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La espiritualidad popular: un tesoro para contemplar (4) Algunos desafíos y consecuencias pastorales El Ángel del Señor dijo a Felipe: «Levántate y ve hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza: es un camino desierto.» El se levantó y partió. Un eunuco etíope, había ido en peregrinación a Jerusalén y se volvía, sentado en su carruaje, leyendo al profeta Isaías. El Espíritu Santo dijo a Felipe: «Acércate y camina junto a su carro.» Felipe se acercó y, al oír que leía al profeta Isaías, le preguntó ¿Comprendes lo que estás leyendo? El respondió: «¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?» Entonces le pidió a Felipe que subiera y se sentara junto a él. Entonces Felipe tomó la palabra y, comenzando por este texto de la Escritura, le anunció la Buena Noticia de Jesús. Siguiendo su camino, llegaron a un lugar donde había agua, y el etíope dijo: Aquí hay agua, ¿qué me impide ser bautizado? Y ordenó que detuvieran el carro; ambos descendieron hasta el agua, y Felipe lo bautizó (Hch 8,26-38) Luego de haber reconocido el valor positivo de la presencia del Espíritu en el pueblo santo de Dios y en sus manifestaciones de fe, y después de haber intuido nuestro modo pastoral de acompañar y de acercarnos al mismo, deseamos, ahora, proponer algunos caminos pastorales para aprovechar más toda esta fuerza evangelizadora de la RP. 1) Partir desde el pueblo : volvemos a citar el texto con el que concluimos el subsidio anterior. Se trata de unas palabras que nuestros obispos argentinos nos han dirigido allá por el año 1969, pero que siguen siendo muy actuales: La acción de la Iglesia no debe ser solamente orientada hacia el pueblo, sino también, y principalmente, desde el pueblo mismo (SM VI, 5). Para partir, por tanto, del pueblo 1

La espiritualidad popular: un tesoro para … · Web viewNo la escondemos, no nos avergonzamos de nuestras tradiciones, sino que las reconocemos y mostramos con orgullo. Regresamos,

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La espiritualidad popular: un tesoro para contemplar (4)

Algunos desafíos y consecuencias pastoralesEl Ángel del Señor dijo a Felipe: «Levántate y ve hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza: es un camino desierto.» El se levantó y partió. Un eunuco etíope, había ido en peregrinación a Jerusalén y se volvía, sentado en su carruaje, leyendo al profeta Isaías. El Espíritu Santo dijo a Felipe: «Acércate y camina junto a su carro.» Felipe se acercó y, al oír que leía al profeta Isaías, le preguntó ¿Comprendes lo que estás leyendo? El respondió: «¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?» Entonces le pidió a Felipe que subiera y se sentara junto a él. Entonces Felipe tomó la palabra y, comenzando por este texto de la Escritura, le anunció la Buena Noticia de Jesús. Siguiendo su camino, llegaron a un lugar donde había agua, y el etíope dijo: Aquí hay agua, ¿qué me impide ser bautizado? Y ordenó que detuvieran el carro; ambos descendieron hasta el agua, y Felipe lo bautizó (Hch 8,26-38)

Luego de haber reconocido el valor positivo de la presencia del Espíritu en el pueblo santo de Dios y en sus manifestaciones de fe, y después de haber intuido nuestro modo pastoral de acompañar y de acercarnos al mismo, deseamos, ahora, proponer algunos caminos pastorales para aprovechar más toda esta fuerza evangelizadora de la RP. 1) Partir desde el pueblo : volvemos a citar el texto con el que concluimos el subsidio anterior. Se trata de unas palabras que nuestros obispos argentinos nos han dirigido allá por el año 1969, pero que siguen siendo muy actuales: La acción de la Iglesia no debe ser solamente orientada hacia el pueblo, sino también, y principalmente, desde el pueblo mismo (SM VI, 5). Para partir, por tanto, del pueblo mismo, necesitamos, previamente, reconocer la presencia inequívoca del Espíritu Santo en sus manifestaciones de fe. De ahí que, nos haga bien volver a citar algunas frases de nuestros pastores, presentes en el primer subsidio: En la piedad popular subyace una fuerza activamente evangelizadora que no podemos

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menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo (EG 126). La piedad popular es una verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios. Se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el agente principal, donde «el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo» (cita de Puebla 450 y de Aparecida 264). (EG 122).

