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PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN VANGUARDIA | LUNES 11 DE MARZO DE 2013 | NO. 365 | Rockeros, gruperas famosas, capos, prófugos, sicarios y hasta sacerdotes llevan sus trazos en la piel CONFESIONES DE UN TATUADOR

La piedad sobre la espalda

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Rockeros, gruperas famosas, capos, prófugos, sicarios y hasta sacerdotes llevan sus trazos en la piel

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P E R I O D I S M O D E I N V E S T I G A C I Ó N

VANGUARDIA | LUNES 11 DE MARZO DE 2013 | NO. 365 |

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a verdá, la verdá andaba con el culo en la mano y estuvo a punto de pegar la carrera, cuando vio

que los cuatro hombrones empistolados que lo llevaban custodiado desde la entrada de su estudio de tatuajes, le abrieron la puerta de una troca todo terreno, lo subieron, arrancaron con él dentro y, en un segundo, se perdieron todos en medio del denso tráfico de la ciudad.Por un momento, y mientras avanzaban entre la marabunta de carros y carros, pensó que quizá hubiera sido mejor haberse dedicado a la pintura, meterse a dibujante o beisbolista de grandes ligas, como cuando era un párvulo, seguir de gerente en aquella discoteca del Distrito Federal, aunque se hastiara de la música, el ambiente y la vida nocturna, o de plano, quedarse como administrador especializado en empresas en quiebra, pero ahora ya era tarde y no había salida.

Confesiones de un tatuador

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El reloj rodaba lento, se arrastra-ba, y cuando los tipos tomaron carretera, les preguntó, con el culo en la mano, que a dónde lo llevaban: ‘lo llevamos a (le dieron el nombre de un pueblo lejano que es mejor no decir)’, le res-pondieron sin titubear , ‘ay caray, es que eso no me habían dich…’, les medio reclamó, con el culo en la mano, ‘pero pos ya vienes aquí, ni modo que te regresemos’, reviraron.

El tatuador se culeó más, guar-dó silencio y nomás se quedó pensando; ‘si me niego vamos a terminar mal, ya estoy aquí, ¿qué más hago?’.

Después de todo los tipos esos no se miraban malandros, y hasta eso, que parecían gente de nivel, a no ser por las fuscas que lleva-ban al cinto y los sobacos, pero estaban de buen talante, no eran malhablados y platicaban de las broncas del país y de las noticias de los periódicos.

El tataudor, que prefiere per-manecer en las sombras, se acor-dó entonces de la chava guapa, que una mañana cayó por el es-tudio y le pidió que le hiciera un delineado permanente de cejas: que otro día regresó y se hizo pintar unos símbolos y otro, unas estrellitas.

A fuerza de rayarla se hicieron bien cuates y conversaban a toda madre.

Era una chava blanca, muy blan-ca, de ojos cafés claros, muy guapa la chamaca, bonita, cuidada.

Dijo que estudiaba en una es-cuela de belleza, que su sueño era tener una estética, que ya

mero terminaba la carrera y que tenía que conseguir una muñeca para practicar los peinados y los cortes de pelo.

¿Pos quién chingaos se iba a oler que era la hija de un narco?, si no se veía que tuviera plata, vestía como la gente y no andaba enjoyada.

Sino que uno de esos días la chava blanca, guapa, bien cuida-da, ¡bonita la chamaca!, le habló por teléfono para pedirle un fa-vor muy especial, quería que le hiciera un tatuaje a su papá.

“Oye sabes qué – le dijo la mu-chacha - es que mi papá se quiere hacer un tatuaje, ¿cómo ves?, ¿lo tatúas?, ‘pos sí’, le contestó como si nada el tatuador, ‘lo que pasa es que mi papá es muy especial, no puede salir tanto de su casa, por su negocio…’, le advirtió la chica, el tatuador hizo como si nada.

‘Nada más – le avisó la chava blanca - que van a pasar por ti sus choferes para llevarte y ya. No-más que a mi papá no le gustan la prisas, para que tomes tus pre-visiones de que, a lo mejor, te vas a pasar toda la noche ahí, pero es muy buena onda, te vas a llevar bien con él, tiene vino y de todo para que te la pases chido, mien-tras lo tatúas”, le dijo la chica.

Fue cuando llegaron los cuatro gorilones de la 4 por 4, y mien-tras lo subían él sintió cómo el alma se le iba del cuerpo y sintió que traía el culo en la mano.

