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SUPLEMENTO CULTURAL No. 205 - 6 DE JULIO DE 2015 - AÑO 5 DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN Frida Kahlo. Autorretrato con el pelo suelto. 1947. Óleo/masonite. 61 x 45 cm. Colección privada. Iowa, EE.UU. “Aquí me pinté yo, Frida Kahlo, con la imagen del espejo. Tengo 37 años y es el mes de Julio de 1947. En Coyoacán, México, el sitio en donde nací”. Así reza el texto al pie de este cuadro subastado en Christie’s, New York, en mayo de 1991. Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón nació un día 6 de julio como hoy, pero de 1907. Así recordamos en La Gualdra a una de las pintoras mexicanas más importantes del siglo XX.

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SUPLEMENTO CULTURAL No. 205 - 6 DE JULIO DE 2015 - AÑO 5 DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN

Frida Kahlo. Autorretrato con el pelo suelto. 1947. Óleo/masonite. 61 x 45 cm. Colección privada. Iowa, EE.UU.

“Aquí me pinté yo, Frida Kahlo, con la imagen del espejo. Tengo 37 años y es el mes de Julio de 1947. En Coyoacán, México, el sitio en donde nací”. Así reza el texto al pie de este cuadro subastado en Christie’s, New York, en mayo de 1991. Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón nació un día 6 de julio como hoy, pero de 1907. Así recordamos en La Gualdra a una de las pintoras mexicanas más importantes del siglo XX.

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2LA GUALDRA NO. 205 / 6 DE JULIO DE 2015 / AÑO 5

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La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.

Carmen Lira SaadeDir. General

Raymundo Cárdenas VargasDir. La Jornada de [email protected]

Jánea Estrada LazarínDir. La Gualdra

[email protected]

Roberto Castruita y Enrique MartínezDiseño Editorial

Juan Carlos VillegasIlustraciones

[email protected]

Julio empezó con escasez de gasolina, con la visita de los reyes de España en Zacatecas y con la noticia del lamentable fallecimiento de uno de los escritores más relevantes de la literatura de la onda, Gustavo Sainz, cuya muerte aconteció a finales de junio pero nos dimos cuenta apenas hace unos días.

Gustavo Sainz cumpliría el 13 de julio 75 años, murió en Estados Unidos, donde radicaba desde hace casi 40 años. Es autor de una de las novelas más bonitas que he leído y que ahora me permito recomen-darle: Gazapo. Narrada por Menelao, el personaje principal, Gazapo es la historia de la vida de un adolescente que decide rebelarse contra lo es-tablecido porque como es joven las reglas simplemente no le cuadran, no le van. Editada por primera vez hace 50 años, la novela no ha perdido vigencia, no sólo por esa manera tan sencilla y divertida de retratar las peripecias de juventud de un chico sesentero, sino por la claridad con la que dibuja a través de las palabras, todo un escenario cultural mexicano en el que los jóvenes defienden su derecho a ser libres, a manifestarse contra lo que no están de acuerdo, a amar libremente. Imagino lo que debe haber sido para los adultos leer la parte en la que el protagonista dibuja en la panza de su novia desnuda, con marcador de aceite, un garabato y una frase de amor. Imagino lo divertido que debe haber sido leerlo en esa época en la que los moralinos catalo-gaban a la literatura de la onda como sandeces puras.

Lo cierto es ni eran sandeces, ni terminaron en el rincón más oscuro del olvido todos esos libros produ-cidos por un grupo de talentosos escritores locochones entre los que figuraban también Parménides García Saldaña y José Agustín; a propósito de este último, recuerdo también que Gustavo Sainz aparece como perso-naje en una de sus novelas, Ciudades Desiertas, cuando Eligio –uno de los protagonistas- se lo encuentra en la calle tras semanas de andar buscando su esposa Susana sin tener noticias de ella y es Sainz precisamente quien le dice que ella está en Estados Unidos en una escuela de escritores. Esta

novela también es muy recomenda-ble, como lo son todas las de los tres autores mencionados.

En el año 2009, Gustavo Sainz grabó para descargacultura.unam.mx, el primer capítulo de Gazapo. Ésta es una buena oportunidad para escuchar en voz del autor una parte de esta novela escrita cuando tenía 25 años, y de la que en la página de la UNAM se menciona lo siguiente: “su autor re-volucionó la narrativa mexicana, debido a que irrumpe en el panorama literario, con un estilo fresco y audaz. El texto, narrado en primera y tercera persona, cuenta la historia de varios jóvenes de clase media en México, que descubren el verdadero sentido de la amistad y el amor”. Casi estoy segura que des-pués de escuchar esta grabación irá a buscar el libro para leerlo, ojalá que así sea.

A propósito de jóvenes, no quiero desaprovechar la oportunidad para mencionar que fueron los chavos zacatecanos quienes dieron la nota en la reciente visita de los reyes de España a Zacatecas. Salieron a protes-tar a la calle por la visita de quienes acaban de aprobar la Ley Mordaza en su país, que impide a cualquier ciudadano español manifestarse pú-blicamente en contra de la monar-quía, so pena de ser encarcelado. Sí, fueron pocos los chavos que salieron a manifestarse, muy pocos en com-paración a la gente que –incompren-siblemente para mí- estaba en la calle desde temprano para ver a su paso a los visitantes; hubo incluso alguien que dijo “son apenas cuatro pollitos”. Agrego al comentario que esos “cua-tro pollitos” eran muy cantadores, y yo sigo haciendo votos porque no dejen de cantar. Entre ellos iba gente que estudia maestría y doctorado y eso es una buena señal. Menelao, el protagonista de Gazapo dice en una ocasión “Tú ves lo que quieres ver y lo que quiero ver, o para no discutir, lo que me conviene ver”, que vea entonces cada quien lo que quiera, yo vi, el miércoles pasado, a una juventud que me emociona y de la que me siento muy orgullosa.

Que disfrute su lectura.

Jánea Estrada Lazarí[email protected]

Honrar a los nuestros, los poemas en Solana de Fernando TrejoPor Joel Flores

Experiencias en torno al patrimonio

cultural zacatecanoPor Carlos Alfredo Carrillo Rodríguez

Sancho Panza un gran gobernadorPor Rebeca Mejía López

El PicaportePor Simitrio Quezada

Fin de la esperaPor Roberto Galaviz

Desayuno en Tiffany’s, mon kuLa Ley del MercadoPor Carlos Belmonte GreyEl argot del humoPor Carlos Flores

El Maruchan, el Kool Aid y el Choko Choko Por Alberto Huerta

MacetasPor Pilar Alba

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¿Cintareó Pancho Villa a don Guillermo López de Lara y a doña Beatricita González Ortega, tras la Batalla de Zacatecas de 1914?Por José Enciso Contreras

KafkaToda la libertadPor Mauricio Flores

Mauricio Magdaleno, para intrusosXV. El exilio español y Max AubPor Conrado J. Arranz 11

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6 de JULIO DE 2015 3

Vladimir Nabokov no se equivocaba al dilucidar que los dioses, en un arran-que bondadoso hacia los humanos, lo que entregó Hermes a Prometeo no fue sólo el fuego, sino el abecedario con el que aprenderíamos a comu-nicarnos con nosotros mismos, las deidades y las ánimas. El fuego, una lámpara sorda con la que podríamos bajar al inframundo, conducirnos por sus pasadizos engañosos y en-contrar, por fin, lo que anhelamos; o cruzar el manto celeste para que entre luces azules y rojizas pudiéra-mos comunicarnos con los nuestros, nuestros muertos. Y, así, empezar a hacer literatura. Quevedo también lo reconocía en aquel poema en el que habla, en soneto y rima, de los difun-tos. Y que muchos interpretamos que se refiere al legado en papel que nos han dejado los poetas como prueba de que el abecedario alumbra cual-quier noche en diálogo con el cono-cimiento, con nuestros maestros que aún están más vivos que los vivos, porque su palabra, forjada en luz, es ascua, vela encendida.

El oficio de escribir es lidiar con fuego. Perfeccionar el lenguaje es conservar o avivar la llama. Entender que la magia de las palabras es alum-bramiento es una de las máximas que rigen no sólo a la poesía, sino a la literatura entera. No en balde alumbrar significa dar luz a lo que está allí pero nadie ve. La vida está allí y la poesía es luz que la desvela. En un mundo enorme, diverso e incomprensible, en la poesía con-temporánea existen poetas que lo reconocen y otros tantos que lo ignoran. E insuflados por el experimento o artificio, esos poetas terminan muchas veces con los dedos chamuscados, a oscuras en sus bibliotecas, a mi-tad del camino que pretenden trazar con sus poemas, porque se enredan en lecturas modales y en la inven-ción tecnológica; prefieren recurrir a la artimaña, al encendedor y se olvidan de primar con las palabras y se muestran incapaces de hacer arder el abecedario y sobajan el oficio empleando el encendedor como sustitución del lenguaje natural: experimentos y más experimentos que desprenden la parte humana, la voz que puede trastocar el cómo miramos al mundo, a los nuestros, a los que se nos fueron o irán, sólo para estar acorde a los tiempos en que vivimos, a lo efímero, a lo inmediato; y no para configurar nuestra

condición humana dentro de la esencia misma de la poesía: echar luz donde se esconden las historias que nos forjan.

