Lectura Neoliberalismo Boron, Anderson. Yo

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Perry Anderson. Captulo I. Neoliberalismo: un balance provisorio. En publicacion: La trama del neoliberalismo. Mercado, crisis y exclusin social Emir Sader y Pablo Gentili CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Ciudad Autnoma de Buenos Aires, Argentina. 2003. ISBN: 950-23-0995-2 Acceso al texto completo: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/trama/anderson.rtf Descriptores Tematicos: neoliberalismo; mercado, crisis, exclusion social; teoria politica; filosofia politica; Ver texto en rtf Captulo I. Neoliberalismo: un balance provisorio. Perry Anderson Comencemos con los orgenes de lo que se puede definir como neoliberalismo en tanto fenmeno distinto del mero liberalismo clsico, del siglo pasado. El neoliberalismo naci despus de la Segunda Guerra Mundial, en una regin de Europa y de Amrica del Norte donde imperaba el capitalismo. Fue una reaccin terica y poltica vehemente contra el Estado intervencionista y de Bienestar. Su texto de origen es Camino de Servidumbre, de Friedrich Hayek, escrito en 1944. Se trata de un ataque apasionado contra cualquier limitacin de los mecanismos del mercado por parte del Estado, denunciada como una amenaza letal a la libertad, no solamente econmica sino tambin poltica. El blanco inmediato de Hayek, en aquel momento, era el Partido Laborista ingls, en las vsperas de la eleccin general de 1945 en Inglaterra, que este partido finalmente ganara. El mensaje de Hayek era drstico: A pesar de sus buenas intenciones, la socialdemocracia moderada inglesa conduce al mismo desastre que el nazismo alemn: a una servidumbre moderna. Tres aos despus, en 1947, cuando las bases del Estado de Bienestar en la Europa de posguerra efectivamente se constituan, no slo en Inglaterra sino tambin en otros pases, Hayek convoc a quienes compartan su orientacin ideolgica a una reunin en la pequea estacin de Mont Plerin, en Suiza. Entre los clebres participantes estaban no solamente adversarios firmes del Estado de Bienestar europeo, sino tambin enemigos frreos del New Deal norteamericano. En la selecta asistencia se encontraban, entre otros, Milton Friedman, Karl Popper, Lionel Robbins, Ludwig Von Mises, Walter Eukpen, Walter Lippman, Michael Polanyi y Salvador de Madariaga. All se fund la Sociedad de Mont Plerin, una suerte de franco masonera neoliberal, altamente dedicada y organizada, con reuniones internacionales cada dos aos. Su propsito era combatir el keynesianismo y el solidarismo reinantes, y preparar las bases de otro tipo de capitalismo, duro y libre de reglas, para el futuro. Las condiciones para este trabajo no eran del todo favorables, una vez que el capitalismo avanzado estaba entrando en una larga fase de auge sin precedentes su edad de oro , presentando el crecimiento ms rpido de su historia durante las dcadas de los 50 y 60. Por esta razn, no parecan muy verosmiles las advertencias neoliberales de los peligros que representaba cualquier regulacin del mercado por parte del Estado. La polmica contra la regulacin social, entre tanto, tuvo una repercusin mayor. Hayek y sus compaeros argumentaban que el nuevo igualitarismo de este perodo (ciertamente relativo), promovido por el Estado de Bienestar, destrua la libertad de los ciudadanos y la vitalidad de la competencia, de la cual dependa la prosperidad de todos. Desafiando el consenso oficial de la poca ellos

argumentaban que la desigualdad era un valor positivo en realidad imprescindible en s mismo , que mucho precisaban las sociedades occidentales. Este mensaje permaneci en teora por ms o menos veinte aos. Con la llegada de la gran crisis del modelo econmico de posguerra, en 1973 cuando todo el mundo capitalista avanzado cay en una larga y profunda recesin, combinando, por primera vez, bajas tasas de crecimiento con altas tasas de inflacin todo cambi. A partir de ah las ideas neoliberales pasaron a ganar terreno. Las races de la crisis, afirmaban Hayek y sus compaeros, estaban localizadas en el poder excesivo y nefasto de los sindicatos y, de manera ms general, del movimiento obrero, que haba socavado las bases de la acumulacin privada con sus presiones reivindicativas sobre los salarios y con su presin parasitaria para que el Estado aumentase cada vez ms los gastos sociales. Esos dos procesos destruyeron los niveles necesarios de beneficio de las empresas y desencadenaron procesos inflacionarios que no podan dejar de terminar en una crisis generalizada de las economas de mercado. El remedio, entonces, era claro: mantener un Estado fuerte en su capacidad de quebrar el poder de los sindicatos y en el control del dinero, pero limitado en lo referido a los gastos sociales y a las intervenciones econmicas. La estabilidad monetaria debera ser la meta suprema de cualquier gobierno. Para eso era necesaria una disciplina presupuestaria, con la contencin de gasto social y la restauracin de una tasa natural de desempleo, o sea, la creacin de un ejrcito industrial de reserva para quebrar a los sindicatos. Adems, eran imprescindibles reformas fiscales para incentivar a los agentes econmicos. En otras palabras, esto significaba reducciones de impuestos sobre las ganancias ms altas y sobre las rentas. De esta forma, una nueva y saludable desigualdad volvera a dinamizar las economas avanzadas, entonces afectadas por la estagflacin, resultado directo de los legados combinados de Keynes y Beveridge, o sea, la intervencin anticclica y la redistribucin social, las cuales haban deformado tan desastrosamente el curso normal de la acumulacin y el libre mercado. El crecimiento retornara cuando la estabilidad monetaria y los incentivos esenciales hubiesen sido restituidos. La ofensiva neoliberal en el poder La hegemona de este programa no se realiz de la noche a la maana. Llev ms o menos una dcada, los aos 70, cuando la mayora de los gobiernos de la OECD (Organizacin para el Desarrollo y la Cooperacin Econmica) trataba de aplicar remedios keynesianos a las crisis econmicas. Pero al final de la dcada, en 1979, surgi la oportunidad. En Inglaterra fue elegido el gobierno Thatcher, el primer rgimen de un pas capitalista avanzado pblicamente empeado en poner en prctica un programa neoliberal. Un ao despus, en 1980, Reagan lleg a la presidencia de los Estados Unidos. En 1982, Kohl derrot al rgimen social liberal de Helmut Schmidt en Alemania. En 1983, en Dinamarca, Estado modelo del Bienestar escandinavo, cay bajo el control de una coalicin clara de derecha el gobierno de Schluter. Enseguida, casi todos los pases del norte de Europa Occidental, con excepcin de Suecia y de Austria, tambin viraron hacia la derecha. A partir de ah, la ola de derechizacin de esos aos fue ganando sustento poltico, ms all del que le garantizaba la crisis econmica del perodo. En 1978, la segunda Guerra Fra se agrav con la intervencin sovitica en Afganistn y la decisin norteamericana de incrementar una nueva generacin de cohetes nucleares en Europa Occidental. El ideario del neoliberalismo haba incluido siempre, como un componente central, el anticomunismo ms intransigente de todas las corrientes capitalistas de posguerra. El nuevo combate contra

el imperio del mal la servidumbre humana ms completa a los ojos de Hayekinevitablemente fortaleci el poder de atraccin del neoliberalismo poltico, consolidando el predominio de una nueva derecha en Europa y en Amrica del Norte. Los aos 80 vieron el triunfo ms o menos incontrastado de la ideologa neoliberal en esta regin del capitalismo avanzado. Ahora bien, qu hicieron, en la prctica, los gobiernos neoliberales del perodo? El modelo ingls fue, al mismo tiempo, la experiencia pionera y ms acabada de estos regmenes. Durante sus gobiernos sucesivos, Margaret Thatcher contrajo la emisin monetaria, elev las tasas de inters, baj drsticamente los impuestos sobre los ingresos altos, aboli los controles sobre los flujos financieros, cre niveles de desempleo masivos, aplast huelgas, impuso una nueva legislacin anti sindical y cort los gastos sociales. Finalmente y sta fue una medida sorprendentemente tarda , se lanz a un amplio programa de privatizaciones, comenzando con la vivienda pblica y pasando enseguida a industrias bsicas como el acero, la electricidad, el petrleo, el gas y el agua. Este paquete de medidas fue el ms sistemtico y ambicioso de todas las experiencias neoliberales en los pases del capitalismo avanzado. La variante norteamericana fue bastante diferente. En los Estados Unidos, donde casi no exista un Estado de Bienestar del tipo europeo, la prioridad neoliberal se concentr ms en la competencia militar con la Unin Sovitica, concebida como una estrategia para quebrar la economa sovitica y por esa va derrumbar el rgimen comunista en Rusia. Se debe resaltar que, en la poltica interna, Reagan tambin redujo los impuestos en favor de los ricos, elev las tasas de inters y aplast la nica huelga seria de su gestin. Pero, decididamente, no respet la disciplina presupuestaria; por el contrario, se lanz a una carrera armamentista sin precedentes, comprometiendo gastos militares enormes que crearon un dficit pblico mucho mayor que cualquier otro presidente de la historia norteamericana. Sin embargo, ese recurso a un keynesianismo militar disfrazado, decisivo para una recuperacin de las economas capitalistas de Europa Occidental y de Amrica del Norte, no fue imitado. Slo los Estados Unidos, a causa de su peso en la economa mundial, podan darse el lujo de un dficit masivo en la balanza de pagos resultante de tal poltica. En el continente europeo, los gobiernos de derecha de este perodo a menudo de perfil catlico practicaron en general un neoliberalismo ms cauteloso y matizado que las potencias anglosajonas, manteniendo el nfasis en la disciplina monetaria y en las reformas fiscales ms que en los cortes drsticos de los gastos sociales o en enfrentamientos deliberados con los sindicatos. A pesar de todo, la distancia entre estas polticas y las de la socialdemocracia, propia de los anteriores gobiernos, era grande. Y mientras la mayora de los pases del Norte de Europa elega gobiernos de derecha empeados en distintas versiones del neoliberalismo, en el Sur del continente (territorio de De Gaulle, Franco, Salazar, Fanfani, Papadopoulos, etc.), antiguamente una regin mucho ms conservadora en trminos polticos, llegaban al poder, por primera vez, gobiernos de izquierda, llamados eurosocialistas: Mitterrand en Francia, Gonzlez en Espaa, Soares en Portugal, Craxi en Italia, Papandreu en Grecia. Todos se presentaban como una alternativa progresista, basada en movimientos obreros o populares, contrastando con la lnea reaccionaria de los gobiernos de Reagan, Thatcher, Kohl y otros del Norte de Europa. No hay duda, en efecto, de que por lo menos Mitterrand y Papandreu, en Francia y en Grecia, se esforzaron genuinamente en realizar una poltica de deflacin y redistribucin, de pleno empleo y proteccin social. Fue una tentativa de crear un equivalente en el Sur de Europa de lo que haba sido la socialdemocracia de posguerra en el Norte del continente en sus aos de oro.

