Las Catequesis Del Papa Sobre Algunos Padres de La Iglesia

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San Gregorio Nacianceno: 24-8-07

San Clemente Romano: 07-3-07

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos meditado en los meses pasados en las figuras de cada uno de los apstoles y en los primeros testigos de la fe cristiana, mencionados en los escritos del Nuevo Testamento. Ahora, prestaremos atencin a los padres apostlicos, es decir, a la primera y segunda generacin de la Iglesia, despus de los apstoles. De este modo podemos ver cmo comienza el camino de la Iglesia en la historia. San Clemente, obispo de Roma en los ltimos aos del siglo I, es el tercer sucesor de Pedro, despus de Lino y Anacleto. El testimonio ms importante sobre su vida es el de san Ireneo, obispo de Lyn hasta el ao 202. l atestigua que Clemente haba visto a los apstoles, se haba encontrado con ellos y todava resonaba en sus tmpanos su predicacin, y tena ante los ojos su tradicin (Adversus haereses 3, 3, 3). Testimonios tardos, entre los siglos IV y VI, atribuyen a Clemente el ttulo de mrtir. La autoridad y el prestigio de este obispo de Roma eran tales que se le atribuyeron varios escritos, pero su nica obra segura es la Carta a los Corintios. Eusebio de Cesarea, el gran archivero de los orgenes cristianos, la presenta con estas palabras: Nos ha llegado una carta de Clemente reconocida como autntica, grande y admirable. Fue escrita por l, de parte de la Iglesia de Roma, a la Iglesia de Corinto Sabemos que desde hace mucho tiempo y todava hoy es leda pblicamente durante la reunin de los fieles (Historia Eclesistica, 3,16). A esta carta se le atribua un carcter casi cannico. Al inicio de este texto, escrito en griego, Clemente se lamenta por el hecho de que las imprevistas calamidades, acaecidas una despus de otra (1,1), le hayan impedido una intervencin ms inmediata. Estas adversidades han de identificarse con la persecucin de Domiciano: por ello, la fecha de composicin de la carta hay que

remontarla a un tiempo inmediatamente posterior a la muerte del emperador y al final de la persecucin, es decir, inmediatamente despus del ao 96. La intervencin de Clemente --estamos todava en el siglo I-- era solicitada por los graves problemas por los que atravesaba la Iglesia de Corinto: los presbteros de la comunidad, de hecho, haban sido despus por algunos jvenes contestadores. La penosa situacin es recordada, una vez ms, por san Ireneo, que escribe: Bajo Clemente, al surgir un gran choque entre los hermanos de Corinto, la Iglesia de Roma envi a los corintios una carta importantsima para reconciliarles en la paz, renovar su fe y anunciar la tradicin, que desde hace poco tiempo ella haba recibido de los apstoles (Adversus haereses 3,3,3). Podramos decir que esta carta constituye un primer ejercicio del Primado romano despus de la muerte de san Pedro. La carta de Clemente retoma temas muy sentidos por san Pablo, que haba escrito dos grandes cartas a los corintios, en particular, la dialctica teolgica, perennemente actual, entre indicativo de la salvacin e imperativo del compromiso moral. Ante todo est el alegre anuncio de la gracia que salva. El Seor nos previene y nos da el perdn, nos da su amor, la gracia de ser cristianos, hermanos y hermanas suyos. Es un anuncio que llena de alegra nuestra vida y que da seguridad a nuestro actuar: el Seor nos previene siempre con su bondad y la bondad es siempre ms grande que todos nuestros pecados. Es necesario, sin embargo, que nos comprometamos de manera coherente con el don recibido y que respondamos al anuncio de la salvacin con un camino generoso y valiente de conversin. Respecto al modelo de san Pablo, la novedad est en que Clemente da continuidad a la parte doctrinal y a la parte prctica, que conformaban todas las cartas de Pablo, con una gran oracin, que prcticamente concluye la carta. La oportunidad inmediata de la carta abre al obispo de Roma la posibilidad de exponer ampliamente la identidad de la Iglesia y de su misin. Si en Corinto se han dado abusos, observa Clemente, el motivo hay que buscarlo en la debilitacin de la caridad y de otras virtudes cristianas indispensables. Por este motivo, invita a los fieles a la humildad y al amor fraterno, dos virtudes que forman parte verdaderamente del ser en la Iglesia.

Somos una porcin santa, exhorta, hagamos, por tanto, todo lo que exige la santidad (30, 1). En particular, el obispo de Roma recuerda que el mismo Seor estableci donde y por quien quiere que los servicios litrgicos sean realizados para que todo, cumplido santamente y con su beneplcito, sea aceptable a su voluntad Porque el sumo sacerdote tiene sus peculiares funciones asignadas a l; los levitas tienen encomendados sus propios servicios, mientras que el laico est sometido a los preceptos del laico (40,1-5: obsrvese que en esta carta de finales del siglo I aparece por primera vez en la literatura cristiana aparece el trmino laiks, que significa miembro del laos, es decir, del pueblo de Dios). De este modo, al referirse a la liturgia del antiguo Israel, Clemente revela su ideal de Iglesia. sta es congregada por el nico Espritu de gracia infundido sobre nosotros, que sopla en los diversos miembros del Cuerpo de Cristo, en el que todos, unidos sin ninguna separacin, son miembros los unos de los otros (46, 6-7). La neta distincin entre laico y la jerarqua no significa para nada una contraposicin, sino slo esta relacin orgnica de un cuerpo, de un organismo, con las diferentes funciones. La Iglesia, de hecho, no es un lugar de confusin y de anarqua, donde cada uno puede hacer lo que quiere en todo momento: cada quien en este organismo, con una estructura articulada, ejerce su ministerio segn su vocacin recibida. Por lo que se refiere a los jefes de las comunidades, Clemente explicita claramente la doctrina de la sucesin apostlica. Las normas que la regulan se derivan, en ltima instancia, del mismo Dios. El Padre ha enviado a Jesucristo, quien a su vez ha enviado a los apstoles. stos luego mandaron a los primeros jefes de las comunidades y establecieron que a ellos les sucedieran otros hombres dignos. Por tanto, todo procede ordenadamente de la voluntad de Dios (42). Con estas palabras, con estas frases, san Clemente subraya que la Iglesia tiene una estructura sacramental y no una estructura poltica. La accin de Dios que sale a nuestro encuentro en la liturgia precede a nuestras decisiones e ideas. La Iglesia es sobre todo don de Dios y no una criatura nuestra, y por ello esta estructura sacramental no garantiza slo el ordenamiento comn, sino tambin la precedencia del don de Dios, del que todos tenemos necesidad.

Finalmente, la gran oracin, confiere una apertura csmica a los argumentos precedentes. Clemente alaba y da gracias a Dios por su maravillosa providencia de amor, que ha creado el mundo y que sigue salvndolo y santificndolo. Particular importancia asume la invocacin para los gobernantes. Despus de los textos del Nuevo Testamento, representa la oracin ms antigua por las instituciones polticas. De este modo, tras la persecucin, los cristianos, aunque saban que continuaran las persecuciones, no dejan de rezar por esas mismas autoridades que les haban condenado injustamente. El motivo es ante todo de carcter cristolgico: es necesario rezar por los perseguidores, como lo hizo Jess en la cruz. Pero esta oracin tiene tambin una enseanza que orienta, a travs de los siglos, la actitud de los cristianos ante la poltica y el Estado. Al rezar por las autoridades, Clemente reconoce la legitimidad de las instituciones polticas en el orden establecido por Dios; al mismo tiempo, manifiesta la preocupacin que las autoridades sean dciles a Dios y ejerzan el poder que Dios les ha dado con paz y mansedumbre y piedad (61,2). Csar no lo es todo. Emerge otra soberana, cuyo origen y esencia no son de este mundo, sino de lo alto: es la de la Verdad que tiene el derecho ante el Estado de ser escuchada.

De este modo, la carta de Clemente afronta numerosos temas de perenne actualidad. Es an ms significativa, pues representa desde el silo I la solicitud de la Iglesia de Roma, que preside en la caridad a todas las dems Iglesias. Con el mismo Espritu, elevemos tambin nosotros las invocaciones de la gran oracin, all donde el obispo de Roma asume la voz del mundo entero: S, Seor, haz que resplandezca en nosotros tu rostro con el bien de la paz; protgenos con tu mano poderosa Nosotros te damos gracias, a travs del sumo Sacerdote y gua de nuestras almas, Jesucristo, por medio del cual sea gloria y alabanza a ti, ahora, y de generacin en generacin, por los siglos de los siglos. Amn (60-61).

San Ignacio de Antioquia: 14-3-07

Queridos hermanos y hermanas:

Como ya hicimos el mircoles, estamos hablando de las personalidades de la Iglesia naciente. La semana pasada habamos hablado del Papa Clemente I, tercer sucesor de san Pedro. Hoy hablamos de san Ignacio, que fue el tercer obispo de Antioquia, del ao 70 al 107, fecha de su martirio. En aquel tiempo, Roma, Alejandra y Antioquia eran las tres grandes metrpolis del Imperio Romano. El Concilio de Nicea habla de los tres primados: el de Roma, pero tambin el de Alejandra y Antioquia participan, en cierto sentido, en un primado. San Ignacio era obispo de Antioquia, que hoy se encuentra en Turqua. All, en Antioquia, como sabemos por los Hechos de los Apstoles, surgi una comunidad cristiana floreciente: el primer obispo fue el apstol Pedro, como dice la tradicin, y all fue donde, por primera vez, los discpulos recibieron el nombre de cristianos (Hechos 11, 26). Eusebio de Cesarea, un historiador del siglo IV, dedica todo un captulo de su Historia Eclesistica a la vida y a la obra de Ignacio (3,36). De Siria, escribe, Ignacio fue enviado a Roma para ser pasto de fieras, a causa del testimonio que dio de Cristo. Viajando por Asia, bajo la custodia severa de los guardias (que l llama diez leopardos en su Carta a los Romanos 5,1), en las ciudades en las que se detena, reforzaba a las Iglesias con predicaciones y exhortaciones; sobre todo les alentaba, de todo corazn, a no caer en las herejas, que entonces comenzaban a pulular, y recomendaba no separarse de la tradicin apostlica.

La primera etapa del viaje de Ignacio hacia el martirio fue la ciudad de Esmirna, donde era obispo san Policarpo, discpulo de san Juan. All, Ignacio escribi cuatro cartas, respectivamente a las Iglesias de feso, e Magnesia, de Tralles y de Roma. Al dejar Esmirna, sigue diciendo Eusebio, Ignacio lleg a Troade, y all envi nuevas cartas: dos a las Iglesias de Filadelfia y de Esmirne, y una al obispo Policarpo. Eusebio completa as la lista de las cartas, que nos han llegado de la Iglesia del primer siglo como un tesoro precioso.

