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TERESA DE JESÚS ASIGNATURA: Autores Espirituales PROFESOR: Fr. Alberto Saguier Fonrouge ALUMNO: Fr. Gastón Bertero

La oracion en Teresa de Jesús

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Resumen para comprender los grados de oración que propone Santa Teresa de Jesús.

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TERESA DE JESÚS

ASIGNATURA: Autores Espirituales

PROFESOR: Fr. Alberto Saguier Fonrouge

ALUMNO: Fr. Gastón Bertero

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REFERENCIAS DE ABREVIATURAS

C. Camino de Perfección

C.C. Cuestiones de conciencia

F. Libro de las fundaciones

M. Libro de las Moradas

V. Libro de la Vida.

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BIOGRAFÍA DE TERESA DE JESÚS

Reformadora del Carmen y escritora mística española del Siglo de Oro, Teresa de Ahumada, hija de Alonso Sánchez de Cepeda y de Beatriz de Ahumada, nacida en Ávila el 28 de marzo de 1515. Su estirpe paterna era oriunda de Toledo (a su padre le llamaban en Ávila «el toledano»); la materna, de Olmedo, aunque oriunda de Ávila. El abuelo paterno, Juan Sánchez de Toledo, era judío converso, luego judaizó y el 22 de junio de 1485 fue sentenciado por la Inquisición a llevar un sambenitillo con sus cruces durante siete viernes por las iglesias de Toledo, y así quedó reconciliado con la Iglesia, y, con él, sus hijos. Trasladó su negocio de telas a Ávila y allí caso a sus hijos con familias hidalgas: Alonso Sánchez casó con Catalina del Peso y se instaló en la que fue «casa de la Moneda»; enviudó el 8 de septiembre de 1507, quedándole dos hijos, María de Cepeda y Juan Vázquez de Cepeda. En 1509 casó en segundas nupcias con Beatriz de Ahumada, joven de 15 años natural de Olmedo. La boda se celebró en Gotarrendura (Ávila), donde tenían casa solariega los Ahumada. Beatriz murió a últimos de 1528, dejando de su matrimonio diez hijos. Se conocen los nombres de Hernando de Ahumada, Rodrigo, Jerónimo y Lorenzo de Cepeda, Antonio y Pedro de Ahumada, Agustín y Juana de Ahumada. Y uno desconocido.

     Entre los doce hermanos, Teresa se califica de «la más querida». Sus rasgos fueron minuciosamente descritos: «Era de mediana estatura, antes grande que pequeña, gruesa más que flaca, y en todo bien proporcionada. El cuerpo fornido, todo él muy blanco y limpio, suave y cristalino, que en alguna manera parecía transparente. El rostro, nonada común, no se puede decir redondo ni aguileño; los tercios de él iguales, la color de él blanca y encarnada, especialmente en las mejillas. Tenía el cabello negro, limpio, reluciente y blandamente crespo. La frente ancha, igual y muy hermosa. Las cejas algo gruesas, de color rubio oscuro con poca semejanza de negro; el pelo corto y ellas largas y pobladas, no muy en arco, sino algo llanas. Los ojos, negros, vivos, redondos, no muy grandes, mas muy bien puestos y un poco papujados; en riéndose se reían todos y mostraban alegría, y por otra parte muy graves cuando ella quería mostrar gravedad. La nariz bien sacada, más pequeña que grande, no muy levantada de en medio, y en derecho de los lagrimales para arriba, disminuida hasta igualar con las cejas, formando un apacible entrecejo; la punta, redonda y un poco inclinada para abajo; las ventanas arqueaditas y pequeñas, y toda ella no muy desviada del rostro. La boca ni grande ni pequeña; el labio de arriba delgado y derecho, el de abajo grueso y un poco caído, de muy linda gracia y color. Los dientes iguales y muy blancos. La barba bien formada. Las orejas pequeñas y bien hechas. La garganta ancha, blanca y no muy alta, sino antes metida un poco. Tenía muy lindas manos, aunque pequeñas, y los pies muy lindos y proporcionados. En el rostro, al lado izquierdo, tres lunares levantados como verrugas, pequeños, en derecho unos de otros, comenzando desde de la boca el que mayor era, y el otro entre la boca y la nariz, y el último en la nariz, más cerca de abajo que de arriba. Era muy apacible y graciosa en todas sus palabras y acciones. Tenía particular aire y gracia en el andar, en el hablar, en el mirar y en cualquier acción o además que hiciese o cualquier manera de semblante que mostrase. Un harapo viejo y remendado que se vistiese, todo le caía bien» (Efrén de la Madre de Dios, Tiempo y vida de S. Teresa, I, Madrid 1951, n. 107).

     Era muy hábil en el uso de la pluma, de la aguja y oficios caseros. Su temperamento era eufórico y entrañable. Su fogosidad arrolladora mostróse ya desde los siete años, en que huyó, persuadiendo a su hermano Rodrigo a ir a tierra de moros a que los descabezasen por Cristo. Los detuvo en la marcha su tío Francisco Álvarez de Cepeda «a la puente del Adaja» y los volvió a casa. Con el mismo ardor se dio luego con otros niños a obras de piedad y ejercicios de devoción, como si fuesen ermitaños. La pubertad enfrió sus sentimientos; cultivó sus encantos naturales, diose a leer apasionadamente libros de caballerías y probó los primeros amoríos. De entonces data su primer ensayo literario, un libro de caballerías. En aquella época murió su madre, Beatriz, y ella, afligida y sola, acudió a una imagen de la Virgen para que «fuese su madre». Por apartarla de aquellos

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caminos la recluyó su padre en las Agustinas de Gracia, y el trato con la monja María de Briceño la volvió a «la verdad de cuando niña» y planteó su vocación a fuerza de razones. Ante la negativa de su padre, se fugó al convento de la Encarnación de Ávila, acompañada de su hermano Juan, el 2 de noviembre de 1535, y al año siguiente tomó el hábito.

     Profesión religiosa. En el convento se centró en seguida y jamás dudó en adelante de su vocación. Diose extremosamente a la oración y penitencia y a poco de profesar enfermó y, desahuciada de los médicos, quiso su padre que la curase una curandera de Becedas, adonde fue en el otoño de 1538. Se detuvo en Hortigosa, donde moraba su tío Pedro de Cepeda, que la obsequió con el libro de fray Francisco de Osuna, Tercer Abecedario. Fue providencial. «No sabía, dice ella, cómo proceder en oración ni cómo recogerme, y ansí holguéme mucho con él y determiné a seguir aquel camino con todas mis fuerzas». Las curas fueron horribles y la deshidrataron, crispando sus nervios y músculos. Los síntomas eran alarmantes: ataques de corazón espantosos, que creyeron era rabia. En julio de 1539 su padre la volvió a Ávila desesperanzado. El 15de agosto pidió confesión. La desoyeron, por no asustarla. Y aquella noche cayó en coma profundo, que duró casi cuatro días; todos la tenían por muerta; la envolvieron en una sábana para enterrarla y le cerraron los ojos con cera. Sólo su padre se obstinaba en que «aquella hija no era para enterrar». Al fin despertó delirando y anunciando cosas venideras. Quedó paralítica. Tres años más tarde no podía aún andar. La curación fue un favor atribuido a S. José, y desde entonces se dedicó a propagar su devoción.