Pero el proyecto fracas, y ya en 1982 y 1983 el gobierno socialista en Francia se vio forzado por los mercados financieros internacionales a cambiar su curso dramticamente y reorientarse para hacer una poltica mucho ms prxima a la ortodoxia neoliberal, con prioridad en la estabilidad monetaria, la contencin presupuestaria, las concesiones fiscales a los capitalistas y el abandono definitivo del pleno empleo. Al final de la dcada, el nivel de desempleo en Francia era ms alto que en la Inglaterra conservadora, como Thatcher se jactaba en sealar. En Espaa, el gobierno de Gonzlez jams trat de realizar una poltica keynesiana o redistributiva. Al contrario, desde el inicio, el rgimen del partido en el poder se mostr firmemente monetarista en su poltica econmica, gran amigo del capital financiero, favorable al principio de la privatizacin y sereno cuando el desempleo alcanz rpidamente el record europeo de 20% de la poblacin econmicamente activa. Mientras tanto, en el otro extremo del mundo, en Australia y Nueva Zelandia, un modelo de caractersticas similares asumi proporciones verdaderamente dramticas. En efecto, los gobiernos laboristas superaron a los conservadores locales en su radicalidad neoliberal. Probablemente Nueva Zelandia sea el ejemplo ms extremo de todo el mundo capitalista avanzado. All, el proceso de desintegracin del Estado de Bienestar fue mucho ms completo y feroz que en la Inglaterra de Margaret Thatcher. Alcances y lmites del programa neoliberal Lo que demostraron estas experiencias fue la impresionante hegemona alcanzada por el neoliberalismo en materia ideolgica. Si bien en un comienzo slo los gobiernos de derecha se atrevieron a poner en prctica polticas neoliberales, poco tiempo despus siguieron este rumbo inclusive aquellos gobiernos que se autoproclamaban a la izquierda del mapa poltico. En los pases del capitalismo avanzado, el neoliberalismo haba tenido su origen a partir de una crtica implacable a los regimenes socialdemcratas. Sin embargo, y con excepcin de Suecia y Austria, hacia fines de los aos 80, la propia socialdemocracia europea fue incorporando a su programa las ideas e iniciativas que defendan e impulsaban los gobiernos neoliberales. Paradojalmente, eran ahora los socialdemcratas quienes se mostraban decididos a llevar a la prctica las propuestas ms audaces formuladas por el neoliberalismo. Fuera del continente europeo slo Japn se mostr reacio a aceptar este recetario. Ms all de esto, en casi todos los pases de la OECD, las ideas de la Sociedad de Mont Plerin haban triunfado plenamente. Qu evaluacin efectiva podemos realizar de la hegemona neoliberal en el mundo capitalista avanzado, durante los aos 80? Cumpli o no sus promesas? Veamos un panorama de conjunto. La prioridad ms inmediata del neoliberalismo fue detener la inflacin de los aos 70. En este aspecto, su xito ha sido innegable. En el conjunto de los pases de la OECD, la tasa de inflacin cay de 8,8% a 5,2% entre los aos 70 y 80 y la tendencia a la baja continu en los aos 90. La deflacin, a su vez, deba ser la condicin para la recuperacin de las ganancias. Tambin en este sentido el neoliberalismo obtuvo xitos reales. Si en los aos 70 la tasa de ganancia en la industria de los pases de la OECD cay cerca de 4,2%, en los aos 80 aument 4,7%. Esa recuperacin fue an ms impresionante considerando a Europa Occidental como un todo: de 5,4 puntos negativos pas a 5,3 puntos positivos. La razn principal de esta transformacin fue sin duda la derrota del movimiento sindical, expresada en la cada dramtica del nmero de huelgas durante los aos 80 y en la notable contencin de los salarios. Esta nueva postura sindical, mucho ms moderada, tuvo su origen, en gran medida, en un tercer xito del neoliberalismo: el crecimiento de las tasas de desempleo, concebido como un mecanismo natural y necesario de cualquier economa de

mercado eficiente. La tasa media de desempleo en los pases de la OECD, que haba sido de alrededor de 4% en los aos 70, lleg a duplicarse en la dcada del 80. Tambin fue ste un resultado satisfactorio. Finalmente, el grado de desigualdad otro objetivo sumamente importante para el neoliberalismo- aument significativamente en el conjunto de los pases de la OECD: la tributacin de los salarios ms altos cay un 20% a mediados de los aos 80 y los valores de la bolsa aumentaron cuatro veces ms rpidamente que los salarios. En todos estos aspectos (deflacin, ganancias, desempleo y salarios) podemos decir que el programa neoliberal se mostr realista y obtuvo xito. Pero, a final de cuentas, todas estas medidas haban sido concebidas como medios para alcanzar un fin histrico: la reanimacin del capitalismo avanzado mundial, restaurando altas tasas de crecimiento estables, como existan antes de la crisis de los aos 70. En este aspecto, sin embargo, el cuadro se mostr sumamente decepcionante. Entre los aos 70 y 80 no hubo ningn cambio significativo en la tasa media de crecimiento, muy baja en los pases de la OECD. De los ritmos presentados durante la larga onda expansiva, en los aos 50 y 60, slo quedaba un recuerdo lejano. Cul es la razn de este resultado paradojal? Sin ninguna duda, el hecho de que a pesar de todas las nuevas condiciones institucionales creadas en favor del capital la tasa de acumulacin, o sea, la efectiva inversin en el parque de equipamientos productivos, apenas creci en los aos 80, y cay en relacin a sus niveles ya medios de los aos 70. En el conjunto de los pases del capitalismo avanzado, las cifras son de un incremento anual de 5,5% en los aos 60, 3,6% en los 70, y slo 2,9% en los 80. Una curva absolutamente descendente. Cabe preguntarse an por qu la recuperacin de las ganancias no condujo a una recuperacin de la inversin. Esencialmente, porque la desregulacin financiera, que fue un elemento de suma importancia en el programa neoliberal, cre condiciones mucho ms propicias para la inversin especulativa que la productiva. Los aos 80 asistieron a una verdadera explosin de los mercados cambiarios internacionales, cuyas transacciones puramente monetarias terminaron por reducir de forma sustancial el comercio mundial de mercancas reales. El peso de las operaciones de carcter parasitario tuvo un incremento vertiginoso en estos aos. Por otro lado, y ste fue el fracaso del neoliberalismo, el peso del Estado de Bienestar no disminuy mucho, a pesar de todas las medidas tomadas para contener los gastos sociales. Aunque el crecimiento de la proporcin del PNB consumido por el Estado ha sido notablemente desacelerado, la proporcin absoluta no cay, sino que aument, durante los aos 80, de ms o menos 46% a 48% del PNB medio de los pases de la OECD. Dos razones bsicas explican esta paradoja: el aumento de los gastos sociales con el desempleo, lo cual signific enormes erogaciones para los estados, y el aumento demogrfico de los jubilados, lo cual condujo a gastar otros tantos millones en pensiones. Por fin, irnicamente, cuando el capitalismo avanzado entr de nuevo en una profunda recesin, en 1991, la deuda pblica de casi todos los pases occidentales comenz a reasumir dimensiones alarmantes, inclusive en Inglaterra y en los Estados Unidos, en tanto que el endeudamiento privado de las familias y de las empresas llegaba a niveles sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Actualmente, con la recesin de los primeros aos de la dcada de los 90, todos los ndices econmicos se tornaron mucho ms sombros en los pases de la OECD, donde hoy la desocupacin alcanza a 38 millones de personas, aproximadamente dos veces la poblacin de Escandinavia. En estas condiciones

de crisis tan aguda, era lgico esperar una fuerte reaccin contra el neoliberalismo en los aos 90. Sucedi de esta forma? Al contrario: por extrao que parezca, el neoliberalismo gan un segundo aliento, por lo menos en su tierra natal, Europa. No solamente el thatcherismo sobrevivi a la propia Thatcher, con la victoria de Major en las elecciones de 1992 en Inglaterra; en Suecia, la socialdemocracia, que haba resistido el embate neoliberal en los aos 80, fue derrotada por un frente unido de la derecha en 1991. El socialismo francs sali desgastado de las elecciones de 1993. En Italia, Berlusconi, una suerte de Reagan italiano, lleg al poder conduciendo una coalicin en la cual uno de sus integrantes era hasta hace poco un partido oficialmente fascista. En Alemania, el gobierno de Kohl probablemente continuar en el poder. En Espaa la derecha est en las puertas del poder. El segundo aliento de los gobiernos neoliberales Sin embargo, ms all de estos xitos electorales, el proyecto neoliberal contina demostrando una vitalidad impresionante. Su dinamismo an no est agotado, como puede verse en la nueva ola de privatizaciones llevadas a cabo en pases hasta hace poco tiempo bastantes resistentes a ellas, como Alemania, Austria e Italia. La hegemona neoliberal se expresa igualmente en el comportamiento de partidos y gobiernos que formalmente se definen como claros opositores a este tipo de regmenes. La primera prioridad del presidente Clinton, en los Estados Unidos, fue reducir el dficit presupuestario, y la segunda adoptar una legislacin draconiana y regresiva contra la delincuencia, lema principal tambin del nuevo liderazgo laborista en Inglaterra. La agenda poltica sigue estando dictada por los parmetros del neoliberalismo, aun cuando su momento de actuacin econmica parece ampliamente estril y desastroso. Cmo explicar este segundo impulso de los regmenes neoliberales en el mundo capitalista avanzado? Una de sus razones fundamentales fue, claramente, la victoria del neoliberalismo en otra regin del mundo. En efecto, la cada del comunismo en Europa Oriental y en la Unin Sovitica, del 89 al 91, se produjo en el exacto momento en que los lmites del neoliberalismo occidental se tornaban cada vez ms evidentes. La victoria de Occidente en la Guerra Fra, con el colapso de su adversario comunista, no fue el triunfo de cualquier capitalismo, sino el tipo especfico liderado y simbolizado por Reagan y Thatcher en los aos 80. Los nuevos arquitectos de las economas poscomunistas en el Este, gente como Balcerovicz en Polonia, Gaidar en Rusia, Maus en la Repblica Checa, eran y son ardientes seguidores de Hayek y Friedman, con un menosprecio total por el keynesianismo y por el Estado de Bienestar, por la economa mixta y, en general, por todo el modelo dominante del capitalismo occidental correspondiente al perodo de posguerra. Esos lderes polticos preconizan y realizan privatizaciones mucho ms amplias y rpidas de las que se haban hecho en Occidente; para sanear sus economas, promueven cadas de la produccin infinitamente ms drsticas de las que jams se ensayaron en el capitalismo avanzado; y, al mismo tiempo, promueven grados de desigualdad y empobrecimiento mucho ms brutales de los que se han visto en los pases occidentales. No hay neoliberales ms intransigentes en el mundo que los reformadores del Este. Dos aos atrs, Vaclav Klaus, Primer Ministro de la Repblica Checa, atac pblicamente al presidente de la Federal Reserve Bank de los Estados Unidos durante el gobierno de Ronald Reagan, Alan Greenspan, acusndolo de demostrar una debilidad lamentable en su poltica monetaria. En un artculo para la revista The Economist, Klaus fue incisivo: El sistema social de Europa occidental est demasiado amarrado por reglas y controles excesivos. El Estado de Bienestar, con todas sus generosas transferencias de pagos desligadas de

