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    P. LEJEUNE

    LA LENGUA

    Sus pecadosy excesos

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    L A L E N G U A

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    P. LEJEUNE

    LA LENGUASus pecados y excesos

    Coleccin

    Vida Interior N9 49

    Traduccin de E. D. A.

    EDITORIAL DIFUSION, S . A.

    HERRERA 527 BUENOS AIRES

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    Con las debidas licencias

    He c h o el depsi to que Mar ca la ley

    Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

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    A L A S M A D R E S C R IS T IA N A S

    Muy justo es, respetables seoras, que osdedique este librito. Vuestro es, ya que ha sido

    escrito para el Boletn de vuestra Asociacin.Haga el Seor que su lectura produzca algn

    fruto en vuestras almas y secunde vuestro ge-neroso propsito de realizar la perfeccin, lomismo en las conversaciones que en todo elresto de vuestra vida cristiana!

    P. Le j e u n e

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    P R E S E N T A C I O N

    J j A presente obra fu dedicada por su autor

    a las madres cristianas. Sin embargo, eltema ofrece perspectivas ms amplias, las que

    Mons. Lejeune aprovech debidamente. Por lotanto, cualquier lector, sin excepcin de sexo,cristiano o no, puede hallar en las pginas deeste tratado consejos valiosos y eficaces ten-

    dientes a la perfeccin espiritual.A pesar del carcter asctico de las cuestio-

    nes escogidas por Mons. Lejeune, el estilo enque desenvuelve sus obras dista mucho del em-

    pleado generalmente en dicho gnero. Sencillo y fluido, ameniza las reflexiones con oportu-

    nas ancdotas intercaladas a lo largo del re-lato. Ha procurado, en quince pequeos cap-tulos, abarcar la totalidad de los pecados e in-discreciones que hallan en la lengua el vehcu-lo eficaz para manifestarse. E l instrumentocapaz de lograr inapreciables mritos para el

    alma, es tambin el que puede, a la inversa,

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    PRESENTACION 9

    'mal, sino que ofrece el remedio adecuado paralograr su curacin. El instrumento: la lengua,

    no es en s malo ms que cuando se lo emplea-para el mal. Por lo tanto es menester aprendera utilizarlo honesta y hbilmente para nuestromayor aprovechamiento espiritual.

    L. A.

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    E N T R A D A E N M A T E R I A

    | OM O introduccin a este trabajo podemoscolocar aquellas palabras de Santiago

    (cap. III) : Es varn justo aquel que no co-mete faltas en sus conversaciones . Hay per-sonas que no logran salir del atolladero en

    que se encuentran y se extraan de no hacerningn progreso en la virtud al cabo de mu-cho tiempo, las cuales hallaran en esta m-

    xima de los Libros Santos la explicacin desu inmovilidad en la vida espiritual. Cuandoun ejrcito ha sido arrojado de sus posiciones

    dice Alvarez de Paz , y se repliega ante lasuperioridad del enemigo, intenta de inmediatorehacerse al abrigo de una plaza fuerte, y des-

    de all se lanza a la reconquista del terrenoperdido. Pues bien, la lengua es esa plaza fuer-te, y si el hombre espiritual deja en pie esa

    fortaleza, si no desaloja de ella al enemigo,

    Capt ul o I

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    de nada le servirn sus anteriores esfuerzos ycuidados; nunca podr obtener completa vic-

    toria (1).Si yo pregunto a cada uno de mis piadosos

    lectores a qu grado llega su deseo de perfec-cin, no habr uno solo que no manifieste sufirme voluntad de hacerse perfecto, ni unotampoco que no se lamente de vegetar siempre

    en simples deseos y que no sienta la impresinde un obstculo que se interpone entre l y elobjeto a que aspira. Conviene, pues, averiguarsi ese obstculo no ser el que acaba de sealarel venerable escritor citado: una lengua in-mortificada, a la que no se pone traba alguna

    y que, por lo mismo, produce enorme estragoen nuestra vida espiritual.

    Por lo tanto, servir de medio eficaz para ad-quirir la perfeccin toda la ciencia y trabajoque se dirija a gobernar la lengua. Pero noesperen hallar en el presente estudio profun-das especulaciones filosficas sobre los defec-tos de la lengua y menos todava una serie dedescripciones ms o menos satricas que sir-

    van slo para provocar hilaridad y risa. Mipropsito es ms elevado: deseo a todo trance

    (1) Mortificacin del hombre interior, cap. X.

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    contribuir al bien de las almas. Por eso, de-jando a un lado toda preocupacin literaria,

    me propongo simplemente sealar a las per-sonas piadosas las diversas formas que puedenrevestir los pecados de la lengua. Tomo la re-solucin de no retroceder ante los dictados dela conciencia, y sin presumir de moralista con-sumado expresar en cada caso la calificacinque merece tal o cual falta de que alguien ab-suelva, quiz, con demasiada facilidad o con-dene con extrema severidad.

    * * *

    Quin ignora aquella frase que un fabu-

    lista antiguo aplicaba a la lengua, diciendo deella que era lo mejor y lo peor de todo ? Haymedallas cuyas dos caras en nada se parecen.

    Algo anlogo podra decirse de la lengua. E xa-minemos primeramente su parte ventajosa ylaudable.

    Qu misterioso el poder de la palabra! Ag-tase un pensamiento en las profundidades denuestra alma, pensamiento que nunca llegare-mos a conocer, que permanecer all sepultadoeternamente, salvo que sea abierto el libro se-llado ante nuestros ojos. Muvense de repentelos labios, hieren el aire, articulan un sonido,

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    y he aqu el pensamiento ajeno que se nos re-vela y lo hacemos propio. Una simple palabra

    ha producido semejante fenmeno extrao, in-comprensible, totalmente espiritual: la reve-lacin de un alma.

    Y cuando la palabra se pone al servicio deuna inteligencia recta y de un corazn gene-roso obra maravillas sin cuento; su poder se

    nos revela entonces prodigioso sobremanera.Y o la percibo iluminando a las almas con losresplandores de la verdad. Y qu grande ycun bella aparece la palabra en boca del aps-tol, del misionero o el catequista! Parcemeentonces palabra divina, el mismo Verbo deDios hablando a los hombres.

    Grficamente ha dicho de las palabras unescritor contemporneo, que son a manera de

    pintores o artistas del pensamiento. Es verdad,pero dbese advertir que las imgenes creadaspor artistas incomparables, en sus produccio-nes, nada tienen de la rigidez, inmovilidad yfalta de expresin de las que los pintores vul-gares reproducen en el lienzo, sino que estnplenas de actividad y movimiento, con poderbastante para calmar igual que para perturbara las almas.

    Pasamos al lado de una persona que se

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    siente agobiada por el peso de enorme des-gracia: le estrechamos la mano y le dirigimos

    una palabra de consuelo que hemos rebuscadoen lo ms hondo de nuestro corazn. Brota enseguida en esta pobre alma un~rayo de espe-ranza, de aliento consolador; siente ya msleve el peso de la desgracia por nosotros com-partida.

    Detengmonos ante otra alma que est pr-xima a naufragar ante los embates del hura-cn de la desesperacin: ha perdido ya el ti-mn y cierra los ojos para no ver el precipicioque a sus pies se divisa. Un hombre fuerte,de voluntad recta, acierta a pasar por all, le

    da el grito de alarma, le habla de Dios, deljuicio, de la eternidad; la pobre alma desalen-tada, reacciona en el acto, sobreponindose a smisma; parcele sentir y que se comunica a suser algo de aquella voluntad enrgica, y abrien-do el corazn a la esperanza reanuda la luchacon nuevo ardor y empeo. Tan slo una pa-labra ha obrado ese prodigio que se llama lasalvacin de un alma.

    * * *

    La medalla es en su reverso totalmente dis-

    tinta: los estragos que la palabra es capaz de

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    producir cuando se la pone al servicio del erroro de una mala causa. Puede haber nada ms

    detestable que la palabra de un Arrio, de unLutero, de un Calvino? Cuntos disturbios ycatstrofes no se hubiesen evitado a la huma-nidad si aquellos hombres no hubiesen emplea-do tan mal el don de la palabra! Con qunombre debe calificarse tambin la palabra queen las reuniones pblicas y en los modernosarepagos ridiculiza y menosprecia lo ms res-petable y sagrado, haciendo alarde de la impie-dad ms abominable ? Y cmo abusa de la pa-labra el profesor prcticamente impo que, ha-

    blando con irona de todo lo relacionado con !aReligin y sus ministros, va arrancando lenta-

    mente y pieza por pieza la fe cristiana del co-razn y la inteligencia de sus jvenes disc-pulos !

    Muy laudable es, sin duda, nuestra acerbaindignacin contra los estragos causados porla palabra malvola; pero no los fomentamos

    tambin nosotros de alguna manera? A l efec-tuar el examen de conciencia por la noche,recogido en la soledad de la alcoba delante delcrucifijo, piense cada cual y ponga en la ba-lanza el bien que durante el da hubiere hechocon la lengua y el dao causado por la misma,

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    y el resultado ser, probablemente, muy des-favorable. Reptase este examen durante una

    semana, dos, un mes, etc., colocando en unlado los fracasos y en el otro los xitos: muyde admirar sera que se equilibrasen los doslados de la balanza. Esta sencilla operacinaritmtica no ser, ciertamente, motivo de

    vanidad para nadie; mas, en cambio, dar lu-ces y nos demostrar que la lengua, como seha dicho, es el enemigo ms grande de nuestroprogreso en la perfeccin cristiana.

