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TABLA DE CEBES I. Nos encontrábamos deambulando por el templo de Cro nos donde contemplábamos muchas y variadas ofrendas; esta ba colgada, además, delante del santuario una tabla pintada en la que había una pintura extraña y con peculiares repre sentaciones [2] cuyo significado no éramos capaces de inter pretar. Pues no nos parecía que lo pintado fuera una ciudad ni un campamento, sino que había un recinto con otros dos en su interior; el uno más grande, el otro más pequeño. Además, ha bía una entrada en el primer recinto; [3] y junto a la entrada nos parecía que se acercaba una gran multitud y también en el inte rior del recinto se veían muchas mujeres; y en la entrada del pri mer vestíbulo y del recinto un viejo de pie hacía ademán de dar alguna advertencia a la multitud que estaba entrando. Π. Entonces, después de largo tiempo de confusión entre nosotros acerca de la significación de la historia, se nos acer có un anciano y dijo: —No os extrañéis, extranjeros, si no entendéis esta pintura. [2] Pues mucha gente de este lugar tampoco saben qué pueda representar esta historia; pues no es una ofrenda de la ciudad sino que, en una ocasión, hace tiempo ya, un extranjero llegó aquí, hombre prudente y experto en el saber; imitador no sólo de palabra sino también de obra, de la vida de Pitágoras y Parméni- des, quien consagró a Cronos este templo y la pintura. [3] —¿Acaso —pregunté yo— conoces también a ese hom bre y lo trataste? (1630), por ejemplo. Sin embargo, Dolg (1942), Pesce (1982), Fitzgerald y White (1983) mantienen el original heleno. Merece destacarse la variante ήλιου del ms.C 3 , en lugar de Κρόνου.

La Tabla de Cebes

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La Tabla de Cebes

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TABLA DE CEBES

I. Nos encontrábamos deambulando por el templo de Cro­nos donde contemplábamos muchas y variadas ofrendas; esta­ba colgada, además, delante del santuario una tabla pintada en la que había una pintura extraña y con peculiares repre­sentaciones [2] cuyo significado no éramos capaces de inter­pretar. Pues no nos parecía que lo pintado fuera una ciudad ni un campamento, sino que había un recinto con otros dos en su interior; el uno más grande, el otro más pequeño. Además, ha­bía una entrada en el primer recinto; [3] y junto a la entrada nos parecía que se acercaba una gran multitud y también en el inte­rior del recinto se veían muchas mujeres; y en la entrada del pri­mer vestíbulo y del recinto un viejo de pie hacía ademán de dar alguna advertencia a la multitud que estaba entrando.

Π. Entonces, después de largo tiempo de confusión entre nosotros acerca de la significación de la historia, se nos acer­có un anciano y dijo:

—No os extrañéis, extranjeros, si no entendéis esta pintura. [2] Pues mucha gente de este lugar tampoco saben qué pueda representar esta historia; pues no es una ofrenda de la ciudad sino que, en una ocasión, hace tiempo ya, un extranjero llegó aquí, hombre prudente y experto en el saber; imitador no sólo de palabra sino también de obra, de la vida de Pitágoras y Parméni- des, quien consagró a Cronos este templo y la pintura.

[3] —¿Acaso —pregunté yo— conoces también a ese hom­bre y lo trataste?

(1630), por ejemplo. Sin embargo, Dolg (1942), Pesce (1982), Fitzgerald y White (1983) mantienen el original heleno. Merece destacarse la variante ήλιου del ms.C3, en lugar de Κρόνου.

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—Desde luego, y le profesé admiración desde hace muchísi­mo tiempo —prosiguió— cuando yo era más joven; pues solía hablar de muchos e interesantes asuntos; también por aquél enton­ces le había oído la explicación de esta historia muchas veces.

III —Pues bien ¡por Zeus! —exclamé yo— explícanosla, si es que no tienes nada más importante que hacer, porque es­tamos deseando oír de qué trata la historia.

—No hay inconveniente, extranjeros —contestó—. No obstante, es imprescindible que oigáis esto ante todo: que la interpretación entraña un peligro.

—¿De qué clase? —inquirí yo.—Que si prestáis atención —agregó— comprenderéis lo

que os digo, llegaréis a ser prudentes y llenos de ventura, pero si no, viviréis en la miseria, hechos unos insensatos y desgra­ciados y amargados e ignorantes [2]; pues la interpretación es semejante al enigma de la Esfinge* 4 *, que aquella proponía a los hombres; si alguien lo acertaba quedaba entonces a salvo, pero si no lograba acertarlo era devorado por la Esfinge. De la misma manera también sucede en esta interpretación; [3] pues la falta de prudencia es para los hombres como una Esfinge. Y propone los siguientes enigmas: qué es bueno, qué malo, qué ni bueno ni malo en la vida. Por tanto, si alguien no los consigue acertar, es devorado por ella no de una vez como el que encon­traba la muerte al ser engullido por la Esfinge, sino que poco a poco va arruinándose a lo largo de toda su vida de la misma forma que los que son entregados a un tormento. [4] Pero si al-

palabras: “dijo”, “preguntó”, “respondió” y otras tales que están en el griego». (Mora­les, op. cit., p. 254v, nota al margen).

4 La Esfinge es una clara referencia a temas del ciclo tebano que vinculan la Tabla deCebes a Tebas.

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guno acierta, por el contrario, la imprudencia es aniquilada y él se salva y se convierte en un hombre dichoso y feliz para toda la vida. Así que vosotros prestad atención y no os distrai­gáis.