     Visiones y experiencias místicas. Siguió una época de apatía espiritual, aunque no dejaba la oración, poniendo en ello todo su ánimo, «que le tenía harto más que de mujer». Era dificultad de técnica. No comprendía que pudiese írsele la imaginación y tener su voluntad clavada en la búsqueda de Dios. El forcejeo duró 18 años, gustando mercedes místicas de tipo pasajero. La tenacidad que la mantuvo en sus propósitos se hizo al fin definitiva con su «conversión» ante una imagen de Cristo muy llagada. Sustituyó su propia perfección por el amor desinteresado a Dios, abandonándose a Él, y terminaron sus inquietudes espirituales. Tenía 39 años. La presencia de Dios se le traslucía de forma que, a juicio de sus consejeros, no se avenía su jovialidad con semejantes favores divinos, que no suelen darse sino a los muy contemplativos. Sus primeros confidentes, Francisco de Salcedo y Gaspar Daza, resolvieron que «a todo su parecer de entrambos era demonio». La consoló el joven jesuita Diego de Cetina, que la indujo a pensar sobre la Humanidad de Cristo. S. Francisco de Borja confirmó la misma dirección y le dijo que no resistiese. Bajo la orientación de otro jesuita, Juan de Prádanos, recibió la merced del «desposorio espiritual» en la Pascua de 1556, convirtiéndose en honda vivencia personal estas palabras: «Ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles». La multiplicación de sus mercedes místicas, sin embargo, obligaron a su director, Baltasar Álvarez, a decirle «que todos se determinaron en que era demonio, que no comulgase tan a menudo». Alguien, incluso, llegó a decir que «claro era demonio» y le mandó que cuando viese a Cristo se santiguase y le diese higas. La respuesta de «su Cristo» fue la merced de la transverberación, que a partir de entonces recibió repetidas veces, con una serie inequívoca de arrobos que ponían en evidencia el contraste entre los juicios de Dios y los de los hombres. En agosto de 1560 intervino S. Pedro de Alcántara y dictaminó: «Andad, hija, que bien vais; todos somos de una librea», queriendo decir que conocía por experiencia sus aflicciones y que la podía asegurar que iba por buen camino.

     Reformas, fundaciones y escritos. Poco después, tras una visión espantosa del infierno que jamás pudo olvidar, hizo el voto de lo más perfecto «y determinó guardar su Regla con la mayor perfección que pudiese». Fue el punto de partida de su vocación reformadora. Sus aspiraciones se concretaron durante cierta velada que tuvo en su celda un atardecer de septiembre de 1560, decidiendo, de acuerdo con otras amigas, «hacer unos monasterios a manera de ermitañas». Los acontecimientos, como movidos por Dios, fueron desarrollándose de forma que su confesor, el Provincial y los consejeros la indujeron a poner por obra su pensamiento. Cuando se supo en el pueblo y en el convento, comenzó una airada desaprobación. Ante el incipiente alboroto se desdijo

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el Provincial, el confesor retrocedió y los consejeros se pronunciaron en contra. Durante seis meses, calló, sin replicar. Al fin, el confesor le dio licencia para intentarlo de nuevo. Teresa hizo venir a Ávila a sus hermanos, Juana de Ahumada y Juan de Ovalle, para que comprasen una casa y se acomodasen como si fuese para ellos. Todo iba bien, cuando pareció truncarse la víspera de Navidad de 1560, en que recibió orden de partir a Toledo para consolar a Luisa de la Cerda, viuda reciente de Antonio Ares Pardo, mariscal de Castilla. Allí la visitó S. Pedro de Alcántara y se le ofreció para alcanzar de Roma las licencias necesarias. También la visitó una beata carmelita de Granada, María de Yepes, recién llegada de Roma con licencias para una fundación semejante a la suya; le habló de la pobreza absoluta del Carmelo primitivo, llegando Teresa a la convicción de que no había de fundar de otra manera. Otro encuentro providencial fue el de su confesor fray García de Toledo, dominico, que le mandó escribir el libro de su Vida, concluido en junio de 1562. Regresó a Ávila a fines de este mes, encontrándose con el rescripto apostólico (7 de febrero de 1562) que la autorizaba a fundar. Negándose a aceptar la fundación el Provincial, la puso bajo la obediencia del obispo de Ávila, Álvaro de Mendoza.

    El 24 de agosto de 1562 fundó el convento de S. José y tomaron el hábito de descalzas cuatro novicias que tenía apalabradas. Ofició, por delegación del obispo, Gaspar Daza. La noticia conmovió a toda la ciudad. Las monjas de la Encarnación eran las más excitadas. La priora la mandó ir urgentemente, dejándolo todo. «Como llegué y di mi discuento, dice, la perlada aplacóse algo». Las monjas, que no habían oído su «discuento», menos aplacadas, apelaron al juicio del Provincial. Éste la reprendió. Ella calló; pero a solas satisfizo al Provincial y éste le prometió ayudarla cuando se sosegasen los ánimos. El 25 de agosto se reunió el Concejo de la ciudad y el 30 se celebró una junta grande para contradecir la fundación. Sólo defendió a las descalzas en aquella junta el joven dominico fray Domingo Báñez. siguióse largo pleito; decidióse, al fin, en favor de Teresa, que antes de acabar el año 1562 pudo regresar al convento con autorización del provincial fr. Ángel de Salazar. Comenzaron los cinco años más tranquilos, en que escribió para sus monjas las primeras redacciones del Camino de perfección y Meditaciones sobre los Cantares.

      En abril de 1567 pasó por Ávila el generalísimo de la Orden, Juan Bautista Rubeo de Rávena. Vio la nueva fundación y quedó tan prendado que mandó fundase tantos conventos como pelos tenía en su cabeza, permitiéndole sacar para ello monjas voluntarias de la Encarnación. También le otorgó licencia para fundar, con alguna reserva, dos casas de contemplativos, para que hubiese frailes reformados de la misma Orden. Comenzó como un torrente su actividad fundacional. El 15 de agosto de 1567 fundaba en Medina del Campo. Después de pasar unos meses por las descalzas de Alcalá, fundadas por la beata María de Jesús Yepes, dejándoles sus Constituciones, el 1 de abril de 1568 inauguraba su convento tercero en Malagón, feudo de Da Luisa de la Cerda. Fue la primera fundación con renta y con «freilas» de velo blanco, obligándose además a comer carne algunos días. La cuarta fundación fue el 15 de agosto de 1568 en Valladolid, eligiendo de paso un sitio que le daban en Duruelo para frailes descalzos, que fundaron el 28 de noviembre del mismo año 1568. El 14 de mayo de 1569 fundó la quinta en Toledo, y el 23 de junio la sexta en Pastrana, por insistencia de la princesa de Éboli, fundando, además, otro convento para frailes descalzos, convertido en noviciado general de la Reforma. La séptima fue en Salamanca, el 1 de noviembre de 1570; y la octava en Alba de Tormes el 25 de enero de 1571.

     Se cerró así su primera fase fundacional, por haber sido nombrada priora del convento de la Encarnación, donde tomó posesión entre un griterío infernal de protestas de las monjas, que pocos días después se le rindieron y acataron su reforma con tanta perfección como su propio convento de S. José. Llamó para confesarlas a S. Juan de la Cruz. De éste recibió grandes luces sobre la vida espiritual, que Teresa introdujo luego en su obra cumbre, Las Moradas del Castillo interior. El 18 de noviembre de 1572, comulgando de manos del Santo, recibió la merced del «matrimonio espiritual». A primeros de 1573 salió a instancias de la duquesa de Alba, que la tuvo en su palacio, y luego estuvo con las descalzas de Salamanca, donde el P. Jerónimo Ripalda, jesuita, le ordenó

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escribir el Libro de las fundaciones, que comenzó entonces y proseguiría hasta el fin de su vida, según iba fundando. La novena fundación fue el 19 de marzo en Segovia, para recoger a las religiosas de Pastrana, a las que la princesa de Éboli les hacía la vida imposible, después del fallecimiento de su marido, el príncipe Ruy Gómez de Silva, pretendiendo ser ella descalza sin dejar de ser princesa. La décima fue en Beas, el 24 de febrero de 1575. Allí encontró al P. Gracián, visitador apostólico, que le ordenó, como tal, que fuese a fundar en Sevilla. Por renuencia del arzobispo se retrasó la fundación un año; mientras tanto, Ana de S. Alberto hizo en su nombre la de Caravaca (1 de enero de 1576), que fue la undécima, y por fin, la de Sevilla, que fue la duodécima, se celebró solemnísimamente el 3 de junio de 1576. Al día siguiente de madrugada partió, castigada por el generalísimo del Carmen, para recogerse en el convento de Toledo «a manera de cárcel», y luego en el de Ávila (julio 1577). Durante su retiro en Toledo escribió Visita de descalzas, parte de las Fundaciones, y su obra cumbre Las Moradas, que concluyó en Ávila.