Del fuego que Hermes dio a Prometeo se des-prende una ascua para hacer a Solana (FETA, 2015) de Fernando Trejo (Tuxtla Gutiérrez, 1985). Se trata de un poemario urdido por cuatro apartados, donde el tendón que los unifica es el nombre de Carlos y una retahíla de recuerdos que van construyendo su presencia en el mundo de los vivos y su misteriosa partida al de los difuntos. “Carlos”, escribe Fernando Trejo como si previniera al lector que lo va conducir a una correspondencia entre esos dos mundos, “Alguna vez hablamos de los muertos”. Y lo que deviene es una suerte de apuntes estructurados en poemas narra-tivos, algunas veces con blancos tipográficos, como en

aquella poesía permeada de silencios a la Juarroz, que hacen una bitácora de vida o un diario de confesiones de alguien que rememora los episodios de infancia y su ruptura a causa del abrazo más sorpresivo de la muerte.

En Solana hay nostalgia y humor: la mirada cándida del infante que quiere crecer, pero ama la niñez y se regodea en la niñez misma. Y nos recuerda aquellas palabras que usaba Flanery O’Connor al referirse a los mejores libros de for-mación: “cualquiera que haya vivido una niñez, es capaz de escribir un libro”, cual-quiera que se haya hecho de un gran amigo y compañero en esos años, ha ex-perimentado lo más hermoso de los hu-manos, la amistad. Pero también es capaz de dar fuego de la vida a sus semejantes, como si los recuerdos fueran aceite y parafina que avivan la lumbre que nos in-vita a reconocer que somos la suma de las personas que amamos y nos acompañan o, lamentablemente, partieron antes que nosotros. Solana es la suma de Carlos, un Carlos que aviva llama de la infancia de cualquier lector, un Carlos que no sólo forja los versos de este libro. Sino la idea de un primo que se le rememora en cada verso, la viva imagen de todos nuestros primeros amigos, aquéllos a los que com-partimos nuestros secretos, aquéllos de quienes aprendimos la bondad. Y luego, porque la vida es inicio y final, el orden natural de las cosas nos ha obligado a cre-cer lejos de ellos, pero su partida termina por convertirse en correlato de nuestra propia historia, en sombra que nos ayuda a revivirlos por todo lo que nos confiaron y confiamos. En el impulso, una suerte de

arte poética, que nos lleva a escribir.Solana de Fernando Trejo forja, también, nuestros

deseos olvidados de la niñez, el momento en que soñamos o intentamos construir una fortaleza en la azotea, donde caía el sol, donde nos refugiamos de las peores tormentas, para ser invencibles como Termina-tor y John Connor, para jugar Tetris como si fuéramos dueños de las decisiones de Dios. Y en ese refugio, años después, romperíamos la alcancía, venderíamos la consola de videojuego y todos nuestros ahorros em-pezaríamos a emplearlos en la búsqueda de los labios de las adolescentes, de la calidez de su abrazo y sus caricias.

Solana, de Fernando Trejo, hace del fuego poesía: la mejor confesión para honrar a los nuestros, a nues-tros muertos.

Honrar a los nuestros, los poemas en Solana de Fernando TrejoPor Joel Flores Libros

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Experiencias en torno al patrimonio cultural zacatecano1

Por Carlos Alfredo Carrillo Rodríguez2

Libr

os

Dice una corriente de la psicología que la pregunta más complicada que podemos hacer es “¿quiénes somos?”, la complejidad radica en la respuesta, pues usualmente al contestar se evo-carán cualidades tales como nombre, estatus, edad, entre otros. Sin embargo, la única posible solución satisfactoria a esta cuestión se encuentra en la histo-rización misma de aquél que responde. No es sino al escudriñar y referir el pasado es que entendemos quiénes somos y el por qué hemos llegado a ser como ahora.

Es en este contexto que una obra como Experiencias en torno al patrimo-nio cultural zacatecano, coordinado por la Mtra. María Cristina Morales Vira-montes y que compila una serie de po-nencias llevadas a cabo en abril de 2014 con motivo del 75 aniversario del INAH, resulta de particular relevancia, pues no es sólo una crónica general de una institución que ha sido fundamental para llevar históricamente a buen puerto las distintas e innumerables problemáticas que representan los diferentes aspectos de la sociedad.

Por primera vez, el gran público puede acceder a un conocimiento aparentemente críptico, nicho tradicional del encumbrado especialista, aquél que habla de un modo incomprensible y se conduce de forma aún más extraña, y digo “aparentemente” porque como el lector podrá contras-tar, quienes colaboran en el volumen nos muestran una his-toria del Centro INAH Zacatecas y las actividades que han llevado a cabo desde su instauración en el año 1973 desde una perspectiva eminentemente social.

El libro se divide en 4 grandes apartados. El primero trata sobre el quehacer arqueológico en nuestro Estado; abre el volumen una investigación de la autoría de Hum-berto González, misma que podríamos llamar “arqueología documental”, cuya orientación primeramente historiográ-fica, reseña los trabajos realizados en las dos actuales zonas arqueológicas de Zacatecas: Altavista y La Quemada antes de la fundación del Centro Regional INAH. Continúa esta línea Baudelina García, enterándonos de los estudios poste-riores a las décadas siguientes a 1974, interesantemente se abordan además de los grandes proyectos estatales, inves-tigaciones sobre sitios más pequeños y, hasta cierto punto desconocidos, reflejados a través de labores tan importantes como el Atlas Regional de Sitios Arqueológicos, entre otros, que desmitifican aquella visión tan estancada de que “en el norte no hay nada”. Peter Jiménez relata a través de sus vivencias personales y experiencias profesionales la historia del Centro INAH Zacatecas y nos muestra las vicisitudes y peripecias, algunas descorazonadoras, que hubieron de ocu-rrir para dar forma a la institución como la conocemos hoy. Carlos Torreblanca cierra la presente sección mostrando cómo a través de los trabajos de conservación y restaura-ción de monumentos arqueológicos, caso La Quemada, es posible recuperar el valor social de los mismos e interesar a la gente en su preservación.

El segundo apartado narra la historia de las investigacio-nes realizadas desde la óptica de dos vertientes de las cien-cias antropológicas, la antropología física y la etnografía. En el primer caso, Olga Villanueva narra cómo se dio el primer

proyecto formal de antropología física por el CINAH con el análisis de restos óseos procedentes de Altavista, así como del amplio currículum de proyectos y colaboraciones insti-tucionales en este campo. En el segundo, Cristina Morales nos permite ver otro rostro de la historia del INAH Zaca-tecas y los estudios de la cultura tradicional de distintos rincones del Estado a partir de la experiencia vivida por la autora al lado del Mtro. Jesús Montoya, así como los pro-ductos académicos resultantes.

El tercero se compone de experiencias asentadas por los distintos expertos en conservación del patrimonio zaca-tecano. Violeta Tavizón toma la figura de Manuel Pastrana, primer director del Museo de Guadalupe, como caso para-digmático para analizar la protección del patrimonio cultu-ral desde una óptica histórica, a partir del mencionado mu-seo y la invaluable colección que resguarda. Alberto Huerta y Eugenia Berthier nos muestran el papel que juegan las técnicas y métodos desarrollados en campos distintos a las ciencias sociales pero que resultan de fundamental utilidad para la conservación de diversos vestigios culturales, des-tacando las colaboraciones interinstitucionales en la con-servación de códices mexicanos mediante el laboratorio de investigación y conservación del patrimonio cultural. Elías Corrales presenta un minucioso currículum de los trabajos llevados a cabo por el Área de Monumentos Históricos, comprendiendo entre muchos otros ejemplos, el rescate y conservación de inmuebles tales como la Capilla de Mexi-capan y otros instalados en el actual centro de la ciudad: la iglesia de Santo Domingo y el Teatro Calderón. La labor de este departamento ha sido esencial para la obtención y mantenimiento del título de Patrimonio de la Humanidad para dicha zona; finalmente, Héctor Castanedo brinda un panorama acerca de la vinculación interinstitucional con órganos de gobierno y el trabajo de sensibilización reque-rido para que dichos actores se unan desde su trinchera a los esfuerzos por la preservación del patrimonio cultural en Zacatecas.

