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LA FUENTE DEL PARAISO Algunos niños han podido contar en su infancia con personas que han marcado una imborrable impronta en sus recuerdos. Yo tuve cerca de mí una de esas personas, fue mi abuelo. El siempre fue una referencia en muchos momentos de mi vida. Sus enseñanzas me guiaron en mi camino y sus palabras suenan aún en mis oídos. “La fuente del paraíso” 19 de marzo de 2009 Estábamos sentados en la plaza mientras la luz de la tarde se iba marchitando suavemente tras el bosque de la sierra. Aquellas fuertes y acogedoras rodillas sostenían sobre su pierna derecha el cuerpecillo del niño que miraba arrobado la cara de su abuelo. Los ojos como platos parecían beber las palabras que hilaban la historia del contador de leyendas y aventuras de bandidos de las sierras, lugares encantados y misterios no resueltos. Aquel día fue especial, pues especial fue la historia que marco el singular camino de aquel muchachillo inquieto que, extrañamente, permanecía parado, más bien diríamos paralizado o, a juzgar por la mirada, hipnotizado, ante la magia de las palabras. Aquel niño era yo. Mi abuelo, con la cara ligeramente inclinada hacia mí, parecía leer mi pensamiento con esa forma especial que tenía de mirar con el corazón, pues la luz de sus ojos se la había llevado el solano de la sierra un día muy lejano ya. A veces, una neblina parecía cubrir la nostalgia de sus recuerdos de cuando veía como veían los demás, entonces guardaba silencio; un silencio a veces largo, una calmada pausa, como a quien le cuesta subir un largo y alto escalón. Hoy pienso que esos silencios formaban parte del aprendizaje que le enseñó esa otra forma de mirar que le haría tan especial. Toda una magia que nos trasmitía a nosotros los pequeños, sus nietos, haciéndonos sentir también especiales. Esa magia tan maga le servía para hacer aparecer una moneda, entre sus manos en el momento más oportuno. Y esas monedas poseían la virtud

La fuente del paraiso

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Relato de aventuras sobre un camino

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LA FUENTE DEL PARAISO

Algunos niños han podido contar en su infancia con personas que han marcado una imborrable impronta en sus recuerdos. Yo tuve cerca de mí una de esas personas, fue mi abuelo. El siempre fue

una referencia en muchos momentos de mi vida. Sus enseñanzas me guiaron en mi camino y sus palabras suenan aún en mis oídos.

“La fuente del paraíso”

19 de marzo de 2009

Estábamos sentados en la plaza mientras la luz de la tarde se iba marchitando suavemente tras el bosque de la sierra.Aquellas fuertes y acogedoras rodillas sostenían sobre su pierna derecha el cuerpecillo del niño que miraba arrobado la cara de su abuelo. Los ojos como platos parecían beber las palabras que hilaban la historia del contador de leyendas y aventuras de bandidos de las sierras, lugares encantados y misterios no resueltos.Aquel día fue especial, pues especial fue la historia que marco el singular camino de aquel muchachillo inquieto que, extrañamente, permanecía parado, más bien diríamos paralizado o, a juzgar por la mirada, hipnotizado, ante la magia de las palabras. Aquel niño era yo.

Mi abuelo, con la cara ligeramente inclinada hacia mí, parecía leer mi pensamiento con esa forma especial que tenía de mirar con el corazón, pues la luz de sus ojos se la había llevado el solano de la sierra un día muy lejano ya. A veces, una neblina parecía cubrir la nostalgia de sus recuerdos de cuando veía como veían los demás, entonces guardaba silencio; un silencio a veces largo, una calmada pausa, como a quien le cuesta subir un largo y alto escalón. Hoy pienso que esos silencios formaban parte del aprendizaje que le enseñó esa otra forma de mirar que le haría tan especial. Toda una magia que nos trasmitía a nosotros los pequeños, sus nietos, haciéndonos sentir también especiales. Esa magia tan maga le servía para hacer aparecer una moneda, entre sus manos en el momento más oportuno. Y esas monedas poseían la virtud de tener justo el valor necesario para comprar aquello que anhelábamos. Contentaba a sus nietos y como ahora veréis era un narrador de sueños y aventuras.

