La Guerra de Los Espiritus 1 - Los Caballeros de Neraka

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Primer libro de la saga de la guerra de los espiritus

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DragonLance:

DragonLance:LOS CABALLEROS DE NERAKA(La Guerra de los Espritus, vol.1)M.Weis & T.Hickman

2000, Dragons of a Fallen SunTraduccin: Mira Lpez

CNTICO DE MINA

Llega inevitable el fin de la jornada. La flor en sus ptalos se encierra. Es la hora en que la luz mengua. La hora en que el da cae inerte.

Envuelve la noche en su negro manto las estrellas, los astros recin hallados, tan distantes de este mundo limitado de tristeza, temor y muerte.

Durmete, amor, que todo duerme. Cae en brazos de la oscuridad silente. Velar tu alma la noche vigilante. Durmete, amor, que todo duerme.

La creciente negrura nuestras almas toma, y entre sus fros pliegues nos arropa con la ms profunda nada de la Seorade cuyas manos nuestro destino pende.

Soad, guerreros, con la celeste negrura. Sentid de la noche consorte la dulzura, la redencin que en su amor procura a los que en su seno abrigados tiene.

Durmete, amor, que todo duerme. Cae en brazos de la oscuridad silente. Velar tu alma la noche vigilante. Durmete, amor, que todo duerme.

A su potestad rendidos, cerramos los ojos, y sometidos, pues sabe lo dbiles que somos, le entregamos nuestras mentes en reposo, confiados en su nimo clemente.

El potente clamor del silencio colma el celo, ms all del mortal entendimiento. Nuestras almas emprenden hacia all el vuelo, donde la desdicha y el temor estn ausentes.

Durmete, amor, que todo duerme. Cae en brazos de la oscuridad silente. Velar tu alma la noche vigilante. Durmete, amor, que todo duerme.