La última sección, integrada por dos ponencias, las cua-les constituyen ejemplos de cómo la comunidad académica necesita de la sociedad para lograr los objetivos que plantea el problema del patrimonio. La primera, autoría de Laura Solar y Octavio Martínez, muestra a través de dos casos dis-tintos, la denuncia de un saqueo de una tumba de cámara en un ejido de Valparaíso y la extensa investigación llevada

a cabo en el Cerro del Teúl, una necesidad similar: la responsabilidad compartida del binomio comunidad-academia, señalando que la construcción de la identidad se hace, además de discursivamente, con el trabajo directo y constante con la gente que nos brinda el honor de trabajar con el patrimonio del cual son herederos. Cierra el libro Adriana Cabrera, con un análisis del papel que juegan los grupos de migrantes en la preservación del patrimonio cultural, mostrando datos acerca de cómo la lejanía del territorio, paradójicamente, estimula el interés por su conocimiento y conserva-ción, proponiendo una discusión muy seria acerca de la necesidad de implementar mecanismos cuyos alcances se instalen en distintas esferas, gubernamentales y acadé-micas, para desarrollar programas específi-

cos que estimulen dicho interés de forma generacional.El denominador que cohesiona estos ejes y aglutina las

investigaciones comentadas lo constituye el patrimonio ma-terial e inmaterial zacatecano, origen y constructor de iden-tidad, desde los más humildes vestigios arqueológicos, hasta las más imponentes edificaciones del periodo colonial. La variedad de temas expuestos a lo largo del libro, podría dar la impresión de que estamos ante fenómenos aislados, de particularidades propias de contextos singulares existentes en la realidad.

No obstante, es claro que todos ellos no son sino ex-presiones de las incontables aristas de que se compone una sociedad, productos culturales y simbólicos generados a través de distintas profundidades temporales y que nos ayudan a responder preguntas que forman parte del gran enigma: “¿Quiénes somos?”.

Finalmente, creo encontrar la esencia del texto en el siguiente pasaje, perteneciente al texto de Cristina Morales cuando relata las jornadas que vivió al lado del Mtro. Jesús Montoya con el objetivo de “conocer y ubicar los elementos tradicionales característicos de la región [de Zacatecas y mu-nicipios de estados colindantes]…”.3 La autora señala que el fin fue: “conocer lo que fueron los orígenes de la cultura que hoy vivimos, y observar o registrar elementos persistentes de la misma”.4 En otras palabras, las particularidades son, en esencia, parte de un todo, ese integral es la cultura, ese ente intangible que nos hace ser lo que somos y que nos da forma históricamente. La capacidad de identificarnos con los vestigios materiales, simbólicos y metafísicos para considerarlos nuestro patrimonio se conforma de esos remanentes históricos que configuran una cultura en un determinado momento.

Así, la ciencia y su aplicación constituye un medio para situarnos frente al espejo y reconocernos en él, a través de “los otros”, quienes no son sino un reflejo de nosotros mismos.

Salón de las Columnas, del sitio de Altavista en Chalchihuites. Foto Marco Santos. La Jornada.

1 Ma. Cristina Morales Viramontes (coordinadora): Antropóloga Social, Investigadora del Centro INAH Zacatecas. Juan Gualberto Elías Corrales García: Arquitecto, perito del Área de Monumen-tos Históricos, Centro INAH Zacatecas.2 Unidad Académica de Antropología, Universidad Autónoma de Zacatecas.3 Morales Viramontes, 2014, p. 94.4 Ibid., p. 95.

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1. En aquella revisitada obra —tanto por doctos como por obtusos— de Harold Bloom, El canon occidental, al checo Franz Kafka (1883-1924) se le ubica al lado de Freud, Proust, Joyce, Woolf, Neruda, Beckett, Borges y Pessoa como uno de los escritores más representati-vos de nuestro siglo.1

Poco que añadir a la aseve-ración.

Practicante de diferentes géneros, no se puede sin em-bargo —extendiéndonos con Bloom— especificar alguno donde la esencia del praguense se contenga. Aforismo, novela, relato, misiva…

Dónde te veo, mi querido Franz.

¿Será en la vida diaria, escenario por excelencia de la creación literaria de este siglo veinte cambalache?

Debe ser ahí. Con lo que mucho aventajaría ciertamente Kafka a los ocho nombrados (también grandes).

Será quizás la Woolf2 quien más le compita en fuerza de vida al autor de La metamor-fosis.

2. Dicen biógrafos y aca-démicos que fue Ruzenka, la pequeña y jorobada florista que su hermana Ottla capacitó como asistente familiar, quien hacia 1917 se lo ad-virtió: ¡herr doktor, usted no durará mucho tiempo!

Y no duró. Tenía entonces treinta y cuatro años. De modo que su vida se prolongó siete nomás. La batalla versus la tuberculosis fue ganada por ésta. Kafka terminó fulminado (altas temperaturas, imposibilidad de comer, insuficiencia respiratoria, bajísimo peso) inserto en una de las crisis econó-micas más severas de la historia y la región. Esca-samente recuperadas de la llamada Primera Guerra Mundial.

Su fin —individual, único, excepcional, seña-lado— preludio de las muertes de millones y millo-nes de personas como él, devorados por el odio de la serpiente.

—Hace unas tres semanas —le diría a Ottla— tuve una hemorragia pulmonar durante la noche. Me desperté intrigado porque tenía una gran can-tidad de saliva en la boca, la escupí, pero cuando encendí la luz, vi, extrañamente, una mancha de sangre.

3. Comenzaban entonces los últimos días del

portentoso escritor checo, ahora novelados en La grandeza de la vida, autoría de Michael Kumpfmü-ller y en traducción de Belén Santana. Escenas, previsiblemente y en exceso, hondamente huma-nas, acontecidas en lo que podría denominarse geográficamente el triángulo Müritz-Berlín-Viena y signadas por el acercamiento sentimental —pron-tamente el último, después de su gran amor Felice, después de su gran amor Milena—3 entre Kafka y la joven Dora Diamant (1898-1952).

4. Reconstruyendo detalladamente el día a día postrero, la novela pronto se llena de ecos y voces del mismo Kafka y el círculo de sus más cercanos. Exalta las sensibilidades de un hombre que, a las alturas de su doloroso mal, no deja de echarse en cara, “desde hace años y sin ningún resultado”, su falta de resolución.

Y nos regala el singular daguerrotipo de una mujer que, haciendo a un lado la interrogante “¿se puede creer en los besos?”, ha conocido a “un hombre que le da toda la libertad imaginable”.

La grandeza de la vida, lo sabemos desde su

inicio, es una novela de la apología de un destino (“si hace años no se me hubiera declarado la tuberculosis, tal vez me habría casado y ahora no estaría en Berlín contigo. Entonces, ¿te parece bien que tenga tuber-culosis o mejor no?”).

Pero novela también, donde sus tama-ños y virtudes crecen, que nos entrega los rompecabezas de vida de ese Kafka que cuando escribía se volvía “insopor-table” y de una hada buena, “casi como en los cuentos”. Vidas que habrían de anudarse.

Caminando “una época equivocada”, donde la bancarrota intelectual, las ca-rencias y el antisemitismo se multiplican, Kafka y Dora llegarán al sitio final, “con todo el dolor del corazón y un minúsculo atisbo de esperanza”, con la certeza de que “la salvación viene siempre de uno mismo”.4

5. El fin llega. Dora llora. “Ya no lo reconoce”. Llora otra vez “cuando cierran el ataúd y se lo llevan para siempre de su lado”.

Kafka volverá a su “maldita”, “odiada” Praga.5

Vidas como la de Kafka, de grandeza irrefutable, recuerdan aquella sentencia de Goethe, constantemente citada por el escritor mexicano José Revueltas: “Sólo es digno de la vida libre aquél que pasa sus días en lucha desigual”.

Michael Kumpfmüller, La grandeza de la vida, Tusquets, México, 2015, 268 pp.

* [email protected]

1 Cuál es nuestro siglo: ahora. El XX… el XXI. El propio Bloom duda de la existencia de uno nuevo y de la existencia de los libros en éste. De existirlo coloca a Kafka como nuestro Dante, y a Freud como nuestro Montaigne.

2 La británica que en 1941, abatida por el trastorno bipolar, diríamos ahora, se adentró en el río Ouse; escritora que nunca encontraría su habitación propia.

