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Título original: The Colditz storyPatrick R. Reid, 1952Traducción: Esteban RiambauRetoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: TitivillusePub base r1.2
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A mi mujer Janey
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APOLOGÍA
Se ha dicho a veces que los libros sobre fugahan dificultado las fugas posteriores, pero lahistorias de evasiones durante la primera guerrmundial lograron que la mayoría de loprisioneros de guerra, en el segundo conflict
mundial, aprendieran el significado de la fuga. Ea guerra de 1914-1918, los fugitivos constituía
una raza poco común. Los primeros libros sobreste tema crearon un espíritu cuya semilla creció
dio fruto.Es posible que estos primeros libro
difundieran ciertas técnicas menores de fuga, pernunca han sido criticados en este aspecto por lo
fugitivos de la Segunda Guerra Mundial. Por otrparte, muchas cosas quedaron sin explicar, lo cuaucede aún más en las historias actuales, a caus
de los autores que, con toda deliberación, ha
omitido muchos detalles de cautivador interés. La
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ingulares condiciones de vida en Alemania eraprecisamente aquellas contra las que se enfrentabnuestra generación: la Gestapo, los bombardeo
aliados y las Juventudes Hitlerianas. El cañóBertha no puede compararse con los bombardeoaéreos aliados, y los bombardeos aéreos aliadoampoco pueden compararse con los misileeledirigidos, estratosféricos y provistos d
cabezas nucleares. Serán las nuevas condicioneas que creen los obstáculos del futuro, no loibros sobre fugas de prisioneros de guerra. Lnspiración de estos libros vive en los recuerdo
de los hombres y sirve para mantener también vivel espíritu de la aventura.
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AGRADECIMIENTOS
Este libro, escrito diez años después de loacontecimientos que describe, no hubiera visto luz sin la ayuda de muchos amigos. Éstos sonodos ellos, exprisioneros de guerra de Colditz.
Ha sido necesario omitir en esta edición lo
dibujos de John Watton (que compartió mcautiverio) con los que se ilustraron las edicioneencuadernadas en tela publicadas por Hodder &Stoughton Ltd.
Otros oficiales, exhuéspedes de Colditz, qume han ayudado son el teniente de aviación H. DWardle, el capitán de corbeta W. L. Stephens, emayor P. Storie Pugh, el teniente coronel A
eave, el capitán K. Lockwood, el capitán RHowe, el coronel G. Germán, el mayor H. A. VElliott, el mayor R. R. F. T. Barry y el capitáA. M. Allan. Las numerosas contribuciones y l
ayuda incondicional del mayor Elliott han tenid
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un valor muy especial, y expreso magradecimiento al capitán Allan por su correccióde las palabras alemanas en el texto.
También he tenido la suerte de encontrar ladirecciones, en el continente, de varioexprisioneros de Colditz pertenecientes a loejércitos aliados: holandeses, franceses y polacoEl teniente general C. Giebel, el comandante PMairesse Lebrun y el teniente F. Jablonowski (eel Reino Unido) me han prestado en particular samable ayuda.
Finalmente, es mucho lo que debo a mi espos
por sus comentarios y por su incansable ayuda ea preparación del material de este libro.
P. R. R
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Prólogo
Cuando era un colegial, leí con avidez tres dos principales libros sobre fugas de la primer
guerra mundial. Se trataba de: The Road ton-Dor , de E. H. Jones; The Escape Club, de A.
Evans, y Within Four Walls, de H. A. Cartwright
M. C. C. Harrison. Todos ellos, de excitantectura, están tan vivos hoy como en las fechas e
que fueron publicados. Estas tres historias épicapermanecieron grabadas durante largo tiempo e
mi memoria y, cuando los azares de la guerra mconvirtieron en prisionero en un país enemigo, eespíritu contenido en estos libros me incitó eguir el ejemplo de sus autores.
A. J. Evans dijo que la fuga es el deporte máemocionante del mundo. Cuando yo teníveintitantos años creía que cabalgar en el Gran
ational Steeplechase de Aintree sería el colm
de la emoción deportiva, algo muy superio
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ncluso a la caza mayor. Ansiaba probar ambacosas, pero desde la guerra, y después de miexperiencias como fugitivo, mis ambicione
uveniles han fallecido de muerte natural. Creo quhe apurado lo suficiente el vaso embriagador de lemoción y que puedo retirarme para contemplaaquellos «momentos inolvidables» del pasado. Nogro imaginar ningún deporte comparable con l
fuga, un deporte en el que la libertad, la vida y loeres queridos son el premio de la victoria, y l
muerte es el posible precio, aunque en modalguno inevitable, del fracaso.
Acababa de terminar la Segunda GuerrMundial cuando A. J. Evans escribió unas nuevamemorias en un libro que tituló Escape an
iberation, 1940-1945. En él anotó:
Sin duda, un día se contará toda lahistoria del Colditz, y será una historiaarrebatadora, pero debe escribirla uno de
los hombres que estuvieron allí.
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Este libro es la historia de Colditz. Yo fui unde los hombres allí prisioneros.
Llamábamos a Colditz «el campamento de lo
chicos malos», y los alemanes le daban el nombrde Straflager . Un oficial debía pasar un examen dngreso antes de ser admitido más allá de su
puertas sagradas, o sacrées, como dirían lofranceses. La prueba o certificado que se exigípara la admisión consistía en haber cometido amenos un intento de fuga en alguno de lonumerosos campos de «escuela preparatoriadiseminados por toda Alemania. Naturalmente, e
examen calificador de las fugas no corría a cargde los alemanes, ni tampoco las «buenas notaseran una garantía de ingreso; de hecho, eran todo contrario, ya que el candidato con un ciento po
ciento de posibilidades no estaba ya disponiblpara ocupar una plaza. Se encontraba más allá dodas las fronteras, y, afortunadamente para é
podía considerarse como «expulsado»…
Por desgracia, cuanto más se acercaban la
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notas del candidato a la puntuación de cien, perin llegar realmente a ella, más seguro podía esta
de encontrar un catre de madera y un colchón d
paja esperándole en Colditz. Tengo la impresióde que al lector de este libro también le gustaríganar puntos antes de entrar en ColditzConvendría que corriera los mismos riesgos qucorrimos centenares de nosotros, y que aprobase eexamen. Por consiguiente, a fin de admitirle en eentrenamiento, espero que me perdone si no llega Colditz hasta el capítulo 4. Si ha leído muchoibros sobre fugas, y es ya un veterano en est
aspecto, puede saltarse los primeros capítuloPero añadiré que en mi examen de ingreso me di a fuga disfrazado de mujer —lamento decir qu
éste es prácticamente el único interés femenin
que ofrece el libro— y, por lo tanto, tal vez valga pena leerlo todo…
Cuando finalmente el lector llegue a Colditzno malgastaré su tiempo con detalles que conoc
odo experto en fugas. Todos los demás interno
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eran profesionales, y los profesionales no sentretienen con problemas menores. De hecho, nhabrá tiempo para revisar todos los detalles, pue
ésa era la práctica en Colditz.Se suponía que era inexpugnable yciertamente, así lo pareció durante mucho tiempoEra la fortaleza alemana de la que nadie podífugarse. Había mantenido su fama de castillo prueba de fugas durante la guerra 1914-1918 e iba continuar siéndolo en la segunda contiendmundial, siempre según los alemanes. Lguarnición que custodiaba la fortaleza era siempr
uperior en número a los prisioneros. El castillestaba iluminado por la noche desde todos loángulos, a pesar de la oscuridad que se instaurabpor decreto en previsión de los bombardeo
aéreos. A pesar de la altura de unos treinta metroque separaba las ventanas enrejadas del suelohabía centinelas alrededor de todo el recinto, en enterior de una valla de alambre de espino. Má
allá de esta alambrada, había precipicios d
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diversas alturas. Es imposible hacer undescripción detallada del plano y el alzado decastillo, pero los datos que señalo dan una idea d
o que debíamos superar.Sin embargo, a los alemanes les pasó por altel hecho de que las fugas de más éxito dependeobre todo de la acumulación de técnicas de fuga reunieron en un solo lugar, en Colditz, a todoos expertos en fugas de las fuerzas aliada
procedentes de todo el mundo. Por otra parteconcentraron también en Colditz la moral más altque se pueda imaginar. Para citar un ejemplo
permítaseme mencionar a «Ni un momentnactivo» Paddon, en otras palabras, el capitán d
escuadrón B. Paddon, de la RAF. Se ganmerecidamente este título, pues siempre estaba e
apuros. Una y otra vez, sus preparativos de fugeran descubiertos, o bien era sorprendido ifraganti por los alemanes cuando manejaba unima o una sierra de contrabando. Consiguió, par
í mismo y para otros, meses de solitari
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confinamiento, así como la suspensión d«privilegios» para todo el contingente dprisioneros. Colditz estaba orgulloso de Paddo
mucho antes de que por fin consiguiera fugarseResulta irónico que la oportunidad para su últimfuga se la facilitara una sentencia del consejo dguerra que se había ganado en otros tiempocuando intentaba procurarse el ingreso en Colditz
«Ni un momento inactivo» bien pudo ser eema grabado en los escudos de armas del castillo
Si no hubo trescientos sesenta y cinco intentos dfuga al año en Colditz, el número real no es mu
nferior a éste, durante los cuatro años y medio du historia en tiempo de guerra. Si el lector siente inclinado a participar en la febril activida
clandestina de un campo repleto de recalcitrante
fugitivos, siga adelante con la lectura. No obstantedebe recordar, como ya he dicho antes, que ubreve entrenamiento preliminar puede resultarlprovechoso. Fue en Laufen donde no pocos de lo
fugitivos de Colditz iniciaron sus estudios, entr
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ellos yo mismo.
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Primera parteEl aprendiz
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E
Capítulo 1Reconocimiento antes de la
fugara el 5 de junio de 1940. Llegamos
Laufen, unos treinta kilómetros al nordestde Salzburgo, en el décimo día de mi cautiverioEra nuestro punto de destino y allí nos apeamoMi primera impresión fue la de un pueblencantador a orillas de un río susurrante, e
Salzach. Los habitantes se alineaban junto a lcarretera y nos contemplaron en silencio cuandpasamos ante ellos. En este lugar, el Salzacepara Baviera de Austria. Vimos, junto al río, e
enorme bloque de un edificio que recordaba upoco un Schloss[1] medieval, y aún más un enormasilo. Era el antiguo palacio del arzobispo dSalzburgo, sentimentalmente reverenciado como e
ugar donde Mozart compuso e interpretó mucha
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de sus obras. Para nosotros resultaba notable, primera vista, tan sólo por el sorprendente númerde ventanas que tenía; sólo en uno de los muro
conté más de sesenta. Aquél iba a ser nuestrhogar.Eramos los primeros en llegar. En lo que s
efiere a alambradas de espino y guardianeapiñados uno junto al otro todo estaba preparadpara nosotros. Formamos mientras hacía saparición el comandante, rodeado por sus oficiale dispuesto a pronunciar un discurso. Por primer
vez, fuimos registrados uno por uno y a fondo. No
afeitaron las cabezas a pesar de nuestras ruidosaprotestas, y a cada uno se le entregó un pequeñdisco de aluminio con un número. Nofotografiaron de uno en uno y después se nos dej
vagar por un pequeño recinto, como prisioneros dguerra ya debidamente identificados. El capitáPatrick Reid, RASC, se había convertido en e
riegsgefangenenummer 257[2]. La prisión era e
Oflag VII C.
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El 12 de junio nos trajo otros doscientohuéspedes, con lo que nuestro número ascendió
cuatrocientos. Se nos dijo que cuando el campestuviera lleno albergaría a mil quinientooficiales. Muchos de los recién llegados fuerodestinados a nuestra habitación, la número 66,
entre ellos estaba el capitán Rupert Barry, del 52de Infantería Ligera. Justo en el momento en quempezamos a hablar, ya mencionamos el tema da fuga.
Estaba sentado en un banco delante de unarga mesa, como de cocina, haciendo un solitaricon un juego de cartas que se había fabricado corozos de papel, cuando yo entré en la habitación
Me senté ante él y guardé silencio durante largato, apoyando la barbilla en las manos. Mpensamiento vagaba a cientos de kilómetros dallí, camino de un hogar en Inglaterra.
El hombre sentado delante de mí continuó s
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olitario, pacientemente, alisando y ordenandcuidadosamente sus trozos de papel. De vez ecuando, se atusaba su largo bigote con u
movimiento lento y controlado de sus largodedos. Mi pensamiento se concentró finalmente eél.
«Control… Sí, sin duda el hombre que tengdelante ha aprendido a controlarse. Tal vez lnecesite. Las aguas más tranquilas son también lamás profundas», pensé.
Levantó la mirada. Sus ojos oscurocentelleaban, pero en ellos había amabilidad, y l
onrisa que me dedicó era agradable. —Estoy dispuesto a largarme de aquí dentr
de tres meses —dije, preguntándomnmediatamente por qué había confiado en él.
—Eres muy optimista. ¿Por qué tanta prisa? —Tengo una cita en Navidad que no quier
perderme. Si me marcho a principios deptiembre, tengo la esperanza de salir por ví
marítima desde Gibraltar o Lisboa con el tiemp
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usto. —No me importaría ir contigo —dijo Rupe
Barry—. Mi esposa nunca me lo perdonará si n
huyo de aquí. Me acusará de no pensar ya en ella. —Al parecer tu mujer tiene una personalidamuy fuerte.
—Es una de las cosas que me gustan de ella —epuso, y añadió—: Evidentemente, tú no está
casado. —No, soy soltero, y el poco atractivo qu
pudiera poseer se está marchitando rápidamentcon cada día que paso aquí.
—¿Qué te parecería hacer un reconocimientistemático del lugar?
—Muy bien, empezaremos cuando quieras.
Rupert tenía veintinueve años, y, con unestatura cercana a un metro ochenta, era un hombrbien proporcionado. Teniendo en cuenta la
circunstancias, vestía con elegancia y exhibía un
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personalidad impresionante, con una cara atractiv una tez más bien morena, presidida por smponente mostacho y una barbilla voluntariosa
Con su nariz recta, sus ojos pardos y sus cabellode color castaño oscuro (cuando volvieron crecerle), era hombre capaz de causar estragoentre el sexo femenino, pero en realidad sólo vivípendiente de su esposa «Dodo» y sus dochiquillos. Era un militar profesional y habíecibido su educación en la King’s School d
Canterbury.Durante varios días, exploramos juntos e
campo de prisioneros, efectuando misiones deconocimiento. Examinamos todas la
posibilidades de pasar por la maraña dalambradas de espino que lo rodeaban, discutimo
os pros y los contras de atravesar la cerca dentrada, y llegamos a la conclusión de que escalaos muros podía considerarse un acto suicida
Cuando, al llegar la noche, se encendían lo
eflectores, estudiamos las medidas y la
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posiciones de las sombras, examinamos loecorridos de los centinelas y durante largas hora
observamos cuidadosamente a través de la
ventanas si los centinelas se mostraban perezosoo cambiaban sus costumbres a primera hora de lmadrugada, acechando en busca de algunoportunidad. Finalmente, llegamos a concentrarnoen una esquina concreta de un edificio alto en ecuadrilátero interior, y nuestras ideas se orientarohacia dos programas opuestos. El primero, que fudea de Rupert, consistía simplemente en un túne
el segundo, del que yo era autor, implicaba un
arga escalada hasta el tejado y un descenso pouna cuerda. Éstos fueron los embriones a partir dos cuales surgió el primer intento de fuga desd
Laufen. El plan de Rupert exigía una laborios
area que había de durar meses. El mío era u«Blitz»[3]. Acordamos que bien valía la penealizar un experimento con mi plan antes d
decidir cuál era el que más convenía adopta
ecesitábamos dos ayudantes como observadore
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mientras yo efectuaba mi recorrido de prueba poencima de los tejados, y el teniente Nealy, de lAviación Naval, y el capitán Kenneth Lockwood
del Regimiento Real de la Reina, se prestaron parayudarnos. Sin mostrarse excesivamente curiosoos dos habían expresado cierto interés acerca d
nuestra tentativa y nos habían manifestado sntención de fugarse. Los cuatro vivíamos en l
habitación 66.Celebramos una reunión y yo tomé la palabr
para explicar a Nealy y Kenneth las alternativas, nformarles acerca de nuestra intención d
empezar por el tejado. Después les dije: —Para la primera prueba necesitamos un
noche sin luna, ya que cuanto más oscura sea lnoche tanto mejor.
—Sí, pero no os interesa que llueva —repusealy—. Resbalaríais por el tejado como si fuer
un tobogán; y de todas maneras tendréis que llevazapatillas de gimnasia.
—El viento no importaría. En realidad, serí
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una ayuda —dijo Kenneth. —Ya comprendéis la idea. Necesitamos, si e
posible, todas estas condiciones. Rupert es el má
fuerte, y por lo tanto sugiero que él me haga bajapor la cuerda de sábanas hasta el tejado inferior. —Necesitaremos como mínimo dos sábanas,
mejor si son tres, para un descenso de tres metro medio —intervino Kenneth.
—Yo bajaré y después me situaré en el tejadprincipal. Tú, Kenneth, deberás vigilar todo mecorrido y comprobar la visibilidad, las sombra el ruido. Tú, marinero, será mejor que observe
a todos los centinelas mientras yo me aproximo u campo visual y su zona de vigilancia, y qu
compruebes cualquier reacción por su parte. —La idea consiste —dijo Rupert— en que Pa
legue hasta el extremo del tejado más largo y vei resulta posible efectuar un descenso, coábanas, hasta el exterior de la prisión. Hay u
centinela de guardia, junto a la esquina, pero n
abemos hasta dónde alcanza su visibilidad. Pa
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puede comprobar también este punto. Casi toddepende de las sombras que rodeen al lugar donde efectúe el descenso.
Apenas habrá luna el día 30 de junio. Edomingo —proseguí—, y los guardianes habrábebido su buena ración de cerveza, y es posiblque estén más adormecidos que de costumbreSugiero que acordemos esta fecha, siempre cuando el tiempo nos sea propicio.
Quedó acordada esta fecha y entoncediscutimos todos los detalles de la escaladaÉramos unos principiantes en todos los sentidos
ólo nos apoyaban el entusiasmo y ldeterminación. De pronto tuve una idea:
¿No resultaría mejor la escalada si pudiéramoapagar todas las luces? Yo creo que es posibl
conseguirlo. —¿Cómo? —Ya sabéis que los cables recorren los muro
de los edificios, de un aislador a otro, y que ésto
ólo están separados por unas distancias de medi
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metro entre sí. Tan sólo se trata dcortocircuitarlos.
—¿Y cómo podríamos hacerlo?
Reflexioné unos instantes.Ya lo sé. Una de las ventanas de la habitació44 se encuentra tan sólo a poco más de un metrpor encima de los cables y siempre está sumida ea sombra. Si podemos reunir unas cuarenta hoja
de afeitar, yo las sujetaré con alfileres a un trozde madera, formando al mismo tiempo uconductor y un instrumento cortante. Atornillaré erozo de madera al mango de una escoba,
endremos lo que necesitamos. —Buena idea —aplaudió Rupert—, y si el 3
de junio es nuestra fecha de partida, cuanto anteconstruyamos este aparato tanto mejor.
—Pretendo hacer el cortocircuito el mismo dí30.
—No creo que esto sea prudente. Podría armaun alboroto, y puede que volvieran a funcionar la
uces precisamente en el momento en que t
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estuvieras colgado de las sábanas. Sería mejohacer también una prueba con este apagón. Aspodremos ver cuánto tiempo necesitan par
eparar la avería. —Está bien —admití—. Entonces, yo mocuparé de esta tarea y, mientras provoco eapagón, será mejor que los tres toméis posicionealrededor de los edificios para observar si otrapartes del sistema de alumbrado no se apagan coas demás.
A su debido tiempo, hicimos la prueba decortocircuito. El aparato hecho con hojas d
afeitar funcionó a la perfección. En cuestión de uminuto, aserrando suavemente, corté la gruescapa aislante, y después se produjo un fuertchispazo y todos los reflectores que yo podía ve
e apagaron. Se oyeron unos gritos y carreras junta la caseta de la guardia. Al cabo de tres minutoas luces volvieron a encenderse. Este intervalo diempo no era sucficiente para nuestros fines.
Uno de los principales problemas de las fuga
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que supimos identificar a fuerza de tiempo y ravés de amargas experiencias, era el de decidi
en el momento justo, si todas las condiciones par
una fuga eran las adecuadas, y, en caso contrariocuáles de ellas podían ser ignoradas. Naprovechar una oportunidad significaba que quizésta no volvería a producirse durante meses años, lo cual nos obligaba a saber aprovecharlaen cambio, si la fuga se organizaba en unacondiciones adversas, o bien si les concedíamoerróneamente, una importancia secundaria condiciones realmente trascendentales, la fug
podía acabar mal. En este caso significaba quhabíamos perdido otra oportunidad y que a partde entonces, otro hueco de las defensas enemigae cerraría para siempre.
Había, además, un segundo problema. El hechde que un centinela disparase o no al advertir algera una cuestión totalmente aleatoria; lo máprobable era que lo hiciera. Tenía órdenes d
disparar, y esto nos había sido detalladament
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explicado por el comandante del campo, en lmemorable revista a la que fuimos sometidos alegar. Nos había soltado un largo discurso,
obre el tema de las fugas había dicho:Es inútil tratar de escapar. Miren a salrededor y contemplen estas barreranfranqueables, este formidable dispositivo d
ametralladoras y fusiles. La fuga es imposibleTodo el que la intente será blanco de nuestrodisparos.
Hablaba bien el inglés y escupió la palabr«disparos» con una maliciosa entonación que, si
duda, tenía la intención de disipar para siempre enuestras mentes la idea de la fuga.
—Éstas son las órdenes estrictas que he dado os centinelas, y éstos cumplirán mi orden al pi
de la letra. —El silencio fue seguido pocarcajadas cuando añadió con una seriedad mueutónica—: Y si escapan por segunda vez, será
enviados a un campo de prisioneros especial.
El día 30 de junio hacía un tiempo espléndido
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Caía la tarde y empezaban a aparecer las estrellain un soplo de viento y sin nubes. A las 10.30
Rupert y yo salimos de nuestra habitación
ecorrimos los pasillos, que eran sometidos nspecciones irregulares, hasta llegar a lhabitación desde la cual debía empezar nuestrarea. Acechamos cuidadosamente a través de l
ventana y escuchamos. En el exterior, la luz erodavía intensa, pero las sombras tenían s
habitual tono oscuro y se oía un nuevo ruido quno habíamos advertido antes. El río, aquellcorriente de agua con su agradable murmullo
descendiendo enérgicamente desde las montañacompensaba el silencio que reinaba por doquieSí, valía la pena intentarlo.
Rupert llamó a Nealy y a Lockwood, quocuparon sus posiciones en las ventanas claveCalculé que la excursión requeriría más o meno
una hora y dije que no regresaría antes. La hor
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cero eran las 11.30 de la noche.El lugar pensado para el descenso s
encontraba en el centro del campo visual de u
centinela situado a unos 40 metros de distanciaque podía enfocar sin dificultad un reflector hacicualquier punto que él deseara. Descendí, rápida ilenciosamente, hasta el tejado plano, mientraos pasos del centinela indicaban que me volvía l
espalda. Yo llevaba los pies protegidos pocalcetines, otros calcetines viejos, cortados commitones, me cubrían las manos, y un pasamontañaque alguien me había prestado ocultaba la mayo
parte de mi cara. Todo funcionaba a la perfecciónUna vez en el tejado plano, quedé oculto a la vistde todos y continué hasta otro tejado más alto queguía al primero formando un ángulo recto
Aunque hice algunos ruidos innecesarios, habíconseguido ya trepar por un metro y medio dubería, expuesto a la vista de un segundo centinel
pero protegido por las sombras, cuando empezó
producirse un cierto alboroto entre los centinela
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con carreras de un lado a otro, resplandor dinternas y órdenes gritadas a pleno pulmón. Mendí como si fuera un muerto con los brazos y la
piernas abiertos sobre el tejado. El alborotaumentó, pero los ruidos no llegaron hasta el lugadonde me encontraba yo. A medianoche, empezó oírse un rumor de voces en el más lejano de locuatro patios y, tras escuchar durante algún tiempodecidí que el jaleo se debía a la llegada de otrpartida de prisioneros. Continué mi camino con eánimo más alegre, ya que la lejanía del rumoncluso podía ayudarme. Al avanzar, las pizarra
esonaban como disparos de pistola, o al menoasí me lo pareció, y algunos fragmentos rotos sdeslizaban hacia abajo con un prolongado crujidoDebía atravesar el borde del tejado, ya que, si ib
más allá del gablete, quedaría a la vista de todoen el lado más cercano. En el otro extremoquedaba fuera del campo visual de cualquiera yademás, sumergido en una densa sombra. Traté d
distribuir mi peso de la manera más equitativ
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posible y descubrí que el mejor sistema paravanzar consistía en hacerlo echado sobre lespalda, con los brazos y las piernas extendido
moviéndome lentamente como un cangrejo. Eejado tenía unos cuarenta metros de longitud y ealto hasta el suelo era de casi 20 metros. Alg
ventajoso para mí en esta larga etapa del viaje fuun camino trazado para los deshollinadores, quecorría el tramo en casi la mitad de su longitud
pero también esta ruta incluyó crujidos y otrouidos realmente alarmantes. Esto me aterrorizó
en especial cuando una plancha de madera suelt
e desprendió y cayó, estrepitosamente, hasta eborde del tejado. Esperé, horrorizado, el momenten que se precipitara hacia el suelo, perfinalmente se detuvo y quedó en equilibrio sobr
un desagüe. Tenía que controlar mis movimientohasta el punto de que me encontraba continuamenten peligro de sufrir un calambre. En el extremmás lejano del tejado pude echar un vistazo po
encima del gablete, y con ello hacer un ciert
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econocimiento.El muro extremo del edificio descendía hast
un estrecho pasadizo que conducía fuera de l
prisión. Había un centinela que recorría aquecallejón, manteniéndose paralelo al edificioEstudiando y calculando todos sus pasohabíamos constatado previamente que en cadecorrido del centinela había que esperar untervalo «ciego» de unos tres minutos en e
callejón. Esperábamos aprovechar este detalleiempre y cuando las sombras fueran lo bastantargas o el paisaje proporcionara cualquier otr
medio de ocultación. Ésa era la finalidad deeconocimiento: inspeccionar el callejón y su
alrededores, en el momento justo de la noche eque se había proyectado la fuga. Había tambié
otros puntos que debían quedar bien claros: si edescenso a lo largo del muro era factibledebíamos saber la velocidad con la que podíamohacerlo sin producir ruidos que pudieran llamar l
atención, y también si había oscuridad suficient
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en los puntos del descenso que quedaban adescubierto.
Tres horas y media después, regresé, tras habe
nvertido casi media hora en hacer el descenselegido. Estuve a punto de desfallecer durante lescalada de cuatro metros que debía llevarme dnuevo a la ventana. Estaba muy cansado y el débégimen alimenticio de un mes me había pasado s
factura. Rupert me ayudó a subir. Mis últimomovimientos no tuvieron la menor precisión, perpor suerte el centinela debía estar medio dormidoEran las tres de la madrugada. Al día siguient
celebramos una segunda reunión, en la que expusmi opinión.
—El punto de descenso propuesto no eválido. Colgar una cuerda en otro punto exigiríransportar unas veinticinco sábanas o manta
Deberíamos llevar también sacos de dormir
botas. El callejón es un pasaje sin salida, per
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creo que las sombras no son adecuadas para lo ququeremos. La cuerda sería perfectamente visiblen cualquier posición.
—Yo te he oído claramente varias veces —nformó Kenneth, a lo cual Nealy añadió: —Hubo un momento en que creíamos que t
habías caído desde el tejado. No podía vertporque te encontrabas en el otro extremo, pero a largo de las tuberías de desagüe oímos u
prolongado ruido y después una especie dcolisión.
Creo que será mejor que descartemos est
posibilidad —dijo Rupert—. Si un hombre siningún equipaje arma todo este jaleo, ¿qué pasarcuando lo intenten cuatro? Francamente, Pat, creque te ha salvado el barullo que han armado lo
ecién llegados. Y además, si la cuerda ha dquedar a la vista de todos, nunca conseguiremonuestro propósito. Yo no puedo bajar veinte metrocon una cuerda de fabricación casera y dart
iempo para que vuelvas a izarla, todo ello en tre
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minutos.Estuvimos todos de acuerdo y decidimo
estudiar a continuación la idea del túnel de Ruper
En cuanto a los que llegaron aquella nocheesultaron ser cuatrocientos oficiales de la 5División, que habían sido capturados en St. Valéryen la costa septentrional de Francia, alrededor de2 de junio. Esto significaba que habría más gent
en las habitaciones, y nuestra sala número 6acabó por albergar a cincuenta y siete ocupanteEsta habitación tenía más o menos quince por docmetros, con una altura de poco más de tres metro
medio. En este espacio había diecinueve literariples de madera, media docena de mesas, un
estufa y diez pequeños armarios roperoCincuenta y siete oficiales comían, dormían
vivían en esa sala, puesto que en aquella época ne había oído hablar de las llamadas «salas d
día».Mientras yo me concentraba en mi idea d
escapar a través de los tejados, Rupert habí
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estado efectuando por su cuenta discreto«husmeos». La palabra «husmeo», pronto fueconocida como propia de la terminología de
campo de prisioneros. Significaba recorrer ecampo detenidamente, y era aplicada a la vez a loalemanes y a los británicos. Los alemaneempleaban husmeadores profesionales «hurones» que llegaron a convertirse en figurafamiliares del campo. Lo extraordinario era cuápocas personas husmeaban en realidadGeneralmente, los husmeadores podían sedistinguidos entre una multitud a una distancia d
un kilómetro, ya que tenían todo el aspecto de lohabituales ladrones que buscan la mejor manera dobarle la cartera a los demás. Rupert era un bue
husmeador, sobre todo porque resultaba imposibl
mirarle sin tomarle por un hombre demasiadhonrado y orgulloso como para rebajarse a taleextremos. Fue él quien descubrió una pequeñhabitación cerrada en el extremo del edificio, qu
daba al mismo pasaje sin salida que yo había vist
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desde los tejados, y el que descubrió que estcuarto era un semisótano. Un día, mientras Kennetvigilaba a los «hurones» alemanes, Rupert, Neal
yo abrimos la cerradura de la puerta y entramoEncontramos unos escalones que conducían hastabajo, situado a poco más de un metro por debajdel nivel del exterior. Rupert propuso horadar lpared al nivel del suelo, excavando un túnel ravés del callejón para llegar, a través de éste
por debajo, hasta los cimientos de un viejedificio de piedra, en el otro lado. Nealy preferícruzar por debajo del pasaje y después ascende
hasta llegar a un pequeño cobertizo situado junto una casa particular. Las paredes del cobertizconsistían en tablones verticales de madera, cohuecos entre ellos. En el interior, pudimos ve
montones de leños para las estufas. Seguimos lugerencia de Nealy por creer que n
encontraríamos unos cimientos demasiado gruesoen el extremo final de nuestro túnel. En realidad
después descubriríamos que teníamos razón
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aunque siguiendo esta dirección no sabíamos dqué forma íbamos a efectuar nuestra salidaTratamos de penetrar en el muro el 14 de julio. Y
consideré que era un día propicio, puesto que srataba del aniversario de la toma de la Bastilla.Decidimos trabajar cada uno dos turnos de do
horas por día, y además por la tarde, ya que era emomento más tranquilo en la actividad interior decampo, y, al mismo tiempo, el más ruidoso, causa de los rumores callejeros del exterior, qunos podían ayudar mucho a disimular los ruidoproducidos con nuestra tarea. Mantuvimos lo de
únel en absoluto secreto, excepto para un oficiael mayor Poole, que había sido prisionero dguerra en la contienda de 1914-1918, al que lpedimos consejo. La tarea era bastante sencilla: u
hombre trabajaba junto al muro; otro hombre sentaba en una caja dentro de la habitación, con e
ojo pegado a la cerradura de la puerta, acechandel callejón; un tercer hombre leía un libro o s
dedicaba a cualquier otra actividad aparentement
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nocente, sentado en los peldaños de piedra de lúnica entrada del edificio, a unos metros decallejón, y un cuarto hombre se entretenía, o s
ejercitaba, en el patio más lejano. Pasadas unados horas, los dos hombres del exterior y los dodel interior intercambiaban sus puestos. Paradvertir que se aproximaba un alemán se recurría eñales no comprometedoras, tales como sonarsa nariz, indicando la dirección por la qu
aparecía el alemán. Inmediatamente, apenaecibía la señal el hombre situado junto al mur
dejaba de trabajar.
La puerta de aquel cuarto se abría y se extraíaos tornillos que sostenían el soporte del pasado
Éste era atornillado de nuevo durante cada turnoEn aquel lugar había leña, y además una ampli
variedad de blancos de madera para las prácticade tiro. En estos blancos se habían pintadoldados franceses e ingleses, arrodilladoendidos y en posición de carga, así como diana
normales. Si un alemán decidía entrar allí, la únic
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esperanza que les quedaba a los hombres denterior consistía en ocultarse entre los montone
de leña, o bien en un pequeño espacio triangula
ituado bajo los escalones de piedra. La entraddel túnel se encontraba en el extremo más lejandel cuarto y así quedaba oculto en la oscuridaddebajo de una vieja mesa. En cuanto a laherramientas, empezamos con tres recios clavos dquince centímetros de longitud. Al cabo de unodías, conseguimos el refuerzo de un pequeñmartillo.
El martillo fue la causa de uno de los primero
«incidentes» graves del campo de prisioneros, nos proporcionó un amigo en la necesidad, en lpersona de un teniente del Real Regimiento dCarros de Combate, llamado O’Hara, que con e
iempo se convertiría en «Scarlet O’Hara», uno dos prisioneros de guerra más famosos e
Alemania. Su cara era tan rubicunda que la menoexcitación llegaba a otorgarle un ton
verdaderamente escarlata.
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Aquel día, llegó un camión a uno de los patiocon suministros para la cantina y, aunque quedcustodiado por un centinela, O’Hara, junto con u
compinche, «Crash» Keeworth, se apropió demartillo y de un excelente mapa de carreteraalemanas, procedentes del cajón de herramientaituado bajo el asiento del conductor. Keewort
fingió robar algo en la parte posterior del camióncon lo que distrajo al centinela durante el tiempuficiente como para asegurarse de que Scarleealizaba su tarea con la mayor facilidad. El robo
desde luego, no tardó en ser descubierto. E
centinela fue relevado y pronto se convocó uppell o parada especial. Casualmente, estppell nos proporcionó momentos de angustia
puesto que tuvimos que sacar a nuestros do
hombres de su madriguera con la mayor rapidezeventualidad para la que siempre debíamos estapreparados, ya que nunca sabíamos qué delitpodían estar cometiendo otros prisioneros.
El comandante apareció ante el persona
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formado, echando espumarajos de irritaciónTodos sus subordinados le imitaron debidamente gritaron, entregándose a un paroxismo de cólera
alentados por las risas burlonas de los prisionerobritánicos. Después de unas interminables arengaanto en inglés como en alemán, se nos dio
entender que nos serían retirados todos loprivilegios hasta que reaparecieran el martillo y emapa. La parada fue disuelta seguidamente, emedio de silbidos, murmullos y toda clase dburlas. Scarlet había realizado su tarea, a lperfección. Y pronto descubrimos que un martill
debidamente envuelto en un trapo era unherramienta mucho más eficaz que una piedroscamente modelada para este fin.
Al cabo de tres semanas, nuestro túnel habíalcanzado casi un metro. Habíamos atravesado emuro de piedra y ladrillos, encontrando tierra en e
otro lado, lo cual nos proporcionó una gra
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atisfacción. A partir de entonces íbamos progresar mucho más rápidamente, pero tambiéabíamos que era necesario un revestimiento d
madera para impedir que el techo del túnel sderrumbara. Encontramos unos tablones de ochpor cinco centímetros entre los blancos de tiro questaban en la habitación donde trabajábamos, queunto con otros de las camas, cuyo número erlimitado, nos permitieron asegurar nuestro túneuestros camastros sostenían el cuerpo human
por medio de unas diez tablas que cubrían lanchura del lecho. El grosor de estos tablones er
de unos dos centímetros, con una longitud de casetenta centímetros, y con el tiempo demostrarou prodigioso valor para innumerables fines. Eraa materia prima más importante para todo el qu
planeara una fuga. Estos tablones de cama podíaer utilizados para afianzar un túnel, tallarse par
construir falsas pistolas o bayonetas alemanas, convertirse en falsas puertas o armarios fingido
Adelantándonos un poco al tiempo de nuestr
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narración (de hecho, casi un año), en Laufen sconstruyó, bajo la dirección del capitán JiRogers, de los Royal Engineers, un túnel en el qu
e emplearon no menos de mil doscientos tablonede cama.La experiencia nos enseñó la mejor manera d
ransportar estas maderas y llegó el momento eque adquirimos la suficiente confianza como parpasar junto a un oficial alemán con un par de elladebidamente ocultas bajo un capote echado sobros hombros.
El túnel progresó a partir de entonces co
mayor rapidez, hasta el punto de que nos resultabmposible libramos de la tierra extraída con l
debida celeridad si utilizábamos el métodclásico, consistente en esconderla en nuestro
bolsillos, especialmente alargados para este fihasta llegar a las rodillas, y vaciarldisimuladamente cuando nos tendíamos en ecésped del recinto. Un día, Rupert y yo no
dedicábamos a realizar esta tarea tan poc
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agradecida, cuando decidimos hablar de ella. —A este paso, Pat —rezongó Rupert—, e
únel nos exigirá seis meses.
—La única alternativa es amontonar la tierren el cuarto de los blancos de tiro, y esta solucióno me gusta —repuse.
—Podemos ocultarla en la esquina, debajo dos escalones.
—No toda. No hay el suficiente espacio. —Podemos ocultar la que sobre con blanco
de tiro y otras porquerías. —Si los alemanes echan un simple vistazo
aquel cuarto, no les pasará por alto. —Y si seguimos excavando durante sei
meses, sin duda los alemanes descubrirán el túne—insistió Rupert.
—¿Por qué? —Sólo es cuestión de tiempo, antes de que no
pesquen. Cada día corremos riesgos y, cuanto máiempo trabajemos, más disminuyen la
probabilidades en nuestro favor. Un día, un Otto s
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presentará allí en el peor momento. Y cuanto máiempo trabajemos, mayores son las posibilidade
de que esto suceda.
—De acuerdo —admití—, estoy de acuerdcontigo. Convertiremos este trabajo en un «blitz».Durante la semana que siguió a nuestr
decisión, avanzamos tres metros.A la derecha del túnel, lo hacíamos a lo larg
de un viejo muro de ladrillo. La curiosidad quentíamos acerca de la finalidad del mismo nolevó a un feliz descubrimiento, así como a u
desdichado incidente. Hicimos nuevas medicione
descubrimos que no nos encontrábamos más alldel muro principal del edificio, como habíamopensado, sino que avanzábamos junto a lo que eruna habitación totalmente cerrada, debajo de lo
avabos del primer piso. Utilizando un pequeñespejo sostenido en la ventana de estos lavabopudimos ver una boca de acceso en el pasajcontiguo a esta cámara cerrada, y supusimos qu
e trataba de un antiguo pozo negro, cuya salid
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era precisamente aquel acceso. Si conseguíamoentrar en el pozo y salir por la tapa de accesodispondríamos de una salida perfecta en el túne
una salida que podría ser utilizada una y otra vezDecidimos correr el riesgo de penetrar a través da pared, a nuestra derecha. Fue una suerte qu
hubiéramos realizado mediciones, pues, de habeeguido adelante con el túnel, creyendo que no
encontrábamos más allá del muro principaiempre habría existido una diferencia de tre
metros con respecto a nuestros cálculos acerca da longitud del túnel.
Sin embargo, estuvimos a punto de dar al trastcon todo el plan cuando penetramos a través de lpared que había a nuestra derecha. Yo estabrabajando en el muro, que cedía con facilidad,
me disponía a retirar un último ladrillo, cuanduna oleada de líquido infecto se precipitó sobrmí, apagando la lámpara. (La luz procedía dgrasa de cocinar alemana que habíamos puesto e
una lata de cigarrillos, con una mecha fabricad
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con el cordón del pijama). Me quedé tendido euna oscuridad total, mientras un impetuoso torrentfluía a mi alrededor. Grité entonces a Rupert, qu
era quien estaba haciendo guardia: —¡Se ha producido una inundación! Trataré ddetenerla. El olor es asfixiante. ¡Por el amor dDios, sacadme del túnel si me desmayo!
Oí que Rupert decía: —Puedo olerlo desde aquí. Te llamaré cad
medio minuto y, si no contestas, vendré a buscarteCon una ansiedad febril, empecé a trabajar e
el agujero como pude, ayudándome con ladrillos
barro. El túnel hacía pendiente y la inundación ibascendiendo. Afortunadamente, la presión no ermuy grande en el otro lado, y al cabo de cincminutos de frenética actividad conseguí reducir e
orrente a un pequeño chorro. Entonces salí deúnel.
Rupert estuvo a punto de caerse de su cajcuando vio el infecto objeto que salía del agujero
Era poco el líquido que había entrado en el cuarto
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gracias a la pendiente del túnel, destinada ventilar el extremo en el que trabajábamoDurante todo el día, trabajamos para detener l
nundación. Yo me aseé en el baño contiguo, y mproporcionaron ropas secas.Al día siguiente, volví a bajar con una luz
construí la presa que necesitábamos con barromaterial del que no carecíamos, reforzado poablones introducidos en el suelo del túnel. Ennecesario añadir que abandonamos el plan de
pozo y continuamos en línea recta. Aún persistíuna pequeña infiltración que nos obligó a instala
ablones a lo largo de todo el túnel. Por suerte, enivel de éste nos conducía justo por debajo de lbase del muro principal exterior, ya que hubierido un trabajo ímprobo atravesar un metro d
mampostería desde el limitado espacio del túneSin más incidentes, a fines de agosto llegamodebajo del cobertizo situado en el otro lado decallejón.
A mediados de agosto, habían advertido
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ealy que pronto sería trasladado a un campo dprisioneros de la marina, puesto que él pertenecía la aviación naval. Al mismo tiempo, a medid
que el túnel se alargaba necesitábamos máayudantes, y recurrimos al consejo del mayoPoole. Finalmente, pedimos al alférez «PeterAllan, al capitán «Dick» Howe y al capitán BarryO’Sullivan que se unieran a nosotros, lo cuahicieron, aunque de mala gana.
Nuestra elección recayó primero en Peteporque hablaba fluidamente el alemán, y, de hechohabía sido utilizado por los alemanes com
ntérprete en diversas ocasiones. Cuando sefectuara la fuga, sería una buena ayuda disponede un compañero que hablase el alemán, ya que lodemás desconocíamos este idioma. El mayo
Poole nos advirtió que revisáramocuidadosamente sus credenciales. ¿Dónde habíaprendido el alemán? La respuesta fue que lhabía aprendido en una escuela en Alemania. ¿Po
qué fue a una escuela alemana? Su padre habí
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enido relaciones comerciales con Alemania. Estandicaciones y otros datos sobre su pasado fuero
comprobados, en su mayor parte indirectamente
con la mayor discreción, entre oficiales quaseguraron haberlo conocido antes de la guerra.Todo esto pretende sugerir, desde un bue
principio, que en los campos de prisioneros dguerra temíamos siempre la posibilidad de que snfiltrara entre nosotros un «agente provocador»
Varios oficiales habían leído que éstos actuaban yen los campos de prisioneros de la primera guerrmundial como espías, y no nos cabía duda de qu
a Alemania nazi sería capaz de hacer lo mismo ea actual contienda. Más tarde, estos agente
fueron conocidos con el nombre de « stooigeons», o sea, soplones.
Peter pasó todas las pruebas —después noeímos muchas veces, al recordarlo— y resultó sean blanco y puro como la nieve. Era uubteniente de los Cameron Highlanders, de baj
estatura, pero lucía su kilt tan airosamente como e
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más alto de sus compañeros, y sus robustas piernamostraban que era capaz de recorrer largadistancias. Estaba en buena forma, a pesar de l
precaria dieta alimenticia. Educado en Tonbridgeugaba muy bien al rugby y al fútbol, y era uexcelente jugador de bridge y ajedrez. Siemprconseguía poner frenéticos a sus adversariomediante su invariable estratagema, consistente ecomerse uno o dos peones al comienzo de lpartida, y seguir después cambiando pieza popieza. Él y Rupert formaban una terrible pareja eel bridge.
También Dick Howe y Barry O’Sullivan fueropuestos a prueba, pero no presentaron ningundificultad. Barry era hijo de un general británico, numerosos prisioneros que se encontraba
entonces en Laufen habían conocido a Dick englaterra. Ambos pertenecían al Real Regimient
de Carros de Combate. Barry tenía un caráctechispeante, y había pasado algún tiempo en l
ndia. Nos fue recomendado por Poole para que l
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aceptáramos por su astucia y su determinación descapar a toda costa, y la recomendación resulter muy acertada. Dick Howe fue un fruto d
nuestra propia elección. Vivía con nosotros en lala 66 y tenía mucha iniciativa a la vez quentido común, lo cual le convirtió en el posiblefe de un segundo grupo que escapara a través d
nuestro túnel. Ya habíamos pensado en algo parocultar la salida del túnel, a fin de que pudiera seutilizado en repetidas ocasiones.
Dick era un londinense educado en la BedforModern School y poseía una gran habilidad para l
ngeniería mecánica, así como para la teoría práctica del telégrafo. Acababa de recibir lmedalla militar por su valor en Calais, donde lhabían desembarcado junto con su grupo en un
acción repentina que retrasó durante variopreciosos días la toma de este puerto por loalemanes.
Era un hombre apuesto y robusto, tal vez alg
osco, y medía alrededor de un metro setenta
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cinco. Se reía con una especie de relincho dcaballo, tenía un gran sentido del humor ealizaba todas sus actividades con calma y un
eve sonrisa, como si estuviera buscando lmanera más divertida de desempeñarlas. Nealy partió a fines de agosto y ambo
acordamos que escribiría a sus padres, si la fugenía éxito, para hacerles llegar noticias suyas. [4]
Unos días más tarde sufrimos un gravcontratiempo. Barry O’Sullivan estaba excavanden la parte frontal, yo transportaba la tierra ecajas improvisadas —arrastrarse sobre el vientr
de un lado a otro era una tarea muy dura—, y PeteAllan vigilaba a través del agujero de lcerradura. Desde el exterior recibió la señal d«peligro, dejad de trabajar». Apenas nos habí
advertido, cuando un suboficial alemán llegó ravés del callejón, y, sin titubear, se acercó
nuestra puerta, abrió la cerradura y empujó. Lpuerta se negó a abrirse. Habíamos instalado u
pasador de seguridad en el interior: un tosc
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dispositivo que nos sirviera sólo en una situaciócomo ésta. Era nuestra última defensa para umprevisto de este tipo. El alemán lanzó u
uramento, empujó la puerta con todas sus fuerzaompiendo el pasador, y después volvió a empuja atisbo a través de la estrecha abertura
descubriendo un barrote de hierro que le cerrabel paso. Este retraso concedió a Peter Allan eiempo suficiente para bajar por los escalone
agazaparse detrás de los blancos de tiro ntroducirse en el túnel. Por suerte, todolevábamos zapatos de suelas blandas, pues de l
contrario el alemán hubiera oído a Peter.Unos momentos después, el alemán abrió l
puerta de par en par; ignoro lo que pensó, pereguramente debió engañarle nuestro dispositiv
de seguridad. Éste había sido fabricado comateriales de aspecto muy viejo y ahora habíquedado en una posición que podía hacer pensar cualquier persona que se encontrara ante aque
cuarto vacío y cerrado por dentro, que había caíd
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por sí solo la última vez que se cerró la puertaosotros sabíamos que esto había ocurrido dos
res meses antes. Era una posibilidad muy remota
pero era la única que teníamos, y dio resultadoPeter nos explicó lo ocurrido en nuestro extremdel túnel, y más tarde nuestros compañeros nocontaron el resto. El alemán entró, empujó loblancos de tiro contra el extremo de nuestro túne volvió a salir. Después de un rato, Peter sali
para inspeccionar, pero no tardó en arrastrarshasta nosotros, diciendo:
—¡Los alemanes vuelven!
Esta vez entraron varios de ellos, cargados coun surtido de blancos de tiro que amontonaron eos espacios vacíos. Después clavaron uno
cuantos clavos de diez centímetros en la cerradura
doblándolos hacia el interior, la aseguraron y smarcharon. Cinco minutos más tarde, una discretlamada en la puerta nos indicó que nuestr
centinela se encontraba ya en el exterior. Peter
o nos aproximamos a la puerta y murmuré:
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No podemos salir. Han metido aquí unoclavos de diez centímetros y los han doblado poa parte interior. Nunca podréis sacar la cerradura
—Una cárcel dentro de una cárcel —musitKenneth desde el exterior—. ¿No podéis doblaos clavos otra vez?
—¡Ni pensarlo! La madera se astillaría si lntentáramos. Son clavos gruesos como mi ded
meñique. —Bueno, pues vaya lata… Tendréis qu
quedaros aquí hasta que hayáis adelgazado luficiente como para salir por debajo de la puerta
—¡No digas más estupideces, Kenneth! Tenguna idea. ¿Puedes encontrarme una lima?
—¡Claro que sí, hombre! La ferretería está a lvuelta de la esquina —y le oí reírse, de un mod
que me irritó, al otro lado de la puerta. —No es momento de hacer chistes. Tú esta
fuera, pero nosotros estamos dentro. Estoy segurde que Scarlet O’Hara sabrá encontrar una lima
Por favor, date prisa!
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Al cabo de muy poco tiempo apareció la lim pasó por debajo de la puerta. Limé los clavos e
el punto en que habían sido doblados. Desde e
exterior, Kenneth apalancó la cerradura contra lmadera, y así pudo extraer los clavos limadoAbandonamos aquel antro, volviendo a colocaápidamente los clavos en su lugar, y nos alejamo
de allí. Al día siguiente, para una mayor seguridadvolvimos a acortar los clavos y, tras doblar dnuevo los extremos limados, los colocamos en suposiciones originales, sin dejar ni rastro de nuestrmanipulación.
El túnel siguió avanzando. Todos nosotrofuimos entrevistados y se nos recomendó pasar uexamen médico para comprobar si estábamos econdiciones de efectuar el difícil viaje hasta l
frontera. El examen médico incluyó una pruebconsistente en subir y bajar a la carrera cuatrramos de escaleras, a toda velocidad, a lo queguía una comprobación del ritmo cardíaco. S
nos comunicó el resultado de la revisión médica y
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por desgracia, pidieron a Barry O’Sullivan que setirase y dejase su puesto a otro hombre. S
problema era que sufría una malaria periódica qu
había contraído en Oriente. Era un hombrdemasiado sincero como para ocultarle este hechal médico, y éste consideró, y no sin razón, que eproblema era demasiado grave.
Nos apenó perder a Barry. Aunque en aquellomomentos esto no consoló a nadie, ahora eagradable recordar que Barry escapó pocdespués de otro campo y fue, prácticamente, eprimer fugitivo británico que llegó a Suiza sano
alvo.Elegimos a Harry Elliott, un capitán de lo
rish Guards, para que ocupara su puesto. Elliopasó todas las pruebas y todos estuvimos d
acuerdo en admitirlo, de modo que el primer grupde fuga siguió estando formado por seis oficialeaunque yo esperaba que otros pudieran seguirnos.
Tenía un motivo importante para limitar e
primer grupo a seis personas. Íbamos a salir de
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cobertizo y desde allí, pasando al callejón lateraecorriéndolo unos 30 metros, llegaríamos por fi
a la carretera principal. Este callejón latera
quedaba dentro del campo de visión de un puestde guardia permanente, nocturno y diurno, situaden una pasarela a unos cuarenta metros del camindel cobertizo. Aunque nos alejáramos de él, ecentinela forzosamente tenía que vernos. Sehombres emergiendo de un callejón sin salida ndejaban de ser un espectáculo que a nadie podípasarle inadvertido. Por consiguiente, planeé qualiéramos de allí de uno en uno o por parejas,
ntervalos, y, además, que al menos dos dnosotros se disfrazaran de mujeres para estocasión. También decidimos que, después de lfuga, nos separaríamos en dos grupos de tre
hombres cada uno. Rupert y Peter Allan acordarounirse a mí, y los otros tres formaron el segundgrupo. El mío hizo planes para llegar Yugoslavia, mientras los otros tres s
encaminarían hacia Suiza.
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Pedí que Scarlet O’Hara fuera el primero de lista en toda fuga que se efectuara a partir d
entonces desde aquel túnel. Era ya un hombre qu
os alemanes habían tachado de peligroso, y cadvez que uno de los «husmeadores» lo veía, lospecha se cernía sobre él. Rara vez no tení
ningún problema y su actitud era totalmentngobernable. Scarlet no tardó en poseer un
amplia variedad de herramientas y utensilioútiles, prendas de ropa civil, mapas y otroartilugios apropiados para la fuga, que ocultó ediversos escondrijos diseminados por todo e
campo. Era un canadiense bajito y nervudo, odiaba a los alemanes hasta el punto de que no lera posible pasar junto a ellos sin murmuraemiaudibles juramentos e insultos. Tenía u
carácter que rebosaba excitación e intriga, y nunce sentía tan feliz como en aquellos momentos e
que desarrollaba algún proyecto destinado argarse del campo de prisioneros. Él y «Crash
Keeworth eran los dos hombres más aborrecido
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por los alemanes.Un día, Scarlet se dirigía a uno de su
escondrijos, que estaba situado detrás de
escotillón de limpieza de un tubo de chimeneaTenía una llave que encajaba en la cerradura deescotillón y utilizaba aquel considerable espacicomo alacena adicional, destinada sobre todo acontrabando. La escotilla se encontraba en lesquina de un pasillo, a unos dos metros y medidel suelo. El comandante del campo acababa danunciar que debíamos entregar nuestras escudillapara el rancho, ya que podían ser un instrument
legal que propiciaba las fugas. Todo oficial quconservara uno de aquellos recipientes podía seometido a un severo castigo, en vista de lo cua
Scarlet trabajó de lo lindo para ocultar varias d
estas escudillas. Su «espía», o sea el oficial que socupaba de la vigilancia, le pasó los recipienteuno tras otro, pero en el momento de entregarle eúltimo, un sargento alemán, o Feldwebel , l
orprendió. El espía sólo tuvo tiempo par
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decirle: «Alemán a la vista» y tirar de lopantalones de Scarlet al mismo tiempo, y despuée alejó disimuladamente mientras el sargento s
acercaba y miraba fijamente a Scarlet. Scarleenía la cabeza metida en la escotilla y no oyó lcontraseña. Gritó:
—¿Qué demonios estás haciendo? ¿Quiereque me caiga del taburete?
No hubo respuesta. —¡En ese maldito agujero no hay luga
uficiente! Creo que algunos os tendréis qubuscar otros escondrijos. Al fin y al cabo, yo n
oy un contratista de obras. ¡Maldita sea la madrque parió a esos hunos! Me gustaría retorcerles ecuello y golpearles sus cabezas cuadradas hastque se les cayeran los dientes. ¡Oye! ¡Aguanta es
ata! Estoy tratando de hacer sitio.Silencio. —Te he dicho que cojas esa jodida lata.La escudilla le fue arrebatada de la mano po
el Feldwebel , que al mismo tiempo empezó a tira
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violentamente de los calzones de Scarlet. —¿Serás estúpido? ¡Acabarás haciéndom
caer! ¿Qué diablos quieres?
Y en aquel momento el rubicundo rostro dScarlet salió de la escotilla y pudo contempladebajo de él, a su enemigo mortal, que sosteníuna de sus preciosas escudillas.
Era evidente que Scarlet no era la personadecuada para ayudar a construir el túnel. Era uhombre demasiado conspicuo. Por consiguiente, s
e confió la tarea de cerrar el túnel cuando los seihubiéramos partido, con la intención de quaprendiera el oficio y huyera con la segundemesa.
Harry Elliott empezó a trabajar en el túnel eunas curiosas circunstancias. En su primer turno se asignó el puesto de centinela junto a l
cerradura, lo cual generalmente implicaba padece
una intensa irritación del ojo durante varios día
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cuando ya se había efectuado la tarea. ApenaHarry había ocupado su puesto, en su primer díacuando se aproximó a la puerta uno de los «tipo
atléticos» del campo. Teníamos varios «tipoatléticos». Algunos recorrían al recinto durantvarias horas, otros caminaban como si lopersiguiera el diablo, otros efectuaban ejercicios acrobacias, y parecía que se pasaran la mayoparte del día caminando sobre sus manos en vez dhacerlo sobre los pies.
El «tipo atlético» que se acercó a la puerta erun boxeador. Más tarde, Harry nos contó l
ucedido. —Era evidente que aquel hombre er
aficionado a repartir y recibir puñetazos desde sprimera infancia. Su nariz contaba la historia d
oda su vida. Yo creí que se dirigía al lavabo quhabía en la puerta contigua. Desde luegonecesitaba una ducha, pues sudaba tanto quparecía que ya saliera de ella. Había ido boxeand
mientras recorría todo el pasaje, sin quitarse lo
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guantes de los puños. Al pasar por el campo visuaque me permitía abarcar la cerradura, empezó esoplar vigorosamente. Seguidamente, oí u
remendo golpetazo en la puerta, que me obligncluso a retroceder. Rápidamente, volví a aplicael ojo a la cerradura para ver qué ocurría, y dnuevo fui proyectado hacia atrás mientras la puerte estremecía al recibir otro golpe. Otro y otr
más siguieron en rápida sucesión. El hombre erun formidable adversario, incluso con una puertentre los dos. Le grité a través de la cerradurapero con sus resuellos y aquellos mazazos qu
parecían asestados por un ariete, ni siquiera habríoído la sirena de un barco. Entonces me di povencido y me oculté en el túnel. Creí que éste seríel mejor lugar en que podría hallarme cuand
legaran los alemanes.»Pasados diez minutos, y cuando la puert
parecía ya desintegrarse, el «tipo atlético» setiró… Supongo que finalmente decidi
efrescarse en el lavabo. El silencio que siguió m
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dio la impresión de encontrarme en una tumba máque en un túnel.
Harry tenía una risa contagiosa, una especie d
isita que resultaba irresistible. Cuando contabalgo, sus oyentes empezaban, al principionvariablemente, a reírse y no dejaban de hacerl
durante un día o dos. Era un alumno de Harrow, dmás edad que la mayoría de nosotros, y tenívarios hijos. Odiaba su condición de prisionermás que cualquiera de los que yo conocía en ecampo, pero nunca lo demostraba, excepto cuande concedía unos momentos para expresar su
entimientos respecto a la raza alemana, eerrenvolk , con una pintoresca inventiva difícil d
mitar. Era un hombre más bien bajo y fornido, counos ojos azules y penetrantes en una cara tostad
por el sol. Su voz recordaba la de un militabritánico que regresara de la India después dpasar años jugando al polo y cazando jabalíeDecía que él siempre podía comprobar si u
hombre era un «oficial y caballero» pidiéndol
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que repitiera una frase, a saber: «Vi miles y milede boy scouts caminando con sus pantalonepardos». Hizo esta prueba a numerosos oficiale
no sin dejar de lanzar carcajadas ante loesultados. Nadie se sintió ofendido ni humilladpor ello. Tan sólo era Harry practicando su bromfavorita…
El túnel llegaba ya a su fin y noencontrábamos debajo del porche antemencionado y que ahora reconocíamos como ucobertizo. Debíamos determinar nuestra posicióexacta. El cobertizo contenía un montón de leño
cada uno de los cuales medía aproximadamente umetro, y no nos atrevíamos a salir a la superficiebajo el pasaje del cobertizo e inmediatamentdetrás de los leños. En el cuarto de los blancos d
iro encontré una baqueta de acero que medía unonoventa centímetros y, mientras Rupert observabcon un espejo el terreno que había más allá decobertizo, desde la ventana de los retretes, situad
encima, hice un pequeño agujero en el techo de
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únel y lentamente empujé la baqueta hacia arribaCuando Rupert la viera, debía dar un golpe en lpared de los lavabos y tomar nota mentalmente d
u posición. La señal de alarma consistía en dogolpes en caso de peligro. El ruido se transmitía ravés de la pared y me lo debía comunicar u
escucha situado en el túnel, inmediatamente debajde los cimientos del muro. Empecé en un puntque, según había calculado, estaba situadexactamente fuera del cobertizo, y empujé lbaqueta hacia arriba, ayudándola con la mismmano, hasta que empecé a pensar que nuestro túne
e encontraba a mayor profundidad de la quhabíamos calculado. De pronto, se oyó el doblgolpe. Retiré en el acto la baqueta y esperé lnformación. Unos minutos más tarde me llegó
ravés de un murmullo a lo largo del túnel (en uúnel, los ruidos se transmiten con el fragor de urueno). Mi baqueta había aparecido medio metr
por encima del callejón, pero estaba tan cerca de
cobertizo que incluso Rupert había pasado un rat
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in verla…Continuamos entonces más animados y, al cab
de unos días, rompí la superficie por debajo de l
pila de leños y fui el primero en respirar airfresco. Me sentí muy satisfecho, pues yo habíprevisto la peligrosa posibilidad de tener quetirar los troncos para formar un arco natural,
descubrí que estos troncos reposaban en unplataforma de madera situada unos 15 centímetropor encima del nivel del suelo. Además, mediantuna inspección, descubrí que habían revestido epasaje del cobertizo con unas tablas junto a l
plataforma, para aislarla del suelo.
