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Número 49 (2003) LA POLÍTICA EXTERIOR DE ESPAÑA EN EL SIGLO XX, Florentino Portero, ed. Introducción en homenaje a José María Jover Zamora, Florentino Portero -La política norteamericana, Rosa Pardo -La política europea, 1898-1939, Enrique Moradiellos -España en Europa: de 1945 a nuestros días, Charles T. Powell -La política latinoamericana de España en el siglo XX, Lorenzo Delgado Gómez- Escalonilla -España y la economía internacional, Jordi Palafox Gamir -La política mediterránea, Susana Sueiro Seoane -España, entre Europa y América: un ensayo interpretativo, Florentino Portero Miscelánea -Los historiadores y el «uso público de la historia»: viejo problema y desafío reciente, Gonzalo Pasamar Azuria -Republicanismo, librepensamiento y revolución: la ideología de Francisco Ferrer y Guardia, Juan Avilés -El anteproyecto de flota de 1938 y la no-beligerancia española durante la Segunda Guerra Mundial, Juan José Díaz Benítez Ensayos bibliográficos -Historia del género y ciudadanía en la sociedad española contemporánea, Ana Aguado Hoy -¿Es sacrosanta la soberanía? Las paradojas históricas de la «guerra contra el terrorismo» y la « no injerencia», Enric Ucelay-Da Cal

LA POLÍTICA EXTERIOR DE ESPAÑA EN EL SIGLO XX, Florentino Portero

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LA POLÍTICA EXTERIOR DE ESPAÑA EN EL SIGLO XX, Florentino Portero

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  • Nmero 49 (2003)

    LA POLTICA EXTERIOR DE ESPAA EN EL SIGLO XX, Florentino Portero, ed.

    Introduccin en homenaje a Jos Mara Jover Zamora, Florentino Portero

    -La poltica norteamericana, Rosa Pardo

    -La poltica europea, 1898-1939, Enrique Moradiellos

    -Espaa en Europa: de 1945 a nuestros das, Charles T. Powell

    -La poltica latinoamericana de Espaa en el siglo XX, Lorenzo Delgado Gmez-Escalonilla

    -Espaa y la economa internacional, Jordi Palafox Gamir

    -La poltica mediterrnea, Susana Sueiro Seoane

    -Espaa, entre Europa y Amrica: un ensayo interpretativo, Florentino Portero

    Miscelnea

    -Los historiadores y el uso pblico de la historia: viejo problema y desafo reciente, Gonzalo Pasamar Azuria

    -Republicanismo, librepensamiento y revolucin: la ideologa de Francisco Ferrer y Guardia, Juan Avils

    -El anteproyecto de flota de 1938 y la no-beligerancia espaola durante la Segunda Guerra Mundial, Juan Jos Daz Bentez

    Ensayos bibliogrficos

    -Historia del gnero y ciudadana en la sociedad espaola contempornea, Ana Aguado

    Hoy

    -Es sacrosanta la soberana? Las paradojas histricas de la guerra contra el terrorismo y la no injerencia, Enric Ucelay-Da Cal

  • Introduccin en homenaJoea Jos Mara Jover Zamora

    Florentino PorteroUNED

    Cuando Manuel Surez Cortina me encarg la coordinacin deeste nmero y comenc a estudiar su diseo con los que acabarancolaborando en su realizacin, me surgieron algunas dudas sobrecmo afrontarlo. Un nmero de la revista Ayer no tiene la extensinsuficiente como para tratar de exponer con detalle un siglo de polticaexterior. Tampoco me resultaba atractivo limitarnos a un estado dela cuestin sobre estos estudios en nuestro pas y es que no es tantala produccin como para justificar nuevos ejercicios de este tipo.Llegu a la conclusin de que poda ser una oportunidad excelentepara proyectar sobre el siglo xx algunos de los argumentos con losque Jos Mara Jover nos ha ayudado a comprender mejor los fun-damentos de la poltica exterior espaola desde los aos del ImperioHabsburgo hasta la crisis de la monarqua de Alfonso XIII.

    El impacto de la experiencia imperial, la rectificacin llevada acabo en los aos de Carlos III, el efecto de la prdida de las coloniasdurante los aos de Fernando VII, el recogimiento canovista, la neu-tralidad durante la I Guerra Mundial hacan permanentemente refe-rencia a una relacin compleja con el Continente, mbito de pro-blemas y riesgos; a Amrica, como tierra de oportunidad; y al Estrecho,como zona de seguridad. La cumbre de Hendaya y los Acuerdosde 1953 con Estados Unidos supusieron una nueva y fundamentalrectificacin de nuestra poltica exterior, con el trasfondo de unaEuropa unida que ya no era smbolo de problemas sino de soluciones.El fin del franquismo y la llegada de la democracia permitieron a

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    nuestra diplomacia incorporar plenamente a Espaa en su entornocultural, culminando un importante proceso. Pero no todo era cambio,haba y hay importantes elementos de continuidad y, sobre todo,una profunda fractura social sobre la idoneidad de las polticas aseguir.

    No hay mayor homenaje allegado de un historiador que considerarvivas y estimulantes sus aportaciones. Desde el respeto a la extraor-dinaria y renovadora obra de Jos Mara Jover en el terreno de lahistoria de las relaciones internacionales de Espaa, nos proponemosavanzar en el tiempo y tratar de ofrecer interpretaciones tiles paracomprender nuestra historia comn.

  • La poltica norteamericanaRosa Pardo

    UNED

    La historia de las relaciones entre Espaa y Estados Unidos enel siglo xx se abre con el enfrentamiento militar y la consiguientederrota espaola de 1898 y se cierra con una asentada cooperacinentre los dos pases. Los yanquis) enemigos por excelencia en la crisisfinisecular, terminarn siendo amigos y aliados fundamentales en laactualidad, aunque la imagen y popularidad de su pas ante la opininpblica espaola est lejos de corresponderse con el elevado perfilde la relacin. En la base de esta dicotoma hay una larga lista deencuentros y desencuentros que tienen que ver con varios factores:el carcter desigual de la relacin, percepciones divergentes de losintereses propios en el sistema internacional, las oscilaciones de lapoltica europea de Espaa ligadas a la conflictiva poltica nacional,la determinante conexin militar que se establece desde 1953 y unaimagen mutua viciada por los estereotipos y el desconocimiento.

    En la pasada centuria aparecen, por un lado, Estados Unidos,una gran potencia con una diplomacia activa en su mbito hemisfricoy despus en el mundial; por otro lado, una Espaa en plena deca-dencia, aunque an orgullosa de su pasado imperial, que pasar todoel siglo xx tratando de recuperar protagonismo internacional, conel lastre de una crisis interna permanente que mermar su proyeccinexterior y forzar a sus gobiernos a ir a remolque de las potenciasdominantes. Este contraste slo se altera en las ltimas dcadas delsiglo.

    Tras 1898, Estados Unidos tarda en cobrar relevancia para ladiplomacia espaola. El retraimiento norteamericano de las cuestiones

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    del VIeJO continente coincide con una poltica espaola que tenacomo nico marco de referencia el escenario mediterrneo-africano.La Segunda Guerra Mundial cambia este panorama al catapultara Estados Unidos a la categora de superpotencia. Entretanto, laderrota del Eje deja a la Espaa de Franco desubicada en el nuevoorden de posguerra. El ostracismo internacional provoca en el rgimenuna reaccin aadida de desconfianza internacional y autoexclusinde la poltica europea que se prolonga durante dcadas. El franquismovolvi los ojos hacia la gran potencia americana como aliado necesariopara salvar el rechazo poltico europeo. La evolucin de la GuerraFra permiti en 1953 establecer una conexin militar permanente,aunque ceida a las necesidades de seguridad norteamericanas. Lassucesivas renegociaciones de los acuerdos fueron equilibrando el trato,pero slo la democratizacin espaola y la plena reinsercin en Europaposibilitaron unos lazos de cooperacin equitativos y satisfactoriospara las dos partes.

    Las repercusiones econmicas, militares y culturales de los acuer-dos de 1953, no siempre previstas por sus gestores polticos, generaronuna red de intercambios entre las dos sociedades variada e intensacomo nunca hasta entonces. No obstante, la memoria de la historiade la relacin (primero el 98, luego el apoyo a Franco), sus con-notaciones ideolgicas desde 1953, la particular vivencia de la GuerraFra desde Espaa, ms las aproximaciones discordantes a problemasregionales (sobre todo en Amrica Latina y Prximo Oriente) hanperpetuado un antiamericanismo ms pronunciado en Espaa queen el resto de pases europeos. Ese estado de opinin se compadecemal con el intento de establecer una relacin especial de aliadospreferentes por parte de los ltimos gobiernos espaoles. En las pgi-nas siguientes se revisar esta evolucin tratando de explicar los dis-tintos factores polticos, econmicos y culturales que han incididoen ella.

    1. De un desastre a otro: de la splendd lttle war de 1898a la guerra civil espaola

    El apoyo espaol a la independencia de los colonos norteame-ricanos frente a Inglaterra no determin una relacin amistosa desde

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    1776; ms bien abri nuevos problemas e incomprensiones mutuas 1,Aquella ayuda nunca fue reconocida porque los gobiernos norte-americanos percibieron a Espaa como potencia rival. Las posesionesque mantena en Amrica, sobre todo su presencia en el golfo deMxico, provocaron agrias disputas en torno a la franja costera deLuisiana a Florida, en especial sobre la libre navegacin del Mis-sissippi. La presin expansionista del nuevo Estado en su fronterasur no cej hasta la entrega de Florida (1819) Yel apoyo estadouni-dense a la independencia de Hispanoamrica abri otra brecha entrelos dos pases. La proclamacin de la Doctrina Monroe (1823) contracualquier ensayo de las potencias absolutistas europeas de recuperarposiciones en el hemisferio choc, despus, con los frustrados intentosmilitares espaoles de la dcada de 1860 (Santo Domingo, Mxico,Guerra del Pacfico), coincidentes con la guerra civil norteamericana.No obstante, el caballo de batalla por excelencia desde la dcadade los cuarenta hasta 1898 fue el control de Cuba.

    La posicin estratgica de la isla era clave para la seguridad nor-teamericana. Su dominio por un poder enemigo supona un flancode vulnerabilidad militar y comercial: ataques directos o interferenciasen el trfico martimo del golfo de Mxico. Slo la cuestin esclavistaforz una postura prudente del gobierno federal hasta la dcadade los setenta. Sin embargo, la evolucin de la situacin cubana(cada vez ms dependiente del mercado norteamericano y divididasobre su relacin con la metrpoli), paralela a un cambio radicalen la poltica exterior norteamericana, condujeron al enfrentamientohispano-norteamericano en 1898 2 , El resultado es de sobra conocido.

    1 Sobre los antecedentes vid. ALLENDESALAZAR, J. M.: Apuntes sobre las relacionesdiplomticas hpano-norteamericanas) 1753-1895, Madrid, 1996; BEERMAN, E.: E:,paay la independencia de Estados UnidD:J~ Madrid, Maphre, 1992; BALLESTEROS, J. M.:E:,paa y los Estados Unidos de Norteamrica a raz de la independencia) Tesis doctoral,Universidad Complutense, 1986; CORTADA, J. W.: Conflict Diplomacy: United Sta-tes-Spanish Relations) 1855-1868, Ph. D., The Florida State Univ., 1973; RUBIO, J.:La cuestin de Cuba y las relaciones con los Estados Unidos durante el reinado deAlfonso XII. Los orgenes del desastre de 1898) Madrid, MAE, 1995.

    2 LEFFER, J. J.: Prom the Shadows into the Sun: Americans in the Spanish-AmericanWar) Ph. D., Univ. of Texas, 1991; PREZ, L. A. Jr.: The Meaning of the Maine:Causation and the Historiography of the Spanish-American War, en Pacific HistoricalReview) vol. 58 (agosto de 1989), pp. 293-322; COMPANYS, J.: E:,paa en 1898: entrela guerra y la diplomacia) Madrid, MAE, 1992; FORNER, P. S.: La guerra hpano-cu-bano-americana y el nacimiento del imperialmo norteamericano) Madrid, Akal, 1975.

