dile... di a Nathan que lo amo.

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Nyda la contempló fijamente durante un largo rato antes de empujar la puerta exterior para cerrarla.

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21

Kahlan alzó la cabeza. Posó una mano sobre el pecho de Richard mientras dirigía el oído hacia el sonido que había oído a lo lejos en la oscuridad. Bajo la mano, el pecho de Richard ascendía y descendía con su fatigosa respiración, pero, incluso ante eso, sintió alivio: seguía vivo. Mientras estuviera vivo ella podía pelear por encontrar una solución. No renunciaría a él. Llegarían hasta Nicci. De algún modo, conseguirían llegar hasta ella.

Una ojeada a la posición de la media luna le indicó que había estado dormida durante menos de una hora. Nubes, plateadas a la luz de la luna, habían empezado a desfilar en silencio procedentes del norte. En el lejano firmamento vio, también, las alas iluminadas por la luna de las criaturas de puntas negras que siempre les seguían la pista.

Odiaba aquellas aves. Las criaturas les habían estado siguiendo desde el momento en que Cara había tocado la estatua de Kahlan que Nicci decía que era un faro de advertencia. Aquellas alas negras no estaban nunca lejos, como la sombra de la muerte, siempre siguiéndolos, siempre aguardando.

Kahlan recordaba perfectamente la arena de aquel reloj de arena en forma de estatua escurriéndose. Su tiempo se acababa. No poseía un indicio real de lo que sucedería cuando el tiempo que representaba aquella arena se agotara finalmente; pero podía imaginárselo muy bien.

El lugar en el que habían acampado, ante una brusca elevación rocosa con un bosquecillo de pinos y maleza espinosa a un lado, no era un campamento tan protegido como habrían querido, pero Cara le había confiado que temía que si no paraban. Richard no pasaría de aquella noche.

Aquella advertencia susurrada había hecho que el corazón de Kahlan latiera violentamente, que la frente se le llenara de sudor, y la había llevado al borde del pánico.

Había sido consciente de que el bamboleante viaje en carro, lento como había sido mientras avanzaban por terreno abierto en la oscuridad, parecía haberle dificultado aún más la respiración a Richard. Menos de dos horas después de iniciar la marcha, tras la advertencia de Cara, se habían visto obligados a parar. Una vez que se hubieron detenido, todos se sintieron aliviados al ver que la respiración de Richard se tornaba más regular, y sonaba un poco menos fatigosa.

Necesitaban llegar hasta carreteras para que el viaje le fuera más fácil a Richard, y pudieran ir más deprisa. Tal vez después de que descansar durante la noche podrían avanzar a mayor velocidad.

Debía luchar constantemente para decirse que conseguirían llevarlo allí, que tenían una posibilidad, y que el propósito del viaje no era simplemente una esperanza vacía.

La última vez que Kahlan se había sentido así de impotente, que había sentido aquella sensación de que la vida de Richard se desvanecía, al menos había tenido una sólida oportunidad para salvarlo. No había tenido ni idea en aquel momento, de que correr aquel riesgo sería el catalizador que pondría

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en marcha una cascada de acontecimientos que iniciarían la desintegración de la magia.

Ella era quien había tomado la decisión de correr aquel riesgo, y era la responsable de todo lo que estaba sucediendo en la actualidad. De haber sabido lo que ahora sabía, habría tomado la misma decisión —salvar la vida de Richard—, pero eso no la hacía menos responsable de las consecuencias.

Era la Madre Confesora, y, como tal. responsable de proteger las vidas de aquellos que poseían magia, de las criaturas mágicas. Y, en su lugar, podría muy bien ser la causa de su fin.

Kahlan se puso en pie de un salto, espada en mano, cuando oyó el silbido en forma de canto de pájaro de Cara para avisarles de su regreso. Era un reclamo que Richard le había enseñado.

Kahlan deslizó el panel del farol para abrirlo por completo y así proporcionar más luz. Vio a Tom, la mano posada sobre el cuchillo de mango de plata de su cinturón, que se alzaba de una roca cercana, donde había estado sentado mientras vigilaba tanto el campamento como al hombre al que Kahlan había tocado con su poder. El hombre seguía tumbado en el suelo, a los pies de Tom.

—¿Qué sucede? —susurró Jennsen a la vez que aparecía junto a Kahlan, restregándose el sueño de los ojos.

—No estoy segura. Cara ha dado la señal, de modo que debe de llevar a alguien con ella.

Cara apareció, surgiendo de la oscuridad, y, como Kahlan había sospechado, empujaba a un hombre por delante de ella. Kahlan frunció el entrecejo, intentando recordar dónde lo había visto antes. Luego pestañeó, comprendiendo que era el joven con el que se habían cruzado hacía más o menos una semana: Owen.

—¡Intenté llegar hasta vosotros antes! —exclamó Owen cuando vio a Kahlan—. Juro que lo intenté.

Sujetándolo por el hombro de su ligero abrigo. Cara obligó al hombre a acercarse más, luego lo detuvo con un violento tirón delante de Kahlan.

—¿De qué estás hablando?—preguntó Kahlan.Cuando Owen distinguió a Jennsen detrás del hombro de Kahlan, hizo

una pausa, boquiabierto por un instante, antes de responder.—Mi intención era alcanzaros antes, lo juro —dijo a Kahlan, dando la

impresión de que estaba a punto de echarse a llorar—. Fui a vuestro campamento. —Se arrebujó en el abrigo a la vez que empezaba a temblar—. Vi... vi todos los... restos. Querido Creador, ¿cómo pudisteis ser tan brutales?

Kahlan se dijo que Owen parecía estar a punto de vomitar. El joven se tapó la boca y cerró los ojos mientras tiritaba.

—Si te refieres a aquellos hombres —dijo Kahlan—, intentaron capturarnos, matarnos. No los arrancamos de sus mecedoras ante el fuego y los llevamos a ese erial donde los masacramos. Nos atacaron, y nosotros nos defendimos.

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—Pero, querido Creador, cómo pudisteis... —Owen se quedó de pie ante ella, Incapaz de controlar sus estremecimientos: cenó los ojos—. Nada es real. Nada es real. Nada es real. —Lo repitió una y otra vez, como si fuera un ensalmo pensado para protegerlo del mal.

Cara arrastró violentamente a Owen hacia atrás y lo sentó sobre una repisa de roca. Con los ojos cerrados en actitud meditabunda, el joven farfulló continuamente para sí: «Nada es real» mientras Cara iba a colocarse a la izquierda de Kahlan.

—Dinos qué estás haciendo aquí —ordenó Cara con un gruñido, y, aunque no lo dijo, el «o de lo contrario» quedó muy claro.

—Y dilo con rapidez —indicó Kahlan—. Ya tenemos bastantes problemas y no necesitamos que tú te añadas a ellos.

Owen abrió los ojos.—Fui a vuestro campamento a contároslo, pero... todos aquellos

cuerpos...—Sabemos lo que sucedió allí atrás. Ahora, cuéntanos por qué estás

aquí. —A Kahlan ya no le quedaba paciencia—. No voy a volvértelo a preguntar.

—Lord Rahl... —sollozó Owen, prorrumpiendo en lágrimas por fin.—Lord Rahl que —exigió Kahlan por entre los apretados dientes.—Lord Rahl ha sido envenenado —soltó abruptamente mientras lloraba.Kahlan sintió que se le ponía la carne de gallina.—¿Cómo puedes tú saber eso?Owen se puso en pie, aferrando su abrigo contra el pecho.—Lo sé —lloró—, porque fui yo quien lo envenenó.¿Podría ser? ¿Podría ser que no fuese en realidad el poder desbocado del

don lo que mataba a Richard sino un veneno? ¿Podría ser que estuviesen totalmente equivocados? ¿Podría ser que todo lo hubiese provocado aquel hombre al envenenar a Richard?

Kahlan sintió que la empuñadura de la espada resbalaba de sus dedos mientras iba hacia el hombre.

El se quedó quieto, contemplando cómo se acercaba, igual que un cervatillo a un puma a punto de saltar.

Kahlan Sabía que había algo raro en aquel hombre. También Richard había pensado que había algo inquietante en él, algo que no estaba bien.

De algún modo, aquel desconocido tembloroso había envenenado a Richard.

Richard apenas seguía vivo. Sufría y tenía dolores. Aquel hombre había sido la causa de todo ello. Kahlan sabría el motivo, y sabría la verdad de todo ello.

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Kahlan recorrió la distancia con rapidez. No se arriesgaría a que escapara. No se arriesgaría a que le mintiese.

Tendría su confesión.Empezó a alargar la mano hacía él. Su poder se había recuperado; podía

sentirlo allí, en la parte central de su ser, listo para actuar.El hombre había intentado matar a Richard. Ella tenía intención de

averiguar si existía un modo de salvarlo. Aquel hombre podía decírselo.Se juró que salvaría a Richard.Kahlan no necesitaba invocar su herencia, sino simplemente dejar de

refrenarla. Sus sentimientos sobre lo que el hombre había hecho se desvanecieron. Ya no importaban. Únicamente la verdad le serviría ahora. Y estaba decidida a obtenerla.

Él no tenía ninguna posibilidad, le pertenecía.Lo vio allí de pie paralizado, contemplando cómo ella se acercaba, vio

que sus ojos azules se abrían más, vio las lágrimas corriéndole por las mejillas. Kahlan sintió la fría espiral de poder esforzándose por liberarse, exigiendo ser puesta en libertad. A medida que su mano se alzaba hacia el hombre que había lastimado a Richard, no deseaba otra cosa que lo que obtendría.

Él le pertenecía.Cara saltó bruscamente entre los dos.La visión de Kahlan del hombre quedó obstaculizada por la mord-sith.

Kahlan intentó apartar a un lado a Cara, pero ella estaba preparada y se mantuvo firme en su puesto. Cara sujetó a Kahlan por los hombros y la obligó a retroceder tres pasos.

—No. Madre Confesora, no.Kahlan seguía concentrada en Owen, incluso aunque no pudiera verlo.—Aparta de mi camino.—No. Parad.—¡Muévete!Kahlan intentó empujar a la mord-sith a un lado, pero la mujer tenía los

pies separados y no había forma de moverla.—¡Cara!—No. Escuchadme.—Cara, aparta de...La mord-sith zarandeó a Kahlan con tanta energía que ésta pensó que su

cuello se partiría.—¡Escuchadme!—¿Qué? —dijo Kahlan, jadeando furibunda.

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—Aguardad hasta que oigáis lo que tiene que decir. Vino aquí por una ratón. Cuando termine, podéis usar vuestro poder si queréis, o podéis dejarme que le haga chillar hasta que la luna se tape los oídos, pero primero es necesario que oigamos lo que tiene que decir.

—No tardaré en descubrir lo que tiene que decir, y conoceré la verdad. Cuando lo toque, confesara cada uno de los detalles.

—¿Y si lord Rahl muere como resultado? La vida de lord Rahl pende de un hilo. Debemos pensar en eso primero.

—Lo hago. ¿Por qué crees que voy a hacer esto?Cara acercó más a Kahlan para que la oyera susurrar:—¿Y si usar vuestro poder en este hombre lo mata por algún motivo que

ni siquiera conocemos? ¿Recordáis cuando no lo sabíamos todo en el pasado? ¿Recordáis a Marlin Pickard anunciando que había venido a asesinar a Richard? Fue demasiado fácil entonces, y es demasiado fácil esta vez.

»¿Y si el que toquéis a este hombre es lo que ha planeado alguien... un truco, un cebo? ¿Y si ellos quieren que lo hagáis por algún motivo? ¿Qué sucede si hacéis lo que ellos quieren que hagáis...? No será un simple error que podamos corregir. Si lord Rahl muere, no podremos traerlo de vuelta.

Los feroces ojos de Cara estaban húmedos. Los poderosos dedos de la mord-sith se clavaron en los hombros de Kahlan.

—¿Qué daño puede hacer escucharle primero, antes de que lo toquéis? Podéis tocarlo luego, si todavía creéis que es necesario: pero escuchadle primero. Madre Confesora, como una hermana del agiel, os lo pido, por favor, por el bien de la vida de lord Rahl, aguardad.

Más que cualquier cosa, fue la renuencia de Cara a usar la fuerza lo que dio que pensar a Kahlan. Si había alguien que estaría más que dispuesto a usar la fuerza física para proteger a Richard, esa persona era Cara.

A la débil luz del farol, Kahlan estudió la expresión de la mujer. A pesar de todo lo que Cara decía. Kahlan no sabía si podía permitirse correr el riesgo, vacilar.

—¿Y si es un palo de ciego? —preguntó Jennsen desde detrás.Kahlan echó una mirada de reojo a la hermana de Richard, a la

preocupación que le veía en su rostro.Kahlan había cometido un error en el pasado al no actuar con la

suficiente rapidez, y como resultado habían capturado a Richard y se lo habían llevarlo de su lado. Entonces se trató de su libertad, en esta ocasión era su vida la que estaba en juego.

Sabía que, si bien la vacilación había sido un error en aquel caso, eso no significaba que la acción inmediata fuese siempre lo correcto.

Volvió a mirar a Cara a los ojos.—De acuerdo. Escucharemos lo que tiene que decir. —Con un pulgar,

limpió una lágrima de la mejilla de Cara, una lágrima de terror por Richard, una lágrima de terror ante la idea de perderlo—. Gracias —musitó Kahlan.

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Cara asintió y la soltó, luego se dio la vuelta y cruzó los brazos, clavando la furibunda mirada en Owen.

—Será mejor que no me hagas lamentar haberla detenido.Owen contempló detenidamente todos los rostros que lo observaban:

Friedrich, Tom, Jennsen, Cara, Kahlan, e incluso el hombre al que Kahlan había tocado, rumbado en el suelo, no muy lejos.

—En primer lugar, ¿cómo podrías haber envenenado a Richard? —preguntó Kahlan.

Owen se lamió los labios, temeroso de decírselo, incluso aunque ese fuera aparentemente el motivo de su regreso. Finalmente aparró la mirada en dirección al suelo.

—Cuando vi el polvo que se alzaba del carro, y supe que estaba cerca, tire el agua que me quedaba, para que pareciera que no tenía. Entonces, cuando lord Rahl me encontró, le pedí un trago de agua. Cuando me entregó su odre para que pudiera beber, puse el veneno dentro, justo antes de devolverlo. Me sentí aliviado cuando vos aparecisteis, también. Mi intención era envenenaros tanto a lord Rahl como a vos, Madre Confesora, pero vos teníais vuestra propia agua y no tomasteis un trago cuando él os lo ofreció. Pero supongo que no importa. Esto servirá igualmente.

Kahlan no conseguía comprender tal confesión.—De modo que tu intención era matarnos a ambos, pero sólo

conseguiste envenenar a Richard.—¿Matar...?Owen alzó la mirada horrorizado ante tal idea. Negó enfáticamente con

la cabeza.—No, no, nada de eso. Madre Confesora, intenté alcanzaros antes, pero

aquellos hombres fueron a vuestro campamento antes de que llegara allí. Necesitaba llevarle el antídoto a lord Rahl.

—Entiendo. Querías salvarlo... después de haberlo envenenado... pero cuando alcanzaste nuestro campamento, nos habíamos ido.

Los ojos del joven volvieron a llenarse de lágrimas.—Fue tan espantoso. Todos los cuerpos... la sangre. Jamás he visto

asesinatos tan brutales. —Se tapó la boca.—Habría sido asesinato... nuestro asesinato —dijo Kahlan—, de no

habernos defendido.Owen no pareció oírla.—Y os habíais ido, os habíais marchado. No sabía adónde habíais ido.

Era difícil seguir el rastro de vuestro carro en la oscuridad, pero tenía que hacerlo. Tuve que correr, para alcanzaros. Temía que las criaturas me atraparan, pero sabía que tenía que llegar hasta vosotros esta noche. No podía esperar. Sentía miedo, pero tenía que venir.

Toda la historia carecía de sencido para Kahlan.

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—Así que eres como una de esas personas que inician un incendio, dan la alarma y luego ayudan a extinguirlo; todo ello para poder ser un héroe.

Sobresaltado. Owen negó con la cabeza.—No, no, nada de eso. Nada de eso en absoluto... lo juro. Odié hacerlo.

Es cierto. Lo odié.—Entonces, ¿por qué lo envenenaste?Owen retorció los puños de su abrigo mientras las lágrimas le corrían por

las mejillas.—Madre Confesora, tenemos que darle el antídoto, ahora, o morirá. Ya

casi no queda tiempo. —Juntó las manos piadosamente y alzó la mirada al cielo—. Querido Creador, no permitas que sea demasiado tarde, por favor. —Alargó las manos hacia Kahlan, como para suplicarle también a ella, para asegurarle su sinceridad, pero ante la expresión de su rostro, se echó hacia atrás—. No hay más tiempo, Madre Confesora. Intenté llegar hasta vosotros antes... lo juro. Si no dejáis que tome el remedio ahora, será su fin. Todo habrá sido para nada... todo, todo ello, ¡todo en vano!

Kahlan no sabía si atreverse a confiar en tal oferta. No tenía sentido envenenar a un hombre y luego salvarlo.

—¿Cuál es el antídoto?—preguntó.—Tomad. —Owen extrajo apresuradamente un pequeño frasco de un

bolsillo del interior del abrigo—. Aquí está. Por favor, Madre Confesora. —Le tendió el frasco—. Debe tomar esto ahora. Por favor, daos prisa, o morirá.

—O esto acabará con el —replicó ella.—Si hubiese querido acabar con él, podía haberlo hecho cuando

introduje el veneno en su odre. Podría haber usado más cantidad, o podría no haber venido con el antídoto. No soy un asesino, lo juro.

Lo que Owen decía no tenía demasiado sentido. Kahlan no confiaba en tal ofrecimiento. Era la vida de Richard la que se perdería si elegía mal.

—Digo que demos a Richard el antídoto de Owen —susurró Jennsen.—¿Un palo de ciego? —preguntó Kahlan.—Dijiste que había ocasiones en las que no hay otra elección que actuar

inmediatamente, pero incluso entonces debe ser con el mejor juicio, usando toda la experiencia y todo lo que uno sabe. Antes, en el carro, oí que Cara te decía que no sabía si Richard sobreviviría a esta noche. Owen dice que tiene un antídoto. Creo que ésta es una de esas ocasiones en que debemos actuar.

—Si significa algo —dijo Tom en tono confidencial—, yo estaría de acuerdo. No veo que exista en realidad ninguna elección. Pero si tenéis una alternativa que pudiese salvar a lord Rahl, creo que ahora sería el momento de probarla.

Kahlan no tenía ninguna alternativa, aparte de llegar hasta Nicci, y eso empezaba a parecerse cada vez más a una esperanza vacía.

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—Madre Confesora —terció Friedrich en voz muy baja—, yo también estoy de acuerdo. Creo que deberíais saber que si dejáis que tome el remedio, todos estaremos de acuerdo en que era la mejor elección posible.

Si el antídoto mataba Richard, no la culparían. Eso era lo que le estaba diciendo.

Jennsen dio un paso hacia Owen, arrastrando a Betty con ella.—Si estás mintiendo, tendrás que responder ante mí, y ante Cara, y

luego ante la Madre Confesora... si es que queda algo de ti para entonces. Lo comprendes, ¿verdad?

Owen se encogió ante ella, con la cabeza desviada, al mismo tiempo que asentía vigorosamente, al parecer temiendo alzar la mirada hacia ella, o hacia Betty. Kahlan se dijo que parecía sentir más miedo de Jennsen que de cualquiera del resto de ellos.

Cara se inclinó hacia Kahlan y susurró:—Ha de tener un antídoto. ¿Qué propósito tendría arriesgarse a todo lo

que le haremos si está mintiendo? ¿Por qué regresar aquí, si únicamente quería envenenar a lord Rahl? Ya lo había envenenado y escapado. Madre Confesora, yo digo que demos a lord Rahl el antídoto, y que lo hagamos enseguida.

—Entonces, ¿por qué envenenarlo en un principio? —respondió Kahlan con otro susurro—. ¿Si tienes intención de dar a un hombre un antídoto. entonces para qué envenenarlo?

Cara soltó un suspiro de contrariedad.—No lo sé. Pero justo ahora, si lord Rahl muere...Las palabras de Cara se apagaron ante lo impensable.Kahlan dirigió la mirada hacia Richard, que yacía inconsciente. Sintió que

se le doblaban las piernas ante la idea de que no despertara jamás. ¿Cómo podría vivir en un mundo sin Richard?

—¿Cuánto le damos? —preguntó a Owen.Owen corrió al frente, dejando atrás a Jennsen.—Todo. Haced que se lo beba todo. —Dejó la botellita en las manos de

Kahlan—. Rápido. Por favor, daos prisa.—Lo has envenenado —dijo Kahlan en un tono de clara amenaza—. Tu

veneno le ha hecho daño. Ha estado tosiendo sangre, y se desmayo debido al dolor. Si crees que lo olvidaré jamás y me sentiré contenta porque hayas regresado para salvarle la vida, te equivocas.

Owen se lamió nerviosamente los labios.—Pero yo intenté llegar hasta vosotros. Os traía el antídoto para que eso

no sucediera. Jamás quise que sintiera tal dolor. Intenté llegar hasta vosotros... pero vosotros masacrasteis a todos aquellos hombres.

—¿Así que es culpa nuestra, entonces?

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Owen sonrió sólo un poco a la vez que asentía, una pequeña sonrisa de satisfacción al ver que ella finalmente había visto la luz y comprendía por fin que no era culpa suya, sino de ellos.

Mientras Jennsen vigilaba a Owen, manteniéndolo apartado, donde no molestara, Tom vigilaba al hombre que Kahlan había tocado y Friedrich vigilaba a Betty, Kahlan y Cara se arrodillaron y alzaron un poco a Richard para que bebiera el antídoto. Cara le apoyó la espalda contra su muslo mientras Kahlan le sostenía la cabeza con el brazo.

Kahlan extrajo el tapón con los dientes y escupió el corcho. Con cuidado para no derramar y desperdiciar nada del antídoto, le acercó el frasco a los labios y lo inclinó. Observó cómo le humedecía los labios. Le echo la cabeza más hacia atrás, de modo que la boca se le abriera ligeramente, e inclinó un poco más el frasco. Con cuidado, dejó que algo del líquido transparente goteara al interior de la boca.

Kahlan no sabía si lo que había en el frasco era un antídoto. Era incoloro y a ella le parecía simple agua. Cuando Richard se relamió levemente los labios, tragando lo que le había vertido en la boca, Kahlan olió la botella. El líquido tenía el leve aroma de la canela.

Dejó caer más de él en la boca de Richard. Éste tosió, pero luego lo tragó. Cara, con un dedo, recogió una gota que le había descendido por la barbilla y la devolvió a su boca.

Kahlan, con el corazón martilleando de preocupación, vertió el resto del líquido por entre los labios. Sosteniendo la botella vacía entre el pulgar y el índice, usó la palma de la mano para empujar hacia arriba la mandíbula de su esposo, obligando a la cabeza a echarse hacia atrás, obligándolo a tragar.

Suspiró aliviada cuando tragó varias veces, tomando todo el remedio. Al menos había conseguido que se lo tragara.

Con cuidado, Kahlan y Cara volvieron a dejar a Richard sobre el suelo. Mientras Cara se ponía en pie, Owen corrió al frente.

—¿Se lo has dado todo? ¿Se lo ha bebido todo?El agiel de Cara giró veloz a su puño y cuando Owen, en su euforia por

llegar junto a Richard, se abalanzó hacia ellos. Cara le clavó el agiel en el hombro.

Owen retrocedió un paso, tambaleándose.—Lo siento. —Se frotó el hombro en el que Cara había clavado el agiel—.

Sólo quería ver cómo está. No era mi intención hacerle daño. Quiero que esté bien, lo juro.

Kahlan lo contempló atónita. Cara echó una veloz mirada a su agiel, luego a Owen.

El agiel no le había hecho efecto. Al joven no le afectaba la magia.Incluso Jennsen miraba fijamente a Owen. Éste era igual que ella: un

pilar de la Creación, nacido totalmente sin el don y al que no afectaba la magia. En tanto que Jennsen comprendía lo que eso significaba, no parecía

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que Owen lo hiciera. Este no tenía ni idea de que Cara hubiese hecho otra cosa que atizarle con fuerza para obligarlo a mantenerse atrás.

El agiel debería haberle hecho caer de rodillas.—Richard se ha bebido todo el antídoto. Ahora éste tiene que hacer su

trabajo. Entre tanto, creo que será mejor que durmamos un poco. —Kahlan indicó con un movimiento de cabeza—. ¿Ocúpate de las guardias, quieres Cara? Yo me quedare con Richard.

Cara asintió. Dirigió una mirada a Tom que éste comprendió.—Owen —dijo Tom—, ¿por qué no me acompañas y pasas la noche aquí,

con este tipo?Owen palideció ante la expresión del enorme d'haraniano, y comprendió

que no le ofrecían una elección.—Sí, claro. —Se volvió otra vez hacia Kahlan—. Rezaré para que haya

tomado el antídoto a tiempo. Rezaré por él.—Reza por ti —respondió ella.Cuando todos se hubieron ido, Kahlan se tumbó junto a Richard. Ahora

que estaba sola con él, lágrimas de preocupación empezaron a aflorar a sus ojos. Richard tiritaba de frío, a pesar de que era una noche cálida. Volvió a estirar la manta a su alrededor y luego posó la mano sobre su hombro mientras se acunaba pegada a él, sin saber si cuando llegara el nuevo día, él seguiría con ella.

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22

Richard abrió los ojos, pero tuvo que entrecerrarlos inmediatamente debido a la luz, incluso a pesar de que no hacia precisamente sol. Por las franjas de color violeta que teñían el cielo gris, parecía ser justo el amanecer. Unas nubes espesas flotaban bajas. O podría tratarse del atardecer. No estaba seguro. Se sentía desorientado.

Notaba que el sordo dolor punzante de su cabeza le descendía por el cuello. El pecho le ardía con cada inhalación de aire. Tenía la garganta irritada. Le dolía cuando tragaba.

El fuerte dolor, no obstante, el dolor que lo había oprimido con tanta fuerza que lo había dejado sin aire y hecho que el mundo se tornara negro, parecía haber disminuido. La gélida tenaza del frío también se había marchado.

Richard se sentía como si hubiese perdido el contacto con el mundo durante un tiempo; no sabía cuánto. Parecía como si hubiese sido una eternidad, como si el mundo de la vida fuese un recuerdo lejano. También se sentía como si hubiese estado cerca de no volver a despertar jamás. Le provocó un repentino sudor el percibir que había estado a punto de perder la vida, darse cuenta de que podría no haber despertado nunca.

Los alrededores eran distintos de los que recordaba. A poca distancia, se alzaba una pared de roca de color pajizo, con afilados bordes agrietados. A un lado vio un bosquecillo de retorcidos pino. Madera pálida sobresalía en desnudo allí donde se habían desprendido secciones de la oscura corteza. Las imponentes montañas se elevaban a menor distancia de lo que recordaba, y había más árboles en las laderas de las colinas cercanas.

Jennsen yacía enroscada en una manca junto a Betty, con la espalda contra la rueda izquierda del carro. Tom dormía no muy lejos, justo al lado de sus caballos de tiro. Friedrich estaba sentado en una roca, montando guardia. Richard no tenía ni idea de quienes eran los dos hombres que yacían a los pies de Friedrich. Se dijo que uno de ellos debía de ser el hombre a quien Kahlan había tocado con su poder. De otro, no obstante, no estaba seguro, aunque pensó que había algo familiar en él.

Kahlan estaba profundamente dormida apoyada contra él y la Espada de la Verdad la tenía al otro lado, cerca de la mano. Al otro lado de Kahlan estaba el arma de esta, envainada, pero lista para ser utilizada.

Todos los Buscadores que habían usado la Espada de la Verdad antes que Richard, los buenos y los malos, habían dejado dentro de la magia de la espada la esencia de su habilidad. Al convenirse en dueño de la espada, Richard había aprendido a aprovechar aquella capacidad y a hacerla suya, a recurrir a toda la habilidad y conocimientos de aquellos que la habían poseído antes que él. Se había convenido en un maestro de la espada, en más de un modo, y parte de ello había brotado de la misma arma.

A Kahlan le había enseñado a usar la espada su padre, el rey Wyborn Amnell, que había sido rey de Galea antes de que la madre de Kahlan lo hubiese tomado como su compañero. Richard había completado el adiestramiento de Kahlan, ensenándole a usar la espada en modos que

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jamás le habían mostrado, modos que hacían uso de su tamaño y velocidad de la manera más ventajosa para ella, en lugar de pelear como el enemigo y depender de la mera fuerza.

A pesar del martilleo que sentía en la cabeza, y el dolor cuando inspiraba, el cálido contacto de Kahlan contra su costado le provocó una sonrisa. Estaba muy hermosa, incluso con los cabellos enmarañados. A Richard él corazón le dolió de deseo. Siempre había adorado la larga melena oscura de su esposa. Adoraba contemplar cómo dormía casi tanto como adoraba clavar la mirada en el interior de sus deslumbrantes ojos verdes. Adoraba convertir sus cabellos en un revoltijo.

Se acordó de que en su primer encuentro con ella, la contempló dormir en el suelo de la casa de Adie, haber observado el lento latido de la vena de su cuello. Recordó que, mientras la observaba, se había sentido impresionado por la vida que había en ella. Estaba tan viva, tan apasionadamente, llena de vida. No podía dejar de sonreír mientras la contemplaba.

Suavemente, se inclino y la besó en la cabeza. Ella se removió, acurrucándose más pegada a él.

De improviso, se irguió con una sacudida, sentándose sobre una cadera a la vez que lo miraba con ojos como platos.

—¡Richard!Se arrojó al suelo junto a él, la cabeza sobre su hombro. Se aferró a él

como si le fuera la vida en ello. Un único sollozo entrecortado que lo aterró por su acongojado sufrimiento escapó de la garganta de Kahlan.

—Estoy bien —la consoló él mientras le acariciaba el cabello.Ella volvió a alzarse sobre los brazos, más despacio, contemplándole

largamente como si no le hubiese visto en una eternidad. Su sonrisa especial, la que sólo le dedicaba a él, se extendió incandescente por su rostro.

—Richard... —Sólo parecía capaz de contemplarlo fijamente y sonreír.Richard, todavía tumbado e intentado que se le aclarase la mente, alzó

un brazo para señalar.—¿Quién es ése?Kahlan miró atrás, luego volvió la cabeza y tomó la mano de Richard.—¿Recuerdas a aquel tipo de hace una semana más o menos? ¿Owen?

Es él.—Me pareció reconocerlo.—¡Lord Rahl! —Cara se dejó caer al suelo en el lado opuesto al que

ocupaba Kahlan—. Lord Rahl...También ella parecía tener problemas para encontrar las palabras. En su

lugar, le tomó la mano libre. Eso, en sí mismo, le dijo muchísimo.Richard retiró la mano, se besó el índice y el mayor, y le tocó con ellos la

mejilla.

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—Gracias por cuidar de todos.Jennsen se acercó renqueante, con la manta enredada aún a las piernas.—¡Richard! ¡El antídoto ha funcionado! ¡Ha funcionado, queridos

espíritus, funcionó!Richard se incorporó sobre un codo.—¿Antídoto? —Miró a las tres mujeres con el entrecejo fruncido—.

¿Antídoto para qué?—Te envenenaron —le contó Kahlan, y apuntó con el pulgar atrás—.

Owen. Cuando vino a nosotros la primera vez, le diste de beber. En agradecimiento, puso veneno en tu odre. Su intención era envenenarme también a mí con él, pero solo tú bebiste.

La mirada iracunda de Richard se posó en los hombres situados a los pies de Friedrich, observándolos con atención. Asintió, como para confirmar que era cierto, como si debieran elogiarlo por ello.

—Uno de esos pequeños errores —dijo Jennsen.Richard la miró desconcertado.—¿Qué?—Dijiste que incluso tú cometías errores, y que incluso uno pequeño

podía causar grandes problemas. ¿No lo recuerdas? Cara dijo que siempre estabas cometiendo errores, en especial de poca importancia, y que por eso la necesitas a tu lado. —Jennsen le lanzó una sonrisa socarrona—. Supongo que tenía razón.

Richard no rebatió sus palabras, pero dijo, mientras se ponía en pie:—Eso simplemente demuestra que te puede coger desprevenido algo

tan simple como ese tipo de ahí.Kahlan observaba a Owen con atención.—Tengo la sospecha de que no es tan simple.Cara alargó el brazo para que Richard se agarrara y mantuviera el

equilibrio.—Cara —dijo él mientras se sentaba en un cajón procedente del carro—,

tráelo aquí, ¿quieres?—Con mucho gusto —repuso ella, y empezó a cruzar el campamento—.

No olvidéis contarle de de Owen —indicó a Kahlan.—¿Contarme qué?Kahlan se inclinó muy cerca de él mientras observaba cómo Cara ponía

en pie a Owen.—Owen está Inmaculadamente desprovisto del don... como Jennsen.Richard se echó los cabellos atrás con los dedos. Intentando encontrarle

algún sentido.

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—¿Me estás diciendo que también es mi hermanastro?Kahlan se encogió de hombro».—Lo ignoramos. Sólo sabemos que carece totalmente del don. — Una

arruga de perplejidad le tensó la frente—. A propósito, allá, en el campamento donde nos atacaron aquellos hombres, estabas a punto de decirme algo importante que se te había ocurrido cuando estábamos interrogando al hombre al que había tocado, pero no tuviste la oportunidad de hacerlo.

—Sí... —Richard entrecerró los ojos, intentando rememorar lo que el hombre les había contado—, era sobre el que dijo que dio las órdenes y lo envió a capturarnos... Nicholas... Nicholas algo.

—El Transponedor —le recordó ella—. Nicholas el Transponedor.—Eso es. Nicholas le dijo dónde encontrarnos... en el borde oriental del

páramo, dirigiéndonos al norte. ¿Cómo?Kahlan reflexionó sobre la pregunta.—Sí, ahora que lo pienso, ¿cómo podía saberlo? No hemos visto a nadie,

al menos a nadie que nosotros hayamos advertido, que pudiese haber informado sobre dónde estábamos. Incluso si alguien nos hubiese visto, para cuando informaran de nuestra posición y Nicholas enviase a los hombres, habríamos estado muy lejos de aquí. A menos que Nicholas esté cerca.

—Las criaturas —dijo Richard—. Seguro que es él quien nos vigila a través de las criaturas. No hemos visto a nadie más. Es el único modo de que alguien pudiera saber dónde estábamos. Ese Nicholas el Transponedor tiene que habernos visto, o saber dónde estábamos, a través de esos pájaros que nos han estado siguiendo la pista. Así es como fue capaz de dar con nuestra posición.

Richard se levantó al acercarse el hombre.—Lord Rahl —dijo Owen, con los brazos extendidos en un gesto de alivio

mientras correteaba al frente, con Cara sujetándolo por el hombro para refrenarle—. Me siento tan aliviado de que estéis mejor. Jamás fue mi intención que el veneno os hiciera tanto daño... y jamás lo habría hecho si hubieseis recibido el antídoto antes. Intenté llegar hasta vos... ésa era mi intención... juro que lo era, pero todos esos hombres que masacrasteis... no fue mi culpa. —Añadió una sonrisita a la expresión suplicante que dirigió a Kahlan—. La Madre Confesora lo sabe, ella lo comprende.

Kahlan cruzó los brazos mientras alzaba los ojos con el entrecejo fruncido.

—Es culpa nuestra, ¿sabes?, que Owen no consiguiera llegar antes hasta nosotros con el antídoto del veneno. Owen llegó a nuestro último campamento, con la intención de entregar el antídoto para curarte, encontrándose con que habíamos asesinado a todos aquellos hombres y luego alzado el campamento y marchado. Así pues, no es culpa suya..., sus intenciones eran buenas y lo intentó: Nosotros hicimos que sus esfuerzos se malgastaran. Fuimos de lo más desconsiderados.

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Richard se la quedó mirando fijamente, no muy seguro de si Kahlan le estaba proporcionando un resumen sarcástico de lo que Owen le había contado, una descripción precisa de la excusa de Owen, o si era que su cabeza seguía sin pensar con claridad.

El estado de ánimo de Richard se tomó tan oscuro como las espesas nubes.

—Tú me envenenaste —dijo a Owen, queriendo estar seguro de que entendía correctamente la historia del hombre—, y luego llevaste un antídoto al lugar donde estábamos acampados, pero cuando llegaste a aquel campamento, te encontraste con los hombres que nos habían atacado y descubriste que nos habíamos ido.

—Sí. —Su alegría al ver que Richard lo entendía correctamente se desvaneció bruscamente—. Tal ferocidad por parte de los ignorantes es de esperar, desde luego, —los ojos azules de Owen se llenaron de lágrimas—. Pero con todo, fue tan... —Se abrazó y cerró los ojos al mismo tiempo que balanceaba todo su peso de lado a lado, de un pie a otro—. Nada es real. Nada es real. Nada es real.

Richard agarró al hombre por la camisa a la altura de la garganta y lo acercó a él de un violento tirón.

—¡Qué quieres decir con que nada es real?Owen palideció ante la mirada colérica de Richard.—Nada es real. No podemos saber si lo que vemos, si cualquier cosa, es

real o no. ¿Cómo podríamos?—Si lo ves, entonces, ¿cómo puedes pensar que no es real?—Porque nuestros sentidos distorsionan todo el tiempo la verdad de la

realidad y nos engañan. Nuestros sentidos sencillamente nos embaucan. No podemos ver de noche... nuestra visión nos dice que no hay nada en la noche, que está vacía..., pero un búho puede atrapar un ratón que con nuestros ojos no podríamos percibir. Nuestra realidad dice que el ratón no existía..., sin embargo, sabemos que debe existir, a pesar de lo que nuestra visión nos dice..., que otra realidad existe fuera de nuestra experiencia. Nuestra vista, más que revelarnos la verdad, nos oculta la verdad..., lo que es peor, nos da una falsa idea de realidad.

»Nuestros sentidos nos engañaban, los perros pueden oler un mundo de cosas que nosotros no podemos, porque nuestros sentidos son limitados. ¿Cómo puede un perro seguir la pista de algo que nosotros no podemos oler, si nuestros sentidos nos dicen qué es real y qué no lo es? Nuestra comprensión de la realidad, más que verse ampliada, se ve limitada por nuestros defectuosos sentidos.

»Nuestra visión parcial provoca que pensemos equivocadamente que sabemos lo que es incognoscible... ¿no lo veis? No estamos equipados con sentidos adecuados para saber la autentica naturaleza de la realidad, lo que es real y lo que no lo es. .Sólo conocemos una muestra diminuta del mundo que nos rodea. Hay todo un mundo que se nos oculta, todo un mundo de misterios que no vemos; pero está ahí igualmente, tanto si lo vemos como si no, tanto si poseemos la sabiduría de admitir nuestra ineptitud para la tarea

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de conocer la realidad, como s no. Lo que creemos que sabemos es en realidad incognoscible. Nada es real.

Richard se inclinó sobre él.—Viste aquellos cuerpos porque eran reales.—Lo que vemos es sólo una realidad aparente, simples apariencias, una

ilusión autoimpuesta, todo basado en nuestra defectuosa percepción. Nada es real.

—¿No te gustó lo que viste, así que decidiste que no era real?—No puedo decir qué es real. Tampoco podéis vosotros. Decir lo

contrario es arrogancia ignorante. Un hombre realmente ilustrado admite su deplorable incompetencia al enfrentarse a su existencia.

Richard tiró de Owen para acercarlo más a él.—Tal extravagancia sólo puede proporcionarte una vida de sufrimiento y

un miedo estremecedor, una vida desperdiciada. Será mejor que empieces a usar la mente para su auténtico propósito de conocer el mundo que te rodea, en lugar de dejarte llevar por ideas irracionales. Conmigo, te limitarás a los hechos del mundo en el que vivimos, no a ensoñaciones extravagantes inventadas por otros.

Jennsen tiró de la manga de Richard, haciéndole retroceder para quila oyera mientras susurraba:

—Richard, ¿y si Owen tiene razón... no necesariamente respecto a los cadáveres, pero respecto a la idea general?

—¿Estás diciendo que piensas que todas sus conclusiones están equivocadas, y sin embargo, de algún modo, la enrevesada idea que hay detrás de ellas correcta?

—Bueno, no... pero ¿y si lo que dice realmente es cierto? Al fin y al cabo, míranos a ti y a mí. Recuerda la conversación que mantuvimos, aquella en la que me explicabas que yo había nacido sin ojos para ver... —dirigió una breve ojeada a Owen y aparentemente abrevió lo que había tenido intención de decir— ciertas cosas. ¿Recuerdas que dijiste que, para mí, tales cosas no existían? ¿Qué la realidad es diferente para mí? ¿Que mi realidad es diferente de la tuya?

—Estás entendiendo mal lo que dije, Jennsen. A la mayoría de las personas, al rozar hiedra venenosa, les salen ampollas y tienen urticaria. A algunas personas excepcionales no les sucede. Eso no significa que la hiedra venenosa no exista, o, mejor dicho, que su existencia dependa de si pensamos o no que está allí.

Jennsen lo acercó más a ella.—¿Tan seguro estás? Richard, tú no sabes lo que es ser distinto a todos

los demás, no ver ni sentir lo que sienten ellos. Dices que existe la magia, pero yo no puedo verla, o sentirla. No entra en contacto conmigo. ¿Debo creerte en un acto de fe, cuando mis sentidos dicen que no existe? Quizá debido a eso puedo comprender un poco mejor lo que Owen quiere decir. A lo mejor no está equivocado en todo. Hace que una persona se pregunte qué

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es real y qué no lo es, y si, como él dice, se trata simplemente del propio punto de vista.

—La información que nuestros sentidos nos dan debe tomarse según el contexto. Si cierro los ojos, el sol no deja de brillar. Cuando me duermo, estoy conscientemente ajeno a cualquier cosa; eso no significa que el mundo deje de existir. Uno tiene que usar la información de los propios sentidos junto con lo que uno ha aprendido que es cierto sobre la naturaleza de las cosas. Las cosas no cambian debido al modo en que pensemos sobre ellas. Lo que es, es.

—Pero, como él dice, si no experimentamos algo con nuestros propios sentidos, entonces, ¿cómo sabemos que es real?

Richard cruzó los brazos.—Yo no puedo quedar embarazado. Por lo tanto tú argüirías que para mí

las mujeres no existen.Jennsen retrocedió, adoptando una expresión un tanto avergonzada.—Yo diría que no.—Ahora —dijo Richard, volviéndose de nuevo hacia Owen—, tú me

envenenaste; eso lo admites. —Se dio un golpecito en el pecho con el puño—. Aquí dentro siento dolor; eso es real. Tú lo provocaste.

»Quiero saber por qué, y quiero saber por qué trajiste el antídoto. No estoy interesado en lo que piensas del campamento donde los hombres que nos atacaron yacían muertos. Limítate al asunto en cuestión. Trajiste el antídoto del veneno que me diste. Eso no puede ser el final. ¿Qué más hay?

—Bueno —tartamudeó Owen—, no quería que murieseis, por eso os salve.

—Deja de contarme tus sentimientos sobre lo que hiciste y dime en su lugar qué hiciste y por qué. ¿Por qué envenenarme, y por qué salvarme después? Quiero la respuesta a eso, y quiero la verdad.

Owen pascó la mirada por los rostros adustos que lo observaban. Tomó aire como para hacer acopio de serenidad.

—Necesito vuestra ayuda. Tenía que convenceros de que me ayudaseis. Pedí vuestra ayuda y os negasteis, incluso a pesar de que mi pueblo está muy necesitado. Supliqué. Os dije lo importante que era para ellos el tener vuestra ayuda, pero seguisteis diciendo que no.

—Tengo mis propios problemas de los que debo ocuparme —respondió Richard—. Lamento que la Orden invadiera tu tierra natal... sé lo terrible que es... pero te lo dije, intento derrocarlos y el hecho de que hagamos eso no hará más que ayudarte a ti y a tu pueblo. Pero no eres el único a quien esos brutos le han invadido su hogar. Nosotros también tenemos a hombres de la Orden asesinando a nuestros seres queridos.

—Debéis ayudarnos a nosotros, primero —insistió Owen—. Vos y aquellos que son como vos, los incultos, debéis liberar a mi pueblo. Nosotros no podemos hacerlo..., no somos salvajes. Oí todo lo que teníais que decir sobre comer carne. Ese modo de hablar me enfermó. Nuestra gente no es

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así..., no podemos serlo, porque somos gente ilustrada. Vi cómo asesinasteis a todos aquellos hombres allí atrás. Necesito que le hagáis eso a la Orden.

—¿Pensaba que eso no era real?Owen hizo caso omiso de la pregunta.—Debéis dar la libertad a mi pueblo.—Ya te lo dije, ¡no puedo!—Ahora, debéis hacerlo. —Miro a Cara, a Jennsen, a Tom y a Friedrich,

luego su mirada se posó en Kahlan—. Debéis encargaros de que lord Rahl lo haga... o morirá. Lo he envenenado.

Kahlan agarró a Owen por la camisa.—Le trajiste el antídoto del veneno.Owen asintió.—Aquella primera noche, cuando os conté mi gran necesidad, le

acababa de dar el veneno. —Devolvió la mirada a Richard— Oí lo acababais de beber. De haber accedido a dar a mi pueblo la libertad que necesitan, os habría dado el antídoto entonces, y habríais quedado libre del veneno. Os habría curado.

»Pero rehusasteis venir conmigo, ayudar a aquellos que no se pueden ayudar a sí mismos, como es vuestro deber para con los necesitados. Me dijisteis que me fuera. Así pues, no os ofrecí el antídoto. En el tiempo transcurrido desde entonces, el veneno se ha ido introduciendo en vuestro cuerpo. Si no hubieseis sido egoísta, habrías quedado curado entonces.

»En su lugar, el veneno ahora está estabilizado dentro de vos, haciendo su trabajo. Puesto que ha transcurrido tanto tiempo desde que bebisteis el veneno, el antídoto que llevaba conmigo ya no era suficiente para curaros, únicamente para haceros sentir mejor durante un tiempo.

—¿Y qué me curará? — preguntó Richard.—Tendréis que tomar más del antídoto para deshaceros del resto del

veneno.—Y no creo que tengas más.Owen negó con la cabeza.—Deben liberar a mi gente. Únicamente entonces podréis obtener más

del antídoto.Richard deseó zarandear al hombre y sacarle las respuestas. En su

lugar, tomó aire, intentando permanecer tranquilo para poder comprender la verdad de lo que Owen había hecho y luego pensar en la solución.

—¿Porqué sólo entonces? — preguntó.—Porque —repuso Owen—, el antídoto está en el lugar ocupado por la

Orden Imperial. Debéis libramos de los invasores si queréis llegar hasta el antídoto. Si queréis vivir, debéis darnos nuestra libertad. Si no lo hacéis, moriréis.

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Kahlan alargó la mano para agarrar a Owen por la garganta. Quería estrangularlo, asfixiarlo, hacer que sintiera la desesperada, aterrada, necesidad de aire que Richard había soportado, hacerle padecer. Cara se abalanzó también sobre Owen, tal vez pensando lo mismo que Kahlan. Richard alargó el brazo, frenando el avance de ambas.

Sujetando la camisa de Owen en el otro puño, Richard zarandeó al hombre.

—¿Y cuánto tiempo tengo antes de volver a sentirme mal? ¿Cuánto me queda de vida antes de que tu veneno me mate?

La mirada aturdida de Owen pasó rauda de un rostro furioso a otro.—Pero si hacéis lo que pido, como es vuestro deber, estaréis

perfectamente. Lo prometo. Ya visteis que traje el antídoto. No os deseo mal. Ésa no es mi intención... lo juro.

Kahlan sólo podía pensar en Richard sintiendo un dolor lacerante, incapaz de respirar. Había sido espantoso. No podía pensaren nada más que no fuera volver a verle padecer aquel sufrimiento... sólo que en esa ocasión ya no despertaría.

—¿Cuánto tiempo? —repitió Richard.—Si vos simplemente...—¿Cuánto tiempo?Owen se lamió los labios.—Ni un mes. Cerca de uno, pero sin llegar al mes, creo.Kahlan intentó apartar a Richard.—Déjamelo a mí, Descubriré...—No. —Cara tiró hacia atrás de Kahlan—. Madre Confesora —susurró,

dejad que lord Rahl haga lo que deba. No sabéis lo que vuestro contacto podría hacerle a alguien como él.

—Podría no hacer nada —insistió Kahlan—, pero podría funcionar también, y entonen lo podríamos averiguar todo.

Cara la refrenó con un brazo alrededor de la cintura del que Kahlan no consiguió zafarse.

—¿Y si sólo funciona el lado de Resta y lo mata?Kahlan dejó de forcejear a la vez que miraba a Cara con el entrecejo

fruncido.—¿Y desde cuándo has empezado a estudiar la magia?—Desde que podría lastimar a lord Rahl. —Cara tiró hacia atrás de

Kahlan, para alejarla más de Richard—. Yo también tengo un cerebro, ya

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sabéis, yo también soy capaz de considerar las cosas. ¿Estáis usando la cabeza? ¿Donde está esta ciudad? ¿En qué lugar de la ciudad está el antídoto? ¿Qué haréis si vuestro poder mata a este hombre y sois vos la que condena a lord Rahl a la muerte, cuando podríais haber obtenido la información que necesitamos de no haberlo tocado?

»Si queréis, le romperé los brazos. Le haré sangrar. Le haré chillar presa de terribles dolores. Pero no lo mataré; lo mantendré con vida para que pueda darnos la información que necesitamos para librar a lord Rahl de su sentencia de muerte.

»Preguntáoslo, ¿realmente queréis hacer eso porque creéis que obtendréis las respuestas que necesitamos, o porque queréis emprenderla con él? La vida de lord Rahl podría depender de que fueseis sincera con vos misma.

Kahlan jadeaba por el esfuerzo del forcejeo, pero más por la cólera que sentía. Deseaba atacarlo, emprenderla con él, tal y como Cara había dicho; hacer lo que pudiera para salvar a Richard y castigar a su atacante.

—Estoy harta de este juego —dijo Kahlan—. Quiero escuchar la historia... toda la historia.

—También yo —repuso Richard, y alzó al hombre por la camisa y lo dejó caer violentamente encinta del cajón—. De acuerdo, Owen, no más excusas sobre por qué hiciste esto o aquello. Empieza por el principio y dinos lo que sucedió, y lo que tú y tu gente hicisteis al respecto.

Owen permaneció sentado temblando como una hoja. Jennsen instó a Richard a retroceder.

—Lo estás asustando —musitó a Richard—. Dale un respiro o jamás será capaz de explicarlo.

Richard inspiró profundamente a la vez que le daba la razón a Jennsen posando una mano sobre su hombro. Se apartó unos pasos, permaneciendo de pie con las manos cruzadas a la espalda mientras miraba a lo lejos, en dirección a la salida del sol, hacia las montañas que Kahlan le había visto estudiar tan a menudo. Había sido en el otro lado de la cadena de montañas, más pequeñas y próximas, pegadas a las sombras de aquellos picos enormes que se alzaban a través de las plomizas nubes, donde habían encontrado el faro de advertencia y se habían tropezado por primera vez con las criaturas de puntas negras.

Las nubes que cubrían el cielo hasta la barrera de aquellos picos distantes eran espesas y oscuras. Por primera vez desde que Kahlan podía recordarlo, daba la impresión de que una tormenta podría estar a punto de caerles encima. El olor a lluvia impregnaba el aire.

—¿De dónde eres? —preguntó Richard con voz sosegada.Owen carraspeó a la vez que se estiraba la camisa y el ligero abrigo,

como si se reajustara la dignidad. Permaneció sentado sobre el cajón.—Yo vivía en un lugar de ilustración, en una civilización de una cultura

avanzada... un gran imperio.

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—¿Dónde está ese noble imperio? —preguntó Richard, con la vista todavía puesta a lo lejos.

Owen alargó el cuello, mirando al este. Indicó la lejana barrera de imponentes cimas en cuya dirección Richard miraba.

—Ahí. ¿Veis esa quebrada en las montañas altas? Yo vivía al otro lado, en el imperio situado tras esas montañas.

Kahlan recordó haber preguntado a Richard si pensaba que podrían pasar al otro lado de aquellas montañas. Richard se había mostrado dudoso al respecto.

Richard volvió la cabeza.—¿Cómo se llama ese imperio?—Bandakar —respondió Owen en un reverente murmullo, y se alisó los

rubios cabellos a los lados, como para darse el aspecto de un digno representante de su país—. Yo era un ciudadano de Bandakar, del Imperio bandakariano.

Richard se había dado la vuelta y miraba fijamente a Owen de un modo de lo más peculiar.

—Bandakar. ¿Sabes lo que significa ese nombre, Bandakar?Owen asintió.—Sí. Bandakar es una palabra antigua de una época olvidada hace ya

mucho. Significa «los elegidos»... como en... el imperio elegido.Richard parecía haber perdido un poco de su color. Cuando sus ojos se

encontraron con los de Kahlan, ésta pudo ver que él sabía muy bien lo que significaba la palabra, y que Owen la traducía mal.

Richard pareció volver a la realidad de repente. Se restregó la frente, pensativo.

—¿Conoce... conoce alguien de tu gente... el idioma del que procede esa antigua palabra, Bandakar!

Owen hizo un gesto displicente.—No conocemos el idioma, cayó en el olvido hace mucho tiempo.

Únicamente el significado de esa palabra se ha transmitido, porque es muy importante para nuestra gente conservar la herencia de su significado: el imperio elegido. Somos el pueblo elegido.

El semblante de Richard había cambiado. La ira parecía haberse desvanecido. Se acercó más a Owen y habló con suavidad.

—El Imperio bandakariano... ¿por qué no es conocido: ¿Por qué nadie sabe nada de tu gente?

Owen desvió los ojos, en dirección al este, mirando su lejana tierra natal a través de ojos llorosos.

—Se dice que los antiguos, los que nos dieron este nombre, quisieron protegernos... porque somos un pueblo especial. Nos llevaron a un lugar al

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que nadie podía ir, debido a las montañas que lo rodean. Montañas como sólo el Creador podía establecer para aislar el territorio situado al otro lado, de modo que estuviésemos protegidos.

—Excepto por ese lugar —Richard señaló al este—, esa quebrada en la cordillera, ese paso.

—Sí —admitió Owen, todavía con la vista perdida en dirección a su tierra—. Así es como entramos en la tierra situado al otro lado, en nuestra tierra, pero otros también podían entrar: era el único lugar donde éramos vulnerables. Somos un pueblo ilustrado que se ha alzado por encima de la violencia, pero en el mundo siguen habiendo razas salvajes. Así pues, aquellas gentes de épocas remotas, que querían que nuestra avanzada cultura sobreviviera, que prosperásemos sin la brutalidad del resto del mundo... sellaron el paso.

—Y tu pueblo ha estado aislado durante todo ese tiempo... durante miles de años.

—Sí. Tenemos una tierra perfecta, un lugar con una cultura avanzada que no se ve alterado por la violencia de las gentes que hay aquí fuera.

—¿Cómo se selló el paso, la quebrada en las montañas?Owen miró a Richard, un tanto sobresaltado por la pregunta. Reflexionó

sobre ella un instante.—Bueno... el paso quedó sellado. Nadie podía pasar.—Porque morirían si cruzaban este límite.Con una gélida oleada de comprensión, Kahlan comprendió de improviso

que componía el sello de ese imperio.—Bueno si —tartamudeó Owen—. Pero tenía que ser así para impedir

que gentes de lucra invadiesen nuestro imperio. Nosotros rechazamos la violencia. Es un comportamiento inculto. La violencia sólo invita a más violencia, disparándose en un ciclo sin fin. —Se removió inquieto por la preocupación de que tal trampa los capturara en su perverso hechizo—. Somos una raza avanzada, que está por encima de la violencia de nuestros antepasados. La hemos dejado atrás. Pero sin el límite que sella ese paso y hasta que el resto del mundo rechace la violencia como hemos hecho nosotros, nuestro pueblo podría caer presa de salvajes ignorantes.

—Y ahora el sello está roto.Owen clavó la mirada en el suelo, tragando saliva antes de decir:—Sí.—¿Cuánto hace que dejó de funcionar el límite?—No estamos seguros. Es un lugar peligroso. Nadie vive cerca de él, así

que no podemos estar seguros de modo concluyente, pero creemos que sucedió hará cerca de dos años.

Kahlan sintió la mareante carga de la confirmación de sus temores.Cuando alzó los ojos, Owen era la viva imagen de la desdicha.

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—Nuestro imperio está ahora indefenso ante los salvajes incultos.—En algún momento después de que se viniera abajo el límite, la Orden

Imperial entró a través del paso.—Sí.—Del territorio situado más allá de esas montañas coronadas de nieve,

del Imperio bandakariano, es de donde proceden las criaturas de puntas negras, ¿no es cierto? —dijo Richard.

Owen alzó los ojos, sorprendido de que Richard lo supiera.—Sí. Esas criaturas espantosas, a pesar de estar desprovistas de malicia,

se alimentan de las personas de mi país. Debemos permanecer dentro de casa por la noche, que es cuando cazan. Incluso así, hay personas, en especial niños, que en ocasiones son cogidas por sorpresa y capturadas por esas criaturas temibles...

—¿Por qué no las matáis? —Inquirió Cara, indignada—, ¿Las echáis? ¿Les disparáis flechas? Queridos espíritus, ¿por qué no les partís la cabeza con una piedra si es necesario?

Owen parceló escandallado por aquella sugerencia.—Ya os lo dije, estamos por encima de la violencia. Sería aún más

equivocado cometer un acto de violencia contra tales criaturas inocentes. Nuestro deber es protegerlas, puesto que somos nosotros los que penetramos en sus dominios. Somos nosotros los que tenemos la culpa, porque las tentamos a comportarse de un modo que es simplemente natural en ellas. Protegemos la virtud únicamente si abrazamos todos los aspectos del mundo sin el prejuicio de nuestros viciados puntos de vista humanos.

Richard dedicó a Cara un gesto furtivo para que permaneciera callada.—¿Todo el mundo en tu imperio era pacífico? —preguntó, apartando la

atención de Owen de Cara.—Sí.—¿No había algunos que, a veces... no sé, se portaban mal? Niños, por

ejemplo. De donde yo vengo, los niños a veces pueden alborotar un poco, los niños de donde tú vienes también deben de alborotarse a veces.

Owen encogió levemente un hombro.—Bueno, sí, supongo. Había veces en que los niños se comportaban mal

y eran revoltosos.—¿Y qué hacéis con tales niños?Owen carraspeo, a todas luces incómodo.—Bueno, se les... saca de su hogar durante un tiempo.—Se les saca de su hogar durante un tiempo —repitió Richard, y encogió

los hombros—. Los niños que conozco, por lo general, estarían encantados de que les permitieran estar fuera. Simplemente se pondrían a jugar.

Owen negó enfáticamente con la cabeza.

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—Nosotros somos diferentes. Desde el momento en que nacemos, estamos en compañía de otras personas. Todos estamos muy unidos. Dependemos unos de otros. Nos estimamos unos a otros. Pasamos todas nuestras horas con otras personas. Cocinamos, lavamos y trabajamos juntos. Dormimos en una casa dormitorio, juncos. La nuestra es una vida progresista de contacto humano, de relación humana íntima. No existe nada más valorado que el estar juntos.

—Así pues —preguntó Richard, fingiendo una expresión perpleja—, cuando a uno de vosotros... a un niño... lo sacan fuera, ¿eso es una causa de desdicha?

Owen tragó saliva mientras una lágrima le corría por la mejilla.—No podría existir nada peor. Que te dejen fuera, que te impidan estar

con otros, es el peor horror que podemos soportar. Que te obliguen a salir a la fría crueldad del mundo es una pesadilla.

Tan sólo hablar sobre ese castigo, pensar en él, estaba haciendo que Owen empezara a temblar.

—Y es entonces cuando, a veces, las criaturas cogen a tales niños —apuntó Richard con tono compasivo—. Cuando están solos y son vulnerables.

Con el dorso de la mano, Owen se limpió la lágrima de la mejilla.—Cuando es necesario sacar fuera a un niño para castigarlo, tomamos

todas las precauciones posibles. Jamás los sacamos por la noche porque es entonces cuando las criaturas acostumbran a cazar. A los niños se les deja fuera como castigo sólo de día. Peto cuando estamos apartados de los demás, sontos vulnerables a todos los temores y crueldades del mundo. Estar solo es una pesadilla.

»Haríamos cualquier cosa para evitar tal castigo. Cualquier niño que se porte mal y sea sacado al exterior durante un tiempo no es probable que vuelva a portarse mal en mucho tiempo. No hay mayor dicha que ser acogido finalmente de vuelta al seno de tus amigos y familia.

—Así pues, para tu gente, el destierro es el mayor castigo.Owen clavó la mirada a lo lejos.—Desde luego.—De donde yo vengo, todos nos llevábamos muy bien, también.

Disfrutábamos de la mutua compañía y nos divertíamos mucho cuando se reunían muchas personas. Valorábamos los momentos que pasábamos juntos. Cuando estamos lejos durante un tiempo, preguntamos por todas las personas que conocemos y llevamos tiempo sin ver.

Owen sonrió expectante.—Entonces lo comprendéis.Richard asintió, devolviéndole la sonrisa.—Pero alguna que otra vez hay alguien que no se comporta bien. Incluso

siendo un adulto. En ocasiones, alguien hace algo malo... algo que saben que es malo. Mentir o robar. Lo que es peor, a veces alguien hace daño a otra

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persona deliberadamente golpea a alguien al robarle, o viola a una mujer, o incluso asesina a alguien.

Owen se negó a alzar los ojos hacia Richard y los mantuvo fijos en el suelo.

Mientras hablaba, Richard paseó lentamente ante el hombre.—Cuando alguien hace algo así allí de donde tú vienes. Owen, ¿qué hace

tu gente? ¿Cómo se ocupa un pueblo ilustrado de tales crímenes horribles que algunos de los vuestras puedan cometer contra los demás?

—Atacamos el origen de tal comportamiento desde el principio —se apresuró a responder Owen—. Compartimos todo lo que tenemos para asegurarnos de que todo el mundo tiene lo que necesita de modo que no tengan que robar. La gente roba porque se siente dolida ante la actitud superior de otros. Nosotros mostramos a esas personas que no somos mejores que ellas y de ese modo no tienen por qué albergar tales temores con respecto a otros. Les enseñamos a ser gente ilustrada y a rechazar tales comportamientos.

Richard se encogió de hombros. Kahlan habría pensado que estaría dispuesto a extraerle las respuestas por la fuerza a Owen, pero, en su lugar, actuaba de un modo tranquilo y dialogante. Le había visto actuar de aquel modo antes. Él era el Buscador de la Verdad, y había recibido ese nombre con todo derecho del Primer Mago en persona, y Richard estaba haciendo lo que hacían los Buscadores: encontrar la verdad. A veces usaba la espada, a veces las palabras.

Y no sólo aquel era el modo en que Richard a menudo desarmaba a las personas cuando las interrogaba, en aquel caso, pensó Kahlan, tal modo de actuar era precisamente aquel al que Owen estaría más acostumbrado, con el que se sentiría más a gusto. Aquel comportamiento afable le estaba extrayendo respuestas al hombre y proporcionando una gran cantidad de información que a Kahlan jamás se le había ocurrido intentar obtener.

Ya había averiguado que ella era la causa de lo que le había sucedido a aquella gente.

—Ambos sabemos, Owen, que, por mucho que lo intentemos, tales esfuerzos para cambiar la forma de ser de la gente no siempre funcionan. Algunas personas no quieren cambiar. Hay veces en que la gente hace cosas malvadas. Incluso entre gente civilizada, existen los que se niegan a actuar de un modo cívico a pesar de todos nuestros esfuerzos. Lo que es peor: si se permite que continúe, estos pocos ponen en peligro a toda la comunidad.

»Al fin y al cabo, si tenéis a un violador entre vosotros, no podéis permitir que siga atacando a las mujeres. Si un hombre cometiera un asesinato, no podríais permitir que ese hombre amenazara al imperio con su modo de actuar, ¿podríais? A una cultura avanzada, precisamente, no se la puede culpar por querer impedir que tales peligros afecten a la gente ilustrada.

—Pero vosotros habéis rechazado todas las formas de violencia, así que no podéis castigar a un hombre así físicamente... no podríais ajusticiar a un asesino... pues habéis repudiado la violencia incondicionalmente. ¿Qué

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hacéis con tales hombres? ¿Cómo maneja un pueblo ilustrado problemas como el asesinato?

Owen sudaba. Parecía que no se le había ocurrido negar la existencia de asesinos; Richard lo había conducido más allá de eso, había establecido ya la existencia de tales hombres. Antes de que a Owen se le ocurriera oponer reparos, Richard estaba ya más allá, en el paso siguiente.

—Bueno —dijo Owen, tragando saliva—, como decís, somos un pueblo ilustrado. Si alguien hace algo para lastimar a otra persona, se les... da un reprobación.

—Una reprobación. Quieres decir que condenáis sus acciones, pero no al hombre. Le dais una segunda oportunidad.

—Sí, eso es. —Owen se secó el sudor de la frente mientras alzaba la mirada hacia Richard—. Trabajamos muy duro para reformar a las personas que cometen tales errores y reciben una denuncia. Reconocemos que sus acciones son una llamada pidiendo ayuda, así que les aconsejamos para que sean gente ilustrada y los ayudamos a que se den cuenta de que están lastimando a todo nuestro pueblo cuando lastiman a uno de sus miembros, y que, puesto que ellos son parte de nuestro amado pueblo, no hacen más que hacerse daño a sí mismos cuando le hacen daño a otra persona. Demostramos a esas personas compasión y comprensión.

Kahlan agarró el brazo de Cara, y con una mirada severa la convenció para que permaneciera callada.

Richard paseó lentamente por delante de Owen, asintiendo, como si pensara que eso sonaba razonable.

—Comprendo. Ponéis mucho esfuerzo en hacerles ver que no pueden volver a hacer tal cosa.

Owen asintió, aliviado al ver que Richard comprendía.—Pero por otra parte hay ocasiones en que uno de esos que ha recibido

una denuncia, y ha sido aconsejado lo mejor que habéis podido, va y vuelve a cometer el mismo crimen... o incluso uno de peor.

»Queda claro, entonces, que rehúsa reformarse y que es una amenaza para el orden público, la seguridad y la confianza. Si se le permite que actúe como quiera, tal persona, por si misma, traerá justo eso que rechazáis incondicionalmente, la violencia, y convencerá a otros para que sigan su ejemplo.

Había empezado a descender una neblina. Owen permaneció sentado sobre el cajón, temblando, asustado, solo. Apenas unos pocos momentos antes se había mostrado reacio a responder incluso a las preguntas más básicas de un modo que tuviera significado. En aquellos momentos Richard lo tenía hablando sin tapujos.

Friedrich acarició la quijada de uno de los caballos mientras observaba en silencio. Jennsen estaba sentada en una roca, con Betty tumbada a sus pies. Tom permanecía de pie detrás de Jennsen, con una mano descansando sobre el hombro de ésta, pero sin perder de vista al hombre a quien Kahlan había tocado con su poder. Aquel hombre estaba sentado a un lado, escuchando desapasionadamente mientras aguardaba a que le dictan

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órdenes. Cara seguía de pie junto a Kahlan, siempre vigilante por si surgían problemas, pero evidentemente muy interesada en la historia sobre la tierra natal de Owen que iba desplegándose ante ellos, incluso a pesar de que le estaba costando mantenerse callada.

Por su parte, Kahlan, si bien podía simpatizar con las dificultades que tenía la mord-sith para permanecer callada, estaba absorta en el relato de un imperio misterioso que Richard con toda tranquilidad, sin el menor esfuerzo, estaba arrancándole a aquel hombre que lo había envenenado. No conseguía imaginar adonde quería ir a parar Richard con sus prosaicas preguntas. ¿Qué tenían que ver las formas de castigar de aquel imperio con que a Richard lo hubiesen envenenado? No obstante, tenía muy claro que Richard sabía adónde iba.

Richard se detuvo delante de Owen.—¿Qué hacéis en esos casos?... cuando no podéis reformar a alguien

que se ha convenido en un peligro para todos. Qué hace un pueblo ilustrado con esa clase de persona?

Owen respondió con una voz queda que se escuchó con claridad en el neblinoso silencio de primeras horas de la mañana.

—Los desterramos.—Los desterráis. ¿Quieres decir, que los enviáis al límite?Owen asintió.—Pero dijiste que entrar en el límite significa la muerte. No podéis

sencillamente enviarlos al límite o los estarías ejecutando. Debéis tener un lugar por el que enviarlos al otro lado. Un lugar especial. Un lugar al que podéis desterrarlos, sin matarlos, pero un lugar del que sabéis que nunca pueden regresar para hacer daño a vuestra gente.

Owen volvió a asentir.—Sí, existe tal lugar. El paso que queda bloqueado por el límite es

empinado y traicionero. Pero existe un camino que desciende al interior del límite. Aquellos antiguos que nos protegieron colocando ese límite colocaron asimismo el sendero. Se dice que el sendero permite pasar al exterior. Debido al modo en que la montaña desciende, es un sendero difícil, pero se puede seguir.

—¿Y no es posible volver a subir por él? ¿Para entrar en el Imperio bandakariano?

Owen se mordisqueó el labio inferior.—Desciende por un lugar terrible, un corredor estrecho a través del

límite, una tierra sin vida, donde se dice que la muerte se encuentra a cada lado. A la persona desterrada no se le da ni agua ni comida. Tiene que encontrarlas, en el otro lado, o perecer. Colocamos vigilantes en la entrada del sendero, donde aguardan para asegurarse de que el desterrado ha cruzado y no se ha quedado en el límite para luego regresar. Los vigilantes aguardan y vigilan durante varias semanas para asegurarse de que el desterrado ha pasado al otro lado en busca de agua y comida, en busca de su nueva vida lejos de su pueblo.

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»Una vez al otro lado, el bosque es un lugar terrible, un lugar aterrador. El sendero te conduce entre aguas que fluyen y raíces enormes de árboles. Luego, aún más ahajo, vas a parar a una tierra extraña donde los árboles están muy por encima, estirándose hacia la distante luz, pero tú ves solo sus raíces retorciéndose y descendiendo al interior de la oscuridad del suelo. Se dice que una vez que ves ese bosque de raíces alzándose imponente a tu alrededor, has conseguido cruzar el límite.

»Se dice que no hay modo de entrar en nuestro país desde ese otro lado; que no se puede usar el paso para regresa, a nuestra imperio.

—Una vez desterrado, ya no existe redención.Richard avanzó para colocarse junto a Owen y posó una mano sobre su

hombro.—¿Qué hiciste para que te desterraran, Owen?Owen se dobló al frente, hundiendo el rostro entre las manos mientras

finalmente prorrumpía en sollozos.

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Richard dejó la mano sobre el hombro de Owen mientras hablaba en tono compasivo.

—Cuéntame lo que sucedió, Owen. Cuéntamelo a tu modo.Kahlan se sobresaltó al oír, tras todo lo que Owen había dicho, que éste

se había convertido en uno de los desterrados. Vio que Jennsen se quedaba boquiabierta. Cara enarcó una ceja.

Kahlan se dio cuenta de que la mano de Richard sobre el hombro de Owen era un salvavidas emocional para el hombre. Éste finalmente se irguió en el asiento, sorbiendo las lágrimas. Se secó la nariz en la manga.

Alzó los ojos hacia Richard.—¿Debería contaros toda la historia? ¿Toda ella?—Sí, me gustaría oírlo todo, desde el principio.A Kahlan le asombró lo mucho que Richard le recordaba, en aquel

momento, a su abuelo, Zedd, el cual siempre quería escuchar toda la historia.

—Bueno, yo era feliz entre mi pueblo, con todos ellos a mi alrededor. Me apretaban contra sus pechos cuando era pequeño. Siempre estuve a salvo en sus acogedores brazos. Si bien sabía de otros niños que se mostraban rebeldes y a los que se dejaba fuera como castigo, yo jamás hice nada para que me dejaran en el exterior. Ansiaba aprender a ser como mi pueblo y ellos me enseñaron a ser ilustrado. Durante un tiempo serví a los míos como el Hombre Sabio.

»Más tarde, mi pueblo se sintió complacido con lo ilustrado que yo era, el modo en que los abrazaba a todos, y por lo tanto me nombraron el portavoz de nuestra ciudad. Viajaba a poblaciones cercanas para decir aquellas cosas que los habitantes de mi ciudad creían todos como una sola persona. Fui a nuestras grandes ciudades por el mismo motivo. Aunque siempre era más feliz cuando estaba en casa, con las personas que me eran más allegadas.

»Me enamoré de una mujer de mi ciudad. Se llama Marilee.Owen dejó vagar la mirada por sus recuerdos. Richard no lo apremió,

sino que aguardó pacientemente hasta que el volvió a empezar a su propio ritmo.

—Era primavera, hará un poco más de dos años, cuando nos enamoramos llenos de gozo. Marilee y yo pasábamos el tiempo charlando, cogiéndonos las manos, y, cuando podíamos, sentándonos juntos mientras estábamos en compañía de todos los demás. Aunque estuviéramos con todos los demás, yo sólo tenía ojos para Marilee. Y ella sólo tenía ojos para mí.

»Cuándo estábamos con otros, parecía como si estuviésemos solos en el mundo, Marilee y yo, y el mundo nos pertenecía sólo a nosotros, únicamente nosotros teníamos los ojos para ver roda su belleza oculta. Está mal sentir

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eso, estar tan solos en nuestros corazones es ser egoísta y pensar que nuestros ojos pueden ver con tanta claridad es orgullo pecaminoso, pero no podíamos evitarlo. Los árboles florecían únicamente para nosotros. El agua de los arroyos borboteaba su música únicamente para nosotros. La luna salía sólo para nosotros. —Owen sacudió la cabeza despacio—. No podríais comprender cómo era... cómo nos sentíamos.

—Comprendo muy bien cómo era —le aseguró Richard en voz baja.Owen echó una ojeada a Richard; luego su mirada se trasladó a Kahlan.

Ella asintió para confirmarle que así era. La frente del hombre se ensanchó por la sorpresa. Desvió la mirada entonces, quizás, pensó Kahlan, sintiéndose culpable.

—Bueno —dijo Owen, regresando a su relato—, yo era el portavoz de nuestra ciudad; el que dice en voz alta lo que todos deciden que debe decidirse. En ocasiones también ayudaba a otras personas a resolver cuestiones sobre lo que es correcto según los principios de una cultura avanzada. —Owen sacudió la mano de un modo tímido—. Como dije, en una ocasión había servido como el Hombre Sabio, de modo que la gente confiaba en mí.

Richard se limitó a asentir, sin interrumpirlo, incluso a pesar de que Kahlan sabía que no comprendía del todo el significado de muchos de los detalles de lo que Owen decía, como tampoco los comprendía ella. La esencia del relato, sin embargo, empezaba a quedar muy clara.

—Pregunte a Marilee si quería ser mi esposa, si se casaría conmigo y con nadie más. Dijo que, al pedírselo, convertía aquel día en el más feliz de su vida. Y fue el día más feliz de mi vida cuando ella dijo que me aceptaba como esposo.

»Todo el mundo estaba complacido. Todo el mundo nos quería a los dos, y nos mantuvo resguardados en sus brazos durante un largo rato para demostrar su dicha. Mientras estábamos sentados junto con todo el mundo, todos charlamos sobre los planes para la boda y lo muy contentos que deberíamos estar todos de que Marilee y yo fuéramos a ser marido v mujer y trajésemos niños a vivir entre nuestra gente.

Owen miró a lo lejos, sumido en sus pensamientos. Pareció como si hubiese olvidado que había dejado de hablar.

—¿Así pues, fue una boda espléndida? —apuntó finalmente Richard.Owen siguió mirando a lo lejos.—Los hombres de la Orden llegaron. Fue cuando nos dimos cuenta por

vez primera de que el sello, que había protegido a nuestra gente desde el principio de los tiempos, había dejado de funcionar. Ya no existía una barrera que nos protegiera.

»Nuestro imperio estaba ahora indefenso ante los salvajes.Kahlan comprendió que lo que había hecho había provocado que el

límite dejara de funcionar, lo que había dejado a aquellas personas sin protección. No había tenido otra elección, pero eso no hacía que resultase más fácil escucharlo.

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—Vinieron a nuestra ciudad que como todas está rodeada de murallas. Aquellos que nos dieron nuestro nombre, Bandakar, promulgaron que las ciudades se debían construir de ese modo. Fue acertado. Las murallas nos protegen de las bestias de los bosques, nos mantienen a salvo, sin tener que dañar a ninguna criatura.

»Los hombres de la Orden acamparon fuera de nuestras murallas. En realidad no había lugar para que se alojaran en la ciudad: no tenemos alojamientos para albergar a tanta gente porque nunca tenemos gran número de visitantes. Lo que era peor, me daba miedo tener a hombres con aquel aspecto durmiendo bajo nuestro techo con nosotros. Era equivocado sentir tal miedo; mi flaqueza no tenía que ver con ellos, lo sabía, pero sentí miedo.

»Puesto que yo era el que hablaba por mi ciudad, fui a su campamento con comida y ofrendas. Me embargaba mi pecaminoso miedo. Eran fornidos, algunos con cabellos largos, oscuros, grasientos y enmarañados, algunos con las cabezas afeitadas, muchos con barbas mugrientas e hirsutas; ninguno de ellos tenía cabellos rubios dotados como el sol, como nuestra gente. Resultaba ofensivo verlos vestidos con pieles de animales, placas de cuero, cadenas y metal, y correas con tachuelas afiladas. Colgados de los cintos, todos llevaban utensilios de aspecto inmundo que nunca en la vida había imaginado que pudieran existir, pero que más tarde averigüé que eran armas.

»Dije a aquellos hombres extraños que teníamos mucho gusto en compartir lo que teníamos, que los honraríamos. Les dije que estaban invitados a sentarse con nosotros, a compartir sus palabras con nosotros.

Todo el mundo aguardó en silencio, no queriendo decir ni una palabra mientras las lágrimas corrían por el rostro de Owen y goteaban por su mandíbula.

—Los hombres de la Orden no se sentaron con nosotros. No compartieron sus palabras con nosotros. Aunque hablé con ellos, actuaron como si yo no fuese digno de su reconocimiento, aparte de sonreírme burlones, como si tuviesen intención de comerme.

»Busqué apaciguar sus temores, puesto que es el miedo a otros lo que provoca la hostilidad. Les aseguré que éramos pacíficos y que no les queríamos ningún mal. Les dije que haríamos todo lo posible por alojarlos entre nosotros.

»EI hombre que era su portavoz, un comandante se llamaba a sí mismo, me habló entonces. Me dijo que se llamaba Luchan. Sus espaldas eran el doble de anchas que las mías, a pesar de que no era más alto que yo. Ese hombre, Luchan, dijo que no me creía. Me sentí horrorizado al oírlo. Dijo que pensaba que mi gente quería hacerle daño. Nos acusó de desear matar a sus hombres. Me afectó terriblemente que pudiera pensar tal cosa de nosotros, en especial después de que yo le hubiera dado nuestra bienvenida sin reservas a sus hombres. Me afectó saber que había hecho algo para que creyeran que éramos una amenaza para él y sus hombres. Le aseguré nuestro deseo de mostrarnos pacíficos con ellos.

»Luchan me sonrió entonces, no fue una sonrisa de felicidad, esa sonrisa yo nunca la había visto antes. Dijo que iban a quemar la ciudad hasta los cimientos y a matar a toda la gente que había en ella para impedirnos atacar

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a sus hombres mientras dormían. Le suplique que creyera en nuestras costumbres pacíficas, que se sentara con nosotros y compartiera sus inquietudes, que nosotros haríamos lo que fuese necesario para disipar tales dudas y mostrarle nuestro amor hacia él por ser nuestro prójimo.

»Luchan dijo que no quemaría la ciudad ni nos mataría a todos, con una condición, como lo llamó él. Dijo que si yo le entregaba a mi mujer tomo prueba de mi sinceridad y buena voluntad entonces creería en nuestras palabras. Dijo que si, por el contrario, no se la enviaba, lo que sucediera sería culpa mía, descansaría sobre mi cabeza, por no cooperar con ellos, por no demostrar mi sinceridad y buena voluntad hacia ellos.

»Regresé para escuchar las palabras de mi gente. Todo el mando estuvo de acuerdo y dijo que debía hacerlo..., que debía enviar a Marilee a los hombres de la Orden para que no quemasen nuestra ciudad y asesinasen a todo el mundo. Les pedí que no fuesen tan rápidos en tomar su decisión, y ofrecí la idea de que podíamos cerrar las puertas de la muralla para impedir que esos hombres entraran y nos hicieran daño. Mi gente dijo que hombres como aquéllos encontrarían un modo de romper la muralla, y que entonces asesinarían a todo el mundo. Todas las personas dijeron bien claro que debía mostrar buena voluntad al hombre llamado Luchan y también nuestras intenciones pacificas, que debía mitigar sus temores respecto a nosotros.

»Jamás me sentí tan solo entre mi gente. No podía ir en contra de la palabra de todo el mundo, pues nos ensenan que únicamente las voces de las personas unidas en una voz pueden ser lo bastante sabias como para conocer el camino verdadero. Ninguna persona sola puede saber lo que está bien. Únicamente el consenso puede hacer que una cosa sea correcta.

»Las rodillas me temblaban mientras estaba de pie ante Marilee. Me oí preguntarle si deseaba que hiciera lo que los hombres querían, lo que nuestra gente quería. Le dije que huiría con ella si lo deseaba. Lloró mientras decía que no quería oír palabras tan pecaminosas surgiendo de mí, pues ello significaría la muerte de todos los demás.

»Dijo que debía ir con los hombres de la Orden para apaciguarlos o habría violencia. Me dijo que les hablaría de nuestras costumbres pacíficas y de ese modo haría que se mostrasen amables hacia nosotros.

»Me sentí orgulloso de Marilee por defender los valores más importantes de nuestro pueblo... Quise morir por sentirme orgulloso de algo que me la arrebataría.

»Besé a Marilee una última vez, pero no podía parar de llorar, la abracé y lloramos juntos.

»Luego la llevé fuera, al hombre que era el comandante, Luchan. Éste tenía una espesa barba negra, la cabeza afeitada y un aro atravesado en una oreja y en una ventana de la nariz. Dijo que había hecho una elección sabia. Sus brazos oscurecidos por el sol eran casi tan anchos como la cintura de Marilee. Con una enorme mano mugrienta cogió a Marilee por el brazo u se la llevó con él al mismo tiempo que volvía la cabeza y me decía que «corriera a toda prisa de vuelta» a mi ciudad, a mi gente. Sus hombres se rieron de mi mientras contemplaban cómo volvía a ascender por la calzada.

»Los hombres de la Orden dejaron tranquila a mi ciudad y a mi gente. Tuvimos paz. Yo la había comprado con Marilee.

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»Yo no tenía paz en mi corazón.»Durante un tiempo, los hombres de Orden no aparecieron por nuestra

ciudad. Luego regresaron, una tarde, y pidieron que yo saliera. Pregunte a Luchan por Marilee, si estaba bien, si era feliz. Luchan giró la cabeza y escupió, luego dijo que no lo sabía, que nunca se lo preguntaba. Yo estaba preocupado, y pregunté si ella hablaba con él de nuestras pacificas costumbre, si le aseguraba que nuestras intenciones hacia él eran inocentes. Dijo que cuando ataba con mujeres lo que menos le interesaba de ella era su conversación.

»Me guiñó un ojo. Aunque nunca había visto a nadie guiñar un ojo de ese modo, comprendí lo que quena decir.

»Estaba muy asustado por Marilee. pero me recordé que nada es real, que en realidad no podía saber nada a partir de lo que oía. Oía sólo lo que aquel único hombre decía sobre cosas, tal y como él las veía, y yo sabía que sólo percibía parte del mundo. No podía conocer la realidad a través sólo de mis ojos y oídos.

»Luchan dijo, entonces, que deberá abrir las puertas de la ciudad par que ellos no pensaran que actuábamos de un modo hostil hacia ellos. Luchan dijo que si no hacíamos lo que pedía, ello iniciaría un ciclo de violencia.

»Regresé y conté sus palabras a todo el pueblo reunido a mi alrededor.Mi gente habló toda con una sola voz, y dijo que debíamos abrir las

puertas e invitarles a entrar para demostrar que no sentíamos hostilidad ni prejuicios hacia aquellos hombres.

»Los hombres de la Orden cruzaron las puertas, que dejamos totalmente abiertas para ellos, y cogieron a casi todas las mujeres, niñas, muchachas y abuelas. Yo permanecí junto a los otros hombres, suplicándoles que dejaran a nuestras mujeres en paz, que nos dejaran en paz. Les dije que hablamos aceptado sus peticiones para demostrarles que no queríamos hacerles ningún daño, pero no sirvió de nada. No quisieron escuchar.

»Dije a Luchar, entonces, que había enviado a Marilee con el por qué fue su condición para la paz, Lo dije que debían cumplir su acuerdo. Luchan y sus hombres rieron.

»No puedo decir si lo que vi entonces era real. La realidad se encuentra en el reino del destino, y nosotros no podemos conocer toda la verdad del mundo. Ese día, el destino descendió sobre mi pueblo; no tuvimos ni voz ni voto en ello. Sabemos que no debemos pelear contra el destino, puesto que este ha sido ya predestinado por la realidad auténtica que no podemos ver.

»Contemplé cómo arrastraban a nuestras mujeres lejos de allí. Vi, incapaz de hacer nada, que ellas chillaban nuestros nombres, mientras alargaban los brazos hacía nosotros, mientras aquellos hombretones sujetaban a nuestras mujeres y se las llevaban de nuestro lado. Jamás había oído gritos como los que oí aquel día.

La capa de nubes daba la impresión de que no tardaría en rozar las copas de los árboles. En el espeso silencio, Kahlan oyó cantar un pájaro en los pinos. Owen estaba solo, lejos, en su solitario mundo de terribles recuerdos. Richard permanecía en pie, con los brazos cruzados, observando al hombre, sin decir nada.

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—Fui a otras ciudades —dijo Owen por fin—. En un par de sitios, la Orden había estado allí antes de mi llegada. Los hombres de la Orden hicieron en aquellas ciudades más o menos lo mismo que habían hecho en la mía: se llevaron a las mujeres. En algunos lugares también se llevaron a unos cuantos hombres.

»En otros lugares a los que fui, la Orden no había llegado aún. Como portavoz de mi ciudad, lo conté lo acaecido en mi ciudad e insté a otros a hacer algo. Se enojaron conmigo y dijeron que estaba mal resistirse, que resistirse era ceder a la violencia, no ser mejores que salvajes. Me instaron a renunciar a esos métodos míos tan directos y hacer caso a la sabiduría de las voces unidas de nuestra gente, que habían traído ilustración y miles de años de paz. Me dijeron que me limitaba a contemplar los acontecimientos a través de mi limitada visión, y no a través de la opinión más sensata del grupo.

»Fui entonces a una de nuestras ciudades importantes y volví a contar les que el sello que cerraba el paso estaba roto y que teníamos encima a la Orden Imperial, y que debíamos hacer algo. Les exhorté a que me escucharan y a que se plantearan qué podíamos hacer para proteger a nuestra gente.

»Debido a que me mostré tan desconsideradamente firme y enérgico, la asamblea de portavoces me llevó ante el Hombre Sabio para que pudiera recibir su consejo. Es un gran honor recibir las palabras del Hombre Sabio. El Hombre Sabio me dijo que debía perdonar a aquellos que habían hecho aquellas cosas contra mi pueblo si queríamos poner fin a la violencia.

»EI Hombre Sabio dijo que la ira y hostilidad demostrada por los hombres de la Orden era una señal de su dolor interior, un grito pidiendo ayuda, y que se les debía mostrar compasión y comprensión. Una sabiduría tan patente como sólo podía surgir del Hombre Sabio debería haberme dado una lección de humildad, pero en su lugar declaré mi deseo de que Marilee y todas las demás personas nos fuesen restituidas por aquello, hombres, y que los portavoces me ayudaran en ello.

»EI Hombre Sabio dijo que Marilee hallaría su propia felicidad sin mí y que yo era culpable de egoísmo por querer conservarla para mí. Dijo que el destino había venido a buscar a las otras personas y que yo no era quién para exigirle cosas al destino.

»Sostuve ante los portavoces y el Hombre Sabio que los hombres de la Orden no habían respetado el acuerdo establecido por Luchan. El Hombre Sabio dijo que Marilee había actuado correctamente al ir en paz a reunirse con los hombres para que el ciclo de violencia finalizase. Dijo que era egoísta y pecaminoso por mi parte colocar mis necesidades por encima la paz por la que ella trabajaba tan desinteresadamente, y que mi actitud hacia ellos era probablemente lo que había encolerizado a los hombres.

»Pregunté qué debía hacer, cuando yo había actuado honradamente pero ellos no. El Hombre Sabio dijo que me equivocaba al condenar a hombres que no conocía, hombres a los que no había perdonado primero, o a intentado abrazar, o comprender siquiera. Dijo que debía animarlos a seguir los caminos de la paz arrojándome ante ellos y suplicándoles que me perdonaran por actuar de un modo que inflamaba su dolor interior al recordarles agravios pasados que se les habían hecho.

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»Dije al Hombre Sabio, entonces, delante de todos los otros portavoces, que no quería perdonar a aquellos hombres ni abrazar a aquellos hombres, sino que quería expulsarlos de nuestras vidas.

»Me dieron una reprobación.Richard entregó a Owen un tazón con agua pero no dijo nada. Owen

sorbió el agua sin verla.—La reunión de portavoces me ordenó regresar a mi ciudad y buscar el

consejo de aquellos entre los que vivía, ordenándome que pidiera a los míos que me guiaran de vuelta a nuestras costumbres. Regrese con la intención de reparar mi error, y me encontré con que las cosas estaban peor que antes.

»La Orden había regresado para coger todo lo que quisieron de la ciudad... comida y bienes. Nosotros les habríamos dado lo que hubiesen querido, pero ellas nunca pidieron, simplemente lo cogieron. También se habían llevado a más de nuestros hombres; algunos de los niños y algunos de aquellos que eran jóvenes y fuertes. A otros hombres, que de algún modo habían ofendido la dignidad de los hombres de la Orden, los habían asesinado.

»Personas que conocía miraban fijamente la sangre que marcaba el lugar en el que habían muerto nuestros amigos. En otros de tales lugares, la gente se reunía para amontonar recordatorios a modo de memorial. Esos lugares se habían convenido en santuarios y la gente se arrodillaba allí para rezar. Los niños no dejaban de llorar. Nadie me ofreció consejo.

»Todo el mundo en la ciudad temblaba tras las puercas, pero bajaban los ojos y abrían aquellas puertas cuando los hombres de la Orden llamaban, no fueran a ofenderlos.

»No podía soportar permanecer por más tiempo en mi ciudad. Huí al campo, incluso a pesar de que me aterraba pensar que estaría solo. Allí, en las colinas, encontré a otros hombres, egoístas como yo, que se ocultaban temiendo por sus vidas. Juntos, decidimos hacer algo, poner fin al sufrimiento. Decidimos restablecer la paz.

—Al principio, enviamos representantes a hablar con los hombres de la Orden, para hacerles saber que no queríamos causarles ningún daño, y que sólo buscábamos vivir en paz con ellos, y para preguntar que podíamos hacer para darles satisfacción. Los hombres de la Orden colgaron a aquellos hombres por los tobillos de postes colocados en las afueras de nuestra ciudad y los despellejaron vivos.

—Conocía a esos hombres de toda la vida, hombres que me habían aconsejado, guiado, que me habían acogido en sus brazos con júbilo cuando les había contado que Marilee y yo queríamos casarnos. Los hombres de la Orden dejaron que aquellos hombres colgaran por los tobillos mientras aullaban de dolor bajo el ardiente sol del verano, y las criaturas de puntas negras vinieron y los encontraron.

»Me recordé a mí mismo que lo que lo que veía ese día no era real, y que no debía creer tales visiones, que posiblemente mis ojos me engañaban como castigo por tener pensamientos indebidos, y que mi mente no podía en modo alguno saber si esa visión era real o una ilusión.

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»No todos los hombres que habían ido a hablar con los soldados de la Orden fueron asesinados. A unos cuantos los enviaron de vuelta a nosotros con un mensaje de la Orden. Dijeron que si no descendíamos de las colinas y volvíamos a estar bajo su control, en nuestra ciudad, para demostrar que no teníamos intención de atacarlos, empezarían a despellejar a una docena de personas cada día, y a colgarlas de postes para las criaturas, hasta que o bien nosotros regresáramos para demostrar nuestras intenciones pacíficas, o bien se hubiese despellejado vivo hasta el último habitante de la ciudad.

»Muchos de nuestros hombres lloraron, incapaces de soportar la idea de que serían la causa de un ciclo de violencia, de modo que regresaron a la ciudad para demostrar que no tenían intención de hacer daño a nadie.

»No todos regresamos. Unos cuantos permanecimos en las colinas. Puesto que la mayoría regresó, y la Orden no llevaba la cuenta de cuántos éramos, pensaron que todos habían acatado sus órdenes.

»Los pocos de nosotros que quedábamos en las colinas nos ocultamos, alimentándonos de frutos secos, frutas y hayas que podíamos encontrar o de la comida que conseguíamos robar. Poco a poco reunimos provisiones suficientes para seguir adelante. Dije a los otros hombres que estaban conmigo que deberíamos averiguar qué hacía la Orden con la gente que se llevaban. Puesto que los hombres de la Orden no nos conocían, en ocasiones podíamos mezclarnos con la gente que trabajaba en los campos o se ocupaba de los animales y volver a nuestro refugio sin que la Orden supiera quiénes éramos; sin que supiesen que éramos hombres de las colinas. Durante los meses siguientes, vigilamos a los hombres de la Orden.

»A los niños los habían enviado lejos, pero los hombres de la Orden habían llevado a todas las mujeres a un lugar que construyeron, un «campamento» lo llamaban, que habían fortificado para protegerlo de un ataque.

Owen volvió a hundir el rostro en las manos mientras hablaba entre sollozos.

—Usaban a nuestras mujeres como animales de cría. Buscaban que les dieran hijos, tantos niños como pudiesen alumbrar, hijos de sus soldados. Algunas mujeres ya estaban embarazadas. La mayoría de aquellas que no estaban aún embarazadas quedaron embarazadas. A lo largo del siguiente año y medio nacieron muchos niños. Se les amamantó durante un tiempo. y luego todos fueron enviados lejos, cuando sus madres volvieron a quedar embarazadas.

»No sé adónde se llevaron a esos niños..., a algún sitio más allá de nuestro imperio. A los hombres que habían sacado de nuestras ciudades también los llevaron más allá de nuestro imperio.

»Los hombres de la Orden no vigilaban bien a sus cautivos, ya que nuestra gente rehuía la violencia, así que un par de hombres escaparon y huyeron a las colinas, donde nos encontraron. Nos contaron que la Orden los había llevado a ver a las mujeres y les había dicho que si no hacían lo que se les decía, si no cumplían todas las órdenes que se les daban, todas las mujeres que tenían delante morirían: las despellejarían vivas. Estos hombres que escaparon no sabían adónde iban a llevarlos, ni qué era lo que tenían que hacer, sólo que, si no seguían las instrucciones que se les daban, serían la causa de que se cometiera violencia sobre nuestras mujeres.

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»Tras un año y medio de ocultarnos, de encontrarnos con otras personas, averiguamos que la Orden se había extendido a otros lugares de nuestro imperio, que se había apoderado de otros pueblos y ciudades. El Hombre Sabio y los portavoces se ocultaron. Descubrimos que algunos pueblos y ciudades habían invitado a la Orden a entrar, a estar entre ellos, en un intento de apaciguarlos y evitar que hicieran daño.

»Pero por mucho que nuestra gente lo intentaba, sus concesiones no conseguían aplacar la beligerancia de los hombres de la Orden. No podíamos comprender por qué eso era así.

»No obstante, en algunas de las ciudades más grandes era distinto. La gente de allí había escuchado a los portavoces de la Orden y había llegado a creer que la causa de la Orden Imperial era la misma que la nuestra: poner fin al abuso y la injusticia. La Orden convenció a aquella gente de que ellos aborrecían la violencia, que habían recibido ilustración como nuestra gente, pero habían tenido que recurrir a la violencia para derrotar a aquellos que querían oprimirnos a todos. Dijeron que eran adalides de la causa por la ilustración de nuestra gente. Los habitantes de esos lugares se regocijaron al ver que por fin estaban en manos de salvadores que extenderían nuestras palabras de ilustración a los salvajes.

Richard, en cuyo interior crecía una tormenta, no pudo contenerse por mis tiempo.

—¿E incluso tras toda la brutalidad, esas gentes creyeron las palabras de la Orden Imperial?

Owen extendió las manos.—Las gentes de esos lugares se vieron influenciadas por las palabras de

la Orden... que decía que combatían por los mismos ideales en los que nosotros basábamos nuestras vidas. Dijeron a nuestra gente que únicamente habían actuado como lo habían hecho porque mi ciudad y otras habían puesto del lado de los salvajes del norte... del Imperio d'haraniano.

»Yo había oído antes este nombre: el Imperio d'haraniano. Durante el año y medio que había vivido en las colinas con los otros hombres, de vez en cuando había viajado fuera de nuestra tierra, marchando a lugares de los alrededores, para ver qué podía averiguar que pudiese ayudarnos a expulsar a la Orden Imperial de Bandakar. Mientras estaba fuera de mi tierra, fui a algunas de las ciudades del Viejo Mundo, como averigüé que se llamaba. En un lugar, Altur'Rang, oí rumores de un gran hombre del norte, procedente del Imperio d'haraniano, que traía la libertad.

»Otros de mis hombres también fueron a otros lugares. Cuando regresamos, nos contamos unos a otros lo que habíamos visto, lo que habíamos oído. Todos los que regresaron contaron lo mismo: un tal lord Rahl, y su esposa, la Madre Confesora, combatían a la Orden Imperial.

»Entonces, averiguamos dónde estaba el Hombre Sabio, como también a la mayoría de nuestros portavoces más importantes. Era en nuestra ciudad más grande, un lugar al que la Orden no había ido aún. La Orden estaba atareada en otros lugares y por lo tanto no tenían prisa. Mi gente no iba a ir a ninguna parte... no tenía adonde ir.

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»Los hombres que me acompañaban querían que fuese su portador que fuese a hablar con esos importantes portavoces, que los convenciera de que debíamos hacer algo para detener a la Orden Imperial y expulsarla de Baudakar.

»Viajé a la gran ciudad, donde no había estado nunca, y me sentí estimulado al ver que una cultura tan magnífica como la nuestra había construido el lugar... Una cultura que estaba a punco de ser destruida, si no conseguía convencer a aquellos grandes portavoces y al Hombre Sabio que pensaran en algo para detener a la Orden.

»Hablé ante ellos con gran premura. Les conté todo lo que la Orden había hecho. Les hablé de los hombres que tenía escondidos, esperando que se les dijera qué debían hacer.

»Los grandes portavoces dijeron que yo no podía conocer la auténtica naturaleza de la Orden a partir de lo que yo y unos pocos hombres habíamos visto; que la Orden Imperial era un nación inmensa y nosotros veíamos sólo una parte diminuta de su gente. Dijeron que los hombres no pueden cometer actos tan crueles como los que describía porque ello provocaría que retrocedieran horrorizados antes de poder completarlos. Para demostrarlo, sugirieron que intentase despellejar a uno de ellos. Admití que no podría, pero les dije que había visto a hombres de la Orden hacerlo.

»Los portavoces desestimaron mi insistencia de que era real. Dijeron que siempre debía tener presente que nosotros no podemos conocer la realidad. Dijeron que los hombres de la Orden Imperial probablemente temían que fuésemos un pueblo violento, y simplemente querían poner a prueba nuestra determinación embaucándonos para que creyésemos que las cosas que describía eran reales a fin de que pudiesen ver cómo reaccionábamos; si la paz era realmente nuestro modo de ser, o si les atacaríamos.

»Los grandes portavoces dijeron, a continuación, que no podía saber si realmente vi todas las cosas que decía, y que incluso si las vi, no podía juzgar si eran para bien o para mal; que yo no era quién para juzgar las razones de hombres que no conocía, que hacer eso sería creer que estaba por encima de ellos, y ponerme por encima de ellos sería un acto de hostilidad producto de mis prejuicios.

»Yo sólo podía pensar en todas las cosas que había visto, en que mis hombres estaban todos de acuerdo en que debíamos convencer a los grandes portavoces para actuar a fin de preservar nuestro imperio. En mi mente no veía otra cosa que el rostro de Luchan, Y entonces, pensé en Marilee en las manos de este hombre. Pensé en el sacrificio que había hecho, y cómo su vida había sido arrojada a ese horror para nada.

»Me puse en pie ante los grandes portavoces y les chillé a voz en cuello que eran malvados.

Cara soltó una risotada.—Parece que si puedes saber qué es real cuando te decides a hacerlo.Richard le lanzó una mirada fulminante.

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Owen elevó la mirada y pestañeó. Sus pensamientos habían estado tan lejos de allí mientras contaba su historia que en realidad no la había oído. Levantó los ojos hacia Richard.

—Y entonces me desterraron —dijo.—Pero el sello del límite había dejado de funcionar —repuso Richard—.

Tú ya habías ido y venido a través del paso. ¿Cómo podían imponer un destierro si el límite había desaparecido?

Owen hizo un gesto displicente con la mano.—No necesitan el muro de la muerte. El destierro es en cierto modo una

sentencia de muerte: la muerte de la persona como ciudadano de Bandakar. Mi nombre se conocería por todo el Imperio, al menos por lo que quedaba de él, y todas las personas me rehuirían. Se me negaría la entrada en todas partes. Yo era uno de los desterrados. Nadie querría tener el menor contacto conmigo. Era un proscrito. No importa que no pudieran colocarme al otro lado de la barrera; me apartaron de mi gente. Eso era peor.

»Regrese junto a mis hombres en las colinas para recoger mis cosas y confesarles que me habían desterrado. Iba a marchar más allá de nuestra tierra, como me había ordenado la voluntad de nuestro pueblo a través de sus grandes portavoces.

»Pero mis hombres, los que estaban en las colinas, no quisieron permitir que marchara. Dijeron que el destierro no estaba bien. Esos hombro habían visto las cosas que yo había visto. Todos tenían esposas, madres, hijas, hermanas que les habían arrebatado. Todos ellos habían visto asesinar a sus amigos, visto a los hombres despellejados vivos y abandonados allí para que murieran en medio de una terrible agonía, visto cómo las criaturas llegaban para describir círculos sobre ellos mientras colgaban de aquellos postes. Dijeron que, puesto que los ojos de todos nosotros habían visto esas cosas, entonces esas cosas debían de ser ciertas, debían de ser reales.

»Todos dijeron que habíamos ido a las colinas porque amábamos nuestra tierra y queríamos restaurar la paz que habíamos tenido. Dijeron que los grandes portavoces eran los que tenían ojos que no veían y que estaban condenando a nuestro pueblo a ser asesinado a manos de salvajes y a animales de cría o esclavos.

»Me impresionó que esos hombres no me rechazaran por haber sido desterrado... que quisieran que permaneciera con ellos.

»Fue entonces cuando decidimos que seríamos nosotros los que haríamos algo, los que idearíamos el plan que queríamos que los portavoces trazaran. Cuando pregunte cuál sería nuestro plan, todo el mundo dijo lo mismo.

»Todos dijeron que debíamos conseguir que lord Rahl viniera y nos diera la libertad. Todos hablaron con una sola voz.

»Decidimos, entonces, lo que haríamos. Algunos hombres dijeron que alguien como el lord Rahl vendría para expulsar a la Orden cuando se lo pidiésemos. Otros pensaron que podríais no estar dispuestos a venir, ya que sois incultos y no tenéis nuestras costumbres, ni sois uno de nosotros. Cuando consideramos esa posibilidad, decidimos que debíamos asegurar que tuvieseis que venir, en el caso de que rehusaseis.

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»Puesto que me habían desterrado, dije que me correspondía a mí hacerlo. Aparte de vivir en las colinas con mis hombres, yo no podía tener una vida entre nuestra gente a menos que expulsásemos a la Orden Imperial y se nos restituyeran nuestras costumbres. Dije a mis hombres que no sabía dónde podía encontrar al lord Raid, pero que no desistiría hasta hacerlo.

»Primero, un hombre de más edad que se había pasado la vida trabajando con hierbas y remedios, me preparó el veneno que puse en vuestro odre. Preparó también el antídoto. Me contó cómo funcionaba el veneno, y cómo se podía contrarrestar, ya que ninguno de nosotros deseaba llegar al asesinato, ni siquiera el de un hombre no ilustrado.

Por la mirada de soslayo que Richard dedicó a Kahlan, ésta comprendió que quería que se mantuviera callada, y que sabía que le estaba costando hacerlo. La Madre Confesora redobló sus esfuerzos.

—Me preocupaba cómo podría encontraros —explicó Owen a Richard—, pero sabía que tenía que hacerlo. No obstante, antes de poder marchar en vuestra búsqueda tuve que esconder el resto del antídoto, como era nuestro plan.

—Mientras estaba en una ciudad donde la Orden había conseguido poner de su parte a la gente, oí decir a unas personas en el mercado que era un gran honor que hubiera venido a su ciudad el hombre más impórtame entre todos los de la Orden Imperial que estaban en Bandakar. Se me ocurrió que ese hombre podría saber algo sobre el hombre a quien la Orden más odiaba: lord Rahl.

»Permanecí en la ciudad varios días, vigilando el lugar donde se decía que estaba aquel hombre. Observe a los soldados ir y venir. Vi que en ocasiones llevaban a gente dentro con ellos, y luego más tarde la gente volvía a salir.

»Un día vi a unas personas que salían y éstas no parecían haber recibido ningún daño, así que me acerqué a ellas para oír lo que pudieran decir. Les oí comentar que habían visto al gran hombre en persona. No pude oír gran cosa de lo que decían sobre su visita allí dentro, pero ninguno dijo que estuviese herido.

»Y entonces vi salir a los soldados, y sospechó que podrían ir en busca de más personas para llevarlas dentro a ver a aquel gran hombre, así que marche por delante de ellos, hasta llegar a una céntrica plaza. Aguarde, entonces, cerca de las zonas despejadas, entre los bancos. Los soldados entraron en tropel y reunieron una pequeña multitud de gente y a mí me incluyeron con los demás.

»Me aterraba lo que podría sucederme, pero pensé que podría ser mi única oportunidad de entrar en el edificio en el que estaba ese hombre importante, mi única oportunidad de ver qué aspecto tenía, de ver el lugar donde estaba, de modo que pudiera saber por dónde escabullirme de vuelta al interior y escuchar, como había aprendido a hacer cuando vivía en las colinas. Había resuelto hacer esto para ver si podía conseguir cualquier información sobre lord Rahl. Con todo, temblaba de inquietud cuando nos llevaron a todos al interior del edificio y nos hicieron recorrer pasillos y subir escaleras hasta el piso superior.

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»Temía que me llevaran al matadero y quería huir, pero pensé, entonces, en mis hombres, allá en las colinas, que dependían de mí para que encontrara al lord Rahl y consiguiera que viniera a Bandakar y nos diera la libertad.

»Nos hicieron cruzar una pesada puerta y pasar al interior de una habitación poco iluminada, que nos llenó de miedo porque apestaba a sangre. Las ventanas de la austera habitación estaban cerradas con postigos. Vi que en el otro extremo de la habitación había una mesa con un cuenco ancho y. a poca distancia, una hilera de gruesas y afiladas estacas de madera que se alzaban casi hasta la altura de mi pecho. Tenían manchas oscuras de sangre y entrañas.

»Dos mujeres y un hombre que estaban con nosotros se desmayaron. Furiosos, los soldados los patearon en la cabeza. Cuando no se levantaron, los soldados los arrastraron fuera, por los brazos. Vi que dejaban raseros de sangre en el suelo tras ellos. No quería que la bota de uno de esos hombres horrendos me hundiera la cabeza, de modo que tomé la determinación de no desmayarme.

»Un hombre entró majestuosamente en la habitación, de repente, igual que un viento helado. Nunca había sentido miedo de ningún hombres ni siquiera de Luchan, que se pareciera al miedo que me hizo sentir ese hombre. Iba vestido con una capa tras otra de tiras de tela que ondeaban tras él cuando se movía. Sus cabellos, negros como el azabache, estaban peinados hacía atrás con aceites que los hacían brillar. Su nariz parecía sobresalir aún más de lo que lo habría hecho de no llevar los cabellos alisados. Sus ojos pequeños y negros estaban ribeteados de rojo. Cuando aquellos ojos redondos y brillantes cuino cuentas se clavaron en mí. tuve que recordarme que había jurado no desmayarme.

»Miró con suma atención a cada persona por turno mientras pasaba lentamente ante nosotros, como si estuviera eligiendo un nabo para la cena. Entonces, cuando sus dedos nudosos salieron de debajo de la extraña ropa para señalar con un gesto a una persona y luego a otra, hasta que hubo señalado a cinco, vi que tenía las uñas tan negras como el pelo.

»Agitó la mano, despidiendo al resto de nosotros. Los soldados fueron a colocarse entre las cinco personas que el hombre había señalado y el resto de nosotros. Empezaron a empujarnos hacía la puerta, pero justo entonces, antes de pudiéramos ser conducidos fuera, un oficial con una nariz aplastada a un lado, como si se la hubiera roto repetidamente, entró y dijo que el mensajero había llegado. El hombre del cabello negro se pasó las negras uñas por los cabellos negros y dijo al oficial que dijera al mensajero que aguardara, que por la mañana tendría la información más reciente.»Entonces me condujeron fuera y escaleras abajo junto con el resto de personas. Se nos sacó a la calle y se nos dijo que nos marchásemos, que no se necesitarían nuestros servicios. Los soldados rieron al decir esto. Marché junto con los demás, para que no se enojaran. Todos cuchicheaban sobre aquel gran hombre. Yo sólo podía pensar en cuál podría ser la información más reciente.

»Más tarde, después de oscurecer, regresé sin ser visto, y en la parte posterior del edificio descubrí, tras un portón en una valla alta de madera, un callejón. En la oscuridad, entré en el callejón y me oculte tras una puerta que conducía al vestíbulo posterior del edificio. Había pasillos más allá, y. a la luz de las velas, reconocí un pasillo como el lugar en el que había estado antes.

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»Era tarde y no había nadie en los vestíbulos. Me adentré más. Habitaciones bordeaban cada lado del vestíbulo, pero al ser tan tarde no salió nadie. Me escabullí escaleras arriba y me acerque sigilosamente a la enorme y gruesa puerta de la habitación a la que me habían llevado.

»Allí, en aquel vestíbulo oscuro, delante de la enorme puerta, oí los gritos más horripilantes que he oído nunca. Había gente que suplicaba y lloraba por sus vidas, pidiendo misericordia a gritos. Una mujer suplicaba incesantemente que la mataran para poner fin a su suplicio.

»Pensé que iba a vomitar, o a desmayarme, pero un pensamiento me mantuvo inmóvil y oculto, y me impidió salir huyendo tan deprisa como pudieran llevarme las piernas. Fue pensar que ése era el destino de todo mi pueblo si no los ayudaba trayendo a lord Rahl.

»Permanecí allí toda la noche, en un hueco oscuro de un vestíbulo situado al otro lado de la enorme puerta, escuchando a aquellas pobres gentes padeciendo un suplicio inimaginable. No sé lo que el hombre les hacía, pero pensé que iba a morir de pena ante su lento padecimiento. Los gemidos de dolor no cesaron ni un momento en toda la noche.

»Tirite en mi escondite, llorando, y me dije que no era real, que no debería asustarme de lo que no era real. Imaginaba el dolor de la gente, pero me decía a mí mismo que estaba colocando mi imaginación por encima de los sentidos; justo aquello que me habían enseñado que estaba mal. Me dediqué a pensar en Marilee, en los tiempos en que habíamos estado juntos, e hice caso omiso de aquellos sonidos, que no eran reales. No podía saber que era real, que eran realmente esos sonidos.

»Temprano, por la mañana, el oficial que había visto antes regresó. Me asomé con cuidado. El hombre del cabello negro acudió a la puerta. Supe que era el porqué, cuando su brazo asomó fuera de la habitación para entregar al hombre un papel enrollado, vi sus uñas negras.

»El hombre del cabello negro dijo al oficial de la nariz aplastada y torcida, lo llamó «Najari», que los había encontrado. Eso fue lo que dijo. Luego añadió: «Han conseguido llegar al borde oriental del páramo y ahora se dirigen al norte.» Indicó al hombre que transmitiera las órdenes al mensajero inmediatamente. Najari contestó: «Ya no debe faltar mucho tiempo, entonces, Nicholas, y tú los tendrás, y nosotros tendremos el poder para imponer nuestro precio.»

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Richard giró en redondo.—¿Nicholas? ¿Le oíste decir ese nombre?Owen parpadeó sorprendido.—Sí. Estoy seguro de ello. Dijo «Nicholas».Kahlan sintió que una fatigada desesperanza se abatía sobre ella, como

la fría y húmeda neblina.Richard hizo un gesto apremiante.—Sigue.—Bueno, no estaba seguro de que estuviese hablando de vosotros... del

lord Rahl y la Madre Confesora... cuando el oficial dijo «los», pero por la agitación que delataban sus palabras tuve la impresión de que así era. Sus voces me recordaron la primera vez que apareció la Orden, el modo en que Luchan me sonrió de una manera que no había visto nunca antes, como si fuera a comerme.

»Pensé que esa información era mi mejor posibilidad de encontraros. Así que me puse en marcha al instante.

A lomos de una leve ráfaga de aire, una llovizna reemplazó a la neblina. Kahlan reparó en que tiritaba de frió.

Richard señaló al hombre sentado en el suelo, no muy lejos, el hombre con la muesca en la oreja derecha, el hombre a quien Kahlan había toca do. Parte de la tormenta que rugía dentro de Richard entró en ebullición en la superficie.

—Ahí está el sujeto que recibió las órdenes de Nicholas. Trajo con él a esos hombres que viste en nuestro último campamento. De no habernos defendido, de haber colocado nuestro sincero odio a la violencia por encima de la naturaleza de la realidad, estaríamos tan perdidos como Marilee.

Owen clavó los ojos en el hombre.—¿Cómo se llama?—No lo sé y no me importa. Peleaba para la Orden Imperial; peleaba

para mantener la creencia de que la vida, incluida la suya, es algo carente de importancia, intercambiable, prescindible ante la persecución insensata de un ideal que considera las vidas individuales como carentes de valor en sí mismas; un principio que exige el sacrificio hacia otros hasta que tú ya no eres nada.

»Pelea por el sueño de que todo el mundo no sea nadie ni nada.»Las creencias de la Orden mantienen que tú no tenías derecho a amar

a Marilee, que todo el mundo es igual y por lo tanto tu deber debería ser casarte con aquella persona a quien mejor le pudiera servir tu ayuda. De ese modo, mediante el sacrificio desinteresado, servirías como corresponde a tu

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prójimo. A pesar de lo mucho que te esfuerzas para no ver lo que está delante de tus ojos, Owen, creo que en alguna parte debajo de todas tus doctrinas repetidas mecánicamente, sabes que ése es el mayor horror que ha traído la Orden; no su brutalidad, sino sus ideas. Son sus creencias las que sancionan la brutalidad, y las vuestras las que la invitan.

»Él no valoraba su propia vida, quien era; porque deberla importarme cuál es su nombre. Le di lo que era su mayor ambición: ser nada.

Al ver a Kahlan tiritando bajo la fría llovizna, Richard retiró la ardiente mirada colérica de Owen y fue a buscar la capa de su esposa al carro. Con la mayor delicadeza y cuidado, se la colocó alrededor de los hombros. Por la expresión de su rostro, parecía que ya no podía soportar seguir escuchando a Owen.

Kahlan le tomó la mano, sosteniéndola contra su mejilla por un momento. Un pequeño bien se había sacado del relato de Owen.

—Esto significa que el don no te está matando, Richard —dijo ella con tono confidencial—. Era el veneno.

Se sentía aliviada de que no se hubiesen quedado sin tiempo para conseguirle ayuda, como tanto había temido en aquel breve pero eterno viaje en carro, cuando él había estado inconsciente.

—Tenía los dolores de cabeza antes de tropezar con Owen. Todavía tengo los dolores de cabeza. La magia de la espada también titubeó antes de que me envenenaran.

—Pero al menos esto ahora nos da más tiempo para encontrar soluciones a esos problemas.

El se mesó los cabellos.—Me temo que tenemos problemas peores, ahora.—¿Problemas peores?Richard asintió.—¿Sabes el imperio del que procede Owen? ¿Bandakar? Adivina que

significa «Bandakar».Kahlan echó un vistazo a Oven encorvado sobre el cajón de madera y

sintiéndose muy solo. Sacudió la cabeza a la vez que su mirada regresaba a los ojos grises de Richard, preocupada más por la cólera reprimida de su voz que por cualquier oirá cosa.

—No lo sé, ¿qué?—En d’haraniano culto es un nombre. Significa «los desterrados».

¿Recuerdas el libro, Los Pilares de la Creación, cómo decidieren enviar a todas las personas desprovistas totalmente del don muy lejos al Viejo Mundo... desterrarlas. ¿Recuerdas que dije que nadie supo nunca que fue de ellas?

—Acabamos de averiguarlo.

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—El mundo está ahora indefenso ante los habitantes del Imperio bandakariano.

Kahlan frunció el entrecejo.—¿Cómo puedes saber con seguridad que es un descendiente de esa

gente?—Míralo. Es rubio y se parece más a un d'haraniano de pura cepa que a

la gente de aquí abajo, del Viejo Mundo. Aunque, lo que es más importante es que no le afecta la magia.

—Pero ¿no podría ser simplemente él?Richard se inclinó más cerca.—En un sitio cerrado como aquel del que previene, un lugar aislado del

resto del mundo durante miles de años, incluso un solo Pilar de la Creación habría extendido la característica de carecer del don a toda la población a estas alturas.

»Pero no había uno solo; todos carecían del don. Por eso, los desterraron al Viejo Mundo, y en el Viejo Mundo, donde intentaron hacerse una nueva vida, volvieron a ser desterrados a ese lugar situado al otra lado de esas montañas; un lugar que les dijeron que era para los Bandakar, los desterrados.

—¿Cómo averiguó la gente del Viejo Mundo lo que eran? ¿Cómo los mantuvieron a todos juncos, sin que ni uno solo sobreviviera para extender esa característica de carecer del don a la población en general, y cómo consiguieron colocarlos a iodos en ese lugar... desterrarlos?

—Buenas preguntas, todas, pero justo ahora no son las importantes.—Owen —le dijo Richard—, quiero que te quedes justo ahí, por favor,

mientras el resto de nosotros decide cuál será nuestra única voz sobre lo que debemos hacer.

Owen se animó ante tal método de hacer las cosas. No pareció detectar, como hizo Kahlan, el sarcasmo en la voz de Richard.

—Tú —dijo Richard al hombre al que Kahlan había tocado—, ve a sentarte junto a él y encárgale de que espere allí contigo.

Mientras el hombre marchaba a toda prisa a hacer lo que le decían, Richard ladeó la cabeza en un gesto dirigido a todos los demás, llamándolos a su lado.

—Tenemos que hablar.Friedrich, Tom, Jennsen, Cara y Kahlan siguieron a Richard lejos de Owen

y del otro hombre.Richard se recostó contra la barandilla del carro y cruzó los brazos

mientras todos se reunían a su alrededor. Dedicó unos instantes a evaluar cada uno de los rostros que lo contemplaban.

—Tenemos graves problemas —empezó a decir—, y no sólo debido al veneno que Owen me dio. Owen no tiene el don. Es como tú, Jennsen. La

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magia no le afecta. —Su mirada permaneció fija en la de Jennsen—. El resto de su pueblo es igual que él, como tú.

Jennsen se quedó boquiabierta. Pareció confusa, como si fuese incapaz de reconciliarlo todo en su mente. Friedrich y Tom se mostraron casi igual de sobresaltados. La frente de Cara se arrugó en una expresión sombría.

—Richard —dijo finalmente Jennsen—, eso sencillamente no puede ser. Son demasiados. No hay modo de que todos ellos puedan ser hermanastros y hermanastras nuestros.

—No son hermanastros ni hermanastras —replicó el—. Son una estirpe de personas que desciende de la Casa de Rahl; |personas como tú. No tengo tiempo ahora de explicártelo todo, pero ¿recuerdas que le conté que tendrías hijos que serían como tú, y que ellos transmitirían tu carencia del don a todas las futuras generaciones? Bien, en un pasado remoto, había perdonas así por D'Hara. La gente de aquella época reunió a todas estas personas sin el don y las envió al Viejo Mundo. Entonces la gente que había aquí abajo las encerró detrás de esas montañas de ahí. El nombre de su imperio, Bandakar, significa «los desterrados».

Los grandes ojos de Jennsen se llenaron de lágrimas. Ella era una de aquellas personas tan odiadas a las que habían desterrado de su propia tierra y enviado al exilio.

Kahlan le pasó un brazo por los hombros.—¿Recuerdas que dijiste que te sentías sola en el mundo? —Kahlan le

sonrió afectuosamente—. Ya no tienes que sentirte sola nunca más. Existe gente como tú.

A Kahlan no le pareció que sus palabras sirviesen de mucha ayuda, pero Jennsen agradeció el consuelo del abrazo.

La muchacha volvió la mirada hacia Richard.—Eso no puede ser cierto. Tenían un límite que los mantenía encerrados

en ese lugar. Si fuesen como yo. no les habría afectado un límite mágico. Podrían haber salido de allí en cualquier momento que hubiesen querido A lo largo de todo este tiempo, al menos algunos habrían salido al resto del mundo..., la magia del límite no los habría retenido.