     El 18 de junio de 1577 murió el nuncio N. Ormaneto y el 29 de agosto llegó Filipo Sega para sucederle. Teresa dice sin rebozos: «Murió un nuncio santo; vino otro, que parecía le havía enviado Dios para ejercitarnos en padecer..., condenando a los que le pareció le podían resistir, encarcelándolos, desterrándolos». Los propósitos de Sega de anular a los descalzos fueron desarticulados por la fina política de Felipe II, y cuando él creyó que la cuestión había concluido, tuvo que rodearse de «cuatro acompañados» que resolvieron la causa de los descalzos según los deseos de Teresa. El 1 de abril de 1579 fue nombrado vicario general de los descalzos fr. Ángel de Salazar, mientras se resolvía en Roma la causa, que concluyó con el breve Pia consideratione de Gregorio XIII, de 22 de junio 1580, que constituía a los descalzos en provincia separada de los calzados. Entre tanto, Teresa fue constreñida a reanudar sus fundaciones, la decimotercera tuvo lugar el 25 de febrero de 1580 en Villanueva de la jara, en la casa de las «nueve beatas». Fue en Palencia la decimocuarta, donde era obispo Álvaro de Mendoza, el 29 de diciembre de 1580. De allí fue conducida honrosamente a Soria, donde fundó la decimoquinta el 3 de junio de 1581. La última, la de Burgos, fue la más difícil. Partió en enero, y no la concluyó hasta el 19 de abril de 1582, mientras Ana de Jesús, delegada por ella, fundaba en Granada (20 de enero de 1582) en compañía de S. Juan de la Cruz. En total fueron diecisiete sus fundaciones.

     Muerte y canonización. El 5 de abril de 1582 zarpaban del puerto de Lisboa los primeros misioneros descalzos con rumbo al Congo. Teresa salió de Burgos con miras a fundar en Madrid; mas en el camino se le ordenó ir a Alba de Tormes para estar presente en el parto de la joven duquesa de Alba, que dio a luz prematuramente; Teresa. llegó a la villa ducal al atardecer del 20 de septiembre molida del viaje y con mortal hemorragia. El 1 de octubre se acostó y no se levantó más. El 3, a las cinco de la tarde, recibió el viático. El 4, a las siete de la mañana, perdió el habla, se echó de un lado en silencio, y a las nueve de la noche, con sonrisa inefable, expiró. Por la corrección del calendario, el día siguiente era 15 de octubre. El cadáver despedía perfume penetrante, milagroso. Temiendo que lo robaran, se la enterró precipitadamente a las once de la mañana, muy hondo, bajo cuatro carretadas de cal y canto. Fue sacada el 4 de julio de 1583, íntegra y olorosa, con la sangre fresca y fluida y la carne blanquísima y no pesada. Se la trasladó sigilosamente a Ávila. El duque de Alba protestó, y el nuncio César Speciano mandó (18 de agosto de 1586) que fuese devuelta a Alba. Se entabló pleito con Ávila y, al fin, Sixto V confirmó el fallo de Speciano el 10 de julio de 1589. En 1592, y por iniciativa del P. Gracián, entonces en Roma, se iniciaron los informes previos en orden a su beatificación. Fue beatificada por Paulo V el 24 abril de 1614 y el acontecimiento se celebró con justas literarias en toda España. El 13 de julio de 1616 se examinó de nuevo el cadáver. El 16 de noviembre de 1617 las Cortes españolas de Felipe III la proclamaron patrona de España; Urbano VIII confirmó el título en 1627; mas lo rectificó poco después por la competencia de Santiago, alegada por los santiaguistas. El 22 de marzo de 1622 fue canonizada por Gregorio XV, juntamente con los S. Isidro, Ignacio, Javier y Felipe Neri. Del 2 al 29 de octubre de 1750 se hizo otra minuciosa revisión del sepulcro, y una última aún, por motu proprio, de 6 junio de 1914, de S. Pío X. En 1922 la Universidad de Salamanca la declaró doctora honoris causa; el 18 septiembre de

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1965, Paulo VI, por el breve Lumen Hispaniae, la proclamó patrona de los escritores católicos de España. El 27 septiembre de 1970 fue declarada por Paulo VI Doctora de la Iglesia. Se celebra su fiesta el 15 de octubre.

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LA ORACIÓN EN TERESA DE JESÚS

Teresa en su libro de la vida dice: “me mandan que escriba el modo de oración y las mercedes que Dios me ha hecho.”

El místico no es dogmático, es dialogante, necesita comunicar su experiencia de Dios como recibir la de los demás. El místico no habla sobre la oración, comunica su oración; no problematiza, brinda soluciones.

Teresa es una mística. Ella ha recibido abundantemente la comunicación de Dios (experiencia), ha entendido cuanto se le daba (inteligencia de la gracia recibida) y ha tenido la facultad de comunicar (transmisión). Por estas tres cosas se dan en ella las condiciones de un verdadero magisterio.

El desarrollo de la exposición será en tres partes: 1) Experiencia oracional de Teresa; 2) Los grados de oración que ella describe en el libro Moradas; 3) Su pedagogía.

EXPERIENCIA ORACIONAL DE TERESA

Oración difícil

Todos saben que Teresa tenía oración abundante pero no todos saben que Teresa luchó por la oración, que se le había convertido en un ejercicio doloroso, impracticable. Durante largos años se convierte en el dolor más intenso de la vida de Teresa.

Nos cuenta que en su adolescencia se había entregado a cosas vanas. Su padre decidió internarla en el colegio de las monjas agustinas. “Allí comenzó mi alma a tornarse a acostumbrar en el bien de la primera edad. Comencé a rezar muchas oraciones vocales”. Pero su decisión se dio ya en el monasterio de la Encarnación al leer el libro “Tercer Abecedario” de Francisco Osuna “Determineme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas” (V. 4, 6)

En el mismo monasterio abandonó la oración por un año. Fue el P. Vicente Barrón O.P. quien la incitó a volver a la oración. Teresa habla de casi veinte años de oración difícil, desde profesa hasta 1554. Este será el año de su conversión definitiva (V. 9, 1-3). Teresa prueba con su vida lo que exigirá después a sus discípulos para iniciar y mantenerse en el camino de la oración.

¿Qué es lo que hace difícil la oración de Teresa?Podemos enumerar:- incapacidad de discurrir - distracciones y sequedad. Incapacidad de sujetar la imaginación- incoherencia ante oración y vida- falta de maestro - el ambiente comunitario que no favorece

Desarrollemos un poco cada uno de estos puntos.

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Incapacidad de discurrir

Teresa no puede centrar el entendimiento en las cosas de la fe. No puede aprovecharse de la imaginación hacer representaciones donde recogerse. Ante estas cosas aconseja usar un libro, contemplar la naturaleza, contemplar una imagen.

Teresa distingue dos tipos de personas: los pueden discurrir y los que no. Ella integra el segundo grupo.

Los que pueden discurrir:1) Solo con el entendimiento

Al primer grupo de personas ella les da algunas orientaciones. “Llamo yo meditación al discurrir mucho con el entendimiento” (6M 7, 10). La meditación es una búsqueda, un tanteo; la contemplación será un hallazgo. “La meditación es todo buscar a Dios” (6M 7, 7) y también dice “Quien puede ir por tan buen camino, el Señor le sacará a puerto de luz y con tan buenos principios, el fin lo será (C. 19,1)

Pero, advierte la santa, no deben convertir todo su oración en un discurso, no debe ser así toda la oración (V.13, 11), porque la sustancia de la oración no está en pensar mucho sino en amar mucho (4M 1, 7). Teresa exhorta a que acallando el entendimiento den paso a la palabra cordial, que den paso al silencio amoroso, a la atención íntima, a la mirada penetrativa.

