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LA .UNIFICACION DEL DERECHO CIVIL EN ESPAÑA ESTADO ACTUAL DEL PROBLEMA CONFERENCIA P ronunciada en la A cademia M atritense del N otariado EL DÍA 3 DE ABRIL DE 1948 POR VICENTE GUILARTE GONZALEZ Catedrático de Derecho civil en la Universidad de Valladolid.

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LA .UNIFICACION DEL DERECHO

CIVIL EN ESPAÑA

ESTADO ACTUAL DEL PRO BLEM A

CONFERENCIA

P r o n u n c i a d a e n l a A c a d e m i a

M a t r i t e n s e d e l N o t a r i a d o

EL DÍA 3 DE ABRIL DE 1948

P O R

VICENTE GUILARTE GONZALEZCatedrático de Derecho civil en la Universidad de Valladolid.

La Unificación del Derecho civil

Gran alegría y contento recibo ál verme en este lugar, pero no lo atribuyáis a envanecimiento. Vuestra cariñosa invitación yo sé valorarla en lo que tiene de eso, de cariño, y si queréis, un poco de afecto personal, porque os consta mi devoción para vuestra obra y para vuestros hombres. En lo demás, en esta casa se viene a aprender, a aprender y de lo bueno. Mi regocijo y mi satisfacción obedecen a otro motivo. Yo soy un preocu­pado con-mi tema de unificación, y al igual que acontece a todo sujeto que tiene una manía, no se explica por qué los demás no le siguen con igual empeño y con mayores luces. Me explico menos que la vocación unificadora haya estado ausente en el pensamiento y en la voluntad de nuestros juristas y de nuestros gobernantes, que dejaron perder las circunstancias más propi­cias para lograrla, y que hasta rehuyen y tienen un poco de recelo y temeridad para poner sobre el tapete el tema de la unidad, que no envuelve ningún pecado. Por ello, cuando la Academia Matritense del Notariado me brinda esta coyuntura y cuando se hace posible que yo os contagie, con lo que sois y con lo que podéis en la ciencia del Derecho y en la vida del Derecho, en ésta que es manía mía, os explicarán estas primeras palabras mías, que no son de modestia al uso, ni de gratitud, ni siquiera de justificación del tema que no necesita justifica­ción. Son de regocijo y de contento porque en esta casa se va a hablar de unificación.

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EMPLAZAMIENTO PURAMENTE TECNICO

Pero para hablar con la seriedad que mis oyentes reclaman es obligado buscar para nuestro tema un emplazamiento igual­mente digno y serio, descargándole de aquellas sus aristas peli­grosas que han oficiado en muchos pasajes de nuestra Historia de artificios mediocres para obstaculizar el camino.

Se abandonó el camino claro y llano, se siguieron vericue­tos peligrosos y la conclusión fué perdernos en la selva, enma­rañada, más y más por los enemigos de la unidad. Unas veces, cuando se ven débiles, con pretextos habilidosos ; otras, cuando se encuentran con un jsoder abatido, enseñando las uñas y resucitando incluso sus métodos creadores.

Yo recuerdo— está en la mente de todos— el Estatuto de Cataluña de 1931. Esta es una ventajosa técnica que es justa^ mente recusada. Nosotros, en este lugar, no vamos a ir por este camino; nosotros perseguimos una perfección técnica de la ley civil; nosotros propugnamos una evolución y un pro­greso legislativo, pero si de paso nos encontramos con una ventaja de tipo político, de cohesión y de mayor fuerza nacio­nal, mejor; pero nuestro anhelo como juristas radica justa­mente en esto : en que el año 1948 exista un Código de Derecho civil español que esté a la altura de las exigencias económicas, científicas y sociales. Esto es lo que queremos todos; que la empresa es ambiciosa, no se nos oculta; que es más urgente que difícil, y que la fuerza de nuestra Historia, tan rica en matices y tan desconcertante en resultados, opera como obs­táculo casi infranqueable, tampoco nos es desconocido.

Pero, si hacemos un poco de memoria, si cotejamos las situaciones pasadas con las presentes, llegaremos a la triste realidad de que el hombre es el único animal que tropieza varias veces en la misma piedra.