    * * *

    Para finalizar este captulo presentar al

    piadoso lector la descripcin que hace de lalengua el apstol Santiago en su Epstola. Na-die ha descrito mejor el papel que desempeaeste rgano en nuestra vida moral, tanto parael bien como para el mal. He aqu la traduc-cin del texto: Todos tropezamos en muchascosas. Quien no tropieza en palabra, es varnperfecto, porque logra tener frenado a todoel cuerpo. Si ponemos frenos en las bocas delos caballos para que nos obedezcan, goberna-mos todo el cuerpo de ellos. Mirad tambin lasnaves: aunque sean grandes, y las traigan ylleven impetuosos vientos, con un timn pe-

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    queo se vuelven adonde se le antoje el que lasgobierna. As tambin la lengua: pequeomiembro es, en verdad, ms de grandes cosasse glora! He aqu un pequeo fuego cungrande incendio produce! Y la lengua fuegoes, un mundo de maldad. La lengua se encuen-tra en nuestros miembros, contamina todo elcuerpo e inflama la rueda de nuestro nacimien-to, inflamada ella del fuego infernal. Porque

    toda naturaleza de bestias, y de aves, y desierpes, y de las otras cosas, se doma, y la na-turaleza del hombre las ha domado todas; peroningn hombre puede domar la lengua, que esun mal que no cesa y est llena de veneno mor-tal. Con ella bendecimos a Dios y al Padre,

    y con ella maldecimos a los hombres, que fue-ron hechos a semejanza de Dios. De una mis-ma boca procede bendicin y maldicin. Noconviene, hermanos mos, que esto sea as.Por ventura una fuente, por un mismo cao,hecha agua dulce y amarga? Por ventura

    puede la higuera producir uvas o la vid higos?De igual modo, la fuente salada no puede ha-cer el agua dulce. Quin es entre vosotrossabio e instruido? Muestre por la buena con-

    versacin sus obras en mansedumbre de sabi-dura. Pero, si tenis celo amargo y reinarencontiendas en vuestros corazones, no os glo-

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    riis, ni seis falsos contra la verdad; porqueesta sabidura no es la que desciende de arriba,

    sino terrena, animal, diablica.. . La experiencia personal de los piadosos lec-

    tores estar, seguramente, de perfecto acuerdocon la precedente descripcin, que procurardesenvolver en el presente estudio.

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    se siente en presencia de un Dios que la ve yla oye. Es muy de temer que la conversacin

    de la primera constituya en su totalidad unasucesin de faltas, mientras que la segunda ha-br sabido gobernar su lengua de manera queno se le haya deslizado falta alguna advertida.Todo esto que acabo de afirmar es compro-

    bado por la experiencia diaria. Slo el pensa-miento: Dios me ve y me oye , es suficientepara detener en nuestros labios una maledicen-cia, una mentira, una broma de mal gusto. Tanpronto como nos olvidamos de la presencia deDios somos vctimas de la pasin, que hace anuestra lengua capaz de las peores necedades,igual que de los ms peligrosos desvarios.

    No hay exageracin en afirmar que los san-tos son los hombres del mundo, cuya conver-sacin es la ms razonable, la ms sensata, y,al mismo tiempo, la ms agradable, lo cual re-sulta fcil comprender: sabiendo que Dios losmira, no quieren ver las cosas sino bajo el as-

    pecto en que Dios mismo las aprecia; pasanpor el filtro todo pensamiento apasionado quelos agite, y si encuentran que no es del agradode Dios lo ahogan en su corazn antes de quepueda brotar en los labios. Por eso no hallare-mos nunca en su conversacin una palabra que

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    constituya eco de una pasin reprobable, quehiera al decoro, a la verdad o a la caridad.

    Al recomendar a mis lectores que los imi-ten trayendo a la memoria, antes de hablar,la presencia de Dios, no faltar quien replique:Esa constante precaucin y recogimiento, elpensamiento continuo de que Dios lo ve todo

    y ha de juzgar cada una de las palabras de la

    conversacin, constituyen un hbito y ejerciciopropio y peculiar de los santos, un estado denimo caracterstico de la santidad .

    Esto es indudablemente muy cierto. Poresta razn no aconsejo.indistintamente a todosmis lectores semejante prctica: eso sera co-

    mo azotar al aire, y el consejo resultara, ade-ms, completamente intil para las personasde vida ms o menos disipada que no tengan al-guna prctica de recogimiento y vida interior.Hay entre el hbito del recogimiento y la prc-tica del consejo en cuestin una relacin n-

    tima. Realmente sera pedir demasiado a unalma disipada que siempre reflexione antes dehablar; pero no lo sera para aquella que est

    ya un tanto familiarizada con el recogimiento.Esta podr sin mucho esfuerzo replegarse ensu interior y preguntarse a s misma si apruebaaquello que va a decir. Cuntas faltas y tor-

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    pezas conseguir evitar con esta laudablenorma.

    * si< *

    El previo examen es la segunda recomenda-cin, aplicable casi exclusivamente a las almasfervorosas, las cuales se disponen con la ora-cin y la presencia de Dios para las ocasiones

    y peligros que puedaft presentarse en la vida

    comn. Estas almas delicadas y previsoras, enel ofrecimiento de obras que hacen por la ma-ana se preguntan: Cmo conseguir gober-nar debidamente mi lengua durante el da dehoy? Hacen, en efecto, el debido examen, por-que aspiran a la perfeccin, sabiendo, como

    saben, que los pecados de la lengua figuranentre los mayores obstculos que a ella se opo-nen, y para obviarlos importa tomar toda clasede precauciones posibles.

    A pesar de parecer demasiado exigente, yoaconsejara ms todava a las almas verdadera-

    mente fervorosas que aspiran con todo empeoa la perfeccin, recomendndoles encarecida-mente, no slo uno, sino varios exmenes pre-

    vios durante el da: tantos cuantos sean nece-sarios para conjurar todos los peligros de estaespecie. Hay ciertos momentos crticos en quese vern ms expuestas a pecar con la lengua:

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    en una recepcin por ejemplo, en una visita, ental o cual reunin y conversacin de familia.

    Si esas personas piadosas no estn slidamenteafianzadas en la resolucin de evitar a toda

    costa cualquier falta advertida, por ligera quesea, y si no han pensado en la actitud que hande guardar o en las palabras que han de pro-nunciar en tal o cual circunstancia peligrosa,es muy de temer que, por sorpresa, se doble-guen y no tengan la fuerza de voluntad sufi-ciente para resistir a la incitacin del mal ejem-plo. Convendris, pues, conmigo, almas piado-

    sas, en que cuanto ms multipliquis los ex-menes previos y cuidadosos, ms fuertes ydueas de vosotras mismas os sentiris para

    conservar en vuestras conversaciones la notajusta sobrenatural y cristiana.

    * *

    La tercera recomendacin que considero de

    inters prctico, aunque no sea claro es del gusto de todos, consiste en evitar el tratofrecuente con personas que fomenten los pe-cados de la lengua y que a ellos puedan inci-tarnos. Necesario es contrariar los instintos dela naturaleza humana viciada. Existe una es-pecie de imn entre dos personas a quienes

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    atrae mutuamente para ocuparse de los mismosdefectos en la conversacin. Dos buenas ami-

    gas, dos o ms camaradas que acaban de pasarel rato de sobremesa murmurando del prjimo,se separarn con estas palabras emocionantes: Qu bien nos entendemos siempre en to-d o ! . . . Inteligencia admirable, en efecto, y

    muy tranquilizadora en cuanto a quebrantar laley de Dios, y tiene por fruto una serie defaltas cuya gravedad no es fcil determinar!Sera mil veces preferible que en tales condi-ciones no existiese tal armona.

    Desconfiad, pues, de vosotros mismos, yevitad el trato frecuente con quien pueda cons-tituir un peligro de perversin. Es verdad queno podris rehusar la asistencia a todas las re-

    uniones en que haya alguna ocasin de pecarcon la lengua; pero, a lo menos, no debe bus-carse directamente el peligro; debe evitarse laamistad con la persona que tenga las mismastendencias que nosotros a la maledicencia o a

    la frivolidad. Que su conversacin ingeniosa osus ocurrencias nos agraden y atraigan, nadatiene de particular: la cuestin est en saber si,al dejarla, sentimos o no algn remordimiento

    y nos avergonzamos, tal vez, de nosotros mis-mos. Por de pronto, queda hecha la prueba,

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    exponindonos al peligro que, seguramente, nohubiese ofrecido el trato con personas slida-

    mente virtuosas. * * *

    Por naturaleza todos estamos inclinados laimitacin. Copiamos, por instinto, los modelos

    que habitualmente se nos ofrecen a la vista.Conviene, pues, que para nuestras conversa-

    ciones sepamos escoger buenos modelos.En el crculo de las relaciones nunca falta

    alguna persona discreta, prudente y buena, queexcita y atrae nuestra admiracin y nos mueveal trato con ella, sacando siempre de su con-

    versacin algn fruto para el alma. La persona

    piadosa debe, pues, fijar su atencin en la ma-nera cmo aqulla procede en sus juicios yapreciaciones acerca de personas y cosas, paraacomodarse a ella en su proceder, corrigiendocon paciencia y energa los propios errores ydefectos.

    Si Nuestro Seor viviese an en carne mor-tal, a El habramos de imitar como el modeloms perfecto. Por fortuna existen aqu abajocriaturas privilegiadas, saturadas del espritude Cristo e influidas por El en forma tal que,al verlas y orlas, se creera ver y or al Sal-

    vador conversando con los suyos en los das de

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    su vida mortal. Imitando, pues, las virtudes deaqullos imitaremos al modelo supremo, Cris-

    to Jess, a Quien debe, en definitiva, dirigirseel culto de imitacin.

    * * *

    Como conclusin de este captulo recibe, lec-tor piadoso, lo que si*gue, a manera de consejo

    final. La senda por la que pretendo conducirteest erizada de obstculos. En el curso del via-

    je no han de faltar, seguramente, tropiezos ycadas. Habrs de desanimarte por ello y que-darte en tierra, renunciando a proseguir la mar-cha? No, ciertamente; no llega ms pronto al

    trmino de su viaje el que jams haya trope-zado o cado, puesto que todos faltamos y cae-mos, sino el que ms prontamente se hubieselevantado y emprendido nuevamente la marchacon humilde desconfianza de s mismo y plenaconfianza en Dios.

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    Por lo visto ya en la poca del gran moralistafrancs La Bruyre era comn mezclar, porpasatiempo, en la conversacin palabras ocio-sas. Por eso escriba el mismo: Si nos fij-semos seriamente en lo que se dice de frvolo,pueril y vano en las conversaciones ordinarias,nos sentiramos avergonzados de hablar o deescuchar,, ( x) .

    El lector creer, sin duda, que si La Bruyrevolviese a este mundo, nada tendra que modi-ficar en aquella apreciacin y juicio, a menos

    que encontrase en nuestros das muy inferiorel derroche de ingenio al que brillaba en lasconversaciones de su tiempo.