La tarea siguiente consistía en decidir cóm
practicar una salida oculta. Estábamos decididos conseguir que ese túnel sirviera para muchas otrafugas. Además, la posición de la salida y decobertizo hacía que resultara peligroso que salier
al mismo tiempo un grupo muy numeroso d
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oficiales. Finalmente, decidí excavar el suelo aotro lado del revestimiento de madera y contenea tierra de este pasadizo con unos estrecho
istones horizontales de madera, reforzados codos estacas introducidas verticalmente en el sueldel túnel. En realidad, fue Dick, en su turno, el quhizo la mayor parte de la tarea, y tuvo que trabajacon gran cautela y en total silencio, mientraclavaba las estacas en el suelo. De este modo, lpared vertical compuesta de tierra relativamentuelta quedó contenida por una pequeña valla d
madera, a la que bautizamos con el nombre d
«Leñera». El plan de abertura del túnel erencillo. Cuando todo estuviera a punto, lo
maderos serían retirados y se abriría rápidamentuna salida en un ángulo de 45° hacia arriba, qu
daría al pasaje, empujando, al mismo tiempo, lierra hacia el interior del túnel.
Una vez hubieran salido los fugitivos, unpersona que se mantendría detrás de ellos volverí
a cerrar el túnel, colocando de nuevo en su luga
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os maderos, uno por uno, y apilando la tierra otrvez junto a ellos. Tratamos de aprovechar todo lque pudiera acelerar este proceso y, por lo tanto
para evitar que se removiera la tierra, preparamoun par de resistentes cajones de madera, quecolocados detrás de los tablones, llenarían un bueespacio y ahorrarían unos segundos valiosos. Eúltimo tablón, inmediatamente detrás deevestimiento de madera, sólo tenía cinc
centímetros de anchura. Con ello, la última capde tierra exterior podría repartirse, para despuéer aplastada y lograr que se confundiera con e
uelo del pasadizo; a continuación se colocaría eablón con un trozo de madera y la tierra restante acumularía detrás de él. No podía ser un trabaj
perfecto, pero era lo mejor que podíamos hacer,
creímos que el propietario del cobertizmaginaría que había entrado en él una gallina
había removido la tierra, o tal vez que una rata dconsiderable tamaño había estado recorriendo e
ugar.
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El túnel quedó terminado el 31 de agosto. Sconstrucción había requerido siete semanas y songitud era de casi ocho metros. Quedamo
complacidos con nuestro trabajo, especialmente apensar en la lentitud con que habíamos avanzados primeros días, cuando habíamos apostado un
pinta de cerveza por aquel de nosotros que sacara piedra de mayor tamaño de la pared en caderie de turnos de trabajo. Recuerdo que el prime
ganador fue Rupert, con una piedra del tamaño dun huevo, y después gané yo otra pinta con mediadrillo. Terminamos la competición con do
pintas para Rupert, cuando terminó la pareextrayendo un fragmento de mampostería qudoblaba el tamaño de la cabeza de un hombre que sólo a duras penas pudimos levantar.
La siguiente decisión que debíamos adoptaera la de la fecha y la hora de la fuga. Era esencia
poder prever los movimientos del personal de l
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casa en el edificio contiguo al cobertizo. Detrádel revestimiento del túnel, nos mantuvimovigilantes a través de un diminuto orificio, que no
dejaba ver una puerta de la casa, una ventana y unavadora, pero por desgracia no veíamos del toduna puerta que daba al pasaje y no podíamocomprobar qué clase de cerradura tenía, si es qua tenía, lo cual era un inconveniente, ya que dich
puerta representaba nuestra salida hacia libertad. Pensé en llevar conmigo, cuand
huyéramos, un destornillador, ya que podía sernomuy útil.
Al principio, mantuvimos la guardia durantodo el día, pero no tardamos en acortarla par
concentrarnos en los momentos más tranquiloTrazamos un gráfico de los movimientos según la
diferentes horas. Había una mujer alemana qupasaba mucho tiempo en el cobertizo.
Necesitábamos un período de tranquilidad qudurase al menos media hora, y que distribuíamo
del siguiente modo: cinco minutos para abrir, doc
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minutos (dos por persona) para salir, y trecminutos para cerrar de nuevo el túnel.
Dos de estos períodos parecían viables, per
no estábamos tan seguros respecto a la media horde tranquilidad. Un centinela se situaba en lesquina del cobertizo antes de que oscureciera, e retiraba después del alba. En realidad, pasaba mayor parte de la noche apoyado en e
cobertizo, y una buena mañana tuvo la audacia dhacer sus necesidades prácticamente sobre mcabeza. Los dos períodos eran: unonmediatamente anterior a la llegada del centinela
el otro, inmediatamente después de su retiradaSolía marcharse a las seis de la mañana, y erustituido por una patrulla. Estas patrullas n
debían olvidarse en ningún momento; alguna
eguían intervalos regulares, pero la mayoría noSiempre representaban una molestia, y sobre todahora, cuando llegábamos a la etapa final antes da fuga. El 4 de septiembre, por la mañana
nuestros vigilantes nos comunicaron que e
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centinela del cobertizo se había retirado a lacinco. Era una buena noticia y permitía que la fugaal ser a primera hora de la mañana, dispusiera d
una luz más favorable. Según el gráfico, debíamoconfiar en que la mujer no entrara en el cobertizantes de las 6.30 y generalmente llegaba algo máarde. Por lo tanto, en el mejor de los caso
dispondríamos de una hora y media, y, en el peode media hora. Decidimos no perder más tiempo rnos a la mañana siguiente. Nuestra hora cero eraas cinco de la mañana del jueves, 5 deptiembre.
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E
Capítulo 2Primer intento en pos de la
libertadl 4 de septiembre comimos bien
preparamos nuestro equipo, dando looques finales a nuestra indumentaria. Fuero
distribuidos los mapas, unos buenos mapaopográficos que habíamos podido encontrar,
otros que habían sido cuidadosamente dibujado
obre delgado papel higiénico. Empaquetamonuestras raciones de alimentos, a base de avencruda mezclada con azúcar procedente de lcocina alemana. Distribuí mi parte en dos bolsa
pequeñas de lona, fuertemente cosidas, que colgualrededor de mi cuello, de modo que cayeraobre mi pecho formando un busto prominente, y
que me disponía a huir disfrazado de muje
Todavía poseía una gran bolsa marrón que habí
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encontrado en un cuartel de Charleville. Podílevarla en la mano una vez disfrazado de mujer,
más tarde a la espalda, cuando hubiera recuperad
mi condición masculina. No había sitio para mibotas, y, por lo tanto, hice un paquetenvolviéndolas en papel de color pardo.
Mi atuendo femenino consistía en un grapañuelo rojo, de lunares, para la cabeza, uncamisa deportiva blanca haciendo las veces dblusa, y una falda confeccionada con una viejcortina de color gris, que también habíconseguido durante el viaje a través de Alemania
Me había afeitado las piernas y las habí«bronceado» con yodo, y calzaba unas sandalianegras.
Una vez fuera del campo tenía la intención d
convertirme de nuevo en hombre mediante uombrero tirolés de color gris verdoso, hábilment
confeccionado y teñido, a partir de una tela caqupor un sargento británico (que era sastre en la vid
civil); un grueso pullover sobre la camisa; u
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chaquetón de tela gruesa por si llovía (tambiéustraído durante el viaje hacia Alemania); uno
pantalones cortos azules, que había obtenid
cortando los pantalones de un aviador belgproducto de un trueque); calcetines blancos dana, estilo bávaro, del modelo corriente en e
país, adquiridos a un precio escandaloso en lcantina alemana; y mis botas marrones del ejércitoeñidas de negro.
Los otros poseían una indumentaria similaaunque con pequeñas diferencias individuales. Eastre había conseguido sombreros tiroleses par
odos y además había cortado una capa austríacpara Harry Elliott. Lockwood también saldrídisfrazado de mujer, y su indumentaria era más menos como la mía. Rupert tenía una vieja mant
gris que transformó en capa. Éramos un grupbastante estrafalario y difícilmente hubiéramopodido pasar una inspección atenta, a la luz dedía, pues carecíamos de la experiencia necesari
para confeccionar prendas de vestir con un bue
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acabado partiendo de cero. Sin embargo, la ideconsistía en hacernos pasar por jóveneexcursionistas austríacos, y sólo nos verían a
atardecer o a primera hora de la mañana.Aquella noche, nuestros compañeros dhabitación fabricaron unos maniquíes que pusieroen nuestras camas, lo suficientemente válidos parpasar la breve inspección de la patrulla nocturnalemana que cruzaba la sala. Todos dormimos ediferentes salas del mismo edificio donde estabel túnel, turnándonos con otros oficiales, y estadisposiciones las tomamos en el mayor secret
posible para evitar comentarios y, sobre todo, paracallar la contagiosa atmósfera de excitación. Looficiales superiores de las salas en cuestión, qudebían declarar, cada noche, al oficial alemán d
guardia, el número de oficiales presentes, niquiera conocían las adiciones o sustraccione
efectuadas en sus rebaños.Teníamos que levantarnos a las cuatro de l
madrugada. Ninguno de nosotros durmió mucho
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aunque ya intentamos evitar dormir en excesopues habíamos conseguido un par de despertadorecomo precaución. Recuerdo que golpeé l
almohada con la cabeza cuatro veces, una viejcostumbre de mi infancia que, por alguna razónexplicable, solía dar resultado. Esta vez no fu
necesario. Pasé una noche muy desagradablebañado en un frío sudor por los hechos que savecinaban y por mi estado de nerviosismo, y coaquella peculiar sensación en el estómago quacompaña a la tensión nerviosa y a la rigidemuscular. Mi mente revisó una y otra vez los pro
los contras, las posibilidades de éxito, inmediat posterior, y también los riesgos. Si disparaban
¿lo harían a matar? Si nos capturaban, antes después, ¿cuáles serían nuestras posibilidades
¿Ser liquidados, o desaparecer en un campo dconcentración? En aquellos días de la guerranadie conocía las respuestas. Era la primera fugdesde aquella prisión, y probablemente la primer
fuga de oficiales británicos desde una prisión d
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eguridad en Alemania. ramos unos conejillos dndias.
Nos prestábamos al experimento con los ojo
bien abiertos, eligiendo entre dos alternativasntentar la fuga, corriendo el riesgo de pagar emás alto precio, o enfrentarnos a una sentencia dcárcel por tiempo indefinido. Eran muchos los que resignaban desde el principio a la segunda d
estas alternativas. Eran hombres valientes, perus caracteres diferían de los de aquellos hombre
que escapaban, fracasaban, y volvían a escapaotra vez; aquellos hombres que, cuando ya había
escogido entre la fuga y la resignación, no podíadarse por vencidos, incluso en el caso de que lguerra durase el resto de sus vidas. Estoy segurde que la mayoría de los hombres que trataron d
escapar lo hicieron para protegerse a sí mismonstintiva e inconscientemente, pensaron que lesignación no significaba la muerte física, pero a mental, y tal vez la locura. Mi caso no fu
excepcional. Un terrible período de depresió
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bastó para decidir mi destino futuro comprisionero. Un estado morboso, en el que la visiódel vacío se extendía más allá del horizonte de mi
pensamientos, fue suficiente para convencerme.A las cuatro de la madrugada, cuando todestaba oscuro, me coloqué debidamente mi bustfemenino, y me puse la blusa y la falda. Nodeslizamos hacia abajo, hasta nuestro punto deunión en los lavabos, junto al cuarto dond
empezaba el túnel. Había un grifo abiertolenando poco a poco una botella de agua. El grif
goteaba y el sonido de las gotas era estridente
exasperante. Había un centinela a sólo treintmetros de distancia, junto a la cerca del patioPensé que por fuerza tenía que oírlo… Eran lonervios. El capitán Gilliat, uno de los ayudante
levaba una capa antigás que crujíestruendosamente cuando se movía, y estuvo punto de volvernos locos. Había ya un vigilante eel extremo del túnel, esperando para transmitir l
eñal cuando el centinela más cercano a la salid
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del túnel abandonase su puesto. Otros espías shallaban apostados en puntos estratégicos para daa alarma en caso de que repentinament
apareciera una patrulla junto a los edificioEsperamos.A las 5.15, el centinela situado junto a l
alida del túnel todavía permanecía en su puestoEra probable que no lo abandonase hasta las sei
ada podíamos hacer, más que esperar eilencio, mientras nuestros corazones galopaban
nos martilleaban las costillas.Se oyó, de pronto, un ensordecedor estruendo
una reverberación metálica, como si hubieragolpeado con martillos cincuenta gongs a la vezSe oyó otro estruendo, y un tercero, cada vez comenor intensidad, y finalmente unos chirrido
estridentes. Era de suponer que esto fuese efinal…, pero nadie tenía permiso para moverse
uestros vigilantes ocupaban sus puestos y en casde que nos avisaran disponíamos de tiempo par
desaparecer. Los hombres situados en el cuarto de
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únel estaban bien recluidos y podían ocultarse ea excavación. Que cundiera el pánico hubieresultado peligroso.
Dick Howe y Peter Allan, cansados por larga espera, se habían apoyado en una de laartesas de hierro forjado, sólidas y de tres metro medio de longitud, que utilizábamos comavabos comunes, y finalmente se sentaron en s
borde. Un momento después, toda la artesa se vinabajo sobre el suelo de hormigón. De haberlpensado durante semanas, dudo que se me hubiesocurrido un procedimiento mejor para hacer e
mayor ruido posible con el mínimo esfuerzo. Loucesivos golpes y chirridos, que nos había
puesto los pelos de punta, fueron a causa de Dick Peter, que, tras hacer un frenético intento par
evitar el desastre, estaban saliendo como podíade entre las ruinas y colocando de nuevo la artesen su debida posición.
Esperamos la señal que debía ordenarnos qu
egresáramos. Pasó un minuto, pasaron cinc
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minutos, y después… empezamos a respirar dnuevo. No apareció ningún alemán. Nunca lograber por qué no vinieron. El ruido habí
despertado a la mayoría de los oficiales deedificio, que era un caserón enorme, y el centinelituado junto al patio, treinta metros más allá
debió dar un salto al oír aquel estruendo. Siembargo, por alguna razón inexplicable, no hiznada al respecto.
Oímos un campanario lejano que daba las sei esperamos con una ansiedad cada vez mayor,
medida que pasaban los minutos. Finalmente, a la
6.15 nos llegó la señal: «¡Todo despejado!». Acabo de un momento, se abrió la puerta y nontrodujimos en el túnel. Avancé rápidamente
gatas hasta el final, escuché durante un par d
egundos y me puse a trabajar como un locoCayeron los listones y apilé tierra y cenizas a mderecha y detrás de mí, con la mayor rapideposible. Afuera había luz y, al hacerse mayor e
agujero, pude ver varios detalles del cobertizo
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Había allí los habituales instrumentos de limpiezhogareña, montones de cajas de cartón en uextremo, ropa tendida en una cuerda, y después l
puerta de tablas de madera con su cerradura: uenorme candado, de aspecto impresionantecolgado en ella. Hice un primer intento para salipero la abertura era todavía demasiado pequeñaLa ensanché y después conseguí ascender hasta ecobertizo. Ayudé a Rupert y a Peter a subindicando a Dick, que era el siguiente, qu
esperase abajo mientras nosotros encontrábamoel camino de salida. Efectuamos una rápid
nspección. El candado se negó a abrirse cuandmetí en él un trozo de alambre, a modo de llaveTrepé por las cajas de cartón para llegar hasta ugran hueco que había en los tablones de la pared
cerca del tejado, y entonces resbalé, y casi derriba pila de cajas. Peter las sostuvo y volvimos
ponerlas bien. Examinamos la puerta que daba a lcasa, pero también estaba cerrada. Y entonces, d
epente, me acordé del destornillador. (Habí
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pedido a Scarlet que me prestara uno, por sacaso). Examiné con mayor detenimiento looportes que sujetaban al candado. ¡Qué tont
había sido!El camino quedaba libre. Con las manoemblándome nerviosamente, saqué tres grandeornillos que aseguraban el soporte a la madera a puerta se abrió. Consulté mi reloj.
—¡Dick! —susurré a través del túnel—. Sermejor que subas en seguida; son las seis y media.
Mientras él empezaba a ascender por eagujero, llegó hasta nosotros el ruido de un caball
un carro que se aproximaban. —¡Quédate quieto, Dick! —Dije—. ¡No t
muevas! —Y dirigiéndome a los demás, ordené—Arrimaos todos a las paredes!
Un momento después apareció el carro. Dice mantenía rígido, a nivel del suelo, como u
hombre que hubiera sido cortado por la mitad. Ecarretero no miró en nuestra dirección y el carr
pasó de largo. Ayudamos a Dick a salir del agujer
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entonces le repetí lo que él ya sabía. —Vamos retrasados. Ha pasado ya nuestr
media hora de seguridad y la mujer puede venir d
un momento a otro. Alguien tiene que colocar todesto en su lugar —señalé el candado y su soport—. Necesitaremos cinco minutos para ello, añadamos veinte minutos más para que podamoalir los seis.
—Scarlet necesitará quince minutos pascerrar y disimular el agujero —contestó Dick—Son ya las seis treinta y cinco. Esto significa querán las siete y cuarto antes de que todo est
despejado. Nos miramos el uno al otro y supe que él leí
mis pensamientos, puesto que habíamos estudiadel horario juntos muchas veces.
—¡Lo siento, Dick! El gráfico nunca heñalado que la mujer llegue después de las siete ahora puede llegar de un momento a otro
Tendrás que cerrar debidamente la puerta
eguirnos mañana… —Le entregué e
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destornillador—. Haz un buen trabajo al cerranuestra «Leñera» —añadí—. Tu fuga depende dello.
Rápidamente, nos limpiamos el uno al otro. Amí me preocupaba la parte posterior de mi faldaque había sufrido las consecuencias de la salidapuesto que habíamos abandonado el túnedeslizándonos sobre nuestro trasero. Repenerviosamente:
—¿Llevo el trasero limpio? ¿Está limpio mrasero?
El centinela, situado unos cuarenta metros má
allá en el pasaje, me vería por detrás, y yo nquería que se fijara en una falda excesivamentucia.
Me anudé el pañuelo de lunares alrededor d
a cabeza, abrí la puerta y salí a la luz diurnaDoblé la esquina de la calle lateral que conducía a carretera, y noté un escalofrío en toda m
espalda, teniendo la sensación de que la mirad
del centinela penetraba a través de mis omoplato
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Esperé el disparo. Recorrí treinta metros decallejón lateral con un paso corto, imitando, segúcreía, los andares de una campesina de median
edad, y prolongando así, con cada metro, magonía. Finalmente, llegué a la carretera. No shabía dado ninguna señal de alarma y doblé lesquina. La carretera estaba casi desierta. Unapocas personas limpiaban sus escaparates, epropietario de un restaurante clavaba la hoja demenú, y una muchacha fregaba la acera. Pasarodos ciclistas. Todavía reinaba en la población eambiente de la madrugada y del sueño. Recib
algunas miradas casuales, pero no llamé latención de nadie.
Después de haber recorrido unos doscientometros, oí las fuertes pisadas de dos personas qu
me seguían marcando el paso. Llegué a una plaza a atravesé diagonalmente, en dirección al puent
que cruzaba el río. Los pasos resonaron cada vemás cercanos y potentes. Me estaban siguiendo…
El centinela, sospechando algo, me había hech
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eguir por una patrulla. Los hombres de la patrullno corrían, por temor a que también yo echara correr. Mi juego había terminado. Todo habí
concluido, pero pensé que valía la pena jugar hastel final, y, con mis fardos, crucé el puente, siatreverme a mirar detrás de mí. ¡Cómo resonabaaquellos pasos, primero en la calle y ahora en epuente! La patrulla llegó junto a mí y me adelantin decirme nada. Levanté la cabeza y, con gra
alivio por mi parte, vi a dos jóveneexcursionistas. Eran Rupert y Peter, que caminabaanimosamente delante de mí. No esperaba que s
eunieran tan pronto conmigo.Unos cien metros más allá del puente, m
dirigí hacia la derecha, siguiendo a los otros doEsta ruta me condujo a una línea ferroviaria loca
en dirección a las afueras del pueblo. Desde ecampo podíamos ver estas vías, y habíamoacordado que seguiríamos el camino paralelo ellas y nos reuniríamos en el bosque, más o meno
a medio kilómetro de la población.
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Cuando doblé la esquina, una niña que estabugando me miró y llamó mi atención. En su car
había una expresión de asombro. Pensé que y
podía resistir la mirada casual de un observadoadulto, pero no la penetrante observación de unniña. Ésta siguió mirándome, con los ojos muabiertos, mientras pasaba ante ella, y cuando yhabía recorrido unos metros oí que entrabcorriendo en la casa, sin duda para decirles a supadres que salieran y contemplaran el extrañespectáculo de aquel hombre disfrazado de muje
adie salió, y llegué a la conclusión de que n
habían dado crédito a sus palabras. ¡Los adultoiempre son más inteligentes que sus hijo
pequeños!Era una mañana neblinosa, que auguraba un dí
de calor. Seguí la línea férrea hasta el bosquedonde las vías se dirigían hacia la izquierdaformando una amplia curva. Oí que se acercaba uren y me oculté entre los árboles. Pasó el tren y y
eguí caminando un corto trecho, esperando ver
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os otros dos aguardándome. No había ni rastro dellos y empecé a preocuparme. Silbé, pero nhubo ninguna respuesta. Seguí caminand
entamente, silbando: «Colgaremos nuestras ropaen la Línea Sigfrido…». Debían estar en ebosque, cerca de mí, pero seguía sin recibespuesta, y poco después oí disparos a lo lejos adridos de perros. Inmediatamente, me adentré e
el bosque y decidí ocultarme y cambiarmápidamente de ropa. No podía seguir caminand
con mi falda improvisada. Era muy posible que lopadres de aquella niña hubieran telefoneado a
campo o a la policía, en cuyo caso estaríabuscando a un hombre vestido con una falda dmujer…
Estaba cerca del río y no tardé en introducirm
entre los juncos, aprovechando para empezar cambiarme. Eran casi las 7.15. Los disparoproseguían con un ritmo espasmódico y el ladridde los perros iba en aumento. Yo tenía los nervio
de punta; estaba seguro de que había comenzad
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nuestra persecución, y además había perdido a lootros dos. Rupert tenía la única brújula, unexcelente brújula del ejército que le habí
egalado otro oficial y que habíamos conseguidocultar a pesar de todos los registros. Yo no podílegar muy lejos sin una brújula.
De pronto oí que se acercaba alguien por uendero del bosque, cerca del juncal. Me agazap esperé hasta que pude verlos. ¡Gracias a Dio
volvían a ser mis dos excursionistas! —Creí que os había perdido definitivament
—dije, finalizando rápidamente mi cambio d
ndumentaria y ocultando la falda entre los junco—. Ya me estaba preguntando cómo llegaría Yugoslavia sin una brújula.
—¿Qué son esos disparos? —preguntó Peter.
—No tengo ni la menor idea, pero no mgustan. Probablemente, han descubierto algo y locentinelas del campo están disparando. De umomento a otro, saldrán a perseguirnos. Tenemo
que escondernos.
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—A mí me suena como si fueran prácticas diro —observó Rupert.
—Sí, pero ¿por qué no los hemos oído nunc
hasta hoy? —Repuse—. ¿Y qué me dices de loperros?Son, probablemente, los perros del pueblo qu
adran al oír los disparos. —Lo cierto es, Rupert, que nunca hemos oíd
hasta hoy un tiroteo como éste, y además todavíhay niebla en muchos lugares. Yo creo que noestán persiguiendo y que lo mejor será ocultarnocuanto antes.
—Y yo te apuesto cinco libras a que se trata dun ejercicio de tiro. Además, de nada sirvesconderse aquí. Estamos demasiado cerca depueblo. Vamos, alejémonos cuanto antes.
Nos encaminamos a la cumbre de la colinboscosa por la que pasaba nuestra ruta edirección al sur. Desde lo alto podríamos ver todel terreno circundante. Cruzamos las vías de
ferrocarril, después una carretera y finalment
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unos campos antes de entrar en el agradable cobijde otro bosque. Atravesamos los campocaminando tranquilamente, mientras Rupert, qu
era el que estaba menos nervioso, hacía cuantpodía para mantener constante el ritmo de nuestrpaso. En el bosque asustamos a un par de gamuzaque huyeron ruidosamente, dándonos un sustmayúsculo.
Habíamos dejado nuestras huellas en la hierbde lo campos, humedecida por el rocío, y ademáhabíamos perdido el aliento a causa de nuestrmarcha cuesta arriba. Descansamos uno
momentos y untamos nuestras botas con mostazalemana, que habíamos traído con nosotros parburlar el olfato de los perros, y después seguimoascendiendo. Oímos, a lo lejos, el rumor de uno
eñadores entregados a su trabajo y procuramomantenernos lejos de ellos. Finalmente, alrededode las nueve, llegamos a la cumbre de la colinaHabían cesado los disparos, y también lo
adridos. Esto nos insufló una renovada confianza
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O bien los perseguidores habían perdido nuestrpista, o todo no había sido más que una falsalarma, como pensaba Rupert.
Era la hora del Appell del campo, o sea llamada para pasar lista, y pronto quedaríesuelta nuestra duda. Habíamos dispuesto que
desde una ventana situada a considerable altura eel edificio del campo de prisioneros, apareceríuna sábana, como si fueran a airearla: sería blanci la situación era favorable, y con cuadros azulei nuestra ausencia había sido descubierta.
Los alemanes efectuaban dos Appells distinto
uno para los oficiales e, inmediatamente despuéotro para los suboficiales y clases de tropa, eotro patio. Esto nos daba una ventaja que nhabíamos dudado en aprovechar. Yo había puesto
punto un plan con seis hombres «seguros fiables», según el cual asistirían al Appell de looficiales y después se cambiarían rápidamente eos retretes para aparecer, con uniformes de rang
nferior, en la otra revista. Hoy sólo era
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necesarios tres de ellos.Era una mañana espléndida y trepé a un árbo
para contemplar el valle, ahora libre ya de niebl
bañado por la luz del sol.La vista era magnífica, con todo el esplendodel mes de septiembre, y el río, en primer términodeslizándose sobre su pedregoso lecho como unfranja de luz centelleante.
Pude ver, a lo lejos, nuestra prisión, cuyomuros reflejaban un cálido color dorado. Jamáhabía pensado que a nuestro Palacio Arzobispapudiera aplicársele el adjetivo de hermoso, pero
desde lejos, ciertamente lo era. Y entoncecomprendí la razón, puesto que ya no podídistinguir las ventanas de sus muros. Estábamomás lejos de lo que habíamos calculado, y e
ángulo de incidencia de la luz solar no nos erfavorable. No podíamos ni pensar en distinguir unábana, cualquiera que fuese su color. Más tarde
cuando el sol hubo avanzado, Peter trepó tambié
al árbol, pero apenas pudo distinguir las ventana
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, aunque su vista era muy aguda, no logró ver nastro de la sábana.
Nos ocultamos durante todo el día entre uno
óvenes abetos, en lo alto de la colina. Sólo nocausó una cierta alarma un leñador que pasó cercde nosotros, pero que no nos vio. Efectuamos ueconocimiento a lo largo de la falda meridiona
de la colina, siguiendo la ruta que emprenderíamopor la noche, pero el bosque la ocultaba durante uargo trecho y pronto abandonamos esta empresa
confiando en que la oscuridad nos ayudara todo lposible. Nuestro escondrijo era excelente y cre
que sólo los perros hubieran podido encontrarnosYacíamos sobre una hierba de considerabl
altura, en un claro entre los árboles, y aldormitamos de vez en cuando sin apenas hablar. E
ol brillaba en un cielo sin nubes. Era magníficdisfrutar de la vida, respirar el aire de la libertadel aroma de los pinos y de la hierba seca, oír emurmullo de los insectos voladores a nuestr
alrededor y los golpes lejanos del hacha de u
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eñador, escuchar el canto de la alondra sobrnuestras cabezas y verla volar, como unapidísima mota en el espacio infinito de aque
cielo azul y despejado. Por fin éramos libres. Unranquilidad pacífica y una silencioscontemplación de aquel día tan hermoso sextendían sobre nosotros. Reinaba un discretilencio en aquel paisaje rural, agradable y bañad
por el sol, y nosotros nos sentimos en armonía coél. Nuestros corazones rebosaban agradecimientoLlegué a pensar que los animales no necesitahablar.
Llegado el mediodía, nos sentamos consumimos nuestras parcas raciones. Habíamocalculado que debían durarnos doce días. Bebimocada uno un sorbo de agua de una pequeña botella
ntercambiamos unas breves observaciones acercde las posibilidades que tendrían Dick y los otroal día siguiente, y después volvimos a sumirnos enuestro sueño. Comenzó una hermosa tarde otoña
con ella llegó una nota de frescor en el aire
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mientras el sol se hundía pacíficamente en ehorizonte. Rara vez en toda mi vida he pasado udía más feliz. Era como si la guerra no existiera
os abrigamos, espolvoreamos con yeso localcetines y las botas, y, cuando ya iba a hacersoscuro, nos pusimos a andar cuesta abajo a travéde los bosques, en dirección al sur, haciYugoslavia, que estaba a unos doscientos cincuentkilómetros de distancia, a través de las montañadel Tirol austríaco. Esperábamos cubrir estcamino en diez días.
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T
Capítulo 3El precio del fracaso
eníamos un mapa topográfico a graescala, que abarcaba los primeros cie
kilómetros de nuestro viaje. Aparecían en él todo
os detalles, incluso aldeas y senderomontañosos. Su adquisición merece unexplicación.
Nuestro campo de prisioneros era antes e
cuartel del 100.º Regimiento Gebirgsjáger, dropas de montaña. En lo alto de uno de nuestroedificios había una escalera que conducía a unbuhardilla. Estaba totalmente cerrada mediante uabique de madera y una puerta hecha con tablone sólidamente asegurada con una cadena y u
candado. No podíamos ver lo alto de la escalerapero su posición era intrigante e invitaba a lnspección.
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Un día, Scarlet O’Hara solucionó el problemde la puerta. La escalera atravesaba diagonalmentuna ventana, y su reborde se encontraba a uno
veinte centímetros de los cristales. Se podía llegaa la repisa de esta ventana desde el tramo descalera situado más abajo, trepando sobre lohombros de un compañero. Un hombre delgadpodía deslizarse a través del hueco de 2centímetros y llegar a la escalera prohibida; y asfue como nos fueron revelados los secretos de lbuhardilla. Unas cuantas puertas con cerraduramuy sencillas no representaban una barrera par
Scarlet, y de este modo descubrimos un viejalmacén en el que había varias copias de mapaopográficos de la región que circundaba Laufen
Encontramos también otras cosas útiles, com
hachas de pequeño tamaño, tornillos y clavoplumas y tintas de varios colores, e inclusnsignias del regimiento de montaña. Nos llevamo
una pequeña cantidad de cada cosa, con l
esperanza de que nunca hubieran hecho u
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nventario exhaustivo de aquellas existencias.Antes de que nosotros escapáramos, alguie
demasiado obeso había intentado hacerlo por l
ventana y había roto un cristal. Los alemanecomprendieron lo que estaba sucediendo cerraron a cal y canto el paso hacia la ventanamas para entonces no quedaba ya gran cosa en lbuhardilla. Los alemanes armaron un considerablalboroto y registraron el campo y también a loprisioneros, uno por uno. La búsqueda duró todun día, pero no encontraron nada que significaruna acusación, y nuestro túnel, situado detrás d
as cerraduras que habían puesto los alemanes, nufrió ningún percance.
La brújula de Rupert había sobrevivido a lonumerosos registros, gracias a la siguiente
encilla estratagema. Antes de ser registrado, epropietario de la brújula pedía que se lpermitiera ir urgentemente a los retretes, donde sencontraba, tal como estaba ya previsto, con u
amigo que ya había sido registrado. Aunque a
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dueño de la brújula lo acompañaba un centinelmientras aliviaba sus necesidades, siempre existíun momento en el que era posible pasarle e
artículo al amigo sin que nadie lo viera. El métodexigía una buena sincronización y destreza paraprovechar la mejor oportunidad, e incluso habíque propiciar la oportunidad distrayendo latención del centinela.
No había luna y muy pronto una densísimoscuridad se adueñó de los bosques. Noencontrábamos entre espesas malezas avanzábamos lentamente, hasta el punto de qu
alteramos nuestra dirección y fuimos hacia eudeste, tratando de encontrar un camino más libre
Al cabo de unas dos horas, dejamos atrás ebosque y pudimos caminar a buen paso a través d
os campos, orientándonos con una estrella queegún nos indicaba la brújula, marcaba nuestrrayecto. A partir de entonces, sólo necesitábamo
mirar de vez en cuando la brújula, y cambiar d
estrella orientadora a medida que la
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constelaciones evolucionaban en el cielo.Caminar de noche a través de los campos e
una experiencia extraordinaria. Sólo es real e
uelo que se va pisando a medida que se caminaa sea un suelo cubierto de hierba o de brotes dmaíz, un campo de patatas o un páramo. Más allde esta isla hay un océano compuesto totalmente dombras, irreal y misterioso. En este mund
exterior los ojos intentan continuamente penetrar nvestigar, tratando de resolver sus misterio
Sombras de todas las formas, algunas grotescas otras temibles, que varían de intensidad a cad
egundo. Sutilmente, desde el negro más profundopasando por tonos azules y verdosos, hasta llegar os grises y a los jirones blanquecinos de neblin
que se posan sobre el suelo. Uno camina a travé
de lo desconocido, como si fuera la Luna. Laombras son engañosas. Una pequeña arboled
parece un bosque impenetrable. Un campo de henpuede convertirse en un inexpugnable juncal. U
pajar se convierte de pronto en la fantástica siluet
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de un hombre que escucha en silencio. Un fantasmblanco se deja entrever en la niebla; avanza, entonces aparece una vaca, que con este encuentr
e asusta tanto como nosotros. Mansiones lujosae convierten en cobertizos en ruinas, y un setejano se transforma en una profunda zanja, co
unas vías de ferrocarril al fondo. En ese planetrreal, uno debe caminar con todos los sentido
alerta, hasta la exasperación.Avanzábamos en fila india, tan separados com
nos era posible, ocupando la cabeza de la fila pournos, con un pañuelo blanco sujeto a la espalda
Seguíamos al líder, escuchando las advertenciaque murmuraba: una alambrada, zarzas, una zanjauna ciénaga, y así sucesivamente. A menudropezábamos. Evitábamos los edificios, pero au
así, en el silencio de la noche, los perros oíanuestros pasos y empezaban a ladrar mientranosotros corríamos a buscar el abrigo de lombra. Sabíamos que en nuestro camino no habí
ningún río importante, pero tuvimos que vadea
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varios arroyos, a veces quitándonos las botas y localcetines y cruzándolos con el agua hasta laodillas. De vez en cuando, nos deteníamos par
descansar, y alrededor de la una de la madrugadcomimos algo junto a un henil.Al acercarse el alba, buscamos un escondrij
para pasar el día y lo encontramos en una arboledalejada de cualquier edificio. Sólo habíamoecorrido veintidós kilómetros, y nos sentíamo
bastante decepcionados. Dormimos poco y sólpensábamos en continuar el camino. Efectuamos lprimera parte de nuestro siguiente trayect
nocturno a través de un amplio valle. Tras estudiaa ruta a seguir, nos pusimos en marcha, poco ante
de caer la noche. Nos dolían los pies y empezabaa aparecer ampollas. Peter había pedido prestada
unas botas que tenían buen aspecto, pero que neran exactamente de su medida, y se le formaroenormes ampollas en los talones. Yo le habíadvertido sobre esta posibilidad, pero él sup
esignarse ante semejante inconveniencia.
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Más tarde llegamos a un terreno montañosocon algunos torrentes y cascadas, así comprofundos barrancos, y circundado, sobre todo
por bosques. Las granjas, rodeadas por pequeñazonas de cultivo arrebatadas al bosque, eran poca muy distantes entre sí. El tiempo seguía siend
bueno y, en nuestra tercera jornada de libertadconsideramos la posibilidad de avanzar de día. Aprimera hora de la tarde, nuestra impacienciacabó por imponerse y partimos.
Tras ascender por una pronunciada cuesta, noencontramos con un torrente de aguas centelleante
que, en sus zonas más límpidas, albergaba truchas —Rupert —dije—. No puedo resistirlo. Mi
opas están empapadas y estoy sudando como ucerdo. Voy a tomar un baño.
Empecé a desnudarme y Rupert se agachó junta una roca para comprobar la temperatura deagua.
—¡Puñeta! —gritó, retirando la mano como s
e la hubiera escaldado—. ¡Esta agua lleg
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directamente del polo Norte! —Es precisamente lo que necesitamos par
efrescarnos.
Pensé en mis largas excursiones en miiempos de estudiante, cuando aprendí cuábeneficioso resulta bañarse los piefrecuentemente en agua fría.
—Peter —añadí—, esto será un remedimaravilloso para tus ampollas. Insisto en quodos nos sentemos con los pies metidos en e
agua, durante diez minutos como mínimo.Tomamos todos este rápido baño de pie
mientras nuestras ropas, empapadas por el sudoe secaban al sol, y después movimos los pies e
el agua, hasta que perdieron todo el sentido dacto. Cuando reanudamos la marcha, fue como s
flotáramos en el aire.El avance pronto se hizo tan difícil qu
uvimos que utilizar caminos y senderos para eganado, y, por primera vez, encontramos otro se
humano. Antes, nos habíamos librado por los pelo
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de que nos vieran unos chicos y chicas de lauventudes Hitlerianas, a los que oímos cantar eírse en nuestro mismo camino, algo detrás d
nosotros. El nuevo intruso resultó ser un leñadounto al que pasamos pronunciando un indiferent«Heil Hitler!». Ni siquiera pareció que nohubiera visto.
Más tarde, llegamos a una pequeña granja Peter tuvo la audacia de preguntarle el camino agranjero. Aunque nuestro mapa no podía ser mejoa ruta estaba sembrada de valles estrechos
profundos, y llegamos a sentirnos tan confundido
que ni siquiera sabíamos dónde estábamos.Al caer la tarde, encontramos otro rumoros
orrente y, amontonando unas piedras junto a lorilla, encendimos una fogata. Tomamos sop
caliente preparada con cubitos y asamos unapatatas que habíamos recogido poco antes en ucampo. Fue un banquete celestial. Después ddescansar un rato y dormir unos momento
volvimos a ponernos en marcha mientras caía l
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itmo que llevábamos, nos encontraríamos en evalle de Salzburgo (Salzach) por la mañana. Niquiera con nuestro mapa podíamos estar seguro
del camino que estábamos siguiendo. En realidadnos habíamos perdido.Decidimos esperar hasta que amaneciera
etroceder sobre nuestros pasos hasta podeverificar la posición. Nos adentramos unocincuenta metros en el bosque y nos tendimos pardormir sobre un lecho de hojarasca. Hacía muchfrío y nos apiñamos para entrar en calor, tras habeextendido sobre los tres nuestras pobres prenda
de abrigo. Nos dolían todos los músculos pasamos unas pocas horas muy desagradablemedio adormilados. Poco antes de quamaneciera, no pude resistir más, y ya me disponí
a emprender la marcha cuando de pronto Rupeexclamó horrorizado:
—¡La brújula ha desaparecido! ¡No puedencontrarla!
Hubo un largo silencio mientras no
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mirábamos unos a otros. Finalmente, fui yo quieo rompí.
—¡Pues sí que es una buena noticia
¿Recuerdas cuándo la viste por última vez? —¡A muchos kilómetros de aquí! Antes de quempezáramos a bajar…, la última vez quencendimos aquellas cerillas.
Nos miramos unos a otros sin decir nada, bajel frío de la madrugada, temblandmiserablemente y sumidos en una indescriptibldepresión.
—Está bien. Vamos a empezar a buscarla —
dije—. Primero, en el lugar donde nos hemoendido. Empezaremos por un extremo
avanzaremos en línea arrodillados y palpándolodo con las manos. Primero, buscad todo lo qu
haga bulto y procurad no remover demasiadahojas.
Buscamos cuidadosamente, palpando las hoja el musgo, avanzando poco a poco, metro a metro
obre toda la zona de nuestro improvisad
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campamento. —¡Ya la tengo! —gritó Peter triunfalment
evantando de pronto la brújula como si fuera u
rofeo.Todos lanzamos un suspiro de alivio. En aquepaís, sin una brújula no hubiéramos podido seguuna ruta continua durante cinco minutos.
Después de caminar un par de horas, aevantarse el día pudimos orientarnos y una ve
más seguir la dirección adecuada a través de loprados y a lo largo de los límites del bosqueiguiendo un risco que discurría más o meno
paralelo a nuestra ruta.Era nuestro cuarto día de libertad y aún n
había llovido. Tampoco encontramos a nadidurante todo el día. Al atardecer, habíamo
legado a la carretera principal que se dirige audeste, desde Golling hasta Radstadt, y a travé
de un núcleo montañoso, por el paso denominadRadstádter Tauern. A partir de entonces, er
obligado seguir la carretera, puesto que la
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montañas eran altas y el valle una especie dhondonada. Empezamos a caminar a lo largo de lcarretera, en medio del fresco de la tarde.
Al cabo de diez minutos, nos habíaadelantado varias personas, a pie o en bicicleta, un soldado alemán nos saludó con un « He
itler!» al que contestamos al unísono. Aunque, aparecer, no había visto nada raro en nuestraopas, ahora ya sucias y harapientas, decidimoetirarnos hacia el bosque y no continuar la march
hasta que hubiera oscurecido. Así lo hicimos durante la noche avanzamos rápidamente y co
pocas paradas, ya que el frío empezaba a sentenso. Finalmente nuestros pies se había
endurecido. Mantuvimos un buen ritmo y aamanecer habíamos recorrido treinta y och
kilómetros. Durante la noche hubo dos incidenteAlrededor de las once, una muchacha en biciclete unió a nosotros e insistió en hablarnos.
— Guten Abend! Wo gehen Sie hin?[5] —no
dijo, apeándose de la bicicleta y empezando
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caminar a nuestro lado.Maldita entrometida… —murmuró Rupert e
voz baja.
—Peter, tú eres el conquistador —murmuré mi vez—. Anda, cumple con tus obligaciones.Peter fue el que tomó la palabra. —Vamos a Abtenau. Nos han dado permiso e
el ejército y estamos haciendo una excursión. ¿Yadónde va usted?
El alemán de Peter era correcto, incluso coacento austriaco, y la muchacha se mostrcomplacida.
—Vivo en Voglau. Está sólo a tres kilómetrode aquí, junto a la carretera principal. ¿Ustedevienen de Salzburgo?
—No, de Saalfelden —contestó Pete
mencionando un lugar tan lejano de Salzburgcomo fuese posible.
—Caminaré con ustedes hasta llegar a mi casaMi padre les ofrecerá cerveza.
Yo entendía lo suficiente como para saber qu
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desembarazó de ella. La joven se marchó un tantdecepcionada, y probablemente con una opiniómás bien negativa sobre nosotros. Dudo de qu
ospechara, pero era muy capaz de contar lucedido en el pueblo, a alguien que fuera máuspicaz. Ésta era una razón adicional para qu
nos apresuráramos a recorrer un buen trechdurante la noche para salir de aquelloalrededores.
De vez en cuando, pasaba un coche con lofaros encendidos, sin pensar en las órdenes sobra oscuridad total durante la noche, y estos faro
nos avisaban con el tiempo suficiente para qupudiéramos ocultarnos. No lo hacíamos cuandnos cruzábamos con peatones o ciclistas, queademás, podían acercarse a nosotros sin ser oído
debido al rugido del río que ahora discurríparalelo a la carretera. Caminábamos en grupo, yque de este modo, si alguien se acercaba nosotros, siempre había alguien capaz de contesta
Al aproximarnos a un pueblecito situado más all
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de la población llamada Abtenau, vimos luces destellos de linterna. Nos dirigimos a toda prishacia un campo. Las luces continuaron encendida
durante mucho tiempo —unas dos horas— pudimos oír voces estentóreas. Finalmente, eepisodio quedó aclarado cuando un hombre couna fenomenal borrachera pasó por la carreterazigzagueando de un lado a otro, mientras empujaba puntapiés su bicicleta. Gritaba y lanzaburamentos, y su voz podía oírse a un kilómetro d
distancia. Fuertes golpes metálicos puntuaban sdiscurso, indicando que la bicicleta era víctima d
u cólera, y, presumiblemente, también su causa.Las luces nos resultaban amenazadora
Continuamos hasta que todo estuvo tranquilo poco después encontramos una casita frente a l
que había una motocicleta del ejército. Al pasaante ella, ladraron unos perros y apretamos epaso.
Nos encontrábamos a unos mil metros po
encima del nivel del mar. El valle era má
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estrecho que nunca y no cabía pensar en otra cosque no fuese seguir avanzando por la carretera. Ddía, cuando cruzáramos aquellos pueblerino
nuestra presencia resultaría demasiado evidente.Descansamos durante el quinto día (un lunesen un promontorio que dominaba la carretera. Aúltima hora de la tarde empezó a caer una lloviznfría que nos causó desasosiego y nos obligó discutir sobre la posibilidad de seguir avanzandoFinalmente, uno tras otro, accedimos a continuar lmarcha. Con nuestras extrañas capas y lohombros cubiertos por mantas, subimos cuest
arriba a lo largo de la carretera, ahora convertiden lodazal, y pasamos junto a un aserradero dondrabajaban varios hombres. Nos miraron fijament, algo más tarde, nos alcanzó un camión de
aserradero antes de que hubiéramos tenido tiempde ocultarnos. Al pasar junto a nosotros, un jovee asomó por la ventanilla y nos miró largo rato.
Estos detalles resultaban inquietantes y y
nsistí en que desapareciéramos del mapa hast
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ilencio, pero, de pronto, desde una ventanituada a cierta altura, alguien proyectó sobr
nosotros la luz de una linterna eléctrica. Al cab
de unos pocos segundos, se apagó. ¡Aquello ermuy sospechoso! Sin embargo, nada podíamohacer al respecto en medio del pueblo. Habíamoido vistos y no nos quedaba más remedio queguir caminando, aparentemente impertérritos. Alegar a un cruce de la carretera, dudamos uno
momentos mientras yo miraba el poste indicado, finalmente, tomamos el camino de la izquierda.
Unos doscientos metros más allá, dejamo
atrás el pueblo y la carretera se adentró en ubosque espeso, donde pudimos respirar con mayoranquilidad.
Unos momentos después, oímos fuerte
crujidos de ramas y matorrales. Nos enfocaron lohaces de potentes linternas y distinguimos el brillde unos cañones de fusiles. Varios hombregritaron: « Hait! Hait! Wer da?».[7] Nos detuvimo
Peter, que iba delante, contestó: «Gu
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reund »[8]. Tres hombres saltaron a la carreterdesde las cunetas, y se acercaron, apuntándonocon los rifles que sostenían a la altura de l
cadera. A unos metros de distancia, empezaron gritarle a Peter, todos a la vez. Pude ver questaban muy nerviosos.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué están hacienden el bosque a estas horas? ¿Adónde van? ¡A veus documentos!
—¡Poco a poco! ¡Primero una cosa y luegotra! —gritó Peter—. ¿A qué viene todo estaleo? Somos gente honrada. Somos soldados co
permiso y vamos a Radstadt. —¿Dónde están sus documentos? No le
creemos. Enséñennos sus papeles. —No llevamos nigún papel. Estamos d
permiso.Uno de ellos se acercó a Rupert y a mí y, co
u fusil, hizo caer los bastones que empuñábamomientras nos gritaba histéricamente. N
hubiéramos podido contestarle, aunque nos habrí
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gustado hacerlo. —¿De modo que no llevan documentos? ¿Y
por qué no hablan sus dos compañeros? ¡Creemo
que son espías, enemigos del Reich!En un momento dado, Rupert y yo hubiéramopodido escaparnos, haciendo eses a lo largo de lcarretera y dejando a Peter solo, pero loportunidad pasó antes de que tuviéramos tiempde aclarar nuestras ideas. Tal vez nuestro intenthubiera tenido éxito, si no hubieran existidpatrullas para perseguirnos.
Pero entonces los hombres gritaban, ya todos
a vez: « Hande hoch! Hánde hoch!»[9], evantamos las manos, mientras Peter seguí
asegurando que éramos inocentes y qudeseábamos llegar a Radstadt. De nada sirvió. S
Peter hubiera estado solo, tal vez hubiera podidengañarlos, pero los otros dos representábamos uastre excesivo y nuestro silencio fue la gota qu
colmó el vaso.
Fuimos conducidos a punta de bayoneta hast
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una pequeña posada del pueblo. En la casa denfrente se habían iluminado varias ventanas, econocí en ella la casa desde la cual nos había
enfocado antes con una linterna. Probablemente, epropietario de la linterna se había puesto econtacto, haciendo señales, con el grupo que nohabía rodeado. En el gaststube, el comedor de lposada, nos alinearon contra la pared y uno de lores policías, más feroz y nervioso que los demá
nos ordenó que mantuviéramos los brazoextendidos hacia adelante. Después nos dejarocustodiados por dos hombres hasta la 1.30 de l
madrugada, momento en que regresó el tercepolicía. Nos sacaron de la posada y nos metieroen la parte posterior de un camión sin capota, queconocí como el mismo que antes había pasad
unto a nosotros, y en él volvimos a recorrer lcarretera por la que habíamos llegado hasta all
os rompía el alma ver las señales ante las quhabíamos pasado sólo unas horas antes, com
hombres libres. Nuestros dos guardianes se había
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entado delante de nosotros, con los fusilepreparados. Desde nuestra captura, no habíamoenido ni la más leve posibilidad de intentar un
fuga. Pasamos el resto de la noche en la comisaríde policía de Abtenau y, después de dos horas dviaje en coche, bajo la vigilancia de una guardiarmada, entramos de nuevo en la Kommandantualemana del Oflag VII, con todo el aspecto de uerceto francamente deprimido y apenado.
Un suboficial alemán se acercó a nosotros acabó de hundirnos. Era el que comprobaba laistas en los Appells, y conocía bien a Peter, puest
que éste había actuado como intérprete del campen diversas ocasiones. El suboficial nos dirigius rugidos, obligándonos a permanecer e
posición de firmes mientras nos arrancaba la
prendas de nuestra indumentaria a jirones. Sacudiviolentamente a Peter por los hombros, mientras lgritaba y le cubría la cara de salpicaduras daliva. Fue una exhibición realmente pasmosa
Evidentemente, el suboficial había pasado un ma
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ato desde que habían descubierto nuestrausencia.
Después de llevar a cabo su revancha, no
condujo ante el sargento mayor del campo, que nohizo entrar, uno por uno, en su despacho parnterrogarnos. Yo fui el primero.
—Ha sido inútil tratar de escapar. Se les habíadvertido. Ahora, ya lo han podido comprobar. Yhan tenido mucha suerte de que no se haydisparado contra ustedes. ¿Cuándo se marcharon?
—No puedo decírselo. —Pero ¿qué va a cambiar? Nosotros l
abemos todo. Huyeron seis de ustedes. Smarcharon el sábado, ¿verdad?
—No lo sé. —Capitán, es usted un oficial y comprendo s
punto de vista, pero cuando el asunto ha terminadotalmente, no veo por qué no podemos habla
entre los dos con franqueza. —Desde luego, sargento mayor, lo comprendo
Yo no sabía que habían vuelto a capturar a otro
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res oficiales. —Esto es una pregunta. Le ruego que recuerd
que soy yo el que interroga, y que usted no est
aquí para hacerme preguntas. ¿Disponían ustedede dinero, verdad? —¿Dinero? No. —Entonces, ¿cómo han podido llegar tan lejo
en tan poco tiempo? —Hay varias maneras de viajar, sargent
mayor. —¡Ajá! ¿De modo que robaron bicicletas? Noté que quería implicarme en otras cosas. M
«no» a la pregunta referente al dinero no era unbuena respuesta. Volví a adoptar la actituanterior:
—No puedo contestar a sus preguntas.
—Si no me dice el día en que huyeron, tendrque suponer que han robado bicicletas. Y ésta euna acusación muy grave.
—Yo no puedo hacer nada al respecto.
—Ocultaron su ausencia en un Appell . ¿Cóm
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e las arreglaron? —Yo no lo hice. —Usted no, pero otros lo hicieron. Le diré qu
u ausencia fue detectada en el Appell de la tarddel sábado. Ustedes realizaron su fuga por lnoche. Por consiguiente, en el Appell de lmañana, su ausencia quedó disimulada. ¿Admitque fue por la noche, verdad?
—Yo no admito nada. —No sea tan testarudo. Reconozco que fu
muy astuto por su parte esconderse en el recintcubierto de hierba. Ahora estamos construyendo u
círculo con vigilancia, con alambre de espino, dos metros de la cerca principal. Ya no podrávolver a repetir su fuga. ¿Se escondió cerca del río más arriba?
—Sólo me escondí. —Pero ¿dónde? —No puedo decírselo. —Yo sé que unos soldados ocuparon su
puestos en el Appell . Como no me diga su
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nombres, me veré obligado a castigarles a todos.no es justo castigar a todos por el delito de seihombres. ¿Cómo se llamaban?
—No lo sé. —Lo sabe usted perfectamente. Si no me destos nombres, la situación se pondrá peor parodos. Puede usted evitar muchas molestias co
una simple respuesta. —Lo siento, señor sargento mayor. —¡Muy bien! O bien robaron bicicletas, o bie
ecibieron ayuda fuera del campo. Para uprisionero, robar una bicicleta es un delito qu
puede castigarse con la muerte. Si ha recibidayuda, puede decirlo. Yo no le pediré los nombre no le acusaré de robar propiedad privad
alemana. Ya ve usted que soy justo.
—Su respuesta es tan justa, sargento mayoque sé que comprenderá que me es imposiblcontestarle.
—Es usted un estúpido —contest
ndignándose—. Ya le he dado suficiente
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oportunidades. Su silencio le costará caro. ¿Lgustan los campos de concentración? ¿Le gustpasar hambre? ¿Le gusta morir? Voy a darle otr
oportunidad. Su obstinación es absurda…, no sbasa en ninguna razón. ¿Recibió algún tipo dayuda?
Me abstuve de contestar. —¿De modo que me insulta? Muy bien. Ser
castigado también por insolencia silenciosaMedia vuelta! ¡Marchen!
Salí de la habitación y los demás fueroentrando por turno. El interrogatorio y la táctic
fueron los mismos en cada caso, según descubdespués. Rupert y Peter no proporcionaron lmenor pista. Teníamos ya una cierta idea del blufque utilizaban los alemanes, y en nuestros tre
meses de encarcelamiento empezábamos a sabeque incluso un prisionero de guerra tenía suderechos, y que existía un documento conocidcomo «La Convención de Ginebra».
Con el tiempo, aprendí a bendecir est
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Convención Internacional para el Tratamiento dos Prisioneros de Guerra, y aquí quiero deja
constancia de mi gratitud hacia sus autores. Est
producto de la Sociedad de Naciones se erigcomo un testimonio de nuestra civilización. Sutilización durante la Segunda Guerra Mundiademostró la fuerza de esa civilización en medio da amenaza de ruina que pesaba sobre ella.
Terminado nuestro interrogatorio, fuimoconducidos a la cárcel del pueblo, que estabcerca de allí, y cada uno fue encerrado en uncelda distinta. Durante varios días, languidecimo
en nuestras celdas, como si nos hubieran olvidadoEn mi celda, sólo había una estufa que nfuncionaba, un cubo y una jarra de agua. Un suelde madera, paredes de piedra y una ventanill
nmediatamente debajo del alto techo, formaban mentorno. No había ninguna cama ni mantas. Por lnoche, el frío era intenso, aunque sólo estábamoen septiembre.
Durante el día, paseábamos por nuestra
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Si a la pregunta de cuándo escapamos yhubiese proporcionado una fecha anterior a la reahubiera corrido el grave riesgo de verm
desmentido a través de una identificación casual, quizá los alemanes hubieran podido alarmarsanto ante semejante ausencia que pudiera resulta
desastroso para las precauciones que se tomaraen futuros Appells. Si yo hubiera citado una fechposterior a la auténtica, inmediatamente hubierdado a los alemanes falsos datos acerca del trechque yo podía recorrer en un tiempo determinado, por lo tanto con ello hubiera ampliado l
circunferencia de cordones de vigilancia parfuturos fugitivos. Descubrí también que loalemanes perdían rápidamente el respeto aenemigo que hablaba. Los alemanes esperaba
ilencio, ya que ello estaba de acuerdo con supropias reglas. Regresamos y volvimos anguidecer en nuestras celdas. Cada dos días no
arrojaban un hogaza de pan negro por la mañana,
al mediodía nos daban un cuenco de sopa.
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El cuarto día se oyó un gran alboroto y oímoas voces de Dick Howe, Harry Elliott y Kennet
Lockwood. Los tres fueron encerrados e
calabozos vacíos. Su llegada fue una nueva causde depresión.Pronto nos quejamos de las medidas sanitaria
que se basaban en simples cubos, y finalmente snos permitió usar un retrete en el extremo depasillo. Después nos quejamos por la falta dejercicio y nos autorizaron para caminar durantmedia hora cada día en fila india, a una distancide veinticinco pasos entre nosotros, describiend
un círculo en el patio del Oflag, mientras los otrooficiales quedaban temporalmente aislados de estzona.
Establecimos comunicación con el campo
ambién entre nosotros. Con la ayuda de trozos dápiz que dejábamos caer en el patio cuand
paseábamos, más tarde escribimos notas en trozode papel higiénico, que abandonábamos para qu
as recogieran otros oficiales. Acababan de llega
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ográbamos comprenderlo.Dick Howe, Harry Elliott y Kenneth Lockwoo
habían sido capturados de nuevo a una distancia d
unos cien kilómetros, en la carretera de Suizadespués de gozar de ocho días de libertad. Su fugfuncionó de acuerdo con los planes. ScarleO’Hara cerró el agujero. Después de dos días dmarcha, los tres saltaron a un tren de mercancíacerca de Golling, que los llevó a un lugar llamadSaalfelden. Aunque con ello ganaron unos cuatrdías de camino, tuvieron que volver sobre supasos durante dos días, para recuperar el camin
adecuado. Tuvieron un tiempo bastante malo durante un par de días debieron ocultarse en unacabañas vacías que encontraron en la montañaMientras caminaban junto a la orilla del río, cerc
del pueblo, se dirigieron a ellos dos mujeres, quparecían mirarlos sospechando algo. El alemán dHarry logró convencerlas. En realidad, las mujerebuscaban un hombre que había cometido un rob
en su casa. Más allá, los detuvo un policía, que lo
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levó al pueblo para interrogarlos acerca de esobo. Sólo al ser registrados comprendió e
policía local que había atrapado una buena pieza
una pieza que prácticamente se había deslizadentre sus manos.Después de pasar diez días en las celdas, s
nos dijo que no habría consejo de guerra, pero qudebíamos esperar nuestras sentencias. Fueropronunciadas a su debido tiempo, y, con graorpresa por nuestra parte, eran muy variada
Peter obtuvo una quincena de arresto y Rupert y yfuimos los que recibimos sentencias más largas, d
un mes cada una, sin efectos retroactivos desdnuestro primer día en el calabozo. Las diferenciafueron explicadas por la presencia de ciertodelitos menores, como el de utilizar una mant
alemana debidamente cortada, o estar en posesióde una brújula y un mapa. Las sentencias eran d«pan y agua y confinamiento solitario», es decipan y agua como únicos alimentos, y un lecho d
ablas de madera durante tres días de cada cuatro
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nuevo a nosotros, indefinidamente. Por último, trahaber preguntado en el pueblo si entrdeterminadas fechas había sido detectada l
presencia de algún individuo sospechosocompareció una niña, acompañada por su madreante el comandante del campo. Manifestó habevisto, una mañana, en un cobertizo cercano a lomuros del campo, un hombre en pijama al que neconoció como ninguno de los que pertenecían a familia del propietario del cobertizo. U
extraño en pijama, visto en el cobertizo de uncasa a primera hora de la mañana, era un bue
botín para las comadres de Laufen. Este sucesocurrió unas tres semanas después de nuestra fugaSin embargo, nadie prestó atención a la historia da niña, excepto un Feldwebel de edad ya madura
que había sido prisionero de guerra en Inglaterrdurante la primera guerra mundial, y que habíayudado a unos oficiales alemanes a construir uúnel. Empezó a «husmear» en la parte del camp
cercana al cobertizo, examinando y golpeand
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paredes y suelos. Finalmente, llegó al pequeñcuarto cerrado, donde descubrió los montoneocultos de tierra y después la entrada de nuestr
únel, en el rincón más oscuro, debajo de unmesa. Estaba camuflado, en previsión de uegistro casual, mediante un gran trozo de cartó
pintado que encajaba perfectamente en el agujerde entrada.
Pudimos enorgullecernos de que el camuflajde la salida del túnel hubiera resistido lanspecciones, pero me sentí algo avergonzado d
que nuestra entrada no hubiera estad
perfectamente acabada. Mi excusa consistió en qununca había pretendido que durase tres semanas yademás, por experiencias posteriores, aprendimoque, en cualquier circunstancia, era muy difíc
mantener oculto un agujero de fuga mucho tiempdespués de que se supiera que unos prisionerohabían escapado.