No es lo mismo componer razones que hacer actos y alabanzas a Dios. Trabajar el entendimiento “sacando conceptos” que palabras interiores que se dirigen al Amigo. Es dar un paso a una oración más sencilla: “acertarán en ocuparse un rato en hacer actos de alabanzas a Dios y holgarse de su bondad, y que sea el que es, y en desear su honra y gloria esto como pudiere, porque despierta mucho la voluntad (4M 1, 6)

Este es un momento crucial en la vida de oración, al que llegan muchas personas y del que pocos pasan. El problema se presenta cuando comienzan a gustar los primeros asomos de la “quietud” o “recogimiento” espiritual, suave y casi imperceptible (4M 3, 8). Ya no pueden discurrir como antes. Entonces hay que dar paso a la voluntad. Cuando se ha producido el movimiento de la voluntad, por intervención de Dios porque la han movido las consideraciones del entendimiento, aconseja Teresa como maestra de oración, no terminar su meditación. El trabajo del entendimiento será muy discreto y suave: “Cuanto más una palabra de rato en rato, suave, como quien da un soplo en la vela, cuando ve que se apaga para volverla a encender” (C. 31, 7)

2) Con el entendimiento y representar con la memoria:

Otra distinción es discurrir con el entendimiento y representar con la memoria. El entendimiento no discurre sino que representa en un acto simple a la Persona. Es una atención a Cristo, penetrativa, amorosa. Ocupado de este modo el entendimiento no puede discurrir. Ve la verdad con más profundidad y más gusto que por el razonamiento. Sigue ocupado pero de otra manera “mirando con un sencilla vista” (6M 12).

Teresa recomienda personalizar cualquier tema para que el encuentro de persona a Persona se produzca “Que esté con él allí, acallando el entendimiento” (V. 13, 22). Ella teme que el orante esté con sus ideas, persiguiéndolas y disfrutándolas y se escape la Persona.

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Los que no pueden discurrir:

Aquí su atención es más detallada, por encontrarse ella en esta situación.

La oración de recogimiento (la oración de los que no pueden discurrir) tiene un dato previo fuertemente determinante; el dato de la fe, Dios nos inhabita, Dios vive dentro de nosotros. El movimiento será de la persona hacia la Persona, un verdadero movimiento de interiorización.

Dios lo tienes dentro. No hace falta para ir a buscarlo, sino hay que ponerse en soledad y mirarle dentro de sí. (debemos decir que no es un movimiento psicológico sino teologal)

¿Qué debe hacer entonces la persona que ora? “No os pido más que le miréis”. Una mirada silenciosa, sencilla, penetrativa de amor.

Esta oración puede realizarse aún con gran sequedad. Es una actitud de fe, pues no siempre tiene un ejercicio gustoso y suave. Dice ella: “Tenemos muy acostumbrada nuestra alma y pensamiento a andar a su placer que para que vuelva a casa es necesario artificio” (C. 26, 10). Con trabajo, constancia, poco a poco hay que irse acostumbrando a esta forma de oración y mostrar al principiante que ahí está la razón de que no le resulte un ejercicio agradable. “Les confieso que nunca supe que cosa era rezar con satisfacción hasta que el Señor me enseñó este modo y siempre he hallado provechos” (C. 29, 7)

Describiendo estos provechos dice:1- Esta forma de obrar va labrando el edificio para la oración de quietud y aunque por esta vía

no se puede obrar con el entendimiento se llega más rápido a la contemplación (v. 8, 1). Se privilegia la atención a la Persona (y no a idea) y se asegura un dinamismo y calidad de relaciones (en la oración con la persona) y en las relaciones personales se acentúa el amor.

2- Se logra un fortalecimiento interior. El espíritu se va imponiendo sobre los sentidos “estos van perdiendo su derecho para que el alma cobre el suyo” (4M 3, 1). Se dará un dominio progresivo, cada vez más rápido y fácil, hasta convertirlo en habitual. Los sentidos quedarán rendidos y el recogimiento interior será más hondo y permanente.“Y cuando tornen a salir (los sentidos) es gran cosa haberse ya rendido, porque salen como cautivos y sujetos y no hacen el mas que antes pudieran hacer (C. 28, 7). Sentidos y espíritu, sensual y espiritual son dos formas antagónicas de ser. Una no elimina a la otra, la domina y controla. Así los sentidos ya no hacen daño porque viven una libertad vigilada y se recogen así cuando el espíritu lo decide.

3- El trato con Dios se hace más fácil y se adelanta más en el camino del amor.

Los medios que propone para esta forma de oración podemos también resumirlos en tres:1- Adquirir conciencia de la presencia de Dios en nosotros “Representar al mismo Señor junto

a vos” (C. 26, 1).2- Avivar y reactualizar esta presencia durante la jornada, a lo largo de las ocupaciones.3- Darse, jugarse la vida por esta amistad. Darle el palacio de nuestro corazón. El no ha de

forzar nuestra voluntad, no se da a sí del todo hasta que nos demos del todo (C. 28, 12)

Distracciones y sequedad

Otros de los inconvenientes en la oración de santa Teresa serán las distracciones. Ella es conciente de la naturaleza herida del hombre por el pecado. La oración va a estar marcada por un querer y no poder, como una experiencia de impotencia.

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Así dirá “No es bien que por los pensamientos nos turbemos, que si los pone el demonio cesará con esto, y si es, de la miseria que nos quedó del pecado de Adán, con otras muchas, tengamos paciencia y sufrámoslo por amor de Dios” (4M 1, 11). Padezca esto el alma aunque no hay culpa en esto. Ella vivió con mucha culpa todo esto durante años y dice a sus discípulos que no hay que vivir así. Teresa llegará a dudar de la oración, aún la mística en que no se den estas molestias.

La sequedad también se hace presente en la oración de Teresa y da este consejo: “de las sequedades sacad humildad y no inquietud que es lo que pretende el demonio; y creed que donde la hay de veras, aunque nunca dé Dios regalos, dará una paz y conformidad con que anden más contentas que otros con regalos. Pruébanos Señor que sabes las verdades, para que nos conozcamos” (3M 1, 9)

El Señor con las sequedades quiere probar para ver el amor, si es igual en la sequedad como en los “gustos”. Dios corta su comunicación por el camino más sensiblemente gustoso de una oración meditativa, purifica al hombre que tiene esta forma de tratar con Dios y cambia la oración a una forma más simple y espiritual que es menos perceptible (más seca para el sentido). “Muchas veces quiere Dios que sus escogidos sientan sus miserias y aparta un poco su favor, para que nos conozcamos mejor” (3M 2,1). El orante que no acepte esta actuación de Dios experimentada como purificadora elevará con su comportamiento el nivel de sequedad, disgusto y distracción.

Esta sería una actitud de resistencia a vivir la verdad, a ser humilde, no aceptar la acción de Dios que nos prueba y discierne. Hay que aceptar el paso de Dios para que “haga como en casa propia”. Por el intercambio amistoso, el hombre ha cedido a Dios-amigo su vida y por ello la historia concreta. No asumirlo existencialmente significa agudizar la experiencia de sequedad.

Para concluir Teresa dice sobre la sequedad y distracciones que no nos deben preocupar porque no está en nuestras manos el control. Por eso no impiden la oración. Puede darse un auténtico acto de oración al tiempo que se padecen los golpes violentos de la imaginación. Dice al Padre Gracián: “que no se entiende que no ora el que padece (tentaciones, sequedades, tribulaciones) pues lo está ofreciendo a Dios y muchas veces más que el que está quebrando la cabeza a sus solas y pensara, si ha estrujada alguna lágrima que aquello es oración” (Carta 133, 23 de octubre de 1676)

“Ríase de el pensamiento o imaginación” (C. 31, 10) “No se gaste en detener el vuelo de la imaginación, solo Dios puede atarle” (4M 1, 8).

Incoherencia entre vida y oración

El primer consejo a los que no pueden discurrir que da Teresa es: “les conviene más pureza de conciencia que a los que con el entendimiento pueden obrar” (V. 4, 9). Cuanto más limpia y comprometida se viva la vocación cristiana tanto más fácil resultará el ejercicio de la oración.

