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lleza creativa. Magaña (1924) es uno de los más nota- bles dramaturgos mexicanos, con una obra en la que destacan Los signos del zodiaco, Moctezuma II, Los motivos del lobo, Medea, Los argonautas, entre otras varias obras. Es autor de las novelas Las suplicantes (1942) y El molino de aire (1953), y el libro de cuentos El ángel roto (1943), de hecho inédito, pues la edición se perdió o destruyó, y de El padre nuestro (1947). tu mujer sentada. En la revista El cuento, número 15, México, septiembre de 1965. 14

La Mujer Sentada

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Cuento de Lavalle

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  • lleza creativa. Magaa (1924) es uno de los ms notables dramaturgos mexicanos, con una obra en la que destacan Los signos del zodiaco, Moctezuma II, Los motivos del lobo, Medea, Los argonautas, entre otras varias obras. Es autor de las novelas Las suplicantes (1942) y El molino de aire (1953), y el libro de cuentos El ngel roto (1943), de hecho indito, pues la edicin se perdi o destruy, y de El padre nuestro (1947).

    tu mujer sentada. En la revista El cuento, nmero 15, Mxico, septiembre de 1965.

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  • La mujer sentada

    A Xavier Lavalle

    A L OR el gran ruido del cielo nadie pens que fuera el cielo lo que haba estado tronando desde la madrugada, ni que por ser domingo los hombres en camisa se pusieran a fumar sobre los cuetes de vara, y los muchachos chicos a voltear campanas. Aquello vena sucediendo cada ao, el diez de octubre a partir del nueve, cuando bajaba la gente de las ordeas y algunos compraban papel de China para adornar sus casas.

    Al Santo le gustaban tantas cosas como el ruido de los cuetes, las solteras nuevas dentro de su iglesia, los gaanes afuera perfumados con agua florida y las mujeres embarazadas peinadas con vaselina durante tres das. Las fiestas al Santo duraban esos tres das y nadie crea que deban durar ms.

    Aprovechndolos, Ana Jurez iba a casarse con Andrs Cuesca y Chona Mateos estaba movindose alrededor de las cazuelitas de tinta, donde su hijo Feliciano meta polvo de colores, mova el palito y les pintaba la panza a los huevos que ella haba llenado de agua de perfume, o ceniza, o tierra.

    Junto al canasto se rasc el gato y Chona Mateos supo ver y apreciar los buenos dientes de Feliciano, que empez a rerse porque un pedazo de la caliche del cuar

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  • to se vino abajo al sonar la banda. La banda tocaba en el atrio de la iglesia y ellos no la oan mal desde aqu.

    Ya lleg la msica, m dijo l.Quedaron oyndola, mirando el cuadro de la puerta

    y un pedazo de la calle. Aprate entonces, vaya!Feliciano moj el hisopillo en la fuchina. Crea que

    Ana Jurez era la mejor de todas y que ahora iba a casarse con Andrs Cuesca. Se puso a pintar los huevos ms aprisa y a revolver el aserrn del canasto.

    Chona dijo: Desde antier empezaron a matar gallinas. Saldr

    buen caldo. Vi tres amarillas gordas. El novio anduvo comprndole cosas a la muchacha. Tan viejo el hombre.

    Feliciano lo haba encontrado vestido de negro sobre su caballo negro.

    Lo montaba garboso, ni se le nota el siglo, caray.Chona Mateos mir a su hijo Feliciano, que era gran

    dulln y fuerte. Puede que no se le note, hijo atrs de la puerta

    de luz seguan cruzndose los pasos y las sombras de las personas . Esos irn al recibimiento.

    A ellos tambin les hubiera gusta mirar a la muchacha, quien siendo de buen ver, estara lucida y despejada. Feliciano tena ganas de gastar en la feria lo del tepalcate, aparte el peso plata de Marciano Reyes metido en el pauelo.

