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La separación: la sinagoga y la iglesia, los judíos y los
cristianos (29-414 e. c.)
Durante el siglo I de la era común, Jesús de Nazaret vivía como judío entre los judíos.
Oraba en la sinagoga, cumplía con las leyes judías (incluidas las leyes sobre la
alimentación o cashrut) y, probablemente, usaba flecos en su vestimenta (tzitziot en
hebreo), tal como se les exigía a los hombres judíos. Sus primeros seguidores hacían lo
mismo. Sin embargo, para fines del siglo IV, los seguidores de Jesús ya habían dejado la
sinagoga y establecido una religión nueva conocida como “cristianismo”. (La palabra
cristianismo hace referencia a una religión basada en la vida y en las enseñanzas de
Jesucristo. Cristo no formaba parte del nombre de Jesús, aunque sus seguidores pronto
comenzaron a usarlo de esa forma. Es un título que proviene de la palabra griega que
significa “ungido” o “elegido”. La palabra mesías proviene de una palabra hebrea que
tiene el mismo significado).
La separación del cristianismo con respecto al judaísmo no se produjo de manera
simple ni rápida. No consistió en tan solo un hecho, sino en un proceso que en algunas
ocasiones fue doloroso y tardó varias generaciones en completarse. Y, en esta
separación, pueden encontrarse las causas de la hostilidad entre judíos y cristianos, y los
orígenes de algunos aspectos del antisemitismo moderno.
JESÚS Y SUS SEGUIDORES
Poco se conoce sobre los primeros años de vida de Jesús. Creció en la ciudad judía de
Nazaret, a menos de 161 kilómetros al norte de Jerusalén, en la región conocida como
“Galilea”. Según las distintas narrativas, Jesús vivió como judío y, al igual que otros
judíos, acataba las leyes del Tora. Aproximadamente a los 30 años de edad, comenzó su
ministerio y, a menudo, lo llamaban “rabino” (que significa “maestro”).
A Jesús también lo mataron como a un judío. La crucifixión era un método de
ejecución usado frecuentemente por los romanos. En el año 4 a. e. c., los romanos
aplastaron una revuelta judía y crucificaron a 2000 rebeldes judíos fuera de las murallas
de Jerusalén. De hecho, fueron los romanos quienes crucificaron a Jesús por
considerarlo un judío que causaba problemas.
Durante siglos, se ha responsabilizado a “los judíos” de la muerte de Jesús. En
realidad, ¿participaron de alguna manera en su muerte? Muchos especialistas destacan
que solo los romanos tenían el poder o la autoridad para matar a Jesús. Además, la
pregunta en sí misma sugiere que los judíos eran un pueblo unido con cierta influencia
sobre Roma durante el siglo I de la era común. Pero, de hecho, en esa época, los judíos
estaban profundamente divididos en torno a cuestiones de fe y práctica. Los judíos que
tenían opiniones similares se unían; muchos de estos grupos no toleraban a los judíos
que tenían opiniones diferentes. Solo unos cuantos tenían vínculos con los romanos.
En todo caso, si hubo judíos que estuvieron involucrados en la muerte de Jesús,
probablemente fueron los saduceos —un grupo vinculado con los altos sacerdotes y
otros líderes del Templo en Jerusalén. Sin embargo, los saduceos definitivamente no
hablaron ni actuaron en nombre de los fariseos, quienes, al parecer, cumplían de manera
estricta con las leyes judías tradicionales y al preocuparse por la gente común, se
situaban en una posición opuesta a la de los saduceos. Tampoco hablaron en nombre de
los esenios, quienes abandonaron Jerusalén en protesta contra la forma en que se
manejaba el Templo.
Cada uno de estos grupos, al igual que otros más, tenía su propia idea de lo que
significaba tener fe en la voluntad de Dios y su propio plan para el futuro del pueblo
judío. Quizá esa es la razón por la que los seguidores más cercanos de Jesús no culparon
a “los judíos” como grupo por su muerte. Ellos mismos eran judíos y continuaron
viviendo como judíos.
Muchos de los seguidores más cercanos de Jesús creían que Dios intervendría en la
historia, al “final de los días”, para combatir la injusticia y el mal, y para establecer la paz
en la Tierra. Los muertos se levantarían, y el pueblo disperso de Israel regresaría a su
tierra natal. A medida que se acercara el “final de los días”, los judíos justos, en oposición
a los pecadores, estarían primero en peligro, pero, finalmente, prevalecerían bajo el
liderazgo de un mesías. Los seguidores de Jesús solían recordarles a los demás judíos
que, después de la destrucción del primer Templo en el año 586 a. e. c., los profetas ya
habían previsto dicha época.
Después de la crucifixión de Jesús, sus seguidores tenían más certeza que nunca
antes de que estaban viviendo en el “final de los días”. Proclamaban noticias
asombrosas: habían visto a Jesús, y él había hablado y comido con ellos. Creían que su
sepulcro estaba vacío y que había resucitado —es decir, después de que Dios había
resucitado a Jesús de entre los muertos, subió a los cielos. Estas convicciones le dieron
un nuevo impulso al movimiento. Anteriormente, el movimiento se centraba en las
enseñanzas de Jesús. Ahora, sus seguidores les recordaban a otros judíos las palabras de
los profetas e insistían en que Jesús era “el ungido”, el “hijo de Dios”, que volvería para
cumplir esas promesas.