2) Apelar a la memoria cristiana de nuestros pueblos : dice un sacerdote argentino, P.Fernando Ortiz: Es la Iglesia la que tiene que buscar el trasfondo del alma de nuestro pueblo, el tesoro espiritual que trae. Allí está sembrado el Evangelio… Todo eso hay que intuirlo y buscarlo en el pueblo cuando viene. No sólo atenderlo bien y despedirlo, sino que hay que buscar cómo hacemos para entrar en ese corazón lleno

de recuerdos, lleno de una memoria que ni ese pueblo recuerda, pero que hay que extraerla. Heridas para sanar y un tesoro para rescatar. En ese pueblo que viene ya está lo que debemos decir, pero hay que dejar que salga. Qué importante es descubrir que en el pueblo ya está lo que debemos decir. No partimos de cero, como si el alma de nuestros pueblos fuera una tabula rasa. La celebración de la fe y la prédica de la Palabra han de despertar esta memoria viva. Así lo afirmaban nuestros obispos: En América Latina, después de casi quinientos años de la predicación del Evangelio y del bautismo generalizado de sus habitantes, esta evangelización ha de apelar a la memoria cristiana de nuestros pueblos (DP 457).3) Desarrollar en los agentes pastorales una actitud contemplativa : continúa diciendo este sacerdote: Para eso (apelar a la memoria) hay que desarrollar la intuición, hay que rezar y contemplar mucho. Hay que combinar todo eso. Y hay que bajar los decibeles en nuestra actividad. Hay que generar espacios donde esto se pueda ir cocinando.

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4) Dejar a un lado nuestros criterios mundanos : decía muy bellamente el Beato Juan XXIII en Mater et Magistra, nº 238: no hay que derrochar energías en discusiones interminables y que, bajo el pretexto de lo mejor, se deje de realizar el bien posible y, por tanto, obligatorio. Nuestras ansias de “perfección” muchas veces nos hacen desechar los pequeños y certeros brotes del Reino. Ante la posible “impureza” de ciertas manifestaciones de fe, podemos reaccionar imprudentemente, pretendiendo cortar, antes de tiempo, la aparente cizaña, o levantar un prejuicio o desprecio a lo que no resulta “químicamente puro”. Vale reconocer primero en nosotros mismos muchas costumbres, actitudes y creencias no del todo purificadas, y la paciencia que Dios tiene para con nuestro camino de fe. No hay que olvidar nunca el modo de Dios, anunciado por el profeta Isaías y manifestado en Jesús: Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas. No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante (Mt 12,18-19, citando a Is 42,1-4). 5) Reconocer positivamente la diversidad de modos y estilos de vivir la fe: volviendo a la iluminadora expresión de Mons. Ojea, estamos llamados a cuidar no sólo la fe de la comunidad eucarística, sino también a pastorear la comunidad bautismal. Hay que dejar de lado la mirada simplista y poco evangélica que lleva a clasificar a las personas entre practicantes y no practicantes. Mirada miope que reduce la práctica de la fe a la simple asistencia física de la misa dominical. De este modo, estamos a un paso de considerar a los no practicantes como cristianos de segunda, indignos de nuestra “atención pastoral”. Reduccionismo que lleva a considerar la misión como proselitismo, con el solo fin de traerlos a la misa. Necesitamos, pues, reconocer distintos modos, válidos y posibles, de vivir la práctica de la fe. Reconocimiento respetuoso y