—No creo que eso sea cieno —repuso Richard—. ¿Recuerdas cuando viste la arena que fluía lateralmente en el faro de advertencia que Sabar nos trajo? Eso era magia, y tú lo viste.

—Es cierto —dijo Kahlan—. Si ella es un Pilar de la Creación, entonces ¿cómo es posible tal cosa?

—Es verdad —coincidió Jennsen—. ¿Cómo podría ser si realmente carezco por completo del don? —Enarcó las cejas—, Richard... a lo mejor no es cierto después de rodo. Quizá poseo un poquitín de la chispa del don., a lo mejor no carezco por completo del don en realidad.

Richard sonrió.—Jennsen, eres tan pura como un copo de nieve. Viste la magia por un

motivo. Nicci nos escribió en su carta que el faro de advertencia estaba

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conectado al mago que lo creó; conectado a él en el inframundo. El inframundo es el mundo de los muertos. Eso significa que la estatua funcionaría en parte mediante Magia de Resta; magia que tiene que ver con el inframundo. Puede que tú seas inmune a la magia, pero no eres inmune a la muerte. Con el don o sin él, sigues estando conectada a la vida, y por lo tanto a la muerte.

»Por eso viste algo de la magia de la estatua.... la parte relacionada con el anticipo de la muerte.

»El límite era un lugar en este mundo donde la muerte misma existía. Penetrar en ese límite era penetrar en el mundo de los muertos. Nadie regresa de entre los muertos. Si alguna persona totalmente desprovista del don en Bandakar hubiese entrado en el límite, habría muerto. Así fue como los mantuvieron encerrados.

—Pero ellos podían desterrar personas a través del límite —insistió Jennsen—. Eso significa que el límite realmente no les afectaba.

Richard negaba ya con la cabeza mientras ella efectuaba su protesta.—No. La muerte los afectaba igual que a cualquiera. Pero se había

dejado un camino a través del límite..., de un modo muy parecido al que había en el que en el pasado dividía las tres tierras del Nuevo Mundo. Yo crucé ese límite, sin que me afectara. Había un paso a través de él, un lugar especial oculto para cruzar el limite. Este era lo mismo.

Jennsen arrugó la nariz.—Eso no tiene sentido. Si fuese cierto, y no se les había ocultado, ya que

todos conocían la existencia de ese corredor a través del límite, entonces ¿por qué no podían todos simplemente marchar si lo deseaban? ¿Cómo podía mantener encerrados al resto de ellos, si podían enviar a los desterrados a través de él?

Richard suspiró, pasándose una mano por el rostro. A Kahlan le pareció que deseaba que no le hubiese hecho esa pregunta.

—¿Sabes la zona que cruzamos no hace mucho? —preguntó Richard a Jennsen—. ¿Ese lugar en el que no crecía nada?

—Lo recuerdo —dijo ella, asintiendo.—Bien, Sabar dijo que había cruzado otra, un poco al norte de aquí.—Es cierto —indicó Kahlan—. Y discurría hacia el centro del páramo, en

dirección a los Pilares de la Creación... justo como la que vimos nosotros. Tenían que ser más o menos paralelos.

Richard asentía ya a lo que ella empezaba a sospechar.—Y se encontraban a cada lado de la quebrada que conduce al interior

de Bandakar. No estaban muy separadas. Nos encontramos en ese lugar justo ahora, entre esos dos límites.

Friedrich se inclinó hacia delante.—Pero lord Rahl, eso significaría que si alguien era desterrado del

Imperio bandakariano, cuando saliera de aquel límite se encontraría atrapado

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entre los muros de estos dos límites de aquí fuera. Una persona no tendría ningún sitio al que ir excepto...

Friedrich se tapó la boca al mismo tiempo que se volvía hacia el oeste, mirando a lo lejos en la penumbra.

—Los Pilares de la Creación —finalizó Richard con queda irrevocabilidad.—Pero, pero —tartamudeó Jennsen—, ¿estás diciendo que alguien lo hizo

de ese modo? ¿Que creó estos dos límites deliberadamente para obligar a cualquiera que fuese expulsado del Imperio bandakariano a ir a ese lugar... a los Pilares de la Creación? ¿Por qué?

Richard la miró a los ojos durante un largo raro.—Para matarlos.Jennsen tragó saliva.—¿Quieres decir que quien fuera que desterró a estas gentes quiso que

cualquiera a quien ellos a su vez expulsaran muriese?—Si — respondió Richard.Kahlan se envolvió mejor en la capa. Había hecho calor durante tanto

tiempo que apenas podía creer que el tiempo se hubiese vuelto frío de un modo tan repentino.

Richard se apartó de un manotazo un mechón de cabellos húmedos de la frente mientras proseguía:

—Por lo que Adié me contó en una ocasión, los límites han de tener un paso para crear un equilibrio en ambos lados, para equiparar la vida en ambos lados. Sospecho que aquellos que vivían aquí, en el Viejo Mundo, que desterraron a esta gente, quisieron darles un modo de deshacerse de los criminales y por lo tanto les hablaron de la existencia del paso. Pero no querían que tales personas anduviesen sueltas por el resto del mundo. Criminales o no, carecían del don. No se les podía permitir que se movieran libremente.

Kahlan vio inmediatamente el problema que tenía su teoría.—Pero los tres límites debían de tener un paso —dijo—. Incluso aunque

los otros dos pasos, en los dos límites restantes, fuesen secretos, eso todavía dejaba la posibilidad de que cualquiera a quien se exiliase y enviase a través de la quebrada pudiera encontrar uno de ellos y por lo tanto no intentase escapar a través de los Pilares de la Creación, donde moriría. Eso dejaba la posibilidad de que todavía pudiesen escapar al Viejo Mundo.

—Si realmente existían tres límites, ese podría ser el caso — repuso Richard—. Pero no creo que hubiese tres. Creo que en realidad sólo existía uno.

—Ahora sí que no entiendo nada de lo que decís —se quejó Cara. Habéis dicho que había un límite que iba del norte al sur, cerrando el paso, y luego había estos dos paralelos aquí fuera, al este y al oeste, para canalizar a cualquiera que saliera del imperio a través de ese primer límite hacia los Pilares de la Creación, donde morirían.

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Kahlan tuvo que darle la razón. Existía una posibilidad de que alguien escapara a través de uno de los otros dos.

—No creo que hubiese tres límites —repitió Richard—. Creo que sólo había uno. Ese único límite no iba en línea recta... estaba doblado por la mitad. —Alzó dos dedos, contiguos—. La parte baja de la curva pasaba a través del paso. —Señaló la membrana interdigital entre los dos dedos—. Los dos segmentos se extendían por aquí, paralelos, discurriendo hasta finalizaren los Pilares.

Jennsen sólo pudo preguntar.—¿Porqué?—Me da la impresión, por lo intrincado que era todo el diseño, que los

que encerraron a esas personas querían darles un modo de deshacerse de la gente peligrosa, posiblemente sabiendo, por lo que habían averiguado de sus creencias, que se opondrían a ejecutar a nadie. Cuando a esas personas las desterraron aquí, al Viejo Mundo, puede que poseyeran ya al menos el núcleo de las mismas creencias que mantienen ahora. Esas creencias les hacen totalmente vulnerables a aquellos que son malvados. Proteger su forma de vida, sin ejecutar criminales, significaba que tenían que expulsar a tales personas de su comunidad o ser destruidos por ellos.

»El destierro lejos de D'Hara y del Nuevo Mundo, a través de la barrera que conducía al Viejo Mundo, debió haberles aterrado. Se mantuvieron unidos como un modo de supervivencia, un vínculo común.

»Aquellos, aquí, en el Viejo Mundo, que les pusieron tras ese límite debieron usar el temor de esas gentes a ser perseguidas para convencerlas de que el límite estaba pensado para protegerlos, para impedir que otros les hicieran daño. Debieron convencerlos de que, puesto que eran especiales, necesitaban tal protección. Eso, junto con su arraigada necesidad de mantenerse unidos, tiene que haber reforzado en ellos un miedo terrible a ser echados de su lugar de residencia. El destierro provocaba un terror especial a esta gente.

»Deben haber experimentado la angustia de ser rechazados del mundo debido a que carecían del don, pero, juntos también se sentían a salvo tras el limite.

—Ahora que el sello ya no está, tenemos grandes problemas.Jennsen cruzó los brazos.—Ahora que hay más de uno como yo, más de un copo de nieve, ¿te

empieza a preocupar la posibilidad de una ventisca?Richard clavó en ella una mirada de reproche.—¿Por qué crees que la Orden apareció y se llevó a algunos de los

suyos?—Aparentemente —respondió Jennsen—, para criar más niños como

ellos. Para eliminar la valiosísima magia de la raza humana.Richard hizo caso omiso de la vehemencia de sus palabras.—No, ¿me refiero a por qué cogieron hombres?

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—Por la misma razón —dijo ella—, para aparearlos con mujeres y darles hijos sin el don.

Richard inspiró aire y lo soltó poco a poco.—¿Qué dijo Owen? A los hombres los llevaron a ver a las mujeres y les

dijeron que si no cumplían las órdenes, aquellas mujeres serían despellejadas vivas.

Jennsen vaciló.—¿Qué órdenes?Richard se inclinó hacia ella.—Que órdenes, precisamente. Pensad en ello —dijo, paseando la mirada

por el resto de ellos—, ¿Qué órdenes? ¿Qué podrían querer de hombres sin el don? ¿Qué es lo que querrían que hombres sin el don hicieran?

—¡El Alcázar! —exclamó Kahlan con un grito abogado.—Exactamente. —La mirada de Richard se encontró con la de cada uno

de ellos—. Como dije, tenemos graves problemas. Zedd está protegiendo el Alcázar. Con su habilidad y la magia de ese lugar puede contener él sólito a todo el ejército de Jagang.

»Pero ¿cómo va a resistirse ese anciano flacucho a un solo joven que no se ve afectado por la magia que se acerque a él y le agarre por la garganta?

La mano de Jennsen se apartó de la boca de ésta.»Tienes razón, Richard. También Jagang tiene ese libro: Los Pilares de la

Creación. Sabe que aquellos que son como yo no se ven afectados por la magia. Intentó usarme precisamente de ese modo. Por eso se esforzó tanto para convencerme de que intentabas matarme; para que pensara que mi única posibilidad era matarte yo primero. Sabía que yo no poseía el don y que no se me podía detener con magia.

—Y Jagang procede del Viejo Mundo —añadió Richard—. Con toda probabilidad sabría algo sobre el imperio situado tras ese límite. Por todo lo que ya sabemos, en el Viejo Mundo. Bandakar puede ser legendario, mientras que aquellos que estaban en el Nuevo Mundo, tras la gran barrera durante tres mil años, jamás debieron de saber que les había sucedido a aquellas personas.

»Ahora, la Orden ha estado cogiendo hombres de ahí y amenazándolos con el brutal asesinato de sus mujeres, mujeres que les son queridas, si esos hombres no siguen las órdenes. Creo que esas órdenes son atacar el Alcázar del Hechicero y capturarlo para la Orden Imperial.

A Kahlan le temblaron las piernas. Si el Alcázar caía, perderían la única ventaja real, por limitada que fuera, que poseían. Con el Alcázar en las manos de la Orden, Jagang tendría acceso a todos aquellos antiguos y mortíferos objetos mágicos. A saber lo que podría desencadenar. Había cosas en el Alcázar que podían matarlos a todos, Jagang incluido. Ya había demostrado con la plaga que había liberado que estaba dispuesto a matar cualquier número de personas con tal de salirse con la suya, que estaba

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dispuesto a usar cualquier arma, incluso si tales armas diezmaban también a su propia gente.

Aunque Jagang no hiciese nada con el Alcázar, el simple hecho de que lo controlara le negaba al Imperio d'haraniano la posibilidad de encontrar algo allí que pudiese ayudarles. Eso era, además de proteger el Alcázar, lo que Zedd hacía mientras estaba allí: algo que pudiera ayudarlos a ganar la guerra, o al menos hallar un modo de volver a colocar a la Orden Imperial detrás de alguna especie de barrera y confinarlos en el Viejo Mundo.

Sin el Alcázar, probablemente su causa estaría perdida. La resistencia sólo pospondría lo inevitable. Sin el Alcázar de su lado, toda oposición a Jagang acabaría siendo aplastada. Sus tropas entrarían en tropel en todo el Nuevo Mundo. No habría modo de pararlos.

Con dedos temblorosos, Kahlan aferró la capa para abrigarse. Sabía lo que aguardaba a su gente, qué sucedía cuando la Orden Imperial invadía y subyugaba un territorio. Había estado con el ejército durante casi un año, combatiendo contra ellos. Eran como una jauría de perros salvajes. .No había paz con animales así. Sólo se darían por satisfechos cuando pudieran hacerte pedazos.

Kahlan había estado en ciudades, como Ebinissia, que habían sido invadidas por los soldados de la Orden Imperial. En una enloquecida orgía de barbarie que duró días, habían torturado, violado y asesinado a cada una de las personas atrapadas en la ciudad, dejando finalmente un erial de cadáveres. A nadie, sin importar su edad, se le perdonó la vida.

Aquello era lo que podían esperar las gentes del Nuevo Mundo.Con las tropas enemigas invadiendo todo el Nuevo Mundo, cualquier

comercio que no se hubiese visto afectado ya quedaría paralizado. Casi todos los negocios se arruinarían. Los medios de subsistencia de innumerables personas se perderían. La comida escasearía, y luego sencillamente no se podría conseguir, se pagara lo que se pagase. Las personas no tendrían medios para sustentarse a sí mismas y a sus familias, v perderían todo aquello por lo que habían trabajado durante sus vidas.

Las ciudades, incluso antes de la llegada de las tropas, se hallarían sumidas en un pánico destructivo. Cuando las tropas enemigas llegaran, a la mayoría de personas les quemarían las casas para echarlas, se las expulsaría de sus ciudades y su tierra. Jagang robaría todos los víveres para sus tropas y entregaría la tierra conquistada a su élite preferida. Los propietarios auténticos de las tierras perecerían, o se convertirían en esclavos que trabajarían en sus propias granjas. Aquellos que escaparan ante la borda invasora se aferrarían desesperadamente a la vida, viviendo como animales en zonas agrestes.

La mayor parte de la población escaparía, huyendo para salvar la vida. Cientos de miles quedarían a la intemperie, a merced de los elementos, sin un lugar donde cobijarse. Habría poca comida, y ninguna capacidad para poderse preparar para el invierno. Cuando el clima se tornara riguroso, perecerían a montones.

A medida que la civilización se desmoronase y la inanición se convirtiese en la norma, las enfermedades asolarían el territorio. Muchos serían victimas

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de muertes donosísimas y sumamente lentas, y los que se quedasen se verían acosados y serían cazados como fuente de alimento.

Kahlan sabía cómo era una enfermedad que se extendía de aquel modo. Sabía lo que era ver morir a la gente a millares, lo había visto en Aydindril, cuando la plaga estuvo allí. Vio a decenas de personas caer víctimas de ella sin previo aviso. Había contemplado cómo los ancianos, los jóvenes... gente tan buena... contraían algo contra lo que no podían luchar, los había visto padecer un suplicio durante días antes de morir.

Richard había sido afectado por aquella plaga, pero a diferencia de todos los demás, la había contraído a sabiendas. Contraer la plaga deliberadamente había sido el precio para regresar junto a ella. Había intercambiado su vida sólo para volver a estar con ella antes de morir.

Aquél había sido un tiempo que había estado más allá del honor.Kahlan conocía, de primera mano, lo que era una desesperación salvaje.

Fue entonces cuando se arriesgó a hacer lo único que estaba en su mano para salvar la vida de Richard. Fue entonces cuando liberó los repiques. Aquella acción había salvado la vida de Richard, pero en aquel momento ella no había sabido que sería también un catalizador que podría en marcha acontecimientos imprevistos.

Debido a su desesperado acto, el límite de ese imperio había perdido su poder y dejado de funcionar. Debido a ella, toda la magia podría dejar de funcionar con el tiempo.

En aquellos momentos, debido a que aquel límite ya no funcionaba, el Alcázar del Hechicero, su último bastión para vencer a la Orden, corría un terrible peligro.

Kahlan se sentía como si todo fuese culpa suya.El mundo estaba al borde de la destrucción. La civilización se

encontraba en el umbral de la extinción. La Orden exigía sacrificio a un bien mayor; lo que estaban decididos a sacrificar era la razón, y, por lo tanto, la civilización misma. La locura había proyectado su sombra sobre el mundo y los arraparía a todos.

En aquellos momentos se encontraban en el borde de una edad de las tinieblas. Estaban en la víspera del fin de los tiempos.

Sin embargo, Kahlan no podía decir eso. No podía decirles cómo se sentía. No se atrevía a revelar su desesperación.

—Richard, no podemos permitir que la Orden capture el Alcázar. —Kahlan apenas podía creer lo tranquila y decidida que sonaba su voz, y se preguntó si alguien más creería que todavía tenían una posibilidad—. Tenemos que detenerlos.

—Estoy de acuerdo —respondió él.También sonaba decidido. Kahlan se preguntó si veía en sus ojos la

autentica dimensión de la desesperación que sentía.—Primero —dijo él—, la parte fácil: Nicci y Víctor. Tenemos que decirles

que no podemos ir ahora. Víctor necesita saber que estamos de acuerdo con

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sus planes... que debe seguir adelante y que no puede esperamos. Hemos hablado con él. Sabe qué hacer. Ahora debe hacerlo, y Priska tiene que saber que es preciso que ayude.

»Nicci necesita saber adónde vamos. Necesita saber que creemos que hemos descubierto la causa del foro de advertencia. Tiene que saber dónde estamos.

Dejó sin decir que ella tenía que venir a ayudarlo, si él no podía llegar hasta ella, porque su don lo estaba matando.

—También necesita saber —siguió Richard— que sólo tuvimos ocasión de leer una parte de su advertencia sobre lo que Jagang estaba haciendo con las Hermanas de las Tinieblas al convertir a gente en armas.

Los ojos de los demás se abrieron de par en par. Ellos no habían leído la carta.

—Bueno —dijo Kahlan—, con todos los otros problemas que tenemos, al menos no tenemos que vérnoslas con ése por ahora.

—Sí, es una ventaja —coincidió Richard, y señaló al hombre que vigilaba, al hombre que aguardaba a que Kahlan le diese órdenes—. Lo enviaremos a ver a Víctor y a Nicci para que lo sepan todo.

—¿Y luego qué? —preguntó Cara.—Quiero que Kahlan le ordene que, cuando haya cumplido esa parte de

sus órdenes, entonces tiene que marchar al norte y localizar la Orden Imperial. Quiero que finja ser uno de ellos para que se acerque lo suficiente y asesine al emperador Jagang.

Kahlan sabía lo inverosímil que era tal plan. Por el modo en que todos abrieron los ojos, también ellos eran conscientes.

—Jagang cuenta con muchos hombres para impedir que lo asesinen —dijo Jennsen—, Siempre está rodeado de guardias especiales. Los soldados corrientes ni siquiera pueden acercarse a él.

—¿Realmente crees que tiene alguna probabilidad de conseguir tal cosa?—preguntó Kahlan.

—No —admitió Richard—. Lo más probable es que la Orden lo mate antes de que pueda llegar hasta Jagang. Pero lo impulsará la necesidad de cumplir tus órdenes. Estará resuelto a ello. Supongo que lo matarán en el intento, pero también sospecho que será un buen intento. Quiero que Jagang pierda un poco el sueño sabiendo que cualquiera de sus hombres podría ser su asesino. Quiero que le preocupe no poder saber nunca quien podría estar intentando matarlo. No quiero que pueda dormir profundamente jamás. Quiero que se vea perseguido por pesadillas en las que cualquiera de sus hombres alza el cuchillo contra él.

Kahlan asintió para mostrar su acuerdo. Richard evaluó los rostros lúgubres que aguardaban el resto de lo que tenía que decir.

—Ahora ocupémonos de la parte más importante. Es vital que vayamos al Alcázar y advirtamos a Zedd. No podemos perder tiempo. Jagang va por delante de nosotros en todo esto; ha estado planeando y actuando, y en

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ningún momento hemos advertido lo que tramaba. No sabemos cuándo podrían enviarse al norte a esos hombres sin el don. No tenemos un momento que perder.

—Lord Rahl —le recordó Cara— tenéis que llegar hasta el antídoto antes de que se acabe el tiempo. No podéis salir corriendo bacía el Alcázar para... Ah, no. Aguardad un momento vais a volverme a enviar al Alcázar. No voy a dejaros en un momento como éste, en un momento en el que estáis casi indefensos. No quiero ni oír hablar de ello y no pienso ir.

Richard le posó una mano en el hombro.—Cara, no te estoy enviando, pero gracias por el ofrecimiento.Cara cruzó los brazos y le dirigió una mirada iracunda.—No podemos subir el carro hasta Bandakar... no hay carretera...—Lord Rahl —interrumpió Tom—, sin magia, necesitareis todo el acero

de que dispongáis. —Sonó sólo ligeramente menos enfático de lo que había sonado Cara.

—Lo sé, Tom —dijo Richard, sonriendo—, y estoy de acuerdo. Es Friedrich quien creo que debe ir. —Se volvió hacia Friedrich—. Puedes coger el carro. Un hombre mayor, solo, levantará menos sospechas que cualquiera de nosotros. No te verán como una amenaza. Podrás ir más deprisa con el carro, y sin tener que preocuparte de que la Orden pueda agarrarte y meterte en el ejército. ¿Lo harás, Friedrich?

Friedrich se rascó la barba de varios días. Una sonrisa apareció en su rostro curtido por los elementos.

—Supongo que por fin se me está pidiendo que sea una especie de guardián del límite.

Richard le sonrió.—Friedrich, el limite ya no existe. Como el lord Rahl, te nombro para el

puesto de guardián del límite y te pido que te encargues de advertir a otros del peligro que ha surgido de ese límite.

La sonrisa de Friedrich desapareció mientras se llevaba un puño al corazón a modo de saludo y solemne juramento.

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En algún lugar allá, en la lejano habitación donde su cuerpo aguardaba, Nicholas oyó un ruido insistente. Estaba absorto en la tarea que tenía entre manos, así que hizo taso omiso del sonido. La luz se desvanecía, pero, la oscuridad no sería un estorbo para los ojos con los que él veía.

De nuevo, oyó el ruido. Indignado porque el sonido no dejaba de molestarlo, no dejaba de exigir su atención, regresó a su cuerpo.

Alguien golpeaba con un puño la puerta.Nicholas se levantó del suelo, donde su cuerpo estaba sentado con las

piernas cruzadas. Al principio siempre le desorientaba tener que volver a estar en su cuerpo, estar un limitado, estar en un espacio tan cerrado. Resultaba incómodo tener que moverlo, usar los propios músculos, respirar, ver, escuchar con sus propios sentidos.

La llamada volvió a sonar. Encolerizado ante la interrupción. Nicholas fue no a la puerta sino a las ventanas, y cerró los postigos. Alargó violentamente una mano, encendiendo la antorcha, y finalmente marchó muy digno hacia la puerta. Las tiras de tela que le cubrían la túnica ondularon tras él, como un grueso manto de plumas negras.

—¿Qué sucede? —Abrió la puerta de par en par y miró fuera.Najari estaba justo al otro lado, en el vestíbulo, con el peso puesto sobre

un pie, los pulgares tras el cinturón. Sus musculosos hombros casi tocaban las paredes de cada lado.

Nicholas vio entonces el grupo de personas que había detrás del hombre. La nariz torcida de Najari, aplastada a la izquierda en alguna de las innumerables reyertas en las que lo metía su mal genio, proyectaba una curiosa sombra sobre su mejilla. Cualquiera que tuviera la desgracia de meterse en una reyerta con Najari por lo general salía con lesiones mucho más graves que una simple nariz rota.

Najari agitó un pulgar por encima del hombro.—Pediste unos cuantos invitados. Nicholas.Nicholas se pasó las uñas por los cabellos, sintiendo el sedoso y suave

placer de los aceites para el pelo resbalándose por la palma de la mano. Movió la cabeza, para alejar su enfado.

Estaba tan absorto en lo que había estado haciendo que había olvidado su petición de que Najari le trajera unos cuantos cuerpos.

—Muy bien, Najari. Hazlos entrar. Echémosles una mirada.Nicholas observó mientras el comandante conducía al conjunto de

personas a la zona iluminada por la parpadeante luz de la antorcha. Los soldados situados en la retaguardia arrearon a los rezagados al interior de la enorme habitación. Los apresados giraron sus cabezas de un lado a otro, contemplando el extraño y austero entorno, las paredes de madera, las

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antorchas en los soportes, el suelo de tablas, la falta de mobiliario aparte de la sólida mesa. Las narices se arrugaron ante el fuerte olor a sangre.

Nicholas observó cómo aquellas pobres criaturas descubrían la presentía de las afiladas estacas alineadas a lo largo de la pared que tenían a la derecha, estacas tan gruesas como las muñecas de Najari.

Nicholas los estudió, buscando los reveladores signos de temor mientras se desplegaban. Sus ojos se movían veloces por todas partes, inquietos, y al mismo tiempo ansiosos por absorberlo todo, de modo que pudieran referir a los amigos con todo detalle que habían estado allí. Nicholas sabía que era objeto de gran curiosidad.

Un ser excepcional.Un Transponedor.

Nadie sabía lo que significaba su nombre. Ese día, algunos lo averiguarían.

Nicholas pasó entre el grupo de presos. Eran una gente curiosa, aquellas criaturas carentes del don, como sinsontes, pero ni con mucho tan atrevidas. Debido a que carecían de la más mínima chispa del don, Nicholas tenía que tratarlas de un modo especial para que pudieran serle de utilidad. Era una molestia, pero tenía sus compensaciones.

Algunos cuellos se alargaron a su paso, intentando ver mejor al singular hombre. Él se pasó las uñas por el pelo otra vez simplemente para sentir como los aceites resbalaban sobre su mano. Mientras se inclinaba cerca de algunas de las personas ante las que pasaba, observando a sujetos, una de las mujeres que tenía delante cerró los ojos, volviendo la cabeza, Nicholas alzó una mano hacia ella, haciendo un veloz movimiento con un dedo. Echó una ojeada a Najari para asegurarse de que veía a cuál había seleccionado.

La mirada de Najari pasó de la mujer a Nicholas. Había tomado nota de la selección.

Un hombre que estaba atrás, contra la pared, permanecía totalmente rígido, con los ojos muy abiertos. Nicholas lo señaló con un dedo. Otro hombre torció los labios de un modo curioso. Nicholas bajó la mirada y vio que el hombre, en un estado de pánico total, se había orinado encima. El dedo de Nicholas volvió a aletear. Tres seleccionados. Nicholas siguió andando.

Un débil gemido escapó de la garganta de una mujer situada al frente, justo delante de él. Nicholas le sonrió. Ella levantó la vista, temblando, incapaz de apartar la desorbitada mirada de él, de sus ojos negros bordeados de rojo, incapaz de detener el gimoteo que escapaba de su garganta. La mujer jamás había visto a alguien que fuera humano... y a la vez no lo fuera.

Nicholas le dio un golpecito en el hombro con un dedo terminado en una larga uña. Su repugnancia no expresada se vería recompensada con un servicio a un bien mejor. El suyo.

Jagang había buscado crear algo... inusual, para sí. Una fruslería de carne y hueso. Una chuchería mágica. Un perrito faldero... con dientes.

Su Excelencia había obtenido lo que quería, y más. Mucho más.

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Nicholas disfrutaría viendo que le parecía al emperador tener una marioneta sin hilos, una creación con una mente propia, y talentos para satisfacer sus deseos.

Un hombre situado atrás, contra la pared, parecía impaciente por que finalizara la exhibición, de modo que pudiera regresar a sus propios asuntos. Si bien no podía decirse que ninguna de aquellas personas se considerara importante para el imperio, unos cuantos, de vez en cuando se movían por un interés personal en medrar.

Nicholas agitó el dedo por quinta vez. El hombre pronto tendría motivos para sentirse sumamente interesado, y descubriría que no era mejor que ninguna otra persona. Y que no iba a ir a ninguna parte... al menos corporalmente.

Todo el mundo miró de hito en hito cuando Nicholas rió por lo bajo ante su propio chiste.

Su diversión finalizó. Nicholas inclinó la cabeza hacia la puerta, efectuando un único gesto. Los soldados entraron en acción al instante.

—De acuerdo —gruño Najari—, moveos. ¡Vamos! Poneos en marcha. ¡Fuera, fuera, fuera!

Los pies de los otros presos se arrastraron con urgencia a través de la puerta como se les ordenaba. Algunas personas lanzaron veloces miradas preocupadas por encima de los hombros a los cinco que Najari había aislado del rebaño. Aquellos cinco fueron empujados hacia atrás cuando intentaron irse con el resto. Un dedo rígido en el pecho les hizo retroceder con la misma eficiencia que lo habría hecho un garrote o una espada.

—No causéis problemas —les advirtió Najari— o les crearéis problemas a los otros.

Los cinco que se quedaban se apiñaron unos contra otros, balanceándose nerviosamente, como una nidada de codornices ante un perro de caza.

Cuando los soldados hubieron echado fuera al resto de la gente. Najari cerró la puerta y se quedó ante ella, con las manos cruzadas a la espalda.

Nicholas regresó a las ventanas y abrió los postigos de la pared occidental. El sol se había puesto, dejando una roja cuchillada atravesando el ciclo.

Pronto estarían en vuelo, de caza.Nicholas estaría con ellas.Echando el brazo atrás, sin mirar, apago la antorcha. La parpadeante luz

era una distracción durante aquel momento crucial, el efímero crepúsculo, tan frágil, tan breve. Necesitaría la luz, pero, por el momento, únicamente quería ver el cielo, el glorioso cielo sin límites.

—¿Podremos marcharnos pronto? —preguntó una de las personas con un tímido siseo,

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Nicholas se volvió y los miró con atención. Los ojos de Najari revelaron cuál de ellas había hablado. Nicholas siguió la dirección de la mirada del oficial. Era uno de los hombres. El impaciente.

—¿Marchar? —preguntó Nicholas mientras se le acercaba majestuosamente—. ¿Deseas marcharte?

El hombre se echó hacia atrás ante Nicholas.—Bueno, señor, sólo me preguntaba cuándo nos marcharíamos.Nicholas se encorvó aún más, mirando profundamente en los ojos del

hombre.—Hazte las preguntas en silencio.Regresando a la ventana, Nicholas posó las manos en el alféizar,

poniendo todo su peso en los brazos, mientras inspiraba profundamente la noche que caía a la vez que abarcaba con la mirada la cuerva de cielo carmesí.

Pronto, él estaría allí, sería libre.Pronto, volaría alto, como nadie más excepto él podía.Impulsivamente, las buscó.Con los ojos sobresaliendo por el esfuerzo, proyectó los sentidos allí

donde ninguno excepto los suyos podían ir.—¡Allí! —gritó, estirando el brazo para apuntar con una larga uña negra

a lo que nadie excepto él podía ver—. ¡Allí! Una ha alzado el vuelo.Nicholas giró en redondo, con las tiras de tela alzándose, flotando.

Jadeando en medio de un torrente de agitado entusiasmo, contempló los ojos que lo miraban fijamente.

Ellos no podían saberlo. Ellos no podían comprender a alguien como él, comprender lo que sentía, lo que necesitaba. Ansiaba estar de cacería, estar con ellas, desde el mismo instante en que había imaginado aquel uso para su habilidad.

Se había deleitado con la experiencia, consagrándose a ella a medida que aprendía a dominar sus nuevas habilidades. Había marchado con aquellas gloriosas criaturas siempre que disponía de tiempo para ello, desde el momento en que había llegado allí y las había descubierto.

Que irónico parecía ahora que se hubiese resistido. Qué curioso que en una ocasión hubiese temido lo que aquellas mujeres horrendas, aquellas Hermanas de las Tinieblas, habían decidido hacerle... lo que le habían hecho.

El deber de Nicholas, lo habían llamado.Su repugnante magia lo había atravesado igual que un cuchillo al rojo

vivo. Había pensado que los ojos le iban a salir disparados de la cabeza debido al dolor que le había recorrido el cuerpo como una llama. Atado,

con los brazos y las piernas extendidos, a estacas clavadas en el suelo, en el centro del perverso círculo de mujeres, había temido lo que Iban a hacerle.

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Lo había temido.Nicholas sonrió.Odiado, incluso.Había sentido miedo debido al dolor, el dolor de lo que le estaban

haciendo, y el dolor aún mayor de no saber qué más tenían intención de hacerle. El deber de Nicholas, lo habían llamado, para un bien mayor. Su habilidad conllevaba responsabilidades, habían insistido.

Observó con ojos vidriosos cómo Najari ataba las de las cinco personas a la espalda.

—Gracias, Najari —dijo cuando hubo terminado.Najari se aproximó.—Nuestros soldados ya los tendrán a estas horas, Nicholas. Dije que se

enviaran suficientes hombres para asegurarse de que no escaparían. —Najari sonrió ante la perspectiva—. No hay necesidad de preocuparse. Sin duda han iniciado ya el camino de regreso.

Nicholas entrecerró los ojos.—Ya veremos. Ya veremos.Quería verlo él mismo... aunque su mirada viera a través de los ojos de

otro.Najari bostezó de camino a la puerta.—Te veré mañana, entonces. Nicholas.Nicholas abrió la boca de par en par, imitando el bostezo, a pesar de que

él no bostezó. Era una sensación agradable distender las mandíbulas. A veces se sentía atrapado dentro de sí mismo y deseaba salir.

Cerró la puerta detrás de Najari y pasó el cerrojo. En una acción rutinaria, hecha más para añadir una aureola de peligro que por necesidad. Incluso con las manos atadas a la espalda, aquellas personas probablemente podían, juntas, dominarlo; derribarlo y patearle la cabeza. Pero para hacer eso, tendrían que pensar, decidir lo que debían hacer y por qué, llevar a cabo una acción. Era más fácil no pensar. Era más fácil no actuar. Era más fácil hacer lo que te decían.

Era más fácil morir que vivir.Vivir conllevaba esfuerzo. Lucha. Dolor.Nicholas lo odiaba.—Odio vivir, vivo para odiar —dijo a los rostros silenciosos y lívidos que

lo observaban.Fuera de la ventana, las franjas de nubes se habían vuelto de un color

gris oscuro a medida que el sol se iba y la noche se abría paso lentamente para abrazarlas. Pronto, el estaría entre ellas.

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Dio la espalda a la ventana, observando los rostros que lo miraban. Pronto, todos ellos estarían allí fuera, entre ellas.

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Nicholas agarró a uno de aquellos hombres* sin nombre. Gracias a sus músculos modelados por el siniestro arte de las Hermanas, alzó al hombre en el aire. Éste lanzó un grito de sorpresa al verse izado con tanta facilidad. Forcejeó contra un vigor al que no podría resistirse. Aquellas personas eran inmunes a la magia, o de lo contrario Nicholas habría usado su poder para alzarlas del suelo. Ausente la chispa necesaria del don, había que moverlos a pulso.

A Nicholas le daba lo mismo. Como llegaban a las estacas carecía de importancia. Lo que les sucedía una vez allí era todo lo que importaba.

Mientras el hombre que tenía en los brazos gritaba aterrado, Nicholas lo llevó al otro lado de la habitación. Las demás personas retrocedieron a la esquina más alejada. Siempre iban a la esquina más alejada, como pollos a punto de convertirse en la cena.

Nicholas, con los brazos alrededor del pecho del hombre, alzó a éste bien alto, calculando la distancia y el ángulo.

Los ojos del pobre desgraciado se abrieron de par en par, su boca hizo otro tanto, jadeó por la impresión, luego gruño cuando Nicholas lo ensartó en la estaca.

La respiración del pobre desgraciado surgió en cortos jadeos agudos mientras la afilada estaca le atravesaba las entrañas. Se quedó inmóvil en los poderosos brazos de Nicholas, temiendo moverse, temiendo creer lo que le estaba sucediendo, temiendo saber que era verdad... intentando negarse a sí mismo que pudiera ser verdad.

Nicholas se alzó en toda su estatura delante de él. Empalado en la afilada estaca, el hombre tenía la espalda tan recta y rígida como una tabla. Sus cejas empujaron su frente, bañada en sudor, hacia arriba, formando surcos, mientras él se retorcía en lenta agonía, con las piernas intentando tocar el suelo, que estaba demasiado lejos.

Nicholas proyectó su mente al interior de aquella confusión de sensaciones, al mismo tiempo que convertía las manos en garras, debido al esfuerzo de introducir su propio ser, su propio espíritu, en el núcleo de aquel ser vivo, de deslizarse al interior de la mente del hombre, al interior de las cavernosas grietas entre sus abruptos e inconexos pensamientos, para estar allí y sentir su agonía y terror. Para estar allí y hacerse con el control. Una vez que hubo insertado en él su mente, que se hubo infiltrado en su conciencia. Nicholas le extrajo la esencia y la introdujo en sí mismo.

Con una asombrosa fusión de poder destructor y creador, lanzado por aquellas mujeres aquel día. Nicholas había renacido en un nuevo ser, en parte él y, sin embargo, más que eso. Se había convertido en lo que ningún hombre había sido antes... en lo que otros deseaban hacer de él, en lo que otros deseaban que fuese.

Le instilaron lo que habían liberado en él, por obra de unos poderes que jamás podrían haber pulsado ellas solas y que jamás deberían haber invocado. Así engendraron en él unos poderes que pocos podrían haber

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imaginado nunca: el poder de adueñarse de los, pensamientos de otra persona, y arrebatarle su espíritu.

Echó hacia atrás los puños, lo que delataba el esfuerzo de arrastrar con él el espíritu que le suponía aquel hombre que estaba en el vértice de la vida y la muerte, arrastrar hacia sí el alma del hombre. Nicholas percibió como el resbaladizo calor de aquel otro espíritu se introducía en el suyo, el ardiente flujo de sensaciones al sentirse ocupado por otro espíritu.

Abandonó el cuerpo allí, empalado en la primera estaca, mientras la ventana, con la cabeza dándole vueltas con la primera oleada embriagadora de emoción ante el viaje que acababa de iniciarse justo en aquel momento, ante lo que se avecinaba, ante la clase de poder que controlaría.

Volvió a abrir la boca de par en par en un bostezo que no era un bostezo, sino una llamada que transportaba algo más que sólo su silenciosa voz.

En sus ojos bailaron imágenes. Inhaló una bocanada del primer aroma de los bosques situados más allá, a donde había lanzado su designio.

Regresó corriendo al interior y agarró a una mujer. Ésta suplicó entre lloros, suplicó que le perdonase la vida mientras él la conducía a la estaca.

—Esto no es nada —dijo a la mujer—. Nada comparado con lo que yo he soportado. Ah, no puedes imaginar lo que he soportado.

A él lo habían atado a estacas, desnudo sobre el suelo, en el centro de un círculo de aquellas mujeres pagadas de sí mismas. Él no había sido nada para ellas. No había sido un hombre, un mago. No había sido nada, salvo el material en bruto, carne y sangre tocadas por el don que ellas necesitaban para lo que querían, para defórmalo todo en sus manejos para crear algo.

Él poseía la capacidad, y debía sacrificada.Nicholas había sido el primero que había conseguido pasar sus pruebas,

no porque ellas tuvieran cuidado —no porque les importase tenerlo—, sino porque habían aprendido lo que no funcionaba, y por lo tanto evitaron errores pasados.

—Chilla, querida. Chilla todo lo que quieras. Te ayudará tan poco como me ayudó a mí.

—¿Por qué? —chilló ella—. ¿Por qué?—Debo hacerlo si he de tener tu espíritu para volar bien alto, en las alas

de mis lejanas amigas. Efectuaras un viaje glorioso, tú y yo lo efectuaremos.—¡Por favor! —gimió ella—. ¡Querido Creador, no!—Ah, sí, querido Creador —te mofó él—. Ven y sálvala.... igual que

viniste y me salvaste a mí.A la mujer los llantos no le sirvieron de nada. A él, los suyos tampoco le

habían servido. Ella no tenía ni idea de lo infinitamente peor que había sido su agonía de lo que sería la de ella. A él lo habían condenado a vivir.

—Odio vivir, vivo para odiar —murmuró en un susurro reconfortante—. Tú tendrás la gloria y la recompensa que a la muerte.

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La clavó en la estaca. Calculó que no estaba lo suficientemente hundida en la estaca, y la empujó hacia abajo otros quince centímetros, hasta que juzgó que estaba suficientemente ensartada, lo bastante como para producir el dolor y el terror necesarios, pero no lo suficiente como para matarla de golpe. Ella se revolvió, intentando desesperadamente, con las manos impotentes a la espalda, salir de algún modo de allí.

Él era sólo vagamente consciente de sus gritos, de sus despreciables palabras. Ella creía que podrían servir de algo.

El dolor era su objetivo. Las quejas de dolor únicamente confirmaban que estaba consiguiendo su objetivo.

Nicholas se paró ante la mujer, con las manos engarfiadas, mientras deslizaba su espíritu a través de los pensamientos de su víctima y penetraba en lo más profundo de su ser. Con una fuerza mental superior a su fuerza física, la echó hacia arras y jadeó al sentir cómo el espíritu de la mujer se introducía en el suyo.

Por el momento, extraía aquellos espíritus de cuerpos torturados y moribundos mientras tales espíritus existían entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos que los llamaba ya a él desde el otro lado. La vida ya no habitaba en ellos, pero la muerte todavía no los había hecho suyos. En aquel momento de transición espiritual, le pertenecían a él, y podía usar aquellos espíritus para cosas que sólo él podía imaginar.

Y ni siquiera había empezado aún a imaginar posibilidades.Una habilidad como la que poseía no era algo que podía enseñar a otra

persona: no existía nadie más, excepto él. Todavía seguía aprendiendo a ampliar sus poderes, las cosas que podía hacer con el espíritu de otro. Sólo había arañado la superficie.

EL emperador Jagang había buscado crear algo parecido a sí mismo, un Caminante de los Sueños, una especie de hermano. Alguien que pudiera entrar en la mente de otro. El emperador había conseguido mucho más de lo que había imaginado. Nicholas no se introducía simplemente en los pensamientos de otra persona, como hacía Jagang. Podía introducirse en su propia alma, y trasladar su espíritu al interior de sí mismo.

Las Hermanas no habían contado con que la habilidad de Nicholas provocara aquella aberración.

Corriendo hacia a la ventana, su boca se abrió tanto como le era posible en un bostezo que no era un bostezo. La habitación dio vueltas a su alrededor. Ésta estaba sólo en parte allí, en aquellos momentos. Ahora empezaba a ver otros lugares. Lugares gloriosos, los veía con una visión nueva, con espíritus que ya no estaban ligados a sus míseros cuerpos.

Se precipitó hacia la tercera persona, sin ser consciente ya de si era mujer u hombre. El alma de aquellas personas era lodo lo que importaba... su espíritu.

Los clavaba en una estaca con apremiante esfuerzo, se metía en ellos e introducía sus espíritus dentro del suyo, estremeciéndose al sentir el espíritu del otro entrando en su persona.

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Volvió a correr a la ventana, abriendo de par en par la boca otra vez, retorciendo de nuevo la cabeza de un lado a otro con la excitación de todo ello, con el sedoso éxtasis deslizándose por él... sintiendo la pérdida de la orientación física, la exaltación de bailarse por encima de su existencia corporal, de los antiguos lazos de su simple forma corporal: transportado por los aires no tan sólo por sus propios esfuerzos, sino por los espíritus de otros, que él había liberado de sus cuerpos.

Era algo glorioso.Era casi como la dicha que imaginaba que sería la muerte.Agarró a la cuarta persona, que lloraba y chillaba, y con delirante

expectación corrió con ella por la habitación, hacia las estacas, a la cuarta estaca, y la clavó en ella.

Mientras se apartaba tambaleante, se arrojó al interior de sus pensamientos delirantes, confusos y arremolinados, y tomó lo que había allí. Introdujo su espíritu dentro de él.

Cuando controlaba el espíritu de una personal controlaba su existencia. Se convertía en la vida y la muerte para ellos. Era su salvador, su destructor.

En muchos aspectos era como aquellos espíritus que cogía, atrapado en una forma terrenal, odiando vivir, tener que soportar el dolor y la agonía que era la vida, temiendo, sin embargo, morir incluso a pesar de anhelar la promesa de su dulce abrazo.

Con cuatro espíritus girando a su alrededor. Nicholas se acercó tambaleante a la quinta persona, encogida de miedo en la esquina.

—¡Por favor! —lloriqueó el hombre, intentando evitar lo inevitable—. ¡Por favor, no!

A Nicholas se le pasó por la cabeza que las estacas eran en realidad un estorbo: usarlas requería llevar a la gente como ovejas a las que había que esquilar. Sí, todavía estaba aprendiendo lo que podía hacer y cómo controlar lo que hacía, pero tener que usar las estacas resultaba un engorro. Cuando lo pensaba, lo cierto es que era insultante que un mago con su habilidad tuviera que usar un artilugio tan tosco.

Lo que realmente quería hacer era transponerse dentro del espíritu de otro sin más; sin tener que llevar a las personas hasta las estacas y clavarlas en ellas.

Cuando fuese capaz de ello —de simplemente acercarse a otro, decir «buenos días», e introducirse como la puñalada de una daga en el centro de su espíritu, para arrastrarlo desde allí al suyo—, entonces sería invencible. Cuando fuese capaz de hacer eso, entonces nadie podría desafiarlo. Nadie podría negarle nada.

Mientras el hombre se encogía ante él, Nicholas, antes de darse cuenta realmente de qué era lo que hacía. Impelido por una necesidad furiosa, por el odio, lanzó al frente una mano a la vez que lanzaba su propia mente al interior del hombre, al núcleo de los pensamientos de su víctima.

El hombro se quedó rígido, al igual que los demás clavados en las estacas.

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Retiró el puño apretado mientras absorbía el espíritu del hombre. Jadeó al sentir su calor, al sentir la sedosa sensación de éste deslizándose a su interior.

Los dos se miraron fijamente, cada uno atónito, cada uno considerando qué significaba aquello para el otro,

El hombre se desplumó hacia atrás, contra la pared, resbalando, en una muda, silenciosa y terrible agonía.

Nicholas comprendió que acababa de hacer lo que no había hecho nunca antes. Acababa de apoderarse de un alma simplemente mediante la voluntad.

Había conseguido ser libre de tomar lo que quisiera, cuando quisiera, donde quisiera.

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28

Nicholas, con la visión borrosa, se acercó a la ventana tambaleándose.Los cinco eran suyos, ya.Esta vez, al abrir de par en par la boca, un grito surgió por fin, un grito

de los cinco espíritus uniéndose al suyo mientras los reunía en una única fuerza guiada sólo por su voluntad. Su agonía terrenal era una preocupación lejana para ellos. Cinco espíritus miraron por la ventana junto con él, cinco espíritus que aguardaban para planear por la noche con él, a donde él digiera enviarlos.

Aquellas Hermanas no habían sabido lo que habían desatado aquella noche. No podían haber sabido el poder que acumulaban en él, la habilidad que le habían inculcado.

Habían conseguido lo que nadie había logrado en miles de años: alterar un mago para convertirlo en algo más, perfeccionándolo hasta convertirlo en un arma con un propósito específico. Lo habían imbuido de un poder que superaba el de cualquier hombre vivo. Le habían otorgado el dominio sobre los espíritus de los demás.

La mayoría había escapado, pero había matado a cinco de ellas, las cinco fueron suficientes. Después de transponerse al interior de sus almas y extraerles los espíritus para introducirlos en el suyo aquella noche, se había apropiado do su han, su fuerza vital, su poder.

Resultaba totalmente apropiado, ya que él han que poseían no era innato en ellas, sino un han masculino que habían robado a magos jóvenes; una herencia que habían absorbido de aquellos a quienes pertenecían... para proporcionarse a sí mismas habilidades con las que no habían nacido. Es decir, hubo más gente anónima que aquellas hermanas decidieron sacrificar en su ciego egoísmo.

Nicholas lo había recuperado todo de sus cuerpos estremecidos, se lo había extraído mientras les desgarraba las palpitantes entrañas. Habían lamentado haber seguido las órdenes de Jagang, haberlo convertido en algo que la Creación jamás había querido que existiese.

No tan sólo lo habían convertido en un Transponedor, le hablan entregado su han y lo habían convertido en mucho mis poderoso.

Tras la muerte de cada una de aquellas cinco mujeres, el mundo se había tornado más oscuro que la misma oscuridad por un instante, cuando el Custodio hizo acto de presencia para llevárselas a su reino.

Las Hermanas lo habían destruido aquel día, y lo habían creado.Disponía de toda una vida para descubrir lo que podía hacer con sus

nuevas habilidades.Y, por supuesto, podía contar con el pago de Jagang. Jagang pagarla,

pero lo haría de buena gana, pues Nicholas le daría algo que nadie, excepto Nicholas el Transponedor, podía darle.

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Nicholas sería recompensado con cosas suficientes como para compensarle por lo que se le había hecho... No había decidido, todavía, cuál sería la recompensa, pero sería digna se él.

Utilizaría su habilidad para dominar vidas... vidas importantes. Ya no necesitaba clavar a gente en las estacas. Ahora sabía cómo tomar lo que quería.

Ahora sabía cómo introducirse en sus mentes en el momento que eligiera y hacerse con sus almas.

Intercambiaría aquellas vidas por lo que deseara, poder, riqueza, esplendor. Tendría que ser algo apropiado...

Sería un emperador.Tendría que ser más que aquel insignificante imperio de corderos.

Disfrutaría gobernando. Haría que se cumplieran todos sus antojos, una vez que se le diera el dominio sobre... sobre algo importante. Aún no había decidido exactamente qué. Era una decisión impórtame. No habla por qué tomar decisiones precipitadas. Ya se le ocurriría.

Dio la espalda a la ventana, con los cinco espíritus girando dentro de él, planeando a través de él.

Era hora de usar lo que había reunido.Hora de ponerse a trabajar, si quería tener lo que quería.Sé acercaría más en esta ocasión. Lo contrariaba no estar más cerca, no

ver mejor. Ahora estaba oscuro. Se acercaría más esta vez, al amparo de la oscuridad.

Tomó el amplio cuenco de la mesa y lo colocó en el suelo, ante los cinco cuerpos de sus víctimas. Éstos se retorcían en una agonía de otro mundo, incluso el hombre que no estaba clavado en una estaca, una agonía tanto del cuerpo como del alma.

Nicholas se sentó en el suelo, cruzando las piernas, delante del cuenco. Con las manos sobre las rodillas, echó la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, mientras reunía su poder interior, el poder creado por aquellas mujeres perversas, aquellas maravillosas mujeres perversas.

Ellas lo habían considerado un mago patético, de poca valía, salvo como carne, huesos y un don con que jugar: sería sacrificado en aras de una necesidad mayor.

Cuando tuviera tiempo, iría tras el resto de ellas.Como ahora tenía una tarea más importante entre manos, Nicholas

descartó a aquellas Hermanas de su mente.Esa noche no se limitaría a observar desde otros ojos. Esa noche

volvería a ir con los espíritus.Abrió la boca tanto como pudo, balanceando la cabeza de lado a lado.

Los espíritus reunidos en su interior liberaron una parte de sí mismos en el interior del cuenco, girando en un remolino plateado iluminado por el suave resplandor de su vínculo con la vida que había tras él. Serían los custodios

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del lugar durante el viaje, un hilo en el mundo que sujetaba la trama de sus viajes.

También su espíritu dejó escapar una pequeña porción para florar en el cuenco con los demás.

Fragmentos de los cinco espíritus daban vueltas con el fragmento del suyo, la luz de sus vidas brillando suavemente en ese lugar seguro mientras él se preparaba para viajar. Arrojó lejos su propio espíritu, entonces, dejando atrás el cascarón de un cuerpo sentado en el suelo, mientras emprendía el vuelo hacia el cielo oscuro, transportado por las alas del poder que se le había conferido.

No había existido ningún mago antes que él capaz de hacer eso, abandonar su cuerpo y hacer que su espíritu volara hasta donde su mente quisiera enviado. Corrió a través de la noche, veloz como el pensamiento, para encontrar lo que perseguía.

Sintió las ráfagas de aire fluyendo sobre plumas. A toca velocidad, había corrido a través de la noche y estaba ya con ellas, arrastrando a los cinco espíritus con él.

Convocó a las oscuras figuras en un círculo con él, y, cuando se reunieron a su alrededor, lanzó a los cinco espíritus dentro de ellas. En aquella lejana habitación seguía teniendo la boca abierta aún en un bostezo que no era un bostezo y profirió un grito que igualaba a los otros cinco.

A medida que describían círculos, sintió correr el aire entre las alas de las criaturas, sintió que sus plumas actuaban sobre el viento con la misma facilidad con que su propio pensamiento dirigía no sólo su espíritu, también los otros cinco.

Envió a aquellas cinco a volar raudas por la noche, al lugar al que había enviado a los hombres. Corrieron sobre colinas, girando para escudriñar el terreno, a buscar sobre el territorio yermo. El manto de la oscuridad producía una sensación de frescor, revistiéndolo de oscura noche negra, de oscuras plumas negras.

Delectó el rastro de carroña, pungente, empalagoso, seductor, mientras las cinco descendían en espiral hacía el suelo. A través de sus ojos, Nicholas vio entonces la escena situada a sus pies: un lugar plagado de cadáveres. Otras de su especie se habían reunido allí para alimentarse, desgarrando y engullendo con frenética voracidad.

No. Aquello no iba bien. No los veía.Tenía que encontrados.Mentalmente, obligó a sus pupilos a elevarse fuera del sangriento festín,

para buscar. Nicholas sintió una punzada apremiante. Su futuro acababa de escapársele; su tesoro se le estaba escapando de las manos. Tenía que encontrarlos. Tenía que hacerlo.

Espoleó a sus pupilos a seguir adelante.Por aquí, por allí, por allá. Buscad, buscad, buscad. Encontradlos,

encontradlos. Buscad. Debéis encontrarlos. Buscad.

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Se suponía que aquello no podía ser. Había habido hombres suficientes. Nadie podía escapar a tantos hombres experimentados que sabían atacar por sorpresa. Habían sido escogidos por sus aptitudes. Conocían su trabajo.

Los cadáveres de aquellos hombres yacían por todas partes. Picos y zarpas los desgarraban. Chillidos excitados. Hambre.

No. Debía encontrarlos.»Arriba, arriba, arriba. Encentradlos.. Tenía que encontrarlos.Había padecido la agonía de un nuevo nacimiento en aquellos bosques

siniestros, aquellos bosques terribles, con aquellas mujeres terribles. Pero obtendría su recompensa. No se quedaría sin ella. Ahora no. No después de todo aquello.

»Encontradlos. Buscad, buscad, buscad. Encontradlos.»Montado en alas poderosas, planeó en la noche. Con ojos que veían en

la oscuridad, buscó. Con criaturas rapaces de captar el olor de la presa a gran distancia. Intentó localizar al menos su olor.

Siguieron adelante a través de la noche, persiguiendo a su presa.Allí, distinguió el carro allí. Reconoció su carro. Los enormes caballos.

Los había visto antes; los había visto con él. Sus esbirros se acercaron describiendo círculos con alas casi silenciosas, descendiendo más cerca para ver lo que Nicholas buscaba.

No estaban allí. Un truco. Tenía que ser un truco. Una distracción. Allí no estaban. Habían hecho marchar el carro para engañarlo, para hacerle perder el rastro.

Con alas impulsadas por la cólera, se elevó por los aires, arriba, arriba para registrar el territorio. «Id tras ellos, id tras ellos. Encontrarlos». Voló con sus cinco criaturas ampliando cada vez más la zona de búsqueda. Siguieron volando, sin dejar de buscar. Su ansia era el ansia de las criaturas. «Id tras ellos. Buscad.»

Sus alas se fueron cansando a medida que las empujaba a seguir adelante fracaso. Busco en franjas de terreno cada vez más extensas, yendo tras ellos, persiguiendo a su presa.

Allí, entre los árboles, vio movimiento.Acababa de oscurecer. Ellos no verían a sus perseguidores, pero él podía

verles. Obligó a las cinco criaturas a descender, describiendo círculos y mis círculos, las obligó a descender más cerca. En esa ocasión no fracasaría en su intento de verlos, de acercarse lo suficiente. Describieron círculos y lo mantuvieron allí, describiendo círculos, observando, y efectuando más giros, sin dejar de observar, contemplándolos allí abajo.

¡Era ella! ¡La Madre Confesora! Vio a otros. La chica de los cabellos rojos y su mascota de cuatro patas. También había otros. Él debía de estar allí, también. Tenía que estar allí. Estarla allí, también, mientras el pequeño grupo marchaba hacia el oeste.

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El oeste. Marchaban hacia el oeste Nicholas rió. Iban en dirección oeste. Los hombres que había enviado a capturarlos estaban todos muertos, pero ahí iban ellos de todos modos. Iban hacia el oeste.

Hacia donde él aguardaba.Los tendría.Tendría a lord Rahl y a la Madre Confesora.Jagang los tendría.Entonces se le ocurrió... su recompensa. Lo que tendría a cambio de los

trofeos que entregaría.D'Hara.Tendría el gobierno de D'Hara a cambio de aquellas personas

despreciables. Jagang lo tendría que recompensar con el gobierno de D'Hara si quería a aquellos dos. No se atrevería a negarle a Nicholas el Transponedor lo que este deseaba. No cuando él tenía lo que Jagang más deseaba. Jagang pagaría cualquier precio por aquellos dos.

Dolor. Un chillido. Conmoción, terror y confusión rugieron a través de él. Sintió que el viento que lo transportaba sin esfuerzo, le desgarraba igual que si alguien agarrara las plumas mientras caía pesadamente, presa de impotente dolor. Una de las cinco aves, cayendo a una velocidad vertiginosa, chocó contra el suelo.

Nicholas gritó. Uno de los cinco espíritus había desaparecido junto con su anfitrión. Allá atrás, en algún lugar distante, en una habitación muy lejana con paredes de madera y postigos y estacas ensangrentadas, allá atrás, muy atrás, en otro lugar que casi había olvidado que existía, allá atrás, muy atrás, muy lejos, un espíritu le fue arrebatado de su control.

Una de las cinco personas había muerto en el mismo instante en que la criatura se había estrellado contra el suelo.

Un alarido de dolor abrasador. Otra cayó en picado, fuera de control. Otro espíritu escapó de sus garras para ir a parar a los brazos de la muerte, que estaban esperándolo.

Nicholas luchó por ver en medio de la confusión, obligando a las tres que quedaban a mantener su visión en aquel lugar. «Cazad, cazad, cazad.» ¿Estaba él allí? ¿Dónde estaba? Vio a los demás. ¿Dónde estaba lord Rahl?

Sonó un tercer alarido.¿Dónde estaba él? Nicholas luchó por mantener la visión a pesar de su

abrasadora agonía, del desconcertante descenso en picado.El dolor desgarró una cuarta criatura.Antes de concentrar los sentidos, de mantenerlos unidos, de obligarlos

con el poder de su voluntad a obedecer sus órdenes, otros dos espíritus más le fueron arrebatados al interior del vacío del inframundo.

¿Dónde estaba él?Con las zarpas listas, Nicholas buscó.

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¡Allí! ¡Allí!Con un violento esfuerzo, obligó a la criatura a ir hacia allí en un

descenso en picado. ¡Allí estaba! ¡Allí estaba! Más arriba. En un punto más alto que el resto. Mucho más arriba. Subido a una repisa de roca. No estaba allí abajo con ellos. Estaba más arriba.

«Lánzate a por él. Desciende en picado a por él.»Allí estaba él, con el arco tensado.Un dolor lacerante se abrió paso a través de la última criatura. El suelo

corrió a su encuentro a toda velocidad. Nicholas chilló. Intentó frenéticamente detener la caída en barrena. Sintió cómo su criatura chocaba contra la roca a una velocidad aterradora. Pero sólo por un instante.

Con una exclamación ahogada, Nicholas tomó aire con desesperación. La cabeza le daba vueltas con la desquiciante tortura del brusco regreso, un regreso incontrolado.

Pestañeó, la boca totalmente abierta en un intento de lanzar un grito, pero no surgió ningún sonido. Sus ojos parecieron a punto de saltar de las órbitas por el esfuerzo, pero no profirió ningún grito. Estaba de vuelta. Tenía si quería como si no quería, estaba de vuelta.

Paseó la mirada por la habitación. Había regresado, ése era el motivo de que no surgiese ningún grito. Ningún chillido de criatura se unió al suyo. Estaban muertas. Las cinco.

Nicholas se volvió hacia los cuatro empalados en las estacas. Los cuatro estaban desplomados. El quinto hombre yacía desgarbadamente en el rincón del otro extremo de la habitación. Los cinco flácidos e inmóviles. Los cinco muertos. Sus espíritus desaparecidos.

La habitación estaba can silenciosa como una cripta. El cuenco que tenía ante él brillaba sólo con el fragmento de su propio espíritu. Volvió a absorberlo.

Permaneció sentado en quietud durante un buen rato, aguardando que su cabeza dejara de darle vueltas. Había significado una impresión terrible estar dentro de una criatura en el momento en que la mataban... tener en su interior el espíritu de una persona mientras morían. Mientras morían las cinco. Había sido una sorpresa.

Lord Rahl era un hombre sorprendente. Nicholas no había creído, cuando cayó la primera, que éste pudiera acabar con las cinco. Había pensado que se trataba de suerte. Una segunda vez ya no era suerte. Lord Rahl era un hombre sorprendente.

Nicholas podía volver a proyectar su espíritu si lo deseaba, buscar ojos nuevos, pero la cabeza le dolía y no se sentía con ganas; además, no importaba. Lord Rahl venía al oeste. Venía al gran imperio de Bandakar.

Nicholas era dueño de Bandakar.Los habitantes del lugar lo veneraban.

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Sonrió. Lord Rahl se dirigía hacia allí. Se sorprendería ante la clase de hombre que encontraría cuando llegase. Probablemente, lord Rahl pensaba que conocía a toda clase de hombres.

No conocía a Nicholas el Transponedor.Nicholas el Transponedor, que sería emperador de D'Hara cuando

entregara a Jagang los trofeos que más deseaba: el cuerpo sin vida de lord Rahl y el cuerpo con vida de la Madre Confesora.

Jagang los tendría a ambos.Y, a cambio, Nicholas tendría su imperio.

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Ann oyó el lejano eco de unas pisadas que avanzaban por el largo, vacío y oscuro corredor situado al otro lado de la puerta de su olvidada cripta bajo el Palacio del Pueblo, la sede del poder en D'Hara. Ya no estaba segura de si era de día o de noche. Había perdido la noción del tiempo mientras permanecía sentada en la silenciosa oscuridad. Se limitaba a usar el farol en las ocasiones en que le traían comida, o cuando escribía a Verna en el libro de viaje. O en los momentos en que se sentía tan sola que necesitaba la compañía de una pequeña llama.

En aquel lugar, en el interior de aquel hechizo en forma de palacio para los que nacían del linaje de los Rahl, el poder de Ann quedaba tan reducido que apenas si podía encender aquel farol.

Temía usar el pequeño quinqué demasiado a menudo y quedarse sin aceite. No sabía si le darían más. No quería quedarse sin aceite y encontrarse entonces con que no querían darle más. Deseaba tener al menos aquella pequeña llama, aquel pequeño regalo de luz.

En la oscuridad no podía hacer otra cosa que reflexionar sobre su vida y todos sus esfuerzos. Durante siglos había conducido a las Hermanas de la Luz en sus esfuerzos por ver triunfar la luz del Creador en el mundo, y ver al Custodio del Inframundo retenido allí donde pertenecía, en su propio reino, el mundo de los muertos.

Durante siglos había aguardado temiendo el momento que la profecía indicaba.

Durante quinientos años había aguardado el nacimiento de aquel que podía conducirlos en la lucha por conseguir que el don del Creador, la magia, sobreviviera ante aquellos que querían expulsarla del mundo. Durante quinientos años había trabajado para asegurar que él tendría una posibilidad de detener a las fueras que querían extinguir la magia.

La profecía indicaba que únicamente Richard tenía la posibilidad de impedir que el enemigo tuviese éxito en su intención de arrojar un sudario gris sobre la humanidad, que era el único con una posibilidad de evitar que el don se extinguiera. La profecía no decía que él fuese a tener éxito: la profecía decía tan sólo que Richard era el único que tenía una posibilidad de traerles la victoria. Sin Richard, toda esperanza estaba perdida... eso era seguro. Por esa razón, Ann había estado consagrada a él mucho antes de que naciera, antes de que se alzara para convertirse en su líder.

Kahlan consideraba todos los esfuerzos de Ann una chapucera intromisión en las vidas de otros. Kahlan creía que los esfuerzos de Ann eran, de hecho, la causa de aquello que la mujer más temía, lo que más odiaba Ann era que a veces pensaba que Kahlan tenía razón. Tal vez el destino quería que Richard naciera y sólo por su propia voluntad eligiera llevar a cabo aquellas cosas que los conducirían a la victoria en su batalla para mantener el don entre los hombres. Zedd creía que Richard sólo podía liberarlos únicamente por decisión propia, por su intención consciente, por su libre albedrío.

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Quizás era cierto, y Ann, al internar dirigir aquellas cosas que no podían ser y no deberían ser dirigidas, los había conducido a todos al borde del abismo.

Las pisadas se acercaban más. A lo mejor era hora de comer y le traían la cena. No tenía hambre.

Cuando le traían comida, la ponían en el extremo de un largo palo y luego hacían pasar el palo a través de la pequeña abertura de la puerta exterior, recorriendo toda la habitación exterior protegida por los escudos, hasta pasar por la abertura de la segunda puerta, situada dentro y finalmente llegara Ann. Nathan no quería arriesgarse a darle una posibilidad de escapar haciendo que sus guardias tuviesen que abrir la puerta de la celda.

Éstos le hacían llegar toda una variedad de panes, carnes y verduras junto con un odre de agua. Aunque la comida era buena, Ann no hallaba satisfacción en ella. Ni siquiera la comida más exquisita podía resultar satisfactoria consumida en una mazmorra.

A veces, como Prelada, se había sentido como si fuese prisionera de su cargo. Raras veces habla acudido al refectorio donde las Hermanas de la Luz comían... en especial en los últimos años. Las ponía a todas nerviosas tener a la Prelada entre ellas a la hora de la cena. Además, si se hacía con demasiada frecuencia, eso eliminaba el estímulo de la ansiedad, la turbación de las Hermanas, la autoridad.

Ann creía que cierta distancia, cierto respeto preocupado, era necesario para mantener la disciplina. En un lugar que había sido hechizado de modo que el tiempo transcurriese muy despacio para los que vivían allí, era importante mantener la disciplina. Ann parecía haber cumplida ya los setenta, pero con el proceso de envejecimiento ralentizado de modo espectacular por obra del hechizo que envolvía el Palacio de los Profetas, había vivido casi mil años.

Claro que... no podía decirse que su disciplina le hubiese servido de mucho. Bajo su mando las Hermanas de las Tinieblas habían infestado su rebaño. Había cientos de Hermanas, y no había modo de saber exacta mente cuántas de ellas habían efectuado siniestros juramentos en honor del Custodio. El señuelo de sus promesas era muy efectivo. Tales promesas eran una ilusión, pero intenta contárselo a alguien que ha efectuado tal juramento. La inmortalidad era seductora para mujeres que contemplaban cómo todas las personas que conocían fuera del palacio envejecían y morían mientras ellas permanecían jóvenes.

Las Hermanas que tenían hijos veían que aquellos niños eran enviados fuera del palacio, para ser criados donde pudiesen tener una vida normal, veían a aquellos niños envejecer y morir, veían a sus nietos envejecer y morir. Para una persona que veía tales cosas, que veía el constante marchitante y morir de las personas que conocía mientras ella misma parecía permanecer joven, atractiva y deseable, el ofrecimiento de la inmortalidad se volvía cada vez más tentador cuando sus propios pétalos empezaban a ajarse.

Envejecer era una etapa final, el fin de una vida. Envejecer en el Palacio de los Profetas era una experiencia terrible y muy larga. Ann había sido vieja durante siglos. Ser joven durante un periodo muy largo de tiempo era una

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experiencia maravillosa, pero ser vieja durante un periodo muy largo de tiempo no lo era; al menos para algunas. Para Ann. era la vida misma lo que era maravilloso, no tanto su edad, y todo lo que había aprendido. Pero no todo el mundo pensaba lo mismo.

Ahora que el palacio había sitio destruido, envejecerían al misino ritmo que todo el mundo. Lo que hacía sólo poco tiempo había sido un futuro de tal vez otros cien años de vida para Ann, de improviso no era más que un pestañeo de una década..., no mucho más.

Pero ella dudaba que pudiese vivir todo ese tiempo en un agujero frío y húmedo como aquél, lejos de la luz y la vida.

En cierto modo, no parecía como si Nathan y ella tuvieran casi mil años. Ella no sabía que se experimentaba al envejecer a un ritmo normal, pero creía que no se sentía muy distinta a aquellos que vivían fuera del palacio cuando envejecían. Creía que el hechizo que ralentizaba el envejecimiento de todos ellos también alteraba su percepción del tiempo... hasta cierto punto, al menos.

Las pisadas estaban cada vez más cerca. Aun no sentía ganas de recibir otra comida en aquel lugar. Empezaba a desear que la dejaran morir de hambre y acabar con ello. Que la dejaran morir.

¿De qué había servido su vida? Cuando realmente pensaba en ello, ¿qué bien había conseguido ella en realidad? El Creador sabía cómo había internado guiar a Richard en lo que era necesario hacer, pero al final parecía que las elecciones de Richard, opuestas en ocasiones a lo que ella pensaba que era necesario hacer, eran lo más acertado. De no haber ella intentado conducir los acontecimientos, llevarlo al Palacio de los Profetas, en el Viejo Mundo, tal vez nada habría cambiado, y ése habría sido el modo en que él iba a salvarlos a todos: no teniendo que actuar y dejando que Jagang y la Orden Imperial acabaran por decaer y morir en el Viejo Mundo, incapaces de extender más sus virulentas creencias. A lo mejor ella lo había estropeado todo precisamente con sus esfuerzos.

Oyó cómo la puerta del final del corredor que conducía a su celda se abría con un chirrido. Decidió que no comería. No volvería a comer hasta que Nathan viniera a hablar con ella, como había solicitado.

A veces, con la comida, le daban vino. Nathan lo enviaba para irritarla, estaba segura. Desde su encierro en el Palacio de los Profetas, Nathan había solicitado vino a veces. Ann siempre veía el informe cuando se efectuaba una petición así; siempre denegó tales peticiones.

Los magos eran muy peligrosos, los profetas —que eran magos con el talento para la profecía— eran potencialmente infinitamente más peligrosos, y los profetas borrachos eran los más peligrosos de todos.

La profecía dada a conocer de cualquier manera era una invitación a la calamidad. Incluso profecías sencillas que habían escapado de los confines de los muros de piedra del Palacio de los Profetas habían iniciado guerras.

Nathan había solicitado a veces la compañía de mujeres. Ann odiaba sobre todo tales peticiones, porque en ocasiones las concedía. Sentía que tenía que hacerlo. Nathan apenas tenía una vida, confinado como estaba en sus aposentos, siendo su único crimen real la naturaleza de su nacimiento,

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sus habilidades. El palacio podía permitirse el precio de una mujer para que lo visitara de vez en cuando.

Él lo convertía en una burla, bastante a menudo: dando a conocer profecías que hacían que la mujer saliera huyendo antes de que pudiesen hablar con ella, antes de que pudieran silenciarla.

Aquellos que carecían de la preparación adecuada no debían conocer profecías. La profecía era fácilmente malinterpretada por aquellos que carecían de una comprensión de sus complejidades. Divulgar profecías a los no iniciados era como prender fuego a hierba seca. La profecía no estaba hecha para los no ilustrados. Sólo de pensar que el profeta anduviese suelto, a Ann se le hacia un nudo en el estómago. Aun así, a veces había sacado a Nathan en secreto ella misma, para que la acompañara en viajes importantes; en su mayoría viajes relacionados con guiar algún aspecto de la vida de Richard, o, lo que era más exacto, asegurar que Richard nacería y tendría una vida. Además de ser una fuente de problemas andante. Nathan era también un profeta extraordinario que tenía un sincero interés en ver que su bando triunfaba. Al fin y al cabo, él veía en la profecía la alternativa, y cuando Nathan veía una profecía, la veía en toda su terrible verdad.

Nathan siempre llevaba puesto un rada'han —un collar— que permitía a Ann, o a cualquier Hermana, controlarlo, así que llevado de viaje no significaba exponer al mundo a ningún peligro. Nathan tenía que hacer todo lo que ella decía, ir a donde ella decía.

Ahora no llevaba un rada'han. Era realmente libre. Ann no quería cenar. Decidió rechazar la comida cuando se la pasaran con el palo. Qué Nathan se inquietara pensando que ella podría rechazar toda comida y morir estando bajo su caprichoso control. Cruzó los brazos. Qué tuviera eso en su conciencia. Eso haría que bajase a verla.

Ann oyó detenerse las pisadas ante la puerta del pasillo. Voces apagadas llegaron hasta ella. De haber tenido acceso sin problemas a su han, habría podido concentrar el oído y escuchar lo que decían. Suspiró. En aquella habilidad su han le era inútil, bajo el poder invocado por el hechizo que formaba el trazado del palacio. No tendría ningún sentido crear unos planos tan elaborados para restringir la magia de otros y luego permitirles que oyeran secretos susurrados entre los muros.

La puerta exterior protestó con un chirrido mientras tiraban de ella. Eso era nuevo. Nadie había abierto la puerta exterior desde el día en qué la encerraron allí.

Ann corrió a la puerta de su pequeña habitación, al tenue cuadrado de luz que era la abertura en la puerta de hierro. Agarró los barrotes y alzó el rostro para acercarlo todo lo que pudo, intentando ver quién estaba allí fuera, que hacían.

Una luz la cegó. Retrocedió unos pasos, tambaleante, frotándose los ojos. Estaba tan acostumbrada a la oscuridad que pareció como si la cruda luz del farol le hubiese quemado la vista.

Retrocedió lejos de la puerta al oír el repiqueteo de una llave en la cerradura. El cerrojo se descorrió con un resonante sonido metálico. Aire fresco, más puro que el aire viciado que estaba acostumbrada a respira,

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entró a raudales. Una luz amarilla inundó la habitación cuando farol entero en la estancia sostenido por un brazo recubierto de cuero rojo.

Una mord-sith.

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Ann bizqueó bajo el intento resplandor mientras la mord-sith cruzaba el umbral y agachaba la cabeza. Deslumbrada por la luz del farol. Ann sólo pudo distinguir al principio el conjunto de cuero rojo y la trenza rubia. No le hizo ninguna gracia que un miembro del cuerpo de torturadoras de élite del lord Rahl bajara a su mazmorra a verla. Ella conocía a Richard. No concebía que pudiese permitir que continuara tal práctica. Pero Richard no estaba allí. Nathan parecía estar al mando.

Entrecerrando los ojos, Ann advirtió por fin que era la mujer que había visto antes: Nyda.

Nyda, evaluando a Ann con una mirada impasible, no dijo nada mientras se hacía a un lado. Otra persona la seguía. Una pierna larga cubierta Con unos pantalones marrones pasó por el umbral, seguida por un torso inclinado. Al alzarse en toda su estatura, Ann vio con repentina sorpresa de quien se trataba.

—¡Ann! —Nathan extendió los brazos bien abiertos, como si esperase un abrazo—, ¿Cómo estás? Nyda me dio tu mensaje. ¿Te están tratando bien?

Ann se mantuvo firme y miró con el entrecejo fruncido el rostro sonriente.

—Sigo viva, no gracias a ti, Nathan.Desde luego recordaba lo alto que era Nathan, lo anchas que eran sus

espaldas. En aquel momento, de pie ante ella, la parte superior de su cabeza, provista de una canosa cabellera, abundante y larga casi tocando las marcas de cincel de la piedra del techo, parecía aún más alto de lo que ella recordaba. Sus hombros, ocupando tanto espacio de la pequeña habitación, parecían aún más anchos. Llevaba botas altas sobre los pantalones y una camisa con volantes bajo un chaleco abierto. Una elegante esclavina verde estaba sujeta a su hombro derecho. Junto a la cadera izquierda una espada en una elegante funda centelleó a la luz del farol.

El rostro, su apuesto rostro, tan expresivo, tan distinto de cualquier otro, hizo que el corazón de Ann se llenara de optimismo.

Nathan sonrió como nadie excepto un Rahl podía sonreír, una sonrisa que era júbilo, ansia y poder, todo unido. Parecía como si necesitara tomar a una damisela en sus poderosos brazos y besarla sin su permiso.

Movió una mano con indiferencia de un lado a otro para indicar su alojamiento.

—Pero aquí estas a salvo, querida. Nadie puede hacerte daño mientras estés bajo nuestro cuidado. Nadie puede importunarte. Tienes buena comida... incluso vino de vez en cuando. ¿Qué más podrías querer?

Con los puños en alto, Ann se abalanzó hacia delante, a una velocidad que hizo que el agiel de la mord-sith saltara de su puño, incluso a pesar de que permaneció donde estaba. Nathan no cedió un milímetro y mantuvo la sonrisa mientras la contemplaba acercarse.

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—¡Qué más podría querer! —chilló Ann—. ¿Qué más podría querer? ¡Quiero que me dejen salir! ¡Eso es lo que querría!

La sonrisa de Nathan la hirió en lo más íntimo.—Claro —dijo, una única palabra de sosegada acusación.De pie en el sepulcral silencio de la mazmorra, ella no pudo hacer otra

cosa que mirarlo fijamente, incapaz de sacar un argumento que él no pudiese arrojarle a la cara.

Ann dirigió una mirada furiosa a la mord-sith.—¿Qué mensaje le diste?—Nyda dijo que querías verme —respondió Nathan en lugar de la mujer,

y extendió los brazos—. Aquí estoy, como pediste. ¿Para qué me querías ver, querida?

—No me trates con condescendencia, Nathan. Sabes muy bien para qué quería verte. Sabes por qué estoy aquí, en D'Hara, por qué he venido al Palacio del Pueblo.

Nathan cruzó las manos a la espalda. Su sonrisa ya no tenía sentido.—Nyda —dijo, volviendo la cabeza hacia la mujer, ¿podrías dejarnos a

solas por ahora?Nyda evaluó a Ann con una ojeada. No hacía falta nada más. Aun no era

ninguna amenaza para Nathan. Él era un mago —sin duda le había dicho que era el mago más grande de todos los tiempos— y se encontraba dentro del hogar ancestral de la Casa de Rahl. No hacía falta que temiera a aquella anciana hechicera. Ya no.

Nyda dedicó a Nathan un mirada que venía a decir «si me necesitas, estaré justo ahí fuera» antes de mover sus perfectas extremidades para cruzar la entrada con grácil elegancia, del modo en que un gato cruza sin esfuerzo un seto.

Nathan permaneció de pie en el centro de la celda, con las manos cruzadas aún a la erguida espalda, aguardando a que Ann dijese algo.

Ann fue hasta su mochila, depositada en el extremo opuesto del banco de piedra que hacía las veces de cama, mesa, y silla. Echó hacia atrás la solapa e introdujo la mano dentro, rebuscando en el interior. Los dedos encontraron el frío metal del objeto que buscaba. Lo sacó y se inclinó sobre él, ocultándolo con su sombra.

Finalmente, se dio la vuelta.—Nathan, tengo algo para ti.Alzó un rada'han que tenía intención de colocarle alrededor del cuello.

Justo en aquel momento, Ann no sabía exactamente cómo se le había ocurrido que iba a poder llevar a cabo tal hazaña. Lo habría hecho, no obstante, de habérselo propuesto; ella era Annalina Aldurren, Prelada de las Hermanas de la Luz. O, al menos, lo había sido una vez. Había dado ese puesto a Verna antes de fingir su muerte y la de Nathan.

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—¿Quieres que me ponga ese collar en el cuello? —preguntó Nathan con voz tranquila—. ¿Es lo que esperas?

Ann negó con la cabeza.—No, Nathan. Quiero darte esto. He estado pensando mucho mientras

he estado aquí abajo. Pensando en que probablemente jamás abandonaré mi lugar de confinamiento.

—Vaya coincidencia —dijo Nathan—. Yo pasaba mucho tiempo pensado eso mismo.

—Sí —repuso Ann, asintiendo—, imagino que lo hacías. —Le entregó el rada'han—. Toma. Cógelo. No quiero volver a ver estas cosas. Si bien hice lo que pensaba que era mejor, odié cada minuto de ello. Nathan. Odie hacértelo a ti, en especial. He llegado a pensar que mi vida ha sido una insensatez. Lamento haberte colocado tras aquellos escudos y haberte mantenido prisionero. Si pudiera volverá vivir mi vida, no haría lo mismo.

»No espero indulgencia. Yo no te mostré ninguna.—No —dijo Nathan—. No lo hiciste.Sus ojos azul celeste parecían estar mirando justo al interior de ella.

Tenía un modo especial de hacer eso. Richard había heredado aquella misma mirada penetrante de los Rahl.

—Así que lamentas haberme tenido prisionero toda mi vida. ¿Sabes por qué estuvo mal, Ann? ¿Eres consciente siquiera de la ironía?

Casi sabiendo que era un error hacerlo, se oyó a sí misma preguntan.—¿Qué ironía?—Bueno — repuso él a la vez que se encogía de hombros—, ¿por qué

estamos luchando?—Nathan, sabes muy bien por qué estamos luchando.—Sí, lo sé. Pero ¿lo sabes tú? Dime, entonces, ¿qué es lo que nos

estamos esforzando por proteger, por conservar, por asegurar que siga vivo?—El don de la magia del Creador, por supuesto. Peleamos para

asegurarnos de que siga existiendo en el mundo. Ludíamos para que aquellos que nacen con él vivan, para que aprendan a usar su habilidad al máximo. Luchamos para que cada uno posea y disfrute de su extraordinaria habilidad.

—Creo que eso es más bien irónico, ¿no crees? Justo aquello por lo que piensas que vale la pena luchar es lo que temías. La Orden imperial proclama que no es lo más conveniente para la humanidad que un individuo que posee el don posea magia, así que se les debe despojar de esa habilidad extraordinaria. Afirman que, puesto que no todos poseen esa habilidad en idéntica e igual medida, es peligroso que algunos la tengan. Que a aquellos que nacieron con magia se les debe por lo tanto erradicar del mundo para hacer que el mundo sea un lugar mejor para aquellos que no poseen tan habilidad.

—Y sin embargo, ni trabajaste bajo esa premisa, actuaste según esas mismas creencias perversas. Me encerraste debido a mi habilidad. Viste lo

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que puedo hacer, que otros no pueden, como una herencia perversa a la que no se le podía permitir que se mezclara con la humanidad.

»Y con todo, trabajas para preservar en otros esa misma cosa que temes en mí, mi extraordinaria habilidad. Trabajas para permitir que todos los que nazcan con magia tengan el derecho inalienable a su propia vida, a ser lo mejor que puedan ser con su propia habilidad... y, sin embargo, me encerraste para negarme ese mismo derecho.

—Sólo porque quiera que los lobos del Creado, corran libres para cazar, que es para lo que se crearon, eso no significa que quiera ser su cena.

Nathan se inclino más cerca de ella.—No soy un lobo. Soy un ser humano. Me juzgaste, declaraste culpable y

sentenciaste a cadena perpetua en tu prisión por nacer como soy, por nacer como soy, por lo que temías que podría hacer, simplemente porque yo tenía una habilidad. Luego aplacaste tu conflicto interior haciendo que la prisión fuese lujosa en un intento de convencerte de que eras comprensiva..., manifestando creer todo el tiempo que debíamos pelear para permitir a futuras personas ser lo que son..

»Clasificaste tu prisión como correcta porque era fastuosa, para así ocultarte a ti misma la naturaleza de lo que propugnabas. Mira a tu alrededor, Ann. —Movió el brazo en un amplio círculo indicando la piedra—. Esto es lo que propugnabas para aquellos que tú decidías que no tenían derecho a su propia vida. Decidiste lo mismo que la Orden, basándote en una habilidad que no te gustaba. Decidiste que algunos, debido a su mayor potencial, debían ser sacrificados por el bien de los que eran menos que ellos. No importa cómo decores una mazmorra, este es el aspecto que tiene desde el interior.

Ann ordenó sus pensamientos, a la vez que hacia acopio de voz, antes de decir:

—Pensaba que había llegado a comprender algo así mientras estuve sentada sola aquí abajo, pero ahora me doy cuenta de que no fue así, en realidad. Todos esos años me sentí mal por tenerte encerrado, pero jamás examine realmente en qué me basaba para hacerlo.

»Tienes razón, Nathan. Creí que contenías el potencial para hacer mucho daño. Debería haberte ayudado a comprender lo que era correcto de modo que pudieses actuar de una forma racional, en lugar de esperar lo peor de ti y encerrarte. Lo siento, Nathan.

Él se puso en jarras.—¿Realmente lo piensas, Ann?Ann asintió, incapaz de alzar los ojos hacia él, mientras los ojos se le

llenaban de lagrimas. Siempre esperó honestidad por parte de los demás, pero ella no había sido honesta consigo misma.

—Sí, Nathan, realmente lo pienso.Finalizada la confesión, fue a su banco y se dejó caer sobre él.

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—Gracias por venir, Nathan. No te molestare para que vuelvas a bajar aquí. Aceptaré mi justo castigo sin quejas. Si no te importa, creo que me gustaría estar sola ahora para rezar y considerar el peso que siento en el corazón.

—Puedes hacer eso más tarde. Ahora levanta el trasero, ponte de pie y recoge tus cosas. Tenemos cosas de las que ocuparnos y debemos ponernos en marcha.

Ann alzó los ojos con el entrecejo fruncido.—¿Qué?—Tenemos cosas importantes que hacer. Vamos, mujer. Estamos

perdiendo el tiempo. Hemos de ponernos en marcha. Estamos en el mismo bando en esta confrontación, Ann. Tenemos que trabajar juntos para proteger nuestras causas. —Se inclinó hacia ella—. A menos que hayas decidido retirarte para permanecer sentada sin hacer nada el resto de tu vida. Si no es así, entonces pongámonos en marcha. Tenemos problemas.

Aun saltó del banco de piedra.—¿Problemas? ¿Qué clase de problemas?—Problemas relacionados con la profecía.—¿Profecía? ¿Hay problemas con la profecía? ¿Qué problemas? ¿Qué

profecía?Con los brazos en jarras, Nathan la miró fijamente con cara de pocos

amigos.—No puedo hablarte de tales cosas. La profecía no está pensada para

los no ilustrados.Ann frunció los labios, a punto de ponerse a reconvenirle sin tapujos y

con toda severidad, cuando distinguió la sonrisa que le asomaba por las comisuras de los labios. Eso la hizo sonreír.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó con el tono de voz que usan los amigos una vez que han decidido reconocer errores pasados y las cosas han regresado a su cauce normal.

—Ann, no lo creerás cuando te lo diga —se quejó Nathan—. Es ese muchacho, otra vez.

—¿Richard?—¿Qué otro muchacho conoces que pueda meterse en la clase de

problemas en los que sólo puede meterse Richard?—Bueno, yo ya no pienso en Richard como un muchacho.Nathan suspiró.—Supongo que no, pero es duro cuando uno tiene mi edad pensar en

alguien tan joven como en un hombre.—Es un hombre —le aseguró ella.

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—Sí, supongo que lo es. —Nathan sonrió burlón—. Y es un Rahl.—¿En qué clase de problema se ha metido Richard esta vez?El buen humor de Nathan se evaporó.—Ha abandonado la orilla de la profecía.Ann hizo una mueca.—¿De qué estás hablando? ¿Qué ha hecho?—Te lo estoy diciendo, Ann, ese muchacho ha abandonada por las

buenas la orilla de la profecía misma: se ha ido y se ha metido en un lugar donde la profecía misma no existe.

Ann reconoció que Nathan estaba sinceramente inquieto, pero lo que decía no tenía sentido. En parte, por eso algunas personas le tenían miedo. A menudo daba a la gente la impresión de que decía sandeces cuando hablaba sobre cosas que nadie excepto él podía comprender. A veces nadie salvo un profeta podía entender realmente por completo lo que él captaba. Con sus ojos, los ojos de un profeta, podía ver cosas que nadie más podía.

Ella había pasado toda una vida trabajando con la profecía, no obstante, y por lo tanto podía comprender, quizá mejor que la mayoría, al menos una parte de lo que había en su mente, algo de lo que él podía captar.

—¿Cómo puedes conocer la existencia de una profecía así, Nathan, si no existe? No comprendo. Explícamelo.

—Hay bibliotecas aquí, en el Palacio del Pueblo, que contienen algunos libros valiosos sobre la profecía que nunca había tenido una oportunidad de ver con anterioridad. Si bien tenía motivos para sospechar que tales profecías podían existir, nunca tuve la certeza de que así era, o lo que podrían decir. La he estado estudiando desde que estoy aquí y me he tropezado con conexiones con otras profecías conocidas que teníamos allí abajo, en las criptas del Palacio de los Profetas. Estas profecías, de aquí, llenan algunas lagunas importantes en aquéllas.

»Lo que es más importante, encontré una ramificación totalmente nueva de la profecía que nunca antes había visto que explica por qué y cómo es que he estado ciego a algunas cosas que han estado sucediendo.

A partir del estudio de las bifurcaciones que salen de la ramificación, he descubierto que Richard ha tomado una serie de conexiones que avanzan por un sendero concreto de la profecía que conduce al olvido, a algo que, por lo que puedo saber, ni siquiera existe.

Con una mano en la cadera, la otra trazando líneas invisibles en el aire, Nathan paseaba por la pequeña habitación mientras hablaba.

—Esta conexión nueva alude a cosas que nunca antes he visto, ramificaciones que siempre he sabido que tenían que estar ahí, pero que fallaban. Esas ramificaciones son profecías sumamente peligrosas que se han guardado aquí, en secreto. Puedo comprender el motivo. Incluso yo, de haberlas visto hace años, podría haberlas malinterpretado. Esas ramificaciones nuevas se refieren a vacíos de alguna clase. Puesto que son

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vacíos, no puede saberse su naturaleza. Una contradicción así no puede existir.

»Richard ha entrado en esa zona de vacío, donde la profecía no puede verlo, no puede ayudarlo, y lo que es peor, no puede ayudarnos. Pero más que no poder verlo con la profecía, es como si el lugar en el que está y lo que está haciendo no existiera.

—Richard está tratando con algo que es capaz de poner fin a todo lo que conocemos.

Ann sabía que Nathan no exageraría sobre algo de aquella naturaleza. Si bien estaba a oscuras sobre de qué estaba el hablando, la esencia de ello le producía sudores fríos.

—¿Que podemos hacer?Nathan alzó los brazos.—Tenemos que entrar allí y cogerlo. Tenemos que llevarlo de vuelta al

mundo que existe.—Quieres decir, el mundo que la profecía dice que existe.Nathan volvía a tener el entrecejo fruncido.—Eso es lo he dicho, ¿no? Tenemos que volver a colocarlo sobre el hilo

de la profecía en el que él aparece.Ann carraspeó.—¿O?Nathan agarró el farol y luego la mochila de la mujer.—O dejará de ser parte de las viables de la profecía, para no volver a

verse involucrado nunca más con cuestiones de este mundo.—¿Quieres decir, que si no lo hacemos volver de donde sea que este,

morirá?Nathan le dirigió una mirada extraña.—¿Es que he estado hablando a las paredes? ¡Claro que morirá! Si ese

muchacho no está en la profecía, si rompe todas las conexiones con la profecía en la que representa un papel, entonces invalida todas esas líneas de la profecía en las que el existe. Si hace eso, entonces ellas se convierten en profecías falsas y aquellas ramificaciones que lo mencionan jamás sucederán. Ninguna de las demás conexiones contiene la menor referencia a él... porque en el origen de esas conexiones, él muere.

—¿Y qué sucede con esas conexiones en las que él no está?Nathan le tomó la mano mientras tiraba de ella hacia la puerta.—En esas conexiones, una sombra cae sobre todo el mundo. Todo el

mundo que esté vivo, al menos. Será una época muy larga y muy oscura.—Aguarda —dijo Ann deteniéndolo.

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Regresó al banco de piedra y depositó el rada'han en el centro.—No tengo el poder para destruir esto. Creo que quizá debería estar

bajo llave.Nathan asintió dando su aprobación.—Cerraremos con llave las puertas y daremos instrucciones a los

guardias de que debe permanecer aquí dentro, tras los escudos, para toda la eternidad.

Ann alzó un dedo admonitorio.—Que no se te ocurra que, sólo porque no llevas puesto el collar, voy a

tolerar un mal comportamiento.La sonrisa burlona de Nathan regresó. No se limitó a darle la razón.

Antes de atravesar la puerta, se volvió hacia ella.—A propósito, ¿has estado hablando con Verna mediante vuestro libro

de viaje?—Sí, un poco. Está con el ejército y muy ocupada, justo ahora. Están

defendiendo los pasos que conducen a D'Hara. Jagang ha iniciado el asedio.—Bueno, por lo que he conseguido averiguar de los oficiales que hay

aquí, los pasos son formidables y resistirán durante un tiempo. —Se inclinó hacia ella—. Tienes que enviarle un mensaje, sin embargo. Dile que cuando un carro vacío cruce sus líneas, lo dejen pasar.

Ann puso mala cara.—¿Qué significa eso?—La profecía no es para los no ilustrados. Simplemente díselo.—De acuerdo —repuso con jadeante dificultad cuando Nathan tiró de

ella a través de la angosta entrada—. Pero será mejor que no le diga que fuiste tú quien lo dijo, o es probable que haga caso omiso. Cree que estas chalado, ya sabes...

—Simplemente nunca tuvo una oportunidad de llegar a conocerme muy bien, eso es todo. —Echó una ojeada atrás—. Al haber estado yo encerrado, y todo eso.

Ann quiso decir que tal vez Verna lo conocía demasiado bien, pero decidió guardárselo. Mientras Nathan empezaba a volverse hacia la puerta exterior, Ann lo agarró de la manga.

—Nathan, ¿qué más sobre esa profecía que encontraste no me estás contando? Esa profecía en la que Richard desaparece en el olvido.

Conocía lo bastante bien a Nathan para saber por su agitación que no se lo había contado todo, que pensaba que se mostraba galante al ahorrarle la preocupación. Con una expresión más grave, él la miró a los ojos durante un tiempo antes de hablar.

—Hay un Transponedor en esa bifurcación de la profecía.Ann frunció el entrecejo y luego abrió los ojos desmesuradamente.

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—Un Transponedor. Un Transponedor —respiró para sí, intentando recordar el nombre. Un Transponedor... —Chasqueó los dedos—. Un Transponedor. —Los ojos se le abrieron ahora incluso más—. Querido Creador...

—No creo que el Creador tenga nada que ver con esto.Aun agitó una mano con impaciencia a modo de protesta.—Eso no puede ser. Tiene que haber algo mal en esa profecía que

encomiaste. Tiene que ser defectuosa. A los Transponedores los crearon en la gran guerra. No podría haber un Transponedor en esa conexión de a profecía... ¿no te das cuenta? La profecía debe de estar desfasada y haber expirado hace tiempo. —Se mordisqueó él labio inferior mientras su mente trabajaba a toda velocidad.

—No está desfasada. ¿No crees que eso fue también lo primero que pensé? ¿Piensas que soy un aficionado? Recorrí la cronología un centenar de veces. Usé cada una de las tablas y cálculos que conozco... incluso algunos inventados para la tarea. Todos dieron la misma raíz. Cada conexión salió por orden. La profecía está sincronizada, cronológicamente, y todos sus aspectos están alineados.

—Entonces es una conexión falsa —insistió Ann—. Los Transponedores eran criaturas conjuradas. Eran estériles. No se podían reproducir.

—Te estoy diciendo —refunfuñó Nathan— que hay un Transponedor en esa bifurcación y que es una conexión profética viable.

—No podrían haber sobrevivido.Ann estaba segura de lo que decía. Nathan sabía más sobre esa profecía

que ella, de eso no había duda, pero esa era un área en la que ella sabía exactamente de qué hablaba: era una experta.

—Los Transponedores no podían engendrar hijos.Él le estaba dedicando una de aquellas miradas que a ella no le

gustaban.—Te lo estoy diciendo, un Transponedor vuelve a deambular por el

mundo.Ann chasqueó la lengua.—Nathan, los ladrones de almas no se pueden reproducir.—La profecía dice que no nació, sino que renació como un

Transponedor.Ann sintió que la piel empezaba hormiguearle. Lo miró fijamente un rato

antes de recuperar la voz.—Durante tres mil años no han nacido magos con ambos lados del don a

excepción de Richard. No hay ningún modo de que alguien...Ann calló. Él observó cómo finalmente comprendía Jo que tenía que ser.—Querido Creador... —musitó.

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—Te lo dije, el Creador no tuvo nada que ver con esto, las Hermanas de las Tinieblas lo trajeron al mundo.

Estremecida hasta lo más profundo de su ser, a Ann no se le ocurrió nada que decir.

No podía haber una noticia peor.No existía defensa contra un Transponedor.Todas las almas estaban indefensas ante el ataque de un Transponedor.Fuera de la segunda puerta, Nyda aguardaba en el corredor, con el

rostro tan sombrío como siempre, pero no tanto como el de Aun. El pasillo estaba oscuro salvo por la tenue luz procedente de las llamas de unas pocas velas. Ni un soplo de aire penetraba jamás tan profundamente en el palacio. El único color entre la oscura roca que absorbía aquel pequeño atisbo de luz era el rojo sangre del cuero rojo que vestía Nyda.

Arrastrada de la mano, sintiendo una mezcolanza de emociones. Ann se inclinó hacia la mujer y se desahogó dirigiéndole una reprimida mueca enfurecida.

—Le dijiste lo que te dije que le dijeras, ¿verdad?—Desde luego —respondió Nyda mientras empezaba a andar detrás de

ellos.Volviéndose a medias, Ann agitó un dedo ante la mord-sith.—Haré que lamentes habérselo dicho.—Ah, no lo creo —respondió ella con una sonrisa.Ann puso los ojos en blanco y volvió a mirar a Nathan.—Por cierto, ¿qué haces llevando una espada? Tú, precisamente... un

mago. ¿Por qué llevas una espada?Nathan se mostró herido.—Vaya, pues Nyda cree que tengo un aspecto de lo más gallardo con

una espada.Ann clavó la mirada en el oscuro pasillo que tenía delante.—Apuesto a que sí.

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31

De pie, en el extremo de un estrecho borde de roca, Richard bajó la mirada hacia los irregulares jirones de nubes grises que había abajo. A campo abierto, el fresco aire húmedo que soplaba sobre él transportaba los aromas de balsaminas, musgo, hojas húmedas y tierra empapada. Inhaló profundamente los fragantes recordatorios del hogar. Las rocas, en su mayor parte granito, agrietadas y desgastadas por las inclemencias del tiempo, se parecían mucho a las que había en su bosque del Corzo. No obstante, las montañas eran mucho más grandes. La ladera que se alzaba detrás de él producía vértigo.

Al oeste, ante él, muy abajo, se extendía un trecho inmenso de terreno agrietado y colinas escarpadas, cada vez más altas, alfombradas de bosques. A su Izquierda y derecha, porque sabía qué era lo que buscaba, apenas podía distinguir la franja de terreno, desprovista de árboles, donde había estado el límite. Más lejos, en dirección oeste, se alzaban montañas menores, en su mayoría yermas, que bordeaban el páramo. Aquel páramo, y el lugar llamado los Pilares de la Creación, ya no eran visibles. A Richard le alegró haberlo dejado muy atrás.

En el cielo no se veían criaturas de puntas negras... por el momento, lo más probable era que las enormes aves supieran que Richard, Kahlan, Cara, Jennsen, Tom y Owen se dirigían al oeste. Richard había matado a las últimas cinco criaturas cuando éstas habían empezado a reunirse describiendo círculos, cogiéndolas por sorpresa al estar en una posición elevada. Tras matarlas. Richard había conducido a su pequeña compañía al interior de bosques más espesos. No creía que las criaturas que habían estado viendo los hubiesen divisado desde entonces. Ahora que viajaban por bosques de árboles altísimos, Richard se dijo que, si tenía cuidado, podría perder a sus vigilantes.

Si aquel hombre, Nicholas, los había visto a través de los ojos de aquellas cinco criaturas, entonces sabía que se dirigía al oeste. Pero, ahora que estaban ocultos, no podía estar seguro. Si Richard no era visible donde los pájaros lo buscaban, Nicholas podría cambiar de opinión. Podría pensar que podían haber cambiado de dirección y marchado al norte, o al sur. Nicholas podría entonces sospechar que habían usado aquel período de confusión para huir a otra parte, para escapar de él.

Era posible que Richard consiguiera mantenerlos ocultos al amparo de los árboles y, al hacerlo, impedir que Nicholas los descubriera. No quería que aquel hombre supiese adónde iban. Por supuesto no era seguro que pudiera engañar a Nicholas de aquel modo, peto Richard pensaba intentarlo.

Protegiéndose los ojos con la palma de la mano. Richard escudriñó la elevación de espeso bosque que tenían delante para grabar la configuración del terreno en su mente antes de desandar el camino de vuelta, bajo la espesa vegetación, hasta donde aguardaban los demás. Los jirones de nubes a sus pies no eran más que los andrajos desechados por el arremolinado manto de penumbra situado sobre sus cabezas. La ladera ascendía abruptamente hacia aquel húmedo cielo encapotado.

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Mientras evaluaba la roca, la ladera y los árboles. Richard encontró por fin lo que buscaba. Estudió la ascensión de la montaña una última vez antes de volver a otear el cielo para asegurarse de que estaba despejado. No viendo criaturas —ni tampoco otras aves, de hecho— se dirigió a donde lo esperaban los demás. Sabía que el que no viera ningún pájaro no significaba que no hubiese ninguno vigilando. Podía haber unas cuantas docenas de criaturas posadas en árboles, donde era probable que jamás las descubriera. Pero, por el momento, él todavía estaba donde esperarían que estuviese, de modo que no le inquietaba sobremanera.

Estaba a punto de hacer lo que ellas no esperarían.Volvió a trepar por el resbaladizo terraplén de musgo, hojas y raíces

húmedas. Si caía, sólo dispondría de una posibilidad de agarrarse a la pequeña repisa en la que había estado de pie antes de precipitarse a través del aire y a caer varios cientos de metros. Pensar en tal caída le hizo aferrarse con más fuerza a las raíces para ayudarse a ascender, y le hizo comprobar con sumo cuidado cada incisión en la roca en la que colocaba la bota antes de confiarle su peso.

En la parte superior del terraplén se agachó para pasar bajo las ramas colgantes de unos arces escuálidos que crecían en el monte bajo. Hojas de fresno y abedul alzándose por encima de los arces recogían la llovizna hasta que las hojas tenían toda la que podían retener y la soltaban para que descendiera con un tamborileo de gruesas gotas que golpeteaban las hojas inferiores, situadas por encima de la cabeza de Richard. Cuando una ligera brisa atrapaba aquellas hojas superiores, éstas soltaban su carga para que se derramara en repentinos pero breves torrentes.

Encorvándote bajo extendidas ramas bajas de abetos. Richard siguió sus huellas de vuelta, a través de arbustos de arándanos, hasta penetrar en el terreno más despejado de los silenciosos bosques que había debajo del grueso dosel de ancianos árboles de hojas perenne. El viento había tejido las agujas de los pinos en forma de extensas esteras que amortiguaban sus pasos. Telarañas vertiginosas colgadas por arañas para atrapar los insectos pequeños que zigzagueaban por todas partes habían atrapado en su lugar la neblina y en aquellos momentos aparecían salpicadas de relucientes gotas de agua, igual que una exhibición de collares de piedras preciosas.

De vuelta en el protector escondrijo que proporcionaban la roca y los espesos brotes de piceas jóvenes. Kahlan se levantó al ver acercarse a Richard. Cuando ella se levantó, todas los demás lo vieron, y se pusieron en pie. Richard agachó la cabeza para pasar por debajo de des ralas ramas verdes.

—¿Visteis criaturas, lord Rahl? —preguntó Owen, a todas luces nervioso.—No —le respondió Richard mientras levantaba su mochila del suelo y

se la echaba al hombro. Introdujo el otro brazo bajo la segunda correa a la vez que izaba la mochila a su espalda—. Eso no significa que ellas no me hayan visto a mí, no obstante.

Richard se colgó el arco atrás, sobre el hombro izquierdo, junto con un odre de agua.

—Bueno —dijo Owen, frotándose las manos—, todavía nos queda la esperanza de que no sepan dónde estamos.

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Richard se detuvo para mirarlo.—La esperanza no es una estrategia.Mientras el resto de ellos empezaba a recoger sus cosas, enganchando

utensilios a sus cinturones y echándose las mochilas a la espalda. Richard cogió a Cara del brazo, sacándola de la protección de los pequeños arboles.

—¿Ves esa elevación de ahí? —preguntó mientras la mantenía cerca de él para que pudiera ver adónde señalaba—. ¿Con la franja de terreno despejado que pasa por delante del joven roble con la rama rota y seca?

Cata asintió.—¿Justo después del lugar donde el terreno asciende y pasa por encima

de ese hilillo de agua que desciende por la pared de la roca, manchándola de verde?

—Ése es el lugar. Quiero que sigas hasta esa zona, luego vayas a la derecha, ascendiendo por aquella hendidura... la que está allí, más allá de la grieta en la roca... y veas si puedes localizar un sendero que ascienda hasta la siguiente repisa, situada arriba, por encima de estos árboles de aquí.

Cara asintió.—¿Dónde estaréis vos?—Voy a llevar a los demás arriba, al primer claro de la ladera. Estaremos

allí. Regresa y dinos si encontraste un camino para pasar al otro lado del saliente.

Cara se echó la mochila a la espalda y luego tomó el sólido bastón que Richard había cortado para ella.

—No sabía que las mord-sith pudiesen abrir sendas —dijo Tom.—Las mord-sith no pueden —respondió Cara—. Yo puedo. Lord Rahl me

enseñó.Mientras desaparecía entre los árboles. Richard la observó andar. Se

movía con gracia, alterando pocas cosas mientras se abría paso por el bosque inexplorado. No siempre había sido así; había aprendido bien las lecciones que él le había dado. Richard se sintió complacido al ver que sus esfuerzos no habían sido en vano.

Owen fue hacia él, con aspecto agitado.—Pero lord Rahl, no podemos ir por allí. —Agitó un pulgar por encima del

hombro—. El sendero va por allí. Ese es el único camino para subir y atravesar el paso. Allí está el camino que desciende, y con él el camino de vuelta arriba, ahora que el límite ha desaparecido. No es fácil, pero es el único camino.

—Es el único camino que tú conoces. Por las abundantes señales de uso que tiene ese sendero, creo que es el único camino que Nicholas conoce también. Da la impresión de ser el camino que usan las tropas de la Orden para entrar y salir de Bandakar.

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»Si vamos en esa dirección, las criaturas estarán vigilando. Si, por otra parte, no aparecemos, entonces el no sabrá adónde hemos ido. Quiero que sea así a partir de ahora. Estoy cansado de hacer de ratoncito para su «búho».

Richard dejó que Kahlan los condujera arriba, a través del bosque, siguiendo la ruta natural del terreno cuando el camino resultaba razonablemente claro. Cuando ésta tenía dudas echaba una ojeada atrás, a él, en busca de indicaciones. Richard miraba entonces al lugar al que ella tenía que ir, o indicaba con la cabeza la dirección que quería que tomase.

Por la configuración del terreno, Richard estaba bastante seguro de que había un sendero antiguo que ascendía a través del paso montañoso. Aquel paso, que desde lejos parecía una quebrada en la pared montañosa, era en realidad una zona amplia que serpenteaba entre las montañas. Richard no creía que el sendero que los habitantes de Bandakar usaban para desterrar a la gente a través del límite fuese el único camino para cruzar aquel paso. Con el límite colocado muy bien podría haberlo sido, pero el límite ya no estaba allí.

Por lo que había visto hasta el momento, Richard sospechaba que allí había existido una ruta que en la antigüedad había sido el camino principal de entrada y salida. Aquí y allí conseguía distinguir depresiones que creía eran restos de aquella antigua ruta abandonada.

Si bien siempre era posible que el antiguo acceso hubiese sido abandonado por un buen motivo, como podría ser un desprendimiento de tierras, quería saber si aquel camino usado en el pasado seguía tiendo practicable. Los llevaría, al menos —puesto que estaba en una parte distinta de las montañas de aquella en la que estaba el camino conocido— lejos de donde era probable que las criaturas los buscasen.

Jennsen avanzaba para colocarse junto a Richard cuando el camino a través de pinos altísimos resultaba lo bastante despejado. Llevaba a Betty a rastras de la cuerda, impidiéndole detenerse para degustar las plantas que habían a lo largo del camino.

—Más larde o mis temprano las criaturas nos encontrarán, ¿no crees? —Preguntó Jennsen—. Quiero decir, si no aparecemos donde esperan encontrarnos, ¿no crees que nos buscarán? Fuiste tú quien dijo que desde el ciclo podían cubrir grandes distancias y localizarnos.

—Quizá —dijo él—. Pero será difícil descubrirnos en el bosque si usamos la cabeza y nos mantenemos ocultos. En los bosques no pueden registrar tanta superficie como podrían hacerlo en la misma cantidad de tiempo fuera en el páramo. En campo abierto pueden distinguirnos a kilómetros de distancia, Aquí, lo tendrán mucho más difícil a menos que estén realmente cerca y nosotros seamos descuidados.

»Cuando no aparezcamos donde el sendero conocido penetra en Bandakar, se encontrarán de improviso con una zona inmensa en la que tendrán que buscar y sin tener ni idea de en qué dirección mirar. Eso acrecentará la dificultad que tendrán para encontrarnos.

»No creo que la visión que Nicholas obtiene a través de los ojos de esas aves pueda ser muy buena, o no necesitaría hacer que las criaturas se pusieran a dar vueltas en círculo de vez en cuando. Si podemos mantenernos

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fuera de su vista el tiempo suficiente, conseguiremos llegar hasta la gente de Bandakar y entonces Nicholas, a través de los ojos de las criaturas, lo tendrá muy difícil, por no decir imposible, para distinguirnos entre los demás.

Jennsen reflexionó sobre ello mientras entraban en un bosquecillo de abedules. Betty tomó por el lado contrario de un árbol y Jennsen tuvo que detenerse y desenredar su cuerda. Todos encogieron los hombros para protegerse de la humedad cuando una brisa descargó sobre ellos una cortina de agua que los empapó.

—Richard —preguntó Jennsen con una voz que apenas era más que un susurro mientras volvía a alcanzarlo—, ¿qué vas a hacer cuando lleguemos allí?

—Voy a conseguir el antídoto pata no morir.—Eso lo sé. —Jennsen se apartó un empapado rizo de cabellos rojos del

rostro—. Lo que quiero decir es, ¿qué vas a hacer respecto a la gente de Owen?

Cada bocanada de aire que tomaba provocaba a Richard una leve punzada de dolor en lo más profundo de los pulmones.

—No estoy seguro, aún, de exactamente qué puedo hacer.Jennsen anduvo en silencio durante un rato.—Pero intentarás ayudarlos, ¿verdad?Richard echó una ojeada a su hermana.—Jennsen, amenazan con matarme. Han demostrado que no es una

amenaza vana.Ella se encogió de hombros, incómoda.—Lo sé, pero están desesperados. —Echó una mirada al frente para

asegurarse de que Owen no la oiría—. No sabían que otra cosa hacer para salvarse. No son como tú. Nunca antes han combatido a nadie.

Richard inspiró profundamente, y el dolor le oprimió con fuerza el pecho al hacerlo.

—Tú tampoco habías peleado contra nadie antes. Cuando pensaste que intentaba matarte, como hizo nuestro padre, y me creíste responsable de la muerte de tu madre, ¿qué hiciste? No quiero decir que tuvieras razón, pero ¿qué hiciste en respuesta a lo que creías que estaba sucediendo?

—Decidí que si quería vivir, tendría que matarle antes de que tú me matases a mí.

—Exactamente. No envenenaste a nadie y le dijiste que lo hiciese o moriría. Decidiste que tu vida valía la pena vivirla y que nadie tenía derecho a arrebatártela.

»Cuando estás dispuesto a sacrificar el valor supremo, la vida, la única que tendrás jamás, a cualquier matón al que se le antoje quitártela, entonces no se te puede ayudar. Tal vez se te pueda rescatar durante un día, pero al

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día siguiente otro aparecerá y te postrarás voluntariamente ante él otra vez. Has colocado el valor de la vida de tu asesino por encima de la tuya.

—Cuando le concedes a cualquiera que lo exija el derecho a la vida o la muerte sobre ti, ya te has convenido en un esclavo voluntario en busca de cualquier carnicero que quiera acabar contigo.

La muchacha anduvo en silencio durante un rato, pensando en lo que él había dicho. Richard advirtió que se movía a través del bosque como él había enseñado a Cara a hacerlo. La joven se encontraba casi tan a gusto en el bosque como él.

—Richard —Jennsen tragó saliva—, no quiero que a esas personas les hagan más daño. Ya han sufrido suficiente.

—Dile eso a Kahlan si su veneno me mata.Cuando alcanzaron el punto de reunión, Cara no estaba allí todavía. A

todos les vino bien tomarse un breve descanso. El lugar, una grieta en la ladera que se hundía en la pared de granito que se alzaba vertiginosamente hasta el próximo saliente de la montaña, quedaba protegido en lo alto por pinos enormes y más abajo por maleza. Tras haber estado tanto tiempo bajo el calor del desierto, ninguno de ellos se había acostumbrado aún a aquel frío húmedo. Mientras se desperdigaban para encontrar rocas que sirviesen de asientos, Betty se dedicó a saborear alegremente las sabrosas hierbas. Owen se sentó en el extremo más alejado, lejos de Betty.

Kahlan se acomodó junto a Richard en una pequeña protuberancia rocosa.

—¿Cómo te encuentras? Parece como si tuvieras dolor de cabeza.—No se puede hacer nada al respecto por ahora —repuso él.Kahlan se inclinó más cerca. El calor que emanaba de ella resultaba

agradable.—Richard —susurró—, ¿recuerdas la carta de Nicci?—¿Qué pasa con ella?—Bueno, asumimos que el hecho de que ese límite que conduce al

interior de Bandakar hubiese desaparecido era la razón de ser del primer faro de advertencia. A lo mejor estamos equivocados.

—¿Que te hace pensar eso?—No hay un segundo faro. —Señaló con la barbilla a lo lejos, al noroeste

—. Vimos el primero muy atrás, ahí abajo. Estamos mucho más cerca del lugar donde estaba el límite y no hemos visto un segundo faro.

—Da lo mismo —dijo él—. Ahí donde las criaturas nos estaban esperando.

Recordaba bien cuándo encontraron la pequeña estatua, las criaturas estaban posadas en árboles por todas partes. Richard no había sabido lo que eran en aquel momento, aparte de que eran aves enormes que no había visto nunca antes. En cuanto Cara cogió la estatua, las criaturas de puntas negras habían alzado el vuelo de improviso. Había habido cientos.

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—Si —repuso Kahlan—, pero sin el segundo faro, a lo mejor ese no es el problema que pensábamos que provocó el primero.

—Das por supuesto que el segundo faro será para mí; que estará pensado para mí y por lo tanto deberíamos haberlo visto. Nicci dijo que el segundo faro es para aquel que posee el poder de arreglar la brecha en el sello. A lo mejor ése no soy yo.

Mostrándose en un principio sobresaltada por la idea, Kahlan reflexionó sobre ello.

—No estoy segura de si eso me complacería o no. —Se Inclinó más pegada a él y le pasó un brazo alrededor del muslo—. Pero no importa quién se supone que sea aquel que puede volver a sellar la brecha, aquél que se supone que volverá a colocar el límite, no creo que vaya a poder hacerlo.

Richard se pasó los dedos por los húmedos cabellos.—Bueno, si soy yo la persona que ese mago muerto creía que podía

restituir el límite, estaba equivocado. No sé cómo hacer tal cosa.—Pero ¿no te das cuenta, Richard? Incluso aunque supieras cómo, no

creo que pudieras.Richard la miró por el rabillo del ojo.—¿Sacando conclusiones precipitadas y dejando que tu imaginación se

desboque otra vez?—Richard, enfréntate a ello, el límite dejó de funcionar debido a lo que

hice. Por eso el faro de advertencia era para mí; porque yo provoqué que el sello se rompiera. No vas a negar eso, ¿verdad?

—No, pero tenemos muchas cosas que averiguar antes de saber qué está pasando en realidad.

—Yo libere los repiques —dijo ella—. No va a hacer ningún bien intentar ocultar ese hecho.

Kahlan había usado magia antigua para salvarle la vida. Había soltado los repiques para curarlo. No había tenido tiempo que perder; él había muerto en unos instantes de no haber actuado ella.

Además, ella no había tenido ni idea de que los repiques desatarían la destrucción del mundo. No había sabido que los habían creado hacía tres mil años a partir de poderes del inframundo como un arma diseñada para consumir magia. Únicamente se le había dicho que debía usarlos para salvar a Richard.

Richard sabía lo que era estar convencido de los hechos que había tras los acontecimientos y que nadie te creyera. Sabía que en aquellos momentos ella sentía la misma frustración.

—Tienes razón en que no podemos esconderlo... si es un hecho. Pero justo ahora no sabemos que lo sea. Al fin y al cabo, los repiques han vuelto a ser desterrados al inframundo.

—¿Y qué hay de lo que Zedd nos contó, sobre que una vez que la cascada destructiva de la magia empieza, cosa que hizo, ya no hay forma de

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saber si se la puede detener incluso aunque los repiques hayan sido expulsados. No existe experiencia sobre un acontecimiento tal sobre la que basar predicciones.

Richard no tenía una respuesta para ella, y se hallaba en desventaja porque no había estudiado magia. Le evitó tener que especular que Cara llegase a través de un apretado montón de balsaminas. La mord-sith se quitó la mochila de los hombros y la dejó resbalar hasta el suelo mientras se sentaba en una roca, de cara a Richard.

—Teníais razón. Podemos pasar por allí. Me parece como si pudiera ser un camino para seguir subiendo desde la repisa.

—Estupendo —dijo Richard a la vez que se ponía en pie —. Pongámonos en marcha. Las nubes son cada vez más oscuras. Creo que necesitamos encontrar un lugar en el que detenernos a pasar la noche.

—Localice un lugar debajo de la repisa, lord Rahl. Creo que podría ser un lugar seco en el que quedarse.

—Estupendo. —Richard cogió la mochila de la mord-sith—. Te llevaré esto durante un rato, dejaré que te tomes un descanso.

Cara asintió en señal de reconocimiento, uniéndose a la fila mientras pasaban por entre los apretados árboles e iniciaban inmediatamente la ascensión por el empinado terreno. Las rocas y raíces que había al descubierto eran suficientes para proporcionar buenos peldaños y asideros. Cuando algunos de aquellos peldaños eran altos. Richard alargaba el brazo para echarle una mano a Kahlan.

Tom ayudó a Jennsen y subió a Betty unas cuantas veces, incluso a pesar de que la cabra sabía trepar por rocas mejor que ellos. Richard se dijo que lo hacía más por la tranquilidad mental de Jennsen que por Betty, Jennsen finalmente dijo a Tom que Betty podía subir sola.

Betty le dio la razón, lanzando un balido a Tom tras trepar sin esfuerzo por un punto especialmente arduo.

—¿Por qué no me ayudas tú a subir, entonces? —dijo Tom a la cabra.Jennsen sonrió junto con Richard y Kahlan. Owen se limitó a observar

mientras bordeaba la roca por el otro lado. Le daba miedo Betty. Cara finalmente pidió a Richard que le devolviera la mochila, tras considerar un rato la posibilidad de que se la considerara una endeble.

Poco después de que empezara a llover, encontraron la abertura bajo una repisa prominente, tal y como Cara había dicho. No era una cueva, sino un lugar donde una losa de la pared de la montaña situada más arriba se había desprendido y caído hasta allí. Peñascos del suelo sostenían la losa en alto lo suficiente como para crear una cavidad. No era grande, pero Richard se dijo que todos cabrían debajo para pasar la noche.

El suelo estaba sucio, con acumulaciones de hojas secas y desperdicios del bosque, y una gran cantidad de insectos. Tom y Richard usaron ramas que cortaron para barrer rápidamente el lugar. A continuación colocaron un lecho limpio de ramas de hoja perenne para que los aislara del agua que había conseguido penetrar en el interior.

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La lluvia empezaba a caer con más fuerza, así que se agacharon y corrieron a introducirse bajo la roca. No era un lugar cómodo, al ser demasiado bajo para que pudieran estar de pie, pero estaba bastante seco.

Richard no se atrevió a permitirles encender un fuego, no fuera a ser que las criaturas voladoras descubrieran el humo. Tomaron una cena fría de fiambres, salazones y restos de pan de maíz. Todos estaban agotados tras todo un día de trepar, y mientras comían conversaron sólo un poco sobre temas triviales. Betty era la única que tenía espacio suficiente para estar de pie y se dedicó a dar empujoncitos a Richard hasta conseguir captar su atención y recibir una caricia.

Mientras la oscuridad envolvía lentamente los bosques, contemplaron cómo la lluvia caía fuera de su acogedor refugio, escuchando el quedo sonido, todos ellos preguntándose qué les aguardaba en un imperio desconocido que había estado aislado del exterior durante tres mil años. Allí también habría tropas de la Orden Imperial.

Mientras Richard permanecía sentado, contemplando la oscura lluvia, escuchando los sonidos de algún que otro animal. Kahlan se acurrucó junto a él, y puso la cabeza sobre su regazo. Betty se adentró más en el refugio y se tumbó al lado de Jennsen.

Kahlan, bajo el reconfortante contacto de la mano de Richard descansando con ternura sobre su hombro, se quedó dormida en un instante. Pese a estar cansado del día de duro viaje, Richard no tenía sueño.