Esa tarde me había sentado a su lado, cuando lo vi ensimismado con las manos apoyadas en “la gancha”. El cuerpo erguido y la mirada ligeramente ensoñada mientras el labio inferior se le arrugaba en una mueca “familiar” y significativa para mi entender.-Abuelo - le solté de sopetón- ¿por qué no me cuentas una historia de bandoleros o de misterios? -pues, eran mis aventuras favoritas.

No tuve entonces, ni nunca necesité insistirle dos veces con cualquier petición; así que, antes de que me diera cuenta cambió el gesto, ladeó el mentón como si me viese de medio soslayo y sentí sus manos calmadas y pausadamente tantear mis hombros. Entonces, me alzó con sus poderosos brazos como una pluma sentándome en las rodillas, mientras me decía: Hoy voy a contarte una historia “verdadera” sobre un lugar muy especial al que llaman “La Fuente del Paraíso”.Yo, nada mas oír el nombre de la historia, sentí como me atrapaba la magia de sus palabras. Mientras mi pequeñita espalda se apoyaba en su ancha mano mi abuelo desgranaba la leyenda.

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Cuentan que las aguas de ese río de allá abajo -e hizo un gesto con el mentón indicando hacia su derecha como queriéndome indicar que se refería al río que pasa bajo el puente del paseo- es un río cargado de secretos y misterios, que tras nacer en las altas montañas se alimenta de las historias de romances, aventuras de moros y cristianos y secretos de bandoleros que va oyendo a su paso por pueblos y alquerías. Por eso, conforme crecen sus aguas se va haciendo más sabio y crecen sus misterios. Y de eso va nuestra historia de uno de esos misterios.

¡Mira detrás de mí, allá a lo lejos, por encima de las casas! ¿Ves unas montañas muy grandes y muy blancas? Allí es donde nacen las primeras aguas de ese río.

Cuando la nieve se derrite -seguía contando mi abuelo- corre convertida en agua cristalina montaña abajo, saltando alegre y alocada por los barrancos. Juega entonces como un niño entre las piedras, salpicando a las florecillas de la rivera que se sobresaltan con las heladas gotas. Si alguna vez subes a las montañas podrás observar que desde allá arriba se ven todos los pueblos de las laderas y más lejos aún las alquerías de las vegas, las hileras de chopos, las líneas de los caminos y que se yo cuantas cosas más.

Eso es lo que vio nuestro río cuando se asomó a un cortado mirando hacia abajo por entre los barrancos. Y lo que vio le inundó de alegría, cómo se alegran los niños ante una aventura, por lo que se apresuró a llegar a la llanura saltando el cortado y haciendo piruetas formando vistosas cascadas. Se acercó al primer poblado y allí oyó hablar de una hermosa ciudad amurallada donde se contaban hermosas aventuras y romances por las plazas y rincones de sus calles. La ciudad tenía una hermosa alcazaba de color rojo donde vivía un rey rico y poderoso al que visitaban sabios de muchos países. Como podrás imaginar a nuestro río le faltó tiempo para dirigirse hacia allá a disfrutar de su descubrimiento. Pero, cual no fue su sorpresa: al llegar a los pies de la alcazaba, no solamente vio alegría sino también guerras y muertes de hombres contra hombres; desgracias, que borran la sonrisa a cualquiera; así que, decidió alejarse de la gran ciudad.

Para probar mejor fortuna prefirió visitar esta vez algunos caseríos y cortijos aislados que adivinó a lo lejos, pero no tuvo mejor suerte e igualmente la alegría de la llegada se tornó en estupor y tristeza cuando vio luchas y penas de vecinos contra vecinos, hijos contra padres y un sin cuento de miserias más.

No dejó pasar demasiado rato cuando se retiró junto a un camino, a descansar en un meandro.-¿Abuelo, -le interrumpí de sopetón- qué es un meandro?- Un meandro -contestó pacientemente -es una curva que hace el río cuando lleva mucho tiempo corriendo para poder descansar. Y como te iba diciendo: al pararse a reponer fuerzas vio pasar una partida de bandoleros. Se olvidó de su cansancio y corrió junto a ellos. Había oído hablar mucho de aquellos aventureros que recorren los caminos de todas las sierras y llanuras andaluzas en sus caballos enjaezados de alegres colores. No te contaré lo que ocurrió pero basta saber que quien le habló de esas aventuras de bandoleros no le refirió nada mas que la parte romántica, sin decir nada sobre otras cosas mas que desagradables. Cosas tan horrendas que es mejor no contar y además no forman parte de esta historia.