En los meses y años posteriores a la muerte de Jesús, pequeños grupos de judíos se
reunían, periódicamente, para orar juntos y discutir sus enseñanzas. Entre ellos, se
encontraban Santiago y Pedro, dos de los discípulos o seguidores de Jesús. Intentaron
compartir lo que ellos comprendían sobre su mesías con otros judíos en las sinagogas y
en diferentes lugares de reunión. Convencidos de que el Día del Juicio estaba cerca, con
urgencia buscaron no solo adherirse a las enseñanzas de Jesús, sino también persuadir a
la mayor cantidad de gente posible para que compartieran sus esperanzas y
expectativas. Al llevar a cabo esta tarea, se acercaron a los gentiles, o no judíos, así como
a otros judíos. De manera gradual, el movimiento de Jesús llegó a incluir tanto a judíos
como a gentiles.
Pablo fue el líder principal del esfuerzo de llevar las enseñanzas de Jesús a los no
judíos. Llamado originalmente Saulo, Pablo era un judío devoto que había estudiado con
los grandes sabios fariseos. Se describía a sí mismo como un “hebreo nacido entre los
hebreos”. Había sido un acérrimo opositor del movimiento de Jesús en sus primeros
años y había intentado erradicarlo calificándolo de hereje, hasta que una visión lo llevó a
adoptar la misma fe que había condenado antes. Finalmente, Pablo llevó el mensaje
sobre Jesús a los judíos y a los no judíos de las principales ciudades cerca del
Mediterráneo Oriental y del mar Egeo.
Algunas de las ideas de Pablo eran controvertidas. Por ejemplo, Pablo pensaba que
él y otros judíos creyentes en Jesús, quienes posteriormente fueron llamados
“cristianos”, debían continuar honrando muchas de las leyes del judaísmo, pero los
gentiles no tenían que convertirse al judaísmo para ser cristianos. Pablo no decía que el
cristianismo debía reemplazar el judaísmo, a pesar de que otros, posteriormente,
afirmaron que él había dicho eso. En cambio, habló del misterio de la obra de Dios para
la salvación de todos. Y, si bien sí comparó a los judíos que rechazaron a Jesús con las
ramas que se cortaron del árbol que las había alimentado, Pablo advirtió a los cristianos
no judíos que mostraran respeto por los judíos como un pueblo que tenía un pacto, o un
acuerdo, con Dios.
Al principio, muchos líderes cristianos no coincidían con las ideas de Pablo sobre la
conversión, pero, finalmente, estuvieron de acuerdo en que los conversos al cristianismo
no tenían que llegar a Dios a través de la Tora como lo habían hecho los judíos, sino que
podían llegar a Dios directamente a través de Jesús. La explicación de Pablo de lo que
significaba ser cristiano abrió la nueva religión a muchas más personas, y el cristianismo
comenzó a crecer rápidamente en las grandes ciudades del Imperio romano.
UNA SEPARACIÓN CRECIENTE
Cuando los romanos destruyeron el segundo Templo en el año 70 e. c. , cerca de 40 a
45 años tras la muerte de Jesús, algunos cristianos interpretaron la destrucción como
una señal de Dios. Desde su perspectiva, este suceso confirmó su creencia de que, como
cristianos, ahora eran el “verdadero Israel”. Creían que Dios había permitido la
destrucción del Templo para castigar a los judíos por rechazar a Jesús.
Otros judíos también interpretaron la destrucción del Templo como una señal de
Dios, pero lo hicieron de manera diferente. Creyeron que significaba que los judíos
debían expiar sus pecados al consagrarse a un cumplimiento más riguroso de la ley
judía. Creían que la destrucción era una prueba de que las divisiones y las discusiones
implacables entre los judíos solo habían servido para dañar al pueblo judío en general y
para fortalecer el poder de Roma. Hicieron un llamado al retorno a las prácticas y los
rituales judíos tradicionales, enfatizando los valores morales y la supremacía de la ley.
En los años posteriores a la destrucción del segundo Templo, solo los dos
principales grupos de judíos, o sectas, sobrevivieron: los fariseos y los seguidores de
Jesús. El énfasis de los fariseos en la ley judía tradicional contribuyó al desarrollo del
judaísmo rabínico —el judaísmo que practican en los hogares y en las sinagogas muchos
judíos en el mundo actual. El judaísmo rabínico le da mucha importancia a lo que los
judíos denominan “la tradición de los padres” —las leyes y costumbres no bíblicas que
se transmiten oralmente y con el ejemplo de una generación a otra.
Como parte de su misión de difundir y explicar las enseñanzas de Jesús, Pablo
escribió cartas, o epístolas, a los cristianos de todo el Imperio romano. Los especialistas
usaron esas cartas, junto con otros escritos del Nuevo Testamento, para buscar indicios
de cambios en la relación entre los judíos y los primeros cristianos. Los evangelios, que
son los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento, describen la vida de Jesús. La
mayoría de los especialistas creen que los cuatro libros se escribieron entre los años 68
y 100 e. c. —40 a 70 años después de la crucifixión. Las epístolas de Pablo se escribieron
un poco antes, entre los años 50 y 60 e. c.