IV. —jPor Heracles! ¡Qué gran deseo acabas de infundir­nos si esto es así!

—Pues así es sin duda —contestó.—Explícate con detalle, que prestaremos atención con todas

nuestras fuerzas ya que, además, tal es la recompensa.[2] Levantando acto seguido un bastón y extendiéndolo ha­

cia la pintura dijo:—¿Veis ese recinto?—Lo vemos.—Conviene que sepáis esto primero: el lugar ese es la

Vida. Y la numerosa multitud que permanece junto a la puer­ta, esos son los que están a punto de entrar en la Vida. [3] Y el anciano que está arriba de pie, con un pergamino en una mano y con la otra en actitud de señalar alguna cosa, ese es el Dai- mon6 y recomienda a los que van entrando qué deben hacer cuando pasen a la Vida; y señala qué camino deben seguir si quieren salvarse en la Vida.

V. —Y ¿qué camino aconseja tomar, o cómo? —pregunté yo.—¿No ves junto a la entrada —prosiguió— un asiento co­

locado allí por donde va entrando la multitud, en el que está sentada una mujer, de compostura artificiosa, con apariencia seductora que tiene una copa en la mano?

6 Los humanistas J. de Jara va y G. Correas lo traducen como «Genio», D0I9 lo hace como «Buen Genio». Preferimos transcribir el término, manteniendo así el sentido de «divinidad individual» que tenía.

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[2] —La veo, pero ¿quién es ésa? —pregunté.—Esa se llama Engaño —dice— porque conduce a todos

los hombres al error.—Y ella ¿qué hace?—Da de beber de su poder a los que van entrando en la

Vida. ·[3] —Y ésa ¿qué bebida es?Error -añadió- e ignorancia.—Y ¿después qué?—Conforme beben de ello van pasando a la Vida.—¿Y entonces todos beben del error, o no?

VI. —Todos beben -contestó- pero unos más y otros me­nos. Y, además, ¿no ves dentro de la entrada a muchas otras mujeres con apariencias muy dispares?

—Las veo.[2] —Pues esas se llaman Opiniones, Deseos y Placeres; y

a medida que la multitud va entrando éstas se lanzan y van se­duciendo a cada uno, y después lo llevan aparte.

—Y ¿adonde se los llevan?—Unas a la salvación —continuó— otras a la ruina me­

diante el engaño.—¡Oh divino anciano, de qué bebida tan cruel hablas![3] —Y todas sin excepción —añadió— prometen que los

llevarán a los mejores bienes y a una vida venturosa y libre de cuidados. Pero ellos, por efecto de la ignorancia y el error que acaban de beber de manos del Engaño, no encuentran cuál es

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el verdadero camino en la Vida sino que andan errantes al azar, como ves, y llevan así a su alrededor a los primeros que entran no importa adonde.

VII. —Los estoy viendo —respondí— pero la mujer aque­lla ¿quién es, esa que parece estar ciega y loca, y de pie sobre una piedra redonda?9

—Se llama Fortuna —dijo— y está no sólo ciega y loca, sino también sorda.

[2] —Y ésa ¿qué ocupación tiene?—Corretea por todas partes —siguió diciendo— y a unos

les arrebata lo que poseen y lo entrega a otros; y, por el con­trario, a estos mismos les quita al instante lo que les acaba de dar y lo entrega a otros al azar y sin seguridad. Por eso su imagen revela muy bien su naturaleza.

[3] —¿Cuál es ésa? —pregunté yo.—El hecho de que está de pie sobre una piedra redonda.—Y eso ¿qué significa?—Que no es seguro ni duradero el don que proviene de

ella, pues grandes y duras calamidades pasan cuando alguien confía en ella.

VIH. —Y ese gran gentío que está a su alrededor, ¿qué quiere y quiénes son?

—Esos son gente irreflexiva, y cada cual pide lo que aque­lla va tirando.

—Y ¿cómo no tienen el mismo aspecto, sino que unos parecen estar alegres, mientras otros tienden las manos descorazonados?

9 Estas formas de representar las alegorías son parte de un acervo común iconográfi­co, que vemos recogido en múltiples tratados sobre el tema; como ejemplo: Cesare Ripa en su Iconología, (Milán 1993) hace referencia a la Sabiduría, representada en un asien­to cuadrado por Piero Valeriano {De Cuadrado, XIX «La Sabiduría», p. 395).

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[2] —Quienes parecen estar gozosos y sonrientes —prosi­guió— son esos que ya han conseguido algo de ella; estos la llaman también buena Suerte; pero los que parecen llorar y tienden las manos son aquellos a quienes arrebató lo que an­tes les había dado; estos, por el contrario, la llaman mala Suerte.

[3] —¿Qué es, pues, lo que les da que tanto se alegran los que lo reciben mientras que lloran los que lo pierden?

—Eso —respondió— que para la mayor parte de los hom­bres se valora como un bien.

—Y eso ¿qué es?[4] —La riqueza, evidentemente, y la fama, la alta clase so­

cial, hijos, soberanías, reinos y otras cosas semejantes a éstas.—Y ¿cómo ésas cosas no son bienes?—De esas cosas —dijo— se volverá a hablar, pero ahora

sigamos con la pintura.—Está bien.

IX. —¿Te das cuenta de que, si atraviesas la entrada esa,hay más arriba otro recinto y, fuera de este recinto, unas mu­jeres, de pie, arregladas como acostumbran las hetairas?

—Sí, por cierto. :

—Pues bien, esas se llaman: Desenfreno, Libertinaje, Insa- ciabilidad y Adulación.

[2] —Y ¿por qué ésas están ahí de pie?—Acechan —añadió— a los que han conseguido algo de

la Fortuna.—Y después ¿qué?