3 Palpitante la carta que le escribe a ésta; cómo no citarla: “Los besos por escrito no llegan a su destino, se los beben por el ca-mino los fantasmas. Con este abundante alimento se multiplican, en efecto, enormemente. La humanidad lo percibe y lucha por evi-tarlo; y para eliminar en lo posible lo fantasmal entre las personas y lograr una comunicación natural, que es la paz de las almas, ha inventado el ferrocarril, el automóvil, el aeroplano, pero ya no sirven, son evidentemente descubrimientos hechos en el momento del desastre. El bando opuesto es tanto más calmo y poderoso, después que el correo inventó el telégrafo, el teléfono, la telegrafía sin hilos. Los fantasmas no se morirán de hambre, y nosotros en cambio pereceremos”. A Kafka, por cierto, no le gustaba nada utilizar el teléfono. Qué diría de los celulares…

4 Escribe Kafka: “Lo indestructible es uno: está en cada ser hu-mano y al mismo tiempo es común a todos, de ahí la unión incom-parablemente indivisible que existe entre los seres humanos”.

5 Uno de sus aforismos dice: “Si estoy condenado, entonces no estoy solo condenado al fin, sino también condenado a defenderme hasta el fin”.

Kafka

Toda la libertadPor Mauricio Flores * Libros

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¿Cintareó Pancho Villa a don Guillermo López de Lara y a doña Beatricita González Ortega, tras la Batalla de Zacatecas de 1914?

Por José Enciso Contreras

Quiero referirme a una cuestión que llamó mi atención sobremanera al estudiar recientemente la Batalla de Zaca-tecas de 1914. Se trata del tratamiento que se ha dado a un hecho ocurrido el meritito día de San Juan de 1914 en esta Noble y Leal Ciudad. Como no es mi intención gri-llármelos sino solamente exponerles mi opinión, quiero confesarles de una vez por todas que durante muchos años he tenido serias dudas acerca de singulares y fan-tasiosas versiones de hechos históricos que, a fuerza de repetirse machaconamente, corremos el riesgo de conver-tirlos en verdades, tal como lo hemos hecho en muchos casos.

Como batalla de nombradía, la de 1914 generó, no bien concluida, toda una mitología urbana que se ha extendido como pesada nube gris sobre el siglo xx, y al-canza al presente. Quiero abordar, si me lo permiten, uno de los episodios más repetidos y sobados por la conseja popular en esta vieja barranca, contado y recontado, a grado tal que su imagen se ha convertido en un dibujo borroso e inexacto. Se trata de los supuestos cintarazos sonoramente acomodados al doctor Guillermo López de Lara y a la profesora Beatriz González Ortega por el mis-mísimo Centauro del Norte.

Insisto en que sobre el extremo dramatismo de los he-chos narrados por la conseja, mantuve siempre ciertas re-servas respecto de su veracidad, pero revisados los datos históricos me he convencido de que todo pudo haber sido cierto en el cruel escenario de la batalla y sus secuelas, pero deben hacerse algunas acotaciones con la intención de ir despejándolo y buscar alguna claridad.

Las condiciones de la coyuntura en aquel verano, con-cretamente en el día de la batalla y los inmediatos subse-cuentes, eran muy peliagudas; algunos oficiales y tropa del ejército vencido una vez derrotados permanecían en la ciudad, ocultándose donde podían ante la imposibilidad material de huir y la fuerte amenaza de morir a manos de los vencedores. Aterrorizados procuraban evadirse y esconderse. Aprovechaban las azoteas del Teatro Calde-rón, del mercado principal, de los templos, “y en todos los edificios altos se encontraban los soldados del asesino del presidente Madero”.

El doctor López de Lara, de rancia pero que muy rancia prosapia conservadora ultramontana de Zacate-cas, adoptó entonces la peligrosa costumbre de andar escondiendo rezagados combatientes del general Huerta. Recordaba ante quienes escribieron sus memorias que el día de la batalla, muchos soldados federales de diferentes graduaciones acudieron todos apanicados a su casa, mar-cada con el número 10 de la calle Merced Nueva, para so-licitar ropa, sombreros o cualquier cosa que sirviera para disfrazados salir corriendo de la ciudad. Allí se escondió justamente un médico militar de los pelones —apellidado Huacuja—, hasta que las cosas se hubieron calmado un poco y entonces salir huyendo como alma en pena, cosa que efectivamente hizo muy a tiempo y con el apoyo de nuestro galeno, desde luego. Otro rezagado huertista en-contró providencial asilo en aquella casona, se le conoció allí familiarmente como Felipillo, y una vez ocultos su rifle y uniforme, para despistar don Guillermo lo empleó como camillero en las labores sanitarias. Otro más fue un

tal Petlo, soldado raso que en realidad era un indígena de lengua náhuatl, a quien los federales habían hecho presa de la leva. Se llamaba en realidad Pedro, pero no hablaba bien el “castilla”.

El saldo de bajas y heridos en la refriega no era para menos. Gobierno y sociedad tuvieron que arreglárselas en la medida de sus posibilidades para enfrentar y paliar las consecuencias de la tragedia. Así lo asientan los mismos villistas cuando dicen que “Los hospitales improvisados estaban repletos, no había dónde meter heridos: el Palacio de Gobierno era hospital, también el teatro, la cárcel y más de diez casas y hoteles se convirtieron en hospitales”.

El doctor López de Lara recordaba que en aquellos rencuentros se había visto afectado severamente en su patrimonio, pero que eso no le impidió improvisar, con toda independencia del gobierno —y como otros ciuda-danos también lo hacían—, un hospital de sangre, que fue instalado en el edificio de la Escuela Normal, a la sazón a cargo de la señorita profesora Beatriz González Ortega. Uno y otra organizaron el establecimiento con ayuda de las jóvenes estudiantes del plantel y demás lugareños, con tan mala suerte que fue el propio Centauro quien visitó el lugar el día 24, para revisar la atención de sus heridos, yéndose más o menos satisfecho para tranquilidad del acojonado personal del hospital.

Pero mi general regresó a poco, ahora con el ceño muy fruncido. Realmente encabronado. Mala cosa. Al paso del tiempo podemos inferir que durante su breve

ausencia, algún acomedido informó a Pancho Villa sobre las inclinaciones de López de Lara para esconder y pro-teger huertistas, so pretexto de realizar obra de caridad. No puede explicarse el hecho de otra forma, porque no hay constancia de que Villa acudiera dos veces a otro de los varios hospitales de sangre de la ciudad, sino precisamente al de López de Lara, hecho que nos deja pensando…

Refiere el médico que al ser interrogado por el divi-sionario sobre la presencia de federales ocultos entre los heridos y exigiendo su entrega, la respuesta fue “aquí no hay federales ni revolucionarios. Hay heridos y no puedo entregar a nadie”. Sugiere que entonces el general encole-rizado lo mandó cintarear y que a doña Beatriz, sin consi-deraciones a su sexo y edad, le cayeron seis sablazos en la espalda, sin que ninguno de los azotados llegara a delatar a los federales. Lo que viene a ser más sorprendente y no deja de extrañarnos, es que los golpes no impidieron que la señorita Beatriz alcanzara todavía a subir una escalera para esconder las comprometedoras listas de heridos federales que allí se atendían ¡burlando toda la vigilancia que tenía sobre ella! Tras la persistente renuencia, la or-den de Villa era que los cintareados fueran conducidos al cementerio para ser ejecutados, mas la orden fue suspen-dida a tiempo por el propio general.

Por otra parte, desde la tienda de enfrente, la revolu-cionaria, también contamos con el testimonio recogido por Martín Luis Guzmán. Asevera que Villa recibió no-

Hist

oria

Beatriz González Ortega y Guillermo López de Lara

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76 de JULIO DE 2015

ticia de que en ese improvisado establecimiento, “monjas” y médicos, so pretexto de atender a los heridos, escondían varios jefes y oficiales federales, en lo cual los informantes no andaban tan errados; y si no que le preguntaran a Feli-pillo, Huajuca y a Petlo. Sabemos que ese mismo día Villa estaba definitivamente de mal genio, según lo confirman varios testigos. No podía uno ni acercarse al Centauro por temor a sus proverbiales arranques de ira, o sea que era un mal día para hacerlo renegar y seguramente Carranza tenía gran parte de la culpa. Valga decir, a propósito, que mi gene-ral había ordenado poco antes el fusilamiento de uno de sus hombres, el ex oficial federal de nombre Jesús o Luis Fuen-tes, por quien sentía gran aprecio, integrante de la escolta personal del Centauro; hombre de muchas prendas y valor pero de muy mala copa, que una vez en Zacatecas se dio a la celebración empinando el codo, y al punto pedo fue y mató a balazos a otro miembro de la escolta del jefe. Villa ordenó su inmediata ejecución para evitar se relajara la disciplina y combatir el hábito de la bebida entre la tropa. La última vo-luntad de Fuentes, después de llorar a moco tendido ante el pelotón de fusilamiento, resultó ser que fueran y le dijeran a Villa que era un jijo de la chingada.