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    Los gobiernos de Estados Unidos haban iniciado una campaade expansin en la que el conflicto con Espaa slo fue un eslabnms: anexin de Hawai, Puerto Rico, Filipinas y archipilagos delPacfico (1898), instalacin en Wake (1899) y parte de Samoa(1900-1904), protectorado en Cuba (1901), instigacin de la inde-pendencia de Panam para proteger el futuro canal (1903), ms elsemi protectorado sobre Santo Domingo (1905), Nicaragua y Hait.Se haban abierto paso los presupuestos del almirante A. T. Mahansobre un poder martimo que llevara al equilibrio con Japn enel Pacfico y al dominio absoluto del golfo de Mxico y del Marde las Antillas 3. Mientras Espaa, destruida su escuadra, perda susltimas posesiones en Amrica y Asia y su sistema poltico era desa-fiado por regeneracionistas, republicanos, obreristas y nacionalistas,Estados Unidos se converta en potencia colonialista con respon-sabilidades extracontinentales en el Pacfico, su marina pasaba a ocu-par el tercer puesto mundial y proceda a reservarse el control eco-nmico y poltico del hemisferio americano desplazando la influenciaeuropea con un nuevo discurso panamericanista. Por ltimo, frentea la crisis de conciencia nacional espaola, en Estados Unidos lasplendid little war se converta en un elemento de reconciliacin nacio-nal al construirse su recuerdo heroico como parte de la memoriahistrica comn del Norte y el Sur, recin enfrentados en la guerracivil 4.

    La paz de Pars (1898) dej zanjadas las cuestiones polticas entrelos dos pases, pero no borr las imgenes sensacionalistas vertidaspor la prensa y la propaganda blica a ambos lados del Atlntico.

    3 The Cambridge History of American Foreign Relations, vol. 2; LAFEBER, W.:The American Search of Opportunity, Cambridge, Cambo Univ. Press, 1993; SMITH,].: The Spanish American War: Confiict in the Caribbean and the Pacific, 1895-1902,Londres, Longman, 1994; TRASK, D. F.: The War with Spain in 1898, Londres, Mac-Millan, 1981; MAy, E.: American Imperialism: A Speculative Essay, Chicago ImprintPubl., 1991; HILTON, S.: La "nueva" Doctrina Monroe de 1895 y sus implicacionespara el Caribe espaol: algunas interpretaciones coetneas espaolas, en Anuariode Estudios Americanos, vol. LV, nm. 1 (1998), pp. 127-153; ALLENDESALAZAR,]. M.:El 98 de los americanos, Madrid, MAE, 1997; OFFNER, ]. L.: La poltica norte-americana y la guerra hispano-cubana, en FUSI, ]. P., Y NIO, A: Vsperas del 98:orgenes y antecedentes de la crisis del 98, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pp. 195-203.

    4 OLDFIELD,].: Remembering the Maine: The United States, 1898 and SectionalReconciliation, en SMITH, A, y DVILA-CoX, E. (eds.): The Crisis of 1898.", op. cit.,pp. 45-64; OJEDA, ]. de: La Guerra del 98. Una visin americana, en Claves,nm. 84 (1998), pp. 30-37.

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    En Estados Unidos se recuperaron los viejos estereotipos antiespa-oles de herencia inglesa, forjados durante los siglos XVI a XVIII, latentesdurante dcadas, confirmados por la decadencia espaola en elsiglo XIX, y muy tiles para ampliar la frontera a costa de territoriosespaoles y mexicanos: imgenes sobre crueldad e intolerancia (In-quisicin, campos de concentracin en Cuba), gobiernos despticos,arbitrarios y corruptos, basados en el militarismo y el clericalismo(frente a la tradicin democrtica y a la libertad religiosa) que habanllevado la miseria a su pueblo y a sus colonias americanas; una Iglesiay una aristocracia codiciosas y un ejrcito corporativista; una razaperezosa, obsesionada con el honor, de un individualismo arrogante,celosa de su independencia y con una tradicin de revueltas e insurrec-ciones 5. Las imgenes romnticas de turistas e historiadores nor-teamericanos (W. Irving, W. Prescott, H. W. Longfellow, etc.) apenashaban hecho variar estos estereotipos, muy difundidos a travs delos manuales escolares en el siglo XIX. El representante norteamericanoen Madrid, Stewart L. Woodford, deca en 1895 que Espaa nopoda hacer reformas en Cuba porque el pueblo espaol no entendalos conceptos de libertad y autogobierno a la manera de los anglo-sajones; bajo la cortesa formal espaola no haba sino crueldad,orgullo, falta de sentido comn y testarudez, procrastinacin e inca-pacidad para gobernar a otros pueblos 6.

    En tiempos de darwinismo poltico, esos tpicos se ajustabana la creencia en la jerarqua de las razas, una de las justificacionesde la expansin interna estadounidense que, en la era del impe-rialismo, se proyect hacia el exterior: John Fiske fue su principalterico. Espaa apareca como una de aquellas naciones moribundassealadas por Salisbury: latinos espaoles, poco mejores que los mes-tizos hispanoamericanos. Elementos religiosos e ideolgicos comple-taban el discurso imperialista: en el caso estadounidense se revestacon la misin idealista de extender un modelo liberal poltico y eco-nmico capaz de generar progreso evitando revoluciones. La Pro-

    5 Vid. KAGAN, R L.: Prescott's Paradigm: American Historical Scholarship andthe Decline of Spain, en American Historical Review, vol. Cl (abril de 1996),pp. 427-431; SNCHEZ MANTERO, R: La imagen de Espaa en Amrica, 1898-1931,en SNCHEZ MANTERO, R, y otros: La imagen de Espaa en Amrica (1898-1931),Sevilla, CSlC, 1994, pp. 119-127.

    6 Woodford a McKinley, 17 y 24 de octubre de 1897 y 31 de marzo de 1989,en John Basset Moare Papers, Library of Congress, box 185, citado en OFFNER,].: arto cit., p. 29.

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    videncia haba destinado a Estados Unidos el dominio del continenteamericano y el deber de expandir a todo el mundo sus valores delibertad 7. Desde esa primaca moral haban liberado Cuba del odiosodominio espaol.

    Por el lado hispano, en el clima de belicismo patritico de lacrisis del 98, las imgenes antinorteamericanas llenaron casi todoslos medios de opinin. Estados Unidos dej de ser una nacin joveny dinmica para convertirse en otra de mercaderes, aventureros ymercenarios codiciosos, racistas, caricaturizados como cerdos, ban-didos, brbaros y borrachos tocineros jingoes. Se vituperaron sobretodo sus malas artes, su hipocresa al presentar como humanitariauna intervencin armada que violaba el derecho internacional y eraimperialismo puro. Estados Unidos se haba convertido en un pasincivilizado, sin principios y materialista. Para la Iglesia catlica ylos sectores tradicionalistas y ms conservadores encarnaba, adems,los males de la democracia y el protestantismo; para los lderes obrerosera espejo de los estragos sociales del capitalismo. Fueron excepcinquienes, como los republicanos federalistas de Pi y Margall o Labra,mantuvieron una imagen positiva del modelo sociopoltico estadouni-dense 8.

    Tras el Desastre, demostradas las limitaciones de la poltica derecogimiento canovista, los gobiernos espaoles buscaron un encajeen la poltica europea como nico recurso para conseguir una garantade seguridad que salvaguardara su territorio en tiempos de afn impe-rialista. Se consigui en 1907 bajo la tutela anglo-francesa y, desdeese momento, toda la accin exterior espaola gir en torno a laproblemtica africano-mediterrnea. Amrica desapareci de momen-

    7 HUNT, M. H.: Ideology and US Foreign Policy, New Haven, Yale Univ. Press,1987; KISSINGER, H.: Diplomacia, cap. 1, Madrid, Ediciones B, 1996.

    R SANTOS, F.: 1898: La prensa y la guerra de Cuba, Bilbao, 1998; SEVILLA SOLER,R: Espaa y Estados Unidos: 1898, impresiones del derrotado, en Revista deOccidente, nm. 202-203 (marzo de 1998), pp. 278-293; HILTON, S.: The SpanishAmerican War of 1898: Queries into the Relationship between the Press, PublicOpinion and Po1itics, Revista Espaola de Estudios Norteamericanos, vol. 7 (1994),pp. 70-87; Repblica e imperio: los federalistas espaoles y el mito americano,1895-1898, en Ibero-Amrica Pragensia, nm. 34 (septiembre de 1998), pp. 11-29;Democracy goes Imperial: Spanish Views of American Policy in 1898, en Aofu\JlS,D. K, y VAN MINNEN, C. A. (eds.): Reflections on American Exceptionalism, Keele,1994, pp. 97-128; NEZ FLoRENCIa, R: Anarquistas espaoles y americanos antela guerra de Cuba, Hispania, nm. 51/179 (septiembre-diciembre de 1991),pp. 1077-1092; ROBLES, c.: 1898: diplomacia y opinin, Madrid, CSIC, 1991.

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    to como escenario de poltica internacional. Apenas algunos inte-lectuales (Altamira, Posada, etc.) alentaban el hispanoamericanismocomo va complementaria de recuperacin internacional. Entre tanto,los Estados Unidos permanecan automarginados del juego europeo,dejando a Gran Bretaa el papel de garante de un equilibrio cadavez ms precario. Slo participaron de soslayo en asuntos coloniales,como en la Conferencia de Algeciras (1906). En cuanto se resolvieronlos flecos del 98 (la investigacin del Maine y la venta de dos islasfilipinas olvidadas en Pars), la relacin oficial entre ambos pasesse normaliz. Hasta la Primera Guerra Mundial se firmaron diversostratados bilaterales (de Amistad, Arbitraje, Comercio, etc.), que cul-minaron en 1913 al elevar las representaciones a la categora deembajadas 9.

    Adems, en las primeras dcadas del xx el desarrollo econmicointerno y el nuevo activismo internacional estadounidense llevaronaparejada la expansin del capital privado norteamericano: se mul-tiplicaron sus inversiones europeas y la competencia comercial conGran Bretaa, Alemania o Francia en todo el mundo. Este factorrepercuti en las relaciones bilaterales que, en adelante, tuvieron uncontenido sobre todo econmico. Los acuerdos com,erciales de 1902,1906 Y 1910 redujeron las tarifas aduaneras y facilitaron un crecientevolumen de intercambio, con una balanza comercial siempre muyfavorable a Estados Unidos. Espaa vender durante dcadas vino,corcho, aceitunas y productos de lujo (muebles, sobre todo) y compraralgodn, carbn, maquinaria y otros bienes de consumo manufac-turados. La Gran Guerra hizo que hasta la primavera de 1917 ambospases compartieran problemas como neutrales e incrementaran sucomercio bilateral de forma espectacular. Nunca llegaron, sin embargo,a coordinar sus iniciativas de mediacin en el conflicto. La beligerancianorteamericana complic de forma temporal las relaciones comerciales(se limitaron las exportaciones a Espaa de carbn, petrleo y algodn)e hizo que Estados Unidos entrase en la batalla de la propagandablica sobre territorio espaol; as que los medios de opinin ger-manfilos no dudaron en retomar viejos clichs del 98 10.

    ~ rGUEZ BERNAL, A: Las relaciones polticas, econmicas y culturales de Espa-a y los Estados Unidos en los siglos XIX y XX, en Quinto Centenario, nm, 12(1987), pp. 92-97.

    10 Resulta llamativo que no haya apenas estudios sobre las relaciones bilateralesen el primer tercio de siglo, con la excepcin de viejas obras elaboradas slo con

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    Para entonces, sin embargo, las imgenes antiestadounidensesms burdas se haban ido difuminando. En especial republicanosy demcratas haban recuperado su tradicin decimonnica pronor-teamericana, que la locura belicista haba velado en 1898. El modelorepublicano estadounidense volvi a ser ensalzado como motor delprogreso econmico, militar, tecnolgico, demogrfico y del bienestarsociopoltico (libertad, democracia, trabajo, educacin, buen gobier-no) de la que apareca como una civilizacin desarrollada en com-paracin con la Espaa monrquica, atrasada, pobre, supersticiosa,corrupta, militarista, inculta y, por ello, derrotada. La exaltacin dela superioridad de Estados Unidos dejaba en evidencia la Espaade la Restauracin; de manera que, para estos sectores, Norteamricaapareca como eptome de la modernidad, con sus ciudades cos-mopolitas, su superioridad cientifico-tcnica y su prosperidad. Laspropuestas del presidente Wilson atrajeron, tambin, el inters dejuristas y pensadores progresistas 11.