La figura en pijama resultó ser Scarlet O’Har
que estaba atornillando febrilmente la cerradura d
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a puerta del cobertizo cuando, al alzar la vistavio la cara y los ojos asombrados de la niña, que estaba contemplando a través de los tablones d
a puerta. La niña retrocedió aterrorizada, Scarlet, no menos asustado, desapareció a todvelocidad deslizándose por nuestra estrechmadriguera. En ningún caso podía considerarshermosa la cara de Scarlet, y estoy seguro de qua pobre niña tuvo pesadillas durante variaemanas seguidas.
Unos días después de la visita del capellánnos llamaron y, con gran estupefacción por nuestr
parte, nos devolvieron al campo. Una vez mávolvíamos a ser prisioneros comunes. Siembargo, esta situación no duraría mucho tiempoa que una semana más tarde se nos dio la orden
ólo con una hora de anticipación, de partir codestino desconocido.
Los seis habíamos aprovechado aquellemana para pasar a los demás todas la
nformaciones y la experiencia que habíamo
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conseguido, y no podíamos comprender por quos alemanes nos habían dado semejant
oportunidad. En Laufen no tenían micrófonos, d
eso estábamos seguros. Antes de marcharnonuestro oficial británico superior (al que siempre le conocía como SBO, o sea Sénior Britis
Officer ) insistió en que se le comunicara nuestrdestino, y creo que también insistió en que estnformación fuera cablegrafiada a la Cruz Rojnternacional. Empaquetamos nuestras pobre
pertenencias, y, con un gran bidón de veinte litroleno de patatas cocidas, que transportábamos po
urnos, dos hombres cada vez, empezamos a andahacia la estación, férreamente custodiado
uestro destino era el Oflag IV C, ColditzSajonia.
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Segunda parteOficial de fugas
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S
Capítulo 4La fortaleza prisión
alimos de Laufen el 7 de noviembre d1940, y tres días más tarde llegamos
Colditz, el Oflag IV C.
Durante el viaje no tuvimos oportunidad descapar. Además, no disponíamos de material dfuga ni de víveres de reserva (exceptuando lapatatas). Nuestros guardianes no nos quitaban lo
ojos de encima y siempre nos acompañaban aavabo. Viajamos a veces en segunda clase, otraen tercera, y en todas las horas del día y de lnoche. Hubo muchos transbordos y largas esperageneralmente en las salas de espera destinadas os militares en las estaciones. La población civ
nos miraba con curiosidad pero creo que sidemasiada animosidad. Aquellas personas questablecieron un contacto más estrecho habland
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con nuestros guardianes, se mostraron preocupadapor el hecho de que transportáramos patata
osotros, que habíamos pasado tres meses d
dieta de hambre, seguida de varias semanas de pa agua, también reforzábamos nuestra vigilancia, hubiéramos luchado con desesperación poaquellas frías y pegajosas bolas de almidón.
Llegamos a la pequeña población de Coldituna tarde, temprano. Después de dejar atrás lestación, pudimos contemplar ante nosotronuestra futura prisión: un edificio hermoso, serenomajestuoso, y sin embargo lo bastante siniestr
como para acongojar nuestros corazones. Selevaba ante nosotros, dominando todo el puebloera un soberbio castillo construido en el borde dun acantilado. Era el auténtico castillo de hadas d
os libros de cuentos de nuestra infancia. ¿Quclase de ogros vivirían en él? Pensé en localabozos y en todas las historias que había oídacerca de prisioneros encadenados, consumiend
miserablemente sus vidas, historias de ratas y d
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orturas, y de increíbles crueldades abominaciones.
En aquel castillo, a lo largo de los siglohabrían ocurrido toda clase de sucesos y cualquiecosa podía ocurrir allí de nuevo. Para locampesinos locales y los comerciantes de lacasas que se apiñaban a su sombra tal veignificara protección y hogar, mas para lo
enemigos procedentes de un país lejano aquecastillo era una nota de pésimo augurio y un
visión capaz de hacer temblar al más valiente. Eealidad, había sido construido precisamente co
este fin. Contaba con alrededor de un millar daños y, aunque en parte estaba en ruinas y habí
ido reconstruido y modificado muchas veces, sfuerza inherente lo había preservado de ldestrucción a través de los siglos máempestuosos.
Se alzaba en lo alto de un promontorio qu
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obresalía junto al río Mulde, en su confluencicon un torrente secundario. Las murallas exterioreenían, como promedio, un grosor de más de do
metros, y el patio interior del castillo sencontraba a una altura de setenta y cinco metroobre el nivel del río. Las habitaciones del castill
en las que debíamos alojarnos se hallaban a otrodieciocho metros sobre el patio. El castillo habíido construido por Augusto el Fuerte, rey d
Polonia y elector de Sajonia, de 1694 a 1733hombre del que se decía que había tenidrescientos sesenta y cinco hijos, uno por cada dí
del año. Lo construyó sobre las ruinas que habíadejado las guerras de los hussitas en el siglo XV
Durante su larga historia, había presenciadnumerosas batallas y asedios, y su nombre actua
Schloss Colditz, atestiguaba, no su origen, sino lépoca en que fue de dominio polaco. «Itz» es unerminación eslava, no teutónica ni sajona. E
nombre original era Koldyeze.
El río Mulde, como supimos después, era u
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afluente del Elba, en el que desembocaba 6kilómetros más al norte. Colditz estaba situado emedio del triángulo formado por las tres grande
ciudades —Leipzig, Dresde y Chemnitz— en ecorazón del Reich alemán y a seiscientos cincuentkilómetros de cualquier frontera que no sencontrase directamente bajo la bota nazi. ¡Pocesperanza podían tener los posibles fugitivos!
Avanzamos lentamente cuesta arriba por laestrechas callejuelas empedradas que conducíade la estación al castillo, y finalmente llegamos u parte trasera, es decir, al terreno dond
empezaba a elevarse el promontorio. Al entrar poel gran arco de la puerta principal, cruzamos upasaje que en otro tiempo había sido un amplio profundo foso, y después pasamos bajo otro arc
cavernoso, cuyas puertas de roble se abrieron dpar en par y se cerraron ominosamente detrás dnosotros, con sus gruesas barras de hierrhaciendo mucho ruido, tal y como debía ocurrir e
a época medieval. Nos encontramos entonces e
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un patio de unos cuarenta metros de largo, counos parterres de hierba y flores, y rodeado, en sucuatro lados, por edificios de seis pisos de altura
Era la Kommandantur , o zona de la guarniciónFuimos escoltados más allá, pasamos por un tercearco igualmente cavernoso y con puertas tambiéenormes, subimos por un pasaje para vehículopavimentado con adoquines, a lo largo dcincuenta metros, y después, doblando a lderecha, entramos, a través de un cuarto y últimarco, con el habitual complemento de recio roble efuerzos de hierro, en el «Sanctum Sanctorum»
el patio interior. Era un espacio tambiéempedrado, de unos 30 por 40 metros, rodeado eus cuatro lados por edificios cuyos tejados debía
encontrarse a una altura de treinta metros po
encima del adoquinado. ¡Poco sol podía penetrahasta allí! Era un lugar increíblemente siniestroaspecto al que contribuían las caras pálidas qunos estaban observando detrás de las rejas. En e
patio no se oía el menor rumor. Era como s
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entráramos en unas ruinas fantasmagóricaDespués se oyeron pasos y las órdenes en alemános parecieron algo irreal. Yo ya estaba en la fas
de encomendar mi alma al Hacedor, cuando lacaras, detrás de las rejas, cobraron súbitamentvida, los ojos brillaron, centellearon los dienteentre barbas mal cuidadas, y las palabracircularon hacia atrás, hasta llegar a las mayoreprofundidades:
— Anglicy! Anglicy!Las cabezas se apiñaron detrás de la
ventanillas enrejadas, y, en menos tiempo del qu
necesitamos para recorrer treinta metros, aparecien todas las ventanas un grupo de hombres que noaclamaban, y no sólo en las pequeñas, que eran laque habíamos visto primero y que tan bie
legaríamos a conocer, sino que había cabezaasomadas en cualquier otra ventana que estuvieral alcance de nuestra vista, riéndose y vitoreandoLa bienvenida estaba escrita en todas las cara
Respiramos de nuevo al comprender que no
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encontrábamos entre amigos. Eran oficialepolacos.
La sensación de alivio fue seguid
nmediatamente por otra de asombro cuando oímoa los hombres de las rejas gritar insultos contra loalemanes en su propio idioma, y al mismo tiemphacer gestos violentos que sugeríanconfundiblemente un degüello efectuado de orej
a oreja. Los alemanes se encolerizaronAmenazaron con tomar represalias y rápidamentnos condujeron a un edificio, donde, tras subvarios tramos de escaleras, entramos en un par d
habitaciones del ático, en las que nos dejarocerrados con llave detrás de una cerca de madera
No éramos los primeros que llegábamos, pueallí nos saludaron tres oficiales de la RAF. S
rataba de los tenientes Howard D. Wardle, KeitMilne y Donald Middleton.
Wardle, o «Hank», como le apodaban, era ucanadiense que se había unido a la RAF poc
después de comenzar la guerra. En abril de 194
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estaba arrojando octavillas de propaganda sobrAlemania, cuando su bombardero fue derribadoDescendió en paracaídas y aterrizó entre uno
árboles. Fue uno de los primeros prisioneros dguerra británicos en esa contienda. Había huiddel Schloss de Sapangenburg, a unos treintkilómetros de Kassel, escalando una alta barricadcuando se dirigía a un gimnasio situado fuera deecinto del campo. Los otros dos, tambié
canadienses, habían escapado disfrazados dpintores, con un equipo completo de cubos llenode cal y una larga escalera, que transportaban entr
os dos. Habían esperado el momento adecuadocuando hacía guardia ante la cerca un alemáparticularmente duro de mollera, y habíadesfilado rápidamente, gritándole las única
palabras que sabían en alemán. Una vefranqueada la cerca, siguieron caminandanimadamente hasta encontrarse a medio camindel montículo en el que se elevaba el Schloss. Al
arrojaron la escalera y los cubos, y empezaron
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correr hacia el bosque.Estas fugas tuvieron lugar en agosto de 1940,
fueron probablemente las primeras de la guerr
ealizadas desde campos regulares. Por desgracianinguno de los tres llegó muy lejos antes de secapturado de nuevo, y al cabo de unas horas sencontraron otra vez entre rejas. Sufrieron muchen manos de sus guardianes, pues les cocearon golpearon con las culatas de sus fusiles.
La población local se mostraba muy hostil y nocultaba su sed de venganza.
Los tres oficiales de la RAF habían llegado u
par de días antes que nosotros, por la noche, odavía no habían visto a nadie. Se les había dich
que sus sentencias ya les estaban esperando y quprobablemente serían de muerte. La primer
mañana, al amanecer, les habían acompañado a ubosque situado en un profundo valle quflanqueaba un lado del castillo, y allí les habíaobligado a detenerse junto a un alto muro d
granito…
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Después les habían ordenado que hicieraejercicio durante media hora. Los alemanes secrearon sádicamente en su intento de acabar co
as agallas de los tres, y cuando llegaron a aquellmuralla, todavía a la tenue luz del albaabandonaron toda esperanza de ver salir el sol dnuevo. Finalizada su broma, los alemanevolvieron con ellos y los encerraron en lahabitaciones en las que nosotros nos habíamoencontrado.
Aquella misma tarde entablamos nuestrprimer contacto con los polacos. Oímos voce
apagadas en la escalera y seguidamente cuatro dellos aparecieron junto a la cerca de maderaAbrieron la puerta con toda facilidad y entraropara saludarnos.
Éramos los primeros ingleses que habían visten toda la guerra, y el calor de su bienvenidaunido a la dignidad natural de su porte, nos resultemocionante. Era como si cada uno de nosotro
fuese un héroe, ya que para ellos representábamo
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el amigo que había acudido en su ayuda cuandmás lo necesitaban, un amigo dispuesto a luchapor su causa. El pueblo polaco es, por encima d
odo, leal, y tiene también buena memoria, virtuque conviene señalar en nuestra época actual.Traían comida y un poco de cerveza. Dos d
ellos hablaban inglés y los demás francés, y todohablaban también alemán. La reunión no tardó eadquirir un carácter ruidoso y abundaron lacarcajadas, algo que siempre gusta a los polacoDe pronto, se oyó una señal de advertenciprocedente de un polaco que vigilaba junto a l
escalera, y, en menos tiempo del que se necesitparta contarlo, todos ellos se distribuyeron debajde las camas, en las esquinas de nuestras doalas, donde continuaron las risas sofocadas hast
el instante en que entró un oficial alemáacompañado por su Feldwebel .
Naturalmente, la puerta del ático, y también laotras, habían sido debidamente cerradas por lo
polacos, de modo que no había razón alguna par
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ospechar, risas aparte, pues los alemanes nohabían oído y deseaban inspeccionar. Al oficial lescandalizó que nosotros, viles prisioneros, cuy
derecho a la vida dependía de una palabra suyaencontráramos la ocasión propicia para reírnoEra como reírse en la iglesia, y más o menos fuesto lo que nos dijo. Observó que habíamodesplazado todos los camastros para dejar máespacio libre e inmediatamente ordenó a
eldwebel que los ordenara de nuevo en filas.Los polacos se movieron al mismo tiempo qu
as camas. Y cuando se marcharon los alemane
eaparecieron, como niños que han hecho novilloen la escuela, riéndose más que nunca a causa daquel incidente. Llamaban al sargento « La fouineen francés garduña), que tenía también u
ignificado simbólico, el de persona artera adina, cuya actividad nosotros expresábamos co
el verbo «huronear». La diversión continudurante un buen rato y después los polacos s
argaron tal como habían llegado, dejándono
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maravillados con su habilidad para lmanipulación de cerraduras. Para visitarnohabían abierto no menos de cinco puertas, con u
par de instrumentos que parecían imperdibles. Afue nuestra llegada a Colditz, que sería nuestrhogar y nuestra prisión durante unos años.
Cuando nosotros llegamos, había unos ochentoficiales polacos en el campo. Formaban parte da flor y nata del ejército polaco, y algunos había
atacado, sin dudarlo ni un momento, a los carrode combate alemanes al frente de sus tropas dcaballería. Aunque habían perdido gran parte d
us uniformes militares, siempre se presentaban pasar revista con dignidad. Llevaban botas dmontar negras, que conservaban en perfectacondiciones. Su jefe superior era el genera
Tadeusz Piskor, y había también un almirantlamado Joseph Unrug.
Todos los oficiales habían cometido delitocontra el Reich alemán, y en su mayoría había
ntentado inútilmente escapar, por lo menos un
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vez. Les habían hecho prisioneros, desde luego, partir de finales del mes de septiembre de 1939Eran tantos los que acarreaban sentencias d
cárcel que la media docena de celdas normalmentdestinadas al confinamiento solitario albergabaunos seis oficiales cada una. Estas celdas teníaunos nueve metros cuadrados, y en cada una habíuna pequeña ventana con gruesas rejas. Eran laventanas que vimos al llegar a nuestra prisiónunas ventanas en las que asomaban rostromacilentos. Por consiguiente, casi la mitad decontingente de oficiales polacos se encontraba, a
menos teóricamente, sometida a encarcelamientolitario…
El tiempo pasó rápidamente en aquel nuevambiente, en el que en seguida hicimos nueva
amistades. Al cabo de una semana, los alemanenos dieron un alojamiento permanente: udormitorio con literas de dos pisos, un cuarto daseo, una cocina y una sala de día, en una de la
alas del castillo, aislada de los polacos. El pati
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era la zona para hacer ejercicio. Al principio, snos fijaron horas distintas para practicarlo, perfinalmente los alemanes desistieron d
mantenernos apartados de los polacos. Parconseguirlo, hubieran necesitado un centinela en lpuerta de cada patio, y había media docena dpatios. Además, el castillo era un laberinto descaleras y de puertas, y éstas no eran más que uerreno de prácticas para los hábiles cerrajero
polacos. Nos encontrábamos tan a menudo en loerrenos polacos y viceversa, que los alemane
para llevar a cabo sus propósitos, hubieran tenid
que condenar a todos los huéspedes del campo confinamiento solitario, en vista de lo cuaabandonaron la tarea por considerarla imposible.
Poco a poco, otros huéspedes ampliaron e
contingente británico, hasta el punto de que eavidad éramos ya dieciséis oficiale
Aparecieron también por allí unos cuantooficiales franceses y belgas. Los recién llegado
eran todos ellos «delincuentes», en su mayorí
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fugitivos, y entonces comprendimos que el castillera el «campo de los malos chicos», e«Straflager » o «Sonderlager », como lo llamaba
os alemanes. Al mismo tiempo, tambiéempezamos a estudiar su inexpugnabilidad covistas a una posible fuga. Colditz debía ser lfortaleza alemana de la que no hubiera ni la menoposibilidad de escapar, y hay que reconocer qudurante mucho tiempo pareció digna de semejanteputación. Como he dicho en mi prólogo, l
guarnición que custodiaba el campo siempruperaba en número a los prisioneros, el castill
estaba iluminado por la noche, desde todos loángulos, a pesar de la orden de que todpermaneciera oscuro y, además de los treintmetros que había entre el suelo y las ventana
enrejadas, los centinelas rodeaban todo el campdesde el interior de una cerca de alambre despino. Era como si el enemigo lo tuviera todo u favor. Una fuga desde allí era, sin ninguna duda
un formidable desafío.
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Los polacos nos agasajaron generosamentdurante la época navideña. Habían recibid
paquetes de comida desde sus casas en Polonia, nosotros no teníamos nada, hasta queafortunadamente, la víspera de la Navidalegaron paquetes de la Cruz Roja. El entusiasm
que éstos provocaron no puede describirse. Lopaquetes en cuestión no tenían destinatariondividuales, y cada uno de ellos no conteníampoco un surtido de alimentos. Había paquete
de carne enlatada, de té, de cacao y otros artículoDejando aparte un envío que llegó a Laufen el mede agosto anterior, éstos eran los primeropaquetes de comida que recibíamos desdnglaterra y nos sentimos llenos de gratitud antemejante obsequio, sin el cual nuestra Navida
hubiera consistido en unos días muy penosoTambién pudimos devolver, al menos hasta ciertoímites, la hospitalidad que nos habían dispensad
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os polacos, cuya generosidad fue extraordinariaos veíamos obligados a racionarlo tod
everamente, ya que no podíamos contar con u
uministro regular, y así conseguimos que estprimer envío, del que hubiéramos podido dacuenta en pocos días, durase casi dos mese
uestro cálculo no fue, ni mucho menos, erróneo.En realidad, durante toda la guerra, lo
uministros de paquetes de la Cruz Roja a Colditnunca siguieron un ritmo regular, y en todmomento fue preciso dejar algo en reserva. Lopaquetes eran enviados, desde Inglaterra, a razó
de uno por semana y por persona, pero en Colditecibíamos normalmente un paquete, y en rara
ocasiones dos, por persona, cada tres semanaLos envíos procedentes del Reino Unido y d
Canadá eran excelentes en calidad y variedad. Lopaquetes «individuales», a diferencia de los dipo «general», pesaban unos cinco kilos cada un contenían una selección de los siguiente
artículos: carne en lata, verduras, queso
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mermelada y mantequilla, leche en polvo, té cacao, chocolate, azúcar y aceites para cocinaEstos paquetes eran pagados en gran parte por lo
familiares del prisionero, pero llegó a ser unnorma casi universal, en todos los campos, reunodos los paquetes «individuales» de modo qu
cada prisionero tuviera una parte idéntica.Los polacos prepararon una función d
marionetas en Navidad, titulada «Blancanieves os siete enanitos». Tenían el texto completo de
guión y los personajes eran manejados popersonas que se ocultaban detrás de la cortina. Fu
una función pintoresca, y profesionalmentproducida tanto en lo que se refiere a los actorecomo a la decoración. Las marionetas llevabarajes muy vistosos, y el escenario, objeto d
numerosos cambios, estaba bien pintado. Durcasi dos horas y tuvo un gran éxito. Durante edescanso, se sirvieron bocadillos y cerveza, después se celebró una fiesta. Los polacos había
guardado gran cantidad de cosas durante mese
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para esta ocasión. La cerveza consistía en unación, que también había sido ahorrada. Era lager , embotellada, que nos entregaban lo
alemanes en raras ocasiones, a cambio del dinerque circulaba en nuestra prisión. Al principio, amenos en Colditz, no escaseaba demasiado, pero mediados de 1941 había desaparecido pocompleto.
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A
Capítulo 5Rutina
los prisioneros no se les permitía nsiquiera echar un vistazo a un Reichsmar
auténtico; en Colditz, circulaba un papel moned
especial conocido como Lagergeld . Con estagergeld no se llegaba muy lejos. La cantinenía a la venta hojas y jabón de afeitar, past
dentífrica y, de vez en cuando, mermelada de nab
o remolachas en vinagre, y tabletas de sacarinaTambién podíamos adquirir instrumentomusicales mediante pedido. Éstos eran muy caro—en realidad, sus precios alcanzaban la categoríde robo—, pero proporcionaban satisfacción muchos músicos aficionados.
Durante mi estancia en la prisión, compré doguitarras, una por el precio aproximado de 1ibras esterlinas y la otra por unas 25 libras, y un
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corneta que me costó casi treinta libras. Debadmitir que la corneta era de excelente calidad que la guitarra más cara era una maravilla. Lo
nstrumentos procedían de una reputada fábrica dLeipzig. Estudié guitarra durante un año y mediohasta adquirir una cierta habilidad en su manejoPodía leer música poco a poco y conseguí tocavarias piezas clásicas de oído. La corneta mpermitía alentar cuando no tenía nada mejor quhacer. Mis compañeros me limitaron el uso de estnstrumento al cuarto de aseo, con la puert
cerrada y cuando hacía buen tiempo, durante la
horas en que ellos solían estar en el patio.La comida alemana era preparada en una gra
cocina, bien equipada y limpia, junto al patio de lprisión. Los prisioneros podíamos cocina
ambién, privadamente, nuestros alimentos enuestra cocinilla, provista de un fogón alimentadpor cantidades de carbón siempre insuficienteTodos los utensilios de madera no esenciale
unto con gran número de paredes, tablas de
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uelo, camas y otras piezas de mobiliariodesaparecieron rápidamente en la voraz boca dnuestro fogón y de una estufa que servía par
calentar las sartenes. Sin embargo, los olores quemanaban siempre de aquel cuarto compensabaodo remordimiento de conciencia, e incluso eemor a las represalias que podían tomar ante e
dudoso origen de la mayor parte de nuestrocombustibles. Mis platos favoritos consistían ecarne de lata frita con pasas de Corinto o dEsmirna. Todavía hoy, se me hace la boca agua aecordar, agradecido, aquel plato delicioso, qu
ogró disipar muchos de mis momentos ddepresión. Rupert Barry era el chef par excellencen esta spécialité de la maison. No era un platcotidiano —en realidad, se trataba de una rarez
—, lo que tal vez justifique el entusiásticecuerdo que todavía conservo de él. Como era d
esperar, la vida cotidiana no presentaba apenavariaciones. Nos despertábamos a las 7.30 de l
mañana, al oír los gritos de « Auftehen»,
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«levantarse», proferidos por un par duboficiales alemanes que atravesaban corriendos dormitorios. A las ocho, los asistente
encargados del desayuno (soldados nuestrosayudados por oficiales, transportaban desde lcocina alemana un gran caldero lleno de caf«ersatz[10]» (elaborado con bellotas), unas cuantahogazas de pan, una pequeña cantidad dmargarina y, en ciertos días, un poco azúcar. A la8.30 tendría lugar la llamada de Appell . Todos loprisioneros formaban en el patio, los polacos en uado y los británicos en otro, con sus jefe
uperiores al frente. Entonces aparecía un oficiaalemán y, después de un intercambio de saludoos suboficiales alemanes procedían a un trabajosecuento de los prisioneros presentes. Cuando l
uma era considerada correcta, saludaban otra ve se daba la orden de romper filas. Más adelante
el primero de los cuatro Appells diarios fuconvocado a las siete de la mañana, por medio d
una sirena de fábrica. A las nueve de la mañan
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quedábamos libres para desarrollar nuestraactividades legales, como por ejemplo leeestudiar, tomar lecciones de idiomas, aprende
música o hacer ejercicio físico. Los polacoabían, en general, todos los idiomas imaginable fueron mayoría los ingleses que se dedicaron
aprender idiomas extranjeros con un profesopolaco, a cambio de dar lecciones de ingléMaestros y alumnos se reunían y buscaban lugareranquilos en todo el castillo, donde se dedicaba
a explicarse entre sí los problemas de los diversodiomas europeos. Nuestra sala de estar s
convirtió en una laboriosa colmena y, durante lahoras de la mañana, el discreto murmullo de lavoces era incesante. Los que buscaban mayontimidad optaban por sentarse en la escalera o e
os rellanos sobre mantas, o bien en el patio, shacía buen tiempo. Allí no era necesario bajar lvoz y se podía dar rienda suelta al temperamentde cada uno. Recuerdo que una vez pasé ante do
prisioneros, concentrados en las dificultades d
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una lección de inglés, y oí la siguientconversación:
Profesor: —Ahora leeremos. Empieza aldonde nos quedamos ayer.
Alumno (leyendo): — Thee leetle sheep…Profesor: —No «thee», di «the».Alumno: — The leetle sheep…
Profesor: —¡No! ¡The little ship!Alumno: — The little sheep…Profesor: —No sheep, asno; has de decir shipAlumno: — The leetle ship…[11]
Profesor: —¡Maldito seas! ¿Estás sordo? Te hdicho «little ship», no «leetle ship». Vuelve empezar.
Alumno: — Thee little ship…
Y así sucesivamente.
Cuando empezaron a llegar libros del Rein
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Unido, comenzaron los cursos de estudio. Máarde se inauguró un teatro de prisioneros y la
funciones, las variedades y los concierto
ocuparon gran parte del tiempo de aquellooficiales dotados de talento para las actividadeeatrales o musicales, en la categoría d
aficionados.Un concierto, organizado por el teniente Tedd
Barton, del Royal Army Service Corps, llenó lala durante varias noches seguidas. Era un
mezcla de concierto y variedades, con el título dallet Nonsense. Los trajes habían sid
confeccionados en su mayoría con papel, que diun resultado excelente. La orquesta era de uncalidad sorprendentemente elevada y la música as canciones, compuestas por «Jimmy» Yule (e
eniente J. Yule, RCS) y Teddy Barton, dieron a lfunción un toque profesional que recordaba, no sinostalgia, los locales de Drury Lane y deHippodrome. La orquesta estaba formada por un
mezcla de todas las nacionalidades, bajo l
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experta batuta de John Wilkins, un telegrafista dubmarinos que tenía una facilidad fantástica par
aprender a tocar, en cuestión de pocos día
cualquier instrumento de viento que escogiera. Eema principal de Ballet Nonsense corría a cargde un cuerpo de ballet compuesto por los oficialede aspecto más rudo y provistos de los máespesos bigotes que pudieron encontrar, y todoellos realizaron milagros de gracia no exenta denergía y de elegancia natural, sobre las ruidosaablas del escenario del teatro de Colditz
ataviados con cortas faldas de ballet y sostene
confeccionados con papel rizado.El espectáculo titulado Ballet Nonsense estuv
a punto de no estrenarse. Para la gran ocasión, sdecidió instalar un piano de cola y, cuando ést
legó al patio, los obreros encargados dransportarlo arriba, a través de la estrech
escalera, se quitaron las chaquetas y los chalecopara poner manos a la obra.
Como era de esperar, estas prenda
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desaparecieron rápidamente. El contenido de lobolsillos quedó intacto, pero la gran mayoría dos habitantes del campo consideraban que una
prendas de paisano eran una tentación irresistibleInmediatamente, el comandante alemán cerró eeatro y exigió la devolución de las prenda
desaparecidas. Los prisioneros ofrecieron uncompensación en metálico, pero se negaron devolver chaquetas y chalecos. Todo ellepresentó un gran trastorno para la dirección deeatro, que se había tomado un trabajo ímprobo a
confeccionar unos decorativos cartele
publicitarios que se repartieron por todo ecastillo. La dirección de la sala se disponía ya hacer carteles nuevos con un texto que comenzarcon la típica frase: «La Dirección lamenta tene
que…», y pensaba ya en las frases que iban eguir a este encabezamiento, frases que muy bie
podían condenar a su autor a confinamient«solitario» durante un mes, si no empleaba un gra
acto en su redacción, cuando sus preocupacione
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desaparecieron de modo totalmente imprevistoLos franceses, fieles a la tradición de la Rivieraolucionaron el problema a su manera. Cuand
amaneció el día siguiente al del incidente depiano, había ya un segundo cartel, colocadencima del que anunciaba la actuación de laBellas Chicas del Ballet Nonsense. Este cartedecía lo siguiente:
Para unas vacaciones soleadas, visiteel Hotel Colditz. 500 camas y un solo baño. Cocina a cargo de un chef francés.Abundante personal de servicio, siempreatento y vigilante. Una vez haya visitado elhotel, nunca más lo dejará. (El cocinerodel campo era en realidad un chef francés,
aunque nunca tuvo oportunidad dedemostrar su talento).
Después de un mes de buscar inútilmente la
prendas de paisano los alemanes aceptaron e
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dinero y el teatro volvió a abrir sus puertas. Balleonsense fue un éxito todavía mayor, gracias a lo
ensayos extra que se habían hecho durante todo e
mes.
A las 12.30 del mediodía, se anunciaba lprimera comida en Colditz, consistente en unespesa sopa de cebada. De vez en cuando, sañadían algunos trozos de tocino, con lo que estcomida adquiría un olor delicioso, aunque estolor fuera casi todo. En tales ocasiones, el menú
que los alemanes escribían en una pizarra junto u cocina, anunciaba triunfalmente: «Speck », ea: «Tocino». Esto no engañaba a ninguno de lo
huéspedes, pero sí a la remota «Potenci
protectora» que leía los menús, enviados por lommandantur alemana en respuesta a lo
cuestionarios. Por otra parte, tampoco engañdurante mucho tiempo a la «Potencia protectora»
a que ésta no tardó en desilusionarse cuando su
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epresentantes realizaron una primera visita acampo. La «Potencia protectora» es un gobiernneutral que representa los intereses de un
potencia beligerante en los territorios de otra. Eel caso del Reino Unido, este gobierno era el dSuiza, y es encomiable la buena labor que realizen beneficio de los prisioneros británicos a largo de la guerra.
Los menús fueron deteriorándose a medida quavanzaba la guerra. Puede darnos una idea de ldieta alimenticia alemana, de 1942 en adelante, labla que reproducimos a continuación, procedent
de un informe sobre Colditz redactado por un«Potencia protectora».
Desayuno:
(Todos los días). Café ersatz 4 gr.
Almuerzo:(Lunes a Viernes). Patatas 400 gr,
Nabos 600 gr.
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(Sábado). Patatas 400 gr, Guisantes112,5 gr, Mijo 75 gr, Avena 62,5 gr, Grasa68 gr, Cebada 37,5 gr.
(Domingos). Patatas 350 gr, Carnefresca 250 gr, Nabos 600 gr.
Cena(Lunes a Viernes). Mermelada ersatz
20 gr, Pan 300 gr.(Sábados). Mermelada ersatz 20 gr,Azúcar 175 gr, Mermelada 175 gr, Pan 300gr.
(Domingos). Mermelada ersatz 30 gr,Pan 425 gr.
Era inevitable que en el campo hubiera u
gato. Llegó, desde luego, cuando era todavía ugatito muy joven, y con el tiempo se convirtió eun espléndido ejemplar, gracias a los indulgentecuidados de un oficial belga más bien obeso. Lodos eran inseparables, ya que el belga nunc
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egateaba las raciones del gato, y el felinengordaba mientras el belga adelgazaba cada dímás. Un buen día, el gato desapareció. Su ausenci
fue llorada por todos, mientras que su dueñoaunque visiblemente emocionado, soportó lpérdida con una sonrisa. A medida que pasabaos días, llegamos a suponer que el gato, cansad
de aquella vida monástica, había salido a buscacompañía, y el asunto quedó olvidado. Más tardeun asistente británico, que se dedicaba a vaciar lodepósitos de basura del campo, encontró upaquete envuelto en papel de embalaje. L
curiosidad le indujo a abrirlo y, a medida que epapel se iba desenvolviendo, fue apareciendo unpiel inconfundiblemente familiar. Entoncecomprendimos el destino del gato, y todos supimo
ambién que la sonrisa del belga había sido coma que aparece en la cara del tigre.
Por la tarde, se imponía el deporte. Lo
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deportistas hacían su aparición todos a la vez eran muchos los que se dedicaban a la esgrima. Epatio, por sus reducidas dimensiones, sólo s
prestaba a juegos como el balonvolea, una especide fútbol entre dos equipos de tres jugadores caduno, separados por una red de cierta altura. Eboxeo era otro de los pasatiempos favoritos.
Había, sin embargo, un juego que merece unmención especial. Había sido inventado por lobritánicos y pertenecía a aquella categoría duegos escolares que se practican en casi todos lo
colegios privados de Inglaterra. El frontón de Eto
es un ejemplo. Las normas no tardan en convertirsen una tradición y dependen de la superficie amaño del terreno, de los edificios que lo rodea de diversas circunstancias como las esquina
alientes o los escalones de piedra. La variedaque se practicaba en Colditz, a la que dimos enombre de « stoolball », o sea «pelota-taburete», sugaba, claro está, en el patio pavimentado co
bloques de granito. Era el juego más brutal al qu
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amás me haya dedicado, y, a su lado, deportecomo el rugby son una nadería. Las reglas eramuy sencillas. Dos bandos, compuestos por u
número cualquiera de jugadores, a veces hastreinta en cada bando, luchaban por la posesión da pelota, utilizando todos los medios. El jugado
que se apoderaba de la pelota podía correr coella, pero no retenerla indefinidamente, pues dvez en cuando debía hacerla botar contra el suelin dejar de moverse. Cuando los contrarios l
agarraban, podía hacer con el balón lo que se lantojara. En cada extremo del patio había u
guardameta sentado en un taburete —de ahí enombre del juego— y se conseguía un tanto cuanda pelota tocaba el taburete del adversario. L
defensa de la meta admitía todos los medio
posibles, incluido en caso necesario eestrangulamiento del que llevaba la pelota. Scelebraba el descanso cuando todos los jugadoreestaban demasiado cansados para continuar. N
había árbitro y, desde luego, tampoco jueces d
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ínea.El partido consistía en una serie de avance
fulminantes, choques violentísimos, grito
ensordecedores, barreras enormes —qugeneralmente estaban formadas por todo un band— y rápidos pases, como en el rugby más movidoodo ello presenciado por espectadores apiñado
en cada ventana. Nadie resultó nunca gravementherido, a pesar de la furia y del ritmo trepidantcon el que se practicaba este deporte. Las ropaacababan hechas jirones, y la acumulación dcuerpos caídos y forcejeantes era un espectácul
continuo a lo largo del partido. Para sacar a uadversario de una «melée», era recomendablagarrarle por el cuero cabelludo y por una pierna
unca vi ni una sola zancadilla, lo cual se debía
probablemente, a la reacción instintiva de lougadores, gracias a haber practicado los diversouegos de pelota en los que esta treta est
prohibida. Ahora comprendo que este juego er
una manifestación de nuestro deseo de liberta
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eprimida. Mientras el partido duraba, noentíamos libres. Los muros que nos rodeaban y
no eran una prisión, sino los límites para el partid
que estábamos jugando, y no había normaestrictivas que suprimieran nuestra libertad dacción. Yo me sentía siempre mucho mejodespués de uno de estos partidos, y si continuación me daba una ducha fría me situabprácticamente en otro mundo.
Los polacos, y más tarde los franceses, cuandlegaron, eran, en todas estas ocasiones, uno
espectadores muy interesados. Aunque nosotros n
uviéramos el monopolio del patio, ellos setiraban voluntariamente a sus habitaciones
presenciaban el partido desde las ventanas. Con eiempo, llegaron a sentirse capaces de enfrentars
a los británicos, y celebramos partidos contrellos, pero no fueron un éxito. Los ánimos sencendieron y el tanteo llegó a ser lo mámportante, cosa que no había sucedido nunca e
un partido «entre británicos».
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Con el paso del tiempo, los alemanes nopermitieron hacer ejercicio durante un par dhoras, tres veces por semana, en un camp
odeado por alambradas y situado en los terrenoboscosos del castillo, pero sin la presencia daquellos muros de piedra. Allí jugábamos a algque se parecía al fútbol, y las metas eran loárboles entre los cuales el partido se desarrollaben una u otra dirección. Nuestros juegos de pelotdivertían a los alemanes. De vez en cuandoorprendían a oficiales y suboficiales alemane
contemplándolos disimuladamente, y no es que n
pudieran convertirse en espectadores, sino que suventajosos puntos de observación eraconsiderados secretos y en otras ocasiones sutilizaban para espiarnos.
Al atardecer, podían oírse instrumentomusicales por todas partes. Cuando ya se pudcomprarlos, muchos oficiales empezaron practicar con varios de ellos. A última hora de l
arde, generalmente podíamos confiar en u
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Sondermeldung , o parte de guerra alemávespertino, lo cual era siempre una buendiversión. Lo que ocurría era que los alemane
que habían colocado altavoces en puntoestratégicos situados en todo el castillo, los hacíaesonar a toda potencia cuando se anunciaba lectura de un Sondermeldung . Se pensaba qu
estos partes debían elevar la moral alemana eodo el Reich hasta una altura increíble, y a
mismo tiempo desmoralizar a los enemigos dAlemania hasta el punto de obligarles a arrojar loalla. En el campo, la lectura del parte s
anunciaba súbitamente con los inconfundiblecarraspeos de los altavoces al ponerse en marchaPrimero, se oía un clamor de trompetas y despuénotas de preludios de Listz, seguidas, uno
momentos después, de la alocución del locutocon voz sonora y tono solemne:
«Das Oberkommando der Wehrmacht
gibt bekannt! In tagelangen schweren
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Kámpfen gegen einen stark gesichertenGeleitzug im Atlantik haben unsereUnterseeboote sechzehn Schiffe mit
ingesamt hundertfünfzigtausend Bruttoregistertonnen versenkt. Ferner wurden zwei Zerstórer schwer beschádigt»[12].
Apenas dejaba de hablar el locutor, unorquesta alemana nos obsequiaba con el Wiahren gegen Engeland , con el acompañamient
adicional de un silbido de bombas de aviaciónableteo de ametralladoras y explosión de obuse
con un crescendo que iba en aumento hasta qufinalizaba con un toque de clarines que anunciabaa victoria.
Esta exhibición pretendía que hasta los mávalientes se echaran a temblar y, regularmenteoriginaba una inmensa algarada en el campoApenas empezaba el carraspeo de los altavoce
odas las ventanas del castillo se abrían, la
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contrapropaganda que originó. Nosotroconsultábamos con regularidad los números d
ruttoregistertonnen citados, hasta que pudimo
demostrar a los alemanes del campo que, dacuerdo con las cifras que ellos daban, ya npodía quedar a flote ni un solo buque británico. Enuestros momentos menos vehementeespecialmente al anochecer, jugábamos al bridge al ajedrez. Las partidas de ajedrez, en uncomunidad en la que el paso del tiempo carecía dmportancia, proseguían a veces durante día
enteros. Se sabía de jugadores que pasaban toda l
noche sentados ante una linterna de petróleo dfabricación casera que despedía unonsoportables olores, ya que la electricidad s
cortaba por la noche. Esta linterna debía esta
provista de una pantalla adecuada, para que no sdistinguiera su luz desde el exterior y llamara latención de los alemanes.
Existía también un juego de naipes para do
ugadores, que nos enseñaron los polacos y que s
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lamaba «Gapi», que significa, en polaco, «unpersona que mira pero no ve». Este término le ibmuy bien al juego, ya que, en éste, se coloca
varias cartas boca abajo sobre la mesa. Se puedeutilizar estas cartas, siempre y cuando el jugadoenga en la mano ciertos naipes que liguen co
ellas. Las cartas abiertas se cambiabacontinuamente, de modo que era indispensable unntensa concentración acompañada de rapidez d
pensamiento. El juego era apasionante, ya que, afinalizar cada turno, el adversario podíaprovechar inmediatamente cualquier carta que
u contrincante le hubiera pasado por alto. Era uuego tan exasperante que algunos de mis amigo
no se hablaron durante días, debido a lhumillación y al amor propio herido que suponí
demostrar, durante la partida, una cierta lentitud dpensamiento. Rupert, Barry y yo jugamos una seride partidas de «Gapi«con altas apuestas e
agergeld , que terminó con el pago, después de l
guerra, de un sustancioso cheque… a Rupert.
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La última revista de personal del día solíener lugar a las nueve de la noche y después s
apagaban las luces. En esa hora «embrujada
empezaban muchas de las indignantes actividadede fuga en el campo. En conjunto, se les daba enombre genérico de «turno de noche».
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P
Capítulo 6El segundo túnel
asada la Navidad, volvió a reinar eoptimismo y empezamos a preguntarno
cómo podíamos perforar los muros de nuestr
nexpugnable fortaleza. Los túneles parecían ser lmejor solución y los británicos éramos tan pocos estamos tan unidos en nuestra resolución descapar de allí, que trabajábamos como un equipo
El teniente coronel Guy German (del regimientRoyal Leicestershire), nuestro jefe superior, mpuso al frente de las operaciones y él se mantuval margen, para mantener una posición firme frenta los alemanes. No obstante, ansiaba participar ecualquier fuga en la que pudiera tomar parte.
Como ya habíamos hecho en Laufen, noconcentramos en partes del castillo que nutilizábamos. Nuestro «début» fue a principios d
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enero de 1941, en un cuarto de la planta baja quos alemanes tenían bien cerrado con llave
Estábamos aprendiendo de los polacos el arte d
abrir las cerraduras con ganzúas y, en aquel cuartvacío, con nuestros habituales centineladispuestos a dar la alarma, iniciamos nuestra tareaTras arrancar unas tablas del suelo, encontramoierra suelta y, al poco tiempo, abrimos un hoyo damaño suficiente como para que un hombr
pudiera trabajar en él, cuando se hubieracolocado de nuevo las tablas.
Al poco tiempo, empezó a inquietarme l
entrada de aquel túnel, puesto que las tablas eramuy viejas y se podían levantar con gran facilidacualquiera de ellas; además, al pisarlas sonabaominosamente a hueco. Construí entonces un
rampa corredera con listones de madera de lacamas, que se ajustaba entre las vigas quoportaban el suelo. La puerta en cuestió
consistía en un largo cajón abierto por arriba y qu
e deslizaba horizontalmente sobre unas guías d
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madera. El cajón estaba lleno de tierra extraíddel mismo cuarto. Cuando esta puerta trampillestaba cerrada, cualquier alemán podía levanta
as tablas del suelo sin ver nada sospechoso, ncluso podía quedarse de pie sobre la falspuerta. Al mismo tiempo, el relleno de tierrdisimulaba el sonido hueco. Sin ningún voto econtra, esta trampa fue bautizada com«Leñera II».
Pronto la pusimos a prueba. Hank Wardle y yfuimos sorprendidos un día cuando los alemaneentraron en el cuarto antes de que nosotro
pudiéramos desaparecer, pero, por suerte, no antede que hubiéramos cerrado la trampilla y puestde nuevo en su lugar las tablas del suelo.
Ignoro por qué se dirigieron directamente a es
cuarto. Era muy improbable que entonces tuviera—como los tuvieron más tarde— detectores duidos alrededor de los muros del castillo
capaces de captar cualquier sonido que s
produjera al excavar un túnel. Tal vez sus espía
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apostados en varias ventanas, habían detectado emovimiento inusual de oficiales británicos a travéde ciertas puertas de los edificios no utilizada
antes, o tal vez ciertos ordenanzas polacoprisioneros de guerra), cuyas habitaciones sencontraban cerca de nuestro lugar de trabajo, nfueran muy de fiar.
Sea como fuere, pasamos un mal rato cuandos alemanes abrieron aquel cuarto vacío y viero
a dos oficiales británicos efectuando ejerciciofísicos y flexiones, mientras contaban en voz alta«Uno… dos… uno… dos… tres y cuatro… uno…
dos…», con seráfica inocencia retratada en suostros. Afortunadamente, no hablábamos alemán ólo pudimos gesticular como respuesta a su
gritos. Se nos permitía salir, pero se nos dio
entender que el asunto no iba a terminar allDespués de marcharnos, los alemanes registraroel cuarto y levantaron las tablas del suelo, y pofin se largaron.
El túnel ya no podía llegar a buen término
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esto, por lo menos, quedaba bien claro, y eeguida lo descartamos. Aquella misma tarde
Hank y yo, junto con otros cuatro que había
cometido algún delito menor, fuimos escoltadohasta el cuarto donde estaba la «Leñera II» y noencerraron en él.
Kenneth no tardó en acudir, acuciado por lcuriosidad, y, apenas se hubo retirado el pelotóde alemanes, se colocó junto a la puerta parhacernos preguntas impertinentes.
—¿Os gusta vuestra nueva habitación? —No nos gusta. Ve a contarle lo sucedido a
coronel Germán. Él sabrá organizar un buen jalecon el Kommandant . ¡Esto representencarcelamiento sin juicio previo!
—Yo no me preocuparse tanto, Pat. Dentro d
un mes, más o menos, os dejarán salir, y no deja der un buen lugar para hacer gimnasia. Cuandalgáis, estaréis en plena forma.
—Ya estoy en la suficiente buena forma —
epliqué— como para hacerte papilla la cabeza s
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argas piernas, pecoso y con el cabello rizadougirió:
Saquemos esa maldita puerta de sus goznes
arrojémosla a algún barranco. —Buena idea —aprobé yo—, si primerarrancas las rejas de una ventana. Yo propongque paseemos la puerta en procesión alrededor decampo, como protesta, y después la arrojemodesde lo alto del castillo.
Kenneth abrió la puerta y yo le ordené:Kenneth, ve arriba y reúne gente para qu
oquen la marcha fúnebre.
Sacamos la puerta de sus goznes en breveegundos, y después los seis la paseamoolemnemente como si fuese un ataúd, a pasento, alrededor del patio. A los pocos minuto
empezó a oírse la marcha fúnebre. Después de dares vueltas alrededor del patio, y cuando ya s
había incorporado al cortejo una multitud dacompañantes, empezamos a subir lentamente po
a escalera de caracol.
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Las escaleras, de las que había tres en ecastillo, pese a su sencillo diseño, eran hermosapues consistían en escalones de piedra de unos do
metros de anchura que ascendían en una espiraperfecta en torno a una columna central. Cadescalera formaba una torre redonda que se alzaben una esquina del castillo, y las puertas de todaas habitaciones se abrían al exterior desde laorres, en diversos niveles. En cierto período d
nuestro cautiverio, el contingente británico estuvalojado a una altura de ochenta peldaños sobre enivel del suelo. Llegar a un punto más alt
epresentaba subir cien escalones, más o menos.Cuando nuestra procesión se encontraba
mitad de camino, en la escalera, un oficial alemá dos cabos, jadeantes, nos alcanzaron y s
ituaron detrás de nosotros. El oficial, un capitáconocido como Hauptmann Priem, poseía uncualidad inusual entre los alemanes: sentido dehumor. Se reclamó la presencia de un intérprete.
— Herr Hauptmann Reid —me dijo—, ¿qu
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ignifica esto? Hace unos momentos, les encerré odos bajo llave.
—Precisamente por eso nos encontramos ahor
aquí —repliqué. —Ni mucho menos, Herr Hauptmann; sencuentran ahora aquí porque han abierto desmontado la puerta de su celda. ¿Por qué lo hahecho? ¿Y cómo lo han hecho?
—Protestamos por haber sido encarcelados siprevia sentencia y sin un juicio justo. Somoprisioneros de guerra y deben ustedes tratarnos dacuerdo con el Código del Ejército alemán y l
Convención de Ginebra.Priem sonrió ampliamente y dijo: —¡Está bien! Si vuelven a colocar esta puert
en sus goznes, quedarán en libertad, en espera d
uicio.Dije que estaba de acuerdo y toda la solemn
procesión dio media vuelta y bajó por la escaleraLa puerta fue colocada de nuevo en su sitio
ceremoniosamente, con acompañamiento d
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aludos y taconazos.A Priem le intrigaba saber cómo habíamo
acado una puerta cerrada de sus goznes, por l
que le entregué un trozo de alambre retorcido qume había agenciado expresamente ante leventualidad de un registro. Esto puede pareceuna imprudencia, mas para entonces los alemaneabían ya, perfectamente, que nosotros podíamo
pasar a través de una puerta cerrada sólo colave. Habían desistido de separar las diferente
nacionalidades por esta razón, entre otras, y urozo de alambre inservible no significaba nada
o volvimos a oír hablar del incidente.Continuamos buscando los puntos débiles de l
armadura del castillo. Empezaban a atraermeentonces, los desagües, y un ordenanza polaco d
confianza me dijo que una vez, al levantar la tapde una caja de registro en el patio, vio variopequeños túneles de ladrillo que seguían diversadirecciones. Esto parecía prometedor. Había, en e
patio, dos grandes tapas redondas de alcantarilla
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pero, por desgracia, quedaban a la vista de loespías situados en las ventanas y también depuesto de observación, en la entrada principal de
patio.Decidí efectuar un reconocimiento por lnoche. En la oscuridad, podíamos abrir nuestrpuerta, que comunicaba la escalera con el patio —por la noche, siempre nos encerraban con llave—, siempre y cuando el centinela del callejón no snquietara o no cayera en la tentación de encendeas luces del patio, lograríamos llevar a cab
nuestra investigación. No había luna; era el mes d
febrero y hacía mucho frío. Sabíamos que las tapade alcantarilla se habían helado y estabafirmemente adheridas a sus bases, pero habíamopreparado agua hirviendo en nuestra cocina
debidamente a oscuras. Con Kenneth comconserje, con su llave, Rupert salía cada dieminutos y vertía el contenido de una teterhirviendo alrededor de la tapa más cercana
Después salimos los dos, yo con una gruesa piez
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de hierro extraída del soporte de una puerta, entre los dos logramos aflojar y levantar la tapaEl agujero no era muy profundo y, tal como habí
dicho el soldado polaco, había túneles. Mntroduje en el hoyo y Rupert volvió a colocar lapa y desapareció. Debía regresar al cabo d
media hora.Mi reconocimiento a través de aquellos túnele
esbaladizos, cuya sección medía unos noventa poesenta centímetros, con el suelo llano y la partuperior abovedada, me reveló uno que conducí
al edificio del campo donde estaba la cantina
Había un tabique de ladrillo en la entrada de lcantina, pero era obvio que continuaba en snterior. Otro conducía hasta las cocinas, lo cua
explicaba la presencia de aquel lodo viscoso. U
ercero era la alcantarilla de salida y seguía bajel patio hacia otro conducto. Parecía prometedor me metí, pero un par de metros más allí de legunda tapa de alcantarilla lo encontré tambié
bloqueado por una pequeña tubería en el suelo qu
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ervía para drenar el sistema. La tuberícontinuaba por debajo de la entrada principal depatio. Yo disponía de mi herramienta, de u
encendedor y de una de nuestras lámparas dfabricación casera. Palpé los ladrillos, pero suuniones eran muy sólidas y poca huella dejé eellas. El tabique era de reciente construcción y erevidente que habían prestado especial atención u resistencia.
Rupert volvió en el momento oportuno y entros dos —yo empujaba hacia arriba desde enterior— conseguimos extraer la pesada tapa. Y
estaba sucio de pies a cabeza y olía a rayos, pera había dos direcciones esperanzadoras…
Durante varias noches seguidas, trabajé pournos con Rupert y Dick Howe, atacando e
abique de ladrillo del túnel con un surtido dpiezas y clavos de acero que habíamos conseguidde diversas maneras.
La tarea resultó vana, sobre todo porque n
nos atrevíamos a hacer mucho ruido. En el silenci
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de la noche, el ruido del martilleo podía oírsclaramente en el patio, aunque trabajáramos bajel suelo. Túneles y tuberías transmitían el sonido
o largo de un buen trecho.Pensamos en efectuar el trabajo de día y llegua bajar dos días seguidos, a la vista de aquellooficiales que estaban haciendo ejercicio en epatio, pero protegido en la dirección de la puertprincipal por un pequeño grupo de británicomientras quitábamos la tapa de la alcantarillaAunque descargué unos martillazos capaces ddespertar a los muertos, causé muy pocos estrago
en el tabique. Los ladrillos estaban unidos por lque los franceses llaman ciment fondu, un cementde especial resistencia.
Intentamos ir por la segunda dirección. Dentr
de la cantina, donde comprábamos nuestras hojade afeitar y otros artículos, había, delante demostrador y en el lado de los clientes, la tapa duna de las alcantarillas. No me fue necesari
buscar ayuda para abrir esa tapa, pues Kenneth y
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había encontrado la solución. Unas semanas antee las había arreglado para que lo nombraseubdirector y contable de la cantina.
Kenneth había trabajado en la bolsa de valorede Londres y la idea de ocuparse aunque sólfuera de las reducidas cuentas de la cantina lhacía sentirse, evidentemente, más cerca de casaHabía sido educado en la Whitgift School y erapor naturaleza, un hombre pulcro y ordenado, tameticuloso en sus cosas como en su lenguaje. Sobstinó en doblar la punta de la pluma utilizadpor el Feldwebel encargado de la cantina, d
modo que el desdichado alemán siemprcomenzaba las cuentas del día con un gran borróen lo alto de la página. Kenneth explicó a
eldwebel , en la primera ocasión que tuvo, que la
plumillas fabricadas con el acero deficientpropio de épocas de guerra siempre se doblaban e las empleaba con tinta de mala calidad, tambié
propia de tiempos de guerra, debido a una «falt
de elasticidad» de la plumilla, afectada por un
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capa de corrosión. Después consolaba aeldwebel cada vez que éste caía en la trampa
Siempre agregaba una pequeña dosis d
propaganda desmoralizadora, como la quconsistía en decir que toda guerra era unvergüenza y que estaba seguro de que los alemanea deseaban tan poco como los ingleses. A lo
pocos meses había quebrantado la moral deeldwebel hasta el punto de que éste empezó
predicar la sedición entre sus colegas y tuvo quer trasladado a otro lugar.
La mesa que Kenneth y el Feldwebel utilizaba
para escribir estaba situada bajo la única ventande la habitación, a cierta distancia del mostradoMientras varios hombres se ponían ante emostrador y Kenneth distraía al alemán llamándol
a atención sobre alguna cuenta, era relativamentencillo manipular la tapa de la alcantarilla.
Incidentalmente, dado su cargo de contable da cantina, Kenneth tenía que ocuparse también de
correo. Esto le permitía establecer contacto con e
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ntérprete alemán del campo, responsable dcensurar las cartas que nosotros enviábamos nuestras casas. Este intérprete se llamaba Pfeiffe
—la traducción literal es «silbador»— y, fiel a snombre, su voz nunca descendía de la clave de so Nuestro grupo se apiñaba frente al mostrado
preparado para echar mano a la tapa de lalcantarilla, cuando Pfeiffer entró en la cantina preguntó por Kenneth. Debo decir, entrparéntesis, que en raras ocasiones se nos habípermitido enviar a casa, junto con nuestras cartafotos tomadas por un fotógrafo civil alemán.
Pfeiffer se dirigió a Kenneth: — Herr Hauptmann, una vez más debo decirl
que los oficiales escribir en el dorso de lafotografías prohibido tienen. ¿Quiere uste
procurar que mis instrucciones sean seguidas?Antes de que Kenneth pudiera contestar, u
oficial polaco, Félix Jablonowski, irrumpió en lcantina, con la cara radiante, y gritó:
—¿Habéis oído la noticia? ¡Ha caíd
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Benghasi!(Esto ocurría a principios de febrero de 1941)Olvidamos la tapa de la alcantarilla
prorrumpimos en vivas. El cerebro de Pfeiffedebió de trabajar a toda máquina buscando unéplica sarcástica para combatir aquell
exhibición de moral triunfalista. Hubo una brevpausa en las aclamaciones y trinó con vochillona:
—Todo esto usted también a los marinos pueddecir.
Los gritos de alegría redoblaron su intensidad
Cuando se calmó la excitación, proseguimonuestro trabajo. La tapa cedió tras una ciertdisuasión y allí estaban, desde luego, dos túneleque seguían dos direcciones diferentes: uno qu
comunicaba con el túnel que ya observamos desdel patio, y otro que discurría por debajo de lventana junto a la que se sentaban Kenneth y ealemán. Un segundo reconocimiento, efectuado co
mayor detalle, reveló que este último tenía uno
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dieciséis metros de longitud y formaba una curvaDebajo de la ventana, estaba bloqueado pograndes piedras desbastadas y unidas co
argamasa. Más allá de la ventana de la tienda y anivel del suelo de la cantina, había una zona dcésped, que también conducía a la parte alemandel castillo. En el límite exterior de este céspehabía una balaustrada de piedra, y después udesnivel de doce metros, junto a un muro dcontención, hasta alcanzar el nivel de la carreterque llevaba al valle donde estaba situado nuestrcampo de fútbol. Tal vez el túnel saliera en es
muro. Debíamos averiguarlo.Unos días más tarde, habíamos fabricado, co
a pieza metálica de una cama, una llave que abría puerta de la cantina. Trabajando de noche com
antes, abrimos nuestra puerta de entrada en lescalera y atravesamos una distancia de diemetros en el patio, hasta la puerta de la cantinaÉsta se abrió, entramos y volvimos a cerrar l
puerta. Tuvimos entonces que escalar un alt
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abique de madera para entrar en la cantinpropiamente dicha, ya que la puerta de este tabiquenía una cerradura Yale de modelo alemán qu
desafiaba todos nuestros esfuerzos. El tabique deparación distinguía la cantina de la oficina decampo, una habitación en la que tenían lugar lodebates entre nuestro oficial superior y ecomandante alemán del campo en sus visitaperiódicas. El tabique fue superado con la ayudde un par de sábanas utilizadas como cuerdas.
Al entrar en nuestro túnel, nos enfrentamos a lpared del extremo y esta vez tuvimos suerte. L
argamasa cedió con facilidad y pronto pudimoextraer grandes piedras que trasladamos al otrúnel (el que conducía hasta el patio). Aunque l
pared tenía un espesor de más de un metro, l
atravesamos tras permanecer una semanrabajando por turnos por la noche. Por desgracia
el túnel no continuaba por el otro lado. Más allde la pared, sólo había una arcilla amarillenta
pegajosa.
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Mi siguiente idea consistió en hacer un pozvertical que hiciera salir al túnel por la zoncubierta de césped. Construyó una trampilla qu
quedara cubierta por la hierba y pudiera abrirscuando fuese necesario, repitiendo así mi proyectde Laufen, consistente en dejar el túnel de escapntacto para su utilización posterior. Las fuga
exigían un trabajo tan inmenso, a veces para quólo se escaparan uno o dos hombres, que siempr
valía la pena dejar la salida dispuesta para unnueva utilización.
Una vez fuera, en el campo cubierto de césped
nos arrastraríamos bajo los muros del castillaprovechando la oscuridad, bajaríamos por emuro de contención por medio de sábanas, entonces seguiríamos más allá de los dormitorio
de la guardia hasta llegar a la última defensa: lapia de tres metros y medio del parque de
castillo, coronada en gran parte de su longitud poalambre de espino. Este obstáculo no resultarí
difícil, siempre y cuando lográramos ocultarno
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por completo, y dispusiéramos de tiempuficiente para enfrentarnos con el alambre d
espino artificial. En un lugar determinad
debíamos atravesar el campo visual de ucentinela. Éste estaba situado a sólo unos cuarentmetros de distancia, pero había alemanes qupasaban con frecuencia por el mismo punto, y, poo tanto, la dificultad no era excesiva.
Construí, con tablas de las camas y tornilloobados, una puerta trampilla que parecía un
mesa pequeña con patas plegables, para qupudiera entrar en el túnel. Además, las patas era
elescópicas, es decir, podían alargarsgradualmente hasta alcanzar una longitud de metr medio. La mesa era una bandeja con lado
verticales de diez centímetros de altura. Reposab
en un marco y estaba provista de unas tablamóviles para que yo pudiera excavar hacia arribdesde abajo, retirando la mitad de la mesa a lvez. Cuando el borde de la bandeja llegara a u
par de centímetros de la superficie del césped, m
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bastaría con cerrar las dos alas y cortar loúltimos dos centímetros de tierra alrededor de lbandeja, con un cuchillo bien afilado. Despué
empujando la mesa hacia arriba podría levantarlin dificultad, todavía llena de césped intacto. Eúltimo hombre colocaría de nuevo la bandeja en emarco y eliminaría cuidadosamente todo signcomprometedor alrededor del borde. El marcoostenido por sus patas extensibles, fijadas co
piedras en el fondo del túnel, soportaría el peso dun hombre de pie sobre la bandeja. El suelo deúnel (en la bandeja) se encontraba a un metro
medio por debajo de la superficie del césped. Ncreo necesario añadir que este aparato fubautizado como «Leñera III».
Antes de que ocurriera todo esto, nuestro
planes sufrieron un trastorno temporal. Una nochedos oficiales polacos entraron en la cantina cuandnosotros no trabajábamos en ella, y trataron dcortar los barrotes del exterior de la ventana ante
mencionada. Cortar barrotes es una operación qu
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no puede efectuarse en silencio y, además, nomaron la precaución de utilizar a sus espías, y
fuese para distraer la atención del centinela má
próximo o para dar la alerta en caso de que éste saproximara. Cuando nosotros trabajábamos en eúnel disponíamos de un sistema de comunicació
con nuestras habitaciones, desde donde noavisaban cuando se aproximaba este centinela
ormalmente, no podía ver el lugar donde debíestar la salida de nuestro túnel, pero le bastabcon ir unos pocos metros más allá en su ronda parque entrara en su campo visual.
