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CAPÍTULO 7 ESTADOS UNIDOS, 1917-1945 por NlGEL TOWNSON Profesor de Historia Contemporánea, Universidad Europea de Madrid 1. La Primera Guerra Mundial y el Tratado de Versalles La contribución de Estados Unidos a la victoria de los aliados (1917-1918) Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial en abril de 1917, en un mo- mento en el que ¡os aliados estaban pasando por grandes aprietos. Los rusos estaban al borde de la guerra civil, los italianos se encontraban desmoralizados, y a los fran- ceses y británicos les faltaban dinero y soldados para poder seguir luchando. Los es- tadounidenses no podían, sin embargo, proporcionar mucha ayuda de forma inme- diata, dado que su ejército era de reducidas dimensiones y necesitaban tiempo para reclutar efectivos. En torno a marzo de 1918, había 300.000 soldados norteamerica- nos en Francia, pero al final del conflicto esta cifra se había elevado a más de dos mi- llones. Inicialmente, las fuerzas de Estados Unidos contribuyeron a frenar la gran ofensiva alemana de marzo de 1918. Posteriormente, tuvieron un papel destacado en la contraofensiva de los aliados en septiembre de 1918. De hecho, la batalla de Meu- se-Argonne del mismo mes, que involucró a 1,2 millones de soldados estadouniden- ses, fue la más grande de la historia militar de Estados Unidos. Finalmente, la pre- sencia de las tropas norteamericanas tuvo un efecto psicológico positivo muy notable sobre los aliados y contribuyó enormemente al desaliento de los alemanes. Aunque las 109.000 bajas de Estados Unidos fueron muy inferiores a las de los rusos, franceses y británicos, su ejército marcó la diferencia entre la victoria y la derrota. Si en marzo de 1918 los alemanes tenían unos 300.000 soldados más que los aliados, éstos habían conseguido otros 600.000 al final de la guerra en noviembre de 1918. Woodrow Wilson y la Conferencia de Paz de París (1919) En la Conferencia de Paz de París de 1919, el presidente Woodrow Wilson inten- aplicar los «Catorce Puntos» que había expuesto ante el Congreso de Estados Uni- dos el 8 de enero de 1918. Ocho de los puntos trataban de asuntos territoriales, tales ESTADOS UNIDOS, 1917-1945 [.i i como la devolución de Alsacia-Lorena a Francia, la creación de una Polonia indepen- diente, y el derecho a la autodeterminación de los pueblos del Imperio austro-húnga ro y de aquellos no turcos del Imperio otomano. Cinco puntos se referían a la coll boración internacional en temas como el desarme general, la libre navegación de los mares, la diplomacia abierta, la abolición de los aranceles, y la solución de las recia maciones coloniales de una forma justa. El último punto, la creación de una Soele dad de Naciones que sirviera de arbitro en los conflictos internacionales y garantiza- ra la independencia de todos sus miembros, era con mucho el más importante para Wilson. El Tratado de Versalles (1919) La visión del presidente de una «paz sin vencedores» no era, sin embargo, com- partida por los aliados. En el Tratado de Versalles del 26 de junio de 1919, firmado entre los aliados y Alemania, ya que los otros vencidos ratificaron tratados separados, los alemanes no sólo tuvieron que pagar unas reparaciones enormes, de 132 billones de marcos en oro, sino que se vieron obligados a ceder una gran parte de su ten-ilo rio, que incluía Alsacia-Lorena, el «pasillo polaco» (con lo cual el este de Prusia que daba separado del resto de Alemania) y sus colonias. Como consecuencia de ello, seis millones y medio de alemanes se encontraron fuera de las fronteras del propio país. Wilson, sin embargo, indujo a los franceses a abandonar su reclamación sobre la ori lia izquierda del Rhin. El logro tal vez más importante de la conferencia fue la crea ción de la Sociedad de Naciones, razón por la cual Wilson recibió el Premio Nobel de la Paz en 1919. En resumidas cuentas, el Tratado de Versalles fue menos severo debi- do a la influencia de Wilson. El rechazo al tratado en Estados Unidos La mayoría del Congreso estaba a favor de aprobar el tratado, aunque pretendía negociar ciertos aspectos del mismo con el presidente. Pero la inflexibilidad de Wil- son, junto al impacto de su infarto cerebral en septiembre de 1919, y el cansancio del pueblo norteamericano hacia los temas internacionales, explican que el tratado no consiguiera los dos tercios necesarios para su aprobación en el Senado en marzo de 1920. Como consecuencia, los estadounidenses firmaron un tratado por separado con Alemania en julio de 1921, y la Sociedad de Naciones se quedó sin la participación de Estados Unidos. 2. Los años veinte Las elecciones presidenciales de 1920 , En las elecciones presidenciales de 1920, el candidato demócrata, James Cox, ni tentó colocar como principal Lema de su campaña el asunto de la Sociedad de Na ciones, pero el electorado estaba más interesado por la denominada «amenaza roja» (red scare) de 1919, cuando 9.000 personas fueron detenidas sin juicio y 500 extranje- ros radicales deportados debido al temor generado por la revolución bolchevique, la

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CAPÍTULO 7

E S T A D O S U N I D O S , 1917-1945

por NlGEL TOWNSON Profesor de Historia Contemporánea,

Universidad Europea de Madrid

1. La Primera Guerra Mundial y el Tratado de Versalles

La contribución de Estados Unidos a la victoria de los aliados (1917-1918)

Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial en abril de 1917, en un mo­mento en el que ¡os aliados estaban pasando por grandes aprietos. Los rusos estaban al borde de la guerra civil, los italianos se encontraban desmoralizados, y a los fran­ceses y británicos les faltaban dinero y soldados para poder seguir luchando. Los es­tadounidenses no podían, sin embargo, proporcionar mucha ayuda de forma inme­diata, dado que su ejército era de reducidas dimensiones y necesitaban tiempo para reclutar efectivos. En torno a marzo de 1918, había 300.000 soldados norteamerica­nos en Francia, pero al final del conflicto esta cifra se había elevado a más de dos mi­llones. Inicialmente, las fuerzas de Estados Unidos contribuyeron a frenar la gran ofensiva alemana de marzo de 1918. Posteriormente, tuvieron un papel destacado en la contraofensiva de los aliados en septiembre de 1918. De hecho, la batalla de Meu-se-Argonne del mismo mes, que involucró a 1,2 millones de soldados estadouniden­ses, fue la más grande de la historia militar de Estados Unidos. Finalmente, la pre­sencia de las tropas norteamericanas tuvo un efecto psicológico positivo muy notable sobre los aliados y contribuyó enormemente al desaliento de los alemanes. Aunque las 109.000 bajas de Estados Unidos fueron muy inferiores a las de los rusos, franceses y británicos, su ejército marcó la diferencia entre la victoria y la derrota. Si en marzo de 1918 los alemanes tenían unos 300.000 soldados más que los aliados, éstos habían conseguido otros 600.000 al final de la guerra en noviembre de 1918.

Woodrow Wilson y la Conferencia de Paz de París (1919)

En la Conferencia de Paz de París de 1919, el presidente Woodrow Wilson inten­tó aplicar los «Catorce Puntos» que había expuesto ante el Congreso de Estados Uni­dos el 8 de enero de 1918. Ocho de los puntos trataban de asuntos territoriales, tales

ESTADOS UNIDOS, 1917-1945 [ . i i

como la devolución de Alsacia-Lorena a Francia, la creación de una Polonia indepen­diente, y el derecho a la autodeterminación de los pueblos del Imperio austro-húnga ro y de aquellos no turcos del Imperio otomano. Cinco puntos se referían a la coll boración internacional en temas como el desarme general, la libre navegación de los mares, la diplomacia abierta, la abolición de los aranceles, y la solución de las recia maciones coloniales de una forma justa. El último punto, la creación de una Soele dad de Naciones que sirviera de arbitro en los conflictos internacionales y garantiza­ra la independencia de todos sus miembros, era con mucho el más importante para Wilson.

El Tratado de Versalles (1919)

La visión del presidente de una «paz sin vencedores» no era, sin embargo, com­partida por los aliados. En el Tratado de Versalles del 26 de junio de 1919, firmado entre los aliados y Alemania, ya que los otros vencidos ratificaron tratados separados, los alemanes no sólo tuvieron que pagar unas reparaciones enormes, de 132 billones de marcos en oro, sino que se vieron obligados a ceder una gran parte de su ten-ilo rio, que incluía Alsacia-Lorena, el «pasillo polaco» (con lo cual el este de Prusia que daba separado del resto de Alemania) y sus colonias. Como consecuencia de ello, seis millones y medio de alemanes se encontraron fuera de las fronteras del propio país. Wilson, sin embargo, indujo a los franceses a abandonar su reclamación sobre la ori lia izquierda del Rhin. El logro tal vez más importante de la conferencia fue la crea ción de la Sociedad de Naciones, razón por la cual Wilson recibió el Premio Nobel de la Paz en 1919. En resumidas cuentas, el Tratado de Versalles fue menos severo debi­do a la influencia de Wilson.

El rechazo al tratado en Estados Unidos

La mayoría del Congreso estaba a favor de aprobar el tratado, aunque pretendía negociar ciertos aspectos del mismo con el presidente. Pero la inflexibilidad de Wil­son, junto al impacto de su infarto cerebral en septiembre de 1919, y el cansancio del pueblo norteamericano hacia los temas internacionales, explican que el tratado no consiguiera los dos tercios necesarios para su aprobación en el Senado en marzo de 1920. Como consecuencia, los estadounidenses firmaron un tratado por separado con Alemania en julio de 1921, y la Sociedad de Naciones se quedó sin la participación de Estados Unidos.

2. Los años veinte

Las elecciones presidenciales de 1920 ,

En las elecciones presidenciales de 1920, el candidato demócrata, James Cox, ni tentó colocar como principal Lema de su campaña el asunto de la Sociedad de Na ciones, pero el electorado estaba más interesado por la denominada «amenaza roja» (red scare) de 1919, cuando 9.000 personas fueron detenidas sin juicio y 500 extranje­ros radicales deportados debido al temor generado por la revolución bolchevique, la

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l | I M lente confllctividacl industrial y la reecsión, Los volantes culparon a los demúcra-las de eso.'; problemas y el candidato republicano, Warren Harding, consiguió la vic­toria más aplastante basta ese momento en la historia de Estados Unidos.

La prosperidad de los años veinte

La política de los años veinte estuvo dominada por los republicanos. El rasgo más manado de los gobiernos republicanos fue el de su íntima asociación con el mundo tic los negocios. Los republicanos redujeron el gasto público, recortaron los impues­tos, e intervinieron poco en la economía. De forma complementaria, se pusieron del laclo de la patronal en los conflictos laborales, tal y como sucedió en la huelga mine­ra del oeste de Virginia en 1919, a la cual Harding envió el ejército para terminar con la protesta obrera. Del mismo modo, el Tribunal Supremo propinó unos golpes muy severos al movimiento sindical. Por ejemplo, en 1921 permitió la persecución de prác­ticas tales como los piquetes y secondary boicot. Por ello, el número de afiliados a los sindicatos bajó de cinco millones en 1920 hasta 3,5 millones en 1929. Después de la muerte repentina de Harding en 1923, Calvin Coolidge no sólo asumió la presidencia, sino que ganó las elecciones de 1924. Coolidge, que declaró «la única preocupación de América es el negocio» (*the business of America is business»), siguió con la mis­ma política a favor de la patronal.

