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1 LAS HUELLAS QUE DEJÓ EL SILENCIO MELBIN CERVANTES Para antes del sueño EDICIONES O

Las huellas que dejó el silencio, de Melbin Cervantes

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Este libro se funda en la exploración del «yo» y en una serie de cuestionamientos de corte existencial. Observador y riguroso, el poeta busca en el Silencio una porción de la vida que se traduce en un ruido, que por su naturaleza muda, resulta violento y caótico, plagado de muerte y poesía. A través de un diálogo entre el Malditismo y la contemporaneidad, Melbin Cervantes nos entrega esta prometedora ópera prima, así como una particular visión del mundo.

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LAS HUELLAS QUE DEJÓ

EL SILENCIO MELBIN CERVANTES

Para antes del sueño

EDICIONES

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MELBIN CERVANTES (Cancún, Quintana Roo, 1991).

Obtuvo Mención Honorífica en los concursos de po-

esía Flores a Cozumel 2014 y Memorias de una Isla

2015. Ha publicado en las revistas digitales Bistró.

Hoy Lo Leo, FACTUM y Revista Sak-Ha, de la Esc-

uela de escritores de Yucatán.. Actualmente radica

en Cozumel, Quintana Roo.

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LAS HUELLAS QUE DEJÓ

EL SILENCIO MELBIN CERVANTES

Para antes del sueño

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Las huellas que dejó el silencio, de Melbin Cervantes Colección: Para antes del sueño Primera edición, 2016 Hecho en México

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[…] y queremos gritar y en la garganta se desvanece el grito: desembocamos al silencio en donde los silencios enmudecen.

OCTAVIO PAZ

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NO PERTENEZCO A LOS SILENCIOS, ni a los ecos

que van aclarando el trayecto del mundo.

Soy un cráneo abierto donde las mariposas buscan sepultura.

Vengo de la madrugada herida, mala hierba que extingue

la claridad, hundiéndose en los párpados que emigran hacia el sueño.

No pertenezco a la frescura del viento,

que con plena respiración

derrama esperma de luz

sobre las hojas de las jacarandas.

No pertenezco a la bondad ni a la malicia.

No tengo estrado donde poner la Justicia,

ni busco a la Sabiduría en las plazas.

El Destino escribió su voluntad sobre mis retinas,

mi nombre distanció del muro de lo eterno.

Mi tiempo yace en el fondo del mundo,

de donde nunca resurgirá.

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AL NACER SENTIMOS el ahogo

y el presagio de un vacío

para declararnos la semilla

de la Salamandra.

Las raíces pulverizadas nos perfuman de luto,

el cielo se va aclarando ante nuestra visión.,

apenas polvo, y no creemos en el final de la vida.

Tanta claridad es misterio, una mano luminosa

que no asimos para guiarnos.

Somos el espejismo de lo cincelado por el aire, por un hechizo,

del cual no podremos huir, y continuará golpeándonos hasta

derrumbar nuestro espíritu.

Somos apenas de polvo, y deseamos acallar el más

armonioso canto de los cuervos.

Apagada lámpara, en el olvido de la noche, es la esperanza.

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EL CANSADO GIME, se siente hosco, y está desnudo.

Es un instrumento quieto.

Sus ojos, una noche eterna.

Ha olvidado la inocencia, y se observa condenado

a la vejez, a una desilusión caótica y silenciosa.

Se abriga con la piel seca de las víboras,

descansa sus lomos en oscuros tallos,

cuchillas que abren la mortal congoja en el alma.

Se derrama sobre él la puesta de un día más

e incendia pueblo por pueblo

ignorando el motivo de su odio.

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VOZ DE INSECTO, gritos de frágiles alas,

una pequeña silueta bajando de la noche.

Gastada, marchita, cae sobre la roca la luciérnaga.

Los grillos transfiguran la piedad con sus llantos bajo la luna.

Las patas de la libélula acarician la nuca apagada de la luciérnaga.

Alrededor de sus estatuas, se reúnen las hormigas respirando cementerios.

El castañeo fúnebre del viento atrae fugaces alivios hacia las calandrias,

se mueve la hierba, la roca es un suave fruto de blanca carne, que retiene el agua

de la lluvia, que con tibieza se esparce sobre el mortuorio pasaje otoñal.

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AHORA LO QUE CONOCES se desteje,

como funestas telarañas

entre los agitados árboles.

Comemos los escombros de nuestra vida,

nos servimos sin límites de nostalgia,

nos cubren el destruido rostro

un paño de lágrimas con aroma

de invisibles jardines de lepra

sin saberlo.