    Si se me preguntase por qu dedico un ca-ptulo preferente a las palabras ociosas, res

    Capt ul o III

    (1) Caracteres: De la Socit.

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    ponder que stas dan lugar u ocasin a lamayora de los pecados de la lengua. Es, por

    tanto, lgico y oportuno empezar por sealarla causa que engendra estos pecados.

    * *

    Comencemos por dar una idea exacta de lapalabra ociosa. Se llama as porque implica al-

    gn pecado, sea de murmuracin, de indecen-cia o de mentira? De ninguna manera. No estah la malicia de la palabra ociosa. Se le re-procha solamente el ser superflua, innecesariao inoportuna. Segn la define San Gregorio,

    es una palabra que no est justificada ni por

    la necesidad ni por la utilidad .Conviene, con todo, evitar el exceso de se-

    veridad, puesto que ciertas palabras pueden pa-recer ociosas y que, sin embargo, a los ojos deDios son muy meritorias. La intencin es aquun factor de capital importancia. Vemos, por

    ejemplo, que una persona sostiene animada con-versacin con expresiones y palabras, al pare-cer, superfluas; pues bien, si esa conversacinla tiene con la. sana intencin de hacer algn

    bien a su interlocutor o a un tercero, lo queparece ociosidad reprensible resulta una accinmeritoria y virtuosa. O tambin observamos que

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    tal persona habla detenidamente con un enfer-mo empleando palabras, al parecer, intiles,

    que podra omitir sin ningn inconveniente;hay derecho a condenar en el acto, diciendoque dicha persona pierde el tiempo en discur-sos estriles ? Esto sera adelantarse demasiado.Quin me asegura que su intencin no es deentretener y distraer al enfermo en su soledad,hacindole olvidar un tanto sus penas? Con-

    versacin bendita, digna de alabanza, esa que,bajo las apariencias de charla intil y vana, esde una utilidad indiscutible con un fin genero-so y noble!

    Quede, pues, bien sentado que la intencincuando es recta puede comunicar a una conver-sacin o palabra, al parecer ociosa, un mritosobrenatural. No se debe, por tanto, censurara esa madre de familia que, en la mesa, porejemplo, cuenta historietas con gracia y agu-deza para amenizar la comida de familia y ha-cer la vida hogarea agradable al marido y a

    los hijos. Qu otra cosa se quiere? No es po-sible ni conveniente la actitud seria. Hablandoconstantemente de literatura, ciencia o historia,esa mujer pasara entre los suyos por una sa

    bihonda insoportable; hablando de moral y re-ligin les hara el efecto de una monja malo-

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    de que solamente le ofendemos en cosa li-gera". (i)

    Quizs preguntar el lector, ;por qu raznse muestra Dios tan severo por una palabraque en s misma no parece contener malicia al-guna? A lo que San Basilio responde: Alhablar sin utilidad propia n del prjimo se des-

    va la palabra del objeto que Dios, en el plan

    de su Providencia, le tiene asignado. En vezde hacer de ella un instrumento para el bien,se la hace servir para cosas ftiles. Se hablapara no decir nada, y por esto mismo es el actoreprensible". (12)

    Ser menester aadir que las palabras ocio-

    sas no constituyen pecado mortal ? En esa pen-diente resbaladiza no es fcil detenerse, cierta-mente, y sin darse uno cuenta se llega hasta lamaledicencia, la mentira, y ms all todava;pero en tales casos no son ya nuestras palabrassimplemente ociosas: han servido, ms bien,como de introduccin a pecados de especie to-

    talmente distinta. En tanto que dichas'palabras

    (1) La mortificacin exterior, cap. XII.

    (2) Moral, cap. I, reg. 25, y Reg. brev. Interrog.,

    XXIII.

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    no hayan pasado de charla intil no sern msque faltas veniales.

    Esfurzanse los moralistas en poner de ma-nifiesto la funesta fecundidad de la palabraociosa, la facilidad con que degenera en otrosmuchos pecados graves, lo cual es una de lasrazones que ellos invocan para ponernos enguardia contra toda conversacin intil. Pero,

    cuando se trata de determinar qu pecado cons-tituye la palabra ociosa que no llega a calum-nia, a obscenidad o maledicencia, no hay dudaalguna en calificarla entre las faltas leves.

    * * *

    El tiempo es oro ; tal reza un axioma ame-ricano. Modifiquemos un tanto la frase, y di-gamos que el tiempo es el oro con que se com-pra la eternidad. Con esta denominacin mscristiana la mxima es de una verdad incon-testable. Nosotros somos los artesanos libres de

    nuestro eterno destino, y el buen uso del tiem-po es el nico medio de que disponemos parael xito de la empresa. Dnde est, pues, nues-tra sabia previsin, cuando perdemos en con-versaciones intiles ese tiempo tan precioso?No lo dudemos: Dios nos pedir cuenta de cadauna de las horas, minutos y segundos que hu-

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    visitas interminables y conversaciones pueriles.Previnindose contra el desaliento que seme-

    jantes comprobaciones pudieran engendrar pon-ga en seguida manos a la obra, y tome la re-solucin firme, decidida, de organizar mejorsu vida, cumplirla mejor, y emplear mejor eltiempo, gran factor de su eternidad.

    ^ $

    Deseo dirigirme ahora a las almas que ob-servan alguna prctica de vida interior, parahacerles presente que la intemperancia de lalengua es el gran enemigo del recogimiento.Un Santo ha comparado las gracias especiales

    que Dios derrama en las almas escogidas a unperfume precioso que pronto se evapora si elvaso que lo encierra tiene alguna hendidura, ycon mayor razn si no est bien cerrado. Pues

    bien, entregarse a una conversacin intil ques sino iniciar la disipacin del espritu y de-

    jar evaporarse el tan delicado perfume quese llama la gracia de la devocin?

    En efecto, todos saben que en la soledad yen la hora del silencio es cuando Dios acos-tumbra visitarnos. Y despus nos quejamos

    de lo mucho que nos cuesta conservar la pre-sencia del divino Husped en medio de las ac-

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    tividades exteriores que el propio estado nosimpone! Y qu sera si, cediendo al afn y

    prurito de hablar, fusemos nosotros mismosen busca de las distracciones? Mientras durala conversacin ociosa tenemos la espalda vuel-ta al Seor, rehuimos su compaa, y El, ofen-dido por semejante descortesa, nos deja a su

    vez tambin para comunicarse con otras almasque le proporcionen mejor acogida.

    Muchas de las personas piadosas que leeneste hbro, no hallarn en las precedentes l-neas la explicacin de la sequedad y aridez quepadecen, y de las bruscas variaciones de tem-peratura espiritual, cuya causa tratan intil-mente de investigar ? Dios se ha mostrado tan

    bueno con ellas en la comunin de ayer, y pa-rece hoy sordo a todos los llamamientos, in-sensible a todas las splicas! Todo ello es cier-to; pero recuerden esas personas que, en vezde guardar en su alma, como en vasija muycerrada, el perfume de la comunin, le han per-

    mitido evaporarse ppr todos los caminos quehan andado, en todas las puertas adonde hanllamado y en todas las conversaciones ociosasque han ocupado el da entero. Conviene, pues,que reflexionen atentamente sobre esto: si noprocuran guardar a Dios dentro de s mismas

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    con todo celo y cuidado, irn omitiendo lenta-mente sus prcticas piadosas y su vida espiri-

    tual quedar reducida a una mediana.* *

    Yendo ahora a ciertos detalles prcticos, yoos aconsejo, cristianos lectores, un serio exa-men de conciencia sobre el tiempo que dedi-

    cis a vuestras visitas. Os confieso que me que-do asombrado cuando me hablan de una visitade pura cortesa, que ha durado una hora y al-guna vez ms an. Qu se puede hablar detil o interesante en toda una hora? Una dedos: o la conversacin se alimenta de crticas

    malvolas, o degenera en una charla tan insul-sa como enojosa.

    La hiptesis que se verifica las ms de lasveces, es como lo saben muy bien mis lectores,la primera. Existen, no obstante, personas quediscurren el medio de hablar de todo en una

    tarde sin faltar a la caridad. Pero qu agra-dable conversacin la suya! Una charla tanpesada y soporfera que llama al sueo! Hayalgo ms fastidioso que esa manera de narrarcon lujo de detalles los hechos ms insignifi-cantes? Esos conversadores incansables, parareferir una simple excursin que no ofrece el

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    dad ms numerosos y prolongados, no falta deentre ellos quien se resista e invoque sus ocu-

    paciones, verbigracia, de madre de familia, amade casa, etc. Pues bien, la manera de conciliarlas diferentes ocupaciones con las exigenciasde una vida bien ordenada y piadosa consiste,las ms de las veces, en abreviar las visitas,hacindolas durar, por ejemplo, un cuarto de

    hora, en vez de media o de una hora. Seme-jante reforma, al parecer insignificante, co-

    municara a la vida espiritual una fecundidadasombrosa. No hay para qu decir que redu-cira notablemente el nmero de las palabrasociosas y, por consiguiente, la deuda que, poreste concepto, se hubiere contrado ante Dios.

    * * *

    Creo no salir del asunto si recomiendo alpiadoso lector un arte que muy pocas perso-nas practican en la conversacin: el de escu-

    char. Cuntos hay que al hablar se fijan ni-camente en lo que van a decir y no prestanninguna atencin a lo que se habla en su pre-

    sencia! Consciente o inconscientemente tratancon desdn lo que es ajeno a su ijniciativa, dn-dolo bien a entender con su actitud de distra-

    dos y preocupados. Tal manera de proceder no

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    podr menos que hacerlos repulsivos y odiosos,los acreditar de locuaces empedernidos, y sus

    conversaciones formarn grandes sartas de pa-labras ociosas. Esa clase de personas, que nosaben escuchar y quieren hablar siempre, consu pretensin de brillar, hacer ruido, llamar laatencin y atraerse la admiracin del pblico,no consiguen sino poner en evidencia la corte-dad de sus alcances y excitar la compasin delas gentes ms sensatas y menos maliciosas. LaRochefoucauld, que, a juzgar por su estilo ner-

    vioso y conciso, no deba de ser partidario desemejante sistema, ha dejado escrito: El ca-rcter distintivo de los grandes talentos consis-te en expresar con pocas palabras muchas co-

    sas; y, por el contrario, los que son cortos dealcance tienen el don de hablar mucho y deno decir nada . ( x)

    * * *

    El P. SaintJure aconseja que las visitasde una mujer cristiana se diferencien de lasque podra hacer una mujer pagana; las deaqulla han de tener un carcter sobrenaturalpor el fin que se proponga en el curso de la

    (1) Mximas, N* 142.