Después de la depresión de 1921-1922, Estados Unidos experimentó una prospe­ridad sin precedentes. La producción industrial casi se duplicó durante la década, mientras que el producto nacional bruto subió de 72,4 billones de dólares en 1919 a 104 billones diez años más tarde. Durante el mismo período, la renta per cápita cre­ció de 710 dólares anuales a 857. Hubo dos razones fundamentales de esta prosperi­dad: las innovaciones tecnológicas y la introducción de las teorías de organización científica del trabajo de Frederick Taylor. Nuevas industrias, tales como la química y electricidad, crecieron vertiginosamente. En 1912, sólo un 16 % de los hogares tenía electricidad, pero en 1927 el porcentaje subió al 63 %. La radio también se extendió de una forma extraordinaria: la primera compañía, la Empresa Nacional de Emisión (National Broadcasting Company, NBC), se estableció en 1926. Ya en 1930, el 40 % de los hogares disponía de radio. Otra industria en crecimiento fue la aviación, la cual se hizo muy popular gracias a la gesta protagonizada por Charles Lindbergh, el cual atravesó solo el Atlántico en 1927. En torno a 1930, se habían creado 80.000 ki­lómetros de rutas aéreas en Estados Unidos. La contribución más importante a la prosperidad de los años veinte fue, sin lugar a dudas, la de la industria del automó­vil, que, al final de la década, empleaba a casi medio millón de personas y contribuía al 12 % de la producción nacional; en 1925, la empresa Ford producía un coche cada diez segundos. Cuatro años más tarde, la ratio era de un coche por cada cinco perso­nas en Estados Unidos. Esta industria de masas estableció los cimientos de la indus­tria petrolera. También hubo una subida espectacular del sector de la construcción. Cuatrocientos rascacielos habían sido construidos en Estados Unidos antes de 1929. El Empire State, el edificio más alto del mundo, se terminó en 1931.

Este período fue también conocido como la época de la «Prohibición». Esa polí­tica fue efectiva en el campo, pero en las ciudades, donde los speakeasies, o bares ile­gales, proliferaron (Nueva York tenía 32.000 en 1929), la prohibición del alcohol pro­dujo muchísima corrupción entre los agentes públicos y la policía, así como contri-

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buyo a desarrollar organizaciones criminales cada ve/, más fuertes. Por ejemplo, la banda de Al Capone en Chicago ganaba 60 millones de dólares al año en torno a 1927. Esta situación generó más violencia: entre 1927 y 1930, 500 gángsters murieron en disputas entre las distintas bandas.

El crack de 1929

Herbert Hoover, la encarnación del hombre self-made, o hecho a sí mismo (era millonario antes de cumplir los 40 años), ministro de Comercio tanto con Harding como con Coolidge, llegó al poder en marzo de 1929. Siete meses más tarde, después de haber declarado que «en ninguna nación están más seguros los productos del pro­pio esfuerzo», tuvo lugar el crack de 1929. Fue la peor depresión jamás conocida por Estados Unidos. El continuado ascenso de los valores bursátiles desde 1922 había pro­vocado un boom especulativo. A finales del verano de 1929, y con respecto a los cua­tro años anteriores, el valor de las acciones se había cuadruplicado. Los inversores empezaron entonces a vender, de tal forma que las acciones bajaron con más rapidez que subieron. En el denominado «Jueves Negro» (24 de octubre) se vendieron casi 13 millones de acciones. Cinco días después, en el «Martes Negro», se liberaron dieci­séis millones de acciones por un valor total de diez millones de dólares: fue el peor día en la historia de la Bolsa de Nueva York.

La Gran Depresión

El país que más sufrió la depresión fue precisamente Estados Unidos. Millones de inversores perdieron todo lo que tenían: trabajos, casas y bienes. Los precios de los productos agrícolas cayeron de tal forma que los granjeros dejaron que tanto las co­sechas como los animales se «pudrieran» en el campo. Como consecuencia de ello, el país que más alimentos producía en el mundo no pudo, paradójicamente, evitar la ex­periencia del hambre. Dado que la gente no podía comprar bienes industriales, mu­chas fábricas tuvieron que cerrar, muchos comercios entraron en bancarrota, y el de­sempleo creció de una manera alarmante: de 1,5 millones en 1929 a 3,25 millones en marzo de 1930, llegando a 13 millones en 1932. La crisis económica mundial, cono­cida como la Gran Depresión, había empezado.

La reacción de Herbert Hoover

Para reducir la competencia extranjera, Hoover permitió en 1930 que el Congre­so elevara los aranceles hasta un nivel jamás visto. Esta decisión fue una terrible equi­vocación: la depresión se hizo aún más profunda debido al hecho de que los europeos, que ya no podían exportar a Estados Unidos, se vieron obligados a subir sus propios aranceles. Con respecto al problema del paro, el presidente no hizo nada por ayudar a la enorme masa de desempleados; creía que no debía asumir responsabilidades que eran propias del individuo, ya que, si intervenía, la gente se haría dependiente del Es­tado de forma permanente. Al mismo tiempo, pensó que tal ayuda desequilibraría el presupuesto y debilitaría tanto al Estado federal como a los gobiernos locales. Sin em­bargo, la evidencia de las penurias sociales y la falta de ímpetu de la economía le hi­cieron cambiar de postura durante el verano de 1931-1932.

