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1
La historia cultural de la política en los estudios de los exilios. Una
propuesta metodológica desde la experiencia del caso español de 19391
Dr. Jorge de Hoyos Puente2
Universidad Nacional de Educación a Distancia
AUTORIZA PUBLICACIÓN
Introducción conceptual y metodológica
En los últimos años los estudios sobre los exilios del siglo XX están viviendo una etapa
de suma importancia. Abordados desde todas las disciplinas de las ciencias sociales y
humanas, su problematización y análisis ha experimentado un largo proceso de puesta
en valor, como uno de los fenómenos trascendentales de la historia del siglo pasado.
Los debates que de forma transversal han afectado a la filosofía, la literatura, la
sociología, la ciencia política, la psicología o la historia nos han permitido contar con
nuevos utillajes conceptuales, con nuevas metodologías, para elaborar interpretaciones
diferentes. A lo largo de las siguientes páginas me centraré en las aportaciones que se
han producido en la historiografía reciente desde el campo de la historia cultural de la
política, terreno preferente en el que se entroncan mis investigaciones. Para ello, es
necesario previamente clarificar al lector en torno a qué coordenadas interpretativas
manejamos los conceptos de culturas políticas y también de historia cultural, debido a
los significados diversos que se manejan al respecto, siguiendo la caracterización
realizada por Miguel Ángel Cabrera3.
1 Este trabajo ha sido posible gracias al proyecto de investigación Federalismo, Estado y nación en
Europa del Sur y América Latina en la época liberal, una perspectiva comparada. Referencia:
HAR2012-35245. 2 Investigador Juan de la Cierva en el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad
Nacional de Educación a Distancia. Miembro del grupo de investigación Migraciones y Exilios en la
España contemporánea. 3 Miguel Ángel Cabrera, “La investigación histórica y el concepto de cultura política” en Manuel Pérez
Ledesma y María Sierra (eds.) Culturas políticas: teoría e historia, Zaragoza, Institución Fernando el
Católico, 2010, págs. 19-85.
II Jornadas de trabajoExilios Políticos del Cono Sur en el siglo XX
Montevideo, 5, 6 y 7 de noviembre de 2014 sitio web: http://jornadasexilios.fahce.unlp.edu.ar - ISSN 2314-2898
2
La historia cultural de la política nació fruto de la creciente insatisfacción por las
explicaciones mecanicistas de una parte de la historia social. Esto hecho generó la
búsqueda de otros elementos de análisis y de nuevas formas de interpretación de la
historia. Nuevos modos de mirar, nuevas categorías discursivas y también nuevas
cuestiones que inciden en la construcción de un marco diferente, que pretendió cubrir
algunas de las carencias e insatisfacciones generadas por los anteriores modelos
interpretativos.
La denominada “crisis de la historia social” abrió un periodo en que un sector de
la historiografía pretendió la destrucción de todo el contenido ético que a esta corriente
estaba asociada, esto es, la aspiración a la emancipación humana, la fe en el progreso,
etc. Teorías como el fin de la historia o de las ideologías han proliferado en la última
década y media apuntalando una visión neoconservadora del mundo, donde el mercado
debía ser un ente sin control alguno y reduciendo a la máxima expresión el peso de los
Estados, fundamentalmente en lo que a cobertura social se refiere. Una visión
neoconservadora o neoliberal del mundo que trató de enterrar muchos de los logros
sociales que, al menos en lo que conocemos como primer mundo, se habían extendido
gracias al esfuerzo y dedicación de generaciones pasadas4. No es, sin embargo, esa la
línea de trabajo de la historia cultural de la política, que ha centrado sus esfuerzos en el
retorno al sujeto y al papel de lo político como acción preferente de los historiadores. En
ese sentido, la historia cultural de la política parte de un reconocimiento expreso a las
aportaciones de la historia social. Sin la historia social difícilmente hubiésemos llegado
al punto en el que nos encontramos en la actualidad y muchos de los hitos que nos han
permitido tomar conciencia de los errores interpretativos cometidos por los
historiadores sociales, provienen precisamente de esta corriente historiográfica que,
durante las décadas centrales del siglo XX fue hegemónica, y que continúa siendo hoy
día un paradigma utilizado y reivindicado por un importante sector de la profesión. Por
tanto, sostengo la visión de que más que hablar de una ruptura, deberíamos hablar de
una evolución, del establecimiento de un debate crítico que busque afinar y ampliar los
4 Francis Fukuyama desde su perspectiva neoconservadora o Anthony Giddens y su “tercera vía” son dos
de los intelectuales que más han contribuido a dar por muerta la historia social.
3
marcos de análisis e interpretación hasta llegar, si se quiere, a una superación de un
modelo de explicación valioso.
La historia social dio origen en su seno a muchos de los debates que han servido
como base a la denominada historia cultural de la política5. Un hito esencial es sin duda
alguna la obra de Edward Palmer Thompson The making of the english working class,
publicada en 1963. Desde su militancia crítica en el marxismo, Thompson elaboró una
conceptualización que va más allá del materialismo histórico, reformulando conceptos
como “clase social”. Para el autor británico, era necesario estudiar los procesos previos
que permiten la construcción de los conceptos. Para ello era imprescindible abandonar
explicaciones mecanicistas, para abordar el estudio de la construcción de los lenguajes y
discursos políticos, a través de los cuales se articulan las clases sociales. Es por ello por
lo que la postura de Thompson ha sido, y continúa siendo criticada, por una parte de los
historiadores marxistas que lo acusan de ser uno de los pioneros de la historiografía
postmoderna6. Sin embargo, el descubrimiento del historiador inglés, vinculado
inequívocamente a la izquierda, es uno de los avances más importantes que la disciplina
realizó a lo largo del siglo XX y todos somos deudores de su trabajo.
En los años setenta del siglo pasado, desde lo que se denominó historia de las
mentalidades, historiadores de la escuela de Annales como Georges Duby o Jacques Le
Goff planteaban la necesidad de prestar atención a los “fenómenos mentales” para
comprender la organización de las sociedades humanas, ya que los individuos no actúan
según la situación real, sino en función de la imagen que tienen de ésta7. Duby situó en
un mismo nivel los fenómenos mentales que los fenómenos económicos o
demográficos8. Se trató de un avance fundamental para la historiografía, ya que la
atención se centró en estudiar la formación de estructuras mentales y simbólicas, sin
prescindir de la base material, lo que nos va a dotar de una perspectiva de análisis más
compleja y enriquecedora.
5 Véase Ute Daniel, Compendio de historia cultural, teorías, práctica, palabras clave, Madrid, Alianza,
2005. [1ª Ed. 2001] 6 Así lo hace José Manuel Rodríguez Acevedo, “Del revisionismo británico al postmodernismo: E. P.