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—Saltan, se les abrazan y los adulan y engatusan para que se queden con ellas, diciéndoles que tendrán una vida tan pla­centera como fácil y sin padecimiento alguno. [3] Si ellas, pues, convencen a alguno a entrar en la Buena Vida11 12 *, hasta cierto punto parece ser placentero aquel estado, mientras le produzca deleite a la persona, luego ya no. En efecto, cuando vuelve en sí cae en la cuenta de que no comía, sino que estaba siendo devorado y maltratado por ella. [4] Por eso también, en el momento eh que pierde todo cuanto recibió de la Fortuna, se ve obligado a servir como esclavo a estas mujeres y a so­portarlo todo, a verse en la ignominia y a hacer por culpa de éstas todo lo que es dañino: robar, profanar, jurar en falso, traicionar, saquear y otras cosas semejantes a éstas. Y cuando ya no les queda nada, son entregados al Castigo.

X. —Y ¿cuál es ése?—¿Ves un poco más atrás de ellas —prosiguió—, arriba,

como una pequeña puertecilla y un lugar estrecho y tenebro­so?

—Sí, por cierto.—¿Y no parecen reunirse también mujeres indecentes e in­

mundas y cubiertas de andrajos?[2] —También es cierto.—Pues de ésas -dijo- la que lleva un látigo se llama Casti­

go, la otra con la cabeza entre las rodillas, Tristeza y la que se arranca los propios cabellos, Dolor.

11 Sobre este tópico, cf. Fitzgerald & White, op. tit., p. 142 nota 35.12 En el texto de Cebes el Arrepentimiento (Μετάνοια) abre un camino ambiguo: a la

«Verdadera» pero también a la «Falsa Educación». El Léxico Suda habla de la «Correc­ta Educación» όρθή παιδεία; cf. s.v. παιδεία. «Παιδείαν ορθήν είναι νομίζομεν ού την έν τοΐς ρήμασιν καί τη γλώττη πολιτευομένην εΰρυθμίαν, άλλά διάθεσιν ΰγιά νουν έχοΰσης διανοίας καί άληθεΐς δόξας υπέρ τε άγαθών καί κακών

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[3] —Y ese otro que se halla junto a ellas, uno feo, flaco y desnudo y esa otra junto a él, semejante a éste, indecente y flaca, ¿quién es?

—Aquél se llama Lamento —respondió—, ella Desaliento y ésta es su hermana [4]. Así pues, es entregado a éstos y con ellos pasa la vida en medio de tormentos; luego, de nuevo es arrojado a otra estancia, a la Desgracia, y aquí termina de arruinar lo que queda de su vida entre todo tipo de calamida­des; a no ser que el Arrepentimiento le salga libremente al en­cuentro.

XI. —Y ¿qué sucede entonces, si le sobreviene el Arre­pentimiento?

—Lo arranca de los males y le infunde otra Opinión [y Deseo] que le conduce a la Verdadera Educación pero, al mis­mo tiempo, también a la llamada Falsa Educación14.

[2] —¿Qué pasa después?—Si acepta -dijo- esa Opinión que ha de llevarle a la Ver­

dadera Educación, una vez purificado por ella, queda a salvo y llega a ser dichoso y feliz en la vida; de lo contrario, de nue­vo sufre extravío por culpa de la Falsa Educación.

14 Estos dos términos son claves el la Tabla. Los distintos autores los han traducido: «Verdadera/Falsa Disciplina» Población (1532); «Verdadera»/«Falsa Doctrina» Járava (1549); «Verdadera»/«Falsa Institución de la Vida» Morales (1586); «Verdadera»/«Falsa Doctrina» Abril (1586); «Verdadera»/«Falsa Doctrina» Correas (1630); «Verdade- ra»/«Falsa Doctrina» Dole (1942); «Cultura» Pesce (1982); «true Education»/«False Education» Fitzgerald-White (1983), aunque en la nota correspondiente (nota 41, p. 144) nos hablan de «true Paideia» y «Pseudopaideia». En Luciano, en las 49 veces que aparece el término, παιδεία tiene un valor positivo, jamás calificado de «buena» o «mala»; lo mismo en Epicteto (6 veces), o en autores posteriores, como Jámblico (44 veces). La distinción entre «buena» o «mala» es poco frecuente, como ejemplo, en Her­mas aparece una sola vez (63, 3 είς άγαθήν παιδείαν).

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ΧΠ. —¡Por Heracles, cuán grande es ese otro peligro! Pero la Falsa Educación, ¿cuál es? —inquirí yo.

—¿No ves aquél otro recinto?[2] —Sí, por cierto —añadí yo.—¿Y fuera del recinto, junto a la entrada, no hay una mu­

jer de pie que parece muy limpia y comedida?—Pues sí.[3] —Pues bien, muchos hombres imprudentes llaman a

esa Educación; pero no es sino Falsa Educación —dijo—. Quienes en verdad se salvan, cuando quieren llegar a la Ver­dadera Educación, primero vienen aquí.

—¿Es que no existe otro camino que lleve a la Verdadera Educación?

—Existe —contestó.

xm. —y esos hombres que van y vienen por el interiordel recinto ¿quiénes son?

—Los amantes de la Falsa Educación —prosiguió— que, víctimas del engaño creen conversar con la Verdadera Educa­ción.

—Y ¿cómo se llaman?[2] —Unos, poetas —respondió— otros, oradores, filóso­

fos, músicos, matemáticos, geómetras, astrólogos, críticos, hedonistas, peripatéticos y otros tantos semejantes a éstos.

XIV. —Y aquellas mujeres que parecen rondarles, al igualque las primeras, entre las que decías que se encuentra el De­senfreno [y las otras junto a ellas] ¿quiénes son?

—Son aquellas mismas —agregó.[2] —¿Entonces también entran aquí?

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—Sí, ¡Por Zeus!, aquí también. Aunque rara vez, y nunca como en el primer recinto.