Le dolía la cabeza y el veneno que tenía en el interior le hacía respirar entrecortadamente. Se preguntó qué acabaría con el primero, el poder de su don o el veneno de Owen.

Se preguntó, también, exactamente cómo iba a satisfacer las exigencias de Owen y sus hombres para que liberara su imperio de modo que pudiera obtener el antídoto. Ellos cinco, él, Kahlan. Cara, Jennsen y Tom no parecían precitamente el ejército que era necesario para expulsar a la Orden de Bandakar.

Si no lo hacía, y si no conseguía el antídoto, su vida se acercaría a su fin. Éste podría muy bien ser su último viaje.

Parecía como si acabara de regresar al lado de Kahlan después de haber estado separado de ella durante la mitad de su vida. Quería estar con ella. Quería que ellos dos pudieran estar a solas.

Si no se le ocurría algo, todo lo que tenían el uno en el otro, todo lo que tenían por delante, estaba a punto de acabar. Y eso sin tener en cuenta los dolores de cabeza del don.

O que la Orden Imperial capturara el Alcázar del Hechicero .Richard aferró el borde de la roca en la pared de la abertura para izarse hasta arriba, fuera del oscuro agujero. Una vez allí, se sacudió las esquirlas de roca de las manos a la vez que se volvía hacia los demás.

—Llega al otro lado. No es fácil, pero llega al otro lado.Vio una mirada dubitativa en el rostro de Tom, y una expresión

consternada en el de Owen. Betty, tenía las orejas caídas. Richard pensó que

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ese gesto venía a ser el modo de fruncir el entrecejo de una cabra y luego miró atentamente abajo, a la estrecha sima y lanzó un balido.

—Pero no creo que podamos —se quejó Owen—. Y si...—¿Quedamos atrapados? —preguntó Richard.Owen asintió.—Bueno, tú tienes una ventaja sobre Tom y sobre mi —respondió

Richard mientras recogía su mochila de donde la había dejado—. No eres tan grande. Si yo conseguí pasar y regresar, entonces puedes hacerlo. Owen.

Owen indicó con un ademán la empinada ascensión situada a su derecha.

—Pero ¿qué hay de ese camino? ¿No podríamos rodearlo?—A mí tampoco me gusta entrar en lugares oscuros y estrechos como

éste —dijo Richard—. Pero si damos la vuelta por allí, tendremos que pasar por los salientes. Ya oíste lo que Cata dijo: es estrecho y peligroso. Si fuese el único camino, sería otra cosa, pero no lo es.

>>Las criaturas podrían descubrimos allí fuera. Peor aún, si quisieran, podrían atacarnos y podríamos caer con facilidad o ser arrojados por el borde. No me gusta entrar en lugares como éste, pero no creo que fuese a gustarme estar allí fuera en un saliente barrido por el viento no más ancho que la suela de mi bota, con una caída a plomo de cientos de metros, si doy un solo resbalón, y luego encontrarme con que una de esas criaturas aparece de improviso para atacarme con sus garras o esos afilados picos suyos. ¿Preferirías eso?

Owen se lamió los labios mientras se doblaba por la cintura y miraba al interior del angosto pasadizo.

—Bueno, supongo que tenéis razón.—Richard —preguntó Kahlan en un susurro mientras los demás

empezaban a quitarse las mochilas para poder pasar a través con más facilidad—, si esto era un sendero, como sospechas, ¿por qué no hay un modo mejor de pasar?

—Creo que en algún momento, hará unos cientos de años, esta sección enorme de la montaña se desprendió y resbaló, yendo a descansar en este ángulo y dejando un pasillo estrecho debajo. —Señaló arriba—. ¿Ves ahí arriba? Creo que toda esta parte de aquí abajo estaba ahí arriba. Creo que ahora está descansando justo donde había estado el sendero.

—¿Y no hay otro camino que no sea esta cueva o los salientes?—No estoy diciendo eso. Creo que hay otras viejas rutas, pero

tendríamos que retroceder durante casi todo un día para tomar la última bifurcación que vi, y eso tampoco nos garantiza que haya un camino viable. Si realmente quieres, no obstante, podemos retroceder y probar.

Kahlan negó con la cabeza.—No podemos perder tiempo. Necesitamos llegar hasta el antídoto.

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Richard asintió. No sabía cómo se suponía que iba a librar a todo un imperio de la Orden Imperial de modo que pudiera conseguir al antídoto, pero tenía unas cuantas ideas. Necesitaba conseguir el antídoto. No veía motivo para actuar según las normas de Owen... ni las de la Orden.

Kahlan dedicó al estrecho y oscuro túnel otra mirada.—¿Estás seguro de que no hay serpientes ahí dentro?—No vi ninguna.Tom entregó a Richard su espada.—Yo iré el último —dijo—. Si vos pasáis, yo puedo.Richard asintió mientras se pasaba el tahalí por encima del hombro. Giró

la vaina hacia la cadera para poder pasar entre las rocas y luego se puso en marcha. Abrazó la mochila contra el abdomen mientras se agachaba para introducirte en el pequeño espacio. La losa de roca sobre su cabeza estaba dispuesta en ángulo, de modo que podía permanecer derecho, pero tuvo que contorsionarse lateralmente y hacia atrás a medida que se adentraba en la oscuridad. Cuando más al Interior penetraba, más oscuro estaba todo. A medida que los demás lo seguían al interior del angosto pasadizo, sus cuerpos cerraban el paso a gran parte de la luz, haciendo que la oscuridad fuese aún mayor.

Las lluvias de los últimos días habían acabado por fin, pero riachuelos de agua seguían fluyendo desde la montaña. Su avance vadeando el agua, que les llegaba a la altura de los tobillos, enviaba ecos a través de aquellos estrechos confines. Las undulaciones en el agua proyectaban una luz lúgubre en las paredes húmedas, proporcionando al menos un poco de iluminación.

Se le ocurrió que si él fuese una serpiente, aquél sería un buen hogar. También se le ocurrió que si Kahlan, justo detrás de él, tropezaba con una serpiente en un lugar tan angosta, se enfadaría con él por meterla allí.

Cosas que ya eran aterradoras en el exterior lo eran más cuando uno no podía maniobrar, no podía correr. El pánico siempre parecía acechar en lugares angostos.

A medida que todo se volvía más oscuro. Richard tuvo que avanzar palpando la fría piedra. En ciertos lugares donde el agua se filtraba en la roca, las paredes resultaban viscosas. En algunos puntos había lodo, en otros lugares roca seca sobre la que andar. La mayor parte de ello, no obstante, era porquería húmeda. Había hojas esponjosas acumuladas en algunas de las irregulares zonas bajas.

Por el olor, era evidente que algún animal había muerto y se descomponía en algún punto de la empapada gruta. Oyó gemidos y quejas detrás de él cuando el resto del grupo se tropezó con el hedor. Betty mostró su descontento con balidos. El resonante susurro de Jennsen indicó a la cabra que permaneciera callada.

Incluso el desagrado por el olor quedó olvidado mientras se abrían paso bajo la inmensa cortina de rocas caídas sobre el lugar donde había estado el sendero. No se trataba de una auténtica cueva, como las cuevas subterráneas que Richard había encontrado en ocasiones anteriores. No era más que una grieta estrecha bajo lo que era, en esencia, una roca enorme.

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No había estancias ni rutas distintas de las que preocuparse; solo había un único vacío estrecho bajo la roca, de modo que iluminar el camino no era fundamental. También sabía que no era tan largo. Sólo lo parecía en la oscuridad.

Richard llegó al lugar donde el camino ante él ascendía en un empinado ángulo. Palpando las paredes a su alrededor para encomiar lugares a los que sujetarse, inició la difícil ascensión. En algunos lugares tenía que encajar la espalda contra una pared y usar las piernas contra la pared opuesta para apuntalarse mientras trataba de asir cualquier saliente o grieta en la roca. Tenía que equilibrar la mochila que llevaba sobre el regazo mientras avanzaba, e impedir que la espada se quedara atascada. El avance era muy lento.

Finalmente alcanzó la meseta elevada, donde la roca situada más arriba había caído primero. El hueco dejado bajo la montaña de roca era básicamente horizontal, en lugar de vertical, como había sido. Descansaban rocas a lo largo del borde de la mayor parte del saliente, pero había un lugar con espacio suficiente para que pudieran pasar, por encima del borde y luego al interior, bajo la losa situada sobre ellos. Una vez arriba, sobre el terreno llano, se inclinó hacia delante todo lo que pudo, alargando una mano para ayudar a Kahlan.

Oyó los esforzados gruñidos procedentes de debajo de Kahlan mientras el resto del pequeño grupo se abría paso por el empinado pasadizo.

Desde su puesto en lo alto de la meseta, Richard pudo distinguir luz al frente y arriba. Había explotado la ruta y sabía que estaban cerca del otro lado, pero primero tenían que cruzar el saliente de roca, donde la losa dejaba poco espacio por encima de ellos. Era una brecha incómodamente limitada.

A Richard no le gustaban aquellas brechas. No obstante, sabía que no había otro modo de pasar. Aquel era el lugar que más le preocupaba. Angosto como era, estaba por suerte muy cerca del final.

—Tenemos que arrastrarnos sobre el estómago a partir de aquí —dijo a Kahlan—. Agarra mi tobillo. Haz que todo el mundo haga lo mismo.

Kahlan atisbo al frente, en dirección a la luz procedente de la abertura. El resplandor de aquella luz hacía difícil ver los lados.

—Richard, no parece lo bastante grande. Es simplemente una grieta.Richard empujó su mochila fuera, sobre la roca.—Hay un camino. Usuremos fuera pronto.Kahlan soltó un profundo suspiro.—De acuerdo. Cuanto antes mejor.—Escuchadme —gritó el atrás, a la oscuridad—. Casi estamos fuera.—Si nos haces andar por entre más anímales en descomposición, te

daré una paliza —le gritó Jennsen, y todo el mundo rió.—Eso se acabó —dijo Richard—. Pero hay una zona complicada delante.

Yo la he cruzado, así que sé que todos podemos lograrlo. Pero tenéis que escucharme y hacer lo que diga. Arrastraos sobre el estómago, empujando la

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mochila por delante de vosotros. Sujetad el tobillo de la persona situada delante de vosotros. De ese modo mantendréis el camino.

»Veréis la luz que hay delante de vosotros. No podéis ir en dirección a la luz. Ése no es el camino de salida. El techo desciende demasiado y la ladera de roca empieza a precipitarse hacia abajo, a la izquierda. Si resbaláis ahí dentro, el lugar se estrecha aún más; no podréis salir. Tenemos que rodear la zona baja del lecho. Tenemos que rodearla por la derecha, donde está oscuro, pero el techo no es tan bajo. ¿Lo comprendéis?

El asentimiento resonó en la oscuridad.—Richard —lo llamó Jennsen con un hilo de voz—, no me gusta estar

aquí dentro. Quiero salir.Su voz tenía un dejo de pánico.—A mí tampoco —le dijo él—. Pero he cruzado y salido por el otro lado.

Conseguí pasar y regresar. Estarás perfectamente. Simplemente sígueme y no tendrás problemas.

La voz de la muchacha flotó hasta él desde la oscuridad.—Quiero regresar.Richard no podía dejarla regresar. Los salientes, donde quedaban

expuestos a las criaturas, eran demasiado peligrosos.—Ven —dijo Kahlan a la joven—, colócate delante de mí. Agarra el tobillo

de Richard y estarás fuera antes que el resto de nosotros.—Yo me ocuparé de que Betty vea cómo pasas y te siga —ofreció Tom.Aquello pareció disipar los temores de Jennsen, que ascendió hasta la

repisa e hizo pasar su mochila arriba. Richard, nimbado sobre el estomago en la hendidura baja de la repisa, le cogió la mano para ayudarla a subir.

Cuando vio, gracias a la luz, lo bajo y angosto que era, que Richard tenía que yacer sobre el estómago, empezó a temblar. Cuando Richard la ayudó a izarse, y el rostro de la muchacha se alzó cerca del suyo, él pudo ver sus lágrimas pese a la tenue iluminación.

Los enormes ojos azules de Jennsen evaluaron el camino que tenían delante, lo bajo que era.

—Por favor, Richard, tengo miedo. No quiero pasar por ahí debajo.—Lo sé —repuso él, asintiendo—, pero no es mucho trozo. No dejaré que

te quedes aquí dentro. Me ocuparé de que salgas. —Posó una mano en un lado de su rostro, sosteniéndolo—. Lo prometo.

—¡Cómo sé que mantendrás tu promesa?Richard sonrió.—Los magos siempre mantienen sus promesas.—Dijiste que no sabías gran cosa sobre lo de ser un mago.—Pero sé mantener promesas.

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Ella finalmente accedió a que la ayudara a subir el resto del trecho. Cuando él la izó del todo hasta depositarla sobre la repisa de la ladera, y ella vio realmente que el techo de roca no le concedía el menor espacio para levantarse y que tenía que permanecer totalmente tumbada, y lo que era peor, que el techo de roca estaba sólo a escasos centímetros por encima de su espalda, empezó a tiritar de terror.

—Sé cómo te sientes —le dijo él—. Lo sé, Jennsen. A mí también me desagrada esto, pero no tenemos elección. No es peligroso si me sigues a través de la zona donde hay espacio. Sólo sígneme y estaremos fuera antes de que te des cuenta.

—¿Qué pasa si se viene abajo y nos aplasta? ¿O qué pasa si desciende justo lo suficiente para inmovilizarnos, de modo que no podamos movernos ni respirar?

—No lo hará —insistió él—. Lleva aquí siglos. No va a venirse abajo. No lo hará.

Ella asintió pero él no supo si realmente lo oyó. Empezó a lloriquear mientras él se daba la vuelta de modo que pudiera conducirla fuera.

—Sujeta mi tobillo —le dijo, volviendo la cabeza—. Vamos, empuja tu mochila hacia mí y yo me ocuparé de ella por ti. Entonces sólo tendrás que preocuparte de sujetarte a mi tobillo y marchar detrás de mí.

—¿Qué pasa si se estrecha demasiado y no puedo respirar? Richard ¿y si no puedo respirar?

Richard mantuvo la voz tranquila y segura.—Yo soy más grande que tú, así que si yo paso, tú pasarás.Ella se limitó a asentir mientras tiritaba. Él extendió la mano atrás y tuvo

que volver a decirle que le pasara la mochila antes de que ella hiciera lo que le indicaba. Una vez que tuvo la mochila de Jennsen, ató las correas a la suya y empujó ambas al frente. Ella le agarró el tobillo como si fuese la única cosa que le impedía caer en los brazos del Custodio del inframundo. Richard no se quejó, sin embargo, de lo fuerte que lo sujetaba. Sabía el miedo que sentía.

Empujó las mochilas al frente y empezó a avanzar lentamente hacia adelante. Intentó no pensar en el áspero techo de toca que corría a un palmo por encima de su espalda. Sabía que se estrecharía más antes de que salieran. La repisa de roca se inclinaba hacia arriba, a la derecha, ligeramente, penetrando en la oscuridad. La luz estaba a la izquierda, y abajo.

Parecía como si el modo más fácil de salir fuera ir directamente hacia la abertura. No estaba lejos. En su lugar, tenían que ir hacia arriba, a la oscuridad, y alrededor de la zona donde la hendidura se estrechaba, para llegar a un lugar por el que pudieran pasar. Obligarse a ascender, al interior de la oscuridad donde daba la impresión de ser más angosta y opresivo, en lugar de hacia la luz de la abertura, parecía ser un error; pero él ya había explorado la ruta y sabía que esa sensación era errónea.

Mientras se introducía más en la oscuridad, rodeando la zona infranqueable del centro de la estancia, alcanzó el punto donde la roca sobre su cabeza descendía más. Al avanzar, ésta descendió hasta presionar contra

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su espalda. Sabía que no era un gran trecho, no más de cuatro metros, pero, al no poder respirar profundamente, el angosto pasaje resultaba intimidante.

Richard empujó las mochilas al frente a la vez que avanzaba contoneándose y arrastrándose. Tenía que empujar con las puntas de las botas y, localizando con los dedos cualquier punto de apoyo disponible, impelerse hacia delante, obligarse a avanzar en la oscuridad, lejos de la luz.

Los dedos de Jennsen le sujetaban el tobillo con mano de hierro. Eso le convenía a Richard, porque entonces podía arrastrarla con él. Quería ayudarla a pasar cuando alcanzara el punto que le oprimiría el pecho.

Y entonces, de improviso, ella le soltó el tobillo.

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A lo lejos, detrás de él. Richard oyó que Jennsen se alejaba gateando.—¿Jennsen? ¿Qué sucede? ¿Qué haces?La joven gritaba, gimiendo aterrorizada, mientras marchaba disparada

en dirección a la luz de la abertura.—Jennsen! —le chilló Richard—. ¡No vayas por ahí! ¡Quédate conmigo!Tal como estaba, no podía girar fácilmente para ver. Se obligó a seguir

adelante. Jennsen trepaba hacia la luz, haciendo caso omiso de sus llamadas.Kahlan se arrastró hasta él.—¿Qué hace?—Intenta salir. Ve la abertura, la luz, y no atiende a razones.Richard empujó las mochilas y se abrió paso frenéticamente hacia

adelante, pasando a la zona situada mis allá de la zona angosta, donde había espacio suficiente para que pudiera por fin tomar aire profundamente y casi ponerse a cuatro patas.

Jennsen chilló. Richard pudo verla intentando agarrarse desesperadamente a la roca, pero sin conseguir nada. En un arrebato, ella intentó impelerse al frente, pero, en su lugar, resbaló lateralmente, descendiendo más por la pendiente, encajándose con más fuerza.

Cada inhalación jadeante, mientras forcejeaba y se estiraba, la incrustaba más profundamente.

Richard la llamó, intentando conseguir que escuchara, que hiciera lo que le decía. En su desesperación, la muchacha no respondía a ninguna de sus instrucciones. Veía la abertura, quería salir, y no escuchaba.

Tan rápido como pudo, Richard gateó por la oscuridad y giró en dirección a la abertura, guiando a Kahlan, Owen, Cara y Tom a través del único camino por el que sabía que podían lograrlo. Kahlan se sujetó con fuerza a su tobillo y él pudo oír por lo fuertes jadeos que los demás lo seguían todos en fila detrás de ella.

Jennsen chilló aterrada. Forcejeó violentamente, pero no pudo moverse. Encajada como estaba, con roca comprimiéndole la caja torácica arriba y abajo, empezaba a resultarle difícil respirar.

—Jennsen! ¡Respira poco a poco! ¡Despacio! —le gritó Richard mientras correteaba en dirección a la abertura—. ¡Respira despacio! ¡Respira!

Richard alcanzó por fin la abertura. Emergió de la oscura fisura, bizqueando ante la repentina luz. De rodillas, se inclinó hacia dentro y ayudó a Kahlan a salir. Betty gateó al exterior, adelantándose al resto. Mientras Owen y luego Cara trepaban fuera de la abertura, Richard se pasó el tahalí por encima de la cabeza y le entregó la espada a Kahlan.

Tom gritó que retrocedía para intentar llegar hasta Jennsen.

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En cuanto el resto estuvo fuera y a salvo, Richard volvió a introducirse en la fisura. Con la cabeza por delante, sobre manos y rodillas, avanzó por la oscuridad. Podía ver que Tom, desde su ángulo de aproximación, no tenía la menor posibilidad de llegar hasta la muchacha.

—Tom, yo llegaré hasta ella.—Yo puedo alcanzarla —dijo él, a pesar de que también se iba quedando

encajado.—No, no puedes —dijo Richard con tono severo—. Desearlo no hará que

sea así. No harás más que quedar atrapado también tú. Escúchame. Retrocede, ahora, o tu peso ayudará a empujarte colina abajo y quedarás atrapado de tal modo que no podremos sacarte, vuelve a subir, ahora, mientras todavía puedes. Vete. Deja que yo la coja.

Tom contempló cómo Richard se movía por detrás de él, y luego, poniendo cara de disgusto, empezó a retroceder hacia arriba, a la oscuridad, donde había unos pocos y valiosos centímetros más de espacio que le permitirían salir de allí.

Richard se abrió paso a través de la zona angosta y luego descendió por la ladera, de modo que no estuviera mirando colina abajo mientras intentaba ayudar a Jennsen y posiblemente acabara encajándose más. Si no tenía cuidado, haría lo mismo que Tom había estado a punto de hacer. Abajo en la oscuridad, Jennsen chilló, presa del pánico.

Richard, echado sobre el vientre, se contoneó y culebreó descendiendo más, todo el tiempo dirigiéndose a su izquierda, descendiendo por la pendiente de la repisa rocosa.

—Jennsen, respira. Ya voy. Todo va bien.—¡Richard! ¡Por favor no me dejes aquí! ¡Richard!Richard hablaba con voz tranquila y queda mientras se movía para

colocarse detrás de ella, que estaba abajo, en la zona más angosta de la cueva.

—No voy a dejarte. Estarás perfectamente. Espérame.—¡Richard! ¡No me puedo mover! —Gruñó por el esfuerzo—. ¡No puedo

respirar! ¡El techo se está desplomando! Se está moviendo..., siento cómo desciende. ¡Me está aplastando! ¡Por favor ayúdame! ¡Richard..., por favor no me abandones!

—Estás perfectamente. Jennsen. El techo no se mueve. Simplemente estás atrapada. Te sacaré en un minuto.

Al mismo tiempo que el avanzaba lucia la zona baja. Intentando acercarse por detrás de ella. Jennsen seguía luchando por avanzar, empeorando las cosas: no había modo de que pudiera avanzar y salir. Mientras seguía debatiéndose, sin embargo, Iba resbalando más por la pendiente y con cada frenética inhalación de aire se encajaba aún más. Richard podía oír lo desesperadamente que intentaba respirar, introducir un poco de aire en sus pulmones a pesar de la compresión de la roca.

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Recorrido finalmente todo el trecho hasta llegar detrás de ella, Richard empezó a introducirse por donde ella había pasado. Había ido a parar a un canal estrecho que se cerraba en el lado de la joven, de modo que no se la podía mover pendiente arriba; tenía que conseguir que retrocediera por donde había entrado, tenía que conseguir que se alejara de la luz, y retrocediera al interior de lo que la asustaba.

El techo de roca arañó la espalda de Richard, dificultándole respirar profundamente. Tuvo que respirar de un modo superficial mientras avanzaba más al interior. Al adentrarse más, ya ni siquiera pudo respirar así.

La necesidad de aire, de llenarse los pulmones, hizo que el dolor del veneno fuera como el de unos cuchillos que se retorciera en las costillas. Con los brazos extendidos al frente, Richard usó las botas para obligarse a descender más, intentando hacer caso omiso de su creciente sensación de pánico. Razonó consigo mismo que había otras personas que sabían dónde se encontraba, que no estaba solo. Con la abrumadora sensación de que la montaña de roca lo estaba aplastando, razonar consigo mismo era difícil, en especial cuando la somera hendidura en la roca en cuyo interior estaba introducido apenas le dejaba tomar aire y él se estaba introduciendo desesperadamente más al interior, intentando llegar hasta Jennsen. Sabía que tenía que sacarla de donde estaba atrapada o moriría allí.

—Richard —gritó ella—, duele. No puedo respirar. Estoy atascada. Queridos espíritus, no puedo respirar. Por favor, Richard, estoy asustada.

Richard se estiró, intentando alcanzar el tobillo de la joven, Estaba demasiado lejos. Tuvo que girar la cabeza de lado para avanzar y sus orejas rasparon contra la toca. Se retorció, introduciéndose un poquitín más adentro a pesar de que su sentido común le decía que ya tenía problemas.

—Jennsen, por favor, necesito que me ayudes. Necesito que empujes hacia atrás. Empuja hacia atrás con las manos. Empuja hacia atrás en dirección a mí.

—¡No! ¡Tengo que salir! ¡Estoy casi ahí!—No, no estás casi ahí. No puedes salir por ese camino. Tienes que

confiar en mí, Jennsen, tienes que empujar hacia atrás para que pueda alcanzarte.

—¡No! ¡Por favor! ¡Quiero salir! ¡Quiero salir!—Yo te sacaré, lo prometo. Sólo empuja hacia atrás para que pueda

alcanzarte.Con ella bloqueando la luz no podía saber si la muchacha hacía lo que le

indicaba o no. Se retorció hacia dentro otros dos centímetros, luego otros dos. Tenía la cabeza casi atorada. No podía ni imaginar cómo había conseguido ella introducirse tan adentro.

—Jennsen, empuja hacia atrás.Su voz delataba tensión. No conseguía inhalar aire suficiente para hablar

y respirar. Alargó los dedos hacia delante, intentando alcanzarla, estirando. Los pulmones le ardían por falta de aire. Sólo quería tomar una buena bocanada de aire. Necesitaba desesperadamente una bocanada de aire. No

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ser capaz de tomar aire era no sólo doloroso sino aterrador. Los latidos del corazón le martilleaban en los oídos.

Al estar tan arriba en las montañas, el aire estaba ya enrarecido y era difícil conseguir aire suficiente ya de por sí. Verse limitado a respirar de forma superficial hacía que se sintiera mareado. Si no regresaba pronto a donde pudiera respirar, los dos iban a quedarse para siempre en aquel terrible lugar.

Las yemas de los dedos de Richard alcanzaron el borde de la suela de la bota de Jennsen. Sin embargo, no consiguió sujetar bien el pie.

—Empuja hacia atrás —susurró él en la oscuridad, pues era todo lo que podía hacer para mantener bajo control su pánico—. Jennsen, haz lo que digo. Empuja hacia atrás. Hazlo.

La bota de Jennsen se movió hacia atrás, en su mano. La sujetó con más fuerza e inmediatamente empezó a moverse hacia atrás unos pocos centímetros. Tirando con todas sus fuerzas, se esforzó por arrastrarla hacia atrás. Por mucho que lo intentaba, ella no se movía un ápice. O bien estaba firmemente encajada, o intentaba ir adelante.

—Empuja hacia atrás —volvió a susurrar el—. Usa las manos, Jennsen. Empuja hacia atrás en dirección a mí. Empuja.

Ella sollozaba y gritaba algo que él no conseguía comprender. Richard encajó las botas, en la angosta hendidura y luego tiró con todas sus fuerzas. El brazo le tembló por el esfuerzo, pero consiguió arrastrarla hacia atrás unos pocos centímetros.

Retrocedió serpenteando una distancia igual y volvió a tirar. Haciendo un angustioso esfuerzo, empezó, poco a poco, concienzudamente, a extraerla del callejón sin salida al que había huido en su aterrorizado intento de salir al exterior.

En ocasiones, ella intentaba retorcerse de vuelta hacia la luz. Richard, con la roca comprimiéndole con fuerza, mantenía bien sujeta la bota y tiraba de ella hacia atrás, a pulso, un poco más, sin permitirle recuperar nada de la distancia que él había ganado.

No conseguía enderezar la cabeza y eso dificultaba aún más el uso de sus músculos para moverlos a los dos. Con la cabeza descansando sobre el lado derecho. Richard alargó el brazo izquierdo atrás y sujetó un pequeño borde de roca del techo, usándolo para que ambos retrocedieran. Con el brazo derecho, estirado al frente y sujetándola por la bota, tiró de ella hacia atrás centímetro a centímetro.

Cuando volvía a alargar el brazo atrás para buscar otro asidero. Richard vio algo no muy lejos a su izquierda, pendiente abajo, incrustado allí donde la roca se estrechaba. Al principio pensó que era una roca. Mientras luchaba por arrastrar a Jennsen hacía atrás, contempló fijamente la cosa también atascada en la rota. Alargó el brazo al lado y la tocó. Era lisa y no tenia en absoluto el tacto del granito.

Mientras empezaba a efectuar auténticos progresos hacia atrás se estiró lateralmente y consiguió pasar los dedos alrededor del objeto. Tiró de él colocándose a su costado y continuó retorciéndose hacia atrás.

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Con gran alivio, finalmente consiguió retroceder lo bastante para llegar a un lugar donde pudo conseguir aire suficiente. Permaneció inmóvil unos instantes, recuperando el aliento. No obstante, casi tanto como deseaba el aire deseaba salir de allí.

Mientras hablaba con Jennsen, distrayéndola con instrucciones que ella sólo seguía intermitentemente, empezó a obligarla a retroceder y a ir a la derecha, donde había más espacio. Filialmente, consiguió colocarse junto a ella y sujetarle la muñeca. Una vez que la tuvo cogida, empezó a moverla hacia atrás, pendiente arriba, al interior de la oscuridad, al interior de la zona angosta que él sabía que era el único camino de salida.

Con él allí, junto a ella, la joven se mostró un poco más cooperativa. Él no dejó de tranquilizarla durante todo el tiempo.

—Este es el camino, Jennsen. Este es el camino. No te abandonaré. Te sacare. Este es el camino. Sólo ven conmigo y estaremos fuera en unos minutos.

Cuando se abrieron paso hacia arriba, al interior del lugar oscuro y angosto, ella empezó a forcejear otra vez, intentando de nuevo gatear hacia la luz de la abertura, pero él le cerraba el paso. Permaneció pegado a su lado mientras ambos avanzaban hacia delante. La muchacha parecía hallar fuerzas en sus constantes promesas de que saldrían y en el modo en que él le sujetaba la muñeca. Richard no estaba dispuesto a permitir que volviera a escapársele.

Cuando se abrieron paso hasta el lugar donde el techo se elevaba un poco, ella empezó a llorar de expectante alegría. Él conocía la sensación. Una vez que el techo se elevó treinta o sesenta centímetros, se apresuró a conducirla, tan rápido como pudo, a la abertura, a la luz.

Los demás aguardaban justo en la entrada para ayudarlos a salir. Richard sujetó el objeto que llevaba bajo el brazo izquierdo mientras ayudaba a empujar a Jennsen fuera, por delante de él. Ella se precipitó a los brazos abiertos de Tom, pero sólo hasta que Richard trepó fuera y se puso ni pie. Entonces, llorando de alivio, Jennsen corrió a sus brazos, abrazándose a él como si le fuera la vida en ello.

—Lo siento tanto —dijo una y otra vez mientras lloraba—. Lo siento tanto, Richard. Tenía tanto miedo.

—Lo sé —la consoló mientras la abrazaba.Él se había encontrado en una situación similar en el pasado, y pensó

que tal vez no conseguiría jamás salir de un lugar tan aterrador, de modo que lo comprendía. En circunstancias tan estresantes, en las que uno creía que estaba a punto de morir, era fácil verse dominado por la ciega necesidad de escapar... de vivir.

—Me siento tan desconcertada...—A mí tampoco me gustan los lugares angostos —dijo el—. Lo

comprendo.—Pero es que yo no lo comprendo. Jamás he sentido miedo de lugares

como ese. Desde que era muy pequeña me he escondido en lugares pequeños y angostos. Tales lugares siempre me hacían sentir a salvo porque

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nadie podía encontrarme o llegar hasta mí. Cuando te pasas la vida huyendo y ocultándote de alguien como Rahl el Oscuro, llegar a apreciar los lugares pequeños, oscuros y ocultos.

»No se que se apoderó de mi. Fue de lo más extraño. Todas esas ideas de que no saldría, dé que no podía respirar, de que moriría, simplemente empezaron a acudir a mi mente. Sensaciones que nunca antes había sentido empezaron a penetrar en mi interior. Simplemente parecían dominarme. Nunca antes he hecho nada parecido.

—¿Todavía tienes esas extrañas sensaciones?—Sí —respondió ella mientras lloraba—, pero empiezan a desvanecerse,

ahora que estoy fuera, ahora que ha acabado.Todos los demás se habían alejado un poco para darle el tiempo que

necesitaba para poner en orden sus sentimientos. Se sentaron no muy lejos, aguardando sobre un viejo tronco que las inclemencias del tiempo habían vuelto plateado.

Richard decidió no acuciarla. Se limitó a abrazarla y a hacerle saber que estaba a salvo.

—Lo siento, Richard. Me siento tan estúpida...—No hay necesidad de ello. Se acabó.—Mantuviste tu promesa —dijo ella a través de su llanto.Richard sonrió, feliz por haberlo hecho.Owen, con el rostro tenso por la preocupación, pareció no poder evitar

hacerle una pregunta.—Pero ¿Jennsen? —Inquirió a la vez que iba hacia ella—. ¿Por qué no

hiciste magia para ayudarte?—Yo, como tú, tampoco puedo hacer magia.Él se frotó las palmas sobre las caderas.—Podrías si te atrevieras. Tú puedes tocar la magia.—Otras personas puede que sean capaces de hacer magia, pero yo no

puedo. No tengo ninguna habilidad para ello.—Lo que otros creen que es magia no es más que ellos mismos

engañando a sus sentidos, y ello les impide ver la magia real. Nuestros ojos nos ciegan, nuestros sentidos nos engañan... como expliqué antes. Únicamente aquellos que nunca han visto la magia, únicamente aquellos que nunca la han usado o percibido, únicamente aquellos que no tienen ninguna habilidad o facultad para ella, pueden realmente comprenderla y por lo tanto únicamente ellos pueden ser auténticos practicantes de la magia real. La magia debe basarse por completo en la fe, si se quiere que sea real. Debes creer, y entonces puedes ver realmente. Tú puedes hacer magia.

Richard y Jennsen miraron de hito en hito al hombre.—Richard —dijo Kahlan en un curioso tono de voz antes de que él

pudiera decir nada a Owen—. ¿Qué es eso?

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Richard la miró pestañeando.—¿Qué?—Eso, ahí, bajo tu brazo. —Kahlan señaló con el dedo—. ¿Qué es?—Ah —respondió él—. Algo que encontré encajado en la roca, cerca de

Jennsen, allá atrás, donde ella estaba atrapada. En la oscuridad no pude saber qué podía ser aparte de que no era una roca.

Lo sacó y le echó una mirada.Era una estatua.Una estatua con su efigie, que vestía su traje de mago guerrero. Llevaba

puesta la capa, que se arremolinaba a un lado de las piernas, haciendo que la base fuese más ancha que la sección central.

La parte inferior de la figura era de un traslúcido color ambarino, y a través de ella se podía ver un hilillo de arena que casi había llenado la mitad inferior.

La estatua no era toda de ámbar, no obstante, como lo había sido la de Kahlan. Cerca del centro, oscureciendo la parte estrecha por la que discurría la arena, el ámbar traslúcido de la parte inferior empezaba a oscurecerse. Cuanto más arriba en la figura, más oscuro se volvía.

La parte superior —los hombros y la cabeza— estaba tan negra como una piedra en la noche.

Una piedra noche era un objeto del inframundo, y Richard recordaba muy bien el aspecto que había tenido aquel objeto perverso. La parte superior de la estatua parecía hecha del mismo material siniestro, satinado y suave, y tan negro que parecía como si pudiese absorber la luz del día.

A Richard se le cayó el alma a los pies al verse representado de tal modo, como un talismán tocado por la muerte.

—Ella lo hizo —dijo Owen, agitando un dedo acusador en dirección a Jennsen, que seguía bajo el brazo derecho de Richard—. Lo hizo ella con magia. Os dije que podía. Lo tejió con magia diabólica allí dentro, en esa cueva, cuando no pensaba. La magia tomó el control y surgió de ella, entonces, cuando no pensaba en que no podía hacer magia.

Owen no tenía ni idea de sobre que estaba hablando. Aquello no era una estatua que Jennsen hubiese creado.

Se trataba del segundo faro de advertencia, pensado para advertir a aquel que podía sellar la brecha.

—Lord Rahl...Richard alzó los ojos. Era la voz de Cara.Estaba de pie un poco más alejada, de espaldas a ellos, mirando arriba,

a un pequeño trozo de cielo que se veía a trasvés de los árboles. Jennsen giró en los brazos de Richard para ver qué había provocado aquel tono curioso en la voz de Cara. Apretando contra sí a su hermana, Richard fue a colocarse detrás de Cara y atisbo a lo alto, por entre los árboles, a donde ella miraba.

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A través de una zona poco densa en el dosel de pinos, distinguió el borde del paso montañoso por encima de ellos. Recortándose contra nubes gris plomo que pasaban veloces había algo hecho por el hombre.

Parecía una estatua enorme colocada en lo alto del paso.

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—¿Qué crees? —preguntó Kahlan. Un viento helado tiraba de las ropas de Richard y Kahlan mientras se acurrucaban bien juntos en el borde de un espeso bosquecillo de piceas. Jirones de nubes bajas pasaban veloces por su lado. Gruesos copos de nieve danzaban en las frías ráfagas de aire. Las orejas de Richard ardían bajo el entumecedor frío. Richard sacudió la cabeza. —No sé. —Echó una ojeada detrás de ellos, de vuelta al refugio que proporcionaban los árboles—. Owen, ¿estás seguro de que no sabes lo que es? ¿No tienes la menor idea? Las arremolinadas nubes formaban un ominoso telón de fondo a la imponente estarna colocada en lo alto de la cresta. —No, lord Raid. Nunca he estado aquí antes. Ninguno de nosotros recorrió nunca esta ruta. No sé lo que podría ser. A menos... —Sus palabras se desvanecieron en el gemido del viento. —¿A menos qué? Owen se echó hacia atrás, retorciendo un botón de su abrigo mientras dirigía una mirada a la mord-sith que tenía a un lado, y a Tom y Jennsen, que estaban al otro. —Existe una predicción... que procede de aquellos que nos dieron nuestro nombre y nos protegieron sellando el paso. Se nos enseña que, cuando dieron a nuestro imperio su nombre, también nos dijeron que un día un salvador vendría a nosotros. Richard quiso preguntarle exactamente de que creía él que necesitaban que los salvasen... si habían vivido en una sociedad tan ilustrada en la que estaban a salvo de los «salvajes incultos del resto del mundo». En su lugar, hizo una pregunta más sencilla que creyó que Owen podría ser capaz de responder. —¿De modo que crees que quizá ésa es una estatua de él, de vuestro salvador? Owen se removió inquieto y finalmente encogió los hombros. —No es simplemente un salvador. La predicción también dice que nos destruirá. Richard miró al hombre con el entrecejo fruncido, esperando que aquello no fuera a ser otra de sus enrevesadas creencias. —Vuestro salvador os va a destruir... Eso no tiene sentido. Owen se apresuró a darle la razón. —Lo sé. Nadie lo comprende. —Quizá lo que quiere decir es que alguien vendrá a salvar a vuestro pueblo —sugirió Jennsen—, pero fracasará y por lo tanto acabará destruyéndolo en el intento. —Tal vez. —El rostro de Owen se contrajo por el desagrado de tener que contemplar tal resultado. —Quizá —sugirió Cara con tono sombrío— significa que ese hombre vendrá y, tras ver a tu gente, hallará que no es digna de ser salvada... —se inclinó hacía Owen— y decidirá destruirla en su lugar. Owen, a la vez que alzaba los ojos para mirar fijamente a Cara, pareció estar considerando las palabras de esta como una posibilidad real, en lugar de como el sarcasmo que Richard sabía que eran. —No neo que ese sea el significado —le dijo Owen por fin tras una concienzuda consideración, y se volvió hacia Richard—. Veréis, la predicción, tal y como se nos ha enseñado, dice, primero, que un hombre vendrá que nos destruirá. Luego sigue diciendo que él es quien nos salvará. —«Vuestro destructor vendrá y os redimirá» —citó Owen—. Así es como se nos han ensenado las palabras, cómo se las dijeron a mi gente cuando nos instalaron detrás de este paso. —«Vuestro destructor vendrá y os redimirá.» —repitió Richard, e inspiró pacientemente—. Lo que fuera que decía en un principio probablemente se ha ido confundiendo y embrollando a medida que se iba transmitiendo. Probablemente ya no se parece en nada a la cita original. En lugar de mostrarse en desacuerdo, como Richard esperaba, Owen asintió. —Algunos creen, como vos decís, que con el paso del tiempo es posible que las palabras auténticas se hayan perdido, o confundido. Otros creen que el mensaje se ha transmitido intacto y que tiene un significado impórtame. Los hay que piensan que la predicción quería decir únicamente que vendrá un

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salvador. Otros piensan que sólo significa que vendrá un destructor. —¿Y tú qué crees? —preguntó Richard. Owen hizo girar el botón del abrigo hasta que Richard pensó que éste acabaría por desprenderse. —Creo que la predicción quiere decir que vendrá un destructor... y creo que ese es Nicholas, de la Orden... y que luego vendrá un salvador y nos salvará. Creo que ese hombre sois vos, lord Rahl. Nicholas es nuestro destructor. Vos sois nuestro salvador. Richard sabía por el libro que la profecía no funcionaba con aquellas personas, con los Pilares de la Creación. —Lo que tu gente cree que es una predicción —dijo Richard— probablemente no sea más que un viejo proverbio con el que la gente se ha acabado haciendo un lio. Owen se mantuvo firme, si bien algo vacílame. —Se nos ha enseñado que esto es una predicción. Se nos ha enseñado que aquellos que nos dieron el nombre nos contaron esta predicción y que querían que se transmitiera para que todos conociésemos su existencia. Richard suspiró, una larga nube de aliento. —¿Así que crees que ahí arriba hay una estatua mía, puesta ahí hace miles de años por los que os protegieron detrás del límite? ¿Cómo iban a saber ellos, mucho antes de que yo naciera, qué aspecto tendría yo para poder hacer una estatua mía? —«La auténtica realidad conoce todo lo que será» —dijo Owen recitando de memoria, y forzó una media sonrisa mientras volvía a encogerse de hombros—. Al fin y al cabo, hizo que esa estatua pequeña que encontrasteis se pareciese a vos. Nada contento de que le recordaran eso, Richard se apartó del hombre. Habían hecho que la pequeña figura se pareciese a él mediante magia conectada al límite, y, posiblemente, a un mago muerto en el inframundo. Richard escudriñó el cielo, las laderas rocosas que rodeaban la línea de los árboles. No vio ninguna señal de vida. La estatua —todavía no podían distinguir por completo lo que era— descansaba a lo lejos, encima de una elevación rocosa carente de árboles. Quedaba aún una buena ascensión hasta llegar al borde del paso, a la estatua. A Richard no le iba a gustar si al final resultaba que era una estatua suya. Ya no le gustaba lo más mínimo que el segundo faro de advertencia estuviese dirigido a él. Lo ligaba a una responsabilidad, a un deber, que ni quería ni podía llevar a cabo. No tenía ni idea de cómo restituir el sello que aislaba Bandakar. Zedd había creado en una ocasión límites que posiblemente eran similares al que habla habido allí abajo, en el Viejo Mundo: pero incluso Zedd había usado magia que habla encontrado en el Alcázar. Tales hechizos los hablan creado antiguos magos poseedores de un poder y conocimiento inmensos sobre tales cosas. Zedd le había dicho que ya no existían más de tales hechizos. Richard, desde luego, no tenía ni idea de cómo invocar un conjuro que pudiese crear tal límite. Es más, no veía cómo podía servir de nada incluso aunque supiese cómo. Lo que realmente había sido liberado de Bandakar al dejar de funcionar el límite era la característica de nacer sin el menor rastro del don; que era el motivo de que los hubiesen desterrado a todos allí, para empezar. La Orden Imperial estaba ya usando a mujeres de Bandakar para dejar a la humanidad sin el don. No había modo de saber hasta qué punto se habla extendido ya aquella característica. Embarazando a las mujeres, como parecía que estaban haciendo, en la actualidad, habría más niños que carecerían totalmente del don, niños a los que se inculcaría las doctrinas de la Orden. Cuando empezaran a usar a los hombres para engendrar, el número de tales niños aumentaría en gran manera. Una mujer podía tener un hijo cada año. En el mismo tiempo, un hombre podía engendraron gran número de hijos que llevaran esa característica de carecer del don. No obstante el credo de la Orden sobre el altruismo, daba la impresión de que todavía no habían estado dispuestos a sacrificar a sus mujeres a tal tarea. Violar a las mujeres de Bandakar y proclamar que era por el bien de la humanidad no era ningún

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problema para los hombres de la Orden. Para los hombres que gobernaban la Orden Imperial entregar a sus propias mujeres para que sirviesen de animales de cría, sin embargo, era algo bastante distinto. Richard no dudaba de que al final empezarían a usar a sus propias mujeres para ese propósito, pero eso llegaría más tarde. Entre tanto, la Orden probablemente no tardaría en usar a todas las mujeres capturadas y retenidas como esclavas para tal propósito, entregándolas a hombres de Bandakar para que criaran. La conquista del Nuevo Mundo por parte de la Orden les proporcionaría muchas más mujeres. Mientras que en tiempos remotos los que vivían en el Nuevo Mundo intentaron impedir que aquella característica se extendiera entre los hombro. La Orden Imperial haría todo lo que pudiera para acelerar el proceso. —Richard —preguntó Kahlan en voz baja, de modo que los otros, que estaban más atrás, entre los árboles, no la oyeran—, ¿qué crees que significa que el segundo faro de advertencia, el dirigido a ti, se esté volviendo negro como la piedra noche? ¿Crees que es para mostrarle el tiempo que le queda para conseguir el antídoto? Puesto que acababan de encontrado, él no había pensado demasiado sobre ello. Aun así, sólo podía interpretarlo como una advertencia funesta. La piedra noche estaba ligada a los espíritus de los muertos... al inframundo. Podría ser, cómo sugería Kahlan, que el oscurecimiento estuviese pensado para indicarle cómo se iba apoderando de él el veneno, y que se estaba quedando sin tiempo. No obstante, por varios motivos, no creía que ésa fuese la explicación. —No lo sé con seguridad —le respondió por fin—, pero no creo que sea una advertencia sobre el veneno. Creo que el hecho de que la estatua se esté volviendo negra indica, que el don me está fallando, que está empezando a matarme lentamente, que el inframundo, el mundo de los muertos, me envuelve poco a poco con su mortaja. La mano de Kahlan ascendió por el brazo de su esposo, en un gesto de consuelo a la vez que de preocupación. —Eso es también lo que yo pensaba. Esperaba que argumentaras en contra. Eso significa que el don puede ser un problema mayor que el veneno... si, después de todo, ese mago muerto usó el faro para advertirte sobre ello. Richard se preguntó si la estatua situada en la cresta del paso tendría alguna respuesta. Él ciertamente no tenía ninguna. Para llegar hasta allí arriba y verlo, tendrían que abandonar la protección del bosque y viajar a campo abierto. Richard se dio la vuelta e hizo señas a los demás para que se adelantaran. —No creo que las criaturas vayan a esperarnos aquí —dijo cuando se reunieron a su alrededor—. Si realmente conseguimos perderlas no sabrán adonde fuimos, en qué dirección, de modo que no sabrán que deben buscarnos aquí. Creo que podemos conseguir subir allí arriba sin que las criaturas, y por lo tanto Nicholas, lo sepan. —Además —indicó Tom—, con esas nubes bajas abrazando la mayoría de las montañas, puede que no sean capaces de buscar. —Puede —repuso Richard. Se hacía tarde. En las lejanas montañas un lobo aulló. En otra ladera, al otro lado de una profunda hendidura en las montañas, un segundo lobo respondió. Seguro que había más de dos. Las orejas de Betty se irguieron a la vez, que se apretaba contra Jennsen. —¿Y si Nicholas usa alguna otra cosa? —preguntó Jennsen. Cara se sujetó la rubia trenza mientras oteaba los bosques. —¿Algo más? Jennsen se envolvió mis en su capa cuando el viento intentó abrírsela. —Bueno, si puede mirar a través de los ojos de una de esas criaturas voladoras, entonces tal vez pueda mirar a través de los ojos de otra cosa. —¿Quieres decir un lobo? —preguntó Cara—. ¿Crees que ese lobo que oíste podría ser él? —No lo sé —admitió Jennsen. —Si puede mirar a través de los ojos negros de las criaturas, quizá podría mirar con la misma facilidad a través de los ojos de un ratón —dijo Richard. Tom se apartó de la frente los rubios cabellos azotados por el

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viento mientras dirigía una mirada cautelosa al cielo. —¿Por qué creéis que siempre usa a las criaturas, entonces? —Probablemente porque son más capaces de cubrir grandes distancias —respondió Richard—. Al fin y al cabo, le costaría muchísimo localizarnos con un ratón. »Más que eso, no obstante, creo que le gusta estar con tales seres, que le gusta pensar que forma parte de un depredador poderoso. Al fin y al cabo, nos está dando caza. —¿Entonces crees que sólo tenemos que preocupamos por las criaturas? —preguntó Jennsen. —Creo que él preferirá observar a través de ellas, pero ése no es su fin, sólo él medio —repuso él—. Va tras de Kahlan y de mí. Puesto que cogernos es su propósito, creo que recurrirá a cualquier medio. Podría muy bien mirar a través de los ojos de un ratón incluso si eso le ayudara a cogernos. —Si su finalidad es cogeros —dijo Cara—, entonces Owen está ayudando a sus propósitos al llevaros hacia él. Richard no podía discutirle aquello. Por el momento, no obstante, tenía que secundar los deseos de Owen. Pero, muy pronto, Richard tenía intención de hacer las cosas a su manera. —Por ahora —dijo Richard —, todavía está intentando localizarnos, así que espero que seguirá con las criaturas aladas, ya que pueden cubrir grandes distancias. Pero, puesto que he matado a criaturas de esas con flechas, debe de ser consciente de que nosotros sospechamos que alguien nos observa a través de los ojos de éstas. A medida que nos acerquemos más a él, no veo motivo para que en el futuro no pudiese usar otra cosa para que no sepamos que nos observa. Kahlan pareció alarmada ante la idea. —¿Quieres decir, algo tomo un lobo, o, o... no sé, quizás un búho? —Búho, paloma, gorrión... Si tuviese que adivinar, yo diría que hasta que nos encuentre usará un pájaro. Kahlan se acurrucó más pegada a él, usando el cuerpo de su esposo para abrigarse contra el viento. Estaban tan arriba en las montanas que ya empezaban a encontrar nieve. Por lo que Richard había visto del Viejo Mundo, éste por lo general parecía tener un clima demasiado cálido para que nevara. La aparición de nieve en aquella época del año sólo podía darse en las montañas más imponentes. Richard indicó con un ademán los helados copos que se arremolinaban en el aire. —Owen, ¿hace frío en invierno en Bandakar? ¿Os nieva? —Los vientos descienden por nuestro lado de las montañas, del norte, creo. En invierno hace frío. —Cada par de años, nos nieva un poco, pero no dura mucho. Por lo general en invierno llueve más. No comprendo por qué nieva aquí, ahora, en verano. —Se debe a la altura —respondió Richard tranquilamente mientras estudiaba las laderas que se alzaban a cada lado. Más arriba aún, la capa de nieve era espesa, y en algunos lugares, donde el viento amontonaba ventisqueros en salientes, resultaría traicionera. Intentar cruzar laderas tan escarpadas y cubiertas de nieve sería peligroso, en el mejor de los casos. Por suerte, se acercaban al punto más alto al que tendrían que ascender para cruzar al otro lado del paso, de modo que no tendrían que atravesar gruesas capas de nieve. El viento glacial, no obstante, les hacía sentirse abatidos. —Quiero saber que es esa cosa —dijo finalmente Richard, indicando a la estatua de la elevación. Pascó la mirada por los demás para ver si alguien se oponía. Nadie lo hizo. —Y quiero saber por qué está ahí. —¿Creéis que deberíamos aguardar a que oscureciera? —preguntó Cara—. La oscuridad nos ocultará mejor. Richard negó con la cabeza. —Las criaturas deben de poder ver muy bien en la oscuridad; al fin y al cabo, es entonces cuando cazan. Si se me da a elegir, casi prefiero estar a campo abierto durante el día, cuando puedo verlas venir. Sujetó el arco bajo la pierna y lo dobló lo suficiente para colocarle la cuerda. Sacó una flecha de la aljaba de cuero que llevaba al hombro y la colocó, sujetándola en reposo sobre el arco con la mano izquierda. Oteó el ciclo, comprobando las nubes, y buscando cualquier señal de aquellas aves. No

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podía fiarse de las sombras entre los árboles, pero en el cielo no había ninguna de aquellas criaturas. —Creo que será mejor que nos pongamos en camino. —La mirada de Richard se paseó por el rostro de todos, asegurándose de que prestaban atención—. Andad sobre las rocas siempre que podáis. No quiero dejar un rastro en la nieve que Nicholas pueda distinguir a través de los ojos de las criaturas. Asintiendo para indicar que entendían, todos marcharon tras él, en fila india, pasando sobre las rocas. Owen, delante de la siempre vigilante mord-sith, no dejaba de mantener la vista puesta en el cielo. Jennsen y Betty observaban los bosques situados a los lados. Bajo las fuertes ráfagas de aire, todos se encorvaron para defenderse del viento y de las cortantes punzadas de cristales de hielo que les azotaban el rostro. Con aquel tiempo resultaba agotador trepar por la empinada pendiente. A Richard las piernas le ardían por el esfuerzo y los pulmones por el efecto del veneno. Recorriendo con la mirada las paredes de roca que se alzaban hacia las nubes a ambos lados, Richard no vio ningún otro camino que no fuese el paso. Quizá podía darse un rodeo por las imponentes montañas, pero sería un viaje tremendamente difícil, y penoso. Incluso así, no estaba realmente seguro de que fuera posible. En algunos lugares, mientras ascendían penosamente por el borde de la empinada elevación, podía ver, al fondo a través de resquicios en las paredes de roca, la luz del sol al otro lado del paso. Ninguno de ellos hablaba mientras ascendían. De vez. en cuando tenían que detenerse para recuperar el aliento. Todos mantenían la vista fija en el tormentoso cielo. Richard divisó unos cuantos pájaros pequeños a lo lejos, pero nada que fuese muy grande. A medida que se aproximaban a la cima, siguiendo una ruta serpenteante para evitar escalar paredes rocosas. Richard conseguía fugaces visiones de la estatua, colocada sobre una sólida base de granito. Desde la elevada posición estratégica sobre el paso, pudo ver que la roca a cada lado de la elevación descendía en forma de escarpados precipicios. El desfiladero que había a cada lado finalizaba en paredes verticales que deberían de tener cientos de metros. Cualquier ruta que pudiera bifurcarse más abajo, tendría que converger antes de ascender esta elevación. Por la configuración del terreno, le quedaba claro que éste era el único modo de cruzar toda aquella sección del paso. Advirtió que cualquiera que se acercase a Bandakar por esa ruta tendría que ascender por aquella cresta y que, inevitablemente, irían a parar al monumento. Mientras superaba el último tramo entre los peñascos cubiertos de nieve. Richard consiguió por fin contemplar toda la estatua. Y desde luego guardaba el paso. Aquello era un centinela. La noble figura colorada en lo alto de una enorme base de granito estaba sentada mientras custodiaba, vigilante, el paso. En una mano la figura sostenía con indiferencia una espada desenvainada, la punta descansando sobre el suelo. Parecía vestir armadura de cuero, con la esclavina descamando sobre el regazo. La postura vigilante del centinela proporcionaba a este una presencia decidida. La clara impresión era que la figura estaba colocada para rechazar lo que había más allá. La piedra estaba desgastada por siglos de inclemencias meteorológicas, pero aquel desgaste no había erosionado el poder que emanaba de la escultura. Aquella figura había sido tallada, y colocada, con un propósito. Que estuviera en medio de ninguna parte, en la cima de un paso montañoso que ya no se usaba y un sendero posiblemente abandonado después de que se colocara aquello allí, la hacía, para Richard, aún más fascinante. Él había esculpido piedra, y sabía lo que costaba hacer una creación como aquella. No era lo que podía decirse una obra refinada, pero irradiaba fuerza. Sólo mirarla le ponía la carne de gallina. —Al menos no se parece a ti —dijo Kahlan. Al menos. Pero que aquella cosa llevara allí lo que

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podrían muy bien ser miles de años era inquietante. —Lo que me gustaría saber —le dijo Richard— es por qué el segundo faro estaba allí abajo, en aquella cueva, y no aquí arriba. Kahlan compartió con él una mirada significativa. —Si Jennsen no hubiese hecho lo que hizo, jamás lo habrías encontrado. Richard paseó alrededor de la base de la estatua, buscando... no sabía qué. Casi en cuanto empezó a mirar, lo vio, en la parte frontal de la base, en lo alto de una de las molduras decorativas, un curioso vacío en la nieve. Parecía como si algo hubiese estado colocado allí y luego lo hubiesen quitado. Era una especie de huella, algo delator. A Richard le pareció que el hueco le resultaba familiar. Sacó el faro de advertencia de la mochila y comprobó la forma de la parte inferior. Confirmado lo que pensaba, colocó la figura de sí mismo en ese hueco de la base. Encajaba a la perfección. La pequeña figura había estado allí, con la estatua. —¿Cómo creéis que acabó abajo, en la cueva? —preguntó Cara con voz suspicaz. —A lo mejor cayó —propuso Jennsen—. Hace mucho viento aquí arriba. A lo mejor el viento la hizo caer y rodó colina abajo. —Y se las arregló para rodar a través del bosque sin que la detuviera un árbol, y luego, con toda pulcritud —dijo Richard—, rodó justo al interior de la pequeña abertura de la cueva, y luego se quedó atrapada en la roca, cerca de donde tú, por casualidad, acabaste atrapada. Jennsen pestañeó, asombrada. —Si lo pones de ese modo... De pie en la cima del paso, frente a la estatua, justo donde el faro de advertencia había estado, y ahora volvía a estar, Richard pudo ver que el lugar dominaba el acceso a Bandakar. Las montañas que impedían la visión a ambos lados eran más formidables que nada que hubiese visto jamás. La elevación donde estaba instalado el centinela daba al camino de acceso al interior del paso situado atrás entre aquellos imponentes picos cubiertos de nieve. Pese a hallarse a considerable altura, se encontraban solo en las estribaciones de aquellas montañas. La estatua no miraba al frente, como podría haberse esperado de un guardián, sino que más bien, su mirada inmutable se dirigía un poco a la derecha. A Richard le pareció un tanto extraño. Se preguntó si a lo mejor se había hecho con la intención de mostrar a aquel centinela con la vista puesta en todo, en toda amenaza potencial. De pie donde estaba, justo enfrente de la base de la estatua, frente al lugar donde se encontraba el faro de advertencia, Richard miró a la derecha, en la dirección en la que miraba el hombre de la estatua. Pudo ver el acceso del paso ascendiendo entre las montañas. Más allá, a lo lejos, distinguió bosques inmensos al oeste, y más allá de eso, las montañas bajas y yermas que habían cruzado. Y pudo ver una abertura en aquellas montañas. Los ojos del hombre de la estatua estaba fijos en lo que Richard veía en aquellos momentos. —Queridos espíritus... —musitó. —¿Qué es?-preguntó Kahlan—. ¿Qué ves? —Los Pilares de la Creación.

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Kahlan, de pie junto a Richard, bizqueó para mirar a lo lejos. Desde la base de la estatua dominaban los accesos por el oeste. Parecía como si pudiese ver a medio mundo de distancia. Pero no podía ver lo que él veía. —No puedo ver los Pilares de la Creación —dijo. Richard se inclinó hacia ella, y apuntó con su brazo. —Ahí. Esa depresión más oscura en la extensión de terreno llano. Richard veía mejor a distancia que ella. Todo resultaba más bien nebuloso estando tan lejos. —Puedes reconocer dónde se encuentra por los puntos de referencia, ahí... —indicó a la derecha, y luego un poco a la izquierda— y ahí. Esas montañas más oscuras que son un poco más altas que el resto tienen una forma única. Sirven como buenos puntos de referencia para que puedas encontrar cosas. —Ahora que las señalas, puedo ver el terreno por el que viajamos. Reconozco esas montañas. Parecía sorprendente. Pudo ver, extendido a lo lejos, el inmenso páramo que había más allá de la cordillera de montañas yermas e, incluso aunque no pudo distinguir los detalles del terrible lugar, pudo ver la depresión más oscura en el valle. Aquella depresión eran los Pilares de la Creación. —Owen —preguntó Richard—, ¿a qué distancia está ese paso de tus hombres... los hombres que se ocultaban contigo en las colinas? Owen pareció desconcertado por la pregunta. —Pero lord Rahl, yo nunca he estado en esta parte del paso antes. No he visto nunca esta estatua. No he estado cerca de aquí antes. Sería imposible para mí saber tal cosa. —No es imposible —dijo Richard—. Si sabes cómo es tu hogar, deberías ser capaz de reconocer algún punto de referencia que haya a su alrededor; igual que yo pude mirar en dirección oeste y ver la ruta que recorrimos para llegar aquí. Pasea la mirada por esas montañas que hay al otro lado del paso y mira a ver si reconoces algo. Owen, con expresión escéptica, acabó de ascender hasta quedar detrás de la estatua y atisbó en dirección este. Permaneció de cara al viento durante un rato, con la mirada fija. Señaló una montaña a lo lejos, a través del paso. —Creo que conozco ese lugar. —Pareció atónito—. Conozco la forma de esa montaña. Parece un poco distinta desde este punto, pero creo que es el sitio que conozco. —Se protegió los ojos de las ráfagas de aire mientras miraba largamente en dirección este, y volvió a señalar—. ¡Y ese lugar! ¡Conozco ese lugar también! Regresó corriendo junto a Richard. —Teníais razón, lord Rahl. Puedo ver lugares que conozco. —Miró a lo lejos mientras musitaba para sí—. Puedo decir dónde está mi casa, incluso a pesar de que no he estado aquí. Solamente viendo lugares que conozco. Kahlan nunca había visto a nadie tan estupefacto ante algo tan simple. —En ese caso —lo animó Richard—, ¿a qué distancia crees que están tus hombres de aquí? Owen volvió a mirar. —Hay que cruzar esa zona baja, luego rodear aquella ladera por la derecha... —Se volvió hacia Richard—. Nos hemos estado ocultando en el territorio próximo a donde había estado el sello que aislaba nuestro imperio, donde nadie va jamás porque está cerca del lugar donde merodea la muerte, cerca del paso. Yo diría que haya tal vez, todo un día de marcha desde aquí. —De improviso se mostró vacilante—. Pero me equivoco al tener confianza en lo que me dicen mis ojos. Podría simplemente estar viendo lo que mi mente quiere que vea. Puede no ser real. Richard cruzó los brazos sobre el pecho y se recostó en la base de granito de la estatua mientras fijaba la mirada a lo lejos, en dirección a los Pilares de la Creación, haciendo caso omiso de la duda de Owen. Conociendo a Richard como lo conocía, Kahlan imaginó que debía de estar considerando sus opciones. De pie junto a él, hizo intención de recostarse contra la base de la estatua, pero se detuvo para retirar primero la nieve que había junto al lugar donde descansaba el faro de advertencia.

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Mientras apartaba la nieve con la mano, vio que había palabras talladas en lo alto de la moldura. —Richard... mira esto. Él se giró y luego empezó a retirar a toda prisa más de aquella nieve. Los demás se apelotonaron alrededor, intentando ver que había escrito en la base de la estatua. Cara, al otro lado de Richard, pasó la mano para limpiar toda la repisa. Kahlan no pudo leerlo. Estaba en un idioma que no conocía, pero que creyó reconocer. —¿D'haraniano culto? —preguntó Cara. Richard asintió, mientras estudiaba las palabras. —Esto debe de ser un dialecto muy antiguo —dijo, medio para sí mientras lo inspeccionaba, intentando descifrarlo—. Y no estoy familiarizado con él. Quizá porque éste es un lugar muy lejos de todo. —¿Qué dice? —quiso saber Jennsen mientras se asomaba desde detrás de Richard, entre él y Kahlan—. ¿Puedes traducirlo? —Es difícil de entender —farfulló Richard, y se echó los cabellos hacia atrás con una mano, luego pasó los dedos de la otra por encima de las palabras. Finalmente se irguió y echó una mirada a Owen, que estaba a un lado de la base, observando. Todos aguardaron mientras Richard volvía a bajar la mirada hacia las palabras. —No estoy seguro —dijo por fin—. Las frases son extrañas... —Alzó los ojos hacia Kahlan—. No puedo estar seguro. Nunca antes había visto d'haraniano culto escrito de este modo. Siento como si debiera saber qué dice, pero no consigo captarlo del todo. Kahlan no sabía si él no podía estar seguro, o si no quería traducir delante de los demás. —Bueno, a lo mejor si reflexionas sobre ello durante un rato, podría venir a ti —sugirió, intentando darle un modo de posponerlo por el momento. Richard no aceptó su oferta. En su lugar golpeó con un dedo las palabras a la izquierda del faro de advertencia. —Esta parte está un poco más clara. Creo que dice algo como «Temed cualquier ruptura de este sello del imperio situado al otro lado...» Se pasó una mano por la boca mientras consideraba el resto de las palabras. —No estoy tan seguro sobre el resto —dijo por fin—. Parece que dice: «pues al otro lado está el mal: aquellos que no pueden ver». —Por supuesto —masculló Jennsen con furiosa comprensión. Richard se pasó los dedos por los cabellos. —No estoy en absoluto seguro de haberlo entendido bien. Hay algo que no tiene sentido. No estoy seguro de haberlo entendido bien. —Lo has entendido perfectamente bien —dijo Jennsen—. Aquellos que no pueden ver la magia. Esto lo colocaron las personas con el don que encerraron a esas personas lejos del resto del mundo. —Sus llameantes ojos se llenaron de lágrimas—. Temed cualquier ruptura de este sello del imperio situado al otro lado, pues al otro lado está el mal; aquellos que no pueden ver la magia. Eso es lo que significa, aquellos que no pueden ver la magia. Nadie lo discutió. Por unos instantes, sólo se oyeron las ráfagas de viento sobre el terreno descubierto. —No estoy seguro de que sea eso, Jenn —le dijo Richard con dulzura. Ella cruzó los brazos y se dio la vuelta, mirando con odio en dirección a los Pilares de la Creación. Kahlan podía comprender cómo se sentía. Kahlan sabía lo que era verse rechazada por casi todo el mundo, excepto por aquellos que eran como uno. Muchas personas creían que las Confesoras eran monstruos. Si se le diera la oportunidad, Kahlan estaba segura de que gran parte de la humanidad no tendría el menor inconveniente en encerrarla por el hecho de ser una Confesora. Pero que pudiese comprender cómo se sentía Jennsen no significaba que Kahlan pensase que la joven tenía razón. La cólera de Jennsen para con aquellos que desterraron a aquellas personas estaba justificada, pero su cólera para con Richard y los demás no lo estaba. Richard volvió su atención a Owen. —¿Cuantos hombres tienes esperando en las colinas a que regreses? —No llegan a cien. Richard suspiró, decepcionado. —Bueno, si eso es todo lo que tienes, entonces es todo lo que tienes. Tendremos que conseguir más hombres más adelante. »Por ahora, quiero

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que vayas a buscar a esos hombres. Tráelos aquí, a mí. Esperaremos aquí tu regreso. Esta será nuestra base, aquí idearemos un plan para sacar a la Orden de Bandakar. Acamparemos ahí abajo, en esos árboles, donde se está bien protegido. Owen miró pendiente abajo, hacia donde Richard indicaba, y luego a lo lejos, en dirección a su tierra. Su turbada mirada reprobatoria regresó a Richard. —Pero, lord Rahl, sois vos quien debéis darnos la libertad. ¿Por qué no os limitáis a venir conmigo para reuniros con mis hombres si queréis verlos? —Porque creo que éste será un lugar más seguro que aquel en el que están ahora, donde la Orden probablemente sabe que están escondidos. —Pero la Orden no sabe que hay hombres escondidos, ni dónde están. —Os engañáis. Los hombres de la Orden son brutales, pero no estúpidos. —Si realmente saben dónde están, entonces ¿por qué la Orden no ha ido a buscarlos? —Lo harán —dijo Richard—. Cuando les convenga, lo harán. Tus hombres no son una amenaza, así que los miembros de la Orden no tienen prisa para capturados. Más tarde o más temprano lo harán, no obstante, porque no querrán que nadie piense que se puede escapar al dominio de la Orden. »Quiero a tus hombres fuera de allí, los quiero aquí. Quiero que la Orden piense que se han ido, que crea que han huido, de modo que no vayan tras ellos. —Bueno —dijo Owen, reflexionando—, supongo que eso estaría bien. Tom montaba guardia cerca de la esquina opuesta de la base de la estatua, dejando espacio a Jennsen para que estuviera sola. La muchacha parecía furiosa y él daba la impresión de pensar que era mejor dejarla en paz. Tom parecía como si se sintiera culpable por haber nacido con la chispa del don que le permitía ver la magia, aquella misma chispa que poseían los que habían desterrado a la gente que era como Jennsen. —Tom —dijo Richard—, quiero que vayas con Owen. Los brazos de Jennsen se descruzaron mientras giraba en dirección a Richard. —¿Por qué quieres que vaya él? —Repentinamente sonaba muchísimo menos enojada. —Es cierto —dijo Owen—. ¿Por qué tendría que ir él? —Porque —respondió Richard— quiero asegurarme de que tú y tus hombres regresáis aquí. Necesito el antídoto, ¿recuerdas? Cuantos más hombres tenga aquí, conmigo, que sepan dónde está, mucho mejor. Los quiero a salvo, lejos de la Orden, por ahora. Como tiene los cabellos rubios y ojos azules, Tom se confundirá con los habitantes de tu país. Si os tropezáis con soldados de la Orden pensarán que es uno de vosotros. Tom se asegurará de que todos consigáis llegar aquí. —Pero podría ser peligroso —objetó Jennsen. Richard clavó en ella su mirada desafiante. No dijo nada. Simplemente aguardó para ver si ella se atrevería a justificar sus objeciones. Finalmente, ella miró en otra dirección. —Imagino que tiene sentido —admitió por fin. Richard devolvió su atención a Tom. —Quiero que traigas algunos pertrechos. Y me gustaría usar tu destral mientras estés fuera, si te parece bien. Tom asintió y extrajo el destral de su mochila. Al acercarse más a él para tomar la pequeña hacha, Richard empezó a enumerar una lista de cosas que quería que el otro buscara; herramientas concretas, madera de tejo, cola para piel, bramante, cuero, y otras cosas que Kahlan no pudo oír. Tom se colgó los pulgares en el cinturón. —De acuerdo. Dudo que lo encuentre todo enseguida. ¿Queréis que busque lo que no pueda encontrar antes de que regrese? —No. Lo necesito todo; pero necesito más a esos hombres de vuelta aquí. Obtén lo que esté a mano y luego regresa aquí con Owen y sus hombres tan pronto como sea posible. —Conseguiré lo que pueda. ¿Cuándo queréis que partamos? —Ahora. No tenemos un momento que perder. —¿Ahora? —preguntó Owen incrédulo—. Oscurecerá en una hora o dos. —Puedo necesitar ese par de horas —dijo Richard—. No las malgastéis. Kahlan pensó que lo decía pensando en el veneno, pero podía haber tenido el don en mente. Comprendía lo mucho que

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sufría por el dolor de cabeza que le provocaba el don. Anheló tomarlo en sus brazos, confortarlo, pero no podía hacer que todo simplemente desapareciera; tenían que hallar soluciones. Echó una ojeada a la pequeña efigie de Richard sobre la base de la estatua. La mitad de la figura estaba tan oscura como una piedra de noche, tan oscura y muerta como la zona más profunda del inframundo. Tom se echó la mochila al hombro. —Cuidad de ellos por mí, ¿queréis, Cara? —preguntó con un guiño, y ella le sonrió indicando su asentimiento—. Os veré en unos pocos días, entonces. Les dijo adiós con la mano, su mirada entreteniéndose en Jennsen, antes de conducir a Owen hacia el otro lado de la estatua y en dirección al país de éste. Cara cruzó los brazos y dirigió una mirada a Jennsen. —Eres una idiota si no vas y le das un beso para desearle un buen viaje. Jennsen vaciló, dirigiendo los ojos hacia Richard. —Yo he aprendido a no discutir con Cara —dijo éste. La muchacha sonrió y corrió al otro lado de la cresta para alcanzar a Tom antes de que se hubiese ido. Betty, al extremo de una larga cuerda, correteó para seguirla. Richard introdujo la pequeña figura de sí mismo en su mochila antes de recoger su arco del lugar donde estaba apoyado contra la estatua. —Será mejor que bajemos hacia los árboles y acampemos. Richard, Kahlan y Cara iniciaron el descenso en dirección al seguro escondite que proporcionaban las enormes coníferas. Ya habían estado tiempo más que suficiente a campo abierto, pensaba Kahlan. Era sólo cuestión de tiempo que las criaturas vinieran en su busca; que Nicholas se pusiera a buscarlos. A pesar del frío que hacia arriba, en el paso, Kahlan sabía que no podían atreverse a encender un fuego. Las criaturas podían divisar el humo y encontrarlos. En su lugar necesitaban construirse un refugio. Kahlan deseó que pudiesen encontrar un pino refugio que los protegiera y ocultara para pasar la noche, pero no había visto ninguno en el Viejo Mundo y desearlo no iba a hacer que creciera uno. Mientras pisaba con cuidado sobre las rocas, evitando la nieve para no dejar huellas, comprobó las oscuras nubes. Siempre era posible que la temperatura subiese un poco, y que lloviese. Incluso aunque no fuese así, sería una noche fría y deprimente. Jennsen, con Betty detrás, regresó, alcanzándolos cuando descendían zigzagueando entre las empinadas quebradas de los salientes. El viento era cada vez más frío, la nieve un poco más espesa. Cuando llegaron a una zona más llana, Jennsen agarró el brazo de Richard. —Richard, lo siento. No es mi intención enfadarme contigo. Sé que tú no desterraste a esas personas. Sé que no es culpa luya. —Tensó la cuerda de Betty y enrolló el cabo—. Simplemente me irrita que a esas personas las tratasen de ese modo. Soy como ellas, y por lo tanto eso me irrita. —El modo en que fueron tratados debería enojarte —dijo Richard mientras empezaba a alejarse—, pero no porque tú compartas un atributo con ellos. Desconcertada por sus palabras, incluso mostrándose un poco dolida, Jennsen no se movió. —¿A qué te refieres? Richard se detuvo y se volvió hacia ella. —Así es como piensa la Orden Imperial. Así es como piensa el pueblo de Owen. Es una creencia que concede cierto prestigio, o el manto de la culpa, a todos aquellos que comparten alguna característica o atributo. »La Orden Imperial desearía que creyeses que tu virtud, tu valor primordial, o incluso tu maldad, proviene totalmente de haber nacido en un grupo, que el libre albedrío es o bien impotente o bien inexistente. Quieren que creas que todas las personas son simplemente miembros intercambiables de grupos que comparten unas características y están destinados a vivir según una identidad colectiva, la voluntad del grupo, incapaz de elevarse sobre el mérito individual porque no puede existir tal cosa, sólo el mérito del grupo. »Cree que las personas sólo pueden elevarse por encima de su condición social en la vida cuando se las selecciona para concederles un

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reconocimiento debido a que a su grupo se le debe, y por lo tanto hay que elegir a un representante, un sustituto del grupo, para concederle esa recompensa. Únicamente así creen que se puede dar autoestima al resto de su grupo. »Pero aquellos a quienes se concede ese reconocimiento o ventaja viven con el incómodo conocimiento de que no es más que una ilusión. Eso jamás proporciona un sincero orgullo porque uno no puede engañarse a sí mismo. En última instancia, debido a que es espurio, la falsa estima concedida por ser parte de un grupo sólo puede mantenerse por la fuerza. »Este menosprecio de la humanidad, la condena de la Orden de todos y todo lo que sea humano, revela su creencia en la ineptitud del ser humano. »Cuando diriges tu enojo hacia mí por poseer una característica que tiene otra persona, me declaras culpable de los crímenes de esta. Eso es lo que sucede cuando la gente dice que soy un monstruo porque nuestro padre era un monstruo. Si admiras a alguien simplemente porque crees que su grupo lo merece, adoptas la misma ética corrupta. »La Orden Imperial dice que ningún individuo debería tener el derecho a lograr algo por sí mismo, a conseguir lo que otro no puede, y por lo tanto hay que despojar a la humanidad de la magia. Dicen que la consecución de un logro siempre es una corrupción porque se sustenta en la maldad del interés personal y por lo tanto los frutos de ese logro están contaminados. Por eso predican que hay que sacrificar cualquier ganancia en beneficio de aquellos que no se la han ganado. Mantienen que únicamente a través de tal sacrificio pueden purificarse tales frutos. »Nosotros creemos que la vida individual es lo que tiene valor, y que lo que uno logra le pertenece. »Únicamente uno mismo puede alcanzar la autoestima para sí mismo. Cualquier grupo que te la ofrezca, o te la exija, trae con él las cadenas de la esclavitud. Jennsen le miró fijamente durante un buen rato, Finalmente, una sonrisa se extendió por su rostro. —Siempre quise ser aceptada por lo que era, por mí misma, y siempre consideré injusto que ve me persiguiera por cómo había nacido. —Por eso —dijo Richard— si quieres estar orgullosa de ti misma por tus logros, no debes permitir que ningún grupo te encadene, y no debes encadenar a otros individuos a uno. Que tu juicio sobre otros se lo ganen éstos. »Esto significa que no se me debería odiar porque mi padre era malvado, ni se me debería admirar porque mi abuelo es bueno. Tengo derecho a vivir mi propia vida. Tú eres Jennsen Rahl, y tu vida es lo que tú hagas de ella. Recorrieron el resto del trayecto colina abajo en silencio. Jennsen todavía tenía una mirada ausente mientras reflexionaba sobre lo que Richard había dicho. Cuando llegaron a los árboles, a Kahlan le produjo un gran alivio poder introducirse bajo las ramas protectoras de los pinos y aún más cuando penetraron en la aislada protección de las balsaminas, que eran más bajas y espesas. Marcharon a través de espesos matorrales al interior de la silenciosa soledad de los altísimos árboles. Al poco, llegaron a un lugar donde un afloramiento rocoso ofrecía protección. Sería más fácil construir un refugio en un lugar como aquel con ramas. Richard usó el destral de Tom para cortar unos cuantos palos de unos pinos jóvenes que colocó contra la pared de roca. Mientras él amarraba los palos juntos con resistentes trozos de raíces que extrajo del suelo cubierto de musgo, Kahlan, Jennsen y Cara empezaron a recoger ramas para crear un lecho seco. —Richard —preguntó Jennsen mientras arrastraba un haz de balsaminas—, ¿cómo crees que vas a librar a Bandakar de la Orden Imperial? Richard depositó una gruesa rama sobre los palos y la ató allí con un trozo de áspera raíz de pino. —No sé si puedo. Mi preocupación primordial es conseguir el antídoto. Jennsen pareció un poco sorprendida. —Pero ¿no vas a ayudar a esa gente? Él le echó una mirada por encima del hombro. —Ellos me envenenaron. No importa cómo lo disfraces,

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están dispuestos a asesinarme si no hago lo que desean; si no les hago el trabajo sucio. Creen que somos salvajes, y que están por encima de nosotros. No creen que nuestras vidas valgan tanto... porque no somos miembros de su grupo. Mi primera responsabilidad es para con mi propia vida, conseguir ese antídoto. —Comprendo lo que quieres decir. —Jennsen le entregó otra rama de balsamina—. Pero todavía pienso que si eliminamos a la Orden aquí, y a ese Nicholas, nos estaremos ayudando a nosotros mismos. —Puedo darte la razón en eso, y vamos a hacer lo que podamos —repuso Richard con una sonrisa—. Pero para ayudarlos realmente, necesito convencer a Owen y a sus hombres de que deben ayudarse a sí mismos. Cara lanzó una risotada desdeñosa. —Eso será un buen truco, enseñar a los corderos a convertirse en lobos. Kahlan estuvo de acuerdo. Pensaba que convencer a Owen y a sus hombres de que se defendieran ellos mismos sería más difícil que el que ellos cinco libraran a Bandakar de la Orden Imperial por sí solos. Se preguntó qué tendría Richard en mente. —Bueno —dijo Jennsen—, puesto que estamos todos metidos en esto, que todos vamos a enfrentarnos a la Orden en Bandakar, ¿no creéis que tengo derecho a saberlo todo? ¿Saber porqué vosotros os intercambiáis esas miradas y murmuráis? Richard clavó los ojos en Jennsen durante un momento antes de volver la mirada a Kahlan. Kahlan depositó su haz de ramas en el suelo, cerca del refugio. —Creo que tiene razón. Richard no pareció muy contento al respecto, pero finalmente asintió y dejó en el suelo la rama de balsamina que sostenía. —Hace casi dos años, Jagang encontró un modo de usar magia para iniciar una plaga. La plaga en sí misma no era mágica; simplemente era la plaga. Se propagó por las ciudades matando a la gente por decenas de miles. Puesto que aquel infierno había sido iniciado mediante una chispa de magia, encontré un modo de detener la plaga, usando magia. Kahlan no creyó que una pesadilla como aquélla pudiera ser reducida a una declaración tan simple. Pero por la expresión del rostro de Jennsen, ésta al menos captaba un poco del terror que se había apoderado de todo el país. —Para que Richard pudiese regresar del lugar al que habla tenido que ir para detener la plaga —explicó someramente Kahlan—, tuvo que contagiarse de la infección. De no haberlo hecho, habría vivido, pero habría vivido solo durante el resto de su vida, y muerto sin volverme a ver a mí ni a nadie. Contrajo la plaga para poder regresar y decirme que me amaba. Jennsen se la quedó mirando, con ojos como platos. —¿No sabías que te amaba? Kahlan sonrió con una amarga sonrisa. —¿No crees que tu madre regresaría del mundo de los muertos para decirte que te quiere, incluso a pesar de que tú lo sabes? —Sí, supongo que lo haría. Pero ¿por qué tenías que infectarte para regresar? ¿Y regresar de dónde? —Era un lugar llamado el Templo de los Vientos, que se encontraba parcialmente en el inframundo. —Richard alzó la mano para indicar el paso—. Algo parecido a ese límite con el mundo de los muertos pero que estaba aquí, en este mundo. Estaba oculto dentro del inframundo. Debido a que yo tenía que cruzar una especie de límite, a través del inframundo, los espíritus pusieron un precio para que pudiese regresar al mundo de la vida. —¿Espíritus? ¿Viste espíritus allí? —preguntó Jennsen, y cuando Richard asintió, preguntó—. ¿Por qué tendrían que poner tal precio? —El espíritu que dictaminó el precio de mi regreso era Rahl el Oscuro. Jennsen se quedó boquiabierta. —Cuando encontramos a lord Rahl —dijo Cara—, estaba casi muerto. La Madre Confesora emprendió sola un peligroso viaje a través de la sliph, para encontrar su cura. Consiguió traerlo de vuelta, pero lord Rahl estaba a un paso de la muerte. —Utilicé la magia que recuperé —repuso Kahlan—. Era algo que tenía el poder de invertir la plaga que la magia le había provocado. La magia que invoqué para hacer eso fueron los tres

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repiques. —¿Tres repiques? —preguntó Jennsen—. ¿Qué son? —Los repiques son magia del inframundo. Invocar su ayuda impide que una persona pase al mundo de los muertos. »Por desgracia, o quizás por suerte, en aquel momento yo no sabía nada más sobre los repiques. Resulta que fueron creados durante la gran guerra para poner fin a la magia. Los repiques son una especie de seres, pero sin almas. Proceden del inframundo. Anulan la magia en este mundo. Jennsen pareció confundida. —Pero ¿cómo pueden hacer tal cosa? —No sé cómo funcionan exactamente. Pero su presencia en este mundo, puesto que son parte del mundo de los muertos, inicia la destrucción de la magia. —¿No podéis deshaceros de los repiques? ¿No podéis encontrar un modo de enviarlos de vuelta? —Ya me deshice de ellos —dijo Richard—. Pero mientras estuvieron aquí, en este mundo, la magia empezó a fallar. —Al parecer —siguió Kahlan—, lo que hice ese día cuando invoqué a los repiques al mundo de la vida inició una cascada de acontecimientos que sigue progresando, incluso a pesar de que los repiques han sido enviados de vuelta al inframundo. —No lo sabemos con seguridad —dijo Richard, más a Kahlan que a Jennsen. »Richard tiene tazón —indicó Kahlan a Jennsen—, no lo sabemos con seguridad, pero tenemos buenos motivos para creer que es cierto. Ese límite que aislaba Bandakar ha dejado de funcionar. El momento en que sucedió sugeriría que dejó de funcionar no mucho después de que yo liberara a los repiques. Uno de esos errores de los que le hablé, antes. ¿Recuerdas? Jennsen, mirando fijamente a Kahlan, asintió. —Pero no lo hiciste para hacer daño a la gente. No sabías que sucedería. No sabías que el límite dejaría de funcionar, que la Orden entraría ahí y maltrataría a esas personas. —Un realidad no importa mucho, ¿verdad? Yo lo hice. Yo lo provoque. Debido a mí, la magia podría estar debilitándose. Como resultado de lo que hice, todas esas personas de Bandakar murieron, y otras volverán a hacer lo que hicieron en tiempos remotos: empezarán a reproducirse y a eliminar el don de la humanidad. »Nos encontramos al límite del final del tiempo de la magia, todo debido a mí, porque hice lo que hice. Jennsen se quedó allí clavada. —¿Y por eso lamentas lo que provocaste? ¿Hiciste algo que pondrá fin a la magia? Kahlan notó el brazo de Richard alrededor de su cintura. —Solamente conozco un mundo con magia —dijo finalmente—. Me convertí en Madre Confesora, en parte, para proteger a las personas que tenían magia y que eran incapaces de protegerse a sí mismas. También yo soy una criatura de magia; está inextricablemente ligada a mí. Conozco cosas de la magia profundamente bellas que adoro; son una parte del mundo de la vida. —De modo que temes haba causado el fin de lo que más amas. —No lo que más amo —sonrió Kahlan—. Me convertí en Madre Confesora porque creo en leyes que protejan a todas las personas, que den a todos los individuos el derecho a vivir su propia vida. No querría que se pusiera fin a la habilidad de un artista para esculpir, o se silenciara la voz de un cantante, o se acallara la mente de una persona. Ni tampoco quiero que a la gente se le arrebate la habilidad para conseguir lo que pueda con la magia. »La magia en sí no es la cuestión principal. Quiero que todas las flores en toda mi diversidad, tengan una oportunidad de florecer. También tú eres hermosa, Jennsen. Y quiero que tu también florezcas. Toda persona tiene el derecho a la vida. La idea de que una es mejor que otra es contraria a lo que creo. Jennsen sonrió ante la mano que Kahlan posó en su mejilla. —Bien, supongo que en un mundo sin magia, yo podría ser la reina. Mientras pasaba junto a ella con ramas de balsamina, Cara indicó: —También las reinas deben inclinarse ante la Madre Confesora. No lo olvides.

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Entró luz a raudales cuando la tapa de la caja se alzó de improviso. Las oxidadas bisagras chirriaron protestando por cada centímetro que se alzaba. Zedd bizqueó ante la repentina y cegadora luz diurna. Unos brazos fornidos echaron hacia atrás la tapa. De no haber estado un tensada la cadena que llevaba alrededor del cuello. Zedd habría dado un salto ante el atronador estampido que se oyó cuando la pesada tapa cayó hacia atrás, rociándole de tierra y polvillo oxidado. Entre la brillante luz y el polvo que se arremolinaba en el aire, Zedd apenas podía ver. Tampoco ayudaba que la corta cadena que le rodeaba el cuello estuviese atornillada al centro del suelo de la caja y no le permitiera alzar la cabeza más que unos centímetros. Con las manos atadas con hierro a la espalda, no podía hacer gran cosa, aparte de permanecer tumbado. Si bien Zedd se veía forzado a yacer allí, sobre el costado, con el cuello cerca del tornillo de hierro, al menos pudo inhalar la repentina ráfaga de aire fresco. El calor en la caja había sido sofocante. En un par de ocasiones cuando se habían detenido a pasar la noche, le habían dado un tazón de agua. Apenas había sido suficiente. A Adie y a él no se les había dado casi nada de comer, pero era agua lo que el más necesitaba. Zedd se sentía como si fuera a morir de sed. Casi no podía pensar en otra cosa que no fuese agua. Había perdido la cuenta del número de días que había estado encadenado dentro de la caja, pero estaba un tanto sorprendido de ver que seguía vivo. La caja había estado dando tumbos en la parte posterior de un carro durante el transcurso de un viaje largo, llenos de baches, pero veloz. Había supuesto que se le conducía ante el emperador Jagang, y estaba seguro de que lo lamentaría si seguía vivo al final del viaje. En ocasiones, con el agobiante calor de la caja, había esperado que no tardaría en perder el conocimiento y morir. Hubo momentos en que ansió morir. Estaba seguro de que sumirse en tal sueño fatal sería preferible con mucho a lo que le aguardaba. Sin embargo, no tenía elección; el control que la Hermana ejercía a través del rada'han le impedía estrangularse con la cadena, y resultaba realmente difícil, había descubierto, inducirse a sí mismo la muerte. Zedd, con la cabeza todavía sujeta al suelo de la caja por la cadena, intentó atisbar arriba, pero sólo pudo ver el cielo. Oyó que otra tapa se abría con gran estruendo. Tosió al flotar sobre él otra nube de polvo. Cuando oyó toser a Adié, no supo si se sentía aliviado al saber que también ella seguía viva, o lamentar que lo estuviera, sabiendo lo que ella, al igual que él, tendría que soportar. Zedd estaba, en cierto modo, preparado para la tortura a la que sabía que le someterían. Era un mago y había pasado pruebas de dolor. Temía la tortura, pero la soportaría hasta que, finalmente, pusiese fin a su vida. En su debilitado estado, esperaba que no tardase demasiado. En cierto modo, la tortura era como una vieja amistad que volvía para mofarse de él. Pero temía la tortura a Adié mucho más que la suya. Le horrorizaba por encima de todo la tortura a otras personas. Le horrorizaba pensar que a ella se la sometiese a tal tratamiento. El carro se estremeció. Un grito escapó de la garganta de Adie cuando un hombre la golpeó. —¡Muévete, vieja estúpida, para que pueda alcanzar la cerradura! Zedd pudo oír cómo los zapatos de Adie rascaban el cajón de madera mientras, con las manos atadas a la espalda, intentaba acatar la orden. Por los puñetazos que oyó, el hombre no se sentía contento con los esfuerzos de la mujer. Zedd cerró los ojos, deseando poder cerrar los oídos también. La parte frontal de la caja que encerraba a Zedd se abrió con un retumbo, dejando entrar más luz y polvo. Una sombra cayó sobre él al acercarse un hombre. Debido a que la cadena le inmovilizaba el rostro contra el suelo. Zedd no pudo verle. Una mano enorme

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hizo su aparición, encajando una llave en la cerradura. Zedd mantuvo la cabeza todo lo lejos que pudo para dar al hombre el espacio que necesitaba para hacer su trabajo. A cambio de tal esfuerzo, Zedd recibió un fuerte puñetazo en la mejilla. El golpe le dejó los oídos zumbando. El cerrojo se abrió con un chasquido. El enorme puño del hombre agarró a Zedd por los cabellos y lo arrastró, como un saco de grano, fuera de la caja y en dirección a la parte posterior del carro. Zedd apretó con fuerza los labios, para no gritar mientras sus huesos daban tumbos sobre unos rieles de madera que sobresalían de la plataforma del carromato. Al llegar al borde posterior del vehículo fue arrojado contra el suelo. Con los oídos zumbándole, la cabeza dando vueltas, Zedd intentó sentarse en el suelo cuando le asestaron una patada, sabiendo que era una orden. Escupió tierra. Con las manos atadas a la espalda tenía dificultades para obedecer. Tras tres patadas, un hombretón le agarró por los cabellos y lo puso en pie. A Zedd se le cayó el alma a los pies al ver que se encontraban en medio de un ejército de un tamaño asombroso. Aquella oscura masa de humanidad se extendía por el terreno hasta donde alcanzaba su vista. Por lo que parecía, habían llegado. Por el rabillo del ojo, vio a Adie sentada en el polvo, a su lado, con la cabeza colgando al frente. Tenía un cardenal en la mejilla. No alzó los ojos cuando una sombra cayó sobre ella. Una mujer con una deslustrada falda larga fue a colocarse ante ellos, distrayendo a Zedd de su evaluación de las fuerzas enemigas. Zedd reconoció el vestido de lana marrón. Era la Hermana de las Tinieblas que les había colocado los collares alrededor del cuello. No conocía su nombre. Ella nunca lo había dicho. A decir verdad, no les había hablado desde que los encadenaron a las cajas. Se alzaba vigilante ante ellos, ahora, como una estricta institutriz, de niños incorregibles. El aro que le atravesaba el labio inferior, señalándola como una esclava, según el parecer de Zedd empañaba irrevocablemente su aire de autoridad. El suelo estaba cubierto de estiércol de caballo, la mayor parte, pero no todo, viejo y seco. Más allá de la Hermana, había caballos estacados aparentemente sin ningún orden entre los soldados. Los caballos que daban la impresión de pertenecer a la caballería estaban bien cuidados. Los de carga no aparecían tan saludables. Entre los caballos y los hombres, carromatos y montones de provisiones salpicaban el paisaje. El lugar poseía el nauseabundo hedor de las letrinas poco profundas, de caballos, estiércol y el apestoso olor de un asentamiento abarrotado de personas sin apenas higiene. Zedd pestañeó cuando un acre humo de leña procedente de una de las miles de logaras flotó sobre él, irritándole los ojos. El campamento también estaba plagado de mosquitos y moscas. Las moscas eran lo peor. Las picaduras de los mosquitos escocerían más tarde, pero las moscas escocían nada más picar, y con los brazos atados a la espalda, no había mucho que pudiera hacer al respecto, aparte de sacudir la cabeza e intentar mantenerlas fuera de ojos y nariz. Los dos soldados que habían liberado a Zedd y Adié de sus cajas permanecían pacientemente a los lados. Más allá de las faldas de la mujer, un campamento inmenso se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Había hombres por todas partes, trabajando, descansando, y divirtiéndose. Iban vestidos con una gran diversidad de prendas, desde corazas de cuero, cotas de malla y cinturones claveteados a pieles, Túnicas sucias y pantalones en pleno proceso de descomposición en andrajos. La mayoría de los hombres iba sin afeitar, y todos estaban tan sucios como reclusos salvajes viviendo en insana reclusión. El gigantesco campamento generaba un clamor constante de chillidos, silbidos, voces y risas, tintineo y batir del metal, el repicar de martillos o el ritmo de las sierras, y, atravesándolo todo, el esporádico grito de alguien presa de un dolor atroz. Tiendas a millares, tiendas de todas

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clases, como hojas tras un gran vendaval, estaban esparcidas por las suaves ondulaciones del terreno ante las estribaciones de las imponentes montañas que se elevaban al este. Más de una tienda estaba decorada con material obtenido de saqueos; cortinas de tela de algodón a cuadros colgaban en una entrada, una silla pequeña o una mesa estaban colocadas ante una tienda, aquí y allí una prenda de vestir femenina colgaba como una bandera de conquista. Carros, caballos y equipo estaban todos coloreados sin una planificación aparente. Las masas que ocupaban aquella imitación de ciudad, desprovista de un orden mínimo, habían revuelto el suelo hasta convertirlo en polvo fino. El lugar era el asentamiento de una turba sin control, y sus objetivos únicamente el impulso del momento. Aunque sus líderes tenían fines, aquellos hombres no. —Su Excelencia ha solicitado la presencia de ambos —dijo la Hermana, bajando la mirada hacia ellos. Ni Zedd ni Adie dijeron nada. Los hombres los pusieron en pie de malas maneras. Un violento empujón les hizo iniciar la marcha tras la Hermana una vez que está se alejó. Zedd reparó, entonces, en que había más soldados, casi una docena, escoltándolos. El carro los había descargado al final de una especie de carretera que discurría sinuosa a través del campamento. El final de la calzada, donde había carromatos dispuestos en una hilera, parecía ser la entrada a un campamento interior, probablemente una zona de mando. Los soldados en el exterior de un círculo de guardias fuertemente armados comían, jugaban a los dados, a cartas, hacían trueques con botines obtenidos, contaban chistes, charlaban y bebían mientras contemplaban cómo escoltaban a los prisioneros. A Zedd se le pasó por la cabeza que si gritaba, proclamando que era él el responsable del hechizo de luz que había matado o herido a tantos de sus camaradas, quizá los hombres se amotinarían, caerían sobre ellos, y los matarían antes de que Jagang tuviera oportunidad de hacer de las suyas. Abrió la boca para poner a prueba su plan, pero vio que la Hermana echaba una mirada de reojo y descubrió que su voz estaba muda por el control que ejercía la mujer sobre el collar que le rodeaba el cuello. No podría hablar a menos que ella lo permitiera. Siguiendo a la Hermana, dejaron atrás la inmóvil hilera de carromatos. Había más de una docena de carros de carga todos alineados ante la zona acordonada. Ninguno de los vehículos estaba vacío, todos estaban cargados con cajones. Con terrible desazón, Zedd comprendió. Los carros tenían los objetos saqueados del Alcázar del Hechicero. Esos carros habían hecho el viaje con ellos, y estaban llenos de las cosas que aquellos hombres sin el don, siguiendo las órdenes de la Hermana, habían sacado del Alcázar. Zedd temía pensar en qué artículos inestimables, de inmenso peligro, descansaban dentro de aquellos cajones. Había cosas en el Alcázar que se convertían en peligrosas para cualquiera en el caso de que fuesen retirados de los escudos que las custodiaban. Habia objetos que, si se retiraban de su entorno protector, como la oscuridad, aunque sólo fuese por un breve período de tiempo, perderían su poder. Guardias cubiertos con capas y capas de pieles, cotas de malla, cuero, y armados con picas terminadas en largas puntas de acero, flanqueadas por afiladas cuchillas aladas, enormes hachas, espadas y mazas de púas rondaban por la zona restringida. Aquellos soldados sombríos eran de mayor tamaño y tenían un aspecto más amenazador que los otros... y esos ya resultaban bastante aterradores. Mientras los guardias especiales patrullaban, siempre vigilantes, los indiferentes soldados de fuera del perímetro seguían con sus cosas. Los guardias condujeron a la Hermana, a Zedd y a Adie a través de una abertura en una hilera de barricadas de pinchos. Al otro lado estaban las más pequeñas de las tiendas especiales. La mayoría eran redondas y del mismo tamaño. Zedd pensó que aquellas

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probablemente pertenecían a los ayudantes y esclavos personales del emperador. Zedd se preguntó si mantenían allí a todas las Hermanas. Más adelante, la visión palaciega de las magníficas tiendas del emperador y su séquito se alzaba bajo la luz del atardecer. Sin duda algunas de aquellas cómodas tiendas dispuestas alrededor del complejo central, en el interior del anillo de tiendas para sirvientes y asistentes, eran alojamientos para oficiales de alto rango, funcionarios y los consejeros de más confianza del emperador. Zedd deseó poseer un hechizo de luz, y la capacidad para activarlo. Probablemente podria decapitar a la Orden Imperial justo allí y en aquel momento. Pero sabía que tal desorden y confusión sería sólo un contratiempo temporal para la Orden Imperial. Pondrían a otro animal para que impusiera su mensaje. Haría falta más que matar a Jagang para poner fin a la amenaza de la Orden. Ya no estaba seguro siquiera de qué haría falta para liberar al mundo de la opresión y tiranía de la Orden Imperial. A pesar de las teorías seductoramente simplistas que mantenían la mayoría de las personas, el emperador Jagang no era el alma máter de la invasión. El alma máter era una ideología perversa. Para existir, ésta no podía permitir que hubiera quien viviera prósperamente a la vista de las masas dolientes, surgidas como resultado de las doctrinas y dictados de la Orden Imperial. La libertad y la prosperidad de las gentes que vivían en el Nuevo Mundo desmentían todo lo que la Orden preconizaba. Era una blasfemia tener éxito por uno mismo; puesto que la Orden enseñaba que no podía hacerse, ello sólo podía ser pecaminoso. Había que eliminar el pecado pata obtener el bien común. Por lo tanto, había que aplastar la libertad del Nuevo Mundo. —¿Son éstos? —preguntó un guardia de cabellos muy cortos. Los anillos que le colgaban de nariz y orejas hicieron pensar a Zedd en un cerdo engalanado para una feria de verano. Aunque a un cerdo valioso lo habrían lavado y limpiado, y habría olido mejor. —SI —dijo la Hermana—, los dos, tal como se ordenó. Con atención deliberada, los ojos negros del hombre evaluaron a Adie y luego a Zedd. Por su mirada severa, aparentemente se consideraba a sí mismo un hombre recto que se sentía molesto por lo que veía: el mal. Tras advertir los collares que ambos llevaban, mostrando que no serían un peligro para el emperador, el hombre se hizo a un lado y alzó un pulgar, indicándoles que cruzaran una segunda barricada situada más allá de las tiendas de los asistentes, sirvientes y esclavos. La mirada hostil del guardia siguió a los pecadores en su camino al encuentro del destino que merecían. Otros hombres, en el complejo interior, se aproximaron en tropel para rodearlos. Zedd vio que aquellos hombres llevaban equipos más reglamentarios. Iban cubiertos de capas de cuero similares y cotas de malla, llevando gruesos cintos de cuero para armas, con los pechos entrecruzados por correas con tachuelas. Existía una uniformidad en ellos, una identidad, que mostraba que eran guardias especiales. Las armas colgadas en los amplios cintos estaban mejor fabricadas, y llevaban más que otros guardias. Por el modo en que se movían. Zedd comprendió que no se trataba de los típicos soldados, sino de guerreros entrenados con capacidades sumamente desarrolladas para el combate. Aquéllos eran los guardaespaldas de élite del emperador. Zedd contempló con ansia el cubo casi lleno de agua dispuesto para los hombres que montaban guardia. No sería conveniente, si uno era el emperador, que los guardias de élite de uno cayeran desplomados por falta de agua. Sabiendo cuál sería la probable respuesta, Zedd no pidió que le dieran de beber. Una mirada de reojo le mostró a Adie pasándose la lengua por los labios agrietados, pero también ella permaneció en silencio. En lo alto de una pequeña elevación se encontraba la que era, de largo, la más grande y espléndida de las tiendas, entre los impresionantes pero menos opulentos

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alojamientos del séquito del emperador. En realidad, la tienda del emperador parecía más un palacio ambulante, que una tienda. Contaba con un tejado de tres puntas perforado por altos postes que ostentaban estandartes y banderines. Paneles bordados con vivos colores adornaban las paredes exteriores. Banderolas rojas y amarillas ondeaban perezosamente en la brisa del final del día. Borlas y gallardetes rodeándola por todas partes le daban el aspecto de una tienda central en un festival. Un guardia que flanqueaba una entrada trabó la mirada con Zedd antes de alzar a un lado la piel de cordero, cubierta con escudos de oro y medallones de plata batida, permitiéndoles la entrada. Uno de los otros guardias dio un empellón al hombro de Zedd, que casi lo derribó. Zedd atravesó tambaleante la entrada y Adie entró con un traspié tras él. Dentro, el sonido estridente del campamento quedaba ahogado por capas de suntuosas alfombras dispuestas sin orden ni concierto. Cientos de almohadones de seda y brocado bordeaban del suelo. Colgaduras de brillantes colores dividían el sombrío espacio interior. Aberturas en lo alto, tapadas con un tejido diáfano, dejaban entrar poca luz pero si un poco de aire para que recorriera la silenciosa penumbra de la espléndida tienda. Estaba tan oscura, de hecho, que hacían falta quinqués y velas. En el centro de la habitación, hacia la parte trasera, descansaba un ornamentado sillón cubierto con lujosas sedas rojas. Si era el trono del emperador Jagang, éste no lo ocupaba. Mientras los guardias rodeaban a Zedd y Adié, uno de los soldados marchó tras las paredes de tela de las que surgía un resplandor de luz. Los guardias que rodeaban a Zedd apestaban a sudor y tenían los zapatos recubiertos de estiércol. A pesar de que el suntuoso entorno se esforzaba por simular un aura reverente, un marco sagrado, un hedor pertinaz a corral impregnaba el lugar. El estiércol de caballo y el sudor que habían entrado en la tienda con Zedd y Adie no hacían más que empeorarlo. El hombre que había marchado tras las paredes volvió a asomar la cabeza, haciendo señas a la Hermana para que se adelantara. Le susurró algo y a continuación también ella desapareció tras las paredes. Zedd dirigió una mirada subrepticia a Adie. Los ojos completamente blancos de ésta miraban al frente. Zedd cambió el peso del cuerpo de un pie a otro, como excusa para inclinarse hacia ella y tocarle furtivamente el hombro con el suyo, un mensaje de consuelo donde no podía existir ninguno. Ella le devolvió un leve empujón; mensaje recibido, y agradecido. Ansió abrazarla, pero sabía que probablemente nunca volvería a hacerlo. Podían oírse palabras amortiguadas, pero las gruesas colgaduras las apagaban, de modo que Zedd no pudo comprender nada. De haber tenido acceso a su don, habría podido escucharlo todo, pero el collar lo aislaba de su habilidad. Aquellos esclavos que trabajaban en la tienda cepillando alfombras, sacando lustre a delicados jarrones o encerando vitrinas no prestaban atención a las personas que los guardias habían hecho entrar, pero el repentino tono quedo de amenaza que surgió de detrás de la pared provocó que todos ellos pusieran más atención en su trabajo. Si bien no había duda de que se conducían prisioneros ante el emperador con mucha frecuencia, Zedd estaba seguro de que no sería prudente para aquellos que trabajaban en la magnífica tienda prestar la menor atención a los asuntos del emperador. De detrás de los cortinajes también surgía el olor cálido a comida. La variedad de aromas que Zedd consiguió detectar fue pasmosa. El hedor del lugar, no obstante, tendía a convertir los fragantes aromas de carnes, aceite de oliva, ajo, cebollas y especias en un tanto repugnantes. La Hermana salió de detrás de las vistosas colgaduras. El aro atravesado en su labio inferior destacaba en nítido relieve sobre su piel cenicienta. Efectuó una leve indicación con la cabeza a los hombres situados a cada lado de los prisioneros. Agarrados fuertemente

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por los brazos, Zedd y Adie fueron conducidos hacia la abertura y el resplandor de luz del otro lado.

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Tras verse detenido por un violento tirón, Zedd, por fin. se encontró de pie, maniatado, ante la mirada colérica del Caminante de los Sueños en persona, el emperador Jagang. Sentado en un sillón profusamente tallado, de respaldo alto, tras una espléndida mesa de comedor, Jagang estaba apoyado sobre ambos codos, con un muslo de oca sujeto entre los dedos de las dos manos mientras masticaba. La luz de las velas se reflejaba en los costados de su cabeza afeitada mientras su mandíbula se tensaba al masticar. Un bigote fino, que crecía por las comisuras de la boca, se movía rítmicamente al compás de la mandíbula, como lo hacia la fina cadena conectada a los aros de oro de su oreja y nariz. La grasa del ganso que le cubría los carnosos dedos, repletos de anillos, brillaba a la luz de las velas. Desde su lugar detrás de la mesa, Jagang estudió a sus cautivos más recientes. A pesar de las velas dispuestas sobre la mesa y sobre soportes a ambos lados, el interior de la tienda poseía el lóbrego ambiente de una mazmorra. A cada lado de él, sobre la amplia mesa, descansaban bandejas de comida, copas, botellas, velas, cuencos y, aquí y allá, libros y pergaminos. Al no haber espacio para todas las bandejas de plata, algunas de ellas tenían que estar estratégicamente sostenidas en equilibrio encima de pequeños pilares decorados. Parecía haber comida suficiente para un pequeño ejército. A pesar de toda la palabrería de la Orden sobre el sacrificio que había que hacer por la humanidad, Zedd sabía que tal abundancia en la mesa del emperador estaba pensada para lanzar un mensaje contradictorio, aun cuando no hubiera allí más que el emperador para verlo. Una hilera de esclavos se extendía a lo largo de la pared detrás de Jagang, algunos sosteniendo bandejas adicionales, otros en poses rígidas, codos aguardando órdenes. Algunos de lo que estaban allí detrás eran jóvenes —magos, por lo que Zedd había oído— vestidos con holgados pantalones blancos y nada más. Allí habían ido a parar los magos que se adiestraban en el Palacio de los Profetas, junto con las Hermanas que habían sido sus maestras. Todos eran cautivos ahora del Caminante de los Sueños. Hombres de lo más instruidos, con un potencial enorme, eran empleados como criados para llevar a cabo tareas de ínfima categoría. También eso era un mensaje enviado por el emperador de la Orden Imperial para mostrar a todo el mundo que a los mejores y más brillantes se los usaría para limpiar orinales, mientras los brutos los gobernaban. Las mujeres más jóvenes, Hermanas tanto de las Tinieblas como de la Luz, dedujo Zedd, llevaban prendas que las cubrían desde el cuello a los tobillos, pero que eran tan transparentes que tanto hubiese dado que estuvieses desnudas. También eso tenía por intención mostrar que al emperador Jagang le tenían sin cuidado los talentos de aquellas mujeres, y que las valoraba únicamente para su placer. Las mujeres de más edad y menos atractivas, más allá, a los lados, llevaban ropas deslustradas. Probablemente eran Hermanas que servían al emperador en menesteres mis humildes. Jagang disfrutaba teniendo como esclavas a algunas de las personas con el don más potente del mundo. Estaba en la naturaleza de la Orden degradar a aquellos que tuvieran habilidades. Jagang contempló como Zedd evaluaba a los esclavos, pero no demostró ninguna emoción. El cuello corto y ancho del Caminante de los Sueños hacía parecer a éste casi cualquier cosa menos humano. Los músculos de su pecho, así como sus macizos hombros, podían apreciarse porque llevaba un chaleco abierto, de lana de oveja. Era el hombre más fuerte y musculoso que Zedd había visco jamás, una presencia amedrentadora incluso cuando descansaba. Mientras Zedd y Adie permanecían callados, los dientes de Jagang desgarraron otro

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pedazo del muslo de oca. En tenso silencio, los observó mientras masticaba, como si estuviera decidiendo qué podría hacer con su botín más reciente. Más que cualquier cosa, eran sus ojos negros como la noche, desprovistos de pupilas, iris o esclerótica, lo que amenazaba con detener el flujo de la sangre por las venas de Zedd. La última vez que él había visto aquellos ojos, Zedd no había estado encadenado, pero aquella muchacha sin el don había impedido a Zedd acabar con aquel hombre. Era la oportunidad perdida que Zedd más lamentaría. Su oportunidad para matar a Jagang se le había escurrido de dedos aquel día, no debido al inmenso poder de todas las hábiles Hermanas y las tropas dispuestas contra él, sino por una única chica que carecía del don. Aquellos ojos negros, los ojos de un Caminante de los Sueños adulto, brillaban a la luz de las velas. A través de sus oscuros vacíos, figuras borrosas se movían a la deriva, como nubes en una noche sin luna. La mirada del Caminante de los Sueños era tan vacía como lo era la de Adíe cuando miraba a Zedd con sus ojos inmaculadamente blancos. Bajo la directa mirada desafiante de Jagang. Zedd tuvo que acordarse de relajar los músculos y respirar. No obstante, lo que más aterraba de aquellos ojos era lo que se veía en ellos: una mente aguda y calculadora. Zedd había peleado contra Jagang el tiempo suficiente para haber llegado a comprender que era muy arriesgado subestimar a aquel hombre. —Jagang el Justo —dijo la Hermana, extendiendo una mano en dirección a la pesadilla que tenían delante—. Excelencia, este es Zeddicus Zu'l Zorander, Primer Mago, y una hechicera llamada Adie. —Sé quiénes son —replicó Jagang con una voz profunda tan cargada de amenaza como de desagrado. Se recostó en el asiento, dejando colgar un brazo por encima del respaldo y una pierna por encima de un brazo tallado. Gesticuló con el muslo de oca. —El abuelo de Richard Rahl, según he oído decir. Zedd no respondió. Jagang arrojó el muslo parcialmente devorado sobre una bandeja y tomó un cuchillo. Con una mano serró un pedazo de carne roja de un asado y la ensartó en él. Apoyando el codo sobre la mesa, agitó el cuchillo mientras hablaba. El jugo rojo descendió por la hoja del cuchillo. —Probablemente esperabas conocerme así. Rió ante su propio chiste, con una carcajada profunda y resonante llena de amenaza. Con los dientes, arrancó él pedazo de carne del cuchillo y lo masticó mientras los contemplaba, como si no fuese capaz de decidir entre varias opciones deliciosamente terribles que desfilaban por su mente. Engulló la carne con un trago de una copa de plata recubierta de gemas, sin que su mirada los abandonase ni un instante. —No puedo expresaros lo complacido que estoy de que hayáis venido a visitarme. Su sonrisa burlona era como la muerte. —Con vida. Hizo girar la muñeca, describiendo un círculo con el cuchillo. —Tenemos mucho de qué hablar —Su risa se apagó pero la sonrisa burlona permaneció—. Bueno, vosotros, al menos. Yo seré un buen anfitrión y escuchare. Zedd y Adie permanecieron en silencio mientras los ojos negros de Jagang pasaban del uno al otro. —No sois muy conversadores... Bueno, no importa. No tardaréis en parlotear sin freno. Zedd no malgastó esfuerzos en decir a Jagang que la tortura no conseguiría nada. Jagang no creería tal alarde, e incluso si lo hacía, eso no aplacaría su deseo de que se llevara a cabo. Jagang manoseó unas uvas de un cuenco. —Eres un hombre de recursos, mago Zorander —Se metió varios granos de uva en la boca y masticó mientras hablaba—. Totalmente solo, allí, en Aydindril, con un ejército rodeándote, conseguiste embaucarme para que creyera que había atrapado a Richard Rahl y a la Madre Confesora. Toda una jugarreta. Debo reconocerte ese mérito. »Y el hechizo de luz que encendiste entre mis hombres, eso fue admirable. —Se metió otro grano de uva en la boca—. ¿Tienes alguna idea de cuántos cientos de miles se vieron atrapados en tu

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hechicería? Zedd pudo ver cómo los gruesos músculos del velludo brazo del hombre sobresalían cuando éste flexionó el puño. Jagang relajó la mano y se inclinó al frente, y arrancó un largo trozo de jamón cocido. Agitó la carne mientras proseguía: —Es esa clase de magia la que necesito que hagas para mí, buen mago. Tengo entendido, por esas estúpidas zorras que se llaman a sí mismas Hermanas de la Luz o Hermanas de las Tinieblas, que probablemente no conjuraste ese hechizo por ti mismo, sino que, más bien, usaste un hechizo procedente del Alcázar del Hechicero y simplemente lo hiciste estallar entre mis hombres con alguna especie de truco o disparador; probablemente algún curioso objeto pequeño, que uno de ellos cogió para echarle un vistazo, lo disparó. Zedd se sintió un tanto alarmado al ver que Jagang había sido capaz de averiguar tanto. El emperador dio un buen mordisco al pedazo de jamón mientras los observaba. Su mirada se volvió acerada. —Así que, puesto que no puedes hacer tal magia maravillosa por ti mismo, he hecho traer unos cuantos objetos del Alcázar para que puedas explicarme cómo funcionan, qué hacen. Estoy seguro de que debe de haber un gran número de objetos intrigantes entre el inventario. Me gustaría tener unos cuantos de esos hechizos conjurados de modo que puedan abrimos con sus explosiones los pasos de montaña que conducen a D'Hara. Me ahorraría un poco de tiempo y problemas. Estoy seguro de que puedes comprender mis ganas por entrar en D'Hara y acabar con esa insignificante resistencia. Zedd inspiró profundamente y por fin dijo: —Podrías torturarme hasta el fin de los tiempos y seguiría sin ser capaz de decirte nada de la mayoría de esos objetos porque no sé nada sobre ellos. A diferencia de ti, conozco mis propios límites. Sencillamente no sé qué aspecto podría tener tal hechizo. Incluso aunque lo supiese, eso no significa que supiera hacerlo funcionar. Sencillamente tuve suerte con el que usé. —Es posible, es posible, pero sí sabes cosas sobre algunos de los objetos. Eres, al fin y al cabo, según he oído, Primer Mago; es tu Alcázar. Pretender ignorancia de las cosas que hay en él resulta difícilmente creíble. A pesar de su afirmación de haber tenido suerte, te las arreglaste para saber lo suficiente sobre aquella telaraña de luz para hacerla estallar entre mis hombres, así que evidentemente tienes conocimientos sobre los más poderosos de los objetos. —No sabes absolutamente nada sobre magia —soltó Zedd—. Tienes la cabeza llena de ideas grandiosas y crees que todo lo que tienes que hacer es ordenar que se cumplan. Bueno, pues no puede hacerse. Eres un estúpido que no sabe nada sobre la auténtica magia o sus límites. Una ceja se enarcó por encima de uno de los ojos negrísimos de Jagang. —Pues creo que se más de lo que crees, mago. Verás, me encanta leer, y yo, bueno, poseo la ventaja de poder examinar detenidamente algunas de las mentes poseedoras del don más extraordinarias que puedas imaginar. Probablemente sé mucho más sobre magia de lo que tú crees. —Te reconozco el mérito de tu descarado autoengaño. —¿Autoengaño? —extendió los brazos—. ¿Puedes crear un Transponedor, mago Zorander? Zedd se quedó helado. Jagang había oído el nombre. Eso era todo. A aquel hombre le gustaba leer. Había leído el nombre en alguna parte. —Por supuesto que no, nadie vivo hoy en día lo puede crear. —Tú no puedes crear un ser así, mago Zorander. Pero no tienes ni idea de lo mucho que yo sé sobre magia. Verás, he aprendido a resucitar habilidades perdidas... artes que durante mucho tiempo se han creído muertas y desaparecidas. —Te concedo la grandiosidad de tus sueños, Jagang, pero soñar es fácil. Tus sueños no pueden ser hechos realidad sólo porque sueñes con ellos y desees que cobren vida. —La hermana Tahirah, aquí presente, conoce la verdad. —Jagang señaló con el cuchillo—. Cuéntaselo, querida. Cuéntale lo que puedo soñar y a lo que puedo dar vida. La mujer, vacilante,

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dio varios pasos al frente. —Es como su Excelencia dice. —Desvió la mirada del entrecejo fruncido de Zedd para toquetearse los ásperos cabellos grises—. Con la brillante dirección de su Excelencia, conseguimos traer de vuelta algo del viejo conocimiento. Con la experta guía de nuestro emperador, fuimos capaces de conferir a un mago llamado Nicholas una habilidad no vista en el mundo durante tres mil años. Es uno de los más grandes logros de su Excelencia. Puedo asegurarte personalmente que es como su Excelencia cuenta: un Transponedor vuelve a deambular por el mundo. No es una fantasía, mago Zorander, sino la verdad. »Qué los espíritus me ayuden —añadió entre dientes—, yo estuve allí para ver cómo el Transponedor nacía al mundo. —¿Vosotras creasteis un Transponedor? —Con los puños atados aún a la espada, Zedd dio una furiosa zancada en dirección a la Hermana—. ¡Te has vuelto loca! La mujer retrocedió hasta la pared del fondo. Zedd volvió su furia hacia Jagang. —¡Los Transponedores fueron una catástrofe! ¡No se les puede controlar! ¡Tendrías que estar loco para crear uno! Jagang sonrió. —¿Celoso, mago? Celoso porque no eres capa» de realizar tal cosa, no puedes crear un arma contra mí, mientras que yo puedo crear una para arrebatarte a Richard y a su esposa? —Un Transponedor tiene poderes que no hay manera de que pudieras controlar. —Un Transponedor no es ningún peligro para un Caminante de los Sueños. Mi habilidad es más rápida que la suya. Soy mejor que él. —No importa lo rápido que seas... ¡no se trata de ser rápido! ¡A un Transponedor no se le puede controlar y no va a hacer lo que tú quieras! —Pues parece que le controlo perfectamente. —Jagang se inclinó al frente sobre un codo—. Crees que la magia es necesaria para controlar a aquellos a quienes desearías dominar, pero yo no necesito magia. No con Nicholas, no con la humanidad... »Tú pareces estar obsesionado con el control, yo no. Logré encontrara unas gentes que aquellos que eran como tú no querían que anduvieran libremente entre sus semejantes, unas gentes expulsadas por los que poseen el don, unas gentes vilipendiadas por no poseer ninguna chispa de vuestro precioso don de la magia... unas gentes odiadas y desterradas porque los de tu clase no eran capaces de controlarlas. Ése fue su crimen: estar fuera del control de vuestra magia. El puño de Jagang se estrelló contra la mesa. Los esclavos que sostenían las bandejas se sobresaltaron. —Los de tu clase sólo quieren que se permita deambular libremente a aquellos que posean una chispa del don. ¡De modo que podáis usar vuestro don para controlarlos! Como ese collar que rodea tu cuello, tu anhelo es tener dominada a toda la humanidad con la magia. »Encontré a esas personas marginadas que carecían del don y las he traído de vuelta entre sus semejantes. Por más que lo desapruebes tú y los de tu clase lo detesten, a ellos no les afecta vuestra repugnante magia. Zedd no podía ni imaginar dónde había encomiado Jagang a tales personas. —Y por lo tanto ahora tienes un Transpondedor para que los controle para ti. —Los de tu especie los condenaron y desterraron; nosotros les hemos dado la bienvenida entre nosotros. De hecho, deseamos modelar al hombre conforme a ellos. Nuestra causa es la suya: la pureza de la humanidad, sin la mácula de la magia. De este modo el mundo será uno y estará por fin en paz. »Yo tengo la ventaja sobre vosotros, mago. Tengo la razón de mi lado. No necesito magia para vencer. Vosotros sí. Tengo en mente el mejor futuro para la humanidad y he fijado nuestro irreversible curso. »Con la ayuda de estas personas, tomé tu Alcázar. Con su ayuda, he recuperado tesoros inestimables de su interior. No pudiste hacer absolutamente nada para detenerlos, ¿no es cierto? El hombre fijará ahora su propio rumbo, sin la maldición de la magia ensombreciendo su lucha. »Ahora tengo un Transponedor para ayudarnos en tan noble fin. Está trabajando con esas personas en pro de nuestra causa. Nicholas se ha

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demostrado ya inestimable. »Lo que es más, ese Transponedor, que los de tu clase jamás pudieron controlar, ha dado palabra de entregarme a las dos personas que más quiero: tu nieto y su esposa. Tengo planeadas grandes cosas para ellos..., bueno para ella, al menos. —La cólera que le enrojecía el rostro desapareció convertida en una sonrisa burlona—. Para él no hay tantas grandes cosas. Zedd apenas podía contener su cólera. De no ser por el collar que reprimía su don ya habría reducido todo el lugar a cenizas. —Una vez que ese Nicholas se convierta en un experto en lo que puede hacer, descubrirás que querrá tomarse su propia venganza, y a un precio que puede que halles demasiado alto. Jagang extendió los brazos. —Ahí. te equivocas, mago. Puedo permitirme lo que sea que Nicholas quiera por lord Rahl y la Madre Confesora. No existe un precio demasiado alto. »Podrías pensar que soy codicioso y egoísta, pero te equivocarías. Si bien disfruto con los trofeos de guerra, con lo que más gozo es con el papel que desempeño haciendo entrar en vereda a los infieles. Es el fin lo que realmente me interesa, y al final haré que la humanidad se incline ante nuestra justa causa y lo que desea el Creador. Jagang parecía haber agotado su fogonazo de intensidad. Se recostó en el asiento y cogió un puñado de nueces de un cuenco de plata. —Zedd se equivoca —dijo Adié en voz alta —. Nos has demostrado que sabes lo que haces. Serás capaz de controlar a tu Transponedor a la perfección. Te sugiero que lo mantengas cerca de ti, para que te ayude en tus campañas. Jagang le sonrió. —También tú, mi anciana y reseca hechicera, me contarás todo lo que sabes sobre lo que hay en esas cajas de los carros. —Bah —se mofó Adié—. Serás un idiota con tesoros sin ningún valor. Espero que te desgarres un músculo arrastrándolos contigo a todas partes. —Adié tiene razón —terció Zedd—. Eres un zopenco incompetente que sólo va a... —Vamos, vamos. ¿Creéis que vais a provocarme un ataque de furia y que acabaré con los dos aquí mismo? —Su perversa sonrisa regresó—. ¿Qué os ahorrare la justicia que os aguarda? Zedd y Adié callaron. —Cuando era un muchacho —dijo Jagang en un tono más quedo mientras su mirada se perdía en la lejanía—, yo no era nada. Un matón callejero en Altur'Rang. Un bravucón. Un ladrón. Mi vida estaba vacía. Mi futuro era la próxima comida. »Un día vi a un hombre que venía por la calle. Parecía como si pudiese tener algo de dinero, y yo lo quería. Oscurecía, me acerqué en silencio por detrás, con la intención de darle un golpe en la cabeza, pero justo entonces se volvió y me miró a los ojos. »Su sonrisa me detuvo en seco. No era una sonrisa amable, ni una sonrisa débil, sino la clase de sonrisa que te muestra un hombre cuando sabe que puede matarte ahí donde estás si ello le complace. »Sacó una moneda del bolsillo y me la lanzó, y luego, sin una palabra, se dio la vuelta y prosiguió mi camino. »Al cabo de unas semanas, en plena noche, desperté en un callejón, donde dormía bajo mantas viejas y cajas de embalaje, y vi una figura borrosa en la calle. Supe que era él antes de que me lanzara la moneda y se alejara sumiéndose en la oscuridad. »La siguiente vez que lo vi, estaba sentado en un banco de piedra, en el extremo de una vieja plaza que algunos de los hombres menos afortunados de Altur'Rang frecuentaban. Como a mí, nadie quería dar a aquellos hombres una oportunidad en la vida. La codicia de la gente les había sorbido la vida a esos hombres. Yo tenía por costumbre ir allí a mirarlos, a decirme que no quería crecer para ser como ellos, pero sabía que lo sería, un don nadie, un desecho humano aguardando el momento de penetrar en la sombra del olvido de la otra vida. Un alma sin valor. »Me senté en el banco junto al hombre y le pregunté por qué me había dado dinero. En lugar de darme una respuesta como la que daría la mayoría de la gente a un muchacho, me habló del gran propósito de la humanidad, del significado de la vida, y de que estamos aquí

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sólo como una breve parada en el camino a lo que el Creador nos reserva... si somos lo bastante fuertes para enfrentarnos al desafío. »Yo nunca había oído algo así. Le dije que no creía que tales cosas importasen en mi vida porque yo no era más que un ladrón. Él dijo que el género humano era malvado porque me había hecho como era, y que sólo a través del sacrificio y la ayuda a aquellos que eran como yo podía el hombre verse redimido en la otra vida. Abrió mi mente a los hábitos pecaminosos del hombre. »Antes de marchar, se volvió hacia mí y me preguntó si sabía lo larga que era la eternidad. Respondí que no. Él dijo que nuestro miserable tiempo en este mundo no era más que un pestañeo antes de que entrásemos en el siguiente mundo. Eso me hizo pensar, por primera vez, sobre la más importante razón de ser de nuestras vidas. »A lo largo de los meses siguientes, el hermano Narev dedicó tiempo a charlar conmigo, a hablarme sobre la Creación y la eternidad. Me dio una visión de un posible futuro mejor, donde yo antes no tenía ninguno. Me instruyó en el sacrificio y la redención. Pensaba que estaba condenado a una eternidad de oscuridad hasta que él me mostró la luz. »Me recogió, a cambio de que lo ayudara con los quehaceres de la vida. »Para mí, el hermano Narev fue un maestro, un sacerdote, un consejero, un medio de salvación —la mirada de Jagang se alzó hacia la de Zedd—, y un abuelo, todo a la vez. »Me transmitió la fe en lo que la humanidad puede y debería ser. Me mostró el auténtico pecado de la codicia egoísta y el oscuro vacío al que conduciría a la humanidad. Con el paso del tiempo, me convirtió en el puño de su visión. Él era el alma; yo el hueso y el músculo. »EI hermano Narev me permitió tener el honor de encender la revolución. Me colocó al frente de la rebelión de la humanidad contra la opresión de lo pecaminoso. Somos la nueva esperanza para el futuro del hombre, y el hermano Narev en persona me permitió ser quien transportara su visión en las llamas purificadoras de la redención de la humanidad. Jagang volvió a recostarse en el sillón, clavando en Zedd una mirada tan sombría como éste no había visto nunca. —Y entonces esta primavera, mientras llevaba el noble desafío del hermano Narev a la humanidad, a aquellos que nunca habían tenido una oportunidad de ver la visión de lo que puede ser el hombre, del futuro sin la plaga de la magia y la opresión, la codicia y el servilismo para ser mejor que otros, llegué a Aydindril... y ¿qué encontré? »La cabeza del hermano Narev en una pica, con una nota: "Saludos de Richard Rahl". »El hombre que más admiraba en el mundo, el hombre que nos trajo a lodos el santificado sueño del auténtico propósito de la humanidad en esta vida, tal y como nos lo encomendó el mismísimo Creador, estaba muerto, con la cabeza clavada en una pica por tu propio nieto. »Si alguna vez existió una blasfemia mayor, un crimen mayor contra toda la humanidad, no tengo conocimiento de ello. Unas formas tenebrosas se movieron por los ojos negros de Jagang. —Se hará justicia en la persona de Richard Rahl. Padecerá un sufrimiento semejante, antes de que lo envíe al Custodio. Simplemente quería que supieses tu destino, anciano. Tu nieto conocerá algo de esa clase de dolor, y el tormento adicional de saber que tengo a su esposa y que le haré pagar muy caro sus propios crímenes. —Un amago de mueca burlona reapareció—. Una vez que el haya pagado ese precio, lo mataré. Zedd bostezó. —Un relato delicioso. Pero te has saltado la parte en las que tú asesinas a decenas de miles de inocentes porque éstos no quieren vivir bajo tu repugnante dominio o la visión enfermiza de Narev. »Pensándolo mejor, no te molestes en dar lastimosas excusas. Simplemente me cortas la cabeza, la pones en una pica, y acabamos con esto. La sonrisa de Jagang regresó en toda su gloria. —No es tan sencillo como eso, anciano. Primero tienes que contarme unas cuantas cosas.

