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LAS GUERRILLAS DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA 1808-1814 ¿LA GRAN APORTACIÓN ESPAÑOLA A LA GUERRA? II PARTE D. DAVID ODALRIC DE CAIXAL I MATA Director del Departamento de Historia y Cultura Militar del CFICD (Centro de Formación Interactivo para la Cultura de la Defensa) Historiador colaborador del Instituto de Historia y Cultura Militar del Ejército. Historiador colaborador Foundation Ecole Militaire de Saint-Cyr. Historiador colaborador US Army Military History Institute. Historiador colaborador The Strategic Studies Institute of the Army War College. Historiador colaborador del Aula de Cultura de Defensa. Historiador Colaborador del Museo Nacional Militar del Dia-D (Universidad de Nueva Orleans-EEUU). Miembro de la Real Hermandad de Veteranos de las Fuerzas Armadas y Guardia Civil. LOS PRINCIPIOS ESTRATÉGICOS DE LA GUERRILLA La guerra de guerrillas española y, tras ella, toda guerra revolucionaria, se produce de acuerdo con una serie de principios estratégicos específicos: El hecho de que sus realizadores no llegasen a una formulación, al menos completa, de los principios doctrinales de su actuación bélica no justifica la creencia en la que pudiéramos (llamar, por analogía, dirección espontánea de la guerra) El primer factor a destacar es el carácter incesante de la guerra, que hace referencia tanto a la duración global del conflicto –dado que se extiende a lo largo de un buen número de años -- como el hecho de que no existan propiamente intervalos pacíficos entre las campañas. La beligerancia universal produce el fenómeno secundario de la beligerancia permanente: luchan en todos los niveles, incluso el individual, y en todos los momentos del día. Esta situación de guerra permanente resulta decisiva cuando las unidades y los soldados franceses pierden contacto entre si durante la marcha, circunstancia que da una momentánea superioridad a los españoles, aprovechando para exterminar a los rezagados, prevaliéndose de la constante vigilancia que se ejercía sobre todos y cada una de las unidades francesas. La estrategia de la guerrilla, numérica y materialmente inferior a las tropas regulares que combaten, se basa en la posibilidad de compensar esta diferencia gracias a una mayor rapidez de movimientos, condición que impondrá un límite preciso a su desarrollo cuantitativo, más allá del cual el incremento aparente de sus fuerzas puede convertirse en una debilidad real al aumentar las posibilidades del enemigo para entrar en contacto y forzar un encuentro campal. La aparición de la guerrilla –es una

Las guerrillas durante la Guerra de la Independencia 1808-1814. Parte II

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LAS GUERRILLAS DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA 1808-1814 ¿LA GRAN APORTACIÓN ESPAÑOLA A LA GUERRA? II PARTE

D. DAVID ODALRIC DE CAIXAL I MATA

Director del Departamento de Historia y Cultura Militar del CFICD (Centro de Formación Interactivo para la Cultura de la Defensa) Historiador colaborador del Instituto de Historia y Cultura Militar del Ejército. Historiador colaborador Foundation Ecole Militaire de Saint-Cyr. Historiador colaborador US Army Military History Institute. Historiador colaborador The Strategic Studies Institute of the Army War College. Historiador colaborador del Aula de Cultura de Defensa. Historiador Colaborador del Museo Nacional Militar del Dia-D (Universidad de Nueva Orleans-EEUU). Miembro de la Real Hermandad de Veteranos de las Fuerzas Armadas y Guardia Civil.

LOS PRINCIPIOS ESTRATÉGICOS DE LA GUERRILLA

La guerra de guerrillas española y, tras ella, toda guerra revolucionaria, se produce de acuerdo con una serie de principios estratégicos específicos: El hecho de que sus realizadores no llegasen a una formulación, al menos completa, de los principios doctrinales de su actuación bélica no justifica la creencia en la que pudiéramos (llamar, por analogía, dirección espontánea de la guerra) El primer factor a destacar es el carácter incesante de la guerra, que hace referencia tanto a la duración global del conflicto –dado que se extiende a lo largo de un buen número de años -- como el hecho de que no existan

propiamente intervalos pacíficos entre las campañas. La beligerancia universal produce el fenómeno secundario de la beligerancia permanente: luchan en todos los niveles, incluso el individual, y en todos los momentos del día. Esta situación de guerra permanente resulta decisiva cuando las unidades y los soldados franceses pierden contacto entre si durante la marcha, circunstancia que da una momentánea superioridad a los españoles, aprovechando para exterminar a los rezagados, prevaliéndose de la constante vigilancia que se ejercía sobre todos y cada una de las unidades francesas.

