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 Álvaro Matute

La teoría de la historia en México (1940-1973)

Textos de: Alfonso CasoJOSÉ G AOS

LUIS GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ

EDMUNDO O'GORMAN

R AMÓN IGLESIA

JESÚS REYES HEROLES

WENCESLAO ROCES

 ALFONSO TEJA Z ABRE

 SEPSETENTAS 126

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Primera edición: SEP, 1974Primera edición: SEPSETENTAS. Enero de 1981

ISBN 968-13-0993-6

DERECHOS RESERVADOS-COPYRIGHT-SECRETARIA DEEDUCACIÓN PÚBLICA-IMPRESO EN MÉXICO

Contenido

Advertencia…………………………………………………………..…..5Introducción…………………………………………...…………..….….7La teoría de la historia en México antes de 1940 ……..................…...9La institucionalización académica y la historiografía….....................15La teoría de la historia en el ámbito académico……..........................18La época de las especializaciones……….....................................…..25Bibliografía mínima …….................................................................….28

 Textos

1. Edmundo O´Gorman, Alfonso Caso, Ramón Iglesiay otros / Sobre el problema de la verdad histórica (1945) .........32

2. José Gaos / Notas sobre la historiografía (1960) ........................663. Ramón Iglesia / La historia y sus limitaciones (1940) ................944. Edmundo O´Gorman /Historia y vida (1956)..............................121

La vida como historiaI. El problema: unidad y pluralidad de la historia .....................121II. El hecho Histórico y su conocimiento....................................126

III. Necesidad del hecho histórico: la soledad de laconciencia.................................................................................134

IV. La solución al problema: conflicto innecesario deintencionalidades.....................................................................138

La historia como vidaV. La sucesión histórica.............................................................140

VI. El pragmatismo vital del conocimiento historiográfico.......145VII. ¿Qué es historia? ..................................................................147

VIII. Ciencia histórica como saber de la vida...............................150

5. Wenceslao Roses / Algunas consideraciones sobre el viciodel modernismo en la historia antigua (1957) ...................................1526. Jesús Reyes Heroles / La historia y la acción (1968).......................1737. Luis González y González / Sobre la invención en la

historia (1973).......................................................................................199Los alumnos perplejos ..........................................................................201La loca semiatada..................................................................................202

 

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 ADVERTENCIAEn conversaciones con mi colega Rosa Camelo de Matesanz,

estuvimos de acuerdo en lo útil y necesario que sería reunir unacolección de textos sobre teoría de la historia, oriundos de losmedios académicos mexicanos. Teníamos un modelo: el libro deJuan A. Ortega y Medina, Polémicas y ensayos mexicanos en torno

a la historia, en el que se recogen materiales de más de un siglo dehistoria intelectual mexicana. Aunado aquello al interés deHumberto Batis, puse manos a la obra, aunque no con totaldedicación. Aquí es donde intervino Irma, mi esposa, que impidióque este libro se fuera al archivo de los proyectos no realizados. Atodos ellos les doy mi agradecimiento. Asimismo, a mis alumnosde Historiografía de México de las promociones de 1971 y 1972,porque en cierta forma fueron los primeros "lectores" de lo que aquípresento.

Este libro es, también, un reconocimiento a la labor de losautores de los textos seleccionados. Todos ellos se han ganado un

sitio indiscutible en la inteligencia mexicana. Sus reflexiones entorno a temas de teoría de la historia son buena muestra de suquehacer intelectual.

 ÁLVARO M ATUTE Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM

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INTRODUCCIÓN 

EN  TODA obra historiográfica hay, implícita o explícitamente, unateoría de la historia. Nace ésta, cuando es explícita, del esfuerzodel historiador para puntualizar el porqué de los fines quepersigue al investigar y cómo procedió para alcanzarlos.

Hay varias facetas en la teoría de la historia. Éstas pueden ir desde la concepción general del acontecer hasta lo puramentetécnico, pasando por la teoría del conocimiento histórico, lascorrientes interpretativas de la historia, los métodos que se derivande dichas corrientes o doctrinas, los procedimientos propios paraanalizar la información de que se nutre el trabajo historiográficoy otras cuestiones más.

Cuando la teoría de la historia está implícita, es decir, cuando noaparece, es tarea de quien se dedica al análisis historiográficoencontrarla, infiriendo sobre las ideas y procedimientos de que sevalió un determinado autor para dar término a su obra. Cuando la

teoría es explícita, en cambio, quien realiza un análisishistoriográfico podrá cotejar los aspectos teóricos y prácticos en laobra.

La teoría de la historia, en cualquiera de sus vertientes, es hijade la necesidad, como tantas cosas. La necesidad, en este caso,es la de dar a conocer una proposición, la mayoría de las vecesnovedosa, acerca de porqué y cómo hay que trabajar en lahistoriografía. La teoría de la historia, en este caso, puede darse a

 priori o a posterior i. Por lo general, hay dos vertientes: la crítica yla propositiva, aunque, en realidad, muchas veces la teoríacontempla ambas posibilidades. La teoría crítica es aquella que

tiende a poner en tela de juicio las verdades prevalecientes enuna época o

7

que son patrimonio de una escuela. Como a muchos no les gustaquedarse en la fase negativa, entonces proponen lo que debehacerse, después de haber señalado lo que no debe hacerse.

Otros, simplemente, proponen sin destruir a sus predecesores,porque no creen que esto sea necesario; porque su teoría, enrealidad, no pone en crisis lo generalmente aceptado, sinoúnicamente lo enriquece con alguna aportación más. Algunos de los que se han dedicado a escribir sobre teoría de la

historia lo han hecho antes de proceder a la investigación de algúnasunto histórico. Para ellos, sus enunciados teóricos son elprograma a seguir, lo que los orientará en la investigación. Lapráctica se encargará de convalidar sus afirmaciones. La teoría seda a posteriori, en cambio, cuando los autores juzgan convenienteexplicar al lector, desde una perspectiva teórica, a qué campo

pertenece su obra y de qué fundamentos se ha valido parahacerla. En estos casos, la teoría se presenta avalada por unainvestigación ya realizada.

En todos los casos, la teoría de la historia es muy práctica. Sirvepara conocer un pensamiento y, con ello, entre otras cosas, seconvierte en objeto de estudio. Conocer la teoría de la historiavigente en una época nos da una muy buena llave de acceso a lahistoriografía correspondiente, la cual, a su vez, nos ofrece ricoselementos para el conocimiento de la realidad histórica existentecuando se dio ese pensamiento. Además de su valor histórico, la teoría de la historia tiene el valor 

indicativo, didáctico, que sirve a los adeptos de ella para formarsedentro de alguna escuela o doctrina historiográfica. Pero, sobretodo, sirve para hacer pensar; para que el historiador, formado oen ciernes, reflexione acerca de los fundamentos de su tarea y seinterrogue sobre su quehacer. Sirve, en suma, para apartarse delpuro empirismo y meditar en torno a la función humana quedesempeña la historiografía.

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8La teoría de la historia en México, antes de 1940 

No ha sido escaso en México el cultivo de lo que, consideradocon cierta amplitud, podemos llamar teoría de la historia. Si bien surasgo característico ha sido la aclimatación de ideas producidasoriginalmente en el ámbito europeo, lo realizado en nuestros

medios ha tenido el valor de ser un esfuerzo de asimilación y decotejo entre la realidad concreta local y la pretendidauniversalidad de la doctrina.

Si nos remontamos al siglo XVII, en la Metrópoli se elaboraron losprimeros escritos en materia de preceptiva histórica, aunque enrealidad no hubo trascendencia. Dos autores que escribieronsobre la Conquista de México. Antonio de Herrera y BartoloméLeonardo de Argensola siguieron el ejemplo del metodólogohispano Luis Cabrera de Córdoba.1 Ya en tierra americana, en laCapitanía General de Guatemala, el descendiente de Bernal Díazdel Castillo, Antonio de Fuentes y Guzmán, escribió unos

Preceptos historiales, que aparecieron en la Bibl io tecaPalafoxiana de la ciudad de Puebla.2

9

1 Luis Cabrera de Córdoba, De historia. Para entenderla y escribirla, Madrid, 1611 ; Bartolomé Leonardo de Argensola. Discurso acerca de las cualidades que hade tener un perfecto cronista [1615], Madrid, 1889: Antonio de Herrera yTordecillas, Discurso sobre los provechos de la historia, qué cosa es y de cuántasmaneras. . . , Discurso y tratado de la historia e historiadores españoles, Discurso ytratado que el medio de la historia es suficiente para adquir ir prudencia (inédito). Cit. por Luis Aznar en J. L. Cassani y A. J. Pérez Amuchástegui. Del epos a la historiacientífica. Una visión de la historiografía a través del método. Buenos Aires.Editorial Nova, 1966. 234 pp., p. 12n. apud Benito Sánchez Alonso, Historia de lahistoriografía española. No hay que descartar, posteriormente, la contribución deautores clásicos como Benito Jerónimo Feijoo.

2 Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán. Preceptos historiales [presentación de

Carlos Samayoa Chinchilla], Guatemala, Publicaciones del Instituto de Antropologíae Historia de Guatemala, 1957, 152 pp.

Los ejemplos citados pertenecen al campo de la teoríaexplícita. Hay casos intermedios entre ella y la implícita,como el de Lorenzo Boturini, que ilustra la relación entre l ateoría y su aplicación. Boturini fue el primer historiador queaplicó, en 1746, a un ámbito determinado la filosofía de lahistoria propuesta a partir de 1725 por Gianbattista Vico. Sibien Boturini hace referencias al pensador napo litano, no

desarrolla ni resume las teorías de éste, sino que se dedicaa comprender el mundo náhuatl a la luz de las ideas conlas cuales Vico se explicó la antigüedad clásica occidental. 3

Gracias a una reciente investigación de Juan A. O rtega yMedina 4 podemos leer una buena colección de textos quenos remiten a la historia de la teoría de la historia en México,de 1824 a 1936. En 1824. Lorenzo de Zavala publi có en La Águila Mexicana una serie de artículos de teoría de lahistoria que hizo aparecer como suyos, cuando en realidaderan la traducción de unas lecciones dictadas en Francia por M. Volney. 5

Con apoyo en este mismo autor francés, pero tambiéncon base en otros escritos. Manuel Larráinzar hizo unesfuerzo mayor que el de traducir para fundamentar cómohabía que realizar una historia general de México. Ademásde los apuntamientos metodológicos. Larráinzar legó unesquema detallado de cómo había que desarrollar la historiapara él contemporánea y un largo inventario de obras a lascuales recurrir para conocer a fondo la historia mexi-

10

3 Álvaro Matute, Lorenzo Boturini y el pensamiento histórico de Vico, tesis, México.Facultad de Filosofía y Letras, UNAM,1970, VIII-109 pp.

4 Juan A. Ortega y Medina, Polémicas y ensayos mexicanos en torno a lahistoria, notas bibliográficas e índice onomástico por Eugenia W. Meyer, México,Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1970, 478 pp. (Serie documental, 8).

5  Ibidem, pp. 15-69. El título del escrito de Volney traducido por Zavala es

"Programa, objeto, plan y distribución del estudio de la historia". Dentro de lasobras completas de aquél, aparecen bajo el nombre de Lecons d'Histoire.

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cana.  Identificado plenamente con su época, el escritor chiapaneco propone una historia de tipo ejemplar. 6

 Al final del siglo el positivismo es la orientaciónprepon derante de la intelectualidad mexicana, excepciónhecha de los supervivientes liberales, como José María Vigil,y de los católicos. 7 En el campo de la historiografía,algunos autores como Porfirio Parra. Francisco Bulnes y

Ricardo García Granados expusieron sus ideas acerca dela historia y la investigación histórica. 8

Parra y Bulnes se dedicaron al aspecto relativo al método deinvestigación. García Granados, por su parte, elaboró unarevisión crítica acerca de las diversas, teorías deterministasentonces en boga: climática, racista, biológica,providencialista, etcétera, para proponer la suya, que, si bienno trasciende al positivismo, sí le da una vertiente en la quese recupera la libertad humana dentro del plan general de lahistoria.

La polémica entre el positivismo ortodoxo y las nuevas

corrientes idealistas se personificó en Agustín Aragón y Antonio Caso, respectivamente. Caso le negó a la historia elcarácter de ciencia que le había otorgado el positivismo. paraconcebirla como un saber  sui generis, en el que inter-

6 El título del opúsculo de Manuel Larráinzar es "Algunas ideas sobre la historia ymanera de escribir la de México, especialmente la contemporánea, desde ladeclaración de la independencia, en 1821, hasta nuestros días. Fue presentado a laSociedad Mexicana de Geografía y Estadística en 1865. Cf. en Ortega y Medina,Op. cit., pp. 133-255.

7 El estudio fundamental sobre el positivismo es el de Leopoldo Zea, El  positivismo en México. Nacimiento,  apogeo y decadencia, México, Fondo deCultura Económica, 1968. 484 pp. Una buena introducción la da Abelardo Villegas,Positivismo y porfirismo, México, Secretaría de Educación Pública, 1972. 224 pp.(SEP/SETENTAS, 40). Contiene una muy representativa selección de textos de lospositivistas más connotados.

8 El texto de Porfirio Parra lleva por título "Los historiadores. Su enseñanza", y sepublicó en 1891. El de García Granados data de 1910 y su título es "El conceptocientífico de la historia". Ambos pueden leerse en Ortega y Medina, Op. cit., pp.301-370. El escrito de Bulnes es la primera parte, que abarca los dos primeroscapítulos, de Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma, México, Munguía,1905. 652 pp. Cf. pp. 9-33. Un estudio sugestivo de estos autores se encuentra en

Moisés González Navarro. Sociología e historia en México, México, El Colegio deMéxico, 1970, 88 pp. (Jornadas, 67 ).

11venía la intuición creadora.9 La polémica, sin embargo, no desterróal positivismo en el terreno de la teoría de la historia. La discusiónentre Caso y Aragón había tenido como punto de arranque la críticade Caso a la Teoría de la historia del rumano Alexandru DimitriuXenopol. Ello dio lugar a la tardía intervención indirecta delabogado oaxaqueño Manuel Brioso y Candiani, quien se tomó la

tarea de hacer un resumen crítico de la obra xenopoliana,haciendo una interesante aportación a la teoría de la historia enMéxico.10

El positivismo se diluyó en dos vertientes. Poco a poco se fueabandonando la concepción del estudio de la historia comonecesario para encontrar o reconfirmar las leyes reguladoras de laevolución social. Del positivismo, que era toda una concepción delmundo, sólo quedó el método, o mejor dicho, el positivismo seredujo a su parte empírica. El historiador ya no se acerca a suobjeto para demostrar cómo un hecho pertenece a unadeterminada etapa o estadio evolutivo. Entre los años que van de la

revolución armada al cardenismo, la historiografía mexicanaejemplifica la disolución del positivismo en un empirismotradicionalista y en un pragmatismo político. El empirismotradicionalista es de corte erudito. Pretende continuar la aportaciónde grandes investigadores como García Icazbalceta y Paso yTroncoso con la tarea de encontrar y publicar documentos inéditos

9 La polémica, segunda entre Caso y Aragón, tuvo lugar en 1920. Cf. Ortegay Medina. Op. cit., pp. 371-423.

10 Manuel Brioso y Candiani, has nuevas orientaciones para la constitución de lahistoria. Exposición compendiada de la Teoría de la Historia de A.D. Xenopol y

comentarios por el Lic. . . , Oaxaca. Talleres de Imprenta y Encuadernación delEstado. 1927. 109 pp.

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y muy raros, para conocer cada vez mejor la historia mexicana.Muchos de los seguidores de esta corriente veían en la historia unlugar a donde ir para no enfrentarse a la realidad radical, populistay violenta de la revolución. El pragmatismo político, en cambio, es la

respuesta que da la revolución en materia historiográfica. Por unaparte, son obviamente pragmáticos todos los autores de la primerahistoriografía de la propia revolución. Los civiles y militares queescriben memorias o historias no tienen otro propósito que el deconvencer acerca de su versión de los hechos, la cual se puededemostrar con la experiencia vivida y con documentos de primeramano.

El pragmatismo político toma, además, un campo extensivo: el dela educación. Con una fuerte dosis de nacionalismo, la "revoluciónhecha gobierno" dará su interpretación de la historia de Méxicocon un fin muy claro: modelar las nuevas conciencias. Como

reactivo, los católicos, durante y después de la experienciacristera, también harán su historia pragmática nacionalista, perocon su propia interpretación de la historia, de  propaganda fides.Los grandes conflictos entre Iglesia y Estado tuvieron unarepercusión abundante en el campo historiográfico.11  Elresultado fue el establecimiento de la visión maniquea de lahistoria de México. El futuro de este tipo de historiografía estabahipotecado.

Otra corriente historiográfica derivada de la revolución es la queincorpora elementos marxistas a la interpretación de la historia.

 Aparece con Rafael Ramos Pedrueza en la década de los veintes y

entre quienes escribieron historia apoyados en los lineamientos másgenerales del marxismo, se suele contar a Alfonso Teja Zabre,Miguel Othón de Mendizábal, Luis Chávez Orozco, Armando yGermán Liszt Arzubide, José Mancisidor y Agustín Cué Cánovas,

11 Vid Josefina Vázquez de Knauth. Nacionalismo y Educación en México.

México, El Colegio de México. 1970, x-294 pp. (Centro de Estudios Históricos,Nueva serie, 9). Particularmente, capítulos III-V.

13aunque la mayor parte de la obra de los dos últimos es másreciente. No se les puede filiar a todos ellos dentro de una ortodoxiamarxista. Guando comenzaron a escribir, o cuando se formaron,apenas se conocían las obras más divulgadas de Marx y Engels,como el Manifiesto del Partido Comunista, y es por ello que en

muchas de las obras de estos autores se nota una aplicaciónmecánica, esquemática, de los criterios más obvios del análisismarxista. Por otra parte. Teja Zabre sólo en una época se guió por esta doctrina; Mendizábal conservó elementos positivistasdebidos a uno de sus maestros. Andrés Molina Enríquez. ChávezOrozco desarrolló una importante obra de erudición y todos ellosparticiparon del nacionalismo propio de la época en que vivieron,así como de la desintegración del positivismo que los formó, por lo cual, esta corriente no llegó a afirmarse definitivamente como laoposición tajante del positivismo ni como un semillero del cualsaliera una teoría marxista de la historia debida al análisis riguroso

de los autores que, en otros ámbitos, han ido enriqueciendo esadoctrina.Lo importante del caso es que, aunque con mínimos elementos

teóricos, estos autores interpretaron la historia mexicana a sumodo y se apar taron del empirismo puro, que fue sucontemporáneo. A partir de 1940. la teoría de la historia y la historiografía se van a

enriquecer y van a entrar dentro de nuevos cauces. El rasgofundamental es la profesionalización del historiador. Anteriormentela vocación historiográfica se daba plenamente, ya que quienescribía historia lo hacía por libre voluntad, sin contrato por medio o

tiempo completo con alguna institución. Sin embargo, esta ventajaliberal anterior, llevaba consigo una fuerte dosis de frustración paraaquel que, como Orozco y Berra, "cuando tenía tiempo no tenía pany cuando tenía pan no tenía tiempo"

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L A INSTITUCIONALIZACIÓN   ACADÉMICA Y  LA HISTORIOGRAFÍA

La investigación institucionalizada en México es algo reciente.El hecho de que, por ejemplo, la Escuela Nacional de AltosEstudios, fundada por Justo Sierra en 1910, haya nacido en mediode vicisitudes, y que a éstas se hayan sumado las que vinieron con

la lucha armada, explica en parte por qué se retrasó en nuestrosmedios académicos el desarrollo de la investigación científica yhumanista bajo la égida de instituciones. No hay que olvidar, por otra parte, el precario presupuesto con que ellas se mantenían.

La institución dedicada a la investigación histórica más antigua enMéxico es, sin duda, el Museo Nacional de Arqueología, Historia yEtnografía. Puede inferirse que, por ejemplo, la Sociedad Mexicanade Geografía y Estadística se remonta muchos años antes, peroésta es una sociedad científica y no un lugar donde se investiga.En el aspecto docente, la Escuela de Altos Estudios es laprecursora. Ahí se preparó por primera vez a historiadores

profesionales, que por regla eran abogados que optaban por lacarrera humanística.12 El Archivo General de la Nación tambiéncontribuyó a la investigación histórica dando a conocer coleccionesdocumentales de sus fondos y, a partir de 1930, su conocidoBoletín.

La presencia de don Genaro Estrada en la Secretaría deRelaciones Exteriores permitió que se impulsara la edición dedocumentos de la historia diplomática y de monografíasbibliográficas mexicanas. Otras secretarías de Estado, como Guerray Marina, llegaron a tener departamentos de historia o archivoshistóricos, como el actual de la Defensa Nacional, o bien, la

Secretaría de Economía, hoy de Industria y Comercio, la deHacienda y otras más, han patrocinado ediciones de obrashistóricas y bibliográficas.

12 Para una revisión histórica de la Facultad de Filosofía y Letras, vid Beatriz Ruiz

Gaytán de San Vicente, Apuntes para la historia de la Facultad de Filosofía yLetras, México, Junta Mexicana de Investigaciones Históricas, 1954, 168 pp., ils.

15Estos antecedentes permitieron que en el sexenio cardenista se

establecieran nuevos centros de interés para la investigaciónhistórica. Algunos se debieron al patrocinio oficial y otrosaprovecharon el clima existente, propicio para el desarrollo de lainstitucionalización académica. El general Cárdenas fundó elInstituto Nacional de Antropología e Historia, sobre la base del

antiguo Museo. La Unión Panamericana creó el InstitutoPanamericano de Geografía e Historia, con sede en México. ElInstituto Francés de la América Latina no sólo se dedicó aimpartir la enseñanza de la lengua y la civilización francesas, sinotambién a estimular la discusión de temas historiográficos y lainvestigación. Dentro del ámbito universitario. Manuel Toussaint.Francisco de la Maza, Justino Fernández y otros fundaron elLaboratorio del Arte, que dio lugar al Instituto de InvestigacionesEstéticas: Pablo Martínez del Río y Rafael García Granadoshicieron lo propio con el Instituto de Historia.13 La tarea editorial,básica para el desarrollo de la investigación, en 1934  comenzó a

pasar de lo artesanal a lo industrial con el Fondo de CulturaEconómica, fundado por Daniel Cosío Villegas. La UniversidadNacional Autónoma creó su Imprenta Universitaria.

Una contribución fundamental para el desarrollo de lasinstituciones académicas mexicanas fue la incorporación a ellas delos transterrados españoles. Para sólo citar unos cuantos nombresde esos destacados representantes de la inteligencia española desu tiempo conviene recordar, en el campo de la filosofía, a JoséGaos, Juan David García Bacca, Eduardo Nicol, Joaquín Xirau yEugenio Ímaz; en el de la historia, a Ramón Iglesia, José Miranda,Wenceslao Roces y, ya en sus últimos años, a Rafael Altamira y

Crevea; en el terreno de la antropología, a Juan Comas y PedroBosch Gimpera; en el del derecho, a Niceto Alcalá-

16

13 Cf. Edmundo O'Gorman. "Cinco años de historia en México'', Filosofía y Letras, tomo x.

núm. 20, octubre-diciembre de 1945, pp. 167-183. En el mismo número, pp. 145-165. JoséGaos "Cinco años de filosofía en México".

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Zamora y a Manuel Pedroso; en el de la sociología, a José MedinaEchavarría; en el bibliográfico, a Agustín Millares Cario; en la críticade arte, a José Moreno Villa y Enrique Díez-Canedo; en el de laliteratura, a Luis Cernuda, León Felipe, José Bergamín, EmilioPrados y muchos otros.

Todos ellos se incorporaron, fundamentalmente, a dos tareas deíndole intelectual: la docente y la editorial. Por una parte, se

sumaron a la Facultad de Filosofía y Letras, donde, al lado deprofesores mexicanos destacados como lo eran en el campofilosófico Antonio Caso y Samuel Ramos, enriquec ieron el saber de nuevas promociones; por otra, al lado de Alfonso Reyes yCosío Villegas, entre otros, fundaron La Casa de España enMéxico, base del actual Colegio de México, institución muydestacada en el campo historiográfico. A partir de 1940. mexicanosy transterrados se dedicaron, como nunca antes en México, ainvestigar, enseñar, traducir y editar, de manera que,académicamente, México se puso al día en más de unaespecialidad.

Los campos de la historiografía y la teoría de la historia seenriquecieron con esa experiencia. José Gaos dirigió seminarios delos cuales salieron libros importantes sobre la historia de las ideasen Hispanoamérica; Ramón Iglesia impulsó el estudio de lahistoria de la historiografía; José Miranda estimuló a sus discípulosy les dio base para el análisis de la historia de las instituciones.Todos concurrieron al campo de la traducción, sobre todo, deobras escritas en alemán, entonces muy desconocidas entre losmexicanos. Wenceslao Roces dio a conocer la primera edicióncompleta de El Capital  de Carlos Marx, así como de otrasobras de este pensador y de Federico Engels. Es también

responsable de la primera versión completa castellana de laFenomenología del espíritu de Hegel. Eugenio Ímaz, entre otrascosas, tradujo y editó las obras de Dilthey. Gaos puso en nuestralengua El ser y el tiempo de Heidegger.14 

14 Cf. Catálogo general. 1955, México, Fondo de Cultura Económica, 1955, XXVI-488 pp., ils. En él. además de cumplir cabalmente con los fines comerciales propiosde un catálogo, se hace una breve historia del Fondo y cada sección (economía,historia, filosofía. . .) va precedida de un comentario a cargo de un connotado

especialista. Posteriormente, la misma editorial ha publicado otros catálogosgenerales.

17La cátedra, el seminario, la traducción y la edición revertieron en

la investigación y, asimismo, en el desarrollo particular de la teoríade la historia.

L A TEORÍA DE  LA HISTORIA EN  EL  ÁMBITO   ACADÉMICO 

Entre 1940 y 1968, años que limitan los ensayos reunidos en estevolumen, se dan en México diversas corrientes historiográficas.Sobresale, por su novedad y sus aportaciones, la conocida con losnombres de historicismo. relativismo histórico y perspectivismo,alimentada por las aportaciones de la filosofía alemana (de lascuales no son ajenos el italiano Croce y el inglés Collingwood), quea través de José Ortega y Gasset pasaron a México con lostransterrados. En el terreno de la teoría de la historia, esta corrienteha sido la más significativa del periodo. Otra es el neo-positivismode aquellos que permanecieron fieles a un cierto tipo de empirismo

más sistemático que el tradicionalista y en cierta forma influido por algunas corrientes sociológicas. Su objeto más frecuentado ha sidola historia de las instituciones, en la cual han producido obrasimportantes. Esta corriente no produjo teoría en el lapso de 1940-1968. El marxismo, por su parte, contempló un enriquecimiento en elaspecto teórico más que en el de las realizaciones historiográficas.De hecho, serán otras las disciplinas que se desarrollen dentro delmarxismo, tales como la economía, la sociología, la ciencia políticay, en filosofía, la teoría del conocimiento, la estética y la lógicadialéctica.

1. Sobre el problema de la verdad histórica. En 1945 tuvo lugar en México una interesante confrontación de ideas

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entre Edmundo O'Gorman y Silvio Zavala, representantes,respectivamente, del relativismo y del neo-positivismo. Después deuna discusión inicial,15 ambos polemistas acordaron presentarse aun duelo ideológico acompañados de padrinos. O'Gorman llevó aJosé Gaos y a Ramón Iglesia; Zavala, que no fue a la reunión,invitó a don Rafael Altamira y Crevea y a Domingo Barnés, que si

fueron. No obstante que se frustró el propósito original, se celebróuna serie de tres mesas redondas en las cuales O'Gorman, Alfonso Caso y Ramón Iglesia presentaron sendas ponencias.Ellas fueron recogidas, así como intervenciones de otrosparticipantes.2.  Alfonso Caso. Uno de los participantes en la serie de mesas

redondas celebradas en El Colegio de México en 1945 fue don Alfonso Caso. Nació en 1896 en la ciudad de México. Al igual queTeja Zabre y otros tantos de aquellas generaciones, Caso estudióDerecho. También, como muchos, no ejerció la profesión jurídica.Por un tiempo su interés fue la filosofía y de ahí derivó a la

antropología, terreno en el que destacó plenamente. Desde jovenfue sobresaliente. Con Manuel Gómez Morín, Vicente LombardoToledano y otros, formó parte de la generación de 1915, conocidacomo la de "los siete sabios". Dentro de la antropología, elarqueólogo Caso dio al mundo el conocimiento de la orfebreríazapoteca que yacía en la tumba 7 de Monte Albán. Su dedicación ypaciencia lo llevaron a descifrar el contenido de muchos códicesmixtecas, a partir de su "piedra roseta" que fue el Mapa deTeozacoalco. El indigenista Caso produjo textos valiosos, como sudefinición del indio y de lo indio. Por último, el mismo indigenista nodivorció la especulación de la acción y capitaneó

19

15 Una reseña de la actividad de O'Gorman como polemista y de lascircunstancias particulares de ésta, en Carmen Ramos, "Edmundo O'Gorman comopolemista", en Juan A. Ortega y Medina (ed.), Conciencia y autenticidad históricas.

Escritos en homenaje a Edmundo O'Gorman, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1968, 436 pp., pp. 58-61.

el Instituto Nacional Indigenista hasta su fallecimiento en 1970.16

Su trasfondo intelectual como profesor de teoría del conocimientolo llevó a la mesa redonda en cuestión, en la cual expuso sus ideasen torno a la objetividad y la subjetividad en el conocimientohistórico.

3. José Gaos. Aunque su participación en la confrontación de 1945fue pequeña, la necesidad obliga a colocar en este lugar al doctor 

José Gaos. Nació en Gijón, en 1900. En España destacó comodiscípulo de Ortega y Gasset. Muy joven ocupó la rectoría de laUniversidad de Madrid. En su tierra natal y en México, su tierraadoptiva, fue siempre ejemplo de lo que debe ser una vidaintelectual. Escribió, enseñó y tradujo. Dentro de este campo, vertióal español una larga lista de obras filosóficas e históricas. comomaestro, sus seminarios sobre Hegel y Heidegger constituyen unade las más importantes páginas de la historia de la Facultad deFilosofía y Letras. En El Colegio de México formó variaspromociones en el campo de la historia de las ideas enHispanoamérica. Entre sus primeros discípulos, aquellos que ya

estaban más formados al momento de su llegada al país, destacan Antonio Gómez Robledo, Edmundo O'Gorman, Justino Fernández yLeopoldo Zea. De otra generación, y aunque muchos de ellosdespués han transitado por otros caminos, destacan los nombres deLuis Villoro y Francisco López Cámara, entre otros; y, dentro dequienes han permanecido en los caminos señalados por el propiomaestro, Elsa Cecilia Frost y Vera Yamuni. Una última generaciónfue formada por Gaos: algunos de sus miembros son Andrés Lira,José María Muriá y Elias Trabulse.17 Como escritor fueron muchoslos campos de

20

16 Sobre aspectos particulares de la obra de Caso, véase GonzaloAguirreBeltrán, prólogo a Alfonso Caso. La comunidad indígena,México, Secretaría deEducación Pública, 1971, 248 pp. (SEP/SETENTAS, 8).

17 Diversas imágenes de Gaos aparecen en José Gaos y la cu- tura

mexicana, número monográfico de la Revista de la Universidad de México, vol.XXIV, núm. 9, mayo de 1970.

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la filosofía y de la historia de las ideas por los cuales transitó,siempre con máximo rigor. Su aportación a la teoría de lahistoria no se limitó al curso impartido en El Colegio de México,del cual extrajo sus "Notas sobre la historiografía", aunque enéstas resume con precisión sus ideas sobre la historiografía y lafilosofía de la historia. Murió Gaos en una aula, mientraspresidía un examen doctoral, en 1969.

4. Ramón Iglesia. Este transterrado nació en Santiago deCompostela, en 1905. En España había iniciado su trabajo deanálisis historiográfico, materia ésta en la que fue maestroindiscutible. En la península se dedicó al estudio de crónicasmedievales y de la Conquista de México, como la de BernalDíaz del Castillo. Este trabajo continuó en México, dondeprodujo su obra fundamental. Cronistas e historiadores de laConquista de México. En ella podemos leer su análisis magistralacerca de Francisco López de Gómara. Su preocupaciónfundamental fue encontrar al hombre que escribió la historia,cómo se hace presente en ella y cómo, a partir del análisis

historiográfico, es posible remitirnos al mundo que vivió el cronistao el historiador. Fue uno de los partícipes en la tantas vecesmencionada mesa redonda sobre el problema de la verdadhistórica. Su contribución fue una ponencia sobre el estado en quese encontraban los estudios históricos en aquel momento, la cualno se limita a reseñar, sino que es rica en sugerenciasmetodológicas, implícitas en sus apuntamientos críticos. De élrecogemos otro texto. "La historia y sus limitaciones", formado por un par de conferencias que impartió en la Universidad deGuadalajara, en 1940. Iglesia también puso en español textoshistoriográficos de gran importancia y formó a un grupo de

discípulos que inició su carrera en el análisis de textoshistóricos. Entre ellos podemos contar a Ernesto de la Torre,Julio Le Riverend, Carlos Bosch

21

García y Hugo Díaz Thomé. La adversidad lo envió fuera de nuestropaís y enseñó en diversas universidades norteamericanas, comolas de Berkeley, Illinois y Madison. Murió en esta última, enWisconsin, en 1948.18

5. Edmundo O'Gorman. Nacido en Coyoacán en 1906: comomuchos otros, dio sus primeros pasos profesionales en el terreno

de las leyes, el cual abandonó después de litigar, para dedicarseplenamente a la enseñanza y la investigación de la historia. Fue elprincipal provocador de la confrontación de 1945 y a ella aportó laprimera de las ponencias. En su escrito se apunta, en términosgenerales, lo que más tarde desarrollaría en Crisis y porvenir dela ciencia histórica, obra de teoría de la historia que pone entela de juicio los fundamentos de la escuela científicapretendidamente objetivista. Su análisis a esa prácticahistoriográfica sigue tan vigente como entonces. En el mismo libropropone una historia de tipo ontológico-existencial. En "Historia yvida", escrito diez años después, desarrolla unas "variaciones

sobre un tema de Kant", en las cuales se responde a lainterrogante básica: ¿qué es la historia? La obra de O'Gormanse caracteriza fundamentalmente por su interés y preocupaciónamericanista. Sus trabajos teóricos han revertido en sus obrascapitales: La idea del descubrimiento de América y La invenciónde América. De ellas, o mejor, de sus ideas americanistas, derivansus trabajos sobre el México nacional, los cuales se sintetizan enLa supervivencia política novohispana. Su labor como editor yestudioso de la historiografía se manifiesta en sus revaloracionesde José de Acosta, Pedro Mártir de Anglería, Bartolomé de lasGasas, fray Servando Teresa de Mier. La erudición no es ajena a

O'Gorman. Su labor como

22

18 Sobre Ramón Iglesia, véase la presentación de Juan A. Ortega y Medina ala segunda edición de Cronistas e historiadores de. la Conquista de México. El

ciclo de Hernán Cortés, México. Secretaría de Educación Pública, 1972, 330 pp.(SEP/SETENTAS. 16), pp. 7-39. Incluye una bibliografía de Iglesia.

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funcionario del Archivo General de la Nación fue fructífera. Enotros campos, con ella ha dado nuevos textos con lo quequedó de los escritos de Motolinía y de Fernando de AlvaIxtlilxóchitl. El doctor O'Gorman es profesor emérito de la Facultadde Filosofía y Letras, donde ha formado a muchas promocionesde historiadores.19

6. Wenceslao Roces. En Asturias, en 1897, nació el doctor 

Wenceslao Roces. Fue catedrático de Derecho Romano en lacélebre Universidad de Salamanca. Dentro del régimenrepublicano, fue subsecretario de Instrucción Pública, en España.En nuestro país fue acogido por la Universidad Nacional, donde esprofesor emérito en su Facultad de Filosofía y Letras. Ahí haenseñado h istor ia de Grecia y de Roma, además dematerialismo histórico. Su labor docente se caracteriza por elrigor con que trata los temas y su profundo saber de losmismos. Si bien su bibliografía es escasa, no lo es así su labor de traductor. Ya hemos aludido a sus principales trabajos, a loscuales se pueden sumar las obras de Burkhardt, Bühler, Lukacs,

Mommsen y Ranke. Roces representa el aclimatamiento de unmarxismo estudiado en sus frentes, sin improvisación. La labor deeste maestro permite que todo desarrollo teórico se hagasobre bases f irmes. A parti r de la castellanización delmarxismo, los seguidores de esta teoría pueden beneficiarse conlos textos de los creadores y con los de los principales exégetas,como el mencionado Lukacs.

7. Jesús Reyes Heroles. Originario de Tuxpan, Veracruz. ReyesHeniles ha destacado como administrador público, como político ycomo historiador y jurista. Nacido en 1921, actualmente conjuga loque el título de su discurso de ingreso a la Academia Mexicana

de la Historia enuncia: la historia y la acción. En su importanteobra El liberalismo mexicano, que abarca tres volúmenes, conbase en el

23

19

Semblanzas y estudios sobre O'Gorman, además de una bibliografía, en Ortega yMedina (ed.), Conciencia y autenticidad. . .

análisis detallado de un elevado número de libros y folletosproducidos en el siglo XIX, llega a afirmar que en México se elaboróun liberalismo social, como respuesta al aclimatamiento de las ideaseuropeas a nuestra realidad. Ese liberalismo social se afirma en laRevolución y, en su actual dedicación política, Reyes He roles hamanifestado en sus discursos lo que recibió de la experienciahistoriográfica. Entre sus trabajos sobresale su edición de las obras

del jurista jaliscience Mariano Otero. Dentro del panorama de lateoría de la historia, su escrito pertenece a un pragmatismoconsciente de sí mismo, a menudo permeado de la experiencia delautor en materia de teoría del Estado, tema del cual se muestraprofundo conocedor.

8. Luis González y González. Nacido en el año de 1925 en SanJosé de Gracia, Michoacán, ha transitado por diversos rumbos de lahistoria, siempre con mano maestra. Formado por El Colegio deMéxico, en él investiga y enseña. Dio sus primeros pasoshistoriográficos con "El optimismo nacionalista como factor de laindependencia de México" (1948) y con "El pensamiento político de

fray Gerónimo de Mendieta" (1949). Formó parte del equiporedactor de la Historia moderna de México, de don Daniel CosíoVillegas, contribuyendo con gran parte del volumen dedicado ala vida social de la República Restaurada (1956). En el terrenobibliográfico, es responsable, en parte, de Fuentes de la historiacontemporánea de México ( 1 9 6 1 ) . De v ue lt a por laindependencia, editó documentos, con una introducción, sobreEl Congreso de Anáhuac  (1964). Su obra más acabada esPueblo en Vilo. Microhistoria de San José de Gracia (1969).. Apartir de ella, en la que aborda un objeto de estudio dedimensiones limitadas, ofreciendo perspectivas ilimitadas para su

comprensión, ha impulsado el estudio de la historia regional yteorizado sobre la micro-historia: Invitación a la microhistoria *  

(197 3) . Su obra

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* Volumen editado por SEP/SETENTAS, número 72.

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se caracteriza, entre otras virtudes, por estar escrita en una prosarica en matices y en buen humor. El escrito que se incluye en estelibro viene a cerrar el ciclo abierto en 1940, dado que para ofrecer su reflexión teórica, hace en parte la historia de las corrientesmencionadas en estas páginas.

Durante los casi treinta años que cubre el material reunido eneste libro, predomina una teoría de la historia más relacionada

con la filosofía. En la época del positivismo la misma cosa, aunquehubo otros que insistieron en el clásico, la relación evidente eraentre historia y sociología, a grado tal, que para algunossociología e historia eran deslinde. A partir de 1940 se comenzóa dar una reflexión de tipo filosófico, por cuanto a que iba dirigidaa problemas epistemológicos o a la conceptualización. A medidaque pasa el tiempo, con el marxismo y la identificación conteorías políticas, se nota una vuelta a la sociologización de laconcepción de la historia. De hecho, en nuestros días, coexisten lasdos ideas y las prácticas que de ellas derivan. La cada vez másfrecuente adopción de análisis cuantitativos en la historiografía

remite a una historia sociológica, frente a una historiografíaautónoma y consciente de su deslinde frente a otras disciplinas.

L A ÉPOCA DE  LAS  ESPECIALIZACIONES 

Los últimos cinco años de práctica historiográfica en nuestrosmedios acusan que los ámbitos académicos son terreno propiciopara la formación y el desarrollo de especialistas dentro de laespecialidad social que es ser historiador. Se ha llegado a afinar tanto los instrumentos de análisis en historia, que ya la miradade un solo historiador parece no ser suficiente para abarcar el

conjunto de actividades humanas que constituyen la historia. Esmenester dividir el acontecer, no sólo en épocas, sino enaspectos. Así, es un hecho la cuasi-independencia de lahistoriografía eco-

25

nómica, la social, la política, la del arte, la de la ciencia y, engeneral, de todo aquello que constituye la cultura. Cada vez seplantea con más frecuencia la imposibilidad de recapturar lasinterrelaciones de los aspectos en que se divide la cultura. Anteesta obvia proyección de nuestra sociedad técnica yespecializada, no queda sino tener conciencia del problema yhacer lo posible por resolverlo. (Esto, dicho sea de paso, implica

desde luego un quehacer de índole teórica.)En lo tocante a la historiografía de tema mexicano, no escasual que se haya dedicado todo un congreso, en 1969. arevisar la historiografía reciente por campos de especialidad.20 

Muchas de las revisiones contenidas en las ponencias de la TerceraReunión de Historiadores Mexicanos y Norteamericanos llevan lossuficientes ingredientes teóricos, lo cual nos remite a laespecialización de la teoría de la historia. Enrique Florescano, por ejemplo, ha hecho apuntamientos teóricos sobre la historiografíaeconómica y sobre la metodología cuantitativa.21 La preocupaciónteórica asociada a la especialización ha llegado a un ámbito otrora

tradicionalista como la Academia Mexicana de la Historia. Estainstitución, que ya sobrepasa los cincuenta años de existencia,sólo hasta el decenio pasado acogió en sus filas a historiadoresprovenientes del campo universitario, no formados dentro del puroempirismo. En 1973, dos de los discursos de ingreso a la Academiahan versado sobre cuestiones de teoría: el de Carlos MartínezMarín, sobre la

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20  Investigaciones contemporáneas sobre historia de México. Memorias de la

Tercera Reunión de Historiadores Mexicanos y Norte americanos. Oaxtepec,Morelos, 4-7 de noviembre de 1969, Méxi co, Universidad Nacional Autónoma deMéxico, El Colegio de México y The University of Texas at Austin, 1971, 758 pp.También véase el núm. 82 de la revista Historia Mexicana, octubre- diciembre de1971.

21

  Enrique Florescano, "Perspectivas de la historia económica en México", enInvestigaciones contemporáneas. . . , pp. 317-338.

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etnohistoria,22 y el de Luis González, sobre la microhistoria.23 Enellos se hacen deslindes, se define, se caracteriza, se conceptúay se afirma lo que son dichas vertientes del saber histórico.

La teoría de la historia continúa siendo reflexión. Cada vez seevidencia más lo necesaria que resulta en la formación delhistoriador. En una época en la que, pese a todo, las cuestionesde método eran "cosas de f ilosofía”, según cri terios

tradicionalistas, Luis Vil loro l lamaba la atención de loshistoriadores norteamericanos, en un congreso celebrado en1959, sobre la necesidad de la teoría:

Creemos que los historiadores americanos necesitanplantearse con mayor gravedad el problema del objetoy mé todos de su ciencia. Con ello no pedimos quehagan filo sofía. Quien tal pensara sólo demostraríatener una pobre idea del historiador, al reducirlo alpapel de simple técnico o ingenuo narrador. Alhistoriador compete reflexionar so bre los fundamentosy fines humanos de su ciencia. Sólo él puede formular 

nuevas hipótesis de trabajo y aplicarlas enprocedimientos concretos: mientras no haga eso, todaslas teorías filosóficas acerca de la historia serán vacíasespeculaciones. Por eso, las grandes reformas de lahisto riografía nunca fueron resultado de los filósofosde la historia en cuanto tales, sino de los mismoshistoriadores. Sólo el historiador cobra cabal concienciade la especificidad de su objeto y redescubre en él lavida creadora del hombre en toda su riqueza, sólo sise percata de la dignidad de su

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22  Carlos Martínez Marín, "La etnohistoria", discurso leído en la Academia

Mexicana de la Historia, el 23 de enero de 1973. Inédito.23 Luis González, "Hacia una teoría de la microhistoria", Discurso leído en la

 Academia Mexicana de la Historia, 1973. Mi meografiado. Del mismo autor,

Invitación a la microhistoria, México, Secretaría de Educación Pública, 1973, 188 pp.(SEP/SETENTAS , 72) . En este libro, asimismo, hace apuntamientos teó ricos.

función humana, podrá recuperar el papel director en lasociedad que antaño le correspondiera. 24

BIBLIOGRAFÍA  MÍNIMA

 Aun cuando no hay, específicamente, una obra que trate acercade la historia de la teoría de la historia en México, sí se

encuentran artículos, ensayos, comentarios bibliográficos, capítulosde obras sobre cuestiones afines, etcétera, en los cuales seencuentra suficiente información, evaluación y crítica sobre elparticular. En primer lugar, los materiales que forman este libroaclararán al lector, mejor que nada, cuál es el pensamientohistoriológico de cada uno de los autores. En segundo lugar,muchas de las obras citadas al pie de página en la introducciónprecedente pueden aclarar muchas dudas y abundar en lostemas. Llamo la atención sobre el voluminoso libro, fruto delcongreso de historiadores de Oaxtepec, noviembre de 1969,citado en la nota 21, porque en él se estudian las tendencias

especializadas de la historiografía de terna mexicano que se hanproducido en los últimos años: historiografía prehispánica,novohispana, de la independencia, política, social, económica,regional, diplomática, de síntesis, del arte, de las ideas y algunaotra que se me escapa. Complementa esta información lo quepodemos considerar como antecedente de aquello: losvolúmenes 58-60 de la revista Historia Mexicana, despuésvueltos a publicar como libro, bajo el título de Veinticinco años deinvestigación histórica en México (México, El Colegio deMéxico, 1967). La propia revista, en su entrega número 82 (vol.XXI, núm. 2, octubre-diciembre de 1971) también ofrece ensayos

valorativos acerca de la perspectiva actual de diversos as-

28

24 Luis Villero, "La tarea del historiador desde la perspectiva mexicana", HistoriaMexicana, vol. IX, núm. 3, enero-marzo de 1960, pp. 339. Este estudio incluye

una revisión acerca de la función humana del historiador, a lo largo de variossiglos.

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pectos de la historia o de la investigación histórica de temamexicano.

Otras visiones de conjunto, que aportan evaluaciones de lohecho en materia historiográfica son, de los trabajos c itados, el deEdmundo O'Gorman, "Cinco años de historia en México",publicado en el número 20 (1945) de la desaparecida revista(de la Facultad de) Filosofía y Letras. Muy sugestivo es el de Luis

Villoro, "La tarea del historiador desde la perspectiva mexicana",también citado, aparecido en Historia Mexicana.  Además de éstos,son ampliamente recomendables el artículo del norteamericanoMerril Rippy, "Theory of History. Twelve Mexicans", aparecido en larevista The Americas (vol. XVII, núm. 3, enero de 1961, pp.223-239); de Enrique Florescano, "Notas sobre la producciónhistórica en México", publicado en La Palabra y el Hombre.Revista de la Universidad Veracruzana (2a. época, núm. 43, julio-septiembre de 1967, pp. 525-547). Se trata de una evaluación delo aparecido en la obra mencionada Veinticinco años deinvestigación histórica en México. Por su parte, es sugestivo el

análisis de José Antonio Matesanz, "El joven historiador ante lasgeneraciones'', se publicó en Deslinde, revista hoy descontinuadade la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en su entrega 2-3, correspondiente al último trimestre de 1968 y al primero de1969.