    Aun as, no parece que en las tres primeras dcadas del xx lonorteamericano llamara la atencin de intelectuales o polticos: enfilosofa, arte o pensamiento sociopoltico, los puntos de referenciaeran europeos. Para el regeneracionismo de matriz liberal, la moder-nizacin espaola era sinnimo de europeizacin, as que este gruposlo se interes por aspectos concretos de la civilizacin norteame-

    documentacin norteamericana: ]ACKSON, S. F.: The United States and Spain,1898-1918, Ph. D., Florida State University, 1967; BAILEY, T. A: The Poliey of theUnited States toward the Neutrals, 1917-1918, Baltimore, 1942; TODD, D. F.: TheUnited States and Spain during the Regime ofPrimo de Rivera, Master's Thesis, FloridaState University, 1967.

    11 CORTADA, J. W.: Two nations over time. Spain and the United States, 1776-1977,Londres, Greenwood, 1978, pp. 141-143; HILTON, S.: "Modernos cartagineses"o "una nacin patriota"?: la capacidad militar de los Estados Unidos en la retricarepublicana espaola de 1895-1899, en Rurz MANJN, O., y LANGA, A: Los significadosdel 98: la sociedad espaola en la gnesis del siglo xx, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999,pp. 119-148. Como ejemplos: MTAlVlIRA, R: Mi viaje a Amrica, Madrid, 1911; LPEZVALENCIA: Instituciones patronales de prevtstn en los Estados Umdos, Madrid, 1918;LEITCH, J.: De hombre a hombre. Historia de la democracia industrial. Solucin delos problemas sociales en Norteamrica, Barcelona, 1920; SEMINARIO, A: El cnsulde Espaa en Amrica, Madrid, 1935; BONILLA, A: Viaje a los Estados Unidos deAmrica y al Oriente, Madrid, 1925; ABAD, E.: Un viaje a Norteamrica. Sus bellezasy progreso agrcola y pecuario, Madrid, 1929; ONS, F. de: Ensayos sobre la culturaespaola, Madrid, 1932.

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    ricana. La enseanza superior femenina 12 y las pujantes universidadesnorteamericanas (sus modernos campus y laboratorios, su pluralismo,descentralizacin, sentido prctico del conocimiento) atrajeron a quie-nes consideraban la formacin de minoras intelectuales un pilar dela regeneracin nacional 13 Es revelador el viaje a Estados Unidosdel responsable de la Junta para la Ampliacin de Estudios, JosCastillejo, en 1919, que sent las bases de la colaboracin con laFundacin Rockefeller, mecenas de proyectos de desarrollo cientficoen Amrica Latina. Su fruto, el Instituto Nacional de Fsica y Qumica(1932), vino a reforzar unos incipientes lazos culturales y educativosque interrumpir la guerra civil 14 . En crculos artsticos, el polo deatraccin fue el cine norteamericano; mientras que los modelos degestin y organizacin de la prensa estadounidense atrajeron a losmodernizadores catlicos de El Debate) es decir, al entorno de lospropagandistas) inspirados por Herrera Oria. Escritores y artistas via-jarn sobre todo desde los aos veinte: Juan Ramn, Len Felipe,Garca Larca, Alberti...

    A la parvedad de estos contactos se aadi un nuevo y poderosoargumento de antinorteamericanismo compartido por casi todos lossectores intelectuales y polticos hasta 1936: la poltica imperialistaen Hispanoamrica. Erosionaba la imagen democrtica de los EstadosUnidos sostenida por sectores progresistas y, en general, se vea comouna amenaza para la comunidad cultural y la independencia poltica

    12 Vid. ZULUETA, C. de: Misioneras) feministas) educadoras: Historia del InstitutoInternacional) Madrid, Castalia, 1984; CACHO VIO, V.: La JAE entre la InstitucinLibre de Enseanza y la Generacin de 1914, en SNCHEZ RON, M. (coord.):1907-1987. La Junta para la Ampliacin de Estudios. 80 aos despus) vol. II, Madrid,CSIC, 1988, pp. 17-24.

    13 Hasta 1936 Estados Unidos fue un destino marginal de los pensionados,becarios y profesores, enviados al extranjero por la Junta para la Ampliacin deEstudios (slo 110), el 3,2 por 100, frente al 23 por 100 pensionados en Franciay el 22 por 100 en Alemania. Vid. NIO, A.: La aportacin norteamericana aldesarrollo cientfico espaol en el primer tercio del siglo XX, en La Americanizacinde Espaa (indito); GUCK, Th. F.: La Fundacin Rockefeller en Espaa: AugustusTrowbridge y las negociaciones para el Instituto Nacional de Fsica y Qumica,1923-1927, en SNCHEZ RON, M. (coord.): op. cit.) vol. II, pp. 281-300.

    14 Sin embargo, dejando al margen el mbito universitario, las impresiones deEstados Unidos que transmite Castillejo en su correspondencia son negativas: inge-nuidad, infantilismo, burguesismo) plebeyismo) etc. Vid. CASTILLEJO, ].: Fatalidad yPoroenir) 1913-1937) Madrid, Castalia, 1999, pp. 412-429.

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    de la regin y para las expectativas hispanoamericanistas espaolas 15.Conforme los gobiernos espaoles optaron por una diplomacia algoms reivindicativa y crtica con la mediatizacin francobritnica (H. dela Torre lo ha definido como el proceso de nacionalizacin de lapoltica exterior) las propuestas americanistas fueron calando en laopinin pblica politizada. Aunque los propsitos espaoles se batancontra la impotencia material del pas, sobre el papel se planteabala competencia entre ambas naciones en Hispanoamrica. Se elaborun discurso contra el agresivo modelo imperialista estadounidense,violador del internacionalismo wilsoniano con sus intervencioneshemisfricas, y contra los avances econmico-culturales del pana-mericanismo (el monopolio de sus agencias informativas, la captacineducativa de las lites locales, etc.). Haciendo de la necesidad virtud,se exoneraba a la parte espaola de cualquier pretensin egostay utilitaria sobre la regin, aun cuando buena parte de los programastratasen de emular a los norteamericanos. Los conservadores (Vzquezde Mella, Maeztu, d'Ors, Pemn... ) solan destacar los propsitosmaterialistas y amorales de los Estados Unidos, por contraste conel proyecto espaol, revestido de un componente cultural y espiritualcatlico, y subrayaban la oposicin norteamericana a la expansineconmica, cultural y espiritual espaola en la zona. Para los sectoresliberales, el panamericanismo desnaturalizaba la comunidad culturalhispanoamericana (Altamira) y su imperialismo capitalista impedala completa libertad de los pueblos latinoamericanos, as como lasuperacin por stos de su nacionalismo localista (el socialista Ara-quistin). Fueron excepcin quienes defendieron que la accin deambos pases en el hemisferio poda ser compatible o incluso com-plementaria. La actitud de la prensa respecto a la intervencin nor-teamericana en el Mxico revolucionario es el ejemplo mejor estu-diado 16. En fin, aunque Estados Unidos haba desaparecido del hori-

    15 ARrvIIlI.N, L. de: El panamericanismo, ('Qu es'? Qu se propone? ('Cmo com-batirlo')) Madrid, 1900; ALTAMIRA, R: Cuestiones Internacionales: Espaa, Amrica yEstados Unidos, Madrid, 1917; ARAQUISTlI.IN, L.: El pelt'gro yanqul~ Madrid, 1921 (trasun viaje a Estados Unidos; en Amrica, 1926-1928); BARCIA TRELLES, c.: El impe-rialmo del petrleo y la paz mundial, Valladolid, 1925; GHIRALDO, A.: Yanquzlandiabrbara) Madrid, 1929; PALACIOS, A. L.: La lucha contra el imperialmo, Nuestra Amricay el imperz'almo yanqul~ Madrid, 1930; ROLLN, L.: El imperio de una sombra.. , (Monroey la Amrica Latina), Madrid, 1935.

    16 Entre ellos estaban: R Altamira, quien propona en los veinte una divisinde influencias, la econmica para Estados Unidos y la cultural para Espaa; S. Maga-

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    zonte visual de la sociedad espaola, cada vez que se perciba unnuevo gesto de prepotencia norteamericana se rescataba la baterade reproches vinculados a nuestro 1898. Se trata, sin duda, de unantinorteamericanismo latente -an por estudiar- que emerge detanto en tanto y que tal vez explique una menor permeabilidad afrmulas culturales norteamericanas, a diferencia de lo que ocurrapor entonces en otros pases europeos 17.

    En todo caso ni ese elemento ni la supuesta rivalidad en His-panoamrica interfirieron en la relacin bilateral. Las conexiones entrelos dos pases prosperaron al ritmo de la creciente presencia de Esta-dos Unidos en Europa. Porque, pese a su retraimiento poltico deltablero europeo y a su autoexclusin de la Sociedad de Naciones,desde Washington se tom conciencia de que la prosperidad europeaera vital para la norteamericana. Una nueva diplomacia del dlaraplicada a Europa 18 hizo que desde 1918 su intervencin poltico-financiera (reparaciones alemanas, deudas interaliadas) y sus inver-siones en este continente crecieran, incluso en Espaa. En 1918ya ocupaba el quinto puesto en inversiones directas en el pas, pordetrs slo de Gran Bretaa, Francia, Alemania y Blgica. Esa pre-sencia norteamericana sigui una lnea ascendente hasta 1943, a pesardel creciente nacionalismo econmico espaol, con leyes restrictivaspara la inversin exterior como las de 1922 y 1927. El movimientoms conocido fue el contrato entre Telefnica y la ITT (InternationalTelephone and TelegraphJ) que en 1924 consigui el monopolio delsistema telefnico nacional. Tambin el comercio fue creciendo hasta1929, a pesar de los perjuicios causados por la ley seca y las res-tricciones sanitarias norteamericanas. En los aos veinte, Estados

    rias y R. Puigdollers, que acuaron la idea de Espaa como puente econmicoy cultural entre Europa y Amrica, y la de una asociacin con el capital, comercioy tecnologa norteamericanas para ayudar al desarrollo material americano preservandola herencia cultural-espiritual espaola; tambin el conde de Romanones, 1. Bauery Landauer y, finalmente, S. de Madariaga, defensor de cooperar con la nueva polticade Buena Voluntad. Vid. SEPLVEDA, 1.: Comunidad cultural e h":'pano-americanismo,1885-1936, Madrid, UNED, 1994, pp. 112-150; TABANERA, N.: Las relaciones entreEJpaa e Hispanoamrica durante la Segunda Repblica espaola, 1931-1939, Tesis doc-toral, Valencia, 1990, pp. 329-339; DELGADO, A.: La Revolucin mexicana en la Espaade Alfonso XIII, Valladolid, Junta de Castilla y Len, 1993, pp. 276 y ss.

    17 La publicacin del estudio de A. Nio sobre el tema de las relaciones culturaleshispano-norteamericanas en este perodo puede ser muy clarificadora.

    IX NINKOVICH, F. (The Wilsonian Century. US Foreign Policy since 1900, Univ.of Chicago, 1999, pp. 78-105) lo llama business universalismo

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    Unidos se haba colocado, con Gran Bretaa y Alemania, en la listade los tres principales clientes de productos espaoles 19.