Teresa cuenta que al principio tenía problemas en su oración, se reducía a unos tiempos precisos y sus determinaciones y deseos estaban firmes pero solos por aquel rato. Se da cuenta que no guardaba todo su amor para Dios. Así opto por el camino más fácil, rebajar las exigencias (“camino de muchos”) y dio riendas a la demanda de su naturaleza. De su propia experiencia dirá: “si queréis llegar al camino de la contemplación, reformad vuestra vida” (C. 16, 1).

Teresa hacía oración pero no vivía la oración. Consagraba tiempos pero no era orante. Eran presencias que no la dejaban vivir la Presencia. Es imposible conciliar Dios y mundo, vida espiritual y contentos, gustos y pasatiempos sensuales (V. 7, 17) “Procuraba tener oración pero vivir

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a mi placer” (V. 13, 6). El resultado: ni yo gozaba de Dios, ni el mundo me contentaba (V. 8, 2). Si la oración no gana la vida, la vida comienza a minar la oración.

Teresa comienza a tener vergüenza de presentarse ante Dios. Hay que elegir o Dios o el mundo. Es así que se decide al abandono de la oración. Se decía que volvería a ella cuando logre componer su vida.

Con el tiempo se dará cuenta de su error, de que era una falsa humildad. La oración aún denunciando el pecado, abre a la verdad de la misericordia de Dios y a la esperanza.

La oración pone al descubierto la propia vida. La oración es un calado tan profundo que pocos hombres resisten. La misma Teresa sucumbió para no verse expuesta a la luz que la juzgaba. Es que en el silencio todo el mundo íntimo se viene encima al hombre. Es unos de los dolores que tiene que afrontar el orante. Dolor que frena y obstaculiza sobre todo al inicio de la vida de oración.

El conocimiento de la propia ruindad se hace más radical en la oración mística. Se ven las faltas e imperfecciones. “Animas animosas como vayan con humildad y ninguna confianza de sí (v 13, 2)

Falta de director

“Porque no hallé maestro- digo confesor que me entienda- aunque le busqué por veinte años” (V. 4, 5).

Una de las grandes dificultades en la oración es hacer solo el camino. Hay que acompañar al orante concretamente, individualmente, abriéndole a la gracia de la amistad divina desde sus propias capacidades y según las modalidades que revista la acción de Dios. (Obra de orfebrería)

Un buen pedagogo de oración mirará ante todo el “ser”, la realidad fáctica que le presenta el discípulo. Enseñar a orar es enseñar a hacer su oración. El conocimiento de la base humana es una pieza importante, clave para el desarrollo de la oración personal, en cambio si se ignora al sujeto es condenar la oración a una brutal abstracción.

Ambiente

Cuando ella después de haber dejado la oración, la retoma por consejo del P. Barrón O.P. dice que le era dificilísimo.

Como la oración no era común, sino que cada una la hacía en particular, exigía una fuerza de voluntad enorme. Ella cuenta que cada vez que entraba al oratorio era tanta la tristeza que era necesario todo su ánimo. Después que se había vencido, se hallaba con una gran quietud (V. 8, 7)

El ambiente era muy aseglarado, “usábase tan poco el camino de la verdadera religión, que más ha de temer el fraile y la monja que ha de comenzar de veras a seguir del todo su llamamiento a los mismos de su casa que a todos los demonios” (V. 7, 5).

El debilitamiento de la estructura comunitaria estaba en la falta de nivel y ambiente de exigencia. Tenía que hacer contra corriente y en solitario el camino de la fidelidad que ella percibía con claridad. Todo esto será tenido en cuenta a la hora de la reforma.

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LA ORACIÓN EN TERESA

La primera descripción de la oración se encuentra en el capítulo cuarto del libro de su vida: “procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor dentro de mí presente y esta era mi manera de oración” (V. 4, 8). También: “Estaba con Él, lo más que me dejaban mis pensamientos porque eran muchos los que me atormentaban” (V. 19, 7).

Traer a Jesús a la vida no es imaginarlo, sino revivir sencillamente el hecho de su presencia, reactualizarlo en lo interior. Lo que califica la oración no es lo que la acompaña, sino la presencia en lo que se tiende a desembocar.

Teresa da dos tipos de definiciones de oración, una más intelectual y la otra más sencilla. Veamos ambas según el orden indicado: “elevación de la mente a Dios”; “petición a Dios de las cosas que convienen a los hombres”.

Teresa nos dice que no todos son hábiles para pensar, pero sí para amar. Tratar de amistad es amor, amor que “hace la oración”. Una amistad podemos decir teologal para diferenciarla de la humana que siempre tendrá algo inconsistente. En la oración que enseña Teresa no interesa el “que” sino el “quien con quien”. Ella simplifica las cosas: orar será estar o querer estar en tan buena compañía como la de Dios: Destaca ella el querer estar porque tal vez el resultado no sea satisfactorio. “No es otra cosa oración mental sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama” (V. 8, 5).

Lo que el hombre debe aportar a la oración es justamente esto, el querer estar, si esto se asegura, la oración está. Este querer estar tiene validez a pesar de las sequedades y distracciones “Agrade al Señor que nos deja andar deseosos de contentarle, aunque sean flacas las obras” (V. 12, 3); “aunque nos parezca tan poca cosa Dios tiene en cuenta nuestros ratos de oración” (7M 13).

El hombre debe tomar conciencia de un Dios que vive atento al hombre mirándolo. El nos mira Espera nuestra mirada Multiplica su acción estimulante sobre nosotros.

La oración: encuentro interpersonal con la verdad

La oración es epifanía, encuentro de verdades. Conocer a Dios y a sí mismo hará que el encuentro sea real, que la oración sea auténtica y así generadora del hombre nuevo. Quien no ora, no entra dentro de sí, y se ignora. Se queda en la cerca, no vive en su propia casa “¿Puede ser mal mayor que no nos hallemos en nuestra misma casa?” (2M 1, 9)

Teresa dice que se necesitará maña y suavidad para volverla a casa: “fuera del castillo no hallará, ni seguridad, ni paz; que se deje de andar por casas ajenas que la suya está llena de bienes, en especial teniendo a tal huésped que lo hará señor de todos sus bienes, si el quiere no andar perdido como hijo pródigo comiendo manjar de puercos” (2M 1, 4).

En el silencio orante se ve todo el mundo íntimo, roto y revuelto del hombre. Todo se viene encima. Este será uno de los dolores con los que tienen que enfrentarse el orante.

Al ver las faltas e imperfecciones, la oración fructifica en humildad (V. 39, 14).

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La oración: encuentro interpersonal en el amor

El amor tiene la primacía absoluta en la oración teresiana. Al plantearse Teresa donde está la sustancia de la perfecta oración dice: “para aprovechar mucho en este camino y subir las moradas que deseamos no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho” (4M 1, 7).

La oración es un movimiento de la persona a la Persona (Dios). Atención y concentración en el amor que me tiene. Orar es descubrirse amado. Ese amor vence todas las resistencias que surgen de nuestra condición de pecadores y que bloquean y abortan la amistad.

Sabernos amados no es tarea fácil pero es absolutamente necesario para cualquier intento serio de vida espiritual. Todo debe estar ordenado en la oración a descubrir ese amor. Teresa se centra en el amor porque “amor saca amor” (V. 22, 14), sabernos amados nos despierta a amar.

Tratar de amistad es algo más que el tiempo a “solas”, hace conciente la presencia de Jesús en la vida, es ir siendo amigos de Dios. “El verdadero amante ama en todas partes y se acuerda siempre del amado. Recia cosa sería que solo en los rincones se pudiese traer oración” (F. 5, 6).

La oración: encuentro transformante

La oración que no penetra en la vida se desacredita a sí misma.

El trato de amistad no precisa personas inmaculadas, sino personas que quieren ser y hacerse por el camino de la oración, personas que deciden llevar a cabo esto por el camino de la oración.

Antes de que la oración transforme la vida hay una larga y dolorosa primera etapa que será la voluntad de orar pese a todo. Si caen no es desmayo “digo que no desmaye nadie que ha comenzado a tener oración, si no lo deja, crea que le sacará a puerto de luz” (V. 19, 4).