Thompson” en Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, nº 15, 2007. 7 Peter Burke, La revolución historiográfica francesa: La escuela de los Annales 1929-1984, Barcelona,
Gedisa, 1993. 8 Georges Duby, Historia social e ideologías de las sociedades. Barcelona, Anagrama, 1976, pág. 82.
4
La historia cultural de la política parte precisamente de la necesidad de buscar
explicaciones a las motivaciones que llevan a los individuos a la participación política
en un determinado grupo, a conocer las claves acerca de su organización interna, sus
mecanismos de sociabilidad, su formación, evolución e identidad. La preocupación por
el papel del lenguaje ha producido importantes cambios de los que se ha beneficiado la
historiografía9. La toma de conciencia en torno a la construcción social de la realidad y
a la importancia de los discursos en la formación de los imaginarios, que articulan las
culturas políticas, nos ha permitido avanzar en el estudio de las disputas sociales10
. El
estudio de lo simbólico, como elemento constitutivo de las culturas ya fue defendido
por Clifford Geertz, sin renunciar también al estudio de lo material11
. El resultado de
estos cambios de paradigma produce lo que Roger Chartier denominó el salto de la
“historia social de la cultura a la historia cultural de lo social”12
.
Tres conceptos debemos definir brevemente para pasar al estudio de caso, son
imaginario, identidad y cultura política. Los tres conceptos han sido integrados en el
lenguaje del historiador, aunque en muchas ocasiones sin la necesaria definición teórica,
que permita al lector conocer el terreno en el que se están utilizando. En el caso del
imaginario, desde Lacan a nuestros días ha ido evolucionando. Los trabajos de
Cornelius Castoriadis, Gilbert Durand, Charles Taylor, Slavoj Zizek o Miguel Ángel
Cabrera entre otros, se han ocupado de esta cuestión de forma profusa13
. Por imaginario
9 Uno de los trabajos pioneros al respecto y referencia aún hoy es el de Gareth Stedman Jones: Languages
of Class: Studies in English Working Class History, 1832-1982, Cambridge, New York, Cambridge
University Press, 1983; Carlos Nieto Blanco, La conciencia lingüística de la filosofía. Ensayo de una
crítica de la razón lingüística, Madrid, Trotta, 1997; Miguel Ángel Cabrera Acosta, Historia, lenguaje y
teoría de la sociedad. Madrid, Cátedra, 2001. 10
Peter Berger y Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad, Buenos Aires, Amorrortu,
1968; John B. Thompson, “Lenguaje e ideología” en Zona Abierta, n 41-42, 1986-1987, págs. 159-182. 11
Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, [1ª Ed. 1973] México DF, Gedisa, 1987. 12
Roger Chartier, El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación,
Barcelona, Gedisa, 1992, pág. 53. 13
Cornelius Castoriadis, Los dominios del hombre: las encrucijadas del Laberinto. Barcelona, GEDISA,
1995 [1ª Ed. 1986], o La institución imaginaria de la sociedad. Barcelona, Tusquets, 1983. y el estudio
monográfico que la revista Anthropos le dedicó en 2003 coordinado por Celso Sánchez Capdequí,
Cornelius Castoriadis: la pluralidad de los imaginarios sociales de la modernidad. Anthropos, Nº 198,
2003; Gilbert Durand, Las estructuras antropológicas del imaginario, México D.F., Fondo de Cultura
Económica, 2004; Charles Taylor, Imaginarios sociales modernos. Barcelona, Paidós, 2006; Slavoj
Zizek, El sublime objeto de la ideología, México, Siglo XXI, 2008 [1ª Ed. 1989], Véase también Slavoj
Zizek, (comp.) Ideología, un mapa de la cuestión, México, Fondo de Cultura Económica, 2004. [1ª Ed.
1994]; Miguel Ángel Cabrera, “La crisis de la modernidad y la renovación de los estudios históricos” en
Manuel Ferraz Lorenzo, (ed.) Repensar la historia de la educación. Nuevos desafíos, nuevas propuestas.
Madrid, Biblioteca Nueva, 2005, págs. 21-52.
5
entendemos aquella estructura mental, definida por el lenguaje, a través de la cual el
individuo interpreta y contextualiza todos los fenómenos que ocurren a su alrededor. Se
trata de un entramado simbólico que nos permite hacer inteligible el mundo que nos
rodea y dotar de significado a elementos que en otro imaginario pueden desembocar en
análisis o sensaciones radicalmente diferentes. De ahí se desprende, en gran medida, la
necesidad de abordar el estudio de estas cuestiones en plural, partiendo de la aceptación
de la existencia de una multiplicidad de imaginarios difíciles de cuantificar y etiquetar
de forma satisfactoria y duradera.
Gilbert Durand define el imaginario como “el conjunto de imágenes y las
relaciones de imágenes que constituye el capital pensante del homo sapiens”14
. Se trata
de un conjunto de creencias, mitos, prejuicios, ideas que conforman un modelo cultural,
que nos permite construir e interpretar aquello que denominamos “realidad”. El
imaginario de un individuo lo conforma una red conceptual que da sentido a sus
vivencias, sus experiencias, sus lecturas, todo aquello que ha aprendido a través de la
tradición oral, en la escuela, con la familia, que abarca los mitos, las costumbres, etc.
Mediante este entramado simbólico, se articula el modo de relacionarnos con la
sociedad y se construye una forma de entender nuestra existencia. Por tanto, el análisis
del imaginario de un individuo nos permite comprender, o acercarnos a comprender
mejor dicho, su visión de lo que le rodea y su forma de interpretarlo, en función de las
categorías con que decodifica su entorno. Su aplicación proporciona importantes
resultados en el género de las biografías históricas, si contamos con los medios
necesarios para construirlas. Castoriadis plantea que la sociedad está compuesta de una
“urdimbre de significaciones” que lo impregnan todo y dirigen la sociedad. Estos
conceptos o significaciones imaginarias son, citando algunos de sus ejemplos: “Dios”,
“nación”, “Estado”, “ciudadano”, “virtud”, “pecado”, como también lo son “hombre”,
“mujer” o “hijo”15
. El imaginario, como señalan Cabrera y Acuña, es la “matriz” dentro
de la cual las personas articulan su existencia y definen su identidad y su papel, “su
contexto de acción”, dentro de la sociedad a la que están inscritos16
. Para estudiar el
14
Gilbert Durand, Las estructuras antropológicas del imaginario… pág. 21. 15
Cornelius Castoriadis, Los dominios del hombre... pág. 68. 16
Miguel Ángel Cabrera y Álvaro Santana Acuña, “De la historia social a la historia de lo social” en Ayer
62/2006 (2), pág. 173.