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    Un lugar existe donde las palabras ociosasmerecen la ms severa censura: el templo. Es

    necesario guardar muy rigurosa cautela en to-da conversacin sostenida, aun por breve tiem-po, en la casa de Dios. Y no se alegue el mo-tivo de la utilidad de esa conversacin: nuncaser la iglesia lugar indicado. Si hay cosas ti-les que decir y no puede hacerse en brevsimas

    palabras, por .qu no retirarse del templo paraello? Un incrdulo que viese a los creyentesconversar de esa manera en el lugar santo ten-dra derecho a preguntar si aqullos creen de

    verdad en la presencia real de su Dios.

    Cuantos que practican la verdadera piedaddeben tambin abstenerse de las palabras or-dinarias y triviales que suelen dirigirse las per-sonas cercanas estando en la iglesia, palabras

    y frases perfectamente intiles y de mal ejem-plo. Aprendan, pues, las personas piadosas aprescindir por completo de toda conversacinen el templo, fuera de necesidad o utilidad ma-

    nifiesta, evitando siempre la menor ocasinde irreverencia o escndalo. La iglesia es lugarde oracin: las trivialidades que seran tolera-

    bles en un saln no pueden serlo en la casade Dios.

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    L A S D I S C U S I O N E S I N U T I L E S

    Cuando vemos a lo lejos agitarse y gesticu-lar bruscamente a dos personas, dicha actitudnos hace pensar que estarn tal vez discutien-do algn asunto o materia de excepcional im-portancia, y ms cuando vienen hacia nosotros

    y solicitan nuestro arbitraje; pero cul no sernuestro asombro cuando, al examinar las cues-

    tiones que discuten, vemos que son las msvulgares y balades, como las relativas al tiem-po que hace, cundo y a qu hora sern aque-lla reunin o banquete (a que no se ha de

    asistir), y as por el estilo; cuestiones, comose ve, de ninguna importancia ni trascenden-cia, sea cualquiera la solucin o partido quesobre ellas se adopte.

    Discusiones tan intiles y an ms que lasindicadas, son harto frecuentes, roban tiempo

    y pueden ser ocasin de verdaderas faltas, por

    C a p t u l o IV

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    lo cual considero oportuno dedicar breves p-ginas a esta materia.

    No intentamos censurar aqu toda discusin,sin tener en cuenta las razones que puedan

    justificarla. Esto sera anticiparnos demasiado.

    Casos hay en que se permite y hasta puedeser, en cierto modo, obligatoria la oposicin ocontradiccin. En las conversaciones puede uno

    mostrarse partidario de tal o cual opinin enmateria de ciencia, de arte o de poltica, enoposicin a lo que piensen otros sobre las mis-mas cuestiones; pero todas ellas deben ir in-formadas por la moderacin y la delicadeza delenguaje, evitndose el tono irnico y burln

    que pueda herir susceptibilidades. La irona es,en efecto, un arma peligrosa de manejar: pro-duce fcilmente heridas difciles de restaar.Hay que saber manejar a tiempo el arte delprudente disimulo.

    Si, a pesar de los esfuerzos por conservar

    una actitud corts y delicada, tiende a agriarsela discusin y a degenerar en verdadera dis-puta, conviene guardar silencio o cortar la dis-cusin por medio de alguna broma de buengusto. Parecer, a primera vista, humillante ycomo indicio de batirse en retirada, por falta

    de argumentos, pero importa poco el juicio que

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    LA LENGUA. SUS PECADOS V EXCESOS 45

    el vulgo se forme; lo que interesa conocer esel juicio y la opinin que Dios tenga de nues-

    tros actos, y podemos estar seguros de que,abandonando el campo de batalla por amor ala paz, se obtiene ante el juicio de Dios una

    brillante victoria.

    Del mismo modo, es lcita la discusin poralgn inters personal legtimo, para evitar el

    propio dao; pero tambin aqu la discusin hade ser moderada, sin acritud ni apasionamien-to. Si nos dirigen palabras mortificantes serintil prolongar la conversacin. Alejarnos loms pronto posible y, si valiere la pena, tomardespus las medidas oportunas para dejar asalvo los propios intereses.

    * * *

    Se presentan oportunidades en que la dis-cusin o contradiccin no slo es lcita, sinotambin obligatoria. Puede uno, verbigracia,

    permitir que en su presencia se ataque abier-tamente a la reputacin del prjimo? De nin-guna manera. En tales casos est obligado elcristiano a protestar o denunciar la calumniay restablecer lo que l juzgue ser la verdad.Pero debe, en todo caso, hacer resaltar la mo-destia y mansedumbre con palabras mesura-

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    das, aun cuando se trate de vindicar la honrade una persona querida.

    Adems, hay personas, como es sabido, aquienes difcilmente se puede contradecir mien-tras se ocupan de hablar mal del prjimo; todatentativa para hacerlas entrar en razn las exas-pera y se vuelven ms injustas an y ms agre-sivas. No conviene entretenerse a discutir con

    gentes tenidas por la opinin pblica como in-tratables. Hay que darles a entender en brevespalabras que no se da crdito a semejantes chis-mes y que seguiremos guardando toda nuestraestima por aquellas personas vctimas de lamala fe y de la calumnia. ^

    * * *

    Si se ataca en presencia nuestra a la Reli-gin, sobre todo con el agravante de escndalopara nuestros hijos e inferiores, hay obligacinde romper el silencio, protestando y refutando

    (si es posible) la calumnia o el error; perodebe procurarse tambin, y con mayor motivo,evitar toda exaltacin y violencia. Recomenda-mos al cristiano lector la prctica del siguienteconsejo: Cuide mucho de no manifestar conempeo que est sobrado de razn, y no su-

    brayar con malicia la parte dbil de la argu-

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    mentacin de su contrincante, sobre todo sitiene alguna fundada esperanza de ganar su

    alma para Dios.Veamos por ejemplo: Cuando la mujer hayademostrado al marido que, al hablar de reli-gin, amontona injurias sobre inexactitudes, y

    triunfado ruidosamente de las equivocacionescometidas por l en el curso de la discusin,habr conseguido acercarle ms a Dios? No,ciertamente, sino ms bien alejarle hacindoleconcebir odio contra una religin que tan du-ramente ataca su amor propio. Conviene, mu-chas veces, saber escuchar, sin fruncir el ceo,las cosas ms absurdas, para no herir la sus-ceptibilidad de un alma cuya conversin se

    anhela.* * *

    La persona piadosa debe evitar toda contra-diccin que no est comprendida en alguna delas excepciones que acabamos de enumerar. So-

    bre este particular ha de hacer un serio examende conciencia. Cules son, en efecto, esas gra-ves cuestiones que tanto enardecen y se dis-cuten con tanta acritud en la vida de familia?Un hecho insignificante sobre el que pretendeuno poseer detalles ms precisos que .su inter-locutor; una conversacin que cree referir de

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    manera ms exacta; bagatelas, en fin, que nomerecen ocupar la atencin: he aqu lo que pro-

    voca discusiones interminables y turba la pazentre personas amigas o miembros de la mismafamilia. No importa ello una verdadera ne-cedad ?

    La persona piadosa debe respetar toda opi-nin ajena, por muy extravagante que le pa-rezca, y una vez persuadida de que nada pa-decen la moral o la religin debe prescindirde toda discusin. Dejad correr el agua porsu cauce natural segn el consejo de Feneln y habituaos a or injusticias y dislates/

    El primer defecto de una discusin innece-saria o intil es que entra en la categora de

    las palabras ociosas. Adems, compromete elrecogimiento, turba el silencio interior, tan ne-cesario para toda unin con Dios. Irritarse por

    bagatelas o intervenir en cuestiones que nadaimportan es como olvidarse de Dios para darodos a los vanos ruidos del exterior. El autor

    de la Imitacin afirma que una desatencin oligereza de esta clase basta para entorpecer to-do progreso en la vida espiritual. Habremosde aadir que esas discusiones no suelen ter-minar sin producir alguna herida a la caridady hasta con dao de la verdad?

    * * *

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    El mal exige, entonces, que se le ataque ensus causas. Si el orgullo y el espritu de con-

    tradiccin desapareciesen de este mundo, lamayor parte de las discusiones vanas naceranmuertas. Hay que ponerse en guardia cuandose presenta la necesidad de discutir, ya quefcilmente se mezcla en la discusin uno de es-tos dos defectos: o se quiere imponer la propiaopinin a los otros y llevarlos como por fuerzaa que piensen como nosotros, que es el orgulloen una de sus manifestaciones ms repulsivasatribuyndose una especie^ de infalibilidad alno permitir que se piense de diferente manera;o bien se satisface un capricho batallador, unafn o empeo de andar en guerra con todo el

    mundo, llamando blanco a lo que los demsllaman negro, yendo contra el parecer de to-dos, a tiempo o a destiempo, con brusco ydestemplado ataque: tal es el espritu de con-tradiccin en toda su crudeza.

    Investigue ahora el piadoso lector cul de

    estos defectos le domina, cuando cede a la ma-na y al empeo de discutir de todo y a pro-psito de nada: el enemigo desenmascaradoest ya medio vencido, sus sorpresas apenasson de temer, y por poca vigilancia que se ten-ga ser fcil prevenirlas, destruyendo as el

    mal en su raz.

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    L A M E N T I R A

    Corresponde que advierta a mis lectores quela malicia de la mentira reside en la inten-cin de engaar , y no en la falsedad que seafirma. No miente, pues, el que afirma unacosa que cree ser verdad y que en realidad nolo es. A l contrario, dice verdadera mentiraaquel que, aun siendo cierto lo que afirma, tra-ta de engaar al prjimo, convencido de queno dice la verdad. En semejante principio sefunda, precisamente, la definicin del catecis-mo: Mentir es afirmar una cosa contra lo

    que uno siente, con intencin de engaar.