El pedo fue que antes de llegar, los hombres aquellos le metieron una bolsa de tela negra en la ca-beza, como un saco, una capucha, se desviaron de la carretera y, por

el zangoloteo, el tatuador adivinó que se internaban en un camino de terracería.

Todo se tornó para el tatuador en impenetrable oscuridad:

“Ahora sí jefe, esto es por ne-cesidad, para su cuidado y para el de nosotros, le vamos a cubrir la cabeza, pero no se asuste, ya se dio cuenta de que nosotros no le vamos a hacer daño”, le dijeron y él, como manso cordero, se dejó cubrir.

Por primera vez deseó no ha-ber sido tatuador y hubiera pre-ferido, mil veces, haberse con-vertido en un bailarín como John Travolta, pero pos ya qué, ya ni pedo “y así es la vida, te lleva por diferentes rumbos”, filosofó.

Ahora si jefe, esto es por necesidad, para su cuidado y para el de nosotros, le vamos a cubrir la cabeza...

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Con el culo en la mano, y mien-tras la troca iba devorando millas en la terracería, la mente del tatua-dor comenzó a repasar, cuadro por cuadro, como en una videocasete-ra, lo que había sido de su vida.

Se acordó de la vez en que sus compañeros de generación, de una universidad privada a la que, hacía años, había accedido gracias a una beca deportiva, lo invitaron a participar como pintor expositor en una subasta de beneficencia.

La verdá la verdá, ya estaba hasta la madre de la música a todo volumen y las trasnochadas en aquella discoteca del De Efe, don-de trabajaba como gerente, y esta-ba hasta la madre de administrar negocios quebrados.

De modo que había regresado a su ciudad, y en aras de volver a su antiguo oficio de pintor amateur, que había cultivado desde crío, allá cuando su familia no tenía di-nero para mandarlo a estudiar a una escuela de arte y sus maestras le regalaban acuarelas para que pintara, montó un taller en un es-condido local de la ciudad, hasta el que llegaron sus ex - compañe-ros de la universidad.

Al flamante artista, le pidieron de favor, realizar dos lienzos, con temática libre, que serían exhibi-dos, junto con otras obras, durante la puja y a ver quién daba más.

“Chingao, y tan fácil que hubie-ra sido decirles que no”, se recri-minó.

Chingao, y pensar que por esa maldita casualidad él se encon-traba ahora yendo, sabría Dios a dónde, en una camioneta doble tracción, con la cabeza enfundada en una bolsa negra, cuatro desco-nocidos con pistolones al cinto y el culo en la mano.

Y hasta eso, que no se miraban malandros y eran amables y muy correctos.

La troca avanzaba como un bó-lido, los hombres estaban callados y lo único que percibía el tatuador era la oscuridad y el ruido del mo-tor de la camioneta, yendo como un bólido por el camino de tierra.

Estaba preocupado, preocupa-do como la tarde en que sus ami-

gos de la Universidad lo buscaron para preguntarle que cómo iba lo de sus cuadros para la subasta, que si ya estaban listos y que si podían llevárselos.

No, él apenas y se acordaba, no había hecho nada y no hallaba nada qué hacer.

Hasta que se acordó de la má-quina de tatuar hechiza que les había quitado a unos mocosos ca-brones a los que pilló rayándose sentados en una piedra, afuera de una tienda.

Él iba a comprar un refresco o un botellín de agua, no se acuerda y “hey cabrones muchachos…”, los pinches lepes salieron disparados y él vio que a lo lejos le hacían con la mano que fuera a chingar su ma-dre.

Por fin se le ocurrió una mama-da, tenía la máquina hechiza de tatuar que les había confiscado a los chiquillos, iría con el papá de un amigo que tenía una peletería para que le vendiera unos retazos viejos de piel.

El señor le regaló unas zaleas de borrego curtido sobre las que tatuó un collage de símbolos uni-versales, ya sabes, el Ying Yang, algunos trísqueles y cosas por el estilo.

Y luego… ya sabes, su marquito

y toda la cosa.Entregó los cuadros y se olvidó

del asunto. Hasta que una tarde recibió la noticia de que sus obras habían sido la sensación en aque-lla subasta.

Y en eso estaba cuando sintió que la troca se detenía y alguien le arrancaba la bolsa de la cabeza de un jalón, en el instante en que cruzaban el portón de lo que pa-recía ser una casa campestre, con árboles frondosos, barda perime-tral y hombres armados por todas partes.