    Chona fue diciendo sentada en el banco. Antes de novio, el viejo era el padrino de ella. Le

    fue a comprar vestidos cerr la boca como pensando : de gasa uno, ser? Y que con zapatos de raso, bordado de seda con chaquiras.

    l estaba aventando confeti sobre el canasto de

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  • huevos tricolores; oyendo la msica, oyendo pasar la gente.

    Yo un da jugu con ella, m. Sera antes, t y se agach para abarcar mejor la

    calle . No vas a creerme, hijo, pero estoy viendo a Pa- chita con sus naguas almidonadas. Est queriendo venir ac.

    La pieza se hizo oscura cuando la enagua se par en la puerta. All mismo Pachita movi la mano.

    Estara bueno que vengan.Chona Mateos atiz la lumbre donde humeaban las

    planchas de fierro, recogi la blusa lavada de l y se puso a rociarla.

    No me estn los quiebres esos, m. Aquel Marciano Reyes tiene una blusa color de rosa, lisa, y unos pantalones de rayitas.

    Pachita volvi a decir: Luego no vern nada.La msica ces y empezaron a orse muy aprisa los

    pasos de las personas en el empedradillo de la calle, casi corran. Pachita no quiso entrar de ningn modo; slo dijo esto removiendo la mano:

    Estara bueno que vengan. Ana Jurez est sentada all.

    Y siendo all el milpar grande, all fueron.Los que ese da estaban en el pueblo, todos, de veras,

    hasta los msicos, se pusieron a correr, como si despertaran las mujeres a los hombres y los viejos a las viejas. Sin querer detenerse, tomando luego aquella direccin de la milpa. No era a pasitos como antes, pero asombrados, moviendo las caras y los ojos redondos y levantando un polvo blanco de la calle con el ruido de sus pies: un golpe parejo, grande, hecho de clavos o tacones o guaraches.

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  • Las puesteras se echaban el cro a la espalda, dejaban sus montoncitos de fruta en el suelo, las cambayas y cogan el rumbo con los dems hacia donde estaba sentada ella, atrs del cerro verde. Ninguno quiso detenerse, alentndose con jadeos y movimientos y pisando la tierra, levantando polvo. El cerro se llen pronto de tanta gente como suba y los trapos de colores, los brazos, los sombreros anchos de los hombres; tambin unos perros, tam bin nios. Del cao al pie del cerro negreaban cabezas, en grupos y solas, porque en la plaza no qued nadie si no era un ciego que todava estuvo quemando plvora.

    As fue que en la punta del cerro aparecieron pronto las cabezas y comenzaron a bajar por muchos lados. Nunca nadie haba visto tanta gente en el pueblo, sin contar los animales y alguna abuela montada en burro. Bajaban en silencio, evitando las espinas de los guam- chiles, puesta la vista en el milpar de abajo, donde estara Ana Jurez. Las respiraciones se oan bien, pero ninguna palabra; tampoco gritos o suspiros fuertes. Con los labios cerrados y los ojos bien abiertos movan sus pies, bajando y bajando. Luego caminaron apretndose contra los sembrados hasta llegar al tramo de pasto rodeado de milpa que daba al camino. Quedaron all serios, inmviles. Entonces nada se oy sino silencio.

    A mitad del claro de la milpa, sola, estaba sentada Ana Jurez.

    Feliciano no pudo creerlo, ni l ni los otros; pero enfrente mismo la estaban viendo: sentada entre su vestido de gasa, la cabeza un poco de lado y las manos moreni- tas cruzadas una sobre de la otra con mucho reposo; las pestaas bajas y sonriendo apenas la boca chica, como en los retratos de valo. Chona Mateos le not luego los

    IH

  • zapatitos bordados de seda y Feliciano el pedacito de cigarro apagado que le colgaba en el extremo de los labios. Nadie poda dejar de verla. Todos, al contrario, queran. Cambindose el tumo, aguantando la respiracin para no hacer ruido.