    * * *

    Hay una gran variedad de mentirosos, quetratar de incluir en dos tipos principales. Elprimero es el mentiroso por vanidad. Hay

    quien dice que esta clase de mentirosos abunda

    Ca pt u l o V

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    en las mrgenes del Carona; mas yo creo quela especie florece en todas las latitudes. El

    hombre del Norte muestra en la conversacinun poco ms de tacto y delicadeza; pero esmenos vanidoso por ser ms hbil, y menosmentiroso por ser ms calculador? Dondequie-

    ra que se encuentre una vanidad regularmentedesarrollada podemos tener la seguridad de en-contrar a su lado la mentira. La mujer vani-dosa que quiere llamar la atencin por cual-quier medio no lo hace sino empezando porcontar ancdotas maliciosas y picarescas, a finde sostener la atencin de los que la rodean.

    Ahora bien, como la verdad no siempre ofrecepara ello recursos suficientes, ha de ser muy

    fuerte la tentacin de prescindir de ella, deinventar en lugar de referir, de imaginar uncuadro, en vez de pintar la realidad. Tratad,cristianas lectoras, de no caer jams en seme-jante ridculo; y cuando, por sorpresa, incu-rris en esa falta, apresuraos a reprobarla, juz-

    gaos con rigor y castigaos vosotras mismascon toda severidad.

    El segundo tipo de mentiroso es aquel quemiente por excusarse. Al lado de una falta

    colocar inmediatamente una excusa es una delas propensiones naturales de la infancia. Cuan-

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    do los padres sorprenden a alguno de sus pe-queos en flagrante delito de desobediencia,

    por ejemplo, sienten ganas de rer, por la fa-cilidad con que inventan excusas, lindantes conla mentira. Y no son mucha *\un las perso-nas mayores, que tambin incurren en la mis-ma travesura? No obstante, sera muy sencillocontestar: S, me he equivocado; he cometi-do esa fa l t a . . . Hablando as, confesaramosclaramente la propia fragilidad, lo cual nadatiene de deshonroso. Inventando a cada pasomiserables excusas, tal vez pretendamos apa-recer como incapaces de equivocarnos o de darun mal paso; pero la actitud burlona con quelos dems nos escuchan demuestra bien a las

    claras el crdito que merecen nuestras excusas.

    * * *

    Mentir en determinadas ocasiones puedeser lcito? Orgenes, antiguo escritor eclesis-

    tico, haba tratado de legitimar aquella clasede mentira que se profiriese con un fin tilo laudable. Esta doctrina, contraria a la ense-anza tradicional de la Iglesia, suscit enr-gicas protestas. San Jernimo la combati consu fogosidad habitual, y poco despus el porta-estandarte de la Iglesia de Africa, San Agus-

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    tn, escribi sobre la mentira un libro en que,mostrndose an ms severo que San Jerni-

    mo, declara que nunca es lcita la mentira, nisiquiera para conjurar una desgracia muygrave.

    * * *

    No hay que sorprenderse porque los diplo-mticos de la escuela de Maquiavelo continen

    repitiendo que la palabra se ha dado al hombrepara disfrazar su pensamiento. Erigir la men-tira en sistema, es una manera bastante inge-niosa de librarse del calificativo de bribn.Pero la honradez natural protesta contra un

    axioma que tiene pretensiones de ingenioso y

    es verdaderamente cnico: ella proclama que lapalabra se ha dado al hombre para expresarsu pensamiento.

    Dios no poda, en efecto, crear al hombresociable, no poda destinarle a vivir en socie-dad, sin proporcionarle al mismo tiempo el me-

    dio de comunicar su pensamiento, de traducirleal exterior con la ayuda de signos sensibles,

    creando as entre l y sus semejantes un co-mercio intelectual. No vive de eso la socie-dad? Imagnese la confusin, el caos espantosode un mundo en el que la buena fe no existiese

    ya en las relaciones sociales, la mentira cons-

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    tituyese ley, no pensando cada cual, para noser engaado, ms que en engaar a su veci-

    no; una sociedad, por rudimentaria que se lasuponga, cuya organizacin sea la ms simplede todas, bajo la forma de tribu o de pueblo,no sostendra por espacio de un ao semejantergimen, y en lugar de lazo social no habramuy pronto ms que la guerra del hombre con-tra el hombre.

    Y en un orden superior de ideas quin nosabe que Dios es la fuente de toda verdad, elcentro de donde parten y donde terminan to-das las formas, todas las manifestaciones de lo

    verdadero? El Verbo Encarnado ha dicho des mismo en el Evangelio: Yo soy la verdad.Dios tiene un contrario, que es el demonio; ypuesto que lo contrario de la verdad es la men-tira, estuvo San Juan muy inspirado llamandoal demonio el Mentiroso y el padre de la men-tira. Amar la verdad, decirla siempre con laspalabras y en todos nuestros actos, es, por tan-

    to, lo mismo que amar a Dios; mientras quedesertar de la verdad, para adherirse a la men-tira, es dejar a Dios, para seguir las instigacio-nes del demonio.

    No hay conciencia que no sienta la fealdadde la mentira. Por eso, uno de los insultos

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    ms graves que a un hombre se le puede in-ferir es llamarle mentiroso. Dudar de la pro-

    bidad y delicadeza de alguno y de su palabrason dos injurias a cual ms graves, de esas in-jurias que cuesta mucho perdonar; y los msrecalcitrantes en esta materia no son los me-nos quisquillosos, pretendiendo que todo elmundo crea o parezca creer en su palabra: tanodiosa es la mentira en la estimacin generalde los hombres!

    * * *

    Cuando se desea determinar la gravedad deuna mentira hay que averiguar en seguida lacategora a la que pertenece. Personas a quienes

    en su infancia se les ha pintado la mentiracon los ms negros colores, con el fin de ins-pirarles horror hacia ella, conservan despus,en la edad madura, la impresin de que es unpecado abominable, deshonroso, uno de esospecados, por ejemplo, que es preciso confesar

    antes de acercarse a la sagrada comunin. Se-mejante apreciacin de esas personas no estconforme con la verdad teolgica, cuando setrata de la mentira jocosa o de la mentira ofi-ciosa,, las cuales, aun dichas con plena adver-tencia, o sostenidas con verdadera porfa, noconstituyen nunca pecado mortal.

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    Por tal motivo son censurables los padresque extravan la conciencia de sus hijos sobreesta materia dicindoles, al orles una mentira: Qu pecado enorme acabas de cometer! Simurieras en este momento, caeras en el in-fie rn o ... No hay derecho para hablarles as.Para hacerles detestar la mentira convienedespertar en ellos, todo lo posible, el senti-miento del honor, dicindole, si se quiere, que

    la mentira constituye un desdoro, aun a losojos del mundo; pero nunca levantar la vozamenazndoles con la eterna condenacin, sihubiesen mentido para excusarse y evitar al-gn castigo. Empleando este lenguaje comete-ran los padres una inexactitud quejDodra po-

    ner en peligro la salvacin de sus hijos.La mentira perniciosa, por el contrario, es

    un pecado grave, siempre que ocasione daoo perjuicio notable al prjimo. Bajo este as-pecto el que la profiere tiene la obligacin dereparar o compensar el dao que hubiere cau-

    sado. As, un bromista de mal gusto que enga-ase a un viajero sobre el camino que deballevar, obligndole a hacer un largo trayecto,estara en justicia obligado, por esa falsa di-reccin, a resarcir al viajero de los perjuiciosque le hubiesen sobrevenido.

    * *

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    Estrechamente vinculados con la mentiraestn el equvoco y la restriccin mental. La

    materia es aqu delicada, y mejor que enun-ciar principios abstractos que pudieran engen-drar algn escrpulo en los piadosos lectores,prefiero resolver los casos de conciencia queme parecen ms prcticos. Para estas resolu-ciones me inspiro en* San Ligorio y en susprincipales comentadores.

    Puede uno, por ejemplo, cerrar la puerta atoda visita y hacer contestar por conducto dela servidumbre que estamos ausentes? S, cier-tamente ; no hay culpa ni en el que da la ordenni en el que la ejecuta, ni existe tampoco enello verdadero engao: todo el mundo sabe quees una forma poltica muy usada para librarsede una visita. La verdad tampoco padece detri-mento, y la caridad sale con ello mejor tratadaque con una respuesta desabrida. Slo un es-pritu descontentadizo y quisquilloso, como elque suele informar ciertas comedias, puede es-

    candalizarse de este proceder.Los funcionarios, los abogados, los mdicos,

    los generales, en una palabra, todos aquellosa quienes obliga el secreto profesional, podrnusar de restriccin mental engaando a los in-discretos que les pregunten sobre asuntos se-

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    cretos a ellos encomendados? Indudablemente;sera, en verdad, demasiado cmodo el que la

    curiosidad pudiese tan fcilmente satisfacerse.Esos hombres son depositarios de secretos queno les pertenecen: pueden, por lo mismo, des-pistar, sin reparo, a los imprudentes que les pre-guntan.

    Por otra parte, es tambin muy cierto que el

    confesor debe responder que ignora un hechoque slo conoce por va de confesin. El secretosacramental es de una naturaleza muy parti-cular: obliga con mucho ms rigor an que elsecreto profesional de que se acaba de hablar.

    Pero qu diremos de una persona a quien no

    obliga ni el secreto profesional ni el sacra-mental y que slo confidencialmente ha recibidoun secreto, infamante para alguno de sus ami-gos ? Podr responder, no slo que ignora se-mejante hecho, sino hasta afirmar que cree enla inocencia de su amigo, indignndose contralos propsitos malvolos que circulen sobre este

    particular? S, ciertamente, porque en tales ca-sos puede hablar y obrar absolutamente como

    Ssi no hubiese recibido la dolorosa confidenciaque se le haba hecho. Anteriormente a estaconfidencia se habra levantado contra lo quehubiera llamado calumnia; despus de recibida

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    la confidencia puede defender al amigo con elmismo vigor y energa. Yo aado que as debe

    hacerlo por delicadeza, ya que, si se mostrasedbil en la defensa, dara cuerpo a los rumoresdesfavorables que circulen.