Sorprendieron a los polacos con las manos ea masa y, pocos días más tarde, instalaron u
enorme reflector en tal posición que iluminabodo el campo de césped y todas las ventanas de l
prisión que daban a él.Éste es un buen ejemplo de lo que podí
ocurrir en un campo que sólo albergabprisioneros dispuestos a fugarse. Habíamos pedid
a a los polacos que nos comunicáramos nuestro
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mutuos proyectos de fuga, a fin de que no nopisáramos repetidamente nuestros planes, y en estocasión el coronel Germán convocó con su
oficiales superiores una reunión en la que se logrlegar a un acuerdo. El jefe superior polaco sencontraba en una posición difícil, porque eealidad no podía controlar a sus oficiales, y sabí
que intentarían escapar sin decirle nada a él ni ninguna otra persona. Sin embargo, después desta reunión la conexión mejoró y, cuandpropusimos a unos cuantos polacos que se fugaracon nosotros a través del túnel, se llegó a un
confianza mutua.Poco después de este incidente, llegaron
Colditz unos doscientos cincuenta oficialefranceses, al mando del general Le Bleu. No todo
ellos, ni mucho menos, eran fugitivos, pero sí ucentenar. Entre los restantes había numerosoudíos franceses, que fueron separados de lo
demás por los alemanes, que los instalaron en e
piso alto del castillo.
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Debíamos llegar a un acuerdo con el jefuperior francés sobre los proyectos de fugimilar al que habíamos conseguido con lo
polacos, pero, por desgracia, el sistema de enlacfrancés resultó también muy defectuoso —pardesgracia de nuestro túnel— antes de llegar a ubuen entendimiento.
Para volver al hilo de mi historia, diré que ne nos permitía almacenar ningún aliment
enlatado, puesto que podían utilizarse en una fugaDurante un cierto período de tiempo, todos nohabíamos dedicado a reunir una reserva par
distribuirla cuando nuestro túnel quedarerminado. La reserva consistía en tres sacos bieepletos. Una noche, nos dedicamos a transportaos sacos al túnel desde nuestras habitacione
donde estaban muy mal escondidos. Rupert lolevó, uno tras otro, desde nuestra puerta del pati
hasta la cantina. En el último viaje, todas las lucedel patio fueron encendidas súbitamente desde e
exterior, y Rupert se encontró entre las do
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puertas, como un Papá Noel atrapado in flagrantdelicto. Se encaminó hacia la puerta de nuestrvivienda, que debimos abrir de nuevo para que é
pudiera entrar otra vez. Con gran sorpresa ponuestra parte, no ocurrió nada más, de modo qucompletamos nuestro trabajo nocturno y volvimoa acostarnos. Nunca sabremos si los alemanevieron o no a Rupert, pero era evidente qudespués del intento polaco nuestros guardianeparecían estar más alerta.
A este incidente le siguió otro mádesafortunado. Aunque los alemanes solían hace
visitas nocturnas a nuestros dormitorios sin previadvertencia, esta práctica no nos inquietabexcesivamente. Si estábamos en el túnel, lapuertas permanecían cerradas como de costumbre
en nuestras camas había almohadas que resistíaa inspección casual efectuada con una lintern
cuyo haz recorría rápidamente las filas de hombredormidos.
Sin embargo, una noche los alemanes armaro
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un buen alboroto; pudimos oírlos. De hechomantuvieron despiertos a nuestros ordenanzas esto fue el comienzo del jaleo que se iba a arma
Teníamos cinco ordenanzas firmes y de confianzaque tenían plaza reservada en nuestra fuga a travédel túnel.
Aquella noche, sin poder dormir por culpa dos alemanes, uno de los ordenanzas, llamad
Goldman, un judío de Whitechapel con graentido del humor, empezó a lanzar pullas a
centinela alemán situado en el exterior, frente a unde nuestras ventanas. Goldman había llegado
Colditz como ordenanza del coronel Germán y smostró tan voluble cuando le interrogó ecomandante del campo, que éste le confundió conuestro nuevo oficial superior. Sus improperios a
centinela debieron ser comunicados a loalborotadores alemanes, pues al cabo de pociempo éstos llegaron al patio en tropel y s
dirigieron hacia nuestros dormitorios. Priem y otr
oficial, el sargento mayor del regimient
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— Oberstabfeldwebel Gephard—, el cabconocido como «La garduña» y media docena doldados entraron y empezaron a grita
«Aufstehen!». Despertaron a todos, revolvieroas camas y descubrieron la ausencia de cuatroficiales.
Entonces los alemanes perdieron la cabezaHabían subido borrachos y en desordendispuestos a divertirse a nuestra costa, y no sesperaban que el asunto adquiriera este carizGephard, un hombre muy gordo, llevaba suniforme de revista y un enorme sable curvo qu
endía a meterse entre sus piernas. Se le ordenque contara los ordenanzas.
Aufstehen! Aufstehen! —gritó—. ¡Cerdongleses! Yo os enseñaré… —Tropezó con s
«hacha de combate» y, recuperando el equilibrioeanudó su parrafada—. ¡Cerdos ingleses! Yo o
enseñaré a reíros de unos soldados alemanes questán cumpliendo con su deber. Mañana a
amanecer seréis fusilados. ¡Todos! Yo mismo dar
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a orden de disparar.Recorrió la sala de un lado a otro, procurand
erguirse al máximo para llevar el sable como er
debido, pues seguía golpeando estruendosamentel suelo. —¡Goldman! —gritó de pronto—. ¿Qué est
usted haciendo con esos naipes?Discretamente, Goldman había entregado
cada ordenanza un naipe boca abajo. —Vamos a echar a suertes los turnos para e
fusilamiento —contestó.Gephard lanzó un rugido y echó mano a s
able. —¡Cerdo! ¿Se atreve a insultarm
personalmente? —Seguía luchando con el sablecuya excesiva longitud no le permitía sacarl
cómodamente de su vaina—. ¡Deje inmediatamentestas cartas! Usted será el primero y no piensesperar más. ¡Le cortaré la cabeza!
Desenvainando por fin, aunque agarrando l
hoja con ambas manos, avanzó hacia Goldman
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moviendo el sable en círculos por encima de scabeza. El ordenanza desapareció debajo de uncama y la dignidad de Gephard le impidi
eguirle. Se limitó a ejecutar una frenética danzalrededor de la cama, mientras descargabmandobles contra sus patas de madera. Cuando scalmó otra vez, enfundó de nuevo su «hacha dguerra», contó rápidamente los ordenanzaanotando significativamente la presencia dGoldman, todavía oculto bajo la cama, se retircon gran estrépito metálico y tropezó una vez máal cerrar violentamente la puerta tras de sí.
En el dormitorio de los oficiales, la confusióera indescriptible. Los oficiales habían formado ea parte central de la sala, y entretanto lo
alemanes revolvían todas las camas y vaciaban e
el suelo el contenido de los armarios.Priem, con la cara sudorosa y una nariz qu
presentaba inconfundibles señales de que le habíestado dando a la botella, luchaba entre la cóler
que le inspiraba haber visto interrumpida su juerg
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durante más tiempo del que había previsto, y unovialidad producto de su reacción natural despué
de haber estado bregando con el alcohol. Encontr
una fórmula de compromiso entre ambaalternativas, agarrando el pico que llevaba uno dus soldados y empezando a golpear el suelo co
él.Con poderosos golpes, acompañados po
estentóreos gritos de guerra, atacó las tablaastillando al mismo tiempo grandes trozos dmadera. Con cada golpe, gritaba un nombre«Benghasi», «Derna», «Tobruk» (en aquello
momentos, Rommel avanzaba en África), y agritar «Tobruk» un buen trozo de madera quedclavado en el extremo de su pico, y también, baja tabla, un sombrero de paisano, de fieltro, nuev
flamante. Había sido cuidadosamente escondidallí por el teniente Alan Orr Ewing, de los Argyand Sutherland Highlanders, conocido com«Scruffy», que sólo un día antes había pagado un
fuerte suma en Lagergeld a un ordenanza francé
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para que lo introdujera de contrabando en ecampo.
Esto dio una idea a Priem. Ordenó que trajera
os perros. Éstos llegaron, fueron conducidos a laiteras de los oficiales ausentes, se les obligó olerlas, y después los soltaron. Los perros salierodel dormitorio y se dirigieron al cubo de lodesperdicios, en la cocina, donde Goldman estabfregando unos cacharros. Priem los siguió y, al vea Goldman, lo cogió por el cuello de la guerrera preguntó:
—¿Qué dirección han tomado los oficiale
ausentes?A lo que Goldman contestó: —¡Eso es! ¡Pregúntemelo a mí, Hauptman
Priem! Cada vez que un oficial quiere escapar, s
presenta a mí y dice: «Por favor, Goldman, ¿puedr a Suiza?».
Priem comprendió la lógica del ordenanzaoltó su presa y alejó los perros del depósito d
os desperdicios. Los perros salieron entonce
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disparados hacia la escalera, seguidos por Priem as palabras de despedida de Goldman:
—¡Así se hace, perritos! ¡Saltaron desde e
ejado!Cuando comprendió que sus perros nencontrarían nada, Priem ordenó que formase todel personal del campo. Eran casi las dos de lmadrugada. De pronto, Wardle, un oficial dubmarinos que había llegado hacía poco y que er
nuestro vigía, gritó: —¡Se dirigen hacia la cantina!Apenas había logrado saltar dentro del túnel
o había cerrado desde el interior la tapa deegistro, cuando los alemanes entraron
Registraron la cantina e intentaron levantar la tapde la caja de registro, pero no lo consiguieron
puesto que yo me aferraba desesperadamente ella desde el interior, con los dedos crispados eun saliente de la tapa.
Cuando vimos que habían organizado u
«Appell general», le dije a Rupert y a Dick (mi
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compañeros de túnel en aquel momento) quempezaran inmediatamente a construir un falsabique en medio del túnel, detrás del cua
colocaron nuestras provisiones y otros útiles para fuga, como mochilas, mapas, brújulas y ropa dpaisano, que normalmente teníamos escondidoallí.
La algarabía continuó en el patio durante algasí como una hora. Nos contaron como medidocena de veces, en medio de toda la confusiónque los prisioneros podían organizar sin que slegara a disparar contra ellos, ayudados por e
caos que producían los propios alemanes, qucorrían por el campo de un extremo a otroegistrando todas las habitaciones y cambiando dugar todos los objetos transportables.
Rupert y Dick continuaron discretamente sarea y, a las pocas horas, habían construido un
magnífica pared falsa con piedras procedentes da pared original que ellos habían demolido
unidas con arcilla procedente de la tierra qu
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había debajo del césped y recubierta con polvallí donde las junturas eran visibles.
A las cinco de la madrugada volvió a reinar l
calma. Nosotros nos fuimos tal como habíamolegado y nos acostamos preguntándonos cómeaccionarían los alemanes al ver queaparecíamos en el Appell de la mañana. A
parecer, les habíamos causado un trastornconsiderable, pues oímos comentar que, mientraformaba todo el personal del campo, habíaefectuado comprobaciones individuales ddentidad. Cada oficial tuvo que presentarse ant
una mesa donde fue identificado comparándolcon su fotografía y debidamente registrado compresente. A nosotros nos registraron comfugitivos y varios mensajes enviados al OKW
Oberkommando der Wehrmacht ) pusieron emarcha toda una serie de medidas de precaucióque se habían tomado como rutina en todo el paípara la captura de prisioneros fugitivos.
En el Appell de la mañana, cuando todo
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hicimos otra vez acto de presencia, volvió a reinaa confusión. Los alemanes decidieron efectuar unegunda revista de identificación, que completaro
al cabo de dos horas y media. Despuépronunciaron nuestros cuatro nombres, que por fihabían conseguido distinguir, y nos hicieron formadelante de los demás. Seguidamente, dieroórdenes de romper filas y a nosotros nocondujeron al cuartito de entrevistas en el quenían lugar casi todos nuestros enfrentamiento
con la Kommandantur . Nos negamos a explicanuestra desaparición y quedamos a la espera d
entencia por haber causado problemas y habeestado ausentes en el Appell . Las órdenes del OKW
uvieron que ser canceladas y, según oímos deciel comandante recibió un rapapolvo por est
ncidente.Los alemanes se mostraron preocupados
alerta durante los días siguientes. Volvieron visitar la cantina y esta vez la tapa del registr
cedió, con una excesiva facilidad, en nuestr
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opinión. Sin embargo, antes habían estadhurgando en los bordes de la tapa y, al parecequedaron convencidos de que esta facilidad er
consecuencia de sus propios esfuerzos. El polvo el barro que había alrededor de la tapa locolocábamos allí rutinariamente después de cadurno de trabajo, de modo que siempre diera lmpresión de que nadie la había tocado durant
años. Bajó un alemán y, tras efectuar un examendeclaró que abajo no había «nada de particular»Kenneth, que se encontraba en la parte posterior da tienda, fingiendo estar muy ocupado con su
cuentas, lanzó un ruidoso suspiro de alivio, qunmediatamente convirtió en bostezo en atención u colega alemán, que trabajaba en la misma mesa
Los alemanes sospechaban de la existencia d
este túnel, ya fuera por haber visto a Rupehaciendo de Papá Noel en el patio, o bien pohaberles advertido al respecto un espía del campoUna tercera posibilidad era la presencia d
micrófonos, instalados para detectar ruidos. Po
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nuestra parte podemos decir que más tarde snstalaron micrófonos en varios lugares, pero e
dudoso que los alemanes dispusieran de ellos e
Colditz, en aquel período de la guerra. Había ymicrófonos en los nuevos campos con barraconepara los prisioneros de la RAF, pero su instalacióen un viejo castillo hubiera dejado huellas visibleque nosotros habríamos detectado.
El espía, o sea, un soplón introducido en ecampo por los alemanes para informar sobrnuestras actividades, era una posibilidad viable, más tarde supimos que nuestras sospechas era
acertadas. Baste con decir que descubrimos variaveces a los alemanes siguiendo con gran rapidez lpista de nuestras tareas. Intentábamos lograr qunuestras acciones parecieran normales cuand
estábamos entre otros prisioneros, pero esto nesultaba fácil, especialmente en fugas a través dúneles, que exigían preparativos durante largo
períodos de tiempo. Y a este respecto, debo añad
que empleábamos el término «soplón» demasiad
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ndiscriminadamente. Por ejemplo, Wardle actuabcomo nuestro «soplón», y no tenía nada de espía.
Los alemanes pusieron cuatro fuertes grapa
alrededor de la tapa de la caja de registro en lcantina, pero pudimos superar esta dificultaaflojándolas antes de que se secase el hormigónde modo que después pudiéramos retirarlas. Este hizo de día, mientras Kenneth estab
distrayendo, como de costumbre, al suboficiaalemán, y unos cuantos oficiales nuestroocultaban la operación apilándose ante emostrador. En su posición normal, las grapa
eguían cerrando la tapa firmemente.Una vez hecho esto, decidimos dejar descansa
al túnel, ya que la situación, en nuestra opiniónempezaba a ponerse al rojo vivo.
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C
Capítulo 7La comunidad de naciones
orría el mes de marzo de 1941. Ecampo se iba llenando poco a poco y e
contingente británico había aumentado gracias a l
continua llegada de nuevos huéspedes, fugitivoodos ellos, exceptuando unos cuanto«saboteadores del Reich», entre los que había trecuras castrenses. Un día llegaron unos sesent
oficiales holandeses. Curiosamente, su oficiauperior era el mayor English, cuando el nuestrera el coronel German[13]. Los holandeseformaban un grupo selecto de hombres que dejabamuy alto el pabellón de su país. Todos eraoficiales de las colonias holandesas en las IndiaOrientales. Al estallar la guerra, habíaembarcado con sus tropas rumbo a Holanda, parayudar a su patria. Cuando Holanda fue ocupada
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el Alto Mando alemán ofreció una amnistía a todoaquellos oficiales holandeses que firmaran ciertdocumento, el cual, si se cumplían su
estipulaciones, prohibía al oficial tomar parte eodo lo que se opusiese a los deseos del Reicalemán, y también exponía condiciones relativas amantenimiento de la ley y el orden, así como a lobediencia en el interior del país. Eraaparentemente, un documento astutamentedactado y, en su gran mayoría, los oficiales de
ejército territorial holandés lo firmaron.En cambio, casi todos los coloniales s
negaron a firmarlo, e inmediatamente fueroenviados a prisiones alemanas. Tras numerosavicisitudes, entre ellas interminables batallaorales con los alemanes y numerosos intentos d
fuga, finalmente dieron con sus huesos en ColditzDado que todos ellos hablaban fluidamentalemán, eran tercos como mulas y bravos comeones, odiaban cordialmente a los alemanes y n
e abstenían de demostrarlo, resultaba
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especialmente problemáticos como prisioneros.Siempre se presentaban en la revist
mpecablemente vestidos y entre ellos mantenía
un alto nivel de disciplina. Lamento decir que lofranceses y nosotros éramos las ovejas negras eo que se refiere a la indumentaria para laevistas. En el mejor de los casos, el oficia
francés nunca presenta un aspecto pulcro. Suniforme no es demasiado elegante y, por otrparte, a los franceses no les preocupa demasiada «fachada».
Los británicos eran todavía más infortunado
pero tenían una excusa para aparecer como ugrupo más bien harapiento. El uniforme británicde combate no es muy elegante que digamos, y lmayoría habíamos perdido una parte del mism
cuando fuimos capturados —gorra, chaqueta polainas— y también eran muchos los qulevaban zuecos con suelas de madera, que no
habían dado los alemanes. Alguna que otra ve
legaba de casa un valioso paquete que contení
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ecambios para nuestro ajado vestuario, y una vea Cruz Roja envió toda una partida de uniforme
que representaron una gran ayuda. Sin embargo
éramos una compañía pintoresca, por no decmpresentable. Los prisioneros de otranacionalidades habían conseguido traer consiggran parte de su guardarropía y, al menos hasta quel tiempo dejó su huella en ellos, nos aventajabain lugar a dudas. Era corriente, por ejemplo, qu
un británico se presentara en la revista con un pas— montañas de lana o sin nada en la cabeza, unchaqueta caqui, pantalones azules de la RAF
ojos del ejército checo, calcetines hechos en cas de cualquier color, y con los pies calzados co
un par de zuecos.Y hablando de espectáculos pintorescos, l
nota de color en las revistas la proporcionabados oficiales yugoslavos que se habían unido nuestra feliz comunidad. Su uniforme, quconsistía en amplios pantalones rojos y guerrera
azul celeste con bordados, nos hacían comprende
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en qué Comunidad de Naciones habíamos llegada convertirnos.
Primero estaba el contingente polaco. Despué
os ingleses, irlandeses y escoceses. El Imperiestaba representado por oficiales de la RA
procedentes de Canadá, Australia y NuevZelanda, y por un médico militar, el capitáMazumdar, de la India. Entre los franceses scontaban varios oficiales de Argelia y econtingente judío. Estaban los dos yugoslavos varios oficiales belgas. Los Países Bajos eraepresentados por un ayudante de campo de l
eina Guillermina, y en último lugar, pero no poorden de importancia, la compañía holandesa das Indias Orientales que completaba est
procesión de naciones.
Colditz era el único campo de esta clase eAlemania y la solidaridad existente entre ladiversas nacionalidades siempre habíorprendido a los alemanes. Esta Alianza entr
nosotros no se basaba en ninguna razón artificia
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ino que era natural y procedía de algo muprofundo de nosotros mismos, y era capaz desistir múltiples pruebas. Era un vínculo l
bastante sólido como para resistir todo intentalemán encaminado a enemistar a una nacionalidacon otra.
Uno de los castigos comunitarios máfrecuentes que se imponía a cualquiera de locontingentes, consistía en la reducción de las horade recreo permitidas en el boscoso parque de
castillo. Cuando esto ocurría, todos saboteábamoa parada que se organizaba para salir hasta quos alemanes levantaban la prohibición. Si u
oficial de cualquier nacionalidad era tratad
njustamente, todo el campo se declaraba en huelgin titubear, y lo único que sometíamos a discusió
era la forma que debía tomar la huelga. En ciertocasión, el capitán Mazumdar, fiel a una nobl
radición, se declaró en huelga de hambre,
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amento decir que en esta ocasión no le imitó todel campo. No era fácil conseguir la unanimidad el sacrificio mutuo en lo referente a un medio d
upervivencia tan elemental. En otra ocasión, emédico alemán del campo, de una forma neuróticaempezó a odiar a los polacos. Insistió en quPolonia ya no existía y que, en consecuencia, todoficial polaco, cualquiera que fuese su graduacióndebía saludarle marcialmente. Él era capitán, Stabsarzt y, cuando intentó que el general polace saludara y armó un alboroto por esta causa, fu
demasiado para los polacos. Todo el contingent
nició una huelga de hambre y el resto del campos apoyó… moralmente. Los jefes superiores dodas las otras nacionalidades cursaron queja
paralelas, sobre la actitud del médico, a
comandante alemán. Tres días después, ecomandante abroncó a su subordinado y lohambrientos oficiales polacos, tras haber obtenidun malhumorado saludo del Stabsarzt , se lanzaro
de nuevo sobre sus vituallas con redoblado ardor.
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La sentencia alemana para los cuatro quhabíamos desaparecido una noche, consistió e
una quincena de confinamiento solitario. Duranteste encierro, ocurrió un tercer incidentdesdichado que obstaculizó aún más nuestro plaacerca del túnel de la cantina. Un francés y u
polaco se las arreglaron para desaparecer un día, no se les echó de menos hasta el Appell de larde. Los alemanes sospecharon que se había
fugado cuando los prisioneros regresaron de s
ecreo en el parque, y buscaron todos loescondrijos posibles en las proximidades de lcarretera que conducía a él. Los dos oficialefueron hallados, ocultos en espera de que cayera lnoche, en el sótano, que se utilizaba poco, de uncasa cercana a la carretera (era usado comefugio antiaéreo). Se habían introducido en él sier vistos, pero esta operación no fue nada fáci
La habían llevado a cabo en cuestión de segundo
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con la ayuda de otros oficiales que habían lograddistraer a los guardianes que acompañaban a loprisioneros en su marcha. Estos oficiales se había
ituado estratégicamente entre la formación, parestar cerca de los soldados alemanes quedistribuidos a intervalos, caminaban a cada laddel cortejo. Cuando los dos oficiales que sdisponían a fugarse llegaron a un puntpredeterminado del camino, los otros hicierogestos u observaciones destinados a distraer latención de los alemanes más cercanos y lograque apartaran la vista del lugar en el que iba
desarrollarse la acción. Tres segundos después dlegar a la altura del punto fijado, el francés y e
polaco abandonaron la formación, y cincegundos más tarde se encontraban detrás de un
apia que los ocultaba. Durante estos cincegundos, fue preciso conseguir que och
guardianes mirasen a la vez hacia el ladopuesto… Las posibilidades de éxito eran mu
escasas, pero el truco funcionó. Cuando se hizo e
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ecuento, después del período de recreo, frente a entrada del patio, los mismos oficialeembraron la confusión y uno de ellos, que hablab
alemán, logró que el sargento que estaba al mandde la formación llegara a creer que había contadmal, e incluso bromeó acerca de su discrepancien torno a los números.
Fue una lástima que, en este caso, tan brillantcomienzo no condujera a un final feliz y que npersistiera la confusión en el recuento en eiguiente Appell general. Generalmente, s
efectuaba el Appell cuando ya había oscurecido, e
el patio iluminado, pero en aquella ocasión se noconvocó a la luz del día, posiblemente a causa dque las sospechas del sargento alemán le movieroa dar este paso. Las horas del Appell variaban
menudo sin previo aviso, especialmente pardescubrir la ausencia de prisioneros, y este detallno hubiera debido pasarles por alto a loorganizadores.
Sea como fuere, los dos oficiales, una ve
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capturados, explicaron una historia que ocultaba sverdadero método de fuga y que indujo a loalemanes a sospechar que habían descendido co
cuerdas desde una claraboya de la buhardilla hastel campo de césped bajo el cual quedabcamuflada la salida de nuestro túnel. A partir dentonces se colocó allí un centinela que hacía uecorrido por el cual podía ver la salida d
nuestro túnel a intervalos de un minuto, tanto ddía como de noche.
Este incidente me indujo a presentar una queja través del coronel Germán y a pedir mayo
conexión y cooperación entre las diversanacionalidades, para que todos pudiéramoabandonar el campo casi pisándonos los talonePrevaleció el sentido común y, a partir de est
fecha, no se dieron más casos graves de ocultacióen los planes de evasión.
No obstante, nuestro túnel se había convertiden un callejón sin salida. Me desagradaba la ide
de prolongarlo y convertirlo en un trabajo qu
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durara mucho, ya que el tiempo iba contra el éxitde la empresa. Por su parte, los alemaneempezaron, gradualmente, a instalar nueva
cerraduras en lugares clave a lo largo del campoComenzaron por la de la cantina, y con ello noprivaron temporalmente de pasar largas horarabajando en el túnel que había debajo.
Otorgamos el calificativo de «cruciformes» as nuevas cerraduras. La descripción más simpl
que puedo dar de ellas consiste en compararlacon cuatro cerraduras Yale diferentes fundidas euna sola. Kenneth Lockwood obtuvo un molde
partir de la cera de una vela, de las cuatro aletade la llave cruciforme que abría la cantina, y yrabajé durante largo tiempo en la fabricación d
una llave falsa. Había en el campo un consultori
de dentista que normalmente estaba cerrado, como estaba también el armario que contenía lonstrumentos del dentista, pero estas cerradura
presentaron pocas dificultades para unos ladrone
principiantes como nosotros. Desgasté vario
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dientes de la fresa eléctrica del dentista en eproceso de fabricación de mi llave, pero todos miesfuerzos fueron vanos. Mucho me temo que
cuando hube terminado con ellas, muelas y fresahabían perdido ya toda su capacidad de corte o spoder abrasivo. A partir de entonces, siempre quoía los gritos de agonía de los pacientes en la silldel dentista, me angustiaba el remordimiento dhaber sido yo la causa de tantos dolores inútiles. Amenudo me he preguntado cuál hubiera sido mdestino si todos los visitantes del dentista shubieran enterado de mi pecado oculto
Afortunadamente para mí, sólo uno o dos de mifieles compañeros lo sabían, y mantuvieron eecreto. El dentista, que era un oficial francé
prisionero, debió sacar una impresión muy penos
acerca del acero alemán de aquellos instrumentoRealizó un trabajo excelente al empastarme unmuela antes de que yo le estropeara snstrumental, utilizando no sé qué clase d
porquería como empaste. No puedo explicarme l
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existencia de aquella silla de dentista y aquenstrumental tan modernos. Los polacos decían qua estaban allí cuando ellos llegaron. Antes de l
guerra, el castillo había sido utilizado, entre otracosas, como asilo de dementes. Tal veconsideraban demasiado arriesgado permitir quos dementes visitaran un dentista en la ciudad…
En esta fase aciaga, cuando discutíamos acercde qué podíamos hacer con nuestro túnel, PeteAllan y Howard Gee (un recién llegado), quhablaban los dos un alemán excelente, informaroobre la existencia de un centinela alemá
complaciente. Era un tipo simpático y empezó dedicarse a hacer contrabando a pequeña escala ebeneficio nuestro: un huevo fresco de vez ecuando a cambio de chocolate inglés, o una libr
de café auténtico por una lata de cacao, y asucesivamente. Corría un riesgo tremendo, per
parecía hacerlo con ecuanimidad —tal vez con uexceso de ecuanimidad— y decidimo
arriesgarnos también y atacar a fondo. En vario
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encuentros clandestinos, en umbrales de puertas en los rincones de los muros del patio, Peter Howard Gee se ganaron al centinela y finalment
ugirieron que podría obtener una buena suma emetálico si por una vez «miraba hacia el otrado» mientras ocupaba su puesto de centinela.
Al soldado le agradó la idea. Se le dijo quendríamos que arreglar las cosas de modo que é
hiciera una ronda como centinela por espacio ddos horas, en un día determinado, efectuandcierto recorrido, y que en el intervalo de dieminutos, entre dos señales acordadas, debí
quedarse plantado (lo cual estaba permitido) en upunto concreto de su ronda. Recibiría comadelanto cien Reichmarks de recompensa, de unuma total de quinientos Reichmarks (unas 3
ibras esterlinas de la época), y el resto le seríanzado desde una ventana adecuada, una hor
después del intervalo de diez minutos. Se le dijambién al soldado que no dejaríamos ningun
pista que pudiera levantar sospechas o permit
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acusarle de negligencia en su deber. l escuchatentamente y se mostró conforme. ¡La evasióhabía comenzado!
El primer grupo de fuga estaba formado podoce oficiales, entre ellos cuatro polacoFranceses y holandeses eran todavía unos reciélegados, mientras que los polacos era ya viejo
camaradas en los que se podía confiar, lo cuaustificaba su inclusión. Además, se decidió qu
participaran oficiales de otra nacionalidad porqu
disponer de una diversidad de idiomas era muconveniente, y también en beneficio de la moradel campo. Los polacos se habían mostrado máque dispuestos a ayudar desde que llegamo
nosotros, en su mayoría hablaban alemáfluidamente, algunos conocían bien Alemania, aquellos que pensábamos dirigirnos hacia el madel Norte o Polonia escogimos a polacos com
compañeros de viaje. Unos pocos decidiero
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viajar solos.Mi mente estaba ocupada por otro problema
¿cómo conseguir la entrada de trece oficiale
doce dispuestos a intentar la evasión y uno parcerrar la entrada, en la cantina? Durante las horaen que ésta estaba abierta, examiné detenidamenta cerradura cruciforme y llegué a la conclusión d
que, desde el interior, podría desmontarla casi pocompleto, lo que permitiría abrir la puerta.
Intentaríamos la evasión después de la revistnocturna y en plena oscuridad.
Se decidió el gran día: sería el 29 de mayo
Planeé el derribo de la pared falsa para el díantes, para sacar todas nuestras provisiones y ematerial de fuga. Esta operación fue relativamentencilla. Durante las dos horas que duraba e
almuerzo, la cantina estaba cerrada, pero antes dque la cerraran yo disponía de dos horas parprepararlo todo. Eché abajo el falso tabique, saquodo lo que habíamos guardado detrás para la fuga
o escondí en el armario y preparé la salida de
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únel para que luego tuviéramos el mínimo trabajal efectuar la abertura final. Después de las docon la ayuda de una barrera formada por oficiale
alí del armario y todos los víveres y materialefueron transportados a nuestros dormitorios.Las disposiciones tomadas para la evasió
eran las siguientes: Howard Gee, que no formabparte del primer grupo, debía entenderse con ecentinela, transmitiéndole la primera señal aecibir una indicación nuestra desde el túnel. Ést
debía darla primeramente yo, desde la salida deúnel, pasándola al decimotercer hombre d
guardia, junto a la ventana de la cantina, en epatio, el cual la transmitiría a nuestrahabitaciones por medio de una discreta señauminosa. Seguidamente, Gee transmitiría la seña
al centinela desde una ventana exterior. E«camino libre» se daría del mismo modo, con lalvedad de que nuestro decimotercer hombr
debería trasladarse a la salida del túnel para qu
o le diera la consigna, cuando ya hubiese cerrad
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debidamente la salida después de que todohubieran abandonado el túnel. Lo haríamos pomedio de su cordel del que tiraríamos a través d
a capa de tierra. Yo me encontraría ya en el murituado en el extremo más lejano del campo dcésped antes de que la señal fuera transmitida acentinela.
El 29 de mayo amaneció muy nublado y prontempezó a llover. Durante todo el día llovió cántaros y fue, en realidad, uno de los días máluviosos que habíamos tenido, pero esto suponí
una noche oscura y no obstaculizaba nuestro
planes. Aquella tarde indicamos al centinela qupuesto debía ocupar. Se le entregó su adelanto emetálico y se le explicó que debía detenerse en sonda hacia la cantina cuando recibiera desd
cierta ventana una señal convenida, así commantenerse alejado de este lugar hasta recibir otreñal.
A medida que caía la tarde, la excitación ib
en aumento. Los doce afortunados se vistieron co
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as prendas preparadas durante varios meses dpaciente trabajo. Desde unos increíbleescondrijos salieron pantalones y gorra
confeccionados con mantas grises alemanapullovers de punto multicolores, capotes militareransformados y teñidos, camisas caqui tambiéeñidas y corbatas tejidas a mano. Todo ello qued
oculto y cubierto bajo otras prendas de aspectmás militar. También aparecieron mapas y brújulade fabricación casera, y se discutió por última veacerca de las rutas a seguir y las instruccionepara la evasión. A medida que pasaba el tiempo, l
mpaciencia iba en aumento. Yo sentíalternativamente calor y frío, y tenía las manoudorosas y la boca seca. Todo
experimentábamos la misma sensación, como pud
comprobar al observar las risas forzadas y labromas nerviosas que circulaban entre nosotros.
Permanecía oculto en la cantina cuando lcerraron al caer la noche, y desmonté la cerradura
Cuando se oyó el Appell nocturno, salí de l
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cantina aprovechando la presencia de un grupo doficiales estratégicamente situado. Si, pocualquier motivo, un alemán empujaba la puerta
odo habría terminado, ya que sólo la sostenía uncuña de papel. Para el Appell , se habían apostadcentinelas en todos los lugares estratégicos, y unde ellos estaba muy cerca de la cantina. Apenaerminara el Appell , tendríamos que trabajar a tod
prisa, pues todos los prisioneros tenían que volvea sus habitaciones, las puertas del patio scerraban, y un oficial alemán comprobaba quodas las puertas estuvieran bien aseguradas. Lo
rece debíamos meternos en la cantina, protegidopor la barrera que nos ofrecían otros oficiales, siperder ni un segundo de tiempo. Los doce fugitivodebían comparecer en la revista vestidos con su
opas para la evasión, debidamente disimuladabajo capotes y pantalones militares. Todas lamochilas, ya llenas, debían colocarsordenadamente en el túnel durante las horas d
cierre del mediodía, como ya habíamos hech
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antes.El Appell transcurrió sin el menor incidente. E
coronel Germán, que formaba solo ante los demá
había engordado considerablemente, puesto quambién se evadía con nosotros. Sin embargo, nuscitó el menor comentario. Inmediatament
después del «rompan filas», y casi ante las naricedel centinela más cercano, los trece elegidos nodeslizamos silenciosamente junto a la puerta hastencontrarnos dentro de la cantina.
—¿Y adónde iremos desde aquí? —preguntuno de los oficiales polacos, que nunca habí
rabajado en el túnel. —¡Debemos salvar la empalizada! —contesté
eñalando el alto tabique de madera, sobre el cuaa se habían tendido sábanas.
El polaco se agarró a ellas y empezó a escalael tabique de separación, con un ruido semejante ade un tambor. Unos fuertes resuellos, quecordaban el ruido de una cisterna de WC a
vaciarse, acompañaron sus esfuerzos.
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—¡Por el amor de Dios! —exclamé—. ¡Ahorno estás tocando en la orquesta de Paderewski!
—No —contestó el polaco dramáticament
desde lo alto del tabique—, pero esta noche sespíritu me acompaña…Por suerte, los ruidos procedentes del pati
ofocaron todos los que hicimos nosotros eaquellos momentos.
Mientras volvían a poner la cerradura de lpuerta, me quité el uniforme militar y lo entregué nuestro hombre número trece. Éste tenía la misióde recoger todas las prendas sobrantes, ocultarla
en el armario y hacerlas desaparecer al díiguiente, con la ayuda de otros. Me dirigí, si
perder tiempo, al extremo del túnel, seguido dcerca por Barry, pues íbamos juntos, y empecé
rabajar en los dos palmos de tierra que habídebajo de la superficie de la abertura. Afuerhabía oscurecido ya, y seguía lloviendo. El aguempezó a filtrarse a través de la tierra que cubrí
a salida del túnel, y al cabo de cinco minuto
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quedé empapado de agua fangosa. La patrulla dvigilancia comprobó la puerta de la cantina y pasde largo. Pronto reinó la tranquilidad más absolut
en el campo. Al cabo de una hora, unas señaleuminosas comunicaron que nuestro centinela habíocupado su puesto, y yo di la señal para que smantuviera alejado de la ventana de la cantina.
Trabajé frenéticamente en la superficie decésped, recortando el cuadrado previsto, después elevé lentamente la tapa de la abertura. Ecuadrado se desprendió y, al hacerlo, un brillantesplandor inundó el túnel. Durante unos segundo
quedé cegado y además estupefacto. Era, desduego, la luz del reflector situado a unos die
metros de distancia de la salida, que iluminabodo el muro en aquella parte del castillo. Subí l
apa por encima del nivel del suelo y chorros dagua fangosa cayeron en el túnel a mi alrededoMe impulsé hacia arriba y, con la ayuda de Rupedetrás de mí, salí al exterior.
Una vez fuera, miré a mi alrededor. Me sen
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como un actor en un escenario. El reflectoproyectaba una enorme y grotesca imagen mía ea blanca pared. Hileras y más hileras de ventana
hostiles, pertenecientes a la Kommandantualemana, me miraban ceñudamente. Estas ventanano tenían cortinas y, detrás de ellas, un ojnquisitivo podía localizarme sin la meno
dificultad. Sin embargo, se trataba de un riesgnevitable. Rupert empezó a salir del agujero
mientras yo daba los últimos toques a la tapa parcerrarlo. Mi compañero tenía ciertas dificultadepero me había entregado ya mi mochila y estab
ubiendo cuando a mí se me ocurrió apartar lvista de mi tarea para echar un vistazo a la pareque tenía delante, y en ella vi una segunda sombrgigantesca, que se perfilaba junto a la de mi figur
agazapada. La segunda sombra empuñaba uevólver.
—¡Atrás, atrás! —grité a Rupert, mientras unvoz gutural gritaba también detrás de mí:
— Hande hoch! Hande hoch!
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Me volví y me encontré ante un oficial alemáque me apuntaba con su pistola, mientras otraltaba hacia la salida del túnel, al parece
dispuesto a disparar a través de ella. — Schiessen Sie nicht! —grité varias veces.Un par de disparos en el interior de aquel túne
evestido de piedras y ladrillo hubieran causaddaños incalculables, puesto que estaba lleno dcuerpos humanos. El oficial situado junto a labertura no disparó.
De pronto, aparecieron alemanes por doquier odos los oficiales se dedicaron a dar órdenes a
mismo tiempo. Me llevaron a la Kommandantur yuna vez en ella, me acompañaron a un cuarto dbaño donde me desnudaron por completo y mpermitieron lavarme, y después me condujeron
un despacho donde me encontré ante eauptmann Priem.
Éste estaba visiblemente satisfecho de su tarenocturna y de buen humor.
— Ah hah! Es ist Herr Hauptmann Reid. Da
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st schon![14] —dijo cuando entré, y continuó—adie podía saber quién era el negro hasta que l
avaron. Y ahora, cuando el negro ya ha salido de
avabo, ¿qué puede explicarnos? —Creo que el negro del lavabo era ciertcentinela alemán, ¿no es así? —pregunté a mi vez
—Ciertamente, Herr Hauptmann. Locentinelas alemanes saben cuál es su deber. Todeste asunto me fue explicado desde un bueprincipio.
—¿Tal vez antes del principio? — Herr Hauptmann Reid, esto no es lo qu
mporta. ¿De dónde sale su túnel? —Creo que es más que evidente —repliqué. —¿De la cantina, pues? —Sí.
—Pero a ustedes se les había encerrado en suhabitaciones. ¿Tienen un túnel que va desde ellahasta la cantina?
—¡No!
—¡Claro que sí! Habían sido vistos en e
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ppell . Hace horas que la cantina ha sido cerrada¿Tienen un túnel?
—¡No!
—Ya lo veremos. ¿Cuántos de ustedes sencontraban allí? —Tantos que nunca he podido contarlos co
exactitud. —Vamos, vamos, Herr Hauptmann, ¿todo e
campo de prisioneros o sólo unos pocos? —¡Sólo unos pocos! —Perfectamente. Entonces espero que nuestro
alojamientos para el confinamiento solitario n
acaben demasiado poblados —dijo Priemonriendo de oreja a oreja, y añadió—. Cuando l
vi, me sentí preocupado. Inmediatamente dórdenes para que nadie disparase. Sepa que tenía
mis hombres apostados en todas las ventanas ambién abajo, en la carretera. Debían disparar s
algún prisionero echaba a correr u ofrecíesistencia. Vi una figura, que era usted
etorciéndose en el suelo. ¡Creí que se había caíd
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desde el tejado y se retorcía de dolor!Mientras sucedía todo esto, dentro de l
prisión se había desencadenado una fenomena
algarabía. El patio estaba lleno de soldados, y lapatrullas corrían de un lado a otro tratando docalizar el extremo interior de nuestra ratonera
En nuestras salas se efectuaba la habitual revisten el cuarto de día, mientras los alemaneevolvían las camas y descubrían los previsiblerece muñecos inertes confeccionados con capote mantas. Primero estaban convencidos de que eúnel comenzaba en nuestros dormitorios de
primer piso y, en consecuencia, levantaron todaas tablas del suelo, pero poco a poco empezaron
pensar que tal vez valiera la pena buscar en lcantina.
Una vez allí, mientras un fugitivo tras otralía de la caja de registro entre gritos de «¡Otto a vista!», a lo largo del túnel, mezclados co
gritos de « Hande hoch! Hande hoch!» en la part
uperior, los alemanes empezaron a saltar d
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alemanes que se apiñaban a su alrededor. Debíapensar que aquélla era una pieza de caza mayor.
Finalmente, se restableció algo semejante a
orden y cada oficial, por turno, tras un minuciosegistro, fue escoltado hasta nuestras habitacioneen paños menores.
Al día siguiente se efectuó la habituanvestigación judicial. Los alemanes habíanspeccionado el túnel, pero lo que le
desconcertaba era el hecho de que trece hombrepudieran encontrarse dentro de la cantina, questaba cerrada con su irrompible cerradur
cruciforme, inmediatamente después de un Appe tras haber sido aparentemente encerrados en su
aposentos para pasar la noche.Se dedicó especial atención a Kennet
Lockwood, como ayudante de la cantina. Lhicieron sentarse ante una mesa sobre la cual habíun solo objeto: la llave oficial de la cantina. Dooficiales alemanes se enfrentaron a él y repitiero
ominosamente, en alemán, la pregunta:
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—¿Cómo entraron en la cantina?Kenneth fingió ignorar aquella llave hipnótic
les preguntó a su vez:
—¿Han leído Alicia en el País de laaravillas?La pregunta fue debidamente traducida. —No —contestaron—. ¿Por qué? —Porque Alicia pasaba a través de puerta
muy pequeñas y ojos de cerradura comiendo algque reducía su tamaño.
El intérprete tuvo cierta dificultad para aclaraesta respuesta, pero de pronto los oficiale
prorrumpieron en carcajadas y Kenneth fudespedido sin que le hicieran más preguntas.
Durante largo tiempo, buscaron un túnel qucomunicase con nuestros dormitorios, per
finalmente abandonaron la empresa. Supongo qufinalmente descubrieron el método utilizado, cosque no era tan difícil.
A su debido tiempo, fuimos sentenciados todo
a quince días de encierro «solitario», pero, com
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de costumbre, todas las celdas individualeestaban ocupadas, por lo que cumplimos lcondena en dos pequeñas habitacione
comunitarias. Irónicamente, uno de estos cuartoera aquél en el que comenzamos nuestro primeúnel, y donde Hank y yo habíamos sidorprendidos.
La «Leñera II» todavía estaba en buenacondiciones, y, dado que anteriormente habíamoocultado allí algunas provisiones, por fin laaprovechamos y durante nuestro encierr«solitario» no nos faltaron raciones extra. En est
caso, el encierro «solitario» con trece oficialeapiñados en dos cuartos de reducidas dimensioneecordaba más bien el «Pozo Negro» de Calcuta.
Es innecesario decir que nunca más volvimos
ver a «nuestro centinela». Al menos, no recibió sucuatrocientos Reichsmarks, lo que no dejaba der un consuelo. Y, por otra parte, los alemanes s
preguntaron, perplejos, de dónde obteníamos e
uministro de dinero alemán.
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C
Capítulo 8Una colchoneta pesada
uando recuperamos nuestra relativlibertad después de nuestro confinamient
«solitario», se nos presentó, por sí sola, un
extraña oportunidad. Un día, sin previo aviso, uenorme camión alemán entró en el paticustodiado y se detuvo frente a la entrada dnuestras dependencias. Varios soldados francese
prisioneros se apearon de él. Conocíamos a un pade ellos. No se alojaban en el campo, sino ealgún lugar del pueblo, donde trabajaban, y veces venían al castillo para realizar alguna quotra tarea. Naturalmente, habíamos establecidcontacto con ellos para averiguar detalleeferentes a la orientación del pueblo y la vida qulevaban sus habitantes. Por desgracia, esto
franceses se dejaban ver tan pocas veces que n
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nos servían como mediadores.En esta ocasión, habían venido a recoger u
buen número de colchonetas de paja —lo
colchones habituales en la prisión consistían egrandes sacos de lona llenos de paja— que sguardaban en el piso situado encima dealojamiento de los holandeses. Necesitaban lacolchonetas para un acuartelamiento que spreparaba en el pueblo, destinado, como supimomás tarde, a prisioneros de guerra rusos. Cadprisionero francés cogió una colchoneta y, bajandpor la escalera de caracol, junto a nuestras sala
legó a la planta baja y, ante la puerta principal, ldescargó en el camión.
No había tiempo que perder. Tras unapresurada consulta, Peter Allan fue elegido par
el intento. Era bajo y delgado y hablaba alemán a perfección, por lo que era el candidato idea
para una fuga individual. Estábamos dispuestos ntentarlo con más hombres, pero Peter sería e
conejillo de Indias.
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Lo equipamos con lo poco que quedaba dnuestra reserva de ropas para la evasión, le dimodinero, lo empaquetamos en una de nuestra
colchonetas, y después abordamos al personafrancés.En la escalera, detuve al francés más fiabl
cuando bajaba y lo empujé hacia nuestrdormitorio, con su colchoneta, mientras le decía:
—Quiero que baje un oficial dentro de uncolchoneta y lo cargue en el camión.
— Mais c’est impossible —repuso el francés. —Es sencillo —le aseguré—. Puede hacers
en dos minutos y nadie se dará cuenta. —¿Y si me pescan? —Nadie le pescará —le dije, mientras l
metía una lata de cigarrillos en la mano.
—Pero ¿y los demás? —No le delatarán. Deles unos cuanto
cigarrillos. —No estoy tan seguro —fue su respuesta—
No! Es demasiado peligroso. Me pillarán y m
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azotarán. Incluso pueden fusilarme. —Sabe perfectamente que no le fusilarán
Valor! ¿No quiere arriesgarse a recibir uno
cuantos latigazos por los aliados, por FranciaTodos luchamos juntos en esta guerra. —Yo no arriesgaría gran cosa por mucho
franceses —repuso crípticamente—, y Francia yno existe.
—¡Vamos! —le convencí—. Eso no es hablacomo un francés; eso suena a colaboracionista, usted no es un colaboracionista. Por los francesede este campo, que hablan muy bien de usted
conozco su reputación. Usted les ha ayudado. ¿Yno va a ayudarnos a nosotros ahora?
—¿Por qué buscarme quebraderos de cabezólo porque un oficial británico se ha vuelto loco?
—No está loco. Es como usted y como yoRecuerde que nosotros, los oficiales, no podemor de un lado a otro, como usted hace. ¿Por qué n
ha de querer evadirse?
—¡Eh bien! ¡Lo haré! —Accedió, convencid
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por fin.Lancé un suspiro de alivio y le di una
palmadas en el hombro. Si era descubierto, lo má
probable era que se le tratase con dureza.Peter estaba ya empaquetado y esperando eotra colchoneta, que fue cargada sobre el hombrdel francés. En toda mi vida, jamás había visto ufardo de lona y paja que se pareciera menos a uncolchoneta, pero pronto pude ver que las puntas senderezaban por sí solas, y cuando el francés llegal patio daba toda la impresión de transportar uncarga de cinco kilos, en lugar de cincuenta.
Por desgracia, no podía descargar por sí sola colchoneta en la caja del camión, que quedab
bastante alta, pero hizo lo más sensato: descargu fardo en el suelo y miró a su alrededo
fingiendo secarse el sudor de la frente. Casnmediatamente se le presentó su oportunidad, y
que dos de nuestros hombres, en servicio d«distracción», empezaron a manosear la part
delantera del camión. Los guardianes alemane
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acudieron allí y nuestro francés pidió ayuda a ucompatriota, que acababa de descargar scolchoneta. Entre los dos, lanzaron a Peter, com
i fuese una pluma, sobre el montón de colchonecuya altura iba en aumento.Esto fue suficiente para aquella mañana. N
eníamos intención de arriesgar otro individuo eaquel camión. A su debido tiempo, éste partió fue inútilmente revisado por los centinelas de ladiversas puertas antes de emprender su caminhacia el pueblo.
Peter fue debidamente descargado por s
alvador, aunque algunos de los franceseempezaban a inquietarse por la magnitud del delitcometido. Su compañero fue sometido a bromas dmal gusto y a ciertas amenazas por parte de su
compatriotas, referentes a la pérdida dprivilegios, reducción de rancho y otras cosas poel estilo, como era habitual en todos aquelloprisioneros que preferían el status quo en lugar d
hacer cualquier cosa que pudiera molestar a su
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carceleros.Peter entendía bien el francés y lo oyó tod
desde su posición yacente, mientras imitaba l
forma de un colchón inerte en espera de que ldepositaran en un buen lecho de una habitacióvacía en el pueblo de Colditz. Al final, fudebidamente descargado y el equipo del camiódesapareció para aprovechar la hora del almuerzoTodo quedó en silencio.
Peter salió de su funda y descubrió que sencontraba en la planta baja de una casa desiertaen el pueblo. Abrió la ventana, saltó a u
ardincillo y desde allí pasó a la carreteraNuestro pájaro había volado!
Peter llegó a Stuttgart y después a Viena. Pasel peor trago cuando fue recogido por un alt
oficial de las SS que viajaba a lo grande en uoberbio coche, y que lo llevó ciento cincuent
kilómetros a lo largo de su ruta. Sólo un hombrcomo Peter Allan, que había pasado seis meses e
una escuela alemana, podía salir airoso en l
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uelo, junto al camión, pero los franceses snegaron a cargarlo. Nuestros hombres del equipde distracción hicieron cuanto pudieron, pero l
huelga de los franceses continuó y, finalmente, loalemanes empezaron a sospechar. El suboficiaque dirigía la carga llamó a un oficial y, cuandéste llegó, el camión estaba ya cargado y nuestrcolchoneta «pesada» todavía se encontraba en euelo, como si estuviera llena de plomo.
El oficial la removió con el pie y ordenó auboficial que la inspeccionara, mientras é
empuñaba su revólver cargado, esperando lo peo
Hyde-Thompson apareció cubierto de paja y fugnominiosamente retirado de allí para senterrogado y pasar un mes en el calabozo.
Catorce días más tarde, recibimos la triste
decepcionante noticia de que Peter Allan habíido capturado nuevamente. Su historia era de l
más deprimente.Había llegado a Viena, y, dado que ya no l
quedaba dinero, empezó a buscar algún medio qu
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e permitiera continuar hasta Polonia. Pensó en econsulado de Estados Unidos, ya que este paíodavía no se encontraba en guerra, se dirigió al
reveló su identidad. Cortésmente pero cofirmeza, los americanos se negaron a prestarle lmenor ayuda. A partir de entonces el desaliento sapoderó de él. Estaba agotado por sus largacaminatas, y la insidiosa soledad del fugitivo, quin ninguna compañía recorre una tierra enemigae abatió sobre él. Esta curiosa sensación tien
que vivirse para valorarla. Puede llevar a uhombre a entregarse voluntariamente, a pesar d
as consecuencias; la tentación de hablar mezclarse con otros seres humanos, aunque se tratde sus carceleros, es muy intensa para un hombracosado, sobre todo en una ciudad, y es necesari
poseer nervios de acero para resistirla muchiempo. Por esta razón, entre otras, los evadido
consideraban aconsejable viajar por parejaiempre que ello fuera posible.
Peter Allan entró en un parque de Viena y s
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quedó dormido en un banco. Por la mañana, sdespertó y se encontró con las piernas paralizadapor los calambres. Se arrastró hasta la viviend
más próxima y fue llevado al hospital, donde sesistencia se desmoronó. Le atendieron bastantbien y pronto estuvo en condiciones de ser enviadcon una escolta a Colditz, donde la gran decepcióde su fracaso dejaría su huella en él durante umes de encierro solitario.
Con respecto a esta evasión, surgen commínimo dos preguntas. Primero, ¿por qué se eligiun hombre alto y más bien pesado para el segund
ntento? La respuesta es la misma que sirve parexplicar el hecho de que la estrategia pura semodificada tan a menudo por razones de altpolítica, con lo cual, frecuentemente, el proyect
fracasa, como en este caso. Hyde-Thompson habílegado a Colditz con una suma considerable e
dinero alemán, producto de un frustrado intento dfuga. Aunque oficialmente este dinero no fues
uyo, había podido salvarlo hábilmente d
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numerosos registros y estaba unido a él por unustificable vinculación. Los oficiales eraegistrados al salir de un campo, y, de nuevo, a
legar a otro. Este registro consistía en dejar aprisionero en cueros y examinar cuidadosamentcada prenda de su indumentaria, mientras sequipaje era revisado con el mayor detenimientoHyde-Thompson me había entregado buena partde ese dinero, con alegría, para el intento de fugdesde la cantina, y Peter Allan se había llevadotra parte. Ya era hora de que fuese recompensado por eso se le ofreció evadirse dentro de l
colchoneta.En segundo lugar, puede causar asombro l
actitud de los norteamericanos en Viena, pero eprobable que exista una doble explicación a
especto. La oficial consiste en que loamericanos, aunque neutrales, pasaban no pocadificultades para mantener su consulado en Viena corrían el peligro de recibir, de un momento
otro, la orden de abandonar el país. Estaba
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efectuando una importante labor y no podíaarriesgar su posición oficialmente. La otrexplicación, harto plausible, consiste en que Pete
quizá no logró convencer a los empleados deconsulado de que él no era un agente provocadoalemán. No tenía nada para probar su historia hablaba perfectamente el alemán. Su inglés tal vehubiera sido prueba suficiente para otro inglés o hubiera sometido a un minucioso examen, per
me atrevo a decir que cualquier inglés, en unituación similar, aunque con las nacionalidadentercambiadas, difícilmente aceptaría la voz y e
acento de un supuesto norteamericano compertenecientes a un verdadero súbdito del tío Sam
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ecreo en el Parque, Lebrun, ayudado por laoportunas actividades de diversión, trepó hasta lavigas de un pabellón situado en medio del recinto
adie lo echó en falta porque el belga ocupó sugar durante el regreso, y, por otra parte, loperros no detectaron su presencia. Después bajó yelegantemente vestido con un traje de franela grienviado por un amigo desde Francia, se encaminhacia una estación de ferrocarril cercana y en laquilla pagó con un billete de cien marcos. Po
desgracia, el billete era de una serie antigua que yno estaba en circulación. El jefe de estació
ospechó de él y finalmente encerró a Lebrun en eguardarropa y telefoneó al campo. El comandantcontestó que no faltaba nadie y que su contingentde prisioneros estaba completo. Mientra
elefoneaba, Lebrun forzó una ventana y saltdesde ella, cayendo sobre una anciana que, comes lógico, se indignó y dio rienda suelta a sengua. Se produjo entonces una movid
persecución hasta que finalmente Lebrun fu
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acorralado por el personal de la estación nuevamente capturado. A su debido tiempo, fudevuelto el castillo y entregado al comandante, aú
convencido de que no le faltaba ningún prisioneroEsta aventura privó a Mairesse de su excelentraje y le obligó a cumplir un mes d
confinamiento «solitario» junto con Peter Allan.Una tarde espléndida, oímos numeroso
disparos en el campo de juegos y nos precipitamohacia las ventanas, pero no pudimos ver nada causa de los árboles. En seguida empezó a reinauna tremenda excitación en los alojamientos de lo
alemanes y vimos pelotones de soldados coperros bajar a la carrera desde el castillo desaparecer en la arboleda. Durante algún tiempocontinuaron los disparos y los grito
acompañados por los ladridos de los perros, hastque por fin el ruido se perdió en lontananza.
Por medio de un mensaje de Peter Allaupimos lo que había ocurrido. Los «solitarios» —
que en aquellos días sólo sumaban una medi
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docena— estaban haciendo sus ejercicios físicodiarios en el parque, ocasión durante la cual se lepermitía mezclarse libremente. Por ser tan poco
us guardianes también lo eran y se habían situaden un extremo del recinto, donde los prisionerougaban al fútbol entre los árboles. Lebrun solí
hacer sus ejercicios con otros dos franceses, coos que practicaba toda clase de saltos. Lebrun er
un atleta. Estábamos en pleno verano y él vestía lpoco que le quedaba de su antes bien surtidguardarropía —pantalones cortos, un jerseamarillo, una camisa deportiva y zapatillas d
gimnasia—, prendas muy poco aptas paremprender una fuga; pero él sabía que loalemanes también pensarían esto. Mientras dos dos guardianes miraban soñolientos, más allá d
as alambradas, a cualquier cosa menos a loprisioneros, Lebrun seguía practicandnocentemente sus saltos con los otros franceses.
Todo ocurrió en breves segundos. Uno de lo
franceses se situó junto a la alambrada y, formand
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con las manos un estribo en el que Lebrun puso epie, lo impulsó hacia arriba. Con este método, loacróbatas consiguen proyectarse a distancias mu
considerables; su secreto consiste en la precisióen la sincronización del esfuerzo muscular. Lebru su amigo lo consiguieron, y el primero sali
disparado por encima de aquella alambrada qumedía más de tres metros de altura.
Esto representaba tan sólo la mitad de lbatalla. Lebrun corrió una veintena de metros a largo de la cerca hasta llegar al muro principal de
parque. Tuvo que volver a escalar la alambrada
utilizándola como escala, para izarse hasta lo altdel muro, que en ese punto medía unos cuatrmetros. En lugar de ofrecer un blanco de lentmovimiento durante esta escalada, Lebrun atraj
deliberadamente el fuego de los dos centinelamás cercanos, corriendo adelante y atrás a lo largdel muro. Cuando se agotaron las balas de lofusiles (sin haber hecho blanco), empezaron
cargarlos de nuevo y eso dio a Lebrun lo
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egundos adicionales que necesitaba. Sencontraba ya sobre el muro cuando los alemanevolvieron a disparar y se dejó caer al otro lad
bajo una lluvia de balas, al hacer también fuegos centinelas más lejanos.Desapareció y nunca volvieron a capturarlo
ndudablemente, merece la mayor admiración poesta evasión realizada según la mejor tradición da caballería francesa y que exigió mucho corajei tenemos en cuenta que fue realizada a sangre frí disponiendo de tiempo suficiente pareflexionar sobre las consecuencias de un paso e
falso. Un oficial británico, que hizo un intentimilar unos años más tarde, fue muerto a tiro
Esta fuga honra a toda una generación de franceseque en su mayoría desaparecieron en los campo
de batalla de la primera guerra mundial y que, podesgracia, nunca tuvieron la oportunidad de criar educar una generación que siguiera sus pasos.
Esta pérdida, tan profundamente sentida en lo
años treinta y que halló su manifestación físic
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durante los críticos días de 1940, se estdesvaneciendo, por suerte, en los cincuenta comi fuese un mal sueño. La sangre joven de Franci
e acelera de nuevo y flota en el aire un renovadvalor.Vi a Lebrun mucho más tarde, ya terminada l
guerra, y éste es el final de su historia.Lebrun huyó el 1 de julio de 1941. Aunque a
cabo de diez minutos tenía tras de sí un pelotón dalemanes con una jauría de sabuesos, consiguiocultarse en un campo de trigo. (Donde se puedcaminar hacia atrás, volviendo a poner en su luga
al mismo tiempo las espigas). Allí permaneciescondido toda la tarde, mientras un aviódescribía continuamente círculos sobre ébuscándolo. A las 10 de la noche, se puso e
marcha. Llevaba encima veinte marcos quhabíamos introducido en su celda de castigoCaminó unos ochenta kilómetros y después robuna bicicleta con la que recorría de noventa
ciento cincuenta kilómetros diarios. Se hacía pasa
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por un oficial italiano y pedía o comprabalimentos en granjas aisladas, tras asegurarsemediante una atenta vigilancia previa, de que sól
hubiera mujeres en la casa. Su bicicleta acabó poaveriarse, pero la abandonó y robó otra. En sviaje hacia la frontera suiza, lo pararon en doocasiones policías alemanes, y tuvo que recurrir a fuga. En la segunda ocasión, a unos cuarent
kilómetros de la frontera, hizo tropezar y caer aguardia con la ayuda de su bicicleta, y lo pusfuera de combate con la bomba de hinchar loneumáticos. Se metió en el bosque y el 8 de juli
cruzó la frontera sano y salvo.Al cabo de una semana, estaba en Francia. E
diciembre de 1942 atravesó los Pirineos y fuhecho prisionero por los españoles, que l
encerraron en un castillo. Allí, saltó desde unventana al foso, se rompió la columna vertebral aaterrizar contra unos pedruscos, lo recogieron y ldejaron sobre una colchoneta para que muriese
Sin embargo, un cónsul francés de la localidad
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que antes había estado tratando de lograr libertad de Lebrun, se enteró del accidente nsistió en que se operase inmediatamente a
herido. La vida de Lebrun fue salvada. Finalmentelegó a Argelia para continuar la guerraActualmente, aunque inválido permanente a causde su caída, es considerado como uno de lopilares de su país.