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—Ah, sí —dijo Zedd—. La tortura. Casi lo olvidaba. —¿Tortura? Con dos dedos, Jagang hizo una seña a una mujer situada a un lado. La Hermana de más edad, se estremeció al ver la mirada del emperador puesta en ella e inmediatamente se precipitó tras una cortina de tapices. Zedd pudo oiría susurrar instrucciones apremiantes, y luego el golpeteo de unos pies corriendo sobre alfombras y abandonando la tienda. Jagang regresó a su pausada comida mientras Zedd y Adie permanecían de pie ante él, hambrientos y muertos de sed. El Caminante de los Sueños depositó finalmente el cuchillo sobre el plato. Ante aquel gesto, los sirvientes se pusieron en acción al momento, llevándose la diversidad de platos, la mayoría sólo probados. En unos instantes se retiró de la mesa toda la comida y bebida, dejando únicamente los libros, los rollos de pergamino, las velas y el cuenco de plata con nueces. La Hermana Tahirah, que había capturado a Zedd y Adié en el Alcázar, permaneció de pie, con las manos cruzadas ante ella mientras los observaba. A pesar de su evidente miedo a Jagang, y el modo servil en que lo lisonjeaba, la burlona sonrisa que dirigía a Zedd y Adie delataba el placer que sentía ante lo que iba a suceder. Cuando aparecieron media docena de hombres espantosos, Zedd empezó a comprender que era lo que complacía tanto a la Hermana Tahirah. Eran hombres, fornidos y con el aspecto más despiadado que Zedd había visto nunca. Tenían los cabellos hechos una maraña y grasientos. Sus manos y antebrazos estaban salpicados de manchas de tizne, las uñas irregulares e inmundas. Las mugrientas ropas mostraban manchas oscuras de sangre seca producto del desempeño de su profesión. Aquellos hombres se dedicaban a la tortura. Zedd apartó los ojos de la fija mirada de la Hermana. Ésta esperaba ver miedo, pánico o tal vez sollozos. Entonces hicieron entrar a un grupo de hombres y mujeres en la débilmente iluminada tienda del emperador. Parecían ser agricultores o humildes trabajadores, probablemente recogidos por patrullas. Los hombres abrazaban a sus esposas mientras los niños se acurrucaban alrededor de las faldas de las mujeres como polluelos alrededor de gallinas. Hicieron pasar a aquellas personas hacia el otro lado de la habitación, enfrente de la hilera de torturadores. Los ojos de Zedd se volvieron repentinamente hacia Jagang. Los ojos negros del Caminante de los Sueños le observaban mientras masticaba una nuez. —Emperador —dijo la Hermana que había hecho entrar a las familias—, éstas son algunas de las personas de la zona, gente procedente del campo, como solicitasteis. —Extendió una mano a modo de presentación—. Buenas gentes, este es nuestro venerado emperador, Jagang el Justo. Trae la luz de la Orden Imperial al mundo, guiado por la sabiduría del Creador, para que todos podamos llevar vidas mejores y encontrar la salvación con el Creador en la otra vida. Jagang inspeccionó al grupo de habitantes de la Tierra Central mientras éstos inclinaban la cabeza y efectuaban torpes reverencias. Zedd se sintió enfermo al ver el terror en sus rostros. Habrían tenido que andar a través del campamento de soldados de la Orden. Habrían visto el tamaño del ejército que había invadido su tierra natal. Jagang alzó en brazo en dirección a Zedd. —Tal vez conocéis a este hombre. Este es el Primer Mago Zorander. Es quien os ha gobernado con su dominio sobre la magia. Como podéis ver, está ahora encadenado ante nosotros. Os hemos liberado del perverso gobierno de este hombre y de los que son como él. Los ojos de la gente se movieron veloces entre Zedd y Jagang, indecisos sobre, sobre lo que se suponía que debían hacer. Finalmente movieron las cabezas de arriba abajo, farfullando su agradecimiento por la liberación. —Los que poseen el don, como estos dos,

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podrían haber usado su habilidad para ayudar a la humanidad. En su lugar, la usaron para sí mismos. Cuando tendrían que haberse sacrificado por aquellos que tenían necesidades, se mostraron egoístas. Es un delito comportarse como lo han hecho ellos, vivir como lo han hecho ellos, con todo lo que tienen. Me enfurece pensar en todo lo que podían hacer por los necesitados, por aquellos como vosotros pobres gentes, de no ser por sus actitudes egoístas. La gente padece y muere sin la ayuda que podrían haber obtenido, sin la ayuda que estas personas podrían haber dado, de no ser tan ególatras. »Este mago y su hechicera están aquí porque han rehusado ayudarnos a liberar al resto de los habitantes del Nuevo Mundo contándonos la función de los repugnantes objetos mágicos que hemos capturado junto con ellos; objetos mágicos que maquinan usar para masacrar a un número incalculable de personas. Este mago egoísta y la hechicera hacen esto por inquina al no poder salirse con la suya. Todos los ojos, atónitos, giraron hacia Zedd y Adie. —Podría hablaros de la ingente cantidad de muertes de las que es responsable este hombre, pero temo que seríais incapaces de comprenderlo. Puedo deciros que sencillamente no puedo permitir que este hombre sea responsable de decenas de miles de muertes más. Jagang sonrió a los niños y gesticuló con ambas manos, instándolos a ir hacía él. Los niños, aproximadamente una docena, desde los seis o siete años hasta quizá los doce, se aferraron a sus padres. La mirada de Jagang se alzó hacía aquellos padres mientras volvía a hacer señas a los niños para que fueran a él. Los padres comprendieron y de mala gana instaron a sus hijos a hacer lo que el emperador les ordenaba. Las inocentes criaturas se aproximarán vacilantes a los brazos extendidos y la amplia sonrisa de Jagang. Él los abrazó rígidamente mientras se colocaban a su alrededor arrastrando los pies. Alborotó los cabellos de un chiquillo rubio, y luego la melena pelirroja de una niña. Varios de los más jóvenes volvieron la mirada para contemplar suplicantes a sus padres antes de encogerse atemorizados ante la manaza de Jagang. Un terror silencioso flotaba en el aire. Era el espectáculo más aterrador que Zedd había presenciado jamás. —Bien, ahora —dijo el sonriente emperador—, dejad que llegue a la razón por la que he recurrido a vosotros, buenas gentes. Con los poderosos brazos agrupó a los niños ante él. Mientras una Hermana le cerraba el paso a un muchacho que quería regresar con sus padres, Jagang colocó sus enormes manos en la cintura de una pequeña y colocó a ésta sobre sus rodillas. Los ojos muy abiertos de la niña miraron fijamente el rostro sonriente, la cabeza calva, pero más que nada el vacío de pesadilla que eran los ojos negros como la noche del Caminante de los Sueños. Jagang pasó la mirada de la niña a los padres. —Veréis, el mago y la hechicera han rehusado ofrecer su ayuda. Para poder salvar un gran número de vidas, debo tener su cooperación. Deben responder honestamente a todas mis preguntas. Ellos se niegan. Yo espero que vosotros, buenas gentes, podáis convencerlos de que nos cuenten lo que necesitamos saber para, así, salvar las vidas de muchísimas personas, y liberar a un número mucho mayor de la opresión de su magia. Jagang miró en dirección a la hilera de hombres que permanecían en silencio ante la pared opuesta. Con una única inclinación de cabeza, les ordenó adelantarse. —¿Qué hacéis?-preguntó una mujer, al mismo tiempo que su esposo intentaba refrenarla—. ¿Cuáles son vuestras intenciones? —Mi intención —explicó Jagang al grupo— es que vosotros, buenas gentes, convenzáis al mago y a la hechicera para que hablen. Os voy a poner en una tienda solos con ellos de modo que podáis persuadirlos de que cumplan con su deber para con la humanidad; persuadirlos de que cooperen con nosotros. Cuando los hombres empezaron a agarrar a los niños, éstos finalmente

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prorrumpieron en llantos aterrados. Los padres, al ver a sus niños con los rostros enrojecidos y dando gritos aterrorizados, gritaron también ellos y se abalanzaron al frente para recuperarlos. Los hombretones, cada uno sujetando uno o dos bracitos, empujaron a los padres hacia atrás. Los padres empezaron a chillar histéricamente, pidiendo que soltaran a los niños. —Lo siento, pero no puedo hacer eso —dijo Jagang por encima de los lloros de los niños. El emperador volvió a ladear la cabeza y los hombretones empezaron a llevarse a los niños, que se retorcían y lloraban, fuera de la tienda. Los padres gemían también, intentando alargar las manos entre aquellos brazos enormes y mugrientos para tocar lo que era para ellos lo más valioso del mundo. Los padres estaban desconcertados y horrorizados, temiendo cruzar una línea que haría caer la ira sobre sus hijos, peto sin querer a la vez, que se los llevaran. A pesar de sus apremiantes súplicas, los hombretones sacaron rápidamente a los niños de allí. Una vez fuera los pequeños, las Hermanas se apresuraron a bloquear la entrada, impidiendo a los padres que los siguieran. La tienda se sumió en el caos. Con la solitaria palabra «silencio» procedente de Jagang, y el golpe de su puño sobre la mesa, todo el mundo calló. —Ahora —dijo el emperador—, estos dos prisioneros van a ser confinados en una tienda. Todos vosotros estaréis allí, a solas, con ellos. No habrá guardias, ni observadores. —Pero ¿qué hay de nuestros niños? —suplicó una mujer echa un mar de lágrimas, a la que no importaban en absoluto Zedd y Adie. Jagang acercó hacia ella una vela de la mesa. —Esto será la tienda con estos dos, y vosotros, buena gente. —Describió un círculo con un dedo alrededor de la vela—. Alrededor de esta tienda en la que estaréis vosotros y los criminales, habrá otras tiendas cerca. Todo el mundo contempló fijamente cómo el dedo cubierto de anillos giraba y giraba alrededor de la vela. —Vuestros niños estarán cerca, en estas tiendas. Jagang recogió un puñado de nueces del cuenco de plata. Dejó caer algunas de ellas sobre la mesa, alrededor de la vela, y se metió el resto en la boca. La habitación quedó en silencio mientras todos lo miraban fijamente, contemplando cómo masticaba las nueces, temiendo hacer una pregunta, temiendo oír lo que podría decir a continuación. Finalmente, una mujer ya no pudo contenerse. —¿Por qué estarán allí, en esas tiendas? Los ojos negros de Jagang los observaron a todos antes de que éste hablara, asegurándose de que nadie de los presentes dejaría de oír lo que tenía que decirles. —Esos hombres que se llevaron a vuestros hijos a esas tiendas los estarán torturando. Los ojos de los padres se abrieron como platos. Sus rostros se quedaron blancos como el papel. Una mujer se desmayó. Varias se inclinaron sobre ella. La Hermana Tahirah se agachó junto a la mujer y tocó con una mano la frente de ésta. Los ojos de la mujer se abrieron de golpe. La Hermana indicó a las mujeres que la pusieran en pie. Cuando Jagang tuvo el convencimiento de que todos le prestaban atención, volvió a describir un círculo alrededor de la vela, por encima de las nueces que la rodeaban. Las tiendas estarán muy cerca, a vuestro alrededor, de modo que podáis oír con claridad cómo se tortura a vuestros hijos, para asegurarme que comprendéis que no se les ahorrará lo peor que esos hombres pueden hacer. Los padres estaban paralizados, mirándolo fijamente, al parecer incapaces de creer lo que oían. Cada pocas horas, vendré a ver si vosotros, buenas gentes, habéis convencido al mago y a la hechicera para que nos digan lo que necesitamos saber. Si no habéis tenido éxito, entonces marcharé a ocuparme de otros asuntos y cuando tenga tiempo regresaré otra vez para comprobar si estos dos han decidido hablar. »Simplemente aseguraos de que este mago y la hechicera no mueren mientras los convencéis de que sean razonables. Si mueren, no pueden responder a nuestras preguntas. Únicamente si

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responden a las preguntas se dejará ir a los niños. Jagang volvió sus ojos de pesadilla hacia Zedd. —Mis hombres tienen mucha experiencia torturando a la gente. Cuando oiga los alaridos procedentes de las tiendas de vuestro alrededor, no tendrás la menor duda sobre su talento, o su determinación. Creo que deberías saber que pueden mantener a nuestros invitados con vida durante días, pero que no pueden hacer milagros. Las personas, en especial individuos tan jóvenes y tiernos, no pueden sobrevivir indefinidamente. Pero, en el caso de que esos niños muriesen antes de que aceptéis cooperar, hay muchas otras familias con niños que pueden ocupar su puesto. Zedd no pudo detener las lágrimas que le descendieron por el rostro hasta gotear por la barbilla mientras la Hermana Tahirah lo cogía del brazo y tiraba de él hacia la entrada. El grupo de padres cayó sobre él, tratando de agarrarle las ropas, chillando y llorando para que hiciese lo que pedía el emperador. Zedd se cerró en banda y se detuvo con un forcejeo ante la mesa. Manos desesperadas aferraron su túnica. Mientras paseaba la mirada por los rostros manchados de lágrimas, trabando la mirada con cada uno, todos ellos callaron. —Espeto que podáis comprender ahora la naturaleza de aquello contra lo que peleamos. Lo siento mucho, pero no puedo mitigar el dolor de esta, la hora más oscura de vuestras vidas. Si hiciese lo que este hombre quiere, incontables niños más se verían expuestos a la brutalidad de este tirano. Sé que no podréis contraponer esto a las preciosas vidas de vuestros hijos, pero yo debo hacerlo. Rezad a los buenos espíritus para que se los lleven con rapidez, y los conduzcan a un lugar de paz eterna. Zedd no pudo decirles más a aquellas personas, a sus miradas de desesperación. Volvió los ojos llorosos hacia Jagang. —Esto no funcionará, Jagang. Sé que lo harás igualmente, pero no funcionará. Detrás de la gruesa mesa, Jagang se puso en pie despacio. —En esta tierra tuya los niños abundan. ¿A cuántos estás dispuesto a sacrificar antes de permitir que la humanidad sea libre? ¿Cuánto tiempo estás dispuesto a persistir en tu obstinada negativa a permitirles tener un futuro libre de sufrimiento, de necesidad y de vuestra injusta y vana moral. Las gruesas cadenas de oro y plata que le rodeaban el cuello, los medallones y adornos robados que descansaban sobre su musculoso pecho, y los anillos de sus dedos centellearon todos a la luz de las velas. Zedd sintió el agobiante peso de un futuro sin esperanza bajo el yugo de los ideales monstruosos de aquel hombre y los de su calaña. —No puedes vencer en esto, mago. Como todos aquellos que pelean en tu bando para oprimir a la humanidad, para permitir que la gente normal quede abandonada a su cruel destino, no estás dispuesto ni siquiera al sacrificio por el bien de las vidas de unos niños. Eres valiente con las palabras, pero tienes un alma fría y un corazón débil. No tienes la fuerza de voluntad para hacer lo que debe hacerse para vencer. Yo sí. Jagang inclinó la cabeza a un lado y la Hermana empujó a Zedd en dirección a la puerta. El grupo de personas que chillaban, lloraban y suplicaban rodeó a Zedd y Adie, arañándoles y manoseándolos con salvaje desesperación. A lo lejos, Zedd pudo oír los horripilantes alaridos de sus aterrados hijos.

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—No están lejos —anunció Richard mientras retrocedía pata volver a introducirse entre los árboles. Permaneció en silencio, observando cómo Kahlan alisaba los hombros de su vestido. Éste no mostraba ningún efecto adverso por su largo confinamiento en la mochila. La suave tela satinada, casi blanca, relucía en la fantasmagórica luz de las arremolinadas nubes bajas. Las líneas largas y sueltas del vestido, con un escote cuadrado, no lucían ni encajes ni volantes, nada para distraer de su sencilla elegancia. La visión de Kahlan en aquel traje todavía le quitaba la respiración. Kahlan estaba mirando al exterior, a través de los árboles, cuando oyeron el silbido de Cara. La señal de aviso que Richard había enseñado a Cara era el silbido quejumbroso, agudo y nítido de un papamoscas de bosque, aunque Cara no sabía qué era eso. Cuando había dicho por primera vez, a Cara que quería enseñarle el reclamo de papamoscas como señal de advertencia, ella declaró que no pensaba aprender la llamada de ningún pájaro que se llamase «papamoscas». Richard cedió y le dijo que en su lugar le enseñaría la llamada del pequeño y feroz, halcón colicorto del pino, pero sólo si trabajaba duro para aprenderlo, ya que era más difícil. Satisfecha por haberse salido con la suya, Cara había aceptado y aprendido de buena gana el sencillo silbido. Lo hacía bien y lo usaba a menudo como señal. Richard jamás le contó que no existía algo llamado «halcón colicorto del pino», ni que los halcones no emitían silbidos como aquél. Fuera de la pantalla de ramas, la forma oscura de la estatua montaba guardia sobre una zona del paso que había estado desierta durante miles de años. Richard volvió a preguntarse por qué la gente de aquella época había colocado una estatua así en un paso que no era probable que alguien volviese a visitar jamás. Pensó en la antigua sociedad que la había erigido, y en que debían de haber pensado. Richard pasó la mano por la parte posterior de la manga de Kahlan para retirar unas agujas de pino. —Ya está, quédate quieta. Deja que te mire. Kahlan se dio la vuelta, los brazos a los costados, mientras él alisaba la tela de la parte superior de los brazos. Sus ojos verdes sin miedo, bajo las cejas, que tenían el elegante arco de las alas de un ave rapaz en vuelo, se cruzaron con los de él. Las facciones de la mujer parecían haberse vuelto aún más exquisitas desde la primera vez que la había visto. Su aspecto, su pose, el modo en que lo contemplaba como si pudiera mirar dentro de su alma, lo llenaban de emoción. Claramente de manifiesto en sus ojos estaba la inteligencia que lo había cautivado desde el principio. —¿Por qué me miras de ese modo? A pesar de todo, no consiguió reprimir la sonrisa. —Ahí, de pie, de ese modo, con ese vestido, los cabellos largos tan hermosos, el verde de los árboles a tu espalda... me ha recordado la primera vez, que te vi. La sonrisa especial de Kahlan, la sonrisa que no dedicaba a nadie más que a él, se extendió resplandeciente por sus cautivadores ojos. Posó las muñecas en los hombros de Richard y enlazó los dedos tras su cuello, atrayéndolo para besarlo. Como sucedía siempre, el beso lo sumió tan completamente en su necesidad de ella que por un momento perdió el mundo de vista. Ella se fundió en su abrazo. Durante aquel momento no hubo Orden Imperial, ni Bandakar, ni imperio d'haraniano, ni Espada de la Verdad, ni repiques, ni don que volviera su poder contra él, ni veneno, ni faros de advertencia, ni criaturas de puntas negras, ni Jagang, ni Nicholas, ni Hermanas de las Tinieblas. El beso de Kahlan le hizo olvidarlo todo, excepto a ella. En aquel momento no existía nadie aparte de ellos dos. Kahlan hacía completa su vida; su beso reafirmaba ese vinculo. Ella se echó hacia atrás, alzando la mirada al interior de sus ojos. —Parece que no has tenido más que problemas desde aquel día en que me

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encontraste. Richard sonrió. Mi vida es lo que he tenido desde ese día que te encontré. Cuando te encontré, encontré mi vida. Sosteniéndole el rostro en ambas manos, volvió a besarla. Betty le empujó suavemente la pierna y lanzó un balido. —¿Estáis listos vosotros dos? —gritó Jennsen colina abajo—. Estarán aquí, pronto. ¿No oísteis el silbido de Cara? —Lo oímos —gritó Kahlan a Jennsen—. Vamos hacia ahí. Girándose, sonrió mientras miraba a su esposo de pies a cabeza. —Bueno, lord Rahl, ciertamente no tienes el mismo aspecto que el primer día que te vi. —Estiró el labrado tahalí de cuero que descansaba sobre la negra túnica con un ribete dorado—. Pero pareces exactamente el mismo. Tus ojos son los mismos que vi ese día. —Ladeó la cabeza a la vez, que le sonreía—. No veo el dolor de cabeza del don en tus ojos. —Lleva sin aparecer algún tiempo, pero tras ese beso, sería imposible tener un dolor de cabeza. —Bueno, si regresa —dijo ella—, simplemente dímelo y veré que puedo hacer para hacerlo desaparecer. Richard le pasó los dedos por el pelo y la miró una última vez a los ojos antes de rodearle la cintura. Juntos caminaron a través de la catedral de árboles que era su escondite, y marcharon en dirección a la ladera descubierta. Entre los troncos de los pinos, Richard vio que Jennsen descendía la colina corriendo, saltando de roca en roca, evitando las zonas nevadas. Fue a su encuentro. —Los distinguí —dijo sin aliento—. Pude verlos abajo, en el desfiladero, en el extremo opuesto. Pronto estarán aquí arriba, —Una amplia sonrisa le iluminó el rostro—. Vi a Tom guiándolos. Jennsen los contempló con atención a los dos: Kahlan con el vestido blanco de la Madre Confesora y Richard con las prendas que había encontrado en parte en el Alcázar que en el pasado habían llevado magos guerreros. Por la sorpresa del rostro de la muchacha, Richard pensó que ésta iba a hacerles una reverencia. —Vaya —dijo ella—, eso sí que es todo un vestido. —Miró a Richard de arriba abajo otra vez—. Los dos parecéis como si debierais gobernar el mundo. —Bueno —repuso Richard—, esperemos que la gente de Owen piense lo mismo. Cara apartó a un lado una rama mientras se agachaba. Vestida otra vez con su ceñido traje de cueto rojo, parecía tan intimidante como lo había parecido la primera vez que Richard la había visto en los espléndidos pasillos del Palacio del Pueblo de D'Hara. —Lord Rahl me confió en una ocasión que tenía intención de gobernar el mundo —dijo Cara, que había oído la declaración de Jennsen. —¿De veras? —preguntó ésta. Richard suspiró ante su expresión sobrecogida. —Gobernar el mundo ha resultado más difícil de lo que pensé. —Si quisierais escucharnos más a la Madre Confesora y a mí —aconsejó Cara—, lo tendríais más fácil. Richard hizo caso omiso de la petulancia de Cara. —¿Podrías recogerlo todo? Quiero estar ahí arriba con Kahlan antes de que Tom llegue con Owen y sus hombres. Cara asintió y empezó a reunir las cosas que habían trabajado tan duro para fabricar, apilando algunas y haciendo un recuento de otras. Richard posó una mano en el hombro de Jennsen. —Ata a Betty, que permanezca aquí por ahora. ¿De acuerdo? No necesitamos tenerla por en medio. —Me ocupare de ello —dijo Jennsen mientras se toqueteaba los rizos de cabello rojo—. Me aseguraré de que no pueda molestarnos ni marcharse por ahí. Resultaba a todas luces evidente lo ansiosa que estaba por volver a ver a Tom. —Estás muy hermosa —le aseguró Richard, y la sonrisa de la muchacha regresó para vencer a su ansiosa expresión. La cola de Betty era un molinete borroso mientras alzaba la mirada hacía ellos, ansiosa por ir a donde fuera que se dirigieran. —Vamos —dijo Jennsen a su amiga—, tú te quedarás aquí durante un rato. Jennsen sujetó la cuerda de la cabra, reteniéndola, mientras Richard, con Kahlan a su lado, dejaba atrás los últimos árboles y salían a la descubierta repisa. Con los imponentes picos cubiertos de nieve ocultos por las siniestras nubes, Richard se dijo que daba

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la impresión de que se hallaban en el techo del mundo. El viento había cesado, dejando inmóviles a los árboles y, en contraste, haciendo que el movimiento arremolinado de las masas de nubes diera la impresión de ser algo vivo. Los chaparrones del día anterior habían cesado y luego el sol había hecho una breve aparición para derretir un poco la nieve del paso. Richard no creía que existiesen muchas posibilidades de ver el sol ese día. El enorme centinela de piedra aguardaba en lo alto del sendero, vigilando eternamente el paso. A medida que se aproximaban a él, Richard oleó el cielo pero únicamente vio pájaros pequeños —cazamoscas y trepatroncos de pecho blanco— revoloteando. Le producía una sensación de alivio que las criaturas hubiesen permanecido ausentes desde el momento en que habían tomado aquel antiguo sendero que ascendía por el paso. La primera noche pasada allí arriba en el paso, bastante más atrás en los bosques más espesos, habían trabajado arduamente para construir un refugio cómodo, consiguiendo acabarlo justo cuando la oscuridad se instalaba en los vastos bosques. A primeras horas del día siguiente, Richard había quitado nieve de la estatua y de todas las repisas de la base. Había descubierto más escritos. Ahora sabía más cosas sobre aquel hombre cuya estatua había sido colocada allí. Otra nevisca había espolvoreado nieve sobre lo escrito, volviendo a enterrar las palabras muertas desde hacía tanto tiempo. Kahlan posó una reconfortante mano sobre su espalda. —Escucharán, Richard. Te escucharán. Con cada inspiración de aire, el dolor le asestaba un tirón desde lo más profundo de su ser. Cada vez era peor. —Será mejor que lo hagan, o no tendré ninguna posibilidad de conseguir el antídoto. Sabía que no podía hacerlo solo. Incluso aunque supiera cómo invocar su don y controlar su magia, seguiría sin poder ser capaz de agitar una mano o realizar alguna proeza mágica que arrojara a la Orden Imperial fuera del Imperio Bandakariano. Sabía que tales cosas estaban fuera del alcance de incluso la magia más poderosa. La magia, usada correctamente, concebida correctamente, era una herramienta, de un modo muy parecido a su espada. La magia no sería la salvación. La magia no era una panacea. Si quería tener éxito, tenía que usar la cabeza. Ya no sabía si podía depender de la magia de la Espada de la Verdad. Ni sabía cuánto tiempo tenía antes de que su propio don lo matara. En ocasiones, daba la sensación de que su don y el veneno realizaban una carrera para ver cuál podía acabar con él primero. Richard condujo a Kahlan el resto de la ascensión, hasta una loma en la cumbre del paso, donde quería esperar a los hombres. Desde aquel punto podían ver a través de las brechas en las montañas y al interior de Bandakar. A lo lejos, en el límite de la zona llana, Richard distinguió a Tom muy abajo, guiando a los hombres a través de los árboles y haciéndoles ascender por una senda de curvas pronunciadas. Tom miró con atención a lo alto mientras ascendía por la senda y divisó a Richard y a Kahlan. Vio cómo iban vestidos, dónde estaban y no efectuó ningún saludo con la mano, comprendiendo que hacerlo resultaría poco apropiado. Richard pudo ver que los hombres que seguían a Tom miraban a lo alto, por encima de ellos. Richard alzó la espada unos centímetros, comprobando que salía con facilidad de la vaina. En lo alto, las negras e imponentes nubes parecían haberse congregado, como si todas se apiñaran en los confines del paso para observar. De pie, muy erguido, mientras dirigía la mirada a lo lejos, a la tierra desconocida situada más allá, a un imperio desconocido, Richard tomó la mano de Kahlan. De la mano, aguardaron en silencio lo que podía ser el principio de un desafío que cambiaría para siempre la naturaleza del mundo, o el fin de las posibilidades que tenía Richard de vivir.

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A medida que los hombres que seguían a Tom emergían de los árboles situados abajo y salían al descubierto, Richard se sintió desalentado al ver que eran muchos menos de los que Owen había dicho. Frotándose los surcos de la frente con las yemas de los dedos, Richard retrocedió a lo alto de la loma donde Kahlan aguardaba. La frente de esta se arrugó preocupada. —¿Qué sucede? —Dudo que hayan traído ni cincuenta hombres. Kahlan volvió a cogerle la mano, hablándole con tierna convicción: —Eso es cincuenta más de lo que teníamos. Cara se les acercó por detrás, dejando caer su carga a un lado. Fue a apostarse detrás de Richard, a la izquierda de este, en el lado opuesto al que ocupaba Kahlan. Richard le devolvió la sombría mirada. Se preguntó cómo conseguía siempre aquella mujer dar la impresión de que esperaba que todo sucediera justo como ella deseaba que sucediera. Tom pasó por encima del borde de la roca, seguido por los hombres. Sudaba por el esfuerzo de la ascensión, pero una sonrisa tensa animó su rostro cuando vio a Jennsen ascendiendo justo en aquel momento por el otro lado de la elevación. Ella le devolvió la breve sonrisa y luego permaneció en las sombras, junto a la base de la estatua, manteniéndose aparte. Cuando la desaliñada banda de hombres distinguió a Richard vestido con los pantalones y botas negras, la túnica negra ribeteada con una tira dorada, el amplio cinturón de cuero, las muñequeras de plata con relleno de cuero con antiguos símbolos grabados en torno a ellas y la reluciente vaina forjada en oro y plata, éstos parecieron perder el valor. Cuando vieron a Kahlan de pie junto a él, retrocedieron en dirección al borde, encogidos de miedo, efectuando reverencias vacilantes, sin saber qué se suponía que tenían que hacer. —Adelante, vamos —les dijo Tom, animándolos a subir. Owen susurró a los hombres mientras se movía entre ellos, instándolos a adelantarse como Tom indicaba. Ellos obedecieron tímidamente, acercándose un poco más, arrastrando los pies, pero dejando aún un amplio margen de seguridad entre ellos y Richard. Mientras los hombres miraban a su alrededor, no muy seguros sobre lo que se suponía que tenían que hacer a continuación, Cara se adelantó y extendió un brazo en dirección a Richard. —Os presento a lord Rahl —dijo con una voz clara—, el Buscador de la Verdad y el que empuña la Espada de la Verdad, el portador de muerte, el Señor del Imperio d'haraniano, y el esposo de la Madre Confesora. Si los hombres se habían mostrado tímidos e inseguros antes, la presentación de Cara lo acrecentó aún más. Cuando pasaron la mirada de Richard y Kahlan de vuelta a los penetrantes ojos azules de Cara, viendo que ésta aguardaba, todos ellos doblaron una rodilla en tierra ante Richard. Cuando Cara se adelantó al frente, delante de los hombres, se dio la vuelta y se arrodilló, Tom captó el mensaje e hizo lo misino. Ambos se inclinaron y tocaron el suelo con las frentes. En el silencio de las últimas horas de la mañana, los hombres aguardaron, todavía indecisos sobre qué era lo que tenían que hacer. —Amo Rahl, guíanos —dijo Cara de modo que todos los hombres pudiesen oírla, y luego aguardó. Tom miró atrás a todos los hombres de rubias cabezas. Cuando frunció el entrecejo con desagrado, los hombres comprendieron que debían seguir el ejemplo. Todos ellos se arrodillaron en el suelo y se inclinaron adelante, imitando a Tom y a Cara, hasta tocar el frío granito con las frentes. —Amo Rahl, guíanos —volvió a empezar Cara, sin alzar en ningún momento la frente del suelo. En esta ocasión, guiados por Tom, todos los hombres repitieron las palabras. —Amo Rahl, guíanos —dijeron discordantemente. —Amo Rahl, enséñanos —dijo Cara cuando todos hubieron acabado con el principio del juramento. Ellos siguieron su ejemplo

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otra vez, pero todavía vacilantes y sin mucha coordinación. —Amo Rahl, protégenos —dijo Cara. Los hombres repitieron las palabras, las voces un poco más al unísono. —Tu luz nos da vida. Los hombres farfullaron las palabras. —Tu misericordia nos ampara. Repitieron la frase. —Tu sabiduría nos hace humildes. De nuevo pronunciaron las palabras después de ella. —Vivimos sólo para servirte. Cuando acabaron de repetir las palabras, la mord-sith pronunció la última Frase: —Tuyas son nuestras vidas. Cara se alzó sobre las rodillas cuando hubieron acabado y dirigió una mirada fulminante a los hombres, que seguían todos inclinados al frente pero mirándola a hurtadillas. —Estas son las palabras de la oración al lord Rahl. Ahora la pronunciareis juntos conmigo tres veces, como es lo conecto en el campo de batalla. Cara volvió a colocar la frente sobre el suelo, a los pies de Richard. —Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rabí, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas. Richard y Kahlan se mantuvieron en pie ante el grupo mientras éste pronunciaba la segunda y la tercera oración. No se trataba de un espectáculo sin sentido montado por Cara; aquella era la oración, tal como se había pronunciado durante miles de años, y Cara decía muy en serio cada una de las palabras. —Podéis alzaros ahora —indicó a los hombres. Éstos volvieron a ponerse en pie con cautela, encorvados por la preocupación y aguardando en silencio. Richard trabó la mirada con todos ellos antes de empezar. —Soy Richard Rahl. Soy el hombre que vosotros decidisteis envenenar para poder esclavizarme y de ese modo obligarme a cumplir vuestros deseos. »Lo que habéis hecho es un delito. Si bien podéis creer que podéis justificar vuestra acción, considerarla simplemente un medio de persuasión, nada puede daros el derecho a amenazar o quitarle la vida a otro que no os ha hecho daño ni tenía intención de hacéroslo. Eso, junto con la tortura, la violación y el asesinato, son los métodos con los que gobierna la Orden Imperial. —Pero nosotros no os queríamos ningún mal —gritó uno de los hombres, horrorizado porque Richard pudiese acusarles de un delito tan horrendo. Otros hombres tomaron la palabra para coincidir en que Richard lo había mal interpretado. —Pensáis que soy un salvaje —siguió Richard en un tono de voz que los acalló y les hizo retroceder un paso—. Os consideráis mejores que yo y por lo tanto eso hace que sea correcto hacerme esto... e intentar hacérselo a la Madre Confesora... porque queréis algo y, como niños caprichosos, esperáis que os lo demos. »La alternativa que me dais es la muerte. La tarea que exigís de mi es difícil, más de lo que podáis imaginar, convirtiendo mi muerte, debido a vuestro veneno, en una posibilidad muy real, y verosímil. Esa es la realidad. »Ya estuve muy cerca de morir debido a vuestro veneno. En el último instante se me concedió un aplazamiento temporal cuando uno de vosotros me dio un antídoto provisional. Mis amigos y seres queridos creyeron que moriría esa noche. Vosotros fuisteis la causa. Vosotros decidisteis envenenarme, y de ese modo aceptasteis el hecho que de podríais matarme. —No —insistió un hombre, las manos unidas en súplica—, jamás os quisimos ningún mal. —¿Si no existía una amenaza creíble a mi vida, entonces por qué haría yo lo que deseáis? Si realmente no tenéis intención de hacerme ningún mal y no tenéis la voluntad de matarme si no os secundo, demostrarlo y dadme el antídoto de modo que pueda recuperar mi vida. Es mi vida, no vuestra. En esta ocasión nadie habló. —¿No? Ya veis, entonces, que es como yo digo. Estáis decididos a asesinar o a esclavizar. La única elección que tengo entre esas dos opciones. No pienso escuchar nada más sobre vuestros sentimientos respecto a lo que era vuestra intención. Vuestros sentimientos no os absuelven de vuestros actos. Vuestras acciones, no vuestros sentimientos, dicen la verdad de vuestras

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intenciones. Entrelazó las manos a la espalda mientras paseaba despacio ante los hombres. —Ahora podría, como os encanta hacer a vosotros, decirme a mí mismo que no puedo saber si nada de esto es cierto. Podría, como haríais vosotros, declararme a mí misino incompetente para la tarea de saber qué es real y rehusar enfrentarme a la realidad. »Pero soy el Buscador de la Verdad porque no intento ocultarme de la realidad. La elección de vivir exige que uno se enfrente a la verdad. Yo pienso hacer eso. Tengo intención de vivir. »Vosotros debéis hoy decidir lo que haréis, cuál será el futuro de vuestras vidas y de las vidas de los que amáis. Vais a tener que véroslas con la realidad, la misma con la que debo vérmelas yo, si queréis tener una posibilidad de vivir vuestras vidas. Hoy tendréis que enfrentaros a una gran dosis de verdad, si queréis tener aquello que buscáis. Richard hizo una seña a Owen. —Creí que dijiste que había más hombres. ¿Dónde está el resto? Owen dio un paso al frente. —Lord Rahl, para impedir la violencia, se entregaron a los hombres de la Orden. Richard miró atónito al hombre. —Owen, después de todo lo que me has contado, después de todo lo que esos hombres han visto hacer a la Orden, ¿cómo podían ellos creer tal cosa? —Pero ¿cómo podemos saber que esta vez no detendrá la violencia? No podemos conocer la naturaleza de la realidad o... —Ya te lo dije antes, conmigo te limitarás a lo que es, y no repetirás esas frases sin sentido que has memorizado. Si tienes hechos reales quiero oírlos. No estoy interesado en tonterías sin sentido. Owen se quitó la pequeña mochila de la espalda. Rebuscó en su interior y sacó una bolsita de lona. Las lágrimas afloraron a sus ojos mientras la contemplaba. —Los hombres de la Orden averiguaron que había hombro ocultándose en las colinas. Uno de los que se ocultaba con nosotros tiene tres hijas. Para poder impedir un ciclo de violencia, alguien en nuestra ciudad indicó a los hombres de la Orden qué niñas eran sus hijas. »Cada día los hombres de la Orden ataron una cuerda a un dedo de cada una de esas tres niñas. Un hombre sujetaba a la niña mientras otro tiraba de la cuerda hasta que arrancaba el dedo. Los soldados de la Orden dijeron a un vecino de nuestra ciudad que fuera a las colinas y diera los tres dedos a nuestros hombres. Vino cada día. Owen entregó la bolsita a Richard. —Éstos son los dedos de cada una de sus hijas. »El hombre que se llevó a los nuestros estaba aturdido. Dijeron que ya no parecía humano. Hablaba con una voz apagada. Repitió lo que le habían ordenado que dijera. Había decidido que, puesto que nada era real, no vería nada y haría lo que le mandaban. »Contó que los soldados de la Orden le dijeron que algunas de las personas de nuestra ciudad habían dado los nombres de los que estaban en las colinas y que ellos tenían a sus hijos, también. Dijeron que a menos que regresaran y se entregaran, harían lo mismo con los otros niños. »Un poco más de la mitad de los que se ocultaban en las colinas no pudieron soportar pensar que eran la causa de tal violencia, y por lo tanto regresaron a nuestra ciudad y se entregaron a la Orden. —¿Por qué me estás dando esto? —preguntó Richard. —Porque —dijo Owen, la voz ahogada por las lágrimas— quería que supierais por qué nuestros hombres no tuvieron otra elección que entregarse. No podían soportar pensar en sus seres queridos padeciendo tan terrible suplicio por su culpa. Richard contempló a los acongojados hombres que lo observaban. Sintió que la cólera hervía en su interior, pero la mantuvo bajo control. —Puedo comprender lo que esos hombres intentaban hacer al entregarse. No puedo culparlos por ello. No ayudará, pero no podría culparlos por intentar evitar que se hiciera daño a sus seres queridos. A pesar de su ira, Richard hablaba con voz sosegada. —Lamento que tú y tu gente estéis padeciendo tal brutalidad a manos de la Orden Imperial. Pero comprended esto: es real, y la Orden es la causa de ello. Esos hombres vuestros, si

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hicieron lo que la Orden ordenó o si no lo hicieron, no fueron la causa de la violencia. La responsabilidad por provocar violencia es totalmente de la Orden. Ellos vinieron a vosotros, ellos os atacaron, ellos os esclavizan, torturan y asesinan. La mayoría de los hombres permanecieron en postillas abatidas, mirando al suelo. —¿Tiene hijos alguno de vosotros? Unos cuantos asintieron o farfullaron que así era. Richard se pasó la mano por los cabellos. —¿Por qué no os habéis entregado, entonces? ¿Por qué estáis aquí y no intentando detener el sufrimiento del mismo modo que hicieron los demás? Los hombres se miraron unos a otros, algunos se sentían confundidos por la pregunta mientras que otros parecían incapaces de expresar sus razones. Su pesar, su aflicción, incluso su vacilante determinación, resultaban evidentes en sus rostros, pero no conseguían encontrar las palabras para explicar por qué no querían entregarse. Richard sostuvo en alto la bolsita de lona con su truculento tesoro, no permitiéndoles que esquivaran la cuestión. —Todos estabais enterados de esto. ¿Por qué no regresasteis también? Finalmente, uno tomó la palabra: —Fui a hurtadillas a los campos de labranza al ponerse el sol y hablé con un hombre que atendía los cultivos, y le pregunté qué les había sucedido a aquellos hombres que habían regresado. Dijo que a muchos de sus hijos ya se los habían llevado hacia tiempo. Otros habían muerto. A todos los hombres de las colinas se los habían llevado. A ninguno se le permitió regresar a sus hogares, con sus familias. ¿De qué nos habría servido regresar? —¿De qué, desde luego? —murmuró Richard. Era la primera señal de que captaban la auténtica naturaleza de la situación. —Tenéis que detener a la Orden —dijo Owen—. Debéis darnos nuestra libertad. ¿Por qué nos halléis hecho hacer este viaje? La chispa inicial de confianza de Richard perdió intensidad. Si bien aquellos hombres podrían haber captado en parte la realidad de sus problemas, ciertamente no querían enfrentarse al desafío de hallar una solución real. Simplemente querían ser salvados. Todavía esperaban que alguien lo hiciese por ellos: Richard. Todos los hombres parecieron aliviados al ver que Owen había hecho por fin la pregunta; al parecer eran demasiado tímidos para hacerla ellos mismos. Mientras aguardaban, algunos no podían evitar dirigir miradas de soslayo a Jennsen. La mayoría también parecían preocupados por la estatua que se alzaba imponente detrás de Richard. Sólo podían ver la parte posterior y no sabían en realidad qué aspecto tenia. —Porque —les explicó por fin Richard—, para que yo pueda hacer lo que queréis, es impórtame que lleguéis a comprender todo lo que hay involucrado. Esperáis que simplemente haga esto por vosotros. No puedo. Vais a tener que ayudarme en esto o vosotros y todos vuestros seres queridos estaréis perdidos. Si queremos tener éxito, debéis ayudar a vuestra gente a comprender las cosas que tengo que deciros. »Habéis llegado hasta aquí, habéis sufrido todo esto, os habéis comprometido hasta este punto. ¿Os dais cuenta de que si hacéis lo mismo que han hecho vuestros amigos, si aplicáis esas mismas soluciones inútiles, también vosotros seréis esclavizados o asesinados? Os estáis quedando sin opciones. Todos habéis tomado la decisión de al menos intentar tener éxito, de intentar deshaceros de esos animales que matan y esclavizan a vuestra gente. »Vosotros, los que estáis aquí, sois su última posibilidad... su única posibilidad. Ahora debéis oír el resto de lo que tengo que contaros y luego decidir cuál será vuestro futuro. El ojeroso y heterogéneo grupo de hombres, todos vestidos con ropas desgastadas y sucias, todos con el aspecto de que lo habían pasado muy mal viviendo en las colinas, o bien habló o bien asintió para indicar que escucharían lo que Richard tenía que decir. Algunos parecieron incluso como si se sintieran aliviados por el modo tan directo y

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franco en que les hablaba. Unos pocos incluso parecieron ávidos de sus palabras.

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—Hará tres años el próximo otoño —empezó a contar Richard—, yo vivía en un lugar llamado Ciudad del Corzo. Era guía del bosque. Llevaba una vida pacífica entre aquellos que amaba. Sabía muy poco sobre los lugares situados más allá de mi hogar. En ciertos aspectos yo era como vosotros antes de que llegara la Orden, así que puedo comprenderos un poco. »Como vosotros, vivía al otro lado de un límite que nos protegía de aquellos que querían hacernos daño. Los hombres estallaron en excitados cuchicheos, al parecer sorprendidos y complacidos de poder sintonizar con él de aquel modo, de tener algo tan básico en común con él. —¿Qué sucedió entonces? —preguntó uno. Richard no pudo contenerse. No pudo reprimir la sonrisa que se adueñó de él. —Un día, en mis bosques —extendió la mano al lado—, Kahlan apareció. Como vosotros, su gente se hallaba en una situación desesperada. Necesitaba ayuda. No obstante, en lugar de envenenarme, me contó su historia y que la Orden se dirigía hacia nosotros. De un modo muy parecido a lo que os sucedió, el límite que protegía a su pueblo había dejado de funcionar y un tirano había invadido su tierra natal, ella también llegó trayendo la advertencia de que ese hombre vendría muy pronto a mi tierra, y conquistaría a mi gente, a mis amigos, a mis seres amados. Todos los rostros se giraron hacia Kahlan. Los hombres la miraron abiertamente, como si la vieran por primera vez. Parecía como si les resultara pasmoso que aquella mujer escultural que tenían delante pudiese ser una salvaje, como consideraban ellos a los forasteros, y tuviera la misma clase de problemas que ellos habían tenido. Richard calló muchos detalles de la historia, pues quería que fuera lo bastante simple para que les resultara comprensible. »Me nombraron el Buscador de la Verdad y me entregaron esta espada para que me ayudara en esta importante lucha —Richard alzó la empuñadura fuera de la vaina hasta la mitad de la hoja, dejando que todos los hombres vieran el bruñido metal. Muchos torcieron el gesto al ver un arma así. »Juntos, codo con codo, Kahlan y yo luchamos para detener al hombre que quería esclavizar o destruirnos a todos nosotros. En una tierra desconocida, ella fue mi guía, no tan sólo ayudándome a combatir contra aquellos que querían matarnos, sino ayudándome a comprender el mundo más amplio, que yo nunca antes había tomado en consideración. Me abrió los ojos a lo que había ahí fuera, más allá del límite que me había protegido a mí y a mi gente. Me ayudó a ver la sombra de la tiranía que se aproximaba y conocer lo que estaba realmente en juego: la vida. »Me hizo estar a la altura del desafío. Si ella no lo hubiese hecho, yo no estaría vivo hoy, y muchísimas personas más estarían muertas o esclavizadas. Richard tuvo que volver la cabeza ante la avalancha de recuerdos dolorosos, al pensar en todos los que habían perecido en la lucha. Al pensar en las victorias tan duramente ganadas. Posó la mano en la estatua para sostenerse mientras recordaba el horrendo asesinato de George Cypher, el hombre que lo había criado, el hombre que, hasta aquella contienda, Richard siempre habla creído que era su padre. El dolor de todo ello, tan distante, remoto, regresó. Recordó el horror de aquellos tiempos, de la repentina comprensión de que jamás volvería a ver al hombre que tanto quería. Había olvidado hasta aquel momento lo mucho que lo echaba en falta. Recuperó la serenidad y se giró de nuevo hacia los hombres. —Al final, y sólo con la ayuda de Kahlan, obtuve la victoria en la contienda contra aquel tirano que yo no habla sabido que existía hasta el día en que ella entró en mis bosques y me avisó. »Aquel hombre era Rahl el Oscuro, mi padre, un hombre que jamás había conocido. Los hombres lo miraron fijamente con incredulidad. —¿Jamás lo conociste? —preguntó uno

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con voz atónita. Richard negó con la cabeza. —Es una historia muy larga. Quizás en otra ocasión os lo detalle todo. Por ahora, debo contaros las partes importantes que son relevantes para vosotros y aquellos a los que amáis. Richard miró al suelo sucio, reflexionando, mientras paseaba frente al desordenado puñado de hombres. —Cuando maté a Rahl el Oscuro lo hice para impedir que él me matara a mí y a mis seres queridos. Él había torturado y asesinado a innumerables personas y por eso sólo ya merecía la muerte, pero tuve que matarlo o él me habría matado, en aquel momento yo no sabía que era mi auténtico padre ni que al matarlo, puesto que era su heredero, me convertiría en el nuevo lord Rahl. »De haber sabido él quién era yo, podría no haber intentado matarme, pero no lo sabía. Yo poseía información que él quería; su intención era torturarme para obtenerla y luego matarme. Yo lo maté primero. »Desde ese día he averiguado muchas cosas. Lo que he averiguado nos conecta... —Richard los señaló y luego colocó la mano en su pecho a la vez que trababa la mirada con ellos—, en modos que debéis llegar a comprender, también, si queréis tener éxito en esta nueva lucha. »La tierra donde crecí, la tierra de Kahlan y la tierra de D'Hara, constituyen el Nuevo Mundo. Como habéis averiguado, este territorio inmenso de aquí abajo, fuera de donde crecisteis, recibe el nombre de Viejo Mundo. Después de que me convirtiera en lord Rahl, la barrera que nos protegía del Viejo Mundo se vino abajo, de un modo muy parecido a como le ha sucedido a vuestro límite. Cuando eso sucedió, el emperador Jagang, de la Orden Imperial, lo aprovechó para invadir el Nuevo Mundo, mi hogar, de un modo muy parecido a como ha invadido vuestro bogar. Llevamos más de dos años combatiendo contra él y sus tropas, intentando derrotarles o al menos hacerlos retroceder hasta el Viejo Mundo. »La barrera que se vino abajo nos había protegido de la Orden, o de hombres como ellos, durante unos tres mil años, más tiempo, incluso, del que estuvisteis protegidos vosotros. Antes de que se erigiera esa barrera al final de una gran guerra, el enemigo de la época, procedente del Viejo Mundo, había usado magia para crear a personas llamadas Caminantes de los Sueños. Los hombres empezaron a cuchichear. Habían oído el nombre, pero en realidad no lo comprendían y hacían conjeturas sobre lo que podría significar. —Los Caminantes de los Sueños —explicó Richard, cuando hubieron callado— podían penetrar en la mente de una persona para controlarla. No existía defensa. Una vez que un Caminante de los Sueños se apoderaba de tu mente, te convertías en su esclavo, incapaz de resistirle a sus órdenes. Las gentes de aquella época estaban desesperadas. »Un hombre llamado Alric Rahl, mi antepasado, ideó un modo de impedir que los Caminantes de los Sueños se apoderaran de las mentes de las personas. El era no tan sólo el lord Raid que gobernaba D'Hara por entonces, sino también un gran mago. Mediante su habilidad creó un vínculo que cuando se pronunciaba de todo corazón o se ofrecía bajo una forma más simple con genuina sinceridad, protegía a las personas, impidiendo que los Caminantes de los Sueños penetraran en sus mentes. La conexión mágica de Alric Raid con su gente, a través de ese vínculo, los protegía. »La oración que todos vosotros me ofrecisteis es la declaración formal de ese vínculo. Ha sido ofrecida por el pueblo d'haraniano a su lord Rahl durante tres mil años. Algunos de los hombres situados al frente se adelantaron, la ansiedad dibujada en sus rostros. —¿Entonces estamos protegidos de los Caminantes de los Sueños, lord Rahl, porque hicimos ese juramento? ¿Impedirá eso que los Caminantes de los Sueños entren en nuestras mentes y nos dominen? Richard negó con la obra. —Vosotros y vuestro pueblo no necesitáis protección. Ya estáis protegidos de otro modo. Una sensación de alivio recorrió el grupo. Algunos sujetaron el hombro de otro, o pasar una mano

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sobre la espalda de un amigo en señal de alivio. Parecía como si temieran que los Caminantes de los Sueños los estuvieran acechando, y justo se hubiesen librado en el último instante. —Pero, ¿cómo podemos estar protegidos? —preguntó Owen. Richard inspiró profundamente, expulsando el aire despacio. —Bueno, ésa es la parte que en cierto modo nos conecta. Veréis, tal y como yo lo entiendo, la magia necesita equilibrio para poder funcionar. Se produjeron asentimientos por todas partes, como si aquellos hombres desprovistos del don tuvieran todos un íntimo conocimiento de la magia. —Cuando Alric Rahl usó magia para crear ese vínculo con el que proteger a su pueblo —prosiguió Richard—, era necesario que siempre existiese un lord Rahl para completar el vínculo, para mantener su poder. No todos los magos engendran hijos que posean esa capacidad mágica, de modo que parte de lo que Alric Rahl hizo cuando creó el vinculo fue que el lord Rahl siempre engendraría un hijo que tuviese magia, que poseyera el don, y pudiera completar ese vínculo con el pueblo de D'Hara. De este modo siempre estarían protegidos. Richard alzó un dedo para darle más énfasis a la vez que paseaba la mirada por el grupo de hombres. —Lo que no sabían por aquel entonces era que esa magia, sin querer, creó su propio equilibrio. Si bien el lord Rahl siempre engendraba un heredero con el don, un mago como él, no se descubrió hasta más tarde que también, de cuando en cuando, tenía vástagos que carecían por completo de magia. Richard pudo ver por los rostros carentes de expresión que los hombres no captaban lo que les estaba contando. Imaginó que a personas que vivían de un modo tan aislado, su historia debía parecerles más bien confusa. Recordó su propia confusión respecto a la magia antes de que la barrera hubiese caído y él hubiese conocido a Kahlan. No lo habían criado en un entorno de magia y todavía seguía sin comprender gran parte de ella. Había nacido con los dos lados del don, y sin embargo no sabía controlarlo. —Veréis —dijo—, únicamente algunas personas poseen magia... tienen el don, como se le llama. Pero todas las personas nacen con al menos una chispa diminuta del don, incluso a pesar de que sean incapaces de manipular la magia. Hasta hace muy poco, todo el mundo consideraba a esas personas como carentes del don. ¿Entendéis? Los que tienen el don, como magos y hechiceras, pueden manejar la magia, y el resto de personas no pueden, de modo que son consideradas como carentes del don. »Pero resulta que eso no es exacto, puesto que existe una chispa infinitesimal del don en todos los que nacen. Esta chispa diminuta del don es en realidad lo que permite que las personas interactúen con la magia en el mundo que lo rodea, es decir, con cosas y criaturas que tienen propiedades mágicas, y con personas que tienen el don en un sentido más amplio, aquellos que poseen la habilidad para manipular magia. —Algunas personas en Bandakar tienen magia también —dijo un hombre—. Magia auténtica. Solamente aquellos que nunca han visto... —No —replicó Richard, interrumpiéndolo, pues no quería que perdieran el hilo de su relato—. Owen me habló sobre lo que vosotros pensáis que es magia. Eso no es magia, eso es misticismo. No es de eso de lo que estoy hablando. Hablo de auténtica magia, que produce resultados reales en el mundo real. Olvidad lo que se os ha enseñado sobre la magia, sobre cómo la fe supuestamente crea aquello en lo que creéis y que eso es magia. No es real. Es simplemente la fantástica ilusión de magia en la imaginación de las personas. —Pero es real —dijo alguien en un tono de voz respetuoso pero firme—. Más real que lo que ves y sientes. Richard dedicó una mirada severa a los hombres. —Si es tan real, entonces ¿por qué tuvisteis que usar un veneno que preparó un hombre que había trabajado toda la vida con hierbas? Porque sabéis lo que es real, ése es el porqué. Cuando era vital para

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vuestro interés personal, para vuestras vidas, recurristeis a la realidad, a lo que realmente sabéis que funciona. Richard indicó atrás, a Kahlan. —La Madre Confesora posee magia real. No se trata de una maldición extravagante que se lanza sobre alguien y por la que esa persona muere diez años más tarde, ella posee magia real que, en lo básico, está ligada a la muerte, de modo que os afecta incluso a vosotros. Puede tocar a alguien, con esa magia autentica, y en un instante estará muerto. No dentro de diez años; ahora mismo, en el acto. Richard se irguió frente a los hombres, mirándolos directamente a los ojos uno por uno. —Si alguien no cree que eso es magia real, entonces hagamos una prueba. Que lleven a cabo su magia basada en la fe y me lancen un hechizo... que me mate aquí mismo y ahora. Después de que hagan eso, entonces se adelantarán y serán tocados por el poder muy real y letal de la Madre Confesora. A continuación todos los demás podrán ver los resultados y juzgar por sí mismos. —Paseó la mirada de un rostro a otro—. ¿Hay alguien dispuesto a realizar la prueba? ¿Algún mago entre todos vosotros, gentes sin el don, está dispuesto a probar? Cuando los hombres permanecieron en silencio, sin que ninguno se moviera. Richard prosiguió: —Vaya, yo diría que parece que sí tenéis cierto conocimiento de lo que es real y lo que no lo es. Tened eso en cuenta. »Os he contado que el lord Rahl siempre engendraba a un hijo con magia, de modo que pudiera transmitir el gobierno de D'Hara y su capacidad mágica para hacer que el vínculo funcionara. Pero, como dije, el vínculo que Alric Rahl creó pudo haber tenido una consecuencia no deseada. »Sólo más tarde se descubrió que el lord Rahl, posiblemente como un modo de equilibrarlo, también a veces engendraba hijos que estaban totalmente desprovistos de magia; no carentes del don del modo en que lo están la mayoría de personas, sino inmaculadamente desprovistos del don. Esas personas no poseían en absoluto la menor chispa del don. »Debido a ello, debido a que estaban inmaculadamente desprovistas del don, eran incapaces de interactuar con la magia auténtica del mundo. La magia no podía afectarlos en absoluto. Para ellos, podría muy bien no existir porque no nacían con la capacidad de verla o relacionarse con ella. Podríais decir que eran como un pájaro que no podía volar. Parecían un pájaro, tenían plumas, comían insectos, pero no podían volar. »En aquella época, hace tres mil años, después de que se hubiese creado el vinculo para proteger a las personas de los Caminantes de los Sueños durante la guerra, los magos finalmente consiguieron colocar una barrera entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Puesto que los que estaban en el Viejo Mundo ya no podían ir al Nuevo Mundo para hacer la guerra, la gran guerra finalizó. La paz, llegó finalmente. »No obstante, los habitantes del Nuevo Mundo descubrieron que tenían un problema. Aquellos vástagos inmaculadamente desprovistos del don que lord Rahl transmitían esa característica a sus hijos. Cada hijo de un matrimonio en el que al menos un miembro de la pareja carece totalmente del don tiene hijos que tampoco lo tienen... siempre, cada vez. A medida que esos vástagos se casaban y tenían hijos, y luego nietos, y a continuación bisnietos, a medida que había más y más de ellos, aquella característica empezó a extenderse por toda la población. »La gente, en aquella época, estaba asustada porque dependían de la magia. La magia era parce de su mundo. La magia los había salvado de los Caminantes de los Sueños. La magia había creado la barrera que los protegía de las huestes procedentes del Viejo Mundo. La magia había puesto fin a la guerra. La magia curaba a la gente, encontraba a niños perdidos, producía hermosas obras de arte que inspiraban y proporcionaban dicha. La magia podía ayudar a guiar a las personas en el curso de acontecimientos futuros. »Algunas ciudades crecían alrededor de una persona con el don que podía atender las necesidades de la

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gente. Muchas personas con el don se ganaban la vida llevando a cabo tales servicios. En algunas cosas, la magia proporcionaba a la gente control sobre la naturaleza y de ese modo mejoraba las vidas de todos. Las cosas conseguidas con la ayuda de la magia mejoraban las condiciones de vida de casi todo el mundo. La magia era una fuerza de creación individual y por lo tanto de logro individual. Casi todo el mundo obtenía algún beneficio de ella. »Esto no quiere decir que la magia fuera o sea indispensable, sino que era una ayuda útil, una herramienta. La magia era como su brazo derecho. Sin embargo es la mente del hombre, no su magia, lo que es indispensable; de un modo muy parecido a como podríais sobrevivir sin el brazo derecho, pero no podríais sobrevivir sin la mente. Pero la magia había quedado ligada a las vidas de todos, así que muchos creían que era absolutamente indispensable. »La gente llegó a pensar que esa nueva amenaza, esta característica de carecer del don que se extendía por la población, sería el fin de todo lo que conocían, de todo lo que pensaban que era importante, que sería el fin de su protección más vital: la magia. Richard contempló todos los rostros, aguardando para asegurarse de que habían captado la esencia del relato, que comprendían lo desesperada que debía de haber estado la gente, y porque. —Así pues, ¿qué hizo la gente con esas personas que carecían totalmente del don que estaban entre ellos? —preguntó un hombre que estaba al fondo. En un tono calmado, Richard respondió: —Algo terrible. Sacó el libro de una bolsa de cuero de su cinto y lo alzó para que todos los hombres lo vieran mientras volvía a pasear por delante de ellos. Las nubes, cargadas con ventiscas, discurrían en silencio a través del helado paso del valle, en dirección a los picos que se alzaban por encima de ellos. —Este libro se llama Los Pilares de la Creación. Así llamaban los magos de aquellos tiempos a las gentes inmaculadamente desprovistas del don, Pilares de la Creación, porque tenían el poder, con esa característica que transmitían a sus hijos, de alterar la naturaleza de la humanidad, Eran los cimientos de una nueva clase de personas totalmente distintas: personas sin ninguna conexión con la magia. »Hace muy poco tiempo que di con este libro. Está dirigido al lord Rahl, y a otros, para que conozcan la existencia de esas personas desprovistas del don, a las que no afecta la magia. El libro cuenta la historia de cómo aparecieron esas personas, a través de aquellos hijos del lord Rahl, junto con la historia de lo que se descubrió sobre ellas. También revela lo que la gente de aquel entonces, hace miles de años, hizo con esos Pilares de la Creación. Los hombres se frotaron los brazos bajo el aire frío mientras Richard pascaba lentamente ante ellos. Todos parecían absortos en el relato. —Así pues —preguntó Owen—, ¿qué hicieron? Richard se detuvo y permaneció inmóvil, observando sus ojos antes de hablar. —Los desterraron. Murmullos de sorpresa estallaron entre los hombres. Se sentían atónitos al oír la solución tomada. Aquellos hombres comprendían lo que era el destierro, lo comprendían muy bien, y podían simpatizar con aquellas personas desterradas en un pasado lejano. —Eso es terrible —dijo un hombre situado al frente, meneando la cabeza. Otro frunció el entrecejo y alzó una mano. —¿No estaban emparentados esos Pilares de la Creación con algunas de las otras personas? ¿No formaban parte de las ciudades? ¿No sintió pena la gente al desterrar a esas personas sin el don? Richard asintió. —Sí, eran amigos y familiares. Aquellas personas descerradas estaban íntimamente ligadas a las vidas de casi todo el mundo. El libro cuenta lo acongojada que se sintió la gente ante la decisión a la que se había llegado sobre ellos. Debió de ser un momento terrible, una elección espantosa que no gustaba a nadie, pero los que mandaban en aquel momento decidieron que, para preservar su modo de vida, para preservar la magia y todo lo que significaba para ellos,

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para preservar aquel atributo del hombre, en lugar de valorar las vidas de los individuos por lo que éstos eran, tenían que desterrar a esas personas carentes del don. Lo que es más, cambien decretaron que todos los futuros vástagos del lord Rahl, excepto su heredero poseedor del don, debían ser ejecutados para asegurar que jamás volviera a aparecer entre ellos ningún Pilar de la Creación. En esa ocasión no se oyeron murmullos. Los hombres se mostraron entristecidos por la historia de aquellas gentes misteriosas y aquella terrible solución. Sus cabezas se inclinaron al frente mientras pensaban en lo que debía de haber sido aquella época sombría. Finalmente, uno de ellos levantó la cabeza. La frente se le crispó y, por fin, hizo la pregunta que Richard esperaba. —Pero ¿dónde desterraron a esos Pilares de la Creación? ¿Dónde los enviaron? Richard observó a los hombres mientras otros ojos se alzaban, con curiosidad ante el histórico misterio, aguardando a que el prosiguiera la narración. —A estas personas no les afectaba la magia —les recordó Richard—. Y la barrera que contenía al Viejo Mundo era una barrera creada mediante magia. —¡Los enviaron a través de la barrera! —adivinó un hombre en voz alta. Richard asintió. —Muchos magos habían muerto y entregado su poder a esa barrera a fin de que la gente quedara protegida de los habitantes del Viejo Mundo, que querían gobernarlos y poner fin a la magia. Ese era en gran parte el motivo por el que se había librado la guerra; los que estaban en el Viejo Mundo querían erradicar la magia de la humanidad. »Así que esas personas del Nuevo Mundo enviaron a esas gentes carentes del don, a esas personas sin magia, a través de la barrera al Viejo Mundo. »Jamás supieron qué fue de ellos, aquellos amigos y familiares y seres queridos que habían desterrado, porque habían sido enviados al otro lado de una barrera que ninguno de ellos podía cruzar. Se pensó que establecerían vidas nuevas, que empezarían de nuevo. Pero, debido a que la barrera estaba allí, y era territorio enemigo lo que había al otro lado, la gente del Nuevo Mundo jamás supo qué fue de aquellos desterrados. »Finalmente, hace unos pocos años, aquella barrera cayó. Esos desterrados se habían creado una nueva vida en el Viejo Mundo, habrían tenido hijos y extendido su atributo de carecer inmaculadamente del don —Richard alzó los brazos en un encogimiento de hombros—, pero no hay ni rastro de ellos. Las gentes que hay aquí abajo son exactamente iguales a la gente del Nuevo Mundo: algunos nacen con el don pero todos nacen con al menos esa chispa diminuta del don que les permite interactuar con la magia. »Aquellas personas de tiempos remotos parecían sencillamente haber desaparecido. —Así que ahora sabemos —razonó Owen mientras miraba a lo lejos, pensativo— que todas aquellas personas enviadas al Viejo Mundo hace tanto tiempo se extinguieron trágicamente... o quizá fueron asesinadas. —Yo mismo había pensado eso —dijo Richard. Se dio la vuelta y se quedó de cara a los hombres, aguardando hasta que todos los ojos estuvieron puestos en él antes de seguir adelante. —Pero los encontré. Encontré a esas personas largo tiempo perdidas. Volvieron a estallar cuchicheos emocionados. Los hombres parecían estimulados por la posibilidad de que aquellas personas hubiesen sobrevivido teniéndolo todo en contra. —¿Dónde están, entonces, lord Rahl —preguntó un hombre—, esas personas con las que compartís ascendencia? ¿Esas personas que tuvieron que soportar tan cruel destierro y padecimiento? Richard dirigió una mirada cortante a los hombres. —Venid conmigo, y os contaré que fue de esas personas. Richard los condujo al otro lado de la estatua, a la parte delantera, donde, por primera vez, pudieron tener una visión completa del centinela de piedra, Los hombres se quedaron pasmados al ver la estatua por delante. Conversaron con gran excitación entre ellos sobre lo real que parecía, sobre los rasgos fornidos del hombre.

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Por la total conmoción que se percibía en sus voces y por lo que los hombres decían, Richard tuvo la clara impresión de que nunca antes habían visto una estatua, al menos ninguna tan monumental como aquélla. Parecía que para aquellos hombres la estatua debía de ser algo afín a una manifestación mágica, en lugar de, como Richard sabía que era, una manifestación del talento del hombre. Richard posó una mano en la fría piedra de la base. —Esto es una antigua estatua de un mago del Viejo Mundo llamado Kaja-Rang. La tallaron, en parte, como homenaje al hombre, porque era un mago magnífico y poderoso. Owen alzó una mano para interrumpir. —Pero yo pensaba que las gentes del Viejo Mundo querían vivir sin magia... ¿Por qué tendrían que tener a un gran mago... y por qué, rendirían homenaje a un hombre que usaba magia? Richard sonrió al ver que Owen captaba la contradicción. —La gente no siempre actúa de un modo coherente. Lo que es más, cuando más irracionales son tus creencias, más flagrantes son tus incoherencias. Vosotros, por ejemplo, intentáis disimular incongruencias en vuestro comportamiento aplicando selectivamente vuestras convicciones. Afirmáis que nada es real, o que no podemos saber la auténtica naturaleza de la realidad, y sin embargo teméis lo que la Orden os hace; creéis con suficiente firmeza en la realidad de lo que están haciendo como para querer que pare. »Si nada fuese real, entonces no tendríais motivo para querer detener a la Orden Imperial. De hecho, es contrario a vuestras supuestas creencias intentar detenerlos, o incluso sentir que su presencia es real, aún menos perjudicial, ya que afirmáis que el hombre es incompetente para conocer la realidad. »Sin embargo captáis la realidad de lo que está sucediendo a manos de los hombres de la Orden, y sabéis muy bien que es abominable, de modo que suspendéis selectivamente los preceptos de vuestras creencias para enviar a Owen a envenenarme en un intento de conseguir que os libere de vuestro problema real. Algunos se mostraron confundidos por lo que Richard decía mientras que otros parecieron sentirse violentos. Unos pocos se mostraron atónitos. Ninguno pareció dispuesto a ponerle en entredicho, así que dejaron que prosiguiera sin interrumpirlo. —Las gentes del Viejo Mundo eran igual..., todavía lo son. Afirmaban que no querían magia y, sin embargo, cuando se vieron enfrentadas con esa realidad, no quisieron pasar sin ella. La Orden Imperial es así. Han ido al Nuevo Mundo afirmando ser adalides de la causa de liberar a la humanidad de la magia, proclamando ser nobles por apoyar ese objetivo, y sin embargo usan magia en la persecución de ese objetivo. Arguyen que la magia es malvada, y sin embargo la adoptan. »Su líder, el emperador Jagang, usa a aquellos que poseen magia para que lo ayuden a conseguir sus fines, entre los cuales, afirma, está la erradicación de la magia. Jagang es un Caminante de los Sueños que desciende de aquellos Caminantes de los Sueños de tiempos pasados. Su habilidad como Caminante de los Sueños es mágica, sin embargo no lo descalifica para liderar su imperio. Incluso a pesar de que posee magia, que él afirma incapacita a la gente para tener derecho a decidir sobre el futuro, se llama a si mismo Jagang el Justo. »No obstante lo que declaran creer, su objetivo es gobernar a la gente, lisa y llanamente. Buscan poder pero lo disfrazan con ropajes nobles. Cada tirano cree que es distinto. Todos son iguales. Todos gobiernan mediante la fuerza bruta. Owen fruncía el entrecejo, intentando captarlo todo. —Así pues, aquellos que estaban en el Viejo Mundo no vivían según lo que afirmaban creer. Vivían en conflicto. Predicaban que el hombre estaba mejor sin magia, pero continuaban queriendo usar magia. —Eso es. Owen indicó arriba, a la estatua. —¿Qué pasa con este hombre, entonces? ¿Por qué está aquí, si está en contra de lo que predicaban? Más nubes negras se arremolinaron sobre la imponente

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estatua. El aire flotaba helado, espeso y húmedo. Parecía como si una tormenta estuviera conteniendo su ataque, aguardando para oír el resto. —Este hombre está aquí porque luchó para salvar a la gente del Viejo Mundo de algo que temían más que a la magia misma —declaró Richard. Alzó la mirada basta el rostro decidido, con los ojos eternamente fijados en el lugar llamado los Pilares de la Creación. —Este hombre —dijo Richard con voz sosegada—, este mago, Kaja-Rang, reunió a todas aquellas personas desprovistas del don, a aquellos Pilares de la Creación, que habían sido destellados aquí abajo desde el Nuevo Mundo, y los envió a todos aquí. Richard señaló a lo lejos, detrás de la estatua. —Colocó a todas esas personas en ese lugar, protegido por las montañas que lo rodeaban, y luego colocó un límite de muerte delante de ellos, de modo que jamás pudieran volver a salir para mezclarse con el resto de personas del mundo. »Kaja-Rang dio a esas personas su nombre: bandakarianos. El nombre, Bandakar, procede de un idioma muy antiguo, el d'haraniano culto. Significa “los desterrados». Este hombre, Kaja-Rang, es quien los encerró herméticamente allí y salvó a su gente de los desprovistos del don, de aquellos que no tenían magia. Vosotros —dijo Richard a los hombres que tenía delante— sois los descendientes de ese pueblo desterrado. Sois los descendientes de Alric Rahl, de la gente que os envió al exilio al Viejo Mundo. Todos sois descendientes de la Casa de Rahl. Vuestros antepasados y los míos son los mismos. Sois el pueblo desterrado. En la cima del paso ante la estatua de Kaja-Rang reinó un silencio sepulcral. Los hombres tenían los ojos desorbitados por la sorpresa. Y entonces estalló el caos. Richard no hizo ningún esfuerzo por detenerlos, por hacerles permanecer en silencio. Fue a colocarse junto a Kahlan mientras dejaba que lo asimilaran. Quiso darles el tiempo que necesitaban para llegar a captar la enormidad de lo que les había contado. Con los brazos alzados, algunos hombres chillaron, ultrajados, ante lo que habían oído, otros gimotearon ante el horror del relato, algunos más lloraron apenados, muchos discutieron, unos pocos objetaron varios puntos que otros respondían, mientras que otros más se repitieron elementos claves casi como para oír las palabras otra vez, de modo que pudiesen ponerlas a prueba, aceptando finalmente que podría muy bien ser así. Pero todos empezaron, poco a poco, a captar la enormidad de lo que habían oído. Todos empezaron a detectar la verosimilitud de la historia. Parloteando igual que urracas, todos hablando a la vez, expresaron incredulidad, indignación, admiración, e incluso temor, a medida que llegaban a la embriagadora comprensión de quiénes eran en realidad. Ante la susurrada insistencia de algunos miembros del grupo, tras haberse recuperado del sobresalto inicial, todos callaron y por fin se volvieron hacia Richard, ansiosos por saber más. —Vos sois ese hombre con el don, el agraciado heredero, el lord Rahl, y nosotros somos los que fuimos desterrados por los de vuestra estirpe —dijo uno de los hombres, expresando lo que parecía ser un temor común, la pregunta no expresada de que significaría aquello para ellos. —Así es —respondió Richard— soy el lord Rahl, el líder del Imperio d'haraniano, y vosotros sois los descendientes de los Pilares de la Creación que fueron desterrados. Yo poseo el don como lo han poseído mis antepasados, cada lord Rahl antes que yo. Vosotros carecéis del don como vuestros antepasados. De pie ante la estatua de Kaja-Rang, el hombre que los había desterrado, Richard contempló todos aquellos rostros tensos. —Ese destierro fue una equivocación dolorosa. Fue inmoral. Como lord Rahl, denuncio el destierro y lo declaro finalizado para siempre. Ya no sois el Imperio de Bandakar, los desterrados, ahora sois otra vez, lo que fuisteis en una ocasión, d'haranianos, si elegís serlo. Cada hombre parecía contener la respiración,

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aguardando para ver si lo decía en serio, o añadiría más, o si incluso podría retractarse. Richard rodeó la cintura de Kahlan mientras contemplaba con serenidad todas las expresiones esperanzadas. —Bienvenidos a casa —dijo con una sonrisa. Y entonces todos se echaron a sus pies, besándole las botas, los pantalones, las manos, y, en el caso de aquellos que no podían acercarse lo suficiente, el suelo ante él. Al poco, besaban ya el repulgo del vestido de Kahlan. Habían hallado un pariente, y estaban, dándole la bienvenida entre ellos.

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Mientras los bandakarianos se amontonaban a los pies de ambos, demostrando abiertamente su gratitud por poner fin a su sentencia de destierro, Richard compartió una mirada de soslayo con Kahlan. Cara parecía disgustada con la exhibición pero no interfirió. Intentando detener el lloroso homenaje, Richard indicó con un ademán a los hombres que se levantaran. —Hay mucho mis que debo deciros. Escuchadme. Los sonrientes y llorosos bandakarianos retrocedieron, con las manos entrelazadas mientras lo contemplaban como si fuese un hermano largo tiempo perdido. Había unos cuantos de mediana edad, pero la mayoría eran jóvenes, como Owen, como Richard. Todos habían pasado por horas terribles. Aún quedaba la parte más difícil: Richard tenía que hacer que se enfrentasen a lo que se avecinaba. Dirigiendo la mirada a Jennsen, un poco a un lado, sola le hizo una seña para que se adelantara. Jennsen salió de las sombras de la estatua, atrayendo la atención de todos los ojos. Todos los hombres la observaron. Resultaba tan hermosa que Richard no pudo evitar sonreír mientras ella avanzaba. Tirando de unos de sus rizos, la muchacha dirigió una mirada tímida a los hombres. Cuando Richard extendió un brazo, ella buscó protección al amparo de aquel brazo mientras dirigía la mirada a los hombres que eran como ella. —Esta es mi hermana, Jennsen Rahl —dijo Richard—. Nació desprovista del don, igual que todos vosotros. Nuestro padre intentó matarla, como se hizo durante miles de años con los vástagos sin el don. —¿Y tú? —preguntó un hombre, todavía escéptico—. ¿No la rechazarás? Richard abrazó a Jennsen. —¿Por qué motivo? ¿Por qué crimen debería rechazarla? ¿Por qué nació mujer en lugar de hombre? ¿Por qué no es tan alta como yo? ¿Por qué tiene el cabello rojo? ¿Por qué sus ojos ton azules y no grises?... ¿Por qué no tiene el don? Los hombres se removieron inquietos o cruzaron los brazos. Algunos, después de todo lo que él ya había dicho, desviaron los ojos, mostrándose avergonzados por haberlo preguntado siquiera. —Es hermosa, lista y usa la cabeza. También ella lucha por su derecho a vivir, y lo hace a través de medios razonables. Es como vosotros, amigos, inmaculadamente desprovista del don. Debido a que también ella es consciente del valor de la vida, yo la acepto. Richard oyó un balido y volvió la cabeza, Betty, con la cuerda arrastrando detrás, ascendió trotando por la elevación, Jennsen puso los ojos en blanco cuando Betty se acercó, alzando los ojos y con la cola agitándose como un molinete. Jennsen agarró la cuerda, e inspeccionó el extremo. Richard vio que estaba masticada. —Betty —la regañó ella, agitando el extremo de la cuerda ante la obstinada cabra—, ¿qué has hecho? Betty respondió con un balido, claramente orgullosa de sí misma. Jennsen suspiró mientras se encogía de hombros para disculparse ante Richard. Los hombres habían retrocedido varios pasos, murmurándose su temor unos a otros. —No soy una bruja —les dijo Jennsen en tono acalorado—. El hecho de que tenga el cabello rojo no significa que sea una bruja. Los hombres no se mostraron nada convencidos. —He tenido tratos con una bruja muy real —les dijo Richard—. Os puedo asegurar que el cabello rojo no es la marca de una bruja. Sencillamente no es cierto. —Sí que lo es —insistió uno de los hombres y señaló a Betty—. Ahí está su espíritu ayudante. La frente de Richard se arrugó. —¿Espíritu ayudante? —Eso es —le respondió otro—. Una bruja siempre tiene una mascota con ella. Ella llamó a su espíritu ayudante y él acudió a ella. —¿Qué la llamé? —Jennsen blandió el deshilachado extremo de la cuerda ante los hombres—. La até a un árbol, y ella masticó la cuerda. Otro hombre agitó un dedo ame ella. —La llamaste con tu magia y ella vino. Con los puños a los costados, Jennsen dio un paso hacia ellos. Todos dieron

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un paso atrás. —Vosotros tuvisteis familia y amigos. Yo no tuve amigos y no podía tener ninguno porque mi madre y yo tuvimos que huir de mi padre toda la vida para impedir que nos cogiera. Él me habría torturado y asesinado de haberme capturado; lo mismo que habría hecho con vosotros. No pude tener amigos durante la infancia, así que mi madre me dio a Betty. Betty acababa de nacer; crecimos juntas. Betty masticó la cuerda porque soy la única familia que ha conocido y sencillamente quería estar cerca de mí. »Fui apartada de todo el mundo por el crimen de mi nacimiento, igual que vuestros antepasados, todos conocéis lo injusto de tal destierro y conocéis el dolor que produce. ¿Y ahora vosotros, hombres estúpidos, me negaréis vuestra aceptación porque soy pelirroja y tengo una cabra como mascota? ¡Sois unos cobardes y unos hipócritas sin carácter! »Primero envenenáis a la única persona en el mundo lo bastante valiente como para poner fin a vuestro destierro y ahora me teméis a mí y me rechazáis debido a supersticiones estúpidas. ¡Si tuviese magia, os convertiría a todos en cenizas por vuestra cruel actitud! Richard le posó una mano sobre el hombro y tiró de ella hacia atrás. —Todo irá bien —le susurró—. Sólo deja que les hable. —Vos nos decís que sois un mago —gritó un hombre de más edad situado atrás—, y luego esperáis que creamos que es así, por un acto de fe, porque vos lo decís, a la vez que afirmáis que no deberíamos aferramos a nuestras creencias, tales como nuestro temor de que ella pudiese ser una bruja con su familiar, porque eso se sostiene sólo como un acto de fe. —Es cierto —dijo otro—. Afirmáis que creéis en magia auténtica, mientras que desecháis lo que nosotros creemos. Mucho de lo que decís tiene sentido, pero yo no estoy de acuerdo con todo. No podía existir un acuerdo parcial. Rechazar parte de la verdad era rechazarla toda. Richard consideró sus opciones, cómo podía convencer a gente sin magia, que no podían ver la magia, que la magia real existía. Desde la perspectiva de aquellos hombres, él parecía culpable del mismo error que les decía que cometían. ¿Cómo podía demostrar la existencia de un arco iris de colores a unos ciegos? —Ahí tenéis razón —replicó Richard—. Dadme un momento y os mostraré la realidad de la magia de la que hablo. Hizo una seña a Cara para que se acercara más. —Tráeme el faro de advertencia —dijo en un susurro. Cara marchó de inmediato colina abajo. Richard vio que los ojos azules de Jennsen estaban llenos de lágrimas pero que ésta no lloraba. Kahlan tiró de ella hacia atrás mientras Richard se dirigía a los bandakarianos. —Hay más cosas que debo contaros; algunas cosas que es necesario que comprendáis. He puesto fin al destierro, pero eso no significa que os acepte incondicionalmente de vuelta como miembros de nuestro pueblo. —Pero dijisteis que se nos daba la bienvenida a casa —dijo Owen. —Estoy exponiendo lo obvio..., que tenéis derecho a vivir vuestra propia vida. En un acto de buena voluntad os acojo a todos para que seáis parte de D'Hara si lo deseáis; parte de aquello que D'Hara representa ahora. Pero el hecho de acogeros de vuelta, no significa que dé la bienvenida a la gente de modo incondicional. »Todos los hombres deberían ser libres para vivir sus propias vidas, pero no os llevéis a engaño, existe una gran diferencia entre esa libertad y la anarquía. »Si triunfamos en nuestra lucha, seréis gentes libres en el Imperio d'haraniano, que cree en valores específicos. Por ejemplo, vosotros podéis creer lo que queráis e intentar persuadir a otros del valor de vuestras creencias, pero no podéis actuar creyendo que aquellos que luchan para obtener esa libertad son salvajes o criminales, y menos si esperáis disfrutar de los frutos de su lucha. Como mínimo, se han ganado vuestro respeto y gratitud. Sus vidas no son menos que las vuestras y no son prescindibles en beneficio vuestro. Eso es esclavitud. —Pero vosotros tenéis costumbres salvajes y empleáis la

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violencia por conseguir una tierra que ni siquiera hemos visto nunca —replicó uno de los más jóvenes, e indicó con un brazo en dirección a Bandakar—. La única tierra que hemos conocido está aquí, y nosotros rechazamos incondicionalmente vuestro amor por la violencia. —¿Tierra? —Richard extendió los brazos—. No peleamos por tierra. Somos leales a un ideal... un ideal de libertad dondequiera que viva el hombre. No custodiamos un territorio, no sangramos por un pedazo de tierra. No luchamos porque amemos la violencia. Luchamos por nuestra libertad como individuos para vivir nuestras propias vidas, para buscar nuestra supervivencia, nuestra propia felicidad. »Vuestro rechazo incondicional de la violencia hace que, petulantemente, os consideréis nobles, ilustrados, pero en realidad lo vuestro no es más que una abyecta capitulación moral frente al mal. El rechazo incondicional a la autodefensa, porque pensáis que es una supuesta capitulación a la violencia, no os deja otro recurso que suplicar misericordia u ofrecer apaciguamiento. »El mal no otorga misericordia, e internar apaciguarlo no es nada más que una rendición gradual a él. Rendirse al mal es la esclavitud en el mejor de los casos, la muerte en el peor. Así, vuestro rechazo incondicional a la violencia no es realmente otra cosa que abrazar la muerte. »Obtendréis lo que abracéis. »El derecho, la necesidad absoluta, de ejercer la venganza sobre cualquiera que cometa actos de violencia contra vosotros es fundamental para sobrevivir. La ética de la autodefensa de un pueblo se basa en el derecho de cada individuo a defender su vida. Es legítimo defenderse de cualquiera que quiera cometer violencia contra uno. La determinación incondicional de destruir a cualquiera que quiera usar la fuerza contra vosotros es una exaltación del valor de la vida. Negarse a entregar la vida a cualquier matón o tirano que la reclame significa abrazar la vida. »Si no estáis dispuestos a defender vuestro derecho a vuestras propias vidas, entonces simplemente sois como ratones intentando discutir con búhos. Vosotros pensáis que su modo de actuar está equivocado. Ellos os consideran la cena. »La Orden Imperial predica que la humanidad es corrupta y malvada, y que por lo tanto la vida carece de valor. Sus acciones ciertamente lo confirman. Moralizan que uno sólo puede obtener la salvación y la felicidad en otro mundo, y sólo sacrificando la propia vida en éste. »La generosidad está bien, si es por elección propia, pero una creencia en la primacía del altruismo como requisito moral no es otra cosa que la aprobación de la esclavitud. Aquellos que os dicen que es vuestra responsabilidad y deber el sacrificaros quieren impedir que veáis las cadenas que están colocando alrededor de vuestro cuello. »Como d'haranianos, no se os exigirá que sacrifiquéis vuestra vida por otro, y de igual modo no podéis exigir que otros se sacrifiquen por vosotros. Podéis creer lo que queráis, podéis incluso pensar que sois incapaces de tomar las armas y luchar directamente por vuestra supervivencia, pero debéis ayudar a sostener nuestra causa y no podéis contribuir material o espiritualmente a la destrucción de nuestros valores y por lo tanto nuestras vidas. Eso es traición y será tratado como tal. »La Orden Imperial ha invadido territorios inocentes, como el vuestro. Ha esclavizado, torturado, violado y asesinado para hacerse con el poder. Lo mismo ha hecho en el Nuevo Mundo. Han perdido su derecho a ser escuchados. No hay ningún dilema moral involucrado, ninguna cuestión ética que deba debatirse; hay que aplastarlos. Un hombre dio un paso al frente. —Pero una cuestión elemental de educación al tratar con nuestro prójimo exige que debemos demostrarles misericordia por su equivocado modo de actuar. —No existe un valor mayor que la vida... y eso es lo que en parte reconocéis con vuestra confusa noción de misericordia. El asesinato consciente y deliberado que ellos perpetran arrebata a otros el

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valor irremplazable que es la vida. Un asesino, que mata por propia elección, renuncia a su derecho a la propia vida. Mostrar misericordia ante tal maldad es excusarla, y por lo tanto permitir que el mal venza; es aceptar que mueran vidas inocentes y no castigar al asesino. »La misericordia ante el mal conceder todo el valor a la vida de un asesino, por lo que despoja de su valor la vida de la víctima inocente. Convierte la vida de un asesino en más importante que la vida de un inocente. Es por lo tanto un trueque del bien por el mal. Es la victoria de la muerte sobre la vida. —Así pues —se preguntó en voz alta Owen—, puesto que la Orden ha atacado vuestra tierra y asesinado a vuestra gente, ¿tenéis intención de matar a todo el mundo en el Viejo Mundo? —No. La Orden es malvada y procede del Viejo Mundo. Eso no significa que la gente del Viejo Mundo sea malvada sencillamente porque han nacido en un territorio gobernado por malvados. Algunos apoyan a esos gobernantes y por lo tanto abrazan el mal, pero no todo el mundo lo hace. Muchos de los habitantes del Viejo Mundo son también víctimas de la Orden Imperial y padecen terriblemente bajo su brutalidad. Muchos luchan contra este dominio malvado. Mientras hablamos, muchos arriesgan sus vidas para librarse de esos hombres perversos. Luchamos por la misma cosa: libertad. »Dónde nacieron aquellos que buscan la libertad es irrelevante. Nosotros creemos en el valor de la vida del individuo. Eso significa que el lugar donde vive alguien no convierte en malvada a esa persona; son las creencias y las acciones lo que importan. »Pero que quede claro: muchas personas son una parte activa de la Orden Imperial y su comportamiento es asesino. Las acciones deben tener consecuencias. La Orden debe ser erradicada. —Sin duda, permitiríais cierto compromiso —sugirió un hombre de más edad. —Sí, con la esperanza de aplacarla, vosotros voluntariamente hacéis concesiones a una maldad impenitente, únicamente conseguiréis que tal maldad hunda sus colmillos en vosotros; a partir de ese día su veneno discurrirá por vuestras venas hasta que finalmente os mate. —Pero ése es un sentimiento demasiado cruel —dijo el hombre—. Es simplemente ser obstinado y obstruir una senda constructiva. Siempre hay lugar para la avenencia. Richard se golpeó el pecho con el pulgar. —Vosotros decidisteis darme veneno. Ese veneno me matará; eso os convierte en malvados. ¿Cómo podrías sugerir que llegara a una avenencia con el veneno? Nadie tuvo una respuesta. —En el intercambio entre partes bien dispuestas que comparten valores morales y que tratan entre ellas con imparcialidad y honestidad, la avenencia sobre algo es legítimo. En cuestiones de moralidad o verdad, no puede existir avenencia. »La avenencia con asesinos, que es precisamente lo que estáis sugiriendo, implica situarlos a la par que los hombres con una moral digna, es defender que vosotros no sois mejores que ellos. Que su punto de vista criminal y sus actos delictivos son tan válidos moralmente como vuestro punto de vista y vuestras buenas acciones. Ese relativismo moral, esa equivalencia rechaza el concepto de lo que está bien y lo que está mal. Dice que todo el mundo es igual, que todos los deseos son igualmente válidos, todas las acciones igualmente válidas, de modo que todo el mundo debería llegar a un acuerdo. »¿En qué podríais llegar a un acuerdo con aquellos que torturan, violan y asesinan? ¿En el número de días a la semana en que seréis torturados? ¿En el número de hombres a los que se permitirá que violen a vuestros seres queridos? ¿En cuántos miembros de vuestras familias han de ser asesinados? »No existe ninguna equivalencia moral en esa situación, ni puede existir, así que no puede haber avenencia, únicamente suicidio. »Sugerir siquiera que puede existir avenencia con tales hombres es aceptar el asesinato. La mayoría de los hombres parecieron anonadados y sobresaltados al oír a alguien hablándoles de un modo tan franco. Parecían

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estar perdiendo la fe en sus dichos vacíos. Algunos dieron la impresión de sentirse conmovidos por las palabras de Richard. Unos pocos incluso parecieron inspirados por su claridad; pudo verlo en sus ojos. Cara se acercó por detrás de Richard y le entregó el faro de advertencia. Richard no estuvo seguro, pero parecía como si el negro intenso se hubiese adueñado de más parte de la superficie de la pequeña figura que la última vez que la había visto. En el interior, la arena seguía escurriéndose poco a poco hasta el montón acumulado en la parte baja —Kaja-Rang colocó el límite a través de este paso para dejar encerrada a vuelta gente. Él es quien os dio vuestro nombre. Sabía que vuestra gente rechazaba la violencia y temía que acabaseis siendo presa de criminales. Él es quien os dio un medio de desterrarlos de vuestra tierra de modo que pudieseis seguir teniendo la clase de vida que queríais. Habló a vuestra gente del paso a través del límite de modo que pudierais deshaceros de criminales si reuníais la voluntad para hacerlo. Owen pareció preocupado. —Si ese gran mago, Kaja-Rang, no quería que nos mezcláramos con la población del Viejo Mundo porque extenderíamos nuestra carencia del don, entonces ¿qué pasa con los criminales que desterramos? Enviar a esos hombres fuera, al mundo, provocaría lo que temían. Hacer ese paso a través del límite y hablar a nuestros antepasados sobre él parecer contradictorio con poner un límite. Richard sonrió. —Muy bien, Owen. Empiezas a pensar por ti mismo. Owen sonrió. Richard indicó con un gesto a lo alto, a la estatua de Kaja-Rang. —¿Ves adónde mira? Es un lugar llamado los Pilares de la Creación. Es un lugar donde hace un calor mortal en el que no vive nada; una tierra en la que merodea la muerte. El límite que Kaja-Rang colocó tenía lados. Cuando enviabais gente fuera de vuestra tierra, a través del límite, las paredes mortales situadas a los lados impedían que aquellas personas destelladas escaparan al mundo. Sólo tenían una dirección en la que ir: los Pilares de la Creación. »Incluso con agua y provisiones, y sabiendo adonde debe uno ir para dejado atrás, intentar cruzar el valle conocido como los Pilares de la Creación es casi una muerte cierta. Sin agua ni provisiones, sin conocer el terreno, sin saber cómo viajar por él y adónde se debe ir para librarse de un lugar como ése, aquellos que desterrabais se enfrentaban a una muerte cierta. Los hombres lo miraron fijamente, con ojos desorbitados. —Entonces, cuando desterrábamos a un criminal, en realidad lo estábamos ejecutando —dijo uno de los hombres. —Así es. —Ese Kaja-Rang nos engañó, entonces —añadió el hombre—. Nos engañó para que hiciésemos lo que en realidad era la ejecución de esos hombres. —¿Lo consideráis un engaño terrible? —preguntó Richard—. Vosotros dejabais a criminales reconocidos deliberadamente sueltos por el mundo para que se aprovechasen de personas confiadas. A sabiendas estabais dejando libres a hombres violentos, y condenando a personas desprevenidas que vivían fuera de vuestra tierra a ser víctimas de la violencia. En lugar de ajusticiar a los asesinos, vosotros, por lo que sabíais... si lo hubieseis pensado un poco... los ayudabais a sabiendas a matar a otros. En el ciego intento de evitar la violencia a todo coste, en realidad la defendíais. »Os decíais a vosotros mismos que aquellas otras personas no importaban, porque no eran gentes ilustradas, como vosotros, que vosotros erais mejores que ellas porque estabais por encima de la violencia, que vosotros rechazabais la violencia incondicionalmente. Si es que pensasteis siquiera en ello, considerabais que las personas situadas al otro lado del límite eran salvajes, que sus vidas no eran importantes. A efectos prácticos, estabais sacrificando sus vidas inocentes por las vidas de aquellos hombres que sabíais que eran malvados. »Lo que Kaja-Rang hacía, además de impedir que los desprovistos del don anduviesen sueltos por el

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mundo, era ejecutar a aquellos criminales que vosotros desterrabais antes de que pudieran hacer daño a otras personas. Vosotros os consideráis nobles al rechazar la violencia, pero vuestras acciones la habrían fomentado. Únicamente las acciones de Kaja-Rang lo impidieron. —Querido Creador. Es mucho peor que eso. —Owen se dejó caer, sentándose pesadamente—. Mucho peor de lo que podéis comprender siquiera. Otros hombres, también, parecieron agobiados por el horror. Algunos tuvieron que dejarse caer al suelo como Owen había hecho. Otros, con los rostros hundidos en las manos, se dieron la vuelta, o se alejaron unos pocos pasos. —¿Qué quieres decir?-preguntó Richard. Owen alzó la mirada, el rostro lívido. —¿Os acordáis de la historia que os conté sobre nuestra tierra... sobre nuestra ciudad y las otras grandes ciudades? ¿Que en mi ciudad todos vivíamos juntos y éramos felices con nuestras vidas? —Richard asintió—. No todos lo eran. Kahlan cruzó los brazos y se inclinó hacia Owen. —¿Qué quieres decir con que no todos lo eran? Owen alzó las manos en un gesto de impotencia. —Algunos querían algo más que nuestra simple vida feliz. Algunas personas... bueno, querían cambiar cosas. Decían que querían mejorar las cosas. Querían perfeccionar nuestras vidas, construir lugares para sí mismos, incluso a pesar de que esto va en contra de nuestras costumbres. —Owen tiene razón —dijo un hombre de más edad en tono lúgubre—. Durante mi vida he conocido a muchas personas que no eran capaces de soportar lo que algunos llamaban los «principios irritantes» de nuestro imperio. —¿Y qué pasaba cuando la gente quería hacer esos cambios, o no podía soportar los principios de vuestro imperio? —quiso saber Richard. Owen miró a cada lado, a los otros rostros alicaídos. —Los grandes portavoces abjuraron de sus ideas. El Hombre Sabio dijo que no harían más que crear conflictos entre nosotros. Sus ideales de establecer unas costumbres nuevas fueron desestimados y se los reprobó. —Owen tragó saliva—. Así que esas personas decidieron que abandonarían Bandakar. Marcharon de nuestra tierra, tomando el sendero a través de la abertura en el límite, para buscar una vida nueva para sí mismos. Ni uno solo regresó jamás. Richard se pasó una mano por la cara. —Entonces murieron buscando su nueva vida, una vida mejor que la que vosotros teníais que ofrecer. —Pero no lo comprendéis. —Owen se puso en pie—. Nosotros somos como esas personas. —Movió el brazo atrás hacia sus hombres—. Hemos rehusado regresar y entregarnos a los hombres de la Orden, incluso a pesar de saber que están torturando a personas porque nos ocultamos. Sabemos que ello no detendrá a la Orden, así que no regresamos. »Hemos ido en contra de los deseos de nuestros grandes portavoces, y del Hombre Sabio, para intentar salvar a nuestra gente. Hemos sido reprobados por lo que elegimos hacer. Hemos salido del paso en busca de información, para hallar un modo de librarnos de la Orden Imperial. ¿Lo veis? Somos muy parecidos a esos otros. Como esos otros, elegimos marchar c intentar cambiar las cosas en lugar de soportarlas. —Entonces quizás estáis empezando a ver —dijo Richard— que todo lo que se os enseñó significaba abrazar la muerte, no la vida. A lo mejor veis que lo que llamabais la doctrina de la ilustración no era más que unas anteojeras colocadas sobre vuestros ojos. Richard posó la mano en el hombro de Owen. Bajó los ojos para contemplar la estatua de sí mismo que sostenía en la otra mano, y luego pascó la mirada por los rostros tensos de los bandakarianos. —Vosotros, amigos, sois los que quedáis después de que el resto no haya superado las pruebas. Vosotros solos llegasteis hasta aquí. Vosotros solos habéis empezado a usar vuestras mentes para encontrar una solución para vosotros y vuestros seres queridos. Tenéis mucho más que aprender, pero al menos habéis empezado a efectuar algunas de las elecciones correctas. No debéis deteneros ahora. Debéis hacer

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frente a lo que os pediré que hagáis, si realmente queréis tener una posibilidad de salvar a vuestros seres queridos. Por primera vez se mostraron un poco orgullosos. Se les había otorgado reconocimiento, no por lo bien que repetían dichos sin sentido, sino por las decisiones que habían tomado por sí mismos. Jennsen tenía el entrecejo fruncido. —Richard, ¿por qué no podía la gente regresar al interior, a través del paso que llevaba fuera del límite? ¿Si querían marcharse y tener una nueva vida pero entonces descubrían que tendrían que atravesar los Pilares de la Creación, por qué no regresaron, al menos para conseguir provisiones, para conseguir lo que necesitarían para atravesarlos? —Es cierto —dijo Kahlan—. George Cypher atravesó el límite en Puerto Rey y luego regresó. Adie dijo que el límite debía tener un corredor, un conducto de ventilación, como el lugar por donde esta gente expulsaba a los criminales, así pues ¿por qué no podía volver a entrar la gente? Existía un camino, entonces ¿por qué no regresaron nunca? Los hombres asintieron, curiosos por oír el motivo de que nadie regresara jamás. —Desde el principio, me he preguntado la misma cosa. —Richard pasó un pulgar sobre la lustrosa superficie negra de la estatua de sí mismo—. Creo que los límites de la Tierra Central debían tener una abertura a través de ellas porque eran can grandes..., tan largas... El límite que hay aquí no es nada comparado con aquellos; dudo que se necesitase la misma clase de conducto de ventilación. »Debido a que se trataba de simplemente una sección doblada de un límite y no muy largo, sospecho que Kaja-Rang creó un paso que permitía desterrar a los criminales a través de él, pero que no permitiría el paso de vuelta al interior. Al fin y al cabo, si un criminal era expulsado y descubría que no podía escapar, habría regresado. Kaja-Rang no quiso que eso sucediera. —¿Cómo podría funcionar algo así? —preguntó Jennsen. Richard apoyó la mano izquierda sobre la empuñadura de su espada. —Hay serpientes que pueden engullir presas mucho más grandes que ellas. Tienen los dientes doblados hacia atrás, de modo que a medida que devora a la presa, a ésta le es imposible volver a salir, escapar. Supongo que el paso a través del límite podría haber sido algo parecido; únicamente se habría podido atravesar en una dirección. —¿Crees que tal cosa es posible? —inquirió Jennsen. —Existen precedentes para tales salvaguardas —dijo Kahlan. Richard asintió, dándole la razón. —La gran barrera entre el Nuevo y el Viejo mundo poseía defensas para permitir a ciertas personas, condiciones, atravesarla y volver una vez, pero no dos. —Apuntó hacia arriba con el faro de advertencia, en dirección a la estatua—. Un mago con la capacidad de Kaja-Rang seguramente supo crear un paso a través del límite que no permitiera el regreso. Al fin y al cabo, lo invocó del inframundo y permaneció viable durante casi tres mil años. —Así pues cualquiera que saliera de ese límite moría —dijo Owen. Richard asintió. —Eso me temo. Kaja-Rang parece haber hecho planes minuciosos que funcionaron como él quería durante todo este tiempo. Incluso tomó medidas por si el límite dejaba de funcionar. —Eso es algo que no comprendo —indicó un joven. Si ese mago era tan fabuloso, y su magia era tan poderosa que pudo crear una pared de muerte para mantenernos separados del mundo durante tres mil años, entonces ¿cómo pudo fallar? Hace dos años simplemente desapareció. ¿Por qué? —Creo que fue por mi causa —respondió Kahlan. Dio un paso hacia los hombres y Richard no intentó detenerla. En aquel punto, no sería conveniente dar la impresión de que les estaba ocultando información. —Hace un par de años, en un acto desesperado para salvar la vida de Richard, sin darme cuenta, invoqué un poder del inframundo que creo que puede haber estado destruyendo lentamente la magia en nuestro mundo. Richard desterró esa magia maligna, pero había estado aquí, en el mundo de la vida, durante un tiempo, así que

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los efectos pueden ser irreversibles. Los hombres intercambiaron miradas de preocupación. Aquella mujer que tenían delante acababa de admitir que, debido a algo que ella había hecho, su protección había dejado de funcionar. Debido a ella, una violencia y brutalidad horrendas habían caído sobre ellos. Debido a ella, su modo de vida había finalizado.

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—Todavía tenéis que mostrarnos vuestra magia —dijo finalmente uno de los hombres. La mano de Richard se retiró de la espalda de Kahlan a la vez que él avanzaba hacia los hombres. —Kaja-Rang creó un talismán para su magia, ligado al límite que colocó aquí, para ayudar a protegerlo. —Sostuvo en alto la pequeña figura de sí mismo para que todos la vieran—. Esto fue enviado para advertirme de que el límite que impedía el paso a vuestra tierra habla dejado de funcionar. —¿Por qué es la parte superior de ese extraño color negro? —preguntó un hombre en la parte delantera del grupo. —Creo que indica cómo me estoy quedando sin tiempo, cómo me estoy muriendo. Murmullos de preocupación recorrieron el grupo. Richard alzó una mano, instándoles a escucharle. —Esta arena del interior... ¿la podéis ver todos? Estirando los cuellos, todos intentaron echar un vistazo, pero no todos estaban lo bastante cerca, así que Richard caminó entre ellos, sosteniendo la estatua en alto para que todos pudieran ver la arena que caía por su interior. —Eso no es arena realmente —les dijo—. Es magia. El rostro de Owen se crispó, escéptico. —Pero dijisteis que nosotros no podíamos ver la magia. —Todos estás desprovistos del don y no os afecta la magia, de modo que no podéis ver la magia corriente. No obstante, el límite os impedía de todos modos salir al mundo, ¿no es cierto? ¿Por qué suponéis que era así? —Era un pared de muerte declaró un hombre de más edad, pareciendo pensar que ello era evidente. —Pero ¿cómo podía dañar a personas a quienes no afecta la magia? Penetrar en el límite significaba la muerte para vosotros igual que para cualquier otro. ¿Por qué? »Porque el límite es un lugar en este mundo donde el inframundo también existía. El Inframundo es el mundo de los muertos. Puede que no tengáis el don, pero sois mortales; puesto que estáis vinculados a la vida, también estáis vinculados a la muerte. Richard volvió a alzar la estatua. —Esta magia, asimismo, está ligada al Inframundo. Puesto que todos sois mortales, tenéis una conexión con el inframundo, con el poder del Custodio, con la muerte. Por eso podéis ver la arena que muestra cómo mi tiempo se agota. —No veo nada mágico en esa arena que va cayendo —refunfuñó un hombre—. Sólo porque digáis que es mágica, o que es vuestra vida agotándose, eso no prueba nada. Richard colocó la estatua de costado. La arena siguió fluyendo, pero de lado. Exclamaciones y cuchicheos de asombro estallaron entre los hombres mientras contemplaban cómo la arena discurría lateralmente. Se apiñaron más cerca, igual que niños curiosos, para ver la estatua mientras Richard la sostenía en alto, de costado, para que pudieran ver la magia. Algunos alargaron los brazos y tocaron tímidamente la superficie, negra como el carbón, mientras Richard les alargaba la figura de sí mismo para que la inspeccionasen. Otros se inclinaron hacia ella, atisbando al interior para ver fluir la arena de lado en la parte inferior, donde la figura todavía era transparente. Los hombres comentaron lo asombroso que era, pero no estaban seguros sobre su explicación de que era magia del inframundo. —Pero todos lo vemos —dijo uno—. Esto no nos muestra que seamos realmente diferentes de vosotros o de nadie. Esto nos muestra sólo que todos somos capaces de ver esta magia, lo mismo que vosotros. A lo mejor no somos esas personas desprovistas del don que parecéis creer que somos. Richard reflexionó por un momento, pensó en lo que podía hacer para mostrarles los auténticos aspectos de la magia. Incluso a pesar de que él poseía el don, no sabía demasiado sobre cómo controlar su propio don, excepto que éste estaba en parte alimentado por la cólera vinculada a la necesidad. Simplemente no podía demostrar un poco de magia del modo en que Zedd podía, y además, incluso aunque

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pudiese hacer algo mágico, ellos no podrían verlo. Por el rabillo del ojo, Richard vio a Cara con los brazos cruzados, y tuvo una idea. —El vínculo entre el lord Rahl y su gente es un vínculo de magia —explicó Richard—. Esa misma magia da poder a otras cosas, además de la protección que el don proporciona contra el Caminante de los Sueños. Hizo una seña a Cara para que se acercase. —Además de ser mí amiga. Cara es también una mord-sith. Durante miles de años, las mord-sith han sido feroces protectoras del lord Rahl. —Richard alzó el brazo de Cara para que los hombres viesen la vara roja que colgaba de una fina cadena de oro sujeta a la muñeca—. Esto es un agiel, el arma de las mord-sith. El agiel obtiene su poder de la conexión de la mord-sith con el lord Rahl..., conmigo. —Pero no tiene ninguna cuchilla —indicó un hombre a la vez que miraba con atención el agiel que se balanceaba del extremo de la cadena de oro—. No tiene nada que pueda servir como arma. —Miradlo con más atención —sugirió Richard mientras sujetaba el codo de Cara y la guiaba al frente, entre los hombres—. Miradlo con atención para aseguraros de que lo que este hombre ha observado, que no tiene cuchilla, que no hay nada más que esta fina vara, es cierto. Todos se inclinaron hacia ella a medida que Cara deambulaba entre ellos, manteniendo el brazo en alto, dejando que tocaran e inspeccionaran el agiel mientras éste se balanceaba de la cadena. Cuando todos hubieron echado una mirada, inspeccionando su longitud, mirando el extremo, sopesándolo para comprobar que no era pesado y no podía usarse realmente como porra, Richard dijo a Cara que tocara con él a los hombres. El agiel giró hacia arriba, al interior de su puño. Los hombres retrocedieron asustados ante la sombría expresión del rostro de la mujer al acercarse a ellos con el objeto que Richard les había dicho que era un arma. Cara tocó con el agiel el hombro de Owen. —Ya me tocó con esta vara roja antes —aseguró él a sus hombres—. No hace nada. Cara presionó el agiel contra todos los hombres que estaban lo bastante cerca como para tocarlos. Unos cuantos se encogieron hacia atrás, temiendo que les hiciera daño, incluso a pesar de que no había lastimado a ninguno de sus compañeros. Muchos de los hombres, no obstante, sintieron el contacto del agiel y comprobaron que no producía ningún efecto dañino. Richard se arremangó. —Ahora, os mostraré que esto es realmente una poderosa arma mágica. Extendió el brazo hacia Cara. —Haz que sangre —indicó con una voz tranquila que no delataba lo que realmente pensaba. Cara lo miró atónita. —Lord Rahl, no puedo... —Hazlo —le ordenó Richard. —Aquí —dijo Tom, alargando el brazo desnudo frente a ella—. Házmelo a mí, en su lugar. Ciara inmediatamente lo consideró preferible. —¡No! —protestó Jennsen, pero demasiado tarde. Tom lanzó un grito cuando Cara le tocó el brazo con el extremo del agiel. Retrocedió tambaleante un paso, mientras un hilillo de sangre le corría por el brazo. Los hombres abrieron los ojos de par en par, no muy seguros de lo que veían. —Tiene que ser un truco —sugirió uno. Mientras Jennsen reconfortaba a Tom, Richard volvió a extender al brazo. —Muéstraselo —dijo a Cara—. Muéstrales lo que el agiel de una mord-sith puede hacer sólo con magia. Cara lo miró a los ojos. —Lord Rahl... —Hazlo. Muéstrales, para que comprendan. —Se volvió hacia los hombres—. Agrupaos más cerca de modo que podáis ver que lleva a cabo su terrible tarea sin medios visibles. Observad atentamente de modo que todos podáis ver la magia en acción. Apretó el puño a la vez que extendía hacia arriba el brazo para que ella lo tocara. —Hazlo de modo que puedan verlo con claridad; de lo contrario no servirá de nada. No me hagas hacerlo en vano. Cara apretó los labios ante el desagrado que le producía la orden. Volvió a mirar una vez más a la determinación que brillaba en sus ojos y, cuando lo hizo, él pudo ver en los ojos azules de la mujer el dolor que le producía

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empuñar el agiel. Richard apretó los dientes e indicó con un asentimiento que estaba preparado. Con semblante férreo, ella posó el agiel sobre el antebrazo. Richard sintió como si le alcanzara un rayo. El contacto del agiel era totalmente desproporcionado a su frágil apariencia. La atronadora sacudida de dolor le corrió como una saeta por el brazo. El impacto se estrelló contra su hombro. Pareció como si tuviera los huesos hechos añicos. Con los dientes muy apretados, mantuvo el tembloroso brazo extendido mientras Cara arrastraba lentamente el agiel hacia abajo, en dirección a la muñeca. Ampollas llenas de sangre aparecieron tras su estela. La sangre corrió a borbotones por el brazo. Richard contuvo el aliento, mantuvo tensados los músculos abdominales, mientras doblaba una rodilla en tierra, no porque quisiera hacerlo, sino porque no podía permanecer de pie bajo la presión del dolor mientras mantenía el brazo en alto para que Cara siguiera presionando el agiel sobre él. Los bandakarianos emitieron gritos ahogados mientras observaban, anonadados ante la visión de la sangre, el evidente dolor. Cara retiró el arma. Richard liberó la rígida tensión de sus músculos, inclinándose al frente mientras jadeaba, intentando recuperar el aliento, intentando mantenerse erguido. Le goteaba sangre de los dedos. Kahlan estaba ya junto a él con un pañuelo que Jennsen sacó de un bolsillo. —¿Es qué te has vuelto loco? —le siseó indignada mientras le envolvía el ensangrentado brazo. —Gracias —dijo él como reconocimiento a sus cuidados, pero no respondió a la pregunta. No conseguía hacer que los dedos dejaran de temblar. Cara se había contenido muy poco. Estaba seguro de que no habla roto ningún hueso, pero parecía como si lo hubiese hecho. Sintió lágrimas de dolor corriéndole por el rostro. Cuando Kahlan finalizó, Cara le colocó una mano bajo el brazo y lo ayudó a ponerse en pie. —La Madre Confesora tiene razón —refunfuñó entre dientes—. Os habéis vuelto loco. Richard no discutió la necesidad de lo que le había hecho hacer. En su lugar se giró hacia los hombres. Extendió el brazo. Una húmeda mancha carmesí crecía lentamente a lo largo del pañuelo que actuaba de venda. —Aquí tenéis el poder de la magia. No podéis ver la magia, pero podéis ser los resultados. Esa magia puede matar si Cara lo desea. —Los hombres dirigieron miradas de inquietud a la mujer, contemplándola con nuevo respeto—. Pero no podría haceros daño a vosotros porque no tenéis la habilidad para interactuar con tal magia. Únicamente aquellos que han nacido con la chispa del don pueden sentir el contacto de un agiel. La atmósfera había cambiado. La visión de la sangre habla serenado a todo el mundo. Richard paseó despacio ante los hombres. —Os he dicho la verdad en todo lo que os he contado. No he omitido nada importante o relevante para vosotros, ni lo haré. Os he dicho quién soy, quiénes sois vosotros, y cómo liemos llegado a este punto. Si hay algo que deseéis saber, os daré una respuesta sincera. Cuando Richard calló, los bandakarianos se miraron entre ellos, para ver si alguien quería preguntar algo. Nadie lo hizo. —Ha llegado el momento —dijo Richard—, de que decidáis vuestro futuro y el de vuestros seres queridos. Del día de hoy depende el futuro. Señaló en dirección a Owen. —Sé que Owen tenía una esposa a la que amaba, Marilee, que la Orden le arrebató. Sé que cada uno de vosotros ha sufrido grandes pérdidas a manos de los hombres de la Orden Imperial. No sé todos vuestros nombres, aún, ni los nombres de los seres queridos que os han arrebatado pero, por favor, creedme cuando os digo que conozco tal dolor. »Si bien comprendo cómo llegasteis a pensar que no tenías otra opción que envenenarme, no fue correcto que hicieseis eso. —Muchos hombres desviaron la cabeza ante la mirada de Richard, dirigiendo los ojos al suelo—. Voy a daros una oportunidad de que hagáis lo correcto para vosotros y vuestros seres queridos. Dejó que lo consideraran unos instantes antes de

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proseguir. —Habéis pasado por muchas pruebas para llegar hasta aquí, para haber sobrevivido todo este tiempo a una situación tan brutal como a la que os habéis enfrentado, pero ahora debéis elegir. Richard posó una mano en la empuñadura de su espada. —Quiero saber dónde habéis ocultado el antídoto del veneno que me disteis. Miradas de inquietud se extendieron por el grupo. Los hombres se observaban de soslayo, intentando juzgar los sentimientos de sus camaradas, intentado averiguar qué harían. También Owen intentó evaluar la reacción de sus amigos pero, puesto que se sentían igual de indecisos que él, éstos no ofrecieron ninguna indicación firme de lo que querían hacer, finalmente, se pasó la lengua por los labios e hizo una pregunta con timidez. —¿Si os decimos dónde está el antídoto, estaréis de acuerdo en darnos primero vuestra palabra de que nos ayudaréis? Richard reanudó su acompasado paseo. Los hombres aguardaron nerviosamente la respuesta mientras contemplaban cómo le goteaba la sangre de los dedos, dejando un rastro de gotas carmesí sobre la piedra. —No —dijo Richard—. No permitiré que vinculéis dos cuestiones distintas. Estuvo mal envenenarme. Ésta es vuestra oportunidad de subsanar esa equivocación. Vincularlo a cualquier concesión perpetúa la falacia de que puede justificarse de algún modo. Decirme dónde habéis escondido el antídoto es la única cosa correcta que podéis hacer, ahora, y tiene que ser sin condiciones. Éste es el día en que debéis decidir cómo viviréis vuestro futuro. Hasta que me hagáis saber vuestra decisión, no os diré nada más. Algunos de los hombres parecían estar al borde del pánico, otros al borde las lagrimas. Owen los empujó a todos hacia atrás, lejos de Richard, de modo que pudieran discutirlo entre ellos. —No —dijo Richard, deteniendo su paseo, y todos los hombres callaron y volvieron a girarse hacia él—. No quiero que ninguno de vosotros llegue a una decisión debido a lo que otro diga. Quiero que cada uno me dé su propia decisión personal. Los hombres le miraron atónitos. Un número de ellos empezó a hablar a la vez queriendo saber a qué se refería. —Quiero saber, sin ninguna condición previa, lo que cada individuo elige hacer: liberarme de veneno, o usarlo como una amenaza a mi vida para obtener mi cooperación. Quiero saber lo que elige cada hombre. —Pero debemos alcanzar un consenso —replicó un hombre. —¿Con qué propósito? —inquirió Richard. —Para que nuestra decisión sea correcta —explicó él—. No se puede tomar ninguna decisión adecuada sobre la forma de proceder correcta en cualquier situación importante sin un consenso. —Estáis intentando dar autoridad moral a lo que ordene la turba —replicó Richard. —Pero un consenso logra un juicio moral correcto —insistió otro hombre—, porque es la voluntad del pueblo. —Entiendo —dijo Richard—. Así que lo que decís es que si todos vosotros decidís violar a mi hermana, aquí presente, será un acto moral porque habéis llegado a un consenso para violarla, y si yo me opongo, soy inmoral por mantenerme aparte y no conseguir que me respalde un consenso. ¿Es así, más o menos, cómo vosotros lo veis? Los hombres se echaron hacia atrás con confusa repugnancia. Uno tomó la palabra. —Bueno... no, no exactamente... —Lo que está bien y lo que está mal no es producto del consenso —dijo Richard, interrumpiéndole—. Intentáis convertir en virtud lo que decide el populacho. Las elecciones morales racionales están basadas en el valor de la vida, no en un consenso. Un consenso no puede hacer que el sol salga a medianoche, ni puede transformar una cosa mala en una buena, o a la inversa. Si algo está mal, no importa si un millar de otros hombres están a favor de ello; uno debe seguir oponiéndose a ella Si algo es justo, ninguna protesta popular debe apartarte de tu rumbo. —No quiero oír nada más de esta monserga sin sentido. No sois una bandada de gansos. Sois hombres. Quiero saber lo que piensa cada uno de vosotros. —Señaló en

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dirección al suelo, a los pies de los hombres—. Cada uno, coged dos guijarros. Richard contempló cómo los desconcertados hombres se inclinaban vacilantes y hacían lo que les decía. —Ahora —siguió Richard—, colocaréis uno o dos guijarros en una mano cerrada. Cada uno se acercará a mí, al hombre que envenenasteis, y abriréis la mano de modo que yo pueda ver vuestra decisión pero los demás no puedan. »Un guijarro significará no, no me diréis dónde está situado el antídoto a menos que primero me comprometa a intentar liberar a vuestro pueblo. Dos guijarros en vuestro puño significarán sí, que estáis de acuerdo en decirme, sin ninguna condición previa, dónde encontrar el antídoto para el veneno que me habéis administrado. —Pero ¿qué sucederá si estamos de acuerdo en decíroslo? —preguntó uno de los hombres—. ¿Nos daréis igualmente nuestra libertad? Richard se encogió de hombros. —Después de que cada uno me haya dado su respuesta, todos averiguareis la mía. Si me decís la ubicación del antídoto, puede que os ayude, o que una vez, libre de vuestro veneno, puede que os deje y regrese a ocuparme de mis propios problemas más apremiantes. Sólo lo descubriréis una vez que me hayáis dado vuestra respuesta. »Ahora, dad la espalda a vuestros amigos y guardad en el puño bien un guijarro para decir no o bien dos para revelar la ubicación del antídoto. Cuando hayáis terminado, adelantaos de uno en uno y abrid la mano para mostrarme vuestra decisión individual. Los hombres empezaron a dar vueltas, dirigiéndose miradas de soslayo unos a otros, pero tal y como él había ordenado, se abstuvieron de discutir la cuestión. Cada hombre finalmente empezó a introducir guijarros en su mano. Mientras estaban ocupados. Cara y Kahlan se acercaron más a Richard. Daba la impresión de que las dos habían llegado a conclusiones propias. Cara le agarró el brazo. —¿Estáis loco? —susurró en tono enojado. —Las dos ya me habéis preguntado eso hoy. —Lord Rahl, ¿necesito recordaros que ya en una ocasión anterior pedisteis una votación y ello no hizo más que causaros problemas? Dijisteis que no volveríais a hacer una estupidez semejante. —Cara tiene razón —sostuvo Kahlan en voz baja para que los hombres no pudieran oírlo. —Esta vez es distinto. —No es distinto —le espetó Cara—. Significa problemas. —Es distinto —insistió él—. Les he dicho lo que es correcto y por qué. Ahora deben decidir si elegirán hacer lo correcto o no. —Estás permitiendo que otros decidan tu futuro —dijo Kahlan—. Estás colocando tu destino en sus manos. Richard exhaló una profunda bocanada de aire mientras contemplaba los verdes ojos de Kahlan y los glaciales ojos azules de la mord-sith. —Tengo que hacer esto. Ahora, dejad que se acerquen y me muestren su decisión. Cara se fue hecha una furia para colocarse más atrás, junto a la estatua de Kaja-Rang. Kahlan oprimió el brazo de Richard, ofreciendo su silencioso apoyo, aceptando su decisión incluso aunque no comprendiera sus motivos. Una breve sonrisa de reconocimiento fue todo lo que él pudo darle antes de que ella se girara y retrocediera para colocarse junto a Cara, Jennsen y Tom. Richard se dio la vuelta, no queriendo mostrar a Kahlan el fuerte dolor que sentía. El dolor producto del veneno volvía a ascender lentamente por su pecho. Cada respiración le dolía. Su brazo todavía temblaba con el dolor persistente que producía el contacto con un agiel. Lo peor, no obstante, era el dolor de cabeza. Se preguntó Cara podía verlo en sus ojos. Al fin y al cabo, la especialidad de las mord-sith era el dolor. Sabía que no podía aguardar hasta haber ayudado a aquellos hombres a rechazar a la Orden para obtener el antídoto. No tenía ni idea de cómo liberar a su imperio de la Orden Imperial. Ni siquiera era capaz de liberar a su propio imperio de los invasores. Lo que era peor, no obstante, era que podía percibir que se estaba quedando sin tiempo. Su don le provocaba los dolores de cabeza y, si no se le prestaba

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atención, acabaría por matarlo, pero lo que era todavía peor, lo estaba debilitando, permitiendo que el veneno actuase más deprisa. Cada día que pasaba le resultaba más y más difícil resistir al veneno. Si podía conseguir que esos hombres estuviesen de acuerdo, en decirle donde habían ocultado el antídoto, entonces tal vez, podría recuperarlo a tiempo. Si no, entonces su posibilidad de vivir podía considerarse agotada.