Pablo escribió, principalmente, sobre el significado y las repercusiones de la
enseñanza de Jesús, a menudo en respuesta a las preguntas y a las crisis que surgían en
las comunidades a las que dirigía sus cartas. Los evangelios, por otro lado, son
compilaciones del material oral sobre las enseñanzas de Jesús, como así también sobre
su vida, muerte y resurrección. Se acostumbra atribuir cada uno de los evangelios a
algunos de los primeros cristianos llamados Mateo, Marcos, Lucas y Juan; sin embargo,
la mayoría de los especialistas creen, de hecho, que ninguno de los evangelios tuvo ni un
único autor o inclusive un único editor.
Jesús no escribió sus enseñanzas. Hablaba arameo, el lenguaje cotidiano de los
judíos en la Galilea de la época. Los autores y los editores de los evangelios vivían, muy
probablemente, en las grandes ciudades de habla griega de la diáspora y escribían en
griego. Cuando las historias se traducen de un idioma a otro, es inevitable que se
produzcan cambios, y, cuando tales historias se transmiten oralmente, los cambios son
aún más numerosos. Ningún manuscrito original de los evangelios subsistió; las
primeras versiones existentes son pequeños fragmentos de copias escritas a mano en
los siglos II y III e. c. En consecuencia, los textos que se heredaron de los primeros siglos,
generalmente, son copias de copias de copias, cada una con distintos escribas quienes, a
veces, usaban diferentes redacciones, en partes clave del texto.
COMUNIDADES JUDÍAS EN EL IMPERIO ROMANO (100-300 e. c.) Durante los primeros cuatro siglos de la era común, la mayoría de los judíos todavía vivían cerca del mar Mediterráneo, aunque algunos comenzaban a desplazarse hacia Europa occidental.
Ciudad con una población judía significativa
Principales centros cristianos
Asentamientos cristianos en 100 e.c.
Frontera del Imperio Romano en 300 e.c.
Cada evangelio cuenta casi la misma historia, enfatizando ideas diferentes y, en
ocasiones, interpretando los mismos hechos de distintas formas. En un momento dado,
hubo hasta veinte evangelios. La primera iglesia eligió los cuatro que creía que eran los
más auténticos, junto con otros escritos de su propia historia, para formar el
Nuevo Testamento. A esos cuatro evangelios se los denomina los evangelios “canónicos”.
El Evangelio según Juan, el último de los cuatro evangelios, difiere
considerablemente de los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. En los evangelios
anteriores, se muestra a Jesús discutiendo preguntas de la ley judía con los fariseos. Si
bien tales debates se describen, a menudo, como intensos, se producen entre judíos en el
ámbito del judaísmo. Jesús actúa como un rabino; no se lo describe como apartándose
de los judíos cuyas opiniones difieren de las suyas. El Evangelio de Juan, sin embargo,
muestra a Jesús como la revelación de Dios y ve a aquellos que no están de acuerdo con
él como enemigos de Dios, que eligen la oscuridad por encima de la luz.
Los primeros evangelios sugieren que diversos grupos de judíos, o sectas,
colaboraron con Poncio Pilato, el gobernador romano, para exigir la muerte de Jesús. En
el Evangelio de Juan, la historia cambia de una descripción de las disputas de Jesús con
personas y grupos —los fariseos, los escribas y los altos sacerdotes— a un ataque de
furia contra “los judíos” y sus creencias. Algunos historiadores creen que el cambio de
tono puede reflejar la experiencia de la comunidad en la que surgió el Evangelio de Juan.
Es posible que los judíos hayan expulsado a esa comunidad de la sinagoga debido a sus
creencias sobre Jesús.
Otros historiadores creen que el cambio de tono puede ser un reflejo de la época.
Para fines del siglo I, cuando es probable que se haya escrito el Evangelio de Juan,
algunos cristianos ya no se veían a sí mismos como judíos; de hecho, en esa época,
muchos cristianos nunca habían sido judíos. Las iglesias se volvían más gentiles y menos
judías. Es posible, también, que los escritores de este evangelio esperaran evitar la
persecución de los cristianos por parte de Roma e, incluso, quizá lograr que los romanos
se convirtieran a las enseñanzas de Jesús. Por lo tanto, es probable que hayan pensado
que sería útil responsabilizar a alguien diferente del gobernador romano, por la muerte
de Jesús, es decir, a “los judíos”. No obstante, muchos cristianos de esa época sabían que
los judíos no tenían el poder ni la autoridad para matar a Jesús ni a ningún otro
“agitador”. Además, solo los romanos usaban las crucifixiones para lidiar con sus
enemigos. Los judíos consideraban esa práctica como algo contrario a sus tradiciones y
creencias.