—¿Entonces también las Opiniones? —pregunté.[3] —También, pues aún [les] hace efecto la pócima que be­

bieron del Engaño y permanece la ignorancia, [¡por Zeus!], y con ella, por supuesto, la insensatez; y en modo alguno se apar­ta de ellos la opinión ni la restante maldad mientras no renun­cien a la Falsa Educación, entren en el camino verdadero y be­ban las fuerzas que les purifican de éstas. [4] Más adelante, conforme se vayan purificando y arrojen todas las maldades que encierran, no sólo las opiniones sino también la ignorancia y toda la restante maldad, entonces quedarán ya a salvo. Pero si permanecen aquí junto a la Falsa Educación nunca serán libera­dos ni les abandonará ningún mal a causa de estas enseñan­zas.

XV. —¿Cuál es entonces el camino ese que conduce a laVerdadera Educación? [—pregunté].

—¿Ves arriba —dijo— aquel lugar donde nadie habita, sino que parece estar desierto?

—Lo veo.[2] —¿Y no hay también una puerta pequeña y un camino,

ante la puerta, que no está muy frecuentado, sino que lo reco­rren tan pocos como si se tratara de un camino intransitable, áspero y pedregoso?

—Si, por cierto —respondí.[3] —Y no parece haber también una colina escarpada y

una subida muy estrecha y con profundos barrancos a un lado y otro.

—Lo estoy viendo.

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—Pues bien, ése es el camino —dijo— que lleva a la Ver­dadera Educación.

[4] —Y realmente dificultoso, al menos por lo que se ve.—¿No ves también arriba, encima de la colina, una roca

grande, elevada y escarpada, que la circunda?—La veo —afirmé.

XVI. —¿Ves entonces también a dos mujeres de pie, enci­ma de la roca, de cuerpo espléndido y lozano, con qué buen ánimo tienen tendidas las manos?

—Las veo —añadí— pero ¿cómo se llaman esas?[2] —La una se llama Dominio de sí —contestó—, la otra

Tenacidad, y son hermanas.—Pero ¿por qué tienen extendidas tan animosamente las

manos?[3] —Exhortan —dijo— a los que llegan a aquél lugar a que

sean valientes y a no acobardarse, diciéndoles que deben perse­verar todavía un poco, que después llegarán al camino bueno.

[4] —Entonces, cuando llegan a la roca, ¿cómo suben?, pues no veo camino alguno que conduzca a ellas.

—Ellas bajan desde el barranco y tiran hacia sí de ellos para arriba, después los 4nvitan a tomar un descanso; [5] y poco más tarde les infunden fuerza y valor, se ofrecen a con­ducirlos a la Verdadera Educación y les muestran qué bello es el camino, tan llano y fácil de andar, como ves, y limpio de toda maldad.

—Bien se ve jpor Zeus!

XVII. —¿Y ves además —dijo—, delante de aquel bosqueun lugar de bella apariencia, semejante incluso a un prado e iluminado por abundante luz?

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—Es cierto.[2] —¿Y ves en medio del prado otro recinto y otra entrada?—Así es, pero cómo se llama el lugar ese?[3] —La morada de los felices —respondió—, pues aquí

viven todas la Virtudes y la Felicidad.—¡Ah, ya! —Añadí yo. ¡Qué bello dices que es ese lugar!

xvni. —¿y no ves —dijo— que junto a la entrada hay una mujer bella y de rostro sereno, no sólo de edad madura sino ya juiciosa, y con un vestido sencillo y sin adornos?, ade­más, no está de pie sobre una piedra redonda sino encima de una cuadrada firmemente asentada; [2] y con ella hay otras dos que parecen ser sus hijas.

—Así es como aparece.—Pues bien, de éstas la que está en el centro es Educación,

la otra Verdad y la otra Persuasión.[3] —Y ésa ¿por qué está encima de una piedra cuadrada?—Señal —dijo— de que firme y seguro tienen el camino

hacia ella quienes lo emprenden y segura la concesión de do­nes los que la alcanzan16.

[4] —¿Y qué es lo que ésta concede?* —Ánimo y valentía. —Dijo aquél.

—Y eso ¿qué es?—Conocimiento —contestó— para no padecer desgracia

alguna en la vida.

XIX. —¡Por Heracles —exclamé yo— qué bellos presen­tes! Pero ¿debido a qué está así de pie, fuera del cercado?

16 Sobre la firmeza y seguridad que representa la Educación, frente a la inestabilidad de la Fortuna, cf. la nota 8.

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—Para poder curar —agregó— a los que van llegando y dar de beber la fuerza purificadora. Luego, una vez limpios, así los conduce a las Virtudes.

[2] —¿Cómo es eso? —pregunté yo— pues no lo com­prendo.

—Pues lo vas a entender —dijo—. Como si uno se encon­trara muy enfermo, tras de ir como es natural al médico, in­tentara expulsar primero con procedimientos purificatorios lo que causa el mal, y luego así el médico lo conduciría al resta­blecimiento y a la salud; [3] pero si no obedeciera a lo prescrito, con razón perecería, sin duda, consumido por la enfermedad.

—Eso lo entiendo —añadí yo.[4] —Pues bien, del mismo modo también —prosiguió—

cuando alguno llega a la Educación, lo cura y le da de beber su propia fuerza para que se purifique primero y expulse to­dos los males con los que vino.

—¿Cuáles son ésos?[5] —La ignorancia y el error que había bebido del Enga­

ño, la arrogancia, el deseo, el desenfreno, la cólera, el amor al dinero y todas demás cosas de las que se contaminó en el pri­mer recinto.

XX. —Y cuando queda limpio ¿adonde lo manda?—Adentro —dijo—junto al Saber y las restantes Virtudes.—¿Cuáles son ésas?[2] —¿No ves —dijo— dentro de la entrada un coro de

mujeres, qué hermosas y comedidas parecen y qué sencillo y simple vestido llevan; y qué naturales están además y en modo alguno acicaladas como las otras?