6
imaginario debemos recurrir a fuentes antes desdeñadas, pero debemos buscar también
en fuentes ya utilizadas de otra manera, buscando otras respuestas, formulando nuevas
preguntas. Comprender, aunque sea de forma parcial, desde qué elementos han sido
construidos los discursos, los razonamientos previos que llevan a analizar cualquier
acción ya sea una revolución o un determinado escrito político. Miguel Ángel Cabrera
define imaginario social como “una concepción general de la sociedad, constituida por
un conjunto de supuestos sobre la naturaleza, el funcionamiento y las pautas de cambio
de las sociedades humanas, que condiciona la percepción que se tiene de la realidad
social y que opera como un patrón normativo de la práctica de los individuos situados
bajo su influencia”17
. Los imaginarios son estructuras mentales que tardan mucho en
cambiar, en transformarse, a menos que sean sometidos a experiencias traumáticas,
como ocurre con los exiliados.
Una de las mayores aportaciones que ha realizado la llamada historia postsocial
tiene que ver con el estudio de las identidades. La superación de una visión rígida de las
identidades, esto es, la expresión de una posición social determinada, ha permitido
tomar conciencia de una serie de elementos y categorías que nos han llevado a una
visión más compleja y rica de esta cuestión18
. En el caso concreto que nos ocupa, no se
puede entender las profundas diferencias existentes dentro del exilio republicano si no
atendemos a las divisiones sociales originadas por la guerra, la formación cultural o la
posición económica de cada uno de ellos. Sin tener en cuenta estas cuestiones no se
puede abordar el estudio de las identidades. Una combinación de lo material y lo
cultural resulta imprescindible para ponderar la visión de las identidades. Un
sentimiento de pertenencia a un colectivo, como el de los exiliados, tiene que analizarse
desde la tradición cultural, unas raíces nacionales propias, pero también de un intento de
construir elementos diferenciadores desde el punto de vista económico dentro del
colectivo y también de cara al exterior, hacia la nueva realidad social en la que deben
vivir, hacia una nueva cultura nacional de la que quieren participar en la mejor posición
17
Miguel Ángel Cabrera, “La crisis de la modernidad y la renovación de los estudios históricos” en
Manuel Ferraz Lorenzo, (ed.) Repensar la historia de la educación. Nuevos desafíos, nuevas propuestas.
Madrid, Biblioteca Nueva, 2005. págs. 24 y 25. 18
Miguel Ángel Cabrera, Historia, lenguaje y teoría de la Sociedad, Madrid, Cátedra, 2001, pág. 114.
7
posible. La posición social desde la que se observa la realidad es fundamental en este
sentido y proviene de estos dos aspectos fundamentales.
Las identidades se construyen en oposición a un “otro”, un enemigo, un rival, un
diferente. Se construyen en función de similitudes, en la mayor parte de los casos
analogías que tienen un fuerte contenido simbólico y en ocasiones ficticio. La identidad
se articula en torno a muchos silencios y muchos olvidos que tratan de no perturbar esa
imagen irreal que pugna por ser la “verdad”. Se trata por tanto de una construcción
discursiva, que busca justificar posiciones, roles, acciones y actitudes de diversa índole.
Para los historiadores postsociales el lenguaje es lo que da vida a los sujetos19
, resulta
esencial para la constitución de las identidades. Identidad y exilio tienen en ese sentido
una importancia central. Todo exiliado está sometido a un complejo proceso de
reelaboración identitaria a través de la cual interactuar, presentarse ante unos
interlocutores nuevos. El exiliado debe trabajar por explicar quién es, por qué está
exiliado, debe explicar quién lo expulsa, por qué necesita refugio. Un difícil proceso que
implica una reformulación en clave personal, pero, cuando se trata de un colectivo tan
numeroso, acaba afectando a muchas y muy variadas manifestaciones sociales,
culturales y políticas.
Finalmente, sobre el concepto de cultura política se ha escrito y trabajado mucho
en las últimas décadas, desde que Gabriel Almond y Sydney Verba lo pusieron en
circulación en los años sesenta del siglo XX20
. Trabajos como los coordinados por Mª
Luz Morán, han presentado a la historiografía española un debate que ya ha penetrado
en la profesión y está dando importantes frutos sobre la materia21
. Si en la ciencia
política es un concepto que ha pasado de moda, no es así en la historiografía22
.
Tomemos la definición de cultura política de Mª Luz Morán, esto es, “el conjunto de
19
Ibid. págs. 117-118. 20
Gabriel A. Almond y Sidney Verba, The civic culture: political attitudes and democracy in five nations,
Princeton, Princeton University, 1963. 21
Véase el monográfico de la revista Zona Abierta Nº 77-78 (1996). 22
Mª Luz Morán, “Cultura y política: neumas tendencias en los análisis sociopolíticos”, en Manuel Pérez
Ledesma y María Sierra (eds.) Culturas políticas: teoría e historia, Zaragoza, Institución Fernando el
Católico, 2010, págs. 87-131.
8
recursos empleados para pensar sobre el mundo político”23
, comprendemos que los
recursos a los que la autora hace referencia están afectados de forma transversal por el
imaginario. Es en el imaginario social, como ya hemos visto, donde se configuran y
transforman las categorías con las que percibimos la realidad humana, con la que lo
objetivamos y esto incluye a las instituciones y a las prácticas políticas. Cualquier
cultura política aborda aspectos mucho más amplios que los meramente ideológicos. La
cultura política implica compartir espacios de sociabilidad, experiencias, anhelos y
proyectos. Toda cultura política alberga una concepción general de la sociedad, lo que
implica también un discurso propio, una serie de imágenes, de mitos, de metáforas que
se proyectan en prácticas sociales, en modos de relacionarse con otras culturas políticas,
con instituciones, etc.24
. Uno de los principales errores cometidos en la aplicación del
concepto es su traslación mecánica a los partidos políticos. Nada más lejos de la
realidad.
Los partidos o las organizaciones sindicales pueden beber y nutrirse de culturas,
o subculturas políticas diferentes, que interactúan en un clima no exento de tensiones a
la hora de articular estrategias culturales y políticas, con intereses y prioridades
diferenciadas, sujetas a un constante cuestionamiento, que afectan a la viabilidad de las
organizaciones como instrumento transformador de la sociedad. Esta dificultad es la que
explica sus contradicciones y dificultades a la hora de construir consensos internos,
donde la praxis política juega también un papel esencial. Es precisamente en los debates
internos donde podemos encontrar las tensiones que generan los diferentes modos de
concebir la estrategia cotidiana y el horizonte de futuro, la formación de alianzas
puntuales o prolongadas con otras organizaciones, así como las posibilidades de
establecer mecanismos referenciales duraderos. Sin duda, tratar de analizar esta
evolución nos permite comprender mejor algunas de las claves que marcaron la deriva
política del exilio en su conjunto. Con todo, son muchas las insatisfacciones que genera
a la hora de desarrollar su aplicación ante la imposibilidad de ponderar muchos de los
elementos que condicionaron la vida política de las organizaciones en México y que
23
Mª Luz Morán, “Sociedad, cultura y política: continuidad y novedad en el análisis cultural” en Zona
Abierta, Nº 77-78 (1996) págs. 6-7. 24
Miguel Ángel Cabrera, Historia, lenguaje y teoría... pág. 53.