La estrategia de la guerrilla, numérica y materialmente inferior a las tropas regulares que combaten, se basa en la posibilidad de compensar esta diferencia gracias a una mayor rapidez de movimientos, condición que impondrá un límite preciso a su desarrollo cuantitativo, más allá del cual el incremento aparente de sus fuerzas puede convertirse en una debilidad real al aumentar las posibilidades del enemigo para entrar en contacto y forzar un encuentro campal. La aparición de la guerrilla –es una

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segunda consecuencia de aquel hecho—coincide con el nacimiento de un nuevo concepto del dominio del espacio. El jefe de partida ha de renunciar a conservar el terreno –cualquier terreno determinado en un momento concreto--, para poder mantener un dominio de todo el espacio en todo el tiempo, con la única excepción del lugar y hora en que el enemigo realiza una concentración superior. El espacio geográfico deja de ser neutral para convertirse en aliado del guerrillero, que puede permanecer y encontrar en él una buena protección, en tanto es para el invasor siempre hostil y le exige realizar un permanente gasto de fuerzas en conservarlo. La retirada es un elemento constante de su estrategia: evitar los combates en que no existe la certeza absoluta de la victoria, el principal factor de la conservación.

La dispersión de sus fuerzas ofrece un último recurso, al que sólo se acudirá en casos extremos, y aún entonces se mantendrá el contacto entre grupos, e incluso, en última instancia, entre los individuos aislados. Tanto en un caso como en otro, la guerrilla no puede aferrarse a cubrir el terreno, ni a mantener una línea de frente: necesita operar en profundidad jugando con las posibilidades que le brinda un espacio geográfico y, en caso de necesidad extrema, lo que pudiéramos llamar un espacio humano creado artificialmente por la población civil, entre la cual se confundirán los guerrilleros haciendo difícil, cuando no imposible, su identificación como combatientes. Los testimonios franceses al tratar este punto ofrecen impresionantes relatos. Miot de Mélito dice: “Un ejército invisible se extendió por casi toda España como una red de la cual no se escapaba ningún soldado francés que se alejara un momento de su columna o de su guarnición. Sin uniforme y en apariencia sin armas, los guerrilleros escapaban fácilmente a las columnas que los perseguían y, muchas veces, las tropas que iban a combatirlas pasaban por medio de ellas sin saberlo.”

El objetivo de toda guerra consiste –es bien sabido-- en la destrucción de las fuerzas del enemigo. La guerra de la independencia constituye un doble ejemplo –tanto por parte de los vencidos como de los vencedores-- Frente al modelo bélico, fundamentalmente clásico, utilizado por los imperiales, los españoles crearon una fórmula nueva – la guerra revolucionaria--, cuyos supuestos bastaban para anular la ventaja inicial de la superioridad militar francesa. En cuanto a los franceses y, por supuesto, también los ingleses pensaban en términos de grandes unidades operativas, superiores siempre a nivel de regimiento, y en combates a campo abierto en los que se enfrentaban líneas defensivas contra columnas atacantes, en los que se decidiese el resultado de la guerra, los españoles

consideraron que la guerra había de ser total, apurando todas las posibilidades y no sólo las de los ejércitos regulares, a fin de lograr una decisión. La consecuencia de esta formulación nos brinda una segunda característica: La guerra de desgaste, cuyo objetivo primordial no es la derrota, sino la destrucción del enemigo. La guerra de desgaste implica, necesariamente, un dilatado desarrollo en el tiempo y supone, por lo tanto, una lucha prolongada considerada al nivel estratégico, por cuanto en lugar de confiar la decisión al resultado de una batalla busca la destrucción previa de las posibilidades ofensivas del ejército enemigo, empresa que sólo puede lograrse mediante una prolongada actividad destructora. La guerra de desgaste busca la

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destrucción de la capacidad combativa del enemigo mediante una estrategia de objetivos limitados de la que se derivaron los más importantes principios tácticos.

Ante la superioridad militar del enemigo, que trata de cercar y aniquilar a las fuerzas contrarias, la primera obligación consiste en la conservación de estas, rehuyendo el combate, cediendo terreno o a cualquier otro precio que sea preciso. Las disposiciones de 1808 contribuyeron en el caso histórico más impresionante de aplicación espontánea de este principio. Olvidar el hecho de que son los desertores los que nutren en gran medida los cuadros de la guerrilla, y no ver el aspecto ignominioso de la derrota, equivale a incapacitarse para comprender el ulterior desarrollo de la guerra de la independencia. La iniciativa de las guerrillas conduce a encuentros que sirven únicamente al fin estratégico que se busca, siempre que cumpla con los siguientes principios tácticos: superioridad de fuerzas en el campo de batalla, rapidez del combate y garantía de éxito. Solo con la seguridad de esta triple certeza es aceptable el combate. La práctica española refleja una reiterada insistencia en este punto. La realización de las condiciones anteriormente mencionadas impone exclusivamente una gran movilidad, virtud en que los españoles destacaron de manera notable. No hay en la historia caso comparable de efectivos, que en ocasione pasan de los 10.000 hombres y, sin embargo, conservan la misma capacidad de movimientos que si fueran unas pocas docenas.