Me alejaré por un tiempo de los hombres –se dijo el río-. Que se queden con sus alegrías, que yo me llevaré sus penas y miserias muy lejos para encontrar algún lugar donde esconderlas. Sorteando campos y cargado de tristezas, aquel río tan joven buscó y buscó un lugar donde soltar su pesada carga, pero no encontró nada. Casi era ya el atardecer cuando a lo lejos un estrecho desfiladero le obligó a encauzar sus aguas entre cortadas paredes.

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Encajonado como estaba entre los muros de las laderas, se encontró cortándole el paso un desprendimiento de grandes bloques de piedra. Viendo imposible continuar, buscó su camino de salida escarbando bajo las grandes rocas. Conforme se adentraba en la tierra intuyó la oportunidad de dejar su amargado equipaje de penas y desastres, por lo que siguió hundiéndose y hundiéndose hasta cavernas subterráneas que le llevaron a zonas muy, muy profundas y oscuras. Tremendamente oscuras.

Mientras las aguas del río vagaban perdidas en las profundidades de la tierra, allá arriba, en la superficie, sólo se oía un leve murmullo, como si un fugaz recuerdo de sus aguas bullera retorcido bajo las grandes peñas que ocluían el cauce. Entre los huecos oscuros que los bloques calizos dejaban a sus costados se adivinaba un peligro siniestro que parecía querer arrastrar a los visitantes que por allí se acercaban a las profundidades. El lugar se volvió intranquilizador y oscuro. Tan oscuro e intranquilizador se volvió su apariencia que los hombres vinieron a llamarle al lugar “Los Infiernos”.

Nuestro río continuó perdido en las entrañas de la tierra por mucho, mucho tiempo. Parecía no poder encontrar el camino de vuelta, o tal vez, no quisiera salir nunca jamás para no encontrarse de nuevo con las miserias y calamidades humanas.

Cerca de allí, en un recodo de los grandes cortados de las paredes del cauce, entre musgos, a los pies de una pradera suavemente ondulada, vivía una fuente de aguas limpias y cristalinas. La corriente asomaba, deslizándose plácidamente, desde una oquedad a ras del suelo y discurría tan suave que desprendía dulces canciones de los guijarros de su lecho. Los zapaterillos de agua jugaban en la superficie dibujando con sus patitas pequeños círculos, como si quisieran decirle a los que allí se acercaban: ¡Cuidado, esto que parece cristal es agua! Los hombres decían que dormir junto a la fuente les hacía tener dulces y hermosos sueños, y que beber de sus aguas era sentir deslizarse por el interior de tu cuerpo la claridad del día y la alegría de la vida. Las flores que crecían en su entorno eran delicadas, y plenas de alegres colores. Todo, todo cuanto bullía a su derredor tenía un encanto especial. ¡Cuántas decenas de leyendas de buenas venturas e historias de amores se contaban acerca de este maravilloso rincón! Tal vez por eso, se le llegó a conocer al lugar como “La Fuente del Paraíso”

- Infierno y paraíso en un espacio tan pequeño y en plena naturaleza parecía una copia reducida de la vida misma -me aclaraba mi abuelo haciéndome como una advertencia con el dedo.

- ¿Sí, abuelo? -le pregunté, yo sin saber muy bien qué quería decir aquello.

- Sí. La vida es así. Esta llena de cosas buenas y malas. A veces esas cosas están a un mismo tiempo en las mismas personas o en los mismos lugares. ¿No te pasa que con algunos amigos hay cosas de ellos que te gustan y otras que no te gustan? Pues de eso se trata más o menos.. Seguro que tú eres muy bueno en muchas ocasiones y otras no tanto. Como cuando haces travesuras.

- Bueno... –contesté yo, no muy conforme con la comparación.