cualquier criterio, de esfuerzos o de mritos, destruy la moralidad bsica del trabajo y el sentido de la responsabilidad individual. Hay excesiva proteccin a la burocracia. Debe decirse que la revolucin thatcheriana, o sea, antikeynesiana o liberal, apareci (con una apreciacin positiva) en medio del camino de Europa Occidental, y es preciso completarla. Bien entendido, este tipo de extremismo neoliberal, por influyente que sea en los pases poscomunistas, tambin desencaden una reaccin popular, como se puede ver en las ltimas elecciones en Polonia, Hungra y Lituania, donde partidos ex comunistas ganaron, y ahora gobiernan nuevamente sus pases. Pero en la prctica, sus polticas de gobierno no se distinguen mucho de las de sus adversarios declaradamente neoliberales. La deflacin, el desmantelamiento de los servicios pblicos, las privatizaciones, el crecimiento del capital corrupto y la polarizacin social siguen, un poco menos rpidamente, por l mismo rumbo. Una analoga con el eurosocialismo del Sur de Europa se hace evidente. En ambos casos se trata de una variante mansa al menos en l discurso, aunque no siempre en las acciones de un paradigma neoliberal comn tanto a la derecha como a la izquierda oficial. El dinamismo continuado del neoliberalismo como fuerza ideolgica a escala mundial est sustentado en gran parte, hoy, por este efecto de demostracin del mundo post sovitico. Los neoliberales pueden ufanarse de estar frente a una transformacin socioeconmica gigantesca, que va a perdurar por dcadas. Amrica Latina, escenario de experimentacin El impacto del triunfo neoliberal en el Este europeo tard en sentirse en otras partes del globo, particularmente aqu en Amrica Latina, que hoy en da se convierte en el tercer gran escenario de experimentacin neoliberal. De hecho, aunque en su conjunto le ha llegado la hora de las privatizaciones masivas despus de los pases de la OECD y de la antigua Unin Sovitica, genealgicamente este continente fue testigo de la primera experiencia neoliberal sistemtica del mundo. Me refiero, obviamente, a Chile bajo la dictadura de Pinochet: aquel rgimen tiene el mrito de haber sido el verdadero pionero del ciclo neoliberal en la historia contempornea. El Chile de Pinochet comenz sus programas de forma drstica y decidida: desregulacin, desempleo masivo, represin sindical, redistribucin de la renta en favor de los ricos, privatizacin de los bienes pblicos. Todo esto comenz casi una dcada antes que el experimento thatcheriano. En Chile, naturalmente, la inspiracin terica de la experiencia pinochetista era ms norteamericana que austraca: Friedman, y no Hayek, como era de esperarse en las Amricas. Pero es de notar tanto que la experiencia chilena de los aos 70 interes muchsimo a ciertos consejeros britnicos importantes para Thatcher, como que siempre existieron excelentes relaciones entre los dos regmenes hacia los aos 80. El neoliberalismo chileno, bien entendido, presupona la abolicin de la democracia y la instalacin de una de las ms crueles dictaduras de posguerra. Sin embargo, debemos recordar que la democracia en s msma como explicaba incansablemente Hayek jams haba sido un valor central del neoliberalismo. La libertad y la democracia, explicaba Hayek, podan tomarse fcilmente incompatibles, si la mayora democrtica decidiese interferir en los derechos incondicionales de cada agente econmico para disponer de su renta y sus propiedades a su antojo. En ese sentido, Friedman y Hayek podan ver con admiracin la experiencia chilena, sin ninguna inconsistencia intelectual o compromiso de principios. Pero esta admiracin fue realmente merecida, dado que a diferencia de las economas del capitalismo avanzado bajo los regmenes neoliberales en los 80 , la economa chilena creci a un ritmo bastante rpido bajo el rgimen de Pinochet, como lo

sigue haciendo con la continuidad poltico econmica de los gobiernos pospinochetistas de los ltimos aos. Si Chile fue, en este sentido, una experiencia piloto para el nuevo neoliberalismo en los pases avanzados de Occidente, Amrica Latina tambin proporcion la experiencia piloto para el neoliberalismo del Este pos sovitico. Aqu me refiero a Bolivia, donde en 1985 Jeffrey Sachs perfeccion su tratamiento de shock, aplicado ms tarde en Polonia y Rusia, pero preparado originariamente para el gobierno de Banzer, y despus aplicado imperturbablemente por Vctor Paz Estenssoro, sorprendentemente cuando fue electo presidente en lugar de Banzer. En Bolivia, la puesta en marcha de la experiencia neoliberal no tena urgente necesidad de quebrar a un movimiento obrero poderoso, como en Chile, sino de parar la hiperinflacin. Por otro lado, el rgimen que adopt el plan de Sachs no era una dictadura, sino el heredero del partido populista que haba hecho la revolucin social de 1952. En otras palabras, Amrica Latina tambin inici una variante neoliberal progresista, difundida ms tarde en el Sur de Europa, en los aos del eurosocialismo. Pero Chile y Bolivia eran experiencias aisladas hasta finales de los aos 80. El viraje continental en direccin al neoliberalismo no comenz antes de la presidencia de Salinas, en Mxico, en 1988, seguido de la llegada de Menem al poder, en 1989, de la segunda presidencia de Carlos Andrs Prez en el mismo ao en Venezuela, y de la eleccin de Fujimori en el Per en el 90. Ninguno de esos gobernantes confes al pueblo, antes de ser electo, lo que efectivamente hizo despus. Menem, Carlos Andrs Prez y Fujimori, por cierto, prometieron exactamente lo opuesto a las polticas radicalmente antipopulistas que implementaron en los aos 90. Salinas ni siquiera fue electo, apelando, como es bien sabido, a uno de los tradicionales recursos de la poltica mexicana: el fraude. De las cuatro experiencias vividas en esta dcada, podemos decir que tres registraron xitos impresionantes a corto plazo (Mxico, Argentina y Per) y una fracas: Venezuela. La diferencia es significativa. La condicin poltica que garantiz la deflacin, la desregulacin, el desempleo y la privatizacin de las economas mexicana, argentina y peruana fue una concentracin formidable del poder ejecutivo; algo que siempre existi en Mxico, un rgimen de partido nico. Sin embargo, Menem y Fujimori tuvieron que innovar con una legislacin de emergencia, autogolpes y reforma de la Constitucin. Esta dosis de autoritarismo poltico no fue posible en Venezuela, con una democracia partidaria ms continua y slida que en cualquier otro pas de Amrica del Sur, y el nico que escap de las dictaduras militares y regmenes oligrquicos desde los aos 50. De ah el colapso de la segunda presidencia de Carlos Andrs Prez. A pesar de esto sera arriesgado concluir que en Amrica Latina slo los regmenes autoritarios pueden imponer con xito las polticas neoliberales. El caso de Bolivia, donde todos los gobiernos electos despus de 1985, tanto el de Paz Zamora como el de Snchez de Losada, continuaron con la misma lnea, est ah para comprobarlo. La leccin que deja la larga experiencia boliviana es clara. Existe un equivalente funcional al trauma de la dictadura militar como mecanismo para inducir democrtica y no coercitivamente a un pueblo a aceptar las ms drsticas polticas neoliberales: la hiperinflacin. Sus consecuencias son muy parecidas. Recuerdo una conversacin en Rio de Janeiro en 1987, cuando era consultor de un equipo del Banco Mundial y haca un anlisis comparativo de alrededor de veinticuatro pases del Sur, en lo relativo a polticas econmicas. Un amigo neoliberal del equipo, sumamente inteligente, economista destacado, gran admirador de la experiencia chilena bajo el rgimen de Pinochet, me confi que el problema crtico del Brasil durante la presidencia de Samey no era una tasa de inflacin demasiado alta como

crea la mayora de los funcionarios del Banco Mundial , sino una tasa de inflacin demasiado baja. Esperemos que los diques se rompan, deca. Aqu precisamos una hiperinflacin para condicionar al pueblo a aceptar la drstica medicina deflacionaria que falta en este pas. Despus, como sabemos, la hiperinflacin lleg al Brasil, y las consecuencias prometen o amenazan confirmar la sagacidad de este neoliberal local. Un balance provisorio La pregunta que queda abierta es si el neoliberalismo encontrar aqu, en Amrica Latina, ms o menos resistencia a su implementacin duradera que la que encontr en Europa Occidental y en la antigua URSS. Ser el populismo o el laborismo latinoamericano un obstculo ms fcil o ms difcil para la realizacin de los planes neoliberales que la socialdemocracia reformista o el comunismo? No voy a entrar en esta cuestin; otros aqu pueden juzgarla mejor que yo. Sin duda, la respuesta va a depender tambin del destino del neoliberalismo fuera de Amrica Latina, donde contina avanzando en tierras hasta ahora inmunes a su influencia. Actualmente, en Asia, por ejemplo, la economa de la India comienza, por primera vez, a ser adaptada al paradigma liberal, y hasta el mismo Japn no es totalmente indiferente a las presiones norteamericanas para desregular la economa. La regin del capitalismo mundial que presenta ms xitos en los ltimos veinte aos es tambin la menos neoliberal, o sea, las economas de Extremo Oriente como Japn, Corea, Taiwn, Singapur y Malasia. Por cunto tiempo estos pases permanecern fuera de la influencia de este tipo de regmenes? Todo lo que podemos decir es que ste es un movimiento ideolgico a escala verdaderamente mundial, como el capitalismo jams haba producido en el pasado. Se trata de un cuerpo de doctrina coherente, autoconsistente, militante, lcidamente decidido a transformar el mundo a su imagen, en su ambicin estructural y en su extensin internacional. Algo mucho ms parecido al antiguo movimiento comunista que al liberalismo eclctico y distendido del siglo pasado. En este sentido, cualquier balance actual del neoliberalismo slo puede ser provisorio. Se trata de un movimiento inconcluso. Por el momento, a pesar de todo, es posible dar un veredicto sobre su actuacin durante casi quince aos en los pases ms ricos del mundo, nica rea donde sus frutos parecen maduros. Econmicamente, el neoliberalismo fracas. No consigui ninguna revitalizacin bsica de capitalismo avanzado. Socialmente, por el contrario, ha logrado muchos de sus objetivos, creando sociedades marcadamente ms desiguales, aunque no tan desestatizadas como se lo haba propuesto. Poltica e ideolgicamente, sin embargo, ha logrado un grado de xito quizs jams soado por sus fundadores, diseminando la simple idea de que no hay alternativas para sus principios, y que todos, partidarios u opositores, tienen que adaptarse a sus normas. Probablemente, desde principios de siglo, ninguna sabidura convencional consigui un predominio de carcter tan abarcativo como hoy lo ha hecho el neoliberalismo. Este fenmeno se llama hegemona, aunque, naturalmente, millones de personas no crean en sus promesas y resistan cotidianamente a sus terribles efectos. Creo que la tarea de sus opositores es ofrecer otras recetas y preparar otros regmenes. Alternativas que apenas podemos prever cundo y dnde van a surgir. Histricamente, el momento de viraje de una onda es siempre una sorpresa.