Para una información más abundante, no deben dejarse de ver obras importantes acerca de las corrientes de pensamiento en elMéxico contemporáneo, tales como la de Patrick Romanell. Laformación de la mentalidad mexicana. Panorama actual de lafilosofía en México, 1910-1950 (México, El Colegio de México,1954) y, de Abelardo Villegas, Filosofía de lo mexicano (México,

Fondo de Cultura Económica, 1960).

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TEXTOS1. EDMUNDO O'GORMAN, ALFONSO CASO, RAMÓN IGLESIA

Y OTROS/ SOBRE EL PROBLEMA DE LA VERDADHISTÓRICA (1945).25 

Organizadas por la Sociedad Mexicana de Historia, secelebraron en El Colegio de México, durante el mes de junio de1945, tres sesiones dedicadas a debatir el tema que encabezaestas páginas. (Véase en el artículo de Edmundo O'Gorman.

Cinco años de historia en México, Iª parte, al final, que seinserta en el número 20 de la revista Filosofía y Letras, el relato delos antecedentes de dicha junta.) El texto que se da acontinuación lo constituyen las ponencias que se presentaronpor escrito y algunas noticias sobre las diversas intervenciones.

Primera sesión: El señor Rubio Mané, como secretario de laSociedad Mexicana de Historia, abre la sesión y propone comopresidente de la misma al doctor Rafael Altamira. El licenciadoEdmundo O'Gorman, después de explicar los antecedentes queoriginaron la idea de celebrar estas sesiones, da lectura a suPonencia, titulada:

CONSIDERACIONES SOBRE LA VERDAD EN HISTORIA

"La historia es enterrar muertos para vivir de ellos."(La agonía del Cristianismo. UNAMUNO.)

1. El propósito de esta breve ponencia es ofrecer al debateunas cuantas ideas acerca del modo en que debe enten-

32

derse el problema de la verdad en Historia. Cumplo así con elcompromiso contraído en una discusión pública que sostuve con el

25 Texto tomado de Filosofía y Letras, tomo X, núm. 20, octubre-diciembre de1945, pp. 245-272.

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señor Silvio A. Zavala en una de las sesiones del Seminario sobreMétodos de Enseñanza de la Historia, recientemente celebrado enMéxico.

No pretendo exponer nada que pueda llamar original mío:apoyado en las huellas que me dejaron muchas lecturas (Ortegamerece especial mención) y en recuerdos de gratísimasconversaciones con mis amigos, he intentado contrastar en los

supuestos más íntimos, la postura tradicional cientificista y lapostura contemporánea historicista, conformándome con presentar en forma esquemática la cuestión que va a debatirse.

2. Nuestra época, como todas las épocas llamadas de crisis,presenta el espectáculo de una lucha violenta entre unascreencias que constituyen la tradición inmediata y otrascreencias que forman el nuevo programa. Éstas pugnan por substituir a aquéllas, comenzando por una crítica demoledora delas implicaciones y supuestos en que se fundan y proponiendo asu vez una nueva aventura espiritual. En nuestro día la pugna semanifiesta en toda su crudeza en el campo de la historia,

porque, precisamente, la postura contemporánea, hostil a latradición, consiste en tener conciencia de lo histórico en un sentidonuevo y radicalmente revolucionario.

La postura tradicional que, en cuanto tal, pugnadesesperadamente por mantener la vigencia de sus postulados yde sus métodos, ha perdido, no obstante, el apoyo de la veneraciónque venía usufructuando. Esa postura, en términos generales,consiste en el esfuerzo por asimilar la historia a las disciplinascientíficas, y primariamente a las ciencias físicas y naturales.Esto quiere decir que se ha intentado constituir la historia enciencia rigurosa, fundamentándola en idénticos supuestos,

aspirando a iguales pretensiones y garantías y empleando losmismos métodos que cualquiera otra de las ciencias. En suma,para esta manera de pensar no hay diferencia esencial entreconocer el pasado humano y conocer cualquiera otra realidad.Se trata,

33pues, de una escuela que gusta concebirse a sí misma comorealista, aunque claro está, a nadie escapa que en ese concepto

tan equívoco anda agazapado todo el problema.

Pero si bien se examina ese intento de asimilación o identificaciónentre esa realidad que es el pasado humano y cualquiera otrarealidad (l a física, por ejemplo), se verá que el pasado humano,al igual que la Luna, resulta una realidad independiente denosotros, de nuestra v ida. Se trata entonces simple ysencillamente "del pasado'', de un pasado cualquiera; pero no de"nuestro pasado''. Ahora bien, la enorme y fundamental

diferencia que hay entre estas dos maneras de concebir elpasado humano, es la diferencia radical entre la tradición y lapostura contemporánea: de ella brota la discrepanciafundamental que trataré de mostrar en el curso de estaexposición.

3. El intento de constituir la Historia en una ciencia supone, yalo vimos, que el pasado es una realidad esencialmente idéntica acualquiera otra realidad. Pero como el pasado humano serefiere simple y necesariamente a esa realidad que es la vidadel hombre, resulta que hubo de suponerse también que lavida humana es ella, a su vez, una realidad esencialmente

idéntica a cualquiera otra, y en efecto, eso es lo que se supusoy lo que durante muchos siglos se ha venido suponiendo.Todos sabemos que semejante supuesto descansa en la

creencia de que nuestro ser, el ser humano al igual del ser detodas las cosas es algo fijo, estático, previo, siempre el mismo,invariable. En eso, se dice, consiste precisamente su identidadesencial con las demás realidades, y por eso se ha venidohablando sin dificultad, desde Aristóteles y aun mucho antes, dela naturaleza de la piedra, de la naturaleza del animal y de lanaturaleza del hombre, como si se tratase en esencia de unmismo concepto.

Saquemos ahora la conclusión provisional que nos interesamás directamente. Si se cree que el hombre tiene un ser fijo,estático, previo o invariable, síguese necesariamente que supasado ni le va ni le viene; es un puro accidente; le esradicalmente indistinto, en suma, le es

34

[34] ajeno. Y así es como queda aclarada mi afirmación de quepara la postura tradicional cientificista en Historia, ese pasado que

estudia y que intenta conocer es algo independiente al ser del

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hombre, y más concretamente, al ser del historiador. No se tratapues, como dije, de "su pasado'', sino "del pasado", de unpasado cualquiera.

4. Las consecuencias que resultan de este modo de pensar sontan monstruosas como obligatorias. Como el pasado humano seconcibe como una realidad radicalmente indiferente a nuestroser; como nuestro pasado es algo que nos es esencialmente

ajeno, la tarea del historiador queda necesariamente sujeta a dosexigencias o pretensiones capitales. La primera consiste en latradicional pretensión de la imparcialidad del historiador. ¡Claro!Puesto que el pasado humano le es ajeno, el historiador estáobligado a portarse respecto de él con total y absolutaindiferencia, que a eso y no a otra cosa se reduce la llamadaimparcialidad. La segunda exigencia es la de pretender conocer en su totalidad el pasado humano. En efecto, puesto que el pasadoes una realidad independiente, todos y cada uno de los hechosdel pasado, desde los más importantes hasta el más mínimodetalle, reclaman con idéntico derecho el ser conocidos en la visión

total del saber histórico. Cualquier omisión, intencional o no, es yauna selección indebida, porque equivale a permitir queintervengan las circunstancias personales del historiador, connotoria violación, inconsciente o no, de la exigencia de su estrictaimparcialidad. Aquí se explica el porqué de ese fetichismo todavíatan en boga por descubrir documentos inéditos y por aportar datosdesconocidos, sea cual fuere su contenido. Aspira, pues, la escuela tradicional a lo que Ortega (creo que en

Prólogo a una Historia de la Filosofía) ha llamado una "visióncompleta", a diferencia de lo que ha calificado de "visiónauténtica". Consiste aquélla en una visión del pasado humano,

totalmente separada o independiente de las preocupaciones yde las circunstancias vitales del presente; visión cuya veracidadestá en relación directa con la suma total de los hechosaveriguados. A mayor número de

35datos averiguados, más completo, es decir, más verdadero elconocimiento del pasado. Pero como obtener el gran total detodos y cada uno de los hechos del pasado es un imposible, si sólo

fuera porque el tiempo mismo se ha encargado de destruir las

fuentes de información de una enorme cantidad de hechos, laverdad histórica que tan afanosamente persigue la escuelatradicional es absolutamente inalcanzable. Se trata siempre deuna verdad fragmentaria, de una aproximación que en todomomento está sujeta a ser rectificada por la posible aparición denuevos datos, y en consecuencia, lo que para esta escuela sellama interpretar los hechos, no es sino la operación mecánica

de reajuste o rectificación, de la suma siempre provisional de loya averiguado. En una palabra, se trata de una verdad siemprediferida e indefinidamente proyectada hacia el futuro. Pero lomalo, entre otras cosas, es que esa verdad no es una verdad,porque conocer algo es siempre referencia al presente, o lo quees lo mismo, referencia a nuestra vida, que es para nosotros laverdad radical. Los supuestos de la escuela tradicional ponen alhombre en la falsa coyuntura de conformarse con una verdad queno podrá jamás posee: : pero esta exigencia es un absurdo vital,una mentira radical que, por eso, produce un tipo de historiainhumano y un tipo de historiador deshumanizado. ¿Puede

pedirse algo más monstruoso?5 . En algún párrafo anterior afirmé que la discrepancia básicaentre la postura contemporánea y la escuela tradicional (cuyossupuestos y consecuencias acabo de examinar) estriba en lamanera distinta de conceptuar el pasado. Para la tradición, segúnse mostró ampliamente, se trata de una realidad independiente delhombre: para la postura contemporánea, en cambio, el énfasisestá en considerar que el pasado es algo nuestro, que es"nuestro pasado".

Lo decisivo, pues, será precisar en qué sentido hemos deentender esta última afirmación. Pues bien, el pasado humano no

es un pasado cualquiera; es lo que le ha pasado al hombre y,por eso, suyo entrañablemente. Pero no suyo a la manera enque decimos que una casa o un objeto,

36por ejemplo, son de su propiedad, sino suyo en cuanto que involucraa su ser. Porque adviértase que decir lo que le ha pasado a unhombre, es decir lo que ese hombre es. y. en definit iva,nosotros somos lo que somos, precisamente porque hemos sido

lo que fuimos. El pasado humano, en lugar de ser una realidad

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ajena a nosotros es nuestra realidad, y si concedemos que elpagado humano existe, también tendremos que conceder queexiste en el único sitio en que puede existir: en el presente, esdecir, en nuestra vida. La conclusión fundamental a que ha llegadoel pensamiento contemporáneo por estos caminos es revolucionariarespecto a la vieja tradición que ha venido concibiendo al hombrecomo un ente dotado de un ser fijo, estático, previo e invariable.

"El hombre", dice Ortega (Historia como sistema) "no es, sinoque va siendo. . . y ese ir siendo (que es una expresión absurda)es lo que llamamos vivir'". Por eso el Maestro concluye que nodebemos decir "que el hombre es, sino que el hombre vive". Ahora bien, si se admite que la realidad radical del hombre es su

vida, y por lo tanto que el pasado humano (no se entienda esto enun sentido puramente individual) es en parte esa realidad radical,la tarea del historiador se habrá liberado de una vez por todas de lafamosa pretensión de imparcialidad. En efecto, puesto que conocer el pasado es conocimiento de sí mismo, malamente puede

 justificarse ni menos exigirse esa fría, inhumana, monstruosa

indiferencia que la imparcialidad supone. Por lo contrario, hayque admitir con franqueza, y alegría que el conocimiento históricoes parcial, el más parcial de todos los conocimientos, o lo que es lomismo, que es un conocimiento basado en preferenciasindividuales y circunstanciales: en suma, que es un conocimientoproducto de una selección, el conocimiento selecto por excelencia.Las preferencias del historiador son las que comunican sentidopleno y significatividad a ciertos hechos que, por eso mismo, sonefectivamente los más importantes, los más históricos, y endefinitiva los más verdaderos. Y no se diga que esta operaciónselectiva es arbitraria, a no ser que se afirme a la vez que la

vida

37humana es para el hombre una arbitrariedad; lo que en todo caso

es un grandísimo disparate. "Pasa el Cuarto Evangelio (SanJuan) —dice Unamuno— por ser el menos histórico en el sentidomaterialista o realista de la Historia; pero en el sentido hondo, en

el sentido idealista y personal, el Cuarto Evangelio, el simbólico, es

mucho más histórico que los sinópticos, que los otros tres. Hahecho y está haciendo mucho más la historia agónica delcristianismo" (Agonía del Cristianismo, VII ). He aquí un ejemploque ilustra, bajo la autoridad de uno de los pensadorescontemporáneos más profundos, eso de la significatividad de loshechos y de las fuentes históricas. A diferencia, pues, de la "visión completa" (abstracta) postulada

por la escuela tradicional, búscase una "visión auténtica"(concreta) cuya autenticidad estriba, precisamente, en que brotade la referencia a nuestra vida; visión que sólo es válida para ella,para ella verdadera puesto que conocer es función interna a lavida y no independiente de la vida. Esta visión auténtica, encuanto que lo es, es la única capaz de aprehender esa radicalrealidad de la que nuestro pasado es parte y de la queinsensiblemente nos separamos cada vez más, a medida que elconocimiento formal de lo abstracto con que pretendemossubstituirla se hace más espeso e impermeable. El saber históricono consistirá ya en una suma de hechos que, una vez

"descubiertos", se consideran definitivamente conocidos; consistiráahora en una visión cuantitativamente limitada, pero auténtica encuanto que se funda en una serie de hechos significativos por susrelaciones con el presente y con nuestra vida. Y el métodohistórico no será ya ningún método de los empleados en lasciencias naturales; no será el método de la simple acumulación delo "averiguado", sino que será el método narrativo, únicoverdaderamente capaz de dar razón de la vida humana, denuestra vida, nuestra verdadera realidad. Este dar razón de lavida humana es lo que yo llamo historiar. Podemos concluir, pues,que verdad en Historia no es otra cosa sino la adecuación del

pasado humano (selección) a las exigencias vitales del presente.

38

6. No se crea que el contenido de esta última afirmación es unateoría más; es un hecho. Un hecho que el examen mássuperficial de la Historiografía documenta con gran abundancia. Silanzamos una mirada sobre el conjunto del esfuerzo humano por 

comprender su propio pasado, nos enfrentamos con un espectáculo

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singular. Vemos, en efecto, que los mismos acontecimientosrevelados por los mismos documentos se narran de muy diversasmaneras. Es decir, vemos, si vemos lo que realmente vemos, quecada generación siente la necesidad de escribir su historia, lahistoria de su pasado; pero naturalmente, escribirla desde supunto de vista, es decir, desde su peculiar situación o circunstancia.Cada generación tiene la necesidad ineludible de enfrentarse con

su pasado, su realidad vital, y por lo tanto, cada generaciónpronuncia su verdad, que es la verdad histórica de los hombresque compusieron esa generación; verdad que, por lo mismo, nopuede ser, aunque lo pretenda, la verdad de otras generaciones,ni anteriores ni venideras, pero que, no obstante, es verdadverdadera.

La postura contemporánea cuyos fundamentos he queridoesbozar en este escrito, es la única que explica o da razón deese espectáculo, de ese hecho, y es porque la posturacontemporánea consiste precisamente en tener concienciahistórica. Mientras la escuela tradicional cientificista no pueda a

su vez dar razón de un modo igualmente satisfactorio de eseespectáculo, de ese hecho histórico innegable, estamos obligados asuscribir la postura contemporánea historicista.

Se verá claro que la cuestión a debate puede y debe reducirse alo siguiente: si se concibe el pasado como una realidadindependiente a nuestro ser, tendrá razón la escuela tradicional; sien cambio, el pasado se concibe como realidad de nuestro ser enel sentido radical que he insinuado, entonces, la posturacontemporánea tendrá que admitirse. Sin embargo, me pregunto¿habrá aún quien se atreva a sostener en serio que el pasado noes "nuestro pasado", sino que es un pasado cualquiera?

39

EL DOCTOR R AFAEL ALTAMIRA. YO soy, por razón de ideas, un hombreya casi del pasado; por lo menos debo de ser un hombre de la

antigua escuela, pues en todo lo que he escrito como historiador 

he tomado ante el problema la postura que hoy se da comocaracterística de la escuela tradicional de la historia; peroademás, hay una porción de notas que se presentan comorepresentantes de esa historia con las que no estoy conforme. Enprimer lugar yo he pensado siempre, y lo he pensado por experiencia, que no por filosofía, que el hombre es el ser dotadode mayor número de posibilidades y posiciones y de cambios en

ellas; por lo tanto, no tiene la seguridad de ser previsto ningún actode ningún hombre, porque nadie puede saber por dónde va asalir. Pero recuerden ustedes que esta misma posición es hoy díala de los fenómenos de las ciencias físicas y naturales, porque lafísica moderna ya no cree que las cosas de la naturaleza han de ser eternas como hasta ahora las hemos visto. El ser naturaleza hamostrado que es tan variable como el hombre. Pero lo que me hapreocupado principalmente en el estudio de la historia es llegar aaveriguar alguna cosa con fundamento; pero también las fuentesdel conocimiento histórico son fuentes que no se han agotadotodavía, por lo menos en algunos casos, y nos reservan

muchísimas sorpresas. Yo he creído también que la única verdadhistórica es la verdad que se ha podido comprobar, pero eso noquiere decir que sea la verdad para todos los siglos de los siglos.Exactamente lo mismo pasa en las ciencias naturales; la verdadadquirida de este modo lleva una ventaja, y es que las cienciasde ese género, las ciencias de la naturaleza en general, puedenusar las hipótesis, y han cambiado la posición de muchosfenómenos de la naturaleza. El historiador no puede usar lahipótesis para nada. Lo que me ha preocupado a mí es averiguar con una serie de pruebas o fuentes que me satisfagan por elmomento, la verdad que hoy puedo conocer. Pero yo me pregunto

si no hay una cosa

40humana que se estacione: lo humano es algo que se está haciendo

siempre. Con la meditación y, a través de los años, con el

aumento de la responsabilidad, no se cierra el espíritu a las

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nuevas ideas y a los nuevos movimientos, que ese es elfundamento en el oficio histórico. Ahora, el problema de la verdadhistórica plantea el problema de distinguir entre historia einterpretación. En la interpretación interviene la ideología del sujetoy su orden de los valores. Pero vuelvo a hacer la misma pregunta:¿Hay acaso algo en que la intervención de la persona no sea yauna introducción de elementos ajenos a los hechos mismos?

La objetividad en la historia consiste en ponerse en una posicióndesde la cual lo mismo dé que aquellos hechos hayan existido.La objetividad consiste en que, cuando se ha estudiado unaserie de hechos históricos, no se diga de ellos sino lo que se haencontrado, no se presente sino lo que ellos están diciendo, noprefijando ningún juicio sobre su ideología.

Si llegamos al escepticismo de la imposibilidad de obtener unaverdad histórica, por encima de todas las limitaciones que lleva laposibilidad de nuevas fuentes, hacemos más caso de nuestro juicioy nuestro conocimiento, lo que nosotros decimos que es nuestroconocimiento, que de la realidad tal como se ofrece en los actos

mismos de la vida humana. ¿Qué diferencia fundamental hay entreun historiador y un juez en cuanto a la verdad de los hechos? El juez procura enterarse de la verdad de los hechos y sobre estabase fundarse para dar su veredicto, o su juicio, para el cualcuenta con la ley. Pero si llevamos nuestro pesimismo a la maneray crudeza que se nos pide muchas veces, nos encontramos conque no creemos en la justicia humana en el sentido de tener confianza en el juez, en el hombre que merece ser juez. Yo hesido siempre un hombre contrario a los sistemas. He dejado a misalumnos que usen de los programas a su albedrío, pues enrealidad a Roma se va por muchos caminos.

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EL  LICENCIADO O'GORMAN. Quisiera tratar de concretar la discusiónsobre alguno de los puntos de tal tema. A mí me parecen bien todas las consideraciones que ha hecho el

doctor Altamira: la primera estuvo de acuerdo conmigo; en otra

tocó un punto que me parece de toda consideración. La cuestióncapital de la objetividad. Usted fundaba esta opinión, diciendo quelo importante era decir o narrar aquello que dicen las fuentes, losdocumentos, etcétera. Pero yo creo esto: que los documentos sonhechos y a veces contradictorios. Entonces la cuestión de laobjetividad se viene por tierra. Además, un historiador ve losdocumentos y escribe su historia; pero otra persona con la misma

buena fe, ve esas mismas fuentes y difiere en opinión de la anterior.No sólo difieren a veces las fuentes. También difieren lasinterpretaciones de los hechos más comprobados. Y no sólo entre doshistoriadores, sino en el mismo historiador, en dos momentosdiferentes de su vida.

EL  DOCTOR ALFONSO C ASO tomó la palabra a continuación. Pero suspuntos de vista sobre la verdad histórica los resumió en una ponenciaescrita que leyó en la 2ª sesión, y que se incluye en el lugar correspondiente. [Cf. infra.] 

Tomaron además la palabra en esta sesión el doctor Isso Brante

Schweide, el doctor Francisco Barnés, también el doctor Kirchkoff, eldoctor Gaos y el doctor Medina.En sus últimas etapas, la discusión empezó a centrarse en torno

de las cuestiones fundamentales. Del problema de la verdadhistórica, de la objetividad, y de la honestidad del historiador, sepasó al problema del concepto de la historia misma. La afirmación deldoctor Caso de que el historiador es un poeta, encuentra laaquiescencia del doctor Gaos. Éste afirma que ante un hechohistórico no sólo puede haber dos interpretaciones distintas ysucesivas por parte de un historiador, sino que el hecho mismo hacambiado, en tanto que hecho histórico, y sólo permanece igual en

tanto que hecho físico: documento, monumento, etc. Con laintervención del doctor Medina se aclara la posición de los principiosrespectivos, que derivan de doctrinas opuestas.

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Éstas son, en definitiva, el historicismo y el cientificismo. Eldoctor Medina habla de las categorías que se emplean en elmenester histórico y que pueden dar fijeza o solidez a los

resultados que en él se obtienen.

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S EGUNDA S ESIÓN 

Se nombró presidente de la misma al doctor Alfonso Caso. Actoseguido lee su ponencia:

NOTAS ACERCA DE LA VERDAD HISTÓRICA

1. Es indudable que el problema de la verdad, en materia histórica,no es un problema histórico, sino filosófico, es cuestiónepistemológica, que queda comprendida dentro de la graninterrogación: ¿Qué es la verdad?

2 . Desde un punto de vista epistemológico tendremos queplantearnos estas preguntas:

¿Puede el hombre conocer lo que pasa en su propio espíritu?¿Puede conocer lo que pasa fuera de él?La respuesta a estas dos cuestiones, es fundamental para determinar 

el grado de objetividad que puede alcanzar el conocimiento histórico.3. Desde luego debemos considerar que el hombre tiene, con

relación a la verdad, tres posibilidades: acertar, errar y mentir.4. Tomemos desde luego en cuenta la última posibilidad, para

descartarla definitivamente de nuestras consideraciones, por lo quese refiere al historiador, pero no por lo que se refiere al documentoque estudia. El error del historiador puede ser debido a la malicia delque redactó el documento, usando y aun abusando de laposibilidad de mentir, que el hombre posee en común con todos losseres vivos y que lees tan útil en la lucha por la existencia, parapersistir y satisfacer sus necesidades sexuales y económicas(belleza

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aparente de machos en celo, mimetismos de ataque y de defensa).5. Podemos decir entonces que no nos ocuparemos sino de los

historiadores de buena fe: es decir, de aquellos que creen que lo

que afirman es verdadero; ya que los otros, los que alteran losdocumentos o los publican incompletos, mencionando sólo la parteque les sirve para sostener su tesis, o aparentan ignorar laexistencia de documentos contrarios, no podemos decir que seequivocan, sino que mienten, y es claro que entonces no sonhistoriadores sino falsarios o, si querernos darles un nombremenos duro y más moderno, los llamaríamos propagandistas.

6. El que haya dedicado su vida a la propaganda de unaidea, que no escriba Historia. Todos estamos siempre apunto deerrar; él está siempre en actitud de mentir. El problema de laobjetividad de la verdad histórica se debe en gran parte a que lahistoria se escribe por los historiadores y también por lospropagandistas, y se vuelve crítico, cuando se discute de verdadhistórica entre propagandistas de distintas ideas.

7.Eliminada la posibilidad de mentir, nos quedan pues las otrasdos, la de acertar y la de errar. El historiador de buena fe puedeentonces captar una verdad o incurrir en un error; pero con el finde poder fijar un criterio, para saber si el historiador acierta o se

equivoca, veamos primero cuáles son las etapas en la elaboracióndel conocimiento histórico.8. La primera fase en esta elaboración es la formulación del

hecho histórico. Se engaña sin embargo quien crea que elhistoriador es puramente pasivo ante el hecho histórico. En primer lugar, no es posible actualmente un historiador universal. Elhistoriador selecciona su campo por historiar y a priori concentraarbitrariamente el foco de su interés en un hombre, un país, unaépoca, una cultura, un aspecto social, etc. El hecho históricoqueda ya determinado entonces por el interés del historiador y nopor el interés humano, que es lo que podríamos llamar objetivo,

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pues objetivamente, es decir fuera del espíritu, no hay hechosinteresantes.

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9. En segundo lugar el hecho histórico no es perceptible por lossentidos (si lo es, no es histórico), sino que se encuentranarrado en uno o varios documentos y generalmente lanarración no es idéntica en todos ellos, y frecuentemente escontradictoria. Viene entonces un trabajo de extraordinariaimportancia en el historiador. Primero tiene que hacer un análisisde las fuentes y valorarlas, para saber a cuáles puede otorgar 

mayor confianza. Esta estimación puede fundarse en laposibil idad de información que haya tenido el autor deldocumento, en su cultura, en su inteligencia para percibir elhecho, en su interés al relatarlo y, por último, o si se quierecomo punto previo, en la autenticidad del documento.

Todavía una segunda parte para la fijación del hecho histórico,es la tarea a la que se dedica el historiador, de deducir lasconsecuencias que se derivarían de las diversas posibilidades, ycomprobar si ocurrieron o no. Supongamos que se trata dedeterminar una fecha, entre dos que se señalan como probablesy que son mencionadas en dos fuentes distintas o quizá en la

misma fuente; el historiador establecerá una cronología, haciendonotar que si se admite una de esas fechas, es imposible oimprobable que otro acontecimiento hubiera ocurrido en la fechaen que sabemos que ocurrió. Cuantos se han dedicado a escribir historia, saben la importancia que tienen estas deducciones quedependen de la sagacidad del historiador. Vemos entonces que,simplemente para fijar el hecho histórico, el historiador intervienede un modo definitivo con sus conocimientos, con su facultad deselección y con su sagacidad.

10. Pero supongamos que el hecho histórico ya ha sido fijado yque dentro de la probabilidad a la que está sujeto todo lo

histórico, podemos considerarlo como verdadero; todavía nosfalta la explicación de este hecho por sus causas (que en lo históricoprefiero llamar  antecedentes); la relación de este hecho con losotros pasados, contemporáneos o posteriores; la critica ética delas condiciones que

45lo produjeron y de los hombres que lo realizaron y, por último, su

valor como antecedente capaz de explicar el proceso de un espíritu,un pueblo, una cultura, una ciencia o una técnica.

11. Supongamos que el hecho en cuestión, es la caída deTenochtitlán en poder de Cortés el 13 de agosto de 1521, día deSan Hipólito. Lo primero que hay que determinar es si fue el 13de agosto o el 12, día de Santa Clara, que por no estar sunombre en el calendario y "tabla general del rezado" se pasó aldía siguiente, como dice Torquemada. ¿Preferimos en este casoel dicho de Cortés y Bernal Díaz o el de Torquemada? Claramente

se ve que tenemos que hacer un análisis de las fuentes.Supongamos que hemos admitido como más probable la fecha 13de agosto, por ser ésta la fecha que mencionan las fuentes quenos merecen más crédito, y que se trata de explicar ahora estehecho histórico: la caída de Tenochtitlán y con ella elderrumbamiento del llamado Imperio Azteca.

¿ Cuáles fueron las causas o antecedentes que produjeron estehecho y. si son varias, en qué medida intervinieron en suproducción? ¿Fue la decadencia de Motecuhzoma, aterrorizadoante los presagios, y paralizando con su terror la voluntad de supueblo: fue la revancha de las naciones indígenas sojuzgadas, en

contra del imperialismo azteca, que vieron la oportunidad desacudir un yugo, sin medir la posibilidad de caer en otro? o bien,¿fue la superioridad de una utilería guerrera, representada por los caballos, el hierro y la pólvora: o el genio diplomático y militar del Capitán, o el intento de Velázquez que, pretendiendodestruir a Cortés aumentó sus huestes, o como creían los cándidoscronistas, un designio divino que inexorablemente había derealizarse en el día y hora fijado desde toda la eternidad?

La importancia que se dé a cada una de estas causas, y alas fortuitas que intervienen también en todo hecho histórico,marcará la personalidad del historiador. Así el panegirista de

Cortés a tribuirá todo el honor y la gloria al Capitán, con disgustode Bernal Díaz y regocijo de Gómara,

46y otro dirá cómo la utilería europea es la causa de la victoria, y

no faltará quien haga intervenir el Apóstol Santiago, montado en uncaballo blanco, como causa determinante de la Conquista.

¿Cuál sería en este caso la verdad objetiva? ¿No dependerá la

importancia que un historiador conceda a una causa, de la

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importancia que tenga esta causa en él mismo, en su clase, en suépoca, en su cultura? Un hombre sórdido, que sacrifique afectos eideales por ganancias materiales, no estará dispuesto a conceder que hubo actos generosos que fueron capaces de crear hechoshistóricos. Sócrates bebiendo la cicuta o Cristo muriendo en lacruz, serán para él incómodos hechos históricos, casi inexplicables.¿Podrá un historiador liberal y burgués de nuestro siglo entender 

lo que representaba la limpieza de sangre en la Europa feudal? Ypor entender quiero decir sentir, más que concebir. ¿Podremos losateos entender la importancia del sentimiento religioso en lasculturas asiáticas y americanas? ¿Daremos a estos antecedentesla importancia que realmente tuvieron?

12. Lo que se puede pedir al historiador no es que diga lo querealmente pasó, pues esto nadie puede afirmarlo; sino queabandonando hasta donde pueda sus propias ideas, prejuicios ointereses, procure adentrarse e identificarse con el mundo que nosrevive y explica. Y será gran historiador si logra hacerlo; peronunca podremos estar seguros de que lo ha realizado.

Quiere esto decir que la historia debe escribirla el contemporáneodel hecho que narra; la mejor historia es la crónica. El cronistatiene las mismas ideas, sentimientos y Prejuicios de la época en laque el acontecimiento sucede; pero precisamente por eso, está enuna situación muy desfavorable para valorar los antecedentes delos fenómenos. Padece bajo el poder de la moda" y creerá que unbello discurso provocó una situación histórica o que las curvasestadísticas sobre los precios del carbón, el acero y el petróleo,explican por qué los jóvenes dejan sembrados sus cuerpos en loscampos de batalla.

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Ni siquiera el documento privado, que no se escribió con el fin dehacer historia, es objetivo; indica solamente lo que creyó el autor del documento sobre un hecho, un hombre, una acción y hastasobre él misino. ¿Habrá alguien que no esté más o menos

atacado de bovarismo y que se conciba realmente como es? Pues

si nos engañamos con frecuencia sobre el motivo de nuestraspropias acciones, ¿cómo podremos estar seguros de los motivosque tengan nuestros prójimos, sobre todo cuando nuestros prójimosson tan lejanos? La verdad histórica, volvemos a comprobarlo, essólo probabilidad.

13. Pero todo hombre que conoce las acciones de otro, las juzga. Además del ser  que sucedió (¿cómo y por qué?) está el

deber ser (¿debió suceder?). Todo historiador, quiéralo o no, esun juez —como decía el doctor Altamira la otra noche—, ¿peroaplicará para juzgar una ley derogada o la ley actual? ¿Aplicarápara juzgar sus prejuicios de familia, de clase, de nación, decultura, o juzgará con los prejuicios de la época, de la clasesocial, de la cultura a la que pertenecía el rey, el santo o elmártir que está juzgando? ¿Alabará al que defendía la autonomíadel feudo o al rey que trataba de destruir los feudos? ¿Cantarácon Kipling loas al Imperio Británico, a la moda victoriana, o su

 juicio sereno condenará todo imperialismo a la moda 1918-1943?¿O propugnará una nueva forma de imperialismo, a la moda de

1945?Si es difícil ser un juez justo, cuando el acusado y el juez admitenla misma moral, cómo no seria difícil (he tachado imposible) ser 

 justo, cuando el juez y el acusado hablan idiomas moralesseparados por siglos de prejuicios. Aquí también la misión del histor iador es comprender y será

gran historiador si lo logra, y gran psicólogo, pero no podemosestar seguros de que lo haya conseguido.

Su obligación es creer  que lo ha conseguido; pugnar por laimparcialidad, por la objetividad. No es historiador el que asabiendas falsea el hecho; el que oscurece las pruebas; el que

determinadamente cierra su espíritu para no comprender losmóviles de las acciones de los otros hom-

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bres: y si es sincero, debe creer que ha acertado; pero estar convencido de que su reconstrucción es un esquema de lo querealmente sucedió. Y si digo un esquema, no es porquemenosprecie la verdad histórica y la considere como algo

totalmente diferente de la verdad vulgar o de la científica, sino

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porque creo que toda verdad es esquemática con relación a suobjeto, y lo que en la vida vulgar o en la ciencia es un esquema,por ser una falsa igualación de semejanzas con un fin utilitario, enla historia es una esquematización del hecho histórico, para hacerlointeligible, para despertar en nuestro espíritu reaccionessemejantes a las acciones que fueron sus causas. Esquematizar elhecho para entenderlo, tal es la misión del sabio y la del

historiador.14. Por último, el historiador no se conforma con explicar elhecho histórico por sus antecedentes. Su misión, como la de todoconocimiento, es servir al presente y al futuro. Él desea explicar elpresente en función del pasado. Desea que los hechos quesuceden todos los días queden aclarados por sus antecedentes:porque sabe que la vida que anima el cuerpo de la sociedadmoderna está sostenida por el esqueleto del pasado, y que nohay un solo fenómeno social: lengua, religión, política, derecho,modas, costumbres, virtudes y crímenes, que no pueda explicarsepor su historia.

¿Cómo los hechos históricos, los antecedentes históricos haninfluido en los hechos actuales: qué importancia han tenido lascausas sociales e individuales en la producción actual delfenómeno social? Aquí también interviene la personalidad delhistoriador concediendo mayor o menor importancia a los factoresdel hecho: el medio, la raza, la guerra, la economía, la religión, losgrandes hombres, el espíritu del pueblo o "la nar iz de Cleopatra".

El historiador que da profundidad al presente, injertándolo en elpasado y aquel que funde el pasado y el presente en unprograma para el porvenir, es el político. Es el que deseaprever la trayectoria de su pueblo y modificarla de tal modo que,

sin divorciarse del ser, realice el deber de ser. Es el que tendiendola mirada sobre los hechos

49históricos, trata de descubrir en ellos causas permanentes, factoresconstantes, que al igual de las causas físicas, provoquen resultadossiempre iguales; es en suma el que esquematizando el hechohistórico, le hace perder lo que tiene de concreto, de personal, y lo

transforma en un caso particular de una ley, que volverá a

repetirse, de acuerdo con el principio de causación, cuando serepitan las mismas condiciones. Si queremos considerar que suactividad es abstracta, llamémosle sociólogo; si queremos insistir sobre su actividad concreta, llamémosle  polí tico. En uno y enotro caso, su actividad estará fundada en el principio de quecausas iguales producen iguales efectos.

Sólo que en la historia, menos que en ninguna otra parte, el

principio de la causación nunca se realiza; porque la causa estan compleja, tan concreta, tan personal, que es histórica; esdecir, que a menos de que admitamos la pesadilla del eternoretorno, nunca más volverá a presentarse.

V no es que yo admita que es más personal y más concretoCésar que una rosa. Pero la ciencia y la historia las hacemos loshombres y no las rosas, y las infinitas vicisitudes en la vida de laflor, y las complejísimas causas que motivaron el que cayera hoy yno ayer uno de sus pétalos, no nos interesan. La rosa es unobjeto de ciencia, puesto que sólo vemos en ella lo general, loabstracto, aquello precisamente que no la distingue de otros

individuos de su especie; mientras que en César nos interesansus actos y sus pensamientos y es precisamente por ser personales, es decir, diferentes, por lo que caen de un modoindividual en el campo de la historia.

O lo que es lo mismo: Ciencia e Historia son dos métodosdiferentes de entender la realidad. Aplicar uno u otro de estosmétodos no depende del objeto mismo, sino de nuestro interéshumano. Podemos si queremos hacer la historia de un guijarro, ypodemos también reducir la vida de los hombres, como decía

 Anatole France, a esta simple frase: "nacieron, sufrieron,murieron"; pero nuestras preferencias

50individuales serán pueriles, si no coinciden con un amplio interés

humano.Podríamos decir que si Ciencia e Historia son dos métodos

diferentes para entender, usamos el método científico, cuandoconsideramos que los fenómenos no son interesantes

individualmente; cuando lo que deseamos es encontrar en ellos

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sus semejanzas y fundir éstas en la identidad de la ley, a reservade utilizar más tarde los coeficientes de inexactitud, cuandotratamos de aplicar la ley a la realidad, que de este modo sevenga de nuestro esquematismo.

En cambio, cuando lo que nos interesa en el fenómeno esprecisamente su individualidad, ya sea que se trate de un hombre,de un país, de una época o de una cultura, las semejanzas que

existen entre ese fenómeno y los actuales, incluyendo nuestropropio espíritu, nos sirven para entender el hecho, pues si fueracompletamente sui generis, no lo entenderíamos; pero susdiferencias, de las que no podemos prescindir, nos llevan aemplear, para conocerlo, el método histórico y no el científico.

¿No hay pues en la historia una verdad objetiva, eterna,inmutable? Así formulada, es una pregunta ingenua. ¿Hay algunaverdad no formal, que sea eterna e inmutable? ¿Debemosentonces proclamar un escepticismo corrosivo y declarar que laverdad histórica no existe, sino que es relativa al historiador a talpunto que hay tantas verdades históricas como historiadores? Así

concebida, la pregunta es exagerada. No, no podemos dudar seriamente que Hidalgo era cura de Dolores o que Bucareli fuevirrey de Nueva España. Pero si se trata ya no del hechohistórico, sino de su explicación y valoración, que son actividadessubjetivas, sería inútil pedir una objetividad absoluta.

Nos parece ahora descubrir que la historia, considerada engrandes periodos, es la realización de la lucha del hombre por alcanzar su liberación. La lucha contra sus enemigos: el hambre, elmiedo, la miseria, la explotación, la tiranía, la ignorancia y elfanatismo. Es la suma de los anhelos individuales por ser, por cumplir con lo que en cada hombre hay de humano. Pero no

podemos ignorar que

51durante largos siglos el hombre parece que reniega de sí mismo,que pone en manos de otros hombres su derecho a" vivir y apensar. Creemos descubrir en la historia un sentido notrascendente al hombre, sino inmanente a su propia naturaleza.Puesto que es un ser consciente, pugna por su propio b ien, por laafirmació n d e su personal idad, por la realización íntegra de lo

que es humano; por eso lucha contra la miseria y la explotación;

contra la ignorancia y los prejuicios; contra la injusticia y latiranía. Y éste es, quizá, el único criterio objetivo en la granmarcha histórica de la humanidad; lo que justificará, a pesar detodo, esta perturbación de la Naturaleza que llamamos: elHombre.

EL  DOCTOR JOSÉ G AOS. Resume su punto de vista, expresado en la

sesión anterior, leyendo la nota siguiente:Cada historiador, e incluso un mismo historiador en distintosmomentos de su carrera, se encuentra enfrente de distintasrealidades históricas, porque la realidad histórica es dependientedel historiador mismo: es lo que se expresa con la afirmación deque el hecho es construido por la interpretación misma.

Pero ni las distintas realidades históricas, ni siquiera los distintoshistoriadores, son tan distintos como para que entre ellos no hayaunidad alguna. Entre los distintos historiadores, como en generalentre los distintos hombres, ha de haber siquiera un mínimo deunidad, sin el cual sería imposible, el hecho de que se comunican

y entienden, siquiera parcialmente.La cuestión sería, pues, elaborar una teoría de la unidad ypluralidad de la realidad, incluyendo, naturalmente, 1os sujetos,capaz de explicar el doble hecho de que estos sujetos en partecoinciden y en parte discrepan. Esta teoría sería la única capaztambién de hacer justicia al historicismo y a la vez de superarlo,precisando sus límites y correlativamente aquellos dentro de loscuales es posible una verdad válida para más de un sujeto.

52Pero aun cuando no hubiese posibilidad de comunicación alguna,

aun cuando se tratase de un Robinson histórico, no habría razónalguna para rebajar las exigencias de la investigación histórica,para dispensarse de investigar lo más amplia y lo más hondamenteposible. También una autobiografía es tanto mejor cuanto másesconde del autor en la realidad de su propia vida con ser ésta

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una realidad por su propia naturaleza sólo dada o asequible alsujeto correspondiente.

En general, la circunstancia de que una realidad no sea dada oasequible sino a un sujeto no descarga a éste de ninguna de lasobligaciones que pueda tener respecto a ella. Así, estamosobligados a curarnos con arreglo a la medicina actual, aun cuandoestemos convencidos de que la medicina actual no será la de

dentro de un número muy pequeño de años. En este sentido,ningún escepticismo histórico parece más justificado que elescepticismo médico que habría en no querer curarse hoy sopretexto de que la unidad médica de hoy no será la de mañana.

EL  DOCTOR KIRCHKOFF. El doctor Caso dijo que hay que distingu ir tres tipos posibles de hombres. Me parece que también hayque distinguir varios tipos de verdad. No debernos oponernos ala idea de que hay una verdad absoluta: me parece que tantoO'Gorman como Caso se han colocado en una posición con lacual yo no estaría de acuerdo.

Se podría decir que la base de nuestra actitud hacia el universo

es que hay una realidad que existe a la cual nosotros tratamos deaproximarnos; pero esta continua aproximación, por desgracia, nose realiza en línea recta sino

ando ron frecuencia un paso adelante y dos atrás. Me Pareceque aquí se plantean dos problemas: por un lado, que esexactamente lo que queremos saber, qué son esos famosos hechosde que se habla; y por otro, cuál es la finalidad de lo que hacemos.El doctor Caso manifestó, al dar término a la lectura de susnotas, que con ello dejaba contestado lo dicho por mí

53la última vez, pero yo creo que no contestó precisamente la

cuestión por la relación que existe entre la historia como ciencia yla política. Por consiguiente, espero que vuelva a tratar estepunto. Claro que él creyó contestarla en su ponencia, pero meparece que falta todavía aclarar este pensamiento. La primeracuestión es averiguar cuáles son los hechos que nos dio Caso y

otros que se han dado en la última sesión y que eran más omenos por el estilo.

Pienso que es una idea un poco anticuada la de que la historiahumana no es comprensible sino concibiéndola como dividida engrandes etapas que tienen determinada estructura económica,estructura social, jurídica y una serie de instituciones, creencias ycostumbres que corresponden a este conjunto. El punto básico en

mi pensamiento frente a la historia, y los presentes saben muy bienque no soy un historiador sino un etnólogo, es que nuestraaspiración debe ser entender las tendencias históricas dentro deestas grandes agrupaciones de fenómenos, es decir, para usar untérmino concreto, las tendencias de desarrollo dentro de nuestrasociedad moderna, o lo mismo en otras sociedades anteriores.

Solamente concibo de esta manera el problema de la historia y labúsqueda en el fondo empieza con la verdad. Solamente de estemodo podemos llegar a algo que es más que una mera serie deacontecimientos, cada uno conocido por otros hechos, por causasy efectos. Pues lo que necesitamos es encontrar, dentro de

determinada característica, una relación de desarrollo. No setrata de considerar la historia como una serie interminable deacontecimientos ais lados. La repet ic ión absoluta deacontecimientos, claro es que no existe; yo creo que ya no esnecesario combatir esa idea, pues me parece una idea muerta.

Existe el problema fundamental de la búsqueda de la verdadhistórica. Esta búsqueda es de la verdad de grandes líneas dedesarrollo, dentro de determinadas etapas del conjunto de lahumanidad; no es en sí la búsqueda de la verdad acerca de unacontecimiento individual y sólo puede ser interpretada dentrode un conjunto.

54El último punto que me interesa subrayar, es que la idea de la

imparcialidad, de la objetividad, es también un punto que la historiay el pensamiento han ganado hace mucho tiempo. Me parece quese ha presentado una idea que, para mí, es bastante peligrosa.Se afirma que cualquier historiador parcial representa las ideas, latradición, etc.; pero esta idea se ha formulado de tal manera que

de hecho parece que el individuo historiador está frente al

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acontecimiento, frente a la época histórica. De hecho, el historiador es simplemente el exponente de un grupo social. Toda estacuestión de si un historiador puede ver la misma realidad, endiferentes momentos de su historia individual, de dos manerasdistintas, es simplemente el reflejo de que el historiador vive dentrode un mundo en continua pugna.

EL

 DOCTOR

R AMÓN

IGLESIA

lee su ponencia sobre:EL ESTADO ACTUAL DE LOS ESTUDIOS HISTÓRICOS

Curioso fenómeno el que presenciamos en nuestros días: seha puesto en tela de juicio todo, absolutamente todo: creenciasreligiosas y políticas, sistemas económicos, formas de cultura. Y losúnicos que parecen reacios a darse cuenta de que existe la crisisson los más directamente obligados a relatarnos cómo la crisis seproduce: los historiadores, que insisten en ser los últimos enenterarse.

El historiador sigue viviendo hoy, en la mayoría de los casos, enun brave, new world, sin darse cuenta de que son muy pocoslos que comparten su optimismo. Basta con hojear las páginasde cualquier libro o de cualquier revista dedicados a estudiar temas históricos para que podamos percibir en el acto elestado de euforia en que sus autores se encuentran: a cadamomento tropezamos con alusiones a la maravillosa perfecciónque estos estudios han alcanzado en nuestros días, a laexactitud y minucia de sus técnicas, a la seguridad de los métodosempleados, acompañado todo ello por un desdén más o menospiadoso hacia los autores de otras épocas, que tuvieron la

55desgracia de vivir cuando los estudios históricos no habían

alcanzado dignidad, plenitud y madurez científicas, cuando se partíade meras conjeturas en lugar de las sólidas aportacionesdocumentales de hoy, cuando la historia era una forma literaria ysus autores manifestaban tendencias peligrosamente subjetivasen la elección y e l t ra tamiento de sus temas y en lapreocupación por el agrado o desagrado que pudieran

producirles a sus lectores.

El historiador de hoy se cree culminación de un desarrollo queno nos explica bien cómo se ha producido. Porque lo cierto esque siempre tiene que apelar a sus tristes predecesores quevivían en unas tinieblas de las que él parece haber salido en laprimera mitad del siglo XIX en los países más "adelantados", yde las que se esfuerza por salir, penosamente, en todas partes.Pone así a la historia, de un plumazo, entre las ciencias

posi tivas y las técnicas que se supone están en continuo progresoy mejoramiento. La aparta con horror de otras formas de culturaque le habían sido siempre afines: la filosofía, la literatura y lasbellas artes, en las que no es posible aplicar esta noción deprogreso rectilíneo, y nos da con todo esto una visión totalmentedeformada de la historiografía.

En vez de aceptar que cada época humana, que cada país ycada grupo han tenido su historia propia, inspirada por el deseode ver el pasado desde la perspectiva de un determinado presente,la nivela y unifica, la reduce por entero a la condición defuente, de materia prima, a la que se acude en busca de datos,

de hechos, como él dice, para elaborar las tan decantadasproducciones de la historia científica que anulan, cuando sonsuficientemente sólidas y documentadas, todo lo que las haprecedido.