Para ser orantes nos dice Teresa no hay que ofender a Dios y caer en pecado antes de comenzar, lo que dice es que no se deje bajo ninguna circunstancia la oración. “Bien sabe su Majestad aguardar muchos días y años, en especial cuando ve perseverancia y tenemos buenos deseos” (2M 1, 3). Uno se pierde cuando deja la oración, dejarla es cerrar la puerta a Dios. Entonces “aunque quiera no puede hacer mercedes porque no tiene por donde regalarse y regalarnos” (V. 8, 9).

Teresa deja en claro que la oración y la vida no pueden correr indefinidamente caminos separados. Pero nuestras fallas de vida no impiden que aquí y ahora pueda darse auténtico trato de amistad.

La oración transforma la vida: tratar de amistad es realizar, desarrollar, profundizar la amistad hasta la plenitud. Ser para el Amigo, lo que Él es para mí. Nadie que se acerca a Dios sale como estaba.

Teresa también cuenta sus pecados para demostrar lo que Dios ha hecho en ella por la oración: “que se vea bien la misericordia de Dios y mi ingratitud, que se vea el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone a tener oración con voluntad” (V. 8, 4).

La oración tiene un gran poder transformador. Teresa pregunta y responde: ¿Quieren una prueba? Mi vida.

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Las moradas es un esquema simplísimo del verdadero movimiento del encuentro con Dios. Cada morada es el resultado de una gracia que acogida implica y actúa una respuesta lo que da lugar a la realización de una concreta perfección. La última morada es llegar al máximo desarrollo de la gracia: el matrimonio espiritual. Este desarrollo de la gracia es amor receptivo que se convierte en oblativo, de presencia y respuesta.

La transformación de la vida además es criterio según el cuál sabemos que la oración va por buen camino. La mejor oración será aquella que haga mejor al hombre. Es el principio único para discernirlo. “Si la oración es con grandes tentaciones y sequedades y tribulaciones y esto me dejase más humilde, esto tendría por buena oración” (Carta al P. Gracián).

En la vida se muestra la densidad de la oración. Donde se ve un cambio positivo de vida es señal inequívoca que Dios actúa. Las manifestaciones místicas no serán criterio a tener en cuenta para enjuiciar la vida espiritual de una persona. El discernimiento en Teresa atiende a los frutos, a las virtudes ala vida para saber el alcance auténtico de la oración.

La oración: encuentro dinámico

Concebida la oración como amistad, se comprende que la oración sea algo inacabado, en curso, en realización. La amistad conoce el punto de partida pero no el término.

Teresa al hablar de este dinamismo utiliza el lenguaje simbólico de “formas” de regar el huerto y múltiples “moradas” en las que puede situarse el trato con Dios.

Aún cuando la sustancia de la oración sea idéntica en todos los orantes, las modulaciones serán variadísimas. Es necesario saber esto para la dirección espiritual. No puede aplicarse las mismas leyes, los mismos consejos a los orantes en los distintos momentos.

¿Cómo se concibe y expresa el crecimiento en la oración en el mensaje teresiano? La oración es un movimiento de interiorización, un paso progresivo de la exterioridad a la interioridad. Dios está en el centro: ahí vive y desde ahí actúa, hacia ahí atrae. “Ahí en el templo de Dios, en esta morada suya, solo Él y el alma se gozan en grandísimo silencio” (7M 3, 49

El hombre al principio vive fuera de la casa, en la sensualidad, desterrado y exiliado (2M 1, 7). La oración es la puerta de entrada. Orar es entrar (1M 1, 7). De la oración del hombre que vive en las primeras moradas al que llegó a las séptimas hay un abismo. Son los mismos protagonistas, el vínculo es el mismo (amor), ¿Qué los distingue? El nivel de ofrecimiento y acogida a Dios. La interioridad o verdad en que se vive el encuentro.

Los grados de oración según “Las Moradas”

Teresa es reconocida como maestra excepcional del itinerario místico gracias a su: 1) experiencia, 2) penetración y análisis de la misma, 3) capacidad de saber transmitirla.

El elenco de clasificación sería el siguiente:

Oración de recogimiento infuso (corresponde a la cuarta morada)

Éste es la primera forma de oración infusa según el esquema de las moradas.

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Nace de un poderoso llamamiento de Dios que despierta y atrae a su presencia –a todo hombre- potencias y sentido. “Tiene tanta fuerza este silbo del pastor que desamparan las cosas exteriores en que estaban enajenados y métense en el castillo” (4M 3, 2).

El hombre experimenta que Dios está actuando en él “Siéntese notablemente un encogimiento suave a lo interior, es decir, atención inevitable, forzosa y pasiva a la Persona (Dios) que es la que lo llama para que esté atento a las (cosas) interiores” (4M 3).

Con la oración de recogimiento no se ha de dejar la meditación ni la obra del entendimiento. La acción de Dios no es todavía ni fuerte, ni permanente. Son los primeros pasos de la oración mística.

Oración de Quietud (corresponde a la cuarta morada)

Esta oración es una acción de Dios por lo que avisa y hace tomar conciencia al alma de su presencia. “Entiende esta alma que su Majestad está tan cerca de ella” (V. 14, 15).

Se destaca de las descripciones de esta oración: la comunicación progresiva de la presencia divina al alma. Esto es lo determinante y específico de las oraciones infusas que ahora comienzan.

Esta oración de quietud afecta sobre todo a la voluntad: “Solo la voluntad, se ocupa, se cautiva, da consentimiento para que la encarcele Dios” (V. 14, 2)

Las otras dos potencias: entendimiento y memoria siguen su curso, están libres para pensar lo que está ocurriendo. A veces “dan guerra”. Teresa aconseja no hacer caso de ella (C. 31, 10; V. 14, 3)

El gozo interior que produce la comunicación de Dios se desborda. Todo el hombre interior goza de este gusto y suavidad.

Oración de unión (corresponde a la quinta morada)

En este grado de oración todas las potencias interiores están ocupadas en Dios, incluso la memoria (o imaginación). Sólo quedan libres los sentidos corporales externos.

Las principales características: 1) Ausencia total de distracciones por estar embebidas de Dios todas las potencias del alma; 2) Certeza de haber estado el alma unida a Dios aún después de pasado el fenómeno contemplativo “fija Dios a sí mismo en lo interior de aquel alma de manera que cuando torna a sí, de ninguna manera puede dudar que estuvo en Dios y Dios en ella (5M 1, 9); 3) Ausencia de cansancio por mucho que se prolongue esta oración. El alma se siente bañada en una dulcísima paz.

Esta acción de Dios conlleva una absoluta pasividad del hombre. Es acción divina que desborda por dentro y fuera del hombre. “Se queda como sin sentido aquello poco que dura, que no se puede pensar aunque quieran: aquí no es necesario con artificio suspender el pensamiento hasta el amar, si lo hace, no entiende como, ni qué es lo que ama, ni que querrían, en fin como quien de todo punto ha muerto al mundo para vivir más en Dios, es un arrancamiento del alma de todas las operaciones que puede tener estando en el cuerpo, aunque parece se aparta el ama de él para mejor estar en Dios (5M 1, 3). “Aquí (en estas moradas) porque ni hay imaginación, ni memoria, ni entendimiento que pueda impedir este bien, no puede entrar el demonio ni hacer ningún daño porque está su Majestad tan junto y unido con la esencia del alma, que no osará llegar (5M 1, 5).

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Efecto teologal: certeza absoluta de que Dios está presente en el interior del hombre: “fija Dios a sí mismo en lo interior de aquel alma de manera que cuando torna a sí no puede dudar que estuvo Dios y Dios en ella” (5M 1, 9-10).

Efecto moral: Teresa comienza a señalar el valor eclesial de la contemplación infusa. La gracia oracional trasciende y sobrepasa a la persona que la recibe. “Comienza a aprovechar a los prójimos” (V. 19, 3) “no soléis hacer, Señor, semejantes grandezas y mercedes a un alma sino para que aproveche a muchas” (V. 18, 4).