Al leer estos textos se siente la frescura de la fe de la generacin que todava haba conocido a los apstoles. Se siente tambin en estas cartas el amor ardiente de un santo. Finalmente, de Troade el mrtir lleg a Roma, donde en el Anfiteatro Flavio, fue dado en pasto a las fieras feroces. Ningn Padre de la Iglesia ha expresado con la intensidad de Ignacio el anhelo por la unin con Cristo y por la vida en l. Por este motivo, hemos ledo el pasaje del Evangelio sobre la via, que segn el Evangelio de Juan, es Jess. En realidad, confluyen en Ignacio dos corrientes espirituales: la de Pablo, totalmente orientada a la unin con Cristo, y la de Juan, concentrada en la vida en l. A su vez, estas dos corrientes desembocan en la imitacin de Cristo, proclamado en varias ocasiones por Ignacio como mi Dios o nuestro Dios. De este modo, Ignacio implora a los cristianos de Roma que no impidan su martirio, pues tiene impaciencia por unirse con Jesucristo. Y explica: Para m es bello morir caminando hacia (eis) Jesucristo, en vez de poseer un reino que llegue hasta los confines de la tierra. Le busco a l, que muri por m, le quiero a l, que resucit por nosotros. Dejad que imite la Pasin de mi Dios! (Romanos 5-6). Se puede percibir en estas expresiones ardientes de amor el agudo realismo cristolgico tpico de la Iglesia de Antioquia, atento ms que nunca a la encarnacin del Hijo de Dios y a su autntica y concreta humanidad: Jesucristo, escribe Ignacio a los habitantes de Esmirna, es realmente de la estirpe de David, realmente naci de una virgen, fue clavado realmente por nosotros (1,1). La irresistible tensin de Ignacio hacia la unin con Cristo sirve de fundamento para una autntica mstica de la unidad. l mismo se define como un hombre al que se le ha confiado la tarea de la unidad (A los fieles de Filadelfia 8, 1). Para Ignacio, la unidad es ante todo una prerrogativa de Dios, que existiendo en tres Personas es Uno en una absoluta unidad.

Repite con frecuencia que Dios es unidad y que slo en Dios sta se encuentra en el estado puro y originario. La unidad que tienen que realizar sobre esta tierra los cristianos no es ms que una imitacin lo ms conforme posible con el modelo divino. De esta manera, Ignacio llega a elaborar una visin de la Iglesia que recuerda mucho a algunas expresiones de la Carta a los Corintios de Clemente Romano. Conviene caminar de acuerdo con el pensamiento de vuestro obispo, lo cual vosotros ya hacis --escribe a los cristianos de feso--. Vuestro presbiterio, justamente reputado, digno de Dios, est conforme con su obispo como las cuerdas a la ctara. As en vuestro sinfnico y armonioso amor es Jesucristo quien canta. Que cada uno de vosotros tambin se convierta en coro a fin de que, en la armona de vuestra concordia, tomis el tono de Dios en la unidad y cantis a una sola voz (4,1-2). Y despus de recomendar a los fieles de Esmirna que no hagan nada que afecte a la Iglesia sin el obispo (8,1), confa a Policarpo: Ofrezco mi vida por los que estn sometidos al obispo, a los presbteros y a los diconos. Que junto a ellos pueda tener parte con Dios. Trabajad unidos los unos por los otros, luchad juntos, corred juntos, sufrid juntos, dormid y velad juntos como administradores de Dios, asesores y siervos suyos. Buscad agradarle a l por quien militis y de quien recibs la merced. Que nadie de vosotros deserte. Que vuestro bautismo sea como un escudo, la fe como un casco, la caridad como una lanza, la paciencia como una armadura (6,1-2). En su conjunto, se puede percibir en las Cartas de Ignacio una especie de dialctica constante y fecunda entre dos aspectos caractersticos de la vida cristiana: por una parte la estructura jerrquica de la comunidad eclesial, y por otra la unidad fundamental que liga entre s a todos los fieles en Cristo. Por lo tanto, los papeles no se pueden contraponer. Al contrario, la insistencia de la comunin de los creyentes entre s y con sus pastores, se refuerza constantemente mediante imgenes elocuentes y analogas: la ctara, los instrumentos de cuerda, la entonacin, el concierto, la sinfona. Es evidente la peculiar responsabilidad de los obispos, de los presbteros y los diconos

en la edificacin de la comunidad. A ellos se dirige ante todo el llamamiento al amor y la unidad. Sed una sola cosa, escribe Ignacio a los Magnesios, retomando la oracin de Jess en la ltima Cena: Una sola splica, una sola mente, una sola esperanza en el amor Acudid todos a Jesucristo como al nico templo de Dios, como al nico altar: l es uno, y al proceder del nico Padre, ha permanecido unido a l, y a l ha regresado en la unidad (7, 1-2). Ignacio es el primero que en la literatura cristiana atribuye a la Iglesia el adjetivo catlica, es decir, universal: Donde est Jesucristo, afirma, all est la Iglesia catlica (A los fieles de Esmirna 8, 2). Precisamente en el servicio de unidad a la Iglesia catlica, la comunidad cristiana de Roma ejerce una especie de primado en el amor: En Roma, sta preside, digna de Dios, venerable, digna de ser llamada bienaventurada Preside en la caridad, que tiene la ley de Cristo, y lleva el nombre del Padre (A los Romanos, Prlogo). Como se puede ver, Ignacio es verdaderamente el doctor de la unidad: unidad de Dios y unidad de Cristo (en oposicin a las diferentes herejas que comenzaban a circular y que dividan al hombre y a Dios en Cristo), unidad de la Iglesia, unidad de los fieles, en la fe y en la caridad, pues no hay nada ms excelente que ella (A los fieles de Esmirna 6,1).

En definitiva, el realismo de Ignacio es una invitacin para los fieles de ayer y de hoy, es una invitacin para todos nosotros a lograr una sntesis progresiva entre configuracin con Cristo (unin con l, vida en l) y entrega a su Iglesia (unidad con el obispo, servicio generoso a la comunidad y al mundo). En definitiva, es necesario lograr una sntesis entre comunin de la Iglesia en su interior y misin, proclamacin del Evangelio a los dems, hasta que una dimensin hable a travs de la otra, y los creyentes tengan cada vez ms ese espritu sin divisiones, que es el mismo Jesucristo (Magnesios 15). Al implorar del Seor esta gracia de unidad, y con la conviccin de presidir en la caridad a toda la Iglesia (Cf. A los Romanos, Prlogo), os dirijo a vosotros el mismo auspicio que cierra la carta de Ignacio a los cristianos de Tralles: Amaos los unos a los otros con un corazn sin divisiones. Mi espritu se entrega en sacrificio por vosotros no slo ahora, sino tambin cuando alcance a Dios Que en Cristo podis vivir sin mancha (13). Y recemos para que el Seor nos ayude a alcanzar esta unidad y vivamos sin mancha, pues el amor purifica las almas. San Justino: 20-3-07

Queridos hermanos y hermanas:

En estas catequesis estamos reflexionando sobre las grandes figuras de la Iglesia naciente. Hoy hablamos de san Justino, filsofo y mrtir, el ms importante de los padres apologistas del siglo II. La palabra apologista hace referencia a esos antiguos escritores cristianos que se proponan defender la nueva religin de las graves acusaciones de los paganos y de los judos, y difundir la doctrina cristiana de una manera adaptada a la cultura de su tiempo. De este modo, entre los apologistas se da una doble inquietud: la propiamente apologtica, defender el cristianismo naciente (apologha en griego significa precisamente defensa); y la de proposicin, misionera, que busca exponer los contenidos de la fe en un lenguaje y con categoras de pensamiento comprensibles a los contemporneos. Justino haba nacido en torno al ao 100, en la antigua Siquem, en Samara, en Tierra Santa; busc durante mucho tiempo la verdad, peregrinando por las diferentes escuelas de la tradicin filosfica griega. Por ltimo, como l mismo cuenta en los primeros captulos de su Dilogo con Trifn, misterio personaje, un anciano con el que se haba encontrado en la playa del mar, primero entr en crisis, al demostrarle la incapacidad del hombre para satisfacer nicamente con sus fuerzas la aspiracin a lo divino. Despus, le indic en los antiguos profetas las personas a las que tena que dirigirse para encontrar el camino de Dios y la verdadera filosofa. Al despedirse, el anciano le exhort a la oracin para que se le abrieran las puertas de la luz. La narracin simboliza el episodio crucial de la vida de Justino: al final de un largo camino filosfico de bsqueda de la verdad, lleg a la fe cristiana. Fund una escuela en Roma, donde iniciaba gratuitamente a los alumnos en la nueva religin, considerada como la verdadera filosofa. En ella, de hecho, haba encontrado la verdad y por tanto el arte de vivir de manera recta. Por este motivo fue denunciado y fue decapitado en torno al ao 165, bajo el reino de Marco Aurelio, el emperador filsofo a quien Justino haba dirigido su Apologa.

Las dos Apologas y el Dilogo con el judo Trifn son las nicas obras que nos quedan de l. En ellas, Justino pretende ilustrar ante todo el proyecto divino de la creacin y de la salvacin que se realiza en Jesucristo, el Logos, es decir, el Verbo eterno, la Razn eterna, la Razn creadora. Cada hombre, como criatura racional, participa del Logos, lleva en s una semilla y puede vislumbrar la verdad. De esta manera, el mismo Logos, que se revel como figura proftica a los judos en la Ley antigua, tambin se manifest parcialmente, como con semillas de verdad, en la filosofa griega. Ahora, concluye Justino, dado que el cristianismo es la manifestacin histrica y personal del Logos en su totalidad, todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos (Segunda Apologa 13,4). De este modo, Justino, si bien reprochaba a la filosofa griega sus contradicciones, orienta con decisin hacia el Logos cualquier verdad filosfica, motivando desde el punto de vista racional la singular pretensin de vedad y de universalidad de la religin cristiana.

Si el Antiguo Testamento tiende hacia Cristo al igual que una figura se orienta hacia la realidad que significa, la filosofa griega tiende a su vez a Cristo y al Evangelio, como la parte tiende a unirse con el todo. Y dice que estas dos realidades, el Antiguo Testamento y la filosofa griega son como dos caminos que guan a Cristo, al Logos. Por este motivo la filosofa griega no puede oponerse a la verdad evanglica, y los cristianos pueden recurrir a ella con confianza, como si se tratara de un propio bien. Por este motivo, mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, defini a Justino como un pionero del encuentro positivo con el pensamiento filosfico, aunque bajo el signo de un cauto discernimiento: pues Justino, conservando despus de la conversin una gran estima por la filosofa griega, afirmaba con fuerza y claridad que en el cristianismo haba encontrado la nica filosofa segura y provechosa (Dilogo con Trifn 8,1) (Fides et ratio, 38).