    El cielo no tron ms. Se oa un aire quedo soplando la milpa y el abanico de las espigas.

    As pas el tiempo, aunque no para ellos, que permanecan serios viendo la postura de Ana Jurez, su carita de lado.

    Yo no saba que ella fumara, m dijo Feliciano.

    Marciano Reyes haba estado esperando un buen rato la salida del sol para echar fuera las gallinas, vaciar la leche, abrir el corral y vigilar el camino amarillo. Como el corral estaba alto, sobre el cerro, a l le caa bien montarse encima de las trancas y mirar los montes azules, el valle, las capas moradas de las jacarandas y despus la loma verde, que era suya, y donde las becerras se daban gusto. Pero ese da era sbado, el domingo comenzaba la feria, hasta el martes, y no era fcil ni era bueno perder el tiempo. Se quit el sombrero y se puso a vigilar el camino amarillo.

    Mirndolo se le ocurrieron varias cosas porque nunca antes lo haba visto tanto ni hubiera credo que sirviera sino para caminar por l sube del valle junto a la barranca, atraviesa el cao y al cabo del tiempo llega a partir en dos la cabeza de la loma con una raya de peine . l supo todo esto mientras lo vigilaba.

    Lo cierto es que Feliciano Mateos no hubiera podido dar ah un paso sin que l lo dejara pasar, y si pasaba, Marciano Reyes le recogera tanto como una moneda de

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  • un peso plata o los cinco litros de leche o una botellita de agua florida; porque l haba propuesto a Feliciano cinco litros de leche para venderlos en el pueblo, sacar de ellos un peso y comprar en la plaza la botellita de agua florida que Marciano calculaba poder echarse en los cabellos cuando menos domingo y lunes.

    M arciano se acomod el sombrero con sus manos grandes y pleg los prpados. Despus dijo algo que no le importaba sino a l, y estuvo algn tiempo vigilando el camino amarillo. l crea en eso de algn tiempo, pero a las cinco de la tarde el cielo cambi de tono y a l empezaba a dolerle lo de atrs.

    En el lado bajo de la barranca apareci una traza de mosquito blanco; se deshizo tras la loma y volvi a mirarse: as tres veces. Crey por fin no verlo... luego empez a moverse junto a un montn de tablones. No siendo Feliciano, l no saba explicarse bien a esa distancia sobre qu o quin era, al menos de repente. Ms tarde y segn aquello ganaba altura le fue asomando primero lo oscuro del pelo, los hombros, el par de bultos duros del corpio y lo dems de ella, pues se trataba de Ana Jurez. Vena descalza, sin mucha gana, em pujando de cierta manera los terrones chicos con el pie; su vestido por eso se le estaba metiendo entre las piernas a cada paso. Ahora caminaba en el camino amarillo y si avanzaba un rato corto tendra que ver a M arciano Reyes sentado en las trancas. l pens dar media vuelta y meterse en su casa. Ana Jurez estara casndose maana con Andrs Cuesca y Marciano Reyes no iba a decirle nada acerca de lo que haca ah vigilando la vereda, esperando el agua florida.

    Ella se detuvo a recoger del suelo una vara y sigui aventando piedras con los dedos de los pies como si es

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  • tuviera sola, aunque ya haba visto al otro removindose encima de las trancas. Se adelant despacio marcando una lnea en la tierra con la punta del varejn para llegar donde fuera fcil, con slo levantar la cabeza, ver el corral, el filo del tejamanil y otras cosas. Estas otras cosas eran el hijo de Jos Reyes que le tena puesto el ojo encima, agachndose lo ms hacia ella y con peligro de venirse todo abajo. No quiso darle motivo de sentirse mirado. Le habl estirando la vara, atenta a una ramita de ans a la orilla del camino.

