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Juan b. Alberdi
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LA FILOSOFÍA DE JUAN B. ALBERDI A LA LUZ DE LA PROBLEMÁTICA ACTUAL DE LAS
COMUNIDADES INDÍGENAS LATINOAMERICANAS
Marcia Collazo
Prof. de Historia de las Ideas en América. Instituto de Profesores Artigas.
De acuerdo a la mitología guaraní, expresa el antropólogo Pierre Clastres1 que existió
entre los dioses una edad de oro, a la que siguió una edad de la desdicha. En ésta,
denominada ywy pyau o la nueva tierra, no se dará ya una repetición de los
comienzos; no será una nueva versión de la edad de oro, porque sólo podrá existir
bajo el signo de la imperfección: y ello es así porque se trata de una edad de hombres
y no de dioses; tierra donde estará expulsada la plenitud acabada; tierra del mal y de
la desdicha.
Estas reflexiones introductorias muy bien podrían aplicarse al conjunto de lo que ha
sido, al menos desde la conquista española de América, la historia de nuestro
continente. En particular, en la película “La casta divina”, filme mexicano producido en
1976 por el cineasta Julián Pastor, se reproduce magistralmente ese estado de cosas
que muy bien podríamos denominar terrible sistema de sometimiento imperante en las
haciendas yucatanas de México a principios del siglo XX –y, por supuesto, en toda
América Latina, no solamente en esa época sino aun el presente; piénsese, por
ejemplo, en el variadísimo espectro de las luchas por la reivindicación de tierras que
han surgido entre las comunidades mapuches de la Patagonia y de regiones chilenas
desde hace varias décadas-.
Dicha película fue exhibida a los alumnos y alumnas del curso de Historia de las Ideas
en América de este año 2012, y algunos de sus comentarios figuran al pie de este
artículo, ya que la docente considera ampliamente recomendable su publicación, por la
elevada calidad hermenéutica de las reflexiones producidas por los mismos;
concibiéndose desde ya el proyecto de publicar una breve reseña de dichos trabajos, a
fin de año, en el Portal Educativo de la ANEP, en el marco de la ya irrenunciable labor
1 Clastres, Pierre. La palabra luminosa. Mitos y cantos sagrados de los guaraníes. Serie
Antropológica. Ediciones del Sol. Bs. As. 1974
en pro de la producción académica que debe desarrollar un instituto de rango
universitario (IUDE).
En la película se narra un episodio de la guerra de castas que tuvo lugar en Yucatán
desde fines del siglo XIX a comienzos del XX, en donde los opositores fueron, por un
lado, los defensores de los derechos de los indígenas brutalmente sojuzgados, y por el
otro, el grupo de los hacendados que pretendían conservar sus privilegios y que se
denominaban a sí mismos “la casta divina” o superior. Se muestra en toda su crudeza
el sistema de la hacienda, derivado del antiguo instituto de la encomienda, que a su
vez tiene visos de estructura feudal en la que no falta ni siquiera el tradicional derecho
de pernada del amo sobre sus siervas indígenas.
Sin embargo, ¿cuál podrá ser la relación entre lo dicho hasta aquí y la filosofía de Juan
Bautista Alberdi? En primer término, como bien expresa Arturo Ardao en su obra La
inteligencia latinoamericana2, ha sido Alberdi, junto con Andrés Bello, uno de los
primeros defensores del pensamiento propio en América Latina, a mediados del siglo
XIX, en lo que constituye un claro antecedente de lo que luego será la disciplina
Historia de las Ideas en América; pensamiento propio que no pretende estar en contra
de ningún otro pensamiento, sino dejar aflorar aquello que pueda entenderse como
característico e irreemplazable en la vida y las circunstancias latinoamericanas.
Perteneciente a la generación rioplatense del 37, Alberdi figuró, junto a Andrés
Echeverría, Domingo Faustino Sarmiento y otros, en el grupo de jóvenes intelectuales
argentinos influenciados por el romanticismo europeo. Se encontraban, además,
imbuidos por los ideales políticos y sociales del movimiento de la Revolución de Mayo
(ocurrida en 1810) de la que se consideraban hijos; no obstante, todos eran contestes,
en particular Alberdi, en recalcar que aquel movimiento había obtenido la
independencia política pero no la auténtica liberación, que pasa únicamente por la
inteligencia creadora, emancipada de los yugos del arquetipo europeo en todas sus
manifestaciones.