9
tienen que ver con aspectos emocionales y de índole personal que produjeron filias y
fobias entre algunos de los protagonistas políticos más destacados.
Analizar el exilio republicano en su conjunto bajo este prisma, resumido en esta
ocasión de forma muy sintética y burda, nos permite cuestionar, para confirmar o
refutar, algunos de los elementos centrales que han asentado de forma muy significativa
nuestra propia visión del objeto de estudio. Lo que nos interesa aquí es tratar de
establecer cuáles son los procesos que permiten la constitución de culturas políticas, la
adscripción de un individuo a un grupo político con el que comparte ideales, proyectos,
anhelos, experiencias y sentimientos. Para Miguel Ángel Cabrera lo que permite el
nacimiento de nuevas identidades políticas es “la puesta en juego de una nueva matriz
categorial” que objetiva rasgos sociales25
, esto es, el surgimiento de nuevos imaginarios
que den lugar a nuevas identidades y nuevas culturas políticas. La adscripción a una
determinada cultura política se produce por distintos factores, que van desde compartir
espacios de sociabilidad, hasta identificarse con aspectos éticos y estéticos. Toda cultura
política se asienta en una determinada visión general del mundo, con la que los
individuos se identifican o no. Al igual que ocurre con el nacionalismo la adscripción a
una cultura política tiene mucho de estético, de idealización simbólica, de construcción
de mitos y de instrumentalización de todo tipo de imágenes que son sometidas a
interpretaciones variadas26
. Las culturas políticas crecen y se definen a través de una
determinada sociabilidad, de compartir espacios, ritos y símbolos que permiten
construir marcos de certezas, discursos de legitimación, pero también de demonización.
En definitiva, nuestra propuesta metodológica transita desde el estudio de los
imaginarios hasta las culturas políticas, partiendo de la percepción que es desde los
imaginarios desde donde se construyen y articulan las identidades, sin las cuales
difícilmente podemos comprender muchos de los elementos centrales que configuran las
culturas políticas que, en ocasiones, trascienden a movimientos sociales. En ese sentido,
resulta imprescindible plantearse cómo afecta la experiencia del exilio al desarrollo de
las culturas políticas.
25
Miguel Ángel Cabrera, Historia, lenguaje y teoría... pág. 118. 26
Tomás Pérez Vejo, Nación, identidad nacional y otros mitos nacionalistas, Oviedo, Nóbel, 1999. pág.
18.
10
La aplicación a los estudios del exilio republicano
Cuando hacemos una valoración de las publicaciones dedicadas al estudio del exilio
republicano en las últimas décadas siempre señalamos su volumen abrumador. Esta
realidad evidencia la existencia de un interés hacia la cuestión y las múltiples
posibilidades de trabajos que se desprenden. Con todo, siempre me ha sorprendido la
existencia de escasos estudios que aborden de forma seria la dimensión política del
exilio, hecho fundacional por excelencia de este fenómeno histórico. Los trabajos más
antiguos existentes, forman parte de lo que podemos denominar literatura de combate,
fruto de memorias y trabajos autojustificadores o acusatorios de una determinada
posición ideológica y provienen de los propios exiliados. Desde la historiografía de los
países de acogida, rara vez ha sido objeto de atención la vida política del exilio y en
España, no fue una prioridad con el fin de la dictadura, en un clima en que incluso los
partidos políticos provenientes del exilio, decidieron orillar su pasado. Ni tan siquiera el
exilio republicano ha jugado un papel significativo dentro de los movimientos de
recuperación de la Memoria Histórica. En España, a lo largo de las últimas décadas en
las que el exilio se ha ido estudiando y recuperando, ha existido una importante brecha
entre su contenido político y el exilio. Esto supuso un fuerte obstáculo a la hora de
afrontar un trabajo como el que plantee en mi tesis de doctorado “Estado y nación en las
culturas políticas del exilio republicano en México 1939-1978” y que dio origen al libro
La utopía del regreso. Proyectos de Estado y sueños de nación en el exilio republicano
en México27
. El objetivo principal era ahondar en las raíces de las divisiones que
lastraron la convivencia de las organizaciones políticas en el exilio, estudiar sus
proyectos de futuro para la reconstrucción de una España democrática y analizar las
razones de su fracaso, de la incapacidad de establecer acuerdos de mínimos, para
fortalecer la viabilidad de su causa, debilitando las ya de por sí escasas bazas
diplomáticas dentro del contexto de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría.
27
Jorge de Hoyos Puente, La utopía del regreso. Proyectos de Estado y sueños de nación en el exilio
republicano en México, Colección Ambas Orillas, México-Santander, El Colegio de México, Ediciones
de la Universidad de Cantabria, 2012.
11
En gran medida el trabajo tuvo que sacrificar aspectos esenciales del análisis de
las culturas políticas, ante la necesidad de conocer e ilustrar previamente de las claves
que marcaron la vida política del exilio y su propia evolución. La falta de una historia
social y política clásica de las organizaciones políticas, sus debates y sus dinámicas,
tuvo que ser parcialmente corregida dentro de la obra, siendo en la mayoría de las
ocasiones sumamente difícil establecer un análisis de aspectos fundamentales como la
propia sociabilidad. En ese sentido, el trabajo quedó marcado más por el análisis y la
evolución de los discursos, que evidencian las dificultades para articular movimientos
sociales.
No obstante, esa falta de conocimiento sobre el mundo político del exilio se está
modificando de forma muy satisfactoria en los últimos siete-diez años, con
publicaciones rigurosas, que vienen no solo a cubrir vacíos sino también a abrir nuevas
vías de trabajo28
. Es imprescindible contar con una buena cartografía de la evolución
política del exilio para poder realizar trabajos en otros campos. De no ser así,
partiríamos, como ha ocurrido en muchos estudios, de una foto fija, estereotipada y
mitificada de un colectivo complejo y contradictorio, de una gran diversidad social,
cultural, política y económica. Tampoco parece muy recomendable abordar el estudio
de los exilios, sin tener en cuenta la importancia de la influencia ejercida por los países
de recepción y las claves de los procesos de integración, de una forma rigurosa, más allá
de la repetición sistemática de los mitos definidos por los propios exiliados.