La rapidez de su concentración y la velocidad con la que se dispersaban ha dejado en las memorias escritas de los soldados franceses que combatieron en la Península un imborrable recuerdo, entre admirativo e irritado, según lo prueba la abundancia de textos en relación con este punto concreto. “El arte magno de las guerrillas –reconocería el general Blake – es atacar siempre y no verse jamás forzados a aceptar el combate. Dueños indiscutibles de una superior movilidad, los guerrilleros podían cuidar del cumplimiento de las tres condiciones tácticas mencionadas anteriormente, y con ellos tuvieron en sus manos en todo momento la iniciativa de las operaciones, reduciendo al ejército francés a una postura defensiva o a inútiles

embestidas que no encontraban ante sí más que el vacío. Un último y valioso principio táctico de la acción combativa de las guerrillas consiste en la utilización del armamento arrancado a los enemigos. El ejército francés constituyó, como en las modernas guerras revolucionarias, una importante fuente de abastecimientos, no sólo de armas y municiones, ya que también es frecuente ver al guerrillero vestir prendas sueltas procedentes de uniformes franceses (cazacas, pantalones, bicornios, chacos de húsares o de infantería, morriones, colbacks camisolas, botas, pellizas, dolmans, ceñidores, bandoleras o cartucheras etc..)

La guerrilla presupone el carácter nacional de la guerra, manifiesto de la colaboración plena del pueblo que adopta una posición, sin la cual los guerrilleros estarían condenados a un inmediato exterminio. Entre los muchos que formaron las guerrillas encontraríamos a nombres destacados como Francisco Javier Espoz y Mina, Juan Díaz (el Empecinado) y Julián Sánchez (el Charro), los cuales eran labradores; Francisco Abad Moreno (el Chaleco) y Gaspar de Jáuregui (el Pastor) eran rabadanes; Ignacio Gómez, sargento retirado; Teófilo Bustamante (el Caracol), era correo postal;

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Francisco Longa, herrero; Antonio Piloti, armero; Jerónimo Merino, Lucas Rafael, Antonio Marañón (el Trapero), Ramón Argote, Antonio Jiménez, Policarpo Romea, Antonio Temprano, Juan de Tapia, Jacobo Álvarez, Francisco Salazar, Juan Mendieta (el Capuchino), y Asencio Nebot (el Fraile) todos ellos eran clérigos, lo cual indica una afluencia de eclesiásticos, resentidos por los agravios de las tropas napoleónicas hacia la religión; labriegos eran también Camilo Gómez y Miguel Sarasa, y entre los que dejaron los estudios para empuñar las armas se contaban a Martín Javier Mina (Mina el Mozo) y Juan Palarea (el Médico). Sin olvidarnos de los oficiales del Ejército o de la Armada que engrosaron las filas de la guerrilla, aportando unos conocimientos militares de gran importancia para la estrategia y la táctica. Entre ellos podemos encontrar a Villacampa, Jiménez Guazo, Soria, Milans del Bosch, Perena, Díaz Porlier (el Marquesito), Durán, Lacy, López Campillo, Cuesta, Lamota y Renovales. Pero en muchos casos, después de la Guerra de la Independencia, muchos de aquellos líderes guerrilleros, los que lucharon por el Rey Fernando VII y por su Patria, acabarían luchando contra el Rey y contra su Patria, por un falso anhelo de libertad. Como es el caso de Javier Mina, sobrino de Espoz y Mina. Tras la guerra, se marchó a Londres, donde participaría en los círculos liberales del noble ilustrado Lord Holland. Allí formaría la primera Brigada Internacional, en defensa de la libertad e independencia, no de España, sino de México, pero a que precio. En aquellos años, México, todavía formaba parte de España, aquel acto, por lo tanto, puede considerarse de alta traición. Porque estaba ayudando a unos rebeldes a luchar contra la Patria, la misma que había defendido durante la ocupación napoleónica. Por aquel entonces, México vivía la segunda rebelión independentista liderada por el cura Morelos.

Una insurrección de indios y mestizos sublevados, más que por la independencia, se levantaron en armas en defensa de sus derechos ignorados y pisoteados secularmente por la oligarquía. Por ello el cura Morelos no sólo se le enfrentarían las tropas españolas del vierrey, sino también los criollos, amenazados por la revuelta indígena. Javier Mina, al frente de 1.600 liberales, de los cuales 300 eran españoles, junto a alemanes, franceses, italianos, ingleses napolitanos y portugueses, organizó una expedición para apoyar aquel proceso de libertad, que más que un proceso de libertad, era una lucha que desencadenó la independencia de México, a la cual ayudo Javier Mina con su traición. Mina fue nombrado comandante en jefe de las fuerzas del Congreso de México y en una épica incursión llegaría al corazón de México. Aunque sus triunfos y logros de nada servirían, ya que fue derrotado y hecho prisionero. Finalmente sería fusilado en el cerro Bellaco, en Pénjamo, por los soldados del Regimiento de Voluntarios de Zaragoza. El virrey que ordeno su muerte se llamaba O’Donojú, militar liberal como Mina. Entre las tropas de O’Donojú, se encontraba la milicia voluntaria de Nueva España, que lideraba un coronel de nombre Agustín de Iturbide. Aquel coronel, mandaba una fuerza de criollos que combatieron y vencieron luchando por su Patria y por su Rey; España y Fernando VII. Derrotando a los indios mestizos que lideraba el español Mina, el mismo que durante la Guerra de la Independencia luchó por la misma España, contra la que ahora combatía, y durante la guerra contra Napoleón había levantado la primera partida de guerrilleros, el Corso del Alto Aragón. Ironías de la historia. Tiempo después, aquel coronel Iturbide proclamaría la independencia de México y sería su primer presidente-emperador, con el nombre de Agustín I, y Javier Mina, desde su tumba asistiría a una nueva ironía de la historia.

