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Rosa Aboy
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Intimidad doméstica en los años del primer peronismo. Las
representaciones de la pensión en el cine. Rosa Aboy (UBA- UdeSA)
Al democratizar el acceso a la vivienda, el peronismo favoreció una transformación del
significado social del habitar. Estas transformaciones formaron parte de una dinámica
más amplia y compleja de inclusión social, que en el plano del habitar implicó la
extensión del derecho a disponer de vivienda por parte de sectores anteriormente
excluidos de ese beneficio. Pero en una sociedad donde las fronteras sociales habían
estado sutil, aunque claramente delimitadas en las décadas anteriores, la movilidad
social propiciada por el peronismo se tradujo en fluidos deslizamientos y
reposicionamientos que fueron fuente de tensiones, recelos y conflictos, entre los
diferentes actores involucrados.
La mezcla de diferentes sectores sociales en el espacio público urbano y en el espacio
barrial puede ser individualizada como una característica cultural, distintiva de la
sociedad del primer peronismo. A la hora de escudriñar la mezcla social en el espacio
doméstico, la evidencia cuantitativa proveniente de los censos no es eficaz, como sí lo
es para analizar la convivencia en marcos espaciales más amplios, como los barrios o
las circunscripciones. Esto es así porque, en la Argentina de la Segunda Posguerra,
como en todas las sociedades modernas, la vivienda constituía el espacio más privado,
el territorio de la familia, del individuo y del secreto, en el sentido en que usa este
término Antoine Prost1. Los deslizamientos culturales, los cambios en los modos de
habitar y la incorporación de nuevas costumbres para la privacidad doméstica
constituyen, por lo tanto, un territorio opaco para el análisis meramente cuantitativo.
En esta ponencia ensayaremos una aproximación al territorio privado de las viviendas,
con el objeto de adentrarnos en un ámbito que intuimos como un espacio de mezcla
social, cultural y generacional, en la Argentina de mediados del siglo XX y lo haremos
acercando nuestra lente de observación a un tipo de continente doméstico que ha sido
desatendido, por no decir completamente ignorado, por la historiografía sobre la
vivienda: nos referimos a la pensión. Probablemente, la invisibilidad de la pensión se 1 A. Prost, “Fronteras y espacios de lo privado”, en P. Ariés y G. Duby (dir.), Historia de la vida privada, Tomo V: De la Primera Guerra Mundial hasta nuestros días, Madrid, Taurus, 2001.
2
deba a que, a diferencia de otros tipos de vivienda, -como la casa burguesa, el barrio
obrero o los edificios de renta para las clases medias- no puede ser identificada con
tipologías arquitectónicas claramente definibles y clasificables. Sin duda, eso ha
desalentado su estudio por parte de historiadores de la arquitectura y la ciudad
herederos, en algunos casos, de una historiografía centrada en el análisis estilístico y
tipológico, proveniente de la historia del arte. Pero tampoco la historia social ha
reparado en la pensión, pues su mirada permanece capturada por el interés, a nuestro
parecer sobredimensionado, que ha despertado el estudio del conventillo.
La pensión, Cenicienta de los tipos de vivienda, parece, no obstante, haber sido una
forma de habitación bastante extendida en Buenos Aires. A partir del Censo Municipal
de 1936, y en el Censo Nacional de 1947, se le otorga visibilidad estadística, si bien no
aparecen cuantificadas las casas destinadas a pensión, sino los individuos que se
autoidentifican como “huéspedes” o “pensionistas”, allí donde son censados.2 Sin
embargo, tanto en la literatura, como en las letras de tango y en el cine, la vida de
pensión es aludida y aparece retratada con frecuencia. Debido a ello, en esta ponencia
utilizaremos como fuente un puñado de películas que recrean el espacio privado de las
pensiones, entre fines de la década de 1930 y mediados de los años cincuenta, período
de auge de la industria cinematográfica local y que coincide, en buena medida, con los
años peronistas.