Vais a acompañarme en un escarceo histórico de grandes síntesis; el detalle ofendería a vuestra cultura e incluso sería un poco molesto, pero el recuerdo nos es indispensable. No pre­ocuparos porque, lo tome de largo, ya que acontece que desde el año 711 España ha perdido su unidad legislativa en la vida

civil, unidad que no pudo lograr ni disfrutar más que treinta años escasos, desde 681 en que se publicó el Liber Judicion hasta el momento de la invasión musulmana. ¿Tuvo vigencia efectiva? Hay quien dice que no. Pero, en fin, démoslo por bueno y digamos que en esos treinta años. tuvimos unidad legislativa. ¿Cómo se logró aquel triunfo auque fuera tan efí­mero? Nos lo explica San Isidoro elogiando los precedentes y las frases de Leovigildo, que, en dieciocho años de reinado, además de sus preocupaciones políticas y bélicas, Imperio bizantino, derrotas a los vascos, derrotas a los suevos, inició la unidad territorial y personal con su famoso Codex Revisus, íntegramente en el Liber ; pero, además, lanzó aquella frase magnífica de que «no puede haber Estado fuerte sin unidad de religión, sin unidad de idioma y sin unidad de Derecho».

El problema de la unidad legislativa no cabe plantearlo sino en correspondencia a una unidad nacional. Por ello, la situación que la invasión musulmana produjo, haciendo surgir los inci­pientes Estados cristianos, no podía ser aprovechable a la apetencia unitaria, aunque en el reino cristiano la tendencia a la unidad, que es la tendencia en todos los hombres de gobierno, se manifestara. Y sin embargo, lo mismo en Castilla Fernan­do I y Alfonso X, que en Navarra Teobaldo, que en Aragón Don Jaime I, se advierte un deseo firme de unificar todo lo legislado, pero no era época de unidad nacional, sentimiento que igualmente se mantiene en los albores de la Edad Moderna, cuando los Reyes Católicos, a pesar de estar empleados en gigantescas emPresas, todavía encuentran momentos ,para for­talecer, unificándolas, las leyes del país.

Pero, naturalmente, que ni Doña Isabel, ni más tarde Don Felipe II, pese a la gran autoridad que en sus Estados imponía, podía plantearse el problema de la unificación en los términos en que a nosotros nos interesa.

Fué Felipe V, el prim er Borbón, el que de un lado por las enseñanzas del Estado francés, y de otro como castigo a los aliados del Archiduque, promulga los famosos y trascenden­tales Decretos de nueva planta, que también todos vosotros co­nocéis, y ésta es la ventaja de dirigirse a un auditorio selecto,

y ésta es la ventaja de dirigirse a un auditorio selecto, y por ello voy a ahorrarme las citas íntegramente. No quiero, sin embargo, desaprovechar el momento para señalar que esta empresa unitaria no se puede imponer ni como pena ni como castigo; no se puede imponer esta unidad ni como sanción ni como recompensa. La unidad tiene que venir como aspiración de perfección nacional, pensanod en las ventajas de España, no en sancionar a una región y favorecer a otra.

El ideal que impera al nacer el siglo xix es el de la unidad jurídica. En la Constitución de 1812 se contiene aquel artículo famoso que habla del mandato, de que unos mismos Códigos rijan en toda la Monarquía, y se restringe con aquella frase: «sin perjuicio de las variaciones que por particulares circuns­tancias puedan hacer las Cortes». Esta restricción no se hace mirando a los actuales países, se hace mirando a la existencia territorial que España tenía en aquella época. Esta opinión la comprobamos cuando abrimos la Constitución de 1837 y la de 1845. y nos encontramos con que, siendo de un sentido polí­tico contradictorio, rectifican y suprimen esta frase: «sin per­juicio de las variaciones que por particulares circunstancias puedan hacer las Cortes». Y- esta supresión, ¿por qué se hace? Porque con la disminución de los territorios españoles se hacía innecesaria.

El prestigio científico que el movimiento así adquiere, un­gidos los viejos textos feudales, los textos recopilados por Justiniano y las antiguas costumbres nobiliarias, el espíritu del pueblo, el respeto hacia la ciencia alemana a la moda, atraerá al bando foralista a hombres de las más distintas ideas políticas y procedencias.