Boron, Atilio. Estado, capitalismo y democracia en America Latina. Coleccion Secretaria Ejecutiva, Clacso, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Agosto 2003. p. 320. 950-9231-88-6. Disponible en la World Wide Web: http://www.clacso.org/wwwclacso/espanol/html/libros/estado/estado.html E-mail: [email protected]

INTRODUCCIN DESPUS DEL SAQUEO:EL CAPITALISMO LATINOAMERICANO A COMIENZOS DEL NUEVO SIGLONo. No aceptes lo habitual como cosa natural. Porque en tiempos de desorden, de confusin organizada, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural. Nada debe parecer imposible de cambiar. Bertolt Brecht

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s de diez aos han transcurrido desde que este libro viera originariamente

la luz, en los inicios de la dcada de los noventa. Desde entonces, muchas cosas han cambiado en Amrica Latina y, como sabemos, no todas para bien. Es por eso que la preocupacin central de esta obra, el examen de las posibilidades y lmites de un capitalismo democrtico en los pases de la periferia, conserva una angustiante actualidad. Algunas de las anticipaciones tericas que all se formulaban pueden ahora ex a m i n a r s e con la rigurosidad que permite la inve s t i gacin de la historia contempornea. Desafortunadamente, las tesis principales del libro, que en su momento fueran c a l i ficadas por sus crticos como expresiones anacrnicas de un secentismo mal digerido, o como la inadmisible supervivencia de viejos dogmas o concepciones sectarias, fueron rotundamente confirmadas por el devenir de los hechos histricos. Repasemos sucintamente algunas de las principales conclusiones expuestas en la primera edicin de nuestro libro: - la lucha por la democracia en Amrica Latina, es decir, la conquista de la igualdad, la libertad y la participacin ciudadana, es insostenible al margen de una lucha contra el despotismo del capital. Ms democracia implica, necesariamente, menos capitalismo (Captulo 2). - el neoliberalismo remata en una concepcin y una prctica profundamente autoritaria en la gestin de la cosa pblica. Por eso el dilema neoliberal no es entre estado y mercado, sino entre democracia y mercado. Y sus representantes no vacilan en sacrificar la primera en aras del seg u n d o (Captulo 3). - el predominio de facto de los intereses de las clases dominantes, derrotadas en la arena electoral pero triunfantes en las alturas del aparato estatal, ha quebrado las expectativas de justicia que grandes sectores sociales haban depositado en el naciente orden democrtico. Las ominosas secuelas de esto no tardarn en hacerse sentir (Captulo 4). - los agentes sociales de la democracia no pueden aspirar a democratizar el mercado. En ese reino privilegiado de los intereses privados no caben los argumentos de la justicia distributiva (Captulo 5). - el capitalismo latinoamericano es tan reaccionario que an las ms tmidas reformas son percibidas como instancias catalizadoras de la revolucin y, en cuanto tales, combatidas con ferocidad por las clases dominantes (Captulo 5). - el discurso del realismo posibilista es incapaz de transformar la realidad y termina glorificando el status quo, consolidando las inequidades e injusticias estructurales de la sociedad y frustrando las expectativas populares en relacin con la recuperacin de la democracia (Captulo 5). - las polticas neoliberales provocan el progresivo vaciamiento de los nuevos regmenes democrticos. Estos se convierten en una pura forma, y la vida social regresa al paroxismo de una situacin cuasi-hobbesiana de lucha de todos contra todos, de slvese quien pueda, que abre las puertas a toda clase de comportamientos aberrantes (Captulo 7).

- el marxismo no es una coleccin de dogmas fosilizados y canonizados, cuyo xito terico y prctico se encuentra garantizado de antemano. Sin la praxis c r e a t iva de los hombres y las mujeres que son los hacedores reales de la historia, la noble utopa diseada por Marx puede frustrarse, y lo que hoy conocemos como civilizacin replegarse a la ms oscura barbarie (Captulo 8). Lamentablemente, el inapelable veredicto de la historia ha corroborado los pronsticos que formulramos hace ya ms de una dcada en torno al curso del desarrollo capitalista en nuestra regin. No se trataba de un pesimismo visceral ni del perverso deseo de que las cosas salieran mal en el nuevo ciclo histrico que se iniciaba en Amrica Latina con el advenimiento de las democracias. Dichas previsiones se fundaban en un anlisis concreto de la naturaleza y dinmica de los capitalismos latinoamericanos que no permita compartir las ilusorias predicciones formuladas desde el saber convencional de las ciencias sociales sobre el futuro de las nuevas democracias y el tipo de sociedad resultante de los procesos de reestructuracin capitalista en marcha. Tal como lo hemos repetido en numerosas oportunidades, ese debate ha quedado saldado, no como producto de una polmica escolstica sino como resultado de la vida prctica de nuestros pueblos. En efecto, ya no quedan dudas sobre el significado y objetivo de las polticas neoliberales; tampoco en lo tocante a las limitaciones de la democratizacin iniciada bajo tantas esperanzas en los aos ochenta. Los mitos que ocultaban las verdaderas intenciones de dichas polticas se evaporaron en el horno incandescente de la prctica histrica. Lo que antes eran previsiones tericas y posiciones fuertemente combatidas por los representantes del pensamiento nico dan ahora paso al penoso recuento del saqueo, al luctuoso inventario de las vctimas que han quedado en el camino, al desalentador balance del despojo de nuestras riquezas y el robo de nuestros sueos. El pseudo-reformismo del Consenso de Washington qued al desnudo, y cuando se disiparon los humos de la batalla y las ilusiones fomentadas por la propaganda difundida por las grandes agencias de indoctrinamiento ideolgico del capital lo que apareci ante nuestros ojos fue un paisaje aterrador: un continente devastado por la pobreza, la indigencia y la exclusin social; un medioambiente agredido y en gran parte destruido, sacrificado en el altar de las ganancias de las grandes empresas; una sociedad desgarrada y en acelerado proceso de descomposicin; una economa cada vez ms dependiente, vulnerable, extranjerizada; una democracia poltica reducida a poco ms que un peridico simulacro electoral, pero en donde el mandato del pueblo (palabra que, dicho sea al pasar, fue desterrada del lenguaje pblico y reemplazada por otras ms anodinas, la gente, por ejemplo, o ms engaosas, como la sociedad c ivil o la ciudadana), para no hablar de sus esperanzas y ex p e c t a t ivas, son sistemticamente desodos por las sucesivas autoridades que se constituyen despus de los comicios; y por ltimo, en un listado que no pretende ser ex h a u s t ivo, un estado en algunos casos acribillado por la corrupcin y casi siempre penosamente impotente para lidiar con los desafos de nuestro tiempo y para poner coto a la vocacin antrop o fgica de los monopolios, el gran capital imperialista y sus aliados. Atrs quedaron las ilusiones prolijamente cultivadas por los aparatos ideolgicos del capital: tal como era de esperar, el famoso efecto derrame (trickledown) que segn la teora neoliberal descargara prdigamente sobre los hogares de los ms pobres parte de la riqueza acumulada por los ms ricos no se produjo. En su lugar hemos visto el fenomenal aumento en la concentracin de la riqueza, que hizo que nuestros ricos se enriquecieran cada da ms mientras abajo creca aceleradamente el nmero de pobres e indigentes que se suman en una de privacin sin precedentes en nuestra historia. La apertura comercial, que supuestamente sera correspondida por una movida equivalente practicada por los pases capitalistas desarrollados, termin siendo un gesto autista, con catastrficas consecuencias en los niveles de empleo de nuestras sociedades. Las privatizaciones consagraron el saqueo legal del patrimonio pblico y su traspaso a grandes monopolios en muchos casos empresas estatales de las metrpolis imperialistas! que de ese modo se quedaron, a precio vil, con empresas y recursos que los pases haban acumulado a lo largo de varias generaciones. Por ltimo, la desregulacin financiera, exaltada por el catecismo neoliberal como segura fuente de ingreso de capitales para nuestra regin, convirti a la mayor parte de las economas de Amrica Latina y el Caribe en sucursales de ese gigantesco casino mundial que segn Susan Strange es el sistema financiero internacional. No sorprende pues constatar la creciente desestabilizacin social de nuestros pases y los preocupantes signos que hablan de la debilidad de sus reconquistadas democracias. Este es un dato que suelen pasar por alto quienes se conforman con una mirada sobre las apariencias y los aspectos ms superficiales de la realidad. Lo cierto, en cambio, es que ms all de los formalismos las democracias latinoamericanas se han ido vaciando de contenidos. Por eso no suscitan ni esperanzas ni ex p e c t a t ivas, y sus promesas han cado en el vaco. No por casualidad las dive r s a s encuestas de opinin que se practican en la regin registran el alto grado de frustracin de los ciudadanos con los desempeos de los gobiernos democrticos. El escepticismo, la apata y la indiferencia ante los dispositivos institucionales de la democracia crecieron sin pausa en los ltimos aos.