En su conjunto, la figura y la obra de Justino marcan la decidida opcin de la Iglesia antigua por la filosofa, por la razn, en lugar de la religin de los paganos. Con la religin pagana, de hecho, los primeros cristianos rechazaron acrrimamente todo compromiso. La consideraban como una idolatra, hasta el punto de correr el riesgo de ser acusados de impiedad y de atesmo. En particular, Justino, especialmente en su Primera Apologa, hizo una crtica implacable de la religin pagana y de sus mitos, por considerarlos como desorientaciones diablicas en el camino de la verdad. La filosofa represent, sin embargo, el rea privilegiada del encuentro entre paganismo, judasmo y cristianismo, precisamente a nivel de la crtica a la religin pagana y a sus falsos mitos. Nuestra filosofa: con estas palabras explcitas lleg a definir la nueva religin otro apologista contemporneo a Justino, el obispo Melitn de Sardes (Historia Eclesistica, 4, 26, 7). De hecho, la religin pagana no segua los caminos del Logos, sino que se empeaba en seguir los del mito, a pesar de que ste era reconocido por la filosofa griega como carente de consistencia en la verdad. Por este motivo, el ocaso de la religin pagana era inevitable: era la lgica consecuencia del alejamiento de la religin de la verdad del ser, reducida a un conjunto artificial de ceremonias, convenciones y costumbres. Justino, y con l otros apologistas, firmaron la toma de posicin clara de la fe cristiana por el Dios de los filsofos contra los falsos dioses de la religin pagana. Era la opcin por la verdad del ser contra el mito de la costumbre. Algunas dcadas despus de Justino, Tertuliano defini la misma opcin de los cristianos con una sentencia lapidaria que siempre es vlida: Dominus noster Christus veritatem se, non consuetudinem, cognominavit Cristo afirm que era la verdad, no la costumbre (De virgin. vel. 1,1).

En este sentido, hay que tener en cuenta que el trmino consuetudo, que utiliza Tertuliano para hacer referencia a la religin pagana, puede ser traducido en los idiomas modernos con las expresiones moda cultural, moda del momento. En una edad como la nuestra, caracterizada por el relativismo en el debate sobre los valores y sobre la religin --as como en el dilogo interreligioso--, esta es una leccin que no hay que olvidar. Con este objetivo, y as concluyo, os vuelvo a presentar las ltimas palabras del misterioso anciano, que se encontr con el filsofo Justino a orilla del mar: T reza ante todo para que se te abran las puertas de la luz, pues nadie puede ver ni comprender, si Dios y su Cristo no le conceden la comprensin (Dilogo con Trifn 7,3).

San Ireneo de Lyon: 28-3-07

Queridos hermanos y hermanas:

En las catequesis sobre las grandes figuras de la Iglesia de los primeros siglos llegamos hoy a la personalidad eminente de san Ireneo de Lyon. Sus noticias biogrficas nos vienen de su mismo testimonio, que nos ha llegado hasta nosotros gracias a Eusebio en el quinto libro de la Historia eclesistica. Ireneo naci con toda probabilidad en Esmirna (hoy Izmir, en Turqua) entre los aos 135 y 140, donde en su juventud fue alumno del obispo Policarpo, quien a su vez era discpulo del apstol Juan. No sabemos cundo se transfiri de Asia Menor a Galia, pero la mudanza debi coincidir con los primeros desarrollos de la comunidad cristiana de Lyon: all, en el ao 177, encontramos a Ireneo en el colegio de los presbteros. Precisamente en ese ao fue enviado a Roma para llevar una carta de la comunidad de Lyon al Papa Eleuterio. La misin romana evit a Ireneo la persecucin de Marco Aurelio, en la que cayeron al menos 48 mrtires, entre los que se encontraba el mismo obispo de Lyon, Potino, de noventa aos, fallecido a causa de los malos tratos en la crcel. De este modo, a su regreso, Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedic totalmente al ministerio episcopal, que se concluy hacia el ao 202-203, quiz con el martirio.

Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Del buen pastor tiene la prudencia, la riqueza de doctrina, el ardor misionero. Como escritor, busca un doble objetivo: defender la verdadera doctrina de los asaltos de los herejes, y exponer con claridad la verdad de la fe. A estos dos objetivos responden exactamente las dos obras que nos quedan de l: los cinco libros Contra las herejas y La exposicin de la predicacin apostlica, que puede ser considerada tambin como el catecismo de la doctrina cristiana ms antiguo. En definitiva, Ireneo es el campen de la lucha contra las herejas.

La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la gnosis, una doctrina que afirmaba que la fe enseada por la Iglesia no era ms que un simbolismo para los sencillos, pues no son capaces de comprender cosas difciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales --se llamaban gnsticos-- podran comprender lo que se esconda detrs de estos smbolos y de este modo formaran un cristianismo de lite, intelectualista. Obviamente este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez ms en diferentes corrientes con pensamientos con frecuencia extraos y extravagantes, pero atrayentes para muchas personas. Un elemento comn de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la fe en el nico Dios Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban la existencia junto al Dios bueno de un principio negativo. Este principio negativo habra producido las cosas materiales, la materia.

Arraigndose firmemente en la doctrina bblica de la creacin, Ireneo refuta el dualismo y el pesimismo gnstico que devalan las realidades corporales. Reivindica con decisin la originaria santidad de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que del espritu. Pero su obra va mucho ms all de la confutacin de la hereja: se puede decir, de hecho, que se presenta como el primer gran telogo de la Iglesia, que cre la teologa sistemtica; l mismo habla del sistema de la teologa, es decir, de la coherencia interna de toda la fe. En el centro de su doctrina est la cuestin de la regla de la fe y de su transmisin. Para Ireneo la regla de la fe coincide en la prctica con el Credo de los apstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio. El smbolo apostlico, que es una especie de sntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender lo que quiere decir, la manera en que tenemos que leer el mismo Evangelio.

De hecho, el Evangelio predicado por Ireneo es el que recibi de Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de Policarpo se remonta al apstol Juan, de quien Policarpo era discpulo. De este modo, la verdadera enseanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el impartido por los obispos que lo han recibido gracias a una cadena interrumpida que procede de los apstoles. stos no han enseado otra cosa que esta fe sencilla, que es tambin la verdadera profundidad de la revelacin de Dios. De este modo, nos dice Ireneo, no hay una doctrina secreta detrs del Credo comn de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada pblicamente por la Iglesia es la fe comn de todos. Slo es apostlica esta fe, procede de los apstoles, es decir, de Jess y de Dios.

Al adherir a esta fe transmitida pblicamente por los apstoles a sus sucesores, los cristianos tienen que observar lo que dicen los obispos, tienen que considerar especficamente la enseanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiqusima. Esta Iglesia, a causa de su antigedad, tiene la mayor apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del colegio apostlico, Pedro y Pablo. Con la Iglesia de Roma tienen que estar en armona todas las Iglesias, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradicin apostlica, de la nica fe comn de la Iglesia. Con estos argumentos, resumidos aqu de manera sumamente breve, Ireneo confuta en sus fundamentos las pretensiones de estos gnsticos, de estos intelectuales: ante todo, no poseen una verdad que sera superior a la de la fe comn, pues lo que dicen no es de origen apostlico, se lo han inventado ellos; en segundo lugar, la verdad y la salvacin no son privilegio y monopolio de pocos, sino que todos las pueden alcanzar a travs de la predicacin de los sucesores de los apstoles, y sobre todo del obispo de Roma. En particular, al polemizar con el carcter secreto de la tradicin gnstica, y al constatar sus mltiples conclusiones contradictorias entre s, Ireneo se preocupa por ilustrar el concepto genuino de Tradicin apostlica, que podemos resumir en tres puntos:

a) La Tradicin apostlica es pblica, no privada o secreta. Para Ireneo no hay duda alguna de que el contenido de la fe transmitida por la Iglesia es el recibido de los apstoles y de Jess, el Hijo de Dios. No hay otra enseanza. Por tanto, a quien quiere conocer la verdadera doctrina le basta conocer la Tradicin que procede de los apstoles y la fe anunciada a los hombres: tradicin y fe que nos han llegado a travs de la sucesin de los obispos (Contra las herejas 3, 3 , 3-4). De este modo, coinciden sucesin de los obispos, principio personal, Tradicin apostlica y principio doctrinal.

b) La Tradicin apostlica es nica. Mientras el gnosticismo se divide en numerosas sectas, la Tradicin de la Iglesia es nica en sus contenidos fundamentales que, como hemos visto, Ireneo llama regula fidei o veritatis: y dado que es nica, crea unidad a travs de los pueblos, a travs de las diferentes culturas, a travs de pueblos diferentes; es un contenido comn como la verdad, a pesar de las diferentes lenguas y culturas. Hay una expresin preciosa de san Ireneo en el libro Contra las herejas: La Iglesia que recibe esta predicacin y esta fe [de los apstoles], a pesar de estar diseminada en el mundo entero, la guarda con cuidado, como si habitase en una casa nica; cree igualmente a todo esto, como quien tiene una sola alma y un mismo corazn; y predica todo esto con una sola voz, y as lo ensea y trasmite como si tuviese una sola boca. Pues si bien las lenguas en el mundo son diversas, nica y siempre la misma es la fuerza de la tradicin. Las iglesias que estn en las Germanias no creen diversamente, ni trasmiten otra cosa las iglesias de las Hiberias, ni las que existen entre los celtas, ni las de Oriente, ni las de Egipto ni las de Libia, ni las que estn en el centro del mundo (1, 10, 1-2). Ya en ese momento, nos encontramos en el ao 200, se puede ver la universalidad de la Iglesia, su catolicidad y la fuerza unificadora de la verdad, que une estas realidades tan diferentes, de Alemania a Espaa, de Italia a Egipto y Libia, en la comn verdad que nos revel Cristo.

c) Por ltimo, la Tradicin apostlica es como l dice en griego, la lengua en la que escribi su libro, pneumtica, es decir, espiritual, guiada por el Espritu Santo: en griego, se dice pneuma. No se trata de una transmisin confiada a la capacidad de los hombres ms o menos instruidos, sino al Espritu de Dios, que garantiza la fidelidad de la transmisin de la fe. Esta es la vida de la Iglesia, que la hace siempre joven, es decir, fecunda de muchos carismas. Iglesia y Espritu para Ireneo son inseparables: Esta fe, leemos en el tercer libro de Contra las herejas, la hemos recibido de la Iglesia y la custodiamos: la fe, por obra del Espritu de Dios, como depsito precioso custodiado en una vasija de valor rejuvenece siempre y hace rejuvenecer tambin a la vasija que la contiene Donde est la Iglesia, all est el Espritu de Dios; y donde est el Espritu de Dios, all est la Iglesia y toda gracia (3, 24, 1).

Como se puede ver, Ireneo no se limita a definir el concepto de Tradicin. Su tradicin, la Tradicin ininterrumpida, no es tradicionalismo, pues esta Tradicin siempre est internamente vivificada por el Espritu Santo, que la hace vivir de nuevo, hace que pueda ser interpretada y comprendida en la vitalidad de la Iglesia. Segn su enseanza, la fe de la Iglesia debe ser transmitida de manera que aparezca como tiene que ser, es decir, pblica, nica, pneumtica, espiritual. A partir de cada una de estas caractersticas, se puede llegar a un fecundo discernimiento sobre la autntica transmisin de la fe en el hoy de la Iglesia. Ms en general, segn la doctrina de Ireneo, la dignidad del hombre, cuerpo y alma, est firmemente anclada en la creacin divina, en la imagen de Cristo y en la obra permanente de santificacin de Espritu. Esta doctrina es como una senda maestra para aclarar a todas las personas de buena voluntad el objeto y los confines del dilogo sobre los valores, y para dar un empuje siempre nuevo a la accin misionera de la Iglesia, a la fuerza de la verdad que es la fuente de todos los autnticos valores del mundo.