Los filmes seleccionados son siempre de ficción, si bien en ellos se recrea el ambiente
urbano de una ciudad de Buenos Aires sujeta a cambios materiales y sociales. En estas
películas se despliega una narración que entendemos como un campo propicio para
intentar descifrar elementos que permitan auscultar e interpretar elementos del
imaginario social en torno de la ciudad y la vivienda. En consecuencia, la narración
cinematográfica es abordada, desde la investigación, como un material que articula
narración con pensamiento y sugiere emociones.
2 En oportunidad del Censo de 1947, el porcentaje de quienes convivían con personas con las que no tenían relación de parentesco, se había incrementado sensiblemente desde 1936, pasando del 6,5% a representar casi el 10% del total de habitantes. En cifras absolutas eran 284.641 personas, las que en 1947 convivían como extraños al núcleo familiar, en calidad de personal de servicio, huéspedes o pensionistas. Cf. Cuadros inéditos del Censo Nacional de Población de 1947, “Características de familia y convivencia, estado civil y fecundidad”, pp. 10- 11.
3
La pensión como peldaño en la aventura del ascenso
Con un sesgo que, en más de un sentido, preanuncia el universo imaginario de la década
peronista, la filmografía de Manuel Romero destaca las ideas del trabajo esforzado y de
la solidaridad entre pares, como los pilares de una ética de los trabajadores. Películas
como Mujeres que trabajan, Gente bien y Navidad de los pobres, entre otras, coinciden
en mostrar a grupos de hombres y mujeres que establecen lazos afectivos intensos y
duraderos en ámbitos de convivencia distintos de la casa familiar. En las películas
citadas, la pensión aparece naturalizada como escenario cotidiano de la vida de los
personajes de Romero: empleadas de grandes tiendas, enfermeras, estudiantes y jóvenes
artistas, entre otros, se dan cita entre sus paredes.
Ya en Mujeres que trabajan,3 Manuel Romero había elegido la pensión como escenario
privilegiado de la narración. Como sucedería nueve años más tarde en Navidad de los
pobres, Niní Marshall y Tito Lusiardo componen a una pareja de novios castos y
bondadosos, de origen proletario. La pensión es el hogar donde vive un grupo diverso
de jóvenes trabajadoras y empleadas. Ese escenario y sus personajes sirven al director
para desplegar los tópicos que revisitará una y otra vez en la filmografía posterior, y que
contraponen la decencia y laboriosidad obreras, al mundo del dinero y el ocio, que
identifica con los sectores altos.
En el filme, Mecha Ortiz interpreta a Ana María, una joven adinerada que, al morir su
padre, se descubre en bancarrota. Tras una sucesión de peripecias, la joven queda sin
dinero, sin prometido, ni casa. Por consejo de su antiguo chofer (Tito Lusiardo), Ana
María va a vivir a la pensión donde se aloja la novia de aquél. Allí, la joven malcriada y
ociosa descubre un mundo de valores nuevos, consigue trabajo como vendedora y
posteriormente como secretaria; anuda amistades verdaderas y, luego de muchas
peripecias recupera el amor de su antiguo prometido. Sin embargo, la experiencia de
compartir casa y trabajo con sus nuevas amigas ha transformado a Ana María, quien al
final de la película, y ya reconciliada con su novio, acepta casarse con él a condición de
que sea respetada su condición de mujer que trabaja.
3 Mujeres que trabajan fue estrenada en 1938, sobre un guión de Manuel Romero, quien también dirigió la película. La protagonista, Niní Marshall participó de la autoría del guión, con el rótulo bastante inespecífico de “responsable de diálogos adicionales”. Cf. www.cinenacional.com.