Todos estos problemas han contribuido a elaborar una visión un tanto
homogeneizadora de los exiliados, que ha mitificado aspectos importantes como su
propio compromiso político. Me detendré en esta cuestión, centrándome en el caso
28
Una pequeña selección, Ángel Herrerín, La CNT durante el franquismo: clandestinidad y exilio (1939-
1975) Madrid, Siglo XXI, 2004; Miguel Ángel Yuste de Paz, La II República española en el exilio en los
inicios de la Guerra Fría (1945-1951), Madrid, Fundación Universitaria Española, 2005; Ángel Herrerín,
El dinero del exilio, Indalecio Prieto y las pugnas de posguerra (1939-1947), Madrid, Siglo XXI, 2007;
Mari Paz Balibrea, Tiempo de exilio. Mataró, Montesinos, 2007; Juan Carlos Pérez Guerrero, La
identidad del exilio republicano en México, Madrid, Fundación Universitaria Española, 2008; Abdón
Mateos, La batalla de México, final de la guerra civil y ayuda a los refugiados 1939-1945, Madrid,
Alianza, 2009; Ángel Duarte, El otoño de un ideal. El republicanismo histórico español y su declive en el
exilio de 1939, Madrid, Alianza Editorial, 2009; Pedro Luis Angosto, La República en México, con plomo
en las alas, 1939-1945, Sevilla, Renacimiento, 2009; Josep Sánchez Cervelló, La Segunda República en
el exilio, Barcelona, Planeta, 2011; Olga Glondys, La Guerra Fría Cultural y el exilio republicano
español, Cuadernos del Congreso para la Libertad de la Cultura, Madrid, CSIC, 2013; Alicia Alted y
Lucienne Domergue, La cultura del exilio anarcosindicalista español en el sur de Francia, Madrid,
Cinca, 2013, entre otros.
12
mexicano, que resulta paradigmático en muchos sentidos. En primer lugar, porque en
México estuvieron ampliamente representadas todas las sensibilidades ideológicas que
conformaban ese contingente humano. En segundo lugar, porque gozaron de una
libertad casi plena para realizar actividades políticas concernientes a España. En tercer
lugar, porque los embarques de refugiados españoles hacia México se hicieron en
función del compromiso político y, por tanto, por la peligrosidad extra que representaba
para esos exiliados más implicados su permanencia en Francia.
A pesar de ese alto nivel de politización, son muchas las referencias que hemos
encontrado de la baja participación activa en las diversas organizaciones reconstituidas
en México. Los censos de afiliados de las agrupaciones que hemos podido recabar así lo
demuestran. Para muchos republicanos españoles la Guerra Civil, su derrota y posterior
exilio fueron elementos significativos, que modificaron algunos de sus principios
básicos, que cambiaron sus prioridades, marcados muchos por traumas bélicos,
ausencias obligadas y pérdidas dolorosas. Fracturas entre dirigentes y bases, entre
compañeros de partido y de luchas sindicales, estuvieron a la orden del día, en un clima
de profundo desamparo material, mitigado parcialmente por las organizaciones de
ayuda, las cuales fueron fruto también de enfrentamientos y acusaciones múltiples29
. Si
por algo sorprende la ausencia de trabajos sobre la dimensión política del exilio
republicano hasta bien entrada la primera década del siglo XXI, es precisamente por la
idealización realizada, primero por los propios exiliados, y más tarde por la
historiografía, del compromiso político. Una de las evidencias más claras de esta
realidad, es la práctica imposibilidad de rastrear la vida y actividades de la inmensa
mayoría de esos exiliados, casi desde su descenso de los barcos.
Plantear abiertamente lo que las evidencias nos muestran acerca de un menor
compromiso político del esperado, no implica en absoluto una revisión o un
cuestionamiento de carácter ideológico, realizado por parte del historiador, para
minimizar la importancia del exilio, ni su implicación en la defensa de la democracia y
el antifascismo. No se trata de negar méritos, sino de comprender, desde un análisis
desapasionado, la debilidad estructural de las organizaciones políticas en el exilio,
alimentada por sus divisiones internas y sus enfrentamientos de larga duración, derivada 29
Aurelio Velázquez, Empresas y finanzas del exilio. Los organismos de ayuda a los republicanos
españoles en México 1939-1949, México, El Colegio de México, 2014.
13
de forma clara de la pluralidad de proyectos antagónicos, formados incluso antes del
nacimiento de la Segunda República. Por ello es imprescindible comenzar ese análisis
cultural y político desde la propia formación de las culturas políticas y solamente desde
el inicio del exilio. Necesitamos comprender cómo las distintas tradiciones y culturas
políticas, que convivían en las diferentes organizaciones, fueron evolucionando en un
contexto político alejado de la realidad española y, por tanto, abiertamente
distorsionado. Por ello, resulta imprescindible plantearse cómo afecta la experiencia del
exilio a su desarrollo. La vivencia del exilio implica inevitablemente un punto de
inflexión en toda cultura política.
Desde la historia cultural de la política debemos reflexionar acerca de este
proceso que transforma a militantes fuertemente implicados en espectros de lo que
fueron. En ese sentido, podemos partir de dos hipótesis que, en principio, pueden
parecer contrapuestas. O bien hemos sobredimensionado esa politización, acrecentada,
sin duda, por el fragor y la indignación popular que supuso el levantamiento militar y el
posterior desarrollo de la Guerra, o bien no hemos ponderado lo suficientemente el
impacto traumático de la derrota en las diferentes culturas políticas y en sus
participantes. Sin embargo, bien pudiera ser una mezcla de ambas cuestiones. Por un
lado, la militancia coyuntural que produjo un crecimiento exponencial de los partidos
políticos durante la Guerra, se convirtió en muchos casos en una esperanza de obtener
un pasaje hacia una la supervivencia, y también, a medio y largo plazo, hacia una vida
mejor. Por otro, es evidente que el desgaste sufrido por las organizaciones políticas que
sustentaron la II República a lo largo del conflicto, y especialmente en los últimos
meses, pasó una importante factura a los militantes, abriendo brechas entre cúpulas y
bases. El desánimo por la derrota, la necesidad de buscar acomodo vital en lugares
hostiles, son aspectos difíciles de historiar, pero que jugaron un papel relevante en ese
proceso de desafección. Estas dificultades obligan a estudiar, de forma paralela, la
evolución política y los mecanismos de adaptación en la sociedad de acogida, a través
de la articulación de una nueva identidad categorizada en torno a la condición de
“refugiado”30
.
30
Abordé esta cuestión en “La formación de la identidad del refugiado, los republicanos españoles en
México, discursos, prácticas y horizontes de futuro” en Laberintos, nº 14, 2012, págs. 49-68.