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Con el estado en crisis, la sociedad dividida, el poder fragmentado en diversas juntas diseminadas y el propio Ejército español batido en sus intentos de resistencia iniciales, cuando no dividido en su actitud hacia el invasor, la salida patriótica era el levantarse en armas –con las que fueren-- para poder ofrecer una resistencia violenta a los propósitos de ocupación del enemigo. De esta manera nacieron las Partidas, las Cuadrillas, de las que partieron las denominadas guerrillas, a las que se unieron las “Cruzadas”, grupos formados por eclesiásticos y seminaristas, las milicias urbanas locales como los Somatén o los Miqueletes en Cataluña, entidades paramilitares que tuvieron una importante participación en el rechazo de las tropas invasoras. Fue éste el papel que le toco a la guerrilla, como reacción de un pueblo indomable ante un extraño, obedeciendo a impulsos atávicos, exacerbados sus sentimientos religiosos y exaltado su espíritu de independencia. Desde el principio se llamo a esta guerra, guerra de religión: Los sacerdotes tomaron las espadas, y aún los obispos se llegaron a poner al frente de las tropas, para animarlas a pelear. El mayor número de los señores obispos han dejado sus palacios, han sufrido privaciones de todo y han padecido los mayores trabajos, para no comprometer sus pueblos y sus feligreses. El espíritu de independencia les hizo lanzarse contra el más poderoso ejército de Europa, desde el inicio, con cuchillos, facas, picas, lanzas, chuzos, hoces, armas domésticas y de labranza, que eran las únicas de las que disponían y claro esta, aptas para el combate cuerpo a cuerpo, que era el fruto de las emboscadas. Después con el apoyo logístico británico, vendrían las armas de fuego, los retacos, los trabucos, las escopetas y en algunas ocasiones, los cañones capturados a los franceses.

La reglamentación de la Guerrilla durante la Guerra de la Independencia contra las tropas de Napoleón, desde sus pasos iniciales hasta que fue transformada en Ejército Regular fue constante y permanente. La Junta Central Gubernativa del Reino, formada bajo la presidencia del conde de Floridablanca, fue la que dio el primer Reglamento de Guerrillas (28-XII-1808). También el Legislativo tuvo una constante y permanente preocupación y atención a la guerrilla. El Parlamento constituido (24-XII-1810) como Cortes Generales y Extraordinarias, más conocidas como las Cortes de Cádiz, se ocupó, entendió y aprobó cuestiones referentes a la guerrilla. Se estipularon tres tipos de guerrilla; los civiles, en las que fueron absoluta mayoría las capitaneadas por hombres que no eran militares, las guerrillas integradas y capitaneadas por militares, y

las que estaban integradas por sacerdotes o miembros de ordenes religiosas. Principalmente las unidades de guerrilleros montados eran de Cazadores (tarea que consistía en desplegarse cubriendo el frente a la gran unidad a la que pertenecían, la mayoría de veces a un ejército, para impedir que la caballería ligera enemiga pudiera aproximarse para obtener información.) Las Partidas de Cruzada, era el nombre dado exclusivamente a los guerrilleros dirigidos o formados mayoritariamente o en su totalidad por sacerdotes católicos del clero regular o secular o inclusive de las ordenes religiosas (carmelitas o capuchinos). El más famoso de curas guerrilleros fue sin lugar a dudas el cura Merino, ascendido a coronel en 1811, brigadier general en 1812. Su unidad fue reconvertida en Regimiento de Húsares de Burgos, la cual se integró, al igual que la División de Navarra de Espoz y Mina como División Castellana, encuadrada en el 7º Ejército del general Mendizábal. Su vida

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militar no acabó con la Guerra de la Independencia sino que continuó luchando en durante la Primera Guerra Carlista, sirviendo denodadamente por la causa del pretendiente carlista.