En lo distante arden las coronas de espinas

sin afanes de resurrección.

La gravedad niega la miel a nuestros labios.

Cólera dejó lo encendido en las viñas;

la carne de los bebés cuelga de los peñascos,

golpeados por corceles índigos.

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Se pierden las formas, la pureza se revela,

se siente la ausencia de un amanecer.

Se pudren los frutos de la tierra, la luz deja de fingir pureza,

la roca deja de ser cimiento para el prudente,

los ojos se cierran en el último destello oblicuo del ocaso.

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MIRO SOBRE MI HOMBRO al fugaz volcado del sol.

Danza la noche en un torbellino de marismas,

ahogando mi albedrío en el fondo de las botellas

de sauvignon.

No sé quién soy. ¿En realidad he nacido?

Hay mitos sobre un niño a punto de morir,

que abrió los ojos antes de tiempo.

He puesto los pies sobre un camino

que nadie conoce.

Amanece y en unos minutos debo despertar

del sueño del alcohol. Alistarme para ir afuera,

ser absorbido por el huérfano mundo,

ser el hombre invisible que va de prisa,

en las calles, en busca de un poco de reconocimiento.

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TUS PASOS SON viva fauna

precipitada sobre mi piel.

Pero no te mantienes en ella,

sino que prendes vuelo.

Has elegido ir más allá de lo oculto.

No deseas más bordes que te detengan.

Mas en tu pronta despedida, mi pecho

deja de ser presionado por el respiro.

La tristeza persiste.

No quiero que me digas «adiós»,

pero solo me encojo de hombros,

y te suplico

que me lleves contigo.

Pero, ah, ya lo has decidido, deseas volar

sola.

Y yo engañándome

te pido que cuando retornes, te acuerdes

de mí.

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AQUÍ ESTOY

en la altura.

Vértigo / Veritas

La verdad se derrama

en la oscuridad de la caída.

Solo la muerte sabe golpear

lo suficiente para hacernos

despertar.

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FIRMES SILENCIOS EN LAS TROMPETAS de los céfiros,

en los timbales de los truenos, en las cuerdas del rocío.

Firmes silencios en la carta que no se atrevió mi mano

a negarle a las brasas del fuego.

Firmes silencios en las partituras de una quimera,

cenizas textuales dispersas en la habitación.

Firmes silencios en mi boca, que crecen y se enrollan

en mi garganta, como serpientes insurrectas al limbo

que existe, ay, en la mentira.

Firmes silencios invaden mi cuerpo, nudos diversos,

detienen los versos del mensaje del amor,

del cual, ay, infiel de mí, ya no seré más mensajero.

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EL VIENTO OSCILANTE siembra abismos en nuestras manos.

Hemos sacrificado el silencio, para oír los zumbidos

luminosos de las vanas conversaciones.

Nos tumbamos en la arena, sobre sus ruidos de guerra,

y voces de caracoles, y conchas marinas.

La marea se disfraza de mujer ebria y bailarina.

Se balancea frente a nosotros, mojándonos.

¿Somos locos, al creer que abrirle la ventana

a la tormenta es estar frente al mar?

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LA AVENIDA,

enferma de ictericia por las luminarias

ha sido ahogada por la lluvia desde el inicio de la madrugada.

Llevamos tabaco en nuestras secas gargantas.

Nuestros pies desnudos surgen amarillos,

del fondo de las charcas.

Con crueldad una mujer nos observa y se burla

de nosotros. No sé por qué.

¿Es una prostituta? No lo sé.

¿A dónde iremos ahora? Tampoco lo sé.

La lluvia se fortalece, y estira la noche

su oscura alegría. A lo lejos, más amigos

nos saludan y se acercan a nosotros.

La mujer continúa burlándose, agitando

los brazos. Quién es ella, nos preguntan

los amigos.

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Suspiró y contesto. Es solo una palomilla

que se ha mojado y descansa sobre

su buen humor.

Las calles se tornan borrosas, llevamos tabaco.

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NUEVA, LIBRE, POLICROMA, se abre la música a mis sentidos.

En un torrente de pasión se desgajan sus ecos golpeando

mis sienes.

El bajo abre contornos celestes con sus pesadas cuerdas,

los acordes del teclado derrumban montañas de euforia,

en el recinto de los lunáticos bailarines, que nunca podrán

resolver el acertijo del pasado.

La batería y la guitarra se fusionan agitando las olas de su sexo

hermafrodita, atronando el vaivén de sus cinturas.