Clemente de Alejandra: 18-4-07

Queridos hermanos y hermanas:

Despus del tiempo de las fiestas, volvemos a las catequesis normales, a pesar de que visiblemente la plaza est todava de fiesta. Con las catequesis volvemos, como deca, al tema comenzado antes. Habamos hablado de los doce apstoles, luego de los discpulos de los apstoles, ahora de las grandes personalidades de la Iglesia naciente, de la Iglesia antigua. La ltima vez habamos hablado de san Ireneo de Lyon, hoy hablamos de Clemente de Alejandra, un gran telogo que nace probablemente en Atenas, en torno a la mitad del siglo II. De Atenas hered un agudo inters por la filosofa, que hara de l uno de los alfreces del dilogo entre fe y razn en la tradicin cristiana. Cuando todava era joven, lleg a Alejandra, la ciudad smbolo de ese fecundo cruce entre diferentes culturas que caracteriz la edad helenista. Fue discpulo de Panteno, hasta sucederle en la direccin de la escuela catequstica. Numerosas fuentes atestiguan que fue ordenado presbtero. Durante la persecucin de 202-203 abandon Alejandra para refugiarse en Cesarea, en Capadocia, donde falleci hacia el ao 215. Las obras ms importantes que nos quedan de l son tres: el Protrptico, el Pedagogo, y los Stromata. Si bien parece que no era la intencin originaria del autor, estos escritos constituyen una autntica triloga, destinada a acompaar eficazmente la maduracin espiritual del cristiano.

El Protrptico, como dice la palabra misma, es una exhortacin dirigida a quien comienza y busca el camino de la fe. Es ms, el Protrptico coincide con una Persona: el Hijo de Dios, Jesucristo, que se convierte en exhortador de los hombres para que emprendan con decisin el camino hacia la Verdad. El mismo Jesucristo se convierte despus en Pedagogo, es decir, en educador de aquellos que, en virtud del Bautismo, se han convertido en hijos de Dios. El mismo Jesucristo, por ltimo, es tambin didascalo, es decir, maestro, que propone las enseanzas ms profundas. stas se recogen en la tercera obra de Clemente, los Stromata, palabra griega que significa: tapiceras. Se trata de una composicin que no es sistemtica, sino que afronta diferentes argumentos, fruto directo de la enseanza habitual de Clemente. En su conjunto, la catequesis de Clemente acompaa paso a paso el camino del catecmeno y del bautizado para que, con las dos alas de la fe y de la razn, llegue a un conocimiento de la Verdad, que es Jesucristo, el Verbo de Dios. Slo el conocimiento de la persona que es la verdad es la autntica gnosis, la expresin griega que quiere decir conocimiento, inteligencia. Es el edificio construido por la razn bajo el impulso de un principio sobrenatural. La misma fe constituye la autntica filosofa, es decir, la autntica conversin al camino que hay que tomar en la vida. Por tanto, la autntica gnosis es un desarrollo de la fe, suscitado por Jesucristo en el alma unida a l. Clemente define despus dos niveles de la vida cristiana.

Primer nivel: los cristianos creyentes que viven la fe de una manera comn, aunque est siempre abierta a los horizontes de la santidad. Luego est el segundo nivel: los gnsticos, es decir, los que ya llevan una vida de perfeccin espiritual; en todo caso, el cristiano tiene que comenzar por la base comn de la fe y a travs de un camino de bsqueda debe dejarse guiar por Cristo y de este modo llegar al conocimiento de la Verdad y de las verdades que conforman el contenido de la fe. Este conocimiento, nos dice Clemente, se convierte para el alma en una realidad viva: no es slo una teora, es una fuerza de vida, es una unin de amor transformante. El conocimiento de Cristo no

es slo pensamiento, sino que es amor que abre los ojos, transforma al hombre y crea comunin con el Logos, con el Verbo divino que es verdad y vida. En esta comunin, que es el perfecto conocimiento y es amor, el perfecto cristiano alcanza la contemplacin, la unificacin con Dios. Clemente retoma finalmente la doctrina, segn al cual, el fin ltimo del hombre consiste en ser semejante a Dios. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, pero esto es tambin un desafo, un camino; de hecho, el objetivo de la vida, el destino ltimo consiste verdaderamente en hacerse semejantes a Dios. Esto es posible gracias a la connaturalidad con l, que el hombre ha recibido en el momento de la creacin, motivo por el cual de por s ya es imagen de Dios. Esta connaturalidad permite conocer las realidades divinas a las que el hombre adhiere ante todo por la fe y, a travs de la vivencia de la fe, de la prctica de las virtudes, puede crecer hasta llegar a la contemplacin de Dios. De este modo, en el camino de la perfeccin, Clemente da la misma importancia al requisito moral que al intelectual. Los dos van juntos porque no es posible conocer sin vivir y no se puede vivir sin conocer. No es posible asemejarse a Dios y contemplarle simplemente con el conocimiento racional: para lograr este objetivo se necesita una vida segn el Logos, una vida segn la verdad. Y, por tanto, las buenas obras tienen que acompaar el conocimiento intelectual, como la sombra acompaa al cuerpo.

Hay dos virtudes que adornan particularmente al alma del autntico gnstico. La primera es la libertad de las pasiones (aptheia); la otra, es el amor, la verdadera pasin, que asegura la unin ntima con Dios. El amor da la paz perfecta, y hace que el autntico gnstico sea capaz de afrontar los sacrificios ms grandes, incluso el sacrificio supremo en el seguimiento de Cristo, y le hace subir de nivel hasta llegar a la cumbre de las virtudes. De este modo, el ideal tico de la filosofa antigua, es decir, la liberacin de las pasiones, vuelve a ser redefinido por Clemente y conjugado con el amor, en el proceso incesante que lleva a asemejarse a Dios.

De esta manera, el pensador de Alejandra propici la segunda gran oportunidad de dilogo entre el anuncio cristiano y la filosofa griega. Sabemos que san Pablo en el Arepago de Atenas, donde Clemente naci, haba hecho el primer intento de dilogo con la filosofa friega, y en buena parte haba fracasado, pues le dijeron: Otra vez te escucharemos. Ahora Clemente, retoma este dilogo, y lo ennoblece al mximo en la tradicin filosfica griega. Como escribi mi venerado predecesor Juan Pablo II en la encclica Fides et ratio, Clemente de Alejandra llega a interpretar la filosofa como una instruccin propedutica a la fe cristiana (n. 38). Y, de hecho, Clemente lleg a afirmar que Dios habra dado la filosofa a los griegos como un Testamento propio para ellos (Stromata 6, 8, 67, 1). Para l la tradicin filosfica griega, casi como sucede con la Ley para los judos, es el mbito de revelacin, son dos corrientes que en definitiva se dirigen hacia el mismo Logos. Clemente sigue marcando con decisin el camino de quien quiere dar razn de su fe en Jesucristo. Puede servir de ejemplo a los cristianos, a los catequistas y a los telogos de nuestro tiempo a los que Juan Pablo II, en la misma encclica, exhortaba a recuperar y subrayar ms la dimensin metafsica de la verdad para entrar as en dilogo crtico y exigente con el pensamiento

filosfico contemporneo.

Concluyamos con una de las expresiones de la famosa oracin a Cristo Logos, con la que Clemente concluye su Pedagogo. Su splica dice as: Mustrate propicio a tus hijos; concdenos vivir en tu paz, mudarnos a tu ciudad, atravesar sin quedar sumergidos en las corrientes del pecado, ser transportados con serenidad por el Espritu Santo por la Sabidura inefable: nosotros, que de da y de noche, hasta el ltimo da elevamos un canto de accin de gracias al nico Padre, al Hijo pedagogo y maestro, junto al Espritu Santo. Amn!" (Pedagogo 3, 12, 101).

Orgenes: vida y obra 25-4-07

Queridos hermanos y hermanas:

En nuestras meditaciones sobre las grandes personalidades de la Iglesia antigua, conocemos hoy a una de las ms relevantes. Orgenes de Alejandra es realmente una de las personalidades determinantes para todo el desarrollo del pensamiento cristiano. l recoge la herencia de Clemente de Alejandra, sobre quien hemos meditado el mircoles pasado, y la relanza al futuro de manera tan innovadora que imprime un giro irreversible al desarrollo del pensamiento cristiano. Fue un verdadero maestro, y as le recordaban con nostalgia y conmocin sus discpulos: no slo un brillante telogo, sino un testigo ejemplar de la doctrina que transmita. l ense, escribe Eusebio de Cesarea, su entusiasta bigrafo, que la conducta debe corresponder exactamente a la palabra, y fue sobre todo por esto que, ayudado por la gracia de Dios, indujo a muchos a imitarle (Hist. Eccl. 6,3,7).

Toda su vida estuvo recorrida por un incesante anhelo de martirio. Tena diecisiete aos cuando, en el dcimo ao del emperador Septimio Severo, se desat en Alejandra la persecucin contra los cristianos. Clemente, su maestro, abandon la ciudad, y el padre de Orgenes, Lenidas, fue encarcelado. Su hijo ansiaba ardientemente el martirio, pero no pudo cumplir este deseo. Entonces escribi a su padre, exhortndole a no desistir del supremo testimonio de la fe. Y cuando Lenidas fue decapitado, el pequeo Orgenes sinti que deba acoger el ejemplo de su vida. Cuarenta aos ms tarde, mientras predicaba en Cesarea, hizo esta confesin: De nada me sirve haber tenido un padre mrtir si no tengo una buena conducta y no hago honor a la nobleza de mi estirpe, esto es, al martirio de mi padre y al testimonio que le hizo ilustre en Cristo (Hom. Ez. 4,8). En una homila sucesiva cuando, gracias a la extrema tolerancia del emperador Felipe el rabe, pareca ya esfumada la eventualidad de un testimonio cruento- Orgenes exclama: Si Dios me concediera ser lavado en mi sangre, como para recibir el segundo bautismo habiendo aceptado la muerte por Cristo, me alejara seguro de este mundo... Pero son dichosos los que merecen estas cosas (Hom. Iud. 7,12). Estas expresiones revelan toda la nostalgia de Orgenes por el bautismo de sangre. Y por fin este irresistible anhelo fue, al menos en parte, complacido. En 250, durante la persecucin de Decio, Orgenes fue arrestado y torturado cruelmente. Debilitado por los sufrimientos padecidos, muri algn ao despus. No tena an setenta aos. Hemos aludido a ese giro irreversible que Orgenes imprimi a la historia de la teologa y del pensamiento cristiano. Pero en qu consiste este hito, esta novedad tan llena de consecuencias? Corresponde en sustancia a la fundacin de la teologa en la explicacin de las Escrituras. Hacer teologa era para l esencialmente explicar, comprender la Escritura; o podramos incluso decir que su teologa es la perfecta simbiosis entre teologa y exgesis. En verdad, la marca propia de la doctrina origeniana parece residir precisamente en la incesante invitacin a pasar de la letra al espritu de las Escrituras, para progresar en el conocimiento de Dios. Y este llamado alegorismo, escribi von Baltasar, coincide precisamente con el desarrollo del dogma cristiano obrado por la enseanza de los doctores de la Iglesia, los cuales de una u otra forma acogieron la leccin de Orgenes. As la tradicin y el magisterio, fundamento y garanta de la investigacin teolgica, llegan a configurarse como Escritura en acto (cfr. Origene: il mondo, Cristo e la Chiesa, tr. it., Milano 1972, p. 43). Podemos afirmar por ello que el ncleo central de la inmensa obra literaria de Orgenes consiste en su triple lectura de la Biblia. Pero antes de ilustrar esta lectura conviene dar una mirada general a la produccin literaria del alejandrino. San Jernimo, en su Epstola 33, cita los ttulos de 320 libros y de 310 homilas de Orgenes. Lamentablemente la mayor parte de esta obra se perdi, pero incluso lo poco que queda de ella le convierte en el autor ms prolfico de los primeros tres siglos cristianos. Su radio de intereses se extiende de la exgesis al dogma, a la filosofa, a la apologtica, a la asctica y a la mstica. Es una visin fundamental y global de la vida cristiana.