    Por entonces, tambin el turismo estadounidense empez a sersignificativo. La pasin por la literatura espaola explica su auge.En la universidad norteamericana el estudio de las lenguas muertashaba sido relegado en favor de las lenguas vivas ya en el siglo XIX,por lo que exista una potente tradicin hispanista. En 1922, 460de las 612 universidades ofrecan espaol, con 57.000 estudiantesde filologa espaola, ms 250.000 alumnos de espaol en las escuelassecundarias. Adems, en Nueva York existan dos centros difusoresde cultura espaola: la Hispanic Society) fundada por el hispanistaA. M. Huntington, y la Universidad de Columbia, donde trabajFederico de Ons. Pero, aunque despus de 1898 creci la curiosidadpor Espaa, las viejas imgenes negativas no se modificaron mucho.Los libros de texto siguieron transmitindolas 20. La insignificanciade la colonia espaola de emigrantes en Estados Unidos tampocoayud a eliminar esos clichs. Adems, justo cuando la inmigracinespaola empezaba a crecer (1920-1921) fue recortada a cifras mni-mas (entre 150 y 1.500 personas segn el ao) por las nuevas leyesde cuotas 21 .

    Los intelectuales norteamericanos interesados por Espaa, aunaquellos que dieron cuenta en sus libros de la evolucin experimentadapor el pas, manejaron una imagen ms positiva del pas, pero nomenos irreal; quizs porque su aproximacin era sobre todo literaria.Cultivaron el mito de una sociedad preindustrial, con valores pre-modernos (de espiritualidad, dignidad, herosmo, integridad) an noestropeados por el materialismo, la hipocresa y la falta de escrpulosde las sociedades industriales. As aparece en las obras de Waldo

    19 TASCN,].: Inversiones y empresas norteamericanas en Espaa, 1929-1964,conferencia indita impartida en el Seminario La Americanizacin de Espaa, Facultadde Ciencias Econmicas y Empresariales, Universidad Complutense de Madrid (sep-tiembre de 2002); LITTLE, D.: Twenty Years ofTurmoil: ITI, The State Departmentand Spain, 1924-1944, en Business History Review, 1979, pp. 449-470.

    20 Vid. SNCHEZ MANTERO, R: La imagen de Espaa... , op. cit., pp. 19 Y ss.21 Entre 1820-1900 emigraron unos 38.828 espaoles; entre 1901-1924, 188.414;

    entre 1925-1949, 13.670, Y entre 1951-1977, 77.558. En 1919 haba unos 80.000espaoles, que trabajaban sobre todo en Nueva York y su entorno, en las zonasindustriales de los estados del centro, de Virginia y Florida (Tampa), en Hawaiio como pastores (vascos) en el Oeste. Vid. RUEDA, G.: La emigracin contemporneade espaoles a Estados Unidos) 1820-1950: de dons a misters) Madrid, Maphre,1993, pp. 75 Yss.

  • La poltica norteamericana 25

    Frank, E. Hemingway, Georgina King o John Dos Passos. Reflejode la crisis del racionalismo progresista, estas ideas crticas, fusti-gadoras de la modernidad, que rondaban a muchos intelectuales nor-teamericanos desde el final de la Gran Guerra, se agudizaron trasla catstrofe social que supuso la depresin de 1929 y aflorarondespus en su visin de la guerra civil espaola 22. Se trata de unasensibilidad prxima a la expresada por Garca Lorca en los poemasque compone en Nueva York durante su estancia como pensionado(junio de 1929 y marzo de 1930):

    No es extrao este sitio para la danza. Yo lo digo.El mascarn bailar entre columnas de sangre y de nmerosEntre huracanes de oro y gemidos de obreros parados que aullarn,

    [noche oscura, por tu tiempo sin luces.Oh salvaje Norteamrica!, oh impdica!, oh salvaje!Tendida en la frontera de la nieve.El mascarn, imirad el mascarn!Qu ola de fango y lucirnagas sobre Nueva York! 23.

    Entre tanto, las relaciones polticas entre Primo de Rivera y lasadministraciones republicanas de C. Coolidge y H. Hoover fueroncordiales. Slo se resintieron en los aos finales de la dictadura porel creciente intervencionismo econmico espaol. El mayor dao acompaas norteamericanas se produjo con la nacionalizacin de laindustria del petrleo en 1927, al crearse CAMPSA. Poco despus,la gran depresin y la proteccionista Hawley-Smoot TanlfAct de 1930hicieron caer los niveles de intercambio, que alcanzaron mnimosen 1932, cuando se retrocedi a las cifras de 1919; hasta 1935-1936no se podr hablar de recuperacin. A un tiempo, el malestar socio-poltico que se vivi en la crisis final de la dictadura y la monarquaenturbi la imagen de estabilidad dada por el rgimen primorriveristaen sus primeros aos, cuando desde crculos conservadores y denegocios norteamericanos an se consideraba que determinados pa-

    22 Vid. SNCHEZ MANTERO, R: La imagen de Espaa en los Estados Unidos,en Revista de Occidente, nm. 202-203 (marzo de 1998), pp. 294-315; PlKE, F. B.:Estados Unidos, en FALCOFF, M., y PlKE, F. B. (eds.): The Spanish Civil War,1936-1939. American Hemispheric Perspectives, Londres, Univ. of Nebraska Press,1982, pp. 30-37.

    23 Danza de la Muerte, en GARCA LaRcA, F.: Poeta en Nueva York, Madrid,Fund. Banco Exterior, p. 52.

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    ses europeos no estaban preparados para la democracia y se veancon complacencia los regmenes autoritarios europeos surgidos trasla sacudida sovitica 24.

    En los aos treinta, viejos y nuevos tpicos quedarn subsumidosen la vorgine del conflicto ideolgico que se dirimir en Espaay en Europa. En principio, la proclamacin de la II Repblica nosupuso ninguna cesura en las relaciones bilaterales. La prensa nor-teamericana salud el cambio de rgimen, pero desde instancias ofi-ciales se acogi con frialdad y recelo. El embajador Irving LaugWingretras el reconocimiento oficial y advirti desde 1931 de lo engaosodel proyecto republicano, que acabara provocando la desilusin yabriendo el camino al comunismo. A la visin conservadora y negativade los informes diplomticos se sum muy pronto la legislacin pro-teccionista (tarifaria y de contingentes y licencias) de la II Repblica,que perjudic los intereses econmicos norteamericanos. Adems,mientras hubo gobiernos participados o apoyados por socialistas, pessobre las relaciones la amenaza de medidas antiliberales, en particularla nacionalizacin de Telefnica. Siempre preocup la inestabilidadpoltica espaola y, a partir del triunfo del Frente Popular, un posibleavance del comunismo. Aunque en 1932 lleg a la presidencia eldemcrata Roosevelt y se envi a Madrid un embajador simpatizantede la Repblica (Claude Bowers), las relaciones mejoraron poco.Cuando por fin se iba a firmar un nuevo tratado comercial, el golpemilitar del 18 de julio lo impidi 25. Desde la parte espaola, entre1931 y 1936 nadie mir en busca de modelos hacia un pas queatravesaba una depresin gravsima. El novedoso reformismo del NewDeal de Roosevelt coincidi ya con el segundo bienio radical-cedista;suscit atencin en la prensa espaola, pero poco ms 26.

    24 Vid. CORTADA, J. W.: op. cit., p. 175. La reaccin norteamericana al fascismoitaliano en DIGGINS, J. P.: Mussolini and Fascism. The View from America, Princeton,Princeton Univ. Press, 1972.

    25 LITILE, D.: Malevolent Neutrality. The United States, Great Britain and theOrigins o/ the Spanish Civil War, Nueva York, 1985, pp. 60-67; DURA DOMENEcH,J.: US Policy toward Dictatorship and Democracy in Spain, 1931-1953. A Case Studyon the Realities o/ Policy Formation, Univ. Microfilms International Ann Arbor, Univ.of California, 1979; BoscH, A.: Entre Mxico y la Unin Sovitica. La visin esta-dounidense sobre los conflictos sociales en la Segunda Repblica Espaola(1931-1936)>>, en Historia Contempornea, nm. 15 (1996), pp. 314 Y ss.; BOWERs,c.: Misin en Espaa. En el umbral de la JI Guerra Mundial: 1933-1939, Barcelona,Grijalbo, 1977.

    26 ARRoyo VZQUEZ, M. L., y SAGREDO, A.: La JI Repblica y los Estados Unidos:biografa de artculos periodsticos espaoles, 1932-1936, Madrid, 2001.

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    En poltica exterior, como la neutralidad activa espaola tenasu marco preferente en la Sociedad de Naciones, slo la renovada-pero enclenque- poltica hispanoamericanista 27 provoc ciertorecelo en los medios oficiales norteamericanos. La pacfica y exitosapoltica de Good Neighbor} de coordinacin y cooperacin hemisfrica,envidiada desde Madrid, buscaba reservar el continente a la influencianorteamericana y, a un tiempo, resguardarlo de cualquier contami-nacin ideolgica que extendiera al hemisferio occidental la tensinque incendiaba Europa. La competencia se estableci sobre todocon Alemania y, en menor medida, con Italia, pero todas las iniciativasextracontinentales se hicieron sospechosas, incluidas las espaolas.En crculos gubernamentales norteamericanos arraig la idea de quelos modelos polticos y las corrientes ideolgicas que triunfasen enEspaa podan tener gancho en las sociedades americanas por loslazos culturales y tnicos que se perciban entre las dos partes. Deah que se vigilasen las iniciativas espaolas de mediacin en conflictosinteramericanos, los intentos de atraer a los pases americanos a laSociedad de Naciones para arrancarles del control norteamericanoy, desde 1936, las actividades polticas de las colonias espaolas enaquellos pases: primero las izquierdistas y desde 1939-1940 tambinlas de carcter fascista.

    Al estallar la guerra civil, el gobierno de Washington opt porla no injerencia y recomend que no se vendiera a las partes enfren-tadas ni armas ni otro material de uso militar. En principio se aplicabana un conflicto civil las leyes de neutralidad aprobadas en 1935 y1936 para contiendas interestatales, que no suponan reconocimientode derechos de beligerancia a las partes. Pero como aqullas empe-zaron a incumplirse, a partir de enero de 1937 el embargo moralse convirti en embargo legal. Era seguir de lacto la postura franco-britnica de no intervencin, una poltica inscrita en la lnea de mayorcooperacin internacional por parte norteamericana, inspirada porel Secretario de Estado C. Hull, opuesto al aislacionismo unilateralseguido por el pas desde 1918. Adems, Roosevelt adopt comoestrategia europea la poltica britnica de apaciguamiento para evitarun conflicto general y la respald hasta fines de 1938 28 . La poltica

    27 Vid. TABANERA, N.: Ilusiones y desencuentros: la accin diplomtica republicanaen Hispanoamrica (1931-1939), Madrid, 1996.

    2R Era una posicin coherente con la negativa a sostener las sanciones de laSociedad de Naciones contra Italia, la aceptacin pasiva de la agresin a China

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    de no interferencia daaba los intereses del bando republicano, peroera muy rentable para su gobierno. Ni lesionaba la poltica pana-mericana, dado que la mayor parte de los gobiernos de la regineran proclives a Franco, ni soliviantaba, en principio, a la opininpblica interna, que en general tena un inters mediano por el con-flicto y estaba dividida. La posicin oficial no pona en riesgo elvoto catlico (con un 40 por 100 de profranquistas) y se ajustabaal mayoritario sentimiento aislacionista y al inicial temor a una victoriaroja de muchos medios gubernamentales y empresariales 29.

    La propaganda republicana fue ms eficaz que la franquista 30,a juzgar por la evolucin de la opinin pblica norteamericana, cadavez ms pendiente del conflicto espaol y ms favorable a la Repblica.En torno al 60 por 100 de quienes opinaron sobre el tema espaol(un 30 por 100 en 1936 y un 50 por 100 en 1939) se mostr anti-franquista. Este grupo (mayoritario entre protestantes y judos) lointegraron los sectores liberales y radicales (intelectuales, profesionesliberales, artistas), que vieron amenazada la democracia por el fas-cismo y formaron el grueso de las organizaciones de ayuda a la Rep-blica; el minoritario partido comunista (reclutador de la Brigada Lin-coln) de Earl Browder, con una estrategia frentepopulista; gruposy sindicatos de simpatas anarquistas y socialistas (los grandes sin-

    y de las acciones alemanas en Centroeuropa, la no revisin de la legislacin deneutralidad en el verano de 1939 y la negativa a garantizar a Francia y Gran Bretaaaprovisionamiento, ni siquiera en caso de que Hitler provocase la guerra. Vid. DALLEK,R: Franklin D. RooseveltandAmerican Foreign Policy, 1932-1945, Nueva York, OxfordUniv., 1983, pp. 118-119.