Las Partidas de Cruzada nacen a partir del Edicto General de Alburquerque, redactado por el carmelita descalzo Fray Manuel de Santo Tomas, el 29 de abril de 1809. En Cataluña se tiene constancia de diversas partidas de Cruzada, integradas por sacerdotes y que luchan con gran valentía y coraje. Pero tenemos que tener en cuenta, que habría que analizar si realmente era lícito y justo que los sacerdotes empuñaran las armas. Por ello tendríamos que analizar las teorías de San Agustín sobre la “Guerra Justa”, y habría dos aspectos en los cuales si podríamos reafirmar que las Partidas de Cruzada eran lícitas: En ello tendríamos que debatir si es o no lícito que un sacerdote empuñe las armas. Pero en este caso, se estudio si se podía llevar a cabo este tipo de Partida de Cruzada, pero teniendo en la mano las Teorías de San Agustín, que fueron las que se utilizaron para proclamar y predicar la I Cruzada, en el año 1095. Cuando el Papa Urbano II proclama aquella llamada a los caballeros cristianos para liberar Tierra Santa y los Santos Lugares. Las teorías de San Agustín que proclamaban:

1. La defensa de la Fe 2. La Defensa de los territorios cristianos que son ocupados por un ejército

extranjero 3. Defensa y reconquista de los territorios cristianos de Tierra Santa

En la Guerra de la Independencia, sucedería algo muy similar, que era la defensa de la fe católica en la invasión de un ejército ateo, la defensa del territorio para reconquistarlo a manos de las bayonetas francesas y la defensa de los bienes de la iglesia, que fueron saqueados, incluyendo a los cientos de sacerdotes y religiosas que fueron asesinados por el ejército invasor. Por ello podríamos decir que las Partidas de Cruzada eran del todo lícitas y legitimas. También hay que constatar que la guerrilla sirvió para inmovilizar a miles de soldados franceses, aunque el papel de la guerrilla también se ha mitificado demasiado; su papel fue importante, pero no decisivo en la victoria contra las tropas de Napoleón.

RELACION DE ALGUNAS UNIDADES

• Regimiento de Cazadores Voluntarios de Alcántara • Regimiento de Cazadores Francos de Andalucía • Regimiento de Cazadores de Cataluña • Regimiento de Cazadores de Fernando VII • Regimiento de Cazadores Voluntarios de Madrid • Regimiento de Cazadores Imperiales de Toledo (tenía su origen en el

Regimiento de Voluntarios de Trujillo creado en 1808 y bajo el mando del Coronel Don Jerónimo Puig-Amigo i Caixal, antepasado del autor de este trabajo)

• Regimiento de Cazadores de Galicia • Regimiento de Cazadores de la Fuensanta • Regimiento de Cazadores de Cuenca • Regimiento de Cazadores Voluntarios de Burgos • Regimiento de Cazadores de Castilla

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• Regimiento de Cazadores de la Mancha • Regimiento de Cazadores de Guadalajara • Regimiento de Cazadores de Granada de Llerena • Regimiento de Cazadores de Jaén • Regimiento de Cazadores de Montaña • Regimiento de Cazadores de Navarra • Regimiento de Cazadores Numantinos • Regimiento de Cazadores de Olivenza • Regimiento de Cazadores de Pavía • Regimiento de Cazadores de Sevilla • Regimiento de Cazadores de Toledo • Regimiento de Cazadores de Francos de Ubrique • Regimiento de Cazadores de la Maestranza de Valencia • Regimiento de Cazadores Francos de Vizcaya

En 1803 el Rey Carlos IV ordena realizar una nueva reglamentación de la caballería; serían 12 regimientos de Línea; 6 de cazadores y 6 de húsares. Constituyendo una fuerza de 16.000 hombres y 13.000 caballos. En total durante la guerra se crearon 28 regimientos de caballería ligera (Cazadores) formados por tropas irregulares. También se crearon como caballería ligera los regimientos de lanceros. Durante la Guerra de la Independencia el único regimiento de lanceros que combatió fue el del Regimiento de Lanceros de Don Julián de Castilla. La mayoría de los regimientos de lanceros no aparecieron hasta después de la guerra. Con la reglamentación de 1828, donde participarían en la Primera Guerra Carlista diversos regimientos en ambos lados, como los Lanceros de Tortosa, o lo Lanceros de Guipúzcoa, creados en 1838. Los lanceros serían los continuadores de la antigua Caballería de Línea. En las sucesivas reglamentaciones aparecían otros regimientos como:

Regimiento de Lanceros de España

Regimiento de Lanceros de Farnesio

Regimiento de Lanceros de Lusitania

Regimiento de Lanceros del Rey

Regimiento de Lanceros de la Reina

Regimiento de Lanceros de Numancia

Regimiento de Lanceros de Santiago

Regimiento de Lanceros de Borbón

Regimiento de Lanceros de Villaviciosa

Regimiento de Lanceros de Filipinas

Los lanceros de Don Julián de Castilla, llamado el Charro. Operaron con cierta libertad de acción durante toda la guerra, pero siempre en conexión con los altos

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mandos aliados y cooperando en las acciones decisivas de importancia para el desarrollo de los combates, acciones diversivas, descubiertas e informativas. A comienzos de 1809, la fuerza de los lanceros del charro es ya una unidad muy combativa, destacando entre las fuerzas guerrilleras. Aquellos lanceros formaron una unidad móvil, aguerrida y disciplinada, la cual es requerida por diversos mandos del ejército español y británico –La Romana, duque del Parque, Mendizábal, Vives, Wilson y Wellington-- Su participación en las acciones que tuvieron lugar en la defensa de Ciudad Rodrigo fue justamente elogiada por Wellington. Aquellos lanceros combatieron con gran coraje y valentía en las batallas de Arapiles, Vitoria y San Marcial, los cuales decantaron en la gran ofensiva de1813, la victoria final sobre los ejércitos franceses de ocupación, y con ella la expulsión de las tropas napoleónicas de España. Don Julián Sánchez, el Charro, por su origen salamantino, finalizó su campaña durante la Guerra de la Independencia como brigadier general.