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En enero de 1932, el presidente estableció la Corporación Financiera de Recons­trucción (Reconstruction Finance Corporation, RFC) como medio de prestar dinero a los bancos y a ¡os negocios que estaban en apuros. También puso oro en circulación para apoyar al dólar y aumenta r el crédito. La Ley de Ayuda y Reconstrucción per­mitió al RFC prestar un billón y medio de dólares a los gobiernos estatales y munici­pales para fomentar las obras públicas. Unos 300 millones de dólares se dedicaron a la ayuda de los más necesitados. Con esas medidas, Hoover intervino en la economía más que cualquier otro presidente anterior. Aun así, las medidas emprendidas no fue­ron suficientes para salir de la crisis. Además, Hoover se mantuvo ferozmente en sus trece y rechazó todo tipo de ayuda estatal para los desempleados. Desde su punto de vista, ésta era una tarea de las organizaciones filantrópicas, a pesar del hecho de que éstas no podían responder a las necesidades de tanta gente sin trabajo y sin comida. Por ello, cada vez hubo más resquemor hacia Hoover. Era difícil entender por qué los empresar ios y financieros recibieron apoyo del Estado, pero no los que tenían ham­bre. Por ello, «los poblados de chabolas de latón y cartón eran "ciudades Hoover" —re­lata el periodista William Manchester—, las "mantas Hoover" consistían en periódicos viejos con los que los que poblaban los bancos de los parques se cubrían para eslar calientes. Las "banderas Hoover" eran los bolsillos vacíos. Los "cerdos Hoover" eran los conejos que atrapaban los hambrientos granjeros para comérselos».

3. El New Deal (1933-1936) Las elecciones presidenciales de 1932

En las elecciones presidenciales de 1932, Hoover se enfrentó al carismático, bien parecido y enérgico Franklin D. Roosevelt, miembro de una familia rica de Nueva York y pariente lejano del presidente Theodore Roosevelt (1901-1909). En 1913, con sólo 31 años, Franklin Roosevelt se convirtió en subsecretario de Marina y siete años más tarde fue el candidato vicepresidencial cuando James M. Cox perdió ante Warren Harding. Pero, un año después, contrajo la polio, aunque con la ayuda y voluntad de su mujer, Eleanor, pudo volver a la política. De hecho, en 1928 fue elegido goberna­dor de Nueva York y, durante sus dos mandatos, consiguió fama de reformista mode­rado. Como candidato del Partido Demócrata a la presidencia en 1932, Roosevelt había promet ido un «nuevo contrato para el pueblo americano» («New Deal for the American peop/e»)- La actitud entusiasta de Roosevelt durante la campaña contrastó vivamente con el derrotismo de Hoover. Su victoria electoral fue aplastante, ganando en cuaren ta y dos estados frente a los seis de su contrincante.

La situación al asumir la presidencia

Cuando asumió la presidencia el 4 de marzo de 1933 se encontró con una situa­ción sumamen te difícil: los agricultores estaban desesperados porque sus ingresos ha­bían caído aproximadamente dos tercios desde 1929, el sistema bancario estaba casi por completo en quiebra, y había entre doce y quince millones de personas sin em­pleo. Además, las organizaciones filantrópicas privadas no podían hacer frente a las demandas crecientes de los grupos desfavorecidos y, por ello, mucha gente pasaba

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hambre. Parecía que Estados Unidos estaba al borde de una crisis de proporciones imprevisibles.

El final de la crisis bancada

Desde el pr incipio , Roosevelt actuó de una forma decisiva y enérgica. En su dis­curso inaugural subrayó la importancia de que el país recuperara la confianza en sí mismo con la frase siguiente: «a lo único que tenemos que temer es a nuestro propio miedo». Una de s u s primeras medidas, un proyecto de ley aprobado por el Congreso después de sólo diez horas de debate, fue poner la banca bajo control federal, en un intento por r e s t au ra r la credibilidad del sector bancario y de crédito. En la primera de sus «charlas junto al fuego» transmitidas por la radio, el 12 de marzo de 1933, ase­guró a los nor teamer icanos que sus ahorros estaban bien protegidos en los bancos. De esa forma, se evitó la crisis del sistema bancario. En 1934, promovió la creación de la Comisión de Seguridades y Bolsas con el objetivo de regular éslas y evitar otro crack como el de 1929.

Los proyectos del New Deal

Durante la p r imera fase del New Deal, un período de actividad legislativa frenéti­ca conocido c o m o «Los Cien Días», que abarcó desde marzo a junio de 1933, el Con­greso aprobó quince leyes de gran envergadura. El primer gran objetivo de esa legis­lación fue salvar el capitalismo estadounidense. Al contrario que Herbert Hoover, para el cual la ayuda al desempleo no era una responsabilidad federal, sino un problema del sector pr ivado, Roosevelt emprendió una serie de iniciativas para aliviarlo. Con este fin se c rea ron varios organismos gubernamentales. El Cuerpo de Conservación Civil (Civilian Conservation Corps, CCC), por ejemplo, daba trabajo a cientos de mi­les de parados med ian te su ocupación en labores de restauración de los campos aban­donados por los granjeros. La Ley de Emergencia de Ayuda Federal estableció un pro­grama de 500 millones de dólares organizado por el asistente social de Nueva York, Harry Hopkins. A través de la construcción de carreteras, colegios, parques y patios de escuela, Hopk ins empleó a cuatro millones de personas durante el invierno de 1933. Mientras tan to , la Administración de Obras Públicas (Public Works Adminis-tration, PWA), dirigida por el ministro de Interior, Harold Ickes, y con un presupuesto de 3,3 billones d e dólares, construía colegios, diques, hospitales, carreteras, edificios públicos, puentes , tribunales, e incluso portaaviones. El más famoso de todos estos proyectos fue el d e la Autoridad del Valle de Tennessee (Tennessee Valley Authority, TVA), que afectaba a siete estados. Este ambicioso plan supuso no sólo la construc­ción de diques y canales navegables, sino también la provisión de riego y electricidad para la zona. En el valle de Tennessee, área muy deprimida y poco desarrollada, no más del.2 % de las granjas recibía energía eléctrica. El proyecto, que restauró toda una región del país, fue uno de los éxitos más notables del New Deal.