14
Para el estudio de las claves que marcaron la vida política del exilio republicano
español durante cuatro largas décadas, es tan importante atender a sus condiciones
materiales como a la elaboración de sus discursos e imaginarios. Por ello es necesario
partir desde sus orígenes, ya que las culturas políticas son fruto de un tiempo largo que
cristaliza en momento concreto, y es en su capacidad de evolución y adaptación a las
realidades cambiantes, donde reside uno de sus mayores retos. En la medida en que toda
cultura política experimenta un proceso de constante transformación y relaboración, es
necesario establecer un análisis histórico a su proceso de formación, evolución y
declive. En el caso de las culturas políticas que nutrieron las organizaciones políticas
que protagonizaron el exilio republicano de 1939 es necesario partir de su análisis
desde, al menos, la Restauración española. La mayoría de ellas se conformaron en un
ambiente de oposición a la monarquía oligárquica como culturas políticas antisistema,
en clara confrontación con el régimen existente en España desde 1875. Convertidas
muchas de ellas en fuerzas de gobierno en 1931, tras el colapso de la monarquía, en el
ejercicio del poder demostraron sus contradicciones y la pluralidad de proyectos
políticos existentes. Con todos sus aciertos, la Segunda República vivió no pocas
tensiones de sobra conocidas, fruto de las actividades de los sectores reaccionarios, que
se organizaron durante la Guerra Civil en el bando de los sublevados, pero también del
choque entre reformistas y revolucionarios que, convivieron, de forma precaria, en la
defensa de la República primero, y en el exilio después.
La fractura producida por el desarrollo de la Guerra civil entre los grupos que
conformaron el bando republicano es esencial a la hora de entender los enfrentamientos
que surgieron durante el exilio. La imposibilidad de establecer líneas de actuación
conjunta durante cuarenta años se debe, en gran medida, a la falta de un relato común de
lo ocurrido, la ausencia de referencias simbólicas compartidas y la prolongación de las
discrepancias en torno a la España que iban a construir para el futuro. Poco importó que
el exilio español contase con todo el aparato del Estado republicano fuera de España, y
que su existencia perdurase hasta más allá de la muerte del dictador Francisco Franco.
La incapacidad de las instituciones en el exilio de aglutinar bajo su legitimidad al
grueso de los expatriados españoles, muestra a las claras las profundas dificultades a la
hora de establecer ese relato común. A su salida de España, los exiliados se encontraban
15
profundamente divididos por las heridas abiertas a lo largo de la Guerra Civil. Sus
distintas organizaciones mantuvieron durante las décadas siguientes agrias polémicas,
marcadas por sus diferentes visiones de futuro. Enfrentamientos irreconciliables que
fueron superados parcialmente en el exilio, gracias a la toma de conciencia de su nueva
condición de “refugiados” y tras la desafección partidista.
Encontramos pocos fenómenos históricos como el exilio que generen tantas
contradicciones identitarias en quien lo padece. Cuanto más se profundiza en el estudio
de un aspecto concreto, bien sea la idea de España, las concepciones regionales o la
propia identidad individual de algún exiliado, afloran sentimientos, en ocasiones
enfrentados que, muchas veces se traducen en una necesidad de aferrarse a lo perdido,
en recrear aquello que recuerdan y califican como tiempos felices. En el estudio de los
conceptos como “Estado” o “nación” que existía dentro de las organizaciones políticas
vemos la imposibilidad de llegar a acuerdos entre anarquistas, socialistas, comunistas,
republicanos liberales o nacionalistas catalanes, vascos y gallegos de muy diversa
procedencia ideológica. Tampoco existió consenso en torno a la idea de República pero
sobre todo, las divergencias en torno al “pueblo” sujeto fundamental de soberanía deben
soslayarse. Al menos cinco concepciones de “pueblo” convivieron en el exilio. Cuando
los miembros de partidos republicanos como Izquierda Republicana, Unión
Republicana o el Partido Republicano Federal se refieren al pueblo, están pensando en
un cuerpo político en sentido amplio, en una concepción del pueblo como ciudadanía.
Cuando quien se refiere al “pueblo” es un miembro del Partido Comunista de España no
es a la ciudadanía, sino a la clase obrera a quien apela. Habitualmente los comunistas
añaden al “pueblo” el calificativo de “español”. Los intereses de clase son vinculados a
los intereses del “pueblo español” y por lo tanto, los comunistas, como la avanzadilla de
la clase obrera que dicen ser, se arrogan la representación del pueblo y hablan
permanentemente en su nombre.
En tercer lugar, encontramos la acepción de los anarquistas que, reacios a
identificar los pueblos con un determinado territorio, van a equiparar al “pueblo” con la
“humanidad”. Para los anarquistas toda la humanidad conforma un mismo pueblo que
debe relacionarse en un clima de fraternidad. Las compartimentaciones fronterizas
elaboradas por los Estados no son más que mecanismos configurados para hacer más
16
eficiente a los poderosos el ejercicio de su poder opresor contra los individuos más
desfavorecidos. En cuarto lugar nos encontraríamos las acepciones que sobre el
“pueblo” van a articular los nacionalismos catalán, vasco y gallego. Para estos grupos,
cuando se refieren al pueblo se centran en los catalanes, vascos y gallegos,
respectivamente. En sus discursos y sus preocupaciones el resto de los exiliados
españoles quedan un tanto al margen. Sus reivindicaciones se centran en aquello que
ellos entienden conforma su realidad nacional y a partir de ahí formulan sus propuestas
o alternativas. Su idea de “pueblo” va muy asociada a las propias tradiciones culturales
de cada lugar. Por último, la visión un tanto ecléctica, apenas formulada de los
socialistas, que transitó entre la perspectiva de los republicanos de “pueblo-ciudadanía”
y la de los comunistas de “pueblo-clase obrera”. Al igual que en otros temas
fundamentales, el PSOE en el exilio va a hacer de la indefinición virtud, en parte por la
fuerte división interna en la que estaban sumido tras la ruptura entre socialdemócratas y
obreristas. Estas categorías dispersas tuvieron más peso que la nueva noción de
“antifranquismo” a la hora de articular propuestas políticas, espacios de sociabilidad
compartidos y proyectos de futuro.
La experiencia del exilio implica inevitablemente un punto de inflexión en toda
cultura política. Si bien a lo largo del siglo XIX el exilio, en muchas ocasiones,
constituyó una fuente de enriquecimiento de las culturas políticas que, a través de
algunos líderes entraban en contacto con ideas, prácticas y simbología novedosa, el
exilio del siglo XX contribuyó de forma notable a romper y transformar la dinámica de
muchas de éstas, en tanto en cuanto quedaron privadas de su sustrato “natural” durante
un tiempo prolongado que, en la práctica, las condenaba a una muerte por inadaptación.