[3] —Las veo —dije—, pero ¿cómo se llaman ésas?

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—La primera es el Saber —respondió— y las restantes sus hermanas: Valentía, Justicia, Probidad, Sensatez, Moderación, Libertad, Dominio de sí, Humildad.

[4] —¡Oh Maravilloso anciano —exclamé yo— qué espe­ranza tan grande para nosotros!

—Si llegáis a comprenderlo —dijo— también llegaréis a poseer lo que estáis oyendo.

—Pues pondremos todo nuestro esfuerzo —añadí yo.—Entonces —concluyó— os salvaréis.

XXI. —Y cuando éstas lo reciben ¿adonde lo llevan?—A su madre —respondió.—¿Y ésa quién es? ¡—La Felicidad —dijo.—Y ésta ¿cuál es?[2] —¿Ves el camino aquél que lleva a la altura aquella,

que es la acrópolis de todos los recintos?—Lo veo.[3] —¿No está puesta en el vestíbulo una mujer, sentada en

un asiento elevado, libremente arreglada y sin afectación, y coronada con una guirnalda de flores muy bella?

—Así aparece.—Pues esa es la Felicidad —dijo.

ΧΧΠ. —Y cuando alguno llega aquí ¿qué hace?—Lo corona —contestó— con su propia fuerza, la Felici­

dad y también todas las demás Virtudes, como a los vencedo­res de las más grandes competiciones.

—Y ¿qué combates ha vencido él? —pregunté yo.

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[2] —Los más grandes —contestó— y a las más grandes fieras que antes intentaban devorarle, le castigaban y esclavi­zaban, a todas esas las ha vencido y expulsado de sí; y se ha hecho dueño sí mismo, de modo que aquéllas ahora le sirven a él como antes él a ellas18.

oírloXXIII. —¿De qué fieras hablas? pues tengo gran deseo de

—En primer lugar —prosiguió— la Ignorancia y el Error ¿o no te parecen ésas unas fieras?

—Y muy malvadas —contesté yo.[2] —Después la Tristeza, el Lamento, el Amor al dinero,

el Desenfreno y toda la restante Maldad. Sobre todas éstas do­mina y no es dominado como antes.

[3] —¡Qué bellas acciones! —exclamé yo— ¡y qué bellísi­ma victoria! pero dime aún esto: ¿cuál es el poder de la coro­na con el que decías... que le coronaba?

[4] —El.de la Felicidad, muchacho. Pues quien es corona­do con ese poder llega a ser feliz y dichoso y en nadie, sino en sí mismo, pone sus esperanzas de felicidad.

XXIV. —¡De qué bello triunfo hablas! pero cuando recibela corona ¿qué hace o a dónde dirige sus pasos?

[2] —Las Virtudes, una vez que lo acogen, lo llevan hacia aquel lugar de donde vino antes y le muestran lo mal que viven quienes viven allí, qué desgraciada exist­encia llevan y cómo naufragan en la vida y son víctimas del error y conducidos como dominados por enemigos; los unos por Desenfreno, otros por Orgullo, otros por

18 El ideal cínico-estoico de la vida como certamen; cf. Pesce, op. cit., pp. 74,22.

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Amor al dinero, otros por Vanagloria y otros por otros Males; [3] desgracias de las que no pueden librarse por sí mismos, al estar encadenados, para salvarse y llegar aquí, sino que viven en constante inquietud a lo largo de toda la vida. Y sufren eso por la imposibilidad de encontrar el camino hacia allí, pues olvidaron la recomendación del Daimon.

XXV. —Me parece que hablas rectamente, sin embargotampoco entiendo eso: por qué las Virtudes le enseñan aquél lugar de donde ha venido antes.

[2] —No sabía con exactitud ni estaba seguro -dijo- de nada de allí, sino que dudaba y, por culpa de la ignorancia y el error que ya había bebido, creía que eran bienes lo que no eran bienes y males lo que no eran males. [3] Por eso, tam­bién vivía mal como los otros que allí habitaban. Pero ahora, en posesión del conocimiento de lo provechoso, no sólo él vive bien sino que contempla cuán torpemente se conducen esos.

XXVI. —Y después de contemplarlo todo ¿qué hace o adónde encamina entonces sus pasos?

—Adonde quiera —continuó— pues en todas partes en­cuentra seguridad como el que se encuentra en la gruta Cori- cia20 y en cualquier lugar a donde vaya todo le irá bien, con total seguridad, pues todos le recibirán contentos como los pacientes al médico.

[2] —¿Es que ya no teme que aquellas mujeres, que decías que eran fieras, le hagan algo?

20 La gruta Concia, en Cilicia, se consideraba un lugar inmune a los peligros; cuenta Pausanias que fue usada como refugio para la guerra por indicación de un dios y que era un lugar de muy difícil acceso {Descripción de la Hélade X, 32, 7 y ss.). Otras noticias ha­blan de ella como gruta situada en el Parnaso y célebre por sus fiestas báquicas. Sobre estas referencias cf. Heródoto, Historias, 8, 36 y Pausanias, op. cit., X, 6, 3. El humanista A. de Morales también hace una amplia alusión a ella, op. cit., pp. 280v y 28 Ir.

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—Nada lo inquietará ni Dolor ni Tristeza ni Desenfreno ni Amor por el dinero [3] ni Pobreza ni ningún otro Mal. Pues es señor de todo y está por encima de todos los que an­tes le afligían, como los que han sido mordidos por una víbo­ra. Pues, sin duda alguna, las fieras, capaces de hacer mal hasta la muerte a todos los demás, no les dañan porque po­seen el antídoto; así tampoco afligen ya a ése por tener el antídoto.