Asimismo, Roosevelt entendió que era necesario ayudar no sólo a aquellos que to­davía tenían un trabajo, y que estaban experimentando recortes de sus salarios por parte de la pa t rona l , sino también al sector empresarial. La Ley de Recuperación In­dustrial Nacional (National Industrial Recoveiy Act, NIRA) fue un intento de planifi­car la economía a través de la colaboración entre el sector público y el privado. La pa-

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liona! debía elaborar un código de «competencia justa» con el objetivo de aumen ta r el consumo y estabilizar los precios. Como contrapartida, los empresarios se compro-

* metieron a reducir la jornada laboral, pagar un sueldo decente a sus trabajadores, ter­minar con el empleo infantil y permitir a los obreros organizarse y negociar conve-

' nios colectivos. Sin embargo, el ambicioso plan no cumplió sus objetivos. Los códigos se elaboraron de una forma incompleta y después no se pudieron aplicar con eficacia. Como consecuencia de ello, los precios siguieron subiendo de forma más acelerada que los salarios al tiempo que no se creaban más puestos de trabajo. De hecho, cuan­do el Tribunal Supremo invalidó la ley en 1935, ésta era ya considerada un fracaso.

Ayudar a la agricultura fue otro de los objetivos fundamentales del New Dea!. La Ley de Ajuste de la Agricultura (Agricultura! Adjuslment Act, AAA) entró en vigor en 1933, con la intención de elevar los precios agrícolas mediante una restricción de la

? producción. Los agricultores se vieron compensados si reducían sus cosechas y gana­dos. Como consecuencia de ello, se destruyó el 25 % de la cosecha de algodón, una parte importante de la cosecha de tabaco, y seis millones de cerdos fueron sacrifica-

j dos. Esa medida fue criticada debido a que mucha gente en Estados Unidos estaba ^ pasando hambre en aquel momento. Mientras tanto, entre 1933 y 1936, los agricuilo-• res tuvieron que hacer frente a las denominadas «tormentas de tierras». Este fenó-« meno era el resultado de prácticas agrícolas y ganaderas intensivas que habían perju­

dicado la riqueza de los suelos de las Grandes Praderas. Las tormentas eliminaron la ^ capa superficial de la tierra, destruyendo 150.000 millas cuadradas en Arkansas,

Oklahoma y los estados colindantes. Los agricultores arruinados apilaron sus perte­nencias y abandonaron la región, marchando con sus familias en coches desvencija-

« dos hacia California en busca de la tierra de la abundancia. «Los desposeídos —como cuenta John Steinbeck en Las uvas de la ira— parecían brotar de las montañas , ham­brientos e intranquilos como hormigas, corriendo a encontrar algún trabajo para ha-

4 cer —levantar, empujar, tirar, recoger, cortar— cualquier cosa, cualquier carga con tal de comer.» En realidad, la nueva vida en California fue muy dura. «Esperaban en-

*i contrar un hogar —escribe Steinbeck— y sólo encontraron odio.» En torno a 1935, los ingresos agrícolas se duplicaron, pero esto no fue solamente el resultado de la políti-

^ ca seguida, sino la consecuencia de la escasez de cosechas provocada por las «tor­mentas de tierra», la sequía de ese año, y la devaluación del dólar. De hecho, la ma­yor parte de los beneficios de la AAA fueron a parar a los terratenientes, mientras que muchos arrendatar ios y jornaleros ganaban menos que antes y por eso tuvieron que abandonar las tierras.

7 Las medidas llevadas a cabo durante los dos primeros años del New Dea!, a pesar r de su novedad y largo alcance, no fueron suficientes para paliar la crisis. A finales de

1934 había todavía once millones de desempleados. Algunos sectores, tales como los } pequeños agricultores, aparceros, jubilados y parados rurales, no se habían beneficia-k dos de los programas de ayuda. Por ello, Roosevelt puso en práctica un programa aún w más radical en 1935 que algunos historiadores han denominado «el segundo New 5 Dea!». En abril de 1935, la Administración para el Progreso de las Obras Públicas

(Works Progress Administration, WPA), bajo la dirección de Harry Hopkins (la perso-J na que, detrás del presidente, más hizo por ayudar a sus compatr iotas durante la Gran » Depresión), sustituyó a los anteriores organismos de ayuda. Durante los ocho años si-

guientes, la WPA destinó 11 millones de dólares a emplear a 8,5 millones de personas } que construyeron hospitales, carreteras, colegios y pistas de aterrizaje, y part iciparon

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ESTADOS U N I D O S , 1917-1945 159 en la política de reforestación y la erradicación del chabolismo. El gobierno también intentó establecer un Estado del bienestar que se acercara a los estándares de Euro­pa occidental. Sólo 27 de los 4S estados tenían pensiones para los jubilados y única­mente Wisconsin contaba con un seguro contra el desempleo. La Ley de Seguridad Social creó un sistema obligatorio de pensiones para los jubilados y un seguro de paro, lo cual se pagaba con contribuciones lanío de los obreros como de los empre­sarios. Sin embargo, el sistema no era el adecuado: el gobierno federal no hacía nin­guna aportación, el seguro era insuficiente y no duraba más de veinte semanas. Mu­chos sectores, como por ejemplo el de los jornaleros, no disfrutaban de ese apoyó y tampoco podían contar con ayudas por enfermedad. A pesar de estas y otras defi­ciencias, la Ley de Seguridad Social supuso sin embargo el punto de partida de un cierto tipo de Estado del bienestar.