_____ 1 _____El canto de los muertos

Los enanos llamaban al valle Gamashinoch, o Canto de Muerte. Ningn ser vivo lo pisaba por propia voluntad, y quienes entraban en l lo hacan empujados por la desesperacin, por una necesidad extrema o, en el caso de los que se encaminaban hacia all ahora, porque se lo haba ordenado su oficial.Haca varias horas que oan el canto, a medida que se acercaban ms y ms a la desolada zona. Era un cntico espeluznante, terrible. La letra, que no llegaba a entenderse con claridad en ningn momento, indescifrable al menos para los odos, hablaba de muerte y cosas an peores: de estar atrapado, de amarga frustracin, de eterno tormento. El cntico era un lamento, la evocacin nostlgica de un lugar que el alma recordaba, el refugio de paz y dicha ahora inalcanzable.Cuando se percibi por primera vez la doliente salmodia, los caballeros haban frenado sus monturas al tiempo que llevaban las manos a las espadas, escudriaban en derredor con inquietud e inquiran en voz alta Quin va? o Quin anda ah?.Pero no haba nadie. Nadie que se contara entre los vivos. Los caballeros volvieron los ojos hacia su oficial, el cual se haba levantado sobre los estribos e inspeccionaba los riscos que se erguan imponentes sobre ellos a derecha e izquierda.--No es nada --manifest al cabo--. Slo el viento entre las rocas. En marcha.Azuz a su caballo calzada adelante; sta se extenda, sinuosa, entre las montaas conocidas como cordillera de la Muerte. Los hombres a su mando lo siguieron en fila india, ya que el paso era demasiado estrecho para que la patrulla avanzara en columna de fondo.--No es la primera vez que oigo el viento, milord, y jams me son como una voz humana --dijo un caballero en tono desabrido--. Deberamos reconsiderar la idea de seguir adelante.--Tonteras! --El jefe de garra Ernst Magit se gir en la silla para asestar una mirada furibunda a su explorador y asistente, que caminaba detrs de l--. Paparruchas supersticiosas! Claro que vosotros, los minotauros, tenis fama de estar aferrados a creencias y costumbres anticuadas. Ya va siendo hora de que entris en la era moderna. Los dioses se marcharon y, en mi opinin, en buena hora. Nosotros, los humanos, gobernamos el mundo.Una nica voz, la de una mujer, haba entonado primero el Canto de los Muertos, pero en ese momento se le uni un aterrador coro de hombres, mujeres y nios alzndose en una salmodia de desesperacin, quebranto y desventura cuyos ecos repitieron las montaas.El lgubre sonido provoc que varios caballos se plantaran, rehusando avanzar, y, a decir verdad, sus jinetes no pusieron el menor empeo en azuzarlos.El corcel de Magit se encabrit, y el oficial le clav las espuelas en los flancos, causndole profundos puntazos por los que man sangre; el animal avanz de mala gana, gacha la cabeza y agitando las orejas. El jefe de garra recorri casi un kilmetro antes de caer en la cuenta de que no oa el trapaleo de otros cascos. Mir hacia atrs y vio que marchaba solo, que ninguno de sus hombres lo segua.Furioso, Magit volvi grupas y regres al galope hasta donde se encontraba la patrulla. Al llegar se encontr con que la mitad de los jinetes haba desmontado y la otra mitad mostraba un aire de gran inquietud sobre las bestias plantadas en el camino, temblorosas.--Los condenados animales tienen ms cerebro que sus amos --coment el minotauro, que iba a pie. Pocos caballos permitiran que uno de su raza se subiera a su lomo y menos an tendran la fuerza y el volumen suficientes para cargar con uno de los gigantescos hombres-toro. Galdar meda dos metros diez, contando los cuernos; mantena el paso de la patrulla corriendo gilmente junto al estribo de su oficial.Magit, con las manos apoyadas en la perilla de la silla, miraba de hito en hito a sus subordinados. Era un hombre alto, delgado en exceso, del tipo cuyos huesos parecen estar ensartados con alambre de acero, ya que era mucho ms fuerte de lo que aparentaba. Sus ojos, de un color azul desvado, eran inexpresivos, sin inteligencia ni profundidad. Destacaba por su crueldad, su inflexible --algunos diran irracional-- disciplina y su absoluta y total devocin a una nica causa: Ernst Magit.--Montaris en vuestros caballos y cabalgaris detrs de m o dar parte de todos y cada uno de vosotros al comandante de grupo --dijo framente el jefe de garra--. Os acusar de cobarda, traicin a la Visin y amotinamiento. Como sabis, cada uno de esos cargos est penado con la muerte.--Puede hacer eso? --susurr un caballero novato, que sala en su primera misin.--Puede --respondi un veterano en tono grave--. Y lo har. Los caballeros volvieron a montar y azuzaron a sus caballos con las espuelas; se vieron obligados a desviarse para pasar a Galdar, ya que sigui plantado en medio del camino.--Rehusas obedecer mi orden, minotauro? --demand, furioso, Magit--. Pinsalo bien antes de hacerlo. Sers el protegido del Rector de la Calavera, pero dudo que ni siquiera l pudiera salvarte si te denuncio ante el consejo de cobarda y de romper el juramento. --Se inclin sobre el cuello del caballo y aadi con fingida discrecin--. Adems, por lo que tengo entendido, Galdar, tu seor quiz no mostrase demasiado inters en seguir protegiendo a alguien como t, un minotauro manco. Un minotauro a quien los de su propia raza juzgan digno de lstima o de desprecio. Un minotauro que ha quedado rebajado a explorador. Y todos sabemos que te asignaron a ese puesto slo porque tenan que ponerte en algn sitio, si bien o la sugerencia de que te echaran para que fueras a pastar con los dems animales bovinos.Galdar apret el puo, el que le quedaba, y se clav las afiladas uas en la palma. Saba de sobra que Magit lo estaba hostigando para provocar una lucha en un sitio donde habra pocos testigos, donde Magit podra matar al minotauro lisiado para despus, a su regreso, proclamar que la liza haba sido limpia y gloriosa. Galdar no senta demasiado apego a la vida desde que haba perdido el brazo con el que manejaba la espada, hecho que lo haba transformado de un temible guerrero en un tesonero explorador. Pero as se condenara si mora a manos de Ernst Magit; no pensaba darle esa satisfaccin al oficial.El minotauro se abri paso empujando con el hombro al jefe de garra, que lo mir con una mueca desdeosa en sus finos labios.La patrulla continu hacia su punto de destino confiando en llegar cuando an brillara el sol, si es que poda decirse tal cosa de aquella luz griscea que no calentaba. El canto gemebundo de ultratumba segua sonando. Uno de los nuevos reclutas cabalgaba con las mejillas hmedas por las lgrimas. Los veteranos lo hacan encorvados, metida la cabeza entre los hombros, como si as pudiesen taparse los odos para no orlo. Pero aunque se los hubiesen taponado con estopa, aunque se hubiesen roto los tmpanos, habran seguido oyendo la terrible salmodia, porque el Canto de los Muertos sonaba en el corazn.La patrulla entr en el valle que se llamaba Neraka. En tiempos remotos, la diosa Takhisis, Reina de la Oscuridad, coloc en el extremo meridional del valle una piedra fundamental, la Piedra Angular, rescatada de un templo maldito, el Gran Templo del Prncipe de los Sacerdotes de Istar. La piedra fundamental empez a crecer, recurriendo a la maldad del mundo para alimentarse con su energa. La piedra se convirti en un santuario vasto y horrendo, un templo de magnfica y espantosa oscuridad.Takhisis planeaba utilizarlo para regresar al mundo, del que haba sido expulsada por Huma Dragonbane, pero se interpuso en su camino el amor y el sacrificio, cerrndole el paso. Aun as, su poder era grande y desat una guerra en el mundo que casi lo destruy. Sus perversos comandantes, como una manada de perros salvajes, empezaron a luchar entre ellos. Surgi un grupo de hroes, quienes, al buscar en sus corazones, hallaron la fuerza para desafiarla, derrotarla y expulsarla.Su templo en Neraka fue destruido; ella misma, en la furia desatada por su cada, lo hizo volar en pedazos.Al explotar las paredes del santuario, enormes bloques de piedra negra cayeron desde el cielo en aquel terrible da y aplastaron la maldita ciudad de Neraka. El fuego purificador de los incendios destruy edificios, mercados, prisiones de esclavos y sus numerosos cuarteles, llenando de ceniza el laberinto de sus tortuosas calles.Casi setenta aos despus no quedaba rastro de lo que haba sido la ciudad. La zona meridional del valle estaba llena de fragmentos del templo, si bien el viento haba arrastrado la ceniza mucho tiempo atrs. En esa parte del valle no creca nada; todo signo de vida haba quedado cubierto por las arremolinadas arenas desde haca largos aos.Slo las piedras negras, los restos del templo, permanecan all. Ofrecan un espectculo horrendo, e incluso el jefe de garra, al verlas por primera vez, se pregunt para sus adentros si su decisin de cabalgar hacia esa zona del valle habra sido acertada. Podra haber tomado la ruta que lo rodeaba, pero con ello el viaje se habra alargado dos das ms, y ya iba con retraso; haba pasado unas cuantas noches con una nueva ramera que haba llegado a su lupanar favorito. Tena que recuperar el tiempo perdido, de modo que haba tomado como atajo la ruta actual, a travs del extremo sur del valle.Tal vez debido a la fuerza de la explosin, la piedra negra que formaba los muros exteriores del templo haba adquirido una estructura cristalina, de modo que los grandes fragmentos que sobresalan de la arena no eran ni speros ni irregulares. Por el contrario, sus caras eran suaves, con planos claramente definidos que culminaban en puntas facetadas. Su aspecto era el de grandes cristales de cuarzo negro emergiendo de la arena gris hasta una altura cuatro veces superior a la de un hombre. Ese supuesto hombre podra ver su reflejo en las brillantes y negras facetas; una imagen distorsionada, deforme y, sin embargo, completamente reconocible como el reflejo de s mismo.Estos soldados se haban alistado voluntariamente al ejrcito de los Caballeros de Takhisis, tentados por las promesas de botines y de esclavos ganados en batalla, por su propio deleite en matar e intimidar, por su odio a elfos, kenders, enanos o cualquiera que fuese distinto a ellos. Estos soldados, endurecidos y ajenos a cualquier buen sentimiento, contemplaron los brillantes y negros planos de las piedras y se horrorizaron ante los rostros que les devolvan la mirada. Porque en aquellas caras podan ver cmo sus bocas se movan para entonar el terrible cntico.La mayora mir, se estremeci y apart rpidamente los ojos. Galdar puso todo su empeo en no mirar. Nada ms ver los negros cristales que sobresalan del suelo, haba bajado los ojos, y as los mantuvo, inducido por un sentimiento de reverencia y respeto. Podra llamarse supersticin, como sin duda lo calificara Ernst Magit. Los dioses no estaban en ese valle. Galdar saba que era imposible, porque haban sido expulsados de Krynn al finalizar la Guerra de Caos. No obstante, los fantasmas de los dioses permanecan all, y de eso no le caba la menor duda a Galdar.Ernst Magit contempl su imagen reflejada en las rocas, y por el mero hecho de encogerse por dentro ante ella se oblig a mirarla fijamente hasta que aqulla la baj.--No me dejar intimidar como un manso ante mi propia sombra! --manifest al tiempo que echaba una ojeada significativa a Galdar. Haca poco tiempo que a Magit se le haba ocurrido ese chascarrillo bovino, y lo consideraba extremadamente ingenioso y divertido, de modo que no dejaba pasar la oportunidad de utilizarlo--. Como un manso. Lo coges, minotauro? --ri el jefe de garra.El fnebre canto recogi la risa del hombre y le dio tono, un sonido aciago, discordante, desafinado, contrario al ritmo de las otras voces, tan horrible que Magit se impresion. Para gran alivio de sus hombres, el oficial se trag la risa y tosi.--Nos has trado hasta aqu, jefe de garra --dijo Galdar--. Hemos visto que esta parte del valle est deshabitada, que ninguna fuerza solmnica se oculta por los alrededores, preparada para caer sobre nosotros. Podramos continuar la marcha hasta nuestro objetivo con la tranquilidad de saber que no hay nada vivo que podamos temer que venga de esta direccin. Marchmonos ya de este sitio, y cuanto antes. Regresemos y presentemos nuestro informe.Los caballos haban penetrado en la zona meridional del valle con tanta renuencia que en algunos casos sus jinetes se haban visto obligados a desmontar otra vez para cubrirles los ojos y guiarlos por la brida, como si salieran de un edificio en llamas. Se adverta claramente que tanto hombres como bestias ansiaban marcharse; los animales reculaban poco a poco hacia la calzada por la que haban llegado, y sus jinetes se desplazaban junto a ellos, disimuladamente.Ernst Magit deseaba irse de aquel lugar funesto tanto como los dems, y precisamente por esa razn decidi que se quedaran. En el fondo era un cobarde. Y l lo saba. Durante toda su vida haba llevado a cabo empresas para demostrarse lo contrario. Nada verdaderamente heroico. Magit evitaba el peligro siempre que era posible, y por ese motivo, entre otros, realizaba misiones de patrulla en lugar de encontrarse con los otros Caballeros de Neraka que haban puesto cerco a la ciudad de Sanction, controlada por los solmnicos. Se encargaba de realizar acciones fciles, nimias, y acometa actos que no entraaban riesgo para l, pero con los que supuestamente demostraba, a s mismo y a sus hombres, que no tena miedo. Algo como, por ejemplo, pasar la noche en aquel valle maldito.El jefe de garra escudri ostentosamente el cielo, que tena un tono plido, un matiz amarillo malsano, peculiar, como jams haban visto los caballeros.--Pronto empezar a anochecer --anunci sentenciosamente--. No quiero que la noche nos sorprenda en las montaas y nos extraviemos. Acamparemos aqu y reanudaremos la marcha por la maana.Los caballeros miraron de hito en hito a su superior, con incredulidad, consternados. El viento haba dejado de soplar y el canto ya no sonaba en sus corazones. El silencio se haba adueado del valle; un silencio que al principio fue un cambio bienvenido, pero que empezaron a aborrecer ms y ms conforme se prolongaba. Era un peso que los oprima, los asfixiaba. Nadie habl; todos esperaban que su superior les dijese que les estaba gastando una broma. El jefe de garra desmont.--Acamparemos aqu mismo. Montad mi tienda cerca del ms alto de esos monolitos. Galdar, dejo a tu cargo la instalacin del campamento. Confo en que podrs realizar esa simple tarea verdad?Sus palabras sonaron demasiado altas, su voz, aguda y estridente. Una rfaga de aire, fra y cortante, silb a travs del valle y levant arena y remolinos de polvo que se desplazaron por el yermo suelo para luego desaparecer con un susurro.--Estis cometiendo un error, seor --dijo Galdar en voz queda, como reacio a romper el profundo silencio--. Aqu no nos quieren.--Quin no nos quiere, Galdar? --se mof el efe de garra--. Estas rocas? --Palme la cara de un monolito negro y brillante--. Ja! Qu supersticioso mastuerzo ests hecho! --El tono de Magit se endureci--. Soldados, desmontad y empezad a instalar el campamento. Es una orden.Ernst Magit se estir ostentosamente, para demostrar que se senta tranquilo, relajado. Se dobl por la cintura y realiz unas cuantas flexiones. Los caballeros, hoscos y descontentos, obedecieron la orden recibida. Deshicieron los petates y sacaron las pequeas tiendas para dos hombres que transportaba la mitad de la patrulla. Los dems hicieron lo mismo con las provisiones de comida y agua.La instalacin de las tiendas fue un rotundo fracaso. Por mucho que martillearon las estacas, no lograron que se clavaran en el duro suelo. Cada golpe de mazo retumbaba en las montaas y regresaba hasta ellos amplificado cien veces, hasta que dio la impresin de que las montaas los martilleaban a ellos.Galdar tir su mazo, que haba estado manejando torpemente con su nica mano.