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Leccion 5: Gozoso y Agradecido

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Cartas a los Tesalonicenses

Capítulo 4

Saludos y agradecimientos (1 Tesalonicenses 1:1-10)

e aquí en adelante, comenzaré cada sección de este libro con mi traducción del pasaje que será el centro de esa sección. He puesto la traducción en formato de verso como para exponer, hasta donde

sea posible, la estructura de la gramática griega y las relaciones entre las palabras. Donde sea relevante, he subrayado las oraciones principales (su-jeto y verbo). También, he puesto en cursiva la traducción de los partici-pios, que introducen grandes oraciones o frases subordinadas. Dado que he intentado preservar el orden de las palabras y el lenguaje del original, la traducción castellana, en ocasiones, será un tanto desprolija. Encontrarás que es útil examinar los pasajes traducidos cuidadosamente y compararlos con otras traducciones, antes de leer los comentarios que siguen.

1 Tesalonicenses 1:1–5 1 Pablo, Silvano y Timoteo, a la iglesia de los tesalonicenses en Dios Padre y en el Señor Jesucristo: gracia a ustedes y paz. 2 Damos siempre gracias a Dios por todos ustedes, haciendo mención de ustedes en nuestras oraciones, constantemente 3 acordándonos de la obra de fe de ustedes y el

D

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trabajo de amor y la paciencia de esperanza de nuestro Señor Jesucristo ante nuestro Dios y Padre, 4 sabiendo hermanos amados de Dios, la elección de ustedes, 5 porque nuestro evangelio no les vino a ustedes en palabra solamente sino también en poder y en el Espíritu Santo y en mucha certeza, así como saben lo que llegamos a ser entre ustedes por causa de ustedes.

Pablo, el autor principal de la primera carta a los tesalonicenses (ver 1

Tesalonicenses 2:18; 3:5; 5:27), inicia su carta con saludos, como era la costumbre de la época. Si el Evangelio de Mateo fue escrito después de las cartas a los tesalonicenses, como se supone generalmente, el saludo al co-mienzo de 1 Tesalonicenses contiene el primer uso escrito de la palabra iglesia en el Nuevo Testamento. La iglesia está compuesta por aquellos que están “en” Dios el Padre y el Señor Jesucristo. No es claro si la palabra en representa a un agente –indicando que Dios y Jesús crearon la iglesia– o una ubicación, indicando que la iglesia está dondequiera que haya seres humanos en relación con Dios y Jesús.

Después de saludar a los miembros de la iglesia en Tesalónica, Pablo les habla acerca de sus oraciones en favor de ellos. En el griego, los versículos 2 al 5 constituyen una sola oración; el punto principal es “dar gracias”. El resto de la oración describe cómo y cuándo Pablo y sus compañeros están dando gracias: la oración nunca está completa a menos que se combine con agradecimiento. En los versículos 3 al 5, Pablo presenta los porqués de su gratitud con las palabras acordándonos, sabiendo y porque. Los versículos 6 al 10 elaboran más ideas sobre lo que Pablo expresa en el versículo 5.

Pablo y sus compañeros agradecen a Dios porque hallaron abundante evidencia de que los tesalonicenses están siendo fieles a Dios, señalando específicamente la fe, el amor y la esperanza de la iglesia. Para el apóstol,

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esto no constituye una evidencia teórica; es extremadamente práctica. La evidencia de la fe es trabajo duro; la evidencia del amor es trabajo y esfuer-zo. La evidencia de la esperanza es la paciencia firme que soporta las reali-dades habituales no atrayentes, mientras los creyentes miran hacia un futu-ro brillante.

Hay un juego de palabras interesante en el versículo 5, que no es posible traducir. La palabra griega traducida como “venir” en la primera línea no es la palabra corriente para “venir”; en realidad, la misma palabra se traduce “llegar a ser”, al final del versículo. Esta palabra contiene la idea de un proceso, o un “llegar a ser”. El punto es que el evangelio de Pablo no fue enlatado o estático: “llegó a ser” algo fresco, en el contexto de Tesalónica. Por cuanto el evangelio fue compartido allí, tanto los predicadores como quienes escucharon fueron transformados. A la luz de lo que Pablo y sus compañeros misioneros sufrieron en Filipo, tenían muchas razones para temer para cuando llegaran a Tesalónica. En cambio, “llegaron a ser” con-fiados, llenos del poder del Espíritu Santo. Y ese poder pasaba también a las vidas de los creyentes en Tesalónica.