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- Como te estaba diciendo- continuó contando mi abuelo- puede ser que los encantos de aquella fuente maravillosa, llamada “Fuente del Paraíso” atrajera a las aguas oscuras del río perdido en las profundidades enseñándole el camino a la luz. Era como indicarle que su vida podría continuar discurriendo por pueblos y campos hacia su destino en el lejano océano, y que en sus limpias aguas tenía un apoyo para retomar su andadura. Pudiera ser que esto fuera lo que animó al perdido río, pero el caso es que sus aguas comenzaron a subir hacia la superficie, a brotar y discurrir por debajo y entre las peñas, primero tímidamente y luego más fluidas. Uniéronse así las resurgidas aguas a las de la Fuente del Paraíso. Fueron tomando brío al llegar a la luz y creciendo la corriente, un renovado cauce regó a su paso las vegas, alegrando de nuevo a los hombres.

Y así –concluyó mi abuelo- es como la maravillosa “Fuente del Paraíso” dio vida a nuestro aventurero río.

Yo había quedado absorto, ensimismado, con los ojos abiertos como platos, la mirada perdida, pareciéndome oír a lo lejos, entre brumas, las aguas del río sorteando la vega y a mi “Fuente del Paraíso”, pues a estas alturas ya la había hecho mía, saltando alegre, como animando el camino al renovado río, bailando a su alrededor, enredándose agua con agua, ensortijadas, formándose pequeños remolinos.

-Te podría contar mil historias más sobre “La Fuente del Paraíso” pero esas son “otras historias” –sentí decir a mi abuelo, con lo que volví a la vida, vamos, a la realidad.

- Abuelo -le pregunté todavía un poco ensoñado- podré llegar yo a conocer “La Fuente del Paraíso”.

- Claro que si – me respondió- pero ese es un camino que puedes tu hacer solo. Debe ser tu propia aventura y merece la pena que puedas descubrir poco a poco el camino para llegar allí. No tengas prisa y disfrutarás de cada tramo, de cada rincón. La Fuente del Paraíso tiene muchas caras y solo verás la más hermosa si te acercas a ella tras los pasos adecuados. Esto es más importante de lo que puedas imaginar ahora.

Mi abuelo estaba, a sabiendas claro está, sembrando en mí la semilla de la aventura.

- Y cómo podré saber el camino para llegar allí – le pregunté arrugando levemente el entrecejo.(Con el paso de los años, pregunta tras pregunta, se iría marcando mi entrecejo dejándome una señal inequívoca de mis inquietudes. Hoy me miro cada mañana en la corriente de agua que discurre por el espejo de mi cuarto de baño y al ver la marca separándome las cejas, me sonrío, recuerdo a mi abuelo, sus historias y mis frecuentes interrogantes)

- Presta mucha atención – dijo tras carraspear un poco. Y seguro que lo hizo para que no empezara a volar mi imaginación- y no lo olvides, que te diré con detalle los lugares por dónde deberás pasar para llegar a esa fuente encantadora que tanto te atrae.

Continuará en:(“El camino de La Fuente del Paraíso”)

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EL CAMINO A LA FUENTE DEL PARAISO

“El camino de La Fuente del Paraíso”

Ya llevábamos un rato en la plaza. Mi abuelo sentado en el banco y yo en sus rodillas mientras la luz de la tarde iba declinando. Ni a él parecía cansarle contar la aventura que había escogido ese día ni a mí parecía acabárseme la cuerda haciendo pregunta tras pregunta, detalle tras detalle sobre aquella fuente hermosa de aguas claras que tenía un nombre tan atrayente: “La Fuente del Paraíso”

- Y podré acordarme de todo – pregunté pensando que la cosa se ponía difícil. Recordad que yo me había propuesto encontrar el camino a la Fuente del Paraíso.- Yo creo que sí – dijo mi abuelo. Seguro que no olvidarás detalle. Los niños raras veces olvidáis las

cosas que son importantes.

Está claro que después de ponerme difícil el tema estaba quitándole hierro al asunto y dándome confianza. De todas maneras mi autoestima no estaba baja pero un suplemento no venía nunca mal.

– El camino es muy fácil, no te preocupes. Además, siempre será divertido poder contar con algún amigo para acompañarte en la aventura. Si tienes dudas no tengas reparos en preguntarme de nuevo.