“Ora sí ya sé a lo que vengo”, se dijo...

Y todo porque una de las gentes que habían comprado los cuadros de piel de borrego resultó ser la sobrina del director de la univer-sidad esa privada, y ora venía a su taller de pintura pa’ que la tatuara.

Le dijo que él no era tatuador, que estaba loca, que qué chido que lo buscara a él, pero que él no le ha-cía a eso y la mandó con otros cua-tes que tatuaban en el centro.

Pero no, nada, la morra se agüe-vó ‘si lo hiciste ahí (en la piel de borrego), ¿por qué no me lo vas a hacer a mí?’, le dijo.

Y la tatuó, después de un mes de darle largas y largas, le tatuó un símbolo celta, chirris, en la canilla,

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después rayó al novio, a los ami-gos del novio y de ái pal real su taller de pintura se metamorfoseó en un estudio de tatuajes.

De pronto volvió, como en una disolvencia, a aquella casa de campo, “yo hubiera querido ser un bailarín como John Tra-volta””, dijo para sí cuando los cuatro empistolados lo hicie-ron bajar de la camioneta y lo pasaron a una gran sala repleta de trofeos, cabezas de animales disecadas, discos de oro, el tra-je de luces de un torero, con las banderillas a un costado, y ar-mas esparcidas en sillones, me-sas y hasta el baño.

“Que rimbombante”, pensó el tatuador, y cuando volvió a mirar las cabezas de animales disecadas se acordó de aquellos dos mujerones que una mañana cayeron por el estudio para que las rayara.

Venían con un güey que me-día como dos metros, güero, cabrón, así, pinches manotas, norteñote, que después regresó para tatuarse un San Judas.

Las dos mujeres andaban fo-rradas de mezclilla, pinches ca-denotas en el pescuezo y anillos de oro en los dedos de las ma-nos, el tatuador no hizo pregun-tas y mientras les rayaba unas mariposas en la espalda, escu-chaba sin querer su plática:

Hablaban, según entendió, de la fuga de una de ellas y de la sorpresa que se llevaría la policía cuando entrara a catear su lujosa residencia y se encon-trara con un zoológico particu-lar de tigres, panteras, jirafas y avestruces.

Las mujeres estaban botadas de risa:

- ¿Y tus mascotas?- No, pos ahí se quedaron.

- No mames, ya me imagino que vayan entrando (los poli-cías), que pasen al patio y que les salga el pinche tigre, ¿qué van a hacer?

- Se van a zurrar del susto- N’ombre…- Y eso no es todo, el güey

que se encuentre con el pinche jaguar… se va a cagar.

“Espere aquí”, la voz contun-dente de uno de los pistoleros lo sacó de sus cavilaciones.

Se había quedado solo en aquella sala, donde habían dis-puesto para él un escritorio de caoba.

Le pareció que las agujas del reloj giraban pachorrudas, él quería escaparse de aquel lugar, salir corriendo, pero ¿y cómo?, ni siquiera sabía dónde estaba.

De nuevo se puso a divagar para matar el tiempo, antes que el tiempo lo matara a él.

A fin de cuentas no todo ha-bía sido tan malo, tenía su colec-ción de triunfos personales. En 12 años de oficio había dejado su firma en más de 56 mil cuerpos, de todas clases, formas y colo-res.

Llevaba su récord de gente famosa que había caído a su es-tudio para tatuarse con él: Jay-son Bass, el ex jardinero de los Saperos de Saltillo, el pitcher Luis Ignacio Ayala, el futbolista Matías Vuoso, Siña, el ̈ Gato Or-tiz¨, célebre futbolista y después secuestrador, y hasta un alto je-rarca de la iglesia católica local que quería saber lo que sentían los chavos cuando se tatuaban y se hizo pintar una crucita roja en la espalda.

Pero, chingao, qué chasco se había llevado con los de la 4 x 4.

Como la noche de aquel sá-bado en que estaba a punto de

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Lo que siguio fue estar taladrando La Piedad de Miguel Angel, el culo en la mano, con la maquina de tatuar sobre el omoplato derecho de aquel hombre misterioso, en intervalos de 20 minutos, hasta la madrugada.