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humilde que renuncia a condenar a quienes viven su fe de modo distinto del “convencional”. No se trata de canonizar ni, menos aún, de demonizar las propias expresiones de fe. Tampoco será cuestión de uniformar estilos, ni de comparar vivencias. Se tratará, más bien, de aceptar y celebrar la diversidad de caminos, sin renunciar a proponer, con respeto y prudencia, modos de crecimiento y de progresos en la fe. Dice Aparecida en el nº 262: Es verdad que la fe que se encarnó en la cultura puede ser profundizada y penetrar cada vez mejor la forma de vivir de nuestros pueblos. Pero eso sólo puede suceder si valoramos positivamente lo que el Espíritu Santo ya ha sembrado. La piedad popular es un imprescindible punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más fecunda. Por eso, el discípulo misionero tiene que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables. Cuando afirmamos que hay que evangelizarla o purificarla, no queremos decir que esté privada de riqueza evangélica. Simplemente, deseamos que todos los miembros del pueblo fiel, reconociendo el testimonio de María y también de los santos, traten de imitarles cada día más. Así procurarán un contacto más directo con la Biblia y una mayor participación en los sacramentos, llegarán a disfrutar de la celebración dominical de la Eucaristía, y vivirán mejor todavía el servicio del amor solidario. Por este camino, se podrá aprovechar todavía más el rico potencial de santidad y de justicia social que encierra la mística popular.

Podríamos sintetizar todo esto en un postulado: si no los entiendes, al menos no los juzgues, ni desprecies. De ello nos alerta el mismo Jesús, al decirnos: ¡Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden (Lc 11,52). Y remata Francisco: A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas (EG 47).

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6) Favorecer, promocionar, proponer estas expresiones de fe : para acompañar mejor la comunidad bautismal, hemos de promover canales nuevos y creativos de expresión de esta mística popular. Estos mismos surgirán como fruto seguro de la actitud orante y

contemplativa, de la convicción personal y comunitaria de la presencia inequívoca del Espíritu en la RP. Desde la acogida cordial en nuestras comunidades, el acercamiento de las imágenes religiosas en nuestros templos para que se pueda “tomar gracia”, la celebración patronal de santos significativos y apreciados por la gente de nuestra zona parroquial, la realización de procesiones, peregrinaciones, celebraciones en lugares públicos y no convencionales, la entrega de estampas, el uso del agua bendita, la presencia de agentes pastorales en grutas y celebraciones familiares, la disposición de cuadernos de intenciones para que los fieles puedan expresar sus palabras a Dios, la Virgen y los Santos; el mayor acceso a los sacramentos, sin tantas trabas y requisitos, la mayor apertura de los templos y capillas, la visita y bendición a los hogares, los círculos de la Virgen, las novenas a patronos y rezas a difuntos, la recuperación de tradiciones religiosas y de celebraciones patronales olvidadas, el disminución y el uso adecuado de las palabras, junto a un mayor aprovechamiento e incorporación de símbolos y signos más concretos; y tantos otros recursos que el Espíritu nos pueda seguir sugiriendo. No está de más aclarar que no se trata de una estrategia pastoral para tener más fieles, sino de un deseo genuino de responder con mayor creatividad a las ansias de Dios de tantos corazones. Esta actitud pastoral se podría resumir en la propuesta de santuarizar nuestras parroquias. 7) Convencernos de la importancia y necesidad vital de este acompañamiento: hacer más religiosa nuestra vida no es otra cosa que