Si cualquier alemán hubiese examinado lcelda de Lebrun en Colditz, cuando el tenientalió de ella para ir a hacer ejercicio el día 1 dulio, habría frustrado la evasión del teniente ante
de que se iniciara. Lebrun había empaquetado supertenencias y se las había dirigido a sí mismo eFrancia. Meses más tarde llegaron, enviadas nadmenos que por el Oberstleutnant Prawitt, e
comandante del campo de prisioneros dColditz…
El más audaz de los oficiales polacos e
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Colditz, entre un nutrido grupo de hombreaudaces, era «Niki», es decir, el alférez NSurmanowicz. Era un joven bajo y flacucho, co
una cara irregular que parecía formada poriángulos de lados desiguales. El fuego que ardíen su alma sólo aparecía en sus ojos, que brillabacon un ardor fanático. Era un gran amigo mío untos hicimos numerosas expediciones en busc
de algún botín, a través de las zonas prohibidadel campo. Él me enseñó cuanto llegué a sabeacerca del arte de forzar cerraduras, en el que éera un experto. Niki fue uno de nuestros primero
visitantes cuando llegamos a Colditz y lfabricación de brújulas era también uno de supasatiempos. Las hacía con la ayuda de uolenoide de fabricación casera y empleando l
corriente eléctrica de la instalación del castilloque era corriente continua. El número de brújulaque fabricó él solo, junto con sus pivotecuadrantes y estuches provistos de crista
alcanzaba las cincuenta.
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Sus planes de evasión eran, en mi opinióndemasiado osados en su gran mayoría como paroportar un examen a fondo. Por su parte, é
uzgaba prosaicas mis ideas y yo sabía que, en snterior, maldecía la minuciosidad con que tratabos problemas de las evasiones.
Al igual que Lebrun, confiaba en el «valor», aque añadía una dosis de astucia difícilmentcomparable. Como todos los polacos, odiaba a loalemanes, pero, desgraciadamente, y también comantos polacos, subestimaba a su enemigo
menosprecio que, sin embargo, no es monopoli
de los polacos. Niki pasó tanto tiempo en encierros solitario
como con el «rebaño común». En cierta ocasióndurante el verano de 1941, ocupó una celda que
en lo alto de una pared, tenía una ventanilla qudaba a nuestro patio. Otro oficial polaco, eeniente Meitek Schmiel, amigo de Niki, ocupaba celda contigua. Un día recibí un mensaje d
iki, en el que me decía que él y Schmiel iban
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fugarse aquella noche y me invitaba a unirme ellos.
Decliné la invitación por dos razones
primero, porque pensé que Niki se había vueltoco, y, en segundo lugar, porque yo habíabandonado la idea de evadirme mientras ocuparel cargo de Oficial de Evasiones. Con ucontingente británico que aumentaba rápidamenteesta actitud era la única que podía adoptar deseaba mantener la confianza de nuestro grupocomo árbitro y consejero imparcial.
Transmití la invitación de Niki a algunos d
os hombres más obstinados de nuestro grupo, perodos la rechazaron cortésmente.
Nadie creía que hablara en serio. Nadie creíque pudiera salir de su celda, provista de fuerte
ejas y una buena cerradura, abrir después la celdde su amigo y finalmente forzar la puerta principadel pasillo de las celdas «solitarias», que daba apatio. Y tras realizar semejante hazaña, s
encontraría en el interior del campo d
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prisioneros, como todos los demás… Pero a Nike gustaban los desafíos y se carcajearía toda s
vida si conseguía demostrar a los alemanes, de un
vez por todas, que se necesitaba algo más de lque hacían ellos para mantener cautivo a upolaco.
Dejó abierta la invitación, fijando una cita eel patio, fuera de las celdas de arresto solitario, as 11 de aquella noche.
Yo me encontraba ante mi ventana a las 11 epunto, y exactamente a aquella hora vi que lpuerta de las celdas se abría lentamente. Reinab
a oscuridad y sólo pude distinguir con dificultados siluetas que se deslizaban hacia el exterioDespués, algo cayó desde una ventana desde laltura de los dormitorios de los polacos. Era un
cuerda confeccionada con sábanas y con un fardatado en el extremo inferior: su equipo de evasióncon ropas y mochilas. A continuación, vi que lailuetas trepaban por la cuerda, una tras otra, hast
una cornisa situada a doce metros del suelo. L
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que se disponían a hacer era imposible, pero antehabían logrado ya algo también imposible. Yo ndaba crédito a mis ojos. La repisa en la que s
encontraban sobresalía diez centímetros en el murdel edificio. Ambos se aferraban a la cuerda, queguía colgando de la ventana, sobre sus cabeza
Mi corazón me golpeaba fuertemente las costillamientras los miraba, a considerable altura sobrmí, con las espaldas apoyadas en la paredavanzando palmo a palmo por la cornisa, hastecorrer una distancia de diez metros y llegar a leguridad que les ofrecía una tubería de desagü
unto al alero del puesto de guardia de loalemanes.
Una vez allí, estaban relativamente a salvo fuera de su campo visual, si se encendían las luce
del patio. Les vi entonces trepar hasta el tejado legar a una claraboya a través de la cua
desaparecieron, arrastrando detrás de ellos larga cuerda de sábanas, que sus compatriotas y
habían soltado.
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Yo sabía que su siguiente maniobra consistiríen descender desde una estrecha ventana que habíen el extremo exterior de la buhardilla del puest
de guardia alemán. Era un descenso de treinta cinco metros, que continuaba a lo largo del riscobre el que se alzaba el castillo.
Volví a mi litera, con las piernas temblorosacomo si yo mismo hubiera efectuado aquellescalada.
A la mañana siguiente, los dos polacos volvíaa ocupar sus celdas de castigo. Me resulta difíccontar el final de la historia. Niki llevab
zapatillas de gimnasia para efectuar el ascensopero su compañero, con el consentimiento de Nikprefirió usar unas botas de escalar. Mientras lodos efectuaban su largo descenso desde el puest
de guardia, las botas produjeron un excesivestrépito al chocar contra el muro y despertaron aoficial alemán de servicio, que dormía en epuesto de guardia. Éste abrió la ventana, vio l
cuerda colgando ante él y un cuerpo suspendid
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pocos metros más abajo. Desenfundó la pistola yfiel a la tradición, gritó varias veces « Handhoch!» y llamó a la guardia.
Más tarde, yo pasé un mes en la celda de Nik no logré descubrir de ningún modo cómo diablohabía abierto la puerta…
Después de este episodio, los alemanepusieron un centinela en el patio. Permanecía aldurante toda la noche, con todas las luceencendidas, y ello iba a ser un serio obstáculpara las posteriores tentativas de evasión.
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T
Capítulo 10Demasiado fácil
ranscurrían los meses del verano, coexcesiva lentitud para nosotros, y si
embargo demasiado deprisa para nuestros plane
De una manera relativa, el invierno es l«temporada de veda» para los fugitivos, aunque lSegunda Guerra Mundial quebrantó muchanormas de este tipo, independientemente del pes
que la experiencia les había conferido.Había, encima de la cantina, una sala larga curvada, donde varios miembros del contingentbritánico dormían y pasaban gran parte de siempo. Descrito a grandes trazos, dos lados d
esta sala comunicaban con la sección alemana decastillo, y estas dos paredes siempre habíalamado nuestra atención por las posibilidades qu
pudieran ofrecer. En los primeros días, Niki abri
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una puerta situada en la pared del fondocruzándola para encontrarse en un ático desiertoEsto fue lo único que puedo describir, ya que l
puerta fue inmediatamente emparedada y, aunque realizaron esfuerzos para atravesar aquellpared, había sido construida con un cemento taesistente que el ruido nos delató y los alemaneepararon en seguida, con toda tranquilidad, lo
efectos de nuestros vanos esfuerzos. Es posiblque fuera allí donde instalaron uno de lomicrófonos que más tarde colocaron por todapartes.
Según los oficiales que dormían junto a ella, legunda pared comunicaba con los lavabos etretes alemanes.
Tommy Elliot, teniente de la Infantería Liger
de Durham, y Ted Barton me anunciaron un día quhabían comenzado a practicar un agujero dconsiderable tamaño, que progresabatisfactoriamente. Al cabo de un par de día
prácticamente lo habían terminado. Escuchand
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atentamente, dedujeron, a juzgar por los ruidoprocedentes del otro lado, que el agujero sencontraba cerca del nivel del suelo y próximo
a taza de un water. Practicaron un diminutorificio a través del interior, y se confirmó que eboquete terminaría exactamente en el centro y podebajo del asiento de un water-closet dporcelana.
No se podía perder tiempo, ya que loalemanes se mostraban extrañamente tranquilos era de esperar que cualquier día iniciaran unerie de registros. La abertura no quedaba bie
disimulada en nuestro lado y cualquier registrpodía descubrirla. Por otra parte, a mí no matisfacía demasiado aquel agujero, pero, si
pruebas contundentes, no podía reprimir e
entusiasmo que esta empresa suscitaba en mcompañeros.
El plan era muy sencillo. Al caer la tarde dedomingo siguiente, cuando en las dependencia
alemanas reinara la mayor tranquilidad
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acabaríamos de abrir el boquete y doce oficialepor parejas con cinco minutos de intervalo entrcada una, lo atravesarían vestidos de paisano
buscando el mejor modo de salir. En realidad, lentrada en los alojamientos de los alemanes sólería el comienzo de sus problemas, pues todavíes quedaría abrirse paso hasta las salidas del al
alemana del castillo, franquear después ladiversas cercas o, lo que era más probabledesaparecer en el arbolado del terreno de juegodebajo del castillo, y trepar por el muro principaocultos entre los árboles.
Llegó el domingo y la tensión fue en aumentoLos fugitivos fueron debidamente inspeccionadopor sus camaradas, las prendas civiles examinada, en cierto casos, variadas o sustituidas por otra
opas de paisano procedentes de los alijoprivados de compañeros dispuestos a ayudar.
En este período de nuestro cautiverio, e
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equipo de evasión empezaba a organizarseAunque no todos los oficiales estaban provistoodavía de documentos de identidad, cada un
poseía una brújula de fabricación casera, de uno otro tipo, un juego de mapas trabajosamenteproducidos, una y otra vez, a partir de lo
originales, y una cierta cantidad de dinero alemánCada oficial disponía de su particular equip
de evasión, para cuya confección había gozado diempo suficiente durante las largas horas d
forzosa inactividad, ya que el diablo siemprencuentra fechorías para que las cometa una
manos ociosas, incluso en un campo dprisioneros. Resultaba sorprendente, por otrparte, lo que se podía conseguir con unas cuantaprendas de paisano, tiñendo y variando, cortand
mantas y cosiendo o tejiendo con habilidadMuchos oficiales eran especialistas en algo producían artículos en serie.
Yo me dediqué a la confección de gorras estil
nglés y también de mochilas. Mi model
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particular de gorra, que conseguí cortando mantadel color apropiado, tenía una visera reforzadcon un trozo de cuero o cualquier otro materia
esistente al agua, y estaba forrado con un trozo dpañuelo estampado; una pieza circular de cuerblando en su interior acababa de darle un aspectprofesional. En cuanto a mis mochilas, no siempreran impermeables, pero estaban confeccionadacon resistente tela militar de color oscuro, eñida, con amplias correas obtenidas a partir dirantes civiles, y con las esquinas y bordeeforzados con tiras de cuero fabricadas co
engüetas de botas. En Alemania, podían pasacomo mochilas de obrero.
Teñir con café «ersatz» o con mina de lápimorado se convirtió en un arte refinado. E
uniforme azul de la Royal Air Forcé resultaba muversátil. Como es lógico, lo que todos los oficialedeseaban poseer por encima de todo eran prendaciviles auténticas, y esta apremiante ansia explic
el alto precio que alcanzaron las prendas de lo
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obreros que ocasionaron el «incidente del piande cola».
Una ocasión similar surgió durante una de la
arísimas visitas de un dentista alemán para echauna mano a nuestro dentista del ejército francés. Lacompañaban dos centinelas que se le pegabacomo lapas, hasta el punto de que apenas ldejaban maniobrar con sus fórceps.
Se llegaba a la cámara de tortura del dentista ravés de un laberinto de pequeñas habitaciones, enía dos puertas, una de las cuales se suponía qu
debía estar permanentemente cerrada, pero qu
nosotros abríamos, en nuestras pecaminosacorrerías, con la ayuda de una de nuestras llavemaestras. Detrás de esta puerta, había un percherodonde nuestro dentista alemán dejaba su sombrer
de ala ribeteada y un magnífico gabán de mezclillcon cuello de piel.
Eran, indudablemente, piezas de «caza mayor» Dick Howe, junto con otro oficial británico
«Scorgie» Price, y un oficial francés llamad
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acques Prot no tardaron en seguirles la pista.Dick dijo que él pagaría la factura que otr
oficial le debía al dentista. A éste se le pagaba e
agergeld y Dick buscó un oficial que tenípendiente una factura cuantiosa, que ascendía cien marcos. Reunió esta suma en billetes de umarco, lo cual debía concederle de sobras eiempo que necesitaba. Después acordó una seña
con los otros dos. La consigna era «Bien». CuandDick dijera «Bien» en voz alta, Price debía abra puerta cerrada y sustraer el abrigo y eombrero.
Dick fue al consultorio del dentista e insistien interrumpir el trabajo de éste para pagar lcuenta de su compañero de armas. Llevó adentista junto a su mesa, los dos guardianes le
iguieron como es debido, y Dick empezó a contaaboriosamente sus Lagergeld .
— Eins, zwei, drei… —empezó y llegó hastehn, echando entonces un vistazo para comproba
i había atraído suficientemente la atención de
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dentista y de los dos guardianes.«No del todo», pensó, y siguió contand
entamente: «elf, zwölf …». Cuando llegó
wanzig todos los ojos estaban fijos ya en aquemontón de billetes cuya altura aumentaba poco poco, por lo que dijo: «Bien». Mientracontinuaba, notó que nada había ocurrido. Alegar a dreiszig , repitió «Bien» en voz algo má
alta. Sin embargo, tampoco ocurrió nada. En evierzig se llenó los pulmones de aire y gritnuevamente: «¡Bien!». No hubo ninguna novedadContinuó obstinadamente, manteniendo fija l
atención de los alemanes, mientras disminuían sueservas de Lagergeld . Al pronunciar fünfzigechzig y siebzig , sus «Bien» experimentaron u
crescendo, con gran hilaridad de los espectadore
o pasó nada. Un director de orquesta se hubierenorgullecido de la actuación final de Dick acontar achtzig y neunzig , y no digamos el hunderEl plan había fracasado y los únicos que se había
eído ante la supuesta actuación cómica de Dic
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eran los alemanes.El dentista, riéndose todavía, reunió todos lo
billetes y, con gran sorpresa de Dick, empezó
contarlos otra vez. Al llegar a zehn, gritó: «¡B-bbien!», y Dick, cada vez más estupefacto, más quoírlo, sintió que la puerta se abría detrás de ellos que por la abertura aparecía un brazo. Antes dque el dentista llegara a zwanzig , la puerta shabía cerrado ya otra vez. Dick continuó lpantomima y finalmente, después de asegurarse dque sombrero y abrigo habían desaparecidealmente, se retiró farfullando excusas
caminando sobre sus temblorosas piernas.La ocultación del material de contraband
presentaba grandes dificultades y se empleabamuchas horas en idear métodos ingeniosos par
esconder nuestras preciadas pertenencias. Loescondrijos más corrientes, y los que en diversaocasiones encontraban los alemanes, eran: detráde falsos fondos en los armarios y baj
escotillones, debajo de las tablas del suelo,
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cosidos en las colchonetas y los forros de locapotes. Los objetos pequeños se ocultaban veces en latas de cigarrillos, sumergidos con u
peso en las cisternas de los retretes, o escondidoentre las provisiones. Había millares dposibilidades, y es lógico que las mejoreoluciones todavía permanezcan ignoradas, por e
momento. Hombres que acaso no tengan nada eque pensar durante todo el día, en años venideroedescubrirán estas tretas y este ejercicio servir
para aguzar su ingenio.
Volvamos a nuestros doce valientes queudando copiosamente a causa de los nervio
algunos incluso vomitando discretament
encerrados en un Abort [15], esperaban la hora ceroLlegado este momento, se comunicó que todestaba en calma al otro lado de la pared. Eagujero se terminó al instante y los fugitivo
empezaron a deslizarse a través del mismo en e
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orden convenido y con los adecuados intervalos diempo, mientras, desde diferentes puntos d
observación, los vigías oteaban las salidas de lo
edificios ocupados por los alemanes.Pronto empezaron a llegarnos partes quezaban: «Ninguna salida», y se repitieron una
otra vez. Sin embargo, persistimos durantcuarenta minutos, durante los cuales ocho oficialepasaron por el agujero. Llegado este momento, mdirigí a los cuatro restantes:
Creo que es demasiado arriesgado continuain hacer una pausa. ¿Qué opináis?
—Resulta sospechoso que ninguno hayasomado todavía la cabeza en el otro extremo da ratonera —admitió el primero de los que aú
debían salir.
—No creo que echemos nada a perder sesperamos un poco para ver los resultados. Seguimos metiendo más gente ahí, pronto saldrá
por las ventanas de la Kommandantur .
—¿Nos quedamos aquí o salimos a tomar u
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rago? —Será mejor que os quedéis aquí —aconsej
—. Puede que tengáis que salir al momento, per
estad preparados también para esconder vuestracosas. Trazad un plan para ocultaros en cuestióde segundos, en caso de que los Ottos se hayaolido algo y traten de sorprendernos por letaguardia.
Pasados quince minutos de inactividad, alguiedio, de repente, la alarma:
—¡Los alemanes entran en masa en el patio e dirigen hacia nuestra escalera!
¡Aquello significaba el fin! Los alemanehabían tendido una trampa y nosotros nohabíamos metido en ella, o al menos ocho dnosotros. El agujero debió ser detectado mientra
rabajábamos en él, y se había mantenido unvigilancia en secreto. A medida que cada uno dos ocho fugitivos salía del Abort y avanzaba po
un largo pasillo, era introducido discretamente e
una habitación y puesto bajo vigilancia.
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Y así terminó otro capítulo deprimente para lmoral británica en Colditz. Los alemanes nohabían ganado por la mano y seguían jugando co
nosotros. Nuestros esfuerzos empezaban a pareceidículos.
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L
Capítulo 11Porcelana holandesa
a reputación de los británicos com protagonistas de evasiones había tocad
fondo, y lo poco que nos quedaba a este respect
no tardaría en recibir un nuevo golpe, esta vez pootra obra de los holandeses. Desde el principiomantuvimos excelentes relaciones con ellos, yaunque en los primeros momentos esto n
ignificara revelar completamente los detalles dnuestros respectivos planes, no tardó econvertirse en una estrecha cooperación, dirigidapor parte holandesa, por el capitán Van deHeuvel.
Los holandeses no llevaban mucho tiempo eColditz cuando Van den Heuvel me advirtió acercde un próximo intento de evasión. «Vandy», comnevitablemente se le llamaba, era un hombre alt
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atlético, de cara redonda y tez rubicunda, y quexhibía una amplia sonrisa casi permanente. Eeposo, su boca era ya bastante grande, per
cuando sonreía le llegaba de oreja a orejaOcultaba en lo más profundo de su interior unbuena dosis de orgullo y un temperamentrascible que se revelaba sólo en muy rara
ocasiones. Hablaba bien el inglés, pero con ufuerte acento holandés.
Cuando yo le preguntaba: «¿Cómo estáVandy?», su respuesta invariable era: «Bastantbien, gracias», cargando el acento en e
«bastante». —Patt —me dijo un día—, nos disponemos
ntentar nuestra primera evasión desde ColditzSólo puedo decir que iremos en dirección a
parque y que tendrá lugar el domingo.El domingo transcurrió plácidamente y, por l
arde, fui a ver a Vandy. —Bueno, Vandy, todo sigue en calma. ¿Qu
escondes bajo la manga? —le pregunté.
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—¡Ah, Patt! —contestó, con un guiñmalicioso—. Tengo dos cartas más bajo la mangpara el próximo domingo. ¡Hoy ya han salido dos
Sonreía como de costumbre y parecía un perrque acabara de apoderarse de un hueso. Su alegríesultaba contagiosa y no pude evitar echarme eír.
Sin embargo, en el Appell matinal del lunefaltaron dos holandeses. Unos días despuéaunque no el domingo siguiente, por razoneécnicas), desaparecieron otros dos.
Los alemanes estaban ya más que preocupado
con los dos primeros, pero enloquecieron cuandel número ascendió a cuatro, y cuando los ausenteumaron seis perdieron por completo el tino. S
produjo una serie de registros en todo el recint
del campo, y el parque fue sometido a uncuidadosa inspección. Observé que los alemanecolocaban barrotes a través de la pequeña tapa dmadera de una caja de registro en el campo d
fútbol, a pesar de que ya estaba asegurada con u
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uego de tornillo y tuerca de grandes dimensionesFinalmente, logré que Vandy me contara e
método mediante el cual él, relativamente novat
en el campo de prisioneros, se las había arregladcon tanta facilidad para organizar la fuga de sueis holandeses desde la fortaleza de Colditz.
Su treta era tan sencilla que me avergoncé apensar que los demás —polacos, franceses británicos, unos doscientos cincuenta en total— nhabíamos pensado en ella. La evasión se habíealizado, de hecho, desde la alcantarilla en e
campo de fútbol.
—Es fantástico —dije a Vandy—. Todoexaminamos aquella tapa hasta que se nos subió langre a la cabeza, sin conseguir idear un proyectatisfactorio.
—¡Ah, Patt! —replicó él—. ¿Qué juego oenseñaron los polacos? ¿El gapin, verdad? Puebien, yo pensé en el gapin y contemplé aquellapadera desde otro ángulo.
En las dos primeras ocasiones, unos cuanto
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holandeses, presididos por uno de ellos, uhombre barbudo y de aspecto venerable, llamadVan Doorninck, habían celebrado sesiones d
ectura bíblica, precisamente alrededor de la cajde registro. Anteriormente, habían medido eamaño del tornillo y la tuerca. Durante la lectur
de la Biblia, aflojaron el tornillo con unos grandealicates fabricados con piezas de hierro de laiteras. El tornillo tenía un diámetro de do
centímetros en su parte roscada. Después dlamar la atención de los centinelas hacia e
partido de fútbol que se estaba jugando, do
holandeses desaparecieron en la alcantarilla. Yeso fue todo, de momento. Inmediatamente despuédel partido, y antes de que los prisioneroegresaran al castillo, el campo de fútbol er
cuidadosamente examinado, incluyendo la entradde la alcantarilla, por dos o tres soldadoalemanes nombrados al efecto. También soltabaperros para que husmearan posibles escondrijos
fosas abiertas entre los árboles.
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—¿Y cómo ocultasteis la tapa abierta? —pregunté—. Eso es lo que no logro comprender.
—Fabricamos otro tornillo, un tornillo de unclase muy especial —contestó Vandy—. Lhicimos con un tubo de cristal, con la cabeza dmadera, y pintado como el auténtico.
Ése era, en efecto, el secreto de esta evasiónencilla pero brillantemente concebida. Los do
fugitivos conservaron, en la alcantarilla, el tornillauténtico. Al caer la noche, empujaron la tap
desde dentro y rompieron el tornillo de vidrioAntes de marcharse, limpiaron el terreno para ndejar ningún fragmento, y volvieron a colocar eornillo original exactamente como estaba ante
aplicando barro y polvo para disimular toda señadejada en el hierro. A partir de entonces, su salidaólo obstaculizada por una alta pared y un
alambrada de espino, no presentaba dificultadegracias a la oscuridad y a que el centinela má
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cercano estaba situado a unos cuatrocientos metrode distancia. Para entonces, los alemanes habíapasado lista nada menos que cuatro veces en l
formación diaria, antes y después del tiempo decreo: dos veces en el parque y otras dos en lentrada del patio. Durante algún tiempo, Vandmantuvo en secreto cómo se las había arregladpara ocultar las ausencias.
Los primeros cuatro holandeses que se fugaroeran los capitanes A. L. C. Dufour y J. G. Imipertenecientes al ejército colonial, y los tenienteE. H. Larive y F. Steinmetz, de la Real Marin
Holandesa, y los dos últimos llegaron a Suiza. Lootros dos fueron capturados de nuevo en lfrontera y finalmente regresaron a Colditz. Lercera pareja desapareció algo así como un me
después, durante un partido internacional de fútboentre polacos y holandeses. Se trataba del mayoC. Geibel y del segundo teniente O. L. Drijbaambos del Real Ejército Colonial. Llegarían
Suiza sanos y salvos.
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Los alemanes todavía creían en lnexpugnabilidad del Oflag IV C (desde snterior), de modo que los fugitivos, cuando era
atrapados de nuevo, no eran enviados a otra parteegún la costumbre, sino que invariablementegresaban a Colditz. Por esta razón, la població
del castillo aumentaba incesantemente; era ucentro de gravedad al que llegaban evadidoprocedentes de todos los puntos de Alemaniacuando no se movían en la dirección opuesta pous propios medios. Era, por tanto, una fortalez
que requería el continuo aumento del número d
centinelas. El número de alemanes superaba comucho al de prisioneros, aunque hay que reconoceque nuestros carceleros no eran soldados de lclase A1. Estos desproporcionados efectivos de l
guarnición eran, probablemente, motivo drritación para el alto mando alemán, ya que e
cierto momento éste ordenó una serie dnspecciones, entre ellas una visita efectuada po
dos oficiales alemanes que habían huido d
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campos aliados. Uno de ellos era el HauptmanVon Werra, el aviador alemán que, traproporcionar muchos quebraderos de cabeza
nuestras autoridades de los campos de prisionerode guerra, finalmente huyó de Canadá a EstadoUnidos. Saltó desde un tren cerca del río SaLorenzo, robó una barca con motor que le permiticruzarlo y por fin logró llegar al consulado alemáde Nueva York. Durante uno de sus permisovisitó nuestro campo para asesorar a scomandante, y poco después supimos que habíido derribado y muerto en algún lugar del frent
uso.El regreso de oficiales evadidos al camp
proporcionaba ciertas ventajas a sus huéspedeventajas que no tardamos en aprovechar. Er
nevitable, sin embargo, que, si la guerra duraba eiempo suficiente, los alemanes lograran al fina
ganar la batalla de Colditz, consiguiendo que scampo resultara prácticamente inexpugnable, per
ninguno de nosotros creía que esto hubier
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ucedido ya en el otoño de 1941. De hechoaunque toda fuga descubierta significaba otralida inutilizada, los prisioneros nunca cejaron e
us intentos hasta que se produjo el avance aliaden Alemania.También llegaron, gradualmente, a Colditz lo
rominente, como los llamaban los alemanes. Unde ellos era Giles Romilly, sobrino de WinstoChurchill, al que se le concedió el honor, y lnconveniencia, de tener una pequeña celda para éolo, con un centinela en la puerta durante toda l
noche. Podía mezclarse con los demás prisionero
durante el día, pero debía sufrir la molestia de que llamara su ángel guardián —un soldado alemá
de recias botas— cada noche a las nueve, lescoltara hasta su dormitorio y lo encerrara co
lave…Como todos los demás, deseaba evadirse
pero, como es lógico, su caso presentaba todavímás dificultades. En cierta ocasión, logré qu
ustituyera a uno de los soldados franceses qu
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descargaban carbón desde un camión, en el patioEl polvo de carbón era un disfraz útil —si uno sensuciaba la cara con él—, pero no pasó l
primera puerta de salida. Era evidente que, o bieo vigilaban otros desde el interior del campoademás de sus carceleros visibles, o bien —lo ques igualmente probable en este caso— uno de loordenanzas franceses —tal vez el que él sustituy— comunicó a los alemanes lo que ocurría, paralvar su piel. Nunca logramos averiguarlo, per
fue el Hauptmann Priem en persona el que entren el patio cuando el camión se disponía
marcharse y, con la mayor amabilidad, pidió Romilly que se apeara de él. Creo que sólo se lcastigó con una semana de encierro solitario después volvió a su rutina habitual.
Fue también a finales del verano de 194cuando yo cumplía uno de mis acostumbradoarrestos solitarios —tres semanas en este caso—cuando las celdas de castigo se llenaron y e
eniente de aviación Norman Forbes se reuni
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conmigo por unos días. Las celdas eran diminutade cuatro metros por tres, pero nos entregaron unitera doble, que nos sirvió de ayuda. En cambio
existía el inconveniente de que nuestra celda sencontraba situada exactamente encima de uemisótano en el que se guardaban los depósito
de basura del campo. Norman y yo nos las arreglamos muy bien,
cada uno supo respetar el carácter del otro. Un díapoco antes de que él cumpliera su período darresto, mencionó casualmente que necesitaba ucorte de pelo.
«Claro —pensé—, cualquier cosa con tal daliviar la monotonía».
—Es una curiosa coincidencia —dije— questés cumpliendo un encierro «solitario» con u
experto barbero aficionado. Aprendí el arte depeluquero de mi escuela, que dijo que yo poseía ualento natural para este oficio.
—Bueno, pues practica un poco con mi pel
—fue la respuesta.
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Pronto conseguí unas tijeras para uñas y upeine que, periódicamente, hacía entrechocar entrí de un modo muy profesional. Durante uno
minutos, traté de cortarle el pelo adecuadamentepero al poco rato comprendí que la habilidad, eeste oficio, no es fácil de adquirir. Segurabajando, cortando grandes mechones de pel
aquí y allá, hasta que la parte posterior de scabeza se pareció más a una calavera que cualquier otra cosa. En la parte frontal, corté unamplia franja. El resto de la cabeza quedconvertido en un caos. Dado que la frente fue tod
o que Norman pudo ver en el diminuto espejo quposeíamos, no se enteró del desastre hasta un pade días después, cuando regresó al campo y sconvirtió en el hazmerreír de todos durante vario
días.Al marcharse Norman, el aburrimiento s
apoderó de mí otra vez. Estudiaba cienciaeconómicas, pero era un tema de lectura mu
pesado cuando se prolongaba una semana tras otra
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Un día me acordé de mi trompeta. Comconcesión, me habían permitido llevar a mi celd«solitaria», junto con libros y otros objetos, m
guitarra y mi trompeta. Norman había logrado resistir mis rasgueos dguitarra, pero se había negado tajantemente permitir que ensayara con mi trompeta. Pensé, siembargo, que ahora estaba solo y podría practicaen paz, pero fueron tantas las objecioneprocedentes de las celdas contiguas y también depatio —frente al cual se encontraba mi celda—, eforma de una lluvia de piedrecillas, gritos
nsultos, que me vi obligado a practicar con mrompeta en el único momento (aparte de la noche
en que nadie podía impedírmelo, o sea durante lmedia hora del Appell de la tarde.
Esto pareció satisfacer a todos, ya que looficiales y suboficiales alemanes que pasabaevista apenas podían oír sus propias órdenes os recuentos salían invariablemente mal, lo cua
exigía que se repitieran varias veces. La tercer
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arde, la hilaridad llegó a tal extremo que levista se convirtió casi en una algarabía. A
parecer, muchos de los soldados alemanes creía
ambién que mis solos de trompeta eran divertido ello empeoraba la situación del oficial alemáque ostentaba el mando, que llegó a enfurecerseEl cuarto día, apiadado de los alemanes qudebían soportar aquellos penetrantes trompeteouperpuestos a sus voces de mando, decidí adopta
una actitud caballerosa y abstenerme de ensayapor aquella tarde.
Evidentemente, no era yo el único que habí
estado reflexionando el respecto, porque cuandestuvo reunido el personal para el Appell de larde y el oficial alemán a cargo del mismo entr
en el patio (se trataba del Hauptmann Püpcke), s
dirigió directamente hacia mi celda, acompañadpor dos soldados, y abrió mi puerta con violencia
— Geben Sie mir sofort ihre Trómpete![16] —gritó.
Me dolió tanto su dura actitud después de mi
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buenos propósitos y mi comprensión respecto adeber que cumplían los alemanes, que pensé quahora era yo el que debía sentirme insultado.
— Nein —contesté—. Ich will nicht; es ismeine Trómpete, Sie haben kein Recht darauf [1
—y dicho esto oculté la trompeta en mi espalda.Él la cogió y ambos iniciamos un violent
forcejeo. Ordenó entonces a sus hombres quntervinieran, cosa que hicieron aporreando mi
muñecas y brazos con las culatas de sus fusilehasta que solté el maldito instrumento.
—¡Esto le costará un consejo de guerra! —
gritó el oficial antes de cerrar la puerta. No hubo ningún consejo de guerra, lo que n
dejó de ser una lástima, porque hubiera supuestun viaje, probablemente a Leipzig, y un
oportunidad de evasión. En cambio, madjudicaron otro mes de arresto «solitario», qunicié poco después en otra celda.
Finalizaba ya el mes de septiembre y en e
parque caían las hojas, pero todo lo que yo podí
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ver desde mi ventanilla, subiéndome encima de maguamanil, era la pared de una parte de nuestrprisión, conocida como el «bloque del teatro». Fu
durante uno de los largos períodos que pasabcontemplando ociosamente aquella pared, cuandde pronto se encendió una luz en mi cabeza. Si yhubiera sido ingeniero, y estuviera familiarizadcon planos y alzados, y acostumbrado a reconstrumentalmente estructuras de edificioprobablemente no se me hubiera ocurrido jamás ldea. Comprendí de pronto que la situación de
escenario de madera del teatro lo hacía sobresal
por encima de una parte del castillo cerrada paros prisioneros, que conducía mediante un pasill
al tejado del puesto de guardia alemán, contiguo nuestro patio pero en su exterior.
Este descubrimiento era una pequeña mina doro. Lo archivé de momento, pero resolví exploramás a fondo las posibilidades cuando mencontrara fuera de la celda.
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C
Capítulo 12La escuadra antidisturbios
omo ya he dicho, «Ni un momentinactivos» bien hubiera podido ser el lem
en los escudos de armas del Oflag IV C. Apena
había acabado de reflexionar sobre edescubrimiento que había efectuado desde lventana de la celda, cuando oí una serie ddisparos procedentes del parque. Como es lógico
me moría de ganas por saber lo que estabocurriendo. Al poco rato, irrumpió en el patio l«escuadra antidisturbios» y se dirigió a pasigero hacia la puerta de los alojamiento
británicos. Todo grupo de alemanes que marchara paso ligero hacia cualquier lugar, con aspectexcitado y las bayonetas caladas, era conocidfamiliarmente como la «escuadra antidisturbios».
No volvieron a salir hasta horas más tarde
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unieron a la función y se organizó un tirotentenso y regular. Como de costumbre, la punterí
era mala y los alemanes no tardaron en perder l
cabeza. Era una oportunidad maravillosa para loprisioneros, que se apresuraron a distraer a locentinelas dedicándoles toda clase de insultos. Loholandeses, correctísimos en todas las ocasioneno se unieron al alboroto con tanto entusiasmcomo los británicos, en vista de lo cual Harrcorrió hacia las dependencias británicas parunirse a la juerga que se había organizado allCuando llegó, gran parte de los disparos iba
dirigidos contra las ventanas del castillo y labalas rebotaban contra sus muros. Los belgahabían llegado ya a la pared más alta, pero leesultó imposible escalarla en aquel punto
finalmente se quedaron quietos y levantaron lamanos, mientras los alemanes seguían disparandcontra ellos. Por suerte, no fueron heridos.[18]
A continuación, los centinelas situados en lo
muros del castillo fueron sometidos al fuego de lo
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centinelas del parque, que habían empezado disparar contra la ruidosa multitud congregada eas ventanas del castillo. Las balas pasaban po
encima de sus cabezas, pero debían parecerlecercanas y su nerviosismo fue en aumento. Lobritánicos consideraron que esto era ya lo mádivertido de todo y siguieron riendo y burlándosde los centinelas apostados debajo de elloFinalmente, Peter Storie Pugh, teniente de loRoyal West Kents, sacó una bandera británica quhabía sido utilizada hacía tiempo en una fiestnavideña, y la colgó en la ventana. Esto produj
una respuesta inmediata. Los ásperos gritos de loalemanes alcanzaron el volumen del trueno y eiroteo redobló su intensidad hasta que las colina
devolvieron los ecos. Todos los proyectiles iba
dirigidos contra la Union Jack.Los muros eran de piedra, y de vez en cuand
as balas que entraban por la ventana rebotabaalrededor de la habitación, de modo que lo
prisioneros juzgaron que había llegado el moment
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Nadie se movió. El tembloroso comandante sacercó a un capitán de aviación australianolamado MacColm, y, apuntándole con la pistola
dijo: —Arríe esa bandera. —¿Por qué no la arría usted mismo? —replic
MacColm.El comandante siguió profiriendo amenaza
hasta que finalmente MacColm se dirigió a gatas a ventana e introdujo la bandera dentro del cuarto
Seguidamente, se ordenó a todos loprisioneros que estaban presentes en la sala baja
al patio y formar. Allí fueron rodeados por looldados, fusil en mano. Empezaron a aparece
cabezas en las ventanas y el jefe superior británicquiso saber qué ocurría con sus muchachos. Un
de los alemanes contestó: «Ellos dispararoprimero», lo que causó una gran hilaridad.
Los prisioneros formados esperaropacientemente, haciendo contundente
observaciones al ver que nada ocurría. Por s
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parte, los franceses iniciaron, desde sus ventanau cantinela favorita:
— Oú sont les allemands!
— Les allemands sont dans la merde —fue léplica desde unas cuarenta ventanas.Y entonces volvió a oírse el primer coro: —Qu’on les y enfonce.A lo que los otros contestaron: — Jusqu’aux oreilles.Esto siempre provocaba a los alemanes, qu
comprendían su significado, y, cuando se hubentonado la letanía dos o tres veces desde lo
alojamientos de franceses e ingleses, ocurrió lo diempre. El comandante empezó a gritarles, lo
prisioneros se carcajearon y lanzaron unos cuantomproperios en alemán, y finalmente se oyó l
habitual advertencia: —¡Dispararemos contra todo aquel que s
asome a una ventana!Los centinelas se encontraron entonces ante u
dilema, pues no sabían si apuntar sus fusiles contr
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desaparecido del campo y, al pensar en el crudnvierno que nos esperaba, unos cuanto
empezamos a estudiar la cuestión. Con la ayuda d
iki, que ya había conseguido un poco de levadurpor medio de un alemán, creamos una sociedacervecera. Alguien exhumó una curiosa medallacuñada para conmemorar una exposición dcerveceros. Yo fui elegido Cervecero Mayor, coa misión de distribuir la levadura y de lucir l
medalla colgada de una ancha cinta roja. Cuandalgunos alemanes, movidos por la curiosidad, mpreguntaron qué representaba la medalla, yo le
expliqué con orgullo que era una condecoraciómilitar por mis servicios distinguidos en eevantamiento de la moral.
La elaboración de cerveza no tardó e
convertirse en un pasatiempo popular y, con mupocas instrucciones del Cervecero Mayor y suayudantes, los resultados fueron muatisfactorios. Al poco tiempo, casi junto a cad
cama se podían ver grandes jarras o botella
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lenas de agua, que contenían, en su fondo, un purde pasas de Esmirna o de Corinto, o higos seco—procedentes de nuestros paquetes de la Cru
Roja—, junto con una mágica dosis de levaduraCuriosamente, se descubrió con el tiempo que levadura era innecesaria, puesto que las pieles dos frutos contenían ya la suficiente levadur
natural como para iniciar, sin más ayuda, eproceso de fermentación. La única dificultad erconseguir un cierto calorcillo, ya que lfermentación exige una temperatura regular dunos 27° C. Solucionamos este problem
utilizando sencillamente calor corporal, e«empollado», como lo llamábamos nosotros. Eralgo habitual ver hileras de oficiales metidos eus camas durante horas, en posición de empolla
con sus tarros y botellas a su lado y tapados comantas. La fermentación finalizaba al cabo de doemanas. Algunos de nuestros cervecero
aficionados tuvieron más suerte que su
compañeros de armas, puesto que sus litera
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estaban situadas cerca de una luz eléctrica. Sconstruyeron grandes cajas incubadoras, a base dcartón forrado con tela de manta alemana, y e
estas cajas se amontonaron los recipientemientras se proporcionaba calor metiendo en lacajas bombillas unidas a trozos de cabl«confiscado». Así comenzó un florecientcomercio del ramo cervecero e incluso sconstituyeron empresas.
Al poco tiempo, ya celebrábamos alegrefiestas al atardecer, en las que nos dedicamos agasajar a nuestros amigos de otra
nacionalidades. Un día, nuestra AsociacióCervecera invitó a un «brillante conferenciantepara que explicara los secretos de la destilaciónDebido a la índole de la naturaleza humana, n
ardamos en destilar a lo grande. Yo arranqué ubuen trozo de tubería de plomo en uno de nuestroetretes inutilizados y fabriqué un serpentín, quoldé a una gran lata de mermelada alemana, d
medio metro de altura. Este «alambique» pasó
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er propiedad de la Sociedad Cervecera y (ahoraDestiladora. Prácticamente cada noche, cuando sapagaban las luces, comenzaba la destilación, qu
continuaba hasta el amanecer. Trabajábamos pournos y cobrábamos un pequeño porcentaje (deicor resultante) por destilar los brebajes de lo
oficiales. Debo explicar aquí que la destilación eimplemente, un método para concentrar cualquie
vino o mezcla alcohólica. El coñac procede de undestilación de vino. Nosotros denominábamos, simás, «aguardiente» a nuestro producto, a eso erain ninguna duda.
Durante un cierto tiempo, utilizamos casi todaas tablas de madera de las camas de lo
dormitorios británicos como combustible parnuestro caldero de brujas. Las hileras de camas d
nuestros oficiales tenían un aspecto más extrañque nunca, puesto que reposaban sobrcolchonetas sólo sostenidas por un mínimo distones, con bultos que colgaban entre ellos, y co
as literas superiores siempre en peligro d
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derrumbarse sobre las inferiores. En vanefectuaron los alemanes revisiones periódicas da madera de las camas, hasta el punto de qu
numeraron las tablas con yeso y con tintaDesgraciadamente, estos números se consumieroentre las llamas y no sobrevivieron a las tablas.
El proceso de la destilación era una ceremonifantasmagórica que se efectuaba en unemioscuridad alrededor de la estufa de la cocina
con los destiladores pendientes del caldero paroír el siseo que indicaba una buena destilaciónmientras sus sombras agigantadas danzaban en la
paredes y el combustible alimentabcuidadosamente las llamas. La destilación requería más atenta concentración, porque el trabajo d
quince días podía quedar arruinado en un minuto s
una mezcla, al pasar a través del serpentín dplomo, se calentaba en exceso y el alcohol llegaba hervir. La destilación se produce entre unos 80 90 grados centígrados.
Dado que carecíamos de termómetro
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aprendimos a calcular la temperatura sólo por eonido, de ahí el valor de nuestros expertos
nuestro derecho a fijar un precio para aque
proceso.Cuando aparecía el aguardiente, gota a gotaprocedente del fondo del alambique, era de ucolor totalmente blanco. Era embotellado y, acabo de muy poco tiempo, se volvía transparentcomo el cristal, dejando en el fondo de la botellun poso blanco. Este líquido transparente sfiltraba y embotellaba de nuevo. Era e«aguardiente». El sedimento blanco era
probablemente, óxido de plomo —veneno puro—pero esto no pude verificarlo, y por otra partenadie quiso nunca probarlo.
Con la experiencia y con la ayuda de lo
polacos, produjimos diversas variedadearomáticas, que los polacos insistieron en llama«vodka». No discutimos por el nombre, pero estoeguro de que nuestro licor jamás hubiera sido u
acompañamiento apropiado para el caviar. Si
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embargo, levantaba ampollas en el paladar.Al poco tiempo, los británicos contábamos co
una buena bodega y en ella se acumulaban lo
ejemplares de las mejores «cosechas». Lavidad de 1941 nos parecía ahora algo máconfortable.
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E
Capítulo 13Un cuarteto de artistas
fectué un reconocimiento del escenarioque se encontraba en la tercera planta de
lamado «bloque del teatro». Quitando algunos d
os escalones de madera que conducían aescenario desde uno de los vestidores, pudntroducirme debajo y examinar aquella parte deuelo que llevaba al puesto de guardia alemán. Er
al como yo había esperado. No había tablas dmadera en aquel suelo, sino tan sólo paja y tierracon un espesor de diez centímetros, sobre el techde entramado de madera y yeso del cuarto ecuestión.
Seguidamente, busqué posibles candidatopara la evasión que estaba planeando y elegí unmedia docena. Les dije sin pensarlo que loacaría de Colditz si ellos, por su parte
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confeccionaban imitaciones perfectas de uniformede oficial alemán. No dejaba de ser un reto, y nadfácil por cierto.
Sin embargo, ya habíamos comenzado a haceciertas partes del vestuario militar alemán y ellno dejaba de ser un estímulo. Lo que habíquedado de la tubería de plomo que yo arranqupara construir el alambique había sido ya fundidpara fabricar réplicas perfectas de los botones dos uniformes alemanes y un par de sus insignia
Por desgracia, el plomo no permitía hacer grandecosas una vez fundido.
Mi oferta era una prueba de ingenio y osadía, edujo al teniente Airey Neave, un artillero
exalumno de Eton y relativamente nuevo eColditz, y también a Hyde-Thompson, ya conocid
por el episodio de la «colchoneta pesada». Lodos formaban un equipo y Airey prometiconfeccionar los uniformes. Añadió, sin embargoque no podría hacerlos sin la ayuda de lo
holandeses y, finalmente, con el consentimiento d
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Van den Heuvel, fueron elegidos dos oficialeholandeses para que el equipo quedara en cuatroLos holandeses hablaban alemán a la perfección
o cual era una gran ventaja.Al día siguiente, Neave y Scarlet O’Harvinieron a verme, preocupados, mientras ypreparaba la destilación de aquella noche.
—Nos estamos quedando sin plomo —dijAirey.
Scarlet, que —casi no hay que decirlo— habídado también con sus huesos en Colditz, ernuestro maestro fundidor.
—La tubería de plomo que me diste se hacabado —añadió—. No ha dado para muchoDemasiado delgada. Un artículo alemán barato, sipeso.
Y miró fijamente el alambique. —¿Qué estás mirando? —pregunté—. Supong
que no estarás pensando en eso… —¡Dios me libre! —repuso Scarlet—. Lo qu
ocurre es que no sé de dónde voy a sacar el plomo
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Sólo nos quedan tres retretes en funcionamiento, lcual no es mucho para cuarenta oficiales. Si mcargo uno de ellos, habrá una revolución.
—¡Hum! Esto es grave.Entonces hablé con Dick Howe, que era uhábil destilador y que en aquel momento estabeparando un pequeño orificio en el fondo d
nuestro alambique. —Dick, las cosas se están poniendo feas par
el alambique. Se han quedado sin plomo. ¿Dcuánto licor disponemos? ¿Dirías que nuestrbodega está bien aprovisionada?
—Nuestra bodega no está, ni mucho menobien provista —contestó Dick—, por la simplazón de que es un pozo sin fondo. Pero si hay un
necesidad más apremiante, no creo que podamo
evitar esta pérdida. Probablemente, podremoecuperarla a su debido tiempo, por ejemplo co
un retrete holandés o francés. —Está bien —le dije a Airey—, vuestr
necesidad es mayor que la nuestra. Podéi
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quedaros con el serpentín —y añadí, dirigiéndoma Dick—: Probablemente, será mejor desmontarla, pues uno de estos días efectuarán un registro,
a tenemos bastantes cosas que ocultar. Ealambique ocasionaría muchos problemas si lencontraran y es inútil tratar de esconderlo.
Dick dejó de martillear y entregamos eerpentín de plomo. Una vez fundido, se vertió e
pequeños moldes de arcilla blanca, fabricados partir de los modelos magníficamente tallados esculpidos por uno de los holandeses. Así sconsiguieron perfectas imitaciones del mism
amaño y color (gris plateado) de las diversapartes metálicas de los uniformes alemanesesvásticas y águilas alemanas, docenas de botonede guerrera, y hebillas de cinturón con e
monograma de «Gott mit uns». La SociedaCervecera y Destiladora recuperó el nombre dus primeros días y se convirtió en «Socieda
Cervecera Únicamente», como triste recuerdo d
una gloria ya pasada.
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La prenda más importante del uniforme alemáera el largo capote gris de campaña, y aquí fudonde intervinieron los holandeses, ya que su
capotes, con pequeñas modificaciones, podíapasar por alemanes al menos bajo la luz eléctricaLas gorras de servicio de los oficiales fueromagistralmente confeccionadas por nuestroespecialistas. Las piezas de cuero, como locinturones y las fundas de las pistolas, sfabricaron con linóleo, y las polainas eran dcartón.
Cuando los revisamos exhaustivamente
uvimos que felicitar a Neave y a los holandeses británicos que habían efectuado el trabajo. Louniformes no podían pasar una inspección a la ludel sol y contemplados desde muy cerca, pero
en cualquier otra condición.Entretanto, yo no había estado ocioso, ya qu
debía cumplir mi parte del acuerdo. Con una finmadera laminada, hice una forma oblonga
rregular, lo bastante grande como para cubrir u
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agujero a través del cual pudiera pasar un hombreAchaflané el borde para lograr un encaje perfecto apliqué a un lado una primera capa de pintur
blanca. En el otro lado fijé una estructura cograpas de madera móviles, y preparé unas cuñaambién de madera. El resultado recibió el nombr
de «Leñera IV».Pedí a Hank Wardle que me ayudara a planea
a evasión. Aquel canadiense alto y fornido, con sfaz imperturbable y sus lacónicas observacioneera un hombre en el que se podía confiar, ya quera capaz de hacer lo más adecuado en el moment
más comprometido. Su cerebro no era lentoaunque sus ademanes pausados, casi perezosoparecieran indicarlo.
Bajo el escenario del teatro, aserramo
cuidadosamente a través del entramado del techo después a través del yeso. Pequeños fragmentos déste cayeron al suelo con ruidosos chasquidopero pudimos evitar que se viniera abajo la mayo
parte. Después, tuve que bajar, ayudándome co
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una cuerda hecha con sábanas, al cuarto de abajoque estaba vacío. La puerta, que se abría a upasillo que pasaba por encima de la entrad
principal del patio y llegaba a la buhardilla depuesto de guardia, estaba cerrada. Hurgué en scerradura con mi «llave maestra». Se abrifácilmente, y, en vista de ello, volví a cerrarla empecé a trabajar. Había preparado dos taburetedesmontables que encajaban uno sobre el otro yde pie sobre ellos, pude llegar hasta el techo. Hanostenía la «Leñera IV» mientras yo recortaba eeso del techo para que se ajustara a ella
Finalmente, cuando estuvo bien encajada y sujetcon cuñas por encima, parecía simplemente ungrieta irregular alargada en el techo auténtico. Coun lápiz, tracé líneas, que semejaban más grieta
en varias direcciones, para camuflar aquella formoblonga y borrar toda huella de un agujero ocultoque pudiera ser vista por un observador.
El color del techo resultó exasperantement
difícil de conseguir y requirió mucho tiemp
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ograr una similitud de tono entre él y l«Leñera IV». Esta última tarea exigió numerosavisitas, ya que cada capa debía secarse para se
examinada más tarde.Airey Neave estaba ya preparado parmarcharse y empezaba a impacientarse.
—Oye, Pat —se quejó—, tengo ropaalemanas y otros trastos ocultos en nuestrodormitorios. Son cosas muy difíciles de esconder i hacen un registro estaré perdido. ¿Cuándendrás a punto tu agujero?
—¡Un poco de paciencia, Airey! —repliqué—
Te marcharás a su debido tiempo, pero no antes dque hayamos terminado el trabajo. Recuerda ququiero que otros utilicen también esa salida.
—De todos modos, me gustaría que diera
pronto la señal. El tiempo es ahora bastante buenopero recuerda que ya ha nevado y que no tardaren hacerlo otra vez, y de lo lindo. No quiero morcongelado en una de esas colinas alemanas.
—¡No te preocupes, Airey! Comprendo t
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punto de vista —le dije con afecto—. Necesitdos días más. Puedes estar seguro de que targarás de aquí el lunes por la tarde. E
«despegue» se efectuará inmediatamente despuédel Appell de la tarde. Ni siquiera cuando por fin le di a Neave l
orden de salida, me sentía totalmente satisfecho dmi «Leñera». Se aproximaba tanto a la perfeccióque deseaba conseguir que fuese absolutamentlocalizable. Su posición en aquella habitació
herméticamente cerrada era única, y yo pensaba eeguir evacuando oficiales a intervalos hasta qu
el campo quedara vacío.Efectué un reconocimiento a lo largo de
pasillo y, abriendo otra puerta, me encontré en lbuhardilla situada sobre el puesto de guardi
alemán. Probablemente, nadie más había estadan cerca de aquella buhardilla desde que Niki sntrodujo en ella a través de la claraboya y sali
por la ventana del fondo. Nadie había tocado l
ventana, pero aquella ruta ya no se podía utiliza
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porque habían situado un centinela cuyo campvisual cubría toda la pared por debajo de aquellventana. Una escalera conducía desde l
buhardilla hasta el puesto de guardia. La capa dpolvo que lo cubría todo, incluido el suelo, fue mprincipal obstáculo, ya que al regresar tuve quesparcir trabajosamente polvo sobre las huellas dmanos y pies, agitando sobre ellas con cuidado upañuelo en el aire.
El plan era muy sencillo. Haría salir a lofugitivos por parejas dobles en tardes sucesivanmediatamente después de que el centinel
ituado ante la entrada principal del puesto dguardia fuera sustituido. De este modo, el nuevcentinela no sabría qué oficiales habían entrado, ses que lo había hecho alguno, en el puesto d
guardia durante las dos horas anteriores. Los dofugitivos bajarían por la escalera del puesto dguardia y, atravesando el vestíbulo, se dirigiríahacia la salida. Ésta era la parte más arriesgad
del intento. Escalera y vestíbulo estarían mu
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luminados, y algún soldado podía preguntarse ddónde bajaban repentinamente aquellos dooficiales alemanes desconocidos. Debíamos eleg
el momento de descender de la buhardilla, poanto, cuando se previera un período de relativcalma en la actividad del puesto de guardia. Ynsistí en que, al llegar a la entrada, los do
oficiales se detuvieran frente al centinela, spusieran los guantes e intercambiaran unas frasecasuales y ya preparadas en alemán, antes dempezar a andar tranquilamente por la rampa, edirección a la primera puerta de salida
Pensábamos que este «número» impediría que ecentinela se llevase alguna sorpresa si, poejemplo, dos oficiales desconocidos salieraepentinamente del puesto de guardia y se alejara
a toda prisa.Llegó la tarde del intento. Después del últim
ppell , todos los implicados en la evasiódesaparecieron en el bloque del teatro en lugar d
encaminarse a nuestros dormitorios. Varios jefes
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generales vivían en ese bloque y el movimiento eesa dirección no suscitó sospechas.
Los dos fugitivos, Airey Neave y el tenient
Tony Luteyn, del Ejército Colonial Holandélevaban no menos de tres equipos distintos dopa, además de algunas piezas más elegantes, quransportaban en una bolsa. Todo ello cubierto co
capotes y pantalones militares británicos, llevanddebajo sus uniformes alemanes y, debajo de éstous ropas de paisano.
Aunque estuviéramos orgullosos de nuestrouniformes alemanes, no eran lo bastante bueno
como uniforme permanente —las polainas dcartón, por ejemplo, no tendrían muy buen aspecti llovía copiosamente— y decidimos desecharlo ocultarlos en los bosques, fuera ya del castillo.
Situamos nuestros vigías y nos introdujimos —os dos fugitivos no sin cierta dificultad, debido a
volumen de su indumentaria, debajo del escenarioAbrí la «Leñera IV» y, uno tras otro, descendimo
ilenciosamente al cuarto que había debajo. Y
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caminé delante, abriendo las puertas, recorriendel pasillo y llegando por fin a la buhardilla de loalemanes. Las prendas militares británicas y
habían sido retiradas. Cepillamos los uniformealemanes y revisamos todos los detalles. Entoncee dije a Airey:
—Yo necesito once minutos para regresaordenarlo todo y cerrar la «Leñera». No os mováihasta que hayan pasado los once minutos.
—De acuerdo —contestó Airey—, pero npienso entretenerme cuando haya pasado estiempo. Aprovecharé la primera oportunidad
cuando haya unos momentos de tranquilidad en lescalera y los rellanos.
—Recordad que debéis comportaros comucha calma en la puerta del puesto de guardia —
es aconsejé una vez más—. Recordad que sois loamos del lugar. —Y añadí—: ¡Adiós y buenuerte! ¡Y no volváis por aquí! Me caéis los do
muy bien, pero no quiero veros más.
Nos estrechamos las manos y los dejé. Volví
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cerrar las puertas, esparcí tierra sobre las huellarepé por la cuerda hecha con sábanas y, con l
ayuda de Hank, colocamos firmemente l
«Leñera IV» en su posición habitual. Antes de quHank y yo hubiéramos salido del escenarionuestros vigías comunicaron que los dos fugitivohabían salido sin problemas del puesto de guardiaHicieron su «número», el centinela militar saludígidamente y los dos hombres abandonaron eugar. No esperábamos grandes dificultades en l
primera puerta. El centinela vería llegar a los dooficiales, pero la puerta se encontraba bajo u
arco bastante mal iluminado. Después, tendríaque cruzar el patio alemán y pasar por debajo dotra arcada, cuyas puertas estaban abiertas a eshora. Llegarían entonces al puente sobre el foso
antes de pasar ante el último centinela en la últimpuerta. Había la posibilidad, sin embargo, devitar esta última puerta de salida, en la que tavez exigieran un santo y seña.
Yo conocía la existencia de la valla de u
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ardincillo, en el parapeto, al principio del puenteHabía reparado en ella la primera vez que entré eel castillo, precisamente un año antes. Esta cerc
comunicaba con un camino estrecho que conducíhacia el fondo del foso. Por lo que yo sabía sobra geografía del campo, siempre había sospechad
que ese camino pudiera llevar, dando un rodeohasta la carretera por la que pasábamos cuandbamos a hacer ejercicio en el parque. Si nuestro
dos oficiales conseguían llegar a la carreteraolamente tendrían que pasar ante unos barracone
ocupados por los alemanes y caminar un centena
de metros hasta llegar a la valla cerrada, en lapia exterior, alrededor del recinto del castillo
Por lo que nosotros sabíamos, esta tapia no estabvigilada, toda la zona estaría sumida en l
oscuridad, y, por lo tanto, se podría escalar lapia y su alambrada de espino.
Nuestros dos primeros fugitivodesaparecieron en dirección al puente del foso
no volvimos a saber de ellos.
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Al día siguiente ocultamos las ausencias en lodos Appells. Van Heuvel se ocupó de ello coperfecta solvencia. Era otro secreto profesiona
uyo que había prometido revelarme si yo lexplicaba cómo había conseguido que salieran lofugitivos.
Aquella tarde repetí la función de la nochanterior y Hyde-Thompson y su colega holandés sargaron del campo.
No nos era posible ocultar cuatro ausencias, por lo tanto, en el siguiente Appell matinal, secharon en falta cuatro oficiales. Los alemanes s
excitaron y en seguida fuimos todos recluidos enuestras salas.
A medida que transcurría el día y los alemaneno encontraban nada, su impaciencia iba e
aumento, y lo mismo les ocurría a los prisioneroCada alemán que entraba en el patio erabucheado, hasta que finalmente apareció lescuadra antidisturbios.
Mientras los fusiles apuntaban hacia la
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ventanas, ordenaron que nadie se asomara a ellaEs innecesario decir que tales órdenes no hicieromás que empeorar las cosas. Los francese
empezaron a gritar su habitual diálogo «Où sones allemands?», y los británicos a canta«Deutschland, Deutschland U NTER alies!» —nuestra versión revisada del himno nacionaalemán[19] — con acompañamiento de instrumentomusicales, imitando una banda militar alemanaCabezas burlonas empezaron a aparecer desaparecer en las ventanas, lo cual provocó enevitable tiroteo, seguido por el ruido de cristale
otos.Desde un lugar privilegiado y bien protegido
vi de pronto a Van den Heuvel salir corriendo apatio, presumiblemente tras haber abierto la puert
con su «llave maestra». La ira había oscurecido scara. Se dirigió inmediatamente al oficial alemáque estaba al mando de las operaciones y, con lndignación reflejada en todos sus movimientos, l
dijo en su propio idioma lo que pensaba de él y d
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u raza, y de su manera de tratar a unos prisionerondefensos. Su ira estaba justificada, porque
cuando hubo acabado de hablar, los francese
anunciaron desde sus ventanas, en términocontundentes, que un oficial había sido herido.Esto tranquilizó inmediatamente a lo
alemanes. El oficial alemán obligó a retirarse a sescuadra antidisturbios y fue a investigar lucedido. El teniente Maurice Fahy había recibid
un balazo, de rebote, debajo de un omóplato. Furasladado al hospital y la paz volvió a reinar en e
campo, pero debido a este episodio Fahy perdió e
uso de un brazo. A pesar de ello, no fue repatriadporque figuraba en la lista com«Deutschfeindlich», o sea «enemigo dAlemania». Los detalles particulares de cad
oficial aliado prisionero de guerra eran anotadoal lado de una banderita verde o bien roja. Lúltima significaba « Deutschfeindlich».