ΧΧVΠ. —Me parece que hablas con sensatez; no obstante dime aún esto: ¿quiénes son ésos que parecen venir desde allí desde la colina?; además, mientras los que han sido corona­dos dan muestra de gozo, otros, sin corona, de tristeza y tur­bación, además [2] parecen traer magulladas las piernas y la cabeza y unas mujeres los retienen.

—Los coronados, son los que han alcanzado la salvación en el camino a la Educación y, [3] una vez alcanzada, se ale­gran. Los que no traen corona, en cambio, unos, rechazados por la Educación, en un estado deplorable y digno de compa­sión se vuelven; otros, presas del miedo e incapaces de subir hasta la Tenacidad, se vuelven de nuevo y vagan por lugares intransitables.

[4] —Y esas mujeres que les acompañan ¿quiénes son?—Tristezas —respondió—, Dolores, Desalientos, Infamias

e Ignorancias.

XXVin. —Estás diciendo que todos los males les siguen.

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—¡Por Zeus! que todos les persiguen —afirmó—. Pero cuando éstos llegan al primer recinto, [2] junto a la Buena Vida y el Desenfreno, no se echan la culpa a ellos mismos sino que, al momento, se ponen a difamar no sólo a la Educa­ción sino también a quienes allí se dirigen; qué miserables, dignos de compasión y desafortunados son los que, a conse­cuencia de haber abandonado el género de vida de ellos, vi­ven mal y no sacan provecho de sus ventajas.

[3] —¿Y a qué llaman bienes?—Al libertinaje y al desenfreno, por decirlo brevemente;

pues el saciarse como animales consideran que es el disfrute de los más grandes bienes.

XXIX. —Y las otras mujeres que vienen alegres y son­rientes de allí ¿cómo se llaman?

[2] —Opiniones —dijo— y tras llevar a la Educación a quienes entraron a donde están las Virtudes, se vuelven para llevar a otros y van anunciando que ya son felices aquellos a quienes condujeron antes.

[3] —¿Es que —dije yo— ésas entran dentro con las Vir­tudes?

—No —dijo— pues no es lícito que la Opinión entre don­de el Conocimiento24, sino que los entregan a la Educación.[4] Después, cuando la Educación los acoge, ellas se vuel­ven otra vez para conducir a otros, como las naves se vuelven de nuevo después de soltar las mercancías y se llenan con otras.

XXX. —Pues me parece que explicas muy bien eso —co­menté—; pero aún no nos has dejado claro esto: qué re-

24 Oposición platónica «conocimiento» / «opinión».

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comienda hacer el Daimon a los que van entrando en la Vida.[2] —Tener valor —dijo—; por ello también sed vosotros

valientes, pues voy a explicarlo todo sin omitir nada.—Hablas bien, —añadí yo.[3] —Extendiendo otra vez el brazo, señaló— ¿Veis en­

tonces a la mujer aquella que parece estar ciega y de pie en una piedra redonda y que hace poco os dije que se llama Fortuna?

—La vemos.

XXXI. —Ordena —dijo— a no confiar en ella y a no con­siderar que es estable ni seguro nada de lo que cualquiera pueda alcanzar de ella, ni tomarlo como cosa propia. [2] Nada, en efecto, le impide arrebatárselo de nuevo y darlo a otro, pues acostumbra hacer esto a menudo. Y por esta razón, pues, exhorta a mantenerse ecuánimes ante sus dones y a no ale­grarse cuando dé ni a descorazonarse cuando quita; ni tampo­co censurarla ni alabarla, [3] pues nada hace con reflexión, sino todo a la ligera y al azar, según os referí anteriormente.

Y por esto el Daimon exhorta a no admirarse de lo que ella haga y a no comportarse como los malvados banqueros; [4] pues también aquellos, cuando toman el dinero a los clientes, se alegran y creen que es suyo, pero cuando les reclaman la devolución se enfadan y creen que sufren peijuicios, sin hacer memoria de que recibieron los depósitos con unas condicio­nes, según las cuales nada impide al depositario retirarlo de nuevo. [5] De esa misma forma, pues, exhorta el Daimon a comportarse también ante el don de ella y a recordar que la Fortuna es de tal naturaleza, que puede quitar lo que ha dado y, al momento, devolverlo muchas veces más; y, de nuevo, quitar lo que ha dado; y no sólo eso sino incluso lo que poseía

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con anterioridad; [6] según esto, ordena a aceptar de ella lo que da pero, al momento, alejarse, dirigiendo la mirada al don estable y seguro.

ΧΧΧΠ. —¿Cuál es ése? —pregunté yo.—El que recibirán de la Educación si llegan allí sanos y

salvos.—¿Pero quién es esa?[2] —El verdadero conocimiento de lo provechoso —aña­

dió— [3] y don seguro y estable y sin vuelta atrás. Por tanto, exhorta a correr cuanto antes hacia ella; y al llegar a aquellas mujeres, que incluso antes dije sus nombres: Desenfreno y Buena Vida, también les ordena alejarse rápi­damente de allí y no confiar en ellas en nada, hasta que lle­guen a la Falsa Educación. [4] Entonces les exhorta a pasar algún tiempo allí y tomar de ella lo que quieran como viáti­co, pero luego salir rápidamente de allí hacia la Verdade­ra Educación. [5] Esto es lo que recomienda el Daimon; así pues, quien actúa contra esto o desobedece perece de mala manera como un malvado.

XXXIII. —Tal es para nosotros, extranjeros, la historiaque se representa en la tabla. Pero si es necesario preguntar algo más sobre cada una de estas cosas, no hay inconveniente; pues yo os lo aclararé.