4
El ingreso de las mujeres jóvenes al mundo del trabajo es visto como un horizonte
deseable y valorado en esta película de Manuel Romero. Esto es coincidente con la
valoración positiva que el trabajo femenino tenía en otras latitudes para la misma época,
especialmente en los países anglosajones.4 Pero también en la Argentina, y sobre todo
en la ciudad de Buenos Aires, la participación de las mujeres en el mercado de trabajo
era importante, sobre todo en el sector del comercio y los servicios, donde la magnitud
de su participación porcentual era, para 1947, el doble de lo que había sido en 1914.5
La novedad de esta película de Romero es que la moraleja final apunta a incorporar al
mundo del trabajo no solamente a las jóvenes provenientes de las familias de condición
económica modesta. Aún cuando recupera su antiguo bienestar, a través del matrimonio
con su antiguo prometido, Ana María -la joven de clase alta venida a menos- se
enorgullece de trabajar fuera de su hogar y pone como condición para la formalización
del vínculo, que su novio acepte tal decisión. Es interesante que su prometido, un joven
rentista de gran fortuna, no sólo acepte la condición que impone Ana María, sino que él
se compromete, a su vez, a ser también un hombre que trabaje. La acción se detiene en
este punto, pero al terminar la película nos es dado imaginar que la nueva pareja será
una de nuevo tipo, donde los cónyuges desarrollen actividades laborales fuera de la
casa, dando lugar a una modalidad de hogar más moderno, con miembros más
independientes, y más igualitario. Ese hogar -el de la mujer que trabaja- no será ya
entonces, ideal y únicamente, la antigua casa familiar. El hogar de estas “mujeres que
trabajan”, que tienen cierta independencia económica y que tienen menos tiempo para
dedicar atención al mundo doméstico, será entonces, la pensión (para las jóvenes menos
pudientes) y el departamento (para los sectores medios y altos). Es interesante que
Romero esté proponiendo este modelo de unión conyugal y de domesticidad para 1938,
pues, como veremos más adelante, sus filmes posteriores vuelven a centrar en el
matrimonio y en el hogar el horizonte femenino.
4 Para fines de los años treinta, las oficinistas mujeres comenzaron a aparecer en filmes, fotografías y en la literatura, porque esas mujeres tenían una presencia creciente en los centros urbanos de las ciudades estadounidenses. En general se trataba de jóvenes que habían completado su educación secundaria y se empleaban hasta el momento del matrimonio o el nacimiento de su primer hijo. Sobre estos temas, véase M. Johns, Moment of Grace. The American City in the 1950s, Berkeley & Los Angeles, University of California Press, 2003, especialmente pp. 9- 25. 5 Mientras que la participación de las mujeres en el sector terciario había sido, en 1914, equivalente al 27%; su presencia en esta rama de la actividad llegaba al 55.8%, para 1947. Mientras que la presencia femenina en el área se había duplicado, el porcentaje de mujeres empleadas en el servicio doméstico se redujo, en el mismo período intercensal, a la mitad. Datos tomados de S. Torrado, Historia de la familia en la Argentina moderna (1870- 2000), Buenos Aires, Ediciones de la flor, 2003, Cuadro 5.12, p. 211.
5
En ésta, como en otras películas de Manuel Romero, el escenario de la pensión no
cuestiona, sino que resignifica el papel tradicionalmente asignado a la vivienda familiar.
La pensión de Mujeres que trabajan es un lugar de encuentro entre pares (las jóvenes
solteras) que viven bajo un mismo techo. También es un lugar que permitía la
convivencia con extraños, pues posibilitaba el encuentro en el escenario doméstico de
personas distantes por su origen social, cuya característica en común era la de no
disponer de una vivienda para su exclusivo uso. En años en que el acceso a la casa
propia continuaba siendo un horizonte tal vez anhelado por muchos, pero alcanzado por
pocos, dicho deseo debió pagar el precio de acomodar a extraños dentro del ámbito
privado de las casas, como modo de equilibrar el presupuesto de muchas familias
trabajadoras y de las capas medias. El ingreso percibido por el alquiler de algunas
habitaciones constituía una incomodidad temporaria para la familia, que extraía de esa
renta la posibilidad de pagar la vivienda a plazos.6
Es otro film contemporáneo de Manuel Romero, estrenado en 1939, el que nos muestra
la práctica de acomodar huéspedes y pensionistas, como una costumbre extendida tanto
en las viviendas de los inmigrantes como en las casas de familia más acomodadas. En la
película Gente bien, Delia Garcés interpreta a Elvira, una joven maestra de profesión,
que vive en calidad de huésped y protegida de la señora de la casa, junto a una familia
de abolengo, venida a menos. En el inicio de la narración, la familia, integrada por la
señora y su hijo, decide echar a Elvira de su casa, pues su permanencia en ella es
incompatible con el compromiso del “señorito de la casa” con una joven de buen
apellido y gran fortuna. Elvira es, a la sazón, madre soltera del hijo que ha tenido con el
dueño de casa. Su permanencia en la misma constituye una amenaza para el conveniente
matrimonio del padre de su hijo con la joven heredera, sobre todo porque la integridad y
el orgullo de Elvira no la predisponen a soportar pasivamente el papel de víctima.