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En el invierno de 1941-1942, cuando Neave s
evadió, la falsificación de credenciales para lofugitivos había mejorado considerablementeTrabajaban numerosos falsificadores expertos, y afinal cada oficial británico estuvo en posesión duna serie de documentos, así como de mapas, unpequeña cantidad de dinero alemán y una brújula.
Los documentos de identidad eraeproducidos por varios medios. La imitació
manual de un documento escrito a mano es mu
difícil. Sólo había en Colditz dos oficialecapaces de hacerlo, y trabajaban incluso horaextra. La escritura gótica alemana, corrientementutilizada en las tarjetas de identidad, aunqu
parezca todavía más difícil, es en realidad máfácil de copiar, y nuestro personal dedicado estas tareas era por consiguiente más numerosoUn día, un oficial polaco, el teniente Niedentha
apodado «Sheriff »), construyó una máquina d
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escribir. Esto significó un extraordinario progres aceleró notablemente la labor de nuestr
departamento de artes gráficas. La máquina d
escribir era un modelo para un solo dedo y sapidez de reproducción no podía compararse coa de cualquier máquina normal, pero tenía la gra
ventaja de que se desmontaba en media docena dpiezas de madera, de aspecto inocente, que niquiera era necesario ocultar a los alemanes. Sólas letras, fijadas a sus delicadas palancas, debíaer escondidas.
Cada oficial era responsable de ocultar su
papeles y su instrumental, de acuerdo con la idede que, en tales condiciones, era más fácaprovechar las oportunidades de evasión, saparecían inesperadamente. Surgieron una o do
de estas ocasiones y, gracias a este sistema, fuerodebidamente utilizadas. En lo que se refiere esconder el contrabando, muchos llevaban supapeles encima, confiando en su ingenio par
ocultarlos si los alemanes efectuaban un registr
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«relámpago».Los registros tenían lugar de cuando en cuando
mprevisiblemente, cada cierto tiempo. A vece
ecibíamos alguna advertencia, pero en otraocasiones ninguna.En una de estas últimas ocasiones, yo estab
muy atareado trabajando con un martillo dgrandes dimensiones, cuando los alemaneentraron en nuestros alojamientos.
Cogí una toalla que había en una mesa cercan metí el martillo entre sus pliegues. El método degistro era siempre el mismo. Todos los oficiale
eran introducidos en una sola habitación, en eextremo de nuestro alojamiento, y encerrados allA continuación, los alemanes ponían patas arribodas las demás habitaciones. Arrancaban la
ablas del suelo, desprendían a golpes granderozos de yeso de las paredes, hurgaban en loechos, examinaban las luces eléctricas y todas la
piezas del mobiliario, revolvían las ropas de cam
las colchonetas, sacaban el contenido de todo
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os armarios, vaciaban en el suelo el contenidólido de todas las latas, vertían en el fregader
nuestros preciados aguardientes caseros, rompía
os tableros de juego, cortaban las pastillas dabón, vaciaban los retretes, abrían las rejillas das chimeneas, esparcían los rescoldos del fueg
de la cocina y desparramaban en el suelo lacenizas de todas las estufas.
Después, en la última habitación, desnudabauno por uno a los prisioneros y examinabancluso las costuras de sus ropas antes d
permitirles volver al dormitorio principal, dond
e encontraba ante el indescriptible caoprovocado por el paso de los alemanes. Éstoolían encontrar algo de contrabando, aunque rar
vez era de gran importancia.
Concretamente en esta ocasión, en la quenvolví el martillo en la toalla, cuando me tocó eurno para ser registrado, dejé tranquilamente loalla en la mesa junto a la que se encontraba e
oficial alemán, y empecé a desnudarme. Cuand
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hubieron inspeccionado mis ropas, me vestecogí mi toalla «rellena» y abandoné l
habitación…
En otra ocasión, la Gestapo decidió registrael campo y enseñar a la Wehrmacht alemana cómdebían hacerse estas cosas. Emplearon linternaeléctricas para escudriñar remotas grietas pidieron las llaves del campo para hacer suondas. Antes de que hubieran terminado su tareaanto las llaves como las linternas había
desaparecido y tuvieron que largarse con el rabentre las piernas. La guarnición alemana no ocult
u regocijo. Nosotros devolvimos las llaves, trahaber hecho unos moldes, a nuestros verdaderoguardianes.
Volvamos al hilo de mi historia. Los cuatrevadidos estaban bien equipados para su viajhacía la frontera suiza, ya que ahí se dirigian
Viajaron la mayor parte del trayecto en tren. Neuv
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Luteyn atravesaron la frontera sanos y salvos, euve fue el primer británico que logró volver
u casa tras evadirse de Colditz.
Hyde-Thompson y su compañero fuerodetenidos en los controles de la estación de Ulmos dieron la noticia de que Neave y Lutey
ambién habían sido capturados en la mismestación. Habían tenido lugar allí variobombardeos de la RAF, lo que provocó la creacióde una densa red de controles para rodear a loaviadores que se hubieran lanzado en paracaídaSin embargo, Neave y Luteyn habían conseguid
evitar de nuevo a la policía de la estación, durantun momento en que los guardianes se despistaronCuando Hyde-Thompson llegó a Ulm, loalemanes les estaban pisando los talones. E
posible que la policía hubiera recibido ya algúaviso, pero en cualquier caso, cuando sospecharode él, ya no tuvo ninguna oportunidad de salirscon la suya.
La mala suerte de Hyde-Thompson nos enseñ
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otra lección. Nuestra experiencia la estábamopagando muy cara. A partir de entonces, npermitiríamos que más de dos evadidos al mism
iempo siguieran el mismo camino.
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T
Capítulo 14El confidente
al como he dicho, no había quedadtotalmente satisfecho con la «Leñera IV»
Cuando hubo pasado una semana, los alemanes s
calmaron y Hank y yo hicimos una visitclandestina al teatro y aplicamos una nueva capde pintura a nuestra «Leñera», pues yo sabía quecuando se evadieran más oficiales, los alemane
edoblarían sus esfuerzos para descubrir la salidaCuando la pintura estuvo seca, realizamos otrvisita para comprobar el color, y entonces empeca sospechar que nos habían seguido; fue, tan sólouna vaga impresión. Tuve mucho más cuidado qununca en nuestros movimientos y al desaparecebajo el escenario. Resultó extraño, sin embargoque la «Fouine», nuestro «hurón» alemánefectuara una visita al teatro y que incluso le oyer
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hablar (presumiblemente con un prisionero) cercdel escenario.
Otros dos oficiales preparaban su evasión
programada para el domingo, cuando el sábadnos enteramos de que los alemanes habíaegistrado debajo del escenario y descubierto m
«Leñera». Esto resultaba más que sospechosopuesto que no habían quedado huellas qupudieran indicar la posición de la «Leñera», questaba enterrada bajo una capa de diez centímetrode polvo y cascajo, extendida uniformementdebajo de todo el escenario, que abarcaba su
buenos cien metros cuadrados.Mis sospechas aumentaron cuando Gephard, e
argento mayor alemán, que en algunas raraocasiones se mostraba humano, observó durant
una conversación con Peter Allan: —¡El camuflaje era prachtvoll ![20] Yo mism
examiné el techo y no hubiera ni sospechado lpresencia de un agujero.
—¿Pues entonces cómo lo descubrió? —l
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preguntó Peter. — Ach! Esto no puedo revelarlo, pero nunc
habríamos podido encontrarlo sin ayuda.
—¿Ayuda de quién? ¿De un espía? —No puedo decirlo —replicó Gephard couna mirada significativa, y después, cambiando dema, explicó—: Vendrá un fotógrafo para hace
unas fotos de este camuflaje, para el museo de laevasiones.
—¿De modo que guardan recuerdos dnuestras evasiones?
— Jawohl![21] Tenemos una habitació
convertida en museo. ¡Es muy interesante! Despuéde la guerra, tal vez puedan ustedes verla.
Esta alusión a una «ayuda» fue comunicada os oficiales superiores y a los oficiales qu
organizaban las evasiones. Significaba que, en efuturo, deberíamos trabajar sabiendo que en ecampamento había un espía o «confidente», ydesde luego, todo parecía indicar que así era.
Gephard era un individuo muy especial. Con s
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voz áspera y profunda, y su rostro en el que nuncaparecía una sonrisa, daba la impresión de ser uhombre implacable y agriado. Sin embargo, e
probable que fuese el alemán más inteligente dodos los que había en Colditz, y estoy seguro dque fue uno de los primeros que comprendieroquién ganaría la guerra. Además, bajo su aparenthosquedad, era un hombre honrado al que, dentrde lo que cabe, le desagradaba la idea de contacon espías en el campo, hombres que efectuabaesta tarea bajo extorsión, y le molestaba hasta tapunto que hacía ciertas alusiones al respecto.
Durante un cierto tiempo, la identidad deespía no fue revelada. La aventura del teatro nproporcionaba pruebas capaces de inculpar nadie. Sin embargo, algunos polacos habían estad
vigilando durante mucho tiempo a uno de supropios oficiales, y poco a poco habían acumuladpruebas contra él.
Poco después de la evasión desde el teatro, s
extendió el rumor de que los polacos se disponía
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a ahorcar a uno de sus oficiales. Aquel mismo díae llevaron precipitadamente de Colditz a uno dos polacos. Por lo que pude saber a través d
iki y otros —los polacos se mostraron muparcos acerca de este incidente—, habíacelebrado un consejo de guerra, en el que sdeclaró a ese oficial culpable de haber ayudado aenemigo, aunque bajo extorsión. El oficial habíido víctima de un chantaje de los alemanes, quo habían tentado en un momento difícil, cuando é
estaba enfermo en un hospital situado en algúugar de Alemania. Se le permitió regresar a s
casa y ver a su familia, pero después lamenazaron con hacerla desaparecer si no actuabcomo informador.
Me atrevo a decir que los militares alemane
del campo no se sirvieron de él muy a gusto. Lmás probable es que la Gestapo les ofreciera estconfidente y les ordenara utilizarlo. Estexplicaría también la reacción de Gephard, qu
nos dio una cierta pista al respecto. Sea com
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fuere, el jefe superior de los oficiales polacopoco dispuesto a encontrarse con un cadáver entras manos, visitó al comandante alemán, le explic
os hechos —que el comandante no pudo negar— e concedió veinticuatro horas para que se llevara aquel hombre de Colditz.
A fines de 1941, los alemanes intentaroambién persuadir a oficiales franceses y belga
prisioneros para que «colaborasen» y trabajasecon ellos. Sus esfuerzos en Colditz tuvieron poc
éxito, ya que sólo desaparecieron dos o trefranceses. Los alemanes ansiaban utilizar loervicios de ingenieros y químicos, y durante u
par de días un oficial alemán se dirigió a lo
militares franceses y belgas durante el Appell dmediodía —teníamos entonces tres Appells diario— preguntando si había más voluntarios parrabajar, y diciendo que los oficiales debían dec
us nombres y sus profesiones, para comprobar s
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podían participar en la «Economía del Reich». Eprimer día, la única respuesta fueron grandecarcajadas y risas burlonas. El segundo día, u
cadete francés, llamado Paul Durand, avanzó dijo: —Me gustaría trabajar para los alemanes.Hubo exclamaciones de sorpresa entre las fila
el oficial alemán se mostró radiante. —¿De verdad desea trabajar para el Reich? —Sí, me gustaría más trabajar para veint
alemanes que para un solo francés.¡Más exclamaciones y miradas de asombr
entre los prisioneros! —¡Está bien! ¿Cómo se llama usted? —Me llamo Durand, y quiero que quede bie
claro que me gustaría más trabajar para veint
alemanes que para un solo francés. —¡Espléndido! ¿Cuál es su profesión? —¡Sepulturero!Jacques Prot, un sous-lieutenant d’Artillerie
era otro francés irresistiblemente mordaz, cuy
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fértil ingenio le valió la libertad y, más tarde, lgloria. Ya he mencionado su nombre, junto con ede «Scorgie» Price, al hablar del robo de
ombrero y el abrigo del dentista alemán. Proconsiguió evadirse durante una visita al dentistalemán en el pueblo de Colditz. Estas visitas nofrecían la menor oportunidad, pero él supaprovecharla. Partió, fuertemente custodiado, cootro francés que también padecía un gravproblema dental. Los dientes de «Scorgie» Pricno merecían una consulta médica, y por tanto tuvque quedarse. El otro francés era e
ous-lieutenant d’Artillerie Guy de Frondevilleambos escaparon de sus guardianes cuando salíade la casa del dentista, y eso fue todo.
Los dos amigos se separaron, por razones d
eguridad, en Leipzig. Prot, un joven de veintiséiaños, alto, moreno y atlético, llegó a Aquisgrádesde Colonia. Al acercarse a la fronteraconstató, horrorizado, que sus documentos falso
no se parecían en nada a los que se exigía
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entonces. La estación fronteriza estaba bievigilada y varias patrullas la recorrían. Sconfundió con la multitud, formada principalment
por pasajeros belgas, que avanzaba hacia lbarrera. No sabía qué hacer, pero de pronto tuvo lgran idea. Arrancó una maleta de la mano de uasombrado pasajero y echó a correr, cruzando lbarrera y alejándose a toda velocidad. Lpsicología de este gesto había sido una verdadernspiración, ya que el infortunado pasajero arm
un alboroto considerable y atrajo la atención dodo el mundo durante unos minutos, pero despué
cuando los alemanes comprendieron lo que habíocurrido, se encogieron de hombros. Un oficiafrancés fugitivo hubiera sido importante, pero uvulgar ratero que se daba a la fuga con la malet
de un belga no suscitó por su parte ni el menonterés.
Cuando hacía nueve días que había salido dColditz, Prot llegó a París, con gran sorpresa
alegría de su familia, la Nochebuena de 1941.
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En 1942, llegó a Túnez después de cruzar lFrancia libre, y allí se incorporó al 67Regimiento de Artillería argelino. Desde Parí
devolvió la maleta a su propietario, cuyas señahabía encontrado dentro, y desde Túnez mandó adentista alemán una generosa provisión de buecafé, junto con sus excusas por haberle robado sombrero y su abrigo. Luchó en la campaña d
Túnez y después en Cassino, donde, durante lprimera ofensiva (monte Belvedere), el 29 denero de 1944, dio su vida por Francia. Que secuerdo persista en la mente de sus compatriota
al y como lo reverenciamos todos los fugitivos dColditz.
La Navidad y la Nochevieja de 194ranscurrieron alegremente. Había mucha nieve poodas partes y también una cierta esperanza, ya qu
habían frenado a los alemanes en Rusia, dond
pasaban muy malos momentos.
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Nuestra bodega de vinos y aguardientecontribuyó a la alegría general. Teddy Bartoofreció otro excelente show de variedades, qu
lenó el teatro tres noches seguidas. La víspera dAño Nuevo, hacia la medianoche, los británicoorganizaron una cadena, con todos los hombres efila india y con un brazo sobre el hombro deprisionero de delante. Entre carcajadas canciones, esta serpiente desfiló a través de ladiversas dependencias del castillo, aumentandprogresivamente su longitud, hasta que llegó estar compuesta de unos doscientos oficiales d
odas las nacionalidades. Al llegar la medianochea serpiente formó un gran círculo en el patio,
cantamos el Auld Lang Syne. Todo el campo sunió a nosotros, y desde todas las ventanas de
castillo se coreó la canción. La nieve seguícayendo y ejercía una influencia pacífica ranquilizadora sobre todos. Si alguna vez
nosotros, los prisioneros, llegamos a sentirno
felices, libres de toda represión, fue aquell
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noche.
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D
Capítulo 15Popurrí invernal
urante el invierno de 1941-1942, nevintensamente varias veces. Yo solía pasa
horas enteras sumido en una especie de trance
mirando desde mi ventana, hipnotizado poaquellos copos que caían lentamente y dandvueltas sobre sí mismos. Creo que fue un filósofchino el que dijo en cierta ocasión que, en l
naturaleza, todo podría resultar ventajoso para ehombre si éste supiera encontrar la manera daprovecharlo. Durante mucho tiempo, estudió laposibilidades de utilizar la nieve en una fugaPensó en muñecos de nieve y después en túnelede nieve, pero ésta se derretía con excesivapidez. Quizá un túnel de nieve muy corto… y
mientras miraba a través de la ventana, una vemás vi una oportunidad ante mis ojos.
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Abajo, en el otro extremo del patio, estaba lcantina, y muy por encima de ella las ventanas daquella buhardilla en la que sólo Niki habí
estado, una vez, hacía más de un año, y que estabcerrada allí donde comunicaba (en la habitaciócurvada) con nuestras dependencias. Sobre lpuerta de la cantina había un tejadillo plano qudaba a una ventana de la habitación curvada, ambién a un gablete vertical, de pizarra, qu
pertenecía a la buhardilla herméticamente cerradaLa repisa de la ventana estaba al nivel deejadillo, cubierto por casi un metro de nieve.
Era una oportunidad única. Yo no tenía lmenor idea de adonde podía ir desde la habitaciócerrada, pero Niki había hablado de otra puertque comunicaba con las dependencias alemanas.
«Scruffy» Orr Ewing y otro oficial británicoColin MacKenzie, teniente de los SeafortHighlanders, siempre habían deseado exploraaquella habitación, y, dado que ocupaban lugare
destacados en la lista de fugitivos, les expliqué e
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plan y me ofrecí para ayudarlos. Como dcostumbre, la ventana de nuestra habitación curvestaba enrejada, y si utilizábamos la lima en lo
barrotes las señales se verían en circunstancianormales desde el patio. Desde luego, cualquierque saliera por aquella ventana sería visto, perahora la nieve lo ocultaba todo.
Cortamos los barrotes en pocos minutos Scarlet O’Hara fabricó unas delgadas vainametálicas que permitían colocar de nuevo lobarrotes en su lugar y disimular el trabajo quhabíamos hecho con ellos. Estas piezas encajaba
perfectamente, y, una vez colocadas, se podíaacudir los barrotes sin que se desprendieran. Un
capa de pintura, de secado rápido, completó ecamuflaje después de cada turno de trabajo.
Excavamos un corto túnel de nieve, de cuatrmetros de longitud. Tenía una forma abovedadacon una altura de poco más de medio metro, discurría a lo largo del tejadillo. La bóveda d
nieve cedió un poco en un punto, pero unas hoja
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de cartón ayudaron a consolidarla. El túnel no sderritió con el calor de mi cuerpo, sino que, mual contrario, apareció una compacta pared interio
de hielo. Al llegar al gablete vertical, saqué unacuantas hojas de pizarra y, más allá, sólo encontristones de madera y una capa de yeso. Esto n
presentaba ninguna dificultad. Al cabo de un díde trabajo, el agujero tenía el tamaño adecuado res de nosotros lo atravesamos para inspeccionaa habitación cerrada. Eran las cuatro de la tarde
estábamos examinando la puerta que daba a ladependencias alemanas cuando recibimos un
eñal de alarma. El capitán Priem y dos de suoldados acababan de entrar en el patio, en una dus visitas «relámpago». Se dirigió sin dudarl
hacia la puerta de los británicos e inmediatament
nició un registro a fondo de sus dependenciaempezando, por desgracia, por la habitaciócurvada. Aquello era una trampa y, además, lobarrotes cortados no habían sido colocados d
nuevo en su lugar. Por otra parte, los alemane
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enían por costumbre golpear todos los barrotes das ventanas. Durante unos momentos, los oficiale
presentes en aquella sala pensaron que lo
alemanes pasarían por alto nuestra ventana, ya qudaba al patio y, por lo tanto, no resultaba taospechosa como las que daban al exterior de
castillo. Sin embargo, abrieron aquella ventanavieron el boquete que había entre sus barrotes, entonces empezó la juerga.
Priem envió a uno de sus suboficiales a travédel túnel de nieve. Pudimos oír cómo se acercabaEn cuestión de segundos, reuní todas la
herramientas que llevábamos —un martillo, udestornillador, una pequeña sierra, una lima varias llaves— y, abriendo una de las ventanas da buhardilla, grité a dos británicos que paseaba
por el patio: —¡Ahí van herramientas! ¡Escondedlas, po
favor!Lockwood era uno de los dos británicos
nmediatamente comprendió lo que ocurría. ¡L
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ventana en la que yo me encontraba jamás habíido abierta desde que Colditz se convirtió e
prisión! Las herramientas cayeron, y ante la mirad
de asombro del centinela, Kenneth las recogió y sdirigió hacia la puerta de los polacos. Habídesaparecido antes de que el centinela, que estabituado junto a la cantina, se hubiera recuperad
de su sorpresa.Esto no fue el final, pues cinco segundo
después yo seguí el camino de las herramientaabandonando la ventana en el momento preciso eel que el suboficial alemán empezaba a apunta
con su revólver a todas partes, con la cabeza y ebrazo asomados en el agujero del gablete. Yestaba harto ya de mis continuos arresto«solitarios» y, como aquello me iba a suponer otr
mes de encierro, no estaba dispuesto a permitirloAunque habían barrido la nieve del patiadoquinado, quedaba todavía una delgada capa dpoco más de un centímetro. Pensé que amortiguarí
a caída, que era de unos seis metros, tra
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descender deslizándome hasta el desagüe, desde lventana de la buhardilla. Salté por la ventana, mdejé resbalar, caí y aterricé doblado haci
adelante, dándome un buen golpe en la frentcontra el suelo. Yo llevaba una capucha de lanacon sólo los ojos y la nariz al descubierto, variacapas de ropa y unos gruesos guantes de cuero. Ecentinela, que en aquel momento empezaba ecuperarse después de presenciar la lluvia d
herramientas, contempló el cuerpo que acababa dcaer y que debió parecerle un ser procedente dMarte. Mientras yo me reponía de la caída
empezaba a correr, él se quedó inmóvil y esto mpermitió ponerme a salvo. Orr Ewing MacKenzie no me siguieron. Para entonces, ealemán del agujero en el gablete había avanzad
a lo suficiente como para utilizar debidamente spistola.
Después de este contratiempo, sufrimos otro eel que los holandeses salieron muy mal parado
Vivían en el piso situado encima de nosotros
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habían descubierto la existencia de un pozvertical en la pared exterior del castillo. Se tratabde un retrete medieval. El castillo poseí
numerosos contrafuertes y torres, de aspecto mucurioso, y en cierta ocasión, en el curso de laexploraciones, los holandeses habían encontraduna escalera secreta, emparedada en uno de logruesos muros. Por desgracia, sólo conducía a otrplanta del edificio y era muy poco útil para unevasión. Sin embargo, en tiempos ya muy remotodebía haber sido empleada para cosas muespeciales…
En cambio, el pozo vertical resultaba más quprometedor. Vandy construyó una entrada al pozmagníficamente disimulada en la pared de lourinarios de los holandeses. Dado que esto
urinarios se limpiaban mediante aplicaciones duna mezcla de creosota y alquitrán, poco le costó Vandy obtener de los alemanes una cierta cantidade este producto, que sirvió para que ni siquiera e
más experto de los «hurones» pudiera ver l
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entrada del pozo. La entrada estaba situada a pocmenos de un metro del suelo y la cerraba ungruesa losa de hormigón. Detrás del urinario habí
una pequeña cámara situada en una torreta. Aravés de la pared exterior de esta torreta, Vandpracticó un segundo agujero que camufló con lmisma habilidad mediante una puertaconfeccionada con la mismas piedras de la paredunidas entre sí con cemento. La puerta se abríobre unos pivotes y daba directamente al poz
vertical, que medía más o menos uno por cuatrmetros. Su profundidad era de poco más de veint
metros. Vandy se hizo fabricar una sólida escala dcuerda para el descenso.
En esta fase del plan, me propuso una evasióconjunta si yo le facilitaba unos cuantos experto
en la excavación de túneles. Esto no presentninguna dificultad. Le propuse utilizar loervicios de Jim Rogers, creador del largo túne
de Laufen, en el que se emplearon mil dosciento
ablones de cama, y de Rupert Barry, el mejo
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excavador de nuestro equipo, que había construidel túnel más corto de Laufen, afianzándolo coablas de madera. Cuando el corpulento Ji
Rogers no se dedicaba a excavar túneles, sentaba en un taburete y tocaba la guitarra. Jiempezó a tocar este instrumento al llegar a Colditdiciendo que daría una sorpresa a su mujer cuandlegara a casa después de la guerra. Nunc
mencionó este hecho en sus cartas. Cuandabandonó el campo de prisioneros años más tardeera un intérprete sumamente apreciado. Aparte da dificultad que entrañaba la música clásica qu
nterpretaba, era un espectáculo sorprendente eque ofrecían sus grandes manazas manipulando ladelicadas cuerdas. Sólo con su dedo índice podíabarcar fácilmente tres cuerdas a la vez.
Él y Rupert, con la ayuda de algunoholandeses, empezaron a trabajar en el fondo deúnel, pero avanzar era difícil, ya que el materia
predominante allí era la roca. La excavació
continuó durante una semana hasta que
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nesperadamente, los alemanes los descubrieronResultaba ya penosamente obvio que habíanstalado detectores acústicos en las paredes de
castillo. Nuestros excavadores eran hombreexpertos, sabían exactamente lo que hacían y spodía confiar en que no cometerían ningún erropero de nuevo fueron sorprendidos. Esta vePriem y su equipo de «hurones» entraron en ecastillo y se encaminaron directamente al lugadonde estaba situado el pozo, al nivel del sueloEsto implicaba que los alemanes conocían lgeografía subterránea del campo, presumiblement
a partir de planos del castillo. Sin un momento dvacilación, Priem ordenó a sus hombres qugolpearan con picos una cierta pared falsa; emenos de diez minutos la perforaron y uno de lo
hombres metió la cabeza y un brazo en el boquete con una linterna iluminó el pozo.
Los dos operarios del pozo habían conseguidescalar los veinte metros, uno tras otro, ya que n
e pensaba que la escala de cuerda fuera l
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bastante resistente como para resistir el peso ddos hombres, y Vandy estaba tirandenérgicamente de ella cuando la linterna alumbr
odo el pozo. Unos segundos más, y la escalhubiera desaparecido. Los alemanes no hubierapodido saber dónde estaba la entrada y lo máprobable es que tampoco hubieran buscado lentrada de un túnel bajo el suelo en la tercerplanta del castillo. Todo fue tan rápido que Vandni siquiera pudo saber con certeza si los alemanehabían visto la escala, pero, desgraciadamentpara Vandy y su equipo, sí la habían visto.
No obstante, los hombres del túnel tuvieroiempo para abandonarlo y Vandy logró cerrar la
dos entradas, de modo que cuando los alemanelegaron a las plantas superiores, se encontraro
otalmente desorientados. Finalmente, practicaronuevos boquetes, por el mismo métod«relámpago» que habían empleado abajo. Llegaroprimero a la pequeña cámara de la torreta, donde
desdichadamente para todos nosotros, encontraro
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un importante botín, pues Vandy había ocultado ugran alijo en esta cámara: nada menos que cuatruniformes alemanes completos —fruto de nuestr
abor conjunta—, y también los «hombres de pajaque Vandy utilizaba en los Appells. Después deste desastre, el holandés me explicó el secreto dus «hombres de paja».
Durante una de las visitas periódicas que loalbañiles efectuaban en el castillo, para haceeparaciones, Vandy había logrado sobornar a un
de ellos para que le entregase una gran cantidad destuco. El escultor aficionado holandés habí
esculpido con este yeso dos bustos de tamañnatural, con caras de oficial que fueron hábilmentpintadas (pude ver uno de ellos más tarde) y quenían un aspecto tan real como cualquiera de la
figuras de cera de Madame Tussaud. Vandy les dios nombres de Max y Moritz. Cada busto tení
dos ganchos de hierro fijados bajo su pedestacuya forma permitía apoyarlo en el brazo de u
hombre, ya fuera en posición erguida o bie
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cabeza abajo, colgando de los ganchos. Se lponía un cuello de camisa y una corbata, yfinalmente, se colocaba un largo capote holandé
obre los hombros de la estatua.Cuando no estaba en acción, el maniququedaba colgado en el antebrazo de su portadooculto por los pliegues del capote. En realidaddesde el exterior parecía que el portador llevarun capote colgado del brazo. Cuando tenía lugar e
ppell , los oficiales se congregaban y formaban eres hileras. Oculto detrás de dos ayudantes ituado en la hilera del medio, el portador de
busto desplegaba el capote, uno de los ayudantecolocaba una gorra militar sobre la cabeza demaniquí, y el otro situaba un par de botas altadebajo del capote, en la posición de «firmes». E
maniquí era sostenido a la altura de los hombros, os ayudantes formaban lo bastante cerca unos d
otros como para disimular la proximidad deoficial «portador» y su hermano siamés.
El truco había funcionado perfectamente en lo
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A
Capítulo 16La doncella del rin
partir del último intento de evasión d Niki desde el tejado del puesto de guardia,
de dos intentonas sucesivas, desde hospitale
levadas a cabo por un teniente llamado Josepust, que le llevaron hasta la frontera suiza peropor desgracia, no al otro lado de ella, los polacoparecieron retirarse de la vanguardia de l
evasión. Desde luego, el «informador» nos habíestado incomodando durante mucho tiempo, puedebían sospechar de él y eso quizá obstaculizenormemente todos sus esfuerzos. También estabaamenazados por la posibilidad de que fueraometidos a extorsión si cometían el menor delitoa que sus familias estaban a merced de lo
alemanes. En enero de 1942, sin ningún avisprevio, les dijeron que empaquetaran sus cosa
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Muy apesadumbrados, nos despedimos, y aestrecharnos las manos nos expresamos un desemutuo.
— Auf Wiedersehen, nach dem Krieg![22]
Poca cosa más supimos de ellos. Fuerorasladados a fortalezas semiocultas en la zona d
Poznan. Unos pocos de ellos consiguierodirigirse hacia el oeste cuando ya casi terminaba guerra. Niki murió tuberculoso.
Durante mucho tiempo, las salas que habíaocupado los polacos quedaron libres. Despuéuna mañana de primavera, llegó el gueto. Oficiale
franceses judíos, procedentes de distintos campode prisioneros, fueron reunidos y enviados Colditz. ¿Por qué se les encarcelaba allí? Estpregunta conducía a una cierta reflexión sobre cuá
ba a ser el destino final de todos los huéspedes dColditz. Éramos «malos chicos», así como upeligro y una molestia pública. Personalmente, yno creía que tuviéramos grandes posibilidades d
obrevivir a la guerra. Si ganaban los Aliado
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cosa que considerábamos casi como una certezaHitler y sus maníacos procurarían satisfacer todous deseos de venganza antes de bajar a lo
abismos y de que el Führer cumpliera la profecídel Gótterdámmerung, su ópera favorita. Aquelleunión de judíos franceses era de mal agüero. Sos alemanes ganaban la guerra, ellos, al menos, nobrevivirían. ¿Y nosotros?
El contingente francés también había estadranquilo durante algún tiempo. Parecía que s
hubieran dormido en los laureles de la fuga dLebrun. Por consiguiente, nos sentimos satisfecho
aunque dudando un poco acerca del resultado, aecibir la noticia de que los franceses había
comenzado un túnel. Su entrada estaba situada eo alto de la torre del reloj, a treinta metros sobr
el nivel del suelo, y tuve que reconocer que, dodas maneras, no dejaba de ser un buen comienzo
Los túneles eran muchos, y generalmente sualidas estaban al nivel del suelo, así que e
Colditz, al menos, representaba una pérdida d
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iempo casi segura empezar a trabajar según lométodos convencionales. Si alguien pensaba en eúnel, examinábamos las buhardillas, y si alguie
proyectaba huir a bordo de un planeador (estohablando en serio, pues en Colditz llegó fabricarse un planeador y, que yo sepa, todavíestá oculto allí), empezábamos, si ello era posiblebajo el suelo. El corto túnel de Laufen y el túnel da cantina de Colditz empezaron al nivel del suelo
aunque los alemanes habían asegurado las entradade ambos con fuertes cerraduras. Las entradaclandestinas ascendieron al nivel de la segund
planta en la evasión del teatro, bajaron a lprimera con el túnel de nieve, después volvieron ascender hasta el tercer piso, con el túnel del pozvertical de los holandeses, y ahora los francese
batían todas las marcas al iniciar su túnel en lalto de una torre de reloj.
El peligro más serio, desde luego, a la hora dntentar construir túneles en Colditz, residía ahor
en los detectores de ruidos instalados alrededo
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del castillo. Las fulgurantes apariciones de Prieen nuestro túnel de nieve y en el túnel de loholandeses habían sido demasiado rápidas, e
comparación con lo que podía dar de sí lvigilancia habitual de los alemanes. Al mismiempo, en lo que se refería a las entradas de loúneles, las exploraciones que efectuaban lo
alemanes en suelos y paredes disminuían dmanera inversamente proporcional al incrementde la altura en la que se trabajaba a partir deuelo.
El túnel francés era una empresa gigantesca
De momento, nos limitaremos a su entrada.Poco después de haber comenzado su túnel, lo
franceses volvieron a hacer gala de soriginalidad. Una tarde de primavera, un grup
mixto de prisioneros franceses, holandeses británicos atravesó la tercera puerta de entradacamino del campo de ejercicios, o el parque, come le denominaba. La mayoría de ellos había
descendido ya la rampa que conducía a l
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carretera, cuando pasó por su lado una muchachalemana de aspecto extraordinariamente atractivoAltaneramente, no se dignó dirigir ni una sol
mirada a los prisioneros y pasó junto a ellocamino de la rampa que conducía al patio alemádel castillo. Se produjeron silbidos de admiraciónprocedentes de los prisioneros más osados, ya que trataba de una verdadera doncella del Rin, co
una dorada cabellera. Llevaba un sombrero damplias alas y una blusa y una falda muy eleganteasí como zapatos de tacón alto. Era una muchachalta y extraordinariamente hermosa, la parej
adecuada para uno de los semidioses alemanes…Al pasar junto a nosotros, un valioso reloj d
pulsera se desprendió de su muñeca, y cayó a lopies del capitán de aviación Paddon, que caminab
delante de mí. Este capitán era familiarmentconocido como «Ni un momento inactivo» Paddonporque siempre se metía en conflictos, una y otrvez. La doncella del Rin no había advertido l
pérdida de su reloj, pero Paddon, que era todo u
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caballero, lo recogió y gritó: —¡Oiga señorita! ¡Se le ha caído el reloj!La doncella del Rin, como un veler
mpulsado por el viento, se había alejado ya hastcasi perderse de vista. Entonces, Paddon gesticulfrenéticamente ante el guardián más cercanoexplicándole:
— Das Fraulein hat ihre Uhr verloren. JaUhr… verloren[23] —y le enseñó el elegante reloj
— Ach so! Danke[24] —replicó el soldadocomprendiendo lo sucedido.
Cogió el reloj que le ofrecía Paddon y gritó
un centinela del patio que detuviera a la muchachaÉsta se dirigía ya hacia la otra puerta, quconducía fuera del campo. El centinela la detuvo a continuación le habló afablemente, explorand
in duda los ojos de la bella muchacha, que, podesgracia, no correspondieron con el mismafecto. El centinela, al ver que ella no contestaba us frases amables, debió suponer que er
demasiado altiva o quizá estúpida, o tal ve
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implemente una mal educada.Volvió a mirarla y esta vez advirtió algo: l
cabellera rubia parecía mostrar un detalle extraño
La segunda inspección, a un metro de distancia, fuuficiente. Cuando nuestro guardián llegó jadeantecon el reloj, a la doncella del Rin le habíaquitado ya su Tarhelm[25] y, una vez desprovistdel sombrero y la peluca, había aparecido lcabeza del teniente Bouley (Chasseur Alpin) qupor desgracia no hablaba ni una sola palabra dalemán.
Esta evasión había sido el resultado de largo
meses de pacientes esfuerzos, y preparada con layuda de la esposa del oficial, desde Francia. Aos franceses se les permitía recibir paquete
directamente de sus familiares, y uno de ello
posibilitó el intento de evasión. El teniente sencontró en posesión de un equipo completo dopa femenina, que incluía unas medias de seda
La cabellera dorada era la obra maestra de u
peluquero, confeccionada con cabellos auténtico
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eñidos, rizados y debidamente cosidos. Lcabellera se fabricó en Colditz. El gran sombrerde paja era un producto de la moda francesa y d
una hábil labor de tisaje, utilizando paja dColditz. La transformación se había llevado a cabdurante semanas y equivalía a un truco dprestidigitación que, con gran pesar por mi partnunca vi ensayar. El «prestidigitador» tenía trecómplices y disponía de los habituales «espíaspara distraer momentáneamente la atención de locentinelas, cuando volviera la esquina de la salidque conducía al parque. Llegado a este punto, e
«prestidigitador» podía contar con unos segundode «invisibilidad», que podían alargarse hasta dieo doce si un buen ayudante se ocupaba deguardián situado inmediatamente detrás de é
Estos guardianes marchaban a lo largo de lahileras de prisioneros, a ambos lados, a undistancia entre sí de diez metros.
Parte de la transformación se realizó durante l
marcha, antes de llegar a la esquina; por ejemplo
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e puso el reloj de pulsera, se ajustó las medias deda, se pintó los labios y se empolvó la cara
Cuando llegó a la puerta de salida, se calzó lo
zapatos de tacón alto. Llevaba ya puesta la blusacon senos artificiales debajo, todo ello oculto pouna capa puesta sobre sus hombros. Llevaba lfalda enrollada alrededor de la cintura. Sucómplices transportaban la peluca, el sombrero el bolso de la dama. Esta historia tiene unmoraleja que merece ser comentada. Yo no habíido informado acerca de este intento y, desduego, estaba de acuerdo con los franceses, qu
quisieron guardarlo en el mayor secreto. Ermucho mejor, por ejemplo, que el grupo qumarchaba hacia el parque ignorase por completo que estaba ocurriendo. Los participantes s
comportaron así con toda naturalidad, mientras quel menor susurro, o el gesto de alzar la cabeza ponerse de puntillas —cualquier movimientconsciente— hubiera podido malograr el plan. N
obstante, si me hubieran informado no habría sid
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muy diferente. Yo no hubiera podido advertir odos los británicos que marchaban con aque
grupo, porque hubiera sido peligroso. Si
embargo, la moraleja es la siguiente: ya que daba casualidad de que yo me encontraba detrás dPaddon durante aquel paseo, si hubiera sabido lque se tramaba hubiera podido evitar el incidentdel reloj, y la fuga probablemente se hubierealizado.
Como de costumbre, a causa de este intento devasión el parque quedó cerrado para loprisioneros durante un tiempo. No obstante, apena
volvieron a reanudarse los paseos, Vandy anuncique sus hombres preparaban otro intento devasión. Pregunté en qué dirección, y él mcontestó que desde el parque.
Los alemanes retiraban una y otra vez e«privilegio» de ir al parque para dar un paseo ddos horas en un recinto rodeado por alambradas despino, en el fondo del valle, a causa de la
nsubordinaciones de los prisioneros, com
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castigo por alguna evasión o simplemente parfastidiarnos. Durante esta época, a finales de lprimavera de 1942, cuando no nos retiraban e
privilegio, los holandeses solían sentarse juntos ea hierba, en medio del recinto de las alambrada uno de ellos leía para los demás. Personalmenteo no iba muy a menudo al parque, ya que m
deprimía un poco. Los centinelas alemanes smantenían junto a las alambradas, de modo quecuando los oficiales paseaban siguiendo eperímetro del recinto, pasaban a pocos metros dellos. Estoy seguro de que los alemanes confiaba
este servicio a centinelas que hablaban el inglés que escuchaban todas nuestras conversaciones. Dodos modos, lo que oían no era muy edificante, y
que muchos prisioneros insistían en explicar, co
oda clase de detalles, lo que pensaban acerca dos alemanes, de la raza alemana y del Terceeich en general.
El día fijado por Vandy fui, sin embargo, a
parque, y vi a los holandeses formando su grup
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habitual, mientras un hombre corpulento y cobarba negra, ataviado con un capote militar, leípara ellos sentado en medio de todos. Observ
ambién que no estaba quieto ni un momento, comi sufriera extraños picores. Sostenía su libro iguió leyendo durante una hora y media
Oficialmente, el paseo duraba dos horas, pero aprincipio y al final de este período se concedía ucuarto de hora para formar y contar los prisioneropresentes. Sonó el silbato y los prisioneros sacercaron lentamente a la puerta de entrada, donde alinearon para el recuento antes de regresar a
castillo. Todo se hizo como de costumbre niciamos el regreso. Era también habitual que
cuando los prisioneros abandonaban el parque, loalemanes soltaran sus perros. De pronto, oímo
gritos detrás de nosotros, e inmediatamente noobligaron a detenernos para contarnos de nuevoEsta vez, los alemanes constataron la ausencia dun prisionero.
Lo que había sucedido era que el corpulent
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holandés de la barba negra se había sentado sobrun holandés bajito, que quedaba totalmente ocultpor el capote negro del primero (un model
alternativo para el capote militar del ejércitcolonial holandés) y que había excavado almismo una «tumba». Los otros habían ayudado ocultar la tierra y las piedras, y a cubrir apequeño holandés con hierba. Cuando oyeron eilbato, se dirigieron hacia la salida, dejando a
hombrecillo en su sepultura, dispuesto a fugarscuando ya no hubiera moros en la costa. Lograroconfundir el primer recuento, para que lo
alemanes no advirtieran la ausencia del prisioneropero, por desgracia, uno de los perros policíaalsacianos se dedicó a perseguir a otro. El primercorrió directamente hacia la «tumba» y el otro l
iguió. Al llegar junto a la fosa, el segundo perre sintió atraído por aquella tierra recién removid empezó a excavar; al cabo de unos segundo
exhumó al holandés.
Una vez más, Vandy había empleado u
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maniquí, el tercero que fabricaba. Sin embargocuando se dio la alarma no volvió a utilizarloSabía que los prisioneros serían cuidadosament
egistrados y deseaba salvar su maniquí. Tampocen esto hubo suerte. Los alemanes inspeccionarocuidadosamente a todos los oficiales antes de quentraran de nuevo en el castillo, y descubrieron emaniquí.
La utilidad de los perros tras una de estaevistas era discutible, a no ser que estuvierausto encima de un hombre oculto, ya que el suel
debía estar impregnado con el olor de aquello
numerosos seres humanos que acababan dabandonar la zona. No puede negarse, siembargo, que en este caso los perros encontraroal hombre, ya fuese por casualidad o por astucia
cosa que ignoro. Los alemanes volvían a teneventaja en la batalla de Colditz. Era necesario quperfeccionáramos nuestras técnicas…
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Tercera parteEvadido
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E
Capítulo 17El síndrome de 1942
n abril de 1942, pedí que me relevaradel cargo de oficial de fugas. Ya era hora d
que otro ocupara el puesto. Yo quería disponer d
un par de meses de descanso, para, a continuaciónomar parte en algún intento. Como oficial de fugame había sido moralmente imposible participar ecualquier evasión.
El coronel Stayner sustituyó al coroneGermán, al comenzar el nuevo año, como jefuperior de los oficiales británicos, puesto que eegundo partió hacia otro campo. Creo que e
coronel Germán fue el único oficial británico que llevaron de Colditz, después de haber sid
encarcelado en el castillo. Es innecesario añadque regresó un año más tarde por haber cometidnuevos «delitos» contra el Reich alemán.
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Propuse a Dick Howe como mi sucesor para ecargo de oficial de fugas. En el mes de julio yocuparía una vez más ese cargo, mientras How
cumplía un mes de encierro «solitario», y despuéeanudó su tarea durante un largo período.En el curso de 1941, el contingente británic
había aumentado poco a poco, y de los diecisietoficiales del principio habían pasado a sumacuarenta y cinco. Durante 1942, este númervolvió a aumentar, hasta que en el verano éramoa unos sesenta. Entre los últimos huéspede
figuraban el mayor Ronnie Littledale y el tenient
Michael Sinclair, ambos pertenecientes al 60Regimiento de Rifles, y diez oficiales y douboficiales de la Royal Navy, que llegaron desd
Marlag Nord. También se incorporó a nuestra
filas el comandante de aviación Douglas Bader.
Ronnie Littledale y Michael Sinclair había
escapado juntos de un campamento situado en e
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norte de Polonia, y habían viajado hacia el suRecibieron ayuda de los polacos y vivierodurante algún tiempo en una población important
ituada en algún lugar de Polonia. Cuandestuvieron debidamente organizados, sencaminaron hacia Suiza, pero fueron atrapados ePraga durante un registro masivo que se produjo causa del asesinato de Heydrich. Fuerocapturados y sometidos a intensos interrogatoriocon torturas incluidas, antes de ser enviados Colditz.
Ronnie era un ejemplar humano muy especia
o podía encontrarse ningún defecto en scarácter. Tranquilo e incluso tímido en su actitudpero firme en sus opiniones, dejaba que lovendavales de este mundo chocaran contra él si
dejar huella. Era muy delgado, demasiaddelgado. Había pasado muchas dificultadeAparentaba más edad de la que tenía, y sucabellos empezaban a clarear en su frente. Un
nariz puntiaguda, que parecía buscar una barbill
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en forma de hacha, completaba su aspecto dhombre ascético, y eso era en realidad aunquamás lo hubiera admitido; de hecho, su talant
afable y comprensivo, así como su vivo sentiddel humor, ocultaban su rígida autodisciplina y sfirme determinación.
El destino nos convertiría en inseparables.Al poco tiempo, su colega Michael Sincla
uvo que comparecer ante un consejo de guerra causa de un delito cometido en su anterior campde prisioneros. Nos despedimos de él, cuandpartió custodiado. Iba completamente equipad
para una posible fuga, con prendas transformableen su mayoría procedentes de la RAF. El consejde guerra debía celebrarse en Leipzig, perconsiguió eludir a sus guardianes en los retretes d
un cuartel de esta ciudad, antes de comparecer antel tribunal, y pocos días después se encontraba eColonia. Esta ciudad había sufrido un durbombardeo aliado y el color de la mayor parte d
us prendas le perjudicó, ya que estaban atrapand
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a los supervivientes de la RAF que se habíaalvado tirándose en paracaídas. Fue capturad
entre unos matorrales y, a su debido tiempo
egresó a Colditz custodiado por tres alemanes.Los fugitivos que regresaban no nos levantabaprecisamente la moral. Las evasiones que teníaéxito eran como un tónico para el resto de loprisioneros, aunque generalmente significara otralida cerrada para los que se quedaban. Michae
Sinclair experimentó por ello un intenso pesaaunque no hubiera motivo. Su hoja de serviciodemostraba claramente que era de aquello
hombres incapaces de pasar por alto unposibilidad de evasión, aunque tuviera cieprobabilidades contra una.
Sin embargo, empezaba a resultar evident
para todos que, una vez fuera del castillo, efugitivo debía correr riesgos muy altos, antes quvolver a encontrarse entre los opresivos muros dColditz. Fue en el verano de 1942 cuando decid
que no regresaría si alguna vez lograba evadirm
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de nuevo, y supe que también ésa era la decisióque otros muchos tomaron a medida quranscurrían los meses de 1942. Ya habí
enloquecido un oficial entre nosotros, aunque secuperó después de la guerra. Permaneció conosotros durante meses antes de que los alemanee convencieran de que no estaba fingiendo, uvimos que montar una guardia permanente junto
él para impedir que intentara suicidarse. Estvigilancia, que organizamos entre nosotros pournos, pronto debió afrontar una doble tarea, y
que un segundo oficial trató de cortarse las vena
con una navaja; afortunadamente, demostró semuy torpe y lo descubrimos en uno de los lavaboantes de que hubiera completado su trabajo. Estipo de vigilancia tuvo un efecto decididament
negativo en los que debíamos realizarla.Hubo también un tercer oficial británico que n
estaba tan loco como aparentaba. Un día, principios de 1941, cuando estaba perfectament
normal, me confió lo siguiente:
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—Pat, creo que la única manera de escaparmde Colditz consiste en volverme loco.
—No es una mala idea —contesté yo—, lo
uizos han conseguido al final mover algunoesortes para conseguir la repatriación dprisioneros de guerra, heridos, enfermos dementes.
—Lo sé. —¿Te das cuenta de lo que esto significa? —
pregunté entonces—. ¿Has pensado en todas laconsecuencias?
—Sí, ya sé que se trata de una larga tarea.
—¡Mucho más que una larga tarea! Antes de lguerra leí un libro llamado The Road to En-DoEs el mejor libro de evasiones que jamás he leídoEn él, un oficial británico finge estar loco durant
varios meses y es terrible todo lo que deboportar. Incluso está a punto de ahorcarse. Si
embargo, todo esto es un juego de niñocomparado con lo que deberás hacer tú, en est
guerra, si quieres convencer a los expertos.
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—Me hago cargo —dijo el oficial—, y estodispuesto a pasar por ello. Voy a comportarmcomo un chiflado ante todo el campo, y también
convencer a mis amigos de que estoy como unegadera. —Es más —añadí—, también tendrás qu
escribir cartas propias de un chiflado a tu familia¿Has pensado en ello?
—No —confesó—, y tal vez sea mejor nescribir nada.
—Vas a causar un sinnúmero de sufrimientopero si estás decidido, adelante. Primero, tendrá
que conseguir asesoramiento médico para qufinjas los síntomas poco a poco y debidamente. Tocura deberá convertirse en tu segund
personalidad. ¿Te das cuenta de que existe l
posibilidad de que llegue a apoderarse de ti? —He oído hablar de ello —admitió—, per
estoy dispuesto a correr este riesgo. —Yo conseguiré que el médico francés de
campo me diga todos los síntomas médicos —
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continué—. Vale más que tú no te acerques a éporque será uno de los primeros a los que tendráque convencer de que tu locura es auténtica. Est
area requerirá seis meses como mínimo, antes dque te encuentres en un tren de repatriados. —Está bien. Empezaré en cuanto haya recibid
ese asesoramiento. —Muy bien —concluí—. Te avisaré cuand
disponga del material. No se lo diré a nadie. Squieres tener éxito en esta empresa, debeconvencerse todos los que te rodeen. Es la únicmanera. Si empieza a correr el rumor de que está
fingiendo, se difundirá y finalmente se enteraráos alemanes. Y entonces ya puedes despedirte du plan.
Dos meses después de esta conversación
encomendé mi tarea a Dick Howe y le informobre el caso de nuestro seudolunático. A
principio, Dick se negaba a creerme. Llegó pensar que nuestro lunático predilecto (ya que er
del tipo inofensivo) había conseguido engañarme
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No dejaba de ser un tributo para la brillantactuación del oficial!
La llegada de tantos afectivos de nuestr
marina originó un incidente cuyos ecos resonaroen las dependencias de Colditz durante variodías. Los «nuevos» llegaron alrededor de lanueve de la noche. Howard Gee, que habíprestado su ayuda en el asunto del túnel de lcantina, era un civil. Se había sumadvoluntariamente a la expedición británica parayudar a los finlandeses contra Rusia, lo habíacapturado los alemanes en Noruega e
nevitablemente, había dado con sus huesos eColditz. Era un hombre de unos treinta años, munteligente, moreno y apuesto, aficionado a l
aventura hasta el punto de que la buscaba; e
periodismo era uno de sus hobbies, el otro eran labromas. Hablaba alemán a la perfección y, alegar los marinos, se vistió como el médic
alemán del campo, utilizando uno de nuestro
uniformes alemanes (entre los nuestros y lo
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holandeses, contábamos todavía con varioequipos completos). Un oficial de la RAF, que sconsideraba a sí mismo como de «tamaño medio»
a que medía poco más de un metro y medio, hizas veces de ordenanza médico británico, ataviadcon una chaqueta y un delantal blancos. Al entraen la habitación donde los marinos acababan dacostarse, Gee, rugiendo de rabia, ordenó quodos saltaran de sus camas y formaran ante él, e
pijama. Pidió a gritos que uno de ellos actuascomo Dolmetscher , es decir, intérprete. Un oficiade rubios cabellos dio un paso al frente y quedó e
posición de firmes delante del supuesto médicoEn Colditz, existía una ley no escrita según la cuanadie debía cuadrarse ante un oficial alemáexcepto en el Appell ), a no ser que se le ordenar
hacerlo con amenazas. Dado que el gesto de estoficial no tenía precedentes, nuestro «médico decampo» se indignó hasta el punto de adjudicar eel acto al Dolmetscher dos meses de strange
Arrest, o dicho de otro modo, «arresto e
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olitario». Después pronunció una arenga, que entérprete tradujo como mejor pudo, en la queñaló que todos los marinos eran unos piojoso
que jamás se les hubiera tenido que permitir lentrada en el campo sin ser sometidos primero un «despiojamiento», y que, por consiguienteodos irían a un consejo de guerra. A continuación
con vibrantes referencias a les papillons d’amou26] —empleó este término francés—, ordenó a sordenanza británico que trajera el cubo de«azulete». Se trataba de un fuerte desinfectante dcolor azul muy intenso, que se aplicaba al cuerp
para exterminar piojos, pulgas y otros parásitoEra, también, una pintura que necesitaba semanapara desaparecer. A continuación, ordenó quodos los marinos formasen en cueros y que e
ordenanza británico les aplicara una generosa capde «azulete» en el cuerpo. Una vez realizada estoperación, inspeccionó el resultado, exigiendmás pintura allá donde lo juzgó necesario, y po
último se retiró, sin dejar de proferir amenazas
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anzar juramentos prusianos. Los marinopermanecieron en posición de firmes, toda unhilera de azules desnudistas, mientras podían oírs
en todo el castillo las risas de una veintena d«veteranos» que ocupaban la misma sala.Los marinos aceptaron deportivamente l
broma y, a partir de entonces, Gee fue conocidcomo « Herr Doktor ».
La llegada de Douglas Bader también provocun incremento de cierto tipo de bromas, con uestilo particular que llegó a ser conocido com«anzuelos para alemanes». Bader, hombre y
famoso por sus hazañas, era un tipo incansable, aque no doblegaba ni la mayor catástrofe, un jefdotado de especial magnetismo y, al mismiempo, un enemigo peligroso. A las poca
emanas de estar en Colditz, y a pesar de habeperdido ambas piernas a la altura de las rodillae ofreció voluntario para participar en un intent
de evasión sobre los tejados del castillo.
Los «anzuelos para alemanes» eran u
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pasatiempo al que nos entregábamos cuando neníamos nada mejor que hacer, cosa hart
frecuente en un campo de prisioneros. Abarcab
desde las formas más inofensivas, por ejempldejar caer piedrecillas desde unos treinta metrode altura sobre la cabeza del centinela, hasta otraactividades menos inocentes, como hacer circulapropaganda escrita sobre papel higiénico, oltarla desde las ventanas cuando el viento er
favorable, e incluso otras cosas más aparatosacomo el caso del «cadáver».
Peter Storie Pugh fabricó en una ocasión un
figura de tamaño natural, con colchonetas y paja, a vistió con un uniforme de combate ya mu
maltrecho. En el verano de 1942, las alarmas poncursión aérea eran frecuentes, y, mientra
duraban, el castillo, normalmente iluminado poos reflectores, quedaba a oscuras. En una de estancursiones aéreas, el maniquí fue introducido poos barrotes de una ventana y quedó suspendido d
una larga cuerda, parte de la cual se mantuvo com
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eserva.Cuando volvieron a encenderse lo
proyectores, empezaron a mover un poco la figur
al poco tiempo comenzó el tiroteo.Cuando hubieron efectuado varias descargae dejó que la figura cayera al suelo. Lo
centinelas alemanes corrieron inmediatamenthacia ella, para examinar el cadáver, pero éstecuperó inesperadamente la vida y volvió
ascender en el aire. Uno de los alemanes se acercdemasiado e, inmediatamente, el maniquí sdesplomó sobre su cabeza…
Era difícil que los alemanes encontraran a loculpables, y todavía les resultó más difícocalizar la ventana desde la que había descendida figura, ya que para esta broma se utilizó u
cordel muy delgado. El resultado fue que noetiraron el permiso de «parque» a todos lo
prisioneros durante un mes.A primera vista, puede parecer injusto que lo
prisioneros de otras nacionalidades sufrieran la
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consecuencias de nuestros pecados, pero nosotrono éramos los únicos pecadores y, por eso, lpenitencia era común. En realidad, se trataba de l
expresión de nuestra unidad contra el enemigo dodos.Harry Elliott también libraba una guerra frí
contra los alemanes, pero era un tipo de guerra quéstos nunca llegaron a descubrir. En los intervaloentre los intentos de evasión, Elliott siemprnventaba nuevos métodos para llevar la guerra anterior de la prisión. Por ejemplo, mientraanguidecía en una celda solitaria después d
efectuar un «intento» desde el refugio antiaéreituado junto a la carretera, para llegar al parqu
con el capitán polaco Janek Lados, evasión en lque fue capturado por los sabuesos alemane
organizó la campaña denominada «Hojas dafeitar en la bazofia de los cerdos». Con lparticipación de voluntarios y la ayuda de un granúmero de hojas de afeitar rotas, sembró, generos
uniformemente, las basuras del campo. Todos lo
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rozos de hojas de afeitar fueron cuidadosamentntroducidos, hasta quedar totalmente ocultos, e
patatas podridas y restos de verduras. Lo
esultados de la campaña nunca llegaron a seconocidos, excepto por sus consecuencias. Loalemanes convirtieron en delito grave, castigadcon las sentencias más severas, incluida lposibilidad de la pena de muerte, el hecho dponer en peligro las vidas de animales alemaneque rebuscaran en las basuras del campoCasualmente, mientras Harry elaboraba este plaen una celda, Janek Lados logró escapar desd
otra, convenientemente situada en los muroexteriores del castillo. Al dejarse caer desde lventana de la celda, Janek se fracturó un tobillo, pesar de lo cual logró llegar hasta la fronter
uiza, aunque fue capturado de nuevo cuandestaba a punto de conseguir su libertad.
Otra campaña que Harry organizó fue «lBatalla de la Podredumbre». Conversando co
otro prisionero, el teniente Geoffrey Ransone, qu
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era arquitecto en tiempos de paz, se enteró de qua podredumbre, una enfermedad que afecta a l
madera, a causa de una invasión de hongos, podí
propagarse preparando «cultivos». No sin ciertógica, argumentó que, mientras una bomba de lRAF podía destruir en un segundo el tejado de uedificio, la podredumbre de la madera podíealizar la misma tarea en un tiempo algo máargo, por ejemplo, unos veinte años. Según él, l
guerra bien podía durar todo este tiempo, de modque al final su tarea podría compararse con loefectos de una bomba de gran tamaño, y nad
podía agradar más a Harry que pensar en dejacaer una bomba sobre Colditz, aunque sus efectofuesen tan retardados.
Al poco tiempo, aparecieron, en rincone
oscuros, bajo las literas de Harry y sus discípulohileras de tarros de mermelada casi vacíos y daspecto inocente. En cada uno había una astilla dmadera, pero unida a ella estaba también «e
cultivo». Los recipientes debían ser conservado
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en un lugar húmedo y oscuro. En sus registroperiódicos, los alemanes siempre quedarontrigados por estos tarros, pero parecían ta
nofensivos que nunca se los llevaron, ignorandel peligroso «explosivo» que contenían. A sdebido tiempo, cuando hubieron madurado, laastillas de madera fueron distribuidas a través dos tejados de madera del castillo, donde sin dudodavía reposan.
Harry tenía otra costumbre. Por la nochecuando ordenaban apagar las luces, solíconvertirse en el animador del dormitorio cuand
odos estábamos ya acostados. De su rincómanaba una interminable corriente de historiadivertidas, y después se dedicaba a recordaciertos incidentes de su carrera. Creo que lo hací
a propósito, pues en plena narración de uepisodio se detenía y, después de una pausadurante la cual se oían respiraciones profundas acompasadas, preguntaba:
—¿No estás de acuerdo, Peter (o Dick,
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Rupert)?A una larga pausa le seguía entonces un: —¡Hum! Nadie responde. Creo que ya es hor
de descansar.Y, entre gruñidos y ruido de paja, Harry sdisponía a dormir. El silencio de «la noche deprisionero» descendía sobre las filas de literas dmadera, bajo el reflejo de la luz de loproyectores.
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E
Capítulo 18La estrategia de la evasión
l temor que tenía Mike Sinclair de habecerrado otra salida para sus compañeros de
campo no era real. Poco después de su intento, e
capitán «Ni un momento inactivo» Paddon fuconvocado para comparecer ante un consejo dguerra, en un campo de prisioneros situado en enordeste de Alemania. Fue debidamente equipad
para una posible evasión y salió rumbo a sdestino fuertemente custodiado. Era un viaje largoque duraría varios días. Al convertirse los días eemanas, el coronel Stayner expresó s
preocupación y pidió explicaciones al comandantdel campo. Encogicendose resignadamente dhombros, éste contestó:
— Es war unmóglich, trotzdem is er gefloheEra imposible, pero a pesar de todo escapó).
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Finalmente, Paddon había llegado a Suecia después, sano y salvo, a Inglaterra. Fue el segundnglés que regresó a su patria desde Colditz.