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cerrar el changarro y afuera par-queó una camionetota, de la que se bajaron dos tipos con tipo de guaruras, y:

“¿Quién es el dueño?”, pregun-taron, los empleados del tatua-dor lo apuntaron con el dedo, ‘yo soy, pero ya vamos a cerrar’, con-testó, ‘es que mi jefa quiere que la tatúes’, insistieron los hombres

- No, discúlpame, pero ya no puedo.

- Discúlpame.- No, discúlpame tú, pero ya

no vamos a tatuar, ya no va a ha-ber tatuajes, ya cerramos.

- Es que ella nada más tiene tiempo…

- Sí, todos dicen lo mismo, pero ahorita ya no.

- ¿Entonces no?- No.- Bueno.Los hombres salieron del es-

tudio, treparon a la troca, pero

no se fueron. Desde la calle se miraba que platicaban.

El tatuador decidió enfrentar-los, quería que se largaran: “¿qué pasó brother, quedamos pen-dientes de algo?”, soltó al aire.

En eso se abrió una de las puertas de la camioneta y de ella bajó una chava chaparrita, relle-nita, cachetitos colorados, brac-kets y trencitas rubias: era Alicia Villarreal.

“No estoy acostumbrada a que me rechacen, a que me digan que no y tú me estás bateando”, le reprochó la cantante con su voz aflautada y el tataudor la tatuó esa noche, le tatuó una mariposi-ta en la cadera.

Su mente retornaba a la sala de la casa campestre, apareció un hombre de edad a quien es mejor no describir. Sólo queda decier que llevaba sombrero, una camisa con hombreras de piel de aves-

truz, pantalón de mezclilla y botas de piel de anguila.

Lo saludó y se presentó como el dueño de la cabaña, el papá de la muchacha blanca, guapa y bien cuidada, que el tatuador ha-bía conocido en su estudio.

El señor nunca dio su nombre y sólo dijo que quería que lo ta-tuara.

“¿Te trataron bien mis cha-vos?”, quiso saber, “no pos sí”, contestó, con el culo en la mano, el tatuador.

El hombre echó una mirada al catálogo de diseños y pidió que le rayara en la espalda “La Piedad”, de Miguel Ángel, esa imagen de la Virgen María en el sepulcro, car-gando en el regazo a Jesucristo, recién bajado de la cruz.

Al momento en que el hombre se quitaba la camisa, al tatuador le vino un recuerdo: el de otro hombre quitándose la playera en

el estudio y mostrando en su pe-cho desnudo una medalla gran-dota de oro macizo que tenía en el centro, formada con diaman-tes, la figura de una Zeta, estilo old english.

El hombre tenía todo el aspec-to de un militar, era moreno, de rasgos sureños y traía la cabeza rapada. Supuso que era de los chingones, de los acá, porque no cualquiera cargaba una medallo-ta como esas.

“¿Qué?, ¿tiene algún incon-veniente?, dígame… ¿no me va a tatuar?¨, dijo el de la Zeta mirán-dolo a los ojos, el tatuador sintió escalofrío y fingió, con el culo en la mano, que estaría encantado de rayarlo.

Al rato el de la Zeta salió del estudio acompañado de una Santa Muerte garabateada en el hombro izquierdo.

La voz del señor del sombrero, la camisa con hombreras de piel de avestruz y las botas de angui-la, trajo de vuelta al tatuador a la casa campestre.

“Sabes qué – le dijo - tengo que arreglar unos asuntos, a cada rato, y no puedo estar hablando delante de ti. Entonces cuando me llamen voy a salir y así nos la vamos a pasar hasta que me ter-mines, ¿cómo ves?”. “Como usted diga”, respondió el tatuador.

Lo que siguió fue estar tala-drando “La Piedad” de Miguel Ángel, el culo en la mano, con la máquina de tatuar sobre el omó-plato derecho de aquel hombre misterioso, en intervalos de 20 minutos, hasta la madrugada.

Aquella espalda conservaba aún los rastros de dos tatuajes que el hombre posiblemente se había mandado hacer en su juventud.Hablaron poco, el hombre sacó a cuento a su hija, le dijo que él la quería mucho y que deseaba que se mantuviera al margen de sus negocios.

En la sala había botellas de whis-ky y cerveza, “es muy buena onda, te vas a llevar bien con él, tiene vino y de todo…”, recordó que le dijo la chava blanca, guapa, bien cuidada, que lo había metido en la broncota de tatuar a su papá narco.