    Si te caes te rompes, t. Eso crees.El estaba muy bien prendido de las manos en el asien

    to, buscando el modo de preguntarle a esa Ana Jurez lo que andaba haciendo por el ojo de agua en vez de estarse en su casa baando y prepararse para lo de maana. Ella lo entendi as, pues dijo:

    Me baan a las ocho. Mi padrino Andrs Cuesca no ha de dejarme salir despus.

    Empez a componerse la trenza, moviendo los dedos entre el pelo lustroso. Marciano se los estuvo viendo durante un cuarto de hora.

    Si t bajas podrs ver un anillo que aqu traigo; con l han de casarme maana.

    Est bueno dijo l, ideando algn ofrecimiento a modo de hacer que ella levantara la frente. Levantndola, Marciano Reyes podra, equilibrndose en el aire, meter un poco el ojo desde arriba en el plisado del corpio . Mira, aquel Feliciano anda diciendo que pusieron una bocina de radio en la iglesia. Se oir lejos. Yo ir.

    Ella no hizo nada de cuanto l crea; slo dio la respuesta mirando la tierra.

    As dicen. Pero ya me voy.

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  • No sera muy fino el anillo ese.Los dos se miraron un poco.Estar tu ta Rosa? dijo ella. Yo creo que no dijo l . De aqu se fueron to

    dos. Vendrn pasadas las fiestas.Ah, vaya, pues ya me voy se alis el pelo y dio

    la vuelta, caminando ligera contra el sol.Marciano Reyes la vio irse cambiada de color por la

    capa del cielo. Despus dej las trancas, se apret el sombrero y ech a andar por el lado ramoso del chirimoyo rumbo a las filas de jacarandas. Le estaba doliendo algo abajo del estmago y senta un jugo de sudor en la boca. Le corri un agujero al cinto y lleg al camino amarillo, colocndose ah en cuclillas con las asentaderas pegadas en los talones y la palma grande de su mano apoyada en la tierra para no confundir los sonidos.

    Por fin se desdobl firme, oyendo el rodar de los terrones y una media voz que vena cantando y acercndose. Despus apareci Ana Jurez. Tarar, tarar. Ella se encogi noms llena de silencio como queriendo no seguir al verlo tan bien parado en mitad del paso. Ana sinti cmo el aire meta la enagua en sus piernas y el sol rojo le reluca la cara. Y estaban as quietos cuando la sombra larga cruz el camino. M arciano Reyes avanz, mirndose la mano, los dedos, la palma ancha, sus callos o sus grietas o sus rayas hondas. Ana Jurez le oa la respiracin llena de sudor. Entonces dijo:

    Bajastes? Ha de ser muy cierto lo que cuenta Feliciano di

    jo l . Hablaban de la iglesia y de la bocina del radio. S es dijo ella.Entendido pronto lo de la bocina elctrica ninguno de

    los dos tena por qu estarse mirando los ojos, de mane-

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  • ra que l sigui atendiendo la palma de su mano que era grande, que tena una lnea atravesada. Y ella saba de l que, aunque andaba ah vindose la mano, estaba tratando tambin de mirarle algo adentro del corpio con el rabo de las pestaas.

    No ha de ser muy fino el anillo ese dijo l. S es dijo ella . Luego se volvi de espaldas

    moviendo el brazo.A pesar de su cuidado, Marciano no distingua nada

    de cuanto estaba haciendo; slo supo verle un poco del brazo y el codo moreno por arriba del hombro. Del hueco del corpio ella sac el anillo, sujeto con una pita. l esperaba atrs, sudando en el aire, achicando un poco el cuerpo y poniendo los ojos en el movimiento del vestido, que una vez se meca y otra se arrugaba en un punto bueno de las ancas. A las ocho Ana Jurez estara bandose y l no haba conocido nunca a nadie que se baara con el vestido puesto.

    Ana le ense el arito dorado: Quin sabe si es fino.Pero l no quiso tocarlo siquiera. Lo mejor era dejarlo

    amarrado en la pita sobre el pecho de la novia de Andrs Cuesca. Ella volvi a envolverlo y a sujetarlo en su lugar.