[2] —Bien hablas —dije yo. Pero ¿qué les ordena tomar el Daimon de la Falsa Educación?

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—Lo que parece ser de utilidad.—¿Y eso qué es?[3] —Las letras —respondió—, y de las otras disciplinas,

también las que dice Platón que tienen para los jóvenes la fuerza de un freno para que no estén ocupados en otras cosas.

[4] —¿Y es necesario que tome esas cosas quien quiera lle­gar a la Verdadera Educación, o no?

—Necesidad en verdad ninguna —dijo—, pero son útiles para llegar lo más pronto posible. Sin embargo eso en nada contribuye a ser mejores.

[5] —¿Dices entonces —pregunté— que esas no son nada útiles para conseguir ser hombres mejores?

—En efecto, también es posible ser mejores sin esas, aun­que tampoco éstas son inútiles. [6] Pues así como alguna vez entendemos lo que se dice mediante un intérprete, aunque se­ría mucho mejor que nosotros y ellos conociéramos el idioma, pues probablemente nos habríamos entendido con más exacti­tud, así también nada impide ser mejores sin esas enseñanzas.

XXXIV. —¿Entonces esos hombres doctos tampoco gozande ventaja para ser mejores que el resto de los hombres?

[21—Pero ¿cómo van a estar en ventaja si también, al igual que los demás, [3] están claramente sujetos al engaño en lo re­ferente a lo bueno y a lo malo e incluso dominados por todo tipo de bajezas?; pues nada impide conocer las letras y domi­nar todas las disciplinas, pero ser a la vez borracho, persona sin freno, amante del dinero, injusto, traidor y, en definitiva, insensato.

[4] —Sin duda alguna es posible ver a muchos de esos.

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—Entonces ¿cómo van a gozar esos de ventaja —dijo— para llegar a ser hombres mejores en virtud de estas discipli­nas?

XXXV. —Según este razonamiento parece que de ningunamanera. Pero ¿qué es lo que hace —dije yo— que vivan en el segundo recinto, como si estuvieran cerca de la Verdadera Educación?

[2] —Además —agregó— ¿qué les beneficia eso, cuando muy a menudo es posible ver a los que vienen del primer re­cinto, desde el Desenfreno y la otra Maldad, al tercer recinto, a la Verdadera Educación, cómo pasan de largo a esos hom­bres doctos?; de modo que ¿en qué pueden tener ventaja, pues, si son más lentos o más torpes?

[3] —¿Cómo es eso? —pregunté yo.—Porque los del primer recinto, [...] los del segundo recin­

to, no saben, por no decir nada, ni siquiera lo que fingen co­nocer. Y mientras se mantengan en esta creencia, es inevitable que sean lentos para ponerse en camino hacia la Verdadera Educación. [4] Además, ¿no ves, por otra parte, que también las Opiniones van entrando, de la misma manera, desde el primer recinto a donde están ellos?; de modo que ésos no son en nada mejores que aquéllos, si el Arrepentimiento no está con ellos ni llegan a convencerse de que no poseen la Educación sino la Falsa Educación, por culpa de la cual son engañados. [5] Y permaneciendo así, nunca podrían salvarse. Por tanto vosotros, extranjeros, —dijo— actuad así y ateneos a lo dicho hasta que lleguéis a adquirir hábito. No obstante, conviene meditar a menudo sobre esto y no descuidarlo; y el

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resto considerarlo cosas sin importancia, pues si no, ningún provecho tendréis de lo que ahora estáis escuchando.

XXXVI. —Lo haremos; pero explícanos esto: ¿cómo noson bienes cuanto alcanzan los hombres de la Fortuna, como vivir, tener salud, hacerse rico, tener buena fama, hijos, triun­far y las cosas semejantes a esas?; [2] o al revés, ¿cómo lo contrario no es un mal?; pues nos parece muy paradójico e in­creíble lo que dices.

—¡Vamos!, —dijo— pues intenta dar tu opinión a lo que te voy a preguntar.

[3] —Pues eso haré —respondí yo.—¿Acaso, pues, si alguien vive mal, vivir es para él un

bien?—Me parece que no, sino un mal —contesté yo.—¿Cómo entonces es un bien vivir —continuó—, si real­

mente para él es un mal?[4] —Porque para los que viven mal me parece que es un

mal, y un bien para los que viven bien.—¿Dices, por tanto, que vivir es un mal y un bien?—Yo, sí.

XXXVII. —Pero no hables sin sentido; imposible que unamisma cosa sea buena y mala, pues esa sería igualmente be­neficiosa y dañina, y siempre elegible y evitable.

[2] —Sin sentido sin duda; pero ¿cómo no le van a pasar cosas malas a quien vive mal?; por tanto, si le pasan cosas malas, igualmente la vida es un mal.

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—Pero no es lo mismo —prosiguió— vivir y vivir mal; ¿o no te parece?

—Naturalmente tampoco me parece que es lo mismo.[3] —Vivir mal es, en efecto, un mal pero no un mal la

vida; ya que, si fuera un mal, resultaría un mal para los que viven bien, pues vivir sería para ellos como el mal que es.

—Creo que dices la verdad.

XXXVHI. —Por tanto, puesto que la vida sucede a unos y otros, tanto a los que viven bien como a los que mal, no sería posible que la vida fuera un bien ni un mal; como tampoco es nocivo ni saludable el cortar y cauterizar en los enfermos, sino cómo cortar; así también, sin duda, en lo tocante a la vida: no es un mal en sí la vida sino vivir mal.

[2] —Así es.—Pues bien, si es así, mira tu si preferirías vivir mal o mo­

rir bien y valientemente.—¿Yo?, yo morir bien.[3] —Luego tampoco es un mal morir si, en ocasiones, es

preferible morir que seguir vi vendo.—Así es.[4] —Entonces el mismo razonamiento seguimos para la

salud y la enfermedad; pues a menudo no es conveniente dis­frutar de salud sino lo contrario, cuando la situación entraña peligro29.