De persistir este desencanto ser apenas cuestin de tiempo antes de que el mismo se extienda desde los gobiernos que se supone deben encarnar las aspiraciones de la democracia al rg i m e n democrtico en s mismo. Este contagio ser inevitable en la medida en que los gobiernos, con apenas ligeras diferencias entre ellos, se desentendieron de la suerte de los ciudadanos y concentraron sus esfuerzos en complacer las demandas de las minoras y de una rapaz plutocracia que se presenta como la concrecin histrica de las conquistas democrticas y las virtudes del libre mercado. La expresin poltica de esta insatisfaccin ciudadana ha sido muy variada: va desde la insurgencia zapatista de Chiapas hasta las formidables movilizaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001 en la A rgentina que derrocaron al gobierno de Fernando de la Rua. Otros hitos en este sendero fueron las insurrecciones indgenas y campesinas del Ecuador; la protesta urbana en el Per que precipit primero la cada de Alberto Fujimori y que tiene ahora en jaque al gobierno de A l e j a n d r o Toledo, bendecido desde sus inicios por George W. Bush en persona; las luchas de los trabajadores de la salud en El Salvador; la nueva insurgencia popular boliv i ana, vinculada a la lucha por el agua, la defensa de los cultivos autctonos y contra las polticas de ajuste; la aplastante derrota sufrida por el candidato del continuismo neoliberal en Brasil, Jos Serra, a manos de Luis Inacio Lula da Silva; el ascenso y consolidacin de Hugo Chvez en la presidencia de Venezuela, resistiendo a pie firme la conspiracin urdida, con el beneplcito de la Casa Blanca, por los sectores ms reaccionarios y corruptos de la sociedad venezolana; la conformacin de un impresionante movimiento de protesta en el Mxico de Fox, El Campo No Aguanta Ms, en contra de las polticas neoliberales incitas en el NA F TA; y, finalmente, el masivo repudio que concitara en las elecciones presidenciales de la A rgentina, en abril de 2003, la tentativa de retorno de quien fuera el paradigma de las polticas neoliberales en la regin, Carlos Sal Menem. En las pginas que siguen procuraremos aportar una visin de conjunto, a vuelo de pjaro, sobre las transformaciones operadas en las sociedades latinoamericanas en los aos recientes. NATURALEZA Y ALCANCES DEL REFORMISMO NEOLIBERAL La dcada de los ochenta fue testigo de una verdadera oleada reformista que, de manera desigual, afect a la casi totalidad de los pases de nuestra regin. A n t e s de presentar sus contornos ms sobresalientes conviene empero detenerse brevemente para despejar una cuestin semntica para nada intrascendente. Resulta que se ha convertido en un lugar comn hablar de reformas para referirse a aquello que, en la tradicin del pensamiento poltico occidental, responde mejor a la expresin contra-reforma. Hemos explorado este tema en otro lugar, razn por la cual no nos extenderemos ahora en esa consideracin1. Bstenos con decir que en realidad las polticas llevadas a cabo en nuestra r egin, lejos de haber introducido reformas esto es, cambios graduales en una direccin tendiente hacia una mayor igualdad, bienestar social, y libertad para el conjunto de la poblacin, tal como lo indicara la palabra reforma en la tradicin de la fi l o s o fa poltica, lo que hicieron fue potenciar una serie de transformaciones que recortaron antiguos derechos ciudadanos, redujeron dramticamente las prestaciones sociales del estado y consolidaron una sociedad mucho ms injusta y desigual que la que exista al comienzo de la etapa reformista. Lo que ocurre es que la victoria ideolgica del neoliberalismo se expresa, entre otras cosas, por un singular deslizamiento semntico que hace que las palabras pierdan su antiguo significado y adopten otro nuevo y, en algunos casos, como ste, claramente antittico. En ese sentido, las reformas padecidas por nuestras sociedades en las ltimas dcadas son, en realidad, crueles contra-reformas y acentuados procesos de involucin social. Uno de los ms militantes idelogos de esta peculiar forma de reformismo, Sebastin Edwards, execonomista jefe del Banco Mundial, brindaba una versin extraordinariamente optimista de lo acontecido desde los aos ochenta: A mediados de 1993, los analistas y medios econmicos internacionales reciban las reformas hacia una poltica de mercado como un xito y proclamaban que varios pases latinoamericanos iban camino de convertirse en una nueva generacin de tigres. Los inversores extranjeros se aproximaron rpidamente a la regin y los consultores y estudiosos se apresuraron a analizar las experiencias de Chile, Mxico y Argentina con el fin de aprender de primera mano cmo unos pases que, slo unos aos antes, haban parecido no tener esperanza, se haban vuelto tan atractivos para el dinero internacional 2. En funcin de esta peculiar apreciacin, Edwards procede a dividir a los pases de la regin en cuatro categoras, como puede verse a continuacin3. El tiempo transcurrido desde la iniciacin de estas reformas permite eva l u a r de forma ms completa los mritos de los distintos reformadores. Ya no se trata de algn que otro dato circunstancial sino de un anlisis mucho ms profundo, que permite identificar las tendencias de largo plazo que se han desarrollado al

calor de las nuevas polticas implementadas desde el auge de las ideas neoliberales en los ochenta y noventa. Desde ya, cualquier anlisis que se practique, con cualquier metodologa, arrojar un resultado que seguramente decepcionar a nuestro autor: diez aos despus de tan jubiloso diagnstico nuestra regin no ha producido un solo tigre econmico, para no hablar de una entera generacin de ellos. Al referirse a los procesos de reforma que tuvieron lugar en Brasil, un reformador tardo, Francisco de Oliveira, anotaba que en realidad el nombre de reforma del estado era un ttulo que no guardaba demasiada correspondencia con la realidad. Al igual que lo ocurrido en otros pases de la regin, bajo ese nombre se ocult una poltica mucho ms pedestre: recorte brutal del presupuesto pblico, despido masivo de funcionarios del estado, y dramtico recorte de los derechos laborales de los sobrevivientes. Vista en perspectiva histrica, a esto se ha reducido la tan mentada racionalizacin del sector pblico promovida por los gobiernos del G-7, el FMI, el Banco Mundial y el BID y llevada a cabo por los gobiernos de la regin 5. Pocos aos despus sera el propio Banco Mundial el que habra de lamentarse ante las deprimentes implicaciones de esta poltica. Las observaciones de de Oliveira son pertinentes tambin al resto de A m r i c a Latina, en donde la necesaria e impostergable reforma del estado fue acometidaPioneros,o primeros reformadores (reformas iniciadas a finales de los aos Bolivia, Chile, Mxico setenta y comienzo de los ochenta) Reformistas de la segunda oleada Costa Rica, Ecuador4, Jamaica, (reformas iniciadas a finales de los ochenta) Trinidad y Tobago, Uruguay Reformadores tardos,o reformistas Argentina, Brasil, Colombia, El Salvador, de la tercera oleada (reformas iniciadas Guatemala, Guyana, Honduras, Nicaragua, en los aos noventa) Panam, Paraguay, Per, Venezuela No reformistas Hait, Repblica Dominicana

por gobiernos dominados por un fundamentalismo neoliberal que los condujo primero a la satanizacin del estado y luego a su lisa y llana destruccin. Las consecuencias de estas polticas, promovidas por las as llamadas instituciones econmicas multilaterales eufemismo para designar al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial, al Banco Interamericano de Desarrollo y la O rganizacin del Comercio Mundial, entre otras gracias a las condicionalidades que imponan a deudores exanges y en bancarrota, fueron por una parte un dramtico aumento de la exclusin social en la totalidad de los pases de la reg i n , y por la otra un preocupante debilitamiento del impulso democrtico que tantas esperanzas haba suscitado en nuestros pases desde la dcada de los ochenta. Este proceso tuvo lugar en momentos en que el estado como institucin era objeto no slo de ataques prcticos (como las privatizaciones, sus reducciones presupuestarias, etc.) sino tambin de naturaleza doctrinaria, y en los cuales aqul apareca como una instancia insanablemente corrupta, ineficiente en lo econmico, y p l a gada de propensiones populistas y demaggicas que era necesario erradicar. Sin e m b a rgo, mientras se llevaban a cabo estos ataques, una suerte de astucia de la razn hegeliana devolva a esa institucin la centralidad e importancia que le era n egada en otros terrenos. As, su irreemplazable contribucin se vio paradojalmente reafirmada por una sucesin de cumbres gubernamentales que, sostenidas en la dcada de los noventa y a contracorriente del ethos neoliberal predominante, subrayaban la necesidad de que los gobiernos pusieran en marcha un amplio conjunto de polticas activas para combatir a la pobreza (Copenhague), promover los derechos de la mujer (Beijing), controlar el aumento desorbitado de la poblacin (Cairo) o preservar la biodiversidad y el medio ambiente para las siguientes generaciones (Ro de Janeiro). En todos estos casos, en los cuales se confrontaban graves problemas de diverso tipo, de alcance civilizacional, la bancarrota del neoliberalismo se hizo evidente al punto tal que hasta sus ms acrrimos partidarios tuvieron que reconocer que la magia de los mercados no tena la menor posibilidad de encontrar una salida positiva a las crisis analizadas en las cumbres, y que para resolver estos problemas lo mejor que poda hacerse era acudir a los estados. Esta conviccin, que socavaba silenciosamente al anti-estatismo neoliberal, adquiri perfiles an ms contundentes al ser ratificada por uno de los gures del pensamiento econmico libremercadista, Peter F. Drucke r. En un artculo publicado en el nmero conmemorativo del 75 aniversario de la revista Fo reign A ff a i rs, D r u c ker examina lo ocurrido con los estados nacionales en el contexto de la globalizacin y luego de comprobar la asombrosa resistencia de aquellos a los influjos de la segunda concluye que el estado nacin tiene todas las probabilidades de sobrev ivir a la globalizacin de la economa y la revolucin informtica que la acompa a 6. Descarta, de ese modo, una de las creencias ms difundidas del pensamiento nico de fines