    Siendo fino no le ha de quitar lo viejo al otro dijo l.

    Lo bueno ser mi vestido de gasa y los zapatos de raso con chaquiras, crees? Tambin fue mi pap Lucio.

    Marciano procur acercarse ms, no mucho; aunque ms, hasta rozarla.

    Te van a baar con agua caliente? A otras las baan con agua caliente.

    S dijo ella; senta el sol bajndose y el brazo del muchacho cerca de su falda . Pero ya me voy.

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  • De bueno estuvieron callados sin mirarse los ojos. El brazo se le iba pegando al vestido, le suba atrs, en la espalda. Ana habl vehementemente:

    Una vez mi pap Lucio me dio con la vara por andarme saliendo. La cort esa vara del membrillo, y era larga.

    Marciano estuvo respirando sin pensar desmentirla, porque Ana Jurez era chica: andara como l, en los diez y seis.

    Mi pap Lucio y el viejo Cuesca se fueron. Van a comprar aquello. Mi padrino tiene una cortada en la oreja.

    No me da miedo saberlo dijo l.Ella apret los labios; repas en silencio el tamao de

    las hierbas y el color del suelo. Yo ni lo quise, crees? Mi pap Lucio empez a de

    cir que las mujeres son para que se casen.De eso hubiera querido explicar algo cuando la mano

    ancha le sob los riones y la cintura se le quebr. Djame, t. Has de saber que no ha de ser bueno

    que nadie nos est mirando. No viene nadie ahorita.Con todos sus ojos escucharon los ruidos del campo.Est bueno Marciano asinti hinchadas las venas

    de la cabeza y un temblor en las piernas . Las vacas son mas. Son cuatro.

    No dijo ella sin levantar la cara por nada . Mi padrino no iba a querer.

    Tambin la lea. No.- N o ? No creas, si ya me iba.El brazo de Marciano Reyes le removi la tela

  • Luego los dos empezaron a subir la loma, rojos de sol, respirando mucho y hablndose poco para no orse las voces.

    No estara bueno que nos vieran dijo ella. Si subes atrs del chirimoyo, yo despus voy di

    jo l.Ana Jurez quiso regresar y correr; pero la respira

    cin del otro le empujaba los pasos desde abajo. Todava la oa atrs al llegar al tronco del chirimoyo, donde se acurruc, miedosa de aquellos pasos que estaba oyendo subir. El olor del hombre le vino en el aire y casi sin mido apareci l.

    1 estuvieron un rato serenos, medio separados y con los ojos bajos, que nada ms se vean los pies, no las ca- i r l dijo: Ah, vaya . Y vindola, se quit el smbrete y el cinturn.

    Ana 1 1 0 pudo hablarle, slo pegarse al tronco y enco- iri el cuerpo. l se inclin despacio. Ella se sujet la lufiin. resistiendo, aunque no mucho, porque Marciano i .i.iki hurgando algo abajo del corpio con su mano ilc, exprim indole lo ms que poda. Entonces lei * mui sombra al sol, una cosa que ella no logr ver I i uerpo del otro cado encima del suyo.

    M iiiiI de todo, Marciano qued tirado al pie del r- i i i n . ambio Ana Jurez rod como piedra ligerita, i - >i .d cerro, arandose a veces con el filo de las I, .i-* Arriba ya haba estrellas y los grillos de la tierra i ii" me \ las lucirnagas empezaron a moverse ante sus g|iM i i .mdes y brillantes.

    ' i ll. i-,aj al camino amarillo sinti un hilo de sangre > do, hasta la rodilla, y se hinc, un poco asusta

    da mi unas se meta puos de tierra abajo del vestido.11, i. volvi a caminar atravesando la loma, viendo

    i i' Iinii en el aire las luces del pueblo.