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Los bandakarianos daban vueltas sin rumbo por la cima del paso, algunos absortos en sus propios pensamientos, algunos alzando la vista hacia la estatua de Kaja-Rang, el hombre que había desterrado a su pueblo. Algunos lanzaban miradas fugaces a sus compañeros. Richard se daba cuenta de que ansiaban preguntar a sus amigos qué harían, pero seguían las órdenes de Richard y no hablaban. Finalmente, cuando Richard fue a colocarse ante ellos, uno de los más jóvenes se adelantó. Había sido uno de los más ansiosos por oír las palabras de Richard y había dado la impresión de haber escuchado con atención y considerado atentamente las cosas que Richard les había contado. Richard sabía que si aquel hombre rubio decía no, no había ninguna posibilidad de que ninguno de los otros fuera a decir que sí. Cuando el joven abrió el puño, dos guijarros descansaban en su palma. Richard soltó un suspiro interiormente al ver que al menos uno de ellos había elegido efectivamente hacer lo correcto. Otro se adelantó y abrió la mano, mostrando dos guijarros en la palma. Richard asintió en señal de aceptación, y dejó que se colocara a un lado. El resto de hombres habían formado una fila. Cada uno se adelantó a su vez y abrió la mano en silencio. Todos le mostraron dos guijarros. Owen fue el último de la fila. Alzó los ojos hacia Richard, apretó los labios, y luego extendió la mano. —No nos habéis hecho ningún daño —dijo mientras abría el puño; en la palma había dos guijarros. —No sé qué nos sucederá ahora —siguió Owen—, pero me doy cuenta de que no debemos causaros daño porque estemos desesperados por obtener vuestra ayuda. Richard asintió. —Gracias —La sinceridad de su voz provocó sonrisas en muchos de los rostros—. Todos habéis enseñado dos guijarros. Me alienta ver que todos habéis elegido hacer lo correcto. Ahora tenemos intereses comunes sobre los que trazar un futuro curso de acción. Los bandakarianos se miraron unos a otros, sorprendidos. Cada uno se aproximó alegremente a sus amigos, conversando entre sí con gran animación sobre cómo habían tomado todos la misma decisión. Parecían jubilosos por estar unidos en su decisión. Richard retrocedió hasta donde se encontraban Kahlan, Cara, Jennsen y Tom. —¿Satisfechas? —preguntó a Kahlan y a Cara. Cara cruzó los brazos. —¿Qué habríais hecho de haber elegido todos ellos mantener en secreto la ubicación del antídoto hasta después de que les hubieseis ayudado? —No habría estado mejor de lo que estaba, pero tampoco peor —respondió él encogiendo los hombros—. Hubiera tenido que ayudarles, pero al menos sabría que no podía arriesgarme a confiar en ninguno de ellos. Kahlan seguía sin parecer complacida. —¿Y si la mayoría hubiese dicho sí, pero algunos se hubiesen mantenido en sus trece y dicho no? Richard miro fijamente a sus decididos ojos verdes. —Entonces, después de que los que estuviesen de acuerdo me hubiesen dicho dónde encontrar el antídoto, habría tenido que matar a los que hubiesen dicho no. Comprendiendo la gravedad de sus palabras, Kahlan asintió. Cara mostró su satisfacción con una sonrisa, Jennsen pareció anonadada. —Si cualquiera hubiese dicho no —explicó él a Jennsen—, entonces habrían estado eligiendo seguir esclavizándome, mantener una sentencia de muerte sobre mi cabeza para manipular mi vida, para conseguir lo que querían de mí. Jamás podría confiar en ellos. Jamás podría confiar nuestras vidas a tal traición. Pero, ahora, ése es un problema menos del que preocuparnos. Se volvió hacia los hombres, que aguardaban. —Cada uno de vosotros ha decidido devolverme la vida. Los rostros que le observaban se volvieron serios a medida que aguardaban para oír lo que haría el ahora. Richard bajó la mirada hacía la pequeña figura de sí mismo, hacia la arena que caía, hacia la sobrenatural

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superficie negra que ya había descendido por la parte superior de la estatua, como si el inframundo reclamara lentamente su vida. Sus dedos dejaron manchas de sangre sobre la figura. Las nubes habían descendido a su alrededor, espesándose de tal modo que la luz de la tarde parecía más la penumbra del atardecer. Richard bajó la estatua y volvió a alzar la vista hacia los hombres. —Haremos todo lo que podamos para ayudaros a deshaceros de la Orden. Un vítor se elevó en el aire enralecido y frío. Los bandakarianos manifestaron con gritos y pitidos su entusiasmo así como su alivio. Él no había visto aún a ninguno de ellos sonreír tan ampliamente antes. Aquellas sonrisas, más que cualquier cosa, revelaban la intensidad de su deseo de verse libres de la Orden. Richard se preguntó cómo se sentirían cuando les contara cuál era su parte. Sabía que mientras Nicholas el Transponedor fuese capaz de buscarles mediante los ojos de las criaturas voladoras, seguiría siendo una amenaza que los perseguiría a donde fuera que fuesen y pondría en peligro todo su trabajo para conseguir que el Viejo Mundo se alzara y derrotara a la Orden Imperial. Más que eso, Nicholas sería capaz de dirigir a asesinos a buscarles. La idea de que Nicholas viera a Kahlan y supiese dónde encontrarla le producía escalofríos a Richard. Tenía que eliminar a Nicholas. Era posible que haciendo eso, eliminando a su líder, pudiese también ayudar a aquellas gentes a expulsar a la Orden de sus hogares. Richard hizo señas para que los bandakarianos se acercaran más. —Primero, antes de que nos pongamos con la cuestión de liberar a vuestra gente, es necesario que me mostréis dónde habéis escondido el antídoto. Owen se acuclilló y seleccionó una piedra de las inmediaciones. Con ella, garabateó un óvalo gredoso sobre una zona plana en la roca. —Digamos que esta línea son las montañas que rodean Bandakar —Colocó la piedra en el extremo del óvalo más próximo a Richard—. Esto es el paso que lleva a nuestra tierra, donde estamos ahora. Recogió tres guijarros del suelo. —Esto es nuestra ciudad. Witherton, donde vivíamos —dijo a la vez que depositaba el primer guijarro no lejos de la roca que representaba el paso—. El antídoto está aquí. —¿Y es ahí donde todos vosotros os ocultabais? preguntó Richard mientras describía un círculo con un dedo alrededor del primer guijarro—. ¿En las colinas que circundaban Witherton? —Principalmente hacia el sur —respondió Owen, señalando la zona, y colocó el segundo guijarro cerca del centro del óvalo—. Aquí hay otro vial de antídoto, en esta ciudad, aquí, llamada Hawton. —Colocó el tercer guijarro cerca del extremo del óvalo—. Aquí está el tercer vial, en esta ciudad, Northwick. —Un ese caso —resumió Richard—. Sólo necesito ir a uno de esos tres lugares y recuperar el antídoto. Puesto que vuestra ciudad es la más pequeña, ésa podría ser nuestra mejor posibilidad. Algunos de los hombres negaron con la cabeza; otros desviaron la mirada. Owen, con aspecto atribulado, tocó cada uno de los tres guijarros. —Lo siento, lord Rahl, pero uno de esos viales no es suficiente. Ha transcurrido demasiado tiempo. Incluso dos serían insuficientes en la actualidad. El hombre que preparó el veneno dijo que si transcurría demasiado tiempo, los cuatro serían necesarios para asegurar una cura. »Dijo que si no tomabais inmediatamente el primer antídoto que yo llevaba, solamente detendría al veneno durante cierto tiempo. Dijo que entonces se necesitarían los otros tres viales. Dijo que en ese supuesto, el veneno posiblemente pasaría por tres estados, Si queréis quedar libre del veneno, debéis beber los tres antídotos restantes. Si no lo hacéis, moriréis. —¿Tres estados? ¿Qué significa eso? —El primer estado provoca dolor en el pecho. El segundo estado, una sensación de vértigo que dificulta el permanecer en pie. —Owen apartó la mirada de los ojos de Richard—. En el tercer estado el veneno te deja ciego. —Alzó los ojos y tocó con una mano el brazo de Richard, como para disipar la inquietud de éste—.

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Pero tomar los tres viales del antídoto os curará, os pondrá bien. Richard se pasó una cansada mano por la frente. El dolor del pecho le indicaba que se hallaba en el primer estado. —¿Cuánto tiempo tengo? Owen bajó los ojos a la vez que se alisaba la manga. —No estoy seguro, lord Rahl. Ha pasado mucho tiempo desde que tomasteis el primer frasco, Creo que no tenemos tiempo que perder. —¿Cuánto tiempo? —preguntó Richard en el tono de voz más tranquilo que pudo. Owen tragó saliva. —Para ser sincera, lord Rahl, me sorprende que seáis capaz de soportar el dolor del primer estado. Por lo que se me dijo, el dolor aumentaría con el paso del tiempo. Richard se limitó a asentir. No alzó la mirada hacia Kahlan. Con soldados de la Orden Imperial ocupando Bandakar, entrar a recuperar d antídoto de un lugar ya era bastante difícil, pero sacarlo de los tres lugares resultaría difícil en extremo. —Bueno, puesto que no hay mucho tiempo, tengo una idea mejor —dijo Richard—. Preparadme más cantidad del antídoto. Así no tendremos que preocupamos por obtener lo que habéis escondido y podemos encargarnos de los hombres de la Orden. Owen frunció un hombro. —No podemos. —¿Por qué no? —Richard se inclinó al frente—, lo habéis hecho antes; preparasteis el antídoto que ocultasteis. Hacedlo otra vez. Owen se echó hacia atrás. —No podemos. Richard inspiró pacientemente. —¿Por qué no? Owen señaló en dirección a la bolsita que había traído, que ahora descansaba a un lado; la bolsa que contenía los dedos de tres niñas. —El padre de esas niñas era el hombre que preparó el veneno y el antídoto. Es el único entre nosotros que sabía cómo prepararlo. Nosotros no sabemos hacerlo... ni siquiera sabemos cuántos ingredientes usó. »Puede haber otras personas en las ciudades que puedan preparar un antídoto, pero no sabemos quiénes son, o si siguen todavía con vida. Con los hombres de la Orden en esos lugares ni siquiera podríamos localizar a esas personas. Incluso si pudiéremos, no sabemos qué se usó para la preparación del veneno, así que ellas no sabrían cómo preparar un antídoto. La única posibilidad que tenéis para vivir es recuperar los tres viales. A Richard le dolía tanto la cabeza que no sabía si podría soportarlo por más tiempo. Con sólo tres viales existentes, y necesitándose los tres si quería vivir, tenía que llegar hasta ellos cuanto antes. Alguien podría encontrar uno y tirado. Podían moverlos de sitio. Se podían romper. Con cada inhalación, sentía tirantes punzadas de dolor en el pecho. El pánico le roía los bordes de los pensamientos. Cuando Kahlan le posó la mano sobre el hombro, Richard colocó sus dedos sobre la de su esposa. —Os ayudaremos a conseguir el antídoto, lord Rahl —dijo uno de los hombres. Otro asintió. —Así es. Os ayudaremos a conseguirlo. Los bandakarianos se dejaron oír, entonces, diciendo que todos ayudarían a obtener el antídoto para que Richard pudiera librarse del veneno. —La mayoría de nosotros hemos estado en al menos dos de esos lugares —indicó Owen—. Algunos hemos estado en los tres. Yo escondí el antídoto, pero conté a los demás dónde, así que todos sabemos dónde está. Sabemos por dónde tenemos que entrar para recuperarlo. También os lo diremos a vos. —Entonces eso es lo que haremos. —Richard se acuclilló en el suelo mientras estudiaba el mapa de piedras—. ¿Dónde está Nicholas? Owen se inclinó al frente y dio un golpecito al guijarro del centro. —Aquí, en Hawton, está ese Nicholas. Richard alzó los ojos hacia Owen. —No me lo digas. Ocultaste el antídoto en el edificio donde viste a Nicholas. Owen se encogió de hombros, cohibido. —En aquel momento, pareció una buena idea. Ahora desearía habérmelo pensado mejor. De pie, detrás de Richard. Cara puso los ojos en blanco con expresión asqueada. —Me sorprende que no se lo entregaras a Nicholas y le pidieras que te lo guardara. Pareciendo ansioso por cambiar de tema, Owen señaló el guijarro que representaba a Northwick. —Es esta ciudad es donde se oculta el

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Hombre Sabio. Tal vez podamos obtener ayuda de los grandes portavoces. Tal vez el Hombre Sabio nos dará su bendición y entonces la gente nos ayudará en nuestro esfuerzo por librar a nuestro país de la Orden Imperial. Tras todo lo que había averiguado de las gentes que vivían al otro lado del límite, en Bandakar, Richard no creía que pudiese contar con ninguna ayuda valiosa por parte de ellas: querían quedar libres de las bestias que merodeaban a su alrededor, pero rechazaban su único medio de ser libres. Los hombres que tenía delante al menos habían demostrado cierta determinación. Estos hombres tendrían que trabajar para cambiar las actitudes de sus compatriotas, pero Richard dudaba de que pudiesen cosechar demasiada ayuda inmediata. —Para conseguir lo que vosotros legítimamente queréis... erradicar a la Orden, o al menos que abandonen vuestros hogares... vais a tener que ayudar. Kahlan, Cara, Jennsen, Tom y yo no vamos a poder hacerlo solos. Si tiene que funcionar, vosotros debéis ayudarnos. —¿Qué deseáis que hagamos? —Preguntó Owen—. Ya dijimos que os llevaremos a esos lugares en los que está oculto el antídoto. ¿Qué más podemos hacer? —Vais a tener que ayudarme a matar a los hombres de la Orden. Inmediatamente estallaron acaloradas protestas. Todos los bandakarianos se pusieron a hablar a la vez, meneando la cabeza, rechazando la idea con las manos. Si bien Richard no consiguió entender todas sus palabras, sus sentimientos eran más que evidentes. Lo que sí oyó eran objeciones, porque no podían matar. Richard se levantó. —Sabéis lo que esos hombres eran hecho —dijo con una voz potente que los hizo callar—. Huisteis para que no os mataran. Sabéis como se está tratando a vuestro pueblo. Sabéis lo que se les está haciendo a vuestros seres queridos. —Pero no podemos hacer daño a otra persona —gimió Owen—. No podemos. —No es nuestra modo de ser —añadió otro. —Desterrasteis delincuentes a través del límite —replicó Richard—. ¿Cómo los hacíais cruzar si se negaban? —Si teníamos que hacerlo —dijo uno de los hombres de más edad—, unos cuantos de nosotros lo sujetábamos, para que no pudiese hacer daño a nadie, le atábamos las manos y lo transportábamos al límite. Decíamos a la persona desterrada que debía marchar de nuestra tierra. Si él se seguía negando, lo llevábamos en andas a un lugar en la roca con una pendiente larga y pronunciada donde lo depositábamos y empujábamos con los pies para que resbalara por la roca y pasara al otro lado. Una vez que hacíamos eso, ellos no podían regresar. Richard se asombró ante los extremos a los que llegaba aquellas gentes para no lastimar a los peores animales que había entre ellos. Se preguntó cuánto tenían que padecer a manos de tales criminales antes de que los habitantes de Bandakar estuvieran suficientemente motivados para obrar con coherencia. —Comprendemos mucho de lo que nos habéis contado —dijo Owen—, pero no podemos hacer lo que pedís. Haríamos mal. Se nos ha educado para no hacer daño a otras personas. Richard agarró la bolsa con los dedos de las niñas, la alzó y la agitó ante los hombres. —Cada uno de vuestros seres queridos no piensa en otra cosa que en que le salven. ¿Puede alguno de vosotros imaginar su terror? Sé lo que es ser torturado, sentirse impotente y solo, sentir que uno jamás podrá escapar. En tal situación uno sólo desea que eso pare. Uno haría cualquier cosa para que parara. —Por eso os necesitábamos —dijo un hombre de más edad—. Debéis librarnos de la Orden. —Os lo dije, no puedo hacerlo solo. —Con el brazo envuelto en el vendaje ensangrentado, Richard efectuó un enérgico ademán—. Entregar vuestra voluntad a hombres de la Orden capaces de hacer cosas como ésta no soluciona nada. Simplemente añadirá más víctimas. Los hombres de la Orden son malvados. Debéis defenderos. —Pero si quisieseis hablar con esos hombres como nos

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hablasteis a nosotros, ellos verían que están equivocados. Cambiarían. —No, no lo harían. La vida no les importa. Han elegido torturar, violar y matar. Nuestra única posibilidad de sobrevivir, nuestra única oportunidad de tener un futuro, es destruirlos. —No podemos hacer daño a otra persona —replicó uno de los hombres. —Está mal hacer daño a otra persona —coincidió Owen. —Siempre es inmoral lastimar, aún más matar, a otra persona —dijo un hombre de mediana edad ante el farfullado acuerdo de sus compañeros—. Aquellos que hacen mal evidentemente sufren y necesitan nuestra compresión, no nuestro odio. El odio sólo invita al odio. La violencia no hará más que iniciar un ciclo de violencia que nunca resuelve nada. Richard sintió como si el terreno que había ganado con aquellos hombres se le estuviese escapando. Estuvo a punto de pasarse los dedos por los cabellos cuando advirtió que los tenía cubiertos de sangre. Bajó el brazo y alteró su enfoque. —Me envenenasteis para hacerme matar a estos hombres. Mediante esa acción, ya habéis demostrado que aceptáis la realidad de que es necesario a veces matar para salvar vidas inocentes; por eso me queríais a mí. No podéis mantener la creencia de que está mal lastimar a otro y al mismo tiempo coaccionarme para que lo haga por vosotros. Eso es matar por poderes. —Necesitamos nuestra libertad —dijo uno de los hombres—. Pensamos que a lo mejor, debido a vuestra autoridad como gobernante, podríais convencer a esos hombres, mediante el temor a vos, para que nos dejasen en paz. —Por eso tenéis que ayudarme. Lo acabáis de decir: «mediante el temor hacia mí». Debéis ayudarme en esto de modo que la amenaza, el miedo, sea creíble. Si no creen que la amenaza es real, ¿por qué tendrían que abandonar vuestra tierra? Uno de los otros cruzó los brazos. —Pensábamos que podríais librarnos de la Orden sin violencia, sin matar, pero es cosa vuestra llevar a cabo tales muertes si es vuestro modo de actuar. Nosotros no podemos matar. Desde el principio, nuestros antepasados nos han enseñado que matar está mal. Vos debéis hacerlo. Otro, asintiendo para mostrar su acuerdo, dijo: —Es vuestro deber ayudar a aquellos que no son capaces de hacer lo que vos podéis hacer. Deber. El eufemismo de las cadenas de la servidumbre. Richard se dio la vuelta, cerrando los ojos a la vez que se apretaba las sienes. Había pensado que empezaba a hacerse entender por aquellos hombres. Habla pensado que conseguiría hacerles pensar por sí mismos —por su propio bien-en lugar de funcionar según unos dictados aprendidos de memoria. Apenas podía creer que tras todo lo que les había contado, aquellos hombres prefirieran todavía que sus seres queridos soportaran torturas y asesinatos antes que lastimar a los hombres que cometían esos crímenes. Al rehusar enfrentarse a la naturaleza de la realidad, aquellos hombres entregaban voluntariamente el bien al mal, la vida a la muerte. Reparó en que era aún más básico que eso. En el sentido más fundamental, elegían obstinadamente rechazar la realidad del mal. En lo más profundo de su ser, cada respiración producía una punzada de dolor. Tenía que conseguir el antídoto. Se estaba quedando sin tiempo. Pero eso solo no resolvería sus problemas; su don lo estaba matando tan indudablemente como lo hacía el veneno. Se sentía tan mareado por el martilleo del dolor de cabeza que pensó que iba a vomitar. Incluso la magia de la espada le estaba fallando. Richard temía al veneno, pero aún más, temía la insidiosa muerte proveniente de su interior, de su don. El veneno, peligroso como era, tenía una causa claramente definida y una cura. Con el don, se sentía perdido. Miró atrás, a los preocupados ojos de Kahlan. Podía ver que ésta no tenía ninguna solución que ofrecer. Permanecía en pie en una pose cansada, con el brazo colgando por el peso del faro de advertencia, que parecía decir a Richard únicamente que se moría, pero sin ofrecer

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respuestas, la única razón de ser de ese objeto era el llamarlo al deber de volver a colocar el límite, como si su vida no le perteneciera, sino que perteneciera a cualquiera que la reclamara como propia encadenándolo con un supuesto deber. Aquel concepto —deber— no era menos veneno que aquel que los hombres le habían administrado... Richard tomó la pequeña estatua de la mano de Kahlan y clavó la mirada en ella. El intenso color negro ya había envuelto la mitad de la figura. Su vida se consumía. La arena seguía escurriéndose. Su tiempo se acababa. La figura de piedra de Kaja-Rang, el mago muerto hacía tantísimo tiempo que lo había convocado con el faro de advertencia y le había encomendado una tarea imposible, se alzaba imponente sobre él como en silencioso reproche. Detrás de Richard, los hombres se apiñaban, afirmándose unos a otros en sus creencias, sus costumbres, su responsabilidad para con los antiguos ideales. Hablaban del Hombre Sabio y de todos los grandes portavoces que les habían inculcado al camino de la paz y la no violencia. Todos reafirmaban la creencia de que debían seguir la senda que les habían marcado desde el principio los fundadores del país, sus antepasados, que les habían dado sus costumbres, creencias, valores, su estilo de vida. Intentar elevar a aquellos hombres a la comprensión de lo que era correcto y necesario parecía tan difícil como intentar alzarlos por un delgado hilo. Aquel hilo se había roto. Richard se sentía arrapado por las ilusas convicciones de aquellas personas, por su veneno, por los dolores de cabeza, por Nicholas persiguiéndolos y por un mago muerto hacía una eternidad que había alargado la mano desde el inframundo para esclavizarlo a un deber desaparecido hacía mucho tiempo. Con la cólera invadiéndole, Richard enderezó el brazo y arrojó el faro de advertencia hacia la estatua de Kaja-Rang. Los hombres se agacharon rápidamente cuando la pequeña figura pasó como una exhalación justo por encima de sus cabezas para hacerse añicos contra la base de la estatua. Fragmentos ambarinos y esquirlas negras volaron en todas direcciones. La arena del interior salpicó la parte frontal del pedestal de granito, dejando una mancha. Los acobardados bandakarianos se quedaron callados. En lo alto, jirones que colgaban de las sombrías nubes pasaron siguiendo su camino, casi lo bastante cerca como para alzar los brazos y poder cogerlos. Unos copos helados de nieve flotaron en el aire inmóvil. Por codas partes, una niebla glacial se había instalado para envolver las montañas circundantes, haciendo que la cima del paso, con su centinela de piedra, pareciera aislada y perteneciente a otro mundo, como si aquello diese todo lo que existía. Richard permaneció inmóvil en aquel silencio sepulcral, convertido en el centro de la atención de todos. Las palabras escritas en d'haraniano culto en la base de la estatua resonaron en la mente de Richard. "Temed cualquier ruptura de este sello del imperio situado al otro lado... pues al otro lado está el mal: aquellos que no pueden ver". Las palabras en d'haraniano culto pasaron raudas por su mente una y otra vez. La traducción de aquellas palabras no daba la sensación de ser correcta. —Queridos espíritus —musitó Richard comprendiendo de improviso—. Estaba equivocado. No es eso lo que dice.

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Kahlan sentía como si la dura prueba a la que aquellos hombres estaban sometiendo a Richard le aplastara el corazón. Justo cuando pensaba que él había conseguido hacerles comprender lo que era necesario hacer, los bandakarianos habían vuelto a su obstinada ceguera. Richard, no obstante, parecía haberse olvidado de ellos. Permanecía inmóvil con la vista fija en el lugar donde el faro de advertencia se habla hecho añicos contra la estatua. Kahlan se le acercó y susurró: —¿Qué quieres decir con que estabas equivocado, y que no es eso lo que dice? ¿De qué estás hablando? —La traducción —dijo él con el tono de una repensada comprensión, y permaneció inmóvil, de cata a la imponente estatua de Kaja-Rang—. ¿Recuerdas que os dije que era un modo curioso de expresar lo que decía? Kahlan echó una ojeada a la estatua y luego volvió a mirar a Richard. —Sí. —No era curioso, en absoluto. Simplemente lo entendí mal. Intentaba hacerle decir lo que pensaba que diría... que los que están al otro lado no pueden ver la magia..., en lugar de simplemente ver lo que tenía delante, lo que os conté antes no es lo que dice... Al apagarse su voz, Kahlan alzó la mano y le agarró el brazo para atraer su atención. —¿Qué quieres decir con que no es lo que dice? Richard hizo un ademán en dirección a la estatua. —Veo en dónde me equivoqué, por qué tenía problemas con ella. Os dije que no estaba seguro de la traducción. Tenía razón. No dice: «Temed cualquier ruptura de este sello del imperio situado al otro lado... pues al otro lado está el mal: aquellos que no pueden ver». Jennsen se inclinó hacia él, colocándose junto a Kahlan. —¿Estás seguro? Richard volvió a mirar a la estatua, la voz distante. —Lo estoy ahora. Kahlan le tiró del brazo, obligándole a mirarla. —¿Entonces qué dice? Los ojos grises de Richard se encontraron brevemente con los suyos antes de devolver la mirada a la estatua de Kaja-Rang, que contemplaba fijamente los Pilares de la Creación, su última salvaguarda para proteger al mundo de aquellas personas. En lugar de responder, empezó a alejarse. Los bandakarianos se apartaron cuando Richard avanzó en dirección a la estatua. Kahlan permaneció pegada a sus talones, con Cara siguiéndole. Jennsen cogió la cuerda de Betty y la arrastró con ella. Los hombres, que retrocedían ya para dejar paso a Richard, contemplaron con desconfianza a la cabra y a su dueña mientras éstas pasaban. Tom permaneció donde estaba, manteniendo una cuidadosa pero discreta vigilancia sobre todos los bandakarianos. Al llegar ante la estatua, Richard limpió la fina capa de nieve de la repisa, dejando de nuevo al descubierto las palabras talladas en d'haraniano culto. Kahlan le observó mover los ojos por la línea de palabras, leyéndolas para sí. Mostraba una especie de agitación en sus movimientos que le indicó que corría tras una presa importante. Por un momento, también pudo advertir que el dolor de cabeza le había abandonado. No comprendía cómo éste menguaba de vez en cuando, pero se sintió aliviada al ver energía en sus movimientos. Con las manos extendidas sobre la piedra, apoyándose en los brazos, alzó la vista de las palabras. Sin el dolor de cabeza, había una claridad vehemente en sus ojos grises. —Parte de esta historia ha sido desconcertante —dijo—. Ahora lo comprendo. No dice: «Temed cualquier ruptura de este sello del imperio situado al otro lado... pues al otro lado está el mal: aquellos que no pueden ver». La nariz de Jennsen se arrugó. —¿No lo dice? ¿Te refieres a que no se refería a estas personas desprovistas del don? —Bueno, se refería a ellos, ya lo creo, pero no en ese sentido. —Richard golpeó con un dedo las palabras talladas—. No dice: «pues al otro lado está el mal: aquellos que no pueden ver», sino algo muy distinto. Dice: «Temed cualquier ruptura de este sello del imperio situado al otro lado... pues al otro

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lado están aquellos que no pueden ver el mal». Kahlan arrugó la frente. —... aquellos que no pueden ver el mal. Richard alzó el brazo vendado en dirección a la figura que se alzaba sobre ellos. —Eso es lo que Kaja-Rang temía más; no a aquellos que no podían ver la magia, sino a aquellos que no podían ver el mal. Esa fue su advertencia al mundo. —Apuntó atrás con un pulgar por encima del hombro, indicando a los hombres situados detrás de ellos—. De eso es de lo que se trata. Kahlan se sintió desconcertada, y un poco perpleja. —¿Crees que podría tratarse de que, debido a que estas personas no pueden ver la magia, tampoco pueden reconocer la maldad —preguntó ella—, o que debido al modo en que son diferentes, simplemente calecen de la capacidad para concebir el mal? —Eso podría ser en parte lo que Kaja-Rang pensaba —contestó Richard—. Pero yo no lo pienso. —¿Tan seguro estás? —preguntó Jennsen. —Sí. Antes de que Kahlan hiciera que se explicase, Richard se giró hacia los hombres. —Aquí, en piedra, Kaja-Rang dejó una advertencia para el mundo. La advertencia de Kaja-Rang es sobre aquellos que no pueden ver el mal. Vuestros antepasados fueron desterrados del Nuevo Mundo porque estaban desprovistos del don. Pero este hombre, este mago poderoso, Kaja-Rang, los temía por algo más: sus ideas. Los temía porque se negaban a ver el mal. Eso es lo que hizo que vuestros antepasados fuesen tan peligrosos para las gentes del Viejo Mundo. —¿Cómo puede ser eso? —preguntó un hombre. —Reunidos todos juntos y desterrados a un lugar desconocido, el Viejo Mundo, vuestros antepasados deben de haberse aferrado desesperadamente unos a otros. Temían tanto al rechazo, al destierro, que evitaban rechazar a uno de los suyos, y ello se desarrolló en forma de un fuerte convencimiento de que sin importar qué, deberían intentar no condenar a nadie. Por este motivo, rechazaron el concepto de maldad, por temor a verse obligados a juzgar a alguien. Considerar a alguien malvado significaba que tendrían que enfrentarse al problema de erradicarlos de su entorno. »En su huida de la realidad, justificaron sus prácticas optando por la descabellada idea de que nada es real y por lo tanto nadie puede conocer la naturaleza de la realidad. Era mejor negar la existencia del mal que tener que eliminar a un malhechor de entre ellos. Era mejor hacer la vista gorda ante el problema, ignorarlo, y esperar a que desapareciera. »Si admitían la realidad del mal, entonces eliminar al malhechor era la única acción correcta, así pues, por extensión, puesto que los habían desterrado, pensaron que debían de haberlos desterrado porque eran malvados. Su solución fue simplemente descartar todo el concepto de maldad. Toda su estructura doctrinal se desarrolló alrededor de ese núcleo. »Es posible que Kaja-Rang pensara que, debido a que carecían del don y no podían ver la magia, tampoco podían ver el mal, pero lo que el temía era que la contaminación de sus creencias se propagara a otros. Pensar requiere un esfuerzo; estas personas ofrecían creencias que no necesitaban del pensamiento, sino simplemente adoptar unas cuantas frases de apariencia noble. Era, de hecho, un arrogante rechazo del poder de la mente humana: una ilusión de sabiduría que desdeñaba el requisito de cualquier esfuerzo auténtico para comprender el mundo que los rodeaba. Soluciones tan simplistas, como rechazar incondicionalmente toda violencia, son especialmente seductoras para las mentes sin desarrollar de los jóvenes, muchos de los cuales habrían adoptado con entusiasmo tal desordenado razonamiento como un talismán. »Cuando empezaron a propugnar fanáticamente estos principios vacíos de significado, ello probablemente disparó la alarma para Kaja-Rang. »Con la propagación de tales ideas, con la clase de dominio que tiene sobre algunas personas, como lo tiene sobre vosotros, Kaja-Rang y su gente vieron cómo, si tales creencias corrían

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libremente, estas acabarían por traer la anarquía y la ruina al consentir que el mal merodeara entre su pueblo, del mismo modo que a vosotros, amigos, os deja indefensos ante la maldad de la Orden Imperial que ahora ha venido a residir entre vosotros. »Kaja-Rang vio lo que eran tales creencias: abrazar la muerte en lugar de la vida. La regresión desde la auténtica ilustración para sumirse en una ilusión engendraba desorden, lo que se convertía en una amenaza para todo el Viejo Mundo. Richard dio unos golpecitos con el dedo encima de la repisa. —Hay otra cosa escrita aquí arriba, alrededor de la base, que sugiere lo mismo, y que se convirtió finalmente en la solución. »Kaja-Rang hizo que se reuniera a todos aquellos que creían en esas enseñanzas, no tan sólo a todos los desprovistos del don desterrados del Nuevo Mundo, sino también a partidarios furibundos que habían caldo victimas de su alucinatoria filosofía, y los desterraron a todos ellos. »El primer destierro, desde el Nuevo Mundo al Viejo Mundo, fue injusto. El segundo destierro, desde el Viejo Mundo a la tierra situada más allá de este lugar, se lo habían ganado. Jennsen, jugueteando con el extremo deshilachado de la cuerda de Betty, se mostró dudosa. —¿Realmente crees que se desterró a otros junto con aquellos que estaban desprovistos del don? Eso significaría que fue muchísima gente. ¿Cómo pudo Kaja-Rang conseguir que todas estas personas estuviesen de acuerdo? ¿Fue un destierro sangriento? Los hombres asentían a sus preguntas, al parecer preguntándose lo mismo. —No creo que el d'haraniano culto fuese una lengua común entre la gente, no aquí abajo, al menos. Sospecho que era un idioma en extinción que únicamente se usaba entre ciertas personas eruditas, como los magos. —Richard indicó con un ademán el territorio situado más allá—. Kaja-Rang llamó a estas personas bandakar: los desterrados. No creo que la gente supiera lo que significaba. A su imperio no lo llamaron los Pilares de la Creación, ni ningún nombre que hiciese referencia a los que carecían del don. Lo escrito aquí sugiere que eso se debió a que no sólo se desterró a los desprovistos del don, sino a todos aquellos que creían lo mismo que ellos. Todos eran bandakar: desterrados. »Ellos se consideraban a sí mismos, a sus creencias, como ilustrados. Kaja-Rang se aprovechó de eso, halagándolos, diciéndoles que este lugar había sido reservado para protegerlos de un mundo que no estaba preparado para aceptados. Les dijo sentir que, en muchos aspectos, se les estaba colocando aquí porque eran mejores que todos los demás. Puesto que no eran propensos al pensamiento razonado, engatusó fácilmente a esas personas de este modo y las embaucó para que cooperaran en su propio destierro. Según lo que se insinúa en lo escrito aquí, alrededor de la base de la estatua, marcharon alegremente a su tierra prometida. Una vez confinados en este lugar, los matrimonios y las generaciones posteriores extendieron la carencia del don por toda la población de Bandakar. —¿Y Kaja-Rang realmente creía que eran una amenaza tan terrible para el resto de los habitantes del Viejo Mundo? —preguntó Jennsen. Una vez más, los hombres asintieron, aparentemente satisfechos de que ella hubiese hecho la pregunta. Kahlan sospechó que Jennsen podría haber hecho la pregunta en nombre de los bandakarianos. Richard alzó la mano para indicar la estatua de Kaja-Rang. —Míralo. ¿Qué hace? Monta guardia, simbólicamente, sobre el límite que colocó aquí. Custodia este paso, velando por un sello que retiene a lo que se encuentra más allá. En su eterna vigilancia empuña una espada, siempre lista, para mostrar la magnitud del peligro. »Los habitantes del Viejo Mundo sintieron tal gratitud hacia este importante hombre que construyeron este monumento para honrar lo que había hecho por ellos al protegerlos de creencias que sabían que habrían puesto en peligro su sociedad. La amenaza no era ninguna tontería. »Kaja-Rang custodia este límite incluso en la

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muerte. Desde el mundo de los muertos me envió un aviso de que el sello había sido roto. Richard aguardó en tenso silencio hasta que todos los bandakarianos volvieron la mirada hacia él antes de concluir con voz sosegada: —Kaja-Rang desterró a vuestros antepasados no sólo porque no podían ver la magia, sino, lo que es más importante, porque no podían ver la maldad. En agitada inquietud, los bandakarianos miraron en derredor a sus compañeros. —Pero lo que llamáis maldad es sólo un modo de expresar un sufrimiento interior —dijo uno de ellos, más como una súplica que como un argumento. —Eso es verdad —dijo otro a Richard—. Decir que alguien es malvado es tener prejuicios. En un modo de denigrar a alguien que ya padece por algún motivo. A tales personas hay que abrazarlas y enseñarles a despojarse de sus temores hacia su semejante y entonces no arremeterán violentamente contra nadie. Richard paseó la iracunda mirada por todos los rostros que le observaban. Indicó arriba, a la estatua. —Kaja-Rang os temía por que sois peligrosos para todo el mundo: no porque carezcáis del don, sino porque abrazáis el mal con vuestras enseñanzas. Al hacerlo, al intentar ser bondadosos, ser desinteresados, al intentar no emitir juicios, permitís que el mal se vuelva mucho más poderoso de lo que sería. Rehusáis ver el mal, y por lo tanto le dais la bienvenida entre vosotros. Permitís que exista. Le otorgáis poder sobre vosotros. Sois un pueblo que ha acogido a la muerte y rehusado censurarla. »Sois un imperio indefenso ante él. Tras un momento de profundo silencio, uno de los hombres de más edad tomó finalmente la palabra. —Esa creencia en el mal, como vos la llamáis, es una actitud muy intolerante y un juicio excesivamente simplista. No es otra cosa que una condena injusta del prójimo. Ninguno de nosotros, ni siquiera vos, puede juzgar a otro. Kahlan sabía que Richard tenía mucha paciencia, pero muy poca tolerancia. Había sido muy paciente con aquellos hombres y se daba cuenta de que había llegado al final de su tolerancia. Casi esperó que desenvainara la espada. Richard paseó entre los hombres, su mirada de rapaz les hacía retroceder a su paso. —Vosotros os consideráis ilustrados, por encima de la violencia. No sois personas ilustradas; sois simplemente esclavos aguardando un amo, víctimas de asesinos al acecho. Éstos finalmente han venido a por vosotros. Agalló la bolsita y se detuvo ante el último hombre que habla hablado. —Abre la mano. El hombre miró a los que tenía a los lados. Finalmente, extendió la mano, la palma hacia arriba. Richard introdujo la mano en la bolsa y luego depositó un dedito, la carne marchita y manchada con sangre seca, en la mano del hombre. Era evidente que el hombre no quería el dedo descansando en la palma de su mano, pero después de haber alzado los ojos hacia la mirada fulminante de Richard, no dijo nada y no intentó deshacerse del truculento trofeo. Richard pascó entre los bandakarianos, ordenando a hombres al azar que abrieran las manos. Kahlan reconoció en aquellos que seleccionaba a quienes habían objetado las cosas que él intentaba hacer para ayudarlos. Colocó un dedo en cada mano vuelta hacia arriba hasta que la bolsa quedó vacía. —Lo que sostenéis en la mano es el resultado del mal —dijo Richard—. Todos vosotros sabéis que es verdad. Todos sabíais que el mal andaba suelto en vuestra tierra. Todos queríais que eso cambiara. Todos queríais deshaceros del mal. Todos queríais vivir. Todos queríais que vuestros seres queridos vivieran. »Todos habíais esperado hacerlo sin tener que enfrentaros a la verdad. »He intentado explicaros las cosas de modo que pudierais comprender la auténtica naturaleza de la batalla a la que nos enfrentamos todos. Richard enderezó el tahalí que llevaba sobre el hombro. —He acabado con las explicaciones. »Queríais traerme a vuestra tierra. Habéis conseguido vuestro objetivo. Ahora, vais a decidir si seguiréis adelante, con lo que sabéis que es correcto.

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Volvió a plantarse ante ellos, la espalda erguida, la barbilla alzada, la vaina de la espada reluciendo bajo la sombría luz, la túnica negra con el ribete dorado destacando en agudo contraste contra las montañas envueltas en niebla que tenía detrás. Su aspecto era ni más ni menos que el del lord Rahl. Era la figura más imponente que Kahlan había visto nunca. Después de que Richard y Kahlan empezaran su tarea, hacía ya tanto tiempo, cuando había abandonado aquellos bosques aislados de Richard, éste habla vuelto el mundo del revés. Desde el principio, él había estado siempre en el centro de su lucha, y era en la actualidad el gobernante de un imperio; incluso a pesar de que aquel imperio en peligro era en gran parte un misterio para él, como lo era su don. Su causa, no obstante, estaba clarísima. Juntos, Kahlan y Richard estaban en el centro de la tempestad de una guerra que había sumergido su tierra. Muchas personas veían a Richard como su única salvación y Richard parecía estar constantemente intentando demostrar que se equivocaban. Para muchos otros, no obstante, era el hombre vivo más odiado. A ellos, Richard intentaba darles motivos; decía a las personas que eran dueñas de su propia vida. La Orden Imperial lo quería muerto por eso más que por cualquier otro golpe que les hubiese asestado. —Así es como van a ser las cosas —dijo Richard finalmente con una voz de tranquila autoridad. —Entregaréis vuestra tierra y lealtad al Imperio d'haraniano, o seréis los súbditos de la Orden Imperial. Esas son vuestras dos únicas alternativas. No puede haber otras. Os guste o no, debéis elegir. Si rehusáis efectuar una elección, los acontecimientos decidirán por vosotros y probablemente acabaréis en manos de la Orden Imperial. Que no os quepa la menor duda, las suyas son manos malvadas. »Con la Orden, si no os asesinan, seréis esclavos y tratados como tales. Creo que conocéis muy bien lo que eso entraña. Vuestras vidas carecerán de valor para ellos excepto como esclavos, a los que se pedirá que propaguen su maldad. »Como parte del Imperio d'haraniano, vuestras vidas os pertenecerán. Esperaré que medréis y las viváis como los individuos que sois, no como una mota de mugre en un pozo de porquería en el que os habéis enterrado vosotros mismos. »El sello que impedía el acceso a vuestro escondite, al Imperio bandakariano, ya no funciona. No sé cómo repararlo, ni lo haría aunque pudiera. Ya no existe el Imperio de Bandakar. »No existe modo de permitiros ser lo que erais y protegeros. A lo mejor se puede expulsar a la Orden de vuestra tierra, pero no se les puede mantener fuera sin esfuerzo, pues son sus ideas las que han venido a destruiros. »Así que elegid. Esclavos u hombres libres. La vida como cualquiera de esas cosas no será fácil. Creo que sabéis cómo será la vida como esclavos. Como hombres libres, tendréis que luchar, trabajar y pensar, pero tendréis las recompensas que eso conlleva, y esas recompensas serán vuestras y de nadie más. »La libertad debe ganarse, pero luego tiene que ser protegida, no sea que los que son como la Orden regresen para esclavizar a aquellos que deseen que otro piense por ellos. »Soy el lord Rahl. Tengo intención de ir en busca del antídoto al veneno que me habéis administrado. Si vosotros deseáis ser parte de esta lucha, liberaros a vosotros y a vuestros seres queridos del mal, entonces os ayudaré. »Si elegís no poneros de nuestro lado, entonces podéis regresar y dejar que la Orden haga con vosotros lo que quieran, o podéis huir. Si huís, podréis sobrevivir durante un tiempo, como habéis estado haciendo pero, debido a que ése no es el modo en que deseáis vivir, moriréis como animales asustados, sin haber vivido lo que la vida tiene que ofrecer. »Así que elegid, pero si elegís apoyarme contra el mal, entonces tendréis que renunciar a vuestra autoimpuesta ceguera y abrir los ojos para pasear la mirada por la vida. Tendréis que ver la realidad del mundo que os rodea. Hay

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bondad y hay maldad en el mundo. Tendréis que usar vuestras mentes para juzgar de qué modo podréis buscar el bien y rechazar el mal. »Si elegís apoyarme, haré todo lo posible por contestar a cualquier pregunta honesta e intentar enseñaros cómo triunfar sobre los hombres de la Orden y aquellos que son como ellos. Pero no toleraré vuestras doctrinas sin sentido, que no son otra cosa que un rechazo calculado de la vida. »Echad un vistazo a los dedos ensangrentados que vosotros o vuestros amigos sostienen. Mirad lo que hicieron a niños hombres malvados. Deberíais odiar a hombres capaces de hacer eso. Si no lo hacéis, o no podéis, entonces no os corresponde estar con aquellos de nosotros que abrazamos la vida. »Quiero que cada uno de vosotros piense en esos niños, en su terror, su dolor, su deseo de no ser lastimados. Pensad qué sintieron estando solos en manos de hombres perversos. En justicia deberíais odiar a hombres capaces de hacer tales cosas. Aferraos bien a ese odio legítimo, porque ése es el odio al mal. »Tengo intención de recuperar el antídoto para poder vivir. Mientras lo hago, también tengo intención de matar a tantos de esos hombres malvados como pueda. Si voy solo, puede que consiga obtener el antídoto, pero solo no conseguiré liberar vuestros hogares de la Orden Imperial. »Si elegís venir conmigo, ayudarme en esta lucha, puede que tengamos una posibilidad. »No sé a lo que me enfrento allí, así que no puedo deciros honradamente que tenemos una buena posibilidad de vencer. Sólo puedo deciros que si no me ayudáis, entonces posiblemente no exista la menor posibilidad. Alzó un dedo. —Que no os quepa la menor duda. Si elegís uniros a nosotros y acometemos esta lucha, algunos de nosotros probablemente morirán. Si no lo hacemos, todos nosotros moriremos, no necesariamente en cuerpo, pero si en espíritu. Bajo un gobierno como el de la Orden, nadie vive, incluso aunque sus cuerpos pudiesen durante un tiempo soportar el suplicio de la vida como esclavos. Bajo la Orden, toda alma se marchita y muere. Los bandakarianos permanecieron silenciosos mientras Richard callaba para trabar la mirada en ellos. La mayoría no pudo desviar los ojos, mientras que otros parecieron avergonzados y por lo tanto miraron al suelo. —Si elegís estar de mi lado en esta lucha —dijo Richard con deliberado cuidado—, se os pedirá que matéis a hombres de la Orden, hombres malvados. Si en una ocasión pensasteis que yo disfrutaba matando, dejad que os asegure que estáis muy equivocados. Lo odio, lo hago para defender la vida. Jamás esperaría que os entusiasmara matar. Es una necesidad hacerlo, no se disfruta haciéndolo. Espero que os entusiasme la vida y hacer lo que es necesario para preservarla. Richard levantó uno de los objetos, que descansaba algo más allá, a un lado, que habían fabricado mientras esperaban a que Tom y Owen trajesen a los hombres al paso. No parecía más que un palo resistente. De hecho estaba construido con ramas de roble. Era redondeado en la parte posterior para encajar en la mano, estrecho en un punto del centro, y puntiagudo en el otro extremo. —Vosotros no tenéis armas. Mientras aguardábamos vuestra llegada, hemos fabricado unas cuantas. —Agitó los dedos, pidiendo a Tom que se adelantara—. Los hombres de la Orden no reconocerán estas cosas como armas, al principio, al menos. Si os preguntan, debéis decirles que se usan para hacer agujeros en el suelo para plantar hortalizas. Con la mano izquierda, Richard agarró la camisa de Tom a la altura del hombro, para sujetarlo, y demostró el uso del arma enseñando lentamente cómo debía ser empujada hacia arriba, en dirección a la cintura de un hombre, justo bajo las costillas, para apuñalarlo. Algunos rostros entre los hombres se crisparon con repugnancia. —Esto se puede hundir con suma facilidad en la parte blanda de un hombre, hacia arriba bajo las costillas —les dijo Richard—. Una vez que la metáis dentro, efectuad una veloz torsión lateral para romperla por el

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extremo estrecho. De ese modo, el hombre no podrá extraerla. Con una cosa así alojada en las tripas, si es que puede mantenerse en pie. no podrá echar a correr tras vosotros ni forcejear. Os será más fácil escapar. Uno de los hombres alzó una mano. —Pero un pedazo de madera como ese estará húmedo y no se romperá. Muchas de las libras de la madera simplemente se doblarán, dejando el extremo del mango en su lugar. Richard arrojó el arma al hombre. Después de que este la cogiera, explicó: —Mira la parte central, donde está cortado hasta dejar un trozo muy estrecho. Verás que se ha colocado sobre fuego y secado justo por ese motivo. Fíjate en el extremo afilado, también. Veris que ha sido cortado y partido en cuatro secciones, con las puntas dobladas hacia atrás, de modo que cuando se clava en un enemigo tiene muchas posibilidades de abrirse, con los cuatro lados yendo en direcciones distintas para hacer más daño. Con esa única estocada, será como apuñalarlo cuatro veces. »Cuando lo partas dentro de él y lo quites, él no podrá pelear contigo porque cada movimiento que haga retorcerá violentamente esas largas astillas de roble a través de sus vulnerables entrañas. Si no lo alcanza algún lugar vital y lo mata inmediatamente, es probable que muera al cabo de un día. Mientras muere, aullará de dolor y miedo. Quiero que esos hombres malvados sepan que el dolor y la muerte que infligen a otros irán a por ellos. Ese miedo hará que empiecen a pensar en huir. Les impedirá dormir, los desgastará, de modo que cuando lleguemos hasta ellos serán más fáciles de matar. Richard recogió otro objeto. —Esto es una ballesta pequeña. —La sostuvo bien alta para que los hombres la vieran mientras señalaba sus características—. Como podéis ver, la cuerda del arco está inmovilizada hacia atrás con esta tuerca. Una saeta resistente se coloca en este surco, aquí. Tirar de esta palanca hace girar la tuerca, liberando la cuerda y disparando la saeta. No es nada elaborado, y vosotros no tenéis experiencia usando tales armas, pero de cerca no necesitáis ser tan buenos tiradores. »He empezado a hacer una cantidad de ballestas y tengo todo un montón de bases y partes fabricadas. Con los objetos que vosotros habéis traído aquí, podemos acabar de construirlas. Son bastante toscas, y, como dije, no servirán de mucho a cierta distancia, pero son pequeñas y se pueden ocultar bajo una capa. No importa lo grande y fuerte que sea el enemigo, el más pequeño de vosotros puede matarlo. Ni siquiera su cota de malla lo protegerá contra un arma disparada a bocajarro. Puedo prometeros que serán muy mortíferas. Richard mostró a los hombres garrotes de madera dura que tachonarían de clavos. Tales armas también podían ocultarse. Les ensenó una simple cuerda con una pequeña asa de madera en cada extremo que se utilizaba para estrangulara un hombre por detrás cuando el sigilo era primordial. —A medida que eliminemos a esos hombres, podremos obtener otras armas: cuchillos, hachas, mazos, espadas. —Pero, lord Rahl —dijo Owen, que parecía fuera de sí de inquietud—, incluso aunque estuviésemos de acuerdo en unirnos a vos en esto, no somos luchadores. Estos hombres de la Orden son animales que tienen experiencia en tales cosas. No tendríamos la menor posibilidad contra ellos. Los demás expresaron su preocupado acuerdo. Richard negó con la cabeza mientas alzaba las manos para que callaran. —Mirad esos dedos que sostenéis. Preguntaos qué posibilidad tuvieron esas niñas contra tales hombres. Preguntaos que posibilidad tienen vuestras madres, hermanas, esposas, hijas. Sois la única esperanza para esas personas. Sois la única esperanza para vosotros mismos. »Lo más probable es que tampoco vosotros tuvieseis la menor posibilidad contra tales hombres. Pero no tengo intención de pelear contra ellos como vosotros pensáis. Ése un buen modo de que te maten. —Richard señaló a uno de los hombres más jóvenes—. ¿Qué es lo que queremos? ¿La razón por la que

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vinisteis en mi busca? El hombre pareció turbado. —¿Para libramos de los hombres de la Orden? —Sí —dijo Richard—; eso es. Queréis libraros de asesinos. Lo último que queréis es pelear contra ellos. El hombre indicó con una seña las armas que Richard les había mostrado. —Pero esas cosas... —Esos hombres son asesinos. Nuestra tarca es ejecutarlos. Queremos evitar peleas. Si peleamos con ellos, nos arriesgamos a resultar heridos o muertos. No estoy diciendo que no tengamos que pelear con ellos, pero ése no es nuestro objetivo. Habrá momentos en que puede haber un número limitado de ellos y podamos estar seguros de que, mediante la sorpresa, podemos eliminarlos antes de que estalle un combate. Tened en cuenta que esos hombres están acostumbrados a que ninguno de los vuestros oponga la menor resistencia. Esperamos matarlos antes de que se les ocurra sacar un arma. »Pero si no tenemos que enfrentarnos a ellos, mucho mejor. Nuestro objetivo es matarlos. Matar a todos los que podamos. Matarlos cuando duerman, cuando estén mirando en otra dirección, cuando estén comiendo, cuando estén charlando, cuando estén bebiendo, cuando salgan a dar un paseo. »Son malvados, Debemos matarlos, no pelear con ellos. Owen alzó las manos. —Pero, lord Rahl, si empezásemos a matarlos, ellos se vengarían en todas las personas que tienen. Richard observó a los hombres, aguardando hasta estar seguro de que todo el mundo prestaba atención. —Acabáis de reconocer la realidad de que son malvados. Tenéis razón; probablemente empezaran a matar prisioneros como un modo de convenceros de que os rindáis. Pero ya los están matando ahora. Con el tiempo, si se les deja hacer lo que quieran, las matanzas que cometan serán a gran escala. Cuanto más deprisa los matemos, antes terminará y antes se detendrán los asesinatos. Algunas personas perderán la vida debido a lo que hacemos, pero al hacerlo, liberaremos al resto, Si no hacemos nada, entonces condenamos a esas personas inocentes a la clemencia del mal, y el mal no concede clemencia. Como he dicho antes, no se puede negociar con el mal. Uno debe destruirlo. Un hombre carraspeó y dijo: —Lord Rahl, algunos de los nuestros se han puesto del lado de los hombres de la Orden. Creyeron en sus palabras. No querrán que hagamos daño a los miembros de la Orden. Richard soltó un profundo suspiro. Se dio la vuelta un instante, mirando a lo lejos, en la penumbra, antes de volver su atención otra vez a los hombres. —He tenido que matar a hombres que conocí toda la vida porque se pusieron del lado de la Orden. Llegaron a creer en la Orden Imperial, y debido a que yo me oponía a la Orden, intentaron matarme. Es algo terrible tener que matar a alguien así, a alguien que conoces. Creo que la alternativa es peor. —¿La alternativa? —preguntó el hombre. —Sí, dejarles que te asesinen. Esa es la alternativa: perder la vida y perder la causa por la que peleas: las vidas de los seres queridos. —la expresión de Richard se había tornado grave—. Si algunos de los vuestros se han unido a la Orden, o trabajan para protegerla, entonces puede ser que acabéis enfrentándoos a ellos. Será su vida, o la vuestra. Podría incluso significar las vidas del resto de nosotros. Si se ponen del lado del mal, entonces no debemos permitirles que nos impidan eliminar el mal. »Esto es parte de lo que debéis sopesar en vuestra decisión de uniros a nosotros o no. Si aceptáis esta lucha, debéis aceptar que podéis tener que matar a gente que conocéis. Debéis sopesar esto en la elección que haréis. Los hombres ya no parecían escandalizados por sus palabras. Se mostraban solemnes mientras escuchaban. Kahlan vio unos pájaros que pasaban con un revoloteo, buscando dónde posarse para pasar la noche. El cielo, la niebla helada, se oscurecía cada vez más. Escudriñó el cielo, siempre vigilante por si veía a criaturas de puntas negras. Al ser el clima en el paso tan espantoso, dudaba que anduviesen por allí. La niebla, al menos, resultaba reconfortante

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por ese motivo. Richard parecía exhausto. Ella sabía lo mucho que a ella le costaba respirar en el enrarecido aire de las alturas, así que debía de ser muchísimo peor para él: temía que, debido al veneno, el aire enrarecido le arrebatara a Richard las fuerzas. Necesitaban bajar y abandonar el elevado paso montañoso. —Os he contado la verdad y todo lo que puedo hacer por ahora —indicó Richard a los hombres—. Vuestro futuro depende ahora de cada uno de vosotros. Pidió en voz queda a Cara, Jennsen y Tom que recogieran sus cosas. Poso una mano tierna sobre la espalda de Kahlan mientras giraba hacia los hombres y señalaba colina abajo. —Vamos a descender de vuelta a nuestro campamento en esos bosques. Vosotros decidid lo que haréis. Si estáis con nosotros, entonces bajad ahí, a la protección de los árboles, donde las criaturas voladoras no podrán divisaros cuando el tiempo despeje. Necesitaremos acaban de fabricar las armas que llevaréis. »Si alguno de vosotros elige no unirse a nosotros, entonces estáis solos. No planeo estar aquí, en este campamento, mucho tiempo. Si la Orden os captura es muy probable que os torture y no quiero estar en las cercanías cuando chilléis a todo pulmón mientras reveláis dónde estaba nuestro campamento. Los desolados hombres se mantenían apiñados. —Lord Rahl —preguntó Owen—, ¿estáis diciendo que debemos elegir ahora? —Os he contado todo lo que puedo. ¿Cuánto tiempo más pueden esperaros aquellos que están siendo torturados, violados y asesinados? Si deseáis uniros a nosotros y ser parte de la vida, entonces bajad a nuestro campamento. Si elegís no estar de nuestro lado, entonces os deseo suerte. Pero por favor no intentéis seguirnos o tendré que mataros. En el pasado fui un buen guía de bosque. Sabré si cualquiera de vosotros nos sigue. Uno de los hombres, el que habla sido el primero en mostrar a Richard dos guijarros para indicar que revelaría la ubicación del antídoto, se adelantó, alejándose del resto de hombres. —Lord Rahl, me llamo Anson —las lágrimas llenaban sus ojos azules—. Quería que supieseis eso, que supieseis quién soy. Soy Anson. —Muy bien. Anson —respondió Richard, asintiendo. —Gracias por abrirme los ojos. Siempre he tenido algunos de los pensamientos que explicasteis. Ahora comprendo por qué, y comprendo la oscuridad que se mantuvo sobre mis ojos. No quiero seguir viviendo de ese modo. No quiero vivir según palabras que no significan nada y no quiero que los hombres de la Orden controlen mi vida. »Mis padres fueron asesinados. Vi el cuerpo de mi padre colgando de un poste. Él jamás hizo daño a nadie. No hizo nada para merecer tal asesinato. A mi hermana se la llevaron. Sé lo que esos hombres le están haciendo. No puedo dormir por la noche pensando en ello, pensando en su terror. »Quiero devolver golpe por golpe. Quiero matar a esos hombres malvados. Se han ganado la muerte. Quiero triturarlos, como dijisteis. »Elijo unirme a vos y pelear para obtener mi libertad. Quiero vivir libre. Quiero que aquellos a los que amo vivan libres. Kahlan se quedó atónita al escuchar a uno de ellos decir tales cosas, en especial sin consultar primero al resto. Había observado con atención los ojos de los demás mientras Anson hablaba. Todos escucharon con suma atención lo que Anson decía. Richard sonrió a la vez que posaba una mano sobre el hombro del joven. —Bienvenido a D'Hara, Anson. Bienvenido a casa. Nos irá bien tu ayuda. —Señaló más allá a Cara y a Tom, que recogían las armas que habían traído para mostrarlas a los hombres—. ¿Por qué no los ayudas a llevar esas cosas de vuelta a nuestro campamento? Anson dio su conformidad con una sonrisa. El joven de voz queda tenía unas amplias espaldas y un cuello con gruesos músculos. Era afable, pero tenía un aspecto decidido. De pertenecer a la Orden Imperial, Kahlan no habría querido ver a un hombre tan fornido yendo tras ella. Anson intentó con vehemencia tomar la carga que Cara llevaba en los brazos, pero

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ella se negó a cedérsela, así que él recogió el resto de las cosas y siguió a Tom colina abajo. Jennsen marchó también con ellos, arrastrando a Betty tras ella de la cuerda, tirando durante los primeros pasos porque la cabra quería que se quedaran con Richard y Kahlan. Los otros hombres observaron mientras Anson iniciaba el descenso por la colina con Cara. Tom y Jennsen. Luego se apartaron a un lado, lejos de la estatua, mientras cuchicheaban entre ellos, decidiendo que harían. Richard echó una ojeada a la figura de Kaja-Rang antes de iniciar el descenso por la colina. Algo pareció atraer su atención. —¿Qué sucede? —preguntó Kahlan. —Eso escrito ahí —dijo Richard, señalando—. En la cara del pedestal, debajo de los pies. Kahlan sabía que no había habido nada escrito en aquel punto antes, y estaba aún demasiado lejos para estar realmente segura de que podía ver algo escrito en el jaspeado granito. Echó un vistazo atrás para mirar a los demás, que marchaban colina abajo; pero en su lugar siguió a Richard cuando éste se dirigió hacia la estatua. Los hombres seguían apartados a un lado, muy ocupados en su discusión. Kahlan pudo ver el lugar sobre la cara del pedestal donde se había hecho pedazos el faro de advertencia. La arena del interior de la estatua que representaba a Richard todavía salpicaba el frente del pedestal. Cuando estuvieron más cerca, ella apenas pudo creer lo que empezaba a ver. Parecía como si la arena hubiese erosionado la piedra para revelar caracteres. Las palabras no habían estado allí antes. Kahlan conocía varios idiomas, pero no aquél. No obstante, lo reconoció. Era d'haraniano culto. Se abrazó a sí misma bajo el viento helado que se había levantado. Las sombrías nubes se revolvieron inquietas. Atisbó al otro lado a las imponentes montañas, muchas ocultas por un oscuro velo de niebla. Arremolinadas cortinas de nieve oscurecían otras laderas a lo lejos. A través de una pequeña y breve brecha en el horrible tiempo, el valle que podía ver más allá a través del paso ofrecía la promesa de vegetación y calor. Y de la Orden Imperial. Kahlan, muy pegada a Richard, deseó que éste la rodeara con un cálido brazo. Observó mientras él miraba fijamente las tenues letras de la piedra. Si mostraba demasiado callado para estar tranquila. —Richard —musitó, inclinándose hacia él—, ¿qué dice? Paralizado, él pasó los dedos sobre las letras despacio y con suavidad, los labios pronunciando en silencio las palabras en d'haraniano culto. —La Octava Regla de un mago —murmuró él a modo de traducción—. “Talga Vassternich.»

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Andando detrás del mensajero. Verna se hizo a un lado cuando un grupo de caballos pasó corriendo por su lado. Tenían los vientres recubiertos de barro, sus ollares resoplaban. Los ojos de los soldados de caballería inclinados sobre la cruz de los animales mostraban una lúgubre determinación. Con el nivel de actividad de las recientes semanas, tenía que mantenerse cuidadosamente alerta siempre que salía de una tienda, no fuera a verse arrollada por una cosa u otra. Si no era un caballo cargarlo a través del campamento, eran hombres a la cartera. —Justo más adelante —dijo el mensajero. Verna dedicó un asentimiento a su rostro joven cuando el echó una rápida mirada atrás. Era un joven educado, los rizados cabellos rubios y su actitud cortés le recordaban a Warren. Se sintió indefensa ante la oleada de dolor que la atravesó al recordar que Warren ya no estaba, ante la vacuidad de cada día. No conseguía recordar el nombre del mensajero. Había tantos hombres jóvenes; era difícil recordar todos los nombres. A pesar de que hacía todo lo posible, no podía acordarse de todos ellos. Al menos durante un tiempo ya no hablan estado muriendo a una velocidad aterradora. Duros como eran los inviernos allí arriba, en D'Hara, tal clima había significado al menos un respiro a las batallas del verano anterior, al constante combatir y morir. Con el verano de nuevo a las puertas, no creía que la relativa tranquilidad fuese a durar mucho más. Por el momento los pasos habían resistido a la Orden Imperial. En lugares tan angostos la superioridad numérica del enemigo no era tan importante. Si únicamente un hombre podía pasar por un estrecho corredor de piedra significaba muy poco que hubiese cientos aguardando detrás de él para pasar, o un millar. Defenderse de un hombre, por así decirlo, no era la tarea imposible que si era combatir el ataque de todo el ejército de Jagang. Cuando oyó el lejano trueno, sintió cómo retumbaba por el suelo, y echó una veloz mirada al cielo. El sol no había hecho acto de presencia en dos días y no le gustaba el aspecto de las nubes sobre las laderas de las montañas. Parecía como si les fuera a caer encima una buena tormenta. El sonido podría no haber sido un trueno. Era posible que fuese magia con la que el enemigo martilleaba los escudos que cerraban los pasos. Tales golpes no les servirían de nada, pero dificultaban el sueño; así que, aunque sólo fuera por ese motivo, seguían haciéndolo. Algunos de los hombres y oficiales que pasaban en dirección contraria la saludaron con un movimiento de cabeza, una sonrisa o un leve movimiento de la mano. Verna no vio a ninguna de las Hermanas de la Luz. Muchas estarían en los pasos, ocupándose de los escudos, asegurándose de que ninguno de los soldados de la Orden Imperial pudiese atravesarlos. Zedd les había enseñado a tener en cuenta todas las posibilidades, sin importar lo descabelladas que fuesen, y a protegerse de ellas. Día y noche, Verna repasaba cada uno de aquellos lugares mentalmente, intentando pensar si había algo que hubiesen pasado por alto, cualquier cosa que no hubiesen visto, que pudiera permitir a los ejércitos enemigos caer en tromba sobre ellos. Si eso sucedía, si conseguían abrirse paso, entonces no había nada que pudiese detener su avance al interior de D'Hara, salvo el ejército defensor, y el ejército defensor no era rival para la cantidad de hombres que había al otro lado de aquellas montañas. No se le ocurría ningún resquicio en su coraza, pero le preocupaba constantemente que pudiera existir uno. Parecía como si la batalla final pudiera tener lugar en cualquier momento. ¿Y dónde estaba Richard? La profecía decía que él era vital en la batalla para decidir el rumbo futuro de la humanidad. Puesto que daba la impresión de que muy bien podrían hallarse a sólo una batalla del fin de todo ello, de la última

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chispa de la libertad, el lord Rahl coma un riesgo muy real de perderse el momento en que era más necesario. Apenas podía creer que durante siglos la profecía predijera la existencia de aquél que los lideraría, y que, cuando el momento llegaba por fin, él estuviera lejos en otra parte. Pues sí que les estaba sirviendo de mucho la profecía. Verna conocía el corazón de Richard. Conocía el corazón de Kahlan. No era correcto dudar de ninguno de ellos, pero era Verna quien miraba a los ojos a las hordas de Jagang y a Richard no se lo encontraba por ninguna parte. Por la poca información que Verna había extraído de los mensajes de Ann en el libro de viaje, se acercaban problemas. Verna podía detectar en los escritos de Ann que la mujer estaba muy inquieta por algo. Cualquiera que fuese la causa, Ann y Nathan corrían al sur, descendiendo de nuevo a través del Viejo Mundo. Ann evitaba dar explicaciones, posiblemente no deseando agobiarlos con nada más, así que Verna no insistía. Ya tenía bastantes problemas para concebir por qué Ann se habría unido al profeta en lugar de ponerle el collar. Ann se limitaba a decir que un libro de viaje no era un buen lugar para explicar tales cosas. A pesar del buen trabajo que aquel hombre realizaba a veces, Verna consideraba a Nathan sumamente peligroso. Una tormenta eléctrica traía lluvia vivificadora, pero si tú eras el que resultaba alcanzado por su rayo, a ti eso no te servía de gran cosa. Que Ann y Nathan hicieran causa común, por así decirlo, debía de ser un indicio de las dificultades en que se encontraban todos ellos. Venia tuvo que recordarse que no todo estaba en contra de ellos, no todo era desesperado y deprimente. Al fin y al cabo, el ejército de Jagang había padecido un aplastante golpe a manos de Zedd y Adie, perdiendo una asombrosa cantidad de soldados en un instante. A causa de ello, la Orden Imperial se habla alejado de Aydindril, dejando indemne el Alcázar del Hechicero. A pesar de las manos codiciosas del Caminante de los Sueños, el Alcázar permaneció fuera de su alcance. Zedd y Adie tenían la defensa del Alcázar bajo control, así que no todo eran problemas y dificultades; existían activos valiosos del lado del Imperio d'haraniano. El Alcázar aún podría demostrarse decisivo para detener a la Orden Imperial. Verna echaba de menos al anciano mago, su consejo, su sabiduría, aunque jamás lo admitiría en voz alta. En aquel anciano podía ver dónde había obtenido Richard muchas de sus mejores cualidades. Venia se detuvo al ver a Rikka, que pasaba a grandes zancadas por delante de ella, y agarró a la mord-sith del brazo. —¿Qué sucede Prelada? —preguntó Rikka. —¿Te has enterado de qué va esto? Rikka le dirigió una mirada de perplejidad. —¿De qué va qué? El mensajero se detuvo al otro lado de la intersección de improvisadas carreteras. Pasaron caballos trotando en ambas direcciones, uno tirando de una carreta de toneles de agua. Hombres totalmente armados se cruzaron en el camino lateral. El campamento, uno de varios, rodeado por una berma defensiva, había evolucionado hasta ser una especie de ciudad, con sendas especiales a través de ella para hombres, caballos y carros. —Algo sucede —dijo Verna. —Lo siento, no he oído nada. —¿Estás ocupada? —Nada urgente. Verna sujetó con energía el brazo de Rikka. —EI general Meiffert me envió a buscar. Tal vez será mejor que vengas conmigo. De ese modo si te quiere a ti, no tendrá que enviar a nadie a buscarte. —Por mí no hay problema. —Rikka se encogió de hombros, pero su expresión se tornó suspicaz—. ¿Tienes alguna idea de lo que sucede? Sin perder de vista al mensajero que iba por delante de ella abriéndose camino en zigzag por entre hombres, tiendas, carros, caballos y puestos de reparaciones. Verna echó una veloz mirada a Rikka. —Nada de lo que esté informada. —La expresión de Verna se contrajo un poco mientras intentaba poner en palabras su intranquilo estado de ánimo—. ¿No te has despertado nunca y simplemente sentido que algo iba mal,

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pero no podías explicar por qué razón parecía que iba a ser un mal día? —Si va a ser un mal día, me ocupo de que lo sea para otra persona, y que yo sea la causa de ello. Verna sonrió para sí. —Es una lástima que no tengas el don. Serías una buena Hermana de la Luz. —Prefiero ser mord-sith y poder proteger a lord Rahl. El mensajero se detuvo. —Allí atrás. Prelada. El general Meiffert dijo que os condujera a esa tienda junto a los árboles. Verna dio las gracias al joven y marchó a través del blando suelo, con Rikka a su lado. La tienda estaba alejada de la actividad principal del campamento, en una zona más tranquila, donde los oficiales a menudo se reunían con exploradores recién llegados de sus patrullas. En la mente de Verna se agolparon las ideas, intentando imaginar con qué noticias podrían haber regresado los exploradores. No había alarma, de modo que los pasos seguían resistiendo. De haber problemas existiría un gran trajín en el campamento, pero éste parecía igual que cualquier otro día. Unos guardias vieron acercarse a Verna y se introdujeron en la tienda para anunciar su llegada. Casi al instante, el general salió de la tienda y corrió a su encuentro. Los ojos azules del hombre reflejaban una férrea determinación. Su rostro, no obstante, estaba lívido. —Vi a Rikka —explicó Verna mientras el general Meiffert inclinaba la cabeza en un apresurado saludo—. Pensé que debería traerla por si también la necesitabas. El alto y rubio d'haraniano dirigió un breve vistazo a Rikka. —Sí, magnifico. Entrad, por favor, las dos. Verna lo agarró de la manga. —¿Qué es todo esto? ¿Qué sucede? ¿Pasa alguna cosa? Los ojos del general se dirigieron hacia Rikka y luego de nuevo regresaron a Verna. —Hemos recibido un mensaje de Jagang. Rikka se inclinó hacia él, su voz adquiriendo un tono amenazador: —¿Cómo consiguió un mensajero de Jagang cruzar sin que nadie lo matara? Era práctica habitual que nadie cruzase por ningún motivo. No querían que ni una razón consiguiese pasar. No se podía saber si no sería una estratagema. —Era un carro pequeño, tirado por un único caballo. —El general ladeó la cabeza hacia Verna—. Los hombres pensaron que el vagón estaba vacío. Recordando tus instrucciones, lo dejaron pasar. Verna se sintió un tanto sorprendida de que la advertencia de Ann de dejar pasar un carro vacío hubiese resultado tan cierta. —¿Un carro llegó por sí solo? ¿Un carro vacío se condujo a sí mismo hasta aquí? —No exactamente, los hombres que lo vieron pensaron que estaba vacío. El caballo parece ser una bestia de carga que está acostumbrada a recorrer calzadas, así que avanzó lentamente por el camino tal y como le habían enseñado —El general Meiffert apretó los labios ante el desconcierto que veía en el rostro de Verna y luego dio la espalda a la tienda—. Venid, y os lo mostraré. Las condujo a la tercera tienda de la fila y sostuvo el faldón a un lado. Verna se agachó para pasar al interior, seguida por Rikka y el general. En un banco del interior habla sentada una joven novicia, Holly, con un brazo alrededor de una niña de aspecto muy asustado que no tenía más de diez años. —Pedí a Holly que se quedara con ella —musitó el general Meiffert—. Pensé que la haría sentir menos nerviosa que si las vigilaba un soldado. —Desde luego —dijo Verna—. Muy sensato por tu parte. ¿Es ella quien trajo el mensaje, entonces? El joven general asintió. —Iba sentada en la parte posterior del carro, de modo que los hombres que lo vieron acercarse al principio pensaron que estaba vacío. Verna comprendió entonces por qué un mensajero así conseguiría pasar. No era demasiado probable que los soldados fueran a matar a una criatura, y las Hermanas podían examinarla para asegurarse de que no era una amenaza. Verna se preguntó si Zedd habría tenido algo que decir sobre eso; la amenaza a menudo aparece en envoltorios sorprendentes. La Prelada se aproximó a la pareja sentada en el banco, sonriendo mientras se inclinaba. —Me llamo Verna. ¿Estás bien, jovencita? —La niña asintió—. ¿Te gustaría

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comer algo? Temblando ligeramente mientras sus enormes ojos castaños asimilaban a las personas que la miraban, la niña volvió a asentir. —Prelada —dijo Holly—, Valery ya ha ido a buscarle algo. —Ya veo —repuso Verna, manteniendo la sonrisa. Se arrodilló y palmeó con suavidad las manos que la niña tenía en el regazo para tranquilizarla. —¿Vives por aquí? Los enormes ojos castaños de la niña pestañearon, intentando evaluar el peligro que significaba el adulto que tenía delante. Se tranquilizó un poquitín ante la sonrisa de Verna y su amable caricia. —Viajando un poco más al norte, señora. —¿Y alguien te envió a vernos? Los enormes ojos castaños se llenaron de lágrimas, pero ella no lloró. —Mis padres están ahí atrás, abajo al otro lado del paso. Los soldados que hay allí los tienen. Como invitados, dijeron. Vinieron hombres y nos llevaron a su ejército. Nos hemos tenido que quedar allí durante las últimas semanas. Hoy me dijeron que llevaría una carta al otro lado del paso a las personas que hay aquí. Dijeron que si hacía lo que me decían, dejarían que mis padres y yo nos marchásemos a casa. Verna volvió a dar palmaditas a las manos de la niña. —Entiendo. Bueno, eres muy buena al ayudar a tus padres. —Sólo quiero ir a casa. —Y lo harás, pequeña. —Verna se enderezó—. Te traeremos un poco de comida, querida, para que tengas el estómago lleno antes de regresar son tus padres. La niña se puso en pie y efectuó una reverencia. —Gracias por vuestra amabilidad. ¿Puedo regresar después de comer, entonces? —Por supuesto —contestó Verna—. Iré a leer la carta que trajiste mientras tú tomas una buena comida, y luego puedes regresar con tus padres.  

Mientras volvía a sentarse en el banco, removiendo las posaderas para volver a instalarse junto a Holly, la niña no pudo evitar contemplar a la mord-sith con desconfianza. Intentando no demostrar aprensión. Verna se despidió de la pequeña con una sonrisa antes de conducir a los demás fuera de la tienda. No podía ni imaginar qué tramaba Jagang. —¿Qué dice la carta? —preguntó mientras marchaban apresuradamente a la tienda de mando. El general Meiffert se detuvo fuera de la tienda, sacando brillo con el pulgar al botón de latón de su abrigo a la vez que trababa la mirada con Verna. —Preferirla que la leyeras por ti misma, Prelada. Parle de ella está muy clara. Parte de ella, bueno, parte de ella espero que me lo puedas explicar tú. Al entrar en la tienda. Verna vio al capitán Zimmer aguardando a un lado. El oficial de mandíbula cuadrada no lucia la acostumbrada sonrisa contagiosa en su rostro. El capitán estaba al mando de las fuerzas especiales d'haranianas, un grupo de hombres cuyo trabajo era salir y pasar sus días y noches infiltrándose en territorio enemigo para matar a tantos enemigos como fuese posible. Parecía haber una provisión infinita de ellos y el capitán estaba decidido a agotarla. Los hombres del cuerpo del capitán Zimmer eran muy buenos en lo que hacían. Coleccionaban ristras de orejas que arrebataban a los enemigos que mataban. Kahlan tenía por costumbre pedirles siempre que le mostrasen su colección cada vez que regresaban. El capitán y sus hombres la echaban terriblemente de menos. Todos alzaron rápidamente la mirada al brillar un relámpago, la tormenta se acercaba. Tras un instante de silencio, el suelo tembló con el retumbar del trueno. El general Meiffert recogió un pequeño papel doblado de la mesa y se lo entregó a Verna. —Esto es lo que trajo la niña. Echando una breve ojeada a las expresiones sombrías de los dos hombres, Verna desdobló el papel y leyó la pulcra escritura. Tengo al mago Zorander y a una hechicera llamada Adie. En estos momentos soy dueño del Alcázar del Hechicero y todo lo que contiene. Mi Transponedor me entregará muy pronto a lord Rahl y a la Madre Confesora. Vuestra causa está perdida. Si os rendís ahora y abrís los pasos,

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perdonaré la vida a vuestros hombres. Si no lo hacéis, los mataré a todos. Jagang el Justo  

El brazo que sostenía el papel en sus dedos temblorosos descendió. —Querido Creador... —musitó Verna, sintiéndose mareada. Rikka le arrebató el papel de la mano y le volvió la espalda mientras lo leía. Maldijo en voz baja. —Tenemos que ir en su busca —dijo Rikka—. Tenemos que quitarle a Zedd y a Adie. El capitán Zimmer negó con la cabeza. —No existe modo de que pudiésemos lograr tal cosa. El rostro de Rikka enrojeció de cólera. —¡Me ha salvado la vida en el pasado! ¡La tuya, también! ¡Tenemos que sacarlo de allí! En contraposición a la ira de Rikka, Verna habló suavemente. —Todos sentimos lo mismo. Zedd probablemente nos ha salvado la vida a todos más de una vez. Jagang le hará todo lo peor por eso. Rikka agitó el mensaje ante sus rostros. —¿Así que sencillamente le dejaremos morir allí? ¿Dejaremos que Jagang lo mate? ¡Entraremos por la noche, o algo así! El capitán Zimmer posó la parte inferior de la palma de la mano sobro un largo cuchillo que llevaba al cinto. —Ama Rikka, si os contara que tengo a un hombre escondido en alguna parte en este campamento, en una de los cientos de miles de tiendas, ¿cuánto tiempo creéis que necesitaríais para encontrarlo? —Pero no estarán simplemente en cualquier tienda —replicó ella—. Fíjate en nosotros, aquí. Este mensaje llegó. ¿Fue simplemente a cualquier tienda elegida al azar en todo el campamento? No, fue a un lugar donde se ocupan de tales cosas. —He estado en el campamento de la Orden Imperial demasiadas veces para contarlas —dijo el capitán Zimmer a la vez, que extendía el brazo en dirección al enemigo situado al otro lado de las montañas al oeste—. No podéis ni imaginar lo grande que es su campamento. Hay millones de hombres allí. »Su campamento es un cenagal de asesinos. Es un lugar caótico. Ese desorden nos permite deslizamos en su interior, matar a algunos de ellos y salir a toda prisa. Es mejor que uno no permanezca allí demasiado tiempo. Reconocen a los forasteros, en especial a forasteros rubios. »Además, existen diferentes clases de hombres. La mayoría de los soldados son poco más que una banda de matones que Jagang suelta de vez en cuando. A ninguno de ellos se le permite ir más allá de cierto punto dentro del campamento. Los hombres que custodian las zonas de mayor seguridad no son ni con mucho tan estúpidos y holgazanes como los soldados corrientes. »Los hombres de esas zonas protegidas no son tan numerosos como los soldados corrientes, pero son profesionales bien adiestrados. Están alerta, vigilantes, y son letales. Si consiguierais traspasar ese mar de inadaptados para alcanzar la parte central, donde están las tiendas de tortura y de mando, esos soldados profesionales os tendrían en el extremo de una pica en un instante. »Ni siquiera son todos ellos iguales. El círculo exterior de esa parte central, además de tener a estos profesionales custodiándolo, es el lugar donde están las Hermanas. Éstas viven allí y a la vez usan la magia para vigilar la proximidad de intrusos. Más allá de ellos hay más círculos, empezando por los guardias de élite, y luego, finalmente, los guardias personales del emperador. Estos son hombres que han estado combatiendo con Jagang durante años. Matan a cualquiera, incluso a los oficiales de la guardia de élite, si les despiertan la menor sospecha. Si les llega siquiera la información de que alguien dice cosas despectivas sobre el emperador, localizan a estas personas y las torturan. Tras ser torturadas, si sobreviven a ello, las matan a continuación. »No digo que mis hombres y yo no estemos dispuestos a arriesgar nuestras vidas intentando sacar a Zedd de allí; lo que digo es que daríamos nuestras vidas por nada. La atmósfera en la tienda no podía haber sido de mayor desesperanza. El general gesticuló con el papel cuando Rikka se lo devolvió. —¿Alguna idea de lo que es un

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Transponedor, Prelada? Vertía sostuvo la mirada de sus ojos azules. —Un ladrón de almas. El general frunció el entrecejo. —¿Un qué? —En la gran guerra, hace tres mil años, los magos de esa época crearon armas a partir de personas. Los Caminantes de los Sueños, como Jagang. eran una de tales armas. El mejor modo en que puedo explicártelo es que un Transponedor es en ciertos aspectos parecido a un Caminante de los Sueños. Un Caminante de los Sueños puede entrar en la mente de una persona y hacerse con el control. Un Transponedor, creo, es algo así, sólo que él se apodera de tu espíritu, de tu alma. Rikka hizo una mueca. —¿Por qué? Venia alzó una mano en un gesto de contrariedad. —No lo sé realmente. Para controlar a su víctima, quizás. »Alterar a personas con el don era una antigua práctica. En ocasiones cambiaban a personas con el don mediante la magia para que sirvieran a un propósito concreto. Con Magia de Resta extraían características que no deseaban, y luego usaban Magia de Suma para añadir o aumentar una característica que sí querían. Lo que creaban eran monstruos. »En realidad no estoy muy versada en el tema. Cuando me convertí en Prelada tuve acceso a libros que no había visto nunca antes. Ahí es donde vi la alusión a los Transponedores. Los usaban para deslizarse al interior de otra persona y robarle la esencia de quien era... su espíritu, su alma. »Modificar personas de un modo tal que permita crear a esos Transponedores es un arte desaparecido hace mucho tiempo. Me temo que no sé gran cosa sobre el tema. Lo que sí recuerdo es leer que los llamados Transponedores eran sumamente peligrosos. —Un arte desaparecido hace mucho tiempo —rezongó el general, y dio la impresión de estar haciendo un gran esfuerzo para contenerse—. Esos magos de esa época crearon armas como los Transponedores, pero ¿cómo puede haberlo hecho Jagang? No es un mago. ¿Podría ser que esté mintiendo? Verna reflexionó sobre la pregunta un instante. —Tiene a personas con el don bajo su control directo. Algunas son capaces de usar magia del inframundo. Como he dicho, no sé gran cosa sobre ello, pero supongo que es posible que sea capaz de hacerlo. —¿Cómo? —exigió el general—. ¿Cómo podría Jagang hacer tales cosas? Ni siquiera es un mago. Verna entrelazó las manos ante sí. —Tiene a Hermanas de la Luz y de las Tinieblas. En teoría, supongo que tiene lo que necesita. Es un hombre que estudia la Historia. Sé por experiencia propia que valora en mucho sus libros. Posee una colección amplia y valiosa. Nathan, el profeta, estaba muy preocupado precisamente por eso, y destruyó varios volúmenes importantes antes de que pudiesen caer en poder de Jagang. »Con todo, el emperador posee muchos libros; de hecho, posee una vasta colección. Ahora que ha capturado el Alcázar, tiene acceso a bibliotecas importantes. Esos libros son peligrosos, o no habrían estado encerrados en el Alcázar del Hechicero. —Y ahora Jagang posee el control sobre ellos. El general Meiffert se pasó los dedos por los cabellos. Sujetó con fuerza el respaldo de la silla colocada ante la pequeña mesa y apoyó el peso del cuerpo en los brazos. —¿Crees que realmente tiene a Zedd y a Adie? La pregunta era una súplica. Verna tragó saliva mientras consideraba con cuidado la pregunta. Respondió honestamente, no deseando dar pie a una falsa esperanza. Desde que había leído el mensaje de Jagang, ella misma había estado buscando ese mismo hilillo de esperanza. —No creo que sea un hombre que encuentre satisfacción en jactarse de algo que en realidad no ha conseguido. Creo que debe estarnos diciendo la verdad y quiere refocilarse con su logro. El general soltó la silla y se dio la vuelta mientras reflexionaba sobre las palabras do Verna. Finalmente, hizo una pregunta aún peor. —¿Crees que nos dice la verdad sobre que ese Transponedor tiene a lord Rahl y a la Madre Confesora? ¡Crees que esta horrenda creación, ese Transponedor, se los entregará pronto a

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Jagang? Verna se preguntó si era ésa la razón del precipitado viaje de Aun y Nathan al Viejo Mundo. Verna sabía que Richard y Kahlan estaban allí abajo, en alguna parte. No podía existir un motivo más apremiante para que Ann y Nathan marcharan corriendo al sur. ¿Era posible que aquel Transponedor ya los hubiese capturado, o capturado sus almas? A Verna se le cayó el alma a los pies. Se preguntó si Ann sabía ya que el Transponedor tenía a Richard, y por eso no decía gran cosa sobre su misión. —No lo sé —respondió finalmente Verna. —Creo que Jagang acaba de cometer un error —dijo el capitán Zimmer. Verna enarcó una ceja. —¿Cómo cuál? —Acaba de revelarnos el gran número de problemas que está teniendo con los pasos. Nos acaba de decir que nuestras defensas funcionan y lo desesperado que está. Si no cruza durante esta estación, todo su ejército tendrá que aguardar otro invierno. Quiere que lo dejemos pasar. »Los inviernos d'haranianos son duros, en especial para hombres como los suyos, hombres que no están acostumbrados a estas condiciones climáticas. Vi con mis propios ojos buenas indicaciones de cuántos hombres perdió el pasado invierno. Cientos de miles de hombres murieron a causa de enfermedades. —Tiene gran cantidad de hombres —dijo el general Meiffert—. Puede permitirse bajas. Tiene un suministro constante de tropas nuevas para reemplazar a los que murieron por fiebres o enfermedad el pasado invierno. —¿Así que piensas que el capitán se equivoca? —preguntó Verna. —No, estoy de acuerdo en que a Jagang le encantaría acabar con esto; simplemente no creo que le preocupe cuántos de sus hombres mueren. Creo que está ansioso por gobernar el mundo. Paciente como acostumbra a ser, ve el final próximo, el objetivo al alcance de la mano. Somos lo único que se interpone en su camino, lo que impide que obtenga su trofeo. También sus hombres están impacientes por conseguir el botín. »Su decisión de dividir el Nuevo Mundo, primero subiendo hacia Aydindril, le ha dejado cerca de su objetivo, pero en ciertos aspectos, aún más lejos de él. Si no consigue atravesar los pasos montañosos, puede que decida iniciar una larga marcha de vuelta al sur, al valle del rio Kern, donde puede pasar al otro lado y subir al interior de D'Hara. Una vez que su ejército llegue a campo abierto allá, en el sur, no habrá forma de que podamos detenerlo. »Si no puede abrirse paso a través de los puertos de montaña ahora, eso significará una larga marcha y un gran retraso, pero acabará cogiéndonos al final. Preferiría tenernos ahora y está dispuesto a ofrecer las vidas de nuestros hombres para cerrar el trato. Verna miró al vacío. —Es un gran error intentar apaciguar al mal. —Estoy de acuerdo —dijo el general Meiffert—. Una vez que abriésemos los pasos, asesinaría hasta el último hombre. La atmósfera en el interior de la tienda era tan sombría como el ciclo en el exterior. —Creo que deberíamos enviarle una carta de respuesta —sugirió Rikka—. Creo que deberíamos decirle que no creemos que tenga a Zedd y a Adie. Si espera que lo creamos, debería demostrarlo; debería enviarnos sus cabezas. El capitán Zimmer sonrió ante la sugerencia. El general tamborileó con un dedo sobre la mesa mientras lo consideraba. —Si es como dices, Prelada, y Jagang realmente los tiene, entonces no hay nada que podamos hacer. Los matará. Después de lo que Zedd le hizo al ejército de Jagang allá en Aydindril, por no decir nada de todos los estragos que provocó a la Orden Imperial el verano pasado cuando la Madre Confesora estaba con nosotros, sé que no será una muerte fácil, pero acabará matándolos. —Entonces estás de acuerdo en que no puede hacerse nada más —dijo Verna. El general Meiffert se pasó una mano por el rostro. —Odio admitirlo, pero me temo que están perdidos. No creo que debamos dar a Jagang la satisfacción de saber lo que sentimos realmente. A Verna le dio vueltas la cabeza al imaginarse a Zedd y Adie torturados a

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manos de Jagang y sus Hermanas de las Tinieblas. Le amedrentaba pensar que las fuerzas d'haranianas perdieran a Zedd. Sencillamente no había nadie con su experiencia y conocimientos. No había nadie que pudiese reemplazado. —Escribiremos una carta a Jagang —dijo—, y le diremos que no creemos que tenga a Zedd y a Adie. —Lo único que podemos hacer —repuso Rikka— es negarle a Jagang lo que más quiere. Lo que quiere es que nos rindamos. El general Meiffert apartó la silla de la mesa, invitando a Verna a sentarse y escribir la carta. —Si a Jagang le enfurece una carta así, podría enviarnos sus cabezas. Si lo hiciese, eso les ahorraría un suplicio terrible. Es la única cosa que podemos hacer por ellos; lo mejor que podemos hacer por ellos. Verna evaluó los rostros lúgubres y no vio más que determinación sobre lo que debía hacerse. Se sentó en la silla que el general le ofrecía, extrajo el tapón del tintero, y a continuación tomó una hoja de papel de un pequeño montón que había en una caja a un lado. Mojó la pluma y contempló fijamente el papel durante un momento. intentando decidir cómo redactar la carta. Intentó imaginar lo que Kahlan escribiría. Citándose le ocurrió, se inclinó sobre la mesa y empezó a escribir. No creo que seas lo bastante competente para capturar al mago Zorander. Si lo fueses, nos enviarías su cabeza para probarlo. No me molestes más con tus lloriqueos para que te abra los pasos porque eres demasiado inepto para hacerlo tú mismo. Leyendo por encima del hombro de Venia, Rikka declaró: —Me gusta. Venia alzó los ojos hacia los demás. —¿Cómo debería firmarlo? —¿Qué haría que Jagang se sintiera más furioso... o preocupado? —preguntó el capitán Zimmer. Verna se dio golpearos en la barbilla con el extremo posterior de la pluma mientras pensaba. Entonces se le ocurrió. Empezó a escribir: La Madre Confesora.

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Richard escrutó el emplazamiento situado a lo lejos, en el amplio valle verde, buscando cualquier señal de tropas. Miró en dirección a Owen. —¿Eso es Witherton? Con las manos presionadas contra el fértil suelo del bosque de un cerro bajo, Owen se izó más cerca del borde. Estiró el cuello para ver por encima de la elevación y finalmente asintió antes de retroceder. Richard había pensado que sería un lugar mayor. —No veo ningún soldado. En la sombreada protección que ofrecían los helechos y matorrales bajos. Owen se alzó y se sacudió los húmedos restos de hojas de la camisa y los pantalones. —Los hombres de la Orden permanecen principalmente dentro de la ciudad. No tienen ningún interés en ayudar a hacer el trabajo. Se comen nuestra comida y apuestan con las cosas que le han cogido a nuestra gente. Cuando hacen eso les interesan pocas otras cosas. —Su rostro se acaloró hasta enrojecer—. Por la noche, acostumbran a reunir a algunas de nuestras mujeres. —Puesto que el motivo era más que evidente, Owen no lo expresó en palabras—. Durante el día a veces salen para comprobar lo que hace nuestra gente que trabaja en los campos, u observar para asegurarse de que regresan al atardecer. Si los soldados habían acampado en el pasado fuera de los muros de la ciudad, ya no lo hacían. Al parecer, preferían los alojamientos más confortables que había dentro de la población. Habían averiguado que aquellas personas no ofrecerían resistencia; se les podía intimidar y controlar únicamente con palabras, los hombres dé la Orden Imperial estaban seguros durmiendo entre ellos. El muro que rodeaba Witherton le impedía a Richard ver gran parte de la ciudad. Salvo lo que ofrecían los portones abiertos, no se veía gran cosa. El muro estaba construido con postes verticales no mucho más altos que un hombre. Los postes, de un grosor no mayor de un palmo, estaban fuertemente atados entre sí, en la parte superior y en la inferior. El ondulado muro serpenteaba alrededor de la ciudad, inclinado hacia dentro o hacia lucra en algunos lugares. No había baluarte, ni siquiera una zanja delante del muro. Aparte de mantener fuera a los ciervos que pastaban por allí o tal vez a algún oso vagabundo, los muros ciertamente no parecían lo bastante fuertes para resistir un ataque de los soldados de la Orden Imperial. Los soldados sin duda habían usado las puertas para entrar en la ciudad por motivos que no eran precisamente la fortaleza del muro. Abrir las puertas a los soldados de la Orden Imperial había sido una señal simbólica de sumisión. En amplias franjas del valle crecían campos de cereales junco a huertos comunales. Ramas de árboles entretejidas para formar vallas encerraban vacas. Las gallinas deambulaban a sus anchas cerca de los gallineros. Unas cuantas ovejas pastaban en la áspera hierba. Una ligera brisa transportaba los aromas a tierra fértil, flores silvestres y pastos al bosque donde Richard observaba. Era un gran alivio haber descendido por fin del paso. Había empezado a resultar difícil respiraren el aire enrarecido de las elevadas laderas. También el clima era considerablemente más cálido abajo, fuera del majestuoso puerto de montaña, aunque él seguía sintiendo frío. Richard comprobó la extensión de valle una última vez, y luego Owen y él marcharon hacia donde aguardaban los demás. Los árboles eran, en su mayoría, arces y robles, junto con grupos de abedules, pero también habla bosquecillos de altísimos árboles de hoja perenne. Los pájaros piaban desde el espeso follaje. Una ardilla encaramada en la rama de un pino les parloteó cuando pasaron. La intensa sombra bajo las espesas copas de los árboles se veía interrumpida sólo ocasionalmente por la moteada luz solar. Algunos de los hombres, asestando manotazos a insectos, se pusieron en pie precipitadamente

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cuando Richard apareció en el claro. Daba la impresión de que la zona despejada en el espeso bosque se había creado al ser alcanzado un enorme arce viejo por un rayo. El arce se partió y cayó en dos direcciones, derribando a otros árboles con él. Kahlan brincó de su asiento en el tronco del caído monarca. Betty su cola agitándose como un molinete, saludó a Richard, buscando ansiosamente que le prestara atención, o una golosina. Richard le rascó detrás de las orejas, el tipo de atención que más gustaba a la cabra. Más hombres salieron a la zona despejada. Un grupito de piceas, ninguna de las cuales llegaba más arriba del pecho, había brotado en la zona soleada creada al morir el viejo arce de un modo tan repentino y violento. Desperdigados entre Kahlan, Cara, Jennsen y Tom estaba el resto de su ejército. Cuando estaban arriba, en el paso, las palabras de Anson al decir que quería ayudar a librar a su gente de los soldados de la Orden Imperial parecían haber electrizado a los demás, y la balanza se había inclinado finalmente. Una vez que lo hizo, toda una vida de Oscuridad y duda dio paso a un ansia de vivir a la luz de la verdad. Los bandakarianos declararon todos, en un grandioso momento de determinación, que querían unirse a Richard para ser parte del Imperio d'haraniano y combatir a los soldados de la Orden Imperial para obtener la libertad. Todos habían decidido que los hombres de la Orden eran malvados y merecían la muerte, incluso aunque ellos mismos tuvieran que matarlos. Cuando Tom echó una ojeada al suelo para contemplar cómo Betty reanudaba su comida, Richard advirtió que la frente de éste estaba perlada de sudor. La misma Cara se abanicaba con un puñado de hojas grandes procedentes de un arce, Richard estaba a punto de preguntar cómo podían estar sudando cuando en un día tan fresco cuando comprendió que era el veneno lo que le hacía sentir frió. Con helado temor, recordó que la última vez que había tenido frío, el veneno casi lo había matado. Anson y otro hombre, John, se quitaron las mochilas. Eran los que planeaban introducirse secretamente mezclados con los trabajadores de los campos que regresaban al pueblo al atardecer. Una vez que se hubiesen introducido en la población, los dos hombres tenían intención de recuperar el antídoto. —Creo que sería mejor que fuese contigo —dijo Richard a Anson—. John, ¿por qué no aguardas aquí con los demás? John pareció sorprendido. —Si lo deseáis, lord Rahl, pero no hay necesidad de que vayáis. No se suponía que fuese a ser una incursión que fuera a acarrear violencia, únicamente se trataba de recuperar el antídoto. El ataque a los soldados de la Orden Imperial tendría lugar después de que el antídoto hubiese sido recuperado y hubiesen evaluado la situación. —John tiene razón —dijo Cara—. Ellos pueden hacerlo. Richard tenía dificultades para respirar. Tuvo que hacer un esfuerzo para no toser. —Lo sé. Sólo creo que sería mejor que echase yo mismo un vistazo. Cara y Kahlan intercambiaron miradas de soslayo. —Pero si entras ahí con Anson —dijo Jennsen—, no puedes llevar tu espada. —No voy a empezar una guerra. Sólo quiero echar una buena mirada al lugar. Kahlan se acercó más. —Ellos dos pueden explorar la ciudad y darte un informe. Puedes descansar. Ellos sólo estarán fuera unas pocas horas. —Lo sé, pero no creo que quiera esperar tanto tiempo. Por el modo en que ella estudió sus ojos, Richard pensó que debía de poder ver el terrible dolor que lo atenazaba. Kahlan no discutió más sobre el asunto, y asintió para mostrar su acuerdo. Richard se quitó el tahalí y el cinto de la espada, y lo deslizó todo por encima de la cabeza de Kahlan. —Toma. Te declaro Buscadora de la Verdad. Ella aceptó la espada y el honor poniendo los brazos en jarras. —Ahora haz el favor de no empezar nada mientras estáis ahí dentro. Ése no es el plan. Tú y Anson estaréis solos. Aguarda hasta que estemos todos juntos. —Lo sé. Sólo necesito conseguir el antídoto, y luego regresaremos en un santiamén.

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Además de conseguir el antídoto, Richard quería ver las fuerzas enemigas, cómo estaban colocadas y la distribución de la ciudad. Hacer que los hombres dibujaran un mapa en la tierra era una cosa, verlo por si mismo otra. Aquellos hombres no sabían cómo evaluar las potenciales amenazas. Uno de los bandakarianos se quitó su fino abrigo, y se lo tendió a Richard. —Tomad, lord Rahl, poneos esto. Hará que os parezcáis más a uno de nosotros. Asintiendo para dar las gracias, Richard se puso el abrigo. Había cambiado sus vestiduras de mago guerrero por ropas de viaje, de modo que no pensaba que fuera a desentonar con el aspecto que tenían los hombres de la ciudad de Witherton. El bandakariano era casi de la estatura de Richard, así que el abrigo le sentaba bastante bien. También ocultaba el cuchillo que llevaba al cinto. Jennsen sacudió la cabeza. —No sé, Richard. Sencillamente no pareces uno de ellos. Sigues pareciendo lord Rahl. —¿De qué hablas? —Richard extendió los brazos, bajando la vista para mirarse—. ¿Qué tiene de malo mi aspecto? —No te mantengas tan derecho —dijo ella. —Encorva los hombros e inclina la cabeza un poco —indicó Kahlan. Richard se tomó el consejo de ambas muy en serio. No había pensado en ello, pero los bandakarianos si que tendían a encorvarse una barbaridad. El no quería destacar. Tenía que fundirse con ellos si no quería provocar las sospechas de los soldados. Se inclinó un poco. —¿Qué tal? Jennsen frunció los labios. —No hay mucha diferencia. —Pero me estoy inclinando. —Lord Rahl —dijo Cara en voz queda a la vez que le dirigía una mirada significativa—, ¿recordáis cómo era andar detrás de Denna, cuando ella sujetaba la cadena del collar que llevabais al cuello? Actuad de ese modo. Richard la miró con un pestañeo. La imagen mental de la época pasada como un cautivo de una mord-sith lo golpeó igual que un manotazo. Apretó los labios, sin decir nada, y le dio la razón con un único movimiento de cabeza. El recuerdo de aquellos días desdichados era lo bastante deprimente como para que no le costase representar su papel. —Será mejor que nos pongamos en marcha —dijo Anson—. Ahora que el sol empieza a descender tras las montañas, oscurece deprisa. —Vaciló, luego volvió a hablar—: Lord Rahl, los hombres de la Orden no os conocerán; quiero decir que probablemente no se den cuenta de que no sois de nuestra ciudad. Pero nuestra gente no lleva armas, si ven ese cuchillo, sabrán que no sois de nuestra ciudad y darán la alarma. Richard se abrió el abrigo, mirando d cuchillo. —Tienes razón. Soltó el cinturón y miró la funda que sujetaba el cuchillo. Se lo entregó a Cara para que lo pusiera a buen recaudo. Richard acercó una mano a un lado de la cara de Kahlan a modo de despedida. Ella la agarró entre las suyas y depositó un veloz beso sobre el dorso de sus dedos. Las manos de la mujer parecían tan pequeñas y delicadas sujetando la de él... A menudo él le tomaba el pelo diciendo que no entendía cómo podía conseguir hacer nada con unas manos tan pequeñas. La respuesta que ella le daba era que sus manos eran de tamaño normal y perfectamente adecuadas, y que las de él simplemente eran enormes. Todos los bandakarianos advirtieron el gesto de afecto de Kahlan. A Richard no le dio apuro que lo hiciesen. Quería que supiesen que otras personas eran igual que ellos en actitudes humanas importantes. Por eso luchaban: por la oportunidad de ser humanos, de amar y valorar a los seres amados, para vivir sus vidas como querían. La luz se desvaneció rápidamente mientras Richard y Anson se abrían paso por los bosques que discurrían junto a campos de pastos. Richard quería ir a parar al lugar donde el bosque se acercaba más a los hombres que estaban fuera quitando las malas hierbas de los huertos y ocupándose de los animales. Al ser las cercanas montañas situadas al oeste tan altas, el sol desaparecía tras ellas antes de lo que sería normal, dejando el cielo convenido en una extensión de intenso verde

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azulado y el valle sumido en una curiosa penumbra dorada. Cuando por fin Anson y él alcanzaron el lugar donde abandonarían el bosque, el sol era todavía un poco excesivo, así que aguardaron un poco hasta que Richard consideró que la luz lóbrega de los campos era lo bastante débil para ocultarlos. La ciudad se bailaba a cierta distancia y, puesto que Richard no consiguió distinguir a ningún hombre fuera de las puertas, razonó que si había soldados observando, entonces ellos tampoco podían serlo. Mientras recorrían rápidamente el campo de pastos, permaneciendo agachados y fuera de la vista. Anson señaló con el dedo. —Allí, esos hombres que regresan a la ciudad, deberíamos seguirlos. Richard le respondió en voz baja: —De acuerdo, pero no lo olvides, no queremos alcanzarlos o podrían reconocerle y armar un alboroto. Dejemos que permanezcan a una buena distancia por delante de nosotros. Cuando alcanzaron los muros de la ciudad, Richard vio que las puertas no eran más que dos secciones del muro de estacas. Se habían atado oblicuamente un par de postes no mis grandes que la muñeca de Richard para hacer más rígidas esas dos secciones y convertirlas en puertas. Las sogas que ataban entre sí los postes actuaban de bisagras. Las secciones simplemente se alzaban y giraban a un lado para abrirlas o cerrarlas. No era ni con mocho una fortificación segura. A la mortecina luz del crepúsculo, los dos guardias que daban vueltas justo en el interior de la entrada y vigilaban el regreso de los trabajadores en realidad no podían ver gran cosa. Para los guardias, Richard y Anson parecerían dos labriegos más. La Orden comprendía el valor de los trabajadores; necesitaban esclavos para hacer el trabajo y que los soldados pudieran comer. Richard encorvó los hombros e inclinó la cabeza mientras andaba. Recordó aquella época terrible como prisionero cuando, llevando un collar, andaba detrás de Denna, carente de toda esperanza de volver a ser libre. Pensando en aquel tiempo inhumano, cruzó las puertas arrastrando los pies. Los guardias no le prestaron la menor atención. Justo cuando ya casi hablan dejado atrás a los guardias, el que estaba más cerca alargó el brazo y agarró a Anson de la manga, haciéndole girar hacia atrás. —Quiero huevos —dijo el joven soldado—. Dame algunos de los huevos que has recogido. Anson se quedó inmóvil, con los ojos abiertos de par en par, sin saber qué hacer. Parecía absurdo que a aquellos dos jóvenes se les permitiera servir a su causa actuando como matones. Richard fue a colocarse junto a Anson y habló rápidamente, recordando cómo inclinar la cabeza de modo que su cuerpo no se alzara amenazador por encima del hombre. —No tenemos huevos, señor. Estábamos quitando las malo hierbas de los campos de judías. Os traeremos huevos mañana, si queréis. Richard alzó la mirada justo cuando el guardia le asestaba un revés, derribándolo de espaldas, cuan largo era, contra el suelo. Inmediatamente controló su cólera. Limpiándose la sangre de la boca, decidió permanecer donde estaba. —Él tiene razón —dijo Anson, atrayendo la atención del guardia—. Estábamos quitando las malas hierbas a las judías. Si lo deseáis, os traeremos huevos mañana... tantos como queráis. El guardia les soltó un taco y marchó con paso arrogante, llevándose a su compañero con él. Se dirigieron a una construcción cercana, larga y baja con una antorcha atada a un poste en el exterior de una puerta baja. Bajo la oscilante luz de aquella antorcha, Richard no pudo distinguir qué era el lugar, pero parecía ser un edificio enterrado en parte en el suelo, de modo que el alero se hallaba a la altura de los ojos. Una vez que los dos soldados estuvieron a una distancia segura, Anson ofreció una mano a Richard para ayudarlo a incorporarse. Richard no creía que lo hubiesen golpeado tan fuerte, pero la cabeza le daba vueltas. Cuando se pusieron en marcha, desde el interior de las entradas y al otro lado de las oscuras esquinas se asomaron

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rostros para observarlos. Cuando Richard miró en su dirección, la gente se apresuró a esconderse otra vez. —Saben que no eres de aquí —susurró Ancón. Richard no se fió de que alguna de aquellas personas no fuera a avisar a los guardias. —Démonos prisa y cojamos lo que vinimos a buscar. Anson asintió y condujo a toda prisa a Richard por una calle estrecha con lo que no parecían más que chozas apiñadas a ambos lados. La única antorcha que ardía fuera del largo edificio al que habían ido los soldados proporcionaba poca luz calle adelante. La ciudad, al menos lo que Richard podía ver de ella en la oscuridad, era un lugar de aspecto más bien zarrapastroso. De hecho, él la habría llamado aldea. Muchas de las construcciones parecían ser alojamientos para animales, no personas. Únicamente en raras ocasiones salía alguna luz de cualquiera de los achaparrados edificios, y parecía proceder de velas. Al final de la calle, Richard siguió a Anson a través de una pequeña puerta lateral que daba al interior de un edificio más grande. Las vacas del interior mugieron ante la intrusión, las ovejas se removieron en sus corrales. Unas cuantas cabras en otros corrales balaron. Richard y Anson se detuvieron para dejar que los animales se tranquilizaran antes de atravesar el establo en dirección a una escala de mano situada a un lado. Richard siguió a Anson cuando éste trepó rápidamente a un pequeño pajar. Al final del pajar, Anson alargó la mano por encima de una viga baja, en el punto donde se unía a la pared. —Aquí está —dijo mientras hacia una mueca, estirando el brazo arriba al interior del escondite. Salió con un botellín cuadrado y se lo entregó a Richard. —Esto es el antídoto. Daos prisa y bebedlo. Luego nos marcharemos de aquí. La enorme puerta se abrió con un portazo. Incluso a pesar de estar oscuro en el exterior, la antorcha del final de la calle proporcionaba justo la luz suficiente pata perfilar la amplia figura de un hombre de pie en la entrada. Por su porte, tenía que ser un soldado. Richard quitó el tapón del botellín. El antídoto tenía un leve aroma a canela. Se lo bebió rápidamente, sin apenas advenir su sabor dulce y a especias. No apartó ni un momento los ojos del hombre de la entrada. —¿Quién anda ahí? —rugió el recién llegado. —Señor —gritó abajo Richard—, sólo estoy cogiendo un poco de heno para los animales. —¿En la oscuridad? ¿Qué tramas? Baja aquí ahora mismo. Richard apretó una mano contra el pecho de Anson y lo empujó atrás a la oscuridad. —Sí, señor. Ya bajo —gritó Richard al soldado mientras descendía a toda prisa por la escala. Al pie de la escalera, se dio la vuelta y vio al hombre que iba hacia él. Richard introdujo la mano bajo el abrigo que llevaba en busca del cuchillo, y entonces recordó que no tenía su cuchillo. El soldado seguía recortado contra la puerta abierta del establo. Richard estaba en la oscuridad y el hombre probablemente no podía verlo. Se apartó sin hacer ruido de la escalera de mano. Cuando el soldado pasó cerca de él. Richard fue a colocarse detrás y alargó la mano hacia el costado del hombre, yendo a por el cuchillo envainado tras el hacha que le colgaba del cinto. Richard sacó el cuchillo con delicadeza justo cuando el hombre se detenía y miraba escalera arriba al pajar. Mientras el miraba arriba, Richard le agarró un puñado de cabellos con una mano y pasó la otra por delante, rebanándole la garganta antes de que este adviniera lo que sucedía. Richard sujetó al hombre mientras el soldado forcejeaba, un húmedo borboteo era el único sonido que surgía de él. El hombre alargó el brazo hacia atrás, intentando agarrar a Richard por un instante antes de que sus movimientos perdieran fuerza y se quedara inerte. —Anson —susurró Richard escalera arriba mientras dejaba que el soldado resbalara al suelo—, vamos. Marchémonos. Anson descendió a toda prisa por la escalera de mano. Se detuvo cuando llegó abajo y, al girar, vio la forma oscura del hombre muerto despatarrada en el cuelo. —¿Qué ha pasado?