Unión estática (corresponde a la sexta morada)

La unión se va intensificando. El alma herida profundamente del divino amor, llega hasta perder el uso de los sentidos ye experimentar un deleite intensísimo que supera sus fuerzas corporales.

Los sentidos padecen una especia de desfallecimiento, incapaces de resistir el peso de la gloria inmensa que experimenta el alma.

Teresa habla del “Desposorio Espiritual” un conocimiento de Dios en profundidad que enamora y acelera la purificación del hombre en vistas a la unión matrimonial. “Se da un ver el alma por una manera secreta quien es este Esposo que ha de tomar: porque por los sentidos y potencias en ninguna manera podría entender en mil años lo que aquí entiende en brevísimo tiempo (…) queda el alma tan enamorada, que hace de su parte lo que puede para que no se desconcierte este divino desposorio” (5M 4, 4).“Yo os digo hijas, que he conocido a personas muy encumbradas, y llegar a este estado, y con la gran sutileza y ardid del demonio tornarlas a ganar para sí, porque debe juntarse todo el infierno para ello; porque como digo no pierde un alma sola, sino gran multitud. Ya él tiene experiencia en este caso, porque si miramos la multitud de almas que por medio de una trae Dios a sí, es para alabarle mucho los millares que convertían los mártires, una doncella como santa Úrsula. Pues que habrá perdido el demonio por Santo Domingo y San Francisco y otros fundadores de Órdenes y pierde ahora por el Padre Ignacio que fundó la compañía, que todos recibían mercedes semejantes de Dios. ¿Qué fue esto, sino que se esforzaron a no perder por su culpa tal divino desposorio? (5M 4, 6)

Conocimiento sereno y pacífico que aumenta la voluntad de purificación y limpieza para unirse plenamente a Dios. “Todo es para más desear y gozar al esposo y su Majestad como quien conoce nuestra flaqueza, vala habilitando con estas cosas y otras muchas, para que tenga ánimo de juntarse con tan gran Señor y tomarle por esposo” (6M 4, 1).

El Desposorio es una intensa y profunda preparación al Matrimonio Espiritual.

Unión transformante (corresponde a la séptima morada)

El proceso llega a su plenitud. El movimiento de interiorización ha culminado en el centro.

En este momento se da el “Matrimonio Espiritual”. “Queda en el alma, digo el espíritu de esta alma, hecho una cosa con Dios” (7M 2, 4). “Siempre queda el alma con Dios en aquel centro” (7M 2, 2). “Aquí se le comunica todas las tres personas” (7M 1, 7). “En este templo de Dios, en esta morada suya sola Él y el alma se gozan con grandísimo silencio” (7M 3, 11)

Los efectos que se dan en este estado de la oración son:

1) Muerte Total del propio egoísmo y amor desordenado de sí mismo.

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2) Gran deseo de padecer, pero sosegado y tranquilo, subordinado a la voluntad de Dios.

3) Grandísimo gozo interior cuando se es perseguido.4) Ya no se desea morir, sino vivir muchos años padeciendo grandísimos

trabajos para que el Señor sea glorificado.5) Desprendimiento de lo creado, ansias de soledad.6) Paz y quietud imperturbables.7) Ausencia de éxtasis y arrobamientos porque el alma está acostumbrada a

las comunicaciones divinas sin pérdida de los sentidos.

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Pedagogía de la oración

La oración requiere aprendizaje, largo y costoso. La oración no nace, ni se desarrolla, ni llega a plenitud en cualquier terreno y bajo cualquier clima.

Teresa no enseña ningún método sino que lo suyo es pedagogía. Para Teresa la oración es “trato de amistad”. Los medios de la enseñanza de la oración hay que

buscarlos en el campo de la fe. Pero la oración la vive un hombre concreto. Habrá que buscar los factores de índole humana que faciliten y ayuden la vivencia del trato de amistad con Dios.

Es necesario atender al orante, a la persona que ora. Teresa enseña a asumir el compromiso de ser, de reconstruirse a sí mismo desde la perspectiva de la fe, para poder ser orante y no solo hacer oración.

Para ella enseñar a orar es enseñar a vivir las exigencias de la amistad con Dios. Hay que poner en tono la vida para hacer oración. Sin empeño de amar al hermano, sin liberarse de toda atadura y de obrar la verdad no hay posible oración de amistad. No hay posible oración porque falta el orante.

“Hijas, si queréis que os diga el camino para llegar a la contemplación, sufrid que sea un poco larga en cosas, aunque no os parezcan luego importantes –aunque a mi parecer no lo dejan de ser- y si no las queréis oír ni hablar, quedaos con vuestra oración mental toda vuestra vida, que yo os aseguro a vosotras y a todas las personas que pretendieren este bien que no llegaréis a verdadera contemplación” (C. 16, 1).

La crisis de la oración se incuba en la enseñanza que se imparte. No hay orante si no se mueve la vida espiritual por estas líneas de recreación interior del hombre.

Libertad

Porque hay una opción positiva por la amistad con Dios se procede a un replanteamiento en profundidad de nuestra relación con todo.

las cosas materiales los quereres solo será bueno si fomenta los sentimientos y revela la opción por Dios. las personas

“Dios no se da a Sí del todo hasta que nos demos del todo” (C. 28, 12). “El cuerpo tiene una falta. Que mientras más le regalan, mas necesidades descubre (C. 11, 2). “Siempre mirad con lo más pobre que pudiereis pasar”. “Contentaos con poco”.

Es normal que la oración resulte un ejercicio impracticable a quien ande por ahí sin ninguna vigilancia, a quien le guste seguir la ley del mínimo esfuerzo.

Humildad

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“Como este edificio va fundado en humildad, mientras más llegamos a Dios, más adelante ha de ir esta virtud, y si no, va todo perdido” (V. 12, 4). “Lo que yo he entendido es que todo este cimiento de la oración va fundado en humildad y mientras más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios” (v. 22, 11). “El verdadero humilde ha de ir contento por el camino que le llevare Dios” (C. 17).

Humilde es el hombre que deja a Dios protagonizar su vida. No imponer, ni exigir, ni siquiera aconsejar a Dios donde nos tiene que llevar. “Su Majestad sabe mejor lo que nos conviene, no hay para qué le aconseje lo que ha de dar” (2M 1, 8).

El protagonismo de Dios se niega cuando el orante “se preocupa” o “hace mucho caso de sí”, “exigiendo” a Dios el cambio de situación cuando esta le resulta dolorosa.

Humildad es pobreza de espíritu “no buscar consuelo ni gusto en la oración sino consolación en los trabajos por amor a Él” (V. 22, 11).

No hay que desmoronarse cuando la vida golpea y desbarata los propios planes, cuando no llega el fruto que se espera y por donde y como se espera. Dios tiene sus caminos y sus ritmos. No traerle a nuestro “concierto” sino que “el concierto de nuestra vida sea lo que su Majestad ordenare de ella” (3M 2, 6).

La aceptación de su voluntad no es pasiva y con resignación, sino activa y dinámica. La humildad genera osadía, animosidad, transforma todo según Dios. “Su majestad gusta de ánimas animosas” (v. 13, 2).

Determinada determinación

Para Teresa se trata de una actitud que define al orante en su totalidad. Sin esta decisión firme y convencida toda pedagogía teresiana pierde su fuerza y unidad.

El hombre encuentra enormes resistencias en el camino de la oración. Resistencias que vienen de fuera y junto con estas dificultades están las del interior del hombre. “Somos tan caros y tardíos en darnos del todo” (V. 11, 1).

La resistencia más fuerte viene del propio corazón. Teresa tipifica como fuerzas egoístas retienen al hombre encerrado en sí mismo. De ahí le vienen los cansancios, las indolencias, los caracoleos engañosos que hacen imposible la amistad.

Así la determinación de Teresa al iniciar el camino va dirigida contra dos frentes:- contra los miedos y recelos que nos levantan desde fuera- contra las resistencias al amor que emergen desde dentro.

“Importa mucho y el todo una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella” (C. 21, 2). “No digo que quien no tuviere la determinación que aquí diré, lo deje de comenzar, porque el Señor le irá perfeccionando” (C. 20, 2).