--Qu pasa, minotauro? --pregunt Magit--. Tan poca fuerza tienes que no puedes clavar una estaca?--Probad vos, seor --respondi Galdar.Los otros hombres soltaron tambin sus mazos y se quedaron mirando a su oficial, desafiantes, huraos. Magit se puso plido de rabia.--Podis dormir al raso si sois tan estpidos que no sabis montar una simple tienda!Sin embargo, no prob a clavar las estacas en el rocoso suelo. Mir en derredor hasta que localiz cuatro negros monolitos que formaban un cuadrado irregular.--Ata mi tienda a esos cuatro peascos --orden--. Por lo menos yo dormir bien esta noche!Galdar hizo lo que le mandaba; at las cuerdas alrededor de las bases de los brillantes peascos, mascullando todo el tiempo encantamientos de su raza dirigidos a apaciguar a los espritus de los muertos que no descansaban.Los soldados intentaron por todos los medios atar los caballos a los monolitos, pero los animales sacudan las cabezas y corcovaban, presas de pnico. Finalmente, los caballeros tendieron una cuerda entre dos de las negras piedras y los ataron a ella. Los animales se agruparon, inquietos y girando los ojos, mantenindose lo ms lejos posible de las piedras.Mientras los hombres trabajaban, Ernst Magit sac un mapa de sus alforjas y, tras dirigirles una ltima ojeada furibunda para recordarles sus deberes, extendi el pliego y empez a estudiarlo con un aire despreocupado que no enga a nadie; sudaba copiosamente, y no haba hecho ningn esfuerzo fsico.Largas sombras se deslizaron sobre el valle de Neraka, sumindolo en una oscuridad mayor que la del cielo, en el que todava quedaba un arrebol amarillento. El aire era caliente, ms que cuando entraron en el valle, pero de vez en cuando descendan remolinos de viento fro por las montaas de oeste que helaban hasta los huesos. Los caballeros no llevaban lea, de modo que comieron sus raciones fras, o intentaron comerlas. Cada bocado estaba lleno de arena, y todo saba a ceniza. Acabaron por tirar la mayor parte de la comida. Sentados sobre el duro suelo, no dejaban de echar vistazos hacia atrs, escudriando las sombras. Todos tenan las espadas desenvainadas, y no fue necesario organizar turnos de guardia. Ninguno de ellos tena intencin de dormir.--Eh, mirad! --llam Magit con voz triunfal--. He hecho un importante descubrimiento! Es una suerte que decidiese pasar unas horas aqu. --Seal con el mapa hacia el oeste--. Fijaos en aquella montaa. No aparece marcada en el mapa, as que debe de tratarse de una formacin reciente. Informar sobre esto al Rector, ya lo creo. Quiz le pongan mi nombre al macizo.Galdar observ la elevacin. Se puso de pie con lentitud y escudri el horizonte occidental. Desde luego, a primera vista la formacin de colores gris acerado y azul oscuro tena el aspecto de una montaa que hubiese emergido, pero mientras Galdar la observaba repar en algo que el jefe de garra, en su ansiedad, haba pasado por alto. La supuesta montaa estaba creciendo, y se expanda a un ritmo alarmante.--Seor! --grit--. No es una montaa, sino el frente de una tormenta!--Ya eres un cabestro, as que no te comportes tambin como un asno --replic Magit, que haba cogido un trozo de piedra negra y lo utilizaba para aadir el monte Magit a las maravillas del mundo.--Seor, de joven pas siete aos en la mar --contest Galdar--. Reconozco una tormenta cuando la veo, aunque admito que jams vi algo semejante.Para entonces el banco de nubes se desarrollaba a una velocidad increble. Profundamente negro en su ncleo, agitado y turbulento en el contorno cual sanguinario monstruo de mltiples cabezas, se tragaba las cumbres de las montaas a medida que las rebasaba hasta acabar engullndolas por completo. El viento helado cobr fuerza, azot la arena y la lanz contra los ojos y las bocas como aguijonazos, sacudi la tienda del oficial como si quisiera arrancarla de sus puntos de agarre.De nuevo comenz a sonar el mismo cntico terrible, angustioso, gemebundo en su desesperanza, clamoroso en sus aullidos de indecibles tormentos. Zarandeados por el ventarrn, los hombres hubieron de esforzarse por ponerse de pie.--Seor, deberamos marcharnos! --bram Galdar--. Ahora mismo, antes de que estalle la tormenta!--S --convino Ernst Magit, plido y tembloroso. Se lami los labios y escupi la arena que se le haba metido en la boca--. S, tienes razn. Deberamos irnos inmediatamente. Deja la tienda y trae mi caballo!Un rayo se descarg desde la blleme negrura y cay cerca del lugar donde estaban atados los caballos. Retumb el estampido de un trueno y la sacudida derrib a varios hombres. Los animales relincharon aterrorizados, se encabritaron y empezaron a cocear. Los hombres que an quedaban en pie intentaron tranquilizarlos, pero las bestias estaban fuera de s. Rompieron la cuerda que las sujetaba y salieron a galope tendido, azuzadas por un pnico ciego.--Cogedlos! --grit Ernst, pero los hombres tenan bastante con lograr mantenerse de pie contra las embestidas del vendaval. Uno o dos dieron unos cuantos pasos tambaleantes hacia los caballos, pero era evidente que sus esfuerzos resultaran intiles.Las nubes tormentosas se desplazaron veloces por el cielo en una batalla contra la luz del crepsculo y vencieron con facilidad. El sol acab derrotado y sobrevino la oscuridad.La noche, una densa negrura cargada de arena arremolinada, cay sobre la patrulla. Galdar no vea nada en absoluto, ni su propia mano. Un instante despus, todo se iluminaba alrededor con otro rayo devastador.--Cuerpo a tierra! --grit al tiempo que se tiraba al suelo--. Quedaos tumbados! Manteneos lejos de los monolitos!La lluvia caa de lado y los acribillaba como flechas disparadas por un milln de arcos. El granizo los flagelaba como azotes con las cuerdas erizadas de puntas, infligiendo cortes y verdugones. Galdar tena la piel muy dura y para l el granizo era como aguijonazos y picaduras. Los otros hombres gritaban de dolor y miedo. Los rayos zigzagueaban alrededor y arrojaban sus ardientes lanzas. Los truenos sacudan la tierra en medio de estampidos ensordecedores.Galdar yaca tendido boca abajo, luchando contra el impulso de araar el suelo con su nica mano para esconderse en las entraas de la tierra. Con la luz del siguiente rayo se qued estupefacto al ver que su oficial intentaba incorporarse.--Seor, quedaos tumbado! --bram Galdar, haciendo un intento de agarrarlo.Magit barbot una maldicin y lanz una patada a la mano del minotauro. Gacha la cabeza contra la fuerza del viento, el jefe de garra se dirigi, dando bandazos y tambalendose, hacia uno de los monolitos. Se agazap detrs de la roca para escudarse con su enorme mole de la lluvia lacerante y del martilleo del granizo. Rindose de los dems, se sent con la espalda apoyada en la piedra y estir las piernas.El destello del rayo ceg a Galdar, y el estampido lo ensordeci. La fuerza del impacto lo levant del suelo, al volver a caer se golpe fuertemente. El rayo haba descargado tan cerca que incluso lo oy sisear en el aire y percibi el olor a fsforo y azufre, y a algo ms: a carne quemada. Se frot los ojos para intentar ver a travs del relumbrn, y cuando se borr la brillante lnea irregular grabada en sus retinas, enfoc los ojos hacia donde se hallaba el oficial. Con la luz del siguiente relmpago distingui un bulto informe acurrucado al pie del monolito.El cuerpo de Magit emita un fulgor rojizo bajo una oscura costra, semejando un trozo de carne demasiado hecho. Sala humo del oficial; el viento lo arrastr, junto con fragmentos de piel y carne calcinadas. El rostro del hombre estaba completamente achicharrado, en una espantosa mueca que mostraba todos los dientes.--Me complace ver que todava tenis ganas de rer, jefe de garra --mascull Galdar--. Os lo advert.El minotauro se peg an ms contra el suelo mientras maldeca a sus costillas por estorbarle.La lluvia arreci, si es que tal cosa era posible. Galdar se pregunt cunto podra durar la rugiente tormenta. Tena la extraa sensacin de que llevaba as toda la vida, que l haba nacido con esa tormenta y que se hara viejo y morira con ella. Una mano le agarr el brazo y lo sacudi.--Seor, mirad all! --Uno de los caballeros se haba arrastrado sobre el suelo y se encontraba a su lado--. Seor! --El hombre acerc la boca a su oreja y grit a pleno pulmn para hacerse or por encima del estruendo de la lluvia, del granizo, del trueno, de la salmodia de los muertos--. He visto moverse algo en esa direccin!Galdar alz la cabeza y escudri hacia donde sealaba el caballero, al mismsimo corazn de Neraka.--Esperad al siguiente relmpago! --grit el hombre--. All! All est!La siguiente descarga no fue un simple rayo sino un colosal desgarrn llameante que alumbr el cielo, el suelo y las montaas con un intenso resplandor purpreo. Perfilada contra el horrendo fulgor, una figura avanzaba hacia ellos caminando tranquilamente a travs de la rugiente tormenta, aparentemente inmune al temporal, indiferente a los rayos, sin miedo a los truenos.--Es uno de los nuestros? --pregunt Galdar, pensando en un primer momento que uno de los hombres podra haberse vuelto loco y haber echado a correr como los caballos.Pero en el instante que hizo la pregunta supo que no era se el caso. La figura caminaba, no corra. Y no hua, sino que se aproximaba.La luz de la descarga se extingui; cay la oscuridad y perdieron de vista a la figura. Galdar aguard con impaciencia a que el siguiente relmpago le mostrase aquel ser demente que desafiaba la furia de la tormenta. El siguiente rayo alumbr el suelo, las montaas, el cielo; la persona segua all, movindose hacia el grupo, y Galdar tuvo la sensacin de que la cancin de los muertos se haba transformado en un himno de celebracin.De nuevo la oscuridad. El viento encalm. El aguacero perdi intensidad hasta reducirse a una lluvia constante que pareca llevar el ritmo del paso de la extraa figura que se encontraba ms prxima con cada nuevo resplandor. La tormenta llev la batalla al otro lado de las montaas, a otras partes del mundo. Galdar se puso de pie.Calados hasta los huesos, los caballeros se limpiaron el agua y el barro de los ojos y miraron compungidos las mantas empapadas. El viento era fro y cortante, y todos tiritaban, excepto Galdar, cuya gruesa piel, cubierta por una espesa capa de pelo, lo protega de todo salvo de una temperatura extrema. Se sacudi el agua de los cuernos y aguard a que la figura llegase a una distancia prudencial para darle el alto.Las estrellas, que brillaban fras y mortferas como puntas de lanza, aparecieron por el oeste. Los irregulares bordes postreros del frente tormentoso parecan destaparlas a su paso. La nica luna haba salido como desafiando a la tronada. Ahora la figura se encontraba a menos de diez metros de distancia y Galdar pudo verla claramente a la plateada luz del satlite.Era un humano, un joven a juzgar por el cuerpo esbelto y bien proporcionado y la tez lisa del rostro. Llevaba el cabello casi al rape, de manera que slo una capa rojiza, casi una sombra, cubra su crneo. La ausencia de cabello acentuaba los rasgos de la cara y marcaba los altos pmulos, la afilada barbilla, la boca perfilada como la curva de un arco. El joven vesta la camisa y la tnica de un soldado de a pie de los caballeros, calzaba botas de cuero y, por lo que Galdar vea, no portaba espada a la cadera ni ninguna otra clase de arma.--Alto, identifcate! --grit--. Prate ah, al borde del campamento.El joven se detuvo con las manos en alto, las palmas hacia adelante para mostrar que las tena vacas.Galdar desenvain su espada. En aquella extraa noche no estaba dispuesto a correr ningn riesgo. Sostuvo el arma torpemente con la mano izquierda; en realidad apenas le era de utilidad. A diferencia de otros guerreros a los que les haban amputado un brazo, l nunca haba aprendido a manejar la espada con la otra mano. Antes de sufrir el grave percance haba sido un buen espadachn, pero ahora, con su torpeza e ineptitud, tena tantas posibilidades de herirse a s mismo como a un adversario. En no pocas ocasiones Ernst Magit haba sido espectador de las prcticas del minotauro y haba estallado en carcajadas al ver sus desmaados movimientos.El oficial ya no se reira ms de l.Galdar avanz, espada en mano; senta la empuadura hmeda y resbaladiza, y rez para no dejarla caer. El joven no poda saber que era un guerrero acabado, un venido a menos. Saba que su aspecto impona y, por consiguiente, al minotauro le sorprendi que el joven no se mostrara aterrado ante l, que ni siquiera pareciera impresionado en absoluto.--No llevo armas --dijo el recin llegado con una voz profunda que no encajaba con su apariencia juvenil. Tena un timbre dulce, musical, que le record a Galdar las voces que haba odo en el canto, que ahora sonaba quedo, como un murmullo reverente. No era exactamente la voz de un varn.Galdar observ con mayor detenimiento al joven; su cuello, grcil como el largo tallo de un lirio, sostena un crneo perfectamente formado, liso, bajo la rojiza sombra de pelo. Examin atentamente el cuerpo esbelto; los brazos eran musculosos, igual que las piernas, enfundadas en calzas de lana. La camisa, mojada, demasiado grande, colgaba suelta, y bajo los hmedos pliegues Galdar no poda ver nada, no saba con seguridad si el humano que tena delante era varn o hembra.Los otros caballeros se reunieron alrededor, mirando de hito en hito a aquella persona joven, hmeda y brillante como un recin nacido. Los hombres tenan fruncido el entrecejo en un gesto inquieto, desconfiado. No se los poda culpar por ello. Todos se hacan la misma pregunta que Galdar: en nombre del gran dios astado que haba desaparecido, abandonando desprotegido a su pueblo, qu haca ese humano en aquel valle maldito en una noche tan atroz?--Cmo te llamas? --demand el minotauro.--Mina.Una chica. Ms bien una muchachita. No poda tener mas de diecisiete aos, si es que los tena. No obstante, aunque haba dicho su nombre, un patronmico femenino muy popular entre los humanos, aunque se vean indicios de su sexo en las suaves lneas de su cuello y en la gracia de sus movimientos, Galdar segua dudando. Haba algo en ella que no era femenino.Mina esboz una sonrisa, como si pudiese or sus dudas no expresadas.--Soy hembra. --Se encogi de hombros--. Aunque eso no tiene importancia.--Acrcate ms --orden en tono brusco Galdar.La muchacha obedeci y adelant un paso.El minotauro la mir a los ojos y casi se le cort la respiracin. Haba visto humanos de todas las formas y tamaos a lo largo de su vida, pero jams a ningn ser vivo con ojos como aqullos.Desmesuradamente grandes, hundidos, tenan el color del mbar, las pupilas negras, los iris bordeados por un anillo oscuro. La ausencia de cabello los haca parecer an ms grandes. Mina pareca ser toda ella ojos, y aquellos ojos absorbieron y atraparon a Galdar del mismo modo que el dorado mbar aprisionaba los cadveres de pequeos insectos atrapados en l.--Eres el jefe? --pregunt la muchacha.Galdar ech una fugaz vistazo al cuerpo carbonizado que yaca al pie del monolito.--Ahora s --contest.Mina sigui su mirada y contempl el cadver con desapasionada indiferencia. Luego volvi a mirar a Galdar, quien habra jurado que, durante un instante, haba visto el cuerpo de Magit atrapado en el interior de los ojos ambarinos de la muchacha.