del siglo XX: la ilusin de la desaparicin estatal, cuya influencia no slo se extiende entre los intelectuales e idelogos de la derecha sino que alcanza tambin a importantes franjas del pensamiento contestatario, como queda en ev idencia en la reciente produccin de Michael Hardt, John Holloway y Antonio Neg r i7. En el caso argentino, objeto preferencial de atencin en las pginas que siguen debido a los perfiles caricaturescos que entre nosotros adquiri el experimento neoliberal, esta tarea de destruccin fue cumplida al pie de la letra por sucesivos gobiernos. Le cabe sin embargo al decenio presidido por Carlos Sal Menem el dudoso mrito de haber sido el verdadero campen de esta cruzada neoliberal. En Argentina, la llamada destruccin creadora del capitalismo, tan exaltada en la obra de Joseph Schumpeter, se limit exclusivamente al primer trmino de la ecuacin: la destruccin estuvo a la orden del da, mientras que la obra de la creacin se encuentra todava en veremos. Algo similar ocurri con las tantas terapias de shock recomendadas por el FMI para solucionar los problemas de las economas latinoamericanas. Abundaron los shocks, pero las terapias brillan por su ausencia. En el caso argentino el desmantelamiento del estado ha llegado tan lejos que ha dejado al pas a merced de todo tipo de circunstancias: si se incendian los bosques naturales de la cordillera como ocurriera, por negligencia criminal, a comienzos de 1996 ya no se dispone de aviones hidrantes para combatir el fuego ni de equipos adecuados para enfrentar esta catstrofe. Tan lejos ha llegado la impericia oficial que a los efectos de poder contar con algunos elementos para combatir los nuevos incendios el gobierno nacional decidi descontar del presupuesto universitario unos cinco millones de dlares para destinarlos a la preservacin del bosque patagnico. Otro ejemplo tan absurdo como el anterior lo proporciona el hecho de tener grandes regiones de la provincia de Buenos Aires inundadas a causa de la falta de mantenimiento de las vas de desage de los ros y lagunas pampeanos y la indefinida postergacin de nuevas obras. De este modo, los ahorros obtenidos ante la inaccin oficial, justificada por la estrechez presupuestaria motivada por la necesidad de controlar el gasto pblico, originan prdidas muchsimos mayores en la produccin, pero esto es un detalle menor que no perturba el sueo de los gobernantes, empeados como estn en lograr un ajustado cierre de cuentas fiscales que apacige las iras de los enviados del FMI y facilite la obtencin de nuevos prstamos. Todo esto no sera tan grave si, al mismo tiempo, los voceros del neoliberalismo no se desvivieran ase gurando que tamaa irracionalidad es necesaria para atraer las inversiones y reducir o simplemente suprimir los impuestos que afectan a las grandes empresas y las grandes fortunas. Fiel a esta creencia, en su momento el gobierno argentino hizo suya la propuesta del por entonces ministro de Economa Domingo Felipe Cavallo de eliminar los impuestos discriminatorios que injustamente, y como expresin de un incalificable resentimiento populista o socialista, gravaban a las bebidas cola, el champagne y las alfombras de lujo. Como dicha iniciativa implicaba una merma de unos 300 millones de dlares anuales en ingresos tributarios, el gobierno propuso a cambio aumentar en dos aos la edad mnima de jubilacin de las mujeres, de 60 a 62 aos, y de ese modo aprovechar las excelentes condiciones de salud y atencin mdica de que se dispone en la Argentina para compensar los ingresos perdidos por la supresin de aquellos impopulares impuestos. Ejemplos tragicmicos como stos podran multiplicarse ad infinitum, especialmente si se recuerda que el caso argentino, si bien fue el ms radical, estuvo lejos de haber sido el nico en la regin. La verdadera cruzada que los gobernantes de nuestros pases han emprendido en contra de una institucin como el estado, completamente satanizada por la ideologa dominante, es un monumento a la irracionalidad, no slo en trminos sociales pues resulta en una verdadera eutanasia de los pobres, como se aprecia con singular nitidez en el caso argentino sino tambin en funcin de la propia lgica del desarrollo capitalista8. Para resumir, el veredicto de la historia es inapelable: las reformas neoliberales fracasaron miserablemente en tres aspectos fundamentales: no lograron promover un crecimiento econmico estable; no consiguieron aliviar la situacin de pobreza y exclusin social que prevaleca en nuestra regin como producto del desplome del modelo de industrializacin sustitutiva de importaciones y la crisis de la deuda; y lejos de fortalecer las instituciones democrticas y su legitimidad popular, este modelo tuvo como consecuencia debilitarlas y desprestigiarlas hasta un nivel sin precedentes en la historia latinoamericana. POLTICAS NEOLIBERALES Y CRECIMIENTO ECONMICO En lo relativo al crecimiento econmico la performance de las economas latinoamericanas a partir de 1980 difcilmente podra haber sido ms decepcionante. El producto bruto interno creci a un ritmo anual medio de 1,7% en la dcada de los ochenta, y a 3,4% en la siguiente. Dado que en el primero de estos perodos el crecimiento de la poblacin se situaba en el 2% anual, esto signific una cada en el PBI por habitante de alrededor de 0,3% por ao a lo largo de toda la dcada, con

justa razn denominada la dcada perdida. En la siguiente, con la tasa de crecimiento poblacional un tanto ms disminuida, apenas si se revirti la tendencia, quedando el crecimiento del PIB per cpita en una cifra cercana a un modesto 1,7% anual. Siendo positiva, esta magnitud equivale a menos de la mitad de las tasas de crecimiento del PIB per cpita que prevalecan en la regin en las tres dcadas comprendidas entre los aos de la posguerra y la crisis de mediados y finales de la dcada de los setenta, cuando segn los diagnsticos del FMI y el BM las polticas econmicas en vigencia adolecan de incurables defectos y conducan a los pases de la regin por el sendero del atraso y el estancamiento9. Segn Edwards, los pioneros en el reformismo de mercado contaron con una ventaja: pudieron avanzar muy rpidamente en el terreno de las transformaciones estructurales. Esta afirmacin se realiza sin abrir la menor discusin, por cierto que imprescindible, sobre el signo de tales transformaciones. Es decir, sin examinar quines fueron sus beneficiarios y quines sus vctimas, para no hablar de una valoracin ms comprehensiva que nos indique si finalmente estas reformas colaboraron en la construccin de una sociedad mejor o si, por el contrario, dejaron como legado una sociedad ms injusta y desigual que la que le precediera. Nuestro autor no ahorra palabras para exaltar el caso chileno, al que eleva a la categora de modelo para imitar, porque comenz las reformas en 1975, casi diez aos antes que todos los dems 10. Es por eso que en dicho pas las reformas estn muy avanzadas y han marcado casi todas las facetas de la vida econmica, poltica y social. Por supuesto, Edwards no se pregunta si es bueno o malo que casi todas las facetas de la vida chilena se encuentren impregnadas de la lgica mercantil. Tampoco demuestra la menor inquietud por examinar algo que no constituye un dato menor, o anecdtico: el hecho de que las mismas hubieran sido iniciadas y perfeccionadas en el contexto de la ms sangrienta dictadura jams conocida por Chile, seguramente un tema poltico sobre el cual un economista serio jams debe explayarse. Adems, Edwards pasa completamente por alto el hecho de que la aplicacin de estas polticas que comienza inmediatamente despus del golpe de estado de Pinochet en 1973 desemboc en el fenomenal crash financiero de 1982, y que recin luego de 1985 la economa chilena retom un sendero de crecimiento. Claro est que lo hizo al adoptar una poltica que se apartaba en algunos aspectos fundamentales de las recomendaciones del Consenso de Washington al instituir importantes regulaciones para controlar el flujo de capitales externos, preservar a la gran minera del cobre en manos del estado y reforzar la presencia del estado en aspectos clave de la vida econmica mediante intervenciones altamente selectivas y eficaces. Ms an: contrariando un mandamiento sagrado del Consenso de Washington, el tamao del gasto pblico en Chile aument, mientras que en el resto de la regin disminua considerablemente. Mxico, por otra parte, que en una primera versin del libro de Edwards fuera tambin sealado como otro pas en el cual las reformas neoliberales haban llegado a su madurez y se hallaban en vas de consolidacin, aparece en la versin definitiva bajo luces mucho menos brillantes11. Haciendo gala de la tradicional retrica pseudo-tcnica y valorativamente neutra del saber econmico convencional, Edwards apunta que los acontecimientos sociales (sic!) de Chiapas a principios de 1994 y el asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio han introducido ciertas dudas respecto a la direccin exacta en la que van a avanzar las reformas mexicanas durante los prximos aos12. Como si lo anterior fueran ancdotas sin importancia, Edwards prosigue su anlisis impertrrito. Se soslaya, de paso, el papel jugado por esa verdadera anexin econmica que ese pas experiment con el ingreso al NAFTA y que reforz extraordinariamente la vulnerabilidad externa de la economa mexicana, sin duda otro dato anecdtico. No sera prudente tomar en cuenta la elocuente coincidencia entre este proceso de reformas y la aparicin de la guerrilla zapatista no tan slo un mero acontecimiento social sino sntoma de la lacerante deuda social que an hoy prevalece en Mxico y todo un conjunto de nuevos movimientos de protesta en contra de la verdadera eutanasia de los pobres y las pequeas empresas ocasionada por el NAFTA y que sus empeos reformistas no lograron extirpar? En todo caso, y prosiguiendo con el hilo de nuestra argumentacin, los gobiernos reformistas habran logrado, de acuerdo con esta visin oficiosa del Banco Mundial, despejar del camino hacia el crecimiento autosostenido los graves obstculos que haban frustrado las expectativas atinoamericanas en las dcadas precedentes. Sin embargo, una lectura ms atenta y menos voluntarista de las cifras que el propio Edwards proporciona en su libro permite extraer otras conclusiones. En efecto, si bien en los aos inmediatamente posteriores a la crisis de la deuda (1982-1986) la totalidad de los pases de la regin experiment una dramtica cada en las tasas de crecimiento del PIB per cpita, el perodo posterior muestra variaciones muy significativas en el ritmo de la recuperacin econmica. Sin duda Chile logra a partir de 1985 salir de la fenomenal crisis en que haba cado cuando adopt con la fe de los conversos las nefastas enseanzas de la Escuela de Chicago. Pero la acentuada recuperacin econmica

de aquellos aos no era sino la contrapartida del descenso a los abismos producido en 1982. En todo caso, preciso es reconocer que en los aos posteriores esta tendencia se reafirm para reflejar un nuevo dinamismo nacido de las renovadas condiciones en que se desenvolva la economa chilena, que habran de persistir hasta poco antes del final de la dcada del noventa. Luego, las tasas de crecimiento chilenas habran de reducirse sensiblemente y, hasta el momento en que se escriben estas lneas no han podido recuperar el impulso que exhibieran en la segunda mitad de los aos ochenta. El caso de Bolivia, en cambio, otro pionero, es bien diferente. Este pas fue durante un cierto tiempo monitoreado y gestionado casi personalmente por uno de los mximos gures del neoliberalismo contemporneo, el economista de Harvard Jeffrey Sachs. Fiel a su conviccin de que cualquier actividad que emprendiera el estado en la vida econmica es contraproducente, deficitaria en trminos de costos y una permanente tentacin para la corrupcin, Sachs no ahorr esfuerzos para lograr que el gobierno pusiera en marcha un programa econmico que respondiera puntualmente a cada uno de los mandamientos del catecismo neoliberal13. No obstante ello, la tasa de crecimiento del PIB per cpita en el pas andino fue de apenas el 0,7% anual para el perodo 1987-199214, al paso que datos ms recientes de la CEPAL, que abarcan el decenio 1991-2000, reflejan que dicha tasa para todo este perodo fue del 1,3% por ao, muy inferior a la registrada por uno de los pases que Edwards califica como recalcitrantemente no reformador, la Repblica Dominicana, cuya tasa de crecimiento del PIB per cpita para la dcada fue del 4% anual15. Comentario similar podra hacerse en relacin con Mxico, uno de los primeros reformadores y, en cierto sentido, uno de los ejemplos que permanentemente exhiben los economistas vinculados al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional. El pas azteca sale de la gran crisis de la deuda de 1982, gatillada precisamente por el default mexicano de agosto de ese ao, con una tasa de crecimiento del PIB per cpita para el perodo 1987-1992 del 1% anual. Pese a las optimistas expectativas de Edwards, durante el resto del decenio el comportamiento de la economa mexicana hizo bien poco para avalar la presunta sensatez de las recetas neoliberales. Si en el perodo 1987-1992 el crecimiento mexicano fue sensiblemente inferior al experimentado por dos pases hasta entonces refractarios al reformismo, como Colombia y Venezuela, con tasas del 2 y 1,6% por ao, las cifras del perodo 1991-2000 ilustran de forma an ms contundente las dimensiones de esta decepcin. En efecto, y a pesar de las grandes expectativas abiertas con la conformacin del NAFTA, el desempeo de la economa mexicana apenas alcanz una tasa del 1,8% por ao, que contrasta desfavorablemente con la de otros pases mucho ms escpticos ante las prdicas del pensa-