Como en otras películas de Romero, la trama se desenvuelve por los carriles del
melodrama, con cierto trasfondo de conflicto social y personal, que termina 6 Esta no parece haber sido una práctica original, ni privativa de los sectores medios porteños. En un artículo relativamente reciente, Richard Harris describe los alcances y las implicancias sociales y culturales de esta práctica, aparentemente muy extendida en los países del norte del continente. Véase R. Harris, “The End Justified the Means: Boarding and Rooming in a City of Homes, 1890- 1951”, Journal of Social History, vol. 26. núm 2, Winter 1992, pp. 331- 358.
6
resolviéndose gracias a la fortaleza de espíritu de sus criaturas, y a la solidaridad y
bondad de los pobres. Lo que resulta de gran interés para nuestra investigación, en la
cinematografía de Manuel Romero es, una vez más, el retrato de las viviendas donde
habitan sus personajes. La mesa familiar, los dormitorios y las prácticas que desarrollan
los personajes en el espacio doméstico, acciones que están en los márgenes y no en el
centro de la narración, constituyen una fuente apropiada para analizar los imaginarios de
las relaciones sociales y la vida doméstica en el período de nuestro interés.
Volviendo a la película de Romero; al ser echada de la casa, Elvira encuentra un lugar
donde vivir en la casa de Lorenzo y su mujer. Ambos son inmigrantes italianos y, si
bien Lorenzo trabaja como taxista, deben complementar el ingreso familiar mediante el
alquiler de algunos dormitorios como cuartos de pensión, para poder pagar la hipoteca
de su casa y alimentar a sus nueve hijos.7 En la casa de Lorenzo, tres de los dormitorios
estaban ya alquilados a otros tantos jóvenes músicos, integrantes de una orquesta. El
cuarto dormitorio correspondía a Lorenzo y su mujer, que comparten la habitación con
su bebé; mientras que en un quinto cuarto se acomodaban, en una sola cama
matrimonial, los ocho hijos mayores de la pareja. Cuando Elvira es llevada a vivir a “la
pensión de Lorenzo” por los músicos -a quienes conoce circunstancialmente- ya es de
noche. El director nos muestra a la mujer de Lorenzo, despertando a sus ocho hijos para
liberar “el último cuarto vacío”, de modo que en él duerma Elvira pues, dice la mujer,
“entre los pobres tenemos que ayudarnos”. Los ocho niños, de ambos sexos, dejan el
lecho a la nueva pensionista y acaban, entonces, durmiendo en el comedor.
Este filme pone en escena la práctica de introducir extraños en el núcleo familiar, que
también se desprende del análisis de la información censal para esos años. La historia
narrada por Romero nos permite observar la extensión de esta práctica, tanto en las
viviendas de la elite -donde Elvira y su hijo vivían hasta ser echados- como en las
viviendas de los sectores populares, como la casa de Lorenzo y su mujer.
Nueve años después del estreno de Mujeres que trabajan, Manuel Romero recrea
nuevamente en Navidad de los pobres (1947) la convivencia de un grupo de jóvenes
7 Que Lorenzo y su mujer sean inmigrantes italianos, dispuestos a soportar (y a hacer soportar a sus hijos) las incomodidades de compartir su vivienda con extraños como modo de equilibrar su presupuesto y poder pagar la hipoteca de su vivienda, aparece en sintonía con la evidencia aportada por Moya, si bien para un momento anterior. Cf. J.C. Moya, Primos y extranjeros. La inmigración española en Buenos Aires 1850- 1930, Buenos Aires, Emecé, 2004.