Así, se dedicó a criticar con extrema impetuosidad el legado español heredado de la
colonia, arcaico, anquilosante y atrasado a su juicio, y a propugnar una especie de
nacionalismo con visos románticos que exigía partir de nuevas bases, absolutamente
elaboradas a partir de nuestros propios problemas y necesidades. Como bien señala
Tulio Halperin al respecto,
2 Ardao, Arturo. La inteligencia latinoamericana. UdelaR. 1987.
“ese nacionalismo no era sino el sustituto de una adhesión directa e ingenua a
la propia tierra, a través de una red de amores y odios, de luchas y de
concordias que a ella unen. A ese nacionalismo seco y deliberado se
acompaña una actitud abierta frente al mundo, que tampoco será ya la
candorosa efusión admirativa frente a lo extranjero, que ha quedado desde
luego vedada al perderse el tranquilo disfrute de un vínculo nacional que se
posee sin esfuerzo y no es preciso reconstruir a cada instante”.3
Por el contrario: para Alberdi no existía, no podía existir, un tranquilo disfrute de
vínculo nacional alguno con la denominada madre patria, desde que dicho vínculo se
había cortado ex profeso por la fuerza de la espada, y especialmente desde que se
hacía imperiosa una reconstrucción del pensamiento americano desde sus cimientos.
Señala el autor:
“Nuestra filosofía, pues, ha de salir de nuestras necesidades. Pues según estas
necesidades, ¿cuáles son los problemas que América está llamada a
establecer y a resolver en estos momentos? Son los de la libertad, de los
derechos y goces sociales de que el hombre puede disfrutar en el más alto
grado en el orden social y político; son los de la organización pública más
adecuada a las exigencias de la naturaleza perfectible del hombre en el suelo
americano”.4
Es decir que, según Alberdi, existen diferentes maneras de pensar y concebir el
mundo, según los seres humanos, los problemas y las necesidades de cada momento
histórico; lo cual no colida con una concepción universal de la filosofía, pues lo
universal de ella se desprende precisamente de la particular sustancia filosofante de
cada tiempo y lugar. Se filosofa cuando se observa, se razona, se concibe, se
concluye, desde un sitio irrenunciablemente propio. La filosofía propone soluciones, al
elucubrar de semejante manera. Y si no las propone, entonces no tiene mayor sentido.
El texto citado fue producido por el autor a raíz de una polémica sostenida en
Montevideo con el profesor Salvador Ruano. Como señala Arturo Andrés Roig5, la
discrepancia no se basaba en cuestiones de superficie, sino de fondo. Alberdi estaba
3 Halperin Donghi, Tulio. El pensamiento de Echeverría. Bs, As. Sudamericana. 1951. Citado por
Sturla, Flavio, Esteban Echeverría y la generación del 37. Citerea. 2006
4 Alberdi, Juan Bautista. Ideas para presidir a la confección de un curso de filosofía
contemporánea. Montevideo. 1842.
5 Roig, Arturo A. Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano. Ed. FCE. México. 1981.
chocando con la corriente filosófica denominada Ideología, imperante por entonces en
el Río de la Plata; especie de conjunto de investigaciones lógico psicológicas que
sustentaba una forma de conocimiento abstracta, y por lo mismo teóricamente ajena a
las formas históricas del saber; lo cual, a su vez, provocaba la consecuencia de una
separación o distanciamiento absoluto respecto a la realidad social. Para Alberdi, aún
no habiendo una voluntad de realizar una filosofía comprometida -tal como sigue
expresando Roig en obra ya citada-, ni pudiendo fundarla doctrinariamente, el
quehacer filosófico por su misma naturaleza sólo puede ser considerado en referencia
a procesos de carácter histórico, político y social, y la filosofía debe hacerse cargo de
tal hecho.
Continúa expresando Alberdi en el texto ya citado que “la filosofía es para la política,
para la moral, para la industria, para la historia, y si no es para todo esto, es una
ciencia pueril y fastidiosa”. Por más que años después Alberdi cambiará el signo
valorativo al respecto, está en estos momentos intentando defender el propio discurso
de las masas plebeyas, sometidas a la voluntad y conducción de los caudillos, a las
que considera el fermento de una posible nación en la que todo estaba por hacer. La
sustancia histórica de ese material vivo, humano, siempre circunstancial y siempre
presente, debería ser asumida por la idea filosófica, con todo el peso de su creación
propia, rotunda, visceral, auténtica.