Mentalmente ya estaba mi cerebro preparando la primera expedición y haciendo la lista de los amigos con los que podía contar. Abelardo podría ser uno de ellos. A él le encantaban las correrías igual que a mí y podría llamarlo por el patio de la casa. El solía asomarse de vez en cuando desde su ventana que daba a la parte alta de la fuente del patio de casa de mis abuelos y entonces quedábamos para jugar. También José podría venir. Vivía en la calle de al lado. Y seguro que Sebastián también se apuntaba.

– ... no creas que...- mi abuelo seguía sus indicaciones pensando que yo estaba al tanto.– Y se me escapó un desesperado: - ¡Espera, espera, abuelo! ¿Podrías empezar de nuevo? - Se me

estaba escapando lo mejor de las indicaciones para mi aventura y ya me veía perdido por todos sitios buscando el camino.

A estas alturas mi pensamiento era un caballo loco que corría saltando por las altas hierbas de una inmensa pradera. Habría que pararlo si quería enterarme de algo, así que me empeñé en concentrarme frunciendo de nuevo el entrecejo para fijar mi atención. Sople ligeramente mi flequillo para apartarlo de la frente y tener las ideas despejadas.

Mi abuelo, pacientemente repitió y me decía: No te preocupes comienzo de nuevo.– Baja por la calle que va en dirección al río pasando por la calle de los carros que da a las huertas

y te llevará a las afueras del pueblo. Frente a ella comienza un camino estrecho que te llevará a una chopera. Los chopos son árboles mágicos que hacen “música de hojas” cuando sopla la brisa del río al atardecer. La luz suele jugar con él despidiendo destellos que llevo guardados en mi memoria.

El mapa que trazaba mi abuelo se me iba grabando en la mente. Los hitos que marcaba no estaban hechos solamente de cosas físicas: piedras, cruces de senderos, etc, sino de sensaciones y vivencias. Esta semilla iba depositándose en mi corazón de niño y aún no se ha borrado.

- Cuando dejes atrás la chopera –continuaba mi abuelo- busca a lo lejos la cuesta de los molinillos. El sonido de las aguas pasando por los bajos de los molinos pueden guiarte allí, pero si

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no es así el olor inconfundible del grano recién molido no tiene pérdida. El camino pasa entre estos molinos y te llevarán a las cuevas. En estas cuevas y abrigos junto al río se dice que han vivido siempre los hombres desde que llegaron a estos lugares entre las montañas. Junto a las cuevas hay una playa hermosa y tranquila. Aquí el río no es peligroso, aunque nunca hay que confiarse. Los ríos, ya sabes, tienen muchos secretos y algunos de ellos no son tan buenos.

Yo ya me veía acercándome con precaución a la orilla y casi sentía un poco de miedo, como si el agua pudiera apresarme y llevarme a ese secreto “no tan bueno”.

- Allí comienzan las huertas y los caserios que cuidan de ellas. Debes pasar entre los cultivos en dirección a los pequeños cerros de piedra que ves a lo lejos y que son el límite de los cultivos. El final de las huertas te lo dirá un fuerte nogal junto a la acequia del último caserio. De allí hasta los pies de la “sierrezuela” solo hay un pequeño trecho y a sus pies encontrarás un hermosos almencinos de frutos pequeños y dulces, como diminutas manzanitas. Déjate llevar entonces por el rumor de las acequias y las pequeñas caídas de agua que jalonan el camino. Cuando el aire huela a higuera y zarzamora mezclándose con la humedad del río tu fuente estará muy cerca. Entras en el terreno de “Los Infiernos”. Ve entonces con mucho cuidado. No des un paso sin estar seguro. Pégate entonces a los cortados de la pared del río y ábrete camino entre la maleza pues no hay mucho espacio para pasar. No te confíes del agua que corre muy alegre. Cuando veas que el verde parduzco de la corriente del río se clarea es porque estás cerca. Cuando menos te lo esperes la verás.

- ¿La Fuente?

- Si, la Fuente del Paraíso.

- ¿Y, cómo sabré que es ella y no otra?