7
mujeres trabajadoras. En la pensión de Doña Clara se congregan, en torno a la mesa, la
protagonista, Catita - una vendedora de juguetería interpretada por Niní Marshall-, su
pretendiente (el encargado de seguridad de los grandes almacenes donde funciona la
juguetería, interpretado por Tito Lusiardo), y un grupo de mujeres, en su mayoría
empleadas en la misma tienda.8 La mesa funciona, también en esta película, como
escenario de las comidas compartidas y de las diversas las formas de ocio
experimentadas por las jóvenes: mientras algunas fuman, otras leen y las demás
conversan mientras realizan labores manuales.
Catita, una joven bondadosa y despierta, aunque poco instruida, invita a vivir a la
pensión a Marta, una enfermera supuestamente viuda, interpretada por Irma Córdoba y a
su pequeño hijo. Sin abandonar el tono de comedia dirigida a un público masivo, la
película dibuja con pinceladas tal vez demasiado gruesas, los sinuosos senderos de las
relaciones entre personas situadas en diferentes puntos de la pirámide social, en los años
peronistas. Cuando Alfredo Suárez (interpretado por Osvaldo Miranda), hijo del dueño
de los grandes almacenes, decide presentarse en la pensión donde viven sus empleados
para brindar con ellos en Nochebuena, el director pone en boca del padre de Alfredo el
desacuerdo con el acortamiento de la distancia entre clases sociales y la “confusión” que
esto genera; y que se agregaría a la ya propiciada por las vacaciones pagas, el aguinaldo
y “otras medidas demagógicas”.9
Previsiblemente, tal acortamiento de distancias sociales desemboca en una relación
romántica entre Alfredo y Marta, la enfermera, cuya condición de madre soltera (y no
de viuda) es desenmascarada en el correr de la narración de Romero, quien al cabo de
las peripecias complace a su público con el esperado final feliz. Es interesante, en esta
película, ver dónde habitan los diferentes personajes. Las vendedoras, ya lo sabemos, 8 La tienda en que trabajan las protagonistas sirve al director como escenografía sobre la que se recorta la intensa vida urbana de una ciudad de Buenos Aires que tiene en los espacios de las grandes tiendas como Harrod´s y Gath & Chaves (inspiradas en el modelo de los Department Stores surgidos en el s. XIX) un escenario privilegiado de sociabilidad. Los grandes almacenes eran, para los años treinta y cuarenta, lugares de encuentro y de consumo, verdaderas catedrales sociales. 9 No deja de ser interesante apreciar en la ficción fílmica la circulación de imaginarios y prejuicios a lo largo de toda la pirámide social. Como ejemplo de ello, Catita expresa opiniones coincidentes con las del padre de Alfredo, pues en medio del brindis de Nochebuena y a modo de cumplido, le espeta a Alfredo la siguiente broma: “si no fuera porque somos de clases diferentes, yo me casaría con usted”. En un trabajo anterior hemos puesto de manifiesto la porosidad del tejido social y planteado esta circulación de imaginarios sociales a través de los diferentes sectores como característica de la década peronista. Cf. R. Aboy, Viviendas para el pueblo. Espacio urbano y sociabilidad en el barrio Los Perales. 1946- 1955, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005.