Los calificativos que la historia científica al uso emplea cuandoelogia o cuando censura, no pueden ser más elocuentes: un trabajovalioso, según ella, es siempre sólido, serio, bien documentado,imparcial, y, en el mejor de los casos, exhaustivo, definitivo; untrabajo malo es superficial, tendencioso, subjetivo, impreciso. Senota aquí ya la actitud que propende a separar lo más posible lahistoria

56de la vida, como si en la proximidad de ambas no estuviera la

razón misma de ser de la historia, con todos los peligros que ellasupone, E! ideal del nuevo historiador -que no es tan nuevo,después de todo— consiste en no existir, en dejar, según elpretende, que los hechos hablen por sí sólos. Y lo más estupendoes que al sentar este enorme prejuicio dice que está libre de

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prejuicios. Que el historiador que no se resigna a esta pasividadde copista es parcial y anticientífico.

Este deseo obsesivo y vano de escribir la historia sin tocar alos hechos —que el científico identifica de modo igualmentearbitrario con los documentos que los relatan— le lleva a insistir cada vez más en lo accesorio, en lo instrumental. Llenas están lasrevistas especializadas de unas reseñas en las que el valor de un

libro de historia se hace depender de la cantidad de autores citados,de la abundancia de notas y bibliografías, de la profusión de índicesanalíticos. Lo que ya no encontramos con tanta frecuencia es  un

 juicio sobre el contenido mismo del libro, sobre las ideas que en élse encierran, sobre cuál es la índole de su mensaje, de suaportación para nosotros.

Y es que el historiador positivista pretende que todos los temasmerecen el mismo interés, son dignos de idéntica dedicación.Reprocha a los antiguos que se fijaron de preferencia en losmomentos de crisis, en las guerras y revoluciones y, sobre todo,en las grandes figuras históricas. Sigue diciendo eso en los

momentos en que un puñado de bandidos audaces trae de cabezaa la humanidad entra. El historiador científico, metido en su oscurorincón, que considera torre de marfil, amontona datos y másdatos, esperando a que pase el temporal para luego poder estudiarlo en forma serena, objetiva y desinteresada. Para lo cualtendrá que acudir, una vez más, a los que estuvieron anotados por latormenta, que serán su materia prima, sus fuentes.

Todo esto es sumamente grave, porque mete a la historia por una vía muerta. El historiador científico no dice nunca, claro está,que él renuncia a la elaboración, la interpretación

57y la síntesis; pero sí dice siempre que todo eso vendrá más tarde,cuando las actuales generaciones hayan reunido los materialessuficientes. No se da cuenta de que con su criterio microscópicose desarrollan en él, de modo inevitable, una timidez y unainercia mental que a duras penas prepararán el terreno para

ninguna síntesis futura; de que su estudio se desenfoca cada vez

más, y se limita a aportar una multitud de menudencias que sóloservirán de estorbo para quien desee trazar grandes líneas yquiera darnos algo más sustancioso que estos pobres y áridosresultados de la historia científica que nadie lee, salvo quienestienen la obligación de hacerlo por razón de su oficio.

Esta tendencia actual de los estudios históricos no sólo hadejado a la historia erudita sin lectores, lo cual al historiador 

profesional le trae sin cuidado, pues lo considera un mérito másde su disciplina, que le acerca a los conocimientos científicosespecializados innaccesibles para el profano, sino que fatalmenteproduce una selección al revés en los centros de enseñanzasuperior e investigación. En ellos se prefiere a los muchachos másdóciles, más apocados, menos inquietos intelectualmente, para quelo antes posible se dediquen a reunir ficheros impresionantessobre temas minúsculos. Con ello se quedan los seminarios dehistoria sin los jóvenes más valiosos, que orientarán su curiosidad ysus actividades hacia otros campos en los que puedan lograr mayor estímulo y salida. ¡Como si la historia no debiera ser el

tema más apasionante para una persona de alta calidadespiritual!El historiador científico tiene un orgullo ingenuo, el orgullo de su

perspectiva y su estimativa defectuosas. Es el enano encaramadoen hombros del gigante, que si descubre algún error, por pequeñoque sea, en cualquier historiador que le haya precedido, creehaberlo superado definitivamente. Todos sabemos del grandesdén con que se viene hablando de un Agustín Thierry, de unMichelet, de un Carlyle, de un Macaulay, de todos los que sintierony vivieron la historia como algo entrañable. De aquí

58que una época que lo ha historiado todo esté apenas iniciando

los estudios de historia de la historia. Lo peor es que se inicien bajoel signo positivista, con lo que ya tenemos algunos repertoriosvaliosos; pero que no pasan de ser repertorios, en los que brillapor su ausencia en la mayoría de los casos la comprensión

profunda del sentido de las obras estudiadas.

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No es fácil que un historiógrafo positivista pueda estar dotado deesta comprensión, porque le faltan las bases mismasindispensables para el enfoque del problema; mientras la historiano vuelva a ocupar su rango de estudio humanístico, y elhistoriador se ponga de espaldas a la filosofía, a la literatura y.lo que es peor aún, a la vida, mal podrá elaborarse unahistoriografía decorosa. Insisto tanto en la historiografía y no enla teoría de la historia o historiología, como la ha denominadoOrtega y Gasset, porque creo que todo conocimiento histórico hade ser esencialmente descriptivo. En el propio Ortega, que tantascosas interesantes ha dicho sobre estas cuestiones, noacabamos de ver bien ese sistema de la historia de que contanta insistencia viene habiéndonos. Si ha de haber sistema, tieneque haber primero estudio historiográfico a fondo, como nopuede haber teoría de la literatura o del arte sin poetas y novelistas,sin pintores y músicos y arquitectos. El historiador digno de talnombre tendrá que ser. como ellos, un creador. De aquí que enla génesis de su obra nos encontremos muchas veces conelementos que no se dejan expresar con facilidad en términosracionales, que son inefables. En los seminarios de historia, comoen las escuelas de bellas artes y en los tratados de preceptiva,sólo sabe enseñar lo más externo y rudimentario de la técnica:pero nunca podrá salir de ellos un historiador si el alumno nolleva en sí la semilla El historiador nace, no se hace. Siemprerecuerdo a este respecto la vieja anécdota española del caminanteque llega a la posada y pregunta qué hay de comer. "Señor, loque Ud. traiga", le responden.

Si el recién llegado no tiene madera de ratón de biblioteca, esseguro que se desanimará si le inculcan la idea

59de que todas las enseñanzas instrumentales que recibe en el

seminario son la última palabra y no el comienzo de la labor histórica. No sé cómo no han visto los flamantes historiadorescientíficos que los grandes libros de historia han sido escritos por gentes que no pasaron por seminarios de investigación. Inclusolos más recientes no cumplen con sus requisitos, pues El Otoño de

la Edad Media está hecho a base de unos pocos cronistas; pero,¡cómo hablan en manos de Huizinga!

He aquí otro problema que no se comprende cómo ha escapadoa la atención de los historiadores científicos, tan acuciosa en otrosterrenos: el de que los documentos no hablan por sí solos, comoellos pretenden, en forma única, sino que sus lenguas sonmúltiples, según las personas que los manejan. Querer estudiar lahistoriografía y no aceptar e1 hecho de que es un  continuocambio de perspectiva, de que hay siempre una forma de visiónque se les impone a los hechos estudiados, es marchar en elvacío. ¿Cómo se puede pensar que es un simple problema dedocumentación la simpatía o repulsión que unas épocassienten hacia otras? Si se nos dice que el desdén por la EdadMedia se debió a un conocimiento insuficiente, subsanado mástarde —aun suponiendo que ese interés posterior por la EdadMedia no estuviera en sí mismo condicionado ya por larepulsión hacia el XVIII que sintieron los románticos—, ¿es quepuede decirse lo mismo de las actitudes hacia el Renacimiento ola Revolución Francesa? No creo que nadie pueda mantener enserio que la estima o la repulsión dependen de falta o sobra demonografías. Aterra pensar en lo tosco de la crítica historiográfica, cuando se la

compara con lo que han hecho la crítica literaria y la historia delarte. Y es que la historiografía actual está empeñada en una tareavana: en llegar a unos resultados inconmovibles, sólidos,inmutables, cuando la historia es toda cambio, devenir. ¿Cómopuede pretenderse alcanzar lo inconmovible y lo inmutable en lahistoria? ¿Por qué no se ha de preferir lo flexible a lo sólido, loproblemático a lo definitivo?

60En la busca frenética de lo sólido y lo definitivo se ha dado de

lado a aspectos que en la historia son esenciales. ¿ Quéhistoriador científico, por ejemplo, ha producido una biografía quevalga la pena? ¿Cómo se puede trazar la semblanza de unpersonaje aplicando sus métodos? Ah, se me dirá, es que elindividuo es algo anecdótico, pasajero y nosotros buscamos

terreno más firme. Véase, si no, el auge que ha tenido entre los

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científicos, la historia de las instituciones. como si las institucionesno las crearan los hombres, determinados hombres, éste y aquél yel de más allá.

El historiador imita en todo momento las pautas que toma deuna ciencia física caducada, que pretendía poder repetir unexperimento tantas veces como quisiera, dadas determinadascondiciones. Esa regularidad buscaba el científico —y elhistoriador que suspira por parecerse a él. Eso es precisamentelo que no se produce en los hechos humanos: y si se produce,es en zonas que no interesan a la historia. No tiene categoríahistórica el que yo tome todos los días el desayuno de la mismamanera. Sí la tiene —para mí, por lo menos— el haber tomadoparte en la guerra de España, y la tendría para los demás elque yo fuera capaz de dar un relato de mis experiencias en ella,experiencias personales, pero que la calidad del relato deberíarealzar a un plano superior.

Lo malo es que hoy no es fácil hacer esto. Hemos perdidoespontaneidad, hemos perdido el sentido de ver las cosas defrente y la capacidad de relatarlas. Felices los tiempos en queun Bernal Díaz podía contarnos lo que había visto, lo que habíavivido, sin pensar en notas ni bibliografías. Y sin ir tan lejos, lostiempos en que un historiador como Macaulay encontrabainspiración en las novelas de Walter Scott. Novelas que para míson más verdaderas que las sólidas monografías de muchoscolegas, porque su poder de evocación es infinitamente mayor,porque nos presentan la historia como arte. De aquí queconsidere funesta la prédica contra y la rebusca entre lospresuntos

61historiadores de los más rígidos y los menos inquietos

espiritualmente. Dichoso el que de joven se pierde y se desorientaen sus lecturas y no aspira tan sólo a una prematuraespecialización, para llegar lo antes posible a unos resultadosque han de ser forzosamente deleznables.

Se le quiere dar a la producción histórica un ritmo continuo, detrabajo en la cadena, que es imposible de lograr. No todas las

épocas ni todos los lugares son igualmente aptos para ella,como no lo son para la producción artística o literaria o filosófica.No son malas las catástrofes, las guerras y revoluciones,anatematizadas por los científicos como destructoras dedocumentos, sino todo lo contrario, pues ponen al descubiertomuchos aspectos del ser humano y despiertan o aguzan suconciencia histórica. Que lo digan, si no, desde Herodoto y San

 Agustín, hasta los corresponsales de nuestros días.He aquí otra deformación curiosa de los positivistas, el que

estos hechos básicos de la historia, estos momentos de viraje depueblos y culturas, se despacharan con el nombre de historiaexterna, como algo superficial y episódico. Que nos demuestren anosotros que la guerra de España y su prolongación por todo elmundo son h istoria externa. Por si no estuviera aúnsuficientemente claro, vemos aquí que la idea de la historia de lospositivistas es una concepción entre otras muchas, y cine nadatiene de única. Es reflejo de una época racionalista, liberal, laica,antimilitarista, progresista, que creía haber encarrilado a lahumanidad de modo definitivo por la vía ascendente de losconocimientos científicos y técnicos.

Estas ideas, como todas las ideas cuando se arraigan bien, seconvirtieron en creencias, en algo entrañable, que se da por supuesto y que no se discute. Así el historiador científico de hoynos considera a quienes no compartimos su actitud comoelementos disolventes, poco serios y a los que no se puede tomar demasiado en cuenta. Habría que recordarle, con palabras deCroce, que el ideal progresista, mecánico más que científico, de laimitación de las ciencias culturales, en lugar de ser la perfecciónpara los estudios

62históricos, es una de las muchas deformaciones que han sufrido

en su trayectoria. En realidad se trata, añadiríamos nosotros, dealgo inevitable y justificado en el momento en que se produjo.Frente a un t ipo de producción histórica excesivamentedeclamatorio y arbitrario, estaba bien hace unas décadas laapelación al documento y a la erudición a palo seco: perobastante hemos insistido ya en el trabajo preparatorio. Tanto, quese nos ha olvidado que es preparatorio.

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He aquí la raíz de nuestra oposición a los historiadores científicos.Ninguno de los que no compartimos su actitud preconizamos,naturalmente, la vuelta a una historiografía desenfadada yarbitraria, de tipo declamatorio, que se nos señala comoespecialmente peligrosa, en estos países de la América española,en que las gentes son más ricas en imaginación que en paciencia.No se trata para nada de renunciar a la corrección en las laboresprevias del manejo de los materiales. Lo que se trata es de romper el fetichismo del documento inédito y de afirmar que su busca ypublicación es la tarea más elevada del historiador. ¿Para quépublicar, después de todo, documentos, si sólo los inéditos tieneninterés?

Lo que hay que predicar con insistencia es que el documento noes nada en sí, que tiene que ir acompañado por una actitudtensa por parte del historiador, que la interpretación, la selección,la elaboración, el punto de vista no son sus pecados, sino susvirtudes. Y aceptar de una buena vez que la verdad histórica no esuna sino múltiple, según los lugares y las épocas, lo cual podrádarnos algún día una historiografía, rica, multiforme, como lo sonlas historias de la filosofía, la literatura y el arte. ¿Se nosocurriría indignarnos con un poeta o con un filósofo porque nosdan una visión parcial de la realidad, su visión? ¿  Por qué elhistoriador ha de ser de distinta naturaleza que ellos? Lo queimporta es que su visión, forzosamente parcial, de la realidad, seaintensa y rica, pues es la única forma en que podrá tener sentidoamplio y humano. Todo lo demás es un triste esfuerzo por lograr la objetividad del

63directorio de teléfonos. Y si en los pueblos de América española

los jóvenes son más ricos de imaginación que en otros lugares, loque tenemos que hacer los dedicados a la enseñanza de lahistoria es encauzar y controlar debidamente esa imaginación: perode ningún modo pretender suprimirla. Se puede canalizar untorrente; pero nunca dará agua un cauce seco.

T ERCERA S ESIÓN 

La preside también el doctor ALFONSO C ASO.

EL DOCTOR G AOS. Hace un resumen no tanto de los puntos a quese había llegado en las sesiones anteriores, cuanto de algunos quequedaron pendientes en discusión. Uno de ellos se refiere alproblema de las categorías históricas. El concepto con que seorganiza la sucesión y concatenación de hechos históricos, esuna noción categorial. Por ejemplo, puede ser entendida comocategoría causal. En el debate de este tema participa con eldoctor Gaos el doctor Medina. Con ello se reanuda la discusión detemas ya p lanteados en la primera sesión: temas demetodología y de filosofía de la historia. Se trata de encontrar los matices de diferencia entre el historicismo y el relativismo, enrelación con la posib ilidad y el sentido de la verdad histórica.

Conexo a este problema está el del método: el del criteriohistórico, el de la manera de valuar el documento histór ico y deoperar con él. En realidad, este punto fue el que originó eldebate entero, el que suscitó la idea misma de celebrar estasreuniones, pues había desde el principio manifiesta discrepancia.Hay quienes conciben el menester histórico como acumulación dedocumentos, o de papeletas referentes a ellos, y consideran lavalidez científica de la historia como algo suficientementeapoyado en el vigor de esas averiguaciones y anotaciones. Lainclusión de una idea —idea personal— en e l relatohistoriográfico,

64parece entonces perturbar la objetividad y la validez científica del

trabajo. Hay, en el extremo opuesto, quienes consideran eldocumento como simple punto de referencia vital que hace elhistoriador desde su presente hacia el pasado. El valor deldocumento está pues en relación con la idea filosófica —explícita oimplícita— de la verdad histórica. Sobre estas cuestiones tomaron

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la palabra, además el doctor Caso, el doctor Kirchkoff, ellicenciado O'Gorman, el señor Arnáiz y Freg, el doctor Isso BranteSchweide, el señor Justino Fernández y algunos estudiantes.

65

2. JOSÉ GAOS/NOTAS SOBRE LA HISTORIOGRAFÍA (1960)**

1. L A  PALABRA "historia" tiene en español dos sentidos. En unafrase como "la historia es un proceso milenario", la palabra"historia" designa la realidad  histórica. En una frase como "la

** Texto tomado de Historia Mexicana, vol. IX, núm. 4, abril-junio de 1960. pp. 481-508.

historia se funda en la tradición oral, los documentos y losmonumentos'', la misma palabra designa el género literario o laciencia que tiene por objeto la realidad histórica. A fin de distinguir ambos sentidos se puede reservar la palabra "historia" paradesignar la realidad histórica y emplear la palabra "Historiografía"para designar el género literario o la ciencia que tiene por objetola realidad histórica. Los adjetivos "histórico" e "historiográfico" seemplearán, como consecuencia, en los sentidos correspondientes.Para designar la realidad histórica con la mayor generalidadposible resulta, sin embargo, preferible emplear la expresión "lohistórico", en lugar de la expresión "la historia": esta últimaexpresión designa más bien exclusivamente la realidad históricatomada en su integridad; la expresión "lo histórico" puedeaplicarse igualmente bien, en cambio, ya a la realidad históricatomada en su integridad, ya a una parte cualquiera de estarealidad. Lo mismo resulta, mutatis mutandis, con las expresiones"la Historiografía" y "lo historiográfico".

2. Así como lo histórico es objeto de la Historiografía, ésta es asu vez una realidad que puede ser objeto de un estudio científicotomando este término, "científico", en el sentido más amplioposible. Así, la Historiografía es ella misma una realidad histórica:es, por tanto, posible, y

66existe efectivamente, una Historiografía de la Historiografía.

También es posible y existe efectivamente una ciencia "teórica" dela Historiografía, para designar la cual resulta prefer ible el nombre"Filosofía de la Historiografía", ya que este nombre puedeabarcar así el estudio científico, en sentido estricto, como elestudio filosófico de la Historiografía, mejor que el nombre "Cienciade la Historiografía".

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3. La Historiografía de la Historiografía es la base de lafilosofía de la Historiografía: no se puede, evidentemente,filosofar sobre la Historiografía sin conocer ésta de la maneramás completa posible en su realidad histórica misma; ahora bien,el conocimiento más completo posible de esta realidad lo da laHistoriografía de la Historiografía.

4. La Filosofía de cualquier  ciencia, y de cualquier  género

literario, se encuentra conducida a estudiar el objeto de laciencia, o del género literario, de que se trate. La Filosofía de laHistoriografía se encuentra conducida, pues, a estudiar el objetode la Historiografía, lo histórico, el conocimiento del cual empiezapor proporcionarlo la Historiografía misma: el estudio filosófico delo histórico es la Filosofía de la Historia: la Filosofía de laHistoriografía se encuentra conducida, en conclusión, aabarcar una Filosofía de la Historia.

5. Una última complicación es la acarreada por el hecho de quela Historiografía de la Historiografía, la Filosofía dela Historiografíay la Filosofía de la Historia son ellas mismas realidades históricas

de las que, por tanto, son posibles y existen efectivamente a su vezHistoriografías y Filosofías.6. Por fortuna, este proceso no puede continuar, como hace

ver el siguiente dispositivo:Historiografía: los historiadores, por ejemplo, griegos: género I.Historiografía de la Historiografía: un libro sobre los historiadores,

por ejemplo, el de Shotwell sobre los historiadores griegos: géneroII.

67Historiografía de la Historiografía de la Historiografía: por ejemplo,

una bibliografía de libros del género II: género III.Pero una bibliografía de bibliografía del género III sería del

mismo género bibliográfico.Historia e Historiografía: género I.

Filosofía de la Historiografía y de la Historia: por ejemplo, elcapítulo y de El Ser y el Tiempo de Heidegger: género II. Deeste género son estas notas.

Historiografía de la Filosofía de la Historiografía y de la Historia:por ejemplo, J. Thyssen, Geschichte der Geschichtsphilosophie:género III.

Una Filosofía de la Filosofía del género II sería parte de laFilosofía de la Filosofía: género III, pero este género es sumo.

Y una Historiografía de la Filosofía de la Filosofía es la partecorrespondiente de la Historiografía de la Filosofía.

Una Historiografía de la Historiografía del género III podría ser una bibliografía de libros de este género y ser un género IV, perouna bibliografía de bibliografía de este género sería del mismogénero bibliográfico.

Y una Filosofía de la Historiografía de cualquier género superior alI sería del género II.

7. La expresión "Historia Natural" se usa corrientemente en unsentido ambiguo entre los dos sentidos que con arreglo a las

distinciones hechas pudieran distinguirse, a su vez, hablando de"historia natural" y de "Historiografía Natural". En el sentido de"Historiografía Natural" se entiende corrientemente por "HistoriaNatural" el estudio, no sólo del origen y evolución del universofísico, del sistema solar, de la Tierra, de los vegetales y animalesy el origen del hombre, sino también de los distintos grupos derocas y minerales, vegetales y animales y de las distintas razashumanas. En el sentido de "historia natural" se entiendecorrientemente por "Historia Natural" estos orígenes, evoluciones y grupos mismos. Pero por "Historia Natural" en el sentido de"historia natural" debiera entenderse exclusivamente los orígenes

y evoluciones, no los grupos, ya que

68propiamente históricos lo son sólo los orígenes y evoluciones, nolos grupos tomados como constituidos; y por esta misma Tazón,por "historia natural" en el sentido de "Historiografía Natural"debiera entenderse exclusivamente el estudio de los orígenes y

evoluciones, no de los grupos. Los orígenes y evoluciones que

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se acaba de mentar pueden llamarse, para abreviar, "laevolución natural".8. De la "Historia Natural", en todos sentidos, se distingue

corrientemente la "historia", a secas, en el doble sentido de lahistoria humana y de la Historiografía de esta historia. Elmantenimiento de esta distinción dependerá de que la historiahumana se distingue en realidad suficientemente de la evolución

natural; y el mantenimiento de la denominación "Historia Natural"en los dos sentidos, de "historia natural" e "HistoriografíaNatural", de que la distinción entre la historia humana y laevolución natural no consista en que esta evolución no seahistórica en ningún sentido propiamente tal. En adelante seentenderá por "historia" e "Historiografía" a secas la historiahumana y la Historiografía de esta historia, respectivamente.

La historia de la Historiografía puede resumirse diciendo quela Historiografía ha acabado por venir, en la actualidad, a ser opretender ser una ciencia —en lugar de un simple géneroliterario— de la historia universal  —en lugar de "sucesos

 particulares" — de la cultura —en lugar de sólo uno de los"sectores de la cultura", a saber, el político, diplomático y bélico.Pero esto es verdad mucho más de la colectividad de loshistoriadores que del historiador individual. Al aumentar inmensamente el volumen de la Historiografía, apenas hayhistoriador que por sí solo pueda abarcarlo, y se vencrecientemente reducidos a las monografías los historiadores, peroal menos tienen éstos la conciencia y la voluntad de cooperar ala grande y única Historiografía de la cultura universal. Lasituación tiene, sin embargo, una grave consecuencia para loshistoriadores mismos y para el público: la pérdida de la visión de

conjunto de la historia humana y de las enseñanzasinsustituibles de una visión tal, justa y paradójicamente en elmomento

69en que el conjunto, se divisa como tal en forma concluyente.10. La realidad, histórica, de la Historiografía la integran ante

todo las obras historiográficas, tomada la palabra "obras" en el

sentido más amplio que pueda tener dentro de la expresión

subrayada. Estas obras, como todas las de la misma índole, asaber, todas aquellas que tienen su expresión en la palabraescrita, son cuerpos de  proposiciones en ciertas relaciones. Estasproposiciones, en sus relaciones, son las últimas unidadesintegrantes de la Historiografía; las obras historiográficas mismasson unidades de orden superior. Unas y otras unidades son lasrealidades integrantes de la realidad total de la Historiografíaque resultan susceptibles de un estudio más directo y riguroso y por las cuales debe iniciarse el estudio de la realidad total de laHistoriografía.

11 . Las unidades últimas de la Historiografía, las proposicionesintegrantes de las obras historiográficas, son unidades últimas deexpresión verbal escrita; las obras historiográficas, unidades deexpresión verbal escrita de orden superior. El estudio de unas yotras debe empezar por aplicarles un esquema para el estudio decualquier expresión, de la expresión en general.

12 . "Expresión es, propiamente, la peculiar relación existenteentre algo "expresivo" y lo "expresado" por ello. Lo expresivoestá destinado a la "comprensión" por parte de un ser capaz deésta, ser a l que se puede l lamar, para abreviar, el"comprensivo". Lo expresivo está destinado esencialmente a estacomprensión, aunque accidentalmente pueda no haber ser "comprensivo" alguno.

13. Expresivos son por excelencia ciertos movimientos de losanimales superiores y del hombre, y más por excelencia aún lapalabra oral y escrita. Lo expresado por los "movimientosexpresivos" del hombre y de los animales superiores se dicehabitualmente que son "movimientos o estados psíquicos". Estosmismos seres, el hombre y los animales superiores, son los serescomprensivos también por excelencia. Pero como, por una parte,lo expresado

70por lo expresivo por excelencia son movimientos o estados

psíquicos del hombre y de los animales superiores y, por otra

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parte, comprensivos por excelencia son estos mismos seres,resulta que lo expresivo es un instrumento u órgano de laconvivencia de estos seres y que lo expresado son, en realidad,las situaciones en que se concreta esta convivencia. Un grito,humano o animal, es algo que no tiene sentido sino en medio deun complejo de relaciones reales o posibles entre hombres,animales, u hombres y animales.

14. A la palabra oral le corresponde una expresión doble:designa un objeto y significa un movimiento o estado del sujeto;un grito animal, en cambio, significa un movimiento o estadopsíquico del animal, pero no designa ningún objeto. A la palabraescrita le corresponde la misma dualidad: signos como los deinterrogación o admiración sir ven para significar el movimientoo estado de curiosidad o de duda, de admiración o de sorpresacon que el sujeto escribe significando, además, el objeto que sea.Simplemente, los medios de que para significar dispone la palabraescrita son más limitados que aquellos de que dispone la oral.

15. El hombre que habla se encuentra en una situaciónconcreta de convivencia con los demás hombres. No importaque éstos no se hallen presentes en la inmediación espacial delque habla, ni que éste no los conozca personalmente: el escritor escribe esencialmente para un público más o menos definido,aunque sólo fuese él mismo desdoblado en público de sí propio; elescritor escribe frecuentemente para la posteridad. La situaciónestará, pues, integrada por e l que habla y los quecomprenden o pueden comprender lo que dice, uno y otroscon toda su vida y personalidad, la del primero significada a lossegundos, y por el objeto designado por aquél a éstos; y estasituación será lo expresado, en total, por la palabra expresiva.

16. En la Historiografía, lo expresivo son las proposiciones queintegran las obras historiográficas y éstas mismas; lo expresadoes lo histórico, pero con arreglo a lo dicho

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esto abarcará no sólo el objeto designado, los llamadoshabitualmente "hechos históricos" sino también el movimiento oestado del historiador significado por las proposiciones y las obras

escritas; y el comprensivo es el  público para el que escriba elhistoriador. En suma, la Historiografía es expresiva de lasituación integrada por el historiador y su público y por lohistórico designado por aquél a éste.

17. La tradicional Filosofía de la Historiografía sienta comoprimer imperativo de la Historiografía o del historiador el deque éste debe proceder a su obra con una "objetividad"absoluta, o lo que es lo mismo, que no debe proceder a su obracon prejuicios ni ideas preconcebidas ni mucho menos consimpatías y antipatías. Este imperativo supone, por un lado, queexisten objetos puros, esto es, puros de todo ingrediente oriundode los sujetos y, por otro lado, que es posible que los sujetos sedespojen de buena parte de su subjetividad, si no es que detoda. Ambos supuestos son, desde luego, imposibles, peroaunque fuesen posibles, no serían deseables.

18 . No existen ni pueden existir objetos absolutamente purosde todo ingrediente oriundo de los sujetos. Todos los objetoshabidos y por haber se reducen a las clases de los objetos físicosfenoménicos —por ejemplo, nuestros cuerpos y estos mueblestales como los percibimos—, los objetos físicos metafenoménicos—los átomos constitutivos de nuestros cuerpos y de estosmuebles en su verdadera realidad física—, los objetos psíquicos—nuestros "hechos de conciencia"—, los objetos metafísicos —que además de poder abarcar los objetos físicosmetafenoménicos, son más propiamente las almas, los espírituspuros, Dios— y los objetos ideales y los valores —como son losobjetos estudiados por las Matemáticas y las cualidades buenas omalas, feas o bellas y otras análogas de los objetos físicosfenoménicos, de los objetos psíquicos y, en parte, de losobjetos metafísicos y, quizá, de los objetos ideales. Ahora bien,todas estas clases de objetos están en tales relaciones con lossujetos que es un problema, por lo menos, el de

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los límites entre la objetividad de los objetos y la subjetividad delos sujetos: los objetos psíquicos son lo que constituye esta mismasubjetividad; los objetos físicos fenoménicos son fenómenos en laconciencia de los sujetos; los objetos ideales y los valores pudieran

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no ser sino productos o creaciones de esta conciencia; y lo mismolos objetos físicos metafenoménicos y los objetos metafísicos engeneral, los que, en todo caso, ni siquiera son objetos paranosotros sino por medio de peculiares operaciones subjetivas depensamiento e imaginación, si no es que también de sentimientoy hasta de acción. Lo histórico es complejo de todas las clases deobjetos. A lo específico de la subjetividad del complejo se refierenlas ulteriores notas 45 y 56 a 64.

19. Tampoco los sujetos pueden despojarse de su subjetividadhasta donde pretende que se despojen el imperativo mencionado:sin la idea preconcebida de su tema, por lo menos, elhistoriador no puede proceder a nada; en realidad, sin otrasmuchas ideas preconcebidas no puede proceder a su obra en laforma debida. Pero incluso es posible, por lo menos, que sin unaprevia y grande simpatía por su tema no fuese capaz decomprender de veras nada de él. Esta última posibilidad bastapara hacer vislumbrar, siquiera, que aunque el mencionadoimperativo fuese practicable, muy bien pudiera ser que elpracticarlo no fuese deseable.

20. El mencionado imperativo es la pura y simple manifestaciónde una doble ignorancia, más o menos inconsciente, más omenos involuntaria: la ignorancia, en general, de las relaciones entrelos objetos y los sujetos, en definitiva, puesto que la ignorancia dela imposibilidad de despojarse de la subjetividad hasta donde elimperativo lo pretende se reduce a la ignorancia del hecho de quelos sujetos están constituidos por los objetos psíquicos, de suerteque el despojarse de éstos sería pura y simplemente el suicidiodel sujeto; y, en particular, la ignorancia de las relacionesexpuestas entre lo expresivo y las situaciones, que no son sino uncaso particular y sumamente complejo de las relaciones entre lasdistintas clases de objetos.

7321. El mencionado imperativo es en realidad una formulación

errónea de otro imperativo, éste sí certero y fundado: elhistoriador debe proceder a su obra con la conciencia máscabal posible de sus indispensables ideas preconcebidas yprejuicios, simpatías y antipatías, y con la voluntad más resuelta

de cambiarlas por aquellas otras que el curso de sus trabajos lemuestre deber preferir —sin esperar lograr cumplidamente niaquella conciencia ni este cambio, no sólo por no haberlologrado de hecho ningún historiador, sino por ser, con granprobabilidad, esencialmente imposible lograrlo.

22 . Como las proposiciones en general, las historiográficaspueden dividirse en un sujeto y un  predicado.  Así el uno como elotro pueden tener una designación más sustantiva o más activa,por ejemplo, "Clavijero es el historiador mexicano más importantedel siglo XVIII: el sujeto, "Clavijero", y el predicado, con su formaverbal, "es", son, respectivamente, un sustantivo, que es unnombre propio, y el verbo sustantivo: "introducir la filosofíamoderna en la Nueva España originó una serie de conflictos": elinfinitivo "introducir" sustantiva un  proceso, del que se predicacasualmente otro  proceso. Sujetos y predicados de lasproposiciones historiográficas mientan conjuntamente lo histórico.La índole de esto, a que se refieren las notas inmediatas, tendería ahacer que las proposiciones historiográficas fuesen lo másexclusivamente activas posible; sin embargo, un mínimo deelementos sustantivos resulta indispensable en ellas, sea por lanaturaleza de las cosas en general, sea por la naturalezapeculiar del pensamiento humano —reflejada en el lenguaje quelo expresa—, que no podría proceder sino sustantivando enalguna medida incluso aquellos de sus objetos que no serían desuyo "sustancias".

23. Lo histórico es el objeto de la Historiografía. Lo histórico eslo histórico natural y lo histórico humano. Uno y otro tienenciertas notas en común, que son lo que ha hecho que se hayadado a lo uno y lo otro el calificativo "histórico". Histórico pareceser, ante todo, lo pasado,

74pero una consideración sumaria basta para percatarse de que el

historiador de lo natural o de lo humano no puede tomar por objeto lo pasado sin tomarlo en relación con lo presente y hastacon lo futuro: con lo presente, por cuanto la subjetividad con lacual no puede menos de tomarlo, según lo apuntado en las notas

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anteriores y se desarrollará en otras posteriores, es susubjetividad presente, incluso así en su situación tambiénpresente; con lo futuro, por cuanto uno de los ingredientes de todasubjetividad y situación humana son sus previsiones, expectativas yactividad dirigida por éstas o hacia la realización o la evitaciónde lo previsto y deseado o querido o no deseado o no querido. Por estos motivos está la Historiografía, no sólo normal, sinoesencialmente, al servicio de causas proyectadas sobre el futuro,además de estar condicionada por la presente subjetividad ysituación del historiador.

24. Lo histórico es, pues, algo temporal, en el sentido decambiante o evolutivo con el curso, con el movimiento del tiempo.Pero entre la evolución natural y la humana hay una diferenciafundamental. La ciencia de la naturaleza tiene por ideal formular matemáticamente los fenómenos naturales. Ahora bien, laformulación matemát ica impl ica en últ imo término laequivalencia de lo formulado o la inexistencia de toda auténticanovedad en ello. En cambio, en lo humano, es por lo menosmucho más probable la existencia de novedad auténtica, decreación, en el sentido más propio de la palabra.

25 . En realidad, lo histórico oscila entre la creación y larepetición. Lo absolutamente nuevo se daría en el seno de lo

 pers istente. Hay que distinguir entre esto último y lo que, trasuna interrupción, reproduce o reitera algo anterior. Lo reiterativono repetiría o reproduciría nunca íntegra o exclusivamente loanterior.

26 . En todo caso, el tempo de la evolución histórica humana esmucho más rápido que el de la natural, incluso la de la vida. Losanimales y aún los cuerpos humanos de los tiempos de la Greciaantigua y los de nuestros días son mucho más parecidos entresí que las instituciones y la

75mentalidad de los antiguos griegos y las nuestras. Es cierto que haygrupos humanos que han venido permaneciendo milenar iamenteen el mismo estado, pero la conclusión que deba sacarsequizá no sea por fuerza la de que no todo lo históricamente

humano evolucionaría con el mismo tempo veloz, sino que bienpudiera ser la de que no todo lo naturalmente humano sería por igual históricamente humano — o idénticamente humano.

27 . En el supuesto de que lo natural en general fuese tanhistórico como lo humano, también en general, historia >Humanidad. En el supuesto de que lo natural en general nofuese propiamente histórico, sino que propiamente históricofuese tan sólo lo humano, pero que lo humano fuese todo ellohistórico por igual, historia = Humanidad. En el supuesto de quepropiamente histórica fuese tan sólo aquella porción de lohumano que evoluciona con tempo vertiginoso —historia <Humanidad. Este último supuesto no excluye la posibilidad deque la historia consista precisamente en un creciente ingresoen ella de las porciones de lo humano antes fuera de ella, oen una extensión creciente del evolucionar con el repetidotempo desde unas porciones de la Humanidad al resto de ella, oen una historización y humanización creciente o en unaactualización creciente de una potencia de humanidad.

28 . Aún dentro de lo que evoluciona con tempo másacelerado, no todo lo pasado es igualmente histórico. Lahistoria misma es potencia de destrucción y de olvido tanto cuantode memoria y conservación, y el historiador no puede menos deseleccionar. Lo hace en dos dimensiones: salvo en los casos enque su tema es la historia universal de la cultura, selecciona untema; pero más en tal caso que en ningún otro, aunque larealidad es que, en todos los casos, tiene que seleccionar dentro de su tema ciertos hechos u objetos, en general: lo"memorable". Los criterios de selección que los historiadoresaplican, más o menos consciente y distintamente, en esta segundadimensión, son cardinalmente tres: el de lo influyente, lodecisivo, lo que

76"hace época", en mayor o menor grado; el de lo más y mejor 

representativo de lo coetáneo; y el de lo persistente, lo permanente, el de lo pasado que no ha pasado totalmente, quesigue presente en lo presente. La aplicación extrema de este último

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criterio representaría el resultado paradójico de hacer objetopreferente de la Historiografía lo eterno, lo intemporal, loinmutable, en contra de la al parecer esencial temporalidad yevolutividad de lo histórico.

29. Lo memorable, sea por influyente, por representativo o por permanente, es lo importante o lo valioso. Las dos seleccionespracticadas por los historiadores son valorativas: también la deltema, pues un tema se elige porque se le estima singularmentevalioso, sea más en absoluto o más por obra de ciertascircunstancias. La Historiografía no puede menos, pues, deentrañar, más o menos explícitamente, proposiciones de lasllamadas "juicios de valor" o aquellas en que se predica delsujeto un valor. Un ejemplo es el anterior "Clavijero" es elhistoriador mexicano más importante del siglo XVIII".

30 . Lo histórico oscila entre lo individual y lo colectivo, pero conuna complicación peculiar: que aún lo colectivo se toma en loque tiene de individual: el Imperio Romano fue una colectividadindividualmente única.

31. Es que lo histórico oscila entre lo individual, rigurosamenteindividual o individual colectivo, y lo general. Lo individual, searigurosamente individual o individual colectivo, se aproxima a lonuevo en absoluto; lo persistente y lo reiterativo, a lo general.

32 . Todas las categorías historiográficas mentadas hasta aquí —sustantivo y activo, pasado, temporalidad, evolución, creación yrepetición, categorías selectivas y axiológicas, individual,colectivo, general— dicen alguna relación del objeto de laHistoriografía al sujeto de ésta. Confirman que no se puede hablar de aquél sin referirse a éste, que de lo histórico sólo se puedehablar hablando de lo historiográfico o de las operaciones deque son resultado o ex-

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presión las proposiciones historiográficas o en que, por debajo deéstas, más a fondo, consiste la Historiografía.

33. Estas operaciones pueden reducirse a las siguientes:investigación —en sentido estricto o a diferencia del sentido lato

en que se entiende por investigación toda la actividad delhistoriador, como por investigación científica toda la actividad delhombre de ciencia—, crítica, comprensión o interpretación,explicación, reconstrucción o construcción o composición, yexpresión; o si se prefiere llamarlas todas en griego, lo que dasiempre un aire más científico, sobre todo ante el profano,heurística, crítica, hermenéutica, etiología, arquitectónica yestilística. Estas operaciones no deben entenderse tanto comorigurosamente sucesivas, cuanto como ingredientes lógicosdiferenciables dentro acaso de cada uno de los actos concretosllevados a cabo por el historiador desde el comienzo mismo de suactividad, desde que se le ocurre, quizá sólo vagamente, eltema a que la dedicará. A aquel a quien se le ocurre un tema deinvestigación historiográfica, se le ocurre con una ciertaarquitectura o composición, por imprecisa que aún sea, ya quesin ella el tema apenas podría pasar de ser una palabra sinsentido; y si el tema se le ocurre como susceptible y merecedor de investigación, no será sin que tenga alguna idea de laexistencia de fuentes de conocimiento accesibles y alguna ideade los hechos mismos constitutivos del tema y de su lugar dentro de la historia en general. El proceso del trabajohistoriográfico no consiste, pues, tanto en una sucesiva adiciónde nuevas operaciones, cuanto en un ejercicio conjunto de lasenumeradas que va amplificando la primera ocurrencia, asíacaso en su volumen total como sin duda en el detalle, ytambién modificándola.

34. Por investigación en sentido estricto no puede entenderse lainvestigación de los hechos históricos mismos, pues ésta abarca lacrítica y la comprensión y puede abarcar la explicación, almenos en parte, sino que debe entenderse la recolección y, encasos, el descubrimiento de las fuentes de conocimiento de loshechos, que pueden reducirse a la

78palabra escrita o los documentos y a los monumentos mudos,

pues aunque también es fuente de conocimiento historiográfico lapalabra oral, ésta acaba regularmente por fijarse por escrito. Larecolección y el descubrimiento de los documentos y

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monumentos no puede hacerse sin ideas previas acerca de ellosen relación con el tema, pero el principal problema que larecolección y descubrimiento de ellos plantea es el del número delos necesarios. La solución ideal parece ser la de recoger ydescubrir  todos los existentes o subsistentes, pero ya unapequeña reflexión basta para advertir que la solución efectivano podrá ser la ideal. Nunca, en efecto, puede un historiador estar seguro de haber recogido y descubierto todos losexistentes y por tanto la solución ideal representaría unaplazamiento de la obra historiográfica ad Kalendas graecas. Dehecho, los historiadores trabajan sobre los documentos ymonumentos disponibles después de una investigación propia oajena detenida cuando les parece que disponen de suficientes

 para aportar novedades más o menos importantes, y este"parecer" es consecuencia de las operaciones restantes, hastalas de reconstrucción y expresión, y quizá principalmente de éstas,o es, en definitiva, manifestación de su "sent ido histórico" o talentopara la Historiografía. De acuerdo con esto, hasta, un solodocumento o monumento puede servir de base para una obrahistoriográfica, como en el caso de ciertas monografías.

35. La crítica y la comprensión de los documentos y monumentosplantean una gran serie de problemas que van desde los másconcretos y materiales hasta los más vastos y espirituales. Conlos primeros se ocupan preferentemente los libros de técnica de laHistoriografía y de las llamadas "ciencias auxiliares": con lossegundos, los de Filosofía de la Historiografía y de la Historia.Pero todos ellos gravitan en último término sobre uno, con el queno se ocupan a fondo sino ciertos libros del segundo género. Esteproblema es el del círculo en el que se mueven y no pueden dejar de moverse la crítica y la comprensión enteras. La crítica sereduce en última instancia a fijar la autenticidad de los

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documentos y monumentos, si se toma la palabra "autenticidad"con toda la amplitud con que puede tomarse, y la autenticidadse fija a la postre por una comparación recíproca o circular de losdocumentos y monumentos. Lo mismo pasa con la comprensiónde unos y otros, pero en la comprensión se hace en seguida

patente que el círculo no abarca sólo los documentos ymonumentos en su relación recíproca, sino que los abarca

 juntamente con el histor iador mismo en lo que se ha llamadoanterio rmente la "situación historiográfica", ya que lo pasado sólose comprende desde lo presente y esto por aquello. Pues, lo mismoabarca también el círculo de la crítica, aunque en ésta no seaal pronto tan patente, ya que para percatarse de que tambiénlo abarca basta advertir que la crítica es imposible sin lacomprensión. No se olvide nunca lo dicho en la nota 33.

36 . La dependencia en que el pasado histórico está del presentedel historiador es un caso particular de la dependencia en que elpasado histórico está del presente y del futuro históricos engeneral. El pasado histórico no es un pasado definitivamente tal. Yno sólo porque sin reliquias de él en el presente no seríaconocible, sino porque su realidad misma se integra deingredientes presentes y hasta futuros. Es lo que ilustra unejemplo como el de la decadencia de España. A ésta se la juzgadecadente desde el siglo XVII, por una doble comparación,con su estado en el XVI y con el estado de otros países desdeeste siglo hasta el actual. Pero si los "valores" en la estimaciónde los cuales estriba la comparación viniesen a ser estimados deotra manera, también se vendría a no juzgar ya a Españadecadente desde el siglo XVII, y esto en realidad...

37 . La comprensión del pasado por el presente y la de éstepor aquél son de distinta índole y orden. La comprensión delpresente por el pasado es la comprensión genética del presente;la comprensión del pasado por el presente es la comprensión delpasado en lo que tenga de propio. Ésta priva sobre aquélla: ya elprimer paso de una comprensión del presente por el pasadoimplica comprender 

80éste desde el presente y por el presente. El presente es la

realidad en la cual no pueden menos de  presentarse todas lasdemás y desde la cual no se puede menos de  presenciarlas todas.

38 . En el círculo de la comprensión del pasado por el presentehay una tensión entre la necesidad de comprender el pasado por el presente y la conveniencia de comprender el pasado en lo quetenga de privativo y distintivo del presente. El historiador debe

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esforzarse por acercarse al extremo de esta comprensión,consciente de que no lo logrará sino asintóticamente. Se tratade un caso particular de la comprensión de los demás hombres.Comprendamos a los demás por nosotros mismos o a nosotrosmismos por los demás, la comprensión de lo que nos diferencia yla comprensión de lo qu e nos identifica son inseparables. Nisiquiera el historicismo puede dejar de reconocer la unidad de larealidad, por mucho que llame la atención sobre su pluralidad, en

 justa reacción a la atención fijada preferentemente durante siglos,sobre la unidad.

39. La comprensión historiográfica es, como la comprensión engeneral, una operación psicológica —aunque no exclusivamente tal,sino también sociológica, en la medida en que toda comprensiónindividual  es también social: nada comprendemos por nosotrosmismos absolutamente aislados, porque ninguno de nosotros esabsolutamente aislado: como cada uno de nosotros con-vivecon otros, así también comprende con ellos. En la medida enque la comprensión historiográfica es una operación psicológica,necesita el historiador ser psicólogo. Desde luego, en el sentido enque en la vida corriente se dice de alguien que es un buen o ungran psicólogo; pero también en el sentido de la psicologíacientífica, desde que ésta se ha acercado a la concreta ydiferencial que necesita el historiador.

40 . En la comprensión historiográfica parece haber ciertoimportante límite entre dos grados. No se comprenderíaigualmente bien lo histórico vivido (auto) biográficamente y lohistórico vivido sólo historiográficamente, por ejemplo, un cristianode hoy, la Cristiandad medieval y el

81mundo griego: lo que fue la Cristiandad medieval puede

comprenderlo por su propio cristianismo, pero ¿cómo comprenderálo que era el mundo gr iego, fundado en la fe en Zeus Pater? . . .

41. La explicación no sería una operación practicable o no alcriterio del historiador, sino implicada, tan sólo más o menosexplícitamente, por toda labor historiográfica, si en lo históricomismo entrasen esencialmente las relaciones, por ejemplo, de

causalidad o finalidad, en aducir las cuales consistiría laexplicación. Es cierto que la historia de la cultura intelectual deOccidente ha venido siendo, en este punto fundamental, uncreciente eliminar o aspirar a eliminar la cuádruple causalidad,material, formal, final y eficiente, reconocida por el pensamientogriego, sustituyéndola por el concepto de función, y que estemovimiento parece haberse extendido a la misma Historiografía,donde se pretende, en lugar de "explicar" causalmente,"comprender" por relaciones de simple inserción de los hechosmenos amplios en otros más amplios, por ejemplo, comprender una obra literaria de la época de transición entre la EdadMedia y el Renacimiento por los rasgos medievales yrenacentistas que tendría por insertar en tal época, o por relaciones de paralelismo, estilístico, verbigratia, como cuando setrata de "comprender" el arte, la literatura y hasta la filosofía y lapolítica de la época barroca por la presencia de rasgos de estilobarroco en las obras de estos sectores de la cultura, relacionestodas que serían de índole funcional. Pero la conclusión quizá nodebiera ser la de que esté en trance de desaparecer  todaexplicación, sino la de que no toda explicación habría de ser forzosamente de tipo causal, antes bien cabria otro tipo deexplicación, a saber, el funcional —aparte de que bien pudiera ser que este tipo de explicación no fuese sino una manifestaciónsolapada de la vieja explicación por las causas formales. . .