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humanizarla más. Ante la creciente globalización que arrasa con las identidades culturales de los pueblos, uniformándolas con el fin de manipularlas mejor, bajo intereses económicos, la RP se nos presenta como un freno y resguardo de las identidades culturales. Dicen los obispos en Aparecida: La piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, donde se recogen las más hondas vibraciones de la América profunda. Es parte de una originalidad histórica cultural de los pobres de este continente, y fruto de una síntesis entre las culturas y la fe cristiana. En el ambiente de secularización que viven nuestros pueblos, sigue siendo una poderosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia y un canal de transmisión de la fe. El caminar juntos hacia los santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador por el cual el pueblo cristiano se evangeliza a sí mismo y cumple la vocación misionera de la Iglesia (DA 264). Años atrás nos decían: la fe de la Iglesia ha sellado el alma de América Latina, marcando su identidad esencial y constituyéndose en la matriz cultural del continente, de la cual nacieron los nuevos pueblos (DP 445). El Evangelio encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe que se yergue al inicio de la Evangelización (DP 446). De este modo, la fe se desposa misteriosamente con la cultura, la historia, las raíces de nuestro pueblo. De ahí que, sea tan necesario mantener y promover la RP, para no perder la identidad cultural. En el interior del país vivimos el fenómeno constante de la migración hacia las grandes ciudades en busca de nuevas y mejores oportunidades. Por esta razón, más que nunca, se vuelve imperioso el cuidado y promoción de expresiones de fe que lleven a no olvidar la propia identidad cultural, tan desdibujada y relegada en las grandes urbes. Por ello mismo, los santuarios son ese espacio sagrado y privilegiado para la memoria e identidad personal y colectiva, donde se nos enfrenta con las cosas importantes de la vida: quién soy, qué estoy haciendo con mi vida, hacia dónde voy 6

caminando, cuál es mi rumbo. Al respecto, escuchemos la advertencia que nos hacían, años atrás, nuestros obispos: Si la Iglesia no reinterpreta la religión del pueblo latinoamericano, se producirá un vacío que lo ocuparán las sectas, los mesianismos políticos secularizados, el consumismo que produce hastío y la indiferencia o el pansexulaismo pagano. Nuevamente la Iglesia se enfrenta con el problema: lo que no asume en Cristo, no es redimido y se constituye en un ídolo nuevo con malicia vieja (DP 469).

8) Conclusión: hacer una patria más federal : en las fiestas religiosas recuperamos nuestra identidad más profunda, la celebramos y la abrazamos. No la escondemos, no nos avergonzamos de nuestras tradiciones, sino que las reconocemos y mostramos

con orgullo. Regresamos, así, a nuestros hogares sabiendo mejor quiénes somos, de dónde venimos, por qué estamos y hacia dónde vamos. En estas expresiones de fe más auténticas y originales de nuestra patria, se pone de manifiesto nuestra Argentina más profunda, el interior de nuestra patria. Interior tan escondido y acallado que, muy pocas veces, es reflejado en la pantalla o narrado en las primeras planas. Interior que tiene tanto para decir a nuestras grandes ciudades, con el sueño de una patria más federal, más de todos, más equitativa. Si las grandes capitales dejaran de mirar tanto hacia afuera y comenzaran un camino de interioridad, de mirar más hacia adentro, en lo profundo, otra cosa sería nuestra historia. Este es el gran mensaje que le podemos dar a nuestra patria: nuestra identidad reconocida, amada y celebrada.

Interpelados por algunos desafíos:

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Esta contemplación, valoración y acompañamiento de parte de nosotros, como agentes pastorales, nos pone de cara a algunos desafíos que debemos asumir y “enfrentar”:1) El desafío de lo popular y lo institucional : como venimos diciendo, nuestro pueblo tiene su modo propio de vivir la fe, que debemos acompañar y valorar. Nuestras intervenciones han de ser muy prudentes para no generar una brecha entre lo que trae la gente y lo que proponemos nosotros. Custodiar el tesoro de la RP es una de las tareas más centrales y urgentes a la que nos enfrentamos en este nuevo milenio. En la historia de la Iglesia se fueron dando actitudes que fueron llevando a separar, contraponer y arriesgar esta convivencia entre lo popular e institucional. Nuestras propuestas, muchas veces, no han sabido representar, ni tocar las fibras más hondas del corazón de nuestro pueblo. Esto trajo aparejado una comprensión de lo religioso en dos registros distintos. Por un lado, lo popular (darle música a la Virgen, tomar gracia de Ella, llegar de rodillas, prenderle una vela); y, de la vereda de enfrente, lo institucional (la misa, la catequesis, la moral). 2) El desafío del recogimiento y el alboroto : muchos se acercan a nuestras comunidades para encontrar paz y fuerza para sus vidas. Huyendo de los ruidos de la ciudad, de las corridas, de la rutina y del cansancio de lo cotidiano. Muchos viven las fiestas religiosas como momentos sagrados de oración, de encuentro con Dios, consigo mismo, con los suyos. Para algunos, será el único espacio de oxigenación, de vuelta a lo primordial. Por eso, no ha de faltar nunca el silencio en nuestras fiestas y celebraciones. A su vez, el modo de honrar a Dios y a los Santos sucede entre expresiones sensibles y festivas: cantos, palmas, música, banderas, bailes. Hay momentos donde es necesario acompañar esta alegría desbordante, que genera una comunión profunda entre los devotos, que es fuente de liberación de penas y 8

amarguras, y canal de manifestación de lo que se lleva en el alma. De ahí que, tengamos que ser muy lúcidos para discernir los momentos adecuados para contener ambas expresiones de fe: el silencio y el “bullicio”. El silencio es silencio y no puede estar poblado de palabras o reflexiones. Puede ayudar a disponerlo alguna intervención cautelosa y prudente, alguna sugerencia. El paso de un momento a otro, a su vez, no puede ser abrupto ni violento, sino que ha de ser cuidado y “cadenciado”. De ahí que, si estamos en pleno fervor de cantos y saltos, no podemos cortarlo con un en el nombre del Padre para empezar la misa. De esta manera, estaríamos agudizando la “brecha”. Siempre “lo institucional” ha de estar al servicio de “lo popular” y nunca al revés. Como dijimos, no hemos de desmerecer, ni equiparar los distintos modos de expresar nuestra fe. ¿Quién dijo que un Rosario es más perfecto que una vela encendida en unas manos devotas? ¿Quién dijo que una reflexión doctrinal es más espiritual que un momento de cantos, palmas y banderas agitadas? 3) El desafío de la fiesta y la desmesura : es muy propio de la religiosidad santiagueña (y norteña) la convivencia y profunda comunión entre la cultura y la fe, lo cultual y lo festivo. De ahí

que, a las velaciones de los santos, se los llame rezabailes. En ellos, los devotos honran al patrono, encendiéndole una vela, pasando la noche junto al Santo, acompañados de música y baile. La mayoría de estas celebraciones se desarrollan al

margen de lo institucional, ya sea por motivos de escasez de pastores, ya sea por su incomprensión o prejuicio hacia estas formas celebrativas. Duele comprobar que, muchas de estas ausencias, se originan a causa de que los agentes de pastoral no son los principales organizadores de estas fiestas, sino que asisten como invitados. El no contar con el “poder” suficiente para “encauzar” o “dirigir” estos eventos, puede provocar, en