La reforma laboral más importante del New Dea! también se aprobó en julio de 1935. La Ley de las Relaciones Laborales [National Labor Relalions Act), conocida como la Ley de Wagner porque su promotor era el senador Robert F. Wagner, defen­dió, en pr imer lugar, el derecho de los obreros a fundar sus propios sindicatos. En se­gundo lugar, prohibió muchas prácticas de la patronal que eran bastante habituales, como, por ejemplo, la creación de sindicatos amarillos y el rechazo a negociar con las organizaciones de los trabajadores. Gracias a esta le)', el s indicato votado por la ma­yoría de los obreros sería el único agente que negociara con los empresarios. Para re­gular su cumplimiento, la Ley de Wagner también constituyó un Tribunal de Relacio­nes Laborales. En suma, esta medida incrementó de una forma muy considerable el intervencionismo estatal en las relaciones entre trabajo y capital.

La oposición al New Dea!

El New Dea! necesitaba para su puesta en práctica de unos ingresos federales más altos que los existentes hasta entonces. A través de la Ley del Impuesto de Contribu­ción Progresiva (Wealth Tax Act) de 1935, el gravamen sobre la renta subió al t iempo que se penalizaban los beneficios que excedían un cierto umbral . No es sorprendente descubrir así que las clases privilegiadas estaban predominantemente en contra del New Deal y de su cabeza más visible. Consideraban a Roosevelt como un traidor a su clase. A la oposición conservadora le asustó la intromisión del gobierno federal en la economía, el crecimiento de los déficit presupuestarios, y el coste de la ayuda a Jos desempleados. También atacó a «ese hombre de la Casa Blanca» por la crítica que ha­bía realizado del egoísmo y la avaricia de los capitalistas (a los que llamó «la aristo­cracia económica»). Por estas razones, se organizó la Liga de la Libertad Americana en 1934, con el apoyo de la poderosa familia Du Pont e incluso de dos candidatos de­mócratas presidenciales, John W. Davis y Alfred E. Smith. A Roosevelt se le conside­raba anticapitalista, aunque no lo era y simplemente estaba en contra de los abusos del capitalismo y, al igual que Theodore Roosevelt, creía que éstos debían ser contro­lados. Por otro lado, la oposición de la izquierda a Roosevelt abarcaba desde el mo­vimiento del doctor Francis E. Townsend, que tenía cinco millones de miembros en 1935, hasta el cura católico Charles E. Coughlin, presentador de un programa muy popular de la radio, pasando por el más importante opositor, el demagógico goberna­dor de Luisiana, Huey Long, asesinado en septiembre de 1935.

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1 6 0 HISTORIA UNIVERSAL CONTEMPORÁNEA

4. El s e g u n d o New Decil (1936-1938) Las elecciones presidenciales de ¡936

En las elecciones de 1936, Roosevell derrotó a su contrincante republicano, Al-fred Landon, por un margen histórico, venciendo en todos los estados excepto en Mai-ne y Vermont. Al mismo tiempo, los demócratas consigueron un 80 % de los escaños de la Cámara de Representantes y un 75 % de los del Senado. Este resultado legitimó a Roosevell para seguir adelante con su programa de reformas.

El conflicto con el Tribunal Supremo de 1937

En su discurso de jura del cargo, en enero de 1937, Roosevell habló de «una ter­cera parte de la nación que no disponía de una vivienda adecuada y que estaba mal vestida y alimentada». Sin embargo, al principio de su segundo mandato se aprobó poca legislación debido al t remendo conflicto que se suscitó entre el presidente y el Tribunal Supremo en 1937. Dominado por ultraconservadores, el Tribunal era con­trario a la intromisión gubernamental en los asuntos sociales y económicos. De he­cho, los dos pilares del pr imer New Dcal, la NIRA y la AAA, habían sido declarados inconsti tucionales po r par te del Tribunal en 1935 y 1936. El presidente no podía acep­tar que unos jueces, nominados por los republicanos, redujeran al gobierno a la im­potencia en un momen to de crisis nacional. Como respuesta a las maniobras del Tri­bunal, Roosevell propuso al Congreso que el presidente tuviera derecho a nombrar más jueces para esta institución. Esta propuesta perseguía llenar el Tribunal de parti­darios suyos, lo cual desencadenó una viva protesta ya que se consideraba al Tribunal como el guardián de la Constitución. Por ello, Roosevell fue acusado de socavar la in­dependencia judicial. Cuando el presidente vio que no había posibilidad de que el Congreso aprobara el proyecto de ley, lo abandonó. Fue la primera derrota importan­te de Roosevell. De todos modos, el Tribunal comenzó a cambiar de postura a lo lar­go de los cuatro años siguientes, en parle porque el presidente pudo nombra r a siete jueces, impr imiendo un carácter más liberal al mismo. A part ir de entonces, el Tribu­nal defendería medidas del A'eiv Deal tales como la Ley de Seguridad Social y la Ley de Wagner. La aprobación de esta última constituye la victoria legal más importante del movimiento obrero nor teamer icano en toda su historia. Ello se reflejó en una sú­bita subida del número de trajadores afiliados a los sindicatos: de 3,5 millones en 1935 a 15 millones doce años más tarde.