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“¿Pos quién chingaos se las iba a oler?”, pensó mientras se empujaba un sorbo de cerveza, si lo más extremo que le había tocado tatuar había sido el nom-bre de un amante en un labio va-ginal de una señorona bien ves-tida, con maquillaje y peinado de salón, enjoyada, bonita, bien guapa la señora, como de unos 40 ó 45 años que una mañana cayó por estudio; o el corazon-cito con alitas a unos milíme-tros del ano que le tatuó a otra mujer, que traía un vestido a la cintura, taconcitos, bonita, muy propia la señora, que, más bien, parecía ser adicta al dolor.

Tampoco se las había olido el día que un güey llegó al es-tudio pidiendo que le tatuara un cuerno de chivo y que des-pués resultó ser, le dijo, un ex niño de la calle metido a sica-rio y entrenado en la sierra con tácticas militares y de supervi-vencia, que en sus días francos le gustaba tatuarse y comprar despensa para regalársela a la gente pobre, porque mañana se moría, dijo, y no tenía en qué gastar el dinero ni cómo expiar sus culpas.

Y tampoco se las olió con aquel otro vato que vino para que le tapara, con un dragón chingonsote, unas letras tatua-das en el pecho que decían “Si-naloa”.

“Oye, ¿por qué te las quieres tapar? si están bien bonitas, muy bien hechas”, le preguntó, “no las puedo traer, si se dan cuenta mis jefes me corren”, le respon-dió.

El de Sinaloa se había estado tomando unos caballitos de te-quila mientras se tatuaba, al fi-nal pagó espléndidamente y se fue.

Una mañana el tatuador lo vio de nuevo, esta vez, en la te-levisión, posaba frente a los pe-riodistas, iluminado por flashes de las cámaras, en medio de una banda profesional de secuestra-dores.

Pero ahora era distinto, se hallaba en la casa de un capo, a muchos kilómetros de su ciu-dad, lejos de sus amigos y de su familia.

A unas cuantas líneas de ter-minar el tatuaje de “La Piedad”, volvió a oír al hombre del som-brero que le decía:

“Tengo que salir urgente-mente, estás en tu casa, mañana nos vemos”, “no, pero cómo que mañana, tengo que terminar y regresar”, contestó el tatua-dor , ‘no, no te puedes regresar hoy, primero, porque no tengo quién te lleve y, segundo, por-que ahorita no está seguro para que puedas salir”, contradijo el señor.

El resto de la madrugada la pasó encerrado en un cuarto de aquella casa campestre.

Afuera se escuchaba gran movimiento de gente, rui-do de radiocomunicadores, claves en voz alta y algo que creyó era el motor de varios helicópteros.

Amaneciendo fue conducido por los guaruras a la cocina, y después de almorzar unos hue-vos revueltos con salsa que le preparó un cocinero, lo llevaron a la oficina del dueño de la casa

para que diera los últimos to-ques al tatuaje.

Cuando hubo terminado, el hombre del sombrero encendió un puro, se levantó, se puso de espalda a un espejo grande y rectangular que le devolvió la imagen de “La Piedad” plasma-da en el omóplato.

El señor se miró en todos los ángulos mientras chupaba su puro.

Le gustó, dijo, y el tatuador, que andaba con el culo en la mano, respiró.

El hombre le pasó un fajo de billetes y se despidió de mano, pero le advirtió, que no podría salir hasta que pasara el alboro-to de los radiocomunicadores y los helicópteros allá afuera.

El rayador temía que en una de esas llegaran las guachos, lo detuvieran, sin escuchar su ver-sión del secuestro, y lo llevaran a rendir cuentas.

No pasó mucho tiempo cuando el tatuador y los cua-tro guaruras salieron casi co-rriendo de la casa de campo y subieron a la 4 x 4 que arrancó a toda velocidad.

Si una laguna hay en su vida y no la quiere averiguar, es dónde estuvo esas 24 horas.

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El hombre le paso un fajo de billetes y se despidio de mano, pero le advirtio, que no podria salir hasta que pasara el alboroto de los radiocomunicadores y los helicopteros alla afuera...

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Por Esteban Cárdenas

Supongo que “Todo un Hom-bre Necesita un Guía” suena mejor que “Las Locas Aventu-

ras de un Culto”, “Un Profeta en Apuros” o cualquiera que haya sido el nombre finalista para bau-tizar la nueva de Paul Thomas Anderson. La única cinta nomi-nada a los Oscar que no había visto, y que, lamento decir, me decepcionó enormemente.