--Qu ests haciendo aqu, muchacha? --pregunt el minotauro--. Te perdiste en la tormenta?--No. Encontr mi camino en ella --repuso Mina. Sus iris ambarinos eran luminosos en aquellos ojos que no parpadeaban--. Os he hallado. He sido llamada y he acudido. Sois Caballeros de Takhisis, verdad?--Lo fuimos antao --replic secamente Galdar--. Aguardamos mucho tiempo el regreso de Takhisis, pero ahora los comandantes admiten lo que la mayora de nosotros sabamos desde haca mucho. No va a volver. En consecuencia, ahora nos llamamos los Caballeros de Neraka.Mina escuch atentamente y medit sobre ello. Pareci gustarle, porque asinti con actitud seria.--Lo entiendo. He venido a unirme a los Caballeros de Neraka.En cualquier otro momento, en cualquier otro lugar, los caballeros se habran burlado o habran hecho comentarios groseros, pero los hombres no estaban para frivolidades. Y tampoco Galdar. La tormenta haba sido espantosa, en nada parecida a ninguna de las que haba visto en su vida, y llevaba cuarenta aos en el mundo. El jefe de garra haba muerto, y los aguardaba una larga caminata a menos que, por algn milagro, pudiesen recuperar los caballos. No tenan vituallas, pues los animales se las haban llevado en las alforjas al huir. Tampoco disponan de ms agua que la que pudiesen obtener escurriendo las mantas empapadas.--Que esa estpida mocosa vuelva corriendo a casa con su mam --rezong uno de los caballeros--. Qu hacemos, suboficial?--Yo voto por que nos larguemos de aqu --dijo otro--. Caminar toda la noche si hace falta.Los dems mascullaron su conformidad con l.Galdar alz la vista al cielo, que se haba quedado despejado. Retumbaba el trueno, pero en la distancia; a lo lejos, los relmpagos fulguraban purpreos sobre el horizonte occidental. La luna irradiaba suficiente luz para viajar. Galdar estaba cansado, terriblemente cansado. Los hombres tenan los rostros demacrados; todos ellos se encontraban al borde del agotamiento, pero el minotauro saba qu sentan.--Nos marchamos --anunci--. Pero antes hemos de hacer algo con eso. --Seal con el pulgar hacia el cadver calcinado de Ernst Magit.--Dejmoslo ah --dijo uno de los caballeros.Galdar sacudi la astada cabeza. Era muy consciente de que durante todo el tiempo la chica lo observaba atentamente con aquellos extraos ojos.--Acaso quieres que su espritu te persiga el resto de tu vida? --pregunt el minotauro.Los otros se miraron entre s y despus al cadver. El da anterior habran redo a mandbula batiente ante la idea de que el fantasma de Magit los rondara. Ya no.--Qu hacemos con l? --inquiri uno, desalentado--. No podemos enterrar a ese bastardo, porque el suelo es demasiado duro, y tampoco tenemos lea para incinerarlo.--Envolved el cuerpo en una de las tiendas --intervino Mina--. Coged piedras y haced un tmulo sobre l. No es el primero que muere en el valle de Neraka --agreg framente--. Ni ser el ltimo.Galdar mir hacia atrs. La tienda que haban atado a los monolitos permaneca intacta, aunque se hunda bajo el peso del agua de la lluvia.--La idea de la chica es buena --manifest--. Cortad la tienda para preparar una mortaja. Y daos prisa. Cuanto antes hayamos acabado, antes nos iremos. Quitadle la armadura --aadi--. Hemos de llevarla de vuelta al cuartel general como prueba de su muerte.--Cmo lo hacemos? --pregunt uno de los caballeros al tiempo que haca un gesto de repugnancia--. Su carne est pegada al metal como un filete sobre una parrilla.--Cortadla --indic Galdar--. Y limpiadla lo mejor que podis. No le tena tanto aprecio como para llevar trocitos suyos de un lado para otro.Los hombres emprendieron la desagradable tarea azuzados por el ansia de marcharse cuanto antes de all. Galdar se volvi hacia Mina y se encontr con aquellos ojos ambarinos, inmensos, clavados en l.--Ser mejor que regreses con tu familia, muchacha --rezong--. Viajaremos a marchas forzadas, y no tendremos tiempo para ocuparnos de ti ni andar con mimos. Adems, eres hembra, y esos hombres no son muy respetuosos con las virtudes de una mujer. Vuelve a casa.--Estoy en ella --repuso Mina mientras miraba en derredor al valle. Los negros monolitos reflejaban la fra luz de las estrellas, como llamndolas para que brillasen, plidas y glidas, entre ellos--. Y he encontrado a mi familia. Me convertir en uno de los Caballeros de Neraka. sa es mi vocacin.Galdar la mir exasperado, sin saber qu decir. Slo le faltaba que aquella fantasiosa chiquilla viajara con ellos. No obstante, la muchacha se mostraba serena, tan segura de s misma, controlando tan bien la situacin que no se le ocurri ningn argumento razonable.Mientras reflexionaba sobre la situacin hizo intencin de envainar la espada. La empuadura segua mojada y resbaladiza, y no la sujetaba con firmeza. La manose torpemente, a punto de dejarla caer, y slo consigui asirla con un denodado esfuerzo. Alz la mirada, furioso, ceudo, como retando a la chica a que se atreviese siquiera a sonrer, ya fuera con desprecio o con lstima.Mina observ sus esfuerzos sin decir nada, el rostro inexpresivo. Galdar meti la espada en la vaina.--En cuanto a lo de unirte a la caballera, lo mejor que puedes hacer es presentarte en el cuartel de tu poblacin y dar tu nombre.Continu recitando los procedimientos de reclutamiento, y sigui con los entrenamientos que conllevaba. Se lanz a hacer un discurso sobre los aos de dedicacin y sacrificio, todo el tiempo sin dejar de pensar en Ernst Magit, que haba comprado su ingreso en la caballera. De repente se dio cuenta de que la chica no lo escuchaba. Pareca prestar odos a otra voz, una que l no poda or. Su mirada era abstrada, y su semblante apareca relajado, inexpresivo. Dej de hablar sin acabar la frase.--Te resulta difcil luchar con una sola mano? --pregunt ella, y el minotauro le asest una mirada sombra.--Puede que sea torpe --replic bruscamente--, pero todava puedo manejar una espada lo bastante bien para decapitarte de un tajo.--Cmo te llamas? --inquin la muchacha, sonriendo.El minotauro le dio la espalda. Se acab la conversacin. Entonces repar en que los hombres se las haban arreglado para separar a Magit de su armadura y ahora enrollaban el bulto informe del cadver, todava humeante, en la tienda.--Galdar, me parece --continu Mina.l gir sobre sus talones para contemplarla atnito mientras se preguntaba cmo saba su nombre.Se le ocurri que uno de los hombres deba de haberlo pronunciado. Sin embargo, no recordaba que ninguno de ellos se hubiese dirigido a l de ese modo.--Dame la mano, Galdar --dijo Mina.--Mrchate de aqu ahora que todava tienes ocasin de hacerlo, chica! --grit, furioso--. No estamos de humor para juegos tontos. Mi oficial ha muerto, y ahora soy responsable de esos hombres. No tenemos monturas ni vveres.--Dame la mano, Galdar --insisti quedamente la muchacha.Con el sonido de su voz, ronca y a la vez dulce, el minotauro volvi a or el canto entre las rocas. Not que se le pona el vello de punta, se estremeci de la cabeza a los pies y un escalofro le recorri la espina dorsal. Tena intencin de darle la espalda, pero se sorprendi a s mismo levantando la mano izquierda.--No, Galdar, la mano derecha. Dame la mano derecha.--No tengo mano derecha! --bram Galdar con rabia y angustia.El grito se atasc en su garganta y los hombres se volvieron, alarmados por el sonido estrangulado.Galdar se miraba fijamente, con incredulidad. El brazo le haba sido amputado por el hombro, pero extendindose desde el mun ahora haba una imagen fantasmal de lo que antao fuera su extremidad derecha. La imagen titilaba con el viento, como si el brazo fuese de humo y ceniza, pero sin embargo lo vea claramente, y tambin lo vea reflejado en la pulida superficie negra del monolito. Poda sentir la fantasmal extremidad, pero en realidad nunca haba dejado de sentir el brazo que ya no tena. Ahora contempl cmo su brazo, el derecho, se levantaba; observ cmo su mano, la derecha, se tenda temblorosa.Mina extendi la suya y toc los dedos fantasmales.--Tu brazo se ha restituido --dijo.Galdar mir con asombro infinito. Su brazo. Lo tena otra vez...Su brazo derecho.Ya no era una imagen fantasmal, de humo y ceniza, ni era el brazo que vea en sueos y que desapareca, para su gran desesperacin, al despertar. Galdar cerr los ojos, apret con fuerza los prpados, y luego volvi a abrirlos.El brazo segua all.Los otros caballeros se haban quedado mudos de la impresin, paralizados. Sus semblantes estaban plidos a la luz de la luna. Sus miradas iban a Galdar, al brazo, a Mina.Galdar orden a sus dedos que se abrieran y se cerraran, y obedecieron. Alz la mano izquierda, temblando, y se toc el brazo.La piel tena un tacto clido, el vello era suave. El brazo era de carne y hueso. Era real.El minotauro baj la mano, la derecha, y asi la espada. Sus dedos se cerraron amorosamente en torno a la empuadura. De repente las lgrimas lo cegaron.Debilitado, estremecido, Galdar se hinc de rodillas en el suelo.--Seora --dijo con la voz temblorosa por un temor reverencial--, no s qu hiciste ni cmo lo hiciste, pero estoy en deuda contigo el resto de mis das. Lo que quieras de m, lo tienes.--Jrame por el brazo con que manejas la espada que me conceders lo que te pida --pidi Mina.--Lo juro! --prometi Galdar.--Hazme tu oficial --dijo Mina.Galdar se qued estupefacto, abri y cerr la boca, trag saliva.--Te... te recomendar a mis superiores...--Hazme tu oficial al mando --repiti ella, su voz dura como el suelo, oscura como los monolitos--. No combato por avaricia. No lucho por prebendas. No peleo por poder. Lo hago por una causa, y es la gloria. Pero no para m misma, sino para mi dios.--Quin es tu dios? --pregunt el minotauro, sobrecogido.Mina sonri; fue una mueca apagada, fra, desdibujada.--Su nombre no puede pronunciarse. Mi dios es el nico, el que cabalga las tormentas, el que gobierna la noche. Es l quien te devolvi tu cuerpo. Jrame lealtad, Galdar. Sgueme a la victoria.El minotauro record a todos los oficiales bajo cuyas rdenes haba servido. Oficiales como Ernst Magit, que ponan los ojos en blanco cuando se mencionaba la Visin de Neraka. La mayora de los mandos saban que la Visin era una farsa, un chanchullo. Mandos como el Maestre del Lirio, superior de Galdar, que bostezaba sin recato mientras se recitaba el Voto de Sangre, que haba metido al minotauro en la caballera como una broma. Mandos como el actual Seor de la Noche, Targonne, de quien todo el mundo saba que escamoteaba fondos de las arcas de la caballera para enriquecerse. Galdar alz la cabeza y mir los ojos ambarinos.--Eres mi comandante, Mina --dijo--. Te juro fidelidad a ti y a nadie ms.La muchacha toc de nuevo la mano del minotauro. Su tacto resultaba doloroso e hizo que su sangre ardiera. Galdar se deleit con la sensacin, el dolor fue bienvenido. Haca demasiado tiempo que senta dolor en un brazo que no tena.--Sers mi segundo al mando, Galdar. --Mina volvi la mirada ambarina hacia los otros caballeros--. Vosotros me seguiris tambin?Algunos de los hombres estaban con el minotauro cuando ste haba perdido el brazo, haban visto brotar a chorros la sangre por el miembro casi seccionado. Cuatro de ellos lo haban sujetado mientras el cirujano lo amputaba. Lo haban odo suplicar la muerte, una gracia que rehusaron concederle y que l, por honor, tampoco poda dispensarse. Esos hombres vean ahora el nuevo brazo, a Galdar empuando de nuevo la espada. Haban presenciado cmo la muchacha caminaba a travs de la sobrenatural tormenta, inmune a su mortfero despliegue.Varios de esos hombres haban sobrepasado los treinta aos y eran veteranos de guerras brutales y duras campaas. Entendan que Galdar jurase fidelidad a aquella extraa chiquilla que lo haba sanado, pero en lo tocante a ellos...Mina no los presion ni discuti ni intent engatusarlos; por su actitud se dira que daba por hecho que aceptaban. Se acerc al cadver del jefe de garra, que yaca en el suelo al pie del monolito, envuelto parcialmente en la tienda, y cogi el peto de Magit. Lo mir, lo examin y luego meti los brazos por las correas de sujecin y se puso la pieza de la armadura sobre la hmeda camisa. El peto era demasiado grande y pesado para ella, de modo que Galdar esperaba verla doblarse.Se qued boquiabierto cuando la pieza de metal empez a adquirir un brillo rojizo, mud de forma y se adapt al esbelto cuerpo de la muchacha, abrazndola como un amante.El peto haba sido negro, con la imagen de la calavera repujada en relieve. Tambin haba recibido de lleno el impacto del rayo, pero el dao ocasionado por la descarga era en verdad extrao. La calavera que lo adornaba estaba hendida en dos y un relmpago zigzagueaba entre ambas mitades.--ste ser mi emblema --anunci Mina mientras pasaba los dedos sobre el crneo hendido.A continuacin se puso el resto del equipo de Magit, deslizando los brazales en los antebrazos y las espinilleras en las piernas. Al entrar en contacto con la piel de la muchacha, cada pieza de la armadura irradiaba el brillo rojo del metal cuando acaba de salir de la forja, y una vez fra le quedaba perfectamente ajustada, como si hubiese sido hecha para ella.Recogi el yelmo, pero no se lo puso, sino que se lo tendi a Galdar.--Sostn esto un momento, suboficial --dijo.El minotauro lo tom en actitud enorgullecida, reverentemente, como si fuese el objeto a cuya bsqueda hubiese dedicado toda su vida.Mina se arrodill junto al cadver de Ernst Magit, tom la mano carbonizada en la suya, inclin la cabeza y empez a orar.Ninguno de los presentes oy las palabras que pronunciaba, no entendi qu deca ni a quin se diriga. El cntico de las voces de los muertos cobr intensidad entre las piedras; la luna y las estrellas desaparecieron y la oscuridad los envolvi. La muchacha continu con su rezo, musitando palabras que proporcionaban consuelo.Mina finaliz sus plegarias y, al ponerse de pie, se encontr con que todos los caballeros se hallaban postrados ante ella. En las envolventes tinieblas no vean nada, ni a los otros ni siquiera a s mismos. Slo la vean a ella.--Eres mi comandante, Mina --manifest uno, contemplndola como el hambriento mira el pan y el sediento el agua fresca--. Pongo mi vida a tu servicio.--Al mo no --respondi ella--. Al del nico.--Por el nico! --prometieron al unsono todos, y sus voces se fusionaron con el cntico que ya no resultaba amedrentador sino exultante, incitador, una llamada a las armas--. Por Mina y el nico!Las estrellas resplandecieron en los monolitos, la luz de la luna refulgi en el sinuoso relmpago del peto de Mina. Se oy el retumbo de un trueno, pero en esta ocasin no provena del cielo.--Los caballos! --grit uno de los caballeros--. Los caballos han vuelto!A la cabeza de los animales vena un corcel como jams haban visto. Rojo como el vino, como la sangre, el caballo dej muy atrs al resto, se dirigi directamente a Mina y se par ante ella; la acarici con el hocico y apoy la cabeza sobre su hombro.--Envi a Fuego Fatuo en busca de vuestras monturas. Vamos a necesitarlas --explic Mina mientras acariciaba la negra crin de corcel rojo--. Esta noche partimos hacia el sur y cabalgaremos a marchas forzadas. Debemos estar en Sanction dentro de tres das.--Sanction! --exclam Galdar--. Pero, muchacha... Eh... quiero decir, jefe de garra, los solmnicos controlan esa plaza, la ciudad est bajo asedio. Nosotros pertenecemos al puesto de destacamento de Khur, y nuestras rdenes...--Partimos hacia Sanction esta noche --repiti Mina. Su mirada se volvi hacia el sur y se mantuvo en esa direccin.--Pero por qu, jefe de garra? --pregunt Galdar.--Porque es donde se nos ha convocado --respondi la muchacha.