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más de uno, una cierta “desautorización”, que los desanima y los aleja de estos espacios. A veces, se produce una combinación un tanto artificiosa: por un lado la misa, donde participan pocos y, por otro lado, una vez que “se va el cura”, la fiesta, la música y la mayor presencia de devotos. Lo institucional es mirado, a veces, con desconfianza, incertidumbre y lejanía. Muchos no se hallan representados en ese momento. Al concluir lo “oficial”, la gente se siente más libre para expresar su fe y ser más ellos mismos. Sin embargo, sería injusto no reconocer que, en muchos lugares, se da una sana y enriquecedora convivencia de ambos espacios, como parte de lo mismo. También es cierto que, a veces, esta exclusión de lo institucional, es buscada intencionalmente por los mismos “organizadores”, con fines más comerciales o espurios. 4) El desafío de la fe y la vida : en definitiva, nadie puede asegurar que es totalmente coherente con su fe. El poncho nos queda demasiado grande y siempre hacemos aguas por algún lado. Toda la vida es un largo camino de asemejar nuestra vida a lo que decimos creer y celebrar. Sin embargo, es de desear que la fe celebrada nos conduzca a una vida cada vez más comprometida. La fe siempre corre el riesgo de caer en la hipocresía del cumplir con Dios, sin alcanzar a tocar y transformar nuestras actitudes vitales. Prender una vela a un santo no me hace necesariamente una mejor persona, como tampoco el cumplimiento del precepto dominical. Este es un desafío de todos los tiempos. Muchos desprecian la participación en algunas fiestas religiosas, diciendo que la gente no va por Dios, sino por la joda. Es verdad que, en torno a algunas celebraciones populares, podemos encontrar de todo. Muchos se arriman a la fiesta por los bailes y por las jodas. No podemos ocultar tantos excesos, tales como las borracheras, las infidelidades, algunos hechos de violencia, apuestas, derroche del poco dinero que se tiene. Todo esto provoca mucho dolor en las familias. Sería muy injusto

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despreciar el valor de estas fiestas, por los excesos que a veces suceden, como así también resultaría exagerado despreciar “lo institucional” por las incoherencias de sus pastores o agentes pastorales. Más allá de nuestros modos propios de celebrar la fe, todos estamos llamados a crecer en una profunda conversión y coherencia de vida. 4) El desafío de un lenguaje más simbólico e inculturado : Dice el Papa Francisco: La Iglesia es madre y predica al pueblo como una madre que le habla a su hijo, sabiendo que el hijo confía que todo lo que se le enseñe será para bien porque se sabe amado. Además, la buena madre sabe reconocer todo lo que Dios ha sembrado en su hijo, escucha sus inquietudes y aprende de él. El espíritu de amor que reina en una familia guía tanto a la madre como al hijo en sus diálogos, donde se enseña y aprende, se corrige y se valora lo bueno; así también ocurre en la homilía. El Espíritu, que inspiró los Evangelios y que actúa en el Pueblo de Dios, inspira también cómo hay que escuchar la fe del pueblo y cómo hay que predicar en cada Eucaristía. La prédica cristiana, por tanto, encuentra en el corazón cultural del pueblo una fuente de agua viva para saber lo que tiene que decir y para encontrar el modo como tiene que decirlo. Así como a todos nos gusta que se nos hable en nuestra lengua materna, así también en la fe nos gusta que se nos hable en clave de cultura materna, en clave de dialecto materno, y el corazón se dispone a escuchar mejor. Esta lengua es un tono que transmite ánimo, aliento, fuerza, impulso (EG 139). Se trata pues de ir gestando un modo distinto de comunicar nuestra fe. Continúa diciendo: El predicador necesita también poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar. Un predicador es un

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contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo. De esa manera, descubre las aspiraciones, las riquezas y los límites, las maneras de orar, de amar, de considerar la vida y el mundo, que distinguen a tal o cual conjunto humano, prestando atención al pueblo concreto con sus signos y símbolos, y respondiendo a las cuestiones que plantea. Se trata de conectar el mensaje del texto bíblico con una situación humana, con algo que ellos viven, con una experiencia que necesite la luz de la Palabra. Esta preocupación no responde a una actitud oportunista o diplomática, sino que es profundamente religiosa y pastoral. En el fondo es una sensibilidad espiritual para leer en los acontecimientos el mensaje de Dios y esto es mucho más que encontrar algo interesante para decir. Lo que se procura descubrir es lo que el Señor desea decir en una determinada circunstancia (EG 154).