42. Del problema de la explicación en general, y aún más enespecial, de la explicación por las causas formales, no es sino uncaso particular, bien que relevante, el problema

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de las leyes en la historia o la Historiografía. Una ley natural noes sino una relación general  o la formulación de una relacióngeneral. De haber leyes en la historia o la Historiografía, seríanrelaciones generales de lo histórico o formulaciones de estas

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relaciones. Las leyes natura-les son una explicación de losfenómenos individuales sujetos a ellas, en el sentido de unaexplicación de lo individual por lo general, que es lo que ha sidosiempre la explicación por las causas formales; y las leyes de lahistoria o la Historiografía, de haberlas, serían una explicación delo histórico en el misino sentido. Ahora, el problema de si hayelectivamente o puede haber tales leyes en la historia o laHistoriografía no es, por tanto, sino el problema mismo de laexistencia o inexistencia de algo general en lo histórico, quevino a quedar resuelto en sentido afirmativo en  las notas 25, 28 y31. Que lo general en lo histórico no sea exactamente de lamisma índole que lo general en lo natural se desprende de lasmismas notas.

43. El problema de la profecía en historia radica en el de lanecesidad y el determinismo o la creación y la libertad en laconstitución de lo histórico. Donde no haya predeterminaciónalguna, no puede haber previsión ni predicción sino puramenteazarosa: pero donde hubiera predeterminación absoluta, nohabría auténtica previsión ni predicción, si predeterminaciónabsoluta equivale a in-exist encia de toda contingencia ycontingencia entraña esencialmente futuridad... Lo que parecemás probable es que lo humano fluctúa entre el determinismo y lacreación, la necesidad y la libertad, sobre el proceso así de lacontingencia.

44. La explicación "funcional" de unos sectores de la cultura por otros muestra que no hay más que una Historiografía: la de todoslos sectores de la cultura en su dependencia funcional unos deotros. Las Historiografías de la política, la literatura, el arte, lafilosofía, la religión, etc., de ser cabales, no pueden ser sinoHistoriografías con uno de estos sectores en primer término y losdemás en segundo. El poner uno u otro de los sectores en elprimer 

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término es obra de la selección del tema considerada en unanota anterior. No hay, por ejemplo, historia de las ideas por sí

solas, aunque así la hayan '"hecho" muchas Historiografías de lafilosofía, sino que las ideas sólo tienen "realidad" como ideas delas colectividades o las individualidades correspondientes.

45. Las ideas no sólo son tan hechos históricos como los quemás lo sean, sino aquellos hechos históricos de que dependen losdemás, hasta los menos "ideales"', en el sentido que ilustrará elsiguiente ejemplo. El hecho del descubrimiento de América noconsiste "quizá" tanto en haber visto por primera vez cierto díadeterminados hombres unas tierras localizables geográficamente,sino en lo que representó para ellos tal vista como consecuenciade las ideas que llevaban consigo y que les llevaron a las tierrasaludidas. Desde aquellas ideas acerca de estas tierras y las ideasactuales de los historiadores, y aún de los hombres en general,acerca de las mismas tierras, se extiende, sin solución decontinuidad, el proceso que se puede llamar de "la idea de

 Amér ica" . Esta nota puede hacer vislumbrar qué importanciacapital tendría dentro de la Historiografía la de las ideas.

46. Los malos literatos hacen sus personajes de una pieza: susmalvados son el puro colmo de la maldad: sus buenas personas,nunca menos que del todo angelicales —como en las películascinematográficas corrientes. Las criaturas de los máximosliteratos son complejas de bien y de mal— como las criaturashumanas de carne y hueso. Los máximos historiadores hansabido presentar a los  personajes históricos en toda su humanacomplejidad, pero ni siquiera los máximos historiadores dejan derepresentarse y representar las épocas como de un "alma" simple,al empeñarse —inconscientemente, es verdad—, por ejemplo, enque todas las manifestaciones de la cultura de una época han detener el mismo espíritu o estilo, cuando lo que habría que pensar por anticipado más bien sería que la complejidad de las' 'a lmas'' co lect ivas no va a ser in ferior a la de lasindividualidades. Esta nota entraña una "regla"

84de la explicación funcional de unos sectores de la cultura por 

otros: lo a priori más probable es que no tengan todos los de unmismo momento los mismos caracteres.

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47. La explicación historiográfica culmina en la Filosofía de laHistoria tomada en la acepción de una "teoría" del "sentido" dela historia. Una cabal Filosofía de la Historia implica una filosofíacabal también, pero en todo historiador hay siquiera un rudimentode Filosofía de la Historia, porque en todo hombre hay siquiera unrudimento de filósofo. No sólo "de poeta, músico y loco todostenemos un poco", sino también de filósofo. Las"especializaciones" los son de funciones generales del hombre,comunes a todo hombre: como el pedagogo profesional representauna especialización de la función pedagógica de todo hombre,va que todos los hombres estamos "formándonos" continuamentelos unos a los otros, así el historiador profesional representa unaespecialización de la función mnémica, rememorativa,conmemorativa inherente a las sociedades humanas y a losindividuos que las integran.

48. La historia no parece ser razón pura, ni pura sinrazón, sinouna combinación de razón e irracionalidad cuya dosificaciónsería el tema principal de la Filosofía de la Historia. Por lo mismono parece que pueda tener éxito en la explicación de la historianinguna Filosofía de ésta que sea absolutamente racionalista opuramente irracionalista. Como tampoco parece que puedanhacer frente con éxito a la complejidad de lo histórico Filosofías dela Historia de un solo factor —sea éste ideal, racial, económico. . .-—, sino únicamente una Filosofía de la Historia que trabaje con unmúltiple sistema de factores.

49. La reconstrucción, construcción o composición y la expresiónen la Historiografía son obra, por una parte, de las anterioresoperaciones, en el sentido de la nota 33; por otra parte deoperaciones y facultades análogas a las del artista en general, ya las del artista literario en especial. Entre ellas son decisivas lasoperaciones y la facultad de la imaginación. El historiador cabales el que llega a hacer vivir su tema histórico en forma análogaa aquella

85en que el artista literario hace vivir su tema literario. Ahora bien,

parece que la imaginación no se despliega cabalmente si no esmovida a ello por la  pasión. La conclusión sería, en contra deaquella parte del imperativo tratado en las notas 17 a 21 que

prescribiría a los historiadores una gélida "apatía", que no cabríahistoriador cabal sin ser apasionado en algún sentido.

50.  A la composic ión historiográfica parecen esenciales lasdivisiones y subdivisiones de la materia histórica. Mas el historiador ha de cuidarse de que los marcos en que encuadre su materia nolos imponga a ésta desde un antemano extrínseco a ella, sino quesean los sugeridos por la articulación con que lo histórico mismo sepresenta. . . Caso particular: las divisiones anteriores yposteriores no se suceden a rajatabla, sino que las anterioresvan paulatinamente extinguiéndose en el seno de las posteriorescomo éstas van paulatinamente desarrollándose en el seno deaquéllas. Consecuencia: en todo corte transversal de la historiaen un momento dado serán perceptibles vetas o venas dedistinta edad, desniveles históricos.

51. Los conceptos de las divisiones y subdivisiones de la materiahistórica no son los únicos que deben ser autóctonos de talmateria, por decirlo así. Pareja autoctonía deben tener todos losconceptos de la comprensión, explicación y composiciónhistoriográficas. Es una tendencia general del espíritu humano laque mueve a los descubridores de los conceptos o categorías deun sector de la realidad universal que por autóctonos de éltienen en él un éxito teórico o práctico, a generalizarlos a otrossectores de la realidad, incluso a todos. Así, el historiador de lacultura mexicana se sentirá tentado a aplicar a la realidad mexicanaconceptos de éxito en la Historiografía de otras culturas —y hastaconceptos de disciplinas distintas de la historiográfica, como, antetodo, la Filosofía de la Historia, en vez de esforzarse por conceptuar la historia de la cultura mexicana en forma tan sui generis como es la de la cultura mexicana y su historia mismas.Pero en ningún sector de la realidad pueden tener éxito teórico nipráctico más

86conceptos o categorías que los autóctonos de él. Por ello viene

consistiendo el progreso histórico de la conceptuación científica yfilosófica en resistir a la mentada tendencia y esforzarse por 

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descubrir los conceptos o categorías autóctonos de cada sector de la realidad.

52. La anterior nota 49 ha indicado hasta qué punto laHistoriografía sería arte. Plantea, pues, definitivamente el problemade hasta qué punto sea la Historiografía ciencia. Se comprende quela solución de este problema no depende tan sólo de la idea de laHistoriografía, resumida en las notas anteriores, sino al par de laidea de la ciencia. En las ideas recibidas acerca de la cienciaentran varias nociones. Una sola proposición, por verdaderaque fuese, no sería ciencia —a menos se ocurre, que fuesemuy importante, muy amplia, muy general, pero estageneralidad no significaría en realidad sino que abarcaríamucho de especial, particular o singular, o lo que es lo mismo,que abarcaría, siquiera en potencia, una pluralidad deproposiciones más especiales, particulares o singulares. Perotampoco sería ciencia una pluralidad de proposiciones, nisiquiera acerca del mismo objeto en algún sentido, como lasproposiciones o este su objeto no tengan una unidadcalificable de sistemática en alguno de los sentidos recibidos deesta palabra. En suma, las ideas recibidas acerca de la cienciaentrañan la noción de un cuerpo sistemático o sistema deproposiciones.

53. Pero ha habido cuerpos o sistemas de proposiciones comolos de la Astrología, la Alquimia, la Magia, la Cábala, queactualmente no se consideran ciencias. Es que no sonverdaderos. Las ideas recibidas acerca de la ciencia entrañan,pues, la noción de verdad —del sistema de proposiciones.

54. La verdad es, en su sentido más propio, una peculiar conformidad  de las proposiciones con los objetos o la realidadpropuestas por ellas. De este sentido deriva aquel en que seentiende por "verdades" las  proposiciones mismas que tienenesa peculiar conformidad. En este sentido

87derivado es en el que se puede decir que ciencia es un sistema de

verdades.

55. La conformidad de las proposiciones con la realidadpropuesta se "conoce" directa o indirectamente según que se"conozca'' directa o indirectamente la realidad propuesta. Por ejemplo, directamente estamos ahora conociendo por medio de lapercepción sensible todo lo que estamos ahora percibiendosensiblemente, estos muebles, esta sala, a nosotros mismos enparte, y directamente conocemos la conformidad de unaproposición como "entre ustedes y yo está esta mesa" con larealidad propuesta por ella: indirectamente conocemos los átomos yla conformidad con ellos de las proposiciones integrantes de lateoría atómica por el conocimiento de la conformidad de ciertasproposiciones, derivadas, de la teoría con ciertos fenómenosfísicos. La percepción sensible en el primer ejemplo, elconocimiento de la conformidad de las proposiciones derivadascon los fenómenos en el segundo, constituyen la verificación de laproposición '"entre ustedes y yo está esta mesa' de la teoríaatómica entera, respectivamente. Toda proposición o sistema deproposiciones verdaderas es susceptible de una verificación deuno u otro tipo. Esta verificación es la prueba, demostración ofundamentación, directa o indirecta, de la verdad o el sistema deverdades.

56. Es una noción recibida universalmente la de que todaverificación es o debe ser efectuable por todo sujeto posible. Esla noción que se expresa cuando se habla, como se hacecorrientemente, de la "validez universal"' de la verdad: lo que conesta expresión se quiere decir es, en efecto, que todaproposición verdadera es o debe ser verificable por todo sujetoposible, o que la conformidad de la proposición con la realidadpropuesta es o debe ser "cognoscible" directa o indirectamente,pero en todo caso igualmente, por todo sujeto posible. Mas estanoción dista de ser tan inconcusa como por tal se la harecibido. Hay realidades que, por la naturaleza misma de las cosas,sólo son cognoscibles, en cierta forma, por ciertos sujetos oincluso por uno solo: así, los fenómenos

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de conciencia, los hechos de la experiencia mística con susobjetos. . . Por consiguiente, la conformidad de las proposicionesque propongan semejantes realidades con estas mismasrealidades sólo será cognoscible o semejantes proposiciones sóloserán verificables en cierta forma por semejantes sujetos o sujeto.Pero evidente es que la falta de validez universal de semejantesverdades no las priva, en absoluto, de su verdad, o que, engeneral, la verdad no tiene por requisito indispensable la validezuniversal.

57 . En las ideas recibidas acerca de la ciencia entran, pues,las nociones del sistema, de la verdad, de la verificación o lafundamentación y de la validez universal. Pero así como estaúltima no es requisito indispensable de la verdad, bien podría ser que las demás no fueran requeridas igualmente por la deciencia. La ciencia podría ser más o menos sistemática o devariado sistematismo; incluso más o menos verdadera oconforme con la realidad; en todo caso, verificable en formasdivergentes en distintas direcciones: y, más que nada, nouniversalmente válida. Una ciencia sería conceptuada como máso menos ciencia según el valor concedido a cada una de lasnociones enumeradas para la idea de ciencia y la proporciónde cada uno de los rasgos correspondientes en la del caso.

58 . Las obras historiográficas son cuerpos de proposiciones quetienen al menos algunos rasgos sistemáticos, como desde luegolos correspondientes a los ingredientes generales de lo históricoy otras relaciones de aquellas en aducir las cuales consiste laexplicación y en emplear las cuales la reconstrucción.

59. Las obras historiográficas pueden, cuando menos, ser tanverdaderas o sus proposiciones tan conformes con lo históricocomo con lo suyo aquellas que más conformes puedan ser conlas realidades propuestas. La justeza de la expresión o del estilohistoriográfico es parte no inimportante para es ta verdad.

60 . La verificación de las proposiciones historiográficas es lo queplantea un problema peculiar. En la medida en que lo histórico es lopasado, no es posible un conocimiento

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directo de la conformidad con ello de las proposiciones que loproponen. El conocimiento y la verificación indirectos, únicosposibles, son los que se esfuerzan por proporcionar lainvestigación, la crítica y la interpretación.

61. Lo que menos tendría la historiografía sería validezuniversal. La realidad es a la vez una y plural. Se integra de partesque van desde las más abstractas, como las que son objeto delas Matemáticas, hasta la concreción total, universal. En unextremo opuesto a las partes más abstractas se hallan aquellasotras partes de la realidad universal que son los individuos,entre los cuales los más individuos son los humanos, lashumanas  personalidades. Las partes más o menos abstractasson las más o menos abstraídas del resto: así, los objetosmatemáticos son el producto de un abstraerlos de cuanto no eslo puramente cuantitativo o puramente extenso de la realidaduniversal, entre ello las personalidades. Producirlos abstrayendode éstas equivale a que resulten universalmente válidos ocognoscibles igualmente por todas ellas, puesto que el no ser cognoscible igualmente por todas ellas equivaldrá a la necesidad detomar en cuenta diferencias personales o a no haber abstraído delas personalidades. Por la misma razón, aquellas partes de larealidad universal que sean menos abstractas por no ser producidas llegándose a abstraerlas de las personalidades,abarcarán a éstas con sus diferencias y no serán cognoscibles sintomar en cuenta estas diferencias o igualmente por todas laspersonalidades, o no serán universalmente válidas. Es evidenteque una de estas partes de la realidad universal menosabstractas por no ser producidas llegándose a abstraerlas de laspersonalidades es lo histórico. Lo histórico abarca laspersonalidades con sus diferencias. Por eso la Historiografía nopuede tener validez universal.

62 . La validez  personal, que no universal, de las obrashistoriográficas la ilustran las relaciones existentes entre laHistoriografía, por un lado, y las memorias, la autobiografía y labiografía, por otro. Las memorias son una de las formasprimordiales de la Historiografía al mismo

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tiempo que una de sus primordiales fuentes de conocimientos y esevidente su proximidad a la autobiografía, en que la validezpersonal, de la visión de la propia vida en este caso, essingularmente notoria. La biografía está en tan estrecha relación,por una parte, con la Historiografía, al ser algo así como laHistoriografía del individuo, cuanto, por otra parte, con laautobiografía, por lo individual del objeto.

63. A la falta de validez universal de la Historiografía podría no ser remedio ni siquiera su actual forma colectiva. La índole personal yunificada o especializada y colect iva de la disciplina se cruzaríacon su subjetividad u objetividad: el trabajo colectivo podría noser tanto una corrección mutua de la subjetividad de lostrabajos, cuanto una colección de trabajos subjetivos.

64. Pero aunque la Historiografía no pueda tener validez universal,como puede tener verdad plenaria verificable en ciertas formashasta cierto grado y no deja de tener composición sistemática,se debe conceptuarla de ciencia en los términos de la nota 57.

65 . La concepción de la Historiografía y de su objeto, lohistórico, resumida en todas las notas anteriores es una concepción"'historicista", puesto que por "historicismo" se entiende en laactualidad todo lo siguiente:

1) el distinguir de lo natural lo humano por estar esto constituidoesencialmente por lo histórico en un sentido esencialmentedistinto, a su vez, de todo lo que en lo natural pueda haber dehistórico —en otro sentido, pues;

2) el concebir  la realidad como constituida al menos en partepor individuos y personalidades diferentes e irreductibles, al menosen parte también, justo por lo que tendrían de históricos:

3) el considerar estas partes humanas de la realidad universalo estas realidades humanas como no cognoscibles igualmente paraellas mismas todas:

4} el negar que el conocimiento de estas realidades tenga

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validez universal y que la validez universal sea un requisitoindispensable de toda verdad.

Se advertirá que estos cuatro puntos son simplemente cuatroaspectos de una misma concepción de la realidad e incluso simplesformulaciones en distintos términos de unos mismos aspectos.

Del historicismo se ha dado esta definición: es la filosofía quesostiene que el hombre no tiene naturaleza, sino historia. Se quieredecir que en el hombre no hay nada de una naturaleza inmutable,sino que al hombre lo penetra todo la mutación histórica. Pero laimposibilidad de prescindir de todo elemento sustantivo en ellenguaje historiográfico significaría que por lo menos elconocimiento de un ente absolutamente así sería imposible. Sipor historicismo se entiendo exclusivamente la pluralidad de larealidad, en la unidad de ésta tiene un límite. Por eso parecemás fundado entender por historicismo una filosofía de la unidady la  plu ral idad  de la realidad, en contra de las f ilosofíastradicionales afirmadoras exclusivas de la unidad de la realidad —y el hombre, parte de la realidad, aunque sea el principalagente de la pluralidad de ésta, no dejaría de participar de suunidad.

La concepción historicista de la realidad o el historicismo engeneral, y en particular la concepción historicista de laHistoriografía, pretenden ser una pura descripción de la realidaduniversal. En verdad, ha sido la necesidad de explicar ocomprender  hechos como el de la falta de validez universal delas obras historiográficas lo que ha traído consigo la elaboración dela concepción historicista de la realidad universal. Por consiguiente, la concepción historicista de la Historiografía notendría un carácter exclusiva ni siquiera preferentementenormativo. Si la concepción historicista de la Historiografía es unadescripción verdadera de la realidad de ésta, se comportarán comodice la concepción, no sólo los historiadores historicistas, sinohasta los más antihistoricistas, aun cuando quieran y creancomportarse de otra manera. En realidad,

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92no harán más que estar engañados acerca de su comportamiento

efectivo o ser inconscientes de él. Por consiguiente, de nuevo, noes menester comportarse de propósito "historicísticamente". Sepuede, y quizá hasta se deba, seguir comportándose como secomportan los antihistoricistas o como se comportaban los que nosabían nada de historicismo y antihistoricismo por ser anteriores ala aparición del primero. Los resultados fueron y serán, en todoslos casos, no los pretendidos por los anteriores al historicismo opor los antihistoricistas, sino los que el historicismo describe; no,

 prescribe. Ni dejaría de ser así precisamente por ser elhistoricismo, aplicado, como debe, a sí mismo, una concepciónsin otra validez personal o más que personal que la que lecorresponda según los ingredientes de unidad o pluralidad de larealidad universal que la integren.

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3. RAMÓN IGLESIA/LA HISTORIA Y SUS LIMITACIONES (1940)***

ESTAS  CONFERENCIAS**** de profesores viajeros, que se descuelgan

como caídos del cielo, para dirigirse a un público al que no conocenbien, son sumamente comprometidas. Puede con facilidadpasarle al conferenciante lo que les pasa a esos soldadosparacaidistas que se descuelgan sobre un país extraño en el quetodo es desconocido para ellos: que son víctimas de su propiacalidad de extraños y que sucumben, tal vez, donde otrosoldado más habituado a las condiciones del terreno y del paíshubiera podido tener éxito.

La comparación que acabo de hacer no es muy afortunada, novale sino parcialmente, lo sé; porque nada hay de hostil en elpúblico que viene a escuchar a estos conferenciantes viajeros, sino,muy al contrario, una curiosidad viva, una esperanza de conocer nuevas ideas y nuevas teorías que tal vez puede quedar defraudada por la falta de conocimiento que el conferenciantetiene de su auditorio.

Yo he procurado adaptarme, al señalar el tema de misconferencias, a la realidad de unos hechos con que me hetropezado en mi breve experiencia mexicana. Hasta qué puntohaya sido acertado en la elección, el resultado mismo de lasconferencias lo dirá.

Me hallaba yo hace cuatro meses en Morelia en un congresode historia de México. Allí pude escuchar determinadas

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*** Texto tomado de El hombre Colón y otros ensayos, México, El Colegio deMéxico, 1944, 308 pp., pp. 147-130.

****

Universidad de Guadalajara, Jal., mayo de 1940.

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opiniones, confrontar ciertos puntos de vista que me dieron unaprimera idea sobre cuál es el estado de los estudios históricos deeste país, idea tal vez errónea —y aquí de mi comparación con elsoldado paracaidista— pero que dio pie para que yo pergeñaraestas cuartillas.

En el congreso de Morelia pude apreciar con marcada nitidez,con exageración, podríamos decir, que existen aquí muy acusadaslas divergencias que separan hoy a los historiadores del mundo

entero sobre la manera en que deben enfocarse sus trabajos.Mientras la mayoría de los historiadores allí presentes aportaronestudios de tipo estrictamente monográfico, sobre cuestiones muyprecisas y limitadas, con gran riqueza de datos para iluminar pequeñas porciones de nuestro pasado, mientras que algunapersona dijo que la historia de México no podía aún escribirseporque nos faltaba para ello el conocimiento de multitud dehechos, hubo otra que se manifestó repetidas veces durante elcongreso primero en tono de esperanza y luego de reconvenciónpor lo que consideraba esterilidad de sus labores.

Esta última persona dijo al principio, al saludar a los congresistas

—siento no recordar textualmente sus palabras, pero el sentidoera el que sigue—, que México estaba de enhorabuena, porquegracias a los trabajos que en Morelia iban a desarrollarse, podríael país tener un conocimiento exacto de cuáles habían sido lasleyes de su evolución en el pasado y que, ajustándose a ellas,podría conocer cuál debía ser su conducta en el porvenir.Naturalmente, esta persona quedó decepcionada porque no vio quelos trabajos de los congresistas la iluminaran suficientemente sobrelas leyes del pasado de su pueblo y, por lo tanto, no pudo sacar ninguna conclusión para el futuro. Entre estos dos polos, el dequien piensa que no se puede escribir todavía la historia de un

país porque no se conocen hechos suficientes para ello, y el dequien cree que la historia puede establecer leyes que permitanconocer el porvenir, de la misma manera que pueden predecirselos eclipses de sol, se encuentran todas las teorías que se

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disputan hoy el campo del conocimiento histórico y que pretendenfijar el sentido que deben tener estos estudios.

Yo no pretendo, claro está, resolver ante ustedes la cuestión:pero sí aportar mi grano de arena, aportar mi experien cia traídade otras t ierras, en las que un ansia de renovación y deconocimiento nos había llevado a estudiar con avidez, quizásexcesiva, lo que en Europa se había producido en los últimosaños, para que ello nos sirviera de orientación en nuestros

trabajos, que habían sufrido durante mucho tiempo del letargoque se había apoderado de la vida española.

Quiero hablarles, pues, de lo que la historia debe ser y noes; pero también de lo que algunos quieren que sea y no puedeser. Quiero, en una palabra, tratar de señalar ante ustedescuáles son los l imites dentro de los que se mueve elconocimiento histórico, con un tipo de meditaciones que son, enparte, personales; pero que en parte están orientadas por esastendencias recientes del conocimiento que con tanta avidezhabíamos procurado incorporarnos en España. Indicaré, pues,en cada caso, los autores y libros que me han servido para la

preparación de estas charlas, que no son muchos, aunqueesos pocos no siempre sean aquí fáciles de encontrar. Adviertotambién que procuraré darles a estas lecciones la mayor sencillezposible, partiendo del supuesto de que quienes mayor resultadodeben obtener de ellas son los oyentes menos preparados y más

 jóvenes.Ya al hablar de las distintas opiniones manifestadas en el

congreso de Morelia se ha podido apreciar que son muydistintos los puntos de vista sobre lo que la historia puede y debeser. Esta inseguridad, esta incertidumbre, la apreciaremos decontinuo en el curso de las conferencias, y he de advertir que la

creo esencial tratándose de un tema como el nuestr o, que nadatiene que ver con las que se llaman, con más o menos razón,ciencias exactas. La incertidumbre empieza con la definiciónmisma del término "historia". Se queda uno perplejo y aterradocuan-

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do ve las enormes diferencias que existen entre las distintasdefiniciones que se han propuesto. Una misma persona, elhistoriador alemán Bernheim, autor de un tratado de metodologíahistórica que, en conjunto, no ha sido superado, da en cada unade las ediciones de su libro una definición distinta de lo que esla historia . No tengo a mano el libro de Bernheim, y si he tenidoocasión de volver a ver recientemente sus definiciones, ha sido

en el análisis que de ellas hace el profesor holandés Huizingaen su estudio titulado Una definición del concepto de la historia.

Prescindiendo de momento de las definiciones de losespecialistas, nos encontramos con que la palabra historia tiene enel lenguaje corriente acepciones distintas. Historia es un hechoocurrido en el pasado, como cuando decimos "eso ya pasó a lahistor ia"; o el relato de ese hecho, como lo indican frases en lasque la gente del pueblo indica muy acertadamente sudesconfianza acerca de la veracidad de determinados relatos:"así se escribe la historia'' o "déjese usted de historias".

Pues bien, estos empleos corrientes del vocablo 'historia" están

preñados de sentido, y el designar con el mismo término loshechos del pasado y su relato nos indica la estrecha conexión queexiste entre la historia —concebida como narración— y la vida —que es historia, según veremos— y, por consiguiente, que lahistoria conseguirá tanto mejor su propósito cuanto más seacerque en el relato a los hechos vividos.

Las otras expresiones citadas indican que el saber popular tiene plena conciencia de las dificultades con que la historiatropieza, de que se trata de un conocimiento eminentementeinexacto. Si esto es así, si el conocimiento del pasado es cosapoco segura ¿cómo se entiende que se comprenda por historia

-también en el uso corriente— un conjunto de conocimientos y deestudios de tipo cien-tífico, que tienen cabida en los centros decultura superior y a los que hay personas e instituciones quededican toda su actividad?

97Este problema de si la historia es o no conocimiento científico ha

hecho correr raudales de tinta. En realidad, no se planteó conrigor hasta el siglo pasado, época en que los estudios históricosadquirieron gran desarrollo, especialmente en Alemania, país quedio las normas para esta clase de investigaciones. E hizo correr raudales de tinta porque para decidir si la historia era cienciao no se partía del concepto de ciencia mejor elaborado y más

seguro entonces, el de ciencia físico-matemática y ciencia natural.No vamos aquí a hacer ahora un análisis de conjunto de lo

que son la ciencia y el conocimiento científico. Todos más o menosrecordamos por nuestros estudios —muchos de ustedes mejor que yo, puesto que los tienen más recientes— que se nos hadicho que no hay más c ienc ia que la de lo general , lomensurable, lo experimentable, que lo característico delconocimiento científico es que llegue a establecer leyes, es decir,verdades universalmente válidas, que determinan de antemano, ysiempre, lo que ha de suceder dado un determinado conjunto decircunstancias.

Como se ha dicho muy bien —es el filósofo francés Bergsonquien lo ha dicho—, la ciencia, en este sentido generalizador,confecciona trajes hechos, que sientan bien a todas lasrealidades posibles. En el siglo pasado todos los conocimientosacudieron a esta gran tienda de ropas hechas de la ciencia,procurando establecer sus leyes inmutables y eternamentevalederas, hacer sus medidas y sus experimentos. Como sabéis,se estableció una gradación en las ciencias, hubo que hacer cola, como ocurre siempre que hay demasiada demanda de unartículo, y resultó que las primeras favorecidas fueron lasciencias matemáticas puras: pasaron luego las ciencias físicas y

químicas, luego las biológicas, y, por último, aunque con másdificultad, las psicológicas.

Cuando la pobrecita historia se acercó temblorosa al mostrador de este gran almacén de trajes hechos que era la ciencia delsiglo pasado, le dijeron muy despectivamen-

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te. Los hechos que tú estudias ¿tienen una validez general? No,señor. ¿Puedes medirlos? No, no señor. ¿ Puedes hacer experimentos? No, no señor. ¿Puedes establecer alguna ley? Yocreo que no, señor. Pues entonces ¿qué vienes a hacer tú aquí?¡Lárgate, no tenemos ningún traje de tu medida! ¿Cómo vas tú a

vestirte de ciencia si no puedes medir, ni experimentar, niestablecer leyes? ¡Fuera!

Y la pobre historia, con sus andrajos, con su vejez de siglos, lahistoria, uno de los primeros conocimientos que los humanoshabían poseído desde que comenzaron a hacer uso de la razón,se encontró, confusa, con que no había traje para e lla en losgrandes almacenes de la ciencia.

Entonces, todos los que se dedicaban a su estudio adquirieronun complejo de inferioridad terrible, y se dedicaron a imitar a suscolegas de las demás ciencias, y a ver si podían encontrarsealgún traje que les sirviera. Se consolaban del desaire sufrido

diciendo que si la historia no había llegado al grado de perfecciónde los otros conocimientos científicos es porque el objeto de suestudio era el más complejo de todos: pero que, con un poco depaciencia, también la historia lograría el ansiado rigor, y podríaestablecer sus leyes, y podría ponerse el traje nuevecito de laciencia, que tan despiadadamente le habían rehusado.

Y los historiadores se lanzaron al vano empeño de querer lograr que sus conocimientos se organizaran siguiendo el sistema de lasciencias naturales, y apelaron a todo género de expedientes.Seguro que si reunimos datos suficientes, se decían unos, podremosllegar, mediante su comparación, a establecer leyes. Para conocer 

los hechos en gran escala, lo mejor es que estudiemos lasestadísticas; pero ¡qu é contratiempo! La estadística es unaciencia de nuestra época y no encontramos en ella datossuficientes para otras épocas del pasado. ¿Cómo podríamoshacer? La humanidad ha tenido siempre como problema básico elde su subsistencia. Seguramente los fenómenos económicos nosdarán la clave de la explicación de la historia. Pero nosencontramos, también aquí, con que lo fácil de explicar 

99para el presente, resulta complicadísimo para el pasado. ¡A

ver, a ver! Buscando aquellas manifestaciones de la vida humanaque son más constantes, más eternas, por decirlo así, ellenguaje, el arte, el derecho ¿no podremos encontrar elementosmás sólidos que nos permitan descubrir leyes? Parece que,sobre todo, el lenguaje se presta a esto. Pues hagamos filología,estudiemos la evolución de los idiomas. Y si a la historia lo que le

interesa es el pasado humano ¿por qué no remontarnos a losorígenes y ver cuál es el tipo de vida de las sociedades másprimitivas, más rudimentarias? Hagamos antropología, a ver loque resulta.

En este deseo de ponerse a tono con las ciencias respetables,bien establecidas, a la historia le nacieron una serie de hermanitasorgullosas, que pretendieron suplantarla. Yo soy la historia,decía la economía: yo soy la historia, decía la filología; esperaun poco, y ya verás cómo yo también soy la historia, decía laantropología: todo es cuestión de que acabe de estudiar laorganización de las sociedades primitivas y que aplique los

resultados de mi estudio a las más complejas y civilizadas. Eincluso le salió a la historia una hermanastra, la sociología, que conaire impertinente le ordenaba que buscara los datos para que ellalos clasificara y estableciera sus grandes leyes del devenir humano.

La pobre historia, como la Cenicienta del cuento, seguíatrabajando, aguantando las impertinencias de unas y de otras, yprecisamente en este siglo XIX que tanto la denigraba y que nole reconocía el carácter de ciencia, es cuando produjo algunosde sus resultados más valiosos. Fueron los mismos alemanesquienes en la segunda mitad del siglo pasado y los comienzos de

éste se plantearon la cuestión: pero, si la historia trabaja tantoy tan bien, y si los resultados de ese trabajo no se parecen a losde las ciencias naturales ¿no será que la historia es un tipo deconocimiento distinto y que habrá que investigar cuál sea esteconocimiento? A esta conclusión, en apariencia tan sencilla, llegó con especial

rigor un profesor de la Universidad de Heidelberg,

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100Heinrich Ricker, quien en 1898 dio en Friburgo una serie de

conferencias que fueron el germen de su libro Ciencia cultural y ciencia natural. Es este un libro que todo historiador debieraconocer; pero está visto que muchos no lo conocen, pues decontinuo vuelve a plantearse el problema de si la historia es nociencia con los ojos vueltos a un concepto de ciencia natural. . .ya caducado.

El profesor Rickert comienza reconociendo un hecho: el que lasciencias particulares se dividen en dos grandes grupos. Así, losteólogos, juristas, historiadores, filólogos, se hallan reunidos por intereses comunes, como, por otra parte, lo están entre sí losfísicos, los químicos, los anatómicos, los fisiólogos. Sobre estesegundo grupo no hay duda alguna: es el de las ciencias naturales,sólidamente constituidas y orgullosas de los resultados obtenidosa lo largo de toda la historia intelectual de Europa desde elRenacimiento. Pero ¿y el otro? El hecho de que para estegrupo de ciencias, jurisprudencia, economía, historia, etc., falteun nombre común, sugiere que falta un concepto común que las

abarque a todas. Un nombre que ha tenido mucha aceptación enla terminología alemana es el de ciencias del espíritu, porquetodas ellas estudian hechos humanos espirituales. Pero Rickertobserva que esta denominación no es adecuada porqueprecisamente la que se considera como ciencia específi ca de lavida espiritual, la psicología, se considera hoy como unarama de las ciencias naturales. Le parece más adecuado eltérmino de ciencias culturales, que él propone y con el quesiempre las designa. Efectivamente, en ellas se estudian distintosaspectos de lo que llamamos cultura, término que no es fácil dedefinir, pero cuyo significado todos entendemos lo suficiente.

Las ciencias culturales son mucho más jóvenes que las naturales.No ha existido en ellas un gusto marcado por las investigacionesmetodológicas. Y esta laguna es la que se propone llenar Rickertcon su estudio.

Las ciencias —no s dice— pueden distinguirse, no sólo por losobjetos que tratan, sino también por los métodos que aplican. Esdecir, que su clasificación puede hacerse

101no sólo desde puntos de vista materiales, sino también

formales. Así, frente al concepto de naturaleza, tal como lodeterminó Kant, o sea como existencia de las cosas "en cuanto quees determinada según leyes universales'', se alza el concepto dehistoria, "es decir, el concepto del suceder singular, en supeculiaridad e individualidad. Este concepto está en oposición

formal al concepto de ley universal". El método naturalistageneraliza y el método histórico individualiza. Son dos modos deconocer irreductibles, opuestos lógicamente. Las ciencias naturalesextraen de la infinita variedad de la realidad lo que hay de comúny universal en determinados tipos de hechos, mientras que lashistóricas no se preocupan en absoluto de formar conceptosuniversales, quieren exponer esa realidad —que nunca esgeneral, sino constantemente individual— en su individualidadmisma.

Pero entonces, se dirá, en la historia entra todo. Esto, enefecto, es lo que se proponen algunos historiadores, que adoptan

la actitud del niño que quería meter el mar en un hoyo que sehabía hecho en la playa. Sobre e llo insistiremos más tarde.Memos de indicar ahora, limitándonos a exponer las ideas deRickert, que carece de sentido la idea de que sea posible unareproducción exacta de la realidad en su individualidad, de acuerdocon la cual el mejor conocimiento sería el del espejo. El trabajo delhistoriador es imposible sin un criterio selectivo previo, pues si elhistoriador consiguiera, como algunos han postulado, apagar supersonalidad, ''para ése no habría historia científica, sino unainsensata vorágine de figuras diversas, todas diferentes, todasigualmente significativas o insignificantes, pero sin ningún interés

histórico".Es decir, que el historiador selecciona entre los hechos del

pasado humano los que le parecen más importantes, mássignificativos. Ningún historiador admitirá que para él seaindiferente cualquier hecho, en la práctica de su trabajo, aunquelo acepte teóricamente. Ya veremos que es actitud normal enlos historiadores ésta de rehuir los problemas básicos de sudisciplina, diciendo que eso es

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cosa de los filósofos, por los que sienten un soberano desprecio,como si se tratara de especuladores abstractos, que vivenperdidos en las nubes. También hemos de ver que, sin la ayudade la filosofía, la historia cae en los peores extravíos. Elhistoriador apelará seguramente al sentido común si se le

pregunta por qué estudia determinados temas, considerándolosesenciales, y da de lado a otros, diciendo que están faltos deinterés. Y. s in embargo, este es uno de los problemasfundamentales de su trabajo.

Rickert pretende resolverlo con ayuda de la teoría de los valores,una de las más fecundas de la filosofía actual. Valores son cier tasentidades que el ser humano considera como bienes de cultura,por ejemplo, la nacionalidad, la ciencia, la justicia. La historia —yesto es muy importante— no establece valores, no hace juicios devalor; pero sí se refiere a valores. El historiador parte siempre dela creencia, consciente o no, en determinados valores, y escribe su

historia en función de esta creencia. Por ejemplo ¿quién puededudar que las historias de la América hispana han venidoescribiéndose hasta ahora en función de dos ideas directricesopuestas, la de que la conquista fue beneficiosa o la de que fueperjudicial para los indígenas, incluso cuando los historiadoreslos ocultan o desfiguran más o menos cuidadosamente?

Una de las ideas que hay que desechar como más perturbadoraspara el estudio de la historia es la de que ésta se escribe sinprejuicios. La palabra prejuicio ha adquirido un sentidopeyorativo, el de una idea preconcebida que vicia y deformatodas nuestras apreciaciones, pero, en realidad, no es sino el juicio

previo, el punto de vista con que nos acercamos a todos losproblemas de conocimiento, y de él nunca podremos prescindir,porque en tal caso no tendríamos posibilidad de seleccionar loshechos y todos serían para nosotros igualmente importantes.

Son cosas éstas bastante complicadas, que yo quiero simplementesugerir a ustedes para ponerles en guardia contra ideas muy enboga, plenamente falsas. No hace mucho tuve necesidad de leer un libro dedicado al estudio del

103comercio y la navegación entre España y las Indias occidentales.

El libro parece satisfacer las exigencias más rigurosas de las quese llaman objetividad e imparcialidad científicas. Parece que elautor no interviene para nada y que se limita a relatar de la

manera más fría e impersonal posible todos los aspectos de laadministración española en las Indias en el campo del comercio.Pero, si se lee el libro con mayor atención, se nota que desde laprimera página hasta la última corre una continua censurapara lo que el autor —que es norteamericano— consideraincapacidad de los españoles, y una especie de lamento sordo,como si el autor pensara todo el tiempo: ¡qué lástima que todoeso no hubiéramos podido organizarlo nosotros! , ¡Quémaravillas habríamos hecho!

Es decir, que el autor, tal vez inconscientemente, pone todo surelato en función de ciertos valores que para él son esenciales: los

de la eficacia y la capacidad de organización comercial de su propiopaís. Esto, nótese bien, ocurre siempre. El historiador escribe,cualquiera que sea su pretensión de imparcialidad, desde unpunto de vista determinado. Y así como el médico que piensadedicarse al psicoanálisis tiene que empezar por psicoanalizarse así mismo, el historiador tendrá que procurar descubrir, primero,cuáles son sus propios puntos de vista, para poder apreciar luegocuáles son los puntos de vista de otros historiadores, de su mismaépoca o de otras distintas, porque de lo contrario no comprendenada. Lo primero que ha de hacer es establecer cuidadosamentela que se ha llamado ecuación personal de cada autor, el

complejo de ideas y sentimientos que condicionan su manera dever las cosas.

Esto confirma todavía más lo que hemos dicho de la singularidade individualidad del conocimiento histórico. Se me dirá,seguramente, que bien escaso es el valor de dicho conocimiento sise limita a estudiar hechos singulares y si su estudio está presididopor criterios individuales. Evidentemente. Pero la historia se salvaporque esos hechos particulares que estudia con criterioscambiantes según la época, el país, la cultura, tienen unaimportancia especial

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104en cada caso para quien a ellos dirige su atención. Tal vez

contemplados desde otro planeta, o a una distancia de miles desiglos, '"los pocos miles de años conocidos de la evolución humana,que consiste en el fondo en matices relativamente pequeños de una

naturaleza humana relativamente igual a sí misma, nos parecerántan inesenciales como las diferencias entre los adoquines de lacalle o entre las espigas de un campo de trigo" —dice Rickert—.Pero como nosotros, los hombres, somos prácticamente esosadoquines o esas espigas, de aquí que nos interesen tanto lasmodificaciones que se han producido en nuestro breve pasado yque su estudio sea uno de los más útiles y apasionantes a quepodamos dedicarnos.

Según este concepto de la historia, cabe en ella el estudio de lasgrandes personalidades, con las que no se sabía qué hacer cuandose partía de una tendencia generalizadora. Lo curioso es que la

realidad acababa por imponerse siempre, y en determinadasramas de la historia, por ejemplo, en la del arte, se hablaba dela pintura anterior o posterior a Goya, o de la música anterior oposterior a Beethoven. Pero en el terreno de la historiapropiamente dicha se hacía toda una serie de equilibrios paradiluir el papel de los personajes más destacados. Esto ya no tienepor qué ocurrir enfocando los estudios históricos como postulaRickert.

Claro que ya este autor nos advierte que lleva su división alextremo para establecer los conceptos con claridad, pues losconceptos de universal y particular son relativos. Así, el concepto de

mexicano es universal si lo consideramos con relación a Hidalgo oa Morelos; pero particular con relación al concepto dehispanoamericano. La historia, que parte de conceptosindividuales, trabaja también con numerosos conceptos de grupo.Será perfectamente vál ido un estudio de la guerra deindependencia mexicana, no ya en todo México sino endeterminadas regiones del país, o el estudio de algúnpersonaje que tuviera parte destacada en esa guerra; pero no loserá menos el estudio del movimiento independizador en todos losantiguos dominios

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españoles que hoy constituyen la América hispana, o un estudiocomparativo de lo que ocurrió en estos países con la guerra deindependencia de las colonias inglesas de que surgieron los

Estados Unidos.Es problema también muy discutido éste de las grandes síntesis

históricas. De vez en cuando surgen cerebros vigorosos quemanifiestan su disgusto por la estrechez de los campos de estudioen que se mueven los historiadores y ensayan grandes síntesis.Este trabajo es valioso y es sugestivo. Los libros que lo afrontansuelen tener éxito extraordinario; todos nosotros hemosexperimentado el placer de su lectura, llena de sugerencias, devastas perspectivas. Y todos hemos experimentado, sin duda, eldesencanto de ver que lo que dicen de temas que conocemoscon cierto detalle es terriblemente insuficiente y está casi siempre

deformado con violencia para darle cabida en determinadosesquemas.

Estos libros exigen de sus autores calidades realmenteexcepcionales. No se los debe mirar con sistemática prevención, nidescartarlos; pero tampoco se debe esperar demasiado de ellos,ni creer que son necesariamente superiores a los que se ocupan detemas más reducidos. En los trabajos históricos la excelencia noestá en la amplitud del tema tratado, sino en la manera de tratar un tema. La historia de terminada ciudad, de determinadopersonaje o de determinado aspecto de la vida de un personajepuede ser más valiosa que muchas síntesis de historia universal

ramplonas y mal logradas.Que Rickert no debe de andar muy descaminado nos lo

prueba el hecho de que las ciencias que arrancaron de las ideasuniversalistas del siglo pasado, por ejemplo, la economía y lasociología, que, como decía antes, comenzaron mirandodespectivamente a la historia y queriendo partir en su estudio degrandes síntesis y de leyes universalmente válidas, han tenido quedar marcha atrás, y sus estudios son hoy mucho más de detalleque en un principio, y los enfocan históricamente. Confirma lo quedigo un precioso trabajo del Prof. Postan, catedrático de historiaeconómica

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106en la Universidad de Cambridge, titulado El método histórico en

las ciencias sociales. En él puede apreciarse bien hasta qué puntoestamos hoy de vuelta de las ideas utópicas y generalizadoras del

siglo pasado. Hasta qué punto se ha ganado en modestiadespués de las desaforadas e ingenuas pretensiones de hombresque se creyeron semi-dioses, que se sintieron capaces de unaamplitud de visión que no es posible, dada la limitación de la mentehumana.

''Tenemos esperanzas -dice Postan— porque somos modestos;somos modestos, porque somos historiadores; porque laexperiencia de un siglo de historiografía nos ha hecho másprudentes de lo que hubiéramos sido hace cien años con respectoa lo que la historia puede y no puede hacer. Nuestra ciencia,como la caridad, empieza por uno mismo."

Lecturas de este tipo serían saludables para el congresista deMorelia, para curarle de su decepción al ver que de los trabajos delos historiadores allí reunidos no surgían grandes leyes que leiluminaran sobre el futuro de su patria. ¿  Acaso no es esencialpara la vida humana misma ese elemento de inseguridad y demisterio, ese ignorar lo que nos guarda el porvenir? ¿ Qué seríade nosotros si pudiéramos consultar en unas tablas lo que ha deocurrir el año 1950 o el año 2000? La historia es acción, eselaboración, es  creación humana, en suma, y no cabepredeterminar lo que aún no está vivido, no está hecho. Lahistoria se ocupa del pasado —sin perder de vista el presente, claro

está— y su estudio es concreto, individualizador. No debedescorazonarse por saber que existen limitaciones para susconocimientos; porque lo más grave es que la historia, que nopuede predecir el futuro, tampoco logra nunca un conocimientopleno, absoluto, del pasado. Pero éste será el tema siguiente.

Hemos hablado de lo que algunos han querido que la historiasea y que la historia no puede ser, esto es, una cienciageneralizadora, descubridora de leyes válidas para el mayor número posible de fenómenos. Hemos dicho que las

107mismas ciencias que habían reprochado a la historia su

individualidad excesiva han dado marcha atrás y han aplicado asus problemas el método histórico, con lo cual han ganado en rigor y en eficacia. Concluíamos diciendo que era inevitable la

desilusión de quien en Morelia había creído poder obtener deun estudio histórico datos concretos sobre la evolución de supaís en el futuro.

Ya apuntamos que ésta era una de las actitudes extremassobre las posibilidades de la historia, que no resulta valida. Veamosahora la a c t i t ud opuesta, la de quien dijo en Morelia que la historiade México no podía aún escribirse porque para ello nos faltatodavía el conocimiento de gran cantidad de hechos. Estasegunda actitud no es ninguna excepción, y así como laprimera, la de pedirle a la historia grandes leyes y fórmulasaplicables a fenómenos de inmensa amplitud suele proceder de

personas que no se dedican de un modo especial a los estudioshistóricos, esta segunda es hoy la habitual entre los historiadoresde profesión, no sólo en México, sino en todas partes. Es laactitud, como les decía ayer de quienes pretenden meter el mar en un agujero de la playa.

Hay que advertir que esta actitud, como todo en el mundo, tieneuna justif icación. Ya hemos dicho que la historia es unconocimiento eminentemente inseguro. Los historiadores , como eslógico, se han dado plena cuenta de ello, pues al estudiar lasobras de quienes les han precedido en el desarrollo de algún tema,han podido siempre descubrir en ellas errores e insuficiencias

motivados por un defectuoso conocimiento de los hechos, por unaprecipitación en síntesis hechas sobre materiales incompletos.Estos errores e insuficiencias eran tanto más apreciables cuantomás ambicioso y amplio fuera el tema de la obra histórica, comoocurre, por ejemplo, con la producción de los grandesenciclopedistas franceses del XVIII, quienes partiendo de susideas universalistas se lanzaron a grandes síntesis históricascon un insuficiente trabajo de preparación.