Volviendo al hospital de Beatricita y don Guillermo, ante su renuencia Villa actuó con poco comedimiento, “Porque en la guerra los hospitales son para curar, no para esconder hombres enemigos mediante el hincapié de las heridas, como tampoco son para encubrir y favorecer los movimientos de los que combaten”. Pretendiendo cumplir el decreto del Primer Jefe, sobre ejecutar a los oficiales enemigos prisioneros, pero sobre todo por sentirse objeto de un engaño en tiem-pos de guerra, Pancho Villa, como ya dijimos se presentó nuevamente en el hospital.

Al cuestionar al doctor López de Lara, médicos, enferme-ros y “monjas”, negaron la presencia allí de los oficiales. “Lo cual me revolvió toda la cólera de mi cuerpo, pues era mucha confabulación la de tantas negativas”. Consideró el general registrar las camas pero se contuvo porque “sería muy grande crueldad para los enfermos que en verdad sufrían…”. Por lo que “estimando cómo allí sólo eran delincuentes los doctores, más las monjas, resolví aplicarles su castigo”. Reunió al personal sanitario y los requirió nuevamente por los federales escon-didos “para que su suerte corra por mi cuenta, según es ley en las batallas”, amenazando con fusilar a los interrogados.

Escribió don Luis Guzmán que eso decía el general, “no porque en verdad pensara cumplirles tan grave amenaza, mas-que la merecieran, sino para arrancarles la verdad, o para que el pavor de la muerte, haciéndolos sufrir, les fuera en expiación de su culpa”. López de Lara, hombre valiente para qué es más que la verdad, negó nuevamente a los oficiales federa-les, diciendo “que lo fusilara yo si me convenía”. Lo mismo dijeron el resto del personal, incluyendo monjas y enferme-

ras, muertos de miedo. “Prepárense todos para esta hora de su muerte”. Hasta aquí, el testimonio no menciona ningún cintarazo.

Llevados al paredón, una de las supuestas monjas, en-tre rezo y rezo “decía cómo era nieta de un famoso hombre militar nombrado González Ortega, y cómo eso la enseñaba a morir con valor…”, y que sólo interrumpía sus oraciones para echarle habladas a la persona del general. “…resultó bueno el hincapié de mandarlos al simulacro de su suplicio, pues poco después de salir aquella comitiva por las calles, no faltó quien se ofreciera a traerme los informes que yo necesitaba. O sea, que cuando mandé a Damián, mi chofer, con orden de que mi sentencia no se cumpliera, lo cual hice al ir los médicos, los en-fermeros y las monjas caminando fuera de Zacatecas, ya habían caído en mi poder los jefes y oficiales que antes indico”. Y los cintarazos siguen sin aparecer.

No tiene sentido interrogarnos acerca de si el general sería capaz de mandar fusilar a un grupo de civiles por una infidencia como la que venimos narrando. Alguna duda que-daría sobre cómo actuaría en caso de que las remisas fueran mujeres. En cierta ocasión fue inquirido al respecto por su propia secretaria en Chihuahua, a principios de 1914. “¿Sería usted capaz de mandar fusilar a una mujer, general? Si es mala, sí…”, respondió el Centauro.

** *

Como vemos, ambas versiones coinciden en la mayoría de los incidentes del episodio, excepto en la cuestión de los mentados cintarazos. Es extraño que la prensa de la época, hasta donde sé, no haya tratado en sus páginas aconteci-miento tan escandaloso, en un tiempo en que los periódicos y sus lectores querían ver sangre, y este tipo de notas vendía muy bien. Imagínense el sensacional encabezado: “¡Dos vie-jitos maltratados a machetazos por Villa en Zacatecas!”.

Hasta ahora sabíamos que la fuente del episodio de los cintarazos son las consejas y, desde luego, las memorias de don Guillermo. Asombrosamente nadie parece haber visto nunca las heridas de sus espaldas, que debieron haber sido bastante notorias a juzgar por lo que él mismo dice. Ahora también sabemos, por el libro Historias no contadas de la Toma de Zacatecas, que la propia Beatricita llegó a negar el hecho cuando se lo preguntaban años más tarde, por lo me-nos el que le hubieran tocado a ella los machetazos.

** *

Todo este enredijo parece todo un caso para la Araña. Los propios protagonistas, como ya vimos en el caso de

Beatricita, parecen enredar más las cosas. López de Lara, por ejemplo, nos confundía aun más cuando explicaba que los cintarazos no le dejaron huella ni causaron dolor alguno, debido a la siempre oportuna intervención del crucifijo que en toda ocasión llevaba colgando en el pe-cho. Dijo al respecto: “Dios sabe si fue un milagro, un di-vino favor o una simple providencial coincidencia. Lo cierto es que el arma hirió sólo la imagen amorosa del Cristo Salvador”. O sea que si alguien tiene alguna duda sobre la verdad de los hechos aludidos, pues que le pregunte a dios nuestro señor.

Las iniciales preguntas claves para contribuir a desen-redarlo fueron: ¿Realmente cintareó el general Villa a don Guillermo, a Beatricita o a ambos? ¿Alguna otra persona en nombre del Centauro, les arrimó la cintareada? ¿Qué es un cintarazo? Pongamos aquí que serían nuestras “líneas de investigación”, para que se oyera rimbombante, como si yo fuera el procurador.

Cuando uno se equivoca pues hay que corregir, señoras y señores, habiendo yo dudado en un inicio, resulta que el episodio parece ser cierto, por lo menos en parte. Ya hemos encontrado al responsable de los cintarazos y está confeso.

Se llamaba Juan B. Vargas, nativo de Canatlán, Durango. Había sido maderista y en 1913 se incorporó a la División del Norte, en la que se integró al famoso cuerpo de élite conocido como Los Dorados, y precisamente acompañó al enojado Centauro en su segunda visita al hospital de López de Lara y Beatricita. Ha declarado el señor Vargas que, ante la negativa de ambos para entregar a los oficiales huertistas, él mismo golpeó al doctor con un cinto. Nada dijo sobre golpear igual a la profesora. Vargas le dio sus fajillazos a López de Lara “por mi propia iniciativa, no por la del general Villa”. El testimonio del militar, quien murió siendo general de Brigada, lo escribió en un artículo intitulado “Villa en Zacatecas”, que a su vez fue consultado por Paco Ignacio Taibo II en su biografía del general Villa. De momento no he consultado directamente la fuente, pero confío en el autor.

La confesión debe valorarse. Refiere haber golpeado a López de Lara con un cinturón, y no con un sable, espada o hasta machete, según las versiones de la conseja. La Acade-mia de la Lengua hace válido el término cintarazo en ambos casos, tanto para el golpe con la parte plana de la espada, como en el caso de golpes de cinturón. El testimonio del ilustre canatlense, parece despejar mis dudas iniciales, pues en realidad parece que López de Lara recibió fajillazos y no machetazos.

Dicho todo lo cual, pues que cada quien forme aquí su opinión como buenamente pueda, porque luego así se hacen los chismes.

Historia

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LA GUALDRA NO. 2058Li

tera

tura

Si le dieran a elegir, estimado lector, entre la sabiduría y la inteligencia ¿cuál de las dos escogería? Cervan-tes me hizo reflexionar sobre esto en el la segunda parte de El Quijote, capítulo XLV cuando el gran Sancho Panza tomó posesión de su ínsula y del modo en que comenzó a gober-nar. Nuevamente la influencia de la literatura clásica griega es percepti-ble al inicio de la narración, cuando Cervantes pide a Apolo lo alumbre en la narración del gobierno de Sancho.

Sancho Panza comienza su go-bierno siguiendo al pie de la letra los consejos que don Quijote la proporcionó. Cuando le llaman don Sancho Panza, éste se ofende por la inclusión de don y advierte que “yo no tengo don, ni en todo mi linaje le ha habido: Sancho Panza me llaman a secas, y Sancho se llamó mi padre, y Sancho mi abuelo, y todos fueron Pan-zas, sin añadiduras”.

El gobernador Sancho no tarda en ejercer su papel resolviendo con-flictos, el primero entre un sastre y un labrador, y el segundo, entre una

mujer y un hombre vestido de ga-nadero rico. Este último caso es por demás interesante porque muestra la gran sabiduría que Sancho encierra a pesar de ser un ignorante que no sabe ni siquiera leer o que nunca ha

Sancho Panza un gran gobernadorPor Rebeca Mejía López

Fin de la esperaPor Roberto Galaviz

Te esperé algo de tiempono demasiado muchoni demasiado pocosin duda la esperafue suficiente

una espera no debe prolongarse más de lo justo(más de lo previamente convenido)

-más aúncuando es sólo unoel que espera,y hay uno otro que olvida-

cuando sucede así

la espera pierde sentidoes como un inútiltrámite burocráticoque termina en un archivo muerto

el interesado insistealgún tiempo hasta que el otro,con maestría absolutalo obliga a que desista

con la simpleza necesariadigo adiósconsciente de que ya sin la esperaen la que vivías ya no existes, ya no estásadiós.