Roma les permitía a los judíos practicar su religión, a pesar de que muchos líderes
romanos consideraban que los judíos eran primitivos y supersticiosos. Y mientras los
cristianos fueran considerados un grupo dentro del judaísmo, tenían los mismos
derechos que los demás judíos. Sin embargo, en la medida en que los cristianos se
separaron del judaísmo, muchos judíos comenzaron a insistir en que los cristianos ya no
podían afirmar ser judíos. En consecuencia, los romanos comenzaron a perseguir a los
cristianos al considerarlos una amenaza para el imperio. Después de todo, los cristianos
proclamaban las enseñanzas de Jesús, un hombre al que los romanos habían crucificado
por ser un agitador.
Muchos especialistas creen que los judíos comenzaron a considerar a los cristianos
como marginales, al menos en parte porque se sentían traicionados por los judíos que
creían en Jesús y quienes se habían ido de Jerusalén hacia el área rural –la cual era más
segura- durante la rebelión entre los años 66 y 70 e. c., que derivó en la destrucción del
segundo Templo. La mayoría de los primeros cristianos, influenciados por el ejemplo de
Jesús, creían en la no violencia y, por ende, se negaron a luchar en cualquier
circunstancia. Algunos también creían que sería inútil luchar porque los terribles
acontecimientos de la época representaban el inevitable inicio del “final de los días” —el
período previo a la llegada del mesías.
El candelabro (menorá) indica que este sarcófago (ataúd de piedra) pertenecía a un judío —que en este caso
vivía en Roma en el siglo I de la era común.
Otra señal de la época es la forma en que se describe a los fariseos en los evangelios.
Se los muestra como rígidos, demasiado devotos y, a menudo, hipócritas. Los fariseos
eran solo una de las varias sectas judías de la época de Jesús; sin embargo, se los solía
describir como sus principales oponentes, aunque algunos especialistas creen que
fueron el grupo con quien Jesús tenía más aspectos en común. Los altos sacerdotes que
pertenecían a la secta judía conocida como los “saduceos” eran los oponentes más
probables de Jesús, pero muchos de ellos fueron asesinados durante las guerras con
Roma. Fue después de la destrucción del Templo en el año 70 e. c. que los fariseos
adquirieron supremacía religiosa. En la época en que se escribieron los primeros
evangelios, los fariseos y los primeros cristianos competían por ganarse los corazones y
las mentes de los demás judíos.
En los años posteriores al año 70 e. c., los sobrevivientes judíos de la guerra con
Roma intentaron unir a todos los judíos bajo el liderazgo de los rabinos y los sabios.
Términos como fariseo o saduceo tendían a dividir a los judíos en vez de unirlos, y, en
ese momento, se usaban cada vez menos. Las sinagogas y las casas de estudio se
tornaron más fundamentales para la vida judía, dado que la oración y el estudio
reemplazaron los sacrificios animales que fueron la forma de adoración en el Templo
que había sido destruido.
Durante esos años, los rabinos y los sabios comenzaron a recopilar y a editar las
leyes y costumbres no bíblicas que conformaban las tradiciones orales del judaísmo. La
obra que crearon se conoce como la “Mishná” —una amplia recopilación de siglos de
leyes y costumbres orales. Se completó en Palestina, en el año 200 e. c. Los especialistas
judíos de Palestina y Babilonia también comenzaron a compilar comentarios sobre la
Tora y la Mishná. Esos comentarios se conocen como el “Talmud”.
Si bien los rabinos pocas veces hablaban de los cristianos en sus escritos y
sermones, tenían, al igual que muchos judíos, fuertes sentimientos hacia ellos,
particularmente a medida que aumentaba la cantidad de gentiles asociados con el
movimiento cristiano. La guerra con Roma entre los años 66 y 70 e. c. fue uno de los
eventos clave que influyeron en la relación particular entre cristianos y judíos. El
proceso de separación no se produjo en todos lados de la misma manera ni al mismo
tiempo.
Algunos especialistas ubican la separación formal en la decisión tomada en Yavne,
un pueblo en Palestina, en el año 80 e. c. Para continuar el trabajo anterior de los
fariseos, los rabinos y los sabios se habían reunido allí para compilar la Mishná.
Agregaron una nueva bendición al Shemoneh Esreh, las dieciocho bendiciones que los
judíos practicantes recitan tres veces por día. Esta nueva bendición se refería como
herejes a los judíos que todavía practicaban el judaísmo, pero que creían que Jesús era el
mesías. Algunos especialistas creen que esta condena puede haber contribuido a la
creciente separación entre la nueva religión y la religión antigua.
Otros especialistas están en desacuerdo. Estos argumentan que a través de los
siglos, la oración ha sido representada de diferentes maneras y que es poco probable
que los judíos la rezaran exactamente de la misma forma en cada una de las sinagogas
en Palestina o en otros lugares. Muchos de ellos también señalan que, en algunos sitios,
los cristianos continuaron rezando tanto en las sinagogas como en las iglesias, incluso
bien entrado el siglo III de la era común.
No obstante, lo que al inicio fue un debate entre los judíos se convertía gradual y
lentamente en un desacuerdo entre los miembros de dos religiones independientes.
Tanto cristianos como judíos comenzaron a definirse a sí mismos y a su religión
enfatizando las diferencias entre los dos grupos. Uno de los primeros escritores
cristianos en hacerlo fue Melitón, un obispo de Sardes, una ciudad en lo que hoy en día
es Turquía.