- Lo sabrás. No te preocupes. Ya no me queda nada más que decirte, sino que tengas siempre mucho cuidado y no tengas prisa. La fuente siempre estará ahí y debes llegar en el momento oportuno y eso solo lo sabrás si cada paso que des para acercarte lo haces seguro y feliz.

El verano terminó y yo volví al pueblo donde vivía con mis padres. Aquí la vida discurría de otra manera; aunque la aventura diaria estaba siempre garantizada. Este pueblo era completamente distinto al pueblo de mis abuelos. Era un pueblo de llanura que tenía tres ríos que lo rodeaban y lo cruzaban por medio. Los ríos se empecinaban todos los años durante el invierno en desbordarse y las calles se cubrían de agua hasta la rodilla. Esos días no había escuela. Yo me acordaba siempre de una historia que contaban en las clases de religión sobre un santo que separaba las aguas dando golpes con su vara. Yo le rezaba esas noches para que separará las aguas a varazos o como fuera cuanto antes encerrándolas en su sitio, en el río que era su sitio. Y no se lo pedía para volver a la escuela cuanto antes sino porque entonces quedaban enormes charcos y barrizales donde nos divertíamos como locos cruzándolos con zancos fabricados con latas de conserva. Esos días las madres tenían trabajo extra porque caerse en mitad de los charcos y llegar a tu casa lleno de barro era de lo más natural. Los padres también tenían trabajo extra corriendo detrás de los diablillos de barro para aclararle las ideas.

Entre estas y otras faenas que son tema de otra historia discurrió el invierno y con la primavera el campo se encargó de darnos tema de correrías con mis amigos que hicieron que el verano llegase en un pis pas.

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Con el final de las clases mis padres viendo que tenerme en casa todo el día era algo más que imposible y en la calle peligraba la integridad física del entorno y la mía propia, pues al no tener ocupada la cabeza en temas de logística matemática, lingüística y demás faenas académicas, mi mente inventaba de todo y normalmente no parecían ser inventos que a los mayores les parecieran tan divertidos como a mí; como os decía pensaron que a todos nos vendría muy bien irnos de vacaciones al pueblo de la familia. Y digo de la familia pues allí habían vivido mis padres toda su vida, allí vivían sus hermanos y allí había nacido yo.

Imaginaros la de saltos que di cuando dijeron que nos íbamos a casa de los abuelos.

El campo iba pasando por la ventanilla del tren. El paisaje se rompía a cada momento con los postes del telégrafo que discurría junto a la vía y el traqueteo rítmico del tren parecía acompasar mis pensamientos, mientras en mi mente iba tomando forma la gran aventura de este verano: encontrar el camino de la Fuente del Paraíso.

Cuando llegue, pensaba yo construyendo mi estrategia veraniega, iré a buscar a Sebastián, Abelardo, Pepe...Para, para, primero tendré que... Seguía pensando yo.Bueno, mejor buscaré todo lo que... Y pasaba rápidamente de una ida a otra.Vaya lío de ideas. Cuantas cosas por hacer. Será mejor que cuando llegue haga lo que vaya surgiendo. Decidí finalmente.

El tren llegó al atardecer al pueblo. Apenas pasamos el túnel la pequeña estación apareció delante de nosotros. Las casas blancas relucían con tonos anaranjados al pie de la ladera del monte, y el río, ese río que yo sabía que estaba lleno de misterios, parece que un día se le ocurrió dividir al pueblo en dos. No sé bien por qué hizo eso pero alguna vez tendré que averiguarlo.

En el andén destacaba sobre los demás la figura de mi abuelo. Junto a él su lazarillo, aquel lazarillo que más tarde sería mi amigo y compañero de correrías y a quien yo sustituía a veces en verano.

Sebastián con sus pequillas salpicadas por toda la cara y su pelo color de las naranjas. Abelardo delgado y espigado, con su eterno flequillo rubio cayéndole sobre la frente y los ojos; Pepe, recio, fuerte y moreno de pelo y piel, era el ala poderosa del grupo. Y yo el mas pequeño de todos, bueno el más bajito y el más escuchimizado.

y podrás ver y oir correr el agua bajo sus muros y la muela girando mientras la harinason muy antiguos y en ellos se prepara la harina del pan que comemos cada día.

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