A la hora de la entrega del pre-mio a mejor actor, que obvia-mente se llevó Daniel Day Lewis (¡Meryl Streep ni siquiera abrió el sobre!) la cámara enfocó unos segundos a Joaquin Phoenix, protagónico de The Master y “competencia” del intérprete de Lincoln.

Phoenix tenía una cara de impa-

ciencia, como si estuviera esperan-do su turno para que lo atendieran en un centro Telcel. Su rostro grita-ba “¡soy un genio incomprendido, merezco ganar ese premio, qué flojera que voy a perder!”.

Alguien en twitter escribió: “¡no es justo que Abraham Lincoln gane un premio por interpretarse a sí mismo!”. Daniel Day Lewis estuvo magistral, intenso pero matizado como el dieciseisavo presidente norteamericano. Joa-quin Phoenix, en cambio, es pura intensidad, nada de moderación, y Paul Thomas Anderson lo deja. Es un gran actor, pero en mi opi-nión debió de haberse contenido un poco en esta cinta. Echa toda la carne al asador, como decimos en el norte, y es esta sobreactua-ción la que perjudica un poco el ritmo de la película.

The Master me parece buena, mas no para los estándares a los que nos tiene acostumbrado el vi-sionario Paul Thomas Anderson.

Su hándicap nos obliga a poner muy alto la vara, y en este caso se queda abajo. De hecho, me parece su cinta más débil, y llega un punto que es tanta intensidad que se vuelve monótona.

Inspirado en los orígenes de la cienciología, The Master cuen-ta la historia de Freddie Quell (Phoenix), un veterano alcohóli-co de la Segunda Guerra Mundial que se encuentra sin quehacer después de la guerra. Huyen-do tras accidentalmente matar a un compañero de trabajo, se esconde en un barco, y conoce a su capitán, Lancaster Dodd (un sobresaliente Phillip Seymour Hoffman). El carismático Dodd se cree un todólogo: físico nu-clear, filósofo, y sobre todo, líder y fundador de “La Causa”, un

culto disfrazado de “movimiento filosófico”. Dodd lo adopta como su protegido y/o conejillo de in-dias, encantado por su devoción y por su talento para convertir cualquier líquido en delicioso li-cor, y juntos harán lo posible para hacer crecer a “La Causa” por todo el país.

Hasta aquí todo va bien. La película hace un gran plantea-miento, pero después carece de dirección, y se queda ahí zum-bando, girando en círculos, pro-digiosamente creando tensión, pero sin ningún lugar en donde canalizarla. A la mitad, The Mas-ter se vuelve cansada, y a mi me perdió por completo, como si se hubiera olvidado del público. Una lástima, porque tenía todo para ser de lo mejor del año.

VIDEÓDROMO

Paul Thomas Anderson2012

THE MASTER,TODO HOMBRE NECESITA UN GUÍAPUDO HABER SIDO LA MEJOR DEL AÑO PERO SE PERDIÓ…

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Por Esteban Cárdenas

Si bien la última era un poco débil, la primera y sobre todo la segunda parte me parecen de las mejores pe-lículas sobre súper-

héroes que se han hecho, y ahora Marvel decide hacer, aparente borrón y cuenta nueva, con resul-tados mixtos.

Si bien no es terrible, El Asom-broso Spiderman sí me parece in-necesaria, sobre todo si consideras que sale a menos de diez años de la primera. La película no contribuye con nada nuevo. Es oportunista, y definitivamente, no está a la altura de las versiones de Raimi.

Quizá si no existiera ese prece-dente, me hubiera gustado más, pero en realidad me la pasé com-parándolas. Hay que hacerlo, ya que son muy similares, y hasta comparten varios puntos clave en la trama. El Asombroso Spi-derman - como la parte uno de

Raimi- trata sobre los inicios del héroe enmascarado, interpreta-do en esta versión por Andrew Garfield. El joven actor, que hizo un muy buen papel en La Red Social (2010), interpreta a Pe-ter Parker, un chico adolescente medio ñoño que está enamorado de Gwen Stacy (Emma Stone), una chica de su preparatoria. Al visitar unos laboratorios científi-cos donde ella trabaja, a Peter lo muerde una araña, que le da sus famosos súper-poderes. De niño, su papá científico lo abandonó misteriosamente y Peter creció con sus tíos May (Sally Field) y Ben (Martin Sheen); una noche (sí, igual que en la primera), un maleante asesina a su tío, y aho-ra Peter se dedicará a buscarlo, columpiándose entre los edificios de Manhattan, y balanceando su búsqueda con la conquista de su interés romántico y la defensa de la ciudad, que está siendo ataca-da por una lagartija gigante.