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Richard alzó los ojos mientras seguía desabrochando el cinto con las almas del soldado. —Lo he matado. —Ah. Richard entregó el cuchillo, dentro de su funda, a Anson. —Aquí tienes. Ahora posees un arma de verdad... un cuchillo largo. Richard hizo rodar a un lado el cuerpo del soldado muerto para acabar de extraer el cinturón de debajo del hombre. Mientras lo soltaba de un tirón, oyó un ruido y se volvió justo a tiempo de ver a otro soldado que corría hacia ellos. Anson hundió el largo cuchillo hasta la empuñadura en el pecho del hombre. El soldado se tambaleó hacia atrás. Richard se incorporó de un salto, llevando el cinto de las armas con él. El soldado dio boqueadas mientras aferraba el mango del cuchillo. Cayó pesadamente de rodillas, arañando el aire sobre su cabeza con una mano mientras se balanceaba. Con un último jadeo, cayó de lado. Anson se quedó contemplando fijamente al hombre caído, hecho un ovillo, al cuchillo que le sobresalía del pecho. Se inclinó, entonces, y extrajo su nuevo cuchillo. —¿Te encuentras bien? —susurró Richard cuando Anson se irguió. Anson asintió. —Reconozco a este hombre. Lo llamábamos la Comadreja. Merecía morir. Richard dio una suave palmadita a su compañero detrás del hombro. —Lo has hecho muy bien. Ahora, salgamos de aquí. Mientras volvían a recorrer la calle en sentido contrario, Richard pidió a Anson que aguardara mientras él comprobaba callejones y zonas entre edificios bajos, buscando soldados. Cuando era guía, Richard a menudo había explorado de noche. En la oscuridad se hallaba en su elemento. La ciudad era mucho más pequeña de lo que había esperado. También estaba mucho menos organizada de lo que pensaba. Las calles que recorrían la arbitraria ciudad, si es que se les podía llamar calles, eran en la mayoría de los casos poco más que senderos entre grupos de edificios pequeños de una sola estancia. Sólo había una calzada que cruzaba la ciudad, que conducía de vuelta al establo donde habían recuperado el antídoto y tropezado con los dos soldados, que fuese lo bastante ancha para dejar pasar un carro. Su búsqueda no reveló patrullas de soldados. —¿Sabes si todos los hombres de la Orden se alojan juntos? —preguntó Richard cuando regresó junto a Anson, que aguardaba en las sombras. —Por la noche duermen donde dormíamos nosotros, junto al lugar por donde entramos. —¿Te refieres a aquel edificio bajo donde entraron los primeros dos soldados? —Así es. Ahí es donde la mayoría de las personas acostumbraba a reunirse por la noche, pero ahora los hombres de la Orden lo usan para ellos. Richard miró al hombre con el entrecejo fruncido. —¿Quieres decir que todos vosotros dormíais juntos? Anson sonó levemente sorprendido por la pregunta. —Sí, permanecíamos juntos siempre que era posible. Muchas personas tenían una casa donde podían trabajar, comer y guardar pertenencias, pero raras veces dormían en ellas. Por lo general dormíamos todos en las casas dormitorio, donde nos reuníamos para charlar sobre las cosas del día. Todas las personas querían estar juntas. En ocasiones la gente dormía en otro lugar, pero la mayoría de las veces dormíamos allí juntos, de modo que todos nos pudiésemos sentir a salvo. —¿Y todos simplemente... se acostaban juntos? Anson desvió la mirada. —Las parejas a menudo dormían aparte de los demás, bajo una única manta, pero seguían estando junto a nuestra gente. En la oscuridad, no obstante, nadie podía verlos... allí juntos, bajo una manta. A Richard le costó imaginar tal modo de vida. —¿toda la ciudad cabía en ese edificio dormitorio? ¿Había espacio suficiente? —No, éramos demasiados para dormir todos en una casa dormitorio. Hay dos. —Anson señaló con el dedo—. Hay otra en el extremo opuesto de la que viste. —Vayamos a echar un vistazo. Avanzaron deprisa de vuelta hacia las puertas de la ciudad, por así llamarlas, y en dirección a las casas dormitorio. La oscura calle estaba vacía. Richard no vio a nadie en los senderos entre edificios. Aquellas

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personas que quedaban en la población al parecerse habían ido a dormir o temían salir a la oscuridad. Una puerta en una de las casas pequeñas se abrió un resquicio, como si alguien atisbara fuera. La puerta se abrió más y una figura delgada corrió como una exhalación hacia ellos. —¡Anson! —dijo una voz en un susurro. Era un muchacho, apenas un adolescente. Cayó de rodillas y aferró el brazo de Anson, besándole la mano lleno de alegría al verle. —¡Anson, me alegro tanto de que estés en casa! Te hemos echado tanto en falta. Temíamos por ti..., temíamos que te hubiesen asesinado. Anson agarró al muchacho por la camisa y tiró de él para ponerle en pie. —Bernie, estoy bien y me alegro de verte bien, pero debes volver a entrar. Los soldados te verán. Si te pillan fuera... —Por favor, Anson, ven a dormir a nuestra casa. Estamos tan solos y asustados... —¿Quiénes sois? —Sólo yo y mi abuelo, ahora. Por favor entra y quédate con nosotros. —No puedo. Tal vez, en otra ocasión. El muchacho alzó los ojos hacia Richard, entonces, y al ver que no lo reconocía se encogió asustado. —Éste es un amigo mío, Bernie... de otra ciudad. —Anson se acuclilló junto al muchacho—. Por favor, Bernie, regresaré, pero debes regresar dentro y quedarte ahí esta noche. No salgas. Tememos que pudiera haber problemas. Quédate dentro. Cuenta a tu abuelo lo que te he dicho, ¿lo harás? Bernie accedió por fin y corrió de vuelta al interior de la oscura entrada. Richard estaba ansioso por abandonar la ciudad antes de que nadie más saliera a presentar sus respetos. Si Anson y él no tenían cuidado, acabarían por llamar la atención de los soldados. Avanzaron deprisa el resto del camino, valiéndose de los edificios para no ser vistos. Apretándose contra el costado de uno en el inicio de la calle, Richard atisbó por la esquina para observar la achaparrada casa dormitorio de adobe y cañas. La puerta estaba abierta, dejando que una luz tenue se derramara fuera. —¿Ahí dentro? —susurró Richard—. ¿Todos dormíais ahí dentro? —Sí, ésa es una de las casas dormitorio, y al otro lado está la otra. Richard meditó un instante. —¿Sobre qué dormíais? —Heno. Por lo general colocábamos mantas encima. Cambiábamos el heno a menudo para mantenerlo fresco, pero estos hombres no se molestan en hacerlo. Duermen como animales sobre heno polvoriento. Richard miró al exterior a través de los portones abiertos, en dirección a los campos. Miró atrás, a la casa dormitorio. —¿Y ahora los soldados duermen todos ahí dentro? —Sí. Nos quitaron la casa dormitorio. Dijeron que sería su cuartel. Ahora nuestra gente... los que siguen vivos... deben dormir donde puedan. Richard hizo que Anson se quedara allí quieto mientras él se escabullía entre las sombras, fuera de la luz de la antorcha, para inspeccionar la zona situada más allá del primer edificio. La segunda construcción larga también tenía soldados dentro que reían y charlaban. Había más hombres de los se necesitaban para custodiar un lugar tan pequeño, pero Witherton era la puerta de acceso a Bandakar... y la puerta de salida. —Vamos —dijo Richard cuando regresó junto a Anson—, regresemos con los demás. Tengo una idea. Mientras se encaminaban a las puertas, Richard alzó los ojos, como hacía a menudo, para comprobar el cielo estrellado en busca de alguna señal de criaturas de puntas negras. Vio en su lugar que los postes situados a cada lado de las puertas sostenían sendos colgados de los tobillos. Cuando Anson los vio, se detuvo, paralizado por el horror de aquella visión. Richard le posó una mano sobre el hombro y se inclinó hacia él. —¿Te encuentras bien? Anson negó con la cabeza. —No, pero estaré mejor cuando los hombres que vienen a nosotros y hacen tales cosas estén muertos.

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Richard no sabía si el antídoto debía hacerle sentir mejor pero, sí así era, no había hecho su efecto aún. Mientras atravesaban sigilosamente los campos negros como la boca del lobo, el pecho le dolía con cada bocanada de aire que tomaba. Se detuvo y cerró los ojos brevemente para superar la jaqueca que le producía el don. Nada deseaba más que tumbarse, pero no había tiempo para eso. Todo el mundo volvió a ponerse en marcha cuando él lo hizo, avanzando silenciosamente por los campos situados fuera de Witherton. Al menos, le producía una sensación agradable haber recuperado la espada. Incluso aunque lo asustara la idea de tener que desenvainarla, por miedo a descubrir que la magia del arma ya no estaba allí. Una vez que recuperaran las otras dos botellas de antídoto y se hubiese librado del veneno, entonces tal vez conseguirían regresar junto a Nicci para que ella pudiese ayudado a ocuparse de su don. Intentó no preocuparse por si una hechicera podía ayudar a un mago una vez que el don de éste se había descontrolado, como había sucedido con el suyo. Nicci tenía una vasta experiencia. En cuanto llegara junto a ella, podría ayudarlo. Incluso aunque ella no pudiese, se sentía seguro de que al menos sabría, qué tenía que hacer el para obtener la ayuda que necesitaba. Al fin y al cabo, en el pasado fue una Hermana de la Luz; la finalidad de las Hermanas de la Luz había sido ayudar a aquellos que tenían el don a controlarlo. —Creo que veo el muro exterior —dijo Kahlan en voz queda. —Sí, ése es el lugar. —Richard señaló con un dedo—. Ahí está la puerta. ¿la ves? —Eso creo —respondió ella con un susurro. Era una noche oscura, sin luna. En tanto que los demás tuvieron dificultades para ver gran cosa mientras se abrían paso a través de la oscuridad, a Richard le complacía que la noche fuese así. La luz de las estrellas le bastaba para ver, pero no creía que fuese suficiente para proporcionar a los soldados la menor ayuda para que los vieran. A medida que se arrastraban más cerca, la casa dormitorio quedó visible a través de las puertas abiertas. La antorcha todavía ardía frente a la puerta del edificio donde dormían los soldados. Richard hizo señas a todo el mundo para que se reunieran a su alrededor. Todas se agacharon mucho. Agarró el hombro de la camisa de Anson y tiró para acercarlo más a él, luego hizo lo mismo con Owen. Ambos empuñaban ahora hachas de guerra. Anson también llevaba el cuchillo que se había ganado. El resto de los hombres llevaba las armas que habían ayudado a terminar de fabricar. Cuando Richard y Anson habían regresado al claro del bosque, Anson había contado a sus amigos todo lo sucedido. Cuando dijo que había matado al hombre apodado la Comadreja, Richard contuvo el aliento, sin saber exactamente cómo reaccionarían los demás al escuchar que uno de los suyos habla matado a un hombre. Hubo un breve momento de atónito silencio, y luego un júbilo espontáneo ante la hazaña. Todos los bandakarianos quisieran estrechar la mano de Anson para felicitarlo, para decirle lo orgullosos que estaban. En aquel momento, cualquier duda que Richard albergara aún se desvaneció. Permitió que lo celebraran brevemente mientras él aguantaba a que la noche fuera más oscura. Aquella noche Witherton obtuvo su libertad. Richard paseó la mirada por todas las oscuras figuras. —Muy bien, ahora, recordad todas las cosas que os hemos dicho. Debéis permanecer en silencio y sostener las puertas mientras Anson y Owen cortan la soga por donde hace de bisagra. Tened cuidado de no dejar caer las puertas una vez que las cuerdas estén cortadas. Bajo la débil luz de las estrellas Richard distinguió apenas a los hombres asintiendo. Comprobó el cielo, buscando cualquier señal de las criaturas de puntas negras. No vio ninguna. No habían visto a las criaturas desde hacía

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mucho tiempo. Parecía que el truco de ir por los bosques justo antes de que cambiaran su esperada ruta y haber permanecido ocultos había funcionado. Era posible que hubiesen conseguido escabullirse de la vigilancia de Nicholas el Transponedor. Richard apretó la mano de Kahlan y luego marchó en dirección a la abertura en el muro de la ciudad. Cara se agazapó pegada a su otro lado. Tom cerraba la marcha, junto con Jennsen, para asegurarse de que no aparecían sorpresas por la retaguardia. Habían dejado a Betty no tan sólo atada, sino confinada en un improvisado corral para que no fuera tras ellos y los delatara en el momento menos oportuno. El animal se había mostrado inusitadamente consternado al ver que lo dejaban atrás, pero con vidas en juego no podían arriesgarse a que la cabra de Jennsen causara problemas. Ya se sentiría más que feliz cuando regresaran. Una vez que alcanzaron los campos cercanos a las puertas de la ciudad. Richard hizo una seña a todo el mundo para que se tumbara sobre el suelo y permaneciera donde estaba. Junto con Tom, Richard se acercó a las puertas, manteniéndose a cubierto, a la sombra de la pared. Había un soldado, paseando lentamente en su solitaria guardia nocturna. No estaba siendo muy cuidadoso, o no estaría llevando a cabo tal guardia a la luz de la antorcha. Cuando el soldado giró para alejarse de ellos, Tom se deslizó detrás del hombre y lo silenció con rapidez. Mientras Tom arrastraba el cadáver a través de las puertas para ocultarlo en la oscuridad del exterior del muro. Richard cruzó las puertas, permaneciendo en las sombras y lejos de la antorcha que ardía fuera de la casa dormitorio, la puerta de la construcción permanecía abierta, pero de su interior no salía ninguna luz ni ningún sonido. Tan entrada la noche, los soldados tenían que estar dormidos. Dejó atrás el primer edificio para pasar al segundo, y allí tropezó con el segundo guardia. Rápidamente, sin hacer ruido, Richard agarró al hombre y lo degolló, sujetándolo con fuerza mientras forcejeaba. Cuando finalmente se quedó inerte, Richard lo depositó en la oscuridad, al pie de la segunda casa dormitorio, tras una esquina a la que no llegaba la luz de la antorcha. A lo lejos, los bandakairanos ya habían salido corriendo hacia las puertas, sosteniéndolas en pie mientras Anson y Owen se ocupaban con rapidez de cortar las cuerdas que actuaban como bisagras. En unos instantes, ambas secciones de la puerta quedaron libres. Richard oyó los quedos gruñidos esforzados mientras los dos equipos movían a pulso las pesadas puertas. Jennsen entregó a Richard el arco, la cuerda colocada ya, y luego le entregó una de las flechas especiales, manteniendo el resto listas para él. Kahlan se deslizó sigilosamente hasta la antorcha del poste situado en el exterior del primer edificio y encendió varias antorchas pequeñas, entregando cada una a los hombres. Se guardó una para ella. Richard encajó la flecha y luego miró a su alrededor, a los rostros que parecían flotar ante él en la vacilante luz de las antorchas. En respuesta a la pregunta no formulada, todos asintieron. Comprobó cómo les iba a los hombres que mantenían en equilibrio las puertas y vio que asentían. Con el arco en una mano, y el puño sujetando la flecha, Richard hizo señales a sus hombres, para que se pusieran en movimiento. Lo que había sido una aproximación lenta y cuidadosa desde el bosque hasta el interior de la ciudad se transformó de improvisa en una carga a toda velocidad. Richard sostuvo la punta de la flecha encajada en el arco en la llama de la antorcha que Kahlan sostenía para él. En cuanto ardió, corrió a la puerta abierta de la casa dormitorio, se inclinó al interior de la oscuridad y disparó la flecha. Mientras recorría toda la longitud del edificio, la llameante flecha iluminó una hilera tras otra de hombres durmiendo sobre el lecho de paja. La flecha aterrizó en el otro extremo, prendiendo llamas por la paja. Unas pocas cabezas se alzaron ante el confuso espectáculo. Jennsen entregó otra a Richard. Este

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tensó inmediatamente la cuerda contra la mejilla y la flecha salió disparada hacia la parte central del interior. Mientras Richard se apartaba del umbral, dos bandakarianos con antorchas que rezumaban llameantes gotas de brea, lanzaron éstas dentro. Las antorchas sisearon al volar por el aire, aterrizando en medio de los soldados dormidos, para rebotar y rodar por la paja, encendiendo una cortina de llamas. En cuestión de segundos, la primera casa dormitorio estaba en llamas de un extremo al otro. El fuego más importante, de un modo deliberado, era el provocado por las antorchas cargadas de brea, en el extremo del edificio más próximo a la puerta. Del interior surgieron gritos de confusión, ahogados por las gruesas paredes. Los soldados que dormían se incorporaron a toda prisa. Richard comprobó que los hombres que sujetaban las pesadas puertas iban hacia allí; entonces rodeó la casa dormitorio en dirección al segundo edificio. Jennsen, que lo seguía justo detrás, le entregó una flecha, las llamas que rodeaban la punta envuelta en tela empapada en petróleo emitían un sonido zumbante. Uno de sus hombres sacó la antorcha del soporte del exterior del edificio donde el guardia eliminado por Richard había estado patrullando. Richard se inclinó al interior de la entrada encontrándose con un hombretón que se abalanzaba sobre él. Richard asestó una patada en pleno pecho al hombre, empujándolo hacía atrás. Richard tensó la cuerda del arco y disparó la llameante flecha. Al iluminar el interior en su vuelo por el edificio, Richard pudo ver que algunos de los hombres se habían despertado y se levantaban. Al girarse para tomar la segunda flecha llameante de las manos de Jennsen, vio que brotaba humo del primer edificio. En cuanto se acercó la cuerda a la mejilla y soltó la segunda flecha, se inclinó hacia atrás y sus hombres arrojaron las antorchas dentro. Una antorcha volvió a salir por la puerta. Había rebotado en el pecho de un soldado que corría hacia la entrada para averiguar qué sucedía. La brea de la antorcha prendió en su barba grasienta y el hombre profirió un alarido espelúzname. Richard volvió a lanzarlo dentro de una patada. En un instante, docenas de soldados corrían hacia la puerta, no sólo para escapar del edificio incendiado sino para responder al ataque. Richard vio un centelleo de armas al ser desenvainadas. Se aparcó de un salto de la entrada mientras los bandakarianos que transportaban la pesada sección de puerta llegaban corriendo. Giraron la puerta de costado y la incrustaron bajo el alero, pero antes de que pudieran bajar el extremo inferior para encajarlo contra el suelo, el peso de los soldados que rugían dentro se estrelló contra el trozo de puerta y lo empujó hacia atrás. Los hombres que lo transportaban retrocedieron. El peso de la puerta los derribó al suelo. De improviso, por la puerta empezaron a salir soldados en tropel. Los hombres de Richard estaban preparados y cayeron sobre ellos, hundiendo las armas de madera en los blandos vientres y partiendo los mangos a medida que un hombre tras otro surgía por la puerta. De pie a un lado de la entrada, otros usaban sus mazas para partir los cráneos de los soldados que salían. Cuando un soldado salió con la espada alzada, el bandakariano situado a un lado le asestó un garrotazo en el brazo en tanto que otro le hundía una estaca de madera bajo las costillas. Cuantos más soldados caían en la entrada, más lentos iban los que querían salir y con más facilidad se les podía eliminar. Los soldados se quedaban tan atónitos al ver pelear a aquellas personas que en algunos casos se defendían sólo fútilmente. Cuando un soldado brincó por encima de los cuerpos de la entrada y alzó una espada, un hombre le saltó a la espalda y le sujetó el brazo mientras otro lo apuñalaba. Otro, quitando órdenes, se abalanzó sobre Jennsen y acabó con una saeta clavada en el rostro. Unos pocos soldados escaparon del edificio en llamas y consiguieron pasar junto a Richard, pero se dieron de bruces con el agiel de Cara. Sus alaridos, peores

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que los gritos de los hombres que se quemaban, atrajeron brevemente las miradas de todos los componentes de ambos bandos de la batalla. Cuchillos y espadas caídos fueron recogidos por los hombres de la ciudad y vueltos en contra de los soldados de la Orden Imperial. Richard disparó una flecha al centro del pecho de uno que salía del humo que surgía por la puerta. Mientras éste caía, una segunda flecha derribó al que iba detrás de él. A medida que más soldados se precipitaban fuera, estos caían sobre los cuerpos apilados alrededor de la entrada y eran eliminados a hachazos con las hachas, o apuñalados. Puesto que sólo podían salir de uno en uno, los soldados no podían organizar un ataque coordinado, pero los que aguardaban fuera sí. Mientras los hombres de Richard rechazaban a aquellos que forcejeaban para salir del edificio en llamas, otros hombres corrieron a ayudar a alzar la puerta de modo que los que estaban debajo pudieran levantarse y hacerse con el control de ésta. Una vez alzada la puerta, los hombres le dieron la vuelta y, con un grito de esfuerzo conjunto, corrieron con ella hacia el edificio. Empujaron la parte superior hacia arriba bajo el alero, primero, pero cuando bajaron el borde inferior, los cuerpos apilados en la entrada les impidieron colocar la parte baja en el suelo de modo que pudieran encajarla para que no se moviese. Richard gritó órdenes. Algunos de los bandakarianos se acercaron corriendo y agarraron un brazo o una pierna de un muerto y arrastraron el cuerpo a un lado de modo que los demás pudiesen por fin depositar la parre baja de la puerta contra el edificio para cerrar la abertura. Un hombre del interior se abrió paso justo antes de que tuvieran el portón en su lugar, pero el peso de la puerta lo inmovilizó contra el edificio. Owen se inclinó al frente y con una espada que había recogido le asestó una decisiva estocada en la garganta. Mientras los del interior aporreaban la puerta que tapaba la entrada y arrojaban su peso contra ella, los del exterior se amontonaron a su alrededor para empujarla hacia abajo y mantenerla en su lugar. Otros se arrodillaron y hundieron estacas en el suelo para bloquear la puerta. Detrás, cintas de fuego se filtraban por debajo del alero del primer edificio y saltaban al cielo nocturno. El tejado del edificio se encendió todo él de golpe, sumergiendo toda la casa dormitorio en un mar de chispas y llamas. Los alaridos de los soldados que se quemaban vivos hendieron la noche. Las oleadas de calor procedentes de la enorme hoguera a medida que el primer edificio era consumido por las llamas empezaron a transportar el fuerte aroma a carne asada. Ello recordó a Richard que, por las muertes que llevaba a cabo, su don exigía el contrapeso de no comer carne. Tras todas las muertes de esa noche, puesto que su don ya se estaba descontrolando, tendría que cenar aún más cuidado para evitar comer cualquier clase de carne. La cabeza le dolía ya tanto que tenía problemas para enfocar la vista; no podía permitirte hacer nada que desequilibrara más su don. Si no tenía cuidado, el veneno no sería lo primero en matarle. Un espeso humo negro se alzaba en el exterior desde los bordes de la puerta que tapaba la entrada a la segunda casa dormitorio. Alaridos y súplicas salían del interior. Los hombres de la ciudad retrocedieron, observando, mientras el humo empezaba a ascender ondulante desde debajo del alerón. La batalla parecía haber finalizado tan rápido como había empezado. Nadie habló mientras permanecían inmóviles bajo el fuerte resplandor de los colosales fuegos, las llamas devoraron el segundo edificio. Con un potente rugido, el fuego lo envolvió por completo. El calor hizo retroceder a todo el mundo lejos de las dos casas dormitorio. Mientras se apartaban de los edificios en llamas, se encontraron con el resto de los habitantes de la ciudad, todos congregados en las sombras, observando en anonadado silencio. Uno de los de más edad dio un paso al frente. —Portavoz

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Owen, ¿qué es esto? ¿Habéis cometido violencia? Owen se apartó de los suyos para ir a colocarse delante de las gentes de su ciudad. Alargó un brazo hacia atrás, señalando en dirección a Richard. —Éste es lord Rahl, del Imperio d'haraniano. Fui en su busca para que nos ayudara a ser libres. Tenemos mucho que contaros, pero por ahora debéis saber que esta noche, por primera vez en muchas estaciones, nuestra ciudad es libre. »Sí, hemos ayudado a lord Rahl a matar a los hombres malvados que nos han aterrorizado. Hemos vengado las muertes de nuestros seres queridos. Ya no volveremos a ser víctimas. ¡Seremos libres! De pie en silencio, la gente sólo parecía capaz de mirarlo fijamente. Muchos parecían confundidos. Algunos se mostraban discretamente alborozados, pero la mayoría simplemente parecían aturdidos. El muchacho, Bernie, se acercó corriendo a Anson, levantando la vista para mirarlo con atención, asombrado. —Anson, ¿tú y los demás nos habéis liberado? ¿De veras? —Sí. —Posó una mano sobre el hombro de Bernie—. Nuestra ciudad es ahora libre. —Gracias. —Una amplia sonrisa apareció en su rostro mientras se volvía hacia los habitantes de la ciudad—. ¡Estamos libres de los asesinos! Una aclamación repentina y espontánea se elevó en la noche, ahogando el sonido de las chisporroteantes llamas. La gente se apelotonó alrededor de aquellos hombres que no habían visto en meses, tocándolos, abrazándolos, haciéndoles preguntas. Richard tomó la mano de Kahlan mientras retrocedía, para reunirse con Cara, Jennsen y Tom. Aquellas personas que estaban tan en contra de la violencia, que vivían evitando la verdad de lo que provocaban sus creencias, disfrutaban en aquellos momentos de la llorosa dicha de lo que realmente significaba verse libre del terror y la violencia. La gente poco a poco abandonó a sus camaradas para acercarse y mirar a Richard y a aquellos que estaban a su lado. Kahlan y él sonrieron ante la evidente dicha de aquellas gentes. Éstas se congregaron ante él, sonriendo, mirando con asombro, como si Richard y los que lo acompañaban fueran criaturas extrañas. Bernie se había asido al brazo de Anson. Otros tenían al resto de los hombres firmemente abrazados. Uno a uno, no obstante, los hombres empezaron a desasirse de modo que pudieran colocarse detrás de Richard y Kahlan. —Nos sentimos tan felices de que estéis en casa, ahora —decían aquellas personas a los hombres—. Os tenemos de vuelta, por fin. —Ahora volvemos a estar todos juntos —dijo Bernie. —No nos podemos quedar —le contestó Anson. Todo el mundo se quedó en silencio. Bernie, como muchos de los otros, pareció desconsolado. —¿Qué? El zumbido de cuchicheos preocupados se esparció por la multitud. Todo el mundo se sentía conmocionado por la noticia de que no iban a quedarse. Owen alzó una mano para que lo escucharan, Cuando callaron, explicó: —El pueblo de Bandakar sigue estando bajo el cruel poder de los hombres de la Orden. Del mismo modo en que vosotros habéis quedado libres esta noche, también debe el resto del pueblo de Bandakar quedar libre. »Lord Rahl y su esposa, la Madre Confesora, así como su amiga y protectora Cara, su hermana Jennsen y Tom, otro amigo y protector, han accedido, todos ellos, a ayudarnos. No pueden hacerlo solos. Debemos ser parte de ello, puesto que ésta es nuestra tierra, pero lo que es más importante, nuestra gente, nuestros seres queridos. —Owen, no debes cometer violencia —dijo un hombre de más edad. A la vista de la repentina libertad que habían obtenido, no fue una declaración categórica. Pareció ser una objeción más por obligación que por otro motivo. —Has iniciado un ciclo de violencia. Eso está mal. —Hablaremos con vosotros antes de partir, para que podáis llegar a comprender, como lo hemos hecho nosotros, porque debemos hacer esto para ser verdaderamente libres de la violencia y la brutalidad. Lord Rahl nos ha mostrado que un ciclo de violencia no es el resultado de devolver golpe

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por golpe para defender la propia vida, sino el resultado de rehuir hacer lo que es necesario para aplastar a aquellos que querrían matarte. Si uno hace lo que debe como es su deber para consigo mismo y sus seres queridos, entonces uno erradicará al enemigo tan completamente que éste ya no podrá hacerle ningún daño. Entonces, no existe un ciclo de violencia, sino un final de la violencia. Entonces, y sólo entonces, arraigarán la paz y la libertad auténticas. —Tales acciones nunca pueden conseguir otra cosa que iniciar violencia —objetó un anciano. —Mira a tu alrededor —dijo Anson—. La violencia no ha empezado esta noche, sino que ha terminado. La violencia ha sido aplastada, como debería ser, aplastando a los hombres malvados que la descargaron sobre nosotros. La gente hizo asentimientos de cabeza, el embriagador alivio de verse liberados de las garras del terror de la Orden Imperial vencía sus objeciones. El júbilo había ocupado el lugar del miedo. La realidad de recobrar mis vidas les había abierto los ojos. —Pero debéis comprender, como nosotros hemos llegado a comprender —indicó Owen—, que nada puede volver a ser jamás tal y como era. Aquellas costumbres son cosa del pasado. Richard advirtió que los bandakarianos ya no se encorvaban asustados. Se erguían con las cabezas bien altas. —Nosotros hemos elegido vivir —explicó Owen a su gente—. Al hacerlo, hemos encontrado la auténtica libertad. —Creo que todos lo hemos hecho —dijo el anciano que había hablado antes.

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Zedd frunció el entrecejo por el esfuerzo de concentrarse para ver qué había depositado la hermana Tahirah sobre la mesa ante él. Alzó los ojos hacia la mujer, para ver que su mueca de desagrado se crispaba alrededor de su nariz ganchuda. —¿Bien?-inquirió ella. Zedd bajó la vista, mirando con ojos entrecerrados el objeto que tenía delante. Parecía una pelota recubierta de cuero pintada con descoloridas líneas azules y rosas que zigzagueaban a su alrededor. ¿Qué había en ella que resultaba tan familiar, pero a la vez tan distante? Parpadeó, intentando enfocar mejor los ojos. El cuello le dolía una barbaridad. Un padre, al oír a su pequeño en la tienda contigua chillando por el atroz suplicio, había agarrado a Zedd por los cabellos y lo habla atrancado lejos de los otros padres que, tirando de él y manoseándolo, efectuaban sus propias desesperadas peticiones. Debido a los músculos desgarrados del cuello, le resultaba doloroso mantener la cabeza erguida. Comparado con la tortura que había oído, no obstante, aquello no era nada. El sombrío interior de la tienda, iluminada por varios faroles que colgaban de postes, parecía como si estuviese despegado del suelo y se arremolinara a su alrededor. El inmundo lugar apestaba. El calor y la humedad no hacían más que empeorar el olor y la sensación de rotación. Zedd se sentía como si fuese a desmayarse. Hacía tanto tiempo que no había dormido que ni siquiera podía recordar la última vez que realmente se había acostado. El único reposo que conseguía era cuando se quedaba dormido en la silla mientras la hermana Tahirah se ocupaba de que descargasen otro objeto de los carros, cuando ella se iba a dormir y la siguiente Hermana aún no habla llegado para ocuparse del turno siguiente en la laboriosa catalogación de los artículos traídos del Alcázar. Las cabezaditas que conseguía raras veces duraban más de unos minutos. Los guardias tenían órdenes de no permitirles ni a él ni a Adie tumbarse a dormir. Al menos los chillidos de los niños habían terminado. Al menos, mientras el cooperase, aquellos gritos de dolor habían cesado. Al menos, mientras él cooperaba, los padres tenían esperanza. Un violento estallido de dolor le martilleó de improviso un lado de la cabeza, derribándolo hacia atrás. La silla se vino abajo, arrojándolo al suelo. Con los brazos atados a la espalda, no pudo hacer nada para frenar la caída y recibió un buen golpe. Los oídos le zumbaron, no sólo por la caída, sino con la secuela del golpe que la Hermana le había atestado a través del collar que llevaba al cuello. Odiaba aquel perverso instrumento de control. A las Hermanas no les causaba ningún reparo ejercer aquel control. Debido a que el collar le aislaba de su propio don, no podía utilizar sus habilidades para defenderse. En su lugar, ellas usaban el poder de Zedd contra él. No era necesaria demasiada provocación, por no decir ninguna, para poner furiosa a una de las Hermanas. Muchas de aquellas mujeres habían sido en el pasado gente amable que consagraba sus días a ayudar a los demás. Jagang las había esclavizado a una causa distinta. Ahora ellas hacían lo que ordenaba. Aunque podrían haber sido amables en el pasado, en aquellos momentos, Zedd lo sabía, intentaban mantenerse un paso por delante de los castigos disciplinaros que Jagang les imponía. Tales castigos podían ser atroces. Se esperaba de las Hermanas que obtuviesen resultados, Jagang no aceptaría la excusa de que Zedd se montaba obstinado. Zedd vio que también Adie había caído al suelo. Cualquier castigo que él recibía, ella también lo padecía. Sufría más por ella que por sí mismo. Unos soldados se adelantaron para colocar bien la silla y volver a sentar a Zedd en ella. Con los brazos atados a la espalda, el no podía levantarse por sí mismo. Lo sentaron con suficiente violencia como para arrancar un gruñido a sus pulmones. —¿Bien? —inquirió

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la hermana Tahirah—. ¿Qué es? Zedd volvió a inclinarse al frente, clavando la vista en el objeto redondo que descansaba en el centro de la mesa. La tenues líneas azules y rosas que zigzagueaban a su alrededor despertaban profundos sentimientos. Pensó que debería conocer aquella cosa. —Es... es... —¡Es qué! La hermana Tahirah estrelló el libro contra el borde de la mesa, provocando que el pequeño objeto brincara y rodara unos centímetros antes de irse a detener más cerca de Zedd. La mujer, introdujo el libro bajo un brazo mientras se apoyaba con el otro sobre la mesa. Se inclinó al frente hacia él. —¿Qué es? ¿Qué hace? —No... no lo recuerdo. —¿Te gustaría que hiciese entrar a algunos niños —dijo la Hermana con el suave y dulce tono de una amenaza implacable— y que le mostrara sus caritas antes de que los lleven a la tienda de al lado para ser torturados? —Estoy muy cansado —replicó él—. Intento recordar, pero estoy muy cansado. —A lo mejor mientras los niños chillan le gustaría explicar a sus padres que estás cansado y que no logras recordar. Niños. Padres. Zedd recordó de improviso qué era el objeto. Afloraron recuerdos dolorosos y sintió que una lagrima le corría por la mejilla. —Queridos espíritus —musitó—. ¿Dónde encontraste esto? —¿Qué es? —¿Dónde lo encontraste? —repitió Zedd. Con un resoplido de impaciencia, la Hermana se irguió. Abrió el libro y con gran alarde, empezó a pasar páginas en actitud indignada, finalmente, se detuvo y dio golpecitos con un dedo en el libro abierto. —Aquí dice que se encontró escondido en una cavidad al descubierto en la parle posterior de una cómoda negra de seis cajones. Había un tapiz de tres caballos blancos haciendo cabriolas colgado sobre la cómoda. Bajó el libro. —Bien, ¿qué es? Zedd tragó saliva. —Una pelota. La Hermana le dirigió una mirada feroz. —Ya sé que es una pelota, viejo estúpido. ¿Para qué sirve? ¿Qué hace? ¿Cuál es su propósito? Con la mirada fija en la pelota que no era mayor que su puño, Zedd recordó. —Es una pelota para que jueguen niños con ella. Su propósito es proporcionarles placer. Recordaba aquella pelota, de vivos colores por entonces, brincando con frecuencia por los pasillos del Alcázar del Hechicero, con su hija riendo y persiguiéndola. Se la había regalado por haberle ido bien en sus estudios. En ocasiones ella la hacía rodar por los pasillos, instándola a moverse con una vara, como si llevara de paseo a una mascota. Su distracción favorita era hacerla rebotar contra el suelo de modo que al saltar pegara contra una pared, tras lo cual rebotaba hasta otra pared. De ese modo hacía que doblase una esquina. Observaba entonces por cuál de los pasillos marchaba, a la izquierda o a la derecha, y salía en su persecución. Un día la niña se presentó ante él llorando y él le pidió que le contara sus problemas. Ella se encaramó a su regazo y le contó que su pelota hábil ido a alguna parte y que se había perdido. Quería que él la encontrara. Zedd le dijo que si buscaba, probablemente la encontraría. La niña se pasó días deambulando con desánimo por los pasillos del Alcázar, buscándola. No consiguió hallarla. Finalmente, una mañana, al amanecer, Zedd recorrió el largo camino que descendía hasta la ciudad de Aydindril, para ir al mercado de la calle Stentor. Era allí donde había tropezado la primera vez con un puesto en el que vendían tales juguetes y encontrado la pelota con las líneas en zig zag. Allí le compró otra; una con estrellas rosas y verdes. Eligió deliberadamente una pelota diferente a la que ella había perdido porque no quería que pensara que los deseos podían cumplirse milagrosamente, aunque sí quería que supiese que existían soluciones que podían resolver problemas. Recordó a su hija abrazándole las piernas, dándole las gracias por la pelota nueva, diciéndole que era el mejor padre de todo el mundo y que tendría muchísimo más cuidado con la nueva pelota y que jamás la perdería. Él había sonreído mientras contemplaba como se llevaba la manila al corazón y recitaba un

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juramento de niña pequeña que se acaba de inventar allí mismo. La niña guardó como un tesoro la pelota con las estrellas rosas y verdes. Puesto que era pequeña, fue una de las pocas cosas que había podido llevarse con ella, de mayor, cuando Zedd y ella huyeron a la Tierra Occidental, después de que Rahl el Oscuro la hubiese violado. Cuando Richard había sido pequeño, había jugado con aquella pelota. Zedd recordaba la sonrisa del rostro de su hija mientras contemplaba a su propio hijo jugar con aquella valiosísima pelota. Zedd podía ver en sus hermosos ojos los recuerdos de su propia infancia mientras observaba jugar a Richard. Había conservado aquella pelota toda su vida, la conservó hasta su muerte. La pelota que tenía delante era la misma pelota que su hija había perdido. Debió de haber rebotado detrás de la cómoda, donde había permanecido todos aquellos largos años. Zedd se inclinó hacia delante, apoyando la frente en la polvorienta pelota rodeada de descoloridas líneas azules y rosas en zig zag, la pelota que los deditos de su hija habían sostenido en una ocasión, y lloró. La hermana Tahirah agarró un puñado de sus cabellos y tiró de él hacia arriba. —No creo que me estés diciendo la verdad. Es un objeto mágico. Quiero saber qué es y qué hace. —Sosteniéndole la cabeza hacia atrás, lo miró enfurecida a los ojos—. Sabes que no vacilaré en hacer lo que sea necesario para hacer que cooperes. Su Excelencia no acepta excusas para el fracaso. Zedd alzó los ojos para mirarla fijamente, pestañeando para eliminar las lágrimas. —Es una pelota, un juguete. Eso es todo lo que es. Con una mueca de desprecio, ella lo soltó. —El gran y poderoso mago Zorander. —Sacudió la cabeza—. Pensar que en un tiempo te temimos. Eres un viejo patético, al que el mero llanto de un niño lo deja sin coraje. —Suspiró—. Debo decir que tu reputación excede con mucho la realidad de tu temple. La Hermana recogió la pelota, dándole vueltas en los dedos mientras la inspeccionaba. Resoplo asqueada y la atrojó a un lado, como si careciese de valor. Zedd contempló cómo la pelota rebotaba y rodaba por el suelo. yendo a detenerse en un lado de la tienda, contra el banco en el que se sentaba Adie. Alzó la mirada hacia los ojos completamente blancos de la mujer y vio que lo observaba. Zedd desvió el rostro, aguardando mientras la Hermana hacia anotaciones en su libro. —De acuerdo dijo ésta por fin—, vayamos a echar una mirada a lo que han descargado en la tienda contigua. Los soldados lo alzaron de la silla antes de que él tuviera una oportunidad de intentar hacerlo por sí mismo. Le dolían los hombros debido a que tenia las muñecas atadas a la espalda y a que lo levantaron por los brazos. También a Adie la pusieron en pie. El libro se cerró con un chasquido. Los ásperos cabellos canosos de la hermana Tahirah giraron violentamente cuando se dio la vuelta y los condujo fuera de la tienda. Como las Hermanas sabían lo peligrosos que podían ser los objetos mágicos procedentes del Alcázar del Hechicero, en especial si se permitía accidentalmente que la combinación incorrecta de magia se mezclase con ellos o los tocara, éstas mostraban mucha cautela, sacando los objetos de uno en uno de cada cajón de embalaje. Zedd sabía que había cosas en el Alcázar que, por sí mismas, no eran peligrosas, pero que se convertían en peligrosas en presencia de otras que, por sí mismas, tampoco eran peligrosas. En ocasiones era únicamente la combinación de objetos específicos lo que creaba el resultado deseado. Las Hermanas tenían amplia experiencia en las cosas mágicas más esotéricas y por lo tanto al menos entendían los principios involucrados. Trataban el cargamento con el cuidado debido a tales mercancías. Una vez que se sacaba cada objeto de la caja, lo colocaban, aislado, en una tienda donde aguardaría a ser examinado. Conducían a Zedd y a Adie de tienda en tienda, de modo que Zedd pudiera identificar cada tesoro, decirles qué era, explicar cómo funcionaba. Llevaban

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días luciéndolo; cuántos, Zedd no lo recordaba. A pesar de todos sus esfuerzos, los interminables días y noches habían empezado a mezclarse en su mente. Zedd hacía todo lo posible para dar largas al asunto, pero sólo lo conseguía hasta cierto punto. Aquellas mujeres conocían la magia. No se las podía engañar fácilmente con cualquier explicación inventada. Habían dejado muy claras las consecuencias de cualquier engaño. Y Zedd no sabía cuánto sabían ellas. En ocasiones fingían ignorancia sobre algo que en realidad comprendían muy bien, sólo para ver sí les decía la verdad. Por suerte, hasta el momento, no habían sacado a la luz nada que fuese desmesuradamente peligroso. La mayoría de las piezas eran objetos de aspecto sencillo, pues en realidad se usaban para propósitos muy limitados: una pértiga que podía calcular a distancia la profundidad del agua en un pozo, un adorno de hierro en forma de un abanico de hojas que impedía que las palabras se oyesen más allá de la puerta abierta en la que se colocaba, un espejo enorme que mostraba cuando una persona entraba en otra habitación. Aunque posiblemente útiles para el emperador Jagang, tales piezas no iban a ayudarlo a conquistar y gobernar el mundo. Aquellas cosas peligrosas que las Hermanas habían sacado de cajas y le habían mostrado no eran en realidad nada que una Hermana no pudiera fabricar fácilmente con un hechizo. El objeto más peligroso había sido un hechizo construido contenido en el interior de un ornamentado jarrón que, en determinadas condiciones, tales como cuando se llenaba de agua, producía una llamarada. Zedd no traicionaba a su causa ni ponía vida inocentes en peligro al revelar cómo funcionaba el hechizo; cualquier Hermana digna de ese nombre podía reproducir el mismo efecto. El propósito del hechizo era protector; de haber tocado otros objetos robados, éste habría empezado a arder y destruido aquellos objetos, evitando que cayeran en manos codiciosas. Ninguna de las cosas descubiertas hasta el momento iba a serle de auténtica utilidad a Jagang. No obstante, habla cosas en el Alcázar que podían hacerle daño. Había hechizos allí, como el hechizo del jarrón, que reconocían la naturaleza de la persona que invocaba su magia. Si las abría la persona indicada, como Zedd, aquellas cosas no harían nada pero, abiertas por un ladrón, provocarían un desastre. El Alcázar tenía miles de habitaciones. Su saqueo había proporcionado a la Orden Imperial una caravana de carros de carga, pero incluso esa cantidad apenas había arañado la superficie de lo que contenía el Alcázar. Hasta el momento, Zedd no había visto nada de verdadero valor. No sabía si viviría para verlo. El viaje tras la captura había sido brutal, y todavía no se había recuperado de las heridas recibidas tras encontrarse con Jagang. los guardias dejaron que los padres hiciesen lo que quisiesen para convencer a Zedd y a Adie de que cedieran, pero no permitieron que se dejaran llevar hasta el punto de matar a prisioneros tan valiosos. Los padres habían sabido que no debían matarlos, pero en el acaloramiento de pasiones tan intensas, Zedd sabía que tales órdenes se olvidaban con facilidad. Zedd ansió que lo mataran y pusieran fin a aquello. El emperador, no obstante, los necesitaba vivos, de modo que los guardias mantuvieron una cuidadosa vigilancia. Tras las primeras pocas horas de oír cómo los niños eran sometidos a atroces torturas, de permanecer entre sus padres, que comprensiblemente exigían que cooperara y dijese al emperador lo que este quería saber, Zedd había cedido; no tanto por los padres como para que aquellos hombres brutales dejaran hacerles aquello a los niños. Había imaginado que no tenía nada que perder, en realidad, si cedía. Detuvo la tortura de los niños por el momento. El Alcázar era inmenso; las cosas que traían eran únicamente una diminuta parte de ellas. Zedd razonó que la caravana de carros probablemente no contenía nada de auténtico valor para

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Jagang. y que se necesitaría bastante tiempo para catalogarlo todo; podrían transcurrir semanas antes de que llegaran al último objeto. No servía de nada permitir que los niños padecieran tortura cuando podría no haber nada útil que Zedd pudiera revelar a Jagang. En una ocasión, cuando estaban a solas mientras la Hermana había ido a comprobar los preparativos en la tienda siguiente, Adie habla preguntado qué haría si le presentaban algo que realmente fuese a ayudar a Jagang a vencer. Zedd no había tenido oportunidad de responder; los soldados habían entrado en aquel momento y se los habían llevado a los dos a ver a la Hermana que había en la tienda contigua. Él esperaba alargar el proceso todo lo posible. No había contado con que seguirían con él día y noche. A veces a las Hermanas les llevaba un buen rato sacar el siguiente tesoro y tenerlo listo. Se mostraban comprensiblemente cautelosas y no corrían riesgos. Aquellos extraños hombres sin el menor rastro del don que las ayudaban podrían no resultar lastimados si algún caprichoso objeto mágico era puesto en marcha por accidente, pero todos los demás ciertamente eran vulnerables. Cuidadosas como eran, había suficientes personas trabajando en los preparativos como para que a Zedd y Adie se les permitiera dormir mucho tiempo antes de que se los llevaran para que les desentrañaran el siguiente rompecabezas. Mientras a Adie y a él los arrastraban por el oscuro campamento hasta la siguiente tienda, a Zedd las piernas apenas lo sostenían. Ver la pelota largo tiempo perdida de su hija le había minado gran parte de las energías que le quedaban. Jamás se había sentido tan viejo, tan débil. Temía que su voluntad para seguir adelante flaqueara. No sabía cuánto tiempo más conservarla la cordura. No estaba en absoluto seguro de que todavía la poseyera. El mundo parecía haberse transformado en un lugar de locos. En ocasiones, casi todo ello parecía irreal. Lo que sabía y lo que no sabía a veces parecía haberse entremezclado en un nudo de confusión. Mientras avanzaba por el oscuro campamento, a través del húmedo calor, empezó a imaginar que veía cosas —en su mayoría personas— de su pasado. Empezó a dudar de que realmente hubiese visto aquella pelota. Se preguntó si, como algunas de las otras cosas que veía, se lo había imaginado también. ¿Podría ser que hubiese sido una simple pelota, y que él únicamente hubiese creído que era la que su hija había perdido? ¿Había imaginado los colores en zigzag a su alrededor? Empezaba a dudar de si mismo sobre cualquier cosa. Mirando a poca distancia a todas las personas del atestado campamento, le pareció ver a Erilyn, su esposa muerta hacía tanto tiempo, en los rostros de las mujeres retenidas bajo custodia. Eran madres, con sus peores pesadillas listas para convertirse en realidad si Zedd no cooperaba. Paseó la mirada por los niños aferrados a las faldas de sus madres o a las piernas de sus padres. Estos lo observaban, miraban su ondulado cabello blanco desaliñado, probablemente pensando que era algún loco. Quizá sí lo era. Las antorchas iluminaban el enorme campamento con una especie de luz oscilante que hacía que todo pareciera imaginario. Las fogatas, desperdigadas hasta donde podía ver, producían la impresión de un campo de estrellas extendido sobre el suelo, como si el mundo hubiese girado cabeza abajo. —Aguardad —dijo la Hermana a los guardias. Detuvieron a Zedd con un violento tirón mientras la mujer se introducía en la tienda. Adie lanzó un grito cuando el hombre que la sujetaba le retorció el brazo. Zedd se balanceó sobre los pies, preguntándose si iría a desmayarse. Todo el campamento se bamboleó ante sus ojos. Al contemplar a una de las niñas que retenían prisioneras al otro lado del camino, abrió los ojos de par en par, atónito, creyendo reconocerla. Zedd alzó los ojos hacia el lejano guardia de élite que sujetaba a la criatura. Zedd hizo parpadear su borrosa visión. El guardia, con una coraza de cuero y cota

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de malla, con un cinturón lleno de arnas, se parecía a un hombre que Zedd había conocido. Zedd desvió la mirada ante el recuerdo, encontrándose entonces con una Hermana, que avanzaba por entre las tiendas situadas a poca distancia, que también se parecía a otra persona que conocía. Paseó la mirada por los soldados ocupados en sus tareas. Los soldados de elite que custodiaban el recinto del emperador tenían el aspecto de hombres que creía recordar. Zedd se sintió realmente aterrado. Estaba seguro de que se había vuelto loco. No era posible que estuviese viendo a las personas que creía ver. Su mente era todo lo que tenía. No quería ser un anciano balbuceante sentado junto a una carretera pidiendo limosna. Sabía que algunas personas en ocasiones se tornaban irracionales —se volvían locas— cuando envejecían o se las presionaba más allá de lo que podían soportar. Había conocido a personas que habían estallado, que habían perdido la razón, y veían cosas que en realidad no estaban allí. Eso era lo que él estaba haciendo. Estaba teniendo visiones de personas de su pasado que no estaban realmente allí. Aquello era una señal segura de demencia: ver cómo tu pasado vuelve a la vida, pensar que estás con seres queridos muertos hace mucho tiempo. Su mente era lo más importante que tenía. Ahora también estaba perdiendo eso. Estaba perdiendo la cordura.

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Nicholas oyó un molesto sonido allá, en otro lugar. Un alboroto, allá donde su cuerpo aguardaba. Hizo caso omiso, observando las calles, observando cómo pasaban los edificios. El sol acababa de ponerse. Personas, personas recelosas, pasaban ante él. Color. Sonido. Actividad. Era un lugar deprimente, con los edificios apelotonados. «Observa, observa.» Los callejones oscuros y estrechos. Desconocidos mirando con fijeza. La calle apestaba. Ninguno de los edificios tenía más de dos pisos. La mayoría ni siquiera eso. De nuevo, oyó el ruido allá donde su cuerpo aguardaba. Era enérgico, pidiendo su atención. Hizo caso omiso de los constantes porrazos allá, en otro lugar, mientras observaba, intentando ver adónde se dirigían. «¿Qué es esto? Observa, observa, observa.» Le pareció saberlo, pero no estaba seguro del todo. «Mira, mira.» Quería estar seguro. Quería observar. Disfrutaba tanto observando. Más ruido. Ruido ofensivo, exigente, estruendoso. Nicholas sintió su propio cuerpo a su alrededor mientras regresaba violentamente a donde éste aguardaba, sentado con las piernas cruzadas en el suelo de madera. Abrió los ojos, pestañeando, intentando ver en la oscura habitación. Las esquirlas del crepúsculo que se filtraban por los bordes de los postigos cerrados proporcionaban sólo una luz sombría a la habitación. Se incorporó, tambaleándose sobre los pies por un momento, no habituado aún a la extraña sensación de estar de vuelta en el propio cuerpo. Empezó a cruzar la habitación, mirando al fuego, vigilando a medida que alzaba cada pie al frente, cambiando el peso de lugar con cada paso. Había estado fuera tanto tiempo últimamente, día y noche, que no estaba acostumbrado a tener que hacer tales cosas por sí mismo. Había estado tan a menudo en otro lugar, en otro cuerpo, que tenía dificultades para adaptarse al propio. Alguien aporreaba la puerta, diciéndole a gritos que la abriera. Nicholas se sentía furioso ante aquel visitante no invitado, ante una intrusión tan grosera. Con andares oscilantes, se encaminó hacia la puerta. Producía tal sensación de estar encerrado el hallarse de vuelta en el propio cuerpo... Éste se movía de un modo tan curioso. Movió los hombros adelante y atrás, resistiendo el impulso de doblarse al frente. Estiró el cuello a un lado y luego al otro. Resultaba fastidioso tener que moverse uno mismo, usar los propios músculos, sentirse a el mismo respirar, ver, oír, oler, percibir con los propios sentidos. La puerta estaba atrancada para impedir que visitantes inoportunos entraran mientras él estaba en otros lugares. No sería nada conveniente que alguien empezara a enredar con su cuerpo cuando él no estaba allí. No sería nada conveniente. Alguien que aporreaba la puerta desde el otro lado rugió su nombre y exigió que le dejaran entrar. Nicholas levanto la tranca de la puerta y la empujó a un lado. Abrió de par en par. Había un soldado joven justo delante, en el pasillo. Un soldado corriente y mugriento. Un don nadie. Nicholas se quedó mirando con atónita furia al humilde hombre capaz de subir las escaleras que conducían a la habitación que todo el mundo sabía que tenía el acceso prohibido y golpear en la puerta vedada. ¿Dónde estaba la nariz aplastada y torcida de Najari cuando se le necesitaba? ¿Por qué no había alguien custodiando la puerta? Un hueso roto sobresalía de la parte posterior del puño ensangrentado que el hombre bahía estado estrellando contra la puerta. Nicholas alargó el cuello, mirando con atención más allá del soldado, al pasillo mal iluminado, y vio los cuerpos de los guardias despatarrados sobre charcos de sangre. Nicholas se pasó las uñas por el pelo, estremeciéndose de placer ante la suave sensación sedosa de los aceites deslizándose sobre la palma de su mano. Movió los hombros por el placer de la sensación. Abriendo los ojos, clavó la mirada en el soldado

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corriente de ojos desorbitados que estaba a punto de matar. El hombre iba vestido como muchos de los soldados de la Orden Imperial, al menos como los mejor equipados, con coraza de cuero, una malla protectora en el brazo derecho, y una variedad de correas y cinturones de cuero que sujetaban una diversidad de armas, desde una espada corta a una maza con una cabeza con púas, pasando por cuchillos. A pesar de lo mortífero que parecía todo su equipo, la expresión de su rostro era de sobresaltado terror. Nicholas se preguntó, perplejo por un momento, qué podría tener que decirle un hombre tan insignificante que valiera su vida. —¿Qué es esto, estúpido? El hombre alzó un brazo, luego la mano, luego un único dedo, de un modo que recordó profundamente a Nicholas a una marioneta a la que tiran de los hilos. El dedo se inclinó a un lado, luego al otro, luego volvió al otro lado, del modo en que alguien agitaría un dedo a modo de amonestación. —Ah, ah, ah. —El dedo volvió a agitarse de lado a lado—. Sé amable. Sé terriblemente amable. El soldado, con los ojos como platos, pareció sorprendido ante sus propias palabras altaneras. La voz. sonaba demasiado profunda —demasiado madura— para pertenecer a aquel joven. La voz, de hecho, sonaba sumamente peligrosa. —¿Qué es esto? —Nicholas miró al soldado con el entrecejo fruncido—. ¿Qué sucede? El hombre empezó a entrar en la habitación, las piernas moviéndose de un modo forzado, de lo más peculiar. En ciertos aspectos le recordó a Nicholas lo que debía de parecer cuando él usaba sus propias piernas tras no estar en el propio cuerpo durante un largo período de tiempo. Se hizo a un lado mientras el hombre iba con paso rígido hasta el centro de la poco iluminada habitación y se daba la vuelta. Goteaba sangre de la mano que había golpeado la puerta, pero el hombre, los ojos todavía desorbitados de miedo, parecía no advertir esa lesión. La voz, no obstante, era cualquier cosa menos asustada. —¿Donde están, Nicholas? Nicholas se aproximó al hombre y ladeó la cabeza. —¿Están? —Me los prometiste, Nicholas. No me gusta cuando la gente no mantiene su palabra. ¿Dónde están? Nicholas frunció el entrecejo aún más, se inclinó aún más al frente. —¿Quiénes? —¡Richard Rahl y la Madre Confesora! —gritó a voz en cuello el soldado con desenfrenada cólera. Nicholas retrocedió unos pocos pasos. Ahora comprendía. Había oído historias, oído que aquel hombre podía hacer tales cosas., En aquellos momentos lo estaba viendo por sí mismo. Se trataba del emperador Jagang, del Caminante de los Sueños en persona. —Extraordinario —dijo Nicholas, arrastrando las silabas. Se acercó al soldado que no era un soldado y golpeó con un dedo un lado de la cabeza del hombre. —¿Estáis ahí dentro, Excelencia? —Volvió a dar golpecitos en la sien del hombre—. ¿Sois vos,. no es cierto,. Excelencia? —¿Dónde están, Nicholas? A Nicholas jamás le habían hecho una pregunta que implicara tanta amenaza. —Os dije que los tendríais y los tendréis. —Creo que me estás mintiendo, Nicholas —masculló la voz—. No creo que los tengas, como prometiste que así sería. Nicholas agitó una mano con gesto displicente mientras se alejaba unos pasos. —Ah, tonterías. Los tengo bailando al extremo de una cuerda. —Yo pienso lo contrario. Tengo motivos para creer que ni siquiera están aquí abajo. Tengo motivos para creer que la Madre Confesora está lejos, en el norte... con su ejército. Nicholas frunció el entrecejo mientras se aproximaba al hombre, inclinándose cerca para atisbar dentro de los ojos. —¿Es qué perdéis totalmente los cabales cuando retozáis en el interior de la mente de otro de ese modo? —¿Me estás diciendo que no es así? A Nicholas se le agotaba la paciencia. —Precisamente los estaba vigilando cuando irrumpisteis aquí para importunarme. Ambos están aquí: lord Rahl y la Madre Confesora. —¿Estás seguro? —dijo la profunda voz áspera que surgía de la boca del joven soldado. Nicholas se puso en jarras. —

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¿Dudáis de mi? ¡Cómo os atrevéis! Soy Nicholas el Transponedor. ¡No permitiré que nadie dude de mi! El soldado dio un agresivo paso al frente. Nicholas se mantuvo firme y alzó un dedo a modo de advertencia. —Si los queréis, será mejor que tengáis muchísimo cuidado. El soldado observaba con ojos como platos, pero Nicholas podía ver más en aquellos ojos: amenaza. —Habla, entonces, antes de que pierda la paciencia. Nicholas apretó los labios, contrariado. —Quienquiera que os contase que están en el norte, que la Madre Confesora está con su ejército, o no sabe de que está hablando u os está mintiendo. Los he vigilado con sumo cuidado. —Pero ¿los has visto últimamente? La habitación estaba cada vez más oscura. Nicholas alargó una mano hacia la mesa, enviando una pequeña chispa de su don a tres velas que había allí y encendiendo las mechas. —Os lo he dicho, precisamente los estaba observando. Están en una ciudad no lejos de aquí. Pronto, vendrán aquí, a mí, y entonces los tendré. No tenéis que esperar mucho. —¿Qué te hace pensar que vienen hacia ti? —Sé todo lo que hacen. —Nicholas mantuvo los brazos en alto, la negra túnica por los codos, y empezó a gesticular a la vez que andaba alrededor del hombre, hablando de lo que sólo él sabía—. Los vigilo. Los he visto yacer juntos por la noche, con la Madre Confesora abrazando con dulzura a su esposo, sosteniéndole la cabeza contra el hombro, confortando su terrible dolor. Es de lo más conmovedor, la verdad. —¿Su dolor? —Sí, su dolor. Están en Northwick justo ahora, una ciudad no muy lejos al norte de aquí. Cuando hayan terminado allí, si viven para finalizar su visita, entonces vendrán aquí, a mí. Jagang, desde dentro del soldado, miró a su alrededor, advirtiendo la presencia de cadáveres recientes recostados contra la pared. Su atención regresó a Nicholas. —¿Qué te hace pensar eso? Nicholas miró por encima del hombro y enarcó una ceja en dirección al emperador. —Bueno, veréis, estas gentes estúpidas de aquí... los Pilares de la Creación que tanto os fascinan... han envenenado al pobre lord Rahl. Lo hicieron para intentar asegurarse su ayuda para deshacerse de nosotros. —¿Lo envenenaron? ¿Estás seguro? Nicholas sonrió ante la nota de interés que detectó en la voz del emperador. Ah, sí, muy seguro. El pobre sufre terriblemente. Necesita un antídoto. —En ese caso hará lo que deba para conseguir tal antídoto. Richard Rahl es un hombre sorprendentemente ingenioso. Nicholas apoyó el trasero en la mesa y cruzó los brazos. —Puede que sea ingenioso, pero se encuentra ahora en un gran apuro. Veréis, necesita dos dosis más del antídoto. Una de ellas está en Northwick. Por eso fue allí. —Te sorprendería lo que ese hombre es capaz de lograr. —Habría sido imposible pasar por alto la enconada ira en la voz del emperador—. Serías un estúpido si lo subestimases, Nicholas. —Pero yo nunca subestimo a nadie. Excelencia. —Nicholas sonrió significativamente al emperador, que lo observaba a través de los ojos de otro hombre—. Veréis, estoy razonablemente seguro de que Richard Rahl recuperará el antídoto de Northwick. De hecho, confío en ello. Ya lo veremos. Lo estaba observando cuando entrasteis, observando lo que iba a suceder. Vos lo estropeasteis. »Pero incluso si obtiene el antídoto de Northwick, todavía necesitará la última dosis. El antídoto de Northwick por sí solo no le salvará la vida. —¿Dónde está esa otra dosis de su antídoto? Nicholas introdujo la mano en un bolsillo y mostró al emperador un botellín cuadrado, junto con una sonrisa satisfecha. —Yo la tengo. El soldado poseído por el emperador sonrió. —Puede que venga a quitártelo, Nicholas. Pero, lo que es más probable, hará que alguien le prepare más antídoto, de modo que no tenga que molestarse siquiera en venir aquí. —Pues yo no lo creo. Veréis, Excelencia, soy muy meticuloso en mi trabajo. El veneno que lord Rahl tomó es complejo, pero ni con mucho tan complejo como el antídoto. Lo sé, porque hice torturar al único hombre que

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puede prepararlo hasta que me contó qué era, hasta que me lo contó todo sobre el antídoto, todos sus secretos. Contiene toda una lista de cosas que ni siquiera podría empezar a recordar. »Hice matar al hombre, por supuesto. Luego hice que al verdugo que le sacó la confesión, que le sacó la lista de ingredientes del antídoto, también lo mataran. No estaría nada bien que nuestro ingenioso Richard Raid encontrara a cualquiera de esos dos y descubriera por ellos lo que contiene el remedio. »Así pues, como veis, Excelencia, no hay nadie que pueda hacerle a lord Rahl más antídoto. —Sostuvo el botellín por el cuello y lo meneó ante el hombre—. Ésta es la última dosis. La última oportunidad de vivir de lord Rahl. A través de los ojos de un joven soldado, Jagang observó el botellín que Nicholas balanceaba ante él. Cualquier rastro de humor había desaparecido. —Entonces Richard Rahl vendrá aquí y lo cogerá. Nicholas sacó el corcho. Olfateó dentro. El líquido del interior tenía un leve aroma de la canela. —¿Eso creáis, Excelencia? Haciendo un gran alarde, Nicholas vertió el líquido en el suelo. Mientras el emperador observaba, Nicholas sacudió el botellín, asegurándose de que caía bota la última gota. —Así pues, como veis, Excelencia, lo tengo todo bien controlado. Richard Rahl no será un problema. No tardará en morir debido al veneno... si es que mis hombres no consiguen atraparlo antes de eso. En cualquier caso, Richard Rahl es hombre muerto... tal y como pedisteis. Nicholas hizo una reverencia, como si se tratase de la conclusión de un espectáculo magnifico representado ante un público que lo sabía apreciar. El hombre volvió a sonreír, una sonrisa de crispada paciencia. —Y ¿qué hay de la Madre Confesora? —preguntó el emperador. Nicholas reparó en el claro trasfondo de ira contenida. Le disgustó no ser abiertamente admirado por su gran logro. Al fin y al cabo, el tal emperador Jagang no había conseguido capturar el trofeo que tan ansiosamente buscaba. Nicholas sonrió con indulgencia. —Bien, tal y como yo lo veo, Excelencia, ahora que os he contado que lord Rahl no tardará en unirse a las filas del rebaño del Custodio en el inframundo, no tengo ninguna garantía de que cumpliréis vuestra parte del trato. Me gustaría un compromiso por vuestra parte, antes de que os entregue a la Madre Confesora. —¿Qué te hace pensar que puedes capturarla? —Bueno, tengo eso bajo control. Su propia naturaleza la pondrá en mis manos. —¿Su propia naturaleza? —Dejad que yo me preocupe de eso, Excelencia. Todo lo que necesitáis saber es que os entregaré a la Madre Confesora, con vida, como prometí. Podríais decir que lord Rahl fue gratis... un regalo por mi parte... pero tendréis que pagar el precio si queréis tener la presa que codiciáis: la Madre Confesora. —¿Y cuál sería tu precio? Nicholas paseó alrededor del hombre de pie en el centro de la habitación. Indicó con la botella de antídoto vacía a su entorno. —No es mi idea de un modo adecuado de vivir. —Así pues, querrías tener riquezas tomo recompensa por hacer lo que es tu deber para con el Creador, para con la Orden Imperial y para con tu emperador. Tal y como lo veía Nicholas, él habla cumplido con más que su deber aquella noche en el bosque con las Hermanas. En lugar de decirlo, se encogió de hombros. —Bueno, dejaré que os quedéis el resto del mundo que tan duramente habéis peleado por conseguir. Únicamente quiero D'Hara. Un imperio de valía para mí. —¿Deseas gobernar D'Hara? Nicholas realizó una exagerada reverencia. —Bajo vuestro mandato, desde luego. Excelencia. —Se irguió—. Gobernaré como lo hacéis vos, a través del miedo y el terror, todo en el nombre del sacrificio para el perfeccionamiento del género humano. El Caminante de los Sueños observó atentamente a través del aterrado soldado. El destello de aquellos ojos volvía a tener un aspecto peligroso. —Juegas a un juego arriesgado. Transponedor, planteando tales exigencias. Tu vida debe significar muy poco para ti. Nicholas mostró al

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emperador una sonrisa que indicaba que se estaba cansando de frivolidades. —Odio vivir, vivo para odiar. Finalmente, la sonrisa del emperador regresó a los labios del hombre. —¿D'Hara es lo que deseas? Hecho. Lord Rahl muerto, y la Madre Confesora entregada a mí, con vida... y, tendrás D'Hara para hacer lo que desees... siempre y cuando acates el gobierno de la Orden Imperial. Nicholas concedió a Jagang una sonrisa más educada a la vez que inclinaba la cabeza. —Pues claro. —Entonces, cuando Richard Rahl esté muerto y yo tenga a la Madre Confesora, serás nombrado emperador Nicholas del territorio de D'Hara. —Sois un emperador sabio. Aquél era el hombre que había prescrito el futuro de Nicholas. Aquél era el hombre que había enviado a aquellas Hermanas a practicar su repugnante arte, a hacerle sufrir la terrible agonía de destruir lo que había sido, a concebirlo en una angustiosa segunda Creación. Ellos habían decretado que él se sacrificase por su causa. Nicholas no había tenido voz ni voto en ello. Ahora, al menos, por la nimia tarea de ocuparse de los insignificantes enemigos de la Orden, obtendría su recompensa. Tendría riquezas y poder como jamás habría osado imaginar antes de su renacimiento. Ellos lo habían destruido, pero lo habían vuelto a crear más poderoso de lo que había sido nunca. En aquellos momentos se encontraba a sólo un paso de ser el emperador Nicholas. Había sido un amargo camino. Empujado por una furiosa necesidad, Nicholas lanzó la mano a la vez que lanzaba la mente, como una daga al rojo vivo, al interior de la mente de aquel hombre que tenía delante, al interior de los espacios entre sus pensamientos, al interior de lo más íntimo de su alma. Ansiaba sentir el resbaladizo calor de aquel otro espíritu transponiéndose al interior del suyo, la ardiente sensación tumultuosa de hacerse con él mientras Jagang seguía estando dentro de la mente del hombre. Pero no había nada allí. En aquella pizca de tiempo, Jagang ya se había escabullido. El hombre chocó contra el suelo, muerto. Nicholas —el emperador Nicholas— sonrió ante el juego que no había hecho más que iniciarse. Empezaba a preguntarse si no había puesto un precio demasiado bajo.

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Mientras ascendían por la calle, Kahlan echaba ojeadas a las pequeñas ventanas de los edificios circundantes. En la creciente oscuridad, dudaba de que los rostros que veía atisbando por las ventanas pudieran decir gran cosa sobre las personas que caminaban en la calle, pero se echó la capucha de la capa al frente de todos modos. Por las historias que le habían contado, no era seguro ser una mujer en Bandakar, así que Kahlan, Jennsen y Cara ocultaban su identidad para atraer la atención lo menos posible. Kahlan sabía que la gente que temía por su propia vida a veces intentaba desviar la atención de ella ofreciendo otra presa a los lobos, lo que era aún peor, también sabía que existían personas amargadas consagradas al malsano ideal del apaciguamiento, que definían como «paz». Richard aminoró el paso y comprobó el callejón al pasar. Con una mano sujetaba la parte delantera de la sencilla capa negra de modo que, si era necesario, pudiese abrirla y desenvainar la espada. Tenía a los hombres desperdigados para no dar la impresión de ser una banda que atravesaba Northwick. Cualquier reunión de personas, excepto en los mercados, sería denunciada sin duda y atraería rápidamente la atención de los soldados de la Orden Imperial. Habían hecho coincidir su entrada en la ciudad con la llegada del anochecer para que ello los camuflara mejor, pero no tan tarde como para que su presencia en las calles resultara sospechosa. —Ahí —dijo Owen cuando llegaron a la esquina, inclinando la cabeza a la derecha—. Bajando por ahí. Richard miró atrás para asegurarse de que todo el mundo seguía con él, luego penetró en la estrecha calle. Los edificios de la ciudad eran en su mayoría de un solo piso, pero estaban penetrando en un distrito donde algunos tenían un segundo piso. Kahlan no vio nada más alto que esos achaparrados edificios de dos pisos. La zona por la que habían girado apestaba a las aguas residuales de una zanja poco profunda situada a un lado. Las polvorientas calles de Northwick la hacían toser sin parar. Imaginó que, cuando llovía, el lugar se convertía en un lodazal que apestaba aún peor. Vio que Richard hacía un gran esfuerzo para no toser. No siempre era posible. Al menos, cuando lo hacía no tosía sangre. Mientras se mantenían en las zonas en sombra que había bajo los salientes y aleros. Kahlan se acercó más a él. Jennsen la siguió justo detrás. Anson, que iba por delante, exploraba la ruta, dando toda la impresión de que estaba totalmente solo. Richard volvió a escudriñar el cielo. Estaba vacío. No habían visto ninguna criatura de puntas negras desde que habían iniciado el ascenso del paso que conducía a Bandakar. Kahlan y Cara se alegraban de no ver a las enormes aves negras. Richard, sin embargo, parecía tan preocupado al no verlas como en el pasado lo había estado cuando las veía. Cara se mantenía un poco atrás, junto con media docena de hombres. Tom y algunos otros iban por una calle paralela. Otros hombres más, que sabían adonde se dirigían, marchaban por la ciudad siguiendo una ruta distinta. Incluso a pesar de que su número no llegaba a los cincuenta, tal cantidad de personas juntas podían atraer la atención, y problemas. Por el momento, no necesitaban más problemas. Necesitaban el antídoto. —¿Dónde está el centro de la ciudad? —preguntó Kahlan a Owen cuando se le acercó lo suficiente para poder hablar en voz baja. Owen movió el brazo, indicando la calle en la que se encontraban. —Éste es el lugar. Estas tiendas son donde se encuentra el comercio principal, adonde viene la gente. En las plazas al aire libre la gente a veces instala mercados. Kahlan vio una tienda de artículos de cuero, una panadería, un lugar que vendía telas, pero nada más elaborado. —¿Esto es el centro de vuestra gran ciudad? ¿Estas casas de madera con viviendas sobre las tiendas? ¿Éste es vuestro principal centro de actividad comercial? —Sí —

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respondió Owen, entre perplejo y orgulloso. Kahlan soltó un suspiro, pero no hizo comentarios, Richard sí. —¿Este es el resultado de vuestra avanzada cultura? —Indicó a su alrededor, a los desvencijados edificios de adobe y cañas—. ¿En casi tres mil años es esto lo que vuestra gran cultura ha conseguido? ¿Esto es lo que habéis sido capaces de construir? Owen sonrió. —Sí. Es magnífico, ¿verdad? En lugar de responder a la pregunta. Richard dijo: —Pensaba que estuviste en Altur’Rang. —Estuve. —Bueno, pues incluso ese lugar deprimente estaba mucho más avanzado que esta ciudad de Northwick. —¿Lo estaba? Lo siento, lord Rahl, pero no vi gran cosa de Altur'Rang. Temía adentrarme en un lugar como aquél, y no me quedé mucho tiempo. —Owen volvió a mirar a Kahlan—. ¿Lo que queréis decir es que la ciudad de la que provenís es más espléndida que ésta? Kahlan miró al hombre y pestañeó. ¿Cómo podía ella explicar Aydindril, el Alcázar del Hechicero, el Palacio de las Confesoras, los palacios del Bulevar de los Reyes, el Palacio del Pueblo, las construcciones en mármol y granito, la imponentes columnas, las majestuosas obras de arte, o cualquiera de los otros cientos de lugares y panoramas a un hombre que pensaba que edificios de paja y estiércol eran un ejemplo de cultura avanzada? Al final decidió que aquél no era el momento de intentarlo. —Owen, espero que cuando estemos todos libres de la opresión de la Orden Imperial, Richard y yo podamos mostrarte a ti y a tu gente algunos otros lugares del mundo que hay fuera de Bandakar; mostraros algunos otros centros importantes de comercio y arte, algo de lo que la humanidad ha logrado en otros lugares. Owen sonrió. —Me gustarla. Madre Confesora. Me gustaría mucho. —Se detuvo de improviso—. Aquí está el lugar, siguiendo por ahí. Un portón de madera, que les llegaba hasta la altura de la cabeza, al que las inclemencias del tiempo habían dado una pátina de un gris amarronado impedía ver el callejón situado al otro lado. Richard comprobó la calle en ambas direcciones. La calle estaba vacía de cualquier persona que no fuesen sus hombres. Mientras no perdía de vista la calle, empujó el portón lo suficiente para permitir que Owen se introdujera al otro lado. Owen volvió a asomar la cabeza. —Venid, está despejado. Richard hizo una seña con la mano a los hombres de la esquina. Rodeó la cintura de Kahlan con el brazo, apretándola contra él mientras se introducía con ella a través del portón. Las paredes de los edificios a ambos lados del polvoriento callejón no tenían ventanas. Algunas de las construcciones apiñadas que no estaban colocadas tan atrás tenían espacio para pequeños patios traseros. Mientras avanzaban cautelosamente por el callejón, más hombres de los suyos penetraron a través del portón del extremo opuesto. Las gallinas encerradas en uno de los patios agitaron las alas, asustadas de la gente que se movía por las inmediaciones. Jennsen conducía a Betty de la cuerda, manteniendo a la cabra cerca para que no pudiese causar problemas. Betty permanecía callada, se la veía nerviosa en el extraño entorno de una ciudad. Ni siquiera meneaba la cola cuando alzó la vista hacia Richard, Kahlan y Jennsen en busca de consuelo mientras se adentraban en el interior del revoltijo de edificios. Tom apareció en el otro extremo del callejón, trayendo a otro grupo de hombres. Richard les hizo una seña para que se desplegaran y aguardaran en aquel extremo del callejón. Cara se acercó por detrás, con la capucha de la capa subida igual que las de Kahlan y Jennsen. —No me gusta. —Bien —susurró Richard en respuesta. —¿Bien? —preguntó Cara—. ¿Creéis que está bien que no me guste este lugar? —Sí —dijo Richard—. Si alguna vez te mostrases feliz y despreocupada, me preocuparía. Cara torció la boca, con una respuesta que decidió guardarse. —Aquí —indicó Owen, agarrando el brazo de Richard para detenerlo. Richard miró adonde Owen había señalado y luego contempló fijamente al hombre. —¿Esto es un palacio? Owen asintió.

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—Uno de ellos. Tenemos varios palacios. Ya os dije que somos una cultura avanzada. Richard dedicó a Kahlan una mirada de soslayo, pero no dijo nada. Por lo que Kahlan podía ver en la débil luz, el patio trasero era de tierra seca con montones de hierba creciendo aquí y allá. Una escalera de madera en la parte trasera del edificio ascendía hasta una pequeña terraza con una puerta que daba al segundo piso. Mientras cruzaban una corta verja para entrar en el patio, Kahlan vio que bajo las escaleras había un hueco de escalera que descendía. Owen miró a su alrededor, luego se inclinó hacia ellos. —Están abajo. Es aquí donde están escondiendo al Hombre Sabio. Richard escudriñó el callejón y los edificios circundantes. Se pasó las yemas de los dedos por la frente. —¿Y el antídoto está aquí dentro? Owen asintió. —¿Queréis esperar mientras entro a buscarlo? Richard negó con la cabeza. —Entraremos contigo. Kahlan lo cogió del brazo, deseando poder hacer más para proporcionar alivio a su dolor. Lo mejor, no obstante, era conseguir el antídoto. Cuanto antes lo libraran del veneno, antes podría ocuparse del problema de los dolores de cabeza provocados por el don. Algunos de sus hombres aguardaban a poca distancia. La Madre Confesora vio en sus ojos el temor que les producía estar de vuelta en una ciudad que los soldados de la Orden Imperial controlaban. No sabía qué podían hacer Richard y ella para ayudarlos a liberar a su pueblo, pero tenía intención de pensar en algo. De no haber sido por su desesperada acción, sin importar que fuese algo involuntario, aquellas personas no estarían padeciendo y muriendo a manos de la Orden. El último resplandor gris del crepúsculo hizo que los ojos de Richard parecieran de acero. Éste atrajo a Jennsen hacia sí. —¿Por qué Tom y tú no os quedáis aquí fuera, con Betty, y montáis guardia? Permaneced en el escondrijo que proporcionan las escaletas y la terraza. Si veis algún soldado, venid a avisarnos. Jennsen asintió. —Dejare que Betty paste en la hierba. Resultará más natural si pasa alguna patrulla. —Limitaos a permanecer ocultas —replicó él—. Si unos soldados ven a una joven como tú no dudarán en hacerse contigo. —La mantendré fuera de la vista —dijo Tom mientras entraba en el patio, y apuntó con un pulgar por encima del hombro—. Tengo a los hombres desplegados de modo que no sean tan visibles. Kahlan y Cara siguieron a Richard y a Owen a la parte posterior del edificio. Al llegar al hueco de escalera que descendía, Owen se detuvo cuando Richard fue a la puerta que daba acceso al edificio. —Por aquí, lord Rahl. —Lo sé. Espera mientras compruebo el vestíbulo del interior, me aseguro de que no hay nadie. —Son sólo habitaciones vacías donde la gente descansa a veces. —Quiero comprobarlo de todos modos. Cara, aguarda aquí con Kahlan. Kahlan siguió a Richard a la puerta situada bajo la terraza. —Voy contigo. Cara se colocó inmediatamente detrás de Kahlan. —Si queréis comprobar el vestíbulo —dijo a Richard—, podéis venir con nosotras. Tras una veloz ojeada a los ojos de Kahlan, Richard no discutió con ella. Mirando a Cara, dijo: —A veces... Cara le dedicó una sonrisa desafiante. —No sabríais qué hacer sin mí. Kahlan advirtió que, mientras giraba hacia la puerta, él no podía evitar sonreír. Su corazón se animó al ver sonreír a Richard, y luego sintió una repentina punzada de pesar por Cara, sabiendo cómo debía echar en falta al general Meiffert, que estaba con el ejército muy al norte en D'Hara. No se daba a menudo que a una mord-sith llegara a importarle alguien del modo en que Kahlan sabía que a Cara le importaba Benjamín. Cara no estaba dispuesta a admitirlo, sin embargo, y había antepuesto su deseo de proteger a Richard y a Kahlan. Cuando Cara y ella habían regresado junto al ejército, Kahlan había ascendido al entonces capitán a general tras una batalla en la que habían perdido a varios oficiales. El capitán Meiffert había estado a la altura de las circunstancias. Desde entonces, había mantenido al ejército unido. Si bien

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ella tenía una fe absoluta en él, también temía por su bienestar, como Cara. Kahlan se preguntó si volverían a ver alguna vez al joven general. Richard abrió la puerta un resquicio y atisbó al interior del oscuro vestíbulo del otro lado. Estaba vacío. Cara, agiel en mano, se abrió paso y entró por delante de ellos, queriendo asegurarse de que era seguro. Kahlan siguió a Richard al interior. Había dos puertas a cada lado. En el extremo opuesto del vestíbulo había una puerta con una ventanita. —¿Qué hay ahí fuera? —musitó Kahlan mientras Richard miraba por la ventana. —La calle. Veo a algunos de los nuestros. En el camino de vuelta, Richard comprobó las habitaciones de un lado mientras Cara comprobaba las del otro. Estaban todas vacías, tal y como Owen había dicho. —Éste podría ser un buen lugar para esconder a nuestros hombres —dijo Cara. Richard asintió. —Eso es lo que estaba pensando. Podríamos efectuar ataques desde aquí, estando en medio de ellos, en lugar de arriesgarnos a que nos descubran entrando desde el campo para atacar. Antes de que llegaran a la puerta trasera, Richard dio un traspié de improviso, golpeándose un hombro contra la pared antes de caer al suelo sobre una rodilla. Kahlan y Cara alargaron las manos para cogerlo, impidiendo que cayera de bruces. —¿Qué sucede? —musitó Cara. Él permaneció inmóvil por un momento, al parecer aguardando a que un ataque de dolor desapareciera. Sus dedos apretaron con tanta fuerza el brazo de Kahlan que las lágrimas afloraron a los ojos de ésta, aunque se obligó a permanecer callada. —Sólo... sólo me he mareado —jadeó, intentando recuperar el aliento—. La oscuridad del vestíbulo, supongo. —Sus dedos aflojaron su tenaza sobre el brazo de Kahlan. —El segundo estado. Así es como Owen lo llamó. Dijo que el segundo estado del veneno era la sensación de mareo. Richard alzó los ojos hacia ella en la oscuridad. —Estoy bien. Vayamos en busca del antídoto. Owen, que aguardaba en las sombras en el hueco de la escalera, inició el descenso cuando llegaron junto a él. Al final de la escalera empujó una puerta y miró dentro. —Todavía están aquí —dijo, aliviado—. Los portavoces siguen estando aquí; reconozco algunas de sus voces. El Hombre Sabio tiene que estar aquí con ellos. No se han trasladado a otro escondite como temí que hiciesen. Owen tenía la esperanza de que los grandes portavoces aceptaran ayudar a librar a su gente de la Orden Imperial. Después de que se hubiesen negado en el pasado, Kahlan no pensaba que fuesen a acceder, pero después de todo, Owen y sus hombres tampoco hablan accedido a pelear en un principio. Owen creía que con el compromiso de los hombres que tenían, y con lo sucedido en su ciudad, la asamblea de portavoces se daría cuenta de que existía un posibilidad de volver a ser libres y estaría más receptiva a escuchar lo que debía hacerse. Muchos de sus compañeros compartían la seguridad de Owen de que la ayuda estaba próxima. Más importante que hablar a los portavoces, en opinión de Kahlan, era que en aquel lugar era donde estaba escondida la segunda botella de antídoto. Aquello estaba por encima de todo lo demás. Tenían que hacerse con el antídoto. Cada vez que pensaba en la posibilidad de que Richard muriese, las rodillas le temblaban. Justo en el interior del pequeño vestíbulo, Owen dio unos golpecitos a la puerta. Una tenue luz de velas surgió del interior cuando la puerta se abrió un resquicio. Un hombre atisbo fuera por un instante; a continuación sus ojos se abrieron de par en par. —¿Owen? Kahlan no creyó que el hombre tuviese intención de abrir la puerta. Antes de que éste tuviera tiempo de pensárselo, Richard la abrió de un empujón y penetró en la habitación. l hombre retrocedió apresuradamente. Richard tiró de Cara para acercarla a él. —Vigila la puerta. Ninguna de estas personas saldrá de aquí a menos que yo lo diga. Cara asintió y se apostó fuera de la puerta. —¿Qué significa esto? —exigió el

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hombre del interior a Owen mientras contemplaba boquiabierto de miedo a Richard y a Kahlan. —Gran portavoz, es vital que hablemos con todos vosotros. El lugar estaba muy iluminado. Una docena y media de hombres, sentados alrededor de la habitación sobre alfombras, bebiendo te o recostados en almohadones callaron bruscamente. Las paredes de piedra eran los cimientos exteriores del edificio. Pilares de piedra descendían en dos hileras por el centro de la enorme habitación, sosteniendo gruesas vigas de madera muy por encima de la cabeza de Richard. No había adornos. No parecía otra cosa que un sótano al que se habían añadido alfombras y almohadones para hacerlo más cómodo. Sencillas mesas de madera contra las paredes en un extremo sostenían las velas. Algunos de los hombres se pusieron en pie. —Owen —dijo uno de ellos con tono de reprimenda—, se te ha desterrado. ¿Qué haces aquí? —Honorable portavoz, todas esas nimiedades de los destierros ya no importan. —Owen alzó una mano a modo de presentación—. Estos son amigos míos, procedentes de fuera de nuestra tierra. Kahlan agarró la camisa de Owen por el hombro y acercó su oreja a ella mientras le decía con los dientes apretados: —El antídoto. Owen asintió, disculpándose. Los hombres, todos ellos de más edad, contemplaron con indignación cómo Owen se dirigía a la esquina situada en el extremo derecho opuesto. Sujetó una piedra situada casi a la altura del pecho, y la retorció de un lado a otro. Richard alargó la mano y ayudó a Owen a aflojar la piedra. Cuando finalmente extrajo el pesado bloque lo bastante fuera como para girarlo a un lado. Owen introdujo la mano y la sacó sujetando un botellín. No perdió tiempo en entregársela a Richard. Cuando Richard extrajo el corcho. Kahlan detectó el leve aroma a canela. Richard vació el contenido de un trago. —Debéis marcharos —gruñó uno de los hombres—. No sois bien recibidos aquí. Owen no se echó atrás. —Debemos ver al Hombre Sabio. —¿Qué? —Los hombres de la Orden han invadido nuestra tierra. Torturan y asesinan a nuestra gente. A otros se los han llevado. —No se puede hacer nada al respecto —dijo el portavoz con el rostro enrojecido por la ira—. Hacemos lo que debemos para que nuestro pueblo pueda seguir con su vida. Hacemos lo que debernos para evitar la violencia. —Nosotros hemos puesto fin a la violencia —dijo Owen—. Al menos en nuestra ciudad. Matamos a todos los soldados de la Orden que nos tenían dominados mediante el terror, que violaban, torturaban y asesinaban a nuestra gente. Nuestra gente está ahora libre de la Orden. Debemos defendernos y liberar al resto de nuestro pueblo. Es vuestro deber como portavoces hacer lo que es conveniente para nuestro pueblo y no acomodaros a la esclavización de la Orden. Los grandes portavoces parecían al borde de la apoplejía. —¡No queremos saber nada de todo eso! —Hablaremos sobre ello con el Hombre Sabio y veremos qué tiene él que decir. —¡No! ¡El Hombre Sabio no os recibirá! ¡Estáis todos repudiados! ¡Debéis marcharos todos!

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Uno de los hombres se adelantó y agarró enfurecido a Richard por la camisa, intentando empujarle fuera. —¡Tú eres la causa de esto! ¡Eres un extranjero! ¡Un salvaje! ¡Uno de los ignorantes! ¡Tú has sembrado ideas blasfemas entre nuestra gente! —Hizo todo lo que pudo para zarandear a Richard—. ¡Tú has seducido a nuestra gente para que use la violencia! Richard agarró la muñeca del portavoz y le retorció el brazo a la espalda. luciéndole caer de rodillas. El hombre lanzó un grito de dolor. Sin aflojar la presión, Richard se inclinó hacia él. —Hemos arriesgado nuestras vidas ayudando a tu gente. Tu gente no es gente ilustrada, sino gente igual que cualquier otra. Vosotros vais a escucharnos. Esta noche, vuestro futuro y el de vuestro pueblo tomarán forma. Richard lo soltó con un empujón, luego fue a la puerta y sacó la cabeza. —Cara, ve a pedir a Tom que te ayude a hacer que el resto de los hombres baje aquí. Creo que será mejor que todos formen parte de esto. Mientras Cara corría a comunicar que Richard quería que todos se reunieran en el sótano del «palacio», éste ordenó a los portavoces que retrocedieran contra la pared. —No tienes derecho a hacer estoy —protestó uno. —Sois los representantes del pueblo de Bandakar. Sois sus líderes —les dijo Richard—. Ha llegado el momento de que líderes. A su espalda, empezaron a entrar hombres de uno en uno en la habitación iluminada por la luz de las velas. No pasó mucho tiempo antes de que estuvieran todos reunidos. El sótano era tan grande que los hombres de Owen ocuparon sólo una parte del espacio disponible. Kahlan vio a otras personas, que no le eran conocidas, que también entraban poco a poco. Conociendo el modo de ser de los bandakarianos, y puesto que Cara les permitía entrar, Kahlan no creyó que representaran una amenaza. Richard indicó con la mano a la callada concurrencia que observaba a los portavoces. —Estos hombres procedentes de Witherton se han enfrentado a la verdad de lo que le está sucediendo a su pueblo. Ya no piensan tolerar tal brutalidad. No volverán a ser víctimas. Desean ser libres. Uno de los portavoces, con una barbilla estrecha y puntiaguda, resopló: —La libertad jamás puede funcionar. Sólo da a las personas licencia para ser egoístas. Una persona considerada, consagrada al bienestar de una humanidad ilustrada, debe rechazar el concepto inmoral de «libertad» por lo que es... egoísmo. —Eso es cierto —coincidió otro—. Creencias tan simplistas sólo pueden provocar un ciclo de violencia. Esta idea estúpida de «libertad» conduce a ver las cosas blancas o negras. Tal moralidad está obsoleta. Los individuos no tienen derecho a juzgar a otros... en especial en términos tan autoritarios. Lo que se necesita es una avenencia entre todas las partes si se quiere que haya paz. —¿Avenencia? —preguntó Richard —. Un ciclo de violencia sólo puede existir si concedéis a todo el mundo, incluidos aquellos que son malvados, equivalencia moral; si decís que todo el mundo, incluidos aquellos que deciden hacer daño a otros, tiene el mismo derecho a existir. Esto es lo que hacéis cuando rehusáis aplastar el mal: dais categoría moral y poder a aquellos que asesinan. »Buscar un compromiso en tales campos es una idea enfermiza que dice que debéis cortar un dedo, y luego una pierna, y luego un brazo para alimentar al monstruo que habita entre vosotros. El mal se alimenta del bien. Si matáis al monstruo, la violencia finaliza. »Tenéis dos opciones ante vosotros. Elegir vivir bajo un temor servil, de rodillas, disculpándoos incesantemente por desear que se os permita vivir mientras os esforzáis por aplacar a un mal siempre en expansión, o eliminar a aquellos que querrían haceros daño y liberaros para vivir vuestras propias vidas; lo que significa que debéis permanecer vigilantes, siempre listos para protegeros. Uno de los

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portavoces, abriendo mucho los ojos, alzó un brazo para señalar a Richard. —Ahora sé quién eres. Eres aquel que menciona la profecía. ¡Eres el que la profecía dice que nos destruirá! Una serie de cuchicheos transportaron la acusación entre toda la concurrencia. Richard volvió los ojos atrás, a sus hombres reunidos allí, luego dirigió una mirada iracunda a los portavoces. —Soy Richard Rahl. Tenéis razón; soy aquel que menciona la profecía que se entregó a vuestra gente hace tanto tiempo. “Vuestro destructor vendrá y os redimirá.» »Tenéis razón; esa profecía se refiere a mí. Pero si yo no hubiese aparecido, habría acabado siendo otro quien habría cumplido esas palabras, bien dentro de otro año, o dentro de otros mil años, porque estas palabras se refieren en realidad al honorable compromiso del hombre con la vida. »A vuestro pueblo lo desterraron porque se negó a ver la verdad del mundo. Eligieron cerrar sus mentes a la realidad. Yo he puesto fin a esa ceguera. Volvió a señalar a los hombres que tenía detrás. —Cuando se colocó la verdad ante los ojos de estos hombres, ellos eligieron por fin abrir los ojos y verla. Ahora, el resto de vuestro pueblo debe enfrentarse al mismo desafío y elegir cómo vivirán su futuro. »"Vuestro destructor vendrá y os redimirá" son las palabras que indican las posibilidades de un futuro mejor. Significan que vuestro modo de vida, de impedir a la gente hacerlo lo mejor que pueden, de limitarles la posibilidad de ser todo lo que pueden ser, de imponer esas costumbres ciegas y destructivas que aplastan el espíritu de cada individuo y que con el paso del tiempo han provocado que muchos de los mejores de los vuestros os abandonaran y marcharan a lo desconocido más allá del límite... se han acabado. »Los hombres de la Orden pueden haber invadido vuestra tierra, pero, espiritualmente, no cambian nada en vosotros. Su violencia es tan sólo más evidente que vuestra lenta asfixia del potencial humano. Ellos ofrecen las mismas vidas ciegas que ya vivís, simplemente con una forma más manifiesta de brutalidad. »He traído la luz de la verdad a algunos de los vuestros, y al hacerlo he puesto fin a su oscura existencia. El resto de vuestra gente debe decidir si continuarán acurrucados en la oscuridad o saldrán a la luz que he traído entre vosotros. »Al traer esa luz a vuestra gente, la he redimido. »Les he mostrado que pueden volar con sus propias alas, aspirar a alcanzar lo que quieran para sí mismos. Los he ayudado a recuperar sus propias vidas. »Sí, he destruido el pretexto que conforma las cadenas de su represión, pero al hacerlo he liberado la nobleza de sus espíritus. »Ese es el significado de la profecía. Está en manos de cada uno de vosotros aceptar el reto y triunfar, o esconderos en vuestra autoimpuesta oscuridad sin intentarlo. No existen garantías de que si lo intentáis tendréis éxito. Pero sin intentarlo, aseguraréis el fracaso y una existencia de temor para vosotros y vuestros hijos. La única diferencia será que, si elegís vivir igual a como lo hacéis ahora, si continuáis aplacando el mal, ahora ya sabéis que el precio es vuestra alma. Richard dio la espalda a los portavoces. Antes de que cerrase los ojos para frotarlos con las yemas de los dedos, Kahlan vio en ellos el terrible suplicio que padecía. Nada deseaba más ella que conseguir el último antídoto y luego hacer lo que debieran hacer para liberarlo del dolor provocado por su don. Sabía que lo estaba perdiendo poco a poco. Le parecía como si Richard estuviese en algún lugar totalmente solo, colgando del borde de un precipicio, aferrándose a él, y esos dedos estuvieran resbalando lentamente. Owen dio un paso al frente. —Honorables portavoces, ha llegado el momento de oír lo que dice el Hombre Sabio. Si no creéis que esta crisis que afecta a nuestro pueblo no lo justifica, entonces nada lo hace. Es nuestro futuro, nuestras vidas, lo que está en juego. »Haced venir al Hombre Sabio. Escucharemos sus palabras, si realmente es sabio y digno de nuestra lealtad. Tras repararen los murmullos de asentimiento que recorrían la habitación, los

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portavoces juntaron las cabezas cuchichearon entre sí para hallar un consenso que les dijera qué hacer, finalmente, casi la mitad de ellos se fue al interior de una habitación trasera. Uno de los portavoces que quedaron inclinó la calva cabeza. —Veremos qué tiene que decir el Hombre Sabio. Kahlan había visto tales sonrisas despectivas muy a menudo. Alzando la puntiaguda barbilla, el hombre cruzó las manos ante él. —Ante todas estas personas, plantearemos vuestras palabras blasfemas al Hombre Sabio y escucharemos su sabiduría de modo que se pueda zanjar esta cuestión. Salieron unos hombres de la habitación trasera llevando postes envueltos en tela roja, tablones con muescas y tablas. Ante la puerta que conducía a una habitación trasera, empezaron a montar una sencilla plataforma con postes en cada esquina y las gruesas colgaduras rojas diseñadas para circundarla. Cuando la estructura quedó finalmente montada, colocaron un gran almohadón sobre la plataforma y luego corrieron las colgaduras. Otros hombres transportaron hasta allí dos mesas, sobre las que había varias velas, y colocaron una a cada lado del ceremonial asiento de la sabiduría recubierto con los cortinajes. En un momento, los portavoces habían creado un decorado sencillo pero reverencial. Kahlan conocía a una serie de pueblos en la Tierra Central que poseían magia. Por lo general también tenían a personas, parecidas a esos portavoces. También sabía que era mejor no subestimar a tan simples chamanes y su vínculo con el mundo de los espíritus. Había quienes tenían conexiones muy reales y un gran poder sobre su gente. Lo que no podía imaginar era cómo un pueblo sin ninguna magia podía poseer a tal agente de los espíritus. Si era cierto que lo tenían, y tal persona iba en contra de ellos, entonces codo su trabajo habría sido en vano. Los Portavoces se alinearon a ambos lados y luego descorrieron la cortina de la parte delantera lo suficiente para ver en el débilmente iluminado interior. Allí, sentado con las piernas cruzadas sobre el almohadón, había lo que parecía ser un niño vestido con una túnica blanca, las manos descansando en actitud piadosa sobre el regazo. No parecía muy mayor, unos ocho o diez años como máximo. Llevaba un pañuelo negro atado alrededor de la cabeza para cubrirle los ojos. —No es más que un niño —dijo Richard. Ante la interrupción, uno de los portavoces lanzó a Richard una mirada asesina. —Únicamente un niño está lo bastante lo bastante libre de la contaminación de la vida para poder estar en contacto con la auténtica sabiduría. A medida que envejecemos depositamos una capa tras otra de experiencias sobre lo que en el pasado fue un discernimiento perfecto, pero recordamos esas conexiones no adulteradas del pasado y por lo tanto nos damos cuenta de que sólo en un niño puede ser la más pura sabiduría. Por toda la habitación se agitaron cabezas en señal de qué así era. Richard miró de reojo a Kahlan. Uno de los portavoces se arrodilló ante la plataforma e inclinó la calva cabeza. —Hombre Sabio, debemos pedirte tu sagaz orientación. Algunos de nuestros hombres desean iniciar una guerra. —La guerra no resuelve nada —repuso el Hombre Sabio con voz piadosa. —Tal vez querrías escuchar sus razones. —No existen razones válidas para pelear. La guerra no es nunca la solución. La guerra es una admisión de fracaso. Las personas de la habitación se echaron hacia atrás, mostrándose incómodas al ver que se presentaban preguntas tan groseras ante el Hombre Sabio, preguntas que él no tenía problemas en dilucidar con aquella sencilla sabiduría que dejaba al descubierto una inmoralidad evidente. —Muy sabio. Nos has mostrado la sabiduría en su auténtica y simple perfección. Todos los hombres harían bien es hacer caso de tal verdad. —El hombre volvió a inclinar la cabeza—. Hemos intentado decir... —¿Por qué llevas una venda? —preguntó Richard, interrumpiendo al portavoz arrodillado ante la plataforma. —Oigo cólera en

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tu voz —dijo el Hombre Sabio—. Nada se puede conseguir hasta que te despojes de tu odio. Si buscas en mi corazón, puedes encontrar la bondad en todo el mundo. Richard colocó una mano en la espalda de Owen, instándolo a adelantarse. Alargó la mano hacia atrás, entre el gran grupo de hombres, y agarró de la camisa a Anson, tirando de él también. Los tres hombres se acercaron a la plataforma del Hombre Sabio. Únicamente Richard se mantenía erguido en toda su estatura. Con el pie, obligó al portavoz arrodillado a hacerse a un lado. —He preguntado por qué llevas una venda —dijo Richard. —Hay que decir no al conocimiento para poder dejar espacio a la fe. Únicamente a través de la fe se puede alcanzar la auténtica verdad —repuso el Hombre Sabio—. Tienes que creer antes de poder ver. —Si crees, sin ver la verdad de lo que es —dijo Richard—, entonces te estás mostrando voluntariamente ciego, no sabio. Debes ver, primero, para poder aprender y comprender. Los hombres que rodeaban a Kahlan parecieron incómodos al ver que Richard hablaba de aquel modo a su Hombre Sabio. —Detén el odio, o cosecharás sólo odio. —Hablábamos sobre conocimiento. No te he preguntado sobre el odio. El Hombre Sabio juntó las manos en actitud de plegaria ante él, inclinando la cabeza ligeramente. —La sabiduría nos rodea por todas partes, pero nuestros ojos nos ciegan, nuestro oído nos ensordece, nuestras mentes piensan y de ese modo nos hacen ignorantes. Nuestros sentidos únicamente nos engañan; el mundo no puede decirnos nada de la naturaleza de la realidad. Para fundirse con la más noble esencia del auténtico significado de la vida, primero debes fijar la vista ciegamente en tu interior para descubrir la verdad. Richard cruzó los brazos sobre el pecho. —Tengo ojos, de modo que no puedo ver. Tengo oídos, de modo que no puedo oír. Tengo una mente, de modo que no puedo saber nada. —El primer paso a la sabiduría es aceptar que somos incompetentes para conocer la naturaleza de la realidad, y así saber que nada de lo que pensamos que sabemos puede ser real. —Debemos comer para vivir. ¿Cómo se puede rastrear un ciervo en los bosques para poder comer? ¿Se venda uno los ojos? ¿Se introduce uno cera en las orejas? ¿Se hace mientras uno duerme de modo que la mente no contribuya con ninguna clase de pensamiento a la tarea que se tiene entre manos? —Nosotros no comemos carne. Esta mal hacer daño a animales sólo para que podamos comer. No tenemos más derecho a vivir que un animal. —Así que coméis únicamente plantas, huevos, queso... cosas así. —Por supuesto. —¿Cómo haces queso? En el violento silencio, alguien en el fondo de la habitación tosió. —Soy el Hombre Sabio. No se me pide que realice esta tarea. Otros hacen queso para que comamos. —Ya veo; no sabes cómo hacer queso para tu cena porque nadie te ha enseñado jamás. Eso es perfecto. Aquí estás, pues, con una venda sobre los ojos y unas ideas claras en absoluto obstruidas por un conocimiento molesto sobre el tema. Así que, ¿cómo haces queso? ¿Viene a ti? ¿El método para hacer queso te es enviado a través de la divina introspección que proporcionan tus ojos vendados? —La realidad no se puede analizar... —Dime cómo, si llevases una venda de modo que no pudieses ver, te pusieran cera en los oídos para no oír, y te colocaras unos gruesos guantes para no poder palpar nada, cómo harías algo tan simple como coger un rábano para comértelo. Más fácil. Simplemente deja esa venda puesta y muéstrame cómo puedes coger un rábano de modo que tengas algo que comer. Incluso te ayudaré a encontrar la puerta, primero; luego estarás tú sólo. Vamos, pues. En marcha. El Hombre Sabio se pasó la lengua por los labios. —Bueno, yo... —Si te niegas a ti mismo la vista, el oído, el tacto... ¿cómo plantarás comida para sustentarte, o cómo puedes siquiera buscar bayas y frutos secos? Si nada es real, entonces ¿cuánto tiempo pasará antes de que te mueras de hambre mientras esperas a que alguna

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voz interna de «verdad» te alimente? Uno de los portavoces se abalanzó al frente, intentando hacer retroceder a Richard. Richard le asestó tal empujón que lo dejó sentado en el suelo. Los portavoces retrocedieron asustados unos pocos pasos. Richard coloco una bota sobre la plataforma, apoyó el brazo sobre la rodilla y se inclinó muy cerca del Hombre Sabio. —Responde a mi pregunta, «Hombre Sabio». Dime qué te ha revelado hasta el momento sobre la elaboración del queso. Vamos, oigámoslo. —Pero... eso no es una pregunta justa. —¿No? ¿Una pregunta referente a la búsqueda de un valor no es justa? La vida requiere que todos los seres vivos persigan valores si quieten vivir. Un pájaro muere si no consigue capturar un gusano. Es básico. Las personas no son diferentes. —Detén el odio. —Ya llevas puesta una venda. ¿Por qué no te tapas los oídos y tarareas una melodía para ti mismo de modo que no puedas pensar en nada...? —Richard se inclinó más y bajó la voz peligrosamente—. Y en tu estado de sabiduría infinita, Hombre Sabio, te limitas a intentar adivinar que estoy a punto de hacerte. El niño chilló atemorizado y retrocedió a toda prisa. Kahlan se abrió paso entre Richard y Anson y se sentó hacia atrás en la plataforma. Rodeó al aterrado chiquillo con un brazo y lo acercó a ella para consolarlo. Él se apretó contra la protección que la mujer le brindaba. —Richard, estás asustando al pobre niño. Míralo. Tiembla como una hoja. Richard retiró la venda de la cabeza del niño. Con aturdido desaliento, éste contempló lloroso a Richard. —¿Por qué acudiste a ella? —preguntó Richard con dulzura. —Porque estabas a punto de hacerme daño. —¿Quieres decir, entonces, que esperabas que ella te protegería? —Desde luego... eres más grande que yo. Richard sonrió. —¿Te das cuenta de lo que dices? Estabas asustado y esperabas que te protegieran del peligro. Eso no estaba mal, ¿verdad? ¿Querer estar a salvo? ¿Temer a la agresión? ¿Buscar la ayuda de alguien que pensabas que podría ser lo bastante grande como para detener la amenaza? El niño parecía confundido. —Imagino que no. —¿Y qué pasaría si te apuntase con un cuchillo? ¿No querrías tener a alguien que impidiese que te hiriera? ¿No querrías vivir? —Sí —respondió el niño, asintiendo. —Ése es el valor del que estamos hablando, aquí. —¿Qué quieres decir? —inquirió él, frunciendo el entrecejo. —La vida —dijo Richard—. Tú quieres vivir. Eso es noble. No quieres que otra persona te quite tu vida. Eso es justo. »Todas las criaturas quieren vivir. Un conejo correrá si se ve amenazado; por eso tiene patas fuertes. No necesita patas fuertes ni orejas grandes para encontrar y comer brotes tiernos. Tiene las orejas grandes para percibir amenazas, y las patas fuertes para escapar. Un antílope resoplará a modo de advertencia si se ve amenazado. Una serpiente puede agitar su cascabel para rechazar amenazas. Un lobo gruñe una advertencia. Pero si el peligro sigue acudiendo y no pueden escapar, un antílope puede patearlo, la serpiente puede picar y el lobo puede atacar. Ninguno de ellos irá buscando pelea, pero se protegerán. »El hombre es la única criatura que voluntariamente se somete a los colmillos de un depredador. Únicamente el hombre, a través de un adoctrinamiento continuado como el que se te ha dado, rechazará los valores que sustentan la vida. Con todo, tú instintivamente hiciste lo correcto al acudir a mi esposa. —¿Lo hice? —Sí. Vuestras costumbres no podían protegerle, así que actuaste con la esperanza de que ella pudiese. Si yo realmente fuese alguien que tuviese la intención de hacerte daño, ella habría peleado para detenerme. El niño alzó los ojos hacia la sonrisa de Kahlan. —¿Lo habrías hecho? —Sí, lo habría hecho. También yo creo en la nobleza de la vida. Él la miró maravillado. Kahlan meneó la cabeza despacio. —Pero tu acto instintivo de buscar protección no te habría servido de nada si en su lugar hubieses buscado la protección de personas que viven según las enseñanzas

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equivocadas que repites. Esas enseñanzas condenan el instinto de conservación como una forma de odio. A tu pueblo lo están masacrando con la ayuda de sus propias creencias. Él se mostró acongojado. —Pero, yo no quiero eso. —Tampoco lo queremos nosotros —repuso Kahlan, sonriendo—. Por eso vinimos, y por eso Richard tuvo que mostrarte que puedes conocer la verdad de la realidad y hacer lo que ayudará a sobrevivir. —Gracias —le dijo a Richard. Richard sonrió y acarició con ternura los cabellos rubios del niño. —Siento haber tenido que asustarte para demostrarte que lo que decías en realidad no tenía ningún sentido. Necesitaba mostrarte que las palabras que te han enseñado no pueden serte de utilidad; no puedes vivir según ellas porque están desprovistas de realidad y de razón. A mí me das la impresión de ser un chico al que le importa vivir. Yo era así cuando tenía tu edad, y todavía lo soy. La vida es maravillosa; disfruta de ella, mira a tu alrededor con los ojos que tienes, y contémplala en toda su gloria. —Nadie me ha hablado jamás sobre la vida de este modo. No veo gran cosa, tengo que estar dentro todo el tiempo. —¿Sabes qué? A lo mejor, antes de que me vaya, te llevaré a dar un paseo por los bosques y te mostraré algunas de las maravillas del mundo que te rodea... los árboles y las plantas, los pájaros, a lo mejor incluso conseguiremos ver un zorro... y hablaremos más sobre las maravillas y la alegría de vivir. ¿Te gustaría eso? El rostro del niño se iluminó con una amplia sonrisa. —¿Harías eso por mí? Richard sonrió con una de aquellas sonrisas que derretían el corazón de Kahlan y le pellizcó juguetonamente la nariz al niño. —Claro. Owen se adelantó y pasó los dedos con gesto afectuoso por los cabellos del niño. —En una ocasión fui como tú... un Hombre Sabio... hasta que fui un poco más mayor de lo que eres. El muchacho alzó los ojos hacia él frunciendo el entrecejo. —¿De veras? Owen asintió. —Por entonces pensaba que habla sido elegido porque era especial y de algún modo sólo yo era capaz, de estar en íntima comunión con algún glorioso dominio de otro mundo. Creía que de mí manaba a borbotones gran sabiduría. Al mirar atrás, me avergüenza ver lo estúpido que fue todo ello. Me obligaron a escuchar lecciones. Jamás se me permitió ser un niño. Los grandes portavoces me alababan por repetir a otros las cosas que había oído, y cuando se las decía con gran desdén a la gente, ellos me decían lo sabio que era. —También a mí —repuso el niño. Richard se volvió hacia los hombres. —A esto es a lo que vuestro pueblo se ha visto reducido como títere de sabiduría: a escuchar a un niño repitiendo expresiones sin sentido. Poseéis mentes para poder pensar y comprender el mundo que os rodea. Esta ceguera autoimpuesta es una siniestra traición a vosotros mismos. Los hombres situados al frente, que Kahlan podía ver desde donde estaba sentada abrazando al muchacho, bajaron todos las cabezas, avergonzados. —Lord Rahl tiene razón —dijo Anson—. Hasta hoy, jamás lo había puesto verdaderamente en duda ni pensado en lo estúpido que es en realidad. Uno de los portavoz agitó el puño. —¡No es estúpido! Otro, el que tenía la barbilla afilada, se inclinó al frente y le arrebató a Anson el cuchillo de la funda que llevaba al cinto. Kahlan apenas podía creer lo que acababa de ver. Pareció como si contemplara cómo una pesadilla se desarrollaba de improviso, una pesadilla que no era capaz de detener ni hacer que fuera más despacio. Pareció como vi supiese lo que iba a suceder antes de verlo. Con un grito enfurecido, el portavoz atacó de repente, apuñalando a Anson antes de que éste pudiese reaccionar. Kahlan oyó cómo la hoja golpeaba hueso. Impulsado por una cólera ciega, el portavoz echó con rapidez atrás el puño que sujetaba el ahora ensangrentado cuchillo para volver a apuñalar a Anson. El rostro de Anson se contorsionó por la sorpresa a la vez que éste se desplomaba. Puntitos de luz, de velas reflejándose en la bruñida longitud de acero afilado

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como una cuchilla se desdibujaron en forma de listas cuando la espada de Richard centelleó por delante de Kahlan. Ya mientras la espada giraba en redondo, el excepcional tañido del metal en el momento de ser desenvainado acompañó al aterrador arco que describía. Impulsada por la formidable fuerza de Richard, la punta de la espada silbó en el aire. Mientras el brazo del portavoz alcanzaba la cúspide de su balanceo, y volvía a iniciar su mortífero viaje descendente, el arma de Richard se estrelló contra el costado del cuello del hombre y sin que pareciera perder velocidad desgarró carne y hueso, llevándose por delante la cabeza del hombre y un hombro junto con el brazo que sostenía en alto el cuchillo. El fulminante tajo arrojó chorros de sangre contra la pared de piedra de los cimientos del palacio. Mientras la cabeza y el hombro con el brazo pegado a él del portavoz daban vueltas por los aires en una extraña y bamboleante espiral, el cuerpo cayó hecho un ovillo. La cabeza chocó contra el suelo con un escalofriante golpe sordo y rebotó sobre las alfombras, dejando un rastro de sangre mientras rodaba. Richard hizo girar el arma a toda velocidad, dirigiéndola hacia la amenaza potencial de los otros portavoces. Kahlan apretó el rostro del niño contra su hombro, cubriéndole los ojos. Algunos de los hombres se dejaron caer junto a Anson. Kahlan no sabía lo malherido que estaba... o si seguía vivo. No muy lejos, la cabeza y el brazo ensangrentados del portavoz, muerto yacían ante una mesa cubierta de velas. El puño todavía sujetaba el cuchillo en el rigor de la muerte. La repentina carnicería que yacía ante todos ellos, la sangre que se extendía por el suelo, resultaba horripilante. Todo el mundo miraba fijamente en un silencio anonadado. —La primera sangre derramada por vosotros grandes portavoces —dijo Richard con voz sosegada al grupito de encogidos portavoces—, no lo es contra aquellos que vienen a asesinar a vuestra gente, sino contra un hombre que no cometió ninguna violencia contra vosotros... uno de los vuestros que simplemente se alzó y os dijo que quería ser libre de la opresión del terror, libre para pensar por sí mismo. Kahlan se puso en pie, y vio entonces que había mucha más gente en la habitación de la que había habido antes. Cuando Cara se abrió paso a través de la silenciosa multitud hasta llegar junto a Kahlan, Kahlan la tomó del brazo y se inclinó hacia ella. —¿Quiénes son todas esas personas? —Gente de la ciudad. Unos mensajeros les llevaron la noticia de que la ciudad de Witherton había sido liberada. Se enteraron de que nuestros hombres estaban aquí para ver al Hombre Sabio y quisieron presenciar lo que fuera a suceder. Las escaleras y pasillos que hay arriba están llenos de ellos, las palabras que se han pronunciado aquí abajo se han transmitido hacia arriba, a toda la multitud. A Cara le preocupaba evidentemente estar lo bastante cerca como para proteger a Richard y a Kahlan. Ésta sabía que a muchas de las personas las había influenciado lo que Richard había estado diciendo, pero en aquellos momentos no sabía lo que harían. Los portavoces parecían haber perdido su convicción. No querían que se les asociase con el agresor. Uno de ellos finalmente abandonó a sus camaradas y fue hasta el niño que estaba de pie junto a la plataforma engalanada con cortinajes, y bajo el brazo protector de Kahlan. —Lo siento —dijo al niño con voz sincera, y se volvió hacia la gente que observaba—. Lo siento. Ya no quiero seguir siendo portavoz. La profecía se ha cumplido; nuestra redención está cercana. Creo que haríamos bien en escuchar lo que estos hombres tienen que decir. Creo que me gustaría vivir sin el temor de que los hombres de la Orden vayan a asesinarnos a todos. No se oyeron aclamaciones, ni una ovación desenfrenada, sino, más bien, un silencioso acuerdo, pues Kahlan vio que todos asentían con lo que parecía la esperanza de que su deseo secreto de verse libres de la brutalidad de la Orden Imperial no fuese un pensamiento secreto y pecaminoso después de todo, sino lo más

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correcto. Richard se arrodilló junto a Owen mientras un par de hombres se ataban una tira de tela alrededor del brazo superior de Anson. Éste estaba sentado en el suelo. Tenía todo el brazo empapado en sangre, pero parecía que el vendaje reducía la hemorragia. Kahlan suspiró aliviada al ver que Anson estaba vivo y que la herida no era grave. —Parece que habrá que coserla —dijo Richard. Algunos de los hombres asintieron. Un anciano se abrió paso entre la multitud y se adelantó. »Yo hago tales cosas. También tengo hierbas con las que preparar un emplasto. —Gracias —dijo Anson mientras sus amigos lo ayudaban a levantarse. Parecía mareado y los hombres tuvieron que sostenerlo. Una vez seguro de poderse mantener en pie, el herido se volvió hacia Richard. —Gracias. lord Rahl, por responder a la llamada de la oración que pronuncié: «Amo Rahl, protégenos». »Jamás pensé que sería el primero en sangrar por lo que hemos decidido a hacer, o que la sangre la derramaría uno de los nuestros. Richard palmeó con suavidad a Anson en la parte posterior del hombro bueno, mostrando su agradecimiento. Owen paseó la mirada por la multitud. —Creo que todos hemos decidido volver a ser libres. —Cuando el gentío asintió para confirmarlo, Owen volvió la cabeza hacia Richard—. ¿Cómo nos desharemos de los soldados de Northwick? Richard limpió la hoja de la espada en el pantalón del portavoz muerto. Alzó la mirada hacia la multitud. —¿Alguna idea de cuántos soldados hay aquí, en Northwick? No había ira en la voz. Kahlan había visto, desde el momento en que él había desenvainado la espada, que en sus ojos había estado ausente la magia que acompañaba a la Espada de la Verdad. No había ninguna chispa de la cólera de la espada en los ojos del Buscador, ninguna magia danzaba peligrosamente en ellos, no había furia en su porte. Simplemente había hecho lo que era necesario para detener la amenaza. Si bien era un alivio que hubiese tenido éxito al instante, era de lo más preocupante que la magia de la espada no hubiese surgido. Lo que siempre había estado allí para ayudarlo al parecer le había fallado. Aquella ausencia de la magia de la espada dejó a Kahlan sumida en una gélida aprensión. Las personas de la multitud se miraron entre sí y luego hablaron de cientos de hombres de la Orden que habían visto. Uno dijo que había varios miles. Una mujer de más edad alzó la mano. —No tanto, pero se acerca a eso. Owen se volvió hacia Richard. —Eso son muchos soldados para que nos enfrentemos a ellos. Puesto que no había estado nunca en una auténtica batalla, no tenía ni idea de cómo era. Richard no pareció oír a Owen. Deslizó la espada de vuelta en el interior de la vaina oculta bajo la capa negra. —¿Cómo lo sabes? —preguntó a la mujer. —Soy una de las personas que ayuda a preparar sus comidas. —¿Te refieres a que vosotros cocináis para los soldados? —Sí —dijo la anciana—, no desean hacerlo por sí mismos. —¿Cuándo tenéis que volver a cocinar? —Tenemos grandes marmitas que estamos empezando a tener listas para la comida de mañana. Nos lleva toda la noche preparar el estofado de su cena. Además de eso, también tenemos que trabajar toda la noche preparando panecillos, huevos y gachas para su comida de la mañana. Kahlan imaginó que los soldados estarían probablemente satisfechos de tener a su disposición tal provisión de esclavas dóciles. Richard efectuó un corto paseo entre ella y Owen. Se pellizcó el labio inferior mientras consideraba el problema. Con una fuerza propia tan reducida, casi dos mil hombres armados eran muchos para enfrentarse a ellos, en especial teniendo en cuenta lo inexpertos que eran los bandakarianos. Kahlan puedo darse cuenta de que Richard tramaba algo. Este agarró el brazo del hombre de más edad que apretaba el vendaje alrededor de la herida de Anson. —Dijiste que tenías hierbas. ¿Entiendes de tales cosas? El hombre se encogió de hombros. —No gran cosa, justo lo suficiente para preparar remedios

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sencillos. Kahlan se desanimó. Había pensado que quizás aquel hombre podría saber algo sobre cómo preparar más antídoto. —¿Tienes muguete, adelfa, tejo, acónito, cicuta? El hombre pestañeó sorprendido. —Son bastante comunes, imagino, en especial al norte, en las zonas de bosques. Richard se giró hacia sus hombres. —Debemos eliminar a los hombres de la Orden. Cuanto menos tengamos que combatir mucho mejor. »Ahora que aún está oscuro, saldremos de la ciudad y reuniremos las cosas que nos hacen falta. —Alzó una mano en dirección a la mujer que había comentado que cocinaba para los soldados—. Muéstranos dónde vais a cocinar toda la comida de mañana. Os traeremos unos cuantos ingredientes extra. »Con lo que pongamos en el estofado, los soldados se pondrán terriblemente enfermos en unas horas. Pondremos cosas distintas en marmitas distintas, así los síntomas serán diferentes, para ayudar a crear confusión y pánico. Si conseguimos poner suficiente veneno en el estofado, la mayoría morirá en cuestión de horas, padeciendo de todo, desde debilidad y parálisis a convulsiones. »Entrada la noche, entraremos y acabaremos con cualquiera que aún no esté muerto, o que pueda no haber comido. Si nos preparamos con cuidado, Northwick quedará libre de la Orden sin que tengamos que pelear contra ellos. Finalizará rápidamente, sin que ninguno de nosotros salga herido. La habitación permaneció en silencio por un instante; entonces Kahlan vio aparecer sonrisas entre la gente. Un rayo de luz había penetrado en sus vidas. Con la embriagadora idea de una libertad inmediata, algunos empezaron a llorar a la vez que de improviso sentían la necesidad de ofrecer breves relatos sobre aquellos que amaban que hablan sido violados, torturados, llevados a otra parte o asesinados. Ahora que a aquellas personas se les había dado una oportunidad de vivir, ninguna quería volver atrás. Veían la salvación, y estaban dispuestas a hacer lo que tuviera que hacerse para obtenerla. —Esto destruirá nuestro modo de vida —dijo alguien, no con amargura, sino con voz maravillada. —La redención está cercana —añadió otra persona de la multitud.