    29 Vid. TRAINA, R: American Diplomacy and the Spanish Civil War, Westport,Greenwood Press, 1980, y la obra citada de D. LITILE. Los libros pioneros fueronde GUTIMAN, A.: American Neutrality and the Spanish Civil War, Boston, 1963; TheWound in the Heart. America and the Spanish Civil War, Nueva York, The FreePress of Glencol, 1969; TAYLOR, F. G.: The United States and the Spanish Civil War,Nueva York, Bookman Associates, 1969. En espaol: MARQUINA BARRIO, A.: EstadosUnidos y la guerra de Espaa, en La Guerra Civil. Historia 16, vol. XVIII, pp. 80-89;TusELL,].: Roosevelt y Franco, en Espacio, Tiempo y Forma) serie V, t. IV (1991),pp. 14-21.

    30 Las plataformas prorrepublicanas llegaron a recaudar cerca de un milln dedlares, frente a los 200.000 de las franquistas. Hay que sumar los 3.000 hombresde las Brigadas Abraham Lincoln y Washington (900 murieron). Vid. CARROLL, P. N.:The Odyssey 01 the Abraham Lincoln Brigade. Americans in the Spanish Civil War,Stanford Calf., Stanford Univ. Press, 1994; NELsoN, T. c., y HENDRICKs,].: Madrid,1937. Letters 01 the Abraham Lincoln Brigade Irom the Spanish Civil War, Londres,Routledge, 1996.

  • La poltica norteamericana 29

    dicatos -AFL y CIO- se mostraron neutrales para no ofendera sus afiliados catlicos) que se organizaron de forma autnoma;as como el grueso de la colonia espaola (trabajadores no espe-cializados, en su gran mayora). Desde 1938 los sucesos europeosayudaron a la propaganda republicana al alentar el sentimiento anti-fascista y antiapaciguamiento en la opinin pblica y en el gobierno.De hecho, la controversia sobre el embargo espaol en 1938 fueun adelanto del debate interno sobre la poltica a seguir ante lacrisis mundial, pero nunca fue una prioridad. As que, aunque afines de 1938 Roosevelt contempl cambiar su poltica espaola,primaron los mismos factores que en 1936. Su vuelta al wilsonianismo)a la necesidad de preservar la civilizacin liberal a travs de las rela-ciones internacionales, no lleg a tiempo para la causa republicanaespaola 31.

    Despus Estados Unidos se convirti en destino de algunos exi-liados, pocos. No se les concedi trato de refugiados polticos; tuvie-ron que entrar como simples emigrantes. La posicin oficial fue des-viarles hacia Mxico, quiz por temor a la presencia de comunistasentre ellos. Desde agosto de 1939 stos resultaban, adems, sos-pechosos de connivencia con los nazis. Fueron auxiliados y con-tratados unas decenas de fillogos y literatos (Amrica Castro, RamnJ. Sender, Pedro Salinas, Jorge Guilln, Luis Cernuda, Vicente Llo-rens), algunos cientficos y humanistas con contactos previos (RafaelAltamira, Emilio Gonzlez Lpez, Ferrater Mora, Eugenio FernndezGranell... ) y figuras del nacionalismo vasco (J. A. de Aguirre o eldesafortunado Galndez). En los aos siguientes, distintos gruposbuscaron el favor del Departamento de Estado a cambio de cola-

    31 El libro ms completo es el de REy GARCA, M.: Stars for Spain. La guerracivil espaola en los Estados Unidos, A Corua, Edicis do Castro, 1997. Vid. tambinFALCOFF, M.: Estados Unidos, en FALCOFF, M., y PIKE, F. B. (eds.): The SpanhCivil War, 1936-1939. American Hemispheric Perspectives, Lincoln y Londres, Universityof Nebraska Press, 1982, pp. 22-47; VILLA, A.: La prensa obrera norteamericana antela guerra civil espaola, Tesis doctoral, Universidad de Oviedo, 1990; CORTADA, J. W.(ed.):A City in War: American Viewson Barcelona and the Spanish Civil War, 1936-1939,Wilmington Dela., Scholarly Resources, 1985; PETIT, P.: Hollywood responde a laGuerra Civil, 1936-1939. Panormica humana y artstica, Barcelona, 1997; TUSELL,J., y GARCA QUEIPO DE LLANO, G.: Estados Unidos: entre la ignorancia y el "ghetto",en El catolicismo mundial y la guerra de Espaa, Madrid, BAC, 1993.

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    boracin e informacin sobre la actividad nazi-falangista y comunistaen Amrica, sin mucho xito 32.

    2. La nueva superpotencia y el franquismo: 19391975

    Durante la guerra civil el bando nacionalista haba contado conla ayuda de la jerarqua catlica norteamericana y se haba beneficiadodel comercio (combustible, motores, etc.) con grandes compaasde esa nacionalidad a travs de terceros pases. Entre 1936 y 1938las inversiones directas norteamericanas en Espaa pasaron a ocuparel segundo lugar, por detrs slo de las francesas, y siguieron cre-ciendo, como se seal, hasta 1943 33 . Sin embargo, las relacionesoficiales no se iniciaron con buen pie: hasta abril de 1939 no llegel reconocimiento de Washington, an pendientes la repatriacin deprisioneros brigadistas y el desbloqueo de bienes norteamericanos.Se tema que el nacionalismo econmico del Nuevo Estado -acha-cado al falangismo- pudiera afectar a las empresas de capital esta-dounidense (Telefnica) y haba que recuperar posiciones en el mbitocomercial, as como evitar la penetracin econmica italo-alemana.

    Del otro lado, la Espaa de Franco precisaba con urgencia algo-dn, trigo y petrleo norteamericanos; pero subsista el malestar cau-sado por las simpatas prorrepublicanas de la opinin pblica y elgobierno de Estados Unidos en la guerra civil, as como los prejuiciosantinorteamericanos previos de la mayor parte del bando nacionalista.Estados Unidos era una de las cabezas de la hidra judea-masnicaantiespaola. A las viejas imgenes del 98 se sumaban los prejuiciosantiliberales y tradicionalistas compartidos por el bando vencedor,con su discurso antimaterialista, incluso anticapitalista en el caso deFalange, ms la fuerza de la alineacin con las potencias fascistas.De hecho, hasta mayo de 1940 la parte espaola se neg a hacerconcesiones en los temas pendientes y la prensa mantuvo un sperotono antianglosajn, pese a la dependencia espaola del comercio

    32 ORDAZ RO\1AY, M. A.: Caractersticas del exilio espaol en Estados Unidos(1936-1975) y Eugenio Fernndez Granel! como experiencia significativa, Tesis doctoral,Universidad de Alcal de Henares, 1997; RUEDA, G.: La emigracin... , op. cit.,pp. 169-179; BERNARDO URQUI]O, I.: Galndez, la tumba abierta. Los vascos y los EstadosUnidos, Vitoria, Servicio de Publicaciones del Gobierno Vasco, 1993.

    33 TASc:N,].: arto cit., p. 14.

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    trasatlntico. El embajador Weddell y un Serrano Ser cada vezms poderoso llegaron al borde de la ruptura 34.

    La beligerancia italiana y el colapso de Francia aceleraron el com-promiso de Estados Unidos en la guerra. Sin declaracin formalpas a una especie de no beligerancia y Espaa apareca en dosde sus flancos: la ayuda al esfuerzo de guerra britnico y la polticapanamericana para blindar el hemisferio del peligro fascista 35. Desdeel verano de 1940, en imperfecta coordinacin con Londres, se estor-bar en lo posible la entrada de Espaa en la contienda con el Ejey sus aportaciones a la economa de guerra alemana. Fue el comienzode la poltica de incentivos y amenazas (stick and carrot): por unlado, Estados Unidos mantuvo abierta una generosa oferta de ayudaalimentaria y crdito comercial, condicionada al mantenimiento dela neutralidad espaola; de forma simultnea, al agudizarse el riesgode beligerancia, se racion y estorb el abastecimiento de productosbsicos comprados por Espaa en el rea de la libra y el dlar paraforzar una definicin neutral ms clara por parte de las autoridadesespaolas. De hecho, en Hendaya Franco haba liquidado en secreto

    34 BARRET, ]. W.: A Study 01 British and American Foreign Relations with Spain,1942-1945) Ph. D., Georgetown Univ., 1970; WATSON, B. A: United States-SpanishRelations, 1939-1946) Doctoral Dissertation, George Washington University, 1971;BERT, A W.: American diplomacy and Spain during World War JI, Ph. D., GeorgeWashington Univ., 1975; HALSTEAD, Ch. R: Historians in Politics: Carlton Hayesas American Ambassador to Spain, 1942-1945, en Joumal 01 Contemporary History)vol. VII, nm. 3 (1975), pp. 383-405; Spain) the powers and the second world war)Ph. D., Univ. of Virginia, 1962; Diligent diplomat: Alexander W. Weddell as Ame-rican Ambassador to Spain, 1939-1942, en The Virginia magazine 01 History andBiography) nm. 1 (1974); CORTADA, ]. W.: Relaciones Espaa-USA) 1941-1945) Bar-celona, 1973; Spain and the Second World War: the Laurel Incident, en Joumal01 Contemporary History) vol. XV, nm. 4, pp. 65-75; SANSICRE, M.: El petrleoen las relaciones Espaa-USA, 1940-1941, en Historia 16) nm. 98 (1984), pp. 11-17;SMynl, D.: Diplomacy and Strategy 01 Survival: British Policy and Franco)s Spain.1940-1941, Cambridge, 1985. Los testimonios de BEAULAc, W. L.: Franco) SilentAlly in World War JI, Illinois University Press, 1986; HAYES, C. ]. H.: Misin deguerra en Espaa) Buenos Aires, Epesa, 1946; FLOLTz, Ch.: The masquerade in Spain)Boston, 1948; HUGHES, E. ].: Report Irom Spain) Nueva York, 1947; FEIs, H.: TheSpanish story: Franco and the nations at war) Nueva York, Knopf, 1948; GORDo!'\,D. L., y DANCERFIELD, R: The Hidden Weapon) Nueva York, 1947.

    35 El despliegue antifascista norteamericano acometido en Amrica Latina,coordinado por N. Rockefeller, fue el modelo para lo que ser pocos aos despusla batalla anticomunista de la Guerra Fra, sobre todo en su vertiente cultural ypropagandstica: HUMPHREYS, R A: Latin Amerl and the Second World War) 2 vols.,Athlone, Univ. ofLondon, 1981.

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    la tradicional alineacin neutral de Espaa al firmar el protocolode alianza con el Eje. En fin, hasta 1942 imper esta lnea dura,divergente de la britnica de apaciguamiento puro, de preservar laneutralidad espaola a toda costa, por muy pro-Eje que sta fuera.Al Departamento de Estado le result imposible pasar por alto lospomposos despliegues diplomticos fascistas de Serrano Ser (Di-visin Azul, poltica de Hispanidad antipanamericana, Falange Exte-rior), las sospechas de reexportaciones espaolas hacia el Eje (directaso va Argentina), el tono cada vez ms antiyanqui de la prensa y,en fin, la tensin artificial que el canciller espaol, mirando a Berln,imprimi a las relaciones 36. As que las restricciones y los retrasosen los embarques de suministros siguieron siendo el arma usadapor Washington para doblegar la posicin espaola. Slo cuandoSerrano rectific su poltica en los ltimos meses de su mandatose pudo llegar al acuerdo comercial bilateral de la primavera de 1942.Con l, la poltica espaola de Washington se sincroniz ms conla britnica. En general, los norteamericanos prefirieron arrancar con-cesiones del rgimen existente ejerciendo presin directa, en vez detratar de sustituirlo por la incierta monarqua de D. Juan, comolos britnicos. De momento, en lo poltico, Espaa era consideradarea de influencia de Londres; no as en lo comercial, mbito enel que Washington busc recortar las ventajas que el Reino Unidohaba alcanzado desde su acuerdo de clearing de 1941 37.