Las alas de estos nuevos ángeles se agitan con increíble fuerza,

levantando nuestros cuerpos del blando suelo de inocencias.

El ritmo es un fuego permanente, ¡ardemos sin chillar!

¡Somos relámpagos que danzan!

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LA ESCAMADA LUNA tiende niebla

sobre el cerro que ha oído todas

las palabras de esta vida

y ha sabido guardarlas en secreto.

Mi armónica no para de llorar

en esta fría noche;

la escamada luna es testigo

de que el llanto en esta vida

es lo mejor que hay.

Fría, fría noche, cristaliza el llanto.

Pero antes escucha un rato

los gemidos de mi alma.

Fría, fría noche, tú siempre volverás

para recordarme: que el llanto en esta vida,

es lo mejor que hay.

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LA AMORTAJADA SE MUEVE en la neblina.

Es mi suerte sus espantos.

¿Cómo no he de languidecer,

cuando la bondadosa alma que me amó

es ahora un gélido vuelo de apagados ojos?

¡Escúchenme sombríos seres de las sombras,

mis penas son raíces muy profundas!

¡Soy el peor de los humanos!

Mis labios están secos, mis preces no son dignas,

soy una fosa de pus latente y sangre revuelta con mugre.

¡Ay, maldito soy, por haber desprendido de su blanco

pecho aquel sol palpitante!

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UN RAYO SE ENCARAMA para destellar en el horizonte y enciende este poema,

que está colgándose del cielo, mirando la redondez del mundo

entre la cálida cortina de la lluvia.

El mar está tranquilo, y te dice: «Detente». Y te detienes y me detengo.

La espuma brinca hacia nosotros bañando nuestros muslos

presas de los pantalones color caqui del trabajo nocturno en el centro comercial.

Queremos desnudarnos, pero no nos creemos tan libres.

Mis manos atrapan el canto de las gaviotas, y lo guardan dentro de tu templo de

mármol

entre gritos que laten y golpean mis costados, donde caen sobre la cama acuática

sin chapotear. Hay algo que es demasiado confuso, una niebla que no está entre el

vaivén de los botes, es una niebla que está dentro de mí y no deja que me ilumine.

Me miras y me tomas de la mano y dices: «Algún día te compraré un candelabro

más hermoso que la luna y las estrellas».

Hoy ya no estás más junto a mí.

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EL MALECÓN ES FRESCA PIEL, respiro humano.

Construido sobre escombros de miles de vidas,

servido sobre el banquete de la nostalgia.

Más que monstruo es vida, el seno de la vida,

donde las formas son pureza revelada,

donde se siente el aire buscando jardines

en nuestros corazones de mar ajeno,

donde se agrietan los frutos de la tierra

y la piedra deja de fingir su callada

forma de ágata sombría, donde el vuelo

de las alas añiles del cielo se pone

sobre nuestras flacas sombras que ya no tiemblan.

No hay más palabras que decir, pero voy a gritar.

– ¡Por qué callas corazón!–

Un viejo sauce va girando las manecillas del reloj

y me sonríe.

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SE CONTRAEN SOBRE UN TALLO de cristal

las hojas líquidas del diluvio.

Encienden, apagan, y vuelven a encender

mi piel los relámpagos.

El sol se esconde en las vidrieras

de los comercios, en los monumentos

al buceo galáctico, a la golondrina oculta.

Las nubes se agazapan como un cardumen brillante.

Pasos firmes, una mirada ahogada en la lluvia,

como si buscara entrar al mar.

Qué hay en la ciudad, sino magia acuática.

La pintura amarilla de los semáforos, la espera, el avance, el retroceso del río

que se formó en las calles.

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SIGO LAS HUELLAS QUE DEJÓ EL SILENCIO,

atiendo en suspenso las voces de la playa

que llamean entre el fuego líquido del Caribe.

Es Leviatán quien desea jugar en estas aguas,

trayendo cantos y sollozos.

La gran serpiente baja sofocada de los muros

blanquecinos del cielo,

conmoviendo la marea; en su vientre,

nacen de espuma: golondrinas blancas.

Veo caras en la linfa agitada de los cangrejos de pardo flabelo,

devorados por la clara serpiente.

Soy tan solo un rostro de brillo que dura un instante

en el vientre azul vertido en el mar.

Entre piedras y silencios, la oscura noche vuelve,

paseando un vestido de marismas y vientos,

la marea me regresa a los restos calcinados de la playa.

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Puedo seguir buscando, el cuerpo derrocado del silencio.