8
viven en la pensión de Doña Clara, un continente seguro, moralmente íntegro, donde
este nuevo tipo urbano (la jovencita que trabaja como empleada y no vive con sus
padres) puede llevar una vida decente y esperar el momento de su matrimonio.10
Alfredo vive en un petit hotel de dos plantas, la casa familiar que comparte con su padre
y con la servidumbre. En el ámbito de la pensión, por el contrario, tiene lugar la
constitución de una suerte de familia sin lazos de parentesco, integrada por pares, es
decir por sujetos que se consideran básicamente iguales y que se identifican a partir de
factores como la edad y el trabajo en común. Esta idea de “hermandad” entre pares
aparece también, muy fuertemente, en las películas de estudiantes. Ejemplo de ello es el
filme El Profesor cero, dirigida por Luis Cesar Amadori y estrenada en 1942, donde un
grupo de estudiantes de medicina de la Universidad de Buenos Aires, provenientes de
diferentes localidades porteñas y del interior del país, se dan cita en la pensión de Doña
Rosa.11
En Navidad de los pobres, por su parte, y en el ámbito de una familia de “hermanas”, la
casera es el único personaje de más edad, y a ella se asocian actividades
tradicionalmente asignadas a la madre, como la preparación de la comida y el cuidado
de la casa. El personaje del pretendiente de Catita, desprovisto del papel de galán
romántico, funciona en la narración como el varón encargado de velar por la seguridad
y aún por la integridad moral de las jóvenes. Su papel se asemeja más bien al de un
padre afectuoso y protector que al del enamorado.
La pensión como metáfora de una ciudad de extraños
En este apartado, queremos detenernos en una película en la que es posible descubrir
una nueva clave de lectura, que juzgamos productiva para indagar en la relación entre la
vivienda y sus representaciones sociales. En esta parte de la investigación, enfocaremos 10 El tipo de la joven mujer que tiene un trabajo rentado y goza de cierta independencia económica no ha sido suficientemente estudiado en el ámbito latinoamericano ni tampoco porteño, pero sin duda, ha tenido un fuerte impacto y provocado reconfiguraciones de los imaginarios femeninos para mediados del siglo pasado. La imagen de, por ejemplo, la joven mecanógrafa con su vestido oscuro, ceñido en la cintura, con amplia falda que resalta el busto pero sin escote, ha sido difundido profusamente por el cine y por el comic. Michael Johns ha tratado estos temas y se ha ocupado de este nuevo tipo urbano, para las ciudades estadounidenses, en Moment of Grace. The American City in the 1950s, California, University of California Press, 2003. 11 Aunque no es nuestro foco de investigación, vale la pena apuntar que también en esta película, la clave de género ofrece interesantes caminos de indagación: los estudiantes que habitan la pensión son sólo hombres (en coincidencia con la matrícula mayoritariamente masculina en la Facultad de Medicina, para aquellos años) y los conflictos sobrevienen con la llegada de Zulema Ríos (Zully Moreno) como nueva huésped.
9
una película de suspenso, de género policial, no exenta de humor negro, que lleva por
título La muerte camina en la lluvia; filmada por Carlos Hugo Christensen, sobre un
guión de César Tiempo y el propio Christensen, y estrenada en 1948.
En el inicio de esta película, mientras la lluvia cae copiosamente sobre las aceras
porteñas, una voz en off relata la crónica de los misteriosos asesinatos recientemente
ocurridos en la ciudad, siempre en coincidencia con este fenómeno meteorológico.
Mientras el relator avanza con su narración, la cámara nos muestra una figura que,
amparada bajo un impermeable y con sombrero, sigue sigilosamente a un hombre, bajo
la lluvia torrencial. En un determinado momento, el perseguidor se abalanza sobre la
presa que queda inerme, tendida sobre la acera empapada. Al lado del cuerpo
inanimado, el asesino deja una tarjeta con la firma “S. López”.
Los indicios acerca de la identidad del criminal llevan a la policía, y a un joven
periodista de la sección policial de un gran periódico, a determinar, sin asomo de duda,
que el misterioso “S. López” se hospeda en la pensión Babel; una elegante casa ubicada
en la calle Malabia, cerca del Jardín Botánico. En dicha pensión vive, a la sazón, Lila
Espinoza, novia del joven periodista Lucho López, interpretada por Olga Zubarry.
La pensión de este filme dista bastante de las austeras versiones analizadas en el
apartado anterior. En este caso, se trata de una elegante casona de dos plantas, con
amplios espacios y un jardín delantero que precede al porche de entrada, con
balaustrada y columnas. Ya en el interior, el generoso hall conduce, por un lado, a los
salones de recepción y al comedor, mientras que una amplia escalera curva conecta la
planta baja con el piso superior, donde se encuentran las habitaciones de los huéspedes.