Así se unen en cada obra de la unidad, Pérez Pujol, en nom­bre de la tradición histórica ; Costa y Giner, en defensa del Derecho consuetudinario.

El apego de ciertos profesionales hacia el Derecho que estaban habituados a aplicar, y el recelo hacia una codificación reformadora, unido al loable, aunque equivocado, amor a las peculiaridades locales, crearon el ambiente propicio para que, unidos en heterogénea amalgama, se exalten las virtudes de las

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poco conocidas y menos aplicadas disposiciones forales en nombre del conservadurismo político y del progreso científico.

El proyecto de 1851 fue la primera víctima de la posición forai. La Real Orden de 12 de junio de 1851, aplazando su aprobación, habla de «la existencia de fueros y legislaciones especiales» usos y costumbres varios y complicados» que venían a aumentar considerablemente las dificultades y obstáculos que siempre ofrece la publicación y ejecución de todo código gene­ral, y en aquellos momentos es cuando se encuentran un poco débiles los foralistas y crean la Federación y el Congreso. El Congreso empezó en principios del año 1866.

EL CONGRESO JURIDICO DE 1866

Al igual que en 1944, en el año de 1866 se pensó en la conveniencia de reunir a los juristas de las diferentes regiones ante la empresa codificadora, y el resultado fué una proposi-, ción en favor de la unificación jurídica, pero compatible con dejar a la libre voluntad de los interesados la conservación de algunas instituciones jurídicas : 186 votos en pro, 158 en contra y 61 abstenciones; contra la codificación forai votan 269, en pro 92 y se abstienen 44 ; en contra de que el Código civil alcance fuerza del Derecho supletorio en las regiones forales, 201 votos, 155 en pro y 50 abstenciones.

La debilidad política de los revolucionarios del 69 hace las primeras concesiones restableciendo el texto constitucional de 1812 con estas palabras: «Unos mismos Códigos regirán en toda la Monarquía, sin perjuicio de las variaciones que, por particulares circunstancias, puedan hacer las Cortes.» Texto que copia la Constitución de 1876 vigente hasta 1931.

El primer triunfo decisivo fué el Real Decreto de febrero del 80, que propone un criterio de transacción generosa, sin exigir de nadie sacrificios superiores a sus fuerzas, entre la legislación de Castilla y las provincias forales. Para ello se agrega a la Comisión general de Codificación varios juriscon­sultos en representación de Cataluña, Aragón, Navarra, Vizcaya, Mallorca y Galicia, con el encargo de redactar sendas memorias

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sobre las disposiciones forales de sus provincias. Algo parecido se repite en el Decreto de 23 de mayo de 1947 y en la Orden de 22 de febrero de 1948.

Se olvidaban sus autores de que Castilla, durante la Edad Media, impuso y difundió su derecho, como impuso y difundió su idioma ; cuando llegó la época unificadora, sacrificó ínte­gramente, en aras de la unidad, todo su acervo propio y pecu­liar, que se esfuma al redactarse el Código civil, al contrario de lo que acontece en los países de fuero, que lo mantienen íntegramente, y hay un artículo que dice que quedan iodos derogados, y entonces se inhabilitan todos los textos castellanos que no se recogían y no se le ha ocurrido a ningún jurista de Castilla pensar en volver a resucitar lo que ya estaba fracasado.

Redactadas aquellas memorias, y como resumen de las deli­beraciones, se llegó a la conclusión de que los únicos temas dis­crepantes eran el de las legítimas, derechos de viudedad y do­naciones propternupcias, y en tal confianza, y casi lograda la aproximación, viene el proyecto de Alonso Martínez, en el que figuraban dentro del Código todas las instituciones forales posibles ; fuera del Código las de imposible asimilación, siem­pre con derecho a opción a los particulares. Finalmente, , el Código civil quedaría como único derecho supletorio, pero los foralistas, cada vez con mayor fuerza política, hicieron fracasar el proyecto, y llegamos a la Ley de Bases del 88, basada en el proyecto Silvela, con los trascendentales artículos 12 y 13 y el fracasado expediente de los Apéndices,