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De pie, bajo polvorientos haces de luz del atardecer, Zedd osciló sobre sus pies mientras aguardaba no lejos de la tienda en la que la hermana Tahirah acababa de introducir una pequeña caja. Mientras ella estaba dentro sacando el contenido con cuidado y preparando el objeto mágico para ser inspeccionado, los guardias permanecían a poca distancia, charlando entre ellos sobre sus posibilidades de obtener cerveza aquella noche. No se podía decir que les preocupase que un anciano flacucho con un rada'han alrededor del cuello y los brazos encadenados a la espalda pudiera provocarles algún problema o salir huyendo. Zedd aprovechó la oportunidad para recostarse contra la rueda trasera del carro. Sólo quería que le permitiesen acostarse en el suelo y dormir. Con disimulo, miró por encima del hombro a Adie, la mujer le dedicó una breve sonrisa valerosa. El carro en el que se apoyaba estaba repleto de objetos saqueados del Alcázar que todavía había que identificar. Por todo lo que Zedd sabía, podía estar recostado en un carromato repleto de magia sencilla pensada para entretener y enseñar a niños, o algo tan poderoso que le entregaría la victoria a Jagang en un instante. Algunos de los objetos traídos del Alcázar le eran desconocidos a Zedd. Habían estado encerrados tras barreras que él nunca había podido franquear. Incluso cuando él era niño los ancianos magos del Alcázar habían sido incapaces de llegar a lo que se ocultaba detrás de muchas de las barreras. Pero a los hombres que habían asaltado y tomado el Alcázar del Hechicero no les afectaba la magia y al parecer no tenían problemas para atravesar las barreras que habían estado allí durante miles de años. Todo lo que Zedd sabía había sido puesto patas arriba. En algunos aspectos, parecía que aquello era no tan sólo el fin del Alcázar del Hechicero tal y como había sido pensado y concebido, sino el final de un modo de vida, y la muerte de una era. Los objetos traídos del Alcázar que Zedd había identificado hasta el momento no eran de gran valor para Jagang en lo referente a ganar la guerra. Había unas pocas cosas, ya de vuelta en cajones protectores, que eran un misterio para Zedd; por lo que él sabía, podían ser sumamente peligrosas. Deseó que todas ellas pudiesen ser destruidos antes de que una de las Hermanas de las Tinieblas descubriera cómo usarlas para causar estragos. Alzó la vista al ver que uno de los soldados de élite protegidos con cuero y cota de malla se detenía no muy lejos, la atención puesta en algo. En la oreja derecha tenía una gran muesca en forma de «V» que recordaba el modo en que algunos granjeros marcaban a sus cerdos. Aunque llevaba el mismo equipo que el resto de los soldados de élite, las notas no eran iguales. Zedd vio, cuando el hombre miró a su alrededor, que su ojo izquierdo no se abría tanto como el derecho, pero entonces el hombre se marchó para unirse a los grupos de soldados que patrullaban. Mientras observaba las continuas idas y venidas de la multitud de soldados, Hermanas y otras personas que pasaban por su lado, Zedd siguió teniendo las desconcertantes visiones de gente de su pasado. Resultaba desalentador padecer tales ilusiones... alucinaciones generadas por una mente que por falla de sueño, y tal vez por la constante tensión. Los rostros de algunos de los guardias de élite resultaban inquietantemente familiares. Imaginó que había estado viendo a los hombres durante días y ya le empezaban a resultar conocidos. A lo lejos vio pasar a una Hermana que se parecía a alguien que conocía. Probablemente se había encontrado con ella recientemente, eso era todo. Había conocido a diversas Hermanas, y jamás fue agradable. Zedd se amonestó diciéndose que debía intentar no perder la cabeza. Una de las niñas que estaba no muy lejos, a la que mantenía prisionera un enorme

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guardia que la vigilaba de cerca, observaba a Zedd con atención y cuando éste alzó la mirada hacia ella, le sonrió. A él le pareció la cosa más extraña que una criatura asustada —en medio de tal caos de soldados, prisioneros y actividad militar— podía hacer. Supuso que una criatura así no era posible que pudiese comprender que estaba allí para ser torturada, si era necesario, para asegurarse de que Zedd contaba todo lo que sabía. Apartó la mirada de la larga melena rubia que le descendía por los hombros, del hermoso y curiosamente familiar rostro. Aquello era demencial... en más de un sentido. La Hermana de nariz ganchuda salió de la tienda. —Traedlos dentro —ordenó con brusquedad. Los cuatro guardias se pusieron en acción al instante, dos agarrando a Adié, los otros dos a Zedd. Los hombres tenían suficiente corpulencia como para que el peso de Zedd fuese algo trivial para ellos. El modo en que lo sostuvieron en alto por los brazos impidió que la mitad de sus pasos tocaran el suelo. Tiraron de él al interior de la tienda, le hicieron ir hasta la mesa, le dieron la vuelta y lo soltaron sobre la silla con tal fuerza que se quedó sin aire en los pulmones. Zedd cerró los ojos a la vez que hacía una mueca de dolor. Deseó que se limitasen a matarlo y así no tuviera que volver a abrir los ojos nunca más. Pero cuando lo matasen, enviarían su cabeza a Richard. Zedd detestaba pensar en la angustia que ello le causaría. —¿Bien?-inquirió la hermana Tahirah. Zedd abrió los ojos e inspeccionó el objeto colocado ante él en el centro de la mesa. Contuvo el aliento. Pestañeó ante lo que veía, demasiado atónito para soltar el aire. Era magia construida, un hechizo de crepúsculo. Zedd tragó saliva. Indudablemente, ninguna de las Hermanas lo había abierto. No, no podían haberlo abierto. Él no estaría sentado allí si lo hubiesen hecho. Ante él, sobre la mesa, descansaba una caja pequeña, del tamaño de la mitad de su palma. La caja tenia la forma de la mitad superior de un sol estilizado; la mitad de un disco con seis afilados rayos saliendo de él, pensado para representar al sol poniéndose en el horizonte. La caja estaba barnizada de un amarillo brillante. Los rayos también eran amarillos, pero con líneas de color naranja, verde y azul a lo largo de los bordes. —¿Bien? —repitió la hermana Tahirah. —Ahh... La mujer miraba su libro, no la pequeña caja amarilla. —¿Qué es? —No... no estoy seguro de recordarlo —dijo él, dando largas. La Hermana no estaba de humor. —¿Quieres qué...? —Ah, sí —dijo él, intentando parecer indiferente—, ahora lo recuerdo. Es una caja con un hechizo que emite una musiquita. Esa parte era cierta. La Hermana seguía leyendo su libro, Zedd echó una ojeada atrás a Adie sentada en el banco. Pudo ver en los ojos de la anciana que ésta sabía por su comportamiento que algo sucedía. Esperó que la Hermana no pudiera detectar lo mismo. —Es una caja de música, entonces —murmuró la hermana Tahirah, más interesada en su catálogo de magia. —Sí, eso es. Una caja que contiene un hechizo que reproduce música. Cuando retiras la tapa, suena una melodía. El sudor le goteaba por el cuello, descendiendo entre los omóplatos. Zedd tragó saliva e intentó impedir que su temblor se refléjala en la voz. —Saca la tapa... y lo verás. Ella atisbó con suspicacia por encima de la parle superior del libro. —Saca tú la tapa. —Bueno... no puedo. Tengo las manos encadenadas a la espalda. —Usa los dientes. —¿Los dientes? La Hermana usó el extremo posterior de su pluma para empujar la caja amarilla en forma de medio sol más cerca de él. —Sí, usa los dientes. El ya había contado con su suspicacia, pero no se atrevió a exagerar. Movió la lengua en la boca, intentando con desesperación obtener algo de saliva. La sangre sería mejor, pero sabía que si se mordía el interior del labio la Hermana sospecharía. La sangre era un catalizador demasiado corriente. Antes de que la Hermana se mostrara recelosa. Zedd se inclinó al frente e intentó estirar los labios alrededor de la caja. Se esforzó por colocar los dientes inferiores en

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la parte inferior del sol y los dientes superiores enganchados a un afilado rayo. La caja era un pelín demasiado grande. Con una mano en la parte posterior de la cabeza de Zedd, la hermana Tahirah lo empujó hacia abajo. Eso era todo lo que necesitaba y capturó la tapa con los dientes. Alzó la tapa, pero toda la caja se levantó de la mesa. Sacudió la cabeza y, por fin, la parte superior se soltó. Depositó la tapa a un lado. Un conjuro de crepúsculo tenía que ser activado por un mago que el Hechizo reconociera. Rápidamente, antes de que ella viese lo que hacía, dejó caer un poco de saliva dentro de la caja para activar el hechizo. Zedd sintió una sensación de vértigo al iniciarse la música. Todavía era viable. Echó una ojeada a través de la estrecha rendija del faldón de la tienda. El sol se pondría pronto. Deseó incorporarse de un salto y danzar al compás de la alegre melodía. Deseó lanzar un hurra. Incluso a pesar de que no lo quedaba mucho tiempo de vida, se sentía igualmente jubiloso. La terrible experiencia casi había finalizado. Dentro de poco, todos los objetos mágicos robados serían destruidos, y él estaría muerto. Jamás le sacarían nada. No traicionaría a su causa. Le dolía que las familias capturadas que estaban usando para ayudar a obtener su cooperación también murieran, pero al menos ya no tendrían que padecer más..Sintió una repentina punzada de tristeza al pensar que Adie moriría, también. Odiaba esa idea casi tanto como el pensar en que la mujer pudiera sufrir. La Hermana alargó la mano y volvió a colocar la tapa en su lugar. —Muy bonito. La música se detuvo. No importaba, sin embargo. El hechizo había sido activado. La música era simplemente la confirmación... y una advertencia para que uno se pusiese fuera de su alcance. No importaba. La hermana Tahirah recogió la caja amarilla de la mesa. —Voy a poner esto de vuelta en su caja. —Se inclinó en dirección a Zedd—. Mientras estoy fuera, haré que los guardias traigan a la siguiente niña y te dejen echarle un buen vistazo, para que puedas pensar en lo que esos hombres de la tienda contigua le van a hacer... sin una vacilación... si das largas y nos haces perder el tiempo de este modo otra vez. —Pero yo... Sus palabras se interrumpieron cuando ella usó el rada'han que le rodeaba el cuello para enviar una descarga de dolor punzante desde la base del cráneo a las caderas. Arqueó la espalda mientras lanzaba un grito, perdiendo casi la consciencia. Se desplomó de vuelta en el asiento, con la cabeza colgando hacia atrás, incapaz de alzarla por el momento. —Venid conmigo —dijo la hermana Tahirah a los guardias—. Necesito algo de ayuda. El guardia que traiga a la siguiente criatura puede vigilarlos unos minutos. Jadeando por el persistente dolor, con los ojos llenándosele de lágrimas, Zedd clavó la mirada en el techo de la tienda. Vio luz al abrirse el faldón. Unas sombras pasaron ante la lona cuando la Hermana y los cuatro hombres marcharon y ella hizo entrar al guardia con la criatura. Zedd mantuvo la vista en el techo, no queriendo contemplar el rostro de otro niño. Finalmente, recuperado del ataque de dolor, se sentó erguido. Uno de los enormes guardias de élite, ataviado con las acostumbradas protecciones de cuero, cota de malla y un amplio cinto que sujetaba varias armas, se colocó a un lado con una niña rubia sujeta ante él. Era la niña que le había sonreído. Zedd cenó los ojos por un momento con la zozobra de lo que le harían a aquella pobre criatura que le recordaba tanto a alguien que conocía. Cuando volvió a abrir los ojos, ella volvió a sonreír. Luego guiñó un ojo. Zedd pestañeó. Ella alzó el vestido floreado que llevaba justo lo suficiente para que Zedd viera dos cuchillos atados a cada uno de los muslos. Pestañeó otra vez ante lo que vela. Alzó los ojos hacia el rostro sonriente de la niña. —¿Rachel...? —musitó. La sonrisa de la pequeña se ensanchó en una sonrisa radiante. Zedd alzó la mirada hacia el rostro del hombretón que montaba guardo detrás de ella. —Queridos

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espíritus... —musitó. Era el guardián del límite. —He oído que te has metido en un pequeño lio —dijo Chase. Por un instante, Zedd pensó que era seguro que veía cosas imaginarias. Entonces comprendió por qué Rachel le resultaba tan familiar, y sin embargo distinta; tenía más de dos años y medio más que la última vez que la había visto. Los cabellos rubios, en el pasado muy cortos, eran ahora largos. Tenía que ser casi treinta centímetros más alta. Chase introdujo los pulgares tras el amplio cinturón de cuero. —Adié, sensata como eres, imagino que tuvo que ser Zedd quien te metiera en este aprieto. Zedd miró por encima del hombro. Adie mostraba una hermosa y llorosa sonrisa. No podía recordar la última vez que la había vino sonreír. —Él no hace más que causar problemas —dijo la mujer al guardián del límite. Habían transcurrido dos años y medio desde la última vez que había visto a Chase. El guardián del límite era un viejo amigo. Era uno de los que los habían llevado a conocer a Adie por aquel entonces de modo que ella pudiese mostrar a Richard el camino para cruzar el límite antes de que Rahl el Oscuro lo hubiese echado abajo. Chase era mayor que Richard, pero uno de sus amigos más queridos y de confianza. —Un guardián del límite más anciano. Friedrich, vino en mi busca —explicó Chase—. Dijo que «lord Rahl» lo habla enviado al Alcázar para advertirte de algún problema. Dijo que Richard le había hablado de mí, y puesto que tú no estabas y el Alcázar había sido capturado, vino a la Tierra Occidental a buscarme. Los guardianes del límite siempre pueden tomar unos con otros. »Rachel y yo decidimos venir para sacar tu escuálido pellejo del fuego. Zedd echó una ojeada a la luz del sol que penetraba por la estrecha abertura de la tienda. —Tenéis que salir de aquí. Antes de que se ponga el sol... o moriréis. Deprisa, salid de aquí mientras podéis. Chase enarcó una ceja. —He recorrido todo este trecho hasta aquí y no pienso marcharme sin ti. —Pero no lo comprendes... Un cuchillo asomó a través de un costado de la tienda y abrió una rendija en la lona. Uno de los guardias de élite se abrió paso por la abertura. Zedd se lo quedó mirando atónito. El hombre resultaba familiar, pero había algo en él que no era como debía. —¡No! —gritó Zedd a Chase cuando el hombretón fue a coger el hacha que llevaba colgada a la cadera. —Quédate dónde estás —dijo a Chase el hombre que habla entrado por la hendidura abierta en el lateral de la tienda—. Hay un soldado justo fuera que te atravesará con una espada si te mueves. —¿Capitán Zimmer? —dijo Zedd, quedándose boquiabierto. —Desde luego. He venido a sacarte de aquí. —Pero, pero, tienes el cabello negro. El capitán le lanzó una de sus contagiosas sonrisas. —Hollín. No es una buena idea tener los cabellos rubios en medio del campamento de Jagang. He venido a rescataros. Zedd se sentía incrédulo. —Pero todos vosotros tenéis que salir de aquí. Deprisa, antes de que el sol se ponga. ¡Marchaos! —¿Tienes más hombres? —preguntó Chase al capitán. —Un puñado. ¿Quién eres tú? —Un viejo amigo —le dijo Zedd—. Ahora, escuchad... En ese momento, gritos y exclamaciones llegaron del exterior. El capitán Zimmer corrió a la abertura de la tienda. Un hombre asomó la cabeza al interior. —No somos nosotros —dijo en respuesta a la pregunta no formulada del capitán. A lo lejos, Zedd pudo oír gritos de «¡Asesino!» El capitán Zimmer corrió a colocarse detrás de Zedd e hizo girar una llave en las esposas. Estas se abrieron y los brazos de Zedd quedaron repentinamente libres. El capitán corrió a liberar los de Adíe mientras ésta se ponía ya en pie y giraba de espaldas a él. —Parece que es nuestra oportunidad —dijo Rachel—. Usemos la conmoción para sacarte de aquí. —El cerebro del grupo —dijo Chase con una sonrisa de oreja a oreja. Lo primero que Zedd hizo cuando sus brazos quedaron libres fue caer de rodillas y abrazar a la niña. Las palabras no le salían, pero no eran necesarias. Sentir

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los brazos larguiruchos de ésta alrededor del cuello era mejor que cualquier palabra. —Te he echado de menos, Zedd —le susurró ella al oído. Fuera de la tienda, reinaba el caos. Se gritaban órdenes, los hombres corrían, y a lo lejos resonaba el entrechocar del metal. La Hermana irrumpió de nuevo en la tienda. Vio a Zedd libre e inmediatamente lanzó un rayo de poder a través del collar. La sacudida lo tumbó en el suelo. Justo entonces, una segunda Hermana joven y rubia con un vestido de lana de un deslucido color marrón entró a la carga por detrás de la hermana Tahirah. Lo hermana Tahirah giró en redondo. La segunda Hermana le asestó un puñetazo con tal fuerza que casi derribó a la mujer, pero ésta, sin perder un instante, liberó un rayo de poder que iluminó el interior de la tienda con un cegador relámpago. En lugar de hacer saltar por los aires a la segunda Hermana, de vuelta al exterior por la entrada de la tienda, como Zedd habla esperado, la hermana Tahirah lanzó un grito y cayó al suelo hecha un ovillo. —¡Te atrape! —gruñó la segunda Hermana a la vez que plantaba una bota sobre el cuello de la hermana Tahirah, manteniendo a esta contra el suelo. Zedd pestañeó atónito. —¿Rikka? Rikka giraba ya, empuñando el agiel. Lo sostuvo en dirección a Chase. —¿Rikka? Preguntó el capitán Zimmer desde el otro extremo de la tienda, con voz sobresaltada, no tan sólo al ver de quien se trataba, sino tal vez al ver a una mord-sith con la trenza deshecha y los rubios cabellos ondeando sueltos. —¿Zimmer? —Contempló sus cabellos negros con el entrecejo fruncido—. ¿Qué estás haciendo aquí? —¿Qué estoy haciendo aquí? ¡Qué haces tú aquí! —Señaló el vestido de la mord-sith—. ¿Qué llevas puesto? Rikka le dedicó aquella sonrisa perversa suya. —El vestido de una Hermana. —¿Hermana? —preguntó Zedd—. ¿Qué Hermana? Rikka se encogió de hombros. —Una que no quería renunciar a su vestido. Todo el asunto le hizo perder la cabeza —Con el índice y el pulgar Rikka estiró hacia fuera el labio inferior—. ¿Veis? También le cogí prestado el aro. Ensanché la abertura y lo colgué aquí, para poder parecer una Hermana auténtica. Rikka levantó a la hermana Tahirah por los cabellos y la empujó hacia Adíe. —Quítale esa cosa del cuello. —No haré tal... Rikka apretó el agiel bajo la barbilla de la Hermana. Brotó sangre del labio inferior. La Hermana empezó a ahogarse mientras jadeaba presa de terrible dolor. —He dicho que le quitases esa cosa a Adie del cuello. Y no vuelvas a ponerme objeciones jamás. La hermana Tahirah avanzó apresuradamente hacia Adie para hacer lo que la mord-sith había ordenado. Chase se puso en jarras mientras dirigía una mirada fulminante a Zedd, que seguía en el suelo. —¿Y qué es lo que debemos hacer ahora... sacar pajitos para ver quién debe rescatarte? —¡Córcholis! ¿Es que nadie escucha? ¡Todos vosotros tenéis que salir de aquí! Rachel agitó un dedo ante Zedd. —Vamos, Zedd, sabes que se supone que no debes decir palabrotas delante de niños. Farfullando contrariado, Zedd se quedó mirando a Chase boquiabierto. —Lo sé —dijo el guardián del límite con un suspiro—. También ha sido toda una prueba para mí. —¡El sol está a punto de ponerse! —rugió Zedd. —Sería mejor si pudiésemos demorarnos hasta que lo hiciese —dijo el capitán Zimmer—. Sería más fácil salir del campamento en la oscuridad. Un zumbido inundó la tienda, haciendo vibrar el aire, y a continuación se oyó un repentino chasquido metálico, Adié lanzó una exclamación de alivio cuando el collar se desprendió. —¿Es que nadie escucha? —Zedd se incorporó apresuradamente y agitó los puños—. ¡He puesto en marcha un hechizo de crepúsculo! —¿Un qué?-preguntó Chase. —Un hechizo de crepúsculo. Es un dispositivo de protección procedente del Alcázar. Es una especie de escudo. Cuando reconoce que se están violando otros escudos y se están cogiendo objetos protegidos, se infiltra entre los objetos protegidos. Cuando un ladrón lo abre para ver qué es, activa el

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hechizo. Con la primera puesta de sol el hechizo se pone en marcha y destruye todo lo que ha sido expoliado. La hermana Tahirah agitó un puño en su dirección. —¡Idiota! Rikka agarró a Zedd del brazo. —Entonces pongámonos en marcha. Chase agarró el otro brazo de Zedd y tiro hacia atrás del mago. —Espera un momento. Zedd desasió violentamente ambos brazos y señaló fuera, por la raja en el costado de la tienda, el sol que se ponía. —Disponemos apenas de unos instantes antes de que este lugar sea una bola de fuego. —¿Una bola de fuego de qué tamaño? —preguntó el capitán Zimmer. Zedd alzó las manos al cielo. —Matará a miles. No destruirá el campamento ni mucho menos, pero toda esta zona va a quedar arrasada. Todo el mundo empezó a hablar, peto Chase les hizo callar a todos con una furiosa orden. —Ahora escuchadme. Si damos la impresión de estar huyendo, nos cogerán. Capitán, tú y tus hombres venid conmigo. Fingiremos que Zedd y Adié son nuestros prisioneros. Rachel, también..., así es como entré aquí; descubrí que tenían prisioneros a niños. —Hizo un ademán en dirección a Rikka y la hermana Tahirah—. Ellas parecerán Hermanas a cargo de los prisioneros, junto con nosotros haciendo de guardias. —¿Quieres que te quiten eso del cuello primero? —preguntó Rikka a Zedd. —No hay tiempo para eso ahora. Marchémonos. Adié agarró el brazo de Zedd. —No. —¡Que! —Escúchame, anciano. Hay muchas familias y niños en las tiendas que tenemos alrededor. Morirán. Márchate tú. Ve al Alcázar. Yo sacaré a la gente inocente de aquí. A Zedd no le gustó la idea, pero discutir con Adié era perder el tiempo, y además, no disponían de él. —Nos dividimos, entonces —dijo el capitán Zimmer—. Mis hombres y yo haremos de guardias y sacaremos a los hombres, mujeres y niños de aquí, de vuelta a nuestras líneas, junto con Adié. Rikka asintió. —Di a Verna que me soy con Zedd para recuperar el Alcázar. Necesitará a una mord-sith que impida que se meta en líos. Todo el mundo miró a su alrededor para ver si habría alguna discusión. Nadie dijo nada. De improviso parecía decidido. —Hecho —dijo Zedd. Rodeó con sus brazos a Adíe y la besó en la mejilla. —Ten cuidado. Di a Verna que voy a recuperar el Alcázar. Ayúdala a defender los pasos. Adié asintió. —Ten cuidado. Escucha a Chase... es una buena persona, ha venido de muy lejos a por ti. Zedd sonrió y luego lanzó una exclamación ahogada cuando Chase le agarró de la túnica y tiró de él fuera de la tienda. —El sol se pone... salgamos de aquí. Recuerda, eres nuestro prisionero. —Conozco el papel —rezongó él mientras era arrastrado fuera de la tienda como un saco de grano. Sonrió cuando Adié, alejándose ya a toda prisa, miró por encima del hombro una última vez. Ella le devolvió la sonrisa, y luego desapareció. —¡Aguarda! —exclamó Zedd. Introdujo a toda prisa un brazo en uno de los carros y sacó algo que no quería que fuese destruido. Lo deslizó dentro de un bolsillo. —De acuerdo, vámonos. Fuera de la tienda, el campamento era un caos. Guardias de élite, en un estado de alerta máxima y con las armas en la mano, pasaban corriendo en dirección a las tiendas de mando. Otros hombres corrían al círculo de barricadas. Trompetas hacían sonar alarmas y enviaban mensajes cifrados que dirigían a los hombres a tareas concretas. Zedd temió que alguien detuviera a su pequeño grupo y lo retuviera para interrogarlos. En lugar de esperar a que eso sucediera, Chase alargó la mano y agarró a un soldado que pasaba corriendo. —¿Que sucede? ¡Proporcionadme algo de protección para estos prisioneros hasta que pueda llevarlos a un lugar seguro!¡El emperador querrá nuestras cabezas si permitimos que vuelvan a recuperarlos! El soldado se apresuró a reunir a una docena de hombres y rodearon a Rikka, la hermana Tahirah, Chase, Rachel y Zedd. Rachel resultaba muy convincente con sus chillidos asustados. Para dar más énfasis. Chase de cuando en cuando la zarandeaba y le chillaba que callase. Zedd

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echó un vistazo a sus espaldas, viendo que el sol tocaba el horizonte. Gruñó a Rikka, que iba por delante, que apretara el paso. Al llegar a las barricadas, guardias malhumorados les echaron una cuidadosa mirada mientras se acercaban y luego abrieron las filas. Impedían que nadie entrara, y se sintieron momentáneamente confusos ante tal compañía de sus propios hombres con prisioneros dirigiéndose al exterior. Uno de los soldados decidió salirles al paso e interrogarles. Chase lo detuvo alargando el brazo. —¡Idiota! ¡Fuera del paso! ¡Órdenes del emperador! El hombre frunció el entrecejo mientras contemplaba fijamente a la procesión que pasaba como una exhalación por su lado. Mientras consideraba qué hacer, ellos ya habían pasado y desparecido, engullidos por el campamento. En unos instantes, estuvieron fueran del núcleo central del campamento. Al poco, soldados regulares, al ver a Rikka encabezando la marcha, avanzaron para cerrarles el paso. Para una mujer hermosa, andar por allí, entre soldados regulares, significaba buscarse un buen lío, y con la confusión que los hombres veían en la zona de mando, creyeron que tenían una oportunidad mientras los que mandaban andaban ocupados. Rikka y Chase mantuvieron al pequeño grupo moviéndose a paso rápido. Los sonrientes soldados cerraron filas, impidiendo el paso. Uno de los hombres, al que le faltaban dos dientes, dio un paso por delante de sus hombres. Con un pulgar introducido tras el cinto, alzó la otra mano. —Un momento. Creo que a las señoras les gustarla quedarse de visita. Sin detenerse, Rachel alargó la mano bajo el dobladillo del vestido y sacó un cuchillo. No aminoró el paso ni miró atrás mientras lanzaba el cuchillo rápidamente por encima del hombro. Con un grácil movimiento, sin perder el paso. Chase atrapó el cuchillo por la punta y lo arrojó contra el hombre desdentado. Con un golpe sordo, el cuchillo se clavó hasta la empuñadura en la frente del soldado. Mientras él caía, Rachel pasó un segundo cuchillo por encima del hombro. Chase lo cogió y lo lanzó. Mientras el segundo hombre se retorcía cayendo al suelo, muerto, el resto retrocedió para dejar que el pequeño grupo, que seguía adelante, pasara entre ellos. Las peleas mortales dentro del campamento de la Orden Imperial no eran una rareza. Guardias de élite o no, los soldados se sentían seguros es su superioridad numérica y, con una mujer hermosa entre ellos, seguros de lo que quedan. Los hombres que tenían alrededor se aproximaron. Zedd echó una veloz mirada atrás. —¡Ahora! ¡Al suelo! Rikka, Chase, Rachel y Zedd se dejaron caer a tierra. Por un momento, todos los que estaban de pie junto a ellos se quedaron paralizados, mirándolos sorprendidos. Los soldados que los acompañaban, con las armas desenvainadas ya para la pelea que esperaban, también se detuvieron y permanecieron inmóviles, llenos de perplejidad. La hermana Tahirah vio su oportunidad y chilló: —¡Socorro! Estas personas están... El mundo se encendió con una brillante luz blanca. Un instante después una explosión atronadora estremeció el suelo. Una barrera de escombros le siguió, empujada por un estampido sonoro. Los hombres salieron despedidos por los aires. Algunos fueron abatidos por los restos que volaban por todas partes. Los guardias de élite que los hablan escoltado rodaron por los aires, por encima de Zedd. La hermana Tahirah estaba de cara al fogonazo. Una rueda de carro salió disparada hacia ellos a una velocidad vertiginosa, alcanzando a la mujer a la altura del pecho y partiéndola en dos. La ensangrentada rueda siguió adelante, por los aires, sin que su velocidad se viese mermada. Los restos destrozados de la Hermana salieron despedidos por todo el terreno junto con los cuerpos de innumerables hombres. Mientras la explosión a su espalda seguía retumbando, los alaridos de hombres muy malheridos se alzaron en medio de aquellas luces de luz del atardecer que aún persistían. Zedd deseó de todo corazón que Adie hubiese podido

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escapar. Chase agarró la túnica de Zedd por un hombro y lo izó en pie a la vez que recogía a Rachel con el otro brazo. Rikka sujetó la túnica de Zedd por el otro hombro y tiró de él hacia delante. Juntos, los dos salvadores de Zedd marcharon a la carrera con él al interior de la carnicería. Rachel ocultó el rostro en el hombro de Chase. Zedd estaba a punto de preguntar a Chase por qué demonios quería enseñar a una niña a lanzar cuchillos cuando recordó que él mismo había sido quien en una ocasión había ordenado a Chase la tarea de enseñarle todo lo que el guardián del límite sabía. Rachel era una persona especial. Zedd había querido que estuviese preparada para lo que la vida pudiera reservar. —Deberías haberme dejado que hiciese que la Hermana te quitase ese collar cuando tuvimos la oportunidad —dijo Rikka mientras corrían. —Si hubiésemos dedicado ese tiempo a hacerlo —respondió Zedd—, habríamos estado ahí atrás y nos habría atrapado la bola de fuego. —Supongo que sí —repuso ella. Mientras aminoraban el paso un poco para recuperar el aliento, pasaron hombres corriendo en todas direcciones. En la confusión y el desorden, nadie advirtió que los cuatro estaban consiguiendo escapar. Mientras se abrían paso a toda velocidad por el inmenso campamento de la Orden Imperial. Zedd rodeó los hombros de Rikka con un brazo y la acercó a él. —Gracias por venir a salvarme la vida. Ella le dedicó una sonrisa maliciosa. —No iba dejarte con esos cerdos,..., después de todo lo que has hecho por nosotros. Además, lord Rahl tiene a Cara protegiéndolo; seguro que querría que una mord-sith protegiera a su abuelo también. Zedd había estado en lo cierto. El mundo estaba patas arriba. —Tenemos caballos y provisiones ocultos —dijo Chase—. Pero, será mejor que cojamos un caballo para Rikka. Rachel miró atrás, por encima del hombro de Chase, los brazos alrededor del cuello de éste, frunciendo el entrecejo con expresión severa, susurró a Zedd: —Chase se siente desdichado porque tuvo que dejar todas sus armas atrás y venir tan poco armado. Zedd echó un vistazo al hacha de guerra en una cadera, la espada en la otra cadera de Chase y los cuchillos en la parte baja de la espalda. —Sí, me doy cuenta de que hallarse tan indefenso hace que uno pueda estar de malhumor. —No me gusta este lugar —susurró Rachel al oído de Chase. Él le palmeó la espalda mientras ella apoyaba la cabeza sobre su hombro. —Estaremos de vuelta en los bosques dentro de nada, pequeña. En medio de los alaridos y la muerte, fue la visión más tierna que Zedd pudiese imaginar.

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Verna se detuvo cuando el centinela se abalanzó sobre ella en la oscuridad. Tiró de las riendas, para impedir que el caballo se espantara. —Prelada... creo que podría haber alguna clase de ataque —dijo el soldado, jadeando. Ella miró al hombre con cara de pocos amigos. —¿Que podría ser un ataque? ¿Qué sucede? —Algo asciende por la carretera. —Indicó atrás, en dirección al paso Dobbin—. Un carro, creo. El enemigo se pasaba el tiempo enviándoles cosas: hombres infiltrándose en la oscuridad, caballos revestidos de hechizos diseñados para abrir una brecha en sus escudos, carros de aspecto inocente con arqueros ocultos en su interior, potentes vientos impulsados por conjuros mágicos de toda clase. —Puesto que ha oscurecido, el comandante cree que es sospechoso y que no deberíamos correr riesgos. —Suena sensato —dijo Verna. Tenía que regresar al campamento. Había efectuado la ronda ella misma para echar una buena mirada a las defensas, observar a los hombres de los puestos avanzados, antes de su reunión de todas las noches en el campamento para revisar los informes del día. —El comandante quiere destruir el carro antes de que llegue demasiado cerca. Lo he comprobado. Prelada..., no hay otras Hermanas por las inmediaciones. Si no queréis ocuparos de esto, podemos hacer que los hombres que hay arriba dejen caer una avalancha de rocas sobre el carro para aplastarlo. Verna tenía que regresar para reunirse con los oficiales. —Será mejor que digas a vuestro comandante que se ocupe de ello del modo que crea oportuno. El soldado saludó con un golpe del puño contra el corazón. Verna hizo girar el caballo y colocó un pie en el estribo. ¿Por qué creería la Orden Imperial que podían conseguir hacer pasar un carro, en especial de noche? Desde luego, no eran tan estúpidos como para pensar que no serla visto en la oscuridad. Se detuvo y miró al soldado que se alejaba a toda prisa. —Aguarda. —El se detuvo y giró—. He cambiado de idea. Iré contigo. Era estúpido usar las rocas que tenían preparadas en lo alto; podrían necesitarlas en un ataque a gran escala por aquel paso. Era tonto malgastar una defensa así. Siguió al hombre sendero arriba, hasta el puesto de observación en el que aguardaba la compañía. Todos los hombres observaban entre los árboles. La calzada que se extendía al frente y debajo de ellos aparecía plateada a la luz de la luna, que empezaba a alzarse. Verna inhaló el perfume de las balsaminas mientras observaba cómo el carro ascendía por la plateada calzada, tirado por un único caballo que avanzaba lentamente. Los arqueros, en tensión, aguardaban listos para actuar. Tenían un farol cubierto a poca distancia para encender flechas incendiarias con las que quemar el carro. Verna no vio a nadie en el carro. Un carro vacío parecía de lo más sospechoso. Recordó el extraño mensaje de Ann, adviniéndola de que dejase pasar un carro vacío. Pero ellos ya habían hecho eso. Verna recordó que la niña con el mensaje de Jagang había llegado por aquella ruta y método. El corazón de la mujer martilleó inquieto al pensar en qué nuevo mensaje podría estar enviando Jagang ahora. A lo mejor eran las cabezas de Zedd y Adié. —No disparéis —indicó a los arqueros—. Dejadlo pasar, pero estad preparados por si es un truco. Verna descendió por el estrecho sendero entre los árboles. Se colocó tras un cortina de piceas, observando. Cuando el carro estuvo lo bastante cerca, abrió una pequeña abertura en el tejido del enorme escudo que las Hermanas y ella habían tejido a través del paso. El diseño mágico estaba punteado de todas las clases de magia desagradable que pudieron conjurar. Aquel puerto de montaña era lo bastante pequeño para que los escudos por si solos pudiesen defenderlo, y si el enemigo venía, era demasiado pequeño para que un gran número pudiera llegar a la vez. Incluso sin el formidable

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escudo, el paso era relativamente fácil de defender. Cuando el carro atravesó el escudo. Verna cerró el agujero. Una vez que el vehículo llegó lo bastante cerca, uno de los hombres salió corriendo de los árboles y se hizo cargo del caballo. Un cuanto el carro se detuvo, docenas de arqueros detrás del hombre y en el otro lado, detrás de Verna, prepararon sus armas. Verna había tejido una telaraña de magia y estaba lista para lanzada a la menor provocación. La lona alquitranada de la plataforma del carro se movió hacia atrás y una niña pequeña se incorporó. Era la niña que había traído el mensaje la última vez. Su rostro se iluminó al ver a Verna, a alguien que reconocía. A Verna el corazón le dio un brinco al pensar en cuál sería el mensaje en esta ocasión. —He traído a unos amigos —anunció la niña. Unas personas tumbadas en la parte posterior del carro apartaron la lona a un lado y empezaron a sentarse. Parecían padres con sus aterrorizados hijos. Verna parpadeó sobresaltada cuando vio que algunas de esas personas ayudaban a Adié a levantarse. La hechicera parecía agotada. Sus cabellos canos ya no estaban pulcramente peinados a los lados, sino que se hallaban tan desaliñados como acostumbraban a estarlo los de Zedd. Verna corrió hacia ella, inclinándose para ayudar a la anciana. —¡Adié! ¡Ah, Adié, cómo me alegro de verte! La anciana hechicera sonrió. —Yo me siento inmensamente feliz de verte, también, Verna. La mirada de Verna se paseó por las personas del carro, el corazón martilleando aún con aprensión. —¿Dónde está Zedd? —También escapó. Verna cerró los ojos con una silenciosa plegaria de agradecimiento. Abrió los ojos bruscamente. —Si escapó, ¿entonces dónde está? —Va de regreso al Alcázar, a Aydindril —respondió Adié—. El enemigo lo ha capturado. —Lo oímos. —El viejo tiene intención de recuperar su Alcázar. —Conociendo a Zedd, siento lástima por cualquiera que se cruce en su camino. —Rikka va con él. —¡Rikka! ¿Qué hacía ella allí? ¿Le ordené que no hiciese eso! —Verna reparó en cómo habrían sonado sus palabras—. Pensábamos que no conducirla a nada, que no tendría la menor posibilidad y que la perderíamos en vano. —Rikka es una mord-sith. Ella piensa por su cuenta. Verna sacudió la cabeza. —Bueno, incluso aunque no se suponía que debiera hacer eso, ahora que te vuelvo a ver y sé que Zedd también ha escapado, me alegro de que esa obstinada no me escuchara. —El capitán Zimmer también viene de regreso. —¡El capitán Zimmer! —Sí, él y algunos de sus hombres decidieron venir a rescatamos también. Regresan del modo en que viajan, sin ser vistos en medio de la noche. —Adié indicó los árboles circundantes—. Están ahí arriba, a nuestro alrededor, protegiendo el carro en nuestro camino hasta aquí. El capitán temía que el enemigo pudiese detener el carro y volvernos a capturar. Quiso asegurarse de que estaríamos a salvo. El capitán y sus hombres tenían señales especiales que les permitían moverse a través del paso sin ser atacados por sus propios hombres, o las Hermanas, por equivocación. El capitán Zimmer y sus hombres no estaban sujetos a la cadena de mando regular. Kahlan lo había organizado de modo que pudiesen actuar según su propia iniciativa. Si bien en ocasiones podía resultar enervante, aquellos hombres conseguían más de lo que nadie había esperado nunca. —Zedd quiso que ayudase a estas personas a escapar. —Adié dirigió a Verna una mirada significativa—. Hubo otros a los que no pudimos ayudar. Verna echó un vistazo a las personas acurrucadas unas contra otras en la trasera del carro. —Sólo puedo imaginar lo que Jagang ha estado haciéndoles. —No —repuso Adié—. Dudo que puedas. Verna cambió a un tema aún más aterrador. —¿Ha conseguido Jagang encontrar algo procedente del Alcázar, hasta el momento, que vaya a usar contra nosotros? —Afortunadamente, no. Zedd colocó un hechizo que destruyó las cosas robadas del Alcázar. Hubo una explosión tremenda en medio de su

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campamento. —¿Cómo aquella en Aydindril que mató a tantos de ellos? —No, pero con todo causó mucha destrucción y mató a algunas personas importantes; incluso a algunas de las Hermanas de Jagang, creo. Verna jamás creyó que vería el día en que se alegraría de oír que habían muerto Hermanas de la Luz. Aquellas mujeres estaban controladas por el Caminante de los Sueños, e incluso cuando se les habla ofrecido la libertad, habían sentido demasiado miedo para creer en aquellos que intentaban rescatarlas. Hablan elegido seguir siendo esclavas de Jagang. Con una repentina idea, Venia agarró a Adié del vestido. —¿El hechizo que Zedd puso en marcha podría haber acabado con Jagang? Con sus ojos completamente blancos, Adie miró atrás hacia el paso Dobbin, en dirección al campamento de la Orden Imperial. —Ojalá tuviese mejores noticias. Prelada, pero el capitán Zimmer, mientras salíamos, me contó que justo cuando estábamos a punto de ser rescatados, un asesino consiguió adentrarse profundamente en el campamento interior. —¿Un asesino? ¿Quién era? ¿De dónde procedía? —Ninguno de nosotros lo sabe. Se parecía mucho a otras personas del Viejo Mundo. Al intruso le movía el único propósito de llegar hasta Jagang y matarlo. Consiguió penetrar en las defensas interiores, mató a algunas personas y adoptó el uniforme de los guardias de élite, los soldados de Jagang se dieron cuenta de que no era uno de los suyos e hicieron pedazos al hombre antes de que pudiera acercarse al emperador. »Jagang abandonó el campamento hasta que sus hombres pudiesen comprobar las defensas y asegurarse de que no había más asesinos por allí. Muchas de las Hermanas marcharon con él, para mantener sus salvaguardas sobre él. Eso fue cuando Zedd puso en marcha el hechizo de crepúsculo. No sabíamos que Jagang había abandonado la zona, pero no habría cambiado nada. Zedd tenía que usar el hechizo cuando se lo pusieron delante. El hechizo lo disparaba la puesta de sol. Verna asintió. Por un momento, había tenido la esperanza... —Con todo, tú y Zedd escapasteis, y eso es lo que importa por ahora. Demos gracias al Creador. —Una cantidad sorprendente de personas aparecieron todas a la vez para rescatarnos. —Adie enarcó tina ceja—. No recuerdo ver al Creador entre ellas. La cálida brisa alborotó los cabellos ensortijados de Verna. —Supongo que no, pero ya sabes a lo que me refiero. Los grillos del bosque continuaron con su chirriar. La vida parecía ser un poco más agradable, la situación un poco menos desesperada. Verna soltó un suspiro. —Espero que el Creador ayude al menos a Zedd y a Rikka a recuperar el Alcázar. —Zedd no necesitará la ayuda del Creador —repuso Adié—. Otro hombre apareció para ayudarnos. Chase es un viejo amigo de Zedd, mío, y de Richard. Chase hará que aquellos que han tomado el Alcázar recen pidiendo la protección del Creador. —Entontes podemos esperar el día en que el Alcázar vuelva a estar en nuestras manos y a Jagang se le prive de ayuda para abrirse paso a través de los pasos que conducen a D'Hara. Verna agitó el brazo, haciendo señas, y las cuatro parejas de pie, en la parte trasera del carro, avanzaron con paso lento acompañadas por sus hijos. —Bienvenidos a D'Hara —les dijo Verna—. Aquí estaréis a salvo. —Gracias por ayudamos a huir —dijo un hombre inclinando la cabeza en dirección a Adié—. Me siento avergonzado, ahora, de las cosas terribles que había estado pensando de vosotros. Adié sonrió para sí mientras le apretaba el hombro con los delgados dedos. —Cierto. Pero no es tu culpa. La niña que había traído el mensaje la última vez tiró a Verna del vestido. —Éstos son mi madre y mi padre. Les conté lo amable que fuisteis conmigo la otra vez. Verna se agachó y abrazó a la niña. —Bienvenida de vuelta, criatura. Bienvenida de vuelta.

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Cada vez que un soplo de viento susurraba entre las ramas de lo alto, plateados haces de luz de luna que caían en cascada a través del dosel del bosque se deslizaban por la oscuridad, igual que fantasmas al acecho. Kahlan miró a su alrededor, apenas capaz de distinguir la formas más oscuras de los altísimos árboles mientras intentaba ver si había algo fuera de lugar. No oía el chirriar de los insectos, ni a animales pequeños correteando por entre las hojas secas, ni sinsontes cantando a lo largo de toda la noche como antes. Avanzando con cuidado por el suelo cubierto de musgo, hacia todo lo posible por ver en la penumbra para no meter el pie en agujeros y grietas o en charcos de aguas estancadas. Por delante de ella. Richard se deslizaba por el bosque como una sombra. A veces parecía desaparecer, haciéndole temer que pudiera ya no estar con ellos. Había ordenado a todos los que lo seguían que no hablaran y que anduviesen tan en silencio como fuese posible, pero ninguno de ellos podía moverse por el bosque tan silenciosamente como él. Por algún motivo, Richard estaba tan tenso como la cuerda de su arco. Percibía que algo no iba bien, pero no sabía qué. Si bien parecía ser una hermosa noche bajo la luz de la luna en el bosque, el modo en que Richard actuaba, añadido al perturbador silencio, había hecho caer un manto de aprensión sobre todo el mundo. Kahlan se sentía al menos contenta de que el cielo se hubiese despejado, las lluvia de días recientes había hecho que el viajar no tan sólo fuese difícil, sino deprimente. Si bien no había hecho frío en realidad, la humedad había hecho que lo pareciese. No podían ponerse a cubierto. Hasta que tuviesen la dosis final del antídoto, no tenían otra opción que seguir adelante. El antídoto de Northwick había mejorado un poco el estado de Richard, además de detener el avance de los síntomas del envenenamiento, pero la temporal mejora se desvanecía. Kahlan estaba tan preocupada por él que no tenía apetito. En aquellos momentos tenían más del doble de hombres con ellos, y muchos más que se encaminaban hacia la ciudad de Hawton por distintas rutas. Aquellos otros grupos planeaban eliminar a los destacamentos menos importantes de soldados de la Orden Imperial estacionados en los pueblos a lo largo del camino. Richard, Kahlan y su grupo, más pequeño, avanzaban en dirección a Hawton con toda la rapidez, posible, evitando deliberadamente el contacto con el enemigo para llegar allí antes de que Nicholas y sus hombres supiesen que iban en camino. El sigilo podía proporcionarles la mejor oportunidad de recuperar la dosis final del antídoto. Una vez que tuviesen el antídoto, podrían reunir al resto de los hombres para el ataque. Kahlan sabía que si podían eliminar primero a Nicholas sería mucho más fácil, y menos arriesgado, derrotar al resto de las tropas de la Orden Imperial. Si ella podía encontrar una forma de acercarse mucho a Nicholas, podía tocarlo con su poder, aunque sabía bien que no debía sugerir tal idea a Richard; él jamás la aceptaría. Hasta cierto punto, Kahlan se sentía responsable por lo que aquellas gentes habían padecido bajo la Orden Imperial. Al fin y al cabo, de no haber liberado ella los repiques, el límite que protegía Bandakar seguiría en su sitio. Con todo, si aquellas personas podían deshacerse de la Orden Imperial, los cambios que habían acontecido también significaban la autentica libertad de la que jamás habían disfrutado y, con ella, la oportunidad de que tuvieran una vida mejor. El cambio en los habitantes de Northwick bahía sido alentador. Aquella noche, los hombres que Richard y Kahlan habían traído habían pasado la mayor parte de la noche hablando con las gentes de allí, explicando las cosas que Richard y Kahlan les habían explicado a ellos. La mañana siguiente a la aniquilación de los soldados que habían tomado la ciudad y los habían

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mantenido presa del pánico, la gente lo había festejado con cantos y bailes en las calles. Aquellas personas habían aprendido no tan sólo lo preciosa que era la libertad realmente, sino también que sus antiguas costumbres no proporcionaban los medios para mejorar la calidad de sus vidas. Una vez que Richard hubo desvanecido la antigua ilusión de la sabiduría del Hombre Sabio y los principios sin sentido con los que los portavoces sustituían el conocimiento, y una vez, eliminados los soldados enemigos, los hombres de Northwick no habían temido ofrecerse para ayudar a erradicar de su tierra a la Orden Imperial. Liberados de su ceguera, muchos ansiaban ahora un futuro forjado por ellos mismos. Inesperadamente, Kahlan topó con el brazo extendido de Richard. Se llevó una mano al pecho, sobre el desbocado corazón, luego inmediatamente volvió la cabeza y pasó la señal de detenerse, a los que los seguían. Todavía no se oía ningún sonido en el oscuro bosque; ni siquiera el zumbido de un mosquito. Richard se quitó la mochila de la espalda, la depositó sobre una roca baja y empezó a rebuscar en ella en silencio. Kahlan se inclinó junto a él para susurrar: —¿Qué haces? —Fuego. Necesitamos luz. Pásalo hacia atrás para que algunos de los hombres saquen antorchas. Mientras Richard sacaba acero y pedernal, Kahlan susurró instrucciones a Cara, quien las transmitió atrás. Enseguida, varios hombres se aproximaron de puntillas con antorchas. Los hombres se concentraron allí, acuclillándose junto a un revoltijo de rocas, al lado de Richard. Este cogió un palo del suelo y lo sumergió en un pequeño recipiente. A continuación restregó el palo sobre la parte superior de un punto elevado en la roca. —Estoy colocando un poco de resina de pino en esta roca —indicó—. Sostened vuestras antorchas sobre ella, de modo que cuando haga saltar una chispa y la resina llamee, esta encienda las antorchas. La resina de pino, concienzudamente recogida de árboles en putrefacción, era valiosa para encender fuego bajo la lluvia. Una chispa la encendería incluso estando húmeda, y ardía con la fuerza suficiente. Richard siempre había parecido cómodo en la oscuridad. Kahlan jamás le había visto necesitar tener luz de ese modo. Miró con atención al interior de la noche, preguntándose qué pensaba que podría haber allí que ellos no podían ver. —Cara —musitó Richard—, pasa la información atrás. Quiero que todo el mundo saque un arma. Ahora. Sin una vacilación, Cara se giró para transmitir las órdenes. Tras un lapso de tiempo que pareció interminable, roto únicamente por el quedo susurro del metal al deslizarse en el cuero, llegó recado de vuelta y ella se inclinó hacia Richard. —Hecho. Richard alzó los ojos hacia Kahlan y Jennsen. —Vosotras dos, también. Kahlan desenvainó su espada, Jennsen la daga con empuñadura de plata con la ornamentada letra “R». Richard hizo saltar la chispa. La brea de pino llameó con un furioso siseo: las antorchas prendieron; la luz hizo su aparición en el corazón del oscuro bosque. Bajo el repentino y crudo resplandor, todo el mundo miró a su alrededor para ver qué podría estarse ocultando en la oscuridad que les rodeaba. Los hombres lanzaron gritos ahogados. En los árboles que los rodeaban, posadas en ramas por todas partes, había criaturas de puntas negras. Cientos de ellas. Ojos redondos y brillantes los contemplaban. En aquel momento de repentina luz brillante, todo, excepto la oscilante llanta, permaneció silencioso y quiero. Con un estallido de gritos salvajes, las aves iniciaron su ataque. Desde todas partes, todas a la vez, las criaturas cayeron sobre ellos. La noche se llenó de improviso de una profusión de lustrosas plumas negras, el movimiento incesante de alas enormes, picos curvos y zarpas en movimiento. Tras tan largo silencio, el sonido de chillidos cortantes y batir de alas era ensordecedor. Los hombres rechazaron el ataque con feroz, determinación. Algunos fueron derribados al suelo, o tropezaron y cayeron. Otros chillaron

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mientras intentaban protegerse con un brazo mientras ahuyentaban el ataque con el otro. Algunos asestaban machetazos a las criaturas que había encima de sus amigos y se daban la vuelta para rechazar a otras bestias chirriantes que volaban hacia ellos. Kahlan vio que el pecho a listas rojas de una criatura aparecía de repente justo ante su rostro. Blandió la espada, cercenando un ala, y giró en redondo, alzando la espada para golpear a otro pájaro que se acercaba por el otro lado. Acuchilló a un criatura caída en el suelo cuando esta alargó el pico, como un buitre, para desgarrarle carne de la pierna. La espada de Richard era una borrosa mancha plateada que acuchillaba a los alados atacantes. Una nube de plumas negras lo rodeaba. Las aves atacaban a todo el mundo, pero parecían centrarse alrededor de Richard. Casi se diría que las criaturas estaban intentando apartar a Richard, de modo que más aves tuviesen acceso a él. Jennsen acuchillaba frenéticamente las aves que iban a por él. Kahlan asestaba mandobles, derribándolas al suelo, heridas o muertas. Con rítmica eficiencia, Cara las cogía en el aire y les retorcía el pescuezo. Por todas partes, los hombres acuchillaban, cortaban y asestaban machetazos ante el ataque de las feroces rapaces. Algunos usaban sus antorchas como armas. La noche se llenó con los chillidos de los pájaros, con el batir de alas, con el sordo golpear de armas que daban en el blanco. Los pájaros daban volteretas y caían a medida que eran alcanzados, pero más descendían en picado para ocupar su lugar. Los árboles circundantes no dejaban de arrojar monstruosas aves sobre ellos. Pájaros heridos y moribundos forcejeando en el suelo convertían el suelo del bosque en un revuelto mar de plumas negras. La ferocidad del ataque era aterradora. Y entonces, finalizó. Unos pocos de los pájaros del suelo, con las alas desplegadas, intentaron alzarse, las plumas emitiendo un sonido chirriante al restregarse contra las plumas de las aves muertas. Aquí y allí los hombres acuchillaban o asestaban machetazos a pájaros todavía con vida en el suelo. No pasó mucho tiempo antes de que todas las criaturas quedaran finalmente inmóviles. No surgieron más criaturas del ciclo. Las criaturas muertas se amontonaban contra Richard como nieve acumulada en una tormenta. Los hombres jadearon mientras sostenían las antorchas en alto. Atisbaron en la oscuridad situada más allá de la luz, buscando cualquier señal de más problemas procedentes de las alturas. Aparte del siseo de las antorchas, la noche estaba en silencio. Las ramas de los árboles circundantes parecían estar vacías. Kahlan pudo ver arañazos y cortes en los brazos y manos de Richard, y rodeó el mar de aves muertas para coger la mochila de éste, que descansaba en una roca cercana. El suelo del bosque alrededor de él estaba cubierto de criaturas muertas casi hasta la altura de la rodilla. Kahlan tuvo que apartar de un manotazo un pájaro muerto caído sobre la mochila de Richard. Meciendo la mano dentro de la mochila, buscó a tientas hasta que los dedos encontraron un papel encerado doblado que contenía un ungüento. Cara se precipitó hacia Richard al ver que tenía problemas para mantenerse en pie. Le agarró el brazo, proporcionándole sostén. —¿Qué diablos ha sido eso? —preguntó Jennsen, jadeante, intentando aún recuperar el aliento mientras se apartaba mechones de rojos rizos de sudoroso rostro. —Creo que finalmente decidieron intentar acabar con nosotros —dijo Owen. Jennsen palmeó la cabeza de Bctty cuando la cabra pasó ilesa entre los cuerpos de las criaturas para acercarse más a sus amigos. —Una cosa es segura, finalmente volvieron a encontrarnos. —Había una gran diferencia esta vez —dijo Richard—. No nos estaban siguiendo. Estaban aquí, esperándonos. Todo el mundo lo miró con sorpresa. —¿Qué quieres decir? —Kahlan se interrumpió en la tarea de aplicar ungüento a las heridas de su esposo—. Ya nos han seguido antes. Deben de habernos visto. Betty se

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acercó más, apoyándose en la pierna de Kahlan para alzarse y observarla a ella y a Richard hablando. Kahlan no estaba de humor para rascarle las orejas a la cabra, así que la apartó. Richard posó una mano en el hombro de Cara para no caer. Kahlan advirtió que se balanceaba. A veces tenía dificultades para mantenerse en pie. —No, no nos han estado siguiendo. Los cielos han estado vacíos. —Richard indicó con un ademán los pájaros muertos a su alrededor—. Estas criaturas no nos seguían. Nos esperaban. Sabían que veníamos aquí. Estaban al acecho. Aquella era una idea escalofriante... si era cierta. Kahlan se irguió, sosteniendo el papel encerado en una mano; un dedo de la otra mano, cargado de ungüento, aguardando. —¿Cómo es posible que supieran adonde Íbamos? —Eso es lo que me gustaría saber —dijo Richard. Nicholas se deslizó de vuelca a su cuerpo, la boca todavía abierta de par en par en un bostezo que no era un bostezo. Estiró el cuello a un lado y luego al otro. Sonrió ante el goce que le proporcionaba el juego. Había sido deslumbrante. Había sido delicioso. La sonrisa cada vez más amplía dejó al descubierto sus dientes. Se incorporó tambaleante, oscilando un tanto inseguro por un momento. Le recordó el modo en que Richard Rahl se había balanceado, marcado por los efectos del veneno que llevaba a cabo inexorablemente su letal función. El pobre Richard Rahl necesitaba su última dosis del antídoto. Nicholas volvió a abrir la boca en un bostezo que no era un bostezo, retorciendo la cabeza, ansioso por partir, ansioso por averiguar más. Regresaría muy pronto. Los observaría. Los observaría mientras ellos se preocupaban, mientras luchaban en vano por comprender lo que sucedía, los observaría mientras se aproximaban. Llegarían hasta él en cuestión de unas horas. La diversión estaba a punto de empezar realmente. Nicholas serpenteó a través de la habitación, pasando entre los cuerpos desparramados por todas partes. Todos habían muerto repentinamente cuando las criaturas fueron abatidas. Aquí y allí los muertos estaban amontonados unos encima de otros, del modo en que las criaturas de aquellos oscuros bosques habían quedado apiladas alrededor de Richard Rahl. Unas muertes muy violentas. Sus espíritus se habían sentido horrorizados a medida que eran asesinados, pero no había nada que ellos pudiesen hacer para detener aquello. Nicholas había controlado sus almas, sus destinos. Ahora se hallaban fuera de su control; ahora pertenecían al Custodio de los Muertos. Se pasó las uñas por los cabellos, estremeciéndose de placer al sentir cómo los resbaladizos aceites se deslizaban a través de sus dedos y su palma. Tuvo que arrastrar tres cuerpos a un lado antes de poder acceder a la puerta. Descorrió la pesada tranca y abrió la gruesa puerta. —¡Najari! El hombre estaba de pie no muy lejos, recostado contra la pared, aguardando. La musculosa figura se irguió. —¿Qué sucede? Nicholas desplegó el brazo hacia atrás en elegante indicación, los dedos finalizados en unas uñas negras. —Aquí dentro está todo hecho un desastre y hay que limpiarlo. Coge unos hombres y haz que se lleven estos cuerpos. Najari fue hacia la puerta y alargó el cuello para echar un vistazo dentro de la habitación. —¿Todo el grupo que trajimos? —Sí —le espetó Nicholas—; los necesitaba a todos, y a algunos más que hice que los soldados me trajesen. Ya he acabado con ellos, ahora. Deshazte de sus cuerpos. Cuando las criaturas habían atacado, cada una había sido accionada por el alma de una de aquellas personas sin el don, y cada una de aquellas almas la habla impulsado Nicholas. Había sido un logro formidable; el dominio simultáneo de tantos con tal precisión y coordinación. Cuando habían muerto las criaturas, no obstante, también lo habían hecho los cuerpos que había en la habitación con Nicholas. Suponía que un día realmente debería aprender a volver a llamar a tales espíritus cuando los receptores morían. Le ahorraría tener que

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conseguir otros nuevos cada vez. Pero la gente abundaba. Además, si encontrase un modo de hacerles volver, entonces tendría que preocuparse por las personas una vez que sus espíritus regresaran, después de que ellas hubiesen averiguado el uso que hacía de ellas. De todos modos, resultó un fastidio cuando Richard mató a todos aquellos que Nicholas usaba. —¿Cuánto tiempo más? —preguntó Najari. Nicholas sonrió, sabiendo sobre qué sentía curiosidad el hombre. —Pronto. Muy pronto. Tienes que sacar a estas personas de aquí antes de que lleguen. Luego, mantén a nuestros hombres alejados. Deja que hagan lo que quieran. Najari mostró una sonrisa astuta. —Como desees, Nicholas. Nicholas enarcó una ceja. —Emperador Nicholas. Najari rió entre dientes mientras se alejaba a buscar a sus hombres. —Emperador Nicholas. —Sabes, Najari, he estado pensando. Najari se dio la vuelta. —¿Sobre qué? —Sobre Jagang. Hemos trabajado muy duro. ¿Qué motivo existe para que me incline ante él? Una legión de mi ejercito silencioso podría abatirse sobre él y ahí acabaría todo. Ni siquiera necesitaría un ejército. Él podría montar en su caballo un día, y yo podría estar allí en el animal, aguardando para descabalgarlo y patearlo hasta acabar con él. Najari se frotó la barbilla sin afeitar. —Muy cierto. —¿Qué utilidad tiene Jagang en realidad? Yo podría, con la misma facilidad, gobernar la Orden Imperial. De hecho, estoy mejor preparado para ello. Najari ladeó la cabezo. —Entonces, ¿qué hay de los planes que ya hemos hecho? Nicholas se encogió de hombros. —¿Por qué cambiarlos? Pero ¿por qué debería entregar a la Madre Confesora a Jagang? ¿Y por qué dejarle tener el mundo? Quizá la retendré conmigo para mi propio entretenimiento... y tendré el mundo también.

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Richard apretó la espalda contra la pared de listones de madera. Tenía que parar un momento, aguardar a que el mundo dejara de dar vueltas. Tenía tanto frio que se sentía entumecido. Pero era más que la oscuridad. Sabía que la visión le estaba empezando a fallar. Por la noche era peor. Él siempre había sido capaz de ver mejor de noche que la mayoría de las personas. Ahora, no era capaz, de ver de noche mejor de lo que veía Kahlan. No era una gran diferencia, pero sabía que era significativo. El tercer estado del veneno había empezado. Por suerte, estaban cerca de obtener la dosis final. —Aquí está el callejón —susurró Owen. Richard miró a un lado y a otro de la calle. No vio ningún movimiento. La ciudad de Hawton dormía. Deseó que él también pudiera hacerlo. Estaba tan agotado y mareado que apenas podía colocar un pie delante del otro. Tenía que respirar de modo somero para evitar toser. La tos provocaba el peor dolor. Al menos no tosía sangre. No obstante, toser en aquellos momentos podía ser fatal, así que tragó saliva, intentando sofocar las ganas. Si hacían cualquier ruido, podrían alertar a los soldados. Cuando Owen se introdujo en el callejón, Richard, Kahlan, Cara, Jennsen, Tom, Anson y un puñado de sus hombres lo siguieron en fila india. No había habido luces encendidas en las ventanas que daban a la calle. Mientras el pequeño grupo recorría el callejón pegado a las paredes, Richard no vio ventanas. Unas cuantas de las paredes sí tenían puertas. En un espacio angosto entre edificios, Owen se metió por él, siguiendo la senda de ladrillos que apenas era más ancha que los hombros de Richard. Richard agarró a Owen del brazo. —¿Es éste el único modo de entrar? —No. ¿Veis ahí? El pasaje cruza hasta la calle situada en frente, y hay otra puerta dentro que da al otro lado del edificio. Una vez seguro de que existían rutas alternativas de huida. Richard dedicó un asentimiento de cabeza a Owen. Descendieron por el oscuro hueco de escalera hasta una habitación situada debajo del edificio. Tom golpeó pedernal contra acero unas cuantas veces hasta que consiguió encender una vela. Una vez encendida la vela, Richard pascó la mirada largamente por la pequeña habitación vacía y sin ventanas. —¿Qué es este lugar? —El sótano del palacio —dijo Owen. —¿Qué estamos haciendo aquí? —quiso saber Richard, mirando al hombre con el entrecejo fruncido. Owen vaciló y dirigió una veloz mirada a Kahlan. Kahlan vio la mirada. Empujó a Richard hacia abajo hasta que éste se sentó y se recostó contra la pared. Una Betty de patas doloridas se abrió paso entre ellos y se tumbó junto a Richard, contenta de poder hacer un descanso. Jennsen se acuclilló cerca, al otro lado de Betty. Cara lo rodeó desde el otro lado. Kahlan se arrodilló frente a él y luego se sentó sobre los talones. —Richard, pedí a Owen que nos trajera aquí... a un lugar donde estuviésemos a salvo. No podemos entrar todos en ese edificio para obtener el antídoto. —Supongo que no. Ésa es una buena idea. Owen y yo iremos. El resto podéis quedaros aquí, donde nadie os descubrirá. Empezó a levantarse, pero Kahlan volvió a empujado al suelo. —Richard, tú tienes que aguardar aquí. No puedes ir. Estás mareado. Necesitas ahorrar energías. Richard la miró largamente a los verdes ojos, que siempre lo cautivaban, que siempre hacían que todo lo demás, excepto ella, pareciera carecer de importancia. Deseó que pudiesen estar a solas en algún lugar tranquilo, como el hogar que había construido para ella allá en las montarías, adonde la había llevado para que se recuperase tras haber sitio herida... cuando había perdido al hijo de ambos tras haber sido golpeada casi hasta la muerte por aquellos animales. Ella era lo más valioso. Ella lo era iodo. Deseaba tantísimo que estuviese a salvo... —Tengo fuerzas suficientes —dijo—. Estaré perfectamente. —Si empiezas a

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toser dentro de ese lugar donde están los soldados, te cogerán y no saldrás jamás... y aún menos recuperarás el antídoto. Os atraparían tanto a Owen como a ti. No podemos saber cuántos soldados hay ahí dentro. ¿Qué nos sucedería si te cogen? ¿Qué sucedería si...? —Su voz se apagó; sujetó un mechón rebelde de pelo tras una oreja—. Mira, Richard. Owen entró ahí antes; puede volver a entrar. Richard vio desesperación en sus ojos. Le aterraba perderlo. Odió ser la causa de que estuviera asustada. —Así es, lord Rahl —le aseguró Owen—. Conseguiré el antídoto y os lo traeré. —Mientras esperamos, puedes descansar un poco —dijo Kahlan—. Un poco de sueño te hará más bien que cualquier otra cosa. Richard no podía discutir lo cansado que estaba. Con todo no le gustaba la idea de no ir él mismo. —Tom podría ir con él —sugirió Cara. Richard alzó la mirada hacia los ojos azules de la mord-sith. Alzó la mirada hacia los de Kahlan. Sabía que ya había perdido la discusión. —¿A qué distancia está ese lugar? —preguntó Richard a Owen. —A una buena distancia. Aquí, estamos justo en el borde de la ciudad. Quería traeros a un lugar donde fuese menos probable que encontrásemos soldados. El antídoto se encuentra como mucho a una hora de distancia. Pensé que sería mejor que no estuviésemos muy en el interior de la ciudad si teníamos que volver a salir, pero estamos lo bastante cerca para que no tengáis que aguardar demasiado para tener el antídoto. Richard asintió. —De acuerdo. Os esperaremos aquí a ti y a Tom. Kahlan paseaba por el pequeño sótano mientras los demás permanecían sentados contra la pared, aguardando en silencio. No podía soportar la tensión. Aquello se parecía demasiado a un velatorio. Estaban tan cerca que hacía que pareciese imposiblemente lejano. Habían aguardado tanto tiempo que aquel pequeño lapso de tiempo parecía una eternidad que no finalizaría jamás. Kahlan se dijo que debía calmarse. Dentro de poco, Richard tendría el antídoto. Estaría mejor. Estaría curado del veneno. Pero ¡y si no funcionaba? ¿Qué pasaría si ya había aguantado demasiado tiempo y estaba más allá de cualquier remedio? No, el hombre que había preparado el veneno y el antídoto había contado a Owen que la ultima dosis curaría a Richard del veneno definitivamente. Debido a las creencias que tenían, aquellas personas se asegurarían de que el veneno fuese reversible. Jamás lo habrían usado de haber creído que pondría en peligro una vida. Pero ¿y si lo que creían era equivocado? Kahlan se frotó los hombros mientras daba vueltas, y se reprendió diciéndose que tenía que dejar de inventar problemas de los que preocuparse. Ya tenían suficientes problemas reales. Obtendrían el antídoto y luego se ocuparían del problema con el don de Richard. Después de eso, tenían que dedicar su atención a asuntos más importantes relacionados con Jagang y su ejército. Cuando Kahlan echó una ojeada y vio que Richard se había quedado profundamente dormido, decidió salir fuera y esperar el regreso de Owen y Tom. Cara, apoyada contra la pared junto a Richard, protegiéndolo mientras dormía, asintió cuando Kahlan habló con ella en susurros, diciéndole adónde iba. Jennsen, al ver que Kahlan marchaba hacia la puerta, la siguió fuera sin hacer ruido, Betty se había quedado dormida junto a Richard, así que Jennsen la dejó allí. La noche había refrescado. Kahlan pensó que debería sentir sueño, pero estaba totalmente despierta. Siguió el sendero de ladrillos que discurría entre los edificios en dirección al callejón. —Owen estará de regreso pronto —dijo Jennsen—. Intenta no preocuparte. Pronto acabará esto. Kahlan le dirigió una mirada en la oscuridad. —Incluso una vez que tenga el antídoto, todavía nos queda lo de su don. Zedd está demasiado lejos. Vamos a tener que llegar hasta Nicci inmediatamente. Es la única que está lo bastante cerca para saber qué hacer para ayudarle. —¿Crees que el problema con su don está empeorando? A Kahlan le obsesionaba el dolor que tan a menudo veía

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en los ojos de Richard. Pero había más que eso. —Cuando usó la espada las últimas dos veces pude advertir que la magia de la espada le estaba fallando. Tiene más problemas con su don de lo que admitirá. Jennsen se mordisqueó el labio mientras contemplaba cómo Kahlan paseaba. —Esta noche tendremos el antídoto —dijo finalmente con queda seguridad—. Pronto, podremos estar de camino y reunirnos con Nicci. Kahlan giró al creer oír un ruido a lo lejos. Había sonado como el crujido de una pisada. Dos figuras oscuras aparecieron a lo lejos, al final del callejón. Por el modo en que una de ellas se alzaba más alta que la otra, Kahlan estuvo muy segura de que se trataba de Tom y Owen. Quiso correr a su encuentro, pero sabía lo letales que podían ser las tretas, así que empujó a Jennsen atrás, con ella, al otro lado de la esquina del edificio, a la zona más oscura de las sombras. No era momento para ser descuidado. Cuando los dos hombres alcanzaron el estrecho pasaje y empezaron a girar al interior, Kahlan surgió ante ellos, preparada para liberar su poder si era necesario. —Madre Confesora... soy yo, Tom, y Owen —susurró Tom. Jennsen soltó un suspiro. —No sabéis lo que nos alegra veros de vuelta. Owen miró en ambas direcciones a lo largo del callejón. Cuando giró para efectuar la comprobación, Kahlan vio que la luz, de la luna se reflejaba sobre lágrimas que le corrían por el rostro. —Madre Confesora, tenemos problemas —dijo Tom. Owen extendió las manos. —Madre Confesora, yo, yo... Kahlan lo agarró de la camisa con ambos puños. —¿Qué sucede? El antídoto estaba allí, ¿verdad? Lo tienes, ¿verdad? —No. —Owen se tragó las lágrimas y extrajo un trozo doblado de papel—. En lugar de la botella de antídoto, encontré esto en su escondite. Kahlan se lo arrebató de las manos. Con dedos temblorosos, desdobló el papel. Giró mientras lo acercaba para poderlo leer a la luz de la luna. Tengo el antídoto. También tengo pendientes de un hilo las vidas de los habitantes de Bandakar. Puedo poner fin a las vidas de todos ellos con la misma facilidad con que puedo poner fin a la vida de Richard Rahl. Entregaré el antídoto y las vidas de todas las personas de este imperio a cambio de la Madre Confesora. Traed a la Madre Confesora al puente que hay sobre el río un kilómetro al este de dónde estáis. Dentro de una hora, si no tengo a la Madre Confesora, verteré el antídoto en el rio y luego me encargaré de que toda la gente de esta ciudad muera. Emperador Nicholas Kahlan, con el corazón latiendo descontroladamente, empezó a dirigirse hacia el este. Tom la agarró del brazo y la retuvo. —Madre Confesora, sé lo que pone. Las manos de Kahlan se negaban a dejar de temblar. —Entonces sabes por qué no tengo elección. Jennsen se colocó frente a Kahlan para impedir que volviera a ponerse en marcha. —¿Qué dice la carta? —Nicholas me quiere a mí a cambio del antídoto. Jennsen apretó las manos contra los hombros de Kahlan para detenerla. —¿Qué? —Eso es lo que dice la carta. Nicholas me quiere a mí a cambio de las vidas de todas las demás personas de este imperio y el antídoto para salvar la vida de Richard. —Las vidas de todas las demás personas..., pero ¿cómo podría llevar a cabo tal amenaza? —Nicholas es un mago. Existen muchas acciones letales que un hombre así tiene a su disposición. Aunque sólo fuera eso, podría usar fuego de mago y hacer arder toda la ciudad. —Pero su magia no lastimará a las gentes de aquí; están desprovistos del don, igual que yo. —Si usa fuego de mago para incendiar un edificio, como hicimos con aquellos soldados que dormían allá, en la ciudad de Owen, a la gente que haya dentro tanto le dará cómo se inicio el fuego. Una vez que el edificio este en llamas, será un fuego normal... un fuego que matará a todo el mundo. Si no es eso, Nicholas tiene soldados aquí. Podría empezar a ejecutar personas inmediatamente. Podría tener a miles de ellas decapitadas en apenas un instante. Ni se me ocurre qué más podría hacer,

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pero colocó esta carta en el lugar donde estaba escondido el antídoto, así que sé que no se está marcando un farol. Kahlan rodeó a Jennsen y volvió a iniciar la marcha. No podía dejar de temblar. Intentó que su corazón no latiera tan deprisa, pero eso tampoco funcionó. Richard, tenía que conseguir el antídoto. Eso era lo que importaba. Concentró la atención al frente, mientras marchaba veloz por la oscura calle. Tom avanzó junto a ella, en el lado opuesto al que ocupaba Jennsen. —Madre Confesora, aguardad. Tenemos que considerar cuidadosamente esto. —Yo ya lo he hecho. —Podríamos llevar a un grupo de hombres al punto de encuentro... arrebatarle el antídoto por la fuerza. Kahlan siguió avanzando. —¿A un mago? No lo creo. Además, si Nicholas viese a tal grupo de hombres acercándose probablemente vertería el antídoto en el rio. Entonces ¿qué? Tenemos que hacer lo que exige. Tenemos que ponerle las manos encima al antídoto, ponerlo a buen recaudo. —¿Que os hace pensar que una vez que Nicholas os tenga no lo verterá en el río? —preguntó Tom. —Tendremos que efectuar el intercambio de un modo que asegure que obtenemos el antídoto. No vamos a confiar en su buena voluntad y honestidad. Owen y Jennsen están desprovistos del don. No los lastimará su magia. Pueden ayudar a asegurar que consigamos el antídoto. Jennsen se apartó los cabellos del rostro a la vez que se inclinaba hacia ella. —Kahlan, no puedes hacer esto. No puedes. Por favor. Richard se volverá loco... todos lo haremos. Por favor, por él, no hagas esto. —Al menos estará vivo para poder enloquecer. —Pero ¡esto es un suicidio! —Las lágrimas corrían a raudales por el rostro de Jennsen. Kahlan observó los edificios, las calles, asegurándose de que no había tropas que pudiesen rodearlos. —Esperemos que Nicholas también lo piense. —Madre Confesora —suplicó Owen—, no podéis hacer esto. Esto es lo que lord Rahl nos ha mostrado que está mal. No podéis negociar con un hombre como Nicholas. No podéis intentar aplacar el mal. —No tengo intención de aplacar a Nicholas. Jennsen se limpió lágrimas de la mejilla. —¿Qué quieres decir? Kahlan fortaleció su determinación. —¿Cuál es nuestra mejor posibilidad para liberar esta ciudad de la Orden Imperial... y a todo Bandakar? Eliminar a Nicholas. ¿Qué mejor modo que acercarse a él para hacerle creer que ha vencido? Jennsen pestañeó sorprendida. —Tienes intención de tocarlo con tu poder. Eso es lo que estás pensando. ¿verdad? Crees que tendrás una posibilidad de tocarlo con tu poder de Confesora. —Si consigo tenerlo a la vista, está muerto. —Richard no estaría de acuerdo con esto —indicó Jennsen. —No se lo estoy preguntando. Esto es decisión mía. Tom fue a colocarse frente a ella, cerrándole el paso. —Madre Confesora, he jurado proteger al lord Rahl, y comprendo que arriesguéis vuestra vida para protegerle; pero esto es diferente. Puede que estéis intentando salvarle la vida, pero ¿a qué coste? Perderíamos demasiado. No podéis hacer esto. Owen se colocó también ante ella. —Estoy de acuerdo. Lord Rahl estará más que furioso si os cambiáis por el antídoto. Jennsen asintió dándole la razón. —Nos matará a todos. Nos cortará las cabezas por permitirte hacer esto. Kahlan sonrió ante sus expresiones tensas. Posó una mano en la mejilla de Jennsen. —¿Recuerdas, que te dije que hay ocasiones en las que no había otra opción que actuar? Jennsen asintió, y sus lágrimas regresaron. —Ésta es una de esas ocasiones. Richard está peor cada día que pasa. Se está muriendo. Si no consigue el antídoto, no tiene ninguna posibilidad y no tardará en estar muerto. Esa es la verdad. »¿Cómo podemos dejar escapar esta oportunidad? No habrá más oportunidades después de ésta. Nuestras posibilidades de salvarlo se habrán perdido para siempre. Será el final. No quiero vivir sin él. No quiero que el testo de la gente viva sin él. »Si hago esto, Richard vivirá. Si Richard vive, todavía existirá una posibilidad para mí,

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también. Puedo tocar a Nicholas con mi poder, o Richard y el resto de vosotros podéis pensar en algo que hacer para salvarme. »Pero si Richard muere, entonces nuestras posibilidades se han acabado. —Pero, Madre Confesora —sollozó Jennsen—, si haces esto, te perderemos... Kahlan miró a cada rostro, su enojo aumentando. —Si alguno de vosotros tiene una idea mejor, expresadla. De lo contrario, os arriesgáis a que yo pierda la única posibilidad que queda. Nadie tenía nada que decir. Kahlan era la única con un plan de acción realista. El resto de ellos sólo tenía deseos. Desearlo no salvaría a Richard. Kahlan se puso en marcha al instante, apresurando el paso para llegar a tiempo.

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Kahlan hizo una pausa en la silenciosa oscuridad, no lejos del puente. Podía distinguir lo que parecía ser un hombre fornido al otro lado. Estaba completamente solo. No podía verle el rostro, ni saber qué aspecto tenía. Escudriñó la orilla opuesta del río, junto con los árboles y edificios que podía atisbar a la luz de la luna, buscando soldados, o a alguien más. Jennsen la agarró el brazo. —Kahlan..., por favor. —Tenía la voz anegada en lágrimas. Kahlan se sentía curiosamente tranquila. No tenía opciones que sopesar, así que no padecía una torturante indecisión; sólo había una opción. Richard vivía o moría. Era así de simple. La elección estaba clara. Había tomado una decisión, y ésta iba acompañada de claridad y determinación. Podía concentrarse en lo que iba a hacer. El rio que cruzaba la ciudad era más grande de lo que Kahlan había esperado. Las empinadas orillas a cada lado, en aquella zona, por lo menos, tenían unos cuantos metros de altura y estaban bordeadas de bloques de piedra. El puente mismo, lo bastante amplio para permitir el paso de carros en ambas direcciones a la vez, tenía dos arcos para cubrir la distancia y barandillas con sencillos topes de piedra. Las aguas bajo el eran oscuras y veloces. No era un río en el que quisiera tener que nadar. Kahlan se acercó hasta el inicio del puente y se detuvo. El hombre del otro lado la observó. —¿Tienes el antídoto? —le gritó ella. El alzó lo que parecía un botellín bien en alto, por encima de la cabeza. Bajó el brazo y señaló el puente. Quería que ella lo cruzase. —Madre Confesora —suplicó Owen—, ¿no queréis reconsiderarlo? Ella contempló los ojos húmedos del hombre. —Reconsiderar ¿qué? ¿Si quiero permitir que Richard viva en lugar de dejarle sucumbir al veneno? ¿Si intentaré matar a Nicholas para poder hacer posible que se les derrote y vuestra gente pueda liberarse? ¿Cómo podría vivir conmigo misma si Richard muriese sin el antídoto y yo supiese que había algo que podría haber hecho que lo habría salvado y también me habría dado a mí una oportunidad de acercarme lo suficiente a Nicholas para eliminarlo? »No podría vivir conmigo misma si no hiciera esto. »Llevamos a cabo esta guerra para detener a personas como ésa, a personas que nos traen la muerte, personas que nos quieren ver muertos porque no pueden soportar que vivamos nuestras vidas como deseamos, que tengamos éxito y seamos felices. Esas personas odian la vida; veneran la muerte. Exigen que hagamos lo mismo y nos unamos a ellos en su desdicha. »Como Madre Confesora, decreto venganza inmisericorde contra la Orden Imperial. Cambiar nuestro curso de acción es un suicidio. No lo reconsideraré. —¿Qué queréis que le digamos a lord Rahl? —preguntó Tom. —Que le amo, pero él ya lo sabe —respondió ella con una sonrisa. Kahlan se desabrochó el cinturón de la espada y se lo entregó a Jennsen. —Owen, ven conmigo. Kahlan empezó a avanzar, pero Jennsen la rodeó con los brazos y estrechó fuertemente entre sus brazos. —No te preocupes —musitó—. Le llevaremos el antídoto a Richard, y luego regresaremos a por ti. Kahlan abrazó brevemente a la muchacha, le dio las gracias en un susurro y luego entró en el puente. Owen caminó a su lado, sin decir nada. El hombre del otro extremo observó, pero permaneció donde estaba. En el centro del puente, Kahlan se detuvo. —Trae el botellín —gritó al otro lado. —Ven hasta aquí y lo tendrás. —Si me quieres, vendrás al centro del puente y le darás el botellín a este hombre para que se lo lleve, como Nicholas ofreció. El hombre permaneció inmóvil por un momento, como reflexionando. Parecía un soldado. No encajaba con la descripción de Nicholas que Owen le había dado. Finalmente, el hombre empezó a andar por el arco del puente. Owen susurró que parecía el comandante que había visto con Nicholas. Kahlan aguardó,

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observando cómo el hombre andaba bajo la luz de la luna. Llevaba un cuchillo en un costado y una espada sobre la otra cadera. Cuando casi había llegado hasta ella, se detuvo y aguardó. Kahlan extendió la mano. —La nota decía que teníamos que hacer un intercambio. Yo por lo que Nicholas tiene. El hombre, con la nariz torcida aplastada a un lado, sonrió. —Así es. —Soy la Madre Confesora. O bien me das el botellín o mueres aquí, ahora. El sacó el botellín del bolsillo y se lo colocó en la mano. Kahlan vio que estaba llena de líquido transparente. Sacó el corcho y lo olió. Tenía un leve aroma a canela, como lo habían tenido los otros botellines del antídoto. —Él va a regresar con esto —dijo Kahlan al hombre de aspecto lúgubre a la vez que entregaba la botella a Owen. —Y tú vienes conmigo —dijo el hombre mientras la agarraba de la muñeca—. O morimos todos en este puente. Él puede marchar, como se acordó, pero si intentas huir morirás. Kahlan dirigió una veloz mirada a Owen. —Vete —gruñó. Owen echó una mirada al hombre de pelo negro, luego la miró a ella. Pareció como si tuviese mucho que decir, pero asintió y luego corrió de vuelta por el puente hasta donde Tom y Jennsen permanecían de pie aguardando, observando. Cuando Owen alcanzó a los otros dos, el hombre dijo: —Vámonos, a menos que quieras morir aquí. Kahlan desasió su brazo de un tirón. Cuando él se giró y empezó a alejarse, ella fue detrás de él mientras cruzaban el resto del puente. Escudriñó las sombras entre los árboles del otro extremo del río, los miles de escondites entre los edificios del otro lado, las calles situadas a lo lejos. No vio a nadie, pero eso no la hizo sentirse mejor. Nicholas estaba allí, en alguna parte, ocultándose en la oscuridad, aguardando para hacerse con ella. De improviso, la noche se iluminó desde atrás. Kahlan giró en redondo y vio el puente envuelto en una hirviente bola de fuego. El fuego se tornó negro a medida que ascendía arremolinándose. Saltaron piedras por los aires, por encima de aquel infierno. A medida que la nube luminosa se elevaba, pudo ver que el puente situado bajo la rugiente bola de fuego se desmoronaba. Los arcos se desplomaron sobre sí mismos y toda la estructura empezó a caer al río. Con gélido terror, Kahlan se preguntó si había más puentes que cruzasen el río. ¿Cómo regresaría junto a Richard si tenía éxito? ¿Cómo le llegaría ayuda si no lo hacía? En el extremo opuesto, Kahlan vio a Tom, Jennsen y Owen corriendo de vuelta en dirección a donde Richard dormía. No estaban dispuestos a malgastar tiempo observando cómo destruían un puente. Al pensar en Richard, Kahlan casi profirió un sollozo. Inesperadamente, el hombre le dio un empujón. —Muévete. Ella le dirigió una mirada de odio, a él, a su sonrisa complacida, a la petulante seguridad en sí mismo que veía en sus ojos. Mientras andaba por delante del hombre y éste le daba algún que otro empujón, el genio de Kahlan empezó a entraren lenta ebullición. Sentía el impulso de usar su poder y acabar con aquel animal despreciable, pero tenía que concentrarse en la tarca que la esperaba: Nicholas. Ascendiendo la calle que se alejaba del río, pudo distinguir algunos soldados que se mantenían en las sombras de las calles, cerrando cualquier ruta de escape. No importaba. En aquel momento, no estaba interesada en escapar, sino en su objetivo. El hombre que iba detrás de ella, a pesar de su arrogancia, también se mostraba desconfiado y la trataba con cauteloso desprecio. Cuando más penetraba en el interior de la ciudad situada al otro lado del río, más apretados entre sí estaban los grupos de pequeños edificios. Calles de estrechos laberintos sinuosos discurrían entre construcciones destartaladas. Los árboles crecían apelotonados, pegados a la calle. Sus ramas se extendían sobre ella igual que brazos alzados para agarrarla en sus zarpas. Kahlan intentó no pensar en lo muy al interior que estaba yendo, y en cuántos hombres la estaban rodeando. La última vez, que se había visto atrapada y

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rodeada por hombres tan salvajes la habían golpeado y había estado peligrosamente cerca de morir. Su niño había muerto antes de nacer. Su hijo. El hijo de Richard. También había perdido una especie de inocencia aquel día, un sentido simplista de su invencibilidad. Su lugar lo había ocupado la comprensión de lo frágil que era la vida, lo frágil que era su propia vida, y con cuanta facilidad podía perderse. Sabía lo mucho que había afectado a Richard el temor de que podría perderla. Recordó la terrible agonía en sus ojos cada vez que la había mirado. Era totalmente distinta del dolor que veía en sus ojos provocado por el don. Había sido un sufrimiento impotente, por ella. Detestó pensar en que aquel dolor regresara para perseguirlo. De las sombras de la derecha, un hombre salió de detrás de un edificio. Llevaba una túnica negra, cubierta por capas de lo que parecían tiras de tela, casi como si estuviese recubierto de plumas negras. Las tiras se alzaban en la brisa que creaban sus propias zancadas, proporcionándole una perturbadora fluidez flotante a medida que se movía. Sus cabellos estaban peinados hacia atrás con aceites que brillaban a la luz de la luna. Unos ojos juntos, pequeños y negros, ribeteados de rojo, la contemplaron con atención desde un rostro totalmente malsano. Mantenía las muñecas sobre el pecho, como si tuviera zarpas negras rematadas por uñas negras. Kahlan no necesitó ninguna presentación para saber que se trataba de Nicholas el Transponedor. Había recibido confesiones de hombres que no parecían ser otra cosa que jóvenes educados, padres trabajadores o amables abuelos pero que en realidad eran hombres que habían llevado a cabo actos de despiadada crueldad. Al contemplarlos detrás de los bancos de trabajo donde confeccionaban zapatos, tras un mostrador donde vendían pan o en un campo cuidando de sus animales, habría resultado difícil creerles capaces de sus viles crímenes. Pero al contemplar a Nicholas, Kahlan vio una corrupción tan completa que esta lo contaminaba todo en el hombre, hasta llegar al mismo bizqueo indecente de sus ojos. —El trofeo de trofeos —siseó Nicholas, y alargó el brazo, cerrando la mano—. Y yo la tengo. Kahlan apenas le oyó. Estaba ya sumida en el compromiso de usar su poder. Aquél era el hombre que tenía como rehén las vidas de personas inocentes. Aquél era el hombre que traía el sufrimiento y la muerte. Aquél era el hombre que la mataría a ella y a Richard si se le ofrecía la oportunidad. La sujetó la muñeca. Él no parecía más que una estatua ante ella. La noche, salpicada con una bóveda de estrellas, parecía fría y distante. Rajo la mano con la que la sujetaba, Kahlan pudo percibir cómo Nicholas se ponía tenso, como si fuese a retirar el brazo. Pero era demasiado tarde. No tenía la menor posibilidad. Le pertenecía. El tiempo era suyo. Los hombres que los rodeaban, que habían empezado a correr hacia allí, estaban demasiado lejos. Jamás podrían alcanzarla a tiempo de salvar a Nicholas. Ni siquiera el hombre que la había traído desde el puente, que en aquel momento permanecía a no más de unos pasos de distancia, estaba lo bastante cerca. El tiempo era suyo. Nicholas era suyo. Ni pensó en lo que aquellos hombres le harían. Justo en aquel momento, no importaba. Justo en aquel momento, nada excepto su habilidad para hacer lo que era necesario hacer importaba. Aquel hombre tenía que ser eliminado. Era el enemigo. Era el hombre que había invadido una tierra para torturar, violar y asesinar a inocentes en el nombre de la Orden Imperial. Era un hombre al que habían mutado mediante la magia para convertirlo en un monstruo diseñado para destruirlos. Aquel hombre era una herramienta de conquista, un ser hecho de maldad. Era el hombre que tenía la vida de Richard pendiendo de un hilo. El poder de su interior rugió pidiendo ser liberado. Todas las emociones de Kahlan se evaporaron ante el calor de aquel poder. Ya no sentía miedo, odio, cólera, honor. Las emociones que

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había tras sus motivos habían desaparecido. En la devastadora carrera de tiempo suspendido ante la violenta embestida de su poder, sintió únicamente una resuelta determinación. El poder se había convertido en un instrumento de razón pura. Todas sus barreras cayeron ante él. Durante una chispa infinitesimal de tiempo, mientras observaba aquellos ojillos redondos que la miraban fijamente, el poder de Kahlan se convirtió en todo. Tal y como había hecho innumerables veces antes. Kahlan dejó de reprimirlo, y se dejó llevar por el flujo de violencia concentrado en un propósito único. Donde debería haber sentido la exquisita liberación de una fuerza despiadada, sintió en su lugar un vacío aterrador. Donde debería haber habido el feroz serpenteo de su poder a través de la mente del hombre, había... nada. Los ojos de Kahlan se abrieron de par en par a la vez que lanzaba un grito ahogado. A la vez que sentía cómo un dolor abrasador la acuchillaba. A la vez que sentía el tirón de algo ajeno y terrible más allá de nada que pudiese haber imaginado. Un dolor abrasador se abrió paso por su conciencia hasta llegar a su misma alma. Parecía como si le estuviesen desgarrando las entrañas. Intentó chillar pero no pudo. La noche se tornó aún más oscura. Kahlan oyó unas carcajadas resonando a través de su alma.

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Los ojos de Richard se abrieron de golpe. Se sintió repentina, total y aterradoramente despierto. Los cabellos del cogote se le erizaron. Parecía como si todos sus cabellos quisieran erizarse, El corazón le latía casi sin control. Se levantó de un salto. Cara, justo a su lado, lo agarró del brazo, sorprendida de verlo alzarse de repente. Como temía que pudiese caer, lo miró frunciendo el entrecejo con preocupación. —Lord Rahl, ¿qué sucede? ¿Estáis bien? La habitación estaba en silencio. Rostros sobresaltados a su alrededor lo miraron fijamente. —¡Salid! —chilló—. ¡Coged vuestras cosas! ¡Todo el mundo fuera! ¡Ahora! Richard agarró su mochila. No vio a Kahlan, pero vio su mochila y la cogió también. Se preguntó si todavía estaría soñando. Pero jamás recordaba sus sueños. Se preguntó si la sensación podría ser algún temor residual de un sueño. No. Era real. En un principio, confusos e indecisos ante las repentinas órdenes de Richard, cuando los hombres le vieron recoger a toda prisa su equipo, lodos hicieron acopio de sus cosas y se levantaron a toda prisa. Por todas partes, agarraban cualquier cosa que vieran tirada por allí, sin importar de quién era. —¡Moveos! —chilló Richard a la vez que los empujaba hacia la puerta—. Salid. Moveos, moveos, moveos. Parecía como si algo lo rozara, una caricia resbaladiza en su piel, algo cálido y perverso. Sintió que los brazos se le ponían de carne de gallina. —¡Deprisa! Los hombres ascendieron atropelladamente por las oscuras escaleras. Betty, llevada por la atmósfera de huida aterrorizada, salió disparada entre sus piernas y ascendió a la carreta los peldaños. Cara se quedó con Richard. Con los cabellos del cogote erizados como si estuviese a punto de caer un rayo, Richard escudriñó la oscura habitación vacía. —¿Dónde están Kahlan y Jennsen? —Salieron hace un poco —dijo Cara. —Estupendo. ¡Salgamos! Justo cuando Richard alcanzaba lo alto de las escaleras, una llameante explosión procedente del fondo de la habitación lo derribó de bruces. Clara le cayó sobre las piernas. El hueco de la escalera se iluminó con un fogonazo de luz amarilla y naranja a la vez que todo el sótano se llenaba de llamas. Lenguas de fuego subieron por el hueco de la escalera. Richard agarró el brazo de Cara y se lanzó con ella a través de la entrada abierta. Mientras irrumpían en la noche, el edificio tras ellos estalló en medio de un atronador rugir de llamas. Partes del edificio se desprendieron, alzándose en medio de las arremolinadas llamaradas. Richard y Cara se agacharon cuando tablas en llamas cayeron por todas partes a su alrededor, rebotando y saltando a través del suelo iluminado por el resplandor. Finalmente lejos del edificio incendiado, Richard efectuó una veloz e valuación del callejón, en busca de soldados listos para saltar sobre ellos. Al no ver a nadie que no reconociera, hizo que los hombres empezaran a avanzar por el callejón para poner algo de distancia entre ellos y el edificio en llamas. —Tenemos que alejarnos de aquí —dijo Richard a Anson—. Nicholas sabía que estábamos aquí. El fuego atraerá atención y tropas. No tenemos mucho tiempo. Mirando a su alrededor, siguió sin ver a Kahlan por ninguna parte. Con inquietud creciente, distinguió a Jennsen, Tom y Owen que venían corriendo por el callejón hacia él. Por las expresiones de sus rostros, supo de inmediato que algo no iba bien. Agarró el brazo de Jennsen cuando está llegó cerca. —¿Dónde está Kahlan? Jennsen tragó aire. —Richard... ella, ella... Jennsen se echó a llorar. Owen agitó un botellín y un trozo de papel, mientras, también él, lloraba de modo incontrolable. Richard miró a Tom, esperando una respuesta, y deprisa. —¿Qué está sucediendo? —Nicholas encontró el antídoto. Lo ofreció a cambio... de la Madre Confesora. Intentamos detenerla, lord Rahl. Juro que lo hicimos. No quiso escuchar a

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ninguno de nosotros. Insistió en que iba a buscar el antídoto y luego a detener a Nicholas. Después de que toméis el antídoto, si ella no consigue detener a Nicholas y regresar, quiere que vayáis en su busca. Las llamas iluminaron los rostros lúgubres que lo rodeaban. —Una vez que ella toma una decisión —añadió Tom—, no hay manera de hacerla desistir. Tiene un modo de obligarte a hacer lo que ella dice... Richard sabía que eso era cierto, En medio del rugir y crepitar del fuego, el edificio gimió y chasqueó. El tejado empezó a hundirse, enviando surtidores de chispas hacia el cielo. Owen entregó con urgencia el botellín a Richard. —Lord Rahl, consiguió el antídoto. Quería que lo tuvieseis para que pudierais poneros bien. Dijo que eso es lo primero... antes de que sea demasiado tarde. Richard extrajo el corcho del botellín. Tenía el leve aroma de la canela. Tomó el primer trago, esperando un sabor espeso, dulce y especiado. No tenía en absoluto ese sabor. Miró los rostros de Jennsen y Owen. —Esto es agua. —¿Qué? —dijo Jennsen abriendo unos ojos como platos. —Agua. Agua con un poco de canela. —Richard lo vertió en el suelo—. No es el antídoto. Se ofreció a Nicholas a cambio de nada. Jennsen, Owen y Tom se quedaron allí parados, en muda conmoción. Richard sintió una especie de calma. Se había acabado. Era el fin de todo. Ahora le quedaba una cantidad limitada de tiempo para hacer lo que tenía que hacer... y luego todo acabaría para él. —Déjame ver esa nota —dijo a Owen. Owen se la entregó. Richard no tuvo problemas para leer a la luz del incendio. Mientras Cara, Tom, Jennsen y Owen observaban, él la releyó tres veces. Finalmente, su brazo descendió. Cara le arrebató la nota y la leyó por sí misma. Richard miró al edificio en llamas, intentando entenderlo. —¿Cómo supo Nicholas que alguien venía en busca del antídoto? Dijo que teníamos una hora. ¿Cómo sabía que estábamos aquí, tan cerca, y que veníamos a buscarlo, para poder escribir en la nota que nos daba una hora? —A lo mejor no lo sabía —dijo Cara—. A lo mejor escribió la nota hace días. A lo mejor simplemente escribió eso para hacer que nos precipitásemos. —A lo mejor —indicó Richard detrás de él—. Pero ¿cómo sabia que estábamos aquí? —¿Magia? —sugirió Jennsen. A Richard no le gustaba la idea de que Nicholas aparentemente supiera tantas cosas y fuese siempre un paso por delante de ellos. —¿Cómo supisteis que Nicholas estaba a punto de incendiar este lugar? —le preguntó Cara. —Deserté de improviso —respondió Richard—. El dolor de cabeza había desaparecido y simplemente supe que teníamos que salir inmediatamente. —¿Así que vuestro don funcionó? —Eso supongo. Hace eso..., funciona a veces para advertirme. Deseó hacer que fuese más de fiar. Al menos en esa ocasión lo había sido, o estarían todos muertos. —Así que, ¿creéis que Nicholas está cerca?-dijo Tom—. ¿Que sabía dónde estábamos e incendió el lugar? —No. Creo que quiere que pensemos que está cerca. Es un mago. Podría haber enviado fuego de mago desde una gran distancia. No soy experto en magia; podría haber usado algún otro medio para encender el luego desde lejos. Richard se volvió hacia Owen. —Llévame a ese edificio donde escondiste el antídoto, donde estaba Nicholas cuando lo viste la primera vez. Sin vacilar, Owen se puso en marcha. El resto del pequeño grujió lo siguió. —¿Crees que ella estará allí? —preguntó Jennsen. —Sólo existe un modo de averiguarlo. Cuando por fin llegaron al río estaban sin aliento. Richard se enfureció al descubrir que el puente no estaba, con bloques de piedra procedentes de él esparcidos por las orillas, más abajo; el resto de la construcción aparentemente desaparecida bajo las oscuras aguas. Owen y algunos de los otros dijeron que había otro puente más al norte, así que marcharon en esa dirección, siguiendo el río. Antes de que llegaran al puente, un destacamento de soldados salió como una exhalación de una calle lateral con las armas alzadas y chillando gritos de guerra. El

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característico sonido de la espada de Richard al ser desenvainada repicó en la noche. Si bien la hoja había salido de su vaina, su magia no lo había hecho. Con aquella vibrante amenaza, no importaba. A Richard le sobraba furia y se enfrentó al enemigo con su propio grito. El primer soldado atacó. El golpe de Richard fue tan violento que hendió al formido hombretón a través de la coraza de cuero. Mientras giraba sin hacer ni una pausa en dirección a otro que iba hacia él por detrás, Richard blandió la espada en redondo a tal velocidad que el hombre quedó decapitado antes de que doblara el brazo que empuñaba la espada. Richard echó el codo atrás, aplastando la cara de un hombre que se abalanzaba sobre él para acuchillarlo por la espalda. Una estocada veloz, abatió a otro antes de que Richard pudiera girar para acabar con el soldado que tenía detrás, que había caído de rodillas y se cubría el rostro ensangrentado con las manos. Un veloz movimiento iluminado por la luna de la espada de Richard acabó tranquilamente con él. Tom se abrió paso a cuchilladas entre los soldados al tiempo que el agiel de Cara abatía a otros. Gritos de sorprendido dolor hacían añicos la quietud de la noche. Entre tanto, Richard se movía entre el enemigo igual que una sombra transportada por el viento. En unos instantes, la noche volvió a quedar silenciosa. Richard. Tom y Cara habían eliminado al destacamento enemigo antes de que ninguno de sus integrantes pudiese reaccionar realmente. Apenas habían recuperado el aliento cuando Richard marchaba ya como una exhalación al frente, en dirección al puente. Cuando llegaron a él, encontraron dos soldados repantigados de la Orden Imperial que montaban guardia, con las picas apoyadas en posición vertical. Los guardias parecieron sorprendidos al ver a gente que corría hacia ellos en plena noche. Probablemente porque los habitantes de Bandakar jamás se habían atrevido a causarles ningún problema, los dos hombres se quedaron contemplando cómo Richard se acercaba hasta que éste sacó la espada y acabó con ellos con una rápida estocada al primer hombre y un poderoso tajo que cortó al segundo en dos, junto con la pica que tenía al lado. El pequeño grupo corrió sin oposición por el puente y hacia la oscuridad que reinaba entre los apelotonados edificios. Owen indicaba el camino a Richard cada vez que doblaban por una calle mientras marchaban en dirección al lugar donde Owen había escondido el antídoto y donde había encontrado, la nota exigiendo a Kahlan a cambio de la vida de Richard, a cambio de las vidas de un imperio indefenso. En el lóbrego corazón de la ciudad hecho de pequeños edificios achaparrados, en su mayoría de un solo piso. Owen tiró de Richard para detenerlo. —Lord Rahl, por aquí, en la esquina, giraremos a la derecha. Un poco más allá hay una plaza donde la gente se reúne a menudo. En el extremo opuesto de la plaza hay un edificio más alto que los de alrededor. Ése es el lugar. Yendo por una callejuela a un lado, hay un callejón que pasa por detrás del edificio. Es por ahí por donde yo entré. Richard asintió. —Vamos. Sin aguardar a ver si sus cansados hombres lo acompañaban, se puso en marcha, manteniéndose cerca de los edificios, en las sombras. Richard rodeó el edificio de la esquina. Colgado encima de un pequeño escaparate había un letrero que mostraba unas hogazas de pan, pero era aún demasiado temprano para que el panadero estuviese trabajando. Richard alzó los ojos y se quedó paralizado. Allí, ante él, había una plaza con árboles y bancos. El edificio situado al otro lado de la plaza descubierta estaba en ruinas. Únicamente quedaban maderos humeantes. Una pequeña multitud se había congregado a su alrededor, contemplando lo que horas antes evidentemente había sido un gran incendio. —Queridos espíritus —musitó Jennsen, horrorizada. Se tapó la boca, temiendo expresar en voz alta la preocupación presente en la mente de todos. —Ella no estaría ahí dentro —dijo Richard en respuesta al miedo no

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expresado—. Nicholas no la traería de vuelta aquí simplemente para matarla. —Entonces ¿por qué ha hecho eso? —preguntó Anson—. ¿Por qué ha quemado el edificio hasta los cimientos? Richard contempló las volutas de humo que ascendían lentamente en espiral en el frío aire nocturno: eran sus esperanzas, que desaparecían. —Para enviarme un mensaje de que la tiene y no la encontraré. —Lord Rahl —dijo Cara por lo bajo—, creo que serla mejor marchamos de aquí. En la oscuridad que rodeaba el edificio que se había quemado, Richard pudo empezar a distinguir figuras de soldados a cientos, que sin duda aguardaban para capturarlos. —Ya me temí algo así —dijo Owen—. Por eso hice que viniésemos por una ruta tan larga. ¿Veis esa calle de allí, donde están todos los soldados? Es la que discurre desde el puente que cruzamos. —¿Cómo saben siempre dónde estamos, o dónde estaremos? —musitó Jennsen enojada—. ¿Y cuándo? Cara agarró la camisa de Richard y empezó a tirar de él hacia atrás. —Son demasiados. No sabemos cuántos más hay a nuestro alrededor. Tenemos que salir de aquí. Richard se resistía a admitirlo, pero ella tenía razón. —Tenemos hombres esperándonos —le recordó Tom—. Y muchos más en camino. La mente de Richard trabajaba a toda velocidad. ¿Dónde estaba ella? Finalmente, asintió. En cuanto lo hizo, Cara lo cogió del brazo y salieron a toda prisa, perdiéndose en la oscuridad.

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Bajo la bóveda de estrellas, Richard se obligó a permanecer muy tieso y en toda su estatura ante los hombres reunidos bajo las desplegadas ramas de los robles del linde del bosque. Unas cuantas velas ardían para que todos pudiesen ver. Para cuando cargaran al interior de la ciudad de Hawton para efectuar su ataque, ya habría luz. Nada deseaba más Richard que penetrar en la ciudad y encontrar a Kahlan, pero tenía que usar todo lo que tenía a mano, o podría malgastar esa oportunidad. Tenía que hacer esto, primero. La mayoría de los hombres jamás había peleado. Los compañeros de Owen y Anson procedentes de la ciudad de Witherton habían estado en el primer ataque a las casas dormitorio y tomado parte en las escaramuzas que tuvieron lugar allí. El resto procedían de Northwick, a donde Richard había ido para ver al Hombre Sabio. Habían estado en los enfrentamientos con los soldados que no habían resultado envenenados. No había habido muchos soldados a los que enfrentarse pero los hombres habían hecho lo que debía hacerse. En cualquier caso, aquellos enfrentamientos menores pero sangrientos habían servido para fortalecer su determinación, mostrándoles que podían ganarse la libertad ellos mismos, que tenían el control del destino de su propia ciudad. Esto, no obstante, era diferente. Esto iba a ser una batalla a una escala que no conocían. Lo que era peor, se libraría en una ciudad que se había, en su mayor parte, unido voluntariamente a la causa de la Orden. No era muy probable que la población ofreciese mucha ayuda. De tener más tiempo, a Richard se le podría haber ocurrido un plan mejor que habría minado los efectivos del enemigo, primero, peto no había tiempo. Tenía que ser ahora. Richard se planto ante los hombres, esperando darles algo que los ayudara a vencer ese día. Le costaba pensar en otra cosa que no fuese Kahlan. Para poder disponer de la mejor posibilidad de salvarla, la apartó de su mente y se concentró en la tarea que tenía entre manos. —Había esperado que no tendríamos que hacerlo de esta manera —dijo—. Había esperado que pudiéramos hacerlo de algún otro modo, tal y como hemos hecho antes, con el fuego, o el envenenamiento, de manera que ninguno de vosotros resultara herido. No tenemos esa opción. Nicholas sabe que estamos aquí. Si huimos, sus hombres irán tras nosotros. Algunos de nosotros podríamos escapar... durante un tiempo. —Ya no vamos a seguir huyendo —dijo Anson. —Así es —coincidió Owen—. Hemos aprendido que huir y ocultarse sólo acarrea un sufrimiento mayor. Richard asintió. —Estoy de acuerdo. Pero debéis comprender que algunos de nosotros probablemente moriremos hoy. Quizá la mayoría. Quizá todos. Si alguno de vosotros elige no pelear, debemos saberlo ahora. Una vez, que entremos, todos dependeremos unos de otros. Cruzó las manos a la espalda y paseó despacio ante ellos. Resultaba difícil distinguirles los rostros en la débil luz. Richard sabia, también, que su propio tiempo se acababa. Su visión no haría más que empeorar. La sensación de mareo no haría más que agudizarse. Sabía que jamás iba a ponerse bien. Si quería tener una oportunidad de liberar a Kahlan de los hombres de la Orden, tenía que hacerlo inmediatamente, con aquellos hombres o sin ellos. Cuando ninguno dijo que quería marcharse, Richard prosiguió: —Tenemos que llegar hasta sus oficiales por dos razones: averiguar dónde tienen a la Madre Confesora, y para eliminarlos de modo que no puedan dirigir a sus soldados contra nosotros. »Todos tenéis armas ahora, y, en el poco tiempo del que hemos dispuesto, hemos hecho todo lo posible por enseñaros a usarlas. Hay otra cosa que debéis saber. Sentiréis miedo. Yo también lo sentiré. »Para superar ese miedo, debéis usar vuestra cólera. —¿Cólera? —preguntó uno de los hombres—. ¿Cómo podemos tener

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cólera si sentimos miedo? —Estos hombres han violado a vuestras esposas, vuestras hermanas, vuestras madres, hijas, tías, primas y vecinas —dijo Richard mientras paseaba—. Pensad en ello, cuando miréis al enemigo a los ojos, cuando éste venga a por vosotros. Ellos se han llevado a la mayoría de vuestras mujeres. Todos sabéis por qué. Han torturado a niños para hacer que cedieseis. Pensad en el terror de vuestros niños mientras chillaban de miedo y dolor, muriendo ensangrentados y solos tras haber sido mutilados por esos hombres. El ardor de la cólera de Richard se filtró en sus palabras. —Pensad en eso cuando veáis sus burlonas sonrisas confiadas cuando caigan sobre vosotros. Esos hombres han torturado a personas que amabais, personas que jamás hicieron nada contra ellos. Pensad en eso cuando esos hombres os ataquen con sus manos manchadas de sangre. »Esos hombres han enviado a muchos de los vuestros lejos para utilizarlos como esclavos. Muchos más de los vuestros han sido asesinados por esos hombres. Pensad en eso, cuando vengan a asesinaros también a vosotros. »Esto no tiene que ver con una diferencia de opinión, ni con un desacuerdo. No puede existir debate ni indecisión sobre esto entre hombres con principios morales. Esto tiene que ver con la violación, la tortura y el asesinato. Richard se enfrentó a sus hombres. —Pensad en eso cuando os enfrentéis a estas bestias. —Se golpeó el pecho con un puño a la vez que apretaba los dientes—. Y cuando os enfrentéis a esos hombres, que os han hecho todas estas cosas a vosotros y vuestros seres queridos, enfrentaos a ellos con odio en los corazones. Combatidlos con odio en vuestros corazones. Matadlos con odio en vuestros corazones. No merecen otra cosa. El bosque quedó en silencio mientras los hombres asimilaban sus escalofriantes palabras. Richard sabía que él tenía cólera suficiente, y odio suficiente, para estar ansioso por enfrentarse a los hombres de la Orden Imperial. No sabía dónde estaba Kahlan, pero tenía intención de descubrirlo y rescatarla. Ella habla hecho lo que había hecho para obtener el antídoto y salvarle la vida. Comprendía lo que había hecho, y no podía culparla; ésa era la clase de mujer que era. Le amaba con tanta ferocidad como él la amaba a ella. Había hecho lo que tenía que hacer. Pero él no iba a fallarle. Ella dependía de él. La temible ironía era que todo había sido en vano. El antídoto por cuya obtención había efectuado tal sacrificio no era un antídoto. Richard contempló los rostros de todos los hombres, tan concentrados en lo que él tenía que decirles en la víspera de una batalla tan trascendental, y recordó, entonces, las palabras de la estatua situada a la entrada de aquella tierra, las palabras de la Octava Regla del Mago: “Talga Vassternich». —Sólo tengo una última cosa que deciros —dijo—. La más importante de todas. Richard se colocó ante ellos como el líder del Imperio d'haraniano, un imperio que luchaba por sobrevivir, por ser libre, y les dijo aquellas dos palabras traducidas a su idioma. —¡Mereced la victoria! Justo empezaba a clarear cuando atacaron la ciudad. Únicamente uno de ellos había permanecido atrás; Jennsen. Richard le había prohibido tomar parte en el combate. Además de ser joven y ni con mucho tan fuerte como los hombres a los que se enfrentarían, no haría más que ofrecer un blanco tentador. La violación era un arma habitual para la gente perversa, una que aquel enemigo usaba preferentemente. Los hombres de la Orden Imperial se unirían para obtener tal trofeo. Cara era distinta; era una guerrera cualificada y más letal que ninguno de ellos, salvo Richard. A Jennsen no le había gustado que la dejaran atrás, pero había comprendido las razones de Richard y no había querido darle más cosas de las que preocuparse. Ella y Betty se habían quedado en el bosque. Un hombre que habían enviado a explorar porque conocía bien la zona surgió de un callejón lateral. Cuando le alcanzaron, todos se pegaron contra la pared, intentando permanecer

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ocultos. —Los encontré —dijo el explorador, intentando recuperar el aliento, y señaló a la derecha. —¿Cuántos? —preguntó Richard. —Creo que debe de tratarse de su fuerza principal dentro de la ciudad, lord Rahl. Es donde duermen. Parecen estar todavía allí, como esperabais, y no haberse levantado aún. El lugar que han ocupado contiene edificios para administración de la ciudad. Pero traigo información preocupante, también. Los están protegiendo los habitantes de la ciudad. Richard se pasó los dedos por los cabellos. Tuvo que concentrarse para no toser. Asió el marco de la ventana del edificio junto a él para ayudarse a permanecer en pie. —¿Qué quieres decir con que los están protegiendo? Hay montones de personas de la ciudad rodeando el lugar ocupado por los soldados. La gente está allí para proteger a los.soldados... de nosotros. Están ahí para impedirnos atacar. Richard soltó un enojado resoplido. —De acuerdo —Giró hacia los rostros preocupados y expectantes de todos sus hombres—. Ahora, escuchadme. Estamos unidos en una batalla contra el mal. Si alguien se pone de parce del mal, si ellos protegen a hombres malvados, entonces están sirviendo a perpetuar el mal. Uno de los hombres pareció indeciso. —¿Estáis diciendo que si intentan detenernos, podríamos tener que usar la fuerza contra ellos? —¿Qué es lo que estas personas buscan? ¿Cuál es su objetivo? Quieren impedirnos eliminar a la Orden Imperial. Debido a que odian la vida, desprecian la libertad. Con sombría determinación, Richard trabó la mirada en sus hombres. —Lo que digo es que cualquiera que protege al enemigo y busca mantenerlo en el poder, cualquiera que sea el motivo, se ha puesto de su lado. No es más complicado que eso. Si intentan proteger al enemigo o dificultar que hagamos lo que debemos... matadlos. —Pero no están armados —dijo un hombre. La cólera de Richard se inflamó. —Están armados... armados con ideas malvadas que buscan esclavizar el mundo. Si ellos tienen éxito, vosotros moriréis. »Para salvar las vidas de personas inocentes y de vuestros seres queridos... y tener una perdida mucho menor de vidas al final... lo mejor es aplastar al enemigo tan contundente y rápidamente como sea posible. Entonces habrá paz. Si esas personas intentan impedirlo, entonces están, de hecho, poniéndose del lado de aquellos que torturan y asesinan: los ayudan a vivir un día más para que vuelvan a asesinar. A tales personas no hay que tratarlas de un modo distinto a lo que son en realidad: servidores del mal. »Si intentan deteneros, matadlas. Hubo un momento de silencio; luego Anson se llevó un puño al corazón. —Con odio en mi corazón... venganza sin misericordia. Expresiones de férrea determinación se propagaron entre los hombres. Todos se llevaron los puños al corazón a modo de saludo e hicieron el juramento. —¡Venganza sin misericordia! Richard dio una palmada a Anson en el hombro. —En marcha. Abandonaron a la carrera las largas sombras de los edificios y doblaron en tropel la esquina. Las personas situadas más allá, al final de la calle, giraron la cabeza al ver venir el ejército de Richard. Más personas —hombres y mujeres de la ciudad— irrumpieron en la calle frente al complejo de edificios que los soldados habían ocupado. —¡Guerra no! ¡Guerra no! ¡Guerra no! —gritó la gente mientras Richard conducía a sus hombres calle adelante a la carrera. —¡Quitaos de en medio! —chilló Richard mientras se acercaba. Aquel no era momento para sutilezas o discusiones; el éxito del ataque dependía en eran parte de la velocidad. —¡Quitaos de en medio! ¡Es la única advertencia que se os dará! ¡Quitaos de en medio o morid! —¡Detened el odio! ¡Detened el odio! —salmodiaron ellos a la vez que se cogían del brazo. No tenían ni idea de cuánto odio rugía a través de Richard. Desenvainó la Espada de la Verdad. La cólera de su magia no salió con ella, pero él solo tenía suficiente. Aminoró el paso. —¡Moveos! —gritó Richard mientras caía sobre aquella gente. Una

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mujer regordeta de cabellos rizados dio un paso al frente, separándose de los demás. Tenía el rostro redondo enrojecido por la rabia mientras chillaba: —¡Detened el odio! ¡Guerra no! ¡Detened el odio! ¡Guerra no! —¡Aparta o muere! —chilló Richard a la vez que cogía velocidad. La mujer de rostro enrojecido agitó un puño regordete frente a Richard y sus hombres, liderando un cántico enfurecido. —¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos! A su paso junto a ella, apretando los dientes con furia, Richard asestó un poderoso mandoble, cercenando la cabeza y el brazo alzado de la mujer. Ristras de sangre y fluidos salpicaron los rostros situados detrás de ella en el mismo instante en que algunos todavía entonaban sus vacías palabras. La cabeza y el brazo cortado dieron tumbos entre la multitud. Un hombre cometió el error de intentar agarrar el arma de Richard, y recibió todo el peso de una violenta estocada. Los hombres que iban detrás de Richard atacaron la fila de guardianes con desenfrenada violencia. Gentes armadas únicamente con su odio a la libertad moral cayeron ensangrentadas, con heridas terribles, o muertas. La fila de gente se desplomó ante la despiadada embestida. Algunas de las personas, chillando su desprecio, usaron los puños para atacar a los hombres de Richard y les respondió el acero, veloz y letal. Al darse cuenta de que su defensa de la brutalidad de la Orden Imperial podía acabar resultando en consecuencias para sí mismos, la multitud empezó a desperdigarse asustada, chillándoles palabras malsonantes a Richard y a sus hombres. El ejército de Richard no se detuvo en su violento avance a través del círculo de protectores, que ahora huían, sino que siguió adelante, hasta el laberinto de edificios simados entre zonas abiertas cubiertas de hierba y salpicadas de árboles. Los soldados situados fuera empezaron a darse cuenta de que en esa ocasión iban a tener que protegerse a sí mismos, que la gente de la ciudad ya no podía hacerlo por ellos. Aquellos hombres estaban acostumbrados a masacrar víctimas indefensas y dóciles. Durante más de un año de ocupación no habían tenido que combatir. Richard fue el primero en alcanzados, abatiendo hombres en su camino al interior de sus filas. Cata cargó marchando a su derecha, Tom a la izquierda, la mortífera punta de una lanza hundiéndose en soldados que justo empezaban a sacar las armas. Eran militares acostumbrados a arrollar a sus asustados oponentes con la superioridad numérica, no a combatir una oposición decidida. Lo hicieron entonces, y para salvar la vida. Richard se movía a través de ellos como si fuesen estatuas. Ellos dirigían un arma al lugar en el que había estado, mientras él atacaba el lugar al que se dirigían y los recibía con el acero afilado como una cuchilla. Se acercaba por detrás de otros mientras éstos miraban en ambas direcciones, perdiéndolo de vista, para encontrarse a continuación con que alargaba el brazo por delante de ellos y los mataba con la espada. A otros los decapitaba antes de que advinieran que iba a atacarlos. No malgastaba esfuerzos con movimientos exagerados y cuchilladas violentas. Hería con mortífera pericia. No intentaba vencerles para demostrarles que era mejor; simplemente los mataba. No les daba ninguna posibilidad de defenderse; los abatía antes de que pudiesen hacerlo. Ahora que se había comprometido a la lucha, se había comprometido a la danza con la muerte, lo que significaba una sola cosa: abatir. Era su deber, su propósito, su ansia abatir al enemigo con rapidez, con firmeza y totalmente. Aquellos hombres no estaban preparados para esa violencia desatada. Calando sus hombres cayeron sobre los soldados, se alzó un gran clamor. A medida que los hombres caían, sus gritos inundaron la mañana. Al ver a un hombre que tenía aspecto de oficial, Richard le puso la espada en la garganta. —¿Dónde están Nicholas y la Madre Confesora? El hombre respondió intentando agarrar el brazo de Richard. No fue lo suficientemente

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rápido. Richard atravesó con la espada la garganta del hombre, cercenando casi la cabeza, a la vez que giraba en redondo hacia un soldado que se le acercaba por detrás. El atacante se detuvo en seco en un esfuerzo por evitar el arma de Richard, siendo acuchillado en el corazón. La encarnizada batalla prosiguió, retrocediendo entre los edificios mientras abatían a los que devolvían el ataque. Más soldados todavía, cubiertos con capas de cuero, cotas de malla, pieles y cintos con armas, salieron de los barracones al oír el enfrentamiento. Su aspecto era tan feroz que parecían estar mejor preparados para el asesinato que nadie que Richard hubiese visto nunca. Mientras se abalanzaban al frente, Richard agallaba a cualquiera que pareciera un oficial. Ninguno pudo darle una respuesta. Ninguno conocía el paradero ni de Nicholas ni de Kahlan. Richard tenía que combatir el mareo además de a los soldados. Mediante la concentración en la danza con la muerte y en los preceptos que la espada le había enseñado en el pasado, conseguía superar los efectos del veneno. Sabía que tales esfuerzos no podían reemplazar durante mucho tiempo la necesaria capacidad de resistencia, pero por el momento era capaz de hacer lo que tenía que hacer. Resultaba un tanto sorprendente ver lo bien que lo estaban haciendo sus hombres. Se ayudaban unos a otros mientras se adentraban más en las líneas enemigas. Al combatir de ese modo, usando las energías combinadas de unos y otros, a menudo conseguían sobrevivir juntos allí donde uno por sí solo no lo habría hecho. Con todo, algunos de sus hombres no habían sobrevivido. Richard vio a varios que yacían sin vida. Pero el sorprendido enemigo estaba siendo masacrado. Los soldados de la Orden Imperial no estaban cargados de justa y decidida determinación. Los hombres de Richard sí. Los soldados de la Orden eran poco más que una banda de matones, que en aquellos momentos se enfrentaban a hombres que les pedían cuentas. Los soldados de la Orden peleaban en un intento desordenado de salvar sus propias vidas, sin pensar en una defensa coordinada, mientras que los hombres de Richard peleaban con el propósito de exterminar a todos los efectivos del enemigo. Richard oyó que Cara lo llamaba con urgencia desde un espacio angosto entre dos edificios. Al principio, creyó que la mord-sith tenía problemas, pero cuando dobló la esquina vio que tenía a un hombre fornido de rodillas. La mujer le mantenía la cabeza en alto agarrando un puñado de sus negros cabellos grasientos. Una oreja exhibía una hilera de aros de plata. Cara le presionaba el agiel contra la garganta. Le corría sangre por la barbilla. —¡Díselo! —chilló al hombre cuando Richard llegó corriendo. —¡No sé dónde están! En un arranque de furia, Cara estrelló la punta del agiel contra la base del cráneo del hombre. Este se encogió, los brazos convulsionados por la demoledora sacudida de dolor que le arrancó un jadeo en lugar de un grito. Sus ojos se quedaron en blanco. Sujetándolo por el enmarañado cabello. Cara le dobló hacia atrás sobre su rodilla para mantenerlo erguido. —Díselo —gruñó. —Se marcharon —farfulló él—. Nicholas se marchó anoche. Llevaban a una mujer con ellos, pero no sé quién. Richard se inclinó sobre una rodilla y agarró la camisa del hombre. —¿Qué aspecto tenía ella? El hombretón todavía tenía los ojos en blanco. —Cabello largo. —¿Adonde fueron? —No lo sé. Se fueron. A toda prisa. —¿Qué te dijo Nicholas antes de marchar? Los ojos del hombre volvieron a enfocar poco a poco. —Nicholas sabía que ibais a atacar al amanecer. Me contó la ruta que tomaríais para entrar en la ciudad. Richard apenas podía creer lo que oía. —¿Cómo es posible que pudiera saber eso? El hombre vaciló, pero la visión del agiel de Cara le hizo hablar. —No lo sé. Antes de marchar. Nicholas me contó cuántos hombres tenías, me contó cuándo atacaríais y por qué ruta. Me indicó que usara a gente de la ciudad para que nos protegiera de

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vuestro ataque. Reunimos a nuestros partidarios más fanáticos y les contamos que veníais a asesinarnos, que queríais hacer la guerra. —¿Cuándo se marchó Nicholas? ¿Adónde llevó a esa mujer? De la barbilla del hombre goteó sangre. —No lo sé. Simplemente se marcharon apresuradamente anoche. Eso es todo lo que sé. —Si sabías que veníamos, ¿por qué razón no organizasteis una defensa mejor? —Ah, pero sí lo hicimos. Nicholas me dijo que cuidara de la ciudad. Le aseguré que una fuerza tan reducida como la vuestra no podía derrotarnos. Algo iba terriblemente mal. —¿Por qué no? Por primera vez, el hombre sonrió. —Por qué no sabéis cuántos hombres tenemos en realidad. Una vez que supe por donde llegaba vuestro ataque, dispuse estratégicamente todos mis efectivos. —La sonrisa del oficial se ensanchó—. ¿Oyes ese cuerno a lo lejos? Ya vienen —Profirió una risotada—. Estáis a punto de morir. —Tú lo harás primero —dijo Richard apretando los dientes. Con una poderosa estocada hundió la espada en el corazón del oficial. Sus ojos se abrieron de par en par, sorprendidos. Richard retorció la hoja mientras la retiraba para asegurarse de que el trabajo estaba hecho. —Será mejor que saquemos a los nuestros de aquí —indicó Richard mientras agarraba el brazo de Cara y corría hacia la esquina. —Parece que es demasiado tarde —dijo ella cuando abandonaron su refugio y vieron las legiones que llegaban en tropel desde todas partes. ¿Cómo sabía Nicholas cuándo y por dónde iban ellos a atacar? No había habido nadie por allí: ninguna de las criaturas aladas, ni siquiera un ratón había estado allí cuando habían hecho sus planes, ¿Cómo lo había sabido? —Queridos espíritus —dijo Cara—. No creí que tuvieran tantísimos hombres en Bandakar. El rugido de los soldados fue ensordecedor cuando cargaron. Richard estaba ya agotado. Cada bocanada de aire que tomaba resultaba atrozmente dolorosa. Sabía que no tenía elección. Debía encontrar un modo de llegar hasta Kahlan. Tenía que aguantar al menos ese tiempo. Silbó una señal para reunir a sus hombres. Mientras Anson y Owen se acercaban corriendo, Richard miró a su alrededor y vio a la mayoría de los otros. —Hemos de escapar de aquí. Son demasiados. Permaneced juntos. Intentaremos abrirnos paso a través de ellos. Si lo conseguimos, desperdigaos e intentad regresar al bosque. Con Cara a un lado, Tom al otro, Richard cargó a la cabeza de sus hombres contra las filas enemigas. Miles de soldados de la Orden Imperial salieron en tropel y alcanzaron la zona despejada. Era una visión aterradora. Eran tantos que casi parecía corno si el suelo mismo se moviera. Antes de que Richard alcanzara a los soldados, la mañana se iluminó de improviso con cegadoras explosiones. Llamaradas atronadoras se abrieron paso a través de las líneas enemigas, matando hombres a cientos. Tierra, árboles y soldados salieron despedidos por los aires. Hombres, con las ropas, cabellos y carne ardiendo, rodaron por el suelo. Richard oyó un aullido que provenía de detrás de él. Le sonó un tanto familiar. Volvió la cabeza justo a tiempo de ver una enfurecida bola de liquidas llamas amarillas zumbando por los aires, hacia ellos. Esta se expandió a medida que se acercaba, rodando con hirviente y mortífera intensidad. Fuego de mago. Aquel incandescente infierno al rojo vivo pasó justo por encima con un rugido. Una vez sobrepasados Richard y sus hombres, descendió, estrellándose entre los soldados enemigos para derramar una avalancha de muerte líquida entre ellos. El fuego de mago se pegaba a lo que tocaba, ardiendo con una intensidad feroz. Una única gotita de él perforaría la pierna de un hombre hasta alcanzar el hueso. Era espantosamente letal. Se decía que producía un dolor tan atroz que aquellos que vivían no ansiaban otra cosa que morir. La cuestión era, ¿de quién procedía? En el otro lado, los hombres de la Orden caían. Casi parecía como si una única espada los abatiera a cientos, desganándolos con sanguinaria

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ferocidad. Pero ¿quién? No había tiempo para quedarse y hacerse preguntas. Richard y sus hombres tuvieron que girar para enfrentarse a los soldados que conseguían sobrevivir. Ahora que su número se había visto reducido de tal modo, los soldados de la Orden eran incapaces de organizar un ataque electivo. Su carga se vino abajo al encontrarse con las armas de los hombres de Richard. Mientras peleaban, más fuego mortal hizo su aparición para atrapar a aquellos que intentaban huir o aquellos que se unían para atacar. En otros lugares, soldados de la Orden caían sin que Richard o sus hombres los tocaran. Lanzaban un grito ahogado de atroz dolor, llevándose las manos al pecho, y caían muertos. Al poco, la mañana quedó silenciosa salvo por los gemidos de los heridos. Los hombres de Richard se agolparon alrededor de éste, no muy seguros de lo que había sucedido, preocupados por si lo que fuese que les había sucedido a los soldados pudiese regresar y sucederles también a ellos. Richard se dio cuenta de que no veían el ataque del fuego de mago y de la magia del mismo modo que lo hacía él; para ellos debía parecer una salvación milagrosa. Richard distinguió a dos personas junto a uno de los edificios. Una era más alta que la otra. Bizqueó, intentando distinguirlas, pero no conseguía ver quiénes eran. Con una mano en el hombro de Tom para sostenerse, marcharon hacia las dos figuras. —Richard, muchacho —saludó Nathan cuando Richard llegó hasta él—. Me alegro de encontrarte bien. Ann, una mujer rechoncha y baja con un sencillo vestido gris, sonrió con aquella sonrisa de complicidad suya, tan llena de dicha, satisfacción, y al mismo tiempo de una especie de tolerancia cómplice. —Dudo que los dos podáis imaginar lo contento que estoy de veros —dijo Richard, sin aliento todavía, intentando no respirar demasiado profundamente—. Pero ¿qué hacéis aquí? ¿Cómo demonios me habéis encontrado? Nathan se inclinó al frente con una sonrisa picara. —La profecía, muchacho. Nathan llevaba bocas altas y una camisa blanca con volantes con un chaleco y una elegante esclavina verde sujeta al hombro derecho. El profeta estaba la mar de elegante. Richard vio entonces que Nathan llevaba una espada de exquisita factura en una bruñida vaina. Le resultó un tanto curioso que alguien que podía invocar fuego de mago llevase una espada. Resultó aún más curioso ver cómo desenvainaba el arma de improviso. Aun lanzó de repente una exclamación ahogada cuando alguien saltó de detrás del edificio y la agarró. Era uno de los habitantes de la ciudad que se habían congregado para proteger al ejército: una mujer alta y delgada, de rostro crispado por una formidable expresión furiosa y con un largo cuchillo. —¡Sois asesinos! —chilló, los lacios cabellos agitándose de un lado a otro—. ¡Estáis llenos de odio! El suelo alrededor de Ann y la mujer estalló, pedazos de tierra y hierba salieron despedidos por los aires. Ann, una hechicera, aparentemente intentaba deshacerse de su atacante. La mujer no sufrió ningún daño. Contra una persona desprovista del don. la magia no funcionaba. Nathan, no muy lejos a un lado de Ann, se adelantó y sin más atravesó a la mujer alta con su espada. Esta se tambaleó hacia atrás, con la espada de Nathan clavada en el pecho, su rostro la viva expresión del asombro. Se desplomó, deslizándose fuera de la ensangrentada hoja. Aun, libre de su atarante, echó una ojeada a la mujer muerta. Dirigió a Nathan una mirada severa. —Muy gallardo. Nathan sonrió ante el burlón comentario que sólo él podía comprender. —Ya te lo dije, no les afecta la magia. —Nathan —dijo Richard—, sigo sin comprender... —Ven aquí, querida —llamó Nathan, haciendo una seña atrás, detrás de él. Jennsen salió corriendo de detrás del edificio y abrazó a Richard. —Me alegro mucho de que estés bien —dijo—. Espero que no estés enojado conmigo. Nathan apareció en el bosque no mucho después de que os fueseis. Recordaba haberlo visto antes... en el Palacio del Pueblo en D'Hara. Sabía que era un

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Rahl, así que le conté el problema que tenemos. Ann y él quisieron ayudar. Vinimos tan rápido como pudimos. Jennsen alzó los ojos hacia Richard, expectante. Él respondió a su preocupación con un fuerte abrazo. —Hiciste lo correcto —le respondió—. Usaste la cabeza para algo que las órdenes no previeron. Ahora que el ardor del combate había cesado, Richard se sentía más marcado que nunca. Tuvo que apoyarse en Tom para sostenerse. Nathan colocó un hombro bajo el otro brazo de Richard. —Tengo entendido que estás teniendo problemas con tu don. Quizá pueda ayudarte. —No tengo tiempo. Nicholas el Transponedor tiene a Kahlan. Tengo que encontrarla o... —No actúes como un estúpido cuando no lo eres —replicó Nathan—. No se tardará mucho en poner tu don en armonía. Necesitas la ayuda de otro mago para ponerlo bajo control... como la última vez que te ayudé... o no le servirás de nada a nadie. Vamos, te llevaremos a uno de esos lugares donde hay tranquilidad. Entonces podré ocuparme de esa parte de tus problemas. Richard no deseaba otra cosa que encontrar a Kahlan, pero no sabía dónde mirar. Sintió deseos de caer en brazos de aquel hombre y entregarle su destino, ponerlo en manos de su experiencia, de su inmenso conocimiento. Richard sabía que Nathan tenía razón. Le entraron ganas de llorar de alivio al ver que por fin recibía ayuda. ¿Quién mejor para ayudarlo a volver a poner su don bajo control que un mago? Richard jamás se había atrevido a esperar siquiera disponer de aquella oportunidad; había planeado intentar llegar hasta Nicci porque ella era la única persona que se le ocurría que podría saber qué hacer. Aquello era infinitamente mejor que la ayuda de una hechicera. Un mago era la única persona que realmente estaba indicada para ayudar con aquella dase de problema. —Hazlo rápido —dijo a Nathan. Nathan le dedicó aquella sonrisa tan suya. —Vamos, pues. Volveremos a tener tu don en forma en un instante. —Gracias, Nathan —farfulló Richard mientras permitía que el hombretón le ayudara a cruzar un umbral cercano.