1 Tesalonicenses 1:6–10 6 Y ustedes llegaron a ser imitadores de nosotros y del Señor; habiendo recibido la palabra a pesar de mucha aflicción con gozo del Espíritu Santo. 7 Tan es así que ustedes han llegado a ser un modelo a todos los que creen en Macedonia y Acaya, 8 porque la Palabra de Dios ha resonado de ustedes no solo por Macedonia y Acaya, sino en todo lugar la fe de ustedes ha salido, tan es así que no tenemos necesidad de hablar de ella, 9 pues

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ellos mismos informan acerca de ustedes qué clase de acceso hemos tenido con ustedes. y cómo se han vuelto hacia Dios (y alejándose de los ídolos) para servir al Dios viviente y verdadero 10 y esperar a su Hijo del cielo, el que resucitó de los muertos, Jesús, el que nos rescata de la ira venidera.

En el griego, el versículo 6 comienza con la palabra y, haciendo que los

versículos 2 al 10 sean una sola oración compuesta, que provee la base para la oración de agradecimiento de Pablo. En los versículos 6 al 10, entonces, Pablo está continuando con la lista de razones por las cuales agradece a Dios por los creyentes tesalonicenses. Estas razones se centran en dos realidades acerca de la iglesia de Tesalónica: primera, estaba imitando a Je-sús y a los apóstoles; y segunda, había llegado a ser un modelo para los creyentes nuevos en todas partes.

En el versículo 5 el eje central estaba sobre Pablo y sus compañeros, en camino a ser utilizados por Dios con el fin de llevar el evangelio a Tesaló-nica. En el versículo 6, el foco se mueve a los tesalonicenses mismos. Pa-blo sigue usando el lenguaje de “llegar a ser”, empleándolo ahora con refe-rencia al desarrollo espiritual de la iglesia. Él está agradecido porque los creyentes tesalonicenses han llegado a ser imitadores tanto de los apóstoles como de Jesús. La imitación es una parte importante en el discipulado y en la tarea de los mentores.

Tanto los apóstoles como el Señor sufrieron injustamente; no obstante, experimentaron gozo en medio del sufrimiento (1 Tesalonicenses 2:12, 2; Hebreos 12:1, 2). El hecho de que los tesalonicenses estuviesen pasando por la misma experiencia era, para Pablo, evidencia adicional dé que esta-ban creciendo espiritualmente. Antes de haber recibido noticias de ellos, él ya había estado preocupado acerca de su condición espiritual (ver 1 Tesa-

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lonicenses 3:1–8). El informe de su fidelidad inspiró a Pablo a expresar el himno de triunfo y de gratitud a Dios con el que comenzó su carta.

Los tesalonicenses no estaban creciendo en fe meramente para su propio beneficio; ya estaban tomando el liderazgo en la obra de difundir el evan-gelio por toda Grecia, y aun más allá (1 Tesalonicenses 1:7, 8). Notable-mente, a los pocos meses de su conversión, habían llegado a ser líderes, así como discípulos. ¿Cuán probable es que ordenemos como ancianos a per-sonas que han sido miembros de la iglesia durante solo seis meses? En un ambiente de persecución y de sufrimiento, Dios puede hacer crecer espiri-tualmente a la gente a una velocidad notable.

Los tesalonicenses compartieron el evangelio en el contexto de la histo-ria de su propio proceso de evolución desde la idolatría hacia la adoración del Dios verdadero y viviente (versículos 9, 10). Cuando Pablo y sus com-pañeros llegaron a su ciudad, los tesalonicenses no permitieron que la hos-tilidad de sus vecinos los apartara del evangelio; en cambio, se abrieron a los apóstoles, al Espíritu Santo y al mensaje que traían. El cambio resultan-te en sus vidas entusiasmaba tanto que en solo seis meses Pablo podía afirmar que todos habían oído acerca de ello (versículos 7,8).

Me ocuparé con más profundidad de dos elementos principales en este capítulo. Pero, primero comentaré otro elemento. Un tema central, impor-tante, en ambas cartas a los tesalonicenses, es el retorno de Cristo (espe-cialmente 1 Tesalonicenses 4:13–18; 5:1–11; 2 Tesalonicenses 1:5–10; 2:1–12), así que numerosas referencias menores a la segunda venida están esparcidas en ambas cartas. La primera de estas referencias está en 1 Tesa-lonicenses 1:3. Pablo, a menudo, menciona el trío de la fe, la esperanza y el amor; y, cuando lo hace, coloca el atributo más importante del pasaje en úl-timo lugar. De este modo, en 1 Corintios 13, donde Pablo enumera la fe, la esperanza y el amor, él escribe: “el mayor de ellos es el amor”. Pero, en 1 Tesalonicenses 1:3 –donde ubica los tres en un orden diferente: la obra de fe y la labor de amor y la paciencia de la esperanza (la cursiva fue añadida) –, el mayor de estos es la esperanza. Pablo hace otra referencia a la segunda venida al final del capítulo, refiriéndose a Jesús como “el que nos rescata de la ira venidera” (versículo 10). A medida que los creyentes de Tesalóni-ca crecían espiritualmente, vivían sus vidas en vista de la segunda venida de Cristo.