E L CÓDIGO DE 1889

Irregularmente nacido, fracasado en sus revisiones decenales y fracasado en su sistema de apéndices, que algunos países como Cataluña no prepararon hasta 1930, y que ninguno llegó a completar, como no fuese Aragón, que en aquella etapa se condujo con más transigencia y alteza de miras, cual evidencia el propio artículo 13, es lo cierto que la empresa unitaria sólo iba obteniendo provecho y frutos, primero, de la mayor como­didad y facilidad en la aplicación del Código civil, incluso del

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Derecho histórico castellano, como supletorio y de la luminosa idea nacida a mediados del siglo xix de promulgar leyes con carácter general y, por ende, de aplicación a todos los pueblos de la Monarquía, que hizo posible someter a normas únicas tema y materia bien interesantes, detalle que omito en gracia a vuestra cultura, pero si no hubiera sido por una jurisprudencia ampliatoria del Tribunal Supremo y de los resultados bene­méritos de aquella genial idea de las leyes generales del siglo pasado, el problema estaría mucho más grave de lo que está, pero con todas las leyes generales que no voy a detallar y, sobre todo, con la jurisprudencia ampliatoria del Tribunal Supremo se llegó a paliativos que venían mitigando la infor­tunada situación.

LA REPÚBLICA DE. 1931

Así las cosas, fueron pasando los años hasta llegar a la República de 1931. Cuando el 15 de septiembre de 1932 se aprueba el Estatuto Catalán con un falso sentimiento de reivin­dicación histórica, se dio un gran salto atrás en la política unificadora.

De un lado, porque al crearse la Generalidad de Cataluña y atribuirle facultades legislativas, casi exclusivas, en la vida civil se hacía posible la renovación de aquellos viejos y casi extintos derechos forales; de otro, porque perdida la vocación unitaria, aquellas conquistas logradas y que antes detallábamos sé iban desvaneciendo.

Finalmente, porque asombraba ver cómo hombres que se decían con mentalidad revolucionaria y progresiva, derivaban por convencionalismo político al reconocimiento de principios e instituciones de honda raigambre señorial y eclesiástica, y, en cambio, se oponían y cerraban el camino lógico hacia una ley civil de tipo moderno.

EL GOBIERNO NACIONAL.

Derogada la Constitución de 1931 en Ley de 5 de abril de 1938, se declaró expresamente que el Estatuto Catalán había

dejado de tener validez en el orden jurídico, y en la Ley de 8 de septiembre de 1939 se dejan sin efecto todas las leyes, disposiciones y doctrinas emanadas del Parlamento de Cataluña y del Tribunal de Casación, restableciéndose en toda su inte­gridad el derecho existente al promulgarse- el Estatuto y recu­perando su vigor los artículos 12 y 13 del Código civil, pero lo que no recuperó su vigencia fué el artículo correspondiente de la Constitución del 76, que hablaba de las particulares cir­cunstancias en que puedan hacer las Cortes algunas variaciones. Cierto que en todos estos años, en la mente de todos los espa­ñoles ha estado la aspiración técnica del Código único, de la unidad legislativa, pero es cierto también que nos encontramos con algunos datos de los periódicos oficiales en los que se desprende que aquella política de ampliación del Código civil sufre un pequeño retroceso. Por ejemplo, en las oposiciones a la Judicatura hay una serie de temas de Derecho forai que antes no venían, en la Ley de Alquileres Urbanos hay un texto en el artículo II en el que se dice que los arrendamientos no comprendidos en el I se regirán por el Derecho común o por el Derecho forai. Pero, ¿en qué quedamos? ¿No habíamos dicho que las obligaciones y contratos se regían íntegramente por el Código civil? Pues ahí se habla ya del Derecho forai.

Finalmente, el erudito Notario señor Palomino, en una nota de su meritorio trabajo, que yo no puedo resistir sin dar lectura de ella, afirma :

( Lee... )

EL CONGRESO DE ZARAGOZA

Llegamos ya, y perdonad este emplazamiento histórico, que era necesario, al Congreso de Zaragoza. Nace por Orden de 3 de agosto de 1944 y se dispone: «Accediendo a lo solicitado por el Consejo de Estudios de Derecho Aragonés, se le autoriza para convocar y reunir en Zaragoza un Congreso de Juristas de las diversas provincias, lo mismo de aquellas en que existen reconocidas disposiciones forales de Derecho civil como de las que se rigen por los preceptos establecidos en el Código, que

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con la previa preparación y estudio del tema confronten y examinen puntos de vista, coincidencias y discrepancias en orden a la coexistencia en nuestra Patria de diversas legisla­ciones civiles, estudiando una propuesta en la que se formule la resolución de los problemas que esta situación plantea.»