    En noviembre de 1942, a raz del desembarco aliado en el nortede Africa, Roosevelt garantiz respeto a la soberana de una Espaaneutral. El ministro Gmez Jordana ya trataba de asentar una neu-tralidad ms estricta, un reequilibrio del comercio exterior menosfavorable al Eje y paliar los daos colaterales de la poltica serranistaen Amrica. El nuevo embajador catlico C. J. H. Hayes ayud apresentar la rectificacin espaola, pero para entonces haba arraigadola desconfianza de la administracin Roosevelt hacia el franquismo.Adems, el curso de la guerra increment la capacidad de presinaliada. Los objetivos se centraron en recortar el comercio hispano-alemn (sobre todo de wolframio) y minimizar la cobertura al espio-

    36 Las implicaciones de la poltica de Hispanidad en las relaciones con EstadosUnidos en PARDO, R: Con Franco hacia el Imperio. La poltica exterior en AmricaLatina, 1939-1945, Madrid, UNED, 1995.

    37 USNA Decimal Files 800.20210/557-1/2 y 740.0011/European War1939/3557; 852.00/6-1040.

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    naje, propaganda y sabotajes del Eje. Tenan tambin que convencera Mosc (sobre todo los britnicos) de que no estaban siendo dema-siado blandos con Franco. El gobierno de Estados Unidos volvia adoptar el papel de malo y penaliz la economa espaola inclusocon el embargo de combustible, frente a la pauta britnica, en apa-riencia ms comprensiva con la urgencia espaola de apaciguar aun tiempo a Alemania. El perodo ms tenso fueron los meses delotoo de 1943 a mayo de 1944. Desde entonces hasta la primaverade 1945 hubo cierta distensin, alimentada por la necesidad espaolade acomodarse a un futuro orden internacional aliado, con gestospronorteamericanos no muy convincentes 38.

    Entre 1945 y 1947, el caso espaol fue contemplado por el gobier-no de Washington como un problema no resuelto de la SegundaGuerra Mundial: la ltima dictadura fascista a derrocar. Por eso,en la primavera de 1945, Roosevelt prescindi de la poltica de buenavecindad aplicada a Espaa que su embajador Hayes propugnabay Estados Unidos apoy la exclusin de Espaa de las NacionesUnidas. Sin embargo, conforme el gobierno norteamericano asumael papel de superpotencia con responsabilidades mundiales, encajarsu poltica espaola en su nuevo diseo europeo. Teniendo presentesel caso griego y la relevancia de los partidos comunistas en Franciae Italia, buscar un equilibrio entre, por un lado, el temor a unnuevo foco de inestabilidad en el Mediterrneo, de caer Franco,y, por otro lado, la presin de la opinin democrtica (incluida lapostura personal de Truman y su equipo), sumada a la actitud delgabinete francs y al chantaje de Stalin, muy claro en Potsdam. Elresultado fue una poltica titubeante, de dura reprobacin pblicaal rgimen y de presin limitada a favor de su democratizacin. Lacoordinar con el Reino Unido y Francia, aunque desde una posicinms severa que la britnica (con ms intereses que proteger en Espaa)y menos intervencionista que la francesa. Qued plasmada en ladeclaracin tripartita de marzo de 1946 y luego en la suave condenade Naciones Unidas en diciembre de ese ao. Sin duda tuvo reper-

    3R Sobre esta etapa existe un informe de ms de trescientas pginas elaboradoen 1948 por la Seccin de Estudios de la Division o/ Western European Affairs delDepartamento de Estado: Relations between the United States and Spain, vol. IlI,1942-1945, 711.52/12-1348. Tambin COLLADO, c.: Angst vor dem Vierten Reich:die Alliierten und die Ausschaltung des deutschen Einflusses in Spanien, 1944-1958, Pader-born, F. Schbningh, 2001.

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    cusiones econmicas, pues Espaa qued excluida de crditos y faci-lidades oficiales norteamericanas, pero no fue ms all; de hecho,el comercio bilateral apenas decay. Todos los intentos de la oposicinen el exilio de forzar una mayor intervencin fracasaron; ms an,esta suave poltica sancionadora fue rectificada en cuanto se impusola lgica de la Guerra Fra en 1947.

    La nueva lnea de contencin antisovitica hizo que la posicingeoestratgica de Espaa se revalorizara: era una pennsula en elextremo occidental europeo, guardiana del acceso al Estrecho, conuna barrera natural contra ataques terrestres desde la que plantearuna contraofensiva a Mosc. Los estrategas militares norteamericanosconcluyeron que, al no haber una alternativa a Franco para los inte-reses occidentales, la lnea de ostracismo era un fiasco; adems, envez de evolucin democrtica haba dado lugar a la reaccin ais-lacionista y nacionalista del rgimen. Similares fueron las recomen-daciones de George Kennan desde la seccin de Planificacin Polticadel Departamento de Estado y, a fines de 1947, estas ideas cris-talizaron en directrices del Consejo de Seguridad Nacional. Si sequera incorporar a Espaa a la planificacin estratgica occidental,era preciso normalizar las relaciones bilaterales, mitigar su aislamientointernacional y promover su estabilidad interna 39.

    En principio, se decidi slo ablandar la poltica de presin yexclusin anterior en espera de una definitiva evolucin liberal. Por-que lo ideal para Estados Unidos hubiese sido una Espaa que hubieraseguido al resto de Europa occidental: un bloque compacto de demo-cracias estables con economas saneadas inmunes al comunismo. MasFranco no cedi, as que por razones de coherencia ideolgica propiay de cohesin con sus principales aliados europeos, ni el gobiernoTruman pudo lanzar una poltica de colaboracin abierta con Franco,ni se integr al rgimen en el naciente bloque occidental, como sse hizo despus con Portugal o Turqua. En los aos siguientes,pese a la creciente tensin con los soviticos, a los avances nucleares

    39 LIEDTKE, B. N.: Embracing Dictatorship. United 5tates Relations with 5pain,1945-1953, Londres, MacMillan, 1997; ]ARQUE, A.: Queremos esas bases. El acer-camiento de Estados Unidos a la EJpaa de Franco, Alcal de Henares, 1998; PORTERO,F.: Franco aislado, Madrid, Aguilar, 1990; BRUNDU, P.: Ostracismo e Realpolitik. GliAlleti e la 5pagna franchista negli anni del dopoguerra, Cagliari, CELT, 1984; L'anellomancante. Il problema della 5pagna franchista e l'organizzazione della dzfensa occidentales,1947-1950, Sassari, 1990.

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    de stos y a la presin del Departamento de Defensa y del SpanishLobby 40 en el Legislativo, Espaa qued excluida de la OECE ydel Plan Marshall en 1948, de la OTAN en 1949 y de los crditosoficiales norteamericanos hasta 1950 41 .

    Slo la Guerra de Corea (1950-53), que se pens prlogo deotra general contra el comunismo, dobleg las ltimas resistenciasideolgicas. Los militares norteamericanos buscaron completar el sis-tema de defensa colectiva con acuerdos bilaterales flexibles segnlas necesidades en cada regin. Urga dar profundidad a la defensade Europa Occidental reforzando las instalaciones disponibles parael despliegue de sus fuerzas (en Gran Bretaa y pronto en Marruecosy Azores) con otras seguras, en ese radio de alcance, en la anti-comunista Espaa; sobre todo para los bombarderos nucleares encar-gados de la nueva disuasin de respuesta masiva, para operacioneseuropeas y mediterrneas y, en general, para funciones de retaguardiae inteligencia militar. La frmula fue un acercamiento a Espaa sincondiciones poltico-diplomticas, aunque en principio s econmicas,dado que el estropicio causado por la autarqua se vea como unfoco de futura inestabilidad. Se apoy el fin de la condena en laONU, se aprobaron los primeros crditos pblicos y contactos bila-terales ms fluidos. Subsista el recelo de los aliados europeos, opues-tos por razones polticas a la integracin de Espaa en la OTANy temerosos de que Estados Unidos retrasase a los Pirineos la lneade resistencia en caso de ataque sovitico o desviase recursos militaresnecesarios para la defensa de Europa Central. En consecuencia Esta-dos Unidos busc la mnima relacin poltica con el franquismo quepermitiera la disponibilidad del territorio espaol para fines militaresy que no daara la cohesin con el resto de aliados occidentales.Se trataba de buscar el acercamiento espaol a Europa Occidental

    40 El lobby organizado por Lequerica y liderado por P. Clark inclua militaresy parlamentarios de los dos grandes partidos norteamericanos: catlicos, anticomu-nistas y personalidades vinculadas a intereses comerciales con Espaa (algodn).Era muy caro engrasarlo y dej de ser til desde 1953: LOWI, Th. J.: Bases inSpain, en American Civil-Military Decisions. A Book of Case Studies, Birmingham,Harold Stein, 1963.

    41 VINAS, A.: Guerra, dinero y dictadura. Ayuda fascista y autarqua en la Espaade Franco, Barcelona, Crtica, 1984, pp. 265-287; DELGADO, L.: Le rgime de Franco,le plan Marshall et les puissances occidentales, en Relations Internationales, nm. 106(2001), pp. 213-230; GUlRAO, F.: Spain and the Reconstruction of Western Europe,1945-57. Challenge and Reponse, Londres y Nueva York, MacMillan, 1998, p. 59.

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    y de ofrecer la ayuda militar y econmica mlmma para garantizarel uso y la eficacia de las bases, ya sin requisitos econmicos, dadala exigidad de dicha ayuda y dada la negativa del rgimen a enmendarsu poltica autrquica. Al objeto de eludir una imagen de apoyo polticoal dictador, la relacin se present como una contrapartida no deseada,pero inevitable, para la seguridad occidental. De ah la categora(executive agreementsJ y el contenido casi exclusivamente militar delos acuerdos, firmados el 26 de septiembre de 1953, ya con la admi-nistracin republicana de Eisenhower 42.

    Desde Madrid la visin era distinta. Para el rgimen, la conexincon la gran potencia occidental era la va de su rehabilitacin inter-nacional sobre la base ideolgica en que el franquismo se sentams cmodo, el anticomunismo, y sin necesidad de concesiones pol-ticas. Ello permita seguir prescindiendo de Europa (fuente de inqui-nas histricas y aversiones ideolgicas) en el cmodo mbito de loatlntico, que inclua el Portugal salazarista e Hispanomrica. Erael paisaje soado desde 1943, que haba sido eje de la poltica dedignidad y aguante posterior, basada en la conviccin de que laspotencias democrticas no intervendran en Espaa sino que ter-minaran por valorar su potencial estratgico. El tndem Franco-Carrero slo calcul mallos plazos y no crey que para Washingtonfuese a ser tan importante no daar la estabilidad interna de susaliados europeos, ni que el antifranquismo se fuera a convertir enparte de la cultura poltica antifascista que les daba cohesin ideo-lgica. Esa actitud europea llev a buscar el enlace directo con lasuperpotencia: al pas enemigo, antes tachado por Franco de plu-tocrtico, liberal y masn, se le ofreci desde 1948 cooperacinmilitar por ayuda econmica. Descartada esta opcin, al negociaren 1952 se intent atar un compromiso militar norteamericano conla defensa integral del territorio espaol. Ni lo uno ni lo otro se

    42 TERMIS, F.: Los lmites de la Amistad estable. Los Estados Unidos y el rgimenfranquista entre 1945 y 1963) Tesis doctoral, UNED, 2000; EDWARDS,J.: Anglo-americanrelations and the Franco Question) 1945-1955, Oxford, Clarendon Press, 1999, y Cir-cumventing NATO: Spain, Drumbeat and NATO, en HEUSER, B., y O'NEIL, R(eds.): Securing Peace in Europe) 1945-1962: Thoughts for the Post Cold War Era)Londres, MacMillan, 1992, pp. 159-172; VIAS, A: Los pactos secretos de Francocon los Estados Unidos: bases) ayuda econmica) recortes de soberana) Barcelona, Grijalbo,1981; MARQUINA, A: EJpaa en la poltica de seguridad occidental) 1939-1986) Madrid,Ed. Ejrcito, 1986; RUBTTM, R R, Y MURPHY, J. c.: Spain and the United Statessince World War JI, Nueva York, 1984, y las obras citadas de Liedtke y]argue.