Garfield está muy bien, y tiene dos o tres grandes escenas, sobre

todo una de ellas, en la que atrapa a un villano mientras se burla de él, deja claro por qué lo escogieron. Es un digno heredero de Tobey Maguire, y usa bien las licras rojas de El Hombre Araña. Pero cuando se trata de alguien vestido así, tan naif y tan inocente, quizá lo mejor sería no tomárselo tan en serio, pero Webb parece convencido que éste es el mejor rumbo para su personaje. Además, la escena más importante con la bella Emma Stone no funciona, y el trasfondo emocional tan bien construido por Sam Raimi en la primera, en la que prácticamente sentíamos las mariposas en la panza junto con el protagonista, aquí no funciona tan bien.

Los efectos especiales son sen-sacionales, y hay escenas que sa-

can muy buen provecho del 3D, sobre todo en las tomas de pri-mera persona, en donde vemos pasar los edificios desde el punto de vista de Spider-man mientras se balancea, pero ¿dónde quedó la irreverencia y el cariño que le había inyectado Raimi a la serie? ¿por qué el personaje ahora es una especie de chico emo? La idea ori-ginal no tenía nada de malo, pero ahora decidieron que “siempre no”; que Spider-man no debería de ser un ñoño fajado sino un cua-te que casi escucha vinilos de indie en su sala. La versión de Webb parece tener sus orígenes en estu-dios de mercado, mientras que la de Raimi viene del corazón, y esta me parece la gran diferencia entre ambas. Aunque la disfruté, yo me quedo con la versión original.

VIDEÓDROMO

Mark Webb

2012

EL ASOMBROSOSPIDERMANMARVEL COMICS DECIDIÓ “REVITALIZAR” LA FRANQUICIA DE ESTE POPULAR HÉROE ENMASCARADO, QUE HASTA EL HOMBRE ARAÑA 3 (2007) HABÍA SIDO MUY BIEN LLEVADA POR EL GRAN SAM RAIMI.

MastodonBlood Mountain2006

BaronessBlue Record2009

Suena a…

High on FireDe Vermiis Mysteriis2012

SleepSleep´s Holy Mountain1993

RADARPor Esteban Cá[email protected]

Es un nuevo disco de High on Fire, y es brutal. Ni modo que no lo fuera. Ni modo que de repente Matt Pike y compañía hubieran decidido hacer bala-das de enamorados, o reggae-tón. Siguen haciendo música que seguro se trata sobre dra-gones comiéndose otros drago-nes. Si algo no está roto, no lo arregles. O en el caso de High on Fire, si algo no está roto, pé-gale hasta que se rompa.

Estoy empezando a sospechar que le doy buenas reseñas a los discos de estos metaleros por la misma razón que de niños le decimos que sí a los bullies: porque me da terror que me va-yan a pegar. En vivo, los ri�s de

guitarra de Matt Pike son inti-midantes, y la sección rítmica, con Des Kensel en la batería, es una verdadera amenaza.

High on Fire siguen sonan-do como si fueran 15 vikingos borrachos, pero son un trío. De Vermiis Mysteriis (El Misterio del Gusano), es un álbum concep-to que rompe madres (no se de qué otra forma decirlo), y que le sube al once a los am-plificadores, en gran parte por la ayuda de Kurt Ballou, de la banda Converge, en la produc-ción, quien le da un refresh al sonido monstruoso de High on Fire. Si les gusta la música pe-sada y el stoner rock, no bus-quen más. Salve High on Fire.

SEMANARIO

Page 11: La piedad sobre la espalda

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Perplejidades. Por la calle de Lerdo, ponía un ojo en el garabato de las nu-bes y el otro en mi búsqueda perpetua: una muchacha de shorts azules que bajaba de un automóvil, una joven ca-sada que salía a mediodía a comprar unas cervezas, con el pelo mojado. ¿Qué buscaba con tal impaciencia? En mi perplejidad, cada libro que leía era el mejor, cada mujer que encontraba era la más bella. El deseo estaba en marcha, no había aún cuerpo alguno que lo detuviese.