Puedo, lo encuentro, agitando, borrando las huellas,

repartidas en la médula de la arena.

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SALÍ AL ENCUENTRO de mi sueño,

porque era fresca y ligera la noche,

cuando el triste oro de la luna llena

cayó sobre la charca de mi mente.

Todo se agitó en el reflejo de los árboles;

entre sombras balbuceaban las lechuzas,

y las orugas murmuraron tras el paso de

las golondrinas.

Se encendió de pronto el paisaje con los ecos

de la floresta otoñal.

¡Sesenta watts, recorrieron mi cuerpo, abriendo

mis parpados aceitados!

«Bienvenido hijo mío, al bullicio citadino», dijo mi abuela de hojalata,

abrazando sus enmarañados circuitos.

Yo como androide he rechazado el «0» y el «1», para soñar con largos

caminos de translucidas montañas acariciadas por las manos de latón

del sol. Sentir la frescura de aires sonrosados, en lugar de malditos focos

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de tungsteno; admirarme de las magras carnes de los salmones saltando

en las cristalinas cascadas, en lugar de placas terroríficas de bronces que

niegan de las saladas brisas del Atlántico. ¡Ay, el asfalto oxida nuestros pasos

hacia la Libertad! Se han trastornado con electrónica basura los riachuelos

de los tritones de mármol. ¡Heme aquí soñándome con corazón de humano!

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LA LLUVIA QUE CAE empaña de gris los cabellos,

la lluvia que flota en las calles se llena

de un iris luminoso.

La lluvia que el viento arroja, petrifica la piel

de los niños que juegan con el verde pálido

de la mañana.

La lluvia cae, es tan pesada, sin transparencia, y quema...

Mis ojos se cierran, tratan de dibujar alguna orilla

pero el mar me agarra y me devuelve sin rumbo al océano gris.

El viento esparce arena lejana, tejiendo un camino de dorados

plumajes de luz.

Quiero ir, quiero nadar, pero me pesan los hombros.

Descubro unos ojos, una mirada pulcra que espera mirarme,

y entonces despierto a la vida.

Y la lluvia cae, tan pesada, sin transparencia, y me quema.

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–Ciertamente los recuerdos se trastornan

en las interpretaciones que les damos–.

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FRÍO.

Frío.

Todo está frío en el estómago del homicida.

Me siento tan mal por mirar a los intestinos –palíndromos de ira–,

columpiarse por sobre mi rostro. Veo la ulcera, veo la bilis, veo la razón de su odio.

El odio que da forma al sujeto que en una expulsión de palabras

dio forma a mi nombre.

En ti a quien solía llamar: padre. En ti me he adentrado.

Puedo reconocer tus cuerdas bucales que vociferan maldiciones.

Puedo reconocer tus vasos sanguíneos que llevan veneno.

Puedo reconocer tu esqueleto blando, que decide quebrar a otros

para sentirse fortificado. Mis uñas abren tu panza. Paso al exterior.

¡Oh, por los cielos! Aquel hombre en el que me hallaba…, en realidad era yo.

Me agobia la confusión. No comprendo.

Rotan las bóvedas acuáticas de líquido amniótico.

Ahora me atrapan en un vientre que no es la de mi madre.

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Estoy en donde se resguardan los miedos

antes de ver la luz en la mente del hombre.

Oscuridad. Oscuridad. Sólo hay oscuridad.

Una oscuridad impenetrable para los pensamientos

que lleven en sus manos el fuego de los dioses.

Sólo escucho murmullos de monstruos.

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ME GRITA MI PADRE, está rabioso, pero un aura de hombre casto lo rodea.

En las profundidades del crucifijo que porta en el cuello, un brillo

deletrea el temor a Dios: Cor contritum quasi cinis.

Un Dios que mi padre no ha visto en mucho tiempo.

Un Dios que huye de las plegarias de los pechos rotos.

Y de pronto una patada en mi estómago.

Hay un enjambre de puños zumbando,

descargando su ira en un: “te lo dije, muchacho”.

Mi madre está inconsciente en una banca,

el vitral se refleja en su rostro

posando una luz de colores santos desgatados.

Debemos ubicarnos en la luz de Dios para hallar la bondad del hombre, diría mi

madre.

He buscado aquella luz, madre. Pero solo he hallado:

«El silencio del mundo».

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Las huellas que dejó el silencio, de Melbin Cervantes

se terminó de editar en enero del 2016.

Para su composición se utilizó la fuente Garamond 14, 16 y 34

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