La pérdida del ímpetu inicial

Asimismo, durante los años 1937 y 1938 se aprobaron una serie de leyes de rela­tiva importancia . Estas iniciativas incluyeron préstamos a los arrendatar ios para que pudieran comprar las tierras que trabajaban, ayudas para erradicar el chabolismo, la fijación de un salario mínimo (de 25 centavos, que subiría a 40 después de dos años) y de una jornada máxima (inicialmente de 44 horas semanales, bajando a 40 al cabo de dos años) , y la prohibición del trabajo infantil. Sin embargo, durante estos años, el New Deal perdió su ímpetu inicial. El primer problema que debió afrontar fue el alto grado de conflictividad laboral.

ESTADOS UNIDOS, 1917-1945 161 Los sindicatos, gracias a la legislación de los años treinta, habían experimentado

un incremento de afiliados que fue desde dos millones hasta nueve en 1938. Ese in­cremento provocó un enfrentamienlo dentro de la Federación Americana del Trabajo, debido a que muchos de sus líderes, en su mayor parte de los sectores artesanales, no tenían interés en atraer a los obreros no cualificados de industrias de producción en masa, tales como las del automóvil, acero y caucho, mientras que una minoría esta­ba a favor de ese tipo de política. Para resolver ese enfrentamienlo, en 1937 se fundó el Congreso de Organizaciones Industriales (CIO) bajo el liderazgo del combativo John L. Lewis, presidente del sindicato minero. El intento del CIO por entrar en las indus­trias anteriores causó un gran conflicto a lo largo de lodo el año de 1937. Los patro­nos utilizaron lockouts, espías, «esquiroles», reclinando incluso ejércitos privados con el objetivo de romper las huelgas. El 30 de mayo de 1937, en el incidente más san­griento de este período, la policía de Chicago mató a diez obreros e hirió a 75 en una huelga de la industria del acero. A finales de 1937, el CIO había sido aceptado por to­das las empresas del sector del automóvil, excepto Ford (que cedió finalmente en 1941).

El segundo percance de estos años fue el declive económico de 1937, cuando el desempleo se incrementó en cuatro millones y la Bolsa cayó de nuevo, lo cual se de­bió al intento de Roosevell por equilibrar el presupuesto mediante recortes en distin­tas part idas presupuestarias. Bajo la influencia de los «keynesianos», el presidente vol­vió a aumenta r posteriormente el gasto público de forma generosa, y, en el verano de 1938, la crisis había sido superada. En términos globales, las hazañas legislativas de 1937-1938 fueron mucho menos impresionantes que las anteriores, y la reputación del presidente experimentó un cierto retroceso. Esto se reflejó en las elecciones al Congreso de 1938, cuando los republicanos consiguieron avanzar sus posiciones por primera vez desde 1928.

El legado de Roosevelt

El New Deal no fue más que un éxito parcial. De hecho, en 1939, cuando la in dustria volvió al nivel de producción de 1929, aún había nueve millones y medio de desempleados, o, lo que es lo mismo, el 17 % de la población activa seguía en paro, El pleno empleo y un crecimiento económico sostenido no llegaron hasta que Estados Unidos se convirtió en el «arsenal de las democracias» durante la Segunda Guerra Mundial. Algunas medidas, como la NIRA, habían tenido el efecto contrario al desea­do. Otras, como la AAA, no hicieron nada por los sectores sociales más desfavoreci­dos. Además, la política social del A'eiv Deal fue muy tímida.

Por otra parte, el 32." presidente de Estados Unidos supo preservar la democra­cia en su país durante la depresión, puso los fundamentos del Estado del bienestar, e hizo que el capitalismo fuera más humano, dando más poder a los sindicatos dentro de un marco institucional sólido para las relaciones laborales. Asimismo, reforzó el estatus de las minorías, tales como los negros, judíos, católicos, y mujeres, a través de una política de masivos nombramientos a puestos gubernamentales . Aumentó de una forma considerable y duradera la actividad del Estado, ejerciendo un control absolu­tamente necesario del sistema bancario y financiero. Desde entonces, el gobierno fe­deral se convirtió en el elemento decisivo en la regulación de la economía estadouni­dense. «La mejor garantía para una libertad duradera —afirmó Roosevelt— es un go-

Page 6: La Primera Guerra Mundial y el Tratado de Versalles do de ...€¦ · El Tratado de Versalles (1919) La visión del presidente de una «paz sin vencedores» no era, sin embargo, com

162 HISTORIA U N I V E R S A L C O N T E M P O R Á N E A

bienio suficientemente fuerte que pueda proteger los intereses del pueblo.» Al mismo tiempo, Roosevelt, que fue el primer presidente con éxito a la hora de comunicarse directamente con el pueblo a través de la radio, incrementó el prestigio y la autoridad de la presidencia.

Otra de su hazañas fue que el Partido Demócrata, que ahora abarcaba desde el sur y las ciudades del norte, hasta los intelectuales, el movimiento obrero, y los me­nos favorecidos, se convirtiera en el partido mayori tano, venciendo en ocho de doce elecciones presidenciales entre 1932 y 1976, y dominando al mismo tiempo las dos cá­maras del Congreso y muchos gobiernos estatales.