Los franceses también dispusieron de dos regimientos de lanceros en España; los Lanceros del Duque de Berg y los Lanceros del Vístula (polacos), la mejor caballería del mundo. Durante la Guerra de la Independencia se criticó en demasía el lamentable papel de nuestra caballería, por su evasiva conducta en el campo de batalla. Pero las razones son muy caras, ante la aplastante superioridad francesa en caballería de línea (Dragones y Coraceros y ligera (Cazadores y Lanceros). El ejemplo claro lo tendríamos en las batallas de Gamonal y Somosierra en 1808, donde en la primera se enfrentaron 600 jinetes españoles frente a 10.000 jinetes franceses y en la segunda 100 jinetes frente a 9.000 franceses. La guerrilla en Cataluña fue la más brutal de toda la Península; pero para poder derrotar al ejército francés necesitaba de la ayuda del ejército, que contaba en el Principado con 17.000 soldados, equivalentes a un 12% del total del ejército español. Estas fuerzas fueron reforzadas en julio de 1808, con 6.000 soldados procedentes de Baleares. Cataluña tuvo que movilizar a gran parte de su población para combatir a los franceses.

Entre 1808 y 1812 se reclutaron más de 80.000 voluntarios de entre 16 y 40 años. Pero uno de los problemas que preocupaba a los mandos militares eran las deserciones; tanto en el ejército español, como en la guerrilla y los Cuerpos Francos; “migueletes y somatenes” fuerzas paramilitares. El somatén era de origen medieval y su función era la defensa civil armada del territorio. Los migueletes eran una fuerza paramilitar; y en Cataluña se habían reclutado cerca de 40.000. Durante la Guerra de la Independencia en Cataluña hubo aproximadamente 50.000 desertores.

Hombres que habían sido reclutados forzosamente, y que ahora volvían a sus hogares para ocuparse de las tierras en época de cosecha. Incluso la Junta Suprema Central, ofreció hasta 200 reales a todas aquellas personas que volviesen al servicio. Los castigos serían de prisión o pena de muerte, y después se les castigaba con la privación de la herencia y el servicio en unidades de ultramar alejadas de Cataluña. También el castigo iría a sus familias, a quienes se les embargaría las tierras y casas y aquellas que le dieron cobijo serían condenadas a muerte. Incluso, también se dieron recompensas a aquellos que delataron a los desertores con rentas de 300 a 3.000 reales. Las deserciones en el ejército fueron un grave problema que afecto a las unidades no tan solo en Cataluña, sino que también a otras partes de la Península. La

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integración en los ejércitos napoleónicos y en el resto de ejércitos europeos, incluyendo el español, se conformaba de la siguiente forma:

1. Voluntarios 2. Tropas extranjeras mercenarias (suizos y alemanes) 3. Criminales y vagabundos, obligados a incorporarse al ejército 4. Reclutamiento de levas forzosas.

La estrategia de la lucha armada se desarrollo en Cataluña en 3 ámbitos principales:

1. El enfrentamiento entre los dos ejércitos, en que el español salió bastante perjudicado, por su inferioridad, falta de preparación e incompetencia de sus mandos “Blake, O’Donnell, Campoverde y Lacy” La pregunta que deberíamos hacernos es, ¿Cómo eran los generales españoles? La respuesta quizá, sea como los de los demás países europeos, salvo Francia. Su aval de origen para una carrera rápida era ser de la nobleza o pertenecer a la Guardia Real. Su experiencia previa era escasa: sitio de Gibraltar , expediciones al norte de África, guerra del Rosellón. No habían maniobrado en línea nunca. Desde las primeras críticas de Jovellanos en abril de 1809 había una conciencia de las carencias sufridas: escasa instrucción y disciplina, mediocre calidad de los oficiales. La guerra se improvisó, por otra parte, a la vez que se hacía. Se hizo como se supo y se pudo, lo que dice Casinello: “Me lleva a la crítica racional de sus acciones y a un gran respeto emocional al mismo tiempo.” La relación ejército-política más bien fue conflictiva. La adscripción del generalato al Antiguo Régimen era bien patente y generaba profundos recelos. Ciertamente a lo largo de la guerra el porcentaje de aristócratas entre los generales había descendido, del 23 por ciento en 1808 al 14 por ciento en 1814.