A diferencia de los casos anteriores, la encargada de la pensión no es quien se ocupa del
aseo de la casa y la comida de los huéspedes, sino que es una anfitriona, de maneras
refinadas e interesante conversación. Su papel dista mucho del rol maternal asociado a
las caseras retratadas en las películas analizadas anteriormente. Pero tampoco los
huéspedes conforman, en este caso, un grupo de pares ni una familia sustituta.
Bien por el contrario, los personajes de esta película, irónicamente retratados, tienen
procedencias geográficas diversas, constituyendo verdaderos “tipos sociales”. Muchos
10
de ellos hablan el castellano con acento extranjero. Los huéspedes de la pensión Babel
conforman un grupo humano mucho más diverso que el que habita las pensiones de
estudiantes o de jóvenes empleadas. Un exiliado ruso, aficionado al arte (interpretado
por Guillermo Bataglia), un excéntrico mago de aspecto hindú, un anciano relojero
español que vive allí con su mujer, un médico (el doctor Robledo), de intimidante
aspecto, entre varios personajes más, conforman la babélica comunidad.
Es interesante observar como, a partir de la muerte de uno de los huéspedes unida a la
certeza de la policía de que el criminal se hospeda en la pensión Babel, la película
retrata el clima opresivo y persecutorio, originado en la certeza de que cualquiera de los
convivientes puede ser un asesino. La desconfianza llega a acusaciones infundadas,
ataques de histeria, y a que cada huésped desarrolle estrategias de autoprotección, como
encerrarse en el propio cuarto, pues la policía impide la mudanza de los huéspedes a
otra casa, hasta tanto avance la investigación.
En un libro relativamente reciente, la historiadora Sharon Marcus12 ha interpretado la
emergencia de una literatura que tiene como escenario las casas habitadas por
fantasmas, en la Londres victoriana, como una metáfora del avance y la presencia de las
masas, otrora invisibles, sobre la ciudad. Los “fantasmas”, que no se ven pero acechan,
que amedrentan con su sola mención y aterran con su presencia no serían, para esta
autora, sino un desplazamiento del sentimiento de invasión, acecho y amenaza que, en
el siglo XVIII, habrían experimentado los londinenses de las clases altas urbanas frente
a la profusión de barrios para clase media: las row houses, habitadas por gentes antes
invisibles. La invisibilidad se desplaza así, para Marcus, desde aquellos que antes
estaban excluidos de la escena urbana, al fantasma, ser cuya esencia es la invisibilidad.13
Inspirándonos en la interpretación de Marcus, podría pensarse que la situación de la
pensión Babel es una metáfora de Buenos Aires, una Babel urbana donde hombres y
mujeres de diversa procedencia hablan diferentes lenguas y donde el otro es siempre un
extraño amenazador. Y bien podemos suponer que nada puede resultar más amenazador
12 S. Marcus, Apartment Stories: City and Home in Nineteenth-Century Paris and London, Berkeley: University of California Press, 1999. 13 Véase Marcus, ob. cit., especialmente el capítulo “The Haunted London House”.
11
que compartir el mismo techo con un asesino. Por otra parte, las características
excéntricas, incluso bizarras, de los personajes de Christensen, están al servicio de
acentuar la inconveniencia de convivir con seres con quienes se tiene tan poco en
común. Inclusive, atributos como la galantería y el donaire adquieren ribetes peligrosos
y fraudulentos cuando se encarnan en gentes sin pasado, como el personaje interpretado
por Guillermo Battaglia. Muchos huéspedes tienen, en su historia, algunos hechos que
prefieren ocultar en el anonimato del presente, garantizado por el tipo de vida que
propicia la pensión Babel.
Los personajes de Lucho y Lila (el joven periodista y su novia, respectivamente), por su
parte, están concebidos para generar la identificación del espectador. Será, justamente,
Lila Espinosa, una joven que trabaja y vive en la pensión hasta, presumiblemente, el
momento de su matrimonio con Lucho, quien descubra la identidad del criminal, que no
será uno sino múltiple. Detrás de “S. López” se oculta la identidad de tres de los
huéspedes de la pensión Babel.