Naturalmente que el problema que está planteado es, nada más y nada menos, que el de la unidad de legislación en el Estado español, en momento que no puede justificarse, ni por la presencia de uniones personales de Estados. Isabel la Cató­lica, castellano extranjero en Aragón, aragonés extranjero en América, Felipe II, ni tampoco por un estorbo constitucional que lo vede, Constituciones del 12 y del 76. 1' al igual que en 1866, y que en el Congreso de Juristas españoles, Madrid 1866, Barcelona 1888, y que en el de Juristas aragoneses de 1880, tales reuniones, inspiradas en el mejor deseo, no sirvieron sino para agudizar el problema, como se acredita con las siguientes observaciones que nos ha sugerido el última­mente celebrado.

a) Comenzó sus tareas remitiendo un cuestionario de pre­guntas troco afortunadas que fueron contestadas por las delega­ciones territoriales, en ocasiones, por ejemplo, la Delegación de Madrid, presidida por don José Castán, en forma atinadísima.

b) La discusión se mantuvo en los mismos términos, con las propias apetencias y con idénticos resultados que en los Congresos anteriores.

1.° Gran trascendencia del Derecho forai.2.° Investigaciones históricas indispensables para locali­

zarlo.3.° Compilación de instituciones forales, incluso las dero­

gadas. Castilla las perdió todas en el Código civil.4.° Luego... se determinará la forma de recoger en el fu­

turo Código General de Derecho civil español.Así se eludía la cuestión de si el Código había de ser único

o con secciones especiales para las regiones o bien con Apén­dices, o si se trataba de un Código de principios generales.

5.° Algunos congresistas propusieron como enmienda que

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se renunciara a tratar el tema de la unificación y sólo se deci­diera en punto a recopilar el Derecho forai. Muy grave.

6.° Bastantes congresistas hicieron observar que la aplica­ción a otras regiones de instituciones forales podría dar lugar a desacreditarlas y al gravísimo caso de producir daños sensi­bles en territorio en que no existe un estado de conciencia colectiva y una Constitución familiar y social propicios a ellas.

7.° Finalmente, nada más elocuente que la lectura de la conclusión prim era:

«La realidad y los problemas a que se refieren las anteriores declaraciones hechas por este Congreso, aconsejan una solución qué debe ser inmediatamente abordada y que tendría como finalidad la elaboración de un Código civil que recogiera las instituciones de Derecho común de los derechos territoriales o forales y las peculiares de algunas regiones, teniendo en cuenta su espíritu y forma tradicional, su arraigo en la conciencia popular y las exigencias de la evolución jurídica y social.

La elaboración del Código civil general supone el siguiente proceso :

a) La compilación de las instituciones forales o territo­riales, teniendo en cuenta no sólo su actual vigencia, sino el restablecimiento de las no decaídas por el desuso y las necesi­dades del momento presente. Tales complicaciones podrían ha­cerse a base de los actuales proyectos de Apéndices convenien­temente revisados.

h) Publicadas las compilaciones y tras el período suficien­te de su divulgación, estudio y vigencia, se determinaría el modo material como han de quedar recogidas en el futuro Código General de Derecho civil español las instituciones a que se refiere el párrafo primero.

c) Una labor colectiva de investigación de los monumentos jurídicos y de estudio de las instituciones vivas, hasta hallar en ellas un sustrato nacional que permita construir doctrinalmente xm Código General de Derecho civil español.

d) La promulgación urgente de una ley de carácter gene­ral que resuelva los problemas de derecho interregional que

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surjan de la coexistencia de diferentes regímenes civiles en España.

e) La reunión de un nuevo Congreso Nacional de Derecho civil, una vez terminado ese período de convivencia de los' distintos derechos hispánicos, para examinar la forma y carác­ter del futuro Código General de Derecho civil.