—Dices la verdad.

29 Sobre esta afirmación, cf. Pesce, op. cit., p. 98 nota 4, especialmente su referencia a Jenofonte, Memorables, 4, 2, 32, donde dice como, en una campaña difícil o en una na­vegación arriesgada, perecen los más fuertes, porque son los que toman parte en ella, y sobreviven los débiles (o enfermos) que no estaban en condiciones de participar.

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XXXIX. —Ea pues, reflexionemos también así so­bre el hacerse rico; si es posible observar, como a me­nudo se ve, que alguien es rico, pero ese vive mala y mi­serablemente.

—i Por Zeus! a muchos sí.[2] —Entonces ¿nada les ayuda la riqueza para vivir bien?—Parece que no, pues ellos son unos malvados.[3] —Por tanto, el ser honrados no lo hace la riqueza sino

la Educación.—Naturalmente.—Según este razonamiento, entonces, la riqueza no es

un bien si, en efecto, no ayuda a ser mejores a los que la po­seen.

—Así parece.[4] —Por tanto, a algunos no les aprovecha enriquecerse si

no saben usar la riqueza.—Me parece a mí.—¿Entonces cómo alguien podría estimar que es un bien

aquello cuya posesión frecuentemente no aprovecha?[5] —De ninguna manera.—Por tanto si alguien sabe usar bien y con habilidad la ri­

queza vivirá bien, pero si no, mal.—Muy verdadero me parece lo que dices.

XL. —En general, también es posible apreciar estas cosas como bienes o despreciarlas como males; pero esto es lo que turba y daña a los hombres: que al apreciarlas y creer que la felicidad sólo es posible en virtud de ellas, aceptan hacer cual­quier cosa por su causa y no son capaces de rechazar a las que parecen ser las más impías y vergonzosas. [2] Y eso padecen a

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causa de la ignorancia del bien, pues ignoran que no nace bien de males. [3] Además, podemos ver que muchos consiguieron riqueza por medio de de acciones malas y vergonzosas, como vengo diciendo: el traicionar, saquear, asesinar, calumniar, de­fraudar y también de otras muchas igualmente perversas.

—Así es.

XLÍ. —Por consiguiente, si ningún bien sale del mal, como es natural, y la riqueza nace de acciones vergonzosas, por fuerza la riqueza no es un bien.

—Así resulta de este razonamiento.[2] —Pero, ni es posible adquirir la sensatez ni el ejercicio

de la justicia con acciones malvadas, ni tampoco, igualmente, la injusticia e insensatez con bellas acciones; ni puede darse, al mismo tiempo, en uno mismo. [3] Pero nada impide que la riqueza, la gloria, el éxito y las restantes cosas semejantes a éstas convivan en uno con una gran maldad. De modo que no serían ésas ni bienes ni males, sino sólo la sensatez un bien y la insensatez un mal.

[4] —Me parece que es suficiente con lo que has dicho —concluí.

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—Y hemos concluido esta opinión, por la que se cree que aquellas nacen de perversas acciones.

XLII. (Anciano) —En verdad, en una gran parte, eso y aquello son también lo mismo que comentamos: que tales co­sas no son ni buenas ni malas; incluso más aún, que si ellas nacieran sólo de malvadas acciones, únicamente serían ma­las; [2] pero todas proceden de una u otra clase y por eso co­mentamos que ellas no eran buenas ni malas, así como el sueño y la vigilia no son buenos ni malos. [3] E igualmente, al menos en mi opinión, caminar y sentarse y las restantes cosas que acontecen a cualesquiera de estos, tanto a los instruidos como a los ignorantes. Pero las que son diferentes entre sí, una de ellas es buena, la otra mala, como la tiranía y la justi­cia, dos circunstancias que afectan a uno u a otro; y esto es porque la justicia se mantiene siempre unida a los que poseen los conocimientos y la tiranía no acompaña sino a los ignoran­tes. Y no puede, pues, ocurrir lo que antes comentamos, [4] que a uno mismo y en un mismo momento de tiempo le ocurran las dos cosas que pertenecen a esa clase, de modo que una misma persona esté, en el mismo momento, en sueño y vigilia y que sea sabio e ignorante a la vez o alguna otra cualquiera de aquellas circunstancias que pertenecen al mismo orden de cosas.

(Extranjero) —Respecto a esto —respondo— pienso que con todo este discurso ya dejaste clara la cuestión.

XLIII. (Anciano) —Sin embargo —dijo— todas estas cosas pienso que proceden de aquél principio en verdad divi­no.

(Extranjero) —Pero ¿qué es eso —digo— que tú señalas con la cabeza?

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(Anciano) [2] —La vida y la muerte —añadió—- la salud y la enfermedad, las riquezas y la pobreza y otras cosas, que dijiste que eran buenas y malas, no les ocurren a la mayor parte de las personas a causa del mal.

(Extranjero) —Claramente coincidimos —digo— en que necesariamente debemos seguir este razonamiento: tales co­sas no son buenas ni malas, hasta el punto de no tener yo un juicio claro sobre ellas.

(Anciano) [3] —Esto sucede —concluyó— porque desde hace mucho está ausente de ti la costumbre aquella de hacer esta reflexión en tu mente. Así, el ejercicio de lo que poco an­tes os indiqué, continuadlo durante todo el curso de vuestra vida para que esto que estamos explicando con vosotros se grabe en vuestras mentes y de esta manera se os quede como hábito. [4] De todas formas, si tuviérais alguna duda de algo, volved conmigo para que os lo explique a fin de que os desa­parezca la duda.