“A quien pido un aplauso”Esa marejada llamada campaña electoral suele traer, como si fuera espejo, una antología de nuestros errores al hablar. No me refiero sólo a los can-didatos sino también a sus muchas veces ridículos conductores o presen-tadores en sus actos proselitistas.

Con mucha pena escuché a una profesora repetir la expresión “Nos acompaña en el presídium Fulano o Zutano de Tal… a quien pido un aplauso”.

Imaginen: “Nos acompaña el candidato, a quien pido un aplauso”. Como si fuera foca, el pobre candidato tenía que aplaudir frente a los demás.

“Nos acompaña también su esposa, a quien pido un aplauso”. Y ahí te va la señora, también a aplaudir solitaria.

La profesora desconoce la diferencia entre las preposi-ciones “a” y “para”. Lo co-rrecto es “Presento a Fulano, PARA quien pido un aplauso”.

Así el presentado queda como el aplaudido y no como el que aplaude.

* Lo invito a que envíe comen-tarios

y demás inquietudes a:[email protected]

El PicaportePor Simitrio Quezada

sido tan inteligente y culto como su amo.

La mujer exige justicia porque el ganadero la ha manoseado y abusado. Sancho calla y pide al hombre que cuente su versión de la historia, él ad-mite que estuvo con la mujer luego de

terminar sus labores, le pagó su servicio y ésta disgustada por la cantidad lo había con-ducido hasta el juzgado. A su vez, la mujer replica diciendo que eso es imposible y que, el hombre se aprovechó de su debilidad. Sancho, obliga al labrador a pagar a lo mujer el resto del dinero que exige. Así, la mujer se va satisfecha.

Luego, Sancho le dice que vaya detrás de la mujer y que intente quitarle el dinero. Ex-trañado, el labrador hace lo que se le pide. Así, la mujer regresa exigiendo justicia nue-vamente pues aquel hombre sinvergüenza ha querido quitarle su dinero pero ella con todas sus fuerzas se ha resistido. “¡Antes me dejara yo quitar la vida que me quitaran la bolsa!”. El labrador explica que así sucedió y que le fue imposible tocarla siquiera.

Sancho le pide a la mujer que le mues-tre su bolsa, la cual está llena de dinero y le dice: “Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aún la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran nada”. Le pide que se vaya, no sin antes devolver el dinero al labrador so pena de recibir azotes.

Así, el hombre le terminó dando las gra-cias y los circunstantes quedaron admirados de nuevo de los juicios y sentencias de su sabio gobernador.

* Comentarios y sugerencias:Twitter: @RbkMej

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El agobio del consumismo, la animalidad e individualidad del mercado del trabajo y el éxito del sistema de mutua vigilancia entre los propios trabajadores de una misma empresa. El heroísmo del obrero en lucha y la retirada confesada para “conservar la salud mental” del obrero agotado. Todos éstos son los asuntos narrados “a ras de piso” en la película La loi du marché.

La cinta está dirigida por Stéphane Brizé y estelarizada por Vincent Lin-don quien, por su actuación, obtuvo la Palma de Oro en la edición 2015 del Festival de Cannes, primer premio que recibe en sus 35 años de carrera actoral: “Siempre he hecho filmes que cuenten histo-rias de gente común con quienes yo y ustedes se identifiquen”.

Es, pues, la historia de un obrero en paro tras hacer sido licenciado de su em-presa por recorte presupuestal, aunque irónicamente los patrones seguían conser-vando su mismo salario. Luego nos muestra su travesía por las oficinas del empleo fran-cés, la burocracia, los cursos de especializa-ción y reconversión a un nuevo oficio, y los cursos de asesoría para la performatividad

del currículum profesional y las entrevistas de trabajo.

Sin embargo, no se trata de una historia más de heroísmo proletario, sino de la im-potencia de tener que someter la cabeza a las necesidades de vida cotidiana. Aunque, sin vender la dignidad del trabajador y su sentido de conciencia de clase, últimos re-ductos de resistencia contra la patronal.

La columnista del periódico francés Liberación Corine Pelluchon comentó: “La fuerza y la originalidad de este filme, más allá de sus cualidades estéticas, consiste en mostrar el impacto de la organización del

trabajo sobre la subjetividad y sobre nuestras relaciones con los otros. Estamos en presencia de un sistema que podemos, a falta de otro término más adecuado, llamar ‘capitalismo’, a condición de agregar que éste no se carac-teriza exclusivamente por el hecho de que la ganancia o la ley del mercado reinan en tanto que grandes señores, sino por la existencia de dispositivos que fabrican la reificación, es decir que los individuos desarrollan la tendencia a manifestar sus deseos y sus objetivos según el modelo de las cosas manipulables”.1

La reificación de cosas manipulables se refiere tanto a la manipulación de tus actitu-

des y sensaciones corpóreas que deben someterse a los gustos de los patrones, como a los objetos-humanos que construyen un juego de des-confianza y vigilancia para agradar a los mismos gran-des señores dadores de em-pleo. Un juego que termina desgastando a las personas, orillándolas, en ciertos casos, al suicidio y a la depresión.

Lindon lleva al espec-tador en un paseo de la

cotidianidad del desempleado cincuentón, con esposa e hijo minusválido, y reconvertido de especialista de máqui-nas a vigilante de un gran supermercado. Secuencias de esta última etapa filmadas a través de las propias cámaras de seguridad inquisidoras de la privacidad y torretas de observación del sistema.

1 Corine Pelluchon, “ ‘La loi du marché’ ou comment échapper à la réification? ”, Libération, 23 mayo 2015. http://liberationdephilo.blogs.liberation.fr/2015/05/23/la-loi-du-marche-de-stephane-brize/

Desayuno en Tiffany’s, mon kuLa Ley del MercadoPor Carlos Belmonte Grey

Cine

Es muy natural ver cómo algunas palabras que pertenecieron en otra época al argot de las drogas se han convertido en palabras de uso cotidiano. La más evidente sin dudad es la expresión “Qué onda”, usada en los años sesenta y setenta por los grupos hippies para expresar el estado de avión en que se encontraba el colocado, ya fuera con una buena maría o con una chafa alfalfa, o de perdiz con un poco de guarumo. Así que no nos extrañe el asunto de la letra en la música popular como en el caso de los nar-cocorridos: “salen los carros blindados con rumbo desconocido, por supuesto bien armados con cuernos y mp5, al rato hay encobijados a la orilla de un camino”, que no nos extrañe cuando nuestros padres o abuelos ya escuchaban cosas como Just a little pinprick: “There´ll be no more aaaaaaaaah! But you may feel a little sick. Can you stand up? I do believe it´s working, good. That´ll keep you going through the show. Come on it´s time to go”. La diferencia es obvia, en la primera se habla sobre los productores y los distribuidores y en la segunda de quién consume.

Las drogas han acompañado al ser humano desde sus orígenes al punto que algún arqueólogo podría señalar que el descubri-miento de lo divino está íntimamente ligado al descubrimiento de sustancias sicotrópicas. El problema se genera, como pasó con el alcohol en la época de los 20 en Norteamérica, en el falso juego

de la prohibición, pues en él se manejan cantidades exorbitantes de dinero que no tienen que declarar impuestos y que sirven para formar pequeños ejércitos, financiar campañas políticas y com-prar todo lo que se venga en gana, es decir, para todo aquello que se saborea la clase en el poder.

Mientras que en el mundo del consumo se generan otro tipo de situaciones, tales como vidas destruidas por la adicción (y el alto costo del enervante más que nada); obras artísticas que trascienden en el tiempo como el famoso Club de los Cora-zones Solitarios del Sargento Pimienta, e inspiraron a bandas como The Rolling Stones, Pink Floyd, Sex Pistols, Led Zeppelin, entre muchísimas otras; o pe-lículas como Pineapple express, Cheech and Chong’s, Trainspot-ting, Requiem por un sueño o la excelente serie Breaking bad.

En la literatura podemos ha-blar del poeta romántico Samuel

Taylor y su relación con el opio; Thomas de Quincey con su amor por el láudano; Baudelaire apasionado por el hachís; Robert Louise Stevenson y Conan Doyle entusiasmados por la cocaína; Aldous Huxley extasiado por las revelaciones de la mezcalina; Jack Kerouac y su gusto por la bencedrina; William Burroughs y sus sueños en el éter de la heroína; Philip K. Dick y su alucinante mundo del speed; y Stephen King con su horror hacia la cocaína y las metanfetaminas. Sin olvidar las aventuras de Ataúd Johnson y el sepulturero Jones y su argot afroamericano de Chester Himes.