_____ 2 _____Silvanoshei

La extraa y anormal tormenta asedi a todo Ansalon. La tronada recorri las tierras cual gigantescos guerreros que hiciesen retumbar el suelo con sus pisadas mientras arrojaban proyectiles de fuego. rboles vetustos --inmensos robles que haban soportado en pie los dos Cataclismos-- estallaron en llamas y fueron reducidos a cenizas en cuestin de segundos. Detrs de los tempestuosos guerreros llegaron torbellinos que destrozaron las casas lanzando al aire tablones, ladrillos, piedras y mortero con virulencia. Aguaceros torrenciales ocasionaron el desbordamiento de ros, y las aguas arrastraron los verdes brotes de cereales que luchaban para salir de la oscuridad a la grata caricia del sol de principios de verano.En Sanction, sitiados y sitiadores por igual dejaron de lado la pugna en curso para buscar refugio de la terrible tormenta. Barcos en alta mar intentaron capear el temporal, pero slo consiguieron irse a pique y nunca ms se supo nada de ellos, en tanto que otros llegaron ms tarde a puerto singlando a trancas y barrancas, con los aparejos en psimas condiciones y relatos de marineros sobre compaeros arrastrados por la borda y bombas trabajando da y noche para achicar agua.En Palanthas aparecieron innumerables grietas en el techo de la Gran Biblioteca; el agua entr a cntaros en las salas, y Bertrem y los dems Estetas pelearon a brazo partido para contener la inundacin y trasladar los valiosos volmenes a un lugar seguro. En Tarsis, la precipitacin fue tan torrencial que el mar que haba desaparecido durante el primer Cataclismo regres para estupefaccin y maravilla de todos los habitantes. Las aguas se retiraron al cabo de unos das, dejando detrs peces que boqueaban hasta morir y un hedor infame.La tormenta castig la isla de Schallsea con una fuerza particularmente devastadora. El ventarrn arranc todas las ventanas de El Hogar Acogedor. Los barcos anclados en la baha se estrellaron contra los acantilados o contra los muelles. Una marea alta arrastr muchos edificios construidos cerca de la orilla. El nmero de vctimas fue altsimo y an mayor el de las personas que se quedaron sin hogar. Multitud de refugiados acudieron en masa a la Ciudadela de la Luz para suplicar a los msticos que los socorrieran.La Ciudadela fue un faro de esperanza en la noche ms negra de Krynn. En un intento de llenar el vaco dejado por la ausencia de los dioses, Goldmoon haba descubierto el poder mstico del corazn, que haba trado de nuevo la sanacin al mundo. Ella era la prueba viviente de que, a pesar de que Paladine y Mishakal se haban marchado, sus poderes benficos alentaban todava en los corazones de aquellos que los haban amado.No obstante, Goldmoon haba envejecido. El recuerdo de los dioses se iba borrando y, al parecer, tambin estaba mermando el poder del corazn. Uno tras otro, los msticos sentan que su don menguaba coma una marea que bajaba pero que no suba nunca. Aun as, los msticos de la Ciudadela abrieron de buena gana las puertas y sus corazones a las vctimas de la tormenta y les proporcionaron cobijo y socorro, trabajando para curar a los heridos lo mejor que podan.Caballeros de Solamnia, que haban establecido una fortaleza en Schallsea, salieron en sus corceles para batallar contra la tormenta, uno de los enemigos ms temibles a los que aquellos valerosos caballeros haban hecho frente jams. Con riesgo para sus propias vidas, arrancaron de las garras de las turbulentas aguas a personas y sacaron a otras de debajo de edificios derrumbados, trabajando bajo el azote del viento, de la lluvia y de la negrura desgarrada por relmpagos para salvar a aquellos a los que se haban comprometido proteger por el Cdigo y la Medida.La Ciudadela de la Luz aguant la furia de la turbonada a pesar de que el feroz vendaval y la lluvia punzante azotaron sus edificios. Como en un ltimo intento de descargar su furia, la tormenta lanz granizos del tamao de la cabeza de un hombre sobre las paredes de cristal de la Ciudadela. All donde el pedrisco golpeaba, aparecieron diminutas grietas en la cristalina superficie y la lluvia se filtr por ellas y resbal por las paredes como lgrimas.El ruido provocado por un impacto particularmente fuerte lleg de la zona donde se encontraban los aposentos de Goldmoon, fundadora y seora de la Ciudadela. Los msticos oyeron el ruido de cristal roto y corrieron llenos de pavor para comprobar si la anciana estaba a salvo. Cul no sera su sorpresa cuando hallaron cerrada la puerta de sus habitaciones. Llamaron con los nudillos y pidieron que los dejase entrar.Una voz grave que daba espanto or, una voz que era la de la amada Goldmoon y sin embargo no lo era, les orden que la dejasen en paz y que se ocupasen de sus tareas, que haba otros que necesitaban de su ayuda, pero no ella. Desconcertados, inquietos, la mayora hizo lo que se le ordenaba. Los que permanecieron un poco ms, informaron despus de que oyeron un llanto desconsolado, desesperado.--Tambin ella ha perdido su poder --dijeron los que se encontraban al otro lado de la puerta. Creyendo que lo entendan, la dejaron sola.Cuando finalmente lleg la maana y el sol sali irradiando una refulgente luz roja en el cielo, la gente qued horrorizada al comprobar la destruccin ocasionada durante la espantosa noche. Los msticos regresaron a los aposentos de Goldmoon para pedirle consejo, pero no obtuvieron respuesta, y la puerta sigui cerrada a cal y canto.La tormenta tambin pas por Qualinesti, uno de los reinos elfos separado del de sus parientes por una distancia que poda medirse no slo en cientos de kilmetros sino tambin en viejos odios y recelos. En Qualinesti, el vendaval arranc de cuajo rboles gigantescos y los zarande como si fuesen los finos palillos utilizados en el Quin Thalasi, un popular juego elfo. La tormenta sacudi la legendaria Torre del Sol en sus cimientos e hizo aicos los cristales de las ventanas y los espejos encastrados en las paredes para captar los rayos del astro, que cayeron sobre el suelo.Las crecidas aguas inundaron las salas inferiores de la recin construida fortaleza de los caballeros negros en Nuevo Puerto, obligndolos a hacer lo que ningn ejrcito enemigo haba conseguido: abandonar sus puestos.La tormenta despert incluso a los grandes dragones que dormitaban, atiborrados hasta el hartazgo, en sus cubiles rebosantes de riquezas obtenidas con los tributos. El temporal sacudi el Pico de Malys, guarida de Malystrix, la colosal hembra de Dragn Rojo que se tena por la reina de Ansalon y que pronto se convertira en la diosa del continente si se sala con la suya. La lluvia form ros caudalosos que invadieron el hogar volcnico de Malys, el agua se derram en los estanques de lava y cre inmensas nubes de vapor txico que llenaron corredores y salas. Mojada, medio ciega y asfixiada, Malys rugi de indignacin y vol de cmara en cmara en busca de una que estuviese lo bastante seca para volver a dormirse. Por ltimo se vio obligada a descender a los niveles ms bajos de su hogar de la montaa. Malys era un dragn muy viejo con una sabidura malvola; percibi algo poco natural en aquella tormenta y ello la intranquiliz. Rezongando para s, entr en la Cmara del Ttem; all, sobre un afloramiento de roca negra, Malys haba apilado los crneos de los dragones menores que haba devorado cuando lleg al mundo. Calaveras de Plateados, Dorados, Rojos y Azules se amontonaban unas sobre otras en un monumento a su grandeza. La imagen de los crneos reconfort a la gran Roja, ya que cada uno de ellos traa el recuerdo de una batalla ganada, un enemigo derrotado y devorado. La lluvia no poda llegar a tanta profundidad en su hogar montaoso; all no oa el aullido del viento, y los destellos de los relmpagos no molestaran su sueo.Malys contempl las calaveras con placer y quiz se qued dormida un instante, porque de repente le pareci que los ojos de los crneos estaban vivos y la observaban. Resopl y alz la cabeza para mirar los despojos fijamente. El estanque de lava en el corazn de la montaa arrojaba un fulgor crdeno sobre las calaveras, creando sombras que parpadeaban en las vacas cuencas de los ojos. Tras reprenderse por su excesiva imaginacin, se enrosc cmodamente en torno al ttem y se qued dormida.Otro de los grandes dragones, una Verde conocida por el nombre de Beryllinthranox, tampoco pudo dormir durante la tormenta. El cubil de Beryl estaba formado por rboles vivos --jabes y secuoyas-- e inmensas enredaderas. stas y las ramas de los rboles formaban un entramado tan denso que ni una sola gota de agua haba logrado jams abrirse paso entre la maraa. Sin embargo, la lluvia que se desprendi de los tumultuosos nubarrones negros de esa tormenta s la penetr, y una vez que la primera gota consigui colarse, abri el camino a miles ms. Beryl despert sorprendida al sentir agua goteando sobre su hocico. Una de las grandes secuoyas que formaba el pilar de su cubil fue alcanzada por un rayo. El rbol estall en llamas, que se extendieron rpidamente alimentndose de la lluvia como si fuese aceite.El rugido de alarma de la gran Verde atrajo a sus siervos, que acudieron a toda prisa para apagar el fuego. Dragones Rojos y Azules que haban preferido unirse a Beryl en lugar de ser devorados por ella hicieron frente a las llamas para arrancar los rboles incendiados y arrojarlos al mar. Los draconianos tiraron de las enredaderas prendidas, sofocando el fuego con tierra y barro. Rehenes y prisioneros fueron puestos a trabajar en la extincin del incendio. Muchos murieron en el proceso, pero finalmente el cubil de Beryl se salv. La Verde tuvo un humor de mil demonios durante das despus de llegar a la conclusin de que la tormenta haba sido un ataque mgico llevado a cabo por Malys. Beryl tena la intencin de ocupar el puesto de dirigente de la Roja. Se vali de su magia --un poder que ltimamente se estaba debilitando y por lo que tambin culpaba a Malys-- para reconstruir los desperfectos ocasionados por el incendio mientras rumiaba los agravios sufridos y maquinaba la venganza.Khellendros, el Azul (haba reemplazado el nombre de Skie por ese otro apelativo, mucho ms magnfico, que significaba Tormenta sobre Krynn), era uno de los contados dragones nativos de Krynn que haba salido indemne de la Purga de Dragones. En la actualidad rega Solamnia y las tierras limtrofes; ejerca control sobre Schallsea y la Ciudadela de la Luz, la cual haba permitido que siguiera en pie porque --segn l-- encontraba divertido observar cmo los patticos humanos bregaban intilmente contra la creciente oscuridad. La verdadera razn de que permitiese que la Ciudadela prosperara sin impedimentos era su guardin, un Dragn Plateado llamado Espejo. ste y Skie, antagonistas de toda la vida por sus orgenes, ahora, a causa de su odio compartido por los nuevos dragones venidos de lejos que haban matado a tantos de sus congneres, no se haban convertido en amigos, pero tampoco eran exactamente enemigos.A Khellendros la tormenta lo perturb ms que a cualquiera de los grandes dragones, aunque --cosa extraa-- apenas caus daos a su cubil. El Azul no dej de pasear impacientemente de arriba abajo por su enorme cueva, situada a gran altura en las montaas Vingaard, observando cmo los guerreros relampagueantes descargaban su furia sobre las almenas de la Torre del Sumo Sacerdote, y crey or una voz en el viento que entonaba un canto de muerte. Khellendros no durmi, sino que permaneci en vigilia hasta que la tormenta termin.La tronada lleg con toda su fuerza demoledora al antiguo reino de Silvanesti. Los elfos haban levantado un escudo mgico sobre sus tierras, con el cual haban logrado hasta el momento impedir que los dragones merodeadores invadiesen el reino, as como cerrar el paso a todas las dems razas. Los elfos haban alcanzado por fin su meta histrica de quedarse aislados de los problemas del resto del mundo. Sin embargo, el escudo no consigui dejar fuera al trueno y a la lluvia, al viento y al rayo.Ardieron rboles, la fuerza del vendaval destroz casas, el ro Thon-Thalas se desbord, obligando a quienes vivan cerca de sus orillas a huir precipitadamente en busca de terrenos ms altos. El agua entr en el parque de palacio, los Jardines de Astarin, donde creca el rbol mgico que era, en creencia de muchos, responsable de mantener operativo el escudo y, por consiguiente, la seguridad del reino. De hecho, cuando la tormenta hubo terminado se descubri que la tierra en torno al rbol estaba completamente seca. Todo lo dems en los jardines fue arrastrado o anegado. Los jardineros y moldeadores de rboles elfos --que profesaban el mismo amor por sus plantas y flores, rboles ornamentales, hierbas y macizos de rosas que por sus propios hijos-- se quedaron desolados al ver tal destruccin.Repoblaron los Jardines de Astarin despus de la tormenta, para lo cual llevaron plantas de sus propios jardines a fin de rehacer el otrora maravilloso parque. Por primera vez desde que se levant el escudo, las plantas no haban agarrado y ahora se pudran en la tierra enlodada que, aparentemente, nunca sera capaz de absorber suficiente luz del sol para secarse.La extraa y terrible tormenta abandon por fin el continente, alejndose victoriosa del campo de batalla y dejando tras de s devastacin y destruccin. A la maana siguiente, las gentes de Ansalon acudieron, aturdidas, a ver los destrozos causados, a consolar a los damnificados, a enterrar a los muertos y a hacer cabalas del ominoso portento de aquella espantosa noche.