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  • Nieves le dijo: Muchacha sta.Asomaba medio cuerpo fuera de la puerta, donde es

    taba como esperndola, sacudindose de paso las cscaras de los chcharos que traa en la falda.

    Nieves era su ta. Dentro, en el patio de tierra de la casa, hall a la abuela con el candil en una mano y la jicara de jabones en la otra. De la cocina sala la lengua de las mujeres o el golpe de los metates. La abuela se puso a rer.

    Vienes asustada...! Corre, corre! Te vas a quitar el vestido. Primero te has de lavar el pelo y la ayud . Trajo la sbana y la ropa limpia. Ana Jurez se machacaba el pelo con el jabn.

    Pasado el bao, la abuela llev a la nieta a la pieza que ola a limpio con sus veinte sillas pegadas a la pared.

    Deba usted dejarme la luz. Aqu esta oscuro.Su abuela empez de nuevo a rerse hacindole muy

    poco caso, yndose luego a la cocina para decirles a las mujeres que Ana Jurez viva asustada. Ellas por eso se afanaron en sus palabras y risas, as, hasta or el ruido de unos caballos. La abuela sali por ver la llegada del viejo Cuesca y de Lucio Jurez que estaban desensillando. Le entregaron a ella la caja cuadrada de los regalos y dos botellones de alcohol forrados de palma. Se guardaron otro.

    Lucio dijo: Y la del bao?La abuela miraba con respeto al hombre alto vestido

    de negro: Andrs Cuesca. Le mir tambin su cara morada a la luz del candil, llena de barros y de repliegues y tan seria, porque nadie le recordaba una risa.

    Entren. Ana est en una silla. Voy a llevar la luz.Los dos entraron y se sentaron. Desde su silla Ana

  • los estuvo oyendo hablar distintas cosas, de esto y lo otro. El padrino prepar un cigarro, amparando un momento el raspn del cerillo para poner su vista en la jo- vencita. Ella baj la cara. El cerillo se deshizo; pero Andrs Cuesca la segua viendo a travs de la oscuridad con sus ojos chiquitos y puntiagudos.

    Te baastes?Absorbi el vaho enjabonado del cuarto en la chupa

    da del cigarro.La abuela trajo el quinqu grande. Le prendi la me

    cha, lo plant en la mesa y se fue. Ellos procuraron el botelln y bebieron despacio durante mucho rato. El Cuesca se dirigi al padre de la novia.

    Lucio, estar bueno decir a la abuela que la prepare. Las viejas saben decir cosas a las muchachas.

    Lucio Jurez dijo que: Est bueno. Y mir a su hija que mantena la cabeza baja, el pelo suelto sobre la espalda.

    Ven.Ana no se movi. Prate, digo.Ella levant la cabeza. Si quiere usted me voy dijo.Andrs Cuesca habl: Dale paz, Lucio, maana andaremos juntos de ma

    rido y mujer.Tu padrino compr aquel vestido, t vers que te

    lo traigan aguard un movimiento en ella : cost dinero, hija.

    Mejor no, pap.El padre estir el brazo para tomar la sal del tepalca-

    te. El padrino mova la cabeza. No se va a desdorar si lo miras, muchacha.

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  • Ana Jurez parpade dos veces hundindose en la silla. Solamente dijo:

    Ser mejor guardarlo. A lo mejor no lo quiere, Lucio. S lo quiere dijo el padre . Yo s.Ana Jurez dej que Andrs Cuesca estuviera escu

    piendo al suelo. Despus repiti que no quera el vestido. De todos modos no me voy a ir con usted, padrino,

    menos hoy.El viejo se removi en el asiento avistndola por en

    tre el humo de su cigarro.Yo te lo dije. Puede haber otro que se case con sta. No hay. No s. S hay dijo Ana, sin alzar los ojos ni menear las

    manos; aunque bien saba cmo ellas se dispusieron a ver- la y orla, atentos a cuando fue diciendo: Yo se lo estaba queriendo contar a usted, pap, pero Marciano Reyes ha de juntarse conmigo, con l s puedo. Antes no, hoy s. Eso que digo se lo estaba queriendo contar a usted.