Entonces ¿qué es determinada determinación? Es la decisión de atenerse a las reglas de amistad, querer vivir teologalmente. (Ver

más abajo la explicación de la expresión) Al principiante Teresa le dice: “No se acuerde que hay regalos en esto que comienza,

porque es muy baja forma de comenzar (2M 1, 7). Teresa quiere que contentemos a

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Él y no a sí (V. 11, 11). “Quien se anima a vivir la oración con amor gratuito “tiene gran parte del camino” (V. 11, 14).

Del lado opuesto están los que “nunca acaban de acabar” (V. 11, 15) porque están aferrados al egoísmo y no se abrazan a la cruz desde el principio.

La determinación no es solo inicial, se alarga en la perseverancia, en actitud permanente.

A la debilidad, inconstancia y pereza hay que hacer frente también con determinación. No volver atrás, no dejar lo que ha comenzado.

Fidelidad inquebrantable al ejercicio de oración por doloroso y difícil que resulte.

Vivir teologalmente: sabe el hombre que contenta a Dios con esta fidelidad seca y dura que deja un sabor de inutilidad pero que fragua en fuerte amistad. Con esta actitud teologal se vencen todas las revelaciones naturales y se superan todos los cansancios. Vivir para el Otro sin prestar oídos a las voces de la naturaleza que quieren hacerle desistir de una empresa que le cuesta y en la que, en largos períodos, no experimente beneficio alguno.

La soledad

Para Teresa la soledad es un elemento configurante de la oración. La oración exige la soledad y la crea. A ella conduce y de ella surge.

La educación a la soledad es pieza maestra en la pedagogía teresiana de la oración: “Ya sabéis que enseña Su Majestad que sea a solas, que así lo hacía Él siempre que oraba”.

La soledad en primer sentido es distanciamiento específico de personas, suspensión de actitudes para orar en trato personal, de tú a tú, con Dios. Espacio de tiempo que solo y a solas se vuelve a Dios.

La soledad no es huída de nadie sino presencia de Alguien. La soledad afina la sensibilidad del hombre para captar la voz de Dios y las pulsaciones más hondas del propio yo. Recomienda Teresa que en medio de la actividad más justificada y más evangélica, se creen espacios de soledad para avivar el recuerdo de la Persona por quien se hace cuanto se hace.

Tanta importancia le da Teresa a la soledad en la vida espiritual que la presenta como prueba de la autenticidad de la oración. Esta lleva consigo un acrecentamiento del deseo de soledad.

Comunicación de la experiencia de oración

Teresa asigna al grupo un valor excepcional en la promoción, mantenimiento y culminación del ejercicio y la vida de oración personal. En la reforma, Teresa ha querido crear comunidades orantes.

“Aconsejaría yo a los que tienen oración (…) procuren amistad y trato con otras personas que traten de los mismo (…) es cosa importantísima” (V. 7, 20). “Está todo el remedio de un alma en tratar con amigos de Dios” (V. 23, 4).

El grupo tutela y salvaguarda, promueve y aviva la unidad de la persona en su trato con Dios.

La oración forja apóstoles

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La oración es un adentrarse en lo íntimo de Dios, de igual modo se convierte en fuerza de aproximación, de búsqueda y servicio del hombre. El trato con Dios muestra la verdad de que Dios ama al hombre y esto desata en uno los deseos de entrega a los hermanos.

De Dios al hombre. Este es el camino que propone Teresa. Asegurando el “ser de Dios”, su pertenencia al Él; es como el ser para el hombre adquiere todo su realismo.

En la oración verdadera se ve al hombre como Dios los ve. La oración no es freno sino generador apostólico. La oración capacita y fortalece para el servicio. “No para gozar, sino para tener estas fuerzas para servir, deseemos y nos ocupemos en la oración” (7M 4, 14). “Si el alma está mucho con Él, como es razón, poco se acordará de sí; toda la memoria se va en como más contentarle y en qué y por dónde mostrará el amor que le tiene” (7M 4, 6).

La oración abre a los otros, dilata el corazón del hombre para la entrega, le fortalece para el servicio de los hermanos.

Uno de los pilares más firmes de su espiritualidad es descubrirse miembro activo de la Iglesia: “Todas ocupadas por los que son defensores de la Iglesia y letrados que la defienden” (C. 1, 2). La oración de sus monjas quiere que nutra, ponga solidez y calor, vida en los apóstoles: “vuestra oración ha de ser para provecho de las almas” (C. 20, 3).

Teresa señala los obstáculos que pone el demonio para el camino de oración “sabe el daño que de aquí le viene, no solo en perder aquel alma sino muchas” (V. 11, 4).

Teresa también piensa sobre la formación del apóstol. Poca prisa tiene Teresa para hacer apostolado y urgencia para hacer al apóstol.

Como no se improvisa el amor, no se improvisa el apóstol. El apóstol se forma en largas horas de intimidad con el maestro. Es así porque el apóstol no transmite una doctrina sino una Vida. Es testigo de Alguien que le ha cambiado el rumbo de su vida.

No hay que apresurarse, quien llama y convierte, quien hace despertar a la fe es Dios actuante en el apóstol, en El y por él sacramentalizado. Toda obra nuestra que no nazca de esta conformación interior con Dios no puede llamarse en sentido estricto apostólico.

“Las obras de Dios no se miden por los tiempos” (Carta a Lorenzo de Cepeda). No son las obras ni el tiempo los que hacen al apóstol, sino la raíz de donde salen, la calidad de su amor.

Teresa quiere asegurar que el trabajo no haga daño al apóstol por falta de preparación, de hondura espiritual, por no tener virtudes muy fuertes y que la acción apostólica alcance verdaderamente a los destinatarios.

Teresa tampoco teme cuando uno se sumerge mucho en el apostolado ¿Qué pasa con los tiempos de oración? No es falta de tiempo para orar lo que impide el adelantamiento espiritual, sino la falta de amor. “Personas (…) todas en ocupaciones de obediencia y caridad (…) veíalos tan medrados en cosas espirituales que me espantaban” (F. 5, 8).

No es el exceso de apostolado lo que atenta contra la vida del espíritu sino el exceso de egoísmo (que puede darse en la oración silenciosa como en los compromisos apostólicos). Dios ama tan de verdad al los hombres que la mejor forma de expresarle nuestro amor es empeñarnos por ellos. Esta es la dinámica del amor de Dios; no de repliegue sino de expansión.

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LA ORACIÓN NO ES FÁCIL PERO ES POSIBLE PORQUE ÉL NOS CAPACITÓ PARA AMAR.

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BIBLIOGRAFÍA

GRAN ENCICLOPEDIA RIALP (GER), Voz: Teresa de Jesús, Rialp, 1991-1993

HERRAIZ GARCÍA, Maximiliano, “La Oración historia de amistad”, Editorial de Espiritualidad, Madrid.

ROYO MARÍN, Antonio, “Los grandes maestros de la vida espiritual”, B.A.C., Madrid

ROYO MARÍN, Antonio, “Doctoras de la Iglesia”, B.A.C., Madrid

TERESA DE JESÚS, “Obras completas, B.A.C., Madrid

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Page 25: La oracion en Teresa de Jesús

ÍNDICE

BIOGRAFIA 3LA ORACIÓN EN TERESA DE JESÚS 8 EXPERIENCIA ORACIONAL DE TERESA 8 Oración difícil 8 Incapacidad para discurrir 9 Distracciones y sequedad 10 Incoherencia entre vida y oración 11 Falta de director 12 Ambiente 12 LA ORACIÓN EN TERESA 13 La oración: encuentro interpersonal con la verdad 13 La oración: encuentro interpersonal en el amor 14 La oración: encuentro transformante 14 La oración: encuentro dinámico 15 Los grados de oración según “Las Moradas” 15 PEDAGOGÍA DE LA ORACIÓN 19 Libertad 19 Humildad 20 Determinada determinación 20 La soledad 21 Comunicación de la experiencia de oración 21 La oración forja apóstoles 22BIBLIOGRAFÍA 24ÍNDICE 25

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