El poder de conexión de la oración agradecida

Uno de los temas más poderosos en 1 Tesalonicenses 1 es que la grati-tud expresada en oración conecta a los creyentes unos con otros. El agrade-

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cimiento dirige nuestra atención lejos de nosotros mismos, orientándola hacia otros. Pablo no oraba, principalmente, por sí mismo; más bien, oraba en favor de otros. Sus oraciones eran una forma de lo que a veces llamamos oración intercesora.

A veces, estamos tentados a pensar que la oración compromete a las personas con Dios. Pero, 1 Tesalonicenses nos demuestra que la oración puede desempeñar un rol importante en acercar a las personas como comu-nidad de creyentes. La oración intercesora crea una triangulación, conec-tando a la persona que ora con Dios y con la comunidad de fe. Y cuantos más miembros oran los unos por los otros, más estrechamente está ligada la iglesia en amor y preocupación común.

¿Cómo actúa esto?

Una manera es que el hecho de orar por otros transforma nuestra actitud hacia ellos. Ciertamente es difícil mantener sentimientos duros contra al-guien por quien oramos todos los días. Cuando buscamos a Dios en favor de quienes no nos gustan, recibimos una degustación del amor de Dios por aquellos que no lo quieren a él. Cuando oramos por alguien a fin de que se allegue a Cristo y reciba el perdón, nos damos cuenta de lo que Dios nos ha perdonado. Al aprender a orar por las personas que nos han herido, expe-rimentamos el perdón de Dios por las veces que hemos herido a otros. La clase de oración en la que está involucrado Pablo mientras prepara su pri-mera carta a los tesalonicenses trae un significado y un cumplimiento más profundo a nuestras vidas. Permíteme compartir un ejemplo contigo.

Mientras viajaba hace unos años, decidí llamar por teléfono al pastor que me había bautizado cuando tenía doce años de edad. Como niño, siem-pre lo había admirado: era un hombre de Dios. Mientras él siempre era se-rio y ferviente, exudaba una tranquila amigabilidad que me atraía a él. Aho-ra, él tenía más de ochenta años, era jubilado, y vivía cerca del lugar donde me estaba alojando.

Hice la llamada y, cuando llegó a la línea, le pregunté qué estaba ha-ciendo por este tiempo. No estaba ni remotamente preparado para su res-puesta.

–Nada –me dijo–. ¡No hago nada! Soy como una basura. Cada día estoy sentado, haciendo nada, solo esperando que venga el mañana. A veces, sal-go al jardín durante una media hora, pero en general estoy sentado, hacien-do nada. Estoy esperando que el Señor me lleve al descanso.

Quedé atónito. No sabía qué decir. Elevé una breve oración pidiendo ayuda, y luego me vino una idea. Le pregunté si todavía oraba.

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–Sí, por supuesto –me dijo. Le pregunté si sabía que la oración intercesora hace una diferencia. –Sí, supongo que sí –respondió. Entonces, le pedí que orara por mí y por mi ministerio. Le dije cuánto

me habían ayudado las oraciones de otros en mi ministerio. Le expresé que, mientras la debilidad de su cuerpo le impedía hacer otras cosas, todavía podía marcar una diferencia importante. Le dije que los administradores de la iglesia son personas muy ocupadas; que no tenían tiempo para orar tanto como quisieran. Pero, él tenía tiempo para orar; él podía orar por la gente que trabaja en la Asociación General. ¡Y el Señor sabe que pueden usar to-da la ayuda que les puedan dar! Podía orar por el presidente de su Asocia-ción local. Le dije que, tal vez, Dios lo estaba manteniendo vivo porque necesitaba que orara por su causa en esa región.

Sucedió una cosa sorprendente. Mientras hablábamos de las posibi-lidades, detecté una sonrisa que invadía su voz. Entonces, se entusiasmó más y más; un sentido de esperanza comenzó a crecer en él. Comenzó a creer que Dios le daba tiempo de modo que pudiera orar.

–Cuando uno se vuelve anciano, es fácil sentir que sus mejores días ya pasaron –le dije–. Pero Dios lo ha mantenido vivo por tanto tiempo, tal vez, porque sus mejores días todavía están por delante. Tal vez, la Asociación ha estado decayendo por falta de oraciones como las que usted puede ele-var. Tal vez, usted es la clave para la obra de Dios en esta región.