Extrapolando estos conceptos al problema del indio, y más precisamente a la cuestión
de la guerra de castas, el sometimiento y sojuzgamiento de una gran porción de seres
humanos a manos de otros en aras de una pretendida superioridad o divinidad de
bases enteramente arbitrarias, puede advertirse que el germen de la rebelión nace
precisamente de una circunstancia de carácter social histórico en la que los seres
humanos involucrados no aceptan el statu quo imperante y, por ello mismo, pretenden
cambiarlo, con mayor o menor fundamento ideológico, con variable fortuna también en
lo relativo al grado de poder que cada uno sustenta. Y pretenden hacerlo a su manera,
es decir a la manera que las castas indígenas conocen y pretenden mantener para sí
mismos y para los suyos; de ese germen más o menos inaugural, errático, caótico o
fermental, ha de salir de un modo o de otro, de la mano de los pensadores, la
realización de un proyecto ideológico que, sustentado en cimientos filosóficos más
firmes, sea capaz de dar cuenta de un discurso propio; discurso que, bueno es
recalcarlo, es propio desde su mismo nacimiento, aún cuando pueda serlo de manera
meramente instintiva.
De ahí que hemos encontrado una inocultable referencia al pensamiento de Alberdi en
el problema narrado en la película mexicana aludida.
A continuación, se transcriben algunos breves trabajos realizados por alumnas y
alumnos del curso del año 2012 al respecto:
Andrea González Filosofía I.P.A. 2012
“Cambiar algo, para que todo siga igual”.
Te refugias en la ironía sintiéndote tranquilo. Seguro, de que esa dominación a la que
sometiste a pueblos enteros seguirá incambiable, inquebrantable.
Te crees, perteneciente a una “casta divina”, y el poder que eso te confiere, te vuelve
capaz de los peores vejámenes. Contra los tuyos. Contra tus hermanos. Esos de los
que reniegas y a los que no te cansas de explotar.
No entiendes, ni te preocupa, el sentido de “amar al prójimo como a ti mismo”. Son
palabras vacías. Ni siquiera los consideras “prójimo”.
Lo que no sabes es que ellos, tus hermanos, están cansados. En la desolación de ver
cómo su pueblo se desvanece, han cobrado una identidad propia, un ideal por el que
luchar. Cosas que tú no tienes. Ni identidad, ni ideales.
Tiembla. Sientes miedo, tu reinado acaba… La protección divina ya no es tu escudo.
Eres más débil de lo que crees. Comienza a pensar en cómo sobrevivirás.”
Nigel Mancini.
“Civilizar e invisibilizar; apretar el yugo de sudor, semen y sangre.
Pero que su sangre y tu sangre no se sirvan en la misma copa, porque, quizás, no
notes la diferencia.
Si un vientre-otro se hincha de tu semen, no olvides que menos valen sus lágrimas
que la imagen de tu decencia.
Que en el confesionario se curen tus pecados, así como el látigo los limpia de su
desobediencia;
Que el sudor del trabajo sea su virtud, y la omisa estupidez tu inteligencia.
Diáfana ha ser tu mirada, ostentando tu inocencia, mientras seas cordero de Dios y
lobo de los hombres bestia.
Figúrate todopoderoso, divino y omnipotente, con un poder que descansa en baluartes
imponentes;
pero no olvides que el esclavo es tuyo solo mientras como esclavo piense y se piense.
Acuérdate de que el vino en tu mesa y el látigo en su espalda
y tu Dios en sus oídos y tu placer en su desgracia
y tu libertad, tu libertad de sentirte distinto,
sólo dependen de que sus espejos no reflejen más que carne, resignación y vacío. “
Mayra Ibarra.
“Esclavitud, liberación, abuso, poder, debilidad, inferioridad, superioridad.
Perpetuamos las características en un juego macabro en el cual somos sordos y
mudos, presos de nosotros mismos. Yo esclavo, yo señor, soy participe y contribuyo a
la deshumanización de mi semejante. Pero…. ¿Cómo me constituyo sino con él?,
¿quién soy yo sin el otro?, ¿qué soy, sino la supuesta antagonía de aquello sin
embargo igual a mi?
¿Quién es más libre en esta paradoja, amo o esclavo? Si solo uno se constituye con el
otro, y aún así sigue perpetuando la situación deshumanizante; amo y esclavo, el amo
es esclavo de su propio hacer.
Rechazo al otro, sin percibir que el otro soy yo mismo, me violento a mi mismo en una
escena de automutilación, escena que será perpetuada en los más inocentes,
continuando así esta cadena en un eslabón sin fin.”