Sin embargo, hubo alguien que disfrut aquella noche. Su nombre era Silvanoshei, un joven elfo, que se regocij con la tormenta. El estampido de los guerreros relampagueantes, los rayos que caan como chispas al entrechocar espadas de truenos, encendan su sangre y hacan que su pulso latiese como el sonido de unos tambores de guerra. Silvanoshei no busc refugiarse de la tormenta, sino que sali a ella. Permaneci en un claro del bosque con el rostro alzado hacia el tumultuoso fragor, empapndose bajo la lluvia, calmando el ardor de ansias y deseos vagamente percibidos. Contempl el deslumbrante despliegue del relmpago, se maravill ante el estruendo del trueno que haca temblar el suelo, ri con las rfagas de viento que doblaban grandes rboles hacindoles inclinar sus soberbias cabezas.El padre de Silvanoshei era Porthios, en otros tiempos orgulloso cabecilla de los qualinestis y ahora desterrado por los que fueran sus sbditos y designado con el trmino elfo oscuro, alguien condenado a vivir fuera de la luz de la sociedad elfa. La madre del joven elfo era Alhana Starbreeze, lder exiliada de la nacin silvanesti, que tambin la haba desterrado pocos aos despus de su matrimonio con Porthios. Con su matrimonio haban intentado unir por fin a los dos reinos elfos, construir una nica nacin lfica que probablemente habra sido lo bastante poderosa para combatir a los malditos dragones y conservar su libertad.Sin embargo, su matrimonio slo haba ahondado ms el odio y la desconfianza. Beryl gobernaba ahora Qualinesti, que era una tierra ocupada y sometida al yugo de los Caballeros de Neraka. Silvanesti se haba convertido en un reino aislado, con sus habitantes agazapados bajo su escudo como nios escondidos debajo de la manta, esperando que los protegiera de los monstruos que merodean en la oscuridad.Silvanoshei era el nico hijo de Porthios y Alhana.--Silvan naci el ao de la Guerra de Caos --sola decir Alhana--. Su padre y yo ramos fugitivos, un blanco para cualquier asesino elfo que quisiera congraciarse con los dirigentes qualinestis o silvanestis. Naci el da que enterraron a dos de los hijos de Caramon Majere. Caos fue la niera de Silvan, y la muerte, su partera.Silvan haba crecido en un campamento armado. El matrimonio de Alhana con Porthios haba sido una unin poltica que, con el tiempo, se haba convertido en una relacin de amor, amistad y respeto mutuo. Juntos, ella y su esposo haban sostenido una batalla incesante e ingrata, primero contra los caballeros negros, que en la actualidad eran los grandes seores de Qualinesti, y despus contra la terrible dominacin de Beryl, el dragn que haba reclamado para s aquellas tierras a cambio de respetar la vida de sus habitantes.Cuando Alhana y Porthios supieron la noticia de que los silvanestis se las haban ingeniado para levantar un escudo mgico sobre su reino, un escudo que los protegera de los desmanes de los dragones, ambos vieron aquello como una posible salvacin para su pueblo. Alhana haba viajado hacia el sur con sus fuerzas, dejando a Porthios combatiendo en Qualinesti.Envi un emisario a los silvanestis, pidindoles permiso para atravesar el escudo. Al emisario ni siquiera se le permiti entrar. La princesa elfa atac el escudo con armas y magia, probando con todo cuanto haba a su alcance para romperlo, pero sin xito. Cuanto ms estudiaba el escudo ms le horrorizaba que su gente fuera capaz de vivir bajo l.Todo aquello que lo tocase, pereca. En los bosques prximos al permetro del escudo haba montones de rboles muertos y moribundos. Las praderas prximas a l estaban grises y yermas. Las flores se marchitaban, moran y se descomponan en un fino polvillo gris que cubra a los muertos como un sudario. En una carta, Alhana le deca a su esposo:

El escudo mgico es responsable de esto. No protege las tierras. Las est matando!.

Porthios manifestaba en su respuesta:

A los silvanestis no les importa. Estn sumidos en el miedo: miedo a los ogros, a los humanos, a los dragones, a terrores a los que ni siquiera pueden poner nombre. El escudo es slo una manifestacin externa de su temor. No es de extraar que todo cuanto entra en contacto con l se marchite y muera.