Al terminar la llamada, mi antiguo pastor quería continuar viviendo. Ya no estaba esperando solo a que el Señor lo llevara al descanso; ahora tenía una misión y un propósito. ¡Qué diferencia puede obrar la oración interce-sora!

A menudo, pasamos por alto el primer capítulo de 1 Tesalonicenses, pensando que contiene solamente formalidades sin mucho contenido. Es-tamos ansiosos por llegar al “buen material” en capítulos posteriores acerca de la segunda venida y los eventos que llevan a ella. Pero, el capítulo ini-cial de 1 Tesalonicenses es tan importante como cualquier otro, en cuanto a edificar la iglesia.

El sendero del desarrollo espiritual

Mi primera tarea pastoral en la que fui jefe fue en una iglesia de un pue-blo pequeño, a un centenar de kilómetros al noroeste de la ciudad de Nueva York. El jefe de diáconos de la iglesia se llamaba Tom Kempton. Su oficio era el de plomero, pero su afición era trabajar en un invernadero que había edificado en el patio de atrás. Al paso de las estaciones, proporcionaba

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plantas para la iglesia: azucenas para Semana Santa, flores rojas para Navi-dad, plantas de color naranja y marrón para el Día de Acción de Gracias, y narcisos para celebrar la llegada de la primavera. La iglesia siempre estaba hermosamente decorada, y Tom permitía que la gente se llevara plantas a su casa, cuando terminaba la estación.

Tom se deleitaba con Pamela, la joven esposa del pastor. (¿Recuerdas la historia del capítulo 1?) A menudo, traía plantas de más, solo para ella.

Pero, a Pamela le costaba mantener las plantas con vida, pues no tenía mucha experiencia con ellas. Todavía nos reímos al recordar el día en que Tom vino hacia ella con una chispa de picardía en los ojos, y le preguntó:

–¿Necesita usted alguna otra planta para matar? Hoy, mucho adiestramiento y experiencia convirtieron a Pamela en una

médica de plantas. Ella ha plantado más de cuarenta especies en nuestro patio, y también hay unas cuarenta o cincuenta plantas dentro de la casa, incluyendo orquídeas, que están floreciendo constantemente, y un árbol de ficus de más de cuatro metros de alto, ninguno de los cuales es fácil mante-ner vivo en el interior de las casas. Obviamente, Pamela sabe mucho más acerca de la horticultura ahora. Una de las lecciones dolorosas que aprendió en nuestro primer trabajo pastoral fue que las plantas deben crecer y cam-biar, o morirán. En el capítulo 3 de este libro, señalé que Pablo descubrió que el evangelio necesita ser adaptado a las diversas culturas y contextos que encontraba. Las iglesias que están confrontadas con culturas cambian-tes tienen la oportunidad de crecer espiritual y teológicamente. Desafortu-nadamente, sin embargo, en lugar de aprovechar esa oportunidad, muchos de ellos demandan el cese de todo cambio. Cuando hacen eso, comienzan a morir, aunque el declive se note en el momento o no.

Pablo medía el crecimiento de la iglesia de Tesalónica sobre la base de los informes que recibía de Timoteo. ¿Existen maneras contemporáneas de medir el crecimiento espiritual? Los estudiosos han producido bastante lite-ratura sobre el tema. El enfoque que he encontrado más útil fue el que re-comendó Skip Bell, de la Universidad Andrews. Se encuentra en el libro The Critical Journey [La jornada crítica], por Janet Hagberg y Robert Gue-lich. 1

En lo que sigue, notarás diferencias importantes con Hagberg. He pen-sado mucho en el sistema y lo evalué con mi experiencia personal, mi ex-periencia como mentor y mi estudio de la Biblia y de los escritos del Espí-ritu de Profecía, de modo que lo que ofrezco depende de otros y, en cierta forma, singularmente de mi propia perspectiva. Hay seis etapas de creci-miento, en total, con algunos puntos de transición:

1. La etapa de “conocer a Dios”. A veces, llamo a esta etapa la del ro-

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mance. Es el tiempo en que los nuevos creyentes están gozando del “primer amor” espiritual; cuando sienten el gran gozo de caminar con Dios. Sin embargo, a pesar de que los novatos espirituales experimentan gran gozo, no saben mucho acerca de la vida espiritual, de modo que son vulnerables a la superstición. La clave de esta etapa es conectar a los creyentes nuevos con una comunidad que los pueda nutrir y adiestrar de una manera saluda-ble.