    Consideremos, para terminar, otro caso: Se

    nos pide prestada una cantidad determinada, te-niendo por nuestra parte la seguridad de que nola podremos recuperar. En lugar de decir clara-mente al solicitante que no nos inspira con-fianza, podremos responderle finamente quesentimos no poder disponer de dicha cantidadpara prestrsela ? Desde luego que s ; la res-triccin mental de que nos servimos en seme-

    jante ocasin no puede inducirle a engao ni se

    equivocar sobre el sentido de nuestra respuesta.Estos breves ejemplos podrn, a mi juicio,

    servir de norma a los lectores timoratos pararesolver por s mismos otros casos semejantesque pudieran presentrseles.

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    Ser necesario, benvolo lector, definir loque es la jactancia, objeto de este captulo?'

    Por nuestra parte la reconocemos y califica-mos sin vacilar ni bien se manifiesta ante nues-tra vista. Cuando una persona, por ejemplo,

    toma un acento lrico para hablar de s mismoo de su familia y amistades, nos cuesta repri-mir una sonrisa, y decimos en voz baja: Cun-ta vanidad, qu jactancia!

    Hay motivo para clasificar la jactancia en-tre los pecados de la lengua? Es cierto que su

    malicia reside, sobre todo, en el interior, y con-siste ordinariamente en una hinchazn de or-gullo. La jactancia dice el P. Alvarez dePaz , semejante a un tumor maligno, se des-cubre cuando revienta. El defecto de que va-mos a tratar no es, por tanto, en el fondo sino

    un retoo del orgullo; pero, como es la lengua

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    quien se encarga de manifestarlo, nos decidimosa colocar la jactancia entre los pecados de la

    lengua.jje % v

    La jactancia ofrece diversas formas que va-mos a describir.

    Hay personas que, a todas horas, hablan dela nobleza de su familia, de las grandes empre-

    sas de sus antepasados, de la extensin de susrelaciones. Tiene sus grados esta clase de jac-tancia. Mientras que unas se manifiestan concierta delicadeza y discrecin, otras practicancon descaro y en toda ocasin esa pequea reta-hila de sus glorias familiares y de sus relacio-

    nes tan numerosas como selectas.Rara vez podrn lograr su vano propsito de

    deslumbrar a la galera y suscitar la admiracin,porque la vanidad desvanece su perspicacia ydisimulo: la sonrisa burlona con que se acogesu intempestivo relato genealgico lo dice muy

    claramente; y si algn humorista hace ademnde darles crdito, ni siquiera se percatan de lairona con que procede. Esta manera de vana-gloriarse apenas la usan ya ms que los advene-dizos e inexpertos; el mundo conoce demasiado

    el sentido del ridculo para dejarse embaucar.A vosotros, lectores piadosos y por lo mismo

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    cristianos prcticos, ofrezco yo esta considera-cin, tomada de San Agustn : Gustis vosotros

    que sois de la tierra y que a ella habis de vol-ver, de ponderar vuestra nobleza, vuestra fami-lia. Pues bien, muchos han gozado antes que

    vosotros de parecidas ventajas, y mayores an.Qu son hoy aquellos prncipes y generalesque conducan sus ejrcitos victoriosos por elmundo? Un poco de polvo, un puado de ce-niza. Algunas estrofas compuestas en su honores lo nico que nos queda de esos hombres quetanto ruido han hecho durante su vida . Desdeeste punto de vista es, ciertamente, cmo sedeben contemplar todos esos juguetes de la va-nidad humana, de que tan fcilmente nos pren-

    damos.* * *

    La jactancia en otras personas se manifiestade una manera muy diferente. No levantan la

    voz para ponderar las glorias reales o imagi-

    narias de sus antepasados, o para enorgullecer-se de sus muchas relaciones. Lo que s preten-den es que los dems tengan parte en la ad-miracin que ellos sienten por su humilde per-

    sona. Por eso hablan de si mismas con acentosde entusiasmo, y con una sencillez rayana eninconsciencia ponderan todas y cada una de las

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    propias cualidades morales, intelectuales y fsi-cas. Oyndoles, piensa uno forzosamente en el

    pavo real que hace la rueda en derredor de smismo.Cuando esas personas observan que otra su-

    perior, al parecer, a ellas amenaza eclipsarlasfijan en ella su mirada, y con gesto desdeoso

    y tranquila seguridad comunican a sus interlo-cutores que nada tienen que temer a las com-paraciones. Se las oye decir como la cosa msnatural del mundo: Yo valgo ms que to-do eso.

    El remedio ms eficaz contra esa vana per-suasin de suficiencia sera el conocimiento pro-fundo y sincero de s mismo. Los toneles va-

    cos son los que ms retumban , dice un refrn.Si las tales personas supiesen hasta qu puntoestn vacas, si tuviesen conciencia de la pro-pia nulidad, quedaran para siempre curadas dela mana de aparentar. Pero, cuando se colocaante sus ojos un espejo que les reproduce su

    figura, lo miran durante unos momentos, y lue-go se vuelven, diciendo: No soy yo. Y esohan dicho tambin, seguramente, al leer laslneas precedentes. Es una enfermedad muy di-fcil de curar.

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    Citar de paso otra vanidad de jactancia anms insoportable, si puede darse, que las an-

    teriores y afortunadamente menos comn: laque pondera y publica su fortuna en tierras,bosques y castillos, crditos y valores en. losbancos, etc., etc. Hay personas de esta claseque no pueden disimular su contento y regocijoel da en que llegan al milln ambicionado, ytoman al pblico por confidente de su alegra.Compadezcmoslas y pasemos adelante. La ava-ricia es de suyo repulsiva; pero la avaricia quese pondera y de que se hace alarde con tantodescaro no puede producir ms que nuseas.

    * * *

    No tengo la seguridad, piadosos lectores, dehaber obrado bien al retratar tan al detalle losprecedentes casos, no haciendo, quiz, una la-

    bor prctica. Habra tal vez debido limitarme adescribir solamente la otra forma de jactancia

    menos grosera, ms hbil, en la que sobresalenmuchos, segn creo. En vez de la candidez va-nidosa y descarada se van insinuando poco a po-co en sus conversaciones y dejan a sus interlo-cutores el cuidado de sacar las consecuenciasque los interesados pretenden. Sin nfasis niponderaciones inmodestas, como la cosa ms in-

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    diferente, se ameniza y sostiene la conversacincon perfiles y detalles que llamen notablemente

    la atencin de los que escuchan. Y seguramenteque semejante ardid o habilidad no tienen porobjeto el propio rebajamiento ante la aprecia-cin de los dems.

    Ahora bien, no por ms refinada se hace me-nos odiosa esta jactancia. Aparece envuelta enuna especie de hipocresa, y no s si sera pre-ferible la vanidad que se exhibe sin mscara niclculo, siendo de temer que el juicio de Dios so-

    bre esta jactancia sea an menos indulgente, yaque no tiene siquiera la excusa de la franqueza.

    * * *

    Una conclusin prctica debe sacar de aquel piadoso lector: hablar de s mismo lo menosposible. Claro es que en circunstancias y oca-siones determinadas es lcito y hasta recomen-dable hacerlo, verbigracia, para excusar o evi-

    tar un escndalo, o para ser til al prjimo.Pero en todo esto ha de procederse con la de-bida reflexin, fijndose bien envos motivosque uno tenga para hablar de s mismo de ma-nera laudatoria. Antes de desplegar los labiosconviene mucho purificar la intencin y pro-testar interiormente ante Dios de que no se

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    obra por ceder a la vanidad ni fomentar deningn modo la ostentacin.

    Tales precaucions son necesarias para qui-tar del alma todo pretexto con relacin a estevicio tan sutil del amor propio.

    Quiero agregar an otro consejo: cuando setenga alguna duda sobre la oportunidad de ha-blar en alabanza propia debemos optar ms bienpor la abstencin y guardar silencio. Segura-mente que no nos pesar nunca el haber hechoinclinar de este lado la balanza.

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    Tras mucho cavilar me resuelvo a hablar dela murmuracin. La materia es tan compleja

    y los casos de conciencia que van a surgir anuestro paso tan numerosos, tan delicados y di-fciles de resolver!. . . No quiero, sin embargo,substraerme: la frecuencia de este pecado hastame invita a dar al asunto toda la amplitud ydesarrollo que reclama.

    La murmuracin puede tratarse de dos ma-neras. La primera, empleada, sobre todo, porliteratos y moralistas, consiste en presentar cua-

    dros satricos de este defecto o en hacer resal-tar las razones que puedan inspirar horror ha-cia l. La segunda, tal vez menos interesante,pero ms teolgica, se limita a resolver los casosde conciencia ms prcticos en esta materia.

    Mis preferencias se inclinan hacia este se-

    gundo mtodo. Para qu burlarse de los mur

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    muradores o demostrar que cometen una accinruin? Yo no puedo persuadirme de la utilidad

    prctica del primer sistema. El murmurador?quien yo hubiere puesto en la picota se volve/

    por ello ms caritativo? Y cuando le hubieredemostrado con persuasiva elocuencia que haobrado mal no podr responderme que lo sabel tan bien como yo ? . . .

    Mis cristianos lectores desearn seguramen-te poseer ciertas reglas y normas para conocery evitar la maledicencia, normas y reglas quevoy a sealar en este captulo, tomando porguas a San Alfonso y a sus ms fieles co-mentadores.

    * * *

    Con todo fundamento se atribuye siempre lapaternidad de la murmuracin al orgullo y a laenvidia. Y, ciertamente, convendr conmigo ellector en que muchos de los dardos lanzadoscontra el prjimo han sido fraguados por uno

    u otro de estos dos defectos. Y o debo, sin em-bargo, sealar otra causa, muy liviana y tri-vial, pero que no deja de ser bastante frecuente.He hallado personas que murmuraban simple-mente por respeto humano, por no dejar lan-guidecer o decaer la conversacin.

    La cosa parece, realmente, increble; pero

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    muchos de mis lectores reconocen, seguramen-te, que estoy en lo cierto, que ellos mismos han

    murmurado repetidas veces, no por rebajar unasuperioridad que les haca sombra, sino para noperder su reputacin de personas que saben sos-tener con amenidad una conversacin.