Aproximadamente en el año 167 e. c., Melitón dio un sermón titulado “Homilía sobre
la Pascua”. Sostenía que al “crucificar a Jesús”, “los judíos” habían “asesinado a Dios” y,
por lo tanto, el pueblo judío en general era culpable del crimen. Su homilía representa el
primer uso conocido de la acusación de deicidio (como se le conoció más tarde). Su
objetivo no era incitar violencia contra los judíos, sino fortalecer la identidad cristiana
de sus feligreses al volcar a “nosotros” en contra de “ellos”. En ese momento, los
cristianos de Sardes y de otras partes del Imperio romano eran una minoría con
frecuencia perseguida y, prácticamente, sin poder. Solo en siglos posteriores, cuando los
cristianos tenían poder político real, se usarían las palabras de Melitón para justificar la
discriminación, la persecución y el asesinato.
A fines del siglo II e. c. y a comienzos del siglo III, los judíos y los cristianos solían
convivir en las principales ciudades del Imperio romano. Los romanos definieron la
forma en que era visto cada grupo, y las actitudes hacia ambos grupos variaban
enormemente. Durante los primeros años del siglo II, el historiador romano Tácito había
descrito a los judíos como “vulgares” y “supersticiosos”. Pero en los inicios del siglo III,
otro historiador romano, Dion Casio, señaló que si bien los judíos “con frecuencia habían
sido víctimas de la persecución”, habían prosperado. También escribió lo siguiente:
Lograron ganar el derecho de cumplir con sus leyes libremente. Se distinguen del
resto de la humanidad en, prácticamente, cada detalle de su modo de vida y,
especialmente, en que no honran a ninguno de los demás dioses, pero muestran
extrema veneración por una deidad en particular. Nunca tuvieron una estatua de
él, ni siquiera en la misma Jerusalén, pero al creer en él como el innombrable e
invisible, lo adoran de la manera más extravagante entre los seres humanos. Le
construyeron un templo grande y espléndido... y se lo dedicaron el día llamado “el
día de Saturno” [sábado] en el que, entre muchas otras prácticas más peculiares,
no realizan ninguna ocupación seria.1
EL SIGLO IV: EL MOMENTO DECISIVO
En el año 312 e. c., una batalla por el control del Imperio romano tuvo un
impacto profundo sobre las relaciones entre cristianos, judíos y romanos. Como
relata una versión de la historia, en la noche anterior al día en que el próximo
emperador Constantino planeara un ataque contra un rival por el trono, vio una cruz
en el cielo. Sobre esa cruz, decía lo siguiente: “Con este símbolo, conquista”.
Constantino, que no era cristiano, interpretó la visión como una señal de que el Dios
cristiano le daría la victoria en su lucha por el control de la parte occidental del
imperio. Al día siguiente, sus tropas ganaron la batalla, y Constantino les ordenó a
sus hombres continuar luchando bajo el símbolo de la cruz.
Si bien algunos especialistas creen que la historia de la visión de Constantino es una
leyenda, más que un hecho, queda claro que el nuevo emperador quería poner fin a la
persecución de los cristianos por parte de Roma. En el año 314 e. c., Constantino y
Licinio Augusto (los dos hombres gobernaron el imperio juntos) proclamaron una nueva
ley. El llamado “Edicto de Milán”, declara, en parte, lo siguiente:
Habiéndonos reunido con fortuna cerca de Mediolanurn (Milán) tanto yo,
Constantino Augusto, como yo, Licinio Augusto, y considerando todo lo relativo a la
seguridad y al bienestar públicos, entre los demás asuntos que observamos
beneficiarían a muchos, determinamos que era oportuno regular, en primer lugar,
la reverencia hacia la divinidad de tal forma que le concedamos a los cristianos y a
todos los demás la facultad de practicar libremente la religión que cada uno
desee... [N]os ha parecido bien que sean suprimidas todas las condiciones...
referentes a los cristianos, y desde ahora todos los que deseen observar la religión
Cristiana lo pueda hacer libre y abiertamente, sin perturbación ni molestias.
Hemos creído oportuno hacer de su conocimiento esta disposición en todos sus
aspectos, para que sepan que hemos concedido a aquellos cristianos la
oportunidad, incondicional y absoluta, de observancia religiosa. Al constatar que
les hemos otorgado esto, deben entender que también le hemos concedido a otras
religiones el derecho a la observancia, abierta y libre, de su culto con el fin de
mantener la paz en nuestros tiempos, de modo que cada uno tenga la oportunidad
de practicar con libertad el culto que desee. Esta reglamentación ha sido hecha de
tal forma que no parezca que le restamos importancia… a ninguna dignidad o
religión.2
El edicto de Constantino les concedió a los cristianos el derecho de practicar
abiertamente su fe. Hasta entonces, se reunían en los hogares de otros creyentes. A
un año del edicto, Constantino ordenó la construcción de iglesias en todo el imperio.
Con las iglesias nuevas, se logró una organización más formal.