Este hecho indiscutible de que siempre se hayan podido señalar en las obras históricas de gran aliento, incluso en

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108las de calidad más excelente, deficiencias y errores de detalle,

llevó a muchos historiadores a la idea, justa en principio, de quecuanto más redujeran su campo de investigación, de quecuantos más datos acumularan para el mejor conocimiento detemas minúsculos, tanto más sólidas serian sus conclusiones, y

tantos menos errores y deficiencias encontrarían en sus obrasquienes después de ellos se ocuparan de los misinos temas. Suideal llegó a ser la que se ha llamado investigación exhaustiva, laque pretende no dejar ningún cabo por atar, la que aspira, alocuparse de un tema, a dejarlo totalmente agotado, en forma talque nada quede por decir acerca de él.

Sólo puede pretenderse esto, como es natural, aplicando lainvestigación a temas muy reducidos, con un criterio que podríallamarse microscópico. Por este camino se ha llegado a unaesencialización excesiva de los estudios históricos, a que cadahistoriador conozca tan sólo un círculo de temas muy limitado,

careciendo en absoluto de una visión de conjunto de los grandesproblemas históricos y creyendo que lo único que tiene interés es elcampo de su pequeñísima especialidad.

Este fenómeno de la excesiva especialización no es exclusivo dela historia, sino típico de toda la ciencia de nuestra época. Todoshemos conocido, por ejemplo, casos de médicos especialistasempeñados en referir todos los males de sus pacientes al campode su especialidad. También en la historia ha llegado aextremos grotescos la atomización riel conocimiento. Recuerdoyo que visitó Madrid hace algunos años un especialista alemánde historia del arte. Su especialidad eran los sarcófagos

paleocristianos. Los investigadores de la sección de Historia del Arte del Centro de Estudios Históricos de Madrid le propusieron aaquel buen señor que hiciera en su compañía una visita alMuseo del Prado. ¿Hay en ese museo sarcófagos paleo-cristianos?—preguntó el sabio especialista alemán. No señor —lecontestaron mis colegas del Centro. Pues entonces no meinteresa visitarlo — respondió el germano, con la consiguienteestupefacción de todos.

109Se ha escrito ya mucho sobre el peligro que entraña esta

especialización excesiva, que convierte a los investigadores enbárbaros que de nada se enteran fuera de lo referente a suespecialidad. Y en historia la especialización ha adquirido caracteresmás graves, porque no sólo se ha fijado la atención en hechos deimportancia mínima, sino que, para evitar los cambios que sufren

con el transcurso del tiempo toda afirmación, toda hipótesis más omenos atrevida, los historiadores han hecho gala de no opinar en absoluto, de no meditar sobre los hechos, de que su misiónconsiste en reunir la mayor cantidad posible de datos sinestablecer selección alguna entre ellos, para nocomprometerse y ser tachados de parcialidad, de personalismo.

El resultado es que la historia se ha quedado exclusivamentereducida a su fase previa de acumulación de materiales, y quelos historiadores han hecho de su profesión un coto cerrado, en elque se lanzan desesperadamente a la caza de datos nuevos, a labusca de documentos inéditos sobre temas insignificantes, cuyo

hallazgo interesa, en el mejor de los casos, a media docena depersonas que están atacadas de la misma chifladura.

El terror a la síntesis aventurada y de base deficiente hahecho caer a los historiadores en el extremo opuesto,convirtiéndolos en coleccionistas de datos perfectamente inútiles.Se les podría recordar a estos tales la anécdota de Darwin, quiencontestando a alguien que le reprochaba el empleo dehipótesis en sus trabajos, le dijo que el no hacerlo valdría tantocomo l legarse a un montón de piedras y anal izarlasminuciosamente, consignando su peso, color, etc., sinpreocuparse de más.

Frente a esta actitud es preciso insistir, una y mil veces, en que,sin un criterio previo de selección, no hay trabajo histórico posibledigno de ese nombre. De no tenerlo nos encontramos con lo queocurre hoy, con que la mayoría de los historiadores pretendenvolcar en sus publicaciones el contenido íntegro de los archivos,sin darse cuenta de que en los archivos sólo tiene cabida unaparte mínima de la realidad de los hechos del pasado.

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110El trabajo de investigación en los archivos, al que se concede hoy

importancia tan exclusiva, no tiene más valor que el de unentrenamiento. Nadie puede trabajar en historia, evidentemente,sin haber hecho esta labor previa de investigación exhaustivasobre algún tema menudo; pero creer que ésa es la única labor histórica es tomar el rábano por las hojas. La labor propiamente

dicha del historiador no comienza hasta que, en presencia de uncierto número de materiales, de documentos del pasado, por fuerza limitados e incompletos siempre, no emprende su labor deelaboración y de síntesis. Así, pues, no está en lo cierto quien dice que no se puede escribir 

la historia de México porque todavía no están reunidos materialessuficientes para ello. Lo que tiene el historiador de hoy es miedo acomprometerse, y ese riesgo del compromiso es el que hay quearrostrar. Curiosa actitud ésta de quienes estudian los hechoshumanos, que son esencialmente compromiso, decisión, toma departido, y que no quieren opinar sobre ellos.

Como resultado de esta actitud nos encontramos con la indigestaproducción histórica de nuestros días, en que se ha llegado, en lamayoría de los casos, a la pura y simple publicación de documentos,sin el menor esfuerzo para interpretarlos ni sacar nada de ellos.En verdad que nuestra época está presenciando cosasestupendas, hechas, según nos dicen, en nombre del progresocientífico y del espíritu crítico.

Conviene recordar a este respecto las palabras de José Ortega yGasset en su estudio, algo exagerado, pero muy justo en el fondo,La filosofía de la Historia de Hegel y la h istoriografía. Hay en él unacrítica sumamente certera de esta actitud ingenua de los

historiadores de hoy que creen que su ciencia ha entrado, a partir de 1800 aproximadamente, en una etapa de gran seriedadcientífica porque lleva a cabo con más minuciosidad que antes elacopio de datos y la crítica de fuentes.

Como observa muy bien Ortega, todos los historiadores, desdeque existe la historia en el mundo, han reunido datos

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para escribir sus libros, y han criticado esos datos. Ya Herodoto,en el siglo y a. c. realizó viajes por todo el mundo conocido paraconseguir los materiales que necesitaba a fin de componer suhistoria de la suena entre griegos y persas.

El acopio de datos y su crítica no son, pues, ninguna novedad.Lo que sí lo es, y muy grave, es querer suprimir en la historia elfactor humano. Como los hechos, al producirse, no se registran en

ningún aparato automático, sino en las mentes de quienes loscontemplan o toman parte en ellos, y cada testigo o actor tiene unpunto de vista distinto sobre un mismo hecho, los historiadores"científicos" han querido anular este margen de inseguridad yprescindir en lo posible de los relatos de los contemporáneos, queson los únicos materiales en que se puede apoyar un relatoulterior de los hechos. Al quedarse sin los relatos de loscontemporáneos, tachándolos de "parciales", se han ido enbusca de los famosos "documentos" que les parecían de un tipomás impersonal: tratados diplomáticos, colecciones legislativas, actasnotariales, etc. Pero lucidos están los historiadores si creen que en

esos documentos no existe el factor subjetivo que tanto les aterraen los relatos de los contemporáneos, en las crónicas, por ejemplo.Todos sabemos el grado de verdad que encierran los documentosaparentemente más serios y objetivos, los comunicados militares,pongamos por caso. Y no digamos nada de los documentos

 judiciales. Yo no conozco documento más cargado de pasiones yresentimientos que el proceso de residencia de Hernán Cortés,que los historiadores objetivos prefieren, naturalmente, a las Cartasde Relación del conquistador.

Ya va siendo tiempo de que estas personas se den cuenta deque la "imparcialidad" histórica, en el sentido absoluto en que ellos

la conciben, no existe. El concepto mismo de imparcialidad es unmito. El hombre no se puede situar frente a los hechos humanosen la misma actitud que el químico ante sus tubos de ensayo.Cada hombre, además, ve una sola porción de la realidad, esdecir, su visión es siempre parcial. Los historiadores de profesiónparecen

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ignorar por lo general una noción muy conocida de siempre, peroque sólo recientemente ha sido elaborada con cierta precisión:me refiero a la noción de perspectiva. Sobre este punto valetambién la pena consultar a Ortega y Gasset, que ha expuestocon gran precisión sus puntos de vista. Con referencia alproblema de la filosofía, pero con conceptos plenamente válidospara la historia, en su e s t u d i oE l t e m a d en u e s t r oti e m p o .

Todos sabemos -nos d ice- l o que se ent iende por  perspectiva, aplicada a la visión de determinado objeto, un paisaje,por ejemplo. Dos personas que contemplan el mismo t ip o depaisaje desde puntos de v ist a distintos no lo ven de lamisma manera. Lo que para uno queda más cerca quedapara el ot r o en último plano. ¿Ten dría sentido que uno de losobservadores, puesto a describir lo que ve, declarara que esfal s o lo visto por el otro? ¿Tendría sentido que los dos sepusieran de acuerdo para d ec ir que, puesto que lo v is to por ellos no coincide, es una ilusión el pais aje , que car ece dereal i dad? Evidentemente que no. No existe un paisaje

arqu etip o que sea igua l para todos los contempladores. Estoque se dice del paisaje puede decirse de todo fenómeno, de todohecho contemplado por la mente humana. "La realidad cósmica —di ce Ortega— es tal que sólo puede ser vis ta bajo unadeterminada perspectiva. La perspectiva es, pues, uno de loscomponen tes de la realidad. Lejos de ser su deformación es suorganización. Una realidad que vista desde cualquier puntode vista resultase siempre idéntica es un concepto absurdo."

"El error inveterado consistía en suponer que la realidad teníapor sí misma e independientemente del punto de vista quesobre el la se tomara, una fisonomía propia. Pensando así, claro

está, toda visión de ella desde un punto de vista determinado nocoincidiría con ese su aspecto absoluto, y por tanto sería falsa.Pero es el caso que la realidad, como un paisaje, tiene infinitasperspectivas, todas ellas igualmente verídicas y auténticas. Lasola perspectiva falsa es esa que pretende ser la única".

No se escapará a la atención de ustedes la importancia

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fundamental que tienen los conceptos de Ortega para el trabajo delhistoriador. Este último quiete hoy prescindir, en su contemplaciónde los hechos históricos, de ese factor que Ortega consideraintegrante de toda realidad: la perspectiva. No quiere situarse. Y,naturalmente, no lo logra, pues eso que él llama presentarnoslos hechos, no es ta l p resentac ión de hechos, s inopresentación de testimonios, de documentos referentes a loshechos, que llevan ya implícita, aunque el historiador no

quiera, la perspectiva de quienes los contemplaron.El historiador c ie nt íf i co de hoy está metido en un callejón sin

salida. Su actitud, que inicialmente fu e injusta, frente a unatendencia re tó ri ca y superficial de la historia, frente a unaescasa preparación documental y una elaboración caprichosay apresurada de las síntesis, ha l legado a un grado deanqui losamiento intolerable. Porque la historia, que esestudio de la v i d a humana, ha querido despojarse de todoslos ingredientes que en la vida humana son esenciales.

Busca a todo trance la neutralidad, el no comprometerse. Para elloha apelado a tod o género de procedimientos. Se ha querido

desviar la atenci ón de los grandes momentos, de las crisish is tó ri ca s, q ue h ab ía n s id o h as ta a ho ra l os t ema s

 justamente prefer idos, y se ha concentrado el in terés sobrelos mov imientos más lentos de la v ida d iaria, sobre lae vo lu ci ón p au sa da d e d et er mi na da s c os tu mb re s oinstituciones, las que parecían más sólidamente establecidas, lasque se sustraían al cambio y al movimiento brusco.

En esto, como en todo, la hi st or ia no hacía otra cosa queproyectar una idea del presente so br e el pasado. Esta idea dela evolución lenta, pacífica correspondía a la idea que lademocracia y el liberalismo se habían hecho do lo que iba a

ser el desarrollo de la humanidad en el futuro. Ya vemoshoy, cuando es imposible enseñar geografía a los chicos porquediariamente cambian las fronteras, lo que queda de esa ilusiónde desarrollo lento y sin sacudidas. No se puede de st er ra r de la historia el estudio de las épocas de cri sis , de gr andeschoques y virajes en la vida de

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pueblos y culturas, ni en de la vida de las grandes personalidades.En el terreno de la historia de las instituciones, de los aspectos de

desarrollo más lento y seguido de la humanidad, es donde losestudios históricos se han apuntado más éxitos en los últimosaños. Si se comparan los resultados obtenidos por la hi st or ia delas lenguas, las ar tes, las ins ti tuciones jur íd icas oeconómicas, con los de la historia propiamente dicha, seveía que son muy superiores los pr imeros. Y es que en

esos ter renos e l h is tor iador encuent ra más fac i l idadesp a r a no comprometerse. Le encanta distanciarse de todolo que s ign i f iq ue cambio, insegur idad, contingencia.Proyecta su atenc ión sobre la s épocas más remotaspara obtener la ans iada imparc ia l idad. Si lo cons igue ono, ya es otra cosa. Pero lo c ierto es que no afronta, niquiere hacer lo , los problemas esenc ia les para la v idamisma de su época aquellos que la gente interesada quisieraver , ya que no resueltos, por lo menos planteados.

Yo no creo, naturalmente, que el historiador pueda jugar un papeldecis ivo en la v ida  de su pa ís ; pero s i un pape l más

importante que el que ha venido desempeñando desde que lahistoria se ha deshumanizado. Tengo bien presente elejemplo de lo ocurrido en España, donde en los últimos añosse habían producido obras sumamente valiosas sobreci er ta s instituciones medievales, o sobre el lenguaje dedeterminado poeta l í r ico o sobre las tabl as de cualquier pintor catalán del siglo XV; donde no se había publicado,en cambio, n i una sola obra ser ia sobre problemashistóricos esenciales para la vida del país, que fuera fruto dela a ct iv id ad de un historiador profesional. Los españolesdesconocíamos y despreciábamos la historia posterior a la

invasión f rancesa y el resultado de ese desconocimientolo estamos sufriendo hoy. Nuestras grandes f iguras en elcampo de los estudios históricos no habían queridocomprometerse, no habían querido opinar, la guerra las cogió por sorpresa... y ¡para qué seguir!

Este es uno de los resultados más graves de la deshumanizaciónde la historia: que el profesional de su estudio

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crea que nada tiene que ver con los problemas vivos de supaís o de su época, y que sólo desentendiéndose de ellos puedelograr un mejor conocimiento del pasado. Así se llega, según nosdice Nietzsche en su maravilloso ensayo De la utilidad y la desventajade la historia para la vida, a que solamente se ocupan de la historialos que son incapaces de hacerla.

Yo digo con toda sinceridad que me han enseñado mucha máshistoria los tres años que he pasado combatiendo en España que

todo lo que había leído en los libros.De aquí que sea tan valiosa la aportación a la historia de quienes

han participado activamente en la vida de su pueblo. México tienela ventaja, de contar con una serie de historiadores de primera fila,que no sólo escribieron, sino que hicieron historia: Lucas Alamán,José Luis Mora, Justo Sierra, por citar sólo los más importantes.

Las obras de estos escritores abundan en lo que les falta a losprofesionistas deshumanizados: vida, pasión. Hay una determinadapreferencia por los lemas, y tiene que existir un calor, unasimpatía al tratarlos. El historiador no debe pensar que escribepara media docena de colegas, sino para un público más amplio,

al que debe orientar. Antiguamente, en esa fase precientífica de lahistoria, hoy tan despreciada, el historiador sabía muy bien queescribía para un público amplio al que había que interesar.Deleitar al lector es frase que de continuo surge en las páginas denuestro cronista. A ninguno de ellos se le hubiera ocurridodedicarse a la historia si no se sintiera capaz de llevar al papel suvisión de los hechos, para hacerla compartir a los lectores;pero, claro, esto ocurría en los tiempos en que la historiaadoptaba su forma más primitiva, según los científicos de hoy,la narrativa.

Hubo, evidentemente, épocas en las que una excesiva

preocupación por la forma hizo daño a la producción histórica.Hoy, en cambio, hemos caído en el extremo opuesto. Son muchoslos historiadores para quienes es pecado el escribir medianamente,que consideran sus obras tanto más serias y científicas cuantosmenos lectores tienen y que se

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vanaglorian de que su exposición sea aburrida, indigesta. Laspáginas se atiborran de notas, vengan o no a cuento, y labibliografía se aumenta al infinito con obras y más obras queen la mayoría de los casos no se han visto más que por fuera. . . o en otras bibliografías.

Una buena defensa de lo que ha dado en llamarse aspectoartístico de la historia se encuentra en el delicioso ensayo deGeorge Macaulay Trevelyan, titulado Clio, a Muse. El ensayo en

cuestión fue publicado por primera vez en 1913 y reeditado en1030. Aunque el propio autor parece estar en la actualidad un pocoasustado de su audacia, yo creo que puede suscribírselaíntegramente.

Comienza Trevelyan analizando los estragos producidos por laproyección de las ciencias físico-matemáticas sobre los estudioshistóricos. No es el suyo un análisis de tipo filosófico, como el deRickert, sino simple expresión de un sano sentido común. ¿Cuálesson las leyes que la historia científica ha descubierto? Se preguntaTrevelyan. ¿Cuáles son los procesos de causa y efecto? Y arremetecontra esos historiadores científicos que tienen un enorme

conocimiento de hechos menudos, pero un conocimientoescaso o nulo de lo que es el hombre. Esa sequedad eindiferencia que se postulan para su trabajo hacen que les faltetoda simpatía humana, y sin simpatía humana la historia nopuede existir, se convierte en arqueología.

Para Trevelyan, que es él mismo un gran escritor, la obra históricaes esencialmente obra artística. Su calidad fundamental está en elrelato, en la capacidad que tenga el historiador para hacer vivir sus personajes o sus situaciones, para comunicar al lector sussentimientos. A los relatos de los historiadores actuales —diceTrevelyan— les falta fluidez, no se mueven como corrientes, sino

que están parados, como el agua en los charcos. El relato deberecordarnos que el pasado fue una vez tan real como el presentey tan incierto como el futuro.

Nada tan divertido como la actitud de esos historiadores queadoptan un gesto displicente ante grandes personajes o grandesmomentos de la historia porque pueden

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ver —ahora— cuáles fueron sus arciones o derivacionesdesfavorables o funestas. Y estos mismos historiadores quehubieran evi tado la ruina del Imper io romano o la delespañol, pongamos, por caso, son plenamente incapacesde tomar la decisión más sencilla en los asuntos de su propiavida.

Trevelyan se da perfecta cuenta, como nos la damostodos quienes nos dedicamos a estos estudios, de lo difícil que es

la labor de historiador. Tiene que poseer una serie deconocimientos complicados para reunir y depurar susmateriales, más una habilidad exquisita para presentarlos yhacerlos l legar al lector en forma que actúen sobre él , sinque pueda para ello apelar a los reclusos de invención de losautores de historia novelada.

Cuando se piensa en las dificultades que presenta la tareadel historiador, se explica uno plenamente que abunden tan p o c olos historiadores dignos de ser leídos. Pero ese reconocimiento dela dif ic ul ta d de la labor hace que resulta más mezquina laactitud de quienes, sin ser ellos mismos capaces de escribir 

historia, se cree n superiores a los grandes maestros si lograndescubrir en sus obras algunos errores de detalle. Malaact itud és ta de desdeñar lo que uno no s er ía capaz dehacer. Hoy se ve ya claro que los grandes maestros de lahistoria no se '"superan" fácil-mente porque se les rectifiqueno agreguen detalles.

El estudio de Trevelyan concluye con un resumen de lahistoriografía inglesa, señalando con cuidado los defectos y virtudesde sus grandes fisuras, para llama r s obre ellas la atención dealumnos y lectores. Este es el buen camino, el único posible, siqueremos sacar a la historia de su marasmo. Hacer que los

grandes historiadores del pasado dejen el humilde lugar queocupaban en las notas de pie de página y se conviertan en objetoprincipal de estudio. Sólo combinando el estudio de la historiografíacon el de los procedimientos de investigación podía salir la historiadel atolladero en que se encuentra.

Hay que lograr atraer hacia la historia el interés de jóvenesexcelentes que hoy enfocan su vocación hacia otros

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campos literarios o artísticos porque les descorazona la gravedad,la ar idez con que se presentan las fases inic iales de lainvestigación. Y hay que conseguir que los historiadores nose si e n t a n tan orgullosos de ser inaccesibles. El libro históricono es una especulación de a l t a matemática, coto cerrado para laspersonas no in ici ada s. Su misión ha de ser llegar al mayor número pos ib le de lectores. Ya pasó la época de lasactividades "puras", en que los poetas escribían para los

poetas y los pintores pintaban para los pintores. La historiadebe aspirar a ocupar un puesto decoroso en el horizontecult ur al del hombre de hoy, y, s i renuncia a hacerlo, losresultados serán fatales. Sólo un reconocimiento previo desus li mi t ac iones y el esfuerzo por superarlas, podrá impedir que caiga en los excesos de la historia novelada o en  los paísestotalitarios, donde es un arma más al servicio de la propaganda.

Piensen los historiadores científicos que en la época de crisisque vivimos no van a ser ellos la única excepción. Que suproducción se está ya contemplando con perspectivarela ti vi sta. Y que quizá no salga de este examen tan favorecida

como ellos cr ee n. Buena prueba de e llo es lo que nos dice elhistoriador inglés Toynbee, quien inicia su monumental producción

 A Study of History  con un capítulo ti tul ad o precisam ente "Larelatividad del pensamiento histórico". Toynbee no ve en toda laingente labor de los historiadores actuales, más que un reflejo delsistema industrial, en sus aspectos de división del trabajo yproducción manufacturada en gran escala de la s materiasprimas. Para él los grandes historiadores de la época actual,cuando se les estudie desde el futuro, encontrarán situadossus libros al lado de las grandes construcciones de nuestraingeniería; pero ése no es un elogio excesivo cuando se trata de

obras históricas.Como conclusión de esta precipitada y desmañada exposición del

estado actual de los conocimientos históricos debe mos , pues,a fi rmar , que tampoco ten ía razón quien en Morel iaafirmaba que no es posible aún escribir la historia de Méxicoporque para ello se desconocen muchos

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datos. ' 'Con la centésima parte de los que hace t iempoestán ya recogidos y pulimentados bastaba para elaborar algo deun porte c ie nt íf ic o mucho más auténtico y substancioso quecuanto, en efecto, nos presentan los libros de historia, diceOrtega y Gasset en el estudio antes mencionado.

Esta es la verdad. Todo trabajo de busca de datos, depublicación de documentos, será estéril y embarazoso si no vaacompañado por una labor de meditación e interpretación.

Ésta siempre puede y d ebe hacerse. No podemos dejarnosllevar en nues tr o es tu di o por ideales ya superados. Ni partir hoy de la tendencia progresista ingenua que creía posible efectuar a cada paso descubrimientos estupendos. Tal vez los papeles delos archivos puedan despejar todavía algunas incógnitas; pero,la mayor ía de las que aguardan a ser despejadas seencuent ran precisamente en lo que parece que todosconocemos ya, y que, no obstante, siempre se presta a nuevareflexión.

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4. EDMUNDO O'GORMAN/ HISTORIA Y VIDA, 1956 *****

LA VIDA COMO HISTORIA******

I. El problema: unidad y pluralidad de la historia

El escollo fundamental de toda filosofía de la historia es ladi fi cu lt ad de conceptuar la pluralida d de los hechos dentro de

***** Texto tomado de Diánoia. Anuario de Filosofía, México, Centr o de EstudiosFilosóficos de la UNAM, Fondo de Cultura Económica, año II, 1956, pp. 233-253.

****** Estas reflexiones quieren ser un mero bosquejo de las ideas que me hansugerido la experiencia en e! cultivo de las disciplinas históricas y la meditaciónsobre el problema capital de toda filosofía de la historia, a saber: alcanzar unavisión unitaria del discurso histórico, sin atropello del sentido de l a pluralidadque lo constituye. Impulsado por semejante motivación, se intenta aquí sentar lasbases de un distingo entre historia, la ingente realidad a que alude esa palabra,e idea de la historia, el ser con que dotamos esa realidad al constituirla en lavisió n que nos puede ofrecer, como meta final, la ciencia historiográfica. En esedeslinde decisivo estriba, quizá, la solución de aquel problema tradicional con el

que, como Job con el Señor, han luchado tantos esforzados espíritus. Tal parece, enefecto, que si se mantiene aquella distinción se llegará a ver que la formidableantinomia lógica entre unidad y pluralidad se desvanece como falsoplanteamiento de una situación mal entendida. Ciertamente suena a muchavanidad pretender que la flaqueza propia pueda algo atinar allí donde lafortaleza ajena se ha extraviado, y, en definitiva, es muy probable que se tratede un nuevo extravío que sólo el entusiasmo momentáneo presenta como acierto.En todo caso, como  es obvio que nada puede lograrse sin la previa

lección de tantas honrosas pretéritas tentativas, si en algo atina alguien, a ell a se

lo debe. En c ie rt o sent id o, como no podrá menos de advertirse, estas

páginas pudi eron haberse t i tulado, de n o ser ta n de músicos, la

expresión var iaci ones sobre un tema de Kant, porque su distingo entre

considerar lasacc io ne s de los hombres en sí como realización de la

libertad y considerarla s co mo meras manifestaciones fenoménicas, ha sido

el punto de partida de estas reflexiones que, a la luz  de modos de pensar más contemporáneos a  nosotros, quisieran renovar el profundo acierto

de aquella idea Cómo y en qué sentido y medida se pretende esa meta

es lo  que adelante se verá. Baste anti ci pa r que  en lugar del plano

trascen-dental de una consideración de los actos en sí, se busca

fincar la inteligencia de lo histórico, hasta donde más es dable, en

el campo de los procesos vitales sin pretensión de descifrar su espeso

misterio y en vez de un saber me ta fí s ic o que nos habla de la realización en

la historia de la libertad o de cualesquiera otras es encia li dad es de ya di fí ci l

comunión, se propone más modestamente una bio logía o   casi fuera

mejor decir una f is iología del viv ir propiamente humano, del viv ir  

i nconsc ien te de ese modo pecul ia r de v ida que l lamamos la

conciencia. ¡Pues, ¿qué la vida tan solo ha de estudiarse bajo el

microscopio y en el laboratorio? Diánoia invita y anima a s us colaboradores

una unidad significativa: aprehender la multiplicidad como untodo; y la aspiración final del empeño consiste en iluminar laestructura real del devenir histórico.

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a presentar trab aj os en proceso de elaboración. Les rinde así un

señalado servicio en cuanto les ofrece de ese modo  la posibilidad de oir críticas

y, sobre todo, de aclararse para sí mismas las ideas en el siempre d i f í c i l t ranc e

de las formulaciones iniciales. El atr evi mie nto de publicar estas

ref lexiones en el deshilvanado estado que guardan se expl ica y

 just if ica po r el deseo de aprovechar esa opor tunidad.

E t bl t d l i t h f l d bl t j d t fi l fl ió

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En torno a eso problema se agrupan todos los sistemas que hanaparecido como intentos de explicación de la historia, sean loscausalistas en toda su variedad (psicológicos, naturalistas,vo lu nta d di vi na, l e y mo ral , e tc. ), s ea n l os de tipoevolucionista, generalmente aceptados hoy como lospropiamente científicos.

Pero, a decir verdad, preciso admitir que hasta ahora no se halogrado una solución satisfactoria del problema. Por lo contrario,

la situación actual del filosofar sobre la hi storia nos descubre laap or ía en que ha acabado por encerrarle ese secular empeño.Mas si esto es así ¿no será aconsejable, entonces, queaceptemos plenamente esa situación en lugar de porfiar en   lareducción de una antinomia que parece insuperable? Abrazar este partido tiene a

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su favor la doble ventaja de, por una parte, fincar la reflexión enuna circunstancia históricamente dada, es decir, garantiza r elpunto de part ida y, por otra parte, provocar una nuevaproblemática, puesto que se presenta así al espír i tu laneces idad de p reguntar por l a razón de ser de esaantinomia en cuanto t al , es decir, se ofrece la posibilidad deexaminarla desde sus premisas, las cuales, de otro modo,permanecen necesariamente ocultas a nuestra mirada. Merece

la pena tra ta r de abrir est a brecha.2. Si echamos una mirada retrospectiva sobre la historia de la

filosofía de la h is to ri a podremos ver que, en definit i v a, losvariados intentos por alcanzar una visión unitaria de la pluralidadhistórica se logran a costa de negar más o menos expresamenteel sentido de las particularidades concretas que forman lapluralidad. En efecto, en todos esos intentos late subyacentela implicación de que si la historia muestra las variaciones queefectivamente muestra, es porque, en alguna instancia laproceden del error , manera conceptual de negar lessignificatividad propia. Durante mucho tiempo esta maneta de

proceder fue ingenua y al descubierto. Se pensó que el pasadoenter o se expli caba como producto del error, error felizmentesuperado por el presente en turno. Semejante modo de concebir eldiscurso histórico, que en su expresión más acabadacorresponde a la visión provid enc ial ist a del Cristianismoprimitivo y a la visión del claroscuro del Enciclopedismo delsiglo XVIII (en ambos casos, la luz  definit iva de la verdadfrente a las tinieblas pasadas del error supersticioso), hubo desucumbir ante la crítica obvia a que estaba expuesto, y cediófrente a la explicación de la  historia a base del conceptoevolucionista. Parecía vencida la di f icultad, porque a

cambio de una concepción que miraba en el pasado laresultante del error, se la substituía con la idea más sutilde un paulatino y lento proceso de la verdad en su marchaprogresiva. La variedad en la historia no era sino la huella de unaaprox imac ión cada vez mayor a la Verdad, meta f inalpostulada por algunos como asequible, por otros comoinalcanzable, pero en todo caso postulada como esencia

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d l lid d V l i d d d l d dó

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de la realidad. Vemos, pues, que la variedad del pasado quedóideada como expresión deficiente de la verdad absoluta, o dichode otro modo, se aceptaba esa variedad sólo para negarla enseguida, en beneficio de una meta que, por definición, pondríatérmino al proceso, paralizaría para siempre la historia. Y ennada aprovechó afirmar, como afirmó el positivismo, que la metaes prácticamente inalcanzable, porque basta su postulación paraque el esquema del devenir histórico sea el mismo e implique

idéntica negación de la pluralidad que así se pretende explicar.Frente al idealismo desaforado el positivismo es, sin duda, unllamado a la cordura, lo que, sin embargo, no le quita que tambiénsea un idealismo doctrinal. El relativismo positivista que parecíaapuntar hacia el reconocimiento plenario de la variación histórica,echó marcha atrás frente a esa consecuencia lógica al declarar quese trata de '"variaciones graduales", es decir, de variaciones queen realidad no lo son, implicando así esa '"pretensión a loabsoluto" que, sin embargo, se obstinó en rechazar como locaracterístico del espíritu teológico. Vemos, pues, que también lasexplicaciones de tipo evolucionista conciben el pasado como un

error, por más que lo presenten como constituido por una verdadrelativa y aproximada, ya que, para conjurar el carácter dearbitrariedad que parece implicar la variación histórica, postulanen el límite una verdad absoluta como instancia suprema designificatividad. Al igual que las doctrinas providencialistas oidealistas, la unidad histórica queda afirmada a costa de lavariedad histórica. El problema no se soluciona, meramente sesoslaya.

3. Frente a semejante situación apareció una vigorosa reaccióncrítica: el absolutismo de las doctrinas evolucionistas acabó por delatarse, y se fue percibiendo con creciente claridad que las

filosofías de la historia llamadas científicas (señaladamente elpositivismo y el marxismo) son tan idealistas y tan absolutistas comola filosofía de donde salieron. La reacción se hizo sentir por dondeera preciso que apareciera. ¿ Esa verdad absoluta, en cuyo

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 beneficio se sacrificaba el sentido de las verdades históricas, no

era acaso, ella también un producto histórico, tan histórico yvariable como esas verdades sacrificadas? Lo malo no consistía,como ciegamente pretendían y pretenden aún los historiadoresdel tipo meramente erudito, en que se partiera de un a priori.  Aeste respecto se reconoció plenamente la razón que asistía a losviejos idealistas: lo malo estuvo en no haber reparado en que el

a priori era una instancia más de la variedad histórica y no unainstancia situada más allá de ella, con lo que, obviamente, searruinaban sus pretensiones totalizadoras y trascendentales. Lareacción consistió en tomar en serio la doctrina positivista de larelatividad de los conocimientos, sin arredrarse ante el peligro decaer en aquel escepticismo disolvente que tanto asustó a Comte.El relativismo histórico contemporáneo aparece, pues, como unpositivismo purgado del elemento idealista, o si se prefiere, como laconsumación de la rebeldía contra el idealismo iniciado por Comte y Marx, y su consecuencia, desde el punto de vista queaquí interesa, fue el haber planteado la noción radicalmente

opuesta a la tradicional en el intento de solucionar el problemacentral de la filosofía de la historia. Quizá, debemos ver en ello sucontribución decisiva como instancia reveladora de la antinomiaque nos sirve de punto de partida. Porque, efectivamente, laproclamación del relativismo de toda verdad, de todo conocimiento,sin el paliativo comtiano de una verdad absoluta inasequible,¿qué es sino la afirmación plenaria de la variedad histórica encuanto tal variedad? En cambio, es preciso admitir que ahora seráa costa de aquella unidad tan afanosamente buscada, tantrabajosamente afirmada por la tradición.

La experiencia parece, pues, encerrar esta lección: o se afirma

la unidad a costa de la pluralidad, o se afirma ésta a costa deaquélla. Tal la antinomia a que nos venimos refiriendo.

 Aceptémosla como se nos da, y convirt iéndola en objeto de unameditación expresa quizá se haga alguna luz, por tenue que sea,en torno al problema que la ha suscitado.

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II. E L HECHO  HISTÓRICO  Y  SU  CONOCIMIENTO 

4. Parece indicado para quien pretenda llegar hasta la razón deser de la antinomia que se acaba de puntualizar, que debepensarla más originariamente con el objeto de traducirla atérminos que delaten los supuestos en que descansa. Mientras elplanteamiento la presente como problema de reducción de

pluralidad a unidad, será muy difícil pasar adelante, por que setra ta de conceptos de SUYO contradictorios y mutuamenteexcluyentes. La investigación se ahoga en el ámbito de esaimposibilidad lógica.

Pues bien, ¿en qué tarea descansa, en definitiva, todo filosofar dela historia, independientemente de su rango y de su filiación? Larespuesta es obvia: se trata en primer e indispensable lugar deentender esos que se llaman los hechos históricos, expresión que nopor habitual deja de provocar la duda desde el instante en queprocuramos aclarar pulcramente su sentido. Porque ¿qué, en efecto,es un hecho histórico? Esta sencilla reflexión abre una esperanza:

bien podría acontecer que la antinomia por cuya razón de ser preguntamos no sea sino la resultante de una confusa e indebidaaplicación de aquel concepto. Encaminemos la meditación por esterumbo.

5.Si procedemos con la s e n c i l l e z aconsejable en estos casos,podemos desde luego admitir que un hecho histórico como, por otra parte, cualquier hecho de la índole que sea es unacontecimiento; algo que  acontece, que pasa. Ahora bien,notoriamente debemos admitir al propio tiempo que algunosacontecimientos no se ofrecen con el carácter de históricos, por ejemplo, una tormenta en la lejana cima de una montaña

desierta. Notoriamente otros acontecimientos se presentan comohistóricos, el asesinato de César, pongamos por caso. Partamosde estas instancias concretas y preguntemos en qué estriba ladiferencia que las separa. De inmediato podrá responderseque aquella lejana tormenta no es un hecho histórico encuanto que es ajena a la vida y al destino de los hombres,mientras que el asesinato de César afectó el curso de lacivilización

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romana, imprimiéndole una dirección especial. En suma,se dice así que un acontecer es un hecho histórico por susconsecuencias respecto al hombre. Y se podrá añadir que,

si bien es cierto que tales consecuencias no siempre sondiscernibles, esa circunstancia no altera el principio. Si, por ejemplo, en lugar de pensar en una tormenta acaecida en ladesierta cima de la montaña, pensamos que esa mismatormenta impide o, por lo contrario, hace posible la victoriaen una batalla entre dos ejércitos contendientes, entoncesse podrá decir que se trata de un hecho histórico, Pero estoque parece tan claro no tiene mayor evidencia que la de unapetición de principio. Equivale a decir que un acontecimientoes histórico cuando es histórico, con lo que no hemosavanzado mucho. Sin embargo, el ejemplo aducido todavía

puede servirnos. En efecto, debemos advertir  cuidadosamente que cuando se a fi rma con obv iainteligibilidad que aquella tormenta es un hecho histórico,puesto que impid ió o favorec ió la v ic toria, es porquetácitamente suponemos que ese acontecimiento estabaanimado por la intención de producir el efecto que produjo, yes, precisamente, esa intencionalidad la que autoriza laconceptuación del acontecimiento bajo la especie de hechohistórico. La tormenta aparece como el aliado o el enemigode uno de los ejércitos contendientes es decir, como unagente activo dotado de voluntad que intencionalmente

interviene en la batalla con el fin de producir un desenlacedeterminado. Ahora bien, es c ierto que la tormenta, encua nt o ta l t orme nt a, e s un ac on teci mien to q ue,primariamente, se nos ofrece como un hecho físico, como unhecho meramente natural: pero desde el momento en que,para hacerla inteligible dentro del ámbito de los intereseshumanos, postulamos detrás de ella uno intencionalidad deacuerdo con los resultados de la batalla, a part ir de esemomento se transfigura, cambia de índole y se ofrece comoconstituyendo un hecho histórico,

De lo anterior me parece que se puede concluir sin ulteriores

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De lo anterior me parece que se puede concluir sin ulterioresexplicaciones lo siguiente: primero, que todo acontecimiento (ideal omaterial) puede quedar constituido

127en hechos de diversa índole, según sea el sentido que se les

otorgue En otras palabras, que lo que llamamos un hecho no es sinoel modo de ser con que dotamos a un acontecimiento al otorgarle

sentido. Segundo, que lo especifico de ese modo de ser quellamamos hecho histórico consiste en el elemento de intencionalidadque exige el sentido que se otorgue al acontecimiento de que setrate. Pero esta conclusión certera no basta: nótese que hemosdicho ""en el elemento de intencionalidad que exige el sentido quese otorgue". Hace falta, pues, determinar esa necesidad, con lo quedeterminaremos cuándo un acontecimiento se constituye propia oimpropiamente como hecho histórico

Pues bien, si nos valemos todavía del ejemplo de la tormenta,advertimos que la atribución de intencionalidad que permiteconstituirla en un hecho histórico no es necesaria para concebir el

acontecimiento. La tormenta nos resulta perfectamente inteligiblebajo la especie de hecho natural, y nada nos constriñe a atribuirle lafinalidad precisa de impedir o favorecer el éxito de una batalla. Por lo contrario, vemos que semejante atribución es gratuita y que, endefinitiva, hablamos en sentido metafórico. En suma, que auncuando es dable constituir en hecho histórico a la tormenta, se tratade un caso de la manera impropia de ser de esa índole de hechos.Mas si esto es así, la conclusión contraria salta a la vista: serámanera propia del ser del hecho histórico cuando la atribución deintencionalidad es necesaria, o dicho de otro modo, todo acontecer para cuyo sentido la intencionalidad sea un elemento constitutivo es

un hecho histórico propiamente dicho. Es, por lo tanto, el caso enque no podernos menos de atribuir intencionalidad alacontecimiento, so pena de no poder siquiera concebirlo.Entitativamente, por implicación absolutamente necesaria, elasesinato de Cesar es un acontecimiento que exige atribución deintencionalidad; por eso es forzoso constituirlo en el ser propio dehecho histórico, independientemente de sus consecuencias.

6 . Esta manera de comprender el hecho histórico nos permitiráaclarar el peculiar equívoco que encierra la noción

128común de que el hecho histórico es por manera esencial un

hecho humano. La formulación es, en efecto, equívoca, porque¿no acaso, existe una gran tradición que ha vivido como hechoshistóricos acontecimientos tenidos por sobrenaturales o divinos?

Esta pregunta nos avisa, pues, que todavía hace falta mirar más de cerca esa necesidad de atribuir intención en que hemosvisto lo específico del hecho histórico.

En principio no hay razón alguna para que solamente los actosejecutados por los hombres sean hechos históricos propiamentedichos. Depende de la necesidad que exista de atribuir intencionalidad en virtud de las creencias de u n momento dado.En una época como la Edad Media en que la fe en un Diosomnipotente y providencial, para quien el destino del hombre no esindiferente, constituye el cimiento de la visión del mundo, esclarísimo que múltiples acontecimientos extraños a la agencia

humana serán legítima y propiamente constituidos en hechoshistóricos, pues que, dada esa premisa, la atribución deintencionalidad es necesaria. La fe en Dios crea esa necesidad:existe un agente en quien radicar la voluntad de la intención, ypor eso, por ejemplo, la creación del mundo, acontecimiento notan sólo no humano, sino anterior al hombre, resultará un hechohistórico propiamente dicho, como con lógica congruencia lo hapostulado la historiografía cristiana primiti va. De parecidamanera, cuando la fe en un Dios personal fue substituida por lacreencia en un ente meta-físico, la Naturaleza, regido por unalegalidad o por un finalismo inmanente, muchos acontecimientos

ajenos al querer y a las posibilidades de obrar humanos fueronno menos legítima y propiamente constituidos en hechos históricos,mientras y en la medida que esa creencia obligaba necesariamentea concebirlos como algo constitutivamente intencionado.

Vemos, pues, que tanto por el lado de lo sobrenatural y divino,como por el lado de lo natural y físico es posible que el hechohistórico rebase el límite del mundo de las operacionesestrictamente humanas. Dadas ciertas circunstancias,

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129todo acontecer puede quedar constituido en un hecho histórico

propiamente dicho con independencia de que se trate o no de unacto realizado por el hombre. En este sentido, pues, el hechohistórico no es por manera esencial un hecho humano. ¿Cuál,entonces, la relación entre lo uno y lo otro?

El deslinde que acaba de practicarse nos permite responder a lapregunta. Si, como hemos visto, la constitución en hecho históricono depende del agente de manera que Dios, la Naturaleza, unanimal, un astro son capaces de hechos históricos, tambiénpodemos advertir que esa capacidad no radica en esos entes, sinoexclusivamente en el hombre, según sea la necesidad en que estéde hacer la atribución de intencionalidad constitutiva del hecho. Lodecisivo, por lo tanto, no es la intención, sino la operación queconsiste en atribuir una intención y su necesidad, y esto sí esalgo exclusivamente humano. Y si admitimos que Dios, laNaturaleza, un animal o un astro son capaces de hechos

históricos, es preciso admitir al mismo tiempo que lo son en lamedida en que el hombre esté obligado a realizar aquellaoperación. Esa necesidad es la fuente originaria del hechohistórico, la cual, bien vista, no es sino la manera en que elhombre, por motivos que veremos, se apropia de todo o de algunaporción del devenir cósmico al convertirlo en devenir histórico,siempre que así lo pida la necesidad de su vida. En este otrosent ido, pues, el hecho histórico es por manera esencial un hechohumano.

7 . De esta teoría del hecho histórico se deducen consecuenciasdecisivas respecto a la posibilidad del conocimiento histórico, a su

sentido y a sus límites. En efecto, puesto que la atribución deintencionalidad, no la intencionalidad misma, es lo que genera oconstituye al hecho histórico, se sigue que el conocimiento de esoshechos (la ciencia historiográfica) es, en definitiva, el conocimientode esa atribución. Conocer un hecho histórico es, simplementeconcederle el sentido que le otorga la atribución de intencionalidada un acontecer determinado; no es, como podría

130y suele pensarse, conocer la intención con que el acontecimiento serealizó fácticamente. El distingo es esencial, porque aun cuando escierto que ambas cosas pueden coincidir, también lo es que nocoincidan, y es en esta segunda posibilidad donde radica

 propiamente la esencia y peculiaridad del conocimientohistoriográfico. La coincidencia entre la intención fáctica, llamémoslaasí, y la intención atribuida es meramente eso, una coincidenciaque no altera la estructura peculiar del conocimiento historio-gráfico. Se trata, en tal caso, de una especificación entre otras dela operación constitutiva del hecho histórico, una especificación queno goza de ninguna primacía de verdad sobre las demásespecificaciones posibles. Y la razón es clara: si el hechohistórico queda constituido como tal por la atribución deintencionalidad y no por el sentido concreto de una intencióndada, y por otra parte, aquella atribución responde a una

necesidad anterior a la constitución del hecho, solamente seconstituirá el hecho histórico a base de la atribución de laintencionalidad fáctica, cuando así lo exija aquella necesidad.

8.Ahora bien, contra lo que acaba de afirmarse se podrá decir,quizá, que la necesidad aludida no es sino la necesidad de verdady que, por lo tanto, ella siempre exigirá que se atribuya alacontecimiento la intencionalidad fáctica, puesto que se trata deconocer y no de engañarse a sí mismo más o menosdeliberadamente. No es posible negar, es cierto, que el afán deverdad gobierna la operación constitutiva del hecho histórico; eseafán dirige la atribución de intencionalidad. Pero lo decisivo a este

respecto estriba en ver en qué consiste y dónde radica laverdad. En efecto, debe repararse cuidadosamente en que elacto de atribución parte de una necesidad en el sujeto y no deuna solicitación por parte del objeto o, dicho de otro modo, quela atribución de intencionalidad se hace siempre postulando parael acontecimiento una intención "verdadera", es decir, unaintención que aparece como siendo la intención con queverdaderamente se realizó el acontecimiento, con lo que laexigencia de verdad queda

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131satisfecha. La necesidad de verdad se satisface, pues, por medio

de una operación hermenéutica; pero eso no quiere decir que ésasea la necesidad originaria a la que responde la operación, y

conviene insistir sobre el particular, porque nada parece más obvioy nada se acepta más habitual-mente que el hecho histórico esen sí mismo el que determina la atribución y el sentido de laintencionalidad. Efectivamente, se dice que el resultado delexamen cuidadoso y ponderado de las "fuentes"' a que estáobligado todo fiel historiador, es lo que le fuerza a comprender elacontecimiento a partir de la intención con la cual fue realizadopor el agente. Tal sería la necesidad del acto constitutivo del hechohistórico, y aun cuando se reconozca que las fuentes no sonsiempre lo suficientemente explícitas para hacer una atribuciónsegura e inequívoca, esa circunstancia no basta para invalidar el

principio. Pero este argumento es falso por una razón decisiva, asaber: que por su índole misma la intención es algoincomprobable; elude todo empeño probatorio, de manera que

 jamás se puede pasar de una presunción más o menos fuerte,como lo sabe el más mínimo de los juristas. La afirmaciónexpresa y contundente, la confesión más libre y espontánea dejansiempre abierta la puerta a ser desmentidas por vía interpretativa.Detrás de las intenciones confesadas cabe siempre la posibilidadde la intención de ocultar las "verdaderas" intenciones del acto,de modo que, aun en el caso ópt imo, el camino de lainterpretación queda franco, y justamente, en esta apertura

permanente estriba la peculiaridad del conocimientohistoriográfico. En el campo de los intereses jurídicos podemoshablar de pruebas, simplemente porque se trata de la aplicaciónde ciertas convenciones previas establecidas por el legislador con el fin de no dejar indefinidamente sin resolución legal losderechos y las responsabilidades de los sujetos jurídicos. Pero enhistoria, no hay pruebas estrictamente hablando; hay condiciones alas cuales la interpretación debe hacer frente, lo que dista mucho deser la misma cosa. Un mismo documento puede autorizar interpretaciones contrarias; pero

132las dos deben dar razón de algún modo de la existencia y

contenido de ese testimonio.