Una cierta impregnación liberal había habido, pese a que la mayoría de los oficiales eran de origen anterior a la guerra. Nunca se superaron las prevenciones políticas respecto al ejército. Los errores militares fueron muy fustigados. Castaños, pese a Bailén, fue muy criticado. Sin duda influyeron facciones rivales, como los palafoxistas. En 1810, los liberales llegaban a la convicción de que “los ejércitos eran incompatibles con la libertad de las naciones” El ideal liberal siempre fue la milicia ciudadana, y a ello se dirigió la creación de la Guardia Nacional el 15 de abril de 1814, ya muy tarde. Las humillaciones sufridas por la oficialidad militar, eco del antimilitarismo de aquella época, sobre todo en los últimos años de la guerra, desplazaron a la mayoría de los oficiales del ejército hacia la reacción. La evolución de Enrique O’Donnell, favorito de los liberales, mientras estuvo en Cataluña (fue conde de la Bisbal) es significativa. Después se hizo un resentido en Andalucía, al no recibir encargos de relieve. En 1814 la mayor parte del Ejército era anticonstitucional, dispuesto a apoyar la restauración absolutista de Fernando VII, como de hecho haría el general Elio, apoyando el grito del pueblo “Viva la Inquisición y vivan las cadenas” El mesianismo militar de los Palafox y Ballesteros contribuyó a la politización del ejército, que se mantendría a lo largo de los siglos XIX y XX y sería uno de los peores legados de la guerra.

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2. La actuación de los fuerzas autóctonas; somatenes, migueletes y partidas de cruzada, asimiladas a la guerrilla y el ejército regular que desempeñaron un papel fundamental durante la guerra en Cataluña. Especial interés tiene la problemática militar en Cataluña. La Junta Suprema de esta región acordó formar en 1808 un ejército de 40.000 efectivos llamando a quintas a todos los hombres (a ser posible, solteros) entre los 16 y los 40 años de edad. La respuesta fue muy precaria. Cataluña tuvo, precisamente, el único ejército, de los que se forman en España en 1808, que subsiste con continuidad hasta 1814. Y en el contaron decisivamente los miquelets (su aporte cualitativo fue siempre superior al cuantitativo: en 1808 no se movilizarían más de 10.000 hombres) y, desde luego, los somatenes, que constituyen fuerzas convocadas para la autodefensa del propio territorio local. Al mando del ejército en Cataluña se sucedieron trece generales, entre los que destacan Palacios, Vives y Reding en una primera etapa, hasta febrero de 1809; Blake, O’Donnell y Campoverde hasta la pérdida de Tarragona en 1811; Lacy y Copons en los últimos tiempos de la guerra. El número de miembros participantes en el ejército en Cataluña ha sido muy discutido. Según Casinello, en el momento de mayor movilización (enero de 1811) tendría 41.193 soldados; al final de la guerra sólo tendría 27.495. Los generales que gozaron de mayor popularidad en Cataluña fueron O’Donnell y sobre todo Campoverde. Otros como Blake, no tuvieron buena prensa, entre otras razones por su incapacidad de evitar la caída de Gerona tras los siete meses de asedio. Pero la popularidad fue siempre fluctuante. Lacy, que durante la guerra fue poco querido, luego sería, como liberal enfrentado a Fernando VII, muy apoyado por la sociedad catalana que se opuso muy fervientemente a su ejecución.

3. La resistencia en las ciudades fortificadas, sitiadas por el ejército francés. (Sitio de Rosas, Barcelona, Gerona, Tarragona, Zaragoza o Cádiz) Sólo en los sitios de las ciudades catalanas a lo largo de la guerra, el ejército español perdió más de 40.000 hombres (9.113 en Gerona, 14.000 en Tarragona, 8.900 en Lérida y 4.500 en Figueras) además de otros 20.000 que fueron hechos prisioneros. Toreno escribió sobre la “memoria de dar batallas” de los españoles. El marqués de la Romana ya se había referido también a que “El pueblo, como es natural, desea siempre vencer, y viendo que la opinión de la gente ilustrada era de dar batallas, que los papeles públicos pintaban lisonjera nuestra situación y muy ventajosas nuestras fuerzas, culpaban de indolentes y cobardes a nuestros generales si obraban con prudencia o les trataban de traidores si las acciones no correspondían a sus deseos” Cassinello insiste en que el método de la guerra de Fabio frente a Anibal después del desastre de Cannas había sido el más apropiado. Sin tanta ansiedad, Wellington se gano así siempre por pura frialdad. La Guerra de la Independencia fue, ante todo, una guerra defensiva.

Los franceses ocuparon una serie de ciudades y fortalezas de gran valor estratégico desde marzo de 1808: Pamplona, Barcelona, San Sebastián, Santa Engracia de Pancorbo y San Fernando de Figueras. La Frontera pirenaica no pudo salvaguardarse por la propia naturaleza sorpresiva y legitimada oficialmente de la invasión. El general francés Marescot, autor de la obra clásica “La relación de los principales sitios hechos en Europa por los ejércitos franceses desde 1792”, emitió un juicio muy peyorativo en febrero de 1808 acerca de las fortificaciones hispánicas. La verdad es que más allá de

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las limitaciones técnicas de las defensas, no pocas ciudades españolas hicieron gala de una extraordinaria capacidad de resistencia frente al acoso o el asalto francés. A lo largo de la guerra son muchos los sitios y las defensas heroicas. También en algunas ciudades fueron los aliados los asaltantes y los franceses los defensores. En el caso de San Sebastián, entre junio y septiembre de 1813, con el general inglés Graham como jefe de los sitiadores, que acabó con la ciudad incendiada y un saqueo terrible. Sin embargo, cuando hablamos de sitios nos referimos normalmente a los protagonizados por franceses y que tuvieron a los españoles como defensores. Los casos más significativos serían Zaragoza y Gerona.