Y ya para no alejarme del título de este texto, les dejo unas expresioncitas: bajón, bazuco, anfetas, camello, camisa, canela fina, canuto, colocado, chiva, churro, díler, primo, esnifar, gallo, grifa, línea, mota, piedra, pavo, perico, mula, rayas, do you wanna get high, junky, pelirroja, verde limón, take it easy mademoiselle, cámaras, cómo ahí qué, móchese, trócese, saque, pónchese, pica dientes, personal, chido, aaaaah sí es mota, entre otras.

El argot del humoPor Carlos Flores

Literatura

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LA GUALDRA NO. 20510

MIÉRCOLES 8, 15, 22

y 29

18:00 horas

Todos al Centro

Histórico

Miércoles de Danzón

Mercado J. Jesús

González Ortega

Coordina: Casa

Municipal de

Cultura de Zacatecas

JUEVES 9 y 16

19:00 horas

Tradicional Concierto

Banda Sinfónica del

Estado de Zacatecas

Dir. Salvador García

Plazuela Goitia

VIERNES 10 y 17

18:00 horas

Concierto

Orquesta Típica

de Zacatecas

Plazuela Goitia

Coordina: Casa

Municipal de

Cultura de Zacatecas

DOMINGO 12

13:00 horas

Tradicional Concierto

Orquesta Típica

de Zacatecas

Casa Municipal

de Cultura

de Zacatecas

Entrada libre

Coordina: Casa

Municipal de

Cultura de Zacatecas

MIÉRCOLES 8

19:00 horas

Bellas Artes a todas

partes

Presenta:

“¡Leo… luego existo!”

Programa de lectura en

voz alta

con Viola Trigo

Leyendo textos de

Nelly Campobello

Patio Central del

Museo Zacatecano

Entrada libre

JUEVES 9

19:00 horas

Poesía y Música

Impronta Cultural

José Martín de

Santiago

Moreno, poeta

Edgar López

Hernández, guitarra

Ana Celia de

Valenzuela

“La Paloma Blanca”,

canto

Café Casa de Moneda

Centro Cultural

Ciudadela del Arte

VIERNES 10

20:00 horas

Teatro

Ivanov de Anton

Chéjov

Dirección: Rodolfo

Obregón

Teatro Fernando

Calderón

Entrada libre

SÁBADO 11

19:00 horas

Sábados en la Cultura

Jazz

Ziguyha

Euterpe

Escalinatas del An-

tiguo Templo de San

Agustín

y Plazuela Miguel Auza

Coordina: Instituto

Zacatecano de Cultura

“Ramón López

Velarde”

Y Casa Municipal de

Cultura de Zacatecas

DOMINGO 12

¡Vive la Ciudad! Foro

Infantil

17:00 horas

Música para chavitos

Yucatán a Gogo–D. F.

Plazuela Goitia

JUEVES 16

18:00 horas

Teatro

Cuando tu no estas

Grupo Tablas Nuevas

Café “Casa de Mo-

neda”

Centro Cultural

Ciudadela del Arte

JUEVES 16

19:00 horas

Inauguración de la

exposición

Nueva Figuración

Colectiva Cassandra

de Santiago,

Diego Narváez,

Benjamín Valdés y

Mónica Zamudio

Curaduría: Lelia

Driben

Antiguo Templo de

San Agustín

Permanencia: 31

de agosto

VIERNES 17

19:30 horas

Celebrando el 3er.

Aniversario

DE INDIE-C

¡Vive la Ciudad!

Terrorismo

Tropical-Zacatecas

La Internacional So-

nora Balkanera–D.F.

Plazuela Miguel Auza

VIERNES 17

20:00 horas

Inauguración de

las exposiciones

Un impulso creativo

de Fernando García

Ponce

Sala de Exposiciones

Temporales I

Venas de Acero

de Águeda Lozano

Sala de Exposiciones

Temporales II 

Permanencia: 30

de agosto de 2015

SÁBADO1 8

19:00 horas

Sábados en la Cultura

Música

Escalinatas del Anti-

guo Templo de

San Agustín y Plazuela

Miguel Auza

Coordina: Instituto

Zacatecano de

Cultura “Ramón López

Velarde”

Y Casa Municipal de

Cultura

de Zacatecas

SÁBADO 25

19:00 horas

Sábados en la Cultura

Música

Escalinatas del An-

tiguo Templo de San

Agustín

y Plazuela Miguel Auza

Coordina: Instituto

Zacatecano de

Cultura “Ramón López

Velarde”

y Casa Municipal de

Cultura

de Zacatecas

MUNICIPIOS

JEREZ

MIÉRCOLES 8

12:00 horas

Bellas Artes a todas

partes

Presenta:

“¡Leo… luego existo!”

Programa de lectura en

voz alta

con Viola Trigo

Leyendo textos de

Nelly Campobello

Teatro Hinojosa

Entrada libre

TEOCATIC,

TLALTENANGO

DOMINGO 26

19:00 horas

Teatro familiar

Los Sueños de Dany

Grupo Tras

Bambalinas

Plaza Principal

20:00 horas

Canciones y corridos

del terruño

Estampa Norteña

Plaza Principal

TALLERES, CURSOS

Y SEMINARIOS

CENTRO CULTURAL

CIUDADELA DEL

ARTE

Talleres de Verano

Niños de 4 años 6

meses a 13 años

Del 20 de julio al 7

de agosto

De lunes a viernes

De 10:00 a 14:00 horas

Cuota de

recuperación$ $400.00

Mayores informes:

Subdirección de

Enseñanza e

Investigación del I.Z.C.

Tel: 922 21 84 Ext. 122

Diplomado 2015

Literatura Clásica

Española

Serie: Las Raíces de

Nuestra Cultura

II Seminario: Barroco

Del 21 de septiembre

al 14 diciembre

Mayores informes:

Subdirección de

Enseñanza e

Investigación del I.Z.C.

Tel: 922 21 84 Ext. 117

MUSEOS Y

GALERÍAS

MUSEO FRANCISCO

GOITIA

Viaje a Ninguna Parte

De Nino Magaña

Permanencia:

septiembre 2015

FOTOTECA DEL

ESTADO PEDRO

VALTIERRA

Mónada e Infinito

De Gale Lynn y Arturo

Rosales

Permanencia: 12 de

julio

Eliezer Name Zapata.

35 años de luz y

sombras

Permanencia: 26 de

agosto

CENTRO

CULTURAL

CIUDADELA

DEL ARTE

El Carretón del

Desierto

Obra de Jaime Hevia y

Kasia Sek

Sala de la Bóveda II

Permanencia: 12 de

agosto

AGENDA CULTURAL JULIO 2015PROGRAMACIÓN GENERAL

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6 de JULIO DE 2015 11

Mauricio Magdaleno, para intrusosXV. El exilio español y Max AubPor Conrado J. Arranz*

Por la República española, por la democracia y la voz de los pueblos de México y España.También para Gloria Ramírez, que estudia a Max Aub con tanta minuciosidad, rigurosidad y pasión.

Literatura

Recuerdo en una ocasión a Rosario Magdaleno, la hija del escritor zaca-tecano, mostrándome una fotografía familiar en blanco y negro, en la que un hombre con traje oscuro se tapaba la cabeza con una bolsa de papel a la que había hecho dos orificios. ¿Quién es él?, pregunté. “Pues Max Aub, porque mira, ahí está Elenita”. Cómo no, el irónico y camaleónico Max Aub, apareciendo y desapareciendo a la vez de una foto-grafía. “Éramos muy cercanos a los Aub”, me dice Rosario con cierta melancolía porque las familias no han continuado el contacto después del deceso de am-bos autores.

Magdaleno ya había conocido a Max Aub en su viaje a Madrid, en el periodo 1933-1934 y, junto a Ramón J. Sender, habían trabado una cercana amistad, en torno al teatro. Debemos recordar que Magdaleno era fundamentalmente un dramaturgo en aquellos años, aunque también había escrito ya algún cuento y novela. Tras la Guerra Civil, Mauricio Magdaleno, que escribía periódica-mente en el conservador El Universal, prefirió el periódico Futuro para mos-trar su postura de apoyo al lado repu-blicano, en “Frente al crimen”:

Aúllan las fuerzas oscuras del mal porque la causa de la honra ha sido abatida en España. Y no, no ha sido abatida aún y quizás no lo sea

jamás, pese a la monstruosa má-quina de guerra acumulada contra el pueblo más heroico del planeta por Italia y Alemania, a la infame com-plicidad de Inglaterra, a la criminal actitud de Francia, a la brama histé-rica del clericalismo internacional, al hervor de lodo de la baba obscena de la prensa de los mercaderes de la tierra.