Vamos viendo, por consiguiente, que la supuesta exigencia deverdad objetiva no es la necesidad a que obedece la atribución deintencionalidad constitutiva del hecho histórico, de suerte que, por paradójico que parezca, es dable afirmar que, vista la peculiar ymovediza índole del hecho histórico, el saber historiográfico esplenamente objetivo, salvo cuando en nombre de, precisamente,una supuesta objetividad científica, se pretende que sólo eslegítima una única atribución de intencionalidad, por considerarseque todas las ciernas posibles son o meras aproximaciones a laverdad o puros errores. Es entonces, digo, cuando elconocimiento histórico, de suyo cambiante y plegadizo a las

circunstancias, queda herido de un subjetivismo incurable queparaliza su perpetuo y constitutivo movimiento. ¡ Por algo será que,pese a tanto empeño, la historiografía no ha podido nuncaestablecerse como una ciencia de verdades acumulativas! ¡Por algo será que es de la esencia de su trabajo la constanterenovación!

En suma, ahora vemos que todo consiste en reparar con claridadque no hay hechos históricos en sí; que el hombre puede dotar deese ser peculiar a cualquier acontecimiento cuando una necesidadprevia así lo exige; que, en fin, en cuanto un acontecimiento eshistórico, es que su sentido como tal no está más allá de nosotros;

nosotros se lo concedemos y de ese modo lo dotamos de aquelser.

Esta manera de comprender el conocimiento historio-gráficocomo un conocimiento movible, pero objetivo en cuanto queconstituir un acaecer en hecho histórico es ya conocerlo comotal, ofrece una complicación peculiar respecto al problema de lasucesión de los hechos históricos. Conocer un hecho histórico,dijimos, es dotar a un acontecimiento de ese ser al atribuirlenecesariamente una intencionalidad constitutiva. Pero si esto fueratodo, nunca alcanzaríamos una visión de conjunto. Este reparo

nos advierte que será menester ahondar más para aclarar qué los realizados intencionalmente por el agente consciente parece

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nos advierte que será menester ahondar más para aclarar quétipo de acontecer es la sucesión de los hechos históricos

133

y cómo la aprehendemos, cuestión, sin embargo, que no puedeaún resolverse, porque todavía falta determinar con mayor precisiónla necesidad a que responde la atribución de intencionalidadconstitutiva del hecho histórico, para ver si la sucesión de esoshechos cae o no bajo su imperio, ya que de eso dependerá elproblema de su conocimiento, el problema fundamental de lahistoriografía.

III. N ECESIDAD DEL HECHO  HISTÓRICO : LA SOLEDAD DE  LA CONCIENCIA

9. Puesto que no es la exigencia de descubrir una verdad que

supuestamente estaría alojada en los acontecimientos misinos laque obliga a la atribución de intencionalidad, sino que, por elcontrario, es la intencionalidad previamente atribuida la que dota alacontecimiento de sentido, es decir, de verdad, ¿cuál, entonces,puede ser la necesidad de esa operación? Es obvio, de buenasa primeras, que será una necesidad que podemos calificar deexplicativa de los acontecimientos de que tomamos nota; peroesto nos remite directamente a la estructura misma de nuestromodo de vida, a lo que llamamos la vida consciente. Parece claroque la necesidad de explicarnos a nosotros mismos y, por consiguiente, la de explicar el mundo, es corolario entrañable y

constitutivo de la conciencia, de ese saberse vida que, no por eso,es saber lo que es la vida. Toda conciencia implica la actitudinquisitiva. Tal es, pues, la necesidad radical a que debemosatenernos si queremos hacer alguna luz en torno al problemapresente, al porqué de esa operación que estriba en atribuir intencionalidad a ciertos acontecimientos, constituyéndolos así enhechos históricos.

Y en efecto, como de cuantos acontecimientos de los cualestoma nota la vida consciente, sólo resultan inmediatamenteexplicables aquellos que parten de la conciencia misma, es decir,

los realizados intencionalmente por el agente consciente, pareceobvio que el modo más originario

134de explicación de todos los fenómenos consiste en postular detrás

de ellos un agente dotado de voluntad, por cuyas intencionescobre sentido el fenómeno. Es por eso que toda visión inicialdel mundo es antropomórfica, visión que puebla al cosmos deunos entes capaces de intenciones malévolas o benéficas que espreciso atraer y conjurar, y solamente una secular elaboraciónracionalista va sutilizando esa visión primara del despertar de lavida consciente, sin que pueda decirse, quizá, que desaparezcandel todo las profundas huellas de aquel fetichismo. Llegará el

momento en que la atribución de intencionalidad ya no involucre por necesidad un agente personal detrás de los fenómenos; elmomento en que semejante atribución se ofrezca como merahipótesis de inteligibilidad: pero no por eso, menos necesaria. Esun momento decisivo: marca el tránsito en que se separa almundo histórico del mundo natural, y en el que se inicia laextensión del primero a costa del segundo. Es el proceso queobligará a la vida consciente a reconocer los límites de su propiapeculiaridad dentro del amplio horizonte de los procesos cósmicos.Mientras domine la creencia en unos agentes sobrenaturales otrascendentales, la exigencia de atribuir intenciones como

elemento constitutivo de los acontecimientos es una exigenciapoco menos que absoluta. Si existe el dios de la lluvia, la lluviaserá inconcebible sin la intervención de esa divinidad. El procesocósmico entero queda sumido dentro del cauce del devenir histórico, de manera que, sin metáfora ni hipérbole, el fenómenode la generación, el curso de los astros, el fluir de los ríos, laprocesión de las estaciones son hechos tan históricos como lasangrienta victoria sobre la ciudad vecina o los complicados ritosde los matrimonios. En un principio era la historia.

Desde esta perspectiva se podría trazar el gran cuadro del secular espectáculo que ofrece la lenta y paulatina re-visi ón del campo de

lo histórico al ir cediendo terreno ante los avances del campo de la afanes peculiares de la moderna filosofía de la historia y su

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lo histórico, al ir cediendo terreno ante los avances del campo de lanaturaleza a medida que va restringiéndose la exigencia deatribuir intencionalidad a los fenómenos para explicarlos. Esecuadro mostraría

135que el fetichismo y la mitología representan un vigoroso intento de

apropiación humana del cosmos, reducido momentáneamente a ladomesticidad de lo histórico. Se vería, en lugar del consabidobalbuceo, un enérgico despliegue de saber historiográficocumpliendo, como nunca antes, su misión. Ese cuadro permitiríavincular con un fondo y afán comunes todas las tesisprovidencialistas, a lo divino o a lo profano, que ofrece el largotrayecto de la filosofía de la historia. Se mostraría, por último, cómoal quedar finalmente reducida la provincia del hacer histórico a sus

propios y estrechos límites, es decir, a meramente losacontecimientos realizados por los hombres (puesto queúnicamente respecto a ellos subsiste la necesidad que obliga aconstituirlos), se mostraría, digo, la aparición de un abismo entrehistoria y naturaleza; el abismo precisamente que la tradiciónfilosófica ha tratado en vano de salvar al caer en la irreductibleantinomia que hemos visto.

10. En todo esto se advierte un sentido fundamental que puedeenunciarse como el proceso de extrañamiento del hombrerespecto al mundo. El proceso de su orfandad cósmica.Pasamos de una apropiación total de la realidad, vivida y

concebida como historia, a una enajenación extremosa que nosenfrenta ante un mundo, ya que no hostil, por lo menosindiferente a nuestro destino. El hombre, como un caracol, seencierra en su historia, rodeado por todas partes del océano demúltiples expresiones y creaciones de una vida que, con serlo, noes la suya. Podemos decir, pues, que la marcha histórica no es,como proponía el idealismo, realización de la racionalidad delmundo, sino extrañamiento de la vida consciente, enclaustradaen la soledad de su propio laberinto. Soledad de la razón, sise quiere, pero sobre todo, ante todo soledad, que es lo decisivo.Situación tan amenazante y temerosa es lo que mejor explica los

afanes peculiares de la moderna filosofía de la historia y suproblemática contradictoria, porque mientras hay un Diosprovidente y misericordioso en el horizonte humano, el filosofar sobre la historia no es un problema verdadero. La modernafilosofía, en cambio, cuyo

136mayor empeño tiene que ser echar un puente para salvar al

hombre del aislamiento creado por el abismo entre historia ynaturaleza, se vincula, en definitiva, a la motivación antigua que leinspira al hombre la soledad que es la conciencia y, por lo tanto,responde al deseo de reducir el mundo a algo humano. Elpanteísmo moderno de un Herder, por ejemplo, y de cuantossiguieron sus pisadas, no es sino el viejo fetichismo más o

menos sublimado por arte y magia de filosofía. El empeño por lograr aquel puente salvador aparece con claridad en esosescritores; pero, bien considerados sus afanes, no son sino laindebida y extremosa prolongación del secular proceso queredujo a sus términos naturales el campo de los hechos históricos,proceso que ya para entonces había alcanzado su verdaderoequilibrio. Así se explica que la tentativa acabó por frustrarseen una negación autodestructora. Efectivamente, esa indebidaprolongación acontece cuando, para vincular naturaleza ehistoria, fue necesario suponer que ésta no era s inoculminación de aquélla, para lo cual fue preciso, a su vez, atribuir 

intencionalidad a los procesos de la naturaleza, pero unaintencionalidad apriorística en cuanto condicionada por la mismahistoria que así pretendía explicarse. Dicho de otro modo, laintencionalidad atribuida a la Naturaleza respondió al supuesto previode que la historia es ella un hecho intencional, un hecho, pues,histórico. Pero ¿qué otra cosa significa esta operación inversasino convertir a la Naturaleza en un hecho histórico condicionado a

 priori  por la historia, sólo para darle cabida a ésta dentro de lanaturaleza? No se logró el intento impunemente, porque en elmomento mismo en que se realizó la equívoca maniobra, laintencionalidad cósmica atribuida a la naturaleza sólo para

entender la historia entró en conflicto con la intencionalidad de IV. LA SOLUCIÓN AL PROBLEMA: CONFLICTO INNECESARIO DE INTENCIONALIDADES

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entender la historia entró en conflicto con la intencionalidad de, justamente, los hechos históricos propiamente dichos, es decir ,del acontecer individual humano. Para salvar el escollo hubonecesidad, pues, de decretar la insignificatividad real de lasintenciones individuales concretas en beneficio de aquella otraintencionalidad abstracta, postiza y supuestamente cósmica,

137

con el resultado, casi chusco, de que el acontecer natural, tanviolentamente aniquilado como tal al verse transformado enacontecer histórico, se refugió en la historia misma y allí afirmósu ser. En efecto, la consecuencia de toda esta maniobra delidealismo fue que la intencionalidad individual tuvo que

conceptuarse como manifestaciones del egoísmo arbitrario y dela pasión ciega ("locura, vanidad, maldad y afán destructivo",Kant), es decir, como animalidad, y aquel abismo que trató desalvarse se abrió de nuevo a espaldas de los caballeros delidealismo. Los procesos cósmicos eran en realidad historia; bien,pero entonces, los procesos humanos eran en realidadnaturaleza. La reacción contraria produjo un resultado igualmenteinsatisfactorio. Al percibirse la falla y la necesidad de restablecer lasignificación del acontecer humano individual, se le concedió a laintencionalidad de ese acontecer su sentido histórico propio. Ahorabien, al tratarse, desde esa premisa, de conceptuar unitariamente

ese acontecer histórico, la única solución consiste en suponer queesa totalidad es ella, también, un hecho histórico, suposicióngratuita que inmediatamente provoca la misma contradicción queen el caso anterior. En efecto, si se asume que la historia, en elsentido de la totalidad de los hechos históricos es ella también unhecho histórico, se supone implícita, pero necesariamente unaintencionalidad propia y peculiar a ese hecho, y en cuanto propia ypeculiar, distinta a la de los hechos individuales, con lo que surgeel mismo conflicto.

IV. L A SOLUCIÓN   AL PROBLEMA: CONFLICTO  INNECESARIO  DE  INTENCIONALIDADES 

11. ¿Qué nos revela esta inspección? Muestra que en los dosintentos hay uno y el mismo supuesto, salvo por la inversión detérminos de su enunciado, y que, por lo tanto, a ese únicosupuesto se debe la contradicción idéntica a que se llega por ambos contrarios caminos. Nos hemos colocado así, va se habráadvertido, en el corazón de la

138famosa antinomia de pluralidad y unidad, el escollo capital de la

filosofía de la historia. Con estos elementos ¿podremos yasuperarla? Veamos.

En el primer caso, que no es sino el de todas las doctrinasidealistas, el supuesto consiste en asumir que la historia es

necesariamente un acontecimiento intencional y, por lo tanto,asumir implícitamente que es un hecho histórico. En el segundocaso, el de todo historicismo, el supuesto consiste en asumir que la historia es necesariamente un hecho histórico y, por lotanto, asumir implícitamente que es un acontecer intencional. Perodebido a este supuesto único y común, a saber: que la historia es,ella, un hecho histórico, las dos soluciones contrarias acaban, comovimos, por negarse en una contradicción lógica irreductible. ¿Quélección encierra este desenlace? La cosa es clara: si no noscomprometemos en un combate tan perdido por ambos lados,sino que simplemente miramos el espectáculo que ofrece,

podemos percibir en él una instancia reveladora del mal original:el intento de rebasar los términos propios del hecho histórico,cuyos limites, ya lo vimos, han quedado reducidos a sus propiostérminos, a la estrecha provincia de la intencionalidad humana.Todo el mal, pues, está en aquel supuesto, al parecer inocuo yobvio, de que la historia constituye, ella, un hecho histórico, y conesta determinación nuestras reflexiones alcanzan su punto decisivo.

En efecto, volvamos ahora sobre la famosa antinomia de unidad ypluralidad, y veremos que no es sino un planteamiento queresponde al supuesto cuya legitimidad vamos denunciando. Laantinomia ha sido la manera lógica de expresar el conflicto

irreductible de intencionalidades que se ha puesto al descubierto. circunstancia de que aquel supuesto conduzca a una misma

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irreductible de intencionalidades que se ha puesto al descubierto.Pero es una manera equívoca de expresarlo, porque en realidadno se t rata de un confl ic to. Mientras se mantenga laintencionalidad que, debido al supuesto, es necesario atribuir a lahistoria, ésta aparecerá como unidad frente a la pluralidad queprocede de la intencionalidad de los hechos históricospropiamente dichos. Pero cuando advertimos que aquellanecesidad de

139atribución no es realmente una necesidad, sino una condición de

un supuesto gratuito, vemos que no existe conflicto, porque esoposición entre una intencionalidad de atribución necesaria yconstitutiva ( la de los hechos históricos) y una intencionalidad de

atribución innecesaria y, en todo caso, de finalidad meramentegnoseológica. Descubrimos entonces, que no existe antinomia real yque, por consiguiente, la gran cuestión de la filosofía tradicionalde la historia, el debate entre unidad y pluralidad, no es unproblema auténtico: procede del supuesto de que la historia encuanto tal es un acontecimiento de la misma índole de los hechoshistóricos propiamente dichos, es decir, un acontecimiento quenecesariamente debe constituirse en ese modo de ser del hecho.Pero ¿ realmente se trata de un supuesto falso, gratuito einauténtico? He aquí la gran cuestión a que nos vemosconstreñidos.

LAHISTORIACOMOVIDA

V. L A SUCESIÓN  HISTÓRICA

12. Seguramente resulta de difícil comunión la idea de que lahistoria no sea un hecho histórico y que, por lo tanto, el supuestocontrario es gratuito e ilegítimo. Desde nuestro punto de vistaesas dos conclusiones son inconclusas. Por una parte, vemosque nada obl iga a hacer, en el caso, la atr ibución deintencionalidad creadora del hecho histórico: por otra parte, la

circunstancia de que aquel supuesto conduzca a una mismacontradicción a dos soluciones de signo contrario, es ya indicioelocuente de su in-autenticidad. Conviene, sin embargo, ahondar más en este problema para hacerle frente a la objeción que parecemás obvia, la dificultad que ofrece la sucesión de los hechoshistóricos, en cuanto tal sucesión. En efecto ¿no se trata, acaso, deun hecho histórico más entre los otros hechos históricos? Mas siasí es ¿no, entonces, debemos afirmar 

140en contra de nuestra conclusión que la historia es un hecho

histórico? Pues ¿qué no la historia es, precisamente, esasucesión?

Empecemos por una aclaración. Pensar que la sucesión de los

hechos históricos es, ella, un hecho histórico, únicamente porque esla sucesión de esos hechos, es una idea que sólo tiene a su favor la apariencia de verdad: descansa en  el supuesto de que lasucesión de algo tiene que ser idéntico en índole a lo que sesucede, o dicho de otro modo, que la sucesión no es sino laacumulación o suma de lo sucedido, lo cual es obviamentegratuito. Con toda evidencia, la sucesión es un acontecer distinto alacontecer de los hechos que se suceden, y cuanto debemos decidir es, primero, si ese acontecer distinto es o no es, en el caso de lahistoria, un hecho histórico; pero, segundo, si ese hechohistórico, en caso de que lo sea, constituye o no la historia.

Pues bien, pensemos concretamente en un acontecimiento que seacepte sin discusión como un hecho histórico, el asesinato deCésar, pongamos por caso. Si miramos con atención eseacontecimiento, pronto advertimos que está formado de una seriede acontecimientos que aparecen en sucesión, a saber: la ideainicial de la conveniencia de matar a César, la conspiración de losconjurados, los debates acerca del modo, el momento y el sitiode realizar ese fin y los sucesivos actos que supone su realización.Todos esos acontecimientos singulares constituyen, en sucesión, elacontecimiento único que llamamos "el asesinato de César", yahora la pregunta consiste en averiguar qué sea esa sucesión.

 Ahora bien, se advierte, por lo pronto, que esa sucesión es la en hechos históricos propiamente tales, una supraintencionalidad

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, , p p , qmanera en que los hechos singulares aparecen vinculados dentrode una concepción unitaria, la concepción: "el asesinato deCésar". Si se substituye esa concepción por otra, la sucesiónsubsiste, pero con otro signo, por ejemplo, cuando concebimosunitariamente los mismos hechos como "la salvación de lasinstituciones republicanas". La sucesión es necesaria comomanera de aparición de los hechos históricos, puesto que, por la

índole de éstos, son

141estructuralmente hechos intencionales. Pero esa manera

¿es, ella, propiamente un hecho histórico, un acontecimiento queobligue a una necesaria atribución de intencionalidad? Propiamente

no es un acontecimiento, es una condición esencial de laconstitución de los hechos históricos, es, para decirlo de una vez,la temporalidad mostrándose en esa manera especial deconceptuación que llamamos el hecho histórico. Ahora bien, si no es propiamente un acontecimiento no podrá ser 

propiamente un hecho, ni histórico ni de ninguna clase. Sinembargo, es obvio que la sucesión de los hechos históricos sepresenta, ella, como un hecho histórico más. ¿Qué hay, pues, enesta paradoja? La respuesta es sencilla: se trata de un hechohistórico impropio; se trata de la constitución en el modo de ser del hecho histórico de algo que no puede legítimamente constituirse

en ese ser, pero que, sin embargo, así se constituye cediendo auna exigencia ajena a la necesidad creadora del hecho histórico,pero que, sin embargo, es un a exigencia pragmática y poderosa, laexigencia no ontológica constitutiva del ser del hecho histórico,sino la exigencia gnoseológica de inteligibilidad del hacer histórico.

En efecto, la sucesión es un hecho histórico en cuanto hay unaatribución de intencionalidad; pero es impropio, en cuanto esaatribución no es necesaria constitutivamente. Podemos concebir latemporalidad sin finalidad. Cuando decimos: "el asesinato deCésar'", atribuimos a un grupo de acontecimientosresponsabilizados en agentes humanos, es decir, ya constituidos

p p , pque en cierta forma gobierna y en cierta manera anula laintencionalidad concreta y particular atr ibuida a esosacontecimientos. La intención que atribuimos a la reunión deBruto y sus amigos no es privar a César de la vida, esestrictamente hablando, reunirse para discutir sobre laconveniencia o no de la muerte de César. La atribución de esasupraintencionalidad es constitutiva de un hecho histórico; bien,

pero ese hecho histórico llamado ''el asesinato de César” ha sidoimpropiamente

142constituido: la atribución de aquella supraintencionalidad no ha

sido ontológicamente necesaria, porque no existe un agente

concreto dotado de voluntad en quien responsabilizar dichasupraintencionalidad, ésta se halla situada más allá de loshechos que vincula. Se trata, pese a apariencias contrarias, delmismo caso de la tormenta que impide o favorece la victoria enuna batalla. Es, sin duda, un hecho histórico por la atribución deintencionalidad implicada: pero lo es impropio, a no ser quecreamos de veras en un dios de las tormentas interesado en eldesenlace bélico.

Cuanto se ha aclarado con auxilio del ejemplo del asesinato deCésar debe ahora extenderse hasta su límite lógico, es decir, comoaclaración del problema general de la sucesión total de los hechos

históricos. Cuando, en vez cíe decir que el asesinato de César es unhecho histórico, decimos que la historia es un hecho histórico, enel sentido de la sucesión total, también postulamos unasupraintencionalidad constitutiva de un hecho histórico impropio,cuya índole equívoca siempre se delata en nuestro modo obligadode aludir a él, implicando un agente detrás de la historia. Asídecimos, por ejemplo, ''la historia juzgará sus actos", "la historiaes madre de la experiencia" o "la historia nos invita a obrar",etcétera.

13. Se pensará que hemos extremado el caso, que la equiparaciónentre la tormenta, el asesinato de César y la historia entera no se

mantiene. Se dirá que en el caso de la tormenta, que es un hecho atribuírsele: la salvación del género humano, la realización de la

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q , qnatural, es claro que no existe un agente que obligue a laatribución de intencionalidad. Aquí sí se trata de un hechohistórico impropio. Pero en los otros dos casos ese agenteexiste, es el hombre, el actor en el asesinato de César o en lahistoria. No nos dejemos engañar por la seductora apariencia. Sivolvemos sobre nuestro ejemplo, parece, en efecto, que el agenteen el caso del asesinato de César está integrado por todos los

conjurados, pero que, no por ser varios hombres, estamos menosobligados a la atribución de intencionalidad. Se trataría, pues,de un hecho histórico propio. Sin embargo, la reflexión

143

nos descubre pronto el engaño: ese supuesto agente plural esuna mera abstracción, tan abstracción como la adusta señora queaparece encarnando la historia en los monumentos públicos y enlos libros escolares. Se trata de un único hipotético asesino queestaría animado por la mera y exclusiva intención de matar a César,y que, en el momento de matarlo, desaparece como por ensalmo.Se supone, en esa abstracción, la identidad absoluta de lasintenciones en cada uno de los conjurados a lo largo de cadauno de los monumentos y actos vinculados conceptualmente

por la visión totalizadora, y se desconoce que si Bruto mata por amor a la patria, otro mata, quizá, por mezquina venganza ocanceroso resentimiento. No tiene remedio: la supraintencionalidadatribuida a la sucesión tiene que desconocer el sentido plenario delas intenciones singulares responsabilizadas en agentes realesdotados de voluntad y conciencia, y sólo así se puede fabricar eseagente supuestamente único. Y si esto lo pensamos respecto a lasucesión total no tardamos en tropezar con las abstraccionesforzosas del idealismo que hace de "la humanidad'' o de "laespecie humana" el agente único responsable de la historia, unúnico hombre hipotético dotado de la supraintención que quiera

g ,libertad racional, o el progreso de la ciencia. Pero estos pálidosentes metafísicos, "el asesinato de César", "la humanidad", "elespíritu racional", etc., no nos constriñen: es al revés, nosotroslos hemos inventado por los obscuros, profundos, reales motivosde aquella nuestra soledad a que aludimos antes. Nos queremosacompañar aunque sea del Sujeto Trascendental. Resolvamos,pues, que la sucesión histórica es, sin duda, un hecho histórico,

pero en su manera impropia de ser. Es la temporalidadconstituida impropiamente en hacer humano. Es, en ciertosentido, el último acto de fetichismo que nos es permitido: perotambién es, lo veremos en seguida, una función de la vidaconsciente en la actividad de su propio vivir; es su manera deluz en las tinieblas de su aislamiento cósmico.

144

VI. E L PRAGMATISMO  VITAL DEL CONOCIMIENTO  HISTORIOGRÁFICO 

14.  Al considerar la índole del conocimiento historiográfico (Nº 8)tuvimos que dejar para más tarde el problema peculiar que leplantea la sucesión histórica: ahora podemos hacerle frente.

Hemos afirmado: la sucesión constituye, si bien impropio, unhecho histórico. Su conocimiento, pues, será de la misma índoleque el de esos hechos. Consiste en concederle el sentido que lecomunica la intencionalidad que se le hubiere atribuido. Si, por ejemplo, se trata de la finalidad de realizar una supuesta

racionalidad del cosmos, conocer la sucesión histórica no será sinovincular conceptualmente los hechos históricos en una cadena desucesión dotada de ese sentido, o lo que es lo mismo, ideando eldevenir de las acciones humanas, su temporalidad, de acuerdocon semejante f inalidad. Es así cómo el conocimientohistoriográfico supera el atomismo de un mero saber de loshechos particulares desvinculados (los cuales, por otra parte, notendrían dónde aparecer si no hubiera sucesión), y nos entregauna visión unitaria y total de esos hechos. La decisiva importanciade esto es, pues, que se trata del único modo a nuestro alcancede hacer inteligibles las acciones humanas constituidas en hechos

históricos. La atribución de una supraintencionalidad es, por  vez más poderosa la creciente convicción de que la verdad no es

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p pconsiguiente, indispensable hipótesis de inteligibilidad. Pero,además, debe advertirse que esa visión total, meta final de todahistoriografía, no es un conocimiento de tipo estático: lacomprensión total del suceder histórico, en cuanto que ese suceder queda constituido en un hecho histórico (aunque impropio), ofrecela misma esencial movilidad en donde, según vimos, radica laobjetividad del saber historiográfico. Del mismo modo que el

conocimiento de un hecho histórico propio depende del sentido dela intencionalidad atribuida de acuerdo con las exigencias dequien hace la atribución, así también, la visión total del suceder histórico está sujeta a igual dependencia. Es un conocimiento dealgo qu e se mueve, pero para un sujeto que se mueve con ese

145

algo, es decir, es un conocimiento relativista en el sentidomatemático, y aquí se involucra lo que podría llamarse larevolución einsteiniana frente a la postura newtoniana de latradición historiográfica pedida por Kant. Y si ahora consideramosque la peculiaridad de nuestra vida es ser vida consciente,podríamos concluir afirmando que en el saber de que es capaz laciencia historiográfica, entendida como lo hemos dicho, debeverse la manera propia y única en que la vida consciente haceinteligible para sí misma su propia actividad, es decir,formándose de sí misma la idea de que su vivir es también algoconsciente, que es, en suma, un proceso intencional del cosmos.

Tal, pues, el sentido más profundo de la historiografía.Pero ¿qué fin, qué propósito anima y persigue ese afán deinteligibilidad que ha obligado al hombre desde siempre a formarseuna idea del pasado, constituyéndolo en un gigantesco pseudo-hecho histórico? Nada parece justificarlo, porque, a fin de cuentas,¿qué nos importa el pasado? ¿No podemos, acaso, vivir sinpreocuparnos por saber lo que le ha acontecido al hombre?

15. Es un lugar común aducir a ese respecto el gusto innato eirresistible que el hombre tiene a conocer. Conoce, se dice, por gusto de conocer; lo impulsa, se añade, el amor a la verdad. Sinembargo, lo cierto es que contra esta noción beata se yergue cada

p qesa distante, lejana, abstracta amada, indiferente y separada dela vida y de sus exigencias. La verdad es función de vida; peroademás, ya va siendo tiempo de confesar que llamar gusto alesfuerzo que implica el conocimiento es, en el peor caso, unahipocresía y en el mejor caso, un equívoco. Se trata siempre deuna penalidad que, cuando se convierte en gusto, sólo lo esmediato y por deformación profesional y siempre con ojo más

o menos puesto en el crédito y en el halago que trae aparejadala reputación de sabio. La frivolidad tiene un sentido culturalprofundo, y el hombre que la rechace o vitupere carece de unadimensión

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esencial. Nada delata con mayor elocuencia la declamatoriabeatería del amor a la verdad por la verdad misma, que la índoledel conocimiento historiográfico. En efecto, si, según se hamostrado, ese conocimiento estriba en dotar de ser a unacontecimiento al atr ibuir le una intención (que no esnecesariamente la fáctica), es claro que el sentido concreto de laintencionalidad atribuida debe responder a algo, y ese algo no essino la necesidad de satisfacer exigencias vitales y concretas delsujeto que hace la atribución. Vemos, pues, que el conocimientohistoriográfico es la manera de adecuar el pasado a lasexigencias del presente, es decir, una operación que consiste en

poner al pasado (concebido bajo especie de hecho histórico) alservicio de la vida; y como ésta es constante y obligadaproyección hacia el futuro, siempre amenazante por in-cierto, elfin perseguido es conjurar en lo posible ese obscuro peligro.Contra todas las oblaciones de imparcialidad y desinterés está elindubitable pragmatismo futurista que anima toda hermenéuticahistoriográfica. Y si, como he intentado mostrarlo en otra parte,se ofrecen los resultados de la tarea bajo el escéptico signo de laindiferencia práctica, no ha sido para robustecer su eficacia. Lafinalidad que persigue la vida consciente al hacer inteligible parasí misma su actividad pretérita es, pues, orientarse en el

despliegue de su actividad futura. Por eso cabe decir que toda especie de hecho histórico, o sea, como algo intencional, algo

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historiografía es política en el más alto sentido; por eso, tambiénentraña por manera esencial un espíritu profético que la vivifica. Ysi es eso, un  conocimiento de previsión, un instrumentopermanente, como dijo Tucídides, la luz que la vida conscienteencuentra en sí misma para actuar y acertar en lo porvenir, nose ve bien por qué el llano reconocimiento de misión tan noblee indispensable provoque aún tanta protesta. Sólo la ceguera

respecto al sentido de la tarea histórica y la beatería de la culturaexplican semejante actitud.

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VII. ¿Q UÉ  ES  HISTORIA? 

16. Visto lo que son los hechos históricos y la sucesión de esoshechos, falta preguntar por la historia: ¿qué es la historia? Puesbien, desde nuestro punto de vista, se puede contestar que es elacontecer que lógicamente supone como anterior la operaciónconstitutiva de los hechos históricos propiamente dichos. Siconst ituir un hecho histórico es dotar de sentido a unacontecer mediante la atribución de una intencionalidad, ese

acontecer es lo histórico, el acontecer previo al hecho, y respectoal cual solamente podemos decir que, cuando queda dotado desentido, es en la forma y manera de ser del hecho histórico. Louno y lo otro se distinguen claramente. Diríamos, arriesgandouna expresión equívoca, que ese acontecer previo es lasubstancia o soporte vital del hecho histórico; pero no comouna esencia o naturaleza, sino como un acontecer real que desuyo carece de sentido, algo puramente fáctico. Acerca de eseacontecer previo y necesario para la constitución del hechohistórico no podemos predicar nada, salvo que existe como eso, esdecir, como esa realidad que únicamente cobra sentido bajo la

responsabilizado necesariamente en un agente dotado de voluntad,en un agente consciente. En suma, historia es esa realidad queconcebimos como mera potencia, mera posibilidad de quedar constituida en el ser de "hecho histórico" propiamente dicho:pero que no por eso es, ella, un hecho histórico, ni, en definitiva,hecho alguno, puesto que, de quedar constituida en ese modo deser llamado "hecho", necesariamente aparece como histórico.

 Ahora bien, si eso es historia, esa realidad anterior al hechohistórico, mera potencia o posibilidad, es claro que estamosaludiendo a eso que designamos con la palabra vida. Lahistoria es vida; pero una especificación singular de la vida, unmodo de ella, el modo peculiarísimo que llamamos la vidaconsciente, y del que sólo podemos decir que entraña laposibilidad efectiva de hacer inteligible para sí misma su

148propia actividad en la manera de ser del hecho histórico,

posibilidad en que ese modo de vida se vive.Historia, pues, no es ni la suma de los hechos históricos, ni la

sucesión de los mismos, ni ambas cosas. Es algo anterior a todoeso; pero posibilidad de, precisamente, eso. Vida, en suma, queasí vive su peculiaridad de ser vida consciente de sí misma, peroque, no por eso, sabe lo que sea ese vivir. De allí que, en últimainstancia, el conocimiento histórico no aclara su propio e inefablemisterio, porque no debemos tomar a esa idea que la vida

consciente es capaz de formarse y se forma de sí misma (lo quellamamos visión del mundo y del hombre), por ser un conocimientode ese modo peculiar de vida. Se trata de dos planos distintosque no se tocan. En uno se despliegan y se dan esas sucesivasvisiones unitarias de los hechos históricos que nos ofrece elpragmatismo futurista y profético de la ciencia historiográfica. En elotro, el devenir histórico queda vinculado, más allá de todalógica y de toda visión científica al gran proceso universal' de lavida, cuyo sentido y necesidad, si los tiene, nos eluden por completo. Porque es claro que saberse vida dista mucho desaber lo que es la vida, como saberse ser dista mucho de saber lo

que es el ser, y solamente la obscura confusión de esas dos vincular así, en un fondo común, esos dos órdenes, sin violación

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cosas tan diferentes ha podido hacernos tomar la ciencia de lasacciones humanas (en plan historiográfico o metafísico) comoconocimiento de la vida y ser humanos, haciéndonos concebir esperanzas desmedidas que, sin embargo, van pareciendo día adía irrealizables. Lo histórico, como vida que es, esa "nuestrarealidad radical", permanece sumido en el misterio de cuanto senos ofrece como lo puramente dado. La historia no es, pues, un

hecho histórico, ni la suma, ni la sucesión de esos hechos, ysolamente puede afirmarse lo contrario en un contexto equívocoy superficial, el contexto, precisamente, que ha supuesto lafilosofía tradicional de la historia y que, como vimos, acabaahogándose, por eso, en una contradicción irreductible.

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VIII. C IENCIA HISTÓRICA COMO  SABER  DE  LA VIDA

17. Pero con todo esto se abre una perspectiva de cuestionesinsospechadas que nos limitaremos a insinuar. No cabe duda queel deslinde practicado parece cerrar la puerta a un conocimientomás fundamental, puesto que se afirma el misterio impenetrablede ese acontecer previo al hecho histórico, sin que nada, ni suacontecer mismo parezca justificar su necesidad. Pero si es preciso

reconocer llanamente esa limitación que nos pone frente a lodesconocido de nuestro propio vivir ¿no acaso, justamente eseenfrentamiento es ya ganancia decisiva? Mientras se crea que lahistoria es la idea acerca de la totalidad de los hechos históricosque puede ofrecernos la ciencia historiográfica, la índoleverdadera de ese acontecer quedará oculta a nuestra vista \seremos víctimas de nuestro propio engaño. Pero una vezdisipado el obstáculo ¿no será posible, entonces, abrir unnuevo campo de observación de la vida en sus operaciones de,quizá, más alta jerarquía? ¿No será éste el modo de echar elpuente entre naturaleza e historia tan afanosamente buscado, y

de sus índoles? Puestos ante la realidad de la vida consciente,ya que no nos sea dable penetrar en su intimidad esencial, por qué no observar curiosamente su modus operandi, al menos.Ser ía observar lo que esa v ida consc iente t iene deinconsciente (casi iba a decir, lo que tiene de vida), en lugar de empeñarnos en dotarlo de una conciencia ficticia y supuesta,transfigurándolo todo en un fetichismo panteísta y antropomórfico

que, en última instancia, es un velo que nos esconde la ingente,misteriosa realidad cósmica que somos. Si, como hemos tratadode ver, ese modo peculiar de vida que es la vida consciente sevive a sí misma en una proyección hacia el futuro y para esodota a su actividad pretérita de una inteligibilidad que le dasentido de conocimiento de previsión racional ¿no, acaso,merecería la pena observar esa operación tan singular, y haciendode ella objeto de estudio, interrogarla en demanda

150de la estructura de sus resultados? Alucio, claro e stá , a una

reflexión sobre la historiogra fía que no se quede en el planopropio de esa ciencia y de su problemática, sitio que vaya másallá, que cale hasta sus supuestos, y que de esa manera laconsidere como una función u operación vital de un ciertomodo de la vida, como, si se me permite la expresión, unproceso de auto catarsis que quizá revele, en la invención deformas y entes peculiares, la inconsciente potencia creadora de

la vida consciente. La historiografía, vista su pregunta motivadoray su f ina lidad pragmát ico-v i t a l , s implemente da por  supuestas esas formas y entes s in averiguación algunaacerca de sus  estructuras ontológicas; pero una inquisiciónque tensa por punto de partida las visiones que de sí misma vaelaborando la vida consciente en la actividad de su propio irseviviendo, quizá nos muestre que esas estructuras, como espejosontológicos, reflejan intimidades insospechadas acerca de nuestrarealidad. Porque ¿qué no podrá enseñarnos la f isiología(permítase la expresión) de los procesos creadores de entes que,en plan historiográfico, aparecen constituidos en el ser de esos

hechos históricos impropios que, por ejemplo, se llaman la sustancialmente distintas, típicas, propias y peculiares de los

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fundación de Roma o el descubrimiento de América? Quizá, por elcamino que aquí se insinúa, algún día se logre atisbar si el modo devida consciente no es el gran pecado biológico, una ya-no-vidaplenaria, puesto que sobre todo es conciencia de la muerte yque, por eso, su destino final e inexorable sea la auto-destrucciónpor haber osado ir más allá de los límites debidos; o si, por elcontrario, la conciencia no significa la floración y más alta

 jerarquía de lo vital, y que el saber de la muerte sea eltembloroso aviso de la posibilidad contraria.

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5. WENCESLAO ROCES/ALGUNAS CONSIDERACIONESSOBRE EL VICIO DEL MODERNISMO EN LA HISTORIA

 ANTIGUA (1957)7*

ME PROPONGO hilvanar aquí —bien entendido que sin la pretensiónde hacer un estudio sistemático, acabado— algunasconsideraciones de orden crítico acerca de lo que algunos han

señalado, entiendo que certeramente, como un vicio de lahistoriografía, en el campo de la historia antigua, disciplina queyo profeso en nuestra Universidad. Me refiero al vicio o a latergiversación historiográfica del "modernismo": es decir, a latendencia a presentar y construir ciertos hechos y fenómenos de lassociedades antiguas enfocándolas a través de conceptos ycategorías que corresponden a realidades históricas

7* Texto tomado de Cuadernos del Seminario de Problemas Científicos y Filosóficos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, segunda serie, vol.

I. pp. 77-93.

tiempos modernos.Creo que el examen de esta deformación historiográfica permite

esclarecer, a la luz de un aspecto concreto, importantes problemasrelacionados con los criterios y los métodos de nuestra disciplina ycon su propio ser y concepción. Partiendo, ya desde ahora, de lapremisa de que realmente la historiografía descanse sobremétodos y criterios, es decir, sobre un armazón científico. Pues es

bien sabido que, para empezar, la historiografía que yo mepermitiré llamar usual o académica impugna, por ministerio demuchos de sus representantes, hasta el mismo carácter científico,coherente y sistemático de la historia, como si

152el historiador, con gesto suicida, dimitiera de antemano su

cometido de cientificidad.En épocas como la nuestra, de grandes y decisivas

transformaciones sociales, en que las fuerzas determinantes, conademán ejecutivo, están haciendo la historia grande ante nuestrosojos, la responsabilidad de los que escriben o explican las resgestae, la historia ya hecha, se ahonda y se pone como en

carne viva. Como la ciencia de la economía y como todas lasciencias sociales en general, en estos periodos, la historia correel peligro de convertirse de disciplina científica, objetiva, eninstrumento apologético, Y, en muchos, esta responsabilidad o elempeño por rehuirla, como si temieran chamuscarse con la lavaardiente de los volcanes en erupción, induce a la confusión y aldesconcierto, a ese talante de crisis que es, hoy, la signatura biendefinida de tantos libros de historia y del estado de ánimo detantos historiadores. Y es que, cuando la realidad asusta, ciertasmentes, como niños medrosos, se refugian en el azar y en el mito,en lo fortuito y en lo caótico.

Es, en la zona de la sombra, el impacto negativo del temor, del ti l b l i hibi ió t l i ió l t l l

logógrafos, se hunde de nuevo la historiografía, ahora con granl d d di ió t té i t l i bl

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la angustia, la zozobra y la inhibición ante la irrupción y la toma legalde posesión de fuerzas tradicionalmente clasificadas a extramurosde la historia o condenadas por los definidores de ésta, comofuerzas proscritas, al "underworld" al "maquis" de lo conspirativo.Y si la marcha de la historia, que no mana precisamente de lapluma del historiador, sino que fluye de los hechos mismos,considerada como unidad coherente, legitima esa toma de posesión

de los que vienen de la manigua a la calzada real del mundo,entonces, los que se asustan de lo nuevo y se refugian, por lomenos, escondiendo la cabeza bajo los pliegues de la toga, en elconsuelo de que la historia que se escribe no lo legalice,empavorecidos ante la llegada de los nuevos huéspedes no gratos,se rebelan contra sus mismos penates, los arrojan por la borda yarrasan su propia morada historiográfica, para no dar albergueen ella a los que tienen por advenedizos.

De ahí —con ánimo deliberado o sin la conciencia de

153

ello, esto no importa — ese espectáculo tan singular y pocoedificante de los historiadores que tiran piedras contra su tejado. Deahí, en muchos definidores de la historia de ésos a que me refiero,la cerrada obstinación en negar el carácter objetivo, riguroso,científico de la historicidad, en rechazar por pr incipio la objetividadde lo histórico y la existencia de leyes históricas, llegando hasta larepulsa del mismo principio de la condicionalidad causal de losfenómenos históricos, y no digamos del criterio del progreso en la

historia, como factor que, en última instancia y atalayada latrayectoria en su conjunto, informe y presida el proceso deldesarrollo histórico. De ahí la concepción de la historia como algopor definición incoherente, disperso y fortuito, subjetivo ycaprichoso, como un desfile caleidoscópico de sucesos y figurasbajo el dictado anárquico del azar. Es el retorno a aquella ideade la historia como "un montón de basura y un desván de trastosviejos'', a la manera como la veía y la describía Goethe, antes de queel contacto con Herder le llevara a descubrir en ella ''el grandrama interior de la humanidad". Y, retrocediendo hasta muchomás atrás de Tucídides y del propio Herodoto y los ingenuos

alarde de erudición y aparato técnico, entre las nieblasmitológicas del pensamiento de los orígenes. En medio de estanoche obscura en que todos los gatos son pardos, pululan a susanchas la mitomanía y el culto fetichista a los símbolos en que sonmaestros un Toynbee o un Jaspers y con el que, antes de ellos ycomo maestros suyos, trató de pavimentar míticamente el caminode la historia hacia el poder, para la pretendida cruzada triunfal del

"homo germanicus", Oswald Spengler. Así, perdidos en esta "selva selvaggia" del poeta florentino, resultafácil, naturalmente, extraviarse y extraviar a otros ante problemasque, bajo condiciones distintas, siempre se han ventiladosustancialmente en historia, como el del papel de las masas y dela personalidad en el decurso de ella, el de la base y lasupraestructura o la materia y la

154forma de lo histórico, el de la función histórica de las fu er za s

materiales, las condiciones económicas y las ideas, el de lascontradicciones internas y su exponente, las luchas de clasescomo el autor de la historia, y tantos más.

La responsabilidad del historiador ha sido siempre grande. Perose aquilata y acrecienta, sobre todo, en épocas c om o lanuestra, en la que la historicidad, como la papeleta de defunciónde lo que muere y el título de legitimidad de lo que  nace, revela

su sentido profundamente revolucio na r io . En la Ideologíaalemana, decía Marx, ya en 1845: "Sólo conocemos una ciencia,la de la historia." Y del mismo periodo juvenil, de 1844, son laspalabras, tan cargadas de sentido, de Engels: "La historia loes todo, para nosotros, y la colocamos más alta que lasfilosofías más recientes, incluyendo la de Hegel, a quien, en elfondo, la historia sólo le servía para contrastar su propioproblema lógico." "La historia —añadía— nos pone en guardiacontra el peligro del apriorismo." La concepción materialista ydialéctica de la historia, revolucionaria de toda la ciencia social,como fundamentada sobre las fuerzas que revolucionan la propia

sociedad, brota del estudio de la propia evolución humana, esd i d l t di d l hi t i i

un cuerpo de colaboradores muy ilustres en el campo de lahi t i fí f d d l l li it i

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decir, del estudio de la historia misma.El panorama que ante nosotros ofrece ese tipo de historiografía

actual a que me he referido no es, evidente y explicablemente,sino la proyección sobre el campo historiográfico de la corrientegeneral del irracionalismo entronizada ideológicamente en unabuena parte de la filosofía y la sociología del mundo en quenosotros vivimos, de ese motín del pensamiento descoyuntado

contra las normas y los criterios de lo racional, que con tantamaestría ha estudiado críticamente el profesor húngaro GeorgLukács en su magistral libro El asalto contra la razón, traducido p or mí del alemán y cuya próxima aparición está ya anunciada. Ydigo que esa proyección de las sombras nacionalistas de unaconcepción filosófica y sociológica general enderezada contra larazón sobre el campo de la historiografía es evidente y explicable,porque la visión

155histórica no es, a su vez, más que una proyección especial de la

concepción general del mundo y del hombre sobre e ldesarrollo de la sociedad humana, de los pueblos y de lahumanidad a través del tiempo y en el espacio. Una disciplina deconocimiento acotada, no precisamente por el campo sobre elque se enfoca, sino por el ángulo en que lo contempla y vinculadaen indisoluble unidad con las otras ciencias especiales delconocimiento humano, es decir, social: la economía, la sociología,

la lingüística, la estética, la tecnología, etcétera. Acaban de ver la luz en sus lenguas respectivas de origen, losprimeros volúmenes de dos importantes obras de Historia universal,en curso de publicación: la Historia Universal  de la Academia deCiencias de la URSS, obra colectiva de un conjunto de especialistassoviéticos, los más destacados en las diversas ramas del quehacer histórico, bajo el patrocinio del Instituto de Historia, del InstitutoOrientalista y del Instituto de la Cultura Material, de Moscú, y laHistoire Universelle de la Encyclopédie de la Pléiade, fundada por el eminente historiador René Grousset, compuesta con arreglo alos lineamientos por él trazados antes de su muerte y escrita por 

historiografía francesa, cada uno de los cuales aplica su criteriopersonal, autónomo, a la parte cuyo tratamiento le ha sidoasignado dentro del plan general. Cada una de estas dos obras nosofrece, como concepción y como realización, una síntesis de ideasy un balance de trabajos, de dos maneras muy contrastadas deabordar los problemas de la historia. Y, no hace mucho, ha salidode las prensas, como resultado de las labores del Seminario de

Historia de la Universidad alemana de Marburgo, bajo la direccióndel profesor Fritz Wagner, un volumen titulado La Ciencia de laHistoria, en el que, a la luz de una selección de textos de losgrandes historiadores y filósofos de la historia de las diversasépocas y con un aparato bibliográfico bastante completo y brevesestudios preliminares a los distintos autores y a las diversas épocas,se trata de ayudar a esclarecer las principales etapas

156

de la historiografía en torno a los problemas fundamentales delconcepto, la significación y la metodología de la historia. LaUniversidad de México prepara una edición española de esteúltimo libro,26 cuya traducción ha sido encomendada a midiscípulo, señor Brom, maestro en Historia, y que seguramentehabrá de ser muy útil, cuando aparezca, a los especialistas yestudiosos de la materia en nuestra lengua.