Todo exilio, pero especialmente los exilios de la sociedad de masas del siglo XX,
modifica sustancialmente los modos de vida, y también las culturas políticas de quién lo
padece. Las experiencias traumáticas de los conflictos bélicos, así como la salida
forzosa de las fronteras patrias de contingentes humanos amplísimos, suponen una
evidente desarticulación31
. El exilio produce modificaciones discursivas, rompe
tradiciones, espacios de sociabilidad, aísla, en definitiva, siendo imprescindible para los
exiliados la búsqueda de nuevos referentes y claves. El exilio se transforma de ser una 31
Mónica Casalet y Sonia Comboni (coords.) Consecuencias psicosociales de las migraciones y el exilio,
México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1989.
17
circunstancia a una categoría identitaria fundamental, un elemento que define y
condiciona la actividad humana en muchos ámbitos sociales. La reconstrucción mental
de todo lo ausente; la difusión de esa idea entre sus descendientes, son algunos de los
efectos que va a producir el extrañamiento. El conjunto de valores que son asociados
con lo perdido pasan a ser el motor vital del exiliado, que debe resistir y protegerse de
su desintegración como si de una batalla de la propia guerra se tratase.
No se puede estudiar la construcción de identidades del exilio sin tener en cuenta
estos factores. El exilio tiene una dimensión sentimental que muy pocas veces ha sido
explorada desde la historiografía. Sin embargo, uno de los efectos más claros del exilio
es que se trata de una experiencia que modifica sustancialmente la identidad de los que
lo padecen. La articulación de imaginarios dicotómicos, donde los “buenos” y los
“malos”, los “amigos” y los “enemigos”, los “patriotas” y los “traidores” son
calificativos que estuvieron presentes constantemente en su lenguaje. La salida forzosa
de España produjo una idealización de la patria, de la nación, a modo de paraíso
perdido, pero lo hizo sin un relato compartido, ni tan siquiera en torno a lo que había
supuesto la Segunda República española, el proyecto modernizador y democratizador
más importante de la España del siglo XX. Muchas de las divergencias políticas, así
como la incapacidad para articular nuevas estrategias de consenso que aglutinasen a los
exiliados en torno al antifascismo, quedan evidenciadas por las dificultades para
establecer espacios de sociabilidad politizados compartidos por todos. La continuidad
de las disputas y los problemas de confianza se acentuaron, creando exclusiones y
divisiones derivadas de concepciones antagónicas acerca de lo que había supuesto la
Segunda República, de sus responsabilidades en la derrota y del horizonte de futuro.
Esta cuestión se ve de forma clara en la multiplicidad de conmemoraciones de partido y
en los ritos de celebración que en torno a ellas se definían32
. Los sucesivos desengaños
producidos por el abandono internacional reiterado de la causa de la democracia
española, contribuyeron a causar más distanciamientos, más rencor.
De la experiencia del exilio, y ante la imposibilidad de un regreso inmediato a
España, surgió una nueva identidad, plagada de contradicciones, como mecanismo de
integración en la sociedad de acogida. La identidad colectiva que los exiliados 32
He desarrollado esta cuestión en “Días del destierro, las conmemoraciones y aniversarios en el exilio
republicano en México”, en Alcores, revista de Historia contemporánea, nº 7,2009, págs. 261-289.
18
construyen, bajo concepciones y parámetros muy rígidos, inelásticos y artificiales, en un
momento dado se quiebra, cada individuo va a sufrir esa decepción en un momento
diferente, cuando toma conciencia de que su esfuerzo por mantener esa suma de
principios va a carecer de utilidad más allá del ejemplo moral que en verdad representa.
Los viajes en condición de turista al país perdido; la toma de conciencia de que los hijos
se identifican ya con el país de refugio; serán algunas de las realidades que
desencadenarán estos desengaños. El exiliado va a sentirse extraño en un contexto que
le es ajeno33
. La falta de referentes simbólicos, de categorías compartidas, le hacen
aferrarse al recuerdo de lo perdido y acaban viviendo en una cultura al margen de la
cultura dominante. Esta circunstancia llevó a los exiliados a refugiarse en un
sentimiento nacional que exacerbó aspectos identitarios en torno a la idea de nación.
Los exiliados proyectaron una imagen de sí mismos, dotados de unos rasgos de
identidad, algunos son comunes, como el antifranquismo; otros serán de carácter
regional, como la lengua, los juegos florales, etc. Otros serán de tipo ideológico como
su posición respecto a la violencia, la visión de la II República y la guerra. El exilio es
vivido como una injusticia por quien lo padece, lo cual genera reivindicación que no
siempre se canalizará desde una concepción política, aunque esto lo impregne todo.
De las rutinas compartidas en tierras mexicanas, de la elaboración de un discurso
nuevo, surgió la identidad del refugiado, que convivió con las viejas culturas políticas,
permitiendo superar algunas de sus fracturas de 1939. El paso del tiempo y el proceso
de integración favorecieron la construcción de un sentimiento de pertenencia a una
misma realidad, la de los refugiados en México, a través del cual la mayoría consiguió
si bien no integrarse plenamente en la sociedad de acogida, sí la creación de un espacio
propio. Esta realidad, sumada a un cierto ascenso social, derivado de un éxito
profesional y económico de una buena parte del colectivo, generó también cambios de
comportamiento y un distanciamiento de la vida política cotidiana hacia España. Eso no
significa que abandonasen sus convicciones democráticas y republicanas, ni sus
sentimientos antifascistas, pero sí que modificaron sus modos de compromiso, influidos
por el lugar de acogida.
33
Dora Schwarztein, Entre Franco y Perón. Memoria e identidad del exilio republicano español en
Argentina. Barcelona, Crítica, 2001. pág. 210.
19
Esa identidad, que les permite sobrevivir en el exilio, se convierte a su vez en un
lastre a la hora de plantear el regreso a España, experiencia que para los protagonistas
de la República y la Guerra es muy minoritaria por su propia desaparición biológica
durante los largos años de la dictadura. Para los supervivientes la identidad del
refugiado y el encapsulamiento de sus culturas políticas fueron un obstáculo difícil de
superar a la hora de plantear el regreso a la España postfranquista. Los que vuelven a
España no pueden afrontar el regreso porque no se reconocen, no entienden la evolución
del país. Al ser un periodo tan largo el fenómeno del extrañamiento tendrá efectos
devastadores, haciendo imposible el regreso de la mayoría de los más politizados y
tampoco de los ciudadanos34
. Cuando al fin pueden regresar a España, muchos no van a
encontrar su lugar. El consumismo había sustituido a todos los ideales por los que ellos
lucharon y consagraron su vida. Un caso paradigmático es el de Ámaro del Rosal. En su
entrevista del Archivo de la Palabra relata su desazón al encontrar una España que nada
tiene que ver con la que él dejó y donde ni siquiera tiene sitio dentro de su partido, el
PCE35
. Esta sensación provoca en quien lo padece que la condición de exiliado pase a
ser parte de la conciencia y deje de ser una reivindicación de corte político. El exilio
pasa a ser una constante irreversible, se convierte en algo permanente. El regreso se
vuelve en una utopía. Sin excesivos reconocimientos a su labor, mueren en el olvido
junto a muchos otros luchadores antifranquistas de la clandestinidad36
.