El ncleo inspirador de esta obra es, como hemos mencionado, la triple lectura de las Escrituras desarrollada por Orgenes en el arco de su vida. Con esta expresin intentamos aludir a las tres modalidades ms importantes entre s no sucesivas, sino ms frecuentemente superpuestas- con las que Orgenes se dedic al estudio de las Escrituras. Ante todo l ley la Biblia con la intencin de asegurar el texto mejor y de ofrecer de ella la edicin ms fiable. ste, por ejemplo, es el primer paso: conocer realmente qu est escrito y conocer lo que esta escritura quera intencional e inicialmente decir. Realiz un gran estudio con este fin y redact una edicin de la Biblia con seis columnas paralelas, de izquierda a derecha, con el texto hebreo en caracteres hebreos l tuvo tambin contactos con los rabinos para comprender bien el texto original hebraico de la Biblia-, despus el texto hebraico transliterado en caracteres griegos y a continuacin cuatro traducciones diferentes en lengua griega, que le permitan comparar las diversas posibilidades de traduccin. De aqu el ttulo de Hexapla (seis columnas) atribuido a esta enorme sinopsis. ste es el primer punto: conocer exactamente qu est escrito, el texto como tal. En segundo lugar Orgenes ley sistemticamente la Biblia con sus clebres Comentarios. Estos reproducen fielmente las explicaciones que el maestro ofreca durante la escuela, en Alejandra como en Cesarea. Orgenes avanza casi versculo a versculo, de forma minuciosa, amplia y profunda, con notas de carcter filolgico y doctrinal. l trabaja con gran exactitud para conocer bien qu queran decir los sagrados autores. Finalmente, tambin antes de su ordenacin presbiteral, Orgenes se dedic muchsimo a la predicacin de la Biblia, adaptndose a un pblico de composicin variada. En cualquier caso, se advierte tambin en sus Homilas al maestro, del todo dedicado a la interpretacin sistemtica de la percopa en examen, poco a poco fraccionada en los sucesivos versculos. Tambin en las Homilas Orgenes aprovecha todas las ocasiones para recordar las diversas dimensiones del sentido de la Sagrada Escritura, que ayudan o expresan un camino en el crecimiento de la fe: existe el sentido literal, pero ste oculta profundidades que no aparecen en un primer momento; la segunda dimensin es el sentido moral: qu debemos hacer viviendo la palabra; y finalmente el sentido espiritual, o sea, la unidad de la Escritura, que en todo su desarrollo habla de Cristo. Es el Espritu Santo quien nos hace entender el contenido cristolgico y as la unidad de la Escritura en su diversidad. Sera interesante mostrar esto. He intentado un poco, en mi libro Jess de Nazaret, sealar en la situacin actual estas mltiples dimensiones de la Palabra, de la Sagrada Escritura, que antes debe ser respetada justamente en el sentido histrico. Pero este sentido nos trasciende hacia Cristo, en la luz del Espritu Santo, y nos muestra el camino, cmo vivir. Se encuentra de ello alusin, por ejemplo, en la novena Homila sobre los Nmeros, en la que Orgenes compara la Escritura con las nueces: As es la doctrina de la Ley y de los Profetas en la escuela de Cristo, afirma la homila; amarga es la letra, que es como la corteza; en segundo lugar atraviesas la cscara, que es la doctrina moral; en tercer lugar hallars el sentido de los misterios, del que se nutren las almas de los santos en la vida presente y en la futura (Hom. Num. 9,7).

Sobre todo por esta va Orgenes llega a promover eficazmente la lectura cristiana del Antiguo Testamento, replicando brillantemente el desafo de aquellos herejes sobre todo gnsticos y marcionitas- que oponan entre s los dos Testamentos hasta rechazar el Antiguo. Al respecto, en la misma Homila sobre los Nmeros, el alejandrino afirma: Yo no llamo a la Ley un Antiguo Testamento, si la comprendo en el Espritu. La Ley se convierte en un Antiguo Testamento slo para los que quieren comprenderla carnalmente, esto es, quedndose en la letra del texto. Pero para nosotros, que la comprendemos y la aplicamos en el Espritu y en el sentido del Evangelio, la Ley es siempre nueva, y los dos Testamentos son para nosotros un nuevo Testamento, no a causa de la fecha temporal, sino de la novedad del sentido... En cambio, para el pecador y para los que no respetan la condicin de la caridad, tambin los Evangelios envejecen (Hom. Num. 9,4).

Os invito y as concluyo- a acoger en vuestro corazn la enseanza de este gran maestro en la fe. l nos recuerda con ntimo entusiasmo que, en la lectura orante de la Escritura y en el coherente compromiso de la vida, la Iglesia siempre se renueva y rejuvenece. La Palabra de Dios, que no envejece jams, ni se agota nunca, es medio privilegiado para tal fin. Es en efecto la Palabra de Dios la que, por obra del Espritu Santo, nos gua siempre de nuevo a la verdad completa (cfr. Benedicto XVI, Ai partecipanti al Congresso Internazionale per il XL anniversario della Costituzione dogmatica Dei Verbum , in: Insegnamenti, vol. I, 2005, pp. 552-553). Y pidamos al Seor que nos d hoy pensadores, telogos, exgetas que encuentren esta multidimensionalidad, esta actualidad permanente de la Sagrada Escritura, para alimentarnos realmente del verdadero pan de la vida, de su Palabra.

Orgenes (II): el pensamiento 02-5-07

Queridos hermanos y hermanas:

La catequesis del mircoles pasado estuvo dedicada a la gran figura de Orgenes, doctor de Alejandra que vivi entre el siglo II y III. En esa catequesis, tomamos en consideracin la vida y la produccin literaria de este gran maestro, encontrando en su triple lectura de la Biblia el ncleo inspirador de toda su obra. Dej a un lado, para retomarlos hoy, dos aspectos de la doctrina de Orgenes, que considero entre los ms importantes y actuales: quiero hablar de sus enseanzas sobre la oracin y sobre la Iglesia.

Enseanza sobre la oracin

En realidad, Orgenes, autor de un importante y siempre actual tratado Sobre la oracin, entrelaza constantemente su produccin exegtica y teolgica con experiencias y sugerencias relativas a la oracin. A pesar de toda su riqueza teolgica de pensamiento, no es un tratado meramente acadmico; siempre se fundamenta en la experiencia de la oracin, del contacto con Dios. Desde su punto de vista, la comprensin de las Escrituras exige, no slo estudio, sino intimidad con Cristo y oracin. Est convencido de que el camino privilegiado para conocer a Dios es el amor, y que no existe un autntico conocimiento de Cristo sin enamorarse de l. En la Carta a Gregorio, Orgenes recomienda: Dedicaos a la lectio de las divinas Escrituras; aplicaos con perseverancia. Empeaos en la lectio con la intencin de creer y agradar a Dios. Si durante la lectio te encuentras ante una puerta cerrada, toca y te la abrir el custodio, de quien Jess ha dicho: El guardin se la abrir. Aplicndote de este modo a la lectio divina, busca con lealtad y confianza inquebrantable en Dios el sentido de las divinas Escrituras, que en ellas se esconde con gran profundidad. Ahora bien, no te contentes con tocar y buscar: para comprender los asuntos de Dios tienes absoluta necesidad de la oracin. Precisamente para exhortarnos a la oracin, el Salvador no slo nos ha dicho: buscad y hallaris, y tocad y se os abrir, sino que ha aadido: Pedid y recibiris (Carta a Gregorio, 4). Salta a la vista el papel primordial desempeado por Orgenes en la historia de la lectio divina. El obispo Ambrosio de Miln, quien aprender a leer las Escrituras con las obras de Orgenes, la introduce despus en Occidente para entregarla a Agustn y a la tradicin monstica sucesiva. Como ya habamos dicho, el nivel ms elevado del conocimiento de Dios, segn Orgenes, surge del amor. Lo mismo sucede entre los hombres: uno slo conoce profundamente al otro si hay amor, si se abren los corazones. Para demostrar esto, l se basa en un significado que en ocasiones se da al verbo conocer en hebreo, es decir, cuando se utiliza para expresar el acto del amor humano: Conoci el hombre a Eva, su mujer, la cual concibi (Gnesis 4,1). De este modo se sugiere que la unin en el amor produce el conocimiento ms autntico. Como el hombre y la mujer son dos en una sola carne, as Dios y el creyente se hacen dos en un

mismo espritu.

De este modo, la oracin del padre apostlico de Alejandra toca los niveles ms elevados de la mstica, como lo atestiguan sus Homilas sobre el Cantar de los Cantares. Puede aplicarse en este sentido un pasaje de la primera Homila, en la que Orgenes confiesa: Con frecuencia --Dios es testigo-- he sentido que el Esposo se me acercaba al mximo; despus se iba de repente, y yo no pude encontrar lo que buscaba. De nuevo siento el deseo de su venida, y a veces l vuelve, y cuando se me ha aparecido, cuando le tengo entre las manos, se me vuelve a escapar, y una vez que se ha ido me pongo a buscarle una vez ms... (Homilas sobre el Cantar de los Cantares 1, 7).

Recuerda lo que mi venerado predecesor escriba, como autntico testigo, en la Novo millennio ineunte, cuando mostraba a los fieles que la oracin puede avanzar, como verdadero y propio dilogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseda totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espritu y abandonada filialmente en el corazn del Padre. Se trata, segua diciendo Juan Pablo II; de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual que encuentra tambin dolorosas purificaciones (la noche oscura), pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los msticos como unin esponsal (nmero 33).

Enseanza sobre la Iglesia

Pasemos, por ltimo, a una enseanza de Orgenes sobre la Iglesia, y ms precisamente sobre el sacerdocio comn de los fieles. Como afirma en su novena Homila sobre el Levtico, esto nos afecta a todos nosotros (9, 1). En la misma Homila, Orgenes, al referirse a la prohibicin hecha a Aarn, tras la muerte de sus dos hijos, de entrar en el Sancta sanctorum en cualquier tiempo (Levtico 16, 2), exhorta a los fieles con estas palabras: Esto demuestra que si uno entra a cualquier hora en el santuario, sin la debida preparacin, sin estar revestido de los ornamentos pontificales, sin haber preparado las ofrendas prescritas y sin ser propicio a Dios, morir Esto nos afecta a todos nosotros. Establece, de hecho, que aprendamos a acceder al altar de Dios. Acaso no sabes que tambin a ti, es decir, a toda la Iglesia de Dios y al pueblo de los creyentes, ha sido conferido el sacerdocio? Escucha cmo Pedro se dirige a los fieles: linaje elegido, dice, sacerdocio real, nacin santa, pueblo que Dios ha adquirido. T, por tanto, tienes el sacerdocio, pues eres linaje sacerdotal, y por ello tienes que ofrecer a Dios el sacrificio Pero para que t lo puedas ofrecer dignamente, tienes necesidad de vestidos puros, distintos de los comunes a los dems hombres, y te hace falta el fuego divino (ibdem).