Aqullas haban sido las ltimas noticias que haba tenido de l. Alhana haba mantenido contacto con su esposo durante aos a travs de los mensajes que traan y llevaban los rpidos e incansables corredores elfos. Supo de los esfuerzos crecientemente intiles de Porthios para derrotar a Beryl. Y lleg un momento en que el correo de su marido no regres. La princesa haba enviado a otro mensajero, que tambin desapareci. Desde entonces haban pasado meses y segua sin tener noticias de Porthios. Por ltimo, ante la imposibilidad de que menguaran ms sus ya reducidas tropas, Alhana dej de enviar corredores.La tormenta haba sorprendido a la princesa y a su ejrcito en los bosques cercanos a la frontera de Silvanesti, tras otro vano intento de penetrar el escudo. Alhana se refugi de la tronada en un antiqusimo tmulo funerario que se alzaba en las cercanas. Haba descubierto la cripta haca tiempo, cuando inici su lucha por arrebatar el control de su pas de las manos de aquellos que parecan dispuestos a conducir a su pueblo al desastre.En otras circunstancias, los elfos no habran perturbado el descanso de los muertos, pero eran perseguidos por ogros, sus enemigos ancestrales, y buscaban desesperadamente una posicin defendible. Con todo, Alhana entr en la cripta ofreciendo plegarias propiciatorias y suplicando a los espritus de los muertos su comprensin.Los elfos encontraron la cripta vaca; no haba cadveres momificados ni huesos ni seales de que se hubiese enterrado a nadie all jams. Los elfos que acompaaban a Alhana interpretaron aquello como una seal de que su causa era justa. La princesa no se lo discuti, aunque le pareci una amarga irona que ella, la verdadera y legtima reina de los silvanestis, se viera obligada a refugiarse en un agujero en el suelo que incluso los muertos haban abandonado.La cripta era actualmente el cuartel general de Alhana. Su guardia personal se haba instalado dentro, con ella, mientras el resto del ejrcito acampaba en el bosque aledao. Un permetro de corredores se mantena alerta ante la posible aparicin de los ogros, de los que se saba que merodeaban por la zona arrasando y saqueando. Los centinelas, escasamente armados y sin corazas, no entraran en liza contra ellos si los localizaban, sino que regresaran corriendo a las lneas de piquete para alertar al ejrcito de la presencia del enemigo.Los elfos de la Casa de Arboricultura Esttica haban trabajado largo y tendido para levantar mgicamente una barricada de matorrales espinosos en torno al tmulo funerario. Dichos espinos posean terribles pas que podan traspasar incluso el duro pellejo de un ogro. Dentro de la barricada, los soldados del ejrcito elfo se refugiaron como buenamente pudieron cuando lleg la torrencial tormenta. Las tiendas se vinieron abajo casi de inmediato, obligando a los elfos a resguardarse junto a peascos o dentro de zanjas, evitando siempre los rboles altos, que eran el blanco de los mortferos rayos.Calados hasta los huesos, helados y sobrecogidos ante la furia desatada de los elementos, ante una tormenta como jams haban conocido a pesar de la longevidad de su raza, los soldados vieron a Silvanoshei retozando como un luntico bajo el turbin y sacudieron las cabezas.Era el hijo de su amada reina; no pronunciaran una sola palabra en contra de l y lo defenderan con sus vidas, pues era la esperanza de la nacin lfica. Se haba ganado el afecto de los soldados, aunque no lo admiraran ni lo respetaran. Silvanoshei era apuesto y agradable, encantador por naturaleza, el amigo del alma por excelencia, con una voz tan dulce y melodiosa que convenca a las aves canoras de que abandonasen los rboles para volar hasta su mano.En eso Silvanoshei no se pareca a sus progenitores. No posea la personalidad seria, adusta y resuelta de su padre, y algunos podran haber insinuado que no era su hijo si su parecido con Porthios no hubiera sido tan extraordinario que no dejaba lugar a dudas sobre su parentesco. Silvanoshei, o Silvan como a su madre le gustaba llamarlo, tampoco haba heredado el aire regio de Alhana Starbreeze. Tena algo de su orgullo, pero muy poco de su compasin. Le preocupaba su pueblo, pero careca del amor y la lealtad imperecederos que ella profesaba a sus sbditos. Consideraba la lucha de su madre por penetrar el escudo una prdida de tiempo intil, y no poda entender que desperdiciara tanta energa para regresar junto a unas gentes que obviamente no la queran.Alhana adoraba a su hijo, y ms ahora que su padre haba desaparecido. Los sentimientos de Silvanoshei hacia su madre eran ms complejos, si bien tena una concepcin imperfecta de ellos. Si alguien le hubiera preguntado, habra dicho que la amaba e idolatraba, y habra sido sincero. Empero, ese amor era como aceite flotando sobre aguas turbulentas. A veces Silvanoshei senta ira contra sus padres, una rabia que lo asustaba por su intensidad. Le haban robado su infancia, lo haban privado de las comodidades y la posicin entre su pueblo que le correspondan por derecho.El tmulo funerario permaneci relativamente seco durante el torrencial aguacero. Alhana se qued en la entrada, contemplando la tormenta, con la atencin dividida entre la preocupacin por su hijo --el cual se hallaba plantado bajo la lluvia, expuesto a los mortferos rayos y al violento vendaval--, y la amarga idea de que las gotas de lluvia penetraban el escudo que rodeaba Silvanesti y que ella, con todo el poder de su ejrcito, no lo consegua.Un rayo que cay bastante cerca la dej medio cegada, y el trueno sacudi la cripta. Temerosa por su hijo, se aventur a salir y a alejarse a una corta distancia de la entrada del montculo mientras se esforzaba por ver a travs de la cortina de agua. Otro relmpago, que se extendi por el cielo con un resplandor purpreo, le permiti ver a su hijo, que miraba hacia lo alto, rugiendo en respuesta al trueno con desafiante regocijo.--Silvan! --grit--. Es peligroso estar aqu fuera! Entra conmigo!Ni siquiera la oy. El trueno ahog sus palabras y el viento se las llev lejos. Sin embargo, tal vez percibiendo su preocupacin, el joven volvi la cabeza hacia ella.--Verdad que es magnfico, madre? --grit, y el viento, que haba arrastrado las palabras de su madre, le trajo las suyas con perfecta claridad.--Queris que vaya all y lo traiga a la fuerza, mi seora? --pregunt una voz junto a su hombro.--Samar! --se sobresalt Alhana, que se volvi a medias--. Me has asustado!--Lo lamento, majestad --se disculp el elfo al tiempo que haca una reverencia--. No era mi intencin.No lo haba odo acercarse, pero eso no debera sorprenderla. Aun en el caso de que los truenos no retumbaran, tampoco lo habra odo si l no hubiese querido. Perteneciente a la Protectora, Porthios le haba asignado al servicio de su esposa, y haba cumplido fielmente su tarea durante las dcadas de guerra y exilio.Samar era actualmente su segundo al mando, el cabecilla de su ejrcito. Alhana saba que la amaba aunque jams hubiese pronunciado una sola palabra al respecto porque el oficial era leal a su esposo y lo respetaba como amigo y dirigente por igual. Por su parte, Samar era consciente de que ella no le corresponda, que era fiel a su marido a pesar de que no tena noticias suyas desde haca meses. El amor de Samar era un regalo que ste le daba cada da sin esperar nada a cambio. Caminaba a su lado, con su amor como una antorcha para guiar sus pasos por la oscura senda que recorra.El oficial no senta aprecio por Silvanoshei, a quien tena por un dandi malcriado. Para Samar la vida era una batalla que haba que luchar y ganar a diario. La frivolidad y la risa, las bromas y las chanzas habran sido aceptables en un prncipe elfo cuyo reino estuviese en paz, en un prncipe elfo que, como los de pocas ms felices, no tuviese nada que hacer en todo el da salvo aprender a tocar el lad y contemplar la perfeccin de un capullo de rosa. La efervescencia propia de la juventud estaba fuera de lugar en un mundo donde los elfos luchaban para sobrevivir. No se saba el paradero de su padre, que quizs hubiese muerto, y su madre se consuma la vida luchando contra el destino, saliendo de cada combate con el cuerpo y el espritu maltrechos. Samar consideraba la risa y el entusiasmo de Silvan una afrenta a ambos, un insulto hacia s mismo.Lo nico bueno que vea en el joven era su capacidad de hacer florecer una sonrisa en los labios de su madre cuando ninguna otra cosa le levantaba el nimo. Alhana pos una mano sobre el brazo del elfo.--Dile que estoy desasosegada. Ya sabes, los absurdos temores de una madre. O no tan absurdos --aadi para s, puesto que Samar se haba alejado ya--. Hay algo funesto en esta tormenta.Samar se cal de inmediato hasta los huesos cuando sali al aguacero, igual que si se hubiese metido debajo de una catarata. El fuerte viento lo zarandeaba, y agach la cabeza contra el cegador torrente mientras maldeca la irresponsable necedad del muchacho y avanzaba a trancas y barrancas.Silvan tena echada la cabeza hacia atrs, cerrados los ojos, los labios entreabiertos y los brazos en cruz; su torso estaba al aire, puesto que la camisa se haba empapado de tal manera que se haba deslizado hombros abajo y la lluvia caa a cntaros sobre su cuerpo medio desnudo.--Silvan! --grit Samar junto al odo del muchacho. Asi su brazo sin contemplaciones y lo sacudi--. Te ests poniendo en ridculo! --dijo en tono bajo y furioso, tras lo cual volvi a sacudir al chico--. Tu madre tiene ya bastantes preocupaciones para que le des ms! Ve junto a ella y entra, como es tu deber!Silvan entreabri los ojos apenas una rendija. Tena los iris de color violeta, como los de su madre, aunque tirando a purpreo. Ahora brillaban por el xtasis, y sus labios esbozaron una sonrisa.--La turbonada, Samar! Jams haba visto nada igual! No slo la veo, sino que la siento. Roza mi cuerpo y eriza el vello de mis brazos. Me envuelve en sbanas de fuego que me lamen la piel y me inflaman. El trueno me sacude hasta lo ms hondo de mi ser, el suelo tiembla bajo mis pies. Mi sangre arde, y la lluvia, las punzantes gotas, refrescan esa sensacin febril. No estoy en peligro, Samar. --La sonrisa del muchacho se ensanch bajo el aguacero que corra a chorros por su cara y su cabello otorgndoles un extrao lustre--. No corro ms riesgo que si me encontrase en brazos de una amante...--Ese lenguaje es indecoroso, prncipe Silvan --lo reprendi Samar con severidad--. Deberas...El frentico toque de unos cuernos lo interrumpi e hizo aicos el xtasis de Silvan; aqul era uno de los primeros sonidos que recordaba haber odo de nio: un sonido de advertencia, de peligro.El muchacho abri completamente los ojos; fue incapaz de localizar de qu direccin llegaba, pues pareca proceder de todas a la vez. Alhana se encontraba en la entrada del tmulo rodeada por su guardia personal, escudriando a travs de la tormenta.Apareci un corredor apartando ruidosamente la maleza; no era momento de moverse con sigilo. No haca falta.--Qu ocurre? --grit Silvan.El soldado hizo caso omiso de l y corri hacia su comandante.--Ogros, seor! --inform.--Dnde? --inquiri Samar.--Por todas partes, seor! --El elfo inhal profundamente--. Nos tienen rodeados. No los omos llegar, aprovecharon la tormenta para encubrir su avance. Los piquetes se han retirado tras la barricada, pero sta... --El soldado, falto de aliento, no termin la frase y seal hacia el norte.Un extrao fulgor otorgaba a la noche un tono prpura, el mismo que el del rayo, pero no se descargaba y despus desapareca, sino que creca en intensidad.--Qu es eso? --pregunt a voces Silvan para hacerse or por encima de los truenos--. Qu significa?--La barricada creada por los moldeadores de rboles est ardiendo --respondi, sombro, Samar--. Seguramente la lluvia apagar las llamas...--No, seor --dijo entre jadeos el corredor--. Fue alcanzada por los rayos, y no slo en un punto, sino en muchos.Volvi a sealar, esta vez hacia el este y el oeste. Ahora se vean incendios en todas direcciones, excepto hacia el sur.--Los rayos los iniciaron y la lluvia no slo no los apaga, sino que parece alimentarlos como si en lugar de agua fuese aceite lo que cae a cntaros del cielo.--Diles a los moldeadores que utilicen su magia para apagar el fuego.--Seor, estn exhaustos. --La expresin del corredor era de impotencia--. El hechizo que utilizaron para crear la barricada consumi toda su fuerza.