El Ministerio de Justicia, para allanar la tarea, promulgó el Decreto de 12 de junio de 1947, cuyo magnífico preámbulo, después de recoger el defectuoso sistema de los Apéndices para el Código civil de 1899, y de denunciar cómo fué incumplido, así como su revisión decenal, declara la voluntad firme del Estado de preparar la gran obra del Código civil general, comenzando por la recopilación de los Derechos ferales, labor que encocienda a una Comisión de juristas especializados en cada territorio forai— igual, exactamente igual, que en 1880— , decreto que se complementa con las órdenes de 24 de junio del mismo año, 24 de junio de 1947 y 22 de febrero de 1948 en las que se contienen las designaciones en cada país de fuero, con la excepción de Navarra, cuyo nombramiento atribuye a su Diputación forai.

Interesa de esta última disposición su apartado 8.°: «Las referidas comisiones eleverán a este Ministerio, en el término de seis meses, los oportunos proyectos de compilaciones forales que, con la debida sanción, serán puestos en vigor y regirán durante el plazo que se establezca, y una vez transcurrido po­drán ser incorporados al Código General de Derecho civil español», en el que, al parecer, se va a resolver por el sistema de Apéndices al Código General del Derecho civil español.

Significa que el Estado resuelve de modo anticipado aquella indecisión de la conclusión primera A) del Congreso de Zara­goza, que se estampaba así: «Publicadas las compilaciones y tras el período suficiente de divulgación, estudio y vigencia, se determinaría el modo material como han de quedar recogidas en el futuro Código civil las instituciones forales».

Lo que parece claro es que la acción se resuelve en favor ' del sistema de Apéndices de tan infelices resultados v que se

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resuelve sin esperar al nuevo Congreso nacional de Derecho civil, que el apartado e) de la conclusión primera anuncia.

«Que las compilaciones se presentarán abultadas incluso con la institución desconocida, y habrá que podarlas y necesitan la debida sanción.»

«Que habremos retrocedido en el camino.»«Que entre aprobación, vigencia e incorporación, se esfu­

mará esta magnífica coyuntura histórica.»Con esto damos por terminada la exposición de antecedentes

y nos situamos en condiciones de intentar un sencillo balance.El pasado fué funesto, el presente no autoriza el optimismo

— yo lo tengo siempre— y vaya por delante una obligada mani­festación: Nuestro pesimismo no impide un público y expreso reconocimiento de la buena fe, de los mejores deseos y pro­pósitos de los hombres que nos rigen. Se han enfrentado con un pavoroso y secular problema y lo han sometido a enérgico tratamiento. Ahora bien: la experiencia histórica nos enseña que la terapéutica aplicada fracasó ; que los Congresos ni re­suelven ni mitigan el problema, que ese inventario de institu­ciones a conservar se hizo tantas veces que, sin duda, por las contradicciones entre los diversos resultados, se hace indispen­sable una investigación histórica en persecución de la institu­ción desconocida, y yo pregunto : Si es desconocida, ¿cómo se puede afirm ar que tiene arraigo en el país? ¿Cómo se piensa que hay que conservarla si hay primero que resucitarla? Que ese sistema de los Apéndices ni logra la unidad ni suprime el problema foralista.

Todo ello hace pensar por qué no se intenta en España aquel método que tan magníficos' resultados dió en otros países: Italia, 1865; Alemania, 1896-1900; Suiza, 1907. Sin Congre­sos de juristas ni comisiones generales de Códigos. No se argumente con dificultades nacionales, porque en aquellos países y hasta en la China más tarde se encontraban más intensas y fueron remontadas.

Ofendería vuestra preparación si necesitara poner en cotejo la Espaañ de 1948 con la Italia de 1860, o la Alemania de 1890, o la Suiza del mosaico de 1907. Se logró la unidad

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porque fué concebida y realizada en el único designio de superación técnica y de ventaja nacional que debe animar a todos.

En estas horas en que ni siquiera nos estorba el . precepto constitucional, «sin perjuicio de las variaciones que por particu­lares circunstancias puedan hacer las Cortes», en que la unidad se afirm a con ímpetu, en lo interior y en lo exterior, parece excesiva prudencia someter este gravísimo reparo de unidad legislativa a temperamentos tan lentos como ineficaces.