De este modo, por una parte, el hecho de tener ceidos los lomos y los ornamentos sacerdotales, es decir, la pureza y la honestidad de vida, y por otra, tener la lmpara siempre encendida, es decir, la fe y la ciencia de las Escrituras, son las condiciones indispensables para el ejercicio del sacerdocio universal, que exige pureza y honestidad de vida, fe y conocimiento de las Escrituras. Con ms razn an estas condiciones son indispensables, evidentemente, para el ejercicio del sacerdocio ministerial. Estas condiciones --conducta ntegra de vida, pero sobre todo acogida y estudio de la Palabra-- establecen una autntica jerarqua de la santidad en el sacerdocio comn de los cristianos. En la cumbre de este camino de perfeccin, Orgenes pone el martirio.

Tambin en la novena Homila sobre el Levtico alude al fuego para el holocausto, es decir, a la fe y al conocimiento de las Escrituras, que nunca tiene que apagarse en el altar de quien ejerce el sacerdocio. Despus, aade: Pero, cada uno de nosotros no slo tiene en s el fuego; sino tambin el holocausto, y con su holocausto enciende el altar para que arda siempre. Si renuncio a todo lo que poseo y tomo mi cruz y sigo a Cristo, ofrezco mi holocausto en el altar de Dios; y si entrego mi cuerpo para que arda, con caridad, alcanzar la gloria del martirio, ofrezco mi holocausto sobre el altar de Dios (9, 9). Este inagotado camino de perfeccin nos afecta a todos nosotros, a condicin de que la mirada de nuestro corazn se dirija a la contemplacin de la Sabidura y de la Verdad, que es Jesucristo. Al predicar sobre el discurso de Jess en Nazaret, cuando en la sinagoga todos los ojos estaban fijos en l (Lucas 4, 16-30), Orgenes parece que se dirige precisamente a nosotros: Tambin hoy, en esta asamblea, vuestros ojos pueden dirigirse al Salvador. Cuando dirijas la mirada ms profunda del corazn hacia la contemplacin de la Sabidura de la Verdad y del Hijo nico de Dios, entonces tus ojos vern a Dios. Bienaventurada es la asamblea de la que la Escritura dice que los ojos de todos estaban fijos en l! Cunto deseara que esta asamblea diera un testimonio as, que los ojos de todos, de los no bautizados y de los fieles, de las mujeres, de los hombres y de los muchachos no los ojos del cuerpo, sino los del alma-- vieran a Jess! Sobre nosotros est impresa la luz de tu rostro, Seor, a quien pertenecen la gloria y la potencia por los siglos de los siglos. Amn! (Homila sobre Lucas 32, 6).

Tertuliano: 30-5-07

Queridos hermanos y hermanas:

Con la catequesis de hoy retomamos el hijo abandonado con motivo del viaje en Brasil y seguimos hablando de las grandes personalidades de la Iglesia antigua: son maestros de fe tambin para nosotros hoy y testigos de la perenne actualidad de la fe cristiana. Hoy hablamos de un africano, Tertuliano, que entre el final del siglo II e inicios del siglo III inaugura la literatura cristiana en latn. Con l comienza una teologa en este idioma. Su obra ha dado frutos decisivos, que sera imperdonable infravalorar. Su influencia se desarrolla a diversos niveles: desde el lenguaje y la recuperacin de la cultura clsica, hasta la individuacin de un alma cristiana comn en el mundo y la formulacin de nuevas propuestas de convivencia humana.

No conocemos exactamente las fechas de su nacimiento y de su muerte. Sin embargo, sabemos que en Cartago, a finales del siglo II, recibi de padres y maestros paganos una slida formacin retrica, filosfica, jurdica e histrica. Se convirti al cristianismo atrado, segn parece, por el ejemplo de los mrtires cristianos. Comenz a publicar sus escritos ms famosos en el ao 197. Pero una bsqueda demasiado individual de la verdad junto con la intransigencia de su carcter, le llevaron poco a poco a abandonar la comunin con la Iglesia y a unirse a la secta del montanismo. Sin embargo, la originalidad de su pensamiento y la incisiva eficacia de su lenguaje le dan un lugar de particular importancia en la literatura cristiana antigua. Son famosos sobre todo sus escritos de carcter apologtico. Manifiestan dos objetivos principales: en primer lugar, el de confutar las gravsimas acusaciones que los paganos dirigan contra la nueva religin; y en segundo lugar, de manera ms positiva y misionera, el de comunicar el mensaje del Evangelio en dilogo con la cultura de su poca.

Su obra ms conocida, Apologtico, denuncia el comportamiento injusto de las autoridades polticas con la Iglesia; explica y defiende las enseanzas y las costumbres de los cristianos; presenta las diferencias entre la nueva religin y las principales corrientes filosficas de la poca; manifiesta el triunfo del Espritu, que opone a la violencia de los perseguidores la sangre, el sufrimiento y la paciencia de los mrtires: Por ms que sea refinada --escribe el autor africano--, vuestra crueldad no sirve de nada: es ms, para nuestra comunidad constituye una invitacin. Despus de cada uno de vuestros golpes de hacha, nos hacemos ms numerosos: la sangre de los cristianos es semilla eficaz! (semen est sanguis christianorum!)" (Apologtico 50,13). Al final vencen el martirio y el sufrimiento y son ms eficaces que la crueldad y la violencia de los regmenes totalitarios. Pero Tertuliano, como todo buen apologista, experimenta al mismo tiempo la necesidad de comunicar positivamente la esencia del cristianismo. Por este motivo, adopta el mtodo especulativo para ilustrar los fundamentos racionales del dogma cristiano. Los profundiza de manera sistemtica, comenzando con la descripcin del Dios de los cristianos. Aqul a quien adoramos es un Dios nico, atestigua el apologista. Y sigue, utilizando las paradojas caractersticas de su lenguaje: l es invisible, aunque se le vea; inalcanzable, aunque est presente a travs de la gracia; inconcebible, aunque los sentidos le puedan concebir; por este motivo es verdadero y grande (ibdem 17,1-2).Tertuliano, adems, da un paso enorme en el desarrollo del dogma trinitario; nos dej el lenguaje adecuado en latn para expresar este gran misterio, introduciendo los trminos de una sustancia y tres Personas. Tambin desarroll mucho el lenguaje correcto para expresar el misterio de Cristo, Hijo de Dios y verdadero Hombre. El autor africano habla tambin del Espritu Santo, demostrando su carcter personal y divino: Creemos que, segn su promesa, Jesucristo envi por medio del Padre al Espritu Santo, el Parclito, el santificador de la fe de quienes creen en el Padre, en el Hijo y en el Espritu (ibdem, 2,1). En sus obras se leen adems numerosos textos sobre la Iglesia, a la que Tertuliano reconoce como madre. Incluso tras su adhesin al montanismo, no olvid que la Iglesia es la Madre de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Analiza tambin la conducta moral de los cristianos y la vida futura.

Sus escritos son importantes, adems, para comprender tendencias vivas en las comunidades cristianas sobre Mara santsima, sobre los sacramentos de la Eucarista, del Matrimonio y de la Reconciliacin, sobre el primado de Pedro, sobre la oracin En especial, en aquellos aos de persecucin en los que los cristianos parecan una minora perdida, el apologista les exhorta a la esperanza, que --segn sus escritos-- no es simplemente una virtud, sino un modo de vida que abarca cada uno de los aspectos de la existencia cristiana.

Tenemos la esperanza de que el futuro sea nuestro porque el futuro es de Dios. De este modo, la resurreccin del Seor se presenta como el fundamento de nuestra resurreccin futura, y representa el objeto principal de la confianza de los cristianos: La carne resucitar --afirma categricamente el africano--: toda la carne, precisamente la carne. All donde se encuentre, se encuentra en consigna ante Dios, en virtud del fidelsimo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, que restituir Dios al hombre y el hombre a Dios (La resurreccin del cuerpo, 63,1).

Desde el punto de vista humano, se puede hablar sin duda del drama de Tertuliano. Con el paso del tiempo, se hizo cada vez ms exigente con los cristianos. Pretenda de ellos en toda circunstancia, y sobre todo en las persecuciones, un comportamiento heroico. Rgido en sus posiciones, no ahorraba duras crticas y acab inevitablemente aislndose. De hecho, hoy da quedan an abiertas muchas cuestiones, no slo sobre el pensamiento teolgico y filosfico de Tertuliano, sino tambin sobre su actitud ante las instituciones polticas de la sociedad pagana.

Esta gran personalidad moral e intelectual, este hombre que ha dado una contribucin tan grande al pensamiento cristiano, me hace reflexionar mucho. Se ve que al final le falta la sencillez, la humildad para integrarse en la Iglesia, para aceptar sus debilidades, para ser tolerante con los dems y consigo mismo. Cuando slo se ve el propio pensamiento en su grandeza, al final se pierde esta grandeza. La caracterstica esencial de un gran telogo es la humildad para estar con la Iglesia, para aceptar sus propias debilidades, pues slo Dios es totalmente santo. Nosotros, sin embargo, siempre tenemos necesidad de perdn. En definitiva, el autor africano permanece como un testigo interesante de los primeros tiempos de la Iglesia, cuando los cristianos se convirtieron en sujetos de nueva cultura en el encuentro entre herencia clsica y mensaje evanglico. Es suya la famosa afirmacin, segn la cual, nuestra alma es naturaliter cristiana (Apologtico, 17, 6), con la que Tertuliano evoca la perenne continuidad entre los autnticos valores humanos y los cristianos; y tambin es suya la reflexin, inspirada directamente en el Evangelio, segn la cual, el cristiano no puede odiar ni siquiera a sus propios enemigos (Cf. Apologtico, 37). Implica una consecuencia moral ineludible de la opcin de fe que propone la no violencia como regla de vida: y no es posible dejar de ver la dramtica actualidad de esta enseanza, a la luz del encendido debate sobre las religiones.