Yo creo que, a la vista de estas publicaciones que acabo de citar 

y de otras recientes de la misma o parecida índole y del acervofundamental de los valores ya establecidos para el enjuiciamientode la historia y de la misión del historiador, podría nuestroSeminario prestar un señalado servicio a este campo del estudio,de la cátedra y de la investigación, dentro de la importante tareaque se ha trazado, convocando a unas reuniones de mesaredonda de historiadores y universitarios interesados por estosproblemas para discutir y aquilatar, dentro de lo posible, losconceptos, los criterios y los métodos fundamentales de la

26 En la Colección Problemas Científicos y Filosóficos (N. del E.)

historiografía. Ahí quede la sugestión, por si las autoridadescompetentes cre eran oport no recogerla darle forma

con bastante claridad, en un campo muy delimitado, pero hartore elador el embrollo el conf sionismo irracionales a q e alg nos

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competentes creyeran oportuno recogerla y darle forma.Y, a este propósito, me permito expresar desde aquí la

aprehensión o el temor, no sé si con fundamento, de que, pese alos esfuerzos muy loables de distinguidos profesores einvestigadores en la materia, los problemas de la historia y lahistoriografía no se hallen tal vez, en el momento actual, dentrode nuestra Universidad, a la altura que las presentes

circunstancias reclaman de esta disciplina, con la consiguientefalta de interés hacia ella por parte de la juventud estudiosa.Es posible que estas apreciaciones mías debieran referirse, en

rigor, de un modo especial, o por lo menos preferentemente, a lorelacionado con la Historia antigua. No poseo los elementos de

 juicio necesarios para apreciar hasta qué punto sea ello aplicable alinterés por la historia general y, en particular, por la de México.Pero no se me

157

alcanza cómo la historia mexicana, y concretamente en una desus etapas fundamentales, la de la creación de la modernanacionalidad y la aportación a ella del elemento europeo, puedadesglosarse de la historia del Renacimiento en Europa y. a travésde ella, de la historia de la antigüedad que acostumbramos allamar clásica. Tengo para mí, y me permito expresarlo, que, enbuena parte, la falta de interés de un gran sector de losestudiantes por los problemas de la historia, nace precisamentede aquel apego a la visión de la historia como un desván de trastos

viejos, cubiertos por el polvo de los siglos, de nuestra falta decapacidad para inculcar a la juventud el sentido vivo,revolucionario y revolucionador de la historicidad. Pero, es muyposible que yo esté equivocado y que la verdadera explicación delhecho, supuesto que éste sea cierto, deba buscarse en otra parte.

Y, ciñéndome ya, después de estas consideraciones generales,al aspecto concreto sobre el que brevemente deseo discurrir hoyante ustedes, paso a hablar de la anomalía historiográfica del"modernismo" en algunos representantes muy caracterizados dela Historia antigua. Ya he dicho que lo que, a mi modo de ver, daun interés especial a este tema es que a través de él, se expresa

revelador, el embrollo y el confusionismo irracionales a que algunosde sus servidores, a veces muy ilustres, amenazan con empujar la historia.

Por razones de espacio, pero también por limitaciones deconocimiento, he de referirme solamente al rasgo de lamodernización en la historia económico-social de Grecia y deRoma.

En los años finales del siglo pasado, el estudio de la historia de laantigüedad comenzó a orientarse cada vez más de lleno hacia losproblemas económicos y sociales de los pueblos antiguos.

 Aunque a regañadientes y a la defensiva, dejábase sentir en lahistoriografía el gran impacto de la concepción materialista ydialéctica de la historia.

158Ya no era posible seguir ignorando olímpicamente la acción de los

factores determinantes de la sociedad. Había que contar con ellos. Aunque no por la puerta grande, ciertos historiadores seresignaron a dejarlos deslizarse en la morada de la historia por la escalera de servicio. Y quienes, como los historiadoresidealistas, no los veían con buenos ojos, optaron por tratar deconseguir mediante el rodeo de la tergiversación lo que ya no podíalograrse por la vía directa de la negación.

El gran helenista, epigrafista e historiador August Bock había dado,ya en 1817, el primer paso con su estudio sobre La economía del Estado ateniense. Por debajo del arte y la cultura de losgriegos, del llamado "milagro de Grecia" había —y era el fundador del "Corpus inscriptionum graecarum" quien lo proclamaba—factores económicos y sociales. "Sólo la parcialidad o lasuperficialidad —señalaba Bock— puede ver en la antigüedadsolamente ideales."

En la década del noventa, se encendió entre los economistas ehistoriadores académicos de Alemania una viva polémica en torno alas características de la economía antigua. Karl Bücher, profesor 

de Economía en Leipzig, publicó por aquellos años su célebreobra titulada Los orígenes de la economía nacional Sostenía en

supeditarlo todo a la historia política y a los acontecimientos dela historia externa Beloch es además el primer historiador de

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obra titulada Los orígenes de la economía nacional. Sostenía enella la tesis de que la economía de la sociedad antigua conservaba,en lo fundamental, su carácter de economía doméstica, cerrada(la economía del "oikos"), en la que los objetos de consumo sedestinaban, esencialmente, en masa, a la misma órbita en que seproducían y en que los actos de cambio constituían un fenómenoconcomitante, no esencial, que versaba, además, en la gran

mayoría de los casos, sobre los artículos de lujo, al margen delos de primera necesidad.Independientemente de su caracterización más o menos imprecisa

y discutible, la tesis de Bücher trataba de destacar los rasgospropios y específicos, de la economía antigua, como una fasehistórica de la economía anterior a la de la sociedad capitalista,aunque obscuramente entremezclada todavía, en su concepción,a la de la sociedad feudal.

159La teoría de Bücher suscitó inmediatamente la oposición de tres

historiadores alemanes de la antigüedad, muy ilustres yrepresentativos y claros exponentes, los tres, de la actitudmodernizadora: el helenista Julius von Beloch, Eduard Meyer,autor de una de las más importantes obras sobre la historiauniversal de la antigüedad, por desgracia incompleta, y RobertPohlmann, cuya obra principal lleva ya en su frontispicio, en eltítulo mismo, el enunciado más explícito de la modernización

anacrónica de la antigüedad, pues se denomina Historia del socialismo y el comunismo antiguos (en la segunda edición,publicada bastantes años después, muerto el autor, el título fuecambiado por el de Historia del problema social y del socialismo, enla antigüedad).

La Historia de Grecia de Beloch, cuyos tres volúmenes sepublicaron por vez primera en los años 1893 a 1904 y en segundaedición, refundida en cuatro tomos, de 1912 a 1927, tiene,entre otros muchos, el mérito de haber sido tal vez la primeraobra de conjunto en que los problemas económico-sociales de laGrecia antigua se estudian con gran detenimiento, sin

la historia externa. Beloch es, además, el primer historiador deGrecia que se esfuerza por aquilatar estadísticamente los datos delas fuentes, principalmente los de carácter demográfico. La"paralia", el "pedion" y la "diakria" (la "costa", la "llanura" y la"montaña'"), las tres fuentes sociales de las clases de la sociedadgriega de los hombres libres, de que se nutrían los partidos enlucha en el ágora, comienzan, así, a dibujar sus perfi les

materiales entre las nieblas de lo ideal. Desgraciadamente, granparte de los juicios y conclusiones a que llega Beloch, en elestudio de su rica documentación, aparecen invalidados por el viciode origen de una radical modernización. Según él, la economíaantigua, en la Grecia clásica y en el mundo que Diovsen llamarámás tarde "helenístico"', se hallaba ya muy cerca de la economíacapitalista y podía asimilarse a ella. Llevado de este prejuiciomodernizado, Beloch exagera, numérica y funcionalmente,

160la importancia de los trabajadores libres, asalariados, en los

talleres artesanales de Grecia y desvaloriza el peso y lasignificación de la fuerza de trabajo de los esclavos, en laindustria y en la agricultura, como la base de sustentación de laeconomía griega. Por donde, en resumen, habría que llegar a laconclusión de que la economía y la sociedad esclavistas hanfenecido ya, virtualmente, muchos siglos antes de llegar a su

apogeo bajo la égida del Imperio romano, y de que la sociedad y laeconomía capitalistas, basadas en la explotación del trabajo dehombres jurídicamente libres, tienen su asiento como unosveinte siglos antes de aparecer la manufactura en la Grecia dePericles.

De Eduard Meyer, historiador alemán muerto en 1930, ha dadoa conocer recientemente el Fondo de Cultura Económica, en susección de Obras de Historia, bajo el título El historiador y lahistoria antigua, una compilación de trabajos monográficos "sobrela teoría de la Historia y la historia económica y política de laantigüedad", traducidos por Carlos Silva. A través de ellos,

pueden hoy los lectores y especialistas de habla española conocer,en sus criterios y aspectos metodológicos fundamentales esta

principio historiográfico del "eterno retorno", que Vico adornara contan bellos rasgos literarios y que los profesores de ahora desnudan

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en sus criterios y aspectos metodológicos fundamentales, estaimportante figura de historiador, cuya aportación al estudio de laantigüedad es indiscutible.

Eduard Meyer es uno de los ejemplos más cumplidos delanacronismo modernizante, en la interpretación de la historiaantigua. También él, siguiendo las huellas de Beloch, consagra unagran atención a los problemas de orden económico-social. En este

aspecto, son característicos Sus estudios, recogidos en la obra quecitábamos, sobre "La evolución económica de la antigüedad" ysobre "La esclavitud en el mundo antiguo" y el que lleva por títuloInvestigaciones sobre la historia de los Gracos.

En los dos primeros trabajos, suscitados por la obra de Bücher ydirigidos contra su tesis de la economía del "Oikos", Meyer expone la teoría de que la economía de la Grecia clásica,como más tarde la de Roma y entre ambas la del imperioalejandrino, descansaba ya sobre un capitalismo desarrollado. Estehistoriador llega, en su actitud

161modernizadora, todavía más allá que Beloch, pues, sobre

menospreciar, por su número y su función, el trabajo de losesclavos y su peso específico en la economía antigua, niegaincluso el carácter propio y peculiar de la esclavitud, al equiparar económicamente las actividades del esclavo a las del trabajador libre asalariado, sosteniendo que únicamente se diferenciaban eluno del otr o por su status  jurídico, pero no, por principio , en

cuanto al régimen social. El esclavo antiguo era ya, por tanto, enlo substancial, el proletario moderno, y no simplemente suantepasado o antecesor. Así se escribe la historia. Una historiade la que resulta que los largos siglos de lucha y de desarrollohistórico que, en el campo del trabajo, substituyeron la esclavitudpor la servidumbre y ésta por el trabajo asalariarlo fueron envano, pues todo es, en esencia, uno y lo mismo.

En su Historia de la antigüedad, como en general en toda sumetodología y en sus posiciones como historiador. Eduard Meyer,negando rotundamente la existencia de cualquier clase de leveshistóricas, profesa la llamada teoría cíclica de la historia, aquel

tan bellos rasgos literarios y que los profesores de ahora desnudande su ropaje mitológico, para infundirle un sentido social o, por mejor decir, asocial. Tras la consabida ''Edad Media" de losseñores feudales anteriores al feudalismo, que es casi unmanido lugar común entre tantos historiadores académicos deGrecia, viene, según Eduard Meyer, el florecimiento delcapitalismo, en los siglos V y IV para abrir paso después, con la

decadencia y la vuelta a la economía natural, a un nuevo periodomedieval, al final del cual alboreará en inevitable retorno, el nuevocapitalismo. Como dice el cantar: "Pecar, hacer penitencia, yluego, vuelta a empezar."

Para Robert Pohlmann, el "capitalismo" antiguo hace brotar, enlucha contra él, los movimientos sociales de la antigüedad, el"socialismo" y el "comunismo" antiguos, causantes, según estehistoriador, de la decadencia y la

162ruina del mundo clásico. Fue la instauración de la que él llama

la "monarquía social", colocada al parecer por encima de lasclases, la monarquía del Macedonio o la del Augusto, la que pusoun dique al hundimiento de la sociedad. Según esta versiónhistoriográfica, el desarrollo del capitalismo señala el acné de lasociedad antigua, y la decadencia y la crisis del capitalismomarcan el colapso de la cultura. Y, dando un paso más, bien

ostensible, por el camino de esta interpretación, y de velandoharto claramente los designios que ella envuelve, el historiador sostiene ahora que son los movimientos de lucha y la rebeldía delos de abajo los culpables de la regresión y que sólo la mano dehierro de un monarca soidisant por encima de las clases pudocontener la marcha hacia el abismo

En algo se asemeja, salvadas las grandes distancias, estavisión histórica deformada y anacrónica del mundo antiguo a laexaltación apasionada de la figura de Julio César en la pluma dehistoriador tan brillante, tan cargado de sabiduría, tan genialcomo Mommsen, cuando, a pesar de sus patéticos esfuerzos por 

salvar a César del cesarismo, se empeña en convertir alhistoriador de la dictadura militar de los esclavistas en el

campesina", que, levantándose contra la "burguesía de lasciudades" momentáneamente la derrotó Y con interpretación

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historiador de la dictadura militar de los esclavistas en eldevelador de los privilegios y los abusos de los señores de laesclavitud. Por lo demás, el propio Mommsen - muy aficionado asímiles anacrónicos tan audaces como los que le llevan a llamar aCatón el Viejo el Don Quijote de Roma y a Cartago el Londres dela antigüedad habla de la existencia del capitalismo en la Romaantigua. Pero para ser justos y dejar las cosas en su punto, en lo

que a este gran historiador se refiere, conviene citar la breve notaque Marx le dedica en el tomo III del Capital y que dice así: "Ensu Historia de Roma Mommsen no emplea la palabra capitalistaen el sentido que se da a esta palabra en la economía y en lasociedad modernas, sino a la manera de la acepción popular queese concepto conserva todavía hoy, no en Inglaterra o en

 América, pero sí en el continente, como una vieja tradición detiempos pasados."

163Un autor que ha dedicado importantes estudios a la historia

económica y social de la antigüedad es el ruso Rostovtzev,emigrado en los Estados Unidos y profesor de una universidadnorteamericana. De sus obras, publicadas en inglés, The Social and Economic History of Hellenistic world y The Social and Economic History of Román Empire, la segunda ha sido traducida

al español. En este libro encontramos ideas muy características ysignificativas en torno a la interpretación modernizadora ytergiversadora de la historia antigua. Según Rostovtzev, losemperadores italianos comenzaron apoyándose, para gobernar, enla "burguesía italiana triunfante" y contaron con el apoyo de "laburguesía de numerosas ciudades de las provincias", nombreéste de "burguesía" que el historiador de referencia da a lanobleza, a las clases altas provinciales. Pero, en el siglo ni (elsiglo de la anarquía militar, que habrá de conducir a lainstauración del Imperio dominical, bajo Dioclesiano) se produjolo que Rostovtzev califica de una "revolución proletaria y

ciudades , momentáneamente, la derrotó. Y, con interpretaciónno muy alejada de la de Pohlmann e igualmente explícita que lade éste en sus intenciones, sostiene la tesis de que la decadenciacultural del Imperio romano se debió a que la cultura "perdió enintensidad", se envileció, al ampliarse en extensión a lo que élllama "el proletariado" de la época, dejando de ser con el lo lacul tura de las c lases a ltas , es deci r, un pat rimonio

exclusivamente aristocrático. No estamos ya muy lejos, como se ve,de la concepción de los pueblos, las razas y las clasesseñoriales, portadores y depositarios de la alta cultura, que mástarde habrán de entronizar, en el efímero, pero no fácilmenteolvidable triunfo político del irracionalismo, los historiadoresfascistas.

Y, para traer ahora a colación un caso más actual ysobradamente representativo, el de Toynbee, señalemos lasuperabundancia y la ligereza con que este sociólogo de lahistoria tan a la moda habla a troche y moche, en su Study of History del "proletariado" de la sociedad antigua,

164sinónimo para él de los "bajos fondos", del "underworld", y

distinguiendo entre lo que llama "un proletariado interno" y otro"externo". El llamado "proletariado externo" lo formaban, segúnel esquema toynbeeniano, las poblaciones que, con acento racial

clásico, siguen rotulándose con el marbete de "bárbaras".Es sensible que, hasta hoy, que yo sepa, no se haya dado aconocer en nuestra lengua el valioso estudio del sociólogo alemánMax Weber sobre la Historia agraria del mundo antiguo. En estaobra, como en la primera edición del conocido libro del historiador y jurista italiano Salvioli que lleva por título El capitalismo en el mundo antiguo, se llama críticamente la atención, de modo muycertero, hacia las deformaciones modernizantes y caprichosas quetienden a asimilar las manifestaciones esporádicas del capital en laeconomía de la antigüedad a los rasgos inherentes al capitalismomoderno, como régimen social específico, como la impronta

sustancial de una formación económico-social nueva. Hay quedecir sin embargo que en la segunda edición de la obra de

ant iguo empeñándose por encuadrarlos a la fuerza dentro

del marco de las condiciones de la sociedad burguesa

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decir, sin embargo, que en la segunda edición de la obra deSalvioli, publicada en 1929, el autor se inclina ya más bien areplegarse sobre las posiciones modernizantes de Eduard Meyer yPohlmann, compartiendo en considerable medida la misma falsaasimilación que antes criticara.

He aquí solamente unos cuantos botones de muestra, yo creoque bien representativos, de esa tendencia a la modernización que

tergiversa peligrosamente la verdadera fisonomía de la historiaantigua.En la introducción al tomo I de la Historia Universal  de la

 Academia de Ciencias de la URSS, a que me he referido, figura estepárrafo, que me permito transcribir aquí, aunque la cita sea unpoco larga:

"En el empleo de términos como los de 'esclavitud', 'feudalismo' yotros, los sociólogos e historiadores reaccionarios introducen uncontenido ahistórico. Llaman, por ejemplo, feudalismo a todadispersión estatal, sobre todo si va aparejada a una estructura

 jerárquica del poder; y cal ifican de capitalismo a toda actividad

de empresa, independientemente

165

de su contenido económico. Con arreglo a estas

concepciones, la sociedad oriental es —para el lo s— una

sociedad estát ica, en la que domina un perenne

feudal is mo; y la economía esclavista mercantil y hasta natural de

Grecia y Roma -aunque ni una ni   otra se basaran nipudieran basarse, en aquellas condiciones en el sistema

d e l a e xp lo ta ci ón d el t ra ba jo a sa la ri ad o - s e

cons id era como una economía capitalista; la economí a del

poder real y de los templos del Antiguo Oriente (con su complicado

sistema de cá lc ul o del trabajo y de retribución de los

trabajadores y su feroz explotación de los esclavos) se

defi ne como un 'capitalismo de Estado' , y así

sucesivamente. El carácter ant ic ie nt íf ic o y la tendencia de

clase de este linaje de analogías, saltan a la v is ta . Al

modernizar los fenóme nos y las relaciones sociales del m undo

del marco de las condiciones de la sociedad burguesa

contemporánea, los historiadores d e orientación

reaccionari a tratan de presen tar las relaciones capi ta li st as

bajo un ángulo de perennidad y, por medio de e sta

inte rpre taci ón tendenciosa de los hechos de la sociedad

antigua, pretenden j ust if ica r la p olítica imperialista actual,

presentándola como algo 'perenne' e 'inmutable'. "

Es la misma proyecc ión invert ida solo que al revés y ahora condesignio dia metr alm ente opue sto, regresivo,  que llevaba, por ejemplo, a ciertos ideólogos de la Revolución Francesa aarropar s u lucha contra el feudalismo entre los pliegues de la togade los Gracos , co mo si la his to r i a fuese una especie deguardarropía del theatrum mundi. Ya antes Maquiavelo,colgando sus sagaces meditaciones de historiador modernosobre e l c lavo de las "Décadas " de  Tito Livio, podíaimaginarse que la lucha ideológica de la naciente burguesíaitaliana contra las potencias de la sociedad feudal se hallabadirecta mente entroncada con la del demos contra los

eupátridas en Grecia o la de los tribunos de la plebe contrala oligarquía senatorial romana . Y en  rigor, esta v isióndeformada del pasado como presente late en la mismaentraña de la generosa concepción del Renacimiento.

16 6Lo mismo que la visión anacrónica del presente en el pasado se

trasluce en las ideas, ya menos generosas, de los historiadoresmodernizantes de la antigüedad. En uno y ot ro caso, se mata la

verdadera esencia de la historia, al descuajar violentamente loshechos de las condiciones históricas objetivas en que se produjeron,para verlos a través del prisma de las ideas, los intereses o lasinstituciones propias de otro mundo histórico, de otro tipofundamentalmente distinto de sociedad.

Pero lo que me interesa señalar aquí, apuntando para terminar el problema verdaderamente sustancial que va envuelto en elvic io historiográfico del modernismo, es si el historiador, como tal, alenfocar los hechos del pasado, se hall a su je to a las categorías y alos conceptos fundamentales de la filosofía de la sociología y laeconomía, en relación con la materia tratada, o puede administrar el

len-guaje, la terminología y los conceptos a su libre albedrío, sin tener que dar cuentas a nadie poniendo a las cosas con inspir aci ón

actitud científica fundamental que corresponde por esencia almismo ser histórico del hombre y de la sociedad y se halla

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que dar cuentas a nadie, poniendo a las cosas, con inspir aci ónautárquica, como el poeta, los nombres o los motes que se leantoje. Problema que entraña, ciertamente, el determinante, tanempeñosamente debatido, de si la historia es realmente unaciencia y, por tanto, una doctrina rigurosamente sujeta a leyes,formulable en normas y principios, o sigue siendo, como en losbuenos tiempos del t r iv ium y el quadrivium de los escolásticos,

un apéndice de la gramática y la retórica, feria de ejemplos moralesy adoctrinadores bajo la muestra publicitaria de la magistra vitae ,modelados al gusto de cada cual y buenos para esmaltar, más omenos brillantemente, de símiles y parábolas las propiaselucubraciones: algo así como la percha en qué colgar elegantemente nuestro vestuario ideológico.

El intuicionismo en la historia está hoy, a la orden del día entreciertos historiadores. Ya Windelband y Riekert, en su empeño por reducir las ciencias históricas, sociales, a la abstracción de"ciencias del espíritu", tendían en realidad a convertir la historiaen un arte, centrado sobre el factor intuición, como órgano

exclusivo de creación y receptividad

167

Es bien sabido hasta qué extremos exalta Dilthey, en su

concepción de la historicidad, el papel intuitivo de las "Erlebnis" Yel propio Ranke, tan riguroso en su técnica documental deescrutador de los archivos, sostiene, al formular su concepción dela historia, que las grandes fuerzas espirituales creadoras de vidason "factores imposibles de definir, de reducir a conceptos" y quesólo "podemos intuir, percibir" a través del "sentimiento y laemoción de su existencia, que despiertan en nosotros".

Sin la pretensión de entrar aquí en el crucial problema de lacientificidad de la historia, sí me permitiré decir que, en laconcepción, que yo profeso, de la unidad profunda de todas lasciencias humanas, es decir, sociales, la historicidad es una

mismo ser histórico del hombre y de la sociedad y se hallaconsustancialmente entrañada con la filosofía y la economía, conla concepción del mundo y con la materia de la vida social delhombre. Sólo la visión histórica del hombre y del mundo nosl ibra de caer, como ya se ha dicho, en las pel igrosasaberraciones del apriorismo, del arbitrismo y del pensamientoanárquico u olímpico. Y, desde que existe la concepción

materialista de la historia, que es, al mismo t iempo,dialécticamente, la concepción histórica de la materia social,sabemos hasta qué punto el enfoque histórico puede ser, si en lahistoria se busca la vida en movimiento, profundamenterevolucionario, ya que la historia, certeramente concebida, es por esencia movimiento, cambio y transformación.

Pero, dejemos estos problemas para mejor ocasión y volvamos alde los conceptos y las categorías en la historia. ¿Puede hablarse,objetivamente, llamando a las cosas por su nombre, paraentendernos y no para confundirnos y para confundir, de un"capitalismo" en la antigüedad y, junto a él, como el término que

lo complementa, de un "proletariado", de una clase obreraasalariada, como de factores básicos que definen la fisonomíaeconómico-social de una época?

Es evidente que la función científica de los conceptos y

168las categorías no puede ser otra que la de fijar con la mayor 

fidelidad posible, en historia, las realidades sociales, políticas oculturales de una época dada y la base sobre la que descansa,

en su desarrollo y en sus desplazamientos, toda la supraestrueturade una sociedad. Así, cuando decimos que la sociedad antigua es,por esencia, una sociedad esclavista, la categoría de la esclavitudaparece como la expresión fundamental y adecuada de toda lafisonomía histórica de aquella época de la historia de lahumanidad, de la relación fundamental entre los hombres deaquel tiempo, de la fundamental división en clases en torno a lacual se polariza la sociedad antigua. Y, al mismo tiempo, unaetapa básica en la gran trayectoria del desarrollo social, humano.Y cuando, caprichosamente, se deslizan en ella, al caracterizarlahistóricamente, conceptos como los de capitalismo, burguesía,

proletariado, etc., se desdibuja y se falsea, quiérase o no laverdadera fisonomía histórica de la antigüedad

es que se quie re ennoblecer y dignificar los orígenes delcapi ta li smo buscando las raíces de su árbol genealógico en

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verdadera fisonomía histórica de la antigüedad.Yo creo que no es cierto, como afirma Bloch en su Introducción a

la Historia, que ésta reciba, en su mayor parte, su vocabulario dela materia misma de su estudio, "ya desganado y deformado por undilatado uso" y que el lenguaje del historiador tenga que ser, por fuerza, "ambiguo". A mí me parece que el investigador y elexpositor de historia deben esforzarse, sobre todo cuando se trate

de categorías fundamentales, en aquilatar las palabras y losconceptos para que expresen adecuadamente el contenidohistórico. Y cuando otras ciencias, por ejemplo la economía, o lafilosofía, o la estética, o la tecnología, los tengan ya debidamenteacuñados, respetarlos con la mayor escrupulosidad.

Claro que en la antigüedad había "capitales" y "capitalistas",aunque los autores antiguos y las fuentes no pronuncien esapalabra, que es de origen muy posterior en la terminologíaeconómica; pero no existía ni podía existir el capitalismo, encuanto régimen social. Había capitales usurarios, mercantiles yhasta un incipiente capital artesanal, deslizado en los intersticios

de la trama básica, del régimen de la esclavitud. Y, antes dellegar a un cierto

169momento en Grecia y en Roma y en muchos países del Antiguo

Oriente, el capital usurario, combinado con la concentración de lapropiedad privada sobre la tierra, era tan brutal que podía reducir 

a esclavitud al deudor insolvente y h ast a cortarlo en tajadas( partis secanto!), como en la fábula shakespeariana el Mercader de Venecia, reminiscencias de aquellos tiempos arcaicos. Pero,cuando un historiador de hoy escribiendo para lectores denuestro tiempo habla de "capitalismo" no puede entendersepor el lo s ino la relación fundamental de explotación deltrabajo asalariado y de enriquecimiento y acumulación abase de la plusvalía capitalista extraída a la tuerza de trabajode una masa de obreros jurídicamente libres. Y es evidenteque esta categoría deforma anacrónicamente, ahistóricamente,de un modo radical, la realidad social del mundo antiguo. ¿O

capi ta li smo , buscando las raíces de su árbol genealógico enGrecia y en Roma, a la manera como los nuevos ricos inventanblasones y escudos nobiliarios? Es cierto que el capitalismo novino al mundo de la arcilla adámica, sino que tuvo abuelos yantepasados muy añejos ya en la antigüedad. Pero esosantecesores hay que buscarlos, por muy desagradable quepueda resultarle, en la institución de la esclavitud; es d e c i r , en

la forma de explotación del trabajo peculiar y básica de aqueltipo de sociedad.En historia, como en filosofía --o digamos, para ser más justos,

entre ciertos filósofos e historiadores—está hoy en boga la llamadasemántica, confesión de impotencia y testimonio de irracionalismo,que consiste en negar las categorías y los conceptosfundamentales del pensamiento, reduciéndolos a un a lógicay mucha s veces, a una ilógica del lenguaje. Lo que equivale,como ha dicho Rosental en un lib ro reciente. Categorías del materialismo dialéctico, a "negar en absoluto la lógica delconocimiento de la realidad". Es ésta, como razona el propio

Rosental, "la expresión más alt a y la más consecuente, en su totalirracionalización del  idealismo subjetivo". De ahí que "en la cienciay en el estudio de los problemas sociales

170

campee hoy —en determinados medios— la más desenfrenadaarbitrariedad". "Por este camino —concluye el autor soviético

citando—, se llega al resultado de que conceptos como los de"capitalismo", "proletariado", "burguesía", "fascismo", "libertad","esclavitud", etc., fundamentales de una formación histórica dada...queden reducidos a "signos vacuos", a símbolos engañosos,sugeridos por la endeblez del lenguaje". Con lo que,consecuentemente, sea arriba "a la peregrina idea de que,cambiando las palabras, modificando los nombres con que sedesignan tales o cuáles fenómenos o hechos, es posible cambiar elorden social, superar las más profundas contradicciones entre lasclases, etc." Ya lo decía el clásico español, en aquel verso tancerteramente  rea lista, escr ito contra la fealdad que,

semánticamente, culpa de ella a la imagen reflejada: "Arrojar lacara importa, que el espejo no hay por qué."

vale también, y no en pequeña medida, para el historiador, ante lacrisis creadora y destructora de nuestro tiempo. Pues si la

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cara importa, que el espejo no hay por qué.Las realidades sociales mismas, las históricas y las actuales,

son demasiado testarudas para dejarse embaucar. En cambio,el hacer cubileteos con los nombres resulta ya más fácil. Pero,para el historiador como para el filósofo y para el hombre engeneral, el lenguaje es inseparable del pensamiento y éste laexpresión y el reflejo adecuados de la realidad objetiva.

Sería interesante analizar —si la sugestión que al principioapuntaba yo fuera recogida— las corrientes del irracionalismo,el subjetivismo, el intuicionismo, el semanticismo y por ahíadelante, en la historiografía actual, a la vista de doctrinas de lahistoria como las de Toynbee, Heidegger, Jaspers y otros,pasando por Spengler y Croce, por lo Windelband y Rickert,hasta remontarse a Nietzsche, el gran trastocador de losvalores históricos.

Todos esos "brillantes" embrollos disfrazados de síntesis aque nos t ienen acostumbrados ciertos historiadores yfilosofantes de la historia muy cotizados a la hora actual, que se

conceden carta blanca para los símiles más caprichosos y lasanalogías más disparatadas, como si la narración históricafuese el palenque del capricho y la arbitrariedad

171y el historiador, como el novelista, el dios omnímodo de sus

personajes y de sus sucesos, encierra un peligro que difícilmente,creo yo, podría exagerarse. ¿Tiene algo qué ver con la historia,

por ejemplo, aunque algunos snobs puedan reputar estossímiles baratos como un hallazgo feliz del ingenio y hasta delgenio, el pinta r a Marx según lo hace Toynbee, como el Moisés delSinaí proletario, viendo en sus obras el trasunto de las SagradasEscrituras, etc., etc.?

Sobre el historiador y sobre el filósofo, sobre el hombre deciencia, de pensamiento y de pluma pesa hoy el grave deber deresistir valerosamente a las muchas solicitaciones empeñadas enconvertir lo que debe ser una actividad noble y elevada delespíritu en una vulgar propaganda. Aquel "discite moniti" (¡sabedque estáis advertidos!) que Lukács predica de todo intelectual

crisis creadora y destructora de nuestro tiempo. Pues si lahistoria no es, como quería el retórico romano, la maestra de la vida,tiene que ser el espejo de la vida misma, de la realidad humana enconstante desarrollo.

172

6. JESÚS REYES HEROLES/LA HISTORIA Y LA ACCIÓN (1968)8*

ÚNICAMENTE a la benevolencia debo el acceso a este recinto9* yencuentro justificación en la posible y modesta utilidad que puedaprestar.

Suplo, que no sustituyo, a don Ángel María Garibay. Aminoro, siacaso, su ausencia en este Cuerpo, aunque para mí tengo que susitial permanecerá vacío. Lo conocí como lector de sus obras y por amigos comunes que lo describían como un hombre de leyenda, a

8* Texto tomado de El Día, 8 de agosto de 1968, p. 4.9* Academia Mexicana de la Historia. México, 7 de agosto de 1968.

quien más grande se veía mientras más cerca de él se estaba. Nocreo que el conocimiento indirecto pueda deparar frutos similares

amplio sentido, el arte, la milicia, la teología. La cumbre misma delconocer parece ser la historia de la historia.

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q p pa los del trato personal. Pero si lo que queda son las letras, en ellasencuentro motivos que superan la admiración. Ilustre hombre quenos dio la llave para franquear la pesada puerta de la culturanáhuatl, revelándonos en ella "virtudes muy hondas, encubiertaspor símbolos". Exponer esa cultura simbólica en su esencia fue,más que ardua tarea, clarividencia, intuición, estilo. Descubrió

 joyas literarias de nuestro pasado y, al conectar las , dio un nexoespiritual más a nuestra historia. Gracias a él podemos leer a unSahagún pulcro, sin notas dispendiosas ni interpretacionesdudosas y gozar su obra póstuma —la alusiva a la crónica de DiegoDurán, otra fuente indudable de nuestra historia— con todo elsabor que el vocabulario de palabras indígenas y arcaicaspermite obtener.

Interrogó el pasado; todo lo que tortura, atosiga, vivifica y alienta,lo vio en los códices, en las ruinas, en los ajados

173y apolillados los papeles. Dialogando con nuestro pretérito, don

 Ángel María Garibay se mantenía el presente de tinta pesca,brindando breves notas bibliográficas amenas y ricas, certeroscomentarios que inducían a leer, o que, no obstante la innata unidad

de su autor, invitaban a prescindir de alguna lectura, sino mala,innecesaria. Porque estuvo al día, comprendió el pasado, y estacomprensión del pasado lo incitó a estar al día. Lejanía oalejamiento a lo contemporáneo, impide profundidad para conocer elpasado. Estuvo sumergido en el presente, razón adicional para queel fervoroso tributo que le reunimos sea necesariamente pequeñoante la medida de sus méritos.

Todos los caminos conducen a la historia y de historia está en laentraña de todo conocer o hacer. Las relaciones de los queactuaron, las ideas y los fines de los que hicieron el derecho, lasociología, la ciencia, la literatura, la economía, la política en su muy

pLos caminos que llevan a la historia son medios a través de los

cuales se estaría ser realista. Es con la precisión del derecho, con elsímbolo del arte, con una aproximación de la política, con el rigor dela ciencia, los datos y análisis de la sociología, como el hombreescribe historia. Si el ilustre Garibay llegó a la historia por lateología, camino distinto seguí. Por vocación o equivocación, arribe

a la historia, buscando explicaciones al mundo en que vivía. ¿Podíala Revolución en que nací y me desarrollé ser producto degeneración espontánea?

Llegué al siglo XIX mexicano, comprobando la unicidad de lahistoria, de delante hacia atrás o de atrás hacia adelante, en unperpetuo remontarse o aventurarse. El período, una vez iniciado suestudio, tuvo otro singular atractivo, estrechamente ligado con eltema central de

174estas palabras: tratar con nombres que hacían la historia y también

la escribían. Aunque el tema de este discurso es ambicioso (la historia de la

acción) sólo lo rozaré, sin aspirar, y con mucho, a su cabal

enunciación.Lo primero que el tema demanda es establecer la relación entre elconocer y el hacer, la teoría y la práctica, pues la historia perteneceal conocer, aun cuando en mucho se ocupe de describir el hacer einfluya sobre éste. En el viejo castellano encontramos palabras que,al mismo tiempo que marcan la distinción, precisan la relación entreel conocer y el hacer. Estas palabras latinas facere y agere y ageresurgen los vocablos factible y agible. En la factible es la mano la quepriva; pero lo agible implica o parte de un pensamiento que produce

y conduce a la acción o que procede de ella27. Ciencia y experiencia,sabe y hacer, praxis, para usar el término de nuestros días.

normas para la acción, conciliar la práctica con la teoría que seprofesa—, infinidad de textos perdidos.

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y , p , pSi en algún terreno esta vinculación se da, es en el de la teoría

política. Maquiavelo, al presentar la primera teoría del Estado,racional, no subordinada o subalterna de otro conocimiento, da lugar con su obra, mal comprendida, pero bien aprovechada, a unaintensa y extensa literatura, que bajo el signo del antimaquiavelismose dedica a extraer y a destilar de la experiencia humana, de la

práctica de los gobernantes, consejo para los gobernantes.La razón de estado, al surgir su contrarrazón, se convierte

175

en razones, con la obvia interpenetración de los opuestos. Deesta directriz emana una serie de máximas, de consejos, deprincipios, que se proporcionan a los príncipes en libros y que muypronto un afán de reducir la sapiencia a ciencia, desecha y si noquema es porque la antigua barbarie estaba superada y la nuevaaún no había surgido. Se da una amplia gama de consignas,que van desde las formas covachuelistas hasta el barrocoliterario. Pocas obras se salvan y permanecen, y éstas, más quepor su contenido en cuanto a consejo o máximas de gobierno, por sus intrínsecos méritos literarios. Junto a un Saavedra Fajardo, unGracián o un Quevedo que perduran, hay, con la misma

preocupación esencial —extraer de la experiencia y de los ideales

27 Seguimos, en esencia, la interpretación de Francisco Murillo Ferrol, SaavedraFajardo y la política del barroco, Madrid, Instituto de estudios políticos, 1962, pp. 62y ss. El tema excluyente totalmente ciertos aspectos de la realizada por LeopoldoEulogio Palacios cuando distingue razón especulativa o teorética de operativa opráctica, y cuando, dentro de lo operable, habla de dos aspectos: lo factible y loagible, dirigidos por dos grandes manifestaciones normativas del pensamientopráctico: el arte y la prudencia. Palacios hace varias distinciones entre factible yagible y, al paso que se ve lo factible por su rendimiento, a lo agible lo dota de valor intrínseco, un mano inmoral. La prudencia política, Madrid, Instituto de EstudiosPolíticos, 1946, pp. 49 y ss. y 71 y ss.

p , pHoy se ve cuánto en su fondo había de válido en esa tendencia.

La política, forma de actividad que, si bien no encierra ocomprende toda la acción, sí condena y concentra parte de laacción realizada en casi todos los órdenes del quehacer, seresume en la decisión. Pero detrás de ésta no se encuentra lanada o el vacío, se apoya en el todo que engendra lo que influye

en el todo, por lo menos con todos y cada uno de suscomponentes, aunque sin comprender la totalidad que cada unode ellos abarque. Ciencia y experiencia se traban: "El arte de reinar no es don de la naturaleza, sino de la especulación y de laexperiencia."28

Con ello, se reforma la línea de quien en verdad fue padre de lateoría política. ¿No Aristóteles, por su participación directa oindirecta en la política, a través de las complicaciones de su suegroHermias, la entendió con una orientación concreta, práctica? ¿Y noderivó, acaso, de aquí y de su conocimiento de la naturalezahumana y con fundamento precisamente en ese pragmatismo, el

esquema

176que hizo de un Estado ideal? 29 En palabras llanas, Aristóteles,

partiendo de la rea lidad, concili o los imperativos de ésta con losideales perseguidos, sobre la base de sopesar lo que es constante

en la evolución histórica: la condición humana, que es naturalezadel hombre más la mutable sociedad en que vive.Planteada la relación, la reciprocidad de influencias entre idea y

acción, debemos ocuparnos de la vinculación de la historia comoconocer con la práctica como quehacer. Se trata de la historia y no

28 Diego Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político cris tiano. Cartas latina:Empresa V. Obras completas, recopilación, estudio preliminar, prólogos y notas de Ángel González Palencia. Madrid, M. Aguijar, 1946, p. 192.

29 Aristóteles, La constitución de Atenas, edición, traducción y notas, con estudiopreliminar por Antonio Tovar, Madrid, Instituto de Estudios Polí ticos, 1948, pp. 20y ss.

de las historias; no hay que confundir las historias con la historia,aun cuando aquéllas formen parte de ésta. Escribir historia y no

demiurgo se adueña de buen trozo de nuestra perspectiva. Deaquí que sea condición para escribir historia estar consciente de

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q p yhistorias significa buscar el sentido de los hechos, explicarloshasta donde es posible y situarse en posición equidistante entreaquel los que todo lo ven como fruto de la necesidad yaquellos que todo lo atribuyen a la voluntad del hombre,admitiendo para éste que, de grado o por fuerza, está enaptitud de escoger en las máximas alternativas. Escribir historia

impone formar parte del presente, tratando hechos quepertenecen al pasado, sabiendo que la historia ''es un procesocontinuo de interacción entre el historiador y sus hechos, undiálogo sin fin entre el presente y el pasado", diálogo no entreindividuos aislados de hoy y de ayer, "sino entre la sociedad dehoy y la sociedad de ayer".30

Un erudito que, de creer a Toynbee, constituyó con su vida unaprueba palpable de baldía erudición, Lord Acton, citaba el refrán deque a un historiador se le ve mejor cuando no aparece.31 Por miparte, puedo afirmar que no he leído una historia en que el autor no aparezca. En crónicas, en artículos, en memorias, en libros,

nunca he dejado

177de encontrar al autor y pienso que, aun cuando la historia en que

éste no aparezca es imposible, de realizarse el milagro,seguramente estaríamos ante una historia muerta y aburrida. Perocreo que el hecho de que aparezca el autor no implica la carencia

de perspectiva ni de objetividad, hasta donde estos conceptosson válidos en el desentraña-miento o en la interpretación delacontecer histórico. Provistos de la mayor serenidad,encaminados al logro de la mayor objetividad, siempre seinterpone el demonio del subjetivismo. En la elección del material yla elaboración de la hipótesis de trabajo, este indomeñable

30 Edward Hallet Carr, ¿Qué es la historia? Barcelona, Seix Barral, 1967, pp. 40 y73."

31 "Pero por otra parte, hay una cierta virtud en el refrán de que a un historiador sele ve mejor cuando no aparece", John Emerich Edward Dalberg Acton, Ensayossobre la libertad y el poder, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1959, p. 48.

q q pque se desconoce más de lo que se conoce; de que, además, seestá en un mirador que elimina, reduce u obscurece el materialhistórico, y, por último, de que quien busca material total, irrebatible,siempre se dedica a buscarlo y nunca escribe historia.Resignémonos o vanagloriémonos de que esta gran ciencia no seaexacta.

 Ahora bien, cualquier planteamiento que postule la influencia dela historia en la acción, tiene que partir de las tendencias, sea cualfuere su orientación primordial, que niega la posición historicista.Veamos el historicismo en sus grandes rasgos como unaconcepción que, sin abjurar de la búsqueda de lo universal, tiendea afirmar el carácter individual del hecho histórico y, por consiguiente, la no existencia de leyes del desarrollo histórico, nisiquiera de causalidad. Los hechos individuales, así aúnencualidades universales, nunca se repiten. O, en otras palabras:"La médula del historicismo radica en la sustitución de unaconsideración generalizada de las fuerzas humanas históricas

por una consideración individualizadora. Esto no quiere decir que el historicismo excluya en general la busca de regularidades ytipos universales de la vida humana. Necesita emplearlas yfundirlas con su sentido por lo individual."32 

[178]

32 Friedrich Meinecke, El historicismo y su génesis, México, Fondo de CulturaEconómica, 1943, p. 12. "Por historicismo se entiende, en general, una direccióndel pensamiento que hace consistir la real idad en un proceso espiritual d inámicoque durante su curso realiza valores universales en formas individualizadas quenunca se repiten." Guido de Ruggiero, El retorno a la razón, Buenos Aires,

Editorial Paidós, 1959, p. 23. Empleamos el término historicismo en su sentidooriginario. En nuestros días, tal modo de pensar se quiere denominar histerismo. David Easton, The Political System, Nueva York, Alfred Knopf,1964, El historicismo, para Easton, se caracteriza por sugerir la hipótesis delcondicionamiento de las ideas a la historia y su naturaleza relativa, por negar verdades universales, salvo la de que las ideas corresponden a un determinadoperiodo histórico que no pueden trascender. (Capítulo x). Se reserva la palabrahistoricismo para aquellas concepciones que tienden ya sea a sostener laexistencia de leyes inexorables del desarrollo histórico o del cambio, lo que,según Karl R. Popper, implica la pretensión de que existe una "teoría científicadel desarrollo histórico que sirva de base para la predicción histórica". La miseriadel historicismo, Madrid, Taurus, 1961, p. 12. Lo curioso es cómo Popper, alnegar toda posibilidad de predicción y de leyes, cae en una especie dehistoricismo, en el sentido originario.

El historicismo reacciona lo mismo en contra del irracionalismo queen contra del clásico racionalismo iluminista. Entronca con el

historicismo y su actuación. Aun en aquel libro 35  en que Crocerebate las acusaciones al historicismo —fatalismo, disolución de los

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romanticismo, pero no el sentimental y vernáculo, sino el teórico yespeculativo que critica por igual "el academicismo literario y elintelectualismo filosófico que habían dominado en la épocailuminista".33 El historicismo, entre sus múltiples implicaciones, amás de colocar la historia como cúspide del conocer, reduce elacontecer al puro acontecer, el suceder al suceder, admitiendo

por congruencia, la ineludible liga de lo relativo. En su formaradical conduce al relativismo y produce los adoradores del triunfopor el mero triunfo; en la más depurada: a la "neutralidad del juiciohistórico", a la "justificación recíproca de los que luchan a causaprecisamente de que no pueden actuar el uno sin el otro".34

En una u otra forma se niegan los absolutos situados más alláo por encima de la historia, la tabla de valores para medir yenjuiciar el acontecer. Desde el punto de

179

vista histórico, la pregunta de quién tuvo razón, si la Inquisicióno sus adversarios, para Croce carecía de sentido, dado que lahistoria "incluye y supera ambas instancias".

Numerosos intentos se han dado para negar o superar alhistoricismo. Si por alguno me inclino es por aquel esbozado por Guido De Ruggiero, que quiere superar por igual el dogmatismoracionalista y el conformismo consecuencia del historicismo. DeRuggiero dispuso del más válido ejemplo a la mano: Croce, su

33 Benedetto Croce, Historia de Europa en el siglo xix, Buenos Aires, EdicionesImán, 1950, pp. 51-52.

34 Guido de Ruggiero, Op. cit., p. 31.

valores, santificar el pasado, conformismo, disminuir la fe en laacción creadora y embotar el sentido del deber— no se eliminala servidumbre ante el acontecer ni se erige el hombre a loretrospectivo a dar rienda suelta a la historia, en desmedro de lapersonalidad que encuentra en la lucha por lo que considerabueno o en contra de lo que considera malo, una razón de la propia

existencia. En resumen, no se construye el "puente entre la historiahecha y la historia que se hace".De Ruggiero puede, sin temeridad alguna, dar la prueba: Croce

luchó contra el fascismo en que le tocó vivir, no por su historicismo,sino a pesar de él, por sus energías espirituales y su criterio del bieny del mal.

Reiteramos que entre las muchas tendencias antihistoricistasquizá se encuentre una brecha a seguir, en el propósito de DeRuggiero de situarse más allá del historicismo, fundiendo "en un solomolde la razón histórica y la razón metahistórica", poniendo la razónen la fluencia misma de la historia y logrando de esta manera,

que no se sacrifique la historia hecha a la historia que se haceo a la inversa, es decir, manteniendo la continuidad entre lasdistintas fases del proceso histórico y la innovación otransformación proveniente de un voluntarismo que, por tener enqué

 

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35 La historia como hazaña de la libertad, México. Fondo de Cultura Económica.1945.

crear, se traduce en acción.36 Al igual que esta conclusión,extraemos otra en cuyo apoyo tampoco invocamos a De Ruggeiro:

otras, en cambio, insertándola y postulando valores de la historiahecha para la historia por hacer. En contraste con aquellos con

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pensamos que conjugar el racionalismo con el Historicismo da alhistoriador ductilidad ante los valores en que c re e y que lo hacepermeable a los contenidos de que el devenir histórico los dota ointenta dotar. La razón, sabiendo que su ámbito es la historia y que,por tanto, los hechos, la transformación, los ingenios y los inventosinfluyen en su continente, está dispuesta a interpretarlos, asimilarlos

y aprovecharlos.Junto a este apoyarse en las tendencias contrarias al historicismo,debemos tener presente un cambio de criterio fundamental, enlos movimientos ideológicos revolucionarios. En el siglo XVIII lascorrientes ideológicas predominantes, que pretendían modificar elcontexto mismo de la sociedad, se basaban en un retorno a lanaturaleza humana, viciada por el desarrollo histórico y la vidasocial. Para ser revolucionario, había que prescindir del pasado,había que apuntalarse en la utopía frente a los hechos,prescindiendo del desenvolvimiento histórico. Contagiados por esteafirmarse en la negación del ayer, numerosos pensadores, que

incluso en algunos casos se lanzaron al estudio de la historia yensancharon sus horizontes, rechazaban en sus planteamientosreformadores la influencia de la historia.