Un día muy caluroso del mes de agosto d942, yo estaba tendido en mi litera, y «Lulu
Lawton (el capitán W. T. Lawton, del RegimientDuke of Wellington), reposaba en otra litercercana. Lulu había efectuado una breve evasiódesde Colditz y, a las pocas horas de caminohabían vuelto a echarle el guante. Había nacido e
Yorkshire y, como es lógico, prefería el olor deaire que se respiraba más allá de los recintos decampo. Durante mucho tiempo reflexionó, después, con un tono de tristeza en la voz, s
volvió hacia mí y me dijo: —Por lo que veo, Pat, es inútil segu
ntentando evasiones desde Colditz. Este lugar estherméticamente cerrado, y ni una rata muerta d
hambre encontraría un agujero que le permitier
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alir. —Y después añadió, con nostalgia—: Dodos modos, no me importaría nada hacer otrentativa, si es que se me ocurre alguna idea.
—Debes considerar el problema fríamente —epliqué—. El primer principio para conseguir eéxito en cualquier batalla, consiste en atacar aenemigo en su punto más débil, pero en cuestión devasiones lo que siempre resulta más difícil eaber dónde está este punto débil del enemigo. Ne trata, por ejemplo, de ese punto débil aparent
en la alambrada o en el muro, porque éstas son sudefensas de última línea. Debemos recorrer u
argo camino antes de llegar a ellas. Lo importanton sus defensas de primera línea, y están dentr
del campo. El arma más poderosa del alemán es scapacidad para frustrar de entrada las evasione
antes de que podamos llevarlas a cabo. Loalemanes hacen esto en el interior del campo, alen airosos en un noventa y ocho por ciento das ocasiones. Por consiguiente, debemo
encontrar su frente más débil dentro del campo,
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después el resto será un paseo militar. —Y añad—: Por ejemplo, si me preguntaras dónde está epunto débil de los alemanes en este campo, yo t
diría que se trata del despacho del propiGephard. A nadie se le puede ocurrir que se iniciun intento de evasión desde la oficina del propiargento mayor alemán.
—Todo eso está muy bien —repuso Lulu—pero en la oficina de Gephard hay una cerradura eforma de cruz y, además, un candado que no tienmuy buen aspecto.
—Tanto mejor —contesté—. En este caso
nadie te molestaría. —Pero ¿y cómo entro allí? —Ése es tu problema —concluí. Ni por un momento pensé que se tomara e
erio esta cuestión, pero nadie puede discutir lobstinación de la que es capaz un hombre deYorkshire.
Había en el campo un capitán holandés de roj
barba, llamado Van Doorninck, que solía repara
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elojes en sus horas libres, y que incluso loarreglaba a veces para el personal alemán, cambio de herramientas con las que practicar s
oficio. Por consiguiente, poseía un equipo deparación que consistía en varias herramientas eminiatura y materiales diversos, que estabaigurosamente prohibidos a otros prisioneros. E
ninguna ocasión dio su palabra en lo referente aempleo de estas herramientas.
Van Doorninck era todo un «cerebro». Teníamplios conocimientos de matemáticas superiore durante un cierto tiempo me dio, a mí y a otro
pocos prisioneros, todo un curso universitariobre geodesia, asignatura que jamás habí
conseguido dominar en mis tiempos de estudianteAdemás de manipular relojes, Van Doorninck n
e negaba tampoco a manipular cerraduras, compudo descubrir Lulu Lawton, de manera que eprimero ideó un método para abrir cerraduras deque se hubiera enorgullecido el mismo Raffles.
He descrito antes el aspecto exterior de l
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cerradura cruciforme, un aspecto que recordaba ede una cerradura Yale con cuatro brazos. Suelementos interiores esenciales consistían en uno
diminutos pistones, cuyo número iba de seis nueve y cuyo diámetro era aproximadamente dunos tres milímetros. Para abrir la cerradura, estopistones debían moverse dentro de sus cilindros ansertar la llave, y cada pistón recorría un
distancia diferente, cuya precisión se calculaba ecentésimas de milímetro.
El principio de su funcionamiento era el mismque se emplea en la cerradura Yale, pero e
agujero para la llave tenía forma de cruz, y cadbrazo de ésta presentaba una anchura de umilímetro y medio, mientras que la cerradura Yalenía una abertura en zigzag para la llave. Est
modelo hubiera representado más dificultades parVan Doorninck, aunque estoy seguro de que él lahubiera superado; sea como fuere, resolvió eproblema fabricando un calibre especia
micrométrico, que señalaba el desplazamient
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exacto que requería cada pistón. Después, comcomplemento, fabricó una llave, utilizando ecalibre para comprobar las diferentes caras de l
lave a medida que las limaba. La llave resultantecordaba una llave Yale, pero con cuatro aspas.Van Doorninck consiguió un éxito brillante al
donde yo había fracasado estrepitosamenteEnrojecía de vergüenza cada vez que recordabas torturas que yo había infligido a tantas víctima
condenadas al sillón del dentista. La nueva llavfue todo un éxito. Además, Van Doorninck pudo, partir de entonces, «triunfar» sobre todas la
cerraduras cruciformes, aunque cada una fuesdiferente de las demás. Desde aquel día, como sfuéramos espectros, pasamos a través de puertaque los alemanes creían herméticamente cerradas.
Y, volviendo a la puerta del despacho dGephard, cuando estuvo «vencida» la cerradurcruciforme, el otro sistema de seguridad, es deciel candado, no ofreció la menor dificultad.
El plan siguió su curso. Lulu Lawton habí
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formado equipo con el teniente de aviación «BillFowler, de la RAF, y los dos constituyeron ucuarteto con Van Doorninck y otro holandés. Com
oficial encargado de las fugas, Dick Howe dirigías operaciones, y un buen día acudió a mí. —Pat, tengo un trabajo para ti —me dijo—
Lulu y otros tres quieren forzar la ventana de loficina de Gephard. ¿Quieres echarle un vistazoTambién me gustaría que te encargaras tú de estarea.
—Gracias por el cumplido —contesté—¿Cuándo empezamos?
—Cuando tú quieras. —No me gusta mucho esta idea de la ventana
Dick —dije—, pero la estudiaré detenidamenteLa ventana está muy cerca de uno de lo
centinelas, y puede que incluso entre en su campvisual.
—Kenneth Lockwood enfermará cuando tú lengas todo a punto —continuó Dick—, s
nstalará en la sala de la enfermería contigua a l
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oficina de Gephard, y desde allí manipulará todaas llaves necesarias.
—¡Excelente! Por la noche no hay ningú
médico alemán en la enfermería, y por lo tantpuedo esconderme debajo de la cama de Kennethdespués del Appell de la tarde, hasta que sapaguen las luces. Entonces, empezaré a trabajaHaré que alguien me eche u na mano.
—Sí, por favor —rogó Dick—, pero esta veno te lleves a Hank. Él ya es un veterano. Debemoadiestrar a más hombres en nuestras técnicas devasión. Busca a otro.
Eché un vistazo a la oficina. Era una habitaciópequeña y alargada, con una ventana enrejada euna alcoba, en el extremo opuesto a la puerta.
La mesa escritorio y el sillón de Gephar
ocupaban la alcoba. El resto de la oficina estableno de estantes, en los que había todo un surtid
de artículos. Muchos de ellos, como linternas dcampaña, linternas de bolsillo, pilas, clavos
destornilladores, nos hubieran sido muy útile
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pero no tocamos nada. Salir por la ventanepresentaba un gran peligro. Mediante un
cuidadosa inspección y tomando algunas medida
comprobé que, con un poco más de pacienciapodíamos practicar una abertura en el suelo de loficina de Gephard, perforar una pared de camedio metro de espesor, entrar en un almacén que encontraba debajo y, desde allí, abriendimplemente la cerradura de una puerta, lo
fugitivos podían llegar a un camino que utilizabacentinelas y que circundaba el castillo. Había, siembargo, una incógnita. ¿La puerta del almacé
enía cerradura cruciforme o del tipo ordinario?Lo comprobamos vigilando durante varios día
desde una ventana que dominaba la zona de estalmacén. La puerta no quedaba visible, pero tod
alemán que se acercara a ella sí, y, en un momentdado, vimos a uno de los alemanes acercarse a lpuerta sosteniendo en la mano una llave del tipordinario. Van Doorninck utilizaría, pues, una seri
de llaves, y no habría dificultad. La alternativa
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que habría exigido mucho más tiempo, hubierconsistido en que yo construyera una parecamuflada para examinar a mi antojo el almacén
Sin embargo, esta fuga debía ser una operació«blitz»: el agujero quedaría terminado al cabo dres días. La experiencia había demostrado que lorabajos a largo plazo implicaban graves riesgos,
causa del tiempo empleado, y a menudo yo mpreguntaba acerca de las posibilidades del túnefrancés, que avanzaba lentamente, día tras día…
La operación debía efectuarse por la noche, yque durante todo el día la oficina de Gephar
estaba ocupada. Se encontraba cerca del extremde un pasillo, en la planta baja, y en el extremopuesto del mismo estaba la enfermería decampo. Esta enfermería se hallaba situada al otr
ado del patio, vista desde nuestras dependenciacon lo que la empresa exigía entrar en ella antes dque se cerraran las puertas principales, por lnoche, y ocultarnos allí, debajo de las camas, hast
que todo estuviera en calma; en aquella époc
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había un centinela en el patio durante todo el día oda la noche. Las camas de la enfermería no s
encontraban a mucha distancia del suelo y estaba
bastante juntas, por lo que representaban un bueescondrijo, al menos por un tiempo.Elegí al teniente Derek Gili (de los Roya
orfolks) para que viniera a ayudarme; era el tipmás adecuado, un hombre imperturbableEmpezamos a trabajar apenas Kenneth estuvcómodamente instalado en su lecho de enfermocon graves trastornos del estómago. Cuando lapuertas se cerraron y las patrullas se alejaron
Kenneth cogió las llaves, abrió la puerta de lenfermería, después la de la oficina de Gephardnos encerró para que pasáramos allí la noche, y éfue a acostarse.
Retiré las tablas que necesitaba del suelodebajo de la ventana, y también algunas de debajdel escritorio ante el cual se sentaba Gephard caddía. A continuación, empecé a trabajar en la pared
Las junturas entre las piedras eran antiguas, com
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a había sospechado, y antes de que amanecieros dos habíamos llegado al extremo opuesto
Advertí que había yeso en el otro lado. Er
ambién lo que esperaba, pues se trataba de lpared del almacén. Ya era suficiente para lprimera noche. Nos llevamos la mayoría de lapiedras grandes en un saco, y en la grava, bajo euelo, cavamos un pasadizo, con un ángulo d
cuarenta y cinco grados, para que una personpudiera deslizarse en el agujero. Tendimos mantaobre la grava para disimular el sonido a hueco,
después colocamos cuidadosamente las tablas d
madera debajo del escritorio de GephardVolvimos a poner los clavos y los cubrimos conuestra pasta patentada, que tan bien imitaba epolvo. Rellenamos todas las grietas con polvo
ierra. A primera hora, tal como habíamoconvenido, Kenneth nos dejó salir y volvió cerrar. Nos retiramos a la enfermería, cuya puertdebía quedar también cerrada, y descansamo
confortablemente hasta que llegó el ordenanz
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anitario alemán para hacer su ronda matinaentonces nos escondimos debajo de las camas. Lnoche siguiente, Derek y yo reanudamos el trabajo
Esta vez, la tarea resultó más difícil, puesto qudebíamos ampliar el agujero de la pared parpermitir el paso de un hombre corpulento (VaDoorninck), y al mismo tiempo debía quedantacta la capa de yeso del otro lado. Yo sabía qu
el agujero estaba situado a cierta altura en la paredel almacén, probablemente a dos metros y medio tres desde el nivel del suelo. Terminamonuestro trabajo con éxito y, por la mañana, no
etiramos como el día anterior.La puerta de salida para la evasión estaba ya
punto. Dick, Lulu, Bill y yo estudiamos juntos eplan. Se basaba en que, a veces, los suboficiale
alemanes entraban en el almacén junto coprisioneros polacos que trabajaban en el pueblo dColditz. Cogían y dejaban algunos repuestocestas llenas de uniformes viejos, ropa interior e
grandes cajas de madera, zuecos y toda una seri
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de artículos inservibles para la vida militaLlegaban a horas irregulares, casi siempre por lmañana, en ocasiones a las siete, y era raro qu
vinieran más de dos veces por semana. Habíamoobservado y anotado debidamente todo estdurante todo un mes. Habíamos acordado que egrupo de evadidos se incrementaría hasta llegar eis, y, en consecuencia, fueron seleccionado
otros dos oficiales. Eran «Stooge» Wardle, nuestrubmarinista, y el teniente Donkers, un holandé
Se decidió que Lulu viajara con el segundholandés, y Bill Fowler con Van Doorninck.
Los centinelas eran relevados a las siete de lmañana, y se trazó el plan teniendo esto en cuentaVan Doorninck, que hablaba perfectamente alemáne convertiría en un suboficial alemán, y Donker
ería un soldado de la misma nacionalidad. Lootros cuatro serían ordenanzas polacos.
Saldrían del almacén poco después de las siet Van Doorninck cerraría la puerta. Los cuatr
ordenanzas transportarían dos grandes cajas d
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madera, y el soldado alemán cubriría letaguardia. Avanzarían por donde hacían la rondos centinelas, pasando por delante de dos d
éstos, hasta llegar a una entrada en las alambradadonde Van Doorninck ordenaría a un tercecentinela que abriese la cerca y los dejara pasaCon un poco de suerte, los centinelas supondríaque ese grupo de trabajo había entrado en ealmacén poco antes de las siete. Después de cruzaa alambrada, los seis hombres bajarían hasta l
carretera que se dirigía la parque. Sin embargocuando hubieran recorrido los primeros cincuent
metros, darían un rodeo y seguirían andando junta un cuartel alemán, para llegar a la gran puerta da muralla que rodeaba el recinto del castillo, l
misma que Neave y Thompson habían escalado e
u evasión. Cuando llegaran a esta puerta, VaDoorninck debería utilizar más llaves. Si éstas ne daban resultado, tendría que emplear su ingenio
De hecho, si conseguía llevar a su grupo hasta es
punto tan lejano, sería muy capaz de telefonear a
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comandante del campo y pedirle que bajara parabrir la puerta…
El plan exigía la construcción de dos grande
cajas, en secciones, para que pasaran a través deboquete del almacén, y que al mismo tiemppudieran volver a montarse rápidamente.
El día de la evasión se fijó poco después duna visita rutinaria al almacén, para que no fueraantas las posibilidades de encontrarnos con u
grupo de alemanes y polacos auténticos. Rezamopara que no se produjera este encuentro, pero nera posible predecir las visitas y teníamos qu
correr aquel riesgo a la fuerza.La tarde antes de la fuga, después del últim
ppell , nueve oficiales entraron, a intervalorregulares, en el pasillo de la enfermería. Habí
allí un cierto ajetreo, y nadie sospechó de nadaLas secciones de las cajas de madera habían sidrasladadas a la enfermería, a intervalos, durant
el día, y escondidas debajo de los capotes. Och
oficiales se ocultaron debajo de las cama
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mientras Kenneth se acostaba en la suya procuraba que los pacientes de la sala estuvieraquietos y se comportaran debidamente. Eran, en s
mayor parte, franceses y se mostraron muexcitados ante una visita tan extraña. Kenneth teníuna especial habilidad para tratar con sucompañeros de armas, cualquiera que fuese snacionalidad. Se sentó en la cama y se dirigió odos los presentes:
—Le romperé la cabeza al primero que haguido o que empiece a hacer el tonto. Compreneze case la tete á n’importe quifait du bruit ou qu
commence á faire des bétises.Desde luego, Kenneth conocía íntimamente
odos los presentes y podía tomarse ciertaibertades con su susceptibilidad. Así, continu
diciendo: —Lo que ocurre aquí no le importa a nadie,
por tanto no quiero curiosos. Por ejemplo, nquiero que nadie mire debajo de las camas, n
permitiré que se oiga volar una mosca. Cuand
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legue la patrulla, todos se comportarán con lmáxima normalidad. Yo estaré sentado y mirandoSi veo el menor movimiento innecesario, dar
parte al general Le Bleu, por intento de sabotaje.La fingida seriedad de Kenneth no era gratuitaEntre los ocupantes de la enfermería, habíalgunos que eran más o menos huéspedepermanentes: los neuróticos. Éstos eran capaces dcometer cualquier tontería y lo único que podímantenerles a raya era una postura firme.
Cerraron debidamente con llave la enfermerí la noche cayó sobre el castillo. Silenciosamente
os nueve hombres se levantaron y, mientraKenneth abría una puerta tras otra, sin la menodificultad, pasamos todos a través de ellas. Ochoficiales nos apiñamos en la pequeña oficina
Kenneth se fue tal como había venido. —Derek —susurré—, tenemos mucho tiemp
antes de empezar a trabajar. De nada serviríempezar demasiado temprano, ya que ello podrí
provocar la alarma.
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—¿Cuánto tiempo crees que necesitaremopara acabar el boquete? —me preguntó.
—Más o menos una hora, diría yo, per
calcularemos el doble. —Esto significa —dijo Derek— que podemoempezar más o menos a las cuatro.
—Será mejor empezar a las tres. Tal venecesitemos mucho más tiempo del que suponemopara que toda esta multitud se meta por el agujerounto con todo el equipaje. Además, el boquet
debe quedar bien disimulado. ¿Has traído el agu el yeso?
—Sí. Tengo seis botellas de medio litro, eso suficiente para cubrir un metro cuadrado.
—Está bien. ¿Qué hora tienes? —Las nueve y cuarenta y cinco minutos —
contestó Derek. Nos sentamos en el suelo, dispuestos a pasar l
velada. A medianoche se produjo una alarmaOímos que los alemanes abrían puertas, y tambié
a voz de Priem en el pasillo. Entró en l
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enfermería, pasó cinco minutos allí, y despuéalió y se acercó a la puerta del despacho d
Gephard. Oímos todo lo que decía, dirigiéndose a
uboficial de la guardia nocturna. Éste preguntó: —¿Abro esta puerta, Herr Hauptmann? —Sí, desde luego, quiero registrarlo todo —
contestó Priem. —Es la oficina del Oberstabsfeldwebe
Gephard, Herr Hauptmann. —No importa. ¡Ábrala! —Fue la respuesta.Se produjo entonces un gran estrépito de llave
seguidamente oímos otra vez la voz de Priem:
—¡Ah, claro! Herr Gephard tiene variacerraduras en su puerta. Lo había olvidado. Nabra; esto está seguro.
Los pasos se alejaron y finalmente s
extinguieron por completo al cerrarse de nuevo lpuerta exterior. Necesitamos varios minutos parecuperarnos de la angustia. Finalmente, Lul
Lawton, que estaba sentado a mi lado, susurró e
mi oído:
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—¡Dios mío! ¡Cuánta razón tenías!Era realmente asombroso el olfato que habí
demostrado tener Priem, un olfato que casi l
había permitido cazarnos a pesar de todas nuestraprecauciones.Durante aquella larga espera, empecé
rabajar discretamente, abriendo un pequeñagujero a través del yeso y después cortándolo atrayendo los fragmentos hacia mí. Algunopequeños trozos cayeron en el otro lado, con uuido que me pareció el de un trueno, pero que eealidad fue casi imperceptible. Despué
ampliamos el agujero, de manera que una manpodía pasar a través de él, y a continuacióextrajimos el resto del yeso con facilidad. Yo mhabía traído una sábana para ayudar a los fugitivo
a descender hasta el suelo del almacén. VaDoorninck pasó el primero. Aterrizó sobre unoestantes, y, utilizándolos como una escalera, llegano y salvo al suelo. Unos minutos despué
comunicó que la puerta exterior del almacén tení
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una cerradura sencilla y que estaba seguro dpoder abrirla. Ésta era una esplendida noticiaSiguieron los otros cinco oficiales, después la
dos cajas divididas en secciones, varios fardocon las ropas de paisano para la fuga, louniformes de los soldados polacos, los uniformede los alemanes y, finalmente, el yeso y el aguaNos hubiera sido muy útil disponer de una cintransportadora!
Derek y yo les deseamos buena suerte a todo, sin perder tiempo, empezamos a rellenar e
agujero de la pared con el mayor cuidado posible
mientras Van Doorninck, en el otro lado, aplicabuna espesa capa de yeso. Las cajas de madera noban a ser muy útiles para llevarnos las botellas d
agua vacías y el yeso sobrante, así como las ropa
de paisano. Finalmente, antes de colocar en sugar la última piedra, Van Doorninck y y
comprobamos la hora en nuestros relojes, ymurmuré unas palabras de despedida y cerr
definitivamente el boquete.
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A continuación, Derek y yo volvimos a colocaas mantas y las tablas del suelo, mu
cuidadosamente. A las seis, la operación habí
erminado y, en aquel momento, oímos que Kennetmurmuraba a través de la puerta: —¿Va todo bien? ¿Habéis terminado? —Sí, abre.Kenneth manipuló las cerraduras y no
etiramos a la enfermería.Desde allí, no veríamos el resto de la función
Los fugitivos saldrían a las 7.10, mientras que lenfermería no se abriría hasta las 7.30. El Appe
de la mañana era a las 8.30. Entonces empezaría ealeo…
Alrededor de las 7.30, salimodisimuladamente. Dick nos estaba esperando y no
comunicó que todo marchaba a la perfección.El uniforme de Van Doorninck era el de u
argento. Cada centinela había saludadígidamente al paso del grupo, que seguía s
camino hacia la entrada de las alambrada
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Cuando llegaron allí, el centinela apostado eaquel lugar abrió en seguida la cerca, el grupdesfiló y nuestros vigías, ocultos en los pisos alto
del castillo, lo perdieron pronto de vista.A medida que pasaban los minutos sin que sprodujera ninguna alarma, empezamos a respiramás confiadamente. A las ocho, ya dimos poupuesto, casi con toda seguridad, que nuestro
amigos se habían largado.El Appell iba a ocasionar problemas. Y
habíamos agotado todos nuestros trucos pardisimular ausencias durante estos recuento
Habíamos rellenado lugares con nuestro oficiaaviador «de tamaño medio» corriendo de un lado otro, agachado, entre las filas, y apareciendo eotro lugar para que le contaran dos vece
Habíamos conseguido que contaran dos veces toduna hilera de oficiales, distrayendo adecuadamenta los suboficiales que comprobaban los númeroHabíamos tratado de confundir a los alemane
falseando el número de oficiales enfermos. E
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cuanto a los maniquíes holandeses, ya no existían.Si la fuga hubiera tenido lugar en el parque
dispondríamos de métodos más variados par
elegir. En primer lugar, las revistas en el parque nncluían a todo el contingente de prisioneros, podíamos añadir «cuerpos», como ya habíamohecho, por ejemplo, suspendiendo a nuestro oficia«de tamaño medio», en cierta ocasión, de lcintura de un gigantesco oficial holandés, cuyenorme capote los cubría holgadamente a los doEn otra ocasión, habíamos fingido una falsa fugpara disimular la auténtica, mediante dos oficiale
que cortaron la alambrada del parque y echaron correr, sin ninguna esperanza de evadirse, desduego. En este caso, el engaño consistió en que lo
dos oficiales actuaron como si un tercer fugitiv
os precediera entre los árboles. Lanzaron gritode aliento y de advertencia a su compañermaginario, al que los alemanes estuviero
buscando describiendo círculos, durante el rest
del día.
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Pero en la presente circunstancia, habíamoperdido temporalmente toda inspiración. Tal vehubiéramos podido disimular una ausencia, per
eis era ya algo imposible. En vista de ellohicimos lo más obvio. Decidimos crear uneserva de oficiales de repuesto para futuras fuga
para lo cual ocultamos a cuatro oficiales ediversos lugares del castillo. ¡Faltarían diehombres en el Appell ¡. Con suerte, los cuatrescondidos en el castillo se convertirían en lo qulamábamos «fantasmas». No volverían a aparece
en los Appells, y ocuparían los huecos e
evasiones futuras. Esta idea no era ya ningunnovedad para los alemanes, pero intentaríamoponerla en práctica. Fue convocado el Appell y, u debido tiempo, se comunicó la desaparición d
diez hombres. Se celebraron apresuradas consulta los mensajeros corrieron de un lado a otro, entra Kommandantur y el patio. Nos volvieron
contar, una y otra vez. Los alemanes creían que le
estábamos gastando una broma, puesto que lo
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nformes del puesto de guardia demostraban que lnoche había sido muy tranquila y que no se habíproducido ninguna alarma después de la visita d
Priem. Nos mantuvieron en formación y un grupo dbúsqueda recorrió todas las dependencias decastillo. Al cabo de una hora, descubrieron a dode nuestros fantasmas, lo que les convenció de questábamos burlándonos de ellos.
Profirieron amenazas y, finalmenteconvocaron una revista de identificación, mientrael grupo de búsqueda continuaba su tarea en e
castillo. Al cabo de un cierto tiempo, este grupencontró otros dos fantasmas. A las 11 de lmañana, dado que no se habían descubierto máoficiales escondidos, los alemanes llegaron a l
conclusión de que, después de todo, tal vez shubieran fugado seis hombres. La revista ddentificación continuó, hasta que descubriero
qué oficiales eran los ausentes, todo ello en medi
de una creciente excitación, mientras patrullas d
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alemanes salían disparadas en todas direccionehacia la campiña.
Estábamos satisfechos por haberles dado
nuestros seis fugitivos un margen de tres horaadicionales. Más tarde, aquel mismo día, oímodecir que los alemanes, después de interrogar odos los centinelas, habían sospechado de nuestr
grupo de transportistas y, volviendo sobre supasos hasta llegar al pequeño almacén, habíadescubierto mi boquete en la pared. Hubhilaridad general, incluso entre los alemanes, expensas de Gephard, puesto que debajo de s
mesa escritorio se había iniciado la fuga. Dejo quel lector imagine la decepción y la cólera de Priecuando se enteró de que, durante aquella nochenos habíamos librado de él prácticamente por lo
pelos…Antes de que anocheciera, también nosotro
ufrimos una decepción, ya que Lulu Lawton y scompañero fueron capturados. Lo sentí por Lulu
que no había regateado esfuerzos en aquell
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evasión. Había sido, en gran parte, una idea suya había demostrado tanto ingenio com
persistencia. Pensé que estas cualidades merecía
mejor recompensa que un mes de estancia en uncelda «solitaria».Lulu nos contó que Van Doorninck condujo a s
grupo junto a los cuarteles alemanes y llegó hasta última puerta. Al acercarse a ella, un soldad
del cuartel corrió detrás del grupo y preguntó Van Doorninck si quería que le abrieran la puerta.
—¡Naturalmente! —replicó éste.El alemán salió corriendo y, al poco rato
egresó con la llave. Abrió la puerta y volvió cerrarla después de que pasaran los fugitivos.
Un día después, también Stooge Wardle Donkers fueron hechos prisioneros.
Bill Fowler y Van Doorninck siguieron scamino. Lograron pasar a través de la red y, seidías más tarde, llegaron a Suiza sanos y salvoEsto ocurría en septiembre de 1942. ¡Dos más d
os nuestros habían cruzado la frontera! No habí
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motivo para que nos avergonzáramos de nuestroesfuerzos.
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Y
Capítulo 19Una empresa desesperada
a era hora de que se concediera a Brucenuestro oficial de «tamaño medio», un
oportunidad para evadirse, ya que, con s
acostumbrada discreción, había realizado una graarea. Esta oportunidad se presentó cuando loalemanes decidieron que teníamos demasiadapropiedades personales en nuestras habitacione
Corría el mes de septiembre y ordenaron que todaas pertenencias privadas que no fueran dnmediata necesidad, como por ejemplo las ropa
de verano, tenían que ser debidamentempaquetadas, y con este fin los alemanes nofacilitaron cajas de gran tamaño. Se nos informóbajo palabra de honor del comandante del campoque estas cajas serían guardadas en l
ommandantur (la parte exterior del castillo)
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que, al llegar la primavera, volverían a estar nuestra disposición. Las cajas fueron debidamentellenadas, cerradas y retiradas en un camión
Varias de ellas eran cajas de azúcar «Tate anLyle», que medían aproximadamente un metrcúbico y habían contenido remesas de alimentoprocedentes de la Cruz Roja, y en una de ellaviajaba nuestro oficial de tamaño medio…
Llevaba consigo sus ropas de paisano y eequipo de evasión, así como un cuchillo parcortar las cuerdas que sujetaban la tapa de la caja unos doce metros de cuerda fabricada co
ábanas. Sabíamos que estas cajas seríaalmacenadas en la buhardilla de un edificio qupodíamos ver desde nuestras ventanas.
Bruce llegó a Danzig, recorriendo gran part
del trayecto en bicicleta. Desgraciadamente, larrestaron en el muelle cuando trataba dembarcarse en un buque neutral, y a su debidiempo regresó a Colditz, donde pasó un tiemp
encerrado en solitario.
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Me hubiera gustado oír de él toda la historiapero ya no volví a verle. Yo estaba cumplienddos arrestos «solitarios» seguidos en la «nevera
cuando él regresó, y ni siquiera pude coincidir coél durante la hora de ejercicio diario.Mi arresto «solitario» era a causa de do
ntentos de fuga abortados. El primero consistió eun corto túnel, en su mayor parte vertical, qudebía comunicar con los desagües del patio, y aque anteriormente ya he hecho referencia. Miasociados eran Rupert Barry y Colin MacKenzieHacía ya tiempo que había observado, en un
fotografía del patio de los prisioneros, tomadantes de la guerra, la tapa de una alcantarillituada cerca de la puerta de entrada. Esta tapa y
no existía y yo estaba seguro de que la había
ocultado por algún motivo especial. Estábamoratando de averiguar la razón, a través del túne
cuando la llegada inesperada de un contingente dprisioneros rusos demostró que estábamos en u
error. Nuestro pozo vertical comenzaba en e
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lamado «cobertizo de despiojamiento», unestructura temporal construida en el patio paralbergar los hornos portátiles, unos artefacto
parecidos a calderas y en los que se metían laopas para hervirlas y exterminar así los piojos otros huéspedes indeseables.
La repentina llegada de los rusos exigió el usde estos hornos portátiles, y Rupert y yo fuimoorprendidos con las manos en la masa. McKenziuvo suerte, ya que estaba dedicándose a esparcea tierra del túnel y no se encontraba en e
cobertizo. Estas calderas apenas eran utilizada
una vez cada medio año, y fue un caso de maluerte que los rusos llegaran precisamente durant
nuestro turno de trabajo.Sin embargo, el incidente nos permiti
confraternizar con los soldados rusos, que debíanstalarse en el pueblo, donde normalmente no lobamos a ver nunca. Presentaban un aspecto de
que los alemanes hubieran debido avergonzarse
Unos esqueletos vivientes, que arrastraban su
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pies descarnados por el suelo caminando comancianos decrépitos. Aquellos espantajos eran loupervivientes de un contingente diez veces mayo
que había emprendido el camino del cautiveridesde el frente. Los habían tratado como animales, sin darles ningún tipo de alimento dejándolos vagar por los campos para quencontraran su forraje entre la hierba y las raíceSu viaje a través de Alemania había durademanas.
Por suerte —dijo uno de ellos—, estábamos epleno verano. En invierno —añadió—, nadie s
molestaba ya en trasladarnos a la retaguardidesde el frente. Moríamos en el mismo lugadonde habíamos sido hechos prisioneros.
¡Cuántas veces, durante mi existencia com
prisionero, murmuré una plegaria en acción dgracias por aquel bendito documento, «lConvención de Ginebra», y por sus autores! De ner por sus derechos humanos, yo me hubiera vist
en el mismo caso que aquellas desdichada
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criaturas. Es innecesario añadir que, entrAlemania y Rusia, no había ninguna ley reconocidespecto al trato que se debía dar a los prisionero
de guerra. Ninguno de estos dos países habífirmado la Convención.Mi segundo arresto se debió a que intent
escapar desde mi calabozo. Cumplí el arresto en lprisión del pueblo, porque, como de costumbreodas las celdas del campo estaban ocupadas, y lo
que no cabíamos, debíamos pasar a la prisiómunicipal.
Colocando la mesa de mi celda sobre e
camastro, podía llegar al techo de mi calabozoDisponía de una pequeña sierra, habitualmentoculta en mi guitarra. Tras atravesar la capa deso, una noche empecé a atacar la madera. Tení
que actuar en completo silencio, ya que en lhabitación contigua estaban los guardianes. Apesar de mis esfuerzos, por la mañana aún nhabía terminado y, desde luego, el carceler
contempló mi labor cuando entró para ofrecerm
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mi desayuno a base de pan y café «ersatz».Evidentemente, estaba condenado a pasar otr
nvierno en Colditz.
El mes de septiembre casi había terminadcuando Dick Howe, un buen día se me acercó. —Tengo otro trabajo para ti, Pat —me dijo—
Ronnie Littledale y Billie Stephens han formadequipo y quieren largarse de aquí. Su idea no tiennada de original, pero no abandonan suesperanzas —añadió.
A continuación, me describió a grandes trazoo que pretendían hacer.
—Esa estupidez es demasiado vieja —comenté—. Tiene tantas posibilidades de éxitcomo aquel famoso camello que intentaba pasapor el ojo de una aguja. ¿Qué, pretenden, Dick? —
pregunté—. Yo creía que íbamos a detener esclase de locuras hasta el último momento, y que niquiera las tendríamos en cuenta hasta que todoos agujeros del campo estuvieran cerrados po
completo y sólo nos moviera la desesperación.
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—No nos abandonamos a la desesperaciónPat, y espero que nunca lo hagamos. Sin embargono me importa dejar que lo intenten. Quiero que t
vayas con ellos —añadió tras una pausa—, sólpara impedir que se metan en un grave apuro. —¡Está bien! Al parecer, no me queda má
emedio. Lo haré para divertirme, pero es una idensensata y, sin ninguna duda, significará para m
otro mes en la «nevera».Conocía bien el plan. Un plan que hubier
podido idear un niño. Consistía en practicar unalida desde una de las ventanas de la cocina
obre los tejados de varios almacenes situados eel patio contiguo de la Kommandantur alemanaDespués, bajando al nivel del suelo, había qucruzar el camino por el que el centinela hacía l
guardia, cuando se volviera de espaldas, y, continuación, arrastrarse a través de una zona maluminada, delante de la Kommandantur, hastlegar a un pequeño pozo, en el extremo opuest
del patio, que se podía ver desde nuestra
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ventanas. ¡Y el plan sólo llegaba hasta aquí! Lofugitivos se encontrarían todavía en medio decampo enemigo, y lo que se podía hacer
continuación era para mí un misterio.Dick, Ronnie, Billie Stephens y yo discutimodespués el plan y yo sugerí aumentar el equipo:
—Puestos a hacer así las cosas, ¿por qué nañadir un cuarto hombre a nuestro grupo de tresDespués, cuando hayamos salido, si es qulegamos a salir, podremos viajar en grupondependientes de dos hombres cada uno.
—Perfectamente —dijo Dick—, ¿a quié
ugieres? —Pues bien, si Ronnie y Billie van a viaja
untos, supongo que me corresponde a mí elegir otro. Creo que Hank Wardle es el hombre. Ya e
hora de que tenga su oportunidad. —Está bien. No creo que haya objecione
pero lo confirmaré —contestó Dick—. En mopinión, es el hombre adecuado. Tiene todas la
condiciones: ocupa un lugar destacado en la lista
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ha contribuido con su ayuda en otras evasiones, es de la RAF.
Entonces intervino Ronnie:
—En este caso, este intento será una empresde «todas las armas», ya que Billie pertenece a lArmada. ¡Creo que es una buena idea!
—Desde luego, deberéis seguir rutadiferentes —dijo Dick—. ¿Qué sugerís?
—Pues bien, si a Ronnie y Billie no lemporta —contesté—, he estudiado la ruta desd
Penig, vía Zwickau, hasta Plauen, Regensburg Munich, y desde allí hasta Ulm y Tuttlingen. M
gustaría seguirla. ¿Qué te parece, RonnieVosotros podríais ir de Leisnig a Dobeln, después, vía Chemnitz, a Nuremberg y Stuttgart.
—Estamos de acuerdo —contestó Ronnie—
Preferimos Leisnig, ya que está a pocos kilómetrode aquí y confiamos en coger un tren antes de
ppell de la mañana. —Muy bien —aprobó Dick—, entonces todo
estamos de acuerdo. Más adelante, cuando s
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acerque el día de la evasión, entraremos ecuestiones de detalle, por ejemplo, víverendumentaria, etcétera. Si os falta algo, hacédmel
aber.El teniente de navío William Stephens (Billiehabía sido capturado durante la invasión de Sain
azaire, cuando los diques del muelle fuerovolados para bloquear un gran número dubmarinos alemanes. Había tratado de evadirs
dos veces y había llegado a Colditz hacía pociempo. De hecho, apenas llegó fue sometido
varias semanas de arresto «solitario» para qu
completara sus sentencias, y después dejaron que reuniera con los demás prisioneros. Habí
cursado sus estudios en Shrewsbury y procedía drlanda del Norte. Era un hombre apuesto, d
cabellos rubios, penetrantes ojos azules y una naria lo Nelson. Caminaba como si siempre estuvieren la cubierta de un buque. Era un individuo auda, al parecer, su obsesión consistía en abrirse pas
hasta la zona alemana del campo, y después busca
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a salida blandiendo un metafórico sable dabordaje.
La única esperanza que yo podía concebir er
forzar una puerta en el alto edificio en cuya plantuperior habíamos depositado a nuestro oficial d«tamaño medio», en su caja de la firma Tate anLyle. Si él había logrado salir de allí, tal veambién pudiéramos hacerlo nosotros. Ermportante no olvidar los comentarios de Bruce
me las arreglé para pasarle un mensaje junto cou ración alimenticia, y un poco más tarde mlegó su respuesta. Una vez dentro del edificio, er
posible bajar desde unas ventanas sin reja, en eextremo opuesto, hasta llegar al foso del castilloLos pisos altos estaban desocupados, pero habíque actuar con cautela para no hacer ningún ruido
a que los alemanes ocupaban los pisos bajoHabía, en el edificio, una puerta maciza y de graamaño, que se podía ver desde nuestra
dependencias, y que comunicaba con una escaler
que no se utilizaba, pero que conducía hasta lo má
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alto del edificio.Existían, sin embargo, dos obstáculo
mportantes: la puerta antes citada era bien visibl
prácticamente desde cualquier lugar, y entrabambién en el campo visual del centinela apostaden el patio alemán; y en segundo lugar, la puertestaba cerrada con llave. Suponíamos que lcerradura no era cruciforme, pero, aparte de estdetalle, no sabíamos nada más. Por la nochecuando los proyectores iluminaban el escenarioesta puerta quedaba sumida en la sombra. Tal vepudiera hurgar en la cerradura, pero era mu
peligroso, ya que la puerta se encontraba junto acamino principal, que conducía desde la entradmás exterior del castillo hasta la que daba paso a Kommandantur, y todos los transeúntes pasaba
a menos de un metro de ella. Además, ¿seríuficiente aquella sombra para ocultar a un hombr
a los ojos del centinela? Por último, la puerta sencontraba a unos veinte metros del pozo y
mencionado, que era el escondrijo más cercano, d
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modo que una persona que pasara cerca de aquellpuerta debía recorrer una veintena de metros ecada sentido, envuelta en una sombra en la que s
podía detectar cualquier movimiento.Cuando se hubo acordado el nombramiento dHank, le planteé el problema:
—Ronnie y Billie quieren que tú y yo nounamos a ellos en lo que considero la evasión máabsurda que he conocido —le expliqué a modo dnvitación.
—Hoy en día, en este campo, todas las cosapueden ser buenas y malas por igual —fue l
contestación de Hank. —¿Quieres decir con esto que no te opones? —Hank respondió encogiéndose de hombros
diciendo:
—Poco me importa. No tengo nada que hacehasta que termine la guerra, y por consiguientodo me da igual.
Le describí el plan con gran lujo de detalles,
cuando terminé me dijo:
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—Lo intentaré contigo. Estoy de acuerdo eque no hay ninguna esperanza de éxito pero, pesar de todo, creo que debemos intentarlo.
El plan consistía en poder llegar hasta el pozoin que nadie nos viera, y ocultarnos en él. Por lque sabíamos, este pozo debía ser bastantprofundo. Pero esperábamos que no lo fuesebasándonos en el hecho de que no tenía barandillao cual significaba que cualquiera podía caers
fácilmente. Llegar hasta el pozo iba a ser como unarga pesadilla.
La cocina del campo se utilizaba durante tod
el día, pero al anochecer quedaba cerrada. Ecentinela situado en el patio de los prisioneropodía verla, pero uno de los cristales de suventanas de estructura metálica estaba medio roto
Lo preparé todo en la cocina y resultó que aquellventana era el único sitio por donde podía entraUtilicé un «espía» para que me ayudara. Despuédel Appell de la tarde, el primer día de l
operación, este vigía se sentó en un escalón junto
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a cocina, vigilando al centinela, mientras yo mmantenía fuera de su campo visual, detrás de lpared del cobertizo contiguo, a unos cinco metro
de la ventana. La ronda del centinela duraba docho a doce segundos y yo debía introducirmantes de que el soldado diera media vuelta. En umomento dado, mi vigía me dio la señal y entoncecorrí y salté a la repisa. Poniéndome de puntillapara llegar hasta el cristal roto, sólo con dificultapude agarrar el pestillo que abría la ventana. Tirde él hacia arriba, cuidadosamente, retiré mi brazcon las mismas precauciones, para no romper l
que quedaba del cristal, abrí la ventana y entré poella. Si el centinela interrumpía su paseo y dabmedia vuelta, forzosamente tenía que verme. Saltal interior de la cocina y, silenciosamente, volví
cerrar la ventana. Me encontré sano y salvo en enterior de la cocina, sin que me hubiese sobrad
ni un solo segundo.Salir de la cocina me resultó algo más fácil, y
que me encontraba ante el centinela y podía verl
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a través de unas grietas en la pintura blanca quecubría los cristales interiores de la ventana.
Repetí esta operación durante cinco tarde
eguidas, acompañado por un ayudante. Solíamoentrar después del Appell de la tarde, alrededor das seis, y salíamos de nuevo antes de la hora de
cierre, a las nueve.Durante estos períodos de tres hora
rabajamos de firme. Las ventanas del ladopuesto de la cocina daban a los tejados de loedificios situados en el patio alemán, que sencontraban a unos tres metros y medio sobre e
uelo. Las ventanas de la cocina, en esta parte, ascomo todo el muro principal del edificio, estababañadas por la luz de los proyectores. Abrí una das ventanas, después de sacar varios soporte
metálicos que, presumiblemente, debíaasegurarla, y examiné los barrotes. Comprobé quequitando un remache, podía doblar uno de lobarrotes hacia el interior, con lo que conseguí
espacio suficiente para que pasara por allí u
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cuerpo humano. Este agujero entre los barrotedaba al tejadillo más cercano.
El problema siguiente era el remache. Podí
cortar su cabeza, pero estaba oxidado y sextracción requeriría un considerable esfuerzo. Siembargo, este método supondría manejar muchmenos la sierra, y «el silencio era oro». Ucentinela hacía su ronda junto a aquellos edificioexteriores, a unos quince metros de distancia. Pouerte, la ventana no estaba en su campo visual,
no ser que caminara casi el doble de su recorridnormal, cosa que hacía de vez en cuando. Ademá
a ventana y el tejado eran visibles desde todas laventanas de la Kommandantur , sobre la plantbaja.
Cuanto menos tuviera que aserrar, tanto mejo
La solución consistía en aserrar solamente lcabeza del remache, siempre y cuando pudierextraerlo después.
Mi ayudante era un suboficial de la Roya
avy, llamado «Wally» Hammond, precisament
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uno de los marinos que habían sido pintados dazul. Él y su compañero «Tubby» Lister, tambiéuboficial de la Armada, habían llegado a Coldit
por error, ya que éste era un campo destinadexclusivamente a oficiales. Sin embargo, supieroaprovechar bien su estancia allí.
Poco después, cuando les trasladaban a lprisión que les correspondía, se fugaron y, graciaa la «educación» que habían recibido en Colditzlegaron a Suiza con relativa facilidad.
Estos dos submarinistas merecen sendaestatuas en algún lugar ilustre de Inglaterra, pueeran la quintaesencia de todo lo que caracteriza nuestra isla. Si fuera posible colocar en una mism
olla un centenar de ingleses de todas lacondiciones y todos los condados, la sustanciesultante después de hervir la mezcla sería l
pareja Wally Hammond y Tubby Lister. Su sentid
del humor era irreductible y les permití
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enfrentarse a toda clase de peligros, con unpresencia de ánimo capaz de barrer el máformidable montón de adversidades.
Durante su fuga, por ejemplo, ya que nconocían un idioma más apropiado, hablaron en unglés macarrónico con los alemanes qu
encontraron, haciéndose pasar por colaboradoreflamencos. Pernoctaron en hoteles alemanes que nlamaran la atención y, cada mañana, antes d
marcharse, llenaban de agua todas las botamilitares que encontraban ante las puertas de lahabitaciones vecinas, como demostración de
espeto que les merecía el Oberkommando deWehrmacht , es decir, el Alto Mando alemán… Shistoria completa aparece en otro libro[27], y sviaje a través de Alemania fue una divertid
odisea.
Volviendo a mi remache, aserré su cabez
durante el turno de la cuarta tarde. Necesitábamo
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ahora un punzón resistente, que no hiciera muchuido y que pudiera extraer el dichoso remache.
Wally Hammond fabricó uno en pocas hora
con una barra que utilizábamos para cerrar lpuertecilla de una estufa alemana. Esta barrmedía unos treinta centímetros de longitud, y ecada extremo fijó unos soportes que permitíaujetarla al barrote de la ventana de la cocina. E
el centro había ya un tornillo de un centímetro ddiámetro, cuyo extremo fue limado para quencajara en el agujero del remache, cuyo diámetrera menor. La cabeza de este tornillo tenía u
diámetro de cinco centímetros, y Hammonconsiguió fijar en ella una palanca de dos palmode longitud.
En el siguiente turno de trabajo, monté l
herramienta de Hammond, accioné la palanca, y eemache, que llevaba ya tal vez veinte años e
aquel lugar, se deslizó suavemente y sin el menouido en su agujero, y nuestro trabajo qued
completado.
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Camuflé el orificio con arcilla, cerré lventana como de costumbre y, esparciendo epolvo, salimos de la cocina tal como habíamo
entrado. El proyecto de evasión estaba en march no queríamos perder más tiempo. Nuestros dogrupos se dirigirían, siguiendo caminos diferentehacia un punto de la frontera suiza, un lugar quparecía secreto exclusivo de Colditz. Aunque ynunca había estado allí, conocía mentalmentaquella zona como si fuera la palma de mi manoEl primer deber, y también el más importante, dodo fugitivo de Colditz era aprender de memori
a configuración de aquel lugar, ya que variomeses antes yo había prohibido formalmente quos evadidos llevaran consigo mapas de la
fronteras. Teníamos el mapa «maestro» en e
campo y todos lo estudiaban.Cada uno tenía sus documentos de identidad
us mapas generales, su dinero y su brújulaartículos que solíamos guardar en tubos d
pequeño tamaño. En cierta ocasión llegó a mi
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manos un regalo de unos amigos ingleses: docajas de veinticinco cigarros Upmann de LHabana. Estos cigarros estaban introducidos e
ubos de aluminio, que medían unos doccentímetros, y estos estuches eran sumamentapreciados. Tanto los documentos como el dineroasí como una brújula, cabían en uno de estos tuboque eran muy prácticos y fáciles de transportar que podían ser rápidamente escondidos, en casnecesario, mediante un juego de manos.
Yo mismo me había impreso mis documentode identidad. La escritura gótica alemana no e
fácil de copiar, pero se podía conseguir a fuerzde práctica. Disponíamos de un sistema dcopiado, primitivo pero muy satisfactorio, eproducíamos documentos y cartas escritos
máquina, a nuestro antojo. Una gran cantidad dellos de goma, en realidad fabricados coinóleo, proporcionaban toda la autenticida
oficial necesaria, y las fotografías la
conseguíamos por diversos medios. El Auswei
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un salvoconducto de color pardo, era de gruespapel blanco debidamente teñido con una mezclpatentada que fabricábamos nosotros mismos.
Hacía mucho tiempo que habíamos preparadnuestra indumentaria. Yo tenía que llevar una dmis gorras fabricadas en serie, unos pantalones da RAF debidamente arreglados, una cazadora d
color beige que había estado ocultando durante uaño, y finalmente un abrigo (necesario en aquellépoca del año, principios de octubre) que habíogrado comprar a un oficial francés, el cual l
había conseguido a través de un ordenanza francé
que, a su vez, podía entrar en el pueblo.Era un abrigo civil de color azul oscuro, co
olapas de terciopelo negro, y se abrochabacruzado, en la parte alta del pecho. Supongo que s
rataba de una moda alemana correspondiente máo menos a 1912. Llevaría zapatos negros.
Era esencial eliminar cualquier cosa qupudiera delatar el origen de las prendas qu
levábamos, por ejemplo letras en el interior d
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os zapatos, o etiquetas y marcas con el «Made iEngland». Debíamos vivir de acuerdo con nuestrafalsas identidades y estábamos dispuestos
desafiar a los alemanes a que demostraran lcontrario, si nos interrogaban. Así, Hank y yo noconvertimos en trabajadores flamencos qucolaboraban con los alemanes. Como flamandpodíamos disimular nuestro mal alemán y nuestrmal francés. Era una nacionalidad muy útil. Dadque no era un idioma corriente, los alemanenecesitarían mucho tiempo para encontrar alguien que hablase flamenco y pudiera demostra
que nosotros no éramos flamands.Éramos trabajadores especializados en e
hormigón, en el ramo de la construcción. Mcartera alemana contenía toda mi historia. Se m
permitía viajar hasta Rottweil (a unos cincuentkilómetros de la frontera suiza), por unos anunciodel periódico —llevaba estos recortes conmigo—en los que se solicitaban obreros para el ramo d
a construcción. Tenía también un permis
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especial, imprescindible, para viajar cerca de lfrontera. Mi historia incluía que mi novirabajaba en Besangon como telefonista de lo
alemanes. Ella era una chica valona, es decir, de lBélgica francófona. Guardaba una cartupuestamente suya (me la había hecho un francés
en mi cartera, y en ella la joven me rogaba qupasara mis pocos días de permiso con ella eBesangon, antes de ir a Rottweil para iniciar mrabajo. ¡Por una curiosa coincidencia, la líne
ferroviaria que iba a Besangon desde mdirección, pasaba a unos veinticinco kilómetros d
a frontera suiza!Mi mejor baza era una foto auténtica que tení
de una muchacha a la que había conocido eFrancia. Un día, mientras hojeaba un semanari
alemán, descubrí una fotografía propagandística ea que varias muchachas, alemanas y extranjerarabajaban juntas para el Reich en una oficina d
correos y telégrafos. Una de las muchachas de est
foto era el doble de la chica que aparecía en m
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fotografía. Inmediatamente, recorté la fotografía da revista y la guardé como un tesoro. Demostrarí
ante cualquier alemán hacia qué bando s
nclinaban las simpatías de mi novia. Mnstantánea privada era una prueba conclúyeme o estaba dispuesto a discutir con cualquie
alemán que se atreviera a dudar de mi identidad.Los otros tres hombres de nuestro equip
enían diferentes historias, más o menos taperfectas como la mía.
Cuando ya estábamos haciendo los últimopreparativos, celebramos una última reunión y
entre otros puntos, discutimos el de los víveres. —Comprenderéis que no podemos llevar má
provisiones que las habituales raciones alemana—indiqué.
—Sí, estoy de acuerdo —dijo Billie—, perde todos modos me llevo una provisión de carnde lata y queso en conserva, para asegurarme unbuena comida antes de coger el tren.
—Nuestro azúcar también vale —añadi
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Ronnie—. Podemos llevarlo encima en cualquieugar. Parece azúcar alemán y nadie notará nada.
—Debo haceros ahora una proposición u
poco peliaguda —dije entonces, cambiando dema—. Hay por ahí unos cuantos maletinemitación cuero…, aquellos que llegaron con l
última remesa de paquetes. Contenían ropa militaPropongo que llevemos uno de esos maletinecada uno.
—¡Hombre! ¿No crees que eso es demasiado—replicó Billie—. Ya va a costamos lo nuestralir del campo, escalar tejados y paredes y baja
por cuerdas, y además tú pretendes que carguemoahora con maletas…
—De acuerdo, pero debes recordar, Billie, qucuando salgamos del campo todavía estaremo
muy lejos de Suiza y de la libertad —argumenté—Sería absurdo planear tan sólo el principio y dejaque el resto del viaje se solucione por sí solo. Enuestro caso, el resto del camino es igualment
mportante, y un pequeño riesgo adicional a
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principio —en condiciones que tenemos más menos controladas— puede quedar ampliamentcompensado después, en circunstancias que ya n
podemos controlar. —¿Qué quieres decir? —preguntó Billie. —Quiero decir que no creo que se trate de un
empresa tan arriesgada. Una vez fuera del campouna maleta se convierte en señal de respetabilida honradez. ¿Cuántas personas efectúan largo
viajes en trenes expresos, y en tiempo de guerrain llevar nada en sus manos? Sólo los fugitivos os empleados del tren. Y los alemanes lo sabe
perfectamente. Saben que buscar a un prisionerevadido significa buscar a un hombre que viaja siequipaje, sin ni siquiera una simple maleta.
—Comprendo lo que quieres decir, Pat —
asintió Billie. —En los controles de las estaciones o en lo
que se efectúen en el tren, una maleta tiene uvalor incalculable —continué—. Podéis exhibirl
in exagerar la nota y creo que su presencia no
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ervirá de mucho. Además, puede resultar útil parlevar objetos igualmente respetables: pijamas —in ninguna clase de etiqueta—, maquinillas d
afeitar, cepillos para los zapatos, betún alemánabón alemán y, desde luego, nuestra comidalemana. De otro modo, los bolsillos de vuestraopas, excesivamente abultados, os darían u
aspecto desaseado y sospechoso. Ya sé que va er una lata cargar con las maletas al salir de
campo, pero creo que al final el esfuerzo habrvalido la pena.
Todos se mostraron de acuerdo y así l
acordamos. Conseguimos cuatro de aquellapequeñas maletas de fibra y guardamos en ellaodo lo que necesitábamos para nuestra evasión
nuestro viaje.
Apenas podía creer que íbamos a realizar todnuestro trayecto, con un total de 650 kilómetros, eren. Pensé en nuestra ingenua huida desde Laufe comprendí cuán importante era la experiencia e
cualquier tipo de evasión.
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E
Capítulo 20Atravesamos las murallas
ra el 14 de octubre de 1942. Yavanzada la tarde, los cuatro hicimos lo
últimos preparativos. Dije « Au revoir » a Van de
Heuvel y también a Rupert, Harry, Peter AllanKenneth y Dick. Rupert sería nuestro centineldesde la ventana de la cocina. Nos pusimonuestras ropas de paisano y las ocultamos co
pantalones y capotes militares. Habíamoconvertido los abrigos de paisano en pequeñofardos bien empaquetados.
Entre paréntesis, debo explicar por qudebíamos llevar, encima de todo lo demáprendas militares. Mientras esperábamos parentrar en la cocina, en cualquier momento podíaparecer un alemán, y también podíamoetrasarnos. Además, debíamos pensar en lo
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«informadores», los ordenanzas extranjeros quiempre estaban caminando de un sitio a otro. Sos ordenanzas veían a uno de los nuestro
ntroducirse en la ventana de la cocina, ya erpreocupante —podíamos estar buscando comid—, pero sería mucho peor si veían a variooficiales vestidos de paisano en el rellano de unescalera —en realidad, la escalera de loordenanzas—, como si estuvieran esperando uaxi…
Envolvimos nuestras maletas con mantas parque no hicieran ruido, y llevamos sábanas y manta
uficientes para efectuar, en caso necesario, udescenso de quince metros. Más tarde nopondríamos capuchas de lana y guantes, para quno quedara al descubierto ningún fragmento de pie
blanca. La oscuridad y las sombras debían senuestros cómplices, y no nos estaba permitidndisponernos con ellas. Sólo quedarían visible
nuestros ojos y nuestras narices. Habían quedad
excluidas todas las prendas de colores claro
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Llevábamos calcetines gruesos para recubrir lozapatos. Ésta es la manera de moverse máilenciosa que conozco, salvo caminar descalzo,
o necesitábamos sobre todo para atravesar ecamino por el que hacía su ronda el centinela.El comandante MacColm nos acompañarí
hasta la cocina para volver a colocar en su lugar ebarrote de la ventana y para cerrarla después dque nos hubiéramos ido. Tenía que ocultar tambiéas ropas militares que nosotros abandonaríamo
en la cocina, y salir a la mañana siguiente, cuandde nuevo se abriera la puerta de la cocina. S
ocultaría en una de las enormes calderaprocurando no dormirse, pues con ello correría epeligro de que lo sirvieran junto con la sopa dedía siguiente.
Inmediatamente después del Appell de la tardeniciamos la primera etapa de nuestro largo viaje
Eran las 6.30.Yo me había acostumbrado ya a entrar por l
ventana y, cuando Rupert me hizo una señal con l
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cabeza, actué automáticamente: una breve carreraun salto hasta la repisa, introducir un brazo ravés del cristal roto, levantar el cierre de l
ventana, retirar cuidadosamente el brazo, abrir lventana sin hacer ruido, entrar por ella y volverla cerrar con el máximo cuidado. Me encontré en enterior. Sólo dos de mis compañeros había
efectuado este ejercicio en alguna sesión. Habíque preguntarse, pues, si los cinco lograríaefectuarlo correctamente. Llegaron uno tras otroAl menos, ellos no tenían que preocuparse por ecierre de la ventana.
El centinela se comportaba correctamente. Antervalos regulares, cuando nos volvía la espaldae daba la señal. Yo no podía ver a Rupert, pero sincronización era perfecta. En cambio, desde l
ventana, podía ver al centinela mientras efectuabu ronda.
En cada ocasión que el centinela se volvía, oíun leve susurro. Abría automáticamente la ventana
penetraba un cuerpo y yo volvía a cerrarla
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anzando al mismo tiempo un profundo suspiro. Eejercicio se estaba realizando de modo totalmentautomático. Requería tan sólo cinco segundos. D
pronto, cuando ya sólo faltaba el último de locinco, observé, todavía no sé cómo, un momentde duda, un cierto titubeo del centinela avolverse, y supe que cuando volviera a pasar scomportaría de manera diferente. Se me hizo unudo en la garganta, pues esperaba oír el rumor da carrera de mi compañero, e imaginaba un
coincidencia atroz. Sin embargo, no se oyó ningúumor y, un instante después, el centinela se detuv
de repente y dio media vuelta. Nos había salvada intuición de Rupert.
Cuando el centinela se hubo ido otra vez, oí eumor de la carrera, abrí la ventana y volví
cerrarla. Por fin, los cinco estábamos a salvo. Noquitamos nuestras ropas militares y se laentregamos a MacColm.
Me asomé a la ventana que daba al pati
alemán y, cuando cayó la noche y se encendiero
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os focos, forcé el barrote hasta colocarlo eposición horizontal, e inmediatamente sujeté a lparte intacta un largo cilindro de cartón pintado d
negro, parecido al barrote. Esta parte ocupaba lposición correcta y camuflaba la abertura. —¡Todo está a punto! —susurré a los demá
—. Voy a salir. Hank, espera hasta que me oculta sombra de este gran ventilador que hay ahí,
entonces reúnete conmigo tan rápido como puedaBillie y Ronnie, recordad que no debéis seguirnohasta que hayamos cruzado sin novedad el caminque sigue el centinela.
Me deslicé a través de la abertura entre lobarrotes y me situé en el tejado que había debajde la ventana. Éste estaba unido a la pared de lcocina, precisamente debajo de nuestra repisa
Avancé en silencio, bañado por la luz de los focoLos ojos de un centenar de ventanas me estabacontemplando.
La impresión que esto provocaba era increíbl
yo no cesaba de preguntarme si, al llegar l
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noche, no había nadie a quien se le ocurriera mirapor la ventana.
Por suerte, a medio camino, en el tejado, habí
un lugar al que la luz no alcanzaba. El ventiladoalto y cuadrado, proporcionaba una densa sombraen la que yo me agazapé. Hank no tardó eeguirme. El centinela completó su recorrido
menos de quince metros de distancia.Durante varios días, habíamos organizad
esiones de música al anochecer, en el alojamientde los oficiales superiores (el bloque del teatroLa música era utilizada como señalización,
debíamos conseguir que el centinela que ahoreníamos delante se acostumbrara a un ciert
volumen de sonido. Mientras el mayor AndersoAndy) tocaba el oboe, el coronel George Youn
ocaba la concertina, y Douglas Bader, qumontaba guardia desde una ventana, actuaba comdirector del conjunto. Su habitación se encontraben la tercera planta, y dominaba el patio alemán
Bader podía ver a nuestro centinela haciendo l
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otalidad de su ronda. El ensayo tenía que empezaa las 7.30, cuando hubiera cesado el tráfico en epatio. A partir de las ocho, mantendría un rígid
control sobre los músicos, para que éstos sóldejaran de tocar cuando el centinela ocupara unposición que nos permitiera atravesar su camino
o era necesario que dejaran de tocar cada veque el centinela volviera la espalda, pero sguardaban silencio significaría que podíamomovernos. Habíamos organizado este sistema deñalización porque, una vez en el suelo
dispondríamos de pocos lugares donde ocultarno
un ángulo de la pared de los edificios exteriorenos impedían ver al centinela en los pocos quhabía.