miento nico, como la Repblica Dominicana, que crece en ese mismo perodo a una tasa del 4%, Panam, con el 2,7%, y Uruguay, en donde un plebiscito popular puso coto a las poltica de privatizaciones, con una tasa del 2,2%. En conclusin, los datos que surgen de la experiencia reciente respaldan plenamente las tesis de los crticos del neoliberalismo. En este sentido cabe sealar que el pobre desempeo econmico de la era neoliberal difcilmente pueda ser considerado como sorprendente. Ral Prebisch advirti, en un penetrante trabajo publicado en 1982, que lo que apareca como una gran innovacin en el terreno de la teora y la poltica econmica no era sino una reedicin de aejas frmulas ya ensayadas y fracasadas en el pasado. Deca el fundador de la CEPAL que despus de dcadas de haber sido marginadas de la escena pblica mundial, estas teoras r egresaban al primer plano catapultadas por la crisis del keynesianismo. En su primera encarnacin estas tesis se condensaban en tres verdaderos artculos de fe: - hay una divisin internacional del trabajo producto del libre juego de la economa internacional y al cual deben adecuarse los pases de la periferia. Versin contempornea de esta teora: la globalizacin, fenmeno natural e irresistible ante el cual los gobiernos sensatos y realistas no tienen otra opcin que inclinarse; - el estado debe ser prescindente, abstenindose de interferir en la vida econmica salvo algunas intervenciones puntuales en infraestructura. Versin actual de la teora: privatizaciones, reduccin del gasto pblico, desregulacin de los mercados; - el patrn oro, en la actualidad reemplazado por el patrn dlar y, en el caso argentino, por la convertibilidad sobre la base del uno a uno. La crisis de 1929 puso fin al predominio entonces indisputado de la ortodoxia neoclsica. As lo reconoci con excepcional agudeza John M. Keynes unos aos antes del estallido de la crisis en un artculo notable, El fin del laissezfaire16. Para superar la crisis los gobiernos acudieron al proteccionismo, del que ya no se pudo

volver; y se redefinieron radicalmente las funciones del estado, asistindose a una verdadera estatificacin del proceso de acumulacin capitalista. Prebisch17 adverta que sera funesto tratar de regresar a un modelo de gestin macroeconmica que haba demostrado su radical inadecuacin para enfrentar los problemas del desarrollo ya en la dcada de 1920 y que adems comportaba ingentes costos sociales y polticos que mal podan imponerse a la poblacin en un contexto democrtico sin infligir graves daos a la trama misma de la sociedad y a la legitimidad del rgimen democrtico.

EL HOLOCAUSTO SOCIAL PROVOCADO POR LAS POLTICAS NEOLIBERALES Con relacin a este tema, la evidencia histrica ofrece un veredicto no menos contundente. Lejos de ser portadoras del progreso social, las polticas neoliberales precipitaron un holocausto social sin precedentes en la historia de Amrica Latina. Esto se tradujo en un aumento dramtico de la exclusin social, la pobreza y la vulnerabilidad de amplios sectores de las sociedades latinoamericanas18. En efecto, en el marco de las polticas neoliberales implementadas casi sin excepcin en toda la regin en los aos ochenta y noventa se observa una intensificacin sin precedentes de la exclusin social y la pobreza. En su servil obediencia a los dictados del imperialismo y sus perros guardianes, nuestros gobiernos no se contentaron con establecer una economa de mercado sino que, yendo ms lejos, dieron paso a lo que Pierre Mauro denominara una sociedad de mercado, es decir, una sociedad en la cual los derechos ciudadanos son redefinidos desde una lgica mercantil, produciendo por esa va la desproteccin de grandes masas de nuestras poblaciones. El paso de una a otra est mediado nada menos que por la capitulacin estatal y la bancarrota de sus capacidades de intervencin y gestin, lo que coloca objetivamente al estado y a la sociedad como rehenes del mercado, y a ste en condiciones de desarrollar hasta el lmite el darwinismo social que permite seleccionar a los ms aptos y eliminar a los que no lo son: nios, viejos, enfermos, adultos no reciclables laboralmente, etctera. No hace falta aportar demasiados antecedentes en esta materia: los datos sobre la exclusin social, la injusticia y la explotacin imperantes en las sociedades latinoamericanas han conmovido inclusive a algunos de los espritus ms reposados y las burocracias internacionales ms conservadoras, como la del Banco Mundial, por ejemplo. La insatisfaccin ante los decepcionantes resultados del ajuste neoliberal se revela ya entre sus ms decididos partidarios. Hacia finales de la dcada de los noventa Joseph Stiglitz, a la sazn uno de los vicepresidentes del Banco Mundial, proclamaba la necesidad de fundar un consenso post-Washington19. Pocos aos ms tarde este mismo economista, rpidamente despedido por el Banco Mundial debido al contenido de sus declaraciones, publicara una serie de trabajos en los que demostrara, con base en una abrumadora experiencia internacional, que las recomendaciones del catecismo neoliberal no funcionan20. No sirven para salir de la crisis, para crecer, para resolver los problemas del flanco externo ni para aliviar la deuda social. En la misma direccin se han movido, en los ltimos aos, si bien de manera un tanto ms cautelosa, otros economistas otrora convencidos de la bondad del recetario neoliberal, como Jeffrey Sachs, por ejemplo. Las consecuencias pauperizadoras de estas polticas fueron advertidas, ya al promediar la dcada de los ochenta, por Agustn Cueva21, cuando observara la aparicin y rpida generalizacin en nuestras sociedades de dos nuevas figuras sociolgicas: el mendigo y el narcotraficante, sntomas evidentes de la descomposicin social y la crisis econmica ocasionada por las polticas del Consenso de Washington. O se vive de la caridad del Norte, deca Cueva, o se trafica con drogas. Lo que caracteriza a las clases y capas populares, esos dos tercios o cuatro quintos que en Amrica Latina quedan fuera de juego, es un profundo proceso de desintegracin social. El tan mentado discurso del fin de la clase obrera, tan caro a algunos espritus, lejos de reflejar la superacin de la explotacin de clase y la aparicin de una nueva categora de trabajadores asalariados, remite ms bien a un proceso de pavorosa disolucin de lo social y de repliegue hacia un ultraindividualismo que difcilmente pueda ser saludado como un trnsito hacia una sociedad mejor. De proseguir estas tendencias, y si los gobiernos de la regin no abandonan d e fi n i t ivamente el recetario del Consenso de Washington, este deplorable continuismo terminar transformando a nuestras sociedades en un smil del estado de naturaleza hobbesiano, una especie de guerra de todos contra todos en donde la

s u p e r v ivencia misma de la sociedad civil estar puesta en discusin. No es necesario ser extremadamente pesimista para constatar la existencia incipiente de algunos de estos rasgos hobessianos en diversas sociedades latinoamericanas y caribeas. La destruccin o radical debilitamiento de la sociedad civil, que en su clsico estudio Karl Polanyi certeramente adjudicara a las fuerzas disolventes del mercado, es ya una realidad en la mayora de los pases de la reg i n2 2. La ruptura de la trama social y la desarticulacin de la red de actores colectivos que en un pasado no demasiado remoto integraban a la sociedad de clases en el capitalismo perifrico han dado rienda suelta a profundas tendencias antisociales. El indiv idealismo anmico, el slvese quien pueda como patrn cultural y el desmantelamiento de las organizaciones populares han instaurado la violencia ms descarnada como la forma normal de las relaciones sociales. Este deterioro es, sin duda, resultado de una verdadera y apenas declarada guerra social que, librada por el neoliberalismo, conduce al progresivo exterminio de los pobres. En vez de combatir la pobreza, observaba con irona Noam Chomsky, los gobiernos neoliberales se han dedicado a combatir a los pobres. De ah la verdadera privatizacin de la violencia a que asistimos en nuestros pases, en donde un verdadero ejrcito de guardias privados tiene a su cargo la custodia de los ricos mientras un nmero creciente de indigentes carece de lo ms elemental para asegurar su sustento. Este cuadro, unido a la crisis fiscal y la desercin estatal, que entre otras cosas hace que no se pueda financiar algo tan elemental para la conv ivencia civilizada como la administracin de justicia, precipit el florecimiento de diversas prcticas tendientes a hacer justicia por mano propia, en un abanico que va desde el justiciero de clase media que se siente moralmente autorizado a balear a un adolescente marginal que intenta robar la radio de su auto, hasta el linchamiento popular detonado por la indiferencia de la justicia ante la suerte de los ms pobres, pasando por numerosas formas intermedias. EL ATAQUE A LA DEMOCRACIA El tercer y ltimo aspecto que quisiramos examinar en estas pginas es el relativo al debilitamiento sufrido por nuestros pases a causa del efecto corrosivo de las polticas del Consenso de Washington. Estas, lejos de haber consolidado nuestras nacientes democracias, operaron en un sentido exactamente inverso, y las consecuencias las estamos pagando hoy. Es por eso que luego de un perodo de casi dos dcadas los logros de los capitalismos democrticos latinoamericanos no lucen como demasiado excitantes ni atractivos. La sociedad actual es ms desigual e injusta que la que le precediera. Si entre 1945 y 1980 los pases atinoamericanos experimentaron un mdico progreso en direccin de una cierta mayor igualdad social, y si en ese mismo perodo experiencias de distinto tipo, desde variantes del populismo hasta algunas modalidades del desarrollismo, se las ingeniaron para sentar las bases de una poltica que en algunos pases fue agresivamente inclusionista y tendiente a ciudadanizar a grandes sectores de nuestras sociedades otrora privados de todo derecho, el perodo que se inicia a partir de la crisis de la deuda tiene un signo manifiestamente contrario. Se cancela una tendencia y se inicia otra, en sentido exactamente contrario al anterior. En esta nueva fase, celebrada como la definitiva reconciliacin de nuestros pases con los inexorables imperativos del mercado y la globalizacin, viejos derechos como la salud, la educacin, la vivienda, la seguridad social fueron abruptamente mercantilizados y convertidos en inalcanzables mercancas, lanzando a grandes masas de nuestras sociedades a la pobreza y la indigencia; las precarias redes de solidaridad social fueron demolidas al comps de la fragmentacin socia ocasionada por las polticas econmicas ortodoxas y el desenfrenado individualismo promovido por los nuevos valores dominantes que proyectaban los amos del mercado tanto como la dirigencia poltica que comandaba estos procesos; y los actores colectivos y las fuerzas sociales que en el pasado canalizaron las aspiraciones y las demandas de las clases y capas populares los sindicatos, los partidos populistas y de izquierda, las asociaciones populares, etc. fueron debilitados o simplemente barridos de la escena. De este modo los ciudadanos de nuestras democracias se vieron atrapados por una situacin paradojal: mientras que en el cielo ideolgico del nuevo capitalismo democrtico se exaltaba la soberana popular y el amplio repertorio de derechos consagrados constitucionalmente, en la prosaica tierra del mercado y la sociedad civil los ciudadanos eran despojados prolijamente de esos derechos por medio de crueles y acelerados procesos de desciudadanizacin que los marginaban y excluan de los beneficios del progreso econmico y la democracia. En nuestros pases, en suma, la democracia corre el riesgo de ser ese cascarn vaco del que tantas veces ha hablado Nelson Mandela, en donde medra una clase poltica cada vez ms irresponsable y corrupta, indiferente ante la suerte de la ciudadana. Que esto ya es as lo demuestra la enorme desconfianza popular ante la clase poltica, los partidos y los parlamentos, un fenmeno que se registra en cada uno de los pases de la regin, si bien en no todos los casos con similar intensidad.