En el propio siglo XVIII surgieron concepciones aisladas queintentaban poner un principio positivo de explicación para lahistoria37 y la precisión de su motor: unas excluyendo del transcursodel tiempo la conciencia individual;

18136 DE Ruggiero, Op. cit., pp. 23-58. Únicamente indicamos este afán de síntesis

como una inclinación, como una incitación a explorar un sendero, y bajo ningúnconcepto como una defi- nición. El propio autor en su Storia della Filosofía (Bari,Ediciones Laterza), proporciona un valioso material para proseguir su orientaciónsobre todo en L'Etá dell'iluminismo (1960) , Da Vico a Kant ( 1964 ), L'Etá delromanticismo ( 19 57 ) y Filosofi del novecento (1963). El esquema de la Storiadella filosofía de De Ruggiero se encuentra en su Sumario de la historia de lafilosofía, Buenos Aires, Editorial Claridad. 1948.

37 Louis Althusser, Montesquieu: la politique et l'histoire. París, PressesUniversitaires de France, 1959, pp. 44-46. Jesús Reyes Heroles, Rousseau y elliberalismo mexicano, sobretiro de Cuadernos Americanos, México, 1962, p. 29.

que en su utopía encontraban la negación radical de la historia,se dieron los que, afirmando el pasado, veían la realizaciónrevolucionaria como culminación del proceso histórico.

En el siglo XIX el debate vuelve a surgir, pero predominan lasvariantes revolucionarias que ven la revolución comoperfeccionamiento y culminación del proceso histórico, sobre la

base de que lo avanzado al proceso en sí constituye el pie parala transformación, para el revolucionar. Se supera la actitud"refractaria" frente al concepto histórico y se invierte aquellafrase siempre exagerada.... de que: "El revolucionario nopuede, no debe ser historiador",38 el revolucionario no sólopuede, sino que debe ser historiador, o al menos, estar al tantode la historia.

El extremo de las corrientes que consideran la revolución comofinal del proceso histórico, incurre en la noción elemental de pensar en leyes inexorables del desarrollo histórico, imbuidas de undeterminismo que apriorísticamente marca el curso del futuro,

supuestamente con fundamento en el ocurrir anterior, y su, a lavez, catastrófico y jubiloso desenlace. Un fatalismo histórico queparaliza la acción tanto como el historicismo.

Pero dejando a un lado estos excesos inevitables, cuando se dauna copernicana vuelta de mentalidad de los ideólogosrevolucionarios ante la historia y guiándose con lo que el cambio enlo sustancial implica, éste resultó trascendental para lahistoriografía y sus métodos. Dedicarse a la historia no es yavivir en el ayer, hacer necrología, sino encontrar en el pasadoacicates para transformar, para modificar el mundo en que seactúa.

38 La frase es de Giusseppe Ferrari. La recuerda Rodolfo Mondolfo en unlibro que, con singular acierto, explica y estudia el cambio de mentalidad: Espíriturevolucionario y conciencia histórica, Buenos Aires, Ediciones Populares Argentinas,1955.

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De aquí proviene una relación inescindible que no descarta, sinembargo, la diferencia en los actos respectivos. Recurramos a unaconclusión prestada: "Historia y política están estrechamenteunidas, o mejor, son la misma cosa, pero es preciso distinguir enla consideración de los hechos históricos y de los hechos y actospolíticos. En la historia, dada su amplia perspectiva hacia el

pasado y dado que los resultados mismos de las iniciativas son undocumento de la vitalidad histórica, se cometen menos erroresque en la apreciación de los hechos y actos políticos en curso.El gran político debe por ello ser 'cultísimo', es decir, debeconocer el máximo de elementos de la vida actual; conocerlos noen forma 'libresca', como 'erudición', sino de una manera 'viviente',como sustancia concreta de 'intuición' política (sin embargo, paraque se transformen en sustancia viviente de 'intuición' será precisoaprenderlos también 'librescamente')."39

Relación entre historia y polít ica que da un sentido a lahistoria por hacer y a la hecha. El transcurrir está sujeto a un factor 

condicionante decisivo: lo que antes sucedió, lo que haocurrido, lo que ocurre y lo que va a ocurrir no pueden ser separados radicalmente.

Conjugando la negación del historicismo con lo que podríamosllamar revolucionarismo histórico, la historia para revolucionar, seobtiene una concepción que sostiene la continuidad de la historia ,continuidad por supuesto que no se da en línea recta, que nosimplifica e incurre en armonías forzadas. La continuidadhistórica tiene significado cuando deriva de la concordancia y elcontraste, la afirmación y la contradicción, la semejanza en lasdiferencias de las fases históricas. Son hilos de regularidad y

contraste que unen etapas coincidentes o divergentes y que, auncuando frecuentemente tenues, nunca carecen de fuerza eimpiden el surgimiento de fenómenos de ruda espontaneidad.

39 Antonio Gramsci, Note sul Machiavelli, sulla política e sullo Stato moderno, Torino,Giulio Einaudi Editare, 1964, p. 161. (Existe versión en castellano: Notas sobreMaquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Buenos Aires, Lautaro,1962.)

Se trata de opacas urdimbres esenciales que van de loinmemorial al futuro. El mero hecho de afirmar la continuidad y ver la transformación como culminación del proceso históricoproporciona un prolífico terreno para la influencia de la historia enla acción, para el mismo actuar de la historia. 40

Hagamos, empero, dos salvedades sobre este actuar de lahistoria. La primera, determinar que la contra-acción también esacción; no es lo contrario de la acción, la quietud o inmovilidad,sino la acción en sentido contrario frente al punto de vistaadoptado. En otros términos, se califica al movimiento y lasfuerzas que lo generan, entre ellas la historia, bajo la influencia delsubjetivismo, que, según su dosis, conforma o deforma alhistoriador. La segunda salvedad se refiere a la gravitación dela historia en la acción, entendida ésta en el sentido antesexpresado. El problema es delicado, pues siendo principioestablecido que toda historia tiende a ser universal, lo es también

que para que se pueda cumplir con esta aspiración o imperativo,se debe recoger lo individual, lo particular, que, comparado y conlas debidas sedimentaciones, apoya la pretensión a buscar razones universales. Toda ideología o concepción del mundo y dela vida, pretendiendo ser absolutas e intemporales, sufren talesadaptaciones particulares que, al mismo tiempo que reducen suuniversalidad, la fundamentan, convirtiéndola en una esencia decontenido variable, determinado este último por las peculiaridadesde espacio, tiempo y sociedad. Atendiendo a esta última advertencia, resulta evidente que la

historia no en todas las colectividades desempeña el mismo

papel. Si la historia está constituida por los muertos que hablan através de los vivos, hay pueblos abrumados por la historia, quellevan sobre sus espaldas el pesado

40 ". . .un historiador que es el político mirando hacia atrás" John EmerichEdward Dalberg Acton, Op. cit., p. 67. "Puo es-sistere política, cioe, storia inatto, senza ambizione" ("¿Puede existir política, historia en acto, sin ambición?"). Antonio Grams-ci, Passato e presente, Torino, Giulio Einaudi, 1954, p. 67.

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184fardo del ayer, sujetos a glorias que ya no existen, que se

sobrevalorizan en el presente en función del pasado y que llegan,por exceso de un pasado que no deja de ser lo , a laservidumbre.

Son colectividades que el peso histórico conduce a ignorar el

presente y a no vislumbrar el futuro. Frente a los problemas,recurren a las cenizas e invocan el valor del ayer como unprivilegio para el mañana. Su capacidad creadora se reduce,dado que no pueden ni resucitar a sus muertos ni engendrar los vivos que necesitan. Asidas a glorias pretéritas que alpretérito pertenecen y a un mundo yerto que a nadie excita, seexponen al exceso histórico, que es una enfermedad incurable.Pueblos abrumados, encorvados por la carga de la historia, estánexpuestos a que la acumulación y sublimación del pretéritoembote su propia intuición. Constituyen estas colectividadescampo propicio para que se dé la maldición recalcada por un

irracionalista no exento de razones concretas, el: "Dejad a losmuertos que entierren a los vivos".41

En estas sociedades, junto al vivir del pasado, se dan tambiénquienes hastiados de él, de glorias que no pueden emular, caen enel elegante escepticismo y buscan en la historia lo pequeño opicante, deslizándose en la suave incredulidad que atraeprosélitos, que, sin poseer siquiera avidez histórica, careciendode móviles para luchar, se conforman con una decadenciaplacentera o se inconforman con una decadencia molesta, pues unau otra dependen de la condición social que se guarda.

Pero si los males de los pueblos agobiados, encorvados por la

historia, son graves, no menores son aquellos de los que carecende memoria, que padecen amnesia histórica. Unos por tener unahistoria grandiosa, pero remota, en que la sima no se puedevencer, en que no hay puentes suficientes para comunicar losabismos con la tierra firme en que se vive o para salvar sucesivosprecipicios. Otros, porque tienen una historia corta o pequeña y,en lugar de

41 Federico Nietzsche. Consideraciones intempestivas. 1873-1875, Madrid-Buenos Aires-México. M. Aguilar Editor, 1949, p. 104.

185vivirla —recrearla— con el sentido de toda proporción guardada,

la desdeñan y caen, asimismo, en la amnesia. Por razón inversa,repelen su pasado, replegándose en su ignorancia o desdén. Unpueblo aquejado de amnesia histórica, por falta de comunicacióncon un pasado grandioso o por falta de aprecio y conocimiento

del pasado con que cuenta, es un pueblo que no comprende elmomento que enfrenta, no halla en el ayer impulso para elporvenir. El fenómeno se percibe en pueblos que han emergido ala independencia en esta segunda parte del siglo xx y en que lacolonización cultural borró el patrimonio anterior.

Hay pueblos que nunca pasan de ser herederos y a los que,como a tales, no les importa vivir de su legado; hay otros que ven elporvenir como una expectativa, como una bolsa vacía que sóloellos con su acción, sin punto de apoyo en lo hecho por susantecesores, tienen que llenar. Los obstáculos a vencer sinejemplos a seguir se sobrestiman de tal modo que, en este caso,

creen que para ser protagonistas todo depende de ellos y en unmomento dado. Como nada se hizo ayer, todo queda parahacerse mañana.

Unos están afectados de consunción; otros de inhibición paranuevas empresas. El abuso o el desuso de la historia produceconsecuencias similares. Agreguemos otra enfermedad que también prov iene de la

historia: la de aquellos que negando su utilidad y viendo su abuso odesuso, se impregnan de un ánimo despectivo hacia el saber histórico, convencidos de que la historia únicamente enseña queno puede enseñar nada.

Frente a esta evaluación pesimista de la historia, que provienede vertientes distintas, pero coincidentes, se da un sentidooptimista de la historia, o mejor dicho, un aprovechar el ayer para construir el mañana; una historia que, lejos de ser lastre, seconvierte en impulso creador; una historia que, con palabras deNietzsche, se aparta de los peligros de la historia para no ser víctima de ellos42

42 Op. dt., p. 160.

186l j d t d ll t iñ l t id d

187con sus necesidades económicas y sociales, apartándose de la

b ió d l d j h d j A ll h b

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y se aleja de todo aquello que constriñe la espontaneidad y, por tanto, elimina la libertad de la personalidad, que es tanto comoeliminar la persona misma.

Concierne a la historia, en medida análoga, desentrañar el pasadoy el presente, proporcionar a las fuerzas que actúan concienciade su sentido, esclareciendo de dónde provienen y, por tanto, hacia

dónde van. Lo que las originó arroja luz sobre lo que debenperseguir; lo que persiguen alumbra lo que les dio origen. Por lahistoria, el hombre puede "comprender la sociedad del pasado, eincrementar su dominio de la sociedad del presente".43

Probablemente el medio en que vivo y actúo, me induzca alerror disculpable de creer que México no tiene en su historia unlastre por abuso, ni le aqueja la amnesia por desuso. En nuestroacaecer histórico, sufriendo derrotas, casi siempre autoderrotas, uobteniendo triunfos de supervivencia, nunca hemos visto que sehayan podido arrasar etapas, culturas, como si se cortaran lasraíces de un árbol en crecimiento. Hemos, sí, corrido riesgos de

que se haya llegado hasta descubrir las raíces de nuestro árbol;pero, o no se presentó el instrumento lo suficientemente poderosopara lograr el corte, o el árbol injertó lo que pretendía matarlo.No hubo, pues, trasplante, sino injerto. La continuidad, con lascaracterísticas apuntadas, es lo que hace que la historia sea enMéxico un factor que opera para el bien en la vida cotidiana. Lahistoria de México es impulso para el actuar, influencia positivapara la paciencia que afianzar el futuro exige, y el realismo, elpragmatismo que nos libera de ataduras dogmáticas.

En el siglo pasado nuestros hombres, partiendo de una teoría desupuesta validez universal, el liberalismo, supieron mat izar, dejar 

de lado una serie de principios inaplicables o dudosos, inclusiveen su intrínseca naturaleza, y construir una forma políticaparticular, un liberalismo social que, prescindiendo de losdogmas económicos, se afanó por conjugar las libertadesespirituales y políticas del hombre

43 Edward Hallet Carr, Op. cit., p. 73.

aberración del dejar hacer, dejar pasar. Aquellos hombres, conun pueblo abierto a la rosa de los vientos, recibieron influencias y sesalvaron do imitar, logrando darle fisonomía a nuestra patria, Suacción no sólo constituyó un antecedente, una razón de nuestraRevolución, sino también un ejemplo de cómo sin amurallarse,sin aislarse del mundo y sus vientos, era posible encontrar una

pauta política original que respetara o incorporara nuestrapeculiaridad. No debernos, sin embargo, creer, negándolos, quenos dotaron de una fórmula perfecta e inmutable, cíe un modode hacer y proceder que permite y facilita la actualización y elenriquecimiento de nuestras normas de convivencia y progreso. Lavitalidad histórica de México radica en la constante revisión quede sí mismo puede hacer. Es la sabiduría histórica que induce asacar fuerzas de la debilidad, que aconseja negociar en vez depelear; es la sabiduría histórica de un pueblo que hizo unarevolución que nunca intentó rebasar sus fronteras y que defendióéstas precisamente para afirmar el derecho a buscar su propio

camino. Es la sabiduría de un pueblo que no es adorador del triunfo.Como pueblo viejo y joven que somos, el pasado, que ayudó alpresente, hace que éste, que pronto será pasado, contenga en sílos gérmenes del futuro.

Hemos tocado las líneas de pensamiento que nos conducen aafirmar la acción, el actuar, en su sentido nato de la historia,considerando las relaciones del conocer y del hacer, conespecial acento sobre el conocer histórico y situándonos, a lapar, en contra del historicismo, del dogmatismo racionalista deimpronta iluminista y del fatalismo, por la creencia en una leyférrea e inmanente de la historia, y a favor de la incipiente

idea de colocar la razón en el fluir mismo de la historia, así comode las tendencias revolucionarias que, anulando su genealogía,ven la revolución como continuación y perfeccionamiento de lahistoria. Valiéndonos de rechazos y adhesiones pudimos formular unas cuantas reflexiones del papel de la historia, según surelación en distintas colectividades con

188sellos peculiares, lo que nos permitió hacer una digresión sobre el

d Mé i189

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caso de México.Tócanos ahora abordar un problema que, si en apariencia es

más sencillo, no deja de llevar aparejadas consecuencias de nofácil dilucidación: los hombres que en dos campos se mueven,que a dos amos, a cual más celosos, sirven, aquellos que sededican a investigar, conocer y, simultáneamente, hacer o que

aprovechan el conocer para hacer.El estar entre la tarea del día, el tráfago cotidiano y la vocaciónde aclarar las propias ideas, de saber e investigar lleva, a nodudarlo, a condiciones equívocas para la acción, la investigacióno ambas. Ejemplo claro de estos riesgos, es la vida, a la alturade la más desbocada imaginación, cíe aquel gran folletistapolítico, de quien ignoramos si al descubrir un pasaje no aparecidoen las ediciones de un clásico, derramó su tintero sobre eltexto, por el azoro del propio descubrimiento o por la preocupaciónde que, al estudiarlo, estaba abandonando sus tareas demilitancia; pero de quien estamos seguros que, siervo de la

erudición, acaba por convertirse en desertor.

44

  Riesgo de servir ados amos. Al margen de este ilustrativo incidente, ocupémonos de una

figura dominante en nuestro siglo XIX: el intelectual político. Comoreproche generalizado, en ese siglo se decía que sólo la ambición,la codicia de fama, hacía que estos hombres, "que no teniendo másque un talento" —las letras—, aspiraran al que les faltaba —elnecesario para la actividad política— con la consecuencia deque "pierden uno sin alcanzar el otro".45

44 Se trata de Paul Louis Courier cuando en la Biblioteca Laurentina, deFlorencia, encuentra un fragmento del manifiesto de Dafnis y Cloe, deLongus, que no contenían las ediciones de la obra. Collection completedes pamphlets politiques et opuscules littéraires de Paul I.ouis Courier,Bruxelles. Chez tous les librairies, 18 26 . p. XXII. Paul  Louis Courier, Panfletos políticos ( 1 8 1 6 - 1824). Madrid, Revista de Occidente, 1936, p. XII.

45 “Sois como todos esos ambiciosos de gloria, como todos esos avarientos defama que no teniendo más que un talento, aspiran precisamente al que les faltay pierden uno sin alcanzar el otro." La tribuna de M. de Lamartine o su a s estudiosoratorios y políticos, traducida por Francisco Zarco, México, Imprenta de IgnacioCumplido, 1861, p. XXV.

Cabe preguntarse si los trabajos literarios de estos hombreshabrían alcanzado mayor calidad, de haber sido ajenos a laactividad política. Mucho me temo que no. Sus letras más valiosasestuvieron encaminadas al hacer o narrar y explicar éste. Peroapartándonos de este comentario, la tesis generalizada establecíauna artificiosa dicotomía de talentos.

Son, en lo general, los intelectuales los que condenan la actividadpolítica de los de su gremio. No sabemos que se deba al fenómeno,parece ser que repetido, de que nadie es peor con los hombres deletras que un colega ejerciendo el poder y que tan gráficamente sedescribe en la anécdota de Cuizot, casualmente historiador,recibiendo como presidente del consejo de ministros, con soberbiodesdén, nada menos que a Augusto Comte; o aquel otro escritor que con desprecio intenta aplastar a sus colegas del día anterior conlas palabras: "¡Vosotros teorizantes!"46 Hay también una pizca deduda de que se dé la condición de que no sólo el revolucionario alllegar al poder arguya con la razón de Estado, sino que tal conducta

también siga el intelectual.

47

Sean o no están las causas, obedezcano no a la ingeniosa apreciación de que lo más terrible es el poder enmanos del escritor con escasos lectores, resulta indudable que, enlo general, es el intelectual quien ve irreconciliables las dosfunciones.

Podríamos citar numerosos intentos en esta dirección;abordaremos exclusivamente uno, el de Ortega y Gasset,

46 Charles Maurras, Oewers capitales, II, Essais politiques, París, Flammarion,1954, p. 118.

47 "La experiencia nos ha demostrado siempre, hasta ahora, que nuestrosrevolucionarios invocan la razón de Estado, desde el momento que llegan al poder;que emplean entonces los procedimientos de policía, y consideran la justicia comouna arma de la que pueden abusar de sus enemigos." Georges Sorel, Réflexionssur la violence, París, Librairie Marcel Riviere, en 1950, pp. 156-157.

190en torno al estudio de Mirabeu tanto por la amplia difusión que

191esenciales: el político según Ortega: "Reflexiona después de

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en torno al estudio de Mirabeu, tanto por la amplia difusión queobtuvo, cuánto porque, con elegancia, Ortega conduce a su lector aque ingiera ideas profundas en una prosa que en su ligereza lasdisimula. Las premisas de que parte Ortega y Gasset son ratificadaspor otros intelectuales que se ocupan de la materia. En primer lugar,la dicotomía de talentos a que nos hemos referido; en segundo

lugar, el levantar dos dimensiones de la política, pensar y actuar,como compartimientos estancos; y en tercero, una condena a lasideologías que nada tiene que ver con los que en nuestros días y noobstante los hechos, por un pobre neopositivismo o una infantilconfianza en la infabilidad de la técnica, desechan la utilidad de lasideologías y las reducen a producto específico de los pueblossubdesarrollados.

Detengámonos en la caracterización de Ortega, que viola puntosde partida adoptados en este trabajo. El político revolucionario -dice-es un contrasentido: os he político o se es el revolucionario. Esteúltimo, al actuar, obtiene lo contrario de lo que se propone, pues

toda revolución provoca su contrarrevolución. En cambio: "el políticoes el que se anticipa a este resultado, y hace, a la vez, por símismo, la revolución en la contrarrevolución." Junto a la paradojaviene la acrobacia: el político con las siguientes cualidades: facultadpara la transacción, flexibilidad y previsión.

Como se ve, Ortega y Gasset excluye más de lo que incorpora.Deja de lado algo decisivo en la acción: la capacidad paratransformar el medio, las cosas. Ignora al hombre que con su acciónmodifica la realidad, que por su sagacidad y destreza aprovechacoyunturas para transformar radicalmente realidades maduras que,incluso, pueden estar invitando al cambio. Da la imagen de un

político mutilado por la comprensión unilateral de su función: "...toda auténtica política, postula la unidad de los contrarios".Ciertamente que hay algo de esto último, pero mucho más que esealgo.

Para estos intentos clasificadores las simplificaciones son

esenciales: el político, según Ortega: "Reflexiona después dehallarse fuera de sí, comprometido en la acción"; el intelectual conel pensamiento precede al acto, no siente la necesidad de laacción; intercala cavilaciones entre el pensar y el hacer y si secontrae a la acción lo hace de mala manera, cuando es forzoso;ella, en el fondo, perturba su mundo. De aquí proviene el juicio que

rebaja al intelectual: "Hay hombres que es preciso no ocupar ennada, y éstos son los intelectuales. Esta es su gloria y tal vez susuperioridad."' Pero parejamente, también se rebaja al político. Elintelectual interpone ideas "entre el desear y el ejecutar", acontrario sensu, el político no lo hace, y aunque Ortega buscafórmulas que aproximen las antitéticas figuras, en el fondo, halevantado una división inconciliable. Ante la complicada sociedad—asienta— el político necesita ser cada vez más intelectual; tiene,además, un ingrediente intelectual: "intuición histórica" yfrecuentemente el gran político, al empeñarse en "creacionessuplementarias y superfluas", está revelando que siente "fruición

intelectual".

48

¿No inspira un sentimiento lastimoso este querer que el políticosea, un poco tan siquiera, intelectual? A mí me lo inspira, y merebelo ante la expresión de dos imaginarias dimensiones: la figuradel intelectual, ofuscado o no por sus ideas, e inepto paraejecutarlas por mera profesión y la imagen desmedrada de unpolítico sin ideas, sólo apto para la transacción oportunista, en elmás miserable o valioso de los sentidos.

En contraste con esta tesis afirmamos que la actuación requieredel pensamiento y que el pensamiento se amplía con la actuaciónligera o profunda, pequeña o grande; que, en fin, pensar y actuar 

se robustecen al comunicarse.El intelectual debe ser ocupado en mucho; el político sólo se justifica en la medida en que está regido por un pensamiento.Dicotomías, disociaciones son parcializaciones,

48 Obras de José Ortega y Gasset. Mirabeau o el político, Madrid, Espasa-Calpe,1943, pp. 1123 y ss.

192su pensar, actuar o las dos[193]cosas puedan representar clases Ambas clases se alimentanentre

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fraccionamientos de lo que es unitario. En el subsuelo existeuna explicación que no se apoya en la clasificación de individuos,en el casuismo histórico, una cl as if ic ac i ón que es social en suesencia: todos los hombres son intelectuales, pero no todos los

hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales:

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encorrelación con este pensamiento podríamos decir que todos loshombres son políticos, pero no todos los hombres desempeñanuna función política en la sociedad. Es a través de la funcióncomo podemos obtener algunos resultados.

Hay, y siempre ha habido, una clase política, admitiendo deantemano el concepto multívoco de clase; hay, con la mismareserva, una diferenciada clase intelectual. Si algo caracteriza aambas clases es el estar constituidas por quienes, en rigor, nopertenecen a ninguna clase,50 lo que no excluye que unos y otros en

49

"Se podrá decir que todos los hombres, por el hecho de serlo, sonintelectuales; pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función deintelectuales." Antonio Gramsci, Gli intelle-tuali e l'organizzazione della cultura.Torini, Giulio Einaudi Edi-tore, 1964, p. 6. (Hay traducción al español: Losintelectuales y la organización de la cultura, Buenos Aires, Lautaro, 1960, p. 14.)

50 En la literatura política italiana el tema de la clase política surge, en realidad,con Maquiavelo. Gaetano Mosca rastrea la doc-trina de la clase política, nacida, asu parecer, cerca de un siglo antes de su época y fundamenta su método ydoctrina en la existencia de la clase política. (Elementi di Scienza Política, Barí,Gius Laterza & Figli, 1939. t. I, pp. 83 y ss.) El tema aparece. sin embargo, ennumerosos autores como preocupación teórica o investigación concreta aplicada alcampo italiano. Notas parciales sobre la materia pueden encontrarse en casitoda la obra de Gramsci. Por su parte, De Ruggiero se ocupa expresamente de la

clase política incisivamente y de la relación de clase y partido y técnica y política.(De Ruggiero, El retorno a la razón, pp. 129-145.) Encontramos un evidenteacierto en De Ruggiero cuando, al respecto, establece: 1º  Que fueron losfisiócratas quienes en primer lugar se esforzaron en determinar con exactitudcientífica el concepto de una clase política que en virtud de hallarse libre de lanecesidad material, por estar constituida por propietarios, estaba disponiblepara cumplir funciones públicas y gratuitas. 2"  Se trataba de una clasedisponible o clase general apta paraasumir la defensa de los interesesgenerales. 3º Esta clase operaba como clase política y no como clase económico-social; actuaba para todos. 4º  Al fracc ionarse la propiedad agrar ia y reduci rse acomplemento subsidiario de otras actividades, los intereses agrarios pasaron asegundo término y la clase industrial, asi como el proletariado agrícola yurbano, hicieron que la clase política, que era general, se fraccionara en clasesparticulares, "las cuales justamente por eso. perdían toda verdadera calificación

 cosas, puedan representar clases. Ambas clases se alimentanentresí y dan un producto que corresponde a las dos: el intelectualpolítico.

política". 5º Dejó, pues, de haber una clase mediadora, sujeta a servir al biencomún, y a ello contribuyó la clase industrial, cuyos miembros "Casi siempre fueronadoradores de la técnica y denigradores de la política, y trataron de dominar estaúltima con medios indirectos y por interpósitas personas". 6° "En conclusión, lavieja clase política está en crisis y la nueva no logra aún emerger con

caracteres bien definidos." Tómese en cuenta la época en que De Rug-gieroescribe. No creemos, si n embargo, que ella, la nueva clase política, hayasurgido todavía con caracteres bien definidos. No lo es la pintada por Burnham enla revolución de los gerentes, que en su sentido primitivo convertiría a la clasepolítica en administradora de los negocios de la burguesía, confirmando el asertomarxista. Tampoco en el derivado, representado por las actuales tendenciastecnócratas, con su copiosísima literatura que exalta el valor de la técnica ydegrada al político con las acusaciones tradicionales y, en el fondo, seconvierte en una ideología con la voluntad de reducir la política a la técnica,sobre la base de que ésta resuelve objetivamente los problemas en atención alinterés general. La definición de interés general ya implica una apreciación y juicio político. (Jean Meynaud, Technocratie el politique, Laussanne, Etudes deScience Politique, 1960.) Por otra parte, nuestra época obliga a la

especialización, que ignora el todo, aunque sea muy en lo general, y que esnecesario conocer para la decisión política. Como se ha dicho, al político tocamoderar los rigores de los técnicos, teniendo en cuenta los obstáculos humanos, locual da lugar a una función que debe considerar la totalidad de los factores delhombre; ideológicos, morales, religiosos, económicos. (Op. cit.. pp. 78 y ss.) Nodudamos que los técnicos puedan constituir otra clase, pero sí que constituyan lanueva clase política. Giacomo Perticone, en un libro que es modelo de investigaciónen su género (La formazzione della classe política nell'Italia contemporanea. Firenze,Casa Editrice G.C. Sansoni, 1954), da una clave cuando pone cuidado en noconfundir la clase política con "La clase de los técnicos, como parte siempreconspicua de la clase política" (p. VIII). Tampoco encontramos la clase política enla descripción de Djilas: dominio de una burocracia privilegiada del capitalismo osocialismo de Estado, pues burocracia no es clase política. Las dificultades paradefinir la clase política radican más que en su existir, en el concepto de clase.

194195

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No nos atrevemos a decir que encontramos la solución a lasantítesis parciales, las contradicciones individuales, los inevitablestemperamentos. Numerosas páginas se llevaría señalar reprochesque el político puro formula al intelectual puro o que éste acumulasobre el primero: el político habla de ausencia e indiferencia del

intelectual ante la cosa pública; quizá, exagere las dificultades desu actividad para desalentar el ingreso de competidores. El políticorecalca la propensión del intelectual a erigirse en severo juez enalgunos casos, sin pasar por la prueba de la acción: en otroscasos para resarcirse de la frustración en el actuar. Lacaracterización ya se ha hecho: el intelectual, ante la groserarealidad que interrumpe sus juegos mentales, se refugia en lasideas como en "un Olimpo sin riesgo", de tal manera que elpensamiento únicamente posee en él voluntad ofensiva "comomedio de e jercer un poder absoluto, s in pel igro y s inresponsabilidad, justificado o trastornado el mundo ante su

tintero".

51

El intelectual, por su parte, se abroquela frente al político condos argumentos: la obligación que éste tiene de salvaguardar lapureza de las ideas, de ser intransigente en su persecución.Situado en el mundo etéreo de las ideas, el intelectual condena elmás mínimo repliegue y el menor apartamiento de la totalidad delas ideas que el político profesa. Cuando éste recurre algradualismo y evita acumular por su acción fuerzas y resistencias eintensificar su agresividad, el intelectual se cierra en la idea deltodo o nada, y repliegues y acomodos le permiten ver al políticocomo un hombre carente de posiciones doctrinales y que se

exime ante las grandes opciones espirituales.Si consideramos que la ineficacia en la política se sientey se vey la eficacia ni se siente ni se ve, y que al político no

51 Emmanuel Mounier, Manifiesto al servicio del personalismo. Pers onal ismo y Cristianismo. Madrid, Taurus Ediciones, 1965, p. 28.

195 se le juzga exclusivamente por el ejercicio de su profesión, sino

que se le exige que llene cualidades al margen de ésta; yrecordarnos que al artista se le juzga por su obra, sin importar suvida personal, que puede ser degradante o enaltecedora, peroirrelevante para su obra, nos percatamos de que se da una

disparidad perniciosa de criterios para enjuiciar. Apoyémonos enCroce: el político puede tener muchos defectos, carecer demuchas dotes; mas si la política es su vocación, constituye "el finsustancial de su vida"; se podrá dejar corromper en cualquier actividad, pero no en ella, de la misma manera que el poeta, "sies poeta, transigirá con todo, menos con lo que atañe a la poesíay nunca se prestará a escribir malos versos".52

Por tanto, afirmémonos en la concepción funcional yfortalezcámonos con dos principios fundamentales que hermanan alintelectual y al político. Concebir la política como una actividadcultural. Por el verbo, por la reflexión y por la decisión, el político

del más alto rango procura moldear, valiéndose de ella hastadonde es posible, una realidad rebelde, nada plástica, deconformidad con las ideas en que cree. La cultura tiene un clarosentido polít ico, pues, en cuanto no se entiende comoyuxtaposición o hacinamiento de conocimientos, supone labúsqueda de perfeccionamiento, empezando por el propio y, por tanto, implica perenne transformación, constante renovación, eimpele a estar dentro de la sociedad en que se vive en una posicióncrítica, con el deseo de cambiarla o conservarla. Cualquier obracultural, por individual que sea, por mucho

52 Benedetto Croce, Etica y política, Buenos Aires, Imán, 1952, pp. 147 y ss. Correspondeeste texto en que se ocupa de la honradez política a Fragmentos de éticapublicados en 1922. Ortega y Gasset, en su ensayo sobre Mirabeau, de 1927,coincide sustancialmente con Croce en que no hay que exigir al político laspequeñas virtudes; no hay que medirlo con el rasero que se aplica al mediocre. El"hombre de obras" no puede ser considerado "bajo la perspectiva moral ysegún los datos psicológicos del hombre menor, sin destino de creación" (Obrascompletas, t. III, Mirabeau o el político. Madrid, Revista de Occidente, 1962pp. 608-611).

196que agote una individualidad la trasciende adquiere sentido

197Como si el saber histórico fuese resultado no sólo del es-fuero

personal sino del tiempo mismo "54

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que agote una individualidad, la trasciende, adquiere sentidoobjetivo cuando los demás la aprecian, consumen o rechazan.

Si la política es actividad cultural y la cultura, en su sentido mástrascendente, tiene un significado político, la figura del intelectualpolítico no sólo se ha dado en el pasado y existe en el presente,sino que tiende por sí a subsistir y está sustancialmente

 justificada. La figura o tipo exige que el intelectual seamodestamente receptivo a la realidad, se deje influir por ésta, lacapte y exprese sin desprecio, aquilatándola como fuente de cultura,y el político se mantenga vinculado con el mundo de las ideas,procure racionalizar su actuar y encuentre en el pensar unafuente insoslayable de la política.

Es indispensable tener esa que Max Weber considera cualidadpsicológica decisiva del político, mesura: "capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y latranquilidad, es decir, para guardar la distancia con los hombres ylas cosas". La combinación es "pasión ardiente" y "mesurada

frialdad". La política requiere pasión para ser auténtica y nofrívola; mas "se hace con la cabeza y no con otras partes delcuerpo o del alma".53

He querido en estas notas proporcionar alguna explicación sobrela acción de la historia y sobre los hombres dedicados al conocer, alhacer o a ambas cosas. Numerosos esclarecimientos, exigidos por los temas tratados, han quedado pendientes para un estudio quealgún día procuraré realizar.

Señoras y señores: La historia hecha y la historia por hacer constituyen tarea vital. Ranke escribió que el historiador debehacerse viejo, lo que da lugar al comentario de que el tiempo

parece ser más considerado con los que a desentrañarlodedican sus vidas: "Y éstas parecen henchirse y madurar amedida que pasa el tiempo por ellas.

53 Max Weber, El político y el científico. Madrid. Alianza Editorial, 1967, pp. 153-156.

personal sino del tiempo mismo.Hacer historia exige años y ayuda a tenerlos. La historia, que

ayuda a la longevidad, parece ser que la demanda. Los años dotande altura para el juicio histórico: obligan a poner entreinterrogaciones lo que se aseguraba; otorgan capacidad de dudae imponen, a veces, el recurrir a los puntos suspensivos.

V i v imos época de tiempo rápido. Piemos sido testigos demuchos cambios: preparémonos a ser protagonistas o cronistas demuchos cambios más. Para cumplir la tarea vital que nos concierne,mantengámonos en actitud abierta a lo que proponen lasavanzadas de nuestra contemporaneidad: aprendamos de aquellosa quienes pretendemos enseñar: tengamos presente que quienesniegan o afirman rotundamente, quizás estén inquiriendo opreguntando. De no seguir esta conducta, proferiremos paros depericlitar; siguiéndola, adoptando una actitud que no buscaperpetuar convicciones, sino recibir y tratar de comprender lasinfluencias filiales —de los hijos de la cátedra a los hijos de la

acción— podemos contribuir a configurar un mundo siempre antiguoy nuevo, con la convicción de que la libertad es imperecedera comonecesidad del espíritu y que la justicia también es imperecederacomo necesidad de la dignidad moral del hombre. Esta actitudespiritual abierta, permitirá comprender los nuevos significados delos valores en que se cree y luchar por las nuevasemancipaciones que las nuevas esclavitudes demandan. Es conesta actitud espiritual que ofrezco contribuir a las tareas vitales dela Academia Mexicana de la Historia.

198

54 Luis Díez del Corral, estudio preliminar a La idea de la razón de Estado en laEdad Moderna por Friedrich Meinecke, Madrid. Instituto de Estudios Políticos,1959, pp. VII-IX.

7. LUIS GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ/ SOBRELAINVENCIÓNEN HISTORIA (1973)

cómo ocurrieron en realidad las cosas." Busco "la verdad escueta,sin ningún adorno. . . sin nada de fantasía. . . sin nada de

imaginaciones"' Según el maestro "positivista" el buen historiador

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LA INVENCIÓN EN HISTORIA ( 1973)10*

LOS  MAESTROS  DISPUTANTES 

Los DOCE bachilleres, aceptados en 1946 como alumnos delCentro de Estudios Históricos del Colegio de México, recibieron suprimera lección de una polémica magisterial. Los tres instructoresmáximos del CEH aparentaban odiarse cordialmente entre sí.Dizque los traía divididos un asunto muy espinoso. Alguien habíalanzado la pregunta: ¿Debe intervenir la creación en los escritoshistóricos? Uno de los maestros contestó: "no, porque la historia esciencia de lo real". Otro repuso: "sí, porque la historia es géneroliterario'". Un tercero dijo: "la historia es ciencia y arte, verdad yficción". Al primero se le llamó positivista; al segundo, idealista, y alúltimo, ecléctico. En adelante, uno quiso merecer su apodo: trajoen su auxilio a figuras universales, y embistió a sus adversarios.Fue aquello una trifulca de trastienda que no trascendió a losclientes.

El catedrático "positivista", el más joven de los tres y el másfecundo, pues ya llevaba publicados media docena de libros sincontar compilaciones documentales, sostenía serenamente, en sucurso de "Introducción al Estudio de la Historia", el deber deelevar la tarea del historiador al rango de ciencia mediante elcumplimiento de tres anhelos que nunca satisfizo Leopoldo vonRanke: ''Desearía que enmudeciese por completo mi voz propiapara dejar hablar de por sí a los hechos." "Trato simplementede exponer 

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10* Publicado en Diálogos. Arles, Letras y Ciencias humanas. El Colegio deMéxico, núm. 52, julio-agosto de 1973, pp. 28-30.

imaginaciones . Según el maestro positivista , el buen historiador no era de ningún país y de ningún tiempo; procedía a su trabajo sin

ideas previas ni prejuicios; investigaba y no suplía con ficcioneslas lagunas documentales, y escribía sin el pronombre yo, de

manera impersonal y sobria, dejando a los hechos que hablasenpor sí solos. La imaginación hispánica era el diantre que impedía a

Hispanoamérica tomar conciencia de su pretérito.El historiador "idealista'', un apasionado ex combatiente de laguerra civil española, no daba cuartel a la postura de Ranke y desu discípulo mexicano. Por principio de cuentas, negaba laposibilidad de separar la historia del historiador, pues éste nopodía ser una simple máquina registradora aunque lo quisiera.Pensaba como los Goncourt: "Los historiadores son cuenteros delpasado; los novelistas, narradores del presente." Decía a voz encuello: "La historia es un conocimiento eminentemente inexacto";Juan de Mairena lo supo: "Lo pasado es materia de infinitaplasticidad, apta para recibir las más variadas formas." Sus

estribillos eran: "El historiador nace, no se hace." "El verdaderohistoriador no recopila, crea." "El historiador digno de tal nombretendrá que ser como los artistas, un creador."

El doctrinante "ecléctico" se complacía en decirle pegador defichas y hormiga acarreadora de papeles a uno de sus colegas, yaraña que todo lo saca de sí misma, al otro. Él aceptabahumildemente para sí el rol de abeja, no por lo ponzoñoso, sóloporque aspiraba a la cos tumbre apíco la de recoger  pacientemente los jugos de multitud de flores y transformarlosen miel, A éste, le oían decir sus alumnos: "En el quehacer históricohay elementos subjetivos y objetivos. El pasado parcialmente se

descubre y parcialmente se crea. No basta con reunir noticiasacerca cíe lo acontecido; es necesario interpretar y dar forma a lainvestigación." Según él, las virtudes del historiador se resumían endos palabras: paciencia e imaginación, paciencia para juntar ladrillos e imaginación para construir palacios. Nadie

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podía dispensarse de las arduas operaciones heurísticas, criticasy hermenéuticas, ni de la síntesis creadora. Comulgaba conTrevelyan: "El historiador tiene que poseer una serie de

y por los griegos, fantasía. Si el acto de descubra era achacable alentendimiento, al juicioso entendimiento, el de inventar habría queadjudicárselo a la imaginación la loca de la casa

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Trevelyan: El historiador t iene que poseer una serie deconocimientos complicados para reunir y depurar sus materiales, yuna habilidad exquisita para presentarlos y hacerlos llegar allector."

LOS   ALUMNOS  PERPLEJOS 

En 1946, El Colegio de México se hospedaba en una casitaneocolonial de la calle de Sevilla. Allí había sitio únicamente para ladocena de estudiantes. Éstos podían oír a sus maestros en unaaula, leer en un salón contiguo a la incipiente biblioteca y hacer sentadillas en un brevísimo jardín. No había lugar para discusionesestudiantiles fuera del aula y dentro del recinto académico. Ladiscusión libre se hizo, sin compañeras, por la noche, en la calle,o si era día de quincena, en la cantina o en el cabaret. En el Morány en el Río Rosa, en medio del estrépito de la música, se procuróconciliar las opuestas opiniones de los tres maestros disputantes.

Uno de los compañeros creía en las definiciones del diccionario ycombatió el derecho de usar con ligereza la palabra creación.Ésta remitía a una actividad que los filósofos medievales habíanreservado para Dios. Él y sólo Él podía sacar cosas de la nada.Pero aun el devoto de le mot juste estuvo de acuerdo en que podíaatribuírsele metafóricamente al término creación el sentido quele daban el vulgo y los artistas: el fruto del magín, aquello que no esdeducible racionalmente de las premisas, lo que nos sacamosinesperadamente de las entrañas. Sin embargo, aquel compañerosolicitó sustituir la palabra creación, que podría prestarse aequívocos, por el vocablo invención, opuesto a descubrimiento,equivalente a dar con una cosa nueva, con algo no existenteantes de que se inventara, como suelen ser los productos de lollamado, por los romanos, imaginación,

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adjudicárselo a la imaginación, la loca de la casa. Así todo resultaba más claro. En la disputa magisterial, el primer 

maestro tomaba la defensa del juicioso: el segundo, el ataque, yel terceto, la comprensión. Por lo que mira a la loca, uno pedía sulanzamiento del hogar, el otro quería dejarle la administración delmismo, y el último la miraba como una pariente incómoda conla que hab ía de apechugarse. Eso a la hora de la discusión y en elmundo de las ideas. Los tres, a la hora de la verdad, se servían del

 juicioso y de la loca. El "positivista" demostraba, con la praxis desus libros, el uso alternante de la imaginación y el cacumen. Elidealista iba y venía entre los rigores del descubrimiento históricoy la orgía de la invención. En la práctica los tres eran eclécticos.En la obra sus diferencias eran minúsculas y de grado, que nomayores ni esenciales. En el taller, cada uno era tan riguroso comofantástico. Ninguno era pura cámara fotográfica y ninguno meroinventor de cuentos y novelas. Combinaban el ejercicio de laimaginación con el ejercicio de la observación. De otra manerano hubiesen sido miembros sobresalientes de la república de lahistoria, se les habría domiciliado en la república de las letras o en larepública de las ciencias. Los científicos los proclamabanhumanistas, y éstos, científicos, porque vivían en un  mundo queaunaba lo mejor de los dos restantes. Eran más que nadadescubridores, pero no podían menos de ser un poco inventores,imaginativos, fantasiosos o inspirados.

L A LOCA SEMIATADA

 Aquellos maestros hacían historia y de Herodoto al presente lasfiguras máximas de la historiografía han inventado en las tresetapas del quehacer histórico. En la etapa preparatoria,

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gracias al esfuerzo creador, se hacen preguntas e hipótesis: esdecir, se inventan imágenes interinas del pasado. En la etapade la búsqueda de testimonios y el análisis de ellos se usa del

uso que se haga de él. Algunos sólo manamos chisguetes; otros,mares. Unos creen que la historia debe captar fielmente lohistórico y cierran sus compuertas y obligan a sus aguas a salir por

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de la búsqueda de testimonios y el análisis de ellos se usa delmagín para llenar lagunas de información. Con la ayuda de lafantasía, tanto Miguel Ángel como los historiadores puedensustituir, aquél el brazo mutilado de una estatua, y éstos eldetalle perdido de un relato. Nadie se puede contener en ellímite de la observación o el descubrimiento. Todo descubrimientose vuelve parcialmente invento. ¡Si el hombre pudiera ver sinsoplar al mismo tiempo! Inevitablemente, según el decir deDilthey, "todo instante pretérito, al ser fijado por la atención quecongela lo fluido, resulta apreciablemente alterado", inventado. Ylas alteraciones no paran aquí. En la etapa de síntesis la inventivadel historiador se suelta el pelo. Entonces se dan las ficcionesexternas e internas de que habla Alfonso Reyes. "En loshistoriadores clásicos muy a las claras, con más disimulo en losmodernos, encontramos el recurso constante a las ficciones pararepresentar lugares y personajes, con descripciones en que hayreflejos imaginados, y con retratos en que parece que presta supluma el novelista." No sólo los poetas acuden a la aladainspiración para dar vida carnal y espiritual a los huesos denuestros difuntos. La vitalización del pasado, quehacer deseable,no sería posible sin soltar la rienda a las virtudes de laimaginación creadora. "Por tales virtudes —escribe MarcelinoMenéndez y Pelayo— antes poéticas que históricas, viven yvivirán eternamente a los ojos de la memoria la peste de Atenas,la oración fúnebre de Pericles y la expedición de Sicilia, enTucídides; la batalla de Ciro el joven y su hermano, en Jenofonte;la consagración de Publio Decio a los dioses infernales y laignominia de las Horcas Caudinas, en Tito Livio; el tumulto delas legiones del Rin..., en Tácito; la conjuración de los Pazzi yla muerte de Julián de Médicis, en Maquiavelo; la acusaciónparlamentaria de Warren Hastings. . ., en Lord Maucalay."

En ningún momento podemos contener el caudal del río quemana de nosotros. Variará el grosor del caudal y el

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histórico y cierran sus compuertas y obligan a sus aguas a salir por el derramadero. Los historiadores positivistas se arrancan algo de sípara trasmitirlo a los demás cuando ya no les queda otro recurso.Son creadores a pesar suyo. Los idealistas se abren de par enpar a toda hora, para bien y para mal. Los eclécticos vivenhabitualmente en sus cabales, pero no se resisten a losnecesarios momentos de éxtasis, corren las compuertas cuandolos terrones ardientes piden fecundación.

No en todas las épocas la fantasía histórica ha sido igualmentetolerada. Lo fue mucho por los antiguos y los románticos. Entreotras cosas, ponían discursos jamás pronunciados en boca de suspersonajes. Aunque esas invenciones se sujetaran a ciertas reglas,aunque las palabras atribuidas a los grandotes debían ser "adecuadas a su carácter y a los acontecimientos", al través deellas podía lucir, según Luciano, la elocuencia del historiador. Losmodernos disimulan los inventos de la ciencia histórica. Aceptande mala gana que el pensar histórico, el cual no ha desaparecidoaún en el seno del pensar científico, tenga que echar mano deficciones. Los modernos han maniatado a la imaginación muchomás que los antiguos.

Por último, no todas las escuelas de historia se muestranigualmente rudas con la inventiva. En la historia anticuaría, tan caraa los románticos, se hace perdurar al hombre y la cultura delpasado a fuerza de inyecciones de fantasía. La historiamonumental o de bronce, auspiciada por el propósito de tomar ejemplo de seres humanos y acciones de otras épocas, embelleceo desfigura el pasado con ficciones literarias. ¿Qué se ha hecho deHidalgo, Juárez y Carranza y de las movidas de independencia,reforma y revolución? Con todo, la historia conmemorativa lepermite menos libertades a las locuras de Clío que la historiarememorativa. Más exigente aún es la historia crítica. Ésta, acualquier costo, quiere ser ciencia respetable y no ceja en ocultar yamarrar a la loca de la casa. Pero lo consigue

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poco cuando se trata de prehistoria e historia antigua. Con lamoderna le va mejor. Hay dificultades en los sectores cultural ypolítico, pero el control de la loca es casi perfecto en el sector

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político, pero el control de la loca es casi perfecto en el sector económico, el menos humano de los asuntos de la historia.