A las ocho, Hank y yo volvimos a avanzar baj
a luz del foco y a lo largo del resto del tejadodejándonos caer al suelo y tropezando con udesagüe, haciendo un ruido que me causescalofríos. En el rincón oscuro de la pared, co
os zapatos atados alrededor del cuello y nuestra
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maletas bajo el brazo, esperamos que cesara lmúsica. Los intérpretes habían estado tocandaires ligeros y alegres, y después habían abordad
nuestras canciones populares. A las 8, empezarocon la música clásica, con la que tenían máexcusas para detenerse de vez en cuando. Badenos había visto bajar desde el tejado y nos veríatravesar el camino del centinela. Los músicoestaban en pleno concierto para oboe de Haydncuando la orquesta enmudeció.
«Esto lo resolveré con una carrera», pensé.Avancé rápidamente cinco metros hasta el fina
de la pared que nos ocultaba, y contemplé acentinela. Parecía inquieto y durante los cincegundos en que me dio la espalda miró por do
veces hacia la ventana de Bader. Ante mí estaba l
carretera, una superficie adoquinada, de unos sietmetros de anchura. Más allá había el extremo dun cobertizo y unos matorrales que ofrecían uamistoso cobijo. Cuando el centinela dio medi
vuelta, volvió a oírse la música. Nuestro
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concertistas habían elegido una pieza que legustaba mucho a los alemanes. Confié en que ecentinela no se sintiera exasperado por su
continuas interrupciones. La próxima vez qudejaran de tocar, nos largaríamos.La música cesó bruscamente y eché a corre
pero cuando ya llegaba a la esquina volví a oírlaMe detuve en seco y retrocedí en seguida. Estituación se repitió dos veces, y después oí, ravés de la música, voces que hablaban e
alemán. Era el oficial de guardia, que efectuaba sonda y estaba interrogando al centinela. El oficia
e mostraba suspicaz y oí que daba órdeneconcretas.
Cinco minutos más tarde, la música cesnesperadamente, mientras yo estaba absort
eflexionando sobre cuál podía haber sido la razódel interrogatorio del oficial. En aquel momentno estaba preparado y, por lo tanto, pensé quomar una decisión tardía solía ser peor que n
omarla. Así que me mantuve inmóvil y esperé
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Seguí esperando durante mucho tiempo y la músicno volvió a oírse. Pasó todo un cuarto de hora y lmúsica no aparecía. Evidentemente, algo habí
ocurrido en el piso superior, en vista de lo cuadecidí esperar una hora para dejar que laospechas se esfumaran. Teníamos toda la noch
ante nosotros y yo no estaba dispuesto a echarlodo a perder por culpa de una precipitaciónoportuna.
Durante todo este tiempo, Hank estuvo a mado, sin que sus labios pronunciaran ni una sol
palabra, ni tan sólo un murmullo que pudier
distraernos de la tarea que teníamos entre manos.En el ángulo de la pared donde no
ocultábamos, había una puerta. La empujamos descubrimos que estaba abierta, por lo qu
entramos en la oscuridad interior y, atravesanduna segunda puerta, nos refugiamoprovisionalmente en una habitación con unestrecha ventana que contenía, por lo poco qu
pudimos ver, tan sólo desperdicios: papel usado
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botellas vacías, y latas de comida también vacíaAfuera, en la esquina de la pared, cualquiealemán con buena vista podía vernos si pasaba po
allí. También podía ocurrir que el centinelampliase su ronda sin previo aviso y echara uvistazo a aquella esquina en la que habíamoestado escondidos. En aquel cuarto trasterocreíamos estar mucho más a salvo.
Llevábamos allí unos cinco minutos cuando, dpronto, se oyó un ruido de papeles, seguido de uncatarata de latas vacías y botellas volcadas, todello con un estruendo capaz de despertar a lo
muertos. El horror nos inmovilizó. Un gato salidisparado de los escombros y abandonó el cuartcomo si lo persiguiera el diablo.
—¡Todo ha terminado! —exclamé—. Dentr
de unos momentos, vendrán los alemanes nvestigar lo ocurrido.
—El maldito animal debía estar persiguiendo un ratón —dijo Hank—. Sea como fuere
procuremos remediar lo ocurrido. Puede que s
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imiten a echar un vistazo con sus linternas, y quizpodamos salir bien librados si procuramos imitaa un par de sacos amontonados en una esquina.
—¡Aprisa, pues! —dije—. Pongámonos poencima estos periódicos. Es nuestra únicesperanza.
Lo hicimos y esperamos, con nuestrocorazones lanzados al galope. Pasaron cincminutos, después diez, y nadie se presentóEmpezamos a respirar otra vez.
Nuestra hora de espera pasó rápidamente. Eraas 9.45 y decidí continuar. En el patio reinaba e
ilencio y ahora podía oír claramente los pasos decentinela, primero acercándose y despuéalejándose. Tras elegir el momento oportunoavanzamos hacia el extremo de la pared cuando é
dio media vuelta en su ronda. Miré desde lesquina. El centinela se encontraba a unos diemetros de nosotros y se alejaba. El patio estabdesierto. Caminé rápidamente de puntillas y cruc
el camino, con Hank pisándome los talones. A
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legar a la pared del cobertizo, en el otro ladouvimos el tiempo justo para agazaparnos entre lo
matorrales antes de que el soldado diera medi
vuelta; evidentemente, no había oído nada. Cuandvolvió a alejarse, nos deslizamos hacia la partposterior del cobertizo y nos escondimos entre lamatas que orillaban los escalones y el porche en lentrada principal de la Kommandantur .
Habíamos llevado a cabo la primera etapa dnuestra evasión. Dejé mi maleta en el suelo efectué un repaso de la siguiente etapa de nuestrviaje, que debía ser el «pozo». Sin dejar de vigila
al centinela, avancé rápidamente a través decésped, junto al camino que se alejaba de loescalones de la entrada. A un lado estaba ecamino y en el otro un largo parterre con flore
más allá, pude ver la balaustrada del porche de lommandantur . Me encontraba en un luga
ombreado, pero me movía agachado. Al llegar apozo, a unos veinticinco metros de distancia, ante
de que el centinela se volviese, miré por encim
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del borde. Había junto a él un caballete de madercon peldaños. El pozo no era profundo y mdeslicé en su interior. Desde allí salía un túnel qu
pasaba por debajo del porche y ofrecía uescondrijo perfecto. Era suficiente. Al volver alir, oí claramente unos ruidos procedentes de loejados por los que habíamos pasado. Ronnie
Billie, que habían visto cómo atravesábamos ecamino principal, ya nos estaban siguiendo. Aparecer, el centinela no había oído nada.
Empecé a arrastrarme hacia las matas dondHank me estaba esperando. Había recorrido cas
a mitad del camino cuando, inesperadamente, soyeron unos fuertes pasos: un alemán se acercabápidamente desde la puerta principal del castill doblaba la esquina más próxima. Me tir
nmediatamente al suelo, sobre el césped, y mquedé inmóvil y rígido, mientras él acababa ddoblar la esquina y avanzaba por el camino en mdirección. Tenía que verme a la fuerza. Esperé e
acto final. El alemán se acercó cada vez más, co
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unos pasos que crujían sobre la gravilla. Sencontraba ya a mi altura. Todo había terminadoEsperé la exclamación que lanzaría a
descubrirme, su grito de advertencia al centinelael ya familiar « Hande hoch!», y la presión de spistola en mi espalda, entre los omoplatos.
Aquellos pasos crujientes continuaron a mado y se alejaron. El hombre subió los escalone entró en la Kommandantur. Tras un momento d
pausa para recuperarme, cubrí arrastrándome ldistancia que me separaba de los matorrales y, eaquel momento, aparecieron Ronnie y Billie
procedentes de la dirección opuesta.Al poco rato, nos encontrábamos todos a salv
en el pozo, sin más alarmas y habiendcompletado la segunda etapa. Dispusimos de algú
iempo para relajarnos y yo le pregunté a Billie: —¿Cómo se os ha ocurrido atravesar e
camino del centinela? —Vimos que lo hacíais vosotros dos y que l
cosa parecía muy fácil. Esto nos dio confianza
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uerte, el centinela debía estar pensando en schica.
—Si no fuera por las chicas —dije—
probablemente no nos encontraríamos metidos emuchos jaleos, de modo que nunca se sabe. —Dun codazo a Hank y añadí—: Ya es hora de quigamos trabajando.
Mi siguiente tarea consistía en tratar de abra puerta del edificio antes descrito, el mism
desde el cual había escapado nuestro oficial «damaño medio». La puerta se encontraba a un
distancia de quince metros y estaba sumida en un
densa sombra, aunque la zona que había entre ell el pozo sólo estaba oscura a medias. Vigiland
de nuevo al centinela, me arrastré hasta la puerta empecé a trabajar con un juego de llaves maestra
que había traído conmigo. Se produjo undesagradable interrupción cuando oí a lo lejos lvoz de Priem, que regresaba del pueblo. Tuve eiempo justo para retroceder de nuevo hasta e
pozo y ocultarme, antes de que él volviera l
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esquina. Nos reímos en nuestro interior cuando pas
unto a nosotros siguiendo el camino del patio
hablando en voz alta con otro oficial. No pudevitar el recuerdo de aquella ocasión en questuvo ante la oficina de Gephard y no ordenabrir la puerta.
¡Pobre Priem! En el fondo no era un maujeto. Tenía un sentido del humor que casi l
convertía en un ser humano.Eran las once cuando Priem pasó junto
nosotros. Seguí trabajando durante una hora e
aquella puerta, sin resultado, y finalmente me dpor vencido. Nos encontrábamos ante un obstácul deberíamos encontrar otra salida.
Seguimos el túnel, que partía del pozo
pasaba por debajo del porche, y, después decorrer unos ocho metros, llegamos a un graótano con un techo abovedado que sostenían uno
gruesos pilares. Tenía algo que ver con e
alcantarillado, pues en un momento determinado
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Hank ya no pisó terreno sólido y estuvo a punto dcaerse en lo que parecían ser unas aguaprofundas. Debió remover la superficie de
íquido, porque de éste emanó un hedonsoportable. Cuando me encontré a algundistancia de la entrada, encendí una cerilla. Emobiliario consistía en una carretilla de mano y, eel extremo opuesto de aquel sótano cavernosoaparecía el cañón de una chimenea. Antes habíadvertido un débil destello luminoso en aquelldirección y, al examinar el cañón, descubrí que eruna canalización de aire que, desde el techo de l
caverna, ascendía verticalmente más o menos umetro y medio y después se curvaba hacia eexterior, en busca del aire libre. Hank me izó en enterior de la tubería, cuya sección medía uno
veinte por noventa centímetros. Conseguí elevarmo suficiente como para mirar a través de la part
curvada. El cañón terminaba en la cara vertical duna pared, a unos sesenta centímetros de distancia
allí formaba una abertura que recordaba la de u
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buzón. Esta abertura estaba al nivel del suelo en eexterior, en el extremo más lejano del edificioprecisamente la parte del foso hacia la que no
dirigíamos, pero era prácticamente imposiblalcanzar aquella salida. Habían barrotes yademás, sólo un pigmeo hubiera podido arrastrarsa través de la parte curvada.
Celebramos una conferencia. —Al parecer, nos encontramos en un callejó
in salida —dije—, y además tampoco puedo abra puerta. ¡Lo siento mucho, pero de momento es
es todo!
—¿No se le ocurre a nadie otra salida? —preguntó Ronnie.
—Creo que la salida principal es totalmentmpensable —dije—. Desde que Neave se evadi
hace casi un año, cierran la puerta por este laddel puente, sobre el foso. Esto significa que npodemos llegar a la puerta lateral cruzando efoso.
—Nuestra única esperanza es atravesar l
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ommandantur —sugirió Billie—. Podríamontentarlo ahora, con la esperanza de que no no
vean, o bien hacerlo a primera hora de la mañana
cuando hay un poco de tránsito en estos lugares algunas puertas tal vez ya no estén cerradas. —¿Y crees de veras que pasaríamos un
nspección a esas horas? —preguntó Ronnie—. Sdebemos tomar esta ruta, creo que es mejontentarlo hacia las tres de la madrugada, cuandoda la gente del campo está durmiendo.
Yo estaba pensando en la temeridad quepresentaba atravesar la Kommandantu
Recordé aquel otro intento —era como si hubieraranscurrido ya largos años—, cuandntrodujimos hombres en la Kommandantur ravés de un boquete en los retretes. Ya entonce
había creído que la idea era absurda y ahorexpresé mis pensamientos en voz alta:
—Por lo que sabemos, sólo hay tres entradaen la Kommandantur . La puerta principal fronta
as cristaleras que hay detrás, y que se abren haci
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el césped que hay frente al centinela, y lpuertecilla que está debajo del arco que conducal parque. La entrada del parque está cerrada y l
puerta se encuentra en el extremo opuesto. —Yacuciado por la desesperación, añadí—: Voy echar otro vistazo a esa tubería de ventilación.
Esta vez, me desnudé parcialmente y descubque podía deslizarme con mayor facilidad a travéde aquel conducto. Examiné detenidamente lobarrotes y pude comprobar que uno de ellos nestaba muy firme en su alvéolo de cemento. Eaquel preciso instante, oí pasos junto a la abertur
se acercó una patrulla de alemanes, con un perrpastor alsaciano. Un par de pesadas botas pasarounto a mí, hasta el punto de que hubiera podidocarlas con la mano. El perro trotaba detrás d
ellas y no me vio. Supongo que los olores quemanaban de aquel conducto anulaban pocompleto el mío.
Conseguí aflojar un extremo del barrote
doblarlo casi por completo. Después, bajé d
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nuevo al sótano y susurré a mis compañeros: —Hay una remota posibilidad de que podamo
alir por ese agujero. De todas maneras, vale l
pena intentarlo. Tendremos que desnudarnos pocompleto. —Hank y Billie no lo conseguirán —dij
Ronnie—. Es imposible; son demasiadcorpulentos. Tú y yo tal vez lo conseguiríamos snos ayudan en ambos extremos, si alguien noempuja por debajo y otra persona tira de nosotrodesde arriba.
—Creo que podré hacerlo —afirmé—, s
alguien se pone de pie sobre la carretilla y mempuja hacia arriba. Cuando esté fuera, yo mocuparé de los demás. Será mejor que Hank sea eiguiente. Si él lo consigue, lo conseguirán todos.
Hank medía más de un metro ochenta y Billienía una estatura algo menor. Ronnie y yo éramo
más bajos, y Ronnie, además, muy delgado. —Ni Hank ni yo —intervino Billie—
conseguiremos pasar por esta curva arrastrándono
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obre el vientre. Nuestras rodillas no tienen doblarticulación y nuestras piernas quedaríaatrapadas. Tendremos que salir avanzando sobr
nuestras espaldas. —De acuerdo —contesté—. Entonces, ypasaré el primero, Hank me seguirá, y después lharán Billie y Ronnie. Tú Ronnie, no tendrás nadie que te empuje, pero si dos de nosotros tcogemos por los brazos y tiramos hacia afueracreo que lo conseguiremos. Tomad todas laprecauciones al desnudaros. No olvidéis ningunprenda; no debemos dejar la menor pista
Entregadme vuestras ropas después de hacer ufardo con ellas, y también vuestras maletas. Yo laesconderé provisionalmente fuera de aquí.
Tras unos tremendos esfuerzos, consegu
atravesar aquella chimenea y salir al exteriootalmente desnudo. Inclinándome de nuevo junto a abertura, logré encontrar la mano de Hank y ést
me pasó mis ropas y mi maleta, y a continuació
us pertenencias. Lo escondí todo entre uno
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matorrales junto al camino, y me vestí con unopa oscura para pasar desapercibido. Hankambién desnudo, forcejeaba en el agujero
dándome la espalda. Conseguí agarrarle un brazo irar de él, mientras lo empujaban desde abajoPalmo a palmo avanzó y, al cabo de veinte minuto gracias a un esfuerzo final, logré sacarlo. Estab
bastante magullado y el sudor inundaba su cuerpoDurante todo ese tiempo estábamos a merced dcualquiera que pasara por allí. Hubiera sido ubuen espectáculo ver a un hombre desnudaliendo de un agujero en la pared como la past
dentífrica sale de su tubo… En aquella misteriosemioscuridad, una mente imaginativa hubierenido la impresión de que los sólidos muros de
castillo descendían lentamente sobre el cuerpo d
un hombre, mientras un camarada suyo ejecutabos más desesperados esfuerzos para salvarle l
vida.Hank se ocultó entre las matas para recobrar e
aliento y vestirse.
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Llegaron a continuación las ropas y la maletde Billie, seguidas por el propio Billie. Logracarlo al cabo de unos quince minuto
Seguidamente, apareció el equipaje de Ronnie, y éste le entregué una sábana que le permitierniciar su ascenso. Después, nos colocamos dos d
nosotros junto a él y logramos hacerle salir en uplazo de unos diez minutos. Todos nos echamoentre los matorrales, para normalizar nuestrespiración. Eran casi las 3.30 y habíamoerminado la tercera etapa de nuestro maratón.
—¿Qué posibilidades crees que tenemos? —
pregunté a Billie. —No estoy en condiciones de pensar e
posibilidades —fue su respuesta—, pero sé quamás olvidaré esta noche en toda mi vida.
—Espero que tengáis todos vuestros equipaje—dije, sonriéndole en la oscuridad—. ¡No mgustaría tener que mandar a alguno de vosotros ravés de este tubo, para recogerlo!
—Yo daría cualquier cosa por un cigarrillo —
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uspiró Billie. —No veo razón por la que no podáis fumar, s
anto lo deseáis, cuando hayamos pasado junto
os cuarteles. ¿Qué cigarrillos lleváis? —Gold Flake, creo. —¡Me lo figuraba! Pues será mejor qu
empecéis a fumar uno detrás de otro, porque antede llegar a Laisnig deberéis desprenderos de lque os quede. ¿Habíais pensado en esto?
—¡Pero si yo llevo cincuenta! —Mala suerte —contesté—. En el mejor d
os casos, disponéis de tres horas, lo que signific
fumar diecisiete cigarrillos en una hora. ¿Podráhacerlo?
—Lo intentaré replicó Billie, con obstinaciónUn alemán roncaba sonoramente en un
habitación con la ventana abierta, a pocos metrode distancia. El conducto de chimenea quacabábamos de escalar daba a un estrecho senderque atravesaba la parte superior del foso, justo po
debajo de los muros principales del castillo. La
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matas entre las que nos ocultábamos sencontraban en el borde del foso. Por suerte, emuro estaba escalonado en tres seccione
ucesivas. Los desniveles eran de unos cincmetros y medio, y los peldaños tenían un par dmetros de anchura, y estaban cubiertos con algunque otra mata y una capa de hierba. Preparamos upar de sábanas. Después de media hora ddescanso y otra vez totalmente vestidodescendimos uno tras otro. Yo fui el último y caen los brazos de los que me habían precedido.
Repentinamente, mientras bajaba, Billi
experimentó una picazón en la garganta y empezó oser, con lo que los perros se inquietaron
empezaron a ladrar en sus perreras, que ahorveíamos por primera vez, y que por desgraci
estaban muy cerca del camino que debíamos tomaDesesperado, Billie se tragó un puñado de hierb tierra, con lo que la irritación de su gargant
pareció ceder. Cuando llegamos al fondo del foso
eran ya las 4.30. La cuarta etapa había terminado.
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Limpiamos nuestras ropas y nos pusimos localcetines sobre los zapatos. Al cabo de unomomentos tendríamos que pasar por debajo de u
farol, en la esquina del camino que conducía a locuarteles alemanes. Era el camino que llevaba as dobles puertas de entrada de la murall
exterior, la misma que circundaba el recinto decastillo. Era el mismo camino que habían tomad
eave y Van Doorninck.El farol estaba situado dentro del campo visua
del centinela, aunque por suerte a unos cincuentmetros de distancia, pero el soldado podría ve
perfectamente nuestras siluetas cuando dobláramoa esquina y nos adentráramos en la oscuridad qu
venía después.Los perros habían dejado de ladrar. Hank y y
nos pusimos en marcha, cruzando una pequeñbarandilla, por un sendero, dejando atrás laperreras, bajando unos escalones, doblando lesquina bajo el farol y adentrándonos en l
oscuridad. Caminamos con toda tranquilidad, e
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uno al lado del otro, como si fuéramos soldados dos cuarteles que regresáramos después de habe
pasado una noche de juerga en el pueblo.
Antes de pasar junto al cuartel, yo tenía qucumplir una última misión: indicar de algunmanera a los prisioneros del campo lo quhabíamos hecho, comunicarles si otros fugitivopodían seguir o no nuestra misma ruta. Llevabconmigo una docena de trozos de cartón blanccortados en diversas formas: un cuadrado, uectángulo, un triángulo, un círculo, etc. Dic
Howe y yo habíamos convenido un código segú
el cual cada forma debía proporcionarle una ciertnformación. Arrojé algunos de estos trozos d
cartón en una pequeña zona de hierba contigua a lcarretera, junto a la cual pasaban nuestro
compañeros camino del parque. Con un poco duerte, si no cancelaban estas salidas durante unemana, Dick vería los trozos de cartulina. M
mensaje decía lo siguiente:
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«Salida desde el pozo. Foso fácil; nohemos dejado pistas».
Aunque yo había colocado de nuevo el barrotde la salida de la chimenea en su lugar, en realidaera probable que hubiéramos dejado ciertahuellas. Pero, dado que el mensaje alternativo era
«Salida controlada por los alemanes», que hubierdebido utilizar, por ejemplo, de haber dejadquince metros de cuerda de sábanas colgando duna ventana, preferí animar a otros fugitivos parque intentaran seguir nuestros pasos.
Seguimos avanzando otro centenar de metrounto al cuartel, donde la guarnición dormí
pacíficamente, y llegamos ante nuestro últimobstáculo: el muro exterior. Allí tenía tan sól
unos tres metros de anchura, pero en su partuperior había espirales de alambradas. Estabobre este muro, ayudando a Hank a subir, cuando
con un violento sobresalto, advertí a lo lejos l
brasa de un cigarrillo. Se estaba acercando. Poc
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después, comprendí que se trataba de Billie. Nohabían alcanzado. Acordamos mantener undiscreta distancia entre nosotros, para que, a
pasar bajo el farol de la esquina, no pareciéramoun regimiento.La alambrada no representaba un seri
obstáculo cuando uno se enfrentaba a ella siprisas y con ciertas precauciones. Por fin, noencontramos todos al otro lado del muro, y iempo, puesto que teníamos un largo trecho quecorrer para alcanzar una cierta seguridad ante
de que amaneciera. Eran las 5.15 de la mañana
habíamos culminado la quinta etapa del maratónLa sexta y última —el largo viaje hasta Suiza—nos estaba esperando.
Nos estrechamos todos las manos y con u
«Hasta la vista, nos veremos en Suiza dentro dunos días», Hank y yo emprendimos nuestrcamino. Los otros dos nos seguían a doscientometros de distancia, pero pronto se desviaron
nosotros nos dirigimos hacia los campos.
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Mientras avanzábamos, Hank buscó durantmucho rato en sus bolsillos y después pronuncias que eran, prácticamente, las primeras palabra
que había dicho durante toda la noche:Me parece, Pat, que he olvidado mi pipa en lparte superior del foso.
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H
Capítulo 21El expreso de la libertad
ank y yo seguimos caminando a bue paso, pues teníamos pensado descansa
durante todo un día. Por consiguiente, para esta
otalmente a salvo, debíamos alejarnos todo lo qupudiéramos del campo de prisioneros. Suponíamoque la búsqueda de los alemanes se dirigiría a upueblo situado a unos ocho kilómetros d
distancia, hacia el cual iban Ronnie y Billie, y eel que había una estación de ferrocarril. El primeren pasaba poco antes del Appell de la mañana. S
no se producía una alarma en el campo antes desta hora, y si los dos podían llegar a la estaciócon tiempo para tomar el tren (cosa que ahorparecía probable), estaría en Leipzig antes de que intensificaran los rastreos. Ésta era la ruta qu
había seguido Lulu Lawton, pero se le habí
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escapado el tren y ello le obligó a ocultarse en unzona por la que los alemanes buscaron a fondo.
Hank y yo elegíamos una ruta difícil,
propósito para que nuestros cazadores noperdieran la pista. Nos dirigíamos primero haciel sur y después hacia el oeste, dando un ampliodeo en dirección al río Mulde, que discurrí
hacia el norte, hacia el Elba. Para llegar a unestación de ferrocarril debíamos recorrer unoreinta y cinco kilómetros, y además cruzar el ríoo era una ruta de evasión muy cómoda,
confiábamos en que los alemanes pensaran l
mismo.Caminamos durante una hora y media, y cuand
a casi era de día entramos en un bosque y noocultamos en su espesura para pasar la jornada
Debíamos encontrarnos a unos ocho kilómetros decampo. Aunque tratamos de dormir, teníamos lonervios tan tensos como las cuerdas de un piano o me pasé todo el día en estado de alerta.
—Los animales salvajes deben tener u
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espléndido sistema nervioso —dije en ciertmomento a Hank.
—Los animales salvajes tienen los nervio
gual que tú y yo. Por eso no se les capturfácilmente —fue su comentario. No iba a ser fácil capturar a Hank. S
prometida le había estado esperando desde aquellnoche de abril de 1940, en la que él despegó bordo de su bombardero. Evidentementcapturarlo sería una hazaña que exigiría loesfuerzos de varios alemanes muy decididos. A mme daba ánimos saber que se encontraba a m
ado.Durante mucho rato, pensé en los caprichoso
giros que el destino imprime a nuestras vidaSiempre había supuesto que, al final, Rupert y y
escaparíamos juntos, pero resultó que le habícorrespondido a Hank, y ahí estábamos los dos. Yhabía dejado atrás a viejos y fieles amigos. Doaños de constante camaradería habían logrado qu
algunos de nosotros nos sintiéramos muy unido
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Rupert, Harry, Dick, Kenneth, Peter… ¿volvería verlos alguna vez? En el campo, la probabilidade un fracaso en las primeras fases de una evasió
eran tan grandes, que todos preferíamos no pensademasiado en una larga separación.Aquí, en los bosques, todo era diferente. Si,
partir de este momento, yo cumplía debidamentmi misión, lo más probable era que nunca volviera verlos. No regresaríamos a Colditz, y Hanambién estaba seguro de ello. Este pensamient
provocaba en mí una verdadera zozobra, ya qucomprendía por primera vez lo que aquello
nombres significaban para mí. Era mucho lo quhabíamos pasado juntos, y recé para que todopudieran sobrevivir a la guerra y algún dípudiéramos reunimos de nuevo.
Al oscurecer, emprendimos de nuevo lmarcha a través de los campos. A veces, cuandos caminos o carreteras seguían nuestra direcciónos utilizábamos, pero debíamos actuar con gra
cautela. En una ocasión, acabábamos de apartarno
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de la carretera cuando vimos ante nosotros una lualgo muy poco habitual en la noche, puesto qu
ordenaban apagar todas las luces) y oímos voce
Detuvieron a un coche que se aproximaba. Apasar cerca de la luz, siempre a través de locampos, vimos a un motorista del ejército quhablaba con un centinela. Era un control y noestaban buscando a nosotros. ¡Habíamos pasado cincuenta metros de ellos!
El camino hasta el río nos pareció muy largoA medida que transcurría la noche, apenas podímantener los ojos abiertos. Tropezaba y m
adormecía mientras seguía andando, hasta qufinalmente me di por vencido.
—Hank, tendré que echarme y dormir una horaEn realidad, he estado andando dormido. No sé n
adonde vamos. —De acuerdo. Yo vigilaré mientras t
descansas debajo de aquel árbol —dijo Hankeñalando un montón de hierba que había ant
nosotros.
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Me despertó al cabo de una hora y seguimocaminando, hasta que por último llegamos al ríoDiscurría en el fondo del barranco al qu
descendimos, y había una carretera junto a sorilla. A nuestra izquierda, más allá del río y lgarganta, había un puente de ferrocarril situado una altura considerable. Decidí atravesarlo, paro cual tuvimos que subir de nuevo. El sueño m
estaba invadiendo otra vez. La ascensión fudifícil, a causa de las grandes rocas cortadas epeldaños que parecían los de las pirámides. Fuuna escalada de pesadilla, en plena oscuridad
durante la cual tropecé varias veces, me caí y mquedé dormido allí donde había caído. Hank tirabde mí, me obligaba a subir al siguiente peldaño, me mantenía en pie sin decir palabra, para repet
de nuevo todo el proceso al cabo de pocomomentos. En mitad de nuestro ascenso, nodetuvimos para descansar. Yo me quedé dormidopero Hank siguió alerta, acechando a través de l
oscuridad, y así pudo advertir que algo se moví
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en el puente del ferrocarril. Era necesaria unvista de gato para ver algo allí, pero lo cierto eque me sacudió y dijo:
—Pat, no pasaremos por aquel puente; estvigilado. —¿Y cómo diablos puedes saberlo? —
pregunté—. ¿Y cómo atravesaremos el río? —No me importa cruzarlo a nado, pero lo qu
e aseguro es que no pasaré por aquel puente.Acabé accediendo a su deseo, aunque ell
ignificaba describir un amplio semicírculoatravesar las vías del ferrocarril y bajar de nuev
al río, cerca del puente de la carretera, que estabmás arriba y cuya existencia ya conocíamos.
Al llegar a la vía del ferrocarril, la cruzamo, al hacerlo, vimos, a lo lejos, en el puente, e
esplandor de una cerilla encendida. —¿Has visto eso? —murmuré. —Sí. —Desde luego, hay un centinela en el puent
Tenías razón, Hank. Gracias a Dios, has insistid
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para que no pasáramos.Poco a poco, descendimos de nuevo por l
colina hasta un punto donde el cauce del río no er
an profundo, y descubrimos que no nos habíamoorientado mal, ya que divisamos a poca distanciel puente de la carretera. Antes de atravesarlo, lnspeccionamos cuidadosamente, escuchand
durante largo rato por si se oía algún rumoprocedente de él. No estaba vigilado. Latravesamos rápidamente y nos adentramos en lamalezas del otro lado, y además en el momentpreciso, pues llegó una motocicleta que tomó un
curva con mucho estrépito, con el faro encendido atravesó el puente en la misma dirección qu
habíamos seguido nosotros.Hasta la madrugada, caminamos penosamente
ravés de los campos, guiándonos con la brújulaCerca del pueblo de Penig, donde estaba situadnuestra estación ferroviaria, nos aseamos un poconos afeitamos como buenamente pudimos y no
impiamos los zapatos. Entramos en el pueblo —
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que era casi una pequeña ciudad industrial— y noencaminamos hacia la estación. No era prudentpreguntar dónde estaba en aquella hora de l
mañana, cuando sólo unos pocos vecinoransitaban por la calle. Preferimos caminaiguiendo unos depósitos de carbón, donde tenía s
origen una línea de tranvía. Las vías pasaban junta una gran fábrica y después se desviaban hacia eotro lado de la carretera, discurriendo bajo loárboles y junto a un riachuelo. Seguimos estavías, que finalmente cruzaban un puente, legamos al núcleo urbano de la ciudad. Segur
que la línea de tranvía nos llevaría hasta lestación. Aquella población era sórdida, mudiferente de Colditz, que tenía un aspectagradable. Evidentemente, todas las operacione
de limpieza habían quedado prácticamentuspendidas. Los cristales rotos de las ventana
habían sido sustituidos por papeles de periódicoas estructuras de hierro estaban oxidadas y la
puertas principales de las casas, que daban a l
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calle, pedían a gritos una buena capa de pintura.Llegamos por fin a la estación del ferrocarri
Se encontraba en el extremo opuesto de la ciudad
parecía más antigua que los edificios que lodeaban, presentando un aspecto muy distinto. Sapariencia era muy respetable y pertenecía a uperíodo anterior a la instalación de la industria ePenig. Entramos y consultamos el horario drenes. Nuestra ruta era la de Munich, vía Zwickau
Comprobé que debíamos esperar tres horas, después soportar otra larga espera en Zwickaantes de que llegara el expreso nocturno co
destino a Munich. Salimos de la estaciónvolvimos a caminar por la campiña y finalmentnos instalamos para comer y descansar detrás dun cobertizo cercano a la carretera. En una ciudad
es peligroso esperar en estaciones de ferrocarril parques públicos, y siempre es aconsejable seguandando en cualquier circunstancia.
Regresamos a la estación hacia el mediodía
Compré dos billetes de tercera clase para Munic
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tomamos el tren sin ningún contratiempouestras maletas interpretaron muy bien su pape
Mi acento alemán no era muy perfecto, per
balanceaba la maleta en cualquier ocasión parubrayar lo que estuviera diciendo, y eso actuabcomo un verdadero soporífero sobre los alemaneEn Zwickau, donde debíamos esperar tambiémucho tiempo, subimos a un tranvía. Salté aestribo y estuve a punto de chocar con lcobradora. Me excusé amablemente:
— Entschuldigen Sie mich! Bitteentschuldigen, entschuldigen! Ich bin ei
uslánder .[28]
Nos sentamos y, cuando la cobradora se acerca nosotros, le dirigí una sonrisa radiante con mdesastroso alemán:
— Gnädige Fraulein! Por favor, ¿dónde está ecine más cercano? Tenemos que esperar muchiempo nuestro tren y nos gustaría ver una películ los noticiarios. Somos extranjeros y n
conocemos esta ciudad.
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—El mejor cine de Zwickau está a cincminutos de aquí. Yo les diré dónde deben apearse
—¿Cuánto valen los billetes, Fraulein?
—Veinte pfennigs cada uno, por favor. — Danke schön —dije, entregándole el dineroCinco minutos después, el tranvía se detuvo e
una encrucijada y la cobradora nos hizo una señaAl bajar, uno de los pasajeros nos indicó, con unengolada, y para mí incoherente, parrafada ealemán, el emplazamiento exacto del cine. Supusque se sentía orgulloso de ayudar a unoextranjeros que trabajaban por la victoria d
«Unser Reich». Cuando nos alejamos, el hombre quitó su apolillado sombrero y nos dedicó un
cortés despedida.Zwickau era, por lo que pude ver, como Penig
pero mucho más grande. Su decadencia era visiblen todas partes. Sus habitantes me parecieroempobrecidos, y sólo los uniformes de loempleados, incluida la cobradora del tranvía, y lo
de las fuerzas armadas, presentaban una ciert
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—Larguémonos —dije, y, bostezandcavernosamente, nos levantamos y abandonamos lala.
Cuando llegamos a la estación, con tiempo máque suficiente, subimos al expreso de Munich. Ibatestado de viajeros, cosa que me alegró, y Hank o pasamos toda la noche de pie en el pasilloadie nos prestó la menor atención. Era como s
estuviéramos en un expreso que hubiera salido dLondres y se dirigiera hacia el norte. La luz, siembargo, era tan escasa que muy pocos pasajerontentaban leer. Había una atmósfera sofocante
causa de la gente que se apiñaba, al frío que hacífuera y a las cortinas negras colocadas en todas laventanas. El traqueteo hipnótico y las oscilacionedel tren eran el elemento predominante.
Nuestros compañeros de viaje constituían unmezcolanza, pues había unos cuantos soldados deejército y de la aviación, varios trabajadores, una gran mayoría de hombres de negocios
funcionarios del gobierno, todos ellos bastant
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desaliñados. No había ni una sola personalidaentre ellos; todos eran ovejas dispuestas a seacrificadas en el altar de Hitler. A primera hor
de la mañana, la policía hizo un control. Yo saqumi ajada cartera alemana de cuero, que conteními documento de identidad, o Ausweis, protegidpor una funda de plástico llena de arañazos. Eagente de policía fue breve en su interrogatorio:
—Sie sind Auslánder? —Jawohl. —Nach München und Rottweil. —Wo fahren Sie hin?
—Warum? —Betonarbeit.[29]
Hank actuó lentamente al sacar sus documento yo intervine:
— Wir sind zusammen. Er ist mein Kamerad30]
Hank sacó por fin sus papeles mientras yañadía, casi al oído del policía:
— Er ist etwas dumm, aber ein guter Kerl .[31]
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Pasó el control y pudimos dormitar un pocmientras el tren seguía avanzando hacia Munich… Suiza.
Llegamos a Munich con la luz grisácea de lmañana y varias horas de retraso. Había sidbombardeada y los trenes desviados. Hice colante la taquilla, indicando a Hank que esperaseCuando llegó mi turno y pedí: « Zweimal dritt
lasse, nach Rottweil ,[32] la mujer de la ventanillme contestó:
— Fünfundsechzig Mark, bitte![33]
Saqué cincuenta y seis marcos, que ca
agotaron del todo mi capital, pero la mujer repitió — Fünfundsechzig Mark, bitte. Nach neu
ark .[34]
Mi deficiente alemán me había hecho confund
cincuenta y seis con sesenta y cinco. —Karl —grité en dirección de Hank—, gebe
Sie mir noch zehn Hank![35]
Hank me comprendió y sacó del bolsillo u
billete de diez marcos, que yo entregué a la mujer
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—Ausweis, bitte —dijo ella. Le entregué malvoconducto.
—Gut —y me devolvió la cartera. Me sentí ta
aliviado que al abandonar la cola, olvidando pocompleto mi papel, exclamé en voz alta: —¡Todo va bien, Hank, ya tengo los billetes
Me quedé como paralizado, y después, aetirarnos apresuradamente, creí que la mirada d
un centenar de ojos atravesaba mi espalda. Prontnos perdimos entre la multitud, porque aquello erin duda una multitud. Era como si todo el mund
estuviera viajando. Al parecer, las bombas n
habían afectado a la estación y era evidente que eránsito era allí intenso. Soportamos otra larg
espera hasta que llegó el tren que debíconducirnos a Rottweil vía Ulm y Tuttlingen
Comprobé con alivio que en Ulm sólo deberíamoesperar diez minutos. Hyde-Thompson y su colegholandés, los dos oficiales del segundo turno en lfuga del teatro, habían sido capturados en l
estación de Ulm. El nombre me parecía de ma
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facilitado los alemanes durante dos años y medioLas Markensfreies Essen consistían en ungenerosa ración de estofado, en su mayor parte
base de verduras y patatas, pero incluyendo uncierta cantidad de sabrosa carne de salchicha.A nuestras fauces resecas la cerveza le
pareció excelente. No habíamos bebido naddesde nuestro paseo por los arrabales de Penigcuando nos habíamos terminado el agua qulevábamos con nosotros.
Después, bajamos a la sala de esperubterránea, donde fuimos objeto de un contro
muy superficial. Yo me sentía ya muy animado dediqué una amable sonrisa al corpulentepresentante de la Sicherheitspolizei, la policí
de seguridad, cuando pasó junto a nosotros, sin n
iquiera mirar las carteras que colocamos bajo snariz.
A su debido tiempo, tomamos el tren de UlmAl llegar a la ciudad, al mediodía, cambiamos d
andén sin dificultad e inmediatamente abordamo
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nuestro siguiente tren. No iba directamente Rottweil, sino que debíamos hacer transbordo eTuttlingen. Rottweil se encontraba a cincuent
kilómetros de la frontera suiza, pero Tuttlingen ólo veinticinco. Mi intención era salir de lestación en Tuttlingen, con la excusa de esperar eren de Rottweil, y ya no regresar.
Esto fue lo que hicimos Hank y yo. Al salir deandén de la estación de Tuttlingen y atravesar lbarrera, entregamos nuestros billetes, pero apenahabíamos caminado diez metros cuando oímogritos a nuestras espaldas:
— Kommen Sie her! Hier, kommen Sie zurück38]
Di media vuelta, temiendo lo peor, y vi que eempleado que recogía los billetes nos hací
eñales. Regresé a su lado y me dijo: — Sie haben Ihre Fahrkarten abgegeben, abeSie fahren nach Rottweil. Die Müssen Sie nocbehalten.[39]
Con una sensación de alivio casi evidente
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acepté una vez más los billetes. En mi ansiedadhabía olvidado que debíamos regresar para tomael tren de Rottweil, y que, desde luego, todaví
necesitábamos nuestros billetes.Desde la estación tomamos inmediatamentuna dirección errónea, puesto que no había ningúipo de señalización. Caía ya la tarde y era sábado
el 17 de octubre. El tiempo era agradableCaminamos durante mucho tiempo siguiendo uncarretera que se negaba a tomar la dirección qunosotros habíamos creído. Resultabenloquecedor. Pasamos junto a una fábric
perfectamente camuflada. Debía ocupar unextensión de cuatro hectáreas, y estaba totalmentcubierta con un falso tejado plano construido coo que parecía ser una capa de juncos. Inclus
observándolo desde la escasa altitud en la que noencontrábamos, aquel edificio parecía formaparte de la campiña circundante. Si el camuflajconsistía realmente en una alfombra de junco
gnoro qué harían en caso de incendio.
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Poco a poco, nos aproximábamos a un vallque discurría hacia el sur, mientras que nosotrodeseábamos viajar hacia el oeste. Pront
abandonamos la carretera, sin levantar sospecha tratamos de tomar un atajo a través del campohasta que llegáramos a otra carretera que sabíamoque iba hacia el oeste. El atajo no resultó, ya qunos adentró en una zona de colinas que prolongconsiderablemente nuestro viaje. A media tardelegamos por fin a la carretera que buscábamo
Caminamos por ella durante varios kilómetros y, aoscurecer, nos adentramos en los bosques par
pasar la noche. Fue una noche fría e incómodadormimos sobre hojas en pleno bosque, y noalegró calentarnos con una buena caminata al díiguiente a primera hora. Por suerte, era domingo
ello nos proporcionaba una buena excusa parnuestra excursión campo a través.
Íbamos por caminos que se dirigían hacia eudoeste, hasta que a las ocho de la mañan
buscamos de nuevo el amable cobijo de lo
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bosques para consumir nuestro desayunodevorando casi todo lo que nos quedaba de paalemán, azúcar y margarina.
Casi habíamos terminado nuestro desayuncuando nos vino a molestar un granjero que sacercó y nos miró durante un rato con curiosidadLlevaba unos pantalones de montar y polainacomo los guardas jurados ingleses. No me gustó eabsoluto su actitud. Se acercó a nosotros y nopreguntó qué estábamos haciendo. Yo le dije:
— Wir essen. Können Sie das nicht sehen? — Warum sind Sie hier? —preguntó, a lo cua
o respondí: — Wir gehen spazieren; es ist Sonntag, nich
wahr?[40]
Al oír esto, se retiró, pero yo le vigil
atentamente. Cuando hubo salido del bosque y sencontraba a unos cincuenta metros de distancia, vque giraba al llegar a un seto y empezaba a correprecipitadamente.
Fue suficiente. En menos de un minuto l
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ecogimos todo y echamos a correr en direccióopuesta, que resultó llevarnos hacia el sur. Durantalgún tiempo no nos aproximamos a la carretera
ino que nos quedamos en los bosques y sucercanías. Sin embargo, poco a poco la campiñfue haciéndose más abierta y cultivada, y una vemás nos vimos obligados a caminar por lcarretera. Pasamos junto a un soldado alemán, muelegante con su uniforme de domingo, y ldirigimos un amistoso « Heil Hitler!». Lacampanas de las iglesias tañían desde los altocampanarios, sobre los tejados de varios pueblo
aldeas diseminados por el ondulante paisaje qunos rodeaba.
Atravesamos uno de estos pueblos cuando lgente salía de la iglesia. Me aterrorizaron lo
chiquillos, que salían corriendo del templogritando y riéndose. Prácticamente nos rodearomientras nos miraban con curiosidad, pero sumayores no nos prestaron la menor atención. Si
embargo, me sentí aliviado cuando dejamos atrá
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carretera, oímos de pronto: — Halt! Wer da! —Y después, con mayo
firmeza—: Wo gehen Sie hin?[41]
Había un puesto de guardia junto a la carreteraen medio de un arbolado, y de allí salió un guardifronterizo.
— Wir gehen nach Singen —contesté—. Wiind Auslander .
— Ihren Ausweis, bitte.[42]
Sacamos nuestros documentos, incluido epermiso especial que nos permitía viajar cerca da frontera. Estábamos muy cerca del guardia, qu
levaba el fusil colgado del hombro. Las personaque antes nos seguían habían tomado un caminque conducía a una casa de campo. Estábamoolos con el centinela.
Yo empecé a charlar, mientras gesticulaba parque el hombre pudiera ver mi maleta.
—Somos obreros flamencos. Esta tardcogemos el tren para Rottweil, donde hay much
rabajo en el sector de la construcción. Debemo
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estar allí mañana por la mañana. Hoy podemodescansar, y nos gustan sus bosques y su campiña.
Nos miró fijamente durante unos momento
nos devolvió los documentos y nos dejó marchaMientras nos alejábamos, me asaltó el temor de ootro « Halt!». Llegué a pensar que, si al centinelno le habían convencido nuestras explicacionepara mayor seguridad, debía dejar que noalejáramos unos metros a fin de poder coger efusil que llevaba al hombro. Sin embargo, noímos ninguna voz de mando y proseguimonuestro «paseo del domingo por la tarde». Cuand
estuvimos fuera del alcance de su oído, Hank mdijo:
—Si hubiera cogido el fusil cuando estaba antnosotros, le hubiera sacudido de lo lindo.
A mí no me hubiera gustado demasiado quHank me sacudiera de lo lindo, y a menudo me hpreguntado si aquel centinela no advirtió una ciertmirada en los ojos de mi compañero, y pensó qu
a discreción quizá era el mejor componente de
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valor. Un centinela solitario no es todopoderosfrente a dos enemigos, incluso si dispone de ufusil. Puede que en mi suposición haya una part
de verdad, pues, al fin y al cabo, éramos un par dextranjeros a menos de un kilómetro de la fronteruiza.
Pronto pudimos abandonar la carretera avanzar campo a través hasta el punto en qudebíamos cruzar. Cuando llegábamos a las vías deferrocarril y estábamos trepando por un pequeñalud, nos asustamos enormemente al ver salir d
unos matorrales que había ante nosotros una figur
que echó a correr como un rayo hasta desapareceen un bosquecillo. De haberse detenido, hubierpodido decirle que nos había provocado el mismpavor que nosotros le inspiramos a él…
Al oscurecer, habíamos encontrado nuestrposición exacta y esperamos, en un denso bosqude pinos, que cayera la noche. La frontera sencontraba apenas a un kilómetro y medio de all
Comimos nerviosamente y sin apetito una últim
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carretera. Cuando ya la estábamos pisandoeconocí de pronto la silueta de un puesto d
guardia, oculto entre los árboles y prácticament
delante de nuestras narices.Estábamos a cinco metros de él cuandeconocí su techo angular y se me pusieron lo
pelos de punta. Era imposible moverse sin rompeamitas bajo nuestros pies, unas ramitas qu
producían unos chasquidos como tiros de pistolque a la fuerza tenían que oír. Nos retiramos con emayor cuidado, pero hasta el crujido de una hojeca me hacía sudar copiosamente. Sin embargo
en recompensa por este terrorífico encuentroahora sabía exactamente dónde estábamos, ya qua caseta del centinela estaba marcada en nuestr
mapa de Colditz y me facilitaba una orientació
exacta. Caminamos unos setenta metros y volvimoa acercarnos a la carretera. Mirando más allá della, pudimos divisar unos campos y unos setobajos. Nuestra meta estaba a lo lejos: una colin
boscosa que parecía más negra que la oscurida
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que la rodeaba, y en cuya falda oriental, a nuestrzquierda, terminaba bruscamente el bosque. Eímite del bosque era nuestro punto de referencia
En Suiza no ordenaban apagar las luces por lnoche y, más allá de la colina, se distinguía un levesplandor, que indicaba la existencia de una aldeuiza.
A las 7.30 iniciamos otra vez la marchaAgazapados, atravesamos la carretera y nodirigimos hacia nuestro «punto de referencia». Sidetenernos ni para tomar aliento corrimoatravesando setos y zanjas, y vadeando barrizale
iempre adelante. Temiendo tropezar con unaalambradas de espino que no pudiéramos veeguimos corriendo, jadeantes a causa de l
excitación, a través de campos recién labrados, d
prados y lodazales, hasta que al final llegamos aímite de los bosques. Allí nos detuvimos, po
unos momentos, para recuperar el ritmo de lespiración.
Pensé que si no podía beber agua dentro d
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poco, moriría. Tenía la garganta reseca e hinchada la lengua me estaba ahogando. El corazón latí
como si fuera una máquina de vapor. Jadeaba, e
busca de aire. Había vivido dos años y mediodespierto o dormido, viendo en mi mente estcarrera, y ahora todos los nervios de mi cuerpestaban tensos hasta el punto de que amenazabacon romperse.
Todavía no estábamos en «casa». Habíamoecorrido casi un kilómetro y podía ver, ant
nosotros, las luces del pueblo suizo. Ahordebíamos actuar con la máxima precaución, ya qu
podíamos cruzar de nuevo la frontera y entrar eAlemania sin darnos cuenta, hasta tropezar coalgún puesto de guardia. Desde el ángulo debosque, debíamos continuar describiendo un
amplia curva, primero a nuestra derecha y despuéde nuevo a la izquierda, en dirección al pueblo
os encontrábamos realmente en Suiza, pero en línea recta que iba desde nosotros hasta el puebl
uizo, había territorio alemán. ¿Por qué habíamo
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corrido en lugar de seguir avanzando a rastras? Lespuesta es que nos lo había dictado el instinto
creo que en este caso el instinto tenía razón. L
experiencia de los evadidos ha demostrado qucuando un hombre que huye oye un grito, como poejemplo « Halt!», su reacción psicológica varía. Sel hombre camina o se arrastra por el sueloeacciona deteniéndose. Si está corriendo, leacción consiste en correr más deprisa. Y en lo
breves segundos que tarda en tomar estadecisiones instintivas se decide el éxito o efracaso. Seguimos nuestro camino con paso mu
ápido, andando sobre césped y tierra fangosaagachándonos al oír el menor ruido. Ermportante evitar incluso los puestos fronterizouizos. Habíamos oído extraños rumores sobr
evadidos que fueron entregados a los alemanes pounos guardas suizos poco comprensivos. Tal vefueran falsos, pero no estábamos dispuestos correr riesgos.
En algunos momentos vimos formas más
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menos ocultas entre las sombras y describimoamplios círculos a su alrededor, hasta que por fina las 8.30, llegamos al pueblo recorriendo u
camino de gravilla. Nos encontrábamos a más de un kilómetro eel interior de territorio suizo. Habíamos hecho uviaje de seiscientos cincuenta kilómetros desdColditz, en menos de cuatro días.
Bajo el primer farol de la calle de aquepueblo, Hank y yo nos estrechamos las manos sidecir palabra…
Habíamos aventajado a Ronnie y Billie en 2horas. A las 10.30 de la noche siguiente, los docruzaron también la frontera, sanos y salvos.
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por orden de prioridad:Teniente coronel Guy Germán, Leiceste
Regiment; teniente coronel G. Young, RE; mayo
W. F. Anderson, RE; comandante de aviación HMMacColm, RAF; capitán R. Barry, 52.º de InfanteríLigera; capitán R. Howe, RTR ; capitán KLockwood, QRR ; teniente de aviación N. ForbeRAF; teniente de aviación H. Wardle, RAF; tenientW. L. G. O’Hara, RTR ; teniente D. Gilí, Roya
orfolks; teniente «Rex» Harrison, GreeHowards; teniente J. K. V. Lee, RCS; sargento WHammond, Royal Navy.
En general, todos estos oficiales pusieron disposición del campo de prisioneros suhabilidades o su cualificación técnica, sin pensaen las consecuencias personales.
Este relato sitúa la historia de Colditz eiempo de guerra a partir de noviembre de 1942
El campo fue liberado por los americanos el 15 d
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abril de 1945. Por lo tanto, cuando yo me marchéos prisioneros tenían todavía otros dos años
medio de cautiverio por delante. Rindo tributo a s
esistencia, pues no conseguiría imaginarme a mmismo durante tanto tiempo en Colditz siconvertirme en un neurasténico.
Otros dos oficiales británicos se evadieron decampo: Harry Elliott y «Skipper» Barnet (tenientR. Barnet, R. N.). Durante años, Elliott engañó os tribunales médicos alemanes haciéndoles cree
que padecía graves úlceras de estómago, quaparecían en radiografías falsas. Perdía peso co
egularidad y con un ritmo alarmante, ya que aprincipio se había pesado con saquitos de arenocultos debajo de su pijama. A partir de entoncea pérdida de peso se convirtió en u
procedimiento sencillo y, como un aerostato dobservación, dejaba ir el lastre a su antojoSkipper Barnet practicó el yoga durante muchiempo, hasta que, controlando sus músculos, logr
elevar su tensión arterial hasta cifras increíble
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Finalmente, los alemanes lo repatriaronconvencidos de que no lograría sobrevivir a lexcitación producida por el regreso a su patria
Skipper, casualmente, era el boxeador de Laufeque estuvo a punto de noquear a Harry Elliott pesar de que los separaba una gruesa puerta.
Un par de oficiales franceses, que tambiéfueron trasladados al hospital cuando se leuponía a punto de morir, lograron abandonar su
camas y escapar hasta llegar a Francia. Llegó umomento en el que ya no valió la pena tratar devadirse. Es probable que este período comenzar
alrededor del Día «D», en junio de 1944. Entonceólo era cuestión de esperar pacientemente hast
oír el tronar de los cañones y presenciar la llegadde los aliados ante las puertas del castillo. Si
embargo, antes de ese día acaecieron varioacontecimientos interesantes. Se produjeron variontentos de evasión, brillantes aunque frustradoealizados bajo la dirección de Dick Howe
Rupert Barry efectuó un nuevo intento par
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ecuperar su libertad, pero fue capturado mientraempujaba una carretilla con aire inocente a travéde la última puerta de Colditz. Michael Sinclai
cuyo nombre ha adquirido carácter de leyendentre los aficionados a las evasiones, realizó otrores intentos. En la primera ocasión no llegó muejos, ya que recibió un balazo en el pecho junto a puerta del castillo, pero se recuperó de l
herida. En su siguiente intento llegó a Rheine, ólo cuarenta kilómetros de la frontera holandesaunto con su compañero J. W. Best, teniente de l
RAF, antes de que volvieran a echarles el guante
En su tercer intento, murió a consecuencia de ubalazo, a pocos metros de la alambrada del parqude recreo de Colditz. Su recuerdo eespecialmente reverenciado por todos aquello
que le conocieron.Best se hizo famoso, sobre todo, por s
evasión «estilo topo» desde un campo (creo quera Sagan) para aviadores, intento que le hizo da
con sus huesos en Colditz. En el mismo, él y otr
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oficial, Bill Goldfinch, excavaron un túnel taargo que les sobraba espacio para ocultarse levar a cabo con tranquilidad su trabajo d
perforación. Disponían de una reserva dprovisiones y de un tubo para renovar el aireSiguieron excavando a placer y finalmente salieroa la superficie, a una razonable distancia decampo, y desde allí emprendieron la marcha.
El túnel francés seguía en plena construcciócuando yo me evadí. En su momento merecerá ucapítulo para él solo. Los holandeses se marcharode Colditz cuando desengancharon su vagón de u
ferrocarril en marcha, que los trasladaba a otrcampo, y todo el contingente huyó en diversadirecciones cuando el coche se detuvo. La fuga dos suboficiales de marina Hammond y Lister, qu
a he mencionado en este libro, forma parte de lflor y nata de las evasiones. Desde un lugar en lalto del castillo, Dick Howe acabó estableciendcontacto con la tapa de caja de registro (a la qu
o había tratado de llegar desde el cobertizo d
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despiojamiento) en el patio de la prisión. Desdallí fue por un laberinto de alcantarillas hastlegar al colector principal del castillo
Desgraciadamente, los alemanes descubrieron estntento antes de que fructificara. Dick también shizo cargo de unos aparatos de radio que lofranceses habían dejado muy bien escondidos, cada día emitía para los prisioneros un boletín dnoticias. Llegaron a Colditz más Prominente ddiversas nacionalidades: el general BoKomorowsky, el capitán conde de Hopetoun, eeniente Alexander, el teniente Lascelles, el prime
eniente John Winant (USAF) y otros. Como puedverse, algunos prisioneros de guerrnorteamericanos vinieron a engrosar también lafilas de los veteranos convictos de Colditz
Finalmente, la liberación del castillo fudramáticamente impresionante, e incluyó unanotas de emoción difíciles de describir. Todo est mucho más ha sido recopilado en mi libr
Últimos días en Colditz, que culmina la saga d
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PATRICK ROBERT «PAT» REID nació el 13 d
noviembre de 1910 en Ranchi (India). Estudio eClongowes Wood College, County KildareWimbledon College y se graduó en el KingCollege de Londres. Entro a formar parte de lnstitution of Civil Enineers en 1936.
Se alisto en el Territorial Army (la reserva deejercito británico) en 1933 y fue movilizado aervicio activo el 24 de agosto de 1939 sirviend
en la 2.ª división de infantería. Recibió el ascens
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emporal a capitán el 1 de diciembre de ese añoEl 27 de mayo de 1940, mientras servia en lFuerza expedicionaria británica, fue capturado co
u unidad en las cercanías de Cassel (FranciaDejo el ejercito en 1947 pero siguió siendeservista hasta 1965.
Fue Primer secretario comercial en la embajad
británica en Turquía entre 1946 y 1949 y luegefe administrativo de la Organización europea dcooperación económica en París hasta principiode la década de 1960 cuando volvió a trabaja
como ingeniero. Por sus servicios durante lSegunda guerra mundial se le concedió la Crumilitar y la Orden del Imperio Británico.
Plasmó en sus dos primeros libros su
experiencias como prisionero de guerra y la vida ntentos de fuga de los presos del Castillo dColditz. Obtuvo con ellos bastante éxito y han sidnspiración para películas, series de televisión
uegos de mesa y de ordenador.
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Se caso 3 veces y tuvo 5 hijos de su primematrimonio.
El mayor Reid murió en el Hospital Frenchay
Bristol, el 22 de mayo de 1990, a la edad de 7años.
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Notas
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1] Castillo.<<
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2] Prisionero de guerra núm. 257.<<
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3] En alemán, «relámpago». Alusión a la «guerrelámpago» preconizada por Hitler.<<
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4] Nealy huyó del Stalag Luft III en la «Gran fugade marzo de 1944, en la que cincuenta de setenta eis oficiales fueron asesinados por la Gestapoealy fue uno de los supervivientes.<<
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5] —¡Buenas noches! ¿Adónde van?<<
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7] —¡Alto! ¡Alto! ¿Adónde van?<<
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8] —Somos amigos.<<
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9] —¡Manos arriba!<<
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10] «Sucedáneo».<<
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11] En inglés, sheep es oveja, y ship es barco. (Ndel T.)<<
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12] «El mando supremo de la Wehrmacht notifico siguiente. Durante largos días de dura lucha e
el Atlántico, contra un convoy fuertementcustodiado, nuestros submarinos han hundiddieciséis buques con un total de 150 000 toneladade registro bruto. Además, dos destructores ha
ido gravemente averiados».<<
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13] Como es bien sabido, English significa inglé Germán, alemán. De ahí lo paradójico de
hecho.<<
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14] —¡Ajá! Es el capitán Reid. ¡Muy bonito!<<
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15] «Retrete».<<
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16] —¡Deme inmediatamente su trompeta!<<
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17] —No, no se la daré. Es mi trompeta y no tienusted ningún derecho sobre ella<<
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18] Un belga, el capitán Louis Remy, logrevadirse del castillo en abril de 1942, junto con ecapitán de aviación Paddon (británico) y eeniente Just (polaco). Los dos últimos volvieron er capturados. Remy llegó a Bélgica, atraves
Francia y España y nadó hasta un buque británic
anclado ante Algeciras. Al llegar a Inglaterra pasun mes en la prisión, pero fue puesto en libertagracias a la intervención de Paddon, que se habíevadido de nuevo —esta vez con éxito— ví
Suecia. Remy se unió a la RAF y sirvió en lEscuadrilla 103 del Mando de Bombarderos hastque terminó la guerra.<<
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19] O sea, «unter», en vez de «über», con lo que lversión británica decía: «Alemania por debajo dodo». (N. del T.)<<
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20] —Estupendo.<<
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21] —Ya lo creo.<<
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22] —¡Adiós, hasta después de la guerra!<<
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23] —La señorita ha perdido su reloj. Sí…perdido!<<
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24] —¡Ah, sí! Gracias.<<
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25] Casco de camuflaje.<<
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26] «Ladillas».<<
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27] Últimos días en Colditz.<<
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28] —¡Discúlpeme! Le ruego que me disculpe. Soextranjero.<<
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29] —¿Son ustedes extranjeros?
—Sí.—¿Adónde se dirigen?
—A Munich y Rottweil.
—¿Por qué?—Trabajo en la construcción con hormigón.<<
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30] —Vamos juntos. Es mi camarada<<
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31] —Es un poco estúpido, pero es un buen chico<<
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32] —Dos billetes de tercera para Rottweil.<<
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33] —Sesenta y cinco marcos, por favor.<<
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34] —Sesenta y cinco marcos, por favor. Faltanueve<<
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35] —¡Karl, dame diez marcos!<<
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36] Cantina de la estación.<<
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37] —Dos litros de cerveza.<<
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38] —¡Vengan aquí! ¡Vuelvan en seguida!<<
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39] —Han entregado sus billetes, pero ustedes vaa Rottweil. Debían conservar los billetes.<<
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40] —Estamos comiendo. ¿No lo ve?
—¿Por qué están aquí?—Damos un paseo. Es domingo, ¿no?<<
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