    Dijrase que los cristianos slidamente piado-sos debieran estar dispuestos a pasar por necioso desabridos antes que ganarse a tal precio lareputacin de hombres de ingenio. Pero yo nocreo que sea preciso semejante sacrificio. Nun-ca me resignar a pensar que una conversacindeba, so pena de languidecer, alimentarse de to-dos los rumores malvolos que se atribuyan alprjimo. Existen personas de un trato muy

    agradable, en las cuales todo el mundo reco-noce lo que La Bruyre llamaba el ingenio dela conversacin, y que, no obstante, jams selas oye murmurar. Tales personas son la prue-

    ba viviente de que la murmuracin, aun cuandoparezca muy ingeniosa, delata, precisamente,

    verdadera carencia de ingenio.* * *

    Luego de estas consideraciones conviene yaabordar la materia bajo su aspecto prctico.

    Hay personas que aparentan dudar de quela murmuracin pueda fcilmente constituir pe-

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    cado mortal. Sin tomarse la molestia de refle-xionar sobre el dao que su lengua causa al

    prjimo se tranquilizan pensando en el principiocmodo de que han dicho lo que era verdad ,y se las ve comulgar al da siguiente sin el me-nor escrpulo.

    Yo me considero obligado a remover la tran-quilidad de esas almas defectuosamente instrui-

    das, recordndoles que toda murmuracin de lacual se derive un perjuicio grave al prjimo ensu reputacin es un pecado mortal. Esto es f-cil de comprender. Entre la reputacin o la for-tuna no hay quien vacile en ciar la preferenciaa la primera, declarando con el autor de losProverbios que el buen nombre vale ms quela afluencia de riquezas . Robar al prjimo sureputacin, es, por tanto, un pecado ms graveque arrebatarle la cartera con dinero. Entre uno

    y otro de estos dos actos existe la misma dis-tancia que separa un bien del orden moral, comoes la reputacin, de un bien de orden puramente

    material, como es el dinero.De lo expuesto se desprende, como se ve, que

    la murmuracin constituye, a veces, pecadomortal, y yo aado que llega a pecado mortalcon mayor facilidad y frecuencia de lo queaparenta creer la moral mundana. Para formar-

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    se una opinin slida y bien fundada sobre estamateria no se puede ni se debe recurrir a los

    pareceres y costumbres que privan entre losmundanos: los telogos, aprobados por la Igle-sia, son los nicos verdaderos guas a quienesse debe consultar.

    Que vuestros amigos, aun los que frecuentanlos Sacramentos, se pongan, si les place, enoposicin con la doctrina de la Iglesia, inter-pretando a su gusto las decisiones de la Teo-loga, all ellos; absteneos, piadosos lectores, de

    juzgarlos, pero guardaos, igualmente, de imitar-los. El ejemplo, por muy alto y general quefuese, no os autorizara jams para traspasarlas barreras puestas por los maestros de la ver-

    dadera doctrina catlica.

    * * *

    Qu principio ha de inspirarnos para apre-ciar la gravedad de la murmuracin ? Desde lue-

    go no es necesario pesar antes toda 1a. mate-rialidad del hecho o falta de que se trate,puesto que el mismo hecho, atribuido a dos per-sonas, tiene a veces consecuencias muy dife-rentes y repercusin exterior muy desigual. De-cid, por ejemplo, de un simple soldado que lehabis odo blasfemar, y decid lo mismo de

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    un seminarista que hace el servicio militar. Larevelacin de la falta tiene consecuencias de

    mucha mayor importancia en el segundo casoque en el primero. El soldado no ha perdidogran cosa en su reputacin por haber proferidouna blasfemia; pero no podr decirse lo mismocon respecto al seminarista.

    Otro caso: vosotros contis de un nio que

    llena a menudo sus bolsillos de frutas hurtadasen la huerta del vecino, y atribus la misma in-delicadeza a otra persona en cuyo favor no sepuede invocar como excusa ni la irreflexin nila falta de educacin. Quin no ve que la mur-muracin, ligera en el primer caso, pudieramuy bien ser falta grave en el segundo?

    Para apreciar la gravedad de una murmu-racin no se debe, pues, considerar tan slo lafalta en s misma, sino tambin, y principal-mente, las consecuencias de la divulgacin delhecho. La gravedad del dao ocasionado al pr-

    jimo en su reputacin es el principio funda-

    mental y la norma a que debe uno atenerse. Los pecados cometidos contra el prjimo di-ce Santo Toms deben juzgarse segn eldao que hayan causado; de esta fuente nace,en efecto, su malicia .

    * *

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    Ser lcito alguna vez revelar un defecto delprjimo? Existen ciertas causas que justifican

    dicha revelacin, las cuales expondr con lamayor precisin y exactitud.

    El inters espiritual del delincuente es la pri-mera causa que nos faculta para descubrir lafalta. Nos preguntamos muchas veces: Puedo

    yo lcitamente revelar a sus padres la mala con-

    ducta de los hijos, o decir al ama de casa quesu domstica anda por malos caminos? Pode-mos, en efecto, hacerlo, siempre que haya es-peranza fundada de que nuestra diligencia hade ser provechosa. En este caso el inters mis-mo de los culpables justifica nuestro proceder,

    ya que es un inters superior al de su repu-tacin.

    Nos hallamos de la misma manera autoriza-dos para ciertas revelaciones cuando estn en

    juego otros graves intereses. Quin se atre-vera, verbigracia, a censurar la conducta deuna mujer que confiase a un hombre de nego-cios o a un magistrado los secretos dolorososde su hogar para obtener proteccin o consejoen favor propio o de sus hijos? Por el reparode no difamar al consorte habra de sacrificarel porvenir de sus hijos o su propia dignidad?En casos como ste la justicia y la equidad exi-

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    gen que prevalezca el derecho del inocente.Cierto es que se debe condenar con energa a

    esas mujeres indiscretas que, bajo el pretextode pedir consejo, lanzan a todos los ecos dela publicidad las culpas verdaderas o supuestasdel marido. Pero, en nuestra hiptesis, se tratade una mujer prudente que se siente incapaz deresolver por s misma las dificultades que seinterponen en su vida y que pide consejo ni-camente porque no puede arreglarse de otramanera. El moralista ms rgido nada tendraque objetar a semejante modo de obrar.

    En ocasiones especiales, el inters mismo dela Iglesia o del Estado puede justificar una re-

    velacin desfavorable al prjimo. Denunciar ala Iglesia un lobo disfrazado de pastor serauna accin muy laudable, lo mismo que descu-

    brir al Estado a uno de sus empleados que mal-versara los intereses pblicos a l encomendados.

    El inters de aquellos a quienes se hace la re-velacin de una falta puede tambin justificaraqulla. Se tiene, por ejemplo, la certeza de queun empleado, un domstico, son gentes sin de-licadeza, que no merecen ninguna confianza. Sepuede y a veces se debe llamar la atencinal dueo o al patrono para que vigilen y obser-ven. Con mayor razn tenemos derecho a dar

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    informes desfavorables que se nos pidan sobrealguno que hubiese estado a nuestro servicio.

    Mas, en cada uno de los casos expuestos,y otros semejantes, en que se justifica la re-velacin de un defecto, se debe alejar todo sen-timiento de envidia o rencor, purificando cui-dadosamente la intencin y no teniendo a la

    vista ms que el bien y la ventaja que la reve-lacin proporcione. Si este bien pudiera obte-nerse por otros medios debera guardarse si-lencio. Adems, debe cuidarse de no manifes-tar ms que lo preciso, ni hacer confidentes ams personas que las imprescindibles. En ma-teria tan delicada nunca se debe proceder a laligera, sino con tino y despus de madura re-

    flexin, teniendo conciencia clara de lo quese puede con derecho decir y de lo que hay eldeber de callar.

    jj J | jj

    Es indudable que no se causa perjuicio nota-

    ble a la reputacin del prjimo cuando se co-menta un hecho de notoriedad pblica, el cualle es desfavorable. El punto difcil y delicadoest en determinar las condiciones que ha detener un hecho concreto para considerarlo su-ficientemente pblico y poder ocuparnos de lsin faltar.

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    Es cierto que, cuando la culpabilidad de al-guno ha sido reconocida por una sentencia

    pblica se puede, indudablemente, hablar de loshechos que hubieren motivado la sentencia, sinque ello constituya murmuracin, ya que dif-cilmente puede darse mayor publicidad queaquella resultante de una sentencia judicial.

    Idntico criterio debe seguirse tratndose de

    una falta que la ley no ha condenado, pero queha sido cometida en un sitio pblico y en cir-cunstancia tales que todos pueden conocerla.

    La misma solucin ha de darse si la falta fue-se conocida de un suficiente nmero de perso-nas para su completa divulgacin. A los que

    desearen explicaciones ms concretas sobre elparticular diremos con San Ligorio que si, porejemplo, en una ciudad de cinco mil almas co-nociesen cuarenta personas un hecho determi-nado, puede considerarse suficientemente p-blico . Ocuparnos, por tanto, del mismo, reve-larlo a otros que no lo conocen an, no serapecado grave. Sin embargo, difcilmente podraexcusarse de pecado venial la persona que deesa manera contribuyese a la divulgacin deuna falta grave. El culpable, ciertamente, notiene derecho riguroso a nuestro silencio, nipuede exigrnoslo en justicia; pero lo tiene a

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    llamar a las puertas de nuestro corazn y pe-dirnos la limosna de la compasin. Rechazar

    semejante splica y pregonar la falta que lhubiere cometido sera un acto poco delicado,contrario a la caridad cristiana.

    Terminemos diciendo que es preciso guar-darse mucho de cometer un hecho escandaloso,por ejemplo, antes de que sea completamente

    del dominio pblico. Sin necesidad de discutirdemasiado sobre el grado de publicidad delhecho, lo recomendable es tomar el partido msseguro, encerrndonos en un silencio que lacaridad encuentre siempre razonable.