Estatura. Sin dinero, leía de pie, gra-tuitamente, entre los estantes de las librerías y de las bibliotecas. Adquirí la manía de comparar mis poemas con las páginas de esos libros insignes, tal como hacen los adolescentes que ra-yan la pared para constatar su estatura.

Primeras letras. Mi antipatía por la len-gua inglesa comenzó en la infancia, cuando jugaba a deletrear palabras en unas cajas de cartón donde se envasa-ba detergente, apiladas contra la pa-red, y que entonces estaban ocupadas con sábanas y cobijas. La frase “mané-jese con cuidado” daba algo a enten-der, pero la otra puesta debajo, “handle with care”, era incomprensible y ofen-siva como un insulto. Nunca relacioné la una con la otra; son fechas que no consigo manejar ese idioma más que con diccionarios, nunca al oído: la pro-nunciación me resulta tan atrozmente incomprensible como esas primeras letras.

La cuádruple raíz de la fi cción insu-

fi ciente. El pudor, los falsos recuerdos, la mitomanía, el subconsciente: he aquí los cuatro principales obstáculos para cualquier posible autobiografía.

Macroeconomía del espectáculo. Los noticieros de televisión son entrete-nimiento duro. La política y el terro-rismo se parangonan con el box y el american football; en ocasiones los desbancan. Las guerras internacio-nales se acercan cada día más peli-grosamente a la violencia pueril de los dibujos animados. La industria del entretenimiento casero absorbe grandes proporciones del PIB de las naciones más poderosas, que lo des-tinan a armas químicas, a actividades antiterroristas, al sabotaje de institu-ciones de otras naciones, etc. Paula-tinamente nos involucramos en una macroeconomía del espectáculo, del cual la Guerra de las Galaxias del pro-feta George Lucas y de su discípulo Ronald Reagan era apenas un mori-gerado esbozo.

Probabilidades. Pasamos de la pre-dicción de sequías, inundaciones, te-rremotos, ciclones a la previsión de infl aciones, depresiones, quiebras fi -nancieras: de la astrología a la meteo-rología y luego al cálculo de probabi-lidades.

Dorando la píldora. Apenas al día siguientedel holocausto nuclear,repartirán a la gentela píldora de procrear.Respuestas: 1) a; 2) c; 3) b; 4) d; 5) c; 6) a; 7) d; 8) b.

1.- La cama de piedra es una canción de …

■ A) Cuco Sánchez; ■ B) Tomás Méndez; ■ C) Chava Flores; ■ D) José Alfredo Jiménez.

2.- Los … sostenían que la Iglesia no podía perdonar ciertos pecados graves cometidos después del bautismo.

■ A) iconoclastas; ■ B) patricianos; ■ C) novacianos; ■ D) maniqueos.

3.- Nairobi es la capital de …

■ A) Sudáfrica; ■ B) Kenia; ■ C) Níger; ■ D) Marruecos.

4.- … es el autor de la novela Fabiola o la Iglesia de las catacumbas.

■ A) Enrique Sienkieiwicz; ■ B) Fulton J. Sheen; ■ C) Paul Féval; ■ D) Nicholas Wiseman.

5.- Hasta donde se sabe, la primera gramática de una

lengua occidental fue la compuesta por el griego …

■ A) Apolonio Díscolo; ■ B) Aristarco; ■ C) Dionisio de Tracia; ■ D) Luciano.

6.- … es el dios védico del fuego.

■ A) Agni; ■ B) Ganesa; ■ C) Hanuman; ■ D) Dharma.

7.- En … , Cantinfl as (Mateo Melgarejo) vende su valiosa colección de estampillas para pagar los gastos de curación de una niña sordomuda.

■ A) El bombero atómico; ■ B) Sube y baja; ■ C) El analfabeto: ■ D) El ministro y yo.

8.- Diga en cuál de las siguientes novelas de Agatha Christie NO interviene Jane Marple:

■ A) Muerte en la vicaría; ■ B) Asesinato en Mesopotamia; ■ C) Se anuncia un asesinato; ■ D) Un puñado de centeno.

|||| Por Alfredo García

|| Los menesteres del ocio

SUPERMÉNDEZ El único superhéroe de Saltillo y la región (incluyendo Ramos) Por J. Latapí

|||| Por Miguel Agustín Perales

|| Claro que ud. lo sabe