En la homilía (y en toda predicación, podríamos decir), la verdad va de la mano de la belleza y del bien. No se trata de verdades abstractas o de fríos silogismos, porque se comunica también la belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la práctica del bien. La memoria del pueblo fiel, como la de María, debe quedar rebosante de las maravillas de Dios. Su corazón, esperanzado en la práctica alegre y posible del amor que se le comunicó, siente que toda palabra en la Escritura es primero don antes que exigencia (EG 142). Recordemos, por tanto, que una imagen, un símbolo, una fibra profunda tocada por la Palabra, despierta una respuesta y adhesión afectiva a Dios, con más contundencia que una palabra fría o un simple silogismo. El símbolo da qué pensar, nos abre a dimensiones nuevas, sobre todo si va acompañada por la belleza, por el esplendor de la gloria de Dios escondido en el mismo. El concepto, en cambio, es limitado, se refiere generalmente a un significado preciso. El símbolo nos invita a volar más, a soñar, despierta la memoria, evoca vivencias del pasado. Se nos abre, así, una alerta para los que venimos de una cultura más griega o racional, para no opacar los signos con palabras, para no reducirlos o esconderlos en pos de algo más racional o 12

explicativo. La liturgia adquiere un matiz más misionero y profético, que tiene mucha más fuerza que tantas palabras, anunciadas o predicadas. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo (EG 24).

De este modo, con un oído en el pueblo evitamos el peligro de responder preguntas que nadie se hace (EG 155). A partir, entonces, de la contemplación de estas imágenes, símbolos vitales y culturales de nuestro pueblo, podemos decir una palabra con más calidad y hondura. Sólo para ejemplificar, recordemos algunos recursos prácticos, que pueden enriquecer una predicación y volverla más atractiva. Uno de los esfuerzos más

necesarios es aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, a hablar con imágenes. A veces se utilizan ejemplos para hacer más comprensible algo que se quiere explicar, pero esos ejemplos suelen apuntar sólo al entendimiento; las imágenes, en cambio, ayudan a valorar y aceptar el mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atractiva hace que el mensaje se sienta como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia vida. Una imagen bien lograda puede llevar a gustar el mensaje que se quiere transmitir, despierta un deseo y motiva a la voluntad en la

dirección del Evangelio. Una buena homilía, como me decía un viejo maestro, debe contener una idea, un sentimiento, una imagen (EG 157).Belleza, incorporación de símbolos e imágenes y, por último, la sencillez, han de ser la clave para este anuncio de la Palabra. La sencillez tiene que ver con el lenguaje utilizado. Debe ser el lenguaje

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que comprenden los destinatarios para no correr el riesgo de hablar al vacío. Frecuentemente sucede que los predicadores usan palabras que aprendieron en sus estudios y en determinados ambientes, pero que no son parte del lenguaje común de las personas que los escuchan. Hay palabras propias de la teología o de la catequesis, cuyo sentido no es comprensible para la mayoría de los cristianos. El mayor riesgo para un predicador es acostumbrarse a su propio lenguaje y pensar que todos los demás lo usan y lo comprenden espontáneamente. Si uno quiere adaptarse al lenguaje de los demás para poder llegar a ellos con la Palabra, tiene que escuchar mucho, necesita compartir la vida de la gente y prestarle una gustosa atención (EG 158). De más está decir que la sencillez no significa falta de hondura. Los verdaderos sabios son, justamente, aquellos que hablan de cosas profundas y vitales, y que son comprendidos por todos. Jesús escuchó mucho, compartió la vida de la gente y le prestó una gustosa atención. De este modo, sus palabras fueron claras y sencillas. Todo agente pastoral ha de hacer este camino de despojo del propio lenguaje, conceptos, tradiciones, esquemas, para poder abrazar los de su pueblo. Despojo no significa rechazo, ni vergüenza, ni acomplejamiento de la propia realidad. Se trata, más bien, de realizar el mismo camino de Jesús: quien siendo de condición divina se despojó de su gloria, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor, haciéndose semejante a los hombres, presentándose con aspecto humano, incluso en su lenguaje.

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