Si bien algunos cristianos se preocuparon por el futuro de la iglesia;
específicamente, si esta era identificada muy de cerca con el imperio, la mayoría de
los cristianos estaban satisfechos con el edicto de Constantino. Significó el final de las
persecuciones que habían sufrido en algunas ocasiones y un nuevo acceso al poder y
a la influencia. Otros grupos encontraron razones para preocuparse. El nombre de
las únicas personas que el edicto mencionaba fue el de los cristianos, y las leyes que
fueron proclamadas posteriormente limitaron de forma radical los derechos de los
judíos como ciudadanos del Imperio romano. Por ejemplo, en el año 315,
Constantino emitió el siguiente edicto:
Deseamos hacer saber a los judíos, y a sus mayores y a sus patriarcas, que si, luego
de la promulgación de esta ley, alguno de ellos se atreve a atacar con piedras o con
cualquier otra manifestación de ira a cualquiera que haya escapado de su
peligrosa secta y que se haya adherido a la adoración de Dios [cristianismo], debe
ser rápidamente entregado a las llamas y arder junto con todos sus cómplices.
Más aún, si algún integrante de la población se uniera a su abominable secta y asistiera a sus reuniones, sufrirá con ellos las mismas penas.
3
Esta ley tenía dos propósitos. Uno era evitar que los judíos interfirieran con los
parientes o amigos que se convertían al cristianismo. El otro consistía en desalentar a
los cristianos a que se convirtieran al judaísmo.
La descripción del judaísmo por parte de Constantino como “peligroso” y
“abominable” es muy diferente de las opiniones expresadas un siglo antes por
Dion Casio, quien parecía considerar a los judíos con respeto, tolerancia y curiosidad.
Los edictos dictados por emperadores posteriores reflejaron las opiniones de
Constantino. Cada vez más, los judíos fueron considerados de manera irrespetuosa, con
intolerancia y repugnancia.
Hacia el año 325 e. c., Constantino tenía poder absoluto en Roma; en la antigüedad,
esto significaba concentrar tanto el poder político como el religioso. Ese año, convocó a
250 obispos cristianos a un concilio en Nicea, una ciudad en la actual Turquía. El concilio
comenzó con la adopción de un credo —una declaración de creencias comunes. El Credo
de Nicea expresa la creencia en Dios, en JesuCristo como hijo de Dios y en el
Espíritu Santo. Pero los obispos de la iglesia fueron más allá de simplemente describir lo
que creen los cristianos. En dicho concilio y en otros posteriores, dieron un paso más
hasta distinguir el cristianismo del judaísmo. Por ejemplo, los primeros cristianos, al
igual que otros judíos, habían respetado el día de descanso (el Shabat) el séptimo día de
la semana, y, luego, celebraban la resurrección de Jesús con reuniones y comidas
especiales el primer día de la semana (el sábado en la noche o el domingo). En ese
momento, el concilio insistió en que los cristianos solo guardaran el domingo y no el
tradicional sábado judío. Los obispos también distinguieron entre las conmemoraciones
cristianas de Pascua de Resurrección y las celebraciones judías de Pascua judía (el
festival judío durante el cual Jesús fue crucificado).
Actualmente, queda claro que los cristianos estaban creando una separación entre
las dos creencias y que los judíos, indudablemente, hacían lo mismo.
Es probable que en el siglo IV, para los cristianos, los judíos y otros grupos, la
importancia de la separación no era obvia.
En el siglo IV, las leyes anti-judías dictadas por Constantino y sus sucesores fueron
cumplidas de forma irregular. Provocando que la situación fuera aún más compleja,
varios emperadores posteriores les otorgaron a los judíos nuevos privilegios aun
cuando al mismo tiempo emitían leyes que los despojaban de sus privilegios anteriores.
El mismo Constantino les dio a los rabinos y a otros líderes religiosos judíos una
posición igual a la de los líderes religiosos cristianos.
Entonces, en el año 361 e. c., sucedió algo impensable. Un hombre que no se
consideraba a sí mismo cristiano se convirtió en emperador de Roma. Juliano, que había
estudiado tanto la filosofía cristiana como la griega, declaró el final del imperio cristiano
de Constantino y emprendió la iniciativa de restituir a Roma sus dioses tradicionales.
Esta medida atrajo a muchas personas del imperio. En el siglo IV, los cristianos no eran
de ninguna manera la mayoría.
Como parte de este retorno a una forma de vida tradicional, Juliano intentó socavar
la afirmación cristiana de que el cristianismo había reemplazado al judaísmo. Una forma
de hacer eso era reconstruyendo el Templo en Jerusalén. De nuevo, Juliano abrió
Jerusalén a los judíos y les permitió autogobernarse. Recién se había iniciado la obra en
el Templo cuando murió durante una invasión de Persia en el año 363.
Valentino, el nuevo emperador, era un cristiano que rápidamente retiró los
derechos y los privilegios que Juliano les había concedido a los judíos, y restituyó los de
los cristianos. Sin embargo, el reinado de Juliano había asustado a muchos cristianos.
Estaban preocupados de que fuera una señal del inicio de una nueva era anticristiana.
Como resultado de estos miedos, los cristianos renovaron sus esfuerzos por convertir a
los paganos y, al mismo tiempo, lanzaron nuevos ataques contra los judíos.