El artículo venía acompañado de una viñeta en la que se podía apreciar una representación de Franco en una marioneta, que tenía, entre otras co-sas, un sombrero francés. Tres meses después, anunciada ya la victoria de las tropas franquistas y aclarada su postura ideológica, Magdaleno escribió, ahora sí en El Universal, un artículo en el que condenaba a los que criticaban la lle-gada de exiliados españoles a México, frente a las decisiones tomadas por el presidente Lázaro Cárdenas y, sobre todo, a la actitud de Alfonso Reyes.

La relación entre Magdaleno y Max Aub fue fructífera especialmente en el cine. Mauricio Magdaleno escribió hasta siete bocetos de guiones con su amigo Max Aub (que se encuentran inéditos en la Fundación del escritor español): Acuérdate de vivir (1950), Picante y sabrosa (1950), Pa los toros del jaral (1951), La luna de los pobres (1951), Desalmada (1954), Aves de tempestad (1955), que narra una his-toria de amor en un pueblo de Zacate-

cas, y Tal como eres (s/f). Trabajaron juntos también en la adaptación del argumento de numerosas películas: Pata de palo (1950), cuyo guión ade-más fue elaborado por ambos, Entre tu amor y el cielo (1950), Historia de un corazón (1950), Cárcel de mujeres (1951), La segunda mujer (1952), y Ley fuga (1952).

También hubo un reconocimiento mutuo de sus labores literarias. En Guía de narradores de la Revolución Mexicana (1969), Max Aub valoraría la obra El resplandor de Magdaleno:

El estilo de Mauricio Magdaleno se di-ferencia del de sus antecesores entron-cándose con los de otros escritores latinoamericanos, en su barroquismo -Rivera, Gallegos, Arguedas, Barrios, etc. El periodo vuelve a ser más largo, las descripciones más amplias, menos concisas, los detalles más señalados, sin perder lo ganado por Azuela en cuanto a lo exacto y popular del diá-logo. Magdaleno merece más de lo que en general se le otorga.

En el archivo de Max Aub encon-tramos también un artículo, presunta-mente publicado en el periódico La Re-pública -según anota a mano el propio autor- intitulado “De varias clases de novelas, y Mauricio Magdaleno”, donde examinó con cierta amplitud la novela La Tierra Grande. Sobre Magdaleno terminaba afirmando que: “Y Mauricio

Magdaleno -que no tiene todavía el renombre que merece- ha de ser fuente inapreciable para la comprensión futura de México”. En su libro Ensayos mexica-nos (1974), no tuvo reparo en afirmar de él:

Su posición hondamente pesimista acerca del hombre le llevó a dedicarse a otras ocupaciones, aunque, en el fondo, la literatura tampoco lo dejara de la mano. Esa dualidad es signifi-cativa y puede explicar que su paso por la novela, el cine, el teatro, fuera siempre precursor.

Por su parte, Mauricio Magdaleno dedicó El ardiente verano (1954) a Max Aub, aspecto destacable porque ese año el escritor español exiliado en México vivió una situación delicada en su país de adopción. Max Aub había criticado en mayo de ese mismo año al imperia-lismo norteamericano y había mostrado su desesperanza ante los derroteros que tomaba la política internacional, en relación con la guerra fría y con la persecución de comunistas por parte de Mc Carthy; antes también se había mostrado beligerante con el presidente Eisenhower por la ejecución de los Rosenberg, motivo por el cual el diario Excélsior del 6 de junio de 1953 llegó a denunciarlo como agente de Moscú, hecho ante el que Max Aub reaccionó escribiendo una carta al Presidente de México, Adolfo Ruiz Cortines, dándole nombres de escritores e intelectuales que podrían dar referencias sobre su fi-liación democrática, escritores entre los que, por supuesto, se encontraba Mauri-cio Magdaleno.

*(Madrid, 1979). Escritor, crítico, e investi-gador de proyecto en El Colegio de México.

Doctor en literatura española e hispanoame-ricana por la UNED, con una tesis sobre el

universo literario de Mauricio Magdaleno. Sus intereses de investigación son la literatura es-pañola e hispanoamericana de los siglos XIX

y XX, prestando una especial atención a la narrativa mexicana y a la literatura del exilio español. Junto a Andrés del Arenal ha coor-

dinado la colección de ensayos El muerto era yo. Aproximaciones a Juan Rulfo (Calygramma

/ EstoNoEsBerlín, 2013) y ha realizado la edición, el estudio preliminar y las notas de la

novela El resplandor, de Mauricio Magdaleno (Clásicos hispanoamericanos, 2013). Actual-

mente reside en México, DF.

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El Maruchan, el Kool Aid y el Choko Choko se conocen desde la guardería. Los tres asistieron al jardín de niños Gotita de miel. Juntos cursaron los seis años en la escuela primaria Elba Esther Gordillo. Siempre juntos se matricularon y cur-saron con bastante fatiga la secundaria y preparatoria. Uta, qué güeva. Perdieron toda su infancia, adolescencia y juventud con el Nintendo. Trío de cabrones. A los cua-renta todavía quie-ren todo… rapidito… y de buen modo. ¡A güi güi! Les exigen a sus madres que les preparen los alimentos como lo hace en la tele el chef Oropeza. Cero frijoles refritos, huevo revuelto con salchicha ¡No, no, ma! ¿Por qué te empeñas en que desayune como burócrata?, ¡Corn flakes con rebanadas de plátano, licuados de fresa con una yema! ¡Ma, sólo los profes desayunan esa cosa asquerosa! Sopita de fideos y calabacitas con queso panela, guácala, tacos dorados de papa y frijoles, chicharrón prensado en salsa verde con pa-pas. ¡Qué asco! ¡Dije c-e-r-o! Se saben de memoria y de corridito todos los nombres de los jugadores de futbol de primera división. Pero ignoran por completo a los protagonistas de la Independencia de México, hacen las cuentas con los dedos, jamás han leído un libro, ni siquiera el libro vaquero, un periódico… ¡Uta, son muchas, muchísimas letras negras, qué güeva! No tienen amigos a pesar de que todo mundo en el pueblo los conoce. Hace mucho tiempo que dejaron de soñar. No tienen ni idea

de lo que es el sentido común y la solidaridad (¿qué… qué?). Jamás toman en cuenta a los demás, a sus hermanos, a sus papás, a los vecinos. A ninguno de los tres se le conoce novia o amiga. ¿Moti-vos? No tienen dinero para invitarles un helado, una nieve, ¿al cine? Ni pensarlo siquiera. Los tres les piden a sus jefitos diez baros para el chesco, para el Carlos V. Son de risa fácil y simplona. Siempre están amenazando a sus padres: ¡Pero óiganlo bien, nunca, nunca voy a volver a lavar los trastes… ya les dije! Sinsilicos, todo les causa risa. No tienen idea de qué diablos hacer en la vida. Duermen con la luz prendida. Comen cinco o seis veces al día. No sienten cariño o afecto por sus padres… No, no, qué oso. ¡Qué mega oso!

12 LA GUALDRA NO. 205 / 6 DE JULIO 2015

El Maruchan, el Kool Aid y el Choko Choko

Para Juan Pérez

Por Alberto Huerta

Valle de México desde el molino del Rey. 1900. Óleo/tela. 70 x 97 cm. Museo Nacional de Arte, INBA. El pintor José María Velasco nació un 6 de julio como hoy, pero de 1840 en Temascalcingo, Estado de México. Así lo recordamos en La Gualdra.

No sé por qué pero siempre se me secan las ma-cetas. Bueno no las macetas, las plantas, aunque a veces sí también ellas. Las compro en el mercado de abastos: verdes, frondosas, llenas de flores multicolores. En casa les busco el mejor acomodo; si son de luz cerca de la ventana, si son de sombra atrás de la escalera. Las riego una vez por semana, no más para que no se pudran, no menos para

que no se sequen, pero se me secan. Les quito las basuras, las podo, les limpio las basuras que se les van secando con el sol, con el viento o con el corto paso del tiempo, que no es mucho porque como ya lo dije al principio: siempre se me secan. Y no lo digo como un reproche, tampoco con ex-presión de tristeza. No es que me duela el codo, porque sigo comprando y comprando macetas. Se

me secan después de dar los primeros brotes. Las flores se empiezan a caer, las hojas se queman, y por más agua que les echo no logro que la tierra se humedezca. Terminan siendo arrastradas por el viento: hojas, flores, tierra, hasta el mismo barro de que están hechas se dispersa. Se me secan las macetas, como un reflejo, quizás, de mis ilusiones, a las que siempre les pasa lo mismo.

MacetasPor Pilar Alba

Río d

e Pal

abra

s