    Call para respirar. Ninguno de los tres cambiaba de postura. Ellos seguan oyendo.

    Hubiera sido bueno no contar nada. Pero se trata de lo que yo hice. No antes, pero hoy. Mi padrino as no ha de querer llevarme maana. Ya Marciano Reyes me subi con l al chirimoyo, y despus me baaron.

    Call otra vez y la pieza se fue llenado de silencio, de modo que poda orse la risa de las mujeres en la cocina y la voz de la abuela.

    Sern mentiras dijo Lucio.Ana dijo:No son.En seguida pas esto: que los dos hombres quedaron

    vindose.

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  • Andrs Cuesca habl: Yo lo siento mucho explic algo de un negocio

    y de que : Ni modo ya de que el agua de mi cao pase por esas derritas tuyas, no? Ni se puede hablar de aquel asunto de las seis becerras del trato.

    Lucio Jurez estuvo pensando sus palabras.Est bueno. De todos modos a m me vendra bien

    que esa agua me pasara este ao. T dirs si todava se puede. Se buscar el modo.

    Se estaban mirando sin pestaear. El viejo desvi sus ojitos puntiagudos hacia la mecha del quinqu. Tambin l estaba pensando las palabras.

    Hay el modo, lo hay y fum despacio su cigarro : con la condicin de hacer justicia, Lucio Jurez.

    Lucio estir el brazo, pellizc la sal y esper su sabor mojndola en la boca.

    Est bueno, Cuesca. No se dir que aqu no se hace.

    El padrino empez a rerse sirvindose lo mejor que pudo del botelln.

    Que sta se ponga el vestido. Al fin de ella es.Los dos hombres se haban levantado. Despus salie

    ron y Ana crey haberlos odo irse; pero Lucio Jurez regres, ajustndose el machete en la cintura.

    Hija le sonaba queda su voz, como afligida , a lo mejor no nos tardamos. Mientras, oyes, t te peinas; te pones el vestido de maana. Nos esperas.

    Ella quiso contestar, no. Yo soy quien manda, hija. La abuela te ha de ayu

    dar. Nos esperas.Dio la vuelta noms y se fue. Despus del ruido de

    los animales en la calle, la abuela vino.

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  • Muchacha, te voy a vestir.Ana dijo: Dnde fueron, ellos, dnde fueron? Son hombres. Una no sabe. Maana estars casada

    y el Cuesca quiere que te ponga el traje. Ven, te digo.A las dos de la maana Ana Jurez estaba otra vez en

    la silla, esperando, muy engalanada con su chalina en los hombros y la falda de gasa flotndole alrededor, sobre los pies, que se le vean ms chicos por los zapatitos de raso bordado con chaquira.

    Las mujeres se haban ido y en la casa no caba ningn ruido, si no era el chisporroteo de los grillos entrando del patio. As corri el tiempo. La luz del quinqu parpadeaba a veces dentro de la bombilla.

    Ana Jurez los oy mucho antes, a ellos, calculando la distancia en el golpe de los cascos, ms cercano cada uno y que sacuda el ladrido de los perros. En la tierra del patio, al cabo, adivin los pasos de su padre. El cuerpo de ste se asom en la media puerta.

    Sal dijo.Ana Jurez obedeci sin responder; slo se recogi la

    enagua y se cruz la chalina. Lucio se hizo a un lado y ella pas adelante con la cara inclinada.

    Afuera esperaba Andrs Cuesca, vestido de negro sobre su caballo negro, que parecan una sola cosa.