En el año 388, por ejemplo, una muchedumbre de cristianos liderados por su obispo
prendieron fuego a una sinagoga en Calínico, una ciudad a orillas del río Éufrates en lo
que hoy en día es Irak. Cuando Teodosio (quien era emperador en ese momento) se
enteró del incidente, le ordenó al obispo de Calínico que reconstruyera la sinagoga y que
castigara a quienes habían participado en el incidente. Cuando Ambrosio
(posteriormente San Ambrosio), el poderoso obispo de Milán, se enteró de la postura
del emperador, envío una carta para regañar a Teodosio por favorecer la sinagoga, un
“lugar de incredulidad, una casa de impiedad, un receptáculo de locura”. Las leyes que
protegían las sinagogas están erradas, vociferó, y deben anularse o desobedecerse.
Ambrosio anunció que no le daría los sacramentos a Teodosio, a menos que el
emperador cancelara lo que había dispuesto. Reacio a desafiar al obispo, Teodosio actuó
conforme a lo que Ambrosio deseaba.
Los historiadores suelen hacer referencia a dicho incidente para demostrar de qué
forma se deterioró la condición de los judíos en el siglo IV. Sin embargo, la verdad es
más compleja. Cinco años después, en 393, Teodosio emitió una enmienda —una orden
legalmente vinculante que corrige una decisión anterior. En esta, dijo que “la secta de los
judíos no está prohibida por ninguna ley”. Al explicar tal decisión, señaló que fue
impulsada por los esfuerzos de algunos cristianos del este por “destruir y saquear las
sinagogas”. Esta nueva regla no solo afirmó el derecho de los judíos de reunirse y de
construir sinagogas, sino que también prescribió castigos para quienes atacaran las
sinagogas.
CRISTIANOS JUDÍOS Y CRISTIANOS JUDAIZANTES
El siglo IV fue una época confusa por algunas razones adicionales. No todos
participaban en la hostilidad mutua entre judíos y cristianos. Algunos cristianos creían
que comprometerse con el cristianismo no significaba alejarse de las tradiciones y
costumbres judías; creían que dichas tradiciones los conectaban con Jesús y con su vida.
Entre estas personas, se encontraban tanto cristianos judíos —es decir, judíos que
creían en Jesús, pero que continuaban cumpliendo con la ley judía— como cristianos
judaizantes, gentiles que adoptaron algunas prácticas judías.
Muchos líderes de la iglesia, sin embargo, creían que era esencial ampliar la brecha
entre los seguidores de las dos religiones. No querían que los cristianos judíos ni los
cristianos judaizantes valoraran las costumbres y tradiciones judías. Ningún cristiano
atacó las “tendencias judaizantes” al interior de la iglesia con tanto vigor como
Juan Crisóstomo (posteriormente San Juan Crisóstomo).
Crisóstomo nació, aproximadamente, en el año 347 e. c. y vivió en Antioquía, una
ciudad fundada por los griegos en Siria en el año 300 a. e. c. Fue considerado el
predicador más persuasivo de su época; de hecho, su título, Crisóstomo, significa “boca
de oro” en griego. Muchos cristianos lo recuerdan por su valentía para criticar a los ricos
y poderosos, y por su compasión hacia los pobres. En muchos de sus sermones, desafió
la injusticia y denunció la cómoda arrogancia de los adinerados.
Crisóstomo también usó su habilidad como orador para atacar, con vigor, la
apertura de muchos cristianos a la fe y las prácticas judías —una apertura que, según la
visión de Crisóstomo, significaba un debilitamiento de su identidad particular cristiana.
Hacia el siglo IV, los judíos habían vivido en Antioquía durante más de 600 años, y los
cristianos, durante más de 200 años. Ambos grupos estaban bien establecidos y tenían
vínculos sólidos entre sí. En discursos fogosos, Crisóstomo se propuso cortar dichos
vínculos. Atacó ferozmente a los miembros de su propia congregación —los cristianos
que asistían a las sinagogas y respetaban los festivales judíos. Quería hacer surgir en
ellos un temor y una repugnancia que desalentarían cualquier deseo de judaizarse.
¿De qué forma, preguntó Crisóstomo, pueden los cristianos “tener la más mínima
conversación” con los judíos, “los más miserables de todos los hombres”? Prosiguió
describiendo a los judíos como “asesinos empedernidos, destructores, hombres
poseídos por el diablo”. Para él, la sinagoga era un “un lugar de vergüenza y ridículo”, “el
domicilio del diablo”. De hecho, le dijo a su congregación que los judíos adoraban al
diablo con ritos que son “criminales e impuros”, y que la sinagoga era “una asamblea de
criminales”, “una guarida de ladrones” y “una caverna de demonios”.
Moisés les da agua a las tribus de Israel. La pintura al fresco se encontró en los restos de una sinagoga en Siria.
Data del siglo III, al igual que una iglesia cercana. En esa época, los judíos y los cristianos solían vivir y orar juntos.