2. La etapa de “aprender”, o “de discipulado”. En esta etapa, los cre-yentes nuevos exploran, estudian y aprenden cómo ajustarse en su nueva comunidad espiritual. Encontrar el mentor correcto es vital, ya que los nue-vos creyentes están ansiosos de aprender, y pueden fácilmente ser des-viados. La gente en esta etapa tiende a tener gran confianza, sienten que han encontrado la verdad, y pueden llegar a ser algo legalistas e inflexibles.

3. La etapa del “éxito”. La gente que encuentra un mentor saludable crecerá, progresando desde ser discípulos hasta convertirse en líderes. En esta etapa, los creyentes ayudan a otros a aprender lo que ellos aprendieron. A menudo, su liderazgo es alabado y recompensado; sienten confianza y que han alcanzado el pináculo de lo que la gente espera del crecimiento es-piritual y del liderazgo. Si las cosas terminaran aquí mismo, todos estarían felices. Pero no es eso lo que sucede.

En algún momento de la tercera etapa –generalmente, cuando están en-tre los treinta y los cincuenta años–, la mayoría de la gente de fe expe-rimenta lo que llamo la “noche oscura del alma”. Esta es una crisis perso-nal, en la que las certezas pasadas llegan a ser inadecuadas y comienzan a cuestionar todo lo que una vez creyeron. Encuentran a Dios silencioso o distante. Esta experiencia aterradora no necesita ser destructiva. La duda que sienten estos creyentes puede conducirlos a una fe más grande, porque elimina el sutil egoísmo que los saturaba mientras estuvieron en la etapa del éxito.

4. La etapa de la “jornada hacia adentro”. Algunas personas se alejan de la etapa de la noche oscura como si no hubiera sido de Dios; otras, le echan la culpa a su comunidad espiritual por todo lo que parece salir mal. Pero, quienes aceptan este sufrimiento como la voluntad de Dios para ellos avanzan a la cuarta etapa, la jornada hacia adentro. Hasta este punto, los creyentes han aceptado el propósito de la iglesia, o de sus propias ambicio-nes, como los propósitos de Dios para ellos. Pero, la noche oscura los im-pulsa a comprender y a abrazar lo que realmente es el propósito singular de Dios para sus vidas. Su fe progresa de la cabeza al corazón, y llega a ser mucho más de relación. La jornada hacia adentro es como una segunda conversión.

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5. La etapa de la “jornada hacia afuera”. En esta etapa, los creyentes vuelven al mundo y hacen la clase de cosas que hicieron en la etapa del éxito, pero con una motivación diferente, más abnegados. La gente, a me-nudo, cambia de ministerios en esta etapa, y llega a estar dispuesta a tomar tareas más pequeñas, más humildes, de mayores riesgos. Ahora, están vi-viendo para cumplir los propósitos de Dios más bien que los de una institu-ción, los de otras personas o los propios.

Podríamos pensar que los demás miembros de la iglesia reconocerían y apoyarían a quienes están en esta etapa, cuya espiritualidad está profundi-zándose. Sorprende que cuanto más cerca se encuentra una persona de Dios más fuera de contacto parece estar con aquellos que están en etapas anterio-res. Esto, a menudo, provoca una segunda noche oscura del alma, que ex-prime más egoísmo oculto de su espiritualidad.

6. La etapa de "amor incondicional”. Los seguidores de Dios están go-bernados por el amor incondicional. Han aprendido a ver a las personas a través de los ojos de Dios y a amarlos de la manera en que Dios lo hace. Creeríamos que la gente en esta etapa sería bienvenida en cualquier institu-ción religiosa, pero no lo es. La mayoría de las personas no tolera a quien ama a sus enemigos, si el enemigo es un abusador, alguien que proviene de un grupo étnico diferente, un familiar molesto o un miembro de iglesia con un punto de vista diferente. Así, el amor incondicional, a menudo, demues-tra ser destructivo para las relaciones.

Para este momento, probablemente, desearías haberte detenido en la etapa tres. Nos gustaría que la escala de la fe nos llevara de triunfo en triun-fo. Pero, en este mundo caído, cuanto más cerca estamos de Dios, más ex-traños llegamos a ser para otras personas, aun para los que están “en la fe”. Pablo experimentó algo de esta separación en su relación con los demás ju-díos en Tesalónica y con la iglesia en Jerusalén (Hechos 17:1–10; 21:17–36). Eso es lo que hace que sus cartas sean más relevantes para nosotros hoy.

Referencias 1 Janet Hagberg y Robert Guelich, The Critical Journey: Stages in the Life of Faith, 2a. ed. (Salem, Wise.: Sheffield Pubblishers, 2004).

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