--Cmo es posible? --demand enfurecido Samar--. No es ms que un simple conjuro... Bien, olvdalo!Saba la respuesta, aunque se hubiese negado a admitirla. En los ltimos dos aos los magos elfos haban notado que su poder para realizar conjuros iba disminuyendo. Era una prdida gradual, que apenas se dej sentir al principio y que se atribuy a enfermedades o cansancio, pero finalmente los magos se haban visto obligados a admitir que su poder mgico se les escapaba como finos granos de arena entre los dedos. Podan retener algunos, pero no todos. Y no eran slo los elfos. Tenan informacin de que ocurra lo mismo entre los humanos, pero de poco consuelo les serva saber tal cosa.Valindose de la tormenta para ocultar sus movimientos, los ogros se haban deslizado sigilosos entre los corredores y arrollaron a los centinelas. La barricada de espinos arda violentamente en varios puntos al pie de la colina. Al otro lado de las llamas se alzaba la lnea de rboles, donde los oficiales hacan formar a los arqueros en filas, detrs de la barricada. Las puntas de las flechas relucan como ascuas.El fuego mantendra a raya a los ogros durante un tiempo, pero, cuando se apagara, los monstruos se lanzaran en tropel. Con la oscuridad, la hiriente lluvia y el aullido del viento, los arqueros tenan muy pocas posibilidades de dar en el blanco antes de que los rebasaran, y cuando tal cosa ocurriese, la carnicera sera espantosa. Los ogros odiaban a todas las otras razas de Krynn, pero su aborrecimiento por los elfos tena su origen en el principio de los tiempos, cuando los ogros eran hermosos y gozaban del favor de los dioses. Tras su cada, los elfos pasaron a ser los favorecidos, los mimados, y los ogros jams los haban perdonado por ello.--A m, oficiales! --llam Samar--. Jefe de campo, sita en lnea a los arqueros, detrs de los lanceros y la barricada, y diles que no disparen hasta que reciban la orden!Regres corriendo al tmulo, seguido por Silvan; la sensacin exultante experimentada por el joven haba sido reemplazada por la tensa y feroz excitacin del ataque inminente. Alhana dirigi a su hijo una mirada preocupada, pero al ver que se encontraba ileso puso toda su atencin en Samar mientras otros oficiales elfos entraban en tropel.--Ogros? --pregunt la elfa.--S, majestad. Han aprovechado la tormenta como cobertura. Los corredores opinan que nos tienen rodeados, pero no lo s con seguridad. Creo que la va hacia el sur sigue abierta.--Y qu sugieres?--Que regresemos a la fortaleza de la Legin de Acero, majestad. Una retirada combatiendo. He pensado que...Silvan dej de prestar atencin. Planes y maquinaciones, estrategias y tcticas. Estaba harto de todo eso, hastiado hasta de or hablar de ello. Aprovech la oportunidad para escabullirse e ir al fondo de la cripta, donde estaba su petate. Meti la mano debajo de la manta y asi la empuadura de una espada, la que haba comprado en Solace. Le encantaba esa arma, su flamante brillo. La talla del ornamentado puo simulaba el pico de un grifo, el cual no resultaba fcil de asir --se le clavaba en la palma--, pero daba un aspecto esplndido a la espada.Silvanoshei no era soldado; jams se haba entrenado como tal, pero la culpa no recaa en el joven elfo. Alhana lo haba prohibido.--A diferencia de las mas, estas manos --deca mientras tomaba las de su hijo y las apretaba con fuerza--, no se mancharn con la sangre de sus congneres. Estas manos curarn las heridas que su padre y yo, en contra de nuestra voluntad, nos hemos visto obligados a infligir. Las manos de mi hijo jams derramarn sangre elfa.Pero ahora no se hablaba de derramar sangre elfa, sino de ogro. Esta vez su madre no lo mantendra al margen de la batalla. Al haber crecido en un campamento de soldados sin ser instruido para la lucha y sin portar nunca un arma, Silvan imaginaba que los dems lo miraban con menosprecio, que en el fondo lo consideraban un cobarde. El joven haba comprado la espada en secreto, haba tomado unas lecciones --hasta que se aburri de ellas-- y llevaba un tiempo ansiando que se presentase la oportunidad de demostrar su destreza.Complacido de que la ocasin hubiese llegado, Silvan se abroch el cinturn del arma a su esbelta cintura y regres junto a los oficiales con la espada repicando contra su muslo.Los corredores elfos seguan llegando con noticias. El fuego antinatural consuma la barricada a un ritmo alarmante; unos cuantos ogros haban intentado atravesarlo, pero, iluminados por las llamas, resultaron ser unos blancos perfectos para los arqueros. Por desgracia, cualquier flecha que en su trayectoria se acercaba al fuego se consuma antes de llegar a destino.Una vez establecida la estrategia para la retirada --de la que Silvan apenas entendi algo sobre retroceder hacia el sur, donde se reuniran con una fuerza de la Legin de Acero--, los oficiales volvieron a sus puestos de mando. Samar y Alhana continuaron juntos, hablando en voz baja y timbre apremiante.Silvan desenvain la espada con mucho ruido, la blandi en el aire y estuvo a punto de cercenar el brazo a Samar.--Qu demonios...? --El oficial elfo contempl iracundo el desgarro ensangrentado en la manga de su camisa y luego dirigi una mirada furiosa al joven--. Trae eso! --Alarg la mano sin darle tiempo a reaccionar y le arrebat el arma.--Silvanoshei! --Alhana estaba enfadada, ms de lo que su hijo la haba visto jams--. No es momento para tonteras! --Le dio la espalda mostrando as su disgusto con l.--No es ninguna tontera, madre --replic Silvan--. No te vuelvas! Esta vez no te esconders tras un muro de silencio. Oirs lo que tengo que decirte!Lentamente Alhana se dio media vuelta y lo mir fijamente; sus ojos parecan inmensos en su plida tez.Los otros elfos, estupefactos y turbados, no saban dnde mirar. Nadie desafiaba a la reina ni la contradeca, ni siquiera su voluntarioso y testarudo hijo. El propio Silvan estaba asombrado de su arranque.--Soy prncipe de Silvanesti y de Qualinesti --prosigui--. Es mi privilegio y mi deber sumarme a la defensa de mi pueblo. No tienes derecho a impedrmelo!--Te equivocas, hijo mo. Me asiste todo el derecho --replic Alhana, que lo agarr por la mueca con tanta fuerza que le clav las uas--. Eres el heredero. El nico heredero, todo cuanto tengo... --La elfa enmudeci, lamentando sus palabras--. Lo siento, no era eso lo que quera decir. Una reina no posee nada propio. Todo lo suyo pertenece al pueblo, de modo que t eres todo cuanto tiene tu pueblo, Silvan. Ahora ve y recoge tus cosas --orden. Su voz sonaba tensa por el esfuerzo que haca para mantener el control--. Los caballeros de mi guardia te conducirn hacia las profundidades del bosque...--No, madre, no volver a esconderme --manifest Silvan, que puso gran cuidado en hablar firme, tranquila y respetuosamente. Su causa estara perdida si actuaba como un chiquillo enfurruado--. Durante toda mi vida, cada vez que amenazaba un peligro me alejabas de all, me metas en alguna cueva o debajo de una cama. As, no es de extraar que nuestra gente sienta poco respeto por m. --Sus ojos se desviaron hacia Samar que lo observaba con seria atencin--. Para variar, quiero hacer la parte que me toca, madre.--Bien dicho, prncipe Silvanoshei --intervino Samar--. Sin embargo, los elfos tenemos un dicho: Una espada en la mano de un amigo inexperto es ms peligrosa que la espada en la mano de un enemigo. No se aprende a luchar la vspera de la batalla, joven. Sin embargo, si ese propsito tuyo es realmente en serio, me sentir muy complacido de instruirte ms adelante. Mientras tanto, hay algo que s est en tus manos hacer, una misin de la que puedes ocuparte.Saba la reaccin que su comentario acarreara y no se equivocaba. La ira de Alhana, punzante como una flecha, encontr otro blanco.--Samar, quiero hablar contigo --dijo la elfa en un tono fro, mordiente e imperioso. Gir sobre sus talones y se alej hacia la parte trasera de la cripta con la espalda muy recta y la barbilla levantada.Samar fue en pos de ella en actitud deferente. Del exterior llegaban gritos, toques de cuerno, el canto de guerra, profundo y terrible, de los ogros que semejaba un redoble de tambores. La tormenta continuaba con toda su furia, favoreciendo al enemigo. Silvan se qued cerca de la entrada del tmulo, sorprendido consigo mismo, orgulloso pero consternado, pesaroso aunque desafiante, audaz y al mismo tiempo aterrado. El cmulo de emociones lo confunda. Intent ver qu estaba ocurriendo, pero el humo del seto incendiado se haba extendido por el claro, y los aullidos y los gritos se haban vuelto tenues, amortiguados. Habra querido escuchar a escondidas la conversacin entre su madre y Samar, pero acercarse a ellos le pareci infantil, un acto que no admita su dignidad. De todos modos, imaginaba de qu estaban hablando; haba odo lo mismo demasiado a menudo.En realidad, el joven no se equivocaba mucho.--Samar, conoces bien mis deseos con respecto a Silvanoshei --dijo Alhana cuando estuvieron lo bastante apartados para que no los oyera nadie--, y sin embargo me desafas y lo animas en esa idea absurda. Me has decepcionado profundamente.Sus palabras y su ira, afiladas como una cuchilla, se clavaron en el corazn del oficial elfo. No obstante, del mismo modo que Alhana, en su calidad de reina, era responsable de su pueblo, tambin l lo era como soldado. Tena la obligacin de dar a su gente un presente y un futuro, y en ese futuro las naciones lficas necesitaran un cabecilla fuerte, no un gallina como Gilthas, el hijo de Tanis el Semielfo que actualmente jugaba a gobernar Qualinesti. Con todo, Samar no manifest en voz alta sus ideas, no contest: Majestad, sta es la primera seal de carcter que he visto en vuestro hijo, y deberamos alentarla. Adems de soldado, tambin era diplomtico.--Seora, Silvan tiene treinta y ocho aos... --empez.--Un chiquillo --lo interrumpi Alhana.--Tal vez segn los parmetros silvanestis, mi reina, pero no para los qualinestis. Segn la ley qualinesti, habra entrado ya en la categora de joven y estara participando en el entrenamiento militar. Puede que Silvanoshei sea joven por su edad, Alhana --aadi, dejando de lado el tratamiento oficial como haca en ocasiones, cuando estaban solos--, pero pensad en la extraordinaria vida que ha llevado. Sus canciones de cuna fueron cantos de guerra, y su cuna un escudo. Jams ha conocido un hogar, y slo en contadas ocasiones sus padres han estado en el mismo sitio al mismo tiempo desde que naci. Cuando llegaba el momento de entrar en batalla, lo besabais y partais a la lucha, quizs hacia vuestra muerte. l saba que tal vez no regresarais a su lado nunca, Alhana. Lo vea en sus ojos!--Intentaba protegerlo de todo eso --contest ella mientras volva la vista hacia el joven elfo. Se pareca tanto a su padre en ese momento que la atenaz un intenso dolor--. Si lo pierdo, Samar, qu razn tendr para prologar esta vana e intil existencia?--No podis protegerlo de la vida, Alhana --rebati suavemente el oficial--. Ni del papel al que est destinado en la vida. El prncipe Silvanoshei lleva razn: tiene un deber para con su pueblo. Hemos de dejar que lleve a cabo ese deber y --puso nfasis en la palabra-- evitar que sufra algn dao al mismo tiempo.Alhana guard silencio, pero su mirada le dio permiso para que siguiese hablando, aunque a regaadientes.--Slo uno de nuestros corredores ha regresado al campamento --prosigui Samar--. Los dems han muerto o luchan para salvar la vida. Vos misma dijisteis que debemos informar de esto a la Legin de Acero, advertirles del ataque. Propongo que enviemos a Silvan para avisar a los caballeros de nuestra desesperada situacin y que necesitamos ayuda. Hace poco que ha venido de la fortaleza, y conoce el camino. La calzada principal se encuentra cerca del campamento y es fcil encontrarla y seguirla.El peligro que corre es mnimo, ya que los ogros no nos tienen rodeados. Estar ms seguro fuera del campamento que en l. --Samar sonri--. Si dependiese de m, majestad, irais a la fortaleza con l.Alhana respondi con otra sonrisa; su ira se haba disipado por completo.--Mi sitio est junto a mis soldados, Samar. Yo los traje aqu. Combaten defendiendo mi causa. Perdera su respeto y su confianza si los abandonase. S, admito que tienes razn en cuanto a Silvan --aadi de mala gana--. No es menest