    Es posible an r ms lejos, recomendando el

    silencio hasta en e caso de que no haya dudasobre la publicidad completa del hecho escan-daloso. Que se di;:a discretamente por necesidadalguna palabra, pase; pero yo desconfo muchode esas vigorosas arremetidas contra el vicio,recorriendo circule 3 y salones. Dios no puedeaprobar semejante ctitud: mucho ms le agra-da en tales casos el silencio que todas esasmuestras aparentes de virtuosa indignacin. Tal

    vez me equivoque ; pero en esos gestos de in-dignacin, mientias ^e dan detalles de un escn-dalo, me parece ,rer sentimientos poco honrados;la satisfaccin, verbigracia, del fariseo que se

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    vanagloria de estar libre de debilidades tan re-probables, o el envidioso que se alegra de ver

    el derrumbe de una reputacin que le hacasombra.Aada el cristiano lector a estas considera-

    ciones la de que, segn advierte San Ligorio, fcilmente se imaginan los mundanos ser p-

    blica una falta, no sindolo en realidad , lo cualser motivo suficiente que le inspire una granprudencia en esta materia, cuyos derechos sontan difciles de precisar, y le mueva a quedarsecorto, antes que propasarse en conversaciones deesta ndole.

    * * *

    Y ahora, digamos unas palabras sobre la ac-titud que se debe adoptar cuando se murmuraen presencia nuestra.

    Si en lugar de mostrar al murmurador nuestradesaprobacin se le alienta y excita con pre-guntas, como es fcil de comprender, nos hace-

    mos cmplices suyos. Nuestra intervencinconstituye en el caso verdadera cooperacin. De

    donde resulta que, si la murmuracin provocadao alentada por nosotros es grave, se pecarmortalmente contra la caridad y la justicia.

    Y qu falta cometer una persona que noha provocado la murmuracin, pero que expe-

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    r i menta placer en or murmurar gravemente delprjimo? Los telogos condenan severamente

    semejante placer voluntario. Alegrarse de undao notable sufrido por el prjimo en su repu-tacin lo califican ordinariamente de falta gra-

    ve contra la caridad. Esta falta podra no sergrave si el placer sentido proviniese de purasatisfaccin de curiosidad. Hay gentes que notienen un adarme de maldad, que hasta deseantoda clase de bienes a su prjimo, pero que ex-perimentan por el momento cierta satisfaccinal enterarse de un suceso cualquiera, aunque* seadesfavorable al prjimo, sin poderlo siquieradisimular. Son verdaderos maniticos que slomerecen una sonrisa de compasin. Semejante

    caso no lleva consigo, de ordinario, ms que unpecado ligero de curiosidad, que nicamente seagravara si ellos mismos, a modo de gacetasambulantes, publicasen y corriesen por doquierala mala noticia que han odo y escuchado conplacer. La curiosidad en ellos degenerara en-

    tonces en verdadera murmuracin, y su respon-sabilidad estara en proporcin al dao que sulengua hubiese ocasionado al prjimo.

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    Examinemos ahora una cuestin ms deli-cada y difcil de resolver. Qu se deber ha-

    cer cuando se murmure en nuestra presencia? Habremos de interrumpir a cada paso al mur-murador para hacerle callar, o bien hacerseuno el desentendido, aparentando que nada osimporta? El solo hecho de alejarse, cambiarde conversacin o tomar una actitud de dis-gusto sera una protesta suficiente en la mayorparte de los casos. Sin embargo, un superiortendra obligacin de hacer ms en presenciade un inferior que no comprendiese o apa-rentase no comprender la leccin: debera im-ponerle silencio, con buenas formas, pero conla debida energa y firmeza.

    A mi juicio, se puede tener la misma exi-gencia con respecto de una madre ante lacual alguno de sus hijos se entrega a todaslas intemperancias de la lengua. No tiene elladerecho a decir: Es asunto entre l y su con-ciencia; yo no debo ni quiero intervenir para

    manifestarle mi desaprobacin . Su deber deimpedir la murmuracin nace de la superiori-dad que ella posee con relacin a su hijo.

    S perfectamente que es preciso procedersobre el particular con mucho tino, porque unafuerte amonestacin hecha pblicamente re-

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    sulta a veces una prueba demasiado dura parael amor propio de un nio. Adems, el castigo

    sera desproporcionado a la falta: ciertos ri-gores injustos y excesivos dejan a un almajoven agriada y sordamente irritada por mu-chos aos. Soy de parecer que no se debeemplear la reprensin pblica sino como lti-mo recurso, cuando se hubieren agotado todoslos dems. Debe procurarse, ms bien, llamaraparte al nio en quien se advierta la propen-sin a la crtica o a la burla, hablar a su in-teligencia y a su corazn para determinarle areflexionar sobre su mala inclinacin. Si re-petidas advertencias de este gnero no diesenresultado, debe reprendrsele con tono severo

    para hacerle callar delante de todos, desde elmomento en que se aventure a renovar la mur-muracin.

    Pero ha de tener presente el piadoso lectorque no podr sostener en derredor suyo unacampaa provechosa contra la maledicencia, si-

    no a condicin de ser l mismo irreprochableen esta materia. Figurmonos a una madre querecrimina duramente a los que oye murmurar,mientras que ella a todas horas se ocupa de

    vidas ajenas, para censurar y murmurar a sugusto. Sus exhortaciones a la caridad produ-

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    Evitar que se murmure en nuestra presen-cia es cosa relativamente fcil; pero ser

    siempre, tan fcil echrselo en cara al que va-ya pregonando por todas partes rumores ma-lvolos contra el prjimo? Hay personas qttese irritan contra cualquiera que se permitadarles alguna leccin del modo ms suave po-sible. En casos parecidos, cuando se preveasemejante resultado, es preferible callarse ydejar al murmurador que siga hablando a so-las. Tal vez le sirva de leccin esta actitud; detodos modos no tendr derecho ninguno a la-mentarse.

    Si un amigo, de la misma edad y categora,

    poco ms o menos, con quien se tiene con-

    fianza, murmurase ante nosotros de cosasgraves, no hay obligacin estricta de cortar laconversacin o de hacerla recaer sobre otramateria; pero sera muy prudente llamarle laatencin y corregirle, a no ser que tuviese elcarcter demasiado susceptible y de mal ta-

    lante. Reconozco, sin embargo, que no es fre-cuente el xito favorable en asuntos de estandole, tratndose, sobre todo, de personas queno sean slidamente piadosas.

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    Veamos ahora cmo se debe reparar lamurmuracin.

    Los telogos mustranse rigurosos con losmurmuradores. Ellos entienden que, aquel queha cometido una detraccin a sabiendas y sinninguna de las justificaciones sealadas tienepor de pronto la obligacin de reparar el daomaterial que su pecado, segn las previsiones

    ordinarias, pudiera causar al prjimo. Si sepreviese, por ejemplo, que tal detraccin injus-tificada pudiese hacer perder su puesto a unempleado, y que el hecho desgraciadamente severificase, el autor de la detraccin estaraobligado con respecto a la vctima a una in-

    demnizacin o compensacin pecuniaria, equi-valente al dao causado por la detraccin. Essta una consideracin que debera hacer mscautas a ciertas gentes para mejor refrenar sulengua.

    El segundo deber del detractor es el de res-

    tituir al prjimo su reputacin o fama. Lareparacin no es, a la verdad, fcil de reali-zar: ofrece an ms dificultad que si se tra-tase de reparar una calumnia. El calumniadorpuede decir siempre: He mentido ; mientrasque el detractor no puede decirlo. Qu hacer

    entonces? Alegar en favor del ofendido las cir-

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    cunstancias atenuantes, ponderar las buenascualidades o virtudes que posea, ponindolas de

    relieve ante quienes se cometi la detraccin,es, sin duda, muy recomendable y digno dealabanza; pero no puede ser ms que un palia-tivo muy insuficiente.

    Cuntas pobres almas he conocido que, con-vertidas seriamente a Dios, deploraban amar-gamente su impotencia para reparar las de-tracciones que haban cometido durante susaos de vida licenciosa! Tenan conciencia dela imposibilidad de reparar suficientemente, yeste recuerdo pesaba sobre su vida como unremordimiento el ms doloroso de sufrir. An-sio vivamente, cristianos lectores, que procu-

    ris evitar y preveniros para lo futuro contrasemejante tormento. Por eso os exhorto a queejerzis una vigilancia diligente y severa so-

    bre vuestra lengua, y os habituis a no hablarsino con el pensamiento en Dios, rectificandocon frecuencia y enderezando vuestra intencin

    en todas las conversaciones.

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    Nadie, sin duda, se extraar de que se in-cluya entre las faltas de la lengua, a la calum-nia, pero es posible que se asombren de queconsagremos a esta materia un estudio espe-cial. A qu viene dir alguno emplear

    tiempo y tinta en combatir a enemigos imagi-narios ? La calumnia es una de esas faltas que,al igual del robo, por ejemplo, deshonran a lapersona que lo comete. El honor puramentehumano se halla demasiado acorde con la mo-ral cristiana para que apenas se conciba la sola

    posibilidad de este pecado. Entre las personasque se respetan no se concibe la calumnia.

    No dudo que semejante pecado bajo su for-ma grosera sea verdaderamente odioso. Reco-nozco de buen grado que ninguna persona ho-norable consentir en el pensamiento de atri-

    buir a una persona la falta que no ha comet

    C a p t u l o VIII

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    do, y que si por casualidad lo consintiese nosera sino bajo el impulso de un. arrebato de

    ira. Pero no se darn ciertas formas de ca-lumnia ms atenuadas, menos bruscas, que nole inspiren tanto horror ni le sean totalmentedesconocidas? Hagamos juntos sobre este par-ticular un breve examen de conciencia.

    * * *

    No creo hacer injuria al cristiano lector sijuzgo que en el curso de su vida ha cometidoalguna vez el pecado de la murmuracin o ma-ledicencia. Ahora bien, al incurrir en esta faltaha tenido siempre una exactitud escrupulosa,

    describiendo o narrando con fidelidad, sin exa-geracin, las cosas vistas u odas? No se havisto alguna vez en el caso de aadir detallesinnecesarios, exagerando y hasta inventando,en lugar de referirlo con toda fidelidad y sen-cillez? Bastara, por ejemplo, para decir la

    verdad, afirmar que tal persona era un tantoviva de carcter, y, sin embargo, por la ma-nera de referirlo se deja