Conclusiones
Para el estudio del exilio republicano es necesario demandar ayuda y categorías de
análisis a la psicología social y la psiquiatría como son todos los avances que se han
realizado en torno a los estudios acerca del estrés postraumático que sufren los
refugiados37
, sin olvidar nunca herramientas provenientes de la ciencia política, la
34
Bruno Groppo, “Los exilios europeos en el siglo XX” en YANKELEVICH, Pablo (coord.) México,
país de refugio. La experiencia de los exilios en el siglo XX. México D.F., INAH-Plaza y Valdés, 2002.
pág. 39. 35
Entrevista de Amaro del Rosal. Libro 93. PHO/10/19. Sección: Exilio español en México. INAH,
Archivo de la Palabra, pág. 499 y sig. 36
He abordado esta cuestión en “Las limitaciones de la Transición española. El imposible retorno de los
republicanos de ARDE, los casos de Victoria Kent y Francisco Giral” en Historia del presente, 23,
2014/1, págs. 43-53. 37
Jorge Barudy y Anne-Pascale Marquebreucq, Hijas e hijos de madres resilientes: Traumas infantiles
en situaciones extremas: violencia de género, guerra, genocidio, persecución y exilio, Barcelona, Gedisa,
20
sociología y como no la perspectiva temporal del historiador. Cuando reflexionamos
acerca del exilio republicano debemos evitar tanto su ensalzamiento acrítico como su
ninguneo histórico, dos aspectos que dificultan su comprensión y favorecen la
prolongación retórica, que mantiene al exilio republicano como un fenómeno al margen
de la historia contemporánea española. Si optamos por el ninguneo que sostiene la
irrelevancia política del exilio en la historia reciente de España, no comprenderemos en
toda su dimensión las ausencias, déficits y lastres que existen actualmente en la
sociedad española, en las izquierdas y, por extensión, en las instituciones. Si por el
contrario optamos por el regodeo heroico, perderemos las lecciones que nos aportan las
muchas limitaciones que vivió el mundo político del exilio en toda su pluralidad, así
como su incapacidad de mantener prietas las filas, más allá del sentimiento común
antifascista y el recuerdo al “paraíso perdido”, que a la larga dificultó la propia
readaptación de la mayoría de las propuestas políticas.
En ese sentido, los trabajos de historiadores como Ángel Duarte, Ángel Herrerín,
Pedro Luis Angosto y otros producidos por otra generación de investigadores que se
incorporan con dificultades a la vida académica española, abren nuevas y variadas
expectativas38
. También la aparición de importantes monografías, que nos permiten
contar con una visión más ajustada de los exilios en diferentes países, nos ayuda a
afrontar fases nuevas de trabajo39
. La perspectiva comparada nos puede llevar a un
mundo de estudios cruzados con otras experiencias exílicas, vividas en otros países y en
otras épocas de la contemporaneidad.
2006; Diana Miserez, (Ed.) Refugees: The Trauma of Exile: The Humanitarian Role of Red Cross and
Red Crescent. Dordrecht, Martinus Nijhoff, cop, 1988. y el imprescindible artículo de Cristina C.
BURKAS “Escribir el exilio-hacia el lugar de la falta en el Otro” http://www.freud-
lacan.com/articles/article.php?id_article=00503. 38
Fundamentales son los trabajos de Aurelio Velázquez, Sandra García de Fez, Bárbara Ortuño, Pablo
Carrión, Diego Gaspar Celaya, Marcela Lucci, entre otros. 39
Inmaculada Cordero Olivero, Los transterrados y España. Un exilio sin fin. Huelva, Universidad de
Huelva, 1997; Geneviève Dreyfus-Armand, El exilio de los republicanos españoles en Francia. De la
guerra civil a la muerte de Franco, Barcelona, Crítica, 2000; Dora Schwarztein, Entre Franco y Perón.
Memoria e identidad del exilio republicano español en Argentina. Barcelona, Crítica, 2001; Luis
Monferrer, Odisea en Albión: los republicanos españoles exiliados en Gran Bretaña, 1939-1977, Madrid,
Ediciones de la Torre, 2008, Jorge Domingo Cuadriello, El exilio republicano español en Cuba, Madrid,
Siglo XXI, 2009; Sebastiaan Faber y Cristina Martínez Carazo (eds) Contra el olvido. El exilio español
en los Estados Unidos. Madrid, Universidad de Alcalá, 2009, entre otros.
21
Sin duda, también es interesante la aparición de trabajos que abordan los exilios
de otras épocas, lo que nos permite establecer continuidades y análisis más complejos
que nos abren una nueva dimensión del papel de los exilios en los procesos de
construcción nacional, una tendencia que nos facilitará la integración definitiva del
exilio republicano en la historia contemporánea española40
. No se puede entender la
historia de España y su evolución política sin los exilios y los proyectos políticos que
van asociados a esos exilios. Por ello, si nos circunscribimos únicamente a organizar
eventos, congresos y actividades académicas que cuenten con el exilio como marco
central, continuaremos nosotros mismos provocando esas categorías que hacen de la
condición de exiliados un hecho sustantivo, al margen de otras realidades. Los exilios
forman parte de procesos más amplios y debemos estar en los foros y debates en torno a
la evolución de las tradiciones y proyectos políticos a lo largo de la contemporaneidad,
así como también de otros aspectos relacionados como la represión, la violencia o las
transiciones democráticas. Y fundamental es también mirar con más detenimiento a los
procesos de integración en los países de acogida de forma crítica, estudiar el
establecimiento de interlocutores políticos y culturales en sus lugares de destino y las
influencias que generaron. En el caso mexicano, es evidente que los distintos gobiernos
del país utilizaron al exilio republicano como un instrumento de legitimación
internacional, un hecho que contribuyó a forjar los mitos, pero también permitió la
pervivencia del grupo social y en muchos casos su conversión en parte de la élite
intelectual y económica del país. Uno de los principales retos que debemos abordar en
el futuro es tratar de romper precisamente esa dedicación casi exclusiva a las élites del
exilio. Resulta muy complicado por la dispersión y la falta de fuentes, pero también
parece imprescindible para poder ponderar muchos de nuestras apreciaciones, que
marcan la imposibilidad del regreso por un lado y por otro la invisibilidad dentro de la
historia reciente de España.
40
Jordi Canal (ed.): Exilios. Los éxodos políticos en la historia de España siglos XV-XX, Madrid, Silex,
2007, Fernando Martínez López, Jordi Canal y Encarnación Lemus, (eds.) París, ciudad de acogida, el
exilio español durante los siglos XIX y XX, Madrid, Marcial Pons, 2010.