En los escritos del africano, en definitiva, se afrontan numerosos temas que todava hoy tenemos que afrontar. Nos involucran en una fecunda bsqueda interior, a la que invito a todos los fieles, para que sepan expresar de manera cada vez ms convincente la Regla de la fe, segn la cual, como dice Tertuliano, nosotros creemos que hay un solo Dios, y no hay otro fuera del Creador del mundo: l lo ha hecho todo de la nada por medio de su Verbo, engendrado antes de todo (La prescripcin de los herejes 13, 1). San Cipriano de Cartago: 06-6-07

Queridos hermanos y hermanas:

En la serie de nuestras catequesis sobre las grandes personalidades de la Iglesia antigua, llegamos hoy a un excelente obispo africano del siglo III, san Cipriano, el primer obispo que en frica alcanz la corona del martirio. Su fama, como atestigua el dicono Poncio, el primero en escribir su vida, est tambin ligada a la creacin literaria y a la actividad pastoral de los trece aos que pasaron entre su conversin y el martirio (Cf. Vida 19,1; 1,1). Nacido en Cartago en el seno de una rica familia pagana, despus de una juventud disipada, Cipriano se convierte al cristianismo a la edad de 35 aos. l mismo narra su itinerario espiritual: Cuando todava yaca como en una noche oscura, escribe meses despus de su bautismo, me pareca sumamente difcil y fatigoso realizar lo que me propona la misericordia de Dios Estaba ligado a muchsimos errores de mi vida pasada, y no crea que pudiera liberarme, hasta el punto de que segua los vicios y favoreca mis malos deseos Pero despus, con la ayuda del agua regeneradora, qued lavada la miseria de mi vida precedente; una luz soberana se difundi en mi corazn; un segundo nacimiento me regener en un ser totalmente nuevo. De manera maravillosa comenz a disiparse toda duda Comprenda claramente que era terrenal lo que antes viva en m, en la esclavitud de los vicios de la carne, y por el contrario era divino y celestial lo que el Espritu Santo ya haba generado en m (A Donato, 3-4). Inmediatamente despus de la conversin, Cipriano, a pesar de envidias y resistencias, fue elegido al oficio sacerdotal y a la dignidad de obispo. En el breve perodo de su episcopado afronta las dos primeras persecuciones sancionadas por un edicto imperial, la de Decio (250) y la de Valeriano (257-258). Despus de la persecucin particularmente cruel de Decio, el obispo tuvo que empearse con mucho esfuerzo por volver a poner disciplina en la comunidad cristiana. Muchos fieles, de hecho, haban abjurado, o no haban tenido un comportamiento correcto ante la prueba. Eran los as llamados lapsi, es decir, los cados, que deseaban ardientemente volver a entrar en la comunidad. El debate sobre su readmisin lleg a dividir a los cristianos de Cartago en laxistas y rigoristas. A estas dificultades hay que aadir una grave epidemia que flagel frica y que plante interrogantes teolgicos angustiantes tanto dentro de la comunidad como en relacin con los paganos. Hay que recordar, por ltimo, la controversia entre Cipriano y el obispo de Roma, Esteban, sobre la validez del bautismo administrado a los paganos por parte de cristianos herejes.

En estas circunstancias realmente difciles, Cipriano demostr elevadas dotes de gobierno: fue severo, pero no inflexible con los cados, dndoles la posibilidad del perdn despus de una penitencia ejemplar; ante Roma, fue firme en la defensa de las sanas tradiciones de la Iglesia africana; fue sumamente comprensivo y lleno del ms autntico espritu evanglico a la hora de exhortar a los cristianos a la ayuda fraterna a los paganos durante la epidemia; supo mantener la justa medida a la hora de recordar a los fieles, demasiado temerosos de perder la vida y los bienes terrenos, que para ellos la verdadera vida y los autnticos bienes no son los de este mundo; fue inquebrantable a la hora de combatir las costumbres corruptas y los pecados que devastan la vida moral, sobre todo la avaricia. Pasaba de este modo los das, cuenta el dicono Poncio, cuando por orden del procnsul, lleg inesperadamente a su casa el jefe de la polica (Vida, 15,1). En ese da, el santo obispo fue arrestado y despus de un breve interrogatorio afront valerosamente el martirio en medio de su pueblo. Cipriano compuso numerosos tratados y cartas, siempre ligados a su ministerio pastoral. Poco proclive a la especulacin teolgica, escriba sobre todo para la edificacin de la comunidad y para el buen comportamiento de los fieles. De hecho, la Iglesia es su tema preferido. Distingue entre Iglesia visible, jerrquica, e Iglesia invisible, mstica, pero afirma con fuerza que la Iglesia es una sola, fundada sobre Pedro.

No se cansa de repetir que quien abandona la ctedra de Pedro, sobre la que est fundada la Iglesia, se queda en la ilusin de permanecer en la Iglesia (La unidad de la Iglesia catlica, 4). Cipriano sabe bien, y lo dijo con palabras fuertes, que fuera de la Iglesia no hay salvacin Epstola 4,4 y 73,21), y que no puede tener a Dios como Padre quien no tiene a la Iglesia como madre (La unidad de la Iglesia catlica, 4). Caracterstica irrenunciable de la Iglesia es la unidad, simbolizada por la tnica de Cristo sin costura (ibdem, 7): unidad que, segn dice, encuentra su fundamento en Pedro (ibdem, 4) y su perfecta realizacin en la Eucarista (Epstola 63,13). Slo hay un Dios, un solo Cristo, exhorta Cipriano, una sola es su Iglesia, una sola fe, un solo pueblo cristiano, firmemente unido por el cemento de la concordia: y no puede separarse lo que por naturaleza es uno (La unidad de la Iglesia catlica, 23).

Hemos hablado de su pensamiento sobre la Iglesia, pero no hay que olvidar, por ltimo, la enseanza de Cipriano sobre la oracin. A m me gusta particularmente su libro sobre el Padrenuestro, que me ha ayudado mucho a comprender mejor y a rezar mejor la oracin del Seor: Cipriano ensea que precisamente en el Padrenuestro se ofrece al cristiano la manera recta de rezar; y subraya que esta oracin se conjuga en plural para que quien reza no rece slo por s mismo. Nuestra oracin --escribe-- es pblica y comunitaria y, cuando rezamos, no rezamos slo por uno, sino por todo el pueblo, pues somos una sola cosa con todo el pueblo (La oracin del Seor 8). De este modo, oracin personal y litrgica se presentan firmemente unidas entre s. Su unidad se basa en el hecho de que responden a la misma Palabra de Dios. El cristiano no dice Padre mo, sino Padre nuestro, incluso en el secreto de su habitacin cerrada, pues sabe que en todo lugar, en toda circunstancia, es miembro de un mismo Cuerpo. Recemos, por tanto, hermanos queridsimo, escribe el obispo de Cartago, como Dios, el Maestro, nos ha enseado. Es una oracin confidencial e ntima rezar a Dios con lo que es suyo, elevar a sus odos la oracin de Cristo. Que el Padre reconozca las palabras de su Hijo cuando elevamos una oracin: que quien habita interiormente en el espritu est tambin presente en la voz Cuando se reza, adems, hay que tener una manera de hablar y de rezar que, con disciplina, mantenga calma y reserva. Pensemos que estamos ante la mirada de Dios. Es necesario ser gratos ante los ojos divinos tanto con la actitud del cuerpo como con el tono de la voz Y cuando nos reunimos junto a los hermanos y celebramos los sacrificios divinos con el sacerdote de Dios, tenemos que hacerlo con temor reverencial y disciplina, sin arrojar al viento por todos los lados nuestras oraciones con voces desmesuradas, ni lanzar con tumultuosa verborrea una peticin que hay que presentar a Dios con moderacin, pues Dios no escucha la voz, sino el corazn (non vocis sed cordis auditor est) (3-4). Se trata de palabras que siguen siendo vlidas tambin hoy y que nos ayudan a celebrar bien la santa Liturgia. En definitiva, Cipriano se encuentra en los orgenes de esa fecunda tradicin teolgico-espiritual que ve en el corazn el lugar privilegiado de la oracin.

Segn la Biblia y los Padres, de hecho, el corazn es lo ntimo del ser humano, el lugar donde mora Dios. En l se realiza ese encuentro en el que Dios habla al hombre, y el hombre escucha a Dios; en el que el hombre habla a Dios y Dios escucha al hombre: todo esto tiene lugar a travs de la nica Palabra divina. Precisamente en este sentido, haciendo eco a Cipriano, Emaragdo, abad de san Miguel, en los primeros aos del siglo IX, atestigua que la oracin es obra del corazn, no de los labios, pues Dios no mira a las palabras, sino al corazn del orante (La diadema de los monjes, 1). Tengamos este corazn que escucha, del que nos hablan la Biblia (cfr 1 Reyes 3, 9) y los Padres: nos hace mucha falta! Slo as podremos experimentar en plenitud que Dios es nuestro Padre y que la Iglesia, la santa Esposa de Cristo, es verdaderamente nuestra Madre.

Eusebio de Cesarea: 13-6-07

Queridos hermanos y hermanas:

En la historia del cristianismo antiguo es fundamental la distincin entre los primeros tres siglos y los sucesivos al Concilio de Nicea del ao 325, el primero ecumnico. Como bisagra entre los dos perodos estn el as llamado cambio de Constantino y la paz de la Iglesia, as como la figura de Eusebio, obispo de Cesarea en Palestina. Fue el exponente ms cualificado de la cultura cristiana de su tiempo en contextos muy variados, de la teologa a la exgesis, de la historia a la erudicin. Eusebio es conocido sobre todo como el primer historiador del cristianismo, pero tambin como el fillogo ms grande de la Iglesia antigua.

En Cesarea, donde probablemente naci en torno al ao 260, Orgenes se haba refugiado procedente de Alejandra, y all haba fundado una escuela y una ingente biblioteca. Precisamente con estos libros se habra formado, alguna dcada despus, el joven Eusebio. En el ao 325, como obispo de Cesarea, particip con un papel de protagonista en el Concilio de Nicea. Suscribi el Credo y la afirmacin de la plena divinidad del Hijo de Dios, definido por ste con la misma sustancia del Padre (homoosios t Patr). Es prcticamente el mismo Credo que nosotros rezamos todos los domingos en la santa liturgia.

Sincero admirador de Constantino, que haba dado paz a la Iglesia, Eusebio sinti por l estima y consideracin. Celebr al emperador, no slo en sus obras, sino tambin en discursos oficiales, pronunciados en el vigsimo y trigsimo aniversario de su llegada al trono, y despus de su muerte, acaecida en el ao 337. Dos o tres aos despus tambin mora Eusebio.

Estudioso incansable, en sus numerosos escritos, Eusebio busca reflexionar y hacer un balance de los tres siglos de cristianismo, tres siglos vividos bajo la persecucin, recurriendo en buena parte a las fuentes cristianas y paganas conservadas sobre todo en la gran biblioteca de Cesarea. De este modo, a pesar de la importancia objetiva de sus obras apologticas, exegticas y doctrinales, la fama imperecedera de Eusebio sigue estando ligada en primer lugar a los diez libros de su Historia eclesistica. Fue el primero en escribir una historia de la Iglesia, que sigue siendo fundamental gracias a las fuentes que Eusebio pone a nuestra disposicin para siempre. Con esta Historia logr salvar del olvido seguro numerosos acontecimientos, personajes y obras literarias de la Iglesia antigua. Se trata, por tanto, de una fuente primaria para el conocimiento de los primeros siglos del cristianismo. Nos podemos preguntar cmo estructur y con qu intenciones redact esta nueva obra.