Hay que pensar que el ejército regular español después de los desastres de 1810 y 1811 en Cataluña, le quedaron tan solo 4.000 soldados para luchar contra los franceses. Aunque tan sólo en Aragón y Cataluña dos cuerpos de ejército franceses de 60.000 soldados quedaron inmovilizados por unos pocos millares de guerrilleros y soldados experimentados en la guerra de guerrillas. Si aquel populacho en armas, tal y como lo despreciaba Wellington, no hubiera estado allí para combatir y hostigar a los franceses, posiblemente el ahora vizconde de Welligton habría terminado como su antecesor, el general Moore, muerto o expulsado del territorio portugués. Hasta que en 1812 se reorganizó el 1er. Ejército español en Cataluña en manos del general Lacy. Los Migueletes eran la milicia paramilitar; utilizados como cuerpos francos adscritos al Ejército regular, y en muchas ocasiones se confundían al igual que el somatén con la guerrilla. Los Migueletes llegaron a tener una fuerza de 40.000 hombres en 1812. Luis de Lacy y Gautier fue nombrado en 1811 Capitán General de Cataluña. El cual daría un nuevo impulso a la guerrilla, encuadrando a todas las fuerzas de irregulares en el ejército regular. Hay que recordar que, antes de la nueva reorganización a manos del general Lacy, el ejército había sido evacuado del territorio catalán, embarcando sus fuerzas hacia Mallorca. Tarragona y Montserrat habían caído en manos de los franceses.

La tarea de Luis de Lacy, no era nada fácil. Tenía que crear un nuevo ejército, reorganizar al desmoralizado y disperso ejército español en el Principado. Para ello necesitaría incluir a la guerrilla, miqueletes y somatens, persiguiendo incluso a desertores y prófugos. Finalmente, Lacy apoyado por Milans del Bosch, Llauder, Sarsfield, Eroles y Clarós, entre otros consiguieron agrupar a una fuerza de entre 25.000 y 30.000 soldados, reconstruyendo parcialmente a las unidades derrotadas y dispersadas del ejército de Campoverde. El ejército de Lacy tenía 14 regimientos, 10 batallones y una reducida fuerza de caballería. La guerrilla catalana dio nombres muy destacados a la guerra irregular de los somatens, como Llauder, Manso, Rovira, Clarós, Lladó y el propio Milans del Bosch, que en tres años tuvo una carrera meteórica de ascensos de alférez a mariscal de campo. Hay que constatar que gran parte de las fuerzas que combatieron contra la guerrilla, eran soldados aliados de las países satélites de Napoleón (polacos, irlandeses, belgas, holandeses, alemanes, suizos, y los prisioneros austriacos, rusos, prusianos y húngaros) los cuales habían sido incorporados al ejército francés.

Tras la llegada a España, para los soldados alemanes, austriacos, o rusos y de otras nacionalidades que combatían a las guerrillas, la entrada en la península fue un choque brutal. Porque fueron conscientes de que el pueblo español se había levantado en armas para defender su soberanía e independencia nacional, cosa que no habían

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hecho ni prusianos ni austriacos. Lo que provocó con el tiempo que cientos de ellos desertaran y se unieran a los españoles. Ya que a lo largo de la guerra los franceses capturaron y fusilaron a más de 500 soldados de diversas nacionalidades que había desertado de sus filas. Tal y como ocurrió a lo largo de la guerra que, los soldados aliados de Napoleón, acabaron pasándose cientos de ellos a la guerrilla; en ocasiones como la del teniente Torelli con un escuadrón de Caballería de 103 jinetes del 4º Batallón de (Lanceros italianos), o el destacamento del Capitán Veinek o del comandante Fürstemberg, aunque el caso más conocido fue el del Barón de Hohenstein, al mando de la brigada formada por alemanes de la Confederación del Rin. Hohenstein incitó a sus hombres a desertar y combatir junto a los españoles, después de enterarse de que la Gran Armée de Napoleón había sido derrotada en Rusia, tras su cruce por el Berezina, aquel 14 de diciembre de 1812.

La proclama de Hohenstein a sus hombres fue la siguiente: “Si deseáis vivir mejor uniros a las tropas españolas; la mayor parte de vuestros compañeros ya lo han hecho, y formar parte ahora de la guerrilla. Han encontrado una vida mejor y reciben una paga de 10 sueldos al día, más pan, vino y comida en abundancia. Los alemanes son bien vistos por los españoles y os acogerán como hermanos. Venid mis camaradas, dejad a los franceses y uniros a los españoles en su lucha, porque la lucha de los españoles contra Napoleón, también es nuestra lucha, contra los que invaden nuestra tierra.”