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    consigui: el rgimen acept una relacin subordinada, encubiertacon clusulas secretas, pero de la que obtena amplios beneficiospoltico-diplomticos y, de algn modo, militares y econmicos. Erael principio de la amistad estable (F. Termis) con la potencia domi-nante. Estados Unidos rompa su anterior poltica espaola coor-dinada con Gran Bretaa y Francia y se comprometa a medio plazocon el franquismo (por diez aos, renovables). La decepcionada opo-sicin al rgimen as lo percibi tambin.

    Desde el punto de vista militar, con los acuerdos de 1953 Francoquebraba por segunda vez (trece aos despus de Hendaya) la tra-dicional neutralidad espaola: el pas quedaba integrado en el sistemadefensivo occidental (frente al peligro sovitico), aunque con pre-cariedad (fuera del club OTAN) y a cambio de una humillante cesinde soberana. Estados Unidos lograba bases areas (Torrejn, Morn,Zaragoza), aeronavales (Rota) e instalaciones diversas para sus fuerzasarmadas (y para la OTAN indirectamente), con casi total libertadpara su activacin y para las acciones de sus militares en territorioespaol. Estados Unidos poda atacar a la Unin Sovitica desdelas bases sin previo consentimiento espaol, con una mera comu-nicacin, y por lo tanto poda almacenar armas nucleares. A cambio,Espaa reciba una ayuda muy limitada, que se dedicara en principioa la construccin de las bases, oleoductos e infraestructuras necesariaspara su activacin. Los acuerdos no aportaban ni garanta de mutuadefensa (supuestos como una guerra hispano-marroqu quedaban fue-ra), ni la asistencia suficiente para la puesta al da de las fuerzasarmadas, y s incrementaban el riesgo en caso de conflicto o accidentenuclear. Como contrapartida, la ligazn ayud a modernizar las fuer-zas armadas espaolas (formacin de mandos, adquisicin y manejode material militar ms avanzado) y a que stas asimilaran mtodosy conceptos estratgicos occidentales, de seguridad colectiva. Conello se reblandeci su mentalidad nacionalista tradicional, de cerco,otro de los objetivos de los norteamericanos en 1953 43 .

    Desde el punto de vista econmico, las contrapartidas de ayudaestuvieron lejos de equivaler a un Plan Marshall, porque se calcularonslo en funcin del programa militar que interesaba a Estados Unidos.

    43 Algunos datos en PLATN, M.: Hablan los militares. Testimonios para la historia,1939-1996, Barcelona, Planeta, 2001, pp. 149 Yss.; PUELL DE LA VILLA, F.: GutirrezMellado. Un militar del siglo xx, 1912-1995, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997. Elpapel de las Fuerzas Armadas espaolas en las relaciones sigue pendiente de estudio.

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    A la larga, sin embargo, tuvieron un impacto positivo innegable. Aun-que la ayuda americana representase menos del 1 por 100 del PIBentre 1953 a 1963, la historiografa econmica (con excepciones comoF. Guirao) ha destacado que retras el colapso econmico del rgimenal facilitar importaciones de alimentos, materias primas, bienes inter-medios y de equipo, cuya escasez por falta de divisas era una delas causas del estancamiento econmico. Las ltimas investigacionessubrayan sus efectos indirectos: al reforzar la credibilidad polticay la estabilidad del rgimen, mejor las expectativas empresarialesy estimul la inversin privada interna (O. Gonzlez). Tambin espo-le al capital internacional, amn de proporcionar un trato ms ben-volo por parte de las organizaciones econmicas multilaterales y deayudar a la reconduccin de la poltica econmica. La presin nor-teamericana para una racionalizacin y liberalizacin econmica, tmi-da pero constante, fue un acicate y, sin duda, una baza para losreformistas frente a los inmovilistas econmicos en la negociacininterna del Plan de Estabilizacin 44. Por ltimo, los acuerdos fuerontrascendentes para anudar ms la relacin econmica bilateral (tu-

    44 Las cifras totales de la ayuda entre 1953 a 1963' se han fijado entre los1.690 millones de dlares (R. Rubottom y C. Murphy), 1.500 (A. Vias) y 1.300(O. Gonzlez): el 17 por 100 de lo recibido por Gran Bretaa, la cuarta partede lo de Francia y la mitad que Italia. Los primeros 465 millones ligados a losconvenios (para cuatro aos) sirvieron en un 60 por 100 para la construccin delas bases, un 30 por 100 para infraestructuras vinculadas a ellas y un 10 por 100para los gastos de la misin diplomtica. Slo una vez construidas las bases, lasayudas se pudieron utilizar para desarrollo econmico. Pero a los rubros consignadoscomo Ayuda a la Defensa hay que aadir los crditos para compra de excedentesagrarios (Ley Pblica 480), donacones alimenticias y militares, asistencia tcnica,incluida en la ayuda a la defensa, y prstamos pblicos, sobre todo a travs delExport Import Bank y del Development Loan Fund. El grueso de la ayuda significantepara el desarrollo econmico llegar entre finales de los cincuenta y princpios delos sesenta. Vid. CATALN, ].: Franquismo y autarqua, 1939-1959: enfoques dehistoria econmica, en Ayer, nm. 46 (2002), pp. 272-278; GONZLEZ, O.: ThePoltical Economy 01 Conditional Foreign Aid to Spain, 1950-1963: Relielol InputBottleneck.'l~ Economic Policy Change and Political Credibility, Ph. D., Economic HistoryDept., London School of Economcs and Poltical Science, Londres, 2002, y Bien-venido Mister Marshall! La ayuda econmica americana y la economa espaolaen la dcada de 1950, en Revista de Htoria Econmica, nmero extraordinario(2001), pp. 253-275; DELGADO, L.: El ingreso de Espaa en la Organizacin Europeade Cooperacin Econmica, en Arbor, nm. 669 (2001), pp. 147-179; FAN]UL,E.: El papel de la ayuda americana en la economa espaola, 1951-1957, en ICE,nm. 577 (1981), pp. 159-165; VIAS, A., y otros: Poltica comercial .. , vol. 2,pp. 743-801.

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    rismo, comercio, inversiones, instalacin de firmas norteamericanas),sobre todo tras el Plan de Estabilizacin, y para facilitar la adaptacinespaola a formas empresariales y de trabajo del capitalismo occi-dental ms moderno. A ello habra que aadir las consecuenciaspositivas de la cooperacin tcnica y educativa: la formacin de variosmiles de tcnicos, funcionarios, empresarios e investigadores en losms variados campos, en particular aeronutica y energa nuclear.Desde finales de los cincuenta, las becas del programa Fulbright con-virtieron Estados Unidos en el primer destino de profesores y estu-diantes espaoles en el extranjero, poniendo fin a la vieja preferenciapor rumbos europeos 45.

    En lo poltico, los acuerdos de 1953 allanaron la incorporacinde la Espaa franquista a organismos internacionales y sus relacionescon pases occidentales. Pero no sirvieron para curar de raz la enfer-medad infantil del nacionalismo y el aislacionismo espaol que tantopreocupaba en Washington. La seguridad que dieron al rgimen per-miti mantener abierta durante algn tiempo una lnea diplomticaantieuropea cuyo ms claro exponente fue la poltica rabe desarro-llada hasta 1957; esta deriva se contuvo con los problemas de ladescolonizacin marroqu y la llegada de Castiella a Exteriores en1957-1958. A partir de entonces se produjo un giro prooccidental,aunque la tentacin ultranacionalista siempre estuvo ah, alimentadapor los sectores ms rancios del rgimen. De hecho se retom afines de los sesenta -ms como baza negociadora que como opcinreal-, en el marco del pulso sobre Gibraltar y de la segunda rene-gociacin de los acuerdos. Entonces se plante la posibilidad deun renovado protagonismo internacional de Espaa desde un supues-to neutralismo, a partir de apoyos rabes, hispanoamericanos y delos nuevos Estados descolonizados, imitando muy de lejos la vagaullista en el clima de la distensin. En todo caso, hasta 1975 laEspaa de Franco apenas se permiti disentir de las posiciones diplo-

    45 DELGADO, L.: Les tats-Unis et l'Espagne, 1945-1975, en BARJOT, D., yRVEILLARD, Ch.: L'Amricanation de I'Europe occidentale au XXe siecfe. Mythe etRalit, Pars, Press. Univ. Paris-Sorbonne, 2002, pp. 133-136; PUlG, N., y FERNNDEZ,P.: Las escuelas de negocios y la formacin de empresarios y directivos en Espaa,1950-1975, en Historia del Presente, nm. 1 (2002), pp. 8-29; SNCHEZ RON, J. M.:Cincel, martillo y piedra. Historia de la ciencia en Espaa, siglos XIX y XX, Madrid,Taurus, 1999, pp. 382-402; MALEFAKIS, E.: El Programa Fulbright en Espaa: latercera parte de un siglo, en La Direccin General de Relaciones Culturales y Cientficas,1946-1996, Madrid, MAE, 1997, pp. 248-263.

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    mticas norteamericanas: slo en temas menores como Cuba o Israely, por supuesto, en los asuntos con Marruecos, el aliado fundamentalde Estados Unidos en el norte de frica. Los gobiernos de Rabaty Madrid siembre buscaron utilizar en su favor la influencia deWashington en los contenciosos bilaterales; pero este ltimo tratde mantener una posicin neutral y mediadora para favorecer susintereses en ambos pases.

    En lo bilateral, los acuerdos de 1953 normalizaron las relaciones(se pudo prescindir del lobby), aunque stas sufrieron sendas crisisen las renegociaciones, ms en 1968-1969 que en 1963. Hubo unprogresivo desencanto de la parte espaola al tomar conciencia delos errores cometidos en 1953: la cesin de soberana qued enevidencia cuando las bases fueron activadas en la crisis del Lbano(1958) y de los misiles cubanos (1962); la poltica marroqu nor-teamericana no siempre fue entendida; cundi la sensacin de agraviocomparativo por el tipo y la cantidad de ayuda econmica y militarrecibida respecto a otros pases europeos; los avances nucleares sovi-ticos y la inestabilidad en el Magreb hicieron evidente el aumentode riesgos aceptado, que el accidente de Palomares (1966) ratific,y por ltimo, se estim como ingratitud la falta de apoyo en el temade Gibraltar. Todo ello coincidiendo con las dificultades del Ejecutivonorteamericano para modificar los acuerdos o mantener niveles acep-tables de ayuda a Espaa a causa del conflicto de Vietnam y dela intransigencia del Senado, decidido, por el mismo tema, a bloquearcualquier nuevo compromiso militar exterior del Ejecutivo. Tambininfluy la percepcin espaola de que su aportacin a la defensaoccidental cobraba ms valor tras la salida de Francia de la estructuramilitar de la OTAN y tras la revalorizacin de Rota, estimada vitalpara la VI Flota y sus submarinos con cohetes Polaris.