Al inicio del primer libro, el historiador presenta los argumentos que pretende afrontar en su obra: Me he propuesto redactar las sucesiones de los santos apstoles desde nuestro Salvador hasta nuestros das; cuntos y cun grandes fueron los acontecimientos que tuvieron lugar segn la historia de la Iglesia y quines fueron distinguidos en su gobierno y direccin en las comunidades ms notables, incluyendo tambin aquellos que, en cada generacin, fueron embajadores de la Palabra de Dios, ya sea por medio de la escritura o sin ella, y los que, impulsados por el deseo de innovacin hasta el error, se han anunciado promotores del falsamente llamado conocimiento, devorando as el rebao de Cristo como lobos rapaces y tambin el nmero; el modo y el tiempo de los paganos que lucharon contra la palabra divina y la grandeza de los que en su tiempo atravesaron, por ella, la prueba de sangre y tortura; sealando adems los martirios de nuestro tiempo y el auxilio benigno y favorable para con todos de nuestro Salvador (1, 1, 1-2). De esta manera, Eusebio abarca diferentes sectores: la sucesin de los apstoles, como estructura de la Iglesia, la difusin del Mensaje, los errores, las persecuciones por parte de los paganos y los grandes testimonios que constituyen la luz de esta Historia. En todo esto, resplandecen la misericordia y la benevolencia del Salvador. Eusebio inaugura as la historiografa eclesistica, abarcando su narracin hasta el ao 324, ao en el que Constantino, despus de la derrota de Licinio, fue aclamado como emperador nico de Roma. Se trata del ao precedente al gran Concilio de Nicea que despus ofrece la summa de lo que la Iglesia --doctrinal, moral e incluso jurdicamentehaba aprendido en esos trescientos aos.

La cita que acabamos de referir del primer libro de la Historia eclesistica contiene una repeticin que seguramente es intencionada. En pocas lneas repite el ttulo cristolgico de Salvador, y hace referencia explcita a su misericordia y a su benevolencia. Podemos comprender as la perspectiva fundamental de la historiografa de Eusebio: es una historia cristocntrica, en la que se revela progresivamente el misterio del amor de Dios por los hombres. Con genuina sorpresa, Eusebio reconoce que de todos los hombres de su tiempo y de los que han existido hasta hoy en toda la tierra, slo l es llamado y confesado como Cristo [es decir Mesas y Salvador del mundo], y todos dan testimonio de l con este nombre, recordndolo as tanto los griegos como los brbaros. Adems, todava hoy entre sus seguidores, en toda la tierra, es honrado como rey, es contemplado como siendo superior a un profeta y es glorificado como el verdadero y nico sumo sacerdote de Dios; y, por encima de todo esto, es adorado como Dios por ser el Logos preexistente, anterior a todos los siglos, y habiendo recibido del Padre el honor de ser objeto de veneracin. Y lo ms singular de todo es que los que estamos consagrados a l no le honramos solamente con la voz o con los sonidos de nuestras palabras, sino con una completa disposicin del alma, llegando incluso a preferir el martirio por su causa a nuestra propia vida (1, 3, 19-20). De este modo, aparece en primer lugar otra caracterstica que ser una constante en la antigua historiografa eclesistica: la intencin moral que preside la narracin. El anlisis histrico nunca es un fin en s mismo; no slo busca conocer el pasado; ms bien, apunta con decisin a la conversin, y a un autntico testimonio de vida cristiana por parte de los fieles. Es una gua para nosotros mismos. De esta manera, Eusebio interpela vivamente a los creyentes de todos los tiempos sobre su manera de afrontar las vicisitudes de la historia, y de la Iglesia en particular. Nos interpela tambin a nosotros: Cul es nuestra actitud ante las vicisitudes de la Iglesia? Es la actitud de quien se interesa por simple curiosidad, buscando el sensacionalismo y el escandalismo a todo coste? O es ms bien la actitud llena de amor y abierta al misterio de quien sabe por la fe que puede percibir en la historia de la Iglesia los signos del amor de Dios y las grandes obras de la salvacin por l realizadas? Si esta es nuestra actitud tenemos que sentirnos interpelados para ofrecer una respuesta ms coherente y generosa, un testimonio ms cristiano de vida, para dejar los signos del amor de Dios tambin a las futuras generaciones. Hay un misterio, no se cansaba de repetir ese eminente estudioso de los Padres, el padre Jean Danilou: Hay un contenido escondido en la historia El misterio es el de las obras de Dios, que constituyen en el tiempo la realidad autntica, escondida detrs de las apariencias Pero esta historia que Dios realiza por el hombre, no la realiza sin l. Quedarse en la contemplacin de las grandes cosas de Dios significara ver slo un aspecto de las cosas. Ante ellas est la respuesta (Ensayo sobre el misterio de la historia, Saggio sul mistero della storia, Brescia 1963, p. 182). Tantos siglos despus, tambin hoy Eusebio de Cesarea invita a los creyentes, nos invita a sorprendernos a contemplar en la historia las grandes obras de Dios por la salvacin de los hombres. Y con la misma energa nos invita a la conversin de la vida. De hecho, ante un Dios que nos ha amado as, no podemos quedar insensibles. La instancia propia del amor es que toda la vida se oriente a la imitacin del Amado. Hagamos todo lo que est a nuestro alcance para dejar en nuestra vida una huella transparente del amor de Dios.

San Atanasio de Alejandra: 20-6-07

Queridos hermanos y hermanas:

Continuando nuestro repaso de los grandes maestros de la Iglesia antigua, queremos dirigir hoy nuestra atencin a san Atanasio de Alejandra. Este autntico protagonista de la tradicin cristiana, ya pocos aos antes de su muerte, era aclamado como la columna de la Iglesia por el gran telogo y obispo de Constantinopla, Gregorio Nazianceno (Discursos 21, 26), y siempre ha sido considerado como un modelo de ortodoxia, tanto en Oriente como en Occidente. No es casualidad, por tanto, que Gian Lorenzo Bernini colocara su estatua entre las de los cuatro santos doctores de la Iglesia oriental y occidental --Ambrosio, Juan Crisstomo, y Agustn--, que en el maravilloso bside de la Baslica vaticana rodean la Ctedra de san Pedro.

Atanasio ha sido, sin duda, uno de los Padres de la Iglesia antigua ms importantes y venerados. Pero sobre todo, este gran santo es el apasionado telogo de la encarnacin del Logos, el Verbo de Dios que, como dice el prlogo del cuarto Evangelio, se hizo carne, y puso su morada entre nosotros (Juan 1, 14). Precisamente por este motivo Atanasio fue tambin el ms importante y tenaz adversario de la hereja arriana, que entonces era una amenaza para la fe en Cristo, reducido a una criatura intermedia entre Dios y el hombre, segn una tendencia que se repite en la historia y que tambin hoy constatamos de diferentes maneras.

Nacido probablemente en Alejandra, en Egipto, hacia el ao 300, Atanasio recibi una buena educacin antes de convertirse en dicono y secretario del obispo de la metrpolis egipcia, Alejandro. Cercano colaborador de su obispo, el joven eclesistico particip con l en el Concilio de Nicea, el primero de carcter ecumnico, convocado por el emperador Constantino en mayo del ao 325 para asegurar la unidad de la Iglesia. Los Padres de Nicea pudieron de este modo afrontar varias cuestiones, principalmente el problema originado unos aos antes por la predicacin del presbtero de Alejandra, Arrio.

ste, con su teora, amenazaba la autntica fe en Cristo, declarando que el Logos no era verdadero Dios, sino un Dios creado, un ser intermedio entre Dios y el hombre y de este modo el verdadero Dios siempre permaneca inaccesible para nosotros. Los obispos, reunidos en Nicea, respondieron redactando el Smbolo de la fe, que completado ms tarde por el primer Concilio de Constantinopla, ha quedado en la tradicin de las diferentes confesiones cristianas y en la liturgia como el Credo niceno-constantinopolitano.

En este texto fundamental, que expresa la fe de la Iglesia sin divisin, y que todava recitamos hoy, todo domingo, en la celebracin eucarstica, aparece el trmino griego homoosios, en latn consubstantialis: indica que el Hijo, el Logos, es de la misma naturaleza del Padre, es Dios de Dios, es su naturaleza, y de este modo se subraya la plena divinidad del Hijo, que era negada por los arrianos.

Al morir el obispo Alejandro, Atanasio se convirti en el ao 328 en su sucesor como obispo de Alejandra, e inmediatamente rechaz con decisin todo compromiso con las teoras arrianas condenadas por el Concilio de Nicea. Su intransigencia, tenaz y a veces muy dura, aunque necesaria, contra quienes se haban opuesto a su eleccin episcopal y sobre todo contra los adversarios del Smbolo de Nicea, le provoc la implacable hostilidad de los arrianos y de los filoarrianos. A pesar del resultado inequvoco del Concilio, que haba afirmado con claridad que el Hijo es de la misma naturaleza del Padre, poco despus estas ideas equivocadas volvieron a prevalecer --incluso Arrio fue rehabilitado-- y fueron apoyadas por motivos polticos por el mismo emperador Constantino y despus por su hijo Constancio II. ste, que no se preocupaba tanto de la verdad teolgica sino ms bien de la unidad del Imperio y de sus problemas polticos, quera politizar la fe, hacindola ms accesible, segn su punto de vista, a todos los sbditos del Imperio. La crisis arriana, que pareca haberse solucionado en Nicea, continu durante dcadas con vicisitudes difciles y divisiones dolorosas en la Iglesia. Y en cinco ocasiones, durante 30 aos, entre 336 y 366, Atanasio se vio obligado a abandonar su ciudad, pasando 17 aos en exilio y sufriendo por la fe. Pero durante sus ausencias forzadas de Alejandra, el obispo tuvo la posibilidad de sostener y difundir en Occidente, primero en Trveris y despus en Roma, la fe de Nicea as como los ideales del monaquismo, abrazados en Egipto por el gran eremita, Antonio, con una opcin de vida por la que Atanasio siempre se sinti cercano.

San Antonio, con su fuerza espiritual, era la persona ms importante que apoyaba la fe de Atanasio. Al volver a tomar posesin definitivamente de su sede, el obispo de Alejandra pudo dedicarse a la pacificacin religiosa y a la reorganizacin de las comunidades cristianas Muri el 2 de mayo del ao 373, da en el que celebramos su memoria litrgica.

La obra doctrinal ms famosa del santo obispo de Alejandra es el tratado sobre La encarnacin del Verbo, el Logos divino que se hizo carne, como nosotros, por nuestra salvacin. En esta obra, Atanasio, afirma con una frase que se ha hecho justamente clebre, que el Verbo de Dios se hizo hombre para que nosotros nos volviramos Dios; se hizo visible corporalmente para que tuviramos una idea del Padre invisible y soport la violencia de los hombres para que heredsemos la incorruptibilidad (54, 3). Con su resurreccin, el Seor hizo desaparecer la muerte como si fuera paja entre el fuego (8, 4). La idea fundamental de toda la lucha teolgica de san Atanasio era precisamente la de que Dios es accesible. No es un Dios secundario, es el verdadero Dios, y a travs de nuestra comunin con Cristo, podemos unirnos realmente a Dios. l se ha hecho realmente Dios con nosotros. Entre las dems obras de este gran Padre de la Iglesia, que en buena parte estn ligadas a las vicisitudes de la crisis arriana, recordamos tambin las cuatro cartas que dirigi al amigo Serapin, obispo de Thmuis, sobre la divinidad del Espritu Santo, en las que es afirmada con claridad, y unas treinta cartas festivas, dirigidas al inicio de cada ao a las Iglesias y a los monasterios de Egipto para indicar la fecha de la fiesta de Pascua, pero sobre todo pa