    Lucio Jurez acerc la yegua. Trpate, hija. Yo voy a naneas.Ana levant a l los ojos, como queriendo dudar. Est bueno, pap Lucio. Y mejor si usted me dice

    dnde vamos tan noche.l dijo: Andale. Cosa mala no te ha de pasar.Empezaron a subir despacio la calle, portndose de

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  • modo de aliviar los caballos, que a causa del otro viaje, venan sudando y resollando. Andrs Cuesca iba un poco atrs, sin perder la distancia ni su postura garbosa.

    Cuando acab el pueblo, el ruido de los cascos se hizo blando en la tierra fresca. Poda orse la respiracin de todos, menos la de Ana Jurez.

    Pasando del cerro verde vadearon el cao, tan manso, que las estrellas y las lucirnagas andaban en l revueltas. Despus otra vez la tierra y el principio del camino amarillo.

    Sera mejor bajarnos dijo Andrs Cuesca.Detuvieron los caballos y se echaron abajo. Dame la mano, hija. Vamos a caminar.Ella obedeci, pero queriendo saber. Usted debiera decirme dnde vamos. T dices que fue Marciano Reyes? S, lo dije. El dijo que podamos casamos, si usted

    lo arreglaba. Bueno, l ya no va a poder, supon.La muchacha sinti el mal en sus palabras y se detuvo. Quiero regresar.Andrs Cuesca le estruj el brazo. Es mucho hablar, Lucio. Agrrate del otro lado. Sulteme usted, pap.De ese lugar al claro de la milpa, donde se detuvieron,

    falt poco. La voz de Cuesca se inclin hacia el suelo. Estara bueno aqu.Ana lo oy. Saba que le haran algo; pero no supo

    qu, o cmo, hasta or el machete del padrino sacndole punta a una rama dura. La asegur en la tierra dejando al aire la punta larga.

    Ana se volvi a su padre: Pap, no lo ayude a eso.

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  • Se desprendi de su brazo y corri un poco. Entre los dos la arrastraron de nuevo junto a la estaca. Lucio le levant la enagua.

    Perdneme usted, pap. Hijita, hijita, t vers si sta es justicia.Ella estaba suplicando cosas cuando los otros se in

    clinaron absortos.A lo mejor no le llega. S le llega dijo Andrs Cuesca . Le dej afuera

    tres cuartas.Todo entre jadeos. Ana Jurez se revolva con fuerza,

    y ms y ms. Andrs pudo levantarla, mandando librar a Lucio el ruedo del vestido.

    Debe estar bien, donde debe ser. Est. Tintala.Entonces la encajaron. Andrs Cuesca se le apoy en

    los hombros y la fue bajando despacio, oyendo cmo se iba rajando por dentro; oyendo sus gritos, pues al principio ella grit mucho, despus no. Se fue apaciguando, quedando al fin quieta y apoyada en la tierra, no enteramente, sino en cuclillas.

    El viejo encendi un cigarro y quedaron los dos mucho rato parados frente a ella. Luego Andrs Cuesca le acomod la cara y le compuso la chalina sobre la cabeza. Le cruz las manitas y le esparci en tomo la gasa del vestido.

    Es mejor irnos dijo Lucio.Entonces se fueron. Le dej mi cigarro dijo el viejo.Pero Lucio no lleg a or sus palabras. Los primeros

    cuetes de la fiesta del Santo corrieron en el aire y ms tarde fue el golpe de los caballos en lo oscuro del llano.

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  • Por eso Feliciano se confundi con los otros que estaban all mirndola. Y nadie poda creerlo. Abajo del sol estaba sentada Ana Jurez, con su carita de lado y su vestido de gasa bien acomodado alrededor; las manitas cruzadas, sonriendo su boca como en los retratos de valo y el cigarrito apagado en el extremo de los labios. Las mujeres se hincaron. Los hombres permanecan serios, sin hacer otra cosa que aguantar la respiracin para no hacer ruido. La campana del Santo empez a tocar. A pesar de que ellos oan nada ms el silencio.

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