No debiera sorprendernos, en consecuencia, encontrar que los resultados de las encuestas de opinin pblica en Amrica Latina demuestran altos niveles de i n s a t i s faccin con el desempeo de nuestros regmenes democrticos. Mediciones recientes hechas por Latinobarmetro han arrojado resultados sumamente preocupantes: slo el 25% de la poblacin de la regin se declaraba satisfecho con la democracia en 2001 pese a que en 1997 esa proporcin alcanzaba al 41%. No sorprende entonces comprobar que el apoyo al rgimen democrtico haya tambin descendido hasta llegar al 48% de una muestra de diecisiete pases de Amrica Latina. En relacin a la satisfaccin, slo dos pases contaban con una proporcin mayor del 50% que se declaraban satisfechos ante el funcionamiento de la democracia: Uruguay (55%) y Costa Rica (51%). En Mxico slo 26% comparta este sentimiento, 23% en Chile, 21% en Brasil, 20% en Argentina y 10% en Colombia 23. En los meses posteriores al colapso econmico e institucional de la Argentina, el ndice de satisfaccin descendi hasta un abismal 7%24. En trminos ms generales podra decirse que lo que ocurre es que, en el nuevo contexto ideolgico signado por el primado del neoliberalismo, la participacin ciudadana en la cosa pblica fue sistemtica y sutilmente desalentada. La norteamericanizacin de la poltica latinoamericana visible en las campaas polticas, la dilucin ideolgica de la competencia electoral, la obsesin de los grandes partidos por ocupar el centro del espectro ideolgico, y el primado de la videopoltica, con sus insulsos discursos y sus rebuscados estilos publicitarios, tambin se deja sentir en la persistente promocin de la indiferencia y la apata polticas. Estas ltimas son tpicas de la vida pblica de Estados Unidos, y lejos de ser rasgos circunstanciales, obedecen al diseo constitucional forjado por los padres fundadores de la constitucin norteamericana que no ahorraron argumentos para desalentar, o impedir, la participacin de la plebe en los asuntos pblicos. As, Estados Unidos es el nico pas del mundo en el que las elecciones presidenciales, legislativas o de gobernadores se realizan en das laborales. No hay feriado que facilite la participacin ciudadana en el acto electoral. En el caso latinoamericano, el desaliento a la participacin poltica tiene que ver en primer lugar con la satanizacin experimentada por el estado y, junto a l, por todo lo perteneciente a la esfera pblica. La propaganda neoliberal ha cosechado un gran xito al hacer que la esfera pblica sea percibida como un mbito en donde prevalecen la corrupcin, la venalidad, la irresponsabilidad y la demagogia. Un lugar, en sntesis, en el que ninguna persona honesta debera preocuparse por estar. Este proceso contrasta vivamente con la simtrica exaltacin de las virtudes del mercado y, posteriormente, de la sociedad civil, concebida sta sin ninguna de las diferenciaciones clasistas, sexistas y racistas que la marcan indeleblemente en los capitalismos contemporneos25. A lo anterior habra que agregar dos consideraciones adicionales: el hecho de que las estrategias colectivistas de intervencin poltica hayan cado igualmente en desgracia en favor del acrrimo individualismo que prevalece en los mercados, y la banalizacin de la poltica y de las instancias participativas de la ciudadana ejemplificados en la dictadura de los mercados y en el hecho de que stos, como lo recordaba George Soros, votan todos los das, lo que termin por ahuyentar a los ciudadanos de los comicios y promover la privatizacin de sus actividades. Si todos los partidos elaboran un mismo discurso, si todos pretenden captar un supuesto centro poltico e ideolgico, si nadie quiere diferenciarse y exponerse a la condena de los dueos del dinero, y si todos se empean en gobernar en funcin de los dictados del mercado, para qu molestarse en buscar informacin, registrarse e ir a votar? En suma: difcilmente podra sostenerse que un paraso neoliberal de las caractersticas que conocemos en nuestra regin sea demasiado propenso al desarrollo de una sociedad integrada y sin exclusiones, o al sostenimiento de la democracia poltica y la participacin ciudadana en la vida pblica. Ms bien parecera ser el escenario propicio para el resurgimiento de nuevas formas de despotismo poltico. En consecuencia, las insustanciales democracias de Amrica Latina estn sufriendo los embates no ya de las reformas orientadas al mercado, como eufemsticamente se las llama, sino de una autntica contrarreforma social dispuesta a l l egar a cualquier extremo con tal de preservar y reproducir las estructuras de la desigualdad social y econmica de nuestra regin, con todos los priv i l egios que ellas representan para los grupos dominantes. Esta contrarreforma tiene por objetivo declarado hacer que los rigores del mercado acten como incentivos para motivar conductas supuestamente ms racionales e innovadoras de los agentes econmicos. Esta es la lnea fundamental de los razonamientos de F. von Hayek, y su intransigente prdica en contra del igualitarismo y el colectiv i s m o2 6 (Hayek, 1944). En sus propias palabras: la desigualdad, insoportable para tantos, ha sido necesaria para lograr el nivel de rentas relativamente alto de que hoy disfrutan en Occidente la mayora de las personas2 7. Por eso no cabe la menor duda de que, tal como lo ha observado Gosta Esping-Andersen en repetidas ocasiones, un buen

indicador de la mayor o menor justicia social existente en un pas est dado por el grado de desmercantilizacin de la oferta de bienes y servicios bsicos requeridos para s a t i s facer las necesidades de los hombres y mujeres concretos que constituyen una comunidad. La desmercantilizacin significa que una persona puede sobrev iv i r sin depender de los caprichosos movimientos del mercado. Ella fortalece al trabajador y debilita la autoridad absoluta de los empleadores. Esta es, exactamente, la razn por la cual los empleadores siempre se opusieron a ella2 8. All donde la provisin de la educacin, la salud, la vivienda, la recreacin y la seguridad social para citar las instancias ms corrientes se encuentre liberada de los sesgos clasistas y excluyentes introducidos por el mercado, ser posible contemplar los contornos de una sociedad ms justa y de una democracia ms robusta. La otra cara de la mercantilizacin es la exclusin, porque ella significa que slo quienes tienen dinero suficiente podrn adquirir bienes y servicios que en otras sociedades son inherentes a la condicin ciudadana. Por el contrario, all donde aquellos dependan del desigual acceso de sus habitantes en funcin de sus recursos econmicos es d e c i r, ya no ms concebidos como derechos ciudadanos de universal adjudicacin tropezaremos con la injusticia y todo el repertorio de sus aberrantes manifestaciones: indigencia y pobreza, desintegracin social y anomia, ignorancia, enfermedad, las mltiples formas de la opresin y sus deplorables secuelas. Los pases escandinavos y Amrica Latina muestran los contrastantes alcances de esta dicotoma: por una parte, una ciudadana poltica efectiva que se asienta sobre la universalidad del acceso a bienes y servicios bsicos concebidos como una suerte de inneg o c i a b l e salario del ciudadano ya incorporado al contrato social de los pases nrdicos y, de manera un tanto ms diluida, al de las formaciones sociales europeas en general. El salario del ciudadano significa, en buenas cuentas, un certificado en contra de la exclusin social porque garantiza por la va poltica e institucional el disfrute de ciertos bienes y servicios que, ante la ausencia de tal instituto, deben adquirir en el mercado aquellos sectores cuyos ingresos los facultan a ello2 9. Por el contrario, las nuevas democracias latinoamericanas, con su mezcla de inconsecuentes procesos de ciudadanizacin poltica cabalgando sobre una creciente desciudadanizacin econmica y social, culminan en una ciudadana formal y fetichizada, vaciada de contenido sustantivo y segura fuente de futuros despotismos. De ah que al cabo de tantos aos de transiciones democrticas tengamos democracias sin ciudadanos, o democracias de libre mercado, cuyo objetivo supremo es ga r a n t i z a r la ganancia de las clases dominantes y no el bienestar de la ciudadana. A MODO DE CONCLUSIN Quisiramos concluir esta revisin panormica de la ltima dcada de la historia latinoamericana con algunos interrogantes y algunas propuestas. En primer lugar, conviene recordar las palabras de Walter Benjamin cuando dijera que no hay sntoma ms serio de la gravedad de la crisis que las cosas sigan como estn. Seguirn como estn? La coalicin neoliberal en Amrica Latina ha probado ser extraordinariamente poderosa e influyente. Las perspectivas de cambio que se abrieron con el ascenso del PT a la presidencia del Brasil a comienzos del 2003 parecen haberse diluido, toda vez que las polticas econmicas implementadas por el gobierno Lula se inscriben, al menos hasta la redaccin de estas lneas, dentro de los parmetros del Consenso de Washington. El efecto-demostracin de Brasil era importantsimo para potenciar la elaboracin de polticas postneoliberales en los otros pases de la regin. Pero el chantaje imperialista, unido a la extorsin interna que practican los seores del dinero y sus permanentes amenazas de producir un golpe de mercado o de promover una huelga de inversiones en el Brasil, parecen haber logrado poner de rodillas a un gobierno que lleg al Planalto rodeado de una inmensa legitimidad popular y que, poco tiempo despus, adopt un curso de accin animado por la suicida obsesin de pretender tranquilizar a los mercados. Ese y no otro fue el principio cardinal que orient la poltica del gobierno de la Alianza en la A rgentina, y que condujo a Fernando de la Rua a un final apocalptico y sangriento. Esta leccin parece no haber sido aprendida por los actuales gobernantes brasileos. Al momento de escribir estas lneas al gobierno de Lula le quedan poco ms de seis meses para corregir su rumbo y evitar su eventual capitulacin. Si esto llegara a a c o n t e c e r, el futuro de las polticas post-neoliberales en Amrica Latina se vera muy seriamente comprometido. En efecto, el PT es el primer partido que se hizo carg o del gobierno despus del diluvio neoliberal, con el mandato de poner en marcha un programa post-neoliberal de reconstruccin econmica y social. En A rgentina, siempre

pionera en materia de infortunios, el derrumbe del neoliberalismo se consum mucho antes pero su alternativa poltica an no pudo constituirse. La tradicional incapacidad de los sectores de la izquierda y centro-izquierda para constituir una alianza, siquiera electoral, para poner coto a las ambiciones de la derecha, conspir en contra de la construccin de dicha alternativa. En el caso del Brasil, en cambio, su gravitacin nternacional, su enorme extensin geogrfica, el tamao de su poblacin, y la complejidad de su estructura econmica, hacen que un presidente instalado en Brasilia cuente con un margen de maniobra inimaginable