Trazando una analogía con las hipótesis desplegadas por Marcus, podría aventurarse
que en un momento de intensos cambios urbanos, como los que estaban teniendo lugar
en Buenos Aires en la década de 1940, la película traza una parábola acerca de aquél a
quien se percibe como un “otro”. El retrato de la incorporación de nuevos sectores
sociales, en una sociedad porteña bastante vertebrada, condensa un conjunto de
representaciones, temores y prejuicios acerca de la inconveniencia de compartir el
espacio social con aquel que percibimos como un extraño. El “otro”, que con ironía
retrata La muerte camina en la lluvia, ya no es simplemente alguien que no comparte
los mismos valores morales o que pertenece a otra clase social y que por alguna o por
ambas razones, resulta amedrentador. En la película de Christensen, el “extranjero” es
un asesino, un individuo anónimo, sin pasado, que amenaza la propia existencia. Así
visto, el filme puede interpretarse como una elaboración que, apelando
permanentemente al humor negro, hecha un haz de luz sobre las actitudes temerosas y
las estrategias defensivas de quienes se sienten invadidos por aquellos a quienes
perciben como extraños, y con los que deben compartir el espacio público e incluso, se
ven llevados, en ocasiones, a vivir bajo un mismo techo.
12
Consideraciones finales
Las películas analizadas constituyen, sin proponérselo, una ventana abierta a los
imaginarios de movilidad y de fluidez social y espacial, características de los años
peronistas, y que se materializó en un tránsito de los individuos y las familias por
diferentes continentes espaciales domésticos, entre los cuales está el tipo de vivienda
conocido como “de pensión”.
En las películas analizadas, vivir en un cuarto de pensión no tiene una connotación
negativa, como sucederá más tarde; se trata, más bien, de una estación en el camino del
ascenso y no de un punto de llegada. Las pensiones habitadas por jóvenes que trabajan o
estudian son un continente espacial apropiado para un determinado momento de sus
vidas, que siempre es vivido como pasajero por parte de los inquilinos.
La pensión, insistimos, no es un lugar de llegada sino una estación en el camino, ya sea
hacia la obtención de un título universitario -como la pensión de Doña Rosa, donde
viven los estudiantes de medicina en El Profesor Cero- o hacia la formación del propio
hogar mientras se trabaja y se ahorra –como sucede en Mujeres que trabajan o en
Navidad de los pobres. Desde el punto de vista de los propietarios de las casas, cuyos
cuartos se alquilan a huéspedes, la situación de pensión es también vivida como
transitoria, como un medio para equilibrar el presupuesto familiar mientras se paga la
propiedad a plazos. Es el caso de Lorenzo y su esposa en Gente bien.
A partir de estas películas, puede pensarse que el tránsito del cuarto de la pensión a la
vida en una casa propia o en departamentos, ya sea en calidad de inquilinos o de
propietarios, fue experimentado como un paso en la aventura del ascenso. Al igual que
el trabajo femenino antes de la maternidad, la vida de pensión, tal como es retratada en
estas películas, no aparece reñida con los códigos de la “vida decente”. Otros hechos
retratados en los filmes, como el casamiento de Alfredo Suárez con Irma en Navidad de
los pobres, sí comportan un desafío a los códigos sociales establecidos y son leídos
como una consecuencia del acortamiento de la distancia entre clases sociales propiciado
por el peronismo.
13
Es en este sentido, en que puede hablarse de una suerte de afinidad electiva entre la
pensión y el primer peronismo, por el impulso de igualación social que une a ambos,
propiciando la mezcla en el escenario urbano y en el escenario doméstico de personas
situadas, por su origen, en posiciones distantes en la estructura social. Que esta mezcla
no siempre fue objeto de miradas complacientes, como las de las películas de Manuel
Romero, es ilustrado de manera inequívoca por la película de Christensen. En efecto, La
muerte camina en la lluvia permite inferir la cualidad perturbadora y disruptiva de la
convivencia en el espacio urbano y en el espacio social con aquellos a quienes se
percibe como extraños.