¿Por qué Crisóstomo creía que los judíos eran degenerados? Por el “detestable
asesinato de Cristo”. Y, por dicho crimen, Crisóstomo declaró que “no había expiación
posible, ni indulgencia ni perdón”. Desde su perspectiva, el rechazo y la dispersión de los
judíos fue obra de Dios, no de los emperadores. Insistió en que Dios siempre había
odiado a los judíos y, por lo tanto, el Día del Juicio, Dios les diría a los judaizantes:
“Aléjense de mí, porque han hecho tratos con asesinos”.4
Los ataques de Crisóstomo poco tenían que ver con la práctica o la creencia judía. No
le interesaban los judíos reales; eran los cristianos “judaizantes” a quienes atacaba. Al
oponerse a ellos, sin embargo, demonizaba a “los judíos”. Y no era el único. Otros líderes
cristianos de la época de Crisóstomo escribían de manera similar sobre los judíos.
Sofronio Eusebio Jerónimo (posteriormente San Jerónimo) fue un monje que tradujo el
Viejo Testamento (el nombre cristiano para las escrituras hebreas) y el
Nuevo Testamento del griego al latín. Su retórica era más contenida que la de
Crisóstomo, pero su mensaje era similar: “Los judíos... no buscan otra cosa que tener
hijos, poseer riquezas, gozar de buena salud. Buscan todas las cosas terrenales y no
piensan en ninguna de las celestiales. Por ello, son mercenarios”.5
Aurelio Agustín (posteriormente San Agustín), un teólogo líder de la primera iglesia
que vivió, aproximadamente, 50 años después de Crisóstomo, adoptó una visión más
compleja de los judíos —una visión que tendría grandes consecuencias para los judíos
de Europa. Agustín escribió que Dios había dispersado a los judíos, pero no los había
destruido. Según él, Dios había mantenido a los judíos con vida como un recordatorio
permanente de que el cristianismo había reemplazado el judaísmo como la verdadera fe.
Sostenía que los judíos humillados y vencidos mostraban lo que les sucede a aquellos
que rechazan la verdad de Dios.
Si bien Agustín no quería que los judíos sean asesinados, sí quería que sufrieran por
lo que él afirmaba le habían hecho a Jesús. Y quería que ellos estuvieran presentes en el
“final de los días”, cuando regresara Jesús, para que pudieran ver que se habían
equivocado. Al igual que Crisóstomo, Agustín describió y definió a los judíos según lo
que pensaba era la función que desempeñaban para los cristianos —ejemplos del
castigo impuesto por Dios sobre los creyentes no cristianos. Dicha visión de los judíos
tendía a negar su humanidad y su existencia como pueblo con sus propias creencias y
propósitos.
El lenguaje que usaban Crisóstomo, Agustín y otros líderes de la iglesia fue
construido para persuadir a los cristianos para que cortasen todos los vínculos entre
ellos y el judaísmo. Tuvo el efecto deseado. Ese lenguaje definió las actitudes y apoyó las
opiniones mucho después de que finalizara el siglo IV. También se reflejó en numerosos
actos de violencia en contra de los judíos. Ya en el año 414, los líderes de la iglesia en
Alejandría lideraron un ataque a las sinagogas que destruyó la comunidad judía de la
ciudad durante un tiempo. Se produjeron hechos similares en otras partes del imperio.
Los perpetradores rara vez eran castigados. De forma creciente, los vínculos cada vez
más estrechos entre el poder político de los emperadores romanos y el poder religioso
de los líderes de la iglesia dejaron a los judíos aislados y vulnerables. Cada vez más, se
los consideraba marginales —una condición que tendría un efecto profundo en la vida
de los judíos en otras épocas y en otros lugares.
1 Dio Cassius, 37.17, citado en Robert L. Wilken, John Chrysostom and the Jews: Rhetoric and
Reality in the Late 4th Century (San Juan Crisóstomo y los Judíos: Retórica y Realidad a Finales del Siglo IV) (Berkeley: University of California Press, 1983), 47-48. 2 “Edict of Milan (Edicto de Milán) (313 A. D.), Lactantius, De Mort. Pers., ch. 48. Opera, ed. O. F. Fritzsche, II, p. 288 sq. (Bibl. Patr. Ecc. Lat. XI). Latin”, citado en Translations and Reprints from the Original Sources of European History (Traducciones y Reimpresiones de las Fuentes Originales de la Historia Europea), vol. 4 (Filadelfia: Departmento de Historia de la Universidad de Pensilvania, 1897-1907), 29. 3 “Laws of Constantine the Great, October 18, 315: Concerning Jews, Heaven-Worshippers, And Samaritans” (Leyes de Constantino el Grande, 18 de octubre, 315: Sobre los Judíos, los Creyentes del Paraíso y los Samaritanos) en “Jews and Later Roman Law, 315-531 CE” (Los Judíos y la Ley Romana Posterior, 315-531 ec), Internet Jewish History Sourcebook, Fordham University, Paul Halsall, http://www.fordham.edu/halsall/jewish/jews-romanlaw.html. 4 San Juan Crisóstomo, “Chrysostom’s Homilies Against the Jews.” (Las Homilías de Crisóstomo Contra los Judíos). 5 San Jerónimo, citado en Juster, op. cit., II, 312, en Edward H. Flannery, The Anguish of the Jews: Twenty-Three Centuries of Antisemitism (La Angustia de los Judíos: 23 Siglos de Antisemitismo), rev. ed. (Nueva York: Stimulus, 1999), 309.