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Richard se sentó con las piernas cruzadas sobre el suelo de madera, de cara a Nathan. La deslucida habitación carecía de mobiliario. Nathan dijo que éste no hacía falta, que el suelo ya le iba bien. Ann, no muy lejos, se sentó también en el suelo. Richard se sintió un tanto sorprendido de que Nathan permitiera a la mujer observar, pero no puso objeciones. Existía la posibilidad de que pudiera querer su ayuda en algún momento. Todos los demás aguardaron fuera. A Cara no le gustó tener que permitir que Richard estuviese fuera de su vista, pero Richard calmó su inquietud diciéndole que se sentiría más cómodo y capaz de concentrarse si sabía que ella estaba cuidando de todo el mundo. Habían cerrado los postigos de las dos ventanas, permitiendo sólo la entrada de una luz tenue y dejando fuera casi iodo el luido. Con las manos sobre las rodillas, el profeta irguió más la espalda e, inhalando profundamente, pareció colocar un aura de autoridad a su alrededor. Nathan fue el primero que había enseñado a Richard cosas acerca de su don, contándole que los magos guerreros, como Richard, no se parecían a otros magos. En lugar de acceder al núcleo de poder de su interior, dirigían su designio a través de los sentimientos. Había sido un concepto difícil de comprender. Nathan había explicado a Richard que su poder funcionaba a través de su ira. —Sumérgete en mis ojos —dijo Nathan en voz queda. Richard sabía que tenía que dejar a un lado su preocupación por Kahlan. Intentando mantener la respiración uniforme para no toser, clavó la mirada en los ojos entornados, profundos y de un intenso azul celeste de Nathan. La mirada de Nathan lo absorbió, y Richard sintió como si fuera hacia arriba, al despejado ciclo azul. Su respiración surgió en entrecortados jadeos, y no porque él lo hiciese. Percibió las imperiosas palabras de Nathan más que oírlas. —Invoca la cólera, Richard. Invoca la cólera. Invoca el odio y la furia. A Richard la cabeza le daba vueltas. Se concentró en llamar a su ira. Pensó en Nicholas reteniendo a Kahlan y no tuvo problemas para invocar la cólera. Pudo sentir otra fuerza dentro de la propia, como si se estuviese ahogando y alguien intentase mantenerle la cabeza por encima del agua. Flotó, solo, en un lugar oscuro y en calma. El tiempo no parecía significar nada. Tiempo. Tenía que llegar hasta Kahlan a tiempo. Él era su única posibilidad. Richard abrió los ojos. —Nathan, lo siento, pero... Nathan estaba empapado de sudor. Ann estaba sentada junto a él, sosteniendo la mano izquierda de Richard, Nathan le sostenía la derecha. Richard se preguntó qué había sucedido. Pascó la mirada de un rostro a otro. —¿Qué sucede? Los dos tenían un aspecto sombrío. —Lo intentamos —musitó Nathan—. Lo siento, pero lo intentamos. Richard frunció en entrecejo. Acababan de empezar. —¿Qué quieres decir? ¿Por qué te estás rindiendo tan pronto? Nathan miró de soslayo a Ann. —Llevamos dos horas, Richard. —¿Dos horas? —Me temo que no hay nada que pueda hacer, muchacho. —Por el sonido de su voz, lo decía en serio. Richard se pasó los dedos por los cabellos. —¿De qué estás hablando? Fuiste tú quien me dijo la última vez, cuando tuve este problema, que unirme a un mago lo solucionaría. Dijiste que para un mago era algo muy simple solucionar una falta de armonía con el don. —Así es como debería de ser. Pero tu don está de algún modo enmarañado en un nudo que te está estrangulando. —Pero tú eres un profeta, un mago. Ann, tú eres una hechicera. Juntos, vosotros dos probablemente sabéis más sobre magia que nadie que haya vivido en miles de años. —Richard, no ha habido otro que haya nacido como tú en los últimos tres mil años. No sabemos tanto sobre cómo funciona tu don concreto. —Ann hizo una pausa para introducirse mechones sueltos de cabello canoso de vuelta en el moño—. Lo intentamos,

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Richard. Te lo juro, los dos hicimos todo lo que pudimos. Tu don está mis allá de la ayuda de Nathan, incluso con mi habilidad amplificando su poder. Probamos todo lo que sabemos, e incluso unas cuantas cosas que se nos ocurrieron. Nada de ello hizo efecto. No podemos ayudarte. —Entonces, ¿qué debo hacer? Nathan desvió los zarcos ojos. —Tu don te está matando, Richard. No conozco la causa, pero me temo que se ha disparado hasta alcanzar una fase que está fuera de control y es mortal. Los ojos de Ann estaban húmedos. —Richard..., lo siento tanto. Richard paseó la mirada de un ¡ostro angustiado al otro. —Supongo que no importa en realidad —dijo. Nathan frunció el entrecejo. —¿Que quieres decir con que «no importa»? Richard se puso en pie, tanteando en busca de la pared para mantener el equilibrio. —Me han envenenado. El antídoto ha desaparecido... No hay cura. Me temo que me estoy quedando sin tiempo. Supongo que al don le ha salido el tiro por la culata... otra cosa acabará conmigo antes. Ann se levantó y lo agarró por la parte superior de los brazos. —Richard, no podemos ayudarte justo ahora, pero al menos puedes descansar mientras intentamos averiguar... —No. —Richard desechó con un ademán su preocupación—. No. No puedo desperdiciar el poco tiempo que me queda. Tengo que llegar basta Kahlan. Ann se aclaró la garganta. —Richard, en el Palacio de los Profetas, Nathan y yo aguardamos tu nacimiento durante mucho tiempo. Trabajamos para eliminar aquellos obstáculos que la profecía nos mostraba que tenías en tu camino, las profecías te señalan como pieza fundamental en el futuro del mundo. De hecho, dicen que eres el único con una posibilidad: necesitamos que nos conduzcas en esta batalla. »No sabemos que le sucede a tu don, pero podemos trabajar en ello. Debes estar aquí, de modo que si damos con una solución, podamos hacer que tu poder funcione. —No viviré para que me curéis. ¿No os dais cuenta? El veneno me está matando. Tiene tres estados. Ya estoy entrando en el tercero: ceguera. Voy a morir. Debo utilizar el tiempo que me queda para encontrar a Kahlan. No me vais a tener para que os guíe, pero si puedo conseguir arrebatársela a Nicholas, la tendréis a ella para que os conduzca en la lucha en mi lugar. —¿Sabes dónde está? —preguntó Nathan. Richard se dio cuenta que en el estado de intensa concentración, cuando flotaba en aquel lugar silencioso mientras Nathan intentaba ayudarlo, se le había ocurrido dónde era más probable que Nicholas hubiese llevado a Kahlan. Tenía que llegar allí mientras Nicholas seguía en aquel lugar con ella. —Sí, creo que sí. Richard abrió la puerta. Cara, sentada justo al otro lado, se levantó de un salto. La expresión expectante de la mord-sith se desvaneció rápidamente cuando él negó con la cabeza, indicando que no había funcionado. —Tenemos que ponernos en marcha. Ahora mismo. Creo que sé a dónde llevó Nicholas a Kahlan. Tenemos que darnos prisa. —¿Lo sabes? —preguntó Jennsen, sujetando a Betty por la soga. —Sí. Tenemos que ponernos en marcha inmediatamente. —¿Dónde está, entonces? —preguntó Jennsen. Richard indicó con la mano. —Owen, ¿recuerdas que nos hablaste de un campamento fortificado que la Orden Imperial construyó al principio de llegara Bandakar, cuando estaban preocupados por su seguridad? —Cerca de mi ciudad —dijo Owen. Richard asintió. —Eso es. Creo que Nicholas llevó allí a Kahlan. Es un lugar seguro que construyeron para mantener cautivas a algunas de las mujeres. Habría muchos soldados para protegerlo y es la clase de lugar construido específicamente para ser defendible, de modo que sería mucho más difícil acercarse a él que al lugar donde vivía, aquí, en la ciudad. —Entonces ¿cómo nos acercaremos a él? —inquirió Jennsen. —Tendremos que descubrirlo una vez lleguemos allí y veamos el lugar. Nathan se reunió con Richard en la puerta. —Ann y yo iremos con vosotros. Tal vez podríamos ayudar a rescatar a Kahlan del Transponedor. Mientras viajamos, los dos

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podemos trabajar en una solución para desenmarañar tu don. Richard apretó el hombro de Nathan. —No hay caballos en esta tierra. Si podéis correr y mantener nuestro paso, sois bienvenidos, pero no puedo permitirme aminorar la marcha por vosotros. No tengo mucho tiempo, y tampoco lo tiene Kahlan. No es probable que Nicholas la tenga allí mucho tiempo. Una vez que haga una pausa para descansar y recoger provisiones, y a continuación abandone el territorio, será mucho más difícil aún encontrarlo. No tenemos tiempo que perder. Vamos a tener que viajar tan deprisa como sea posible. Nathan bajó los ojos, desilusionado. Ann atrajo hacia si a Richard y le dio un breve abrazo. —Somos demasiado viejos para mantener la velocidad que tú y estos jóvenes podéis desarrollar. Cuando se la arrebates al Transponedor, regresa y haremos todo lo que podamos para ayudarte. Trabajaremos en el problema mientras tú la liberas de sus garras. Regresa entonces, y tendremos una solución. Richard sabía que no viviría ramo tiempo, pero no servía de nada decirlo. —De acuerdo. ¿Qué podéis decirme sobre un Transponedor? Nathan se pasó el pulgar por la mandíbula mientras meditaba la pregunta. —Los Transponedores son ladrones de almas. No existe defensa contra ellos. Incluso yo sería impotente para detenerlos. Richard no creyó que eso necesitase ninguna explicación más. —Cara, Jennsen, Tom, vosotros podéis venir conmigo. —¿Qué hay de nosotros? —preguntó Owen. Anson permanecía a poca distancia, dando la impresión de querer ser incluido, y asintió a la sugerencia de Owen. Había otros también, que habían velado fuera del lugar donde Nathan había intentado ayudar a Richard. Todos eran hombres que habían peleado duro. Si quería recuperar a Kahlan, probablemente los necesitaría. —Vuestra ayuda será bien recibida. Creo que la mayoría de los hombres deberían quedarse aquí con Nathan y Ann. Las gentes que viven aquí en Hawton necesitan que vosotros se lo expliquéis todo... que les ayudéis a entender todo lo que habéis aprendido. Necesitarán efectuar algunos cambios para adaptarse al mundo real. Cuando Richard hizo intención de ponerse en marcha, Nathan lo asió por la manga. —Richard, por lo que yo sé, no tienes defensa ante un ladrón de almas, pero hay una cosa que recuerdo de un viejo volumen que estaba en las criptas del Palacio de los Profetas. —Te escucho. —De algún modo viajan fuera de su cuerpo... envían fuera su propio espíritu. Richard se pasó las yemas de los dedos por la frente mientras pensaba en las palabras de Nathan. —Ese debe ser el modo en que me vigilaba, me seguía la pista. Creo que me observó a través de los ojos de pájaros enormes que viven aquí, llamados criaturas de puntas negras. Si lo que dices es cierto, entonces a lo mejor abandona su cuerpo para hacerlo. —Richard alzó los ojos hacia Nathan—. ¿Cómo me ayuda esto? Nathan se inclinó más hacia él, ladeando la cabeza para mirarle fijamente con un ojo azul celeste. —Es cuando son vulnerables..., cuando están fuera de su cuerpo. Richard alzó la espada unos cuantos centímetros de la vaina para asegurarse de que salía con facilidad. —¿Alguna idea de cómo atraparlo fuera de su cuerpo? —Dejó caer la espada otra vez. —Me temo que no —respondió Nathan, irguiéndose. Richard asintió dándole las gracias de todos modos y abandonó la entrada. —Owen, ¿a qué distancia está ese campamento fortificado? —Hay que retroceder hasta un lugar situado cerca de donde el sendero cruzaba el límite. Por eso Richard no lo había visto: ellos habían entrado por la antigua ruta usada por Kaja-Rang. Normalmente, sería un viaje de más de una semana. No tenían tanto tiempo. Estudió todos los rostros que lo observaban. —Nicholas nos lleva una buena delantera y tendrá prisa por escapar con su trofeo. Si viajamos deprisa y no nos detenemos mucho tiempo, aún podemos alcanzarle cuando llegue al campamento.

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Tenemos que ponernos en marcha al instante. —Sólo os esperamos a vos, lord Rahl —dijo Cara. También Kahlan estaba esperando.

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Con cada día de duro viaje, el estado de Richard empeoraba, pero su temor por Kahlan lo impelía implacablemente al frente. La mayor parte del tiempo, hora tras hora, bajo la luz del sol, en la oscuridad, y bajo alguna que otra lluvia, corría a un paso largo regular. Richard usaba un bastón que se había cortado para que lo ayudara a mantener el equilibrio. Cuando pensaba que sería incapaz de seguir, Richard deliberadamente apresuraba el paso para recordarse que no podía rendirse. Se detenían por la noche sólo el tiempo suficiente para dormir unas horas. A los hombres les costaba mantener su ritmo. A Cara y a Jennsen no; ambas estaban acostumbradas a esfuerzos extenuantes. Todos ellos, no obstante, estaban tan exhaustos por el inexorable ritmo que hablaban sólo cuando era necesario. Richard se obligaba a seguir obstinadamente, intentando no pensar en su desesperado estado. No importaba. Se recordaba que con cada paso que corrían, si era lo bastante rápido, ganaban terreno a Nicholas y se acercaban más a Kahlan. En momentos de desesperación, Richard se decía que Kahlan tenía que estar viva, que Nicholas la habría matado hacía mucho si ésa fuese su intención. No habría huido si ella estuviese muerta. Kahlan sería mucho más valiosa para el viva. En cierto modo, sentía una curiosa sensación de alivio. Podía esforzarse lodo lo que fuera necesario. No tenia que preocuparse por su salud. No había antídoto para el veneno. Con el tiempo, éste lo mataría. No existía solución al problema del descontrol de su don; eso también lo mataría. No había nada que Richard pudiese hacer respecto a cualquiera de esas cosas. Iba a morir. Las arboladas colinas eran bastante fáciles de recorrer. Eran espacios abiertos, con amplios prados verdes salpicados de flores silvestres y un batiburrillo de pastizales. Fauna y flora eran abundantes. De no haberse estado muriendo, con dolores y enfermo de preocupación por Kahlan, Richard habría gozado con la belleza del territorio. En aquellos momentos era simplemente un obstáculo. El sol que le daba en los ojos empezaba a descender tras las imponentes montañas. La oscuridad no tardaría en caer sobre ellos. Un poco antes, Richard había usado el arco para abatir un ciervo. Tom lo había cuarteado en un momento. El resto de ellos necesitaban comer, o no podrían mantener el ritmo. Richard supuso que tendrían que detenerse durante un rato para asar la carne y dormir un poco. Owen fue a colocarse junto a Richard mientras trotaban por un mar de pastos que se ondulaban bajo la brisa. El hombre señaló al frente. —Ahí, lord Rahl. Ese río que sale de las colinas se acerca al campamento de la Orden. Está sólo un paso más allá, al otro lado de esas colinas y en dirección a las montañas. —Señaló a la derecha—. Vendo en esa dirección, no muy lejos, está mi ciudad Witherton. Richard cambió el rumbo un poco a la izquierda, encaminándose a los bosques que empezaban al pie de una suave loma. Alcanzaron los árboles justo cuando el disco naranja del sol se deslizaba tras las montañas coronadas de nieve. —De acuerdo —dijo Richard, deteniéndose sin aliento mientras penetraban en un pequeño claro—. Acampemos aquí. Jennsen, Tom, ¿por qué vosotros dos no os quedáis aquí... ponéis a asar un poco de carne mientras yo voy con Owen y Cara a explorar esta fortificación y veo si se me ocurre cómo vamos a entrar?. Cuando Richard se puso en marcha, usando el bastón para mantener el equilibrio, Betty empezó a seguirlo. Jennsen agarró la soga de la cabra. —Ah, no, tú no vas —dijo Jennsen—. Tú te quedas aquí. Richard no te necesita pegada a él para que atraigas la atención. —¿Qué os preparamos para comer, lord Rahl? —preguntó Tom. Richard no podía soportar la idea de comer carne. Tras todo aquel sangriento combate, necesitaba equilibrar el don más que nunca. Su

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don lo estaba matando, pero si hacía lo que no debía ello podía acelerar el fin y no podría liberar a Kahlan de Nicholas. —Cualquier cosa que tengamos que no sea carne. Tenéis tiempo antes de que regresemos, así que podéis cocinar un poco de pan de maíz, algo de arroz, tal vez unas cuantas judías. Tom accedió a ocuparse de ello, y Richard marchó tras Owen. Cara, con un aspecto más desdichado del que él recordaba haberle visto jamás, le puso una mano en el hombro. —¿Cómo lo lleváis, lord Rahl? Él no se atrevió a contarle el terrible dolor que le producía el don, ni que había empezado a toser sangre. —Estoy bien por ahora. Cuando por fin se arrastraron, agotados, de vuelta al campamento, casi dos horas más tarde, la carne ya estaba asada y algunos de los hombres ya habían comido y empezaban a enroscarse sobre mantas para dormir un poco. Richard se encontraba más allá del cansancio. Estaba seguro de que habían estado cerca de Kahlan. Había sido atroz, tener que regresar, abandonar el lugar donde Nicholas la retenía, pero tenía que usar la cabeza. Una actuación alocada e irreflexiva no acarrearía más que el fracaso. No sacaría a Kahlan de allí. Richard se veía impulsado por necesidades que iban más allá de la comida o el sueño, pero mientras contemplaba cómo Owen se sentaba pesadamente cerca del fuego, comprendió que Owen y Cara estaban agolados e imaginó que tenían que estar hambrientos. En lugar de sentarse, Cara aguardó a su lado, la mord-sith no le permitía alejarse de su vigilante protección. Tampoco expresaba ninguna preocupación por sí misma o sus necesidades. Jamás habría podido imaginar, al principio, que llegaría a sentirse tan unido a una mord-sith. Jennsen se levantó y corrió a su encuentro. —Richard... ven, deja que te ayude. Ven y siéntate. Richard se dejó caer sobre la hierba, cerca del fuego, Betty se le acercó y le pidió que le hiciera sitio a su lado. Él dejó que se tumbara. —¿Bueno? —preguntó Tom—. ¿Qué os parece el lugar? —No lo sé. Tiene muros bien construidos de madera, con zanjas cavadas ante ellos. Hay señuelos y trampas alrededor de todo el lugar. Tiene una puerta de acceso... un auténtico portón. Richard suspiró y se frotó los ojos. La visión se le empezaba a tornar borrosa. Cada vez le resultaba más difícil ver. —Todavía no lo he resuelto. Resultaba difícil pensar con el aroma de la carne asada. Le estaba produciendo náuseas. Richard lomó un pedazo de pan de maíz, y la escudilla de arroz y judías que Jennsen le tendía. No podía comer mientras los contemplaba a ellos comer la carneo, lo que era peor, la olía. Se puso en pie. —Voy a dar un paseo. —No quería hacerles sentir mal por comer carne delante de él—. Necesito algo de tiempo a solas para pensarlo. Hizo una seña a Cara para que volviese a sentarse y permaneciese donde estaba. —Cena algo —le dijo—. Necesito que mantengas las fuerzas. Se alejó entre los árboles, escuchando el chirriar de los grillos, observando las estrellas a través del dosel de hojas. Era un alivio estar solo, no tener a gente preguntándole cualquier cosa. Era agotador tener a gente dependiendo siempre de él. Encontró un lugar tranquilo en el que había caído un viejo roble. Se sentó y recostó la espalda contra el tronco. Deseó no tener que levantarse jamás. De no ser por Kahlan, no lo haría. Betty hizo acto de presencia y se paró ante él, mirándole atentamente, como para preguntarle que iban a hacer a continuación. Cuando Richard no dijo nada, Betty se tumbó frente a él. Se le ocurrió que quizás el animal sólo quería ofrecerle algo de consuelo. Richard sintió que una lágrima le descendía por la mejilla. Todo se estaba haciendo pedazos, y él ya no podía seguir manteniendo todas las piezas juntas. El nudo que sentía en la garganta casi le impedía respirar. Se tumbó y posó un brazo sobre Betty. —¿Qué voy a hacer? —lloriqueó; se pasó el dorso de la mano por la nariz. —Kahlan, ¿qué voy a hacer? —Musitó con desesperada aflicción—. Te necesito tanto. ¿Qué voy a hacer? Se había

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quedado sin la menor esperanza. Había pensado, al ver a Nathan llegar inesperadamente, que la ayuda estaba próxima, pero la brillante ascua de aquella última esperanza había quedado extinguida. Ni siquiera un mago poderoso podía ayudarle. Un mago poderoso. Kaja-Rang. Richard se quedó paralizado. Las palabras que le había enviado Kaja-Rang, aquellas palabras estampadas sobre la base de granito de aquella estatua, resonaron en su mente. Aquellas dos palabras iban dirigidas a Richard. «Talga Vassternich». Merece la victoria. —Queridos espíritus... —musitó Richard. Comprendió.

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Nicholas observó mientras lord Rahl marchaba de vuelta al campamento entre sus hombros tras su desconsolada última plegaria musitada a los queridos espíritus. Era tan triste. Era tan triste que aquel hombre fuese a morir. No tardaría en estar con los queridos espíritus... en el reino del inframundo del Custodio. Nicholas gozaba con el juego. El pobre lord Rahl estaba tan perdido y confuso... Nicholas deseaba que el juego pudiese proseguir durante un buen período de tiempo, pero a lord Rahl le quedaba poco tiempo. Era tan triste... Pero resultaría mucho más divertido después de que lord Rahl muriese, después de que se pusiera fin a aquel último detalle. Jagang pensaba que aquel hombre patético era ingenioso. «No lo subestimes», había advertido Jagang. Tal vez Jagang no era adversario para el gran Richard Rahl, pero Nicholas el Transponedor sí. Su espíritu se inflamó de dicha ante la expectante idea de la muerte de lord Rahl. Eso iba a ser algo digno de contemplar. Sería un final espléndido del drama de la vida. Nicholas tenía intención de verlo todo, de ver cada triste instante del último acto. Imaginó que los amigos de lord Rahl se congregarían para llorar y gemir mientras permanecían a su lado, impotentes, observando cómo se deslizaba a los acogedores brazos de la muerte, el pastor de la eternidad, esa muerte llegada para ayudarlo a iniciar el magnífico e inacabable viaje espiritual, lejos del amargo paréntesis que había sido la vida. El telón estaba a punto de caer. A Nicholas le encantaban los finales tristes. Apenas podía aguardar para ver la representación. «Odio vivir, vivo para odiar». Nicholas se preguntó, también, como lo hacía lord Rahl, ¿que acabaría con el primero, el veneno o su don? Parecía ceder primero hacia uno, y luego hacia el otro. Durante un tiempo los dolores de cabeza infligidos por su don casi lo habían destruido; entonces el veneno intensificaba su propio dolor y el sufrimiento le arrancaba atroces jadeos. Era una pregunta fascinante, una que, como en cualquier buena obra de teatro, no recibiría respuesta hasta que llegase el final. La tensión resultaba deliciosa. Nicholas creía que el don vencería en la mortal competición. El veneno estaba muy bien, pero qué giro del destino muchísimo más fascinante sería ver a un mago con la habilidad y potencial de lord Rahl, un mago que no se parecía a ninguno nacido desde una era largo tiempo enterrada en el estercolero de la historia de la humanidad, sucumbir a lo que era su herencia por nacimiento; a su propio inmenso pero vano poder... otra víctima producto de los hombres que intentaban llegar demasiado alto en la vida. Eso sería un final fascinante y apropiado. No había que esperar mucho. Apenas nada. Nicholas observó, no queriendo perderse ni un solo delicioso detalle. Con el espíritu de la encantadora esposa de Richard Rahl a su lado, por así decirlo, Nicholas se sentía casi parte de la familia mientras contemplaba cómo se acercaba el trágico fin de tan gran hombre. Nicholas consideraba que era justo que la Madre Confesora pudiese contemplar cómo se desarrollaba todo, que viese el triste final de su amado. Mientras observaba junto a Nicholas, ella padecía al ver aquel atroz suplicio mientras Richard Rahl regresaba a su campamento. Nicholas saboreaba la angustia de la mujer. Todavía no había empezado a hacerla sufrir. Pronto dispondría de un tiempo muy largo con ella para explorar su capacidad para sufrir. Las personas reunidas en el bosque alrededor de la fogata alzaron la mirada, curiosas al ver que su amo regresaba junto a ellas. Todas aguardaron, con Nicholas, observando, mientras su lord Rahl permanecía en pie contemplándolos. Su figura osciló en el fuego, como lo hizo en la visión de Nicholas. Era casi como si ya no fuese más que un espíritu, a punto de alejarse flotando para sumirse en el glorioso olvido de los muertos. —Ya lo he

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resuelto —les contó lord Rahl—. Sé cómo atacar la fortificación. Los oídos de Nicholas prestaron atención. ¿Qué era aquello? —En cuanto despunte el día entramos —dijo lord Rahl—. Justo en el momento en que el sol aparezca por encima de las montañas. Justo entonces, por el lado este, entraremos por encinta del muro. Los guardias no podrán vernos bien porque el sol les dará en los ojos cuando miren en esa dirección. Los hombres no miran hacia donde es penoso mirar. —Me gusta —dijo uno. —Así que nos deslizaremos dentro, en lugar de atacar —dijo otro. —No, habrá un ataque —repuso lord Rahl—. Un gran ataque. Un ataque que hará que la cabeza les dé vueltas. ¿Qué era aquello? ¿Qué era aquello? Nicholas observó, observó, observó. Era de lo más curioso. ¿Primero lord Rahl iba a saltar por encima del muro, y luego haría que sus hombres atacasen? ¿Cómo iba a lograr que la cabeza les diera vueltas a los soldados? Nicholas estaba fascinado. Se acercó un poco más, temiendo perderse alguna palabra preciosa. —Participaréis en el ataque, amigos —explicó lord Rahl—. Todos os arrojaréis sobre el portón al despuntar el día. Mientras atacáis a través de la puerta y atraéis su atención, yo me estaré deslizando por encima del muro. Mientras estáis allí para distraerlos, en parte, llevaréis a cabo un papel más vital del que esperarían jamás. El plan se había puesto en marcha. Nicholas estaba embelesado mientras escuchaba, mientras observaba. Le gustaba tanto el juego; en especial cuando conocía todas las reglas, y podía doblegarlas a su voluntad. El día siguiente iba a ser un día glorioso. —Pero, lord Rahl —preguntó el hombretón llamado Tom—, ¿cómo vamos a poder atacar a través de la puerta si es tan formidable como decís? A Nicholas no se le había ocurrido aquello. Qué curioso. Una parte vital del plan de lord Rahl parecía defectuosa. —Ése es el autentico truco —respondió lord Rahl—. Ya lo he calculado y os sorprenderá escuchar cómo vais a hacerlo. ¿Ya lo había resuelto? Qué curioso. Nicholas quería oír qué solución podía solventar un obstáculo tan importante en el plan de lord Rahl. Lord Rahl se desperezó y bostezó. —Oíd —dijo—. Estoy agotado. No puedo mantenerme en pie más tiempo. Necesito descansar un poco anees de que os lo exponga todo. Es complicado, así que será mejor que espere hasta justo antes de que nos pongamos en marcha. Despertadme dos horas antes del amanecer, y os lo explicaré todo entonces. —Dos horas antes del amanecer —repitió Tom como confirmación de la orden. Nicholas estaba furioso. Quería enterarse ahora. Quería conocer el maravilloso, fabuloso y complicado plan. Lord Rahl hizo una seña a su deliciosa compañera, la que tenía por nombre Cara, y luego a varios de los hombres jóvenes. —¿Por qué no venís conmigo y dormís un poco mientras el resto finaliza su cena? Mientras se alejaban, lord Rahl volvió la cabeza. —Jennsen, quiero que mantengas a Betty aquí, contigo. Asegúrate de que permanece aquí. Necesito dormir un poco. No necesito que me despierte el olor a cabra. —¿Voy a ir contigo por la mañana, Richard? —preguntó la chica. —Sí. Tú llevarás a cabo una parte importante del plan. —Lord Rahl volvió a bostezar—. Lo explicare después de que haya dormido. No lo olvides. Tom. Dos horas antes del amanecer. Tom asintió. —Os despertaré yo mismo, lord Rahl. Nicholas también estaría allí, pata observar, pata escuchar la pieza final del plan de lord Rahl. Apenas era capaz de soportar la espera. Estaría allí temprano. Escucharía cada palabra. Y entonces, lord Rahl se llevaría una sorpresa cuando él y sus hombres fueran a visitarlo. A lo mejor no serían ni el veneno ni el don lo que acabaría con lord Rahl. A lo mejor lo haría Nicholas en persona. Con su espíritu prisionero del Transponedor, Kahlan no podía hacer nada excepto observar junto con aquel hombre. Era incapaz de responder a las súplicas acongojadas de Richard, incapaz de llorar apenada por él, incapaz de hacer nada. Ansiaba poder

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sostenerlo en sus brazos de nuevo, confortar su dolor, su pena. Richard estaba cerca del fin. Ella lo sabía. Le partía el corazón ver cómo se le escapaba la preciosa vida. Ver sus lágrimas. Oírle gritar su nombre con añoranza. Oírle decir lo mucho que la necesitaba. Se sentía tan helada y sola. Aborrecía la sensación de ir a la deriva. Deseaba con desesperación estar de vuelta en su cuerpo. Este aguardaba en alguna parte en una habitación solitaria de un campamento fortificado. El cuerpo de Nicholas aguardaba allí, también. Si al menos ella pudiese regresar allí. Más que nada, deseaba que existiera algún modo de que pudiera advertir a Richard de que Nicholas conocía su plan.

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NICHOLAS AGUARDABA AL ACECHO EN EL CAMPAMENTO, OLISQUEANDO, ESCUCHANDO, OBSERVANDO, ANSIOSO PORQUE EL JUEGO PROSIGUIESE. HABÍA LLEGADO TEMPRANO, TEMIENDO PERDERSE ALGO. ESTABA SEGURO DE QUE YA ERA DOS HORAS ANTES DEL AMANECER; EL MOMENTO EN QUE SE DESARROLLARLA EL ÚLTIMO ACTO DE LA OBRA. ERA HORA DE QUE AQUEL HOMBRE, TOM, DESPERTASE A LORD RAHL. ERA LA HORA. «OBSERVA, OBSERVA, OBSERVA.» ¿DÓNDE ESTABA ÉL? «EN ALGUNA PARTE, EN ALGUNA PARTE. MIRA, MIRA, MIRA.» UNOS HOMBRES ALGO MÁS ALLÁ, ENTRE LOS ÁRBOLES, MONTABAN GUARDIA. ¿DÓNDE ESTABA TOM? AHÍ ESTABA. NICHOLAS VIO QUE TOM ERA UNO DE LOS QUE PERMANECÍAN DESPIERTOS MIENTRAS OTROS DORMÍAN. NO QUERÍA LLEGAR TARDE. ERAN ÓRDENES DE LORD RAHL. NO ESTABA DORMIDO, ESTABA DESPIERTO, ASÍ QUE SABRÍA QUE ERA LA HORA. ¿A QUE ESTABA ESPERANDO? SU SEÑOR LE HABÍA DADO UNA ORDEN. ¿POR QUÉ NO HACÍA LO QUE LE HABÍAN DICHO? LA MUJER, JENNSEN, DESPERTÓ Y SE FROTÓ AMBOS OJOS. ALZÓ LA VISTA Y ESTUDIÓ LAS ESTRELLAS Y LA LUNA. ERA LA HORA. ELLA SABÍA QUE LO ERA. APARTÓ LA MANTA. NICHOLAS FUE TRAS ELLA MIENTRAS LA MUCHACHA PASABA A TODA PRISA JUNTO AL RESPLANDOR DE LOS RESCOLDOS DE LA HOGUERA, ATRAVESABA A TODA PRISA EL GRUPO DE ÁRBOLES JÓVENES, SE PRECIPITABA HACIA EL HOMBRE ACOSTADO EN UN TOCÓN. —TOM, ¿NO ES HORA DE DESPERTAR A RICHARD? EN ALGÚN LUGAR DE LA LEJANA HABITACIÓN DE LA FORTIFICACIÓN, DONDE AGUARDABA SU CUERPO, NICHOLAS OYÓ UN RUIDO INSISTENTE. ESTABA ABSORTO EN LO QUE TENÍA ENTRE MANOS, EN EL JUEGO, ASÍ QUE HIZO CASO OMISO. PROBABLEMENTE ERA NAJARI. EL HOMBRE ESTABA ANSIOSO POR TENER UNA OPORTUNIDAD DE ACCEDER A LA MADRE CONFESORA, UNA OPORTUNIDAD DE DISFRUTAR DE SUS ENCANTOS MÁS FEMENINOS. NICHOLAS HABÍA DICHO A NAJARI QUE TENDRÍA SU OPORTUNIDAD, PERO QUE TENÍA QUE AGUARDAR HASTA QUE NICHOLAS REGRESARA. NICHOLAS NO QUERÍA QUE MANIPULARA SU CUERPO MIENTRAS ELLOS NO ESTABAN. NAJARI A VECES NO SE DABA CUENTA DE SU PROPIA FUERZA. LA MADRE CONFESORA ERA UNA PROPIEDAD VALIOSA Y NICHOLAS NO QUERÍA QUE ESA PROPIEDAD RESULTASE DAÑADA. NAJARI HABÍA DEMOSTRADO SER LEAL Y MERECÍA UNA PEQUEÑA RECOMPENSA, PERO MÁS TARDE. NO DESOBEDECERÍA LAS ÓRDENES DE NICHOLAS. LO LAMENTARÍA SI LO HACÍA. QUIZÁ NO ERA MÁS QUE... «AGUARDA, AGUARDA.» ¿QUÉ ERA? «OBSERVA, OBSERVA, OBSERVA.» EL HOMBRE SE IRGUIÓ Y POSÓ UNA MANO TRANQUILIZADORA SOBRE EL HOMBRO DE LA JOVEN. QUÉ CONMOVEDOR. —SÍ, SUPONGO QUE YA ES LA HORA. VAYAMOS A DESPERTAR A LORD RAHL. UNA VEZ, MÁS EL RUIDO. FURTIVO, AGUDO PERO SIN EMBARGO QUEDO. ERA DE LO MÁS CURIOSO. PERO TENDRÍA QUE AGUARDAR. POR ENTRE LOS ÁRBOLES. «DEPRISA. OBSERVA, OBSERVA, OBSERVA. DEPRISA.» ¿NO PODRÍAN IR MÁS DEPRISA? ¿ES QUÉ NO REÍAN LA TRASCENDENCIA DE LA OCASIÓN? DEPRISA, DEPRISA, DEPRISA. —BETTY —GRUÑÓ LA MUJER LLAMADA JENNSEN—, DEJA DE CHOCAR CON MIS PIERNAS. DE NUEVO SE OYÓ UN SONIDO FURTIVO ALLÁ DONDE ESTABA SU CUERPO. Y A CONTINUACIÓN, OTRO SONIDO MÁS APREMIANTE. EN ESTA OCASIÓN, EL SONIDO HIZO QUE UN AGUDO ESTREMECIMIENTO RECORRIERA EL ALMA DE NICHOLAS. ERA EL SONIDO MÁS LETAL QUE HABÍA OÍDO JAMÁS. * * *

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Cuando la Espada de la Verdad abandonó su vaina, el característico tañido del acero inundó la apenas iluminada habitación. Con la espada surgió magia arcana, sin trabas, desenfrenada, desatada. El poder de la espada inundó de inmediato a Richard con su furia sin límites, una furia que le respondía. La fuerza de ese poder se desbordó en cada fibra de su ser. Hacía tanto tiempo que no la había sentido realmente, que no había sentido en toda su magnitud, que por un instante Richard hizo una pausa en la exaltación de la experiencia de empuñar un arma tan singular. Su propia cólera legítima ya había escapado de sus límites. Unida ahora a la cólera pura de la Espada de la Verdad, ambas salieron disparadas por su interior como tempestades gemelas destrozándolo todo sin trabas. Richard se enorgulleció de ser el amo supremo de ambas. El Buscador de la Verdad dirigió mentalmente ambas tempestades al frente, sin pausa, al mismo tiempo que la espada iniciaba su temible viaje, con el implacable rayo de aquellas nubes de tormenta a punto de caer. La punta de la espada silbó en el aire nocturno, cuando aún faltaban dos horas para el amanecer. Vacilante e indeciso, Nicholas observó cómo el hombre. Tom, y la mujer llamada Jennsen caminaban entre los árboles para despertar a su moribundo lord Rahl. Allá, en la lejana estancia de la fortificación, donde su cuerpo aguardaba, Nicholas oyó un alarido. No fue un alarido de temor, sino un tumultuoso grito de cólera desenfrenada. Le provocó un escalofrío en el alma. Con repentina alarma, sabiendo que no podía hacer caso omiso de aquello, Nicholas volvió a entrar de golpe en su cuerpo allí donde éste permanecía sentado en el suelo, aguardándolo. Tambaleante debido al brusco regreso, Nicholas parpadeó a la vez que abría los ojos. Lord Rahl en persona estaba de pie ante él, los pies separados, empuñando con ambas manos la espada. Era una imagen de pura fuerza concentrada mediante una determinación aterradora. Los ojos de Nicholas se abrieron de par en par al ver que la refulgente hoja describía un arco en el aire inmóvil. Lord Rahl estaba en mitad de un alarido de pasmoso poder y cólera. Cada pedazo de poder estaba dirigido a impulsar la espada. De improviso, y de un modo completamente inesperado, Nicholas se dio cuenta de una cosa: no quería morir. Deseaba con todas sus fuerzas vivir. A pesar de lo mucho que odiaba la vida, comprendió, entonces, que quería aferrarse a ella. Tenía que actuar. Invocó su poder, hizo acopio de toda su fuerza de voluntad. Tenía que detener aquel espíritu vengador que se hallaba ante él. Proyectó al exterior su poder para apoderarse del espíritu de aquel otro ser. Sintió el aterrador impacto de un asombroso golpe contra el costado del cuello. Richard chillaba aún mientras la espada, con cada onza de poder y velocidad que pudo poner tras ella, giraba, pasando justo por encima de la parte superior del hombro izquierdo de Nicholas. Vio cada uno de los detalles mientras la hoja hendía carne y hueso, volviendo del revés músculo, tendón, arterias y tráquea, mientras seguía con precisión la senda a la que el Buscador la había consignado. Richard lo había consagrado todo al veloz viaje de su espada. En aquel momento, contemplaba cómo aquel viaje alcanzaba su destino, cómo la hoja abandonaba el cuello de Nicholas el Transponedor, cómo la cabeza del hombre, la boca todavía abierta en el inicio de un sobrecogimiento no totalmente comprendido, los ojillos redondos intentando aún asimilar la totalidad de lo que veían, volaba por los aires, empezando a girar muy lentamente a medida que la espada situada debajo describía su mortífero arco, mientras filamentos de la sangre del hombre empezaban a trazar una larga línea húmeda sobre la pared que tenía detrás. El grito de Richard

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finalizó cuando el mandoble de la espada alcanzó su límite. El mundo volvió a irrumpir bruscamente a su alrededor. La cabeza golpeó el suelo con un sonoro, chasquido de huesos. Se había acabado. Richard llamó su cólera a retirada. Tenía que ponerla bajo control inmediatamente. Todavía le quedaba algo más importante que llevar a cabo. Con un grácil movimiento, Richard deslizó la ensangrentada hoja de vuelta en la vaina a la vez que giraba hacia el segundo cuerpo recostado comía la pared a la derecha. Verla casi fue más fuerte que el. Verla allí, viva, respirando, aparentemente ilesa, le produjo un salvaje arrebato de júbilo. Sus peores temores, temores que ni siquiera quería permitir que penetraran en su mente consciente, desaparecieron en un instante. Pero entonces advirtió que ella no estaba bien en absoluto. No era posible que hubiese seguido dormida durante un ataque como aquel. Cayó de rodillas y la alzó en brazos. Resultaba tan ligera, tan inerte. Su rostro estaba lívido y cubierto de sudor. Sus párpados estaban entrecerrados, sus ojos en blanco. Richard volvió a sumergirse en sí mismo, buscando energía para traer de vuelta a aquella a quien amaba más que a la vida misma, le abrió el alma. Todo lo que quería, todo lo que necesitaba, mientras la abrazaba contra él, era que ella viviera, que estuviera indemne. Instintivamente, de un modo que no comprendía por completo, dejó que su poder ascendiera desde un lugar en lo más profundo de su mente y se dejó ir al interior del torrente. Dejó que su amor por ella, su necesidad de ella, fluyera a través de la conexión entre ambos mientras la apretaba contra el pecho. —Vuelve a casa, a donde perteneces —le musitó. Dejó que el núcleo de su poder circulara a través de ella, con la intención de que fuese un faro que le iluminara el camino. Pareció como si él buscara en la oscuridad, usando la luz de una habilidad procedente de lo más profundo de su ser. Incluso a pesar de que no podía definir el mecanismo preciso, podía concentrar su propósito de un modo consciente. —Vuelve a casa, a mí, Kahlan. Estoy aquí. Kahlan lanzó un grito ahogado. Incluso aunque yacía incite, él sintió la intensidad de la vida en sus brazos. Ella volvió a jadear, corno si casi se hubiese ahogado y necesitase aire. Por fin, se agitó en sus brazos, las extremidades moviéndose, buscando a tientas. Abrió los ojos, pestañeando, y alzó la mirada. Atónita, volvió a hundirse en sus brazos. —Richard..., te oía. Estaba tan sola. Queridos espíritus, estaba allí sola. No sabía qué hacer... Oí chillar a Nicholas. Estaba perdida y sola. No sabía cómo regresar. Y entonces te percibí a ti. Lo abrazó con fuerza, como si no quisiese soltarlo jamás. —Me has guiado de vuelta a través de la oscuridad. Richard le sonrió. —Soy un guía, ¿recuerdas? Ella lo miró perpleja. —¿Cómo pudiste hacer eso? —Sus hermosos ojos verdes se abrieron con expectación—. Richard, tu don... —Resolví el problema con mi don. Kaja-Rang me había dado la solución. Había tenido la solución mucho antes de eso, pero no me di cuenta. Mi don está perfectamente, ahora, y el poder de la espada vuelve a funcionar. Estaba tan ciego que me avergonzará contártelo rodo. Richard se quedó sin aliento, y tosió, entonces, incapaz de contenerse por más tiempo. Tampoco pudo reprimir una mueca de dolor. Kahlan le agarró de los brazos. —El antídoto... ¡qué le sucedió al antídoto! Lo envié de vuelta con Owen. ¿Lo conseguiste? Richard negó con la cabeza mientras volvía a toser, el dolor daba la impresión de que lo desgarraba en lo más profundo. Finalmente recuperó el aliento. —Bueno, sabes, eso es un problema. No era el antídoto. Era sólo agua con un poco de canela. El rostro de Kahlan palideció. —Pero... Dirigió la mirada al cuerpo de Nicholas, a su cabeza que descansaba boca arriba al final de un reguero de sangre en el suelo. —Richard, si Nicholas está muerto, ¿cómo vamos a conseguir el antídoto? —No hay ningún antídoto. Nicholas me quería muerto. Destruiría el antídoto hace tiempo. Te dio un

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falso antídoto para poder capturarte. El rostro de Kahlan había pasado de la alegría al horror. —Pero, sin el antídoto...

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—No hay tiempo de preocuparse del antídoto ahora —le dijo Richard mientras la ayudaba a ponerse en pie. ¿No había tiempo? Ella vio que él daba un traspié mientras recorría la habitación. Buscó a tientas el alféizar de la ventana. Una vez en la pequeña ventana que daba a la pared exterior de la fortificación lanzó una señal con el agudo y claro silbido del papamosca común; el silbido que Cara creía era el del milico halcón colicorto del pino. —Usé un poste escala —explicó—. Cara viene hacia aquí. Kahlan intentó ir hacia él, pero su cuerpo le resultada alarmantemente desconocido. Dio un par de pasos tambaleantes, las piernas moviéndose rígidas. Sintió el impulso de ponerse a cuatro galas y andar así. Se sentía como una extraña dentro de su propia piel. Le parecía ajeno a ella tener que respirar por sí misma, tener que mirar a través de sus propios ojos, tener que escuchar con los propios oídos. Era una sensación extraña e inquietante percibir sus ropas contra la piel. Richard le tendió la mano para ayudarla a mantenerse en pie. Kahlan se dijo que, a pesar de lo insegura que se sentía, seguramente podría mantener ella el equilibrio mucho mejor que Richard. —Vamos a tener que abrirnos paso al exterior —dijo él—, pero tendremos algo de ayuda. Te conseguiré la primera espada que pueda. Richard apagó de un soplido la llama de la solitaria vela colocada ante un reflector de hojalata sobre un pequeño estante. —Richard, todavía no me he acostumbrado a estar... de vuelta, dentro de mí. No creo que esté lista para salir ahí fuera. Apenas puedo andar. —No tenemos mucho donde elegir. Tenemos que salir. Aprende mientras te mueves. Te ayudaré. —Tú apenas puedes andar. Cara, en lo alto del poste escala que Richard había tallado, se inclinó al frente y retorció el cuerpo para pasar por la pequeña ventana. A mitad de camino, Cara se quedó boquiabierta de alegría. —Madre Confesora... Lord Rahl lo ha conseguido. —No es necesario que parezcas tan sorprendida —refunfuñó Richard mientras ayudaba a la mord-sith a recorrer el resto del trecho hasta el interior. Cara tomó nota sólo brevemente de la presencia del hombre muerto desplomado en el suelo antes de que Kahlan la rodeara con sus brazos. —No podéis imaginaros lo contenta que estoy de veros —dijo Cara. —Bueno, pues vosotros no podéis imaginaros lo contenta que estoy yo de poder veros a través de mis propios ojos. —Si al menos el intercambio que hicisteis hubiese funcionado... —añadió Cara en un susurro. —Encontraremos otro modo —le aseguró Kahlan. Richard abrió lentamente la puerta un resquicio y echó un vistazo fuera. Cerró la puerta y volvió hacia ellas. —Está despejado. Las puertas a la izquierda y a lo largo de la galería son las habitaciones en las que hay mujeres. La escalera de la derecha es la más próxima que conduce abajo. Algunas de las estancias de la planta baja son para oficiales; otras son alojamientos de soldados. —Estoy lista —dijo Cara, asintiendo. Kahlan paseó la mirada de uno a otro. —¿Lista para qué? Richard la tomó del codo. —Te necesito para que me ayudes a ver. —¿Ayudarte a ver? ¿Tan deprisa está progresando? —Simplemente escucha. Vamos a avanzar a lo largo de la galería hacia la izquierda y abriremos las puertas. Haz todo lo posible por mantener a las mujeres tranquilas. Vamos a sacarlas de aquí. Kahlan se sintió un poco confusa; era completamente distinto de los planes que había oído junto con Nicholas. Comprendió que simplemente tenía que seguir las indicaciones de Richard y a Cara. Fuera, en la sencilla galería de madera, no había faroles ni antorchas. La luna había descendido tras la negra aglomeración de montañas. La visión de Kahlan cuando Nicholas la había controlado había sido como mirar a través de un grasiento cristal ondulado. La centelleante bóveda estrellada sobre su cabeza jamás había parecido tan

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hermosa. Bajo la luz de aquellas estrellas, Kahlan pudo ver edificios sencillos alineados alrededor del muro exterior de la fortificación. Richard y Cara avanzaron por la galería, abriendo puertas. En cada una, Cara se introducía rápidamente dentro. Algunas de las mujeres salieron en camisón; a algunas Kahlan pudo oirías en el interior vistiéndose a toda prisa, En algunas de las habitaciones lloraban bebés. Mientras Cara estaba dentro de una de las habitaciones, Richard abrió otra puerta. Se inclinó cerca de Kahlan y susurró: —Entra y di a las mujeres que hay dentro que hemos venido a ayudarlas a escapar. Diles que sus hombres han venido a sacarlas. Pero deben hacer tan poco ruido como puedan, o nos cogerán. Kahlan corrió al interior, lo mejor que pudo sobre sus vacilantes piernas, y despertó a la joven de la cama do la derecha. Ésta se incorporó, aterrada, pero callada. Kahlan alargó la mano a un lado y zarandeó a la mujer de la otra cama. —Hemos venido a ayudaros a escapar. No debéis hacer ningún ruido. Vuestros hombres van a ayudar. Tenéis una oportunidad de ser libres. —¿Libres? —preguntó la primera mujer. —Sí. Vosotras decidís, pero os aconsejo encarecidamente que aprovechéis la oportunidad, y que os deis prisa. Las mujeres saltaron de las camas y agarraron sus ropas. Richard. Kahlan y Cata siguieron avanzando por la terraza, pidiendo a las mujeres que ya habían salido que ayudaran a despertar a las demás. En cuestión de pocos minutos, cientos de mujeres estaban acurrucadas en la galería. No hubo ningún problema para que se mantuvieran en silencio; conocían muy bien las consecuencias de causar problemas. No querían hacer nada que permitiera que las atraparan intentando escapar. Al poco, todos habían alcanzado ya el otro extremo de la galería que recorría la fortificación. Muchas de las mujeres tenían bebés muy pequeños; demasiado pequeños para que se los hubiesen llevado. Las criaturas, en su mayoría, dormían profundamente en brazos de sus madres, pero algunas empezaron a llorar. Las madres intentaran desesperadamente acunarlas y abrazarlas para acallarlas. Kahlan esperó que fuese un sonido lo bastante corriente como para que no atrajera la atención de los soldados. —Aguardad aquí —susurró Richard a Kahlan—. Mantén a todo el mundo aquí arriba hasta que tengamos el portón abierto. Con Cara detrás de él, Richard se deslizó con cuidado escaleras abajo y empezó a cruzar el patio. Cuando uno de los bebés empezó a berrear de improviso, salieron soldados de un edificio para averiguar qué ocurría y descubrieron a Richard y a Cara. Los hombres gritaron, dando la alarma. Kahlan oyó el característico tañido del acero que indicara que Richard había desenvainado la espada. De algunas de las puercas surgieron hombres en tropel, cortándoles el paso a Richard y a Cara, listando acostumbrados a tratar con bandakarianos, los hombres que se abalanzaban hacia Richard no parecían demasiado preocupados por una posible violencia. Se equivocaban, y fueron abatidos en cuanto se acercaron lo suficiente para que Richard los atacara. A algunos, Richard los derribó mientras corría; a otros los eliminó Cara mientras intentaban acudir desde un lado. Los alaridos de algunos al ser abatidos despertaron a todo el campamento. Los soldados abandonaron en tropel los barracones situados abajo, poniéndose pantalones y camisas, y arrastrando cintos con armas tras ellos. A la tenue luz de las estrellas, Kahlan distinguió a Richard junto a la puerta levadiza. Éste asestó un potente mandoble. Una lluvia de chispas cayó sobre la pared cuando la espada partió una de las gruesas cadenas que sostenían en alto la puerta. Richard corrió al otro lado, para cortar la otra cadena. Dos hombres lo alcanzaron allí. Con un único y grácil movimiento, Richard los abatió a ambos. Mientras Cara derribaba a otros soldados que se abalanzaban sobre Richard, este blandió otra vez la espada. Fragmentos de acero al rojo vivo inundaron el aire junto con el sonido tintineante del metal

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al hacerse pedazos. La puerta gimió y empezó a caer lentamente hacia el exterior. Richard apretó todo su peso contra ella y esta cogió velocidad. Con un resonante estallido, se vino abajo, levantando nubes de polvo. Un potente grito se alzó cuando los bandakarianos que había fuera, empuñando espadas, hachas y mazas de combate, cargaron a través del puente derribado y penetraron en la fortificación. Los soldados corrieron a enfrentarse a la invasión y se produjo un gran choque de armas y hombres. Kahlan vio, entonces, que unos soldados ascendían corriendo por la escalera del lado opuesto de la galería. —¡Vamos! —gritó a las mujeres—. ¡Tenemos que salir ahora! Sujetando la barandilla para mantener el equilibrio, Kahlan bajó corriendo los peldaños, con todas las mujeres descendiendo en tropel detrás de ella, algunas llevando en brazos criaturas que berreaban a todo pulmón. Richard corrió a su encuentro al pie de la escalera y le arrojó una espada corta con una empuñadura envuelta en cuero. Kahlan la agarró por el mango justo a tiempo de girar y acuchillar a un soldado que salía corriendo de debajo de la galería. Owen se abrió paso a través de los combates y llegó hasta las mujeres. —¡Vamos! —les gritó—. ¡Id a la puerta! ¡Corred! Las mujeres, impelidas por la orden, empezaron a correr a través del recinto. Al alcanzar la zona de combate, algunas, en lugar de salir corriendo por la puerta, aprovecharon la oportunidad para saltar sobre las espaldas de los soldados que peleaban contra Owen y sus hombres. Las mujeres mordían a los hombres en la espalda, les golpeaban la cabeza, les arañaban los ojos. Los soldados no tuvieron miramientos con ellas, y varias fueron abatidas brutalmente. Ello no impidió que otras se unieran a la batalla. Sólo con correr hacia la puerta, podían escapar, pero en su lugar, atacaban a los soldados a pesar de ir desarmadas. Habían estado cautivas de aquellos hombres durante mucho tiempo. Kahlan sólo podía imaginar por lo que habrían pasado y no podía decir que las culpara. Todavía tenía problemas para moverse, para conseguir que su cuerpo hiciera lo que ella quería que hiciese, o se habría unido a ellas. Kahlan giró al oír un ruido y se encontró con un soldado que se abalanzaba hacia ella. Reconoció la nariz aplastada. Najari: la mano derecha de Nicholas. Era uno de los hombres que la había llevado a la fortificación. Mostraba una sonrisa perversa mientras iba a por ella. Kahlan podría haber usado su poder sobre él, pero no se atrevía a confiar en él en aquel preciso momento. En su lugar sacó la espada corta de detrás de la espalda y la hundió en el vientre de Najari. Él se quedó rígido justo frente a ella, los ojos muy abiertos. Kahlan pudo oler el hedor de su aliento, Giró violentamente el mango de la espada a un lado. Con la boca abierta de par en par, el hombre jadeó, temiendo inspirar profundamente, temiendo moverse y sufrir más daño. Kahlan apretó los dientes y movió el mango de la espada en redondo, describiendo un arco, y le desgarró las entrañas. Contempló fijamente los ojos sobresaltados del hombre mientras éste resbalaba fuera de la espada. Najari gruñó de dolor mientras caía de rodillas, manteniendo cerrada la herida con las manos lo mejor que podía. No llegó a conseguir lo que Kahlan sabía que quería, lo que Nicholas le había prometido. Cayó de bruces sobre el rostro, derramando las entrañas sobre el suelo, a los pies de la Madre Confesora. Kahlan giró en dirección al ataque. Richard estaba abriéndose paso a cuchilladas entre los soldados que intentaban rodearlo mientras luchaba para mantener la puerta despejada. Los hombres de Richard atacaban al enemigo por detrás abriéndose paso entre los soldados tal y como Richard les había enseñado. Kahlan vio a Owen no muy lejos. Estaba en terreno abierto, entre los caídos y los que combatían, mirando fijamente más allá de la encarnizada batalla a un hombre justo en el exterior de una de las puertas que había bajo la galería. El hombre tenía una

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espesa barba negra, una cabeza afeitada, y un aro en una oreja y en una aleta de la nariz. Sus brazos eran gruesos como ramas de árbol. Los hombros el doble de anchos que los de Owen. —Luchan —dijo Owen para sí. Owen empezó a cruzar la zona abierta de la fortificación, pasando ante hombres enfrentados en furioso combate, pasando ante aquellos que gritaban y aquellos que caían bajo las espadas, pasando ante espadas y hachas que hendían el aire, como si ni siquiera lo vicia. Tenía los ojos clavados en el hombre que lo observaba acercarse. El rostro de una joven apareció en el oscuro umbral detrás de Luchan. Él se giró y le gruño que volviera dentro, que iba a ocuparse del hombrecillo procedente de su pueblo. Cuando Luchan se volvió otra vez, Owen estaba de pie ante él. Luchan rió y se puso en jarras. —¿Por qué no sales disparado de vuelta a tu agujero? Owen no dijo nada, no avisó, no exigió nada. Se limitó a caer sobre Luchan con ganas —tal y como Richard le había aconsejado que hiciera— hundiendo el cuchillo en el pecho del hombretón una y otra vez antes de que Luchan tuviera ocasión de reaccionar. Había subestimado a Owen y ello le había costado la vida. La mujer salió corriendo por la puerta y se detuvo ante el cuerpo de su antiguo dueño. Lo contempló fijamente, contempló uno de sus brazos estirado a un lado, el otro descansando sobre el pecho ensangrentado, los ojos sin vida. Alzó la mirada hacia Owen. Kahlan supuso que se trataba de Marilee, y temió que fuese a rechazar a Owen por hacer daño a otra persona, que fuese a censurarlo por lo que había hecho. En lugar de ello, corrió hacia Owen y lo rodeó con los brazos. La mujer cayó de rodillas junto al cuerpo y tomó el cuchillo ensangrentado de la mano de Owen. Se volvió hacia el caído Luchan y lo apuñaló una docena de veces con tal fuerza que hundía el cuchillo hasta la empuñadura con cada golpe. Contemplando la llorosa furia de la mujer. Kahlan no tuvo que preguntarse cómo la habría tratado aquel hombre. Agotada su ira, la mujer volvió a ponerse en pie y abrazó a Owen echa un mar de lágrimas. Kahlan necesitaba llegar hasta Richard. Se sintió aliviada al ver que su capacidad para moverse como quería regresaba y empezó a avanzar por el borde de la batalla, manteniéndose pegada a las paredes, pasando junto a hombres que la veían y creían que sería un objetivo fácil. Estos no sabían que su padre, el rey Wyborn, le habían enseñado a manejar la espada desde una tierna edad y que Richard más tarde había pulido mi habilidad hasta dotada de una pericia letal, ensenándole como usar su menor peso para que le proporcionara una velocidad mortífera. Fue la última equivocación que cometieron aquellos hombres. Más allá al otro lado de la zona abierta, una multitud de soldados, ya totalmente despiertos y bien preparados pata entablar combate, salieron en tropel de los barracones. Todos cargaron contra Richard. Kahlan supo de inmediato que eran demasiados. Los hombres de Richard no podían detener aquella avalancha de soldados. Todos ellos se juntaron para ir a por Richard. Kahlan oyó un chasquido ensordecedor parecido a un rayo al mismo tiempo que las paredes de la fortificación se encendían con una llamarada. Tuvo que darse la vuelta y protegerse los ojos. La noche se convirtió en día, y al mismo tiempo, se desató una oscuridad más oscura que cualquier noche. Un llameante rayo blanco de Magia de Suma se retorció y enroscó alrededor y a través de un chisporroteante vacío negro de Magia de Resta, creando una violenta soga de rayos gemelos unidos en un propósito terrible. Pareció como si el sol del mediodía se estrellase sobre ellos. El aire mismo se vio absorbido por el virulento calor y la terrible luz. Por mucho que lo intentaba, Kahlan no conseguía respirar ante aquella terrible fuerza. La furia de Richard lo reunió todo en un único punto. En un explosivo instante, la atronadora deflagración de luz libeló un estallido devastador de pasmosa destrucción que irradiaba

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hacia el exterior a través de toda la fortificación, aniquilando a los soldados de la Orden Imperial. La noche quedó oscura y silenciosa. Hombres y mujeres permanecieron allí de pie, anonadados, en medio de un mar de sangre y vísceras, paseando la mirada por los restos irreconocibles de los enemigos. La batalla había finalizado. Las gentes de Bandakar habían vencido. Por fin, las mujeres empezaron a gemir y llorar, eufóricas al verse libres. Conocían a muchos de los hombres que habían acudido a liberarlas, y se aferraron a ellos en señal de gratitud, abrumadas por la alegría de volver a estar juntos. Abrazaban amigos, parientes y desconocidos por igual. También los hombres lloraron, aliviados y felices. Kahlan corrió por el laberinto de gentes jubilosas amontonadas en la zona abierta de la fortificación. Los hombres la vitorearon, emocionados al ver que también ella había sido liberada. Muchos querían hablar con ella, pero Kahlan siguió corriendo para llegar hasta Richard. Éste estaba a un lado, apoyado contra el muro, con Cara ayudándolo a mantenerse en pie. Todavía sujetaba la espada embadurnada de sangre en el puño, la punta de la hoja descansando sobre el suelo. También Owen marchó hacia donde estaba Richard. —¡Madre Confesora! ¡Me siento tan aliviado y agradecido por teneros de vuelta! —Dirigió la mirada a un sonriente Richard—. Lord Rahl, quisiera presentaros a Marilee. Aquella mujer, que apenas hacía unos instantes había apuñalado salvajemente el cadáver de su captor parecía en aquellos momentos demasiado tímida para hablar. Inclinó la cabeza a modo de saludo. Richard se irguió y sonrió con aquella sonrisa que a Kahlan tanto le gustaba ver, una sonrisa repleta del auténtico placer de vivir. —Me siento muy feliz de conocerte. Marilee. Owen nos ha hablado a todos de ti, y de lo mucho que significas para él. Desde el principio al fin de todo lo que ha sucedido, siempre ocupaste el primer lugar en su mente y en su corazón. Su amor por ti lo ha movido a actuar. Ella pareció abrumada por todo ello, y por sus palabras. —Lord Rahl vino a nosotros e hizo algo más importante que salvarnos a todos —contó Owen a Marilee—. Lord Rahl me proporcionó el valor para venir y luchar por ti, para luchar para salvarte... para que todos nosotros luchásemos por vuestras propias vidas y las vidas de aquellos que amamos. Con una sonrisa radiante, Marilee se inclinó y besó a Richard en la mejilla. —Gracias, lord Rahl. Jamás supe que mi Owen podía hacer tales cosas. —Puedes creerme —dijo Cara—, nosotros tuvimos nuestras dudas sobre él, también —dio una palmada a Owen en la espalda—. Pero lo ha hecho bien. —También yo he llegado a comprender el valor de lo que ha hecho —dijo Marilee a Richard—, de las cosas que parece que habéis enseñado a nuestra gente. Richard les sonrió a los dos, pero entonces ya no pudo contener la tos. La atmósfera de jubilosa liberación cambió de repente, la gente se agolpó a su alrededor, ayudando a mantenerlo en pie. Kahlan vio que le corría sangre por la barbilla. —Richard —exclamó—. No... Lo depositaron con cuidado sobre el suelo. Él se aferró la manga de Kahlan, queriendo tenerla cerca. Kahlan vio lágrimas corriendo por la mejilla de Cara. Parecía que había agotado ya todas las fuerzas que le quedaban. Se sumía en el poder letal del veneno, y no había nada que pudieran hacer por él. —Owen —dijo Richard, jadeando para recuperar el aliento cuando el ataque de tos cesó—. ¿A qué distancia está tu ciudad? —La voz se le tornaba ronca. —No lejos, sólo a unas horas, si vamos rápido. —El hombre que hizo el veneno y el antídoto... ¿vivía allí? —Sí, su casa sigue allí. —Llévame allí. Owen pareció perplejo, pero asintió con vehemencia. —Desde luego. —Deprisa —añadió Richard, intentando levantarse; no pudo. Tom apareció en la multitud. Jennsen también estaba allí. —¡Coged unos postes! —Ordenó Tom—. Y algunas lonas, o mantas. Construiremos una litera. Cuatro hombres cada vez pueden transportarlo. Podemos correr y llevarle allí

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deprisa. Los hombres corrieron a los edificios, buscando lo que necesitarían para fabricar una litera.

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KAHLAN SACÓ A TODA PRISA LA LATA DEL ESTANTE Y ABRIÓ LA TAPA. LA LATA CONTENÍA UN POLVO AMARILLENTO. ERA DEL COLOR CORRECTO. SE INCLINÓ Y SE LO MOSTRÓ A RICHARD, QUE YACÍA EN LA LITERA. ÉL INTRODUJO LA MANO Y TOMÓ UNA PIZCA. LA OLIÓ. LE ACERCÓ LA LENGUA Y LUEGO ASINTIÓ. —SÓLO UN POCO —SUSURRÓ, ALZÁNDOLO HACIA ELLA. KAHLAN EXTENDIÓ LA MANO MIENTRAS EL DEJABA CAER UN POCO DEL POLVO TRITURADO EN SU MANO. ARROJÓ EL RESTO AL SUELO, DEMASIADO DÉBIL PARA MOLESTARSE EN DEVOLVERLO A LA LATA. KAHLAN AÑADIÓ LA PEQUEÑA CANTIDAD DE LA PALMA DE LA MANO A UNA DE LAS OLLAS DE AGUA HIRVIENDO. BOLSAS DE TELA LLENAS DE HIERBAS DABAN LUGAR A INFUSIONES DENTRO OTRAS OLLAS DE AGUA CALIENTE. ALCALOIDES PROCEDENTES DE HONGOS SECOS PERMANECÍAN EN ACEITE. RICHARD TENÍA A OTRAS PERSONAS RALLANDO TALLOS DE PLANTAS. —LOBELIA —DIJO RICHARD CON LOS OJOS CERRADOS. OWEN SE INCLINÓ SOBRE ÉL. —¿LOBELIA? RICHARD ASINTIÓ. —SERÁ UNA HIERBA SECA. OWEN GIRÓ HACIA LOS ESTANTES Y EMPEZÓ A BUSCAR. HABÍA CIENTOS DE PEQUEÑOS COMPARTIMENTOS CUADRADOS EN LA PARED DEL LUGAR DONDE EL HOMBRE QUE HABÍA PREPARADO EL VENENO DE RICHARD, Y EL ANTÍDOTO, ACOSTUMBRABA A TRABAJAR. ERA UN EDIFICIO PEQUEÑO Y SENCILLO DE UNA ÚNICA HABITACIÓN CON MUY POCA LUZ. NO ESTABA NI CON MUCHO TAN BIEN EQUIPADO COMO LOS CUARTOS DE TRABAJO DE LOS HERBOLARIOS QUE KAHLAN HABÍA VISTO EN OTRAS OCASIONEN, PERO EL HOMBRE TENÍA UNA AMPLIA COLECCIÓN DE COSAS. MÁS IMPORTANTE AÚN, ERA ÉL QUIEN HABÍA PREPARADO EL ANTÍDOTO, PRESUMIBLEMENTE CON LO QUE HABÍA ALLÍ. —¡AQUÍ ESTÁ! —DIJO OWEN, BAJANDO UNA BOLSA PARA QUE RICHARD LA VIERA—. PONE LOBELIA EN LA ETIQUETA. —TRITURA UN MONTONCITO LA MITAD DEL TAMAÑO DE LA UÑA DE TU PULGAR, TAMÍZALO PARA SEPARAR LAS FIBRAS Y DESÉCHALAS, LUEGO AÑADE LO QUE QUEDE EN EL CUENCO QUE CONTIENE EL ACEITE MÁS OSCURO. RICHARD SABIA DE HIERBAS, PERO NO SABÍA EN ABSOLUTO LO SUFICIENTE COMO PARA CONFECCIONAR EL REMEDIO CONTRA EL VENENO QUE LE HABÍAN ADMINISTRADO. SU DON PARECÍA ESTARLE GUIANDO. RICHARD SE HALLABA CASI EN UN TRANCE, O CASI INCONSCIENTE; KAHLAN NO ESTABA MUY SEGURA. TENÍA DIFICULTADES PARA RESPIRAR, Y ELLA NO SABÍA QUÉ MÁS HACER PARA AYUDARLO. SI NO HACÍAN ALGO, IBA A MORIR, Y PRONTO. MIENTRAS PERMANECÍA QUIETO EN LA LITERA DESCANSABA MÁS CÓMODO, PERO ESO NO IBA A HACER QUE SE RECUPERARA. HABÍA SIDO UNA CARRERA CORTA HASTA WITHERTON, PERO PARA KAHLAN SE HABÍA TARDADO DEMASIADO. —MILENRAMA —DIJO RICHARD. KAHLAN SE INCLINÓ SOBRE ÉL. —¿QUE PREPARACIÓN? —ACEITE —RESPONDIÓ RICHARD. KAHLAN BUSCÓ TORPEMENTE ENTRE LOS ESTANTES DE PEQUEÑAS BOTELLAS. ENCONTRÓ UNA CON LA ETIQUETA DE: ACEITE DE MILERANMA. SE ACUCLILLÓ Y LA SOSTUVO ANTE RICHARD. —¿CUÁNTO? ALZÓ UNA DE LAS MANOS DE RICHARD Y COLOCÓ LA BOTELLA EN ELLA, CERRÁNDOLE LOS DEDOS A SU ALREDEDOR PARA QUE PUDIERA SABER EL TAMAÑO. —¿CUÁNTO? —¿ESTÁ LLENA? KAHLAN MOVIÓ EL TAPÓN DE MADERA DE UN LADO A OTRO HASTA EXTRAERLO. —SÍ. —LA MITAD —DIJO RICHARD—. VIÉRTELO EN CUALQUIERA DE LOS OTROS ACEITES. —ENCONTRÉ LA MATRICARIA —DIJO JENNSEN A LA VEZ QUE SALTABA DE UN TABURETE. —PREPARA UNA TINTURA —LE INDICÓ RICHARD. KAHLAN VOLVIÓ A

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COLOCAR EL TAPÓN EN LA BOTELLA Y SE AGACHÓ JUNTO A RICHARD. —¿QUÉ MÁS? —PREPARA UNA INFUSIÓN DE VERBASCO. —VERBASCO, VERBASCO —FARFULLÓ KAHLAN MIENTRAS SE GIRABA. MIENTRAS RICHARD LES DABA INSTRUCCIONES, MEDIA DOCENA DE PERSONAS SE DEDICABAN A HERVIR, MEZCLAR, MACHACAR, RALLAR, FILTRAR Y HACER INFUSIONES. AÑADÍAN ALGUNOS PREPARADOS JUNCOS A MEDIDA QUE SE COMPLETABAN, Y MANTENÍAN OTROS APARTE. A MEDIDA QUE TRABAJABAN, EL NÚMERO DE DISTINTAS TAREAS SE COMBINABA Y REDUCÍA. RICHARD HIZO UNA SEÑA A OWEN PARA QUE SE ACERCASE. OWEN SE LIMPIÓ LAS MANOS EN LAS PERNERAS DE LOS PANTALONES MIENTRAS SE INCLINABA PARA AGUARDAR INSTRUCCIONES. —FRÍO —DIJO RICHARD, LOS OJOS CERRADOS—. NECESITAMOS ALGO FRÍO. NECESITAMOS UN MODO DE ENFRIARLO. OWEN PENSÓ UN MOMENTO. —HAY UN ARROYO NO MUY LEJOS. RICHARD INDICÓ VARIOS LUGARES EN LOS QUE TRABAJABA GENTE. —VIERTE ESOS CUENCOS DE PREPARADOS Y POLVOS EN EL AGUA HIRVIENDO DE LA MARMITA QUE HAY AHÍ. LUEGO LLÉVALA AL ARROYO. SOSTÉN LA MARMITA EN EL AGUA PARA ENFRIARLA. —RICHARD ALZÓ UN DEDO A MODO DE ADVERTENCIA—. NO LA SUMERJAS DEMASIADO Y DEJES QUE EL AGUA DEL ARROYO ENTRE POR LA PARTE SUPERIOR, O SE ESTROPEARÍA. OWEN NEGÓ CON LA CABEZA. —NO LO HARÉ. AGUARDÓ CON IMPACIENCIA MIENTRAS KAHLAN VERTÍA LOS CONTENIDOS DE CUENCOS POCO PROFUNDOS EN LA OLLA DE AGUA HIRVIENDO. KAHLAN NO SABÍA SI NADA DE ELLO TENÍA SENTIDO, PERO SABÍA QUE RICHARD POSEÍA EL DON, Y CIERTAMENTE HABÍA EL PROBLEMA DEL DON. SI SU DON PODÍA GUIARLO PARA PREPARAR EL ANTÍDOTO, ELLO PODRÍA SALVARLE LA VIDA. KAHLAN NO CONOCÍA NINGUNA OTRA COSA QUE PUDIERA. ENTREGÓ LA MARMITA A OWEN. ÉSTE SALIÓ CORRIENDO POR LA PUERTA PARA COLOCARLA EN EL ARROYO Y ENFRIARLA. CARA LO SIGUIÓ PARA ASEGURARSE DE QUE NADA SUCEDÍA A LO QUE PODRÍA SER LA ÚNICA COSA CAPAZ DE SALVAR LA VIDA DE RICHARD. JENNSEN SE SENTÓ EN EL SUELO, AL OTRO LADO DE SU HERMANO, SUJETÁNDOLE LA MANO. CON EL DORSO DE LA MANO, KAHLAN SE APARTÓ LOS CABELLOS DEL ROSTRO Y A CONTINUACIÓN SE SENTÓ JUNTO A RICHARD Y LE TORNÓ LA MANO LIBRE PATA AGUARDAR EL REGRESO DE OWEN Y CARA. BETTY PERMANECÍA DE PIE EN LA ENTRADA, CON LAS OREJAS ESTIRADAS AL FRENTE, LA COLA AGITÁNDOSE INTERMITENTEMENTE EN FORMA DE ESPERANZADO MOLINETE CADA VEZ QUE JENNSEN O KAHLAN MIRABAN EN SU DIRECCIÓN. PARECIERON TRANSCURRIR HORAS HASTA QUE OWEN REGRESÓ CORRIENDO CON LA MARMITA, AUNQUE KAHLAN SABÍA PERFECTAMENTE QUE EN REALIDAD NO HABÍA SIDO TANTO TIEMPO. —FILTRADLO CON UNA TELA —DIJO RICHARD—, PERO NO ESTRUJÉIS LA TELA AL FINAL: SIMPLEMENTE DEJAD QUE EL LÍQUIDO PASE HASTA TENER MEDIA TAZA DE ÉL. “UNA VEZ QUE HAYÁIS HECHO ESO, AÑADID A CONTINUACIÓN LOS ACEITES AL LÍQUIDO QUE SE HAYA RECOGIDO EN LA TAZA. TODO EL MUNDO SE QUEDÓ OBSERVANDO TRABAJAR A KAHLAN, QUE COGÍA LO QUE NECESITABA Y LUEGO LO ARROJABA LEJOS CUANDO HABÍA ACABADO CON ELLO. UNA VEZ QUE TUVO SUFICIENTE LIQUIDO DE LA MARMITA RECOGIDO EN LA TAZA, VERTIÓ LOS ACEITES. —REMUÉVELO CON UN TROZO DE CANELA EN RAMA —INDICÓ RICHARD. OWEN SE ENCARAMÓ EN EL TABURETE. —RECUERDO HABER VISTO CANELA. ALARGÓ UN TROZO A KAHLAN. ÉSTA REMOVIÓ EL LÍQUIDO DORADO, PERO NO PARECIÓ QUE FUNCIONASE. —EL ACEITE Y EL AGUA NO QUIEREN MEZCLARSE —DIJO A RICHARD. ÉL

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TENÍA LA CABEZA VUELTA A UN LADO, MIRANDO EN DIRECCIÓN CONTRARIA A DONDE ESTABA ELLA. —SIGUE MEZCLANDO, LLEGARÁ UN MOMENTO EN QUE, DE IMPROVISO, SE UNAN. TENIENDO SUS DUDAS. KAHLAN SIGUIÓ REMOVIENDO. PODÍA VER QUE LOS ACEITES SE MANTENÍAN JUNTOS EN PEGOTES Y NO SE MEZCLABAN CON EL AGUA QUE HABÍA FILTRADO A TRAVÉS DE LA TELA. CUANTO MÁS SE ENFRIABA, MENOS Y MENOS PARECÍA QUE FUESE A FUNCIONAR. KAHLAN SINTIÓ QUE UNA LÁGRIMA DE DESESPERACIÓN CORRÍA POR SU MEJILLA Y LE GOTEABA POR LA BARBILLA. EL CONTENIDO DE LA TAZA SE TOMÓ MÁS CONSISTENTE. ELLA SIGUIÓ REMOVIENDO. NO QUERIENDO DECIR A RICHARD QUE NO ESTABA FUNCIONANDO. TRAGÓ SALIVA A TRAVÉS DEL CRECIENTE NUDO QUE SENTÍA EN LA GARGANTA. EL CONTENIDO DE LA TAZA EMPEZÓ A DISOLVERSE. KAHLAN LANZÓ UNA EXCLAMACIÓN AHOGADA. PESTAÑEÓ. TODO EN LA TAZA SE FUSIONÓ DE IMPROVISO EN UN LÍQUIDO LISO, ESPESO COMO UN JARABE. —¡RICHARD! —SE SECÓ UNA LÁGRIMA DE LA MEJILLA—. FUNCIONA. SE HA MEZCLADO TODO. ¿AHORA QUÉ? ÉL EXTENDIÓ LA MANO. —ESTÁ LISTO. DÁMELO. JENNSEN Y CARA LO AYUDARON A INCORPORARSE EN LA LITERA. KAHLAN SOSTUVO LA PRECIOSA TAZA EN AMBAS MANOS Y SE LA ACERCÓ CON CUIDADO A LA BOCA. LA INCLINÓ HACIA ARRIBA PARA AYUDARLO A BEBER. HIZO FALTA ALGO DE TIEMPO PARA QUE LO TRAGARA TODO, YA QUE TENÍA QUE PARAR DE VEZ EN CUANDO MIENTRAS TOMABA PEQUEÑOS SORBOS, INTENTANDO NO TOSER. HABÍA MUCHO MÁS DE LO QUE HABÍA HABIDO EN CUALQUIERA DE LOS BOTELLINES, PERO KAHLAN SUPUSO QUE TAL VEZ NECESITABA MÁS CANTIDAD, YA QUE HABÍA TARDADO TANTO EN TOMARLO. CUANDO EL HUBO TERMINADO, ELLA ALARGÓ LA MANO HACIA ARRIBA Y DEPOSITÓ LA TAZA SOBRE EL MOSTRADOR. SE LAMIÓ UNA GOTA DEL LÍQUIDO DEL DEDO, EL ANTÍDOTO TENÍA EL LEVE AROMA DE LA CANELA Y UN SABOR DULCE Y ESPECIADO. ESPERÓ QUE ESO FUERA LO CORRECTO. RICHARD SE DEDICÓ A RECUPERAR EL ALIENTO TRAS EL ESFUERZO DE BEBER. VOLVIERON A ACOSTARLO CON DELICADEZA. LAS MANOS LE TEMBLABAN. TENÍA UN ASPECTO ESPANTOSO. —DEJADME DESCANSAR —MURMURÓ. BETTY, TODAVÍA DE PIE EN LA ENTRADA, OBSERVANDO CON SUMA ATENCIÓN, LANZÓ UN BALIDO PARA INDICAR SU DESEO DE ENTRAR. —SE PONDRÁ BIEN —DIJO JENNSEN A SU AMIGA—. TÚ SÓLO QUÉDATE AHÍ FUERA Y DEJA QUE DESCANSE. BETTY DIO UN LEVE TIRÓN Y LUEGO SE TUMBÓ EN LA ENTRADA PARA ESPERAR JUNTO CON EL RESTO DE ELLOS. IBA A SER UNA LARGA NOCHE. KAHLAN NO CREÍA SER CAPAZ DE DORMIR HASTA QUE SUPIERA SI RICHARD SE PONDRÍA BIEN. * * *

Zedd señaló con el dedo. —Hay otro, ahí, que hay que retirar —dijo a Chase. Chase llevaba una cota de malla encima de una túnica de cuero de color tostado. Se sujetaba los gruesos pantalones negros con un cinto negro provisto de una gran hebilla de plata blasonada con el emblema de los guardianes del límite. Debajo de la capa negra, sujeto por todas partes —piernas, cintura, parte superior de los brazos, en la parte posterior de los hombros— había un pequeño arsenal de armas, todo desde pequeños pinchos a un hacha de guerra en forma de media luna. Chase era infalible con cualquiera de esas armas. Había transcurrido bastante tiempo ya desde la última vez que se necesitaron las habilidades de un guardián del límite.

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Chase parecía ser un hombre sin una misión. El hombretón se inclinó para extraer un cuchillo de debajo del cuerpo. Profirió un gruñido de reconocimiento. —Ahí está. —Alzó el cuchillo con mango de castaño a la luz mientras lo inspeccionaba—. Me preocupaba haberlo perdido. Deslizó el arma al interior de una funda vacía sin tener que mirar. Con una mano agarró la cinturilla de los pantalones y alzó el rígido cuerpo, luego fue hasta una abertura en la almenada muralla y arrojó el cuerpo fuera, al vacío. Zedd miró por encima del borde. Era una caída de varios cientos de metros antes de que la roca de la montaña se ensanchara lo suficiente para que cualquier cosa que cayera hiciera contacto. Había varios cientos de metros más de descenso por el precipicio de granito antes de que empezara el bosque. El dorado sol empezaba a descender hacia las montañas. Las nubes habían adquirido reflejos de oro y naranja. A aquella distancia, la ciudad situada abajo resultaba tan bonita como siempre, salvo que Zedd sabía que era un lugar vacío, sin gente que le diera vida. —Chase, Zedd —llamó Rachel desde la puerta—, el estofado está listo. Zedd alzó sus escuálidos brazos hacia el cielo. —¡Ya era hora! Uno podría morirse de hambre esperando a ese estofado. Rachel plantó el puño que sujetaba la cuchara de madera en la cadera y agitó un dedo de la otra mano hacia él. —Si sigues diciendo palabrotas, no tendrás cena. Chase soltó un suspiró a la vez que echaba una veloz mirada Zedd. —Y tú crees que tienes problemas. Uno no creería que una chica que no me llega a la hebilla del cinturón pudiese ser una cruz así. Zedd siguió a Chase a la entrada que cruzaba la gruesa pared de piedra. —¿Es siempre tan incordiante? Chase despeinó los cabellos de Rachel al pasar. —Siempre —le confió. —¿Está bueno el estofado? —preguntó Zedd—. ¿Vale la pena que vigile mi lenguaje por él? —Mi nueva madre me enseñó a prepararla —dijo Rachel con un tentador sonsonete—. Rikka comió un poco antes de salir, y dijo que estaba bueno. Zedd se alisó los desordenados cabellos blancos. —Bueno, Emma cocina mejor que ninguna mujer que he conocido. —Entonces sé bueno —dijo Rachel—, y te daré panecillos para acompañar el estofado. —¡Panecillos! —Claro. El estofado no sería estofado sin panecillos. Zedd miró a la criatura, pestañeando. —Vaya, eso es lo que yo siempre he pensado. —Será mejor que me dejes comprobar si lo hizo bien, primero —indicó Chase mientras recorrían los pasillos cubiertos de tapices del Alcázar—. Detestaría que te comprometieses a nada en firme antes de que sepamos si el estofado es comestible. —Friedrich me ayudó con las partes pesadas —comentó Rachel—. El dice que está bueno. —Veremos —repuso Chase. Rachel se giró y agitó la cuchara de madera ante él. —Tienes que lavarte las manos, primero. Te vi arrojar a ese hombre muerto por encima de la muralla. Tienes que lavarte las manos antes de venir a la mesa y comer. Chase dedicó a Zedd una mirada de crispada paciencia. —En alguna parte, hay un muchacho que se está divirtiendo justo en estos momentos, probablemente llevando encima una rana muerta, totalmente ajeno al lamentable hecho de que algún día va a estar casado con la señorita. Lávate las manos antes de comer. Zedd sonrió. Cuando Chase había acogido a Rachel como su hija, fue prácticamente lo mejor que Zedd hubiese podido desear. Rachel también lo pensó, y parecía que todavía lo hacía. Estaba estrechamente unida a aquel hombre. Mientras estaban sentados a la mesa, ante el alegre fuego del hogar, con Zedd disfrutando de su tercera escudilla de estofado, éste no recordaba un Alcázar con una atmósfera tan maravillosa. Se debía a que había una criatura, junto con sus amigos, de nuevo en las salas del Alcázar. Friedrich, el hombre que había acudido siguiendo órdenes de Richard para advertir a Zedd del inminente ataque sobre el Alcázar, se había dado cuenta de que no había llegado a tiempo;

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pero el hombre había usado la cabeza e ido en busca de Cha.se, el viejo amigo del que había oído hablar a Richard. Mientras Chase marchaba a rescatar a Zedd y a Adié. Friedrich había regresado al Alcázar para espiar a la gente que lo había tomado. Mediante una vigilancia cuidadosa, a la vez que se mantenía fuera de la vista de una Hermana, Friedrich había podido proporcionar a Chase y a Zedd información inestimable sobre el número de personas que ocupaban el Alcázar, y sus rutinas. Luego ayudó a recuperar el lugar. A Zedd le gustaba aquel hombre. No tan sólo era terriblemente habilidoso con un cuchillo, sino ameno en una conversación. Friedrich, puesto que había estado casado con una hechicera, era capaz de conversar con Zedd sin sentirse intimidado como se sentían algunos por los magos. Habiendo vivido toda su vida en D'Hara, Friedrich también podía proporcionarle información. Rachel sostuvo en alto una talla de un halcón. —Mira lo que Friedrich ha hecho para mí, Zedd. ¿No es lo más bonito que hayas visto nunca? —Ciertamente, lo es —respondió él, sonriendo. —No es nada —se burló Friedrich—. Si tuviese un poco de pan de oro, entonces podría dorártelo. Eso era lo que hacía para ganarme la vida. —Se inclinó hacia atrás y sonrió para sí—. Hasta que lord Rahl me convirtió en un guardián del límite. —Como sabéis —dijo Zedd inopinadamente a ambos hombres, arrastrando las palabras—, el Alcázar es aún más vulnerable, ahora, a esos que podrían venir y no tienen magia. Yo no tengo problema para protegerlo de los que se ven afectados por la magia, pero no sucede lo mismo con los que son de la otra clase. Chase asintió. —Eso parece. —Bien, la cosa es —prosiguió él— que estaba pensando que, puesto que ya no existe un límite, y con todos esos problemas que tenemos, quizás a vosotros dos os gustaría asumir la responsabilidad de ayudarme a proteger el Alcázar del Hechicero. No soy ni con mucho tan adecuado para la tarea como lo sería alguien entrenado en tales cosas. —Zedd se inclinó al frente, bajando las cejas—. Es de vital importancia. Con los codos sobre la mesa, Chase masticó un pedazo de panecillo mientras observaba a Zedd. Finalmente, dio vueltas con la cuchara en su escudilla. —Bueno, podría ser un desastre si Jagang decidiera usar a esas personas sin el don para volver a ponerle las manos encima a este lugar. —Reflexionó sobre ello—. Emma lo comprenderá. —Tráela aquí —dijo Zedd con un encogimiento de hombros. Chase frunció el entrecejo. —¿Traerla aquí? Zedd indicó a su alrededor. —El Alcázar es lo bastante grande. —Pero ¿qué haríamos con nuestros hijos? —Chase se recostó en el asiento—. No querrás a todos mis hijos aquí, en el Alcázar, Zedd; se pasarían el día corriendo arriba y abajo, jugando en los pasillos. Te volverían loco. Además —añadió Chase, mirando con un ojo torvo a Rachel—, son a cual más feo. Rachel ocultó su risita tras un panecillo. Zedd recordaba los sonidos de las risas infantiles en el Alcázar, los sonidos de la alegría y el amor. —Bueno, sería un carga —coincidió—, pero se trata, al fin y al cabo, de la protección del Alcázar. ¿Qué sacrificio no valdría la pena hacer para proteger el Alcázar? Rachel paseó la mirada de Chase a Zedd. —Mi nueva hermana, Lee, podría volverte a traer a Gato, Zedd. —¡Eso es cierto! —exclamó Zedd, alzando las manos—. ¡No he visto a Gato desde hace una eternidad! ¿Trata Lee bien a Gato? Rachel asintió con vehemencia. —Sí. Todos cuidamos muy bien de Gato. —¿Qué te parece, Rachel? —preguntó finalmente Chase—. ¿Te gustaría vivir en este viejo lugar polvoriento con Zedd? Rachel corrió hacia allí y abrazó la pierna de Chase. —Sí, ¿podemos, por favor? Sería fabuloso. Chase suspiró. —Entonces imagino que está decidido. Pero tendrás que comportarte y no molestar a Zedd. —Lo prometo —dijo ella, y alzó los ojos hacia Zedd torciendo el gesto—. ¿Tendrá mi madre que arrastrarse al interior del Alcázar por ese túnel pequeño, como hicimos nosotros? Zedd rió entre dientes. —No,

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no, la haremos entrar por la puerta principal, como la dama que es —Volvió la cabeza hacia Friedrich—. ¿Qué le parece, guardián del límite? ¿Estarías dispuesto a seguir cumpliendo las órdenes de lord Rahl y quedarte a proteger el Alcázar? Friedrich hizo girar despacio la calla del ave por la punta de un ala, pensativo. —Sabes —añadió Zedd—, mientras aguardas la llegada de algún ataque temible, hay varias viejas cosas doradas aquí, en el Alcázar, que necesitan a toda prisa que las reparen. ¿Tal vez considerarías hacerte cargo de la tarea de ser el dorador oficial del Alcázar? Tenemos una barbaridad de pan de oro. Y, algún día, cuando la gente regrese a Aydindril, tendrías un constante flujo de clientes. Friedrich clavó los ojos en la mesa. —No sé. Esta aventura concreta estuvo muy bien, pero desde que mi esposa, Althea, murió, no parezco sentir interés por gran cosa. Zedd asintió. —Sé cómo te sientes. Yo tuve una esposa. Creo que te haría bien que se te pagara por hacer algo fuese necesario. Friedrich sonrió. —De acuerdo, entonces. Aceptaré el trabajo que me ofreces, mago. —Estupendo —dijo Chase—. Tendré a alguien que me ayude cuando necesite encerrar a niños problemáticos en la mazmorra. Rachel rió tontamente mientras él la depositaba en el suelo. Chase empujó su silla hacia atrás y se levantó. —Bien, Friedrich, si hemos de convertirnos en custodios del Alcázar, creo que deberíamos dar unas cuantas vueltas y comprobar la seguridad de unas cuantas cosas. Con lo grande que es este lugar, a Rikka le iría bien nuestra ayuda. —Sólo tened cuidado con los escudos —les recordó Zedd mientras se encaminaban a la puerta. Una vez que los dos hombres se hubieron marchado, Rachel entregó a Zedd otro panecillo para que acompañara el resto de su estofado. La pequeña frente de la niña se frunció con gesto serio. —Cuando vivamos aquí, intentaremos ser silenciosos para no molestarte, Zedd. —Bueno, sabes una cosa. Rachel, el Alcázar es un lugar enorme. Dudo que fueseis a molestarme mucho si tú y tus hermanos y hermanas quisierais jugar un poco. —¿De veras? Zedd sacó la pelota recubierta de cuero pintada con descoloridas líneas zigzagueantes azules y rosas del bolsillo y la depositó sobre la mesa. Los ojos de Rachel se iluminaron asombrados. —Encontré esta vieja pelota —dijo él, señalando con su panecillo—. Creo que una pelota se lo pasa mucho mejor si tiene a alguien con quien jugar. ¿Crees que a ti y a tus hermanos os gustaría jugar con esto cuando viváis aquí? Podéis hacerla rebotar por los pasillos todo lo que queráis. La niña se quedó boquiabierta. —¿De verdad, Zedd? Zedd sonrió ampliamente ante la expresión de su rostro. —De verdad. —A lo mejor podría hacerla rebotar en el pasillo oscuro que hace esos ruidos curiosos. Entonces no te molestaría más que ahora. —Este viejo lugar está lleno de ruidos curiosos... y una pelota que rebota no es probable que cause demasiados problemas. La niña se encaramó a su regazo y le rodeó el cuello con los bracitos, abrazándolo con fuerza. —Es muchísimo mejor abrazarte ahora que no llevas ese collar horrible en el cuello. Zedd le acarició la espalda mientras ella lo abrazaba. —Sí, lo es, pequeña. Sí, lo es. Ella se inclinó hacia atrás y lo miró. —Ojalá Richard y Kahlan estuviesen aquí para jugar con la pelota, también. Los echo de menos una barbaridad. Zedd sonrió. —Yo también, pequeña. Yo también. La niña lo miró con el entrecejo fruncido. —No te pongas a llorar, Zedd. No te molestaré haciendo mucho ruido. Zedd agitó un dedo huesudo ante ella. —Me temo que tienes mucho que aprender sobre jugar con una pelota. —¿Tengo que hacerlo? —Desde luego. Reír forma parte de jugar con una pelota, igual que los panecillos son parte del estofado. Ella lo miró con cara adusta, no muy segura de que le estuviese diciendo la verdad. Zedd la depositó en el suelo. —Te diré qué haremos. ¿Por qué no vienes conmigo y te lo enseño? —¿De veras, Zedd? Zedd se puso en pie y le despeinó los cabellos. —De veras. Recogió la pelota

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de la mesa. —Veamos si puedes enseñarle a esta pelota cómo pasárselo en grande.

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Richard apoyó la espalda contra una roca, a la sombra de un grupito de robles mientras miraba a lo lejos, a la línea de arces plateados que se mecían con la brisa. El aire olía a limpio tras la lluvia del día anterior. Las nubes habían seguido adelante y dejado un ciclo despejado de un azul intenso. Y sentía la cabeza finalmente despejada. Habían hecho falta tres días, pero por fin se había recuperado de los efectos del veneno. Su don no tan sólo había ayudado a recuperar a Kahlan del borde del abismo, sino también a él. Las gentes de la ciudad de Witherton justo empezaban a retomar sus vidas. Con todas las personas que habían perdido, iba a resultarles difícil. Había enormes vacíos en los lugares antes ocupados por amigos o miembros de familias. Con todo, ahora que eran libres abrigaban la efervescente sensación de que su futuro sería mejor. Pero simplemente porque eran libres, eso no significaba que fueran a permanecer así. Richard pasó la mirada por el amplio valle situado más allá de la ciudad. La gente estaba fuera, trabajando en sus cosechas y ocupándose de los animales. Regresaban a sus vidas. Él estaba impaciente por ponerse en camino, y regresar a su propia vida. Aquel lugar los había apartado de cuestiones importantes, de personas que los habían estado esperando. Imaginó que aquel lugar también había sido un asunto importante. Era difícil saber qué había iniciado todo aquello o qué depararía el futuro. Lo que parecía seguro era que el mundo no volvería a ser el mismo. Richard vio que Kahlan salía por el portón, con Cara a su lado, Betty jugueteaba junto a ellas, ansiosa por ver adónde iban. Jennsen debía de haber dejado que la cabra marchara a retozar un poco. Betty había crecido y pisado toda su vida yendo de un lado para otro. Jamás había permanecido en un lugar mucho tiempo. Quizás por eso siempre quería seguir a Richard y a Kahlan. Los reconocía como su familia y quería estar con ellos. —Así pues, ¿qué va a hacer? —preguntó Richard a Kahlan cuando ésta depositó su mochila en el suelo junto a la de él. —No lo sé. —Con la palma de la mano en la frente, Kahlan se resguardó los ojos de la luz del sol—. Creo que quiere decírtelo a ti primero. Cara dejó su mochila junto a la de Kahlan. —Creo que tiene un dilema y no sabe qué hacer. —¿Cómo te sientes? —preguntó Kahlan a la vez que alargaba el brazo y con las yemas de los dedos le flotaba el hombro; su delicado contacto fue de lo más tranquilizante. Richard alzó la cabeza y le sonrió. —No hago más que decírtelo, estoy perfectamente. Arrancó una tira de venado ahumado y la masticó mientras observaba cómo Jennsen, Tom, Owen, Marilee, Anson y un pequeño grupo de hombres salían finalmente por la puerta y avanzaban por los ondulantes pastos verdes que les llegaban hasta la cintura. —Tengo hambre —dijo Kahlan—. ¿Me das un poco? —Claro. —Richard sacó tiras de carne de su mochila, se puso en pie y entregó un trozo a Kahlan y otro a Cara. —Lord Rahl —dijo Anson, saludando con la mano, mientras el grupo se reunía con Richard, Kahlan y Cara a la sombra de los robles—, queríamos venir a deciros adiós y veros marchar. ¿Quizá podríamos andar con vosotros en dirección al paso? Richard tragó. —Nos gustaría. Owen frunció el entrecejo. —Lord Rahl, ¿por qué estáis comiendo carne? Acabáis de curar vuestro don. ¿No dañareis vuestro equilibrio? Richard sonrió. —No. Verás, aplicar incorrectamente una falsa idea de equilibrio fue lo que provocó el problema que tenía con mi don. Owen se mostró perplejo. —¿A qué os referís? Dijisteis que no debíais comer carne como compensación a las muertes que a veces debíais llevar a cabo. Tras la batalla en la fortificación, ¿no necesitáis equilibrar vuestro don aún más? Richard inspiró profundamente y soltó el aire despacio mientras dirigía la mirada a las montañas. —Verás, lo cierto es —dijo— que os debo a todos una

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disculpa. Todos vosotros me escuchabais, pero yo no me escuchaba a mí mismo. «Kaja-Rang intentó ayudarme con las palabras que se desvelaron en la estatua, las palabras que os dije: “Merece la victorias.» Estaban, en primer lugar, dirigidas a mí. —No comprendo —replicó Anson. —Os dije que vuestra vida era vuestra para vivirla y que tenéis todo el derecho a defenderla. »Sin embargo, yo me decía a mi mismo que tenía que compensar las muertes que llevaba a cabo para defender mi vida y las vidas de mis seres queridos no comiendo carne; en esencia, diciendo que mi autodefensa, el que matase a aquellos que me atacaban a mí y a otras personas inocentes, estaba mal moralmente, y que por lo tanto, por las muertes que había llevado a cabo, necesitaba desagraviar a la magia que me había ayudado ofreciéndole el apaciguamiento del equilibrio. —Pero la magia de tu espada tampoco funcionaba —dijo Jennsen. —No, no lo hacía, y eso me debería haber hecho comprender cuál era el problema, porque tanto mi don como la magia de la espada son entidades diferentes, y sin embargo reaccionaron de un modo lógico a la misma acción irracional por mi parte. La magia de la espada empezó a fallar porque yo mismo, al no comer carne, estaba diciendo que no creía totalmente que tuviese razón al usar la fuerza para detener a otros que cometen violencia. »La magia de la espada funciona a través de la convicción del propietario de la espada; sólo actúa en contra de lo que el Buscador mismo percibe como el enemigo. La magia de la espada no actuará contra un amigo. Ésa era la clave que tendría que haber comprendido. »Cuando pensaba que el uso de la espada tenía que equilibrarse, expresaba, de hecho, una convicción de que mis acciones no estaban en cierto modo justificadas. Por lo tanto, debido a que mantenía ese retazo de fe en un concepto falso que me había sido inculcado durante toda mi vida, tal y como se les enseñaba a los habitantes de Bandakar... que matar siempre está mal... la magia de la espada empezó a fallarme. »La magia de la Espada de la Verdad, como mi don, sólo pudieron volver a ser viables cuando comprendí, completamente, que la magia no necesita equilibrio por las muertes que he llevado a cabo, porque las muertes que he llevado a cabo no sólo están justificadas moralmente, sino que son el único curso de acción moral que podía haber tomado. »Al no comer carne, estaba reconociendo que alguna parte de mi mente creía en lo mismo que las personas que viven aquí, en Bandakar, creían cuando nos encontramos con Owen y sus hombres la primera vez: que matar siempre está mal. »Al pensar que no debía comer carne como una forma de compensación, negaba la necesidad moral de la supervivencia, negaba que es imprescindible proteger el valor de la vida. La acción misma de buscar “equilibrio» por lo que hago con todo derecho crea un conflicto que es el que provocaba los dolores de cabeza y también causó que el poder de la Espada de la Verdad me fallase. Me lo estaba haciendo yo mismo. Richard había violado la Primera Norma de un mago al creer una mentira —que siempre estaba mal matar— porque temía que ello fuese cierto. También había violado la Segunda Norma, entre otras, pero lo que era más grave aún, había violado la Sexta Norma. Al hacerlo, había hecho caso omiso de la razón en favor de la fe ciega. El que tanto su don como el poder de la espada no funcionaran era un resultado directo de no aplicar el pensamiento razonado. Afortunadamente, con la Octava Norma, se había puesto a reexaminar sus acciones y comprendido por fin el error en su forma de pensar. Sólo entonces pudo corregir la situación. Al final, había cumplido la Octava Norma. Richard cambió el peso del cuerpo al otro pie mientras contemplaba los rostros que lo observaban. —Tenía que llegar a comprender que mis acciones son morales y no necesitan equilibrio, pues están en sí mismas equilibradas por mis acciones razonadas, que matar en ocasiones

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está no sólo justificado, sino que es la única acción correcta y moral. »Tenía que llegar a comprender justo lo mismo que os pedía a todos vosotros que comprendierais. Tenía que comprender que debía merecer la victoria. Owen echó una mirada a los que lo acompañaban y luego se rascó la cabeza. —Bueno, considerándolo todo, imagino que podemos comprender cómo pudisteis llegar a tal error de juicio. Jennsen, los cabellos rojos resaltando en el verde de los árboles y los campos, lo miró bizqueando bajo la luz solar. —¿Sabéis? —dijo con un suspiro—, me alegro de estar desprovista del don. Ser un mago parece terriblemente complicado. Todos los hombres asintieron. Richard sonrió a Jennsen. —Una gran cantidad de cosas en la vida son difíciles de resolver. Como lo que has estado considerando. ¿Qué has decidido? Jennsen entrelazó las manos y dirigió la mirada a Owen, Anson y el resto de las personas que los acompañaban. —Bueno, esto ya no es un imperio desterrado. Ya no es un imperio indefenso frente a la agresión de tiranos. Es parte del Imperio d'haraniano, ahora. Estas personas quieren lo mismo que nosotros. »Creo que me gustaría quedarme durante un tiempo y ayudarlos a llegar a ser parte del ancho mundo, tal y como yo estoy empezando a hacer. Resulta un reto muy atractivo. Me gustaría aceptar tu sugerencia, Richard, y ayudarlos en eso. Richard sonrió a su hermana y le pasó la mano por los hermosos cabellos rojos. —Con una condición —añadió ella. Richard dejó que la mano volviera a caer. —¿Condición? —Claro. Soy una Rahl, así que... digamos que pensaba que debería tener alguna protección adecuada. Podría ser un objetivo, ya sabes. La gente quiere matarme. A Jagang le encantaría... Richard lanzó una carcajada a la vez que la atraía y rodeaba con un brazo para acallarla. —Tom, siendo como eres un protector de la Casa de Rahl, te designo para proteger a mi hermana, Jennsen Rahl. Es una tarca importante y significa muchísimo para mí. Tom enarcó una ceja. —¿Estáis seguro, lord Rahl? Jennsen le asestó un manotazo con el dorso de la mano. —Por supuesto que está seguro. No lo diría a menos que estuviese seguro. —Ya has oído a la dama —dijo Richard—. Estoy seguro. El grandullón rubio esbozó una sonrisa juvenil. —De acuerdo, entonces. Juro que la protegeré, lord Rahl. Jennsen indicó vagamente atrás, a los hombres, y la ciudad, a su espalda. —En el tiempo que llevo con ellos, se han dado cuenta de que no soy una bruja, y que Betty no es un espíritu guía; aunque durante un tiempo temí que pudieran estar en lo cierto respecto a Betty. Richard bajó los ojos para contemplar a la cabra. Betty ladeó la cabeza. —Imagino que ninguno de nosotros, excepto Betty, conoce la verdad de lo que se traía entre manos Nicholas. Al oír su nombre, las orejas del animal se irguieron al frente y su cola empezó a menearse. Jennsen palmeó la rechoncha panza de Betty. —Ahora que estas personas comprenden que no soy una bruja, sino que comparto algunas de sus características, les sugerí que podía desempeñar un papel importante. —Desenvainó el cuchillo de su cinto y lo sostuvo en alto, mostrando a Richard la ornamentada “R» grabada en el mango de plata—. Sugerí ser la representante oficial de la Casa de Rahl... si tú lo apruebas. Richard sonrió de oreja a oreja. —Creo que ésa es una idea excelente. —Eso sería maravilloso, Jennsen. —Kahlan señaló al este con la barbilla—. Pero no esperes demasiado para regresar a Hawton a ver a Ann y a Nathan. Serán una ayuda valiosa para asegurar que las gentes de aquí dejen de ser presa de la Orden Imperial. Ellos te ayudarán. Jennsen retorció los dedos. —Pero ¿no querrán marchar con vosotros dos? ¿Ayudaros? —Ann cree que debería dirigir la vida de Richard —dijo Kahlan—. Yo no creo que algunas de sus indicaciones hayan sido lo mejor. —Deslizó el brazo alrededor del de Richard—. El es el lord Rahl, ahora. Necesita hacer las cosas a su manera, no a la de ellos. —Ambos se sienten responsables de nosotros

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—explicó Richard—. Nathan Rahl es un profeta. La profecía, debido al modo en que funciona, en realidad sí precisa equilibrio. El equilibrio de la profecía es el libre albedrío. Yo soy el equilibrio. Sé que a esos dos no les gusta, pero creo que necesito estar libre de ellos... por ahora, al menos. »Pero hay más. Creo que es más importante que ayuden a la gente de aquí primero. Ya sabemos qué uso hará Jagang de los desprovistos del don. Creo que es vital que estas gentes de aquí, que están dispuestas a valorar y proteger la libertad que han ganado, se les proporcionen cierta orientación. »Ann y Nathan podrán levantar defensas que ayudarán a proteger a las personas que viven aquí. También serán valiosos para enseñaros la historia que es importante que conozcáis. Después de que Richard levantara su mochila y deslizara los brazos a través de las correas, Owen le agarró la mano. —Gracias, lord Rahl, por mostrarme que mi vida vale la pena ser vivida. Marilee se adelantó y lo abrazó. —Gracias por enseñar a Owen a ser digno de mí. Richard rió. Owen rió. Cara dedicó a Marilee una palmada en la espalda. Y luego todos los hombres rieron. Betty se abrió paso al frente, y meneando la cola como un molinete, dejó bien claro que no quería que la dejasen fuera. Richard se agachó y le rascó las orejas a la cabra. —Y tú, amiga mía, a partir de ahora no quiero que dejes ningún Transponedor te use para espiar a la gente. Betty le presionó la cabeza contra el pecho mientras él le rascaba las orejas, y lanzó un balido como para indicar que lo sentía.

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Bajo el vasto ciclo azul y las elevadas paredes de montañas coronadas de nieve, y entre los árboles, Richard se sintió complacido de que estuvieran ya en marcha. Echaría de menos a Jennsen, pero sólo seria por un tiempo. A la muchacha le haría bien estar sola, pero a la vez entre personas que también descubrirían cómo vivir sus propias vidas en el ancho mundo. El sabía que no cambiaría por nada todo lo que había aprendido desde que había abandonado su protegida existencia en Ciudad del Corzo. De no haber sido así, no estaría con Kahlan. Era agradable andar y estirar las piernas. Se subió el arco más arriba en el hombro mientras avanzaban por la veteada luz solar del silencioso suelo del bosque. Tras estar tan cerca de la muerte lo encontraba todo más vivo. Los musgos parecían más exuberantes, las hojas más resplandecientes, los altísimos pinos más impresionantes. Los ojos de Kahlan parecían más verdes, sus cabellos más suaves, su sonrisa más cálida. A pesar de lo mucho que en una ocasión había aborrecido la idea de que había nacido con el don, en aquellos momentos se sentía aliviado por haberlo recuperado. Era parte de él, parte de quien era, parte de lo que le convertía en el individuo que era. Kahlan le había preguntado una vez si deseaba que ella hubiese nacido sin su poder de Confesora. Él le había dicho que jamás desearía eso, porque la amaba por ser quien era. No había modo de separar las partes de una persona. Eso era negar su individualidad. Él no era diferente. Su don era parte de quien era. Sus habilidades afectaban todo lo que hacía. El problema con su don se lo había creado él mismo. La magia de la Espada de la Verdad lo había ayudado a comprender eso al fallarle. Al hacerlo, le había revelado su propia incapacidad para reconocer la verdad. Saber que volvía a estar en armonía con él y lista para defenderlo, a él y a los que amaba, era una sensación reconfortante; no porque desease pelear, sino porque deseaba vivir. El día era cálido y avanzaron a buena velocidad en la ascensión por el rocoso sendero que conducía al paso. Para cuando alcanzaron la cima de la quebrada que atravesaba las formidables montañas, hacía más frío, pero sin el viento cortante no resultaba desagradable. En lo alto del paso se detuvieron para alzar la mirada hacia la estatua de Kaja-Rang, sentado donde había estado durante miles de años, totalmente solo, manteniendo la vigilancia sobre el imperio de aquellos que no podían ver el mal. En ciertos aspectos, la estatua era un monumento al fracaso. Allí donde Kaja-Rang y los suyos no habían conseguido lograr que aquellas personas vieran la verdad, Richard lo había conseguido... pero no sin la ayuda de Kaja-Rang. Richard posó las manos sobre el frío granito, sobre las palabras —”Talga Vassternich»— que habían ayudado a salvarle la vida. —Gracias —musitó alzando la cabeza hacia el rostro del hombre que miraba a lo lejos, en dirección a los Pilares de la Creación, donde Richard había descubierto a su hermana. Cara posó las manos sobre la estatua, y Richard se sorprendió al verla mirar hacia arriba y decir: —Gracias por ayudar a salvar a lord Rahl. Una vez iniciado el descenso del paso, cruzando primero los salientes al descubierto y descendiendo a continuación al interior de los espesos bosques, Richard oyó el grito de un papamoscas, la señal que había enseñado a Cara que les había hecho tan buen servicio. —Sabéis —dijo Cara mientras encabezaba el descenso andando junto a un pequeño arroyo—, Anson sabe una barbaridad sobre pájaros. Richard pasó con cuidado por entre una maraña de raíces de cedro. —De veras. —Sí. Mientras os recuperabais pasamos tiempo charlando. La mord-sith posó una mano sobre la corteza fibrosa de un rojizo tronco de cedro para mantener el equilibrio, luego se echó la larga trenza rubia por encima del hombro mientras iniciaba

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la marcha otra vez, pasando la mano a lo largo de la trenza. —Me felicitó por mi silbido de ave —comentó. Richard echó una mirada a Kahlan. Esta se encogió de hombros para indicarle que no tenía ni idea de adónde quería ir a parar Cara. —Ya te dije que lo habías aprendido bien —dijo Richard. —Le conté que me lo habíais enseñado, que era el reclamo del halcón colicorto del pino. Anson dijo que no existía ningún pájaro llamado halcón de cola corta del pino. Dijo que el reclamo que usaba como señal, el reclamo que me enseñasteis, era el de un papamoscas común del bosque. Yo, una mord-sith, usando el reclamo de un pájaro llamado papamoscas. Imaginaos eso. Anduvieron en silencio durante un rato. —¿Tengo problemas? —preguntó finalmente Richard. —Ya lo creo —respondió Cara. Richard no pudo evitar sonreír pero se aseguró de que la mord-sith no lo viera, ni tampoco vio Cara que Kahlan volvía la cabeza por encima del hombro para ofrecer la sonrisa especial que no dedicaba a nadie más que a él. Kahlan alzó un brazo, señalando. —Mirad. Entre las aberturas en las copas de los cedros, recortada en el cielo azul intenso, vieron una criatura de puntas negras describiendo círculos muy por encima de ellos, dejándose llevar por las corrientes de aire de la montaña. Las criaturas ya no los perseguían. Aquella simplemente buscaba su cena. —¿Qué dice el viejo dicho? —preguntó Cara—. Algo sobre que un ave de presa describiendo círculos sobre uno al inicio de un viaje es una señal de advertencia. —Sí, eso es cierto —dijo Richard—. Pero no voy a permitir que ese viejo cuento me preocupe. Te dejaremos venir con nosotros de todos modos. Kahlan lanzó una carcajada y recibió una severa mirada de reprimenda. Kahlan rió aún más cuando Richard también empezó a reír. Cara no pudo contenerse, y mientras giraba de nuevo hacia el sendero, Richard vio la sonrisa que se extendía por su rostro.

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