Ni siquiera el compromiso adquirido en la Orden de 22 de febrero de 1948 puede cancelarse en servicio de España. Si no tuviéramos la dolorosa experiencia de los Congresos y comi­siones del siglo pasado, bastaría leer entre líneas las discusio­nes y enmiendas de Zaragoza para llegar al tenebroso conven­cimiento de que una vez más, primero las «recopilaciones», luego el alumbramiento de nuevas normas forales, y finalmente el futuro Congreso para decidir, no ofician sino de desacredi­tados expedientes dilatorios, en espera de la nueva situación propicia para rechazar cualquier iniciativa unitaria.

No busquemos en la misma un deseo de reconstrucción de nuestro Estado español, que no lo necesita. Afortunadamente, aquellas becas palabras del profesor Castro Bravo, «la conser­vación de leyes distintas por el hecho de la propia diversidad y en el caso del Derecho forai hasta por el desconocimiento que los mismos foralistas tienen de su contenido y valor, fomenta un irrazonado sentimiento de particularismo, distinción y hasta contraposición en los territorios nacionales. El regionalismo es el primer paso hacia el separatismo. Los derechos forales despiertan pensamientos de autonomía, anhelos de propias auto­ridades judiciales que los apliquen e interpreten y puedan hasta ser el fomento de aspiraciones a gobiernos independientes.

La repudiación del separatismo jurídico no significa des­conocer el valor de las instituciones forales. Muchas de las que conservan incluso mejor que el Código civil el espíritu de nues­tro Derecho tradicional es la simple constatación de un hecho : el peligro que la diversidad de regímenes jurídicos significa para España. Es fuente de enemistades regionales, recelos y

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suspicacias ; el Derecho forai hace— como dijera un ilustre maestro catalán— que sean «extranjeros los españoles dentro de nuestra misma patria». Es una herida abierta en el convivir nacional, es una causa latente de disgregación que será siempre mimada, mantenida y cuando puedan aprovechada por los ene­migos conscientes o inconscientes de España. No ha de cerrarse con paliativos y medias medidas, es necesario resolverla aca­bando con la distinción entre el Derecho forai y Derecho común de una vez para siempre, uniendo para ello a los españoles de toda. España en la obra de restauración de nuestro Derecho. Tarea más urgente que difícil, aunque tantas sean sus dificul­tades; deber inmediato de los juristas, que sólo se cumplirá el día en que España esté unida en un único Derecho; no pueden impresionarnos, pero existe una realidad que no cabe desconocer.

El viejo Código de 1889 no puede mantenerse. Sería poco elegante enzarzarse en su crítica a estas alturas ; su revisión es inaplazable, y al operar su rectificación técnica es oportu­nidad de acometer el viejo problema, sin paliativos y sin vaci­laciones, con el pensamiento en una obra nacional, con la inteligencia en servicio de las necesidades del momento. Me refiero a las necesidades sociales, a las necesidades económicas, a las necesidades jurídicas que estos momentos demandan un Código civil para estos días.

El Código único debe ser el Código de 1948. Labor a rea­lizar con amplio criterio y franca aceptación. Sin premios ni castigos.

Para ello se hace premisa obligada convertir el deseo en una empresa nacional, divulgando su exigencia, proclamando las ventajas de un cuerpo de leyes, moderno, claro, sencillo, que implica además la ventaja de unión para todos los españoles en esta empresa magnífica.

POSIBILIDAD DE NUESTRO EMPEÑO

¿Es esto posible? Nosotros entendemos que sí. Sobre la base de que los hombres que nos gobiernan capten la trascen-

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dencia de ia obra, y calibren sus posibilidades, seis meses son suficientes para que don José Castán, que nos escucha para honor del modesto conferenciante, con los cuatro colaboradores no más que él elija, un Profesor, un Magistrado, un Notario y un Registrador. ¿Foralistas? ¿Madrileños?, es lo mismo. Españoles.

Recogiendo nuestra tradición jurídica y acoplándola a las exigencias del momento, con la experiencia que representan los Códigos extranjeros modernos, que ya el Profesor meritísimo señor Castán sabe cuáles son, llevarán a feliz término su tarea y podremos lograr un Código perfecto y único en una España también única. ( Grandes aplausos.)