5, La política ex te r io r de los a n o s veinte y t reinta

La política hacia América Latina

En su discurso inaugural de 1933, Roosevelt había promet ido que el país se de­dicaría a «la política del buen vecino: el vecino que se respeta a sí mismo y, por eso, respeta los derechos de los demás». La política de «buena vecindad», referida sobre todo a la mejora de las relaciones con los países de América Latina, no era nueva, sino que suponía la continuación de una similar iniciada por Cooliclge y Hoover.

Muchos países sudamericanos se habían convertido en dependencias económicas de Estados Unidos y, debido al uso de la fuerza militar durante la presidencia de Theodore Roosevelt de 1901-1909, tropas estadounidenses habían ocupado Cuba, Hai­tí, Nicaragua y la República Dominicana. Sin embargo, las tropas se retiraron de Cuba en 1922 y de la República Dominicana en 1924, aunque la presencia económica de Es­tados Unidos en esla región siguió en alza.

En 1930, Hoover marcó un punto de inflexión en la política exterior al rechazar el papel policial que Theodore Roosevelt había asumido para Estados Unidos y, en contraste con lo que hubiera hecho éste, Taft o Woodrow Wilson, no intervino después del estallido de las revoluciones de 1930-1931 en Brasil, Cuba y Panamá. Tampoco uti­lizó la fuerza como respuesta a ios países que dejaron sin pagar sus préstamos a los bancos estadounidenses. En 1933, los marinos norteamericanos salieron de Nicara­gua. Ese mismo año, Estados Unidos, bajo la presidencia de Roosevelt, firmó la Con­vención de Montevideo, según la cual «ningún Estado tiene el derecho a intervenir en los asuntos internos o externos de otro». De acuerdo con ese principio, el nuevo pre­sidente canceló la Enmienda de Platt de 1934, según la cual Estados Unidos tenía el derecho a intervenir en Cuba. Con la salida de los norteamericanos de Haití en 1934, no quedaba ninguna parte de América Latina bajo la ocupación de Estados Unidos.

A pesar de ello, los estadounidenses mantenían su presencia en muchos de estos países a través de la cooptación de las élites locales. Un destacado ejemplo es Nicara­gua, donde la familia Somoza desde 1937 hasta 1979 defendió los intereses económi­cos de Estados Unidos a cambio de su propio enriquecimiento. De todos modos, la política de la «buena vecindad» marcó un auténtico cambio en las relaciones exterio­res del país. Los conflictos que surgieron con países lat inoamericanos, tales como los relacionados con la incautación de los bienes de la Standard Oil Company en Bolivia en 1937, o la expropiación de todas las empresas extranjeras en México en 1938, no resultaron en el uso de la fuerza militar por parte del gobierno estadounidense.

E S T A D O S U N I D O S , 1917-1945

CUADRO 7.1. Presidentes de Estados Unidos (1916-1945)

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Woodrow Wilson (D) 1916-1920 Warren Hard ing (R) 1920-1923 Calvin Coolidge (R) 1923-1929 Hei-berl Hoover (R) 1929-1933 Franklin Roosevelt (D) 1933-1945

La política hacia el resto del mundo En relación con el resto del mundo, Estados Unidos mantuvo durante los años

veinte y treinta una postura de aislacionismo. En la Conferencia Económica de Lon­dres de 1933, Roosevelt rechazó la cooperación internacional como vía para terminar con la Depresión. También ignoró la obligación de Estados Unidos de ayudar a las na­ciones más débiles. Las Leyes de Neutralidad de 1935 a 1939 reforzaron esa política aún más al prohibir la venta de a rmas o la concesión de préstamos a los países en guerra, el uso de a rmas en barcos de mercancías, y la entrada de mercantes estadou­nidenses en zonas de combate. Roosevelt estaba en contra de esas leyes porque redu­cían su margen de maniobra y trataban a agresores y víctimas del mismo modo. A pe­sar de ello, el presidente no estaba dispuesto a actuar en contra de los dictadores eu­ropeos. Condenó la invasión de Etiopía por parte de Mussolini en 1935 y los ataques de Hitler al Tratado de Versalles durante la década de los años treinta, pero no hizo nada por frenar sus avances.

6. La Segunda G u e r r a Mundial La ayuda a los británicos (1939-1941)

Roosevelt no se concentró en la defensa nacional y en la amenaza a la paz mun­dial hasta 1939. Fue entonces cuando, por vez primera, la política exterior absorbió gran parte de sus energías. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, con la inva­sión alemana de Polonia el 1 de septiembre de 1939, Roosevelt prometió a Gran Bre­taña «todo tipo de ayuda excepto una intervención bélica». Las Leyes de Neutralidad favorecieron a los alemanes, ya que a diferencia de Francia y Gran Bretaña no nece­sitaban armas, aviones y buques de Estados Unidos. Para resolver esta situación se aprobó una nueva Ley de Neutralidad en noviembre de 1939. Su principal objetivo era apoyar a los aliados mediante la revocación del embargo de armas de forma que se permitiera a los combatientes conseguir armamento. El presidente estimaba que los aliados podrían vencer por sí solos a los alemanes, pero este cálculo se demostró falso.

Durante la primavera y verano de 1940, los alemanes conquistaron con una rapi­dez asombrosa no sólo Bélgica, Dinamarca, Holanda y Noruega, sino también Francia. Por su parte, los británicos tuvieron que retirarse tle Dunkirk de una forma desastrosa (perdieron gran parte de su equipamiento) y estuvieron a punto de ser ven­cidos por los alemanes en la «batalla de Gran Bretaña», que tuvo lugar durante el ve­rano de 1940. Para Estados Unidos una victoria alemana significaría que el este del Atlántico estaría controlado por un poder hostil. Roosevelt respondió a esta amenaza

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