    Para Asuntos Exteriores la necesidad de reequilibrar el compro-miso de las dos partes era clara; haba que conseguir la integracinen la OTAN, un verdadero tratado de mutua defensa con el vistobueno del Legislativo o un sustancial incremento de las ayudas reci-bidas. Pero la posicin negociadora espaola siempre fue dbil. Enprimer lugar porque las bases perdieron relevancia con los cambiosestratgicos y los avances tecnolgicos, sobre todo en balstica (misilesde largo alcance, plataformas mviles de lanzamiento), y porque ladisponibilidad de Gibraltar haca menos imprescindible la base deRota. Adems, la dinmica poltica de la dictadura min la unidad

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    de accin exterior del Estado: las divergencias en los objetivos nego-ciadores de Exteriores (recuperar soberana), de los ministerios mili-tares (ms armamento y cooperacin militar) y del ncleo Franco-Carrero (mantener a toda costa el nexo poltico-militar con EstadosUnidos como sostn del rgimen salvaguardando las apariencias deprestigio y dignidad nacional) dejaron mucho margen de maniobraa la parte norteamericana, que siempre fue consciente de que Francono tena alternativas: ni la opcin francesa ni el amago de neutralidaddel ltimo equipo Castiella lo eran. La labor de Exteriores fue sabo-teada con acuerdos entre las cpulas militares de los que slo seinformaba a posteriori al Palacio de Santa Cruz (por ejemplo, el quepermiti a Estados Unidos ampliar Rota en 1963) y, sobre todo,con las decisiones del Jefe del Estado, quien aprovechaba la cuestinpara dar un falso protagonismo a sus conmilitones, al tiempo quese reservaba la ltima palabra en unas relaciones vitales para el rgi-men. Aun as, en 1969-1970 los diplomticos lograron hacer desa-parecer la clusula secreta que permita activar las bases con unamera comunicacin; stas pasaron a ser exclusivamente espaolasy los norteamericanos se comprometieron a no almacenar armas qu-micas y biolgicas en ellas 46.

    La sombra de los acuerdos de 1953 fue muy alargada y alimentun nuevo antinorteamericanismo con muchos perfiles. A diferenciade lo ocurrido en otros pases europeos, donde desde 1941 la imagende Estados Unidos se asociaba a la defensa de la democracia contrala tirana nazi y luego contra la sovitica, en la Espaa de los aoscuarenta seguan vivos los viejos clichs de un pueblo de toscos mate-rialistas o brbaros incivilizados, envidiado por su progreso material,pero del que se desconfiaba por su poder e hipocresa poltica 47.La propaganda del rgimen, que primero aliment esos tpicos, tuvoque ahogarlos desde principios de los cincuenta haciendo de EstadosUnidos el campen del anticomunismo, difundiendo imgenes delestilo de vida americano y presentando la nueva amistad como otrode los triunfos de Franco. Durante aos se encubri la vergonzosadesigualdad de los acuerdos. Sin embargo, en el marco de las rene-gociaciones, en particular de la segunda (1968-1969), se impulsaroncampaas de prensa nacionalistas, de tono neutralista, que desvelaron

    46 MARQUINA, A.: op. cit., pp. 761-851.47 As lo atestigua el embajador C. J. Hayes tras su paso por Madrid (Los Estados

    Unidos y Espaa, Madrid, 1952 pp. 226-227).

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    en parte la situacin y alentaron un difuso sentImIento antinorte-americano, de protesta contra la prepotencia yanqui, y britnica, por-que el tema Gibraltar era su apndice. Siguiendo el signo de lostiempos, se pretenda defender la poltica que demandaba la opininpblica, aun cuando sta era artificial y no democrtica: fue el con-tradictorio intento de aperturistas como Castiella (o Fraga) deutilizar a la opinin pblica como baza poltica. No funcion ni conWashington ni con Franco, pero dej una huella duradera en unasociedad como la del final del franquismo cada vez ms pendientede la prensa.

    Este antiamericanismo nacionalista e interclasista abarcaba sec-tores civiles, pero tambin militares, que culpaban a Estados Unidosde la calamitosa situacin de las Fuerzas Armadas espaolas en 1975;en especial del Ejrcito de Tierra, menos involucrado en la moder-nizacin derivada de los convenios. J. M. Allendesalazar apunta quequiz tambin estos sectores trataban de limpiar el estigma de habersido complacientes en exceso con la presencia americana en los aosanteriores 48. Adems haba otros antiamericanismos ms ideolgicos.An quedaba el remanente de los grupos ultraconservadores y anti-liberales (con BIas Piar como un buen ejemplo) o falangistas (5. P.y Mundo); pero, sobre todo, el antinorteamericanismo de la oposicinantifranquista. Para esta ltima, desde 1953 Estados Unidos era elgran aliado de la dictadura y haba olvidado los ideales democrticosen el combate militarista contra el comunismo. El apoyo a otrosregmenes de fuerza, ms las desgraciadas intervenciones norteame-ricanas en Vietnam yen Amrica Latina o su implicacin en el conflictopalestino, completaron la imagen negra de la superpotencia. Era elclima de protesta antiimperialista y neomarxista de los ltimos aosde la dictadura, cuando el PCE inspiraba buena parte de las iniciativaspoltico-culturales de oposicin 49; un antifranquismo que, sin embar-go, hada suyas las formas de protesta de la cultura popular alternativanorteamericana. A ello se sumaba un antimilitarismo ligado a la imagennegativa de las Fuerzas Armadas como paladines del franquismo,que se ir traduciendo en una creciente oposicin al servicio militar

    4K Confrontacin y cooperacin poltica entre Espaa y los Estados Unidos,en FLYS, c., y CRUZ, J. E.: El nuevo horizonte: Elpaa-Estados Unidos. El legadode 1848 y 1898 frente al nuevo milenio, Madrid, Universidad de Alcal, 2001, p. 41.

    49 PORTERO, F.: La poltica de seguridad espaola, en Cuenta y Razn, nm. 38(julio-agosto de 1988).

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    obligatorio 50. En consecuencia, hacia 1975 las imgenes de los espa-oles sobre la Guerra Fra y sobre el papel norteamericano en ellaeran difcilmente comparables a las de otras opiniones pblicaseuropeas, lo que ayuda a entender las actitudes de muchos grupospolticos y de los primeros gobiernos de la transicin en materiade seguridad. La izquierda y una parte del centro no percibirn comoreal la amenaza sovitica, se mostrarn antinorteamericanos y msbien proclives al neutralismo.

    3. Los vnculos de dos democracias aliadas

    El inicio de la transicin espaola no vari mucho la perspectivanorteamericana sobre sus intereses en Espaa. Lo fundamental seguasiendo evitar que la inestabilidad poltica pusiera en peligro el usode las instalaciones militares. En el conflicto del Yom Kippur (1973),los aviones americanos haban tenido que utilizar las bases de lasAzores en vez de las espaolas. En 1975, muy reciente la crisis delpetrleo, la coyuntura era compleja, con un flanco mediterrneo enplena erupcin: tensin en Oriente Medio, dos aliados como Turquay Grecia enfrentados por Chipre, proceso de transicin en Grecia,donde se vea a Estados Unidos como cmplice de la dictadura militar,y, sobre todo, giro izquierdista en Portugal que poda contagiarsea Espaa y poner en riesgo el uso de las bases peninsulares. Seguasiendo deseable la plena integracin de Espaa en el bloque europeooccidental -lo que requera su democratizacin- pero la admi-nistracin Ford-Kissinger no tena prisa. El consejo de Kissinger aAreilza en el verano de 1976 fue que no organizaran elecciones hastaque el gobierno no tuviera un partido propio para ganarlas con segu-ridad: la poltica era no acelerar los procesos democratizadores alldonde Estados Unidos tena intereses estratgicos en juego, si nohaba garantas de una transicin segura. De hecho, aunque hubieranpreferido que Franco hubiese cedido en vida el poder a Juan Carlos-con quien haban mantenido contactos tranquilizadores desde hacaaos-, confiaban en que la clase poltica franquista reformista podasacar adelante el proyecto sin grandes problemas. As que respaldaronal primer gobierno de la monarqua, como demostr la acogida al

    50 BRAY, N.: Espaa-Estados Unidos: las bases, en Poltica Exterior, nm. 5(1988), pp. 170-175.

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    rey en Washington y el crdito concedido en junio de 1976, quepudo ser una seal a los mercados financieros. En cambio, las apro-ximaciones norteamericanas a la oposicin democrtica fueron tmi-das, continuacin de la poltica llevada a cabo desde la dcada anterior:contactos informativos fluidos con todos los grupos, pero sin llegara establecer lazos que pudieran irritar al rgimen, ms una estrategiade captacin general de nuevas lites a travs de su poltica culturaly de propaganda. No ha trascendido que desde Washington se otor-gara ayuda directa a los futuros partidos polticos; s parece claroque no se deseaba la legalizacin del PCE, pero faltan estudios docu-mentales sobre el tema 51.

    Desde Madrid la prioridad era eliminar riesgos y focos de tensinque pudieran obstaculizar el difcil proceso poltico en marcha. Ade-ms era preciso definir una nueva poltica exterior para el proyectodemocrtico: haba que marcar rupturas con la dictadura, legitimarinternacionalmente la transicin y decidir el alineamiento interna-cional de la nueva Espaa. Estados Unidos apareca en el meollode ese debate. Los convenios estaban en proceso de renovacin y,pese a que la demanda de recuperar la soberana cedida en 1953era general, no se poda prescindir de ellos en una coyuntura polticatan delicada, agravada por la tensin con Marruecos tras la MarchaVerde y pronto con Argelia. El desenlace fue el Tratado de Amistady Cooperacin, para cinco aos, firmado en enero de 1976 peronegociado en los meses finales de la dictadura. Con objetivos departida similares a los de 1968, se lograba elevar la categora delacuerdo (ahora un verdadero tratado, con ratificacin del Senadonorteamericano) ms el compromiso de no almacenamiento de armasnucleares, que inclua sacar de Rota los submarinos nucleares antesde julio de 1979; an ninguna garanta defensiva, apenas reduccinde presencia americana (poco despus llegaron ms personal y avionesde la base de Wheelus, evacuada en Libia), pero s ms nfasis enotras vertientes de cooperacin para envolver la penosa imagen decontrato de alquiler de bases. La parte norteamericana haba tratado

    51 Cabinet Meeting Minutes, 6/4/1975, Box r, James E. Connor Files, GeraldR. Ford Library; vid. POWELL, Ch.: La dimensin exterior de la transicin, enRevista del Centro de Estudios Constiucionales, nm. 18 (1994); VIAS, A.: EstadosUnidos y la Espaa democrtica, en Espaa y Estados Unidos en el siglo xx (cursode especializacin del CSIC), Madrid, 2002; PERINAT, L. G.: Recuerdos de una vidaitinerante, Madrid, Compaa Literaria, 1996, pp. 139-160.

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    de satisfacer las demandas espaolas de superar los acuerdos, perocon la idea de que el arreglo era provisional, porque Espaa ibaa ingresar en la OTAN cuando concluyera el proceso constitucional.Con ello la relacin bilateral pasara a ser regulada por un simpleconvenio y quedara subsumida en el compromiso multilateral queimplicaba el Tratado de Washington, y as la situacin espaola dentrodel bloque occidental se normalizara definitivamente 52.

    Para J. M. de Areilza, y para su sucesor M. Oreja, estaba muyclaro que el camino para mejorar la relacin hispano-norteamericanaera el ingreso en la OTAN; sin embargo, les result imposible imponeresa lnea 53. Al comps de la democratizacin, los primeros gobiernosde la transicin hicieron avanzar el proceso de normalizacin diplo-mtica tomando como eje la opcin europea, sobre la que existaun amplio consenso. Se buscaba una poltica exterior autnoma quepermitiera recuperar posiciones en el sistema internacional, pero noestaba claro qu opcin de seguridad ni qu tipo de nexo con losEstados Unidos facilitaran esos objetivos. Gran parte del centro pol-tico y la izquierda visualizaba Espaa en un papel de pas puenteentre Norte-Sur, entre Este-Oeste, con quehaceres de mediaciny distensin en escenarios mediterrneos o latinoamericanos; unaautoimagen quijotesca, de pueblo apartado de las guerras, olvidadizode su condicin de ex metrpoli. Pesaba mucho la herencia franquistay, quiz, tambin la tradicin de neutralidad previa, traducidas enla falta de una cultura de seguridad, cierta ingenuidad en la com-prensin de las relaciones internacionales y la dificultad de captarlas implicaciones internas de la poltica exterior, tras dcadas de pre-caria integracin internacional 54 . Lo cierto fue que la voluntad deevitar enfrentamientos polticos hasta asentar la democracia (el con-senso por omisin descrito por F. Rodrigo), ms las posiciones per-

    52 AREILZA, ]. M.: Diario de u